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2. Actividad 2: Lee este capítulo y parafraséalo por escrito.
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Actividad 3. Lee este capítulo y parafraséalo por escrito.
LA CARNE DEL CUENTO POR OSCAR DE LA BORBOLLA
Uno de los textos más lúcidos y lúdicos que hemos leído sobre el arte del relato: ríete y
aprende. Tanto para carnívoros como para vegetarianos. Ojo: no dejar al alcance de los niños.
La carnalidad del cuento por Oscar de la Borbolla
Las definiciones acerca de los géneros literarios, por lo regular, son tan pedantes
que a mí se me antoja comentarlas como un carnicero: comparar los diferentes
tipos de discurso con las diferentes clases de carne, y hacer de este breve texto
una blanda milanesa al alcance de cualquier colmillo-lector.
Mejor que todas las metafísicas del ente de ficción y mucho mejor que ese
vocabulario ininteligible de los críticos, que hace de los renglones tendederos
donde se cuelgan palabras y frases domingueras, es considerar la literatura: carne,
y acercarnos a ella apropiadamente.
Afilar los cuchillos, uno contra otro hace del carnicero un sacerdote, un
verdadero filósofo materialista que deslinda con asombrosa maestría de una parte
la tapa de aguayón, de la otra el costillar, acá los huesos limpios y allá los pegajosos
y elásticos pellejos. Ya quisieran los teóricos, algún día, llegar a separar los
conceptos con la precisión con la que un carnicero desgaja un animal.
COMO CARNICERO, DIGO QUE EL CUENTO ES CARNE MAGRA, SABROSA DE
PUNTA A PUNTA, CALCULADA PARA SACIAR EL APETITO DE CUALQUIERA EN UNA
SENTADA Y DE LA QUE POR FUERZA NO DEBE SOBRAR EN EL PLATO NINGÚN
DESPERDICIO: NI UN GORDO NI UN HUESITO ABANDONADO.
Quien muerde el primer párrafo de un cuento debe sentir que la lengua y el
paladar se le inundan de golpe con un sabor que lo obliga a seguir hasta el fin,
hasta ese último bocado que resume y exacerba el gusto, pero con el que a su vez
uno se queda puntualmente satisfecho. Más que ninguna otra carne, la del
cuento debe cortarse de un tamaño exacto: a la medida del apetito que el sabor
sea capaz de despertar. Un buen cuento jamás resulta corto o largo, es
sencillamente inolvidable como el corazón del filete.
LA NOVELA, POR EL CONTRARIO, ES OTRA CARNE; TIENE NERVIOS Y TIENE GRASA
Y HUESOS Y HASTA PUEDE ESTAR CLAVETEADA O PREPARARSE COMO CUENTE
MECHADO DE VERDURAS.
Estos altibajos, necesarios en la fibratura de la novela, son errores grasos en la
carne del cuento. En éste todo exceso se aceda en la boca y produce unos
efectos vomitivos instantáneos: el lector aparta el cuento y lo devuelve sobre la
mesa; aunque claro, siempre puede uno encontrarse con algún copógrafo
caritativo que a pesar de los abusos lo degluta entero, pues, como se sabe
abundan los lectores anales incapaces de dejar nada a medias.
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LA CARNE DE LA POESÍA POSEE UN SABOR RECONCENTRADO QUE PUEDE
ACOMPAÑARNOS YA PARA SIEMPRE TRAS UNA SIMPLE Y ÚNICA MORDIDA.
La poesía es capaz de curar el apetito en un instante y, por ello, sólo los bárbaros
pueden tragarse un poemario de un tirón. El cuento, insistimos, es carne magra;
la poesía, carne penetrante.
Agrego como carnicero honrado un pilón a propósito de algunos otros géneros:
los estudios literarios son carne molida; las reseñas, pellejos para gato; los análisis
científico-literarios no son siquiera retazo con hueso, sino esqueletos duros como la
palabra “coccix” que al meterse en la carne de la literatura, la hacen parecer no
una vaca viva, sino una vaca de madera completamente rígida, un caballo de
Troya del que descienden los enemigos de la creatividad para arrasarla e imponer
sus dogmas. Ojalá que estas tres cuartillas sean de carne podrida, es decir, de
ucronía.
http://billardeletras.com/recursos-escritores/la-carne-del-cuento-por-oscar-de-la-
borbolla
https://carloscastrom.wordpress.com/2016/05/08/como-escribir-un-cuento-segun-
22-escritores-hispanoamericanos/
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*Actividad 4. Lleva estos cuentos en copias al salón de clases, para trabajar
en ellos. Identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de la
historia.
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Actividad 5. Identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de la historia
de estos relatos.
CUENTOS BREVES
Luis Sepúlveda, “Carta abierta a Santa Claus” en Crónicas, 2011, Santiago de Chile:
Aún creemos en los sueños.
Estimado Santa Claus, Papá Noel, Viejo Pasquero, o como quiera llamarse o ser
llamado. No tema por el tenor de esta carta, no soy el niño chileno que hace varios
años le escribió: “Viejo Cabrón, el año pasado te escribí contándote que, pese a ir
descalzo y en ayunas a la escuela, me había sacado las mejores notas y que el único
regalo que quería era una bicicleta, en ningún caso nueva, no tenía por qué ser un
mounty byke, o para correr el Tour de France. Quería una simple bicicleta, sin cambios,
para ayudar a mi madre en el reparto de la ropa ajena que lava y plancha en casa.
Eso era todo, una puta bicicleta, pero llegó navidad y recibí una estúpida corneta de
plástico, juguete que he conservado y te envío con esta carta para que te la metas
en el culo. Deseo te dé el sida, viejo hijo de puta.”
*Actividad 6:
De los siguientes tres relatos, identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de
la historia de estos relatos.
Empezó con un ligero tal vez accidental roce de dedos en los senos de ella. Luego
un abrazo y el mirarse sorprendidos. ¿Por qué ellos? ¿Qué oscuro designio lo
obligaba a reconocerse de pronto? Después largas noches y soleados días en
inacabable y frenética fiebre. Cuando a ella se le notaron los síntomas del
embarazo, el padre enfurecido gritó: -Venganza. Buscó la escopeta, llamó a su hijo
y se la entregó diciéndole: -Lavarás con sangre la afrenta al honor de tu hermana.
Él ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos
no brillaba la sed de venganza pero sí la tristeza del nunca regresar.
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Marcos Rodríguez Leija (Nuevo Laredo, 1973). Despertar.
Begoña cayó dormida y soñó con una ciudad hermosa, llena de aves blancas que
surcaban un cielo azul como el inmenso mar. Soñó que había grandes palacios
donde vivían reyes que cabalgaban unicornios mágicos, capaces de de pintar el
arco iris con su largo cuerno.
Begoña despertó entre la oscuridad de un cuarto apestoso a mierda. La
puerta principal se abrió de nuevo. Su padre se acercó otra vez desnudo a ella.
*Actividad 7:
De este relato realiza las siguientes actividades:
1. Corrige los errores de ortografía y puntuación.
2. Identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de la historia.
Quérido Jorge resibí tu tarjeta, gracias. Espero que lo que voy a decirte no te duela
en el alma como ami. Miamor, me dá mucha tristesa pero no quéda mas remedio
pues creo ques lo mejor para los dós.
Resulta Jorge que ya no bamos a seguirnos viendo como astaora, se que me
entederas y no me pediras esplicaciones pues tan poco podría dartélas.
Jórge siempre e sido sinsera contigo y te e querido mucho nunca sabrás cuanto de
veras, me sera muy difisil olvidarte, ojalá no sufras como estoi sufriendo y te olbides
de mi.
Temando un ultímo beso con amor
José Emilio Pacheco, El principio del placer.
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me das mi identidad me das mi cuerpo me das mi entraña me das me das oh
cuánto me estás dando fernando eduardo fernando eduardo fernando fernando
fernando otra vez soy.
*Actividad 9:
De este cuento realiza las siguientes actividades:
Identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de la historia.
*Actividad 10:
De este cuento realiza las siguientes actividades:
1. Identifica el narrador, personaje, tiempo, espacio y orden de la historia.
Elena Poniatowska (1979). “La jornada”, De noche vienes. México: Grijalbo.
Creo que lo amé desde que lo vi.
Allí estaban los otros mirando mis piernas, mis pechos, invitándome a bailar,
a tomar una copa con sus risas calientes, sus miradas oblicuas y su cuatachonería
que los llevaba a darse recias palmadas en los hombros. Me sopesaban. Eran como
tenderos que colocan sobre el mostrador un kilo de lentejas y otro de azúcar. Mis
pechos.
Él me miró a los ojos, hubiera querido acariciárselos con las manos. Ni siquiera
se acercó y sentí que debía irme. Afuera lo tomé de la mano para caminar tantas,
oh, tantas calles. Llegamos hasta la tierra. Cayeron las primeras gotas y la tierra se
hizo potente, más negra, húmeda, como que se llenaba de ganas. Su mano era
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una raíz y la mía una semilla. Yo no sabía que las raíces asfixian a las semillas y seguí
caminando confiada. Anduvimos varios años, oh, tantos años. Él me decía que la
tierra sólo es buena cuando está herida y creía adivinar tras cada uno de sus gestos
el cuchillo del hombre.
Ahora regresamos y ya no dormimos bajo la misma bóveda de nubes.
Volvimos después de la primavera, por encima de los árboles, trayendo a cuesta
pedazos de la misma vida. Ya nada sabemos de nosotros. Hemos desandado el
camino.
Felipe Sánchez Reyes
*Actividad 11:
Lee los siguientes tres cuentos y realiza una reseña descriptiva (párrafos) de alguno
de ellos.
1- Gerardo Cornejo -1937-2014- (1994). “Tierra de lobos”. El solar de los silencios.
México: UNAM.
El primer aullido hace astillas el silencio de la madrugada. El Hombre lo percibe
entre sueños y de un salto intuitivo queda sentado entre un desparramo de
sudaderos y cobijas harapientas. Para cuando se abre paso entre la maraña onírica
ya los aullidos anuncian presencias inminentes. Araña, atropellado, la negrura
gélida del interior del jacal y pepena sombras hasta dar con el rifle. No es cosa de
hacerles frente en la penumbra, así que decide treparse en el encino grande y
esperar a que aclara. Desde allí distingue apenas el corral lleno de reses asustadas
y hunde una mirada de reclamo desesperanzado en un cielo oscuro y vacío:
“¡Llevo todo este maldito inviernos desafiando vientos vidriosos para entresacarlas
de los breñales; traerlas al corral todos los atardeceres y salvarle sus noches!...Son
todo lo que le he podido sacar a una perra vida de afanes sin nombre…”. Alcanza
a pensar cuando distingue una figura blanquecina escurriéndose por entre las
trancas. ¡El primer bramido de dolor lo hace saltar a tierra lanzando alaridos como
pedradas, aferrado a la esperanza de que el atacante sea sólo uno! La figura se
hace una raya blanquecina y sorprendida cuando se barre, rápida, bajo los palos
torcidos y huye hacia el arroyuelo cuajado. Suelta entonces un prolongado y
lúgubre llamado que se repite en mil ecos de muerte que van poblando la
madrugada y rodeando lentamente el corral. Las vacas bufan en desafiante
alarme y forman un círculo encerrando en medio a los críos. Cae entonces un
silencio coagulado sobre la penumbra. El Hombre sabe lo que significa y sube al
encino de nuevo. Desde allí desparrama una mirada de zozobra que va a perderse
en la semioscuridad sin lograr distinguir los dueños de aquellas fauces acechantes.
Un no-ruido glacial implanta una espera tirante que va acortándose a medida que
un sigilo de pisadas leves va cerrando el círculo alrededor del corral.
¡Un bramido desgarrado hiende, de pronto, la apretada atmósfera! ¡Un
becerro tierno ha emprendido una carrera de pánico ciego tratando de sacudirse
un lobo gris que se le ha prendido a la garganta! ¡Para cuando lo consigue, ya trae
un nervio colgando y el Hombre sabe que no tiene salvación! El rompimiento del
círculo defensivo de los animales y el olor a sangre fresca enloquecen a los demás
atacantes que se amontonan sobre el animal en una ordalía sanguinolenta. Un
desorden de bramidos aterrados puebla la primera claridad de la mañana
mientras las reses van cayendo una a una con las tripas regadas por el suelo en
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medio de una carnicería de púrpura y una algarabía de muertes desbocadas. Y el
Hombre en medio de la confusión jugándose la muerte al lado de “todos los afanes
de su perra vida”; entre vacas y lobos repartiendo disparos certeros; defendiendo
su ganado antes que a sí mismo; haciendo crujir mandíbulas rabiosas con la culata
de su rifle cuando ya las balas se le han agotado; recorriendo su vida entera en los
escasos segundos que transcurren entre que la dentellada tajante le raja la yugular
y él entra en el solar de los silencios…
Cuando despierta sobresaltado por el primer aullido, no sabe si la pesadilla
ha pasado o apenas comienza.
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miel (para tener la cara como la pompa de bebé); tres blusas transparentes y
sedositas (realmente monas); unos jeans acid wash (carísimos), ¿y tú? ¡ni en cuenta!
Las muchachas de la estética me dicen que no sea tonta, que me aviente;
o, de plano, que deje de perder el tiempo, que con esta cara y este cuerpo… No
vayas a creer que te estoy presumiendo, pero hace tiempo gané un concurso de
belleza (tengo fotos y la banda que dice: “Miss Terio”); además, en el Hollywood
me ofrecían un contrato para imitar a la Castro (con peluca y todo). Esto te lo
cuento para que sepas que no soy una mujer insulsa, sólo contigo me cohíbo y no
doy una.
Ahora ya me conoces, aunque sea un poquito. Yo de ti, en cambio, lo sé
todo. Vives en Fuente de Diana, con tus papás y un hermano; te gusta jugar
básquetbol (con razón me traes botando); calzas del veintiocho (según se lee en
la suela); mides uno setentaicinco (tengo marcado el poste donde esperas la
pesera); conservo un rizo de tu pelo (me lo vendió el peluquero) y la credencial de
la prepa con una foto divina (quiero el original)…Pero no te asustes, no te estoy
vigilando; es mi corazón enamorado que siempre está al pendiente de ti.
Besos Quien tú ya sabes.
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ELEMENTOS DE LA RESEÑA DESCRIPTIVA:
1. Título de la RESEÑA DESCRIPTIVA DEL relato y nombre del autor.
2. Introducción: Datos relevantes del autor y comparar su relato con otro (1-2 párr).
3. Desarrollo o análisis literario: el narrador, historia, personaje, tiempo, espacio y
orden de la historia (2-3 párrafos).
4. Conclusión: valoración personal del relato: qué te agradó o llamó la atención, qué
tema analiza y qué piensas de ello (1-2 párrafos).
5. Ficha o referencia bibliográfica (datos del libro: nombre del autor, título de la
obra, editorial, fecha de publicación y número de páginas).
A partir de estos elementos de la reseña descriptiva, lee los siguientes relatos y
redacta tu reseña de alguno de ellos.
1ª FASE
*Actividad 12: Lee los siguientes tres cuentos y realiza una reseña descriptiva
(párrafos) de alguno de ellos. Tu escrito pasará por las tres fases de producción:
planeación, textualización y revisión.
1.Elise Reyna (Argentina) ALMA DE LOCA
Gracias por verme, sentirme, soñarme.... Les comparto este cuento que ahora es
para mi, porque sí, porque lo decidió...
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2.David Magaña Figueroa (2014). Me la hiciste, we, me debes una, we. La
ópera de ocho dedos.
Cumpleaños de una sobrina de Karime. Fui de mala gana, malhumorado. Estado
de ánimo que cedió con la comida, los tragos, el baile, el lúbrico mirar a tres o
cuatro ninfetas merecedoras de una sesión fotográfica de David Hamilton.
También me impactó observar cómo la familia de Karime aprovechó el rito para
aferrase a sus raíces. Gorritos, disfraces, antifaces, dulces, serpentinas y comida era
de Medio Oriente.
El prietito en el arroz o, mejor, la caca en el kibbeh corrió a cargo de Sharif,
sobrino de mi novia. Comenzaba a saborear mi cerveza cuando ya estaba
sentado a mi lado contándome sus hazañas: “Ya le platicó Kari, we, que me han
expulsado de más de quince colegios. Sí, we, no hay maestro que me soporte, we,
nomás estoy penando qué hacerles, we. Los maestros son lacra, we. Oye, we, ¿te
andas bombeando a mi tía? ¿A poco no está muy buena, we? Me cae que si no
fuera familia, we, pumpum”.
Karime que platica en otra mesa se percata de la situación y va por el
cretino. Lo levanta de la silla y de manera directa le dice que no lo quiere aquí, que
se vaya con sus primos a jugar. Antes de retirarse, el marrano extrae unas postales
de la bolsa de la camisa al tiempo que me dice: “Aquí traigo, we, fotos de Kari
encuerada, we, te las vendo en cien varos, we, porque ya están muy salpicadas”.
Sharif es el adolescente más imbécil que he conocido, y vaya que hay por
miles. Hiperactivo, nervioso, enfermizo, va de un lado a otro, bebe de un trago las
cervezas, molesta a los menores, los tira del columpio, cuenta sin recato chistes
soeces. Quinceañero mórbido que desconoce la palabra límites, agrede con
zapes en la nuca a quien encuentra distraído, lo conozca o no: “¡Póngase vivo, mi
cabrón!”, dice, al tiempo que asesta el manazo. Intenta hacerme su víctima, pero
como ya lo estoy esperando, ágil me hago a un lado, lo que provoca que se vaya
de hocico sobre la mesa. Riéndose como oligofrénico dice: “Qué poca abuela
tienes, we, te pasas de nabo, me la hiciste, we, me debes una, we.”
Sientan en nuestra mesa a un matrimonio con tres hijos infantes: cincuentón,
cabello blanco, saco beige de cashmere, productor de Televisa. La mamá: a mitad
de los treinta: morena, minifalda, buen cuerpo. A los pocos minutos se presenta el
fofo repitiendo su nefasta historia, mientras lo hace, no le quita la mirada a la
mamá. Karime, a su vez, lo fulmina con la mirada. Al buen entendedor… Sharif se
despide no sin antes espetarle al recién llegado, viendo a la esposa: “Está muy
cuero tu hija, we, en un rato la invito a mover el cuerpo”. Al ver cómo se
descompone el rostro del hombre, el cerdo añade: “No te sulfures, suegro, lo vamos
a mover bailando, ¿qué te imaginaste, we?”
Sábado por la noche. Sharif está ebrio. Va de un lado al otro del jardín
paseando un vaso. Su travesía termina cuando queda a la espalda del cincuentón
quien, distraído, ve a dos malabaristas que manipulan bastones con fuego. El
cretino ríe sin sentido, se azora, se golpea la barriga. Y cuando menos se espera,
¡zas! Vacía el contenido del vaso en la espalda del canoso, que se levanta
impulsado por un resorte y le pesca un dedo al fofo y se lo retuerce y, sin llamar la
atención, amenaza: “Hijo de la chingada, te vuelves a acercar a la mesa y te parto
la madre”. Risa oligofrénica, Sharfi se esfuma mientras el televiso limpia,
preocupado, la fina prenda.
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Estoy harto. Busco a Karime, le pido que nos retiremos: comprensiva acepta.
Tengo que orinar. Voy al baño, me estoy lavando las manos cuando entra Sharif.
Trae el pene de fuera, salpicándose el pantalón, llega al urinario. Lo ignoro. Estoy
secándome las manos cuando escucho un chisguete junto a mis pies. El puto gordo
me quiere orinar.
Soy arte marcialista y tengo como principios básicos la tolerancia y la no
agresión. Sin embargo, creo que hay momentos en la vida en que se deben aplicar
escarmientos. A este pendejo le voy a dar el que seguramente sea el primero en la
vida que se deben aplicar escarmientos. Lo esquivo, quedo atrás de él y le suelto
cuatro, cinco golpes precisos en los riñones, lo jalo del cabello y lo estampo contra
la pared. Me ve con ojos vacunos, eso me irrita más y le pongo un derechazo en la
boca del estómago. Apenas siente el impacto suelta terrible chisquete que Linda
Blair, la niña del Exorcista, o el gordísimo que come la menta en El sentido de la vida
de Monthy Python, quedan como aprendices ante el arte de guacarear. Sharif
vomita sin control tratando de bañarme con su porquería. Al no lograrlo, frustrado
se deja caer al suelo y arroja una masa asquerosa. Y vomita y vomita lo que no ha
logrado cagar en mese. Kilos de vasca.
Con ojos empequeñecidos y rojos, la garganta contraída y el estómago
revuelto, salgo del baño.
VIDAEXTRA
Pahko, al terminar la jornada de compra-venta de videojuegos en su puesto del
mercado, siente el cansancio podrido en cada hueso. No fue buen día, no podrá
comprarse ni un gramo. A causa de la muleta y la gordura recorre las calles
lentamente. Su mirada se pierde entre algún mal recuerdo y las grietas de la acera.
La desvencijada puerta de su cuarto de vecindad chilla al ser abierta. Luego se
apresta rumbo a la cama para descansar un rato, pero encuentra algo sobre la
almohada.
“¿Y esta madre de dónde salió?”, piensa al ver un viejo cartucho de Atari. Abre
entonces un polvoso baúl y saca la consola con la que se inició en el mundo de los
videojuegos, ya dos décadas atrás. Inserta el misterioso cartucho en el Atari y lo
prende. La pantalla muestra unos prehistóricos gráficos: en contraste con la nueva
tecnología resulta casi imposible admitirlos.
Se dispone a buscar las opciones del juego para elegir, como siempre, la
más difícil. Después, al iniciar, se dejará perder vidas hasta que sólo le reste una,
quizás así le represente reto. Pero no, aquello no tiene opciones; en el centro de la
pantalla aparece la única alternativa, bajo el título PAC-MAN COME CULPAS:
INICIAR JUEGO.
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Pac-Man, controlado por manos expertas, comienza a comer todos los
bloques que están a su paso. A la par, cada vez que come alguna frutilla aparece
en la pantalla la nota: “Tienes más carácter”, y al hacerle lo mismo a los fantasmas
—previa ingestión de una pastilla de poder— se lee: “Enfrentas tus miedos”.
“¡Ah chingá!, qué versión tan extraña”, se dice.
Al finalizar la primera fase aparece un trofeo de color amarillo intenso y al
pie la nota: “No le gritaste a tu madre por teléfono que la deseabas muerta”. Pahko
se frota los ojos con frenesí; aquello fue justamente lo que dijo dos semanas atrás.
“¿Qué pitos pasa?”, piensa.
Se reincorpora al álbum la foto de su familia que consumió el boiler.
El siguiente escenario es idéntico, sólo que los fantasmas y el tiempo corre un poco
más deprisa.
Sin demora termina de comer todos los bloques. Aparece un trofeo igual al
anterior, pero con otra nota al pie: “No mataste al perro de tu vecina”. Mientras
lee, sus ojos intentan salirse de las cuencas. Él envenenó a ese animal meses atrás,
por lo que tuvo muchos problemas con los vecinos. Un ladrido se escucha cercano.
Al pie del tercer trofeo: “Dos años atrás no te subiste en esa motocicleta”. Sin
darse cuenta se incorpora del sillón, sin necesidad de la muleta.
Al pie del cuarto trofeo: “No caíste en la depresión que te obligó a comer hasta
deformar tu cuerpo”. La ropa de pronto le escurre, ridículamente holgada.
Al pie del quinto trofeo: “No inhalaste el polvo blanco que te ofrecieron hace
seis años”. Desaparecen las manchas de sangre en su almohada.
Al pie del sexto trofeo: “Aquella noche no eyaculaste adentro de María; no
huiste, dejando trunco tu bachillerato”. Un certificado de ingeniero en informática
aparece colgado en la pared.
Al pie del séptimo trofeo: “En la secundaria no te hiciste amigo del Macizo”.
El tatuaje que se hizo en el reformatorio se borra junto con los navajazos en la cara
y el abdomen. Al pie del octavo trofeo: “Llegaste justo a tiempo; no te quedaste
afuera en el estreno de Superman 3”.
Una sonrisa infantil se dibuja en sus facciones. Al concluir la novena fase,
como exclusivo trofeo, un largo párrafo: “Comprueba que no es una mentira:
háblale a tu madre; sal y date cuenta que el perro aún vive; no sientes el cosquilleo
en nariz y paladar que te pide cocaína; asómate al espejo, ya no eres un
descomunal gordo; el tendón de tu pierna no está hecho un amasijo; no hay
marcas en tu cara y abdomen; tienes una casa y alguien te espera en ella, marca
el teléfono que encabeza la agenda; eres ingeniero e inicias una maestría; hay una
cuenta en el banco a tu nombre. Eres lo que has envidiado, lo que siempre has
llamado un triunfador; los pasajes que te forjó mal el destino y tus errores decisivos
están borrados. Sin embargo, el juego se gana hasta superar la fase quince, sólo
entonces todo esto será en verdad parte de tu vida”.
Pahko, como autómata, sigue al pie de la letra los mandatos. El agua fría del
lavabo lo convence de que no está inmerso en un sueño. Sabe que desde hace
mucho tiempo ningún juego se le dificulta, de hecho PAC-MAN COME CULPAS le
resulta bastante sencillo en comparación con otros. Seguro de sí mismo vuelve a
sentarse. Un contador en la pantalla señala que sólo restan cinco segundos para
que pueda continuar parchando su pasado.
—¡No hay forma de que pierda! —grita, y un látigo de electricidad recorre
su columna—. ¡Tengo una segunda oportunidad en esta pinche vida!
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Mira hacia arriba y da gracias a alguien, después toma con determinación el
control, decidido a obtener los trofeos de las siguientes fases.
Fase diez: “En aquella broma no te equivocaste al poner ácido bórico en vez de
bicarbonato en el yogurt de tu primita. No tendrás el remordimiento de verla morir
de nuevo, presa de convulsiones, en tus pesadillas”. Los ojos se le nublan de alegría.
Fase once: “No te violó tu tío, jamás tendrás que bajar la mirada y llorar cuando
el recuerdo se deslice”. Sólo atina a suspirar profundamente. Fase doce: “No te
regalaron en tu séptimo cumpleaños el Atari, no malgastaste tu juventud en
hacerte hábil para los videojuegos; los ataques de epilepsia no pasaron de simples
mareos”. Los ojos le brillan como dando un grito.
Fase trece... Pac-Man es atrapado por los fantasmas: “El juego terminó, has
perdido, el juego terminó, has perdido, el juego terminó... Sigues siendo el que ha
fracasado; al que violaron; tu madre te odia tanto como tus vecinos; eres el
descomunal gordo que usa una muleta para compensar el tendón contrahecho
de una de sus piernas; el epiléptico de frecuentes convulsiones; con quién jamás
una mujer en su sano juicio compartirá su vida, ni siquiera una noche, ya ni siquiera
María... Suerte para la próxima”.
El dolor en la pierna regresa, su cuerpo vuelve a engordar, su autoestima se
desmorona y el teléfono en la agenda desaparece. ¡Cocaína, necesita cocaína!
—¡Puta mierda de pendejada! —grita mientras arroja el control y se muerde el
labio inferior.
Pahko, desesperado y con la cara abotagada de llanto, resetea el Atari y lo
intenta de nuevo.
https://es-es.facebook.com/notes/edgar-omar-avilés/vida-
extra/119699918067156/
http://semich.com.mx/vida-extra
2ª FASE
*Actividad 13: Lee los siguientes tres cuentos y realiza una reseña descriptiva
(párrafos) de alguno de ellos. Tu escrito pasará por las tres fases de producción:
planeación, textualización y revisión.
1.Ana Clavel (Cd. de Méx., 1961), TU BELLA BOCA ROJO CARMESÍ -1984-
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los tonos beige, mientras que Susana no salía del azul de sus pantalones de
mezclilla. Se mordió el labio inferior; arrancó otra tira de periódico y encendió el
boiler.
Debido a que tenía la seguridad de haber visto un traje parecido al de la
modelo, quiso aprovechar los minutos que tardaría el agua en estar lista. Se dirigió
al cuarto de la madre y hurgó en el clóset. Pero a medida que revisaba gancho
tras gancho la búsqueda resultaba inútil. Se le ocurrió entonces que el único lugar
donde podía hallarse era junto con aquella ropa vieja que su madre almacenaba
en las dos maletas para las que se había hecho un lugar especial en la parte de
arriba del guardarropa. Dos veces estuvo a punto de caer en su intento de bajarlas.
Sin embargo, la elasticidad de sus piernas y un sentido del equilibrio que adquirió
en la plataforma de diez metros, se lo impidieron. "Vaya, se dijo, si quiera en estos
casos sirven de algo los afanes de mi mamá". De no haber sido por ella, de seguro
nunca habría practicado ningún deporte. Siempre fue más atractivo escuchar
nocturnos de John Field en compañía de Esther; o simplemente tirarse bocarriba en
el pasto del jardín, y observar cómo los edificios que rodeaban su casa crecían y
se alargaban hasta alcanzar las estrellas. A veces la luna.
Antes de jalar el cierre de una de las maletas recordó las cajitas musicales
que abrigaban chucherías sólo importantes para quien las guarda. Conforme
tiraba del cierre, su estómago quedó suspendido en una pegajosa telaraña. Sus
labios pequeños se abrieron hasta formar la abertura de un ojal en espera de la
flor. El olor a naftalina comenzó a inundar la recámara.
Lo primero que apareció a su vista fueron las colchitas rosas de Esther. A pesar
de que su madre acostumbraba a hablar poco de aquella época, no le había
costado trabajo intuir los problemas económicos en la propia renuencia a tocar el
tema y en la sucesión de las colchitas de Esther a Susana. La situación no debió
prosperar en varios años porque cuando le llegó el turno también las usó. Por
supuesto que no se recordaba en pañales, pero aún así la última vez que abrieron
las maletas (unos nueve años atrás) no le cupo la menor duda: las identificó como
suyas.
Abajo de las colchas, protegido en una gran bolsa de plástico, se agazapaba
el vestido de novia de su madre. Lo extrajo con cuidado de su envoltura y se lo
midió por sobre la ropa. Qué diferencia a cuando se lo probó la última vez.
¿Cuántos años tendría entonces? ¿Siete, ocho? Y luego buscar en el fondo de la
maleta el retrato de su madre, el día de la boda. Realmente, sin engaños emotivos,
era hermosa. De una belleza que la misma madre reconocía y que la llevó a colgar,
años después, amplificadas, sus mejores fotografías en la sala. Las visitas siempre
afirmaron su gran parecido con ella.
El recuerdo del agua, de seguro ya casi lista, hizo que apresurara la
búsqueda; pero fue hasta la segunda maleta registrada cuando encontró el
vestido. Apenas hallado, restregó la suavidad de la tela contra su rostro. No se
había equivocado. Tomó un gancho desocupado y luego de colgar la prenda se
metió a bañar indiferente al desorden que había dejado en el cuarto.
Desde que decidió aprovechar las ausencias de su familia, cada detalle
cobró una importancia singular. Cuando tomó el jabón y comenzó, lenta y
suavemente, a untárselo en la piel no pudo evitar estremecerse. El agua descendía
a su cuerpo y resbalaba por él trayendo consigo la capa de jabón, vuelta espuma.
La miraba descender imaginando las manos amantes que al desnudar acarician.
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Por un momento, su cuerpo se mantuvo estático, Las manos levantadas a la
altura de la cabeza, simulaban sostener un cántaro. Otra vez la ilusión de ser la
ninfa de una fuente: o tal vez la escultura de un Pigmalión en espera del beso que
habría de extraer el deseo de un sueño hibernatorio. Sin embargo, no era deseo
dormido lo que había colocado en su piel toda la disposición de las flores maduras
en espera del polen, Por el contrario, Pero a sus labios sólo se adhirió la humedad
precedente de la regadera.
Tardó varias horas en vestirse. Bueno, es que estaban las cremas para el
cuerpo; los rollitos de las medias que había que desenredar e ir ajustando en las
piernas, poco a poco; planchar el vestido con una tela húmeda; el cepillado de la
peluca... Se colocó frente al espejo para afinar los últimos detalles: un mechón de
cabello rebelde y fuera de sitio, aplicarse otra capa de bilé en los labios, dar por
desahuciado el asunto de las uñas postizas. Sin embargo, lo amplio del vestido no
dejaba de agradarle. Pasó la mirada por la habitación en busca de algo que
pudiera servirle: la cama con las dos maletas rebosando ropa por todas partes y la
cómoda no parecieron sugerirle nada. Recordó entonces un cinturón dorado en
forma de culebrilla en el cuarto de las hermanas. Para ajustárselo tuvo que hundir
el estómago hasta que se hizo necesaria la presencia de nuevo aire en sus
pulmones. Y por fin salió a la calle.
Regresó antes de lo previsto, De no haber sido por los pies hinchados y la
cintura avispada habría permanecido afuera hasta poco antes de las seis. Como
no eran numerosas las ocasiones en que tenía oportunidad de aprovechar la
soledad de la casa, había dudado antes de iniciar el proceso de desvestirse. Con
las manos detenidas en el cinturón recordó frases y situaciones ocurridas unos
instantes atrás. Casi soltó la carcajada cuando vino a su mente la imagen de
aquella señora que le propino una bofetada a su esposo al sorprenderlo
embobado, perdido en la contemplación de sus piernas. Y la cara del lechero,
cuando por unos segundos de distracción, miró su carrito y las cajas de leche
regadas por el suelo.
"Mamacita... ¿te doy un aventón?", y sus ojos observando el rutilante LTD,
para después voltear despreciativamente el rostro, disimulando la satisfacción de
su éxito.
Al salir al patio, ya se había quitado el cinturón y las zapatillas. Aunque
decidió no salir más, se rehusó a desprenderse de su vestimenta antes del tiempo
necesario: quería gozar hasta el último momento. Se recostó en el pasto. Ya a punto
de dormirse jugó con la idea de que, si quisiera, con sólo cruzar el zaguán bastaría
para poner de cabeza otra vez a toda la manzana.
El ruido de las llaves del otro lado del zaguán, le hizo buscar el reloj de
inmediato. 6:20. Corrió al interior de la casa y se encerró en la recamara de la
madre. Mientras se quitaba el vestido, se arrepintió de no haber colocado las
maletas en su lugar.
- ¡Carlos, Carlos, ya estamos aquí! - escuchó que gritaba su madre al tiempo
que, nervioso y con la sensación de las paredes trasformadas en rejas, sólo atinaba
a untarse crema en los labios para desvanecer la huella carmesí del bilé.
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2. Curiel, Rossana (2007). “Martha”. Historias de Señoritas. México: Porrúa.
La primera gota tomó su tiempo. Tenía que recorrer la palma de la mano aún tibia, luego
viajar por el dedo medio hasta quedar pendiendo unos cuantos segundos, acumular el
suficiente peso para descolgarse y finalmente caer sobre la alfombra blanca. Después de
ella siguió un lento y espeso riachuelo que no paró hasta dejar vacío aquel cuerpo.
Esa noche Gerardo cayó perdido de cansancio. En sus sueños veía miles de
fragmentos femeninos y rostros que se mezclaban de diferentes maneras hasta formar,
como una obsesiva aparición, la nueva imagen de Martha, la que aún no lograba
acomodar en sus ojos ni en sus manos. Ella, por su parte, se rebatía entre la angustia de
una pesadilla y el recuerdo de tantos momentos palpados, si no en su piel, al menos en
su imaginación. Su cuerpo no habitado volvió a desear a Gerardo con la desesperación
y locura que engendra el descubrimiento del fuego entre las piernas. Cuando sus
párpados se dejaron caer al fin, un escalofrío le recorrió la piel y percibió el tiempo como
una escalera eléctrica que la llevaba en sentido contrario, para devolverla a ese primer
instante en que se encontró de golpe con el amor de su vida.
Nunca podría olvidar la noche en que lo conoció. Gerardo entró al salón como siempre
lo hacía, orgulloso, impecable, absoluto, abarcando todo el espacio. Llegó con Dafne, la
modelo más cotizada en aquel momento, pero eso no le impidió a Martha ver y disfrutar
cada uno de sus movimientos. Era bien conocido en el ambiente del modelaje por su
ritual de conquistar a las jóvenes que tenían buenas posibilidades de alcanzar el éxito.
Una vez que esto sucedía, ganaba buen dinero representándolas y después las
cambiaba por la siguiente. Gerardo vivía un sistema de consumismo femenil que en el
fondo lo tenía bastante harto, pero que no evitaba por inercia y tal vez por un escondido,
pero profundo miedo a la soledad.
Martha lo había visto miles de veces y tenía muy claro que él difícilmente se acercaría
a una mujer que no sólo estaba muy lejos de ser perfecta, sino que tenía un buen cúmulo
de defectos físicos como ella. Él, cincuentón codiciado, famoso y perfecto; el que habría
tenido en sus brazos a las mujeres más bellas del planeta; el soñado, el miles de noches
imaginado. El imposible.
Martha era muy consciente de su posición como modista de alta costura. Estaba
perfectamente ubicada y hacía con gusto su trabajo para el que vivía entregada a sus
cuarenta y dos años, tratando de no mirar demasiado a esas mujeres salidas de las
manos de un alquimista, perfectas diosas que, como un espejo burlón, le recordaban una
y otra vez que ella era una mujer falta de gracia. No sólo era su nariz ancha y caída y sus
mejillas voluptuosas; no, era todo lo demás. Sus enormes caderas y el busto
desparramado, la inexistente cintura, la celulitis abundante y la flacidez; pero sobre todo,
el convencimiento de que en ella no había algo digno que fuera capaz de sustituir tanta
fealdad por algo más valioso. Por eso mantenía la mirada de hielo sobre sus pies, y los
labios -únicos dones de hermosura que la naturaleza le había concedido- endurecidos
por el miedo. Porque, aunque ella no lo reconocía, tenía una de las bocas más hermosas,
de labios desbordantes y comisuras que apuntaban hacia arriba dejando escapar en una
sonrisa permanente e involuntaria, la insinuación del deseo contenido durante toda una
vida.
Martha era ciega frente a sí misma, ella era sólo Martha la costurera, la deforme, la
bonachona, la cumplida, la insomne, la resignada, la que llora, la que desea, la que se
odia, la sola.
Esa noche como tantas otras, observó a Gerardo desde un rincón mientras bebía su
copa de vino tinto, saboreándolo como si fueran los labios de ese hombre; imaginando el
sabor de sus dientes y de su aliento. Lo observó de pies a cabeza como hacía siempre,
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y en su lengua imaginó su lengua, mordió su aroma y midió cada uno de sus movimientos,
tratando de quemar su piel con la forma de sus manos. Él era la única razón por la que
se quedaba al brindis después de algún desfile de modas, y esa noche como otras -
agazapada y sola en algún rincón para pasar desapercibida-, adoraba al único hombre
al que, al menos en su imaginación, se había entregado.
Miró a Dafne con sus gestos de diosa, proporcionada, adecuada en todo momento.
Qué más podría pedir esa joven. Hablaba con la gente como si todos los idiomas fueran
el mismo, brisa de mar deslizándose entre las miradas insinuantes de los hombres. Vio
a Gerardo, bebiendo solo, mirando con hastío a las demás mujeres, quienes al sentir sus
ojos se retorcían halagadas con la esperanza de formar parte de su larga lista de
amantes. Martha medía cada uno de los movimientos de ambos, a Dafne jugando a ser
la diosa, y Gerardo a ser inalcanzable. De pronto Martha descubrió cómo Dafne siguió
con la mirada a un joven mesero, se le acercó, dejó su copa en la charola que le quitó de
las manos y que puso sobre una mesa, lo tomó del brazo, sopló brevemente su oído y
desapareció con él rumbo al jardín. También se dio cuenta de cómo Gerardo los siguió
con la mirada y cómo su rostro se transformó en alivio, cómo bebió de un trago el coñac
de su copa y se dirigió hacia la salida buscando aire y cómo -sin haberlo esperado ella-
se le fue acercando hasta que sus piernas se paralizaron y no pudo huir a ningún lugar
para esconderse. Él se topó con ella, con sus ojos aterrados y su corazón a punto de
abrirle un boquete en el pecho.
Ahí frente a ella era distinto, parecía más joven y su mirada era más dulce de lo que
había imaginado. Observó cómo sus pupilas empequeñecidas en un principio se iban
agrandando al mirarla. Martha, muda, sintió que su vida entera recibía el golpe brutal de
un suaje y que todas las palabras le manchaban la mente haciendo de su lengua un
inmenso nudo. Tembló cuando él la enganchó de sus ojos sin darle respiro y le tomó las
manos lentamente para llevarlas a su boca y besarlas. Martha tembló desde ese
momento. Tampoco supo qué hacer cuando después de besarle cada uno de los dedos,
la abrazó y la fue llevando paso a paso por un corredor hasta que la introdujo en una
habitación en donde le miró los ojos hasta dejarla ciega.
Martha enamorada, Martha de labios dulces y lengua de huracán, Martha virgen,
Martha desolada y perdida desde ese momento.
Al fin habló de sus labios hermosos, del amor inesperado, de la noche, de sus brazos,
de la paz, y la dulzura de su mirada. Y Martha no volvió a mirarlo como tantas otras veces,
era el mismo pero distinto, con luz en la boca y magia en las palabras. Así, ausentes los
dos frente a la luna, abrazados, murmuraron su deseo y prometieron lo que jamás antes
habían prometido.
Gerardo partía en unas horas rumbo a París, pero juró de todas las maneras posibles,
que volvería en seis meses para no volver a separase nunca más. Y Martha le creyó.
Desde la terraza en la que alcanzaron a ver a Dafne salir con el mesero, Gerardo suspiró
aliviado y se despidieron con un beso que duró siglos.
Él partió esa madrugada y Martha descubrió un destino.
Como todos los enamorados pasó noches en vela intentado acercarse a él con la
fuerza del pensamiento. Vivía con la mirada perdida tratando de comprender la razón de
ese amor fulminante, queriendo descubrir en sí misma qué había sido lo que él encontró
en ella, y escuchaba una y mil veces sus palabras, que al paso de los días se iban
evaporando como la más ligera brisa. Martha, la enamorada, se miraba al espejo y
encontraba a una mujer diferente, una mujer susceptible de perfeccionarse sólo por el
deseo de estar de nuevo con su hombre y complacerlo.
Los primeros días después de la separación cayó enferma de nostalgia como todos
los enamorados. Dejó de comer y lo único que giraba en su mente era la presencia de
aquel hombre, pero un día llegó una carta a la que siguieron otras. Entonces Martha
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volvió a respirar y regresó al mundo, se miró de nuevo en el espejo y descubrió que su
tristeza la había hecho más delgada, que no menos deforme y fue precisamente en ese
momento cuando comprendió cuál había sido el sentido de tantos años de trabajo y
ahorros.
Por primera vez se atrevió a exigir todas sus vacaciones acumuladas, se tomó dos
meses y más adelante otros dos. Comenzó su misión.
Primero fue la nariz, que era demasiado larga y ancha, continuó con las bolsas de los
ojos y una prótesis en la barbilla que estaba demasiado sumida. Y así, como en los
rompecabezas, cuando una pieza cambia, el resto ya no encaja, Martha se convenció de
que su nuevo rostro no tenía ya mucho qué ver con su cuerpo; así que se redujo el busto,
se sometió a una liposucción en piernas y caderas y se operó el vientre. En cinco meses
Martha era una mujer con 20 kilos menos y otra apariencia. Pronto se acostumbró a su
nueva imagen y decidió, para concluir, darse un toque final: se cortó el cabello y le aplicó
un tinte.
Desde entonces Martha aprendió a mirarse al espejo sin vergüenza, al fin era una
mujer deseable ante sus propios ojos. Ahora rubia y delgada, aprendió a maquillar sus
cicatrices, cambió su vestuario por otro más moderno y atrevido, y poco a poco se
transformó en una mujer digna de aparecer en cualquier revista. Sólo su corazón
romántico y su alma esperanzada se mantuvieron intactos.
Los mese pasaron rápido, entre cirugías, recuperaciones y fantasías de lo que sería
la noche en que recibiera a su hombre. Gerardo volvió y para Martha, ni velas ni
champaña serían suficientes para demostrarle lo que sentía. Lo recibió emocionada,
asustada, entre el temor del reencuentro y la desesperación del deseo. Él, al verla, no
comprendió nada. Era ella, de eso no había duda, pero era como estar viendo una copia
mal restaurada. Por supuesto no se atrevió a decir palabra en relación a su evidente
cambio. Observaba a la nueva Martha, la reconstruida, y volvían a su mente las cientos
de modelos a las que había poseído de manera casi automática y con las que se había
convencido de que muy pocas cosas en la vida podrían ser distintas. La miraba y
desconocía aquellos ojos de los que se había colgado para la eternidad; no encontraba
a la mujer que al fin había descubierto y cuya belleza radicaba justamente en su
imperfección. Agradecía sus atenciones y sus esfuerzos por complacerlo, pero la magia
había desaparecido. La fantasía de haber encontrado una perla en medio de un desierto
se le venía abajo cada vez que observaba la nariz perfecta, los senos firmes que se
insinuaban a través de la seda; cada vez que los labios de Martha, antes deseados y de
belleza brutal, sonreían dejando ver una extraña mueca, modificados por esa barbilla
plástica impuesta a golpe de bisturí. Pero Gerardo -que era un caballero- sabía que esa
noche no podría irse de ahí sin amarla, sabía que ella lo había esperado como se espera
la luz en una cueva y no podía defraudarla. Después de todo, ella sólo trataba de
complacerlo.
A pesar de ser un hombre de mucha experiencia, nunca se había enamorado hasta
que conoció a Martha y aunque ahora ella ya no existía, frente a él estaba su apoderada
y tendría que responderle al menos esa única noche antes de desaparecer de su vida
para siempre.
Cenaron y bebieron, bailaron, hablaron del tiempo ausente, de su nostalgia y las
noches en vela; hablaron del trabajo y del amor hasta que Gerardo cerró los ojos y
comenzó el recorrido por ese cuerpo que sin haberlo aún palpado, conocía muy bien
porque ahora se había convertido en una réplica de tantos otros. Sabía las proporciones
de las caderas y la cintura, sintió la lisura del vientre y el ombligo reconstruido. Abarcó
los senos duros, de talla ideal y percibió las cicatrices de la liposucción en esas piernas
bien esculpidas. Martha, por vez primera, sentía las manos de un hombre descubriendo
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su cuerpo y podría haber jurado que estaba a punto de incendiarse, pero él no pudo
hacerle el amor.
Entre abrazos y besos trataba de complacerla. Se disculpaba una y otra vez con la
excusa del cansancio del viaje y el cambio de horario. Ella guardó su desilusión en una
sonrisa perfecta y su cuerpo nuevo en una bata de seda. Acarició a su hombre con
dulzura y lo hizo dormir. Mañana sería otro día. Frente al espejo del baño observaba su
cuerpo desnudo y proporcionado; su rostro bien remodelado, el maquillaje impecable y
se preguntaba una y otra vez qué había salido mal. Volvió a la cama con Gerardo y se
recostó a su lado.
En un solo instante se dio cuenta de que había vuelto a ser ella misma: la fea, la sola,
la aterrada, la no mirada. Quiso disculparlo a cualquier precio y buscó todas las excusas
posibles, pero en el fondo nada resarcía su orgullo herido. Sintió rabia, pensó que quizás
él nunca había sido para ella, que todo había sido una ilusión producto de su soledad,
comprendió de pronto lo que significaba quemarse con el hielo.
Sus ojos paralizados indagaban al vacío y cientos de respuestas posibles aparecían
en su mente. Tal vez algo había faltado, quizás el color del cabello no era el correcto o a
lo mejor debía haber tomado en cuenta la sugerencia del cirujano de aumentar sus
pómulos un poco para proporcionar bien la barbilla; o, peor que todo, tal vez lo que había
hecho no era siquiera lo que Gerardo en el fondo buscaba y por eso no había podido
amarla. Nunca pudo pensar que él, amante perfecto, fallara de vez en cuando como
cualquier hombre, porque ella no sabía cómo eran los hombres. Tal vez por eso se
levantó y llegó al baño de nuevo, se miró una vez más, y después de limpiar el rímel que
le manchó los ojos y de retocar su maquillaje y su peinado, tomó una navaja y decidió
practicarse una última cirugía. Al menos de esa forma, no sería él quien volvería a dejarla.
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3. Hiromi Kawakani (2016). Peregrinos. Amores imperfectos. Acantilado.
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4. Hiromi Kawakani (2016). Una carta verde en un sobre verde. Amores imperfectos.
Acantilado.
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3ª FASE. Actividad: Después de realizar estas reseñas descriptivas, tú eliges el
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