La Economía Explicada A Mis Hijos

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LA E C O N O M I A

EXPLICADA
A MIS HIJOS

Martín Krause

AGUI LAR
D I E C I O C H O

E L G A S T O PÚBLICO

Fausto y Príncipe y mendigo


Entre estas lacras que devoran lentamente nuestra
economía y nuestra sociedad occidental,figurandos en
cabeza: el avance, al parecer incontenible, del Estado de
bienestar o Estado-providencia, y la pérdida del poder
adquisitivo de la moneda, conocida bajo el nombre de
inflación reptante. Ambos hechos están íntimamente
relacionados entre sí, tanto en razón de sus causas como de
su fomento mutuo. 1

W I L H E L M RÓPKE (1899-1966)

En 1789, Benjamín Franklin escribía una carta a


M . Leroy con una frase que luego pasaría a la historia:
"En este mundo nada es seguro salvo la muerte y los
impuestos". Por lo menos, desde que las sociedades han
estado regidas por un Estado, éste ha necesitado fondos
para cubrir sus gastos, pero esos fondos no provienen
solamente de los impuestos, de la misma forma que sus
gastos no siempre han sido los mismos.
A partir del siglo X X , el Estado ha asumido nume-
rosas tareas adicionales a las que tradicionalmente reali-
zaba en materia de seguridad, defensa y justicia: servi-
cios de salud y educación, jubilaciones; la provisión de
servicios de transporte ferroviario, aéreo; la administra-
ción de teatros, canales de televisión, radios; la provi-
sión de servicios de agua, electricidad, telecomunicacio-
nes, energía; la administración de fábricas, de campos,
de comercios, de minas, de bodegas y viñedos, de líneas
marítimas de carga, de hoteles, de parques, de impren-
tas, de agencias de publicidad, de centros deportivos y
recreativos y de muchas otras cosas más.
Todas estas actividades no son gratuitas, sino que

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tienen su costo y requieren para su administración una


creciente "burocracia", expresada por medio de todo ti-
po de secretarías, subsecretarías, organismos, asesores y
funcionarios, misiones al extranjero y demás. Para con-
seguir los recursos que esto demanda, se debe exigir a
los ciudadanos una parte de su patrimonio o de sus in-
gresos. Al margen de que pensemos que el Estado deba
hacer esto o no, lo cierto es que alguien tiene que pa-
garlo y, en definitiva, no hay otro "alguien" más que los
contribuyentes de ese Estado. Probablemente, si éste le
planteara directamente a sus ciudadanos para qué se ne-
cesita ese dinero y qué se va a hacer con él, los ciudada-
nos, en la mayoría de las oportunidades, se negarían a
dárselo.
El Estado tiene las siguientes alternativas para fi-
nanciar su gasto:
• cobrar impuestos
• endeudarse
• vender activos
• generar ingresos propios por la venta de servicios
• emitir moneda.

Impuestos

Suele decirse que los impuestos son el medio


nuino" de financiar los gastos del Estado. Esto se debe
a que tarde o temprano, buena parte de los otros méto-
dos terminan siendo impuestos o son impuestos disfra-
zados.
Aunque suelen ser divididos en "directos" (a las ga-
nancias, al patrimonio) e "indirectos" (a las ventas, al
valor agregado), lo cierto es que todos los impuestos
afectan el patrimonio de los contribuyentes. Y si bie»
los impuestos tienen como objetivo principal aportar

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los recursos necesarios para financiar las actividades es-


tatales, los gobernantes se han visto tentados de impo-
nerlos con el objetivo de alentar o desalentar ciertas
conductas que estiman beneficiosas en un caso o noci-
vas en otro.
Acerca de esto discuten los profesores que encuen-
tra Gulliver en su viaje, al visitar la Academia en la isla
de Lagado:

Asistí a un debate muy acalorado entre dos profesores


acerca del modo más cómodo y efectivo de recaudar dinero sin
oprimir a los contribuyentes. El primero sostenía que el méto-
do más justo sería poner un tributo sobre los vicios e idioteces
de cada individuo; un jurado de vecinos sería el encargado de
fijar la cantidad del modo más objetivo posible. El segundo
sostenía la opinión enteramente opuesta; quería que cada
persona tributase por las cualidades físicas y espirituales de las
que se enorgullecía; cuanto más alta estima uno se tuviese,
más elevado sería el impuesto; el importe sería fijado por cada
uno. El impuesto más elevado recaería sobre los hombres de
mayor éxito con las mujeres y variaría según el número y na-
turaleza de los favores recibidos. El cómputo se fijaría por las
declaraciones del propio interesado. La inteligencia, el valor, y
la cortesía estaban también sujetas a severo tributo; se recau-
daba del mismo modo: la cantidad dependía de las declaracio-
nes del propio contribuyente. El honor, justicia, prudencia y
saber estarían totalmente exentos de impuestos, porque son
calificaciones tan singulares que nadie las valora ni en uno
mismo ni en el prójimo.
Las mujeres tributarían por su belleza y elegancia en el
vestir, otorgándoseles el mismo privilegio masculino: el de fi-
jar ellas mismas la cantidad. Pero la constancia, castidad, el
sentido común y la bondad no estaban en consideración, por-
que no cubrirían los costes recaudatorios?

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El debate es aleccionador en dos aspectos. Er. -


mer lugar, los profesores tratan de encontrar un im-
puesto que no oprima a los contribuyentes. En verdad^
esto no es posible, ya que se trata de una exacción, un
pago forzoso, necesario para mantener los gastos del
Estado. Por ello, no puede haber discusión acerca de
los impuestos sin que la haya acerca de los gastos.
En segundo lugar, ambos profesores se guían por
un criterio correcto, esto es, cuando se aplica un im-
puesto sobre un producto, se obtiene menos de ese pro-
ducto. Uno de los profesores quiere imponer impuestos
sobre los vicios, con el objetivo de que éstos disminu-
yan. El otro, en realidad, no tiene una opinión diferen-
te, ya que intenta colocar un impuesto sobre las cuali-
dades que cada uno estima tener, con el objetivo de
reducir la pedantería y el engreimiento.
En nuestra dura realidad, los impuestos se aplican
muchas veces sobre las actividades productivas y, por lo
tanto, obtenemos menos de ellas. Incluso se llega a nive-
les de impuestos tan altos que ciertas actividades se ven
forzadas a cesar. Este es un viejo concepto que ha reco-
brado actualidad a través de una presentación simplifica-
da, bajo el nombre de "curva de Laffer", en honor del
economista que la presentó mediante un simple gráfico.
Obviamente, un impuesto cuya tasa fuera del cero
por ciento no proporcionaría recaudación. En el otro
extremo, si la tasa fuera del 100 por ciento tampoco la
habría, pues nadie realizaría ningún esfuerzo para luego
ver esfumarse el resultado en el pago del impuesto.
A medida que la tasa crece a partir de cero, la re-
caudación aumenta, pero en un punto (señalado en el
gráfico con la letra A), comienza a reducirse hasta llegar
a cero, cuando la tasa alcanza el 100 por ciento. Este fe-
nómeno es el que describe la curva:

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En algún punto, entonces, si se aumentan los im-


puestos, se recauda menos. Esto es así por dos razones:
la primera de ellas ya fue mencionada. A una cierta tasa,
algunas actividades no pueden sostenerse, no son renta-
bles, no conviene realizarlas, por lo que decaen y se ter-
mina recaudando menos. La segunda se refiere a que, a
mayor tasa, mayor es el incentivo para evadir el impues-
to. Enfrentado al pago de un determinado impuesto, un
contribuyente se ve ante la necesidad de resignar renta-
bilidad para pagarlo. Cuando las tasas son moderadas,
puede ser que su sentido del deber lo lleve a no cuestio-
narse el pago del impuesto y pagarlo, para evitar asumir
el riesgo de ser descubierto y el monto del castigo. Pero
cuando la situación se acerca a la del punto anterior —la
supervivencia del ingreso—, entonces la "conciencia
del contribuyente" se diluye y aumenta el "premio" de
evadir. No es lo mismo arriesgarse para evadir un mero
10 por ciento, que no determina la vida de un negocio,
que arriesgarse ante una tasa del 85 por ciento cuando
un negocio se ve amenazado de muerte.
Resulta, entonces, fundamental determinar en qué
lugar de la curva se encuentra un país, pues puede ocu-

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rrir que se encuentre por encima del punto A, y que un


gobierno decida aumentar los impuestos, con lo cual
terminará ahogando la actividad económica e incluso
recaudando menos. En tales circunstancias, sería con-
veniente reducirlos.
Es necesario aclarar que el punto A no es un punto
"óptimo", porque lo que es necesario "maximizar" es la
producción de bienes y servicios, no la recaudación im-
positiva. Es cierto que con mayores niveles de produc-
ción el gobierno termina recaudando más pero ¿para
qué? Una vez que los ciudadanos obtienen del Estado
los servicios que estiman necesarios, y el Estado los
brinda en la forma más eficiente, no es necesario recau-
dar más, sino, en todo caso, aliviar la carga impositiva
sobre los contribuyentes para que éstos destinen esos
recursos a aquellos fines que estiman más convenientes.
Por otro lado, la "forma" de la curva no es igual en
todas las sociedades. Algunas tienen mayor preferencia
por los servicios públicos que otras, o reciben buenos
servicios a cambio de sus impuestos (Gráfico 1); en
otras, los contribuyentes tienen una menor preferencia
por ellos o estiman que a cambio de sus impuestos no
reciben servicios que valoren (Gráfico 2).

Gráfico 1 Gráfico 2

Tasa Tasa
100%

0%
Recaudación Recaudación

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En el primer caso (Suecia, por ejemplo), la gente


está dispuesta a pagar elevadas tasas y la recaudación se
reduciría solamente después de que se alcanzaran tasas
muy altas (aunque es necesario señalar que en Suecia
los impuestos a las empresas son muy bajos, de otra for-
ma no podrían competir internacionalmente, y la carga
impositiva recae principalmente en los individuos).
También podría ser, en este caso, que la elevada carga
impositiva sobre la renta personal presente un costo
más alto para evitarla, pues haría necesario que los sue-
cos se trasladaran de su país a otro (los "millonarios"
suecos como Ingmar Bergman o Björn Borg suelen ser
residentes de lugares como Montecarlo); por otro lado,
la carga impositiva sobre las empresas sería baja porque
éstas no tendrían mayor problema en trasladarse a luga-
res de menor presión fiscal.
En el otro caso (Gráfico 2), la recaudación cae rápi-
damente ante tasas mucho menores porque la gente no
cree estar recibiendo buenos servicios por parte del esta-
do o por problemas de cultura fiscal, rebelión, etcétera.

Deuda

Como se mencionó antes, existe una preferencia


por parte de los gobiernos a financiar sus gastos con
deuda, si es que pueden tomarla. La razón es simple: los
efectos positivos del mayor gasto se perciben de inme-
diato, mientras que los costos llegarán más adelante,
como dijimos.
Cuando el gobierno se endeuda, no sucede nada
distinto que cuando cualquier persona lo hace: el en-
deudarse le permite un mayor nivel de gasto ahora, pero
como deberá devolver la suma prestada, esto significa
que tendrá que reducir su gasto en el futuro. En otros

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términos, deuda hoy son impuestos mañana, y la deuda


que hoy se paga es lo que han gastado otros antes.
Esto genera algunas consecuencias importantes, tan-
to económicas como políticas. En cuanto a las económi-
cas, cuando un gobierno asume deuda, "desplaza" al sec-
tor privado, eleva la tasa de interés, con lo que hace más
caro elfinanciamientode la actividad productiva y ésta se
ve reducida. En relación con las políticas, plantea la polé-
mica cuestión acerca de si corresponde hipotecar los fu-
turos ingresos de contribuyentes que hoy no votan y, por
lo tanto, no pueden opinar acerca de la carga que van a
tener que pagar en el futuro. Algunos incluso todavía no
han nacido... y ya tienen una deuda sobre sus hombros.
De igual forma que sucede con una familia o una
empresa, se puede seguir aumentando la deuda hasta
que se llega a un punto en el cual nadie está dispuesto a
continuar prestando, ya que el riesgo de incumplimien-
to {default) es muy elevado y no hay tasa de interés que
justifique asumirlo.
En la actualidad, esto es medido por el así llamado
"riesgo país", que toma en cuenta la diferencia de tasas
de interés entre la deuda emitida por un país sólido y
estable, y el resto. Cuanto más amplia es esa diferencia,
más elevado es el "riesgo país".
Existen básicamente dos formas distintas de tomar
deuda pública: obtener préstamos o emitir bonos. En d
primer caso, al igual que puede hacerlo un particular, se
recurre a una institución financiera y se pide un présta-
mo, el que demandará luego la devolución del capítaL
más un determinado interés. El segundo caso no es
muy diferente, pues el gobierno emite unos p a p e l »
(bonos) que son adquiridos por ahorristas en las mismas
condiciones generales: devolución del capital más un
determinado interés. Hay, sí, una diferencia práctica
para los gobiernos, ya que en el primer caso es más sen-

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cilio negociar si un gobierno tiene problemas para el


pago de la deuda. En los años ochenta se organizaban
"clubes de bancos" que renegociaban las condiciones de
los préstamos. Pero en el caso de la venta de bonos, co-
mo éstos pueden estar diseminados en un gran número
de ahorristas de muchos países, esa negociación no es
posible, por lo que el Estado que quiera "renegociar"
los términos de su deuda debe ofrecer un nuevo bono,
en otras condiciones, tentar a los ahorristas para que los
cambien y probar el resultado que obtiene. Este proce-
dimiento se denomina "canje de deuda".
La deuda pública suele también ser clasificada co-
mo "externa" e "interna". La primera sería aquella que
está en manos de acreedores extranjeros, pero también
suele darse ese nombre a toda deuda que está expresada
en moneda extranjera (bonos en dólares, por ejemplo,
aunque los tengan ahorristas locales), mientras que in-
terna sería aquella que está en poder de acreedores lo-
cales o expresada en moneda local.
Sólo existe una diferencia económica en el caso de
deudas denominadas en moneda local o extranjera. La
razón es que la primera puede pagarse emitiendo mo-
neda, y de esa forma se "licúa", mientras que en la se-
gunda no existe tal posibilidad, pues un gobierno no
puede emitir moneda extranjera. Existe también una di-
ferencia "política" si la deuda está en manos de acree-
dores internos o externos: para un Estado resulta más
sencillo incumplir con los pagos de su deuda en el pri-
mer caso, ya que a sus ciudadanos puede imponerles
condiciones más fácilmente que a acreedores externos.
Por último, el hecho de que tanto los bancos como
los fondos de jubilaciones y pensiones sean institucio-
nes donde se deposita dinero, los ha tornado siempre
apetecibles para gobiernos sedientos de deuda, ya que
allí encontraban fondos depositados que podían tomar-

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MARTÍN KRAUSE

se voluntaria o forzosamente. A lo largo del tiempo, es-


to ha provocado varias veces el colapso de los sistemas
financieros, tal como lo muestra la historia de la prime-
ra institución que cumplió esa función: los templarios.
Aún hoy subsisten en. muchos países de Europa las
ruinas de las fortificaciones de los Caballeros del Tem-
plo, más conocidos como templarios. Esta orden reli-
giosa de caballeros fue fundada alrededor del año 1118
en Jerusalén, por los cruzados. Su nombre completo era
Orden Militar de los Caballeros del Templo de Salo-
món, y sus miembros dedicaban sus vidas a servir a la
Iglesia y, en particular, a liberar la Tierra Santa de los
"infieles". En busca de tal objetivo se convirtieron en la
primera institución bancaria de la historia y operaron
internacionalmente por unos doscientos años.
Los templarios reclutaban jóvenes nobles que no
heredaban títulos o riqueza por no ser primogénitos.
Vivían cerca de las ruinas del Templo de Salomón y
asumieron como su especial obligación mantener la se-
guridad de los caminos que llevaban a la Tierra Santa.
Observaban normas muy estrictas y una dieta rigu-
rosa. Los hombres casados podían sumarse pero debían
ser castos a partir del momento de su ingreso. Sólo los
solteros vírgenes podían usar la tradicional túnica blan-
ca con una cruz roja.
Mantenían un estricto código de batalla que vir-
tualmente prohibía la rendición frente a la derrota, por
lo que se convirtieron en temidos combatientes.
Aunque creada en la estricta pobreza, una serie de
bulas papales les otorgó el derecho de retener los bienes
capturados a los musulmanes en las Cruzadas; también
podían aceptar donaciones y legados. Con esos recur-
sos, fueron construyendo una poderosa serie de fortale-
zas que permitieron cumplir su objetivo de mantener
abiertos los caminos. Esas fortalezas se convirtieron en

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L A ECONOMÍA EXPLICADA A MIS HIJOS

los lugares más seguros para depositar valores, y la bra-


vura de sus combatientes los convirtió en el mejor ser-
vicio de transporte de valores, algo que ellos ya hacían
para sí mismos con destino a Jerusalem
Posteriormente, los templarios comenzaron a pres-
tar dinero a los soberanos e incluso administraban sus
bienes cuando éstos partían hacia las Cruzadas: Felipe I I
de Francia dejó en manos de la orden la recolección
de impuestos, mientras partía como cruzado. La casa
central en París era ya uno de los principales Tesoros
de Europa; la orden ocupaba unas 7000 personas y po-
seía 870 castillos y casas desde Inglaterra hasta Palestina.
Los templarios se convirtieron así en una orden po-
derosa fuera del control de país o rey alguno. Eran un
blanco atractivo.
En 1295, Felipe I V de Francia, irónicamente conoci-
do como Felipe el Justo, quitó a los templarios el manejo
de sus finanzas e instaló su propio Tesoro en el Louvre.
Sus desesperadas necesidadesfinancieraslo llevaron a re-
ducir el contenido de plata de la moneda y a endeudarse
con judíos y lombardos. La deuda lo agobiaba.
Y resultaba claro dónde estaba la riqueza que le
hacía falta. En 1307, emitió una orden secreta que co-
menzaba denunciando a la orden en estos términos:
"Algo repudiable, lamentable, horrible para contem-
plar, terrible para escuchar, un crimen detestable, un
mal execrable, una tarea abominable, una desgracia de-
testable, algo casi inhumano, en verdad separado de to-
da humanidad..."
El 12 de mayo de 1310, soldados franceses captura-
ron a cincuenta y cuatro prominentes figuras de la or-
den y los quemaron vivos. Arrestaron también al gran
maestro Jacques de Molay y a Geoffroi de Charney, a
quienes quemaron vivos cuatro años más tarde, el 18 de
marzo de 1314.

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MARTÍN KRAUSE

Ése fue el final de la primera institución bancaria del


mundo y tal fue su relación con el poder de turno. El ata-
que a la orden destruyó este incipiente sistema financie-
ro, que, sin embargo, comenzaría a resurgir lentamente
en aquellas ciudades italianas que garantizaban el respeto
a la propiedad y el cumplimiento de los contratos.

Venta de activos

La venta de los activos que posee un gobierno suele


ser un mecanismo para obtener recursos. Esto suele de-
nominarse en la actualidad "privatización", aunque no
se limita a la venta de empresas en manos del Estado,
sino que se extiende a la venta de todo tipo de propie-
dad estatal.
Puede ser que esta política se lleve adelante no con
el objetivo específico de obtener recursos, sino con
otros, como el de reducir la cantidad de actividades en
manos del Estado, obtener mejores servicios y demás.
De todas formas, sea cual sea el objetivo, se obtienen
recursos que ingresan en las arcasfiscalesy permiten fi-
nanciar el gasto del Estado o reducir su deuda.
Por cierto que este ingreso se realiza por única vez,
aunque en el caso de las privatizaciones, al pasar la pro-
piedad a manos privadas, comienza a partir de allí a pa-
gar impuestos, algo que en la mayoría de los casos no
sucedía antes del traspaso.

Ingresos propios

Se refiere a los que obtiene el Estado por la venta o


el cobro de determinados bienes y servicios, tales como
el ingreso a un parque nacional, la publicidad en un ca-

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nal de televisión o radio estatal, el servicio que se cobra


en un hospital o en una universidad. Muchas agencias
estatales obtienen recursos propios de esta forma. La
ventaja sobre los impuestos consiste en que los pagan
aquellos que usan los servicios o consumen los bienes;
es decir, existe una relación directa entre el pago y el
uso, algo que no sucede con los impuestos cuyo pago
está relacionado con ello tan sólo indirectamente. Pero,
por supuesto, es necesario plantearse si esas actividades
corresponden a la esfera estatal.

Emisión de moneda

Esta es una forma muy tentadora de financiar el


gasto público, por varias razones.
A diferencia de los impuestos explícitos, un gobier-
no no suele someter a aprobación parlamentaria la can-
tidad de dinero que va a emitir.
No se presenta a la población como un impuesto.
Por supuesto que lo es, ya que la emisión de moneda es
un impuesto sobre las tenencias de dinero en efectivo.
Esto afecta sobre todo a aquellos de menores ingresos,
pues dedican la mayor parte de su dinero al consumo, y
los precios de los artículos crecen, como hemos visto,
debido a la mayor cantidad de moneda en el mercado.
Se puede y se suele echar la culpa de sus efectos
(aumento de precios, reducción del poder adquisitivo
de los salarios y jubilaciones) a otros, tales como comer-
ciantes, empresarios o especuladores.
Dentro del conjunto de temas y tramas que plantea
la monumental obra Fausto, del escritor alemán Johann
W. von Goethe, encontramos una alusión a los proble-
mas fiscales que el emperador enfrenta. En términos
actuales, podríamos decir que el imperio estaba en de-

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MARTÍN KRAUSE

fault y que ya no contaba con recursos para hacer frente


a los gastos públicos. No había dinero para abonar a los
soldados, tampoco a los proveedores.
Mefistófeles se presenta ante el emperador y le
propone una solución fantástica. El problema principal
es la falta de dinero, en ese momento el oro, pero sabi-
do es que existen en todo el imperio ciertos tesoros en-
terrados que nunca han sido descubiertos. Todos sabe-
mos que en el transcurso de los siglos distintos tesoros
han sido escondidos y luego se han perdido. Si bien
aparentemente nadie sabe dónde están, en algún lugar
deben encontrarse.
Vana es la resistencia del canciller, quien ataca al
nuevo asesor, pero no tiene una propuesta alternativa.
Al verlos discutir, el emperador ordena:

Con eso no se remedian nuestras necesidades. ¿Quépre-


tendes ahora con tu sermón de cuaresma? Harto estoy de estos
sempiternos si y como. Lo que hace falta es dinero. Pues bien,
a ver si nos lo facilitas.
3

El canciller le ofrece, entonces, al emperador una


solución que propone sólo felicidad para éste y ningún
costo. Siguiendo el argumento anterior con respecto a
que seguramente hay tesoros enterrados en el imperio
pero no han sido encontrados aún, sugiere emitir bille-
tes cuyo respaldo sea ese oro escondido, que todos con-
sideramos que debe existir, pero que no sabemos exac-
tamente dónde. Entra el senescal, alto funcionario de la
corte y dice:

Cuenta tras cuenta, todo está pagado; las garras de los


usureros están aplacadas; libre estoy de tal tormento del in-
fierno. Ni en el cielo se puede ser más feliz.

300
L A ECONOMÍA EXPLICADA A MIS HIJOS

E informa el generalísimo:

A cuenta se ha satisfecho la soldada: todo el ejército se ha


enganchado otra vez, el lansquenete [soldado alemán mer-
cenario] siéntese con sangre nueva, y posadero y mozas hacen
su agosto.

El milagro se logró con un billete cuyo texto era el


siguiente:

Sépalo cualquiera que lo desee. El presente billete vale


mil coronas. Quédale asegurado, como garantía cierta, un
sinnúmero de bienes sepultados en territorio imperial. Se han
tomado providencias para que el rico tesoro, una vez extraí-
do, sirva de reintegro.

N i el emperador puede creerlo:

Barrunto una fechoría, una monstruosa farsa. ¿Quién


ha falsificado aquí la firma del Emperador? ¿Ha quedado
impune semejante delito?

Sin embargo, el tesorero le recuerda haber firmado


tal billete en aquella noche de fiesta donde estaba más
"contento" que de costumbre.

Tú los trazaste claros, y luego, esta noche, unos hechice-


ros reprodujeron esto rápidamente a millares; afín de que to-
dos se aprovechen del beneficio sin dilación alguna, hemos
timbrado después la serie entera. Billetes de diez, treinta,
cincuenta y ciento están prestos ya. No podéisfiguraroscuán-
to bien ha hecho esto al pueblo. Ved vuestra ciudad, antes me-
dio enmohecida en la muerte: ahora todo vive y bulle sabo-
reando el placer. Por más que tu nombre haga desde mucho
tiempo la felicidad del mundo, nunca se le ha considerado de

301
MARTÍN KRAUSE

un modo tan halagüeño. El alfabeto desde hoy está de más.


Con este signo, ahora cada uno llega a ser feliz.

Sigue el emperador, incrédulo:

Y para mis subditos, ¿vale eso como buen oro? Para el


ejército, para la corte, ¿basta eso como plena paga? Por mu-
cho que ello me asombre, debo admitirlo.

El senescal no puede, finalmente, sino dejar entre-


ver la realidad:

Imposible retener las fugitivas hojas; con la celeridad del


rayo hanse diseminado en la circulación. Las casas de cambio
tienen las puertas abiertas de par en par, y allí se hace honor
a cada billete por medio del oro y de la plata, con algún des-
cuento, es verdad.*

"Con algún descuento" señala la imposibilidad de


eludir las consecuencias económicas de decisiones co-
mo ésas. El aumento de los precios que percibe luego la
población es la contracara de la caída del poder adquisi-
tivo de la moneda debido a su emisión, llamada aquí
"descuento".

La eficiencia del gasto público

Si bien la calidad de los servicios que el Estado


brinda es muy dispar según países, en cada uno de ellos
se observa una clara diferencia de eficiencia entre las
actividades que lleva a cabo el sector público y aquellas
que lleva a cabo el sector privado.
¿Por qué esa gran diferencia entre la actividad pro-
ductiva de los individuos y la del Estado? Se debe a los

302
L A ECONOMÍA EXPLICADA A MIS HIJOS

incentivos de las personas que se ocupan de uno y otro,


los cuales derivan del uso y disposición de la propiedad.
Cuando la propiedad es privada y los beneficios que
derivan de su uso también (aunque sólo se refieran al
propio trabajo), el ser humano tiene los mejores incen-
tivos para prosperar, para resguardar su capital y para
incrementar su beneficio. Cuando la propiedad es pú-
blica, es de todos y no es de nadie; el que la administra
no tiene mayor incentivo para que ésta prospere, ya que
el beneficio que de ello pueda obtenerse no es suyo, ni
las pérdidas derivadas de su mal manejo serán un casti-
go para él. Por eso, el mismo ser humano que en su
propia casa se cuida de no gastar más de lo que ingresa,
de no destruir su propiedad, de ser eficiente en la admi-
nistración de sus escasos recursos, no tiene ninguna ne-
cesidad de aplicar esos mismos principios cuando de
manejar los fondos de otros se trata.
Los incentivos para la eficiencia en el sector priva-
do son muy fuertes, y uno no podría definir claramente
cuál es más poderoso, si las ganancias o las pérdidas. Si
el producto o servicio es bueno, las ganancias pueden
ser grandes; si es malo, se puede terminar perdiendo el
capital invertido. Son como el garrote y la zanahoria
para hacer que el burro camine.
Pero en el sector estatal esos incentivos se encuen-
tran inevitablemente aletargados: un gran administra-
dor no se va a llevar todas las ganancias que su accionar
genere, como tampoco asumirá las pérdidas quien sea
ineficiente. Cuando se disfruta de las ganancias, pero
también se deben asumir las pérdidas, como sucede en
una casa de familia, cada gasto se medita muy bien y la
familia trata siempre de vivir con los ingresos de los que
dispone. Esto no sucede así cuando se trata del Estado.
Las decisiones sobre el gasto público están sujetas a las
presiones de los lobbies y a los problemas que vimos en

303
MARTÍN KRAUSE

el Capítulo Dieciséis. Esto produce dos efectos: uno es


el recién mencionado de la ineficiencia; el otro es que
no siempre el gasto público va dirigido hacia donde los
ciudadanos quisieran que vaya.
Tom Canty, convertido por el azar en el nuevo rey
de Inglaterra, en Príncipe y mendigo, la obra de Mark
Twain, no comprende aún esta diferencia entre las limi-
taciones que existen en el uso de los recursos propios y el
de los recursos comunes cuando por primera vez se en-
frenta a la oportunidad de tratar los gastos de su reino:

Otro secretario de Estado empezó a leer un preámbulo


relativo a los gastos de la casa del difunto rey, que habían as-
cendido a veintiocho mil libras durante los seis meses anterio-
res, cantidad tan inmensa que dejó a Tom con la boca abierta;
y más cuando se enteró de que veinte mil libras estaban aún
pendientes de pago; y otra vez abrió la boca cuando apareció
que las arcas del rey estaban casi vacías y sus mil doscientos
criados en grave apuro por la falta de pago de sus salarios.
Tom dijo con vivo temor:
—Es evidente que iremos a la ruina. Es necesario y con-
veniente que tomemos una casa más pequeña y despidamos a
los criados, ya que no sirven más que para ocasionar retrasos
y para molestarle a uno con oficios que perturban el espíritu y
avergüenzan el alma, pues sólo son a propósito para un mu-
ñeco que no tenga cabeza ni manos o no sepa servirse de ellas.
Ahora recuerdo una casita que hay frente a la pescadería en
Billingsgate...
Una fuerte presión en el brazo de Tom interrumpió sus
palabras y le hizo sonrojarse, pero ninguno de los presentes
dio muestras de habersefijadoen las extrañas frases del mo-
narca.
Un secretario del monarca dio cuenta de que en atención
a que el difunto rey había dispuesto en su testamento que se
otorgara el titulo de duque al conde de Hertfordy se elevara

304
L A ECONOMÍA EXPLICADA A MIS HIJOS

a su hermano sir Thornas Seymour a la dignidad de par y al


hijo de Hertford a un condado, junto con análogas concesio-
nes a otros grandes servidores de la corona, el consejo había
resuelto celebrar sesión el 16 de febrero para la entrega y
confirmación de tales honores; y que entretanto, no habiendo
inconvenientes para sostenimiento de tales dignidades, el
consejo, que conocía sus deseos particulares a este respecto, ha-
bía creído conveniente otorgar a Seymour "quinientas libras
de tierra", al hijo de Hertford "ochocientas libras de tierra",
con más "trescientas libras del primer obispado que quedara
vacante", si a ello accedía Su Majestad actual.
Iba Tom a decir algo respecto de la conveniencia de empe-
zar por el pago de las deudas del difunto rey antes de despilfa-
rrar todo aquel dinero, pero un toque oportuno en el brazo
del previsor Hertford le evitó tal indiscreción; y el niño dio su
asenso real sin comentario alguno, mas no sin cierto disgusto
interior. Mientras reflexionaba sobre la facilidad con que es-
taban haciendo milagros extraños y sorprendentes, cruzó por
su cabeza una idea feliz. ¿Por qué no hacer a su madre du-
queza de Offal Court y darle los correspondientes estados?
Pero al instante borró esta idea un triste pensamiento. El no
era más que rey de nombre, pues aquellos graves ancianos y
encumbrados nobles eran sus amos. Como para ellos su madre
no era sino creación de mente perturbada, no harían más que
escuchar su proyecto con incredulidad y en seguida manda-
rían por el médico.
Tediosamente prosiguió el aburrido trabajo. Leyéronle
memoriales, proclamas, patentes y toda clase de papeles fati-
gosos, formulistas y cancillerescos relativos a los negocios pú-
blicos; y por fin Tom suspiró patéticamente diciéndose:
—¿ Qué delito habré cometido para que Dios me haya
privado de los campos, del aire libre y de la luz del cielo para
encerrarme aquí y hacerme rey y afligirme de esta suene?
Por fin su pobre cabeza embrollada se movió un rato y
acabó por caer sobre un hombro. Y los negocios del reino que-

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MARTÍN KRAUSE

davon suspendidos por falta de un augusto factor, el poder de


ratificación. Sobrevino el silencio en torno del dormido niño y
los sabios cesaron en sus deliberaciones.5

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