Ova - Reseña 2
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Ova - Reseña 2
históricos, políticos, demográficos, sociales, económicos y culturales, que permita una mirada compleja de
un fenómeno, que por más de cien años, han tocado a una inmensa masa de la población civil: "Una
inmensa mayoría de personas, comunidades, familias sin nombre, a veces, casi sin historia, miembros de
una inmensa masa anónima de seres humanos, campesinos, obreros, amas de casa, estudiantes,
muchachos, profesores, mujeres, niños, niñas, que no cuentan con los avales protectores de partidos
políticos, ni de ideologías ni de poderes económicos, que los diversos actores armados dicen representar, sin
siquiera haberles consultado, han padecido desde todos los lados el rigor y la degradación de una violencia
que no comprenden y que, por más justificaciones que se den, desde ambos extremos, no tiene ninguna
legitimación, ni en lo moral, ni en lo ético, ni en lo político."
Objetivo
Este recurso audiovisual propone abordar la historia contemporánea de Colombia como una categoría que
dialoga con la psicología, para intentar comprender algunos de los múltiples factores estructurales y sociales
que determinan la salud mental y el bienestar de colombianos y colombianas, y para ello, propone tres ejes de
análisis: Verdad, Poder y Resistencia.
La verdad ...
–
Como configuración de memoria en el sujeto, constructor de su propia historia, en interacción y tensión con lo
familiar, social, político, cultural en contexto, situación y época.
El poder ...
–
Definido por Martín-Baró como el “carácter de las relaciones sociales basado en la posesión diferencial de
recursos que permite a unos realizar sus intereses, personales o de clase, e imponerlos” (1989, p. 101).
La resistencia ...
–
En las víctimas del conflicto armado, como sujetos sociales que comprenden los sucesos históricos y
construyen estrategias de acción para la superación y la consolidación como sujetos políticos que inciden y
movilizan la construcción de memoria colectiva para la no repetición.
Las dos olas de La Violencia
Dictadura civil
A finales de los años cuarenta Colombia vivía una polarización extrema, que se expresó en el Congreso,
donde una discusión sobre la reforma electoral terminó con el asesinato del representante liberal a la
Cámara Gustavo Jiménez, en septiembre de 1949. Dos meses después, el presidente Mariano Ospina
Pérez decretó el estado de sitio y, ante la inminencia de un debate que preparaban los liberales para
deponerlo, cerró el Congreso, todos los órganos legislativos departamentales y municipales, y decretó la
censura de prensa. Se instauró la dictadura civil. El Congreso duró cerrado nueve años. Ese mismo año fue
elegido como presidente, Laureano Gómez en unas elecciones sin contradictores, lo cual aumentó aún
más el odio.
En 1954 el Batallón Colombia regresó al país después de la Guerra de Corea, la cual marcó
profundamente a los militares colombianos no solo porque modernizó sus concepciones tácticas y
estratégicas, contribuyó a su profesionalización y, por tanto, a su distanciamiento de la política, al tiempo
que los inscribió en la doctrina anticomunista.
Para finales de 1953 se creó el Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC), cuyo foco era el espionaje
anticomunista y las campañas de propaganda negra. Ecos locales del macartismo que imperaba en
Estados Unidos.
En octubre de 1949, cuando los partidos Liberal y Conservador se declaraban prácticamente en guerra, el
Partido Comunista Colombiano (PCC) orientó a sus bases agrarias hacia la creación de autodefensas de
masas para «salvaguardar la vida», para contener los ataques del gobierno y sus grupos de Pájaros
(cuerpo armado que se creó para contrarrestar y perseguir a los opositores al gobierno conservador).
Estas se asentaron en las regiones donde el movimiento agrario era fuerte. Es decir, en los departamentos
de Tolima, Huila y Cauca, y en Cundinamarca, particularmente en el municipio de Viotá y la localidad de
Sumapaz.
Aunque existen diferencias en los actores, los territorios y las violencias entre el periodo de La Violencia y
el conflicto armado interno, en los recorridos que hizo la Comisión de la Verdad por el país pudo darse
cuenta de que muchas comunidades establecen una continuidad entre dos guerras: la de La Violencia
(1946-1957) y la de las últimas décadas del siglo XX e inicios de este siglo (1958-2016).
El personaje que mejor encarna esa continuidad es Pedro Antonio Marín, quien a lo largo de su vida se
conoció como Manuel Marulanda Vélez y fue por más de medio siglo el comandante de las FARC-EP. Marín
era un joven comerciante de queso y madera cuando fue testigo de una brutal masacre ocurrida en
octubre de 1949 en Ceilán, Valle, pueblo de mayoría liberal. Allí los Pájaros conservadores asesinaron a
cerca de 150 personas y quemaron sus casas. Este fue, según su testimonio a diversos historiadores, el
motivo de su vinculación a las guerrillas liberales.
El encuentro en El Davis
El personaje que mejor encarna esa continuidad es Pedro Antonio Marín, quien a lo largo de su vida se
conoció como Manuel Marulanda Vélez y fue por más de medio siglo el comandante de las FARC-EP. Marín
era un joven comerciante de queso y madera cuando fue testigo de una brutal masacre ocurrida en
octubre de 1949 en Ceilán, Valle, pueblo de mayoría liberal. Allí los Pájaros conservadores asesinaron a
cerca de 150 personas y quemaron sus casas. Este fue, según su testimonio a diversos historiadores, el
motivo de su vinculación a las guerrillas liberales.
Limpios y Comunes
El encuentro en El Davis dejó entrever dos tipos de grupos que llegaron a ser antagónicos en la segunda
ola de La Violencia: los Limpios y los Comunes. Los Limpios eran liberales leales a las directivas del
Partido, mientras los comunes eran aquellos que habían transitado hacia la militancia comunista.
Algunas de las contradicciones entre ambas colectividades tenían que ver con la convivencia: mientras los
Limpios rechazaban la vida comunitaria, los comunistas la tenían organizada. Otra diferencia de fondo
era el uso de la violencia: mientras los Limpios emplearon métodos similares a los chulavitas y salían a
perseguir conservadores, los comunistas estaban más interesados en defenderse de las fuerzas oficiales y
no involucrarse en peleas diferentes a la lucha de clases. Había, además, controversias en torno al uso de
la propiedad de la tierra.
En la práctica el directorio del Partido Liberal en Bogotá alentaba a estas guerrillas comunistas, pero no
abiertamente, mientras el PCC se encargó de su conducción.
Manuel Marulanda, Isauro Yosa, Jacobo Prías Alape conocido como Charro Negro y Ciro Trujillo fueron
algunos de los guerrilleros liberales que hicieron tránsito hacia el comunismo. Así lo expresó Marulanda:
«El encuentro con los comunistas fue recibido con entusiasmo por los combatientes liberales. Los
comunistas eran hombres con orientaciones claras y conocimientos políticos y organizativos» (Citado en
Pizarro Leongómez y Peñaranda, Las FARC (1949-1966), d61).
Aunque las autodefensas de la región central eran importantes, el movimiento guerrillero más numeroso
y mejor armado estaba en Casanare, Vichada, Meta y Arauca. Su capacidad militar le dio para tomarse
bases militares como las de Palenquero y pueblos como Orocué. Al comienzo, los hacendados apoyaron a
las guerrillas, pero esta alianza se resquebrajó a medida que éstas asumieron banderas ya no partidistas
sino de defensa de la tierra y los peones.
Temor real
Los guerrilleros
Los guerrilleros eran en su mayoría colonos que, mientras libraban una guerra contra el
Estado, también expresaron con humillaciones, maltratos y violencia, el racismo
secular contra pobladores indígenas con quienes tenían conflictos de tierras. También
los despojaron de sus territorios ancestrales, especialmente a pueblos seminómadas.
Los bandoleros
Los grupos armados que persistían en las regiones fueron etiquetados en el discurso oficial como
«cuadrillas de bandoleros», aunque un informe de la CIA del 7 de enero de 1960 las definió como «una
tendencia predominantemente criminal, con un importante potencial de transformación en violencia
subversiva» (Rempe, «United States National Security and low-intensity conflict in Colombia»; Rempe, The
past as prologue?, 119).
Carácter político
En su libro Gamonales y Campesinos, Gonzalo Sánchez y Donny Marteens, reconocen que los bandoleros
tienen un carácter político en la medida en que contaron con apoyo de pobladores, instauraron órdenes
sociales y constituyeron alianzas con gamonales a quienes les servían como operadores de violencia. «Al
final fueron abandonados a su propia suerte cuando las élites políticas nacionales decidieron unirse en
una causa común, en tanto que ya no les eran útiles a sus propósitos» (Ugarriza y Pabón Ayala, Militares y
guerrillas, 47-48).
Esa porosa línea entre prácticas criminales y usos políticos de la violencia ha sido una constante en la
historia de la guerra en Colombia.
La Comisión de la Verdad, a partir de testimonios y análisis de los hechos y los contextos sociohistóricos,
ha podido establecer que personajes como los «bandoleros» se arraigaron en los relatos como sinónimo
de asesinos, antisociales y opositores del orden político y económico, por lo que debían ser «abatidos».
Fueron liberales, conservadores y comunistas, algunos hicieron parte de las primeras guerrillas y otros
pertenecieron a los liberales limpios, que tenían relación directa con los directorios locales del Partido
Liberal y con las Fuerzas Armadas. Estas últimas mantuvieron constantes enfrentamientos con las
autodefensas comunistas que se habían acogido a la pacificación sin dejar las armas.
La segunda ola de la Violencia, que corresponde a la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-
1957), se concentró en las regiones del movimiento agrario comunista y las zonas cafeteras. Rojas
pertenecía a la tradición conservadora y llegó a la Presidencia por las desavenencias que había en el
interior del Partido Conservador. El exitoso golpe de Estado que protagonizó contó con la aprobación de
los liberales, quienes creían que el gobierno militar podría traer la reapertura de la democracia que se
había cerrado en 1949 y su participación en la política. A diferencia de otras dictaduras militares
latinoamericanas de la época, la de Rojas no era un proyecto político autónomo, sino un mecanismo
temporal para dirimir las disputas entre liberales y conservadores. Sin embargo, con el paso de los meses,
Rojas demostró que quería alejarse del bipartidismo tradicional e implementó acciones dictatoriales para
gobernar.
Al llegar al poder, el general Rojas Pinilla decretó una amnistía con el lema «paz, justicia y libertad para
todos», que incluía a los grupos de autodefensa, a la policía chulavita y a los militares que estaban presos
por el intento de golpe de Estado a López Pumarejo. Al llamado de dejación de armas acudieron las
guerrillas del Llano y un grupo significativo de las liberales, especialmente los Limpios.
Programa de rehabilitación
Esta situación relegó al PCC a una posición de aislamiento que lo debilitó políticamente
y le generó divisiones internas. De una parte, había una minoría compuesta por
aquellos comunistas que apoyaban la idea de establecerse como un partido en la
clandestinidad y con armas; de otra, había una mayoría que quería entablar diálogos
con representantes del Gobierno para ganar tiempo mientras transformaba la guerrilla
en un movimiento de masas.
En 1954, siguiendo la línea internacional del momento (el anticomunismo), el general Rojas Pinilla declaró
ilegales todas las actividades del Partido Comunista Colombiano (PCC). En Villarrica, Tolima, se
resistieron a esta proscripción política del comunismo. Los delegados del PCC seguían actuando de
manera clandestina o a través del Frente Democrático de Liberación Nacional. Fue entonces cuando se
desató una guerra en esta región.
Guerra olvidada por la censura
En noviembre de 1954 el Ejército detuvo al Mayor Lister (dirigente comunista) y esto encendió la mecha.
La autodefensa, organizada como guerrilla, comenzó a hostigar a los militares al punto de hacerlos retirar
de Villarrica. En abril del año siguiente, el Gobierno declaró como zona de operaciones militares a ocho
municipios de Sumapaz. La región quedó bajo toque de queda en las noches, había ley seca y para
moverse se requería un salvoconducto.
El Ejército promovió en Cunday, Ambalema y Fusagasugá los llamados «centros de trabajo» que
consistieron en «corrales al sol y al agua cercados de alambre de púas electrificados» (La Época). Las
detenciones en estos centros de personas acusadas de ser comunistas eran constantes.
Dado que existía una férrea censura de prensa, esta guerra ha sido olvidada. La Comisión de la Verdad
auspició una investigación de fotógrafos y periodistas que en un trabajo de arqueología informativa
reconstruyó los hechos para hacerlos públicos a través de un ejemplar inédito llamado La Época.
(Proyecto dirigido por el fotógrafo Stephen Ferry, Fundación Ojo Rojo, Fábrica Visual. Legado Comisión de
la Verdad)
El bombardeo
El asedio a Villarrica, Tolima, se encontró con un esquema de defensa llamado La Cortina, de por lo
menos 12 kilómetros de largo, con dos líneas de trincheras desde donde los campesinos armados
esperaban al Ejército y protegían el tránsito de los civiles. Se comunicaban a través de un cuerno para que
las familias se escondieran en cuevas y cambuches en el monte.
Ante la resistencia, el Ejército acudió al bombardeo. La segunda semana de junio de 1955 comenzó la
guerra de Villarrica, la primera ofensiva del Ejército contra una población comunista y su autodefensa. Un
testigo de los hechos lo relató así a la Comisión de la Verdad: «Esto se volvió el infierno. Aquí llegaban
cualesquiera 15 avionetas a bombardear, aviones bimotores por todo lado, entonces echaron cinco
meses, Rojas Pinilla con todo el poder que tenía, para subirse de Villarrica a La Colonia». (Entrevista 076-
HV-00022. Hombre, colonización dirigida, Sumapaz).
Los testimonios de los sobrevivientes, cruzados con documentos, confirman que el Ejército lanzó por lo
menos 50 bombas de Napalm (combustible) desde aviones norteamericanos. Según La Época, las bombas
fueron fabricadas en Colombia con insumos conseguidos de manera extraoficial en Holanda, dado que
Estados Unidos se negó a proveer el Napalm. En cambio, los siete aviones B-26 que cargaron las bombas
sí fueron adquiridos en ese país. «La intensidad del bombardeo se centró en La Colonia, una vereda que
para ambos bandos tenía un gran significado por su papel en la historia del movimiento agrario», dice el
periódico.
Pedro, uno de los campesinos alzados en armas, describe lo ocurrido el 9 de junio de 1955: «había
compañeros que lloraban y se arrodillaban y decían que era el día del juicio final al mirar que había 12
aviones bombardeando y ametrallando, bombas incendiarias. Donde caía una bomba entre el monte, se
iba prendiendo el monte, casas, todo». (Aprile-Gniset, La crónica de Villarrica, 91)
La resistencia y el desplazamiento
En testimonio a La Época, Víctor Pulido, quien siendo niño combatió en Villarrica, dijo que los guerrilleros
cometieron un grave error y fue obligar a la población civil a confinarse y resistir a pesar de que era
evidente la desventaja del movimiento armado. Seis meses después las familias tuvieron que abandonar
el territorio. Eran miles de personas entre el monte, huyendo de la guerra en búsqueda de un pedazo de
tierra donde asentarse y mantener el movimiento agrario comunista. «En esa derrota un hermanito mío
murió por ahí, de hambre y de frío, dice mi mamá, porque no había qué comer y las avionetas rodando.
Dizque cogían los rejos de las sobrecargas, las asaban tantico y le daban uno, porque el hambre era
tremenda». (Entrevista 076-CO-00120. Hombre, Procesos de Violencia, Sumapaz)
Según versiones de los pobladores guerrilleros liberales, asesinaron a dos soldados y un cabo. Los
testimonios dicen que el alcalde militar de Chaparral dio la orden de fusilar a cien personas en retaliación
por la muerte de cada soldado. Los primeros ajusticiados fueron 18 campesinos que fueron enterrados en
una fosa común. (Entrevista 132-VI-00006. Mujer, Campesina, Víctima)
Casi todas las guerras, sean conflictos internacionales o internos, tienen un hito que marca su comienzo: el
disparo contra un archiduque, la invasión de un territorio, un florero que se rompe, una palabra de agravio,
y así. Este suele ser el clímax de una conjunción de factores sociales y políticos que van entrelazándose hasta
asfixiar las salidas democráticas y civilizadas. La historia de la humanidad ha demostrado que es mucho más
fácil soltar el primer tiro que lograr un armisticio, cuando la sangre ya inunda los campos. La guerra suma
mayores agravios a los que ya le habían dado origen a ella misma; por eso, a pesar de que existan desarmes,
treguas, perdones y procesos de paz, las heridas van quedando una sobre otra. Estas, en ocasiones,
deforman el rostro de las naciones y entrelazan las violencias de manera que ya no se pueden separar unas
de otras.
La Comisión de la Verdad busca dar cuenta de la complejidad histórica que subyace en el conflicto armado
colombiano, de su origen y desarrollo, de las iniciativas para ponerle fin, de las corrientes que mueven el
reciclaje de la violencia y de la profundidad del dolor que esta ha ocasionado. Para esto, la Comisión de la
Verdad ha escuchado las voces de miles de sobrevivientes, excombatientes, protagonistas, testigos de
excepción, pensadores que durante décadas han tratado de entender los motivos de este enfrentamiento
fratricida. La violencia en Colombia tiene múltiples fuentes. Es mutante y diferenciada, dependiendo del
momento y el lugar; adquiere una u otra característica, según la aproximación con la que se estudie.
La Comisión de la Verdad toma el año 1958, con la creación del Frente Nacional, como un partidor de aguas
entre la guerra civil bipartidista y el conflicto armado interno que vivió Colombia durante más de medio
siglo. Por eso inicia en ese año su proceso de esclarecimiento. Sin embargo, considera que también es
necesario abordar un periodo de contexto, que permita explicar cómo se imbricaron los hechos que
desataron la guerra. Por eso se remonta a los años veinte, cuando comenzaron a expresarse problemas
sociales y de clase. Con esto no se pretende mostrar una continuidad absoluta, pero sí enmarcar un proceso
de larga duración.
El instrumento utilizado para ordenar los acontecimientos del conflicto colombiano es la periodización. El
tiempo, en diálogo con el ordenamiento espacial o territorial, son los ejes sobre los que se construye la
narrativa histórica. En esta espiral se destacan los hechos o hitos que adquieren un sentido o significado
especial para el país, para una región o un grupo social, ya sea porque producen cambios o porque generan
un mayor impacto en la comunidad.
La periodización no es una herramienta neutral. Los hitos y coyunturas resaltadas suponen o sugieren un
propósito y, por lo mismo, una narrativa explicativa que responda a una pregunta: ¿por qué el proceso de
democratización se ha enfrentado a una persistente violencia?
En su versión multimedia, No Matarás presenta el relato histórico de una forma no lineal, a través de 24
sucesos históricos o «hitos» que cambiaron el curso de la paz y de la guerra en Colombia. Se trata de una
sucesión creciente de acontecimientos que se alejan progresivamente de su origen violento, a la vez que
giran alrededor de él. La espiral puede ser recorrida de forma cronológica, también desde cualquiera de sus
partes o a través de los filtros de navegación sugeridos. La invitación es a distanciarnos definitivamente de la
violencia y romper con la espiral del conflicto.
El Frente Nacional, un pacto entre los partidos Conservador y Liberal que consistía en que ambos partidos
debían alternarse la Presidencia y repartirse de manera paritaria los puestos legislativos y judiciales
durante 12 años, tuvo un amplio respaldo popular en sus primeros días. Fue una de las oportunidades
históricas que tuvo Colombia para construir una paz duradera. Sin embargo, los conflictos que se habían
expresado a través de la violencia se agudizaron y continuaría cobrando vidas. Persistirán los problemas
generados desde las primeras décadas del siglo XX, cuando se sentaron las bases de un modelo de
desarrollo basado en la extracción de materias primas que genera segregación de territorios y
poblaciones, y se empezó a poner a prueba la capacidad de las élites políticas y económicas para
garantizar una democratización pacífica en las regiones.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) dejó dividido al mundo en dos modelos: uno que promovía el
capitalismo y la democracia liberal, en cabeza de Estados Unidos, y otro que abogaba por el socialismo y
el comunismo, liderado por la Unión Soviética y la China de Mao Tse Tung.
El muro de Berlín
El 19 de agosto de 1961 miles de soldados y trabajadores del lado oriental de Berlín empezaron a levantar
un muro que, aunque burdo, impedía los movimientos de las personas de un lado a otro de la capital
alemana. En pocas semanas, el muro había sido elevado tanto que no podía ser escalado, además de
haber sido cubierto de alambradas, puestos de vigilancia, tapias y gendarmes. A un costado estaban
apostados los tanques de guerra soviéticos; al otro, los de Estados Unidos. El muro de Berlín se convertiría
desde entonces y hasta finales de 1989 en el símbolo de la Guerra Fría.
La guerra que tomaba cuerpo con el muro de Berlín era preventiva, en la que el espionaje, la propaganda,
las conspiraciones y la presión económica y política serían las principales formas de esa disputa. La idea
de amigo-enemigo había quedado demarcada de manera tajante y sentimientos como la desconfianza, el
miedo y el desprecio por el otro hicieron grieta en la cultura política de toda una generación. Esos muros
mentales duraron más que la propia cortina de hierro, bajo la noción del enemigo interno y el enemigo de
clase.
Las potencias construyeron un cuerpo doctrinario de técnicas contrainsurgentes que tuvieron como
laboratorios a Malasia y Kenia (por Gran Bretaña), Argelia e Indochina (Francia) y Corea y Vietnam
(Estados Unidos), y extendido luego a prácticamente todos los países bajo su órbita.
Al mismo tiempo, en los años sesenta se vivía un cisma cultural. En Estados Unidos se daba la lucha por
los derechos civiles de los negros y el feminismo se convertía en la revolución pacífica que cambió la vida
de millones de mujeres y sus familias. Los jóvenes, hastiados de la guerra y del sistema, estaban haciendo
revoluciones culturales como la de mayo del 68 en Francia y hasta la Iglesia católica, consciente de que
había un despertar en la sociedad, se renovaba con el Concilio Vaticano II que daría paso a la teología de
la liberación o la opción preferencial por los pobres.
La injerencia directa de Washington en la política y la economía, que fue tolerada por buena parte de las
élites criollas, siguió alimentando el sentimiento antiimperialista en sectores liberales y en las izquierdas.
Durante el último siglo, Colombia ha mantenido una disciplinada alineación con Estados Unidos y sus
intereses en materia de seguridad y política exterior, pero vale la pena aclarar que esta injerencia casi
siempre ha sido predominantemente motivada por invitación de los gobiernos, en el marco de las
drásticas asimetrías de poder entre ambos países. Esta adhesión fue continuada en el Frente Nacional,
especialmente por Alberto Lleras Camargo (1958-1962), quien mantuvo la postura de pacificar al país
En medio del desangre que vivía el país con La Violencia, el 24 de julio de 1956 los partidos Liberal y
Conservador comenzaron acercamientos para terminar con el gobierno militar del general Gustavo Rojas
Pinilla y volver a la democracia.
El 24 de julio de 1956, el líder liberal Alberto Lleras Camargo viajó hasta Benidorm, en Valencia, España,
donde estaba exiliado el líder conservador Laureano Gómez, cuya simpatía con el régimen de Francisco
Franco (dictador español) era de amplio conocimiento. Entre Lleras y Gómez nunca hubo animadversión
y, de hecho, mantenían un diálogo amable.
Declaración de Benidorm
De allí salió un texto conjunto en el que ambos dicen que: «Se encuentra necesario y enteramente posible
crear un gobierno o una sucesión de gobiernos de coalición amplia de los dos partidos, hasta tanto que
recreadas las instituciones y afianzadas por el decidido respaldo de los ciudadanos, tengan fortaleza
bastante para que la lucha cívica se ejercite sin temor a golpes de estado o la intervención de factores
extraños a ella…» (Gómez y Lleras, «Texto de la Declaración de Benidorm», 2).
Un año después del primer encuentro, mientras Rojas Pinilla se disponía a crear una Tercera Fuerza y
quedarse en el poder, se produjo una segunda reunión entre Alberto Lleras y Laureano Gómez en Sitges,
Cataluña. Allí se construyó el pacto del Frente Nacional en el que ambos dirigentes se comprometieron a
construir «una política de paz, mejor aún, una política que produzca la paz». (Gómez y Lleras, «Texto del
Acuerdo de Sitges», 2)
El Pacto de Sitges
La pacificación consistía en que ambos partidos debían alternarse la Presidencia y repartirse de manera
paritaria los puestos legislativos y judiciales durante 12 años (luego el Congreso lo aumentaría a 16).
Tiempo suficiente para extinguir las pasiones y curar las heridas «que la lucha por el poder y el
predominio de la gente violenta dentro de nuestros partidos causaron a la generación actual».
El Partido Comunista no fue invitado a participar del acuerdo, pero recobró su carácter legal. El
historiador Malcom Deas* asegura que era imposible que fuera un pacto de tres partidos, dado que para
los conservadores, los comunistas y los liberales eran lo mismo. Aún excluidos del reparto del poder, los
comunistas apoyaron la creación del Frente Nacional, el cual les devolvió su carácter legal.
* Conversaciones de contraste con la Comisión de la Verdad en abril de 2021.
El plebiscito
La Junta Militar
La deposición del General Rojas Pinilla fue seguida por el nombramiento de una Junta Militar que
gobernó de manera transitoria (1957-1958) y ofreció amnistía a las autodefensas y guerrillas que seguían
en armas. Esta vez los comunistas se acogieron a la pacificación. Nunca entregaron las armas, sin
embargo, la promesa era no usarlas.
Esta delegación del «orden público» dio origen también a una ambigüedad en el manejo de los conflictos
sociales, dado que bajo este concepto se cubre desde un ataque armado hasta una huelga. En la
Constitución de 1886, la noción de orden público estuvo ligada a los principios de la regeneración, que
implantó un orden social basado en la exclusión de los contrarios políticos y en la persecución de todo lo
que pudiera ser visto como protesta social.
Como el Frente Nacional daba por terminada la guerra, sus líderes entendían la violencia persistente
como algo residual. Esto en parte también se explica porque solo fue hasta el 8 de junio de 1977 que las
naciones, incluída Colombia, firmaron los protocolos adicionales I y II de Ginebra, que obligaban a usar el
Derecho Internacional Humanitario para regular los conflictos armados internos. Sin embargo, Colombia
se demoró mucho en ratificarlos (casi 20 años después) y más aún en aplicarlos, pues durante años el
Estado se negó a reconocer la guerra como una realidad política y mantuvo el trato a sus adversarios
como criminales.
Esta delegación del «orden público» dio origen también a una ambigüedad en el manejo de los conflictos
sociales, dado que bajo este concepto se cubre desde un ataque armado hasta una huelga. En la
Constitución de 1886, la noción de orden público estuvo ligada a los principios de la regeneración, que
implantó un orden social basado en la exclusión de los contrarios políticos y en la persecución de todo lo
que pudiera ser visto como protesta social.
Como el Frente Nacional daba por terminada la guerra, sus líderes entendían la violencia persistente
como algo residual. Esto en parte también se explica porque solo fue hasta el 8 de junio de 1977 que las
naciones, incluída Colombia, firmaron los protocolos adicionales I y II de Ginebra, que obligaban a usar el
Derecho Internacional Humanitario para regular los conflictos armados internos. Sin embargo, Colombia
se demoró mucho en ratificarlos (casi 20 años después) y más aún en aplicarlos, pues durante años el
Estado se negó a reconocer la guerra como una realidad política y mantuvo el trato a sus adversarios
como criminales.
El presidente Alberto Lleras Camargo (1958-1962) combinó una agenda militar con una social y política.
De inmediato le solicitó al presidente de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower cooperación para
fortalecer las capacidades de la Fuerza Pública, al tiempo que impulsó la Comisión Nacional Investigadora
de las Causas Actuales de la Violencia y un programa de rehabilitación, resucitó la reforma agraria de
1936 que llevaba dos décadas moribunda y creó instituciones para el desarrollo social y democrático
como las Juntas de Acción Comunal y el Incora (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria).
La revolución cubana
El primero de enero de 1959 triunfó la revolución cubana. Los guerrilleros liderados por Fidel Castro
derrocaron al dictador Fulgencio Batista. Los revolucionarios nacionalizaron empresas y expropiaron
grandes extensiones de tierra para hacer una reforma agraria. Estados Unidos declaró a la revolución
como una amenaza para sus intereses e impuso el embargo político y económico que pervive hasta hoy.
Otra cosa eran los cubanos. Al lado de Castro estaba Ernesto «Che» Guevara, quien tuvo una gran
influencia en la izquierda de los años sesenta. Guevara era un defensor de la dimensión internacional de
la revolución. Él mismo era argentino de nacimiento, pero había sido guerrillero en Guatemala, Cuba y
luego en El Congo y Bolivia, donde fue asesinado. Su intención era desplegarse por la cordillera de los
Andes, ubicar a lo largo de esta cadena montañosa puntos estratégicos para la lucha armada
revolucionaria, como lo había hecho en la Sierra Maestra de Cuba aplicando la teoría del foco guerrillero.
Este panorama internacional permitió acentuar en Colombia la oposición, así como la difusión de ideas
sobre una revolución.
52 pactos de paz
La Comisión Nacional Investigadora de las Causas Actuales de la Violencia impulsada por el presidente
Lleras Camargo estuvo integrada por siete personas: tres políticos, dos sacerdotes y dos militares que
dejaron los escritorios en 1958 y durante nueve meses fueron a las veredas, se entrevistaron con cientos
de víctimas y sobre todo con los llamados bandoleros . Aunque la Comisión no entregó un documento
final, promovió 52 pactos locales de paz y convivencia, cuyo papel para aplacar el enfrentamiento entre
liberales y conservadores fue muy relevante.
La Comisión no entregó un documento final porque como señaló Otto Morales, uno de sus integrantes,
«no pudo llegar a un informe consensuado entre sus miembros, así que la solución fue que cada
integrante le contara al presidente sus propias conclusiones y dejara a su criterio las acciones a seguir».
(López Hernández, ¡Adiós a las FARC! ¿Y ahora qué?, 159)
La principal conclusión de los comisionados fue que la violencia tenía un origen social, en la pobreza, el
abandono y la desigualdad, lo cual hacía propensos a los colombianos a matarse entre sí. Una de sus
recomendaciones fue reconstruir el país que había quedado devastado por la guerra civil conocida como
La Violencia.
En 1958, mismo año que entró a funcionar la Comisión Nacional Investigadora de las Causas Actuales de
la Violencia, comenzó a funcionar la Comisión Especial de Rehabilitación como un gabinete ministerial
para asuntos de violencia, que puso el acento en la construcción de escuelas y vías de penetración,
atención a desplazados y distribución de baldíos, pero que se extinguió rápidamente por falta de respaldo
político y, según consta en actas, por falta de recursos. Al mismo tiempo, se crearon las Juntas de Acción
Comunal y el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora).
El presidente Lleras Camargo creó las Juntas de Acción Comunal como un mecanismo
para promover la planeación del desarrollo en las regiones a partir de la organización
de los propios ciudadanos. Sin embargo, la infraestructura de bienes y servicios básicos
como agua, luz, transporte, salud, educación, etc., para los sectores rurales y en las
zonas más pobres tuvo por lo general un abordaje que si bien logró avances notables
fue insuficiente para resolver la provisión de servicio. El despliegue institucional
dependió de las redes de poder existentes lo que implicó la exclusión de quienes no
hacían parte de esas redes.
Verdad
Del latín veritas, que traduce el griego ἀλήθεια ἀλήθεια, alétheia, compuesto de
negación y la raíz del verbo lanthano, estar oculto; por tanto, se refiere a lo «lo que
está patente» (Enciclopedia Herder, 2022)
Para la filosofía la verdad puede ser relativa o absoluta. La primera se define como
las proposiciones que son aceptadas en algunos contextos o que están determinadas
por la percepción individual y por tanto, puede ser refutada. La segunda corresponde a
aquella proposición que es aceptada por todas las culturas en cualquier tiempo y no
hay lugar a ser refutada. Ejemplo: la nieve es blanca.
La memoria colectiva
(…) narraciones sociales del pasado que son portadas por diferentes grupos al interior
de una sociedad, y que son actualizadas por el sujeto individual que es constituido en
ese marco sociocultural; no en abstracto, sino también en lo concreto de las relaciones
intergrupales: una clase social, un género, un lugar de participación política, ser
víctima o ser victimario, etc. (p.7)
¿Las memorias que gestan la historia se enmarcan en la verdad?
01:55
PODER
Quienes tienen poder, en virtud del diferencial de recursos que éste les concede,
tendrán la capacidad de ejercerlo en su forma descarnada como violencia o sutilmente,
como ideología. Dialécticamente, al que carece de poder “vivirá” una realidad, sea por
la fuerza o “voluntariamente”, a través de cosmovisiones impuestas, ideologizadas. Así
pues, poder tendrán los padres y madres cuando corrigen a sus hijos, o el maestro en
la escuela, o el macho maltratador, o los medios de comunicación cuando “informan”,
etc.
Orellana, C. (2008)
Los seres sociales no escapamos a la influencia del poder. En cada discurso, en cada
acción hay poder.
Fatalismo
El realismo crítico propuesto por Martín-Baró, invita a ver la realidad más allá de
las teorías y los conceptos. Es así como evidencia que en la cotidianidad de las
grandes mayorías, estas tensiones de poder, sumen en la opresión, la
marginalidad, la pobreza y la desigualdad, que les conmina a ver su realidad
como una situación sin salida, predestinada y se concretizan en la psique de las
personas. La explicación de este fenómeno no está en las disposiciones
“internas” del sujeto, son producto del impacto de la realidad circundante, sus
causas son históricas, políticas, económicas, socioculturales:
"El fatalismo pone de manifiesto la dominación social, el binomio de
opresores y oprimidos, en donde los primeros, al detentar los recursos
necesarios, mantienen a los segundos en una situación que, por
necesidad adaptativa, la viven e interpretan como algo natural o fruto
del mandato divino" (Martín-Baró, 1989)
El sentido de vida, la esperanza, como factores asociados y coadyuvantes a la
salud mental, temas esenciales para la psicología, no son temas que colinden
solamente con las dimensiones individuales y por mucho familiares; requieren
de una mirada ético política, sistémica que libere al sujeto de la responsabilidad
de su felicidad.
Las diversas formas de violencia, los conflictos sociales, políticos que aquejan a
las sociedades actuales, en los que todos de una u otra manera estamos
atrapados, requieren de las ciencias sociales, entre ellas la psicología, un
esfuerzo por reconocer de manera sistémica dichos conflictos, reconocerlos,
relacionarlos, descodificarlos para luego transformarlos.
Resistencia
La resistencia en el campo de la psicología se ha conocido con el nombre de
resiliencia, proveniente del término en inglés resilience, que se traduce como
resistencia o capacidad de adaptación, elasticidad, recuperación ante eventos
traumáticos.
[6:30 p. m., 29/3/2024] Rios🥰: "La comunidad organizada cuenta con las herramientas
para desarrollar las condiciones de consistencia, resistencia, persistencia e insistencia,
que según los teóricos hacen de ella una minoría activa (Mugny, 1981; Paicheler, 1985
en Montero 2006)."
[6:31 p. m., 29/3/2024] Rios🥰: "La psicología social comunitaria generada en los países
americanos, tanto del Norte como del Sur y el Centro, desde sus inicios ha estado
orientada casi siempre hacia la transformación social. Este objetivo se ha planteado a
partir de transformaciones en las comunidades y en los actores sociales que en ellas
participan, facilitando o catalizando el desarrollo de sus capacidades y auspiciando su
fortalecimiento para obtener y producir nuevos recursos conducentes a los cambios
deseados y planificados por ellos mismos en su entorno. El logro de tal meta supone
que esos actores sociales tengan capacidad de decisión, el control de sus propias
acciones y la responsabilidad por sus consecuencias, así como la redefinición del
poder."
[6:31 p. m., 29/3/2024] Rios🥰: "El poder, entonces, no es asunto de quien acapara y
domina un recurso, sino también de quien siente la desigualdad. Si no se percibe y se
siente la desigualdad, no hay relación de poder. Decimos que alguien es poderoso, que
alguien ejerce el poder, cuando controla recursos que los demás no poseemos. Si lo
aceptamos, pasamos a naturalizar la situación asimétrica, que es lo que parece haber
ocurrido con muchos de los autores que tratan el tema"
[6:32 p. m., 29/3/2024] Rios🥰: "La concepción del poder, donde no hay una relación
marcada por la presencia de un sujeto o agente activo y un sujeto o agente pasivo,
sino que supone la presencia de actores sociales dinámicos en una situación
igualmente dinámica, es de gran importancia para la psicología social comunitaria, ya
que permite romper con la tradición de situar el poder en un polo de la relación y dejar
al otro vacío de posibilidades y en estado de sometimiento o de pasividad. La
posibilidad de ejercer poder bajo un número ilimitado de expresiones no sólo tiene un
efecto motivador en grupos sociales usualmente marcados por grandes carencias, sino
que además explica cómo es posible que se produzcan cambios inesperados en
situaciones aparentemente controladas de modo férreo y estable."
La historia de Colombia está permeada por un ejercicio de poder hegemónico,
que ha perpetuado la injusticia y la inequidad y que ha limitado el desarrollo
social. Poder que se ha valido de la normalización de la violencia en distintos
contextos de la sociedad, promoviendo su naturalización: “… responsable del
mantenimiento y facilitación de circunstancias propias de la vida cotidiana y
también de la aceptación de aspectos negativos que pueden hacer difícil,
cuando no insoportable, la vida de las personas.” (Montero, 2004, p. 141).
Justamente en medio de estas relaciones verticales y de sumisión,
históricamente también han surgido procesos de resistencia como ejercicios de
transformación y de emancipación, que pretenden develar los reales intereses
en mantener las condiciones de indignidad humana. Infortunadamente, muchas
veces a costa de la vida personal, colectiva y comunitaria.
En medio de estas relaciones de tensión, se tiene acceso a la verdad, o a las
verdades, como se puede evidenciar en los relatos acopiados por la Comisión
para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición, desde
múltiples contextos. Entonces, el campo de observación del sujeto se amplía:
su perspectiva deja de fijarse en un punto exclusivo para trascender al
panorama amplio y complejo de la realidad y, desde allí, decidir cómo abordarla
y quizás, cómo aportar en la construcción de una cultura de paz y, por ende,
trazar una nueva historia de Colombia.
Es así como el poder, la resistencia y la verdad son conceptos que convergen en
un entramado social y buscan construir o transformar una realidad, situada en
un contexto histórico, político, cultural y económico…. Por tanto, estas tres
categorías han de estar cimentadas en una apuesta ético-política, donde
confluyan en procura del reconocimiento de las distintas subjetividades y
posicionar al sujeto en el ejercicio efectivo de los derechos humanos.