U1 Psicología de La Actividad Física y El Ejercicio - Gonzalez Hernandez
U1 Psicología de La Actividad Física y El Ejercicio - Gonzalez Hernandez
U1 Psicología de La Actividad Física y El Ejercicio - Gonzalez Hernandez
FÍSICA Y EL EJERCICIO
MÁSTER S.I.P.D.
Entendiendo que es posible describirse que existe un «Deporte para Todos», nos
encontramos con un deporte o actividad física en que las reglas, objetivos y propósitos los
disponen las propias personas que lo practican. Es la práctica deportiva en los momentos de
ocio, del deporte en un marco deportivo que está poco delimitado y sus objetivos incluyen
la mejora de la salud, las relaciones sociales, la auto-superación o el placer inherente al
propio movimiento y a los juegos deportivos; pero que también incluye objetivos de logro,
de éxito o fracaso, de mejora en las destrezas físicas y psicológicas, de relacionarse
socialmente con iguales, de imitar modelos profesionales, de desarrollar rasgos
competitivos, etc. En este caso, es difícil señalar una única institución con competencias y
responsabilidades en este ámbito, ya que, en la actualidad, existe una compleja red de
servicios públicos: universidades, ayuntamientos, diputaciones..., y privados: empresas,
centros deportivos o grupos de personas particulares, etc. que intervienen en el deporte
considerado desde esta amplia perspectiva.
Figura 1. Diferenciación Psicología del deporte vs Psicología de la Actividad Física
Además, todos estos cambios culturales en las maneras de concebir nuestra relación
con el mundo, coinciden con una cultura contradictoria centrada en la actividad física y la
salud; en algunos casos tan desbordada y tan exagerada en el culto al cuerpo, que
desarrolla importante problemas de salud y bienestar físico y psicológico.
La práctica deportiva no sólo es buena para la salud sino que además está relacionada
con la adquisición de hábitos saludables. Hay trabajos que contemplan que los estudiantes
que realizan ejercicio físico consumen menos alcohol, tabaco u otras drogas que aquellos
que no hacen deporte (Casimiro y cols., 2001; Castillo y cols., 1999; García Ferrando, 1993;
De Hoyo, y Sañudo, 2007; Latorre et al, 2009; Pérez, Requena y Zubiaur, 2005; Rodríguez
Ordax y de Abajo, 2003; Sánchez y Cantón, 1999; Valero et al., 2007). Nuviala et at. (2009)
ponen de manifiesto que existe una relación entre conductas y hábitos saludables, y a la
inversa también, configurándose, de este modo, estilos de vida determinados.
En una gran cantidad de trabajos que buscan investigar los principales motivos por los
que los seres humanos practican actividad física, se confirma que la salud es la principal
motivación para el desarrollo de dicha práctica, seguida por la necesidad de diversión o
de relaciones sociales entre iguales (Gálvez, Rodríguez y Velandrino, 2007; Lemp y Behn,
2008; Moreno et al., 2003; Pavón y Moreno, 2006; Pérez Córdoba y Llames, 2010). El
análisis de los motivos fundamentales para la práctica deportiva revela diferencias según la
franja de edad en la cual nos centremos. De esta forma, la salud parece ser un valor más
apreciado según avanza la edad, encontrándolo muy presente en adolescentes y adultos
(Márquez y Garratechea, 2010; Reyes y Garcés de los Fayos, 1999; Ruiz, Montes y Suárez,
2007), mientras que los escolares buscan la diversión y el recreo en mayor medida.
🙒 Hábitos saludables; Para poder alcanzar y/o mantener un pleno estado de salud y una
buena calidad de vida es esencial mantener un adecuado estilo de vida, que incluya
una alimentación saludable y ejercicio físico de manera regular (González Calvo,
2010). Son la conjunción terminológica de los términos “hábitos de salud” y “hábitos
de vida”, ya que ambos están íntimamente relacionados-unidos. Es decir, las pautas
comportamentales cotidianas de la vida de una persona para la mejora de su salud.
Uno de los hábitos importantes considerados como positivos para los estilos de vida
saludables y su contribución al objetivo final de calidad de vida, es la práctica de
actividad física, realizada de acuerdo con la frecuencia, intensidad y duración
adecuada. El conocimiento de estos factores de la dinámica de los esfuerzos hará
que la actividad que se realice sea más o menos saludable (Corrales, 2009; Torres,
2001).
🙒 Salud; según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 1946 define la salud
como un estado de bienestar físico, mental y social. El enfoque más tradicional de la
salud ha estado basado fundamentalmente en el tratamiento de la enfermedad.
Actualmente se considera que la concepción de la enfermedad como resultado de
algún agente patógeno está superada. La ciencia ha demostrado que la etiología de
las patologías es multifactorial. La salud pasa a ser considerada como un problema
social, por lo que, ya no tiene un interés exclusivo sólo para la medicina, sino
también para otras disciplinas como psicología, sociología, epidemiología, economía,
informática, ciencias políticas, ciencias del deporte, etc. La salud y la enfermedad
deben considerarse en términos relativos y dinámicos, tanto desde el punto de vista
individual como social, ya que se hallan en permanente evolución (Hernández
Álvarez, 2008; Morales, Hernández Mendo y Blanco, 2005; Shamah et al., 2008). Por
lo tanto, practicar algún tipo de actividad físico-deportiva es prácticamente sinónimo
de mejor calidad y mayor esperanza de vida, siendo posible que personas que
realizan ejercicio de forma continuada puedan ganar entre diez y veinte años de
diferencia con respecto a personas de la misma edad que no lo hacen gracias a los
beneficios fisiológicos, biológicos, psicológicos y sociales que derivan de su práctica.
En pleno siglo XXI, podemos considerar la salud como un concepto multidimensional
que puede referirse – como ya se ha mencionado- a esperanza de vida, pero
también a buenas condiciones físicas, psicológicas y sociales. Es precisamente desde
esta conceptualización donde podemos establecer un cierto paralelismo entre sus
componentes y los conceptos que estamos manejando, conectando la condición o
salud física con el bienestar o equilibrio emocional, así como con la calidad de vida y
los hábitos de vida (Carlin y Garcés de los Fayos, 2010).
🙒 Actividad física; se trata de cualquier movimiento corporal producido por los músculos
esqueléticos que tiene como resultado un gasto de energía y el movimiento de los
diferentes componentes corporales que pueden ser realizados durante las
actividades de la vida diaria, laborales, distracción, ejercicio y deporte (Garita, 2006;
Esnaola y Revuelta, 2009). Además, tal y como indica Cantón (2001), atendiendo a
su vez a definiciones anteriores, se considera ejercicio o actividad física toda
actividad física planificada, ordenada, repetida y deliberada, dirigida a la mejora de
una condición física, tomando también en consideración durante cuánto tiempo se
realiza y con qué frecuencia.
🙒 Ocio; se refiere a un espacio creativo, de expansión de la personalidad, de contenido
lúdico, formativo, auto expresivo y de salud en sus acepciones de bienestar físico,
psíquico y social. Hoy se concibe el ocio como un derecho humano básico, como la
educación, el trabajo y la salud, y nadie debería ser privado de dicho derecho por
razones de sexo, raza, edad, religión, creencia, nivel de salud, discapacidad o
condición económica (Lemp y Behn, 2008). A lo largo de la historia el concepto de
ocio ha sufrido algunos cambios en cuanto a su concepción, organización y control,
valor, etc. El ocio se puede definir como “el conjunto de operaciones a las que el
individuo puede dedicarse voluntariamente, sea para descansar o para divertirse, o
para desarrollar su información o formación desinteresada, su voluntaria
participación social o su libre capacidad creadora, cuando se ha liberado de sus
obligaciones profesionales, familiares y sociales”. El ocio posee una serie de
características, como recreación, vacaciones, juego, distracción, diversión, expresión
de descanso o bienestar, esparcimiento e incluso, de realización. Somos conscientes
de que las experiencias de ocio no siempre están enfocadas hacia un ocio valioso y
positivo que fomenten el desarrollo de la persona, sino que se produce también,
otro amplio bagaje de experiencias consideradas; unas, como utilitarias y percibidas,
y otras, como aburridas e incluso dañinas. Por este motivo sentimos la necesidad de
emplazar nuestro ocio en la dirección u orientación adecuada (Ramos, Arazuri,
Ponce de León y Valdemoros, 2009).
Fraile y Vizcarra, (2009) (en referencia a Devis y Peiró, 1992), presentaron lo que
denominaron “la nueva noción de salud relacionada con el ejercicio físico”, afirmando que
“aparece en la segunda mitad del siglo XX y que acaba influyendo en el currículum de la
educación física”. Hacen un repaso socio-histórico, muy particular, de la profesión de
educador físico. Muy particular porque desarrollan su perspectiva histórica centrándose en
la evolución que va de la "condición física" a la "condición física relacionada con la salud",
ignorando los antecedentes; justificándose en que es necesario “para comprender la
problemática situación en la que nos encontramos actualmente”.
Se está de acuerdo con la afirmación Díaz y Uranga (2011), en la que nos indica que el
concepto de salud que impera en la actualidad parte de la definición de la Organización
Mundial de la Salud, es decir, la salud como el completo bienestar físico, psíquico y social
habiendo pasado este modelo médico, a través de los tiempos, por otros muchos
“modelos”.
El cambio hacia la condición física relacionada con la salud plantea nueva concepciones
en la práctica de actividad física, así como en las personas que se encargan de transmitirla al
resto (docentes, entrenadores, monitores, etc.), contemplándola dentro de una cultura del
ocio y de la ocupación del tiempo libre.
Miñarro (2009), indica que resulta sorprendente que existiendo tanto conocimiento
de cuál es el comportamiento saludable que debe llevar una persona, y que dicho
conocimiento llega a la mayor parte de la población, el ser humano tienda a tener una
conducta y un estilo de vida bastante insano y sedentario.
En general, los efectos del ejercicio sobre la salud física están mejor establecidos en la
literatura científica que aquellos otros que supuestamente produce sobre el bienestar
psicológico. Debido a la dificultad de desarrollar estudios experimentales encaminados a
establecer una relación causa-efecto entre la práctica de ejercicio físico y la salud mental, la
mayoría de los trabajos de investigación en este campo han adoptado diseños
metodológicos menos rigurosos, por lo que de los resultados no pueden derivarse
relaciones causales.
Entendiendo cada uno de los conceptos que entran en juego en la relación actividad
física y salud (ver figura 2), Cantón (2001) nos indica que dichas relaciones se ubican mejor
cuando entramos a considerar situaciones o factores específicos, como el estilo de vida
sedentario, que afecta a dos tercios de la población adulta, factor importante y al que el
deporte aporta una relevante función como factor de prevención de enfermedades, en
cuanto a que se mejora la condición física.
Figura 2. Relaciones de los componentes de salud. (Cantón, 2001).
No obstante, son numerosas las investigaciones que avalan los beneficios del ejercicio
físico en diferentes ámbitos del bienestar psicológico: mejora la salud subjetiva, el estado
de ánimo y la emotividad (Arruza, Arribas, Gil de Montes, Irazusta, Romero y Cechinni,
2008; Biddle, Fox y Boutcher, 2000; Szabo, 1996; Thøgersen-Ntoumani, Fox y Ntoumanis,
2002; 2005; Tetlie, Eik-Nes, Palmstierna, Callaghan, y Nøttestad, 2008), reduce la depresión
clínica (Callaghan, 2004; Lawlor y Hopker, 2001; Olmedilla y Ortega, 2009; Olmedilla, Ortega
y Candel, 2010), disminuye los niveles de ansiedad (Akandere y Tekin, 2005; Brunet y
Sabinston, 2009; Garcés de los Fayos y Velandrino, 2007; González Calvo, 2010; Remor y
Pérez Llantada, 2007; Rennmark, Lindwall, Halling y Berglund, 2009), favorece el
afrontamiento del estrés (Jiménez et al., 2008), incrementa la autoestima (Infante y Goñi,
2009; Goñi, Rodríguez y Esnaola, 2010; Thøgersen y Ntoumanis, 2006; Unstattd et al.,
2008), etc.
En la actualidad, los diversos enfoques de las teorías y modelos de la promoción de la
actividad física presentan dificultades específicas: por un lado, los que estudian y abordan el
problema desde una dimensión individual o intrapersonal, entre ellos algunas teorías del
aprendizaje (conductismo instrumental, psicogenética, gestalt, entre otras) o el modelo
transteórico de los procesos de cambio (Prochaska y Di Clemente, 1983); y por otro lado,
desde una dimensión interpersonal (como la teoría de la acción razonada, la teoría del
aprendizaje social y la teoría cognitiva social), aunque se han dirigido a transformar en las
personas y grupos, la actitud, adherencia, percepción de riesgos y beneficios, en relación
con la actividad física (Bergman, Grjibovski, Hagströmer, Patterson y Sjöström 2010;
Ferreira, Siqueira y Florindo, 2010; McNeill, Wyrwich, Brownson, Clark y Kreuter, 2006; Sallis
y Glanz, 2009; Van Stralen, Lechner, Mudde, De Vries y Bolman, 2010), han derivado el
desarrollo de programas que definen acciones puntuales y de baja permanencia, debido en
parte al desconocimiento de la construcción colectiva de los hábitos, como producto de las
redes simbólicas que se han definido en los grupos a partir de determinadas experiencias
sociales, políticas y culturales.
Por otro lado, propuestas mucho más sociales como, por ejemplo, la investigación
ecológica, se dirigen a identificar los determinantes y a comprender las relaciones que
presentan los modos de vida con las maneras de enfermar y estar sano, identificando
diferentes niveles de intervención (Prieto, 2003); por ejemplo, algunos estudios consideran
como niveles de influencia en los comportamientos saludables los factores personales,
interpersonales y grupales, institucionales, comunitarios, y de política pública y nivel
individual, organizacional y gubernamental, en los sectores escolar, laboral, hospitalario y
comunitario (Di Clemente, Crosby, Kegler, 2009). Aunque a estas teorías y modelos, se les ha
atribuido la posibilidad de fundamentar en las personas y grupos los mecanismos para la
adopción y mantenimiento a largo plazo de hábitos saludables (figura 3), sus métodos para
generar las explicaciones de las relaciones sociales y culturales de la salud y de la
enfermedad, aún se encuentran en construcción.
Estas dificultades de abordaje del problema pueden relacionarse al menos con dos
aspectos. En primer lugar, la forma como se entiende la salud y la promoción de la salud en
relación con la actividad física y en segundo lugar, la manera como se han asimilado los
modelos de intervención.
Desde las ciencias de la actividad física se entiende que el mejor indicador para
realizar ejercicio físico de un individuo es la capacidad aeróbica, que se define como la
capacidad del cuerpo de producir energía mediante la utilización de oxígeno (Álvarez,
Álvarez, Álvarez y Mena, 2006; Del Valle, 2010; Firman, 2009; Martínez, 1984; Martínez,
1985). La prescripción de ejercicio físico encaminado a la consecución de unos
determinados efectos saludables se realiza frecuentemente en base a diferentes
parámetros (frecuencia, duración, intensidad, tipo de ejercicio, etc.), habiendo sido este
aspecto prescriptivo el que ha sido principalmente difundido por la literatura especializada,
y aún más cuando los destinatarios se han encontrado incluidos dentro de poblaciones
específicas como personas con cardiopatías, enfermedades respiratorias, diabetes, etc.
(Serra y Bagur, 2004).
Tal y como indican Jiménez et al., (2008), aún contando con las recomendaciones
anteriores, cabe señalar que en los diferentes estudios existe poca precisión e incluso
bastantes omisiones en cuanto a las diferentes condiciones de intensidad, frecuencia,
duración, etc. en las que el ejercicio físico resulta beneficioso según el componente del
bienestar psicológico que se quiera mejorar. En la evidencia científica puede comprobarse
el acuerdo existente hacia los efectos antidepresivos del ejercicio físico (Gray, 2007; Knapen
et al., 2007; Mead, Morley, Campbell, Greig, McMurdo y Lawlor, 2008; Vancampfort, et al.
2010; Seime y Vickers, 2006; Singh, Clements y Fiatarone, 1997), sin embargo, existe menos
acuerdo respecto de sus efectos beneficiosos en otros estados emocionales.
Por otro lado, Jiménez et al. (2008) siguen señalando que, con relativa frecuencia se
argumenta que los efectos beneficiosos del ejercicio son el resultado del mantenimiento
de unos hábitos más saludables por parte de las personas que lo practican (no ingerir
bebidas alcohólicas, no fumar, seguir unos hábitos alimenticios correctos que impidan el
sobrepeso). Estos hábitos saludables también han sido asociados en numerosos estudios a
otras variables demográficas como la edad o el sexo (Burbano, Fornasini y Acosta, 2003;
Global Youth Tobacco Survey Collaborating Group, 2003; Olmedilla y Ortega, 2009).
Según Videra y Fernández (2010), a pesar de no existir una definición específica para
“estilos de vida”, la mayoría de los autores coinciden en que se refiere a un “conjunto de
patrones conductuales que poseen repercusiones para la salud de las personas”. Sin
embargo, no existe el mismo acuerdo en cuanto a la elección de los patrones conductuales,
contemplándose una bipolaridad entre la voluntariedad o involuntariedad del ser humano a
la hora de mantener un estilo de vida saludable (Gómez, Jurado, Viana, Da Silva y
Hernández, 2005; Martínez, Santos y Casimiro, 2009).
Otra de las variables analizadas en la literatura científica es la satisfacción vital, que se
define como una valoración global que la persona hace sobre su vida, comparando lo que
ha conseguido, sus logros, con lo que esperaba obtener, sus expectativas. (Arruza y Arribas,
2008, Esnaola, 2008; González, Garcés de los Fayos y García del Castillo, 2011; Goñi,
Rodríguez y Ruíz de Azúa, 2004; Pavot y Diener, 2009; Ruíz de Azúa, Rodríguez y Goñi,
2005).
Así mismo, se han realizado algunas investigaciones que relacionan el ejercicio físico y
la salud percibida. La autopercepción de la salud nos proporciona información de una forma
indirecta (González, Garcés de los Fayos y García del Castillo, 2011; Infante y Goñi, 2009;
Valero, Ruiz, García Montes, Granero y Martínez, 2007).
Tal y como indican Videra y Fernández (2010), en el estudio de los estilos de vida se
consideran dos grupos bien definidos de variables: a) el de las de hábitos de vida
saludables (conductas protectoras de salud) y b) que se plantea las conductas no
saludables (conductas de riesgo para la salud). La práctica de actividad física o de deporte
debe formar parte de las conductas saludables (González, Garcés de los Fayos y García del
Castillo, 2010), siempre cuando esta no suponga un factor de riesgo para las mismas. Los
estudios indican que, por lo general, los adolescentes que practican algún tipo de actividad
física o deporte, además de obtener beneficios físicos y psicológicos, poseen conductas más
saludables que las personas inactivas físicamente o sedentarias (Castillo, Tomás,
García-Merita y Balaguer, 2003; Páez y Castaño, 2010).
Contradictoria y simultáneamente, vivimos en una cultura hedonista que transmite
mensajes a favor de la satisfacción inmediata de los impulsos y apetencias. Muy en especial
durante el periodo de la adolescencia, las personas nos enfrentamos de continuo a nuevas
situaciones que nos ofrecen la posibilidad de consumir bebidas alcohólicas, de fumar o de
adoptar otras muchas conductas de riesgo. La adolescencia es una etapa de la vida en la
que hay que ir decidiendo, tomando conciencia y estableciendo hábitos saludables con
respecto al consumo de alcohol y drogas, práctica de actividad física, ritmos de descanso,
cultura del ocio, etc…. También durante este periodo los hábitos relacionados con la
alimentación y la actividad física pueden experimentar cambios importantes ejerciendo un
considerable efecto los modelos estéticos imperantes que en la actualidad proponen la
delgadez como prototipo de belleza (Pastor, Balaguer y García- Merita, 2000; Pons y Gil,
2008).
Con motivo del análisis del beneficio que la práctica deportiva ejerce en la salud, se
tiene en cuenta la percepción del estado de salud como uno de los indicadores más
afianzados. Este indicador se basa en la idea que el individuo tiene sobre su propio estado
de salud. A pesar de que la valoración de la percepción de este estado es un factor
subjetivo, se acepta una estrecha relación con problemas asociados a la alteración de la
imagen corporal y la autoestima (Abellán, 2003; Urrutia, Azpillaga, Luis y Muñoz, 2010).
En otro punto de vista, Boixadós, Valiente, Mimbrero, Torregrosa, y Cruz (2004), nos
indican que las investigaciones en este ámbito estudian cuales son las influencias
psicológicas y sociales que configuran la atracción inicial de los jóvenes hacia el deporte. En
este sentido, estas influencias incluyen actitudes y valores más relevantes dentro de la
familia o del grupo deportivo en el que se desenvuelven.
Tal y como se ha mencionado con anterioridad, cuando fijamos nuestro interés por
algún aspecto -en este caso, en la actividad deportiva- los individuos fijamos la atención,
intensidad y el valor de los aprendizajes a través de atributos personales, los agentes de
socialización u otros significativos y las situaciones de socialización generando así la
participación activa en el deporte, dentro de un continuo donde los polos que lo sustentan
son el desempeño profesional de la actividad deportiva o una vida plena en la práctica
deportiva (en un plano más activo) y el abandono deportivo o las conductas sedentarias
(cuando nos referimos al plano más pasivo).
Por ello, este apartado de la unidad didáctica pretende acercarnos hacia las esenciales
funciones de los principales socializadores en la iniciación en el deporte, como elementos
motivadores y generadores de actitudes hacia su práctica continuada, que forme parte de
un estilo de vida y que facilite, a los deportistas que muestren condiciones para ello
(técnicas, físicas, psicológicas y socioeconómicas) llegar a competir en altos niveles de
rendimiento, e incluso ser profesionales del deporte en el que destaquen.
En este sentido, el valor que se transmite a través del lenguaje de la educación física y
concretamente a través de la práctica de actividades físicas y deportivas han experimentado
un desarrollo considerable por la trascendencia que han adquirido los temas relacionados
con la salud, el ocio y el tiempo libre, como puede observarse todo encaminado a generar
personas alejadas de cualquier tipo de violencia. De esta forma, las prácticas
físico-deportivas se han convertido en un hábito para gran parte de la sociedad, pudiendo
destacar como factores de su popularidad la continua labor divulgativa de los medios de
comunicación y el carácter público, en muchos casos gratuito, de los servicios deportivos
institucionales (Romero, 2007).
Las actitudes previas de los practicantes son un factor poco estudiado, seguramente
porque también han sido también escasos los estudios sobre la satisfacción en programas
físico-deportivos realizados en entornos de práctica de ejercicio físico. Parece razonable que
cuanto más pronta sea la edad de inicio y convivencia satisfactorios de la práctica de
ejercicio físico, es mucho más sólido el aprendizaje de las actitudes hacia el deporte, y al
mismo tiempo puedan ser a su vez determinantes como pronosticadores de satisfacción
que en otros periodos de nuestra vida.
Cita bibliográfica: