U1 Psicología de La Actividad Física y El Ejercicio - Gonzalez Hernandez

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APUNTES - UNIDAD: PSICOLOGÍA DE LA ACTIVIDAD

FÍSICA Y EL EJERCICIO
MÁSTER S.I.P.D.

Prof. Dr. Juan González Hernández (España) Universidad


de Granada
2

La psicología de la actividad física y el deporte es el estudio científico de las personas y


su conducta en el contexto del deporte y la actividad física. Si bien esta área de la psicología
identifica los principios y directrices que los profesionales pueden utilizar para ayudar a las
personas a participar en actividades deportivas y de actividad física, y a beneficiarse de las
mismas, se aplica a una amplia base de la población. Algunos profesionales la utilizan para
ayudar a que los deportistas de elite alcancen su rendimiento máximo, pero muchos otros
están más interesados por los niños, las personas física o mentalmente discapacitadas, las
personas mayores o, en general, un deportista “más normalizado”. Recientemente, desde la
Psicología del Deporte se ha centrado su atención en los factores psicológicos implicados en
el ejercicio físico, desarrollando estrategias para alentar a personas sedentaria a practicar
ejercicio o evaluando la eficacia de éste como tratamiento para la depresión.

La relación entre la práctica de actividad física-deportiva y la salud física y psicológica es


un tema que viene despertando un gran interés entre los investigadores, siendo numerosos
los trabajos científicos que tratan de describir y explicar dicha relación. En general, los
efectos del ejercicio sobre la salud física están mejor establecidos en la literatura científica
que aquellos otros que supuestamente produce sobre el bienestar psicológico (Jiménez,
Martínez, Miró y Sánchez, 2007). Mantener una vida activa, donde se combina ejercicio
físico junto con otras facetas vitales, es sano; llegar y traspasar “extremos” que sean fuente
de desajustes físicos, vitales y psicológicos, es totalmente insaludable. Precisamente por
ello, y ante la gran cantidad de población general con necesidad de comprender el
equilibrio condición física-respuesta psicológica a la que se podrá dirigir (en Alto
Rendimiento únicamente se trabaja con unos pocos “elegidos”).
Numerosos trabajos han demostrado que la práctica regular de actividad física tiene un
impacto positivo sobre la salud, tanto a nivel físico como psicológico y social (Blacklock,
Rhodes y Brown, 2007; Ekelund, Luan, Sherar, Esliger, Griew y Cooper, 2012). El ejercicio
físico planificado y estructurado, además de la mejora de la condición física, potencia los
recursos motores en beneficio de la salud psicosocial (Sánchez, Ureña y Garcés de Los
Fayos, 2002; Stein, Molinero, Salguero, Corrêa y Márquez, 2013) combatiendo el
aislamiento, la depresión, la ansiedad y favoreciendo la autoestima y la cohesión social
(García-Molina, Baeza y Fernández, 2010). Durante tiempo se ha sustentado la idea de que
existía una relación directa entre cantidad de actividad física y beneficios para la salud.

Desde la OMS se establece desde el 2010 las recomendaciones mundiales sobre


actividad física para la salud que son la base de los posteriores planes o guías de ejercicio
llevados a cabo por los países miembros. En ellas se acuerda que un adulto sano, de 18 a 64
años, debería participar como mínimo 150 minutos semanales de actividad física aeróbica,
de intensidad moderada, o bien 75 minutos de actividad física aeróbica vigorosa cada
semana, o bien una combinación equivalente de actividades moderadas y vigorosas.
Además, como mínimo dos veces por semana, se deberían realizar actividades de
fortalecimiento de los grandes grupos musculares.

El fomento de la práctica deportiva y el ejercicio físico entre los más jóvenes se ha


convertido en un objetivo fundamental de las políticas deportivas públicas, justificado por la
importancia que esta práctica tiene para un desarrollo armónico de la persona. Field, Diego
y Sanders (2001) encuentran, por ejemplo, que los jóvenes con un mayor nivel de
participación en actividades físico-deportivas presentan relaciones de mayor grado de
intimidad, calidad y frecuencia con la familia, menores niveles de depresión, mayor nivel de
optimismo y mejores rendimientos académicos. Por tanto, los programas de fomento de la
práctica deportiva y del ejercicio físico, más allá de su finalidad meramente lúdica, bien
pudieran considerarse como programas de intervención social (Hernández-Mendo, 2001).

La práctica de actividad física se ha considerado como instrumento útil para el


desarrollo de “herramientas personales”. Como instrumento educativo, entendido como un
equilibrio entre los sistemas familiar, educativo y social, favorece la socialización de las
personas” (González, 2011) o como modelo de salud, que fomenta la aparición de recursos
de resistencia personales y sociales, disminución de factores de riesgo y estresores (Mayer,
Krause, Seifert, Görlich y Eberspächer, 2005; Hölter, 2007).

Convertirse en un ser humano activo, aprender a conocerse en diferentes planos de


exigencia para alcanzar objetivos, reconocer los aspectos útiles para valorar el tiempo y el
esfuerzo dedicado, no sólo son la base que permite para una mayor madurez personal, sino
también para el desarrollo de la fortaleza mental y porqué no decirlo, si el joven deportista
y su entorno más cercano tienen las condiciones que así lo facilitan, poder llegar a ser
deportista profesional en el deporte que sea.

Entendiendo que es posible describirse que existe un «Deporte para Todos», nos
encontramos con un deporte o actividad física en que las reglas, objetivos y propósitos los
disponen las propias personas que lo practican. Es la práctica deportiva en los momentos de
ocio, del deporte en un marco deportivo que está poco delimitado y sus objetivos incluyen
la mejora de la salud, las relaciones sociales, la auto-superación o el placer inherente al
propio movimiento y a los juegos deportivos; pero que también incluye objetivos de logro,
de éxito o fracaso, de mejora en las destrezas físicas y psicológicas, de relacionarse
socialmente con iguales, de imitar modelos profesionales, de desarrollar rasgos
competitivos, etc. En este caso, es difícil señalar una única institución con competencias y
responsabilidades en este ámbito, ya que, en la actualidad, existe una compleja red de
servicios públicos: universidades, ayuntamientos, diputaciones..., y privados: empresas,
centros deportivos o grupos de personas particulares, etc. que intervienen en el deporte
considerado desde esta amplia perspectiva.
Figura 1. Diferenciación Psicología del deporte vs Psicología de la Actividad Física

Los programas de ejercicio físico se asocian a aumentos significativos en autoestima, en


particular en individuos con autoconcepto bajo. Sin embargo, estos aumentos no se asocian
a mejoras de la actitud (estados de ánimo). Gruber (1986) encontró que los niveles altos de
autoestima estaban asociados a la participación en programas de educación física, con lo
que concluye que la actividad física es un protector importante para aquellas personas que
tienen un autoconcepto bastante bajo. La evidencia empírica apunta, por ejemplo, a que
mientras la reducción en ansiedad ocurre con los tipos de actividad anaeróbicos y
aeróbicos, efectos más grandes fueron encontrados con la actividad aeróbica mantenida 30
minutos o más (Long y Stavel, 1995). De todos modos, uno de los fenómenos más
estudiados en la relación entre actividad física y adolescentes es el sedentarismo.

Aunque se describen de manera amplia los indicadores del sedentarismo y se


puntualizan los beneficios que la actividad física tiene sobre el bienestar psicológico,
sociocultural y cognitivo, también se han estructurado una gran cantidad de procedimientos
tendentes a modificar los comportamientos y las actitudes que las personas tienen sobre la
práctica de una actividad física o deportiva.

El desarrollo de estrategias de promoción de la salud para el incremento de la actividad


física requiere conocer los factores que determinan dicho nivel de actividad en la población.
Tradicionalmente, el estilo de vida sedentario se ha asociado con el sexo femenino, mayor
edad, nivel socioeconómico bajo y el hábito de fumar. En los últimos tiempos se viene
prestando atención a otros posibles determinantes de la realización de actividad física,
como son el nivel educativo y la práctica de actividad física de los padres, existencia de
sobrepeso, tipo de residencia, salud percibida, patrón de dieta y existencia de un estilo de
vida general saludable (Elizondo-Armendáriz et al., 2005). En este caso, los autores
concluyen argumentando que los beneficios de la actividad física son bastante altos y, por
ello, es necesario que se adopten políticas para estimular la actividad física entre esta
población.

Conocer el estado de salud a lo largo de cualquier momento de la vida de los


individuos, al estudiar los diferentes determinantes relacionados con la biología de la
persona, con el medio ambiente en el que vive, con el sistema sanitario que le atiende y con
los estilos de vida que caracterizan a su comunidad y al individuo, se convierte en una
necesidad para el planteamiento realista de programas de estudio, prevención,
intervención y rehabilitación sobre procesos saludables y donde es posible alcanzarse.

Es decir que los factores personales, sociales, económicos y ambientales influyen en el


estado de salud y, por tanto, las estrategias de defensa y protección de la salud, la adopción
de estilos de vida, los hábitos de consumo y el manejo del riesgo, están directamente
relacionados con la promoción de la salud. El mantenimiento de hábitos saludables, como la
dieta equilibrada y el ejercicio, es más probable en la edad adulta si dichos estilos de vida se
establecen durante la infancia (Raitakari y cols, 1994; Riddoch y Boreham, 1995; Sánchez,
1996; Shepard, 1997; Gil Roales Nieto, López, Zaldívar, & Moreno San Pedro, 2003; Moreno
San Pedro & Gil Roales Nieto, 2003). Por ello, es importante conocer cuáles son los
comportamientos de nuestros futuros adultos durante los primeros años de su
adolescencia, cuando todavía pueden ser susceptibles de cambios mediante intervenciones
educativas, y adquirir conciencia hacia la creación de los citados hábitos saludables, donde
la práctica de la actividad física se convierte en un eje transversal sobre la adquisición de
otros hábitos saludables. (Mendoza, Sagrera y Batista, 1994; Gil Roales Nieto, López y
Moreno San Pedro, 2001).
Algunos autores (Baessler y Schwarzer, 1996; San Juan, Pérez y Bermúdez, 2000;
Schwarzer, 1993) han planteado esta creencia de forma más global, refiriéndola a la
confianza que se tiene en la capacidad para afrontar las situaciones considerándola como
una expectativa de autoeficacia generalizada (AEG). Finalmente, desde una óptica más
intermedia (Smith, Wallston y Smith, 1995), en relación con asuntos relativos con la salud,
han sugerido la competencia percibida (CP), designando con ella el nivel de autoeficacia que
se percibe en relación con los problemas o situaciones de conflicto como parte del proceso
de aprendizaje de cualquier destreza personal, ya sea deportiva, mejora de salud, o de
habilidad social, influyendo así mismo en lo modos de afrontamiento de esas situaciones y
en la resolución de las mismas.

El ser humano deportivo está acostumbrado a la acción, y ella es su impronta, su


inserción en el mundo, sus señas de identidad. Esta viveza detectable por sus
contemporáneos, revela el carácter abierto y estructural típico del deportista. Abierto
porque el deporte es dinamismo desde dentro hacia fuera y porque el deporte es contrario
a la existencia de sistemas cerrados. Y Estructural porque uno de los problemas de la vida es
la ampliación de estructuras mediante sucesivos aprendizajes. ¿Acaso no se afirma que la
persona que practica deporte, no se posee debidamente, no se instala a gusto en la vida o
no se construye recursos adecuadamente que le autoafirmen, si no es mediante el
entrenamiento que para el ser humano representan sus continuos aprendizajes?

En la medida que el deporte fue consolidándose en la sociedad como un modo de


entretenimiento cada vez más cotidiano, fue extendiendo y haciendo popular determinados
modos de comportamiento, expresiones, actitudes y hábitos, que han ido configurando con
el tiempo una serie de valores que ahora mismo se encuentran fuertemente arraigados en
el tejido social (Lavega y Lagardera, 2004).
En este proceso, se han ido conformando actitudes, hábitos, prácticas, instituciones
sociales, etc.; incluso nos atreveríamos a afirmar que direcciones motivacionales en los
seres humanos, que influyen directa e indirectamente en la instauración de “culturas de
comportamiento deportivo”, estilos de vida alrededor del deporte o de la práctica
deportiva, que en algunos casos pueden convertirse en patológicos (adicción al deporte,
violencia a través del deporte, ansiedad y estrés, depresión, trastornos de alimentación,
burnout, etc.), tanto desde un punto de vista individual como social. De tal forma el
fenómeno deportivo llega a generar esa influencia en los humanos, que a través del mismo
nos desarrollamos, tanto positiva como negativamente, como personas y seres sociales; que
de la interiorización de tales elementos se compone lo que podríamos denominar “estilo de
vida deportivo” (valores, actitudes, modelos de comportamiento, etc.) que infiere en el
desarrollo de la personalidad, en los aprendizajes, y en el desarrollo de competencias
personales (sociales, emocionales, cognitivas, morales, etc.).

La salud se ha convertido hoy día en uno de los temas transversales de mayor


relevancia en nuestra sociedad. Nos encontramos con cambios socioculturales acaecidos
en las comunidades urbanas postmodernas, que generan nuevas formas de vida que
afectan a la consideración que se tiene de diferentes conductas, entre las que se encuentra
la práctica de actividad física (Tercedor et al., 2003). En palabras de Olivera (2005), hemos
pasado “del hombre nómada, hambriento, creyente y cazador, al hombre sedentario,
sobrealimentado, descreído y consumista” (Zaragoza et al., 2007, p.3).

Además, todos estos cambios culturales en las maneras de concebir nuestra relación
con el mundo, coinciden con una cultura contradictoria centrada en la actividad física y la
salud; en algunos casos tan desbordada y tan exagerada en el culto al cuerpo, que
desarrolla importante problemas de salud y bienestar físico y psicológico.
La práctica deportiva no sólo es buena para la salud sino que además está relacionada
con la adquisición de hábitos saludables. Hay trabajos que contemplan que los estudiantes
que realizan ejercicio físico consumen menos alcohol, tabaco u otras drogas que aquellos
que no hacen deporte (Casimiro y cols., 2001; Castillo y cols., 1999; García Ferrando, 1993;
De Hoyo, y Sañudo, 2007; Latorre et al, 2009; Pérez, Requena y Zubiaur, 2005; Rodríguez
Ordax y de Abajo, 2003; Sánchez y Cantón, 1999; Valero et al., 2007). Nuviala et at. (2009)
ponen de manifiesto que existe una relación entre conductas y hábitos saludables, y a la
inversa también, configurándose, de este modo, estilos de vida determinados.

En una gran cantidad de trabajos que buscan investigar los principales motivos por los
que los seres humanos practican actividad física, se confirma que la salud es la principal
motivación para el desarrollo de dicha práctica, seguida por la necesidad de diversión o
de relaciones sociales entre iguales (Gálvez, Rodríguez y Velandrino, 2007; Lemp y Behn,
2008; Moreno et al., 2003; Pavón y Moreno, 2006; Pérez Córdoba y Llames, 2010). El
análisis de los motivos fundamentales para la práctica deportiva revela diferencias según la
franja de edad en la cual nos centremos. De esta forma, la salud parece ser un valor más
apreciado según avanza la edad, encontrándolo muy presente en adolescentes y adultos
(Márquez y Garratechea, 2010; Reyes y Garcés de los Fayos, 1999; Ruiz, Montes y Suárez,
2007), mientras que los escolares buscan la diversión y el recreo en mayor medida.

El ejercicio físico, practicado de manera apropiada, es quizás una de las mejores


herramientas hoy disponible para fomentar la salud y el bienestar de la persona. De
manera directa y específica, el ejercicio físico mantiene y mejora la función músculo-
esquelética, osteo-articular, cardio-circulatoria, respiratoria, endocrino-metabólica,
inmunológica y psico-neurológica. De manera indirecta, la práctica de ejercicio tiene efectos
beneficiosos en la mayoría, si no en todas, las funciones orgánicas contribuyendo a mejorar
su funcionalidad lo cual es sinónimo de mejor salud, mejor respuesta adaptativa y más
resistencia ante la enfermedad. De hecho, realizar ejercicio físico de manera regular reduce
el riesgo de desarrollar o incluso morir de lo que hoy día son las principales y más graves
causas de morbi-mortalidad en los países occidentales. El ejercicio practicado de manera
regular y con la intensidad adecuada, es decir, sometiendo al organismo a un programa de
entrenamiento con la finalidad de mejorar su estado de forma, contribuye a mejorar la
capacidad funcional global del organismo, que es precisamente, lo que persiguen los
atletas cuando entrenan.

Nuestra comprensión de la relación entre la actividad física y la salud constantemente


se desarrolla y por tanto, se hace necesaria la definición de los conceptos claves para tener
en cuenta cuando hablamos de la práctica deportiva con una orientación saludable o con la
búsqueda de un estilo de vida saludable entorno al deporte:

🙒 Hábitos saludables; Para poder alcanzar y/o mantener un pleno estado de salud y una
buena calidad de vida es esencial mantener un adecuado estilo de vida, que incluya
una alimentación saludable y ejercicio físico de manera regular (González Calvo,
2010). Son la conjunción terminológica de los términos “hábitos de salud” y “hábitos
de vida”, ya que ambos están íntimamente relacionados-unidos. Es decir, las pautas
comportamentales cotidianas de la vida de una persona para la mejora de su salud.
Uno de los hábitos importantes considerados como positivos para los estilos de vida
saludables y su contribución al objetivo final de calidad de vida, es la práctica de
actividad física, realizada de acuerdo con la frecuencia, intensidad y duración
adecuada. El conocimiento de estos factores de la dinámica de los esfuerzos hará
que la actividad que se realice sea más o menos saludable (Corrales, 2009; Torres,
2001).
🙒 Salud; según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 1946 define la salud
como un estado de bienestar físico, mental y social. El enfoque más tradicional de la
salud ha estado basado fundamentalmente en el tratamiento de la enfermedad.
Actualmente se considera que la concepción de la enfermedad como resultado de
algún agente patógeno está superada. La ciencia ha demostrado que la etiología de
las patologías es multifactorial. La salud pasa a ser considerada como un problema
social, por lo que, ya no tiene un interés exclusivo sólo para la medicina, sino
también para otras disciplinas como psicología, sociología, epidemiología, economía,
informática, ciencias políticas, ciencias del deporte, etc. La salud y la enfermedad
deben considerarse en términos relativos y dinámicos, tanto desde el punto de vista
individual como social, ya que se hallan en permanente evolución (Hernández
Álvarez, 2008; Morales, Hernández Mendo y Blanco, 2005; Shamah et al., 2008). Por
lo tanto, practicar algún tipo de actividad físico-deportiva es prácticamente sinónimo
de mejor calidad y mayor esperanza de vida, siendo posible que personas que
realizan ejercicio de forma continuada puedan ganar entre diez y veinte años de
diferencia con respecto a personas de la misma edad que no lo hacen gracias a los
beneficios fisiológicos, biológicos, psicológicos y sociales que derivan de su práctica.
En pleno siglo XXI, podemos considerar la salud como un concepto multidimensional
que puede referirse – como ya se ha mencionado- a esperanza de vida, pero
también a buenas condiciones físicas, psicológicas y sociales. Es precisamente desde
esta conceptualización donde podemos establecer un cierto paralelismo entre sus
componentes y los conceptos que estamos manejando, conectando la condición o
salud física con el bienestar o equilibrio emocional, así como con la calidad de vida y
los hábitos de vida (Carlin y Garcés de los Fayos, 2010).

🙒 Actividad física; se trata de cualquier movimiento corporal producido por los músculos
esqueléticos que tiene como resultado un gasto de energía y el movimiento de los
diferentes componentes corporales que pueden ser realizados durante las
actividades de la vida diaria, laborales, distracción, ejercicio y deporte (Garita, 2006;
Esnaola y Revuelta, 2009). Además, tal y como indica Cantón (2001), atendiendo a
su vez a definiciones anteriores, se considera ejercicio o actividad física toda
actividad física planificada, ordenada, repetida y deliberada, dirigida a la mejora de
una condición física, tomando también en consideración durante cuánto tiempo se
realiza y con qué frecuencia.
🙒 Ocio; se refiere a un espacio creativo, de expansión de la personalidad, de contenido
lúdico, formativo, auto expresivo y de salud en sus acepciones de bienestar físico,
psíquico y social. Hoy se concibe el ocio como un derecho humano básico, como la
educación, el trabajo y la salud, y nadie debería ser privado de dicho derecho por
razones de sexo, raza, edad, religión, creencia, nivel de salud, discapacidad o
condición económica (Lemp y Behn, 2008). A lo largo de la historia el concepto de
ocio ha sufrido algunos cambios en cuanto a su concepción, organización y control,
valor, etc. El ocio se puede definir como “el conjunto de operaciones a las que el
individuo puede dedicarse voluntariamente, sea para descansar o para divertirse, o
para desarrollar su información o formación desinteresada, su voluntaria
participación social o su libre capacidad creadora, cuando se ha liberado de sus
obligaciones profesionales, familiares y sociales”. El ocio posee una serie de
características, como recreación, vacaciones, juego, distracción, diversión, expresión
de descanso o bienestar, esparcimiento e incluso, de realización. Somos conscientes
de que las experiencias de ocio no siempre están enfocadas hacia un ocio valioso y
positivo que fomenten el desarrollo de la persona, sino que se produce también,
otro amplio bagaje de experiencias consideradas; unas, como utilitarias y percibidas,
y otras, como aburridas e incluso dañinas. Por este motivo sentimos la necesidad de
emplazar nuestro ocio en la dirección u orientación adecuada (Ramos, Arazuri,
Ponce de León y Valdemoros, 2009).

Fraile y Vizcarra, (2009) (en referencia a Devis y Peiró, 1992), presentaron lo que
denominaron “la nueva noción de salud relacionada con el ejercicio físico”, afirmando que
“aparece en la segunda mitad del siglo XX y que acaba influyendo en el currículum de la
educación física”. Hacen un repaso socio-histórico, muy particular, de la profesión de
educador físico. Muy particular porque desarrollan su perspectiva histórica centrándose en
la evolución que va de la "condición física" a la "condición física relacionada con la salud",
ignorando los antecedentes; justificándose en que es necesario “para comprender la
problemática situación en la que nos encontramos actualmente”.

En este sentido, y de cara al entendimiento preciso de lo que la práctica deportiva llega


a ejercer en los procesos de adquisición de hábitos y crecimiento personal, es necesario
diferenciar varios conceptos (cuadro 1) que, aunque interrelacionados y mutuamente
influenciables, son claramente diferentes. Son los conceptos de Actividad Física, Ejercicio
Físico, Ejercicio Invisible y Forma Física (o Condición Física):
Cuadro 1. Conceptos asociados a la práctica deportiva

Se está de acuerdo con la afirmación Díaz y Uranga (2011), en la que nos indica que el
concepto de salud que impera en la actualidad parte de la definición de la Organización
Mundial de la Salud, es decir, la salud como el completo bienestar físico, psíquico y social
habiendo pasado este modelo médico, a través de los tiempos, por otros muchos
“modelos”.

Como ya señalaban algunos autores (Alvariñas, Fernández y López, 2009; Cantera y


Devis, 2002), una relación problemática entre la condición física y la salud que expresan de
la siguiente manera: “aunque el movimiento de la condición física relacionada con la salud
trata de alejarse de la visión dominante de las habilidades deportivas y el rendimiento
físico-motor, no acaba de despejar ciertas incógnitas que aparecen al vincular ambos
conceptos: ¿existe alguna relación entre la condición física y la salud?; ¿se puede tener una
buena condición física sin estar sano/a?, y ¿tener mala condición física y estar sano/a?; la
participación en actividades de tiempo libre, ¿será buscando el rendimiento físico o
simplemente participando en actividades físicas? …”.

El cambio hacia la condición física relacionada con la salud plantea nueva concepciones
en la práctica de actividad física, así como en las personas que se encargan de transmitirla al
resto (docentes, entrenadores, monitores, etc.), contemplándola dentro de una cultura del
ocio y de la ocupación del tiempo libre.
Miñarro (2009), indica que resulta sorprendente que existiendo tanto conocimiento
de cuál es el comportamiento saludable que debe llevar una persona, y que dicho
conocimiento llega a la mayor parte de la población, el ser humano tienda a tener una
conducta y un estilo de vida bastante insano y sedentario.

Se crea, por tanto, cierta confusión profesional en la forma de transmitir la educación


física. Así, por ejemplo, Quennestedt, Burrows y Maivorsdotter (2010) señalaban que
mientras que muchos educadores físicos dicen enseñar condición física para la salud, la
forma en que diseñan, enseñan y evalúan su programa, tiene que ver más con una
condición física orientada al éxito en el resultado de los deportes competitivos que con una
condición física para una vida saludable y sana. O señalando a Burrows (2000), que indica la
importancia de la transmisión pedagógica de la actividad física como modelo preventivo de
conductas sedentarias y de problemas de salud como los desórdenes alimentarios (Santos,
2005).

En general, los efectos del ejercicio sobre la salud física están mejor establecidos en la
literatura científica que aquellos otros que supuestamente produce sobre el bienestar
psicológico. Debido a la dificultad de desarrollar estudios experimentales encaminados a
establecer una relación causa-efecto entre la práctica de ejercicio físico y la salud mental, la
mayoría de los trabajos de investigación en este campo han adoptado diseños
metodológicos menos rigurosos, por lo que de los resultados no pueden derivarse
relaciones causales.

Entendiendo cada uno de los conceptos que entran en juego en la relación actividad
física y salud (ver figura 2), Cantón (2001) nos indica que dichas relaciones se ubican mejor
cuando entramos a considerar situaciones o factores específicos, como el estilo de vida
sedentario, que afecta a dos tercios de la población adulta, factor importante y al que el
deporte aporta una relevante función como factor de prevención de enfermedades, en
cuanto a que se mejora la condición física.
Figura 2. Relaciones de los componentes de salud. (Cantón, 2001).

No obstante, son numerosas las investigaciones que avalan los beneficios del ejercicio
físico en diferentes ámbitos del bienestar psicológico: mejora la salud subjetiva, el estado
de ánimo y la emotividad (Arruza, Arribas, Gil de Montes, Irazusta, Romero y Cechinni,
2008; Biddle, Fox y Boutcher, 2000; Szabo, 1996; Thøgersen-Ntoumani, Fox y Ntoumanis,
2002; 2005; Tetlie, Eik-Nes, Palmstierna, Callaghan, y Nøttestad, 2008), reduce la depresión
clínica (Callaghan, 2004; Lawlor y Hopker, 2001; Olmedilla y Ortega, 2009; Olmedilla, Ortega
y Candel, 2010), disminuye los niveles de ansiedad (Akandere y Tekin, 2005; Brunet y
Sabinston, 2009; Garcés de los Fayos y Velandrino, 2007; González Calvo, 2010; Remor y
Pérez Llantada, 2007; Rennmark, Lindwall, Halling y Berglund, 2009), favorece el
afrontamiento del estrés (Jiménez et al., 2008), incrementa la autoestima (Infante y Goñi,
2009; Goñi, Rodríguez y Esnaola, 2010; Thøgersen y Ntoumanis, 2006; Unstattd et al.,
2008), etc.
En la actualidad, los diversos enfoques de las teorías y modelos de la promoción de la
actividad física presentan dificultades específicas: por un lado, los que estudian y abordan el
problema desde una dimensión individual o intrapersonal, entre ellos algunas teorías del
aprendizaje (conductismo instrumental, psicogenética, gestalt, entre otras) o el modelo
transteórico de los procesos de cambio (Prochaska y Di Clemente, 1983); y por otro lado,
desde una dimensión interpersonal (como la teoría de la acción razonada, la teoría del
aprendizaje social y la teoría cognitiva social), aunque se han dirigido a transformar en las
personas y grupos, la actitud, adherencia, percepción de riesgos y beneficios, en relación
con la actividad física (Bergman, Grjibovski, Hagströmer, Patterson y Sjöström 2010;
Ferreira, Siqueira y Florindo, 2010; McNeill, Wyrwich, Brownson, Clark y Kreuter, 2006; Sallis
y Glanz, 2009; Van Stralen, Lechner, Mudde, De Vries y Bolman, 2010), han derivado el
desarrollo de programas que definen acciones puntuales y de baja permanencia, debido en
parte al desconocimiento de la construcción colectiva de los hábitos, como producto de las
redes simbólicas que se han definido en los grupos a partir de determinadas experiencias
sociales, políticas y culturales.

Por otro lado, propuestas mucho más sociales como, por ejemplo, la investigación
ecológica, se dirigen a identificar los determinantes y a comprender las relaciones que
presentan los modos de vida con las maneras de enfermar y estar sano, identificando
diferentes niveles de intervención (Prieto, 2003); por ejemplo, algunos estudios consideran
como niveles de influencia en los comportamientos saludables los factores personales,
interpersonales y grupales, institucionales, comunitarios, y de política pública y nivel
individual, organizacional y gubernamental, en los sectores escolar, laboral, hospitalario y
comunitario (Di Clemente, Crosby, Kegler, 2009). Aunque a estas teorías y modelos, se les ha
atribuido la posibilidad de fundamentar en las personas y grupos los mecanismos para la
adopción y mantenimiento a largo plazo de hábitos saludables (figura 3), sus métodos para
generar las explicaciones de las relaciones sociales y culturales de la salud y de la
enfermedad, aún se encuentran en construcción.

Figura 3. Relaciones ejercicio físico y autorreferencia psicofísica personal

Estas dificultades de abordaje del problema pueden relacionarse al menos con dos
aspectos. En primer lugar, la forma como se entiende la salud y la promoción de la salud en
relación con la actividad física y en segundo lugar, la manera como se han asimilado los
modelos de intervención.

Desde las ciencias de la actividad física se entiende que el mejor indicador para
realizar ejercicio físico de un individuo es la capacidad aeróbica, que se define como la
capacidad del cuerpo de producir energía mediante la utilización de oxígeno (Álvarez,
Álvarez, Álvarez y Mena, 2006; Del Valle, 2010; Firman, 2009; Martínez, 1984; Martínez,
1985). La prescripción de ejercicio físico encaminado a la consecución de unos
determinados efectos saludables se realiza frecuentemente en base a diferentes
parámetros (frecuencia, duración, intensidad, tipo de ejercicio, etc.), habiendo sido este
aspecto prescriptivo el que ha sido principalmente difundido por la literatura especializada,
y aún más cuando los destinatarios se han encontrado incluidos dentro de poblaciones
específicas como personas con cardiopatías, enfermedades respiratorias, diabetes, etc.
(Serra y Bagur, 2004).

En esta línea prescriptiva referente a la frecuencia, el American College of Sports


Medicine recomienda que se practique ejercicio físico entre 3-5 días por semana para
conseguir mejoras significativas en trastornos de ansiedad al cabo de 10 semanas o de 5
semanas para algunos trastornos depresivos (Jiménez et al, 2008).

En relación con el tipo de ejercicio adecuado para determinados trastornos como la


depresión o la ansiedad, algunos estudios (González, Ortín y Bonillo, 2011) concluyen que
es eficaz tanto el ejercicio aeróbico de baja intensidad y largo tiempo como el anaeróbico
de alta intensidad y bajo tiempo (Garcés de los Fayos y Velandrino, 2007). No obstante,
otros autores (Centelles, Lances y Roldan, 2005; Weineck, 2001), con respecto a los
trastornos de ansiedad, matizan que no son recomendables los deportes que requieran un
alto grado de concentración (tenis, tenis de mesa, etc.), ya que pueden producir tensión
más que relajación.

Tal y como indican Jiménez et al., (2008), aún contando con las recomendaciones
anteriores, cabe señalar que en los diferentes estudios existe poca precisión e incluso
bastantes omisiones en cuanto a las diferentes condiciones de intensidad, frecuencia,
duración, etc. en las que el ejercicio físico resulta beneficioso según el componente del
bienestar psicológico que se quiera mejorar. En la evidencia científica puede comprobarse
el acuerdo existente hacia los efectos antidepresivos del ejercicio físico (Gray, 2007; Knapen
et al., 2007; Mead, Morley, Campbell, Greig, McMurdo y Lawlor, 2008; Vancampfort, et al.
2010; Seime y Vickers, 2006; Singh, Clements y Fiatarone, 1997), sin embargo, existe menos
acuerdo respecto de sus efectos beneficiosos en otros estados emocionales.

Además, podemos encontrar documentos que encuentran un efecto positivo del


ejercicio sobre la ansiedad (Arbinaga y Caracuel, 2006; Mead et al., 2008; Olmedilla, Ortega
y Candel, 2010) y otros que sugieren que este efecto depende de si se realiza un ejercicio
agudo o regular y de si se contempla la ansiedad como estado o como rasgo (Castillo,
Tomás, García-Mérita y Balaguer, 2003; González et al., 2011). Asimismo, existen notables
discrepancias entre los estudios respecto a las volúmenes mínimos de ejercicio necesarias
para conseguir mejorar el estado emocional (Jiménez et al, 2008).

Por otro lado, Jiménez et al. (2008) siguen señalando que, con relativa frecuencia se
argumenta que los efectos beneficiosos del ejercicio son el resultado del mantenimiento
de unos hábitos más saludables por parte de las personas que lo practican (no ingerir
bebidas alcohólicas, no fumar, seguir unos hábitos alimenticios correctos que impidan el
sobrepeso). Estos hábitos saludables también han sido asociados en numerosos estudios a
otras variables demográficas como la edad o el sexo (Burbano, Fornasini y Acosta, 2003;
Global Youth Tobacco Survey Collaborating Group, 2003; Olmedilla y Ortega, 2009).

Según Videra y Fernández (2010), a pesar de no existir una definición específica para
“estilos de vida”, la mayoría de los autores coinciden en que se refiere a un “conjunto de
patrones conductuales que poseen repercusiones para la salud de las personas”. Sin
embargo, no existe el mismo acuerdo en cuanto a la elección de los patrones conductuales,
contemplándose una bipolaridad entre la voluntariedad o involuntariedad del ser humano a
la hora de mantener un estilo de vida saludable (Gómez, Jurado, Viana, Da Silva y
Hernández, 2005; Martínez, Santos y Casimiro, 2009).
Otra de las variables analizadas en la literatura científica es la satisfacción vital, que se
define como una valoración global que la persona hace sobre su vida, comparando lo que
ha conseguido, sus logros, con lo que esperaba obtener, sus expectativas. (Arruza y Arribas,
2008, Esnaola, 2008; González, Garcés de los Fayos y García del Castillo, 2011; Goñi,
Rodríguez y Ruíz de Azúa, 2004; Pavot y Diener, 2009; Ruíz de Azúa, Rodríguez y Goñi,
2005).

Así mismo, se han realizado algunas investigaciones que relacionan el ejercicio físico y
la salud percibida. La autopercepción de la salud nos proporciona información de una forma
indirecta (González, Garcés de los Fayos y García del Castillo, 2011; Infante y Goñi, 2009;
Valero, Ruiz, García Montes, Granero y Martínez, 2007).

La autopercepción de la salud es un indicador utilizado habitualmente en los estudios


del grado de salud de la población. Nuviala, Grao, Fernández, Alda, Burges y Jaume (2009)
sobre autopercepción de la salud, estilo de vida y actividad física organizada, se obtiene
como resultado un alto nivel de salud percibida por la mayoría de los adolescentes (tanto
los que desarrollan un estilo de vida saludable como los que desarrollan conductas de
riesgo para la salud).
La influencia de los otros significativos, en interacción con el medio físico y social,
representa un factor determinante del estilo de vida adolescente. Además, las conductas
que conforman los estilos de vida saludables están relacionados entre sí, entendiéndolos
como estilo de vida relacionado con la salud como un patrón de comportamientos
relativamente estable de los individuos o grupos que guardan una estrecha relación con la
salud (Echazarreta et al., 2009; Jiménez, Cervelló, García, Santos-Sosa e Iglesias, 2007;
Luszczynska, Sheng, Mallach, Pietron, Mazurkiewicz y Schawrzer, 2010; Molinero, Castro,
Ruiz, González, Mora y Márquez, 2010; Moreno, González Cutre-Coll, 2008; Páez y Castaño,
2010), sobre todo en edades jóvenes.

La adolescencia, por ejemplo, es una etapa crítica en el aprendizaje de conductas


saludables, entre las que se encuentra la práctica de actividad física. Es evidente, por otro
lado, en la misma se desarrollan hábitos que pueden continuar durante la edad adulta (Da
Silva, Da Silva, Pereira, Cabral, Alves y Farías, 2010; Livingstone, Robson, Wallace y Mckinley,
2003).

Tal y como indican Videra y Fernández (2010), en el estudio de los estilos de vida se
consideran dos grupos bien definidos de variables: a) el de las de hábitos de vida
saludables (conductas protectoras de salud) y b) que se plantea las conductas no
saludables (conductas de riesgo para la salud). La práctica de actividad física o de deporte
debe formar parte de las conductas saludables (González, Garcés de los Fayos y García del
Castillo, 2010), siempre cuando esta no suponga un factor de riesgo para las mismas. Los
estudios indican que, por lo general, los adolescentes que practican algún tipo de actividad
física o deporte, además de obtener beneficios físicos y psicológicos, poseen conductas más
saludables que las personas inactivas físicamente o sedentarias (Castillo, Tomás,
García-Merita y Balaguer, 2003; Páez y Castaño, 2010).
Contradictoria y simultáneamente, vivimos en una cultura hedonista que transmite
mensajes a favor de la satisfacción inmediata de los impulsos y apetencias. Muy en especial
durante el periodo de la adolescencia, las personas nos enfrentamos de continuo a nuevas
situaciones que nos ofrecen la posibilidad de consumir bebidas alcohólicas, de fumar o de
adoptar otras muchas conductas de riesgo. La adolescencia es una etapa de la vida en la
que hay que ir decidiendo, tomando conciencia y estableciendo hábitos saludables con
respecto al consumo de alcohol y drogas, práctica de actividad física, ritmos de descanso,
cultura del ocio, etc…. También durante este periodo los hábitos relacionados con la
alimentación y la actividad física pueden experimentar cambios importantes ejerciendo un
considerable efecto los modelos estéticos imperantes que en la actualidad proponen la
delgadez como prototipo de belleza (Pastor, Balaguer y García- Merita, 2000; Pons y Gil,
2008).

Esta falta de ejercicio físico está siendo contrarrestada, en determinadas escalas


sociales, por un incremento de la actividad física asociada al tiempo libre y a la práctica
lúdica, así como al deporte aficionado. Esta actividad física ligada al ocio, está vinculada
sobre todo con la reducción de los niveles de riesgo del deterioro de la salud en la vida de
las personas (Echazarreta et al, 2009; Pieron, 2005; Ramos, Hernández, Rivera, Wall, 2008).
Por eso, no es de extrañar, que en los últimos años, la actividad físico y deportiva se haya
convertido en uno de los comportamientos y hábitos considerados como más saludables,
de cuyos beneficios para la salud parece haber hoy día una plena conciencia en la opinión
pública (Ministerio de Sanidad y Política Social, 2010).

Con motivo del análisis del beneficio que la práctica deportiva ejerce en la salud, se
tiene en cuenta la percepción del estado de salud como uno de los indicadores más
afianzados. Este indicador se basa en la idea que el individuo tiene sobre su propio estado
de salud. A pesar de que la valoración de la percepción de este estado es un factor
subjetivo, se acepta una estrecha relación con problemas asociados a la alteración de la
imagen corporal y la autoestima (Abellán, 2003; Urrutia, Azpillaga, Luis y Muñoz, 2010).

Según González (2004) citando a García Ferrando, Lagardera y Puig (1998), la


socialización en el deporte puede contemplarse desde dos puntos de vista: a) la
socialización deportiva; b) la socialización a través del deporte. En el primer caso nos
referimos al proceso mediante el que la cultura deportiva es adquirida por los individuos
hasta incorporarse como parte de su personalidad. En el segundo, aludimos al modo en que
esa cultura deportiva, una vez adquirida, facilita al individuo deportista una serie de
mecanismos y recursos para integrarse de modo positivo en la sociedad. Podemos decir,
entonces, que la socialización deportiva se dirige a los principales agentes de socialización
en el deporte (familia -generalmente el padre-, sistema educativo formal, grupo de iguales y
medios de comunicación), mientras que la socialización a través del deporte considera que
éste se asemeja a un “laboratorio” de acción social, con sus reglas, sus sanciones, sus éxitos,
sus fracasos y demás situaciones que contribuyen a transferir esas cualidades y valores
propios de la educación física y el deporte a otros ámbitos sociales (González, 2004).

En otro punto de vista, Boixadós, Valiente, Mimbrero, Torregrosa, y Cruz (2004), nos
indican que las investigaciones en este ámbito estudian cuales son las influencias
psicológicas y sociales que configuran la atracción inicial de los jóvenes hacia el deporte. En
este sentido, estas influencias incluyen actitudes y valores más relevantes dentro de la
familia o del grupo deportivo en el que se desenvuelven.

Tal y como se ha mencionado con anterioridad, cuando fijamos nuestro interés por
algún aspecto -en este caso, en la actividad deportiva- los individuos fijamos la atención,
intensidad y el valor de los aprendizajes a través de atributos personales, los agentes de
socialización u otros significativos y las situaciones de socialización generando así la
participación activa en el deporte, dentro de un continuo donde los polos que lo sustentan
son el desempeño profesional de la actividad deportiva o una vida plena en la práctica
deportiva (en un plano más activo) y el abandono deportivo o las conductas sedentarias
(cuando nos referimos al plano más pasivo).

Una vez las personas se han iniciado en el deporte, se encuentran en un ambiente


social que tiene la posibilidad de facilitar o dificultar su crecimiento personal. La
socialización a través del deporte hace referencia al aprendizaje de actitudes, valores,
habilidades generales (por ejemplo, deportividad, trabajo en equipo, etc.).

Existen una serie de puntos comunes en el proceso de socialización y que determinan


la esencia del mismo. El primero de estos puntos comunes, consiste en que la socialización
no sería posible sin un cierto grado de conformidad por parte del sujeto socializado. La
conformidad, es considerada respecto a cómo habitualmente se mantienen las expectativas
observando cuáles son las conductas, actitudes y valores apropiados en diversas
situaciones. El segundo aspecto, consiste en considerar que el aprendizaje ocupa un sitio
importante en el escenario social, y que este aspecto es influenciado por la presencia de
otros. Se considera que tanto el agente socializador como el sujeto socializado se influyen
en el proceso de aprendizaje, aunque la investigación en las diversas aproximaciones no ha
estudiado de forma conveniente la naturaleza recíproca del proceso, la interdependencia de
la interacción y la potencialidad de la influencia mutua (Brustad, 1992).

Es precisamente Brustad (1992) quien nos señala la necesidad de investigar las


relaciones existentes entre la socialización y la motivación hacia el deporte. En este sentido,
diversos estudios han confirmado la existencia de relaciones significativas entre el apoyo
paterno y el clima creado en la familia y las autopercepciones de capacidad física (Weiss,
2000), las autopercepciones de apariencia física (Rodríguez y Beato, 2002), la
autocompetencia percibida, (Roberts, 1995), las percepciones de autoeficacia y
competencia física (Sonströem, 1997) y las autopercepciones de salud (Sonströem, 1998).

Por ello, este apartado de la unidad didáctica pretende acercarnos hacia las esenciales
funciones de los principales socializadores en la iniciación en el deporte, como elementos
motivadores y generadores de actitudes hacia su práctica continuada, que forme parte de
un estilo de vida y que facilite, a los deportistas que muestren condiciones para ello
(técnicas, físicas, psicológicas y socioeconómicas) llegar a competir en altos niveles de
rendimiento, e incluso ser profesionales del deporte en el que destaquen.

La transmisión del deporte (competitiva o no competitiva), incide en una socialización y


en la instauración de pautas de comportamiento en las personas que lo practican (adultos)
y en las que comienzan a practicarlo (jóvenes deportistas); así como también tienen su
incidencia en los procesos de abandono (Carlin y Garcés de los Fayos, 2010).
Desde la perspectiva educativa, la comunicación es un objetivo fundamental y
prioritario, la persona se forma y educa para relacionarse con los demás, para satisfacer las
demandas sociales, etc. Se debe, por tanto, intervenir de forma que cualquier lenguaje
contribuya a desarrollar esta comunicación entre las personas, naturalmente entre ellos
está el lenguaje deportivo. Para algunos psicoanalistas el dominio instrumental del lenguaje,
oral o escrito, es la vía de acceso a todos los demás conocimientos.

Los responsables de transmitir conocimientos, actitudes, valores, modelos de


comportamiento a través del deporte y la educación física deben asumir su responsabilidad
para ello, y contemplar dentro de esa responsabilidad, la importancia que conlleva el uso de
adecuados canales comunicativos, así como, por supuesto, consolidar unos hábitos
deportivo-saludables a partir de unos principios educativos y hacia del deporte válidos que
faciliten la adherencia a la práctica deportiva, y que esta se convierta en un patrón de
conductas saludables alternativas al sedentarismo u otras situaciones desadaptadas que se
generan en la niñez o adolescencia.

En este sentido, el valor que se transmite a través del lenguaje de la educación física y
concretamente a través de la práctica de actividades físicas y deportivas han experimentado
un desarrollo considerable por la trascendencia que han adquirido los temas relacionados
con la salud, el ocio y el tiempo libre, como puede observarse todo encaminado a generar
personas alejadas de cualquier tipo de violencia. De esta forma, las prácticas
físico-deportivas se han convertido en un hábito para gran parte de la sociedad, pudiendo
destacar como factores de su popularidad la continua labor divulgativa de los medios de
comunicación y el carácter público, en muchos casos gratuito, de los servicios deportivos
institucionales (Romero, 2007).

La persona, a través de la educación física en cualquiera de sus diferentes


disposiciones, busca conocer y valorar su cuerpo, contribuir a mejorar sus cualidades físicas
básicas y sus posibilidades de coordinación y control motor, realizando las tareas
apropiadas y haciendo un tratamiento discriminado de cada capacidad; conocer, valorar y
practicar, con el nivel de autonomía propio de su desarrollo, los juegos y deportes
habituales de su entorno, individuales, colectivos o de adversario aplicando los
fundamentos reglamentarios, técnicos y tácticos, en situaciones reales; entender, valorar y
utilizar las posibilidades expresivas y comunicativas del cuerpo como enriquecimiento
personal, diseñando y practicando actividades físicas, rítmicas con y sin acompañamiento
musical; conocer, valorar y saber utilizar las técnicas básicas de relajación más apropiadas
para su nivel y sus necesidades.
Figura 2. Dimensiones de la práctica deportiva

Si atendemos a estudios en lo que se ha buscado establecer relaciones entre la práctica


de actividad física y el consumo de sustancias perjudiciales para la salud, podemos
encontrar numerosos estudios transversales en distintos países en los que principalmente
se vincula el consumo de tabaco y de alcohol con la realización, inicio o abandono de la
práctica de actividad física. (Assanelli et al., 1991; Aaron et al., 1995; Russell et al., 1988) En
este sentido, podemos reseñar los estudios donde se establecen comparaciones entre la
práctica de actividad física, consumo y gasto energético (Raitakari et al., 1994; Aarnio et al.,
1997 y 2002; Andersen et al., 2000; Cantera Garde y Devís, 2000; Ceballos et al., 2001
Rodriguez Ordaz et al, 2004; Zaragoza et al., 2006) de la misma manera, y utilizando el
tiempo de participación de adolescentes en actividad física como nexo de unión,
encontramos estudios en los que un menor consumo de tabaco en escolares se asocia con
un mayor índice de práctica actividad física (Marcus et al., 1999); así como viceversa, que la
actividad física disminuye con el incremento, entre otros factores, del tabaquismo (Simoes
et al., 1995; Baumert y cols. (1998) en los que se vienen a concluir que la inactividad física
aumenta con la edad y el consumo de tabaco, siendo menor con mayor nivel educativo y
consumo de alcohol.

Otros trabajos coinciden también con nuestros resultados en lo que respecta a la


relación directa actividad física-consumo de alcohol (Rodriguez Ordaz et al, 2004; Nebot et
al., 1991; Faulkner y Slattery 1990; Sánchez-Bañuelos 1996a y b) en los que se observa la
tendencia de que los adolescentes y preadolescentes más activos son los que consumían
mayores cantidades de alcohol, encontrando incluso diferencias a favor del abuso hacia los
chicos con respecto a las chicas.
La oferta de actividades físico-deportivas dirigidas a toda aquella persona que decide
“ponerse en movimiento” se ha convertido en un excelente medio de formación y
desarrollo de hábitos y actitudes consideradas positivas por la sociedad (Kirk, 2006). La
participación en este tipo de actividades admite poner las bases de conductas físico-
deportivas cercanas a los planteamientos del Modelo de Actividad Física para toda la vida,
en las que se incide en la importancia de generar hábitos cotidianos de práctica del ejercicio
físico saludable (Sánchez-Bañuelos, 1996). La práctica temprana de actividades físicas y
deportivas parece ser una de las variables con mayor valor predictivo sobre la calidad y la
cantidad de la actividad física en la adolescencia y la edad adulta (González- Suárez y Otero,
2005).

Se sugiere que uno de los elementos más determinantes en la percepción de


satisfacción con los programas de actividades físico-deportivas son las actitudes que los
participantes tienen al respecto de la práctica de este tipo de actividades no competitivas,
formativas e inclusivas. En este sentido, aquellos jóvenes que creen que la práctica
deportiva es un elemento de mejora de la salud o que este tipo de actividades enseña a
colaborar con otros compañeros, percibirán en mayor medida una vivencia de satisfacción
con el programa.

Las actitudes previas de los practicantes son un factor poco estudiado, seguramente
porque también han sido también escasos los estudios sobre la satisfacción en programas
físico-deportivos realizados en entornos de práctica de ejercicio físico. Parece razonable que
cuanto más pronta sea la edad de inicio y convivencia satisfactorios de la práctica de
ejercicio físico, es mucho más sólido el aprendizaje de las actitudes hacia el deporte, y al
mismo tiempo puedan ser a su vez determinantes como pronosticadores de satisfacción
que en otros periodos de nuestra vida.

La importancia del factor humano en la satisfacción con los programas de actividades


físico-deportivas ha sido ampliamente aceptada en la literatura al respecto (Alonso et. al.
2013; Bodet, 2006; Calabuig et al., 2008; Campos, 2007; Keegan, Harwood, Spray y Lavallee,
2009; Nuviala et al. 201). En este sentido, las relaciones con los monitores, su grado de
cercanía y su empatía se muestran como excelentes predictores de la satisfacción. Estos
datos refuerzan la idea de que los técnicos deportivos y los monitores representan uno de
los elementos claves de los servicios deportivos.

La incidencia programas de práctica deportiva tanto en centros deportivos como al aire


libre, influye significativamente en los pronósticos de la satisfacción general. En cierta
medida, a medida que se amplía la variabilidad de la oferta se alcanza la percepción de la
convivencia en un contexto saludable, integrador y en el que es fácil sentirse satisfecho,
capaz y mejorando la condición física. La influencia psicológica tanto en la citada
interpretación personal como en la disposición por iniciar nuevas actividades que
complementen lo que ya se realiza es el objeto de los programas de actuación e
intervención psicológica que acompañan la realización de ejercicio físico.

Cita bibliográfica:

González-Hernandez, J. (2022). Psicología de la Actividad Física,


Ejercicio y Salud. Máster SIPD.

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