Historia España. Capítulo II. Historia y Cultura

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CAPÍTULO II

[Historia y cultura]
España hoy

Historia
España es un país con profundas raíces históricas en Europa, que
ha pasado por épocas conflictivas y otras de gran esplendor,
como queda patente en su patrimonio cultural, que contribuyen,
sin duda, a explicar su realidad actual. Posee una personalidad
e idiosincrasia propias, singularizada por fenómenos como el
descubrimiento del continente americano, o haberse mantenido
neutral en las dos guerras mundiales, pero, al mismo tiempo, su
historia tiene grandes paralelismos con la de otros países euro-
peos, ya que sin renegar nunca de su diversidad, se afirmó tem-
pranamente como un Estado unificado y protagonizó algunos
de los capítulos más brillantes de la historia moderna europea.

De los orígenes al descubrimiento de América

Los primeros pobladores


La presencia de homínidos en la Península Ibérica se remonta al
Paleolítico Inferior, época de la que datan los restos hallados en
el yacimiento de Atapuerca (Burgos), de unos 800.000 años de
antigüedad. Los especialistas discuten aún el origen de estas
poblaciones, quizá llegadas directamente de África a través del
estrecho de Gibraltar, o más probablemente a través de los Piri-
neos. En todo caso, desde esa época se encuentran en la Penín-
sula restos de utensilios y obras de arte correspondientes a las
mismas culturas de cazadores y recolectores que se sucedieron
en otras zonas de Europa.
Asimismo, la Península Ibérica constituye el extremo occi-
dental de un proceso de difusión cultural que discurre, hacia el
quinto milenio anterior a nuestra era, a través del Mediterráneo
partiendo de su extremo oriental. Este proceso, conocido como
revolución neolítica, consiste básicamente en el cambio de una
Dolmen de
Aizkomendi, economía recolectora por otra productora, basada en la agricul-
Eguilaz (Álava). tura y la ganadería. Desde el 5000 ó 4000 a.C. y hasta el siglo XVI
de nuestra era se abrirá otro período
importante de la historia peninsular
en que la cuenca y la civilización medi-
terráneas resultarán determinantes.
Desde el año 1100 a.C., aproxi-
madamente, y hasta mediados del
siglo III a.C., el contacto comercial y
cultural con las civilizaciones medi-
terráneas vendrá de la mano de feni-
cios (extendidos desde el Algarve, en
el Atlántico sur peninsular, hasta el
Levante mediterráneo) y griegos (situa-
dos desde el estuario del Ebro hasta
el golfo de Rosas, en el nordeste medi-

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terráneo). Al final de esta etapa, ambas civilizaciones serán des-


plazadas por romanos y cartagineses, respectivamente.
De esta manera, entre los siglos XII y IV a.C. fue marcándose
una diferencia sustancial entre una Iberia que discurría desde el
nordeste mediterráneo hasta el Atlántico sur, por una parte, y
una España interior, por otra. Esta última estaba habitada por
diversas tribus, algunas de ellas celtas, que contaban con una
organización relativamente primitiva y se dedicaban al pastoreo
trashumante, consistente en alternar los pastos de las tierras
altas del Norte, en verano, con los de la submeseta sur, en invier-
no. Pastores y ovejas conquistadores de pastos van
a constituir otra de las claves geohistóricas de la Los restos de
Península Ibérica.
Por el contrario, los pueblos de la costa, cono- homínidos más
cidos genéricamente como íberos, constituían ya importantes
en el siglo IV a.C. un conjunto de ciudades-estado encontrados en la
(Tartesos, la Tarsis bíblica o quizá la mítica Atlán-
tida sumergida) muy similares e influidos por los Península Ibérica
centros urbanos, comerciales, agrícolas y mineros son los de Atapuerca
más desarrollados del Mediterráneo oriental. De (Burgos), de unos
ese período datan los primeros testimonios escri-
tos sobre la Península. Se dice que Hispania, nom- 800.000 años de
bre con el que los romanos conocían a la Penínsu- antigüedad
la, es un vocablo de raíz semita procedente de Hís-
palis (Sevilla).
El origen de estos pueblos celtíberos ha sido objeto de arduas
polémicas entre los especialistas partidarios de la procedencia
mediterránea de los hispanos y aquellos favorables a la africana
o continental (celtistas). Con frecuencia, unos y otros han pre-
tendido apoyar en estas afirmaciones conclusiones culturales e
incluso políticas de gran alcance.

Las huellas persistentes de la presencia romana


La presencia romana en la Península sigue la línea de las bases
comerciales griegas, pero obedece a la pugna entre este gran
imperio y Cartago por el control del Mediterráneo occidental
durante el siglo II a.C. Será, en todo caso, éste el momento en
que la Península entrará como tal unidad en el circuito de la polí-
tica internacional, convirtiéndose desde entonces en un objeti-
vo estratégico codiciado a causa de su singular posición geo-
gráfica, entre el Atlántico y el Mediterráneo, y de la riqueza agrí-
cola y mineral de su zona sur.
La penetración y ulterior conquista romana de la Península
abarca el extenso período comprendido entre los años 218 y 19
a.C. Los romanos se sintieron alarmados por la expansión car-
taginesa hacia el Nordeste, ya que, al igual que Napoleón siglos
más tarde, consideraban que el río Ebro constituía la frontera
natural de la Galia sujeta a su influencia.

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España hoy

Por esta razón se desencadenó la Segunda Guerra Púnica.


Mientras Aníbal realizaba el legendario paso de los Alpes, las
legiones romanas asaltaron su base española, Cartago Nova (la
actual Cartagena), con su puerto y sus minas. Su caída a manos
de Publio Cornelio Escipión (209 a.C.) marca el declive del ejér-
cito de Aníbal en Italia y el comienzo de las conquistas romanas
en España.
Los romanos no pretendían únicamente reemplazar a los car-
tagineses, sino que buscaban extender su dominio al resto de la
Península. Allí tropezaron con una resistencia importante, sobre
todo en la Hispania interior. Desde tiempo atrás se daba un fenó-
meno que más adelante se reproduciría como una constante en
la historia peninsular: los pueblos ganaderos de las tierras altas
y montañosas del interior, escasos de pastos y demográficamente
excedentarios, se volcaban sobre los asentamientos agrícolas de
los valles del Sur.
Entre las múltiples confrontaciones que tuvieron lugar a lo
largo de la conquista romana de la Hispania interior, la de más
fama fue la llamada Guerra Celtibérico-Lusitana, prolongada
durante veinte años (154-134 a.C.). Las tácticas guerrilleras del
caudillo lusitano Viriato y el legendario, aunque incierto, suici-
dio colectivo de la población de Numancia frente a sus sitiado-
res romanos fueron celebrados por los historiadores latinos.
La presencia romana en Hispania duró siete siglos, durante
los que se configuraron los límites básicos de la Península en
relación con otros países europeos. Las divisiones interiores en
que se compartimentó la provincia romana resultan asimismo
premonitorias: Lusitania, Tarraconense, Bética. Pero
los romanos no sólo legaron una administración
La presencia territorial, sino también instituciones tales como
romana en Hispania la familia, la lengua, la religión, el derecho y el muni-
duró siete siglos, cipio, cuya asimilación instaló definitivamente a la
Península dentro del mundo greco-latino, y más tar-
durante los que se de, judeo-cristiano.
configuraron los Los romanos se asentaron principalmente en
límites básicos de la las costas y a lo largo de los ríos, y la permanente
significación de ciudades como Tarragona, Carta-
Península en Europa gena, Lisboa y, sobre todo Mérida, así como el enor-
me despliegue en las obras públicas: calzadas, puen-
tes, acueductos, templos, arcos, teatros, anfiteatros y circos dan
idea del sentido geográfico del poblamiento romano. No obs-
tante, a comienzos del siglo V el mapa de población comenzó a
cambiar significativamente. Es entonces cuando diversos pue-
blos germánicos, como depredadores unos, como aliados otros,
irrumpirán en la Península para asentarse en las regiones del
interior, los visigodos, y del oeste, los suevos. Paralelamente, y
desde el siglo III, se irá acentuando un proceso de reducción de
la población urbana, amurallamiento de las poblaciones, exten-

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sión de la propiedad latifundista, inse-


guridad en los campos y debilidad de
la institución estatal, frente al incre-
mento de poder de las oligarquías
locales, que brindan seguridad a cam-
bio de fidelidad a unas clientelas en
constante aumento. Fenómeno impor-
tantísimo de ese período son los ini-
cios de la cristianización de Hispania
que permanecen aún oscuros. Proba-
ble parece la presencia entre los años
62-63 de San Pablo, las persecuciones
del siglo III, narradas por Prudencio,
hablan ya de diócesis y mártires. Tras
la libertad religiosa de Constantino,
el año 314 tiene lugar el primer Con-
cilio de la Iglesia hispana.
Arco romano de
Bará, siglo I.
El Reino Visigodo, primer intento de unión peninsular
(Tarragona).
En el siglo V los visigodos eran ya un pueblo romanizado que se
veía a sí mismo como continuador del apagado poder imperial.
Hacia mediados del 500, la triple presión de suevos, por el Oes-
te (Galicia), pastores cántabro-pirenaicos, desde el Norte, y bizan-
tinos, por el Sur (la Bética), les inclinarán a establecer la capital
en Toledo, centro de la Península. Esta decisión tuvo implica-
ciones de gran trascendencia. En primer lugar, porque frente a
un ordenamiento este-oeste de la Península, pivotando entre Lis-
boa y Cartagena, primará un ordenamiento norte-sur, del Can-
tábrico al estrecho de Gibraltar.
En segundo lugar, porque, por primera vez, se produce un
intento de unidad peninsular al margen del resto del imperio,
de manera que casi hasta nuestros días se ha considerado a los
visigodos como fundadores del primer Estado peninsular. Y el
reino visigodo serviría, recurrentemente, como fuente de legiti-
midad para cualquier poder que aspirase a la unidad hispánica.
En tercer lugar, porque los Pirineos y Gibraltar dejan de ser con-
siderados como lugares de paso o puntos de un circuito impe-
rial mayor, para constituir límites de un Estado o fronteras a
defender.
Los visigodos se defendieron bien de los suevos en Galicia
hasta someterlos en el siglo VI, pero, en el Norte, los vascos, cán-
tabros y astures resistieron el dominio visigodo con mayor éxi-
to aún que ante los romanos y casi con tanta fortuna como lo
harían ante los musulmanes. La Bética, desde el siglo VI en ade-
lante y hasta el siglo XI, constituyó una excepción dentro del
Occidente europeo. Frente a una Europa continental, progresi-
vamente cerrada y fraccionada mantendrá su cultura urbana y
sus conexiones comerciales y culturales dentro del circuito medi-

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España hoy

Iglesia visigoda
de San Juan
Bautista, Baños
de Cerrato
(Palencia).

terráneo; primero, con el Imperio Romano de Oriente, con Bizan-


cio, luego, con el Califato musulmán.
La integración entre visigodos e hispano-romanos fue un pro-
ceso rápido y exitoso, que se vio notablemente facilitado por la
conversión del Rey Recaredo al catolicismo en el III Concilio de
Toledo (589), lo que hace que la Iglesia adquiera un papel pre-
ponderante y fiscalizador de la actividad política mediante la
celebración sucesiva de los Concilios de Toledo y por unas estruc-
turas sociales relativamente similares, resumidas en la unifica-
ción del derecho con el Liber iudiciorum de Recesvinto. Común
era, a una y otra cultura, la existencia de una aristocracia de fun-
dos y otra eclesiástica y efectivamente ambas instituciones favo-
recían la autonomía de la nobleza a expensas del poder real. Por
eso la política visigoda oscilará entre la inclinación a aplacar a
los nobles, tolerando la progresiva feudalización del Estado, y
la tendencia a reforzar el poder real, exponiéndose a subleva-
ciones nobiliarias.

La España musulmana, cuna de una cultura floreciente


Será precisamente uno de los clanes nobiliarios postergados, la
familia Witiza, quien a principios del siglo VIII provoque el des-
moronamiento del Estado visigodo al pedir ayuda a las tropas
árabes y beréberes del otro lado del estrecho de Gibraltar. En rea-
lidad, el grado de descomposición del aparato estatal visigodo
permitió a los musulmanes la realización de pactos aislados con
una aristocracia semiindependiente y desafecta a la Corona.
A mediados del siglo VIII, los musulmanes habían consuma-
do su ocupación, y el príncipe omeya Abd Al-Rahman, huído del
exterminio abbasí del 750, se había refugiado entre los berébe-
res. Por fin, apoyándose en una de las tribus árabes peninsula-
res, los yemeníes, logró en el año 755 derrotar al gobernador
abbassí de Al-Andalus y hacerse proclamar en Córdoba emir de

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un nuevo Estado independiente de Damasco. En el primer tercio


del siglo X, uno de los omeyas hispanos, Abd Al-Rahman III, res-
tauraría y extendería el Estado andalusí y se convertiría en el pri-
mer califa español.
La proclamación del Califato tenía un doble propósito. En el
interior, los omeyas querían fortalecer el Estado de la Península.
En el exterior, buscaban consolidar las rutas comerciales que, a
través del Mediterráneo, aseguraran la relación económica con la
cuenca oriental (Bizancio) y garantizaran el aprovisionamiento de
oro. Melilla fue ocupada en 927 y, a mediados del mismo siglo, el
Califato Omeya controlaba el triángulo comprendido entre Argel,
Siyilmasa y el Atlántico. El poder del Califato andaluz se extendía
también por el Occidente europeo y, ya en el 950, el Imperio Roma-
no Germánico intercambiaba embajadores con el califa cordobés.
Pocos años antes, Hugo de Arlés solicitaba del poderoso califa his-
pano un salvoconducto para sus mercaderes en el Mediterráneo.
Los pequeños reductos cristianos del norte de la Península se con-
virtieron en modestos feudatarios del califa, cuya superioridad y
arbitraje reconocían.
El fundamento de la hegemonía andalusí descansaba en un
considerable poder económico basado en un comercio impor-
tante, una industria artesanal desarrollada y un aprovechamiento
agrícola mucho más eficiente que el del resto de Europa. El Esta-
do cordobés tenía una economía monetaria, y esta inyección de
circulación dineraria desempeñó un papel central en su esplen-
dor financiero. La moneda de oro cordobesa se con-
virtió en divisa principal de la época y fue proba- El grado de
blemente imitada por el Imperio Carolingio.
descomposición del
El Estado cordobés fue, por tanto, la primera
economía urbana y comercial que floreció en Euro- aparato estatal
pa desde la desaparición del Imperio Romano. Y la visigodo permitió a
capital del Califato y ciudad principal, Córdoba,
los musulmanes
contaba con unos 100.000 habitantes, lo que hacía
de ella la concentración urbana europea más impor- la realización
tante de la época. de pactos aislados
La España musulmana produjo una cultura flo-
con una aristocracia
reciente, sobre todo desde que accedió al poder el
califa Al-Hakam II (961-976), a quien se atribuye la desafecta a la corona
constitución de una biblioteca de varios cientos de
miles de ejemplares, que resulta inimaginable en la Europa del
momento. El rasgo más característico de esta cultura será la tem-
prana readopción de la filosofía clásica por Ibn Masarra, Aben-
tofain, Averroes, y el judío Maimónides. Pero los pensadores his-
pano-musulmanes, destacaron, sobre todo, en medicina, mate-
máticas y astronomía.
La fragmentación del Califato de Córdoba tendrá lugar al final
de la primera década del siglo XI y se producirá como combina-
ción del ingente esfuerzo bélico desplegado por los últimos diri-

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España hoy

Palacio de
Medina Azahara
(Córdoba).

gentes cordobeses y de una presión fiscal sofocante. Los trein-


ta y nueve sucesores del unitario Estado califal se conocerán
como los primeros (1009-1090) reinos de taifas, denominación
que ha pasado a la lengua española como sinónimo de la ruina
que genera la fragmentación y desunión peninsulares. Esta divi-
sión se producirá en otras dos ocasiones, dando lugar a las segun-
das y terceras taifas y provocando otras tantas invasiones pro-
cedentes del norte de África. Si la primera vez fueron los almo-
rávides (1090) quienes irrumpieron en la Península, en la segunda
ocasión lo hicieron los almohades (1146) y en la tercera los beni-
merines (1224). Este debilitamiento progresivo provocó que, a
mediados del siglo XIII, la España islámica quedase reducida al
reino nazarí de Granada.

De la primera resistencia cristiana a la Reconquista


Hasta esa centuria, Al-Andalus conservaba fundamentos más
sólidos que los reinos hispano-cristianos, que tuvieron que desa-
rrollarse lenta y trabajosamente a partir de orígenes modestísi-
mos. La primera resistencia ofrecida por los cristianos se regis-
tra ya en el primer tercio del siglo VIII en las mon-
tañas asturianas de Covadonga.
Hasta el siglo XIII, la Los albores de la resistencia cristiana tuvieron
España islámica menos de “reconquista”, de campaña ofensiva, que
conservaba de supervivencia. Primero en Oviedo, luego en León
con Alfonso III, ya en el siglo X, apuntando hacia el
fundamentos más valle del Duero. De esa expansión surgirá en la Mese-
sólidos que los ta, primero, el condado y, luego, el reino de Casti-
reinos hispano- lla que se unirá al de León bajo el reinado de Fer-
nando III en 1230. La fachada atlántica dará origen
cristianos al reino de Portugal en 1143.
La resistencia cristiana se concentró además a
lo largo de la fachada ibérica del Pirineo en tres núcleos, de Este
a Oeste: Navarra, Aragón y Cataluña. El primero de estos focos
proyectaría su expansión hacia el curso alto del Ebro, mientras
que los otros dos terminarían por unirse en el reino de Aragón,

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[Historia y cultura]

buscando expandirse hacia el curso


medio-alto del Ebro y a lo largo de la
costa mediterránea. Durante los siglos
XII y XIII quedarían formados cuatro
reinos cristianos principales de la
Península Ibérica: Portugal, Castilla-
León, Navarra y Aragón-Cataluña.
Desde un punto de vista conti-
nental, la Reconquista debe enmar-
carse dentro del proceso de creci-
miento y expansión ofensiva que
caracteriza la historia del Occidente
europeo entre los siglos X y XIII, fren-
te a húngaros, eslavos y musulmanes.
El resultado de esta dinámica será la
creación del área que actualmente
conocemos como Europa occidental,
hacia el año 1300.
El planteamiento estratégico de la
expansión cristiana, que careció por lo general del carácter de Iglesia
“cruzada” que comúnmente se le atribuye, tuvo cuatro fases prin- prerrománica de
San Miguel
cipales. En la primera de ellas, correspondiente al siglo XI, se con- de Lillo
solida la línea del Duero (1040), el curso medio-alto del Ebro, con (Asturias).
la toma de Calahorra en 1040, y el sur de la actual provincia de
Barcelona en la misma fecha.
La segunda y más decisiva comprende parte
de los siglos XI y XII y consiste en el control del
valle del Tajo, con la toma de Toledo en 1085 y de La Reconquista,
Lisboa en 1148, y del curso medio-bajo del Ebro, con su dilatada
con la caída de Zaragoza en 1118 y de Tortosa en
duración, produjo
1148. Esta ofensiva disloca el dispositivo estraté-
gico de la España musulmana, apoyado en la comu- períodos de
nicación entre los valles del Guadalquivir y del coexistencia entre
Ebro, que queda partida en dos. La tercera fase,
diferentes culturas
en el siglo XIII, se completará con la ocupación del
valle del Guadalquivir (Sevilla es conquistada en
1248) y, en el Mediterráneo, con el control de los valles del Turia
(Valencia cae en 1238) y del Júcar.
A partir del último tercio del siglo XIII la presencia musul-
mana había quedado reducida al reino nazarí de Granada. Exten-
dido entre el estrecho de Gibraltar y el cabo de Gata, esta reli-
quia histórica se mantuvo hasta el 2 de enero de 1492. El fin
de la Reconquista, la recuperación de Hispania en la mitología
romano-visigoda, produjo honda emoción en la Europa cris-
tiana, porque se consideró que equilibraba la caída de Cons-
tantinopla a manos de los turcos.
La Reconquista, con su dilatada duración, produjo períodos
de coexistencia, e incluso, en ciertas etapas del siglo XII, una

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España hoy

suerte de sociedad de frontera. En


todo caso, los monarcas cristianos
conquistaban colonizando, es decir,
ofreciendo tierras a quien se com-
prometiese a ocuparlas, cultivarlas y
defenderlas, lo que dio lugar a tras-
vases y migraciones del norte penin-
sular y de Europa nada frecuentes en
otras latitudes por aquellas épocas.
Aquellos colonizadores, a quienes se
dibuja con una azada en una mano y
la espada en la otra, fueron forman-
do una sociedad de campesinos com-
parativamente más libre que las exis-
tentes en la Europa coetánea, donde
la sujeción al señor feudal era mucho
mayor.
Estos campesinos semilibres se
agruparon, del siglo IX al XI, en villas
que se gobernaban por concejos elec-
Sinagoga del tos y a las que los monarcas concedieron exenciones y privile-
Tránsito, siglo
gios (fueros). Y estos burgueses terminaron por sentarse junto
XIV. (Toledo).
con los otros dos brazos de la sociedad, nobles y eclesiásticos,
en Parlamentos conocidos como Cortes en el siglo XII. Allí dis-
cutían y votaban los impuestos.
Hay quien ha visto en este campesino-ciudadano libre, la base
de la vida municipal y parlamentaria, y los autores de la prime-
ra Constitución de Cádiz, en 1812, legitimaron su actuación ape-
lando a ese campesino libre y a las Cortes medievales, al igual
que Byron creyó ver en los liberales españoles del siglo XIX la
reencarnación del espíritu “libre, justo e independiente” de los
campesinos conquistadores.

Los Reyes Católicos: La unidad peninsular


y la empresa imperial del renacimiento español
La búsqueda de la unidad no se detuvo en la postrera gesta mili-
tar de 1492 y en la conquista de Granada, sino que se prolongó
en pos de una uniformidad religiosa, étnica y cultural con la
expulsión de los judíos no conversos en el mismo año en que
concluía la Reconquista y la posterior de los moriscos. Es cierto
que las dificultades de los judíos no eran exclusivas de España,
sino que también se manifestaban lamentablemente con fuerza
en el resto de la Europa cristiana desde el Concilio de Letrán,
celebrado en 1215. En realidad, y hasta 1492, los judíos, al igual
que los musulmanes que habitaban en territorio cristiano, com-
pusieron junto con los cristianos un crisol de culturas que tuvo
expresiones tan brillantes como las “disputas” (debates) entre
pensadores de las tres culturas reunidos en el movimiento cono-

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[Historia y cultura]

cido como la Escuela de Traductores de Toledo que patrocinó


Alfonso X. Esta Escuela consiguió en sus trabajos que la cultura
europea se enriqueciera con la ciencia de los griegos y los tra-
bajos de los árabes.
Una expansión del calibre que acaba de describirse tuvo, sin
duda, un efecto de economía de frontera con la adquisición de
grandes espacios. Los reinos hispánicos son desde el siglo XIII
sociedades en crecimiento acelerado y manifiestan un dinamis-
mo que tiene su expresión en el despegue económico y político
del reino aragonés a través del Mediterráneo con la conquista de
Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Pero a pesar de su intensa actividad
mercantil e importancia cultural, el reino catalano-aragonés con-
taba con medio millón de habitantes, y el castellano-leonés agru-
paba a casi cuatro quintas partes de la población peninsular,
constituyendo la principal unidad política de Hispania. La recon-
quista de Andalucía le proporcionó una base mercantil conside-
rable, proyectada sobre las dos fachadas marítimas, aunque entre
ellas predominaba la orientación atlántica proveniente de la alta
producción lanera de los grandes rebaños señoriales organiza-
dos por la poderosa Mesta. Esta producción se exportaba a Euro-
pa septentrional y, de modo especial, a Flandes.
La combinación de intereses económicos y vocación mari-
nera llevó a Castilla a una posición de vanguardia en la bús-
queda y apertura de nuevas rutas comerciales a Oriente. En esta
carrera, los castellanos encontraron un muy activo competidor
en otro Estado ibérico, Portugal. La rivalidad luso-castellana por
el control de las rutas marítimas del comercio oriental comen-
zó a resolverse con el Tratado de Alcaçovas de 1479. En él, Cas-
tilla sólo pudo mantener Canarias y hubo de renunciar a todo
periplo oriental alrededor de la costa africana, que quedaba

“Rendición de
Granada”
(detalle), de
Francisco
Pradilla, 1882.
Palacio del
Senado, Madrid.

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España hoy

reservada a Portugal. Tan desigual resultado únicamente se


explica teniendo en cuenta que el tratado se ocupaba también
de un viejo problema de los estados ibéricos: la unidad de la
Península.
La quimera peninsular, alimentada del mito de la Restaura-
ción del reino visigodo, se hizo política real en la segunda mitad
del siglo XIV, y un rey castellano, Juan I, fue derrotado en Alju-
barrota en 1385, cuando trataba de aprovechar la crisis dinásti-
ca portuguesa para anexionarse el país. Más tarde, serían por-
tugueses y aragoneses quienes se disputarían el protagonismo
en la política unitaria ante la crisis sucesoria castellana abierta
a la muerte de Enrique IV en 1474. Alfonso V de Portugal apoyó
firmemente la candidatura de su prometida, Juana
de Castilla, con propósitos anexionistas. Su derro-
La monarquia ta inclinaría la balanza hacia la unión con Aragón,
hispana se cuya causa había sido sostenida por Juan II a favor
presentaba como de la infanta Isabel, propiciando su matrimonio con
su hijo y heredero, Fernando. Precisamente en el
uno de los primeros mismo año, 1479, Alfonso de Portugal renunciaba
Estados modernos a su aventura castellana, a cambio del control de la
del Renacimiento ruta africana, Fernando sucedía a su padre como
rey de Aragón y conde de Barcelona. La unión que-
europeo daba así consumada con la excepción de Portugal.
Si bien se perfeccionaría con la incorporación de
Navarra en 1512, ese ciclo unitario se completaría con la toma
de Granada en 1492. Ese mismo año, Nebrija publicaba la pri-
mera gramática de una lengua vulgar –la castellana– y, también
en ese año, una flotilla española llegaba a las costas de América.
La magnitud asombrosa de estos acontecimientos contrasta con
la no menos espectacular decadencia española del siglo XVII.
La aureola mítica que pronto rodeó a Isabel y Fernando, los
Reyes Católicos, ha dificultado una valoración adecuada de su
contexto y una evaluación serena de su obra. Sin embargo, pocas
dudas caben de que los monarcas fueron gobernantes de excep-
ción, aunque su principal virtud consistió en saber encauzar y
relanzar la considerable energía acumulada entre los siglos XIV
y XV.
En lo interno buscaron reforzar el aparato estatal y la autori-
dad real, y para ello se apoyaron en instituciones jurídico-admi-
nistrativas que ya existían, crearon algunas de nuevo cuño y en
ocasiones adoptaron otras de raíz europea. Tal fue el caso del
Tribunal de la Inquisición. Ésta, muy tardíamente introducida en
España, no tuvo únicamente un alcance religioso, sino que fue
un instrumento del que se sirvió el poder real para reforzar la
autoridad del Estado.
Aquel año portentoso de 1492 la monarquía hispana se pre-
sentaba como uno de los primeros Estados modernos del Rena-
cimiento europeo. En ello se basó su proyección exterior por el

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[Historia y cultura]

Atlántico (América y Flandes) y el Mediterráneo (Italia). Fue una


política exterior instrumentada por la creación de un Estado per-
manente, servido por funcionarios y diplomáticos, con una con-
cepción unitaria, pero flexible y confederal, de la institución
monárquica.
El hecho de que Cristóbal Colón se dirigiera a una corte extran-
jera a ofrecer sus servicios muestra que el descubrimiento ame-
ricano tuvo poco de casual. Portugal y Castilla eran adelantados
de la exploración de rutas mercantiles ultramarinas, y Sevilla,
ciudad rica y populosa, era ya un centro comercial destacado.
Sabemos que a Castilla se le habían cerrado las rutas africa-
nas a favor de Portugal y también que se había garantizado la
posesión de Canarias, una excelente cabeza de puente para cami-
nos alternativos. Eso fue lo que ofreció Cristóbal Colón. Lo hizo
a un Estado que lo necesitaba, pero que también se había pre-
parado y habituado a empresas de esa naturaleza. La unificada
España contaba en 1492 con una potente maquinaria de guerra,
una sólida economía, una proyección exterior, una experiencia
marinera y exploradora de rutas mercantiles y un notable poten-
cial científico-técnico: matemáticos, geógrafos, astrónomos, cons-
tructores navales, forjados en el crisol de tres culturas. Sólo su
vecina Portugal podía hacerle sombra, y de hecho, como ya se
ha dicho, había puesto coto a su expansión africana. El ofreci-
miento de Colón es rápidamente aceptado, pese a sus errores
reconocidos. Pero en su periplo asiático, las carabelas se topa-
ron con la inesperada sorpresa del continente americano.

Del descubrimiento de América


a la época de Franco

La Conquista de América, nueva frontera


del mayor imperio de occidente
Los españoles estaban especialmente equipados por la historia
para una empresa consistente en conquistar, ocupar, poblar y
explotar nuevas tierras y asimilar gentes nuevas. América se con-
virtió así en la nueva frontera para personas que disponían de
las costumbres y el instrumental militar, diplomático y admi-
nistrativo para afrontar el reto. Mediado el siglo XVI se había pro-
ducido el asentamiento en los virreinatos principales: México,
en la fachada atlántica, y Perú, en el Pacífico sudamericano.
El 6 de septiembre de 1522, Elcano regresaba a la Península,
superviviente del primer viaje de circunnavegación del globo ini-
ciado por Magallanes; quedaba cerrada así la ruta española a
Oriente. Desde entonces, La Habana-Veracruz (la flota de Tierra
Firme), en el Atlántico, y Acapulco-El Callao-Filipinas (la nao de
China), en el Pacífico, constituirían, junto con el control del Medi-
terráneo occidental, siempre amenazado por los turcos, las arte-
rias vitales del Imperio Español de ultramar. Los convoyes de

53
España hoy

galeones españoles mantuvieron abiertas estas vías hasta la bata-


lla de Trafalgar, en 1805, frente a las incursiones anglo-holan-
desas.
La conquista de América recuerda en bastantes aspectos a la
expansión peninsular de la que estuvo precedida históricamen-
te. Tanto en un caso como en otro, los enfrentamientos eran ante-
cedidos, para ser evitados, de intensas gestiones. Los españoles
buscaron aliados en tribus sometidas y en príncipes desconten-
tos, concertaron capitulaciones a cambio de privilegios, realiza-
ron repartos de tierras entre peninsulares y reorganizaron los
asentamientos indígenas. Eran todos ellos procedimientos fami-
liares, que habían sido recientemente ensayados en las guerras
de Granada y que se aplicarían igualmente, adaptándolos a las
muy distintas circunstancias, en Italia poco después.
En este país, la monarquía hispana asumió la tradición de
enfrentamientos con Francia y de alianzas con Inglaterra. La bata-
lla de Pavía, en 1521, en que el rey francés Francisco I cayó en
poder de los tercios españoles, consagró la superioridad espa-
ñola hasta mediados del siglo XVII.
Isabel y Fernando, buscando estrechar la relación diplomáti-
ca y comercial con los Países Bajos, terminaron por vincular la
Corona española con el ducado de Borgoña. Un príncipe flamenco,
Carlos, nieto del emperador Maximiliano y de los Reyes Católi-
“Carlos V” cos, reuniría en su persona una fabulosa herencia que condicio-
(detalle), de
naría la política española y europea hasta el siglo XVIII. La monar-
Tiziano. Palacio
de Liria, Madrid. quía imperial española de los siglos XVI y XVII surgirá de este
conglomerado y del conjunto hetero-
géneo de experiencias y culturas polí-
ticas elaboradas por un equipo inter-
nacional. La solución que aplicaron
los Habsburgo españoles para mane-
jar esa ingente herencia fue la monar-
quía integradora y flexible, consis-
tente en un conjunto de reinos y seño-
ríos agrupados como una inmensa
confederación en torno a la Corona
común. Fuera del Rey no existía otra
unidad, pues cada reino conservaba
sus instituciones, su lengua, sus leyes
e incluso sus fronteras.
Y cualquier modificación de estas
leyes para uniformizar los sistemas
constitucionales de los diferentes esta-
dos hubiera sido considerada como
una flagrante violación de las obliga-
ciones heredadas por el soberano con
respecto a sus súbditos. El jurista Juan
de Solórzano lo expresó muy bien en

54
[Historia y cultura]

su libro Política indiana: “los reinos se han de regir y gobernar


como si el Rey que los tiene juntos lo fuera solamente de cada uno
de ellos”. Para los aragoneses, Carlos era rey de Aragón; para los
castellanos, rey de Castilla; para los flamencos, conde de Flandes;
y si en alguna ocasión se sintieron orgullosos por el hecho de que
su rey fuese también soberano de otros países, este sentimiento
quedó ahogado por el enojo producido por las continuas deman-
das que se les hacían a favor de aquellos territorios y por el olvi-
do de sus propios intereses. El Imperio Carolino era,
por tanto, un conglomerado de territorios unidos
Lo más notable
por el azar de un soberano común. La primera con-
secuencia que esto produjo fue el nulo desarrollo de las realizaciones
de los sistemas constitucionales de estos territorios, de la España
ya que cada uno de ellos estaba únicamente preo-
de los Austrias
cupado de que no se produjera ninguna alteración
propiciada por el rey en sus estatutos tradicionales, fue la capacidad de
impidiendo por esta razón el desarrollo de alguna mantener el control
organización institucional común a todo el imperio.
sobre los vastos
La segunda consecuencia fue que no se produjera
una colaboración con fines políticos o económicos territorios
entre los diferentes territorios, hecho que hubiese
contribuido a crear el nacimiento de una idea imperial, es decir,
la participación de todos en una empresa común. Por todo ello, al
faltar este nexo ideológico, los súbditos del emperador Carlos sólo
pensaron en sus propios intereses y con el sentimiento constan-
te de estar implicados en guerras que no les atañían en absoluto.
Lo más notable de las realizaciones de la España de los Austrias
fue la capacidad de mantener el control sobre las vastas áreas de
territorios diseminadas por todo el mundo. Ningún otro Estado
de los siglos XVI y XVII se enfrentó con un problema de adminis-
tración tan enorme. Tuvo que explorar, colonizar y gobernar un
nuevo mundo.

El cénit del Imperio Español


y el origen de la leyenda negra
Esta aceptación de las diferencias por los Austrias españoles abar-
caba todos los dominios con una sola excepción, el religioso.
Tenían una vocación imperial universalista que se apoyaba en
el triángulo Madrid-Bruselas-Viena, que entendía mal los nacien-
tes estados nacionales y digería peor el particularismo indivi-
dualista de la Reforma. Estos dos ingredientes, nacionalismo y
protestantismo, se combinaron en la rebelión holandesa contra
Felipe II, que en 1556 había sucedido al emperador Carlos en el
ducado de Borgoña y en el trono de las Españas.
Desde las guerras de Italia, los éxitos y excesos españoles, como
el famoso “saqueo de Roma”, habían suscitado críticas en Europa.
Pero fueron, sobre todo, la conquista de América y las campañas
de Flandes, los hechos que conformaron una imagen española de

55
España hoy

confrontación, hosca y negativa. Los espa-


ñoles del momento no encajaron las críti-
cas con indiferencia, sino que se sintieron
con frecuencia incomprendidos e injusta-
mente tratados y replicaron a esta inci-
piente “leyenda negra” con una propaganda
que consideraba la causa española justa y
a los españoles, generosos prototipos del
caballero de la época.
La conquista americana pretendía ane-
xionar el territorio y asimilar a la pobla-
ción. Al igual que ya hiciera el Imperio
Romano, lengua, religión, leyes, admi-
nistración y mestizaje fueron los vehí-
culos de la hispanización de América,
con lo que el continente quedó para siem-
pre incorporado al mundo occidental.
Este proceso fue penoso y, por momen-
tos, terrible, como todos los de su índo-
le. No faltaron voces españolas que se
alzaron contra los excesos de los con-
quistadores, como la de fray Bartolomé
de las Casas, cuya obra La destrucción
“Felipe II” de las Indias recorrió el continente europeo traducida a diversas
(detalle), de
lenguas. Este debate reflejaba tensiones morales, pero también
Tiziano.
Museo del Prado, políticas, como las provocadas por el interés de la Corona en
Madrid. controlar a los conquistadores.
La discusión alcanzó gran trascendencia política, y lo que
se llamó la “duda Indiana” consistió en las vacilaciones sobre
el derecho de conquista, justificado, a la postre, como misión
evangelizadora. Nada tiene de extraño que fueran los españo-
les quienes iniciaran el Derecho Internacional de la mano de
Francisco de Vitoria. Para los imperiales estaba en juego la repu-
tación de la Corona, lo que determinó una reacción extrema-
damente dura. La apología de Guillermo de Orange se unió así
a los escritos de Bartolomé de las Casas para denunciar la actua-
ción de los españoles durante el saqueo de ciudades flamen-
cas, como Amberes, por unos tercios amotinados por falta de
paga.

Crisis fiscal, centralismo


y decadencia del imperio hispánico
Desde los Reyes Católicos, y sobre todo con Felipe II, se había
ido armando un Estado que durante el siglo XVI fue el prototipo
de Estado absolutista moderno. El Imperio Hispánico inventó un
aparato administrativo muy complejo para la época basado en
un sistema que primaba la seguridad y que alcanzó un enorme
prestigio. El Estado creció considerablemente, asumió cargas y

56
[Historia y cultura]

obligaciones que superaban lo que una sociedad agraria del Anti-


guo Régimen, crecientemente empobrecida, podía soportar. La
solución de los imperiales no consistió en redimensionar el Esta-
do y liquidar obligaciones, sino en asfixiar a la sociedad. La quie-
bra del sistema se hizo patente en 1640 con la rebelión de Cata-
luña y la separación de Portugal.
La estrategia de fortalecer el aparato administrativo a costa
de la sociedad fracasó en sus fines, pero no en sus medios. Lo
que un siglo antes había sido una sociedad dinámica, abierta
para la época, con exponentes como Lluís Vives, dotada de una
preocupación internacional, moderna y original en sus plantea-
mientos culturales, como prueba la obra de Miguel de Cervan-
tes, se trocó en el mundo cerrado del reinado de Carlos II “el
Hechizado”. Se transformó en la España de los autos
de fe, reacia al pluralismo, víctima del enclaustra-
miento. El Imperio
La decadencia del Imperio Hispánico, debida al Hispánico dejó como
agotamiento fiscal, se solapó con un proceso de
ruptura del sistema confederal, sometido a prácti- legado un aparato
cas centralistas. Junto a estos dos factores, España administrativo que
fue víctima de su propio éxito, puesto que la incor- alcanzó un enorme
poración de América y la expansión de la navega-
ción transversal trasladaron el eje geoeconómico prestigio
europeo del Mediterráneo al Atlántico, y más pre-
cisamente a las cuencas del Támesis, del Rin, del Sena y del Escal-
da. Así, España se convirtió en un país periférico.
Periférico no significaba ni mucho menos marginal, y Espa-
ña continuó siendo una gran potencia y pieza clave en el con-
texto europeo, con América y el reino de Nápoles bajo su con-
trol. Había cedido el papel hegemónico a la Francia de Luis XIV
con el Tratado de los Pirineos (1659), que convirtió al “Rey Sol”

“Auto de Fe en la
Plaza Mayor de
Madrid, hacia el
año 1683”, de
Francisco Rizzi.
Museo del Prado,
Madrid.

57
España hoy

en el árbitro de la política continental y a Francia en el modelo


de lo que pronto sería la Administración reformada del despo-
tismo ilustrado setecentista.
Carlos II, el último de los Austrias españoles, no dejó des-
cendencia directa, sino que testó a favor de un nieto de su her-
mana María Teresa y de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou.
Coronado como Rey de España y de las Indias en 1701, Felipe V
inauguró la dinastía de los Borbones españoles, prologando con
su reinado la España de la Ilustración, una época de equilibrio
exterior, reformas y desarrollo interior.

La España de los Borbones y de la Ilustración


El reinado de Felipe V presenta tres fases claramente diferen-
ciadas. Tutela respecto a Francia, primero; independencia, des-
pués; equilibrio con la gran nación vecina, por fin. El apoyo de
la corte de San Luis resultaba necesario al monarca español, pero
se hizo imprescindible cuando la actitud del “Rey Sol” convirtió
en alarma el recelo con que las cancillerías recibieron el testa-
mento de Carlos II. Ello desencadenó la Guerra de Sucesión espa-
ñola (1705-1713), que se decantó a favor de Felipe V con el Acuer-
do de Utrecht.
Cierto es que en Utrecht, Felipe V y sus sucesores hubieron
de renunciar a la herencia flamenca, un derecho con el que, de
hecho, no se contaba ya desde hacía tiempo, pero que supuso el
fin de la vieja concepción universalista de la monarquía hispa-
no-austriaca y el comienzo de la nacionalización de la política
española. José Patiño, secretario de Marina y de Guerra, formu-
ló por vez primera una estrategia internacional centrada en inte-
reses estrictamente españoles, por encima de conveniencias
dinásticas, como eran la defensa de la Península y el comercio
con las Indias. El secretario de Felipe V pensaba además que la
consecuencia de esta nueva orientación internacional habría de
ser el equilibrio y, por ende, la paz de Europa.
Equilibrio y paz de Europa serán los dos objetivos que perse-
guirá España a lo largo del siglo XVIII, operación dificultada por la
expansión comercial y colonial inglesa y por la rivalidad que esta
potencia mantenía con Francia. Será Fernando VI (1746-1759) quien
mejor ilustre este deseo español de neutralidad y de paz.
Durante el reinado de Carlos III (1759-1788), la política del
primer Ministro, Floridablanca, procuró mantener a España fue-
ra de conflictos, pese a una cautelosa intervención en la inde-
pendencia americana. Buscó la alianza con Francia para contra-
pesar el predominio británico, pero evitando asociarse a las aven-
turas de Versalles. Carlos III dejó un país en paz y en pleno
progreso, y la Revolución Francesa de 1789 tardó en romper esa
tendencia pacífica y no intervencionista.
La germinación de una nacionalidad española en política exte-
rior corre paralela con el mismo fenómeno en política interior y

58
[Historia y cultura]

surge en estrecho contacto con la pri-


mera. En la Guerra de Sucesión, el rei-
no de Aragón se había decantado a
favor del candidato austríaco, y esta
elección proporcionó al victorioso Feli-
pe V el pretexto para iniciar lo que
sería una cadena de profundas refor-
mas en la estructura del Estado y en
la Administración española. El Decre-
to de Nueva Planta fue en política inte-
rior lo que la Paz de Utrecht en polí-
tica exterior, pues implicó la exten-
sión de la estructura administrativa
castellana al reino de Aragón y la abo-
lición de sus fueros, terminando así
con la monarquía confederada de los
Habsburgo. Se iniciaba de esta mane-
ra el camino hacia la centralización
que siglo y medio después completa-
rían los gobiernos liberales.
La otra gran reforma administra-
tiva de los Borbones consistió en la introducción de la figura fran- “José Moñino,
conde de
cesa de intendente, funcionario a cargo de un reino o provincia
Floridablanca” de
con competencias fundamentalmente fiscales. Las funciones judi- Folch Cardona.
ciales fueron encomendadas a los corregidores, delegados del Banco de España,
Madrid.
poder central. El déficit, desmesurado y crónico, del siglo XVII,
decreció y se recuperó una tendencia hacia el equilibrio presu-
puestario que sólo se quebraría hacia finales del siglo XVIII. Esta
situación hacendística mejoró por dos razones adicionales: se
gastaba menos en aventuras exteriores y se pagaba más, lo que
no sólo se explica por la superior eficacia del aparato recauda-
torio, sino porque la sociedad española se hizo más próspera.
Los Borbones fueron ejemplos señalados dentro del refor-
mismo ilustrado europeo. Persiguieron el progreso y la raciona-
lización del país dentro de las concepciones de su tiempo, fuer-
temente marcadas por las ideas mercantilistas, los métodos diri-
gistas y, con menos frecuencia, los impulsos liberales.
El gran avance se produjo con la eliminación de las trabas al
comercio y la industria. La supresión de “puertos secos”, que ais-
laban económicamente unas zonas de otras, y la apertura de
todos los puertos del reino dieron un impulso espectacular al
comercio entre ellos y con ultramar, lo que se tradujo al finali-
zar la centuria en la recuperación del 75 por 100 del comercio
americano. En estas medidas se encuentra también la base del
primer despegue de la industria algodonera catalana, que antes
de la invasión francesa de 1808 llegó a representar dos tercios
de la británica. La progresiva liberalización de los precios agrí-
colas y la limitación de los privilegios de la Mesta ayudaron a un

59
España hoy

crecimiento de la superficie cultivada y al incremento de la pro-


ducción agraria.
No obstante, el problema de la tierra, en España como en el
resto de la Europa del Antiguo Régimen, consistía en las gran-
des extensiones hurtadas al mercado y vinculadas a la Iglesia,
que poseía el 15 por 100 de la superficie cultivable, los ayunta-
mientos o la nobleza. La política de desamortización iniciada,
tímidamente, por los gobiernos ilustrados formaba parte de una
filosofía más general que pretendía reducir exenciones fiscales
y de todo tipo, privilegios, señoríos jurisdiccionales y territo-
riales, así como disminuir la población eclesiástica (que aún repre-
sentaba el 3 por 100 del total) y nobiliaria (los hidalgos pasaron
de setecientos mil a cuatrocientos mil entre 1763 y 1787).
El ideal nobiliario pervivió, aunque con un sen-
tido diferente, porque la alta nobleza se apartó, y
Los Borbones
fue apartada, de las tareas de gobierno. Los Bor-
fueron un ejemplo bones liquidaron también gran parte de la abiga-
dentro del rrada maquinaria administrativa de los Habsburgo
y los Consejos fueron reducidos. Se promociona-
reformismo
ron las Secretarías (Ministerios) y los despachos con
ilustrado europeo el monarca, de acuerdo con un plan que tendía a
marginar a la alta nobleza de “cuanto pudiera dar-
les parte del Gobierno”, en expresión de Luis XIV de Francia. Los
altos funcionarios de la Administración borbónica se reclutaron
entre la baja nobleza local e ilustrada, proveniente en muchos
casos de las provincias del norte peninsular, con lo que surgió
así una categoría social nueva, una nobleza media ambiciosa y
deseosa de progresar al servicio del Estado.
Esta filosofía casaba con el concepto ilustrado del desempe-
ño de una función social justificadora de privilegios. Y, de hecho,
esta nobleza media asumió un importante papel en la difusión
de saberes útiles, a través de las Sociedades Económicas de Ami-
gos del País, y en la promoción de empresas, como las anima-
das por el duque de Béjar o las instalaciones de Sargadelos, en
Galicia. Fueron este espíritu y estas gentes los que animaron y
formaron los gobiernos y la alta burocracia del reformismo sete-
centista. Los procedimientos de reclutamiento, mucho más fun-
dados en la idea de servicio y profesionalidad, fueron creando
un funcionariado más competente y socialmente más abierto,
una suerte de meritocracia que supuso un inicio de tímida par-
ticipación, además de proporcionar a los Borbones equipos ilus-
trados bastante capaces.
Estos funcionarios eran gentes de su tiempo, ilustrados con-
vencidos de su misión reformadora, atentos a las ideas de la épo-
ca, con amigos extranjeros y conocedores de otras lenguas. Flo-
ridablanca fue, por ejemplo, amigo de Benjamin Franklin y se
carteaba con Voltaire. Jovellanos demostró en su Informe sobre
la Ley Agraria conocer las recientes de Adam Smith y fue asiduo

60
[Historia y cultura]

corresponsal de Lord Holland. La paradoja radicaba en que nin-


guno de ellos gozó de buena fama entre sus compatriotas, aun-
que no todos conocieron la amarga suerte de Esquilache, que
tuvo que elegir el exilio ante la oposición popular a sus refor-
mas.
El 7 de marzo de 1793, la Convención declaraba la guerra a
Carlos IV y la tempestad se abatía sobre España desde el exte-
rior dando comienzo a un ciclo, que duraría medio siglo, duran-
te el cual el mundo hispánico conoció una crisis sin preceden-
tes. En México y Perú la producción minera no se recuperó casi
hasta mitad de siglo y en la antigua metrópoli los índices eco-
nómicos no alcanzaron los niveles de fin del siglo XVIII hasta
pasadas cuatro décadas del nuevo siglo.

La Invasión Napoleónica y la Guerra de la Independencia


Hispanoamérica era un coloso, imponente pero frágil, y todas las
confrontaciones en las que participó tuvieron consecuencias
desastrosas. Lo mismo la política contrarrevolucionaria, saldada
con la pérdida de Santo Domingo, que la opuesta, que convirtió
a España en aliada de la República –y del Imperio Napoleónico–,
pero en adversaria de Inglaterra y determinó la derrota de Tra-
falgar. A pesar de los reveses, los gobernantes españoles insis-
tieron en apostar fuerte y, tras la victoria francesa de Jena, Espa-
ña se adhirió al bloqueo continental contra Gran Bretaña impues-
to por Napoleón. Con arreglo al Tratado de Fontainebleau (1807),
el ejército francés del mariscal Junot cruzó los Pirineos en direc-
ción a Portugal. Los franceses entraron en Lisboa, pero no salie-
ron de España.
La crisis del Antiguo Régimen que abrió las puertas a la inva-
sión napoleónica fue también una crisis dinástica que resque-
brajaría seriamente el enorme prestigio y autoridad de una coro-
na milenaria. Fernando, príncipe de Asturias y heredero del tro-
no, fue centro de un complot contra Godoy, primer Ministro, a
quien la opinión acusaba de amante de la reina y culpaba de
todos los desastres en una coyuntura explosiva. En marzo de
1808, Godoy cayó y Carlos IV abdicó en su hijo, pero la institu-
ción monárquica quedó irreparablemente dañada.
Napoleón, que no había reconocido a Fernando VII, estaba
decidido a reconducir la crisis dinástica española de modo que
los Bonaparte sustituyeran a los Borbones. Para ello convocó en
Bayona a la familia real española y obtuvo de hijo y padre la abdi-
cación a favor de su hermano José Bonaparte. Fue un acto que
tuvo lugar con las formalidades legales pertinentes y al que se
sumaron las principales instituciones y personalidades del rei-
no. El régimen político que tratan de unificar los Bonaparte es el
planificado en el Estatuto de Bayona, del 8 de julio de 1808. Este
documento es de gran importancia desde el punto de vista his-
tórico, no jurídico ni práctico, ya que no entró nunca en vigor.

61
España hoy

“El 3 de mayo de Pero constituye el primer texto de carácter constitucional que


1808 en Madrid: aparece en España. La primera característica de este documen-
los fusilamientos
en la montaña de to es que se trata de un pacto del pueblo con el monarca, es una
Príncipe Pío” de Carta Otorgada. Establece el régimen de sucesión a favor de los
Francisco de Bonaparte y se configura el Rey de España y de las Indias por la
Goya. Museo del
Prado. Madrid. “Gracia de Dios y de la Constitución del Estado”. Se inicia la divi-
sión de poderes de acuerdo con la tradicional de Montesquieu;
pero una de las mayores novedades que introduce el Estatuto es
el principio de igualdad: fiscal, de códigos, de supervisión de
privilegios, de acceso a cargos públicos.
Las reformas que establecía este Estatuto no pudieron ser
aplicadas por José Bonaparte debido a que una parte muy amplia
del pueblo español las rechazó al considerar a la nueva monar-
quía como ilegítima y producto de una traición.
El resultado fue un levantamiento generalizado a partir del 2 de
mayo, que Goya dejó plasmado de modo inmortal en sus lienzos.
La Guerra de España, como fue conocida en Francia, duró seis
años. Los españoles la apodaron Guerra de la Independencia y fue
una guerra total y nacional. El pueblo asumió la soberanía y puso
en juego todas sus energías para defenderla y sacarla adelante.
Fue una guerra revolucionaria también por el sistema empleado:
apareció por vez primera esa institución, tan utilizada hoy día,
que es la guerrilla (guerra en pequeños grupos). Pero lo más
importante de la guerrilla es que casi nunca está formada por
profesionales de la guerra. Sus miembros son civiles, sin una
organización preconcebida y sus líderes son populares, hom-
bres de pueblo con una inteligencia natural para esta clase de
acciones. Un grupo de españoles, minoritario pero nutrido, apo-

62
[Historia y cultura]

yó al Rey intruso. No se trataba de traidores sino de gentes que


creían de buena fe que con Pepe Botella (apodo con el que el pue-
blo denominaba a José I) se reanudarían las reformas. Los que
tuvieron mejor suerte de entre ellos pasaron a engrosar la pri-
mera de las emigraciones políticas que se producirían en la Espa-
ña contemporánea. Los desastres que Goya refleja en sus pintu-
ras, dan idea de lo cruel y prolongado de una lucha, en la que las
partidas de guerrilleros se sirvieron de la estrategia de impedir
la vida normal del país para así hostigar de modo permanente
al invasor.
Pero si la Guerra de la Independencia creó un hito en la his-
toria de las revoluciones, es de importancia destacar los órganos
jurídicos y administrativos que se crearon para que
el país se defendiera de los invasores y no solamente
Durante la Guerra
con las armas. Las Juntas Superiores Provinciales
surgen en la mayoría de las provincias espontánea- de la Independencia
mente, por la ineficacia de las autoridades consti- se crearon órganos
tuidas; su mérito más importante es que se produ-
jurídicos y
ce una conciencia nacional. Pero llega un momento
en el que los fracasos militares y la falta de medios administrativos
económicos les hacen ver la necesidad de un órga- para que el país se
no superior que coordine los esfuerzos de todas, y
defendiera de
es así como nace la Junta Central.
La Junta Central se encontraba formada por un los invasores
conglomerado de personas muy heterogéneo, pero
tenían un punto de coincidencia: reconocían que era preciso una
consulta al país para poner en marcha el proceso de convocato-
ria de las Cortes. Para ello nombraron un Consejo de Regencia y
se disolvieron. Este Consejo de Regencia, formado por cinco per-
sonas, establecido en la ciudad de Cádiz, convocó las Cortes en
un principio por brazos separados, pero al final se reunieron en
una sola Cámara.
En la convocatoria a Cortes se entabla la polémica entre Cal-
vo de Rozas y Jovellanos, ya que Jovellanos es partidario de refor-
mas moderadas y Calvo de Rozas desea un programa de refor-
mas liberales y revolucionarias.
En la primera proclama de convocatoria a Cortes figura ya un
principio revolucionario: el derecho a voto se extiende a todos
los ciudadanos sin distinción de clases; es indirecto, ya que la
elección se realiza por medio de compromisarios.

La Constitución de 1812
La sesión de apertura de las nuevas Cortes se celebra el 24 de
septiembre de 1810; a ella asisten unos 100 diputados, aproxi-
madamente la mitad de ellos suplentes. Se ratifican como prin-
cipios básicos: que la soberanía reside en la Nación, la legitimi-
dad de Fernando VII como Rey de España y se proclama la invio-
labilidad de los diputados.

63
España hoy

“Alegoría de la La labor de las Cortes de Cádiz fue muy intensa. La Consti-


Proclamación de
tución de 1812, en su artículo 168, proclamó la figura del Rey
la Constitución
de 1812”, de como sagrada e inviolable, no sujeta a responsabilidad y que
Salvador debía sancionar y promulgar las leyes. Se fijaba el número de
Viniegra, 1912.
Ministros o secretarios, que respondían de la actuación del Rey
Museo de las
Cortes de Cádiz. y ante las Cortes del cumplimiento de las leyes.
Cádiz. En cuanto al poder judicial, son los tribunales los que tenían
como función la aplicación de las leyes, y una característica revo-
lucionaria era la unidad procesal. Solamente se concedieron dos
fueros extraordinarios: clero y militares. Se proclamó la igual-
dad de los españoles ante la ley y la inamovilidad de los jueces
y funcionarios.
La Fuerza Militar se fijaba todos los años por las Cortes, y del
servicio militar no podía excusarse ningún español. Se estable-
cieron las milicias nacionales para la conservación del orden inte-
rior de los pueblos, milicias que no podía utilizar el mismo rey
fuera de su provincia sin otorgamiento de las Cortes.
Se programaron escuelas de primeras letras en todos los pue-
blos de la monarquía, y el plan general de enseñanza se unifi-
có en todo el reino. Se instaura la libertad de expresión y de
imprenta.

Un siglo de revoluciones liberales y administraciones


moderadas
Cuando los diplomáticos españoles acudieron al Congreso de
Viena en 1814 representaban a un Estado vencedor pero a una
nación arrasada y dividida. La profunda crisis de la metrópoli
había resquebrajado seriamente el Imperio Hispanoamericano,
del que se desgajó la América continental en 1824, tras la bata-
lla de Ayacucho. En expresión del conde de Aranda, el Imperio
Español había resistido mejor las pequeñas derrotas del siglo
XVII que las violentas victorias del XIX.

64
[Historia y cultura]

Fernando VII regresó en 1814 para reinar en una sociedad


cuyos valores morales, principios de obediencia y disciplina se
habían quebrado; una nación dividida por el sentido del propio
concepto de soberanía. Los patriotas de Cádiz habían respondi-
do a la crisis dinástica y al vacío de la Corona con tres posturas
principales en torno a la soberanía nacional. Para unos, ésta resi-
día en la Corona junto con las instituciones tradicionales (las
Cortes estamentales); en consecuencia, defenderían a partir de
entonces una vuelta a un régimen absolutista (1815-1819), más
o menos atemperado (1824-1834), para terminar llamándose car-
listas por su apoyo a don Carlos. Otros defendían una nación
cuya esencia eran las Cortes con el Rey. Más tarde se conocerán
como liberales moderados o doctrinarios (entre 1834 y 1875) y,
luego, como conservadores (1876-1923). Querían un Estado cen-
tralizado, una Constitución doctrinaria, una ley electoral censi-
taria, con distritos uninominales, una economía proteccionista
y una política internacional filofrancesa. Por fin, un grupo peque-
ño, pero muy activo, sostuvo la idea de una soberanía nacional
que descansara únicamente en el pueblo español. Éstos, una ver-
sión atenuada de los jacobinos franceses, pasarán a la historia,
primero, como exaltados (1820-1823); luego, como progresistas
(1823-1869), para terminar denominándose constitucionales
(1870-1880) y liberales fusionistas (1881-1923). Apoyaban una
Constitución popular y una Corona neutral, una ley electoral pro-
gresivamente abierta hasta el sufragio universal, con una mez-
cla de distritos y circunscripciones provinciales con listas de
cierta proporcionalidad, el librecambismo y la alianza con Ingla-
terra.
Estas tres posturas e interpretaciones de la soberanía enfren-
tarán a los españoles hasta el último tercio de siglo. Todas ellas
tienen su traducción europea, pues el carlismo, o absolutismo
español, se llamó miguelismo en Portugal, y Carlos X represen-
taba en Francia la idea autoritaria casi mejor que el propio pre-
tendiente español. Los exaltados y progresistas encontraron su
decálogo en la Constitución de 1812, que en la conservadora
Europa del momento fue saludada por los liberales y proclama-
da en Piamonte, Nápoles y Rusia.
Al igual que sucedió en otros países europeos tras el trau-
ma revolucionario y napoleónico, estas diferencias básicas pro-
dujeron conflictos más o menos abiertos que arrancan, en el
caso del choque entre absolutistas y liberales, antes de concluir
la Guerra de la Independencia y se extienden hasta casi media-
da la cuarta década del siglo, con el triunfo del liberalismo.
Los carlistas tenían fuerza en el campo, sobre todo en el
Norte (País Vasco y Navarra) y en la Cataluña interior, y repre-
sentaban en cierto modo la rebelión de la sociedad rural con-
tra la sociedad urbana. Contaban con la cobertura del bajo cle-
ro y recibían el apoyo de las potencias autocráticas como Rusia.

65
España hoy

Políticamente, el carlismo postulaba la vuelta al Antiguo Régi-


men. Por el contrario, los liberales, que defendían la sucesión
de Isabel II, hija de Fernando VII, deseaban un cambio profun-
do que abriera paso a una sociedad de individuos iguales ante
una ley que garantizara los derechos de la persona. Su triunfo
hay que enmarcarlo dentro del apoyo británico a las causas libe-
rales, sobre todo en el mundo latino, frente al
Los liberales expansionismo ruso, y en el triunfo de la monar-
quía liberal en Francia en 1830.
legislaron de Los liberales legislaron de acuerdo con los prin-
acuerdo con los cipios individual-igualitarios. Liquidaron privile-
principios de gios y exenciones legales, suprimieron los señoríos
jurisdiccionales, desvincularon las tierras de mayo-
igualdad e razgos de la Iglesia y de las corporaciones locales,
individualidad introduciendo así millones de hectáreas en el mer-
cado y multiplicando varias veces el área cultiva-
ble y las producciones agrarias. A principios de siglo España
importaba trigo y comía pan de centeno, mientas que a finales
de la centuria se exportaban cereales y el pan era de trigo. Los
liberales creían también en el libre juego del mercado y, median-
te la desamortización de tierras, perseguían ensanchar el mer-
cado y hacerlo nacional, amén de cobrar la victoria frente al abso-
lutismo, pero no perseguían una reforma agraria como la que
otras fuerzas postularían años más tarde, ya en el siglo XX. En el
Sur se afianzó el latifundismo de la vieja nobleza y de los nue-
vos terratenientes, pero no se creó esa clase de pequeños pro-
pietarios campesinos que los revolucionarios franceses conce-
bían como la base de la República.
El número de liberales era escaso pero grande su fuerza, que
reposaba en una mesocracia ambiciosa y audaz, decidida a impo-
ner y a sacar provecho de reformas aceleradas en un escenario
todavía fuertemente ruralizado. Hacia 1840 se había implanta-
do el régimen liberal y los moderados accedieron al poder para
ocuparlo durante décadas. Su obsesión fue cimentar un Estado,
nuevo pero sólido, frente a sus enemigos carlistas y sus rivales
progresistas. Este propósito se advierte claramente en su Cons-
titución de 1845, así como en la rígida y centralizada Adminis-
tración de corte francés que dividió el país en 49 provincias y en
municipios, regidos por gobernadores y alcaldes jerárquicamente
dependientes de un Ministerio de Gobernación central.

La imposible alternancia y la tradición


de los pronunciamientos
Los liberales, que pensaron haber resuelto un problema de Esta-
do, estaban creando otro de gobierno al elaborar una legislación
constitucional y electoral marcadamente partidista y diseñada
para asegurar el monopolio del poder a su partido. Ello hizo de
la alternancia el problema político español por excelencia, aun-

66
[Historia y cultura]

que en realidad constituía a la vez un conflicto de raíz social, ya


que los pequeños partidos de la época se nutrían de colocados,
cesantes y pretendientes, todos ellos miembros de las clases
medias urbanas y necesitados del poder para sobrevivir.
Durante décadas, las prácticas monopolistas se alternaron
con motines y golpes militares, y hasta 1870 el pronunciamien-
to fue en España el instrumento, rudimentario y arriesgado, pero
no por eso menos efectivo, que las oposiciones encontraron para
imponer la alternancia que les negaban los gobiernos atrinche-
rados en el poder. La centralización administrativa había pues-
to en manos del Gobierno una maquinaria electoral demasiado
efectiva que hacía que fueran los gobiernos los que realizasen
las elecciones, y no al revés.
Un cuerpo de oficiales sobredimensionado, ambicioso e
indisciplinado, siempre expuesto a ser licenciado, sin empleo
y a media paga, fue presa fácil de grupos políticos ansiosos de
tomar por vía militar lo que el exclusivismo del partido en el
poder les negaba. El intervencionismo militar en política tam-
poco resulta exclusivo de la historia española, si bien en la
Península comenzó más tarde y duró mucho más tiempo que
en otros países.
El pronunciamiento no debe entenderse, sin embargo, como
un conflicto armado, sino como un modo de precipitar solu-
ciones políticas con el mínimo de enfrentamiento militar posi-
ble. Por eso, en la mayoría de las ocasiones, las asonadas y pro-
nunciamientos tenían lugar sin disparar un arma. Resultaba,
con todo, un sistema de cambio peligroso y sus resultados no
siempre eran previsibles. En 1868, lo que empezó como un pro-
nunciamiento progresista clásico degeneró en un choque arma-
do, para terminar en una revolución que destronó a Isabel II y
que abrió un período de seis años de fuerte movilización polí-
tica con la constitución de un gobierno provisional y la redac-
ción de una nueva Constitución (1869) que da paso al efímero
reinado de Amadeo de Saboya (1869-1873).

La Primera República. La reacción carlista


A la abdicación de Amadeo I, falto de apoyos, la Asamblea Nacio-
nal (Congreso y Senado) proclama el 11 de febrero de 1873 la
Primera República por 258 votos contra 32. Su trayectoria es bre-
vísima, hasta el 29 de diciembre de 1874; pero tienen cabida en
ella planteamientos que habrán de configurar el futuro inme-
diato: federalismo, socialismo y cantonalismo. Tras cuatro pre-
sidencias sucesivas: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall,
Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, el golpe de Estado del gene-
ral Pavía disuelve la Asamblea Nacional (3 de enero de 1874) y
el 29 de diciembre de ese mismo año se produce la restauración
monárquica, tras la sublevación del general Martínez Campos,
en la persona del primogénito de Isabel II, Alfonso XII. Frente a

67
España hoy

Práxedes Mateo la República estalló un alzamiento carlista de envergadura. El sen-


Sagasta y
tido del movimiento político empezó a precipitarse de extrema
Antonio Cánovas
del Castillo derecha a extrema izquierda, en correspondencia con los aconte-
fueron las figuras cimientos europeos del momento, que incluyen desde la Comu-
políticas de la
na de París, en 1871, hasta la reacción conservadora que susci-
Restauración.
Óleos de José tó. Al igual que los legitimistas franceses, los carlistas se pre-
Casado del Alisal sentaban como los bomberos de la revolución, por lo que sus
y Ricardo
planteamientos ya no se correspondían con una reacción primi-
Madrazo. Palacio
del Congreso, tiva del mundo rural frente al urbano.
Madrid. Los liberales se sintieron pronto desengañados de la revolu-
ción y atemorizados por la reacción carlista. Estos sentimientos
generaron el caldo de cultivo para la Restauración de Alfonso XII.
Una generación de políticos optó por salir de la dinámica revo-
lución-reacción en que se había debatido la vida nacional duran-
te seis años. Atribuían el origen de sus males a la injerencia del
Ejército en política, originada en su opinión por la falta de alter-
nancia, y aplicaron una receta conciliadora.

La Restauración. La pérdida de los vestigios coloniales


El inicio del reinado de Alfonso XII conoce un doble éxito: la
finalización de la tercera Guerra Carlista y la aprobación de una
nueva Constitución (1876) y una cierta estabilidad basada en
la existencia de dos formaciones políticas que representan a la
mayor parte de los electores: el partido Conservador de Cáno-
vas, ligado a la aristocracia palaciega y latifundista, terrate-
nientes y rentistas, y el Liberal de Sagasta, formado por profe-
sionales, comerciantes, industriales y capas medias. Su alter-
nancia en el poder, sobre todo tras la muerte del monarca y la

68
[Historia y cultura]

regencia de su esposa María Cristina (1885-1902), presta una


estabilidad sólo alterada por los incidentes y enfrentamientos
en Marruecos en la última fase y la pérdida en 1898 de los dos
últimos reductos del imperio colonial: Cuba y Filipinas.

El inicio del siglo XX


El siglo XX inicia su andadura en España sobre una serie de pro-
fundos problemas irresueltos. Algunos de tipo estructural: la casi
duplicación demográfica respecto al inicio del siglo anterior,
pasando de 11 a 18,5 millones de habitantes en un territorio de
recursos limitados; los problemas agrarios: latifundismo, bajo
rendimiento y un alto porcentaje de tierras sin cultivar; falta de
capitales e infraestructuras para el lanzamiento de la industria
pesada y baja capacidad de consumo, que dan lugar a un pro-
teccionismo gravoso y poco competitivo.
Paralelamente, los problemas políticos planteados en la cen-
turia anterior adquieren una mayor virulencia. A la frustración
política e intelectual que supone la pérdida de protagonismo de
España en el mundo y la desaparición del imperio colonial, se
une el problema regionalista, bien en forma de federalismo o
como reivindicación del antiguo “fuerismo”, característico del
carlismo. A ello se unen planteamientos cantonalistas expresa-
dos en su momento en el efímero período de la I República. Pero
el problema sin duda más importante lo representarán los movi-
mientos sociales y organizativos de la clase obrera que, sin encon-
trarse nunca representada por los aconteceres y regímenes suce-
sivos, estaba llamada a jugar un papel histórico determinante a
lo largo del siglo XX.
El asociacionismo obrero dará comienzo en España en 1830
y protagonizará momentos de agitación social, llegando incluso

El buque
norteamericano
Maine fue
hundido frente a
La Habana en
1898.

69
España hoy

a la huelga general (1855). En 1868, Fanelli, seguidor de Baku-


nin, funda en España secciones de la AIT que alcanzan rápida-
mente más de 100.000 afiliados en Cataluña y Andalucía. Tras
diversas fases de actuación y bajo represiones sucesivas, el movi-
miento daría lugar en 1911 a la CNT, cuyo predominio sobre la
clase obrera española llegaría hasta el final de la Guerra Civil. La
venida a España de Lafargue, enviado por Marx, no logra frenar
el desarrollo del bakuninismo, del que da cuenta F. Engels en su
célebre colección de artículos.
El 2 de mayo de 1879 se decide formalmente la constitución
del PSOE y tras varios congresos se forma la central sindical socia-
lista UGT en 1888. Los planteamientos socialistas
alcanzan difusión en zonas industriales: minería
España inicia el
asturiana, metalurgia vasca y artes gráficas de
siglo XX con una Madrid.
serie de problemas: En Cataluña surgieron potentes partidos regio-
nales, como la Liga Regionalista, que ya en 1901
demográficos,
ganó las elecciones en Barcelona. En 1895 se fun-
agrarios, de falta de dó el Partido Nacionalista Vasco. Un último desga-
capitales e jamiento va también a tener lugar: la separación
entre la España política y la intelectual. Las ideas
infraestructuras, y
tradicionales y las progresistas se enfrentan igual-
políticos mente en el terreno literario y científico, cuyo movi-
miento intelectual más importante, el krausismo,
realiza una formidable actividad educativa: Institución Libre de
Enseñanza, dirigida por Giner de los Ríos, e investigadora: Jun-
ta para la Ampliación de Estudios, alentada y dirigida por Cajal,
Castillejo y Bolívar. Los intelectuales españoles, creadores de
extraordinarias escuelas filosóficas, literarias, históricas y cien-
tíficas: Unamuno, Ortega, Azaña, Altamira, Sánchez Albornoz,
Menéndez Pidal, Marañón, Negrín, Moles, etcétera, tomarán par-
tido y encabezarán, en algunos casos, la dirección política en la
encrucijada de 1931.

España y la I Guerra Mundial.


El autoritarismo de Primo de Rivera
En 1902 sube al trono Alfonso XIII y, simultáneamente, entra en
crisis el sistema canovista y el bipartidismo liberal-conservador,
con la aparición de nuevas formas políticas. Tienen también lugar
agitaciones sociales de importancia como la Semana Trágica de
Barcelona (1909) y la resistencia popular a los reclutamientos
que ocasiona la guerra de Marruecos.
La posición neutral de España en la I Guerra Mundial es sólo
un paréntesis. La subida de precios y la contracción del mercado
europeo generan gran inestabilidad, con la convocatoria en 1917
de la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona, que plantea la
reforma constitucional y la convocatoria en agosto de una huel-
ga general.

70
[Historia y cultura]

Niceto Alcalá
Zamora
y Alejandro
Lerroux,
en el tercer
aniversario de
la proclamación
de la República.

Fracasada la reforma constitucional, la cuestión regional vuel-


ve a plantearse de forma perentoria y también la agitación social
y campesina en Andalucía y Cataluña. Coincidiendo con estas
fechas (1921), se constituye el PCE al no adherirse el PSOE a la
III Internacional, creada como consecuencia del triunfo de la
Revolución de Octubre.
Pero el factor fundamental de crisis será la Guerra de África.
Tras el desastre de Annual (1921), que desata una oleada de crí-
ticas al Gobierno y a la Administración militar, el golpe de Esta-
do del general Primo de Rivera (13 de octubre de 1921) instau-
ra en el Gobierno a un Directorio militar.
La dictadura de Primo de Rivera, calificada como “despotis-
mo templado”, intenta poner fin a algunos de los problemas,
como la conclusión de la Guerra de África o el desarrollo de las
infraestructuras y el impulso a las obras públicas. Emparentada
ideológicamente con los regímenes autoritarios europeos, se ins-
cribe más en una filosofía tradicional, monárquica y católica que
en el Estado Nuevo de Mussolini. Su fracaso fue fundamental-
mente político, pese a los intentos de creación de un partido úni-
co –Unión Patriótica– y de incorporar a sectores del movimien-
to obrero a la vida política. Tampoco logra estructurar las rela-
ciones laborales sobre la base de las Corporaciones, ni resolver
los problemas agrario y regional.
El intento de renovación constitucional iniciado con la crea-
ción de un Asamblea Nacional consultiva (1926) no logra cuajar.
La grave crisis financiera de 1930 provoca la caída del dictador
y su sustitución por el general Berenguer.

El hundimiento de la monarquía
y la breve experiencia republicana
En agosto de 1930 se firma entre políticos republicanos, socia-
listas y catalanistas el Pacto de San Sebastián y el 12 de diciem-
bre tiene lugar el levantamiento a favor de la República de la
guarnición de Jaca. Los oficiales Galán y García Hernández son
fusilados, lo que provoca la caída de Berenguer, mientras un gru-

71
España hoy

po de intelectuales, Ortega y Gasset,


Marañón, Pérez de Ayala, se consti-
tuyen “Al servicio de la República”.
En febrero de 1931 se forma el últi-
mo gobierno de concentración monár-
quico, que convoca para el 12 de abril
elecciones municipales, que se saldan
con el triunfo de la izquierda y los
republicanos en las ciudades más
importantes. Dos días más tarde, el
14 de abril, la República es procla-
mada en Eibar, Barcelona y San Sebas-
tián. En Madrid, Romanones pacta con
Alcalá Zamora el traspaso de poderes
Manuel Azaña, y el Comité Revolucionario se constituye en Gobierno provisio-
presidente de la
nal. Alfonso XIII se exilia voluntariamente, abandonando el terri-
Segunda República
española. torio nacional.
Resueltos a una decidida acción de gobierno, los republica-
nos convocan el 28 de junio elecciones generales, declaran la
libertad religiosa y elaboran un proyecto de Constitución que
presentan a las Cortes (18 de agosto) y que es aprobado el 9 de
diciembre. En su preámbulo se afirmaba: “España es una Repú-
blica democrática de trabajadores de toda clase, que se organi-
za en régimen de libertad y justicia. Los poderes de todos sus
órganos emanan del pueblo. La República constituye un Estado
integral, compatible con la autonomía de los municipios y las
regiones”. La organización del Estado se plantea como demo-
crática, laica, descentralizada, dotada de una Cámara única y de
un Tribunal de Garantías.
La preocupación por las reformas configura el primer bienio
(1931-1933), bajo la dirección de Alcalá Zamora y Azaña, plante-
ada en tres frentes fundamentales: la Ley de Bases de la Reforma
Agraria, la solución del problema regional con Estatutos para Cata-
luña y Euskadi y un impulso extraordinario en política educativa
y cultural. La Institución Libre de Enseñanza y el Instituto Escue-
la configuran el modelo a seguir y el esfuerzo se concentra en la
apertura de nuevas escuelas y en la formación de maestros. Dos
cuestiones, por el contrario, crean una notable tensión: la religión
y la política militar, que la Ley Azaña, lejos de resolver, agrava. Su
expresión premonitoria es la fallida sublevación de Sanjurjo, el
10 de agosto de 1932. El año 1933 se abre con la represión de
Casas Viejas y unas elecciones municipales con avance de la dere-
cha. Esta se organiza en la CEDA (Gil Robles); Renovación Espa-
ñola (Calvo Sotelo) y Comunión Tradicionalista. El 29 de octubre,
José Antonio Primo de Rivera funda Falange Española.
Las nuevas elecciones generales del 19 de noviembre dan el
triunfo a las derechas y se forma el gobierno Lerroux-CEDA, que
suspende algunas leyes, entre ellas, la Reforma Agraria, y dicta

72
[Historia y cultura]

una amnistía para los sublevados de 1932. Los enfrentamientos


se suceden entre el gobierno central y la Generalitat y culmina con
la Revolución de octubre de 1934, duramente reprimida por el
ejército en Asturias. Tras la dimisión de Lerroux, las Cortes se
disuelven y las elecciones del 16 de febrero de 1936 dan el triun-
fo al Frente Popular: Izquierda Republicana (Azaña), Esquerra Cata-
lana (Companys), Partido Socialista (Largo Caballero), Unión Repu-
blicana (Martínez Barrio) y Partido Comunista. El Gobierno inicial
de Azaña declara la amnistía general y la reanudación de la Refor-
ma Agraria y de los Estatutos de Cataluña y Euskadi y luego Gali-
cia. En mayo Azaña es elegido Presidente de la República y Casa-
res Quiroga forma Gobierno. Los enfrentamientos continúan y tras
el asesinato del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, sus com-
pañeros de armas asesinan a su vez el 12 de julio al jefe de la opo-
sición, Calvo Sotelo. Cinco días después, el 17 de julio, la guarni-
ción de Melilla se subleva. Había comenzado la Guerra Civil.

El levantamiento militar y el estallido de la Guerra Civil


La trágica muerte de Calvo Sotelo no hizo sino adelantar los acon-
tecimientos de un golpe militar que llevaba largo tiempo prepa-
rándose. De hecho, los conjurados esperaban la decisión del
general Franco para incorporarse al alzamiento. El 18 de julio
éste se generaliza y al día siguiente Franco toma el mando del
Ejército de Marruecos. La rebelión triunfa en Sevilla (Queipo de
Llano), Baleares (Goded), Canarias y Marruecos (Franco), Navarra
(Mola), Pamplona y Zaragoza. El general Yagüe avanza por Extre-
madura y Mola toma Irún. A finales de 1936 las tropas naciona-
les dominan la mayor parte de Andalucía, Extremadura, Toledo,
Ávila, Segovia, Valladolid, Burgos, León, Galicia, parte de Astu-
rias, Vitoria, San Sebastián, Navarra y Aragón, junto a Canarias
y Baleares, salvo Menorca. Madrid, Castilla la Nueva, Cataluña,
Valencia, Murcia y Almería, Gijón y Bilbao quedan como bastio-
nes republicanos.
El Gobierno republicano forma un gabinete de concentración
encabezado por Giralt, al que sucede otro de Largo Caballero que
da entrada a representantes de la CNT y se traslada a Valencia.
El 29 de septiembre la Junta de Defensa Nacional nombra a Fran-
co jefe de Gobierno y Generalísimo de los Ejércitos. En contra-
partida, el Gobierno republicano crea el Ejército Popular y mili-
tariza las milicias. Llegan también a España las ayudas exterio-
res de ambos bandos: las Brigadas Internacionales de apoyo a la
República y las tropas italianas y alemanas que prestan su ayu-
da a los nacionales.
El año 1937 se caracteriza por el desarrollo de la guerra en el
Norte: bombardeo de Guernica (abril), toma de Bilbao (junio),
Santander (agosto) y Gijón (octubre). La reacción republicana
abre frentes en Guadalajara (marzo), Brunete (julio) y Belchite
(agosto). El año se cierra con el inicio de la batalla de Teruel. Aho-

73
España hoy

ra la presión nacional se desarrolla en Aragón, reconquistando


Teruel y cortando en dos partes la zona republicana tras la entra-
da en Castellón (junio de 1938). La respuesta gubernamental es
la llamada batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938), que fina-
liza con la derrota republicana y 70.000 bajas.
Allanada la última resistencia, comienza el exilio republica-
no a través de la frontera francesa y la conquista de Cataluña,
que concluye el 10 de febrero de 1939. Sólo Madrid resiste, sien-
do inútiles las propuestas de paz de su Junta de Defensa (Casa-
do, Besteiro). Las tropas nacionales ocupan la capital el 28 de
marzo de 1939 y el 1 de abril, el último parte de guerra del gene-
ral Franco da por concluida la contienda.

La dictadura franquista
El período inicial del nuevo régimen viene caracterizado por tres
factores: la represión contra el bando derrotado; una economía
misérrima y una modificación del equilibrio interior de las fuer-
zas políticas que componen el régimen dependiendo de los cam-
bios que, a nivel mundial, se producen como con-
El aislamiento secuencia de la II Guerra Mundial. El nuevo Gobier-
no permanece aislado, aunque se declara primero
internacional y neutral y luego “no beligerante”. Franco se entrevis-
razones de tipo ta con Hitler y Mussolini y la política exterior es con-
ideológico, generan fiada al germanófilo Serrano Suñer.
El desarrollo de los acontecimientos bélicos obli-
unos planteamientos ga a una rápida rectificación en política exterior,
autárquicos que que se prolonga hasta 1948. La diplomacia fran-
acompañan al quista juega la carta del anticomunismo, pero no
puede evitar la condena de la ONU, la retirada de
régimen a lo largo embajadores y el cierre de la frontera francesa. La
de su historia inseguridad del régimen le lleva a asumir una posi-
ble interinidad autotitulándose “Regencia”.
En los aspectos económicos, el aislamiento internacional y, en
menor medida, razones de tipo ideológico, generan unos plante-
amientos autárquicos y corporativistas que, en mayor o menor
grado, acompañarán al régimen a lo largo de toda la historia. En
materia agrícola tiene lugar un retroceso estremecedor con rela-
ción a períodos anteriores, lo que determina una falta de abaste-
cimiento básico y su racionamiento. Por poner un ejemplo, la pro-
ducción de trigo es el 1941-1945 casi la mitad que la registrada
en el quinquenio 1931-35. La caída de producción de cereales-
pienso es menor, pero se tardan diez o doce años en igualar las
cifras anteriores a la guerra.

La Guerra Fría y el desarrollo económico


El comienzo de la guerra fría es un balón de oxígeno para el régi-
men franquista, aunque España queda excluida del proceso de
reconstrucción europea. De forma casi simultánea, en 1953, la

74
[Historia y cultura]

Franco y
Eisenhower en
diciembre de
1959.

Santa Sede firma un Corcordato y Estados Unidos un tratado de


ayuda recíproca en materia militar.
En el terreno político, en 1950, la ONU acepta el restableci-
miento de relaciones diplomáticas y en 1955 España ocupa su
escaño en el foro mundial. Un año más tarde concluye la etapa
de protectorado de Marruecos, que pasa a ser independiente.
La agitación social había aparecido, de forma tímida, en la huel-
ga de Barcelona de 1951, y, posteriormente, en 1956, acompaña-
da de los primeros desórdenes estudiantiles. La inflación, extra-
ordinariamente fuerte, hace necesario un Plan de Estabilización
(1959) que palia la falta de divisas. Esto provoca un estancamiento
económico y nuevas agitaciones en Asturias, pero prepara el I Plan
de Desarrollo (1963), de carácter indicativo para el sector priva-
do y vinculante para el público. Para fomentar el desarrollo regio-
nal y zonal se crean los denominados “polos de desarrollo”.
El Plan de Estabilización, elaborado según las directivas del
Fondo Monetario Internacional y la Organización Europea de Coo-
peración Económica, saneó la economía y sentó las bases de des-
pegue del modelo autárquico. Siguiendo dichas directrices tie-
nen lugar en 1967 la devaluación de la peseta y en 1968 la pues-
ta en marcha del II Plan de Desarrollo, similar al primero. En esas
fechas, la población alcanza los 33 millones de habitantes, de
los cuales 12 millones son población activa (38,3 por 100), repar-
tida prácticamente en tres tercios: agricultura (28 por 100), indus-
tria (38 por 100) y servicios (34 por 100). Se producen fuertes
migraciones interiores de zonas agrícolas deprimidas a ciuda-
des industriales (Madrid, Bilbao, Barcelona, etcétera), y un gran
volumen de mano de obra busca mejores oportunidades en Euro-
pa. Sus remesas de divisas contribuirán, de forma decisiva, al
equilibrio de la balanza de pagos.

75
España hoy

Políticamente el régimen trata de estructurar la denominada


“democracia orgánica” mediante el referéndum de aprobación
de la Ley Orgánica del Estado (1966). Dos años más tarde se pro-
duce la independencia de Guinea. Ese mismo año se decreta el
Estado de excepción en Guipúzcoa.

La agonía de la dictadura
Desde el Plan de Estabilización, la evolución del régimen había
sido notable, sin abandonar por ello los contenidos autoritarios.
Los cambios económicos, que culminaban un largo proceso de
desarrollo, produjeron cambios sociales. Los políticos surgidos
de la Guerra Civil: militares, falangistas, tradicionalistas, nacio-
nal-católicos, son sustituidos por nuevos tecnócratas –en gene-
ral, altos funcionarios del Estado–, que plantean la necesidad del
despegue económico y unos planteamientos de futuro.
Esto se traduce en una distensión y restablecimiento de rela-
ciones con los países del Este y la firma en 1970 del tratado pre-
ferencial comercial de España-Mercado Común. Un año antes, el
22 de julio de 1969, las Cortes designan como sucesor en la Jefa-
tura del Estado a Don Juan Carlos de Borbón con el título de Rey.
Desde los inicios de la década de los sesenta, la oposición al
régimen de Franco se había intensificado, ya que los cambios
económicos que se habían producido en el país habían provo-
cado cambios sociales trascendentales. Además de la actuación
en los foros internacionales de los políticos e instituciones en el
exilio, se habían ido estructurando movimientos de oposición
en el interior: estudiantes, profesorado e intelectuales presen-
taban un frente ideológico democrático y de izquierdas, junto
con una clase obrera que hacía del frente sindical y cívico su pla-
taforma de lucha. Dichos movimientos fueron el origen de las
fuerzas políticas que protagonizaron la transición posterior. En
el terreno político, la institución monárquica, encarnada en el
Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, planteaba la necesi-
dad de una vuelta a la democracia. Un PCE muy activo había lan-
zado su política de reconciliación nacional y planteaba el derro-
camiento del régimen por métodos pacíficos. El socialismo y la
democracia cristiana planteaban igualmente la necesidad de una
vuelta a la democracia como única posibilidad de integración en
Europa.
A principios de los setenta ya nadie dudaba que el fin estaba
cerca y que una vez desaparecida la figura política de Franco, un
franquismo sin Franco resultaría inviable.
El distanciamiento de la Iglesia fue notable. Sacerdotes de
base, sobre todo en Cataluña, Euskadi y Madrid, criticaban abier-
tamente al régimen. A sus condenas se suman también algunos
prelados. Por otra parte, estos planteamientos coinciden en el
tiempo con la radicalización de posiciones nacionalistas y el ini-
cio de la actividad terrorista por parte de ETA.

76
[Historia y cultura]

Los juicios políticos se suceden. En 1969 varios sacerdotes


vascos son llevados ante un consejo de guerra y en 1970 tiene
lugar el “Proceso de Burgos”, que dicta nueve penas de muerte,
que posteriormente son condonadas.
A finales de 1969 se forma un nuevo gabinete de mayoría tec-
nocrática, que dará paso a otro en junio de 1973. Su trayectoria
es efímera, pues en el mes de diciembre su Presidente, Carrero
Blanco, cae víctima de un atentado obra de ETA. Posteriormen-
te, Arias Navarro, asume la presidencia y constituye el que será
el último gabinete franquista.
Franco enferma aquejado de tromboflebitis en julio de 1974,
el príncipe Juan Carlos asume el 30 de octubre de 1975 la Jefa-
tura del Estado de forma interina y el 20 de noviembre, Franco
muere. El día 22 de noviembre, Juan Carlos I es investido Rey de
España. Un capítulo de nuestra historia quedaba cerrado para
siempre y se abrían para los españoles las puertas de la libertad
y de la esperanza.

La Democracia

La transición de la dictadura a la democracia


El nuevo monarca adopta desde el primer momento una actitud
tan resuelta como prudente de asegurar un rápido proceso de
democratización de España, convirtiendo la institución en él
encarnada en la “Monarquía de todos los españoles”. La tarea, no
obstante, no es fácil. Es necesario “respetar” los condicionantes
legales heredados del franquismo y también a buena parte de
sus cuadros políticos.

El Rey Juan
Carlos I
sancionando la
Constitución
Española de
1978.

77
España hoy

Adolfo Suárez,
Primer Presidente
constitucional,
ejerciendo el
derecho al voto.

Tras la dimisión de Arias Navarro, el Rey confió la dirección


del Estado a un equipo de jóvenes reformistas, encabezado por
Adolfo Suárez, que es investido Presidente del Gobierno (3 de
julio de 1976). A él corresponderá realizar, bajo la mirada aten-
ta del monarca, la transición de la dictadura a la democracia.
Numerosos políticos e intelectuales de izquierda: Madariaga, Sán-
chez Albornoz, Pasionaria, Sénder, Guillén, Llopis, regresan del
exilio y el 15 de junio de 1977 tienen lugar con absoluta liber-
tad y limpieza democrática las primeras elecciones generales.
La derecha hizo una aceptación plena de las reglas del juego
democráticas bajo el liderazgo de Manuel Fraga, antiguo minis-
tro de Franco y fundador de Alianza Popular; el Partido Comu-
nista de España, encabezado por un antiguo dirigente de la Espa-
ña republicana, largamente exiliado en la Unión Soviética –San-
tiago Carrillo– participó en la elaboración de la Constitución y
aceptó también el juego de las instituciones democráticas; pero
el electorado, para sorpresa de muchos, se decantó por opcio-
nes más moderadas que estas dos, situando como primeras fuer-
zas del Parlamento a la Unión de Centro Democrá-
La transición era tico (UCD, el partido centrista fundado por Suárez
para apoyar la transición) que obtiene la mayoría
una verdadera relativa con 165 escaños seguida del PSOE (el his-
reconciliación tórico partido socialista, en el que una joven gene-
nacional que exigía ración encabezada por Felipe González acababa de
desplazar de la dirección al grupo del exilio que se
renuncias parciales aferraba al recuerdo de la Guerra Civil) con 118
de todos escaños. Catalanes y vascos aparecen representa-
dos por varias formaciones.
El apoyo de la prensa al proceso democratizador es decisivo.
También lo es la prudencia de todas las formaciones políticas y
sindicales, que firman a finales de octubre los Pactos de la Mon-
cloa para consolidar la democracia y sanear una economía ame-
nazada por el comienzo de la crisis.

78
[Historia y cultura]

La transición, en la que Adolfo Suá-


rez jugó un papel crucial, transformó
a España en un país moderno en todos
los terrenos: se garantizaron amplia-
mente las libertades y se estableció
un sistema parlamentario pluriparti-
dista; partidos y sindicatos vieron
reconocida su función social; y el Esta-
do se descentralizó ampliamente,
abriendo la puerta a la formación de
comunidades autónomas en todas las
regiones españolas. Estos cambios fue-
ron objeto de un amplio consenso,
demostrando hasta qué punto los españoles habían superado Leopoldo Calvo
Sotelo es
las heridas de la Guerra Civil y eran capaces de mirar hacia el
proclamado 2º
futuro más que hacia el pasado. Este es, sin duda, el legado fun- Presidente de la
damental de la transición iniciada en 1977: España ya había teni- democracia, en
presencia de
do otras constituciones, ya tenía un largo pasado de vida parla-
Manuel Gutiérrez
mentaria e incluso una experiencia democrática anterior; pero Mellado y de
era la primera vez que los cambios se hacían de común acuer- Adolfo Suárez.
do, dialogando y pactando para establecer el consenso social
más amplio posible, sin que una parte impusiera a otra sus par-
ticulares puntos de vista. Ese clima de consenso y el carácter
pacífico de la transición a la democracia ha despertado el inte-
rés de políticos y analistas de muchos otros países que, en Ibe-
roamérica o en la Europa oriental excomunista, han buscado el
mejor modo de realizar sus propias transiciones de la dictadu-
ra a la libertad.
La monarquía de don Juan Carlos, que ya ha cumplido 25 años,
recibió una amplia adhesión popular, aumentada por la discre-
ción del monarca en el ejercicio de su función constitucional.
La transición fue una verdadera reconciliación nacional, que
exigió renuncias parciales de todos: planteada como una evolu-
ción legal desde las instituciones vigentes, era incompatible con
la exigencia de responsabilidades a quienes habían sostenido la
dictadura, pero, a cambio, debía partir de una generosa amnistía
y conducir a una democracia plena. El proceso de consenso ini-
ciado, en el que todos los partidos políticos hicieron renuncias
(socialistas y comunistas olvidaron, por ejemplo, el ideal repu-
blicano), permitió adoptar medidas provisionales de autogobier-
no en Cataluña y Euskadi y elaborar el texto constitucional, que
fue aprobado por amplísima mayoría (87,87 por 100) el 6 de diciem-
bre de 1978.

España después de la Constitución de 1978


Unas nuevas elecciones generales el 1 de marzo de 1979 man-
tienen las cifras de equilibrio de las principales fuerzas a nivel
nacional (UCD, 34,3 por 100; PSOE, 30 por 100; PCE, 10,6 por

79
España hoy

Felipe González,
3er Presidente
Constitucional,
firma el Tratado
de Adhesión a la
CEE en presencia
de su Majestad el
Rey.

100). Por el contrario, las primeras elecciones municipales (19


de abril) sitúan a coaliciones de izquierdas en el 77 por 100 de
los ayuntamientos de las grandes ciudades. Este hecho abre el
proceso de desmoronamiento de UCD.
El debilitamiento de la UCD y el cambio de Presidente de Gobier-
no coinciden con el último coletazo del autoritarismo contra la
democracia. Un grupo de guardias civiles irrumpe en el Congre-
so el 23 de febrero de 1981 y retiene a los diputados, mientras
una de las capitanías generales saca las tropas a la calle. La deci-
siva intervención del Rey frustra el intento y el pueblo español se
echa a la calle en defensa de la democracia. Este intento debilita
aún más al Gobierno y al partido que lo sustenta.
En política internacional, la integración en el grupo de países
democráticos es total. El 28 de julio de 1977, España solicita el
ingreso en la CEE, que tendrá lugar el 1 de enero de 1986. Leo-
poldo Calvo Sotelo, sucesor de Suárez al frente del Gobierno,
propone y consigue la aprobación del Congreso de la adhesión
de España a la OTAN (29 de octubre de 1981) que quedó ratifi-
cada en referéndum popular en 1986.
El 28 de octubre de 1982 tienen lugar unas nuevas eleccio-
nes generales. El PSOE obtiene la mayoría absoluta (202 esca-
ños), frente a la nueva formación de la derecha AP-PDP (106
escaños). Las elecciones tienen dos grandes perdedores: UCD,
que sólo obtiene el 7,2 por 100 de los sufragios, y el PCE, con
el 3,8 por 100.
El 3 de diciembre se forma el primer Gobierno presidido por
Felipe González. El PSOE lograría mantener su mayoría en las dos
siguientes elecciones: 22 de junio de 1985 y 29 de octubre de 1989.
El partido socialista se había transformado en una formación
socialdemócrata moderada y reformista, abandonando la tradi-
cional definición ideológica marxista. Avalado por sucesivas vic-

80
[Historia y cultura]

torias electorales, gobernó hasta 1996,


realizando una amplia labor de moder-
nización del país.
La notable estabilidad política de
este período permitió recuperar retra-
sos históricos en terrenos como la edu-
cación, la sanidad, la fiscalidad, la pro-
fesionalización del ejército, la recon-
versión de la industria, la construcción
de infraestructuras, la extensión de los
servicios sociales... Y esta España
moderna y dinámica, capaz de inte-
grarse en la Unión Europea (1986) y de
ejercer con eficacia y creatividad sus
presidencias de turno de la Unión (1989
y 1995), mostró su nueva imagen al
mundo con la organización de la Expo-
sición Universal de Sevilla, la Capitali-
dad Cultural Europea de Madrid y los
Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Roto el aislamiento de la El Príncipe Felipe
de Borbón
época franquista, España volvió a la escena internacional como
participó como
agente de paz y de concordia, impulsando las Cumbres Iberoame- abanderado del
ricanas (desde 1991), participando en las fuerzas de paz de las equipo español
en la
Naciones Unidas en África, los Balcanes y Centroamérica, alber-
inauguración de
gando conversaciones entre Israel y los países árabes (Conferencia los Juegos
de Madrid, 1991), multiplicando la ayuda a los países en desarro- Olímpicos de
1992 en
llo (Cooperación Española), llevando la actividad de sus técnicos y
Barcelona.
empresarios a competir en mercados alejados (con fuertes inver-
siones en Iberoamérica), multiplicando la presencia de la lengua y
la cultura española en el mundo (mediante el Instituto Cervantes,
creado en 1991), etcétera. No obstante, algunos problemas se resis-
tieron: el paro continuó creciendo a pesar de la buena marcha de
la economía; el déficit público seguía siendo importante, a pesar
de los esfuerzos por controlarlo; la construcción del Estado de las
Autonomías generó tensiones y desajustes, sin que las propuestas
de reforma institucional hallaran el consenso necesario.
En las elecciones celebradas el 6 de junio de 1993 la fuerza
política más votada siguió siendo el PSOE (159 escaños), lo cual
permitió a Felipe González, formar Gobierno en solitario (sesión
de investidura 8-9 de julio de 1993), pero la pérdida de la mayo-
ría absoluta obligó al PSOE a buscar con otros Grupos Parla-
mentarios fórmulas que permitiesen contar con el apoyo sufi-
ciente en el Congreso y en el Senado, para garantizar la estabili-
dad de la acción de gobierno. Esto fue posible por los acuerdos
alcanzados con el Grupo de Convergencia i Unió (CiU). En esas
elecciones hay que resaltar el avance considerable del PP, que
consiguió 141 escaños, lo que supone 34 escaños más en rela-
ción con los 107 escaños conseguidos en las elecciones de 1989.

81
España hoy

Las mayorías electorales de las que gozaba el PSOE se erosio-


naron tras ese largo período de gobierno; ello, unido a la apari-
ción de irregularidades y otras circunstancias adversas para este
partido, dio lugar a que se produjera el relevo político recogido
por el Partido Popular. Dicho partido había sido refundado en 1989
en torno al liderazgo de José María Aznar y a un ideario liberal y
demócrata-cristiano, y orientando hacia el centro reformista. Sus
resultados electorales positivos en consultas municipales, auto-
nómicas y europeas en 1995 culminaron con la victoria en las elec-
ciones generales de 1996, que llevaron a Aznar a la Presidencia
del Gobierno. La consiguiente derrota de los socialistas produjo
la renuncia de Felipe González, como secretario general del PSOE
en 1997, lo que dio lugar a que se modificara la forma de elección
del secretario general dentro del partido en sucesivos congresos,
ocupando dicho puesto desde junio de 2000 José Luis Rodríguez
Zapatero, que es además el actual líder de la oposición.
En las elecciones generales celebradas el año 2000, el Parti-
do Popular revalidó su victoria, en esta ocasión por una amplia
mayoría absoluta.
Desde su investidura como Presidente del Gobierno, en 1996,
José María Aznar contó con el apoyo de los grupos nacionalistas
moderados de Cataluña (Convergencia i Uniò), País Vasco (PNV)
y Canarias (Coalición Canaria). Sustentado por esta mayoría par-
lamentaria, el Partido Popular ha desarrollado una labor legisla-
tiva y de gobierno caracterizada por la moderación y la búsque-

José María Aznar,


4º Presidente de
la democracia.

82
[Historia y cultura]

da de la eficacia, respetando las realizaciones del período ante- Los cuatro


Presidentes de
rior, y manteniendo el consenso básico en torno a temas como
Gobierno de la
la integración de España en Europa o la lucha antiterrorista. Esta democracia
tendencia al consenso político se ha reflejado en un clima social española.
de sosiego y de diálogo.
La política económica del Gobierno popular se ha orientado
hacia el control de la inflación y el déficit público para reactivar
el crecimiento económico, con el convencimiento de que ésta es
la mejor forma de reducir el desempleo y preservar las presta-
ciones sociales del Estado de bienestar. Efectivamente, el con-
trol de la inflación y del déficit público se han traducido en des-
censos significativos del paro; y la buena marcha del crecimiento
económico ha abierto la posibilidad de reducir la presión fiscal
y apuntalar el sistema de previsión social (con la subida de las
pensiones más bajas y la creación de un fondo de reserva de la
Seguridad Social). Los éxitos conseguidos en el terreno econó-
mico se han visto coronados con la aceptación de España en el
grupo de países incorporados desde el primer momento a la
moneda única europea, el euro, en el año 2002 (Consejo de Bru-
selas de 1998), al cumplir la economía española los requisitos
objetivos que se habían fijado para ello.
La Presidencia española de la Unión Europea en el primer
semestre de 2002, viene a coincidir con la implantación del euro
como moneda única. Completándose de este modo un ciclo sig-
nificativo para la historia reciente de nuestro país, ya que el nom-
bre de euro se adoptó en el Consejo Europeo celebrado en el
segundo semestre de 1995, fecha en la que España también osten-
taba la Presidencia de la Unión.

83
España hoy

[Cronología]
PREHISTORIA 1746-1759 Fernando VI.
1.500.000 a.C. Primeros hallazgos humanos en la 1759-1788 Carlos III.
Península Ibérica.
1760-1790 Ilustración y Reforma.
40.000-15.000 a.C. Pinturas de las cuevas de Altamira.
1788-1808 Carlos IV.
ESPAÑA PRERROMANA 1790-1808 El Desafío Radical.
1.200-800 a.C. Penetraciones indoeuropeas, 1805 Batalla de Trafalgar.
fenicias y griegas en la Península
1807 Tratado de Fontainebleau.
Ibérica.
800-500 a.C. Tartessos. DISOLUCIÓN DEL ANTIGUO RÉGIMEN Y
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-1814)
HISPANIA ROMANA
1808 Abdicación de Carlos IV y de
218 a.C.- 409 d.C. Fernando VII en Bayona. Entrada
en Madrid de José I Bonaparte.
REINO VISIGODO
1810-1812 Cortes y Constitución de Cádiz.
472-710
REACCIÓN Y REVOLUCIÓN LIBERAL (1814-1833)
ESPAÑA MUSULMANA (710-1492)
1814 Llegada de Fernando VII a Madrid.
756-929 Emirato Omeya.
1814-1820 Primera Restauración Absolutista.
929-1009 Califato.
1820-1823 Pronunciamiento y Trienio Liberal.
1009-1090 Reinos de Taifas.
1823-1833 Segunda Restauración Absolutista.
1090-1146 Invasión Almorávide.
PERÍODO DE REGENCIAS (1833-1843)
1146-1224 Invasión Almohade.
1833-1841 Muerte de Fernando VII
1224-1232 Invasión Benimerí.
y Regencia de Mª Cristina.
1232-1492 Reino Nazarí de Granada. Guerra Carlista.
1834 Estatuto Real.
ESPAÑA CRISTIANA (710-1492)
1837 Constitución Liberal.
803 Reino de Navarra.
1841-1843 Regencia de Espartero.
1137 Reino de Aragón y Cataluña.
1143 Reino de Portugal. REINADO DE ISABEL II (1843-1868)
1230 Reino de Castilla y León. 1843-1854 Década Moderada.
1479 Unión de las Coronas de Castilla y 1845 Constitución.
Aragón con los reyes Isabel y
1854-1856 Bienio Liberal.
Fernando.
1856 Constitución “non-nata”.
1492 Conquista de Granada, llegada de
Colón a América y publicación de 1856-1868 Predomino Moderado.
la Gramática Castellana.
SEXENIO REVOLUCIONARIO (1868-1874)
1512 Incorporación de Navarra.
1869 Constitución de 1869.
1535-1545 Virreinatos de México y Perú.
1869-1871 Regencia de General Serrano.
CASA DE AUSTRIA (1517-1700)
1871-1873 Monarquía democrática de
1517-1556 Carlos I. Amadeo de Saboya.
1526 Tratado de Madrid. 1873-1874 I República.
1556-1598 Felipe II. 1874 Pronunciamiento de Martínez
Campos por Alfonso XII.
1571 Batalla de Lepanto.
1598-1621 Felipe III. RESTAURACIÓN (1875-1923)

1605 El Quijote. 1875 Entrada de Alfonso XII en Madrid.

1621-1665 Felipe IV. 1876 Constitución.

1640 Separación de Portugal. 1881 Gobierno Liberal.

1665-1700 Carlos II. 1885 Muerte de Alfonso XII.


Regencia de Mª Cristina.
1659 Paz de los Pirineos.
1890 Sufragio Universal.
CASA DE BORBÓN (1700-1808)
1898 Guerra Hispanoamericana y
1700-1746 Felipe V. Paz de París.
1713 Paz de Utrecht. 1902-1931 Reinado de Alfonso XIII.

84
[Historia y cultura]

DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y CAÍDA DE Nuevo gobierno presidido por


LA MONARQUÍA (1923-1931) Felipe González (3 de diciembre).
Nombramiento del Defensor del
1931 Elecciones municipales (14 de abril)
Pueblo en el Congreso de los
y Proclamación de la República.
Diputados 28 de diciembre).

II REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL (1931-1939) 1985 Firma del Tratado de Adhesión de


España a la CEE (12 de junio).
1931 Constitución Republicana.
1986 Incorporación efectiva de España y
1936 Elecciones del Frente Popular Portugal a la CEE (1 de enero).
(febrero) y alzamiento (julio). El príncipe Felipe jura la
Constitución ante las Cortes
RÉGIMEN DEL GENERAL FRANCO (1939-1975) (30 de enero).
1959 Plan de Estabilización. Referéndum sobre la permanencia
de España en la OTAN
1969 Nombramiento del Príncipe (12 de marzo).
Juan Carlos como sucesor. Elecciones generales. Nueva
mayoría absoluta del PSOE
TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA. DESDE 1975 (22 de junio).
Investidura de Felipe González
1975 Muerte de Franco. como presidente del Gobierno
Proclamación del Rey Juan Carlos I. (25 de julio).
1976 Ley de Reforma Política 1987 Elecciones municipales,
(noviembre) y Referéndum autonómicas y al Parlamento
(diciembre). Europeo (10 de junio).
1977 Elecciones generales (15 de junio). 1989 Presidencia española de la CE (1er
Mayoría relativa UCD. semestre). Elecciones Parlamento
Tercer gobierno de la Monarquía Europeo (junio).
(4 de julio). Presidente Adolfo Elecciones generales. Victoria del
Suárez. PSOE (29 de octubre).
España presenta solicitud de Sesión de investidura en las Cortes
ingreso ante la CEE (28 de julio). de Felipe González como
presidente del Gobierno (5 de
1978 Constitución (sancionada por S.M.
diciembre).
el Rey el 27 de diciembre, ante las
Cortes Generales). 1993 Elecciones generales (6 de junio).
Mayoría relativa del PSOE.
MONARQUÍA CONSTITUCIONAL Sesión de investidura en las Cortes
de Felipe González como
1979 Elecciones generales (1 de marzo). Presidente del Gobierno
Mayoría relativa UCD. (9 de julio).
S.M. el Rey Juan Carlos I encarga a
Adolfo Suárez la formación de 1994 Elecciones al Parlamento Europeo
Gobierno (29 de marzo) (12 de junio).
Constitución de los principales 1995 Elecciones Municipales y
ayuntamientos democráticos Autonómicas (28 de mayo).
(19 de abril). Presidencia Española de la CE
S.M. el Rey abre la primera (2º Semestre).
legislatura de las Cortes El Consejo Europeo de Madrid
Constitucionales (9 de mayo). decide el nombre de la futura
moneda europea: Euro
1980 Apertura del Tribunal
(15-16 diciembre).
Constitucional (12 de julio).
1996 Elecciones generales (3 de marzo).
1981 Dimisión de Adolfo Suárez como
Mayoría relativa del PP.
presidente del Gobierno. S.M. el
Sesión de investidura en las Cortes
Rey encarga a Leopoldo Calvo de José María Aznar como
Sotelo la formación de un nuevo Presidente del Gobierno
gabinete (10 de febrero). (3 de mayo).
Calvo Sotelo propone la
integración de España en la OTAN 1999 Elecciones Autonómicas
(18 de febrero). Municipales y al Parlamento
Golpe de Estado (23 de febrero). Europeo (13 de junio).
Calvo Sotelo investido presidente 2000 Elecciones generales (12 de
(25 de febrero). marzo). Victoria por mayoría
El Congreso aprueba la adhesión absoluta del PP. Sesión de
de España a la OTAN investidura en las Cortes de
(29 de octubre). José María Aznar como Presidente
del Gobierno (25 de abril).
1982 Elecciones generales. Victoria por
mayoría absoluta del PSOE 2002 Presidencia Española de la UE
(29 de octubre). (1er semestre).

85
España hoy

Cultura
La situación geográfica ha hecho de la Península Ibérica un puen-
te natural entre las culturas del norte y del sur de Europa y tam-
bién de África. Las vicisitudes de su historia la han convertido
en lugar de encuentro entre las más diversas culturas. Por eso,
su patrimonio cultural posee una riqueza enorme y en él son
perceptibles las huellas vivas de un pasado ajetreado e intenso.

Las primeras manifestaciones culturales


Las primeras manifestaciones culturales de importancia se remon-
tan a la Prehistoria. Ya en el Paleolítico, hacia el año 15.000 a.C.,
existió la cultura francocantábrica que se extiende por el norte
de España y Europa, hasta Asia. Se manifiesta sobre todo en la
pintura de figuras de animales realizadas con fines mágicos y
religiosos en diversas cavernas. La obra maestra es la gran sala
de la Cueva de Altamira, Cantabria, calificada como “la capilla
sixtina” del arte cuaternario.
A una etapa posterior, el Mesolítico, corresponden las pintu-
ras de la escuela levantina, de origen africano, localizadas en
abrigos que se extienden desde Lleida (Cataluña) hasta Albacete
(Castilla-La Mancha). En ellas aparece la figura humana. En el pri-
mer milenio anterior a nuestra era surge en les Illes Balears una
cultura de impresionantes construcciones megalíticas (navetas,
taulas, talayotes), entre las que destaca la Naveta dels Tudons,
cerca de Ciutadella (Menorca). También en ese momento se desa-
rrolla la cultura almeriense, con dólmenes de galería cubierta y
cámara sepulcral circular, rematada con falsa cúpula; cabe citar
la Cueva de Menga, cerca de Antequera (Málaga).
A la vez, en el valle inferior del Guadalquivir se desarrolla la
mítica cultura de los Tartesos, relacionada con el comercio de

Pinturas
rupestres
de Altamira
(Cantabria).

86
[Historia y cultura]

las colonias fenicias. A su vez, los griegos fundaron también colo-


nias en las costas mediterráneas en las que dejaron huellas artís-
ticas importantes en localidades como Ampurias (Girona).
A la cultura céltica pertenecen, según todos los indicios, las
esculturas de grandes verracos, como los toros de Guisando, en
Ávila; a la ibérica, que funde influencias mediterráneas diversas,
tres esculturas femeninas que se exponen en el Museo Arqueo-
lógico Nacional en Madrid: las damas de Elche, del cerro de los
Santos y de Baza.

Las huellas romanas


La romanización unificó culturalmente la Península Ibérica y dejó
además de la lengua y numerosas instituciones sociales, abun-
dantes restos artísticos. Algunos de ellos son fundamentales para
conocer el arte romano, como sucede en el caso de los acue-
ductos de Segovia y de los Milagros, este último en Mérida, el
puente de Alcántara o el arco de Bará, en Tarragona.
Dos conjuntos excepcionales son los de Itálica, en Sevilla, y
Mérida, con su espléndido teatro, en
el que se representan obras clásicas
durante la época estival. La gran can-
tidad de restos romanos de esta ciu-
dad llevó a la construcción en su seno
de un Museo Nacional de Arte Roma-
no, inaugurado en 1986.
Si Roma construye la Hispania de
los cinco primeros siglos, ésta le
devuelve el tributo de sus mejores
hijos, algunos como emperadores
(Trajano y Adriano) y otros como lite-
ratos y filósofos. Tal legado de Roma
impregna las instituciones y el mun-
do del Derecho. De él provienen, a través del latín vulgar, la tota- Puente romano
lidad de las lenguas peninsulares, salvo el euskera: el castella- sobre el Tajo,
Alcántara
no, el catalán, el gallego y el portugués. (Cáceres).

La Edad Media
La difusión generalizada del cristianismo coincide en España con
el inicio de la invasión germánica. Del arte visigodo no quedan
excesivos vestigios, alejándose progresivamente del arte roma-
no e incorporando influencias bizantinas y norteafricanas. Arco
de herradura, ventanas geminadas, ábsides cuadrados y bóve-
das de medio cañón son las características de las iglesias cris-
tianas primitivas (Santa Comba de Bande en Ourense y San Pedro
de la Nave en Zamora).
A partir del siglo VIII comienza el prerrománico asturiano que
alcanza su apogeo durante el reinado de Ramiro I (iglesias de
Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo).

87
España hoy

La invasión musulmana y el posterior período de Reconquista


produjo la unión de tres culturas: cristiana, islámica y hebrea,
cuya fusión e intercambio fue uno de los procesos más fructífe-
ros de la cultura europea.
La perpetuación del legado clásico quedó asegurada con la
creación por Alfonso X de la Escuela de Traductores de Toledo
y Sevilla. Al rey Sabio se debe también la redacción de Las Sietes
Partidas y grandes aportaciones al mundo de la ciencia (Lapida-
rio).
Por su parte, la tradición árabe dejará una profunda huella
en el campo de la poesía, con figuras como I. Hazm de Córdoba
(El collar de la paloma) e I. Quzman, innovador del metro clási-
co. Entre los filósofos destaca la gran
figura de Averroes (1126-98, Córdo-
ba), comentarista de Aristóteles.
Pero si la literatura es fecunda, no
lo es menos la arquitectura. La Mez-
quita de Córdoba (iniciada en el 784)
y Medina Azahara son muestras del
arte califal. En Sevilla el antiguo almi-
nar de la mezquita, la Giralda, la Torre
del Oro y el Alcázar constituyen uno
de los grupos monumentales más
importantes de la arquitectura árabe,
cuya última obra es el conjunto de la
Alhambra de Granada.
Mientras que en el sur persistía la
presencia árabe, el norte español se
mantenía en estrecho contacto con la
Patio de cultura europea del momento a través del Camino de Santiago
los Leones. de Compostela que concluye en la tumba del apóstol. A lo largo
La Alhambra
(Granada).
del camino surgen iglesias en las que el románico europeo se
funde con el prerrománico típicamente español: catedral de Jaca,
en Huesca, iglesias de San Martín de Frómista, en Palencia, pan-
teón de San Isidoro de León, con bellos frescos, y sobre todo, la
gran catedral de Santiago de Compostela, con su importante con-
junto de esculturas del pórtico de la Gloria, considerada como
la obra cumbre del románico español.
La pintura románica se expresa en los frescos, y el dibujo se
desarrolla en los códices (Beato de Liébana, Beato de Girona).
La escultura, obtiene una fisonomía precisa en el siglo XI que
se manifiesta fundamentalmente en el claustro de Santo Domin-
go de Silos (Burgos), el panteón y las portadas de la iglesia de
San Isidoro (León), los capiteles de la catedral de Jaca (Huesca),
el monasterio de Ripoll y la citada catedral de Santiago.
Notables monumentos románicos se localizan también en la
región castellano-leonesa: Ávila, Zamora, Soria, Salamanca, Sego-
via, Burgos; en Navarra, Aragón y Cataluña destacan iglesias con

88
[Historia y cultura]

bellísimas pinturas conservadas en


su mayor parte en el Museo de Arte
de Cataluña (Barcelona).
La literatura conoce en este perío-
do –siglo XII– el inicio del castellano
como lengua literaria con el Cantar
del Mío Cid, que dará comienzo tam-
bién a la épica.
La irrupción del gótico en España
comienza en el siglo XIII con un esti-
lo arcaico cisterciense: monasterios
de la Huelgas (Burgos) y de Poblet
(Tarragona), para alcanzar su máximo
esplendor en la catedral de León. Al
siglo XIV corresponderá el gótico cata-
lán (Barcelona, Girona, Palma de
Mallorca) y al siglo XV el flamígero español (Sevilla, Toledo y Bur- Catedral de León,
gos). La arquitectura civil comenzará su desarrollo en ese perí- máximo
esplendor de la
odo: Atarazanas de Barcelona y lonjas de Valencia y Palma de arquitectura
Mallorca. gótica en España.
En literatura los avances son importantes. Frente al popular
méster de juglaría, surge el culto méster de clerecía. Gonzalo de
Berceo se convertirá en el primer poeta de la lengua castellana
con los Milagros de Nuestra Señora.
Ya se ha citado a Alfonso X el Sabio con ocasión de sus Siete
Partidas, pero no se puede olvidar su Crónica General y las Can-
tigas de Santa María en gallego. En su reinado aparecerán las pri-
meras colecciones de cuentos: Libro de Calila e Dimna y el ini-
cio del teatro: Auto de los Reyes Magos.

El Renacimiento
El siglo XIV será una época extraordinariamente fructífera, con
profundas influencias del humanismo italiano en obras litera-
rias como el Libro del Buen Amor (Arcipreste de Hita), el Conde
Lucanor (infante Don Juan Manuel) y Crónicas y Rimado de Pala-
cio (Pedro López de Ayala).
A partir del siglo XV la literatura se hace lírica y cortesana, pre-
parando la transición ideológica entre las concepciones medieva-
les y las renacentistas del inicio de la Edad Moderna. La figura prin-
cipal será el Marqués de Santillana (1398-1458), introductor del
soneto en España y, Jorge Manrique con las Coplas por la muerte
de su padre.
La conjunción entre el gótico español y el renacimiento ita-
liano da lugar al plateresco, producto de la fusión de ambos
estilos arquitectónicos. Muestras de ese estilo son las Univer-
sidades de Alcalá de Henares y Salamanca, que se desarrollan
en esa época. Por otra parte, se consolida la lengua castellana
con la publicación del Arte de la lengua castellana, primera gra-

89
España hoy

mática aplicada a una lengua vulgar.


Aparecen las novelas de caballería
entre las cuales destaca el Amadís de
Gaula.
La evolución del teatro también es
notable. Juan de la Encina (1469-1529)
aborda ya temas seculares. Pero la
gran transformación vendrá de la
mano de La Celestina o Tragicomedia
de Calixto y Melibea, de Fernando de
Rojas, la segunda obra en importan-
cia de la literatura española después
de El Quijote.

El Siglo de Oro
A caballo entre el Renacimiento y el
Barroco. El Siglo de Oro español (XVI-
XVII) es la época más fecunda y glo-
riosa de las artes y letras españolas.
La novela alcanza aquí su máxima
expresión española y universal con El
Quijote, de Miguel de Cervantes, jun-
“Sagrada Familia”, to con otras manifestaciones nítidamente hispanas como la lite-
de El Greco,
ratura picaresca: Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán y el
1585. Museo
Santa Cruz, Lazarillo de Tormes.
Toledo. La evolución de la poesía correrá pareja. Boscán y Garcila-
so de la Vega en el siglo XVI adaptarán al castellano la lírica ita-
liana, que encuentra su máxima expresión en la mística: Fray
Luís de León y San Juan de la Cruz, y dentro de la
prosa es Santa Teresa. Dos grandes figuras de esta
El Siglo de Oro época son Luis de Góngora y Francisco de Que-
español comprende vedo.
los siglos XVI y XVII El teatro también experimenta cambios de gran
envergadura. Deja de representarse en entornos
y constituye la época eclesiales, con la creación de los llamados “Corra-
más fecunda y les de Comedias”, que aún perduran en localida-
gloriosa de las artes des como Almagro (Ciudad Real). Confieren un bri-
llo sin precedentes a esta forma de expresión artís-
y letras españolas tica Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de
la Barca.
El humanismo florecerá también desde los inicios de la Edad
Moderna con Luis Vives y trabajos monumentales en equipo
como la Biblia Políglota Complutense.
No puede dejar de mencionarse como cierre del período den-
tro ya del siglo XVII, a Baltasar Gracián, autor de El Criticón.
El siglo XVI español conocerá un pintor de excepción: Domé-
nico Theotocópulos, “El Greco”, cuya obra se desarrolla funda-
mentalmente en Toledo. Entre ellas, El expolio, El martirio de San

90
[Historia y cultura]

“La rendición de
Breda” de Diego
Velázquez.
Museo del Prado.
Madrid.

Mauricio, la Resurrección de Cristo y El entierro del Conde de


Orgaz, que señalan un hito de la pintura española y universal.
El realismo del siglo XVII tiene su máxima expresión en Die-
go Velázquez (1599-1660), cuyas principales obras son: Las
Meninas, Los Borrachos, La Rendición de Breda, La Fragua de
Vulcano, La Venus del espejo, junto con sus famosos retratos
de Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos y el Conde Duque de Oli-
vares, que en su mayor parte se encuentran en el Museo del
Prado.
Si Velázquez pinta en Madrid, Zurbarán y Murillo lo harán en
Sevilla con una temática fundamentalmente religiosa.
El Siglo de Oro tiene también un estilo arquitectónico propio,
el estilo herreriano, cuyo máximo exponente será el Monasterio
de El Escorial, construido por orden de Felipe II, inicialmente pro-
yectado por Juan Bautista de Toledo y realizado tras su muerte
por Juan de Herrera.

El barroco
Procedente de Italia de donde toma su nombre, el barroco encar-
na el espíritu de la Contrarreforma. Es un estilo fundamental-
mente decorativista, de formas caprichosas y recargadas. El barro-
co, de la mano de la Compañía de Jesús, impregna todos los
monumentos religiosos de épocas anteriores superponiéndose
al gótico e incluso al románico.
Sus mejores exponentes son: la fachada del Hospicio (Madrid);
el palacio de San Telmo (Sevilla); portada del Obradoiro (San-
tiago de Compostela); iglesia de los jesuitas de Loyola; facha-
da de la Universidad de Valladolid y Santuario del Pilar, en Zara-
goza.

91
España hoy

El Siglo de las Luces


El siglo XVIII, llamado también Siglo de las Luces, introduce el
espíritu de la ilustración, y con él, la educación, la ciencia, las
obras públicas y una concepción racional de la política y de la
vida.
El nacimiento de nuevas instituciones culturales se inicia ya
en el reinado de Felipe V con la fundación de la Librería Real (lue-
go Biblioteca Nacional) y la Academia de la Lengua en 1714. Vein-
te años más tarde se crean las de
Medicina, Historia, Farmacia, Juris-
prudencia y Nobles Artes de San Fer-
nando.
La Ciencia recibe un gran impulso
con la creación del Gabinete de His-
toria Natural, Jardín Botánico, Escue-
la de Mineralogía, Gabinete de Máqui-
nas del Retiro, Real Laboratorio de
Química y diversas Escuelas de Inge-
nieros.
Florece la prensa de contenido
político y satírico y la difusión cultu-
ral y científica. Los creadores litera-
rios distan mucho de llegar a la cali-
dad de dos siglos antes. Con todo, hay
algunos notables como Leandro Fer-
nández de Moratín, Torres Villarroel,
Meléndez Valdés, Quintana, los fabu-
listas Iriarte y Samaniego y el come-
diógrafo y costumbrista Ramón de la
Fachada de la Cruz. La poesía contará a su vez con Cadarso, Nicasio Galego y
Biblioteca
Alberto Lista. Y finalmente, dos grandes figuras representadas
Nacional, Madrid.
por el padre Feijoo y Jovellanos.
Desde el punto de vista arquitectónico, el barroco da paso al
neoclásico. Los Borbones traen a España numerosos artistas
extranjeros y Carlos III acomete grandes obras públicas. Ventu-
ra Rodríguez y Juan de Villanueva serán los arquitectos españo-
les más destacados. El Palacio Real, el Museo del Prado y la Puer-
ta de Alcalá son algunas de las muestras de este período.
La pintura, por el contrario, decae. Los pintores, nacionales
o extranjeros, que decoran los palacios son mediocres. Hasta que
en las postrimerías del siglo surge una de las figuras más genia-
les del arte universal: Francisco de Goya. Considerado como el
iniciador de todos los “ismos”, su pintura va desde los alegres
cartones para la Real Fábrica de Tapices, al tenebrismo de las
series de grabados: los Desastres de la Guerra, los Caprichos, los
Disparates, la Tauromaquia y al dramatismo en pintura de los
Fusilamientos del 3 de mayo de 1808 o los frescos de la ermita
de San Antonio de la Florida, en Madrid.

92
[Historia y cultura]

“Modo de volar”
Disparate 13, de
Francisco de
Goya.

El Romanticismo
El Romanticismo, expresión artística y literaria del pensamien-
to liberal, es tardío (su epata álgida se sitúa entre 1830-1840) y
de influencia francesa. Su máximo exponente es Mariano José de
Larra (1809-1837) y su influencia se prolonga más allá de la segun-
da mitad del siglo con la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-
1870) y la dramaturgia del primer Premio Nobel español: José
Echegaray.
El romanticismo da paso al género costumbrista de Mesone-
ro Romanos, a la poesía de Espronceda y al teatro del Duque de
Rivas y José Zorrilla.
La exaltación romántica de los valores nacionales alienta en
la segunda mitad del siglo el resurgimiento de las culturas regio-
nales. En Cataluña se restauran los Jocs Florals y da comienzo la
denominada Renaixença catalana con Rubio i Ors, Verdaguer y
Guimerá.
La corriente romántica inspira también el florecimiento de
las letras gallegas, que cuenta con dos figuras de excepción: Rosa-
lía de Castro y Curros Enríquez.
El movimiento romántico tiene, en el último tercio del siglo,
su contrapartida en el realismo de tipo más o menos costum-
brista: Fernán Caballero, Alarcón y Pereda. Pero las dos grandes
figuras serán Juan Valera (1828-1905) y Benito Pérez Galdós
(1843-1920). Padre de la novela española contemporánea, Gal-
dós crea un gigantesco mundo histórico novelesco con sus Epi-
sodios Nacionales. Su trayectoria abre camino al naturalismo, con
tres grandes figuras: Leopoldo Alas “Clarín”, Emilia Pardo Bazán
y Vicente Blasco Ibáñez.

Las generaciones del 98 y del 27


Los finales del siglo XIX serán un hervidero de inquietudes polí-
ticas, literarias, filosóficas, artísticas y científicas. Las institu-
ciones surgidas en su inicio: Ateneos, Liceos Artísticos y Litera-

93
España hoy

rios alcanzan todo su esplendor. Joaquín Costa y Giner de los


Ríos iniciarán el movimiento regeneracionista que conocerá tam-
bién extraordinarios investigadores en el campo de la historia:
Amador de los Ríos, Menéndez Pidal, Rafael Altamira, Milá y Fon-
tanals. Dentro del pensamiento tradicional destaca Marcelino
Menéndez Pelayo.
Se inicia una lenta recuperación de la investigación científi-
ca, sobre todo en el campo de la medicina, con figuras como Jai-
me Ferrán, Pío del Río Hortega y el futuro Premio Nobel, Santia-
go Ramón y Cajal.
Pese a las turbulencias políticas y sociales que agitan la situa-
ción española durante el primer tercio del siglo, la creación cul-
tural vive un renovado esplendor, que ha hecho hablar a ciertos
observadores de una Edad de Plata que abarca desde 1898 has-
ta el estallido de la Guerra Civil en 1936.
La primera fecha marca la pérdida de las últimas colonias
españolas, y de modo general, la conclusión de un declive ini-
ciado en el siglo XVII.
Un nutrido grupo de escritores reacciona ante este hecho,
buscando sus causas y tratando de aportar sus remedios para la
regeneración de España y forma la llamada Generación del 98,
que posee grandes figuras literarias, pero que no circunscribió
su actividad a la literatura, sino que se proyectó al mundo de la
ciencia, la medicina, la historia o el ensayo.
A la vez, surge el modernismo, contemporáneo del impre-
sionismo pictórico y musical, que tuvo especial influencia en
Cataluña, más abierta siempre a los vientos de renovación pro-
Casa Milà de
Antonio Gaudí. cedentes de Europa. El genial arquitecto Antonio Gaudí es su
Barcelona. principal figura unido a la Renaixença (el Resurgimiento) de la
cultura catalana basada en la prospe-
ridad de una burguesía industrial, cul-
ta y progresivamente proclive a ide-
as regionalistas. El arte personalísimo
de Gaudí está lleno de sugestiones
vegetales y animales, con obras tan
revolucionarias como la aún inacaba-
da catedral de la Sagrada Familia o el
fantástico jardín del Parque Güell. De
este ambiente modernista catalán sur-
girá con el tiempo el genial Pablo
Picasso.
También a finales del siglo llegan
a España los ecos del nacionalismo
musical que se extiende por todo el
continente. Dos compositores alcan-
zan resonancia internacional dentro
de esta corriente: Isaac Albéniz y Enri-
que Granados.

94
[Historia y cultura]

“Salida del baño”


de Joaquín
Sorolla, 1915.
Museo Sorolla,
Madrid.

En la pintura, Ignacio Zuloaga expresa, con su rotundo dibu-


jo y sus personajes típicos del pueblo español un mundo cerca-
no al literario de la Generación del 98. En una línea estética dis-
tinta, el valenciano Joaquín Sorolla puede ser catalogado como
un postimpresionista de brillante colorido por debajo de la anéc-
dota de cada lienzo, la luz levantina es la gran protagonista de
sus escenas de playa.
La Generación del 98, preocupada casi obsesivamente por lo
que empieza a denominarse “el problema de España”, efectúa
una profunda renovación estilística, orillando la retórica carac-
terística del siglo XIX.
Algunos representantes de esta corriente poseen una talla
verdaderamente universal. Así, Miguel de Unamuno, que en su
obra Del Sentimiento trágico de la vida se anticipa al existencia-
lismo y cultiva todos los géneros literarios, al igual que su con-
temporáneo Pío Baroja, reputado novelista que suscitó la admi-
ración de Hemingway. También Azorín, magistral narrador, y
Ramón María del Valle-Inclán, creador del esperpento, son gran-
des figuras.
En poesía destacan Antonio Machado, en el que se aúnan
el simbolismo y la reflexión social, y Juan Ramón Jiménez,
Premio Nobel de Literatura que evolucionó desde una poesía
sentimental a una lírica muy profunda, abstracta y compleja.
Un rasgo común de los intelectuales de esta época es su esfuer-
zo por incorporar las últimas tendencias de la cultura y del pen-
samiento europeo. El filósofo Ortega y Gasset crea la Revista de
Occidente, una de las primeras publicaciones intelectuales de la
Europa de su tiempo. Ramón Pérez de Ayala expresa en sus ensa-
yos y novelas el espíritu liberal inglés. Eugenio d’Ors es uno de
los renovadores de la crítica del arte barroco. Casi todos estos
autores colaboran de modo habitual en los periódicos, desde los
que realizan una labor de divulgación y pedagogía cultural. Pro-

95
España hoy

curan renovar la sensibilidad nacional, abriéndola a la moderni-


dad europea.
Los vientos renovadores de las vanguardias estéticas soplan
con fuerza en la Europa de los años veinte y surgen figuras tan
universales como Pablo Picasso, Salvador Dalí o Luis Buñuel. La
obra del primero entronca con la raíz hispánica y con el tempe-
ramento desmesurado, barroco, rebosante de contrastes, que
parece caracterizar el arte español, y escribe, con su estilo cubis-
ta, la primera página de la pintura del siglo XX.
De enorme importancia en la pintura contemporánea
son Juan Gris, que atinó a reducir los objetos a
sus masas cromáticas y geométricas elemen-
tales. Y Joan Miró, maestro del surrealismo,
profundamente poético y original, con su
sabia visión de apariencia infantil.
También está próximo al surrealis-
mo el pintor Salvador Dalí, excepcio-
nal dibujante, amigo de provocar al
gusto burgués con gestos chocantes
y calculados. Dalí había convivido con
Luis Buñuel y Federico García Lorca en
los años veinte en la Residencia de
Estudiantes de Madrid. Esta institución,
de enorme importancia por su ambien-
te intelectual y por la gran fecundidad
artística que favoreció entre sus morado-
res, perdura en nuestros días bajo la tutela
del Consejo Superior de Investigaciones Cien-
tíficas (CSIC). Allí puede considerarse que se ges-
Federico García tó el grupo poético de la Generación del 27.
Lorca y Salvador Excepto a comienzos del siglo XVII, nunca habían coincidido
Dalí. Fundación en España talentos líricos de la talla de Jorge Guillén, Pedro Sali-
García Lorca.
nas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, el Premio Nobel Vicen-
te Aleixandre, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego. Cul-
turalmente, la Generación del 27 representa un momento único
en el que el juego alegre de las vanguardias, la ilusión del arte
moderno, el optimismo europeo de la Europa de entreguerras,
eran las impresiones prevalecientes.
Los jóvenes creadores se entusiasmarán con el mundo del
cine, las “luces de la ciudad”, la ruptura con la burguesía y el arte
realista, la ilusión de la revolución estética y política.
Años después, todos ellos vivieron en su propia carne el tre-
mendo desgarro de la Guerra Civil. Federico García Lorca fue ase-
sinado, Rafael Alberti, Luís Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén,
Rosa Chacel y María Zambrano se vieron obligados a exiliarse.
La poesía de esta generación, que había traído a la lírica espa-
ñola el ideal de perfección de la “poesía pura”, se hizo más tem-
poral, más reflexiva.

96
[Historia y cultura]

Del mismo ambiente fértil de la


Residencia de Estudiantes surge el
cineasta aragonés Luis Buñuel, que
alcanzó desde su retiro de París reso-
nancia internacional. Adscrita tem-
poralmente al surrealismo, su pro-
ducción posee una fuerza corrosiva
y una virulencia crítica que guarda
ciertos paralelismos con la obra pic-
tórica de su paisano Francisco de
Goya.
Otra personalidad de enorme talla
es la del catalán Pau Casals, primera
figura mundial del violonchelo y
luchador incansable en pro de la cau-
sa republicana y de la nación catala-
na. Sus célebres versiones de las sui-
tes de Bach forman parte de la histo-
ria de la interpretación musical
contemporánea. El nacionalismo cul-
tural español encontró su cumbre con Manuel de Falla, en cuya Pablo Picasso.
obra el flamenco, manifestación espontánea del canto popular
andaluz, obtuvo, por vez primera, reconocimiento como arte
culto.
La renovación de las vanguardias se extiende también a la
escultura española. Menos populares que Picasso o Dalí pero
igualmente dignos de figurar en la historia del arte contempo-
ráneo, son Julio González, Pablo Gargallo y Alberto Sánchez.
En el primer tercio del siglo XX el teatro español vive una eta-
pa de auge. En gran parte por la obra de Jacinto Benavente, que
obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
Frente a esa alta comedia, el sainete, con o sin música, fue el
género popular por excelencia. Es un modelo de teatro sencillo,
costumbrista y sentimental, que da testimonio de la vida coti-
diana de las clases populares andaluzas (en la obra de los her-
manos Álvarez Quintero). Las piezas de Arniches responden a
una idea parecida, aunque bajo una fórmula original y de gran
atractivo: la tragicomedia grotesca, que combina elementos cómi-
co-patéticos.
Dos grandes autores centran el teatro español de nuestro
siglo: Valle-Inclán y García Lorca. Ambos reaccionan contra el
teatro convencional y burgués, naturalista. García Lorca pro-
fundiza en el teatro poético y la nueva tragedia; Valle-Inclán,
recurre a un procedimiento inédito, el esperpento. Hace pasar a
los héroes y princesas clásicos delante de unos espejos cónca-
vos y convexos y el efecto es una deformación caricaturizante
de la realidad, en paralelo a su convicción de que la realidad espa-
ñola del momento es una deformación de la europea.

97
España hoy

Sus obras trascienden el folclore andaluz para acceder a las


raíces míticas del ser humano: el drama pasional, la esterilidad,
la sociedad que bloquea la realización del ser humano.

La posguerra
La situación creada por la guerra da paso al exilio de buena par-
te de los intelectuales, al que se añade las limitaciones impues-
tas por el nuevo régimen. Es un paréntesis del que España va
recuperándose lentamente. En el exterior los exiliados realiza-
ron una extraordinaria labor de difusión de la cultura española.
Francisco Ayala, Ramón J. Sénder, Max Aub, Gil Albert o Pau Cas-
sals dan buena prueba de ello.
En el interior se genera un doble movimiento, algunos inte-
lectuales se integran en los planteamientos políticos franquistas
y otros desarrollan su actividad intelectual o artística como for-
ma de oposición.
La poesía pasa de los planteamientos estéticos (Luis Rosales,
Leopoldo Panero) al realismo social (Blas de Otero, Gabriel Cela-
ya, José Hierro, Carlos Bousoño) o a la reafirmación de los movi-
mientos nacionalistas o vanguardistas (Salvador Espriu, el grupo
de los novísimos cohesionado por Barral y Castellet, etcétera).
Por otra parte, en los años cuarenta, la creación de los Teatros
Nacionales, agrupó a una serie de autores capaces de superar las
restricciones impuestas por el régimen, y poner en pie un teatro
abierto a las corrientes renovadoras vigentes en el mundo.
La novela se recupera lentamente y encuentra en la radio-
grafía de la propia época su mejor temática: La colmena, de Cami-
lo José Cela, y Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Torren-
te Ballester, Miguel Delibes, Carmen Laforet, Sánchez Ferlosio,
Fernández Santos y Juan Goytisolo van conformando una gene-
ración de narradores que se enriquece año tras año con nuevos
valores.
La artes plásticas conocen un movimiento de renovación hacia
la abstracción pictórica (Tàpies, Saura, Canogar, Millares, Gui-
novart), que dará paso más tarde al realismo crítico de Genovés,
y al Pop-Art (Equipo Crónica). En escultura, el estudio de formas
y volúmenes es la constante de la obra de artistas como Chilli-
da y Oteiza.
El cine adquiere a lo largo de tres décadas (1940-1970) una
extraordinaria difusión. El cine imperial encarnado por CIFESA
va dejando paso al renovador de Bardem y Berlanga y, más tar-
de, Saura y las últimas producciones de Buñuel.

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