Cocilio Vaticano Ii

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COCILIO VATICANO II.

El protestantismo en América Latina tuvo un desarrollo lento en la mayor parte de


su historia. La oposición católica era abierta, ejerciendo una fuerte presión social
sobre los nuevos conversos, incluso con persecuciones y linchamientos. Aunque
los gobiernos permitían la libertad de culto, los protestantes y evangélicos eran
tratados como una secta herética y condenados públicamente.

Recién en la segunda mitad del siglo XX comenzó a verse un espectacular


crecimiento estadístico, en gran parte debido al movimiento pentecostal. Pero
también fue posible gracias al cambio de perspectiva que hubo en la iglesia
católica. El Concilio Vaticano II fue ese momento bisagra que ayuda a comprender
la actual relación entre católicos y evangélicos en América Latina.

¿QUÉ ES EL CONCILIO VATICANO II?

El Concilio Vaticano II fue el vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia


católica. Un concilio ecuménico es una reunión de todos los obispos del mundo,
convocada por el Papa, para tratar asuntos de fe, moral, disciplina y gobierno de la
Iglesia.

INICIO. Fue iniciado el 11 de octubre de 1962, y concluyo, el 8 de diciembre de


1965

CONVOCATORIA.

Fue convocado por Juan XXII.

PRESIDIDO.

Fue presidido por Juan XXIII en 1962, y Pablo VI desde 1963 hasta 1965

ASISTECIA. 2450 obispos de todo el mundo, así como de numerosos expertos,


observadores y representantes de otras iglesias cristianas. Fue un acontecimiento
histórico que marcó un cambio profundo en la vida y la misión de la Iglesia
católica.

TEMAS DE DISCUSIÓN;

Promover el desarrollo de la fe católica.

Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.

Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

¿QUÉ TEMAS ABORDÓ EL CONCILIO VATICANO II?


El Concilio Vaticano II abordó una gran variedad de temas que afectan a la fe y la
vida cristiana. Algunos de los más destacados son:

La Iglesia: el concilio profundizó en la comprensión de la Iglesia como misterio,


como pueblo de Dios, como cuerpo de Cristo y como sacramento universal de
salvación. También afirmó la colegialidad episcopal, es decir, la unión y
corresponsabilidad de todos los obispos con el Papa en el gobierno de la Iglesia.
Asimismo, reconoció la diversidad y riqueza de las iglesias locales y particulares,
así como el papel y la vocación de todos los fieles: laicos, religiosos y clérigos.

La revelación: el concilio explicó que Dios se revela a los hombres por medio de
las obras y las palabras de la historia de la salvación, culminada en Jesucristo, su
Hijo encarnado.

Esta revelación se transmite por medio de la Sagrada Escritura y la Tradición


apostólica, que se interpretan bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. El concilio
también promovió el estudio bíblico y teológico, así como el diálogo con las
ciencias humanas.

La liturgia: el concilio impulsó una reforma litúrgica que buscaba favorecer la


participación activa y consciente de los fieles en los ritos sagrados, especialmente
en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana. También propició una
mayor adaptación de la liturgia a las diversas culturas y lenguas, así como una
mayor valoración de los elementos propios de las iglesias orientales católicas.

El mundo: el concilio se mostró atento a los signos de los tiempos y a los desafíos
del mundo contemporáneo. Abordó temas como el desarrollo humano integral, la
justicia social, los derechos humanos, la libertad religiosa, el ecumenismo, el
diálogo interreligioso, la paz, la guerra, el desarme, etc. El concilio quiso ofrecer
una luz evangélica y una esperanza cristiana a las alegrías y angustias del hombre
moderno.

La misión: el concilio renovó el sentido y el ardor misionero de la Iglesia, llamada


a anunciar el Evangelio a todos los pueblos y culturas.

También destacó la importancia del testimonio de vida, del diálogo, del respeto
mutuo y de la colaboración entre los misioneros y las comunidades locales.
Además, subrayó el valor de las iglesias jóvenes y su aportación a la universalidad
de la Iglesia.

ANTECEDENTES DEL CONCILIO

Luego de las guerras mundiales, la sociedad occidental sufrió muchos cambios


bajo la fuerza de diferentes corrientes de pensamiento. Cada una pretendía
responder a los interrogantes humanos más profundos y explicar el sentido de una
realidad que estaba sumida en el caos. Pero comparada a la velocidad de la vida
moderna, la iglesia católica romana parecía más bien estática, como estancada en
las glorias pasadas.

Pero a medida que pasaban los años era más evidente que el catolicismo
necesitaba adaptarse al mundo actual.

En 1958 fue elegido un nuevo pontífice, el italiano Angelo Giuseppe Roncalli


quien adoptó el nombre de Juan XXIII. Este fue el momento propicio para realizar
los cambios que ya se venían gestando en el interior de la iglesia romana y que
luchaban por ganar aceptación general.

Angelo Giuseppe Roncalli, más conocido como Juan XXIII

APERTURA DEL CONCILIO

El 11 de octubre de 1962, el papa Juan XXIII dio apertura al Concilio Vaticano II,
que se extendió hasta el 8 de diciembre de 1965.

ASISTENTES AL CONCILIO

Allí se reunieron un gran número de obispos para tomar decisiones acerca de los
cambios que la iglesia católica necesitaba, y la forma de aplicarlos.

Asistieron también representantes de otros cultos cristianos, teólogos y expertos


quienes supervisaron o acompañaron el concilio a lo largo de sus cuatro sesiones.

OBJETIVO DEL CONCILIO

El concilio tenía por objetivo una adaptación de las formas religiosas al nuevo
escenario social y cultural. Las doctrinas más representativas del catolicismo se
ratificaron, pero se propuso un aggiornamiento, o sea, una actualización. Fue un
verdadero cambio de rostro para el romanismo, que se puede ejemplificar con la
forma en que se celebraba la misa: en latín y de espaldas al pueblo. Luego del
Concilio se permitió usar los idiomas locales y con el sacerdote de cara a los
presentes.

Las decisiones del Concilio incluyeron nuevas posturas respecto a los medios de
comunicación, e iniciativas para acercarse a otras ramas del cristianismo (en
especial a las iglesias ortodoxas y griegas). Pero uno de los cambios con mayor
impacto fue respecto al rol y valor de los laicos.

La controversia respecto al sacerdocio


Será necesario hacer un poco de historia para entender la importancia del cambio.
Hasta 1962, dentro de la iglesia romana existía un desprecio por el mundo y la
vida terrenal, debido a la doctrina medieval del contemptus mundi.

Esta cosmovisión había puesto un abismo entre el clero y la realidad cotidiana. La


iglesia católica miraba con sospecha los asuntos de este mundo presente,
mientras se resguardaba tras los muros de sus catedrales y monasterios. Así fue
forjándose una distinción radical entre el clero y los laicos, poniendo a la santidad
fuera del alcance de las personas comunes.

Martin Lutero criticó duramente el sacramento católico del orden, pues gracias a
ello surge: la detestable tiranía con que los clérigos oprimen a los laicos.
Apoyados en la unción corporal, en sus manos consagradas, en la tonsura y en su
especial vestir, no sólo se consideran superiores a los laicos cristianos —que
están ungidos por el Espíritu Santo—, sino que tratan poco menos que como
perros a quienes juntamente con ellos integran la iglesia.

De aquí sacan su audacia para mandar, exigir, amenazar, oprimir en todo lo que
se les ocurra. En suma: que el sacramento del orden fue —y es— la máquina más
hermosa para justificar todas las monstruosidades que se hicieron hasta ahora y
se siguen perpetrando en la iglesia.

Ahí está el origen de que haya muerto la fraternidad cristiana, de que los pastores
se hayan convertido en lobos, los siervos en tiranos y los eclesiásticos en los más
mundanos”. 1

El catolicismo reaccionó a la defensiva, al sentir que la Reforma ponía en peligro


su hegemonía religiosa en Europa. La respuesta romana fue el Concilio de Trento,
que condenó la “herejía” protestante y sostuvo los siete sacramentos, entre otras
doctrinas católicas.

Con esta actitud cerrada se mantuvo la iglesia romana durante cuatro siglos, sorda
a los cambios sociales. El Concilio Vaticano II significó la apertura de Roma y la
asimilación de algunas enseñanzas protestantes sobre sacerdocio universal.

Sesión del Concilio de Trento, cuadro de Tiziano

¿QUÉ DOCUMENTOS PRODUJO EL CONCILIO VATICANO II?

El Concilio Vaticano II produjo 16 documentos oficiales, que recogen las


enseñanzas y orientaciones del concilio sobre diversos aspectos de la fe y la vida
cristiana. Estos documentos son:
Cuatro constituciones: son los textos más importantes y doctrinales del concilio.
Tratan sobre la naturaleza y la misión de la Iglesia (Lumen gentium), la revelación
divina y su transmisión (Dei verbum), la sagrada liturgia y su reforma
(Sacrosanctum concilium) y la relación entre la Iglesia y el mundo contemporáneo
(Gaudium et spes).

Nueve decretos: son textos más prácticos y pastorales que abordan temas
específicos como los medios de comunicación social (Inter mirifica), el
ecumenismo (Unitatis redintegratio), las iglesias orientales católicas (Orientalium
ecclesiarum), el apostolado de los laicos (Apostolicam actuositatem), la actividad
misionera de la Iglesia (Ad gentes), la renovación de la vida religiosa (Perfectae
caritatis), la formación sacerdotal (Optatam totius), el ministerio y vida de los
presbíteros (Presbyterorum ordinis) y las relaciones con las religiones no cristianas
(Nostra aetate).

Tres declaraciones: son textos más breves y exhortativos que expresan la posición
del concilio sobre cuestiones relevantes como la libertad religiosa (Dignitatis
humanae), la educación cristiana (Gravissimum educationis) y la paz mundial
(Pacem in terris).

Estos documentos son la fuente principal para conocer el pensamiento y el espíritu


del Concilio Vaticano II. En ellos se refleja la visión de una Iglesia abierta al
diálogo, al servicio, a la comunión y a la evan

Lutero y el Concilio Vaticano II

Esta es la tesis que sostuvo Alberto Methol Ferré, un pensador y teólogo católico
de origen uruguayo. Methol Ferré señaló la influencia que Martín Lutero2 tuvo en
las decisiones y documentos del Concilio Vaticano II, especialmente en el
concepto de iglesia y el valor de los laicos. Para comprobarlo, se hará una breve
comparación de citas.

El pueblo de Dios

En el Lumen Gentium, constitución redactada en dicho Concilio, se renueva la


visión de la iglesia como pueblo de Dios, en el que todos los creyentes gozan de
igualdad radical, porque tienen un mismo bautismo.

El documento afirma que todos “los bautizados, en efecto, son consagrados por la
regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio
santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios
espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su
admirable luz” 3.
El documento continúa diciendo que en virtud del bautismo y la participación con
Cristo, los fieles son llamados por el Señor, cada uno en su camino, a imitar la
misma santidad del Padre. Desde los obispos hasta el último de los fieles, todos
deben difundir su testimonio de fe y amor.

Según el Concilio, existe una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la


acción común. Resulta interesante que el Lumen Gentium se apoya en el pasaje
de 1 Pedro 2:9-10, que es justamente el pasaje en que usó Lutero contra el
sacramento del orden:

Si se les pudiese obligar a reconocer que todos los bautizados somos sacerdotes
en igual grado que ellos, como en realidad lo somos, y que su ministerio les ha
sido encomendado sólo por consentimiento nuestro, inmediatamente se darían
cuenta de que no gozan de ningún dominio jurídico sobre nosotros, a no ser el que
espontáneamente les queramos otorgar. Este es el sentido de lo que se dice en la
primera carta de Pedro (...) Por consiguiente, todos los que somos cristianos
somos también sacerdotes. 4

El argumento de Methol Ferré tiene sustento cuando se comparan las citas. El


Concilio Vaticano II recupera los aspectos que Lutero y los reformadores habían
defendido en cuanto a la igualdad de todos los creyentes dentro del pueblo de
Dios.

Lutero en la Dieta de Worms

El valor de los laicos

Otro punto novedoso que resalta el pensador uruguayo es la valoración de la vida


secular. Hasta ese momento, los católicos comunes estaban en una suerte de
“somnolencia” que abarcó varios siglos.

Gracias al desarrollo de las órdenes monacales durante la Edad Media, se dividió


a los creyentes en dos grupos diferenciados: estaban los consagrados del clero
por un lado, y los seculares a quienes no se demandaba el mismo compromiso de
santidad. Los cristianos comunes estaban, de alguna forma, menos
comprometidos con su fe y su salvación, pues dependían de la mediación de la
jerarquía clerical.

El Concilio Vaticano II significó un cambio para los laicos, pues allí se estableció
que estos también participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo y
por lo tanto son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó a la iglesia
en el mundo, cada uno según su condición. El Lumen Gentium asegura que:
Hay fieles (laicos) que, por la profesión de los consejos evangélicos mediante
votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se
consagran a Dios según la manera peculiar que les es propia y contribuyen a la
misión salvífica de la Iglesia; su estado, aunque no afecta a la estructura
jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la misma.

Los laicos fueron animados a abandonar su pasividad y participar de la misión de


la iglesia a través de sus actividades cotidianas, donde el clero no podía llegar.
Los monjes y sacerdotes no eran los únicos llamados por Dios, sino que cada
católico debía participar de la obra de Dios en el lugar donde se hallaba.

Casi cuatro siglos antes, los reformadores y los puritanos habían señalado que no
hay una distinción entre lo sagrado y lo secular. Todos los creyentes deben vivir
cada momento en la presencia de Dios y para su gloria. Este es justamente uno
de los mayores aportes de la Reforma a la civilización europea, una firme ética del
trabajo.

El sacerdocio universal significa que todos los cristianos tienen iguales derechos
en cuanto a la fe, pues “el que es cristiano posee a Cristo, el que tiene a Cristo
posee todo lo que a Cristo pertenece, y tendrá poder para todo”. 6

Nuevamente, la correspondencia con las enseñanzas protestantes es clara.

La doctrina protestante del sacerdocio universal enseña que todos los creyentes
comparten el estatus sacerdotal de Cristo, en virtud de su unión con él. La iglesia
católica incorporó esta enseñanza durante el Concilio, y años más tarde se plasmó
en el Christifidelis Laici del papa Juan Pablo II.

LAS SESIONES DEL CONCILIO.

La primera sesión del Concilio Vaticano II se inauguró en la basílica de San Pedro


el 11 de octubre de 1962.

La primera sesión del Concilio Vaticano II se inauguró en la basílica de San Pedro


el 11 de octubre de 1962.

Un acercamiento entre católicos y protestantes-evangélicos

¿Pero qué significan estas incorporaciones de tinte protestante en el seno


romano? Methol Ferré propone que este análisis comparativo entre el Concilio
Vaticano II y los textos de Lutero sirve para comprender la historia actual del
catolicismo, en especial su iniciativa ecuménica.
Sin querer caer en comparaciones simples, la asimilación de los aportes
reformados han llevado al catolicismo a tener una “apariencia protestante”, si se
quiere. Congregaciones más horizontales, un creciente movimiento carismático y
hasta bandas de rock son algunos ejemplos de este parecido.

De hecho, el Lumen Gentium reconoce como parte pueblo de Dios a quienes


“estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe
en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro” 7.
De este modo se abrieron las puertas a la cooperación religiosa, que en
latinoamérica ha significado la aceptación gradual de los evangélicos, a los cuales
se marginaba como una secta herética. Hoy los protestantes son reconocidos
como “hermanos separados”, aunque parte de la familia de Dios.

Esto bajó las tensiones religiosas y permitió el desarrollo de una teología


ecuménica, que ha tomado un impulso enorme en las últimas décadas. Incluso ha
contando con la participación de muchas figuras evangélicas. Pero el peligro está
en que este ecumenismo busca la unidad en las cosas secundarias, en las
apariencias. El parecido de las formas externas puede esconder las profundas
diferencias doctrinales que existen, y que se ratificaron en el mismo Concilio,
como la salvación por la fe y las buenas obras, o la veneración de la virgen María.

CONSECUENCIAS PARA LA IGLESIA EVANGELICA

Desde el Concilio Vaticano II, los protestantes y evangélicos han disfrutado de una
creciente libertad en los países latinos, lo que ha ayudado a su crecimiento.

Pero a la vez se han visto seducidos por un movimiento ecuménico, que promueve
una unidad en las apariencias, pero que sigue teniendo profundas diferencias en
los aspectos esenciales de la fe.

Conocer la historia ayuda a comprender cómo surge el actual movimiento


ecuménico, y que oportunidades y desafíos representa. Pues al fin y al cabo, los
evangélicos latinos siguen siendo minoría en un contexto históricamente católico.

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