Ciencia Lo Que Hay Que Saber - InTRODUCCIÓN (Miguel Artola y José Manuel Sánchez-Ron)
Ciencia Lo Que Hay Que Saber - InTRODUCCIÓN (Miguel Artola y José Manuel Sánchez-Ron)
Ciencia Lo Que Hay Que Saber - InTRODUCCIÓN (Miguel Artola y José Manuel Sánchez-Ron)
Prólogo
La ciencia, y su hermana, la tecnología, penetran en prácticamente todos los recovecos de la vida.
No es posible comprender ni nuestros propios cuerpos, que no son, en última instancia, sino química,
biología y física en movimiento, ni el escenario —el Universo, y dentro de él ese pequeño planeta al que
llamamos Tierra— en el que tiene lugar nuestra existencia sin recurrir al conocimiento que ofrece la
ciencia, una habilidad humana que, además, nos ha ido proporcionando cada vez más instrumentos —
es lo que denominamos «tecnología»— para ser algo más que indefensos y objetivos espectadores de
los fenómenos naturales. Es por esto por lo que resulta no ya conveniente, sino imprescindible, poseer
al menos unos conocimientos básicos sobre la ciencia: acerca de su estado actual y de cómo ha llegado
a ser lo que es. Ajenos a tales conocimientos, somos como trozos de madera que flotan en oscuros océa-
nos sin ser capaces de dirigirnos a lugar alguno ni comprender qué es lo que nos está sucediendo.
Este libro, fruto de la colaboración de un historiador «general» y de un historiador de la ciencia,
pretende ayudar a subsanar semejante carencia, suministrando a sus lectores una visión lo más básica
y completa posible de ésta. Aunque prestamos especial atención al camino —es decir, a su historia —
que ha seguido la ciencia para ser lo que es hoy, hemos organizado nuestra presentación de la manera
más lógica posible, comenzando por sus fundamentos, por las construcciones teóricas sobre las que se
apoya el, por decirlo de alguna manera, «funcionamiento de la maquinaria del Cosmos», hasta llegar a
productos más contingentes, como es, por ejemplo, la vida en un pequeño planeta de un sistema solar
de una de las, a efectos contables, prácticamente infinitas galaxias que pueblan el Universo.
Es obligado señalar que este libro debe bastante a uno previo de los autores, Los pilares de la ciencia
(Espasa, 2012), pero no es un mero resumen de él. Su estructura se ha reorganizado y sus contenidos
han sido simplificados y completados, añadiendo no pocas secciones nuevas. Todo con el propósito de
poner a disposición de los lectores «lo que hay que saber» de la ciencia, lo realmente imprescindible, al
menos según nuestro criterio. Ojalá lo hayamos conseguido.
Introducción
La naturaleza, del latín natura, incluye todo aquello que existe sin más participación humana que
la de dar nombre a las cosas —el Sol, la Tierra, el aire, el agua...—, a sus propiedades —movimiento,
peso, color, sabor...—, a los seres vivos —plantas y animales— y a sus elementos —átomos, células,
moléculas.
La formación del Universo comenzó hace 13.798 millones de años (M. a.) con el Big Bang y la sub-
siguiente expansión cósmica. No habían pasado 1.000 M. a. cuando se formaron las primeras aglomera-
ciones globulares en medio de las estrellas, nubes de hidrógeno y materia oscura, que dieron lugar a la
Vía Láctea, la galaxia en la que se encuentra nuestro Sistema Solar. La Vía Láctea es un disco plano de
más de 100.000 años luz de diámetro que gira en espiral, compuesto por un número incontable de es-
trellas, entre 100.000 y 400.000 millones, y un número aún mayor de planetas, exoplanetas que el desa-
rrollo tecnológico está permitiendo comenzar a identificar. Hace alrededor de 4.500 M. a. el colapso de
una nube molecular dio origen al Sistema Solar, compuesto por planetas que giran alrededor del Sol.
Las rocas más antiguas de la corteza terrestre tienen una antigüedad de unos 3.800 M. a. El origen de la
vida se sitúa a partir de alrededor de 3.700 M. a.
Los primeros seres unicelulares, las bacterias, se hicieron visibles mediante la agregación en forma
de extrematolitos y su historia se escribió mediante los restos fósiles que han sobrevivido. La explosión
cámbrica (547-488 M. a.) provocó el surgimiento de gran número de especies. El orden de los primates
apareció hace 65 M. a., la familia de los homínidos divergió hace 3, 5 M. a.; entre ellos se cuentan los
australopitecos, a los que pertenece la famosa Lucy. De hace alrededor de 2,5 M. a. datan los primeros
fósiles del género Homo, cuya especie más antigua se conoce como Homo habilis por el parecido con los
modernos y por la abundancia de herramientas y armas de piedra que se encontraron junto a sus restos.
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Al hablar de los productos realizados por los humanos entramos en el ámbito de la cultura, una de
las creaciones más características de la especie humana. Incluye la técnica, que transformó la materia de
la Tierra, la ciencia, que proporcionó el conocimiento de la naturaleza, y la política, que organizó la
sociedad y las formas del poder e inventó las manifestaciones artísticas: literatura, pintura, música.
La cultura de Olduwai es la primera muestra de la capacidad técnica de los recién llegados, que
repitieron las mismas formas sin mejorarla: el bifaz, trabajado por ambas caras, para producir filos cor-
tantes. Coincide con la aparición de una nueva especie con una capacidad craneana (850 cm3) que dobla
la de sus antecesores, el Homo erectus (de hace entre 1, 7 y 0, 3 M. a.), que convivió con los anteriores
durante medio millón de años y se extendió por todo el continente africano, el sur de Europa y Asia. El
Homo sapiens apareció en África hace unos 200.000 años y una subespecie, conocida como hombre de
Cromañón, manifestó su capacidad simbólica en las cuevas. La revolución neolítica (10.000 a 5.000 años)
se caracterizó por la domesticación de las plantas y los animales, la aparición de la agricultura y la
conversión de las bandas de cazadores en grupos de campesinos que construyeron las primeras ciuda-
des para protegerse de las alimañas y almacenar los granos.
La primera actividad cultural del Homo habilis se limitó a la transformación de la materia para crear
armas y herramientas de piedra. Organizados en bandas de cazadores-recolectores, se extendieron por
los tres continentes entre 50.000 y 10.000 años antes de Cristo. El arco, un instrumento de caza y un arma
de propulsión, les acompañó en sus movimientos y desde 20000 a. C. las flechas llevaban una punta de
piedra. En un abrigo de Tassili se conserva la imagen de un arquero con su carcaj, de 7500 a. C. La
revolución neolítica extendió la domesticación a los lobos y las ovejas hacia 6500 a. C., continuó con la
del ganado mayor y la de los caballos en torno a 4000 a. C. La domesticación de las plantas —trigo hacia
el 7000, cebada en el 5000, patatas en Perú y Bolivia en el 4400 (siempre a. C.)—, el aumento de la pro-
ducción y la multiplicación de la población se reflejaron en la importancia de los asentamientos. Jericó,
la antigua ciudad cisjordana, se levantó 7.000 años antes de Cristo, y esta forma de vida se generalizó a
partir de 5500 a. C. Las herramientas que requerían mayor fuerza que la de un hombre para su funcio-
namiento favorecieron el aprovechamiento de la fuerza animal. El arado ligero necesitaba dos personas:
una para tirar de él y otra para guiarlo, hasta que la domesticación de los animales de tiro permitió
prescindir de la primera. Cuando el agua no llegaba del cielo, se extraía de un pozo mediante el uso de
un cigüeñal (2500 a. C.) o de una noria, descrita en una tablilla babilónica de 700 a. C. La noria permitió
la irrigación de los huertos, en tanto la de los campos requería el uso de canales, de los que se conservan
restos de hace 3.600 años. La invención de la rueda del alfarero hizo posible fabricar recipientes de
distintas formas y tamaños, destinados al almacenamiento del agua, los granos y las harinas, mientras
que la construcción de hornos cubiertos permitió aumentar la temperatura de la combustión hasta los
1.000 grados (3.500 años antes de Cristo) para la fabricación de ladrillos, cuyas proporciones (4:2:1) son
las más adecuadas para la estabilidad de la construcción. El bronce, la aleación del cobre y el estaño,
mucho más duro que el primero de sus componentes, tenía toda clase de usos, entre ellos la fabricación
de armas y de ruedas. Apareció en las costas del Egeo, en la divisoria del cuarto al tercer milenio en el
Próximo Oriente, y mediado éste tuvo un gran desarrollo en el valle del Indo. El carro sumerio con
ruedas macizas de madera se documenta en el Estandarte de Ur, en el entorno de 2.500 años antes de
Cristo, y el carro de guerra con radios aparece en las réplicas de los enterramientos en Kazajstán hacia
el 2000 a. C. Sin embargo, el coste del bronce limitaba su empleo y fue sustituido, salvo en los usos
suntuarios, por el hierro (1400 a. C.). Los hititas guardaron el secreto de la producción hasta el siglo XI
a. C., para mantener su superioridad militar. La navegación planteó problemas de todo tipo: flotabili-
dad, propulsión y dirección. Las cuatro grandes aportaciones de la China antigua fueron la aguja mag-
nética, la pólvora, el papel y la imprenta, novedades técnicas a las que habría que añadir el ábaco para
realizar cálculos.
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Las máquinas simples son artefactos destinados a multiplicar la fuerza aplicada. Eran seis: la pa-
lanca para desplazar los cuerpos, el plano inclinado para facilitar la carga y descarga, la cuña para divi-
dir los troncos, la polea para levantar y bajar cargas, el tornillo para subir el agua y la asociación del eje
y la rueda para transportar cargas.
La más potente de las técnicas fue la invención del lenguaje, que proporcionó a los humanos la
capacidad de expresar sus pensamientos y manifestar su voluntad, gracias a un cambio en el sistema de
fonación de los sapiens: el descenso de la laringe, que les permitió vocalizar. En un primer momento,
hubo un signo para cada cosa o concepto, constituían una unidad de significado y la asociación de dos
o más signos era el medio más económico de mejorar la comunicación. Los sumerios asociaron los pic-
togramas para «boca» y «agua» para referirse a la acción de beber. Más adelante los signos pasaron a
denotar las unidades fonéticas. La silaba es la unidad fónica, y buen número de las palabras sumerias
eran monosílabos, lo que exigía una gran cantidad de caracteres: 2.000 a mediados del IV milenio a. C.
y entre 500 y 600 en el III milenio a. C. En Egipto tenían 732 signos. La introducción del alfabeto, redu-
cido a dos docenas de letras y sonidos, facilitó el aprendizaje de la lectura y aumentó las dimensiones
del vocabulario a costa de multiplicar los polisílabos. Hacia el 2700 a. C. los egipcios había desarrollado
22 signos jeroglíficos que correspondían a las consonantes. Fue la fuente del alfabeto consonántico feni-
cio, del que proceden el indio antiguo, el arameo, el griego arcaico y sus derivados: el sanscrito del
primero, el árabe y el hebreo del segundo, y el griego, que introdujo letras para las vocales, el eslavo y
el romano del tercero. Desde un punto de vista léxico, la palabra es la unidad mínima de sentido, aunque
el mismo signo puede tener distintos significados (acepciones) y puede haber distintos signos para el
mismo significado. El lenguaje permitió la comunicación oral de las personas vecinas y la escritura con
las lejanas en el espacio y en el tiempo, y, por medio de la traducción, con los que hablaban otras lenguas.
Sin el lenguaje no habría habido lugar para el conocimiento. Además de servir para la comunicación
social, que en sus orígenes pudo limitarse a un corto número de palabras, el lenguaje es necesario para
que la actividad mental produzca el pensamiento. Con el lenguaje los humanos se encontraron en dis-
posición de pensar y de comunicar sus ideas. Del III milenio a. C. datan los escritos más antiguos: listas
de los reyes de Egipto y de Súmer, registros mercantiles, observaciones astronómicas y noticias médicas.
La organización social, el ejercicio regulado del poder y la creación artística son manifestaciones funda-
mentales de la cultura.
La observación es la contemplación de las cosas y los seres vivos, las manifestaciones fundamenta-
les de la naturaleza, para identificar los aspectos comunes, los caracteres que permiten considerarlos
como elementos de un conjunto: la figura plana y cerrada formada por tres lados es un triángulo, cual-
quiera que sea su tamaño y forma. Un animal se definía inicialmente por su composición: así, los que
compartían las partes del cuerpo, cabeza, tronco y extremidades, pertenecían a un grupo determinado,
en tanto que ser grande o pequeño era irrelevante a efectos de su identificación. La observación se limita
a caracterizar las propiedades de los distintos grupos. La definición de un objeto, sea una cosa o un ser
vivo, requiere identificar un conjunto suficiente de propiedades.
Los diccionarios explican el significado de las palabras mediante la descripción detallada de las
propiedades. Por ejemplo, la edición de 1817 del Diccionario de la Real Academia Española describía a
los peces así:
animales que solo pueden vivir en el agua [...]. Tienen en la cabeza formando con el cuerpo una sola pieza;
en lugar de pies unos cuerpos conocidos con el nombre de aletas [...]. Respiran mediante unas aberturas
colocadas al arranque de la cabeza, conocidas en la mayor parte de ellos con el nombre de agallas, por donde
arrojan el agua que tragan por la boca [...]. La mayor parte de ellos tienen el cuerpo cubierto de pequeñas
láminas empizarradas, conocidas con el nombre de escamas [...]. Tienen la sangre roja y fría; los órganos de
la generación ocultos y en casi todas las especies las hembras fecundadas por los machos ponen huevos que,
fecundados de nuevo por estos se avivan de suyo dentro del agua.
La definición del agua era más breve, aunque las propiedades no escaseaban: «sustancia en su es-
tado más común fluida, elástica, trasparente, insípida y sin olor».
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La observación continuada o repetida a intervalos permite apreciar los cambios acaecidos en el
intervalo, fenómenos como el movimiento o la generación, cuyo conocimiento requiere una construc-
ción teórica. Durante milenios la observación se realizó a simple vista y las limitaciones de ésta sólo
podían superarse mediante la descomposición de las cosas por los alquimistas y la división de los seres
vivos por los anatomistas para definir sus distintas partes. Los individuos de la especie humana más
reciente, los anatómicamente modernos, son los únicos animales capaces de observar para adquirir un
conocimiento de la naturaleza (ciencia), mediante la identificación de las propiedades y el descubri-
miento de sus funciones.
Compartían con otras especies animales ciertos órganos, aunque sus facultades eran distintas. Los
cinco sentidos se encuentran en muchas especies, y ninguna es superior a las otras en todas las funcio-
nes. La evolución progresiva del cerebro en términos de volumen, peso (1, 2 kg) y conexiones (cien
trillones) es la única variable en que los humanos superaron siempre a los animales. Los anatómicos de
la Antigüedad se plantearon la cuestión de cuál de los órganos era el más importante para las funciones
del individuo. Aristóteles optó por el corazón, el primero en formarse, la fuente del pensamiento y la
sensación, y Galeno apoyó esta creencia. Es habitual referirse a los cinco sentidos como el origen de las
sensaciones y el conocimiento. El cuerpo humano es consciente además de otras sensaciones, como el
calor y el frío, el movimiento y el reposo, la luz y la obscuridad. La luz es un fenómeno físico, en tanto
la visión es una facultad del organismo que convierte las sensaciones en percepciones. Es una forma de
energía procedente del Sol y las estrellas que reflejan los planetas y satélites. La luzradiación envuelve
el Universo y en la incapacidad de medir la velocidad de la luz hubo un momento en que se creyó que
era instantánea. Para explicar su movimiento se concibió como rayos aislados y Fermat definió su ca-
mino como el más rápido para alcanzar su destino. Por otra parte, se observaron fenómenos como la
reflexión y la refracción. Los impulsos lumínicos generan sensaciones en cien millones de fotorrecepto-
res (bastones y conos) que componen la retina y se comunican mediante impulsos eléctricos con el córtex
del cerebro a través del nervio óptico, compuesto por un millón de filamentos nerviosos que dan lugar
a la percepción. Una misma sensación puede generar dos percepciones distintas en el cerebro, como el
cubo de Necker (1832) o el vaso de Rubin (1915). La percepción del espacio proporciona informaciones
tales como la distancia o la profundidad, mientras que la percepción de las cosas en el espacio requirió
la concepción del espacio tridimensional, que permite describir posiciones como delante y detrás, arriba
y abajo, derecha e izquierda. La percepción de los fenómenos en el tiempo se creó a partir de los con-
ceptos de pasado, presente y futuro, en tanto que la duración es una magnitud. El conocimiento de las
propiedades permite la identificación de los objetos del mismo género, como los triángulos, y de la
misma especie, como los perros, y la clasificación de la realidad en virtud de las propiedades comunes.
Además de las propiedades, la observación ofrece otro tipo de conocimiento, el de las magnitudes
(que acabamos de mencionar), que se caracterizan por una propiedad común: el carácter mensurable de
los objetos, sean cosas o seres vivos.
La longitud, el área, el volumen, el peso, la masa, el tiempo o el calor son algunas de las más cono-
cidas. Para medirlas se requerían dos cosas:
1. crear las unidades adecuadas para cada magnitud: la longitud y las dimensiones —hay unidades
pequeñas, como las menores del metro, medianas, como las millas, y grandes, como los años luz—; y
2. construir instrumentos adecuados para cada caso. Las magnitudes del cielo y las de la Tierra eran
tan diferentes que las unidades de medida fueron distintas: naturales unas y arbitrarias otras.
La aparición sucesiva del Sol en el cielo determinó la duración del día, en tanto el regreso del Sol al
punto de partida duraba un año. Las unidades terrestres fueron creaciones arbitrarias. La normalización
de las partes del cuerpo humano proporcionó las primeras unidades: codo, palmo, dedo, paso. Aunque
las grandes distancias se expresaban en estadios, se medían en pasos: la longitud del estadio equivalía
a 600 pasos, la longitud del estadio de Olimpia. En el mar se usaban una cuerda de nudos y un reloj de
arena que se vaciaba en un tiempo conocido. La construcción de balanzas —y la más sencilla pero limi-
tada, la romana— permitía conocer el peso al alcanzarse la posición de equilibrio entre sus dos platos.
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Se usaban múltiplos y divisores para simplificar el cálculo. La exactitud de las medidas determinó un
proceso de perfeccionamiento que continúa en nuestros días.
Protágoras de Abdera (siglo V a. C.) expresó su satisfacción ante el hecho de que los miembros del
cuerpo humano hubieran servido para medir las magnitudes naturales y de que fuese el hombre el autor
de la medida, al mantener que «el hombre es la medida de todas las cosas».
Aristóteles describió el cambio como el paso de la potencia al acto y distinguió cuatro formas posi-
bles: de sustancia, de cantidad, de calidad y de lugar. Este último correspondía al fenómeno del movi-
miento, al que dedicó especial atención. La teoría de los cuatro elementos de la materia explicaba la
tendencia propia de los cuerpos a ocupar su lugar natural. El cambio tenía una causa, y cuatro de ellas
explicaban la realidad: material, formal, eficiente y final. El otro gran cambio era la generación.
Una forma de conocimiento distinta a la observación es la especulación, entendida como la pura
actividad del cerebro o de la mente. El logos era la capacidad de producir conceptos y establecer rela-
ciones entre ellos, en tanto el pensamiento constituye el producto de la actividad mental que se mani-
fiesta en la creación de conceptos, lenguajes y sistemas.
Aristóteles fue el primero que ofreció un método de acceso al conocimiento de la realidad por medio
de las relaciones entre los conceptos, la lógica. Toda frase tiene sentido, pero no todas contienen propo-
siciones de las que pueda decirse que son verdaderas o falsas. El silogismo fue el instrumento más po-
tente del conocimiento durante un milenio, y Aristóteles describió el método (Organon) que permitía
construirlo a partir de dos proposiciones (premisas). El silogismo se basaba en la asociación de dos
proposiciones ciertas para deducir una tercera también cierta:
Sócrates es un hombre. Todos los hombres son mortales. Sócrates es mortal.
La debilidad del silogismo residía en la posibilidad de que la conclusión estuviese incluida en la
primera premisa y no aportase ningún conocimiento. Las reglas de construcción determinaban la exis-
tencia de cuatro figuras, cada una de ellas se dividía en modos, aunque de los 256 posibles sólo consi-
deraba útiles 19. La eficacia del método mostró sus debilidades y fue abandonado durante el Renaci-
miento. En el siglo XVII, Arnaud y Nicole publicaron La Logique ou l'art de penser (1662), basada en las
cuatro funciones de la mente: comprender, juzgar, decidir y ejecutar, aunque sólo la primera contribuía
al conocimiento.
Las matemáticas, la geometría, la filosofía y la cosmología son las formas del conocimiento especu-
lativo. Las dos primeras aportan un conocimiento cierto, en tanto las últimas ofrecen un conocimiento
opinable, en el que el consenso confiere validez a sus conclusiones.
Para Aristóteles, la construcción de las cosas requería la existencia de la materia utilizada (causa
material) y la idea de lo que se quería hacer (causa formal), mientras que el creador era la causa eficiente
y el objeto de su acción la causa final.
Los escolásticos añadieron la causa primera, la acción de Dios, pero la teoría de las causas no expli-
caba la naturaleza de los fenómenos, como el movimiento. El experimento, una idea que en su acepción
moderna introdujo Galileo en el siglo XVII, es la reproducción del fenómeno natural cuando se miden
las magnitudes para explicar el resultado. El conocimiento científico es el resultado de la observación
de la naturaleza. Descubre la composición de la materia, distingue las cosas y seres vivos que hay en el
Universo, describe los fenómenos (movimiento, generación) y mide las magnitudes. La validez de los
resultados —identificación de los elementos, clasificación de las cosas y los seres, descubrimiento de las
relaciones— alcanzó un nivel de eficacia suficiente mediante el experimento, la repetición controlada
de los fenómenos naturales.
Con la introducción de la experimentación, aliada con la generalización — en la que la matemática
desempeña un lugar destacado— de los datos concretos obtenidos a través de aquélla, comenzó real-
mente la ciencia tal y como la conocemos hoy.