Los Doce Trabajos de Hércules
Los Doce Trabajos de Hércules
Los Doce Trabajos de Hércules
Sucedió que Zeus, el más enamoradizo de los dioses griegos, quedó cautivado por la belleza de Alcmena, la reina de
Tebas, y decidió tener un hijo con ella, que estaría destinado a ser un dios del Olimpo. Cuando la diosa Hera, la
esposa de Zeus, se enteró de que la reina estaba embarazada, se enfureció y resolvió deshacerse del niño. Lo
primero que hizo fue tratar de impedir su nacimiento, pero no lo logró. Pocos meses después, envió a dos
gigantescas serpientes para que mataran al bebé, que dormía en un escudo que le servía de cuna.
Pero Hércules despertó, tomó las serpientes en cada una de sus manos y las estranguló. Y a partir de ese momento,
no dejó de mostrar su poder.
Pasaron los años, su fuerza se desarrolló extraordinariamente y, gracias al entrenamiento que recibió de sus
maestros, su destreza se volvió incomparable. Luego, los dioses le regalaron todo lo que lo acompañaría en adelante:
Hermes le entregó una espada; Apolo, el arco y la flecha; Hefesto, una coraza dorada; Atenea, una túnica, y
Poseidón, los caballos.
Por donde iba, el joven realizaba hazañas y, así, su fama se extendió. Sin embargo, Hera no se había olvidado de él y,
como seguía empecinada en eliminarlo, buscó el modo de que los dioses lo castigaran. Entonces, hizo que
enloqueciera y cometiera un crimen terrible. Cuando Hércules recuperó la cordura y se dio cuenta de lo que había
hecho, fue al templo de Apolo a preguntarle cómo obtendría el perdón. Este le dijo que debía obedecer todo lo que
Euristeo, el caprichoso rey de Micenas, le mandara hacer. Una vez que cumpliera con las órdenes del rey,
conseguiría la libertad y el perdón. También le anunció que, llegado su tiempo, sería inmortal.
Por eso, Hércules marchó a Micenas para ponerse al servicio de Euristeo. Este, temeroso de que el héroe le
arrebatara el trono, le impuso doce trabajos que debía llevar a cabo durante doce años. Pero, como era un cobarde y
sentía miedo de lo que Hércules pudiera hacerle, mandó que fabricaran una enorme vasija de bronce, donde
pensaba refugiarse en caso de que lo agrediera.
El primer trabajo consistió en matar al león de Nemea, que aterrorizaba a los pastores y campesinos de la región.
Hércules se dirigió al encuentro de la fiera y, cuando la vio, le disparó varias flechas con su gigantesco arco. Pero la
piel del león era de una dureza fenomenal, así que todas rebotaron en ella sin hacerle daño. Entonces, Hércules
fabricó una enorme maza con un tronco de olivo y volvió para darle un violento golpe. Sin embargo, el león sólo
quedó aturdido y se refugió en su cueva, que tenía dos entradas. Antes de seguirlo, Hércules cerró una de ellas.
Después, ingresó por la otra, acorraló a la fiera en el interior de la guarida y la atacó a golpes de puño. La lucha fue
tremenda. Las poderosas garras del animal lo herían continuamente hasta que, por fin, el héroe logró apretarle la
garganta y lo mató. Luego, le arrancó la piel, se envolvió en ella y regresó a Micenas, con el cuerpo del animal en sus
hombros. Euristeo no esperaba que el héroe saliera victorioso de ese enfrentamiento. Por ese motivo, al verlo llegar
cargado con el enorme felino, se asustó y le ordenó que lo dejara ante las puertas de la ciudad. Allí fue donde Zeus
encontró al león, lo llevó al cielo y formó con él una nueva constelación. Hizo todo eso para que, cada vez que la
gente mirara las estrellas, recordara la hazaña de su hijo.
El segundo trabajo que el rey de Micenas le encargó a Hércules fue eliminar a la Hidra de Lerna. Esta era una
gigantesca serpiente acuática de nueve cabezas, que vivía en un lago y tenía horrorizada a la gente del lugar.
Devastaba los campos, devoraba el ganado y su aliento era tan ponzoñoso que, si alguien lo aspiraba,
inevitablemente moría. Para cumplir con esta tarea, Hércules subió a su carro, que guiaba su sobrino Yolao, y juntos
emprendieron la marcha. Tras muchos días de viaje, llegaron al lago de Lerna. Hércules cubrió su boca y su nariz con
una tela, para evitar que el aliento del monstruo lo envenenara. Luego, lo obligó a salir de su guarida disparándole
flechas en llamas. Y cuando la Hidra apareció, se lanzó a la carrera y la apresó. Ella se enroscó en una de las piernas
del héroe, mientras un enorme cangrejo, enviado por la diosa Hera, le mordía los talones. Hércules aplastó al
cangrejo con su maza y luego comenzó a cortar las horripilantes cabezas de la serpiente, con su espada. Pero pronto
descubrió que, poco después del corte, estas volvían a crecer. Entonces le ordenó a Yolao que incendiara el bosque
vecino y que, con los troncos encendidos, quemara los cuellos para evitar que las cabezas brotaran. El joven así lo
hizo, hasta que le llegó el turno a la última cabeza, que era inmortal. Hércules la cortó, la enterró y le puso encima
una enorme roca. Después, empapó sus flechas en la sangre de la Hidra y, de este modo, las convirtió en venenosas.
Y mientras el héroe y su sobrino emprendían la marcha de regreso, Hera tomó el cangrejo y lo puso entre las
constelaciones, así como había hecho Zeus con el león de Nemea. Cuando Hércules y Yolao llegaron triunfantes a
Micenas, Euristeo se negó a reconocer que el héroe había cumplido con el segundo trabajo. Según él, la ayuda de su
sobrino lo invalidaba.
De inmediato, le encargó nuevas tareas: capturar con vida una cierva sagrada de cuernos de oro, un formidable
jabalí, un potente toro y unas yeguas que comían carne humana. También debió robarle sus innumerables manadas
de bueyes a un gigante de tres cabezas y exterminar unos pájaros feroces que aniquilaban a hombres y animales,
disparándoles sus plumas como dardos. No conforme con esto, Euristeo decidió humillarlo. Entonces le ordenó
limpiar las montañas de estiércol de los establos del rey Augias. Para hacerlo fácilmente, a Hércules se le ocurrió
desviar el cauce de dos ríos. Luego, se vio obligado a pelear contra las amazonas, pues Euristeo se había
encaprichado con que le consiguiera el cinturón de Hipólita, la reina, para regalárselo a su hija.
Año tras año, Hércules cumplió con lo encomendado, sin descanso. Ya solo le quedaba realizar dos trabajos para
conseguir su libertad. Y luego de obtener las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, Euristeo no tuvo más
remedio que encargarle su última misión. Le había exigido hazañas imposibles y de todas había salido victorioso. Así
que esta debía ser mucho más difícil que las anteriores.
–Será la proeza que corone tu fama –le dijo con una pérfida sonrisa–.
En el oscuro reino de Hades, donde habitan los muertos, hay un can. Su nombre es Cerbero y custodia las puertas
infernales. Quiero que me lo traigas. Cuando Hércules oyó la orden de Euristeo, sintió terror. El mismo terror que
todos los mortales le tenían a Hades, el implacable dios que les impedía la salida a quienes habían entrado en los
Infiernos. Pero el héroe se sobrepuso y emprendió la marcha. Zeus, que siempre seguía los pasos de su hijo, les pidió
al dios Hermes y a la diosa Atenea que lo acompañaran. Y juntos llegaron al Ténaro, una de las bocas de entrada a
los Infiernos, y comenzaron el descenso.
Al ver a Hércules, los muertos huían despavoridos. Solo dos se quedaron: Medusa y Meleagro. La primera, un
monstruo con cabellos de serpiente y grandes colmillos, salió a su encuentro. Hércules, creyendo que estaba viva,
desenvainó su espada para atacarla. Pero Hermes le advirtió que solo era una sombra y continuaron el camino. Más
adelante, liberó a algunos humanos que, vivos y encadenados, cumplían una condena por faltas tremendas. Y
también sacrificó unos animales del rebaño de Hades, para darles de beber sangre a los muertos que querían
recuperar un poco de vida. Finalmente, llegó al trono del dios de los Infiernos.
–Puedes llevarte a Cerbero, pero tienes que atraparlo sin la ayuda de tus armas.
Cuando el héroe se acercó al terrible can, desarmado y protegido solo por la piel de león que le servía de coraza,
este lo recibió con espantosos aullidos. Cerbero era un espeluznante perro de tres cabezas, cola de dragón, garras y
colmillos como puñales de acero, y su lomo estaba cubierto de erizadas cabezas de serpientes. Hércules lo tomó por
el cuello y, aunque el perro lo mordió y lo picó varias veces con la punta de la cola, la presión de sus manos fue
aumentando más y más, hasta dejarlo sin aliento. Como Cerbero sintió que se ahogaba, se rindió y aceptó seguirlo
dócilmente. Juntos emprendieron el ascenso hacia el mundo de los vivos y, luego, el camino de regreso a Micenas.
Pero cuando Euristeo los vio llegar, se aterrorizó tanto por el aspecto y los horribles ladridos del animal, que corrió a
esconderse en su vasija de bronce. Entonces, Hércules le devolvió el perro a Hades, para que continuara custodiando
la entrada al reino de los muertos.
Y así fue como, después de este último trabajo, quedó libre de su servidumbre a un rey débil y envidioso. A partir de
entonces, emprendió otras aventuras que lo hicieron más célebre todavía. Y al morir, Zeus lo subió al Olimpo en una
nube. Allí se reconcilió con hera y se convirtió en inmortal, tal como su padre lo deseaba y apolo se lo había
predicho.