COPIA Gloria, Traición y Muerte (Autoguardado)
COPIA Gloria, Traición y Muerte (Autoguardado)
COPIA Gloria, Traición y Muerte (Autoguardado)
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ndice
Presentacin Da 1ro Llegada a Santa Marta Da 2do Reverend y sus notas (Bogot 1819) Da 3ro Pesadilla (Arequipa 1825) Da 4to El sol de las 9am (Cuzco 1825) Da 5to Sueo con Pepita (malas noticias 1826) Da 6to Traslado a la Quinta (Guayaquil, 1826) Da 7mo Pesadilla (Santander, Bogot 1826) Da 8vo Boticario Tomasin (Pez, Venezuela 1827) Da 9no Conversacin con Sard (Doa Manuelita Senz) Da dcimo Brisas de Trapiche (Testamento, ltima proclama) Da dcimo 1ro Bailan los Tamarindos (Jos Laurencio Silva y Justo Briceo) Da dcimo 2do Relincha el Caballo (Per de Lacroix) Da dcimo 3ro Pesadilla (Francisco de Miranda, Valencia 1812) Da dcimo 4to Sol Radiante (conversacin con el padre de Ayacucho) pg. 1 pg. 3 pg. 5 pg. 7 pg. 10 pg. 12 pg. 16 pg. 20 pg. 24 pg. 28 pg. 32 pg. 39 pg. 43 pg. 50 pg. 54
Da dcimo 5to Cielo vs. Tamarindos (Muerte del Gran Mariscal Sucre) Da dcimo 6to Sin fuerzas bajo luna llena Da dcimo 7mo Pesadilla y fin de agona Referencias bibliogrficas
En la historia venezolana no ha existido personaje ms clebre que Simn Bolvar; un luchador incansable que ofreci su vida a la causa independentista de los pueblos. Con su sabidura logr constituir naciones, con su habilidad y destreza en batalla derrot a los opresores, con su mpetu y dedicacin llev la gloria a todos los pueblos de la gran Colombia. Despus de haber forjado pueblos libres y establecer los derechos que tanto mereca la Amrica se encontr con la ms cruel de las desgracias. La consigna de los pueblos unidos y fortalecidos para el goce de la libertad se convirti en el detonante de la ms vil traicin que le ocasionaron los compaeros que lucharon a su lado. Mientras reciba agasajos en el Per se desataban calumnias en su contra, los informes que le llegaban sealaban movimientos ajenos a sus causas, esto lo hace regresar a la Colombia. All se enfrent con un pueblo que empezaba a notarlo diferente, los recibimientos reducan su entusiasmo y los compaeros vean su rostro con atisbo de traicin. Totalmente intrigado y sin comprender lo que sucedida ofreci sus servicios a pesar del cambio que se suscitaba. El pueblo que celebr junto a l se volva diferente, sus compaeros de lucha haban desacreditado su nombre, engaos proliferaban por la Colombia. Aquellos que vendaron los ojos de los pobladores y condujeron la separacin de los territorios unidos. Simn Bolvar, el hombre que consagr las fuerzas para la justicia de la Amrica fue traicionado por sus seguidores, aquellos que les confi las riendas de la Colombia. La ambicin de estos insurrectos los llev a ejercer acciones
contrarias a las ideas del libertador, su mejor estrategia fueron los engaos, con estos consiguieron que el pueblo comenzara a dar sus espaldas a los principios Bolivarianos, ya se desataba la traicin al hombre que gui la libertad de los pueblos. El libertador haba perdido su mayor tesoro, el apoyo de los pueblos, como ltima alternativa quiso titularse jefe supremo de la Gran Colombia, pero no logr con sus brazos sostener la fragmentacin del territorio colombiano. Sin fuerzas y atacado por una crnica enfermedad se marcha en busca de la salud que estaba perdiendo, pero, la traicin y los sntomas de la tuberculosis lo hacen desprenderse de sus designios, ya en agona y con un cuerpo desfallecido entra en Santa Marta, all recordara su gloria, aquella que se convirti en traicin y lo llev a la muerte.
Celebraciones y fiestas solan recobrar el nimo de los pueblos con mi presencia, hoy, solo apoyado de los brazos de mis compaeros puedo entrar a Santa Marta sin posesin alguna y lugar donde quedarme, apenas puedo observar algunas personas hablar entre ellas, con miradas de intriga, sospecha y lstima. Ni mis designios puedo cumplir, porque mi enfermo cuerpo no deja que el furor de mi espritu recobre vida y se levante entre los muertos para persistir por mis anhelos. El viaje no podr ser, mi cuerpo no soportara un largo trecho, solo podr esta vieja hamaca sostener este cuerpo desfallecido que aclama la inexistencia. Esta tos me persigue por donde voy, es fiel seguidora, tan leal como la desgracia que me acompaa, tan real como este cuerpo msero y exange, tan irritante como la mirada y desgana de los pobladores, es la maldicin que acabara con todo lo que me falta por luchar, que tristeza siento por no cumplir mis deseos para esta patria, aquella que tanto amo y mantiene vivo mi espritu. Con menos fuerza sacude mi cuerpo esta enfermedad que la desdicha de mis sueos acabados por la traicin, ambicin y engao de aquellos que confi mi alma. Ya es tarde, la oscuridad cubre las casas amplias y sobrias, las calles se convirtieron en un ro de penumbra, los vientos y el sonido de las olas hacen de sta una noche tenebrosa y callada, nunca antes lo note de esta forma, ser que la muerte est cerca de m y hace sentir este espanto que recorre ardiente por mi desfallecido ser, o ser la calentura de mi cuerpo que me hace desvariar.
Sosegado por mi enfermedad ni moverme puedo en esta hamaca, pocas fuerzas habitan mi cuerpo pero que enormes la de mi espritu, aquel que se debate con la muerte, que lucha contra la impotencia, que derriba paredes, que libert pueblos, que batall por la libertad, que sigui las ideas por la igualdad y justicia, aquel que hoy se encuentra ms firme que nunca a pesar de los quebrantos causados por el desconcierto de los que encomend la repblica grande y valerosa, ste que se encuentra vivo y enrgico pero doblegado por la enfermedad, encerrado en estas paredes y derribado en la hamaca. Solo los triunfos que obtuvo la Amrica mantiene vivo mi espritu, aquel que es atado por este cuerpo enfermo que pronto dejar de existir. La gloria y libertad llev a los pueblos de mi Amrica, la desdicha y desventura me acompaan ahora. Si mis fuerzas puedo recobrar, mucho me falta por hacer.
Despertaba con nimo vigoroso por las maanas, ahora me despierta Reverend tratando de diagnosticar esta enfermedad que me consume. Anoche era el depositario de mis sueos y delirios, el vigilante de mis achaques, el poeta con rostro melanclico que describa lo acontecido, deben ser poemas desgraciados, de serlos me identificara con estos. En aquellos aos gloriosos, los festines al llegar a los pueblos eran majestuosos, mi presencia era homenajeada, mis hazaas aclamadas, aplausos, gritos, viva el libertador! En coro mis odos pueden recordar esas palabras, mi alma las siente y mi corazn se enaltece. Tiempos que comparados con el presente no es ms que de lo clebre al desdoro, hoy no soy ms que un recuerdo que se consume en un cuerpo desfallecido. Para 1819 triunfantes entramos en Bogot, ciudad armoniosa, de clima fresco, ya estaba fatigado por el poco descanso, pero, las campanadas, algazaras, gritos de alegra energizaron mi cuerpo que se postro firme en el caballo, muchas palabras dijeron, algunos interceptaron mi marcha para expresar elogios que rehus al andar, mi actitud sofoc a Santander que a mi lado cabalgaba 1, ya comenzaba a dar tumbos de traicin. Aquel da solo obedec a unas jovencitas vestidas de blanco, lindos matices poda notar en sus cabelleras que daban zarpazos de entusiasmo, deseo y entrega, me deje llevar por sus risas, miradas, movimientos que conquistaron mi lucidez, danzantes me hicieron compaa hasta un coche y me siguieron desde fuera. Present, por aquella ventanilla del coche una fuerte mirada, bellos ojos
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azules posedos por la pasin parecan entregarse a mi sin lidiar palabras, mi organismo consternado por aquel mar que me ahogaba en el fondo de sus ojos solo pudo dibujar una sonrisa leve que fue correspondida por la ms dulce picarda de los gestos. Joven mujer, su nombre Bernardina, me acompa en las noches fras de aquel pueblo, muchos la deseaban y yo no podra corresponderle como mereca, su marido debera ser otro, quien mejor que Ambrosio Plaza, su mirada es tan deseosa que aquellos ojos azules se ven pequeos, logra impregnar todo su cuerpo con tan solo un vistazo. Hasta padrino fui de su boda. Que tiempos aquellos, tan galante, ahora ni hablar con fuerza puedo, solo susurros salen de mi labios, labios que besaron muchas y que ahora besan amargura, traicin y desgracia. En este pueblo ni pasos cercanos logro or, despus que tantos me seguan, slo logro escuchar los de mis fieles seguidores, Mariano Montilla, Jos Laurencio Silva, Cruz Paredes, Fernando Bolvar, Portocarrero, el edecn Wilson, Ibarra, Carreo1 solo los de ellos puedo escuchar al estar encerrado en estas paredes y postrado en esta hamaca. Cuando mis nimos intento recobrar se consumen por la tos o por las pocas palabras que manifiesto a mis acompaantes de sepulcro. No se cuanto duermo al da, pero estos se hacen cada vez ms cortos, la muerte acechando est. La noche a cado, la fatiga ha vuelto, la tos me inquieta, Reverend con sus notas, yo en mi desvaro, mi desgracia, mi agona, mi inquietud, mi furor atado, mi espritu contrado, mi esperanza sosegada y mi alma entristecida.
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He despertado ms tarde que otros das, anoche mis pesadillas alertaban la velada de mis compaeros, en ocasiones se acercaban haciendo preguntas que no responda por el agotamiento de la noche y la carga de esta enfermedad, slo me volva ha hundir en las alucinaciones de batalla, de lucha frente a frente, de gritos de guerra, explosiones, hasta que los ruidos se apaciguaban y empezaba a escuchar el grito de mis hombres que celebraban por haber derrotado al enemigo. Cuando estaba aplaudiendo el triunfo de la patria viendo a mis combatientes rer y festejar, me tomaban por los brazos, me arrastraban con fuerza y sin poder librarme me remolcaban hasta la oscuridad, mis compaeros no hacan algo para ayudarme, slo seguan celebrando mientras yo me hunda en el completo abandono, que triste pesadilla. Y que tos tan persistente! Y an Reverend tiene fe en esas bebidas que acostumbra a darme, el olor que se destila cuando la sirve convierte esta habitacin en hospital, nunca me sent agradable en stos, me enfermaba de estar cerca, tampoco me gustaba estar por tiempo prolongado en un mismo sitio, y ahora, que enfermo estoy, slo me queda aceptar lo que tanto me disgustaba en el pasado. Como aoro el pasado, aquellos tiempos gloriosos, donde poda cabalgar libremente de pueblo en pueblo, celebrando con alegra la libertad de las Amricas, recuerdo cuando me acercaba a Arequipa en 1825, los pobladores ya me esperaban con presentes, entre ellos haba un caballo majestuoso de singular estirpe adornado como emperador, oro macizo colgaba de su cuerpo, 1 este me
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hizo entrada entre los pobladores que gritaban de jbilo, explosiones se escuchaban, lindas mujeres recitaban poemas, entregaban obsequios. Todos aquellos presentes aclamaban la llegada de los libertadores. Ya conmovido por las palabras de las jovencitas, por el ejrcito que gui mi corcel hasta la casa donde me quedara1 y por tanto homenaje de los pobladores, quise expresar mi gratitud con algunas palabras: En quince aos de combates por la libertad, vuestra suerte ha estado constantemente alimentado el valor de nuestros soldados. Las hijas de la Amrica sin patria Que! No haban hombres que la conquistaran? Esclavos nuestros padres() esposos humildes() esclavos tambin vuestros hijos, hubiramos podido sufrir tanto blandn? No, antes era preciso morir. Millares de nuestros compaeros han hallado una muerte gloriosa combatiendo por la causa justa y santa de nuestros derechos() y esos soldados que hoy reciben de vuestras manos un premio celestial, vienen de la costa del atlntico buscando a vuestros opresores para vencerlos o morir. Hijas del sol ya sois tan libres como hermosas1
Despus de esas palabras la casa ensordecida con los gritos de celebracin pareca venirse abajo, explosiones, estruendos, festines, agasajos, que recibimiento pudieron darme estos pobladores, una bienvenida tan agraciada como su esplendoroso pueblo que rodeado de hermosos paisajes y un agradable clima daban un alojamiento perfecto que solo durara un mes. Que buen pasado recuerdo, pero que presente tan agobiante sufro, que insultos constantes recibo de esta vulgar enfermedad que hace marchitar mi cuerpo. La poca luz que entra por la ventana me hace saber que pronto ser otro
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da. Slo los recuerdos logran apartarme de este cuerpo doliente y desdichado, de esta habitacin fnebre y de esta condescendiente hamaca.
Seor libertador! Seor libertador! Despierte usted. Lamentos que poda escuchar a lo lejos; mis ojos hundidos y mis facciones moribundas se orientaron hacia el rostro de Reverend, este sin esperar respuesta sirvi el brebaje y dijo: dgnese a beberlo, por su salud. Convencido que aliviara la tos que comprime mi abdomen dispuse a engullirlo. Repugnante es su sabor, despreciable su olor, como podra ayudarme algo tan aterrador. Ya puedo notar que el sol se extiende desde la ventana hasta por debajo de mi hamaca qu hora ser? quizs un poco ms de las 9.00. La misma hora y el mismo sol que me acompaaban hacia el Cuzco hace ms de cinco aos, cuando no era esclavo de mi enfermedad, cuando tena fuerzas para montar mi caballo, disposicin para el discurso, sutilidad para el cortejo, temple para las leyes, perspicacia para la guerra, humor para el festejo y nimo para vivir. Que tiempos aquellos, extrao el calor de mi pueblo, el mismo que me cortejo en la gloria, aqul que con su calor enalteca a los soldados para que batallaran contra el enemigo, aqul que hoy me ha sepultado antes de morir, pero no lo odio, hacerlo seria odiarme a mi mismo. Como festejaron en mi nombre por las cordilleras hacia el Cuzco, celebraciones dieron cabida en aquellas montaas verdosas, de lindos pases, que junto a sus pobladores relataban la ms bella imagen de lo milenario, de una cultura indmita que revelaba su esencia. Adentrndome en el pueblo de Oropeza recibo una gran demostracin militar en homenaje a mis combatientes, que aguerridos y dirigidos por las ideas de una Amrica libre ofrecieron sus vidas sin vacilar. Descans una noche en ese
precioso pueblo, slo pensaba en llegar al Cuzco, deseaba conocer esa majestuosa ciudad. Impaciente, sal temprano a galope apresurado, despus de recorrer algunas tierras poda apreciarlo desde la cima de una montaa, ya vea aquel pueblo, que enorme es, que multitud me espera, que alegra alberga mi alma, que hermosa bienvenida me dan aquellos arcos triunfales, mujeres y hombres lloran de alegra, jovencitas exaltadas por mi presencia desde su balcn arrojan ptalos, perfumes, miradas, palabras, homenajes, Viva el Libertador! Viva el Libertador! Viva el Padre de la Patria!1, no hay tonada ms bella que hayan escuchado mis odos. Despus de aquel esplendoroso recibimiento, cuando los nimos haban calmado un poco, bellas mujeres se acercaban con una hermosa corona, la llamaban la Dorada Guirnalda, 47 hojas de laurel en oro, 49 perlas barrocas, 283 diamantes y 10 cuentas de oro 1 pusieron sobre m, que honor tan gigantesco poda sentir, que privilegio por perseguir mis principios, por demandar los derechos de la Amrica, por romper las cadenas que nos opriman, por perseguir los designios de mi corazn. Que dicha poda sentir en aquellos tiempos, pero hoy hasta el planeta apresura su paso para reducir mi existencia, las agujas del reloj disminuyen las horas de mi vida, la enfermedad acelera las contracciones repentinas. Otra noche ms, cuantas ms podr apreciar, ya nada puedo hacer, solo puedo esperar mi ltimo aliento, aquel que desvanecer el dolor que este desfallecido y decrpito cuerpo siente.
Su cabello negro de olor puro impregna deseo a mi cuerpo. Piel morena, suave y tenue sienten mis manos al tocarla. Bellos ojos que reposan sobre los mos me sumergen en el placer, satisfaccin y placidez. Ritmo armonioso hila la ms dulce meloda al amor, sus manos sobre mi cuerpo, las mas sobre ella, latidos impacientes, besos descontrolados, cuerpos excitados Que inoportuna brisa me ha separado de Pepita! El ruido que ocasion esa ventana merece el peor castigo que un moribundo puede ofrecer cuando es despertado del ms dulce sueo que el delirio ha otorgado, que desgracia la que hoy tengo. Ese estruendo me ha separado de Pepita, como la Colombia Grande se ha separado de mis sueos, recuerdo a mi morena, tan bonita mi nia, habladora, atrevida, divertida y apasionada, que hermosa mujer comparti mi cama. Tanto fue mi amor y deseo por ella en vida, que el dolor, tristeza y desconsuelo por su muerte, Oh pepita querida! Ya se como te sentas al estar postrada en cama esperando tu muerte, me encuentro igual ahora, con menos fuerza que antes y escaza vida. Malas noticias era saber que se acercaba la muerte de mi morena, que tristeza invadi mi alma, era tan grande que ni el mejor de los agasajos por la independencia de la Amrica podan sostener la cada de mi espritu. Me hace recordar las noticias que recib cuando regresaba de mi travesa por el Per, que descontento con aquellos informes que reciba de Colombia y Venezuela, de Santander y Pez, de mi Colombia grande y valerosa. 1826, ao de grandes presagios, se avecinaba los primeros movimientos para desencadenar la ms dolorosa herida que padece mi alma. El llanero ya
daba seales de traicin al pedirme que me coronase como rey, acaso mi lucha por la libertad era dirigida por la ambicin, motivada por el poder o supremaca, sus palabras no tenan lugar dentro de este espritu que luch por la igualdad, libertad, independencia y derechos de la Colombia grande sin esperar algo a cambio; perdera mi vida por los designios de la Amrica si sta contara con ello. Pez, recibi la respuesta a su absurda peticin: Yo no soy Napolen ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a Cesar, an menos a Iturbide. Tales ejemplos perecen indignos de mi gloria. El ttulo de libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano. Por tanto es imposible degradarlo.1
Con esa respuesta pude calmar mi desconcierto, ignor la sospecha de traicin que mi alma profetiz. Segu con las celebraciones, festejos por la liberacin en Lima, pero poco tardaron los malos augurios. Diversos
acontecimientos hacan cabida en Colombia y Venezuela, la patria que un hoy se precipitaba a su separacin. Una maraa se estaba engrandeciendo para la disolucin de un pueblo que se acompa en la disputa independentista. Hermanos que lucharon de las manos para recuperar el territorio que les pertenece, aquellos que reclamaron con valenta los derechos de su patria, estaban cortando el lazo que las articulaba. Caminando de un lado a otro, pensando en la desunin, frustrado por el desvanecimiento de una Colombia grande recibo un medalln de oro enviado por la familia de Jorge Washington, el rostro de ste se encontraba grabado y parte de su cabello incrustado, tambin una medalla de oro que se ofreci aquel patriota en
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el aniversario independentista.1 No prest la merecida atencin a este recibimiento, mi alma y espritu estaban consagrados a mi Colombia, al deseo que permaneciera unida ms fuerte que nunca, como un enorme escudo a los inicuos espaoles. Ya los agasajos eran solapados por la traicin. Desesperado en Lima por las noticias que reciba termin la constitucin de aquella nacin, el arca que nos ha de salvar del naufragio que nos amenaza por todas partes,1 ya quera irme a mi tierra, me necesitaba ms que este pueblo, urga mi presencia en la Colombia grande para persuadir las aspiraciones que pretenda la traicin que se haba formado por el engao; slo la verdad poda derrotarla. Los festejos que se pronunciaban en la ciudad an continuaban, esta vez para retenerme y resguardar su libertad, pero tena que irme, no poda abandonar a mi pueblo, deba salvarlo de las ideas nefastas que abatan la grandeza de una patria y con estas palabras me desped: Si yo no escuchase ms que a mi corazn me quedara en el Per, que me ha hechizado, por decirlo as, con las demostraciones puras de gratitud y alegra. Pero mi patria me llama, y cuando habla el deber es necesario seguirle en el silencio de todas las afecciones. Mientras he estado ausente de Colombia se han suscitado fuerte disensiones que solo yo podre calmar() Si Colombia sigue en divisin del ejercito tambin se afectar, y este ejercito, que es el garante de la unin, el escudo de la libertad y el modelo de la disciplina militar, ser tan pernicioso como hasta ahora ha sido grande y temible a los enemigos de la Amrica.1
Ese discurso me encamin hacia mi Colombia que ya destilaba aires de traicin, deje la gloria para adentrarme en la ms fuerte conspiracin contra el espritu de una Amrica consolidada, resistente a la opresin del enemigo. Hoy da hasta mi cuerpo me traiciona, ha dejado sus fuerzas para confinarme a esta hamaca. Un da se ha ido, la gloria se esfuma, mi cuerpo desvanece, la tristeza me aturde y la tos persiste.
Bonito da aparenta ser ste, gustosos aires se deslizan por la ventana y logran ventilar el olor a hospital que se siente en esta habitacin, parece que el clima de Santa Marta se dign a ofrecer un festn a mi oscurecida vida. Una voz desconocida se introduce por la puerta, tal vez sea nuevamente el delirio, el desvariar que produce la calentura de mi cuerpo. Mis compaeros entran a la habitacin y rinden su mirada sobre el msero cuerpo que reposa en la hamaca, postrado en ella y sin fuerzas para recibirlos me dirigen palabras hacindome saber que me llevaran a otro lugar por mi salud, como si no bastara los sitios que han buscado para mejorarla, primero Cartagena, despus Soledad, Barranquilla, por ultimo Santa Marta. Los pueblos no han logrado mejorar mi salud, al contrario, empeora con el tiempo y por los caminos donde ando, permit que Jos Palacios me levantara entre sus brazos slo para alejarme de esta habitacin que huele a botiqun. Don Joaqun Mier se ha dignado a ofrecerme la Quinta San Pedro de Alejandrino y llevarme hasta ella en su coche. Que reluciente est el sol, molesta mis hundidos ojos, las facciones de mi rostro se contraen, logro entrar por la puerta sin molestia alguna. Tratando de esconder mis dolores y asumiendo m mejor apariencia observo las hermosas casas desde la ventanilla, los pobladores silenciosos y el esplendoroso paisaje convierte a esta ciudad en una bella morada, aquella que desde la habitacin me causaba espanto, pero no era ms que el delirio causado por las calenturas.
El coche se detiene, parece que hemos llegado. El ilustre enfermo no puede dar un paso1 Comprimiendo m abdomen utilice las pocas fuerzas que me acompaan para desmentir lo que Mier deca a una mujer, no le crea usted, seora, an me quedan alientos para besar a usted las manos.1 La mujer con cara melanclica me dirigi un leve sonrisa. En mis tiempos sola cortejar a las mujeres y de estas recibir una respuesta encantadora, esta mujer slo ha expresado la misma afliccin que manifiestan mis compaeros, estos que tratan de disfrazar su angustia con chistes para no ocasionarme ms dolor, creo que no podran. La tristeza que reflejan las personas que me rodean es el resultado de m deteriorada vida, aquella que consume mis anhelos, que desploma mis deseos, que acab con mis sueos y pronto acabar con m ser. El coche se detiene nuevamente, llegamos a una quinta amplia con aroma dulce, no como el salino de la costa. rboles enormes refrescan el clima, paredes amplias armonizan la construccin entre el paisaje, aires calmados pueden respirarse desde dentro. Qu obras tiene aqu seor Mier? Mi biblioteca es muy pobre, General. Cmo, si aqu tiene usted la historia de la humanidad, aqu esta Gil Blas: el hombre tal cual es, aqu tiene usted Don Quijote: el hombre como debera ser2. Cansado por el viaje y nuevamente postrado en m hamaca, observo la cima de los rboles, pensativo y agradecido por la bondad de Mier. Un olor sutil puede sentirse, dulce de trapiche, que buena idea haber venido a esta hacienda, que bonita mi Colombia, aunque diferente a la que antes era, esto empec a
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Campos Menndez, citado por Luis Acosta; Bolvar Para Todos. Alfonso Rumazo Gonzlez, citado por Luis Acosta; Bolvar Para Todos.
notarlo hace cuatro aos atrs, 1826, cuando al regresar del Per no percib la misma confianza de la patria que haba dejado, ya haba comenzado la revelacin en mi contra, no senta la misma gratitud, parece que mi ausencia me hubiese dejado en el olvido, mis fieles seguidores mostraban falsedad al hablarme, todo haba cambiado. Qu sucedera mientras no estaba?, me preguntaba desconcertado, pero mi comportamiento no delataba lo que mi corazn poda sentir, deslumbraba calidez e ignoraba lo que aconteca. Mi primer discurso para expresar el descontento sobre los acontecimientos en la Colombia fue en Guayaquil, quera expresarles mis ms profundos sentimientos; solo descontento, tristeza, desilusin poda mi semblante manifestar, pero, para no demostrarlo lo repuse vigoroso ante el pueblo: Colombianos os ofrezco de nuevo los servicios, servicios de un
hermano, yo no he querido saber quien ha faltado; ms no he olvidado jams que sois mis hermanos de sangre y mis compaeros de arma. Os llevo un sculo comn y dos brazos para unirnos en mi seno: en l entraron hasta lo ms profundo de mi corazn, granadinos y venezolanos justos e injustos: todos del ejrcito libertador, todos ciudadanos de la gran repblica.1 Con estas palabras, les presentaba los sentimientos que vulneraron mi alma por enterarme que algunos han querido acabar con el sueo de una Colombia Grande, solo quera reconciliacin, no poda odiarlos, tampoco perseguirlos, slo poda perdonar la falta que estos me han hecho. Pero este acto no logr acabar con lo acontecido, la situacin era ms grave de lo que pensaba, comenzaron a llegarme informes sobre el escenario que empezaba a dar los
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vaivenes por la desunin, todo pareca sealar a Santander y otros compatriotas granadinos como insurrectos a la causa emancipadora. Se iniciaba la traicin a la unin de los pueblos, cortar el lazo que une a la Colombia es debilitar y hacer propenso a nuestro pueblo ante la causa del enemigo, no quera ms que unin, reconciliacin entre hermanos que han arriesgado su vida por las mismas ideas. Qu recuerdos tristes! Se ajustan muy bien a esta noche melanclica y callada, sta, que deja florecer desde mi espritu las ms ntima desilusin.
Luchad por vuestra patria, la paga por su esfuerzo ser grande cuando los derechos de la Amrica sean respetados, el ms dulce placer por la libertad podrn disfrutar cuando los opresores al pueblo sean desterrados, acabad con el enemigo, frente a frente, gritos de guerra, explosiones, Viva la Patria!, Viva la Amrica! Viva el libertador! Sois ganadores, a ganado el furor patritico, se desatan las cadenas que nos atan, celebraciones y triunfos, risas, festejos, Ayudad! Ayudad! me toman por los brazos, me arrastran con fuerza y no puedo soltarme Agitado en la hamaca y sujetado a ella con las pocas fuerzas que habitan en mi msero cuerpo despierto de esta pesadilla, me sigui desde la costa hasta la hacienda, me persigue sin descanso como la muerte, me asecha tanto como la enfermedad a mi organismo. Un da ms de vida, cuntos ms tendr?, m ser esta destruido ms por la traicin que por la enfermedad, como iba imaginar que Santander, mi compaero de lucha, terminara deshonrando el cargo que le encomend. Lo pude notar en su mirada al recibirme en Tocaima, 1826, estaba acompaado de Carlos Soublette y Rafael Revenga, adems de la comitiva oficial.1 Sus ojos al verme difundan muchos sentimientos desconocidos, no era el mismo que antes, no demostraba la misma alegra, un abrazo hostil recib de su parte. Al cabalgar entre el pueblo me sent como un completo extranjero, percib los nimos sosegados, no senta el caluroso pueblo Colombiano que haba celebrado la gloria a mi lado. Impregnado de tanto desconcierto y tratando de
ignorar la tristeza que m alma profesaba, contine mi camino junto a Santander que se mostr ms callado que antes. Ya cerca de Bogot, recibo una bienvenida protocolar y no de jbilo por los pobladores, que insensibles se reunan frente a m. El coronel Jos Mara Ortega dirige las primeras palabras que reflejan los tristes acontecimientos que ya circulaban mientras estaba en el Per, aquellas que anunciaban la separacin, la triste desunin de hermanos que lucharon por la misma causa. Molesto por tanto desconcierto no pude ocultar lo que mi alma senta, interrump sus palabras y dije: Coronel Ortega, no imagine que vuestras palabras, en vez de felicitarme por mi llegada nuevamente y celebrar las glorias del ejrcito, me tratara como un delincuente que transgrediera los mismos principios constitucionales.1 Con estas palabras desahogaba mi corazn, expresaba mi descontento por la nueva Colombia, aquella que desconoca, que haba profanado mis ms profundos deseos para la Amrica. El pueblo consternado por mi respuesta murmuraba, despus aplaudi y continu con su acto protocolar. Continuando el camino hacia Bogot los nimos decaan en cada pueblo que visitaba, solo poda imaginarme que la conspiracin comenz en Bogot y se extenda como niebla oscura por los pueblos aledaos, causando intriga, engao, iniciando la peor conspiracin en contra de la Amrica. Desconocida era Colombia, as como desconocido era para ellos, flaqueza y angustia revelaba m semblante al entrar a Bogot, un profundo suspiro dio mi alma al ver las pancartas y anuncios que colgaban de las paredes, la frase de
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Viva el Libertador! cambi por Viva la Constitucin! Agobiado por la confusin y por una patria que no era la misma, me eche a correr entre la multitud, los nimos subieron, los gritos se elevaron y saludando con alegra pase entre ellos hasta llegar al palacio. All me esperaban Secretarios de Estado, presidente del senado, un ministro de la Suprema Corte de Justicia, el provisor gobernador del arzobispado, oficiales del ejrcito y algunos civiles.1 Reunido entre alegra y elogios en los salones del palacio, se dispuso a una reunin, las primeras palabras fueron para Santander: Al fin, Seor se han cumplido los votos de Colombia. Ya estis entre nosotros, y en la misma capital de la Repblica. Cesaron nuestros males, desapareci la discordia, se afianz la unin, y la dicha y el consuelo se difunde por vuestros vastos territorios. Vuestra venida es la seal de salud, el rayo de la muerte contra los enemigos comunes, la garanta de la libertad, y el lazo fuerte que conservar esta unin a la cual habis consagrado tantos esfuerzos.1
Las palabras lograron consolarme, era un gran engao disfrazado de elogio, pero no importaba, era mi compaero, combatiente aguerrido, discpulo de la libertad, enemigo de los opresores. A la mira de muchos rostros que parecan estar a la espera de alguna contradiccin a la constitucin para desterrarme de mi patria, dirig el siguiente discurso: Permitidme, Seores, que al ver dividida la familia colombiana me titule padre, y os convide a que olvidis vuestros agravios y os reunis cordialmente a elevar nuestra querida patria al ms elevado grado de
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felicidad. Yo he consagrado mis servicios a la independencia y libertad de Colombia, y los consagrar siempre a la unin y al reinado de las leyes.1
Con mis palabras se renov la frase Viva el Libertador!, as como hoy se renueva la noche, se acaba un da y se acerca la muerte. Reverend parece escuchar mis pensamientos, solo me observa y hace sus notas.
Lindo amanecer con suaves olores trae la brisa, pero stos se sienten abrumados por un olor pestilente que hace que mi agona sea ms insoportable, es el seor Tomasin, boticario de Santa Marta. l perturba la suave fragancia del trapiche con su maletn. Con las pocas fuerzas que me da el amanecer dirige unas palabras a Reverend: Agradezco mil veces al seor Tomasin todas las cosas buenas que compuso para m, pero el viene cargado con tantos olores en su botica que no me hallo capaz de aguantar todas las pestilencias. Procure, pues, doctor, hacer que me dispense, si no puedo recibirle. Arregle usted, en fin, este negocio de modo que l no se resienta, pues vuelvo a darle las gracias por las preparaciones y sobre todo por las sabrosas gelatinas que l me compuso en su oficina.1
Libre de malos olores y consolado por esta acogedora hamaca, recuerdo los tiempos amargos, tan desagradables como el olor a botiqun. Al celebrar la gloria en el Per, la perfidia invada a la Colombia Grande para quebrantar la intima atadura que estos pueblos hermanos deban mantener. Desconsolado por las nuevas convicciones que Bogot haba asumido como suyas, aquellas que profanaron mis designios, me dirig a mis tierras a finales de 1826, aquellas que me haban visto nacer, las que tanto extraaba y las que tambin reciben la intriga que derrumba la consolidacin de las naciones Colombianas. El dirigente llanero estaba a cargo de mi Venezuela, hombre recio, audaz, hbil y aguerrido para la guerra, nunca antes conoc personaje igual. Recuerdo cuando nos encontramos por primera vez en Caafstola en 1818, sus fachas eran
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extraas al igual que sus combatientes, sus primeras palabras fueron Libertador! Al fin lo conozco y lo veo1 correspondindole el abrazo dije: General Pez!1 Buena sorpresa me dio este llanero, tanta fama tena su ejrcito de aguerrido y luchador, y l; lder de los llanos, por tanto crdito me espera un pelotn bien presentado, organizado entre sus filas, pero me contrari al verlo. Al presentarse sent la rivalidad que Santander, hombre de estirpe, y Pez, un tradicional del llano, se demostraban. De igual manera como estos dos no podran juntarse, la Gran Colombia comenzaba a sentir la misma necesidad. En tiempos decembrina para 1826 lleg a Maracaibo con estas palabras: Venezolanos! Ya se ha manchado la gloria de nuestros bravos en el crimen fratricidio. Era esta la corona debida a vuestra obra de virtud y valor? No alzad, pues, vuestra armas patricidas; no matis a la patria. Escuchad la voz de vuestro hermano y compaero, antes de consumar el ltimo sacrificio de una sangre escapada de los tiranos, que el cielo reservaba para conservar la Repblica de los hroes. Venezolanos! Os empeo mi palabra. Ofrezco solemnemente llamar al pueblo para que delibere con calma sobre su bienestar y su propia soberana.2 Expresando mis sentimientos por el amor de una patria unida segu camino hasta Puerto Cabello, aquella ciudad en donde fracase mi primera misin. Estaba joven, y daba confianza a todos los que tena a mi lado, y por eso, el arsenal de la repblica perd. Me sent adolorido por la traicin, era la primera que la reciba. A pesar de ese mal recuerdo, celebr el ao nuevo, 1827, y me dispuse camino a Valencia, donde me encontrara con el lder de Venezuela, el tradicional llanero, el aguerrido y valiente Pez.
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El vuelo del Alcatraz, Francisco Herrera Luque. Los pasos del libertador, Pedro Jos Paredes.
En los cerros de Naguanagua, ya vena acercndose un pelotn de 200 hombres. Era Pez y el ejrcito venezolano, ya cerca desmont mi caballo y me dispuse a correr hasta l para ofrecerle un fuerte abrazo, este respondi: con este abrazo destruimos todas las desdichas de Colombia. Inmediatamente comenz a relucir el grito de Viva Bolvar! Viva Pez! Viva la Reconciliacin! 1 Comenzaron las celebraciones en Valencia, ciudad que represent la ms importante batalla frente al enemigo, 1821, y en donde el mismo Pez me ayud a obtener la victoria que debilitara casi por completo al ejrcito espaol. Muertes fueron muchas, pero muy triste la despedida del Negro Primero, Pedro Camejo, que agobiado y leal vino a despedirse de su To, del General Pez. Desde Valencia prosegu el paso hasta mi Caracas, sent un gran regocijo al entrar a la tierra donde nac. Una gran celebracin se hizo en mi nombre. Desde las ventanas me elogiaban, una multitud de personas me seguan alrededor, gritos, explosiones, Viva el gran Bolvar; el dios de la patria, nuestro padre, nuestro ngel, el hroe de Venezuela!1 Al avanzar entre los pobladores haban 180 nios junto a Joseph Lancaster ondeando banderas,1 una fuerte emocin llen de alegra mi ser, mi espritu cambi la tristeza y desconsolacin que traa de la Colombia y se nutri del ms bello acontecimiento que han visto mis ojos, las lgrimas recorran por mi rostro. En las manos de esos nios se encuentra el destino de Venezuela. Siguiendo entre la multitud y lleno de gozo logr escuchar una voz tierna, melanclica y familiar, al voltear era una anciana negra, vena llena de lgrimas, me tom entre sus brazos diciendo: Mi simoncito, mi muchacho! Pol fin tengo la
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dicha de velo otra ve.1 Era mi negra Hiplita, mi espritu no aguantaba otra emocin fuerte, era mi madre, a quien le debo mucho por sus cuidados. Hoy da acostado en esta hamaca siento un nudo que ata mi garganta, las lgrimas pueden pasearse por mi rostro igual que en aquellos das. Disfruto de esta noche lleno de alegra, Mi Hiplita! Mi Venezuela instruida!
Una fuerte y retumbante tos luzco esta maana, no puede orlas Reverend porque corre a servirme el brebaje, aquel que dentro de esta habitacin transforma el olor del trapiche en hospital. Si supiera el sabor tan despreciable que tiene no rogara para que me lo tomase. El sol resplandeciente ilumina los tamarindos de la entrada y logra deslizarse por la ventana. Este cuerpo exange y msero no hace ms que postrarse sobre esta hamaca, los nimos empeoran al pasar los das, recibo olores diferentes, parece que esta enfermedad hace delirar mi olfato. No es olor de hospital, ni de trapiche, es Sard que viene a saludar. Interrumpiendo sus palabras dije: General, aparte un poco su asiento, un poco ms, ms todava.1 Este alterado responde: creo no haberle ensuciado1. No es eso, usted hiede a Diablos, quiero decir a cachimba 1. Con picarda, Sard replic: ah, mi general, tiempo hubo en que usted no tenia tanta repugnancia, cuando Doa Manuelita Senz.1 Mis recuerdos florecieron, mi sonrisa se aviv, mi corazn lati con ms fuerza y mi cuerpo dio signos de vida. Oh, que tiempos aquellos! Manuelita como te extrao, contigo compart hermosos y peligrosos das, no conoc mujer tan valiente y audaz, solo t, la libertadora del libertador. Me acompaaba para el ao de 1828, cuando la traicin se agudizaba, las conspiraciones se fortalecan y la desunin de los pueblos pareca aproximarse. En esos momentos la dictadura aparentaba ser la nica opcin para contrarrestar la fuerza separatista. En esos momentos amargos, ella logr consolar la tristeza
que agobiaba mi alma, me ama con todas sus fuerzas, hasta su vida est dispuesta a dar por mi. Recuerdo que para el 10 de agosto de ese ao se pronunciara una fiesta en honor al aniversario de m llegada a Bogot, el Coliseo era el escenario donde se dara cita tal homenaje. Era una fiesta de disfraces, todos debamos asistir con mscaras. Manuelita me insisti mucho para que no me presentase en tal festn, al parecer haba escuchado unos rumores sobre asesinar al tirano, as me hacan llamar los adeptos al movimiento separatista, como si nuestra causa hubiese sido otra y no la justicia. He entregado mi vida por la libertad, todo lo que he hecho por esta patria ha sido para defender los derechos que tanto mereca la Amrica, no merezco tal designacin. De hacer caso a las palabras de Manuelita estara rechazando al pueblo de Bogot, no poda hacer semejante desplante. Como no asistir, mi presencia era obligatoria. Al estar disfrutando del hermoso festn y conversando con varios compaeros, escuch un escndalo en las afueras del Coliseo, la responsable era Manuelita, all estaba un poco antes de las doce de la noche disfrazada de esclava, haciendo semejante alboroto que logr cautivar la atencin de los presentes, molesto por la indignacin me fui del lugar sin decir palabras. Al otro da me doy por enterado que si exista tal plan de asesinarme, mi bella Manuelita se expuso a tal situacin solo por salvar m vida, adems de ser mi fiel seguidora se haba convertido en el ngel guardin que me salvaba de la muerte.
Sard, y no fue la nica vez que consigui salvar mi vida, en la noche del 25 de septiembre, poco tiempo despus de la fiesta del Coliseo, estaba durmiendo junto a ella en el palacio de San Carlos, me despertaron algunos ruidos; alborotos y dems alertas me hacan saber que se propinaba un enfrentamiento en mi contra, queriendo salir desnudo con mi espada y pistola, Manuelita me lo impidi diciendo que deba colocarme mis atuendos, despus de colocarlos, me dijo: Usted nos dijo a Pepe Pars que esa ventana era muy buena para un lance de estos.1 Siguiendo sus palabras salt por la ventana y hu lejos, hasta poder ver a Jos Palacios y al esclavo Liberto,1 estos me acompaaron por horas sumergidos en el frio ro de San Agustn para no ser descubiertos por los insurrectos. Poco confundido por lo sucedido y completamente entristecido por los acontecimientos, llegue nuevamente al palacio, mi alma se encontraba consternada, saber que el pueblo por quien luch quera acabar con mi vida me llenaba de indignacin y desconsuelo. Al ver a Manuelita le dije: Mi Manuelita, eres la libertadora del Libertador.1 Ella fuerte y valerosa se mostr firme ante mis palabras. Poco despus entra Rafael Urdaneta cambiando las decisiones que haba asumido ante lo sucedido, este me dijo: nada de renuncia, ni de perdn. La renuncia significa aprobar el intento de asesinato; el perdn era hacerse cmplice de los asesinos y estimular el crimen como recurso poltico.1 Este General se encarg de retener a los actores del hecho y presentarlos en la plaza.
Estando all Sard, en la plaza, yeme bien, el desvergonzado Santander intent darme su mano para felicitarme, me quede inmvil vindolo directamente a los ojos, ste apart su mirada de m y se fue sin decir palabra alguna. Qu opinas de eso Sard? Indigno para un patriota. Viro a los lados desde mi hamaca y estoy slo, Sard se ha ido, pens que dialogaba con l, pero como hacerlo, si solo susurros salen de mi boca. Al mencionarme a Manuelita Saenz despert tanta emocin en mi extinguido ser que lo hizo desvariar por buen rato, hasta se hizo de noche.
Estas brisas de trapiche por la maana reconfortan mi alma, alegran mi cuerpo desfallecido y dan vida a los tamarindos. Hoy no me despert la estrepitosa tos, parece que se ha calmando, tambin puedo sentir pacficas fuerzas en mis manos, Ser que mi salud est mejorando? Podr continuar los esfuerzos por la unin de mi patria grande y valerosa? Un caballo sale a galope apresurado, a dnde marchar con tanta urgencia. Voces y ruidos en las habitaciones aledaas, conversaciones puedo escuchar a lo lejos sin poder comprender lo que dicen, el da est ms agitado, los aires estn muy pesados... En la hamaca hay un cuerpo desfallecido, brazos largos y amarillentos, rostro estirado y sin vida, ojos hundidos viendo al horizonte. Un semblante triste y traicionado expresa aquel hombre que hoy cuelga de la hamaca. Seor libertador, Seor Libertador despierte usted! Mi mirada lnguida se direccion hacia un lado, este se refiri al testamento y sacramentos, un poco confuso pregunt: Qu es esto estar tan malo para que se hable de testamento y de confesarme?1 Aquel respondi: Varias veces he visto enfermos de gravedad practicar estas diligencias y despus ponerse buenos. Por mi parte confo que despus de haber cumplido usted con estos deberes de cristiano cobrar ms fuerza.1 Pretend sentarme en la hamaca pero mis esfuerzos fueron en vano, me sostuvieron entre los brazos y me llevaron hasta una butaca de madera. Un humilde sacerdote dirige la ceremonia, sus atuendos son ms sencillos de los que
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Diario de Reverend, citado por Luis Acosta Rodrguez. Bolvar para Todos.
acostumbr a presenciar en tiempos de gloria, hoy traicionado, slo puedo recibir la caridad de este modesto cura que se dign a visitarme, por los indgenas que lo acompaan debe ser un peregrino de alguna aldea. Culmin la humilde ceremonia, mis pecados han sido perdonados, as como hoy perdono a los que intentaron acabar con mi vida. Estas bendiciones del prroco le harn bien a mi espritu. Acercan una mesa hasta m, sobre ella se halla un pergamino, a un lado est la tinta y sobre esta una pluma. Frente a ese pergamino y al lado del notario Catalino Noguera me dispuse a escribir: En nombre de Dios todo Poderoso. Yo, Simn Bolvar, Libertador de la Repblica de Colombia, natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de Venezuela, hijo legtimo de los seores Juan Vicente Bolvar y Mara Concepcin Palacios, difuntos, vecinos que fueron de dicha ciudad, hallndome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatsima y Santsima Trinidad, Padre Hijo y Espritu Santo tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los dems misterios que cree, predica y ensea nuestra Santa Madre Iglesia Catlica Apostlica Romana, bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Catlico fiel Cristiano, para estar prevenido cuando la ma me llegue con disposicin testamental, bajo la invocacin divina, hago, otorgo y ordeno mi testamento en la forma siguiente: 1. Primeramente encomiendo mi Alma a Dios nuestro Seor que de la nada la cri, y el cuerpo a la tierra de que fue formado, dejando a disposicin de mis Albaceas el funeral y entierro, y el pago
de las mandas que sean necesarias para obras pas, y estn prevenidas por el gobierno. 2. Declaro: fui casado legalmente con la Sra. Teresa del Toro, difunta, en cuyo matrimonio no tuvimos hijo alguno. 3. Declaro: que cuando contrajimos matrimonio, mi referida esposa, no introdujo a l ninguna dote, ni otros bienes, y yo introduje todo cuanto hered de mis padres. 4. Declaro: que no poseo otros bienes ms que las tierras y minas de Aroa, situadas en la Provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre mis papeles, las cuales existen en poder del Sr. Juan de Francisco Martn vecino de Cartagena. 5. Declaro: que solamente soy deudor de cantidad de pesos a los seores Juan de Francisco Martn y Powles y Compaa, y prevengo a mis Albaceas que estn y pasen por las cuentas que dichos Seores presenten y las satisfagan de mis bienes. 6. Es mi voluntad: que la medalla que me present el Congreso de Bolivia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrec, en prueba del verdadero afecto, que an en mis ltimos momentos conservo a aquella Repblica. 7. Es mi voluntad: que las dos obras que me regalo mi amigo el Sr. Gral. Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napolen tituladas "El Contrato Social" de Rousseau y "El Arte Militar", de Monte-Cuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas. 8. Es mi voluntad: que de mis bienes se le den a mi fiel mayordomo Jos Palacios la cantidad de ocho mil pesos, en remuneracin a sus constantes servicios. 9. Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del Sr. Pavageau, se quemen.
10. Es mi voluntad: que despus de mi fallecimiento, mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi pas natal. 11. Mando a mis Albaceas que la espada que me regal el Gran Mariscal de Ayacucho, se devuelva a su viuda para que la conserve, como una prueba del amor que siempre he profesado al expresado Gran Mariscal. 12. Mando a mis Albaceas se den las gracias al Sr. Gral. Roberto Wilson por el buen comportamiento de su hijo el Coronel Belford Wilson, que tan fielmente me ha acompaado hasta los ltimos momentos de mi vida. 13. Para cumplir y pagar ste mi testamento y lo en l contenido, nombro por mis Albaceas testamentarios, fidei-comisarios, tenedores de bienes a los Sres. Gral. Pedro Briceo Mndez, Juan de Francisco Martn, Dr. Jos Vargas, y el Gral. Laurencio Silva, para que de mancomn e insolidum entre en ellos, los beneficien y vendan en almoneda o fuera de ella, aunque sea pasado el ao fatal de Albaceazgo pues yo les prorrogo el dems tiempo que necesiten, con libre franca, y general administracin. 14. Y cumplido y pagado este mi testamento y lo en l contenido instituyo y nombro por mis nicos y universales herederos en el remanente de todos mis bienes, deudas, derechos y acciones, futuras sucesiones en el que haya sucedido y suceder pudiere, a mis
hermanas Mara Antonia y Juana Bolvar y a los hijos de mi finado hermano Juan Vicente Bolvar, a saber, Juan, Felicia y Fernando Bolvar, con prevencin de que mis bienes debern dividirse en tres partes, las dos para mis dichas hermanas, y la otra parte para los referidos hijos de mi indicado hermano Juan Vicente, para que lo hayan, y disfruten con la bendicin de Dios.1
Sentado sobre esta silla, y despus de haber cumplido a cabalidad y con plena lucidez mi testamento, siento deseos de transmitir mi legado a los pueblos de Colombia, que no es ms que mi espritu, aqul que fue traicionado y que hoy se encuentra cercano a la muerte. An me quedan fuerzas para escribir mi ltima proclama para la Colombia que so, no quiero irme de este mundo sin expresarles mis ms ntimos sentimientos para quienes desacreditaron mi nombre, que profanaron las causas emancipadoras y que acabaron con las ideas que persegua el bienestar de los pueblos, los derechos y la libertad de los conciudadanos. Mientras realizaba el escrito los presentes se mostraban impacientes, puede haber sido por la demora de mis palabras, por la tos frecuente o por el deseo de or las ltimas intenciones que escriba para la Colombia. La noche oscurece la quinta, termin de escribir mi ltima proclama. Recostando mi dorso sobre la silla y agotado de tanto escribir, pretendo escuchar al notario Catalino Noguera que procedi a leer el pergamino: A los pueblos de Colombia Colombianos: Habis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tirana. He trabajado con desinters, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separ del mando cuando me persuad que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigo abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es ms sagrado, mi reputacin y mi amor a la libertad. He sido vctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cario me dice que debo hacer la manifestacin de mis ltimos deseos. No aspiro a otra gloria
que a la consolidacin de Colombia. Todos debis trabajar por el bien inestimable de la Unin: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarqua; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantas sociales. Colombianos! Mis ltimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unin, yo bajar tranquilo al sepulcro.1
Al terminar de leer la ltima palabra me afianc sobre la silla, senta una furia que se precipitaba desde mi abdomen hasta mis labios como pelotn aguerrido que se dirige en contra del enemigo, entonces dije con voz ronca y fuerte: Si, al sepulcro, es lo que me han proporcionado mis conciudadanos, pero yo los perdono.2 Mis compaeros con lgrimas en su rostro me vean con el mismo furor que los caracteriz en la guerra, su fuerza est viva, dispuesta a luchar por la justicia de los pueblos colombianos. La firme mirada de mis ojos se pase rindiendo honor a mis valeros y fieles compaeros, Jos Mara Estvez, los generales Mariano Montilla, Jos Mara Carreo, Jos Laurencio Silva, el coronel Belford Hinton Wilson (edecn), Jos de la Cruz Paredes; el coronel de milicias de santa Marta, Joaqun de Mier; el primer comandante de Barranquilla y Soledad, Juan Glend; el Auditor de Guerra y Marina del Departamento, Dr. Manuel Prez de Recuero; el juez de poltico de santa Marta, Manuel Ujueta; el Dr. Alejandro Prospero
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Para nosotros la Patria es Amrica, Coleccin Claves de Amrica. Los Pasos del Libertador, Pedro Jos Paredes.
Reverend; el Capitn Andrs Ibarra (edecan); el capitn de la guardia del libertador, Lucas Melndez; el teniente de la misma guardia, Jos Mara Molina; y el notario Catalino Noguera.1
Una maana ms puedo apreciar, mi cuerpo agotado an no recobra sus fuerzas para levantarse de esta angustiosa hamaca. De aqu puedo observar los tamarindos, son tan elevados que parecen tocar los cielos, la brisa hace moverlos de un lado al otro, danzan con los aires y se mueven con el armonioso ritmo que la naturaleza le indica, recuerdo los bailes de las fiestas, aquellos festejos que se pronunciaban en nombre de una repblica independiente. Con bellas mujeres bailaba en las fiestas, muy elegantes y distinguidas, de familias prestigiosas, de estirpe. Sus finos modales no les permitan ser cordiales con algunos compaeros de guerra, entre ellos estaba Jos Laurencio Silva, hombre de olor natural, aquel que no sabe de finos modales, que no pertenece a familias reconocidas, pero, que tiene mas corazn y valenta que cualquiera de esos que visten prestigio. Recuerdo la celebracin junto al pueblo de Potos, danzaba libremente con una bella mujer mientras Jos Laurencio Silva se paseaba por el saln pidiendo a las seoritas una pieza de baile; estas con sus finos modales lo rechazan. No poda soportar que este General fuese despreciado despus de haber consagrado tanto esfuerzo por la libertad de los pueblos. Que deje de sonar la orquesta1 dije en medio del baile; al estar en silencio la sala dije al General: Seor Jos Laurencio Silva... Ilustre prcer de la independencia Americana, Hroe de Junn y Ayacucho, a quien Bolivia debe inmenso amor, Colombia admiracin, Per gratitud eterna, saben que el Libertador quiere honrarse en bailar ese vals con tan distinguido personaje1, haciendo una reverencia pregunte: me concede el honor
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General?1 Tomados de la mano y con una sonrisa en nuestros rostros danzamos por el saln hasta culminar en aplausos, as como hoy danzan los tamarindos alegres, dirigidos por el aire, bendecidos por el sol y llenos de vida. Reverend, Reverend! Susurros salen de mis labios para pedir que se traiga otro pergamino, deseo que el General Justo Briceo junto al General Rafael Urdaneta defiendan a la Colombia de la anarqua, pero estos deben darse la mano como fieles amigos, apoyarse en las batallas y proteger a la Amrica. Frente al pergamino comienzo a escribir: En los ltimos momentos de mi vida, le escribo sta para rogarle, como la nica prueba que le resta para darme de su afecto y consideracin, que se reconcilie de buena fe con el General Urdaneta, y que se rena en torno del actual Gobierno para sostenerlo. Mi corazn, mi querido General, me asegura que usted no me negar este ltimo homenaje a la amistad y al deber. Es slo con el sacrificio de sofocar sentimientos personales, que se podrn salvar nuestros amigos y Colombia misma de los horrores de la anarqua. El portador de sta, que es su amigo, ratificar a usted los deseos que le he manifestado a favor de la unin y del orden. Reciba usted, mi querido General, el ltimo adis y el corazn de su amigo.2
Fuerzas estoy perdiendo con estos escritos, mi cuerpo dbil y extinguido siente ms desaliento que otros das, parece que las esperanzas que deposito en estos pergaminos me despojan de los ltimos aires de vida. Mejor dejo esta silla de madera y reposo en mi consoladora hamaca, junto a los tamarindos. Estos tamarindos estn llenos de vida, con sus ramas distribuyen el aire de trapiche por hacienda, con sus races construyen casas a las hormigas y con su
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Pasajes del libertador, Ivette Durn de Arce. Bolvar para Todos, Luis Acosta Rodrguez.
fortaleza sostienen el cielo, hasta las nubes se arrinconan para no ser lastimadas por las ramas de este recio rbol. El cielo est despejado y azul, tranquilo y manso como borrego, hace un gran contraste con mi espritu, ste es intranquilo, se enfrenta, lucha y se
mantiene firme a sus ideas, ni la traicin ha logrado apaciguarlo, slo este msero cuerpo lo ata y lo condena a esta hamaca. Que traidores fueron algunos que me acompaaron en la gloria, ms que amigos eran mis hermanos de lucha, mis confidentes; a ellos encomend mis designios, le di las fuerzas para que lucharan por el bienestar de los pueblos, en sus manos deje el destino de la Colombia, y de nada sirvi, solo recib traicin y deslealtad. Si traicin y deslealtad recib despus de haberlos llevado a la gloria, si mi pueblo engaado por sus mentiras me da la espalda, solo me queda retirarme de sta, mi Colombia vmonos, vmonos esta gente no nos quiere en esta tierra; vmonos, muchachos, lleven mi equipaje a bordo de la fragata1 Seor Libertador! Seor Libertador! Despierte usted! Deje esa pesadilla y tmese este brebaje. Las palabras de Ibarra me despiertan de noche y en mi habitacin. Ya estoy aburrido de los remedios!1 Y negndome completamente a sus ruegos sale de la habitacin en busca de ayuda. Se apresuraron pasos hasta m para hacerme la misma peticin. Las palabras de Reverend me convencan de injerir ese amargo remedio, aquel que ni la cuchara soporta, entonces respond: Y esta cucharada ser la
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Diario del Dr. Reverend, citado por Luis Acosta Rodrguez. Bolvar Para Todos.
ltima de esta noche.1 Al escuchar la respuesta proced a engullir el pestilente brebaje. Ahora est bien, ustedes pueden retirarse a dormir!1
Diario del Dr. Reverend, citado por Luis Acosta Rodrguez. Bolvar Para Todos.
Un caballo relincha a las afueras de la quinta, se oye muy cerca de los tamarindos; y alguien se aproxima hacia la puerta, se escuchan palabras, abrazos, ruidos; Quin podr ser? Tal vez sea mi delirio, ya no s cuando es cierto o falso lo que mis sentidos perciben. Me acostumbr a ellos por la misma razn que me acostumbre a esta hamaca, por la enfermedad que me agobia, aquella que cada da se hace ms fuerte, que me ataca con una afanosa tos, parecen balas de caones disparndose desde mi abdomen. Estos delirios no son ms que recuerdos que vienen a mi mente, y cuando no puedo soportarlos me hacen delirar, otras veces dormir. Esta vez era cierto, veo entrar a Per de Lacroix, aquel que batall para el ejrcito de Napolen y que dio sus esfuerzos por mi Colombia. Su cara al verme no es la misma que antes, esta vez es triste y melanclica. Son parecidos sus gestos a los de mis compaeros, aquellos que muchas veces se muestran llorando ante m, como recordando los momentos que hemos pasado. De Lacroix, bien te recuerdo cuando conversamos das despus de llevarse a cabo la Convencin de Ocaa, tu rostro se presentaba ms relajado y sin lstima. T impresin no debe ser por la vieja hamaca que me sostiene, porque para aquel entonces tambin reposaba sobre una, era el 2 de mayo de 1828, en medio de tantas revueltas polticas converse amenamente contigo.
Esa noche quera conversar con alguien, y t llegaste para complacerme. Para esa fecha se celebraba un baile, lo primero que te pregunt fue por ste, t me hiciste saber que estaba muy animado. Recuerdo haberte contestado: En esta villa nadie falta al baile, y no estando yo all es cierto que debe haber una alegra ms ruidosa. La noticia que le ha dado su suegro es exactamente tal como yo lo haba pensado, es decir: que en aquella cuestin los neutrales y los de Castillo se uniran contra los de Santander; pero en las otras, los de este ltimo partido se unirn con el primero; es no tener ojos, para no haberlo siquiera vislumbrado as1
Quera desahogarme un poco por lo sucedido en mi Colombia, sabia que la Conveccin de Ocaa no lograra calmar las tormentas separatistas, esas que haban acabado como mi reputacin. La mayora de los que deje a cargo en la Colombia me han decepcionado; la conducta de Santander en Bogot durante mi ausencia; la de Pez en Venezuela; la de Bermdez en Maturn; la de Arismendi en Caracas; la de Mario entonces y en los tiempos anteriores; la de Padilla en Cartagena.1 Estos han deshonrado el cargo que les confi; la ambicin por el poder los hizo cambiar el rumbo de una Colombia resistente ante las adversidades, por una separada y vulnerable ante el enemigo. A estos se les olvid que somos hermanos de lucha, que somos aquellos compaeros que nos apoyamos para vencer la tirana. Ellos son los nicos autores de los males de la patria; de la disolucin que est amenazada la Repblica y de la desastrosa anarqua que se est preparando. Si por lo contrario todos ellos, y los movidos por sus influencias, hubiesen caminado en unin conmigo, de
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Diario de Bucaramanga, Per de Lacroix. Una Mirada ntima al libertador en los dos ltimos aos de su vida pblica
acuerdo y de buena fe, la Repblica, su gobierno y sus instituciones estaran asentados sobre una roca y nada podra, no digo
derribarlos, ni siquiera hacerlos bambolear; los pueblos seran libres y felices, porque con la tranquilidad interior y la confianza todo hubiera progresado; hasta la ilustracin y con ella el liberalismo y la verdadera libertad.1
Pues si Lacroix, ac estoy igual que la Colombia unida, vencido y sin fuerza, y con una tos que desespera con el tiempo. Al igual como hiciste compaa en aquellos tiempos de adversidad, hoy te unes a los compaeros que comparten mi agona. Tambin recuerdo haberte confesado sobre mis gustos por el baile, como me gustaban aquellas fiestas, poda pasar horas bailando sin sentir cansancio alguno. Hay hombres que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba y meditaba en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas; si me hallaba solo en medio de mucha gente, es porque me hallaba con mis ideas y sin distraccin. Es como lo de dictar varias cartas a un mismo tiempo, originalidad que tambin he tenido.1
No sabias ese secreto de m, aunque muchas veces pudiste haberte dado cuenta, porque estando solo no hablaba tanto como lo hacia frente a muchos. Recuerda los das en que almorzamos juntos, reunidos con los que me eran fieles, aquellos que me seguan para el ao 1828, tu eras uno de ellos Lacroix. Largas
Diario de Bucaramanga, Per de Lacroix. Una Mirada ntima al libertador en los dos ltimos aos de su vida pblica
horas podramos conversar, tantas ideas venan a mi mente como hoy vienen estos estornudos. Recuerdo haberte confesado en uno de esos almuerzos la decisin de convertirme en dictador, no era lo que deseaba, porque esa palabra da mucho de hablar, pero era la nica posibilidad que tenia para mantener a las repblicas unidas, eso crea, pero ya vez, tampoco funcion, la ambicin de los traidores era ms grande que el mando supremo. Con los elementos morales que hay en el pas; con nuestra educacin, nuestros vicios y nuestras costumbres, slo siendo un tirano, un dspota, podra gobernarse bien a Colombia; yo no lo soy y nunca lo ser, aunque mis enemigos me gratifican con esos ttulos; ms mi vida pblica no ofrece ningn hecho que lo comprueba. El escritor imparcial que escriba mi historia o la de Colombia, dir que he sido Dictador, Jefe Supremo nombrado por los pueblos, pero no un tirano y un dspota.1
Despus de haber asumido el mando supremo de la Colombia tuve que ser muy cauteloso, siempre estaba atento porque muchos rumores se tenan sobre las intenciones de Santander y sus seguidores, t lo sabes Lacroix, te recuerdas que estuvimos conversando sobre eso en aquel bosque, para que hagas memoria te voy a contar la misma historia que ese da te dije: Algunos das antes de mi salida de Kingston en Jamaica, para la isla de Hait, en el ao de 1816, supe que la duea de la posada en que estaba alojado con el actual general Pedro Briceo Mndez y mis edecanes Rafael Antonio Pez y Ramn Chipia, haba maltratado y aun insultado a este ltimo, faltando as a la consideracin debida, lo
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Diario de Bucaramanga, Per de Lacroix. Una Mirada ntima al libertador en los dos ltimos aos de su vida pblica
que me hizo no slo reconvenirla fuertemente sino que me determin a mudar de alojamiento. Efectivamente sal con mi negro Andrs con el objeto de buscar otra casa, sin haber participado a nadie mi proyecto: hall la que buscaba y me resolv a dormir en ella aquella misma noche, encargando a mi negro me llevara all una hamaca limpia, mis pistolas y mi espada; el negro cumpli mis rdenes sin hablar con ninguno, no porque se lo hubiera yo encargado sino porque l era muy reservado y callado. Asegurado mi nuevo alojamiento, tom un coche y fui a comer en una casa de campo de un negociante que me haba convidado. Eran las doce de la noche cuando me retir y fui directamente para mi nueva posada. El seor Amestoy, antiguo proveedor de mi ejrcito, deba salir de Kingston para los Cayos al da siguiente a una comisin de que lo haba encargado, y vino aquella misma noche a mi antigua posada a fin de verme y recibir mis ltimas instrucciones: no hallndome, aguard pensando que llegara de un momento a otro. Mi edecn Pez se retir un poco tarde para acostarse, pero quiso antes beber agua y hall la tinaja vaca; entonces reconvino a mi negro Pito y ste tom dicha tinaja para ir a llenarla; mientras tanto el sueo se apoderaba de Amestoy que, como he dicho, me aguardaba, y vencido por l se acost en mi hamaca, que estaba tendida, pues la que mi negro Andrs haba llevado a mi nuevo alojamiento era una hamaca que haba sacado de mis bales. El negrito Po, o Pito, que es como yo lo llamaba, regres con el agua; vio mi hamaca ocupada, crey que el que estaba dentro fuese yo; se acerc y dio dos pualadas al infeliz Amestoy, que qued muerto. 1
Aun sigues callado Lacroix, tienes mala memoria, te cuento el otro, tal vez si recuerdes este:
Diario de Bucaramanga, Per de Lacroix. Una Mirada ntima al libertador en los dos ltimos aos de su vida pblica
mezcla seguida de muchas victorias y reveses, pero que no tuvo los resultados funestos de aqulla sino consecuencias favorables e importantes para mi ejrcito y el pas, march un da de San Jos de Tiznados, con poco ms o menos de 600 infantes y 800 hombres de caballera, con el objeto de ir a unirme con las tropas que mandaba el General Pez. Haba dado orden para que mi divisin acampara en una sabana del Rincn de los Toros a donde lleg como a las cinco de la tarde; yo llegu al anochecer y fui derecho a situarme con mis edecanes y mi secretario, el actual General Briceo Mndez, en una mata que conoca ya y en donde colocaron mi hamaca. Despus de haber comido algo me acost a dormir. El actual General Diego Ibarra, mi primer edecn, haba sido encargado por m de situar la infantera en el punto que le haba indicado, y despus haba ido, sin que lo supiera yo, a un baile que haba no s en qu lugar, para regresar despus de media noche a mi cuartel general. Apenas haba dos horas que estaba durmiendo cuando lleg un llanero a avisarme que los espaoles haban llegado a su casa, distante dos leguas de mi campamento, que eran muy numerosos y los haba dejado
descansando. Segn las contestaciones que me dio y las explicaciones que le exig, juzgu que no era el ejrcito del General Morillo, pero s una fuerte divisin mucho ms numerosa que la ma. El temor de que me sorprendiesen de noche, me hizo dar rdenes al momento para que se cargasen las municiones y todo el parque y se levantara el campo con el objeto de ir a ocupar otra sabana y engaar as a los enemigos, que seguramente vendran a buscarnos en la que estbamos; dos de mis edecanes fueron a comunicar esas rdenes y activar el movimiento, debiendo avisarme cuando empezara. Volv a acostarme en mi hamaca y en aquel momento lleg mi primer edecn, el que para no despertarme se acerc pasito y se acost cerca de m en el suelo
sobre una cobija; yo le o, lo llam y le di orden de ir donde el Jefe de Estado Mayor para que apresurase el movimiento. El General Ibarra fue a pie a cumplir esta disposicin, ms apenas hubo andado un par de cuadras en direccin al lugar donde estaba el Estado Mayor oy al General Santander, jefe entonces de dicho Estado Mayor, y habindosele acercado le comunic mi orden. Entonces Santander le pregunt en voz alta dnde me hallaba yo; Ibarra se lo ense y Santander, picando su mula, vino a darme parte de que todo estaba listo y las tropas iban a empezar el movimiento; Ibarra regres en aquel momento; yo estaba sentado en mi hamaca ponindome las botas; Santander segua hablando conmigo; Ibarra se acostaba cuando una fuerte descarga nos sorprende y las balas nos advierten que haba sido dirigida sobre nosotros; la oscuridad nos impidi distinguir nada. El General Santander grit al momento: el enemigo! Los pocos que all estbamos echamos a correr a campo traviesa, abandonando nuestros caballos y cuanto haba en la mata. Mi hamaca, como lo supe despus, recibi dos o tres balas.1
Lacroix, ya recordaste cuando te relat estos cuentos sobre mi suerte en emboscadas, aquellas donde las circunstancias bien acomodadas por el azar hoy me permiten estar moribundo en esta hamaca. Lacroix, Lacroix!... volteo a los lados en busca de mi compaero y no logro verlo, la casa est completamente oscura, solo los reflejos de la lmpara que est sobre la mesa cercana a la puerta alumbran media pared, es la lmpara de Reverend, la que utiliza para chequearme a media noche.
Brindemos por la Colombia grande y por esta batalla que habis conseguido, Viva Colombia! Viva la Amrica! Viva la Libertad!, somos garantes de la patria, en vuestras manos est el bienestar de nuestros pueblos, celebrad todos hasta el cansancio, merecis esto y mucho ms Suelten mis hombros!, aprtense de m, no me arrastren a la oscuridad, estoy en penumbras. Libert a muchos pueblos y no puedo librarme de estas fuerzas que me han sujetado a traicin, soltad, Quin sois? Soy yo Seor, Reverend, mreme bien, tiene una pesadilla y es hora de su brebaje. Esta pesadilla sigue asechndome por las noches al igual que este brebaje pestilente por las maanas. Si mis fuerzas tuviesen la misma energa que antes habra lastimado a Reverend; al despertar, lo tena sujeto por los brazos queriendo derribarlo. Mis latidos son acelerados y el agotamiento es mayor, la agona y los delirios persisten, estos me hacen saber que son pocos los das que faltan, Cuanto ms aguantar este cuerpo moribundo? Mi salud es crtica, mi tos desespera, poco tiempo le queda a mi cuerpo, pero mucho le falta vivir a mi espritu, este se encuentra vigoroso, enrgico como antes, tan firme como los tamarindos y con deseos de justicia. Estos olores de trapiche alegran mi cuerpo y me hacen evadir los delirios, mientras los estoy percibiendo puedo saber que estoy en la Quinta San Pedro de Alejandrino esperando recobrar las fuerzas o morir en el intento.
Recuerdo las fuerzas de mi juventud, aquellas que me acompaaron para 1811 cuando daba inicio a la vida militar. Con grado de Capitn me encontraba al lado del ms ilustre de los venezolanos, Francisco de Miranda. La primera misin fue en Valencia, no se le dificult apoderarse de la ciudad, desde all este astuto y sabio hombre supo manejar su pelotn para retener a la fuerza realista y as proteger a Caracas. Para esos tiempos, Venezuela haba constituido los cimientos de la independencia, Miranda, se encontraba al frente dirigiendo las riendas de la nueva repblica y tratando de derrotar a los inicuos espaoles. La sangre derramada era mucha, el ejrcito patriota an era numeroso pero Caracas se haba debilitado por el terremoto de 1812, los realistas se fortalecan en Puerto Cabello y amenazaban a Valencia. Por todos estos acontecimientos el sabio General se encontraba confundido, entonces, decide entregar los esfuerzos que se haban consagrado en la repblica al ejrcito realista. 25 de Julio de 1.812, triste da en que Miranda capitul en San Mateo de Aragua ante el jefe realista Domingo Monteverde, inicindose as la larga lucha de la guerra de Independencia.1
Con esta accin culminaba la vida poltica de este ilustre venezolano, haba entregado la patria al enemigo, por esa razn fue apresado para que no intentara escapar de Venezuela, este era necesario por sus conocimientos de guerra, su ayuda era indispensable. Pero Monteverde viol el tratado que se tenia, le cerr las puertas de por vida a este General.
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Por primera vez sent una gran decepcin, Venezuela haba sido derrotada por el enemigo, sin poder alguno deba escapar del territorio; fue entonces cuando me present ante Monteverde, solicitando un pasaporte, ste recordndome mi fracaso en Puerto Cabello y la entrega de Miranda, respondi: No te preocupes, me siento en deuda con usted por entregar a Miranda y eso es para el rey muy importante1 Mi furor se subi al rostro, no poda soportar que este opresor de los pueblos me hiciera pasar por un sirviente del rey, mi espritu descontrolado fue calmado por Francisco Iturbe, quien logr conseguir mi pasaporte al ofrecer su vida como garanta. A partir de ese momento el odio que sent se convirti en mi mejor arma contra el enemigo, ya saba, nunca podra existir conciliacin con los realistas. Con esos acontecimientos se iniciaba mi carrera por la independencia de los pueblos de la Amrica, no descans hasta conseguir la libertad de mi Colombia, sta que fue arrebatada de mis manos por la traicin. Tanto esfuerzo que dedique para conseguir la libertad de los pueblos oprimidos y estos traidores hoy lo engaan con ideas infames para conseguir su causa separatista. Aquellos hombres que lucharon unidos por las mismas ideas, aquellos que tan slo queran libertad, acabaron odindose, separando las fuerzas por las ansias del poder. Fuerzas que en tiempos anteriores estuvieron unidas por el lazo de la hermandad hoy se encuentran en discordia, tratando de apoderarse y separar la patria, haciendo creer que sus intereses son contrarios.
La enfermedad no es mi agona y mucho menos la causante de mi dolor, me duele mi pueblo, este que se encuentra vendado por engaos, por falsas ideas que les hicieron creer estos separatistas para beneficiarse del poder. Hoy, en esta hamaca m cuerpo rinde sus fuerzas ante la traicin, ante la enfermedad que lo consume, pero yo, nunca doblegar mis ideas, estas seguirn combatiendo por un pueblo libre y unido. Viva Colombia, Viva la Patria Unida!
El sol est radiante, puedo ver los rayos filtrarse entre la ventana, la brisa es tan fuerte que puede mover mi hamaca, volteo al suelo y parece venirse encima, y el techo se pierde ante mis ojos. Escucho decir a Reverend que mi pulso esta dbil, no creo que sea el pulso, deben ser mis ojos porque se cierran solos. Este doctor tiene cara de pnico, todava no se acostumbra a mis mareos; cuando empec a perder mis fuerzas comenzaron esos desmayos, muchas veces me ayudan a dormir, pronto pasar. Con una gelatina, una taza de caldo y una de sag1 mis males se aplacarn. Lo bueno es que la tos desapareci, ya no la siento, se acabaron los caonazos abdominales, pero aparecieron fuertes dolores en el pecho, me comprime con tanta fuerza que me producen estos mareos. Estos dolores son el resultado de la traicin y amargura que he pasado por mi Colombia. Se me escap de las manos por el engao y desprestigio que los separatistas utilizaron para alcanzar sus fines. Si al menos fueran como t, Sucre, el Gran Mariscal de Ayacucho, fiel amigo, compaero de batallas. La nica vez que no estuvimos de acuerdo fue cuando te conoc, bien lo recuerdo, eras un jovencito que navegaba por el ro Orinoco, nuestros barcos se dispusieron a la batalla por pensar que ramos contrarios, despus les pregunte: Quin es el jefe de ustedes? Es la caonera del general Antonio Jos de Sucre.2 Eso me respondieron desde tu nave y para molestarte un poco dije: No hay tal general Sucre2 enfureciste mucho, pero al saber que era el Libertador
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Boletn de Reverend. Una Mirada ntima al libertador en los dos ltimos aos de su vida pblica. El Vuelo del Alcatraz, Francisco Herrera Luque.
quien te lo deca slo te sublevaste, despus conversamos amenamente y por tus hazaas te convertiste en el mejor de mis hombres. Tu eres el libertador del sur, con astucia abriste paso por el Per, fuiste contra el enemigo, acabaste con los opresores, conseguiste la libertad y nunca traicionaste mis ideas. Recuerdo haberte expresado para 1825 la alegra que senta por tus logros en Ayacucho, estas palabras escrib: La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposicin de ella ha sido perfecta, y su ejecucin divina... Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los mortales el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza".1 "El General Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvi Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representar a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potos, llevando en sus manos la cuna de Manco-Cpac y contemplando las cadenas del Per rotas por su espada".1
Que buenos logros conseguiste para la Amrica, siempre fuiste un fiel soldado a mis rdenes. Que energa te caracterizaba, que mpetu por la libertad y las leyes, batallador incansable, astuto y audaz, un completo patriota, el padre de Ayacucho. Ambos conocimos la gloria, la libertad de los pueblos, pero tambin el amargo sabor de la traicin. La deslealtad te sigui tan bien como a m, recuerdas, nuestros compaeros de lucha se haban convertido en nuestros enemigos, tan
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Resumen cronolgico de la vida y obra del general en jefe Antonio Jos de Sucre.
peligrosos como los realistas. Nuestra amistad nunca fue tocada por la ambicin de estos traidores, recuerdo bien las palabras que me escribiste en tu despedida: "El dolor de la ms penosa despedida. No son palabras las que pueden fcilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Vd.: Vd. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el ms tierno afecto a su persona. Lo conservar, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Vd. me conservar siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabr en todas circunstancias merecerlo. Adis, mi general, reciba Vd. por gaje de mi amistad las lgrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Vd. Sea Vd. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su ms fiel y apasionado amigo". 1
Con esas palabras tan enrgicas y cargadas de emocin te despediste de m. Ya puedes ver la suerte que me depar la traicin, me conden a esta hamaca, me quit las fuerzas y me otorg esta crnica enfermedad. Ya es hora de dormir, mi cuerpo no aguanta las mismas veladas de antes, no quiero restarle ms fuerzas a este cuerpo, son pocas las que tiene.
Resumen cronolgico de la vida y obra del general en jefe Antonio Jos de Sucre.
Un cielo nublado, turbio y enfurecido vaga sobre los tamarindos, estos se brindan calmados ante la tempestad que se avecina, parecen estar callados a las recias nubes que amenazan con agredirlos. El movimiento de sus ramas es dbil, sosegado ante las fuerzas que los rodean, pero an no han dejado su mpetu, se mantienen tenaces ante la adversidad. Los tamarindos con su poder pudieran embestir al cielo hasta derrotarlo, a pesar de eso conservan la calma, no quieren lastimar a estos cielos que han convivido tiempo a su lado, lo consideran su familia, su compaero, como faltar al afecto de su corazn. Los separatistas con mirada de odio emprendan sus fuerzas en contra de los compaeros que lucharon por los intereses de la Amrica. Juntos consiguieron la gloria de los pueblos de Colombia, pero la ambicin los sesg y enfurecidos rompieron con el afecto que los una. Traicionar las ideas que conllevaron a la unin de Colombia es abandonar los pueblos a la deriva, hacindolos propensos a un ataque del enemigo. Solo la Colombia unida podr consolidar las suficientes fuerzas para causar el mayor bienestar a sus conciudadanos. De la gloria a la traicin, eso fue lo que obtuve despus de tanto esfuerzo por la libertad, solo el dolor y afliccin por la fragmentacin de Colombia. Los que siguen mis ideas por una nacin fortalecida han sido traicionados por los separatistas, estos insurrectos han suplantado el bienestar de Colombia por sus deseos de ambicin, se estn repartiendo el territorio por los favores que hicieron al batallar por la Amrica.
La Colombia separada, los hermanos en lucha, los pueblos engaados, la nacin quebrantada, mi cuerpo enfermo, mis nimos extinguidos, los dolores de la traicin; la desgracia me ha venido encima, me rodea, me asecha, me persigue, me encuentra, me hace dao, me hiere tanto como la prdida de Sucre. El 4 de junio de 1830 se fue el padre de Ayacucho condenado por la traicin, el Gran Mariscal Antonio Jos de Sucre. Con tu prdida apagaste la luz de la esperanza, agudizaste mi enfermedad y diste tristeza a mi alma, tanta energa que dedicaste a la Amrica para terminar asesinado a manos de traidores en las tierras que liberaste. Los tamarindos no pudieron retener la furia del cielo, avanza sobre la quinta, se introduce por la ventana, me cubre con su estremecedora sombra, me da escalofros, me presiona el pecho, lucho y pierdo mis fuerzas, solo la hamaca logra sostener este msero cuerpo en medio de la fuerte tempestad.
Los movimientos de mi abdomen exasperan los dolores del pecho, stos suben hasta mi boca como llama ardiente que deshidrata mi paladar. Los dolores se han incrementado y las fuerzas he perdido, poco tiempo le queda a mi cuerpo, ya est desfallecido y sin nimo de luchar. Dnde estn las fuerzas que habitaron este cuerpo? Donde estn las energas de la Amrica? Dnde est el pueblo que celebr los triunfos de la patria? Dnde estn los gritos alegres de un pueblo libre? Dnde est la Colombia unida? Dnde estn todos mis compaeros de lucha?... Lo he perdido, lo que constitu se disolvi junto a mis fuerzas, la traicin se lo ha llevado. Hoy, postrado en esta hamaca, siento calenturas, desvaros, tos, presiones en el pecho, mareos, delirios, traicin, engaos, todas atacan a mi cuerpo; sta es la agona de un hombre vencido por la desgracia. Solo mi espritu se encuentra vigoroso, no podrn extinguirlo, siempre estar dispuesto a la lucha por las ideas. Mi espritu jams conseguirn disiparlo. Mis ideas estarn en la mente de los fieles a la patria, los que buscan libertad, los que luchan por la justicia, los que aman a su pueblo, los que defienden sus derechos, los que protegen a los indefensos, los que acaban con la opresin, all estarn las llamas de mi espritu, dispuestas a vencer. Mi espritu es ms slido que la luna llena que alumbra el paisaje de la quinta, los tamarindos se muestran sombros y en medio de ellos hay una profunda oscuridad; sta, junto a los ruidos de la noche crea un panorama aterrador. Que luna tan inmensa, con su fuerza logra empujar mi desfallecido
cuerpo hasta el fondo de la hamaca, es tanta la presin que parece reventar las cuerdas. Mis parpados estn pesados, puedo abrir los ojos por algunos segundos y se cierran estrepitosamente. Mi rostro tambin es empujado, vira hacia un lado para sepultarse entre los tejidos de la hamaca.
Patriotas y amigos, hoy enfrentaremos a los viles realistas, debis luchar hasta el cansancio, con todas las energas de vuestro cuerpo. Al vencer a los enemigos estaris ganando la libertad de los pueblos, solo unidos podremos vencer! Disponer de sus armas y corazones para acabar con la tirana, con la opresin, con la injusticia, luchad para ser libres Corred, corred, debis ayudar a vuestros amigos Todos unidos podremos vencer a la opresin. Viva la Patria! Viva la Libertad! Viva Colombia! Habis conseguido el triunfo, ahora sois libres. Celebrad todos, merecis esto y mucho ms. Brindemos por la Colombia Unida, esta nos conceder la mayor felicidad posible. Soltad mis hombros, Dnde me llevan? Quin sois? No logro verlos entre tanta oscuridad, Me soltarn en esta penumbra? Quin sois?... Eran ustedes los traidores... me apartaron de la gloria que forje con las manos y me abandonan en esta oscuridad, tambin se llevan los esfuerzos que he conseguido Traidores! Ya sospechaba que su trato descorts y el rencor que se profesaban debilitaran la unin de Nueva Granada y Venezuela, pero, a pesar de la discordia que se tienen pudieron juntar sus fuerzas para abandonarme en el olvido. Traidores Han desesperado mi respiracin no puedo inhalar siento un nudo en mi garganta, presin en mi pecho, los dolores han desaparecido, el afn es mayor, parezco desprenderme de mi cuerpo, este an me ata con fuerza,
no me suelta, desespero, me impaciento mi pecho se levanta hasta el techo y vuelve a bajar, mi rostro vira y mis rgidas manos aprietan la vieja tela, mi hamaca se mueve, se oye a lo lejos si queris presenciar los ltimos momentos y postrer del libertador, ya es tiempo.1 Las palabras retumban en medio de la penumbra, atormentan y hacen eco, me ofuscan y nada veo, est a oscuras Mi cabeza se muestra hacia atrs Dnde est mi gloria? Yo los perdono mis ojos se vencen, mi corazn se detiene, la respiracin extingue, mi cuerpo rige, las fuerzas desvanecen la calma ha vuelto, ya nada siento
Acosta, L. (1979) Bolvar Para Todos, Visin Didctica del libertador (2 ed.) Barcelona-Espaa.
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