Yo Soy Más Que Mis Pensamientos 2
Yo Soy Más Que Mis Pensamientos 2
Yo Soy Más Que Mis Pensamientos 2
Tal vez los pensamientos vuelan rápido de un lado a otro sin permanecer en un
lugar de estabilidad, o puede que me quede enganchado en ese pensamiento
relacionado con el pasado o con el futuro sin poder salir de ahí, percibiendo el
malestar, el sufrimiento, deseando detener el pensamiento para engancharme de
nuevo cinco segundos después. Veo el daño que me hace, pero me siento incapaz
de encontrar el interruptor de apagado. No sé salir de ahí.
Buda decía que “la mente es el origen de todos nuestros sufrimientos”, por lo
tanto, corresponde a persona hacer que sus pensamientos contribuyan a su propio
crecimiento y no a su destrucción. Somos del tamaño de nuestros pensamientos, y
es ahí en la mente donde se engendran las grandes hazañas o los grandes
fracasos.
Hay que aprender a dejar fluir el pensamiento sin engancharse, como una nube
que se va arrastrada por el aire. Aprender a mirar el pensamiento, aceptarlo,
colocarlo en la nube y dejarlo ir. Lo veo marcharse.
Observar que los pensamientos se producen en la mente, y ésta hace parte del
cuerpo mi cuerpo. ¿Hay molestias? ¿Dolor? ¿Tensión? ¿Calor o sensación de vacío?
Perfecto, esto es lo que hay y simplemente lo respiro sin juzgar. Solo acepto que
eso está ahí.
Me abandono al simple hecho de que me siento vivo y acepto que lo que me
ocurre no es ni bueno ni malo, simplemente es lo que me ocurre en este momento.
Somos seres circunstanciales, no estamos destinados para nada, nuestro destino
es el resultado de los pensamientos que cosechamos en nuestra mente.
Aristóteles decía que los humanos somos el único animal que habla. Este rasgo
distintivo no serviría para nada si no fuéramos simultáneamente el animal que
escucha. Erróneamente solemos decir que a las personas nos encanta hablar, pero
más bien lo que ocurre es que nos encanta que nos escuchen.
Somos propensos a quejarnos de las personas que hablan en exceso, pero por más
que he investigado no conozco ni una sola crítica destinada a quienes escuchan
mucho. Jamás he oído a nadie lamentarse de que «esa persona me escucha tanto
que me marea», «cuando coge carrerilla no para de escuchar», «escucha por los
codos», «al escuchar no tiene ninguna mesura», «escucha tanto que no sé cómo
decirle que deje escuchar a los demás».
Cuando una persona habla mucho la intitulamos como locuaz o verborreica, pero
aún no hemos inventado un adjetivo para calificar a quien escucha en cantidades
mayúsculas. Quizá esta carestía de vocabulario denota que este hecho es tan
inusual que ni tan siquiera hemos necesitado nominarlo. Nos contentamos con
afirmar que es un buen oyente, lo que tampoco es exacto, porque no se dedica a
la disposición biológica de oír, sino a la decisión volitiva de escuchar.
Nos encanta hablar, pero insisto en que esa acción deviene insuficiente si no hay
alguien que nos escuche. Frente al «pienso, luego existo» de Descartes, propongo
«me escuchas, luego existo». Y no existo de un modo cualquiera, existo como ser
humano, es decir, con una vida compartida con otras vidas, que son las que me
dan vida y permiten la ordenación de mi mundo afectivo.