El Origen Del Filosofar: La Admiración

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 30

UNIVERSIDAD MARIANO GALVEZ DE GUATEMALA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA INDUSTRIAL / ORGANIZACIONAL


ESTUDIANTE: LISBETH YAMILET SINAY AGUILAR
FILOSOFÍA

Libro Resumen Comentario

1. El origen del filosofar: la admiración


Empezamos, entonces, viendo lo que es la filosofía partiendo de que es el amor o búsqueda de la
SABIDURIA. Como ya hemos visto, el saber filosófico es un saber eminente porque es un saber de
causas últimas, a las que se accede por la luz natural de la razón. Pero, ¿cómo se puede acceder a ese
saber? Además, si un individuo jamás ha ejercido la filosofía, si no la conoce, ¿cómo la podrá amar?

La filosofía es una disciplina que nos invita a cuestionar, reflexionar y buscar respuestas a las
preguntas fundamentales sobre la vida, el conocimiento, la moral, la realidad, entre otros aspectos.
Es un amor por el conocimiento que nos impulsa a explorar y comprender el mundo que nos rodea.

A través de la filosofía, podemos explorar las grandes preguntas de la humanidad y buscar respuestas
que nos ayuden a comprender el mundo y nuestro lugar en el.

Hemos dicho, en una primera aproximación, que la filosofía es amor, búsqueda del saber, y que éste
es algo que normalmente todos deseamos poseer. De acuerdo con esto, todos los seres humanos,
somos en cierto modo filósofos. Sin embargo, aunque tengamos esa posibilidad no siempre realizamos
la actividad filosófica. ¿Cómo se inicia el saber filosófico?, ¿cuál es su punto de arranque o su origen?

La capacidad humana de reflexionar y cuestionar el mundo que nos rodea. La filosofía es una
disciplina que busca comprender la realidad a través de la razón y la argumentación.

La capacidad humana de reflexionar y cuestionar.

Muchos de los grandes filósofos están de acuerdo en que el comienzo de la filosofía es la admiración.
Todos ellos empezaron a hacer filosofía admirándose. Pero, ¿qué es la admiración? Podemos decir, en
primer lugar, que en cierta manera la admiración es una especie de deshabituación, un salir de lo
acostumbrado.

El comienzo de la filosofía se encuentra en la admiración, en ese sentimiento de asombro que nos


lleva a cuestionar lo establecido y a buscar respuestas más allá de lo ev idente. Es a través de la
reflexión filosófica que podemos llegar a comprender el mundo que nos rodea.

La admiración es un sentimiento que nos lleva a salir de nuestra zona de confort, a cuestionar lo
establecido y a buscar respuestas más allá de lo evidente.

a. La deshabituación.
De ordinario nos acostumbramos a ver la realidad como la vemos. Llegamos a este mundo
prematuramente, después de los nueve meses de estar en el vientre materno; y cuando venimos a esta
realidad no somos ni siquiera conscientes de ello. De pequeños, se nos presenta el mundo
progresivamente, gracias a nuestros padres y posteriormente a nuestros maestros, que son quienes
"muestran" al recién llegado esta gran casa que es el universo, las personas, etc.; y nos vamos
acostumbrando por ejemplo, a que aquella planta crece, a que aquel animal se comporta así, a que las
personas hablan y hacen cosas. Evidentemente un niño pregunta, y a veces hasta el cansancio; pero se
contenta pronto con las respuestas que recibe, porque su inteligencia aún no se ha desarrollado lo
suficiente.

La deshabituación es un proceso que implica romper con esas costumbres, rutinas y hábitos a los que
nos hemos acostumbrado a lo largo de nuestra vida. Es como si estuviéramos viviendo en piloto
automático, sin cuestionar si realmente lo que estamos haciendo es lo correcto o si queremos seguir
haciéndolo de la misma manera. Es un momento de despertar, de tomar conciencia de nuestras
acciones y decidir si queremos cambiarlas o no.

Es un camino de autodescubrimiento y transformación personal que nos permite cuestionar nuestras


creencias y valores, y elegir conscientemente la vida que queremos vivir.

Pero, imaginémonos que venimos a este mundo, siendo mayores, como si de pronto despertáramos a
una realidad extraña, y al abrir los ojos, veríamos algo a lo que no estamos habituados. La primera
pregunta que seguramente afloraría a nuestros labios sería: ¿dónde estoy?, ¿qué es todo esto? A veces,
hay acontecimientos en nuestra vida que nos interpelan de modo radical, como por ejemplo, la muerte
de un ser querido. Quizá sea entonces cuando el sujeto intente comprender la realidad de un modo
más profundo y más propio.

Despertar en un mundo desconocido siendo mayores nos confrontaría con nuestra propia capacidad
de adaptación y de crecimiento personal. Nos obligaría a cuestionar nuestras creencias y prejuicios,
a abrir nuestras mentes a nuevas ideas y formas de pensar, y a explorar las profundidades de nuestra
propia identidad.

Despertar en este nuevo mundo nos brindaría la oportunidad de vivir una experiencia única y
enriquecedora.

b. El arte de saber preguntar


Decíamos que la admiración requiere una cierta deshabituación. Cuando uno se sale de los
conocimientos habituales es porque éstos no le bastan para contestar sus interrogantes. Por ello, la
deshabituación de la admiración requiere una actitud de serena insatisfacción. Según esto el filósofo
es un insatisfecho, pero no en el sentido de desasosiego, sino de tener una gran capacidad de pregunta.

El arte de saber preguntar es una habilidad que nos invita a mantenernos inquietos, a no
conformarnos con respuestas simples o superficiales, y a seguir explorando y descubriendo nuevas
perspectivas y posibilidades. Al cultivar esta capacidad, podemos nutrir nuestra curiosidad, estimular
nuestro pensamiento crítico y fortalecer nuestros lazos con los demás, contribuyendo así a nuestro
crecimiento personal y al enriquecimiento de nuestra vida intelectual y emocional.

Preguntar nos permite cuestionar nuestras propias creencias y prejuicios, abriendo la puerta a la
posibilidad de cambiar nuestra perspectiva y de aprender de otras personas.
Es posible conformarnos con las respuestas elementales. Inclusive al filósofo se le plantea el ¿para qué
más? Él podría responder: ¿Y por qué menos? Según un filósofo clásico, Aristóteles, es indigno del ser
humano no acceder a un conocimiento del que es capaz. Uno no puede instalarse en los conocimientos
obtenidos. El verdadero filósofo no se instala jamás. La inquietud por la verdad ha prendido una vez en
su interior y una vez que se ha gustado de la verdad no se la puede dejar ya más .

Es posible que en ocasiones nos conformemos con respuestas simples y elementales, pero debemos
aspirar siempre a más. La verdad y el conocimiento son infinitos y no podemos conformarnos con
respuestas superficiales.

Una vez que se ha saboreado la verdad, no se puede volver atrás y conformarse con respuestas
simples y superficiales. El filósofo busca siempre ir más allá, profundizar en su comprensión y adquirir
un conocimiento más completo y detallado.

Se suelen distinguir dos momentos en la admiración: uno que es el acto inicial de sorprenderse,
acompañado ordinariamente de una cierta conmoción sensible. Se trata de una situación en que se
advierte que a uno le falta la comprensión de algo que nos admira y que no sabemos explicarnos. Nos
damos cuenta que estamos frente a una realidad de la que no sabemos dar razón, de la que no
podemos respondernos. Es un pugnar por penet rar la realidad y ver que no se nos entrega.

La admiración es un sentimiento que nos invita a salir de nuestra zona de confort, a enfrentarnos a
lo desconocido y a abrirnos a nuevas posibilidades. Nos desafía a superar nuestras limitaciones y a
ampliar nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos.

A través de la admiración, podemos experimentar la maravilla y la grandeza de la vida, y conectar de


manera más profunda con la realidad que nos rodea.

Muchas de estas preguntas se han hecho famosas a través del tiempo, por ejemplo: ¿Por qué el ser y
no más bien la nada?, ¿Por qué el cambio, el movimiento en la realidad?, ¿Por qué la multiplicidad y
variabilidad de las cosas?, ¿Por qué el dinamismo intrínseco de un ser viviente?, ¿Por qué el ser humano
no puede dejar de aspirar siempre a la felicidad?, ¿Por qué los amigos terminan siempre pareciéndose?,
¿Por qué el advenimiento de la muerte?, etc.

La humanidad se ha cuestionado sobre distintos aspectos de la existencia y la realidad que nos rodea.
Muchas de estas preguntas han trascendido a lo largo del tiempo, convirtiéndose en interrogantes
filosóficas que han sido motivo de reflexión y debate.

Las preguntas filosóficas nos invitan a reflexionar sobre los misterios y enigmas que nos rodean. A
través de la búsqueda de respuestas a estos interrogantes, podemos ampliar nuestra comprensión
del mundo y explorar nuevas perspectivas sobre la vida y el mundo en el que vivimos.

Como se podrá notar, una característica de todas esas grandes preguntas es que se refieren a lo que
estamos tranquilamente acostumbrados, a lo que damos por hecho, a lo que tomamos como
evidencias, y de lo cual casi nadie se pregunta. De acuerdo con esto ya tenemos una pista para saber
preguntar y es precisamente preguntarnos sobre lo obvio, sobre lo que transcurre nuestra vida y casi
nadie se pregunta.
Cuando hablamos de cuestionar lo obvio, nos referimos a aquellas cosas que están tan arraigadas en
nuestra rutina diaria que ni siquiera nos paramos a pensar en ellas. Por ejemplo, ¿por qué hacemos
tres comidas al día? ¿Por qué conducimos siempre por el lado derecho de la carretera? ¿Por qué le
damos la mano cuando conocemos a alguien? Todas estas son acciones que damos por sentado, pero
cuando empezamos a preguntarnos por qué las hacemos, podemos descubrir significados o razones
más profundas detrás de ellas.

Cuestionar lo obvio también nos permite desafiar nuestras suposiciones y creencias. El hecho de que
algo siempre se haya hecho de cierta manera no significa que sea la mejor o la única manera.

Otro elemento que nos ha legado la tradición socrática es el ejercicio de una sana ironía. Como se sabe,
Sócrates y sus discípulos ejercían el arte de la pregunta en la ciudad, entrevistando a quienes se
consideraban entendidos en su oficio, y cuestionándoles precisamente lo que ellos creían que sabían.
Por ejemplo, si acudían a visitar a los artesanos, les preguntaban por su actividad. Es probable que el
artesano respondiera de acuerdo al cómo de su arte, pero no supiera responder al qué es .

La ironía socrática nos invita a cultivar la tolerancia y el respeto por las opiniones de los demás, ya
que nos muestra que la verdad no es algo absoluto y que es necesario escuchar y considerar las
perspectivas y experiencias de los demás para llegar a una comprensión más profunda y completa de
la realidad.

Nos invita a cuestionar nuestras creencias y a estar abiertos a nuevas perspectivas, enriqueciendo así
nuestra comprensión del mundo y fomentando un mayor respeto y tolerancia hacia las opiniones de
los demás.

Igualmente sucedía con los poetas, al preguntarles ¿qué es la poesía? ellos podrían responder
vagamente, o haciendo unos versos, pero en realidad no sabían decir qué era la poesía en cuanto tal.
De la misma manera sucedía cuando preguntaban a los políticos sobre ¿qué era la política? y ellos
contestaban exponiendo sus planteamientos políticos, pero no la esencia de la política: ¿qué es dirigir?,
¿qué es mandar?, ¿qué es la ley?, etc

Al analizar la forma en que diferentes personas abordan la pregunta sobre la esencia de la poesía y
la política, podemos observar similitudes sorprendentes en las respuestas dadas por poetas y
políticos. Ambos grupos tienden a responder de manera vaga, recurriendo a metáforas o formulando
versos en el caso de los poetas, y exponiendo sus puntos de vista políticos en el caso de los políticos,
pero sin llegar a definir de manera concreta qué es, en realidad, la poesía o la política.

A través de la poesía y la política, podemos reflexionar sobre nuestra propia humanidad y nuestra
relación con el mundo que nos rodea, enriqueciendo así nuestra comprensión y nuestra experiencia
de la vida.

Evidentemente, este ejercicio es bastante delicado porque no todos buscan la verdad en lo que hacen,
sino que pueden tener otros fines, y al hacerles ver la verdad pueden rechazarla, por razones de orgullo,
amor propio, o también como malicia. De ahí que el amor a la verdad, o por lo menos el respeto hacia
ella es una condición necesaria para el ejercicio filosófico .
El ejercicio de buscar la verdad es algo que requiere habilidades particulares, ya que no todos tienen
la disposición de aceptarla. Algunas personas pueden tener otros motivos para sus acciones, como el
orgullo, el amor propio o incluso la malicia, lo que les lleva a rechazar la verdad cuando se les
presenta.

Solo de esta manera se puede alcanzar una comprensión más profunda de nosotros mismos y del
mundo que nos rodea. La verdad es el objetivo último de la filosofía, y solo aquellos que están
dispuestos a abrazarla sinceramente pueden alcanzar la verdadera sabiduría.

c. La docta ignorancia.
Según la tradición socrática, si se vive bien el momento de la deshabituación o el de la sana ironía se
da lugar a la llamada docta ignorancia, que es tal porque todavía no ha alcanzado la verdad y es docta
porque sabe que ignora, y por tanto ya sabe algo. En cambio, el verdaderamente ignorante es aquel
que no sabe que lo es. La docta ignorancia es un saber que no se sabe y se expresa con la conocida
máxima: "Sólo sé que nada sé".

La docta ignorancia es un estado de sabiduría que se caracteriza por la humildad intelectual y la


búsqueda constante de la verdad. Es el reconocimiento de que no sabemos todo y que siempre hay
más por aprender. En contraste con la ignorancia común, la docta ignorancia es un estado más
avanzado que nos acerca a la verdadera sabiduría.

La docta ignorancia nos invita a cuestionar nuestras creencias y prejuicios, a estar abiertos al diálogo
y la discusión, y a estar dispuestos a aprender de los demás. Nos enseña a ser humildes en nuestro
saber y a reconocer que la verdad es un camino continuo de exploración y descubrimiento.

Sin esa conciencia de que no se sabe, o de que se sabe muy poco, es imposible el filosofar. No hay nadie
que dé un paso adelante y se ponga en movimiento en pos de algo que cree que ya posee de modo
completo. Por ello, si alguien piensa que ya sabe cómo son las cosas, no se dispondrá a su búsqueda,
¿para qué va a tratar de conocer las cosas, si ya sabe cómo son?

La conciencia de nuestra falta de conocimiento es esencial para poder filosofar y para seguir
creciendo intelectualmente. Solo aquellos que están dispuestos a admitir que no lo saben todo
pueden verdaderamente expandir sus horizontes y enriquecer su comprensión del mundo que les
rodea.

En la búsqueda del conocimiento y la sabiduría, es vital mantener una actitud de humildad y apertura
hacia lo desconocido.

Por esa razón a la verdad hay que acercarse con la humildad de quien sabe que ignora muchas cosas,
y por tanto se le acerca sin resabios. Se trata de una cierta ingenuidad, la de creer que es posible
alcanzar la verdad, y que la aproximación a ella es paulatina y comporta mucho esfuerzo y paciencia.

Acercarse a la verdad con humildad y ingenuidad implica reconocer nuestras limitaciones y estar
dispuestos a aprender y crecer. Es un proceso continuo y gradual que requiere esfuerzo y paciencia,
pero que nos permite acercarnos cada vez más a una comprensión más profunda de la realidad que
nos rodea.

Por esa razón, la verdad debe ser abordada con humildad, reconociendo que como individuos, nunca
poseemos todo el conocimiento y siempre hay algo más por descubrir. Este enfoque nos permite
acercarnos a la verdad sin prejuicios ni ideas preconcebidas, ya que reconocemos nuestras
limitaciones y la necesidad de aprender y crecer.

d. El descubrimiento de la verdad.
Si uno afronta con sinceridad, a veces irónicamente, esa situación de ignorancia, de insuficiencia,
entonces se da paso al segundo momento de la admiración: la búsqueda y el descubrimiento de la
verdad. Habíamos dicho antes que la verdad es esquiva, que no se entrega fácilmente; por ello en este
segundo momento se despliega todo el esfuerzo, se empeñan todas las energías, se afina el método
necesario para medirse con aquella realidad, se apuesta todo en favor del descubrimiento de la verdad,
de su posesión.

El descubrimiento de la verdad es un viaje transformador que nos lleva a cuestionar nuestras


creencias, a enfrentar nuestros miedos y a abrirnos a nuevas perspectivas. Es un proceso que nos
enriquece intelectual y emocionalmente, y que nos permite crecer y evolucionar como seres
humanos.

Nos vemos obligados a abandonar nuestras ideas preconcebidas y a adoptar una actitud de apertura
y humildad ante lo desconocido

Cuando por fin se ejercen los actos intelectuales que se corresponden con la realidad y se llega a
alcanzar la verdad, entonces se produce la luz. A los intentos, a la lucha contra las dificultades, le sigue
el gozo del encuentro con la verdad. A esto Sócrates le llamó "mayéutica": el arte de dar a luz; haciendo
un símil respecto del oficio de su madre que era partera y que ayudaba a las madres a dar la luz a su
hijo.

La búsqueda de la verdad y el ejercicio de los actos intelectuales que se corresponden con la realidad
nos llevan a la luz del conocimiento y nos permiten alcanzar una comprensión más profunda del
mundo que nos rodea. La "mayéutica" de Sócrates nos muestra que la verdad es un proceso de dar
a luz, de traer a la luz lo que está oculto, y que a través de la lucha y la perseverancia podemos
alcanzar la verdad y encontrar la verdadera alegría en el conocimiento.

Al alcanzar la verdad, experimentamos una sensación de plenitud y realización, ya que nos


encontramos en armonía con la realidad y comprendemos el mundo que nos rodea de manera más
profunda.

En cierta manera ese encuentro con la verdad "marca" la vida del sujeto, que al encontrarla se
embelesa con ella, la integra en su vida, la cual se ve, de esta manera, dichosamente enriquecida. Con
aquella luz del intelecto se "ve más y mejor" la realidad, se la ve de un modo nuevo, distinto. Lo que se
ha vivido antes de conocer la verdad y el futuro que se abre a partir de entonces es diferente. Si se
tiene la inmensa fortuna de encontrarse con la verdad ésta es acogida con una intensidad sólo
comparable a su búsqueda.

El encuentro con la verdad es un momento crucial en la vida de cualquier individuo, ya que marca un
antes y un después en su existencia. Aquellos que tienen la suerte de descubrir la verdad
experimentan una transformación profunda y significativa, enriqueciendo su vida de forma
extraordinaria.
El impacto de este encuentro con la verdad puede ser tan poderoso que cambia la forma en que se
percibe a uno mismo, a los demás y al mundo que nos rodea.

2. El ocio filosófico y la vida actual.


Es evidente que plantearse en profundidad la verdad, requiere unas condiciones. Un pre requisito
básico es un cierto ocio, es decir, hacer un paréntesis en la vida de negocio (no ocio). Normalmente la
vida práctica puede absorbernos de tal modo que apenas tengamos tiempo para admirarnos, investigar
y alcanzar la verdad.

En medio de una sociedad marcada por la prisa y la superficialidad, el ocio filosófico se presenta como
un espacio de resistencia y de transformación. Nos invita a detenernos, a reflexionar y a cuestionar
el mundo que nos rodea. En un contexto marcado por la desigualdad y la crisis, el ocio filosófico nos
recuerda la importancia de la reflexión y nos invita a buscar un sentido más auténtico a nuestra vida.

Nos ayuda a alejarnos de la superficialidad, a escapar de la tiranía de lo inmediato y a buscar la verdad


en medio de la confusión. Nos invita a mirar más allá de lo aparente, a cuestionar las estructuras de
poder y a buscar un sentido más auténtico a nuestra existencia.

En medio de la vida práctica no es posible la admiración. Y ésta no es simplemente pensar sobre asuntos
prácticos, sino profundizar en lo que de permanente hay en la realidad, en las personas, en la sociedad,
etc. Así por ejemplo, uno puede darse cuenta de que debe dirigir su acción de una determinada
manera, de que en vez de hacer su acción de tal modo la tiene que hacer de tal otro, o que la tiene que
dirigir a aquellas personas en lugar de estas otras, pero eso no es admirarse, eso es sencillamente
aprender a rectificar la acción. Para "admirarse" hace falta "salir" de la actividad práctica, es decir, es
preciso detenerse, pararse a pensar.

La admiración nos invita a salir de la rutina diaria y a detenernos a pensar. Nos permite conectar con
lo más profundo de nuestra existencia y a apreciar la belleza y la grandeza que nos rodea. Es una
cualidad que enriquece nuestras vidas y nos invita a reflexionar sobre lo que realmente importa.

Al detenernos y entrar en un estado de admiración, somos capaces de apreciar la belleza y la


grandeza que nos rodea.

Actualmente, las condiciones no son favorables para la filosofía. El ambiente cultural en que vivimos
no facilita el filosofar porque estamos en la época de la primacía de la acción práctica y de sus
resultados. Pero si se da la primacía de los resultados, y de acuerdo a ellos se mide el éxito o el fracaso
de una persona, si se valora más el hacer, el tener y el placer material, entonces todo ello se pone por
encima del saber y éste sólo lo es, si acaso, en función del hacer, subordinado a él.

Las condiciones actuales no son favorables para la filosofía debido a la primacía de la acción práctica
y de los resultados tangibles. Sin embargo, es importante reconocer la importancia de la filosofía en
nuestra vida cotidiana, como una herramienta fundamental para comprender el mundo y para tomar
decisiones informadas y éticas.

Es necesario rescatar el valor del pensamiento filosófico en nuestra sociedad actual, fomentando la
reflexión, la crítica y el diálogo como herramientas para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.
Es significativo que el héroe que se admiraba antaño, el que se jugaba la vida por las causas justas y
nobles, haya sido sustituido en la actualidad por el manager, el cual es magnificado. El ídolo no es ahora
el sabio, sino el hombre de acción, que baja de un avión para tomar enseguida otro, que atiende y
maneja muchos negocios y asuntos, en medio de una vorágine en que pararse a reflexionar es hasta
un lujo prohibido.

No es el sabio ni el filósofo, sino el hombre de acción, el que toma decisiones rápidas y efectivas, el
que maneja múltiples negocios y asuntos.

Necesitamos héroes que nos inspiren a ser mejores personas y a luchar por un mundo más justo y
equitativo.

No es extraño que aquel ritmo lleve al estragamiento y al hastío. La nuestra es una época cansada, en
la que pareciera que hemos dejado lo mejor de nuestras energías en aquella carrera sin aliento,
íntimamente desgraciada, en la que nunca se posee lo que se busca, y que no es iluminante sino que
al contrario, es oscura, no da un saber, no ilumina ni el qué, ni el por qué, ni el para qué más profundos;
se trata de un vivir provisional porque cada resultado es impelido a ser superado en ese mismo
momento.

Debemos reconectar con nosotros mismos y con lo que realmente nos hace felices, para poder vivir
de manera plena y significativa. Debemos recuperar la capacidad de disfrutar del momento presente
y de encontrar significado en nuestras vidas. De lo contrario, seguiremos atrapados en un ciclo de
insatisfacción y desencanto que nos llevará al estragamiento y al hastío perpetuo.

Nuestra sociedad se encuentra en un constante estado de agotamiento y desencanto.


Anteriormente, se valoraba más la sabiduría, la reflexión y la contemplación.

Con todo, lo malo no son los resultados sino de buscarlos desasosegadamente de tal manera que
impiden la contemplación intelectual. En cambio, con la teoría se tiene el gozo de poseer,
intelectualmente y de modo inmediato el objeto conocido. Por otra parte, el cansancio viene en razón
de que aquellas certezas son efímeras, duran el tiempo justo para que el sujeto las constate, se
autoafirme a sí mismo y se perciba como existente (hago cosas, luego existo); pero al fin y al cabo esto
lleva a un mecanicismo cada vez más inerte.

Buscar resultados de manera desasosegada puede impedirnos disfrutar del proceso de


contemplación intelectual y el gozo de poseer el conocimiento de manera inmediata a través de la
teoría.

En esta búsqueda desenfrenada, se pierde de vista el verdadero propósito del conocimiento, que es
el gozo de poseer, intelectualmente y de modo inmediato, el objeto conocido a través de la teoría.

La técnica con toda su bondad nos ha puesto a la mano inmensidad de artefactos que cuando no se
saben recibir nos llevan a "la cultura del botón" en la que estamos instalados, sin ver que detrás de ese
botón hay tanto saber acumulado, que es preciso recorrer; pero que por comodidad no vemos sino
que nos quedamos sólo los efectos, pero entonces surge irremediablemente el aburrimiento. Inclusive,
la gente suele hablar de "no son importantes las ideas, sino el ponerle pies a las ideas", tendríamos que
responder, que precisamente para ponerle pies a las ideas hay que tenerlas antes, de lo contrario no
se sabe a qué se le va a poner pies.
La técnica nos ha brindado un sinfín de posibilidades y artefactos que han transformado nuestra
realidad de formas impresionantes. Sin embargo, es fundamental no caer en la trampa de la
comodidad y la superficialidad.

Debemos valorar el conocimiento y la creatividad que hay detrás de cada innovación tecnológica y
utilizarla de manera consciente y reflexiva para beneficio de toda la sociedad.

Esta primacía del pragmatismo ha t enido su repercusión hasta en la institución a la que más
genuinamente le corresponde el cultivo del saber: la universidad. Sin embargo, en muchos casos, ésta
se ha convertido en una institución en la que su valor principal no es el saber y su comunicación, sino
los valores económicos, y se ha reducido a vender (en este caso títulos), como en los grandes
almacenes, sólo lo que demanda el cliente o el usuario, que es el alumno; el cual sólo acude para
adquirir un saber práctico, el título y nada más.

La primacía del pragmatismo en la sociedad actual ha tenido un impacto significativo en la institución


más venerada por su compromiso con el conocimiento: la universidad. A lo largo de los años, la
universidad ha experimentado una transformación en la que su enfoque se ha desviado del cultivo
del saber y su transmisión hacia la satisfacción de demandas económicas.

Como resultado, la universidad se ha convertido en una institución en la que prevalece la venta de


títulos en lugar del fomento del saber y la comunicación de ideas.

El hombre de hoy ha entronizado, pues, el hacer práctico y a él le entrega lo mejor de sí, corriendo el
riesgo de hacerse incapaz para un saber teórico profundo. Pero con ello no hace más que agravar las
situaciones y los problemas, suscitar no soluciones profundas, potentes, sino pequeños "parches", que
lo que hacen es generar efectos perversos y agravar la situación, porque la vida práctica sólo es posible
de ser dirigida si es asistida por la vida teórica.

La vida práctica, por sí sola, no puede ser dirigida de manera efectiva si no está respaldada por una
base teórica sólida. La teoría proporciona los fundamentos necesarios para comprender la
complejidad de las situaciones y problemas a los que nos enfrentamos, permitiendo así abordarlos
de manera holística y encontrar soluciones verdaderamente efectivas.

Solo integrando ambas dimensiones podremos enfrentar los desafíos del mundo actual de manera
completa y efectiva, generando soluciones verdaderas y duraderas que contribuyan al bienestar y al
progreso de la sociedad en su conjunto.

A veces un hombre de acción dice: "no me expliques el por qué, dime qué hago". Parece increíble que
alguien pueda estar dispuesto a hacer algo a ciegas, y sin embargo esto está sucediendo actualmente,
ya no interesa por qué se hace algo, sino hacerlo, tanto es el poder de lo pragmático. Es también
significativo que el hombre de acción no tenga reparos en confesar, hasta orgullosamente, que su
médico le ha indicado descanso y cuidados; en cambio, por ejemplo, se puede sentir hasta culpable si
yendo en su automóvil, hiciera un alto en el camino y se parase largamente a contemplar un paisaje.
Esto le puede parecer un lujo, o una debilidad, con lo cual pone de manifiesto su incapacidad para la
contemplación.

El hombre de acción no se detiene a preguntarse el porqué de las cosas porque su objetivo es cumplir
con sus metas y superar sus desafíos, sin importarle las razones que lo lleven a hacerlo. En su mente,
la acción es lo que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso, y por eso prefiere avanzar a ciegas.

El dilema entre la acción y la reflexión ha sido un tema recurrente a lo largo de la historia de la


humanidad. Por un lado, están aquellos que abogan por la acción inmediata, por hacer lo que sea
necesario sin detenerse a cuestionar el porqué de las cosas.

Como es comprensible, gran parte de esa actitud se ha generado por la complejidad de los problemas
que nos acechan que son muy difíciles y tan perentorios, tan urgentes que parecen desbordarnos; y
entonces se pierde la serenidad y se lanza uno desaforadamente a la acción, con la intención de
solucionarlos. Sin embargo, precisamente porque se trata de acometer aquellos asuntos tan complejos,
es necesario intentar soluciones que integren muchos aspectos, que sean muy profundas. Sólo en el
nivel de esa radicalidad se pueden avizorar planteamientos potentes con que se puedan acometer la
complejidad de aquellas situaciones que parecen desbordantes y que con las prisas nos encargamos
de empeorarlas más todavía, porque se generan más problemas de los que se solucionan.

Al apresurarnos en buscar soluciones inmediatas, corremos el riesgo de pasar por alto aspectos
fundamentales y generar consecuencias no deseadas. En cambio, al adoptar un enfoque más
reflexivo y sistémico, tenemos la posibilidad de identificar las causas raíz de los problemas y encontrar
soluciones sostenibles a largo plazo.

La complejidad de los desafíos que enfrentamos requiere de planteamientos potentes y profundos.

En las últimas épocas, el ser humano ha inventado lo más alto para hacer frente a los problemas: la
ciencia. Con ella se intenta afrontar las enfermedades (medicina), los recursos escasos (economía), la
organización social (derecho y política), etc. En atención a ello, el profesional de las Ciencias
Empresariales, o el de la comunicación, el abogado o el ejecutivo más ocupado, precisamente por tener
que hacer frente a lo imprevisto, debieran salirse de aquella especie de "rueda de molino" de su
actividad y pararse a pensar, aunque sea unas pocas horas el fin de semana, sobre qué, cómo y para
qué está "moliendo". Las prisas, los requerimientos de cada instante, pueden impedir la actividad
filosófica. De suceder así podemos entrar en pérdida, porque sin vida teórica que ilumine, la vida
práctica discurre como en medio de un gran circuito pero con apagón, minando la eficacia de la propia
vida práctica.

En las últimas épocas, el ser humano ha hecho uso de la ciencia como herramienta fundamental para
hacer frente a los problemas que se presentan en la sociedad. La ciencia ha sido clave en el avance
de la medicina, economía, derecho, política y muchas otras áreas, permitiendo afrontar desafíos tales
como enfermedades, escasez de recursos y organización social.

La ciencia no solo debe estar al servicio de resolver problemas concretos, sino que también debe ser
utilizada como una herramienta para la reflexión crítica y la búsqueda de respuestas más profundas
y significativas.

A veces se ha pensado que lo más importante no es conocer las cosas sino transformarlas. Sin embargo,
¿cómo se puede transformar algo que no se conoce? Insistimos que para transformar cualquier cosa,
lo primero que se necesita es saber cómo es, de lo contrario, se puede dar lugar a los llamados "efectos
perversos", es decir consecuencias dañinas que no se habían previsto. De ahí que lo primero que se le
pide a alguien que va a actuar es que sepa.
En muchas ocasiones se ha escuchado la idea de que lo más importante no es conocer las cosas, sino
transformarlas. Se piensa que el cambio y la acción son fundamentales para lograr un impacto
positivo en un determinado contexto.

conocer las cosas es el primer paso para transformarlas de manera efectiva. No se trata simplemente
de actuar por actuar, sino de actuar de manera informada y reflexiva.

No es fácil el desprendimiento de las cosas urgentes, y sin embargo es la condición para filosofar. Para
pensar es menester detenerse, "pararse". La admiración y el filosofar constituyen así una especie de
privilegio en un ser humano. Pero también es –no lo olvidemos– un requerimiento de su naturaleza
humana que es racional. No es humano vivir sin verdad. La ignorancia es un gran mal para el hombre.

El desprendimiento de las cosas urgentes es esencial para poder filosofar, para poder pensar de
manera profunda y reflexiva. La capacidad de detenernos, pararnos y cuestionarnos a nosotros
mismos y al mundo que nos rodea es un privilegio humano que nos permite buscar la verdad y vivir
una vida plena y significativa.

Para pensar de manera profunda y reflexiva, es necesario detenerse, tomar un momento para
reflexionar y cuestionar nuestras creencias y suposiciones.

Es posible, y con esto no intentamos justificar el activismo, que en situaciones de extrema urgencia
haya que dejar el filosofar para dedicarse a lo que requiere nuestra atención de manera inmediata. Se
suele decir: primum vivere, deinde filosfare (primero vivir, luego, filosofar); pero esto no quiere decir
que por el hecho de vivir, se excluya a la filosofía definitivamente, ya que como sostiene Aristóteles, la
teoría es la vida más alta, de modo que aquella situación daría lugar al pro vita, vita perdere. Pero no
podemos perder la vida precisamente por ella.

La frase "primum vivere, deinde filosfare" (primero vivir, luego, filosofar) nos recuerda que nuestra
primera prioridad siempre debe ser la de preservar la vida y la integridad de las personas involucradas
en la situación de emergencia. En estos casos, no hay tiempo para detenernos a filosofar, ya que la
urgencia y la necesidad de actuar rápidamente no nos lo permiten.

Si bien es cierto que en situaciones de extrema urgencia puede ser necesario dejar de lado la reflexión
filosófica para dedicarnos a lo que requiere nuestra atención inmediata, esto no significa que la
filosofía deba ser excluida definitivamente de nuestras vidas.

Aún en situaciones límites, de grave necesidad debemos tratar de pensar, aunque sea después de que
nos hemos visto obligados a actuar. Por ejemplo, en algún país que se padecía una grave crisis
económica, con una hiper inflación de tres dígitos, sin antecedentes, quizá entonces no hubiera más
remedio, si se tienen responsabilidades políticas, que tomar medidas de urgencia sin mucho tiempo
para pensar, en esas situaciones es peor no tomar una decisión que tomarla. Y sin embargo, no se
puede dirigir un país así, sin pensar, durante 2, 5 ó10 años.

Aún en situaciones límites y de grave necesidad, es fundamental tratar de pensar y reflexionar antes
y después de actuar.

En este escenario, la falta de acción sería aún peor que tomar medidas apresuradas, ya que el impacto
de la crisis económica podría empeorar si no se toman medidas inmediatas.
Así mismo, no es verdad que necesariamente en los países en vías de desarrollo no pueda surgir la
filosofía debido a que tengamos que abocarnos al desarrollo económico. Es verdad que, por ejemplo,
en el Perú tienen que haber muchos y muy buenos técnicos en diferentes ámbitos, en la agricultura,
en la minería, en la industria, en la informática, etc.; y también se necesita de directivos, de verdaderos
empresarios para que puedan mover una empresa o una industria, que nos es tan necesaria o
elemental para una producción y un crecimiento real y sostenido.

La filosofía puede contribuir al desarrollo económico al ofrecer nuevas perspectivas sobre los
problemas y desafíos que enfrenta un país, así como al promover valores como la ética, la justicia y
la solidaridad que son fundamentales para una sociedad próspera y equitativa.

Promover la reflexión filosófica y el pensamiento crítico puede ser una herramienta poderosa para
impulsar un desarrollo económico sostenible y equitativo, que beneficie a toda la sociedad y no solo
a unos pocos privilegiados.

Sin embargo, ni técnicos, ni empresarios pueden ni deben jubilar su inteligencia, sino que tendrían que
acceder, más pronto o más tarde, de algún modo, y en la medida de sus posibilidades, a un
conocimiento superior y cada vez más profundo de la realidad. Por otra parte, una filosofía de la
economía peruana que integre todos los elementos pertinentes, también los de la economía mundial,
sería de mucha ayuda para nuestro país y para otros.

Es fundamental que los técnicos y empresarios sigan cultivando su inteligencia y conocimiento a lo


largo de su carrera, para poder adaptarse a los cambios y desafíos del mundo laboral. Asimismo, es
importante integrar una visión global en la gestión empresarial y económica, para impulsar el
desarrollo sostenible y equitativo de nuestra sociedad.

La educación y la formación continua son herramientas clave para alcanzar el éxito y el crecimiento
en cualquier campo profesional.

Decíamos entonces que la filosofía no está reñida con la actividad práctica cuando ésta no se
transforma en activismo, porque entonces se haría imposible la admiración que es lo que da origen a
la actividad filosófica. Pero conviene tener presente otra condición para que pueda darse la admiración
y poseer la verdad, y es la de tener un espíritu esforzado, que no se haya instalado en la comodidad.
No sólo el activismo, las prisas, impiden el filosofar, sino también el hedonismo, la vida cómoda, sin
nervio, sin tensión hacia lo valioso, que generalmente es costoso.

La filosofía no está reñida con la actividad práctica, siempre y cuando esta no se convierta en
activismo desmedido. Para filosofar es necesario tener un espíritu esforzado, que esté dispuesto a
salir de la zona de confort, a cuestionar lo establecido y a buscar respuestas más allá de lo evidente.

Es importante encontrar un equilibrio entre la acción práctica y la reflexión filosófica, de manera que
podamos ser capaces de actuar de manera consciente, fundamentada y coherente con nuestros
principios y valores.

Tampoco en este requerimiento nos favorece el ambiente actualmente, ya que junto con el activismo
se magnifica lo fácil y placentero. Cada vez se trata por todos los medios de ahorrar esfuerzos, pero si
uno se descuida se puede ablandar con esa ley del mínimo esfuerzo. Las nuevas tecnologías, el internet,
etc., deben estar al servicio del pen sar profundo y no sustituirlo.

Es necesario resistir la tentación de buscar lo fácil y placentero, y dedicar el tiempo y la energía


necesarios para reflexionar de manera crítica y comprometida. Solo de esta manera podremos
contribuir de forma significativa a la construcción de un mundo más justo y equitativo.

Las nuevas tecnologías y el internet juegan un papel fundamental. Si bien estas herramientas pueden
ser utilizadas para difundir información y favorecer la comunicación, también pueden convertirse en
un obstáculo para el pensamiento profundo.

Sucede que si no nos esforzamos por nada que sea verdaderamente valioso, nos desvitalizamos y
entonces nos hacemos cada vez más incapaces de él y también de la esperanza; ya que nos
acostumbramos a los resultados rápidos, inmediatos, cerrándonos el camino a la esperanza, que
comporta precisamente el llevar entre manos tareas de largo plazo.

Es necesario recordar que los resultados verdaderamente valiosos y significativos requieren tiempo,
paciencia y perseverancia. Si nos conformamos con lo rápido y lo fácil, nos estamos privando de la
oportunidad de vivir una vida plena y enriquecedora

En la sociedad actual, vivimos en un mundo donde todo es inmediato, donde se busca la gratificación
instantánea y se valora más lo efímero que lo duradero. Este afán por obtener resultados rápidos y
fáciles nos ha llevado a desestimar el valor del esfuerzo y el trabajo constante en la consecución de
metas verdaderamente valiosas.

Es importante el esfuerzo sostenido para poder filosofar. Es posible que en más de una ocasión uno
tenga que esperar un tiempo para comprender alguna realidad, inclusive a veces puede sentirse uno
algo tonto si se trata de algo nuevo, pero si se persevera siempre se consigue alcanzarla. Como no es
fácil encontrarse con la verdad hay que estar atentos cuando se vislumbra algo de ella, porque la verdad
no suele exhibirse, se basta a sí misma.

Filosofar es una actividad que requiere de un esfuerzo sostenido y constante por parte de aquel que
se embarca en este camino de reflexión y búsqueda de conocimiento. No es una tarea fácil, ya que
implica cuestionar, analizar y llegar a conclusiones sobre temas que suelen ser complejos y
profundos.

En definitiva, el esfuerzo sostenido es un elemento fundamental en el acto de filosofar, ya que nos


permite ir más allá de la superficialidad y llegar a una comprensión más profunda y significativa de la
realidad.

Por tanto, el filosofar requiere, de parte nuestra, una cierta disposición interior. Ya hemos señalado
que requiere de capacidad de esfuerzo, de pregunta, de contemplación, de humildad, y de modo
especial exige que se valore la verdad, que uno esté dispuesto a no dar cabida a la mentira dentro de
uno mismo. Es difícil no convivir con la mentira. A veces, vivir en la verdad puede costarnos algunas
cosas, ciertas ventajas, el aprecio de algunas personas, incomprensiones, negarnos un cierto tipo de
satisfacciones y también perder algunas prebendas o éxitos aparentes.
Filosofar, a diferencia de otras disciplinas, requiere una disposición interior particular por parte del
individuo. En este sentido, es importante tener en cuenta varias cualidades y actitudes que son
necesarias para poder llevar a cabo correctamente esta actividad intelectual.

Es necesario cultivar la capacidad de esfuerzo, la pregunta constante, la contemplación, la humildad


y, sobre todo, la valoración de la verdad.

La mentira se puede meter en la propia vida, en lo que se hace y en lo que se dice. Hay quien tiene
posturas ambiguas respecto a la verdad, se puede dar una apariencia por fuera y ser muy distinto lo
que se lleva dentro, se puede fingir hacer algo por un motivo cuando en realidad es por otro motivo
oculto, es posible manipular a los otros, o dejarse manipular por ellos, bailar al son de sus trompetas,
darles todos sus caprichos sin importar si son buenos para ellos, toda una vida hecha mentira, buscando
sólo el interés particular; también son abundantes las mentiras prácticas cuando se engaña con un
trabajo mal hecho, cuando se "promete" demasiado con un producto mal hecho, no entregado a
tiempo, etc.

Es importante recordar que la honestidad y la transparencia son fundamentales para construir


relaciones sólidas y duraderas, tanto con nosotros mismos como con los demás. Solo cuando dejamos
de lado la mentira y nos comprometemos a vivir de manera auténtica y sincera, podremos vivir una
vida plena y en armonía con nuestros valores y principios

La mentira está presente en nuestras vidas de diversas formas y en diferentes niveles. Puede
manifestarse de manera sutil en lo que decimos o hacemos, o puede estar tan arraigada en nuestro
ser que termina afectando nuestra forma de vida y nuestras relaciones con los demás.

Si nos enfrentamos con la mentira dentro de nosotros, si empezamos por no engañarnos a nosotros
mismos, si ponemos todos los esfuerzos para no vivir en la mentira, entonces reconoceremos la
falsedad a leguas de distancia, la rechazaremos y la verdad tendrá cabida en nosotros. Si queremos
acceder a la sabiduría tendría que repugnarnos la mentira, inclusive físicamente, tendríamos que ser
incapaces de soportar la falsedad.

Cuando nos enfrentamos a la mentira dentro de nosotros mismos, es crucial empezar por no
engañarnos a nosotros mismos. Este es el primer paso para poner todos los esfuerzos posibles en no
vivir en la mentira. Es necesario reconocer la falsedad a leguas de distancia, rechazarla y dar cabida
a la verdad en nuestra vida

Si queremos acceder a la sabiduría y vivir una vida auténtica, debemos estar dis puestos a
enfrentarnos a la mentira dentro de nosotros mismos, a no engañarnos a nosotros mismos y a poner
todos los esfuerzos en vivir en la verdad.

No podemos convivir con la mentira, aunque haya mucha presión por dentro y por fuera. Cuando
veamos que lo falso quiere entrar, o ha entrado, en nosotros, no vacilemos en hacer los mayores
sacrificios por evitarlo, sacarlo o por alejarlo. Tenemos que estar dispuestos a rectificar. A veces,
debemos decir por ejemplo: "Perdona, eso que te dije antes no era exa cto, la verdad es tal".

No podemos permitir que la mentira entre en nuestras vidas. Debemos luchar contra ella, resistir la
tentación de engañar a los demás y ser valientes para rectificar cuando nos equivocamos. Solo así
podremos vivir una vida plena y satisfactoria, basada en la verdad y la sinceridad.
Cuando nos encontramos en una situación en la que la tentación de mentir es grande, debemos
resistirnos y recordar que la verdad es siempre el mejor camino. Es mejor ser sincero y afrontar las
consecuencias, que vivir con el peso de la mentira en nuestra conciencia.

No faltarán ocasiones de ser falsos, tentaciones de envolvernos en el engaño, situaciones ficticias o


perjudiciales, compensaciones engañosas; también a veces puede parecernos que hemos perdido
"oportunidades" o beneficios personales por haber pretendido decir o defender la verdad. Sin
embargo, no es tal, ya que la verdadera pérdida es la de la verdad y la real ganancia es un alma entera,
una mirada limpia, verdadera. A los jóvenes que les suele entusiasmar la autenticidad tienen en este
programa una hermosa tarea que acometer.

En la sociedad actual, nos encontramos constantemente ante situaciones en las que se nos presenta
la oportunidad de ser falsos, de engañar o de involucrarnos en situaciones ficticias o perjudiciales. La
tentación de caer en el engaño puede ser muy fuerte, especialmente cuando parece que decir la
verdad puede costarnos oportunidades o beneficios personales. Sin embargo, es importante recordar
que la verdadera pérdida no radica en perder oportunidades o beneficios, sino en perder la verdad.

Mantenernos fieles a la verdad puede ser difícil, pero es una tarea noble y necesaria. Porque al final
del día, la verdadera ganancia no está en oportunidades o beneficios temporales, sino en la integridad
y la honestidad que nos permiten vivir una vida plena.

3. El encuentro con la verdad. Importancia.


Es difícil expresar con palabras este gran acontecimiento que es el encuentro con la verdad. Tal
hallazgo es el encuentro con lo permanente que se hace inolvidable. Como ya señalamos, en su origen,
la palabra verdad se denomina a-letheia. La palabra lethos significa olvido y la palabra a-letheia significa
sin olvido. Y esto es justamente porque cuando uno se encuentra con la verdad, uno se encuentra con
lo que permanece, y entonces ya no se puede olvidarlo jamás. El encuentro con la verdad es el gran
acontecimiento en la vida de las personas, y quien lo haya tenido es muy afortunado, porque sin verdad
no es posible vivir humanamente.

En definitiva, el encuentro con la verdad es un regalo invaluable que nos brinda la vida. Es un tesoro
que debemos buscar con ahínco, pues solo a través de la verdad podremos alcanzar la plenitud en
todas las áreas de nuestra vida. La verdad nos acompaña en nuestro camino, nos ilumina en la
oscuridad y nos guía hacia la realización personal.

La importancia del encuentro con la verdad radica en que nos permite vivir de manera plena y
auténtica. Nos libera de las cadenas de la mentira y la falsedad, nos brinda paz interior y nos ayuda a
construir relaciones basadas en la confianza y la transparencia.

¿Cómo se encuentra la verdad? En el camino de la vida hay muchos modos de encontrarla. Se la puede
encontrar en el arte, en las matemáticas, en ciencias como la medicina, la economía, en la política, etc.
Hay quienes la han encontrado en la música, otros desarrollando un problema matemático, cuando se
dan cuenta que siguiendo tal proceso, tal planteamiento ¡sale la respuesta! y uno dice admirado: ¡esto
es verdad!, ¡esto es necesariamente así y no de otra manera!

Lo importante es mantener una mente abierta y un espíritu crítico para buscar la verdad de manera
honesta y objetiva, sin dejarse llevar por prejuicios o intereses personales. La búsqueda de la verdad
es un proceso continuo y enriquecedor que nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea y a
crecer como seres humanos.

En la búsqueda de la verdad, nos encontramos con diferentes caminos que nos llevan a ella. Estos
caminos pueden ser tan diversos como el arte, las matemáticas, las ciencias o incluso la música. Cada
persona tiene su propia forma de llegar a la verdad, basada en sus intereses, experiencias y
conocimientos.

También se puede encontrar la verdad en una persona. Cuando uno tiene la inmensa fortuna d e
encontrarse con una persona que tiene gran riqueza en su ser, el gozo es inefable. La conmoción no es
sólo sensible, involucra todas nuestras potencias o facultades. A partir de ese encuentro nuestra vida
ya no es la misma. Cuando uno se encuentra con una persona verdadera la propia vida queda iluminada
con la verdad de aquella otra persona, se queda uno deslumbrado.

La búsqueda de la verdad es una de las metas más nobles del ser humano. Muchas veces buscamos
respuestas en libros, en la ciencia, en la filosofía o en la religión. Sin embargo, también es posible
encontrar la verdad en una persona.

La verdad en una persona puede iluminar nuestro camino, guiarnos en momentos de duda y
confusión, darnos fuerza y coraje para seguir adelante. Nos muestra que la autenticidad y la
sinceridad son valores fundamentales en la vida.

La vida se ve gozosamente transformada. Se podría decir que se empieza una vida nueva. Antes de
conocer a aquella persona no hay antes, la vida anterior no es verdadera vida, aparece pobre y oscura
ante el resplandor de la novedad, de la verdad, de aquella persona. Se da inicio a una vida nueva. Se
empieza a vivir más plenamente, y entonces no hay pasado, ni dolor, que merezcan recordarse.

La vida se ve gozosamente transformada cuando encontramos a esa persona que se convierte en


nuestro todo. Nos sentimos renovados y llenos de esperanza, y damos gracias por haber encontrado
a alguien que nos muestra la verdadera belleza y alegría de vivir. La vida anterior palidece ante el
brillo de la nueva vida que comenzamos juntos, y nos sentimos afortunados de poder disfrutar de
cada momento a su lado.

La vida se ve gozosamente transformada cuando se conoce a aquella persona especial que cambia
nuestro mundo por completo. Es como si se comenzara una vida completamente nueva, llena de luz
y alegría. Antes de encontrar a esa persona, nuestra existencia puede parecer vacía y oscura en
comparación con la brillantez y la verdad que traen consigo.

Gracias a la verdad encontrada en aquella persona, a los nuevos horizontes que nos hace vislumbrar, a
aquellas insospechadas dimensiones a las que nos abre, podemos aprender que nuestra vida puede
ser de otra manera, mucho mejor que antes y por eso ya no se le puede olvidar jamás. Nuestra vida se
ve entonces enriquecida. En las distintas circunstancias nos basta con pensar en esa persona, en su
vida, en lo que hace y el modo como lo hace, para ayudarnos a ser verdaderos y felices.

Aprender que nuestra vida puede ser de otra manera, mucho mejor que antes, es un proceso de
autodescubrimiento y crecimiento que nos lleva a vivir de forma auténtica y plena. Nos abre las
puertas a un mundo de posibilidades y oportunidades, nos brinda la oportunidad de ser verdaderos
y felices, de vivir una vida que valga la pena recordar para siempre.
Aprender que nuestra vida puede ser de otra manera, mucho mejor que antes, es un proceso de
transformación que se lleva a cabo a lo largo de nuestra existencia. Es un descubrimiento que nos
impulsa a salir de nuestra zona de confort y a enfrentar nuevos desafíos, a abrirnos a nuevas
posibilidades y a crecer personalmente.

Cuando encontramos la verdad en una persona, podemos acceder a una revelación muy personal. Ante
nosotros aparece imponente la sabiduría, la bondad, la pureza de alma, y a uno le parece como si de
pronto los sueños, los ideales, se han hecho realidad, que eso que se creía imposible o difícil de pronto
está ahí delante de nosotros. Uno se da cuenta de que es posible vivir así, en esas dimensiones, con
ese ritmo interior, con esa intensidad.

Cuando encontramos la verdad en alguien, accedemos a una revelación muy personal que nos llena
de sabiduría, bondad y pureza.

La verdad en una persona nos impacta de tal manera que nos hace replantearnos nuestras creencias
y nuestros valores.

Encontrar la verdad en una persona es una de las formas más intensas de encontrarla. Al conocerle se
puede exclamar ¡qué bueno es que existas!, ¡Es tanto lo que me revelas! ¡Me es necesaria un poco de
tu luz, de tu verdad, de tu bondad!, y uno se centra en aquella persona, en quien encuentra puntos de
referencia seguros. Esto sucede en el amor humano, pero más aún y de modo muy intenso cuando uno
descubre a la persona divina, a Dios.

Encontrar la verdad en una persona es una de las formas más intensas de encontrarla. Al conocer a
alguien y descubrir aspectos profundos de su ser, nos maravillamos y nos sentimos afortunados de
tenerlos en nuestras vidas. Es como si una luz se encendiera en nuestro interior, mostrándonos la
belleza y la grandeza que esa persona posee.

En cada ser humano y en Dios mismo encontramos una fuente inagotable de amor y verdad que nos
transforma y nos hace mejores personas. ¡Qué bueno es que existan personas que nos revelen tanto
y que nos inspiren a buscar la verdad en cada aspecto de nuestra vida!

Lo mismo ocurre con el encuentro de la verdad en la filosofía. Se produce entonces un


deslumbramiento, un gozo que llena toda la vida. Porque la verdad de aquel conocimiento, de aquella
ciencia, como en el caso del encuentro con la verdad de una persona, iluminan la vida de modo nuevo;
debido a que es tal la riqueza de su contenido que de alguna manera "marca" la propia existencia.

El encuentro con la verdad en la filosofía tiene el poder de iluminar nuestra vida de una manera que
ningún otro conocimiento puede hacerlo. Nos desafía a pensar de manera crítica, a cuestionar
nuestras creencias y a crecer como individuos.

Nos ayuda a expandir nuestros horizontes mentales, a cuestionar nuestras suposiciones y a crecer
como individuos. La verdad filosófica nos desafía a mirar más allá de lo superficial y a explorar las
verdades subyacentes que dan forma a nuestro mundo.

Desde entonces la verdad encomienda una tarea, supone compromiso, la de proseguir descubriéndola
y dándola a conocer en la medida de lo posible. Habíamos señalado antes que cuando uno se encuentra
con la verdad y se da cuenta de que hasta entonces su pobre vida había transcurrido sin saber que
existía aquello, entonces esa verdad, esa persona se le hace inolvidable. Desde ese momento en
adelante no queda más que comprometerse con ella. Así, el matemático se compromete con su ciencia
y se entrega a ella; igualmente le sucede al médico, al filósofo, etc. Ya no se puede vivir sin progresar
en ese conocimiento.

El compromiso con la verdad es un viaje sin fin, una búsqueda constante de conocimiento y de
crecimiento personal. Nos impulsa a seguir adelante, a no conformarnos con lo establecido, a no
quedarnos estancados en nuestro propio pensamiento.

Cada persona reacciona de manera diferente ante la verdad. Para algunos, como el matemático, el
compromiso se traduce en entregarse por completo a su ciencia, explorando y descubriendo nuevos
conceptos matemáticos. Para otros, como el médico, el compromiso significa dedicarse plenamente
a la curación y al bienestar de sus pacientes.

Algo semejante ocurre con el descubrimiento de la verdad en una persona. Como ya hemos señalado,
sucede un kairós especial en la historia de la vida personal que hace que se marque la vida de modo
definitivo. La tarea que a partir de entonces se sigue es profundizar en esa verdad y tratar de decirla.
La vida adquiere un sentido hasta entonces desconocido. Alguna vez ocurre este acontecimiento: ¡es
el gran encuentro con la verdad! Si no se ha tenido nunca esta experiencia es difícil entender hasta qué
punto es importante.

El descubrimiento de la verdad en una persona es un evento trascendental que marca un antes y un


después en nuestra vida. Nos libera de la mentira y nos abre las puertas a un nuevo mundo de
posibilidades. Nos ayuda a crecer, a evolucionar, a ser más auténticos y más felices.

En nuestra vida cotidiana, a menudo nos engañamos a nosotros mismos y a los demás. Nos aferramos
a mentiras y falsas creencias que nos impiden crecer y desarrollarnos plenamente. Sin embargo,
cuando finalmente nos encontramos con la verdad, todo cambia. Nos sentimos liberados, renovados,
revitalizados.

Sin verdad se vive a tientas, dando palos de ciego, sin saber de qué va la vida, ni los sucesos, la existencia
y la realidad. No es propiamente una vida. Sin verdad, nuestra vida queda en la oscuridad, o en la rutina,
y siempre a expensas de la mentira. Mala señal si ante la verdad respondemos con una burla cínica, o
secundamos aquellos versos de: "Nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que
se mira".

Por eso es tan importante cultivar la verdad en nuestra vida, en nuestras relaciones, en nuestra forma
de pensar y actuar. Solo a través de la verdad podemos alcanzar la plenitud, la integridad, la
autenticidad que nos define como seres humanos.

La verdad es el faro que guía nuestra vida, que nos da dirección y propósito. Sin ella, nos perdemos
en la maraña de la falsedad, la duda y la confusión. Nos volvemos esclavos de nuestras propias
mentiras, de nuestras ilusiones y autoengaños.

Frecuentemente, con esa expresión se pretende justificar la superficialidad o mentira en la que se vive.
Para reconocer la verdad es necesario tener la mirada limpia, y el corazón entero. Pilatos se hizo esa
pregunta: "y ¿qué es la verdad? precisamente cuando la tenía delante, y no la reconoció, le dio la
espalda.

La verdad es un valor fundamental que debemos cuidar y proteger en nuestra vida. No podemos
justificar la superficialidad o la mentira en la que a veces nos vemos inmersos, sino que es necesario
tener la valentía de enfrentarla y aceptarla, por más dolorosa que sea. Solo así podremos vivir de
manera auténtica y en armonía con nosotros mismos y con los demás.

La verdad nos hace libres, nos da fuerza y nos permite vivir en plenitud.

En estos tiempos donde hay mucha carencia de verdad, no solamente en la vida personal sino social es
muy necesario, es urgente, que nos propongamos descubrirla, con esfuerzo y con la promesa de que
más pronto o más tarde aparecerá ante nosotros de modo ya para siempre esplendoroso. Es
importante encontrar la verdad y darla a conocer, a pesar de que ello conlleve esfuerzo, penas, e
incluso desprecios, o hasta calumnias. El gozo de la verdad no es comparable al esfuerzo en poseerla.

En un mundo donde la verdad es cada vez más escasa, es urgente que nos propongamos descubrirla
y darla a conocer. A pesar de los obstáculos y dificultades, la verdad es un tesoro invaluable que
merece ser buscado con determinación y valentía. Solo a través de la verdad podemos construir una
sociedad más justa, equitativa y solidaria.

En nuestra vida personal, la búsqueda de la verdad nos permite conocernos a nosotros mismos y
entender nuestras motivaciones y emociones. Nos ayuda a desarrollar una mayor autoconciencia y a
tomar decisiones que estén alineadas con nuestros valores y principios.

Es importante y urgente incrementar la verdad en el trabajo que hacemos, en las actividades qu e


desempeñamos, y en las grandes cuestiones que interpelan al hombre de hoy: el valor de la vida
humana, la familia, la vida conyugal, la sexualidad humana, la amistad, la economía, la vida en sociedad,
etc.

Incrementar la verdad en el trabajo que hacemos, en las actividades que desempeñamos y en las
grandes cuestiones que interpelan al hombre de hoy es fundamental para promover la justicia, la
equidad y el respeto en nuestra sociedad. Solo a través de la verdad podremos construir un mundo
más humano y solidario, donde cada individuo pueda desarrollarse plenamente y alcanzar su máximo
potencial.

En la sociedad actual nos encontramos constantemente enfrentando dilemas y desafíos que nos
hacen cuestionar nuestra moral y ética. La verdad, siendo uno de los pilares fundamentales para el
desarrollo personal y colectivo, se convierte en una herramienta imprescindible para abordar las
complejas problemáticas que enfrentamos a diario.

Aquellas aluden a verdades permanentes porque atañen a la esencia del ser humano, la cual las
"reclama". Sin verdad, se falsean las cosas, pero este atropello tiene un precio demasiado alto: La unión
conyugal se prostituye, la amistad se hace interesada, sometida a manipulación, el amor deviene en
amoríos, el crecimiento económico es ficticio, la familia se desintegra, etc. En definitiva, un hombre sin
verdad no es digno, se encuentra a merced de sí mismo o de otros intereses, en cambio "la verdad nos
hará libres".
Vivir sin verdad nos hace perder nuestra dignidad como seres humanos. Estamos a merced de
nuestras propias mentiras y de los intereses de quienes nos rodean, en lugar de actuar de acuerdo
con nuestra propia integridad y valores.

La búsqueda de la verdad es esencial para nuestra realización personal y para el bienestar de la


sociedad en su conjunto. Debemos reconocer la importancia de vivir en la verdad y en la
transparencia, y tomar medidas activas para cultivar estas cualidades en nuestras vidas diarias. Solo
así podremos alcanzar la plenitud y la felicidad que tanto anhelamos.

A partir del encuentro con la verdad la vida empieza a tener sentido y no se puede ya vivir sino tratando
de progresar en la verdad, en su conocimiento, en su comunicación. Es necesario vivir esta experiencia,
para saberlo. En la actualidad, en que la gente se ve atraída por el afán de experiencias, bien podría
hacer la experiencia del encuentro con la verdad, si hasta el momento no ha tenido la suerte de tenerla.

Buscar la verdad no es tarea fácil. Requiere valentía, perseverancia y una mente abierta para poder
enfrentar las incertidumbres y contradicciones que surgen en el camino.

El encuentro con la verdad es un momento crucial en la vida de cualquier individuo. Es en ese instante
en el que toda nuestra percepción del mundo se transforma, se aclara y se ilumina con una claridad
que antes parecía inalcanzable.

Si buscamos la verdad en nuestra vida, en lo que hacemos, si tenemos el gozo de encontrarla, la


amaremos, nos comprometeremos con ella, tendremos esperanza y el camino abierto hacia el futuro,
progresaremos en su descubrimiento, entonces la difundiremos, comprometiendo los mejores
esfuerzos para que la verdad no se "detenga". Con todo lo que llevamos diciendo podemos ver qué
importante es el filosofar, cuál es su finalidad y sentido. La actividad filosófica es un modo de alcanzar
la verdad, la cual es muy necesaria en la vida humana, y es capaz de constituir el entramado de toda
una vida. Sin verdad el hombre no es propiamente persona. Una persona sin verdad no tiene una vida
con dignidad, ni con continuidad, ni con sentido.

La verdad es un bien preciado que debemos proteger y difundir. No podemos permitir que se
"detenga" en un mundo donde la mentira y la desinformación son moneda corriente. Debemos
comprometernos a promover la verdad en todas las áreas de nuestra vida, ya sea en el ámbito
personal, profesional o social.

Al comprometernos con la verdad, nos comprometemos con nosotros mismos y con los demás. Nos
impulsamos a ser mejores personas, a vivir de acuerdo con nuestros valores y principios. La verdad
nos guía en nuestras decisiones y acciones, nos hace tomar responsabilidad de nuestros actos y nos
ayuda a crecer como individuos.

A menudo se ha dicho que la filosofía no sirve para nada, que no tiene una utilidad práctica. Un
verdadero filósofo jamás verá esto como una afrenta, ni siquiera se sentirá herido por ello, y si lo hace
es que no es un filósofo. La filosofía no tiene una utilidad práctica porque lo útil es un medio y la filosofía
no es un medio, sino un fin. La filosofía, la verdad, se basta a sí misma.
La filosofía nos invita a cuestionar nuestras creencias, a examinar nuestras suposiciones y a pensar
de manera crítica sobre el mundo que nos rodea. Nos ofrece herramientas para entender y enfrentar
los desafíos de la vida de manera más consciente y reflexiva. En este sentido, la filosofía puede ser
considerada como una guía para la vida, que nos ayuda a encontrar significado y propósito en un
mundo complejo y cambiante.

En última instancia, la filosofía se basta a sí misma, ya que su verdadero propósito es la búsqueda


incesante de la verdad y del conocimiento.

Sin embargo, de modo secundario la filosofía ayuda a esclarecer la realidad y al hacerlo sustenta a la
vida práctica. Por ejemplo, es muy gratificante saber iluminar la verdad en una situación, en un
problema, en un proyecto, en una institución, etc. Entonces se encuentra una especial satisfacción,
cuando se comprueba que esas adquisiciones son útiles para aligerar la vida de los demás.

La filosofía, como disciplina académica, a menudo es subestimada en su utilidad práctica en la


sociedad moderna. Sin embargo, es importante reconocer que, aunque en un principio pueda
parecer un campo abstracto y teórico, la filosofía desempeña un papel crucial en el esclarecimiento
de la realidad y en el apoyo a la vida práctica.

Esta búsqueda de la verdad y la claridad en la filosofía no solo nos beneficia a nivel personal, sino que
también tiene un impacto positivo en nuestra vida práctica.

Más de una vez, el filósofo ha podido experimentar, en las personas que le rodean, la perplejidad, la
falta de salida en problemas muy humanos; quizá lo que está en su mano, y no es poco, es ayudar a
que las personas se aclaren. Ver el meollo de los problemas, saber el porqué de ellos, eso es de gran
"utilidad". Cuando los problemas son complejos no valen las respuestas fáciles y hay que generar
soluciones del tamaño de los problemas que se acometen, ajustadas a ellos.

La labor del filósofo como ayudante en la resolución de problemas humanos radica en su capacidad
para ver más allá de la superficie, para comprender las complejidades y contradicciones que subyacen
en cada situación

Este enfoque profundo y sistemático es lo que diferencia al filósofo como agente de cambio y
facilitador del pensamiento crítico en la resolución de problemas cotidianos.

Decíamos que ayudar a aclararse es un gran bien, porque el hombre sin aclararse es muy desgraciado,
y en lo más profundo de su ser surge la pregunta: ¿por qué? ¿Qué me sucede? Esto se hace más urgente
en nuestro tiempo, de lo contrario cunde la desorientación. Como decíamos, es conocida la frase de
que en esta nuestra época lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Sin embargo, la filosofía
es precisamente la que contribuye a salir de aquel estado de perplejidad.

La filosofía es una poderosa herramienta para ayudarnos a aclarar nuestras ideas y a encontrar
respuestas a nuestras preguntas más profundas. En un momento en el que la confusión y la
desorientación parecen dominar nuestra sociedad, la filosofía aparece como un faro de luz que nos
guía en la búsqueda de sentido y de claridad en medio de la oscuridad.

La filosofía nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos, a darnos cuenta de nuestras


motivaciones y deseos, y a encontrar un sentido y una dirección en nuestras vidas.
LECTURA N.2

LA ADMIRACION COMO COMIENZO DE LA FILOSOFIA


"La filosofía es el amor a la verdad, la búsqueda de la verdad. La filosofía se ocupa de la verdad de modo
global, sin restricciones. Lleva consigo una actitud sin la cual el amor a la verdad no aparecería o estaría
conmocionado por otros intereses; el amor a la verdad tiene que ser sincero, auténtico.

La admiración es el inicio de la filosofía. Es esa emoción que nos impulsa a buscar respuestas, a
cuestionar lo establecido, a indagar en lo desconocido. Es la fuerza que nos impulsa a ser seres
críticos, a buscar la verdad de manera sincera y auténtica. La admiración es el motor que impulsa el
amor a la verdad, y sin ella, la filosofía no podría existir.

La admiración nos lleva a cuestionarnos sobre quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde
vamos. Nos impulsa a reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre la moralidad, sobre el bien y el
mal.

La filosofía resulta signo de paranoia para algunos: ocuparse de lo que no existe. ¿Qué es la verdad? Es
la pregunta de Pilato. Era un escéptico y sucumbió a la componenda, tuvo miedo de la turba y ganó
una tranquilidad falsa. Encontrarse con la verdad puede acontecer de muchas maneras. En cualquier
caso, si no tiene lugar el encuentro con la verdad, no hay libertad, porque entonces no hay encargo
posible, no hay tarea asumible. La que encarga es la verdad. Uno puede encontrarse con la verdad de
un modo global: no es la verdad de esto o lo otro, sino en esto o lo otro descubrir la verdad como tal.
Y entonces se llega a decir: la he encontrado, pero todavía no la he enunciado. La verdad encarga ante
todo la tarea de pensar, la inteligencia tiene que ponerse en marcha para ver si puede articular un
discurso que esté de acuerdo con la verdad.

Encontrar la verdad no siempre es una tarea fácil o directa. Puede suceder de muchas maneras, y a
menudo requiere de un profundo análisis, reflexión y debate. Pero cuando se logra llegar a la verdad,
se experimenta una libertad y claridad que no se puede obtener de otra manera. La verdad nos
permite comprender el mundo que nos rodea de una manera más profunda y significativa, y nos
invita a cuestionar nuestras propias creencias y prejuicios.

A través de la filosofía, podemos cuestionar lo establecido, pensar de manera crítica, y buscar


respuestas a las preguntas más profundas y complejas de la existencia humana.

Hegel decía de sí mismo que era un desgraciado porque estaba dominado por un incontenible afán de
verdad. En rigor, le faltaba esperanza. La afirmación de Hegel es una interpretación patética de la
filosofía (Hegel debió experimentar fuertes contrariedades). En cualquier caso, se ha de recomendar
paciencia; hay que tener en cuenta el tiempo necesario para ir madurando y combinar, en dosis
variables según la edad, el estudio y la propia indagación.

La afirmación de Hegel sobre su condición de desgraciado debe ser entendida en el contexto de su


inquietud y pasión por la verdad. Su filosofía, lejos de ser patética, es un legado intelectual de
incalculable valor que nos invita a reflexionar sobre los grandes interrogantes de la existencia.

La paciencia, la dedicación y la combinación entre el estudio y la propia indagación son


fundamentales para adentrarnos en el fascinante mundo de la filosofía.

Con todo, tampoco es recomendable una actitud tan exagerada como la de Kierkegaard, un gran
filósofo romántico. Kierkegaard concede a la decisión un gran valor, pero dice que si se tarda en ponerla
en marcha, pierde todo su fervor. Kierkegaard es demasiado exigente. Es la suya una autenticidad
caricaturesca, ilustrativa, sorprendente, pero irrealizable. Ambas actitudes, la de Hegel y la de
Kierkegaard, comportan crispación. No, la verdad es al egre, porque es preferible a cualquier otro
objetivo vital, y reclama sinceridad de vida, búsqueda. Conviene empezar de una buena vez sin prisas;
importa no ser escéptico, no renunciar a la tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópico o
inalcanzable. Buscar la verdad lleva consigo ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo.

Buscar la verdad implica un compromiso personal y una constante reflexión sobre nuestras creencias
y convicciones. No se trata de seguir un camino prefijado o de conformarnos con lo que ya sabemos,
sino de estar dispuestos a cuestionar nuestras propias creencias y abrirnos a la posibilidad de
encontrar nuevas verdades.

En este sentido, la alegría y la sinceridad en la búsqueda de la verdad son fundamentales para


mantener viva la llama del conocimiento y la sabiduría.

Los filósofos clásicos consideraron que la admiración despierta la filosofía. La admiración tiene que ver
con la ingenuidad: el filósofo se admira sin condiciones ni resabios. Con todo, la filosofía no es tan
antigua como la humanidad, sino que surge de modo abrupto: en un momento determinado se desató
la admiración en algunos hombres. La admiración no es la posesión de la verdad, sino su inicio. El que
no admira, no se pone en marcha, no sale al encuentro de la verdad.

En resumen, la admiración es el punto de partida de la filosofía. Es el impulso inicial que despierta la


curiosidad y la sed de conocimiento en el filósofo. Sin admiración, no hay filosofía, no hay búsqueda
de la verdad. Es la capacidad de maravillarse ante el mundo lo que nos impulsa a salir al encuentro
de la verdad y a explorar las profundidades de la existencia humana.

La admiración tiene que ver con la ingenuidad: el filósofo se admira sin condiciones ni resabios. Con
todo, la filosofía no es tan antigua como la humanidad, sino que surge de modo abrupto: en un
momento determinado se desató la admiración en algunos hombres. La admiración no es la posesión
de la verdad, sino su inicio.

Sin embargo, la admiración es más que un sentimiento. Intentaré describirla. Ante todo, es súbita: de
pronto me encuentro desconcertado ante la realidad que se me aparece, inabarcada, en toda su
amplitud. Hay entonces como una incitación. La admiración tiene que ver con el asombro, con la
apreciación de la novedad: el origen de la filosofía es algo así como un estreno. A ese estreno se añade
el ponerse a investigar aquello que la admiración presenta como todavía no sabido.

La admiración es más que un mero sentimiento; es una actitud ante la vida, una manera de estar en
el mundo, una fuente inagotable de inspiración y asombro. Nos desafía a seguir adelante, a seguir
aprendiendo, a seguir creciendo, siempre en busca de esa chispa de admiración que nos impulsa a
seguir adelante.

La admiración nos invita a contemplar el mundo con nuevos ojos, a ver lo familiar desde una
perspectiva diferente y a apreciar la belleza y la complejidad que nos rodea.

En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán espléndido es lo
nuevo. Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de modos: este sentido de lo nuevo
tiene que ver con lo caleidoscópico: no son novedades reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran
múltiples procedimientos para llamar la atención de la gente, para que el público pique. La propaganda
de una conocida bebida, por ejemplo, pretende llamar la atención con un reclamo: "la chispa de la
vida". Estamos solicitados por muchos estímulos, p or muchas llamadas vertidas en los trucos
publicitarios. También los políticos tienen un asesor de imagen, porque no es fácil que un político salga
bien en la TV.

En nuestra época parece que estamos más preocupados por adaptarnos a los estándares
establecidos y por seguir las pautas preestablecidas, en lugar de apreciar verdaderamente la
originalidad y la magnitud de lo que nos rodea.

Es cierto que vivimos en una era de constantes innovaciones y avances tecnológicos que nos ofrecen
nuevas formas de interacción y entretenimiento.

La admiración no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando procedimientos
propagandísticos. No es una cuestión de imagen. La admiración no es la fascinación. Fascinada, la
persona es manejada por intereses ajenos y particulares, pero la filosofía es una actividad del hombre
libre: los filósofos han descubierto la libertad, porque para ser amante de la verdad uno tiene que
ponerse en marcha desde dentro, ser activo. Ante la publicidad uno es pasivo: c on ella se intenta
motivar e inducir. La admiración es el despertar del sueño, de la divagatoria, pues desde ella se activa
el pensar: poner en marcha el pensar es filosofar. La filosofía es un modo de recordar al hombre su
dignidad, es uno de los grandes cauces por los que el hombre da cuenta de que existe. Los grandes
filósofos han sido humanistas.

La admiración nos invita a despertar del sueño de la vida cotidiana y a activar nuestro pensamiento
crítico. La filosofía nos ayuda a recordar nuestra dignidad y a cuestionar el mundo que nos rodea de
manera auténtica y libre. Es a través de la filosofía que el hombre se da cuenta de su existencia y de
su papel en el mundo, y es uno de los grandes cauces por los que podemos dar cuenta de nuestra
propia humanidad.

La filosofía, como actividad del hombre libre, nos invita a cuestionar y reflexionar sobre el mundo en
el que vivimos, a poner en marcha nuestro pensamiento y a buscar la verdad de manera auténtica.

La filosofía tiene una importancia histórica extraordinaria. Antes de la filosofía, los pueblos viven
prisioneros de un cauce inmemorial. Hegel lo dice de un modo excesivo: un pueblo sin filosofía es un
"pequeño monstruo" despistado, extrañado. Lo extraño ha de conjurarse, obliga a ejercer un poder
que lo domine. Ese dominio exige el empleo de recursos, que son muy variados. Cuando esos recursos
son nobles, acontece lo que se llama civilizar, colonizar. Los pueblos sin filosofía, o los que la han
olvidado, no son estériles, pero, a lo sumo, alcanzan a civilizar, a superar su desconcierto ante el cosmos
imponiendo la impronta humana a lo extraño. La filosofía pone al hombre ante algo insospechado, pero
no ajeno. La filosofía reclama una actividad muy intensa, pues la verdad no se deja domesticar, sino
que su encuentro con el hombre lo dignifica. La verdad no obedece a conjuros. Por eso, para salir a su
encuentro hay que partir de la admiración.

La filosofía es un instrumento poderoso para la liberación del ser humano de la ignorancia y el


desconcierto. Su importancia histórica radica en su capacidad para guiar a los pueblos en la búsqueda
de la verdad y en su capacidad para elevar al hombre a través del conocimiento y la comprensión
profunda del mundo que lo rodea.
La filosofía demanda una actividad intensa por parte del individuo, ya que la verdad no se deja
domesticar, sino que su encuentro con el hombre lo dignifica.

La admiración es el inicio del filosofar, la primera situación en que se encuentra el que será filósofo.
Insisto, quizá no resulte fácil admirarse en nuestros días porque estamos bombardeados con todo tipo
de solicitaciones "civilizadas" que reclaman nuestra atención; esos bombardeos pueden aturdir o
dejarle a uno insensible. Porque una cosa es civilizar y otra dejarse civilizar: esto último vuelve a
provocar la extrañeza o conduce a abdicar ante un dominio excesivo.

Mantener viva la capacidad de asombro y trascender las limitaciones impuestas por la sociedad es
fundamental para poder adentrarse en el mundo del pensamiento filosófico y encontrar respuestas
a las grandes preguntas que nos plantea la vida.

Es importante recordar que la civilización, si bien nos proporciona comodidades y avances


tecnológicos, no debe impedirnos mantener viva nuestra capacidad de admiración. Es necesario
encontrar un equilibrio entre las demandas de la sociedad y nuestra conexión con la esencia misma
de la vida.

En la época del triunfo de la publicidad hablar de la admiración exige ciertas precisiones. Casi siempre,
lo que se nos pide hoy no es admiración, sino una especie de suspensión estática del ánimo, algo así
como lo que pude ver hace poco en una fotografía del periódico: unas personas que estaban mirando
un equipo de fútbol con cara de que se les hubiera aparecido un ser sobrenatural. La admiración es
menos pretenciosa. Cuando se admira no aparece lo brillante, sino un resplandor todavía impreciso.
Intentaré describirlo para que por lo menos se caiga en la cuenta de cómo fue seguramente el primer
momento de la filosofía (una actitud que, por otra parte, se ha repetido muchas veces). Aristóteles,
que estaba muy cerca del origen de la filosofía y conocía muy bien a los filósofos que le habían
precedido, sostiene que de la admiración arranca el filosofar.

Es necesario recuperar el verdadero significado de la admiración en medio de la avalancha de


estímulos visuales y sonoros que nos rodea.

Debemos aprender a detenernos, a contemplar y a reflexionar sobre aquello que nos conmueve, nos
sorprende o nos maravilla.

Ya digo que cuando se reclama nuestra atención en términos propagandísticos, se lleva a cabo una
exhibición. Pero eso no es propio de la admiración. En ella la excelencia no se exhibe, sino que más
bien se oculta. Admirarse es como presentir o adivinar: un anticipo, no débil sino pregnante, pero sin
palabras. Y, además, tampoco saca de sí (el entusiasmo platónico es posterior a la admiración). No es
una iniciación al éxtasis. El extático es el que se queda como alelado, y sólo sabe salir de sí (ex-stare);
es una especie de emigrante a otra cosa. En cierto modo, se trata de un desarrollo de la admiración,
pero no completo, sino unilateral; la admiración no es sólo una invitación a ir por algo, sino a erguirse.

La admiración y la propaganda son dos conceptos que, si bien pueden tener ciertos elementos en
común, se diferencian en su esencia y propósito. Mientras que la propaganda busca persuadir y
captar la atención a través de la exhibición, la admiración es un sentimiento más profundo y sutil que
invita a la elevación espiritual y al enriquecimiento interior.
Es importante distinguir entre ambos conceptos y reconocer la importancia de la admiración como
una experiencia que nos permite conectar con lo sublime y trascender lo cotidiano.

Ese carácter indeterminado que tiene la admiración se refiere tanto al objeto como a uno mismo, a los
propios resortes que tendrían que responder a lo admirable, pero sin acertar a saber todavía cómo.
Hay una imprecisión en la admiración que hace difícil su descripción psicológica (quizá la admiración
no sea un tema psicológico, porque es doblemente indeterminada). Hay una clara ignorancia ante lo
admirable o admirado, que no se muestra patentemente, pero a su vez, tampoco el hombre sabe qué
recursos humanos debe poner en marcha para penetrar o hacerse cargo de lo admirable. Ahora bien,
esa indeterminación no comporta inseguridad, sino todo lo contrario. Lo que no comporta es certeza.
Esta distinción es sumamente importante.

La admiración es un sentimiento doblemente indeterminado, que nos desafía a salir de nuestra zona
de confort, a cuestionar nuestras creencias, a explorar lo desconocido. Nos invita a maravillarn os ante
la grandeza del mundo que nos rodea, a abrir nuestra mente y nuestro corazón a nuevas experiencias
y conocimientos.

Es una emoción que nos mueve, nos inspira y nos impulsa a buscar cosas extraordinarias en el mundo
que nos rodea.

Así pues, admirarse es dejar en suspenso el transcurso de la vida ordinaria: ésta es su consideración
estática. Por tanto, esa expresión hegeliana –que traduzco como "exención de supuestos"– se podría
entender sin más como puro comienzo. El ser en el comienzo no se dice de nada, ni nada se dice de él.
Tampoco la admiración: lo admirable no es un predicado ni admite predicados. Y eso quiere decir que
es una situación sin precedentes: no pertenece a un proceso. Cuando uno se admira es como si "cayera"
en la admiración (estoy hablando, insisto, de la admiración filosófica). La admiración se experimenta
por primera vez: antes de admirarse uno no sabía que se pudiera admirar. Por eso, la filosofía tiene en
su origen un carácter subitáneo: se cae en la filosofía como cayendo en lo que no se había sospechado;
la precedente actividad civilizadora todavía no permitía instalarse en la admiración. El origen de la
filosofía no tiene precedentes en sentido propio: eso es admirarse.

Al considerar la admiración como un puro comienzo, podemos entenderla como una experiencia que
no se puede definir ni limitar con palabras. Lo admirable no es un atributo que se pueda describir con
precisión, sino más bien una sensación que nos lleva más allá de lo conocido.

La admiración es el motor que impulsa nuestro pensamiento filosófico y nos lleva a cuestionar
constantemente nuestra comprensión del mundo.

Algunos autores han dado de la admiración una interpretación patética. No es asunto fácil. En la
admiración Sócrates notaba la pura insipiencia que permite la ironía (cuya interpretación patética es el
desprecio de los cínicos a la civilización) y según Nicolás de Cusa la docta ignorancia. Cuando uno se
admira su atención se concentra en "eso" de lo cual se admira y que aún no se conoce. Sabe, entonces,
que todo lo demás no vale. Es la distinción entre lo admirable y lo prosaico. Por eso, el filósofo empieza
separándose del mundo empírico. Esa separación obedece al mismo carácter insospechable de la
admiración. La admiración es como un milagro: de p ronto se encuentra uno admirando. (...) En
cualquier caso, la filosofía no tiene sucedáneos. Después, si se conoce la filosofía, puede uno ocuparse
de muchos asuntos, pero, de entrada, es menester el caer en la admiración. ¿La imposibilidad de
predicar, de usar, es lo enteramente previo? ¿Lo es la situación que los modernos llaman a priori? ¿O
lo que Descartes llama duda universal?

Es el primer paso hacia el conocimiento verdadero y la sabiduría, y un recordatorio de que, en


ocasiones, es necesario detenerse y maravillarse ante la complejidad y belleza del mundo que nos
rodea. La filosofía, con su capacidad para interrogar y reflexionar sobre lo desconocido, se convierte
así en la herramienta indispensable para explorar y comprender aquello que nos deja sin aliento.

Es como un milagro repentino que nos sumerge en un estado de asombro y nos lleva a cuestionar
nuestras propias creencias y concepciones del mundo. En este sentido, la filosofía se convierte en la
herramienta indispensable para explorar y comprender aquello que nos deja sin palabras.

Los griegos enfocaron este asunto de un modo más sencillo: no trataron de delimitar con la filosofía o
dentro de ella el tema de la admiración, sino que lo descubrieron sin más y sólo por ello se pusieron a
filosofar. Esto permite notar que la admiración lleva consigo un descubrimiento inicial –y me parece
que esto es lo más importante que ocurrió en Grecia–: se cae en la cuenta de que no hay sólo procesos.
Y eso de más ¿qué es? Realmente es lo único que despierta la admiración. La admiración se estrena sin
razón antecedente: no está preparada por nada. Pero la ausencia de proceso ¿qué es? ¿Qué es lo
admirable? Lo estable, o si quieren, la quietud. Dicho más rápidamente: lo intemporal.

La admiración como punto de partida para la filosofía nos recuerda la importancia de mantener la
mente abierta y receptiva a lo inesperado y lo sorprendente. En última instancia, la admiración nos
conecta con lo más profundo de nuestra humanidad, recordándonos nuestra capacidad de asombro
y de búsqueda de la verdad.

Este enfoque nos invita a considerar que la filosofía no debe ser entendida como un ejercicio
abstracto o puramente teórico, sino como una forma de conocimiento que nace de la experiencia
directa y profunda de la realidad.

Caer en la admiración es caer en la cuenta de que no sólo entra en juego el tiempo: al admirarse se
vislumbra lo extra temporal, lo actual. Esto es lo que tiene de acicate la admiración. La concepción
griega destacó algo que no está tan claro en Hegel y menos en Heidegger (por otra parte, Hegel
pretende el saber absoluto de lo absoluto, lo cual, como dije, no es la filosofía). No sólo existe el
movimiento, no sólo existe el tiempo, no todo es evento, proceso, sino que se da, hay, lo actual, lo que
no está surcado por ninguna inquietud.

Es una experiencia que nos permite conectar con lo eterno, lo divino, lo actual. Nos invita a
detenernos y contemplar la belleza y la perfección que nos rodea, y nos brinda un momento de paz
y plenitud en medio del ajetreo y la agitación de la vida cotidiana. La admiración nos recuerda que
hay más en juego que el tiempo y el movimiento, y nos invita a explorar lo trascendental y lo eterno
en el mundo que nos rodea.

Caer en la admiración es mucho más que simplemente sentirse impresionado por algo o alguien.

Para Hegel el proceso es la inquietud. Con la admiración la filosofía advierte lo estable. ¿Es poco
descubrimiento? No es un descubrimiento acabado, pero caer en la cuenta de que no todo pasa, no
todo fluye, que no todo es efímero, eso es admirar. La admiración solamente es posible si hay algo que
se mantiene, y por eso es subitánea, no está preparada temporalmente. Lo temporal no es admirable;
porque nos trae azancanados y nos gasta, es el reino del gasto. La admiración nos libra del imperio
tiránico del tiempo: lo más primario no es temporal.

La admiración nos invita a detenernos, a contemplar y a valorar lo que realmente importa en medio
de la vorágine de la vida moderna. Es un recordatorio de que no todo es efímero, de que hay algo
que perdura en medio del cambio constante. En la admiración encontramos paz y consuelo, un
refugio en medio de la tormenta.

La filosofía, en su búsqueda de la verdad y la sabiduría, se ve enfrentada constantemente a la


inquietud del proceso.

Esto constituye el centro de la admiración y lo que tiene de milagro. Lo prodigioso es que no haya sólo
tiempo. Desde que el hombre nace, sus vivencias están trenzadas y vertidas en la temporalidad. El
saber práctico es temporal, se refiere a lo contingente, a lo que puede ser de una manera o de otra.
También lo proposicional tiene que ver con el tiempo, porque el perro blanco puede dejar de ser blanco
y además ha empezado a serlo.

La temporalidad es un aspecto fundamental de la experiencia humana. Nuestras vidas están inmersas


en el fluir del tiempo, en un constante devenir de momentos y situaciones que nos moldean y nos
transforman. El milagro radica en la capacidad que tenemos de adaptarnos a este flujo temporal, de
aprender de nuestras experiencias y de evolucionar como individuos.

Desde que nacemos, nuestras vidas están teñidas por la temporalidad, en un constante devenir de
experiencias y aprendizajes.

En suma, la filosofía empieza por el descubrimiento de lo intemporal. La filosofía sólo puede empezar
admirando. Pero con ello sólo empieza; después vienen las formulaciones y las aporías. La filosofía no
es un acontecimiento histórico que tuvo lugar una vez en Grecia, en las costas espléndidas del mar
Egeo; no, la filosofía surge según el acontecimiento de la admiración: unos hombres cayeron en la
cuenta de que no sólo hay tiempo. Esto tiene el carácter de un acicate para saber más.

La filosofía es un camino de exploración y descubrimiento que comienza con la admiración por lo


intemporal, por aquello que trasciende las limitaciones del tiempo y el espacio. Es un viaje hacia lo
desconocido, hacia lo insondable, hacia lo eterno.

A través de la filosofía, podemos expandir nuestra mente, cuestionar nuestras creencias y valores, y
llegar a una comprensión más profunda de la naturaleza del mundo y de nosotros mismos.

La averiguación de lo intemporal no es de poca monta, y sólo quien se ha admirado lo sabe; si no, puede
que lo haya oído, pero no lo sabe. ¡Qué cosa más sorprendente que la existencia humana, de pronto,
se enciende como una luz lo intemporal! El hombre se puede parar, porque admirarse es pararse.
¿Cómo es posible que el hombre se pare si su existencia fluye temporalmente? Y sin embargo, en
algunos hombres ha acontecido la admiración; han caído en la cuenta de que su vida no sólo transcurre.
Esta es la carta fundacional de la filosofía. La filosofía versa sobre cualquier cosa, también sobre el
tiempo, pero en su inicio está la admiración, la seguridad de entender esto: ni en la realidad – porque
entonces no sería admirable– ni en mí, porque no podría admirarme, la inseguridad es lo único".
La averiguación de lo intemporal es un camino hacia el autoconocimiento y la comprensión de la
existencia humana en su totalidad. La admiración es el primer paso para adentrarse en esta
búsqueda, para detenerse y contemplar lo que va más allá de la temporalidad. La filosofía, como
disciplina que indaga en lo profundo y lo esencial, nos invita a explorar los límites de nuestra
comprensión y a abrirnos a nuevas posibilidades de comprensión y sabiduría.

La vida humana es un enigma, una mezcla de lo fugaz y lo eterno. A pesar de la naturaleza efímera
del tiempo, hay momentos en los que la existencia parece detenerse, como si se abriera una ventana
hacia lo intemporal. En esos momentos de admiración, el individuo se encuentra con algo más
profundo, algo que escapa a la linealidad del tiempo y lo cotidiano.

CUESTIONARIO sobre la LECTURA

De acuerdo con la lectura previa, proponemos las siguientes cuestiones para la reflexión personal y el
debate en clase:

1. ¿Qué relaciones se pueden establecer entre la verdad y la Filosofía?


En la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas de la humanidad, la verdad se
convierte en un elemento crucial en la Filosofía. La Filosofía, como disciplina que se encarga
de reflexionar sobre la realidad, la existencia, el conocimiento y la moral, está
intrínsecamente relacionada con la noción de verdad.

2. ¿Cómo se activa la capacida d de admirarse que posee el ser humano?


La capacidad de admirarse es una cualidad innata en el ser humano, que se activa de diversas
formas a lo largo de la vida. Admirarse significa maravillarse, sorprenderse, apreciar la belleza
y la grandeza de algo o alguien, y es un sentimiento que nos conecta con lo extraordinario y
nos lleva a valorar nuestro entorno de manera especial.

3. ¿En qué sentido la verdad nos hace más libres y cómo se explica la dimensión intemporal de la
verdad?
En este sentido, la verdad nos hace más libres, ya que nos libera de la ignorancia y nos
empodera para actuar de manera consciente y responsable.
RESUMEN DEL VIDEO HISTORIA DE LA FIL OSOFIA

La historia de la filosofía es una historia de la búsqueda humana de la verdad, la sabiduría y la


comprensión. A lo largo de los siglos, los filósofos han cuestionado, reflexionado y debatido sobre las
cuestiones fundamentales de la existencia, dejando un legado intelectual invaluable que sigue siendo
relevante en la actualidad.

Los 28 siglos de la filosofía occidental han sido un viaje apasionante a través de las diferentes
corrientes de pensamiento y a través de los grandes temas que han preocupado a la humanidad a lo
largo de la historia. La filosofía sigue siendo una disciplina viva y relevante, que continúa desafiando
nuestras concepciones del mundo y ayudándonos a comprender mejor nuestra propia existencia.

La filosofía antigua, con su inicio en Grecia de la mano de Tales de Mileto, marcó un cambio
fundamental en la forma en que el ser humano comprendía el mundo. A través de la razón y la
observación, los filósofos antiguos sentaron las bases para el desarrollo del pensamiento racional y
científico, cuyo legado perdura hasta nuestros días.

La Edad Media absorbió y mantuvo viva la filosofía clásica de Grecia, adaptándola a los principios
lógicos que surgieron con el predominio del cristianismo. La patrística y la escolástica fueron dos
etapas fundamentales en este proceso, que se centraron en la interpretación de la revelación
cristiana y la armonización de la fe y la razón.

La Edad Moderna la tensión entre el racionalismo y el empirismo permitió reflexionar sobre los
problemas del conocimiento y los medios para adquirirlo, mientras que la filosofía antropocéntrica
puso al ser humano en el centro de la reflexión filosófica. Este periodo marcó el inicio de la
modernidad y sentó las bases para el desarrollo de la ciencia, la filosofía y la política.

La Edad Contemporánea es una época de gran diversidad y matices, donde nuevas corrientes
filosóficas han surgido para desafiar las concepciones tradicionales y ofrecer nuevas formas de pensar
sobre la realidad. La relación entre el lenguaje y la filosofía, así como los fenómenos sociales y
económicos, son temas cruciales que están en el centro de los debates filosóficos de hoy en día.

Podemos fortalecer nuestra capacidad de razonamiento, ampliar nuestra visión del mundo y
enriquecer nuestra forma de pensar. La filosofía nos invita a cuestionar, a reflexionar y a buscar
siempre la verdad, convirtiéndonos en seres humanos más conscientes y críticos.

También podría gustarte