La Peor Catástrofe Sísmica Del Perú en El Siglo XX

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La peor catástrofe sísmica

del Perú en el siglo XX: la


tragedia del Callejón de
Huaylas
Ese domingo 31 de mayo de 1970, por la tarde, el
tiempo se detuvo en el corazón de millones de
peruanos. Para nosotros, fue el peor sismo de la
centuria pasada.

La mayoría acababa de ver -vía satélite- el partido


inaugural del mundial de fútbol México 70, entre el
equipo azteca y el soviético (URSS), cuando sobrevino
el terremoto de 7.9 en la escala de Richter. Esos
interminables 45 segundos sembró el terror y la muerte
en las provincias del norte de Lima, causando los
mayores daños en el departamento de Áncash.

El dolor de Yungay

El movimiento sísmico aconteció a las 3.23 de la tarde.


Pero todo se agravó en Yungay diez minutos después.
Desde el pico norte del nevado Huascarán, el glaciar
511 se desprendió en una franja de unos 800 metros de
ancho por 1,500 metros (1.5 km.) de largo, la cual al
caer provocó, primero, un sonido ensordecedor para
luego formar una avalancha de 30 millones de
toneladas de lodo, hielo y piedras.
El aluvión enterró en segundos las localidades de
Yungay y Ranrahirca, pero también destruyó casi
completamente Caraz y Carhuaz, en el Callejón de
Huaylas. Huaraz, la capital del departamento, fue otra
urbe azotada por la fuerza de la naturaleza. Las casas
de adobe “mal preparadas” no resistieron el embate del
sismo, y el Hotel de Turistas de la ciudad se improvisó,
desde el primer día de la crisis, como hospital de
emergencia.

Sin embargo, lo de Yungay fue lo más doloroso. Una


bola gigante y oscura, por momentos incandescente
por la fricción del hielo y la tierra, avanzó en caída libre
a una velocidad de 400 km/h. Solo allí hubo alrededor
de 20 mil muertos.

Unas 300 personas, casi todos niños, se salvaron al


subir a la zona más alta del cementerio general, cuyo
Cristo Redentor salió incólume. También sobrevivieron
los niños y adultos que estuvieron en un circo instalado
en el Estadio Fernández.
(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
De Yungay solo quedaron en pie cuatro palmeras de la
plaza principal. La rebosante plaza estaba adornada por
36 palmeras. Durante 24 horas una nube de polvo
oscuro y espeso se mantuvo a ras del suelo y se elevó a
una altura que no permitió por horas que se movilizaran
los helicópteros de la Fuerza Aérea del Perú (FAP). Por
eso se empezó atendiendo a pueblos y ciudades de la
costa ancashina, muy afectadas también.

Disipada en algo la nube de tierra sobre Yungay, los


helicópteros pudieron entrar recién el martes 2 de junio
a las zonas de desastres más graves del Callejón de
Huaylas. Al día siguiente, miércoles 3, unas 72 horas
después del sismo, recién se pudo romper el
aislamiento del departamento. A partir de ese día, la
ayuda humanitaria del Gobierno y de los países vecinos
empezó a llegar a los desesperados sobrevivientes.
(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
Asimismo, los reporteros de los medios de prensa
hicieron su mejor esfuerzo para informar in situ, siendo
uno de los primeros en lograrlo el periodista Javier
Ascue, de El Comercio, quien junto con el fotógrafo
José Michilot registró los primeros testimonios de la
tragedia.

En Yungay, la sepultura de toda la ciudad fue


inmediata. Un brutal y silencioso entierro. En otras
zonas destruidas de la región, los supervivientes
tuvieron que cavar fosas comunes para enterrar a sus
muertos que sumaban miles.

En los días siguientes no hubo portada de El


Comercio que no diera cuenta de nuevas cifras de
muertos y heridos. En esas circunstancias, los
reporteros solo podían avanzar a pie, en medio de los
escombros, heridos y muertos. En algunos casos, la
caminata llegó a ser de dos días hasta alcanzar los
centros más tristes de la catástrofe como Yungay,
Huaraz y alrededores.
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(Foto: Archivo Histórico El Comercio)


Otras ciudades golpeadas

Pero el terremoto silenció también otras urbes


ancashinas como Carhuaz y Caraz, muy cercanas a
Yungay; y algo más lejos también, en Recuay y Huari; al
sur del departamento, destruyó gran parte de Ocros,
Cajacay y Mancos; y azotó las zonas costeñas de
Huarmey, Casma y Chimbote. A la altura de estas dos
últimas, a 50 kilómetros en el fondo del mar, había
ocurrido el fatal epicentro.

El sur de Chimbote fue el lado más afectado,


especialmente en los alrededores del cerro San Pedro.
Allí todo estaba destruido. La Cruz Roja Peruana
estimaba en dos mil personas los posibles muertos,
todos enterrados bajo los escombros. Chimbote fue el
primer lugar al que llegó el presidente de la República,
el general Juan Velasco Alvarado, el lunes 1 de junio.
Esa mañana, con los hospitales destruidos y el colapso
de la morgue local, se podían ver los cuerpos inertes de
más de 300 personas regados por los jardines y
parques.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)


En todo el Perú, ya sea en el sur, en el centro y
especialmente en el norte peruano, las personas e
instituciones se movilizaron para auxiliar a los heridos,
como lo hizo la Marina de Guerra del Perú con su
crucero BAP “Coronel Bolognesi”, el que trajo al Callao
una gran cantidad de heridos desde el puerto
chimbotano. Solo allí las pérdidas materiales eran
estimadas en 50 millones de soles. Chimbote era un
centro vital que debía recuperarse para facilitar el
transporte y la ayuda para los demás damnificados.

En otras zonas de la costa también los efectos del


sismo causaron miedo y dolor. En Casma, cerca de
Chimbote, hubo casi una destrucción total. Solo 24
horas después del terremoto, los casmeños vieron más
de cien muertos arremolinados en sus calles y parques.

También en Huarmey el terror consumía a la gente. Ni


las iglesias, municipios o instituciones públicas
quedaron en pie. Ni los mercados, escuelas u hoteles
podían habitarse de nuevo. Al menos 6 mil personas, a
las 48 horas del desastre, pedían ayuda para abrigarse
al terminar en la intemperie, atemorizados ante una
nueva avalancha u otro evento sísmico.
(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
Tierra adentro, en Huaraz, se veía la desgracia penetrar
en sus más íntimas estructuras. El alcalde José Sotelo
declaraba a una emisora radial que el 95% de las casas
en la ciudad estaban afectadas, y los muertos podían
sumar miles. Con las vías de comunicación terrestres
hacia Lima bloqueadas o interrumpidas, la única forma
de recibir ayuda inmediata era por el aire.

Cualquier localidad cercana al epicentro (frente a


Chimbote o en el Callejón de Huaylas) exhibía
catastróficos daños materiales y humanos. Los efectos
se vivieron no solo en el departamento en conjunto sino
también en varias ciudades de La Libertad, en el que el
río Moche quedó contaminado por la caída en varios
puntos de relaves mineros; y también en Lambayeque y
hasta en Cajamarca, donde se derrumbó la torre y el
campanario de la Catedral.
Asimismo, la desgracia humana llegó a Lima provincia,
como Barranca y Huacho, al norte; así como Canta,
Churín, Matucana y Cajatambo, al este. En este último
sitio un ómnibus que venía de Lima con 40 pasajeros
fue arrollado por las rocas gigantes o “galgas” que se
desprendieron de los cerros. Y hasta en Lima
Metropolitana, en el Cercado, el Palacio de Justicia
acusó el golpe sobre todo en el tercero y cuarto pisos
de su edificio y, paradójicamente, en el jirón Ancash,
donde casas antiguas se derrumbaron. El
Comercio informaba que en la capital se sintió el
terremoto como si fuera uno de seis grados en la escala
de Richter.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)


El mundo se puso de pie

Por esos días era frecuente observar sobre los cielos de


las ciudades afectadas a muchos paracaidistas
planeando con cautela y llevando auxilio médico o
alimentos a los damnificados. La ayuda del exterior,
canalizada por la Junta de Asistencia Nacional (JAN),
empezó a llegar a los pocos días del suceso.

Uno de los primeros auxilios en medicamentos, víveres,


ropa de abrigo y otros elementos llegó de Canadá y, por
supuesto, de los países vecinos del continente;
asimismo, la ayuda humanitaria aterrizó desde los
países nórdicos de Suecia, Finlandia y Noruega; así
como de Holanda, los países asiáticos, EE.UU. y la
URSS, estos últimos extremos internacionales que se
juntaron a través de sus respectivas cruces rojas o
directamente desde sus gobiernos.

Otra cadena de ayuda clave fue la de los médicos


peruanos y extranjeros. Médicos alemanes,
estadounidenses, cubanos, argentinos y chilenos
atendieron a los heridos más graves y luego previnieron
epidemias, para lo cual en los 15 días siguientes se
llegaron a vacunar a unas 80 mil personas.

El papa Pablo VI no olvidó al Perú y nos envió su


mensaje de solidaridad y apoyo por los momentos
trágicos que vivíamos: “Un saludo fraternal y
confortante para todo el pueblo peruano. Glorioso por
su cultura antiquísima y más glorioso aun por su fe
católica (…)”.
Mensajes como el del Papa quizás calaron en el
sentimiento solidario de los artistas plásticos peruanos,
quienes participaron con sus trabajos en una subasta
organizada por la Municipalidad de Miraflores y la
Embajada de Brasil.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)


Esperanza de vida ante la muerte

Se calcula que hubo, en total, 75 mil muertos y 150 mil


heridos, así como 600 mil damnificados que quedaron
sin techo. Esto significó más de 100 mil viviendas
destruidas solo en el Callejón de Huaylas. Ese día la
tierra bramó atemorizando a más de 83 mil km2 de
distancia, abarcando la extensión de los departamentos
de Áncash, Lima, La Libertad y Lambayeque.
Las cuadrillas de médicos, bomberos, enfermeras,
soldados y miembros de la Cruz Roja Peruana, llegaron
a los lugares destruidos y se encontraron con escenas
dramáticas. Una vez más la realidad superaba en su
horror a cualquier ficción.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)


Paralelamente a la catástrofe del Callejón de Huaylas,
en Áncash, que traía depresión y angustia, el Perú vivía
una euforia por las victorias y el buen juego de la
selección peruana de fútbol en el mundial de México
70. El equipo de Cubillas, Sotil, “Perico” León y Chale
demostró coraje y amor propio para sobreponerse a las
dificultades que vivía el país.

El ejemplo de la selección de “Didí” dio aliento y fuerza


al país dolido. Poco a poco, los peruanos resurgimos
apoyando las colectas públicas, donando dinero o
enseres y ofreciéndonos como voluntarios. Así hicimos
frente a las consecuencias de la furia de la naturaleza.

 DIRECTOR PERIODÍSTICO: Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada


Empresa Editora El Comercio. Jorge Salazar Araoz # 171 Santa Catalina La Victoria.
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