El Contrato Administrativo 17
El Contrato Administrativo 17
El Contrato Administrativo 17
administrativo dominicano
I.- INTRODUCCIÓN
1
Vid. Jinesta Lobo, Ernesto, “Concepto de Contrato Administrativo”, en Pernas García (Coord.), J. José,
El Derecho Administrativo en Perspectiva, Buenos Aires, Rap, 2014, p. 308.
2
Marienhoff, Miguel, Tratado de Derecho Administrativo, T. III-A, 4ª ed., Buenos Aires, Abeledo-Perrot,
1994, pp. 20-21; y Jinesta Lobo, Ernesto, Contratación Administrativa, T. IV, San José, Guayacán, 2010, p.
97.
3
Moreno Molina, José Antonio, Derecho Global de la Contratación Pública, México D. F., Ubijus
Editorial, 2011, pp. 6-7; énfasis nuestro.
4
Ariño Ortiz, Gaspar, “El Enigma del Contrato Administrativo”, en Revista de Administración Pública,
núm. 172, enero-abril 2007, pp. 92-93; y Villar Palasí, José Luis, Lecciones sobre Contratación
Administrativa, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1969, p. 74.
3
controversias que de ellos deriven, se regirán por las normas del derecho administrativo o
privado, según su naturaleza. Esto explica porque la «zona común» no significa una
sumisión de todos los contratos de la Administración a un mismo régimen jurídico
durante su fase de ejecución, puesto que, reiteramos, ellos reivindicarán las normas
sustantivas y adjetivas correspondientes a su naturaleza.
Este ha sido el parecer expresado por Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA y Tomás
Ramón FERNÁNDEZ al estudiar el régimen jurídico español, resaltando que
Este parece ser, igualmente, el espíritu que animó a la Suprema Corte de Justicia en
una decisión relativamente reciente, en ocasión de la cual se discutía la competencia de la
jurisdicción civil para conocer cuestiones relativas a los trámites de selección de
contratistas y no del contrato en sí. En dicha ocasión, la Corte de Casación indicó lo
siguiente:
5
García de Enterría, Eduardo y Fernández, Tomás-Ramón, Curso de Derecho Administrativo, I, Madrid,
17ª ed., 2015, p.746.
4
Llegados a esta parte conviene finalizar indicando que la zona común encuentra su
razón de ser en los principios de concurrencia, igualdad y de transparencia, los cuales
implican una apertura de la contratación pública a la economía de libre mercado. De esa
forma la Administración puede acceder a precios competitivos, reduciéndose los precios
de los bienes y servicios contratados, y, su vez, garantiza la igualdad de condiciones y
oportunidades para todas las personas interesadas en contratar con el Estado7.
6
SCJ, 1ª Sala, 18 de mayo de 2016, núm. 443, fallo inédito; énfasis nuestro.
7
Tal y como sostuvo alguna vez José B OQUERA O LIVER (La Selección de Contratistas. Procedimiento de
selección y contrato, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963, pp. 15-16): “En los procedimientos de
selección de contratistas late también, determinándolos, esta doble preocupación. En primer lugar, deseo
de proteger los intereses económicos que la Administración pública tiene a su cargo. En segundo lugar,
cuidado por garantizar un trato igual, sin discriminaciones, de la Administración a los administrados.”
8
Recordando la expresión que utilizó Eduardo G ARCÍA DE E NTERRÍA (“La Figura del Contrato
Administrativo”, Revista de Administración Pública, núm. 41, 1963, pp. 99-ss) para referirse al contrato
administrativo.
9
Ariño Ortiz, Gaspar, “El Enigma del Contrato Administrativo”, p. 95.
10
Jèze, Gastón, Principios Generales del Derecho Administrativo, T. III, Buenos Aires, Depalma, 1949, p.
319. Con excepción de León D UGUIT (Las Transformaciones del Derecho. Público y Privado, Buenos
Aires, Editorial Heliastal, 1975, p. 100), que sostenía que “El contrato es un acto jurídico que tiene el
mismo carácter en Derecho público que en Derecho privado; o más bien, no hay distinción entre el
Derecho Público y el Derecho privado y el Estado está obligado por los contratos que ha celebrado como
un simple particular.”
5
ejecución de un servicio público como objeto contractual, señalaba que también eran
administrativos aquellos contratos sobre los cuales se pudiera advertir la presencia de
cláusulas exorbitantes de derecho común11; y, la clásica jurisprudencia española, que
sostuvo que el contrato administrativo era el que se configuraba con el agotamiento de
una serie de actos de trámite –criterio formal–12.
En otros ordenamientos jurídicos, como el alemán, encontramos posturas como la
de Otto MAYER, que niegan absolutamente la existencia del contrato administrativo
sosteniendo el argumento de que el Estado siempre manda de manera unilateral 13 ,
mientras otros autores en Italia alegan que las prerrogativas administrativas evaporan los
presupuestos de la figura del contrato, tales como la autonomía de la voluntad y la
igualdad de las partes14 . Esto se debe a que, en la fase de ejecución del contrato
administrativo, los órganos y entes públicos pueden unilateralmente desplegar potestades
de imperium para interpretar, dirigir, modificar y rescindir al negocio jurídico o sancionar
al contratista.
Sin embargo, y en contraste con las posturas que niegan la existencia del contrato
administrativo, podemos afirmar que esos argumentos podrían ser resistidos –y lo han
sido–, visto que la igualdad contractual es frecuentemente ignorada en los contratos de
adhesión existentes en las relaciones jurídicas privadas, donde se pueden observar, por
ejemplo, los contratos de seguro, de franquicia, bancarios y muchos otros, sin que nadie
ponga en discusión su naturaleza contractual15. Así pues, parte de la doctrina nacional, al
referirse a los contratos de adhesión (derecho privado), sostiene que
Recordemos además que la igualdad, como principio general del derecho, acepta
tratos diferenciados en supuestos donde las personas se encuentren en circunstancias
distintas. En el caso específico del contrato administrativo, la Administración contrata
para satisfacer el interés público, mientras que el contratista privado es movido por su
11
Vedel, George, Derecho Administrativo, Madrid, Aguilar, 1980, p. 191.
12
Vid. Fernández De Velasco, Recaredo. Los Contratos Administrativos, 2ª ed., Madrid, Instituto de
Estudios de Administración Local, 1945, p. 22-ss; y Boquera Oliver, José, La Selección de Contratistas,
pp. 21-22.
13
Mayer, Otto, Derecho Administrativo Aleman, I, Buenos Aires, Depalma, 1949, pp. 182-ss.
14
Alessi, Renato, Instituciones de Derecho Administrativo, T. I, Barcelona, Bosch, 1970, pp. 211-ss; y
Orlando, V.E., Principios de Derecho Administrativo, Madrid, INAP, 1978, pp. 284-ss.
15
Sobre el particular Sebastián M. R ETORTILLO B AQUER (El Derecho Civil en La Génesis del Derecho
Administrativo y de sus Instituciones, Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla, 2018, pp. 176-ss) ha
opinado que la igualdad no es una condición para el contrato.
16
Alarcón, Édynson, Apuntes y Reflexiones sobre la Contratación por Adhesión en la República
Dominicana, Santo Domingo, E.N.J., 2004, p. 49.
6
17
Ariño Ortiz, Gaspar, “El Enigma del Contrato Administrativo”, pp. 91-92.
18
Martín Mateo, Ramón. Manual de Derecho Administrativo, Madrid, Instituto de Estudio de la
Administración Local, 1983, pp. 453-454.
19
Forsthoff, Ernst, Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1958, p.
373.
20
Sobre este particular, permítasenos transcribir la reflexión realizada por Gaspar A RIÑO O RTIZ (“El
Enigma del Contrato Administrativo”, p. 100) en torno a la necesidad de conservar la figura del contrato
administrativo: “La doctrina se ha planteado una y otra vez si esta distinción entre contratos
administrativos y contratos privados de la Administración tiene verdadero sentido, es útil como
instrumento de realización de la justicia, contribuye a una más eficiente prestación de los servicios
públicos o, por el contrario, es un prurito cientifista que hemos inventado los administrativistas franceses,
españoles y latinoamericanos. Yo me lo he preguntado más de una vez y, después de bastantes años de
estudiar este tema, en España y en otros países, he llegado sinceramente a la conclusión de que tal
distinción tiene mucho sentido. Y ello porque no es mejor la condición de los contratistas allí donde el
contrato administrativo no existe, ni la Administración alcanza a servir mejor a los intereses generales por
la vía del Derecho común, civil y mercantil.”
21
Troncoso De La Concha, Manuel de Jesús, Elemento de Derecho Administrativo, 4ª ed., Santo Domingo,
INAP, 1981, p. 241.
7
Por su parte Manuel AMIAMA , cuya obra tiene una transcendencia indiscutible para
el derecho administrativo dominicano, señalaba desde 1953 que:
Esta parece ser una postura ecléctica, ya que hace referencia tanto al servicio
público como al interés público perseguido por la Administración como causa de la
naturaleza del contrato administrativo. Héctor DOTEL MATOS parece adscribirse, sin
ningún tipo de reservas, al criterio de AMIAMA24.
Al referirse al art. 3 de la Ley núm. 1494 de 1947, que instituye la Jurisdicción
Contencioso Administrativa ––actualmente vigente–– (en adelante la “LJCA”), René
MUESES HENRÍQUEZ opinó que la finalidad pública inmediata es lo que jurídicamente
determina al contrato administrativo25.
Para Herbert CARVAJAL OVIEDO, la clave de distinción del contrato administrativo
se encuentra en el derecho aplicable. A su juicio, “Lo que identifica una denominación
propia de los contratos administrativos es el régimen jurídico al que quedan sometidos,
sustancialmente diferentes al de los contratos suscritos por los particulares.”26
Tampoco faltan quienes se inclinen plenamente por la teoría del servicio público27,
afirmando, de manera categórica, que “(…) el objeto de todo contrato administrativo es
un servicio público, comprendiéndose como tales, los contratos de obras públicas, los de
suministros, los de concesiones, las prestaciones de servicios y otros de la misma
naturaleza”28.
Más recientemente Francisco ORTEGA POLANCO se ha referido al contrato
administrativo, expresando que el mismo es la declaración de voluntad entre dos o mas
personas, dentro de las cuales una está haciendo ejercicio de la función administrativa29.
22
Ídem, p. 244; énfasis nuestro.
23
Amiama, Manuel, Prontuario de legislación Administrativa Dominicana, Santo Domingo, SEAP, 2008,
p. 166.
24
Dotel Matos, Héctor, Manual de Derecho Administrativo, Santo Domingo, Santillana, 2005, p. 121.
25
Mueses Henríquez, René, Derecho Administrativo Dominicano, Santo Domingo, Librería La
Filantropica, 2004, pp. 157-158.
26
Carvajal Oviedo, Herbert, Jurisdicción Contenciosa Administrativa, Santo Domingo, Librería Jurídica
Internacional, 2009, p. 123.
27
Tobal, Vinicio, Fundamento de Derecho Administrativo, 2ª ed., Santo Domingo, República Dominicana,
2002, pp. 117-118; y Fernández de Pujols, Andrea, El Contrato de Concesión de Servicio Público en la
República Dominicana, Santo Domingo, 2002, p. 21.
28
Muñoz Grillo, Germinal y Muñoz Pérez, Yara J., Lecciones de Derecho Administrativo, Santo Domingo,
Ediciones Jurídicas Trajano Potentini, 2006, p. 80.
29
Ortega Polanco, Francisco, Derecho Administrativo Intensivo, Santo Domingo, 2005. p. 291.
8
Ésta posición fue ratificada en el manual que posteriormente este último autor publicó
junto a Ricardo RIVERO ORTEGA 30.
Finalmente, existe otra postura que sostiene, basada en el contenido art. 5 de LCC,
que el contrato administrativo es todo aquel negocio jurídico en el que intervenga una
Administración Pública31, negando de ese modo la posibilidad de que la Administración
dominicana pueda concertar contratos de naturaleza privada. Empero, opinamos que lo
dispuesto por el art. 5 de la LCC fue la denominada zona común de la contratación
pública, y que, en la República Dominicana, la Administración sí puede suscribir
contratos de naturaleza privada; siendo esto último implícitamente reconocido por la
jurisprudencia nacional32.
Solo el art. 3 de la LJCA hace mención de la figura del contrato administrativo para
delimitar la competencia del orden jurisdiccional administrativo. Allí se identifican como
contratos administrativos a las concesiones de servicio público, los contratos de obras
públicas y aquellos que versen sobre el uso y goce de las dependencias del dominio
público.
Pero aún cuando la LJCA es el primer y único texto legal que ha utilizado el
calificativo de “contrato administrativo”, con anterioridad al mismo existen otras
legislaciones que establecen disposiciones sobre contratos en los que intervienen órganos
y entes públicos. Tal es el caso de la Ley núm. 5243 de 1913, que hacía obligatorio el
concurso para las obras publicas, nacionales o municipales; la Ley núm. 524 de 1941, que
establecía un sistema permanente para la venta de bienes inmuebles del dominio privado
30
Rivero Ortega, Ricardo y Ortega Polanco, Francisco, Manual de Derecho Administrativo, Santo
Domingo, Iglobal, 2016, p. 209.
31
Matos R., Ignacio J., “¿Contrato Administrativo o Contrato Privado de la Administración?”, en Gaceta
Judicial, núm. 309, agosto 2012, p. 62. De igual manera, Olivo R ODRÍGUEZ H UERTA (“Derecho
Administrativo Dominicano y Principios Generales”, en Revista de Derecho, núm. 16, 2009, p. 118)
sostuvo en algún momento que “La Ley 340-06, somete a un mismo régimen de derecho público toda la
contratación en que intervengan los entes públicos, con lo que se transforma el concepto tradicional de
contratos administrativos por el de contratos de la administración, siendo estos enjuiciables por ante la
jurisdicción contenciosa administrativa, salvo que las partes hayan previsto, como mecanismo de solución
de controversia, el arbitraje.”
32
Vid. SCJ, 3ª Sala, 9 de noviembre de 2012, núm. 79, B. J. 1224.
9
del Estado; y la Ley 921 de 1945, que regulaba lo concerniente a las concesiones del uso
del dominio público para conducción y distribución de energía eléctrica.
Igualmente, con posterioridad LJCA se emitieron otras leyes para regular
cuestiones concernientes a los contratos de los órganos y entes públicos, sin utilizar la
expresión de “contrato administrativo”. Ese el caso de la Ley núm. 3455 de 1952, de
Organización Municipal, que preveía la existencia de contratos para la realización de
obras municipales, la administración y explotación de establecimientos o servicios
públicos municipales, así como el arrendamiento y venta de inmuebles municipales; la
Ley núm. 5557 de 1961, que sometía a concurso la construcción de obras de ingeniería y
arquitectura del Estado, de más de RD$5,000.00; la Ley núm. 295 de 1966, de
aprovisionamiento del Gobierno; y la Ley núm. 105 de 1967, que sometía a concurso la
adjudicación de todas las obras de ingeniería y arquitectura de más de RD$10,000.00.
Aún así ninguna de las leyes citadas, ni siquiera la LJCA que introduce al derecho
positivo dominicano la expresión “contrato administrativo”, realiza una definición que
permita deslindar el contrato de derecho público de aquel regido por las normas del
derecho común o civil. De ahí que la jurisprudencia ha utilizado diversos criterios para
definir el contrato administrativo y distinguirlo de aquel regido por el derecho privado.
Es así como la Suprema Corte de Justicia llegó a sostener que el contrato
administrativo es el convenio donde se puede percibir la presencia de un servicio público
o de cláusulas exorbitantes del derecho común. Ha sido taxativo el criterio emitido por la
Corte de Casación:
Dos años más tarde la Suprema Corte de Justicia volvió a referirse al tema que nos
concierne, indicando en esta ocasión que el contrato administrativo es aquel “(…)
realizado entre una entidad de la administración pública actuando en la esfera de su
competencia y un particular, donde se involucre la erogación de fondos públicos cuyo
objeto sea de interés público general (…)”34
El Tribunal Constitucional, por su parte, se ha identificado plenamente con el art. 3
de la LJCA, pues sostuvo:
33
SCJ, 3ª Sala, 9 de noviembre de 2012, núm. 79, B. J. 1224; énfasis nuestro.
34
SCJ, 3ª Sala, 28 de mayo de 2014, núm. 31, B. J. 1242; énfasis nuestro.
10
35
Sentencia TC/0009/15, de 20 de febrero de 2015.
36
Esa es la idea sostenida por Sebastián M. R ETORTILLO B AQUER (El Derecho Civil en La Génesis del
Derecho Administrativo y de sus Instituciones, pp. 185-188) para explicar el contrato administrativo desde
el denominado supraconcepto (Oberbegriffe).
37
El art. 2 de la Ley 247-12, Orgánica de la Administración Pública, dispone que “La función
administrativa comprende toda misión, competencia o actividad de interés general, otorgada conforme al
principio de juridicidad para regular, diseñar, aprobar, ejecutar, fiscalizar, evaluar y controlar políticas
públicas o suministrar servicios públicos, aunque éstos tengan una finalidad industrial o comercial y
siempre que no asuman un carácter legislativo o jurisdiccional.”
38
Ariño Ortiz, Gaspar, “El Enigma del Contrato Administrativo”, p. 97.
39
En relación con lo dicho, José Luis V ILLAR P ALASÍ (Lecciones sobre Contratación Administrativa,
Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1969, pp. 34-35) ha sostenido: “El principio de especialidad
de competencia supone que la Administración, en su pluralidad orgánica, sólo es capaz de obrar dentro de
un limitado circulo de actividades para las cuales se asigna ––a cada órgano–– una competencia
específica. La competencia está siempre encaminada a la obtención de determinados fines concretos. Para
la mejor consecución de éstos ––y no de otros––, el ordenamiento dota a cada órgano de un ámbito de
potestad que entraña los medios jurídicos convencionales (inmunidades, prerrogativas, privilegios), de los
que se encuentran siempre revestido a la hora de actuar en el ámbito de su competencia, tanto si lo hace
por vía de acto como si lo hace por vía de contrato.
Pues bien, siempre que un órgano de la Administración contrata en el ámbito específico de su
competencia, estamos ante un contrato administrativo. (…)
No son las funciones de la Administración (en su conjunto) las que determinan el carácter administrativo
de una relación contractual, sino las finalidades específicas de cada órgano (en concreto), esto es,
competencia, la que, al ser realizada a través de un contrato le da a éste carácter administrativo.”
11
organización administrativa, puesto que los entes u órganos administrativos, dentro del
ámbito de su respectiva competencia, sólo ejerce un segmento específico de la función
administrativa y no la del Estado en general40. Entendiéndolo de esa manera, serán de
naturaleza administrativa sólo los contratos suscritos dentro de la materia que legalmente
compete a la Administración contratante y, de naturaleza privada, aquellos que escapen
del ámbito de competencia del ente u órgano interviniente en el negocio jurídico41.
Finalizamos esta parte indicando que la concepción del contrato administrativo en
base a la función administrativa, entendida ésta en sentido material, nos ayuda a delimitar
el régimen exorbitante a una dimensión razonable, evitando el reconocimiento de las
prerrogativas públicas hacia aquellos convenios y negocios que la Administración pueda
concertar fuera de su competencia o los celebrados por los sujetos de derecho privado
comprendidos dentro del ámbito subjetivo de aplicación de la LCC42.
40
Vid. Esteve Pardo, José, Lecciones de Derecho Administrativo, 3ª ed., Madrid, Marcial Pons, 2013, pp.
320-321.
41
Ídem.
42
Debido a que la zona común de la contratación pública hace obligatorio el procedimiento de selección
para todos los sujetos de derecho privado que manejan fondos públicos.
43
Marienhoff, Miguel S., Ob. Cit., pp. 328-329.
44
A MIAMA (Ob. Cit., pp. 39-40; énfasis nuestro) parecería estar de acuerdo con esta postura, pues dicho
autor ha indicado que “La Administración Pública es un complejo orgánico en el cual participan los
Poderes del Estado, es un hecho real que la mayor participación ha estado y está atribuida en todos los
países al Poder Ejecutivo. (…) las Constituciones, aún las más fundamentalistas, han reservado siempre a
otros poderes que el Ejecutivo, algunas atribuciones de carácter administrativo.”
12
45
Rodríguez Huertas, Olivo, “Prologo”, Biaggi Lama, Juan Alfredo, Un Siglo de Jurisprudencia en
materia Contencioso-Tributaria y Contencioso-Administrativo (1909-2009), Santo Domingo, UNIBE,
2010, p. xxviii.
46
SCJ, 12 de julio de 1991, núm. 24, B. J. 968; énfasis nuestro.
47
SCJ, 3ª Sala, 7 de marzo de 2001, núm. 4, B. J. 1084; énfasis nuestro.
13
particular48. El régimen exorbitante, sin embargo, implica una relación de sujeción para el
contratista, que le obliga a soportar el despliegue y el ejercicio de las prerrogativas de la
Administración contratante, visto que ellas son verdaderas potestades administrativas49.
En relación a lo expresado ut-supra, la distinción entre el régimen y las cláusulas
exorbitantes se debe a que, técnicamente, las prerrogativas de la Administración
contratante son potestades legales, las cuales son irrenunciables y pueden ser ejercidas
aun cuando no se encuentren incorporadas expresamente en el clausulado del contrato,
dado a que han sido insertadas al ordenamiento jurídico mediante la legislación50.
Para concluir esta parte, debemos precisar que el reconocimiento de aquel poder de
imperium no significa una sumisión total de los particulares frente a la Administración,
ya que todas las potestades administrativas encuentran límites en el principio de
juridicidad (establecido en el art. 138 de la Constitución) y se explica, además, en el
tránsito de un Derecho administrativo centrado en el poder hacia uno centrado en el
ciudadano (artículos 6, 68 y 74.4 de la Constitución)51, en ocasión de lo que el profesor
Jaime RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ llama “buena Administración”52.
VII.- CONCLUSIONES
48
Araujo-Juárez, José, Derecho Administrativo General, Caracas, Ediciones Paredes, 2011, pp. 270-271.
49
Cassane, Juan Carlos, “En Torno a la Categoría del Contrato Administrativo”, en AA. VV., Contratos
Administrativos, 2ª ed., Buenos Aires, Rap, 2010, pp. 25-27.
50
Al referirse a la potestad de interpretación unilateral, el profesor cubano Andry M ATILLA (“La Potestad
de Interpretación Unilateral de la Administración Pública Concedente en la Concesión Administrativa”,
en AA. VV., La Protección de los Derechos frente al Poder de la Administración. Libro en Homenaje al
profesor Eduardo García de Enterría, Bogotá, Temis, 2014, p. 422) realizó una reflexión general sobre el
régimen exorbitante, indicando: “Por su enmarcación del ordenamiento jurídico y su planteamiento
genérico, las potestades jurídico administrativas no dependen, en su existencia y procedencia, de su
reconocimiento en la letra de un acto de carácter específico ––de voluntad de las partes intervinientes––,
sino que ese acto en cuestión lo que vendría es a concretar sobre un supuesto determinado (el de ese acto)
y para ese caso, el contenido y ejercicio de la potestad de que se trate. En este sentido, la doctrina más
autorizada señala que toda potestad reviste los caracteres de inalienable, intransmisible, irrenunciable e
imprescindible.”
51
Olivo R ODRÍGUEZ H UERTAS (“Informes Nacionales: República Dominicana”, en Benavides, José Luis
y Moreno Cruz, Pablo, La Contratación Pública en América Latina, Bogotá, Universidad Externado de
Colombia, 2016, p. 592) ha dado cuenta de esto, señalando: “En la normativa contractual pública de la
República Dominicana no figura de manera específica la manera en que se ejercen esas potestades
unilaterales, pero resulta obvio, a la luz del conjunto del ordenamiento jurídico del Estado, que debe
respetar un debido proceso administrativo, ya que el artículo 69.10 de la Constitución dispone que las
reglas del debido proceso se aplican en toda clase de actuaciones judiciales y administrativas. Además, la
Ley 107-13, que regula las relaciones de las personas con la Administración Pública y de procedimiento
administrativo, aplica supletoriamente en todos aquellos casos en que no exista un procedimiento
particular.”
52
Vid. Rodríguez-Arana Muñoz, Jaime, “El Derecho Fundamental a la Buena Administración en la
Constitución Española y en la Unión Europea”, en Revista Eurolatinoamericana de Derecho
Administrativo, núm. 2, julio-diciembre 2014, pp. 73-ss.
14
jurisdicción competente para la solución de las posibles controversias que pudieran surgir
en la ejecución del contrato administrativo como negocio jurídico al servicio del interés
general y en ocasión del ejercicio de funciones administrativas.
Habría que señalar, además, que en nuestro ordenamiento jurídico el contrato
administrativo es perfectamente explicable en el ámbito de actuación de los tres poderes
del Estado y de los órganos extra-poder. Éste se configura cuando el negocio jurídico es
concertado por la Administración, u otro órgano estatal, en el ejercicio de la “función
administrativa”, que se traduce en la manifestación de una competencia específica.
El contrato administrativo, concebido como una categoría jurídica propia del
derecho administrativo, resulta ser de gran utilidad, dado que él permite explicar las
potestades que detenta la Administración. Igualmente, ello permite el establecimiento de
un sistema de garantías para la protección de los contratistas, a fin de que sus derechos no
sean menoscabados por el ejercicio de las potestades de la Administración contratante.