PAISAJE Y CONFLICTO - 3041681wynveldt y Balesta

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© Erika Diettes. Exposición Río Abajo. Granada, Antioquia. Septiembre de 2008.

Panorámicas
Paisaje sociopolíticO y beligerancia en el Valle de Hualfín
(Catamarca, Argentina)
Fe d e r i c o W y n v e ld t y B á r b a r a B a l e s t a 143

Paisajes del desarrollo: la ecología de las tecnologías andinas


A l e x a n d e r H e r r e r a y M a u r i z i o A li 169
Pa i s a j e s o c i o p o l í t i c O
y beligerancia en el Valle
de H ualf í n
( C atamarca , A rgentina )

Federico Wynveldt
Laboratorio de Análisis Cerámico, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional
de La Plata, Argentina.
[email protected].
Bárbar a Balesta
Laboratorio de Análisis Cerámico, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional
de La Plata, Argentina.
[email protected].

RESUMEN: En este texto se propone una a b s t r ac T:In this article we propose


definición operativa del paisaje, concebido an operative definition of landscape that
tanto en su materialidad como en su capacidad includes not only its material aspects but
para significar y direccionar relaciones sociales. also its capability to signify and direct social
143
Se aplica dicha definición, focalizando relationships. This concept is applied, focusing
on the spatial dimension, to the study of
sobre la dimensión espacial, al estudio
three archaeological sites in the Argentinian
de tres sitios arqueológicos del noroeste
Northwest, belonging to the Regional
argentino para el Período de Desarrollos
Development Period (1000-1480)/Inka
Regionales (1000-1480)/Inka (1480-1535).
(1480-1535). Analyzing information related
A través de la información procedente del to the landscape, we interpret sociopolitical
paisaje se busca interpretar los aspectos aspects concerning the inhabitants of the
sociopolíticos de las relaciones entre los Hualfin Valley in a period characterized by
grupos que habitaron el Valle en un período conflict and warfare.
de conflictividad y beligerancia generalizadas.

P A L AB R A S C L A V E : Key words:
Paisaje, dimensión espacial, noroeste argentino, Landscape, spacial dimension, Argentinian
defensibilidad, valle de Hualfín. Northwest, defensibility, Hualfín Valley

antípoda n º 8 enero -j unio de 2 0 0 9 pá ginas 14 3 -16 8 issn 19 0 0 - 5 4 07


F e c ha de re c ep c i ó n : o c tu b re de 2 0 0 8 | F e c ha de a c epta c i ó n : di c ie m b re de 2 0 0 8
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Pa i s a j e s o c i o p o l í t i c O
y beligerancia en el Valle
de H ualf í n
( C atamarca . A rgentina )

Federico Wynveldt
Bárbar a Balesta

14 4 E l estudio del paisaje y el análisis espacial en ar-


queología se han abordado desde diversas perspectivas teóricas, con resultados
muy disímiles. Consecuentemente, las concepciones de espacio, lugar y paisaje,
fundamentales hoy día en la investigación arqueológica, varían en un grado
considerable. A pesar del uso extendido de estas nociones, muchas veces existe
una falta de definiciones explícitas en los estudios que abordan temáticas pai-
sajísticas y/o espaciales, que deriva, no sólo en importantes imprecisiones ter-
minológicas, sino también en el empleo de categorías dotadas “[...] de un valor
determinado por nuestro sistema de saber-poder” que “no puede ser utilizado
sin más para esbozar reflexiones sobre el espacio en culturas diferentes de la
nuestra” (Criado Boado, 1991: 7).
Por otra parte, el discurso espacial ha sido dominado frecuentemente por
una concepción sociológica modernista que centra su interés en la dimensión
temporal y congela la dimensión espacial (Criado Boado, 1991). Esta visión ses-
gada del espacio contra el tiempo puede notarse en la biología, a través del evo-
lucionismo, y, sobre todo, en las disciplinas históricas; y lo mismo sucede con
las aproximaciones antropológicas y sociológicas a la política (Smith, 2003), que
continúan aplicando modelos de evolución del Estado en el tiempo, más que ex-
plicando cómo actúan las entidades políticas a través de paisajes, considerados
estos como espacios producidos, reproducidos y destruidos a través del tiempo.
En contraste, el surgimiento de las perspectivas orientadas a la práctica de
los actores y sus acciones ha conllevado una reconsideración de los lazos entre
tiempo y espacio, fundamentalmente a través de los trabajos de Bourdieu (1977)
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y Giddens (1984). A partir del surgimiento de estos puntos de vista puede consi-
derarse la temporalidad del paisaje sobre la base de los procedimientos prácticos
de producción, reproducción y reforma definidos para un conjunto entretejido de
relaciones políticas.
Considerando críticamente la diversidad de perspectivas acerca de las ca-
tegorías espaciales y el uso del concepto de paisaje en arqueología, se propone en
este artículo avanzar hacia una definición operativa de paisaje. Posteriormente se
realiza una aplicación al análisis de tres sitios del valle de Hualfín en el noroeste
argentino (NOA) en el Período de Desarrollos Regionales (1000-1480 AD)/ Inka
(1480-1535 AD): la Loma de los Antiguos de Azampay, el Cerro Colorado de La
Ciénaga de Abajo y la Loma de Ichanga (ver la figura 1). Teniendo en cuenta que los
períodos considerados (sobre todo el primero de ellos) han sido caracterizados de
manera general como un tiempo de conflictos endémicos en todo el territorio de
los Andes centrales y meridionales (Nielsen, 2002 y 2007), el enfoque se centrará
en los rasgos y el emplazamiento de sitios adscritos a grupos portadores de la deno-
minada “Cultura Belén” (González, 1955; Sempé, 1999), ubicados mayormente so-
bre lomadas de difícil acceso, con importantes niveles de visibilidad del entorno.
145

Figura 1. Imagen satelital del valle de Hualfín, señalando los sitios y localidades mencionados en el texto.
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L a s cat egor í a s espaci a l es y el conc epto


de pa isaj e en A rqu eol ogí a
En función de las imprecisiones terminológicas y de las divergencias teóri-
cas mencionadas más arriba, una breve reseña de las diferentes categorías
espaciales empleadas a lo largo la historia de la arqueología, que condujeron
a distintas definiciones de paisaje, puede ser un aporte significativo para los
estudios arqueológicos de determinados paisajes, espacios y lugares. Estas ca-
tegorías espaciales –de acuerdo con las diversas perspectivas teóricas adop-
tadas (explícita o implícitamente) por los distintos autores– son: el espacio
ontológico, el espacio subjetivista y el espacio relacional. Las dos primeras
se analizan a continuación, seguidas de las críticas que recibieron desde las
nuevas corrientes teóricas. Finalmente, se desarrolla la perspectiva relacional
y se exponen las definiciones de paisaje desde las posturas más actuales.

El espacio como cat egor í a on tol ógica


Las tradiciones clásicas que dominaron los estudios del espacio desde sus
orígenes consideraron a dicho concepto como una categoría absoluta, defi-
14 6 nida como una entidad objetiva y externa a los humanos que lo habitaron.
Sus premisas filosóficas sostienen que el espacio es una clase única de objeto
que no cambia a través del tiempo, que es empíricamente incomprensible
y que se puede inferir sólo a través de fenómenos observables. Para Criado
Boado esta idea se corresponde con la concepción de “espacio capitalista y
moderno”, según la cual el espacio es entendido como un problema natural,
geográfico, o bien como un mero lugar de residencia y expansión de un pue-
blo o Estado, reduciéndose a la dimensión de territorio, como el “conjunto de
las condiciones materiales de trabajo”; por lo tanto, “se construye un espacio
finito, medible y real que es posible parcelar, repartir, expropiar, vender, ex-
plotar, destruir” (1991: 8).
Dentro de las perspectivas evolucionistas se pueden distinguir dos co-
rrientes que definen al espacio como categoría absoluta: un “absolutismo
mecánico” y un “absolutismo orgánico”. El primero tiene sus orígenes en las
tradiciones geográficas del occidente de Europa en el siglo XVIII. Morgan
[1975 (1877)], dentro de su esquema evolutivo universal de las sociedades
humanas, consideraba a la forma como independiente del lugar en la histo-
ria. Las dimensiones relacionadas con la forma espacial, como la arquitec-
tura, servían para marcar cada etapa evolutiva. Desde la geografía cuantita-
tiva de los años 50 se formularon principios físicos universales para definir
la regularidad espacial (Berry y Pred, 1965). El evolucionismo social de esos
tiempos construyó una teoría del tiempo, de la forma y de la dirección de
la historia, basado en la reducción del espacio a una constante social, con
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influencias en distintos trabajos de neoevolucionistas y en aplicaciones de la


teoría de la localización.
El “absolutismo orgánico”, por otra parte, si bien también supone la se-
paración del espacio objetivo de los efectos sociales, considera que son las le-
yes orgánicas, mediatizadas a través de ambientes locales y regionales, las que
afectan el proceso del cambio social, y no las mecánicas. El ambientalismo
constituye una forma de absolutismo orgánico de gran influencia en la teo-
rización sobre el espacio y el tiempo. Enraizada en la ecología cultural, esta
perspectiva pone énfasis en la capacidad del mundo natural para modelar y
restringir la evolución social.
Por otra parte, Childe [1973 (1951)] introdujo la idea de que la variación
ambiental en el espacio podía tener impacto en el desarrollo de una sociedad,
sobre todo en lo referente a la distribución desigual de los recursos en la promo-
ción o el retardo histórico a través de las etapas de la revolución productiva.
Para los ecologistas históricos (Stewart, 1972) las condiciones loca-
les (topografía, clima, hidrología) constituían las bases para comprender la
variación de las formas espaciales. A diferencia de los mecanicistas, que se
basaban en presunciones conductuales para trasladar las leyes espaciales a 147
formas geométricas, los organicistas empleaban el concepto de adaptación
para definir las relaciones entre forma y naturaleza.
Lo que une a todas estas aproximaciones es la convicción de que las cir-
cunstancias materiales de la interacción entre humanos y ambiente dirigen la
evolución social y determinan las dimensiones espaciales de la vida social.

El espac io su bj eti v ista


Las perspectivas que han buscado diferenciarse de las concepciones ontolo-
gistas del espacio corresponden a visiones historicistas y subjetivistas. Para los
historicistas la significación sociohistórica de los acontecimientos no yace en la
interacción de los grupos humanos con un dominio exterior de leyes naturales,
sino en la significación que las acciones tienen para los individuos. La ontología
subjetivista del espacio se fundamenta en la obra de Kant [1951 (1781)], quien
localiza la intuición espacial en el aparato cognitivo individual de los sujetos.
Existen dos tendencias en los estudios historicistas-subjetivistas: un historicis-
mo o subjetivismo romántico, que surgió del anticuarianismo y la hermenéutica
bíblica, y un neohistoricismo o neosubjetivismo renacentista, que se apoya en
las teorías comunicativas o semióticas y fenomenológicas.
Para el subjetivismo romántico, cuyos fundamentos se desarrollaron
en el siglo XIX, las formas espaciales y la arquitectura se interpretan como
expresiones de un genio único de individuos, culturas, grupos sociales, etc.
Las críticas a esta corriente apuntan a la idea de que se asume una relación
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directa entre gente y lugar, mientras que en la actualidad estas relaciones se


entienden como producciones sociales y políticas (Smith, 2003). Estos análi-
sis se inclinan más a la arquitectura monumental y la organización urbana,
que gozarían de expresividad, frente a la arquitectura doméstica y los patro-
nes de asentamiento, que carecerían de ella.
La segunda corriente, denominada neosubjetivismo, comprende dos
tendencias: una tradición comunicativa, que argumenta que las formas espa-
ciales aparecen como un modo de expresión no verbal, y una aproximación
fenomenológica, que interpreta los ambientes creados como expresiones de
sistemas culturales de creencias o cosmología.
Desde la sintaxis espacial, Hillier y Hanson (1984) proponen la exis-
tencia de una gramática universal humana de unidades espaciales, capaces
de generar un repertorio espacial completo. Sus técnicas han resultado muy
atractivas para algunos arqueólogos, ya que proponen un modo relativamen-
te simple de cuantificar relaciones espaciales que se pueden usar para in-
terpretar o inferir interacciones sociales, aplicándose tanto a construcciones
parciales como a asentamientos completos.
14 8 Desde las perspectivas comunicativas, el espacio no sólo expresa una es-
tética, sino que también transmite información sobre sí y sobre el mundo social
en el cual está inmerso. El espacio es un medio que descansa sobre facultades
cognitivas compartidas para codificar y decodificar lo que algunos autores han
denominado como “la retórica arquitectónica” (Hattenhauer, 1984).
La propuesta de Rapoport (1978) se basa en los conceptos de ambiente
construido y organización espacial, partiendo de una definición no absoluta
del espacio, según la cual el ambiente construido proporciona índices para
el comportamiento y, por tanto, puede ser considerado como una forma de
comunicación no verbal.
También desde la geografía cultural y de la arquitectura del paisaje se
ha aplicado este concepto de ambiente construido, que se asocia a la modifi-
cación de la superficie terrestre por medio de la construcción de instalaciones
(casas, calles, plazas, templos), y explora las formas en que este restringe o
aumenta la interacción social (Cosgrove, 1984; Jackson, 1984; Norton, 1989;
Roberts, 1996; Tuan, 1977).
La tendencia fenomenológica del neosubjetivismo sugiere que las for-
mas espaciales se pueden entender como representaciones de sistemas de
pensamientos, creencias o visiones del mundo. El espacio no se define por la
geometría de las formas, sino que se configura en una experiencia sensorial
en la cual la percepción se integra con valores culturales.
A diferencia de las aproximaciones comunicativas o semióticas, que de-
codifican el espacio como una serie de signos, los fenomenologistas se propo-
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nen ir más allá del signo, para revelar la vida social en toda su riqueza. Estas
visiones intentan construir lazos entre la forma espacial y la imaginación,
mediados por la experiencia sensible.

Observacion es y c r ítica s a l os en foqu es a bsolu tista s


y su bj eti v ista s del espacio
Son innumerables las críticas realizadas al enfoque del espacio absoluto. Una
de ellas apunta a la tendencia a encontrar regularidades en la distribución de
todos los asentamientos, sin considerar cuestiones relativas al poder. Por otra
parte, la “teoría de la localización” asume siempre la primacía de los factores
económicos en las tomas de decisiones, ignorando los aspectos políticos in-
herentes a dichas decisiones.
La ontología mecánica desplaza el análisis espacial de lugares reales a
un plano geométrico idealizado y abstracto considerando relevantes sólo dos
dimensiones espaciales: distancia y tamaño.
Más allá de algunas diferencias, todos los enfoques evolucionistas com-
parten el fundamento de que la evolución social se dirige de formas simples
de asociación a sociedades más complejas, mayores en escala y con una es- 149
tructura interna más diferenciada. También se acepta que la evolución social
puede variar en su ritmo en distintas partes del mundo, pero la forma y los
mecanismos son universales e independientes de la variación espacial y de la
acción humana. Por otra parte, se aduce que los determinantes principales
de la transformación social corresponden a las dimensiones materiales de
la vida (adaptación, relaciones de producción, demografía) que modelan las
particularidades no recurrentes, como el pensamiento, las creencias y las
ejecuciones, permitiendo enfocar el análisis en el surgimiento y caída de
un conjunto de tipos sociales, agrupados de acuerdo con sus condiciones
materiales de existencia, a pesar de la amplia variabilidad registrada en las
expresiones culturales.
Las concepciones subjetivistas incorporaron al análisis del espacio
otras dimensiones diferentes a la estrictamente material, teniendo en cuenta
los lazos entre diferencias culturales y formales y explicando cómo distintos
pueblos construyen diversas formas de vida. Sin embargo, estas aproximacio-
nes no proporcionan información acerca de cómo los espacios son imbuidos
de significado, y tampoco toman en cuenta la organización social de la pro-
ducción y los aspectos económicos involucrados en la construcción de esos
espacios. Por otro lado, estas posturas suelen olvidar la materialidad del es-
pacio, así como su capacidad para significar, restringir, direccionar y ordenar
relaciones físicas y sociales, ignorando el papel que desempeña el poder en la
construcción del espacio social (Smith, 2003).
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Las aproximaciones fenomenológicas, por su parte, asumen una estabi-


lidad en las respuestas afectivas de los sujetos o en el ambiente mismo, de tal
modo que ciertos ambientes ya vienen cargados con significados culturales
específicos (Smith, 2003); consecuentemente, el significado ligado al paisaje
parece mantenerse inmutable, excluyéndose la consideración de los diversos
intereses presentes en las configuraciones particulares de cada ambiente.
A partir de las dos concepciones tradicionales y opuestas del espacio,
visto como una categoría absoluta, por un lado, y subjetiva, por el otro, se han
formulado distintas ideas del paisaje en arqueología. Desde el absolutismo
espacial se lo ha conceptualizado, por ejemplo, como sinónimo de “medio
ambiente”, de “patrón de asentamiento”, factible de ser estudiado a través de
la observación (Anschuetz et al., 2001), o como un conjunto de fuerzas im-
personales que modelan la existencia humana (Braudel, 1972), apuntando a la
aplicación de enfoques cuantitativos.
Por su parte, Patterson (1994), desde el neomarxismo, establece que las
sociedades con diferentes modos de producción dejan distintas marcas pai-
sajísticas, restableciendo una noción evolucionista social, según la cual los
15 0 seres humanos incrementan progresivamente su control sobre la naturaleza
cuanto más aumenta la complejidad de sus relaciones de poder.
Los enfoques postmodernos, más próximos a las posiciones subjetivis-
tas, hacen hincapié más en la influencia que ejercen los procesos sociocul-
turales y políticos en el modelado del paisaje, que en las relaciones entre las
personas y el contexto de su medio ambiente específico.

El espac io r el ac iona l y l a s n u e va s post u r a s


sobr e el pa i saj e
Las nuevas perspectivas teóricas sobre el paisaje han considerado necesa-
rio explicitar el concepto mismo de espacio, con el fin de evitar aquello que
Criado Boado (1991) mencionaba en la cita al comienzo de este trabajo: la
extrapolación de los propios valores espaciales.
En este sentido, Zedeño (2000) propone un concepto de espacio relacional
basado en la localización, las características y el orden de cada objeto en relación
con todos los otros. Es una idea de espacio no esencialista, creado a partir de la
interacción de la gente entre sí y con el mundo material, que deviene en una ca-
tegoría de la cultura material a la que denomina landmark (punto de referencia),
en virtud de su transformación a través de la acción humana.
Los paisajes, por otra parte, contienen las dimensiones espacial, históri-
ca y social de las relaciones hombre-naturaleza. El paisaje puede ser definido
como una red de interacciones entre la gente y los puntos de referencia, los cua-
les se ligan progresivamente entre sí, formando un agregado. Ese agregado, sin
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embargo, no es simplemente una suma sino una red. Como tal, el paisaje puede
ser caracterizado por poseer tres dimensiones básicas: 1) formal: las caracte-
rísticas físicas de los puntos de referencia; 2) relacional: los lazos interactivos
(económico, social, ritual) que a través del movimiento de la gente conectan
puntos de referencia entre sí; y 3) histórica: los lazos secuenciales que resultan
de los usos sucesivos de los lugares. En un proceso interactivo los paisajes no
son sólo un producto de la conducta humana, sino que también definen y res-
tringen la conducta humana.
Según esta visión espacial, histórica y social, los límites de estos paisajes
no existen espacialmente, por lo cual existen también “paisajes míticos” y un
conocimiento de posibles lugares y recursos disponibles más allá de su red
interactiva. Este conocimiento informa sobre una serie de conductas de uso
de la tierra, tales como decisiones de migración, mantenimiento de derechos
de propiedad sobre lugares y recursos distantes o ejercicios de conocimiento
y acceso basados en relaciones de poder.
A partir de esta base teórica, Zedeño propone una metodología que de-
nomina “cartografía conductual”, basada en la reconstrucción de secuencias
de actividades e interacciones que guían a la integración de múltiples elemen- 151
tos humanos y naturales. La “caracterización contextual del paisaje” comien-
za en un punto de referencia específico y progresivamente reconstruye lazos
formales, relacionales e históricos con otros puntos de referencia.
Otra propuesta relacional del espacio es la de Adam Smith (2003), quien
desarrolla su postura de los “paisajes políticos” y sostiene que las discusiones
sobre el concepto de espacio se deben centrar en las relaciones entre sujeto
y objeto en términos de prácticas sociales, más que en las propiedades esen-
ciales de cada uno. Desligándose del “espacio constante” de los absolutistas,
Smith propone una posición relacional para entender el espacio como inmer-
so únicamente en el reino práctico de lo social, adoptando como ley la idea de
Lefebvre: el espacio (social) es un producto (social).
Desde su perspectiva, sostiene que no todos los individuos tienen la mis-
ma capacidad para comprometerse en la producción de los espacios en el nivel
de la experiencia o de la percepción y que existe una desigualdad en la produc-
ción de significados adjudicados a espacios particulares. Por consiguiente, si no
todos pueden producir paisajes, hay por definición una disparidad de poder.
Toma el concepto de agency de Giddens y considera que lo relevante es
cómo la acción se estructura en los contextos cotidianos y cómo las caracte-
rísticas estructurales de la acción son reproducidas por la misma ejecución
de la acción. Concibiendo al espacio como un conjunto de relaciones que se
establecen dentro de prácticas sociales, sugiere que los planteamientos deben
ir más allá de la descripción formal. Las tres dimensiones prácticas del paisa-
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je son: el espacio físico del ambiente, el espacio percibido de los sentidos y el


espacio representacional de la imaginación, como dominios interconectados
de la vida social.
La experiencia espacial (prácticas materiales) describe el flujo de cuer-
pos y cosas a través del espacio físico. Comprende no sólo el movimiento a
través de espacios terminados sino también las técnicas (o procedimientos) y
tecnologías (o conocimientos) de la construcción.
La percepción espacial describe la interacción sensorial entre actores y espa-
cios físicos. Es un espacio de signos, señales, claves y códigos, que intenta superar las
teorías subjetivistas de la comunicación aclarando que esta no se debe reducir a un
sistema de codificaciones y decodificaciones. Considera al espacio evocador como
un dominio analítico en el que los términos afectivos describen interacciones entre
los seres humanos y su ambiente, superando las tendencias fenomenológicas.
Mientras que la percepción espacial se mantiene ligada a la forma, la
imaginación espacial surge enteramente en los discursos sobre el espacio,
como los correspondientes al dominio analítico de las representaciones, des-
de mapas y paisajes pictóricos hasta la teoría y la filosofía espacial.
152 Smith descompone el concepto de espacio en elementos analíticos y su-
giere la necesidad de dar unidad a la experiencia, la percepción y la imaginación
en la práctica espacial, a partir del concepto de paisaje. Afirma que los paisajes
no son simplemente expresiones de organización política: son, en sí mismos, or-
den político; por lo tanto, ninguna noción de paisaje puede sostener un concepto
apolítico de espacio.
El objetivo principal que Smith propone para su estudio es comprender
cómo funcionan las relaciones políticas a través de los paisajes; porque si el
espacio no sólo es prioritario en las relaciones políticas, sino que es creado
por ellas, se debe examinar a los espacios como actos políticos, a la vez que se
debe describir a la autoridad en términos de los espacios que congrega.
A pesar de las similitudes con relación a las críticas y definiciones de los
conceptos de espacio y lugar de Smith y Zedeño –y de la afinidad entre ambos
en cuanto a la noción de paisaje, entendida como una red de relaciones entre
objetos, lugares o puntos de referencia–, existen algunas diferencias tanto
teóricas como metodológicas entre ambos, que creemos necesario destacar.
Mientras que la postura de Zedeño no hace un énfasis en las bases políticas
de los paisajes, sino que más bien las relaciones de poder son un factor más
en sus configuraciones, para Smith estas constituyen un aspecto primordial:
los paisajes y los espacios existen a través de las relaciones políticas y son
creados por ellas. Por ello no existen paisajes sin política y, en consecuencia,
los paisajes no pueden entenderse si no se abordan los aspectos políticos de
las sociedades que los produjeron y reprodujeron.
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H aci a u na defi n ición oper ati va del pa isaj e


Como ya se ha reseñado, las concepciones teóricas más actualizadas tienen
en cuenta diversos aspectos para la formulación de las definiciones de con-
ceptos como “paisaje”, “espacio”, “lugar”, etc. Dichos aspectos se refieren a la
interrelación de los grupos humanos entre sí y con respecto a los espacios
físicos que habitan.
Tomando como base estas últimas corrientes teóricas, planteamos cómo
definir el paisaje y cómo operar dicha definición, a fin de aplicarla al análisis
de tres sitios del valle de Hualfín, en el noroeste argentino. En tal sentido, se
considera que la definición de paisaje deberá tener en cuenta tres dimensiones:
espacial, temporal y social. La dimensión espacial del paisaje podrá compren-
der indicadores tales como el emplazamiento del sitio, su topografía, visibili-
dad, cantidad y particularidades de los recintos, su distribución, la superficie de
los mismos, su comunicación con el exterior y con otros recintos, los materia-
les utilizados en su construcción y las técnicas constructivas implementadas.
La dimensión temporal incluye los indicadores que proporcionan cronologías
absolutas y/o relativas de los sitios. Por último, la dimensión social podrá con-
siderar los artefactos hallados en los sitios, su cantidad, su distribución, los ma- 15 3
teriales empleados en su manufactura, la calidad, características, ubicaciones
relativas y condiciones de depositación.
En esta propuesta, y por razones de espacio, se analizará sólo la dimen-
sión espacial, focalizándonos en ciertos indicadores de dicha dimensión pre-
sentes en los sitios seleccionados. A través del análisis se busca interpretar la
información procedente del paisaje, teniendo en cuenta la materialidad del
espacio y también su capacidad para significar, expresar y direccionar rela-
ciones sociopolíticas entre los grupos.

E l P er íodo de D esa r roll os R egiona l es/I n k a


y l os sit ios def ensi vos en el va ll e de Hua lfí n
El Período de Desarrollos Regionales tuvo lugar en el noroeste argentino en-
tre 1000 y 1480 AD (Núñez Regueiro, 1974). El mismo se caracterizó por el
incremento del desarrollo agrícola a través de la implementación de sistemas
de irrigación artificiales y del uso intensivo de las tierras para la explotación
agrícola. Esto implicó un incremento demográfico, la concentración de las
poblaciones y la configuración de organizaciones políticas más complejas que
en períodos anteriores, que conformaron “verdaderos señoríos que tienden a
expandir sus fronteras territoriales y su dominio efectivo sobre la tierra y sus
recursos” (Núñez Regueiro, 1974: 183).
Se argumenta que durante esta época –como consecuencia del creci-
miento demográfico, del desarrollo de la territorialidad y, posiblemente, de
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un cambio climático (v.g., sequías extremas en vastas regiones del altiplano)


que generó una presión poblacional hacia los valles mesotérmicos (Nielsen,
2002 y 2007; Torres-Rouff et al., 2005; Rothhammer y Santoro, 2001)– co-
bra importancia la guerra por la exclusividad en la explotación de nichos
ecológicos. Aparecen entonces las fortificaciones, que también pueden ha-
ber cumplido un rol importante como respuesta defensiva a las presiones y
ataques de los grupos nómadas y seminómadas del oriente (González, 1979;
Núñez Regueiro, 1974).
A partir de la segunda mitad del siglo XV, gran parte del noroeste ar-
gentino fue incorporado al Tawantinsuyu. En esta área, y como producto de
dicha anexión, gran parte de las evidencias arqueológicas muestra transfor-
maciones en los modos de vida locales. Del mismo modo que sucedió en otras
regiones, el dominio inkaico estableció estrategias particulares para cada
caso, ya fuera en cuanto a la explotación de recursos y mano de obra como
en cuanto a las características geográficas y el desarrollo político de cada
pueblo. El NOA (Noroeste Argentino) fue incorporado a la red vial inkaica,
a lo largo de la cual se establecieron guarniciones militares y centros admi-
15 4 nistrativos y de almacenamiento; algunos de estos centros también operaron
como productores de bienes artesanales. Por otra parte, los inkas también se
establecieron sobre poblados preexistentes.
En el valle de Hualfín del NOA, ubicado en el centro de la provincia
de Catamarca (ver la figura 1), el Período de Desarrollos Regionales se ma-
nifestó en grupos asentados en todo el valle en diversos ambientes, porta-
dores de la denominada “Cultura Belén”, conocida principalmente por la
cerámica Belén Negro sobre Rojo. Gran parte de los sitios de habitación se
hallaban sobre lomadas de difícil acceso protegidas muchas de ellas por
murallas defensivas, con diferentes cantidades de recintos, así como dis-
tintos grados de aglomeración. Ejemplos de este tipo de asentamiento son
la Mesada de la Banda de Corral Quemado, El Molino y la Loma de la
Escuela en Puerta de Corral Quemado, el Pukará del Eje de Hualfín, las
lomadas de Palo Blanco y San Fernando, el Cerrito Colorado de La Ciénaga
de Arriba, la Loma de la Antena en La Toma, entre muchos otros, además
de los tres sitios incluidos en este artículo. Por otra parte, existen sitios
conformados por estructuras dispersas emplazadas entre los campos de
cultivo sobre el piedemonte que desciende de la ladera occidental del valle,
como los andenes de Carrizal, Azampay y Agua Linda, o en las terrazas de
distintos cursos de agua, como el propio río Hualfín, el Corral Quemado o
el Ichanga, entre otros. Entre los materiales hallados en los sitios de ocupa-
ción, además de la cerámica Belén, se han encontrado grandes cantidades
de cerámica ordinaria con distintas evidencias de utilización, puntas de
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proyectil de obsidiana y de hueso, distintos tipos de objetos líticos de mo-


lienda, restos arqueofaunísticos de camélidos, cérvidos, pumas y roedores,
cuentas de collar de malaquita, postes y vainas de algarrobo, semillas de
maní, marlos de maíz, etc. (González y Pérez, 1968; Balesta y Zagorodny,
1999; Wynveldt, 2007).
Los aspectos cronológicos en los sitios analizados permitieron esta-
blecer una ocupación de los mismos desde comienzos del Período de De-
sarrollos Regionales, que se prolonga durante la conquista inkaica1. No
obstante, hasta el momento no se han hallado en estos sitios evidencias
directas de la presencia inka, ya sea en cuanto al manejo del espacio, la
modalidad constructiva o los artefactos. Dicha situación contrasta con la
detección de tales evidencias en otros sitios del Valle, como el Pukara de
Hualfín, Quillay o El Shincal. Esto ha llevado a sugerir que una variedad
de reacciones de las distintas facciones de poder de los grupos Belén frente
a las imposiciones inkaicas y las consecuentes reacciones de estos últimos
haya generado variabilidad en cuanto a los tipos de relaciones sociales y de
poder, manifestados de distintas maneras en las evidencias arqueológicas;
esto ha permitido en algunos casos interpretar influencias, intercambios, 155
dominación o resistencia (Wynveldt, 2007).

I n dica dor es espaci a l es y def ensi vos


Para el análisis de los tres sitios seleccionados se tendrán en cuenta los si-
guientes indicadores espaciales: topografía, modo de emplazamiento, can-
tidad de estructuras, comunicación de las mismas entre sí y con el exterior,
circulación intrasitio, presencia/ausencia de barreras para el acceso y visibi-
lidad. A través de la identificación y caracterización de estos indicadores se
buscará realizar interpretaciones sobre las relaciones sociopolíticas entre los
pobladores de los sitios Belén analizados.
Considerando el contexto de beligerancia propio del Período de De-
sarrollos Regionales, los aspectos espaciales relacionados con la defensi-
bilidad de los sitios –definida como el grado en que un sitio es capaz de
protegerse o resistir un ataque (Borgstede y Mathieu, 2007)– adquieren
gran relevancia. Por lo tanto, la interpretación de los indicadores espacia-
les relacionados directamente con la defensibilidad de los sitios merece un
tratamiento particular.
1. Si bien las dataciones radiocarbónicas realizadas entre 1959 y 1985 para contextos Belén en el valle de Hualfín
(González y Cowgill, 1975; Sempé y Pérez Meroni, 1988) abarcan todo el espectro temporal desde comien-
zos del Período de Desarrollos Regionales hasta momentos históricos, las nuevas mediciones radiocarbónicas
apuntan exclusivamente a ocupaciones tardías, próximas a la conquista inkaica. Este dato es relevante teniendo
en cuenta que los primeros fechados pueden discutirse por diversas razones experimentales y de extracción
de las muestras (Wynveldt, 2007).
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Desde las perspectivas arqueológicas y antropológicas clásicas sobre


la guerra existió históricamente una conceptualización occidental que dis-
tinguía una modalidad de “guerra primitiva” –cuyas causas eran simples
motivaciones personales o de solidaridad grupal que se expresaban en en-
frentamientos de poca importancia–, frente a la “guerra real”, “racional” y
“práctica”, con objetivos económicos y políticos (Keeley, 1996). Esta visión
restringida del concepto de “guerra real” derivó en la búsqueda de indica-
dores bélicos que permitieran inequívocamente identificar un asentamiento
como defensivo o militar, de acuerdo con los cánones occidentales (Arkush
y Stanish, 2005). Para el caso particular de la arquitectura, los rasgos esta-
ban constituidos por murallas completas de gran altura, torres, torreones,
troneras, parapetos y fosas, además de la proximidad de los asentamientos a
fuentes de agua y ciertas características naturales de la topografía, como el
emplazamiento en lugares con acceso restringido.
Las nuevas perspectivas en arqueología consideran la guerra desde un
punto de vista mucho más amplio, que puede ocurrir a muy diferentes escalas,
incluida cualquier forma de confrontación planificada entre grupos organi-
15 6 zados de combatientes que comparten, o creen compartir, intereses comunes
(Webster, 2000), generando en los grupos que se sienten amenazados un estado
de inseguridad (LeBlanc, 1999).
Desde estas visiones más modernas se acepta que la presencia de varios
de los rasgos factibles de interpretar como indicadores de guerra, violencia y
conflictos, sobre todo identificables contextualmente en el nivel regional, debe
ser considerada como una señal clara de belicosidad (Arkush y Stanish, 2005;
Borgstede y Mathieu, 2007; Elliot, 2005; LeBlanc, 1999). Por lo tanto, es en fun-
ción de la situación general de la ubicación y emplazamiento de un sitio, y en su
relación con el entorno y con otros sitios, que su rol puede (o no) relacionarse
con un sistema defensivo mayor en una situación de guerra.
Partiendo de estas premisas, se consideraron las siguientes caracterís-
ticas espaciales mínimas para la interpretación de un sitio como de carácter
defensivo: emplazamiento en altura, diferencias de elevación entre los distintos
sectores, existencia de barreras, tanto naturales (cuerpos de agua, cárcavas, ris-
cos, etc.) como artificiales (murallas de circunvalación, sistemas de muros múl-
tiples, barreras de carácter perecedero o móviles, como plantas, barro, tron-
cos), y un alto grado de visibilidad (campo visual que desde un sitio particular
puede obtenerse del entorno). Además de estos indicadores mínimos, pueden
observarse también los siguientes rasgos defensivos: entradas diseñadas defen-
sivamente (accesos y circulación intrasitio restringidos), ángulos en murallas,
parapetos, la identificación de posibles puestos de observación y la presencia de
terrazas o plataformas.
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L a di m ensión espaci a l del pa isaj e .


A ná lisis de l os sit ios
Los tres sitios incluidos en el análisis, localizados en la figura 1, son: la Loma
de los Antiguos de Azampay, el Cerro Colorado de La Ciénaga de Abajo y la
Loma de Ichanga.
El primero de ellos, la Loma de los Antiguos, se ubica en las coorde-
nadas 27o 20’ 23,7’’ S y 67o 03’ 25,7’’ W, y se trata de un poblado fortificado,
emplazado en la cima de una lomada a 200 m sobre el terreno circundante
(ver la figura 2). Está rodeado de varias murallas de circunvalación y el acceso
a la cima se realiza actualmente por una senda ubicada en la ladera sur. En
sus flancos E, N y O las laderas son fuertemente abruptas y de acceso muy di-
ficultoso. En la cima se registran irregularidades topográficas, que generaron
diferencias tanto en la altitud de los conjuntos de recintos emplazados como
en su disposición y construcción.
La fortificación del poblado consiste en murallas concéntricas de cir-
cunvalación con puertas intercaladas. Los recintos, en un número de 43,
conforman agrupaciones de ocho conjuntos con características diferen-
ciales, no sólo en cuanto a la cantidad de recintos asociados, sino también 157
en relación con su comunicación interna y con los espacios externos. Seis
conjuntos proyectan sus puertas de salida a espacios abiertos, mientras
que los dos restantes (Conjuntos V y VI, más el recinto 45) desembocan
a su vez en un espacio o “patio” central relativamente circunscrito y llano
(ver la figura 3).
La planificación intrasitio genera modos específicos de circulación
complicados para quien no conoce el circuito; las entradas son angostas y
no permiten el paso de más de un individuo. La agrupación más concentra-
da y más elevada del sitio, que presenta un patio central, es la de más difícil

Figura 2. Plano de la Loma de los Antiguos de Azampay.


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Figura 3. Detalle de los conjuntos arquitectónicos de la Loma de los Antiguos.

15 8

Figura 4. Plano del Cerro Colorado de La Ciénaga de Abajo, indicando los sectores que lo componen.

acceso, con una localización que permite controlar la entrada al conjunto. El


juego de accesos y barreras dirige y controla el movimiento dentro del sitio.
Por otra parte, las habitaciones cercanas a las laderas permiten observar si
alguien se aproxima.
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El segundo ejemplo está constituido por el Cerro Colorado (ver la figura 4),
situado en la localidad de La Ciénaga de Abajo, en las coordenadas 27º 31’ 38,8’’
S y 66º 58’ 14,6’’ W, con 150 m de altura.
El mismo exhibe grandes irregularidades en su topografía que hacen difí-
cil su acceso por todos los sectores. No obstante, a pesar de su irregularidad, las
laderas occidentales resultan más accesibles, ya que por ellas descienden varios
espolones alargados que permiten circular con más facilidad. Posiblemente esta
relativa accesibilidad llevó a la construcción de las murallas defensivas localiza-
das sobre este flanco del sitio (ver la figura 5), conformado por más de 100 recin-
tos y decenas de estructuras de piedra (muros, murallas y cistas funerarias).
Los recintos se hallan agrupados en 18 conjuntos de estructuras con-
tiguas más varios recintos aislados y distribuidos en cinco sectores separa-
dos, con materiales de construcción diferentes y con características morfo-
lógicas distintivas. En distintos sectores y a diferentes cotas existen muros
de protección, parapetos y plataformas. La circulación tanto para el ascenso
al sitio como para el pasaje entre los distintos sectores resulta complicada e
implica una movilidad entre diferentes alturas. En este sentido, la planifica-
ción intrasitio potencia el efecto del emplazamiento, dado de modo natural 159
a partir de su topografía. No se registran espacios centrales grandes, pero
algunos recintos se abren a un espacio plano y amplio que pudo haber ser-
vido para la realización de actividades diurnas (ver la figura 6).

Figura 5. Una de las varias murallas defensivas, ubicada en la ladera occidental del Cerro Colorado.
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Figura 6. Recintos y conjuntos más concentrados, correspondientes al sector central del Cerro Colorado de
La Ciénaga de Abajo.

16 0

Figura 7. Vista de la senda de acceso a la Loma de Ichanga, en el extremo este del sitio.

Finalmente, la Loma de Ichanga (ver la figura 7) se encuentra en la


confluencia de los ríos Ichanga y La Calera, ambos de curso transitorio. Sus
coordenadas son 27º 29’ 59,2’’ S; 67º 00’ 25,8’’ W, y se halla a una altura de
1.515 msnm, localizada sobre una lomada plana o mesada con una altura de
50 m. A la cima se accede por una senda muy empinada ubicada en el extre-
mo oriental de la lomada, donde confluyen ambos ríos (ver la figura 7). Las
laderas hacia el oeste y el noroeste son inaccesibles.
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Las estructuras en su cima comprenden 15 recintos de piedra de forma


cuadrangular. Su distribución muestra un sector más concentrado, próximo
a la senda de acceso actual, que comprende diez estructuras (ver la figura 8);
siguiendo hacia el oeste, los recintos se encuentran más dispersos; luego, la
línea de la cima se angosta y continúa hacia los sectores NW y N, donde no
hay más estructuras. Cinco estructuras se distribuyen en las proximidades
del borde de la ladera nororiental, mientras que el resto se emplaza más ha-
cia el centro de la lomada. Se registran sólo dos recintos agrupados.
En general, la construcción de los recintos de la Loma de Ichanga se
realizó con una base de grandes bloques y lajas apoyadas sobre el piso y
rocas redondeadas pequeñas colocadas por encima. La mayor parte de las
paredes son simples, existiendo muy pocas en la modalidad de pared doble
con relleno de tierra.
En los tres sitios la selección de los materiales utilizados en la cons-
trucción de los recintos habitacionales y otras estructuras arquitectónicas
estuvo supeditada a la oferta de materia prima inmediata a los sitios.

L a r econst rucción espaci a l de u n pa isaj e 161


de con f lictos
A través del análisis del emplazamiento y la topografía se detectaron difi-
cultades para el ascenso en los tres sitios; en Cerro Colorado existe también
una barrera representada por el río Hualfín y sus barrancas, mientras que en

Figura 8. Plano de la Loma de Ichanga. Sector este.


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Loma de Ichanga la dificultad en el acceso se potenciaría, en épocas de cre-


ciente, por la confluencia de los ríos Ichanga y La Calera.
La interacción entre distintos tipos de barreras nos muestra que los po-
bladores de los sitios planificaron la instalación de los mismos.
La visibilidad implica tanto estructuras construidas como caracterís-
ticas del paisaje, que condicionan hacia y hasta dónde se puede ver desde un
sitio, y generalmente incluye lugares elevados (Borgstede y Mathieu, 2007).
En todos los casos analizados se registra buena visibilidad hacia los distintos
puntos del Valle (ver la figura 9). Sin embargo, resulta particular el caso de
la Loma de Ichanga, que permite visualizar las localidades en todas direc-
ciones desde un punto ubicado no en una lomada de gran altura ni en las
laderas de los cerros, donde se emplaza la mayoría de los sitios fortificados,
sino en medio del campo y a una altura relativamente baja (ver la figura 10).
Las localizaciones de los sitios proveían ciertos campos y líneas de visión en
direcciones de donde pueden provenir ataques. Las relaciones de los sitios
entre sí pueden haber proporcionado apoyos para defensas mutuas, ya que
complementan líneas de visión.
162 La sola presencia de los muros de protección en el Cerro Colorado debió
de representar un factor disuasivo, mientras que desde el interior era posible
visualizar la presencia y desplazamiento de extraños a distancias considera-
bles, y permitían defenderse en caso de ataque.
La planificación intrasitio hizo posible controlar entradas y direccionar
potenciales ataques. La existencia de entradas múltiples, como en el caso de
la Loma de los Antiguos, parecería, en primera instancia, facilitar el acceso
a los atacantes; sin embargo, la posibilidad de ingresar y circular fácilmente
en el espacio intrasitio debió de estar condicionada por el desconocimiento

Figura 9. Vista hacia el SE desde la Loma de los Antiguos de Azampay.


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Figura 10. Visibilidad obtenida desde la Loma de Ichanga hacia las diversas localidades del valle de Hualfín.

del circuito de circulación interno. Por otra parte, estas entradas son muy 16 3
estrechas y no permiten el paso de varias personas a la vez, mientras que su
multiplicidad otorga a los defensores la posibilidad de elegir entre diferentes
puntos de salida.
Se pudo constatar que siempre se utilizaron los materiales disponibles en
la propia superficie de los sitios, o a lo sumo, materiales transportados desde
las proximidades. También es destacable el hecho de que, a pesar de que por el
tipo de emplazamiento de estos sitios ninguno posee fuentes de agua en el es-
pacio intrasitio, tampoco se encuentran lejos de cursos de agua permanentes o
manantiales. Incluso, la Loma de Ichanga, que por su emplazamiento pareciera
encontrarse en una zona totalmente seca, tiene en sus cercanías una fuente de
agua importante donde actualmente funciona un puesto.
Una característica que parece definir al tipo de configuración espacial Be-
lén es la presencia de una estructura cuadrangular relativamente pequeña, de
no más de 4 o 5 metros de lado, asociada por un pasillo largo y fino a una estruc-
tura mayor, abierta o cerrada, frecuentemente un aterrazado, a modo de patio o
antesala. Este tipo de estructura se observó en todos los sitios, y en la Loma de
los Antiguos fue posible, a partir del análisis de los contextos de excavación, es-
tablecer diferentes funcionalidades para cada recinto: el de pequeñas dimensio-
nes correspondería a un albergue o refugio nocturno donde la gente descansaba,
consumía alimentos y se protegía de los frecuentes fríos, siendo la estructura
mayor un espacio diurno de actividades múltiples. También es general la combi-
nación de pircas dobles sobreelevadas y pircas simples en terraplén.
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Los sitios analizados se hallan circundados por otros aledaños, locali-


zados en zonas más bajas, a distintas alturas. La modalidad de asentamiento
en los sectores altos exhibe distintos tamaños de sitios; el Cerro Colorado es
el más grande en superficie y cantidad de recintos, y, junto a La Loma de los
Antiguos, exhiben los indicios más claros de fortificación. Ambos presentan
muros de protección y murallas de circunvalación con puestos de observa-
ción. El Cerro Colorado se halla sobre una barranca que, si bien no es muy
alta, ofrece como complemento la barrera representada por el río. En el nivel
intrasitio, ambos ofrecen una modalidad de circulación complicada, el Cerro
Colorado para moverse entre los distintos sectores con alturas diferentes, y
la Loma de Los Antiguos, por la relación entre las barreras y los accesos dife-
renciales a los diversos sectores.
La Loma de Ichanga se presenta como un sitio completamente diferen-
te, tanto por su tamaño, considerablemente menor que los otros, como por el
hecho de que no muestra, en apariencia, indicadores de protección defensiva
y, a la vez, no tiene una altura considerable. No obstante, su ubicación estraté-
gica proporciona una visibilidad del Valle que complementa la línea de visión
16 4 de varios sitios. Desde su cima pueden divisarse todas las localidades del valle
de Hualfín en todos los rumbos, así como los sitios fortificados de La Toma,
Yacoutula, La Ciénaga de Arriba, La Ciénaga de Abajo y Azampay. Asimismo,
debe considerarse la posibilidad de protección estacional proporcionada por
los cursos de los ríos al pie del sitio.
Las evidencias espaciales detectadas apuntan a la localización y plani-
ficación de los sitios en función defensiva. Por otra parte, se debe considerar
que la beligerancia no sólo puede ser el producto de enfrentamientos interét-
nicos, sino también de conflictos internos.
La cultura material no muestra diferencias aparentes entre los grupos
Belén (Wynveldt et al., 2007). En tal sentido, parece haber un grado impor-
tante de aglutinación que en parte podría provenir de las amenazas de grupos
externos; sin embargo, nos preguntamos si esta cuestión era lo suficientemente
motivadora como para minimizar los conflictos dentro de la sociedad Belén.
La pregunta acerca de cómo podrían originarse los conflictos nos
lleva a considerar que una causa podría estar constituida por cambios
ambientales, según se ha comentado ut supra. Otra razón podrían ser el
crecimiento demográfico y la consiguiente extensión de la población, iden-
tificados a través de la aparición de cantidades de sitios dispersos por todo
el Valle, ocupando distintas cotas altitudinales. Una crisis climática, su-
mada al aumento de población, podrían haber causado un agotamiento de
recursos, lo cual se puede interpretar a través de la masificación del uso de
madera de Prosopis detectada en los sitios. En los mismos se han hallado
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evidencias de uso intensivo para la fabricación de sostenes de estructuras,


en los cuales se nota una falta de mantenimiento, a través de la presencia
de galerías provocadas por xilófagos antes de la carbonización de la madera
(Valencia et al., 2008).
El estado de beligerancia mencionado para el período en el valle de Hual-
fín se puede considerar como producto de amenazas externas, probablemente
provenientes del altiplano y del oriente, según ha sido descrito por algunos au-
tores (González, 1979; Nielsen, 2002 y 2007; Torres-Rouff et al., 2005; Rothha-
mmer y Santoro, 2001; Núñez et al., 1975; Núñez Regueiro, 1974), y por las
localizaciones y estructuraciones defensivas de los sitios, hallazgo de armas en
el interior de recintos, y el aprovechamiento de barreras, ya comentados.
No obstante, también se debe tener en cuenta que los conflictos, reales
o potenciales, pudieron provenir también de cuestiones internas al funcio-
namiento de la propia sociedad Belén. Los mismos se pueden inferir a través
de las utilizaciones diferenciales del espacio que exhiben sitios residenciales
más concentrados en altura, con espacios de circulación y acceso restringidos
y sitios en zonas más bajas, aparentemente dedicados a la producción agrí-
cola y artesanal; obras arquitectónicas, como poblados, terrazas de cultivo, 165
andenes, acequias y estanques, que debieron de implicar que ciertos grupos
se encargaran de la dirección y planificación de tareas, mientras que otros
debieron de haberse ocupado de la ejecución y mantenimiento de las obras;
concentración de la producción agrícola en áreas en las que no se registran
instalaciones para su almacenamiento (tal es el caso de Azampay), implican-
do una redistribución de los productos según la discrecionalidad y/o intere-
ses de ciertos grupos en detrimento de otros.
A juzgar por el tamaño de unas pocas colcas o estructuras de almace-
namiento registradas por Sempé (1999) en la Loma de los Antiguos, se puede
inferir que la producción agrícola potencial de Azampay no se almacenaba allí.
La pregunta, en función de las evidencias, es si la misma se llevaba a los sitios
Belén más grandes y más “antiguos” para ser almacenada y distribuida, y si en
momentos de la conquista inkaica esto se realizaba desde los sitios que exhiben
evidencias de dicha ocupación y presentan estructuras de almacenamiento.
El análisis presentado, focalizado en la dimensión espacial, ha mostrado
distintos aspectos sociopolíticos de la sociedad Belén, reflejando una cons-
trucción del paisaje que privilegia los elementos vinculados con situaciones
de conflicto. Se espera en los próximos estudios incorporar progresivamente
el análisis de la dimensión espacial de todos los sitios de la región y las di-
mensiones temporal y social del paisaje, para integrar finalmente la totalidad
de los elementos del registro arqueológico en una reconstrucción general del
paisaje sociopolítico del valle de Hualfín. .
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