Arrebatadora Inocencia - Catherine Brook

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Claire Lethood solo desea casarse con un hombre que la quiera y la

comprenda, por lo que cuando su padre la compromete con un caballero con


fama de calavera, no puede hacer otra cosa que despedirse de sus mayores
sueños. No espera demasiado de ese matrimonio; sin embargo, el conde de
Blaiford resulta ser más de lo que imaginó y termina robándole el corazón,
por lo que Claire tiene intenciones de conseguir que la ame con el mismo
fervor que ella lo ama. Al menos, hasta que enemigos del pasado llegan para
perturbar su paz.
Brandon Saalfeth, conde de Blaiford, solo quiere casarse para que su madre
deje de atormentarlo con un heredero, pero ni en sueños piensa abandonar su
vida disoluta, por lo que decide elegir una esposa que no interfiera de ninguna
manera en esta. La señorita Lethood parece ser la persona ideal, pero muy
pronto el conde aprenderá que no se debe juzgar a alguien por las primeras
impresiones, pues Claire despierta en él una inminente atracción que termina
volviéndose el pilar de su vida. Cuando el pasado amenaza con regresar,
tendrá que tomar decisiones importantes para salvar su matrimonio.

¿Podrán dos personas tan diferentes encontrar el apoyo necesario en el otro?


¿Lograrán sobrevivir a las intrigas que hay a su alrededor?

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Catherine Brook

Arrebatadora inocencia
Casadas a la fuerza - 1

ePub r1.0
Titivillus 02.02.2024

Página 3
Título original: Arrebatadora inocencia
Catherine Brook, 2024

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

Página 4
Índice de contenido

Cubierta

Arrebatadora inocencia

Antes de iniciar…

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Página 5
Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Sobre la autora

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Antes de iniciar…

Querido lector, antes de que empieces a leer esta historia, me gustaría que
supieras que es la primera novela que escribí, hace ya varios años, cuando era
una joven adolescente con una inocencia similar a la de la protagonista que
aquí te voy a presentar. No es, ni de lejos, mi mejor obra, y seguramente se
aleja un poco de lo que escribo en la actualidad, pero fue el producto de la
ilusión de una joven que ya había leído mucho romance y quería crear uno.
Fue el inicio de mi incursión en este mundo.
Tal y como creo que le puede suceder a muchos escritores, a medida que
fui avanzando me fui olvidando de ella y la relegué a un archivo abandonado
de mi computadora. Muchos me preguntaron por esta historia y yo solía decir
que no creía que volviera a ver la luz. No obstante, un día, llena de curiosidad
por saber qué había en esta novela que despertara tanta melancolía, me puse a
releerla, y caí presa de la magia que en su momento me instó a terminarla. Si
bien no la estaba leyendo como lo haría aquella adolescente soñadora que fui,
sino como una joven adulta que sabe más de la vida, no me fue difícil sonreír
con ella. Sí, vi con claridad todos sus puntos débiles, me burlé un poco de mí
misma por haber hecho una obra así y, no lo negaré, de vez en cuando quería
zarandear a los personajes para que espabilaran y dejaran de ser tan tercos.
Sin embargo, también volví a conectar con los personajes, a recordar los
buenos momentos que pasé escribiéndola, y al final me decidí a mostrarla otra
vez al mundo. La he editado para que su lectura sea más amena y he
corregido unas cuantas cosas, pero la trama sigue siendo la misma. Brandon y
Claire siguen siendo los mismos.
Así pues, les traigo esta historia. Esta novela que, muchos años después,
no encuentro tan perfecta como lo creí en su momento y, sin embargo, no
sería lo que soy sin ella.
Espero que aquellos que alguna vez la leyeron puedan volver a disfrutarla,
y a los que no, los invito a conocer esta obra que me dio oficialmente el título
de escritora.

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Capítulo 1

Inglaterra, 1815
Cansada de estar sentada, Claire Lethood se dirigió a la terraza en busca
de un poco de aire fresco que relajara la tensión y menguara la conocida
decepción que le producía no ser merecedora de ni siquiera una mirada.
Observó los jardines bien cuidados de sus anfitriones, los Blane, y echó
un vistazo a la luna llena; la única que no le negaba la compañía esa noche.
Llevaba horas sentada, aburrida, sola y sin encajar como una margarita
rodeada de increíbles rosas inglesas. Su única amiga, Katherine Blane, debía
de estar bailando con un apuesto joven, por lo que casi no habían hablado
durante la fiesta y, por ende, no había tenido nadie en quien apoyarse.
Al contrario de ella, Kate siempre tenía mucho éxito. Podía ser la segunda
temporada para ambas, pero si su amiga no se había casado aún no era por
falta de pretendientes, sino porque deseaba encontrar al hombre adecuado.
Siendo vecinas, desde muy jóvenes ambas mujeres descubrieron que
compartían el mismo deseo: casarse solo por amor; hecho que dio producto a
su amistad tan única. Habían jurado que jamás dirían el «sí» frente al altar a
menos que fuera el hombre de sus vidas el que estuviera a su lado. Sin
embargo, dadas las circunstancias actuales, y siendo realistas, esos ideales a
Claire ya le parecían lejanos.
Kate era una de las pocas personas a las que le tenía confianza, con la que
podía hablar y no se sentía extraña; podía ser ella misma sin sentir aquella
opresión en el pecho que le imposibilitaba decir palabra y que de forma
indirecta era la causante de su actual soltería. Durante su primera temporada,
todos se habían dado cuenta de que no era la mejor compañía. No sabía
mantener una conversación y pocas veces las palabras salían de su boca en
otra forma que no fuera monosílabos. Estar rodeada de mucha gente la hacía
sentir insegura, la volvía tímida. Solía sentarse lejos y casi nadie se fijaba en
ella. Era invisible, y tal vez fuera mejor así. Tenía uno que otro pretendiente
que se acercaba a ella atraído por su gigantesca dote, pero, por suerte,

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ninguno había ido a pedir su mano, pues su padre no dudaría en dársela al
primer valiente que se atravesase. Para nadie era un secreto que no era una
hija querida.
Thomas Lethood nunca se cansaba de decirle que era una inútil, que ni
siquiera podía atraer a un buen marido, y le repetía incansables veces que él
siempre deseó un hijo varón, como si ella hubiese tenido la culpa de haber
nacido mujer.
—Mamá, te extraño tanto —murmuró.
Sophia Lethood fue una mujer admirable que adoró a su hija hasta el
último de sus días. Claire recordaba poco de ella, pero nunca dudó de que la
amaba. Siempre se interponía entre su padre y ella como una barrera
defensora.
Suspiró e intentó acomodarse uno de sus rizos negros, que se negaba a
quedarse en su lugar, a pesar de que Lily, su doncella, había hecho su mayor
esfuerzo por que el peinado quedara perfecto; algo complicado, pues su
cabello era indomable, a diferencia de su personalidad.
Esa era otra característica que disminuía sus posibilidades de conseguir un
esposo: no era la belleza que tentaba a los hombres y los ponía de rodillas; si
lo fuera, sus defectos de carácter podrían haber sido pasados por alto. Sin
embargo, Dios, que parecía haberse ensañado con ella desde su nacimiento, le
concedió un rostro con facciones comunes, que, si bien no se podían
considerar feas, no la hacían pertenecer a la flor y nata de la sociedad, donde
estaban de moda las rubias. Sus ojos, también negros como la noche, distaban
bastante de los azules claros que tanto predominaban en las bellas jóvenes, y
su tez pálida solo conseguía asemejar su aspecto al de un fantasma. ¿Quién
querría voltear a ver a uno? Había escuchado una que otra vez murmurar
sobre su estado de salud. Algunas matronas aseguraban que era delicado y
que no sería capaz de soportar un embarazo.
Con un suspiro de resignación, Claire alisó los pliegues de su vestido
color rosa pálido. Estaba por irse cuando sus ojos captaron un movimiento en
la oscuridad de los jardines. Entrecerró los ojos para enfocar mejor la imagen
y logró divisar unas sombras moviéndose por los arbustos. La curiosidad la
atrapó, así que permaneció ahí, a riesgo de que la vieran, solo para intentar
descifrar quiénes eran esas personas que encontraban la velada tan aburrida
como ella.

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—¿Estás seguro de que nadie nos puede ver? —preguntó una voz
femenina y coqueta.
—Seguro. Conozco un lugar. Confía en mí.
—Debes hacer esto a menudo —ronroneó la mujer.
Brandon Saalfeth, conde de Blaiford, se encogió de hombros y una sonrisa
pícara se instaló en su rostro. La verdad era que había ido demasiadas veces a
esa residencia como para conocer un lugar privado en el cual disfrutar un rato
de aquello que se había convertido en su debilidad: las mujeres.
Cualquier hombre que se preciase jamás decía que no a los placeres que
semejantes criaturas les ofrecían. El problema de él consistía en que no podía
conformarse con una; no, a él le gustaba la variedad. Pasar mucho tiempo con
una persona determinada tarde o temprano lo terminaba aburriendo. Siempre
se ponían exigentes, querían exclusividad, e incluso pedían una parte de sí
que él juró hacía años no dar. Por ese motivo, el matrimonio dejó de estar en
sus planes desde hacía tiempo. Su soltería era lo más preciado que tenía, y a
veces maldecía el título que en un futuro no muy lejano lo obligaría a
despedirse de esta.
Como conde de Blaiford, su deber era casarse y engendrar un heredero
que continuara con el linaje. Era algo de lo que no podía escapar, y su madre
se encargaba de recordárselo con frecuencia. Lamentablemente, tenía que
hacerlo. Pero bajo ningún concepto estaba dispuesto a abandonar su vida
disoluta. Tenía un plan que pondría en marcha después. Primero, disfrutaría.
Guio a lady Murray, esposa de un viejo conde, a través de los arbustos;
pero se detuvo cuando sintió un cosquilleo en la nuca, ese que avisaba que
alguien estaba observando. Por instinto, alzó la vista hacia la terraza y
descubrió que una mujer los miraba. Ella se alejó en el mismo instante en que
fue descubierta y entró precipitadamente en la casa. Brandon no logró
descubrir quién era por la oscuridad, y esperaba que ella tampoco los hubiera
reconocido.
—¿Pasa algo? —preguntó lady Murray mirando a la terraza, en busca de
aquello que había distraído a su amante.
—No, nada. Ven, el lugar está cerca —contestó él mientras la tomaba de
la mano y proseguían su camino.
Claire entró en el salón con los nervios de punta, rogando que no la
hubiesen visto. En caso de no ser así, esperaba que no la reconocieran. No era
correcto que una dama estuviera en la terraza. No obstante, dada su poca
popularidad, se permitía confiar en que su identidad no sería descubierta. Ser
invisible podía tener sus ventajas de vez en cuando.

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Rememoró la escena y negó con la cabeza a modo de reprobación. Por el
impresionante vestido color escarlata, Claire pudo reconocer a la mujer como
lady Murray. No obstante, al hombre no pudo distinguirlo; aunque por su
porte y la forma del cuerpo estaba claro que no era lord Murray.
Prefirió olvidar el tema. Era curiosa por naturaleza, pero no era chismosa.
—¡Ahí estás! Te he estado buscando.
Kate caminó entre la multitud hasta quedar frente a ella. Sus ojos azules,
como el cielo en un día soleado, la miraron interrogante a la vez que sus
dedos tiraban de uno de sus mechones rubios.
—¿Dónde has estado?
Claire observó a su amiga y sonrió.
—Tomando aire. —Se abstuvo de mencionar la probable cita amorosa que
presenció, pues, aunque Kate sabía guardar secretos, los chismes no entraban
en esa categoría. Nunca se los callaba.
—Tu tía te ha estado buscando. Dijo que se sentía un poco indispuesta
y… ¡Ahí está! —Señaló a la mujer de aproximadamente cuarenta años que se
acercaba con un vestido plateado y negro.
—Oh, querida, ¡qué bueno que te encuentro! No te importa si nos vamos,
¿verdad? —preguntó mientras se abanicaba—. Me duele un poco la cabeza.
—Por supuesto que no, tía.
Se despidieron del señor y la señora Blane y salieron a esperar su carruaje.
Una vez dentro del coche, Claire miró con atención a su tía Mirian. Era
una mujer regordeta, cuyo pelo castaño estaba teñido por algunas canas. Su
rostro, a pesar de estar ligeramente arrugado, mostraba la elegancia y la
belleza que aún no se había perdido.
Era hermana de su madre y conocida por todos como lady Warwick.
Viuda y sin hijos desde hacía cinco años, se fue a vivir con ella pues su
marido no le había dejado nada. Casi todo se vendió para pagar las deudas de
juego de este y su tía se quedó sin refugio, ya que el nuevo vizconde se negó a
tenerla en su casa. Su padre la aceptó a regañadientes, con el fin de que se
ocupara de Claire que, para aquel entonces, tenía catorce años.
Para Claire, la llegada de su tía fue lo mejor que le pudo pasar. Su
compañía le agradaba mucho y con ella no se sentía tan sola. Era como si le
hubiesen mandado a alguien para que la tristeza por la muerte de su madre
disminuyera un poco.
Lady Warwick se había encargado de su presentación en sociedad y de
enseñarle todo lo que necesitaba saber para ser una dama, pero no había

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podido quitarle ese miedo a hablar con las personas; ese sentimiento de
inferioridad que la embargaba cuando estaba con desconocidos.
Los caballos se pusieron en marcha y la tía Mirian se percató de la mirada
de Claire.
—¿Qué sucede?
—Usted nunca se enferma —respondió como si eso bastara para aclararlo
todo, y efectivamente, así fue.
—¡Oh, está bien! No estoy indispuesta —admitió—, pero sí me duele un
poco la cabeza tras oír tantas estupideces juntas.
—¡Tía! —exclamó Claire, fingiendo sorpresa—. ¿Qué forma de
expresarse es esa?
Su tía solía ser una mujer prudente, pocas veces se dejaba guiar por la
rabia como en esos momentos.
—Lo siento, mi niña —se disculpó, y rio al apreciar el destello de burla en
los ojos de su sobrina—. Pasa que a veces algunas damas son insoportables.
—¿Qué han dicho ahora? —quiso saber. Sabía que su tía se refería a las
matronas de la alta sociedad.
Su tía dudó, pero después de reflexionar un momento, se lo dijo:
—Han hablado de ti, amor.
Claire se lo imaginaba, aunque la mayoría de las veces pasaba
desapercibida. Cuando estaba en boca de alguien no era para nada bueno.
—¿Qué han dicho? —volvió a preguntar.
—Nada importante.
—Quiero saber —insistió Claire.
Lady Warwick soltó un suspiro de resignación antes de hablar con un tono
de rabia y pesar:
—Han expresado cuánto lamentan que una joven como tú siga soltera,
que los caballeros no se han dado cuenta de a quién dejan apartado, pero que
están seguras de que esa situación cambiará pronto.
Ambas sabían que esos comentarios que las damas creían correctos solo
eran una manera indirecta de expresar sus condolencias y remarcar el hecho
de que se quedaría soltera. No pudo evitar sentirse triste. Estaba acostumbrada
a la lástima de la alta sociedad, pero eso no significase que no le doliera.
No hubo tiempo de pensar más, pues el carruaje se detuvo. El viaje era
corto porque las casas eran vecinas. Un lacayo las ayudó a bajar y ambas se
encontraron frente a la fachada de una imponente casa de campo. Pasaban la
mayor parte del año ahí en lugar de en su casa en Londres porque su padre
detestaba la ciudad. Por eso ella y Kate siempre estaban juntas; se criaron ahí

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y a menudo paseaban a caballo, organizaban días de campo y caminaban
disfrutando el paisaje.
Entraron en la casa decorada con colores melocotón y dorado. Del salón
principal se observaban varias puertas que daban a otras salas adyacentes más
pequeñas, a comedores y una puerta hacia la biblioteca. La casa no se
remodelaba desde la muerte de su madre, doce años atrás, pero no se veía tan
anticuada. A pesar de que su familia no poseía título nobiliario, nadie podía
negar que tenían dinero al observar tanto el interior como el exterior de la
mansión. Su padre era hijo segundo de un vizconde que le había dejado esa
propiedad para que hiciera su vida y había sabido administrarla bien.
Después de despedirse de su tía, subió a su habitación en el tercer piso y
se acercó al tocador, donde la esperaba su doncella, Lily, quien la ayudó a
quitarse el vestido.
Ya en camisón, se acostó, pero no logró conciliar el sueño en un buen
rato. Sus pensamientos se desviaban a todo lo sucedido esa noche, hasta que
llegaron al misterioso hombre que se escabullía con lady Murray. ¿Quién
sería? La curiosidad la estaba comiendo viva.
Ella siempre se preguntó cómo era aquello por lo que las mujeres
arriesgaban su reputación y matrimonio. ¿Sería tan grandioso como lo
describían algunas damas cuando creían que nadie excepto sus amigas
cercanas las escuchaban? ¿Qué se sentiría? Ella no estaba segura de si algún
día lograría experimentarlo, pues ni siquiera sabía si se casaría.
Nuevamente sus pensamientos volvieron al misterioso hombre. Trató de
recordar los nombres de los presentes y ver si alguno tenía las características
del desconocido, pero no logró asociarlo con nadie. Al final, se dio por
vencida y se durmió.

Ya eran más de las tres de la mañana cuando Brandon llegó a su casa. Le


dolía la cabeza, pero no por el cansancio, sino por tener que aguantar la
cháchara de su madre en el carruaje. Había venido a pasar unos días con él en
la casa de campo —a la que había huido precisamente para evitar ser
molestado—, y desde entonces no había hecho otra cosa que recordarle que
debía casarse, y en el viaje de regreso estuvo enumerando las cualidades de
las que eran buenas candidatas.
Ya en su habitación, mientras se preparaba para ir a dormir, recordó que
no todo en la velada fue tan malo. Sus labios formaron una sonrisa maliciosa
al rememorar el encuentro con lady Murray.

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De pronto, se le vino a la mente la misteriosa figura que los había
observado. La mujer se movió tan rápido que no pudo identificarla y estaba
seguro de que ella tampoco lo reconoció, pues al regresar al salón no hubo ni
chismes ni murmuraciones al respecto. De haber sido descubiertos, estarían
en la boca de todo el mundo y él tendría una cita al amanecer con lord Murray
por la ofensa.
«Gracias a Dios que no pasó a mayores», pensó. Lo que menos necesitaba
era un escándalo. Sabía en lo que se estaba metiendo al estar con mujeres
casadas, pero en esos momentos no pensaba con la cabeza.
Esos pensamientos lo llevaron de nuevo al tema del matrimonio. No
deseaba casarse. No quería atarse a alguien de por vida, pero no tenía otra. Sin
embargo, estaba seguro de haber encontrado a la persona perfecta. Al día
siguiente pondría en marcha su plan y, con suerte, su vida no cambiaría por
completo.

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Capítulo 2

La luz del sol que se filtraba por la ventana despertó a Claire, quien,
después de llevar a cabo la difícil tarea de desperezarse, llamó a Lily para que
la ayudara a arreglarse ese día. Eligió un sencillo vestido de muselina azul y
recogió su cabello con una cinta del mismo color.
Cuando llegó al salón del desayuno, su tía estaba tomando una taza de
café, sola. Probablemente su padre desayunaría temprano para no ser
importunado con la presencia de ambas mujeres. Mejor, porque cuando se lo
encontraban, la comida transcurría en un incómodo silencio. Como ese día
ambas se levantaron más tarde de lo normal por la desvelada de la noche
anterior, no hubo problema.
A Thomas Lethood no le gustaban las veladas, ni ningún acto social. Solía
decir que las personas eran demasiado idiotas para merecer su atención.
—Buenos días —saludó Claire a la vez que se sentaba.
—Buenos días, cariño —contestó su tía mientras untaba mermelada en
una tostada.
Uno de los criados le trajo a Claire una taza de café. Ella se sirvió un poco
de fruta.
—¿Cómo dormiste?
—Bien, tía, gracias. ¿Y usted?
—Muy bien. Claire, ¿qué forma de comer es esa? —preguntó al darse
cuenta de que su sobrina engullía varios bocados de comida y los masticaba
demasiado rápido—. Te vas a atragantar. Las damas no comen así.
—Lo siento, tía —se disculpó una vez hubo tragado—. Voy a ver a
Katherine.
—Estoy segura de que a la señorita Blane no le molestará esperarte unos
minutos mientras terminas tu desayuno —afirmó suavemente.
—Está bien —dijo Claire, y empezó a comer más despacio.
Una vez terminado el desayuno, se levantó, se alisó los pliegues del
vestido, se acercó a la puerta y gritó:

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—¡Lily, date prisa si quieres ir a hablar con Anne! ¡Y me traes mi
sombrero, por favor!
—¡Claire! Las damas no gritan —la reprendió su tía.
Claire le dirigió una sonrisa traviesa.
—Oh, pero yo he escuchado a unas cuántas hacerlo, sobre todo si hay una
noticia escandalosa de por medio. Ya sabes, de esas que ameritan actuar con
cierto grado de dramatismo. —Lady Warwick la miró con reproche y ella se
rio—. Lo siento, tía, sabes que jamás me comportaría así en público.
Lily apareció en ese momento con el sombrero de su señora, a juego con
el vestido. Estaba tan impaciente como Claire por ir a casa de Kate, pues la
doncella de esta, Anne, era muy amiga de ella, y cuando se juntaban hacían lo
que mejor sabían hacer: chismear.
Lily le entregó el sombrero a Claire, quien se lo colocó rápidamente,
provocando que unos mechones se le escaparan y le enmarcaran la cara.
Luego, caminaron, o, mejor dicho, corrieron hacia la puerta principal.
—¡Claire! —la detuvo lady Warwick—. Las…
—Sí, ya lo sé, las damas no corren como caballos desbocados. Hasta
pronto, tía —se despidió antes de salir.
—Tampoco interrumpen cuando alguien más habla —murmuró lady
Warwick, después sonrió. Si su sobrina utilizara esa vivacidad con los demás,
ya habría conseguido marido.
Lady Warwick suspiró. Su mayor deseo era ver a Claire feliz, casada con
un hombre que la amara y apreciara como se merecía. Esperaba que algún día
pudiera suceder. No había nadie en ese mundo que mereciera la felicidad
como Claire, con quien la vida parecía haberse enseñado. Si Dios existía, su
querida sobrina tendría una gran dicha. Las dos jóvenes salieron de la casa a
una velocidad muy poco apropiada para una joven dama y una doncella
decente. Como iban a pie, tardarían unos diez minutos en llegar.
Tan enfrascadas iban en el camino, que ninguna de las dos se percató del
carruaje que acababa de llegar, ni del hombre que las observaba con
curiosidad y sorpresa.
Brandon observó a las dos mujeres alejarse desde su carruaje. Caminaban
tan rápido que se podría decir que corrían. La escena le causó gracia. La
señorita Lethood iba adelante mientras su doncella trataba de igualarle el
paso. Parecían dos niñas, tan vivaces y aventureras que lo hizo dudar de la
primera impresión que tuvo de la señorita Lethood. Pero pronto esas dudas se
evaporaron. Todo el mundo sabía que la señorita en cuestión no cruzaba
palabra con nadie. Era sumisa y tímida, justo lo que él necesitaba.

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Rio al recordar la conversación que tuvo con su madre respecto a ese
tema, esa misma mañana.
—¿Por qué ella? —preguntó su madre después de recibir la noticia de que
su hijo pensaba pedir la mano de la señorita Lethood.
—¿Por qué no? —replicó él—. Has estado insistiendo por meses en que
busque una esposa, y ahora que he decidido hacerlo, cuestionas a la
afortunada.
—Sí, pero ella… Muchas damas mueren por ser tus esposas. Damas de
sangre azul. Las mujeres de la flor y nata de la sociedad londinense pelean
entre ellas por tener el honor de recibir una propuesta de matrimonio de tu
parte. Damas excepcionalmente hermosas.
—La señorita Lethood no es fea.
—Hay millones más bonitas —insistió.
—Dime qué objeciones le pones. No tiene título, pero es de buena familia.
Sobrina de un vizconde, si mal no recuerdo. Además, es adinerada y ha
recibido buena educación.
—Eso último no lo podemos constatar, pues no habla con nadie para
saberlo —objetó su madre.
—Vamos, madre —dijo Brandon con calma—, ambos sabemos que sí
recibió buena educación; solo es un poco tímida. Además, también es sobrina
de lady Warwick, la viuda del barón Warwick —agregó, con la esperanza de
que su madre dejase de protestar.
Para su desgracia, no tuvo tanta suerte.
—Un barón que perdió todo en el juego. —De pronto, arrugó el ceño,
como si hubiese comprendido algo—. Tímida has dicho… ¡Por supuesto! Con
razón la has elegido. Ves en ella a la mujer perfecta, que, siendo sumisa,
pasará por alto todas tus infidelidades. Vas a utilizar a esa pobre muchacha, la
harás estar en boca de todo el mundo, mientras ella hace como si no sucediera
nada. —Lo fulminó con la mirada—. ¡Qué decepción!
Sabía que su madre jamás lo aprobaría, pues su matrimonio fue por amor
y su padre siempre le había sido fiel. Pero él tenía sus motivos y no le
interesaba lo que pensasen los demás.
—Madre, muchos hombres tienen amantes después de casados.
No era lo mejor que se le podía ocurrir para defenderse, pero sí fue lo
único que pensó en su momento. Su madre lo estaba haciendo sentir culpable,
y eso no le gustaba.
—Pero tú no te conformarías con una, irías tras medio Londres.

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—Dicho de esa forma, suena terrible, cuando, en realidad, la infidelidad
es muy común en nuestra sociedad. Todos los hombres han sido infieles
alguna vez en sus vidas —«Y algunas mujeres también», pensó al recordar a
sus antiguas amantes.
—No todos. Tu padre nunca me engañó.
—Porque él te amaba. Pero… —Alzó una mano al ver que la mujer lo iba
a interrumpir— como has estado insistiendo últimamente para que me case,
no me queda otra opción. No tengo tiempo de buscar el amor.
A pesar de haber crecido en una familia donde este era el principal
componente, para Brandon el amor era un sentimiento absurdo, les hacía
perder todo rastro de razón. Ese sentimiento no era más que un arma de doble
filo que se debería de evitar en la medida de lo posible si se deseaba
permanecer cuerdo y feliz. Era mejor estar solo, así se disfrutaba de la vida
sin poner en riesgo ese órgano tan vital como era el corazón. Tener la
obligación de casarse no era algo que le hiciera mucha gracia, por eso había
decidido hacerlo con alguien que no lo hiciera consciente de su presencia.
—No te atrevas a echarme la culpa —reprendió la viuda Blaiford—. Hago
lo que creo correcto. Además, con esa actitud no creo que llegues a
enamorarte nunca.
—¡Ya basta! —Brandon se levantó, golpeó la mesa con el puño y su
madre se sobresaltó—. No pienso seguir con esta conversación. Me casaré
con la señorita Lethood y no hay nada que decir al respecto.
La viuda Blaiford suspiró, resignada.
—Está bien, pero te advierto que haré todo lo posible para integrarla en
sociedad. Como futura condesa, deberá aprender a relacionarse.
—No la cambies mucho o arruinará mis planes.
Hizo una reverencia a su madre a modo de despedida y se encaminó hacia
la salida.
—Ojalá te llevaras una sorpresa —escuchó que murmuraba la condesa,
todavía en desacuerdo con el plan.
Frunció el ceño un momento por las palabras de su madre, pero recuperó
la compostura y, decidido, bajó del carruaje. Un mayordomo alto y delgado,
de unos sesenta años, abrió la puerta, y Brandon le entregó su tarjeta de visita.
El mayordomo recogió su sombrero y su abrigo, y luego lo condujo a una
pequeña sala de donde venía saliendo lady Warwick.
—¡Lord Blaiford! —Hizo una reverencia a modo de saludo. El
desconcierto brillaba en sus ojos. Conocía a lord Blaiford de vista y habían

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cruzado algunas palabras de vez en cuando, pero no tenía ni idea de qué podía
hacer ahí. Que ella supiese, no tenía negocios con su cuñado.
—Lady Warwick. —Brandon inclinó la cabeza para corresponder al
saludo—. Espero que se encuentre usted bien.
—Excelente, gracias. —El mayordomo fue a avisar a su señor de la
presencia de la visita mientras lady Warwick acompañaba a Brandon a la
salita—. Yo también deseo que usted goce de buena salud.
—Muy buena, gracias.
—Siéntese, por favor. —Señaló el mueble detrás de él—. ¿A qué
debemos el honor de su visita?
—He venido a tratar un asunto con el señor Lethood.
Él no pensaba decir más y habría sido una imprudencia por parte de ella
preguntar el motivo por el que deseaba ver a su cuñado. Decepcionada por no
tener más información, decidió cambiar de tema.
—Qué clima tan agradable ha estado haciendo últimamente, ¿no cree?
—Así es, muy agradable.
—¿Cómo se encuentra la condesa viuda?
—Mi madre goza de excelente salud, gracias por preguntar. De hecho,
está pasando una temporada conmigo en estos momentos.
—Me alegro, aunque admito que me extraña que no se encuentren en
Londres disfrutando de la temporada en su máximo apogeo.
—Londres es muy abrumador. De vez en cuando es necesaria la
tranquilidad del campo.
Lo cierto era que Brandon lo único que encontraba abrumador en Londres
era a su madre y la insistencia de esta de presentarle a cuanta jovencita
conociera. Había decidido escaparse unas semanas al campo, donde la
actividad social era más reducida, pero al menos evitaría por un tiempo los
intentos de su progenitora por casarlo. Debió imaginar que la condesa no
aceptaría que la evadieran.
Wilmolt, el mayordomo, regresó con la respuesta del señor.
—El señor Lethood lo recibirá ahora, lord Blaiford.
—Buenos días, lady Warwick. Ha sido un placer.
Se despidió con una inclinación de cabeza y siguió al mayordomo.
Wilmolt lo guio hasta la biblioteca, donde Thomas Lethood lo estaba
esperando.
—Lord Blaiford, bienvenido —saludó el hombre, y le dijo a Wilmolt que
podía retirarse. El mayordomo hizo una reverencia y salió de la estancia—.
¿Desea un poco de brandy?

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—Por favor.
Thomas caminó hasta una estantería situada al otro extremo de la
biblioteca, sirvió dos copas de brandy y le entregó una a Brandon.
—Dígame, lord Blaiford —regresó a su escritorio y se sentó, invitando
con la mano a Brandon para que usara la silla de enfrente—, ¿a qué debo el
placer de su visita?
Thomas Lethood se acomodó en el sillón de cuero del gran despacho y
miró a Brandon con ojos curiosos. Era una persona robusta. Brandon se
atrevería a decir que su sola presencia inspiraría si no miedo, al menos
incomodidad al que estuviera enfrente de él. Tendría alrededor de cincuenta
años y su cabello estaba teñido de canas. Sus ojos cafés mostraban frialdad.
Había algo en ese hombre que a Brandon no le gustaba en lo absoluto. Con un
padre así no le extrañaba que la pobre muchacha fuera tímida.
—Iré al grano, señor Lethood. —Hizo una pausa para tomar un sorbo de
brandy y prosiguió—: Quiero pedir la mano de su hija.
Thomas casi se atraganta con la bebida. Sus ojos abandonaron un
momento su frialdad habitual para mostrar diversas emociones que Brandon
no supo descifrar bien: ¿sorpresa?, ¿confusión?, ¿alegría?
Thomas no sabía qué pensar. La mano de Claire… ¡Pedía la mano de
Claire! ¿Tendría problemas económicos y necesitaba la dote? Era la única
razón que se le ocurría para que quisiera casarse con su insípida hija. Aunque
si ese era el motivo o no, tampoco le importaba. Al fin se libraría de esa
muchacha que nada más le estorbaba. Él siempre deseó un hijo varón que
siguiera sus pasos y la inútil de su esposa no se lo pudo dar.
Con Claire lejos, se le haría más fácil poner en marcha sus planes. Ya
tenía a la candidata perfecta para convertirla en su esposa. Pronto arreglaría el
trato con sus padres y, con su hija fuera de la casa, sería más sencillo que
estos aceptasen. Por ella siempre se le hizo difícil encontrar a una mujer.
Muchas se sentían atraídas por su dinero, pero pocas estaban dispuestas a
tolerar una hija.
—Lord Blaiford, esta sí que es una sorpresa. —No disimuló en lo más
mínimo su entusiasmo—. Me complace infinitamente que haya deseado
tomar a mi hija por esposa.
—¿Eso es un sí?
—Por supuesto.
Pasaron un rato hablando de los detalles. Brandon no se preguntó si la
novia estaría dispuesta o no, pues suponía que sí. ¿Qué mujer no desearía
convertirse en condesa?

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En el salón, lady Warwick se debatía entre ir a investigar o quedarse
donde estaba. Nunca fue chismosa, por supuesto que no, pero la curiosidad la
mantenía inquieta. ¿Qué haría un hombre como lord Blaiford con Thomas
Lethood? ¿Hablaban de negocios, quizás? Sí, eso era lo más probable. Ella no
tenía motivos para escuchar una conversación de negocios. Pero, ¿y si no era
de eso de lo que hablaban? No podía aguantar más tiempo sin saberlo. Se
suponía que una dama no debía espiar, era de mala educación, pero ¿qué
pararía si, por casualidad, era un tema que les concerniese a ella o a su
sobrina? «Solo un momento», se dijo.
Con cautela, se dirigió a la biblioteca y luego regresó en sus pasos. ¿Y si
la descubrían? Pasaría mucha vergüenza. No obstante, seguro sentiría los
pasos al dirigirse a la salida y podría evitar que eso sucediera, ¿no?
Justo cuando se iba a encaminar de nuevo a la biblioteca, lord Blaiford
salió, inclinó la cabeza a modo de despedida, tomó el sombrero y el abrigo
que Wilmolt le ofrecía, y salió de la residencia con lo que a lady Warwick le
pareció un brillo de satisfacción en los ojos.

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Capítulo 3

Ajena a todo lo que sucedía en su casa, Claire llegó con Lily al hogar de
Kate. Los sirvientes, que todavía estaban limpiando los restos del día anterior,
iban de un lado a otro.
—Buenos días, Selling —saludó al mayordomo de los Blane.
—Buenos días, señorita Lethood. La señorita Blane está en el salón de
música.
Claire le dedicó una sonrisa de agradecimiento y se dirigió allí con Lily.
Siendo tan amigas como eran y conociendo ese lugar como su propia casa,
Claire no necesitaba ser anunciada, ni tampoco que la guiaran, pues siempre
era bienvenida en esa mansión como Kate lo era en la suya, aunque su padre
no se solía dar cuenta de la presencia de su amiga.
El salón de música, decorado en tonos oscuros, estaba bien iluminado,
pues en el fondo había una puerta ventana, que no solo proporcionaba mayor
luz al lugar, sino que además daba a un sendero que, a su vez, conducía a un
pequeño jardín en donde ella y Kate solían jugar de niñas, por ser un lugar
oculto y privado.
Kate estaba sentada frente al piano, tocando unas teclas que aún no
lograban formar una melodía. Su amiga tenía la voz de un ángel y en el piano
nadie la igualaba. No era lo mismo en lo referente a la costura, bordado o
tejido, pues no tenía la paciencia suficiente para pasar horas sentadas
realizando ese tipo de tareas. Katherine prefería actividades más entretenidas,
como montar a caballo, algo que a ambas les encantaba. En lo demás, eran
diferentes: Claire carecía por completo de oído musical y el bordado se le
daba bien, pues tenía bastante paciencia, pero su actividad preferida era la
pintura.
Kate se percató de la presencia de su amiga y le dedicó una sonrisa. Vio a
Lily a su lado y le dijo en tono conspirador:
—Anne está en la cocina. —Inmediatamente la doncella partió hacia allá
—. ¡Dile a la señora Woods que nos prepare unas galletas, estaremos en la

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terraza! —gritó.
—Kate —dijo en un tono de autoridad fingido—, me acaban de decir que
las damas no gritan.
Kate rio mientras se dirigían a la terraza. Sabía de quién provenían esas
palabras, pues varias veces ella también se había llevado las reprimendas de
lady Warwick. A pesar de todo, le tenía mucho cariño.
—¿Cómo se encuentra hoy tu tía?
—Muy bien, gracias por preguntar. —Claire sonrió—. No se sentía mal.
Kate frunció el ceño.
—Entonces, ¿por qué se fueron?
Claire tardó un momento en responder, pues en ese instante llegaron a la
terraza, recordó al misterioso hombre y se preguntó quién sería. ¡Por Dios!
¿Es que esa incógnita no la iba a dejar en paz?
Se obligó a concertarse en la conversación mientras tomaban asiento.
—Mi tía no deseaba seguir escuchando comentarios de sus amigas —le
confesó. Entre ella y Kate no había secretos. Bueno, casi. Pero la mayor parte
de las veces hablar con ella siempre le ayudaba.
—¿De qué hablaban?
Claire le explicó brevemente lo que le dijo su tía.
—Tonterías —replicó Kate—. Tú no te quedarás soltera, encontraremos
un marido que te ame y te aprecie.
Claire no pudo evitar que su expresión reflejara sus pocas esperanzas al
respecto.
—Kate, eres muy romántica, pero ambas sabemos…
—No, no —la interrumpió alzando la mano—. A los diecinueve años
estás… Mejor dicho, estamos muy lejos de ser solteronas. Encontraremos a
alguien que nos ame, te lo aseguro.
—Estoy de acuerdo en que tú sí, pero…
—Tú también —insistió—. Tienes muchas cualidades, y el que no las vea
es un tonto.
—Lo dices porque me quieres como a una hermana.
Kate no tenía hermanas, solo un hermano mayor, Andrew, y no se llevaba
bien con él.
—Lo digo porque te conozco. Solo… —Se detuvo al ver que traían las
galletas. Las colocaron en la mesita frente a ellas, ambas tomaron una y le
dieron un mordisco, luego continuó—: Tienes que ser un poco más sociable,
así como lo eres conmigo.
—Sabes que no puedo.

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Kate soltó un suspiro que se asemejó más a un gruñido. Habían tenido esa
conversación varias veces y no valía la pena tenerla de nuevo. Aunque Claire
no lo creyera, ella entendía a la perfección el miedo de su amiga a hablar con
los demás, el miedo a ser criticada y rechazada, pues toda su vida fue
menospreciada y eso no dejaba en un punto alto la confianza que se tenía a sí
misma, pero tenía que superarlo. La sociedad siempre buscaría de qué hablar
y todos alguna vez caían en boca de alguien más. El chisme era una manera
de entretenerse. Había que perder el miedo a ser juzgado, porque era algo que
no se podía evitar.
Por esa vez no insistió con el tema, pero ya hablarían en otra ocasión.
—¿Sabes? Me enteré de que la señorita Wyclif se fugó a Gretna Green
con el señor Lambert. Sus padres casi se mueren de una apoplejía, pues le
estaban arreglando un matrimonio con un barón. —En los ojos de Kate
apareció un brillo soñador—. Qué romántico, ¿no crees? Un amor prohibido,
hacer todo lo posible por estar junto al ser amado… Yo quiero algo así —
suspiró.
—¿Un amor prohibido? ¿Por qué? Se puede vivir una historia de amor sin
necesidad de agregarle ese toque dramático —dijo Claire, y se llevó otra
galleta a la boca.
—Oh, pero eso lo hace más interesante —explicó su amiga con
dramatismo—. Es la prueba. ¿Cuánto estás dispuesta a sacrificar por esa
persona? ¿Qué tanto lo quieres para no importarte todo lo que pierdes?
—No te atreverías a disgustar así a tu padre —comentó Claire. Kate
adoraba a su progenitor.
—No —admitió ella—. Pero no me importaría sacar de quicio a Andrew.
¿Imaginas cómo se pondría si me enamorara de un caballero sin noble cuna?
Oh, seguramente enrojecería del coraje.
Ambas se rieron ante la imagen.
—Eres terrible. —Claire sonrió—. Mejor cuéntame, ¿cómo te fue anoche?
¿Quién era el apuesto caballero al que le concediste dos bailes?
—Ah, él… —Le quitó importancia con un gesto de manos—. No
recuerdo su nombre. Se los concedí porque se pegó a mí como una
sanguijuela, demasiado insistente. En realidad, no me fue tan bien como
crees. ¡Me duelen los pies! —Movió un poco el tobillo e hizo una mueca al
sentir dolor—. Habría preferido estar sentada más tiempo. ¿Acaso a los
hombres no se les pasa por la cabeza que uno puede estar cansada? Es decir,
te han visto bailar varias veces, y aun así piden más. Un poco de compasión.
A Claire se le escapó una carcajada por la forma de expresarse de Kate.

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—Solo desean cortejarte, deberías estar feliz de ser tan solicitada.
—Te aseguro que mis pies no están felices, pues ninguno se preocupó por
ellos. Yo necesito a alguien que se preocupe por mí, que no se pase hablando
todo el baile de lo grandioso que es. Que no solo mencione mi belleza como
si de Afrodita se tratara, sino que me quiera por mis opiniones, por mi forma
de ser, ¿entiendes?
Sí, lo entendía, pues en parte era lo que ella también deseaba.
Comprendía que ambas deseaban el amor, pero la perspectiva, al menos
para Claire, se veía difícil. ¿Quién podría amarla? Ella, una insignificante
mujer que, además, era poco agraciada. No era digna ni de miradas. Admitía
que a veces se dormía pensando que un día alguien aparecería, la amaría y la
haría sentir bien. Pero eran pensamientos muy efímeros. Sueños.
Desaparecían en cuanto volvía a pisar algún salón, un almuerzo, y se volvía
invisible a la vista de los caballeros. Entonces, comprendía que no valía la
pena perder el tiempo imaginando cosas que no sucederían. Sin embargo, la
ilusión a veces era difícil de domar.
—Entiendo. —En tono de broma añadió—: Con esas expectativas, ambas
quedaremos solteras.
—Entonces terminaremos solteras con media docena de gatos.
Ambas rieron a carcajadas y continuaron hablando por horas. Cuando
Claire regresó a su casa, ya el almuerzo estaba listo.
—Tía, ¿qué sucede?
Lady Warwick paseaba de un lado a otro del salón, agitada. Cuando se
giró hacia ella, su mirada destilaba preocupación.
—Mi niña, qué bueno que llegas. Tu padre quiere hablar contigo.
Thomas Lethood salió de la biblioteca momentos después de que lord
Blaiford se marchara y preguntó por su hija. Mirian le había informado que
no estaba y Thomas mandó a que se le avisara que requería verla apenas
llegara. Lady Warwick supo entonces que algo no andaba bien, y por la cara
de Claire, ella también debía presentirlo.
«¿Y ahora qué?», pensó Claire, sintiendo un escalofrío. Su padre nunca la
mandaba a llamar a menos que deseara regañarla, criticarla o… castigarla. Se
estremeció de solo pensarlo. Ella no había hecho nada. Claro que su padre no
se detenía a buscar razones cuando se trataba de descargar su malhumor con
ella, pero desde hacía unos años se había dedicado a ignorarla. ¿Qué querría
ahora?
—¿N-no sabes qué desea, tía? —tartamudeó por los nervios.

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—No, mi niña, tu padre solo me dijo que quería hablar contigo, justo
después de que lord Blaiford se fuera.
—¿Lord Blaiford?
—Sí, vino a ver a tu padre después de que tú salieras. ¿No te lo
encontraste?
—No —respondió en voz baja, ausente.
No sabía bien quién era lord Blaiford ni de qué podría haber hablado con
su padre, pero en esos momentos su cabeza estaba ocupada intentando
descifrar el motivo por el que su progenitor quería verla después de años
intentando fingir que no existía.
—¿Mi vida, quieres que te acompañe? —le preguntó su tía al verla pálida.
—Sabes que te echaría. No te preocupes, estaré bien —la tranquilizó.
Con una experiencia adoptada hacía años, Claire logró poner una
expresión neutra en su cara, se irguió todo lo que pudo, con paso firme se
dirigió a la biblioteca y tocó la puerta.
—Adelante —dijo una voz profunda desde adentro.
La biblioteca estaba en penumbras, la luz del día apenas se filtraba por las
cortinas oscuras y cerradas. Unas velas cerca del escritorio donde trabajaba su
padre eran la única fuente de iluminación con la que el hombre contaba.
No sabía cómo su padre trabajaba así. Se preguntó si habría descorrido las
cortinas para que entrara más luz cuando vino lord Blaiford. Supuso que sí.
Su padre odiaba al mundo, pero la vida lo obligaba a ser educado cuando de
personas importantes se trataba.
Ella no era una persona importante, así que el aspecto de la biblioteca solo
servía para complementar el ambiente de tensión y miedo que Claire sentía
pero que se obligó a ocultar. Con paso decidido, preguntó, intentando que no
le temblara la voz:
—¿Deseaba verme, padre?
Él alzó la vista de los papeles que estaba revisando y su rostro quedó
bañado por la luz de las velas. Estas acentuaron más la frialdad de sus ojos
café, esos que la observaban con un odio al que estaba acostumbrada.
—Sí. —La voz profunda resonó en el silencio de la biblioteca. Los labios
de su progenitor formaron una mueca que había tenido la intención de ser una
sonrisa, mientras que en sus ojos había un brillo de satisfacción que a Claire
le causó escalofríos—. Al fin me libraré de ti. —Esas palabras le provocaron
a Claire miedo de escuchar lo que venía—. En menos de un mes contraerás
matrimonio.

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La palabra no dejaba de dar vueltas en su cabeza. De todas las
posibilidades que pasaron por su mente en el momento en que entró en la
biblioteca, esa era la que menos esperaba, pero no por eso la que más le
agradaba. ¿Con qué tipo de hombre se había atrevido a comprometerla su
padre? Solo de pensar en los posibles candidatos se le erizaban los vellos de
los brazos. No dejaba de formularse preguntas, pero ninguna de ellas lograba
salir de su boca. ¿Sería ese hombre tan malo como su padre? ¿Sería viejo?
¿Sería uno de sus amigos?
—Matrimonio… —fue lo único que pudo murmurar. Sabía que su padre
la podría comprometer algún día, lo esperaba, pero no significaba que
estuviese preparada para ello.
Estaba pensando en quién podría ser el candidato que se atrevió a ir a
pedir su mano y una idea alocada se le vino a la cabeza. ¿Sería posible?

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Capítulo 4

—Matrimonio…
No podía decir más nada porque esa palabra llenaba su mente. Todas sus
esperanzas de ser feliz algún día se desvanecieron. Los sueños que tuvo de
niña de casarse por amor se hicieron añicos, pues, aunque con los años habían
ido perdiendo fuerza, había quedado una pequeña esperanza escondida en
algún lugar.
Admitía que, con frecuencia, solía tener miedo de quedarse soltera, como
todos aseguraban que sucedería desde el momento en que fue presentada en
sociedad, pero en ese instante la soltería no se veía tan mala en comparación
con lo que le esperaba con un matrimonio arreglado.
—¿Con quién? —se obligó a preguntar, aunque creía saber la respuesta.
Su padre la veía con satisfacción. Era evidente que la preocupación de ella
lo hacía feliz. Nunca llegó a entender por qué la odiaba tanto. Ella no tenía la
culpa de haber nacido mujer.
—Tienes suerte, lord Blaiford ha pedido tu mano.
Aunque se lo esperaba, la confirmación la tomó por sorpresa.
Claire hizo un esfuerzo sobrehumano por ponerle un rostro al caballero,
pero no pudo. Lo único que sabía de él era que heredó el condado hacía poco
tras la muerte de su padre. Tenía entendido que era joven y que pasaba gran
parte de su tiempo en Londres. Por eso no sabía nada del hombre. ¿Cómo era
su carácter? Había escuchado mencionar que era un mujeriego; y si lo era,
¿qué destino le esperaba? ¿Por qué un libertino querría casarse? ¿Por qué con
ella? ¿Por un heredero, quizás? Y si era por eso, ¿abandonaría sus andanzas o
seguiría con ellas?
¡Qué Dios la ayudase! ¿Qué iba a ser de ella?
—¿Cómo has podido hacerme esto, padre? —Las lágrimas pugnaban por
salir de sus ojos mientras intentaba contenerlas.
—Deberías estar agradecida —espetó—. Te convertirás en condesa y yo
me libraré de ti.

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La rabia la invadió. Debería estar agradecida de librarse de su padre, pero
no podía estarlo, no a costa de casarse con un desconocido. ¿No se merecía
siquiera el respeto de haber sido presentada a él? ¿Tan poco valor tenía?
Podía esperarlo de su padre, pero odió que alguien que aspiraba su mano
tomase tan poco en cuenta su opinión. Fuera cuales fueran sus razones para
casarse, creía que se merecía al menos un cortejo.
Dominada por la rabia, olvidó la prudencia y repitió un «¡no!» cada vez
más duro, hasta que su voz sonó como un grito.
—¡No me casaré! ¡Le diré que no deseo casarme!
Thomas Lethood se levantó de su asiento y caminó hacia ella con una
mirada tan intimidante que la hizo retroceder por instinto.
—Escúchame bien, mocosa —su voz era baja, pero la amenaza no pasaba
desapercibida—: tú no dirás nada. Si él se arrepiente por tu desinterés,
pagarás por ello. De cualquier manera, conseguiré que te cases. Es más… —
añadió lo último con una sonrisa malvada—: sir Shilton me comentó en
alguna ocasión su interés por ti. A lo mejor un aumento en tu dote puede
persuadirlo.
Claire ahogó una exclamación y el horror se reflejó en su rostro. Sir
Shilton era al menos treinta años mayor que ella.
—Veo que has entendido —observó su padre mientras regresaba a su
lugar—. Esta noche vendrá lord Blaiford a cenar con su madre y tú no dirás
nada que pueda arruinar el compromiso. Solo… actúa como siempre.
Claire no aguantó más y salió de la biblioteca llorando.
—Mi niña, ¿qué pasó? —preguntó lady Warwick, quien la esperaba
afuera.
No respondió, sino que se limitó a abrazar a su tía y disfrutar de su
consuelo.

—Matrimonio…
El marqués de Lansdow agradeció estar sentado, pues, de lo contrario, se
habría caído por la sorpresa. Soltó una carcajada de incredulidad.
Brandon lo miró con el ceño fruncido. Robert era su mejor amigo, opuesto
a él en muchos sentidos. Con regularidad era serio, responsable, no perdía el
control y casi nunca reía, pero en esos momentos no paraba de hacerlo, y a
Brandon eso lo estaba irritando. Se había reunido con él para contarle del
matrimonio. Sabía que la noticia le causaría sorpresa, pero no imaginó que
haría estallar en carcajadas a un hombre como él.

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—¿Puedes comentarme qué te causa tanta diversión? —gruñó.
Robert respiró hondo varias veces para intentar calmarse, pasó su mano
por sus cabellos castaños y sus ojos grises miraron a Brandon con burla.
—Te vas a casar —pronunció lentamente cada palabra como si las
estuviera analizando—. Nunca creí que viviría para ver eso. ¿Quién es la
obradora del milagro?
—La señorita Lethood.
Robert puso una mano en su barbilla en un intento de recordar.
—No estoy seguro de conocerla.
—Es probable que no, siempre está apartada y casi no habla.
Ahora le tocó a Robert fruncir el ceño.
—¿Por qué te casarás con ella?
—Es un matrimonio de conveniencia. —Se encogió de hombros.
—Eso suena más lógico que un matrimonio por amor, al menos después
que… —se detuvo al ver la fría mirada en los ojos azules de Brandon. Era un
tema prohibido—. Háblame más de ese matrimonio.
Brandon pareció relajarse con el cambio de tema.
—Como te dije, los dos ganaremos. Ella me dará un heredero y no
interferirá en mis andanzas y a cambio se convertirá en condesa.
—No interferirá en tus andanzas… —repitió—. Me sorprende que haya
accedido a esa parte.
—Bueno, en realidad…
—No se lo mencionaste. —No era una pregunta. Robert lo miró con
desaprobación—. No me sorprende, pues, de otra manera, habría sido difícil
que aceptara.
—No hablé con ella —susurró Brandon, como si no deseara ser
escuchado.
—¿Entonces cómo…?
—Lo arreglé con su padre —respondió.
—Es decir, no te molestaste ni siquiera en comunicárselo. —Robert
estaba anonadado por la falta de empatía de su amigo—. ¿Y si no está de
acuerdo?
—¿Qué mujer no desearía convertirse en condesa?
—Cuando el precio es estar en boca de todo Londres por las infidelidades
de su marido, creo que algunas.
—Suenas como mi madre. No es que vaya a restregarle mis… —pensó en
una palabra adecuada— aventuras en la cara.

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—Si tú lo dices… —El tono de Robert indicaba que no le creía y que
tampoco estaba de acuerdo con sus planes.
Brandon se levantó y se fue a servir un poco de whisky. Entre su madre y
Robert lo estaban haciendo sentir culpable, y no quería sentirse así. Era
demasiado tarde para cambiar de opinión. Esa noche iría a cenar con ellos,
dejaría atrás los remordimientos y seguiría con su plan.
Señaló una copa a Robert, preguntándole silenciosamente si deseaba una.
Este negó con la cabeza y Brandon se sirvió una para él.
Regresó a través de la biblioteca decorada en colores oscuros y tomó
asiento otra vez.
—No te preguntaré si su padre estuvo de acuerdo con que utilizases a su
hija de esa forma, pues supongo que tampoco le mencionaste ese detalle.
—Aunque lo hubiera hecho, no creo que le hubiese importado. Ese
hombre no me agradó. —Hizo una mueca—. Era frío, parecía una mala
persona.
—Vas a utilizar a una pobre muchacha como una yegua de cría mientras
disfrutas de tu vida disoluta en Londres. Discúlpame, pero yo no diría que
tienes el derecho moral de emitir juicios sobre otros.
Una de las cualidades, o, en ese caso, uno de los defectos de Robert, era
que decía la verdad en la cara, y la confianza que le confería años de amistad
hacía la sinceridad más ruda.
—No necesito otra reprimenda, la de mi madre fue suficiente. Me casaré
en un mes, y no hay discusión.
En un mes.
Robert tenía una réplica en la boca que prefirió guardar; Brandon era
demasiado terco. Que siguiera con su plan y ojalá no perdiera en su propio
juego.

Claire le contó a su tía la conversación con su padre después de haberse


tomado un té para calmarse. Ambas estaban sentadas en la cama de Claire.
—Mi vida, vele el lado bueno: es un hombre apuesto y joven. Podría ser
peor. —Lady Warwick le tomó la mano en un gesto consolador.
—Supongo que sí —convino Claire—, pero no sabemos cómo es.
—A mí me pareció un hombre bueno y educado.
—Un hombre bueno habría hablado conmigo primero. Se habría
molestado en presentarse, pedir mi opinión.

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Mirian no objetó, pues su sobrina tenía razón. Un caballero de verdad la
habría cortejado primero y después habría pedido su mano, pero se abstuvo de
decirlo; en cambio, intentó defender lo indefendible.
—Tal vez tuvo miedo al rechazo, o podría malinterpretar tu silencio como
indiferencia y no quiso arriesgarse.
La mirada que Claire le dirigió le indicaba que no le creía nada y que le
ofendía que intentara tomarla por tonta.
—Es un libertino. Tiene demasiada confianza en sí mismo para temer al
rechazo.
—Ha tenido algunas aventuras, como todo hombre, pero…
—Es un libertino —insistió Claire—. ¿Qué razón tendría alguien así para
casarse?
—Un heredero, naturalmente.
—Pero ¿por qué conmigo? Debe tener muchas mujeres a las que elegir,
damas hermosas.
—Tú eres hermosa —replicó su tía, enojada por la poca confianza en sí
misma de su sobrina.
—Hay muchas más hermosas —aseguró—. Ambas sabemos que debe
haber otra razón por la que quiere casarse conmigo.
La había, lady Warwick estaba segura de ello, y también podía adivinar
cuál era. Por dentro ardía de rabia. Su sobrina se merecía algo mejor que eso.
Si ella tuviese dinero, se la llevaría de ahí, a un lugar donde nadie las
conociese, a otro país. Pero no podía; no tenía familia en ningún lado ni
fondos para viajar. No les quedaba otra opción que resignarse.
—Mi niña, es mejor que sir Shilton. —Fue un último intento de
consolarla, pero solo avivó la rabia de Claire.
—¡No es justo, tía! No es justo. ¿Por qué mi padre no me quiere? Siempre
he hecho lo posible por agradarle y logré todo lo contrario. ¡No es justo que
me encuentre en esta encrucijada!
—Claire…
Ella no le dio tiempo terminar, pues salió corriendo de la habitación hasta
los establos y buscó a Cielo, su yegua. La montó sin importarle que no
estuviera ensillada ni que la falda se le subiera hasta las rodillas por ir a
horcajadas y sin traje de montar. Salió a todo galope sin rumbo fijo y
haciendo caso omiso de la mirada atónita del mozo de caballerizas.
Era muy buena amazona. El antiguo mozo la quería mucho y la enseñó a
escondidas de su padre a montar a horcajadas. Lamentablemente, murió por

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una enfermedad en los pulmones hacía ya dos años. Por eso siempre le
ganaba a Kate en las carreras que ella misma fomentaba.
El viento le golpeaba la cara y se sintió libre. Siguió caminando hasta
detenerse en un pequeño claro para descansar. Dejó a su yegua tomando agua
y, con la mirada perdida en el paisaje, sus pensamientos vagaron. Consideró
visitar a Kate, pero no le iba a ofrecer más consuelo que su tía, y una que otra
idea imprudente. Prefería estar sola.
Pasaron las horas y su estómago le empezó a reclamar el hecho de que no
había almorzado, pero no le importó. Siguió sentada, mirando el paisaje,
pensando en cuánto extrañaría ese lugar cuando se fuera.
Cuando empezó a atardecer, Claire se levantó. No quería regresar; sin
embargo, tenía que arreglarse para la cena. Esa noche conocería al hombre
que cambiaría su vida y debía enfrentarlo.

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Capítulo 5

Cuando Claire regresó a su casa, encontró a su tía muy agitada.


—¡Oh, Claire! Estaba tan preocupada. ¿Dónde has estado? —Claire no
tuvo tiempo de responder, porque ella continuó—: No importa. Vamos, tienes
que arreglarte; ya es tarde y tu padre se va a molestar si no llegas a tiempo.
Claire no dijo nada mientras la arrastraba a su habitación y ordenaba un
baño. Arriba las estaba esperando Lily. Poco después, empezaron a llegar los
criados con el agua. Claire se bañó y dejó que entre su tía y Lily la arreglaran.
No dijo una sola palabra, pues los nervios y la rabia le oprimían la garganta.
Le recogieron el cabello en un sencillo moño y le colocaron un vestido
azul pálido con encaje blanco que, en su opinión, no le favorecía en absoluto,
pues se camuflaba con su piel pálida. Sin embargo, no dijo nada, ya que no
era su intención causar buena impresión.
—¡Estás hermosa! —exclamó su tía—. Todo quedó perfecto.
Como si la vida quisiera desmentirla, unos tirabuzones se liberaron del
moño y le enmarcaron el rostro.
—Sigues estando hermosa —insistió. Tomó la mano de su sobrina y tiró
de ella—. Ven, lord Bradford debe estar por llegar.
Llegaron al salón justo en el momento en que este estaba entrando.
Las miradas de Claire y él se encontraron. Ella se sorprendió admirándolo.
Su cabello era de un negro intenso, parecido al de ella, y sus ojos de un azul
tan profundo que por varios instantes no pudo apartar la mirada de ellos. Era
alto, musculoso, con rasgos dominantes pero apuestos. ¿Por qué un hombre
así se querría casar con ella teniendo a la disposición a la flor y nata de la
sociedad? Ese recordatorio avivó su rabia. ¿Qué derecho tenía él de cambiar
su vida? Quería gritar, expresarle todo lo que pensaba respecto a su poca
consideración hacia ella, pero no pudo. La cobardía, su fiel amiga, la invadió
de nuevo. Si fuera más valiente, se revelaría, pero no lo era. No podía ni
siquiera hablar. Entonces, ¿se resignaría a entregar su vida a un desconocido
que se quería casar con ella por razones inciertas? Sí. Porque no tenía otra

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opción. Vivir con su padre no era su mejor alternativa, y entre él y sir Shilton,
pecaría de vanidosa y lo escogería a él. Su rostro apuesto podría estar
escondiendo un alma cruel, pero el baronet le llevaba muchos años y, de
acuerdo a lo que decía la gente, no era precisamente un alma bondadosa.
Cuando él tomó su mano para besarla, Claire sintió un calor recorriendo
su cuerpo. ¿Qué fue eso? Él la miró primero a los ojos, pero luego la desvió a
su boca. ¿Qué planeaba? Si no fuera absurdo, pensaría que quería besarla.
Pero no era absurdo, Brandon sí deseaba besarla. Él impulso lo apresó de
improviso cuando la vio por primera vez, y no lo entendía en lo absoluto. La
señorita Lethood no poseía la belleza que lo atraía; tenía rasgos comunes y
poco llamativos, de los que fácilmente pasaban desapercibidos, pero sus
facciones, aunque muchos no las considerarían hermosas, él las veía
diferentes. Era una belleza extraña, subjetiva. Esa que llamaba la atención a
pocas personas y otros no estarían de acuerdo.
No llevaba polvo como muchas damas, su piel no tenía imperfecciones y
era tan pálida que los labios rojos resaltaban, por eso le provocaron un deseo
de besarla. «¿Por qué?», se preguntó. No tenía sentido. No era un adolescente
que se alborota ante cualquier dama. Ella no era la tentación en persona y
reflejaba tanta inocencia que debía de causarle más repulsión que atracción.
Pero en un mundo como ese Brandon ya no creía en que alguien fuera
inocente. Había que dejar de ser ingenuo para sobrevivir, y cualquiera que
aparentaba lo contrario debía estar fingiendo. Pero ¿cómo podía fingir ella la
pureza? No era algo que se mirase en su expresión o en sus ojos. Era algo que
exudaba de su cuerpo, como si fuera un ángel que no podía evitar dejar de
brillar.
«Es la novedad», pensó. Le llamaba la atención como un juguete nuevo
podía tentar a un niño, pero pronto la ilusión desaparecía. Quizás después de
un beso o de la noche de bodas. O antes, cuando descubriera que eso que veía
en ella en realidad no era tan extraordinario. Nunca lo era. Ya la vida le había
demostrado que a veces su juicio se nublaba hasta un punto en que la realidad
se distorsionaba.
Parpadeó para salir del ensimismamiento en el que se había sumido y la
observó con ojo crítico. Fue entonces cuando le llamó la atención las
diferentes emociones que desfilaron por sus ojos negros. ¿Sorpresa? ¿Rabia?
¿Tristeza? Era imposible ignorarlas, porque enturbiaban esa energía pacífica
que resplandecía. Le pareció que ella quería decirle algo, pero no se atrevía.
Brandon se obligó a apartar su atención de Claire al darse cuenta de que
no estaba solo y que todavía le faltaba saludar a lady Warwick. Se disculpó

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por la ausencia de su madre y alegó que se encontraba indispuesta, pero la
verdad era que no deseó ir porque seguía en desacuerdo con sus planes.
«Pienso participar lo menos posible en este plan tan insensible y
desagradable» fueron sus palabras exactas.
La cena transcurrió en un incómodo silencio a pesar de los esfuerzos de
lady Warwick por entablar conversación. Claire solo miraba su plato y
Thomas Lethood hacía de vez en cuando un comentario ocasional.
Cuando se reunieron en un salón para conversar Thomas se disculpó y se
retiró. Dado que él era el dueño de la casa, a Brandon le pareció una falta de
educación terrible.
Lady Warwick, para disimular, inició una conversación con Brandon. Le
preguntó por su familia, comentó sobre las últimas reuniones sociales y habló
del clima. Brandon daba respuestas cortas y la vizcondesa tenía que
ingeniárselas para que no se hiciese el silencio.
Claire no ayudó a avivar la conversación, pues además de que no podía
hablar mucho con extraños, estaba inmersa en sus pensamientos. Solo
abandonó sus cavilaciones cuando su tía dijo:
—Claire, querida, ¿por qué no tocas el piano?
Claire la miró como si se hubiese vuelto loca, e inmediatamente se
sonrojó. ¿Cómo se le ocurría? «Se ha quedado sin tema de conversación»,
pensó, pues no había otra razón para tan absurda petición.
Se acercó discretamente a su tía y le susurró:
—No creo que sea buena idea.
Como si de repente se hubiera acordado de que su sobrina no tenía
habilidades musicales, intentó resarcir su error.
—Cierto, querida, el piano se encuentra dañado. —Y procedió a hablar
sobre el clima. Claire estaba segura de que era al menos la tercera vez que lo
mencionaba.
Brandon estaba que se dormía del aburrimiento, a duras penas lograba
contestar algo. Fue quizás esa necesidad de mantenerse despierto lo que lo
llevó a divagar, pues incluso pensó que la señorita Lethood se veía adorable
cuando se sonrojaba, por el contraste del color con su piel pálida. No tardó en
reprenderse por esos pensamientos. ¿Qué le interesaba si ella se veía
adorable? De verdad, necesita buscar una excusa para marcharse.
Brandon se sintió aliviado al oír que tocaban la puerta de la salita. Una
criada preguntó tímidamente si podía hablar con lady Warwick y esta se
acercó. La criada le mencionó algo y lady Warwick miró a la pareja como si
presentara un debate interno, luego dijo:

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—Vuelvo en un momento.
Un silencio se apoderó del lugar. Brandon lanzaba miradas furtivas a
Claire, quien miraba su regazo, donde mantenían las manos entrelazadas.
Brandon se estaba preguntando si valdría la pena mantener un tema de
conversación, cuando ella murmuró su título, Era la primera vez que le
hablaba en toda la noche por voluntad propia.
—¿Sí?
A Claire el corazón le latía con fuerza. Siempre se ponía nerviosa ante
extraños. Solía acelerársele la respiración y le costaba encontrar las palabras.
Pero lo que tenía que decir era importante, no podía permitirse no darse a
entender. Respiró hondo.
—Yo… Yo quisiera pedirle que cuando nos casemos, es decir, después de
la boda, si usted podría permitir que mi tía viviera un tiempo con nosotros.
Ella… Ella no tiene a dónde ir y mi padre la echaría… —se calló al darse
cuenta de que estaba hablando de más. No era su intención mencionar esa
parte, solo deseaba que su tía viviera con ellos un tiempo mientras lograba
instalarla.
Brandon meditó la respuesta. ¿Serían tan malo Thomas Lethood como
para correr a alguien que no tenía a dónde ir? Probablemente sí, porque de
otra forma ella no se hubiese atrevido a pedirle el favor. Muy a su pesar, le
conmovió el cariño que sentía por su tía. Presentía que le había costado
mucho decir esas palabras. Si bien sería extraño tener tanta compañía en la
casa estando recién casados, decidió aceptar. La mansión era grande y ese un
matrimonio de conveniencia que no requería privacidad.
—No veo por qué no.
Notó que las facciones se relajaban y sus labios se curvaban un poco.
Brandon se descubrió preguntándose cómo sería verla sonreír.
—Gracias —murmuró.
Claire estaba aliviada. Pensó que tal vez él no fuera tan malo, pero no
podía sacar una conclusión hasta que no hiciera la pregunta que rondaba su
cabeza en esos instantes. Nuevamente se armó de valor, porque si no lo
formularla en ese momento, no lo diría nunca.
—¿Lord Blaiford?
—Brandon. Llámame Brandon.
Hizo la petición sin pensarlo demasiado y sin saber el motivo. En general,
no le gustaba demasiado que lo llamaran por su título. La alta sociedad
asociaba al que llevaba un título ciertas expectativas que habían dejado sus
predecesores y, de acuerdo con su madre, él no las cumplía.

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—Está bien, lord… Brandon. —Tomó aire y tragó saliva antes de que la
pregunta saliera de su boca—. ¿Por qué decidiste casarte conmigo?
Sus palabras lo congelaron. Nunca creyó que tendría el valor de
preguntárselo, por eso no tenía una respuesta preparada. Para él, ella era una
chica sumisa y obediente que no cuestionaría las decisiones de su padre. No le
agradaba que su visión de ella empezara a cambiar. ¿Qué iba a responderle?
Robert sugeriría que era buen momento para decirle la verdad, pero Brandon
no estaba seguro. Temía cómo podía reaccionar ella. ¿Qué pasaría si se
echaba a llorar ahí mismo? Brandon había aprendido hábilmente a volverse
insensible ante el llanto que tenía intención de manipular; sin embargo,
dudaba que ella supiera siquiera cómo fingir. Su rostro era transparente. Para
ser alguien que desconfiaba de las mujeres, esa en particular le generaba
demasiada confianza, y por eso no quería lastimarla con la verdad. Tarde o
temprano se enteraría, supuso. Y cuando llegara el momento, lidiaría con la
situación. Tampoco creía que la joven se estuviese haciendo ideas románticas
respecto a esa boda, parecía muy sensata para eso.
Por suerte, lady Warwick regresó.
—Un problema en la cocina —explicó mientras tomaba asiento—. Bien,
¿en que estábamos?
Su tía comenzó de nuevo con su cháchara. Claire se sintió decepcionada.
Probablemente no se atrevería a hacer de nuevo la pregunta, y estaba molesta
por no haber obtenido respuesta. Y notó que Brandon no sabía qué
responderle, por lo que tenía más razones para pensar que él no se casaría con
ella por algo bueno.
—Lord Blaiford, ¿cuándo es la boda?
—Dentro de un mes —respondió él distraído.
Había estado mirando a Claire como si ella tuviera la respuesta de por qué
no había querido lastimarla con una verdad que pronto se descubriría. Por eso,
notó cómo la pregunta de la vizcondesa viuda hizo que apareciera un brillo de
tristeza en sus ojos. ¿Por qué? ¿Acaso lo consideraba muy pronto? ¿No
querría casarse con él?
—¿Tan rápido? Bien, supongo que su madre se encargará de los
preparativos.
No había pensado en esa parte, y maldijo para sus adentros. Seguramente
su madre se negaría a participar, ¿y entonces? Trataría de convencerla, pero
necesitaría el uso de muchas tácticas de persuasión para lograrlo. Mientras,
necesitaba un respaldo.

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—En realidad, lady Warwick, me preguntaba si usted estaría dispuesta a
ayudar a mi madre con los preparativos.
La expresión de la dama le confirmó que eso era lo que ella quería
escuchar.
—Por supuesto.
La conversación se desvió a otros temas hasta que se hizo tarde y lord
Blaiford se fue. Ambas mujeres quedaron solas y Claire le contó a su tía la
noticia de que se podía ir con ella. Al principio se mostró renuente, pues no
deseaba ser un estorbo, pero Claire la convenció de que solo sería por un
tiempo mientras le encontraba un lugar donde vivir y esta finalmente aceptó.
Ya en su habitación, repasó los acontecimientos del día. En doce horas su
vida se había volteado por completo. Lo que había comenzado con una
mañana normal terminó con ella comprometida con un desconocido, que,
aunque no parecía malo, tenía motivos para sospechar que no se casaba con
ella por buenas razones.
Unas lágrimas se escaparon de sus ojos. En un mes estaría casada y todo
lo que conocía cambiaría. Entonces, ¿qué sería de su vida?

Brandon entró en su casa rogando que su madre ya se hubiera acostado,


ya que, de lo contrario, le soltaría una reprimenda que no tenía ganas de oír.
La condesa viuda no desistiría hasta hacerlo sentir culpable, y puesto que el
sentimiento había empezado a pullarlo durante esa noche, prefería evitar
cualquier conversación que lo avivara. Por suerte llegó a su cuarto sin
interrupciones, y mientras se desvestía sus pensamientos volvieron a Claire.
Ella era un enigma. A lo largo de la noche sus ojos reflejaron diferentes
emociones, muchas de las cuales él no entendió, pero que le hicieron pensar
que tal vez no era como pensaba en un principio. Empezó a sentir curiosidad
por ella. No había investigado mucho sobre ella antes de ir a pedir su mano.
Se había guiado por lo que los demás decían y de lo que él mismo había
observado, pero conocerla en persona cambió su percepción. Efectivamente,
ella casi no hablaba, parecía tímida y sosegada. Sin embargo, no se atrevería a
decir que era sumisa o que estuviera de acuerdo con el matrimonio. Por lo que
había visto en sus ojos, tenía muchas emociones contenidas, demasiadas cosas
que decir y reclamar, pero que no se había atrevido a pronunciar. ¿Lo haría
alguna vez? ¿Qué haría él si lo hacía? Tal vez no fuera la indicada y, sin
embargo, no podía cambiar de opinión. No solo porque ya había dado su
palabra y porque requería tiempo buscar otra candidata, sino porque la intriga

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hacia ella lo atrapó con lazos lo suficientemente fuertes como para que se
arriesgara. Quizás le estaba atribuyendo rasgos de carácter que en realidad no
tenía. A lo mejor, sí era como siempre se lo imaginó, y todo saldría según el
plan. No obstante, no podía dejar de preguntarse cómo era en realidad Claire
Lethood.

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Capítulo 6

Kate recibió la noticia del matrimonio al día siguiente, y no de buena


manera. Después de decir una serie de palabras inapropiadas hacia el padre de
Claire, se dedicó a buscar una solución que salvara a su amiga de tan extraño
matrimonio. Después de descartar cada una por no tener base, se limitó a
consolar a Claire.
Los días pasaban rápido y Claire intentó disfrutarlos al ser los únicos que
le quedaban de libertad. Paseó por los jardines, plasmó en su bloc todo lo que
le gustaría recordar de aquel hermoso lugar que durante tantos años fue su
hogar, retaba a Kate a carreras de caballo que Claire siempre ganaba.
Lord Blaiford la visitó en algunas ocasiones, y cenaba con ella una vez a
la semana, pero Claire casi no habló con él. De hecho, la conversación más
larga que habían tenido fue la de la primera noche, y, para alivio de Brandon,
ella no volvió a preguntarle sus razones para el matrimonio.
Claire también conoció a la condesa viuda, una mujer regordeta, con el
pelo ya canoso y un aire de autoridad en el rostro, que rondaba los cincuenta
años. La condesa planeaba con su tía los detalles de la apresurada boda,
aunque no tenía una actitud demasiado entusiasta como cabría esperarse de
una dama que debería querer que la boda de su hijo estuviera a la altura de las
expectativas. Las reuniones eran incómodas, no solo por la poca disposición
de la condesa, sino porque no parecía llevarse bien con su tía. Eran incapaces
de ponerse de acuerdo. Si una decía blanco, la otra decía negro; si una decía
rosas, la otra, claveles, y así. Claire no se imaginaba cómo esa boda llegaría a
buen puerto, pero tampoco le importaba. Por su parte, Brandon se preguntaba
si sería buena idea tenerlas a las dos bajo un mismo techo, aunque fuera por
poco tiempo.
La cuarta vez que fueron a cenar a casa de los Lethood, una semana antes
de la boda, Claire se llevó una agradable sorpresa.
Su tía salió un momento con la mamá de Brandon, pues le iba a enseñar
algo referente a la boda, y ambos quedaron solos.

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Después de un rato de silencio, Brandon se sentó a su lado y buscó algo
en el bolsillo, hasta que sacó una pequeña cajita cubierta de terciopelo rojo.
—Tengo algo para ti. —Le tendió la mano con el estuche.
Claire lo miró asombrada, ya que casi nunca le daban regalos. Tomó
lentamente el estuche y lo abrió. Sus ojos brillaron con sorpresa al ver el
contenido. ¡Era un anillo! Un diamante en forma de corazón colocado sobre
una base de oro. Se había quedado sin palabras, y no por el miedo.
Brandon sonrió, al parecer entendía su falta de palabras. Tomó el anillo y
se lo colocó en el dedo anular de la mano izquierda. Por un momento, Claire
se quedó admirando la joya, después posó su vista en esos ojos azules.
—Gra-gracias. —No sabía qué más decir.
Brandon se inclinó hacia ella y Claire percibió que sus ojos eran más
oscuros ahora, antes de que pudiera averiguar por qué él alargó su mano y
alzó su barbilla. No supo lo que pretendía hasta que sus labios rozaron los de
ella. Fue un beso suave, sus labios se movían en los de ella en una suave
caricia. A Claire nunca la habían besado antes y no sabía qué pensar ni cómo
responder.
Se apartó bruscamente cuando la lengua de él intentó entrar en su boca.
Brandon gruñó en reproche, pero la separación resultó oportuna, pues en ese
momento se sintió el sonido de unos pasos acercándose. Brandon regresó a su
asiento en el mismo instante en que lady Warwick y la viuda Blaiford
entraban en el salón. Claire se ruborizó al darse cuenta de que casi los
atrapan.
—¡Oh, es precioso, mi niña! —exclamó lady Warwick al notar el anillo
en la mano de su sobrina cuando se sentó a su lado.
Claire le sonrió a modo de respuesta, pero no prestó atención al resto de
los comentarios, ya que su mente estaba centrada en ese beso. Se asustó un
poco cuando él quiso profundizarlo, pero una parte de ella se sentía curiosa
por saber qué habría sentido si lo hubiese dejado.
Brandon también estaba distraído. Le había dado el anillo solo por las
formalidades, o, al menos, de eso se intentó convencer mientras lo compraba,
pero el beso… No tenía planeado besarla. Había sido un impulso nacido al
ver esos rojos labios entreabiertos por la sorpresa. No pudo evitarlo, se dejó
guiar por el instinto como si fuera un jovenzuelo inexperto. Al principio se
enfadó porque ella no lo hubiera dejado continuar, pero también estaba
agradecido, ya que los habrían atrapado y, aunque estuviesen comprometidos,
la situación habría sido bochornosa. ¿Se habría apartado ella porque escuchó

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los pasos o porque la asustó? No estaba seguro. Solo sabía que se quedó con
ganas de más.
Pero ya tendría tiempo para eso.
Se hizo tarde y los Blaiford se fueron.
Esa última semana fue la más ajetreada de todas. Además de tener los
nervios de punta por la inminente boda, Claire no tuvo un solo momento de
descanso. Entre los preparativos de la boda, la cita con la modista y la
preparación del ajuar, apenas tuvo tiempo de respirar. Kate las acompañó a
todos los lugares. Su reacción al ver el anillo consistió en un único
comentario: «Al menos es generoso». Esto un cumplido hacia él, ya que Kate
no perdía oportunidad de expresar su desprecio por el hombre que se casaría
con su amiga sin tener en cuenta su opinión.
Finalmente llegó el día de la boda, que se realizaría en la residencia de los
Blane, a petición de Kate. Su casa tenía el salón más grande de los
alrededores y era perfecto para albergar a tantos invitados, pues, a pesar del
poco tiempo de planificación, no fue una ceremonia sencilla. La gente viajó
desde Londres para poder asistir. Habían pensado incluso en celebrar la fiesta
en la gran ciudad, pero Thomas Lethood manifestó su desacuerdo y habían
terminado haciéndola ahí para complacer a todos.
Claire pasó toda la ceremonia con la cabeza en otro lado, pensando en la
vida que le esperaba. Pronunció los votos porque se los había aprendido de
memoria y se dio cuenta del fin de la ceremonia solo por el roce de los labios
de Brandon.
El banquete ofrecido dejó a todos conformes. Claire conoció a lord
Lansdow, el mejor amigo de su esposo. Su esposo… Nunca creyó que pudiera
decir esas palabras.
—Milady, cuenta conmigo para lo que se le ofrezca —dijo el caballero—.
Incluso si la idea le disgusta a Brandon.
Por su tono, no estaba bromeando.
Lord Lansdow era un hombre apuesto, tan alto como su Brandon, pero
mucho más serio. Sus rasgos indicaban que casi nunca reía, mientras que en
los de Brandon se notaba que lo hacía frecuentemente, pues tenía muy
marcada la comisura de sus labios. Cuando se lo presentaron, Claire juraría
que la había mirado con compasión. Sin embargo, eso sería absurdo. ¿Por qué
lo haría?
—Ya deja de mirarme así —le espetó Brandon a Robert cuando Claire fue
arrastrada por su tía hacia otros invitados. Robert lo estaba observando con la
desaprobación escrita en el rostro.

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—Es una buena muchacha, Brandon. ¿No sientes ni un poco de
remordimiento?
Sí, lo sentía, pero no lo pensaba admitir. Sabía que el remordimiento se le
pasaría rápido o, al menos, eso esperaba. Cuando intentaba planear una
respuesta adecuada Robert, volvió a hablar:
—¿Quién es la rubia?
—¿La rubia? —preguntó sin entender.
—Sí, aquella que viene hacia nosotros con expresión asesina.
Brandon siguió la mirada de su amigo y vio a una joven rubia de ojos
azules acercarse. Tal y como decía su amiga, no parecía querer charlar
amigablemente.
—La señorita Blane —respondió y añadió con ironía—: La conocerías si
frecuentaras más las veladas.
Robert soltó un bufido.
—Tengo cosas más importantes que hacer que hablar de caza y eludir a
las señoritas casaderas.
A Robert no le gustaban las reuniones sociales y muy pocas veces asistía a
una. Su apuesto rostro, ligado a una gran fortuna y un título de marqués, hacía
que fuera imposible que las jóvenes casaderas lo dejasen en paz; era uno de
los solteros más codiciados. Muy poco se le veía por Londres y ni en las
fiestas rurales, a pesar de ser menos concurridas.
Brandon casi podía escuchar cómo Robert se debatía entre quedarse por
educación o salir corriendo en caso de que la señorita Blane se le lanzara
encima. Para su sorpresa, esta no mostró el menor interés en él, simplemente
se limitó a saludarlo con cortesía y dirigió su atención hacia Brandon, su
mirada helada.
—Lord Blaiford, ¿puedo hablar con usted un momento? —Le dirigió una
significativa mirada a Robert, indicándole sutilmente que se alejara un poco.
Este abrió mucho los ojos al verse despedido.
—Lord Lansdow es la persona de más confianza que conozco. Cualquier
cosa que tenga que decir puede decirlo frente a él.
—En otra ocasión Brandon no habría dudado en quedarse a solas con ella,
pero la mirada de la rubia le indicó que era mejor tener testigos de la
conversación.
Kate se encogió de hombros.
—Seré sincera y rápida, lord Blaiford, porque no tengo mucho tiempo.
Usted no me agrada. Me pareció una falta absoluta de caballerosidad que haya
solicitado su mano sin siquiera tomarse la molestia de cortejarla. Dígame,

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¿por qué Claire no se merecería ese trato? Ella es un ser humano, siente como
todos, se le debía la misma cortesía que a cualquier otra dama. Además, es
una mujer extraordinaria, una amiga leal que no merece sufrir. La vida la ha
tratado ya muy mal para que un hombre sin escrúpulos le quite valor a su
mano al no tomar su opinión en cuenta. ¿Nunca se puso a pensar que ella
podía haber querido algo más?
Brandon se quedó sin palabras, Robert también. No, nunca se había
puesto a pensar en ello porque, en el mundo en el que vivían, para la mujer lo
más esencial era obtener un buen matrimonio a toda costa. Ella estaba
declarada como una futura solterona, ¿por qué estaría en contra de esa
oportunidad que la salvaría de ese terrible destino? ¿Qué más podía desear?
¿Amor? Era absurdo. Buscar el amor siempre era una tontería. Aunque quizás
era una lección que Claire no había aprendido aún.
—Supongo que no —se respondió a sí misma—. Quiero advertirle algo,
lord Blaiford. Si le hace daño, se arrepentirá.
—¿Me está amenazando, señorita Blane? —preguntó sorprendido.
—Por supuesto que no —replicó—. Es una advertencia.
—¿Y qué piensa hacer si yo llegara a hacerle daño?
—Sería absurdo de mi parte revelar un plan en caso de tenerlo. Sin
embargo, no le recomiendo subestimarme. Claire es mi hermana, y siempre
estaré ahí cuando necesite apoyo. Confió en que usted tenga conciencia, y que
esta lo atormente si algún día llega a lastimarla. Si no es así, quizás nos
volvamos a encontrar.
Dicho eso, se marchó.
Lansdow tuvo que morderse el labio para echarse a reír, lo que sería
impropio de él. ¡Vaya audacia e insolencia la de esa muchacha! Pudo reprimir
la carcajada, pero no la sonrisa. Brandon le dirigió una mirada fulminante y se
fue. Tenía que tomar aire fresco. De camino al balcón, tomó una de las copas
de brandy que le ofreció el camarero.
Cuando llegó, se dio cuenta de que había una mujer. Hizo ademán de irse
hasta que se percató de que era su esposa.
Pensó en irse, pero reparó en que esa era la oportunidad ideal para ver si
se podía entablar una conversación con ella. La señorita Blane aseguró que
era una mujer extraordinaria. Debía conocerla muy bien para afirmarlo; por lo
tanto, debían hablar a menudo. Pero ¿por qué hablaba con ella y no con nadie
más? Deseaba averiguarlo. Sentía curiosidad por desentrañar todas las capas
que conformaban la personalidad de su esposa. Se suponía que debía actuar y

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tratarla con indiferencia, pero la curiosidad hacia ella era demasiado
persistente para ignorarla.
—¿Qué observas? —preguntó para romper el silencio.
Claire se sorprendió de verlo allí, pero rápidamente volvió la mirada hacia
los jardines.
—Nada en específico.
La respuesta indicaba que no deseaba prolongar la conversación, pero él
no se dio por vencido tan fácilmente. Mientras pensaba en otro comentario,
escuchó el suave sonido de su risa.
—¿Por qué ríes?
Nunca la había escuchado reír.
Claire se sonrojó, pero en la oscuridad de la noche no se notó. Estaba
recordando la última velada de los Blane y en los amantes en busca de un
lugar privado. Por supuesto, eso no se lo iba a decir, pero tampoco podía
dejarlo con la palabra en la boca, así que decidió decir la verdad a medias:
—Pensaba en la última velada de los Blane.
—Ah, sí, yo asistí. ¿Qué fue lo que te causó gracia?
Claire casi no oyó la pregunta, pues una idea le vino a la cabeza apenas
mencionó que había asistido. ¿Sería posible? Lanzó una mirada furtiva a
Brandon. Sí, sí podría ser. Tenía la misma complexión del misterioso
individuo. A riesgo de parecer chismosa y olvidando un momento la timidez
para dar paso a la curiosidad, le respondió:
—Recordé algo que vi esa noche. —Dejó de mirarlo para que se hiciese
más sencillo hablar—. A lady Murray escabullirse con un amante.
Brandon casi se atraganta con el brandy que estaba tomando.
—¿Estás bien?
—Sí.
Así que fue ella. Ella fue quien los vio…
No le sorprendió que reconociera a lady Murray, pues la mujer se vestía
con colores demasiado llamativos para sus constantes escapadas furtivas, pero
¿lo habría reconocido a él? Probablemente no, pues se lo hubiera mencionado,
¿o no? Tal vez lo sospechaba e intentaba hacer que él lo admitiera. Lo mejor
sería cambiar de tema. Pero si ella tenía sospechas, estas se verían acentuadas
si lo hacía, y lo menos que necesitaba era que se atreviera a preguntarle por
qué pidió su mano un día después de haberse reunido con lady Murray.
—¿Cómo sabe que era su amante? —preguntó intentando parecer
calmado—. Pudo ser lord Murray.
Claire sonrió y Brandon pensó que su sonrisa era hermosa.

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—El hombre era demasiado robusto para ser lord Murray. También
parecía joven.
Brandon estaba empezando a pensar que tal vez no fuera tan tímida.
Entonces, ¿por qué le costaba tanto relacionarse? Deseaba descubrirlo.
Sabiendo que se estaba metiendo en terreno peligroso, decidió continuar
con la conversación.
—¿Sospecha de alguien?
Ella se encogió de hombros.
—No hay muchos aristócratas que posean una complexión musculosa, al
menos no por estos lados. De hecho…, me atrevería a decir que el hombre se
parecía a ti —murmuró, no sin cierta picardía.
Brandon supo en ese instante que lo habían descubierto. Soltó un suspiro,
resignado, y buscó la forma de cambiar de tema. No se le ocurrió nada.
Para su alivio, ella no comentó nada más. No porque no quisiera, pues su
mente estaba llena de preguntas, sino porque no se atrevía a formularlas.
Tenía miedo a la respuesta. Desde su primera reacción ante la mención de los
amantes, Claire supo que era él aquel desconocido que se estaba fugando con
lady Murray.
No pudo evitar cuestionarse qué destino le esperaba al lado de un hombre
que no respetaba los vínculos matrimoniales ajenos. ¿Qué vida le tocaría a
partir de ese momento? Los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas, y se
dio la vuelta para que no la viera. Se esforzó en controlarse. No iba a llorar,
no serviría de nada, y mucho menos lloraría frente a él. Había soportado
mucho en su vida, y no permitiría que eso la tumbase.
Brandon observaba a Claire de espaldas a él. Sabía que estaba a punto de
llorar. ¿Por lo de lady Murray? Quizás. Sintió la necesidad de consolarla, pero
no lo vio prudente. Lo mejor era irse.
—Voy a avisar que nos traigan el carruaje, es hora de irnos —anunció
antes de salir.
Claire respiró hondo y salió de la terraza.
Cuando llegó el momento de despedirse, le dio un abrazo a Kate. Esta la
obligó a prometer que pronto la invitaría a tomar el té y ambas rieron. De su
padre se despidió con un simple «adiós» que él no se molestó en devolver.
Brandon la ayudó a subir al carruaje y después subió él. Se pusieron en
marcha y pronto quedó atrás el murmullo de las voces, muchas de las cuales
se hacían la misma pregunta que ella: ¿por qué uno de los solteros más
codiciados de la temporada se había casado con ella?

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Supuso que pronto lo averiguaría. Mientras tanto, le tocaba afrontar esa
nueva vida.

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Capítulo 7

El viaje en carruaje duró aproximadamente treinta minutos y transcurrió


en silencio. Ninguno de los dos parecía querer comenzar una conversación, al
menos no después de la última.
Brandon no podía dejar de observar a Claire. Estaba sentada en la esquina
del carruaje, con la mirada perdida en la oscuridad de la noche. Se veía
hermosa con el vestido color melocotón que se había colocado después de la
boda. Tenía el pelo recogido en un complejo moño que debía tener un sinfín
de horquillas, de las cuales ya se habían logrado zafar unos cuantos rizos.
En esa postura, sentada con los pies inclinados hacia un lado, las manos
apoyadas en el marco de la ventanilla y la mirada perdida, era el vivo retrato
de la inocencia, lo que le hizo sentir una punzada de culpabilidad. A la mente
se le vinieron las palabras de la señorita Blane, y su conciencia empezó a
atosigarlo con preguntas. ¿Qué había hecho? ¿De verdad sería capaz de seguir
su plan? ¿Desde cuándo se había vuelto tan egoísta?
La respuesta a esa última pregunta le cayó como un balde de agua fría,
recordándole por qué era así, por qué no tomaba a ninguna mujer en serio. La
culpabilidad se aplacó un poco solo para volver a renacer más fuerte. Claire
no era así, no era como ella… ¿O sí? Desearía creer que sí; de esa forma, se
libraría del remordimiento. Pero algo dentro de él le decía que ella era
diferente. Solo con verla así, en esa posición, con un rostro desprovisto de
crueldad, con la mirada inocente… ¡Qué Dios lo ayudase! Sus planes se
estaban viniendo abajo, si es que ya no lo habían hecho, ya que no se veía
capaz de hacerle daño de ningún modo. Aturdido por este descubrimiento y
azuzado por su conciencia, comentó:
—La señorita Blane me dijo que no querías casarte conmigo.
Claire, que había sido muy consciente de su mirada, pero no se había
atrevido a enfrentarla, giró la cabeza con brusquedad. Se encontró con su
rostro pasivo. No era una acusación, simplemente un comentario. Sin

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embargo, ella sintió como si le estuviera reprochando algo. Se ruborizó, bajó
la mirada y se dijo que tendría que hablar con Kate más adelante.
—No-no es la forma en que yo lo expresaría —murmuró.
Iba a matar a Katherine.
Sintió que su respiración se aceleraba por los nervios. ¿Hasta dónde
llegaría esa conversación? ¿Debería decirle que estaba de acuerdo con el
matrimonio para zanjarla? ¿Le creería? No era buena mintiendo.
—¿Cómo lo expresarías? —indagó.
—Yo… Eh…, pienso que fue algo apresurado.
No supo de dónde sacó la valentía para decirlo. Supuso que había querido
expresarlo durante tanto tiempo que las palabras salieron solas.
—¿Habrías preferido que te cortejara?
—Habría sido lo ideal.
De nuevo, las palabras salieron sin dificultad, y con el tinte de rencor que
había venido acumulando desde que se había enterado de la noticia. Él lo
notó.
—¿Por qué no me lo dijiste la primera vez que nos vimos?
—No preguntaste mi opinión cuando fuiste a pedir mi mano, no tenía
razón para pensar que te importaba.
Lo dijo en un murmullo apenas audible, pero él lo escuchó, y sintió su
respuesta como una aguja clavándose en un punto sensible de su piel. Su
lógica era razonable, por supuesto, y Brandon se sintió peor que antes.
—Yo… pensé que estarías alegre por convertirte en mi esposa. Ahora que
lo digo en voz alta, supongo que fue un poco presuntuoso de mi parte. Lo
siento.
Ella asintió y no dijo más nada. Él quería preguntar más, como su
expectativa de hombre ideal, sus razones para no ver ese matrimonio
adecuado. No obstante, tuvo miedo de la respuesta. ¿De qué serviría, además?
Él no pensaba convertirse en su hombre ideal. Ya ni siquiera sabía qué papel
jugaría en ese matrimonio.
Claire evitó su mirada el resto del camino. Le sorprendió que hiciera la
pregunta, y quiso creer que su arrepentimiento era sincero. Sin embargo, no se
hacía muchas ilusiones respecto a ese matrimonio. Ya era muy tarde para
vivir de sueños. Estaba casada. Tenía que afrontar lo que viniera.
De pronto, cayó en la cuenta de algo importante: ¡era su noche de bodas!
¿Cómo no se acordó antes? Un intenso rubor cubrió sus mejillas al recordar la
incómoda conversación con su tía la noche anterior. Ambas terminaron más
rojas que un tomate, y lo peor era que no había entendido nada, pues su tía no

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había sido muy específica. Esos pensamientos la pusieron más nerviosa de lo
que ya estaba, y en nada la ayudó a calmarse el hecho de que el carruaje se
detuviera justo en ese momento.
Un lacayo abrió la puerta y Brandon bajó, después la ayudó a hacer lo
mismo. A ella le sudaban las manos y dio gracias a Dios de que llevara puesto
los guantes, así él no lo notaría.
Cuando bajó, se encontró con una mansión que, si bien no era la más
grande del lugar, tampoco se podría decir que era sencilla. Debido a los
nervios, Claire casi no se fijó en los detalles. Cuando entró, le fue presentado
el personal principal de servicio, mientras un lacayo subía sus cosas y las de
su tía, que también estaba llegando en ese momento, a sus respectivas
habitaciones.
Lowell era el mayordomo y la señora Blake, el ama de llaves. Claire les
dedicó una tímida sonrisa a ambos. Se sentía extraña al ser llamada lady
Blaiford, y no estaba segura de si se llegaría a acostumbrar.
La señora Blake la llevó a su habitación para que se preparara. Estaba
decorada en un hermoso verde pálido. Tenía una gran cama, un tocador, un
armario, una chimenea y un espejo de cuerpo completo, además de un cuarto
de baño adyacente, del que salían unas criadas que al parecer acababan de
llenar la bañera, pues tenían unos cubos en las manos. Más atrás venía Lily.
—¡Oh, señorita…! Perdón, milady. —Claire le sonrió. A ella también se
le hacía difícil acostumbrarse—. Acaban de preparar el baño, ¿quiere que la
ayude?
—Por favor.
Ambas entraron en la sala de baño que estaba empañada con el vapor
proveniente del agua caliente con la que habían llenado la bañera. Claire se
dejó guiar hasta esta y se metió después de quitarse la ropa. Sintió que su
nerviosismo menguaba un poco al relajarse bajo el agua, mientras Lily lavaba
su cabello y vertía fragancias aromáticas en la bañera.
Una vez terminó, Claire abandonó el agua a regañadientes, salió del
cuarto de baño en bata y permitió que Lily desenredara su cabello rebelde, por
lo que se llevó más de un tirón de pelo. Cuando al fin terminó, Claire se
acercó al fuego de la chimenea para que se le secara al tiempo que Lily
buscaba entre sus cosas el camisón, que posteriormente le ayudó a colocarse.
—¡Santo cielo! —exclamó Claire en voz baja cuando se vio en el espejo.
El camisón era de una seda tan fina que era casi transparente. No ocultaba
nada, daba lo mismo estar desnuda; se veía toda su piel que, en ese momento,

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se encontraba en un tono rosado por la vergüenza. Agarró la bata y se la
colocó. Pero, para su desgracia, era de la misma tela del camisón.
Lily soltó una pequeña risita al ver la expresión de su señora, lo que le
ganó una mirada fulminante por parte de Claire. Recomponiéndose
inmediatamente, la doncella señaló una puerta que se encontraba en el otro
extremo de la habitación.
—Es la puerta que comunica a las dos habitaciones. Él debería venir
pronto.
—Gracias, Lily, puedes irte. —La doncella se dirigió a la puerta y casi
llegaba cuando Claire la volvió a llamar—. Lily, aguarda. —Esperó a que se
volviera y continuó—: ¿Tú alguna vez has… hecho…? ¿Has hecho eso?
Le llegó el turno a Lily de sonrojarse.
—Milady, yo… ¿No se lo explicó lady Warwick?
—Sí, pero… Lily, ayúdame, por favor.
La doncella pareció reconsiderar la idea: abrió la boca para hablar, pero la
volvió a cerrar.
—Lo siento, milady —dijo al final, y salió del cuarto antes de que pudiera
detenerla.
—¡Lily, vuelve aquí! —gritó—. ¡Lily! —se calló al percatarse de que
estaba gritando y la podía oír Brandon en la habitación de al lado.
Empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación, nerviosa. Sentía
cada minuto como una eternidad. Cuando tocaron la puerta, se sobresaltó.
—Adelante —respondió en un tono tan bajo que dudó que la hubiera
escuchado.
Pero la escuchó.
La puerta se abrió segundos después, y la figura de Brandon, vestido
solamente con una bata azul, ocupó todo su campo de visión. Se veía más
intimidante y apuesto. Se sintió pequeña, un ratón acorralado al que podían
hacerle mucho daño si querían.
Él intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora.
—¿Te han explicado lo que va a suceder? —preguntó con el tono más
amable que le había escuchado hasta el momento.
Claire asintió, aunque la verdad era que no tenía ni idea.
—¿Y… estás de acuerdo?
Brandon no había tenido intención inicial de hacer esa pregunta. Él la
deseaba, y, a su modo de ver, ella era su esposa y era su deber consumar el
matrimonio esa noche. Sin embargo, el maldito sentimiento de culpabilidad lo
había atenazado de nuevo mientras se desvestía. Entonces, había terminado

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concluyendo que, si no le había preguntado su opinión respecto a la boda, al
menos tenía que pedirle permiso para eso. Muy a su pesar.
—Es mi deber —respondió ella sin saber qué decir. Eso era lo único que
le había entendido a su tía. Por nada del mundo debía negarse.
Brandon pudo haber tomado eso como la respuesta que necesitaba para
continuar, pero su maldita conciencia atacó de nuevo diciéndole que seguía
sin ser correcto, que eso no era una autorización.
—No he preguntado eso. Ya que sabes lo que va a pasar, he preguntado si
quieres hacerlo. Tarde o temprano tendrá que suceder, es necesario concebir
un heredero. Sin embargo, podría esperar unos días. Quizás a que tomes un
poco más de confianza —dijo; eso sí, a mala gana. No le agradaba la idea de
retrasar su satisfacción, pero tampoco presionarla más.
Era un misterio para él cómo había pasado de querer utilizarla para que su
madre dejara de molestar a tomar en cuenta su opinión.
Claire no se esperaba esa oportunidad. Consideró tomar ese tiempo que él
le estaba ofreciendo. Unos días, para adaptarse. No sería mala idea. No
obstante, ¿menguaría eso su nerviosismo cuando tarde o temprano llegara el
momento? ¿Cuántos días le daría? ¿Cómo sabía que estaría preparada? A su
modo de ver, retrasarlo tampoco ayudaría demasiado. Siempre era mejor
enfrentar las cosas desagradables y esperar que terminaran rápido, o la
ansiedad solo aumentaría con los días. Su tía también le había dicho que no
duraba demasiado.
—Yo… preferiría que fuera hoy —respondió con timidez.
Para Brandon fue suficiente. Su generosidad también tenía un límite, no
era tan altruista. Se acercó a ella con lentitud hasta quedar frente a frente.
—Tranquila —le susurró cerca de su oído al tiempo que deslizaba
distraídamente su dedo desde el cuello de la muchacha hasta su hombro. Era
tan blanco y suave.
La simple caricia hizo que la habitación pareciese más calurosa a los ojos
de Claire. Se obligó a relajarse, no podía ser tan malo. Ese hombre era
conocido por ser un famoso libertino. Las mujeres «respetables» no
arriesgarían su matrimonio por algo que fuera malo. ¿O sí? No, por supuesto
que no. ¿Sería que la parte buena se les estaba reservada a las amantes?
Porque si fuera igual de bueno con las esposas, ¿por qué buscaban en otro
lado lo que podían conseguir en su casa? ¿Dependería del hombre que lo
hiciera? Trató de recordar lo que le había mencionado su tía, pero abandonó
la idea cuando sintió que los brazos de Brandon la rodeaban por la cintura
para atraerla hacia él.

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A duras penas alzó la cabeza y le sostuvo la mirada por unos instantes
antes de que la boca de él cubriera la suya. En un principio el beso fue suave,
su lengua exploró cada rincón de la boca de Claire como si estuviera
saboreando el vino más exquisito y no quisiera perderse de su sabor. Esta vez
ella no se apartó y lo dejó hacer. El beso se fue volviendo más exigente,
despertando un sinfín de emociones dentro de Claire, hasta que esta no confió
en sus piernas y tímidamente apoyó los brazos en los hombros de Brandon,
quién profundizó más el beso al sentir su contacto a la vez que sus manos
recorrían todas las curvas femeninas.
Ella no supo cuándo pasó, pero en unos instantes le había quitado el
camisón y se encontró desnuda frente a él. Brandon se alejó un poco para
observarla. La joven bajó la vista y su cuerpo adquirió un color rojo por la
vergüenza que le causaba el escrutinio.
—Hermosa —murmuró con voz ronca.
Claire sofocó una amarga carcajada y alzó la vista para ver si se estaba
burlando de ella, pues «hermosa» no era una palabra con la que la solían
describir, pero en sus ojos no observó ninguna expresión de burla. Algo en
ella debió delatar lo que pensaba, pues él repitió:
—Es verdad, eres hermosa.
Brandon lo creía de verdad. En ese momento todo de ella le parecía
perfecto.
Se acercó y tomó su mano para guiarla hasta la cama, pero por instinto
ella se quedó en donde estaba.
—Confía en mí, dulzura, no tengas miedo.
«Confía». No era precisamente lo que se le pediría a alguien que casi no
lo conoce, pero aun así dejó que la guiara a la cama.
Al ver que él se quitaba la bata, Claire se sonrojó todavía más. Su cuerpo
era magnífico, fornido. Sus hombros eran anchos y una ligera capa de vello
llenaba su pecho.
—Las velas —murmuró ella.
Brandon miró a su alrededor las velas que rodeaban la cama. Le hubiese
gustado dejarlas encendidas para poder observarla mejor, pero esta vez optó
por complacerla.
Luego de apagarlas, se unió con ella en la cama y se dedicó a explorar su
cuerpo con las manos y la boca. Claire respondía tímidamente a sus besos y
acariciaba su espalda y pecho mientras leves gemidos se escapaban de su
garganta. Hubo un momento de dolor en el que Brandon susurró palabras

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cariñosas en su oído para calmarla. Una vez que el ardor menguó, él empezó a
moverse.
Claire predijo que esa sería una de las mejores noches de su vida, y no se
equivocó.

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Capítulo 8

Unos golpes en la puerta principal se empeñaron en interrumpir el


apacible sueño de Claire. Esta abrió los ojos, y le bastó una mirada hacia la
ventana para darse cuenta de que el sol no había terminado de salir.
Inconscientemente rodó sobre la cama hasta quedar boca abajo,
apartándose así del calor del cuerpo que se encontraba a su lado. Los golpes
se hicieron más fuertes, por lo que Claire tomó una almohada y se la puso
sobre la cabeza en un intento inútil de amortiguar el sonido. No era su
costumbre dormir hasta tarde, pero todos los acontecimientos del día anterior
la habían dejado exhausta, y por lo menos se merecía un sueño reparador. Sin
embargo, el que fuera que tocaba no pensaba lo mismo. Soltó un gruñido y
levantó la cabeza para encontrarse con una sonrisa burlona y unos ojos azules
que brillaban de diversión. Recordó entonces todo lo sucedido esa noche y
enterró la cabeza nuevamente en la almohada para intentar esconder el rubor
que había comenzado a formarse en su rostro, lo que solo consiguió que la
sonrisa de Brandon se transformara en una carcajada. Brandon también se
había despertado debido a los insistentes golpes. No podía ser uno de los
criados, pues era muy temprano.
Tomó la bata que había usado la noche anterior y se la colocó, para luego
dirigirse a abrir la puerta. Echó un vistazo a la cama antes de hacerlo. Claire
estaba aún con la cabeza enterrada en la almohada. Sonrió al darse cuenta de
que la sábana se le había bajado hasta la cadera, dejando al descubierto parte
de su espalda. Por supuesto, ella no era consciente de eso, o de otra forma ya
le hubiese puesto remedio.
Brandon abrió la puerta lo suficiente para ver quién era, pero no lo
necesario para que el de afuera pudiera ver dentro.
Quien tocaba era el mayordomo.
—Buenos días, milord. Disculpe que lo moleste a estas horas, pero abajo
está un muchacho que insiste en hablar con usted. Dice que viene de su

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mansión en Londres y que es urgente. Al parecer, han intentado robar en su
ausencia.
«Genial», pensó Brandon. Tendría que ir a Londres a presentar cargos que
probablemente no servirían de nada. La delincuencia andaba cada vez peor.
Había que tener valor para atreverse a robar en una casa custodiada con
lacayos armados, que, al parecer, no fueron de mucha utilidad. No le agradaba
irse cuando recién había descubierto los placeres en el cuerpo de su nueva
esposa y quería seguir experimentando. A veces las responsabilidades eran
muy tediosas.
Le dijo al mayordomo que bajaría en un momento y cerró la puerta. Claire
se había incorporado; estaba recostada sobre un codo, mientras que la otra
mano sostenía la sábana hasta su cuello.
—Me tengo que ir ahora, hubo…
—Escuché —interrumpió ella en voz baja.
—No tardaré más de una semana. —Sonrió con picardía—. Espero no me
extrañes demasiado.
Ella no respondió, pero su mirada le indicó lo que pensaba acerca de su
arrogancia. Brandon amplió su sonrisa mientras se desataba el nudo de la bata
con el fin de provocarla. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se iba a desnudar, acaso?
¿No se suponía que tenía que salir? Claire alzó la sábana hasta cubrir su
cabeza para no mirar; aunque se muriera de curiosidad, el pudor era más
fuerte. Brandon soltó una carcajada ante su reacción y se preguntó si no sería
buen momento para aguijonearla un poco; le gustaría ver su reacción si se
molestaba, sería interesante.
—¿Qué pasa, dulzura? —preguntó con fingida inocencia una vez se hubo
quitado la bata—. Quítate esa sábana de encima, hace mucho calor.
—Yo no tengo calor —replicó. Sabía que se estaba burlando de ella, pero
no pensaba ceder.
Brandon se acercó a la cama con una sonrisa pícara.
—¿Tienes frío, entonces? —Tomó la sábana por la parte de abajo y tiró de
esta. Claire soltó un gritico de sorpresa y la agarró antes de que la dejara
desnuda.
—Sí, tengo frío —replicó molesta. Hizo lo posible por no mirarlo se
concentró en tirar de nuevo la sábana para cubrirse, pero Brandon no la dejó.
Parecían dos niños peleándose por un juguete.
—Yo puedo hacerte entrar en calor.
Ella lo miró con el ceño fruncido. No entendió el significado de sus
palabras hasta que vio el brillo malicioso en sus ojos. Abrió mucho los ojos al

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comprender y tiró nuevamente de la tela para cubrirse. Esta vez él no opuso
resistencia y la dejó taparse.
—¿No tenías que salir ahora? —preguntó en un murmullo.
—Por desgracia, sí.
Nada le hubiese gustado más que quedarse toda la mañana en la cama,
aunque pensó que seguro su esposa tendría algo que objetar al respecto.
—¿Quieres venir conmigo a Londres? —le preguntó.
Tal y como sucedía cuando ella solía estar involucrada, la pregunta surgió
sin siquiera haberlo pensado. Brandon quería disfrutar de su reciente
matrimonio, y su mente había buscado una solución rápida sin meditarla bien.
Claire sí que pensó al respecto. Había estado una que otra vez en Londres,
cuando su padre tenía que viajar por algún negocio, o visitando a su tío, pero
hacía tiempo que no visitaba la ciudad. Su padre no había querido pagarle una
temporada allí porque decía que era mucho gasto para lo que ella valía. Claire
no lo lamentó; no le gustaba demasiado la capital. Había mucha gente, y, por
lo tanto, mucho bullicio. También se aburría con facilidad porque no podía
salir a cabalgar con la libertad que le gustaría. Si lo acompañaba, ¿qué haría?
De extenderse el rumor de su matrimonio, seguramente recibiría muchas
visitas, y sin su tía para acompañarla, no creía poder afrontarlo. La temporada
estaba por acabar, y Claire había tenido la esperanza de permanecer allí hasta
la próxima. Quizás por entonces se hubiera hecho a la idea de que era una
condesa con responsabilidades sociales.
—Preferiría quedarme, si no te importa.
Él asintió, aunque no pareció contento con su respuesta. Brandon se dijo
que era mejor que ella se quedara ahí. Invitarla, ¿cómo se le ocurría? Si su
plan era mantener las distancias, no podía involucrarse tanto con ella. Oh,
pero qué ganas tenía de llevársela consigo. Empezaba a pensar que ese
matrimonio sería más complicado de lo esperado.
Volvió a atarse la bata y se dirigió a la puerta que lo llevaría a su
habitación.
—Adiós, dulzura —se despidió, pero ella no contestó.
En el carruaje, camino a Londres, Brandon no pudo dejar de pensar en
Claire. Esa mujer lo tenía intrigado. Se veía adorable hasta cuando se
molestaba, como esa mañana. Se preguntó si haciéndola molestar podía
desvelar un poco más de su carácter. Las personas no pensaban con
coherencia cuando estaban enfadadas, pero no se podía pasar la vida
haciéndola enojar. La muchacha acabaría odiándolo y eso no era lo que
deseaba. ¿Por qué no lo deseaba? ¿Qué le importaba lo que ella pensara de él?

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Hacía un mes no le interesaba, ¿por qué en esos momentos sí? ¿Por qué
deseaba descubrir cada faceta de ella? No sabía la respuesta a ninguna de esas
preguntas, solo sabía que deseaba conocerla mejor, y, en contra de lo que
dictaba la razón, se prometió a sí mismo hacer todo lo que estuviera en sus
manos para saber cómo era en realidad Claire. «Solo es curiosidad», se dijo.
No podía existir otra razón. Por su bien, no debía existir otra razón.

Una vez escuchó el chasquido de la puerta al cerrarse, Claire se quitó la


sábana de encima. «Qué hombre más insoportable», pensó. Nunca había
pasado tanta vergüenza en su vida. El hombre tenía una sonrisa hermosa, pero
eso no le daba el derecho de usarla para hacer sentir incómodos a los demás.
Aún era temprano, pero por más que lo intentó, no pudo volver a conciliar
el sueño, así que dio vueltas en la cama mientras pensaba. La noche anterior
había sido magnífica. Ya entendía por qué las mujeres casadas arriesgaban
sus matrimonios y reputación por eso. Y por él. Eso la llevó a preguntarse si
Brandon seguiría en sus andanzas. Esperaba que no. Quizás estaba siendo
muy exigente, pues ella no era el tipo de mujer que atraía a los hombres, y
mucho menos los retenía. No tenía ninguna razón para pensar que él le sería
fiel, pero tampoco soportaba la idea de que no lo fuera. La noche había sido
hermosa, y solo imaginar que les hiciera lo mismo a otras la llenaba de una
tristeza infinita. Una buena esposa se resignaría, pero Claire no sabía si podría
llevarlo tan bien como se esperaría de una dama. Ella quería ser suficiente, la
única, pero, si nunca lo había sido para su padre, ¿por qué lo sería para él?
«Brandon, ¿por qué te casaste conmigo?», se preguntó. No podía alejar
por mucho tiempo la incógnita de su cabeza. Quería oír la respuesta, aunque
presentía que no le gustaría. Decidió olvidarlo por el momento, sin embargo.
Esa era su nueva vida y ya el matrimonio no se podría anular. Tenía que
afrontar lo que viniera y mantener la esperanza de que no fuera tan terrible
como se lo había imaginado.

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Capítulo 9

Por fortuna, Claire no tuvo tiempo de pensar en nada durante el tiempo


que Brandon estuvo fuera, pues desde el primer día que bajó a desayunar fue
atacada por la mamá de Brandon con lecciones de cómo debe comportarse
una condesa.
—Tienes que aprender a relacionarte —le había dicho en el desayuno. Al
parecer ya había sido informada de la partida de Brandon, porque no hizo
preguntas—. Saber qué decir y qué no. Cómo comportarte.
—Mi sobrina sabe cómo comportarse —espetó lady Warwick, que
también estaba sentada junto a ellas. Le ofendía porque había sido ella quien
se había ocupado de la mayor parte de la educación de su sobrina.
—Pero no sabe cómo relacionarse —contraatacó Juliane, la mamá de
Brandon, con calma.
—Solo es un poco tímida —la defendió Mirian.
—Pues tiene que dejar a un lado parte de esa timidez —insistió.
De ahí ambas mujeres se enfrascaron en una discusión. «Comenzamos
bien», pensó Claire con sarcasmo mientras seguía desayunando. Hablaban de
ella, pero nadie había pedido su opinión.
Ese día se presentó ante los demás sirvientes y se dedicó a conocer mejor
la mansión. Estaba a punto de salir para dar una vuelta por la propiedad
cuando fue interceptada por Juliane, quien no había abandonado su idea de
educarla, y arrastró a Claire hacia uno de los salones matutinos, donde se
pusieron a bordar.
—Hay muchos temas de conversación, sobre todo si se es una mujer
casada. Se puede hablar del clima, de la moda, de los maridos…
Claire asentía ante cada afirmación y no se atrevía a decir nada. Juliane
soltó un suspiro de resignación y, hablando en un tono insistente, como para
que no quedara dudas de lo que decía, continuó:
—En Londres, la temporada social está finalizando, eso significa que la
flor y nata de la sociedad regresará al campo para disfrutar de unas últimas

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fiestas antes de que llegue el invierno. Así que durante los próximos dos
meses no faltarán las invitaciones y no puedes quedarte sentada y apartada,
tienes que relacionarte.
Claire asintió nuevamente, lo que exasperó a Juliane.
—Lady Elizabeth no habría tenido problemas —murmuró, más para sí
misma que para su acompañante. Pero Claire la escuchó y la curiosidad se
adueñó de ella, haciéndola hablar por primera vez:
—¿Quién es lady Elizabeth?
La mamá de Brandon palideció, como si se hubiese dado cuenta de que
acababa de cometer un error. Parecía nerviosa, pero intentó disimularlo.
—Lady Elizabeth Cronwell es… una amiga.
—No he oído hablar de ella. —Aunque, si lo hubiese oído, quizás
tampoco se acordaría. Tenía mala memoria para los nombres.
Juliane se tranquilizó con esa afirmación.
—No tiene importancia.
A pesar de que se moría de curiosidad, no se atrevió a preguntarle por qué
la había mencionado. Juliane comenzó nuevamente con su cháchara y Claire
se olvidó del asunto.
En esas lecciones pasó toda la tarde y parte de la mañana siguiente. Claire
prestaba toda la atención posible, pero el esfuerzo de retener información le
causó dolores de cabeza.
Llegada la hora del almuerzo y desesperada por encontrar un momento de
paz, al fin se le ocurrió la forma de librarse unas horas de Juliane. Apenas
pudo escabullirse a su habitación, empezó a escribir una carta.
Querida Katherine,
Te ruego, no, te suplico que vengas a tomar el té conmigo esta tarde.
Admito que, en su mayoría, mis razones para invitarte son egoístas, pero me
gustaría hablar contigo. Necesito que me salven por un rato.
Tu querida amiga,

Claire. O debería poner lady Blaiford.

Entregó la carta a un lacayo, quien regresó una hora más tarde con una
respuesta afirmativa.
Kate llegó a la hora del té justo cuando la viuda Blaiford iba a empezar
una de sus lecciones. Esta pareció sorprendida al ver que su nuera tenía
visitas, y, para fortuna de Claire las dejó solas. Tal vez pensaba que estaba
siguiendo sus consejos y estaba empezando a relacionarse.
—¿Qué te hizo él? —preguntó Kate una vez se retiró Juliane.
—¿Qué me hizo? —repitió Claire confundida.

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—Me pediste que te salvara, ¿qué te hizo?
Claire rio ante el malentendido.
—Oh, no. Él no está, tuvo que arreglar un asunto en Londres. Necesitaba
que me salvaras de su madre —aclaró.
—¿De su madre? —Ahora la confundida era Kate.
—Sí. Esa mujer es… insistente. Y habla mucho. Te juro que si recibía hoy
otra lección de temas de conversación para actos sociales, me iba a volver
loca —habló en voz baja, temiendo ser escuchada.
Kate soltó una carcajada.
—Adivinaré: quiere que seas más sociable. —Claire asintió—. No es tan
mala idea.
—Ni todas las lecciones del mundo lograrán que me integre a la sociedad
—afirmó con tristeza—. Soy un caso perdido.
—Tonterías, sí lo logrará. Además —añadió Kate—, como lady Blaiford,
todas intentarán ganarse tu amistad. No estás en la misma posición que antes,
Claire. No eres una debutante insignificante que se pueden permitir ignorar.
Ahora hay muchas por debajo de ti y tienes que aprovecharlo.
Claire nunca había sido buena aprovechando oportunidades ni nada
similar. Tampoco le molestaba por completo estar en el anonimato, y la idea
de gente adulándola solo por su nuevo título y no porque le simpatizara no le
gustaba en lo absoluto.
Dejaron de hablar cuando entraron a llevar el té. Claire lo sirvió.
—¿Cómo estás? —preguntó Kate.
—Muy bien, ¿y tú?
—Sabes a lo que me refiero —masculló Kate, molesta por que Claire se
quisiera hacer la tonta con ella—. ¿Qué tal te fue en la noche de bodas?
Las mejillas de Claire se pusieron rojas al recordarlo. A veces detestaba la
espontaneidad con la que Kate se expresaba, porque la ponía en situaciones
incómodas. Decía lo que pensaba sin llegar a analizar si era correcto o no.
—Bien.
—Claire, sé más específica —pidió mientras llevaba la taza de té a sus
labios—. ¿Dolió? ¿Fue desagradable? ¿Fue bueno?
A pesar de sus insistencias, Claire se negó a decir más y decidió desviar la
conversación.
—Ya que estoy casada, es momento de encontrar un marido para ti.
—Supongo que sí —admitió Kate—, pero por ahora no hay nadie que me
interese. Todos los que me pretenden son tan… No sé cómo explicarlo. Son lo

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opuesto a lo que deseo. Algunos son demasiado arrogantes, otros muy
condescendientes. No siento que pueda enamorarme de alguno de ellos.
—Tenemos que pensar en alguien. —Claire puso una mano en su barbilla
y sus ojos se abrieron con una idea—: ¿Qué te parece lord Lansdow?
Kate la miró ofendida.
—Creí que deseabas lo mejor para mí.
—Así es. —Claire no entendió su respuesta—. No sé qué puede tener de
reprochable. Lo conocí en la boda y me pareció un buen hombre. Es rico, un
marqués, y es…
—El hombre más arrogante que he conocido —concluyó Kate—.
Cuando… —Pensó en la manera de expresarse sin mencionar la conversación
con lord Blaiford—. Cuando fui a saludar a lord Blaiford, él estaba ahí. —
Frunció el ceño—. Me miró como si fuera un insecto del que tenía que
alejarse corriendo. —No mencionó la expresión con la que la observó en el
momento que le pidió que la dejara un momento a solas con lord Blaiford. La
hizo sentir como la peor de las maleducadas al atreverse a pedírselo.
—Tal vez pensó que te abalanzarías hacia él. Después de todo, es uno de
los mejores partidos.
—Y esa categoría se le ha subido a la cabeza —replicó Kate—. Además,
se puede decir que es un ermitaño. Nunca sale, y es tan frío como el hielo.
—Es apuesto.
—Sí —admitió Kate—, pero no, olvídalo, él no es para mí. Por no
mencionar que jamás se fijaría en alguien como yo. Una persona de su estatus
no se conformaría con menos que la hija de un conde.
Claire no creía que lord Lansdow fuera tan clasista. Si bien Kate, al igual
que ella, no tenía un título nobiliario, sí contaba con uno que otro familiar que
lo tenía. Efectivamente, él podía conseguir a alguien de más alcurnia, pero
presentía que el marqués estaba buscando algo más que una esposa de sangre
azul.
—¿Cómo está lady Warwick? —preguntó su amiga para cambiar de tema.
—No he hablado mucho con ella. La condesa viuda me ha mantenido
ocupada y mi tía prefiere no estar en el mismo salón que ella, porque de un
modo u otro terminan discutiendo.
—Vaya, empezamos bien.
Claire rio al acordarse de que había sido justo eso lo que había pensado y
siguieron conversando hasta que Kate se fue.
La oportunidad de hablar con su tía se le presentó a la mañana siguiente.
La viuda no bajó a desayunar alegando que se encontraba indispuesta.

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—Creo que hoy seré absuelta de mis lecciones —mencionó a su tía.
—Mi niña, quiero que me disculpes por no acompañarte, pero habrás
notado que esa mujer y yo no podemos estar en la misma habitación.
—Creo que es bastante evidente.
—Estoy pensando que no fue buena idea venir aquí, tal vez debería…
—No digas eso —la interrumpió Claire, agarrándole las manos sobre la
mesa en un gesto cariñoso—. Tía, me hace mucho bien tenerte conmigo, eres
una de las pocas personas que me quiere. —Los ojos se le empezaron a llenar
de lágrimas—. Te necesito.
—Mi niña… —Lady Warwick abandonó su silla y fue hasta Claire para
consolarla.

Aprovechando que tenía el día libre de lecciones, Claire al fin pudo salir a
dar un paseo por la propiedad. Pronto se dio cuenta de que era más amplia de
lo que pensaba. Tenía grandes extensiones de tierra comprendidas entre
campos, praderas y bosques. Era incluso más grande que la suya. Ideal para
dar un paseo a caballo. Pero como esa vez no tenía intención de alejarse
mucho porque no conocía bien el lugar, decidió explorarla a pie. Sin embargo,
a medida que caminaba, el paisaje la absorbía. Se sentía cada vez más atraída
hacia las profundidades de la propiedad y empezó a caminar sin rumbo fijo,
tan absorta en el ambiente que la rodeaba que no tomó nota del camino de
regreso. No obstante, eso dejó de ser importante cuando llegó a un pequeño
claro que estaba oculto entre los árboles de bosque, como si quisiera ser
protegido de los intrusos.
El lugar era hermoso. Las mariposas revoloteaban por el lugar y los rayos
del sol se reflejaban en un lago, como invitándola a bañarse. El suelo estaba
cubierto de flores. Era un lugar donde provocaba sentarse y no marcharse
jamás. Inspiraba paz, tranquilidad y alegría, justo lo que necesitaba en esos
momentos.
Claire se acostó en la grama entre las flores y miró al cielo. Observó las
nubes como una niña que intenta adivinar su forma. Por un rato se olvidó de
todo: de su presente, de su esposo, de sus preguntas; incluso pasó por alto el
hecho de que ese lugar maravilloso se encontraba en la propiedad del que se
había convertido en su marido. Solo era consciente del viento que golpeaba su
cara y removía su cabello a través de la hierba.
Echó un vistazo al lago y deseó con vehemencia bañarse en él, pero
regresar a la casa con la ropa adherida a su cuerpo por el agua no se le

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antojaba. Lo mejor sería volver otro día más preparada.
Cerró los ojos y se sumergió en un mundo de fantasía, de memorias.
Empezó a rememorar cuando era niña y paseaba por los jardines con su
madre, cuando jugaban a tomar el té… Los recuerdos de su madre eran vagos,
porque era muy pequeña cuando esta murió, pero aun así le hacía feliz
recordarlos.
No supo cuándo ni cómo el sueño la atrapó. Volvió a la realidad al sentir
un leve cosquilleo en su brazo que luego ascendió a su cuello para regresar a
su brazo. Claire abrió los ojos y utilizó su mano para cubrirse de la luz del sol
que indicaba el atardecer. Suspiró, pensando en que era hora de irse y regresar
a su realidad.
—Cómo desearía quedarme aquí para siempre —murmuró. Sintió de
nuevo el cosquilleo en su brazo y giró su cabeza para ver la causa. Frunció el
ceño al observar unos dedos que subían y bajaban por su brazo.
—Yo solía pensar lo mismo —dijo una voz profunda.
Claire levantó la mirada para buscar el rostro al que pertenecía la familiar
voz y sus sospechas se vieron confirmadas al encontrarse con unos ojos
azules.
Había regresado.

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Capítulo 10

Brandon no andaba de muy buen humor. Después de tres días resolviendo


problemas en Londres, regresó a casa con el único propósito de ver a la mujer
que no había logrado sacarse de la cabeza en todo el viaje, para encontrarse
con que había salido a dar un paseo por la propiedad, sola y a pie. «Se
perdió», fue el primer pensamiento que se le vino a la mente cuando le
informaron que llevaba horas fuera.
Brandon cogió su caballo y salió a buscarla. En esos tres días había
reflexionado mucho sobre lo que había hecho y la culpa terminó venciéndolo
hasta el punto de hacerlo sentir un miserable. Ella era inocente y no merecía
sufrir, pero ya se había casado y no había vuelta atrás. ¿Qué haría entonces?
¿Abandonar su plan? Tampoco estaba convencido de poder hacer eso. Ella le
parecía una mujer diferente a las otras, pero no sabía si estaba listo para
entregarse por completo a esa relación. No se animaba a confiar por
completo, así que pospuso el momento de tomar una decisión.
Cuando llegó a la casa solo deseaba verla, y pensar que podía estar
perdida en algún lugar de la gran propiedad lo abrumaba. Si no la encontraba
él, mandaría a varios hombres a buscarla por la propiedad, pero tenían que
hallarla. Por dentro ardía de rabia y preocupación. ¡En qué estaba pensando
esa muchacha! ¿Cómo se aventuraba a pasearse en un lugar que no conocía?
Mientras cabalgaba, un impulso desconocido lo indujo a adentrarse entre
los árboles que ocultaban el claro al que solía ir de niño. Fue entonces cuando
la vio, acostada entre la hierba con los ojos cerrados. Parecía dormida, y parte
de su rabia se disipó al verla así. Tenía el aspecto de una niña que descansa
después de haber jugado todo el día. No pudo evitar el impulso de acercarse y
acariciarla. Cuando ella murmuró, todavía adormilada, que deseaba quedarse
ahí para siempre, Brandon recordó que él solía decir lo mismo las veces que
se ocultaba allí y quiso compartir la información con ella.
Claire se incorporó y lo miró con una expresión que no se decidía si era
confusa o molesta, esa con la que miraría una niña a alguien que la había

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interrumpido de manera inesperada en una actividad importante.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella. Estaba disfrutando de la soledad y
no le agradó la interrupción.
Él le dedicó una de esas sonrisas suyas tan encantadoras pero a la vez
irritantes.
—Esta es mi propiedad y creo recordar que vivo aquí, así que…
Su sarcasmo la exasperó, y no pudo evitar soltar un bufido que solo
consiguió sacarle una carcajada.
—Vine a buscarte —le explicó—. Se estaba haciendo tarde, y como no
aparecías… —Recordó entonces la preocupación que había sentido y la rabia
volvió, pero obligó a su voz a salir en un tono calmada cuando dijo—:
¿Podrías decirme por qué pensaste que era buena idea pasear sola en un lugar
que no conoces?
A Claire no le pasó desapercibido que en realidad estaba molesto. ¿Por
qué? No creía haber hecho algo malo.
—Precisamente por eso —se defendió—. Quería conocer el lugar.
—Te pudiste haber perdido —la regañó.
—Sabía el camino de regreso —replicó ofendida.
—Ah, ¿sí?
—Sí —insistió ella. Aunque, ya que traía el tema a colación, estaba
agradecida de que la hubiese ido a buscar, puesto que anduvo sin rumbo por
tanto tiempo que no se fijó bien en el camino de vuelta. Sin embargo, no lo
pensaba admitir.
—Si conocías el camino, ¿por qué tardaste tanto? —replicó él, nada
convencido por su afirmación.
Claire bajó la mirada, avergonzada por su propia terquedad. Él sabía que
ella no recordaba el camino y la estaba poniendo a prueba. Aun así, decidió
responder con lo que era en parte verdad:
—Me quedé dormida. Es un lugar hermoso.
La expresión de él se suavizó.
—Sí, solía venir de niño —confesó—. Esperaba aquí a que a mis padres
se les pasara el enfado.
—¿El enfado?
Él sonrió.
—Sí. Cada vez que venía aquí era para esconderme de ellos porque había
hecho alguna travesura y me buscaban, furiosos.
Claire rio. No era difícil imaginárselo haciendo alguna travesura, Brandon
tenía el don de acabar con la paciencia de los demás.

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Brandon pensó nuevamente en que Claire tenía una risa hermosa, natural,
no como esas risillas tontas que usaban las otras damas como medio para
coquetear.
También se percató de que no se estaba mostrando tan tímida en esos
momentos, y decidió aprovechar la oportunidad, a pesar de que se hacía tarde.
—¿En tu casa también te perdías por horas?
Ella asintió.
—Me encanta el campo, la naturaleza. Siempre solía montar a caballo.
—¿Te gusta montar? —Ella asintió—. ¿Qué te parece si damos un paseo
mañana, después del desayuno?
—Sería maravilloso. —Sus ojos brillaron de entusiasmo.
—Bien, que así sea. —Brandon buscó desesperadamente cómo formular
otra pregunta, no deseaba acabar con la conversación—. ¿No preocupabas a
nadie cuando desaparecías por horas?
Ella se encogió de hombros, quitándole importancia a la pregunta.
—Mi tía se preocupaba al principio —dijo—, pensaba que me podía haber
pasado algo, pero ya después dejó de hacerlo, cuando se dio cuenta de que yo
estaba bien y que solo salía a pasear. A veces, incluso llevaba bocadillos y
comía al aire libre. En otras ocasiones, paseaba con Kate.
—¿Kate?
Ella asintió.
—Katherine Blane —aclaró—. Somos vecinas.
Brandon hizo una mueca que, por suerte, Claire no vio. Recordó la
conversación con la rubia: la impertinencia con la que le habló y esa mirada…
Si las miradas mataran, seguramente él no estaría ahí. Aunque no negaba que
comprendía su preocupación. Si eran vecinas, paseaban juntas; y, además, se
llamaban por los nombres de pila. Debían de ser muy amigas, y a nadie le
gustaba que le hicieran daño a un amigo. Lo más probable era que creyese
que él la iba a hacer sufrir. Esa ya no era su intención, no deseaba hacerle
daño. Y todavía estaba pensando en qué hacer con ese nuevo descubrimiento.
—¿Y tu padre no se preocupaba?
—A él no le interesaba.
Brandon se dio cuenta de que ella no deseaba hablar del tema, así que,
para evitar que se cerrara, cambió a uno más seguro.
—¿Desde cuándo vive contigo lady Warwick?
—Cinco años. Llegó cuando yo tenía catorce. Mi mamá murió cuando yo
tenía siete años —concluyó con la tristeza impresa en su voz.

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Brandon asimiló la información. Si la madre de Claire murió cuando ella
tenía siete años, pasaron otros siete años más antes de la llegada de su tía. Se
imaginó a esa niña indefensa bajo la tutela de Thomas Lethood y sintió que se
le oprimía el pecho. De pronto, quiso abrazarla, consolarla, pero solo se
atrevió a acariciarle la mejilla. Probablemente la llegada de su tía fuera de
gran ayuda para ella. Ya comprendía por qué le tenía tanto afecto y la razón
por la que le pidió que se fuera a vivir con ellos.
—¿No deberíamos irnos? —preguntó Claire. No quería seguir la
conversación y la caricia en la mejilla la estaba dejando aturdida.
Él asintió.
—Primero prométeme que no volverás a salir sola hasta que conozcas el
lugar.
Por la cara que puso, Brandon dedujo que no le hacía ninguna gracia
hacer esa promesa. Por eso, apreció escucharla decir:
—Te lo prometo. No era mi intención causar alarma, solo quería
descansar un poco.
—¿Descansar? ¿Estuviste muy ocupada, dulzura? —preguntó burlón.
—Quería descansar de tu madre. —Se cubrió la boca al percatarse de lo
que había dicho. Seguramente a él no le gustaría oír quejas de su madre, así
que intentó remediar su error—. Yo no quise decir… No es que piense…
Dejó de hablar cuando notó que él se estaba riendo.
—No te preocupes —la tranquilizó—. Mi madre a veces puede ser
atosigante. ¿Qué te hizo?
—Se pasó los tres días dándome clases de comportamiento —murmuró.
Brandon volvió a reír y ella recordó la primera clase. El nombre de lady
Elizabeth Cronwell volvió a hacer eco en su cabeza y a causarle una
curiosidad que no pudo reprimir, por eso preguntó:
—Brandon, ¿quién es lady Elizabeth Cronwell?
Supo que fue un error hacer la pregunta al ver que Brandon se tensaba, la
sonrisa desaparecía de su rostro y sus ojos adquirieron el brillo de algo que no
supo definir. ¿Rabia?
—Brandon… —musitó Claire, dubitativa, al ver que no respondía.
—¿Quién te habló de ella? —Fue más brusco de lo que hubiese deseado.
—Tu-tu madre la mencionó en una de las lecciones. Di-dijo que ella no
habría tenido problemas en adaptarse. —Se había puesto nerviosa por su
reacción—. Comentó que e-era una amiga, que no tenía importancia.
—Y no la tiene —Brandon intentó calmar su tono al notar su tartamudeo
—. Es hora de irnos. —Señaló un caballo atado a un árbol.

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Ella asintió y él la ayudó a subir para luego montar detrás de ella.
No volvieron a dirigirse la palabra en todo el día. A pesar de que él trató
de disimularlo, Claire sabía que algo le pasaba. Brandon estaba distante,
como en su propio mundo. Ella no entendía por qué la simple mención de un
nombre lo afectaba tanto. ¿Quién sería lady Elizabeth Cronwell que lograba
tal cambio de actitud en Brandon?
Quizás nunca lo descubriera. Tanto él como su madre habían dejado claro
que era un tema prohibido.
La cena transcurrió en silencio y Claire se retiró temprano a su cuarto.
Estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando oyó que la puerta se
abría. Se sobresaltó, pero la luz de la luna que entraba por la ventana le
permitió ver que era la puerta que comunicaba a los dos dormitorios y que era
Brandon quien entraba.
Esa noche él no dijo nada, Claire tampoco. Brandon le hizo el amor con
delicadeza, como si ella fuera tan frágil como una muñeca de porcelana y le
dio más placer del que podría haber imaginado, hasta que quedó satisfecha y
agotada. No obstante, se durmió con una pregunta todavía rondándole la
cabeza: ¿quién era lady Elizabeth Cronwell?

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Capítulo 11

Cuando Claire despertó, se dio cuenta de que Brandon se había marchado.


Lily acababa de descorrer las cortinas, dejando entrar la luz del sol por las
ventanas.
Claire no sabía qué vestido ponerse, si uno normal o el de montar. No
estaba segura de si Brandon estaría de humor para dar el paseo a caballo que
acordaron el día anterior. Al final, se decidió por un traje de montar marrón,
lo cual fue una decisión atinada, pues su esposo había vuelto a ser el mismo
de siempre, la conducta extraña de la noche pasada había desaparecido.
Desde la mención de Elizabeth, Brandon había sentido que la rabia lo
invadía de nuevo, como cada vez que escuchaba su nombre. Toda la tarde se
la había pasado pensando en eso, evocando recuerdos. No sabía por qué
todavía le afectaba; ella ya no era parte de su vida, sino de su pasado, y allí se
tenía que quedar. En la noche, buscó consuelo en los brazos de Claire, aunque
ella no lo supiese. Entonces, fue cuando entendió que no valía la pena seguir
martirizándose; el pasado era pasado y Claire era su presente. Sin embargo,
por más que lo intentaba, el recuerdo seguía allí. El nombre de Elizabeth
estaba todavía presente para recordarle que no debía entregar su corazón. Por
más cariño que le llegara a tener a su nueva esposa, no podía enamorarse de
ella, porque eso significaría correr el riesgo de que la historia se repitiese. En
el fondo, pensaba que debía olvidarse de todo, que Claire no era como ella,
que debía confiar, pero en su cerebro seguía patente la desconfianza causada
por el dolor de la traición.
Después del desayuno, se dirigieron a los establos. Para sorpresa de
Claire, su yegua Cielo había sido trasladada hasta ahí. Brandon la ayudó a
montar y se alejaron por un sendero distinto al del día anterior.
Claire casi no oyó los comentarios de Brandon en el camino, se limitaba a
asentir mientras observaba la belleza que la rodeaba. Cuando llegaron a una
pradera, se detuvieron a descansar un rato.

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—Cuando era niño —mencionó Brandon cuando bajaron del caballo—,
recuerdo que mi madre solía realizar comidas aquí. Invitaba… —Notó que
Claire paseaba por el lugar y se detenía a observar alguna flor—. Claire, ¿me
estás escuchando?
Ella asintió al tiempo que seguía caminando. Brandon frunció el ceño.
—Bueno, como te estaba diciendo, este lugar es muy peculiar, ya que la
grama y las flores suelen tornarse de color azul en invierno.
Claire asintió distraídamente mientras se sentaba a observar mejor una
margarita.
—Y —continuó él—, de vez en cuando, unicornios llegan volando en
primavera. —Casi se echa a reír al ver que ella volvía a asentir—. Tal vez
aparezca uno ahora, a los unicornios les encanta hablar con las personas. ¿No
te gustaría ver uno, Claire?
Ella estaba a punto de volver a asentir cuando comprendió lo que había
dicho. Se giró y lo miró con el ceño fruncido.
—¿De qué…? —La comprensión brilló en sus ojos y bajó la cabeza para
ocultar el sonrojo—. Lo siento —se disculpó por su falta de atención—. Es
que este es un lugar muy hermoso. Tu propiedad es muy bonita.
—Ahora también es tuya —la corrigió él mientras se acercaba a ella.
Claire sonrió, pero Brandon detectó un brillo de melancolía en sus ojos, lo
que le dio a entender que todavía era muy pronto para que ella lo considerase
así.
La ayudó a levantarse y se encaminaron hacia los caballos.
—Este es un buen lugar para cabalgar —mencionó Claire.
—Sí. De hecho, yo soy muy buen jinete.
Tanta arrogancia la hizo reír, pero de pronto se le ocurrió una idea. Desde
el día anterior en el claro ya no se sentía tan tímida con él, así que, aunque
dudó un instante, decidió ponerla en práctica.
—Ah, ¿sí? —Un brillo malicioso apareció en sus ojos.
—Sí —confirmó él.
—Entonces, ¿qué te parece una carrera de regreso?
Él se sorprendió por el ofrecimiento, pero decidió aceptar. Quizás hasta la
dejaría ganar.
Ambos montaron y se prepararon.
—A la cuenta de tres —dijo Claire—. Uno… dos…
Antes de mencionar el número tres, la yegua de Claire ya había salido.
Recuperado de la sorpresa, Brandon azuzó a su semental y salió tras ella.
Tardó unos minutos en alcanzarla, pues comprobó que su esposa era muy

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buena amazona. Sin embargo, el caballo de Brandon era más rápido, y pronto
ambos estuvieron a la par. A pesar de los esfuerzos de Claire, no pudo
adelantar a Brandon, pero él tampoco la pudo pasar a ella, y llegaron
empatados hasta los establos.
Los mozos de caballerizas los miraron como si se hubieran vuelto locos.
—Creo que fue un empate —dijo Claire, una vez se apearon.
—Sí —convino Brandon, todavía sorprendido—. ¿Quién te enseñó a
montar así?
—El antiguo mozo de caballerizas.
—Ah, ¿sí? —Brandon sintió que algo se abría paso en su interior. ¿Celos?
No, no podía ser.
—Sí, a escondidas de mi padre, por supuesto. Él me quería como a una
hija.
Esa afirmación pareció aliviarlo.
—¿Y tú lo querías?
—Sí —respondió ella con un deje de tristeza en su voz—. Siempre
hablábamos y a veces me daba consejos. Lamentablemente, murió hace ya
dos años. Creo que todavía lo extraño.
Claire no se percató de lo reveladoras que fueron sus palabras, pero
Brandon sí. Lo extrañaba porque ese hombre le dio más cariño del que alguna
vez le dio Thomas Lethood, y lo más probable era que haya visto en él una
figura paterna.
Brandon deseó consolarla de algún modo, así que siguiendo un impulso,
la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él para besarla. Claire se sobresaltó
por la sorpresa, pero dejó que los labios de él acariciaran los suyos y
explorara su boca como si con ello pudiera borrar el pasado, el sufrimiento y
los malos ratos.
Cuando el beso terminó, ambos se miraron a los ojos. Por unos instantes
no existió nadie más y pareció formarse una conexión entre ellos, hasta que al
fin se apartaron y regresaron a la casa.
A partir de ese día la relación fue cambiando. Claire le tenía un poco más
de confianza a Brandon, ya no se mostraba tan tímida con él, y hablaban más
a menudo. No obstante, no pasaba lo mismo con la condesa viuda, por lo que
ella seguía pensando que Claire debía aprender a relacionarse y se quejaba de
ello constantemente, lo que solo conseguía sacarle carcajadas a Brandon.
Pero, a pesar de todo, Claire pensaba que Brandon ocultaba algo. A veces
lo veía distante, aunque trataba de ocultarlo. Algo lo atormentaba y Claire
tenía una leve sospecha de con quién podría estar relacionado aquello.

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Capítulo 12

Tal como predijo Juliane, en menos de una semana, después del paseo a
caballo, empezaron a llegar invitaciones para veladas. Para alivio de Claire, la
mayoría eran en Londres, y Brandon no tenía intención de viajar hasta allá
por el momento; por lo tanto, no asistirían. Pero no se pudo salvar de las que
se realizarían en los alrededores.
La primera velada tuvo lugar en la mansión de lord y lady Holland.
Claire se paseaba esa noche de un lado a otro de la habitación, pensando
en cómo se las arreglaría durante la fiesta, mientras Lily buscaba un vestido.
Juliane se la había pasado todo el día recordándole las normas que ella ya se
sabía de memoria pero que no estaba segura de si iba a poder implementarlas.
Tenía miedo. Esa era la palabra que mejor describía lo que sentía, miedo.
Ya no podía escabullirse en uno de los rincones y permanecer allí hasta que
terminara la fiesta, o al menos estaba segura de que Juliane no se lo iba a
permitir.
—¿Qué tal este, milady? —preguntó Lily, mostrándole un vestido.
Claire asintió al ver el vestido de satén azul oscuro con encaje blanco y
bordado con hilos de plata. Al mirarlo, daba la impresión de estar viendo un
cielo lleno de estrellas. El vestido estaba diseñado a la moda, con un escote
que podía ser considerado moderado, aunque dejara ver gran parte de sus
senos. Una de las ventajas de estar casada era que ya no tendría que usar esos
vestidos de colores pastel que tan mal le quedaban porque se camuflaban con
su piel, por lo que había mandado a encargar un guardarropa nuevo.
Lily le recogió el pelo en un moño, dejando algunos mechones sueltos, y
posteriormente la ayudó a vestirse.
Una vez estuvo lista, bajó. Brandon la esperaba al final de la escalera,
junto con su tía. La condesa viuda todavía no había bajado.
Una expresión de asombro pasó por el rostro de Brandon cuando la vio.
—Te ves… Te ves… —Por primera vez no encontraba las palabras
exactas para expresar sus sentimientos—. Magnífica —dijo al fin.

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—Estás preciosa, mi niña —comentó lady Warwick.
Claire sonrió tímidamente a ambos. Estaba acostumbrada a los halagos de
su tía, pero que Brandon mencionara que estaba magnífica la llenaba de una
satisfacción que no supo describir, tal vez porque ningún hombre la había
descrito así. Recordó que la noche de bodas la había llamado hermosa, y la
satisfacción aumentó, haciéndola sonrojar.
Él la examinó de pies a cabeza, como si deseara guardar hasta el mínimo
detalle en su mente.
—Falta algo. —Sin dar explicaciones, subió las escaleras y desapareció
por los pasillos.
Regresó minutos más tarde con un estuche que contenía un espectacular
collar de zafiros que hacía juego con su vestido. Sin decir palabras, se lo
colocó.
—Perfecta —murmuró.
Ella lo miró asombrada.
—Es de mi madre —explicó—. Pero, ahora que lo pienso, tú necesitas
algunas. Más adelante arreglaremos este asunto. —La tomó del brazo—.
Vamos —anunció al ver que Juliane se le unía.
Cuando llegaron a la residencia Holland, una hilera de carruaje se
encontraba en la entrada, por lo que pasaron varios minutos hasta que
pudieron descender del coche. En la puerta principal, un lacayo recogió sus
abrigos.
La residencia Holland estaba decorada con una extravagancia que no
dejaría duda a quien la viera de que la familia poseía fortuna; o al menos eso
era lo que querían aparentar, pues, aunque los salones estuvieran decorados a
la última moda y se encontraran objetos caros dispuestos en cada esquina, era
bien sabido que los Holland estaban en la ruina y la única razón por la que
hacían el sacrificio de organizar una velada era porque buscaban
desesperadamente maridos para sus tres hijas, que, para su desgracia, estaban
destinadas a ser unas solteronas.
En primer lugar, las Holland eran poco agraciadas. Al principio Claire se
había identificado con ellas, ya que sabía bien cómo se sentía ser descartada
por no haber tenido la fortuna de haber nacido bonita, pero pronto descubrió
que su aspecto no era la única razón por la que permanecían solteras. Las tres
eran, usando el término más amable, «insoportables». Además, tenían una
lengua de víbora. De las únicas personas de las que hablaban bien eran de
ellas mismas. Ningún caballero sensato se acercaba a ellas.

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Al principio de la velada, Brandon permaneció a su lado, saludando a
unos conocidos que los felicitaron por la boda, pero después tuvo que reunirse
con unos caballeros, por lo que Claire quedó a merced de Juliane, quien
inmediatamente la arrastró hacia un grupo de mujeres que, para llamarse
«damas», eran bastante indiscretas.
Durante unos minutos compartieron los saludos tradicionales y, después
de hacer uno que otro comentario casual, empezaron a llover las preguntas:
primero, de manera indirecta, felicitándola por su reciente matrimonio;
después, de forma bastante directa.
—Dinos, querida —dijo una de las mujeres—, ¿cómo has logrado atrapar
a lord Blaiford?
—Sí, cuéntanos, querida —apremió otra—. ¿Qué fue lo que hiciste para
que te propusiera matrimonio?
Y de esa forma empezaron a llegar más preguntas similares. Claire miró a
los lados, buscando una vía de escape. Su tía estaba acorralada por un grupo
de mujeres y su marido seguía inmerso en la conversación con unos
caballeros. No sabía qué responder porque ni ella misma sabía el motivo por
el que Brandon se había casado con ella.
Vio que Juliane intentaba desviar la conversación, pero las mujeres eran
más ágiles y siempre regresaban al tema que era objeto de su curiosidad. Eran
como buitres que rodeaban a su presa sin ninguna intención de dejarla
escapar.
—Vamos, querida, no seas tímida, aquí estamos en confianza.
—Querida, te ves diferente, ¿has aumentado de peso?
Esa pregunta casi la deja con la boca abierta. ¿Qué se suponía que iba a
responder ante tal indiscreción? Para su fortuna, Juliane intervino:
—Miren quién acaba de llegar.
Todas las miradas se dirigieron a la puerta por la que acababa de entrar
lord Lansdow, al que lord y lady Holland se apresuraron a saludar con una
cortesía excesiva, como si el que acabase de llegar fuera el rey. Estaba claro
que lo veían como una presa para cazar, al igual que muchas madres. Incluso
algunas mujeres de las que estaban en el grupo se apresuraron en murmurar
una disculpa y salieron corriendo a buscar a sus hijas. Esa era considerada una
oportunidad de oro, pues era conocido por todos que lord Lansdow pocas
veces asistía a una velada, y que lo hiciera en esa ocasión era un honor y una
oportunidad. Por qué había asistido a esa velada y no a otras era un misterio,
pero Claire agradecía secretamente su oportuna llegada, porque la había
librado de un sinfín de preguntas.

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Aprovechando la momentánea confusión, y decidida a alejarse un rato de
esas matronas indiscretas, caminó a través del salón en busca de un lugar
donde pudiera tener un momento de privacidad.
A pesar de la distracción momentánea causada por la llegada de lord
Lansdow, Claire sentía todas las miradas fijas en ella. De curiosidad, de
envidia. Veía cómo las damas cuchicheaban detrás de sus abanicos. Incluso
llegó a escuchar un pedazo de la conversación de dos jóvenes casaderas
cuando pasaba frente a ellas.
—¿Por qué crees que se casó con ella?
—Seguro le tendió una trampa. Ni siquiera es el tipo de mujer que atrae a
lord Blaiford.
Claire tenía ganas de salir corriendo, pero se obligó a ir despacio.
Estaba en boca de todo el mundo. Su mayor miedo se había vuelto
realidad.
—¿A dónde crees que vas?
Por primera vez en su vida Claire no estaba tan contenta de oír esa voz. Se
detuvo y enfrentó a Kate, que venía arrastrando su vestido blanco hasta que se
detuvo frente a ella.
—Escapo.
—No, no vas a hacer eso.
—Ya no aguanto más —se quejó—. La gente no deja de interrogarme.
Preguntan cómo logré cazarlo y yo ni siquiera sé la respuesta. Alguien incluso
se atrevió a comentar que estaba más gorda. —Colocó sus manos en sus
sienes y las masajeó, intentando aliviar el dolor de cabeza que se empezaba a
formar.
Kate hizo una mueca ante su confesión, pero siguió con su causa.
—Te llevaste a uno de los solteros más codiciados, ¿qué esperabas?
—No esto. Acabo de ser acusada de haberlo atrapado por medio de
trampas.
—¿Quién dijo eso?
—Unas jóvenes, no sé quiénes son.
—Claire, escúchame. —Kate le agarró los hombros—. Todos esos
comentarios tienen un nombre: envidia. ¿Sabes cuántas mujeres desearían
estar en tu lugar?
—Yo ni siquiera quería casarme —lloriqueó.
—Pero ya lo hiciste. —Kate empezó a hablar de forma lenta para dar más
énfasis a su resolución—: Ahora, vas a regresar ahí —señaló el salón—, vas a
sonreír y le vas a dar a todas esas víboras una razón para sentir envidia.

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—No te entiendo.
—Quiero decir que vas a empezar a relatar lo maravilloso que es tu
matrimonio y lo extraordinaria que es tu vida ahora. Vas a decir el magnífico
esposo que es lord Blaiford y mencionarás todas sus cualidades, así tengas
que inventarlas.
—Si no puedo entablar bien una conversación, menos podré mentir con
tanta desfachatez.
—¿Te está yendo mal? —preguntó preocupada—. ¿Te trata mal? ¿Te ha
hecho daño?
—No, al contrario.
Kate pareció aliviada.
—Entonces no estarás mintiendo, solo estarás… —pensó en la palabra
adecuada— exagerando un poco.
—Kate, no voy a poder…
Se detuvo al ver algo que llamó su atención. Kate siguió la mirada de
Claire y se quedó mirando el objeto de su interrupción con una expresión de
pocos amigos.
Brandon estaba en una esquina del salón hablando con una mujer de
cabellos castaños y voluminosos senos que sobresalían llamativamente del
escote de su vestido dorado. Claire sintió por primera vez el aguijonazo de los
celos al reconocer a lady Murray.
Brandon se estaba exasperando, no sabía cómo quitarse a lady Murray de
encima. La mujer se le había acercado y no dejaba de insinuársele.
—Conozco un lugar donde nadie nos encontrará —comentó.
—No estoy interesado. —Era lo único que le quedaba por decir. Había
tratado de deshacerse de la mujer poniendo excusas, evadiéndola, pero ella no
desistía, así que solo le quedaba decir la verdad.
—¿Acaso el matrimonio te ha cambiado? —preguntó la mujer,
sorprendida.
Brandon se negó a responder. Que el matrimonio lo cambiara
definitivamente no estaba en sus planes en un principio, pero no podía negar
que algo había cambiado. Esa noche no sentía deseo de escabullirse con
ninguna de las mujeres que se le habían estado insinuando ni de coquetear
para conseguir una nueva conquista. Con la única que deseaba escabullirse
era con Claire. Le dieron ganas de sonreír al imaginarse la cara de su esposa
ante semejante propuesta. Tal vez algún día se la hiciera.
Sin poder sacársela de la cabeza, echó otra mirada hacia donde ella estaba:
todavía seguía hablando con la señorita Blane y tenía peor cara que antes.

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Brandon la había estado observando, incluso antes de que se topara con la
señorita Blane. Cuando empezaron a conversar, vio que sus facciones se
entristecían; supuso que le estaba costando trabajo adaptarse. Estaba a punto
de acercarse a ella cuando fue abordado por lady Murray. Sin embargo, ahora
los rasgos de su esposa estaban más desolados que antes. ¿Lo habría visto con
lady Murray? Considerado que Claire fue quien los descubrió la última vez,
supuso que no estaría pensando nada bueno. Sería una ironía que lo creyeran
infiel cuando por primera vez se estaba comportando correctamente. Tenía
que deshacerse de esa mujer.
—Querido —insistió lady Murray—, estoy segura de que en el fondo
sigues…
—Me tengo que ir, tengo… —Observó alrededor del salón en busca de un
pretexto. Su esposa ya no estaba en su campo de visión, pero tuvo suerte,
porque su excusa perfecta estaba escapando de un grupo de mujeres y
caminaba hacia él—. Tengo que tratar unos asuntos con lord Lansdow. —
Dicho eso, acortó la distancia que lo separaba de Robert y dijo al grupo de
mujeres que lo seguían—. Disculpen, señoritas, ¿me permitirían unos
momentos con lord Lansdow? Tengo que tratar algo con él.
Las mujeres se dispersaron a regañadientes, molestas por ser alejadas de
su presa, y fueron a buscar a otro soltero al que acorralar.
—Te estoy en deuda —dijo Robert—. Gracias.
—Por nada, pero te aseguro que la deuda está más que saldada. —Miró
hacia donde estaba lady Murray, que se alejaba con una expresión de pocos
amigos—. Tu llegada ha sido más que oportuna.
Robert siguió la mirada de Brandon y luego volvió la cabeza hacia él, con
una ceja arqueada.
—¿Querías escapar de ella? Eso sí que es una novedad. No me digas que
al fin tomaste conciencia y vas a sentar cabeza con tu esposa. ¿A qué se debe
el milagro?
Brandon no respondió, pero no solo por no querer hacerlo, sino porque él
tampoco conocía la respuesta, así que desvió el tema.
—Milagro es encontrarte en una fiesta. ¿A qué se debe?
Robert se encogió de hombros.
—Vine a ver con mis propios ojos cómo va tu matrimonio. Supongo que
bien, considerando que acabas de rechazar a lady Murray.
«Qué hombre más terco», pensó Brandon. De una forma u otra, siempre
conseguía volver al tema que era de su interés.

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Robert pareció notar su renuencia a hablar del tema, porque cedió y
desvió la conversación.
—Sin embargo, no fue una decisión muy acertada de mi parte venir. Lady
Holland no ha dejado de interceptarme para conseguir que le pida un baile a
sus adorables hijas.
—Siempre tan caballero, Robert —Brandon le palmeó la espalda mientras
caminaban a otro lugar—, pero no es necesario el sarcasmo. Esas víboras son
intolerables, podemos decirlo con todas sus letras. —Sonrió—. Después de
todo, tiene sus ventajas haber salido del mercado matrimonial.
—Supongo que sí.
—Aclarado el punto, dime: ¿cuál es el verdadero motivo de tu asistencia?
Estaba claro que Robert no deseaba desvelar sus razones porque, en vez
de responder, se dedicó a observar el salón, en donde no había muchas
personas, pues la mayoría estaban en la pista de baile. Cuando al fin habló, no
dijo lo que Brandon deseaba.
—¿No es lady Murray la que está hablando con tu mujer?
Brandon se colocó las manos en la cabeza en señal de exasperación. Esa
noche no estaba saliendo nada bien.
Pero, al contrario de lo que pensaba Brandon, la conversación causó alivio
en Claire. Aunque estaba claro que lady Murray no había tenido esa
intención.
Kate se la había llevado del salón principal cuando vieron a Brandon con
lady Murray y, aunque su amiga había tratado por todos los medios de hacerla
olvidar el asunto, no pudo conseguirlo. Por dentro, Claire sentía una emoción
tan fuerte que no pudo definir como otra cosa que celos. ¿Por qué los sentía?
No debería. Ya se había imaginado que él podía no serle leal. Pero resignarse
a algo no implicaba volverse inmune al dolor.
Cuando vio que lady Murray se acercaba a ellas, se sintió destrozada.
¿Acaso iba a restregarle su relación con Brandon? Ese fue su primer
pensamiento, por lo que se sorprendió por cómo comenzó la conversación.
—¿Cómo lo lograste?
—¿Perdón?
—Sabes a lo que me refiero. ¿Qué trucos utilizaste? ¿De qué forma lo
complaces para que decidiera volverse un marido fiel?
Claire estuvo a punto de repetir que no entendía cuando escuchó la frase
final: «volverse un marido fiel». Esa afirmación la hizo sentir un alivio
inimaginable. La mujer acababa de admitir que Brandon la había rechazado,
una decisión no muy inteligente de su parte si su intención era herirla.

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—Debo admitir que nunca me habría imagino que alguien como tú
pudiera ser una experta en la materia. —Puso una mano en su barbilla en un
gesto pensativo—. ¿Con quién adquiriste experiencia? Tal vez pueda
brindarme consuelo. ¿O acaso fueron varios?
—Lady Murray, en verdad no tengo la menor idea de qué me quiere decir.
—Claire empezaba a creer que la dama estaba loca.
—Vamos, querida, ambas sabemos que para que un hombre como él
mantenga todavía interés en ti, debe ser porque sabes hacer cosas que le
gustan. Sin embargo, estoy segura de que pronto perderá el interés en ti. —
Dicho eso, se fue.
—¿Qué habrá querido decirme? —le preguntó a Kate.
Katherine se encogió de hombros.
—No tengo ni la menor idea. Deduzco que haber sido rechazada la ha
dejado mal de la cabeza.
Claire asintió.
En ese momento, Brandon se acercó con Robert.
—Señorita Blane —saludó Brandon.
—Lord Blaiford —ella le devolvió el saludo y con Robert fue más fría—.
Lord Lansdow.
—Señorita Blane. —Inclinó la cabeza, pero sus ojos permanecieron fijos
en ella. Después se volvió hacia Claire, como si se hubiera dado cuenta de
que había otra mujer—. Lady Blaiford.
—Lord Lansdow —murmuró devolviéndole el saludo.
Brandon tomó del brazo a Claire y, haciendo una reverencia de despedida,
se alejó con ella, dejando a Kate a solas con Robert.
Por unos instantes ambos se limitaron a mirarse a los ojos sin emitir
palabra alguna hasta que Robert pareció querer decir algo, pero no le dieron
oportunidad, porque en ese momento un grupo de mujeres se acercó a ellos,
viendo a su presa. Las jóvenes empezaron a hablar y Kate soltó un resoplido
que fue amortiguado por las agudas voces femeninas. Con esfuerzo, se abrió
paso entre las jóvenes que rodeaban al marqués como una manada de lobos
rodea a su presa y se fue diciéndose que ella no tenía nada que hacer allí.
En el resto de la velada Claire no tuvo la oportunidad de mencionar la
conversación con lady Murray a Brandon. Y tal vez no debería hacerlo, pero
se había quedado con la duda de lo que quiso decir la mujer, y presentía que
Brandon se lo podía explicar. Se dijo que sacaría el tema cuando estuvieran
solos. El resto de la noche no la pasó tan mal, probablemente debido al alivio
que sentía al saber que Brandon no la había traicionado.

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«Todavía», murmuró una vocecilla en su cabeza, pero ella no le hizo caso,
porque el hecho de que Brandon no hubiese cedido a la tentación que
significaba lady Murray quería decir que todavía existía la oportunidad de que
todo fuera bien. Significaba que todavía había una esperanza.

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Capítulo 13

Al final de la velada, Brandon había llegado a una conclusión: su madre


tendría que incluir en las lecciones unas cuantas clases de baile para su
esposa.
Cuando comenzaron los bailes, Brandon tomó a Claire del brazo y se la
llevó a la pista para bailar un vals, y aunque esta le advirtió que el baile no era
una de sus mejores cualidades, sobre todo porque nunca tuvo la oportunidad
de practicar, Brandon no le hizo caso y la arrastró hasta la pista, donde
comprobó que su esposa, en efecto, no estaba siendo humilde. Por suerte,
Brandon era buen bailarín, y logró guiarla para que nadie notara sus pasos
torpes.
Era pasada la medianoche cuando llegaron a la residencia Blaiford, y
todos se retiraron a dormir.
Brandon acompañó a Claire hasta su dormitorio y despidió a la doncella
medio adormilada que la esperaba para ayudarla a quitarse el vestido.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó al ver que Lily salía.
—Yo te ayudaré.
Claire no estaba segura de que eso fuera buena idea. Todavía sentía
vergüenza de estar desnuda frente a él, pero era su esposo y no tenía nada de
malo. Además, ya había echado a Lily. No tenía opción. Era aceptar su ayuda
o dormir con el corsé.
Se giró para que le desabrochara el vestido. El roce de sus dedos le
provocó una oleada de calor que no tenía nada que ver con el fuego de la
chimenea.
Pensó si no sería buen momento para tratar el tema de lady Murray. Buscó
la forma de introducir el tema, pero no fue necesario pensar mucho porque él
se adelantó:
—¿De qué hablaste con lady Murray?
Claire le explicó detalladamente la conversación con lady Murray, cuando
terminó ya se encontraba en camisola, así que se giró para preguntarle.

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—¿Qué me quiso decir?
Brandon sentía una mezcla de alivio, rabia y diversión. Alivio, porque la
mujer no fue lo suficientemente inteligente para decir algo que perjudicara su
relación con Claire. Rabia, porque había tachado a Claire de una mujerzuela;
y diversión, porque ella era tan inocente que no había entendido la
conversación. ¿Debería corromperle un poco la mente?
—¿Y qué quiso decir con «trucos»? —insistió al ver que su primera
pregunta quedaba sin respuesta.
Una sonrisa maliciosa apareció en los labios de Brandon.
—¿Quieres que te los enseñe?
No esperó respuesta, la arrastró hacia la cama y procedió a impartir la
enseñanza.
Juliane soltó un suspiro de exasperación y decidió poner fin a las clases.
Para siempre.
Salió del salón donde se habían reunido esa mañana sin siquiera murmurar
una excusa, y en su prisa tropezó con Brandon.
—Madre, ¿qué sucede?
—Es un caso perdido. —Fue su única respuesta.
Brandon entró en el pequeño saloncito en el que se tomaba el té. Claire
estaba sentada, repasando distraídamente con los dedos el bordado que estaba
haciendo. Su expresión estaba llena de tristeza.
—Soy un caso perdido. —Esbozó una sonrisa triste.
—¿Qué sucedió? —preguntó.
Claire comenzó a explicar. Esa mañana, después del desayuno, Juliane
había comenzado una de sus clases. Ella, como siempre, se limitó a asentir
ante todo lo que su suegra decía; sin embargo, en esa ocasión la mujer pareció
perder la paciencia ante el silencio de su nuera y salió diciendo que era un
caso perdido.
—Seguro mi madre confunde tu silencio con falta de atención —dedujo
Brandon—. Deberías hacer uno que otro comentario y ella se sentirá
satisfecha.
Claire no podía explicarle la razón por la cual no hablaba con nadie, pues
era complicado hasta para ella misma. Sentía miedo de que algún comentario
que saliera de su boca fuera tomado a mal, que fuera criticada, que algo que
dijera la pudiera hacer quedar como una estúpida. Tenía miedo a la crítica de
la gente, esa era la forma más fácil de describirlo. Tal vez era un miedo
irracional, pues todos alguna vez caen en boca de alguien más, o eso era lo
que siempre decía Kate, pero ella no podía dejar de sentirse insegura.

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—Claire, ¿por qué no intentas ser un poco más sociable? —preguntó
suavemente.
—Yo… —No sabía cómo explicarlo.
Sin decir nada, Claire dejó el bordado en la mesita del té y salió corriendo
del salón, sin percatarse de la presencia de lady Warwick a un lado del marco
de la puerta.
Brandon ya estaba dispuesto a salir cuando vio entrar a la mujer.
—Lady Warwick.
—Lord Blaiford, ¿puedo hablar con usted un momento?
—Por supuesto. —Esperó a que ella se sentara para imitarla—. Dígame,
¿de qué desea hablar conmigo?
—Verá, pasaba por casualidad por aquí y escuché accidentalmente su
conversación sobre el problema de Claire con su madre.
Brandon pensó que, si había estado escuchando toda la conversación,
incluido el relato de lo sucedido con su madre, la mujer debió de haber hecho
algo más que «pasar» por el lugar y escuchar accidentalmente. Debió de
haberse quedado oyendo detrás de la puerta, pero eso era lo de menos si
pensaba revelarle alguna información importante sobre su esposa.
Guardó silencio, esperando que continuara.
—Quizás yo no debería meterme en este asunto, lord Blaiford, pero siento
que su madre se ha comportado de manera muy dura con mi sobrina. Solo han
pasado dos semanas desde que estamos aquí y creo que ella ha perdido la
paciencia muy rápido. No es que no la entienda, soy consciente de que a
veces entablar una conversación con Claire no es fácil, pero debemos
entenderla también a ella. Mi sobrina no quiere ser así.
Esa última observación llamó la atención de Brandon.
—¿A qué se refiere? —preguntó con interés.
—Dígame, lord Blaiford, ¿qué impresión le dio Thomas Lethood cuando
lo conoció?
Brandon no entendió a qué venía esa pregunta, pero aun así buscó las
palabras adecuadas para responder.
—Es un hombre serio y un tanto autoritario.
No era ni de lejos lo que pensaba, pero era lo que más se le asemejaba en
términos amables.
Lady Warwick sonrió.
—Usa usted palabras bastante amables, como todo un caballero, por
supuesto. Sin embargo, ambos sabemos que esa no es su verdadera opinión.
Brandon no estaba dispuesto a revelar más hasta saber cuál era su punto.

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—Thomas Lethood no es ningún enigma —continuó la dama—. Los que
lo conocen saben que es un hombre autoritario, calculador, frío y no se
detiene ante nada para conseguir lo que quiere. Es un monstruo.
Brandon no conocía lo suficiente al señor Lethood como para estar de
acuerdo con la última afirmación; no obstante, la descripción que daba lady
Warwick se asemejaba a la impresión que le había dado el hombre.
—Y nadie conocía mejor esas facetas que Claire.
Brandon apretó los puños. Presentía que lo que iba a escuchar a
continuación no le iba a gustar, pero necesitaba saberlo.
—Continúe —la animó.
—No sé si usted sabrá que la madre de Claire murió cuando ella tenía
siete años.
—Lo sé.
Ella asintió.
—Thomas Lethood nunca quiso a su hija, y cuando mi hermana murió, la
dejó a merced de un hombre que la despreciaba por el simple hecho de ser
mujer. —Hizo una pausa para dejar que asimilara la información y luego
prosiguió—: Su padre siempre se encargó de menospreciarla por ese hecho, y
a pesar de que la niña siempre intentó complacerlo, nunca fue suficiente para
él. Se encargó de hacerle creer que era un fracaso, pues él deseaba un hombre
que continuara con su apellido y manejara sus tierras. Yo llegué a esa casa
cuando ella tenía catorce años, y me encontré a una niña tímida, insegura, que
siempre se refugiaba en algún lugar de la propiedad donde no la encontraran.
No tardé mucho en descubrir por qué era así; el desprecio de su padre era más
que evidente. Incluso tengo motivos para creer que…
—¿Qué? —Brandon tenía los nudillos blancos de tanto apretar los puños.
Sentía cómo la rabia lo empezaba a inundar.
—Que la llegó a maltratar físicamente —concluyó lady Warwick con
expresión triste—. Le cuento todo esto para que usted y su madre la
entiendan, lord Blaiford. Ella es así porque así la criaron, haciéndola sentir
insegura de sí misma. A mí me costó mucho ganarme su confianza, pero le
aseguro que vale la pena tener paciencia. En el fondo, Claire es una joven
alegre y risueña.
Brandon estaba ardiendo de rabia, y, por primera vez, sintió un impulso
asesino corriendo por sus venas. Thomas Lethood era peor de lo que se
imaginaba. Si antes había pensado que la vida de Claire al lado de un hombre
como aquel pudo ser difícil, ahora no le quedaba ninguna duda de ello. Un
instinto de protección se apoderó de él. Quería proteger a Claire de todo

Página 86
sufrimiento, algo irónico considerando sus planes en un principio. ¿Cuándo
empezó ella a gustarle tanto? Había dejado de buscarle respuesta a esa
pregunta. Tal vez ni siquiera quería saber la respuesta.
—Le agradezco mucho la información, lady Warwick.
Se levantó para retirarse, pero ella lo detuvo.
—¿Lord Blaiford?
—¿Sí?
—Yo creo saber el motivo por el que usted se casó con ella, y no deseo
ver a mi niña sufrir más, no se lo merece.
Brandon se sorprendió ante su comentario, y algo lo instó a tranquilizar a
la mujer.
—Le aseguro que por mi parte no sufrirá ningún daño. —Una pregunta
vino a su mente, alarmándolo—. ¿Ella sabe el motivo?
Lady Warwick negó con la cabeza.
Brandon pareció tranquilizarse. Claire no se merecía sufrir más. Ojalá
hubiera pensado mejor las cosas antes de casarse con ella. Pero una parte de él
se alegraba de haberlo hecho porque, de esa forma, la había alejado de las
garras de Thomas Lethood.
Lady Warwick se levantó, al parecer satisfecha por su respuesta. Hizo una
inclinación de cabeza y se retiró.
Brandon se preguntó dónde se encontraría Claire. Se asomó a una de las
ventanas y la vio. Estaba en los jardines, caminando con expresión pensativa.
Brandon rogó que no estuviera pensando en el fallo de las lecciones, o, peor
aún, echándose la culpa por ello.
Su rabia se avivó nuevamente contra Thomas Lethood y se prometió que,
si de él dependía, ella no lo volvía a ver ni sufriría por su culpa. Ella ahora era
su responsabilidad y se prometió salvarla de cualquiera que le quisiera hacer
daño, pero ¿quién lo salvaría a él de Claire?

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Capítulo 14

Brandon convenció a su madre de que tuviera paciencia con Claire, pero


no le contó la conversación con lady Warwick, sino que se valió de sus muy
efectivos métodos de persuasión.
La relación entre Brandon y Claire se fue afianzando. Para sorpresa de
Claire, Brandon salía con ella a pasear y montaban a caballo juntos, e incluso
alguna que otra vez hacían carreras que siempre terminaban en empate.
No fue necesario mucho tiempo para que Brandon comprobara que lady
Warwick tenía razón: cuando se conocía bien a Claire, se conocía a una nueva
persona que poseía la alegría de una niña vivaz y espontánea, que incluso a
veces bromeaba y cuando se molestaba utilizaba bastante el sarcasmo. Sin
embargo, era difícil ver esta última faceta, pues casi nunca se enfadaba, solo
cuando Brandon la provocaba. La mayoría de las veces su ánimo era neutro,
es decir, que no parecía triste, pero era evidente que no era completamente
feliz, era como si le faltara algo. Tal vez era la falta de seguridad en sí misma
lo que la hacía sentirse incompleta, pues todavía se seguía mostrando algo
reservada y pudorosa, o esa era la razón que Brandon se repetía a sí mismo
para no pensar que le faltaba amor.
Por otro lado, Claire ya no se sentía tan incómoda en su nuevo hogar.
Había pasado un mes desde la boda y las cosas no estaban yendo tan mal; ya
conocía bien la propiedad y podía salir sin miedo a perderse. Su nueva vida
no resultó tan mala como imaginó; no era lo que ella siempre soñó, pero no
estaba inconforme. Incluso sus relaciones con Juliane habían mejorado: al
menos ya se dirigían la palabra otra vez.
Con Brandon la relación era estable. La confianza hacia él estaba
aumentando, por lo que ya no era tan reservada al menos con él. Sin embargo,
sabía que él ocultaba algo. Aunque se mostraba cariñoso y amable con ella,
también era distante, como si acercarse demasiado, abrir su corazón, pudiera
herirlo. Ella deseaba ayudarlo, pero no sabía cómo, porque ni siquiera sabía el
motivo de tan extraña conducta. No obstante, aún tenía la sospecha de que ese

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problema estaba relacionado con lady Elizabeth Cronwell, de la que nadie
quería hablar.
Esa noche había una velada en la casa Strafford. Ataviada con un vestido
verde esmeralda, Claire bajó las escaleras para encontrarse con que era la
única mujer lista. Brandon estaba sentado en uno de los sillones con la
expresión de alguien acostumbrado a esperar. Cuando la vio, se levantó y ella
se acercó.
—Te diría que te ves hermosa, pero no sería suficiente para describir lo
que pienso.
Claire se sonrojó y Brandon sonrió. Últimamente él siempre le hacía
cumplidos y ella ya se los estaba empezando a creer. Nunca nadie le había
dicho tantas veces que era hermosa como Brandon en el último mes, y ya se
estaba acostumbrando a la palabra. Sin embargo, una vocecilla en su interior
se empeñaba en recordarle que no era cierto, que él estaba acostumbrado a
decir halagos y que, en realidad, eran palabras falsas.
Pero no lo eran, Brandon no lo decía solo por decirlo. Sí, su objetivo era
subirle la autoestima, pero cada palabra que decía era la verdad, o, al menos,
para él lo era. La veía hermosa de una forma difícil de explicar, de una
manera que muchos no sabían apreciar. Era hermosa no de forma llamativa,
sino de una forma simple pero elegante. No era una belleza que exaltara, sino
de las que calmaba.
—Ese vestido te queda magnífico —comentó.
—¿En serio? —preguntó dudosa. El verde no era su color favorito—. Lily
insistió mucho en que me lo pusiera, pero no estoy muy convencida.
Brandon rio.
—Te queda perfecto, y tengo algo que lo hará verse mejor.
—Ah, ¿sí? —Ella arqueó las cejas para acompañar su pregunta.
—Sí —confirmó él—. Ya regreso.
Salió y volvió minutos más tarde con un estuche muy parecido al que
contenía el collar de zafiros de la última vez, solo que este era un collar de
esmeraldas y diamantes, demasiado hermoso para ser verdad. El color verde
dejaba de ser desagradable cuando estaba en esa joya.
—Es hermoso —musitó Claire, llevando sin poder evitarlo los dedos a la
hermosa joya que ahora rodeaba su cuello.
—Igual que tú. —Brandon sonrió al ver que ella se volvía a sonrojar—.
Me alegro de que te haya gustado porque es tuyo, lo mandé a traer de
Londres.

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La sorpresa se reflejó en sus ojos. Ella había creído que era otra joya
prestada, pero no, era suya. Nunca le habían dado algo tan hermoso.
—Gracias. —Por segunda vez era lo único que atinaba a decir. Pasada la
sorpresa, la comprensión brilló en sus ojos y lo miró arqueando una ceja—.
Es bastante adecuada para el vestido verde que insistieron en que usara. Qué
coincidencia, ¿no crees?
Él le dedicó otra de sus radiantes sonrisas.
—Sí, es una coincidencia; eso y que le pedí a tu doncella que te prepara
para esta noche un vestido verde.
Ambos rieron y se miraron fijamente hasta que el sonido de unos pasos
que bajaban las escaleras los sacaron del trance.
Juliane y lady Warwick bajaban las escaleras. Ambas mujeres se
dedicaron una mirada de desprecio mutuo y continuaron moviéndose como si
la otra no estuviese allí.
Llegaron a la residencia de los Strafford, una de tamaño moderado. No
había muchos invitados, si acaso unos cincuenta, ya que la temporada estaba
finalizando. El invierno se acercaba.
Para fortuna de Claire, el tema de su matrimonio ya eran aguas pasadas y
los cotilleos se centraban en otras cosas.
Durante la velada, pasó de un grupo a otro. A veces estaba con Juliane y
otras veces, con su tía. En esa ocasión, participó en la conversación haciendo
uno que otro comentario ocasional, hasta que se cansó de escuchar los
mismos chismes y se escabulló. Los Blane no habían asistido porque el señor
Blane estaba indispuesto, por lo que Claire se encontró sola. Caminó a través
de las personas, intentando pasar desapercibida, y se sentó a descansar un rato
en una de las sillas donde solían estar las jóvenes a las que nunca sacaban a
bailar y donde ella había pasado bastante tiempo en las temporadas que
llevaba en sociedad. Las sillas estaban ubicadas siempre en un rincón
apartado y nadie lanzaba miradas hacia ellas porque sabían que hallarían
jóvenes que no valían el esfuerzo de un cortejo, por lo que contaba con unos
momentos de paz. En instantes como esos extrañaba ese rincón apartado.
Esa noche casi todas las sillas estaban vacías, solo había una joven
sentada a su lado. Era muy bonita, de cabellos castaños y ojos color avellana
que brillaban con melancolía. Su piel era clara y llevaba un vestido color
crema. La belleza que poseía esa joven desencaja totalmente con el propósito
por el que las sillas fueron colocadas. La única razón posible que se le ocurría
para que alguien como ella estuviera allí era la falta de dote; y, en tal caso,
debería estar atosigando a algún caballero para que se fijara en ella.

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La joven la miró con suspicacia, como si intentara recordar quién era, o
quizá se preguntaba qué hacía una mujer casada en la silla de las solteronas.
Claire también la observó atentamente. Era un poco mayor que ella, debía
tener unos veintidós años. Era extraño que siguiera soltera a esa edad si no
había una razón de peso. La teoría de que no tenía dote cobró más fuerza.
Ambas se miraron, pero ninguna de las dos se atrevía a hablar. A pesar de
parecer igual de tímida que Claire rompió el silencio.
—Usted es lady Blaiford, ¿verdad?
—Sí.
—Yo soy Hannah Fairfax.
—Un gusto conocerla, señorita Fairfax.
—El gusto es mío, lady Blaiford.
La joven se la quedó mirando como si deseara hacerle una pregunta pero
no se atreviera. La curiosidad se enzarzó en una lucha con la prudencia, y al
final ganó la primera.
—Disculpe mi atrevimiento, lady Blaiford, ¿qué hace una mujer como
usted sentada aquí?
Claire sonrió. Ella se estaba planteando la misma pregunta. Meditó un rato
y después respondió:
—Me cuesta un poco adaptarme a estas reuniones sociales.
Hannah sonrió con empatía.
—A mí también.
Un vínculo se formó entre ellas. Ambas se sentían excluidas en una
sociedad que hacía profesión de los chismes y cuyo mejor entretenimiento era
desprestigiar a los demás. Una sociedad que despreciaba a los menos
desafortunados y un rango decía todo de una persona. Una sociedad en la que
ninguna de las dos parecía encajar.
Olvidándose un rato de todos, ambas jóvenes empezaron a conversar.
Primero con timidez, y luego con más confianza.
Llegó la hora en que comenzaban los bailes y Claire se moría de
curiosidad por saber por qué una joven tan amigable y bonita no estaba
disfrutando de la velada y bailando con algún caballero. Por supuesto, no le
podía preguntar directamente el motivo debido a que sería rayar en la
imprudencia, pero no quería quedarse con la duda.
—¿Por qué no estás bailando? Me sorprende que nadie te haya invitado.
Ella esbozó una sonrisa triste y Claire pudo ver en sus ojos la indecisión
entre responder o no.

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—Mis padres me advirtieron que no bailara con nadie porque a mi
prometido no le gustaría —confesó finalmente—. Así que me senté aquí para
alejarme de todos. En realidad, suelo permanecer sentada en las veladas. No
soy una flor codiciada.
—Entonces, ¿estás comprometida?
—Sí, pero… —titubeó.
—Pero… —la animó Claire.
—Lo que sucede es que…
—Él no te gusta —culminó Claire, viendo la tristeza en sus ojos.
—Mis padres dicen que soy muy afortunada de que un hombre se haya
fijado en mí a pesar de no tener dote, es solo que…
—No deseas casarte con él.
Si antes había sentido empatía por la muchacha, esta aumentó. Sus
situaciones eran similares.
—Tal vez no sea tan malo —le dijo, pensando en su propio matrimonio
—. ¿Quién es tu prometido?
Nada en el mundo hubiera preparado a Claire para la respuesta que
recibió.
—El señor Thomas Lethood.
La piel de Claire, ya de por sí pálida, se puso tan blanca que, de no haber
estado respirando, la habrían dado por muerta.
Su padre se iba a casar. No podía creerlo. Seguramente todavía tenía la
esperanza de engendrar un varón. El mayor problema era que se iba a casar
con Hannah. Una persona como ella sería fácilmente dominada por alguien
como Thomas Lethood. La pisotearía, la trataría sin piedad, tal y como hizo
con ella. ¡Santo cielo, el destino que le esperaba a esa pobre muchacha!
—¿Está bien, lady Blaiford? —preguntó preocupada—. ¿Quiere que vaya
a buscar a alguien?
—No, estoy bien —la tranquilizó. Respiró hondo para intentar
recomponerse—. ¿Thomas Lethood, dijiste?
Tenía la esperanza de haber escuchado mal.
—Sí —afirmó Hannah desanimada.
—Es un poco mayor para ti, ¿no crees? —logró preguntar Claire.
—Bastante, pero ese no es el único motivo que me hace recelar del
matrimonio. Verá, él me parece… frío. Autoritario. Hay algo en su
personalidad que me da miedo. No me gusta. No sé si puede comprenderme.
—Lo comprendo —musitó Claire—. Es mi padre.
Hannah se horrorizó.

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—Discúlpeme, yo no quise decir eso. Sucede que… No era mi intención
ofender, pero…
—No te preocupes —la interrumpió Claire—. Sé perfectamente cómo es
mi padre, y por eso te aseguro que no puedes casarte con él.
—No tengo opción.
Claire no podía aceptarlo.
—Te invito mañana a tomar el té. Encontraremos una solución.
Ajeno a los problemas de su esposa, Brandon se alejó de los caballeros
con los que conversaba para tomar una copa en la mesa de bebidas. Cuando se
disponía a regresar con ellos, sintió que una mano se posaba en su hombro a
la vez que una voz femenina murmuraba en su oído:
—Tanto tiempo sin vernos, lord Blaiford.
Todo el cuerpo de Brandon se tensó al escuchar la familiar y dulce voz.
Una voz que hechizaba de igual manera que el canto de sirena a un incauto
marinero. Una voz que él hubiera deseado jamás volver a escuchar.
No quería volverse, porque era consciente de a quién iba a encontrar, pero
obligó a su cuerpo a hacerlo. Fue entonces cuando sus peores sospechas se
vieron confirmadas. Sus ojos azules se encontraron con esos ojos verdes en
los que había una chispa de malicia, ojos enmarcados por dos mechones
dorados que le daban el toque final a las bellas facciones que fácilmente
podían ser consideradas las de un ángel. Pero no era un ángel. Era un
demonio, y tenía nombre: lady Elizabeth Cronwell.

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Capítulo 15

Brandon apartó la mano que se posaba en su mano como si esta le hubiera


quemado. La rabia se dibujó en su rostro y no se molestó en disimularlo.
«¿Qué hace ella ahí?», fue la primera pregunta que se le ocurrió. ¡Dios, era
una pesadilla! Ella debería estar en Francia; sin embargo, estaba allí, frente a
él, con una sonrisa que encantaba a todos. A todos menos a él, ya no tenía ese
poder. Había regresado, y con ella todos los recuerdos que tanto se esforzaba
en olvidar, pero ahora estaban más presentes que nunca. Se obligó a calmarse;
si se dejaba guiar por la rabia, podría montar un escándalo, y eso no era lo que
deseaba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó bruscamente pero en voz baja, para que
nadie los oyera.
—¿Qué recibimiento es ese, querido, después de tanto tiempo sin vernos?
—dijo con burla.
—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar Brandon, sintiendo que su
paciencia se agotaba. Tanta desfachatez hacía que tuviese ganas de ahorcarla.
—Regresé, creo que es obvio. —Sonrió al ver su cara de exasperación—.
Vamos, querido, ¿no estás feliz de verme?
—Igual de feliz de lo que estaría si me estuvieran apuntando con una
pistola en la cabeza —replicó él, su voz llena de sarcasmo.
—Vamos, Brandon, yo creí que después de tanto tiempo olvidarías ese
pequeño… incidente.
—A partir de ahora me llamarás lord Blaiford. Y sobre el «incidente»…
Recuerdo que no fue precisamente pequeño.
—Creo que lo recuerdas peor de lo que fue. Verás…
—No quiero escucharte —la cortó. No deseaba volver a ese tema—. Si
me disculpa, me retiro. No puedo decir que fue un placer volver a verla, lady
Elizabeth.
—Ahora soy lady Cork.
Brandon arqueó las cejas.

Página 94
—Así que encontraste a un estúpido que se casara contigo y pasara por
alto tu virtud. O, mejor dicho, la falta de ella.
Brandon vio con satisfacción que el comentario la había herido. La
sonrisa se le congeló.
—Recuerda que estuviste a punto de ser ese estúpido —lo pinchó.
—Doy gracias a Dios por haber abierto los ojos.
—Escuché que te habías casado —mencionó la mujer, cada vez más
molesta.
—Así es.
—Me encantaría conocer a tu esposa. He escuchado diversos comentarios,
y debo decir que…
—No te acercarás a ella —dictaminó él.
—No veo como podrás evitarlo…
No terminó, pues Brandon ya se estaba alejando. Él no podía creer su
mala suerte. Tenía que irse de allí, no soportaba estar en el mismo lugar que
esa mujer. Tan inmerso estaba pensando en dónde estarían su madre, Claire y
lady Warwick para irse rápido, que no vio cómo su esposa se aproximaba y
casi tropieza con ella, si no fuera porque esta lo detuvo con la mano.
—Brandon, tengo… —calló al ver su expresión fúnebre—. ¿Sucedió
algo?
—Nada —dijo intentando sonar tranquilo, pero al ver el ceño fruncido de
Claire supo que no tuvo éxito—. Hay que buscar a tu tía y a mi madre, nos
vamos.
—Pero ¿por qué? —No era que deseara quedarse, de hecho, ella misma le
iba a pedir que se fueran, pero la conducta de Brandon le parecía extraña—.
¿No pasa nada?
—No pasa nada.
—Pero te ves…
—¡No sucede nada! —exclamó él, perdiendo la paciencia—. Y no creo
que precisamente tú desees quedarte en la fiesta. —Se arrepintió de sus
palabras en el mismo instante en que las dijo, más aún cuando vio el brillo de
dolor en los ojos de Claire—. Claire, perdóname, yo…
—Voy a buscar a tu madre y a mi tía —murmuró ella, y desapareció entre
la gente.
Brandon masculló una maldición que esperaba que nadie hubiera oído,
pero por las exclamaciones de las damas supo que no tuvo tanta suerte. ¡Por
Dios, lo que le faltaba! Había herido a Claire, y todo por una mujer que no
debería haber regresado. Ver a lady Elizabeth lo había alterado bastante

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porque lo hizo volver al pasado, a esa noche. A esa maldita noche que no
quería volver a recordar, pero que en ese momento estaba presente en su
mente, y todo por ella. ¿Qué iba a hacer? No quería que Claire se enterase del
asunto, pero con lady Elizabeth cerca lo veía difícil. Tendría que pensar en
una solución. A lo mejor podrían viajar a Londres; sin embargo, no se fiaba
de que la mujer no los persiguiera hasta allí.
El viaje transcurrió en silencio. Brandon y Claire no dijeron nada; y como
percibiendo la tensión de la pareja entre la pareja, Juliane y lady Warwick no
hicieron preguntas sobre la precipitada huida.
Cuando llegaron, Claire subió los escalones. Con regularidad, Brandon la
acompañaba hasta su habitación y despedía a Lily, pero esta vez no deseaba
que lo hiciera y, por lo visto, él tampoco deseaba hacerlo, porque era evidente
que no estaba de buen humor.
Una punzada de dolor le oprimió el corazón mientras dejaba que Lily le
quitara el vestido. Claire sabía que era cuestión de tiempo para que Brandon
se diera cuenta de que era un fracaso como condesa, pero últimamente se
había mostrado tan amable, paciente, que ella creyó que estaba dispuesto a
esperar a que se adaptara. Parecía que se había percatado de que no sería así.
¿Estaría molesto porque se enteró de que se escabulló de la fiesta y se
escondió en las sillas de las solteronas? Pero ¿acaso era ese motivo suficiente
para abandonar la fiesta de manera tan apresurada? Claire no creía que fuera
para tanto. ¿Habría pasado otra cosa y por eso estaba molesto? Si había
pasado algo, ella no se iba a enterar porque estaba claro que Brandon no
deseaba hablar del tema.
Cuando al fin estuvo libre del incómodo vestido y Lily se hubo ido, Claire
se disponía a acostarse, pero algo le llamó la atención. Sin estar muy segura
de por qué, se acercó a la cómoda donde Lily había dejado el collar, cuyo
brillo no pasaba desapercibido en el cuarto solo iluminado por el fuego de la
chimenea. Tomó el collar entre las manos y lo observó durante un rato hasta
que sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Por qué pensó que todo
sería diferente? Ella era un fracaso que ni siquiera era capaz de mantener una
conversación. Guardó con cuidado el collar, y se dirigía a la cama cuando
escuchó que tocaron la puerta. No a la principal, sino a la que comunicaba los
dos dormitorios. Dudó, pero al final decidió ir a abrirle.
Brandon sabía que debía disculparse, por eso estaba allí. Había pensado
en hacerlo en la mañana, de esa forma tendría tiempo de pensar en una excusa
coherente para justificar su comportamiento, pero no tardó mucho en darse
cuenta de que esperar al día siguiente podía ser peor, pues ella tendría más

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tiempo para analizar sus palabras y podía llegar a la conclusión equivocada, si
es que ya no lo había hecho ya.
Caminó por la habitación hasta quedar frente a ella. A pesar de la
oscuridad, la leve luz proveniente de la chimenea le permitió ver su semblante
triste y sus ojos vidriosos por las lágrimas contenidas. Esa imagen le destrozó
el corazón e hizo que se sintiera peor que antes por haber pagado con ella la
rabia que sentía contra Elizabeth.
—Claire, yo… —Se aclaró la garganta—. Yo quiero disculparme. No fue
mi intención decir lo que dije.
—Solo dijiste la verdad —murmuró ella.
Justo lo que temía.
—No, no dije la verdad. Verás, no estaba de buen humor. No sabía lo que
decía.
—¿Te molestaste porque me escabullí del grupo?
Él tardó en entender.
—No, ni siquiera sabía que habías hecho eso, y carece de importancia —
la tranquilizó—. Yo sé mejor que nadie que la sociedad puede ser atosigante.
A veces es bueno estar solo.
Ella negó con la cabeza.
—Todo el mundo es capaz de adaptarse, menos yo. —Se sentó en la silla
más cercana, apoyó los codos en las rodillas y puso la cabeza entre sus manos
—. Soy un fracaso, mi padre siempre lo decía.
Brandon se acercó, sintiendo que la rabia contra Thomas Lethood crecía.
Se acuclilló frente a ella.
—Eso no es cierto, Claire —se obligó a hablar suavemente—. Tu padre
no sabe que tiene una hija maravillosa.
Ella le miró sin poder ocultar su sorpresa.
—¿Crees que soy maravillosa?
—No lo creo, estoy seguro de que lo eres. —Se sorprendió al descubrir lo
verdaderas que consideraba esas palabras.
Ella sonrió tímidamente.
—¿Aunque me escondiera en el rincón de las solteronas?
Él no pudo evitar sonreír ante aquella declaración.
—Aunque te escondieras en el rincón de las solteronas. Pero no hagas de
ello una costumbre o a mi madre le dará una apoplejía.
Ella rio y luego frunció el ceño.
—Si no es ese el asunto que te molestó, ¿cuál fue?

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Justo la pregunta que Brandon no deseaba escuchar. Pensó con rapidez en
algo y dijo lo primero que se le vino a la mente:
—Tuvo un problema con un caballero. Nada de importancia —añadió
antes de que ella preguntara cuál era el problema.
Claire no le creyó, pero se abstuvo de hacer preguntas. Él no quería
decirle la verdad y ella no iba a presionarlo. Después de todo, aún eran
desconocidos.
—Prométeme que te olvidarás de todo lo que alguna vez te dijo tu padre.
Ella empezó a recordar todos los desprecios que su padre le había hecho y
vio difícil olvidarse de ellos. Su padre era un ogro, autoritario, déspota y… Y
pronto sería el esposo de Hannah. Abrió mucho los ojos al recordarlo. Tenía
que hacer algo que evitara esa boda.
—¿Qué sucede? —preguntó Brandon al ver que se ponía pálida.
—Dios mío… —musitó—. Tengo que ayudar a la señorita Fairfax.
—¿A quién? —preguntó confundido.
Claire recordó que no le había mencionado el asunto, lo iba a hacer
cuando tuvieron… la discusión.
—¿Sabes quién es la señorita Fairfax?
Sí, sabía quién era. En ese pueblo casi todos se conocían. Si mal no
recordaba, era una joven bonita, tal vez un poco tímida pero agradable, que no
poseía dote porque su familia estaba en la ruina.
—Sí, sé quién es. ¿Por qué lo preguntas?
—Se va a casar con mi papá —murmuró Claire como si todavía no lo
creyese.
Brandon la miró atónito. «Pobre muchacha», fue lo primero que pensó.
—La conocí hoy —continuó Claire—. Era la única que estaba sentada en
las sillas de las solteronas. Comenzamos a hablar hasta que salió el tema de su
prometido y me mencionó el nombre del hombre con el que se casaría. ¡No
puedo permitir que se realice ese matrimonio! ¡Mi padre va a destrozar su
vida!
«Como destrozó la tuya», pensó él. Claire no deseaba para la muchacha lo
que había sido su vida, y para la señorita Fairfax sería peor, porque sería la
esposa. Brandon no quería imaginarse qué sucedería si no le daba el hijo
varón que tanto deseaba Thomas, ni tampoco quería saber qué sucedería con
la posible niña que naciera.
—Claire —dijo suavemente—, no creo que haya algo que se pueda hacer.
—Es que tú no entiendes —insistió ella—. Va a sufrir mucho, o ya debe
estar sufriendo. Tú no sabes lo horrible que es que te obliguen a casarte.

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Esa afirmación le recordó el tema que había querido olvidar: ella tampoco
quería ese matrimonio.
Brandon se sentía como el más infame de los canallas. Su lado cobarde
quiso desviar el tema. Sin embargo, su lado más racional le dijo que era algo
de lo que tenían que hablar.
—Estabas en tu derecho de creer que no me importaría tu opinión, pero
quisiera que supieras, aunque ya sea tarde, que si hubieras manifestado tu
oposición yo habría cancelado la boda.
—No importa. Eso no me hubiera salvado —musitó Claire. Hizo una
mueca al recordar la conversación con su padre—. Tú eres la mejor opción.
Brandon soltó un bufido.
—Si yo era la mejor, no deseo saber cuáles eran las otras.
—Sir Shilton —contestó ella—. No sé si de verdad me hubiese casado
con él o solo lo dijo para asustarme, pero prefería no arriesgarme. De todas
formas, eso no importa. Mi vida es mejor que antes.
—Pero no es la vida que hubieses soñado —replicó él.
Estaba anonadado. Sir Shilton. Thomas Lethood estaba loco. ¿Cómo
hubiera sido capaz de casar a su hija con un hombre que tenía un pie en la
tumba? Brandon era consciente de que era una costumbre común, pero no por
eso dejaba de parecerle repugnante.
—Obtener la vida soñada es imposible. Me conformo con que se parezca,
y esta se parece.
Claire no mentía. Él no era el caballero del que siempre soñó enamorarse,
pero era consciente de que su vida podía ser mucho peor. Kate diría que era
injusto que tuviera que conformarse, y quizás lo fuera, pero ¿cómo podía
luchar contra ese destino? No tenía las capacidades de sobrevivir sola, y la
sociedad limitaba mucho a las mujeres.
Brandon no se sintió conforme con esa frase. Para él, ella merecía mucho
más. Algo que quizás él nunca podría llegar a darle.
—Además —continuó Claire—, eso ya no tiene importancia. Lo
importante en este momento es pensar cómo ayudar a la señorita Fairfax.
—No veo cómo. —Brandon no creía que a Thomas Lethood le importara
si la novia estaba dispuesta o no—. Sus padres lo decidieron.
—Algo se me tiene que ocurrir.
Se dio cuenta de que tenía otro adjetivo con el que describir a su esposa:
«perseverante». Soltó un suspiro resignado y dijo:
—Cuenta conmigo si necesitas algo.
Esperaba no arrepentirse de esas palabras.

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Claire se levantó y Brandon también. Cuando estuvieron de pie, ella lo
abrazó. El gesto conmovió y sorprendió a Brandon, que la rodeó con sus
brazos y la besó.
Acostada junto a Brandon y apunto de dormirse, a Claire se le vinieron a
la mente todos los acontecimientos del día, desde la noticia de su padre hasta
la conversación con Brandon. Había sido un día lleno de confesiones. Sin
embargo, una frase en específico se grabó en la memoria, y con ella se
durmió. Brandon la había llamado maravillosa.

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Capítulo 16

Claire estaba sentada frente a Hannah, que acababa de llegar para tomar el
té. La señorita Fairfax no tenía buen aspecto, lucía unas bolsas bajo los ojos
que evidenciaban su mal sueño y su piel estaba pálida. «Si se casa con mi
padre, ese aspecto llegará a parecer decente en comparación a cómo
terminará», pensó Claire.
—¿Cómo terminaste comprometida con mi padre? —preguntó mientras
servía el té.
—Él habló con mis padres y cerraron el acuerdo. Como no tengo dote,
mis padres vieron la posibilidad perfecta de hacer un buen matrimonio.
Claire no describiría un matrimonio con Thomas Lethood como «bueno».
—¿Nadie más se ha interesado en ti?
—Bueno…
Hannah se interrumpió al ver que el mayordomo llegaba con una tarjeta
de visita. Claire observó la tarjeta y sonrió, luego indicó al mayordomo que
hiciera pasar a la visita.
—¿Invitó usted a alguien más? —preguntó Hannah.
—Por favor, tuteémonos —pidió Claire—. Y sí, invité a alguien más.
Alguien con una imaginación suficiente para plantear una solución al
problema.
En ese momento Kate entró, arrastrando su vestido azul pálido que
combinaba con sus ojos.
—¿Cuál es la emergencia? —preguntó a Claire, sin percatarse todavía de
la presencia de Hannah.
—Mi padre se va a casar.
—¡Santo Dios! ¿Quién es la pobre víc…?
La mirada de advertencia de Claire hizo que se callara y girara la cabeza
para descubrir que no estaba sola. Kate se sonrojó, algo poco común en ella, y
Hannah le brindó una sonrisa tranquilizadora.

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—Kate —continuó Claire—, Hannah no quiere casarse. No podemos
permitir que eso suceda.
—¡Por supuesto que no! —concordó, y se sentó sin esperar invitación—.
Algo se nos ocurrirá para impedirlo.
—Ambas son muy amables, y les agradezco su interés, pero no veo qué
podamos hacer —mencionó Hannah, resignada.
—Tonterías —masculló Kate—. Algo se nos va a ocurrir.
—¡Por supuesto que sí! —confirmó Claire.
—Podrías huir —sugirió Kate—. ¿Tienes algún familiar que te recoja?
Hannah negó con la cabeza ante la idea.
—Tengo una tía, pero no podría dejar a mis padres en esa situación.
—¿Qué situación? —quiso saber Kate.
Claire le explicó brevemente que la familia de Hannah se encontraba en la
ruina y su padre se aprovechó de eso para pedir su mano.
—¡No puede ser! —exclamó Kate indignada—. Disculpa si mis palabras
te ofenden, pero no tienes que cargar con la responsabilidad de salvar a tu
familia. Tus padres son unos monstruos por venderte así.
—¡Kate, por favor! —la regañó Claire.
—Es la verdad.
—Solo están desesperados —los defendió Hannah, aunque en el fondo
sabía que no había excusa alguna.
—Y solo por eso van a mandar a su hija a la boca del lobo —replicó Kate
—. ¿Eres hija única?
—No, tengo dos hermanos mayores.
—¿Y ellos por qué no buscan la forma de salvar a la familia? —preguntó
Claire.
—Exacto —convino Kate—. Ellos también podrían casarse con una rica
heredera o podrían trabajar y buscar la forma de ganar dinero.
—Son unos libertinos, les encanta el juego. No creo que deseen perder su
libertad antes de lo necesario, y se enferman de pensar solo en la palabra
trabajo.
—Qué sencillo, ¿no crees, Claire? —dijo Kate con ironía—. La sacrifican
a ella para ellos seguir su acomodada vida. Vaya familia tienes. No veo cómo
es que les tienes consideración si ellos no te la tienen a ti.
—Bueno yo… —comenzó Hannah, pero Claire la interrumpió:
—Si seguimos discutiendo, solo perderemos el tiempo. ¿Nadie más se ha
interesado en ti, Hannah?
—Bueno, hay alguien…

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—¿Quién? —preguntaron al unísono Kate y Claire, viendo una esperanza.
—El señor Fernsby manifestó su intención de casarse conmigo —
respondió Hannah tímidamente—. Es solo unos pocos años mayor que yo y
me agrada.
—¿Te cae bien o estás enamorada de él? —interrogó Kate con su natural
impertinencia.
—Estoy enamorada de él —murmuró Hannah, sonrojándose.
—¿Y él te ama? —indagó Claire.
—Sí.
—¡Ya está solucionado! —exclamó Katherine—. No veo por qué
perdimos tanto tiempo si la solución al problema estaba ahí. ¡Cásate con él!
Ella negó con la cabeza.
—Mis padres no lo aceptan, no tiene tanto dinero como el señor Lethood
y no podrá mantener los lujos de mi familia.
—Eso no es justo —murmuró Claire—. No debería haber condiciones
cuando se trata del verdadero amor.
—¡Claro que no! —la apoyó Kate con efusividad—. Vivir con la persona
que amas es lo que te hará feliz, tienes que convencer a tus padres de eso. Si
te aprecian un poquito, lo entenderán. ¿No es verdad, Claire?
Ella tardó en responder. Pensaba en cómo sería su vida si se hubiera
casado por amor. Quizás no valía la pena detenerse mucho tiempo en eso,
pero su lado romántico no pudo evitar preguntarse si Brandon podría
enamorarse alguna vez de ella. Y, sin embargo, no se atrevía a ilusionarse.
Ella no era una persona de la cual Brandon se podía enamorar, por eso Claire
tampoco se debía enamorar de él, porque no podría vivir feliz si Brandon no
la amaba.
—¿Claire?
—¿Sí?
—Te estoy preguntando si no crees que Hannah… ¿Nos podemos tutear?
—Hannah asintió—. Bien, te preguntaba si no crees que Hannah debería
convencer a sus padres de que la dejen casarse con el señor Fernsby.
—Claro que sí. Debes intentar convencerlos, es lo mejor.
—Jamás lo aceptarán —respondió Hannah resignada—. Nunca podré
casarme con el señor Fernsby.
—Yo creo que sí. —Una sonrisa maliciosa se formó en los labios de Kate
—. ¿Has escuchado hablar de Gretna Green?

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Brandon apuró el trago y dejó que el fuerte whisky le quemara la garganta.
—No creo que sea conveniente que te emborraches tan temprano —
comentó Robert mientras organizaba unos papeles.
Brandon se había pasado parte del día pensando en su problema. Al no
encontrar solución alguna, se fue a visitar a Robert y lo halló trabajando,
como siempre. Todavía no le había hablado del asunto, solo se dedicó a tomar
de una botella de whisky y dejar que el licor lo calmara, si eso resultaba era
posible. Brandon rellenó su tercera copa y tomó un largo sorbo antes de
responder:
—Al contrario. Ahora lo veo como mi mejor opción.
Robert levantó la vista de los papeles que revisaba y preguntó:
—¿Problemas con tu mujer?
Brandon se olvidó por un momento de su situación y pensó en Claire. La
noche anterior habían aclarado todos sus problemas o, al menos, la mayoría, y
ella ahora debía estar buscando la solución a la boda de su padre junto con la
señorita Fairfax y lo más probable era que también estuviera la señorita
Blane. Hizo una mueca al pensar en los posibles planes que pudiera plantear
esa rubia y en los que él se podría ver involucrado por su promesa del día
anterior. Brandon no entendía cómo dos personas tan diferentes podían ser
amigas; solo sabía que la señorita Blane le tenía afecto a su esposa, y eso
bastaba para borrar todos sus defectos. Echó un vistazo a Robert y vio que
volvía a tener la vista fija en los papeles. Sonrió, a él no se le pasaban
desapercibidas las miradas que su amigo le dedicaba a Katherine. Se dio
cuenta esa noche en el baile de los Holland, y también sospechaba que ella era
el motivo por el que decidió asistir. Determinó que lo interrogaría sobre el
asunto después, aunque seguramente lo negaría todo. Por el momento, se
concentraría en el problema que tenía encima.
—No, con Claire todo está bien. El problema tiene que ver con lady
Elizabeth.
Robert alzó la vista de los papeles que revisaba y lo miró a los ojos con
atención, sorprendido de que sacara el tema.
—¿Qué sucede con lady Elizabeth?
—Regresó —anunció Brandon con semblante sombrío—. La vi en la
velada de los Strafford.
Una sorpresa evidente se reflejó en los ojos del marqués que, por primera
vez, no sabía qué decir.
—¿Qué vas a hacer? —logró preguntar.
—Vine a pedir consejo —respondió con ironía.

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—¿Habló contigo? —Brandon asintió—. ¿Qué te dijo?
—Se comportó de forma tan descarada como siempre y me expresó su
deseo de conocer a Claire.
—Tu esposa no sabe la historia, ¿verdad?
—No, ni la sabrá.
—No considero buena idea que le ocultes la verdad.
—¡¿Y qué le voy a decir?! —estalló—. ¿Que me pusieron los cuernos
como un imbécil y ni siquiera me había casado? Olvídalo. —Bebió el resto
del contenido del vaso.
—Si no se lo dices, podría ser peor —advirtió Robert—. Podría enterarse
de lo ocurrido por otra parte.
—¿Y quién se lo va a decir? —preguntó con suspicacia—. El verdadero
motivo de la ruptura del compromiso solo lo sabemos tú y yo. —La expresión
de Brandon se volvió sombría—. El tercero está muy lejos para contarlo y
lady Elizabeth no arriesgaría su reputación de esa manera.
—Ella no tiene por qué decirle la verdad. Ya sabes que tiene un don para
quedar como víctima.
Brandon permaneció en silencio unos momentos, y cuando habló su voz
no sonó tan firme como deseaba:
—No se atrevería.
Robert soltó un bufido.
—No creo que desee conocer a tu esposa por simple curiosidad. Esa mujer
no regresó con buenas intenciones, Brandon.
—No tienes que decírmelo.
Robert suspiró al ver que Brandon volvía a llenar la copa.
—¿Crees que sigue interesada en ti?
—No lo sé —suspiró—. Se casó, ahora es lady Cork.
—Me compadezco del pobre hombre. Pero no creo que eso detenga su
conducta.
—Yo tampoco. El hecho de que esté aquí y no en Londres dice mucho de
sus intenciones.
—Insisto en que debería decirle la verdad a tu esposa.
—No.
—¿Y si se entera de que estuviste comprometido? ¿Y si te pregunta la
razón por la que no te casaste? ¿Qué le vas a decir? Con el regreso de lady
Elizabeth, las habladurías volverán y alguien se lo puede comentar.
—En ese caso, me inventaré algo.

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Robert se exasperó, algo raro en él, porque no era propenso a perder la
paciencia.
—Haz lo que quieras —espetó—, aunque no entiendo por qué viniste a
pedir un consejo que no piensas seguir.
Brandon no dijo nada.
—Tarde o temprano, tu mujer y lady Elizabeth se conocerán —sentenció
—. Espero que tu silencio no le deje la puerta abierta a Elizabeth para crear
problemas.
Brandon tomó el resto de su copa y se fue. En el camino de regreso, no
dejó de preguntarse qué iba a hacer. No le contaría la verdad a Claire, eso era
seguro, no iba a quedar como un cornudo frente a ella, pero Robert tenía
razón en algo: tarde o temprano su esposa y lady Elizabeth se conocerían, y
que Dios lo ayudase cuando eso pasara. Él tenía que evitar que Elizabeth le
contara algo y manipulara todo a su antojo. Era un misterio cómo lo haría,
pero juraba que no permitiría que esa mujer le arruinara la vida otra vez.

—No, no, no y no —se empecinó Hannah—. No podría hacer eso.


—Sí, sí, sí y sí —respondieron las tres mujeres al unísono.
Lady Warwick se había unido a la conversación y después de ser
informada de la situación, se alió con Claire y Kate para convencer a Hannah
de que se fugara a Gretna Green con el señor Fernsby.
—No puedo hacerle eso a mis padres —insistió—. Sin la ayuda del señor
Lethood morirían de hambre, no puedo ser tan egoísta.
—¡¿Egoísta?! —exclamó Kate sin poder creérselo—. Ellos son lo que te
van a vender al mejor postor.
—Dijiste que el señor Fernsby podría ayudar en cierta medida a tus
padres, no se morirán de hambre.
—Pero no podrán seguir con una vida de lujos.
—Ni de juegos —añadió lady Warwick, pensando en su propia situación
—. Niña, creo que a tus padres les vendría bien una lección. Da gracias a Dios
que todavía no lo hayan perdido todo.
—Es verdad —afirmó Claire—. Además, aquí está en juego tu felicidad.
—Así es —convino Kate—. Si quieren más dinero, deja que tus
holgazanes hermanos busquen la manera de conseguirlo.
Hannah suspiró.
—¿Y si el señor Lethood toma represalias?
—No las tomará —afirmó Claire.

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—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Hannah.
No lo estaba, pero darle seguridad era lo único que la convencería. Si su
padre tomaba represalias, ella lograría solucionarlo.
—No las tomará —repitió, y se sintió orgullosa del tono seguro de su voz.
Hannah pareció tranquilizarse, aunque Kate y lady Warwick hicieron una
mueca, no muy seguras de la afirmación de Claire. Por suerte, se abstuvieron
de comenzar.
—Tienen razón. Ahora mismo hablaré con Marcus —dijo, sonriendo.
—¿Debo suponer que ese es el señor Fernsby? —preguntó Kate para estar
segura.
—Sí.
—¡Perfecto! —exclamó—. En una semana quiero llamarte señora
Fernsby.
—En una semana creo que no…
—En una semana —insistió—. Cuanto antes, mejor.
—Y no te vayas a arrepentir —advirtió Claire.
—No —aseguró Hannah—. En una semana regresaré como la señora
Fernsby. Haré lo necesario para irnos mañana. No puedo creer que esté a
punto de hacer esto…
Las tres mujeres asintieron satisfechas.
Hannah estaba temblando por los nervios, así que Kate le rodeó el hombro
con los brazos para tranquilizarla.
—Sé feliz, Hannah.
Brandon llegó justo después de que las mujeres se fueran. Iba subiendo las
escaleras dispuesto a descansar un rato antes de la cena para ver si se le
pasaba el efecto de las cuatro copas de whisky, cuando encontró a Claire
bajando los escalones. Ella le dedicó una tímida sonrisa que interpretó como
una señal de que todo había salido bien.
—¿Qué tal te fue? —preguntó él.
Su sonrisa se ensanchó.
—La señorita Fairfax tenía un pretendiente, el señor Fernsby. No tiene
tanto dinero como mi padre, por eso sus padres no lo aceptaron, pero la
convencimos de que se fugara a Gretna Green con él. A Kate se le ocurrió la
idea.
—No me sorprende —suspiró Brandon.
—Hueles a alcohol —observó Claire—. ¿Has estado tomando?
—Solo una copa, en el despacho de Robert.
—¿El marqués?

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—Sí. Voy a descansar un rato.
Claire lo observó subir la escalera y presintió que había sido más de una
copa. Le pareció extraño; Brandon no tomaba en exceso, y mucho menos tan
temprano. Algo lo afectaba, estaba segura de ello. Desde el día anterior,
después de la velada de los Strafford, estaba extraño. Aunque, negara que
pasó algo más que una pelea entre caballeros, ella sabía que no era cierto. El
problema era: ¿qué le sucedía? Y lo más importante: ¿cómo podía ayudarlo?

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Capítulo 17

Querida Claire,
Me complace anunciarte que todo salió bien y que no hubo ningún
inconveniente en mi huida con Marcus. Te confieso que nunca había estado
tan nerviosa como ese día, cuando salí de mi casa para encontrarme con el
señor Fernsby. Debo admitir que, por varios momentos, dudé de que la
decisión fuera la correcta, pero entonces recordé lo que me dijeron y
convencí a mi indecisa mente de que mi felicidad era lo más importante. No
me arrepiento de lo que hice porque he comprobado que Marcus es incluso
más maravilloso de lo que pensaba.
Llegamos directo a Londres, por lo que no he hablado con mis padres.
Mañana saldremos para allá con el fin de comunicárselo, así que espero
verlas pronto.
Gracias por su apoyo,

Hannah Fernsby.

Claire dobló la carta y sonrió. Dio gracias a Dios de que todo hubiese
salido bien. Había pasado una semana desde la reunión en que Hannah había
prometido fugarse, y si ella había estado nerviosa, Claire no la pasó mejor.
Realizó tantas plegarias que perdió la cuenta. Se pasó toda la semana rogando
que nadie los descubriera y pidiendo que su padre fuera lo suficientemente
inteligente para no perder el tiempo tomando represalias, porque, si se daba el
caso, ella no sabría qué hacer.
Guardó la carta y fue a buscar a su tía para darle la noticia. En un rato
enviaría una nota a Kate para informarle.
Buscó por todos lados a su tía, pero esta no aparecía y los sirvientes no
supieron decirle nada.
Siguió buscando. Se asomó por la puerta abierta de la biblioteca y estaba
allí. Sin embargo, observó que Brandon estaba sentado frente al escritorio;
tenía unos papeles en la mano, pero no los miraba. Sus ojos estaban perdidos
en algún punto frente a él, como si estuviera pensando en algo. Ese estado se
había vuelto muy común en la última semana. Era como si estuviera buscando
la solución a algo y no la pudiera encontrar.

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«Si tan solo supiera cual es el problema», se dijo Claire.
Entró silenciosamente en la biblioteca y se paró frente a él.
Brandon tardó unos momentos en darse cuenta de que no estaba solo.
Había estado concentrado buscando la respuesta al problema que representaba
Elizabeth, pero no la encontraba. Se le ocurrían miles de ideas, pero todas
eran malas y sin lógica. Estaba tan exasperado y absorto hasta el punto de que
si Claire no carraspeaba para llamar su atención hubiese seguido mirándola
sin percatarse de su presencia.
Regresó abruptamente a la realidad y sonrió a modo de disculpa. Cuando
la vio, se olvidó de sus problemas, y solo pudo concentrarse en ella. Llevaba
puesto un sencillo vestido de muselina rosa y el pelo estaba recogido en un
simple moño con varios rizos sueltos que no aguantaron la presión.
«Hermosa», pensó. Se preguntó cuál era el poder que tenía esa mujer para
hacer que se olvidara de todo.
—¿Deseas algo? —le preguntó.
—¿Sabes dónde puede estar mi tía?
Brandon intentó recordar.
—Creo que salió a visitar a unas amigas.
Ella le dio las gracias, pero antes de irse decidió preguntarle:
—¿En qué pensabas?
Brandon meditó su respuesta. Si no resolvía ese problema, tendría que
hacer una lista de excusas para justificar sus estados de ánimo.
No se le ocurrió nada creíble, así que decidió decirle la verdad a medias.
—En un problema.
—¿Qué clase de problema?
¿Por qué no adivinó que preguntaría eso?
—Un problema de trabajo.
Mentía, Claire lo vio en sus ojos desde el principio. ¿Qué sería lo que lo
atormentaba que no podía contárselo?
—¿Sabes? —dijo suavemente—, a veces los problemas se resuelven más
rápido si los comentas con alguien que te pueda ayudar. Yo podría ayudarte.
A Brandon se le encogió el corazón, ella era la única persona en el mundo
que no lo podía ayudar. Sintió nacer algo dentro de él, algo que no supo
identificar. Su propuesta era tan sincera que, por un momento, pensó contarle
la verdad. Sin embargo, la razón lo hizo recapacitar. No se lo podía decir.
—Son solo problemas de trabajo, te aburrirías solo de escucharlo. No te
preocupes, yo encontraré la forma de solucionarlo.
Rogó que así fuera.

Página 110
Claire dedujo que esa era la forma más amable de decirle que no quería
que la ayudara. Sintió que un dolor le oprimía el pecho. ¿Por qué le afectaba
tanto el hecho de que Brandon no confiara en ella?
«La confianza llega con el tiempo», se dijo. Tal vez algún día él decidiera
contarle todo, pero por el momento le haría saber que ella estaba dispuesta a
ayudarlo si lo necesitaba.
—Cuenta conmigo si necesitas ayuda en algo —le dijo—. Cualquier cosa
—enfatizó estas últimas palabras de forma que no quedaran dudas de que eran
ciertas.
Claire salió de la biblioteca, dejando a Brandon con la única compañía de
sus pensamientos. Él no necesitaba que Claire le dijera que podía contar con
ella porque, en el fondo, ya lo sabía, y saber que ella estaría ahí en caso de
necesitarlo hizo que una punzada de culpabilidad apareciera. No quería
mentirle, y tampoco se veía capaz de contarle la verdad.
Durante los días siguientes, los pensamientos de Claire estuvieron
centrados en Brandon y en su comportamiento. Cada vez estaba más nervioso,
como si estuviera esperando que algo inminente pasara. No podía sacarse de
la cabeza que la actitud de Brandon era sospechosa. Algo sucedía, algo de lo
que al parecer ella no se debía enterar. Le dolía la cabeza de tanto pensar en
cuál podría ser el problema, pero no se le ocurría nada que pudiera justificar
tan extraño comportamiento en un hombre que no dejaba que los problemas le
afectaran, que vivía su vida siempre poniendo su mejor sonrisa. Cuando al fin
se rindió, y decidió dejar que el tiempo respondiera a sus preguntas, otra
preocupación apareció.
Hannah se presentó en su casa cuatro días después de que Claire recibiera
su carta. Claire se alegró mucho al ver su tarjeta de visita, firmada como
Hannah Fernsby. Sin embargo, parte de esa alegría se evaporó cuando vio el
semblante fúnebre de Hannah. Al principio, pensó que el motivo era que sus
padres no reaccionaron bien al matrimonio, pero, por desgracia, pronto
descubrió que esa no era la única razón.
—¿Qué sucede? —preguntó mientras se sentaban—. Tus padres no se han
tomado bien la boda —dijo suavemente en un tono que era más afirmación
que pregunta.
Hannah parpadeó para ahuyentar las lágrimas que amenazaban con salir.
No estaba segura si había sido buena idea ir allí, pero necesitaba desahogarse
con alguien.
—Me dijeron que no querían saber nada de mí, que era una desagradecida
y egoísta por ponerme a mí primero antes que a la familia. —Su voz era ronca

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por los sollozos contenidos.
Claire no podía creer lo que estaba oyendo. No era de las personas que se
molestaban con facilidad, siempre intentaba comprender a todos, pero los
padres de Hannah no tenían justificación.
—Eso no es cierto, y tú lo sabes —intentó sonar calmada—. Te exigían
demasiado. Primero que nada, está tu felicidad, siempre debe ser así. No dejes
que te hagan sentir culpable.
—Pero lo soy —insistió, ya sin poder contener las lágrimas—. Por mi
culpa el señor Lethood terminará de arruinar a mi familia.
—¿Cómo? —preguntó. Rogaba no haber oído bien. Sabía que eso podía
pasar, pero había esperado que no sucediera.
—Cuando se enteró de que me había casado —explicó—, acusó a mis
padres de haberlo traicionado y prometió arruinarlos.
Claire conocía lo suficiente a Thomas Lethood como para saber que él
siempre cumplía sus promesas. No se lo dijo, por supuesto. Hannah no
merecía más mortificaciones.
—Él no haría nada de eso, yo me encargaré de ello.
La forma en cómo lo haría todavía era un misterio.
—¡Oh, no! Mi intención no era ponerla en una situación así. —Se sentía
culpable. Sabía que Claire no tenía la mejor relación con su padre y ella no
quería causar problemas—. Ustedes me han ayudado mucho y no quiero
causarle más molestias. Ni siquiera debí venir. Es mejor que me vaya.
Se levantó para irse, pero Claire hizo que se volviera a sentar.
—Te aseguro que no es ninguna molestia. Yo te ayudaré, quiero hacerlo.
Sus palabras convencieron a Hannah, quien la abrazó y le dio las gracias.
Después de que Hannah se fuera, Claire pidió que le prepararan el
carruaje. Había tomado una decisión: iría a hablar con su padre. No permitiría
que siguiera abusando de su poder para intimidar y hacer daño a los demás, de
alguna forma lo convencería de que dejara a los Fairfax en paz. Estaba a
punto de salir, cuando la voz de su tía la detuvo.
—Mi niña, ¿adónde vas?
Claire pensó en mentirle para que no se preocupara, pero era muy mala
haciéndolo, así que decidió contarle la verdad.
—Voy a ver a mi padre.
Lady Warwick palideció.
—¿Para qué quieres verlo?
—Necesito hablar con él. Quiere arruinar a la familia de Hannah porque
cree que lo traicionaron, y ambas sabemos que lo hará. Como yo contribuí a

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convencerla para que se escapara, es mi deber hacer algo para que no les pase
nada a su familia.
—Mi niña, tú no fuiste la única que la convenció —intentó hacerla entrar
en razón—. ¿Por qué mejor no hablas con tu marido?
Claire consideró la opción, pero la descartó. Brandon había salido y no
sabía cuándo volvería. Lo mejor era hablar con su padre cuanto antes. Cada
minuto podía ser importante, y esa era una tarea que le correspondía a ella y a
nadie más. Tenía muchas cosas que decirle a su padre, y no podía ocultarse
toda la vida.
—No, tengo que hacerlo yo. Nos vemos, tía.
Salió antes de que lady Warwick pudiera protestar.
La residencia Lethood seguía exactamente igual que cuando se fue. Al
llegar, pidió a Wilmolt que avisara a su padre que deseaba verlo, quien, sin
poder ocultar su sorpresa por la visita, pidió a Claire que esperara mientras
avisaba al señor. Pasaron unos momentos hasta que una vocecilla en su
interior le dijo que no debía esperar para hablar con su propio padre y que si
solicitaba su autorización era probable que no la recibiera. Armándose de un
valor que no sabía que tenía, caminó con sigilo hasta la biblioteca.
Sin percatarse de su presencia, el mayordomo tocó la puerta y la abrió al
recibir la autorización.
—Señor, tiene visitas.
—¿Quién es? —gruñó Thomas.
—Yo —respondió Claire, poniéndose delante del mayordomo que, por
segunda vez, no pudo disimular su asombro.
Claire sentía el corazón latiendo a mil por hora. Siempre temía los
momentos en que se enfrentaba a su padre, y desde el último encuentro había
deseado no tener que hacerlo nunca más, pero allí estaba. El futuro de la
familia de Hannah dependía de esa conversación y no se iba a acobardar.
Había llegado el momento de hablar con el lobo.

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Capítulo 18

A pesar de intentarlo, Thomas Lethood no pudo evitar que la sorpresa se


viera reflejada en sus duras facciones. No esperaba volver a ver a su hija. La
había casado para no tener que volver a ver su cara. Entonces, ¿qué hacía allí?
—Buenas tardes, padre —saludó, intentando ocultar sus nervios.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él de forma seca.
Claire no se sorprendió ante la falta de cortesía. Respiró hondo y entró en
la biblioteca que, como siempre, estaba en penumbras; sus pasos eran lentos
pero decididos. Se posicionó frente al escritorio de su padre. Era mejor
terminar lo antes posible.
—Necesito hablar con usted. —Se sintió orgullosa de la firmeza de su
voz.
La fría mirada de Thomas se posó en el mayordomo, que esperaba
órdenes en la puerta. Este no necesitó más para salir y cerrar la puerta tras él.
La mirada café de Thomas se volvió para enfrentar a los cautelosos y
decididos ojos negros de Claire. A ella siempre le asustó esa mirada que
intimidaba a todos; sin embargo, en esa ocasión no iba a darle el gusto de
demostrárselo. Le sostuvo la mirada con valentía; ya había llegado hasta allí,
una decisión no muy acertada de su parte, ahora que lo pensaba bien, pero no
había vuelta atrás.
Por varios momentos ninguno de los dos dijo nada; sus ojos estaban fijos
en los del otro, como si se enfrentaran en una batalla silenciosa.
Al ver que su padre no iba a hablar, Claire tragó saliva y comenzó con el
tema que le interesaba:
—Me he enterado que te ibas a casar y que la boda ya no se llevará a
cabo.
—Eso no es asunto tuyo —respondió molesto por que los rumores ya se
hubieran empezado a dispersar—. Si eso es de lo que deseabas hablar, te
puedes ir por donde has venido porque no pienso conversar sobre el tema.

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Era una orden, Claire lo sabía. En otros tiempos, la palabra de Thomas
Lethood era la ley en esa casa y no se le desafiaba, pero esta vez Claire no se
dejó intimidar ante el tono de advertencia de su voz. Al fin y al cabo, ella ya
no vivía allí.
—También he sabido que planeas arruinar a la familia de la novia.
Si Thomas se sorprendió porque ella no hubiese huido, no lo demostró.
—Arruinados ya están. Yo iba a ser su salvación, pero la ingrata que
tienen por hija no lo vio así y prefirió casarse con un don nadie. Lo prefirió a
él en lugar de a mí.
—Y por eso te vengarás. —No era una pregunta.
—Por supuesto. —Una sonrisa torcida se formó en sus labios—. Ahora
tengo que comenzar de nuevo a buscar una esposa que me dé el hijo varón
que la inútil de tu madre no me pudo dar.
El comentario la hizo sentir herida y molesta; no tanto por ella, sino por su
madre, que no se merecía semejantes insultos, y menos después de muerta.
Alzó el mentón, dispuesta a no dejarle ver que sus palabras la había afectado,
y dijo con frialdad:
—Ella no era ninguna inútil, así que no hable así de ella.
—Si no quieres oír la verdad, mejor lárgate.
Tentada estuvo de hacerlo, pero ya estaba bien de acobardarse. ¿No lo
había estado haciendo toda su vida? Además, recordó el motivo por el que
había ido ahí. Así que, haciendo caso omiso de su último comentario, fue
directamente al grano:
—Vine a pedirte que dejes en paz a los Fairfax.
Una carcajada brotó de la garganta de Thomas. Hasta el sonido de su risa
causaba que se le erizaran los vellos.
—¿Qué te hizo pensar que solo con venir a pedírmelo yo te haría caso?
—Por favor, padre. ¿Qué gana vengándose?
—Que todos sepan que nadie se burla de mí sin salir impune.
Claire se empezó a desesperar. Thomas no iba a ceder. En realidad, no
sabía qué la indujo a pensar que podía hacerlo entrar en razón. Por su culpa, la
familia de Hannah se vería en más aprietos de los que estaban, pero sabía que
en el fondo no se arrepentía de haberla ayudado. Hannah no se merecía un
futuro con un hombre como aquel, aunque fuera su padre.
Como no tenía ningún plan por las prisas con las que decidió hacer la
visita, optó por su última opción: la verdad.
—¿Sabes, padre? No fue culpa de los Fairfax que Hannah huyera, sino
mía. —Ya lo había dicho y no se podía echar para atrás. Se obligó a

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continuar, aunque la mirada cada vez más sombría de su padre le dificultaba
el habla—. Yo conocí a la señorita Fairfax en un baile, y cuando me comentó
el nombre de su prometido, la convencí de que se fugara con el señor
Fernsby. —Prefirió dejar a su tía y a Kate fuera del asunto.
No pudo evitar retroceder al ver que su padre se levantaba y se dirigía
hacia ella. Cuando estuvieron solo a unos pasos de distancia, él habló, con
voz baja pero fría:
—Siempre supe que tú habías llegado a este mundo para arruinarme la
vida. Al parecer, no sirves para otra cosa.
A Claire se le llenaron los ojos de lágrimas. Hasta el momento había
soportado bien cada insulto de su padre, pero ya no aguantaba más. Sabía que
se pondría furioso con su confesión; sin embargo, no era furia lo que veía en
sus ojos, era odio, tan puro que no se podía confundir ni en las tinieblas de la
biblioteca. Era un odio que siempre supo que existía, aunque intentó
convencerse varias veces de que exageraba, pues ¿era posible que un padre
odiara a su propia hija? No obstante, no podía seguir engañándose.
Antes de que la poca valentía que le quedaba se esfumara, decidió hacer la
pregunta que tantas veces se había hecho a sí misma pero que nunca se
atrevió a formular:
—¿Por qué me odias tanto, padre?
El hombre no le quitó la vista de encima. Claire notó que la pregunta lo
sorprendió; de hecho, ella misma lo estaba por haberlo inquirido. Pero el
asombro fue momentáneo, pues cuando Thomas respondió, lo hizo con su
característico tono letal:
—¿Por qué? ¿Quieres saber por qué? Te lo diré: porque eres mujer, y las
mujeres solo sirven para procrear hijos, no continúan apellidos ni herencias.
Solo un estorbo, y tú eres uno muy grande. No sirves para nada, eres una
inútil. Ni siquiera debiste haber nacido.
En otras ocasiones, esas palabras le hubiesen dolido, pero Claire
comprobó, asombrada, que ya no le afectaban; al menos, no tanto como antes,
pues otra palabra llegó a su mente, formando un antídoto ante el veneno de
Thomas Lethood: «maravillosa». No supo bien cómo llegó en momento tan
oportuno, pero allí estaba haciéndole ver cosas de las que antes no se había
percatado. Ella sí podía ser buena para alguien.
Miró a los ojos de su padre, y no cupo en asombro al darse cuenta de que
el miedo que siempre le tuvo estaba desapareciendo y en su lugar había
aparecido un sentimiento de pena hacia ese hombre que, sí seguía con esa
actitud, seguramente acabaría sus días en soledad.

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—No me arrepiento de haber nacido mujer, padre, porque no tengo la
culpa de ello, como tampoco me arrepiento de haber convencido a la señorita
Fairfax de que se fugara con el amor de su vida, si de esa manera evité que se
casara contigo. —No supo de dónde salieron las palabras hasta que las
pronunció.
Notó cómo la fulminaba con su mirada y supo que de esa manera no iba a
conseguir que dejara a los Fairfax en paz. Lamentablemente, no podía
devolver el tiempo atrás, y no quería hacerlo. Por primera vez, se sentía libre
del miedo que le causaba ese hombre. Él ya no podía lastimarla.
No con palabras.
Vio cómo su padre levantaba el brazo y usó sus manos de escudo, como
tantas veces lo había hecho. Se preparó para el golpe, pero este nunca llegó,
pues en el momento en que el brazo descendía, una voz helada como un
bloque de hielo llegó desde la puerta:
—Le pone una mano encima, Lethood, y no vuelve a ver la luz del día.
Ambas miradas se dirigieron a la entrada, donde se encontraba Brandon
con una expresión asesina que Claire nunca le había visto. Tras él se
encontraba Wilmolt, apenado.
—Disculpe, señor, no lo pude detener —dijo, como si ya se hubiese
acostumbrado a que las visitas no esperasen a ser anunciadas. No aguardó a
que le dieran permiso para irse, sino que salió inmediatamente.
La tensión reinó en el lugar. Nadie se atrevía a decir nada.
«Furioso» era una palabra muy suave para describir los sentimientos de
Brandon en ese momento.
Cuando llegó a la casa, se encontró a lady Warwick paseando con
nerviosismo de un lado a otro del salón. Al ver su semblante, Brandon supo
que algo no andaba bien y se preparó para escuchar las malas noticias, que
esperaba que no tuvieran que ver con Claire. Por desgracia, no se equivocó.
Sin embargo, habría esperado oír cualquier cosa menos que había ido a ver a
su padre. ¡¿En qué estaba pensando esa mujer?! Veinte segundos más tarde,
Brandon ya estaba montado en la calesa en la que había llegado y se dirigió a
la residencia Lethood.
Al llegar, hizo a un lado al mayordomo y se encaminó a la biblioteca,
donde supuso que estaban, intentando controlar la rabia que le producía
pensar que Thomas Lethood le pudiera hacer algo a Claire. Todo su
autocontrol se vino abajo al ver al hombre a punto de pegarle a su esposa.
Instintos asesinos nacieron de la nada y lucharon por ser liberados. Tuvo que
apretar los puños para no golpear a Thomas Lethood allí mismo enfrente de

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Claire; pero solo de pensar en que, si hubiera llegado unos segundos más
tarde, su esposa tendría un moretón en el rostro le hacía muy difícil la tarea.
—Espérame en el carruaje —le ordenó en el tono más calmado que pudo
pronunciar.
Claire dudó. Todavía no había resuelto el problema de Hannah. Sin
embargo, una mirada a Brandon le bastó para que obedeciera, no porque
temiera de represalias a su desobediencia, sino porque algo le decía que no
iba a querer ver lo que sucedería allí.
Brandon esperó antes de actuar, quería darle el tiempo suficiente a Claire
para que llegara al carruaje y así tener la certeza de que no escucharía nada.
Pasados varios segundos, se acercó de forma amenazante al lugar de donde
Thomas no se había movido y le soltó un puñetazo en la mandíbula. El
aludido tardó un momento en reaccionar por la sorpresa, y cuando lo hizo,
alzó el brazo para contraatacar. Brandon, que no tenía ninguna intención de
dejar en su rostro pruebas que pudieran indicarle a Claire lo que había
sucedido, esquivó el golpe. Por supuesto, Thomas Lethood no se dio por
vencido, y dispuesto a vengar el agravio, volvió a levantar el puño. No tuvo
mejor suerte. Brandon aprovechó su juventud y agilidad para desviar sus
ataques hasta que logró acorralarlo contra la pared, con una mano sobre su
cuello que presionaba lo suficiente para inmovilizar sus movimientos, pero no
para cortar su respiración por completo.
—Esto es por todo lo que vivió Claire. —Señaló el golpe que le había
dejado en la mandíbula—. No es agradable sentirse indefenso, ¿verdad?
Nunca más le volverá a poner una mano encima.
—Ella fue la que vino hasta mí —logró decir Thomas, lo que hizo que la
mano del joven incrementara la fuerza de su agarre en el cuello.
—Sobre eso… —Brandon intentó controlar su furia y centrarse en el
motivo por el que Claire había cometido la estupidez de visitar sola a su padre
—. Va a dejar en paz a los Fairfax, porque si usted no duda en utilizar su
poder para arruinar a los demás, yo no dudaré en hacer lo mismo para
arruinarlo a usted. No se olvide de que yo soy un conde —amenazó—.
¿Entendido? —Al ver que asentía, lo soltó y salió del lugar.
Thomas lo observó marcharse. Sus ojos prometían venganza.
Claire estaba muy nerviosa. Aunque su nata curiosidad le exigía saber qué
pasaba dentro de la casa, en el fondo sabía que no le iba a gustar averiguarlo,
por lo que se quedó dentro del carruaje. No se arrepentía de haber ido. Se
había enfrentado a su padre y había dejado de sentir miedo. Ese hombre ya no
formaba parte de su vida ni tenía poder sobre ella.

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Cuando Brandon entró en el coche, estaba molesto. Claire se preguntó si
sería con ella, por haber ido sola a ver a su padre. Al contrario de lo que
pensó, Brandon no le dijo nada, se limitó a sentarse a su lado, le pasó una
mano por los hombros y la atrajo hacia él para abrazarla, como si deseara
consolarla, transmitirle su fuerza y hacer que se olvidara de todo. Si esa era su
intención, lo estaba consiguiendo, pues Claire nunca se había sentido tan bien
como en esos momentos en sus brazos.
De repente empezó a llorar, pero no de tristeza, sino de emociones
contenidas. Por un lado, se sentía aliviada por haberse desligado de todo lo
que su padre representaba, y por el otro, en los brazos de Brandon se sentía
protegida, segura de todo, e incluso querida. Tal vez él no la amara, pero
estaba segura de que le tenía afecto, y con eso se conformaría por el
momento. Claire no negaría más que estaba enamorada de él. De alguna
manera todavía desconocida, ese hombre había logrado meterse en su
corazón, había conseguido que se enamorara perdidamente de él, y ella no se
conformaría con menos. Buscaría la forma de que él también la quisiera. No
sabía todavía cómo, ni tampoco estaba segura de poder conseguirlo, pero no
pensaría en esa posibilidad, porque entonces no sabía que sería de su vida en
un futuro. Prefería hacer todo lo posible para que sus sentimientos fueran
correspondidos, pero mientras ese momento no llegara ella no mencionaría
los suyos por temor a salir herida. Además, aún no resolvía el enigma del
extraño comportamiento de Brandon. Tenía que averiguar pronto a qué se
debía, o el matrimonio no funcionaría.
Una caricia en su mejilla la sacó de sus pensamientos. Alzó la vista para
mirarlo a los ojos.
Brandon la había sentido sollozar y su rabia contra el padre de ella
aumentó. Deseaba consolarla, hacerla olvidar todo lo sufrido. Se sentía
impotente.
—No te volverá a hacer daño —murmuró.
Claire comprendió que había malinterpretado sus lágrimas, pero como no
sabía explicar bien sus sentimientos, se limitó a decir:
—Lo sé.
Tenía la certeza de que a su lado no le pasaría nada.
—No debiste ir sola —la reprendió con suavidad—. Si hubiera llegado
más tarde… —Cerró los ojos para alejar el recuerdo de Thomas a punto de
pegarle—. Prométeme que no lo volverás a hacer.
—Lo prometo. No tengo más motivos para regresar. Pero me preocupa no
haberlo convencido de que dejara en paz a la familia de Hannah.

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—No te preocupes, no hará nada —la tranquilizó, y besó su frente en un
gesto de cariño—. Ya me encargué de ello.
Ella prefirió no preguntar cómo, solo se calmó y se recostó en él.
No hablaron más durante el viaje. Cuando llegaron a su casa, el
mayordomo le entregó a Claire una tarjeta de una visita que había ido a verla
cuando ella no estaba. Claire vio el nombre y frunció el ceño.
—¿Quién es? —preguntó Brandon interesado.
—No la conozco, ni recuerdo haberla oído mencionar. Dice llamarse Lady
Cork. —Lo miró a los ojos—. Brandon, ¿sabes quién es?

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Capítulo 19

Brandon palideció al escuchar el nombre. La situación no debería haberlo


sorprendido, pues en ningún momento creyó que Elizabeth se quedaría
tranquila, pero como habían pasado dos semanas desde su último encuentro,
Brandon había bajado sus alertas. Grave error, porque gracias a eso el ataque
lo había cogido por sorpresa.
Pensó en que tuvo suerte de que Claire no se encontrara en el momento de
la visita. O tal vez esa era la idea, dejar la tarjeta con el fin de comunicarle
sutilmente a él cuáles eran sus intenciones. No sabía qué pensar. Esa mujer
acabaría con su cordura si no hacía algo pronto para evitarlo, pero ¿qué iba a
hacer? Notó que Claire lo miraba esperando una respuesta. ¿Qué le iba a
decir? No se le ocurría nada.
—La esposa de lord Cork, supongo.
Sabía que eso más estúpido que podía habérsele ocurrido y se reprendió
por ello.
Claire sonrió y Brandon supuso que lo había tomado como una broma.
—Pues sí, es de suponerse, pero no los conozco. Tampoco recuerdo
haberlo escuchado, lo cual es muy extraño. Aquí solemos conocernos todas
las caras.
Y esa era la mayor desventaja de los pueblos pequeños. En Londres
quizás podría haberla evitado, pero allí era más difícil. La aristocracia era
escasa, y todos se conocían entre sí. A Brandon no le había costado averiguar
que la dama y su nuevo esposo se estaban quedando en la casa de la familia
de esta, que antes de lo sucedido era muy amiga de la suya.
—Yo tampoco recuerdo con exactitud quiénes son —mintió.
Ella se encogió de hombros.
—Tendré que averiguarlo y devolverle la visita.
—No creo que sea correcto —se apresuró a decir. Rogó no sonar tan
desesperado como estaba—. Tú no la conoces, y como ella es la interesada, lo
correcto es esperar a que ella se presente de nuevo.

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Y Brandon se encargaría de que eso no sucediese.
—Está bien.
Ella lo miró extrañada, pero no dijo nada más. Claire notaba su
nerviosismo. Algo le sucedía, de nuevo, pero no se atrevió a preguntarle qué
le pasaba porque presentía que la respuesta sería una mentira. ¿Tendría que
ver con la tal lady Cork? ¿Quién era esa mujer y por qué quería verla? Claire
tenía un mal presentimiento al que decidió hacer caso omiso. «Hacer
suposiciones no servirá de nada», se recordó.
—Ya es tarde —dijo Claire—. Tengo que prepararme para la velada de
los Dankworth esta noche.
Ella se marchó, y Brandon maldijo. Se había olvidado de esa velada. Ya
habían aceptado la invitación, así que era muy tarde para retractarse. ¿Iría
Elizabeth? Brandon no tenía dudas al respecto. Con nerviosismo, pensó en
algunas excusas para no asistir. No sería difícil convencer a los Dankworth;
bastaría con decir que una de las damas, o él mismo, se encontraba
indispuesta. No obstante, rechazar ir a la velada levantaría sospechas en
Claire. Quizás no lo cuestionaría, pero sí sabría que algo le pasaba, y Brandon
no quería que se enterase, no mientras no supiera cómo manejar la situación.
Iba a ser una noche muy larga.
Claire puso bastante empeño en su arreglo esa noche. Eligió un vestido
color vino bordado con hilos de oro y encaje negro. Lily le recogió el pelo de
tal forma que unos mechones le enmarcaran la cara y adornó su cuello con
una sencilla gargantilla de oro que Brandon le había regalado la semana
anterior, junto con unos pendientes de rubí que le había prestado Juliane.
Bajó para encontrarse con que era la única que faltaba. Le sonrió a
Brandon y este le devolvió la sonrisa, diciéndole que estaba hermosa como
siempre, pero Claire notó que el gesto no llegó a sus ojos. Él parecía…
¿preocupado? No, era absurdo, ¿por qué lo estaría?
Fuera lo que fuera, ella sabía que no se lo diría, al menos no la verdad,
pero ya buscaría la forma de averiguarlo.
Cuando llegaron a Dankworth House, Claire siguió a su tía y a su suegra a
un grupo donde estaban unas madres con sus hijas casaderas; entre ellas, la
señora Blane y Katherine. Ambas se sonrieron, y estaban a punto de pedir
disculpas y alejarse juntas cuando los murmullos del salón cesaron de repente.
Todas las miradas se dirigieron a la puerta por la que acababa de entrar una
mujer rubia, muy hermosa, del brazo de un hombre rechoncho que debía
rondar los cincuenta años y estaba casi calvo. Claire frunció el ceño al ver la
pareja, y de pronto sintió que las miradas ya no estaban fijadas en los recién

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llegados, sino que habían empezado a alternar entre ella y Brandon, que
estaba en una esquina del salón junto con lord Lansdow. No tenía buena cara
y parecía nervioso. Giró nuevamente la cabeza hacia el grupo que la
observaba con atención, sobre todo las matronas. Dirigió su mirada a su
suegra, cuya expresión estaba llena de sorpresa, y luego a su tía, que parecía
tan nerviosa como Brandon. Sabían algo, pero ¿qué? ¿Qué sucedía? ¿Por qué
todo el mundo los veía como si aquella pareja tuviera alguna relación con
ellos? De nuevo posó su mirada en Brandon que, esta vez, intercambiaba una
significativa mirada de preocupación con el marqués. ¿Qué pasaba y quién
era esa mujer?
Desde el momento en que llegó a la fiesta, los nervios no habían
abandonado a Brandon. Fue un alivio encontrar a Robert, aunque en el fondo
sabía que estaría allí, puesto que la señorita Blane también había asistido. A
pesar de que lo negó cuando bromeó con él sobre el asunto, Brandon sabía
que su amigo estaba interesado en ella, pero no sabía por qué no la cortejaba.
Se había acercado a él y le había puesto sobre aviso, contándole lo de la
carta y hablándole de sus preocupaciones; así que después de recibir un
sermón sobre la sinceridad, consiguió convencer a Robert para que lo ayudara
a mantener a Claire lejos de Elizabeth, en caso de que esta se presentara.
Le fue imposible disimular sus nervios cuando la vio llegar. Era
consciente de que todas las miradas estaban clavadas en él y en Claire,
esperando ver alguna reacción significativa en ellos que les diera más tarde de
qué hablar. Superada la sorpresa inicial, miró a Robert con inquietud, para
después fijar su vista en Claire, que también lo observaba, claramente
desconcertada.
Brandon desvió la mirada por temor a que esta delatara todo lo que sentía,
por lo que a Claire no le quedó otra opción que hacer lo mismo y girarse hacia
el grupo que seguía con la curiosidad impresa en el rostro.
—¡Oh, querida Juliane! —exclamó una de las damas—. ¿Por qué no nos
había mencionado que había regresado?
¿Regresado?
—No lo sabía —respondió la condesa viuda, cortante, para terminar con
la conversación.
No fue posible.
—Espero que no te sientas incómoda, querida —dijo otra mujer,
dirigiéndose a Claire.
—No veo por qué habría de estarlo. —Fue su cautelosa respuesta. No
sabía a qué se referían. Buscó con los ojos a Juliane en busca de una

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explicación, pero esta bajó la vista, incómoda. Su tía hizo lo mismo.
—Es verdad —prosiguió la dama que había hablado antes—. Ese
compromiso terminó hace años, aunque nadie sepa exactamente por qué. —
Le dirigió a la viuda Blaiford una mirada interrogante que esta ignoró, así que
la mujer, desilusionada, continuó—: Ahora tú eres la esposa y el asunto ya no
tiene importancia.
¿Comprometidos? ¿Esa mujer estuvo comprometida con Brandon? Nunca
escuchó algo al respecto. Quizás fue antes de que tuviera la edad para entrar
en sociedad. Sin embargo, no entendía por qué nadie le había comentado
nada.
Vio que otras mujeres abrían la boca para hablar, pero Claire no estaba
preparada para enfrentar sus preguntas, por lo que no se pudo sentir más
aliviada cuando fue la voz de Kate la que se oyó:
—Lady Blaiford, ¿podría acompañarme a buscar algo de tomar? Hace
mucho calor aquí. —Se abanicó con fuerza para darle más énfasis a la excusa.
Pidieron disculpas y se fueron antes de que alguien las detuviera.
—Comprometidos —repitió en voz baja una vez estuvo con Kate en un
lugar alejado, donde nadie la oiría—. Brandon y esa mujer estuvieron
comprometidos.
—Eso parece —respondió Kate, todavía algo confundida.
—¿Por qué romperían el compromiso?
—Nadie lo sabe, eso fue lo que dijeron.
—No veo motivo, ella es tan hermosa… —se lamentó.
—Tú también lo eres —replicó Kate—. Pero sí, es hermosa. Sin embargo,
algo debió pasar para que el compromiso se rompiera y terminara casada con
un hombre así.
—¿Interés?
—Es posible. No recuerdo bien quién es el hombre, por lo que no te
puedo decir si tiene dinero, pero lo averiguaré. Aunque ese asunto ya no tiene
importancia. Ahora tú eres la esposa y… ¿Me estás escuchando?
—¿Crees que la haya amado, o que aún la ame? —preguntó Claire, más
para sí que para Kate.
—No lo sé —respondió, extrañada por la pregunta—. Pero ¿por qué te
importa tanto que lo esté? A menos que… ¡Oh, Claire, no me digas que te
enamoraste de él!
El brillo en los ojos de su amiga fue respuesta suficiente.
—Pero ¿cómo? —atinó a preguntar.
Claire se encogió de hombros.

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—Uno no sabe cómo se enamora; el amor simplemente llega así, sin
previo aviso. Al final terminas enamorándote de la persona más inesperada.
Kate no sabía si sentirse feliz o preocupada. Ellas siempre soñaron casarse
por amor, y cuando Claire se había casado esas esperanzas quedaron rotas
para ella, por lo que era una gran dicha que se hubiera enamorado de su
marido; sin embargo, no dejaba de sentirse preocupada. Lord Blaiford parecía
buena persona, e incluso desde que Claire se casó con él se había vuelto
menos tímida y más confiada en sí misma, pero no por eso había que olvidar
que alguna vez fue un libertino y que Claire podía sufrir mucho si sus
sentimientos no eran correspondidos. Su amiga tendría que ganarse el corazón
de su marido, y ella le ayudaría si le era posible.
—¿Cuándo te diste cuenta?
—Esta mañana. Después de que me defendiera de mi padre me di cuenta
de…
—¡¿Fuiste a ver a tu padre?! —Claire alzó la mano para indicarle que la
dejara hablar.
—Sí, fui a verlo por motivos que te contaré después. —Recordó que tenía
que avisarle a Hannah que no se preocupara—. En ese momento me di cuenta
de que él es el hombre que siempre había esperado; que me apoya, me
entiende, me trata con cariño y, sobre todo, me defiende —suspiró—. Es el
hombre de mi vida, y hasta unos instantes estaba decidida a lograr que se
enamorara de mí. —Su tono se volvió melancólico—. Oh, ¿cómo pude pensar
eso? Si es verdad que Brandon estuvo enamorado de esa mujer, yo jamás
podría competir con ella, ni siquiera con su recuerdo. Ella es tan bonita, tan
elegante, tan…
—¡Basta! —la cortó—. Ella es parte de su pasado, y tú eres su presente.
Lo ves todos los días y estás con él todo el tiempo. Claro que puedes
conseguir que se enamore de ti. Además, si ellos al final no se casaron, fue
por algo.
Aunque no parecía muy segura, Kate pudo ver que la esperanza todavía
estaba presente, y eso le bastó.
Claire echó una mirada al salón: vio que Brandon hablaba con Lansdow y
que la misteriosa mujer estaba en el otro extremo del brazo de su marido,
mirando descaradamente a Brandon. Eso la molestó.
—Voy a tomar un poco de aire —le dijo a Kate, y salió hacia la pequeña
terraza sin que Brandon se diera cuenta, pues seguía hablando con lord
Lansdow.
La brisa nocturna le acarició la piel a través de la fina seda del vestido.

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Necesitaba pensar. ¿De verdad sería posible lograr que Brandon se
enamorara de ella? Kate tenía razón en un punto: si Elizabeth y él no se
habían casado, era por una razón muy fuerte. Romper un compromiso suponía
un escándalo grande, de esos a los que nadie se arriesgaría por un capricho.
Se preguntó si Brandon se lo diría si se lo preguntaba. Presentía que no y
saber que no le tenía esa confianza le causaba tristeza. Aun así, intentaría
averiguarlo más adelante. Tenía que saber qué había sucedido, como así
también si él todavía estaba enamorado de ella. Aunque dudada que lograra
plantear esa última interrogante. Pero de algún modo debía saberlo, tenía que
enterarse si había alguna posibilidad o si su corazón quedaría sumido en la
decepción, dado que se veían incapaz de luchar contra esa mujer, con sus
cabellos rubios y rasgos de ángel. ¿Qué haría si Brandon seguía enamorado de
ella? ¿Cómo se sobrepondría al golpe? No, no debía ser tan pesimista. Tal vez
la situación no tuviera tanta importancia y ella estaba allí haciendo
especulaciones sin sentido.
Esa noche hablaría con Brandon, tenían que aclarar tantas cosas.
Sintió que los vellos de la nuca se le erizaban, pero era consciente de que
no era por el frío. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ya no estaba sola.
La mujer rubia se había detenido tras de ella.

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Capítulo 20

Claire observó atentamente cómo la mujer, que estaba ataviada con un


vestido color melocotón, se acercaba hasta situarse a su lado.
Por varios segundos se mantuvieron en silencio. Claire no tenía intención
de hablar, a pesar de que en su cabeza rondaban miles de preguntas. Pero no
se las haría a ella, sino a Brandon. Se alisó los pliegues del vestido, dispuesta
a irse sin decir nada. No podía tomarse como una descortesía pues no se
conocían. Sin embargo, la mujer estaba decidida a remediar ese hecho.
—Lady Blaiford, ¿cierto? —preguntó con voz suave. Hasta su voz era
perfecta.
—Sí.
—Creo que no nos hemos presentado, yo soy lady Cork.
Por unos momentos Claire permaneció muda, esa era la mujer que la
había ido a visitar esa tarde. ¡La exprometida de Brandon la había ido a
visitar!, pero ¿con que propósito? Y ¿qué hacía ahí? ¿Por qué se había
acercado a ella justo cuando se encontraba sola? ¿No quería que las
escucharan? ¿Qué le iría a decir?
—Un gusto conocerla, lady Cork —atinó a decir.
—Por favor, llámeme Elizabeth —pidió.
Aunque existían muchas mujeres llamadas Elizabeth, Claire no necesitó
preguntarle para saber que su apellido de soltera era Cronwell. La misma
mujer que Juliane aseguraba que no habría tenido problemas para adaptarse.
La misma ante cuya mención Brandon se ponía nervioso. La que había ido a
visitarla esa tarde bajo el nombre de lady Cork y la que había estado
prometida con Brandon y cuyo compromiso se rompió por razones
desconocidas.
—Discúlpeme, lady Cork —remarcó las dos últimas palabras—, pero no
me parece apropiado llamarla por su nombre, dado que apenas nos
conocemos.

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—Tiene razón —admitió—, pero me encantaría remediar ese hecho. Sería
un placer para mí poder ser en un futuro amigas.
¿Amigas? ¿Habría oído bien? Claire no se apresuraba a juzgar a las
personas sin conocerlas; era posible que lady Cork fuera una buena persona y
sus intenciones fueran sinceras, sin embargo, ella no se veía siendo amiga de
la exprometida de su marido, por más buena que esta fuera.
Lamentablemente, eso no se lo podía decir, ya que además de que rayaba en
la descortesía, también la haría quedar como una tonta celosa. Tenía que
buscar una respuesta adecuada.
—Es posible —apuntó Claire.
—Oh, ¡qué descortés he sido! Permítame felicitarla por su reciente
matrimonio —exclamó de pronto con demasiado entusiasmo para ser real.
—Gracias —respondió escuetamente. Quería terminar rápido con la
conversación.
—¿Sabe? —continuó la mujer, sin captar la indirecta o sin querer hacerlo
—, yo conocí a su marido hace unos años. Cinco, para ser exactos.
Claire no respondió.
—Estuvimos comprometidos —agregó. Su sonrisa era maliciosa.
—Estoy enterada del asunto.
—Por desgracia, el compromiso se rompió.
—No puedo decir que lo lamento, pues, de haber sido de otra forma, yo
no estaría casada con él.
¿De dónde habían salido esas palabras? ¿Desde cuándo se había vuelto tan
insensible e impertinente? Pero ¿acaso era insensibilidad el hecho de decir la
verdad? Por la cara de la mujer, era obvio que ella así lo creía, pues entrecerró
los ojos y por un momento a Claire le pareció que estaba molesta. No tenía
derecho. Ella había iniciado la conversación incómoda, Claire solo había
sentido el impulso de defenderse. Como si se diera cuenta de que había
cometido un error, lady Cork volvió a sonreír, pero esta vez su sonrisa a
Claire le pareció falsa.
—Por supuesto. Entonces, ¿está enterada de por qué se rompió el
compromiso?
—La verdad es que no es asunto de mi incumbencia —la cortó—.
Además, el pasado no es importante porque no se puede cambiar, y tampoco
me afecta.
—Sí, es verdad —convino la mujer con un tono que ya distaba de ser
agradable—, el pasado no se puede cambiar y los hechos ya no deberían tener
importancia. Sin embargo, a veces todavía tiene la capacidad de afectarnos.

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Tal vez por eso él no le ha relatado nuestra historia, recordarlo debe herirlo
mucho. Lamentablemente, tenía que suceder; de otra manera, hubiéramos
sido muy infelices. O, al menos, eso era lo que pensaba yo en aquel tiempo.
Verá, estábamos muy…
—Lady Blaiford —la voz del marqués de Lansdow se hizo oír entre la
cháchara de la mujer—, qué bueno que la encuentro. —Su semblante era
neutro, pero Claire creyó distinguir un brillo de preocupación en sus ojos—.
La he estado buscando para que me conceda el honor de bailar conmigo la
siguiente pieza.
Tan absorta había estado en la conversación que no se había percatado de
que la orquesta había comenzado a tocar y que estaba a punto de terminar la
primera pieza.
—Será un placer, milord —respondió mientras tomaba el brazo que le
ofrecía, luego se dirigió a Elizabeth—. Fue un placer conocerla y hablar con
usted, lady Cork.
Las palabras no podían estar más lejos de la verdad.
—Para mí también fue un placer, pero espero que podamos vernos pronto.
Como le mencioné antes, me encantaría que nos conociéramos mejor. Tal vez
un día de estos podríamos tomar el té juntas.
No supo si se lo imaginó, pero Claire creyó advertir por un momento que
lord Lansdow le dirigió una mirada de desprecio a lady Cork por su último
comentario. ¿Se lo habría imaginado? El comentario en sí no tenía nada de
malo, pero estaba lo suficientemente bien formulado como para que la
cortesía obligara a la otra persona a responder de forma afirmativa. Sin
embargo, ¿por qué eso molestaría al marqués? ¿Sabría algo él que ella
desconocía?
—Es una buena idea —se obligó a responder.
Salió con lord Lansdow, que había recuperado su expresión inescrutable y
ahora la dirigía a la pista, donde las parejas ya se alistaban para la siguiente
pieza, que resultó ser un vals.
Mientras bailaban, Claire consideró si la intervención del marqués había
sido o no oportuna. Por una parte, quería escuchar las razones por las que se
rompió el compromiso. Tenía demasiada curiosidad al respecto, y el
secretismo de todos no hacía sino empeorarla. No obstante, prefería oír la
versión de Brandon. Que lady Cork estuviera tan ansiosa por contarle su
perspectiva de los hechos la hacía dudar de su palabra. ¿Qué necesidad tenía
de relatárselo? Los compromisos rotos eran un escándalo. Cuando sucedían,
los implicados preferían fingir que nada había pasado con la esperanza de que

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todos lo olvidaran. Claire sabía que la había buscado con la única intención de
contárselo, y eso no podía ser bueno.
Apenas habían pasado unos minutos desde que inició el baile cuando
Claire notó la mirada del marqués puesta en algún punto de la pista. Giró con
disimulo la cabeza para ver cuál era el motivo de su atención y descubrió, sin
ninguna sorpresa, que era Kate.
—Muy hermosa, ¿cierto? —comentó con una sonrisa.
Robert giró la cabeza hacia ella, despertando de su ensoñación. Se
reprendió por haber estado mirando de nuevo a esa rubia. ¿Qué le pasaba? Y
lo más importante: ¿qué era lo que le había dicho lady Blaiford? ¿Algo con la
palabra «hermosa»? Sí, era algo con eso.
—Sí, está usted muy hermosa esta noche.
Claire rio y lord Lansdow supo que se había equivocado. O bien no dijo
«hermosa», o bien no hablaba de ella, lo que no lo debió de sorprender, pues
lady Blaiford no era una mujer vanidosa.
—Agradezco el cumplido, pero no me refería a mí, sino a la señorita
Blane.
Robert se avergonzó de que lo hubieran descubierto mirándola.
—Sí, muy hermosa —confirmó a regañadientes.
No dijeron más. El resto del baile lo hicieron en silencio. Claire se olvidó
temporalmente de lady Cork y centró su atención en el interés que le
prodigaba lord Lansdow a su amiga. Estaba interesado, de eso no había duda.
¡Qué lástima que Kate no lo estuviera! O eso era lo que ella afirmó aquella
vez que trataron el asunto. ¿Cómo lo había llamado? ¡Ah, sí! «Bloque de
hielo». Una sonrisa pugnó por salir de sus labios. Su amiga no se molestaba
en hablar de personas que no le interesaban y mucho menos les ponía apodos,
se limitaba a olvidarlos. Tal vez las esperanzas no estuvieran perdidas
después de todo.
Terminó el baile y Robert la escoltó hasta donde estaba Brandon, que
pareció relajarse al verla llegar con él. Sin embargo, una mirada que
intercambió con Robert bastó para que su nerviosismo volviera, pero hizo
todo lo posible por ocultarlo cuando le rodeó la cintura con el brazo y la instó
a caminar lejos de la gente.
—¿Dónde has estado? —la reprendió suavemente—. Te me perdiste.
—Claro que no —sonrió—, estuve bailando con lord Lansdow y antes
estuve tomando aire. —Decidió que sacaría el tema del compromiso en la
noche.

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—Brandon, hijo, deseo irme. —La condesa viuda llegó a su lado. Se
abanicaba con fuerza—. Me siento un poco indispuesta. —Lo miró con
reproche.
Brandon supo que tendría que dar otra explicación, esta vez a su madre
por no haberle avisado del regreso de Elizabeth. ¿Los problemas no iban a
acabar? Seguramente la «indisposición» de su madre se debía a que no la
habían dejado de interrogar sobre el asunto y ella ya estaba harta. No era la
única.
—Por supuesto, madre. Iré a despedirme de unas amistades. —Entre ellas,
Robert. Necesitaba saber dónde habían encontrado a Claire antes de irse—.
Hagan lo mismo y busquen a lady Warwick.
El viaje de regreso no fue nada agradable, al menos para Brandon. Era
cierto que estaba aliviado por haber abandonado la fiesta, pero la
conversación con Robert lo había dejado más preocupado que antes cuando le
dijo que encontró a Claire hablando con Elizabeth. No supo decirle de qué,
pues se había limitado a interrumpir inmediatamente la conversación, pero lo
peor de todo fue cuando le contó que Elizabeth había manifestado su interés
de que ella y su esposa se conocieran mejor. ¡Por Dios, esa mujer no tenía
límites! Brandon no sabía qué haría si se presentaba uno de esos días a tomar
el té. Él no podía estar todo el tiempo en la casa y prohibirle la entrada a ella
despertaría sospechas. Estaba acorralado. Tenía que pensar en algo y rápido.
Claire, por su parte, no estaba mejor que Brandon. La conversación con
esa mujer volvía a rondar su mente y con ello tenía nuevas preguntas. La
principal de ellas era: ¿cuál era la culminación de la frase que iba a decir lady
Cork cuando la interrumpieron? «Estábamos muy…» ¿Muy qué?
¿Enamorados? Le dolería mucho si esa era la respuesta. ¿Habría estado
Brandon enamorado de ella? Lo más importante, ¿seguiría todavía
enamorado? ¿Cómo podría averiguarlo? No se veía con el valor de
preguntárselo por miedo a la respuesta. Sin embargo, sí hablaría con él esa
noche. Se había cansado de los misterios. Tenía que saber por qué esa mujer
lo ponía tan nervioso.
Inmersos en sus pensamientos, ninguno de los dos notó las miradas de
preocupación que les lanzaban las otras dos mujeres que se encontraban en el
carruaje. Lady Warwick y la condesa viuda se habían percatado de los
distintos semblantes de preocupación de ambos. Se percibía la tensión en el
carruaje y ambas sabían el motivo: lady Cork. Lady Warwick estaba
preocupada por las consecuencias que este regreso pudiera acarrear a su
sobrina y Juliane lo estaba por su hijo, porque aunque él lo desconociera, ella

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también sabía los motivos de su separación. Se había enterado por accidente
hacía algunos años, y estaba preocupada por la reacción de su hijo ante tan
inesperado regreso de la dama. También por los rumbos que pudiera tomar su
matrimonio por ello, pues, aunque jamás lo diría en voz alta, le estaba
tomando cariño a Claire y pensaba que ella era la persona perfecta para que
Brandon volviera a confiar.
Ambas mujeres se dirigieron una significativa mirada y se dieron cuenta,
no sin sorprenderse, de que por primera y posiblemente única vez estaban de
acuerdo en algo: tenían que ayudar a la pareja.

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Capítulo 21

Apenas llegaron a la casa, Brandon subió a su habitación, dejando así a un


lado la costumbre de acompañar a Claire a la suya, despedir a su doncella y
quedarse ahí toda la noche.
Claire no reconsideró su decisión de hablar con él por ese cambio de
circunstancias. Era cierto que había esperado que Brandon la acompañara a la
habitación como siempre hacía después de una velada, y de esa forma poder
conversar con él, pero ya que eso no sucedió decidió que tenía que ser ella
quien fuera a la suya. Así pues, después de que Lily le quitara el vestido y la
ayudara a ponerse el camisón, se dirigió hacia la puerta que comunicaba a los
dos dormitorios que, para su fortuna, estaba abierta. Dudó en entrar. Se
consideraba incorrecto que una mujer entrara en el cuarto de su esposo sin
que este la hubiera invitado, pero al final optó por dejar a un lado todas las
reglas del decoro y hacerlo. Lo que tenía que hablar con él era muy
importante y no podía esperar.
La habitación estaba en penumbras. Todas las velas habían sido apagadas
y la única luz provenía de la luna, que se lograba filtrar por la ventana pero
que no servía de mucho para que se pudiera distinguir algo en el enorme
cuarto. Claire no había estado nunca en esa habitación y, por ende, no se
atrevía a moverse por miedo a tropezar con algo. ¿Estaría Brandon dormido
ya? Una parte de ella deseaba que sí, la otra la reprendía por ser tan cobarde.
Tenía que acabar con el asunto.
—¿Brandon? —musitó.
Se dio cuenta de que había hablado muy bajo y abrió la boca para repetir
la pregunta, cuando oyó un movimiento proveniente de lo que creyó que era
la cama. Brandon se levantó y caminó hasta lo que debió de ser la chimenea,
pues oyó cómo lanzaba algo, y luego la luz del fuego iluminó la habitación.
Brandon había estado pensando en todos los acontecimientos del día hasta
que escuchó la voz de Claire llamarlo con un susurro casi inaudible, así que
fue a prender el fuego de la chimenea que había dejado sin encender porque

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no era una noche fría, y aunque lo hubiese sido, la rabia que sentía por
Elizabeth le hubiera impedido sentir frío alguno.
No se sorprendió al escuchar a Claire. En el fondo sabía que tendrían que
hablar. Seguramente ya se había enterado de su compromiso y había atado los
cabos. Sin embargo, como buen cobarde, tenía la esperanza de que la charla
se retrasara.
—Pensé que estabas cansada, por eso no me quedé en tu cuarto.
Era una excusa débil y ambos lo sabían.
—No estoy cansada.
—Me alegro.
Se acercó a ella y la tomó en sus brazos para luego intentar besarla, pero
ella lo detuvo con sus manos.
—Brandon, tenemos que hablar.
Él suspiró. ¿Por qué pensó que podría posponer el momento? Aunque en
verdad tenía muchas ganas de pasar la noche con ella para olvidarse de todo,
sabía que tarde o temprano tendrían que hablar. ¡Dios! ¿Qué le sucedía? Se
suponía que se había casado con ella porque sabía que no tendría el valor de
exigirle una explicación si él se negaba a dársela. ¿Por qué simplemente no la
echaba de su habitación como haría cualquier marido si su mujer iba a
importunarlo? Porque no podía. Se había dado cuenta de que nunca podría
tratarla así en el mismo momento en que había comprendido que nunca podía
serle infiel porque no deseaba hacerle daño, pero ¿acaso no causarían daño
sus mentiras? Se negaba a pensar en ellos. La verdad no era una opción, su
orgullo no le permitía que lo fuera, no le permitía admitir que el amor lo había
cegado hasta tal punto de no percatarse de que le estaban poniendo los
cuernos. Se negaba a contar la verdad, también a enamorarse de ella. Aunque
una parte en el fondo de él le decía a gritos que ella era diferente. Y cada día
se encariñaba más con Claire. Pero no podía permitir que ese cariño se
convirtiera en amor. Así existiría menos riesgo de dolor, menos riesgo de
sufrir y quedar destrozado.
A pesar de todo, le debía una explicación.
—Sí —admitió con un suspiro resignado, y se fue a sentar en uno de los
sillones cerca de la chimenea al momento que le indicaba con una mano que
tomara asiento en el del frente. Cuando ella lo hizo, continuó—: Supongo que
te habrás enterado de mi antiguo compromiso.
—Sí. —Las manos de Claire se removían inquietas en su regazo por la
pregunta que iba a hacer a continuación—: ¿Por qué se rompió el
compromiso?

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Brandon se sorprendió; había esperado que le preguntara por qué no le
había mencionado nada antes. Por lo menos para esa pregunta tenía respuesta,
pero para aquella no. Ni siquiera esperaba que llegara tan rápido. Sí, se había
resignado en que en algún momento Claire la haría, pero había tenido la
esperanza de que fuera cuando ya hubiera tenido tiempo de pensar una
respuesta razonable, en la que no tuviera que desvelar todas sus desdichas.
Tardó un rato en responder lo primero que se le ocurrió:
—Nos dimos cuenta de que no congeniábamos. —No se atrevió a verla a
los ojos.
Claire debería haberse conformado con esa respuesta, es más, debería
haberse alegrado porque, si esa fuera la verdad, significaría que Brandon ya
no la amaba o que tal vez nunca la amó, pero ella sabía que mentía. Había
tardado en responder, y no era porque dudaba si debía decirle la verdad o no.
No, era que estaba pensando en una mentira, pues ya tenía decidido que la
verdad no era una opción y que no le contaría nada. Claire lo supo cuando le
desvió la mirada. ¿Tan terrible sería la verdad, o no confiaba en ella? Tal vez
era un poco de ambas.
Le dolía mucho pensar que Brandon no le tenía confianza, y por más que
intentó justificarlo, no lo lograba. Ella no había hecho nada para fomentar su
desconfianza. Era cierto que a muchos maridos no les gustaba hablar con sus
esposas de temas que estuvieran fuera de lo ordinario, pero Claire pensaba
que la confianza era fundamental para que un verdadero matrimonio
funcionara. Además, Brandon no parecía de esos hombres que excluían a sus
esposas de todo por el simple hecho de ser mujeres. No, él era diferente.
Estaba segura de ello. También estaba decidida a averiguar la verdad. Tarde o
temprano lo haría.
—Brandon —dijo mientras, en un gesto de atrevimiento, se levantaba y se
sentaba en su regazo para poder verlo a sus ojos—. A veces la verdad puede
ser difícil, pero lo soluciona todo. Dime la verdad.
Lo estaba mirando con súplica. Sus ojos le pedían a gritos que le dijera la
verdad, que confiara en ella, y Dios era testigo de que deseaba hacerlo. Una
parte de él quería contarle todo y acabar con eso, pero su orgullo masculino,
ese maldito orgullo, se lo impedía. No soportaría que ella lo mirara con pena,
con lástima.
—Esa es la verdad.
Siguió sin poder mirarla a los ojos al decirlo, y hubiera deseado no alzar la
vista después de hacerlo, porque el corazón pareció partírsele en dos al ver la
tristeza en las profundidades negras de los ojos de Claire.

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La besó con pasión, queriendo consolarla y consolarse a sí mismo de
alguna manera. ¡Qué Dios lo ayudase! Esa muchacha le estaba empezando a
importar demasiado.
Claire se olvidó de todo en el momento en que los labios de Brandon
tocaron los suyos. Él tenía ese poder. En ese instante se olvidó de todas sus
protestas y preguntas faltantes y se entregó por completo al placer,
respondiendo a su beso y rodeando el cuello de él con los brazos para
acariciarle el cabello y la nuca. Ya se arrepentiría más tarde de no haber
insistido.
Cuando Claire bajó al día siguiente a desayunar, se encontró con que su
tía era la única que estaba presente en el comedor; algo extraño, pues solían
siempre desayunar todos juntos. Sin embargo, al levantarse se percató de que
el lado de la cama de Brandon estaba frío, por lo que debió salir al alba, lo
que no hacía raro que no estuviera en el desayuno. Y Juliane… No sabía
dónde estaba Juliane. Tal vez en su habitación, probablemente recuperándose
de su «indisposición» de la noche anterior. Quizás fuera bueno desayunar con
su tía a solas, tenían tiempo que no hablaban.
—Buenos días, tía —saludó.
—Buenos días, mi niña. ¿Cómo amaneciste?
Frustrada. Sí, esa era la palabra más exacta para describir cómo se sintió
cuando se levantó y descubrió que Brandon se había ido y que la noche
anterior había logrado alejarla de sus preguntas de una manera muy efectiva.
Pero lo que más irritada la tenía era que no fue capaz de decirle la verdad y no
habían terminado de resolver el asunto. Sí, «frustrada» era la palabra
adecuada si quería mentirse a sí misma y no admitir que estaba herida.
—Muy bien, ¿y usted?
Hasta para ella la respuesta sonó a mentira y, como era de esperar, su tía
no pasó por alto el hecho.
—¿Qué sucede, mi niña?
Claire se sentó y esperó a que le sirvieran el desayuno antes de hablar.
—Tía, ¿sabía que Brandon ha estado comprometido?
El sonrojo de arrepentimiento de su tía fue suficiente respuesta.
—Sí —respondió—. La ruptura del compromiso fue el escándalo de la
temporada. Todos comentaban sobre el tema.
—¿Por qué se rompió el compromiso? —preguntó, esperando que no se
notara demasiado su ansiedad por conocer la razón.
—Lo que lo hizo el escándalo de la temporada fue precisamente el
desconocimiento de esa interrogante. Las personas formularon miles de

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teorías, pero no pasaron de allí, pues tu marido nunca quiso decir el verdadero
motivo.
—¿Y ella?
Lady Warwick intentó recordar.
—Se fue del país después del escándalo. A Francia, según recuerdo. —
Frunció el ceño al acordarse algo más—. Creo recordar que también causó
mucho revuelo la desaparición de un tal Chace. No, Chauce… ¡Charles! Sí,
lord Charles… No recuerdo su apellido. Tengo entendido que era el hijo de
un vizconde. Ambos asuntos los relacionaron y empezaron a especular. Ya
conoces lo creativa que puede ser la alta sociedad.
—¿Los acusaron de huir juntos? —preguntó atónita.
—De eso y muchas cosas más. —Hizo un ademán con la mano para
restarle importancia al asunto—. Sin embargo, nunca se supo la verdad. Y, si
te soy sincera, no creo que ambos sucesos estuvieran relacionados. Como te
dije, los nobles suelen ser muy creativos. De haber sido esa la verdadera
razón, se habría sabido.
—Tía, ¿por qué no me lo mencionaste antes de la boda?
—No lo creí importante en ese momento.
—¿Crees que se amaron? ¿Se veían felices en el cortejo?
—Mi niña, no recuerdo bien. En esa época no salía mucho. Los problemas
económicos iban en aumento y nos era cada vez más difícil mantener las
apariencias. Fue poco antes de que mi esposo muriera y me viniera a vivir
contigo. Según dice la gente, se veían muy felices, pero… ¿por qué quieres
saberlo? Te enamoraste —concluyó su tía al ver la tristeza en los ojos de su
sobrina.
¿Acaso era tan evidente?
Claire estaba a punto de llorar por las emociones contenidas.
—¡Oh, mi niña!, no llores —la consoló, situándose a su lado, al ver que
las lágrimas empezaban a caer—. Eso fue hace más de cinco años. Que haya
estado enamorado en aquella época, no significa que lo esté ahora. Incluso es
posible que fuera un matrimonio de conveniencia. Sus familias eran muy
amigas porque pertenecían a los pocos nobles que viven en este pueblo.
—¿Y si no es así y estaban enamorados? ¿Y si todavía lo están?
—Lo veo improbable, mi amor. Ni siquiera creo que se amaran de verdad.
Si hubiese sido así, no habrían roto el compromiso.
—Pero sí…
—Nada, mi niña —la interrumpió—. Ya nada de eso importa. Ahora tú
eres su esposa y ella también está casada.

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—Pero sí la amó y… y esa mujer me dijo que el asunto debió herirlo y,
y… —La tristeza y las lágrimas le impedían hablar con coherencia.
—¿Hablaste con esa mujer?
Claire asintió.
—¿Cuándo?
—Ayer, en la terraza. Iba a empezar a contarme su historia con Brandon,
pero lord Lansdow nos interrumpió —se quejó—. Ojalá no lo hubiese hecho.
—Tal vez fue lo mejor —comentó lady Warwick con un semblante serio
—. Mi niña, no siempre se debe creer en lo que se dice sin tener la certeza de
que así sucedieron los hechos.
—Tía, eso ya no importa. Yo solo deseo saber si Brandon la ama. Yo no
lo culparía por ello. Ella es tan hermosa…
—Tú también lo eres. Además, eres buena, cariñosa, sincera, leal y tienes
un sinfín de cualidades más.
—Eso no enamora a un hombre.
—¿Quién dijo que no? ¡Claro que sí! Tienes muchas ventajas sobre esa
mujer.
—¿Usted cree?
La esperanza brillaba en sus ojos.
—Estoy segura. Esas cualidades te vuelven un tesoro que cualquier
hombre quisiera tener. —Se interrumpió un momento y luego añadió—: Por
otra parte, si logramos mantener a este hombre feliz, las cosas resultarán más
fáciles.
—¿Y cómo se logra mantenerlo feliz? —preguntó curiosa.
—Bueno, hay ciertas cosas que una puede hacer…
Los tomates quedarían opacados si los compararan con el tono rojo de las
mejillas de las mujeres cuando terminó la conversación.

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Capítulo 22

Brandon llegó a casa después de la cena. Todo el día se lo había pasado


visitando a los arrendatarios y solucionando problemas que, al parecer, se
habían puesto de acuerdo para juntarse ese día en específico. Tenía un hambre
golosa. No había comido nada aparte del desayuno y una pequeña merienda
que le había preparado la cocinera para el camino, pero no era mucha comida,
pues no tenía pensado pasar todo el día fuera. También le dolía horrores la
cabeza; en parte por el hambre y el cansancio, y en parte por las preguntas
que no habían abandonado su mente, a pesar de lo ocupado que estuvo.
Esa mañana había hablado con su madre que, como era de esperar, le
exigió una explicación. Sin embargo, él hubiera deseado que se la exigiera en
otro momento y no en el amanecer. ¡Se había levantado temprano para
evitarla!, pero el destino ni siquiera pudo hacerle esa concesión. Su madre lo
conocía tan bien que sabía que intentaría posponer el momento y por eso fue a
su encuentro, aunque para eso tuviera que hacer el esfuerzo de levantarse
temprano.
«Qué tercas pueden ser las mujeres», pensó Brandon cuando se la
encontró en la sala de desayuno. Allí le empezó a soltar una reprimenda por
haberla mantenido lejos del asunto, para luego culminar con una pregunta que
no había dejado de darle vueltas en la cabeza:
—¿Qué vas a hacer?
Ni él mismo sabía la respuesta y así se lo dijo. No tenía idea de qué iba a
hacer. El problema se estaba volviendo cada vez más grande y difícil de
resolver.
Subió a su habitación y ordenó un baño, posteriormente bajó a cenar y
devoró todo cuanto le pusieron por delante.
Cansado como nunca antes lo había estado, subió otra vez a su cuarto,
dispuesto a terminar su estresado día con un sueño reparador, pero, al parecer,
el día no estaba destinado a terminar todavía. De repente, gran parte del
cansancio que sentía se desvaneció.

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Claire estaba sentada en el borde de la cama, con el camisón que había
usado en su noche de bodas, y lo veía con una sonrisa tímida pero a la vez
seductora. ¿Cómo conseguía esas dos cosas al mismo tiempo? Y lo más
importante: ¿cómo lograba volverlo loco de deseo con una mirada?
Claire estaba nerviosa y a la vez sentía una gran excitación por el hecho
de haberse atrevido a llegar hasta allí. Había decidido seguir los consejos de
su tía al pie de la letra y se propuso comenzar esa noche. Mientras más pronto
mejor, ¿no? Sí, así existían menos probabilidades de que se arrepintiera, por
lo que decidió ponerse el atrevido camisón de su noche de bodas y esperarlo
en su cuarto una vez lo sintió bajar a cenar. No podía negar que le extrañó que
llegara tan tarde, pero en esos momentos las razones no le importaban, pues
su objetivo era otro.
Una vez en la habitación de Brandon, le había costado mucho decidirse en
dónde ubicarse. Había pensado en acostarse en la cama, pero desechó la idea
porque sería caer en la rutina, así que optó por quedarse de pie, apoyada en
uno de los postes de la cama, pero se cansó, por lo que fue a sentarse en uno
de los sillones de la chimenea. Se levantó de nuevo cuando se le ocurrió que
posiblemente Brandon no la notara allí. Al final decidió sentarse en el borde
del colchón. Acababa de adoptar una posición cómoda cuando escuchó
abrirse la puerta y poco después entró Brandon, a quien recibió con una
sonrisa tímida.
Había llegado la hora.
—Claire… —musitó.
—Te estaba esperando —dijo, levantándose para colocarse frente a él, tan
cerca que podía sentir en su frente su respiración cada vez más agitada.
Se puso de puntillas y, rodeándole el cuello con los brazos, lo besó.
Brandon inmediatamente la apresó con sus brazos para atraerla más hacia él y
profundizó el beso. No sabía qué pensaba hacer o decirle Claire, pero no le
interesaba averiguarlo, ¿o sí?
Claire buscó a tientas los botones de su chaleco y los fue desabrochando,
dejando a Brandon cada vez más atónito. Le quitó el chaleco y lo arrojó al
piso; la camisa siguió los mismos pasos. Claire se deleitó tocando su duro
torso y sonrió en una de las pausas del beso. No podía creer lo que estaba a
punto de hacer, quién diría que su tía podría tener tantos conocimientos de
hombres y sus gustos. Se sentía como una desvergonzada y le gustaba. Sentía
que por fin hacía algo atrevido en su vida y eso no podía ser más estimulante.
Tirar por la borda todas las reglas de la educación y el pudor para aventurarse
a lo desconocido.

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Sería una noche interesante.
—Brandon —murmuró, separándose un poco de él—. Descubrí a qué
trucos se refería lady Murray, ¿te los muestro? —Sonrió de la manera más
pícara que pudo.
Brandon no terminaba de creerse lo que estaba sucediendo: su tímida
esposa se estaba volviendo atrevida. No dispuesto a averiguar si eso era bueno
o malo, la siguió hasta la cama, donde ella le procedió a mostrar todos los
«trucos», lo que hizo que esa nueva faceta de Claire le gustara mucho.
Agotada, Claire se levantó al día siguiente y agradeció que Brandon se
hubiera despertado otra vez temprano, porque no se creía capaz de poder
verlo a la cara sin ponerse roja de vergüenza. ¿Cómo había podido hacer todo
eso anoche? Cuando su tía se lo propuso, tenía la certeza de que no lo
lograría, pero lo hizo, y, por extraño que pareciese, se sentía orgullosa de ello.
No obstante, eso no impedía que sintiera vergüenza. ¡Se había comportado
como una descarada! Solo de recordar todo se le subía el color a las mejillas.
No se había dado cuenta de la magnitud de todo lo que había hecho hasta que
ambos estaban agotados y recostados en la cama. La reacción de Brandon
ante la exclamación de sorpresa de Claire cuando comprendió el alcance de
sus actos consistió en una sonora carcajada que precedió a un bostezo, hasta
que se quedaron dormidos. Definitivamente el amor la hacía hacer cosas
impensables.
Se desperezó y se preparó para afrontar un nuevo día que prometía cosas
buenas, al menos desde su punto de vista, ya que estaba de muy buen humor,
y no era para menos.
Durante la mañana se limitó a hablar con la cocinera para ver qué platos
se servirían ese día, a pasear por la casa y a responder una carta de Kate en la
que preguntaba cómo estaba después de lo del día anterior.
Brandon no fue a almorzar, lo cual no era extraño, dado que nunca lo
hacía. Extraña fue la visita que recibió a la hora de té. O, mejor dicho,
desagradable.
Tal vez el día no sería tan bueno, después de todo.
Claire estaba bordando en una de las múltiples salitas de la casa, pensando
en un posible paseo a caballo que la sacara de la rutina, cuando recibió la
tarjeta de visita que le entregó el mayordomo. Hizo una mueca al ver el
nombre, pero no se podía negar a recibirla, aunque aquella visita no hubiese
sido invitada. No había opción, tendría que ver a lady Cork.
Claire indicó al mayordomo que la dirigiera a la sala donde se tomaba el
té mientras se dirigía hacia ella. Esperó a la mujer sentada en uno de los

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sillones enfrente de la mesa, con una expresión que denotaba una calma que
no sentía. Deseó haber sido avisada con anterioridad de la visita para así
poder haber inventado una excusa rápida para rechazarla o para que al menos
se colocara un vestido más presentable que el color melocotón que llevaba
puesto y que ya lucía desgastado. Lamentó más este último hecho cuando vio
a la mujer elegantemente vestida con un sencillo pero bien parecido vestido
de muselina verde que combinaba con sus ojos.
Claire se levantó para recibirla y con desgano la invitó a tomar asiento.
—Me alegra volver a verla, lady Blaiford —comentó la dama, sonriendo,
después de que los criados hubieran traído el té.
—El sentimiento es mutuo, lady Cork —respondió. Ante todo, la cortesía.
—Estoy muy contenta de que haya podido recibirme. Lo que mencioné en
la velada era cierto: nada me haría más feliz que pudiéramos ser amigas.
Amigas. Otra vez esa palabra. ¿Cuál era el empeño de la mujer en que lo
fueran? Esta vez Claire no pudo contenerse y preguntó:
—Usted disculpará mi atrevimiento, pero ¿por qué desea que seamos
amigas?
Fue notable que a la mujer le sorprendió la pregunta. No obstante, se
recuperó rápido y sonrió.
—Pues me ha parecido usted una persona muy amigable y a mis oídos han
llegado muy buenas referencias suyas. Después de pasar tanto tiempo fuera de
Inglaterra, no me quedan muchas amigas. Sería una lástima perder la
oportunidad de una amistad así por hechos del pasado sin importancia. —
Tomó un sorbo de té y Claire creyó ver que ocultaba una sonrisa.
De alguna manera, había conseguido volver, otra vez, al tema de Brandon.
—Sí, una lástima —murmuró con evidente sarcasmo, pero la mujer no
pareció notarlo, o no quiso hacerlo.
—Yo entiendo que para usted puede ser algo incómodo fomentar una
amistad con una persona que estuvo comprometida con su marido, sobre todo
por lo que habrá oído comentar a la gente. —Su expresión era tan inocente
mientras lo decía que era difícil creer que la mujer fuera capaz de hacer algo
malo.
—Le repito, lady Cork, que para mí los asuntos pasados no tienen
importancia —respondió tan cortante que ni ella misma reconoció su tono.
¿Causaría mucho escándalo si la echaba de su casa? Su presencia la irritaba.
—Es verdad —concordó con un asentimiento exagerado de cabeza—.
Que hayamos estado muy enamorados y a punto de casarnos no debe ser un

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impedimento para nuestra amistad, por eso me he tomado el atrevimiento de
venir a visitarla hoy.
Claire no prestó atención a las palabras que siguieron a «enamorado». Esa
sola bastó para que un mar de pensamientos arremetieran contra su mente.
Entonces sí estuvieron enamorados. A pesar de que otras miles de preguntas
rondaron su cabeza, como la de si Brandon seguiría enamorado de ella, se
obligó a apartarlas. No podía permitir que la mujer se diera cuenta de que sus
palabras malintencionadas la habían afectado. Las preguntas y repuestas las
dejaría para después, por el momento debía buscar la forma de cambiar de
tema o echarla discretamente de su casa. Sin embargo, algo en su expresión
debió mostrar, aunque fuera por un instante, lo que sentía, ya que lady Cork
sonrió con lo que le pareció satisfacción y continuó hablando sin esperar
respuesta de Claire.
—Aquella noche no pude terminar de contarle la historia, pero ahora con
más calma lo haré, porque pienso que está en su derecho de saberlo —lo dijo
como si en verdad creyera que le estaba haciendo un favor.
¿Es que acaso no se daba cuenta de que se notaba su falsedad?
Claire se enderezó en el asiento en una pose orgullosa, y se disponía a
decir algo que acabara con la conversación cuando lady Cork se apresuró a
hablar, como si se hubiera percatado de sus intenciones.
—Verá, como le conté aquella noche en la velada, es normal que Bra…
lord Blaiford no desee hablar del asunto, pues…
—¿Cómo sabe que no estoy enterada de lo que sucedió? —interrumpió.
Comprobó con satisfacción que la pregunta la había desconcertado, pero al
parecer la mujer tenía un don nato para recomponerse rápidamente.
—Solo lo he supuesto. ¿Qué le ha contado su esposo? —preguntó con
cautela.
Nada.
La falta de información no la había amargado tanto hasta ese momento.
Pero sobre su cadáver dejaría que esa mujer lo supiera.
—No creo que sea conveniente hablar de estos temas si deseamos ser…
amigas. —Le costó bastante pronunciar la última palabra.
Claire sonrió para intentar dar veracidad y seguridad a la excusa.
No funcionó. El semblante de la mujer volvió a mostrar una expresión de
satisfacción, por lo que Claire supo que la había descubierto. Por primera vez
en su vida sintió odio.
—De todas formas, siempre es mejor dejar las cosas claras, para poder
empezar bien. Además, es importante conocer las dos versiones de la historia.

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Y no es que esté insinuando que debe dudar de la palabra de su esposo, solo
pienso que cada quién tiene derecho a expresar su opinión del asunto.
Claire le iba a repetir por enésima vez que no le interesaba saber, pero
nuevamente la mujer se adelantó:
—La razón por la que supuse que no le había contado nada fue porque el
desarrollo de los acontecimientos no resultó agradable. Verá, nos
comprometimos en el comienzo de mi segunda temporada, hace cinco años.
La primera ya había sido un éxito y era momento de buscar un esposo. Creí
que fue amor a primera vista. Él ya era un hombre de veintitrés años, pero yo
apenas tenía su edad, unos diecinueve años, ¿verdad? —Claire asintió—. Para
ese entonces me emocionó la idea de convertirme en la esposa de un conde,
como mi padre, y esa ilusión la confundí con amor. Me di cuenta un tiempo
después de que él no era para mí y se lo hice saber, ya que no quería atarlo a
vida sin amor como la mayoría de los matrimonios aristocráticos, pero para él
ya era tarde porque me confesó que estaba enamorado de mí. Me rogó que lo
intentáramos y me aseguró que me amaría por siempre. Ante mi negativa a
continuar, decidimos romper el compromiso y no decirle a nadie el motivo.
Fue muy noble de su parte no decirles a mis padres que fui yo la que me eché
para atrás, se habrían molestado mucho. Sin embargo, debimos haber
imaginado que romper un compromiso causaría polémica —suspiró
dramáticamente—. Fue entonces cuando mis padres me mandaron a Francia
con una tía, para dejar atrás el escándalo. Ahí conocí hace un año a lord Cork,
que iba a visitar a unos familiares. Pidió mi mano y mis padres accedieron
porque mi edad casadera estaba por terminar. No le voy a decir que estoy
enamorada, pero es un hombre muy agradable.
Claire sintió que pronunciaba esas últimas palabras con desprecio, como
si fueran mentira y le costara decirla, pero no se detuvo a analizarlas. Estaba
en un trance por la historia. Sentía cómo el dolor empezaba a atravesar la
barrera que protegía su corazón, pero había algo que hacía que esta no
cediera: la duda. Duda de la palabra de la mujer que tenía enfrente. Existía
algo que no cuadraba en la historia, algo que no podría analizar mientras ella
siguiera ahí.
—Ha sido una visita muy grata —escupió las últimas palabras, pero su
semblante permaneció inescrutable—, pero me temo que tendrá que terminar,
dado que acabo de recordar que tengo cosas importantes que hacer. Fue un
placer verla.
No le importaba que fuera una forma brusca de echarla o si la excusa era
débil o no, la quería fuera de su casa ya.

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—Para mí también ha sido un placer verla —dijo mientras se levantaba.
Tenía esa sonrisa que a Claire ya le estaba empezando a irritar—. Espero que
podamos vernos pronto.
La mujer se fue y Claire consideró todo lo que había escuchado,
ignorando deliberadamente el dolor que insistía derribarla. Se lo tenía bien
merecido. ¿Acaso no quería conocer la verdad? Ya la tenía, si era esa la
verdad. ¿No le había dicho la misma Elizabeth que siempre era bueno conocer
ambas partes de la historia? Bueno, ella desconocía una, y aunque viera difícil
descubrirla, no podía dar crédito a una versión mientras permaneciera oculta
la otra. Además, había muchas cosas para ella que no encajaban. Por lo que
conocía de Brandon, un hombre orgulloso. Por más que lo intentaba, no lo
veía mendigando amor. O eso era lo que quería creer. Tenía que aferrarse a
esa idea para no llegar a la conclusión de que Brandon estaba tan enamorado
que se olvidó de su orgullo y rogó una oportunidad, diciéndole cuando esta le
fue negada que la amaría por siempre. Ese fue otro golpe a la barrera del
corazón de Claire. «Me aseguró que me amaría por siempre». Ella siempre
estuvo consciente de que Brandon no se casó con ella por amor. De hecho,
todavía desconocía las razones de ese matrimonio, por lo que si la historia
resultara cierta, era posible que esas palabras también lo fueran; y, en ese
caso, se habrían roto para ella todas sus esperanzas de ser feliz.
Tenía que conocer la otra parte de la historia.
Brandon entró en ese momento en la sala de té. Parecía agitado y
nervioso. Solo habían pasado unos minutos desde que Elizabeth se había ido,
por lo que Claire se preguntó si no habría tenido un encuentro frente a frente
con su exprometida.

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Capítulo 23

Brandon no sabía cómo describir lo que sintió cuando vio a Elizabeth


saliendo de la casa. Sintió rabia, impotencia y, sobre todo, miedo. Miedo a lo
que pudo haberle dicho a Claire, a lo que se avecinaba.
Estuvo dispuesto a pasar de largo sin brindarle ni siquiera una inclinación
de cabeza, como dictaba la buena educación, pero debió saber que Elizabeth
tenía otros planes. Lo agarró del brazo cuando pasó a su lado.
—¿Qué quieres? —preguntó con brusquedad, e intentó liberarse de su
brazo con disimulo. No quería que la servidumbre hiciera correr rumores de la
hostilidad entre ambos.
—Saludarlo, lord Blaiford. ¿Desde cuándo se ha vuelto tan maleducado?
—Sonrió con malicia.
Brandon se zafó de su brazo.
—¿Qué has venido a hacer aquí?
—He venido a visitar a tu esposa. —Su sonrisa se ensanchó.
La furia se empezó a evidenciar en el rostro de Brandon. Estaba perdiendo
la paciencia.
—¿Qué le has dicho?
—Le he manifestado mi interés de que seamos amigas. —Se puso el dedo
índice en la barbilla en un gesto pensativo e inocente—. Aunque no la vi muy
emocionada con la idea. No importa, soy una mujer paciente.
—Elizabeth… —Brandon pronunció la palabra entre dientes, con un tono
de amenaza distinguible para todo el que tuviera oídos.
La mujer se limitó a reír y a salir apresuradamente hacia la seguridad de
su carruaje, dejando a Brandon furioso y con miedo a lo que se encontraría
adentro.
Brandon se dirigió a la salita del té, donde supuso que encontraría a
Claire. No se equivocó. Estaba sentada en uno de los sillones y tenía una
expresión pensativa que se desvaneció apenas lo vio entrar. ¿Qué le habría
dicho Elizabeth? ¡Cómo lamentaba no haber estado presente! Mientras estaba

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en el campo, siempre había preferido encargarse de los asuntos relacionados a
su tierra él mismo, como hacía su padre, pero tendría que contratar a un
administrador temporalmente para tener más tiempo libre, al menos hasta que
el problema se solucionara.
—Veo que tuviste visitas —comentó a la ligera. Necesitaba averiguar de
qué habían hablado.
—Lady Cork vino a verme. Supongo que te la habrás encontrado cuando
llegaste —respondió ella con tranquilidad.
—Llegué cuando ya se estaba yendo —mintió.
Claire pensó que Brandon tenía que aprender a mentir, lo hacía peor que
ella.
—¿De qué hablaron?
Ella se sorprendió de que la pregunta viniera tan directa, sin tapujos. Los
hombres nunca se interesaban por las conversaciones entre mujeres, y aunque
Claire sabía que él iba a desear saber los detalles de esa conversación, no
pensó que sacaría el tema de manera tan indiscreta. Debía estar desesperado,
pero ella no podía decirle de qué habían conversado. Sería una conversación
incómoda y si hablaba de ella en ese momento podía mostrar en su voz el
dolor que sentía. No quería que él supiera cuánto le afectaba todo ese asunto.
Prefería no tratar el tema hasta saber la otra versión de la historia, y como le
quedó claro desde hacía tiempo que él no se la pensaba decir, tendría que
buscarla por otro lado.
—Nada fuera de lo común —contestó mientras se levantaba, y salió del
saloncito, consciente de que ella tampoco era buena mentirosa.
Brandon soltó una maldición que Claire logró oír a pesar de que se
encontraba lejos del saloncito. Como supuso, no le había creído. Experimentó
una pequeña y perversa satisfacción al saber que él debía estar sintiéndose tan
frustrado como ella cuando no le decía la verdad. También se preguntó si no
hubiera sido mejor confrontarlo y comentarle la versión de Elizabeth para
obligarlo a decirle la de él; sin embargo, la experiencia le decía que habría
buscado la manera de desviar el tema. Ella tenía que conseguir otras fuentes
de información.
Claire buscó por toda la casa a la persona que esperaba que le aclarara los
hechos, pero no la hallaba por ningún lado, hasta que una discusión en voz
alta, proveniente de la sala de costura, le indicó su paradero.
—Le repito que queda mejor en azul —dijo Juliane.
—Y yo le aseguro que se ve mejor en verde —insistió lady Warwick.
—En azul siempre ha quedado bien.

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—En verde quedará mejor.
—Por supuesto que no. ¿Cómo se le ocurre? Se verá ridículo —replicó la
condesa viuda.
—Ridícula es su negación al cambio —se empecinó lady Warwick.
—Usted no tiene buen gusto.
Una exclamación poco propia de una dama se escuchó cuando Claire
estaba cerca de la puerta. Segundos más tarde, vio a su tía tan exasperada que
ni siquiera se percató de la presencia de su sobrina.
Claire entró en la sala de costura donde todavía se encontraba Juliane, al
parecer muy satisfecha de haberse salido con la suya.
—¿Puedo hablar con usted un momento?
Juliane se sorprendió.
—Por supuesto, niña. Siéntate. —Señaló la silla frente a ella.
—¿Por qué se rompió el compromiso entre lady Cork y Brandon?
Claire estaba cansada de los rodeos.
Ninguna de las clases impartidas a Juliane desde muy joven para mantener
una expresión neutra ante cualquier situación o comentario le ayudaron para
evitar mostrar su sorpresa ante una pregunta tan indiscreta. Tendría que darle
a esa niña unas clases de discreción, pero primero tendría que buscar la forma
de evadir la pregunta.
—Nadie lo sabe.
—¿No se lo mencionó ni siquiera a usted?
Juliane negó con la cabeza. No era una mentira, pues Brandon no se lo
había dicho, y tampoco le correspondía a ella decir la verdad.
Claire se estaba desesperando. Sus posibilidades de conocer la verdad
bajaron de una a cero. ¿Cómo comprobaría si lo que lady Elizabeth le dijo era
verdad? Se le ocurrió una idea.
—Luego de que se rompió el compromiso, Brandon parecía triste o
herido…
Otro golpe sorpresa que tomó desprevenida a la condesa viuda.
—¿Por qué lo preguntas? —evadió la pregunta.
—He oído rumores.
No era exactamente una mentira, por lo que pudo decirlo sin que se notara
el engaño. Sin embargo, Juliane pudo adivinar que tales rumores provenían de
lady Cork.
—Niña, deberías saber que no hay que hacerles caso a los rumores —la
reprendió—. Por lo general, no son ciertos.
—La fuente parecía confiable.

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—Ninguna lo es —replicó.
—¿Pero no notó nada raro en su comportamiento en ese entonces?
Juliane suspiró. Creía haber dejado el tema atrás.
—No me interesó inmiscuirme en el tema —afirmó y añadió suavemente
—: Y tú no deberías hacerlo. Nada del pasado importa. Si el destino quiso que
la esposa terminarás siendo tú, por algo debe ser.
Claire salió abatida de la sala de costura por no haber obtenido la
información deseada. No obstante, tampoco se sentía tan mal. La última frase
de Juliane la había animado un poco, y quiso pensar que era verdad que si el
destino había querido que la esposa terminara siendo ella, por algo debía ser.
Decidió centrarse en ese pensamiento e intentar olvidar todas sus dudas.
Resultó ser más fácil de decir que hacer. No pudo olvidarse de todo. Las
dudas no dejaban de rondarle la cabeza y mantenerla absorta pensando en la
situación. Brandon se dio cuenta de ello, y en su interior no dejaba de
preguntarse qué le habría dicho Elizabeth, ya que su relación se estaba
volviendo más distante.
Pasaron dos días luego de la visita de Elizabeth y los Blaiford recibieron
una invitación de lady Kindell para un almuerzo de campo. La temporada
social ya casi finalizaba y el otoño estaba por llegar, así que era un evento
pequeño, al que solo invitaron a la aristocracia local, por lo que los Blane no
asistirían. Claire habría deseado seguir siendo esa señorita respetable y sin
título que era antes. No quería ir a ese encuentro, ni a ningún otro, cuando
existía la posibilidad de encontrarse allí a lady Cork. Se estaba comportando
como una cobarde, lo sabía, pero no le importaba. Aún tenía muchas cosas en
la cabeza para tolerar otro encuentro con esa mujer.
La hermosa casa de campo de los Kindell mostraba el ambiente perfecto
para las reuniones, y si a eso se añadía el día soleado y despejado de nubes, se
predecía un maravilloso almuerzo. No obstante, ninguno de estos factores
sirvió para alegrarle el día a Claire, quien lo primero que vio al llegar fue a
lady Cork entrando del brazo de su esposo, casi al mismo tiempo que ella y
Brandon.
Durante toda la reunión, Claire estuvo en un estado de ánimo fúnebre, y
Brandon no parecía estar mejor. Era evidente para cualquiera que tuviera ojos
y conociera la historia de Brandon y Elizabeth que la pareja se sentía
incómoda ante la presencia de los Cork, lo que dio pie a murmuraciones que
probablemente se extenderían al día siguiente.
Después del almuerzo, los invitados se reunieron en grupos. Juliane se
encargó de dejarla con unas jóvenes esposas que no hacía más que

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chismosear, por lo que ella no participaba en la conversación y solo se
limitaba a asentir en caso extraño de que le preguntaran algo. Ya hastiada,
pasó la mirada por el lugar en busca de Brandon para ver si lo podía
convencer de irse temprano, pero al no hallarlo murmuró una disculpa y se
fue a buscarlo.
Brandon estaba dando un paseo por los jardines traseros de la propiedad, a
ver si de esa manera se tranquilizaba un poco. El almuerzo había terminado
siendo un completo desastre; lo mejor sería irse, pero hacerlo tan temprano
causaría muchas especulaciones que no necesitaban. Suficiente tenía con las
que se estaban formando por no poder controlar su descontento ante la
presencia de los Cork.
Llegó a un templete que reconoció como uno de los lugares a los que solía
llevar a sus antiguas amantes; en la noche, claro, cuando los Kindell
realizaban veladas al principio de la temporada. Pensó en la reacción de su
esposa si la arrastraba hacia ahí en pleno día. Sonrió al imaginárselo.
—¿Por qué tan feliz, querido? —preguntó una voz familiar.
Brandon soltó un gruñido y se giró para enfrentarse a Elizabeth.
—Lárgate —le ordenó.
—Pero si acabo de llegar —se burló.
—Entonces me iré yo.
No iba a arriesgarse a que los vieran juntos.
—¿Por qué tan pronto? —Le cortó el paso—. Cualquiera diría que no te
es grata mi compañía.
—No me es grata tu compañía.
—Brandon, tenemos que hablar —dijo, esta vez en tono más serio.
—No tenemos nada de qué hablar.
Intentó huir de nuevo, pero ella volvió a trancarle el paso.
—Claro que sí. —Se pegó a él, rodeándole el cuello con los brazos y
dejándolo medio inmovilizado—. ¿Es que ya no me amas?
Tantas veces se había hecho él la misma pregunta. Hubo un tiempo en que
la amó con locura, en que hubiese dado la vida por ella, pero ese tiempo había
pasado.
—No —se lo dijo mirándola a los ojos para que no le quedara ninguna
duda—. Hace años que dejé de hacerlo.
—No te creo. —Se negaba a soltarlo mientras él intentaba quitársela de
encima—. Al menos debes seguir deseándome. Es imposible que la insípida
de tu esposa pueda mantenerte contento.

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Brandon recordó lo sucedido aquella noche y casi se echó a reír, pero
pudo más la rabia que sintió al oír el insulto proferido hacia Claire. De un
empujón se la quitó de encima. Poco le importó si le hacía daño o no.
—No la insultes. Ella es mejor mujer que tú. —La satisfacción lo inundó
al ver la expresión de horror de Elizabeth—. Y sí, me hace muy feliz en todos
los aspectos. —Se sorprendió al caer en cuenta de que no eran palabras
destinadas a herir, sino que eran ciertas. Claire lo hacía feliz y no solo en la
cama. Ella hacía que se sintiera vivo de nuevo.
—¡Imposible! —chilló Elizabeth—. No te puedes haber olvidado de mí
tan fácilmente.
Aún ensimismado en su nuevo descubrimiento, Elizabeth lo tomó
desprevenido cuando se lanzó sobre él y posó sus labios sobre los suyos. Él se
la quitó en cuanto reaccionó, pero una exclamación ahogada les indicó la
presencia de un tercero.

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Capítulo 24

Brandon se zafó inmediatamente de los brazos que lo mantenían cautivo


para enfrentarse al intruso, que resultó ser Claire.
Con toda la fuerza de voluntad que fue capaz de reunir, Claire logró, no
sin esfuerzo, componer una expresión neutral ante lo que acababa de ver. No
les pensaba dar el gusto de verla dolida. Decir que se sentía destrozada era
poco: sentía como si le hubieran arrancado el corazón, lo hubieran tirado al
piso, para después pisotearlo y, posteriormente, devolverlo a su lugar hecho
trizas. Ya no necesitaba saber la otra mitad de la historia, estaba claro que
seguían amándose y ella estaba de más. Había sido una estúpida al
enamorarse a sabiendas de que lo más probable era que no fuera
correspondida.
Enderezó los hombros, se giró y salió del lugar con toda la dignidad que
pudo, como si no fuesen más que unos bichos no merecedores de su atención.
Sin embargo, su determinación de mantenerse tranquila fue flaqueando a cada
paso que daba. Le dio la impresión de que Brandon la llamaba, pero siguió
caminando. Tenía que irse de ahí.
Mientras, Brandon se encontraba perplejo. Eso no podía estar
sucediéndole a él. Todo sucedió tan rápido… Lo que debía ser un momento
de paz se convirtió en un trágico suceso.
Cuando logró salir del trance, lo primero de lo que se percató fue de la
cínica sonrisa de Elizabeth. Quiso borrársela a como diera lugar, pero no
pensaba perder el tiempo. ¡Maldita mujer!, ya se las pagaría. Llamó a Claire,
pero ya estaba lejos, así que optó por salir tras ella, apartando de un empujón
a la mujer que se interpuso en su camino.
—Niña, ¿qué te sucede? —preguntó Juliane al ver su expresión.
Claire se había acercado a ella, pálida y haciendo claros esfuerzos para
contener el llanto. Se la llevó a un lugar lejos de los oídos curiosos.
—Quiero irme —pidió. Su voz era ronca por los sollozos contenidos.
—Pero ¿qué sucedió? Aún es…

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La respuesta a la pregunta apareció en ese instante.
—Claire… —musitó Brandon.
Esta se negó a verlo, respiró hondo y con un esfuerzo sobrehumano logró
tranquilizarse un poco.
—Deseo irme, no me encuentro bien —logró decir, controlando sus
emociones.
Brandon era consciente de que mantener una conversación de índole
personal allí era inconveniente, por lo que dio la primera excusa que se
ocurrió ante lady Kindell, y los tres se fueron.
Claire logró de alguna manera mantener sus emociones a raya mientras se
encontraban en el carruaje, pero una vez llegaron, no pudo seguir
conteniéndose más: corrió a su cuarto, y tras pasarle el cerrojo a ambas
puertas, se echó en la cama a llorar.
No pasó mucho tiempo hasta que sintió cómo intentaban abrir, primero
una y luego la otra, sin éxito.
—Claire —dijo Brandon detrás de la puerta que comunicaba a los dos
dormitorios—, abre, por favor. Necesitamos hablar.
—No hay nada de qué hablar, milord —logró que su voz sonara normal,
como si estuviera hablando del clima.
Milord. Brandon no sabía cómo interpretar ese cambio de tratamiento, si
como indiferencia o dolor y rabia. Concluyó que era efecto del dolor que
había visto en sus ojos cuando los descubrió. Esa certeza hizo que se
desesperara más por hablar con ella.
—Hay mucho de qué hablar. Abre la puerta, por favor —suplicó.
—Ya todo está dicho.
Claire la escuchó decir una obscenidad y luego respiró hondo al escuchar
sus pasos alejarse. No quería hablar, no en esos momentos, cuando el dolor se
encontraba a flor de piel. Sin embargo, el alivio duró poco, pues minutos
después oyó el sonido de una llave ingresando en una cerradura y el ruido de
esta cediendo ante la presión.
No se atrevería…
No hubo que esperar mucho para ver a Brandon entrar en la habitación.
¡Se atrevió! Eso colmó su paciencia. ¡Ni siquiera se podía contar con
privacidad!
Se limpió las lágrimas antes de incorporarse y girarse para verlo. No era
que sirvieran de mucho, ya que sus ojos rojos delataban que había llorado,
pero no podía hacer más.

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Brandon se paró en la mitad de la habitación sin saber muy bien qué decir.
¿Cómo iba a explicar algo si ni él mismo sabía muy bien qué sucedió?
Cualquier otro hombre en su lugar habría dejado las cosas como estaban y
esperado a que a su esposa se le pasara la congoja, pues la infidelidad era de
lo más común en la clase alta, pero él no podía hacer eso, y menos después de
descubrir que ella lo hacía feliz. Antes, ese pensamiento habría bastado para
que saliera corriendo porque podía preceder a un sentimiento mucho más
fuerte y peligroso del que no deseaba ni hablar, pero por un motivo aún
desconocido, no deseaba huir, al contrario, tenía el deseo de que esa felicidad
prevaleciera. No quería que todo se arruinase cuando iba tan bien.
—Claire… —Se acercó a la cama donde estaba sentada y casi se le parte
el corazón al ver sus ojos rojos, que solo podían significar la antigua
presencia de lágrimas—. Tenemos que hablar.
—Por supuesto, como me has dejado tantas opciones —respondió con
sorna.
Sarcasmo. Si ella usaba el sarcasmo significaba que la tristeza había sido
sustituida por la rabia. No estaba seguro de si eso era bueno o malo.
—No sucedió lo que crees.
—Entonces debo tener problemas de vista.
—Elizabeth me besó y…
—Y no parecías muy enojado.
—¡Por Dios, Claire! Déjame explicarte —rogó. Qué mujer más terca.
—¿Qué me vas a explicar? —La barrera de furia que había creado para
ocultar el dolor que sentía se estaba derrumbando y los ojos volvieron a
llenársele de lágrimas—. Ya te has cansado de mí, ¿es eso? No te culpo,
habías tardado mucho en aburrirte. —Sus inseguridades volvieron a salir a
flote.
Brandon se estaba exasperando, las cosas estaban tomando el rumbo
equivocado.
—No, Claire eso no es así, yo…
—Tú estás enamorado de ella —afirmó entre sollozos—. Has estado
enamorado de ella todos estos años y no has superado que ella rompiera el
compromiso.
Abrió la boca para volver a hablar hasta que el significado de sus palabras
llegó pleno a su cabeza. ¿Que Elizabeth rompió el compromiso? ¿De dónde
había sacado ella eso? No necesitaba respuesta. Era evidente quién era la
culpable. Una vez más juró que la mujer se las pagaría.
—Claire, eso no es cierto.

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—Yo no te culpo, ¿sabes? —continuó en un murmullo, como si no lo
hubiese oído—. Cualquiera la preferiría a ella, cualquiera se enamoraría de
ella. —Las lágrimas no dejaban de salir—. Ella es tan hermosa, mientras que
yo…
—¡Basta! —El grito de Brandon sobresaltó a Claire, pero consiguió que
lo mirara a los ojos—. No pienso tolerar un menosprecio más hacia tu
persona, ¿entendido? —Su voz era firme y Claire asintió, sin saber muy bien
por qué—. Tú eres hermosa y ya me encargaré de que te convenzas de ello.
—La sensual amenaza implícita en su voz hizo que un escalofrío le recorriera
el cuerpo—. Sobre lo de Elizabeth… —La miró directamente a los ojos—.
Ella me besó, me tomó por sorpresa. No tengo por qué mentirte, yo ya no la
amo —enfatizó las tres últimas palabras—, y lo que te haya dicho, sea lo que
sea, no es verdad.
Claire lo miró a los ojos y supo que decía la verdad. Ya no la amaba. El
alivio que sintió por esa certeza fue indescriptible, pero todavía tenían un
asunto pendiente que era mejor resolver si quería que todo fuera bien.
—Brandon, entonces ¿qué sucedió? Si lo que me contó no es cierto, ¿por
qué se rompió el compromiso?
Silencio. Un largo y tendido silencio fue lo que procedió a la pregunta.
Claire casi podía ver a través de sus ojos la indecisión de si responder o no.
Los nervios los tenía a flor de piel. Necesitaba saber la verdad, pero más
necesitaba saber si confiaba en ella. Los minutos pasaron y resultó evidente
que él no iba a responder. Dolida, se levantó y se dirigió a la puerta.
—No hay más sobre qué hablar, por lo que veo. —Dicho esto, salió.
Claire bajó y se dirigió directo a las escaleras. Necesitaba liberar todo lo
que sentía y montar a caballo seguro sería una buena catarsis, pero sobre todo
necesitaba hablar con alguien. Agarró a su yegua y, como siempre que estaba
enfadada, no esperó a que la ensillaran y la montó a horcajadas, saliendo a
todo galope ante la atónita mirada del mozo de caballerizas.
A mitad de camino, una débil sonrisa se formó en sus labios. Debía
presentar una imagen curiosa para todo el que pasara por el camino: la tímida
lady Blaiford cabalgando a horcajadas, con el vestido por las rodillas y a toda
velocidad con un destino desconocido. Era mejor que nadie la viera, pues
sería un cuadro muy bueno del cual comentar, y eso era lo que menos
necesitaba en esos momentos.
Llegó a la casa de los Blane y ninguno de los mozos que se acercaron a
cuidar de su yegua pareció extrañado de verla llegar montando a horcajadas a
toda velocidad. O bien eran discretos o ya estaban acostumbrados.

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Con la respiración agitada y un poco sudorosa por el ejercicio, se dirigió a
la puerta principal.
—Buenas tardes, Selling —le dijo al mayordomo—. ¿Se encuentra Kate?
—Está en su habitación.
El mayordomo tampoco mostró ninguna reacción ante su desaliñado
aspecto.
Emprendió la marcha hacia la habitación en la que tanto habían jugado de
niñas y hablado de jóvenes. Al llegar, tocó la puerta.
—Pase —dijo Kate desde dentro.
Claire entró.
—¡Oh, Claire! —exclamó con una sonrisa. Al ver su estado, que debía de
ser deplorable, preguntó—: ¿Qué sucedió? ¿Te has enterado de lo sucedido a
tu padre?
Claire frunció el ceño.
—¿Qué sucedió con mi padre?
Kate, incómoda, desvió la vista.
—¡Oh! No es por eso que estás triste… Yo no quise… Mejor dime, ¿por
qué estás triste?
—Primero dime qué pasó con mi padre.
—Bueno… —Se acercó a ella y la arrastró a través de la rosada
habitación hacia la cama donde se sentaron—. Iba a contarte… luego, cuando
tuviera la certeza de que los rumores son ciertos, pero ya que he hablado de
más…
—¿Qué sucedió? —la apuró al ver que se andaba con rodeos.
—Dicen que invirtió en unos malos negocios y gran parte de su fortuna
menguó, que está al borde de la ruina, pero ya sabes cómo es la gente. —Le
quitó importancia con un gesto de mano—. Puede ser una exageración.
Claire se desplomó sobre la cama y se quedó mirando al techo. Otro
problema más con el que lidiar. No era que le tuviera mucho cariño a su
padre, pero tampoco podía dejar que se muriera de hambre. El verdadero
problema era que Brandon no se mostraría muy entusiasmado con la idea de
ayudar a su suegro, y en esos momentos ella no se atrevía a pedírselo. Tendría
que dejar el asunto a un lado por ahora. Si no lo hacía, su cabeza explotaría.
Además, Kate tenía razón: podían ser solo rumores que exageraban la
realidad. Su padre nunca había sido un tonto en los negocios.
—Si no es eso lo que te tiene así, ¿qué es? —Claire se dispuso a
responder, pero Kate levantó una mano, indicándole que callara—. No, no me
lo digas, problemas con tu matrimonio —adivinó.

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Claire asintió y se desplomó en la cama.
—El matrimonio es muy complicado —refunfuñó Katherine—. A veces
me provoca quedarme soltera. ¿Qué sucedió?
Claire le contó todo, desde la conversación con Elizabeth hasta la
conversación con Brandon.
—Él jura que no la ama —continuó—, y le creo. Quiero creerle porque
siento que sus ojos que no me mentían, pero…
—Te duele que no confíe en ti —concluyó Kate, tomándole una mano
para apretarla a modo de consuelo.
Claire asintió y comenzó a llorar.
—Si no hay confianza, ¿qué puedo esperar de este matrimonio?
—Los hombres son tan necios —se quejó Katherine—. ¿Por qué no
pueden hablar libremente?
Claire se encogió de hombros.
—¿Estás segura de que su madre no sabe?
—No parecía mentir cuando se lo pregunté. —Claire se limpió las
lágrimas con el brazo—, pero se veía nerviosa.
—Es que no puedo creer que nadie más lo sepa. Si fue algo grave, como
debe serlo para insistir en mantener el secreto, con alguien tuvo que haberse
desahogado, aunque sea para que lo acompañara a beber, como hacen todos
los hombres.
Ante esa declaración, una idea empezó a tomar forma en la mente de
Claire.
—¡Claro! —exclamó, y se levantó de un salto—. ¿Cómo no lo pensé
antes?
—¿Qué? —Kate se levantó también.
—Lansdow —murmuró.
—¿Qué tiene que ver ese témpano de hielo en el asunto?
—Él debe saber algo.
La comprensión brilló en los ojos de Kate.
—Sí —susurró—, es posible, pero ¿cómo vas a conseguir que te lo diga?
¡Oh, Claire! No estarás pensando en hablar con él…
Pero su amiga tenía una sonrisa esperanzada en el rostro. La idea se le
había metido en la cabeza y ya no había forma de sacársela.
Con un suspiro de resignación, esta vez fue Kate quien se desplomó en la
cama. Claire necesitaría suerte si pensaba sacarle algo a ese frío marqués.

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Capítulo 25

—¡No, no, no! Claire, esto es una mala idea. —Kate paseaba de un lado a
otro de la habitación, frustrada por la terquedad de su amiga.
—A mí me parece la solución perfecta —se empecinó.
—¡Claro que no! —Kate paró su paseo para mirarla a los ojos—. ¿Qué
sucederá si no consigues sacarle nada y, en cambio, va y se lo cuenta a tu
marido? Te podría causar problemas.
Ella no creía que el marqués fuera del tipo de personas que metían
chismes.
—Correré el riesgo.
—Debe haber otra forma de que te enteres de la verdad.
—No la hay.
Kate se dejó caer en la silla frente al tocador con un gesto de dramática
resignación.
—Al menos espera hasta mañana; ya casi cae la noche y, según tengo
entendido, el marqués vive casi a una hora de distancia.
Claire consideró el consejo. Era muy arriesgado ser vista en la casa del
marqués fuera de la hora de visita habitual, pero pensar que al llegar tendría
que enfrentarse a Brandon la persuadió de asumir el riesgo.
—Mientras más pronto, mejor —dijo, dirigiéndose a la puerta.
—Espera —la detuvo—. Aunque sea date un baño, y te presto uno de mis
vestidos. Estás hecha un desastre —mencionó mientras la inspeccionaba de
arriba abajo.
Lo que menos le importaba a Claire en ese momento era su aspecto.
—Perderé mucho tiempo —desechó el ofrecimiento y siguió su camino a
la puerta.
—Aguarda. No pensarás ir sola, ¿verdad? —Fue a la puerta y la abrió—.
¡Anne! ¡Anne! —gritó.
—Podrías haber usado la campanilla —dijo Claire, señalándola—, gritar
es de mala educación —bromeó.

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—¿Había una campanilla? —Kate fingió sorpresa—. Nunca la uso.
Claire sonrió.
—Ya veo. Pero, de todas formas, no es necesario. Me voy en caballo, por
lo que no podremos ir las dos.
Intentó llegar a la puerta, pero Kate se interpuso.
—No pienso permitir que vayas sola. ¡Anne! —volvió a gritar—. Si
alguien te ve, tu reputación se verá algo salvaguardada si vas acompañada.
Con respecto a lo del caballo, se irán en uno de mis carruajes, así podrán ir las
dos.
Claire se exasperó.
—Olvídalo, en carruaje tardaré más que si voy cabalgando. Me voy en
este momento, sola —dictaminó.
Veinte minutos más tarde, estaba sentada en uno de los carruajes de los
Blane con Anne al lado. Si ella era terca, Kate lo era más. Hasta el momento,
era desconocido el motivo por el que se llevaban bien.
Claire se recostó en el asiento, no muy cómodo, la verdad. Habría jurado
que los Blane poseían mejores carruajes, pero eso no tenía importancia en ese
momento. Miró por la ventanilla del carruaje largo rato hasta que Lansdow
House quedó a la vista. La residencia del marqués quedaba más lejos de lo
que imaginó, pero no era de extrañarse. Al hombre le gustaba la soledad y una
casa de campo más alejada de las demás podía proporcionársela.
Con ayuda del cochero, Claire y Anne descendieron del carruaje que las
estaría esperando cuando salieran para llevarlas a cada una a casa. Kate
mandaría su caballo a su hogar, y en caso de que preguntaran, les diría que
Claire estaba en su casa y que se regresaría en su carruaje.
Con paso decidido, se dirigió a la elegante entrada, que fue abierta por un
mayordomo que parecía salido de una novela de misterio: flaco, casi en los
huesos; alto, con un porte impecablemente recto y cara más pálida de lo
normal.
—Buenas tardes —saludó, nerviosa—. ¿Se encuentra lord Lansdow?
—El marqués no recibe visitas en estos momentos.
Por su tono monótono, Claire supuso que el mayordomo estaba
acostumbrado a decir esa frase.
—Por favor, es urgente —insistió—. Dígale que lady Blaiford desea
hablar con él.
El mayordomo entrecerró los ojos, arruinando así su impecable semblante.
Miró con suspicacia a Claire y luego posó su mirada en Anne.

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—Esperen aquí, por favor. —Dicho esto, se giró y desapareció por uno de
los pasillos.
Regresó a los pocos minutos.
—Puede pasar. Lord Lansdow la recibirá en su estudio.
—Anne, quédate aquí. —Claire señaló los muebles dispuestos en el
vestíbulo para visitas. No quería que nadie los oyese hablar.
Siguió al mayordomo por un pasillo al que no le caería nada mal un poco
de iluminación. Se veía fúnebre, incluso tenebroso. Recordó la vez en que
Kate lo había llamado «ermitaño» y pensó que la palabra no estaba tan fuera
de lugar como había creído en esos momentos.
Llegaron a la puerta del estudio y el mayordomo la abrió para que entrara.
Claire lo hizo. Al menos el estudio tenía las cortinas abiertas, por lo que los
pocos rayos del sol que quedaban iluminaban la estancia, mostrándole a lord
Lansdow en una esquina de la habitación. Estaba frente a su escritorio y se
había parado para recibirla.
Claire fue hasta allí y tomó el asiento en la silla al otro lado del escritorio
que él le ofreció.
—Es un honor verla, lady Blaiford. ¿Desea algo de tomar? ¿Un té? ¿Un
café? Tal vez alguna merienda…
—Nada, gracias.
Robert despidió al mayordomo con la mano y tomó asiento.
—Dígame a qué debo el placer de su visita.
Claire removió las manos en su regazo como cada vez que hacía cuando
se encontraba nerviosa, pero de igual manera lo miró directamente a los ojos.
Lord Lansdow le generaba confianza. Ni siquiera había comentado su
extrañeza por recibir una visita a esas horas poco usuales.
—Lord Lansdow, tengo entendido que usted y mi esposo son amigos
desde hace años. —Él asintió—. Entonces, supongo que deben saber todo el
uno del otro. —Volvió a asentir, esta vez con menos énfasis, no muy seguro
de adónde lo llevaría la conversación—. Por lo tanto, deduzco que debe saber
por qué se rompió el compromiso entre él y lady Cork. Le estaría muy
agradecida si me lo contara —pidió, contenta de que su tono sonara tan
seguro.
Robert se recostó en el asiento y contuvo un suspiro de exasperación. Lo
veía venir. Ocultar la verdad le estaba trayendo a Brandon problemas en el
matrimonio. Diría que se lo tenía bien merecido por terco y orgulloso si no
fuera porque los apreciaba bastante a ambos. El inconveniente era que lo
habían metido a él en el lío.

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—Lady Blaiford —su voz no denotaba emoción alguna—, es verdad que
Brandon y yo hemos sido amigos desde que éramos jóvenes, como también es
cierto que nos conocemos muy bien, pero eso no significa que sepamos
absolutamente todo del otro, y yo, al igual que todos, desconozco el motivo
de la ruptura del compromiso.
Claire lo miró a los ojos. Si mentía, no había manera de comprobarlo,
todo en él era indescifrable: su cara, sus ojos, e incluso su voz. Era imposible
averiguar si decía la verdad o no, pero ella no podía darse por vencida. Él era
su única esperanza.
—Lord Lansdow, admiro la lealtad que le profesa a mi marido, pero
ambos sabemos que usted está mintiendo.
Claire observó con satisfacción cómo el marqués abría ligeramente los
ojos. Era un gesto de sorpresa, sí, pero no por lo impertinente de la
afirmación, como se podía llegar a creer, sino porque lo habían descubierto.
Él sabía la verdad. Había dado en el blanco al tomarlo desprevenido.
—Milady, aunque supiese la verdad, no me corresponde a mí decírsela.
Claire sintió que la frustración la inundaba al llegar a la conclusión de que
el marqués no pensaba decir nada. No lo culpaba. Sí, no era su
responsabilidad decírselo, no era su secreto, pero ¿quién se ponía en su lugar?
¿No tenía ella derecho a saberlo? Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Entonces, ¡¿a quién le corresponde decírmelo?! —Los sollozos
empezaron a salir—. Brandon no hablará, su madre tampoco. Por favor, lord
Lansdow, de mi boca no va a salir que usted fue quien me lo dijo.
—Lady Blaiford…
—Se que han pasado muchos años —lo interrumpió—, que este asunto ya
no debería ser de mi incumbencia, ¡pero esta mentira me está arruinando la
vida! ¿Acaso tengo que vivir con esta duda por siempre? ¿Qué tan grave es
que lo guardan como si fuese un secreto de la Corona?
Ahora lloraba desconsoladamente y Robert no tenía idea de qué hacer. No
era que tuviera mucha experiencia consolando a mujeres. Se acercó a ella y le
puso una mano sobre los hombros.
—Tranquilícese, por favor —intentó imprimir ternura en su voz. No lo
consiguió del todo, pero pareció funcionar, porque ella redujo los sollozos—.
Estoy seguro de que todo se solucionará. Comprenda que yo no se lo puedo
decir, pero Brandon lo hará pronto, tenga paciencia.
—Ambos sabemos que no lo hará —sollozó—. Es más terco y orgulloso,
¿sabe?
Claro que él lo sabía, pero no creía conveniente admitirlo.

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—Todo se solucionará créame. —Le palmeó la espalda en gesto de
consuelo. Esperaba no estar dando esperanzas vanas—. Brandon la quiere y
llegará el momento en que confíe en usted.
Claire levantó inmediatamente la vista.
—¿Me quiere? ¿Se lo ha dicho? —preguntó esperanzada.
—No, pero tengo la certeza de ello. —Era verdad. Robert sabía que él la
quería, lo demostraba en su preocupación por ella, y sus ojos lo delataban. No
sabía si había sido buena idea comentárselo, pero no se le ocurrió otra idea
para tranquilizarla. El llanto de las mujeres lo ponía nervioso y no lo dejaba
pensar bien.
Claire no quería hacerse muchas ilusiones, pero el marqués le había
sembrado esperanzas que lograron calmarla. Tal vez querer no fuera lo mismo
que amar, pero era algo. Sin embargo, era mejor mantener esa esperanza a
raya. No deseaba sufrir más.
Se levantó para irse, consciente de que no obtendría nada por parte del
marqués, aunque le dedicó una sonrisa de agradecimiento porque por lo
menos la hizo sentir mejor, a pesar de la decepción que se llevaba por no
haber conseguido la información deseada.
—Creo que es hora de irme. Lamento mucho todo esto, no tenía derecho a
venir a importunarlo así.
Se estaba dando cuenta de que había perdido el control, y sentía mucha
vergüenza.
—No se preocupe. Pero antes de salir, límpiese esas lágrimas, por favor.
¿Qué pensará mi servicio de mí si la ven salir de mi estudio en ese estado? —
dijo manteniendo la seriedad en su rostro, pero con cierto tono burlón en su
voz.
Claire sonrió ante la broma y él le devolvió la sonrisa. «Después de todo,
tiene sentido del humor», pensó Claire. No era tan frío como parecía. Estaba
segura de que detrás de esa fachada se escondía un buen hombre. Su sonrisa
lo demostraba, le daba un aspecto más cálido, por eso se fue de allí con la
seguridad de que no mencionaría nada a Brandon de su visita. No sabía por
qué se empeñaba en mostrar su lado más serio a los otros. Lord Lansdow era
un hombre muy misterioso.
Cuando Claire llegó a su casa, estaban cayendo los últimos rayos del sol,
justo a tiempo para la cena, pero ella no tenía ganas de cenar, o, mejor dicho,
de encontrarse con Brandon en la cena, por lo que se excusó argumentando
dolor de cabeza, y pidió que le subieran un baño y algo de comer a su
habitación.

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Caída la noche, Claire se encontraba acostada haciendo inútiles esfuerzos
por dormirse. Los hechos del día no dejaban de rondarle la cabeza. Por suerte,
Brandon había decidido no molestarla más porque no estaba de humor para
discusiones. No estaba dispuesta a soportar otra muestra de desconfianza, que
era lo que sucedería si hablaba con él y este se negaba a decirle la verdad. Esa
situación cada vez le dolía más. ¿Que había hecho ella para ser merecedora de
su desconfianza? ¿Por qué no podía creer en ella? ¿Sería tan grave lo
sucedido? Probablemente no lo era y él lo estaba volviendo todo muy
complicado. No sabía qué hacer. ¿Qué sucedería si no se enteraba nunca de la
verdad? ¿Cómo sería su vida enamorada de un hombre que no confiaba en
ella, que no la amaba? Sus pensamientos se vieron interrumpidos en ese
punto. «Brandon la quiere», había dicho el marqués. ¿Sería posible? ¿Habría
una esperanza? No deseaba hacerse ilusiones, pero nada perdía teniendo
esperanzas, ¿o sí? A lo mejor todavía existía la posibilidad de un final feliz,
pero para eso tendría que saber toda la verdad. En algún momento tendría que
enfrentarse a Brandon. Tarde o temprano se enteraría de todo.
Brandon no estaba en un estado mejor que el de Claire; de hecho, las
sábanas estaban revueltas como resultado de los muchos cambios de posición
hechos en fallidos intentos de conciliar el sueño. Cuando Claire faltó a la
cena, entendió que deseaba estar sola, por lo que decidió no molestarla. Tal
vez si pasaba un tiempo se olvidara del asunto… No, eso no se lo creía ni él.
Ella no lo olvidaría y eso causaría problemas.
Se estaba comportando como un estúpido al guardar silencio, lo sabía,
pero la necesidad de mantener la historia oculta era más fuerte que él, ya no
tanto por su orgullo herido, sino porque lo sentido en esos momentos no se lo
podía explicar ni a él mismo. No obstante, también estaba la necesidad de
estar bien con Claire, no podía soportar una vida que se basara en las típicas
cortesías. No quería que el vínculo —al que todavía no le ponía nombre—
formado con Claire en esos meses se rompiera. No toleraba la idea de sentir
su indiferencia cada día, de vivir de apariencias como todos. Hacía algunos
meses eso era lo que él hubiera deseado, pero ya no. La situación se tenía que
arreglar. Si no encontraba una solución al problema, tendría que confesar
todo, revelar el secreto que tiempo atrás juró que nadie, aparte de Robert,
conocería.
Tendría que decir lo sucedido aquella noche, tendría que contar toda la
verdad.

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Capítulo 26

Querida Katherine,
Tal y como habías supuesto, la conversación con lord Lansdow dejó
mucho que desear y no obtuve la respuesta deseada. Admito sentirme
frustrada, pero no hay nada que hacer. Sé que no me oculta la verdad con
mala intención, solo posee una lealtad admirable hacia mi marido, lo que es
de apreciar. No puedo culparlo y, ahora que lo reconsidero con la cabeza
fría, fue muy injusto de mi parte ponerlo contra la pared, por lo que no le
guardo rencor. Gracias por todo. Te quiere, tuya siempre:

Claire.

Kate dobló la carta que había recibido esa mañana y analizó la situación
con el ceño fruncido. Ya se había imaginado que el marqués no diría nada.
Aunque admiraba su lealtad, no podía creer que guardara silencio sabiendo
que otra persona sufría. ¿Cómo podía ser tan insensible? Era cierto que, de
estar las posiciones invertidas, ella habría hecho lo mismo por Claire, igual
que Claire lo habría hecho por ella, pero en este caso era absurdo. Si de
verdad quisiera a su amigo, desearía que fuera feliz, ¿no? Y para que eso
sucediera, la verdad tendría que salir a la luz. ¿No se daba cuenta de que era
el único que podía solucionar el conflicto? Si el estúpido de su amigo no se
decidía a hablar, él era el único que podía resolver el problema, el único que
podía dejar las cosas claras. Claire ya había sufrido mucho y merecía ser feliz.
¿Por qué nadie podía entender eso? ¿Por qué él no podía comprenderlo? No le
caía en gracia el marqués, pero sí le había parecido más sensato que el inútil
de Blaiford. Estaba decepcionada.
Una idea empezó a formarse en su cabeza. Claire seguramente no fue
demasiado persuasiva, pero ella sí podía serlo.
Decidida, abrió la puerta y gritó:
—¡Anne!
No lo pensó el tiempo necesario para arrepentirse, y minutos más tarde
estaba saliendo de su casa con la doncella a su lado.

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Lord Lansdow estaba en su estudio intentando, en vano, concentrarse en
los documentos que tenía enfrente. Desde la visita de lady Blaiford, no dejaba
de preguntarse si había hecho lo correcto o no al mantener silencio. Sabía que
para la dama era importante saber la verdad, y sabía que Brandon estaba
haciendo lo incorrecto al ocultárselo, pero él no podía meterse en esos
asuntos, no era a él a quién le correspondía decir la verdad. Tendrían que
arreglárselas solos, era lo mejor.
Pronto descubriría que había alguien que no pensaba igual que él.
El mayordomo entró en su estudio y le anunció una visita. Iba a negar
automáticamente cuando reconoció el nombre del visitante. Sus oídos no
dieron crédito a lo escuchado. Murmuró al mayordomo que la hiciera pasar
mientras intentaba recuperar la compostura; cuando lo logró, se levantó para
recibir a la inesperada visita. Esta llegó arrastrando un vestido verde claro,
con el pelo amarillo recogido con un lazo y los ojos observando con
curiosidad el lugar.
Kate frunció el ceño en gesto de desagrado ante lo fúnebre de la estancia.
«Pobre de la mujer que se case con él», pensó. Tendría mucho trabajo, pues
debería redecorar ese lugar para que se viera presentable en lugar de parecer
como una mansión de las descritas en las novelas de terror, y eso solo si él lo
autorizaba, ya que era evidente que le gustaba su casa o ¿por qué mantendría
una decoración tan horrenda?
Decidió centrarse en su objetivo, quien se había parado para recibirla.
Kate se adentró en el estudio y se sentó en la silla que le ofrecía mientras
llamaba a Anne para que pasara y se sentara a su lado. Sabía que la
conversación que iban a mantener era de índole personal, pero no quería estar
a solas con el marqués. Solo de pensarlo, una sensación desconocida le
recorría el cuerpo, por lo que decidió confiar en la discreción de su doncella.
Siempre había estado a su lado y tenía la certeza de que lo hablado allí no
saldría de su boca.
—Buenos días, señorita Blane —saludó él mientras se sentaba.
—Buenos días, lord Lansdow. Me alegra que haya podido recibirme.
Él ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Huía de las jóvenes casaderas
como de la peste. Su bandeja en la entrada estaba llena de invitaciones a
tomar el té y tarjetas de visitas de madres e hijas. Pero esta vez era diferente.
Había sentido la necesidad de recibirla. Tal vez porque sabía que la señorita
Blane no estaba interesada en él y que, además, había tenido el buen juicio de
ir acompañada. Por supuesto, si alguien se enteraba de que estaba allí, la

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doncella no sería un respaldo sólido, pues la señorita Blane seguía siendo una
joven soltera y era mal visto que esta visitara a un caballero sin la compañía
de algún familiar. Dicho sea de paso, era ya de mal gusto que llegara sin
invitación. Se estaba arriesgando mucho al recibirla, pero la curiosidad era un
fuerte incentivo.
—¿A qué debo el placer de su visita? —preguntó sin poder quitarle los
ojos de encima.
—He venido con el firme propósito de apelar a su sensibilidad, si es que
la posee. —En su voz había un tono despectivo y hablaba de forma firme,
mirándolo a los ojos.
Como esas cosas que suceden una sola vez en la vida, Robert se quedó sin
palabras. ¿Habría escuchado bien? No podía ser cierto lo que acababa de oír,
sería el colmo de la mala educación e impertinencia. ¡Lo había llamado
insensible! ¡Y sin ninguna explicación!
—¿Perdón? —logró decir, recuperando el control de sus emociones.
Seguramente había entendido mal.
Ella pareció exasperada por su falta de atención.
—He dicho que he venido con el firme propósito de apelar…
—Ya he entendido —la interrumpió, todavía perplejo—. Solo creí haber
escuchado mal. ¿Me está usted llamando insensible? —Su voz sonaba
tranquila, pero, en realidad, no podía creer que estuvieran teniendo esa
conversación.
Kate estuvo a punto de sonreír. Había llegado al punto que quería.
—Así es, lo estoy llamando insensible. ¿Con qué otra palabra se puede
describir a alguien que deja que una persona sufra teniendo la solución en sus
manos? ¿Acaso no es eso insensibilidad, Anne? —preguntó a su doncella,
quien asintió, algo cautelosa.
Robert no se hizo el desentendido, sabía perfectamente a qué se refería.
Casi se echa a reír al darse cuenta de que la pequeña arpía lo quería manipular
haciéndolo sentir culpable. No recordaba la última vez que alguien lo había
intentado. Necesitó de mucha fuerza de voluntad para permanecer impasible y
responder:
—Señorita Blane, tal y como le dije ayer a lady Blaiford, no es a mí a
quien corresponde decir todo. Si me permite un consejo, lo mejor sería que
ambos nos mantengamos fuera del asunto.
—¡Ve cómo no me he equivocado! —exclamó a la vez que se levantaba
del asiento para apoyar las manos en el escritorio y así mirarlo fijamente a los
ojos—. ¡Es usted un insensible! —continuó—. A diferencia de usted, yo no

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puedo quedarme tranquila mientras veo que mi mejor amiga sufre. Ella ya ha
pasado por bastante y se merece una vida feliz. ¿Tan difícil es eso de entender
para ustedes? —Su voz estaba cargada de sentimientos—. Lord Lansdow,
usted tiene la solución en sus manos, ¿va a quedarse con el remordimiento de
que pudo haber hecho algo y no lo hizo? —suplicó.
Robert no podía creer que esto le estuviera sucediendo. ¡La manipulación
estaba surtiendo efecto, se estaba sintiendo culpable! Hacía rato había
cavilado sobre si había tomado o no la decisión correcta al no decir nada, y
había llegado a la conclusión de que si era la decisión adecuada, pero ya no
estaba tan seguro, y todo gracias a ella. Nadie antes lo había hecho dudar de
sus decisiones. Sin embargo, dudar no significaba cambiar de idea. Él no
podía decir nada porque no era su problema. Había hecho una promesa y
tendría que cumplirla.
—Señorita Blane, comprenda, por favor, no puedo decir nada, tengo que
mantener mi palabra —dijo calmada y lentamente, intentando hacerla
comprender. No entendía por qué le costaba tanto aceptar que había cosas en
las que no podían interferir. A esa niña le faltaban unas cuantas lecciones de
madurez.
—Pues yo no me voy de aquí hasta obtener su palabra de que le dirá todo
a Claire. —Cruzó los brazos y se dejó caer otra vez en el asiento—. Anne,
ponte cómoda. De aquí no nos vamos hasta obtener una promesa.
Robert se recostó en el sillón y se puso las manos en la cara mientras
respiraba hondo intentando encontrar la paciencia que acababa de perder.

La mujer rubia miró nuevamente hacia la puerta y, tras asegurarse de que


no venía nadie, terminó de remover el contenido del pequeño envase que tenía
en la mano en una de las dos copas de vino.
Después de deshacerse de la evidencia, bajó las escalaras hacia donde
supuso que se encontraría su objetivo. Con esa porción supuso sería suficiente
para culminar su plan.
La puerta estaba abierta y encontró a la persona que buscaba sentada
frente a la chimenea con un periódico en las manos que casi no podía sostener
por los temblores. El hombre tenía un aspecto demacrado y había perdido
varios kilos, prueba suficiente de que su plan estaba funcionando a la
perfección.
Se acercó a él y le ofreció una de las copas.
—Muy temprano para tomar, querida, ¿no crees? —dijo la voz masculina.

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—Esta vez hay algo que celebrar —respondió la mujer de ojos verdes,
sentándose en el regazo del hombre.
—¿Qué es? —preguntó con evidente curiosidad mientras tomaba el
contenido de la copa.
—Que soy una mujer afortunada.
—¿Sí?
Había empezado a respirar con dificultad, por lo que intentó deshacerse de
la corbata.
—Sí, y ahora más que tú no estarás. —Sonrió con maldad.
El hombre abrió los ojos como platos ante lo que acababa de escuchar y
entendió su significado al sentir que la respiración se le dificultaba cada vez
más. Inhaló y exhaló rápidamente en un vago intento de llenar sus pulmones
de aire.
—Elizabeth…, ¿qué has hecho? —preguntó. Su voz era ronca y débil por
el esfuerzo.
—Deshacerme de ti —contestó como si fuese lo más normal del mundo.
—No… no te saldrás con la tuya. Te… te descubrirán.
—Ah, ¿sí? —Soltó una carcajada—. No lo creo, mi amor. En su última
visita, el doctor dijo que tenías problemas del corazón y debías cuidarte. Te
dije que tanto esfuerzo podía ser peligroso.
—No… no obtén-obtendrás nada.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
—Es-esta-estamos en… en la rui-ruina. —Intentó sonreír al ver la
expresión de horror de la que era su mujer, pero solo consiguió esbozar una
mueca antes de exhalar su último aliento.

Robert alzó la vista por cuarta vez en la última hora y soltó un suspiro de
exasperación.
Dejó a un lado los papeles en los que intentó en vano concentrarse con la
esperanza de que la señorita Blane se viera ignorada y se retirara. Fijó la vista
en la mujer que, al parecer, tenía toda la intención de quedarse allí tal y como
había dicho. Al principio, creyó que solo era una amenaza, pero tras una hora
de absoluto silencio, tuvo la certeza de que ella estaba más que dispuesta a
hacer valer su palabra si él no hacía algo pronto.
—Señorita Blane, esto es ridículo.
—A mí no me lo parece —replicó.

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—No puede estar pensado con seriedad en quedarse aquí.
—No lo estoy pensando, estoy decidida.
—Está adoptando una actitud infantil.
—Es posible. —Se encogió de hombros.
—Estoy seguro de que debe estar consciente de lo absurdo de la situación.
Yo no pienso prometer nada y usted no puede quedarse aquí hasta el
anochecer, ¿o me equivoco?
Al ver un brillo de duda en sus ojos, supo que iba por buen camino, así
que continuó.
—No, por supuesto que no puede —respondió a su propia pregunta—. Si
lo hace, mañana su reputación quedará arruinada. ¿Acaso cree que nadie la ha
visto llegar?
—Seguramente, como hay tantas propiedades a su alrededor —respondió
con sarcasmo, recordando el largo camino que tuvo que recorrer. Había sido
una hora de viaje.
Robert trató de no perder la paciencia y seguir con el tema.
—Los sirvientes hablarán, y pronto el rumor de que usted estuvo aquí
mucho tiempo se correrá.
—Los que he traído conmigo son leales, ¿cierto, Anne?
La doncella asintió, aunque, por su expresión, estaba claro que las
decisiones de su señora le parecían extremas.
—Pero yo no puedo decir lo mismo de los míos. —Eso no era cierto, pero
¿qué más podía decir para ahuyentarla? Al ver que ella se disponía a replicar,
añadió—: Los rumores correrán y llegarán a sus padres. Su virtud se pondrá
en duda y puede ocasionar hasta matrimonio. ¿Eso es lo que quiere?
—¡Por supuesto que no! —exclamó, levantándose con brusquedad—.
Volarán los cerdos antes de que yo me case con usted.
Sin saber muy bien por qué, la respuesta lo molestó. Definitivamente se
estaba volviendo loco. Él ni siquiera quería casarse.
—Pues ya que es lo que menos desea, señorita Blane —contestó con más
brusquedad de la deseada—, es mejor que se vaya mientras aún esté a tiempo.
Furiosa por haber fallado, Kate soltó una maldición que hizo que el
marqués abriera los ojos como platos por la sorpresa. Sin prestarle atención,
Kate se dirigió a la puerta seguida por Anne, pero antes de irse se giró y dijo
en un tono que contenía partes iguales de remordimiento y advertencia:
—Deseo que el remordimiento pese en su conciencia, aunque a estas
alturas dudo que la tenga. Espero pueda dormir por las noches sabiendo que
otras en lugar de dormir, lloran.

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Como un torbellino que arrasa con todo a su paso, Katherine cerró dando
un portazo, cuyo sonido hubiera podido despertar a los muertos. Anne tuvo
que apresurarse a seguirla para que no la dejaran atrás.
Una vez solo, Robert se sirvió una copa de brandy. Necesitaba algo para
calmarse de tan… extraño encuentro.
Tenía que hablar con Brandon. Antes había decidido no meterse en el
problema, pero a él ya lo estaban metiendo mucho en un asunto que nada
tenía que ver con su persona. ¡Por Dios! No se había llevado uno, sino dos
reclamos, si contaba la conversación con lady Blaiford. Y aunque no contara,
el regaño de la señorita Blane contaba no por uno, ni por dos, sino hasta por
tres regaños juntos. ¡La mujer lo había llamado insensible! Sí, hablaría con
Brandon y lo convencería de que resolviera todo eso lío como que era el
marqués de Lansdow.

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Capítulo 27

Cuando Claire bajó a desayunar, se encontró con la sorpresa de que


Brandon era el único en la mesa.
Habían pasado dos días desde su última conversación y, aunque sabía que
debían hablar, no se había atrevido. El día anterior hizo todo lo posible por
evitarlo. Había bajado a desayunar tarde, sabiendo que no lo encontraría, y el
resto del día se la pasó en su habitación, aburrida. Solamente le había escrito
una carta a Kate con los pormenores de su visita al marqués y luego empezó a
tejer hasta que sus constantes preguntas sin respuesta le imposibilitaron esa
tarea. También había manifestado sentirse indispuesta, por lo que pidió que el
almuerzo y la cena se los llevaran a su habitación.
Cobarde. Sabía que se estaba comportando como una cobarde, pero ¿qué
más podía hacer? Tenía miedo de lo que pudiera salir de la posible
conversación. Miedo de que en lugar de que se arreglarse todo, la situación
empeorara, por eso se escondió todo el día. «Podrías haber enfrentado la
situación y acabar con todo» había respondido su conciencia, y,
lamentablemente, sabía que tenía razón, por eso estaba allí, decidida a no
ocultarse más. Sin embargo, al ver a Brandon sentado en la mesa, dudó.
Todavía estaba dividida entre las opciones de irse o sentarse, cuando el
destino decidió por ella. Brandon alzó la vista y se levantó al verla. Ya no
podría marcharse, hacerlo sería un acto de cobardía y descortesía.
Resignada a enfrentarse a lo inminente, Claire entró en el comedor y
esperó a que los sirvientes le terminaran de servir el desayuno para empezar a
comer. Pasaron unos minutos y ninguno de los dos se atrevía a decir palabras.
El silencio se estaba volviendo incómodo hasta que fue Brandon quien
decidió romperlo, dejando de comer para mirarla a los ojos:
—Claire, esto no puede continuar así.
—Eres tú el que ha fomentado esta situación. Si quieres que cambie, ya
sabes qué hacer. —Ella también lo estaba mirando a los ojos para que supiera
que no estaba jugando.

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Ambas miradas se enfrentaron por lo que parecieron varios minutos.
Claire lo miraba esperanzada, esperando una respuesta, y hubo un momento
en el que pensó que la obtendría, pues Brandon abrió la boca, pero de esta no
salió nada. Esto fue lo que necesitó para darse cuenta de que no pensaba decir
nada; así que, enfadada y frustrada, se levantó, dispuesta a irse, pero tuvo que
sostenerse de la silla porque la velocidad de la acción hizo que se mareara.
Brandon se puso de pie inmediatamente cuando la vio perder el equilibrio,
la tomó por los hombros y la instó a sentarse.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Sí. —Intentó levantarse otra vez, pero él se lo impidió—. Estoy bien —
repitió—, solo me levanté muy rápido y perdí el equilibrio.
—¿Segura?
—Sí.
El mayordomo entró en esos momentos con el periódico que todas las
mañanas le llevaba a Brandon.
—Milord, su periódico —anunció.
—Déjalo en la mesa —contestó, distraída, mientras seguía mirando a
Claire.
Cumpliendo sus órdenes, el hombre dejó el periódico en la mesa justo
enfrente de Claire y se retiró tan discretamente como había llegado.
—¿En verdad no te sientes mal? —volvió a preguntar Brandon.
Claire se liberó de sus brazos e intentó levantarse de nuevo, pero Brandon
volvió a sostenerla y sentarla, lo que hizo que ella, exasperada, soltara un
gruñido muy poco femenino.
—Estoy bien, solo fue un simple… —se detuvo al ver algo que le llamó la
atención en el periódico—. ¡No puede ser! —exclamó cuando terminó de leer
el titular.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupado, y agarró el periódico.
Lo que leyó lo dejó sin palabras. En la primera página sobresaltaba el
titular: «Falleció de un ataque al corazón el miembro de la nobleza Benjamin
Relish, lord Cork».
«Pobre hombre», fue lo primero que pensó Brandon, pero su mente no
tardó en analizar las consecuencias de tan repentino fallecimiento. Elizabeth
había quedado viuda, y si casada había logrado crearle conflictos, no quería
imaginarse los problemas que su nuevo estado le causaría. No se fiaba de que
la mujer respetara el año de luto que estaba estipulado. ¿Nunca iba a poder
tener paz? ¿Ese problema no se iba a solucionar? Al parecer no, porque los

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problemas en vez de resolverse iban en aumento. «Tú tienes la solución»,
reprendió su conciencia, pero él la calló, como venía siendo su costumbre.
Todavía estaba pensando en lo que se le avecinaba, así que no se percató
cuando Claire se levantó y salió del comedor con una expresión de
desasosiego que nada tenía que ver con la muerte de lord Cork.
Cuando al fin se dio cuenta de que su esposa se había ido, soltó un
gruñido de frustración. ¿Cuándo su vida se había vuelto tan complicada?
Desde el momento en que decidió contraer matrimonio. Si hubiera seguido
soltero, desentendiéndose así de sus responsabilidades, su vida todavía sería
tranquila y feliz como antes, pero ¿en verdad era feliz? Quiso convencerse de
que sí, sin embargo, sabía que se estaba mintiendo a sí mismo. La verdadera
felicidad la conoció cuando esa muchacha entró en su vida con un aura de
inocencia rodeándola, con una sonrisa tan agradable como la brisa de
primavera, con esos ojos que no sabían mentir y que no poseían malicia, con
esa alma tan pura. Entonces fue cuando conoció la verdadera felicidad a la
que temía ponerle nombre, pero sabía perfectamente cómo se llamaba. Se
estaba enamorando. Aunque su corazón herido lo negara una y otra vez, sabía
que era así. Se estaba enamorando y ya no podía hacer nada. Era una
enfermedad que había avanzado demasiado para curarla. Lo que había jurado
que nunca más sucedería estaba pasando y no podía detenerlo. Ya ni siquiera
quería hacerlo. Claire no era como Elizabeth, de eso estaba seguro. Ahora la
pregunta que lo atormentaba era qué sentía ella por él. Con todo el daño que
le había causado, no se sorprendería de que lo odiara, pero ya se encargaría de
resolver ese asunto. Lo principal en ese momento era solucionar el problema
actual con Elizabeth.
Mientras pensaba todavía qué hacer, oyó la voz recriminatoria de su
madre:
—No recuerdo haber tenido un hijo tan estúpido.
Juliane había visto a Claire saliendo del comedor con una expresión que
distaba de ser feliz. Ella no necesitaba pensar mucho para saber que había
surgido un nuevo problema entre ella y su hijo, como tampoco era difícil
deducir el motivo.
—¿Perdón? —Estaba sorprendido, su madre lo acababa de llamar
estúpido.
—¿Cómo es posible que sigas empeñado en guardar silencio viendo todos
los problemas que te está trayendo? —preguntó mientras se sentaba en la silla
a su derecha—. Cuéntale todo de una vez por todas y termina con este asunto
—aconsejó—. Ella tiene derecho a saberlo, es tu mujer.

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Brandon suspiró. Era fácil dar consejos cuando no se sabía realmente qué
había pasado. Si su madre supiera lo mucho que le afectaría a ella también
saber la verdad…
—Madre, por favor, no interfieras. Agradezco tu preocupación, pero tú no
sabes qué pasó, lo difícil que puede ser de contar.
—¿Que no sé qué sucedió? —Juliane suspiró—. ¿Piensas que desconozco
que Elizabeth te engañó con otro?
Brandon abrió los ojos por la sorpresa.
—¿Cómo te has enterado?
—Eso ya no importa.
—Claro que importa, madre. ¿Cómo te has enterado?
Sonaba tan alterado que Juliane se lo confesó.
—Te escuché hablar el tema con lord Lansdow en el estudio, poco
después de la ruptura del compromiso.
Brandon se puso las manos en la cara y respiró hondo antes de volverse
otra vez hacia su madre con mirada acusadora. ¿No se suponía que era de
mala educación espiar?
—¿Qué fue exactamente lo que escuchaste?
Juliane no entendía por qué parecía tan nervioso.
—Pasaba por casualidad por allí, cuando te oí quejarte de la traición.
Decías que cómo era posible que te hubieran hecho eso ante tus propios ojos
y a poco tiempo antes de la boda.
—¿Eso fue todo lo que escuchaste?
—Sí. Hijo, ¿qué sucede? Pareces nervioso.
Brandon se relajó en el asiento y forzó una sonrisa.
—No me pasa nada. No deberías andar escuchando conversaciones por
ahí, madre —«Sobre todo cuando podría haberse enterado de algo que no
deseaba», pensó para sí—. Recuerda que es de mala educación.
Juliane enderezó los hombros, indignada.
—Ya te he dicho que fue casualidad.
—Claro —convino Brandon, sarcástico.
—De igual forma —continuó Juliane, desviando el tema—, ese hecho ya
no viene al caso. Lo importante ahora es… —se interrumpió al ver que el
mayordomo entraba en el comedor.
—Disculpe, milord, pero lord Lansdow ha venido a verlo. Dice que
necesita hablar con usted y es urgente.
Brandon pensó que esa era la oportunidad perfecta para dejar el tema atrás
y posponer así la conversación con su madre, pues estaba seguro de que

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Juliane no se olvidaría de la reprimenda que ya le había preparado.
—Hágalo pasar —ordenó al mayordomo.
—Brandon… —protestó Juliane, pero él la detuvo con un ademán.
—Madre, debe ser un asunto verdaderamente importante; de otra forma,
Robert no habría venido tan temprano —le explicó.
—Esto también es importante —se quejó.
La llegada de lord Lansdow salvó a Brandon de dar una respuesta.
—Buenos días —saludó, primero a Juliane con una inclinación de cabeza
y luego a Brandon.
—Buenos días —respondieron al unísono.
—Brandon, necesito hablar contigo.
—Vamos a mi estudio —sugirió—. Buen día, madre —se despidió
mientras se dirigía a la puerta. Ignoró la mirada de su madre que le decía que
la conversación no acababa allí.
—Y bien, ¿qué deseas decirme? —preguntó Brandon una vez estuvieron
sentados en el estudio.
—Vine a apelar al buen juicio, con la esperanza de que aún tengas, para
convencerte de que termines con esta locura en la que se ha transformado el
problema de Elizabeth y digas la verdad —dijo sin tapujos.
Brandon gruñó y se recostó en el asiento. ¿Sería que todos habían
decidido ponerse de acuerdo ese día para regañarlo?
—Si eso es lo que querías decirme, nos hubiésemos quedado en el
comedor. Mi madre habría apoyado tus argumentos —replicó con fastidio.
Robert se sorprendió.
—¿Tu madre?
Brandon suspiró.
—Sí. Hoy me confesó que escuchó una conversación entre nosotros y
estaba enterada de todo desde hace años.
—¿De todo? —Robert arqueó una ceja.
—Solo la parte de la infidelidad de Elizabeth —aclaró—. Por suerte, no
sabe con quién me engañó.
Robert asintió.
—Bueno, volviendo al tema por el que vine, ¿no crees que esto ha llegado
demasiado lejos?
—Supongo que sí —admitió de mala gana.
—Entonces, ¿por qué no le cuentas todo y acabas con esto? Nadie más
tiene que saberlo, solo ella.

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—¿Cuándo decidiste tomar el empleo de mi conciencia e interferir? —
Robert no era de las personas que se metían en asuntos que no eran de su
incumbencia.
«Desde que me empezaron a meter a mí» quiso responder, pero, en
cambio, dijo:
—Desde que me di cuenta de que tu matrimonio se está yendo por la
borda.
Brandon se hundió más en el asiento.
—Sé que tienes razón, solo que es… —Dejó la frase inconclusa.
—Comprendo que es difícil —continuó Robert—, pero si quieres que
todo vaya bien, y tengo razones para creer que es así, es mejor que le cuentes
todo.
—¿Todo? —preguntó dubitativo—. ¿Lo de Charles también?
—También. Te haría bien desahogarte con alguien más.
Brandon asintió. Ya no podía seguir ocultando la verdad por más tiempo,
no si quería que todo se arreglara y así mantener la felicidad que había
conseguido con Claire.
Había llegado el momento tan temido, pero que en el fondo sabía que
sería inevitable: le diría la verdad a Claire.

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Capítulo 28

Después de cambiarse el vestido por un traje de montar, Claire fue a las


caballerizas y pidió que le ensillaran a su yegua. Una tranquila cabalgata por
la propiedad era lo que necesitaba para que se le bajara un poco la frustración
que sentía por la terquedad de Brandon al mantener silencio. O eso esperaba,
porque en el estado en que se encontraba era difícil que algo la pudiera
tranquilizar.
Mientras esperaba que el mozo le entregara a la yegua ensillada, Claire
giró la cabeza en dirección a la casa y se percató de que un carruaje se estaba
yendo. «Qué extraño», pensó. Cuando se dirigía a las caballerizas, no se
percató de que hubiera uno en la entrada, ni de que tuvieran visitas. Claro que,
debido a lo que sentía en esos momentos, no era que hubiera prestado mucha
atención a lo que había a su alrededor. Habría podido llegar el mismo rey de
visita y ella no lo hubiera sabido.
Colocándose la mano en la frente como escudo contra el sol y
entrecerrando los ojos, intentó averiguar quién era el visitante; pero fue inútil,
el carruaje estaba muy lejos y era imposible distinguir el blasón familiar. Sin
embargo, a quien sí reconoció fue a Brandon, que se acercaba con pasó rápido
hasta donde ella se encontraba. El mozo le entregó a la yegua en ese momento
y Claire tuvo el impulso de montarla y salir a todo galope hacia la seguridad
del bosque, pues lo menos que necesitaba en esos momentos era otra
discusión, pero se contuvo. ¿Qué ganaría ocultándose de nuevo? Parecería
estúpida y cobarde, por lo que esperó a Brandon.
—¿Vas a dar un paseo? —preguntó él cuando llegó a su lado. Estaba
inquieto, nervioso.
—Sí.
—Voy contigo —anunció mientras le ordenaba a un mozo que le trajera
su caballo.
Ella estuvo a punto de señalar que su atuendo no era el apropiado para
salir a cabalgar o cualquier otra excusa para impedirlo, pero no se atrevió. No

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huiría otra vez.
Después de que le entregaran el caballo, Brandon se dispuso a ayudar a
Claire a que subiera al suyo, pero ella rechazó su ayuda y montó sola, por lo
que él hizo lo mismo, y emprendieron la marcha.
El porte recto de Claire y su expresión de fastidio le indicaron a Brandon
que no estaba contenta con su compañía, y no la culpaba, pero tal vez se
mostraría más dispuesta de regreso, cuando ya le hubiera contado todo.
Suspiró solo de pensarlo. Ni siquiera sabía cómo iniciar. Robert lo había
convencido de que hablara con ella ese mismo día, y lo más pronto posible,
por lo que cuando supo que se disponía a dar un paseo a caballo le pareció la
oportunidad perfecta. Sabía a dónde llevarla.
Claire siguió de mala gana a Brandon. Su plan era dar un paseo para
relajarse, pero sola. En ningún momento pensó hacerlo con compañía, mucho
menos si esta era la causante de sus dolores de cabeza. Frustrada, no se
percató de a qué lugar la llevaba Brandon hasta que llegó a divisar los árboles
que ocultaban aquel hermoso lugar en el que se había quedado dormida la
primera vez que decidió recorrer la mansión. Se había prometido regresar a
ese sitio para volver a disfrutar de él y poder plasmarlo en papel, pero con
todos los acontecimientos sucedidos después, no tuvo oportunidad. Recordó
amargamente que en ese claro fue donde habló por primera vez con Brandon
acerca de Elizabeth, y donde recibió la primera de muchas negativas a hablar
del tema. A pesar de eso, también tenía recuerdos buenos del lugar, pues fue
allí donde tuvo su primer acercamiento con Brandon. No entendía por qué la
llevaba allí. ¿Pretendía acaso aplacar su furia recordándole lo bien que se la
habían pasado en el lugar, o habría otra razón? No tardaría en averiguarlo.
Una vez en el claro, ambos desmontaron y Brandon fue a sentarse bajo un
árbol. Invitó a Claire a hacer lo mismo, y ella se acercó, no sin recelo.
Cuando los dos estuvieron sentados, se miraron a los ojos. Pasaron varios
segundos hasta que Brandon obtuvo el valor suficiente para empezar a hablar.
—Soy consciente de que desde hace tiempo te debo una explicación con
respecto a mi compromiso con Elizabeth. —Tomó aire y se preparó para lo
que iba a decir a continuación—: Creo que es hora de darla.
Claire se sorprendió, pero no dijo nada; temía que, al hacerlo, pudiera
arruinarlo todo y que él se arrepintiera. ¡Estaba a punto de contarle todo! Al
fin confiaría en ella.
—Cuando me comprometí con Elizabeth, era muy joven, pero me había
enamorado, por lo que no me importó echarme la soga al cuello. —Sonrió con
tristeza—. Sin embargo, no todo era como yo creía. —Su semblante se tornó

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sombrío—. Elizabeth no era como yo creía, resultó ser toda una… —se
detuvo pensando en un sinónimo a la palabra que deseaba decir, pero que no
podía por respeto a Claire—. Una mala mujer —concluyó—. Nadie lo
hubiese creído, pues tenía apariencia de ángel. Uno no sabe que las
apariencias engañan hasta que lo descubre por sí mismo.
Claire se limitó a mirarlo pidiendo en silencio que continuara, a pesar de
que podía ver en sus ojos el dolor que le ocasionaba revivir esos momentos.
Le tomó la mano en un gesto de apoyo y él empezó a acariciarla
distraídamente mientras continuaba hablando.
—Lo descubrí una noche. —Ya no la miraba a ella: su vista estaba fija en
algún punto del claro, como si hubiese abandonado el presente para regresar a
aquel tiempo—. Estábamos en una velada que muchos recuerdan como una
de las mejores fiestas de la temporada, para todos menos para mí. —Hizo una
pausa como si intentara recordar con claridad lo sucedido—. Faltaban dos
semanas para la boda, y ese día asistimos a la velada juntos, como veníamos
haciendo desde que anunciamos el compromiso. En la mitad de la fiesta, mi
madre anunció su deseo de irse, pues no se sentía bien. Como era nuestra
responsabilidad llevar a Elizabeth a su casa, la fui a buscar mientras mis
padres esperaban que trajeran el carruaje. No la encontraba por ningún lado,
hasta que alguien me dijo que había salido al jardín a tomar aire.
Empezó a apretar su mano con más fuerza y su voz se tiñó de rabia. Claire
no dijo nada.
—No tardé mucho en averiguar dónde se encontraba, ya que unos
gemidos provenientes de una banca, no tan alejada de la casa pero oculta por
unos arbustos, me indicaron mientras caminaba que no estaba solo. Al
principio, pensé que era una pareja de amantes, y no era mi intención
interrumpirlos, hasta que vi el ruedo de un vestido color lila que no había
quedado bien oculto. Nadie llevaba ese color de vestido, al menos no que yo
recordase, solo una persona. —Brandon cerró los ojos un momento y respiró
hondo. Claire no tenía necesidad de esperar a ver cómo terminaba la historia,
pues ya deducía el final—. Con el corazón acelerado y con la posibilidad de
equivocarme, me acerqué en silencio para comprobar lo que mi mente no
quería aceptar. Ahí fue cuando todo mi mundo pareció venirse abajo. La
mujer que más había querido estaba tumbada sobre el banco con el vestido
subido hasta la cintura, como toda una cualquiera, y un hombre estaba encima
de ella. —Tal fue la furia que sentía al recordar lo sucedido, que no midió las
palabras dichas a Claire.

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Claire se acercó a él, con las mejillas sonrojadas al imaginarse la escena,
pero con un brillo de empatía en los ojos. Con razón Brandon se había negado
a contarle todo. Algo así hería el orgullo de cualquiera, sobre todo de un
hombre; y, si se añadía que Brandon estaba completamente enamorado, la
situación se tornaba peor. No era algo grato de recordar, ni de contar. A la
misma Claire se le hacía difícil asimilarlo. Habiendo sido criada, al igual que
muchas jóvenes, en total desconocimiento de los placeres carnales, no
entendía cómo la dama, estando soltera, había podido sucumbir a ellos antes
del matrimonio.
Con temor a hacer algo que terminara resultando incorrecto, a Claire solo
se le ocurrió colocarle una mano en la mejilla para demostrarle su apoyo y
cariño. Brandon frotó la cara contra su palma, como queriendo absorber toda
su fuerza y, para sorpresa de Claire, quien creía que ya había terminado, él
admitió:
—Mi primer impulso fue golpearle la cara con un guante, pero no tuve el
valor.
—Hiciste lo correcto —dijo con dulzura, horrorizada por la idea de un
duelo—. Tampoco habría valido la pena derramar una gota de sangre por esa
mujer. Tuviste suerte de darte cuenta de quién era antes de casarte.
Brandon negó con la cabeza.
—No lo hice por sensatez. —La miró directamente a los ojos. Estaban
llenos de decepción—. No te he dicho aún con quién me engañó.
—¿Un tal Charles? —dedujo Claire al recordar aquella conversación con
su tía.
—Sí. ¿Cómo lo supiste?
—Mi tía me comentó que hubo rumores de que abandonó el país casi al
mismo tiempo que lady Cork. —Se encogió de hombros, restándole
importancia.
—Pero ¿no sabes quién es en realidad?
Ella arrugó el ceño, mostrando así su confusión ante la pregunta.
—El hijo de un vizconde, creo.
—No, no sabes quién es —dijo, respondiendo su propia pregunta mientras
tomaba la mano de Claire y empezaba a juguetear con ella, así evitó mirarla a
los ojos—. No me sorprende, pocas personas lo saben, aunque la sociedad lo
sospechó y rumoreó de ello en muchas ocasiones. —Tras unos momentos de
silencio, confesó—: Es mi hermano.
A Claire le fue imposible ocultar su sorpresa ante aquella noticia. ¿Cómo
era posible? Brandon no era hijo único. Era tal su confusión que no supo qué

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decir.
Esbozó una sonrisa melancólica.
—Medio hermano, en realidad —explicó con tono ausente—. Hace treinta
años, mi padre tuvo una… aventura con lady Cecilie Rosenblack, de la cual
fue producto Charles.
—No entiendo, entonces ¿por qué…?
—¿No se casaron? —adivinó—. Mi padre estaba cortejando a mi madre
en aquella temporada. Al parecer, estaba enamorado y no tenía intención de
casarse con otra que no fuera ella, por lo que aprovechando la dudosa
reputación de la dama renegó de su hijo. Por supuesto, nunca se hizo público
el asunto. La familia de la joven se apresuró a casarla con un viejo vizconde
que ya tenía dos hijos. Desconozco si se las arreglaron para hacerle creer que
Charles era hijo suyo o si él lo aceptó por tener a una joven hermosa a su lado
sin tener que esforzarse mucho.
—Pero ¿estás seguro de que era su hijo?
—Cualquiera que lo viera no lo pondría en duda si conociera la historia,
Charles es el vivo retrato de mi padre.
—¿Cómo te enteraste tú? —preguntó Claire, todavía sin poder asimilar la
historia.
—Un día escuché unos gritos provenientes del estudio de mi padre.
Tendría yo unos diez años, más o menos. Los gritos indicaban que eran dos
personas las que discutían, un hombre y una mujer. Supe que la mujer no era
mi madre, pues había salido a visitar a unas amigas. Llevado por la
curiosidad, me acerqué a la puerta del estudio. Como hablaban tan alto no me
fue difícil escuchar. La mujer amenazaba a mi padre con contarle todo a mi
madre. No sé qué pensaba conseguir a cambio del silencio, pero él la echó
diciendo que su esposa jamás se creería algo así.
—No puedo creerlo —murmuró, cada vez más sorprendida—. ¿Se enteró
tu padre que habías sido testigo de la discusión?
Él negó con la cabeza.
—No, ni siquiera se enteró de la amistad que tuvimos más adelante.
—¿Amistad?
Él asintió.
—Tuve la oportunidad de conocerlo cuando estábamos comenzando
nuestros estudios en Eton. Apenas escuché su nombre, supe que era él, eso y
que el parecido era indiscutible. Muchos afirmaban que podríamos ser
gemelos si no fuera por el color de los ojos: él los tiene castaños —hablaba
del parecido con desprecio, como si fuera una ofensa tener algo en común con

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él, y, dadas las circunstancias, Claire lo comprendía—. Fue entonces cuando
empezamos a hablar y formamos lo que yo creía una buena amistad. Yo
quería conocerlo mejor; era mi hermano, al fin y al cabo, y también pudo
haber sido el heredero del condado si mi padre se hubiera casado con su
madre y no con la mía. En el fondo, sentía que le debía algo, pues, aunque el
vizconde lo reconoció como su hijo, lo que le tocaría al ser el tercero, no sería
mucho.
—¿Él sabía de su parentesco?
—Siempre lo supo.
—Te guardaba rencor —dedujo Claire—, por eso fue que… —No se
atrevió a completar la frase pero Brandon entendió.
—Por eso fue que se metió con Elizabeth —concluyó él con la voz
cargada de dolor.
Claire comprendió que la razón por la que no lo retó a duelo fue porque
no se vio capaz de herir o incluso matar a su propio hermano. A pesar de
todo, debía sentir un cariño por él. ¡Oh, cómo le debió doler la tracción! No
entendía cómo el tal Charles fue capaz de hacer algo así. Comprendía su
resentimiento, pero ¿por qué pagarla con quien, al igual que él, solo era una
víctima de la situación y decisiones ajenas?
Incapaz de seguir quieta, Claire acortó la distancia que los separaba y se
echó en sus brazos. Permanecieron abrazados por unos instantes y luego se
miraron a los ojos.
—Lástima no, Claire, no sientas lástima por mí. No podría soportarlo —
suplicó.
—Jamás podría sentir por ti algo menor a la admiración.
Brandon bufó.
—Soy un cobarde que ni siquiera pudo salvar su honor con un duelo y que
mantuvo silencio por tanto tiempo a pesar de los problemas que mi terquedad
generaba.
—No. Eres una persona maravillosa e inteligente —dijo Claire, tomándole
la cara entre las manos—. No formulaste ese absurdo duelo porque hacerlo
sería ir en contra de tus principios, de lo que eres. Habría sido resolver las
cosas de la peor manera posible. Al final tu honor habría quedado restaurado
frente a la sociedad, pero no habrías podido alejar el cargo de consciencia. —
Le dio un beso rápido en los labios—. Sobre lo otro… Sí causó muchos
problemas, pero eso ya no es importante; todo está aclarado.
—Claire…

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Sus labios se unieron en un tierno beso, desprovisto de pasión, como si el
solo hecho de rozar sus labios saciara todas sus necesidades y con ello se
olvidaran de los malentendidos surgidos en el pasado, de todas las tristezas y
dolores, comenzando así una nueva vida.
—Creo que está de más decir que esto debe quedar entre nosotros —
mencionó mientras le acariciaba el cabello—. Nadie más se debe enterar del
asunto, mucho menos mi madre. No vale la pena destruir la imagen que tiene
de mi padre. Sé que actuó mal, pero a su manera la quería. Además, es posible
que se sienta culpable por ser la causante de que a Charles se le negara lo que
por derecho le corresponde.
—Siempre podrás confiar en mí —le aseguró—. Además, en el fondo, me
alegro de que las cosas sucediesen así.
—¿Porque no habrías sido condesa? —bromeó.
—Porque no habrías existido y se me haber negado el placer de estar hoy
contigo.
Se volvieron a besar, pero esta vez con más pasión, para luego unir sus
cuerpos como si de esa forma unieran sus almas. Se demostraron que las
palabras sobraban, que no era necesario decir «te amo» si había otras formas
de demostrarlo.

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Capítulo 29

Nunca se había sentido tan feliz en la vida. En los días que siguieron a la
confesión de Brandon, Claire se encontró de un humor excelente. Su relación
había vuelto a la normalidad, y las actitudes de él le hacían pensar que tal vez
el tan ansiado amor podía estar surgiendo. En esos días vio la vida de una
manera diferente: era como si la oscuridad y la tristeza en la que tanto tiempo
se había visto inmersa desde niña estuviera desapareciendo, dando paso a un
nuevo mundo, lleno de alegría y felicidad. Ahora pasaba más tiempo con
Brandon: daban paseos a caballo, de vez en cuando preparaban una comida al
aire libre… Su relación iba avanzando para mejor; todo el mundo se daba
cuenta de ello, e incluso se formaron algunos rumores al respecto. Tal era el
cambio, que hasta Kate se percató de que todo estaba arreglado con solo una
mirada al semblante de Claire cuando fue a visitarla; y aunque la curiosidad la
comiera por dentro, aceptó que Claire no quisiera decirle cual era el secreto
por respeto a la promesa hecha a Brandon y se conformó con saber que todo
estaba bien.
Una semana después, Claire bajó a desayunar un poco más tarde de lo
normal. Se había quedado dormida, pues la noche anterior había sido…
activa. Podría haber jurado que no encontraría a nadie en la mesa en el
desayuno, pero, para su sorpresa y suerte, su tía también había dormido de
más.
—Buenos días, tía. ¿Cómo ha amanecido? —preguntó sentándose.
—Seguramente no tan bien como tú —respondió la dama con una sonrisa
cómplice.
Claire también sonrió.
—Tía, estoy tan feliz.
—Casi no se nota, mi niña.
Claire tomó un sorbo de la taza de café que le había servido. Miró los
platos que estaban en la mesa, analizando cual de todos comer.

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—Prueba estos pastelitos de hojaldre —sugirió su tía—, están muy
buenos.
Claire les hizo una mueca de desagrado.
—No me apetecen.
—Últimamente no estás comiendo bien —comentó lady Warwick
preocupada—. ¿Sucede algo?
—Es solo que… no me provoca —contestó—. A veces el solo ver la
comida me causa náuseas, creo que estoy algo descompuesta del estómago.
Lady Warwick la miró con suspicacia.
—Dime, mi niña, ¿te has mareado en los últimos días?
Claire frunció el ceño ante la extraña pregunta, pero recordó la vez que le
sucedió frente a Brandon, y haciendo memoria descubrió que no fue la única
ocasión en la que le había sucedido. Asintió como respuesta mientras su
mente se esforzaba en buscar una explicación.
—¿Y desde cuándo… desde cuándo no manchas?
—Llevo un mes de retraso, pero… —Abrió los ojos con sorpresa al
empezar a comprender—. ¡Oh, tía! ¿Tú crees que…? —No terminó la frase.
La idea que se empezaba a formar en su cabeza la llenó de dicha.
Lady Warwick asintió.
—Mi niña, creo que estás embarazada.
Claire la miró con ojos de esperanza.
—Oh, tía, eso sería maravilloso. Sería… lo mejor que me podría pasar.
Embarazada. Todavía no se lo podía creer. Un hijo, un hijo suyo y de
Brandon. Alguien quien no importara lo que pasara llenaría su vida de alegría,
que le recordaría cada día de su vida ese amor que había sentido hacia su
padre a pesar de que las cosas no hubieran comenzado bien. Definitivamente
no podía estar más feliz.
—Claire…
Claire miró a su tía; su semblante había pasado de alegría a algo que no
supo averiguar qué era.
—¿Qué sucede?
Su tía la miró a los ojos, y después de unos momentos de silencio
comenzó a hablar.
—Mi niña, creo que es momento de que vaya buscando un lugar a donde
ir. Tú pronto tendrás tu familia completa y… y yo creo que estoy de más.
—Tía…
—Cuando comience la temporada, Juliane se irá a su propia casa en
Londres —interrumpió—, pero tú tendrías siempre que cargar conmigo. Sería

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una carga.
—Usted nunca sería una carga.
Lady Warwick le sonrió de manera melancólica.
—Tú nunca lo verías así, pero yo no me sentiría bien. Es hora de que
vivas tu vida junto a tu marido sin nadie que interfiriera. Yo estaré más
tranquila en alguna casa donde pueda pasar mis últimos días.
—No estás tan vieja, tía, te queda mucho por delante —Claire se molestó
por esa afirmación. Su tía no debía tener más de cuarenta años.
Lady Warwick volvió a sonreír, esta vez más animada.
—Pero tampoco soy una joven viuda con posibilidades de encontrar
marido —replicó—. Me gustaría ir al campo, o a Londres, para poder asistir a
las reuniones sociales. No importa.
—¿Y qué sucederá con mi hijo? —apeló Claire en un último intento de
convencerla—. ¿No te gustaría pasar tiempo con él, conocerlo, ayudarme a
criarlo? Yo no sé nada de esto.
—Estoy segura de que podrás hacer lo último sola. Y sobre conocerlo,
claro que lo haré. Te vendré a visitar, no voy a desaparecer de tu vida para
siempre.
Claire suspiró.
—Está bien. Hablaré con Brandon para buscarte una casa confortable en
Londres, y cuando termine la temporada social podrás pasarte un tiempo aquí,
pero con una condición.
—¿Cuál?
—Que te quedes conmigo hasta que nazca mi niño, quiero que estes a mi
lado en esos momentos.
—Está bien.
Claire asintió satisfecha y no se mencionó más el tema. En el fondo sabía
que su tía tenía razón. A pesar de que le dolía separarse de ella, ya era hora de
que formara su propia familia con Brandon y darle la oportunidad a ella de
llevar su vida como quisiera. Al fin y al cabo, se lo debía. Ella había pasado
los últimos cinco años de su vida cuidándola. Claire recordaba que llegó a
recibir una propuesta de matrimonio que rechazó para no abandonarla. Lo
mínimo que podía hacer era cumplir sus deseos. Su tía aún era una mujer
hermosa, y aunque su edad no ayudara, Claire guardaba la esperanza de que
todavía pudiera encontrar a alguien y así obtener la felicidad que le rehuía
desde hacía años.
Como venía haciendo durante toda la semana, Brandon regresó a su casa a
la hora del almuerzo con el fin de pasar más tiempo con Claire. Desde que las

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cosas se habían arreglado, su humor mejoró considerablemente: volvió a ser
el mismo de antes, olvidándose así de las preocupaciones que una vez lo
atacaron y de todos los problemas surgidos. Ya nada de eso le importaba, las
cosas estaban bien y la felicidad había vuelto a su vida. Se dio cuenta de que
había sido un completo estúpido al ocultar la verdad por tanto tiempo. Al
confesarlo todo había sentido cómo se quitaba un peso de encima, y lo que
sentía en esos momentos era difícil de describir. Incluso la palabra «felicidad»
le parecía poco para expresar sus emociones.
Cuando estaba a punto de entrar en su casa, las emociones positivas que lo
embargaban desaparecieron al reconocer el carruaje que se estaba
estacionando en la entrada. De este salió una mujer cuya figura voluptuosa
estaba completamente vestida de negro, pero que a pesar del velo que cubría
su cara, no era difícil de reconocer, pues ese aire de maldad que la rodeaba no
pasaba desapercibido para nadie y mucho menos para él.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de manera brusca. ¿Qué mala acción
estaba pagando para que los problemas no quisiesen desaparecer?
—¡Oh, Brandon! Qué bueno que te veo —dijo entre lo que parecieron
sollozos—. Necesito hablar contigo, ¿puedo entrar?
—No —respondió con firmeza—. Dirás lo que tengas que decir aquí y
rápido, o si lo prefieres te puedes marchar. Supongo que sabrás que no eres
bienvenida en esta casa.
—Brandon, no me trates así —sollozó más fuerte—. Sé que no me he
comportado de la mejor manera, pero estoy arrepentida y ahora necesito tu
ayuda.
Él se mantuvo en silencio, aguardando a que continuase y conteniendo las
ganas de meterla de nuevo en el carruaje mientras le decía lo que pensaba de
su «arrepentimiento».
Al ver que Brandon no pretendía ceder y dejarla entrar, ella continuó:
—Brandon, te necesito. —Colocó los dedos bajo su velo y los pasó por su
mejilla para secarse las lágrimas imaginarias—. Mi marido ha muerto y casi
me ha dejado en la ruina.
Eso sorprendió a Brandon, pero no lo mostró.
—Tenía entendido que lord Cork gozaba de una posición desahogada —
comentó.
—Antes sí, pero ahora… —Otro sollozo fingido salió de su boca mientras
simulaba intentar calmarse para poder hablar—. Benjamin se empezó a
dedicar al juego en los últimos meses y… Y perdió casi todas nuestras
propiedades. Yo no lo sabía, me enteré después de su muerte, cuando los

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acreedores empezaron a llegar. No me queda nada, Brandon. Solo la casa
donde vivo y este carruaje. —Lo señaló—. No pasará mucho hasta que
empiece a pasar hambre y… —Se detuvo fingiendo no poder controlar el
llanto.
—Lamento tu situación, pero no entiendo qué estás haciendo aquí.
Si bien sentía cierta lástima por ella, no era que pudiera ni quisiera hacer
algo. Involucrarse con Elizabeth, así fuera de manera indirecta, le acarrearía
problemas. Además, ella no se lo merecía, no después de todos los dolores de
cabeza que le causó. Ni siquiera entendía cómo había tenido el descaro de ir a
pedirle dinero, a sabiendas de que su vida había sido un calvario las últimas
semanas por su culpa, y eso sin mencionar todo el daño causado en el pasado.
¿No tenía vergüenza? Al parecer, mujeres como ella carecían de eso.
—Por favor, Brandon —rogó—. Por los buenos tiempos. Yo podría
compensarte por tu ayuda. —Se acercó a él—. Podríamos llegar a un acuerdo
beneficioso para ambos. Podríamos…
—Lárgate —le dijo mientras abría la puerta del carruaje y la metía dentro.
Toda la pena que pudo haber sentido se transformó en asco. Ella nunca
cambiaría—. Y no se te ocurra volver porque ordenaré que te saquen por la
fuerza. —Cerró la puerta—. Llévatela —le ordenó al cocherón, quien
inmediatamente se puso en marcha.
Para suerte de Brandon, no había rastro de Claire ni de nadie cuando entró
en el salón; por lo tanto, ese incidente se podía mantener en secreto. No había
razón para preocupar a nadie. Si Elizabeth volvía a meterse en sus vidas, él se
encargaría de que la pagara muy caro.

Elizabeth veía con rabia cómo se alejaban del lugar. Juró que Brandon le
pagaría esa ofensa. Nadie nunca la había humillado de esa manera.
Seguramente todo era por culpa de esa mujer con la que se había casado. Ella
lo tenía embrujado; de otra forma, jamás se hubiera atrevido a rechazarla a
pesar de lo que hubiera sucedido hacía años.
Pero se los cobraría a los dos de alguna manera.
De pronto, su cabeza empezó a evocar ideas, retazos de conversaciones
escuchadas anteriormente, rumores que sabía por buena fuente que eran
ciertos. Se le estaba ocurriendo la venganza perfecta y conseguiría la ayuda de
la persona que odiaba a esa mujer tanto como ella. Estaba segura de que esta
no le sería negada, pues ambos obtendrían beneficios. Si todo salía como lo

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planeado, no solo obtendría su venganza, sino también el dinero para vivir
bien. Les enseñaría a los Blaiford que de ella nadie se burlaba.

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Capítulo 30

Claire paseaba de un lado a otro de la habitación tratando de resolver el


dilema que se había formado en su cabeza. Cuándo, dónde, y la más
importante de todas: ¿cómo le daría la noticia a Brandon de su embarazo?
Estaba muy nerviosa. Tenía que ser en el momento oportuno, porque no era
una noticia que se diera, así como así, ¿o sí? Al menos para ella no lo era,
pero tal vez Brandon no pensara igual. Quizás a él no le importaba cómo
recibiría la noticia, sino recibirla. Sí, era probable. Los hombres no tomaban
mucho en cuenta los detalles, para ellos las cosas siempre eran más simples.
Se lo podría decir en el primer momento en el que se encontraran solos. En la
noche. Sí, se lo diría en la noche.
Su determinación duró cinco segundos. Nuevas preguntas sin respuestas y
dudas inundaron su cabeza. ¿Qué sucedería si Brandon no tomaba a bien la
noticia? Descartó esa idea inmediatamente, era ridícula. ¿A qué hombre no le
gustaría saber que su esposa estaba embarazada? Cualquiera se alegraría con
la noticia, pues eso significaba un futuro heredero.
Un terror helado le recorrió las venas apenas esa palabra vino a la cabeza.
¿Y si nacía mujer? ¿Y si no le podía dar un heredero a Brandon? El título
desaparecería. Brandon no tenía hermanos legítimos, se tendría que buscar el
varón más próximo en el árbol genealógico. Pero, aunque tuviera hermanos o
alguien que lo sucediese, no era la idea que fuese así. Su responsabilidad era
engendrar un heredero. ¿Qué pasaría si ella no se lo podía dar? ¿Sufriría esa
niña tanto como ella? ¿Brandon la despreciaría por ser mujer y se arruinaría
todo lo que hasta ahora había logrado?
—Cálmate, Claire, estás siendo paranoica —se dijo a sí misma.
La idea era absurda. Brandon no era como su padre, se lo había
demostrado miles de veces. Con esa convicción, alejó a todos los demonios
de su mente y se obligó a volver al tema principal: ¿cómo se lo diría?
También se le ocurrió que podría no estar embarazada. Siempre existía la
posibilidad de que su tía y ella estuvieran en un error; y si ese fuera el caso,

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sería una decepción muy grande. Lo mejor sería decírselo cuando estuviera
segura. Solo tenía un mes de retraso, no era prueba suficiente.
Definitivamente lo mejor sería esperar, al menos hasta que volviera al llegar
la fecha en la que debería manchar. Si se ausentaba otro mes, tendría la
certeza, y se lo comentaría. También podría llamar a un doctor, pero eso lo
pondría en alerta, y quería ser ella quién se lo dijera.
Sí, esperaría.
Con la decisión tomada, y ya más relajada, bajó a almorzar. Brandon
debía estar por llegar.

La figura de negro descendió del carruaje y se detuvo enfrente de la puerta


que la conduciría dentro de la residencia Lethood. Esta fue abierta por un
mayordomo con cara de pocos amigos, quién después de ir a anunciarla, no
tardó en regresar con una respuesta afirmativa.
«Hombre inteligente», pensó Elizabeth. Relacionarse con ella seguro sería
la mejor decisión que tomaría, suposición que confirmó cuando empezó a
caminar por los pasillos y notó la carencia de muebles, cuadros e incluso
candelabros. Cierto que nunca había estado en esa casa, y no sabía cómo era
anteriormente, pero la falta de iluminación y de objetos era excesiva, por lo
que los rumores debían ser ciertos.
Entró en el estudio, solo iluminado por unos rayos de sol que lograron
atravesar las cortinas colgadas en las ventanas. Se sentó en el asiento frente a
Thomas sin importarle que el hombre no la hubiera invitado, y por la cara que
presentaba en ese momento no pareciera que esa idea se le hubiera pasado por
la cabeza.
—Buenas tardes, señor Lethood.
El hombre se limitó a levantar la vista y clavar esos fríos ojos café en ella,
como si fuera un depredador a punto de defenderse de un ataque.
Era evidente que a Thomas Lethood no le había sentado bien su nueva
situación. Su cara estaba demacrada, tenía enormes ojeras y su pelo estaba
blanco en donde no se había empezado a caer. También parecía estar flaco.
Nunca lo había visto, pero había escuchado que era un hombre fornido y de
presencia imponente, imagen que no se comparaba con la que tenía enfrente.
«Mejor», se dijo a sí misma. Su situación de verdad debía de estar mal, y
si así era, no lo pensaría dos veces antes de aceptar su propuesta.
—Seré directa, señor Lethood: vengo a proponer un negocio que estoy
segura que le interesará.

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Una sonrisa torcida se formó en los labios de Thomas.
—No veo qué clase de negocio puede ofrecerme usted.
—Uno que nos beneficiará a ambos, se lo aseguro. Sin embargo, primero
me gustaría saber qué clase de relación tiene con su hija.
El semblante de Thomas se ensombreció.
—¿A dónde quiere llegar? —gruñó con desconfianza.
—Solo quiero confirmar la información que tengo sobre que usted no se
lleva muy bien con su hija. ¿Es cierto?
—Ella nunca debió nacer —contestó sin el mínimo remordimiento.
Elizabeth sonrió.
—Y con su yerno, lord Blaiford, ¿cómo es su relación?
Parecía imposible, pero la cara de Thomas se ensombreció aún más.
—¿A dónde quiere llegar? —preguntó otra vez con impaciencia.
—Solo pienso, ¿no debería su yerno ayudarlo en estos momentos tan…
difíciles? Al estar casado con su hija, debería asumir esa responsabilidad. Si
no es indiscreto preguntar, ¿sabe usted por qué se interesó en ella? —preguntó
intentando saciar la curiosidad que esa incógnita le causaba.
Thomas se encogió de hombros.
—No. Vino un día solicitando la mano de Claire. A mí me pareció la
oportunidad perfecta para librarme de ella, así que se la concedí.
—Es decir, ¿ella no lo conocía? ¿No la había cortejado con anterioridad?
—A esa estúpida no se le acercaban ni las moscas. Hasta ahora
desconozco el motivo por el que el hombre la quiso como esposa.
Elizabeth asintió, algo decepcionada por no haber obtenido la respuesta a
su pregunta, pero prometiéndose que algún día lo sabría.
—No me ha respondido, ¿cómo es su relación con su yerno?
—Usted no me ha respondido a dónde quiere llegar.
—Quiero saber qué tanto sería capaz de hacer por conseguir el dinero que
le hace falta.
—Haría cualquier cosa.
—¿Incluso si su hija y su yerno salen perjudicados?
El brillo de peligro en los ojos de Thomas al recordar el último encuentro
que había tenido con ambos era tan oscuro que llegó a asustar a Elizabeth.
—Nada me daría más placer.
—Entonces, señor Lethood, será un verdadero gusto hacer negocios con
usted.
La mujer le contó en voz baja el plan que había estado ideando durante el
trayecto en carruaje. Era perfecto, solo había que realizarlo correctamente y

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afinar algunos detalles. Thomas se mostró satisfecho con la propuesta y
prometió su incondicional ayuda, no sin antes hacer algunas preguntas, claro.
—¿Cómo conseguiremos hacerlo? No conviene meter a alguien más en el
asunto, sería muy peligroso para el plan.
—Y para nuestros gastados bolsillos también —añadió Elizabeth, y se
ganó un gruñido de Thomas—. Pero tiene razón, tendremos que hacerlo
nosotros dos solamente.
—Habrá que asegurarnos entonces de que no haya nadie cerca. La
oportunidad podría tardar en llegar —advirtió.
—Siempre se puede fomentar una oportunidad, ya pensaremos cómo. —
Se encogió de hombros—. Otro punto importante sería el lugar. Mi casa está
descartada, por supuesto, y no tengo más propiedades.
—Conozco el sitio perfecto —aseguró Thomas, y le contó su idea.
—Excelente —coincidió la mujer, que se levantó del asiento, pero no para
retirarse.
Elizabeth se acercó a un estante que contenía las pocas bebidas que
quedaban en la mansión, clara prueba de que el señor Lethood las había
utilizado para aliviar penas. Sacó una botella de whisky que estaba por la
mitad y sirvió una cantidad generosa en dos copas que encontró, luego volvió
al escritorio y le entregó una de las copas a él.
—Salud por nuestra pronta victoria. —Brindó con una sonrisa burlona.
—Y venganza —añadió Thomas.
—Y venganza —convino ella.
Chocaron las copas, sellando el pacto, y tomaron del licor con los ojos
brillando con adelantada satisfacción por lo que estaban a punto de hacer.
Los Blaiford no sabían con quiénes se habían metido.

Era ya de noche cuando la pareja, ajena a todo lo que se les avecinaba,


estaban recostados, con los miembros entrelazados, mirándose fijamente en
un ambiente de paz que hacía tiempo no lograban. Su respiración apenas
estaba volviendo a la normalidad y el sueño los estaba alcanzando.
—Es maravilloso, ¿no crees? —comentó Brandon, bostezando.
—¿El qué? —preguntó soñolienta.
—Estar así.
Aunque su mente estaba algo lenta por el sueño, ella sabía que no se
refería a cómo se encontraba, sino al ambiente que reinaba: uno de paz, de

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felicidad y hasta podría decirse de amor, a pesar de que ninguno de los dos lo
reconociese.
—Sí, es maravilloso —convino acurrucándose más junto a él.
«Y pronto podría ser mejor», pensó mientras el sueño la vencía. Sus
últimos pensamientos fueron imágenes de un futuro maravilloso.

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Capítulo 31

—Creo que no es necesario preguntar cómo va tu matrimonio.


Brandon sonrió en respuesta, y sirvió un poco de brandy en unas copas.
—Brindemos por ello entonces —ofreció Robert a la vez que alzaba una
de las copas.
Ambos chocaron los vasos, aunque Brandon no estaba muy seguro del
motivo específico por el que brindaba. Él podía estar haciéndolo por la
felicidad que estaba viviendo en esos momentos, pero la mirada cómplice de
Robert lo hacía pensar que él sabía que, en el fondo, había algo más detrás de
esa felicidad por lo que celebrar a pesar de no querer admitirlo en voz alta.
Un golpe en la puerta los interrumpió.
—Milord, lady Cork quiere verlo. Le he informado que usted no desea
recibirla, pero se niega a irse.
—Dígale que, si no se va, llamaré a unos lacayos para que la saquen a la
fuerza, y no dude en hacerlo si la respuesta de la mujer no es la deseada.
El mayordomo asintió y salió.
—Sigue dando problemas —adivinó Robert.
—Nada que no se pueda solucionar.
El marqués asintió y su expresión se tornó más seria de lo normal.
—¿Cuándo se lo vas a decir? —preguntó.
Brandon lo miró, confundido.
—¿Decirle que?
—Hay un asunto que todavía no has dejado claro con tu esposa, Brandon,
y pienso que es mejor que se lo cuentes ahora, antes de que puedan formarse
problemas por ello.
—¿De qué estás hablando?
—Tienes que contarle la razón por la que te casaste con ella.
Brandon se recostó en el asiento de su estudio y echó la cabeza hacia
atrás, exasperado. Había olvidado por completo ese detalle desde que dejó de
parecerle importante y desde que se dio cuenta de que, aunque sus razones

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para el matrimonio no fueron las mejores, su vida había terminado dando un
giro apenas conoció a la mujer con la que se había casado y que despertaba
tantas emociones en él.
—¿En verdad crees que es necesario?
Robert asintió.
—Siempre es mejor dejar todo claro.
Brandon no tenía muchas ganas de que su actual paz se desvaneciera.
Esos días habían sido los mejores de su vida y no tenía ninguna intención de
echarlos a perder. Esa felicidad… No, no era felicidad solamente. Esa la
sensación de querer estar siempre con ella, de protegerla, de mantener ese
ambiente de paz, de siempre querer sacarle una sonrisa, porque en el mundo
no había nada más maravilloso.
Todo eso no tenía otro nombre que no fuera amor.
Se había enamorado otra vez.
Estaba completa y perdidamente enamorado. Pero en esta ocasión era
diferente porque tenía la certeza de que las cosas podían terminar bien. Era
distinto por el simple motivo de que Claire era distinta.
Algo debió decir el semblante de Brandon sobre sus pensamientos, porque
Robert lo miró de manera comprensiva.
—Brandon, si quieres ser feliz de verdad, es mejor que se lo digas todo.
—Con eso le hizo saber que no se refería únicamente al asunto del
matrimonio, sino también a sus sentimientos—. Sería ideal que se entere por
ti que por alguien más.
—Nadie más se lo va a decir —aseguró, no queriendo ahondar en el tema
de sus sentimientos—. Solo tú y mi mamá conocen el verdadero motivo. —Se
puso los dedos en la barbilla, pensativo—. Creo que lady Warwick lo
sospecha, pero si no ha dicho nada hasta el momento, no lo hará en el futuro.
—De todas formas, Brandon, siempre es mejor dejar todo aclarado.
Soltó un suspiró de resignación.
—Lo sé —admitió a regañadientes—, pero no se lo va a tomar nada bien.
¿Cómo reaccionarías tú si te dijeran que se casaron contigo solo para
utilizarte como máquina procreadora y que te eligieron porque sabían que no
reprocharías a tu marido cuando continuara con sus relaciones extramaritales?
—hablaba con todo el desprecio que sentía hacia él mismo por haber
considerado alguna vez esa idea.
—No reaccionaría bien —concordó Robert—. Sin embargo, no creo que
tu esposa tenga una visión romántica de las razones para este matrimonio. No
es tonta; y aunque no sepa la verdad, tampoco pienso que se sorprenda de los

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motivos. Me atrevo a decir que, una vez pasado el instante de molestia, podrá
perdonarte. Es mejor dejar todos los secretos atrás.
—Supongo que tienes razón —cedió Brandon—. Se lo diré esta noche.
Mientras más pronto comience la batalla, más rápido terminará.
Lo que él no se imaginaba era que lo que se avecinaba no era una batalla,
sino una guerra. O, al menos, eso era lo que dejaba entrever la sonrisa de
satisfacción de la mujer que, vestida de negro, salía a hurtadillas de la casa.

Elizabeth había llegado a la mansión de campo de los Blaiford, dispuesta


a molestar un poco más a Brandon. Había pensado que quizás todavía pudiera
convencerlo de que aceptara su propuesta y así no tener que llegar a las
medidas tan drásticas que tenía en mente; sin embargo, se encontró con la
desagradable negativa del mayordomo.
—Lo siento, milady, no puede pasar.
—¿Por qué no? —No podía creer que Brandon hubiera tenido la osadía de
prohibirle la entrada.
El mayordomo pareció un poco incómodo por el rumbo de la
conversación.
—Milord no desea verla.
—¿No desea verme? —Elizabeth arqueó una ceja y luego, con gesto
inocente, continuó—: ¡Ah, ya entiendo! Acabo de ver el carruaje del marqués,
seguramente está con él y no desea ser interrumpido. Pero no se preocupe,
estoy segura de que mi presencia no les molestará.
—Milady, creo que no ha entendido…
—Por supuesto que sí. ¿Por qué no va y le pregunta a lord Blaiford si
puede recibirme? Verá que la respuesta será positiva y todo se trata de una
confusión.
El mayordomo suspiró con resignación.
—Espere aquí, milady.
Elizabeth sonrió cuando vio alejarse al mayordomo hacia el despacho de
Brandon. Después de asegurarse de que estaba fuera de la vista de cualquiera,
hizo una seña al cochero para que la esperase lejos de la entrada y entró en la
casa, colándose por los pasillos hasta el que recordaba que era el despacho. Se
ocultó tras una planta cuando vio que el mayordomo regresaba y continuó
hasta llegar a la puerta donde se detuvo al escuchar la voz de los dos hombres.
—¿Cuándo se lo vas a decir? —preguntó el que suponía que era el
marqués.

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—¿Decirle que?
—Hay un asunto que todavía no has dejado claro con tu esposa, Brandon,
y pienso que es mejor que se lo cuentes ahora, antes de que puedan formarse
problemas por ello.
—¿De qué estás hablando?
—Tienes que contarle la razón por la que te casaste con ella.
Hubo unos segundos de silencio, y Elizabeth sonrió. La suerte estaba de
su lado.
—¿En verdad crees que es necesario? —preguntó Brandon al fin.
—Es mejor dejarlo todo claro.
Otros minutos de silencio.
—Brandon, si quieres ser feliz de verdad, es mejor que se lo digas todo.
Sería ideal que se entere por ti que por alguien más.
—Nadie más se lo va a decir. Solo tú y mi mamá conocen el verdadero
motivo. —Hizo una pausa, como si estuviera pensando—. Creo que lady
Warwick lo sospecha, pero si no ha dicho nada hasta el momento, no lo hará
en el futuro.
—De todas formas, Brandon, siempre es mejor dejar todo aclarado.
—Lo sé, pero no se lo va a tomar nada bien. ¿Cómo reaccionarías tú si te
dijeran que se casaron contigo solo para utilizarte como máquina procreadora
y que te eligieron porque sabían que no reprocharías a tu marido cuando
continuara con sus relaciones extramaritales?
—No reaccionaría bien. Sin embargo, no creo que tu esposa tenga una
visión romántica de las razones para este matrimonio. No es tonta; y aunque
no sepa la verdad, tampoco pienso que se sorprenda de los motivos. Me
atrevo a decir que, una vez pasado el instante de molestia, podrá perdonarte.
Es mejor dejar todos los secretos atrás.
—Supongo que tienes razón. Se lo diré esta noche. Mientras más pronto
comience la batalla, más rápido terminará.
Elizabeth amplió la sonrisa. No podía estar más feliz. El destino por fin se
había puesto de su lado. Sabía que si Brandon estaba reunido con Robert, no
hablarían de negocios. Sí, la idea de infiltrarse en la casa fue la mejor que se
le pudo haber ocurrido. Ahora tenía información valiosa que buscaría cómo
utilizar a su favor.
Ellos no sabían lo que se le avecinaba.
Miró a su alrededor, se aseguró de que no hubiera nadie y salió de la
mansión, dirigiéndose a donde se encontraba su cochero, que estaba en los

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límites de la propiedad. El mayordomo debió haber pensado que se había
marchado hacía rato mientras él iba a preguntar.
Con la sonrisa de satisfacción todavía impresa en el rostro, caminó
pensando en que ya no le interesaba un acuerdo. No, tendría su venganza, y
esa información formaría parte de ella.
Todo estaba apenas comenzando.

El sol estaba en su punto más alto cuando las dos personas encerradas en
el oscuro despacho brindaban por la oportunidad perfecta que el destino les
había brindado.
—Hoy es el día —afirmó Thomas—. Cuando está molesta o triste, tiene la
costumbre de desaparecer por el campo sola. Es la oportunidad perfecta.
—Ya tenemos la forma de ponerla en ese estado, solo habría que buscar
una manera de movernos por la propiedad sin que nadie nos vea.
—Y rogar que no decida cabalgar. La estúpida lo hace mejor que un
hombre —dijo él con desprecio—. Por lo menos salió buena para algo.
Elizabeth le quitó importancia con un gesto de mano.
—Ya veremos cómo lo solucionamos. Podríamos interceptarla antes de
que llegue a las caballerizas. Lo importante es que salga de la mansión.
—Saldrá —predijo Thomas.
—Brindemos por ello, entonces —dijo Elizabeth mientras levantaba la
copa—. Es momento de poner en marcha el plan.

Fastidiada por no tener nada que hacer, Claire vagaba por el salón
principal buscando algo o alguien con quien entretenerse. Ese día no tenía
nada en lo que ocupar su tiempo. Ya se había encargado de los asuntos de la
casa; no le apetecía ponerse a tejer, y no podía ir a dar un paseo, primero
porque no quería montar a caballo sabiendo que podía estar embarazada, y
segundo porque el día estaba nublado.
Su tía había salido a hacer unas visitas. Juliane estaba descansando
después de haber pasado toda la mañana organizando una visita que le haría a
una amiga en Bath, y no sabía dónde estaba Brandon. Suponía que había
salido con el marqués, que lo había ido a visitar esa mañana. Estaba sola.
Unos golpes resonaron en el salón y dirigieron la atención de Claire hacia
la puerta. De inmediato, el mayordomo apareció para abrirla. Se percató de

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que este movía las manos con exasperación, algo completamente extraño en
una persona que no solía cambiar de semblante. Se acercó un poco más,
interesada en averiguar quién era el causante de semejante hazaña, pero el
hombre le bloqueaba la vista, así que solo pudo escuchar la conversación.
—Milady, lord Blaiford no se encuentra; y aunque estuviera, ya se le ha
dicho que no es bien recibida en esta casa —dijo sin poder ocultar su fastidio,
como si hubiera repetido lo mismo varias veces.
A Claire le pareció bastante extraño que alguien fuera despedido de
manera tan descortés. Brandon no daría esas órdenes a menos que la visita
fuera una persona muy despreciable. La idea de quién podía ser se le vino a la
mente haciendo que un gesto de amargura se formara en su rostro. «No puede
ser», se dijo. El destino no podía ser tan desconsiderado.
Sí, sí lo era. Lo supo cuando el mayordomo se giró un poco y pudo
comprobar quién era la visita.
—No he venido a hablar con lord Blaiford —dijo la voz que ya le parecía
irritable—, me gustaría hablar con su esposa.
Claire caminó hacia la entrada dispuesta a darle el gusto de hablar. Ella
misma le diría a esa mujer que no era bienvenida en su casa. Se le había
acabado la paciencia. Ya no pensaba dejar que siguiera amargándole la
existencia.
Llegó justo cuando el mayordomo le decía:
—Tengo órdenes de que no se le puede permitir la entrada.
—Por favor, pregúntele a… ¡Oh lady, Blaiford! —exclamó Elizabeth al
verla—. Necesito hablar con usted, es muy importante.
Claire dudó. No negaría que le generaba curiosidad, pero también era
consciente de que de la boca de esa mujer solo salían palabras
malintencionadas.
—Márchese —dijo finalmente—. No es bienvenida en esta casa, y no
pienso escuchar nada de lo que tenga que decirme.
—¿Ni siquiera para saber por qué su esposo decidió casarse con usted?
Y con esa frase logró que todas sus convicciones cayeran.

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Capítulo 32

«¿Ni siquiera cuando tiene que ver con su matrimonio?»


Claire era muy consciente de que la mujer podía estar tendiéndole una
trampa y que lo que fuera a decirle podía ser una mentira; sin embargo, la
curiosidad era demasiado fuerte para ignorarla. Nada perdía con escucharla si
tenía el buen juicio de poner en duda todo lo que le dijera.
—Está bien —aceptó—. La escucharé, pero tiene que ser rápido. No
tengo mucho tiempo.
—Pero, milady… —protestó el mayordomo.
—No se preocupe —lo tranquilizó—. Será rápido.
—Por supuesto —confirmó Elizabeth con una sonrisa que por un
momento la hizo dudar de lo acertado de su decisión—. No tardaré mucho,
lady Blaiford.
—Entonces, entremos.
El mayordomo, aún con expresión de duda, se hizo a un lado para dejar
pasar a la mujer, quien se apresuró a seguir a Claire hacia un saloncito
apartado, en donde esta la invitó a tomar asiento de manera nada cortés.
—¿Qué es lo que quiere? —No tenía ánimos de saludos protocolares.
—¡Pero qué descortesía! —Elizabeth fingió estar ofendida—. ¿No va a
ofrecerme una taza de té?
—Le ofrezco la posibilidad de marcharse si no me dice lo que quiere
contarme.
Claire no sabía cómo, pero esa mujer lograba sacar de alguna u otra
manera lo peor de ella, hasta el punto de que a ella misma le sorprendía lo
brusca que podía ser. A pesar de eso, a Elizabeth, en vez de molestarle,
parecía divertirle la situación, pues su sonrisa se ensanchó.
—Si eso es lo que desea… —Se encogió de hombros—. He venido a
hacerle un favor.
—¿Un favor? —repitió Claire desconfiada—. Permítame ponerlo en duda.

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El brillo que vio en sus ojos le hizo considerar la posibilidad de correrla
antes de que se arrepintiera. Pero no podía hacer eso, ya había llegado hasta
allí, no era momento de echarse para atrás.
—Entiendo que dude, pero créame cuando le digo que es un favor. ¿No
considera usted uno el hecho que yo esté aquí para desengañarla, para decirle
algo que usted tiene derecho a saber?
Claire la miró con un rencor que pocas veces sentía, pues recordó que la
última vez que le había dicho algo que ella tenía «derecho a saber» no había
sido agradable. El arrepentimiento por haber cometido la estupidez de haberla
recibido otra vez regresó más fuerte que antes, y cuando estaba a punto de
decirle que se fuera, la mujer siguió hablando, como si de alguna forma
hubiera previsto sus intenciones:
—He venido a decirle por qué Brandon se casó con usted.
Claire se quedó helada y las palabras que iba a pronunciar murieron en su
boca tan rápido como moría un oso polar en el desierto. No podía ser cierto lo
que acababa de escuchar. Esa mujer no podía saber el porqué Brandon se
había casado con ella, ni siquiera debía estar enterada de que no fue un
matrimonio por amor. Cierto que eso último no era difícil de averiguar, la
sociedad podía proporcionar más información que el The Times, y la noticia
de que uno de los famosos libertinos había contraído matrimonio con una
posible solterona no era información privada. No obstante, de conocer eso, a
saber, el motivo específico por el que se realizó la unión, era imposible.
Lo que fuera a decirle no podía ser verdad.
—Lady Cork, por favor, retírese de mi casa. —Fue más una orden que una
petición.
La mujer sonrió con maldad.
—Pero, lady Blaiford, ¿no me diga que nunca se ha hecho esa pregunta?
¿Nunca ha sentido curiosidad por saberlo?
Decir que no tenía curiosidad habría sido la mentira más grande de su
vida. No era un secreto que esa pregunta la había atormentado por varias
noches y había perdido varias horas de su tiempo en el intento de encontrar
una respuesta, pero no le iba a dar el gusto de admitirlo. Además, en los
últimos días no había pensado mucho en ello, pues la situación con Brandon
estaba bastante bien, y esa era su arma para defenderse de la batalla.
—Créame, ya no me importa. —Sonrió—. Las razones son cosa del
pasado. Brandon y yo somos muy felices, tanto que no necesitamos perder el
tiempo recordando incidentes anteriores.

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El golpe había dado en el blanco. La sonrisa de Elizabeth desapareció para
dar paso a una expresión de rabia mal disimulada.
—¡Estúpida! —estalló—. ¿De verdad crees que te quiere? ¿En serio
piensas que él puede llegar a sentir por ti lo que alguna vez yo desperté en él?
—Su voz era baja pero fría, se notaba que calculaba cada una de sus palabras
—. No, se casó contigo por el hecho de que necesitaba un heredero, eso es lo
único que quiere de ti. Se casó contigo porque sabía que, por tu carácter,
jamás le reprocharías todas las aventuras extramatrimoniales que pudiera
tener. Nunca te quiso, ni te querrá. Solo Dios sabrá con cuántas mujeres te
habrá engañado para esta fecha. Después de mí, Brandon olvidó lo que es la
fidelidad y tú no eres lo suficientemente buena para hacerlo cambiar.
—Eso es mentira.
La afirmación era más para convencerse a sí misma que a Elizabeth. No
podía creerle, no debía creerle. Tenía que recordar que esa mujer era una
víbora y todo lo que destilaba por la boca era veneno puro. Le estaba diciendo
eso para herirla.
—Es verdad —insistió la mujer con los ojos llenos de satisfacción, pues
de alguna manera sabía que lo que le había dicho le había afectado, aunque no
lo dejara entrever—. Eres demasiado estúpida si en verdad creíste que
Brandon se pudo haber enamorado de ti estándolo primero de mí. Mírate en
un espejo y compáranos. Nadie en su sano juicio te preferiría habiendo estado
primero conmigo, y menos un hombre como Brandon que ha estado con
muchas de las beldades de Inglaterra. Es absurdo que pensaras que pudiste
haber despertado algo en él.
—Lárgate. —La voz de Claire era suave y firme, ocultaba muy bien todo
el torbellino de emociones y dudas que se arremolinaban dentro de ella.
—¿No me podría proporcionar un carruaje? —preguntó otra vez con una
sonrisa, esta vez sarcástica—. El tiempo está nublado, es probable que llueva
y esta vez no he traído el mío. —Su expresión decía que sabía que la
respuesta sería negativa, por eso se sorprendió cuando Claire respondió:
—Por supuesto.
—¿En serio? —preguntó con suspicacia.
Ante su desconcierto, Claire sonrió.
—Claro. Leyla —llamó a la criada que en ese momento pasaba enfrente
de la puerta abierta del salón.
—¿Sí, milady?
—Necesito que me traigas una escoba —ordenó.
La criada la miró como si se hubiese vuelto loca.

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—¿Una escoba, milady?
—Sí, una escoba —confirmó—. Lady Cork está impaciente por irse. Me
ha pedido que le proporcione un medio de transporte, y como anfitriona es mi
deber asegurarle uno en el que se encuentre cómoda, así que búscale una
escoba, por favor.
La criada salió de la habitación conteniendo a duras penas una carcajada,
mientras Elizabeth, con la cara roja de ira, se dirigía hacia la puerta.
—Esta me las pagarás —advirtió mientras salía a pasos agigantados.
Cuando se hubo ido, Claire no pudo contener más los sollozos y las
lágrimas empezaron a salir de sus ojos sin control alguno, a pesar de que su
mente se repitiese una y otra vez que todo eso era mentira, que esa mujer
siempre decía mentiras, que no debía creerle nada de lo que le dijera. Pero
aunque una parte de su corazón hacía todos los esfuerzos por convencerse de
ello, la parte analítica de su cerebro junto con todas sus inseguridades pasadas
veían la historia perfectamente coherente. ¿Por qué otra razón alguien como
Brandon la habría elegido a ella? La tímida y solterona Claire Lethood. La
dura realidad se filtraba en su corazón produciéndole ese dolor profundo que
no podía evitar. Había sido tan estúpida, ¿cómo no se había dado cuenta antes
de que esa era la razón?
Una pequeña voz en su cabeza le susurraba que no sacara conclusiones
precipitadas y le recordaba que las cosas no siempre eran como parecían y
que ella lo debería saber por experiencia propia. Sin embargo, Claire apenas
la escuchaba. El dolor que sentía era tan grande que apenas daba espacio para
los pensamientos racionales en su mente. Ella siempre supo que él no se había
casado con ella porque se hubiera enamorado a primera vista, pero descubrir
la forma en que pensaba utilizarla le dolía. ¿Tan poco valió ella para él en
aquel momento?
Se hizo un ovillo en una esquina del sillón y continuó sollozando sin
importarle quién la pudiese oír. No le interesaba saber que alguien se pudiera
enterar de sus penas, solo quería desahogar de alguna manera todo el dolor de
su interior.
Así la encontró Brandon cuando llegó a la casa, media hora después.
Había sido informado por el mayordomo de la visita de Elizabeth y el mal
presentimiento que lo había embargado durante todo el día se acentuó, y
confirmó que estaba en lo cierto cuando encontró a Claire en el salón del té,
en posición fetal, llorando. Rápidamente se acercó a ella y se arrodilló frente
al sillón.
—¿Claire? Cariño, ¿qué sucede?

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Ella alzó la cabeza, mostrando los ojos rojos por las lágrimas derramadas,
y habló con la voz ronca por el llanto:
—¿Es cierto que te casaste conmigo para tener un heredero y seguir con tu
vida de libertino? —Había decidido que lo mejor era ir al grano.
Brandon no pudo ocultar su sorpresa. ¿Cómo se había enterado? Y no se
refería a Claire, pues tenía bastante clara la respuesta, sino a Elizabeth.
Decidió que lo averiguaría en otro momento, pues había cosas más
importantes que aclarar.
—Sí —respondió. Habían acordado que no habría más mentiras y no era
el momento para ellas; al fin y al cabo, había pensado decírselo esa noche.
Pero al parecer el destino o una bruja se le había adelantado.
Las lágrimas de Claire volvieron con más fuerza ante la confirmación de
lo que ya sabía.
—Soy una estúpida —murmuró—. No puedo creer que no me haya dado
cuenta antes. Sí, siempre supe que no pediste mi mano porque te hubieras
enamorado perdidamente de mí o algo similar. Sin embargo, jamás me
imaginé que valiera tan poco para ti. No me conocías, pero decidiste
arruinarme la vida creyendo ¿qué? ¿Nunca pensaste que podía dolerme?
¿Acaso creías que no tenía sentimientos y que toleraría con estoicismo tus
engaños?
—Claire, escúchame, por favor…
—No. No quiero escuchar nada. Todo está claro: soy solo un medio para
procrear. —Más lágrimas salieron al pensar que su objetivo pudiera haberse
cumplido—. Soy un ser sin alma ni sentimientos que debe callar cuando
tengas una aventura. —El tono en el que hablaba demostraba lo rota que
estaba por dentro, haciendo que Brandon se encogiera de culpa y dolor.
—No es así… —intentó explicar, pero ella lo volvió a interrumpir.
—¿Cuántas han sido, Brandon?
—¿Cuántas qué? —preguntó confundido.
—¿Cuántas han sido las mujeres con las que me has engañado en el
matrimonio?
—Con ninguna —respondió, buscando su mirada.
—¡No te creo! ¿Piensas que voy a creer que te conformarías con alguien
como yo teniendo a muchas mujeres bellas a tu disposición?
—¡Por el amor de Dios, Claire! —se exasperó—. Ya hemos hablado de
esto. Tú eres hermosa y tienes otras cualidades que me harían preferirte a ti en
lugar de a cualquier otra.

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—Pero no pensabas lo mismo cuando pediste mi mano, ¿verdad? Para ti
las únicas cualidades que poseía en ese momento era el ser una mujer tímida e
insegura —expresó ya con más rabia que tristeza.
—No niego que esa era mi opinión para aquel entonces. —Intentó
acercarse y posarle la mano sobre los hombros, pero ella dio un paso atrás—.
Sin embargo, todo ha cambiado. Me di cuenta desde que empecé a conocerte,
desde que descubrí la maravillosa mujer que habita en ti, que jamás podría
haberte hecho daño y que había sido un imbécil por solo considerar en un
principio esa posibilidad, por haberte forzado a un matrimonio que no
deseabas creyendo que era lo mejor, pues mi arrogancia me había hecho
pensar que cualquier mujer estaría deseosa de aceptar. Lo lamento, Claire. No
puedo cambiar el pasado, pero si arreglar el presente. Yo… —Respiró hondo
—. Yo te amo. Podemos olvidar todo y comenzar de nuevo, una vida feliz…
«Te amo». Cuánto no habría dado Claire por escuchar esas palabras antes.
Creía que el momento en que él se lo confesara sería el más dichoso de su
vida, pero solo consiguió confundirla. ¿Le estaría diciendo la verdad o solo
quería apaciguar su enojo? Se negaba a creerle, pero tampoco podía pensar
que todo lo que habían vivido juntos fue una mentira.
—El problema no es la mentira, Brandon, el problema es lo que querías
hacer conmigo sin considerar lo que yo podía sentir. ¿En qué clase de hombre
te convierte eso?
—En uno que se ha equivocado —respondió él con pesar—. Lo que
quería hacerte era despreciable, y tienes todo el derecho de juzgarme. Solo te
pido otra oportunidad, Claire. No puedo deshacerlo, pero sí asegurarme de
compensar el error.
—Tengo que pensarlo. Yo… necesito estar sola un rato.
Salió del saloncito y se dirigió a la entrada. Cuando salió de la casa,
empezó a caminar sin un rumbo fijo. Pensó en todo lo que le dijo Elizabeth y
en la respuesta de Brandon. Si elegía creerle a él, corría el riesgo de quedar
como la estúpida que se dejó convencer por sus palabras bonitas. Sin
embargo, si le creía a ella, bien podía darle la satisfacción de acabar con lo
que había conseguido con Brandon. Y Claire no quería terminar con ello, no
solo porque estaba ligada a él el resto de su vida, sino porque se sentía muy
bien a su lado.
Quizás debería creerle. Darle otra oportunidad. Lo que había hecho no
estaba bien, pero todo lo que él había hecho por ella se merecía que lo
perdonara, al menos esa vez.

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Más calmada, giró sobre sus talones dispuesta a regresar y volver a hablar
con él. Había dado apenas unos pasos cuando un dolor agudo en la cabeza la
hizo detenerse. No faltó mucho para que la oscuridad la empezara a consumir
y cayera inconsciente.

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Capítulo 33

No podía abrir los ojos. El dolor que atenazaba su cabeza era tan fuerte
que sentía que explotaría si se atrevía a mover un solo dedo. No sabía qué
había pasado, y el solo intentar recordar le causaba más punzadas de dolor,
por lo que decidió dejar de pensar un momento para ver si se calmaba. No
funcionó, pero unas voces conocidas la hicieron ponerse otra vez en alerta.
—Espero que no se te haya pasado la mano —dijo una voz de mujer que
ya conocía perfectamente—, la queremos viva.
—Está bien, solo es cuestión de tiempo para que despierte.
Tardó un poco en reconocer la voz masculina debido al aturdimiento en el
que se encontraba, pero un frío helado le recorrió las venas al hacerlo, y el
miedo aumentó al caer en la cuenta de que Elizabeth y su padre se
encontraban juntos. Un instinto de supervivencia la hizo permanecer quieta,
para no demostrarles que había recuperado la consciencia, mientras su mente
empezaba a trabajar a duras penas para armar una explicación lógica para lo
que estaba sucediendo.
—Vamos afuera, seguramente habrá despertado para cuando regresemos
—dijo su padre.
Claire oyó que se abría y cerraba una puerta, pero no fue hasta unos
minutos más tarde que se atrevió a abrir los ojos.
Al principio no reconoció el lugar, pues su vista estaba borrosa por el
golpe; fueron necesarios unos instantes para que pudiera enfocar bien.
Cuando lo logró, fue consciente de que se encontraban en una especie de
cabaña, bastante vieja, con el techo agujereado y las paredes desgastadas. El
lugar era pequeño y estaba vacío, solo había una chimenea no usada desde
hacía años y unas viejas sillas frente a ella en una esquina del salón.
Se intentó incorporar del jergón en donde la habían dejado, pero tenía los
pies y manos atadas con una soga que ya le había adormecido las muñecas. Su
primer pensamiento fue hacia su bebé, pero al moverse un poco más
comprobó que, al parecer, todo estaba bien, puesto que lo único que le dolía

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era la cabeza. Inmediatamente empezó a buscar una manera de salir de allí
antes de que regresaran. No sabía con exactitud dónde estaba, pero el lugar le
recordaba a la cabaña que se encontraba en los límites de la propiedad de su
padre. La había descubierto hacía años en uno de sus paseos, y había
pertenecido a uno de los arrendatarios al que le gustaba vivir algo aislado. Si
era esa, sería perfecto, dado que se encontraba muy cerca de las tierras de los
Blane y podía pedir ayuda sin tener que ir muy lejos o atravesar las tierras de
su padre con el riesgo de encontrarlo.
Con esfuerzo, logró quedar sentada en el jergón, y recorrió nuevamente
con la vista el lugar en busca de algo que le sirviera para desatar las cuerdas.
No se detuvo a pensar en su situación; estaba claro que la habían secuestrado,
y aunque no sabía con certeza los motivos ni cómo sucedió todo, no quería
averiguarlo.
Casi grita de frustración cuando no encontró nada. Sin embargo, un brillo
plateado le llamó la atención. ¡Una navaja! Estaba casi escondida al lado de la
chimenea y tapada por una de las sillas. Se iba a levantar, dispuesta a
arrastrarse hacia a ella, cuando la suerte pareció abandonarla, pues la puerta
se abrió dando paso a las únicas personas que odiaba en su vida.

—No quiero que quede un solo lugar sin registrar.


Esa fue la última orden que bramó Brandon antes de que todos los lacayos
se dispersaran por el territorio en diferentes direcciones.
Hacía horas que Claire había salido y no había regresado, y aunque había
aprendido que eran normales esas desapariciones suyas cuando estaba molesta
o herida por algo, ya había tardado demasiado. Incluso lady Warwick estaba
preocupada, porque no era regular que tardara tanto. Sabía que Claire que no
era tan inconsciente para quedarse afuera cuando con el tiempo amenazando
con una tormenta, así que algo debía de haberle pasado. Tenían que
encontrarla rápido, pero la preocupación no lo dejaba pensar bien. A la cabeza
le llegaban miles de posibilidades. Podía haber tropezado y estar herida, o se
podría haber perdido, aunque sabía que eso no era muy probable, ya que
Claire conocía bien el lugar. Por lo menos tenía el alivio de saber que iba a
pie y una caída del caballo estaba descartada.
Tenía que estar en la propiedad.
Hacía como una hora había enviado una carta a la señorita Blane
preguntándole si su esposa se encontraba con ella, pero sus esperanzas fueron
destruidas cuando recibió una respuesta negativa. En ese momento reunió a

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todos los trabajadores y comenzó la búsqueda, donde lo único que
consiguieron fue perder el tiempo. Claire no se encontraba por ningún lado, y
Brandon regresó a la casa en peor estado que antes.
—¿La encontró? —preguntó lady Warwick con esperanza, que fue
desecha al ver el semblante de Brandon.
—¿Dónde se pudo haber metido? —quiso saber Juliane.
—No tengo idea —contestó Brandon—. Esto no me está gustando nada.
—Tal vez… —había comenzado lady Warwick, pero se interrumpió al
ver al mayordomo entrar con una carta en la mano.
—Milord, han traído esto para usted —anunció.
Con la esperanza de que fueran noticias de Claire, Brandon la agarró
rápidamente. Le generó sospecha que no tuviera remitente, pero igual la abrió
y la leyó en silencio.
Soltó una maldición al terminar de leer el contenido y se dirigió al
mayordomo.
—¿Quién trajo esto?
—Un joven, milord. No quiso decir quién era ni de dónde venía.
—Necesito que lo busquen y me lo traigas —ordenó—. ¡Rápido! —gritó
—, antes de que salga de la propiedad.
El mayordomo salió tan rápido como pudo a cumplir su orden.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó Juliane.
Brandon le entregó la carta mientras se dejaba caer en una de las sillas que
se encontraban frente a la chimenea. Su expresión era de desolación.
Juliane leyó en voz alta:
Querido lord Blaiford,
Debido a que se me ha negado la ayuda pedida, me he visto en la
necesidad de usar otros medios necesarios para conseguirla. Tu esposa y yo
nos encontramos en estos momentos juntas. Si deseas volver a verla con vida,
es mejor que me entregues la cantidad de veinte mil libras en el lugar que te
será informado mañana. Creo que un poco de preocupación y tiempo para
pensar te vendría bien.
Me despido, asumiendo que está de más decir que, si quieres volver a
verla, todo esto debe quedar en secreto.

—¡No puede ser! —exclamó lady Warwick antes de deshacerse en llanto.


—Esa mujer está loca —comentó Juliane, todavía sorprendida por lo que
acababa de leer.
Ninguno de los tres necesitaba una firma en la carta para saber quién era
la autora de todo eso.

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Brandon estaba pálido. Creía capaz a Elizabeth de muchas cosas, pero
nunca se imaginó algo como eso. ¿Qué iba a hacer? La vida de Claire corría
peligro en manos de una mujer como esa. No quería imaginarse lo que estaría
pasando en esos momentos. No podía con la angustia y definitivamente no
podría con ella toda la noche. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? Era
improbable, por no decir imposible, que tuviera a Claire en la única propiedad
que le quedaba. Sería demasiado obvio y, aunque hubiera perdido la cordura,
no la creía tan tonta. Tenía que tener un cómplice, alguien al que contrató,
pero saber quién era resultaba casi imposible de averiguar. Lo único que sí
sabía era que ella no pudo idear todo sola. Ni siquiera imaginaba cómo la
había sacado de la casa, pero ahora eso no importaba.
Le costó mucho asimilar que esa noche no podría hacer nada. Pero de algo
sí estaba seguro: después de que Claire estuviera a salvo, no descansaría hasta
ver a Elizabeth y sus cómplices en la horca.

—Veo que ha despertado —comentó Elizabeth cuando entró—. Dime,


querida, ¿cómo te sientes?
Claire estuvo tentada de responder una sarta de improperios que le había
escuchado decir a Kate y a Brandon y que no eran nada apropiados para una
dama. Odiaba el sarcasmo en la voz de la mujer.
—Te dije que despertaría pronto —dijo Thomas.
—Y veo también que está muy bien, ya hasta se ha sentado. Dime,
querida, ¿adónde pensabas ir atada de pies y manos?
Claire la observó con odio y evitó girar la cabeza para mirar anhelante la
navaja en la otra esquina. Tenía fe de que no se percataran de su presencia
para poder utilizarla la próxima vez que saliera, pero como estaba sucediendo
mucho en ese día, la suerte no la apoyó. Thomas giró en ese momento en
dirección a la chimenea, y por la forma en que entrecerró los ojos, supo que la
había visto. Caminó hasta el lugar y la tomó en sus manos, arrebatándole de
esa manera la única esperanza de Claire de salir de esa situación en la que se
encontraba.
—¿Qué tenemos aquí? —comentó Thomas con un deje casi imperceptible
de burla en la voz—. No me acordaba de que al señor Castle le gustaba
mucho la caza y desplumar aves. —Se encogió de hombros—. Debí revisar
mejor el lugar, pero creo que ya sabemos por qué se quería parar.
Elizabeth miró la navaja y luego se dirigió a Claire con una sonrisa
malvada.

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—¿Nos quería abandonar tan pronto? —preguntó con fingida tristeza—.
Pero si acabas de llegar.
—¿Qué es lo que planean? —se atrevió a preguntar.
—Obtener dinero usándote, por supuesto —respondió secamente Thomas
—. ¿Por qué otra razón toleraríamos tu compañía?
Le iban a sacar dinero a Brandon. Debió haberlo imaginado. Su padre
estaba en la quiebra, Elizabeth la detestaba y ambos estaban locos.
Una idea se le vino a la mente. Eran pocas las posibilidades de
convencerlos, pero no era imposible.
—¿De verdad creen que Brandon pagará algún dinero por mí? —preguntó
intentando sonar convincente, recobrar todas esas inseguridades que hasta esa
mañana no la habían abandonado—. Si soy un fracaso —dijo recordando la
palabra que su padre siempre repetía—. Ni siquiera le he podido dar el
heredero que tanto desea y que es el motivo por el que se casó conmigo —
continuó, haciendo referencia a la conversación con Elizabeth esa mañana.
—Si no paga lo que le pedimos, morirás —dijo Elizabeth, mostrando en
sus ojos lo que ya sus actos habían confirmado: locura.
—Y ambos irán a la horca —objetó.
Rogaba no haberse puesto pálida por la afirmación, trabajó nada sencillo,
sobre todo si pensaba que eran dos vidas las que corrían peligro, y el hecho de
que su propio padre estuviera dispuesto a hacerlo no contribuía a calmar su
desasosiego. Su propio padre. Desde hacía años lo creía capaz de muchas
cosas, pero nunca pensó que entre ellas estuviera matar a su propia hija,
aunque la despreciara.
—Piénsenlo —continuó—. Si Brandon no paga y… —tragó saliva— y
me matan, ambos irán a la horca. El hecho de que le hagan un favor al
deshacerse de mí no significa que no se vayan a buscar culpables por mi
muerte, y estoy segura de que Brandon sabe quiénes son los culpables. —No
era del todo cierto. Probablemente sospechaba de Elizabeth, pero creía que no
se imaginaba a su padre metido en el asunto. A ella todavía le costaba creerlo
—. Ambos serán arrastrados y terminarán colgados en un árbol con miles de
espectadores, ¿eso es lo que quieren?
—¡Eso no sucederá! —exclamó Elizabeth—. Él pagará.
—Déjenme libre y todo se solucionará.
—¿Crees que soy estúpida? Si lo hago, tú también nos delatarás.
—No lo haré —prometió Claire—. Incluso les podría dar yo el dinero.
¿Cuánto pidieron?
—Veinte mil libras —contestó.

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¡Veinte mil libras! Era una fortuna que afectaría parte de las arcas de la
familia. Tenía que evitarlo de alguna manera.
—Yo se las daré —mintió con más convicción de lo que lo había hecho
en toda su vida.
—No te creo —aseguró Elizabeth—. Te quedarás aquí hasta que Brandon
pague, estoy segura de que lo hará.
—¿Cómo estás tan segura?
—Lo hará —insistió, pero ya no parecía estar tan convencida de ello…
—Te estoy diciendo que…
—¡Basta! —rugió Thomas—. Cierra la boca —ordenó a Claire. Y tú deja
de preocuparte— le dijo a Elizabeth. —¿No ves que está intentando ganar
tiempo? Vámonos.
Ambos se dirigieron a la puerta y salieron.
—¡Se los advertí! —gritó Claire, pero ya se habían ido.
Se acostó nuevamente en el jergón y se echó a llorar. Había visto cuando
abrieron la puerta que casi había anochecido. Seguramente ya la echaban en
falta y estaban preocupados.
No podía creer que la hubieran secuestrado. Mientras paseaba, jamás salió
de los límites de la propiedad de Brandon. ¿Cómo habían logrado entrar sin
que nadie los viese? ¿Cómo la habían sacado de allí? Tuvieron que planear
todo muy concienzudamente.
Rezó unas cuantas oraciones para que Dios la ayudase a salir ilesa de esa
situación; de preferencia, sin que Brandon tuviera que soltar esa cantidad de
dinero. No quería que ellos ganaran, y nada le garantizaba que viviera en
cuanto recibieran el dinero. La odiaban y los creía capaz de cualquier cosa.
Si salía de esa situación, prometía que se darían otra oportunidad. Él le
había dicho que la amaba y ella todavía tenía que decirle lo mismo.

Página 213
Capítulo 34

—No creo poder esperar más —dijo Brandon mientras seguía caminando
de un lado a otro en la ya desgastada alfombra de su estudio.
Había pasado toda la noche en vela. No pudo pegar un ojo, atormentado
por los pensamientos de qué podían estar haciéndole a Claire ese par de locos
y la desesperación estaba a punto de matarlo, pues siendo mediodía no había
recibido ninguna carta del lugar de entrega del dinero. No sabía cuánto más
podía esperar. Hasta su aspecto evidenciaba su estado de ánimo: las bolsas en
los ojos ensombrecían aún más su ya apagada mirada azul, llevaba la misma
ropa del día anterior y su cabello estaba despeinado por tantas veces que había
pasado su mano por él.
—No creo que tengas más opciones —dijo Robert, que estaba sentado en
uno de los sillones.
Aunque parecía tranquilo, Brandon sabía que en el fondo también estaba
preocupado. ¿Quién en esa casa no lo estaba? Había perdido la cuenta de
cuantos tés se habían tomado entre lady Warwick y su madre con el fin de
tranquilizarse, pero ni esas milagrosas infusiones lograron calmar los nervios
ante lo grave de la situación, por lo que Brandon había tenido que soportar a
las dos mujeres histéricas hasta altas horas de la noche cuando, por fin, unas
efectivas infusiones de hierbas las hicieron dormir.
Había mandado a llamar a Robert esa mañana, con la esperanza de que su
mejor amigo le proporcionara una mejor compañía, y este no lo había
defraudado. La actitud calmada del marqués era mejor apoyo que los
lamentos de lady Warwick y su madre. Sin embargo, nada ni nadie lograba
tranquilizarlo en esos momentos, pues la ignorancia de noticias lo estaba
comiendo vivo.
—Tenemos que hacer algo, pero…
—Pero no podemos, porque no tenemos la mínima idea de dónde puede
estar —concluyó el marqués.

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Con disimuladas averiguaciones, esa mañana pudieron enterarse de que, al
parecer, Elizabeth no aparecía por su casa desde la mañana del día anterior y
si eso era cierto, la sospecha principal de que alguien la estaba ayudando era
cierta. El «quién» era desconocido.
—No puedo más. Si sigo esperando, voy a terminar loco y…
Un golpe suave en la puerta, que evidentemente provenía del mayordomo,
lo hizo interrumpirse y dar la rápida orden de que pasara. Cualquier esperanza
que pudiera tener de recibir noticias se desvaneció cuando vio que el
mayordomo entraba con las manos vacías. Sin la carta esperada, sin nada que
le pudiera aliviar un poco su angustia.
—Milord —dijo con su acostumbrado semblante indescifrable, aunque se
notaba que él también temía por Claire. Como todo el personal de la casa, o
como todo el que la conociese y supiera de su desaparición—, la señorita
Blane está buscando a milady. Le he dicho que no se encuentra, pero por
algún motivo intuye que miento, y ha afirmado que no se va de aquí sin verla
o hablar con usted.
Brandon y Robert gruñeron al unísono, sabían que la rubia cumpliría su
palabra.
—Dígale a la señorita Blane…
—Que puede pasar —concluyó Katherine, haciendo a un lado al
mayordomo para entrar—. Si eso era lo que pensaba decir —dijo dirigiéndole
una mirada que lo retaba a negarlo—, no se preocupe, ya lo he hecho, y me
gustaría hablar con usted… Ustedes —se corrigió al ver con desagrado que
Robert también se encontraba en el estudio.
Brandon contuvo un suspiro y se dejó caer en la silla detrás de su
escritorio. Le hizo un gesto al mayordomo para que se retirara y le señaló a
ella la silla que se encontraba al lado de Robert.
—¿Qué sucede? ¿Dónde está Claire? —preguntó cuando se quedaron
solos. Se había preocupado al recibir el día anterior la carta de Brandon, pero
no había podido hacer la visita hasta esa mañana. Tenía un mal
presentimiento, que se acentuó cuando vio el intercambio de miradas entre
Brandon y Robert—. ¿Qué está pasando? —Esta vez fue una exigencia.
Con un suspiro de resignación, Brandon le contó todo lo sucedido,
dejando a Katherine pálida por el miedo y la sorpresa.
—No puede ser… —murmuró—. Hay que hacer algo —dijo esta vez con
más énfasis.
—No hay nada que hacer —respondió Robert tranquilamente—. No
sabemos dónde puede estar, y sin esa información no se puede hacer nada.

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Katherine no se lo tomó a bien y lo miró con desprecio.
—Al parecer, Elizabeth no se aparece por su residencia desde ayer en la
mañana, y aunque puede que la información sea errónea, existen escasas
posibilidades de que la haya llevado allí, ya que sería el primer lugar de
búsqueda —continuó Brandon—. Ella no tiene más propiedades, todas las
demás les fueron arrebatadas por los acreedores.
—Entonces tiene que trabajar con alguien —dedujo Kate.
—Exacto.
—Pero no creemos que haya contratado a un bandido cualquiera —alegó
Robert—. Sería muy peligroso, ya que no se trataría de una persona confiable,
además de que no tiene ni un centavo con qué pagarle.
—Bien pudo haberle dicho que le pagaría después de que todo terminara y
ella recibiera el dinero —contraatacó Kate.
—Los bandidos siempre suelen pedir algo por adelantado, señorita Blane
—argumentó Robert con un deje de molestia—. Es su forma de asegurarse en
caso de que al final no les quieran pagar.
—Habla como si ya hubiera hecho acopio de los servicios de un bandido y
supiera su forma de manejar las cosas, lord Lansdow —replicó, y sonrió al
ver la molestia en sus ojos—. Tal vez…
—No es probable que haya contratado a alguien, ya sea por desconfianza
o por falta de dinero. Tiene que ser alguien más —intervino Brandon,
poniendo punto y final a la discusión.
—Pero ¿quién? —cuestionó Kate, frustrada—. No veo por qué alguien
más querría hacerle daño a… —Sus palabras se desvanecieron en el momento
en que una idea tomó forma en su cabeza—. ¡Por supuesto! —exclamó,
llevándose las manos a la boca como si evitando que salieran las palabras
pudiera lograr que lo que pensaba fuera cierto.
—¿Qué sucede? —preguntaron Brandon y Robert al unísono.
—En… En los últimos días el señor Lethood ha estado recibiendo una
visita frecuente —confesó, recordando las dos ocasiones que mientras salía de
su casa vio entrar un carruaje a las tierras de Thomas Lethood.
Un silencio pesado reinó en la habitación. Los tres se miraron a la cara,
sabiendo lo que esa implicación podría significar, pero ninguno se atrevía a
afirmar nada.
—Tal vez sea un amigo —sugirió Robert intentando aligerar la tensión del
ambiente.
Kate negó con la cabeza.

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—Ese hombre amargado nunca ha tenido amigos. Las únicas personas que
lo visitaban era por negocios y desde que está en la quiebra lo dejaron de
hacer. Además, por lo que he podido ver, es la misma persona, ya que es el
mismo carruaje.
—¿Thomas Lethood está en la quiebra? —preguntó Brandon y Kate
asintió.
Brandon se recostó en el asiento con la mirada perdida mientras divagaba.
Casi no le quedaban dudas de quién era el cómplice de Elizabeth. Sin duda, la
mujer había jugado bien sus cartas al escogerlo, pues sabía que, entre todos
los sospechosos posibles, el padre de la víctima sería el último en el que
pensarían, a pesar de que este fuera un monstruo. ¡Era su hija! Por más
desgraciado que pudiera ser, nunca pensó que podría caer tan bajo para
cometer un acto tan desprovisto de escrúpulos, ni siquiera por dinero.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Robert.
—Registrar sus tierras y su casa, es probable que la tengan ahí —
respondió Brandon.
El golpe en la puerta, seguido por la entrada del mayordomo, evitó que
siguieran haciendo planes.
—Milord, han dejado esto en la puerta para usted. —Señaló la carta en su
mano.
Todos se pararon de sus asientos, pero fue Brandon quien se apresuró a
tomar la carta de las manos del hombre antes de que este tuviera siquiera
oportunidad de entregársela.
Después de que el mayordomo se retirase, leyó rápidamente la nota, luego
la tiró al piso y se pasó por enésima vez en ese día las manos por el cabello
antes de responder la pregunta silenciosa de los dos pares de ojos que lo
miraban.
—Será mejor que nos demos prisa. Quieren el dinero para mañana. La
entrega sería en una carretera hacia Londres muy poco usada por su grado de
peligro. Sin embargo, no se dice nada con respecto a Claire, por lo que nada
nos garantiza que… —Tragó saliva—. Que la volvamos a ver.
—¿Cómo entraremos? —inquirió Robert—. No creo que se nos haga
fácil, debe de tener vigilando la entrada.
—No sé, algo se nos tiene que ocurrir, pero no puede llegar mañana sin
que no hayamos registrado hasta el último centímetro de esas tierras.
Kate, que hasta entonces se había quedado callada, habló con entusiasmo:
—Creo que sí puede haber una forma de entrar. —Meditó por unos
minutos en los que ninguno de los dos hombres le quitaron la vista de encima

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—. Tengo un plan.

Claire observó con disgusto cómo la causante de sus penurias entraba en


la pequeña habitación con una de esas sonrisas que la irritaban.
—Regresé. ¿Me extrañaste? —preguntó en su acostumbrado tono de
burla.
—He contado los minutos para tu regreso. No sabes cuánto añoraba tu
compañía —replicó Claire, sarcástica. Estaba harta de la situación y tenía
mucho miedo.
—Me alegro de saber eso.
Claire se recostó en la pared e intentó en vano encontrar una posición
cómoda. Sin embargo, seguir atada de pies y manos le hacía difícil la tarea.
Solo le habían desatado dos veces las manos. La primera fue para que pudiera
comer el miserable desayuno que le trajeron —un pedazo de pan duro y agua
—, y no pudo hacer nada, pues Elizabeth la estuvo vigilando todo lo que duró
su «comida». Había pensado en golpearla con la bandeja en donde trajeron la
comida y huir, pero, aunque no lo hubiese visto desde el día anterior, sabía
que su padre estaba afuera vigilando por las pisadas que se escuchaban, y una
bandeja como única arma contra Thomas Lethood no era suficiente para
correr el riesgo.
En la segunda ocasión, además de las manos, también le desataron los
pies para que pudiera hacer sus necesidades, pero como si supiera que podía
hacer algo, Elizabeth tomó prestada la pistola de su padre a modo de
amenaza. No podía hacer nada más que rezar por su destino.
—¿Sabes? —comentó la mujer distraídamente—, acabo de mandar una
nota a nuestro querido Brandon indicándole el lugar de entrega del dinero.
Claire tuvo que morderse la lengua para contener una carcajada sarcástica
al escuchar la palabra «nuestro».
—No te va a hacer caso —le dijo—. Ya te lo advertí: si no acaban con
este asunto pronto, ambos terminarán en la horca.
—Sí nos va a hacer caso —insistió Elizabeth, enojada—. Después de eso,
me iré lejos y empezaré de nuevo.
Claire estaba rogando que eso sucediera. No volver a ver a esa mujer sería
lo mejor que le podría suceder, aunque eso conllevara disminuir las arcas de
la familia.
No supo si el alivio que sentía se reflejó en su rostro, pero, de repente, la
mujer empezó a reír tanto como si le hubieran contado la mejor de las bromas.

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—No, no, no —dijo entre risas, su expresión era la de una demente—. No
creas que te vas a quedar con Brandon después de que me vaya. Si no es para
mí, tampoco será para ti.
Claire palideció.
—¿Piensas matarme? —preguntó intentando ocultar su miedo—. Brandon
no te entregará nada sin tener la certeza de que estoy viva.
—Y la tendrá —afirmó—. Tú vendrás conmigo a la entrega del dinero,
pero también serás la garantía de que no me seguirán cuando regrese. No
volverás con él —le aseguró, y salió de la habitación.
Claire intentó en vano controlar su corazón acelerado por el miedo.
Parecía que las cosas malas hacían fila para introducirse en su vida. Había
sufrido toda su vida y ahora iba a morir. No, el destino no podía ser tan cruel.
Tenía que confiar, tener fe de que alguien iría a ayudarla. La esperanza la
alejaría de la locura.

—¡No es justo! —exclamó Katherine mientras se levantaba molesta y se


cruzaba de brazos—. Yo quiero ayudar.
—Nos ha proporcionado una ayuda bastante grande con su idea y todo lo
que va a hacer por nosotros —le dijo Brandon.
—Pero yo quiero participar —se empecinó.
—Sería ponerla en peligro —intentó hacerla entender Robert—, no
podemos hacer eso.
—Yo puedo cuidarme sola —adujo—. Les aseguro que sé manejar un
arma mejor que ustedes.
Ambos hombres se miraron sorprendidos.
—¿Perdón? —preguntó Brandon.
—Lo que han oído. Puedo ser de más utilidad estando con ustedes que
sentada en un sillón de mi casa mientras los nervios me consumen. Sé
manejar un arma, mi padre me enseñó —explicó.
Esa afirmación logró dejar sin palabras a los dos hombres. Era difícil
imaginar a un padre enseñando a su hija cómo disparar un arma.
—Mi padre siempre ha dicho que debo aprender a defenderme —aclaró
—. Nunca se sabe cuándo se necesitará. Dice que hay muchos hombres que
podrían querer aprovecharse de mí si me encuentran sola y que es mejor estar
protegida ante cualquier situación.
—¿Nos está diciendo que siempre carga un arma? —preguntó Robert.

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—Claro que no, sería una locura llevar un arma a todas partes. Solamente
la cargo cuando salgo sin escolta, algo poco frecuente, o a las veladas
nocturnas.
—Una locura… —repitió—. Sí, porque seguramente es normal que las
damas carguen un arma en su ridículo —dijo con sarcasmo, lo que causó que
Kate le lanzara una mirada fulminante.
—Pues sepa usted que…
—Estamos perdiendo el tiempo —interrumpió Brandon por segunda vez
en esa mañana—. Señorita Blane, apreciamos su ayuda, pero si le pasara algo
jamás me lo perdonaría. Por favor, háganos caso y permanezca en casa.
Kate lo miró molesta y se limitó a asentir de mala gana.
—Bueno, es momento de ponernos en marcha. Tenemos que salvar a
Claire. Si le pasara algo… Si le pasara algo, no sabría qué pasaría conmigo.
La encontraremos sana y salva —afirmó como si diciéndolo se pudiera
cumplir.
Tenía que ser así.

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Capítulo 35

—Es aquí —anunció Katherine cuando llegaron a la frontera de sus tierras


con las de Thomas—. Como supusimos, no hay gente vigilando, y con sus
atuendos podrán pasar desapercibidos en el instante en que entren en las
tierras.
Robert y Brandon se habían vestido como cualquier trabajador del campo
con el fin de caminar inadvertidos ante las personas que se pudieran
encontrar, incluso si estas eran Elizabeth o Thomas.
—Le agradezco por todo, señorita Blane —dijo Brandon, bajándose del
caballo que le había prestado para llegar hasta allí—. No sabe la gran ayuda
que nos está prestando.
—No tiene nada que agradecer —replicó Kate ofendida—. Claire es mi
amiga. Haría cualquier cosa por ella, incluso someter mi vida a un poco de
peligro. —Les dirigió una mirada de reproche—. Insisto en que sería de más
ayuda estando con ustedes, conozco mejor estas tierras y podríamos
registrarlas más rápido. Nadie me reconocería si me visto como hombre, bien
podría pasar como un muchacho de catorce o quince años.
—Su rostro dista mucho de ser el de un hombre —intervino Robert, que
también bajaba del caballo.
—Un sombrero podría taparlo, al igual que mi cabello —se empecinó.
—La decisión está tomada, señorita Blane —dijo Brandon con suavidad
—. Créame que es por su bien, nos la sabremos arreglar solos.
—Solo sálvenla —les ordenó mientras tomaba las riendas de los dos
caballos y se alejaba a trote.
—No hay nada que desee más —murmuró Brandon para sí a la vez que le
hacía una seña a Robert para que empezaran a caminar.
Esperaba que todas sus suposiciones fueran correctas y Claire estuviera
allí.
Siguiendo las indicaciones de Katherine, caminaron hacia el este para
llegar a la mansión. Ese era el primer lugar que tenían en mente registrar,

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aunque no supieran exactamente cómo entrarían. Mientras caminaban,
estaban pendientes de cualquier cosa que les llamara la atención. Claire podía
estar en cualquier lado. No quería ni pensar en que no estuviera allí. Registrar
el lugar a pie les tomaría el resto del día, y si sus sospechas eran erróneas, no
tendrían oportunidad para idear nuevos planes. Aunque no era como si
tuvieran otros planes que seguir.
Anduvieron como una hora en lo que ellos creían que era la dirección
adecuada. Habían decidido desde un principio permanecer juntos, pues
aunque separados la búsqueda sería más rápida, estar cerca del otro haría más
fácil el enfrentamiento con Thomas y Elizabeth.
Brandon se detuvo de sopetón al reconocer algo familiar y soltó una
maldición.
—¿Qué sucede? —preguntó Robert.
—Ya hemos pasado por aquí. —Señaló un árbol a su derecha que estaba
algo torcido—. He visto este árbol antes, estamos caminando en círculos.
En esos momentos se arrepentía de no haberse traído a la señorita Blane
consigo, pero quisiera Dios que ella jamás lo supiera o no dejaría que lo
olvidara.
—Tal vez deberíamos caminar hacia… —comenzó a sugerir Robert, pero
Brandon lo detuvo.
—Silencio —murmuró mientras aguzaba el oído.
Unas voces a lo lejos llamaron su atención. Por instinto, comenzó a
caminar hacia ellas y le hizo señas a Robert para que lo siguiera. A medida
que avanzaban, el volumen de las voces aumentaba. Pronto sonaron lo
suficientemente claras para poder reconocerlas, y el alivio que sintió al
hacerlo fue indescriptible. Eran Thomas y Elizabeth; y si ellos estaban allí,
significaba que Claire también. Esperaba que se encontrara bien.
Caminaron hasta que por fin llegaron a verlos. Estaban frente a una
cabaña donde debían tener a Claire. Permanecieron ocultos tras un árbol
desde el que podían escuchar con claridad la conversación y esperar el
momento perfecto para rescatar a Claire, con las pistolas en mano como
protección.
—¡Esto no estaba en los planes! —rugió Thomas—. Se supone que
cuando nos entregaran el dinero, la regresaríamos.
—No permitiré que se quede con ella —explicó Elizabeth con la calma de
una desquiciada mental—. Tiene que sufrir tanto como me hizo sufrir a mí su
desprecio.
—¿Y qué vamos a hacer entonces con ella? —preguntó Thomas.

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—Bien podemos dejarla aquí hasta que se muera de hambre o terminemos
el trabajo nosotros mismos.
Robert tuvo que sostener a Brandon para evitar que este se abalanzara
hacia ellos cegado por la furia.
—¿Quieres que la matemos? —preguntó Thomas con horror.
—¿No me digas que sientes escrúpulos al pensar en matar a tu hija? —se
burló Elizabeth—. No los tuviste cuando la secuestramos.
—¡Eso es distinto! —gritó—. Una cosa es secuestrarla y otra es matarla.
—Creí que la odiabas.
Thomas no dijo nada, solo empezó a caminar dando largas zancadas, en
dirección contraria de la cabaña, y pronto se perdió de vista.
—¡¿Adónde vas?! —gritó Elizabeth, furiosa, mientras seguía el camino
que había tomado—. ¡No me vas a dejar con la palabra en la boca! ¡Tenemos
que llegar a un acuerdo!
—Vamos —indicó Brandon cuando ya ninguno de los dos estaba a la
vista.
Corrieron hacia la cabaña y la abrieron con facilidad, pues esta no tenía
cerrojo.
Inmediatamente la mirada de Brandon recorrió el lugar hasta hallar a
Claire acostada en un jergón. Estaba atada de pies y manos, pero lo que más
le asustó es que tenía los ojos cerrados.
—¡Claire! —exclamó, yendo hacia ella.
La joven abrió inmediatamente los ojos.
—¡Brandon! —dijo sin poder creérselo.
Por un instante, Claire pensó que el destino le estaba jugando una broma,
que se lo estaba imaginando todo en su deseo de que la rescataran antes de
que acabaran con su vida. Pero no, era real. Él estaba ahí, había ido a
buscarla. Lo confirmó cuando sintió el suave tacto de sus manos desatándole
las manos mientras alguien, a quien reconoció como lord Lansdow, hacía lo
mismo con sus pies.
Una vez estuvo libre, sintió que los brazos de Brandon la envolvían hasta
casi asfixiarla, pero no le importó. En ese momento no le importaba nada más
que estar en sus brazos, sentirse segura, tener la certeza de que esa pesadilla
había llegado a su fin. Le devolvió el abrazo y estuvieron así por lo que a ella
le parecieron varios minutos. El hechizo se rompió cuando Brandon la soltó y
le tomó la cara con ambas manos.
—¿Estás bien? —le preguntó, examinando con la mirada todo su cuerpo
—. ¿No estás lastimada? ¿Te han hecho daño?

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—Estoy bien —respondió Claire.
—Creo que deberíamos irnos de inmediato —opinó Robert. Brandon
asintió.
—¿Sabes cómo llegar a la frontera con las tierras de los Blane? —le
preguntó a Claire con la esperanza de obtener una respuesta positiva, puesto
que no creía recordarlo.
—Claro que sí —respondió un tanto ofendida por pregunta cuya respuesta
creía obvia—. Está cerca de aquí, no tardaremos mucho.
Ayudó a Claire a levantarse del jergón y la sostuvo unos instantes hasta
que pudo equilibrarse en sus adormecidas piernas.
—¿Puedes caminar? ¿Prefieres que te cargue?
Ella negó con la cabeza.
—Caminaré —respondió—. Tardaremos más en salir si me llevas a
cuestas.
Cuando se disponían a abrir la puerta, esta se abrió. Era Thomas Lethood,
quien, al verlos, no dedicó ni un minuto a la sorpresa e inmediatamente alzó
la pistola, apuntando a su presa más cercana, que era Brandon.
—Baja el arma —ordenó Thomas al ver que Brandon también había
alzado la suya.
—Creo que te conviene más bajar la tuya —replicó el joven, señalándole
con los ojos a Robert, que también tenía el arma contra Thomas.
—Si me disparan, al menos me llevaré a alguno de ustedes conmigo, y lo
más probable es que seas tú —le respondió a Brandon.
Claire ahogó una exclamación, sintiéndose impotente. No sabía qué hacer,
no deseaba que nadie muriera, y mucho menos Brandon.
—Por favor, padre —rogó—. Nada ganas reteniéndonos aquí. Déjanos ir
y te prometo que no diremos nada.
Thomas la miró y soltó una carcajada amarga.
—¿Piensas que me voy a creerte? No soy estúpido. Si los dejo ir, me
mandarán directo a la horca.
Mientras hablaba, Brandon aprovechó su distracción y se abalanzó sobre
él, intentando quitarle el arma.
—¡Llévate a Claire! —le gritó a Robert mientras forcejeaba con Thomas.
Robert la arrastró hacia afuera, dejando a los dos hombres peleando por su
vida en el suelo.
—¡Nooo! —gritó Claire—. Se van a matar. ¡Haz algo!
Robert permaneció en silencio. No podía hacer nada. Era posible que
Elizabeth estuviera cerca y si la dejaba sola para ayudar a Brandon, la pondría

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en peligro, cosa que Brandon jamás le perdonaría.
—¡Haz algo! —repitió mientras le zarandeaba el brazo, demostrando toda
su frustración y desesperación.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos sin siquiera notarlo. Brandon
o su padre podían morir en ese altercado y no podía hacer nada para intentar
evitarlo. Se sentía frustrada, destrozada, impotente y otras tantas cosas que no
podía identificar. Esa situación era demasiado para ella.
Un disparo resonó en ese momento y Claire sintió que se mareaba.
—Brandon… —murmuró, derrumbándose en el suelo.
Antes de que Robert pudiera averiguar qué había sucedido, Brandon salió
de la cabaña. Su camisa estaba manchada de sangre, pero solo con echarle un
vistazo se podía adivinar que no era suya.
Claire corrió hacia él y le echó los brazos encima. Se despegó un
momento para mirarlo, y después de asegurarse que estaba bien, lo volvió a
abrazar.
Se alejó al caer en la cuenta de algo.
—Mi padre…
Brandon negó con la cabeza.
—Lo siento, Claire, él… Él está muerto. La bala le dio justo en el
corazón.
Claire estuvo ausente por varios segundos. No podía decir que se sentía
triste o destrozada por la muerte de su padre, porque no era cierto. Sin
embargo, el hecho de que estuviera muerto no dejaba de afectarla. A pesar de
todo lo que había hecho y de los extremos a los que había llegado, nunca
deseó su muerte y mucho menos de esa manera.
Estaba como en un trance, demasiadas emociones para un solo día.
Vagamente percibió que Brandon hablaba con Robert, pero no volvió a la
realidad hasta que sintió el filo de un cuchillo presionando su garganta.
—¡Aléjense! —gritó Elizabeth a los hombres que se habían puesto alerta
demasiado tarde—. ¡Bajen las armas! —ordenó—. ¡Háganlo o la mato!
Claire palideció más, de ser posible, y sintió por primera vez en todo ese
tiempo que estaba cerca de las puertas de la muerte. Una cosa era saber que
podía morir, otra muy distinta estar a punto de estarlo. Rezaba fervientemente
por que algún milagro la salvara, pero lo veía difícil. Brandon y Robert ya
habían tirado las almas en un intento de calmar a Elizabeth, sin embargo, la
mujer no parecía muy dispuesta a dejarla ir.
—Elizabeth, tranquilízate —dijo Brandon en tono conciliador—. No
ganas nada siguiendo con esta locura. Thomas Lethood está muerto. Sola no

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llegarás a ningún lado.
—¡Cállate! —gritó—. Si yo no te puedo tener, ella tampoco.
Para enfatizar su afirmación, apretó más el cuchillo en el cuello de Claire.
—Intentemos arreglar las cosas —propuso Brandon, desviando un
momento la mirada para luego volver a centrarla en Elizabeth.
—¿Estás dispuesto a comenzar de nuevo? —preguntó, mirándolo con una
esperanza que solo podía causar la locura.
—Por supuesto —contestó Brandon con cautela.
—¿La dejarás a ella y te quedarás conmigo? —preguntó.
—Claro.
En esos momentos él hubiera dicho que sí a cualquier cosa.
—¡Maravilloso! —exclamó la mujer, aflojando un poco el agarre—.
Tendremos que hacer frente al escándalo que producirá, pero por fin
podremos ser felices y…
Un golpe en su antebrazo la hizo chillar de dolor y tiró el arma con la que
tenía amenazada a Claire. Esta inmediatamente se zafó de ella y, sin perder un
segundo, tomó la navaja y se alejó del lugar para acercarse a Brandon.
Miró desde una prudente distancia la escena que se presentaba frente a
ella. Al parecer el atacante misterioso había golpeado a Elizabeth en el brazo
con una pistola y luego la había empujado, haciendo que esta cayera al suelo
y se golpeara la cabeza. Una herida que parecía ir desde la frente hasta casi el
final de la nariz sangraba profundamente, causada por el roce de la filosa
piedra que se encontraba justo al lado de donde había caído. Se veía profunda,
por lo que, sin duda, le dejaría una cicatriz en el rostro.
Claire fijó en ese momento la vista en su salvador. Era un muchacho
menudo, de no más de quince años, que estaba vestido con ropa bastante
grande para su contextura. Algo en él se le hacía familiar y casi se echa a reír
cuando escuchó su voz.
—Gracias a Dios que estás bien —dijo—. No vuelvas a darme semejantes
sustos, tenme un poco de consideración.
—¡Oh, Kate! —exclamó sonriendo y corriendo hacia ella. Ambas mujeres
se abrazaron mientras que los hombres apenas habían logrado salir de su
estupor.
—Es mejor que nos vayamos —dijo Brandon, reaccionando—, para evitar
más sorpresas.
—Claro —convino Kate—. Pero ¿no hay algo que deseen decirme? Por
ejemplo: «Sí eras de utilidad, debiste venir con nosotros».

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Ambos hombres suspiraron, sabiendo que pronto tendrían que escuchar
ese reproche, pero antes de que alguno pudiera siquiera formular una frase de
disculpa el grito de Claire los puso alerta.
—¡Cuidado!
Elizabeth se había levantado e intentaba atacar con una piedra a la persona
más cercana, que era Kate.
Antes de que esta pudiera reaccionar, Robert ya había agarrado por la
mano a Elizabeth y forcejeaba para hacerla soltar la piedra. A pesar de que era
obvio quién tenía las de ganar, la mujer no se daba por vencida y se retorcía
intentando golpear al marqués con ambas manos. En el forcejeo y el intento
por parte de él de no hacerle más daño del necesario, fueron avanzando por el
terreno sin darse cuenta hasta que ella tropezó con la gruesa raíz de uno de los
árboles, que la hizo caer nuevamente al suelo, pero esta vez se golpeó con una
piedra justo en la cabeza con la fuerza necesaria para creer que en esta
ocasión no despertaría.
Por primera vez en la historia en el rostro del marqués se reflejaba la furia
que, sin embargo, no iba dirigida a Elizabeth. Se dirigió hacia Kate en un tono
de voz más alto que el de costumbre:
—¿Sabe qué deseo decirle en estos momentos? ¡Lo estúpida que ha sido
arriesgando su vida al venir aquí!
Las mejillas de Kate se pusieron rojas de indignación y furia. ¿Quién se
creía él para hablarle de esa manera? ¿Acaso creía que no era capaz de valerse
por sí misma? Estaba equivocado. No iba a permitir que nadie le diera una
reprimenda por ello. Nunca lo había hecho su padre y menos lo haría él.
—¿Cómo se atreve a hablarme así? Es mi vida y hago con ella lo que me
plazca. Incluso arriesgarla por una amiga si deseo. —Lo miró de una manera
que, de haber sido posible, podría haberlo herido de muerte—. No tiene
ningún derecho…
—El derecho de recriminarla se me ha otorgado en el mismo instante que
se ha demostrado que teníamos razón —la interrumpió—. Estuvo a punto de
morir por su terquedad de meterse en un asunto en que se le dejó excluida por
una clara razón.
—Le recuerdo que sin mi ayuda seguirían parados allí —señaló el lugar
donde se encontraban hablando con Elizabeth antes de su llegada—, sin poder
hacer nada mientras Claire tenía una navaja apuntándole la garganta. Además,
el golpe pudo haber sido dirigido hacia cualquiera, yo solo tuve la
desafortunada suerte de encontrarme cerca.
—Sin embargo…

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—¡Ya basta! —gritó Claire al borde de la histeria, sorprendiendo a todos.
Ese día su esposo estuvo a punto de morir, ella también. Hasta su mejor
amiga estuvo a punto de morir o salir gravemente herida. Lo menos que
quería en ese momento era escuchar un enfrentamiento verbal entre esos dos.
—Creo… creo que será mejor que nos vayamos ya —dijo más calmada
—, puede despertar.
Brandon se acercó al lugar en donde la mujer seguía inconsciente y le
tomó el pulso. Este era débil, pero estaba viva. Dudaba que volviera a
despertar.
—Sí, creo que es mejor irnos —concordó Brandon—. Mandaré a un
oficial apenas lleguemos para que vengan a recoger el cadáver de Thomas y
busquen ayuda para Elizabeth. —Si seguía viva para cuando llegaran—.
Vámonos.
Salieron por la frontera hacia las tierras de los Blane, donde en la entrada
los estaban esperando sus respectivos carruajes. El marqués se montó en el
suyo y Claire y Brandon en el de ellos. Kate había insistido en acompañarlos,
pero Claire la convenció de que mejor se quedara en su casa y le devolviera la
ropa de hombre a quien fuera que se la hubiese robado.
—Son mías —afirmó la rubia con una sonrisa—. Bueno, en realidad, eran
de mi padre, de cuando tenía ganas de trabajar en el campo, pero por su
estado de salud ya no lo hace. —Un brillo de tristeza cruzó sus hermosos ojos
azules, pero desapareció rápidamente—. Así que se las quité hace un tiempo y
las uso según mi conveniencia.
—No quiero imaginar para qué —comentó el marqués mientras subía a su
carruaje y ordenaba al cochero que iniciara la marcha. Había desaparecido
antes de que Kate pudiera responder.
Después de despedirse, Brandon y Claire también se subieron a su
carruaje y se fueron a casa.
Claire fue recibida con varios abrazos y lágrimas de alegría de su tía, a
quien le costó convencer de que estaba perfectamente bien.
Ya estaba anocheciendo y la pareja todavía no había podido hablar. En el
carruaje no habían cruzado palabra y el resto del día se la pasaron
respondiendo preguntas del magistrado local acerca de lo sucedido. Los
agentes habían registrado la residencia Lethood, pero solo habían encontrado
el cuerpo de Thomas. Elizabeth estaba desaparecida, lo que le causó la última
preocupación del día a la pareja; pero decidieron no mortificarse tanto, ya que
no podría hacer mucho daño. Estaba herida y probablemente moriría en el
camino hacia donde fuera que se hubiera dirigido. Su casa estaba vigilada y

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no tenía ningún otro lugar al que acudir, eso sin contar que no tenía dinero.
No supieron cómo salió de la propiedad Lethood sin ser vista, solo tenían la
certeza de que por lo menos en su casa no había estado, por lo que, si andaba
suelta, estaba solo con lo que tenía puesto. Tendrían que estar alertas durante
un tiempo, pero confiaron en que no los volvería a molestar.
Cuando todo terminó, ya era la hora de la cena. Sin embargo, Claire no
apareció. Brandon no se preocupó. Algo le decía dónde la podía encontrar, así
que, sin perder tiempo, salió de la casa. Caminó lentamente hasta adentrarse
en el claro. Tal y como había sospechado, Claire estaba allí, recostada sobre
la hierba, observando la luz de la luna que se reflejaba en el lago.
—El lugar es más hermoso de noche, ¿no crees? —comentó en cuanto se
percató de la presencia de Brandon.
—Sí, la oscuridad le aporta un aire misterioso y exótico.
Brandon se acostó junto a ella y le tomó distraídamente la mano. Claire
giró la cabeza para mirarlo y ambos mantuvieron sus ojos fijos en los del otro
por varios segundos.
—Claire… —dijo, sabiendo que todavía quedaba un asunto por aclarar—.
Sobre la discusión que mantuvimos antes de que todo sucediese…
—No digas nada, ya nada de eso me importa. Tal vez la impresión del
momento no me dejó pensar con claridad, pero ya todo está claro. En
realidad, estuvo claro desde hace mucho tiempo. —Se acercó un poco más al
hasta que sus rostros estuvieron separados por solo unos milímetros de
distancia—. Te amo, Brandon. No te lo había dicho antes, pero te amo como
jamás pensé que sucedería. Nunca creí llegar a encontrar el amor en este
matrimonio, pero por alguna gracia divina lo encontré, y nada de lo sucedido
anteriormente, ninguna de las circunstancias que impulsaron a esta unión
importan. Solo me importa estar ahora junto a ti y no alejarme nunca de tu
lado.
Brandon se había quedado sin palabras ante la declaración que tanto
deseaba. La besó por un largo rato hasta que ambos se quedaron sin aliento.
—Cariño, yo también te amo —le confesó nuevamente—. Te amo como
nunca creí llegar a amar a ninguna mujer. Admito que mis razones para este
matrimonio fueron completamente egoístas, pero nada me alegra más que
haberte conocido y haberte hecho mi esposa, pues ahora sé que el destino lo
tenía todo planeado para que nuestras vidas se unieran. Creo que te amé desde
el primer día que te vi, pero no quería reconocerlo, y ahora cuando estuviste
en peligro confirmé lo que ya sabía: que, si morías, una parte de mí también
lo haría.

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—¿Sabes? Creo que sí debo agradecerle algo a mi padre: que te haya
concedido mi mano.
—Te aseguro que el que más ha salido ganando en este matrimonio he
sido yo, mi pequeña Claire. No hay nada que desee más en estos momentos
que pasar el resto de mi vida contigo y formar una familia.
—Una familia… —repitió como si se acordara de algo—. Quizás en unos
meses podríamos decir que el objetivo está cumplido. —Sonrió.
Brandon entendió inmediatamente.
—¿Estás segura? —le preguntó emocionado.
—No, pero hay muchas probabilidades de que así sea. Y yo… Algo me
dice que así es.
Se volvieron a besar, perdiéndose en el paraíso por unos minutos más.
—Me encantaría una niña —le dijo Brandon.
—¿Una niña? —preguntó Claire, enarcando una ceja—. ¿No preferirías
un varón? Un heredero.
Él negó con la cabeza.
—Tal vez después. Quisiera que el primero fuera una niña, idéntica a su
madre.
—Supongo que siempre se podrá trabajar para llenar la casa de niños,
mujeres y hombres. —Ella sonrió pícaramente—. Si fuera niña, me encantaría
que tuviera tus ojos.
Él volvió a negar con la cabeza.
—Yo preferiría los tuyos, que nazca con esos arrebatadores ojos negros.
—¿Arrebatadores?
—Sí —afirmó—. Arrebatadores, hermosos y, sobre todo, inocentes. Sí,
con esa inocencia que es capaz de volver loco a cualquiera, tal y como lo ha
hecho conmigo, dejándome irrevocablemente enamorado.
Volvieron a besarse, pero esta vez no se detuvieron a hablar, si no que
continuaron demostrándose todo ese amor que por tanto tiempo estuvo
guardado. Expresaron con su cuerpo y alma lo que por fin habían dicho con
palabras, alcanzando por fin el paraíso al que solo se podía llegar cuando por
fin se encontraba el tesoro más deseado del mundo: el amor. Ese amor por el
que habían luchado tanto y que ya nunca dejarían escapar.

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CATHERINE BROOK es el seudónimo bajo el que escribe esta joven autora
venezolana. Estudiante de arquitectura, disfruta del romance desde que tiene
uso de razón. Siempre le han gustado las novelas con final feliz y fue después
de leer Bodas de odio, de Florencia Bonelli, que se enamoró del género
histórico y todas sus autoras.
Cuando se le presentó la oportunidad de publicar en Wattpad, jamás se
imaginó tal aceptación y, gracias a ello, ha dado rienda suelta a esta pasión,
pues en su opinión, no hay nada mejor que una bella historia de amor con
final feliz.

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