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EVANGELIZACIÓN E

INSTITUTOS SECULARES

A. Cañizares Llavera *
DOI: https://doi.org/10.52039/seminarios.v42i145.1289

En primer lugar muchísimas gracias a todos ustedes, Institutos Secula-


res, por lo que son y por lo que hacen dentro de la Iglesia, por haber elegido
para esta reunión Ávila, la Ávila de Sta. Teresa y por haberme invitado a
participar en este encuentro.
Voy a situar el tema a partir de la_ carta que en el año 1992 dirigía el car-
denal Secretario de Estado a la Asamblea de Institutos Seculares, que tam-
bién se centraba en este tema que nos ocupa: "Los Institutos Seculares y la
Evangelización". Lo que en esa carta se cita puede ser el resumen de toda mi
exposición. Decía en aquella ocasión el Cardenal Sodano: "Su santidad
expresa ante todo el aprecio por haber elegido el tema de los Institutos
Seculares y la Evangelización Hoy, que se inserta oportunamente en el
amplio compromiso de la Iglesia para la promoción de la Nueva Evangeliza-
ción. Se trata de un proceso de gracia que en su centro afecta siempre a la
necesaria conversión del corazón, entendida como vuelta a Dios Padre pro-
vidente y misericordioso, y la disponibilidad hacia los hermanos, que esperan
comprensión, amor, y anuncio solidario de la Palabra revelada.
Pertenece a los Institutos seculares el que tengan presentes los desafíos
del momento en que nos encontramos, a los que están llamados a afrontar
porque han recibido el don de una forma de consagración nueva y original,
sugerida por el Espíritu Santo, para ser vivida en medio de las realidades
temporales, y para introducir la fuerza de los consejos evangélicos en medio
de los valores humanos y temporales.

* Arzobispo de Granada, conferencia pronunciada con motivo de la LII Asamblea Plena-


ria de CEDIS.
314 A. Cañizares

Se pide a los Institutos Seculares que se comprometan de forma extraor-


dinaria en el testimonio de la novedad del Evangelio. Sin una corresponden-
cia más ardiente a la llamada a la santidad para anunciar el Evangelio de la
paz al mundo, que se encuentra para entrar dentro del nuevo milenio, todo
esfuerzo se reduciría a un intento sin eficacia apostólica. Se pide a los miem-
bros de Institutos Seculares abrirse a las nuevas formas de comunicación que
son ofrecidas por el progreso de la técnica y además debe adecuarse a la
novedad que es llamada a difundir. Esta debe distinguirse por la simplicidad
evangélica y por la propuesta gratuita.
La Nueva Evangelización reclama un servicio al mundo. Los modos de
realización según los modos de consagración y las necesidades concretas son
múltiples: el testimonio de vida, el diálogo y la militancia, el contacto perso-
nal, el servicio nacido de la presencia individual y comunitaria, el anuncio y
la denuncia profética, la defensa de la verdad y el testimonio del amor. Es
importante que en un mundo marcado por la cultura de la muerte pero tam-
bién con anhelo de los valores del espíritu, los Institutos Seculares sean
capaces de ser signos del Dios vivo y artífices de la cultura de la solidaridad
humana.
El Santo Padre exhorta a todos a continuar en este camino, a acrecentar
las múltiples iniciativas de iniciación cristiana y a no temer hacerse presentes
en los varios areópagos modernos para propagar con la palabra y con los
hechos la buena nueva del Evangelio. El compromiso por la paz, el desarrollo
de los pueblos, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la mujer
y la educación de los jóvenes, son algunos de estos areópagos del mundo
moderno en que los Institutos Seculares deben sentirse comprometidos.
Vivimos unos momentos en que nos apremia llevar a cabo la obra de
evangelización. La evangelización que es la identidad y la dicha más profun-
da de la Iglesia, en estos momentos se presenta con una urgencia particular-
mente apremiante. Una urgencia que brota del amor de Dios que nos impul-
sa a comunicárselo a los hombres y de ese poderoso llamamiento que se
escucha en parte de nuestros contemporáneos a que se les anuncie la Nueva
Noticia, el gozo de que son amados y queridos por Dios.
Vivimos, como diría Sta. Teresa, tiempos recios. Como hombres y muje-
res de fe y esperanza, reconocemos que en el mundo en que vivimos se está
abriendo paso el Reino de Dios y actuando con fuerza su palabra, la eficacia
redentora del sacrificio de Cristo y el aliento renovador del Espíritu Santo.
No podemos, como hombres y mujeres de fe, dejar de reconocer que el Espí-
ritu Santo está conduciendo a la Iglesia y animando la vida y los trabajos de
nuestras comunidades. Reconocemos que el Espíritu Santo está depositando
dentro de nuestro mundo anhelos profundos que claman por la salvación
Evangelización e Institutos Seculares 315

que sólo de Jesucristo puede llegar a los hombres. No podemos ignorar en


modo alguno todo lo que el espíritu de Dios está obrando de bueno en el
mundo. Ni podemos dejar de reconocer su aliento vivificador en el corazón
de nuestra historia. Aquí podemos descubrir búsquedas y esperanzas, reali-
zaciones y logros que nos convencen de que Dios no está lejos de los hom-
bres de nuestro tiempo. Como en el areópago de Atenas, también hoy somos
nosotros los que al igual que Pablo señalamos la presencia del Dios-escondi-
do, en las realizaciones y manifestaciones del hombre de nuestro tiempo.
Somos conscientes de que existen caminos por los que Dios está llegando a
los hombres y por los que los hombres, quizás sin darnos cuenta suficiente-
.mente, le estamos buscando. Estamos rastreando sus huellas.
El hombre moderno, a veces de manera confusa, clama por la verdad de
Dios y del hombre. Por eso nosotros sentimos una especial responsabilidad y
deber para salir al encuentro de ese clamor con amor y humildad. Pero al
mismo tiempo también somos conscientes desde esta misma fe, de la situa-
ción de secularización, del debilitamiento de la fe, del gran drama de nuestro
tiempo, en expresión de Pablo VI, que es el ateísmo contemporáneo. Somos
conscientes de la generalización de la increencia, de la indiferencia religiosa,
de la quiebra moral o de la neopaganización que están azotando al mundo
contemporáneo con tanta intensidad. El reconocer lo que está sucediendo a
nuestro alrededor es una exigencia del realismo de nuestra fe. Este realismo
nos hace ver que nos encontramos ante una fuerte quiebra de humanidad,
basta mirar al hombre occidental actual y ver la posición generalizada que
tiene ante el destino y la vida, ante la verdad y la mentira. Basta mirar sus
ideales, su vida familiar y sus esperanzas de futuro para percatarse de que
ese hombre frecuentemente aparece vacío y desorientado, como fugitivo de
sí mismo, con aspiraciones e ideales prevalentes, como puede ser la evasión y
el gozo narcisista, el dinero y el sexo, el vivir bien y disfrutar, el consumo y el
bienestar, etc. propios de una sociedad típicamente pagana.
La misma trascendencia y la expresión religiosa tienen con frecuencia
los límites de quedarse en la corteza de la piel, en la superficie, en la sensibi-
lidad, en el gusto o en el consumo. Se vive propiamente como si Dios no
existiera. Por supuesto no se vive en su presencia, ya que Dios es como algo
abstracto, evanescente; en el mejor de los casos, como una especie de hori-
zonte moral, pero ciertamente sin que intervenga en nuestra historia, sin que
Él se preocupe de las realidades de los hombres y de las cosas que día a día
hacemos los hombres. Las nuevas generaciones han dejado de creer y los
creyentes creen con una fe débil, individualista, incapaz de configurar el
comportamiento humano en todas sus dimensiones, incapaz de configurar
las realidades humanas como la política, la economía, la cultura, el arte, etc.
316 A. Cañizares

Lo que está en juego en esta situación es la manera de entender la vida.


De entenderla con Dios o sin Dios. De entenderla con esperanza de vida
eterna o sin más horizonte que los bienes de este mundo. De entenderla con
un código moral objetivo respetado desde dentro o con la afirmación sobera-
na de la propia libertad como norma absoluta de comportamiento hasta
donde nos permitan las reglas externas del juego. No da lo mismo, sin
embargo, creer o no creer. Los cristianos nos hemos acostumbrado a esta
situación y nos hemos resignado a ella, pensando, al menos así lo manifiestan
frecuentemente los hechos, que el creer no afecta de manera decisiva a la
suerte misma del hombre, al futuro entero de la Humanidad. Porque cierta-
mente, o Dios afecta a todas las dimensiones del hombre, o Jesucristo nos ha
salvado de todas las realidades que impiden que nos realicemos como huma-
nos conforme enteramente a los designios de Dios, o Jesucristo es el único
salvador, la única esperanza para todos los hombres en todas las dimensio-
nes y facetas del existir humano, o ciertamente no lo es en ninguna. La salva-
ción parece que queda únicamente para una faceta o para unas dimensiones
del existir de la persona, considerada ésta sobre todo en su dimensión indivi-
dual. Pero parece que no esté afectando excesivamente a lo que es la marcha
del mundo, a lo que son las realidades seculares, a lo que es, sencillamente,
lo que los hombres hacemos, porque todo lo que el hombre hace es secular,
acontecido en el mundo y con inserción e incidencia dentro de nuestro
mundo.
Los cristianos vivimos hoy teniendo que profesar nuestra fe y practicar la
vida cristiana sobreponiéndonos o reafirmándonos frente a la gran corriente
envolvente de esta cultura ambiental y dominante con fuerte impregnación
laicista y neopagana. Los cristianos no somos, en absoluto, meros espectado-
res de esta situación. En el drama de la progresiva descristianización y deshu-
manización del mundo cristiano que ha tenido lugar en los últimos siglos, los
creyentes hemos jugado un papel primordial. Si una sociedad cristiana como
la nuestra se descristianiza, eso significa en la práctica que muchos cristianos
pierden la fe. La pierden mucho antes de ser conscientes de ello. La fe cris-
tiana, siendo todavía un paisaje muy presente en la cultura y que además
impregna todas las instituciones y está presente en todos los momentos
importantes de la vida, ha dejado ya de ser la instancia que determina la
experiencia humana. Aspectos de la experiencia y del obrar humano van
quedando, como decía, al margen de la fe, determinados por otras instancias
hasta que la fe cristiana se convierte en un lenguaje olvidado, en gran medi-
da incomprensible, y desde luego irrelevante para la vida real. Luego cuando
de hecho la abandonan, abandonan en realidad algo que ya no implicaba
nada en la vida, que no sostenía la propia humanidad.
Evangelización e Institutos Seculares 317

También entre nosotros asistimos en España a un alejamiento de her-


manos de la fe, de la vida y a una implantación de los modelos de vida o de
formas de existencia como si Dios no existiera. Ahí está la raíz de nuestros
problemas y de nuestros males. Nos lo decía el Papa Juan Pablo II en aque-
lla memorable homilía que tuvo en su último viaje a Huelva.
Por eso, hay que volver a evangelizar. Hay que anunciar el Evangelio en
sus contenidos fundamentales como si nunca lo hubiéramos escuchado, a
nuestros vecinos, a las personas con quienes convivimos, con las que trabaja-
mos, con las que habitualmente nos cruzamos por las calles o con las que
pasamos nuestros ratos de ocio. Hay que evangelizar como en los primeros
tiempos, como si fuera la primera vez que se anuncia a Jesucristo en el interior
de un pueblo, con toda la fuerza de novedad y de escándalo, y con todo su ini-
gualable atractivo. Hemos hecho perder el escándalo de la fe. Hemos hecho
perder la novedad y originalidad del Evangelio. Anunciamos el Evangelio
con palabras gastadas. Anunciamos el Evangelio como si no tuviera que
aportar nada nuevo. Anunciamos el Evangelio como si no reclamara verda-
deramente la conversión de toda la persona al que es el solo y único Señor.
Recuerdo una anécdota de un joven que había tenido una experiencia
de fe importante y que se había metido mucho últimamente en la "movida".
Hablaba conmigo y yo le decía:
-¿Qué hacéis todos los viernes y sábados noche? ¿Eso os llena? -¿Ud. cree
que nos puede llenar a los jóvenes esa "movida"? No somos unos descere-
brados, no puede llenarnos eso en absoluto.
-Pero tú has tenido una experiencia de fe, ¿por qué no vuelves a Jesucristo?
-Jesucristo es el único que puede llenarnos, es verdad; pero me da miedo
porque Él lo exige todo. En cambio vosotros presentáis a Jesucristo no
exigiéndolo todo y así realmente nadie podrá volver hacia ÉL
Es verdad, Jesucristo lo pide todo, lo reclama todo, o reclama esa con-
versión a Él, que es aceptarle como dueño de nuestro pensar, de nuestro
querer, sentir y actuar, o verdaderamente Jesucristo no significa nada para el
hombre y nadie se podrá convertir a ÉL Podrán aceptar algunos de sus com-
portamientos morales, algunos de sus ideales, y así efectivamente se presen-
ta, incluso en muchas de nuestras catequesis a Jesucristo.
Es necesario anunciar a Jesucristo, como en los primeros tiempos, como
el Salvador. Anunciarlo además sin ningún complejo y sin ningún pudor, con
toda la sencillez ilusionada y con todo el entusiasmo vigoroso. Anunciar a
Jesucristo crucificado porque hemos perdido el anuncio del escándalo de la
cruz y sin ese escándalo de la cruz no podrá haber conversión a ÉL Es nece-
sario que anunciemos el Evangelio sin privilegios y con audacia apostólica,
318 A. Cañizares

con todo respeto a la libertad ajena y con inmenso amor hacia todos, desde la
experiencia gozosa de la fe que transforma interiormente y nos hace vivir con
entera confianza y esperanza en Dios que nos ama. Dándose en nosotros esa
sorpresa y esa gratitud sin límites por una gracia presente que nos sostiene
en la vida.
Vivimos en un ambiente pagano sin paliativos de ningún tipo. Tenemos
que aprender a vivir como cristianos en ese ambiente y vivir como cristianos
con todas las consecuencias, es vivir la autenticidad del Evangelio. Es dar
testimonio de Él y anunciarlo, siendo luz para las gentes. Y la luz no se pone
debajo de la mesa sino que se pone en lo alto del candelero para que alum-
bre a todos. Se trata de impulsar y de emprender entre nosotros una nueva
Evangelización, llevada a cabo por nuevos testigos. Personas que han experi-
mentado la transformación real en sus vidas en contacto con Jesucristo y sean
capaces de transmitirlo a otros. Y esto sin dilaciones ni demoras. No podemos
esperar a saber qué métodos, qué estrategias, qué planificaciones utilizare-
mos ... y pasarnos en devaneos horas y horas. Es necesario. Nos apremia el
evangelizar, salir a la calle para proclamar que Jesucristo es el único Señor.
Si creemos en Jesucristo y amamos a los hombres no podemos dejarlo
para mañana. El mundo actual y en él, nuestra sociedad, necesita de una
vigorosa obra de evangelización que es al mismo tiempo una tarea de
reconstrucción, o como diría el Papa Pablo VI, en Evangelii Nuntiandi, una
obra de renovación de los hombres, sin los que no hay ni humanidad, ni
sociedad nueva. Es necesario que llevemos a cabo la renovación también de
las estructuras a partir de la renovación de los hombres. Sólo hombres nue-
vos podrán llevar a cabo estructuras sociales enteramente nuevas.
La clave para esa renovación no es otra que el encuentro con Jesucristo
redentor del hombre, revelación definitiva de Dios y plenitud de lo humano.
No hay otra palabra. Dios, como dice S. Juan de la Cruz no tiene otra Pala-
bra y en diciéndola toda junta y de una vez, se ha quedado como mudo.
Nosotros, en cambio, tenemos muchas palabras. A mí me llama la aten-
ción cuando uno coge materiales de Confirmación existentes en el mercado
y ve muchos textos de autores, incluso autores no cristianos y sin embargo la
Palabra de Dios no aparece como la única que verdaderamente llama a los
hombres y que los ilumina. Ponemos la Palabra de Dios como una palabra
más, quizás más sobresaliente pero no como la palabra única que Dios tiene
y no es la cultura sino la palabra que se ha hecho carne.
La reconstrucción del mundo humano y la evangelización son como dos
caras de una misma realidad. No habrá reconstrucción de un mundo nuevo,
no habrá proceso de humanización y de renovación de las realidades socia-
les, económicas, culturales ... sin que haya una nueva evangelización. Cuando
Evangelización e Institutos Seculares 319

decimos esto dicen que estamos resucitando un nuevo confesionalismo.


Estamos, sencillamente, diciendo y confesando que Jesucristo afecta a todo
el hombre y que Él ha venido a rescatar todo del dominio del maligno y del
pecado que está sometiendo al hombre en una mentira de la que es necesa-
rio liberarlo para que encuentre la verdad que le hace libre.
Una evangelización nueva que no genere una humanidad nueva, que no
genere cultura, no será una evangelización verdadera. Una fe que no se haga
cultura es una fe insuficientemente pensada, insuficientemente vivida, como
repite con frecuencia el Papa Juan Pablo II. Una fe que no genere una socie-
dad nueva, una fe que no lleve a la transformación de las mismas estructuras
y relaciones entre los hombres, es una fe no suficientemente pensada y no
suficientemente vivida. Una fe que no afecte a las formas del pensamiento, a
los criterios de juicio, a los valores determinantes es una fe insuficientemente
pensada e insuficientemente vivida.
Uno de los problemas graves con que nos encontramos es la separación
entre fe y vida. Separar la fe de la vida es caer en un puro moralismo para
determinadas facetas del existir humano.
La tarea es enorme, pero tenemos todos los motivos para la esperanza.
En medio de la destrucción, el drama del corazón humano permanece ahí. El
hombre, también el hombre roto, el hombre malherido y maltrecho está
hecho para el encuentro con Cristo. Dios no pasa de largo. Dios no se olvida
de los hombres. Ese es el drama de los tiempos modernos, que hemos creído
que Dios se olvida de los hombres y que el hombre se basta a sí mismo.
Hemos creído que el hombre por sí mismo puede construirse a sí y construir
su propio mundo.
El hombre de hoy está hecho para el encuentro con Cristo y sólo en
Cristo podrá encontrar de nuevo el gusto por la vida y el camino de la reali-
zación plena de su propia humanidad.
Necesitamos implorar que el Espíritu Santo venga sobre nosotros y
sobre todos los cristianos para que nos impulse a la misión como lo hizo en
el amanecer de la Iglesia, ya que todos estamos llamados a anunciar a Jesu-
cristo en medio de los hombres. ¿Quiénes si no los mercaderes, los artesanos
llevaron el Evangelio donde aún no habían llegado los enviados oficiales de
las comunidades? ¿Quiénes habrán de llevar a cabo la tarea de la nueva
evangelización sino los laicos, en los diferentes campos donde no pueden
esperar que lleguen los evangelizadores oficiales? Esos laicos son ustedes.
Ustedes de una manera muy singular por su especial consagración.
En esta encrucijada de nuestra historia se encuentran los laicos de
manera muy singular con la responsabilidad de ver con mayor claridad los
caminos de la Iglesia en la nueva sociedad y de iniciarlos y recorrerles en la
320 A. Cañizares

Iglesia y como Iglesia. Nos llega esta situación sin saber qué hacer, sin expe-
riencia de una Iglesia misionera en medio de un mundo post-cristiano. Sin
experiencia y sin costumbre de anunciar a los que no creen en el Evangelio.
Necesitamos caminos y modos de evangelizar pero sobre todo necesitamos
revitalizar la experiencia de la fe. Necesitamos reanimar nuestras comunida-
des. Necesitamos vivir nuestra vocación dentro de la vocación que la Iglesia
tiene. Esta vocación es la de ser santos. La Iglesia está llamada a ser santa.
Cada uno de nosotros estamos llamados a ser santos. Sólo una Iglesia de san-
tos será capaz de evangelizar a nuestro mundo. O la Iglesia es una Iglesia
fuertemente arraigada en Dios y los cristianos están arraigados fuertemente
en la experiencia teologal de la fe, esperanza y del amor, o no seremos capa-
ces de evangelizar.
El gran reto que tenemos en esta encrucijada de nuestra historia, es que
la Iglesia está llamada a ser ella misma. No en balde el Concilio Vaticano 11
convocado para impulsar la misión de la Iglesia en nuestro tiempo, la pre-
gunta que se hace es: Iglesia ¿qué dices de ti misma? Ella lo primero que
hace es remitir a Cristo. No mira sus planes pastorales, sus estrategias, sino
que mira a Cristo, luz de las gentes. No mira lo que nosotros podemos hacer
en ella sino lo que Dios hace, ha hecho en su Hijo y obra por el Espíritu
Santo.
Por eso, solamente unos cristianos que se abran al don de la gracia y del
espíritu de santificación podrán evangelizar nuestro mundo viviendo inmer-
sos en él. Cuando hay una experiencia de fe que configura todo nuestro ser y
actuar, cuando hay esa vida vivida desde la configuración en Jesucristo, por
la santificación del Espíritu Santo es entonces cuando se evangeliza. "La res-
puesta que tenemos que dar requiere un esfuerzo de reflexión para la
misión, la modificación de muchos procedimientos y actitudes habituales
entre nosotros y sobre todo exige la vivificación del espíritu teologal en
nosotros. Así reclama también la vivificación del espíritu misionero entre
nosotros. No podemos olvidar que la Iglesia abre sus puertas de donde esta-
ba encerrada y sale al mundo después de haber orado con María y de haber
recibido el Espíritu Santo.
Cuando hablamos de impulsar esta evangelización como en los primeros
tiempos, estamos pensando en una pastoral pensada y organizada para favo-
recer la renovación y consolidación de la fe del pueblo cristiano o su difusión
y desarrollo en personas y ambientes dominados por la increencia. Se trata de
una pastoral que tiende a suscitar la fe del que no cree, a consolidar la fe del
que cree con una fe dudosa, débil, muerta e inoperante, a provocar con la gra-
cia del espíritu, la conversión del corazón, la conversión personal de los hom-
Evangelización e Institutos Seculares 321

bres y a través de ella, la transformación y reconstrucción de la vida real en


toda su complejidad cultural, social, económica y política.
En esta pastoral es en la que estamos todos embarcados y en la que los
Institutos Seculares tienen un papel fundamental. Es vuestra gran hora. Es la
hora de los Institutos Seculares para que en medio del mundo, con vuestra
forma de vivir, podáis plantear ese anuncio que viene cuando se suscita la
interrogación, la admiración, y cuando reclama que se den razones de la
esperanza que anima.
Soy consciente de vuestra vocación, como laicos, que vivís una consa-
gración especial. Esta vocación os coloca en el corazón del mundo, al frente
de diversas tareas temporales. Esto conlleva a que en vuestras manos esté la
obra de la nueva evangelización, de la renovación de la humanidad.
Si no se cuenta con laicos hondamente arraigados en Jesucristo, como
vosotros que habéis sido llamados con una consagración especial, no habrá
Iglesia que evangelice. Y esto, no tanto por la escasez de sacerdotes, cuanto
por vuestra propia y específica vocación de fieles cristianos inmersos en el
mundo. Como fieles cristianos y cristianas compartís la común responsabili-
dad de todos los miembros del Pueblo de Dios en la misión. Como todos,
habéis recibido el Espíritu Santo precisamente para la misión. Como todos,
habéis sido llamados por vuestra consagración bautismal vivida a través de
esta consagración especial, para anunciar y hacer presente a Jesucristo.
Estáis llamados a propagar la fe de Jesucristo en todas las partes. Los após-
toles dirigían la misión pero no sólo ellos la llevaron a cabo. Los simples cris-
tianos, de la condición o profesión que fuesen, llevaron el Evangelio a donde
no habían llegado aún los enviados oficiales de las comunidades estableci-
das. Sin esta mediación es imposible la obra de la evangelización.
Vosotros y vosotras llegáis con toda naturalidad porque estáis donde no
podemos ni llegaremos nunca los sacerdotes y los obispos, y sin embargo en
esos lugares es donde está en juego la evangelización. Está en juego la evan-
gelización en el mundo de la medicina, del arte, de la literatura, en el mundo
de la enseñanza, en el mundo de la empresa, de las relaciones laborales, etc.;
en definitiva, donde vosotros os movéis como laicos dentro del mundo. Por
eso insisto en esa llamada apremiante y urgente a que os unáis sin ningún
temor a la obra de Evangelización, a que renovéis con renovado impulso y
ardor vuestro aliento misionero y apostólico.
Decía Pablo VI que vuestra tarea primera e inmediata es poner en prác-
tica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez
presentes y activas en las cosas del mundo. El campo de vuestra tarea evange-
lizadora es el vasto y complejo mundo de la política, de lo social, de la econo-
mía, de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional y de
322 A. Cañizares

los medios de comunicación de masas; así como otras actividades abiertas a la


evangelización, como el amor, la vida, la educación de los niños y jóvenes, el
trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más laicos haya, impregna-
dos del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprome-
tidos con ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es nece-
sario desplegar su plena capacidad cristiana, tantas veces oculta y asfixiada,
tanto más estas realidades, sin perder o sacrificar nada de su coeficiente
humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuente-
mente desconocida estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y
por consiguiente de la salvación en Cristo Jesús.
Por eso apremia el que los hombres crean. Apremia el que el mundo
nuestro sea renovado con hombres y mujeres nuevos, con estructuras y rela-
ciones sociales nuevas, con una cultura nueva, la cultura de la vida, la cultura
de la solidaridad, una nueva civilización del amor, donde se muestre cómo
todo ser humano es amado por Dios y salvado por El y que goza de una dig-
nidad inviolable como persona hecha a semejanza e imagen de Dios y com-
prada con su sangre.
Es verdad que primeramente se reclama una acción individual, que es
siempre acción principal de todo el apostolado de los laicos, como señala el
Vaticano II. Se trata, como dice Christifideles laici, de una irradiación capilar
constante y particularmente incisiva en el entorno en que el laico cristiano
desarrolla su vida. De este apostolado individual nadie debe sentirse exento.
Pero esto es insuficiente en la obra evangelizadora de la Iglesia. Se necesita
un apostolado que se haga de forma asociada, bien a través de movimientos
apostólicos, bien a través de formas de consagración especial dentro de nues-
tro mundo.
Para mí, vosotros, los Institutos Seculares, constituís una verdadera
esperanza en la Iglesia. Vosotros, en estos momentos, sois verdaderamente
insustituibles en nuestro mundo. El Espíritu Santo ha suscitado los Institutos
Seculares en este gran siglo de increencia, donde se está jugando la suerte
del hombre, donde estamos asistiendo a la mayor de las quiebras de la
humanidad de toda la Historia, donde el hombre ha sido más despreciado en
medio de las proclamas y reconocimiento de su dignidad. Porque, ¿cuándo
ha acaecido que sean eliminados de forma legal 50 millones de seres huma-
nos antes de nacer?, ¿cuándo ha habido tan poco aprecio por la vida?,
¿cuándo se supedita al hombre a intereses económicos de una manera tan
cruel como se está haciendo a través de la droga?, ¿cuándo hay una indus-
tria, que es la segunda, después de la armamentística, que es la industria del
sexo, que vacía al hombre y le degrada a su animalidad más rastrera y más
baja?, ¿cuándo la humanidad ha padecido esa quiebra de falta de sentido, de
Evangelización e Institutos Seculares 323

esperanza, de no apertura a Dios? Esto está aconteciendo en este mundo.


Un mundo llamado a evangelizar, a ser evangelizado, un mundo donde se
escucha ese poderoso llamamiento a que se le proclame el Evangelio. Pues,
precisamente en este mundo es donde el Espíritu Santo ha suscitado los Ins-
titutos Seculares.
Siempre hemos de tener muy presente que la obra de evangelización es
obra de renovación de la Humanidad y que la Iglesia evangeliza, como dice
Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, "cuando por la sola fuerza divina del men-
saje que proclama, trata al mismo tiempo de convertir la conciencia personal
y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos,
su vida y ambiente concretos, la cultura en la que viven". La misma Evangeli-
zación inspira y anima la renovación de la sociedad y trata de rehacer el
entramado cristiano de la sociedad humana para lo que se requiere que se
rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales. Vosotros
estáis llamados de una manera singular, por vocación y especial consagración,
a llevar a cabo esa renovación del entramado cristiano de la sociedad. Pero
para eso, es necesario que los Institutos Seculares, desde dentro se rehagan.
La Evangelización, como la entiende la Iglesia, incluye siempre una
decisiva contribución a la liberación de las personas y de los pueblos. No
podemos seguir manteniendo una situación en que la fe y la moral cristianas
se arrinconen en el ámbito de la más estricta privacidad, quedando así muti-
lada toda influencia en la vida social y política (Juan Pablo II, en Huelva, 14
jun. 93). Es una de las peores trampas en las que hemos caído en las últimas
décadas. La trampa es pensar que la fe es para una esfera religiosa y moral
de la vida pero no para su totalidad; reducir la experiencia cristiana al espa-
cio de la intimidad o vivirla de un modo individualista o desencarnado.
Uno de los males más graves que podrían cercarnos es el de una fe que
no afecta a la totalidad de la existencia ni a la realidad en todas sus esferas y
dimensiones, una fe que no se hace cultura o que no es capaz de configurar
el universo social. Esto pondría de manifiesto la debilidad de la fe en Jesu-
cristo e implicaría que hemos asumido los criterios del mundo. Sin embargo,
el reconocimiento y la aceptación personal y libre del Dios vivo que implica
la fe, implica también un cambio real de vida, promovido por la fuerza de la
gracia de Dios que se manifiesta y hace efectivo en todos los órdenes de la
vida real del cristiano, en su vida interior, adoración y obediencia liberadora
a la santa voluntad de Dios, en la vida matrimonial y familiar, en el ejercicio
de la vida profesional y social, en las actividades políticas y económicas, en
todo lo que es tejido real y social en el que de hecho vivimos inmersos y nos
realizamos como persona. Por esto, la Evangelización para que los hombres
acojan la palabra de Cristo en la fe y le sigan cada día, para que se convier-
324 A. Cañizares

tan y crean, para que hagan de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta
individual, familiar, social y pública es, sin duda, la primera y la importante
respuesta que la Iglesia puede dar a los hombres. También en orden a la
renovación del mundo y a una solución más justa de sus graves problemas
humanos y sociales, de los problemas de la paz, de los problemas de la justi-
cia, de la ecología, de los nuevos problemas con los que se enfrenta nuestro
mundo.
La mejor contribución que la Iglesia puede dar a los problemas que
afectan a nuestra sociedad, como son la crisis económica, el paro que aflige a
tantas familias y a tantos jóvenes, la violencia, el terrorismo y la drogadic-
ción, es ayudar a todos a descubrir la gracia y la presencia de Dios en noso-
tros, a renovarse en la profundidad de su corazón, revistiéndose del hombre
nuevo que es Cristo. Es impresionante cómo el Papa nos insistió en su última
visita a España en que la hora presente es una hora de nueva evangelización.
Que ha de ser una hora en que la Iglesia española, fiel a la riqueza espiritual
que la ha caracterizado, sea fermento del Evangelio para la animación y
transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperan-
za y de la fuerza del amor. Nada más contrario a la fe que la privatización de
la misma, la falta de un testimonio, o su reclusión al espacio exclusivo de lo
sagrado.
En una sociedad pluralista se hace necesaria una mayor y más efusiva
presencia católica individual y asociada en los diversos campos de la vida
pública. Es por ello inaceptable como contrario al Evangelio la pretensión
de reducir la religión al ámbito estrictamente privado, olvidando la dimen-
sión esencialmente pública y social de la persona humana. "Salid pues, a la
calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cris-
to que debe penetrar en la familia, vida, en la cultura y en la vida política"
(Juan Pablo II, en la Almudena). No estamos cumpliendo suficientemente
este mandato del Papa de salir a la calle. Vivimos un cristianismo temeroso.
Pero es que este no es sólo un mandato del Papa sino el mandato mismo de
Cristo cuando nos dice "lo que habéis escuchado en la intimidad, proclamad-
lo en las azoteas". Tenemos complejo de proclamar públicamente lo que
hemos oído en la intimidad. Hay excesivo complejo para anunciar a Jesucris-
to explícitamente en los nuevos areópagos del mundo contemporáneo, que
son:
- los medios de comunicación social, de los que tenemos que hacer que sean
profundamente evangelizadores aunque tengan menos audiencia.
- La presencia en la universidad, en la universidad llamada pública -todas
las universidades son públicas- y la creación de nuevas universidades. Y
Evangelización e Institutos Seculares 325

presencia clara y enteramente identificada con lo que es una universidad


católica en nuestro mundo.
- La escuela católica; que no sea meramente un ideario sino una realización
de la comunidad cristiana que está educando a sus miembros y haciendo
posible que crezcan en humanidad desde las raíces del Evangelio. Con qué
facilidad nos hemos plegado a las exigencias mortales de la LOGSE por
las concepciones que dentro de la LOGSE están implicadas. Podemos
poner parches pero la filosofía de fondo lleva un veneno letal.
- Nuevo areópago de nuestro tiempo es estar presentes en los ámbitos del
feminismo, pero no con ese feminismo de vía estrecha, degradante de la
mujer, sino desde ese feminismo en que reconocemos a la mujer dentro
del proyecto creador y salvador de Dios y damos gracias a la mujer por ser
sencillamente mujer.
- Un nuevo areópago como es el mundo de la juventud, un mundo en el que
estamos muy poco presentes. ¿Qué espacios creamos para la juventud?,
¿dónde pueden acudir nuestros jóvenes?, ¿dónde encuentran algo distin-
to?
- Es un nuevo areópago el compromiso por la paz, que es inseparable de las
mismas causas que el hombre viene padeciendo, el hambre, la enferme-
dad, el desarrollo de la población, el desarrollo y liberación de los pueblos,
sobre todo de las minorías, la promoción de la mujer y del niño, la salva-
guardia de la creación, la cultura contemporánea, la investigación científi-
aa, las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a
nuevos proyectos de vida.
Debemos superar los complejos y atender menos al aplauso de quienes
nos contemplan y no echarnos atrás en el anuncio y presentación del Evan-
gelio en las realidades de la vida. Lo cual requiere que la fe impregne y con-
figure todas las facetas de la vida incluido las públicas y sociales. Esto signifi-
cará que cumplimos el mensaje de salir a la calle, de manifestar lo que es la
vida nueva que surge cuando se acepta a Jesucristo. Esto entraña llevar la
ética cristiana a la vida política y a todas las esferas.
Sin resucitar ningún tipo de nacional catolicismo, sino sencillamente
cristiano y creer en la fuerza transformadora del Evangelio y manifestar tes-
timonialmente que ese Evangelio nos ha transformado y renovado y esto no
sólo en una faceta de la vida sino en la totalidad de la misma. No desde la
imposición o el avasallamiento sino desde el respeto a las condiciones ajenas
y a las personas y desde el ofrecimiento personal que hace posible que se
ejercite en grado sumo la libertad de los hombres. Es lo que el Señor dijo:
"Venid y veréis", o como los de Emaús: "Hemos visto al Señor".
326 A. Cañizares

Es llevar a cabo la obra sin otro poder que la gracia de Dios y que la
cruz de Cristo y siempre en actitud de diálogo y servicio que ofrezcan con
humildad, sencillez y claridad, el don de la salvación en Jesucristo.
Si la Evangelización es obra principalmente de testimonio y lo funda-
mental en ella son los evangelizadores que comunican ideas, no doctrinas,
sino un acontecimiento de gracia y felicidad, ese salir a la calle, ese llevar a
cabo la obra de renovación de la humanidad, esa evangelización tiene como
base el testimonio de lo que se ha visto y oído y reclama una acción pastoral
fuertemente personalizada al tiempo que exige superar la tentación inhibi-
cionista y asumir con decisión y valentía su propia responsabilidad de hacer
presente y operante la luz del Evangelio en el mundo profesional, social,
económico, cultural y político, aportando a la convivencia social unos valores
que por ser genuinamente cristianos son profundamente humanos.
Sois los laicos quienes formados y enviados por la comunidad, bien
atendida por sus propios sacerdotes y los diferentes carismas y ministerios,
vivís y actuáis en las realidades del mundo de otra manera a como se hace
desde la incredulidad. Para esto se requiere una formación que comporta un
conocimiento profundo de lo que es el Evangelio de Jesucristo y la enseñan-
za social de la Iglesia.

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