FILOSOFIA CONTEM Cap 5 Humanismo
FILOSOFIA CONTEM Cap 5 Humanismo
FILOSOFIA CONTEM Cap 5 Humanismo
Comienza poniendo en duda todas las cosas: la realidad del mundo, la existencia de Dios, la
veracidad de la revelación y la validez de toda la filosofía existente.
Descartes duda aun de sus propios sentidos, a los que considera engañosos. «Pensaré que el
aire, el cielo, la tierra, las figuras, los colores, los sonidos y todas las cosas exteriores no
son sino ilusiones y sueños... me miraré como si no tuviera sentidos, como si solo creyera
por error que poseo todo eso». En medio de esa duda metódica surge una certeza, una cosa
de la que no duda: No puede dudar de que está dudando. De allí comienza a hilvanar su
pensamiento: Si duda es porque piensa, por lo tanto sentencia: «Pienso, luego existo»,
principio que lo hará famoso.
Renato Descartes trata de ingresar a la realidad por un camino totalmente nuevo, y está
dando así la tónica de toda la filosofía moderna: el antropocentrismo. El hombre está en el
centro como medida de todas las cosas.
Por este camino va a abrir un tremendo abismo entre la cultura moderna y las Sagradas
Escrituras. En su correspondencia afirma: «Querer inferir de las Sagradas Escrituras el
conocimiento de verdades que únicamente pertenecen a las ciencias humanas y que no
sirven para nuestra salvación, no es más que utilizar la Biblia con fines para los que Dios
no la ha dado en absoluto y consiguientemente manipularla».
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Durante su vida divulgó solo parte de su pensamiento, amedrentado por la acción de los
tribunales inquisitoriales y la triste experiencia de Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus
convicciones acerca del movimiento de la tierra.
La teología de Descartes
Como mencionáramos, Descartes vivió y murió como creyente. Creía en la existencia de Dios, pero esa
certeza no emanaba de las Sagradas Escrituras, sino de su propio pensamiento. Tengamos en cuenta que
todas sus certezas se fundamentaban en el hecho de su propia existencia.
Para conocer a Dios no puede comenzar por la Revelación Escrita, las Sagradas Escrituras, porque las
pone en duda. Tampoco puede partir de la manifestación de Dios en la creación, porque duda de sus
sentidos, no cree que «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles
desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen
excusa» (Romanos 1.20).
Para conocer a Dios parte de su yo, y razona diciendo que dentro del hombre está la idea de ser perfecto
e infinito, siendo él mismo imperfecto y finito; por lo tanto, la idea de perfección e infinitud que posee
tiene que provenir del Ser perfecto e infinito, es decir, Dios. Y Dios es el ser perfectísimo que la razón
concibe, por lo tanto existe.
Siendo Dios perfecto y veraz uno puede estar seguro de la existencia de las cosas materiales, porque
sería incapaz de engañarlo a uno mismo.
Notemos algo muy importante: El camino que propone Descartes tiene al hombre y su
razonamiento en el centro; el antropocentrismo está jerarquizado por encima del teocentrismo, el
sujeto es más importante que el objeto y la libertad personal se jerarquiza por sobre el orden
cósmico. Esto hace que no abandone la fe, pero es notable que el Señor Jesucristo no aparezca en
su filosofía.
Para Locke no existen principios innatos, por lo tanto el entendimiento humano es como una hoja
de papel en blanco, en la cual se graba todo lo que llega a través de los sentidos.
La diferencia con respecto al racionalismo estriba en que mientras aquél enfatiza la razón, este
destaca la experiencia.
Nuevamente aquí tenemos al hombre como centro: su experiencia es la que determina la verdad.
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Locke va a contradecirse cuando entre en el campo de lo ético, cuando tenga que determinar qué
es bueno y qué es malo. Por un lado, aprueba lo que llama la «ley moral natural», y la reconoce
como eterna. Pero luego se lanza a la investigación sociológica de lo que en diferentes
sociedades y épocas se estimaba como bueno o malo y termina afirmando que «llamamos bueno
a lo que puede proporcionarnos placer o aumentarlo, o disminuir el dolor».
Los intelectuales del siglo XVIII pensaban que la luz de la razón debía iluminar al hombre,
sacándolo del oscurantismo religioso, y que por ese camino alcanzaría la prosperidad material y
la felicidad individual. Parten de la idea de que, si en el orden natural existen leyes inmutables
que mantienen en equilibrio armónico todas las cosas, así también debían existir leyes naturales
que permitirían el equilibrio social, político y económico. Por lo tanto, el conocimiento racional
y experimental de la naturaleza abriría los caminos que llevarían a hallar las leyes que
gobernarían a la sociedad.
Para eso creían necesario que el hombre gozara de mayor libertad al pensar, por lo tanto la
educación y la moral no debían estar dirigidas por el pensamiento religioso —fuera este católico
o protestante—, porque su enseñanza se basaba en la fe y no en la razón.
Muchos de los hombres de la Ilustración eran ateos, pero muchos otros eran deístas: Creían en la
existencia de un Ser Supremo, creador del universo, que puso en marcha la máquina de la
creación, pero cuya acción se limitó solo a eso, es decir, que no le dio sentido ni destino. No
existen para el deísta leyes morales establecidas por Dios, ni un culto determinado para honrarlo.
Dios es solo un postulado para explicar la existencia del mundo.
Enmanuel Kant (1723-1804), criticará por igual al racionalismo y al empirismo, sin embargo,
en su filosofía, Dios seguirá siendo solo un postulado. Sus reflexiones sobre los fundamentos de
la moral se hicieron muy difíciles: ¿Quién establece la moral? ¿Quién determina qué es bueno y
qué es malo? ¿Por qué debemos hacer el bien?
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Cuando el hombre pone a Dios en el centro de su universo todas esas preguntas son contestadas.
Las normas y los principios emanan de Dios mismo, que es quien establece qué es bueno o malo.
Pero para Kant, Dios es un postulado, por lo tanto quiere encontrar un fundamento para la
conducta que esté dentro del hombre mismo.
Los hombres, para Kant, deben actuar en tal forma que la máxima de su acción pueda convertirse
en una ley universal. A esto lo llamó «imperativo categórico», es decir, que debe obligar al
hombre sin ninguna condición. La moral debe ser un imperativo que el hombre se esfuerce en
cumplir sobre la base de su voluntad.
Al final del camino Kant ve a Dios, a un Dios suprasensible, que considera necesario para
explicar la ordenación de las cosas hacia un fin. Pero el hombre sigue estando en el centro y es el
artífice de su salvación.
En cuanto a la existencia de Dios sostenía que la razón nos lleva a pensar en su existencia, pero
no hay ninguna indicación en la naturaleza acerca de la forma que debemos darle culto, por lo
tanto cada cual debe elaborar su religión según los dictados de su propio corazón y no debe
interferir en la vida religiosa de sus semejantes.
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Nada de la revelación de Dios tenía valor para Rousseau, el hombre no estaba afectado por la
caída ni el pecado, su conciencia no era susceptible de alteraciones, no creía en las conciencias
sucias o cauterizadas de las que habla el apóstol Pablo. El hombre debía ejercer una libertad
absoluta de pensamiento, independizándose de las Sagradas Escrituras. El hombre destronaba a
Dios, y la concepción antropocéntrica crecía incontenible en la sociedad.
Es justo reconocer, sin embargo, que durante el siglo XVIII la ciencia progresó como
consecuencia de la investigación y la experimentación: clasificaron plantas y animales, la
química adquirió su carácter científico; estudiaron y experimentaron con la electricidad, y
llevaron a cabo las primeras aplicaciones mecánicas del vapor de agua. Eso preparó a
occidente para el estallido progresista que caracterizaría al siglo XIX.
El siglo XIX
Es difícil resumir los cambios experimentados en occidente durante este siglo. Los medios de
transporte terrestre y marítimo se reducían en el siglo XVII al caballo con o sin carruaje, y a las
embarcaciones a vela o remos.
Esto da una somera idea de los cambios profundos que se produjeron en el siglo XIX. El mundo
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cambiaba en forma vertiginosa. Había comenzado la era industrial: La máquina desplazaba al hombre, la
tecnificación acortaba las distancias, las comunicaciones se aceleraban, se multiplicaban los vehículos,
se construían canales y tendían febrilmente vías férreas.
Un creciente optimismo iba ganando al hombre que ante el avance de la ciencia y la tecnología
creía que ya no tendría más fronteras.
El positivismo
Augusto Comte (1798-1857), es el fundador de una nueva corriente filosófica que exalta el
saber científico: el positivismo.
Según Comte, debía prescindirse de toda reflexión metafísica y atenerse a la observación y
análisis de los fenómenos. Reconocía en el desarrollo del pensamiento humano tres períodos:
1. Teológico: El hombre recurría a Dios para explicar los fenómenos.
2. Metafísico: Dios era reemplazado por la naturaleza y se investigaba a través del
pensamiento abstracto.
3. Positivo: El hombre se ciñe a los hechos y los explica estudiando las leyes que los
gobiernan. Este era el último período.
Comte se siente fundador de una nueva religión en la que los dogmas son las leyes de la
naturaleza y los científicos son los santos. Constituye, en París, el «Concilio Permanente de la
Iglesia Positiva», al cual todos los países civilizados deben mandar sus delegados. Comte
sustituye a Dios por el hombre, y establece un culto religioso a su alrededor.
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2. Existe un determinismo universal
Concibiendo al universo como un gigantesco mecanismo, con leyes inmutables; conociendo la
totalidad de estas leyes puede determinarse cuál será el comportamiento futuro.
Si, por ejemplo, vemos caer un vaso de vidrio desde una mesa al suelo, y pudiéramos determinar
la aceleración, resistencia del material, incidencia del viento, densidad del suelo, etc., podríamos
decir exactamente en cuántos pedazos se fragmentará y dónde caerá cada uno.
Este principio es aún más peligroso cuando se aplica a la vida del hombre: Conociendo su
herencia genética, las reacciones químicas de su organismo, su alimentación, características
sicológicas, etc., podríamos determinar dónde va a estar usted y que va a hacer dentro de una
semana a una hora determinada.
Basado en este principio del determinismo universal, Arthur Conan Doyle crea su famoso
detective Sherlock Holmes. El personaje tiene un conocimiento más extenso de las cosas y
sabe hilvanarlas lógicamente, por lo tanto puede resolver cualquier caso criminal que le
presenten.
La muerte de Dios
A fines del siglo XIX el pensamiento autónomo llega a su apogeo. El hombre se ve a sí mismo
como centro del universo.
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