FILOSOFIA CONTEM Cap 5 Humanismo

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CAPÍTULO 5

CRECIMIENTO DEL HUMANISMO

En los siglos posteriores al Renacimiento, la filosofía va a tomar un rumbo distinto al de los


anteriores. Siempre estuvo ligada y subordinada a la teología, pero ahora se irá
independizando, para pensar en forma autónoma. No tendrá en cuenta las Sagradas Escrituras
como revelación de Dios, ni aceptará a priori la existencia misma del Creador: Todo será
puesto en tela de juicio y sujeto al razonamiento humano. El antropocentrismo crecerá hasta
alcanzar su apogeo en los siglos XIX y XX.

El racionalismo de Renato Descartes


Renato Descartes (1596-1650) inicia en forma definitiva la filosofía moderna; es importante
conocer algunos detalles de su pensamiento. Descartes vivió siendo católico romano y murió
sin renegar de su fe, sin embargo rechazó la filosofía escolástica porque sostenía que había
pasado el tiempo del escolasticismo aristotélico que sostenía su iglesia, y propuso una nueva
base de pensamiento.

Al desechar la teología desplazó a Dios y a las Sagradas Escrituras como fundamento.


¿Sobre qué base desarrolla entonces su filosofía? Sobre su propio yo, autónomo e
independiente.

Comienza poniendo en duda todas las cosas: la realidad del mundo, la existencia de Dios, la
veracidad de la revelación y la validez de toda la filosofía existente.

Descartes duda aun de sus propios sentidos, a los que considera engañosos. «Pensaré que el
aire, el cielo, la tierra, las figuras, los colores, los sonidos y todas las cosas exteriores no
son sino ilusiones y sueños... me miraré como si no tuviera sentidos, como si solo creyera
por error que poseo todo eso». En medio de esa duda metódica surge una certeza, una cosa
de la que no duda: No puede dudar de que está dudando. De allí comienza a hilvanar su
pensamiento: Si duda es porque piensa, por lo tanto sentencia: «Pienso, luego existo»,
principio que lo hará famoso.

Renato Descartes trata de ingresar a la realidad por un camino totalmente nuevo, y está
dando así la tónica de toda la filosofía moderna: el antropocentrismo. El hombre está en el
centro como medida de todas las cosas.

Por este camino va a abrir un tremendo abismo entre la cultura moderna y las Sagradas
Escrituras. En su correspondencia afirma: «Querer inferir de las Sagradas Escrituras el
conocimiento de verdades que únicamente pertenecen a las ciencias humanas y que no
sirven para nuestra salvación, no es más que utilizar la Biblia con fines para los que Dios
no la ha dado en absoluto y consiguientemente manipularla».

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Durante su vida divulgó solo parte de su pensamiento, amedrentado por la acción de los
tribunales inquisitoriales y la triste experiencia de Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus
convicciones acerca del movimiento de la tierra.

La teología de Descartes
Como mencionáramos, Descartes vivió y murió como creyente. Creía en la existencia de Dios, pero esa
certeza no emanaba de las Sagradas Escrituras, sino de su propio pensamiento. Tengamos en cuenta que
todas sus certezas se fundamentaban en el hecho de su propia existencia.

Para conocer a Dios no puede comenzar por la Revelación Escrita, las Sagradas Escrituras, porque las
pone en duda. Tampoco puede partir de la manifestación de Dios en la creación, porque duda de sus
sentidos, no cree que «las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles
desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen
excusa» (Romanos 1.20).

Para conocer a Dios parte de su yo, y razona diciendo que dentro del hombre está la idea de ser perfecto
e infinito, siendo él mismo imperfecto y finito; por lo tanto, la idea de perfección e infinitud que posee
tiene que provenir del Ser perfecto e infinito, es decir, Dios. Y Dios es el ser perfectísimo que la razón
concibe, por lo tanto existe.

Siendo Dios perfecto y veraz uno puede estar seguro de la existencia de las cosas materiales, porque
sería incapaz de engañarlo a uno mismo.

Notemos algo muy importante: El camino que propone Descartes tiene al hombre y su
razonamiento en el centro; el antropocentrismo está jerarquizado por encima del teocentrismo, el
sujeto es más importante que el objeto y la libertad personal se jerarquiza por sobre el orden
cósmico. Esto hace que no abandone la fe, pero es notable que el Señor Jesucristo no aparezca en
su filosofía.

El empirismo: Juan Locke


Paralelamente al racionalismo surge el empirismo, que tiene su centro de desarrollo en
Inglaterra. Juan Locke (1623-1704), también dejó de lado la filosofía escolástica y se deslumbró
con el pensamiento de Descartes. Su enfoque, sin embargo, difiere del racionalismo.

Para Locke no existen principios innatos, por lo tanto el entendimiento humano es como una hoja
de papel en blanco, en la cual se graba todo lo que llega a través de los sentidos.

La diferencia con respecto al racionalismo estriba en que mientras aquél enfatiza la razón, este
destaca la experiencia.

La verdad se conoce a través de la experiencia sensible, y solo la experiencia determina qué es


verdad. Como la experiencia no concluye nunca, porque siempre están entrando cosas nuevas
por los sentidos, entonces no hay verdades permanentes, eternas o absolutas, todo está
relativizado.

Nuevamente aquí tenemos al hombre como centro: su experiencia es la que determina la verdad.

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Locke va a contradecirse cuando entre en el campo de lo ético, cuando tenga que determinar qué
es bueno y qué es malo. Por un lado, aprueba lo que llama la «ley moral natural», y la reconoce
como eterna. Pero luego se lanza a la investigación sociológica de lo que en diferentes
sociedades y épocas se estimaba como bueno o malo y termina afirmando que «llamamos bueno
a lo que puede proporcionarnos placer o aumentarlo, o disminuir el dolor».

El siglo de las luces


Nos detuvimos particularmente en el racionalismo y el empirismo, porque allí yace la semilla que
florecerá en el siglo XVIII con la Ilustración, que alcanzará su apogeo en el siglo XIX con el positivismo
y entrará en crisis en el siglo XX.

Los intelectuales del siglo XVIII pensaban que la luz de la razón debía iluminar al hombre,
sacándolo del oscurantismo religioso, y que por ese camino alcanzaría la prosperidad material y
la felicidad individual. Parten de la idea de que, si en el orden natural existen leyes inmutables
que mantienen en equilibrio armónico todas las cosas, así también debían existir leyes naturales
que permitirían el equilibrio social, político y económico. Por lo tanto, el conocimiento racional
y experimental de la naturaleza abriría los caminos que llevarían a hallar las leyes que
gobernarían a la sociedad.

Para eso creían necesario que el hombre gozara de mayor libertad al pensar, por lo tanto la
educación y la moral no debían estar dirigidas por el pensamiento religioso —fuera este católico
o protestante—, porque su enseñanza se basaba en la fe y no en la razón.

Muchos de los hombres de la Ilustración eran ateos, pero muchos otros eran deístas: Creían en la
existencia de un Ser Supremo, creador del universo, que puso en marcha la máquina de la
creación, pero cuya acción se limitó solo a eso, es decir, que no le dio sentido ni destino. No
existen para el deísta leyes morales establecidas por Dios, ni un culto determinado para honrarlo.
Dios es solo un postulado para explicar la existencia del mundo.

Los milagros, la intervención divina en la historia, la encarnación del Hijo, la resurrección de


Jesús y la redención son totalmente excluidas del pensamiento deísta.

Voltaire (1694-1778), crítico mordaz e implacable del cristianismo, que lo desacreditaba


permanentemente, afirmaba: «Si Dios no existiera, habría que inventarlo», dejando así en claro
que lo creía necesario únicamente como explicación original de la existencia del universo.

El pensamiento autónomo se desarrolló velozmente alejando al hombre occidental del Dios de la


Biblia y de los principios enseñados en las Sagradas Escrituras. Una concepción de Dios y el
hombre puramente humanista prendió en la sociedad.

Enmanuel Kant (1723-1804), criticará por igual al racionalismo y al empirismo, sin embargo,
en su filosofía, Dios seguirá siendo solo un postulado. Sus reflexiones sobre los fundamentos de
la moral se hicieron muy difíciles: ¿Quién establece la moral? ¿Quién determina qué es bueno y
qué es malo? ¿Por qué debemos hacer el bien?

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Cuando el hombre pone a Dios en el centro de su universo todas esas preguntas son contestadas.
Las normas y los principios emanan de Dios mismo, que es quien establece qué es bueno o malo.
Pero para Kant, Dios es un postulado, por lo tanto quiere encontrar un fundamento para la
conducta que esté dentro del hombre mismo.

Los hombres, para Kant, deben actuar en tal forma que la máxima de su acción pueda convertirse
en una ley universal. A esto lo llamó «imperativo categórico», es decir, que debe obligar al
hombre sin ninguna condición. La moral debe ser un imperativo que el hombre se esfuerce en
cumplir sobre la base de su voluntad.

Ni la gracia ni el favor de Dios, ni el perdón ni la redención entran en la filosofía kantiana: El


hombre, como centro de su universo, extendiéndose hacia la perfección, capaz de alcanzar el
cielo por sus propios medios, es el foco de su pensamiento.

Víctor Massuh en Nihilismo y Experiencia Extrema, dice acerca de Kant: «Participa de la fe


humanista de la Ilustración: el hombre sacará de sí mismo los actos y los caminos que lo
llevarán hacia lo alto. Su lenguaje, en consecuencia, no debe ser el de la espera del favor de
Dios ni el de la pura receptividad del movimiento descendente de la gracia. El encuentro con
ella tiene su sede en el centro mismo de lo humano, en la intimidad normativa y genérica de la
conciencia. En la fe religiosa es el hombre quien da el primer paso, y es imperioso que así sea.
No es la gracia divina la que desciende, sino que la experiencia moral de gracia del hombre es
ofrecida a Dios».

Al final del camino Kant ve a Dios, a un Dios suprasensible, que considera necesario para
explicar la ordenación de las cosas hacia un fin. Pero el hombre sigue estando en el centro y es el
artífice de su salvación.

Mientras Kant desarrollaba su pensamiento en Alemania, Juan Jacobo Rousseau en Francia


(1712-1778) enseñaba que el hombre era originalmente bueno, y la sociedad lo pervertía.
Propiciaba una vuelta a la naturaleza como una forma de recuperar la bondad. Publicó una obra
pedagógica: Emilio o la educación, donde sostiene que todos los males del mundo son el
resultado de la civilización, ya que el hombre es bueno por naturaleza. La obra es optimista, y
explica que el camino de la educación correctamente orientada hacia un retorno a la naturaleza
perfeccionará al hombre.

En cuanto a la moral, Rousseau pensaba que no debía fundamentarse en el entendimiento, sino


en los sentimientos. Así como los instintos eran, según su enseñanza, una guía válida para las
necesidades del cuerpo, la conciencia era una guía segura para diferenciar entre el bien y el mal,
por lo tanto el hombre debía seguir los dictados de su conciencia. Llegó a afirmar que la
conciencia era como la voz celestial, infalible, que nos hacía semejantes a Dios.

En cuanto a la existencia de Dios sostenía que la razón nos lleva a pensar en su existencia, pero
no hay ninguna indicación en la naturaleza acerca de la forma que debemos darle culto, por lo
tanto cada cual debe elaborar su religión según los dictados de su propio corazón y no debe
interferir en la vida religiosa de sus semejantes.

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Nada de la revelación de Dios tenía valor para Rousseau, el hombre no estaba afectado por la
caída ni el pecado, su conciencia no era susceptible de alteraciones, no creía en las conciencias
sucias o cauterizadas de las que habla el apóstol Pablo. El hombre debía ejercer una libertad
absoluta de pensamiento, independizándose de las Sagradas Escrituras. El hombre destronaba a
Dios, y la concepción antropocéntrica crecía incontenible en la sociedad.

Es justo reconocer, sin embargo, que durante el siglo XVIII la ciencia progresó como
consecuencia de la investigación y la experimentación: clasificaron plantas y animales, la
química adquirió su carácter científico; estudiaron y experimentaron con la electricidad, y
llevaron a cabo las primeras aplicaciones mecánicas del vapor de agua. Eso preparó a
occidente para el estallido progresista que caracterizaría al siglo XIX.

El siglo XIX
Es difícil resumir los cambios experimentados en occidente durante este siglo. Los medios de
transporte terrestre y marítimo se reducían en el siglo XVII al caballo con o sin carruaje, y a las
embarcaciones a vela o remos.

Al concluir el siglo XIX había automóviles, ferrocarriles, globos aerostáticos, aeroplanos,


submarinos y barcos a vapor.

Hagamos una lista de algunos de los inventos

1800 - Primer acumulador eléctrico o batería


1801 - Primer submarino: El Nautilus
1814 - Primera locomotora a vapor
1821 - Se establecen los principios del motor eléctrico
1826 - Primera fotografía
1834 - Primera cosechadora
1836 - Primera hélice propulsora de barcos
1837 - Se inventa el telégrafo
1845 - Se patenta la rueda neumática
1851 - Se patenta la máquina de coser
1858 - Se tiende el primer cable transatlántico
1862 - Se patenta la ametralladora
1876 - Se inventa el teléfono
1877 - Se patenta el fonógrafo
1878 - Se produce luz eléctrica incandescente
1885 - Se fabrica el primer automóvil de 3 ruedas
1887 - Se fabrica el primer automóvil de 4 ruedas
1895 - Se descubren los rayos X
1899 - Primer barco con turbina
1900 - Primera transmisión radial
1903 - Primer vuelo de una máquina más pesada que el aire

Esto da una somera idea de los cambios profundos que se produjeron en el siglo XIX. El mundo

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cambiaba en forma vertiginosa. Había comenzado la era industrial: La máquina desplazaba al hombre, la
tecnificación acortaba las distancias, las comunicaciones se aceleraban, se multiplicaban los vehículos,
se construían canales y tendían febrilmente vías férreas.

Un creciente optimismo iba ganando al hombre que ante el avance de la ciencia y la tecnología
creía que ya no tendría más fronteras.

El positivismo
Augusto Comte (1798-1857), es el fundador de una nueva corriente filosófica que exalta el
saber científico: el positivismo.
Según Comte, debía prescindirse de toda reflexión metafísica y atenerse a la observación y
análisis de los fenómenos. Reconocía en el desarrollo del pensamiento humano tres períodos:
1. Teológico: El hombre recurría a Dios para explicar los fenómenos.
2. Metafísico: Dios era reemplazado por la naturaleza y se investigaba a través del
pensamiento abstracto.
3. Positivo: El hombre se ciñe a los hechos y los explica estudiando las leyes que los
gobiernan. Este era el último período.
Comte se siente fundador de una nueva religión en la que los dogmas son las leyes de la
naturaleza y los científicos son los santos. Constituye, en París, el «Concilio Permanente de la
Iglesia Positiva», al cual todos los países civilizados deben mandar sus delegados. Comte
sustituye a Dios por el hombre, y establece un culto religioso a su alrededor.

El positivismo se apoya en dos supuestos:


1. La ciencia es la única explicación de la realidad
El avance de la ciencia desató un ingenuo optimismo que pensaba que toda la realidad podría
explicarse y controlarse a través de ella.
No se le reconocían límites al conocimiento humano, y la victoria sobre algunas enfermedades,
el descubrimiento del cloroformo, la utilización de los rayos X y el estetoscopio, la invención de
la vacuna, y muchos otros avances hicieron pensar que toda enfermedad y sufrimiento podría
encontrar solución, y muchos llegaron a pensar que aun la muerte podría ser vencida.
Puede ser que para nuestra época, acostumbrada a las transformaciones rápidas eso resulte
incomprensible, pero si nos situamos en lo que significaron esos avances en el siglo pasado, nos
daremos cuenta de que científica y tecnológicamente estaban en verdad deslumbrados, y eso los
llevaba a situaciones que hoy calificaríamos de ridículas, pero que en aquella época eran
completamente normales.
El sentimiento de este período bien puede sintetizarse en la oda con que Monti celebró el vuelo en
globo de Montgolfier:

¿Qué más te queda? Romper


también a la muerte su dardo,
y de la vida el néctar
libar con Júpiter en el cielo

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2. Existe un determinismo universal
Concibiendo al universo como un gigantesco mecanismo, con leyes inmutables; conociendo la
totalidad de estas leyes puede determinarse cuál será el comportamiento futuro.

Si, por ejemplo, vemos caer un vaso de vidrio desde una mesa al suelo, y pudiéramos determinar
la aceleración, resistencia del material, incidencia del viento, densidad del suelo, etc., podríamos
decir exactamente en cuántos pedazos se fragmentará y dónde caerá cada uno.

Este principio es aún más peligroso cuando se aplica a la vida del hombre: Conociendo su
herencia genética, las reacciones químicas de su organismo, su alimentación, características
sicológicas, etc., podríamos determinar dónde va a estar usted y que va a hacer dentro de una
semana a una hora determinada.

Basado en este principio del determinismo universal, Arthur Conan Doyle crea su famoso
detective Sherlock Holmes. El personaje tiene un conocimiento más extenso de las cosas y
sabe hilvanarlas lógicamente, por lo tanto puede resolver cualquier caso criminal que le
presenten.

La muerte de Dios
A fines del siglo XIX el pensamiento autónomo llega a su apogeo. El hombre se ve a sí mismo
como centro del universo.

Comenzó buscando un camino nuevo para el conocimiento, y decidió prescindir de Dios y su


revelación. Los métodos elegidos fueron la razón y la experimentación. Todo lo que no logra a
través de ellos no lo considera válido.
Lentamente Dios fue siendo desplazado, su personalidad fue negada, sus atributos cuestionados y
sus principios ignorados. Dios debía ser lo que el hombre podía concebir que fuera. Todo lo que
no podía atrapar con la limitada red de su conocimiento prefirió desecharlo. Se situó así en la
cima del universo; como juez absoluto determinaba qué era la verdad y qué no lo era. El Dios
Creador Omnipotente fue reducido a la condición de un postulado que simplemente llenaba la
premisa inicial del universo.
Fue necesario entonces elaborar una moral humanista, y se llega a crear una religión que tiene
como centro al hombre.
Dios quedó reducido a una hipótesis de trabajo incómoda, aunque necesaria. El lugar «dejado
vacante» por Dios lo iba ocupando el hombre, que crecía ante sus propios ojos y volvía a oír los
reclamos del enemigo en el jardín de Edén: «Seréis como dioses».
Cuando miraba hacia atrás, a su propia historia, se avergonzaba de pertenecer a una raza que se
inició ante un Dios Omnipotente. Sentía que estaba dando un gran salto, desprendiéndose de la
condición humana del pasado, llegando a ser verdaderamente independiente, adulto y capaz de
construir una civilización superior. El hombre daba paso al «Superhombre». Sin embargo, para
poder consumar esa última etapa Dios seguía estorbando. Por eso había que lanzar un grito capaz
de producir el despegue final. El profeta de ese grito fue Federico Nietzsche (1844-1900), que
decretó: «Dios ha muerto».

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