La Observación Como Intervención Práctica - A. Chalmers

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LA OBSERVACIÓN COMO INTERVENCIÓN PRÁCTICA

LA OBSERVACIÓN: PASIVA Y PRIVADA O ACTIVA Y PÚBLICA

Un cierto número de filósofos entienden la observación como un asunto pasivo y privado.


Es pasivo en cuanto que se supone que al ver, por ejemplo, sencillamente abrimos los ojos
y los dirigimos de manera que la información fluya adentro y registramos lo que hay que
ver. La propia percepción en la mente o cerebro del observador valida directamente el
hecho de que pueda haber, por ejemplo, “un tomate rojo frente a mí". Entendido de esta
manera, el establecimiento de los hechos observables es un asunto muy privado, que se
logra prestando atención el individuo a lo que se le presenta en el acto de la percepción.
Puesto que, de dos observadores, ninguno tiene acceso a la percepción del otro, no hay
manera de que puedan dialogar acerca de la validez de los hechos que se supone que han
de establecer.

Esta visión de la percepción u observación como pasiva y privada es


completamente inadecuada y no da una explicación precisa de la percepción en la vida
diaria. cuanto menos en la ciencia. La observación común esta lejos de ser pasiva. Hay un
cierto número de cosas que se hacen, muchas de ellas automáticamente, para establecer la
validez de una percepción. En el acto de ver escudriñamos los objetos, movemos la cabeza
en busca de cambios inesperados en la escena observada, etc. Si no estamos seguros de si
una escena vista a través de la ventana es algo que está fuera o es un reflejo de la ventana,
movemos la cabeza a fin de verificar qué efecto tiene esto sobre la dirección según la cual
la escena es visible. Por lo general, si dudamos por alguna razón de la validez de lo que
parece ocurrir según nuestra percepción, podemos actuar de diversas maneras para
eliminar el problema. Si, en el ejemplo anterior, tenemos alguna razón que nos haga
sospechar que la imagen del tomate es una imagen óptica ingeniosamente urdida y
no un tomate real, podemos tocarlo, además de mirarlo, y, en caso necesario, podremos
probarlo o diseccionarlo.

Con estas pocas observaciones un tanto elementales sólo he tocado la superficie de


la historia detallada que los psicólogos podrían contarnos acerca del cúmulo de cosas que
hace el individuo en el acto de percepción. Para nuestra tarea es más importante considerar
la importancia que tiene este punto en el papel que desempeña la observación en la
ciencia. Un ejemplo que ilustra bien este aspecto viene de los primeros usos del
microscopio en la ciencia. Cuando los científicos Robert Hooke y Henry Powers usaron el
microscopio para estudiar pequeños insectos tales como moscas y hormigas, a menudo
estaban en desacuerdo acerca de los hechos observables, al menos en un principio. Hooke
achacaba la causa de algunas de las discrepancias a los tipos distintos de iluminación.
Indicó que el ojo de una mosca aparece como una red llena de agujeros bajo un tipo de luz
(lo cual, dicho sea de paso, parece haber inducido a Powers a creer que en realidad era
así), como una superficie cubierta de conos bajo otra luz y, bajo un tercer tipo de luz,
como una superficie cubierta de pirámides. Hooke procedió a hacer algunos ajustes
prácticos para solucionar el problema. Trató de eliminar la información espuria, originada
en deslumbramientos y reflexiones complejas, iluminando uniformemente los
especímenes; lo hizo usando como iluminación la luz de una vela hecha difusa a través de
una solución de salmuera. Iluminó asimismo sus especímenes desde diversas direcciones
con el fin de determinar qué características permanecían invariantes con los cambios. Tuvo
que intoxicar algunos de los insectos con coñac para que permanecieran inmóviles e
indemnes.

El libro de Hooke, Micrographia (1665), contiene muchas descripciones y dibujos


detallados como resultados de sus esfuerzos y sus observaciones. Su producción era, y es,
pública, no privada. Puede ser verificada, criticada y aumentada por otros. Si el ojo de una
mosca parece estar cubierto de agujeros bajo cierto tipo de iluminación, es algo que no
puede evaluar útilmente el observador que preste mucha atención a sus percepciones.
Hooke mostró qué podía hacerse para verificar la autenticidad de la apariencia en tales
casos, y los procedimientos que recomendó podían llevarse a cabo por cualquiera con la
suficiente inclinación y destreza. Los hechos observables resultantes acerca de la
estructura del ojo de una mosca suceden dentro de un proceso que es a la vez activo y
público.

El hecho de que se pueda actuar con el fin de explorar lo apropiado de las


afirmaciones presentadas como hechos observables tiene por consecuencia que los
aspectos subjetivos de la percepción no son necesariamente un problema intratable para la
ciencia. En el capítulo anterior discutimos cómo percepciones de la misma escena pueden
variar de un observador a otro, dependiendo de su preparación, su cultura y sus
expectativas. Los problemas que resultan de este hecho indudable pueden ser en gran
medida contrarrestados ejecutando las acciones apropiadas. No debiera ser una novedad
para nadie el que los juicios perceptuales de los individuos pueden no ser fiables por
diversas razones. Es un reto para la ciencia preparar la situación observable de manera que
sea minimizada, si no eliminada, la dependencia en dichos juicios. Uno o dos ejemplos
servirán de ilustración en este punto.

La ilusión lunar es un fenómeno común. Alta en el cielo, la Luna parece mucho


más pequeña que cuando está baja en el horizonte. Esto es una ilusión. La Luna no cambia
de tamaño, ni tampoco se modifica su distancia a la Tierra durante las pocas horas que
toma la variación de su posición relativa. No obstante, no tenemos por qué confiar en un
juicio subjetivo acerca del tamaño de la Luna. Podemos, por ejemplo, montar un tubo
visual, al que se le han añadido unos hilos cruzados, de tal modo que se pueda leer su
orientación en una escala. Será posible determinar el ángulo subtendido por la Luna desde
el lugar del punto de vista alineando los hilos primero con un lado de la Luna y después
con el otro y anotando la diferencia de las lecturas correspondientes en la escala. Esto
puede hacerse cuando la Luna está alta en el cielo y repetirse cuando está baja en el
horizonte. El tamaño aparente permanece invariable, y esto se refleja en que no hay una
variación significativa en las lecturas de la escala en ambos casos.

GALILEO Y LAS LUNAS DE JÚPITER

La importancia de la discusión del capítulo anterior se ilustra en esta sección con


un ejemplo histórico. Galileo construyó un potente telescopio a fines de 1609 y lo utilizó
para mirar los cielos. Muchas de las nuevas observaciones que hizo durante los tres meses
siguientes fueron
objeto de controversias muy importantes para el debate de los astrónomos acerca de la
validez de la teoría copernicana, de la cual era Galileo un entusiasta campeón. Galileo
afirmó, por ejemplo, haber visto cuatro lunas girando en órbita alrededor de Júpiter, pero
encontraba difícil convencer a otros de la validez de sus observaciones. El asunto no
carecía de importancia. La teoría copernicana conllevaba la polémica afirmación de que la
Tierra se mueve, girando sobre su eje una vez por día y en órbita alrededor del Sol una vez
al año. La opinión recibida, que Copérnico había desafiado en la primera mitad del siglo
anterior, decía que la Tierra es estacionaria, con el Sol y los planetas girando alrededor de
ella. Uno de los argumentos, en absoluto trivial, en contra del movimiento de la Tierra era
que si se moviera en órbita alrededor del Sol, la Luna se quedaría detrás. El argumento se
desmorona tan pronto como se admite que Júpiter tiene lunas, pues hasta los oponentes de
Copérnico estaban de acuerdo en que Júpiter se mueve. Por lo tanto, si tiene lunas, las
arrastra consigo, mostrando así justamente el mismo fenómeno que los oponentes de
Copérnico suponían imposible en el caso de la Tierra.

Así pues, las observaciones que hizo Galileo con el telescopio de las lunas
rodeando Júpiter tenían su envergadura. Galileo pudo convencer a sus rivales en un
periodo de dos años, a pesar del escepticismo inicial y de la aparente incapacidad de un
número de sus contemporáneos de distinguir las lunas con el telescopio. Veamos cómo
pudo hacerlo, cómo fue capaz de “objetivar” sus observaciones de las lunas de Júpiter.

Galileo añadió a su telescopio una escala marcada con líneas horizontales y


verticales a distancias iguales. Montó la escala por medio de un anillo, de tal manera que
quedara enfrentada al observador y se pudiera deslizar en ambos sentidos a lo largo del
telescopio. Alguien que mirara por el telescopio con un ojo podía ver la escala con el otro;
la lectura se facilitaba iluminándola con una pequeña lámpara. Con el telescopio dirigido
hacia Júpiter, se deslizaba la escala a lo largo de él hasta que la imagen de Júpiter, vista
con un ojo a través del telescopio, quedara en el cuadrado central de la escala vista con el
otro ojo. Una vez conseguido esto, se podía leer en la escala la posición de una luna vista a
través del telescopio; la lectura correspondía a su distancia a Júpiter en un múltiplo del
diámetro de éste. El diámetro de Júpiter era una unidad conveniente, puesto que al
emplearla como módulo se

descontaba automáticamente el hecho de que el diámetro aparente, tal como se ve desde la


Tierra, varía según el planeta se aproxima o aleja de ésta.

De esta manera, Galileo pudo registrar los movimientos diarios de las cuatro
"estrellitas" que acompañaban a Júpiter y mostrar que los datos eran consistentes con la
hipótesis de que las estrellitas eran en realidad lunas girando en órbita alrededor de Júpiter
con un periodo constante. La hipótesis quedó demostrada no sólo por las mediciones
cuantitativas sino también por la observación más cualitativa de que los satélites
desaparecían de vez en cuando de la vista al pasar por detrás o por delante del planeta o se
desplazaban detrás de su sombra.

Galileo podía argüir con fuerza acerca de la veracidad de sus observaciones de las
lunas de Júpiter, a pesar de que eran invisibles a simple vista. Pudo, y así lo hizo,
argumentar contra la sugerencia de que eran una ilusión producida por el telescopio
señalando que así no se explicaba que las lunas aparecieran cerca de Júpiter y en ningún
otro lugar. Galileo pudo también apelar a la consistencia y repetitividad de sus mediciones
y su compatibilidad con la hipótesis de que las lunas giran alrededor de Júpiter con un
periodo constante. Los datos cuantitativos de Galileo fueron verificados por observadores
independientes, incluidos observadores del Collegio Romano y de la corte romana del
Papa, que se oponía a la teoría copernicana. Aún más, Galileo era capaz de predecir las
posiciones de las lunas y la ocurrencia de fases y eclipses, lo que fue también confirmado
por él mismo y por observadores independientes, según consta en Stillman Drake (1978,
pp. 175-6, 236-7).

La veracidad de lo visto con el telescopio fue pronto aceptada por los observadores
competentes contemporáneos de Galileo, incluso por aquellos que se le habían opuesto en
un principio. Si bien es cierto que algunos observadores no consiguieron nunca distinguir
las lunas, yo sugiero que esto no tiene más importancia que la incapacidad de James
Thurber (1933, pp. 101-103) para distinguir al microscopio la estructura de células de
plantas. La solidez de la postura de Galileo en cuanto a la veracidad de sus observaciones
de las lunas de Júpiter con el telescopio se deriva del cúmulo de pruebas practicas y
objetivas que pudieron resistir sus afirmaciones. Aunque sus razones pudieran no haber
llegado a ser absolutamente concluyentes, eran incomparablemente más sólidas que las de
la alternativa, esto es, que lo visto eran ilusiones o artefactos producidos por el telescopio.

LOS HECHOS OBSERVABLES SON OBJETIVOS PERO FALIBLES


Las líneas siguientes podrían servir de guía a un intento de rescatar una versión
fuerte de lo que constituye un hecho observable, a partir de las críticas que hemos dirigido
a esta noción. Un enunciado observacional constituye un hecho digno de formar parte de la
base de la ciencia si puede ser probado directamente por los sentidos y resistir las pruebas.
El término "directamente" pretende captar la idea de que los enunciados observacionales
que aspiren a serlo deberían ser de tal modo que su validez pueda ser probada de manera
rutinaria, y por procedimientos objetivos que no requieran juicios refinados y subjetivos
por parte del observador. El énfasis puesto en las pruebas destaca el carácter activo y
público reivindicado por los enunciados observacionales. Quizás de esta manera podamos
captar una noción de hecho establecido sin problemas por la observación. Después de
todo, sólo un filósofo empedernido querrá gastar su tiempo dudando de que cosas como la
lectura de un contador puedan ser hechas con certeza, dentro de un cierto margen de error,
mediante el uso cuidadoso del sentido de la vista.

Hay que pagar un pequeño precio por la noción de hecho observable presentada en
el parágrafo anterior, y es que los hechos observables son falibles en cierto grado y están
sujetos a revisión. Aunque un enunciado pueda ser calificado de hecho observable porque
ha superado todas las pruebas a las que se le haya sometido hasta un cierto momento, esto
no quiere decir que necesariamente superará los nuevos tipos de prueba posibles a la luz de
los adelantos en el conocimiento y en la tecnología. Nos hemos encontrado ya con dos
ejemplos importantes de enunciados observacionales que fueron aceptados con buen
fundamento pero que en algún momento hubieron de ser rechazados debido a tales
adelantos, y son 'la Tierra es estacionaria" y "los tamaños aparentes de Marte y Venus no
cambian apreciablemente en el transcurso del año".

Según el punto de vista presentado aquí, las observaciones capaces de constituir la


base del conocimiento científico son a la vez objetivas y falibles. Son objetivas en cuanto
que pueden ser probadas públicamente por procedimientos directos, y falibles porque
pueden ser desechadas por tipos nuevos de pruebas debidos a los adelantos en la ciencia y
en la tecnología. Se puede ilustrar este punto con otro ejemplo de la obra de Galileo. En su
Dialogue Concerning the Two Chief Systems (1967, pp. 361-3), Galileo describe un
método objetivo para medir el diámetro de una estrella. Colgaba una cuerda en la dirección
entre él mismo y la estrella a una distancia tal que la cuerda bloqueara la visión de la
estrella. Galileo supuso que el ángulo subtendido por la cuerda en el ojo era el mismo que
el del ojo con la estrella. Sabernos ahora que los resultados de Galileo eran espurios. El
tamaño aparente de una estrella, tal y como es percibido por nosotros, se debe enteramente
a efectos atmosféricos y otros tipos de "ruido", y no tiene una relación determinada con su
tamaño físico. Las mediciones hechas por Galileo de tamaños de estrellas descansaban en
supuestos implícitos hoy rechazados, pero este rechazo no tiene nada que ver con los
aspectos subjetivos de la percepción. Las observaciones de Galileo eran objetivas en el
sentido de que implicaban procedimientos rutinarios que, si fueran repetidos hoy, darían
más o menos los mismos resultados que obtuvo Galileo. En el capítulo siguiente
tendremos ocasión de desarrollar algo más la cuestión de que la ausencia de una base
observacional infalible de la ciencia no se deriva sólo de los aspectos subjetivos de la
percepción.

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