Toaz - Info Antonio Caponnetto La Iglesia Traicionada

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LA IGLESIA TRAICIONADA-EL SACERDOCIO DE JUDAS-CAPITULO

PRIMERO-
Contiene este libro, por un lado, un retrato duro pero veraz, del Cardenal Jorge
Mario Bergoglio. El autor no vacila en calificarlo como un pastor infiel a la Iglesia
Católica. Mas llega a tan categórica conclusión con argumentos fundados y
solventes, tomados en su totalidad del mismo itinerario del obispo, de su actuación
pública llena de gravísimas heterodoxias, de sus declaraciones y conductas
nutridas de errores y duplicidades, y de funestas contemporizaciones con los
enemigos de la Fe Verdadera.

Son muchos los motivos -y se verán en estas páginas- por los cuales el Cardenal
Bergoglio puede y debe ser acusado de constituirse en un antitestimonio activo de
la Realeza de Jesucristo.
Pero la obra no se reduce a la descripción de éste u otros personajes análogos. Va
más allá, y a partir de lo que tales sujetos representan o encaman, emprende un
análisis de la actual situación de la Iglesia, sobre cuya crisis han dicho palabras
terminantes y severas voces tan autorizadas como las de los últimos Pontífices. El
Cardenal Ratzinger, por ejemplo, en el Via Crucis de 2005, poco antes de ser
ungido como Benedicto XVI, sostuvo que la Barca «hace aguas por todas partes».
Bueno sería entonces que todo el ímpetu se volcara a su rescate.

El diagnóstico aquí emprendido de esta penosa enfermedad eclesial, está hecho


con sobradas pruebas y nutridas informaciones. Pero sobre todo, está hecho con
el dolor un bautizado fiel, y la esperanza de quien cree firmemente que, por el
honor de la Verdad, merece librarse el mejor de los combates.

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"Os he escrito por carta, que no os juntéis con los for¬nicarios de este mundo, o
con los avaros, o con los la¬drones, o con los idólatras [...] Más bien os escribí que
no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué
razón tendría yo para juzgar a los que están fue¬ra? ¿No juzgáis vosotros a los que
están dentro? Por¬que a los que están fuera, Dios juzgará. ¡Quitad, pues, a ese
perverso de entre vosotros!"

San Pablo, I Corintios 5, 9-13


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LA IGLESIA TRAICIONADA

EL SACERDOCIO DE JUDAS

Capítulo Primero

DE LA IGLESIA CLANDESTINA A LA IGLESIA INFIEL

TRAS LAS HUELLAS DE LOS TESTIGOS:

Cuando en 1970 Carlos Alberto Sacheri publicaba La Iglesia Clandestina, casi al


inicio de ese memorable escrito asentaba con palabras del Crisóstomo una
sentencia que acertadamente juzgó "unánime entre los Santos Padres". La tal
sentencia nos recuerda: "Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal
que caer en herejía".

De allí en más -y quien haya leído atentamente esta obra ya clásica podrá
corroborarlo- las páginas valientes y luminosas de Sacheri, se prodigan en
fundadas denuncias, en examinadas acusaciones y en legítimas protestas contra
quienes ajenos a la ortodoxia católica, se dedican a asediar a la Iglesia desde
adentro, corroyendo sus cimientos bajo las apariencias de ser sus servidores o
puntales. No detuvo su necesaria y doliente vivisección si de prominentes y
extraviados prelados se trataba. Mucho menos ante los clérigos revolucionarios,
objeto de los favores de ese mundo por el que Cristo no oró (Jn. 18, 36).

Y si no tuvo respetos humanos ni carnales prudencias -sabiendo los riesgos que


de tal conducta podrían seguirse y se siguieron- fue, porque amén de la gracia que
lo asistía, consideraba con exacta visión sobrenatural, que la acción emprendida
por estos personeros de la clandestinidad eclesiástica, era literalmente demoníaca.
Lo dejó dicho
con una sentencia de San Cipriano, tomada de su De Catholicae Eclesiasté
Unitate: "Más peligroso y alarmante es el enemigo que, bajo las apariencias de
una falsa paz, repta con ocultos designios, y por tal proceder ha merecido el
nombre de Serpiente".
Nada de amarillismo periodístico contiene su formidable apostrofe. Nada de
superficiales diagnósticos o de fenomenológicas perspectivas. Mucho menos ese
cobarde y pedante anonimato tras el que se esconden hoy ciertos adalides
informáticos de las recriminaciones a la crisis eclesial. Dio la cara, la voz y el
nombre para atestiguar que la Verdad es una sola y que, ocupen los cargos que
ocuparen, quienes la niegan, tergiversan u ofenden, merecen el único e inamovible
mote de herejes.

Desde este pórtico a su propio libro hasta su martirio, Carlos Alberto Sacheri siguió
declarando que la finalidad de sus denuncias no era otra que la de prestar un
servicio a esa venerable Verdad, procurando acabar con la horrenda confusión que
escandaliza a tantos fieles, y "reafirmar la unidad de Fe y de Caridad en la Iglesia
argentina". Como todo lo que hizo en su vida, este testigo privilegiado de la Cruz, lo
hizo pensando también en su patria terrena.

Tras las huellas de tan noble paradigma, que ratificó con su sangre cuanto
proclamaba desde los tejados, siempre nos será legítimo y recomendable a los
católicos argentinos, tratar de obrar del modo como él obró, salvando -lo
sabemos- las insalvables distancias.
Siempre será legítimo, reiteramos, señalar por amor a Jesucristo, a los
responsables del insidioso asedio, a los nuevos verdugos de Su pasión, a los
salteadores reptantes de la Barca, a los arteros agresores de la Esposa, tanto más
peligrosos si han alcanzado la condición de Pastores. O como en el caso que nos
ocupa, si se trata del Cardenal Primado de la Iglesia en la Argentina, Jorge Mario
Bergoglio.

En España, hacia el año 1998, bajo el sello editorial de Fuerza Nueva, lo tuvo que
hacer otro caballero sin miedo y sin tacha, dedicando un libro entero a responder
cada una de las barrabasadas del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Hablamos,
claro está, de Don Blas Pinar y de su "Réplica al Cardenal Tarancón".

También él principia su libro con una aclaración imprescindible: "Es


extremadamente doloroso ocuparse de lo que [ha dicho y hecho] alguien al que,
por razón de su ministerio, conviene la alta calificación de "maestro". Pero cuando
el maestro, no obstante su dignidad y si responsabilidad como docente, ha
sembrado el confusionismo
ideológico y el relativismo moral [...] no queda otro recurso que tomar la pluma y
dejar constancia de la Verdad".
Sabedor de los efectos que su reacción habría de provocar, mas incentivado por
sobrenaturales motivos, declaró para su consuelo y el nuestro, que emprendería la
denuncia teniendo como divisa lo que enseñara San Gregorio Magno en sus
Homilías sobre los Evangelios: "Es una ganancia sufrir desprecios por amor a la
Verdad".
Sin mengua de los innúmeros y calificados testigos de la tradición nos ofrece en
tan delicada materias estos modelos contemporáneos de católica y legítima
reacción a la herejía y a los heresiarcas, queremos encolumnarnos. Porque
próximos a nosotros, nos dan la prueba de que la lucidez y el coraje, aún hoy son
posibles.
Pero a pesar de la diafanidad del propósito, un par de clarificaciones se imponen.

LA OBLIGACIÓN DE HABLAR:

La primera es que los males que estamos desenmascarando - el de los pastores


devenidos en lobos, el de los religiosos convertidos en mercenarios, el de la
abominación de la desolación, y el de la Casa de Dios demudada en madriguera-
están previstos y enunciados explícitamente en las Sagradas Escrituras, y
advertidos de modo específico por Jesucristo. Asombrarse es desconocer la trama
de la Revelación. Cerrar los ojos es ocultar el sentido parusíaco de los tiempos.
Callar es flojedad de ánimo y fuga del compromiso militante. Pero acusar de
desubicado o de soberbio al simple fiel que se atreve a llamar a los inicuos por sus
nombres y sus fechorías es, redondamente, un acto de pura ruindad.

Ese fiel no está haciendo otra cosa más que cumplir con su deber,
exponiéndose para ello a padecer de los estultos, de los ciegos y de los
pusilánimes, ese desprecio al que aludíamos antes con el apotegma de San
Gregorio.
Hemos aprendido con el Cardenal Newman que, a los simples fieles,
precisamente en razón de su nombre -que de fidelitas proviene- les
corresponde una ineludible obligación, y tanto más en tiempos de
desventuras: "si saben de qué hablan, que hablen". El mutismo
-cuando la conculcación de la Verdad está en juego- es complicidad
con el pecado, si no pecado mismo de omisión.
El gran converso inglés, aludiendo expresamente y a modo de ejemplo, al papel
desempeñado por los laicos en la batalla contra el arrianismo, mientras la Jerarquía
claudicaba, no trepidó en llamar heroica a esa conducta laical aguerrida y lúcida.
Porque si hay un lamento constante que recorre la Biblia es el comportamiento del
Pastor desleal y felón. Y si hay un encomio que igualmente la traspasa, es para el
varón justo que puede blasonar sin destemplanza: "Mi boca dice la Verdad, pues
aborrezco los labios impíos" (Prov. 8, 7).

Le debemos a Don Marcelino Menéndez y Pelayo un vivido relato histórico que


ayudará a comprender más concretamente estos conceptos, acaso algo distantes
para algunos. Lo narra en el volumen V, capítulo IX del libro IV de su inimitable
Historia de los heterodoxos españoles.

Sucedió en pleno siglo XVI, cuando el canónigo Constantino Ponce de la Fuente,


entonces designado Predicador de Carlos V, incurrió públicamente en enseñanzas
contrarias a la Fe y en no pocas inconductas. "Constantino era de sangre judaica" -
aclara Don Marcelino- "y esquivaba, además, el examen público, temeroso de que
se descubriese su herejía".

Todo un personaje encumbrado, el hombre. él parecían sonreír las lisonjas


temporales y las adulaciones del común. "Pero aconteció un día que al salir de un
sermón de Constantino el magnífico caballero Pedro Megía, veinticuatro de Sevilla
[...] católico rancio y a macha martillo, dijo en alta voz, y de suerte que todos le
oyeren: '¡Vive Dios, que no es esta doctrina buena, ni es esto lo que nos
enseñaron nuestros padres!'. Causó gran extrañeza esta frase, e hizo reparar a
muchos, por ser de persona tan respetada en Sevilla. Y como por el mismo tiempo
hubiera venido a Sevilla San Francisco de Borja, y repetido al oír otro sermón de
Constantino, aquel verso de Virgilio: 'Aut aliquis latet error: equo ne credite,
Teucrí', perdieron algunos el miedo y arrojáronse a decir en público que
Constantino era hereje".

Por si hiciera falta glosar texto tan transparente y edificante, digamos que el
ejemplo de Don Pedro Megía es el que debe guiarnos en todo momento y lugar. "
Gesto de un laico vigoroso, con su Catecismo bien sabido; pero con el agregado
fundamental de que un santo ratificó su pública denuncia.

Porque ese es otro de los rodeos que suelen utilizar los impugnadores de quienes
nos hemos impuesto la carga de incriminar a la jerarquía traidora: aceptar que en
pasados tiempos así lo hicieron los santos, y que no caben reproches para ellos;
pero que al no ser santos al
presente carecemos de autoridad para hablar. ¡Cómo si quienes hablaron en su
momento -demandando, inculpando e imprecando - lo hubieran hecho en tanto
estatuas beatas colocadas sobre un ara, con fecha en el Santoral para su
veneración pública! ¡Cómo si Catalina o Atanasio, o Sofronio o Norberto hubieran
salido a pelear contra las autoridades eclesiásticas desviadas, no desde sus
respectivas vidas cotidianas, sino escapados de la hagiografía de algún
devocionario sulpiciano! ¡Cómo si el camino de santidad que ellos recorrieron, no
hubiera estado empedrado por la fortaleza con que tuvieron que lidiar contra los
pérfidos! Y cómo si, en el peor de los casos, nuestra inexistente santidad
demostrara, cual silogismo inexorable que, entonces, lo que decimos es mendaz.
San Pablo se consideraba un aborto, pero estando en juego la integridad de la Fe,
dice de la máxima jerarquía con la que tuvo que lidiar: "Le resistí cara a cara,
porque merecía represión" (Gal.2,11). Ventas, a cuoqumque dicitur, a Deo est.
¿Tanto cuesta recordarlo?

Digamos, al fin, para coronar esta primera aclaración, que fue el mismo Mons.
Bergoglio, en carta particular que nos remitiera el 14 de octubre de 1992, el que nos
proporcionó un sólido argumento para animarnos a esta reacción contra los
pastores embusteros. Expresa la misiva en su más saliente fragmento: "San
Cesáreo de Arles decía que los fieles tienen que ser - para con el obispo- lo que el
ternero a la vaca: así como el ternero le hociquea la ubre para que descienda la
leche, así los fieles deben golpear, hociquear, al obispo para que les dé la leche de
la divina sabiduría. Tenía razón el santo obispo. Y a mi humilde entender, la mejor
ayuda que un obispo puede tener de sus fieles es que no lo dejen tranquilo".

San Cesáreo, magnífico monje del siglo V, llegó a ser Obispo de su ciudad, sin
olvidar ni abandonar sus elevadas reglas monásticas. Y cuando le tocó defender
su ciudad natal, asediada por los francos, no le tembló el pulso para desbaratar
las maniobras arteras de de los judíos, dispuestos a cooperar con el poderoso
invasor. Sirvió, pues, a Dios y a la Patria.

Está clarísimo entonces -y búsquese el ejemplo que mayor convenga-que la


obligación de hablar a tiempo y a destiempo es obrar virtuoso. Porque la obediencia
está al servicio de la Fe, y nadie puede acatar sin protestas a una autoridad
eclesiástica cuya defección de la ortodoxia se ha vuelto evidente e injuriante.

El Padre Castellani, con el inefable gracejo que lo distinguía, lo explicó en dos


trazos con su anécdota sobre el Padre Cobos, inserta en su libro San Agustín y
Nosotros. Érase una vez "un predicador gallego
que hizo un panegírico de San Agustín en la Catedral de Santiago, en una misa
solemne; y le fue muy mal. Porque explicaba las virtudes de San Agustín, su
castidad, su pobreza, su valentía, su sabiduría, su espíritu de trabajo; y después de
cada párrafo se volvía hacia el trono donde estaba encapotado y con su gran mitra
y báculo el Obispo, y decía: «¡Aquéllos sí que eran Obispos, Excelentísimo Señor,
aquéllos sí que eran Obispos». Lo hicieron bajar; pero en España todavía hoy, para
referirse a una indirecta que es demasiado directa se la llama «una indirecta del
Padre Cobos»".

No tenemos miedo a que nos hagan bajar. No tememos tampoco la vacua


acusación de rebeldía. Pero sí nos atemoriza perder el cielo por la flojera de no
pronunciar el ineludible "sí, sí; no, no".

LA RESPONSABILIDAD DEL PAPA:

Una segunda aclaración queda pendiente, y hemos de hacerla.

Ocurre que así como están los que critican a los testigos cuando se atreven a
desmistificar a los falsarios, están también los maximalistas, los que piden siempre
dar un paso más extremo, acusando concretamente al Papa de estos malos
operarios; sea de prohijarlos, de no castigarlos a tiempo, o de no apartarlos del
cuidado de la grey. Según algunos de ellos, mientras no se declare que la Sede
está vacante, o que el Concilio Vaticano II en bloque debe ser arrojado al fuego,
toda protesta nuestra es incoherente e incompleta.

No creemos contarnos entre los defensores de la llamada "Iglesia Conciliar", de


cuyos graves perjuicios y funestísimos corolarios hemos podido dar razones
abundantes en nuestro módico ejercicio de la docencia durante las últimas tres
décadas. Por si no hubiera otro ejemplo que citar, la lectura atenta de los cuatro
volúmenes del Padre Bernardo Monsegú, titulados "El Posconcilio", editados en
Madrid a partir del año 1975, por la Editorial Roca Viva, nos han servido de
fundado antídoto para carecer de cualquier optimismo sobre los pregonados frutos
del Vaticano II. No; decididamente, no nos parecen frutos benéficos, ni salvíficos ni
regeneradores.

Tampoco nos alinearíamos entre los apologistas sin matices de los textos del
Concilio, pues bien nos consta que en algunos de ellos, como Nostra Aetate o
Dignitatis humanae, están presentes -de mínima- la riesgosa anfibología, y de
máxima, la confusión doctrinal
lisa y llana. Ni la luz invicta de Nicea, ni la univocidad indestructible del Syllábus,
ni el éxtasis de Efeso, ni la reciedumbre de Trento, informaron las páginas
pastorales de los documentos del Vaticano II.
Pero no podría decirse que, necesariamente, todo mal obispo es un fruto del
Concilio Vaticano II; hasta debería sostenerse con ecuanimidad que si se leen
atentamente las páginas del capitulo III de la Lumen Gentium sobre la Constitución
Jerárquica de la Iglesia, no es aquí donde podrán justificar sus tropelías los
mercenarios. Antes bien las encontrarán reprobadas en la línea de la tradición de-
la Iglesia. Porque algún día habrá que decir también todo lo que el Concilio
Vaticano II refrendó de la Iglesia de Siempre, y fue dejado de lado insensata y
aviesamente, con culpas graves para quienes así lo permitieron.

Tampoco creemos contarnos entre aquellos que San Francisco de Sales llamara
"los cortesanos del Papa", o simplemente ridículos papólatras. Cuando creímos
necesario hacer oír nuestra filial perplejidad y doliente estupor, ante enseñanzas o
actitudes de los últimos pontífices, lo hicimos. El Señor sabe con qué dolor)(con
qué responsabilidad y con qué respeto. Pero lo hicimos. La silla petrina, lo
sabemos, no está libre de culpas.

Mientras escribimos estas líneas, por ejemplo, ha visto la luz en España, bajo el
sello editorial Ojeda, un libro colectivo titulado "El obispo Williamson y el otro
negacionismo". Contiene dos capítulos de nuestra autoría en los que objetamos la
explícita y nefasta judaización a la que se ha llegado en Roma, refrendada y
alentada lamentablemente por el mismo Santo Padre actualmente reinante. Y
hemos sentido pesadumbre cuando en el n° 52 de la revista Diálogo, del año 2010,
el Padre Muñoz Iturrieta, del Instituto del Verbo Encarnado, reseñando sin acuidad
suficiente una obra de Rubén Calderón Bouchet, llamó a Juan Pablo II "el Papa más
grande que ha tenido la Iglesia después de San Pedro". Esto es desproporcionada
papolatría, cortesanismo pontificio y temeridad de juicio. Con nada de esto nos
sentimos identificados. Como bien dice Federico Mihura Seeber en el capítulo V de
su De Prophetia, -publicado por Gladius en 2010- si para algo sirve el dogma de la
infalibilidad pontificia, es para saber, precisamente, cuándo y cómo debemos
obedecer al Papa; y no para concluir en que deben ser idolatrados todos sus
dichos.

Mas cabe aquí la misma reflexión que en el acápite anterior. Si se lee la


Exhortación Apostólica Pastores gregis, de Juan Pablo II, fechada el 16 de octubre
de 2003, o la Induite Dominum lesum Christum, de 1982, o la Instrucción Donum
Veritatis, de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, de 1990, no se puede decir, sin pecar gravemente contra
la justicia, que el modelo de obispo que el Santo Padre propiciara guarda alguna
relación con el Cardenal Bergoglio. Por el contrario, en esos bellos textos
pontificios, todos cuantos como Bergoglio actúan -¡y son tantos!-encuentran su
repudio y su expresa desaprobación.

Del mismo modo, hemos leído con profundo gozo, el libro de Benedicto XVI, Los
Padres de la Iglesia, que contiene las catequesis de los días miércoles del 2008,
pronunciadas en Roma por el Vicario de Cristo. Los arquetipos de pastores que
aquí propone el Papa, los paradigmas de jerarquías eclesiales, los dechados de
obispos, son hombres singulares y magníficos, antagonistas de esta clerecía
inaudita que hoy padecemos y denunciamos con fuerza.

San Cirilo de Alejandría, San Hilario de Poitiers, San Cromacio de Aquileya, San
Paulino de Ñola, están en las antípodas de los innúmeros bergoglios que hoy
pueblan nuestras diócesis. ¡Qué nuevo y confortador regalo nos vuelve a hacer la
Patrología, a través de Benedicto XVI y sus oportunas exégesis de aquellos
inigualables Padres!

Tiene lógica, lo admitimos, quejarse de la debilidad de gobierno de uno o más


pontificados por no segregar a los lobos y hasta por nominal los en sus
respectivos cargos. Tiene lógica, por cierto elevar quejas y reproches filiales hacia
el Papa, por no obrar en consecuencia con la recta doctrina propiciada, castigando
a los desertores con enérgicas medidas. Y también logicidad posee, quien aplique
al caso que nos ocupa la proverbial consigna de Ovidio: Video rneliora proboque,
deteriora sequor. El Papa ve el bien que debe encarnar un obispo, ¿por qué lo
tolera, mantiene, encumbra o guarda impune su cargo si ese obispo se manifiesta
como conjunción de males y de yerros? La lenidad nunca es atributo que beneficie
a la Autoridad.

Mucho menos a la autoridad del Papa.

Pero a la hora de evaluar la responsabilidad de Roma en el mantenimiento de


estos clérigos descarnados, no debe omitirse que, por encima de las supuestas o
reales fragilidades de quien los unge, está la traición de los ungidos, que
tampoco guarda necesaria correspondencia con la responsabilidad del Santo
Padre. Al mismo Paulo VI le escuchamos decir, el 28 de enero de 1976, que existía
"la traición del clero" y que "los traidores se sentaban a su mesa".

Es el eterno drama del que nos habla la Primera Carta de San Juan (2,18-19): "Ellos
salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente
no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado
con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que no todos los que están dentro
de nosotros son de los nuestros". Esos "ellos" aludidos, son llamados
"anticristos" en el mismo texto. Acaso convenga aplicar aquí los versos de Sor
Juana para descifrar el entuerto: "¿Y quién es más de culpar, aunque cualquiera
mal haga?".
La solución, al menos en teoría, parece sencilla. El Santo Padre no debería ni
nombrar ni conservar en sus cargos episcopales a reconocidos malaventurados.
Debería castigarlos con todo el peso de su báculo y segregarlos de la grey. Pero
los perjuros no deberían cargar sobre los hombros ya bastante llagados del
Pontífice, el peso de su abisal infidelidad. Si la balanza ha de tener dos platillos,
que los tenga. Si ambos fallan, que se procure la enmienda cuanto antes, con
energía y caridad. Pero nadie nos convencerá de que para desenmascarar a los
pastores canallas, necesaria, forzosa e ineluctablemente tenemos que echar las
culpas al Papa. Porque Cristo no tuvo la culpa de la artera apostasía de Judas. Y el
mismo Cristo lo incorporó primero a la decena fundante del Cenáculo, llamándolo
"uno de vosotros" (Mt 26,21; Me 14,18). Que cada quien cargue sus propias culpas,
y más le lluevan a quienes tienen potestad para el remedio pero aplican la
enfermedad como regla.

Es difícil que puedan establecer estas diferencias y estos matices ciertas almas
toscas, para las cuales, como decimos, todo se reduce y se explica estableciendo
que a partir de Pío XII, la calamidad irredimible se apoderó de la Iglesia. Y que, por
ende, todo se resolvería con un simple giro cronológico y lineal.

El Beato Francisco Pallau -una vida carmelitana y española al servicio de las


virtudes cristianas en su obra Mis relaciones con la Iglesia, no vacila en descubrir
las infidelidades y miserias de la Esposa, que fueron muchas -¡y en pleno siglo
XIX!-, pero tampoco vacila en decirle místicamente a la Amada: "dispon de mi vida,
de mi salud, de mi reposo, y de cuanto soy y tengo".

Lo que queremos decir, ya sin rodeos, es que nunca le será legitimo a un católico
criticar a su Madre y a su Padre, si no lo hace movido por amor extremo sino por
pugilatos rencorosos. Dios nos permita de lo primero y nos libre de lo segundo.

BERGOGLIO: PRIMADO DE PÉRGAMO, CARDENAL DE LAODICEA:


Aclaraciones sostenidas, hemos de decir del mismo modo que si escribimos este
pronunciamiento es porque a pesar de los apocados y de los maximalistas con
sus respectivos aguijones, está tambien la enorme cantidad de amigos -
sacerdotes y laicos que nos alientan a proclamar la verdad completa, a proseguir
vengando agravios y desfaciendo entuerlos, por decirlo al modo quijotesco.

No estamos solos en este mester de clerecía, si así pudiera llamárselo; pero bien
quisiéramos que muchos de los tantos que empujan silentemente, se decidieran
alguna vez a levantar el tono, a crispar el puño y mostrar la cara, amén de
solidarizarse en la privacidad del diálogo fraterno. Al fin de cuentas, es de
Jesucristo el consejo aquél: "cobrad animo y levantad la cabeza" (Le. 21, 25).

Pero brota precisamente de ese intercambio amical de ánimos y bríos, la pregunta


acerca del por qué ocuparse tanto en estas páginas de Monseñor Bergoglio,
cuando en rigor él no es más que uno en su especie, y una repetición casi clonada
de otros tantos de análoga o peor y triste laya.

El planteo ha de servir para una nueva aclaración. En la Argentina de las últimas


décadas -dejemos ahora, por un momento, la crisis de la Iglesia Universal y los
análisis de larguísima data- no han abundado los obispos sobresalientes.
Tendríamos un haz de nombres memorables para encomiar, pero no han sido la
regla.
Al día de hoy -ya acotando el diagnóstico- los pastores de la patria parecen
cortados todos por la misma tijera. Está de más decir que lo antedicho contiene
una generalización abusiva, a fuerza de didáctica; y está de más decir que existen
entre aquellos diferencias de talantes y talentos que sería injustificado omitir. Pero
la malsana uniformización de los obispos existe, los identifica, los engloba, los
embardurna, y ella toma las formas trágicas de varios y despreciables
denominadores comunes. Enunciemos algunos sin ánimo de exhaustividad.

Todos son políticamente correctos, concibiendo a la política en términos


modernos y revolucionarios. El programa de la Contrarrevolución ha periclitado
en sus enseñanzas. Declarar la perversión ingénita del sistema democrático, no
existe siquiera como conjetura en el pensamiento único que los domina.

Reclamar la Reyecía Social de Jesucristo, les resulta una ofensa a su


concepción pluralista de las modernas sociedades.
Todos practican o aceptan con absoluta naturalidad el sincretismo plurireligioso,
convencidos de que el Catolicismo es una opción más en paridad de ofertas para
conformar al creyente. El axioma de que la Verdad tiene todos los derechos y el
error ninguno tiene, ha desaparecido en el horizonte de sus magisterios.

Todos tienen un temor servil a los poderes mundanos, y la contemporización o


alianza con ellos es moneda corriente, querida y buscada. Los grandes y
endemoniados enemigos de la Cristiandad, el Judaismo y la Masonería, resultan
ahora cordiales compañeros de rutas, cuyas recíprocas y frecuentes visitas a los
respectivos templos son exhibidas como la máxima prueba de madurez religiosa.
El combate contra la Sinagoga de Satanás no ocupa papel alguno en sus idearios.
La herejía judeo-cristiana es un hecho dramáticamente consumado.

Todos son medrosos ante la aborrecible tiranía liberal-marxista que hunde a la


nación. Consideran legítimas a las autoridades gubernativas en vigencia, y si
alguna objeción circunstancial les deslizan, se insiste en dejar a salvo la
permanencia de las instituciones democráticas. El deber de movilizarse contra un
poder despótico que todo lo subvierte -considerando incluso la posibilidad de que
tal movilización pueda y deba tomar las formas heroicas de las grandes
contiendas, como la guerra cristera- no tiene la menor cabida en sus
predicaciones. Mencionárselo tan sólo, puede hacerlos sobresaltar de pánico.

Todos han adquirido una cosmovisión inmanentista y horizontalista que, además


de reconciliarlos con el mundo y su Príncipe, les facilita el irenismo que desean
practicar para no ser tildados de arcaicos discriminadores. El esfuerzo misionero
por sacar al judío de su deicidio, al ateo de su condena, al protestante de su
herejía, al agnóstico de su confusión, a los evangelistas de su estupidez y a los
cultores de falsísimos credos de sus miserias, no tiene carta de ciudadanía en el
país plural en que han decidido cómodamente vivir. No hay hipótesis de conflictos
con los adversarios seculares de la Verdad. Hay solidaridad, diálogo, consenso,
inclusión y fluidas cuanto amables relaciones.

No hay sapiencialiedad substancial en sus homilías o documentos públicos; ni un


lenguaje inequívoco y varonil, ni excomuniones a los malvados contumaces, ni
perspectivas genuinamente sobrenaturales que pudieran lanzar gozosamente a
los fieles al arrojo del buen combate. La guerra semántica los ha derrotado. Son
exponentes del bustrofedismo, como ya lo explicamos alguna vez tomando
prestado
un valioso término de Romano Amerio en su Iota Unum. Zigzaguean, ondulan,
oscilan, van en busca casi desenfrenada de la elipsis, de la ambigüedad y del
circunloquio. Huyen de las palabras irrevocables, que se sostienen con el cuerpo y
con la sangre. Definir y condenar son verbos que ya no se conjugan. Excepto,
claro, cuando tienen que referirse a nosotros, los perros.

Todos son de cultura teológica escasa, de insuficiente anclaje en la Filosofía


Perenne, de formación manualística ajena a los grandes textos nutricios del viejo
tronco de la Tradición; y de un prosaísmo verbal o escrito que ha renunciado a
contemplar y a acercarse a Dios bajo el nombre de Belleza Suprema. En la liturgia
populachera con guturalidades y ondulaciones, se sienten a sus anchas. Prefieren
administrar el Orden Sagrado en estadios deportivos sudorosos antes que en las
grandes basílicas amanecidas de cirios. Entre la juventud adocenada, masificada y
sin recta doctrina, encuentran sus interlocutores válidos. El pulchrum no suele
habitar en el género homilético que habitualmente practican.

Todos son, al fin, huérfanos ignorantes y miedosos de la necesaria visión


parusíaca de los tiempos. No hay Anticristo, ni Segunda Venida, ni necesidad de
penitencia y de conversión, ni batalla postrimera entre la Mujer y el Dragón. Los
males de la sociedad -algunos nunca vistos antes, de tan prostituyentes y
demoledores- se explican sociológicamente, y la sensata convicción de que Dios
castiga, y al que hay que cesar de ultrajar para detener su santa ira, sería tomada
por una amenaza inadmisible a los derechos del hombre. Si Cristo no vuelve, no
necesitamos a los veraces profetas de las calamidades postrimeras y de la
verdadera esperanza que Su Regreso justiciero contiene. Nos basta con un Cristo
tierno y dulzón, cuyo látigo lanzado en ardiente volea contra los malditos
mercaderes, ha sido trocado por el signo de la paz intraterrena y naturalista.

Pues bien; estos y tantos otros comunes denominadores de la apostasía,


homogeneizan hoy al grueso de nuestros pastores. ¿Por qué, entonces,
Bergoglio, decíamos antes?
Por nada personal, quede en claro de una vez. Por ninguna cuestión privada
pendiente, disipemos ya esta inverosímil versión. Ni siquiera por el valor
simbólico del que goza hoy su figura en amplios sectores del catolicismo
mistongo e indocto.
Simplemente por el motivo que todos conocen, y es su condición de Cardenal
Primado de la Argentina y Arzobispo de Buenos Aires, que es la capital de la
Nación.
Bergoglio está hoy en el lugar de la cabeza, del eje, de la conducción, del norte
impuesto a la Barca en estas ásperas y desangeladas orillas argentas; y está
incluso en esa nómina potencial de papabiles que gustan elaborar los que no
creen en el Espíritu Santo.
En carácter de tal, sin embargo, no trepida en incurrir en todos y en cada uno de
esos nefastos denominadores comunes que hemos señalado. Sin excluir
escandalosos y provocativos gestos, como el connubio con rabinos favorabes a la
sodomía, el homenaje a uno de los capellanes de Montoneros, Padre Mujica; la
pleitesía a una mutual sionista de explícito y agresivo itinerario anticristiano y
antiargentino, o la entrega del premio Juntos Educar, el 8 de septiembre de 2006, a
un personero del mundialismo masónico, como Bernardo Klisberg, a un dirigente
socialista como Norberto La Porta, o a un ideólogo vinculado al Instituto Nacional
contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) -esto es, a la principal
usina local de la cultura de la muerte- como Carlos Eróles, acompañado para tal
ocasión de un convicto y confeso judeo-marxista como Daniel Filmus, entonces
Ministro de Educación. Sin olvidarnos, antes bien subrayándolo, de aquella
patochada tragicómica de hacerse bendecir e imponer las manos públicamente por
una comparsa de evangélicos, carismáticos y pentecostalistas, como sucedió en
junio del año 2006, en el Luna Park, a la vista de todos.

Que un descendiente de los Apóstoles en quien se supone mora la plenitud del


Espíritu Santificante y el poder de comunicarlo; que un Príncipe de la Iglesia cuya
gracia de estado no necesita complementos exotéricos y espurios, se rebaje
impíamente a aceptar esta ceremonia como si a su estado sacramental faltara algo,
no comete sólo una parodia plurireligiosa sino un claro y condenable sacrilegio.

De allí la pregunta y la respuesta consiguiente contenida en este acápite.


¿De qué Iglesia es Arzobispo y Primado Jorge Mario Bergoglio?

De la Iglesia de Pérgamo, de la que dice el Apocalipsis que "ha abrazado la


doctrina de Balaam, el que enseñaba a Balac a dar escándalo a los hijos de Israel,
para que comiesen de los sacrificios de los ídolos y cometiesen fornicación"
(Apo.II, 14). Fornicación -glosa con maestría Monseñor Straubinger-"aplicada aquí
en sentido religioso, como fornicación espiritual, que es con los poderosos de la
tierra; es decir, a la que vive en infiel maridaje con el mundo, olvidando su destino
celestial y la fugacidad de su tránsito por la peregrinación de este siglo".
Volvemos al interrogante anterior: ¿qué Iglesia preside Monseñor Bergoglio?. La
Iglesia de Laodicea, la de mayor negritud y pecado que describe el mismo
Apocalipsis de San Juan. "Conozco tus obras; no eres ni frío ni hirviente. ¡Ojalá
fueras frío o hirviente! Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte
de mi boca" (Apo. III, 15).
Fue Pío XII, en la Summi Pontificatus (n° 4), el que sostuvo que estas durísimas
admoniciones del Apocalipsis podrían aplicarse a nuestra época, con su "vacío
interior tan crecido y su indigencia espiritual tan íntima". Por lo demás, ya sabe el
lector advertido, que exégetas de valía han hecho similar aplicabilidad de Laodicea
a la presente y patente Iglesia, en la que el humo de Satanás parece haber entrado
en ella, según célebre confesión del mismo Paulo VI.

Y no deberíamos desechar tampoco -en orden a inteligir mejor lo que estamos


diciendo- que en el memorable y dramático guión para el Via Crucis del año 2005,
elaborado por el Cardenal Ratzinger poco antes de su elevación al trono de Pedro,
dirigió su plegaria al Altísimo, diciendo: "Señor, a menudo tu Iglesia, nos parece un
barco que está por hundirse, un barco que hace aguas por todas partes".
Estremecido por tamaña declaración, Monseñor Brunero Gherardini, en su Concilio
Ecuménico Vaticano II. Un discorso da fare, creyó conveniente acotar que, hasta el
mismo Juan Pablo II, "no obstante todo su optimismo conciliar" (sic), había
constatado "un estado de apostasía silenciosa" recorriendo los meandros de la
Esposa de Cristo.

Si Bergoglio no ha perdido aún enteramente su mirada sobrenatural, (él mismo la


predicó alguna vez, en el año 1978, en sus Meditaciones para religiosos, hablando
de quien ejerce la autoridad como "un hombre ad aedificationem") lejos de
encolerizarse por esta adscripción que le hacemos a las Iglesias de Pérgamo y de
Laodicea, debería hallar en los mismos textos revelados el camino a seguir.

En efecto, a la Iglesia de Pérgamo, Dios le dice: "Arrepiéntete, pues que si no


vengo a ti presto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca" (Apo. II, 16). Y
más tarde a la de Laodicea: "Ten, pues, ardor y conviértete. Mira que estoy a la
puerta y golpeo (Apo. III, 19-20). No somos nosotros, simples laicos de a pie y
carentes del más mínimo poder temporal, quien se lo decimos. Es Nuestro Señor
Jesucristo, ante cuyo altar, alguna vez, juró fidelidad eterna como soldado de la
Compañía de Jesús.

LA SOMBRA DE JUDAS:
Dicen que el nombre de Iscariote admite distintos significados. Desde el que
aludiría a su pueblo de origen, Keriot, hasta al que maneja la sica o sicario. Sin
embargo, es generalizada la versión, según la cual, el ya universal y temible apodo
procede de una raíz hebreo-aramea que se traduce redondamente corno "el que
iba a entregarlo". Y eso hizo con Nuestro Señor.

"Los Evangelios nos permiten entrever su indigna catadura. Gesta y ejecuta la


traición en dos momentos tenebrosos. Cuando concuerda con los enemigos el
precio de la entrega (Mt 26, 14-16); y cuando lo besa a Jesús en Getsemaní para
señalárselo así a sus crudelísimos captores. Giotto captó el instante, y en su
pintura maestra, la boca del entregador tiene un rictus atrabiliario que estremece.

La explicación de su aborrecible felonía también ha dado lugar a ciertas conjeturas


entre los legos. Incluso, como se sabe, ciertas sectas gnósticas lo han reivindicado
en el pasado remoto, y hoy ese neognosticismo, bien que abaratado y mostrenco,
se permite expresarse a través de obras literarias o cinematográficas que rozan lo
blasfemo. Sin ir más lejos, en 1944, Borges publica su cuento Tres versiones de
Judas, en el cual, por vía de eruditos juegos de ficciones, termina admitiendo que
el Mesías se habría encarnado en el Iscariote. Aterra pensar que de este escritor, y
de su amistad con él, hace admirativa referencia el Cardenal Bergoglio en su libro
El Jesuíta (p. 57), que luego analizaremos.

Pero más allá de las hermenéuticas desencaminadas, hijas de la malicia, del torpor
o de esa inclinación insensata a declarar al mal como una opción romántica, la
fuente más confiable para medir la abdicación de Judas ha sido y sigue siendo el
Nuevo Testamento; y en él no quedan rastros de dudas sobre el por qué del
inconcebible móvil. "El diablo había entrado en su corazón", dice San Juan (Jn.
13,2). "Satanás entro en Judas", reitera San Lucas (Le. 22,3); y otra vez San Juan:
"Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y uno de vosotros
es un diablo" (Jn. 6, 70-71).

Estamos, pues, ante un temible misterio luciferino, sólo cabalmente inteligible sub
specie aetemitatis. Porque, en el fondo, todo pecado mortal es un misterio, y
cuánto más éste que acabó con los días temporales de Jesucristo, habiendo sido
la misma Víctima - que todo lo sabía- quien lo invitó a seguirlo y acompañarlo. Está
claro, no obstante, que la mistagogía real o presuntiva de su traición no borra su
culpa ni atempera la sordidez de su infidelidad.
Que Judas se arrepiente y se ahorca, también está en el Evangelio. "Acosado por el
remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a
los ancianos, diciendo: 'Pequé entregando sangre inocente' " (Mt.27, 3 -4). Y a
renglón seguido: "luego se alejó para ahorcarse" (Mt. 27, 5). Orígenes extrañamente
suponía que Judas se había ahorcado para buscar a Cristo en el otro mundo y
pedirle perdón. (In Matt., tract. xxxv).

A San Pedro, sin embargo, le debemos el conocimiento de otro dato que podría
modificar levemente el final del Iscariote. "Habiendo comprado [Judas] un campo
con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza., se reventó por medio y se
derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los
habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir,
campo de sangre". (Hechos, 1, 16-20).

Quienes se han ocupado de concordar sendos textos, han blandido la hipótesis


de que la soga con la que el traidor buscaba su propio castigo, no aguantó el
peso de su cuerpo, y quebrándose produjo su caída, y su caída el reventón fatal
que derramó sus entrañas sobre una tierra adquirida al precio de la iniquidad.

Detalles más o menos -que al sentido esencial de la historia no logran modificar- lo


que aquí queremos decir, es que la sombra de Judas se sigue cerniendo sobre el
Tabernáculo, sigue acosando al Redentor, sigue dando rondas y fintas
serpenteadas, idénticas a las que dio Luzbel alrededor de aquel árbol inaugural del
Paraíso. Y esa sombra monstruosa ha terminado por constituirse en La Iglesia de
Judas, como la llamó magistralmente Bernard Fay en su obra homónima, L'Eglise
de Judas, publicada tempranamente, en 1970.

Si hay, pues, una Iglesia de Judas, sus pastores han de tener los rasgos de quien
la fundó. Esos rasgos, como hemos visto, aparecen con toda nitidez en las
páginas neo testamentarias. Y nos muestran a un alma dominada por el espíritu
inmundo.
Pero ha sido Paul Claudel, en su incisiva obra Autodefensa de Judas y de Pilotos,
quien agregó a su perfil unos caracteres que conviene tener en cuenta al momento
de aplicar cuanto decimos a la actual situación. En la versión claudeliana, en efecto,
el Iscariote es un racionalista, con "un apetito de lógica"; un admirador de los
fariseos, de quienes dice que "el orden público, el buen sentido, la moderación,
estaban de su parte"; es un protokantiano que para justificar el fin de toda
heteronomía - empezando por la que se asienta en el Nomos Dívino-sostiene sin
más que "se debe obrar siempre de manera tal que
la fórmula de tu acto pueda ser erigida en máxima universal"; y es, además, un
rabioso pluralista. Porque "en la Cruz" -se queja- "no hay más que dos direcciones
secamente indicadas, el bien o el mal. Esto le basta a los espíritus simples. Pero el
árbol que nosotros colonizamos nunca se acaba de darle la vuelta. Sus ramas,
indefinidamente ramificadas, abren en todas direcciones las posibilidades más
atrayentes:

filosofía, filología, sociología".

Puede verse ahora, con visibilidad mayúscula, a qué modelo de pensar y de obrar
responden los obispos de la "Iglesia de Judas".
Pero hubo otro retratista del tránsfuga cuya perspicacia para la captación de sus
miserias no queremos desatender. Se trata de Giovanni Papini, quien en su
Historia de Cristo dice del renegado entregador: "Jesús no fue solamente
traicionado, sino vendido: traicionado por dinero, vendido a vil precio, cambiado
por moneda circulante. Fue objeto de intercambio, mercadería pagada y
entregada. Judas, el hombre de la bolsa, el cajero, no se presentó solamente
como delator, no se ofreció como sicario, sino como negociante, como vendedor
de sangre. Los judíos, que entendían de sangre, cotidianos degolladores y
descuartizadores de víctimas, carniceros del Altísimo, fueron los primeros y los
últimos clientes de Judas".

Fariseo, racionalista, pluralista, políticamente correcto y en maridaje con los judíos


mediante tramoyas indignas: he aquí, ya más completa, la fisonomía del pastor de
la iglesia de Judas. A la que bien podría agregarse, la que con su habitual finura
elabora Romano Guardini, en el capítulo primero del volumen segundo de su obra
El Señor. Judas, dice Guardini, no pudo soportar "a cada instante la pureza
sobrehumana de Jesucristo. Esa disposición de víctima, esa voluntad de
sacrificarse por los hombres. Ya es muy difícil soportar la grandeza de un hombre
cuando se es pequeño. Pero ¿y cuando se trata de grandeza religiosa, de grandeza
divina, de sacrificio, de la grandeza del Redentor? Si no hay una fe inmensa y un
amor perfecto que nos induzca a aceptar a este santo excelso como norma y punto
de partida, su presencia ha de envenenar forzosamente el alma".

Entonces sobreviene el estólido perjurio, a pesar o por lo mismo de ser uno de


los Doce. Porque "este puesto está para caída y levantamiento de muchos"
(Lc.II,34).
Lo que Guardini resalta en el felón, en suma, es la incurable
pusilanimidad, vicio opuesto y adversario de la virtud de la
magnanimidad. El pusilánime - su misma etimología lo asienta- tiene el alma
invadida por la parvidad, la bajeza y una ruindad ominosa que lo hace preferir el
beneficio al sacrificio, el acomodo al desafío, la contemporización a la lid.

Entre nosotros, ha sido Alberto Caturelli quien ha terminado de echar lumbre


sobre esta angustiante aunque vital cuestión de la sombra de Judas. En el
capítulo XV de la segunda edición de su obra, La Iglesia Católica y las catacumbas
de hoy, publicada por Gladius en el año 2006, analiza con su habitual hondura
metafísica lo que bien da en llamar "El Iscariotismo en la Iglesia y en él mundo".

Para Caturelli las palabras traición y tradición tienen una raíz común, aunque un
destino fatalmente inverso. Porque mientras la segunda exige la existencia de un
sujeto o de una comunidad fiel, la primera implica la existencia del traidor que es,
justamente, el que obra lo antitético: "no cuidar, no trasmitir fielmente, quebrar la
lealtad o fidelidad al depósito recibido". El Iscariote -prosigue Caturelli- "no anuncia
el acontecimiento de la Palabra Encarnada y Sacrificada en la Cruz, [pues]
frecuentemente es tributario de pseudos maestros. [...] No quiere confrontaciones
ni recios testimonios, sino compromisos equívocos, 'ponderados' y 'prudentes',
que le permitan seguir viviendo en 'paz' con el mundo. No le preocupa traer las
ovejas perdidas a la Casa del Padre, sino trasquilar sus ovejas, hacer de ellas
obsecuentes cortesanos y desempeñar hasta el fin su papel de mercenario
entregado al mundo [...] Ha sustituido el compromiso con Cristo por la 'ética del
discurso' que se funda en el 'consenso' [en la "cultura del encuentro",
agregaríamos nosotros]. En fin, "los Iscariotes de la Iglesia y del mundo no se
atreven a oponerse a las mayorías. Ante la posibilidad del heroico testimonio, se
limitan a preguntar al mundo: 'qué me dais, y yo os lo entregaré' (Mt, 26,15)"

Tengan mucho cuidado nuestros pastores; tenga especial cuidado Monseñor


Bergoglio, si la fisonomía aquí dibujada del Iscariote se les acerca

peligrosamente a la realidad de sus propias vidas.

Sin embargo, algo conclusivo querernos sumar a esta meditación sobre el


sacerdocio de Judas.
No es en el Campo de Haceldama donde esperamos ver concluir las carreras de
estos ministros del Iscariote. Es en el campo del honor, conversos y arrepentidos,
obedeciendo con temor de Dios lo que Dios les advirtió con verbo tronitonante y
flamígero en las páginas del Apocalipsis.
No es suspensos de un horcón donde anhelamos su final terreno. Es en el
Sagrario, limpios de genuina metanoia, de expiación y de mortificaciones
abundantes y regeneradoras; celebrando nuevamente la Santa Misa en la intacta
magnificencia de su tradicional liturgia.
No es devolviendo las treinta monedas como mejor quisiéramos imaginar el
desenlace de sus contriciones. Sino no habiéndolas aceptado nunca jamás, y
acaudillando en una carga final, rosario en puño, al rebaño maltrecho, hacia el
frescor vivificante de los pastos del Cordero. Imitando a aquellos pastores
guardianes y celosos, varoniles y osados. Como Martín de Finojosa, obispo de
Sigüenza, fraile cisterciense verdaderamente austero y humilde, de quien mereció
que se escribiera: "Fue modelo del clero, luz de la patria, dechado de costumbres,
doctor de la Verdad, norma para los buenos, azote para los culpables, luz de los
pontífices".

No es, por último, repitiendo bellaquerías y guarangadas como quisiéramos


escucharlos hablar. Sino siguiendo aquel sabio remedio de ese otro abad del Cister
medieval, Isaac de Stella, quien este buen consejo nos daba y repetimos: "Lo
suficiente es fácil decirlo. El gozo, el amor, la delectación, la visión, la luz, la gloria,
es lo que Dios exige de nosotros, aquello para lo cual Dios nos hizo. El orden y la
religión verdadera es hacer aquello para lo cual fuimos hechos. Contemplemos lo
que es la belleza suprema, luchemos vehementemente contra lo que se opone a
ello. Todas nuestras actividades, el trabajo como el reposo, la palabra como el
silencio, estén encaminados a este fin. Lo que no está encaminado a él, lo que no
hacemos por el fin para el cual fuimos hechos por Dios, haciendo coincidir la razón
y la intención de su obra y de la nuestra, no es una virtud y no merece
recompensa".

Este es el desenlace que nuestra caridad desea, y por el cual rezamos cada día.

Si no está en la voluntad de los malos pastores convertirse y enmendar sus


culpas, que se cumpla en ellos la sentencia de San Gregorio, asentada en su Regla
Pastoral: "Los prelados deben saber que son dignos de tantas muertes, cuantos
ejemplos de perdición transmiten a los subditos". Pero si está en la voluntad de
Dios darnos obispos santos, corajudos y sabios, ha de llenarnos de sobrenatural
esperanza el relato contenido en el capítulo primero de los Hechos de los
Apóstoles.

Allí, San Pedro, constituido ya en el primer Pontífice, tiene que proceder al


reemplazo de Judas Iscariote, pues tras su muerte el puesto estaba
fatalmente vacante. La alocución petrina trasunta
misericordia e indulgencia hacia el desventurado Judas. Pero trasunta también
una firmeza inspirada; y citando al Salterio exhorta reciamente: "Que su
campamento quede desierto y no haya nadie que lo habite. Que otro ocupe su
cargo"
(Hechos 1, 20).

Ambas cosas pide y hace Pedro. Y de esa decisión, tras encomendarse al Señor,
"que conoces los corazones de todos" (Hechos 1, 24), es elegido Matías, el que
habría de compensar con su anonadante santidad las defecciones incalificables de
Judas.
Veinte siglos después, en la catequesis del 18 de octubre de 2006, otro Pedro,
Benedicto XVI, ha vuelto a referirse a San Matías, alimentando aquella misma
esperanza antigua: "Después de la Pascua, fue elegido para ocupar el lugar del
traidor [...] No sabemos nada más de él, salvo que fue testigo de la vida pública
de Jesús, siéndole fiel hasta el final [...] De aquí sacamos una última lección:
aunque en la iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de
nosotros nos corresponde contrarrestar el mal que ellos realizan con nuestro
testimonio fiel a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador".

Permita el Señor que su Vicario al presente, velando por la salud de la Esposa y


despreciado a los Sacerdotes de Judas, reedite el gesto inmensamente caritativo y
justiciero de Pedro, diciendo de aquellos: Que sus campamentos queden
desiertos.
Que otros ocupen sus sitios.

EL JESUÍTA:

Finalmente, ha salido a la luz el anunciado libro cuyo propósito es trazar una


semblanza oficiosa y una biografía autorizada del Cardenal Jorge Mario Bergoglio.

Se trata de un largo reportaje, pautado y ejecutado prolijamente entre los autores y


el personaje; y con la plena anuencia del entrevistado
quien, además, promueve formalmente la obra desde la Agenda Informativa Católica
Argentina. De modo que cuanto allí se dice debe darse por expresamente avalado y
refrendado entre las partes. No hay lugar para el pro-verbial recurso a la
descontextualización mal intencionada.

Los reporteros elegidos para tan singular retrato, retratan a la par las preferencias
dialoguistas e intimistas del prelado: Sergio Rubín, el circunciso encargado de "los
temas religiosos" en Clarín, y Francesca Ambrogetti de Parreño, la psicóloga social
de la Agencia Ansa. Párrafo aparte para el prologuista seleccionado por Su
Eminencia, el Rabino Abraham Skorka, ferviente justificador de las coyundas
homosexuales, pues "aunque la opinión de la Biblia dice que la homosexualidad
está prohibida, en una sociedad democrática hay que apelar a informes
antropológicos y sociológicos [...] Estamos viviendo en una realidad democrática y
sabemos perfectamente bien que existen personas que tienen una sexualidad
definida en otro sentido respecto de la concepción bíblica" (Cfr. Agencia Judía de
Noticias, 30-6-2008, http://www. prensajudia.com / shop/detallenot.asp?notid=
19608).

La democracia por encima de la Ley de Dios. ¡Presentador acorde a sus


criterios políticamente correctísimos se buscó el Pastor!
Son simples los datos bibliográficos de la obra, para quien quiera ubicarla:
Sergio Rubín, Francesca Ambrogetti, El Jesuíta. Conversaciones con el
Cardenal Jorge Bergoglio, S.J, Buenos Aires, Vergara, 2010, 192 ps.

Castellani contaba que el torpón de Franceschi lo reprendió por aquella humorada


de "Las Canciones de Militis", pues -según él- tal título evocaba "Les chansons de
Büithis" de Pierre Louis, un libro presuntamen-te Inmoral. Bergoglio tuvo más
suerte, o no, según se mire. Porque El Jesuíta es el mismo título de una obra
decididamente anticristiana de Rubén Darío, pero nadie le sugirió que lo modificara.
La verdad es que al acabar este inicuo libelo bergogliano, la voz otrora impía del
nicaragüense parece hallar, al menos en este caso, su justificación más plena:

"Bien: ahora hablaré yo. Juzga después, lector, tú:

el jesuíta es Belcebú que del Averno salió".

Jorge Mario Bergoglio. El Jesuíta. De él tratan las páginas que a


continuación reseñamos.
ANTES ERA FANFARRÓN, AHORA SOY PERFECTO:

Varias obsesiones recorren estas cartillas. Y nada se ha improvisado para darles


cauce.
Bergoglio necesita probar que él es un hombre humilde, modesto,
austero. Un pibe de barrio que puede hablar de fútbol y de tango
-como de hecho lo hace y con abundancia- lo más alejado posible de la
imagen tradicional de un Príncipe Cristiano. Acorde con los tiempos y
los gustos, y con la línea vulgarizante impuesta por alguno de sus
antecesores, lo estimable ya no será el señorío jerárquico sino el
muchachismo populista. No la estricta ortodoxia sino la mirada plural,
contemporizadora, con calculados barnices de herejía. Tampoco y
mucho menos la actitud magistral de quien por ministerio debe ser
tenido como Maestro de la Verdad. Por el contrario, lo estimable será
la duda, la vacilación, el enjuague, el espacioso mundo donde las
ideas se pueden negociar, como quería John Dewey. "Alguien puede
pensar que un creyente que llega a Cardenal tiene las cosas muy
claras", le plantea la dupla interrogadora. "No es cierto", le asegura
enfáticamente el interrogado (p. 53). Y en él, tan mísero aserto es
verdad pura, patética y funesta.

El modelo a seguir, claro, ya no es el de los eminentes Varones de Cristo, como


los Cardenales Pie o Billot, sino el de aquel monsignori tránsfuga que describiera
Hugo Wast, en cuya corona se había incrustado una cuarta diadema en señal de
adoración hacia la democracia. No prediquemos entonces el deber de batirse por
la Verdad Única, Crucificada e Indivisa, sino "la aceptación de la diversidad que
nos enriquce a todos" (p. 169). No la Verdad Revelada sino las verdades múltiples
y consensuadas "con diálogo y amor" son "la celebración" preferida por el obispo
(p. 169).

Concorde con este clima intelectual y moral se presenta "prefiriendo el simple traje
oscuro a la sotana cardenalicia" (p. 18), hincha de San Lorenzo, buen cocinero,
antiguo bailarín de milonga (p.120) y ex laburante en un laboratorio (capítulo dos).
Y por eso, verbigracia, interrogado acerca del ocio, no recurre para definirlo a los
seguros autores clásicos que de él se ocuparon, ni a los modernos como Pieper o
Guardini, que dice haber estudiado, sino a Tita Merello cantando: "che fiaca, salí de
la catrera" (p. 37). Dar pruebas de "normalidad" para Bergoglio, no es apelar a lo
normativo y eximio sino a lo que abunda, a lo populachero y sensibloide. Ser hijo
del Siglo, diría Ernesto Helio.
Nadie podrá escribir de él lo que se anotó del Quijote, para su gloria: "parecíales
otro hombre de los que se usaban". No; él es un hombre bien ad usum: vulgar,
ordinario, arrabalero, pluralista y prosaico.
Moderno. Y en esto, según su errática perspectiva, está la prueba de su obsesiva
humildad y de su progreso espiritual en el arte de aprender a superar los defectos.
El Rabino Skorka lo pondera desde el comienzo, no sólo como alguien con quien
trabó "la verdadera amistad" que "define el Midrash", sino como un modelo de
humildad, ya que "todos coincidirán en la ponderación del plafón (sic) de humildad
y comprensión con que encara cada uno de los temas"(ps.10-11).

Bergoglio deja correr insensatamente el juego del "bajo perfil", sin querer advertir
la paradoja -y aún (-1 pecado - de esta autocomplacencia infatuada en ser
descripto como un sencillo y componedor bonachón. La egolatría de mostrarse
cual l'uomo qualunque sigue siendo manifestación de la soberbia, no por la
naturaleza de lo que se ostenta sino por el vicio de la ostentación. Pero esta es,
como decimos, una de las obsesiones psicológicas del biografiado: que se lo
perciba como un hombre del montón; alguien que continúa "viajando en colectivo
o en subterráneo y dejando de lado un auto con chofer" (p. 17).No son pocas las
veces en que los periodistas interrogadores -salvajemente indoctos en materia
religiosa- le regalan este tipo de ponderaciones. Y Bergoglio las acepta, con esa
fanfarronería del humilde profesional que decía Jorge Mastroianni. Desechando el
consejo ignaciano de contemplar la rebelión de los ángeles caídos, para evitar que
nos suceda como a ellos, que "veniendo en superbia, fueron convertidos de gracia
en malicia". (E.E,50). Porque ¿quién que tenga realmente esa "corona y guardiana
de todas las virtudes", como llamó San Doroteo de Gaza a la humildad, daría su
anuencia para que se publiquen páginas y páginas ensalzando la posesión de este
don? ¿Quién, que a fuer de genuinamente humilde, practicara ese "laudable
rebajamiento de sí mismo" que pedía Santo Tomás, erigiría en vida su propio
monumento a la humaitas? ¿Quién veramente abocado a la nadeidad evangélica -
en preciosa expresión de San Buenaventura- podrá contratar a un puñado de
escribas para que le canten la palinodia de su arrollador recato? ¿Quién que no
tuviera ese "brote metafísico de la soberbia intelectual que es el principio de la
inmanencia", según clarividente análisis de García

Vieyra, prohijaría que se dijera de sí mismo que "su austeridad y frugalidad, junto
con su intensa dimensión espiritual, son datos que lo elevan cada vez más a su
condición de papable"? (p.15) ¿Creerá de veras Bergoglio que a la tierra del subte y
del colectivo se refería San
Isidoro cuando definió al humilde en sus Etimologías como el quasi humo acclinis,
o inclinado a la tierra? ¿Creerá de veras que alguien más que Jesucristo puede
decir de sí mismo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11,
29)?
A Bergoglio le sucede lo que al protagonista del chascarrillo aquel que
desenmascara la petulancia invencible del porteño. A la hora de aclarar lo mucho
que ha mejorado su vida moral, le dice a su imaginario interpelador: "antes era
fanfa, ahora soy perfecto".
Déjate "sinagoguear"por el mundo Amigo de neologismos y de chabacanerías,
el Cardenal supo acuñar entre otras zarandajas, aquello de "déjate
misericordear por Cristo". Pero él -un exponente más del judeocatolicismo
oficial, hoy dominante- ha preferido en principio, dar y recibir las ternezas de
los deicidas.
Se cuentan por decenas los gestos judaizantes del Primado, de los que pueden dar
clara y ominosa cifra su pública amistad con los rabinos Sergio Bergman y
Alejandro Avruj, al primero de los cuales prologó su libelo "Argentina Ciudadana",
y al segundo
entregó el Convento de Santa Catalina en noviembre de 2009 para que festejara la
impostura de "La noche de los cristales rotos". Y ambos hebreos, al igual que el
prologuista Skorka, explícitos justificadores de la sodomía. El fantasma
contranatura de Marshall Meyer los protege a todos, y a todos reúne bajo el humo
desolador de Gomorra1.

Mas aquí estamos ante la segunda obsesión del Cardenal. Se ha impuesto probar
su afinidad y su afecto con el mundo israelita; y no conforme con las definiciones
eclesiales públicas dadas en tal sentido, abunda ahora en El Jesuíta, en
testimonios menores, intencionalmente escogidos para agradar al Sanedrín.

Los reporteros -a cuya tribal insipiencia teológica ya hemos aludido - le plantean


como una objeción para la aceptación de la Fe Católica, el hecho de que "el
principal emblema del catolicismo es un Cristo crucificado que chorrea sangre" (p.
41). "Usted no puede negar" -le reprochan cortésmente- "que la Iglesia destacó en
sus dos milenios al martirio como camino hacia la santidad" (p.42).

Cabían varias y bien sazonadas respuestas católicas, todas ellas partiendo del
enfático rechazo de la 1-El Cardenal Bergoglio está directamente ligado a una
multinacional sionista, la Fundación Raoul Wallenberg, de la que recibió una
distinción honorífica el 30 de marzo de 2004. Entre los miembros argentinos de
dicha agrupación se
cuentan conocidos exponentes de la izquierda gramsciana como Francisco Delich
o Adolfo Gass, blasfemos profesionales como Marcos Aguinis, cipayos como
Carlos Escudé, o simples corruptores del cuerpo social como Alejandro Romay.
Quede constancia de que todos estos datos son públicos, y de que cualquiera
puede acceder libremente a ellos buscando la web oficial de la precitada Fundación
Wallenberg. El 28 de Febrero de 2006, el Cardenal Bergoglio recibió a los mienbros
de esta Fundación en la Catedral Metropolitana, en una ceremonia plurireligiosa, en
la cual, entre otros propósitos, se le rindió homenaje a Moseñor Quarracino (cfr.
Zenit, 8-3-2006).

infame petición de principios de los periodistas, según la cual, la sangre y el


martirio son pianíavotos, y eso explicaría el alejamiento popular de la Iglesia. Cabía
una lección magnífica sobre "la sangre por amor a la Sangre" de Santa Catalina de
Siena, y el valor inacallable del martirio con efusión sanguínea para conquistar el
Cielo por asalto, como rezan los Evangelios. Cabía, en suma, decirles a los
escribas con sus propias palabras: "No, por supuesto, yo no puedo ni debo negar
que la Iglesia destacó en sus dos milenios al martirio como camino hacia la
santidad. Y no puedo ni debo negarlo porque es la pura y gloriosa verdad que la
Iglesia siempre ha enseñado y siempre enseñará".

Pero no; Su Eminencia no elige ninguna respuesta católica. Sostiene sin rubores
que "asociar con lo cruento" al martirio, ligarlo con la idea de "dar la vida por la
Fe", es la consecuencia de que "el término [martirio] fue achicado" (p. 42). El
peculiar "achicamiento" consistiría, nada más y nada menos, que en llevar hasta el
extremo previsto y deseable las enseñanzas de Jesucristo: "Todo el que pierda su
vida por mí la ganará" (Mt. 10, 39). Lo que para la Iglesia fue su corona; esto es, que
el discípulo se asemeje a su Maestro aceptando libremente la donación de la propia
vida, para Bergoglio es su empequeñecimiento, su reducción, su "achique".

En consecuencia, él se inclina por "La Crucifixión Blanca, de Chagall, que era un


creyente judío; no es cruel, es esperanzadora. A mi juicio es una de las cosas
más bellas que se pintó" (p. 41). Esta "cosa más bella", según declaró el mismo
artista en 1938, es un Cristo rodeado de ornamentos, personajes, objetos y
judaicos en homenaje a las víctimas de los nazis quienes expresamente aparecen
como los verdugos del Señor, por ser judío. En la línea de otros dogmáticos de la
Shoa, el cuadro de Chagall desplaza el centro del holocausto, de Jesucristo a las
presuntas víctimas de Hitler. Se trata, pues, de una profanación hebrea del Santo
Sacrificio de la Cruz. Pero para Bergoglio es "La" pintura (p. 120).
En la misma línea ideológica, y para seguir avivando el fuego semita, Su
Eminencia sale del ámbito espiritual y artístico para recalar en el terreno moral.

Con un simplismo impropio de un hombre de estudio, y con un relativismo aún más


impropio en un hombre de Fe, afirma que "antes se sostenía que la Iglesia Católica
estaba a favor [de la pena de muerte] o, por lo menos, que no la condenaba". Pero
ahora en cambio, merced al progreso de la conciencia, se sabe que "la vida es algo
tan sagrado que ni un crimen tremendo justifica la pena de muerte" (p.

87).

Entendamos el argumento evolucionista de Bergoglio para valorar


adecuadamente lo que dirá después. La aceptación de la licitud de la pena de
muerte -que aparece taxativamente exigida como tal, tanto en las páginas vetero y
neotestamentarias como en un sinfín de doctrineros católicos y de textos
pontificios- debe percibirse como un déficit, un tramo oscuro en el devenir de la
conciencia que busca la luz. Lo mismo se diga de las sociedades.

Cuando "la conciencia moral de las culturas va progresando, también la persona,


en la medida en que quiere vivir más rectamente, va afinando su conciencia y ese
es un hecho no sólo religioso sino humano" (p. 88).

... Para el Cardenal, está claro, no por un análisis per se del hecho, que lo valore
inherentemente, sino ; por la evolución de la conciencia, tanto la Iglesia como la
Humanidad saben hoy que la pena de muerte debe ser rechazada. Clarísimo caso
de aquella ruinosa cronolatría que protestara Maritain en Le Pay san de la Garonne.
Pero entonces, cómo no deplorar, en consecuencia, aquellos momentos aún
involutivos en los que se juzgó erróneamente que algo podría justificar la pena de
muerte, incluso "un crimen tremendo"! ¡Cómo no maldecir los tiempos eclesiales y
sociales en los que la conciencia aún juzgaba que bajo determinadas condiciones,
circunstancias y requisitos era legítima la aplicación del castigo capital!

Este era el sequitur lógico del razonamiento bergogliano. Pero un tema irrumpe en
el diálogo y la ineluctable evolución de la conciencia se puede permitir una
excepción. ¿Y cuál será ese tema? Dejémoselo explicar al interesado: "Uno no
puede decir: 'te perdono y aquí no pasó nada'. ¿Qué hubiera pasado en el juicio de
Nüremberg si se hubiera adoptado esa actitud con los jerarcas nazis? La
reparación fue la horca para muchos de ellos; para otros la cárcel. Entendámonos:
no estoy a favor de la pena de muerte, pero era la ley de ese momento y
fue la reparación que la sociedad exigió siguiendo la jurisprudencia vigente" (p.
137).
El pequeño detalle -advertido precisamente por los kelsenianos de estricta
observancia- de que "la ley de ese momento", vigente positivamente en Alemania,
no volvía criminales a los jerarcas nazis, se le olvida al Cardenal. El otro detalle
más "pequeño" aún, de que en Nüremberg no se dejó tropelía legal por cometer, ni
aberración jurídica por aplicar, ni derecho humanos de los acusados por
conculcar, ni tortura aborrecible por aplicar, ni mentira por aducir, tampoco
cuenta. Ese otro detallecito de que la horca y el tormento atroz para los germanos
no fue "la reparación que la sociedad exigió" sino la venganza monstruosa de la
judeomasonería, tras los triunfantes genocidios de los Aliados, en Hiroshima y
Nagasaki, ninguna importancia tiene. El Cardenal está en contra de la pena de
muerte, pero si van a matar nazis seamos comprensivos y hagamos una
excepción hermenéutica. "Era la ley de ese momento", caramba. La evolución de
la conciencia podía esperar un ratito más.

El Cardenal, además, como feligrés y miembro dirigente del judeocristanismo, ya


tiene dónde tranquilizar sus escrúpulos, supuesto que le acometieran. "Hace poco"
-les confía a sus socios biográficos-"estuve en una sinagoga participando de una
ceremonia. Recé mucho y, mientras lo hacía, escuché una frase de los textos
sapienciales que nos recordaba: 'Señor, que en la burla sepa mantener el silencio'.
La frase me dio mucha paz y mucha alegría" (p. 151).

Lo que no sabemos es si Su Eminencia se refiere a la burla propia o a la que él le


propina a Jesucristo al visitar obsecuentemente la morada de los negadores de Su
divinidad y artífices de su asesinato. Porque el prete podrá hacer silencio ante la
merecida chacota que lo tenga por objeto, pero Dios no se deja burlar (Gal. 6, 7). Y
el día en que regrese en pos de Su Justicia irrefragable y definitiva, los que se
pasaron la vida sinagogueando, a fuer de felones, sabrán qué quería decir Marechal
cuando mentaba en el Altísimo "la vara de hiel de su rigor".

MARXISTAS BUENOS Y CATÓLICOS MALOS:

En plena concordancia con lo hasta aquí exhibido -reiterémoslo: una


pseudohumildad grotesca y un criptojudaísmo vergonzoso- Bergoglio
saca a relucir su tercera obsesión. Consiste la misma en mostrarse ponderativo y
encomiástico con los enemigos de la Iglesia, omitiendo todo el vejamen y todo el
daño inmenso que los mismos le han infligido y le siguen infligiendo a la Esposa
de Cristo. En el trazo maniqueo de su criterio -que él pretende encubrir bajo las
apariencias de lo ecuánime- a este polo de positividad sólo puede oponérsele uno
de simétrica negatividad; y el mismo, curiosamente, está encarnado en los
católicos. No en todos, claro, sino en los "fundamentalistas". Hablemos claro: en
los católicos ortodoxos.

Un primer ejemplo de bondad enemiga lo constituye Esther Balestrino de Careaga.

Para quienes no lo sepan, esta mujer -junto con todo 'su grupo familiar- era una
activa militante del terrorismo marxista, procedente del Paraguay.

Bajo el sosias de "Teresa" integró las primeras células que


constituyeron la Agrupación Madres de Plaza de Mayo, recibiendo
hasta hoy los homenajes laudatorios incesantes de la desaforada
Hebe de Bonafini. (cfr.vg.
http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002
st/2002seg/entrevistas/hebe26-2.html)

No creemos que en la Argentina del presente haya un solo ciudadano que necesite
que se le explique -cualquiera sea su posición ideológica-cuál es la verdadera
misión que han cumplido y cumplen las llamadas "Madres de Plaza de Mayo". Su
adscripcion a la guerrilla marxista internacional, y no sólo argentina, es explícita,
frontal, sostenida, virulenta particularmente belicosa.

Pero para Bergoglio, esta "simpatizante del comunismo" (sic) se trató de "una
mujer extraordinaria", a quien "quería mucho [...] Me enseñaba la seriedad El
trabajo. Realmente le debo mucho a esta mujer | . | Fue raptada junto con las
desparecidas monjas francesas. Actualmente está enterrada en la Iglesia de Santa
Cruz" (p. 34). "Tanto me enseñó de política" (p. 147-148).

Iniquidades de los tiempos de los que Su Eminencia deberá rendir cuentas. No hay
templos que alerguen los cuerpos acribillados de los civiles o militares católicos a
quienes abatió el odio criminal del Comunismo. Pero una iglesia puede ser entrega
a las bandas erpianas y montoneras, para que la conviertan en su bastión y en su
cementerio. Y el responsable de tamaña profanación lo vive como un logro y una
fiesta.
La segunda bondad encarnada es, para Bergoglio, la mismísima Bonafini. Los
periodistas se la mencionan dándole pie para alguna observación crítica, para
algún llamado tenue de atención, para algún módico tirón de orejas, habida cuenta
de la aversión patológica que esta infame mujer viene desplegando desde hace
décadas, cada vez con más desenfreno e insolencia.

"Hay también quienes ven actitudes de revanchismo, le espetan los escribas. "Por
caso, la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini". Lo que le
están queriendo preguntar es, en suma, si actitudes rencorosas y vengativas como
la de este monumento al odio "ayudan a la búsqueda de la reconciliación" (p. 139).
Y se lo están inquiriendo, no un par de macartístas, sino dos mascarones de proa
de la izquierda nativa, de los tantos que hoy se sienten perturbados ante esta abisal
frankestein que han creado y ya no pueden controlar.

El Cardenal no admite las premisas implícitas y explícitas contenidas en el


interrogante de los reporteros. Quien ya ha hecho el elogio de los desaparecidos,
como si la condición de tal probara su inocencia y la justicia de su causa,
justificará ahora plenamente a Bonafini: "Hay que ponerse en el lugar de una
madre a la que le secuestraron sus hijos y nunca más supo de ellos, que eran
carne de su carne; ni supo cuánto tiempo estuvieron encarcelados, ni cuántas
picaneadas, cuántos latigazos con frío soportaron hasta que los mataron, ni cómo
los mataron. Me imagino a esas mujeres, que buscaban desesperadamente a sus
hijos, y se topaban con el cinismo de autoridades que las basureaban y las tenían
de aquí para allá. ¿Cómo no

comprender lo que sienten?" (p. 139).

Hubo otras muchas mujeres -esposas, madres, hijas, novias, hermanas- a


quienes los múltiples retoños de Bonafini asesinaron a mansalva. Mujeres cuyo
dolor no subsidió el Estado, cuyo luto no financió la Internacional Socialista, cuyo
llanto no rentaron los terrorismos estatales soviético o cubano, cuya venganza
monstruosa no prohijó el oficialismo, cuyo rencor satánico no respaldó la
jurisprudencia del Poder Mundial. Para estas mujeres heridas, anónimas y
silentes, a quienes las actuales autoridades "basurean", Su Eminencia no tiene
una palabra de comprensión ni de consuelo. Tampoco para los cientos de
soldados arbitrariamente detenidos por la tiranía kirchnerista, detrás de cada uno
de los cuales existen otras muchas centenas de mujeres -católicas prácticas en
gran número- a quienes se les ha cercenado la jefatura del hogar.
Hay más "buenos" previsibles nombrados al pasar. Angelelli, Mugica, los
palotinos, las monjas francesas, los curas tercermundistas con el Padre Pepe Di
Paola a la cabeza (p. 106), los grandes heresiarcas "Hesayne, Novak y De Nevares"
(p. 140), los "teólogos de la liberación" que "se comprometieron como lo quiere la
Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra" (p. 82), los redactores de "Nuestra
Palabra y Propósitos", publicaciones ambas del Partido Comunista (p. 48), y hasta
el mismísimo Casaroli, a quien insensatamente pone de ejemplo (p. 78), omitiendo
que fue el artífice de aquella siniestra y ruinosa felonía denominada Ostpolitik.
Para el glorioso Cardenal Mindszenty (cada llaga recibida en las cárceles
comunistas lo nimbó de gloria) Casaroli era la imagen negra y enlodada de la
"Iglesia de los Sordos", negociadora ruin de la sangre mártir. Para Bergoglio,
Casaroli es un modelo de la "Iglesia Misionera" (p. 78).

"Helada y laboriosa nadería, fue para este jesuíta" la Barca de Pedro, diría Borges
de Su Eminencia, perdonando por contraste y post mortem a Gracián. Porque en
rigor, tanto sorprende la gélida conducta con la que encomia a los peores lobos,
como la nadeidad a la que reduce a quienes debería tener por arquetipos, si un
verdadero creyente. Los óptimos, para el obispo, están cruzando la raya de la
Iglesia y confrontando con Ella.

Al fin, y como anticipábamos, si los buenos de la cinematografía bergogliana son


todos rojos, aquellos pasibles de reproches y de acrimonias son ciertos católicos
claramente identificables como tradicionalistas, o simplemente católicos,
apostólicos y romanos. Por ejemplo, los que esperaban que Benedicto XVI
criticara "al gobierno de Rodríguez Zapatero por sus diferencias con la Iglesia en
varios temas", como el "del matrimonio entre homosexuales", sin darse cuenta de
que "primero hay que subrayar lo positivo, lo que nos une" (p. 80). Qué puede
unir a un católico con un gobierno manifiesta y exacerbadamente anticatólico, no
se aclara. Pero la intención es evidente: Zapatero tiene cosas "positivas" que nos
permitirían "el caminar juntos" (p. 80). Los desviados son los fundamentalistas
que anhelan que el Vicario de Cristo condene a un rufián y a un régimen político
en el que Satán se enseñorea a su antojo.

Otros católicos impresentables son los preocupados por "si hacemos o no una
marcha contra un proyecto de ley que permite el uso del preservativo" (p. 89). "Con
ocasión de la llamada Ley de Salud Reproductiva, algunos grupos de élites
ilustradas de cierta tendencia querían ir a los colegios para convocar a los alumnos
a una manifestación contra la norma porque consideraban, ante todo, que
iba contra el amor [...] Pero el Arzobispado de Buenos Aires se opuso a que los
chicos participaran por entender que no están para eso. Para mí es más sagrado un
chico que una coyuntura legislativa [...] De todas maneras, aparecieron algunos
colectivos con alumnos de colegios del Gran Buenos Aires. ¿Por qué esta
obsesión? Esos chicos se encontraron con lo que nunca habían visto: travestís en
una actitud agresiva, feministas cantando cosas fuertes. En otras palabras, los
mayores trajeron a los chicos a ver cosas muy desagradables" (p. 90).

Es curioso el razonamiento de Su Eminencia. Por lo pronto, minimizando los


alcances y los fundamentos de la Ley de Salud Reproductiva, claramente
encuadrable en lo que Roma condena como "cultura de la muerte". El vocero de
esta medida, Ginés González García, Ministro de Salud de Néstor Kirchner, no dejó
un solo instante de manifestarse agresivamente contrario al Magisterio de la Iglesia,
ni de exteriorizar socarronamente su contento porque con tal disposición legal se
coronaba la embestida contra la moral cristiana. La sociedad entera lo recuerda aún
con estupor -a él y a su mandante difamando, calumniando y persiguiendo a
Monseñor Baseotto, por haber osado recordarle las prescripciones evangélicas
pertinentes.

Sin embargo, tamaña embestida legal contra el Orden Natural, tamaño intento
orgánico y oficial por alterar la Ley de Dios, tamaño proyecto gramsciano opuesto
al Decálogo, tamaña revolución cultural de inequívoco signo marxista, sería
apenas para Bergoglio "una coyuntura legislativa" contra la que no vale la pena
movilizar a la juventud tras las clásicas banderas del catolicismo militante.

¿No advierte el Cardenal que ese "chico" que le resulta "sagrado" es el primer
damnificado de esta "coyuntura legislativa" contra la cual no desea que se
combata? ¿No advierte asimismo que si la ley inicua no se detiene, ese "chico
sagrado" empezará por no poder nacer, por ser abortado, o por no poder ser criado
en un hogar con padre y madre? ¿No advierte, al fin, que la susodicha Ley de Salud
Reproductiva, forma parte de un proyecto mayor, que lejos de ser una mera
coyuntura legislativa que "va contra el amor", instala coactivamente una
cosmovisión radicalmente opuesta y contraria a la moral cristiana?

Los "malos", los merecedores del repudio y de la condena, no son para Bergoglio
los gobernantes y sus aliados que promulgan este tipo de normas inicuas, sino los
"grupos de élite ilustrada", los católicos pro vida, que quieren movilizarse con sus
familias para hacerle frente a tamaña iniquidad. Y en el colmo del desbarre
conceptual, el Cardenal, en vez de encomiar el celo de esos hogares misioneros y
de instar a
los jóvenes al heroísmo y al testimonio gallardo, juzga la actitud católica como una
"obsesión" y aún como una imprudencia. ¡Los "chicos" fueron llevados "a ver
cosas muy desagradables"! ¿Es que hay algo más desagradable que pudiera ver
un joven, que la ruina de su patria y del lugar santo, sin intentar siquiera una
reacción vigorosa y entusiasta? ¿Es que la culpa de la desagradable visión no la
tienen los degenerados que arman el espectáculo indecente de su impudicia, sino
los que instamos a concurrir a todos en defensa del Bien?2

Su Eminencia nunca podría haber escrito ese maravilloso elogio que hizo Eugenio
D'Ors al gesto impar de Ananías, Azarías y Misael, pidiendo para sus propios hijos
que "en el horno ardiente de la España roja"

2 A propósito de este tema, ya en el año 2000, escribimos el siguiente artículo que


nos parece pertinente reproducir: "En el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de
lucran capaces de ofrendar sus vidas por la Realeza de Cristo. Maldito el profeta
Daniel que no comprendió que estos tres muchachos son más sagrados que la
"coyuntura legislativa" de Nabucodonosor. Así razona el Primado.

Buenos Aires (Año XLII, n° 409, 6-6- 2000, p. 212, rubro Varios), se da cuenta del
Informe que presentó el Padre Klappenbach sobre la movilización que se llevaría a
cabo el 8 de junio contra la llamada Ley de Salud Reproductiva. Agregándose que,
al respecto, Monseñor Bergoglio dio dos criterios claves. El primero, que esto es
tarea de los laicos católicos, ya que son ellos los que deben meterse en política;
dejándose pues expresa constancia de que el Arzobispado no organiza la
movilización. Y el segundo, que a esa movilización no pueden ir bajo ningún
concepto niños y jóvenes de los colegios primarios y secundarios, pues es
actividad de adultos.

Varias cosas sorprenden en tamañas directivas. Que se considere "meterse en


política" -así, toscamente expresado, cual si fuera adscribirse a un comité o
alborotar en un mitin- el salir en defensa del orden moral natural, violado a
sabiendas por esta ley inicua. Que de pronto, cuando está enjuego nada menos que
la vida de los inocentes y la salud espiritual de la población, se repliegue el
Arzobispado sobre una asepsia o neutralidad temporal que no sabe tener cuando
de adherir a la democracia se trata, o solidarizarse con la permanencia del sistema
y sus fautores. Que la política pase a ser cosa de laicos cuando hay que combatir
con riesgos y en la calle a los artífices de la cultura de la muerte, pero pueda ser
cosa de clérigos y de obispos cuando hay que sumarse cómodamente a los
augurios pluralistas, derechohumanistas, socialdemócratas y masónicos.
Pero la mayor sorpresa y el mayor dolor es el llamado a la inmovilización, nada
menos que de los niños y de los jóvenes, que son precisamente los grandes
damnificados y perjudicados por esta legislación perversa. No fue esto lo que le
pidió el Papa Juan Pablo 11 a los niños, en su Carta del 13 de diciembre de 1994,
sino que estuvieran advertidos sobre la crueldad de los nuevos Heredes. Ni fue
tampoco lo que les exigió a los jóvenes en su Carta Apostólica del 31 de marzo de
1985, sino que aceptaran la fatiga y el esfuerzo para dar testimonio de la Verdad,
oportuna e inoportunamente. Ni fue la retaguardia sino la vanguardia la que les
reclamó a los sacerdotes en la Carta del primer Jueves Santo de su pontificado, o
en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 1994.

Pueden, pues, quienes lo deseen, abocarse al análisis de estos criterios


episcopales. Nosotros seguiremos movilizándonos pro aris et focis con nuestros
hijos y nietos, con nuestros alumnos y discípulos; plenamente convencidos de que
no fueron de tamaña naturaleza las enseñanzas eclesiales que engendraron un San
Tarcisio y un San Luis Gonzaga. Como no fueron las palabras del Boletín del
Arzobispado las que pronunció la madre de los Macabeos, o aquellos viriles
pastores que iban a la cabeza de las tropas juveniles durante las cruzadas más
honrosas de la Cristiandad, (cfr. Antonio Caponnetto, Llamativa cautela, Cabildo,
3a.época, n° 9, Buenos Aires, 2000, p. 17).Malos son también los católicos
"restauracionistas, para los cuales la patria es aquello que recibí y que tengo que
conservar tal como la recibí", cuando "todo patrimonio debe ser utópico", porque
"las utopías hacen crecer" (p. 112-113).

Alérgico al uso de la palabra "nacionalista" -"de una persona que ama el lugar
donde vive no se dice que es [...] un nacionalista (p. 164)-, el Cardenal rechaza de
plano al Nacionalismo Católico cuando alude al restauradonismo, y brega
neciamente por el utopismo, esa herejía perenne que con sobrados fundamentos
desenmascarara Thomas Molnar.

Véase si no, esta innecesaria referencia. Cuando se repatriaron los restos de


Rosas "los nacionalistas se apropiaron de este hecho y lo transformaron en un
acto sectario [...] Hasta el cura que rezó el responso se colocó [el característico
poncho rojo]; se lo colocó arriba de la sotana, algo aún más desacertado, porque el
sacerdote debe ser universal" (p. 110).

Bergoglio debería saber que el restauracionismo que rechaza tiene su fundamento


en San Pío X, y que a él han remitido siempre sus desdeñados nacionalistas para
proponerse la empresa de restaurar en
Cristo una patria que en Cristo nació. Debería saber igualmente que el anhelo de
conservar la patria tal cual la recibimos, es un mandato del Génesis, no de
Mussolini, y que el Apóstol no predicó "guardad las utopías" sino "conservad las
tradiciones".
Debería saber, además, que la repatriación de los restos de Rosas no fue un acto
del que se apoderaron los nacionalistas -que tenían todo el derecho del mundo a
hacerlo- sino que manejó discrecionalmente, desde el principio al final, el
gobierno que entonces tomó la decisión política de traer al Restaurador de las
Leyes. Otros fueron los sectarios en aquellas jornadas. Precisamente quienes
adscriptos a vetustas sectas y logias masónicas pretendieron deslegitimar la
repatriación del Héroe. Pero para ellos no llegan las reprimendas.

Si el Cardenal repasara a San Pablo, se encontraría con la Carta a los Hebreos (10,
32), diciendo: "Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser
iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate". Y comprendería
por qué los nacionalistas -que soportamos un duro y doloroso combate por
desagraviar la memoria de Rosas- sentimos como propia la repatriación de sus
restos, a pesar de que el Menemismo no fue nunca otra cosa que una pluriforme
cloaca. Pero sentir y vivir algo como propio, no significa apropiárselo
sectariamente.

Este agravio gratuito al Nacionalismo Católico, halla su canallesco estrambote


en el ataque al Padre Alberto Escurra, el aludido cura de poncho rojo que le rezó
a Don Juan Manuel el responso más apoteósico y vibrante del que tengamos
memoria.
Verdaderamente, llama la atención tanta infamia.

El "Padre Pepe" -uno de los confesos ídolos del Cardenal - va vestido con
deliberado aspecto de zaparrastroao. Idéntica facha marginal y rotosa adopta
como un emblema la clerecía progresista de todo pelaje.

Del modo más aseglarado y secularizante va disfrazado el grueso del clero cuya
disciplina depende teóriricamente del Arzobispo. Y hasta los altos dignatarios de la
Jerarquía- Su Eminencia incluido- no portan más que un traje de calle, en las
antipodas del hábito talar cuya preferencia y dignidad predicara obstinadamente,
entre otros, Juan Pablo II. Pero al Cardenal Bergoglio lo único que le molesta es el
poncho federal del Padre Alberto Ezcurra. Lo único que le parece "un desacierto"
es que un destacadísimo sacerdote patriota ande emponchado como supo hacerlo
Brochero o Fray Luis Beltrán. Que ese poncho insigne -con el que fueron al
combate los criollos de ley y sus
viriles capellanes, sirviendo de pendón y de mortaja a tanto paisanaje fiel- le
parezca al Cardenal que le "quita universalidad al sacerdote", lo único que prueba
es la profunda desafección que tiene de nuestras genuinas raices nacionales. Y el
desconocimiento de aquel axioma clásico que sintetizara Tolstoi: "pinta tu aldea y
serás universal".
¿Debe extrañarnos? Quien puede lo más puede lo menos. Criptojudío, filomarxista,
pro tercermundista, propagador de heterodoxias -de manera formal, externa,
pública y notoria- ¿por qué no habría de menospreciar a un cura gaucho y patricio,
rezándole un responso a Rosas, ataviado con su poncho punzó, cruzando la vieja,
gastada y noble sotana? ¿Por qué la aristocracia de este gesto sacerdotal habría
de sintonizar con el plebeyismo más rancio que él ostenta cotidianamente?3

3 El Anexo al libro que reseñamos lo constituye un ensayo de Bergoglio titulado


"Una reflexión a partir del Martín Fierro ", mensaje que dirigió a las comunidades
educativas de Buenos Aires, en el 2002. En el mismo omite decir lo que el poema
expresamente dice; esto es, que en tiempos de Rosas el gauchaje vivía
espléndidamente. En cambio, atribuye la descripción de esa época resista
próspera, concorde y feliz, a un mero "recurso literario" consistente en "pintar una
realidad idílica", una "situación ideal" (p. 172-173). Hernández no habría retratado
el período de la Confederación, como concretamente hizo, sino echado mano de un
recurso literario. Si algo le faltaba a Bergoglio era su adscripción al antírrosismo.
Ahora, ya tiene todas las carencias necesarias.

EL COLABORACIONISTA:

Hemos dejado para el final la obsesión central y recurrente de este libro.


Posiblemente su causa eficiente y uno de sus principales motores.

Aunque con toda deliberación no se lo menciona, el fiero y terrible replicado en El


Jesuíta es Horacio Verbitsky. Porque fue y es este sicario mendaz quien más lo
hostilizó a Bergoglio inventándole un pasado supuestamente derechista, un
presente opositor antikirchnerista y unos antecedentes o comportamientos que lo
vincularían con el Proceso. En suma, para Verbitsky, el Cardenal sería
culpable del mayor de los males concebibles en todos los tiempos, períodos,
latitudes y esferas: no haber hecho nada a favor de los desaparecidos,
convirtiéndose así en aliado de la represión militar. A efectos de replicar esta
especie -que para un hombre como Bergoglio es mucho más grave que si lo
acusaran de calvinista, de arriano, de sacrílego. de invertido- lo primero que hace
es comprar el paquete entero de la historia oficial elaborada por el marxismo
dominante. Y demostrar, además, que el paquete comprado le merece plena
confianza.

Es de suma importancia hacer notar aquí que entre el terrorista Horacio Verbitsky
y el Cardenal Bergoglio, existió una corriente mutua de amistad, alterada en el año
2004, cuando el primero dio a conocer unos documentos que halló en la
Cancillería, demostratorios de una de las tantas

duplicidades maquiavélicas del Primado. Dice al respecto el mismo Verbitsky: "El


Cardenal te tenía mucha estima -me dijo un sacerdote conocido de Bergoglio. -Yo
también a él-le respondí. -¿Pero entonces qué pasó?. Que encontré esos
documentos en el Archivo de la Cancillería ". Cfr. Horacio Verbitsky, Doble juego.
La Argentina católica y militar, Buenos Aires, Sudamericana, 2006, p. 73. La
pregunta se impone con el peso de la obviedad.

¿Cómo podía existir de parte del Cardenal "mucha estima" por un hombre que
carga sobre sus hombros una frondosa militancia homicida y un odio
enfermizo y endemoniado a la Iglesia Católica?
Por eso los elogios a la terrorista paraguaya, la amplísima comprensión y ninguna
condena; a la Bonafini y su banda comunista, las majaderías hacia el clero
tercermundista, la aquiescencia frente a la Teología de la Liberación, las decenas
de contemporizaciones con el marxismo, los intencionales aplausos a los
"luchadores por los derechos humanos", y la canonización del clero y del monjerío
participes activos de la Guerra Revolucionaria. Por eso el guiño constante de
aprobación para los nombres de Mugica, Angelelli, Argibay o Zaffaroni, y el llanto y
rechinar de dientes para las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

En los disturbios del 20 de diciembre de 2001 -causados, sin duda, por el nefasto
gobierno de De la Rúa-, varios policías cayeron salvajemente agredidos por la
turbamulta de piqueteros que invadió la Plaza de Mayo. Uno de ellos fue
literalmente linchado, sin que sus compañeros pudieran rescatarlo a tiempo.
Bergoglio, que observaba los trágicos sucesos, sólo vio lo que quiso. "Llamó al
Ministro del
Interior [... ] para detener la represión [...] al ver desde su ventana en la sede del
Arzobispado cómo la policía cargaba sobre una mujer" (p. 18). Es apenas un
primer ejemplo, pero el maniqueísmo ideológico queda retratado; y el servilismo
al pensamiento único también. La policía represora es siempre malvada. Los
manifestantes populares son fatalmente buenos.

"Durante la última dictadura militar -cuyas violaciones a los derechos humanos,


como dijimos los obispos, tienen una gravedad mucho mayor ya que se perpetran
desde el Estado- hasta se llegó a hacer desaparecer a miles de personas. Si no se
reconoce el mal hecho, ¿no es eso un modo extremo, horripilante, de no hacerse
cargo?" (p. 138).
Es apenas un segundo ejemplo, pero bien que K presentativo. El mito basal de las
izquierdas es asumido íntegramente por el discurso oficial del Cardenal. El
"Proceso" fue una "dictadura"; el Estado Argentino fue terrorista (pero no así los
Estados Cubano, Soviético y Chino que sostenían la guerrilla); los desaparecidos
se convierten en incuestionables seres en virtud de la inmoralidad del
procedimiento que los hizo desaparecer; y el metro patrón para medir la maldad de
un gobierno es la violación a los derechos humanos, concebidos ya sabemos
cómo: como se conciben desde la Revolución Francesa hasta la Revolución
Bolchevique.

Esta es, pues, la obsesión hegemónica de Su Eminencia. Que se lo tenga por un


hombre políticamente correctísimo, depósito y heraldo del pensamiento único, lo
que implica, en primer lugar, haber combatido "la Dictadura" y cooperado con sus
"víctimas". Gran parte del capítulo trece esta dedicado a probarlo. "A mi me costó
verlo [se refiere al sistema represivo], hasta que me empezaron a traer gente y tuve
que esconder al primero" (p. 141).

Su Eminencia, claro, da por sentado lo que los reporteros y el imbecilizado público


en general acepta a priori y sin condicionamientos: que el escondido era un joven
idealista, perseguido injustamente por las brutales fuerzas del orden. La posibilidad
de que estos escondidos, al igual que los palotinos y las monjas francesas -a cada
rato llorados por Bergoglio- fueran activistas guerrilleros, ideólogos o cómplices
activos de la Guerra Revolucionaria que asolaba a la Nación, ni se le pasa por la
cabeza. Ni siquiera ante la abundancia de constataciones que hoy permiten saberlo.

Nada le importan la verdad ni el juicio ecuánime sobre los hechos pasados. Su


conciencia no sufre mella alguna con mirada tan unilateral y tendenciosa. Los
militares eran artífices de "la paranoia
de caza de brujas" (p. 149). Sea anatema su obrar, sin matices. Sus
perseguidos, en cambio,
-como los dos "delegados obreros de militancia comunista" (p.148) por los que
procuró interceder y rescatar- son presentados amorosamente como

"los dos chicos" de una "viuda" que "eran lo único que tenía en su vida" (p.
148). Inofensivos chicos los guerrilleros. Paranoicos cazadores de brujas los
militares. ¿Se necesita algo más para insertarse en la burda dialéctica de la
historia oficial?
Huero de toda templanza en los juicios, y asustado cuanto ansioso por demostrar
que estuvo en el bando de los derechos humanos, lo que le importa a Bergoglio es
cohonestar cuanto antes la versión instalada: la represión castrense fue
repudiable, todo el que la padeció merece ser defendido, protegido y homenajeado
por la Iglesia. Es más, la Iglesia se justifica y se lava en la medida en que pueda
demostrar que, durante aquellos años, estuvo del lado de los perseguidos por las
Fuerzas Armadas, y tuvo sus propios "mártires" causados por la soldadesca
procesista.

Por eso el empeño de Bergoglio en narrar con detalles cómo "en el Colegio
Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, escondí a unos cuantos" (p.
146), resultando ser hasta "los largos ejercicios espirituales" en el instituto
"una pantalla para esconder gente"
(p.147). Cómo "luego de la muerte de Angelelli" (a cuyo homenaje cuenta haber
asistido) "cobijé en el Colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis"
(p.146). Cómo sacó del país "por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante
parecido a mí, con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el

clergyman y, de esa forma, pudo salvar su vida" (p.147). Cómo hizo todo lo
posible por liberar a "dos delegados obreros de militancia comunista", por cuya
vida le había pedido que mediara Esther Balestrino de Careaga (p.148).

Entusiasmado por dar noticias de sus proezas a favor del partisanismo marxista,
Bergoglio ni siquiera repara en que está confesando públicamente la comisión de
delitos. Hasta que llega al punto central de su riña con el incalificable Verbitsky, y
entonces jura y rejura, en largas parrafadas, (p.148-151) que estuvo siempre del
lado de Yorio y Jalics, dos de los tantos jesuítas que fungieron de apoyo -
intelectual y físico- a los planes de la Guerra Revolucionaria.
Son páginas sin desperdicio para medir el fondo del pecado y del temor servil al
que ha llegado este desventurado pastor. Su afán de mostrarse
colaboracionista del Marxismo alcanza aquí a su punto culminante. Porque esta
es la tragedia veraz que no podrán seguir ocultando los artesanos del lavado de
cerebro colectivo.
Durante aquellos años, la patria argentina fue blanco de una guerra, declarada,
conducida y financiada por el Internacionalismo Marxista, como parte del
programa total de la Guerra Revolucionaria. En esa contienda, Bergoglio estuvo
del lado de los enemigos de Dios y de la Patria.

5 Aportemos un dato más. En el año 2007, Lucas Lanusse edita su libro Cristo
Revolucionario. La Iglesia militante, Buenos Aires, Editorial Vergara. El libro es una
rotunda y explícita apología de aquellos curas y monjas que tuvieron parte Con
cálculo preciso, y para que la delimitación de posiciones ideológicas ya no admita
vacilaciones, se le cede la palabra a Alicia Oliveira. Por si algún lector desprevenido
no registrara a esta vieja militante izquierdista, los escribas nos la presentan de
este modo: "Firmante de cientos de habeas corpus por detenciones ilegales y
desapariciones durante la última dictadura, se desempeñó como letrada e integró la
primera comisión directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una
de las más emblemáticas ONGs dedicada a luchar contra las violaciones a los
derechos humanos [...] Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia [se
desempeñó] como Representante Especial para los Derechos Humanos de la
Cancillería" (p.152).

Y Oliveira habla. Declara su "larga amistad" con el Cardenal "que la terminaría


convirtiendo en una testigo calificada de buena parte de la actuación de Bergoglio
durante la dictadura militar" (p.152). Cuenta qué, dada su ostensible inserción en
los planes de la activa en las luchas guerrillleras de los años '70 o en su
justificación ideológica plena. Cada capítulo contiene una semblanza biográfica y
un largo reportaje a personajes bien conocidos, la mayoría de ellos denunciados en
su momento por Carlos Alberto Sacheri.. Al llegar al capítulo dedicado al jesuíta
Alberto Sily, agitador de las famosas Ligas Agrarias Chaqueñas, que trabajaban en
visible maridaje con las organizaciones subversivas, y uno de los dirigentes del
CÍAS (Centro de Investigación y Acción Social, donde se cobijaba la intelligentzia
de la herejía progresista), el susodicho Sily confiesa que Bergoglio, entonces
Provincial de la Compañía, le entregó el rectorado del Colegio de la Inmaculada.
"Bergoglio insistió y Alberto [Sily] acató el pedido", explica Lucas Lanuse.
Agregando después las palabras que le dicta el mismo Sily: "No entendía la
medida, pero consideraba que el
Provincial estaba orientando de una manera muy creativa y positiva a la Compañía
[...] Con el paso de los años, Alberto [Sily] percibiría en Bergoglio un cambio, [... ]
un lento giro hacia posiciones mucho más políticas que espirituales, un pasaje del
discernimiento espiritual al discernimiento político"

(Cfr. Lucas Lanuse, ob.cit, p.351). ¡Y pensar que esto -el tránsito de la Fe a la
praxis política de izquierda- se dice en tributo y homenaje a un sacerdote! guerra
revolucionaria -que ella llama eufemísticamente "compromiso con los derechos
humanos" (p.153)- el Cardenal "temía por mi vida" y le ofreció el Colegio Máximo
como aguantadero. Cuenta cómo confió sus cuitas a Carmen Argibay -entonces
Secretaria del Juzgado de Oliveira- y cómo "tras la caída del gobierno de Isabel
Perón" sus "reuniones con Bergoglio se hicieron más frecuentes" (p.153). También
sus coincidencias ideológicas sobre "los militares de aquella época" (p. 154), y la
necesidad de salvarles la vida a quienes ellos perseguían (ídem).

"Yo iba con frecuencia, los domingos, a la Casa de Ejercicios de San Ignacio, y
tengo presente que muchas de las comidas que se servían allí, eran para despedir a
gente que el padre Jorge sacaba del país [...] Bergoglio también llegó a ocultar una
biblioteca familiar con autores marxistas" (p. 154).

Emocionada con los altos y muchos servicios que su amigo, el Padre Jorge,
prestaba a la causa, Oliveira recuerda que no sólo puso el Colegio Máximo al
servicio del ocultamiento de los zurdos, sino la misma Universidad del Salvador,
pues "muchos nos fuimos a resguardar allí" (p.155). Ella, en efecto, dictaba
Derecho Penal con Eugenio Zaffaroni, y "en sus clases hablaba con libertad",
analogando la "ley de ordalía" -que "los alumnos me decían que eso era
horroroso"-"con lo que estaba pasando en el país" (p.155).

Una anécdota más le sirve a Oliveira para su apología de Bergoglio. Como el


sodomita Zaffaroni estaba empeñado en traer al país a Charles Moyer, ex Secretario
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, al solo objeto de que fogoneara
la eterna acusación contra las Fuerzas Armadas argentinas, y encontraba
obstáculos para lograrlo, "le preguntó a ella qué podían hacer para que igual
viniera, pero con un motivo falso. Oliveira recuerda: '¿Qué hice? Recurrí, claro, a
Don Jorge, que me dijo que no me preocupara. Al poco tiempo cayó con una carta
en la que la Universidad invitaba a Moyer a dar una charla sobre el procedimiento
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos [...] A su regreso, Moyer le envió
a Bergoglio una carta de agradecimiento'" (p. 156).
El afecto la desborda al evocar todos estos gestos tan significativos para la causa
de los marxistas, y Oliveira culmina diciendo: "La verdad es que si lo hubieran
elegido Papa, habría experimentado una sensación de abandono, ya que para mí es
casi como un hermano y, además, los argentinos lo necesitamos" (p.157).

Los "argentinos", "varones" y "mujeres" tan bien definidos, como Argibay y


Zaffaroni, sin ninguna duda. Otrosí la cáfila de comunistas -laicos o clérigos- a
quienes cobijó con complicidad activa. Los argentinos de verdad y los católicos
en serio, difícilmente sientan necesidad de un lobo disfrazado de cordero.

El Cardenal aún no ha terminado de proferir su credo para el regocijo del mundo y


de su príncipe. "Creo en el hombre", declara (p.160). E interrogado sobre Kirchner,
y específicamente sobre la fama que se le ha hecho de ser un opositor a su
gestión, se ocupa con diligencia de redondear su pulcra corrección política.
"Considerarme a mí un opositor me parece una manifestación de desinformación
f...l En 2006 le mandé [a Kirchner] una carta para invitarlo a la ceremonia de
recordación de los cinco sacerdotes y seminaristas palotinos asesinados durante
la dictadura, al cumplirse treinta años de la masacre perpetrada en la Iglesia de
San Patricio [...] Más aún, como no era una misa lo que iba a realizarse, cuando
llegó a la iglesia, le pedí que presidiera la ceremonia, porque siempre lo traté,
durante su mandato, como lo que era: el presidente de la Nación" (p. 114-115).

Está claro. Si hubiera sido por Su Eminencia, la profanación hubiera sido doble.
Rendirle homenaje a quienes coadyuvaron a los planes de la guerrilla, y hacer
presidir dicho homenaje, en una parroquia, a quien a todas luces repugna de la Fe
Católica y la persigue sin hesitar. Vamos entendiendo algunas de sus palabras
esparcidas en el libro: "Muchos curas no merecemos que la gente crea en
nosotros", (p.101). "Algunos podrán aseverar: '¡qué cura comunista éste'! (p.106).

LA IGLESIA ADÚLTERA:

Nosotros, digámoslo claramente, no creemos que Bergoglio sea comunista, ni


peronista, ni nada en particular. En sus opciones temporales debe aplicársele lo
que Don Quijote utilizó para zaherir la inconducta de Sancho: "en esto se nota
que eres villano, en que eres capaz de gritar ¡viva quien vence!". Toda esta
exhibición de colaboracionismo marxista no brota tanto de un convencimiento
ideológico serio, sino de una actitud villana. Si mañana se dieran
vuelta las cosas, podríamos escucharlo cantar Giovínezza con acento piamontés.

Su problema es más hondo, más grave, más profundo; más difícil de que
merezca el perdón del buen Dios. Es el escándalo del Pastor que se vuelve
mercenario, cuya semblanza maldita y reprobación consiguiente ha trazado y
sentenciado Nuestro Señor Jesucristo con palabras de vida eterna (cfr.

Jn.10, 11-13). "Oh mercenario! -grita San Agustín en su Comentario al Evangelio


de San Juan-, viste venir al lobo y has huido. Has huido porque has

callado, y has callado porque has temido".

No es, por cierto, el suyo, un caso aislado. Es en este momento, en la Argentina,


la cabeza de un conjunto de pastores que tienen similar conducta, y cuya última
explicación encontramos en el Apocalipsis, cuando se protesta a la iglesia
ramerizada, fornicando con los poderosos de la tierra y siendo infiel al Divino
Esposo.
Pero dejemos las honduras de los Novísimos y ciñámonos al tema del que
veníamos hablando.
La Iglesia ha sido puesta en el banquillo de los acusados por sus peores enemigos.
Liberales y marxistas insisten en sostener que, durante aquellos difíciles años de la
lucha contra la guerrilla, la Jerarquía calló, cohonestando así, de algún modo, las
conductas ilegítimas que habrían cometido las Fuerzas Armadas. La respuesta de
la acusada Jerarquía -Bergoglio el primero- fue tan frágil cuanto penosa. Pues
consistió, por un lado, en recordar sus documentos a favor de los derechos
humanos, emitidos durante la convulsa época (p.141); y por otro, en señalarse
como damnificada, reivindicando un martirologio "católico" compuesto por
personajes de inequívoca filiación o conexión terrorista.

Si al responder con el recuerdo de textos pro derechohumanistas centraba la


cuestión exactamente donde no debía hacerlo, esto es, en el núcleo de la mitología
enemiga, convalidándola indirectamente; al atribuirse como víctimas propias o
como testigos eclesiales a quienes habían sido cómplices de la escalada
subversiva, pidiendo incluso la beatificación para ellos, sembraba la confusión y
potenciaba el engaño hasta límites dolorosísimos por el escándalo que ello
comporta.
En efecto, ¿qué clase de Iglesia es ésta que, para defenderse de las acusaciones
de haber estado asociada a la lucha contra la Revolución
Comunista, rehabilita el tener caídos o ideólogos del bando de la misma, los
homenajea efusivamente y los reclama en los altares y en el santoral? ¿Qué clase
de pastores son éstos que para levantar el cargo de la complicidad con la
represión castrense, aducen haber izado la misma bandera de los derechos
humanos que enarbolaron como divisa nuclear de su ficción ideológica las
bandas subversivas? ¿Qué clase de coherencia, en suma, pueden exhibir los
obispos que hoy no trepidan en contemporizar con los montoneros y erpianos
devenidos en funcionarios públicos, como no vacilaron ayer en incumplir el deber
irrenunciable que tenían de hablarles claro a los hombres de armas, sea para que
no delinquieran ni pecaran, o para que combatieran con cristianos criterios?
¿Qué confianza pueden inspirarnos estos funcionarios eclesiales llenos de
movimientos dúplices, medrosos, acomodaticios y heterodoxos?

No; no ha salido airosa del banquillo esta irreconocible Iglesia. Acusada por los
protervos de "ser la dictadura", cuando debió serlo si aquella hubiera existido y en
aras del bien común de la patria, sólo atina a sacarse el incómodo sayo de encima
del peor modo posible: reduciendo su naturaleza salvífica a un internismo de
derechas e izquierdas, en el que los exponentes de las primeras habrían sido
culpables y las segundas constituirían proféticas voces demandantes de los
sacros derechos del hombre.

Por eso ha abandonado a su suerte al Padre Christian von Wernich, ultrajado y


preso mediante falsías inauditas. Por eso consintió el escarnio público de
Monseñor Baseotto. Por eso no tiene una palabra ni un gesto de apoyo para los
centenares de militares encarcelados arbitrariamente por la tiranía kirchnerista. Por
eso niega todo reconocimiento de beatitud martirial a Genta y a Sacheri, mas anda
pronta en canonizar a Angelelli, Pironio, los palotinos o las monjas francesas. Por
eso no puede contarse con ella para que en los templos se rinda honores públicos
a la memoria de los caídos en el combate contra los rojos, pero entrega al rabinato
y a la masonería la mismísima Catedral Metropolitana o la Basílica de Lujan.

Esta es la iglesia por la que lloró el entonces Cardenal Ratzinger, cuando en el Via
Crucis del último Viernes Santo del pontificado de Juan Pablo II, dijo de ella que la
cizaña prevalecía sobre el trigo. Y es la iglesia por la que lloramos nosotros, con
llanto sostenido. Porque se nos crea o no - ya nada importa-no nos causa la menor
gracia tener que denunciar a Bergoglio. Sólo Dios sabe el dolor indecible que esto
significa. Ya quisiéramos tener un buen señor al que servir, y no un mercenario al
que desenmascarar. Un Príncipe al que rendirle nuestro vasallaje, y no un lobo del
que tomar prudente distancia.
ENVÍO PARA NECIOS:

Pero el último enunciado merece un párrafo final aclaratorio. Dirigido a los necios,
de quienes la Sacra Escritura nos advierte en fecundos pasajes, para que estemos
prevenidos, así sea de su ignorancia como de su malicia, de sus calumnias como
de sus enojos.
Estos necios pueden ser tanto laicos como religiosos, lo mismo da. Y ante estas
páginas nuestras podrán formular diversos cargos, como de hecho ya ha
sucedido en anteriores ocasiones.
Por respeto a los justos, sólo levantaremos preventivamente algunas de las
posibles objeciones de la vocinglería necia.
1°.- No es atacar a la Jerarquía poner en evidencia la existencia de obispos
felones, adúlteros, fariseos o heresiarcas. Es no pecar de omisión ni de
encubrimiento ni de complicidad. Precisamente por amor a la verdadera
Jerarquía.
Mientras escribimos estas líneas, en Mayo de 2010, el Papa Benedicto XVI ha
viajado a Portugal y le hemos escuchado decir que "la gran persecución de la
Iglesia no viene de sus enemigos de afuera sino que nace del pecado dentro de la
Iglesia". El Santo Padre no calla ni simula ni atempera esos pecados, así sean
repugnantes como de hecho consta públicamente que son en tantos casos. A
imitación del Vicario de Cristo, todo laico fiel debe secundar su prédica, repudiando
los pecados internos, amonestando a sus cultores, previniendo de sus acechanzas
a los desprevenidos, y proponiendo como único antídoto la práctica de la virtud y la
predicación de la Verdad entera.

Ya en la Catequesis del miércoles 10 de muyo de 2006, el mismo Benedicto XVI


enseñaba que "obispo es la palabra que usamos para traducir la palabra griega
'epíscopos'. Esta palabra indica a una persona que contempla desde lo alto, que
mira con el corazón. Así San Pedro mismo, en su primera carta, llama al Señor
Jesús 'pastor y obispo - guardián - de sus almas' (1 P. 2, 25)". Y citando a San
Ireneo de Lyon, agrega: "Los Apóstoles querían que fuesen totalmente perfectos e
irreprochables aquellos a quienes dejaban como sucesores suyos,
transmitiéndoles su propia misión de enseñanza.

Si obraban correctamente, se seguiría gran utilidad; pero si hubiesen caído, la


mayor calamidad".
Celebramos, honramos y obedecemos a "los guardianes". Pero estamos
moralmente obligados a detestar a los artífices de "la mayor calamidad", no
siendo ciegos que se dejen guiar por otros ciegos (Mt.
15,14). Sigue siendo válido lo que santamente escribió el Capitán de Loyola a San
Pedro Canisio, el 13 de agosto de 1554: que "los pastores católicos que con su
mucha ignorancia pervierten al pueblo, parece deberían ser muy rigurosamente
castigados, o al menos separados de la cura de almas", pues "más vale estar la
grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo".

2°.- Existe, efectivamente, esa obligación moral antes aludida, y se nos aplica a los
simples "subditos de celo y libertad, para que no teman corregir a los prelados,
especialmente si el crimen es público y corre peligro la mayoría de los fieles". Son
palabras de Santo Tomás de Aquino (In Gal. 2,11, n° 76-77), pero podríase sobre el
particular citar una multitud de textos escriturísticos, patrísticos, escolásticos,
conciliares, canónicos y pontificios de todos los tiempos, conformando todos ellos
un corpus doctrinal que en buena hora redondeó admirablemente Melchor Cano -
teólogo de Carlos V en Trento-diciendo: "cuando los pastores duermen, los perros
deben ladrar". Esta es doctrina católica, y no lo es su negación o intencional
olvido.

Ahora bien, en lugar de considerar esta doctrina de los deberes de los subditos en
orden a hacer valer los derechos de Dios; en lugar de tener en cuenta que no
pocos santos la aplicaron, sin mengua de su obediencia a la Iglesia Jerárquica,
sino por fidelidad a la misma; en lugar de discernir que de la enérgica y necesaria
reprobación de los errores de ciertas autoridades eclesiásticas no se sigue la
negación o el cuestionamiento de la Iglesia Jerárquica, per se, intrínsecamente y
en su totalidad; en lugar, en síntesis, de dirigir la censura a los heresiarcas y
rescatar la actitud de quienes para preservar a la susodicha Iglesia Jerárquica
cumplen con el deber de señalar públicamente los extravíos, los necios nos
condenan diciendo que no se puede "desautorizar públicamente a los superiores
jerárquicos, ni criticar sus enseñanzas".

Lo peor de todo es que para darle carácter apodíctico a este juicio


-que contradice, como vimos, expresa enseñanza de Santo Tomás y del Magisterio-

invocan a veces los necios "la regla 10 a para sentir con la Iglesia" (Ejercicios
Espirituales n° 362). Pero dicha regla de San Ignacio se refiere a la obediencia a
las autoridades legítimas, punto que aquí no está en discusión. Y en plena
congruencia con la doctrina antes asentada sobre los deberes de los subditos,
concluye aclarando: "de manera que, así como hace daño el hablar mal, en
ausencia, de los mayores a la gente menuda, así puede hacer provecho hablar de
las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas".
Un autorizado comentarista ignaciano, el célebre escritor ascético, R.P. Mauricio
Meschler S.J., ha precisado sobre el particular: "lo que el Santo recomienda aquí
[en la Regla n° 10, E.E, n° 362] es un principio conservador de gran valía; se refiere
a la observancia del cuarto Mandamiento de Dios, del orden y de la paz del pueblo
cristiano. Tal espíritu de sumiso respeto a las autoridades constituidas siempre ha
sido una prueba del genuino sentimiento cristiano católico. Siempre ha salido la
Iglesia en defensa de la obediencia debida a la autoridad. Por esta razón, el que
legítimamente advirtiera o hiciera advertir a los superiores sus yerros, sería muy
benemérito así de la sociedad como de la Iglesia" (Mauriio Meschler y Enrique

Pita, Sentir con la Iglesia y Discernimiento de Espíritus según San Ignacio de


Loyola, Buenos Aires, Editora Cultural, 1943, p. 40).
Porque, además, así como aplican indebidamente los necios la Regla n° 10 de
San Ignacio, indebidamente aplican también el versículo 26,31 de San

Mateo: "heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño", para hacernos
responsables del "pecado abominable a los ojos de Dios" de "censurar

públicamente a la Jerarquía, incitando a la confrontación y a la división


del Cuerpo Místico".
Pero dicho pasaje del Evangelio de San Mateo tiene precisamente otros
destinatarios, pues es dolorosa y profética respuesta de Cristo a la promesa de los
Apóstoles de no escandalizarse de Él, "aunque todos se escandalizaren en Ti".

El Señor entonces le asegura con tristeza a Pedro, portavoz de los Apóstoles en la


escena, que "esta noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces". "La fe
de esta predicción" -comenta Santo Tomás de la mano de San Jerónimo y de San
Hilario- "estaba fundada en la autoridad de una antigua profecía; por eso añade:
hiere al Pastor y las ovejas se descarriarán" (Santo Tomás, Caleña Áurea, II, 2,
Mateo XXVI, v. 30-35). Es a los sucesores de los Apóstoles, según este oportuno
texto, a quienes hay que recordar que no nieguen a Cristo ni se escandalicen de Él,
pues de lo contrario se dispersarán las ovejas.

En 1970, el notable Carlos Alberto Sacheri, escribía su libro La Iglesia Clandestina,


en el cual, con documentación fidedigna de toda índole, denunciaba el aparato
marxista-tercermundista, compuesto por sacerdotes y hasta por obispos, que
socavaba los cimientos mismos de la Esposa de Cristo.
También -o tal vez, principalmente- por este libro, lo asesinaron. Ahora bien; a
Carlos Alberto Sacheri, que dio su sangre por Cristo Rey, quitándoles las máscaras
a estos lobos, ¿también se le aplica la Regla n° 10 de San Ignacio, el versículo de
San Mateo y los epítetos vulgares con que los necios quieren acallarnos? Curioso
razonamiento: si un Cardenal de la Santa Madre Iglesia prédica heterodoxias, y
obra iniquidades, los necios jerárquicos se llaman a silencio. Si un laico recuerda la
ortodoxia, es pecado abominable.

3°.- Suelen aducir los necios que con estas denuncias les hacemos el caldo
gordo a los enemigos de la Iglesia.
Los enemigos de la Iglesia son, ante todo, los falsos pastores, los fundadores
infieles, el clero ganado por el vicio nefando y por el pecado mayor de traicionar la
integridad de la Fe. No necesitamos informarles a los lectores despabilados que
liberales y marxistas, judíos y masones, ateos y gnósticos -y toda la gama posible
de enemigos de la Iglesia- son los socios habituales de nuestra Jerarquía. Con
ellos se sienten cómodos, no con nosotros.

No necesitamos agregar tampoco hasta qué punto -en nombre del ecumenismo y
desfigurándolo, en nombre del diálogo interreligioso y corrompiéndolo-se ha
dado pasto en abundancia a las fieras anticatólicas, desde las mismas
autoridades eclesiásticas. El caldo gordo del enemigo lo cocinan muy bien los
pastores devenidos en mercenarios.

Bergoglio se sabe papabile. Toda la primera parte de su libro está dedicada a


probar que estuvo muy cerquita de suceder a Juan Pablo II. Hay quienes dicen
incluso que, El Jesuíta, pretende ser su plataforma electoral para el próximo
Cónclave. Al mejor estilo de los purpurados europeos, como Giacomo Biffi con sus
más que interesantes y aprovechables Memorie e digressioni di un italiano
cardinále, Su Eminencia ha querido tener su propio relato biográfico. Este es el
peligro que debe movilizarnos: que un enemigo declarado de la Verdad como el
Cardenal Bergoglio pueda presentarse impunemente como papabile. ¿Cuál es la
parte que no entienden los múltiples necios que dicen que desenmascarar a un
enemigo es hacerles el caldo gordo a los enemigos? ¿Cuál es el principio de
identidad y de contradicción del que no llegan a percatarse?

4°.- Una aclaración postrimera nos queda en el tintero y hemos de reiterarla. No


nos causa alegría andar de desencuentro en desencuentro con curas y
obispos, incluso con algunos de estos últimos, con quienes habiendo tenido
cierta amistad o trato cordial
antes de que fueran investidos, nos niegan ahora como si estuviéramos leprosos.
Tampoco nos causó alegría en su momento el haber tenido que salir
públicamente a discrepar con el Santo Padre por el tratamiento de la cuestión
judía.
Somos nadie para decir estas cosas. Individualmente considerados, carecemos de
todo rango, de todo encumbramiento y, si se quiere, de todo mérito o autoridad.
Pero no es nuestra valía personal lo que aquí está en juego, ni nos importa
defender prestigios subjetivos. En esto, coincidimos con Federico Mihura Seeber:
"Nuestro móvil no puede ser ya más la fama [...] Trabajamos, sin duda que en la
tierra, pero para la Ciudad que baja del Cielo" (De Prophetia, Buenos Aires,
Gladius, 2010, p.250).

No obstante, y si individualmente considerados somos nada, como miembros


vivos del Cuerpo místico de Cristo, nadie puede impugnar nuestro derecho y
nuestra obligación de hablar. "Hasta el pelo más delgado hace su sombra en el
suelo", dice Fierro. Tanto más cuando ese delgado pelo forma parte, por el
sacramento del bautismo, de la cabellera regia de la Esposa de Cristo, cuya
belleza exaltara el Cantar de los Cantares.

Respondiéndole a otro Cardenal Primado, que cayera también él en la confusión


doctrinal, principalmente en la relación judeocatolicismo, en el año 1989, el Dr.
Carlos Disandro tuvo que decirle al Cardenal Aramburu: "mi fuerza y mi autoridad
procederá de esa Ecclesia y de esa Fe Intemeratta y Sublime, que ustedes
traicionan y niegan [...] Mi voz será sofocada y mi persona vilipendiada. Importa
poco eso, o nada [...] La Semántica Divina una vez proferida) perdura, en el aire
cósmico que la recepta y la enhena al Espíritu Paráclito, para que la trasiegue, la
planifique e ilumine, y la haga un viviente, cuando todo parece morir".

No diremos ahora lo mucho que nos separa y nos aleja del autor de esta cita.
Diremos simplemente que lo que acaba de decir es verdadero.

No hemos sido educados para tener que rebelarnos contra curas y obispos, sino
para arrodillarnos frente a la Jerarquía, orgullosos de la sujeción y del honor de
poder rendir nuestros servicios. Nos lastima hasta la fibra más honda del alma
constatar que, en líneas generales, nuestros pastores y clérigos son medrosos,
ambiguos, heresiarcas y hasta poco o nada viriles, como diría Santa Catalina de
Siena. Tal situación nos provoca una desazón y un tormento que, insistimos, sólo
Dios conoce, y sólo El sabrá porqué lo permite.
Pero no debemos callar. En nombre propio, en el de los tantos y tantos que
padecen similar dolor, en el de nuestros maestros mártires y en el de nuestros
potenciales discípulos. No debemos callar, porque la esperanza está puesta en el
triunfo de la Verdad Crucificada, oportuna e inoportunamente testimoniada. No
debemos callar ni retroceder, porque a pesar de la jerarquía prevaricadora y de sus
obsecuentes necios, alguien tiene que decir la Verdad.

"MUESTRARIO DE INFIDELIDADES"

Esta segunda parte del libro está constituida por

artículos que aparecieron en publicaciones digitales o

en sucesivos números de la revista Cabildo durante los

últimos años o inéditos. En cada uno de ellos el lector

podrá determinar la fecha en que fueron escritos.

============================================== Capítulo 1

EL FORO JUDEO CATÓLICO

Entre el 5 y el 8 de julio de 2004, en Buenos Aires, en las instalaciones del Hotel


Intercontinental, tuvo lugar el 18° Encuentro Internacional del Comité de Enlace
Católico-Judío.
No se trató de un encuentro circunstancial, de alcance privado, sino de una
reunión formal, oficial y planificada, tanto desde las altas instancias del
catolicismo como desde las del judaismo.
Cuatro Cardenales estaban presentes: William Kasper, Jorge Mejía, Wiliam Keeler
y Jorge Bergoglio; tres Consejos Pontificios representaban los tres primeros; a la
Iglesia Católica en la Argentina, el último. Autoridades de la UCA, del Consudec,
de la Universidad
Austral y el Vicario del Opus Dei, fueron de la partida. Asimismo, destacados
clérigos del culto judeocristiano, como Laguna, Pérez del Viso, Rivas y Rafael
Braun. Entre los laicos, diversos representantes del Gobierno o de sus propias
preferencias ecumenistas. El Presidente de la Conferencia Episcopal, por cierto,
hizo llegar su adhesión; y todo se inició y transcurrió con la explícita anuencia y
patrocinio del Vaticano.

Del lado israelí estaban representados, entre otros, el Congreso Judío Mundial, la
DAZA, el Seminario Rabínico Latinoamericano, la B'Nai B'rith, el Consejo Rabínico
de América y el Congreso Judío Latinoamericano. Y un número considerable de
individualidades hebreas, como Marcos Aguinis, que no necesariamente
representan a una determinada institución. En su conjunto, como se advierte, fue
lo que se llamaría una reunión calificada. Detalles, pormenores, ponencias,
asistentes y adherentes, pueden conocerse siguiendo los periódicos de la semana
que insumió el Foro. En internet, está claro, los datos sobreabundan, empezando
por los que proporcionaron las propias agencias informativas católicas,
nacionales o extranjeras. La declaración final conjunta circuló profusamente.

Cuatro cosas deben ser dichas al respecto, sin el más mínimo asomo de
precipitación en el jaicio, talante irónico o afán contestatario. Cuatro cosas, que
sólo Dios conoce el dolor que nos causan. La primera, que los católicos
asistentes -ostenten las jerarquías que ostentaren- profirieron heterodoxias
graves e incurrieron en omisiones culposas. Piénsese, por ejemplo, en lo que
significa la defensa expresa del sionismo, callando su naturaleza racista,
xenófoba1, anticristiana y homicida. O en la unión de ambas religiones, la judía y
la católica, predicada por Kasper, puesto que "ambas son mesiánicas" y "el
mesianismo tiene que ver con la esperanza", enmudeciendo la afirmación de que
Cristo es el Mesías a quien Israel rechazó primero y consintió su muerte después.
Heterodoxias graves, reiteradas y múltiples, que en su conjunto, si queremos
despojarnos de circunloquios, no podremos sino llamar con el duro nombre de
herejía.

Lo segundo es que tales pastores, precisamente por lo que dijeron y por lo que
no quisieron decir, por lo que obraron y por lo que no supieron obrar, in
ducen al rebaño fiel a una confusión atroz, llevándolo al límite mismo del
escándalo. Incurren en la misma falta quienes -a pesar de no haber asistido y de
conocer la verdad- no han sido capaces de hablar "sí, sí; no, no".

Lo tercero, es que el grueso de las instituciones judías asistentes, tienen un


largo, probado y documentado historial de militancia anticatólica, empezando
por la siniestra agrupación masónica B'Nai B'Bríth. De modo que de ser cierta la
parte de la declaración final conjunta, según la cual "la comunidad judía deplora
el fenómeno del anticatolicismo en todas sus formas", esa misma comunidad
debería empezar por cuestionar a las mencionadas entidades, así como sus
profusos y respectivos medios de difusión, que son otras tantas pruebas del
"anticatolicismo en todas sus formas".

Lo cuarto, al fin, es que bien estará que se recuerde la incompatibilidad entre


catolicismo y antisemitismo. Pero semitismo y sionismo -cuya misma naturaleza
ha quedado reconocida en buena hora, bien que por motivos espurios- poseen
unos principios y unos fines, unos protagonistas y unos antecedentes, no sólo
enteramente incompatibles y hostiles a la fe católica, sino también a la misma
patria argentina, en cuyo seno tal reunión internacional se llevó a cabo.

Este judeocatolicismo que en nombre de un desencaminado ecumenismo ha


quedado instalado, es una ignorancia tan enorme cuanto culposa, una mentira
intencional y una profanación impía. Y es además una traición a las raices
fundacionales de la argentinidad. Quede dicho desde estas páginas, por modestas
que sean, para que algún día y en algún sitio se sepa, que conviene decir la
Verdad, ante el mutismo ominoso de los que deberían hacerse crucificar por ella.

EL MISMO DIOS:

Finalmente, el 9 de agosto de 2005, el Cardenal Bergoglio, junto con León Cohén


Bello por la DAIA, Luis Grynnwald por la AMIA, y Omal Helal Massud por el
Centro Islámico, suscribieron una declaración conjunta contra "toda forma de
fundamentalismo y terrorismo".
Interesante iniciativa, si las hay, y que no podía tener mejor inicio. Tanto que
en el trascendental documento fundante, el Cardenal Primado -disipando las
dudas de quienes aún creíamos con el
Catecismo que la Iglesia Católica era el Cuerpo Místico de Cristo- se apresuró a
aclararnos públicamente que en rigor, se trata sencillamente de una de las
"entidades comprometidas con la realidad del país". Una ONG más, que en paridad
de condiciones con otras, puede suscribir convenios y contratos. Incluso
comerciales, aprovechando que -según lo dijera un afamado pastor el 6 de agosto
en Claves para un mundo mejor- "la economía argentina ha accedido a rumbos
mejores [... ] tomando una orientación que en términos generales se puede
considerar correcta".

El otro error del que nos libró en la ocasión nuestro Primado, fue el del
Evangelio que por boca del mismísimo Jesucristo nos tenía acostumbrados a
repetir, refiriéndose a los israelitas: "Vosotros no sois hijos de Abraham; si sois
hijos de Abraham haced las obras de Abraham. Vosotros tenéis por padre al
diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre" (Jn.8, 44). Ahora sabemos,
pues fue dicho por el Pastor presentando el gran texto inaugural, que «tenemos
cosas en común: adoramos al mismo Dios, somos hijos de Abraham" (La
Nación, 10-8-05, p.10).

Pero no escribimos estas líneas sólo para dar gracias por el Nuevo Culto
Trimonoteísta que nos ha sido dado, sino para formular un pedido, que podría
derivar en un ofrecimiento. En efecto, dice el sacro texto que los firmantes del
mismo se comprometen a "crear una Comisión destinada al estudio y a la
prevención de las causas que generan el terrorismo y el fundamentalismo".

Hace tiempo que deseamos saber, entre tantas cosas, por qué a instancias de la
DAIA y de la AMIA no se pudo enseñar más la religión católica en las escuelas
catamarqueñas; por qué bajo los auspicios de tan ecumenistas entidades, se
propuso suprimir la Cruz de la bandera tucumana, o declarar antisemita la
hipótesis de la implosión en la Embajada de Israel, o culpar al Estado Argentino de
los atentados contra sus custodiados blancos. Por qué, el Estado de Israel -el
mismo que legaliza las torturas y prohija el terrorismo- puede patotear al Santo
Padre Benedicto XVI, mientras la primera ciudadana Cristina Kirchner lo pone
como modelo de política estatal.

Inquietudes todas que bien podrían disipar los integrantes de esta anunciada
Comisión. Para cuya constitución ofrecemos desinteresadamente buscar algún
colaborador, selecionado con cautela, pues el hombre elegido, fiel a las
enseñanzas bergoglianas, según las cuales "adoramos al mismo Dios" (La
Nación, ibidem), debe creer simultáneamente en Alá, Jesucristo, el Becerro de Oro
y el Gauchito Gil.
LA BESTIA Y LOS PASTORES MAJADEROS:

El perfil de Laguna

En declaraciones públicas hechas al diario Perfil (domingo 13 de noviembre de


2005, p.56) Monseñor Justo Laguna -siguiendo con una línea de conducta
tristemente habitual en él- ha desbarrado a sabiendas, con plena conciencia de la
confusión que causa, del daño que ocasiona y del escándalo que acarrea. En esta
ocasión, el tema elegido para el desmadre doctrinal fue uno de los preferidos por
los medios, y también por el pastor, que parece sentirse cómodo en lúbricas
cavilaciones. Hablaron así de sexo, Damián Glaz, el perfilado periodista, y Justo
Laguna, el sedicente purpurado. Una foto del prete en la cama completa e ilustra la
noteja, como para que no se abriguen dudas sobre el amarillismo del suelto al que
interrogador e interrogado se acaban de prestar.

Laguna dice lo suyo, que no es lo de la Iglesia sino lo de sus enemigos y


persecutores. Dice, verbigracia, que «este gobierno es lo mejor que nos puede
pasar» y que ya la ve «como presidenta a Cristina». Que «debe ser revisado y
discutido» el criterio vigente y aprobado en el último Sínodo de prohibir la
comunión a los divorciados. Que «habría que despenalizarlo [al aborto] para
algunos casos». Que está de acuerdo con la educación sexual en las escuelas,
pues contrariamente, a lo que indica la tradición» «el sexo es para muchas cosas»,
y «el colegio no cumple con su función si no enseña la totalidad de la sexualidad» y
si «a los adolescentes que no quieran ser castos» no se les enseña que «no lo
hagan mal, sin nada», al acto sexual.

Fingiendo algún asombro e inocultando la admiración ante tan sabrosas


heterodoxias, apenas el prelado concluye su frase favorable a la despenaliza- ción
del aborto, el escriba le pregunta si «cree que llegará a ser ése el pensamiento
institucional de la Iglesia». «Eso no lo conseguiremos nunca», se lamenta Laguna.
«Hemos tenido un Papa muy duro en toda esa materia [se refiere a Juan Pablo II]. Y
el que tenemos ahora [se refiere a Benedicto XVI] está en la misma línea, pero con
más inteligencia, para colmo de males» (¡sic!).

'Ninguna interpretación es preciso ejercitar para advertir que Laguna acaba de


plantar el árbol de la ciencia del bien y del mal. Perverso arbusto que ya no es el
lignum vítae de la sabiduría divina ante el que se prosternan los hombres de buena
voluntad -y ante el cual estamos
obligados a la obediencia los miembros de la Iglesia- sino la planta torcida,
cizañosa y ruin de sus propios y mendaces puntos de vista. Pero haber extirpado
aquella señal paradisíaca de la omnisciencia del Creador, para sustituirla por una
doxa frivola, irresponsable y calumniosa, es reeditar el gesto luciferino de la
rebelión contra el Altísimo.

No llegarán las sanciones canónicas que le corresponderían a este prelado felón,


después de esta última manifestación de su descaro. Ni por haber ofendido a dos
Pontífices, ni por declararse en los términos que lo ha hecho en pro de la cultura de
la muerte. Seguirán llegando en cambio los favores del mundo, de los que nutre su
vanidad y su ridículo en-golamiento. Y habrá para él nuevos almuerzos televisivos
o nuevas funciones en la Comisión Episcopal de Ecumenismo.

No importa. Lo que ya le ha llegado de seguro es el vómito de Dios. Y no hay


perfil que pueda mejorar un rostro una vez recibida tan fortísima sanción.

LA CIUDAD CAÍNICA:

Escándalo aparte es el que dan ciertos pastores y ciertas agrupaciones


católicas, al asociarse pública y reiteradamente con la B'nai B'rith, en la mayoría
de los casos para celebrar juntos las efemérides impuestas coactivamente por el
sionismo internacional.
Así sucedió en la parroquia porteña de San Nicolás de Barí, el pasado 9 de
noviembre, con la asistencia del mismísimo Cardenal Bergoglio. Y en el Museo de
la Catedral de La Plata, y aún después, en la Universidad Austral, bajo el patrocinio
de Monseñor Patricio Olmos, Vicario del Opus Dei (Cfr. La Nación, Buenos Aires,
14-11-05)
Fenómeno trágico y ya de larga data, si los hay, el de la judaización del
catolicismo, el del pseudoecumenismo convertido en irenismo y el del diálogo
interreligioso trastrocado en monólogo herético. Nada diremos de ello en la
ocasión. Fenómeno igualmente trágico el de la falsificación intencional de la
historia, en virtud del cual Israel viene ofreciendo compulsivamente una visión
amañada y unilateral del pasado europeo, a partir de la victoria aliada en 1945.
También callaremos ahora sobre el punto.

Fenómeno muchísimo más desgarrador aún el de la constante agresión judía a


las creencias, a los símbolos y a las doctrinas cristianas. Baste apenas como
ejemplo -por la contemporaneidad con el hecho central que motiva esta nota- el
lacerante testimonio del Padre Artemio Vítores, Vicario de la Custodia de Tierra
Santa en
Jerusalén, sobre los atropellos hebreos contra los lugares santos que ponen «en
alto riesgo de que desaparezca completamente la presencia cristiana en Belén»,
ante la indiferencia de los bautizados (cfr. Zenit, 17-11-2005). Haremos silencio de
igual modo en estas circunstancias.

'Fenómeno, al fin, documentalmente constatable hasta el hartazgo, el largo historial


explícitamente masónico de la B'nai Brifh, desde su fundación en los Estados
Unidos a mediados del siglo XIX. No ha habido causa de la Revolución Mundial
Anticristiana, que no dejara de apoyar fervorosamente. No ha habido ideologismo
ruinoso que no propagara. No ha habido, en suma, opción política, cultural y
espiritual contraria a la recta doctrina, que se privara de su adhesión. El peligro de
esta logia judeomasónica se ha considerado tan extremo, que hasta se han
escuchado voces de alerta procedentes de quienes no podrían tildarse de
antisemitas, como Henry Ford, Jacques Zoilo Scyzoryk, o el Executiue Intelligence
Review. Pero insistimos: ninguna de estas gravísimas realidades serán hoy objeto
de análisis. Y no por considerarlas poco entitativas, sino porque teniendo la
relevancia que tienen nos demandaría un espacio inabarcable al tiempo de redactar
estas líneas.

Un hecho menor y casero, en cambio, podría haber sido considerado por los
pastores, las prelaturas y las catedralicias autoridades; y es la repartija insensata
de anticonceptivos -orales o de látex- que la aciaga logia judaica ejecuta
prolijamente en los hospitales o centros de salud de nuestra invadida patria, como
parte del apoyo que le presta a las campañas infames del inverecundo Ginés
González García, Ministro de Salud del Kirchnerismo.

A la vista está, y sólo a guisa de ejemplo, el diario El Día de Gualeguaychú, del


pasado 10 de octubre de 2005, para dar exacta cuenta de lo que decimos. Que
uno de los precitados pastores, que practicó la anfitrionía y la coyunda con la
B'nai Britli, haya sido el mismo que paralelamente sostuvo una valiente
discrepancia con las obscenas políticas estatales en materia de sexualidad, y
que suele hablar lúcida y doctamente en tantas ocasiones, acentúa el dolor de
nuestra protesta.

Fue en la Basílica porteña de San Nicolás de Barí, ya aludida, donde el Cardenal


Bergoglio, llorando con la B'nai Brifh los cristales rotos de 1938, se lamentó de
«nuestro cainismo humano». Una repasada a la vera historia, y a la de la B'nai
Brifh en particular, podría hacerles patentes a estos judeocatólicos el sustento
cabalístico del cainismo humano, múltiple y antiquísimo en su fatal despliegue,
desde las
primeras persecuciones a la Iglesia, por poner un hito, hasta los crímenes
perpetrados en nombre de la humanidad por los vencedores de la Segunda
Guerra. Podría hacerles patente del mismo modo, la frondosidad de enseñanzas
rabínicas que dan doloroso fundamento a aquello que Guénon llamara la dudad
caínica, o el cainismo moderno, si se prefiere la denominación más ortodoxa de
Monseñor Keppler.
A su vez, otra repasada a la teología, de la mano de los Padres para mayor
seguridad, podría tornarles comprensible el aciago parentesco entre la Sinagoga y
Caín. Drama doloroso de los tiempos, que con caridad y claridad admirables, y
glosando a San Pablo, explicara el Padre Julio Meinvielle cuando escribió que «el
judío es el verdadero Caín». Y que, por lo tanto, Dios no dispone su exterminio,
como en las ideologías racistas, sino el castigo de que vaya «llevando en su carne
el testimonio de Cristo en el misterio de la iniquidad». Hasta que arrepentido del
horrendo crimen -y de los tantos cometidos como una 'resonancia fatídica de la
muerte del justo Abel- vuelva penitente y contrito a la casa del Padre.

Pero a ninguna casa del Padre querrán volver los judaicos caínes, a ninguna
mansión abandonada y traicionada querrán regresar, si los pastores de la Iglesia
Católica, lejos de instarlos a la conversión, se judaizan con ellos y con ellos se
unen en la ingrata tarea de descristianizarlo todo. Y si en vez de rezar y luchar
para que Caín acorte sus días fugitivos e infecundos, se van con él a «las tierras
de Nod» de las que habla el Génesis (IV, 16). Tierra de nadie, sin patria, sin raices,
sin hogar ni consuelo ni gracia.

SOMBRAS NADA MÁS:

Sigue dando que hablar la Carta Pastoral del Episcopado Argentino titulada Una
luz para reconstruir la Nación (Buenos Aires, Pilar, 12-11-2005)

Si hemos de ser justos con la misma, diremos que no es desacertado el criterio


elegido por sus redactores de recordar «cinco principios básicos de la Doctrina
Social», con sus consiguientes «proyecciones sobre la realidad social argentina»;
para hacer lo mismo después con «cuatro valores fundamentales de la vida
social».
Lo desacertado -por decir lo menos- es el acento marcadamente naturalista e
inmanentista de los conceptos vertidos bajo aquellas categorías. El tono
temporalista y horizontalista, vacío de toda perspectiva sobrenatural y de un
talante genuinamente religioso. Lo desacertado es el enfoque reducccionista que
malbarata y hace pasar la Doctrina Social de la Iglesia por la declaración de
principios de cualquier agrupación partidocrática. Lo desacertado, en suma, y
moralmente pecaminoso, es que aquello necesario de decir fue pusilánimemente
callado, y que lo dicho llevó el sello del derechohumanismo, de la deificación de la
democracia, del culto antropocéntrico y hasta del siempre invocado y confuso
solidarismo, convertido ahora en principio de la Doctrina Social. Lo desacertado -
completemos el juicio- es el tributo que el texto paga, con inaudita displicencia, al
núcleo de las ficciones ideológicas de la modernidad, tanto las de sesgo liberal
como las de cuño marxista.

Sirvan de botones al proverbial muestrario, ante todo, el párrafo 29, que proclama
abolida la enseñanza tradicional de la Iglesia, según la cual «el error no tiene
derechos». Olvidando el pequeño detalle de que tal enunciado doctrinal fue
expresado, entre otros, por León XIII en la Libertas, y que a la totalidad del
magisterio leoniano pidió volver Juan Pablo II en la Introducción de su Centessimus
annus, como un modo de «satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha
contraído con el gran Papa» y de manifestar «también el verdadero sentido de la
Tradición de la Iglesia».

Y luego el párrafo 30, en el cual -distorsionando facciosamente la naturaleza de la


guerra revolucionaria que el comunismo internacional desató contra la Nación- se
establece una explícita asimetría de culpas, dictaminando que los actos de la
guerrilla que «contribuyeron a enlutar a la patria» no son comparables al «terror de
Estado» con sus «consecuentes crímenes de lesa humanidad». Como si toda
represión estatal -aún la lícita, necesaria y justísima-fuera per se terrorismo; y
como si los requisitos legales que tipifican de lesa humanidad a un crimen, no se
aplicaran uno a uno al crapuloso accionar de la guerrilla. Y como si la acusación de
"lesa humanidad" contra las Fuerzas Armadas Argentinas, no se supiera ya,
sobradamente, que constituye una chicaría política de las izquierdas sin real
sustento jurídico.

Para los Obispos, los problemas vitales que deben señalarse y corregirse son de
índole sociológica: desocupación, subempleo, exclusión social, inseguridad,
pobreza. Y entre los «muchos signos positivos» que han escrutado les parece
enunciable, en primer lugar, el aumento «del índice de votantes» (par.20).
La tragedia de una patria católica intencionalmente descristianizada, de la Fe
perseguida y profanada, de la Cátedra de Pedro escarnecida, de la blasfemia y de la
impiedad promovidas a mansalva, de la cultura de la muerte entronizada, y del
ultraje religioso y moral hecho política oficial, no aparece mencionada. La tragedia
de una Argentina en la que Cristo ha sido destronado y los deicidas se reparten
con insolencia sus despojos, tampoco los inquieta. La tragedia consiguiente de
una población masificada y acostumbrada a la aceptación del vicio y de la
contranatura, cuyos integrantes han sido degradados del rango de ciudadanos al
«de votantes», no los perturba ni les quita sus episcopales sueños. El hecho
igualmente trágico de un gobierno crapuloso y corrupto, integrado por la gusanería
marxistoide más revulsiva, y por los sirvientes más dóciles al Imperialismo
Internacional del Dinero, no se menciona en el listado de inconvenientes.

Todo el sinfín de males enormes que se siguen de estar padeciendo la acción


devastadora de quienes niegan los derechos de Dios, ha sido silenciado. Y
mientras se calla el deber de resistir valientemente tamaña perversión, hasta el
derramamiento de la propia sangre si fuera menester, se insta «a luchar para
transformar la pasividad de muchos en una auténtica participación democrática»
(par. 21).
El Evangelio no manda luchar por la democracia, sino librar el buen combate por
amor a Cristo Rey. Un combate en el que se está dispuesto a donar la vida, y en el
cual, históricamente, muchos santos y muchos héroes cristianos segaron vidas de
enemigos públicos. Porque no es lo mismo la muerte de un inocente, que la muerte
de un culpable en guerra justa o en custodia propia, o en legítima contienda
defensiva de bienes cuyo agravio no puede consentirse.

No trae, pues, la Carta de los Obispos, una luz para reconstruir la nación.
Sombras, nada más, como en el tango de Contursi. Lo que debieran saber los
pastores es que, como lo enseñara Castellani, Dios no es un cantor de tangos, que
al final, enternecido, abrirá las anchas puertas para que todos pasen al cielo. No;
no, enseñaba el gran cura. La puerta es estrecha. Golpearán queriendo entrar los
mercenarios que dejaron el rebaño a merced de los lobos. Y detrás se escuchará la
voz firme y gimiente del Señor recitando: «Algún día haz de llamar / y no te abriré
la puerta / y me sentirás llorar».

LA BESTIA:

Pero como vivimos bajo el signo de lo paródico y de la apariencia sin ser,


tamaño documento episcopal -anodino, heterodoxo y tibio- fue
presentado por los medios como un «durísimo ataque» al Gobierno; una especie
de bula condenatoria que lo arrojaba al averno. Y así durante días y días de
libérrima ignorancia periodística. La especie llegó a oídos de la Bestia y reaccionó
como es del dominio público. En su boca de dicción canibalesca se agolparon los
sones guturales que hicieron las veces de palabras reprobatorias. En sus zarpas
se crisparon las pulsaciones que remedaron humanos gestos desdeñosos.

Porque Néstor Kirchner, que a él mentamos cuando decimos la Bestia, es un calco


de Dudard, aquel personaje progresista de El Rinoceronte de lonesco, cuyas
últimas palabras antes de animalizarse fueron declarar que lo hacía pues era
necesario ir con el tiempo. La Bestia no lee, ni medita, ni reflexiona, ni jerarquiza, ni
distingue. La Bestia es incapaz del ensimismamiento, de la contrición, del perdón
otorgado o requerido. Gruñe, manotea y depone. Es inútil hacerle inteligir la
naturaleza de la Iglesia a la que cree pertenecer, y la naturaleza de la herejía que
hoy corroe a esa Iglesia y a cuyos profetas exalta dialécticamente. Es inútil
pretender inculcarle la noción del sacramento de la penitencia, en virtud del cual, lo
que quiso señalar como un defecto: «confesar a los torturadores», no sería sino un
mérito, amén de un deber. Es inútil proporcionarle los rudimentos de la lógica,
según los cuales, un texto es veraz o falso per se, no per accidens; esto es, en el
caso que nos ocupa, por el apoyo de la Iglesia a la legítima represión militar a la
guerrilla. Es inútil solicitarle la fina motricidad del alma, y la virtud de la veracidad
conexa a la justicia. La recua terrorista a la que lo une su pasado de módico
estudiante subversivo y su presente de garante del rencor setentista, lo acompaña
en su odio a la Cruz. Que es lo único que queda en pie después de su grotesca
soflama contra lo que él creyó inadmisible.

Hubiera sido edificante que ante este estallido feral -por el cual, como en el poema
de Manuel Machado, el animal «bufa, ruge, roto, cruje», y encuentra como
respuesta la figura esbelta del torero «que se esquiva jugando con su enojo»- la
Bestia se hubiera encontrado con la firmeza de los Herederos de los Apóstoles
haciéndolo rodar por la arena. En su lugar, los obispos y el Cardenal Primado,
Monseñor Bergoglio, se apresuraron a aclarar con prontitud que la traída y llevada
Carta Pastoral no estaba dirigida contra el Gobierno. Diversidad de voceros
oficiales y oficiosos de la Conferencia Episcopal dieron la buena y tranquilizadora
nueva... ya vieja para nosotros.

Gracias al Cielo, entre los desertores de la Eternidad y la Bestia, todavía existen


católicos y argentinos dispuestos a pelear por Dios y por la Patria.
SEÑOR, HIEDE....

«Los Pastores deben tomar cada vez más conciencia de un dato fundamental para
la evangelizarían: en donde Dios no ocupa el primer lugar, allí donde no es
reconocido y adorado como el Bien Supremo, la dignidad del hombre se pone en
peligro. Es por lo tanto urgente...
recordar que la adoración no es un lujo, sino una prioridad»-Benedicto

XVI, Ángelus del 28 de agosto de 2005

Cuando el dolor lacera y sacude al alma, es difícil andar enhebrando discursos,


mas también es difícil permanecer callado. Obren como quieran aquellos
obsecuentes que se saben conminados a salir en defensa de la Jerarquía
Eclesiástica, aún en las ocasiones en que ella se muestra contraria a su misión
doctrinal. Obren también como quieran, quienes prefieran enmudecer o fingir. Lo
cierto es que cuantas veces nos toca hablar de la infidelidad de los Obispos, lo
hacemos con una pesadumbre que sólo Dios conoce y pesa. Dígase entonces
con aflicción, pero dígaselo de una vez, lo que hay que afirmar sobre el inaudito
caso del pastor sodomita, Monseñor Maccarone.

1 -Maccarone pecó en primer lugar contra Dios. Pecó con vicio nefando, faltó
contra natura, depravó su cuerpo y su mente, ensució el Orden Sagrado, llevó una
vida sacrilega a fuer de doble, siendo una de ellas la de Ministro de la Eucaristía, y
la otra la de un relapso en materia de perversión sexual. Pecó contra la castidad y
dio escándalo grave a sus subditos. Sacrilegio, sodomía, escándalo: así
enunciemos sus culpas.

Nada de esto ha sido dicho, faltándose entonces a esa primera caridad que es la
verdad, según recta enseñanza agustiniana. Y por tamaña falta de omisión,
quebrantóse la justicia, pues la omisión de lo necesario es tan injusta como la
afirmación del error. Y aquí lo necesario era llamar a las cosas por su nombre,
desagraviando a Dios primero, el gran traicionado.

2 -Maccarone no es sólo ni principalmente un desventurado invertido, sino uno de


los tantos clérigos descarriados por la herejía progresista, uno de los tantos
activistas de la Iglesia Clandestina al servicio de la Revolución Marxista. Pruébase
lo dicho de modo terminante por
quienes le dieron su grotesco y ostensible apoyo una vez apartado de su cargo, en
septiembre de este año 2005. Desde el lipoma Bonafini hasta el extorsionista
Castell, pasando por toda la gama de los izquierdistas mass media y de las
agrupaciones ideológicas afines. Pruébase por la cuidadosa elección de su amparo
eclesial buscada por la impía y montoneril dupla del matrimonio Kirchner. Pero
pruébase por sus frutos y por sus enseñanzas, cuyo tributo al hereje Karl Ranhner,
verbigratia, salió a relucir precisamente en carta de lectores de una de sus
discípulas y defensoras (cfr. La Nación, 25-8-05, p.16).

Nada de esto fue dicho, callándose nuevamente la existencia de ese mal enorme,
que autodemuele a la Iglesia. Un mal cuya acción real no se entiende separada del
Maligno, enseñoreado hoy a sus anchas en el mismo lugar sacro. Heresiarca y
manfloro: tales pues los adjetivos que retratan al prelado depuesto.

3 -La reacción del Episcopado Argentino, con el Cardenal Bergoglio a la cabeza, ha


sido tan errada cuanto impropia, tan exasperante como pusilánime, resultando en la
práctica una triste complicidad con el pastor felón. Elipsis y subterfugios múltiples
reemplazaron el perentorio lenguaje viril que la ocasión reclamaba. Minimizaciones
eufemísticas del horrendo pecado, ocuparon el lugar de las indispensables
reprobaciones morales. Elogios, ponderaciones y unánimes encomios a la labor del
descarriado, sustituyeron la legítima reprensión y la exigencia de la reparación del
escándalo ocasionado, para que cese la contumacia. Perdones, disculpas y
humanitarias comprensiones ante la náusea, desplazaron toda palabra de
amonestación, todo llamado a la enmienda, toda urgente e impostergable
imprecación del reo. Lisonjas y majaderías impropias de varones, hallaron cabida
para "acompañar con afecto" al contumaz, pero no hubo lugar para el celo de
suplicar clemencia a los pies del Señor.

Con una prontitud y un consenso que no se tuvo en anteriores y necesarios casos,


se le agradeció formalmente a Maccarone el servicio prestado "a quienes tienen la
fe amenazada"; como si la principal amenaza a la Fe del rebaño no fuera ver la
conversión de sus mayorales en mercenarios y en lobos. Y en el colmo del dislate -
que sería jocundo si no rozara la blasfemia- se pretende hacer girar la cuestión no
en la ofensa mortal infligida al Altísimo, no en la infracción al Decálogo ni en la
infidelidad a Jesucristo y al Magisterio de la Iglesia, sino en el espionaje político y
en el avasallamiento de la privacidad.
De resultas, lo pecaminoso ya no sería el amancebamiento contra natura sino su
indiscreta filmación con fines extorsivos. ¿Por quiénes nos toman realmente los
Obispos? ¿Por quiénes se toman, una vez abajados de su rango de maestros de la
Verdad? ¿En tan poca monta se tienen y nos tienen, para ofender la inteligencia
con estas baratijas argumentativas? ¿Es tan fuerte el pacto de la colegialidad,
acalla el forzado mayoritarismo hasta la fuerza natural de las hormonas, para que ni
uno solo de los Obispos haya quebrado el complaciente discurso unánime
diciendo que el príncipe estaba desnudo, ¡ay!, literalmente, y en camastro villano?
La filosa y justiciera metáfora de la rueda de molino, tan aplicable otrora como
ahora, no tuvo esta vez una boca pastoril que la recordara.

4 -La supuesta disculpa de Maccarone, que tomó estado público a partir del 26 de
agosto de este 2005, leída sobrenaturalmente asusta por el torpor que delata,
estado propio de un espíritu acédico. Pero leída naturalmente es una prueba más,
de que tanto él como sus pares, son incapaces de superar la perspectiva
horizontalista, inmanentista y sociológica. El amadamado prete refiere "un
proyecto de extorsión", un "acontecimiento preparado por intereses y tecnología"
que "se aprovechó" de "su buena voluntad", hiriendo "la calidad moral de su
persona". En todo lo cual ve "el costo" pagado por una "actitud" de lucha "contra
la prepotencia y la injusticia" de los poderosos políticos santiagueños. Ausente el
perdón a Dios por las ofensas múltiples y gravísimas. Ausente el decoro y el pudor
para llamarse a silencio sempiterno. Ausente el puño que se golpea con furia el
pecho, clamando cien veces mea culpa. Ausente el sentido común para evitar
expresiones como buena voluntad o calidad moral. Ausente la conciencia del
pecado, el propósito de enmienda, la disposición penitencial, el inacabable pedido
de misericordia al Señor, para con sus vellaquerías primero, y para con la grey que
sus escándalos azotó.

5 -En el vigente Código de Derecho Canónico, un canon, el 1387, tiene previsto


hasta "la expulsión del estado clerical" para el religioso que "con ocasión o
pretexto de la confesión", "solicita al penitente a un pecado contra el sexto
mandamiento". Dictamen que no literalmente pero sí a fortiori se le aplica a
Maccarone. Y en el antiguo Pontifical Romano -como lo ha recordado en una
homilía luminosa el Padre Gustavo Podestá- se detallaban los momentos
solemnes, reparadores y justicieros, de la ceremonia de degradación a la que
podía someterse a un pastor corrupto y ladino. Uno a uno, en restauradora
pedagogía litúrgica, se le despojaba al traidor de los atributos sacros que se le
habían conferido al ordenársele. Para que nadie pudiera decir que la lenidad se
había impuesto. Para que el maldito agravio al
Redentor no quedara impune ni triunfante la apostasía. Para que sus manos
ensuciadas por el dolo no se atrevieran jamás a tomar la Sagrada Forma.

Nada de eso sucederá en este caso, como nada de eso sucedió en situaciones
análogas o más graves. Porque salvo honrosísimas excepciones, estos pastores,
que por dolorosa permisión de Dios, ejecutan, encubren y toleran hoy la
consumación de tantos atropellos doctrinales y morales, no son en rigor la
Verdadera Iglesia. Son la Iglesia Clandestina, cuya protesta le costó la vida a Carlos
Alberto Sacheri. La que pide canonizar a los palotinos, a Angelelli, a Pironio o a
cuanto aprendiz de Judas cambió al Señor por denarios. La que dice optar por los
pobres, como escaramuza para servir a la Revolución. La que dice enfrentarse con
los poderosos pero complace a los tiranos. La que dice oponerse a los poderes
políticos, pero se prosterna ante la democracia y sacraliza al Régimen. La que por
boca del Cardenal Primado, Jorge Bergoglio, ha dicho el pasado 10 de agosto - sin
que uno sólo de sus pares o subalternos saliera a enmendarlo o siquiera a
suplicarle enmiendas- que católicos, judíos y musulmanes "adoramos al mismo
Dios". Iglesia de la Publicidad, la llamaba el Padre Julio Meinvielle; de la que el
intemperado Maccarone quedará como un emblema sombrío y vil, en el que se
amalgaman el progresismo y la contranatura, la inverecundia y la herética
pravedad.

6 -No prevalecerán en la Barca sus polizontes cuatreros. Hay legiones de curas


acorazados en la Fe Verdadera, blandiendo la Cruz como se empuña el mandoble
en la batalla, ornamentados para el sacrificio, dispuestos con hombría a servir a
los menesterosos, a tutelar a los débiles, a enfrentarse con los mercaderes, a
despreciar a los partidócratas, a conservar la pureza, y sobre todo a rezarle a Dios
en cada Pésame, "antes querría haber muerto que haberos ofendido". Conocemos
bien a esos curas gauchos e hidalgos, esparcidos sobre el paisaje patrio,
anónimos en su apostolado y eficientes en su diaria oblación. A ellos, no les
parece, como al Vocero del Episcopado, que «la primera y mayor preocupación es
la credibilidad pastoral de la Iglesia», cual si se tratara de una empresa pronta a
recuperar sus clientes perdidos. A ellos les importa amar a Dios sobre todas las
cosas, y al prójimo por amor a Dios.

Y si la Barca hiede por sus presencias indignas, como el sepulcro de Lázaro,


según nos cuenta el Evangelio, el Rey Invicto puede restituirle el aliento y el paso
firme, la resurrección entera para que camine y avance, ya sin mortaja ni remoras
ni obstáculos.
No prevalecerán en la Barca los sembradores de cizaña ni los hijos de las tinieblas,
ni los eclécticos componedores de diálogos irenistas y sincretistas, ni los
pederastas ni los heresiarcas. Porque la Barca la conduce Pedro, que -pescador
veterano y reciamente masculino- se guía por la voz tronitonante de su Caudillo,
Jesucristo, quien le ordena irrevocablemente: ¡Duc in altum! Conduce hacia lo Alto.
Navega hacia Alta Mar.

Capítulo 5

UNA CLARA Y OLVIDADA LECCIÓN DEL CARDENAL BERGOGLIO

En La Nación del 31 de diciembre de 2004 [p.15], se da a conocer el fragmento


esencial de la homilía pronunciada por el Cardenal Bergoglio en la Catedral de
Buenos Aires, «con ocasión de la tradicional misa de Nochebuena». En la
misma -y en una expresa alusión a las reacciones viriles suscitadas por el
muestrario pseudoartístico del blasfemo León Ferrari- el Pastor las descalifica,
pidiendo «poner la otra mejilla y mantener la ternura».

Si el consejo se ciñe al caso particular de la provocación de León Ferrari y de


quienes lo respaldan, y pudiera resumirse en el criollismo refranero de «no gastar
pólvora en chimangos», podríamos coincidir con el Obispo. Al fin de cuentas, ante
las embestidas torpes de un león, como ante las de un toro o cualquier otro bruto,
puede caber el señorío de «la gracia contra la ira», que festeja Manuel Machado
retratando la faena del torero.

Pero al margen de la circunstancia concreta que la motiva, la homilía del Cardenal


es heterodoxa, amén de inoportuna; desmoviliza a los católicos justí-simamente
indignados por las continuas y planificadas afrentas oficiales que sufre hoy la Fe
Verdadera, y confunde la ascética de la mejilla, válida para el inimicus o agresor
privado, con la legítima ascética del látigo, válida y exigible frente a la acción
criminal del hostis o enemigo público. Certera, elemental y olvidada
distinción bimilenaria que ha hecho siempre el Magisterio, de la mano de sus
santos y doctores, y que no ha sido abolida por ningún Pontificado ni por Concilio
alguno. Tradicional enseñanza que explica y justifica el por qué de tantos héroes
cristianos que han alcanzado los altares combatiendo en guerras justas contra los
más nefandos adversarios de la Cristiandad. El por qué, verbigracia, pudo escribir
el Crisóstomo: «si alguien blasfema corrígele, si vuelve a blasfemar corrígele otra
vez; si vuelve a blasfemar golpéale, rómpele los dientes, santifica tu mano con el
golpe».

De investigar y de exponer este apasionante tema me ocupé hace más de una larga
década, siendo el resultado de mis estudios una modesta obra titulada El deber
cristiano de la lucha (Buenos Aires, Scholastica, 1992, 356 p). El entonces
Monseñor Jorge Mario Bergoglio, a la sazón Vicario Episcopal de Flores, recibió mi
libro, y me respondió con una larga, generosa e iluminativa carta, fechada el 18 de
noviembre de 1992, escrita en hojas membretadas de la misma Vicaría.

En sus partes más significativas dice la epístola: «Me felicito por tener en las
manos una obra así. Hace falta en un momento en que la 'tranquilidad de la paz' se
ha adulterado en su significación. Todo se sacrifica en aras del 'pluralismo de
convivencia', en el que el Decálogo puede reducirse a estos dos principales
mandamientos: Vos con lo tuyo y yo con lo mió', Vos no me jorobas y yo no te
jorobo'.
Ese pluralismo en el cual la verdad 'se remata' en el relativismo valorativo
ambientado por un Neustadt o Grondona; en el cual la belleza pasa por los
liftenings de Mirtha Legrand o las guarangadas degradantes de otras 'estrellas' (por
no decir meteoritos que destrozan lo que tocan) y en el que el bien pasa a ser una
mera adjetivación del verbo 'pasarla'. En un momento en que el tal pluralismo de
convivencia atenta contra la gramática más elemental de la bonhomía y dignidad
[...] hay cosas que no se prestan, que no se negocian.

Cuánto nos hace falta hoy día que venga aquella vieja Macabea que, con las
entrañas destrozadas por el dolor, tenía la valentía de burlarse del tirano con sus
siete hijos. Claro, la vieja no les hablaba de pluralismo, de convivencia. Dice la
Escritura (y lo dice dos veces) que les hablaba 'en dialecto materno'. Y el dialecto
materno, ese que mamamos con la gracia del Bautismo, es el que nos da la gracia y
el aguante para toda lucha. Cuánto nos hace falta hoy día que venga otra Judith y
que nos 'cante' la historia de vencedores que llevamos dentro, como lo hizo con
aquellos ancianos corruptos por la cobardía
que querían pactar. Les habló claro, y después no roscó ni zafó ni negoció ni
trenzó: simplemente le cortó la cabeza al enemigo de Dios.
Que la Santa Trinidad, a quien nos sea dada la gracia de adorar siempre, tenga
piedad de nosotros, y no nos deje caer en lo que aquellos "hijos rebeldes' que
surgieron en Israel (1 Macabeos, 11,15), que para ser 'modernos' pactaron con
todo: rindieron culto al pluralismo de convivencia».

Bueno sería que el Cardenal, leyera hoy su propia epístola.

Pero hay más. Hacia la misma época de esta valiosa carta, visité a Monseñor
Bergoglio en su despacho de la Vicaría, en la calle Condarco 581, corazón mismo
del barrio de Flores. Sabedor de mis inquietudes sobre el tema que había motivado
mi libro precitado, me obsequió un tratado de C. Spicq, Vida Cristiana y
Peregrinación según el Nuevo Testamento (Madrid, BAC, 1977), aclarándome que el
ejemplar estaba leído, usado, marcado y aprovechado por él mismo en su
formación sacerdotal. Conmovido por esta inusual delicadeza me sumergí de lleno
en las páginas de Spicq, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de
Friburgo.

Están subrayadas con lápiz, por el hoy Arzobispo de Buenos Aires, estos párrafos
vigorosos de las páginas 154-155: «El cristiano debe ser fuerte, porque ha de
luchar [...] tanto más cuanto hay que vérselas con el diablo, cuyas estratagemas
son terriblemente capciosas y agresivas; [...] No se trata tan sólo de ganar una
batalla, sino de emprender una guerra prolongada, con todas las vicisitudes,
renunciamientos, y múltiples esfuerzos, incluso heroicos en los momentos críticos,
pero teniendo en cuenta que el buen soldado, tras haber cumplido con todos sus
deberes, permanece dueño del campo de batalla, queda de pie. De ahí la llamada al
combate del v.14 [San Pablo, Carta a los Efesios, 6]. 'En pie, pues', una vez por
todas, no sólo para revestirse de las armas que son medios de gracia y disponerse
al combate, sino ya como un soldado en campaña; la guerra ha comenzado y es
continua».

Estamos prontos a restituirle su carta y su libro al Cardenal. Para que el penoso


magisterio ghandiano que hoy lo paraliza y con el que confunde y acobarda a la
grey que le ha sido confiada, ceda su lugar a la recia semántica de la milicia
cristiana, apasionado por la cual, alguna vez, suponemos, decidió ingresar a las
filas combatientes de San Ignacio de Loyola.
Capítulo 6

ANTE UNA NUEVA Y GRAVE

PROFANACIÓN DE LA CATEDRAL

DE BUENOS AIRES

El próximo martes 11 de noviembre de 2008 -si la ira justiciera de Dios no dispone


lo contrario- la Catedral Metropolitana de Buenos Aires sufrirá un nuevo y
gravísimo agravio.
No se trata en la ocasión del regular desfile sacrilego que frente a ella, y con la
anuencia explícita del Gobierno, realizan en tropel los sodomitas y sus aliados de
depravada especie. Tampoco de la invasión de las Madres de Plaza de Mayo, cuya
sola presencia es una deposición irreverente y procaz. Ni del arribo oficial de la
masonería, ultrajando el espacio sacro so pretexto de un indebido homenaje al
Gral. José de San Martín. Hechos ambos que sucedieron con el consentimiento del
Cardenal Primado1.

Si las relaciones del Cardenal Bergoglio, tanto con el judaismo como con el
sionismo, son concretas y explícitas, no aparecen - por lo menos hasta hoy- tan
claras sus vinculaciones con la masonería. En varios reportajes concedidos por
Sergio Nunes, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Venerables y
Libres Masones, sobre todo en dos periódicos provinciales de Gualeguaychú y de
San Juan, hacia fines del 2007, el susodicho Nunes manifestó su coincidencia "con
el Cardenal Bergoglio, sobre la pobreza, las asimetrías sociales y la necesidad de
llegar a una igualdad de oportunidades para los seres humanos" (cfr. http:/
/radiocristiandad. wordpress.com/2007/12/1 l/la-masoneria-argentina-dice-tener-
muchas-cosas- en-comun-con-la-iglesia-catolica/); como manifestó asimismo su
deseo de tener un encuentro con el obispo. Pero lo que es innegable es que
Bergoglio jamás llamó al orden a Monseñor Karlic, cuya escandalizadora
confraternización pública con la Masonería tuvo lugar en Paraná, el 12 de abril de
2000. Tampoco lo hizo cuando el referido Karlic, en vísperas de la Navidad del
2008, en No;

en la Festividad del Patrono de la Ciudad, la Arquidiócesis de Buenos Aires


mediante su Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso,
por un lado; y la tenebrosa B'Nai B'rith por otro, cocelebrarán una "liturgia de
conmemoración" en el "70 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos". Tamaño
oficio religioso -según lo anuncia la invitación oficial que tenemos a la vista- suma,
además, los auspicios y las adhesiones de cinco instituciones judaicas, unidas
todas con la jerarquía católica nativa para "honrar y recordar" a las víctimas de "los
nazis" que "en la noche del 9 de noviembre de 1938, profanaron y destruyeron más
de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron a 30.000 judíos en campos de
concentración [saqueando] negocios y empresas".

El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una


abominación que clama al cielo.
Mentira es que se acuse, sin más, a los nazis, de los luctuosos y reprobables
hechos conocidos como la Kristallnacht o Noche del Cristal, repitiendo por
enésima vez la versión canonizada por la propaganda sionista y las usinas
aliadas, ya varias y científicas veces rebatida en trabajos como los de Ingrid
Weckert (Cfr. "Flash Point, Crystalnight 1938. Instigators, victims and
beneficiarles").

el programa / Viva la Radio! que se emite por la Cadena 3 Argentina, de Córdoba,


recomendó el libro de Antonio María Baggio, El principio olvidado: la Fraterni¬dad,
editado con el auspicio y el patrocinio de la Fundación AVINA, creada por el masón
Stephan Schmidheiny. En dicho reportaje, además, Karlic hizo la justificación de los
"sacerdotes tercemundistas que se comprometieron con la guerrilla, porque creían
en la dimensión social en términos más cristianos" (cfr. http://
www.youtube.com/watch?v=flOkTXL3uOfi ). Es evidente que el silencio de
Bergoglio ante tan desembozadas manifestaciones pro masónicas y pro
marxistoides de Karlic, guarda plena sintonía con sus propias convicciones.

Mentira es que se oculte el asesinato, a manos del judío Herzel


Grynscpan, del diplomático alemán Ernst von Rath, cuya alevosía
-sumada a otras acciones judaicas de similar tono- motivó la reacción
violenta contra los israelitas aquella noche trágica y condenable.
Mentira es que se calle la evidente responsabilidad -tanto en el crimen
de otro funcionario alemán, W. Gustloff, como en el aprovechamiento
político de los desmanes- de la siniestra Ligue Internationale Contre
VAntisémitisme (LIGA), sobre cuyo mentor Jabotinsky podrían
escribirse páginas de negras acusaciones.
Mentira es que se silencien las fundadas sospechas de la provocación intencional
de este pogrom por la mencionada LIGA, eligiéndose cuidadosamente para su
estallido la noche del 9 de noviembre, fecha emblemática en la historia del Partido
Nacionalsocialista. Mentira es que se escamoteen arteramente los repudios
públicos y privados, enérgicos todos, de los principales dirigentes
nacionalsocialistas a aquella jornada de desmanes y tropelías, que incluyen
declaraciones de Goebbels, Himmler, Hess y Frie-drich de Schaumburg; así como
órdenes expresas de reponer el orden y de castigar a los culpables, a cargo del
mismo Hitler, de Viktor Lútze, jefe de las S.A, y del precitado Goebbels, en su
famoso discurso de la madrugada del 10 de noviembre. Mentira es que se omita el
Protocolo del 16 de diciembre de 1938, firmado por el Ministro del Interior de Hitler,
Dr. Whilhelm Frick, repudiando tajantemente el criminal atropello, no sin analizar
seriamente sus reales motivaciones.

Mentira es que se hable de "7000 sinagogas destruidas", cuando no llegaron a 180,


a manos de una chusma incalificable, y de "30.000 judíos encarcelados en campos
de concentración", cuando 20.000 fueron los detenidos para su propia protección,
y liberados pocos días después de aquella demencia nocturna, según consta en el
Informe de R. Heydrich del 11 de noviembre de 1938, aceptado en el «juicio» de
Nüremberg.

Mentira canallesca, al fin, la que se asienta en el volante oficial de invitación a los


festejos, y según la cual "el mundo se mantuvo en silencio". En el mundo entero
no se habló de otra cosa que de la supuesta barbarie germana, consiguiéndose
ipso facto ventajosos acuerdos de emigración para los judíos alemanes hacia
Palestina, lo que se consumó ese mismo año 1938, con un número aproximado de
117.000 hebreos. El mismo Hitler envió a Hjalmar Schacht a Londres para que
gestionara la recepción de 150.000 judíos, mientras el presidente Roosevelt reunió
en Evianles-Baine a representantes de 32 ríáciones para organizar la preservación
de los hebreos.

Se movilizaron por la causa judía más de 1500 diarios en 165 países, como bien lo
relata Salvador Borrego. Hasta tal punto que -con razón pudo decir Schopenhauer-
"si se le pisa un pie a un judío en Francfort, toda la prensa, desde Moscú hasta San
Francisco, levanta vivas manifestaciones de dolor".

Los tres objetivos sionistas se habían cumplido con creces: la difamación sin
retorno del régimen nacionalsocialista, el principio del movimiento internacional
que llevaría a la caída del Tercer Reich, y el abandono de su supuesta tierra natal,
Alemania, de los israelitas allí
radicados, trazándose cuidadosamente el plan de ocupar Palestina. ¿A quién
benefició aquella noche de sangre y fuego? ¿Quiénes la armaron realmente, si los
más destacados jerarcas del Nacionalsocialismo se quejaron amargamente de la
misma y ordenaron su inmediato cese?
Somos católicos, y se nos crea o no, lo mismo da, nuestras espadas no se cruzan
por defender una ideología sobre la cual han recaído oportunas y sucesivas
reprobaciones pontificias. Pero por modestos y mellados que puedan estar
nuestros aceros, saldrán siempre en defensa de la verdad histórica, de los
vencidos de 1945, a quienes ningún alegato en su defensa se les permite. Y saldrán
siempre en repudio y en ataque de la criminalidad judaica, por cuyas víctimas, que
suman millones -sí, decenas de millones- no hay un solo obispo guapo que quiera
rezar un sencillo responso.

Capítulo 7

LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

El próximo lunes 9 de noviembre de 2009 la Iglesia de Santa Catalina de Siena, de


nuestra Ciudad de Buenos Aires, sufrirá un gravísimo agravio, como lo padeciera
la Catedral Metropolitana en años anterio¬res, ante las mismas circunstancias.
Para que el dolor resulte aún más lacerante, los primeros responsables de tamaña
profanación serán nuestros propios pasto¬res.

Se trata de una falsa celebración ritual que se ha vuelto pecaminosa e impune


costumbre. La Arquidió-cesis de Buenos Aires, por un lado, mediante su
Comi¬sión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso; y la tene¬brosa B'Nai B'rith
por otro, co-celebrarán una 'liturgia de conmemoración" en el "un nuevo
aniversario de la No-che de los Cristales Rotos".

Tamaño oficio religioso -según lo anuncia regu¬larmente la invitación oficial de


rigor- suma, además, los auspicios y las adhesiones de una diversidad de
instituciones judaicas, unidas todas con la jerarquía católica nativa para "honrar y
recordar" a las víctimas de "los nazis" que "en la noche del 9 de noviembre de 1938,
profanaron y destruyeron más de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron
a 30.000judíos en cam¬pos de concentración [saqueando] negocios y empresas".

El convite oficial correspondiente al 2009, por su parte, agrega que el episodio


recordado "significó el inicio de la Shoa [...] que llevó a la muerte a más de seis
millones de judíos, entre ellos un millón y medio de niños" (Cfr.AICA, 3-XI-09); esto
es, el mito completo y canonizado, presentado con la misma categorización
dogmática de siempre, contra las más elementales reglas de la estadística
demográfica objetiva.
El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una
abominación que clama al cielo [...]
Mentiras múltiples, por un lado, decíamos. Pero abominación que clama al cielo,
por otra. Y esto es lo más desconsolador, porque peor que la falsificación del
pasado es la falsificación de la Fe. Lo primero es oficialismo historiográfico y
puede tener el remedio del buen revisionismo. Lo segundo es la entronización
del Anticristo y sólo hallará el remedio definitivo con la Parusía.

En efecto; nada les importa a los obispos que las entidades judaicas con las que
se unirán en esta parodia litúrgica, tengan un amplio y ruinoso historial de
militancia anticatólica. Nada les importa que la B'nai Brith sea sinónimo
documentado de malicia masónica, mafia mundial, ideologismo revolucionario y
plutocratismo expoliador y artero. Nada les importa si una de esas instituciones, el
Seminario Rabínico Latinoamericano, amén de su frondoso prontuario sionista y
marxista, ostente con insolencia el nombre público de Marshall Meyer, conocido y
castigado otrora por su flagrante inmoralidad.

Nada les importa que uno de los cocelebrantes de la parodia ritual, junto con el
inefable Padre Rafael Braun, sea el Rabino Alejandro Avruj, Director Ejecutivo de
Judaica, organización que se exhibe ostensiblemente "en red" junto con JAG
(Judíos Argentinos Gays) para propiciar públicamente las uniones "maritales"
entre degenerados (cfr. http://jagargentina. blogspot.com, y Agencia Judía
deNoticias, 30-6-08). Nada les importa a estos pastores devenidos en lobos, que
todas y cada una de estas entidades, hoy llamadas a una concelebración farisea y
endemoniada, hayan sido y sean la prueba palpable del odio a Cristo, a su
Santísima Madre y a la Argentina Católica.

LA HEREJÍA JUDEO-CRISTIANA

No; lo único que les importa es consolidar la herejía judeo-cristiana, convertirse en


sus acólitos y adalides, y exhibirse impúdicamente ante
la sociedad, no como maestros de la Verdad, crucificados por ella, sino como
garantes del pensamiento único, tramado en las logias y en las sinagogas.

Bergoglio el primero, y tras él sus diversos heresiarcas -más o menos activos o


pasivos, acoquinados o movedizos- no quieren ser piedra de escándalo ni signo
de contradicción, ni sal de la tierra y luz del mundo. Quieren ser funcionarios
potables a la corriente, empleados dóciles de la Revolución Mundial Anticristiana.

Dolorosamente hemos de acotar -como hijos sufrientes y perplejos de la Santa


Madre Iglesia- que en tal materia, el mal ejemplo llega de la misma Roma, desde
donde parten y se extienden las más innecesarias majaderías y adulaciones a los
deicidas. Empezando por la más grave de todas, cual es precisamente la de
exculparlos del crimen del deicidio, renunciando a su conversión.

Nuestro respeto es sincero y creciente por los tantos Natanaeles, en cuyos


corazones no hay dolo, según lo enseñara el Señor. Nuestra veneración es
mayúscula hacia aquellos que, como los gloriosos hermanos Lémann, Santa
Teresa Benedicta de la Cruz, el inmenso Eugenio Zolli, o nuestro cercano Jacobo
Fijman abandonaron las tinieblas para arrodillarse contritos -victoriosos en su
metanoia- ante la majestad de Cristo Rey.

Pero nuestra guerra teológica sigue siendo sin cuartel y declarada contra este
sincretismo indigno, ilegítimo y herético, cuyos fautores eclesiásticos -ya hueros
de todo temor de Dios y de toda genuina fe neotestamentaria- no trepidan en
ofrecerles a los enemigos de la Cruz uno de los templos más emblemáticos de la
Ciudad, otrora llamada de la Santísima Trinidad. Hospitalarios con los perversos
para celebrar la mentira, quede marcado para ellos el estigma irrefragable de
quienes traicionan el Altar del Dios Vivo y Verdadero.

DECÍRSELO EN LA CARA

En la Homilía pronunciada durante la Misa Arquidiocesana de Niños en el Parque


Roca, el pasado 24 de octubre de 2009, entre murgas y marionetas gigantes -según
la noticia oficial publicada en AICA-el Cardenal Primado, con esa facilidad ilimitada
que posee de aplebeyarlo todo, les dijo a los pequeños: "Nunca le saquen el cuero
a nadie. Si ustedes le tienen que decir algo a alguien, se lo dicen en la cara".

Se lo estamos diciendo en la cara, Eminencia, pero ¿qué es lo que no


comprende? ¿Qué no se puede cometer sacrilegio, que no se debe
homenajear una mentira, que no es posible la unidad de los opuestos y la coyunda
con los enemigos de la Cruz, que no se debe permitir la concelebración de un ritual
mendaz entre un modernista cripto judío y un hebreo promotor de la contranatura,
que es inadmisible profanar un antiguo templo porteño para cultivar la obsecuencia
con el poder judaico? ¿Cuánto más cara a cara tenemos que seguir proclamando
estas dolientes verdades para que sean inteligidas?

Con palabras eternas del Evangelio les llegue, a los intrusos del lunes 9 de
noviembre y a quienes les abren las puertas, la admonición jamás periclitada:
"¡Matasteis al Autor de la Vida, crucificasteis al Señor de la Gloria!".

Con palabras veraces seguiremos repitiendo lo que todos cobardemente callan: el


único holocausto de la historia, los tuvo a los judíos por victimarios y a Nuestro
Señor Jesucristo por Víctima inmolada.

Con palabras de Santa Catalina de Siena -la dueña de casa del Convento que
profanarán estos malditos- repetiremos en alta voz: "Gracias, gracias sean dadas al
Dios Soberano y Eterno, que nos ha colocado en el campo de batalla para luchar
como valientes caballeros por Su Esposa, con el escudo de la Santa Fe".

Con palabras del martirologio seguiremos proclamando: Cristo Vence, Cristo


Reina Cristo Impera. ¡Viva Cristo Rey!

Capítulo 8

DOBLE Y SILENCIADA AFRENTA

El pasado 12 de diciembre de 2009, cuando la Cristiandad celebra el día de


Nuestra Señora de Guadalupe, la plana mayor de la masonería vernácula -esto es,
de la Sinagoga de Satanás, según impericlitable sentencia de León XIII- presidida
por un sujeto que dice responder al nombre de Sergio Nunes, ingresó a la
Catedral de Buenos Aires para rendirle homenaje, según se dijo, al Gral. José de
San Martín.
De acuerdo con la información proporcionada por los mismos interesados
fue la «primera vez en la historia [que] un grupo de
masones ingresó en la Catedral, en un hecho [... ] casi sin antecedentes en el
mundo». «Con traje oscuro», «reencontrándose como hermanos», con «todas las
manos en el corazón», aquellos invasores escucharon el «breve discurso» de
Nunes o Nones, y tras celebrar la memoria de quien consideran «el más ilustre
iniciado», se retiraron del lugar para seguir con sus estropicios ordinarios (cfr.
Justo y postergado homenaje, en Símbolo -net, n.69, diciembre de 2007.
Publicación digital de la Secretaría de Prensa de Gran Logia de la Argentina de
Libres y Aceptados Masones).

La gravedad notoria y pública del sacrilegio, obliga a las siguientes


consideraciones:
1.- Son responsables de esta grotesca profanación las autoridades religiosas
naturalmente a cargo de custodiar el templo mayor de la Ciudad, quienes en vez de
impedirles el acceso a los siniestros y condenados sectarios, les franquearon las
puertas con complicidad manifiesta y escandaloso beneplácito. Es responsable el
Cardenal Primado, Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio; el Nuncio
Apostólico, y todos aquellos miembros de la Jerarquía que, por acción u omisión,
han consentido o callado frente a tan provocador atropello.

2.- Todavía rige la condena terminante a la masonería, firmada al menos en dos


ocasiones, de puño y letra, por el actual Pontífice Benedicto XVI, entonces
Cardenal Ratzinger, cuando el 17 de febrero de 1981 primero, y el 26 de noviembre
de 1983 después, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que lo tenía
por Prefecto, ratificó no sólo la incompatibilidad entre catolicismo y masonería,
sino la pena de excomunión prevista para quien tenga inserción en tan nefasta
conjura. Rige asimismo el canon 1374, que 'establece condignos castigos a los que
prestan su concurso a cualquier «asociación que maquina contra la Iglesia»; y el
canon 1376 que señala similares penas a «quien profana una cosa sagrada». Caben
estos drásticos sayos no primeramente a los inmundos enmandilados, que son
enemigos visibles y explícitos de la Fe, sino a todos aquellos que, por razón de su
ministerio, deberían proteger a la Cruz y se comportan en cambio como coautores
de su vejamen.

3.- No es la primera vez en estos tiempos recientes, que nos toca presenciar con
dolor el ultraje de algunos de nuestros más venerados templos. Sólo al pasar, y
recordando lo sucedido en los meses postrimeros de este año que se esfuma,
apuntamos los penosísimos episodios de la Basílica de Lujan, de San Francisco, de
San. Ignacio, de la Santa Cruz o de San Patricio. En un caso fue cedido el altar
mayor como podio proselitista a la infame dupla de los Kirchner y sus
secuaces; en otro el espacio sacro todo, como solaz para un grupo de estólidos
que conforman un club privado; en otros la parroquia entera como escenario y
emblema del odio marxista presidido por las Madres, las Abuelas, los Hijos y
cuanta parentela homicida y depredadora ejerce hoy poder en la patria estaqueada;
y en otro caso, el de nuestro templo más antiguo, como tinglado cabalístico para
alimentar la mentira judaica del holocausto.

4.- Muchas y crueles profanaciones de sus espacios sagrados ha padecido la


Santa Madre Iglesia en veinte largos siglos. Pero es el nuestro un caso
desdichadamente único, de templos que son entregados por los propios
pastores a las hordas marxistas, a las bandas talmúdicas, a las logias
masónicas y a las bacanales del mundo.

En tiempos heroicos, los obispos morían mártires junto a sus sacerdotes y


feligreses, para impedir la horrenda blasfemia. Ahora, andan compitiendo
presurosos para recibir los halagos de los peores verdugos de la Fe. En tierras
sojuzgadas por el comunismo, creció en estatura y en bizarría el legendario
Cardenal de Hierro. Aquí, cuando los acomodados clérigos se entregan
ostensiblemente a la masonería -como lo hizo a la vista de todos Estanislao
Karlic, el 12 de abril de 2000- los nombran Cardenales.

5.- El Gral. José de San Martín no fue «el más ilustre iniciado» de sus
endemoniadas filas, como fementidamente repiten los trespunteados agentes.

Sobran las pruebas para demostrar que los masones fueron sus pertinaces
enemigos, dentro y fuera del país; para demostrar que los caudillos federales -con
sus pendones altivos que gritaban ¡Religión o Muerte!-fueron en cambio sus
camaradas y amigos. Para probar, en suma, que el hombre que persiguió con vara
implacable a los masones, haciéndolos hocicar y rendir, fue el heredero de su
sable corvo, y el destinatario de los mayores elogios. «Los pueblos» -le escribió
San Martín a Quiroga el 20 de diciembre de 1834-«están en estado de agitación
contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes de agentes secretos
de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda
Europa».

Una doble profanación se ha consumado, aunque entre la una y la otra haya una
distancia que sabemos calibrar. A Dios y a la Patria, a los Santos y a los Héroes, a
la Cruz y a la Espada, al Sagrario y al Soldado, al Altar y a la Historia.
iTal vez quede en esta tierra yerma alguna guardia de granaderos desvelados,
leales a la misión que se les impuso de tutelar los restos del procer en la Catedral
de Santa María de los Buenos Aires. Si así fuera, bueno sería que en la próxima
ocasión desalojaran a mandoblazos limpios a estos apatridas y amorales,
usurpadores insolentes de la Casa del Padre. Y aplicaran contra ellos el merecido
castigo previsto por el Libertador para «todo aquel que blasfemare el nombre de
Dios y el de su adorable Madre», como rezaba el artículo primero del Código de
Deberes militares y penas para sus infractores.

Por si alguien lo ha olvidado, el tal castigo suponía la mordaza primero y la


horadación de la lengua después, con un hierro al rojo vivo. Tanta rudeza,
explicaba San Martín, para que la patria no resultase «abrigadora de crímenes».

MUESTRARIO DE INFIDELIDADES

Capítulo 9

SEPULCROS BLANQUEADOS

La impostura oficial, abocada a glorificar a los guerrilleros marxistas que le


declararon la Guerra Revolucionaria a la Argentina con el apoyo internacional de
varios Estados Terroristas, desde el cubano hasta el soviético, ha recibido el
pasado Martes Santo de 2009 una nueva bendición del Cardenal Bergoglio. El
Martes Santo, para que la profanación fuera completa. Cuando el centro de toda
contemplación y de toda conducta cristiana, no debía ser otro sino el misterio de la
inminente resurrección; cuando las lecturas del día remitían al profeta Isaías
definiendo la vocación del siervo de Dios como el oficio de ser luz para las
naciones (Isaías, 49, 1- 6); cuando la tierra se prepara para el sepulcro y el cielo
para la gloria, el Cardenal y los suyos celebraron la memoria de quienes se
alistaron con el ateísmo.

Fue en San Patricio, más que parroquia -como la de la Santa Cruz, como tantas
otras- verdadero museo de la propaganda anticatólica y antro de agitación
irreligiosa. Aguantadero de tenebrosas organizaciones, podio de fariseos, teatro
de la amnesia, vidriera de la malaventurada progresía.

La verdad es muy distinta a la versión amañada que dan gobierno y clerecía.


Angelelli, Mujica, las monjas francesas o los palotinos, integrantes todos de la
nómina de "mártires" que el Cardenal
considera beatificables si no canonizables, eran activos militantes de las bandas
terroristas, traidores consumados a Cristo y a la Iglesia. Compañeros de ruta,
socios y cómplices de los innúmeros crímenes cometidos por los rojos;
desembozados o agazapados miembros de los forajidos pelotones de erpianos y
montoneros. Ellos mismos lo han testimoniado con desparpajo y abundancia de
pruebas. Ellos mismos, sabiéndose impunes y poderosos, han reivindicado las
sangrientas trapisondas. Como lo hiciera en el 2000 Ernesto Jauretche,
precisamente en relación con el papel de los palotinos. Ésta es la verdad, se
busquen para encubrirla o edulcorarla los eufemismos que se buscaren.

Sin embargo, para tales apóstatas abundan los homenajes "litúrgicos", los
servicios interreligiosos, las "misas" ecuménicas, los santuarios con votivas
lumbres, las trágicas parodias rituales de un sincretismo atroz, en el que
convergen judíos, masones, herejes y vulgares patanes. Todo suma a la
alucinación colectiva de una feligresía errática a la que le han trastrocado el
sentido más hondo de la vida martirial.

Para el montonero Jorge Taiana, actual Canciller, el Cardenal Bergoglio y sus


acólitos tienen pronta la preocupación por sus presuntos padecimientos en
tiempos de la "dictadura". Para sus víctimas inocentes, el mutismo, la
desaprensión y el olvido. Para el protervo Telerman, Jefe de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, las visitas de cortesía y los recíprocos augurios. Para quienes
padecen su gestión, desde los tiempos de Aníbal Ibarra, edificada en el apoyo a la
cultura de la muerte, la contranatura, la subversión y la blasfemia, no hay
pastorales tan caritativas ni beneplácitos efusivos.

La tenida de San. Patricio no sólo fue una fiesta de la nueva y ficta historia oficial.
Fue casi -porque el paralelismo es inevitable- la sombría consolidación de lo que
en las negras horas de la Rusia leninista se dio en llamar Iglesia Renovada, con el
traidor Alexander Vedensky a la cabeza; esto es, una asamblea dócil y funcional a
los requerimientos del bolchevismo. La Iglesia deja de ser así "la basura"
identificable con "la dictadura", poniéndose del lado de los marxistas, y llorando
con ellos los comunes muertos de una guerra inicua que supieron librar codo a
codo. Los sepulcros de los demonios se blanquean. Quienes lo hacen posible se
convierten en sepulcros blanqueados. Ya se sabe qué dijo de ellos el Señor.

El miserable de Kirchner conoce bien los trucos. Por eso asiste a estas funciones
de "su" iglesia católica, como asistió ayer a los sacrilegios del sodomita
Maccarone, o a la toma de posesión del oficialista
Monseñor Romanín o a los despliegues canallescos del Padre "Pocho" Brizuela. La
Iglesia Renovada es ahora, para Kirchner, su nueva madre y maestra. Y ella, como
una barca invertida y desleal, lo recibe en su seno, le da la mano y lo acoge con
holgura. Navegan en bajamar o en aquerónticas aguas. Con esta "iglesia", claro, no
miente al decir que "nunca tuvo problemas".

Pero en la patria hubo católicos a quienes, por odio a la Fe, mató arteramente la
guerrilla marxista. La misma a la que sirvieron los palotinos, las monjas francesas,
Angelelli y Mujica. Católicos cabales, asesinados por ser testigos valientes de la
Cruz. Católicos como Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Católicos
como tantos humildes soldados o policías, abatidos a mansalva, sin tiempo a
veces para musitar una oración. Católicos como los guerreros de Tucumán, que
portaban escapularios en sus pechos y ataban el rosario al caño del fusil.

¿Qué Misa celebró públicamente por ellos, Cardenal Bergoglio? ¿Qué llanto
derramó por sus memorias, qué consuelo para sus deudos, que confortación para
sus familiares, qué homenaje visible y orgulloso tributó en el altar para sus
conductas de combatientes de Dios y de la Patria? ¿Qué santuario alberga sus
restos y ante ellos su responso y su homenaje? ¿Qué proceso de beatificación
promueve o acompaña Usted, para quienes por luchar por el Amor de los Amores,
mató el odio desalmado y oscuro? ¿Qué secreta lista de mártires integran estos
gloriosos caídos para que ninguno de sus nombres egregios resuenen entre los
muros posesos del templo de San. Patricio? Al final era cierto. Existe él Evangelio
de Judas. Pero no es un apócrifo de la gnóstica secta cainista. Es una triste
realidad que parece escribir a diario la Jerarquía nativa.

Caídos en la guerra justa contra el marxismo: primero por sus almas hemos
elevado esta Semana Santa nuestras más encendidas plegarias. Y no habrá
pastor medroso ni gobernante crápula que puedan impedir que lleguen,
piadosas e invictas, ante el Dios de los Ejércitos.

Caídos en la guerra justa contra el marxismo: a la diestra del Padre, donde no


llegan las felonías del clero ni las crueldades de los resentidos, descansen en
paz. Caídos en la guerra justa contra el marxismo: ¡Presentes!

Capítulo 10
MARICONES CON O SIN "MATRIMONIO"

"Los que son más aparejados para huir que no para luchar, más vale verlos en
los escuadrones de los contrarios que en los nuestros"
Jenofonte, Anábasis, III, 2,17.

Cuando hacia fines del año 2009 el imbécil de Mauricio Macri decidió aprobar la
parodia siniestra del «matrimonio» homosexual, Bergoglio se le quejó invocando
las leyes positivas, según las cuales, tal acto no debería haberse consumado, y el
Jefe de la Ciudad Autónoma debería haber apelado legalmente para evitar la
irregularidad reglamentaria.
La declaración bergogliana o badogliana -lo mismo da- no pasaba el terreno del
positivismo jurídico. Nada de invocaciones al Decálogo, a la Sacra Escritura, a la
Verdad Revelada, a la Ley Divina o al Magisterio intangible de la Iglesia. Nada de
excomuniones ni de confrontaciones celestes. Nada de invocar los derechos de
Dios y los deberes de los supuestos bautizados. Nada de recuerdos
comprometedores como los de Sodoma y Gomorra, ni de inoportunos textos
paulinos mandando al infierno a los sodomitas. Todo medido y prolijito dentro del
presunto orden constitucional. Lo que se dice una queja liberal y democrática; y
limitada a Macri, claro. Porque los Kirchner son propulsores explíctos de esta
depravación, pero para ellos no ha llegado aún ni este suave tironcito de orejas
clerical.

A pesar de la evidente y calculada pusilanimidad de la reacción eclesiástica,


algunos católicos vieron poco menos que una epopeya en la declaración del
Primado. Como la Fundación Komar y su Centro de Estudios Sabiduría Cristiana
que, el 1-12 -2009, en la página 7 de La Nación, sacaron una solicitada en la que se
«agradece y apoya incondicionalmente la posición firme y clara de nuestro
Arzobispo». ¿Cuál es la posición firme y clara? ¿No haberse atrevido a actuar
como Cardenal Primado de la Verdadera Iglesia, sino como un moderado
jurisconsulto iuspositivista? ¿Cuál es la posición firme y clara? ¿No blandir el
báculo para asentarlo con vigor viril en las testas putoides de estos aberrantes
funcionarios?

Pocos días después, a Página 12 se le obstruían sus carótidas, por disciplina


partidaria; y reventando como sapo, una de sus habituales cretinas inventaba una
conspiración nazifascista contra el «matrimonio gay», de la que Cabildo era el eje
y el motor (Cfr. Página 12, 5-12-09, La InquiSSición). Como en la tal
«conspiración» quedaba involucrado el abogado Pedro Javier María Andereggen,
tres días
después, su amigo judío Ricardo Miguel Tobal, en La Nación del 8-12-09, p. 5,
sacaba también una solicitada. Para aclarar que Andereggen «no pertenecía a
grupos de ideología nazi-fascista», y que él, «como integrante de la colectividad
judía argentina» daba «público testimonio [...] del respeto por parte del nombrado
y de su familia -reconocidamente católicos- a las tradiciones religiosas judías en
ocasión de asistir a actos de ese culto, de su fraternidad social con numerosos
miembros de la colectividad, del carácter republicano y democrático de sus
opiniones políticas, y de su condena y dolor moral por la Shoá».

Evidentemente los que piden casarse entre sí no son los únicos maricones
de esta trágica historia.
Pero hay más. En la misma línea medrosa, el pasado 25 de febrero de 2010,
Bergoglio volvió a emitir un nuevo Comunicado reprobando la negativa de Macri a
impugnar la contranatura.
Entonces, Eduardo Rafael Carrasco, Director del Programa Padres de Familia y
con nutrida trayectoria en la lucha por la Cultura de la Vida, dio a conocer una
didáctica Declaración que nos place reproducir:
Coméntanos al comunicado del Arzobispado de Buenos Aires del 25-02-10

1.- Argumentación

El comunicado se atiene estrictamente a la legislación civil, partiendo:


a) de que la legislación argentina reconoce el matrimonio como integrado por un
hombre y una mujer; b) y asimismo, como así es entendido desde épocas
ancestrales, su reafirmación no implica discriminación alguna; c) en conclusión, el
Poder Ejecutivo de la CABA tiene la obligación de apelar el fallo.

2.- Observaciones particulares

El razonamiento presenta fallos para la mentalidad actual, severamente acosada


por la ideología del género. Veamos: a) Defender el matrimonio apoyándose en
una ley civiles sumamente débil, pues esa ley puede -y va camino a- ser
modificada por otra, presentada como más acorde a los tiempos presentes; b) que
rija el matrimonio convencional desde la prehistoria, es otro motivo más para
alterar la institución, puesto que la ideología del género en boga imagina la
historia como una lucha de clases derivada del abuso masculino, que requiere
ejercer su dominio en esa institución; c) plantear la obligación del Poder Ejecutivo
sería relativo, pues
argumentarán que fue votado para gobernar sin presiones y
respetando la voluntad popular.
3.- Reflexiones generales

a) Omitir la invocación constitucional a Dios, fuente de toda razón y justicia,


debilita toda la argumentación, regalando el uso de la autoridad que la propia Carta
Magna confiere. Sin duda la sociedad espera razones religiosas directas de una
autoridad religiosa. Para el caso, oír de los ministros de la Iglesia la interpretación
de qué es lo que Dios quiere al respecto, y qué nos dice indirectamente la
naturaleza creada por Él; b) los argumentos jurídicos servirían de respaldo
adicional, ya que incumben principalmente a las instituciones competentes en el
tema, como podrían ser los colegios públicos de abogados, y ajenos a toda
confesión religiosa; c) no hay en el comunicado una sola referencia al derecho
natural, como fundamento insoslayable de la ley positiva; d) ¿No hay advertencias y
sanciones para los católicos que eludan su responsabilidad ante estos hechos?»

Fieles a nuestra antigua consigna, celebramos que alguien diga la Verdad.


Deploramos que no sea el Cardenal Primado, e instamos a quienes tengan un
resto de amor por la veracidad que dejen de urdir la fábula de Bergoglio como el
gran impugnador del Gobierno. Ambos son funcionales entre sí, y los dos lo son
al reino de la mentira.

Capítulo 11

EL MAL COMBATE

El conflicto con él homosexualismo

En un inteligente Ensayo sobre Chesterton, Gustavo Corcao ha distinguido entre


combate y conflicto. El primero corresponde a los admirables tiempos medievales
y es propio de los caballeros, que bregan por la defensa armada de la Verdad
desarmada. No necesariamente con unas armas corpóreas o metálicas -siempre
bienvenidas en la justiciera lid- pero sí necesariamente con un arsenal viril, de
hombres antes dispuestos a batirse que a rendirse. El conflicto en cambio, es lo
propio del sujeto moderno. Se alimenta de negociaciones, debates, dudas,
retrocesos, discrepancias y avenencias. Su heráldica es la del civilizado disenso,
mientras el
blasón del combate es la sangre martirial trasegada en desigual torneo.

Así las diferencias, era lógico que los obispos tuviesen conflictos con el
homosexualismo desatado, y en particular con el abyecto propósito kirchnerista de
legalizar los apareamientos contranatura, considerándolos "matrimonios".
Conflictos propios de espíritus pacifistas, racionales, discutidores; permeables al
diálogo y abiertos a las disidencias. ¡Que a nadie se le ocurra andar pidiendo la
pena de muerte para los sodomitas, Levitico en ristre, como osó hacerlo el Rabino
Samuel Levin! ¡Qué a nadie se le ocurra asimismo solicitar el castigo fatal para los
gomorritas, como se aplica aún hoy en Afganistán, Irán, Mauritania o Yemen,
países mahometanos! ¡Que a nadie se le ocurra tampoco andar mentando los
textos del fundamentalista Pablo de Tarso, según los cuales, es el infierno lo que
les aguarda a los promotores y ejecutores del festín horrendo contra el Orden
Natural!

Conflictos sí; combates no: tal la consigna de los pastores y de su


arrebañada grey.
Por distintas fuentes nunca desmentidas -y por una de la que hemos tenido
directa constatación- se supo que en este conflicto Monseñor Bergoglio propuso
una salida a la altura de sus antecedentes.
Consistía la misma en acordar la legalización de la llamada "unión civil", como
supuesto mal menor preferible al mal mayor del "matrimonio igualitario". Para eso
contaba con la opusdeísta Liliana Negre de Alonso, y con otras figuras
mamarrachescas del catolicismo oficial -altos pretes incluidos- políticamente
correctos y tributarios del pensamiento único. Pacifistas como son, a tales
"católicos" y a su Cardenal Primado, la batalla sin cuartel y acaso cruenta les
parecía una desmesura. Lo razonable era amortizar el conflicto con algún paliativo
que no dejara vencedores ni derrotados. Las "uniones civiles" -tan comprensivas,
tan sin máculas de antañonas discriminaciones- eran un encantador remedio.

No analizaremos ahora la falacia del llamado mal menor en política1, ni creemos


pertinente aclarar que tanto clama al cielo que dos invertidos se acoplen

Lo hemos hecho profusamente en Antonio Caponnetto: La per-versión


democrática, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 1998, p. 228 -265. bajo una ley que
los declare civilmente unidos, o bajo otra que, por vía de cruel sarcasmo,
denomine al acople con el título de matrimonio. Ambas realidades son ultrajantes
y vejatorias, y en mejores tiempos,
por ofensa a Dios muchísimo menor que ésta, los pastores fieles hubiesen
calzado clámide, moharra y gorguera. Bajo cualquier denominación o instituto,
legalizar la mancebía promiscua de un par de seres depravados, es un pecado
enorme y escandaloso.
Sin embargo, sea por la furia maloliente de los Kirchner contra todo lo que lleve el
signo de la Iglesia; sea por el grueso equívoco mediático de suponerlo al Cardenal
en la primera línea de fuego contra el Gobierno; sea por las nutridas movilizaciones
provinciales en pro de la familia, o por la presión de varias declaraciones
episcopales, más en consonancia con el rechazo vigoroso de Benedicto XVI a la
cultura de la muerte, lo cierto es que Monseñor Bergoglio abandonó
temporariamente su medianía en la materia, tuvo una misteriosa epojé en su
ininterrumpida heterodoxia, y dio a luz una misiva "A las monjas carmelitas de
Buenos Aires", fechada el 22 de junio de 2010.

La carta no empardará a las Pónticas de Ovidio ni las Epístolas de Eustacio de


Tesalónica, pero es redondamente buena, tanto de criterio como de contenido y de
espíritu. Y dice cosas gratamente disonantes con el magisterio irenista de Su
Eminencia. Dice, por ejemplo, que la iniciativa oficial del "matrimonio homosexual"
es "la pretensión destructiva del Plan de Dios". Que "no se trata de un mero
proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento), sino de una 'movida' del padre de
la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios". Que es una
manifestación de "la envidia del Demonio", quien "arteramente pretende destruir la
imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y
dominar la tierra".

Dice además, para nuestro inusitado regocijo, que "hoy, la patria", ante "el
encantamiento de tantos sofismas con que se busca justificar este proyecto de ley"
[del matrimonio homosexual], necesita el auxilio del "Espíritu de Verdad", del
"Espíritu Santo, que ponga la luz en medio de las tinieblas del error". Al fin, y al
modo de un encomiable corolario, la carta termina pidiendo el apoyo sobrenatural
de la Sagrada Familia, para que sus miembros "nos socorran, defiendan y
acompañen en esta guerra de Dios" y en "esta lucha por la Patria".

Era demasiado. Demasiado por donde se lo mire, gíitar este manojo de verdades
rotundas y dar un puñetazo en la infausta mesa del diálogo para hablar, siquiera
una vez, el lenguaje inequívoco de las definiciones tajantes. Era demasiado y el
mundo no le perdonó al Cardenal que rompiera su alianza con él, aunque fuera
circunstancialmente y por fugaces momentos. En esta ocasión, incluso, el Centro
de Estudios Sabiduría Cristiana, no sacó ninguna
solicitada apoyando "incondicionalmente la posición firme y clara de nuestro
Arzobispo".
Llovieron las críticas feroces, a cual más indignas e ignorantes. Llovieron
asimismo las justificaciones y las corteses reconvenciones de los católicos bien-
pensantes, la una más inaudita que la otra; y no faltaron los intentos por exculpar
al Cardenal de tan insólita exaltación de ortodoxia, haciendo recaer "las culpas"
del "exceso" a las presiones de cierta línea eclesial demasiado romanista.

El mismo Monseñor Antonio Marino -a quien tenemos por un hombre de bien, y


que se prodigó en esfuerzos para que los senadores no votaran la ley del
homosexualismo "conyugal"- interrogado por Sergio Rubín, en el Clarín del
domingo 18 de julio de 2010, acerca de si no fue "contraproducente para la Iglesia
que Bergoglio dijera que estaba el diablo tras la iniciativa" [del matrimonio
homosexual], en vez de trompear al desubicado con palabras contundentes, dio la
siguiente y desconcertante respuesta: "El Cardenal se dirigía a las monjas
contemplativas. No me parece que deba estar prohibido emplear el lenguaje de la
Biblia, sobre todo para hablar con religiosas". Una traducción penosa pero no falaz
de las palabras de Monseñor, podría ser la que sigue: "Caballeros, no sean duros
con el Cardenal. Ustedes saben cómo son las monjas, creen en el demonio y todo
eso. Además se trata del lenguaje de la Biblia, con sus simbolismos como el
diablo, el infierno, etc. Sean comprensivos. Si no se hubiera dirigido a las monjitas,
el Cardenal hubiera usado otras palabras".

Sin embargo, quien se llevó las palmas de la interpretación de la misiva


bergogliana, fue la mismísima Cristina Kirchner. El 12 de julio, desde Pekín, le dijo
a los medios: "Este discurso [el de Bergoglio] es agre¬sivo y descalificador. Sobre
todo proveniente de aquellos que deberían instar a la paz, la tolerancia, la
diversidad y el diálogo, o por lo menos eso es lo que siempre dijeron en sus
documentos".
Director del DEPLAI, la principal institución oficial de la Iglesia que tomó bajo
su responsabilidad la organización de aquel olvidable encuentro en el
Congreso.
La carta está fechada el 5 de julio de 2010, y circuló masivamente por los medios,
entre otras cosas, porque el destinatario de la misma vivió por esos días su propia
novela de Wilde, sólo que la importancia era ahora la de llamarse Justo y resultar
portavoz de La Iglesia Infiel
Tres afirmaciones erróneas enhebra el Cardenal en su misiva.
-Dice la primera: "Sé, porque me lo has expresado, que no será un acto contra
nadie, dado que no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo
distinto [...] En una convivencia social es necesaria la aceptación de las
diferencias".
1 El vicio nefando hecho política de Estado, práctica impúdica y ariete político
expreso contra el Catolicismo, no puede ser reducido eufemísticamente a "un
pensar y sentir de modo distinto". Debe ser juzgado moralmente, y condenado de
modo enérgico y ejemplar todo aquel que lo practique con inverecundia, lo
promueva con estulticia, lo difunda obscenamente y lo convierta en herramienta
explícita para enfrentarse con la autoridad de la Iglesia. El acto, pues, debió ser
planteado, y de un modo vigoroso, como una sacra batalla contra todos aquellos
que, desde el Gobierno y la partidocracia, consumaron la profanación del
matrimonio y legalizaron la contranatura. ¿Por qué no habría de ser "un acto contra
nadie", si los enemigos que ocupan el poder desembozadamente nos persiguen y
atacan, expresando de manera formal que buscan la destrucción del Orden
Cristiano y la entronización de una nueva "construcción social y cultural", tal como
lo enunció Cristina Kirchner? ¿Por qué ha de quedar anulado el agere contra
ignaciano, si no sólo estamos ante nuestras propias tendencias pecaminosas, sino
ante el intento homicida de hacer del pecado una ley para toda la sociedad? ¿Por
qué es necesaria la aceptación de las diferencias, cuando las mismas no brotan de
la naturaleza sino de la ideología del género, lanzada aviesamente al mercado de
fórmulas gramscianas para destruir la ley natural? ¿Por qué se nos pide la renuncia
a la confrontación, si los adversarios que tenemos a la vista, no lo son de nuestra
persona privada sino de las personas públicas de la Iglesia y la Nación Argentina?
¿Qué inconmensurable taradez ha llevado a pensar que el Régimen torcería su
rumbo desquiciado ante el chocarrero amontonamiento de adminículos color
naranja?

-La segunda afirmación errónea dice: "la aprobación del proyecto de ley en ciernes
significaría un real y grave retroceso antropológico [...] Distinguir no es discriminar
sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar.
En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad
cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas
fundamentales".

No debemos apelar a las categorías mendaces del mundo moderno, ni pagar


tributo a la semántica amañada del enemigo. La ley del matrimonio homosexual no
es mala porque signifique "un retroceso antropológico". Podría significarlo y
constituir un gran bien. Por ejemplo, si ese retroceso significara rescatar el
concepto creatural del
hombre, hecho a imagen y a semejanza del Creador, o la antigua y olvidada
noción antropológica del horno transfigurationis que surge del mismo Evangelio
(Jn.3, 1-21)
Tampoco debemos seguir aceptando la mentira de la discriminación
como un acto intrínsecamente malvado, cuando miles de veces se ha
aclarado -desde la lingüística, el derecho, la gnoseología, la
psicología, la lógica y la moral- que discriminar es un acto
perfectamente legitimo y necesario toda vez que significa distinguir,
separar, discernir, examinar, diferenciar o vislumbrar con entera
justicia y completa lucidez. Contrariamente a lo que dice Bergoglio
-usando su neoparla de contemporización con el mundo- distinguir es
discriminar, valorar con propiedad es discriminar, diferenciar para
discernir es discriminar. Y esta triple discriminación es buena, justa,
encomiable, aprobada por Dios y por los hombres de buena voluntad.

"En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad


cultural y social", la contradicción de los homosexuales y sus padrinos no
consiste, como cree Bergoglio, en "minimizar las diferencias humanas
fundamentales"; sino -y ésta es la aberración de la cultura de la muerte- en
otorgarle derechos y leyes a aquellas diferencias que brotan de la violación
intencional de la ley natural y de la ley divina.

Además, siempre corresponderá preguntarse, como lo han hecho los últimos


Pontífices con insistencia, cuál es la conveniencia de poner "énfasis en la riqueza
del pluralismo y la diversidad", cuando a la vista de tal énfasis convertido en
imposición coactiva, no es la Verdad la que ha salido gananciosa sino la que ha
sido vilmente conculcada. El 21 de julio de 1974, en un Mensaje dirigido al
Congreso Nacional de las Asociaciones de Padres de los Alumnos de la Enseñanza
Libre Francesa, el Papa Paulo VI pedía proponer las enseñanzas de Jesucristo,
como una necesidad perentoria, "que se deja sentir hoy más que nunca en un
mundo pluralista, a menudo secularizado, que duda sobre sus razones de vivir". Y
en su Alocución del 24 de abril de 2004, Benedicto XVI, ante el evidente e
insoslayable retrato de una sociedad diversa y plural, insistía en tener en cuenta
que a todas las herencias culturales, por respetables que resulten, hay que
"purificarlas de aquellas prácticas que son contrarias al Evangelio".

Pero Monseñor Bergoglio compra el paquete entero de la cultura moderna y


revolucionaria: lo bueno es no volver al pasado, no discriminar, promover el
pluralismo, la diversidad y la convivencia de los opuestos. Los Kirchner ya pueden
dormir sin sobresaltos. Otra vez
el Cardenal habla el lenguaje del siglo XXI. El paréntesis católico ha durado lo
que un suspiro.
-La tercera afirmación errónea de Bergoglio dice: "Te encargo que, de parte de
Ustedes, tanto en el lenguaje como en el corazón, no haya muestras de
agresividad ni de violencia hacia ningún hermano. Los cristianos actuamos como
servidores de una verdad y no como sus dueños. Ruego al Señor que, con su
mansedumbre, esa mansedumbre que nos pide a todos nosotros, los acompañe en
el acto".
Hemos escrito un libro entero para refutar esta desmovilizante zoncera; y si el
lector tuvo la paciencia de acompañarnos hasta aquí, sabrá que se trata de "El
deber cristiano de la lucha", y que contó en su momento con una encendida
felicitación del mismo Monseñor Bergoglio2.

Repasemos apenas un par de líneas básicas del asunto: a) Ni la agresividad ni la


violencia son malas per se; b) El prójimo es mi hermano en tanto reconozca a Dios
como Padre; c) Nosotros no somos los dueños de la Verdad, pero somos los hijos
del Dueño, y por lo tanto, nada inconveniente hay en actuar como un hijo celoso
que custodia un bien del que se es propietario por legítima herencia; d) Los
mansos que resultarán bienaventurados, con la promesa de poseer la tierra; esto
es, la vida eterna, no son los pacifistas que responden los misiles con flores, y la
inmundicia sodomítica con arrumacos pietistas, sino los soldados probados,
veteranos y diestros en la guerra de Dios y en la lucha por la Patria. Contiendas
ambas a cuya participación instaba el mismo Cardenal en su carta a las Carmelitas.

Acaso sea el momento de que Monseñor Bergoglio repase la arrumbada Parábola


de las Minas -parábola parusíaca de la creatividad, la llamó Castellani- en la cual
dice tajantemente el Señor: "En cuanto a mis enemigos, los que no han querido que
yo reinase sobre ellos, tráedlos aquí y degolladlos en mi presencia" (Le. 19, 27).
Explicando la durísima sentencia, afirma el Crisóstomo que "es evidente que el
Padre y el Hijo hacen una misma cosa; porque el Padre envía

2 Cfr. El capítulo 5 de la segunda parte de la presente obra.


un ejército a su viña, y el Hijo hace matar en su presencia a los enemigos"
(cfr. Santo Tomás, Catena Áurea, Lc.XIX, 11-27).
No le pedimos a Su Eminencia ninguna exégesis comprometedora de las
temibles perícopas, pero al menos podía dejarse de desparramar ternezas y
mansedumbres a granel.
Y si no es mucho pedir, podía dejar de sostener -como lo ha hecho in fine en la
carta a Carbajales-que "los únicos privilegiados son los niños". Porque la frase,
amén de su discutible validez conceptual y endeblez política, no corresponde al
Salterio, claro, después del Laúdate pueri Dominum, sino a un hombre cuyas
contribuciones a la moral sexual en la sociedad no se cuentan precisamente entre
las más edificantes.

Por lo pronto, su segunda esposa no ocultó jamás su amistad


acrisolada con el sodomita Paco Jamandreu. Y si es cierto que a Pavón
Pereyra, Perón le manifestó su desagrado porque en Inglaterra "el
homosexualismo es una cosa legal", no es menos cierto que el
empresario Mario Rotundo sostiene ante quien quiera escucharlo que,
en las conversaciones que tuviera con Juan Domingo en el exilio, a
principios de la década del '70, para escribir sus propias Memorias, el
General "estaba a favor del matrimonio de personas del mismo sexo,
por una cuestión de respeto al ser humano e igualdad ante la ley"
(http://www.laarena.com.ar/el_paissolo_se_vota ra
por_matrimonio_homosexual-50021-l 13.html). Asimismo, y que
sepamos, las autoridades del Partido Peronista no han impedido que
exista y que actúe pública y activamente la Agrupación Nacional Putos
Peronistas (cfr.http://putosperonistas.blogspot.com/) -con perdón de
las palabras- cuyos miembros reivindican expresamente el ideario del
líder justicialista.

Escatologías históricas al margen, quede registrada esta nueva y desoladora


deserción del Cardenal Primado. Con el agravante de haber dicho la verdad -sabrá
Dios si por convicción o por conveniencia- y de haberla contradicho a las pocas
horas, mientras se oía en lontananza, entrecortado y lúgubre, el canto de algo que
semejaba un gallo neotestamentario.

Capítulo 12
BODAS DE INFIERNO

La falacia del constructivismo sexual

En 1967, un par de gemelos univitelinos, varones ambos, fueron llevados al


Hospital de Winnipeg, Canadá, cuando tenían ocho meses de edad. El propósito
de esa visita -corregir una fimosis en los niños-terminó en un drama altamente
ejemplificador.
Uno de los gemelos, como consecuencia de una falla técnica en el electro
bisturí, acabó con su órgano sexual destruido.
Ante la comprensible desesperación, los padres acudieron al Dr. John Money,
entonces un afamado psicólogo neozelandés del Hospital John Hopkins de
Baltimore. Money era el director de una clínica especializada en trastornos
sexuales y, lo que es más importante, era uno de los principales mentores y
promotores de la teoría del género. Su teoría -la misma que prevalece hoy- es que
la sexualidad no depende del orden natural sino que se construye y se elige.

Tenía Money la triste pero fabulosa ocasión de probar su postura, pues nunca
antes había caído en sus manos un caso así. Alguien nacido varón con un testigo
casi clonado, su hermano gemelo, de que genéticamente pertenecía al sexo
masculino. El mundo científico quedó expectante del caso. Lo mismo se diga del
"lobby gay", siempre presuroso por contar con la ciencia para justificar sus
perversiones.
El niño fue castrado, se le practicaron las primeras intervenciones para dotarlo
de un órgano sexual femenino y comenzó a ser criado como mujer. Sin
embargo, su rechazo por la figura de Money, que supervisaba la horrible
mutación, fue siempre total y en aumento. Igualmente sucedió con la familia
del niño, cuyos padecimientos psicológicos, morales y espirituales causaron
gravísimas perturbaciones.

En mayo de 1978, entrando el niño en la pubertad, Money intentó una nueva


intervención quirúrgica, para la que había estado preparando artificialmente el
cuerpo del paciente mediante la ingesta de determinadas drogas. A la par que, en
cada foro científico del que participaba, exhibía su caso como trofeo del éxito de
su perspectiva del género.

El niño se resistió por la fuerza a ser operado. Todo en su ser, en su naturaleza,


sentía un inmenso rechazo por lo que le estaban haciendo. Apareció entonces,
providencialmente, la Dra. Mckenty, quien no sólo
se puso del lado del niño, sino que le planteó a sus padres la urgente necesidad
de que le contaran su verdadera historia, hasta entonces desconocida por la
víctima.
Conocida la verdad, no sin sobresaltos, como se comprende, el niño decidió
reasumir la identidad masculina que le había sido criminalmente negada. Se
bautizó y eligió el significativo nombre de David, en alusión a su lucha desigual y
solitaria contra el enorme mal que lo acosaba.

Un equipo de la BBC de Londres siguió el caso de cerca con serios


enjuiciamientos de la inconducta del Dr. Money, cuya mendacidad e
inescrupulosidad fueron quedando en evidencia. Mucho tuvo que ver en este
desenmascaramiento del degenerado sexólogo, la presencia del Dr. Milton
Diamond, quien comprendió -por sentido común y por su propia ciencia médica-
que se estaba ante una aberración.
David encaró del mejor modo posible la ardua pero gozosa tarea de reconstituir la
natura que le habían negado. Profundamente religioso, le pidió a Dios la gracia de
poder ser un buen padre y un buen esposo. Ayudado en el legítimo empeño por su
familia, y de un modo muy especial por su hermano gemelo, el 22 de septiembre de
1990, a los
23 años, contrajo matrimonio con Jane, una joven de 25 años, en una iglesia de
Winnipeg.
Dio un paso más. Decidido a refutar testimonialmente la insensata perspectiva del
género, y siempre con el respaldo de su familia, se puso en contacto con el
escritor John Colapinto, a efectos de que su historia fuera conocida por todos. El
resultado fue el libro As notare made him. The boy who was raised as a girl, New
York, Harper Colins, 2001, de 289 páginas.

La reacción heroica y el drama conmovedor de David Reiner -se suicidó en el 2004,


y un poco antes lo había hecho su hermano- sólo permiten extraer un par de
conclusiones rotundas, y todas ellas sustentadas en ese inapelable veredicto de la
empiria y de las ciencias duras, que suelen ser las únicas creencias de los
progresistas promotores del homosexualismo.

-Existe el orden natural. Su negación es demencia, malicia, ceguera ideológica o


todo ello combinado. La naturaleza es siempre la naturaleza, y aunque se la expulse
por la fuerza, también por la fuerza sabe volver por sus fueros, porque es
inderogable. Fue Horacio, un poeta pagano del siglo primero antes de Cristo, quien
supo decirlo taxativamente: "Expulsa a la naturaleza a golpes de horca; ella,
porfiada, retornará, e indomable, sin que tú lo sientas, destruirá los hábitos
desdeñosos" (Epístolas, I, 10,v.24-25).
-La perspectiva del género es una vulgar mistificación, para encubrir con ropajes
pseudocientíficos lo que no puede llamarse sino como siempre se llamó:
antinaturaleza. No existen sino dos sexos, y si hoy se pueden "construir" otros,
como se pueden construir otras "familias", ello no prueba que el "constructo
sociocultural" sea válido o deseable; prueba únicamente el grado de
descomposición al que se ha llegado. Las nuevas alternativas "nupciales" o
parentales, no demuestran los beneficios del relativismo ético. Diagnostican el
triunfo de la consigna leninista: la putrefacción es el laboratorio de la vida. Si el
engendro de Frankestein, en vez de permitirnos deducir que es aborrecible el
amontonamiento de carnes para dar vida a una realidad monstruosa, nos lleva a
sostener la licitud y la posibilidad de una antropología frankesteiniana, pues
entonces habrá que prever para los "constructores" de la nueva humanidad
relativista, el mismo destino que soportó el mítico creador de aquel monstruo
horripilante.

EL ODIO AL MATRIMONIO

Pero más allá del mortificante caso de David Reiner -que paradójicamente no
esgrimen nunca los que apelan al emocionalismo para justificar las coyundas
invertidas- hay otras conclusiones que queremos dejar asentadas, sin ánimo de
exhaustividad.
l.-Los argumentos en pro del matrimonio contranatura -amén de pecar todos ellos
contra la estructura lógica del pensamiento- poseen el común denominador de la
hipocresía. De una hipocresía mucho peor de la que los homosexuales atribuyen
como un tópico a la sociedad tradicional que los "condena y victimiza". Algo
similar al fariseísmo que denunciaba Chesterton en "La superstición del divorcio",
cuando decía que los divorcistas no creen en el matrimonio, pero a la vez creen
tanto que desean poder casarse una infinidad de veces.

Si los homosexuales fueran coherentes e inteligentes, no deberían haber


reclamado jamás el matrimonio. Lo que condice con sus prácticas y con sus
ideas es el apareamiento transitorio, sucesivo o simultáneo, hedonista y
soluble, sin vestigio alguno del institucionalismo burgués. El matrimonio, en
cambio, es una institución de Orden Natural, anclado en aquellas categorías
tradicionales que los mismos sodomitas dicen rechazar. Pedir
matrimonio homosexual es pedir anarquía ordenada, caos conservador, delito
virtuoso, desgobierno gobernado y subversión subordinada a la autoridad
instituida. No piden matrimonio los homosexuales porque crean en él. Lo piden
porque lo odian y porque saben que, asumiéndolo ellos, es el modo más vil de
destruirlo.
2.-Las respuestas que suelen darse al conjunto de argumentaciones
homosexuales, no suelen ser satisfactorias, incluyendo, en primer lugar, la de la
mayoría de los obispos. Y esto no únicamente porque se quedan en el plano del
derecho positivo, sino porque no se atreven a enfrentarse con los sodomitas,
empezando por acusarlos pública y enfáticamente de falsarios y de mentirosos
contumaces, como acabamos de hacerlo.

La prédica insana a favor de la indiscriminación, del igualitarismo, de la


solidaridad, de la cultura del encuentro, y otras tantas naderías que ellos mismos
han inculcado entre los fieles, les impide ahora reconocer en este proyecto
homosexual la acción de un enemigo declarado y contumaz de la Verdad. Porque
hablemos claro: no estamos aquí ante un caso desgarrador de una o más personas
con tendencias e inclinaciones desordenadas que bregan por enderezarse y que,
en ese caso, merecerían nuestra conmiseración, ayuda y respeto. Estamos ante
una explícita embestida de la Internacional del Vicio contra el Orden Natural y el
Orden Sobrenatural, movida prioritariamente por odio a Dios. "No a Dios. Ateísmo
es libertad", levantaron como consigna los homosexuales, reunidos sacrilegamente
en la Plaza de San Pedro, el 1° de agosto de 2003.

Esta parálisis frente a los depravados, esta incapacidad para llamarlos por sus
verdaderos nombres, debilita todas las respuestas. Monseñor Arancedo -y es
apenas un caso delirante entre muchos más- ha dicho seriamente que "no se está
en contra de que las personas del mismo sexo quieran convivir y tengan los
mismos derechos sucesorios" (La Nación, 18-7-2010, p. 27), sin mentar aquí los
exabruptos nauseabundos de Alessio, Farinello et caterva, a quienes nunca
alcanzan los castigos rotundos, efectivos, se-verísimos, irrecusables y ejemplares
que sus gravísimas infamias deberían dar lugar.

Se repite hasta la saciedad, por ejemplo, que no se trata de estar en contra de la


noble igualdad, de la sacra indiscriminación y de los derechos humanos. Cuando
es exactamente al revés. No somos iguales que los protervos. No hay forma alguna
de igualar el bien con el mal. El pecado no puede tener ningún derecho ni
convertirse en ley, y siempre será acertado discriminar justísimamente, para que
nadie se atreva a llamar matrimonio a su caricatura agraviante y soez.
Ningún respeto nos merecen quienes bre-gan por la contranaturaleza. Llegue para
ellos, contrariamente, la manifestación clara de nuestro repudio, de nuestro
desprecio y de nuestra mayor repugnancia.
3.-La existencia del Orden Natural no está sujeta a la opinión de las mayorías, ni a
las discusiones parlamentarias, ni a las tramoyas sufragistas. Es un error seguir el
juego democrático, que hoy instala como tema dominante el "matrimonio"
sodomítico y mañana las coyundas con animales o con cadáveres. Es el error de
las reacciones de quienes están insertos en el sistema, y creen en él. Entonces
nos convierten en sujetos dependientes de las maquinaciones enemigas. Hoy nos
obligan a discutir si se pueden casar dos hombres. Mañana si se puede seguir
creyendo en Dios.

La democracia es una forma ilegítima de gobierno. Es, en rigor, la


contranaturaleza llevada a la política.
Y tanta es la perversión ingénita que la caracteriza, que ahora puede votar a favor
de una aberración moral o determinar, por el cuántico procedimiento de la mitad
más uno que, a partir de este momento, les asiste a dos seres disolutos el derecho
de casarse y de adoptar hijos.
Nuestra respuesta no puede ser la de demostrar que los homosexuales son una
minoría. Ni la de fabricar mayorías postizas, aglomerando a los católicos con las
histriónicas sectas evangelistas o con los truhanes del protestantismo. Tampoco
la de pedirle a los indignos senadores que tengan a bien recapacitar y no legalicen
el amancebamiento de los emponzoñados.

Nuestra respuesta consistirá en señalar la ilevantable culpabilidad histórica que le


cabe a la democracia por permitir el agravio más infame a la familia argentina que
se haya pergeñado hasta hoy. ¡Malditos sean los tres poderes políticos, sus
miembros y la partidocracia que los prohija, malditos sean los Kirchner y sus
secuaces, oficialistas y opositores en tropel, toda vez que del rejunte de sus actos
inicuos se ha seguido la profanación del verdadero hogar! ¡Malditos sean ante Dios,
ante la Historia y ante las generaciones pasadas, presentes y futuras de patriotas
honrados! Todo cuanto legisle este régimen ominoso lleva el sello de la insanable
nulidad e ilicitud. Se pueda o no enmendar mañana el insensato estropicio de esta
tiranía, todo católico y argentino bien nacido está obligado a rebelarse activamente
contra la ley injusta.

Aclarémoslo una vez más de la mano de Aristóteles. El que pregunta si la nieve es


blanca no merece respuesta. Merece un castigo porque ha perdido el sentido de lo
obvio. Merece la reacción punitiva porque ha
degradado a sabiendas el sentido común. Merece la trompeadura justiciera por
tergiversar adrede el significado de las palabras, sabiendo que al hacerlo, está
ofendiendo al mismísimo Verbo de Dios. Por eso, ante la guerra semántica, que
adultera los significados, veja el Logos, calumnia los nombres y desacraliza la
palabra, nosotros no tenemos nada que debatir. Que debatan los opinólogos de la
democracia. Cuando se ofende a Dios y a su Divina Ley, la discusión es algo en lo
que no creemos; y lo que creemos no está sujeto a discusión. Apliquemos al caso,
nuevamente, las enseñanzas de San Jerónimo citadas por el Aquinate (S.Th, III, q.
16, art. 8, r): "con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras,
para que no dé la impresión de que favorecemos su error".

4.-El demonio es el gran negador del misterio nupcial, recuerda y resume


magistralmente Alberto Caturelli en su obra "Dos, una sola carne" (Buenos Aires,
Gladius, 2005). "El demonio odió (y odia) a Dios en el hombre porque es imagen
del Verbo y, desde el principio odia al hombre. Si el hombre es varón- varona, y la
sexualidad pertenece a la imagen; si la unidualidad logra su plenitud en la unión
conyugal, el demonio quiere, desde el principio, la desunión y la muerte del amor
conyugal. Después de la Redención, odiará inconmensurablemente más el
misterio nupcial por ser copia de la unión esponsal del Verbo Encarnado y la
Iglesia. Desde el principio, el demonio odia la unión conyugal: él será el gran
Negador, el gran Homicida y el gran Separador".

Y por eso, concluye Caturelli, que en "la red del odio teológico [contra la familia]
que cubre el mundo", la homosexualidad reclamante de "matrimonios" e "hijos"
cumple "un ritual tenebroso de profanación de lo sagrado". "Los acoplamientos
homosexuales en todas sus formas no son ni pueden ser jamás 'uniones':
constituyen una agresión gravísima al orden natural y una profanación nefanda del
cuerpo humano como tal y del misterio nupcial".

He aquí el fondo último de la cuestión que hoy nos estremece y consterna. El fondo
teológico, religioso y metafísico. Esta propuesta del "matrimonio homosexual" no
es otra cosa, no puede serlo, más que una expresión demoníaca en el sentido más
estricto, ajustado y pertinente de la palabra. Va de suyo que si los católicos y sus
pastores no se atreven a llamar mentirosos, depravados y pecadores a los
militantes de la homosexualidad, mucho menos se atreverán a llamarlos demonios.
Pero eso es lo que son, guste o disguste, y tengan estas líneas el alcance que
tengan.
Quienes autodenominándose católicos propusieron, promulgaron, apoyaron o
votaron la ley del "matrimonio homosexual", deben ser excomulgados. De la
presidenta para abajo, todos ellos. No lo decimos por entender de cánones, que no
es nuestro oficio. Tampoco lo decimos porque creamos que a los presuntos
destinatarios de la sanción los perturbe recibirla. Lo decimos para salvar el honor
de la Fe Católica. Para que tomen nota los buenos creyentes, de que no pueden
seguir llamándose miembros de la Iglesia los que han cometido contra la ley de
Dios un acto público de hideputez extrema. La Santa Sede, a su vez, debería
expulsar ya mismo al embajador argentino en el Vaticano. No -repetimos porque
consideremos la hipótesis de que pueda importarles el castigo diplomático a los
promotores de la contranatura. Si no para que el mundo entero tome debida nota de
que no se puede profanar impunemente a la Iglesia. En todas estas gestiones -
excomunión y ruptura de relaciones- debería estar empeñado el Cardenal Primado,
con todas sus fuerzas. Lamentablemente no parece suceder así.

Nacimos en La Argentina. Tierra de varones y de mujeres dignos. Tierra de


antepasados viriles; de esposas, madres, hermanos, viudas, padres, cada quien
cumpliendo su vocación de hombre y de mujer, asignada por el Autor de la
naturaleza. Cada quien aceptando gozosamente su identidad, sus límites, su
necesidad de ayuda y de complemento, de amor y de comprensión recíproca.

Nacimos en La Argentina. Una nación con cálido nombre femenino,


masculinamente fecundada y labrada a lo largo de los siglos.
Nacimos en La Argentina. No queremos morir en Sodoma. Queremos, como DIOS
manda, defender en la PATRIA el verdadero HOGAR.
Ante el “mea culpa” que, con motivo del Jubileo, ha entonado la Jerarquía de la
Iglesia parece oportuno y a la vez honesto formular tres aclaraciones. Todas las
cuales -necesarias en sí mismas- se vuelven perentorias por el agravante de la
horrenda e intencional falsificación llevada a cabo desde algunos medios de
comunicación, o el silencio que, en otros casos, ha lastimado tanto como la
tergiversación. Por eso es necesario resaltar:

1) Lo bueno que se dijo y que se ha ocultado por los medios


2) Lo que se dijo y con amor filial nos preocupa

3) Lo que, respetuosamente, quisiéramos que se hubiera dicho

1) Lo bueno que se dijo y que se ha ocultado por los medios

-“La Iglesia, desde siempre, ha sabido discernir las infidelidades de sus hijos (…)
La Iglesia es también maestra cuando pide al Señor perdón” (monseñor Piero
Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, 7 -3-2000, con
ocasión de explicar el alcance de la celebración litúrgica pontificia del mea culpa
del 12 de marzo)

-“Es importante recalcar que (Memoria y Reconciliación: la Iglesia y las culpas del
pasado) se trata de un documento de la Comisión Teológica Internacional. Esto no
significa que sea un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de
la Fe. No es por tanto, un texto de la Santa Sede y mucho menos del Papa. El
mismo Cardenal Ratzinger, al presentarlo esta mañana, explicó que con este texto
la Iglesia no pretende erigirse en juez del pasado, ni encerrarse de manera
pesimista en sus propios pecados” (Comunicado de la Comisión Teológica
Internacional, Agencia Zenit, 7-3-2000)

-“El documento (Memoria y Reconciliación…etc) no es más que el resultado de un


grupo de teólogos (…) Cuando se habla del pasado de la Iglesia, se cuentan
muchas cosas que, con frecuencia, son calumnias, mitos. La verdad histórica es la
primera exigencia” (Padre Georges Cottier, Secretario de la Comisión Teológica
Internacional, autora del texto, 8-3-2000)

-“La Iglesia del presente no puede constituirse como un tribunal que sentencia
sobre el pasado. La Iglesia no puede y no debe expresar la arrogancia del
presente (…) El protestantismo ha creado una nueva historiografía de la Iglesia
con el objetivo de demostrar que no sólo está manchada por el pecado, sino que
está totalmente corrompida y destruida (…) La situación se agravó con las
acusaciones de la Ilustración, que desde Voltaire hasta Niezstche, ven en la
Iglesia el
gran mal de la humanidad que lleva consigo toda la culpa que destruye el progreso
(…) Necesariamente hubo de surgir una historigrafía católica contrapuesta para
demostrar que , a pesar de los pecados, la Iglesia sigue siendo la Iglesia de los
santos: la Santa Iglesia (…) No se pueden cerrar los ojos ante todo el bien que la
Iglesia ha hecho en estos últimos dos siglos devastados por las crueldades de los
ateísmos” (Cardenal Joseph Ratzinger, 7-3 -2000, con ocasión de presentar en la
Sala de Prensa de la Santa Sede, el documento Memoria y Reconciliación…)

-“La confessio peccati, sostenida e iluminada por la fe en la Verdad que libera y


salva (confessio fidei), se convierte en confessio laudis dirigida a Dios, en cuya
sola presencia es posible reconocer las culpas del pasado y las del presente (…)
Este ofrecimiento de perdón aparece particularmente significativo si se piensa en
tantas persecuciones como los cristianos han sufrido a lo largo de la historia”
(Memoria y Reconciliación, Introducción)

-“La dificultad que se perfila es la de definir las culpas pasadas, a causa sobretodo
del juicio histórico que esto exige, ya que en lo acontecido se ha de distinguir
siempre la responsabilidad o la culpa atribuibles a los miembros de la Iglesia en
cuanto creyentes, de aquella referible a la sociedad (…) o de las estructuras de
poder(…) Una hermenéutica histórica es, por tanto, necesaria más que nunca, para
hacer una distinción adecuada entre la acción de la Iglesia (…) y la acción de la
sociedad (…) Es justo por otra parte, que la Iglesia contribuya a modificar
imágenes de sí falsas e inaceptables, especialmente en los campos en los que, por
ignorancia o por mala fe, algunos sectores de opinión se complacen en
identificarla con el oscurantismo y la intolerancia” (Memoria y Reconciliación, 1, 4)

-“¿Se puede hacer pesar sobre la conciencia actual una “culpa” vinculada a
fenómenos históricos irrepetibles, como las Cruzadas o la Inquisición? ¿No es
demasiado fácil juzgar a los protagonistas del pasado con la conciencia actual,
como hacen escribas y fariseos, según Mt. 23, 29-32…? (Memoria y
Reconciliación, 1, 4,)
-“(…)Es convicción de fe que la santidad es más fuerte que el pecado en cuanto
fruto de la gracia divina: ¡son su prueba luminosa las figuras de los santos,
reconocidos como modelos y ayuda para todos! Entre la gracia y el pecado no hay
un paralelismo, ni siquiera una especie de simetría o de relación dialéctica
(Memoria y Reconciliación, 3, 4)

-“Es necesario preguntarse: ¿qué es lo que realmente ha sucedido?, ¿qué es


exactamente lo que se ha dicho y hecho? Solamente cuando se ha ofrecido una
respuesta adecuada a estos interrogantes, como fruto de un juicio histórico
riguroso, podrá preguntarse si eso que ha sucedido, que se ha dicho o realizado,
puede ser interpretado como conforme o disconforme con el Evangelio (…) Hay
que evitar(…) una culpabilización indebida que se base en la atribución de
responsabilidades insostenibles desde el punto de vista histórico” (Memoria y
Reconciliación, 4).

-“Juan Pablo II ha afirmado respecto a la valoración histórico-teológica de la


actuación de la Inquisición: ‘El magisterio eclesial no puede evidentemente
proponerse la realización de un acto de naturaleza ética, como es la petición de
perdón, sin haberse informado previamente de un modo exacto acerca de la
situación de aquel tiempo. Ni siquiera puede tampoco apoyarse en las imágenes
del pasado transmitidas por la opinión pública, pues se encuentran a menudo
sobrecargadas por una emotividad pasional que impide una diagnosis serena y
objetiva (…) El primer paso debe consistir en interrogar a los historiadores, a los
cuales se les debe pedir que ofrezcan su ayuda para la reconstrucción más precisa
posible de los acontecimientos, de las costumbres, de las mentalidades de
entonces, a la luz del contexto histórico de la época” (Memoria y Reconciliación, 4)

-“Debe evitarse cualquier tipo de generalización. Cualquier posible


pronunciamiento en la actualidad debe quedar situado y debe ser producido por
los sujetos más directamente encausados(…) La Iglesia es propensa a desconfiar
de los juicios generalizados de absolución o de condena respecto a las diversas
épocas históricas. Confia la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta
reconstrucción cientifica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico…
(Memoria y Reconciliación, 4, 2)
-“(…) No caer en el resentimiento o en la autoflagelación, y llegar mas bien a la
confesión del Dios ‘cuya misericordia va de generación en generación’ ” (Memoria
y Reconciliación, 5, 1)

-“Nunca se puede olvidar el precio que tantos cristianos han pagado por su
fidelidad al Evangelio y al servicio del prójimo en la caridad” (Memoria y
Reconciliación, 6, 1)

-“Además, hay que evaluar la relación entre los beneficios espirituales y los
posibles costos de tales actos (de perdón) también teniendo en cuenta los acentos
indebidos que los ‘medios’ pueden dar a algunos aspectos de los
pronunciamientos eclesiales(…) Hay que subrayar que el destinatario de toda
posible petición de perdón es Dios (…) Se debe evitar(…) la puesta en marcha de
procesos de autoculpabilización indebida (Memoria y Reconciliación, 6, 2)

-“Lo que hay que evitar es que actos semejantes (los del perdón) sean
interpretados equivocadamente como confirmaciones de posibles prejuicios
respecto al cristianismo. Sería deseable por otra parte, que estos actos de
arrepentimiento estimulasen también a los fieles de otras religiones a reconocer las
culpas de su propio pasado (…) La historia de las religiones (no se refiere aquí a la
católica) está revestida de intolerancia, superstición, connivencia con poderes
injustos y negación de la dignidad y libertad de las conciencias” (Memoria y
Reconciliación, 6, 3)

-“Su petición de perdón (el de la Iglesia) no debe ser entendida como


( retractación de su historia bimilenaria, ciertamente rica en el terreno de
la caridad, de la cultura y de la santidad” (Memoria y Reconciliación,
Conclusión)

-“Se debe precisar el sujeto adecuado que debe pronunciarse respecto a culpas
pasadas (…) En esta perspectiva es oportuno tener en cuenta, al reconocer las
culpas pasadas e indicar los referentes actuales que mejor podrían hacerse cargo
de ellas, la distinción entre
magisterio y autoridad en la Iglesia: no todo acto de autoridad tiene valor de
magisterio, por lo que un comportamiento contrario al Evangelio, de una o más
personas revestidas de autoridad no lleva de por sí una implicación del carisma
magisterial (…) y no requiere por tanto ningún acto magisterial de reparación”
(Memoria y Reconciliación, 6, 2)

El católico al menos, tiene que saber entonces, que es falso que la Iglesia le haya
pedido perdón al mundo o a sus adversarios y no a Dios; que haya renunciado a su
pasado de glorias y triunfos de la Fe; que haya negado a sus santos y a sus héroes;
que haya aceptado las mentiras históricas elaboradas por sus difamadores y
detractores; que haya admitido las argumentaciones masónicas que la retratan
como oscurantista o inhumana, que haya condenado a las Cruzadas, a la
Inquisición, a la Evangelización o a la Conquista de América; que haya obviado
toda referencia a las persecuciones de que fue y es objeto y a los gravísimos
errores de los ateísmos y de las demás religiones. Es falso que este mea culpa sea
un nuevo dogma, una resolución ex catedra o una retractación del Magisterio. Es
falso incluso que toda palabra o conducta de una autoridad eclesial deba ser
tomada como docente, incluyendo las palabras y las conductas de los intérpretes o
aplicadores de este pedido de perdón. Todo esto y tantísimo más es falso, pero se
ha propalado desde los medios, desde ciertas cátedras seglares o religiosas y
desde las usinas de la intelligentzia, sin encontrar al menos el elemental correctivo
de remitirse a las fuentes.

2) Lo que se dijo y con amor filial nos preocupa

-Nos preocupa que se pida perdón cuando no se advierte culpa. La Iglesia, por
ejemplo, no es culpable de la división de los cristianos causada por la herejía
protestante, o por el accionar de otros tantos heresiarcas, antes y después de la
Reforma. No es culpable de los cismas, aunque una vez provocados alguien
pudiera señalarle actitudes aisladas poco caritativas. No es culpable del extravío
del paganismo, como la esclavitud o el menoscabo de las mujeres; ni de los
crímenes del capitalismo, como el abandono de los pobres o el desprecio por
necesitados; ni de las aberraciones del materialismo, como la supresión de los no
nacidos; ni de los atropellos del imperialismo, del neopaganismo y del sionismo,
como la persecución a razas y etnias, ni de las atrocidades del marxismo, como las
campañas
genocidas. No sólo no es culpable la Iglesia sino que es víctima, y en gran
medida por oponerse sistemáticamente con su testimonio a tan graves pecados.

-Nos preocupa que tras las disculpas por presuntas faltas de respeto a otras
culturas y creencias , se pueda justificar el salvajismo, el tribalismo y la idolatría,
cayendo en un relativismo cultural, religioso y ético que vuelve ilícita cualquier
tarea apostólica o inhibe todod fervor misionero o el obligado llamamiento a la
conversión. O que desacredite las grandes gestas evangelizadoras de la historia,
las hazañas de sus testigos, las epopeyas martiriales de sus guerreros santos.

-Nos preocupa que pueda sasociarse toda violencia con la negación del Evangelio;
cuando es un hecho que, tanto de las fuentes vétero y neotestamentarias surge la
legitimidad de una fortaleza armada al servicio de la Verdad desarmada. Este deber
cristiano de la lucha halla su fundamento y su necesidad tanto en las Escrituras
como en las enseñanzas patrísticas y escolásticas, tanto en las obras de los
grandes teólogos de todods los tiempos como en la mismísima hagiografía y en la
Cátedra bimilenaria de Pedro, hasta la actualidad y sin exclusiones.

-Nos preocupa que se les reproche a los católicos el poco esfuerzo “por remover
los obstáculos que impiden la unidad de los cristianos”, sin hacer referencia a la
única unidad posible y duradera cual es la que brota del arrepentimiento y de la
conversión de quienes están en el error, y de su consiguiente regreso a la Iglesia,
fuera de la cual no hay salvación, aún teniendo en cuenta los casos de ignorancia
invencible, ya que quien se salva, se salva dentro de la Iglesia.

-Nos preocupa que se imponga como criterio de autoacusación la falta de respeto


por la libertad de la conciencia individual, cuando el fundamento de la conciencia
no es la libertad sino el dictado de la sindéresis o recto sentido moral objetivo. Que
prevalezca asimismo la criteriología de los derechos humanos -su conculcación o
su respeto irrestricto como divisoria universal de aguas- sin tomar jamás expresa
distancia de la ideologización, desnaturalización, y manipulación que
se viene haciendo de esos derecchos desde el Iluminismo y hasta
pareciendo a veces que se coincide con tal perspectiva.

-Nos preocupa que para atemperar las hipotéticas faltas de la Iglesia en el pasado,
se cuestione la unión de lo temporal con lo espiritual durante “los siglos llamados
de cristiandad”; o que se aluda a los cambios de paradigmas situacionales en el
transcurso de los tiempos. Lo primero puede conducir a la convalidación del
secularismo, lo segundo a la adopción del historicismo.

-Nos preocupa que una vez reconocida la existencia de una historiografía facciosa,
alimentada por el odium Christi, se desaliente la apologética. Y que una vez
reconocidas igualmente, tanto la necesidad como la urgencia de la rigurosidad
cientifica en el terreno de los estudios del pasado, se omita toda mención a las
grandes obras y a los autores magistrales que ya han dilucidado períodos,
acontecimientos y actores justamentte vilipendiados. Incluyendo aquellos que han
tenido lugar en el transcurso del siglo XX.

-Nos preocupa que la jerarquía eclesiástica presente, eleve a los altares a quienes
entregaron su vida durante guerrras justas por la defensa del sentido cristiano de
sus respectivas patrias- verbigratia los Cristeros y los combatientes de la Cruzada
Española- y desapruebe a la vez “las formas de violencia ejercida en la represión y
corrección de los errores”. Tamaña paradoja podría dar pie a una visión pacifista,
ajena al espíritu de la doctrina católica, como al riesgoso equívoco de creer que el
bien se impone sin el esfuerzo y sin el sacrificio del buen combate.

-Nos preocupa que en la condena al nacionalsocialismo prevalezcan más esos


prejuicios de la opinión pública a los que sensatamente se alude en relación con
otros hechos pretéritos, antes que los juicios suscitados por la rigurosidad de los
estudios científicos, por negativos que pudieran resultar; o los tópicos de la
propaganda aliada antes que las claras y empinadas admoniciones de Pío XI en la
Mit brennender Sorge. Que no se tengan en cuenta las teorías anticristianas de sus
fundadores, ni ciertas prácticas anticatólicas de sus gestiones gubernamentales, ni
el martirio a que fueron sometidos, entre otros,
Santa Edith Stein o San Maximiliano Kolbe, sino la discutible cuestión de “la
shoah”, más próxima a la propaganda política de posguerra que a la verad
histórica, y más próxima también a la agitación proselitista de las izquierdas que a
la realidad de lo acontecido.

-Nos preocupa que aquella indiscutible condena al nacinalsocialismo, ya aludida,


no tenga su correlato en otra análoga a la intríseca perversidad comunista,
responsable de la muerte de cien millones de cristianos, ni a las sostenidas
acciones terroristas y a la justificación de la tortura sostenida desde el Estado
israelí. Que ningún perdón se les exija a aquellos judíos que fueron los principales
ideólogos o ejecutores del marxismo, o que ningún perdón se eleve por los
católicos cómplices de colaboracionismo comunista, ya por acción u omisión. Que
ninguna disculpa implique a los bautizados que, aún con rasgos jerárquicos
eclesiales, fueron compañeros de ruta de la guerrilla roja, responsable de tantas
muertes y desolaciones.

-Nos preocupa que se aluda a la hostilidad de numeroso cristianos hacia los


hebreos, cuando los textos religiosos basales del judaísmo están impregnados de
una estremecedora animadversión hacia los cristianos; cuando una gran parte
sustantiva y dolorosa de la Iglesia, es la historia de las maquinaciones hebreas
contra Ella.; cuando la documentación seria prueba la existencia de numerosos
casos de católicos víctimas de crímenes perpetrados por judíos, en tanto tales, y
por odio a la Fe de Jesucristo, cuyas víctimas han sido elevadas a los altares por la
Iglesia, desde San Esteban hasta Santo Dominguito del Val, San Simeón de Trento,
San Guillermo de Norwich o el santo Niño de la Guardia. Y cuando es un hecho
actual, notorio y visible por todos, el hostil desprecio y la vulgar agresión de cierta
jerarquía judía hacia el santo Padre, hacia su humilde pedido de perdón y hacia el
esfuerzo de su viaje apostólico al corazón de Israel. Sin que faltaran allí los
miembros del Jabad Lubavitch, que envueltos en el taledo y haciendo sonar el
shofar pidieron ritualmente su asesinato, ante la indiferencia de quienes debieron
reprobarlos enérgicamente.

-Nos preocupa al fin, que se hable del antisemitismo cristiano como factor
coadyuvante del antisemitismos nazi, y hasta del retaceo de la ayuda ante el
maltrato del que fueron objeto los judíos durante el Tercer Reich. No existe un
antisemitismo cristiano, sino una explicación cristiana del misterio de la
enemistad teológica de Israel;
y en el más doloroso de los casos, un conjunto de prevenciones dadas
oportunamente por la Iglesia para evitar los conflictos recíprocos. Existe en
cambio un anticristianismo judaico, teórico y práctico. que arrancó los primeros
gritos de dolor en el Nuevo Testamento: “¡Matásteis al Autor de la Vida!” (Hechos
3, 13 -15), “¡Crucificásteis al Señor de la Gloria!” (1 Cor. 2, 8). Existió un Pío XII que
se desveló por la suerte de los hijos de la Antigua Alianza, y no conocemos de la
existencia de ninguna autoridad rabínica equivalente que haya tomado como
propia la suerte de los cristianos asesinados en los gulags.

-Nos preocupa que en el legítimo afán de aliviar las heridas que pudieran haber
recibido los judíos durante su larga historia, se eche al olvido el drama teológico
que significó su defección y apostasía, del que nos habla San Pablo en los
capítulos noveno a undécimo de su Epístola a los Romanos, que se pase por alto el
drama mayor del deicidio, corroborado por el Señor cuando dijo “Sé que sois linaje
de Abraham, pero buscáis matarme, porque mi palabra no ha sido acogida por
vosotros” (Jn, 8, 37); y sobretodo, que se evite pronunciar cuidadosamente todo
deseo o reclamo de conversión a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Mesías.

-Nos preocupa en definitiva, que este pedido de perdón, imprudente de por sí,
torcido por los medios, malinterpretado por los pseudointelectuales con poder,
escamoteado en sus significaciones más nobles y capitalizado por innumerables
calumniadores de la Fe católica sin aclaraciones condignas y autorizadas,
instale artificialmente -para desconcierto de todos- la dialéctica de una Iglesia
pre- meaculpa y postmeaculpa, de consecuencias tan dañinas como otras
divisiones dialécticas ya probadas

3) Lo que, respetuosamente, quisiéramos que se hubiera dicho

No tenemos dudas de que en la Iglesia ha existido y existe el antitestimonio; de


que muchos de sus hijos – desde la autoridad o desde el llano- han sido y son
causa del pecado de escándalo; de que la memoria necesita purificarse de
semejantes vicios.
Hubiera sido oportuno en tal sentido hablar del proceso de autodemolición al que
se refiriera, denunciándolo, Paulo VI, cuyos responsables tienen nombres y
apellidos; de la tolerancia, cuando no de la aquiescencia para con ese “humo de
Satán” que se dejó entrar en el templo de Dios, según dolorosísima expresión del
precitado Pontífice; de las “verdaderas y propias herejías que se han propalado”,
tal como lo reconociera Juan Pablo II el 6 de febrerro de 1981, y en particular de
ese “conglomerado de todas las herejías”, como llamó San Pío X al modernismo,
así como de su sucesora, “la concepción que no se puede definir sino con el
término ambiguo de progresista (y que) no es ni cristiana ni católica” (Paulo VI,
mensaje a los católicos de Milán, 15-8-1963)

Hubiera sido oportuno pedir perdón por la desacralización de la liturgia, por la


profanación de tantas celebraciones eucarísticas, por el vaciamiento de los
Sagrados Textos, por la falsificación de la catequésis, por la adulteración de la
dogmática, por el escamoteo de la ascética, por la desnaturalización de la pastoral,
por el inmanentismo, el secularismo y y el horizontalismo en todos los terrenos que
han desarrollado muchos sacerdotes. Perdón por el falso ecumenismo y el
sincretismo, por el pluralismo ilimitado e irrestricto, por la protestatización de la
Misa, la marxistización de la teología, la cabalización de la Fe, el aseglaramiento de
los clérigos, la reconciliación con el “mundo”. Perdón por las ceremonias inter-
religiosas o pluriconfesionales en las que el Vicario de Cristo queda homologado
con los líderes de las falsas creencias, y el Dios Uno y Trino con los profetas
demasiado humanos de los cultos antiguos o modernos.

Hubiera sido oprtuno pedir perdón por los pastores medrosos, cómplices del
liberalismo y del comunismo; por los curas guerrilleros o agitadores
tercermundistas, por los obispos que confunden a su grey con palabras y hechos
que no son sino contemporizaciones con los enemigos de la Iglesia; por los que
ensayaron todos los errores filosóficos del siglo y se olvidaron de la filosofía
perenne; por los innovadores que terminaron siendo socios activos de la
Revolución; por los que llamaron renovación a la apostasía y traicionaron a
sabiendas la Tradición. Perdón por las deserciones en nombre del antitriunfalismo,
por el temporalismo, el activismo, y la malsana mundanización. Perdón por no
haber predicado explícita y contundentemente la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo.
Mas como no sea cosa que se crea que estos deseados pedidos de perdón
reconocen su punto de partida en los días posteriores al Concilio Vaticano II,
hubiera sido oportuno además, que se entonara un mea culpa especialmente
doloroso y trágico, por ese mal enorme y antiguo del fariseísmo que resume y
contiene a todos los otros, y que desde lejos viene corroyendo y afeando el Santo
Rostro de la Santa Madre Iglesia.

Hubiéramos deseado que se dijera -enfáticamente, con toda la energía y el ardor de


la caridad- que la Iglesia está acechada por dentro y por fuera, tal vez como no lo
estuvo nunca en su bimilenaria historia. Que semejante situación exige, por
supuesto, católicos capaces de reconocer sus verdaderas culpas y de pedir
humildemente perdón a Dios y al prójimo genuinamente ofendido. Católicos
penitentes y rezadores, con el sayo de los peregrinos contritos y suplicantes; pero
también y por lo mismo, católicos militantes, llenos de lucidez y de coraje, con la
armadura de los caballeros victoriosos, conscientes de que Cristo vuelve, de que
Cristo Vence, de que Cristo Reina e Impera. Y de que entonces, como lo dijera San
Pablo, “nadie será coronado, si no ha valientemente combatido”.

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