Toaz - Info Antonio Caponnetto La Iglesia Traicionada
Toaz - Info Antonio Caponnetto La Iglesia Traicionada
Toaz - Info Antonio Caponnetto La Iglesia Traicionada
PRIMERO-
Contiene este libro, por un lado, un retrato duro pero veraz, del Cardenal Jorge
Mario Bergoglio. El autor no vacila en calificarlo como un pastor infiel a la Iglesia
Católica. Mas llega a tan categórica conclusión con argumentos fundados y
solventes, tomados en su totalidad del mismo itinerario del obispo, de su actuación
pública llena de gravísimas heterodoxias, de sus declaraciones y conductas
nutridas de errores y duplicidades, y de funestas contemporizaciones con los
enemigos de la Fe Verdadera.
Son muchos los motivos -y se verán en estas páginas- por los cuales el Cardenal
Bergoglio puede y debe ser acusado de constituirse en un antitestimonio activo de
la Realeza de Jesucristo.
Pero la obra no se reduce a la descripción de éste u otros personajes análogos. Va
más allá, y a partir de lo que tales sujetos representan o encaman, emprende un
análisis de la actual situación de la Iglesia, sobre cuya crisis han dicho palabras
terminantes y severas voces tan autorizadas como las de los últimos Pontífices. El
Cardenal Ratzinger, por ejemplo, en el Via Crucis de 2005, poco antes de ser
ungido como Benedicto XVI, sostuvo que la Barca «hace aguas por todas partes».
Bueno sería entonces que todo el ímpetu se volcara a su rescate.
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"Os he escrito por carta, que no os juntéis con los for¬nicarios de este mundo, o
con los avaros, o con los la¬drones, o con los idólatras [...] Más bien os escribí que
no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué
razón tendría yo para juzgar a los que están fue¬ra? ¿No juzgáis vosotros a los que
están dentro? Por¬que a los que están fuera, Dios juzgará. ¡Quitad, pues, a ese
perverso de entre vosotros!"
LA IGLESIA TRAICIONADA
EL SACERDOCIO DE JUDAS
Capítulo Primero
De allí en más -y quien haya leído atentamente esta obra ya clásica podrá
corroborarlo- las páginas valientes y luminosas de Sacheri, se prodigan en
fundadas denuncias, en examinadas acusaciones y en legítimas protestas contra
quienes ajenos a la ortodoxia católica, se dedican a asediar a la Iglesia desde
adentro, corroyendo sus cimientos bajo las apariencias de ser sus servidores o
puntales. No detuvo su necesaria y doliente vivisección si de prominentes y
extraviados prelados se trataba. Mucho menos ante los clérigos revolucionarios,
objeto de los favores de ese mundo por el que Cristo no oró (Jn. 18, 36).
Desde este pórtico a su propio libro hasta su martirio, Carlos Alberto Sacheri siguió
declarando que la finalidad de sus denuncias no era otra que la de prestar un
servicio a esa venerable Verdad, procurando acabar con la horrenda confusión que
escandaliza a tantos fieles, y "reafirmar la unidad de Fe y de Caridad en la Iglesia
argentina". Como todo lo que hizo en su vida, este testigo privilegiado de la Cruz, lo
hizo pensando también en su patria terrena.
Tras las huellas de tan noble paradigma, que ratificó con su sangre cuanto
proclamaba desde los tejados, siempre nos será legítimo y recomendable a los
católicos argentinos, tratar de obrar del modo como él obró, salvando -lo
sabemos- las insalvables distancias.
Siempre será legítimo, reiteramos, señalar por amor a Jesucristo, a los
responsables del insidioso asedio, a los nuevos verdugos de Su pasión, a los
salteadores reptantes de la Barca, a los arteros agresores de la Esposa, tanto más
peligrosos si han alcanzado la condición de Pastores. O como en el caso que nos
ocupa, si se trata del Cardenal Primado de la Iglesia en la Argentina, Jorge Mario
Bergoglio.
En España, hacia el año 1998, bajo el sello editorial de Fuerza Nueva, lo tuvo que
hacer otro caballero sin miedo y sin tacha, dedicando un libro entero a responder
cada una de las barrabasadas del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Hablamos,
claro está, de Don Blas Pinar y de su "Réplica al Cardenal Tarancón".
LA OBLIGACIÓN DE HABLAR:
Ese fiel no está haciendo otra cosa más que cumplir con su deber,
exponiéndose para ello a padecer de los estultos, de los ciegos y de los
pusilánimes, ese desprecio al que aludíamos antes con el apotegma de San
Gregorio.
Hemos aprendido con el Cardenal Newman que, a los simples fieles,
precisamente en razón de su nombre -que de fidelitas proviene- les
corresponde una ineludible obligación, y tanto más en tiempos de
desventuras: "si saben de qué hablan, que hablen". El mutismo
-cuando la conculcación de la Verdad está en juego- es complicidad
con el pecado, si no pecado mismo de omisión.
El gran converso inglés, aludiendo expresamente y a modo de ejemplo, al papel
desempeñado por los laicos en la batalla contra el arrianismo, mientras la Jerarquía
claudicaba, no trepidó en llamar heroica a esa conducta laical aguerrida y lúcida.
Porque si hay un lamento constante que recorre la Biblia es el comportamiento del
Pastor desleal y felón. Y si hay un encomio que igualmente la traspasa, es para el
varón justo que puede blasonar sin destemplanza: "Mi boca dice la Verdad, pues
aborrezco los labios impíos" (Prov. 8, 7).
Por si hiciera falta glosar texto tan transparente y edificante, digamos que el
ejemplo de Don Pedro Megía es el que debe guiarnos en todo momento y lugar. "
Gesto de un laico vigoroso, con su Catecismo bien sabido; pero con el agregado
fundamental de que un santo ratificó su pública denuncia.
Porque ese es otro de los rodeos que suelen utilizar los impugnadores de quienes
nos hemos impuesto la carga de incriminar a la jerarquía traidora: aceptar que en
pasados tiempos así lo hicieron los santos, y que no caben reproches para ellos;
pero que al no ser santos al
presente carecemos de autoridad para hablar. ¡Cómo si quienes hablaron en su
momento -demandando, inculpando e imprecando - lo hubieran hecho en tanto
estatuas beatas colocadas sobre un ara, con fecha en el Santoral para su
veneración pública! ¡Cómo si Catalina o Atanasio, o Sofronio o Norberto hubieran
salido a pelear contra las autoridades eclesiásticas desviadas, no desde sus
respectivas vidas cotidianas, sino escapados de la hagiografía de algún
devocionario sulpiciano! ¡Cómo si el camino de santidad que ellos recorrieron, no
hubiera estado empedrado por la fortaleza con que tuvieron que lidiar contra los
pérfidos! Y cómo si, en el peor de los casos, nuestra inexistente santidad
demostrara, cual silogismo inexorable que, entonces, lo que decimos es mendaz.
San Pablo se consideraba un aborto, pero estando en juego la integridad de la Fe,
dice de la máxima jerarquía con la que tuvo que lidiar: "Le resistí cara a cara,
porque merecía represión" (Gal.2,11). Ventas, a cuoqumque dicitur, a Deo est.
¿Tanto cuesta recordarlo?
Digamos, al fin, para coronar esta primera aclaración, que fue el mismo Mons.
Bergoglio, en carta particular que nos remitiera el 14 de octubre de 1992, el que nos
proporcionó un sólido argumento para animarnos a esta reacción contra los
pastores embusteros. Expresa la misiva en su más saliente fragmento: "San
Cesáreo de Arles decía que los fieles tienen que ser - para con el obispo- lo que el
ternero a la vaca: así como el ternero le hociquea la ubre para que descienda la
leche, así los fieles deben golpear, hociquear, al obispo para que les dé la leche de
la divina sabiduría. Tenía razón el santo obispo. Y a mi humilde entender, la mejor
ayuda que un obispo puede tener de sus fieles es que no lo dejen tranquilo".
San Cesáreo, magnífico monje del siglo V, llegó a ser Obispo de su ciudad, sin
olvidar ni abandonar sus elevadas reglas monásticas. Y cuando le tocó defender
su ciudad natal, asediada por los francos, no le tembló el pulso para desbaratar
las maniobras arteras de de los judíos, dispuestos a cooperar con el poderoso
invasor. Sirvió, pues, a Dios y a la Patria.
Ocurre que así como están los que critican a los testigos cuando se atreven a
desmistificar a los falsarios, están también los maximalistas, los que piden siempre
dar un paso más extremo, acusando concretamente al Papa de estos malos
operarios; sea de prohijarlos, de no castigarlos a tiempo, o de no apartarlos del
cuidado de la grey. Según algunos de ellos, mientras no se declare que la Sede
está vacante, o que el Concilio Vaticano II en bloque debe ser arrojado al fuego,
toda protesta nuestra es incoherente e incompleta.
Tampoco nos alinearíamos entre los apologistas sin matices de los textos del
Concilio, pues bien nos consta que en algunos de ellos, como Nostra Aetate o
Dignitatis humanae, están presentes -de mínima- la riesgosa anfibología, y de
máxima, la confusión doctrinal
lisa y llana. Ni la luz invicta de Nicea, ni la univocidad indestructible del Syllábus,
ni el éxtasis de Efeso, ni la reciedumbre de Trento, informaron las páginas
pastorales de los documentos del Vaticano II.
Pero no podría decirse que, necesariamente, todo mal obispo es un fruto del
Concilio Vaticano II; hasta debería sostenerse con ecuanimidad que si se leen
atentamente las páginas del capitulo III de la Lumen Gentium sobre la Constitución
Jerárquica de la Iglesia, no es aquí donde podrán justificar sus tropelías los
mercenarios. Antes bien las encontrarán reprobadas en la línea de la tradición de-
la Iglesia. Porque algún día habrá que decir también todo lo que el Concilio
Vaticano II refrendó de la Iglesia de Siempre, y fue dejado de lado insensata y
aviesamente, con culpas graves para quienes así lo permitieron.
Tampoco creemos contarnos entre aquellos que San Francisco de Sales llamara
"los cortesanos del Papa", o simplemente ridículos papólatras. Cuando creímos
necesario hacer oír nuestra filial perplejidad y doliente estupor, ante enseñanzas o
actitudes de los últimos pontífices, lo hicimos. El Señor sabe con qué dolor)(con
qué responsabilidad y con qué respeto. Pero lo hicimos. La silla petrina, lo
sabemos, no está libre de culpas.
Mientras escribimos estas líneas, por ejemplo, ha visto la luz en España, bajo el
sello editorial Ojeda, un libro colectivo titulado "El obispo Williamson y el otro
negacionismo". Contiene dos capítulos de nuestra autoría en los que objetamos la
explícita y nefasta judaización a la que se ha llegado en Roma, refrendada y
alentada lamentablemente por el mismo Santo Padre actualmente reinante. Y
hemos sentido pesadumbre cuando en el n° 52 de la revista Diálogo, del año 2010,
el Padre Muñoz Iturrieta, del Instituto del Verbo Encarnado, reseñando sin acuidad
suficiente una obra de Rubén Calderón Bouchet, llamó a Juan Pablo II "el Papa más
grande que ha tenido la Iglesia después de San Pedro". Esto es desproporcionada
papolatría, cortesanismo pontificio y temeridad de juicio. Con nada de esto nos
sentimos identificados. Como bien dice Federico Mihura Seeber en el capítulo V de
su De Prophetia, -publicado por Gladius en 2010- si para algo sirve el dogma de la
infalibilidad pontificia, es para saber, precisamente, cuándo y cómo debemos
obedecer al Papa; y no para concluir en que deben ser idolatrados todos sus
dichos.
Del mismo modo, hemos leído con profundo gozo, el libro de Benedicto XVI, Los
Padres de la Iglesia, que contiene las catequesis de los días miércoles del 2008,
pronunciadas en Roma por el Vicario de Cristo. Los arquetipos de pastores que
aquí propone el Papa, los paradigmas de jerarquías eclesiales, los dechados de
obispos, son hombres singulares y magníficos, antagonistas de esta clerecía
inaudita que hoy padecemos y denunciamos con fuerza.
San Cirilo de Alejandría, San Hilario de Poitiers, San Cromacio de Aquileya, San
Paulino de Ñola, están en las antípodas de los innúmeros bergoglios que hoy
pueblan nuestras diócesis. ¡Qué nuevo y confortador regalo nos vuelve a hacer la
Patrología, a través de Benedicto XVI y sus oportunas exégesis de aquellos
inigualables Padres!
Es el eterno drama del que nos habla la Primera Carta de San Juan (2,18-19): "Ellos
salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente
no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado
con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que no todos los que están dentro
de nosotros son de los nuestros". Esos "ellos" aludidos, son llamados
"anticristos" en el mismo texto. Acaso convenga aplicar aquí los versos de Sor
Juana para descifrar el entuerto: "¿Y quién es más de culpar, aunque cualquiera
mal haga?".
La solución, al menos en teoría, parece sencilla. El Santo Padre no debería ni
nombrar ni conservar en sus cargos episcopales a reconocidos malaventurados.
Debería castigarlos con todo el peso de su báculo y segregarlos de la grey. Pero
los perjuros no deberían cargar sobre los hombros ya bastante llagados del
Pontífice, el peso de su abisal infidelidad. Si la balanza ha de tener dos platillos,
que los tenga. Si ambos fallan, que se procure la enmienda cuanto antes, con
energía y caridad. Pero nadie nos convencerá de que para desenmascarar a los
pastores canallas, necesaria, forzosa e ineluctablemente tenemos que echar las
culpas al Papa. Porque Cristo no tuvo la culpa de la artera apostasía de Judas. Y el
mismo Cristo lo incorporó primero a la decena fundante del Cenáculo, llamándolo
"uno de vosotros" (Mt 26,21; Me 14,18). Que cada quien cargue sus propias culpas,
y más le lluevan a quienes tienen potestad para el remedio pero aplican la
enfermedad como regla.
Es difícil que puedan establecer estas diferencias y estos matices ciertas almas
toscas, para las cuales, como decimos, todo se reduce y se explica estableciendo
que a partir de Pío XII, la calamidad irredimible se apoderó de la Iglesia. Y que, por
ende, todo se resolvería con un simple giro cronológico y lineal.
Lo que queremos decir, ya sin rodeos, es que nunca le será legitimo a un católico
criticar a su Madre y a su Padre, si no lo hace movido por amor extremo sino por
pugilatos rencorosos. Dios nos permita de lo primero y nos libre de lo segundo.
No estamos solos en este mester de clerecía, si así pudiera llamárselo; pero bien
quisiéramos que muchos de los tantos que empujan silentemente, se decidieran
alguna vez a levantar el tono, a crispar el puño y mostrar la cara, amén de
solidarizarse en la privacidad del diálogo fraterno. Al fin de cuentas, es de
Jesucristo el consejo aquél: "cobrad animo y levantad la cabeza" (Le. 21, 25).
LA SOMBRA DE JUDAS:
Dicen que el nombre de Iscariote admite distintos significados. Desde el que
aludiría a su pueblo de origen, Keriot, hasta al que maneja la sica o sicario. Sin
embargo, es generalizada la versión, según la cual, el ya universal y temible apodo
procede de una raíz hebreo-aramea que se traduce redondamente corno "el que
iba a entregarlo". Y eso hizo con Nuestro Señor.
Pero más allá de las hermenéuticas desencaminadas, hijas de la malicia, del torpor
o de esa inclinación insensata a declarar al mal como una opción romántica, la
fuente más confiable para medir la abdicación de Judas ha sido y sigue siendo el
Nuevo Testamento; y en él no quedan rastros de dudas sobre el por qué del
inconcebible móvil. "El diablo había entrado en su corazón", dice San Juan (Jn.
13,2). "Satanás entro en Judas", reitera San Lucas (Le. 22,3); y otra vez San Juan:
"Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y uno de vosotros
es un diablo" (Jn. 6, 70-71).
Estamos, pues, ante un temible misterio luciferino, sólo cabalmente inteligible sub
specie aetemitatis. Porque, en el fondo, todo pecado mortal es un misterio, y
cuánto más éste que acabó con los días temporales de Jesucristo, habiendo sido
la misma Víctima - que todo lo sabía- quien lo invitó a seguirlo y acompañarlo. Está
claro, no obstante, que la mistagogía real o presuntiva de su traición no borra su
culpa ni atempera la sordidez de su infidelidad.
Que Judas se arrepiente y se ahorca, también está en el Evangelio. "Acosado por el
remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a
los ancianos, diciendo: 'Pequé entregando sangre inocente' " (Mt.27, 3 -4). Y a
renglón seguido: "luego se alejó para ahorcarse" (Mt. 27, 5). Orígenes extrañamente
suponía que Judas se había ahorcado para buscar a Cristo en el otro mundo y
pedirle perdón. (In Matt., tract. xxxv).
A San Pedro, sin embargo, le debemos el conocimiento de otro dato que podría
modificar levemente el final del Iscariote. "Habiendo comprado [Judas] un campo
con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza., se reventó por medio y se
derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los
habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir,
campo de sangre". (Hechos, 1, 16-20).
Si hay, pues, una Iglesia de Judas, sus pastores han de tener los rasgos de quien
la fundó. Esos rasgos, como hemos visto, aparecen con toda nitidez en las
páginas neo testamentarias. Y nos muestran a un alma dominada por el espíritu
inmundo.
Pero ha sido Paul Claudel, en su incisiva obra Autodefensa de Judas y de Pilotos,
quien agregó a su perfil unos caracteres que conviene tener en cuenta al momento
de aplicar cuanto decimos a la actual situación. En la versión claudeliana, en efecto,
el Iscariote es un racionalista, con "un apetito de lógica"; un admirador de los
fariseos, de quienes dice que "el orden público, el buen sentido, la moderación,
estaban de su parte"; es un protokantiano que para justificar el fin de toda
heteronomía - empezando por la que se asienta en el Nomos Dívino-sostiene sin
más que "se debe obrar siempre de manera tal que
la fórmula de tu acto pueda ser erigida en máxima universal"; y es, además, un
rabioso pluralista. Porque "en la Cruz" -se queja- "no hay más que dos direcciones
secamente indicadas, el bien o el mal. Esto le basta a los espíritus simples. Pero el
árbol que nosotros colonizamos nunca se acaba de darle la vuelta. Sus ramas,
indefinidamente ramificadas, abren en todas direcciones las posibilidades más
atrayentes:
Puede verse ahora, con visibilidad mayúscula, a qué modelo de pensar y de obrar
responden los obispos de la "Iglesia de Judas".
Pero hubo otro retratista del tránsfuga cuya perspicacia para la captación de sus
miserias no queremos desatender. Se trata de Giovanni Papini, quien en su
Historia de Cristo dice del renegado entregador: "Jesús no fue solamente
traicionado, sino vendido: traicionado por dinero, vendido a vil precio, cambiado
por moneda circulante. Fue objeto de intercambio, mercadería pagada y
entregada. Judas, el hombre de la bolsa, el cajero, no se presentó solamente
como delator, no se ofreció como sicario, sino como negociante, como vendedor
de sangre. Los judíos, que entendían de sangre, cotidianos degolladores y
descuartizadores de víctimas, carniceros del Altísimo, fueron los primeros y los
últimos clientes de Judas".
Para Caturelli las palabras traición y tradición tienen una raíz común, aunque un
destino fatalmente inverso. Porque mientras la segunda exige la existencia de un
sujeto o de una comunidad fiel, la primera implica la existencia del traidor que es,
justamente, el que obra lo antitético: "no cuidar, no trasmitir fielmente, quebrar la
lealtad o fidelidad al depósito recibido". El Iscariote -prosigue Caturelli- "no anuncia
el acontecimiento de la Palabra Encarnada y Sacrificada en la Cruz, [pues]
frecuentemente es tributario de pseudos maestros. [...] No quiere confrontaciones
ni recios testimonios, sino compromisos equívocos, 'ponderados' y 'prudentes',
que le permitan seguir viviendo en 'paz' con el mundo. No le preocupa traer las
ovejas perdidas a la Casa del Padre, sino trasquilar sus ovejas, hacer de ellas
obsecuentes cortesanos y desempeñar hasta el fin su papel de mercenario
entregado al mundo [...] Ha sustituido el compromiso con Cristo por la 'ética del
discurso' que se funda en el 'consenso' [en la "cultura del encuentro",
agregaríamos nosotros]. En fin, "los Iscariotes de la Iglesia y del mundo no se
atreven a oponerse a las mayorías. Ante la posibilidad del heroico testimonio, se
limitan a preguntar al mundo: 'qué me dais, y yo os lo entregaré' (Mt, 26,15)"
Este es el desenlace que nuestra caridad desea, y por el cual rezamos cada día.
Ambas cosas pide y hace Pedro. Y de esa decisión, tras encomendarse al Señor,
"que conoces los corazones de todos" (Hechos 1, 24), es elegido Matías, el que
habría de compensar con su anonadante santidad las defecciones incalificables de
Judas.
Veinte siglos después, en la catequesis del 18 de octubre de 2006, otro Pedro,
Benedicto XVI, ha vuelto a referirse a San Matías, alimentando aquella misma
esperanza antigua: "Después de la Pascua, fue elegido para ocupar el lugar del
traidor [...] No sabemos nada más de él, salvo que fue testigo de la vida pública
de Jesús, siéndole fiel hasta el final [...] De aquí sacamos una última lección:
aunque en la iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de
nosotros nos corresponde contrarrestar el mal que ellos realizan con nuestro
testimonio fiel a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador".
EL JESUÍTA:
Los reporteros elegidos para tan singular retrato, retratan a la par las preferencias
dialoguistas e intimistas del prelado: Sergio Rubín, el circunciso encargado de "los
temas religiosos" en Clarín, y Francesca Ambrogetti de Parreño, la psicóloga social
de la Agencia Ansa. Párrafo aparte para el prologuista seleccionado por Su
Eminencia, el Rabino Abraham Skorka, ferviente justificador de las coyundas
homosexuales, pues "aunque la opinión de la Biblia dice que la homosexualidad
está prohibida, en una sociedad democrática hay que apelar a informes
antropológicos y sociológicos [...] Estamos viviendo en una realidad democrática y
sabemos perfectamente bien que existen personas que tienen una sexualidad
definida en otro sentido respecto de la concepción bíblica" (Cfr. Agencia Judía de
Noticias, 30-6-2008, http://www. prensajudia.com / shop/detallenot.asp?notid=
19608).
Concorde con este clima intelectual y moral se presenta "prefiriendo el simple traje
oscuro a la sotana cardenalicia" (p. 18), hincha de San Lorenzo, buen cocinero,
antiguo bailarín de milonga (p.120) y ex laburante en un laboratorio (capítulo dos).
Y por eso, verbigracia, interrogado acerca del ocio, no recurre para definirlo a los
seguros autores clásicos que de él se ocuparon, ni a los modernos como Pieper o
Guardini, que dice haber estudiado, sino a Tita Merello cantando: "che fiaca, salí de
la catrera" (p. 37). Dar pruebas de "normalidad" para Bergoglio, no es apelar a lo
normativo y eximio sino a lo que abunda, a lo populachero y sensibloide. Ser hijo
del Siglo, diría Ernesto Helio.
Nadie podrá escribir de él lo que se anotó del Quijote, para su gloria: "parecíales
otro hombre de los que se usaban". No; él es un hombre bien ad usum: vulgar,
ordinario, arrabalero, pluralista y prosaico.
Moderno. Y en esto, según su errática perspectiva, está la prueba de su obsesiva
humildad y de su progreso espiritual en el arte de aprender a superar los defectos.
El Rabino Skorka lo pondera desde el comienzo, no sólo como alguien con quien
trabó "la verdadera amistad" que "define el Midrash", sino como un modelo de
humildad, ya que "todos coincidirán en la ponderación del plafón (sic) de humildad
y comprensión con que encara cada uno de los temas"(ps.10-11).
Bergoglio deja correr insensatamente el juego del "bajo perfil", sin querer advertir
la paradoja -y aún (-1 pecado - de esta autocomplacencia infatuada en ser
descripto como un sencillo y componedor bonachón. La egolatría de mostrarse
cual l'uomo qualunque sigue siendo manifestación de la soberbia, no por la
naturaleza de lo que se ostenta sino por el vicio de la ostentación. Pero esta es,
como decimos, una de las obsesiones psicológicas del biografiado: que se lo
perciba como un hombre del montón; alguien que continúa "viajando en colectivo
o en subterráneo y dejando de lado un auto con chofer" (p. 17).No son pocas las
veces en que los periodistas interrogadores -salvajemente indoctos en materia
religiosa- le regalan este tipo de ponderaciones. Y Bergoglio las acepta, con esa
fanfarronería del humilde profesional que decía Jorge Mastroianni. Desechando el
consejo ignaciano de contemplar la rebelión de los ángeles caídos, para evitar que
nos suceda como a ellos, que "veniendo en superbia, fueron convertidos de gracia
en malicia". (E.E,50). Porque ¿quién que tenga realmente esa "corona y guardiana
de todas las virtudes", como llamó San Doroteo de Gaza a la humildad, daría su
anuencia para que se publiquen páginas y páginas ensalzando la posesión de este
don? ¿Quién, que a fuer de genuinamente humilde, practicara ese "laudable
rebajamiento de sí mismo" que pedía Santo Tomás, erigiría en vida su propio
monumento a la humaitas? ¿Quién veramente abocado a la nadeidad evangélica -
en preciosa expresión de San Buenaventura- podrá contratar a un puñado de
escribas para que le canten la palinodia de su arrollador recato? ¿Quién que no
tuviera ese "brote metafísico de la soberbia intelectual que es el principio de la
inmanencia", según clarividente análisis de García
Vieyra, prohijaría que se dijera de sí mismo que "su austeridad y frugalidad, junto
con su intensa dimensión espiritual, son datos que lo elevan cada vez más a su
condición de papable"? (p.15) ¿Creerá de veras Bergoglio que a la tierra del subte y
del colectivo se refería San
Isidoro cuando definió al humilde en sus Etimologías como el quasi humo acclinis,
o inclinado a la tierra? ¿Creerá de veras que alguien más que Jesucristo puede
decir de sí mismo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11,
29)?
A Bergoglio le sucede lo que al protagonista del chascarrillo aquel que
desenmascara la petulancia invencible del porteño. A la hora de aclarar lo mucho
que ha mejorado su vida moral, le dice a su imaginario interpelador: "antes era
fanfa, ahora soy perfecto".
Déjate "sinagoguear"por el mundo Amigo de neologismos y de chabacanerías,
el Cardenal supo acuñar entre otras zarandajas, aquello de "déjate
misericordear por Cristo". Pero él -un exponente más del judeocatolicismo
oficial, hoy dominante- ha preferido en principio, dar y recibir las ternezas de
los deicidas.
Se cuentan por decenas los gestos judaizantes del Primado, de los que pueden dar
clara y ominosa cifra su pública amistad con los rabinos Sergio Bergman y
Alejandro Avruj, al primero de los cuales prologó su libelo "Argentina Ciudadana",
y al segundo
entregó el Convento de Santa Catalina en noviembre de 2009 para que festejara la
impostura de "La noche de los cristales rotos". Y ambos hebreos, al igual que el
prologuista Skorka, explícitos justificadores de la sodomía. El fantasma
contranatura de Marshall Meyer los protege a todos, y a todos reúne bajo el humo
desolador de Gomorra1.
Mas aquí estamos ante la segunda obsesión del Cardenal. Se ha impuesto probar
su afinidad y su afecto con el mundo israelita; y no conforme con las definiciones
eclesiales públicas dadas en tal sentido, abunda ahora en El Jesuíta, en
testimonios menores, intencionalmente escogidos para agradar al Sanedrín.
Cabían varias y bien sazonadas respuestas católicas, todas ellas partiendo del
enfático rechazo de la 1-El Cardenal Bergoglio está directamente ligado a una
multinacional sionista, la Fundación Raoul Wallenberg, de la que recibió una
distinción honorífica el 30 de marzo de 2004. Entre los miembros argentinos de
dicha agrupación se
cuentan conocidos exponentes de la izquierda gramsciana como Francisco Delich
o Adolfo Gass, blasfemos profesionales como Marcos Aguinis, cipayos como
Carlos Escudé, o simples corruptores del cuerpo social como Alejandro Romay.
Quede constancia de que todos estos datos son públicos, y de que cualquiera
puede acceder libremente a ellos buscando la web oficial de la precitada Fundación
Wallenberg. El 28 de Febrero de 2006, el Cardenal Bergoglio recibió a los mienbros
de esta Fundación en la Catedral Metropolitana, en una ceremonia plurireligiosa, en
la cual, entre otros propósitos, se le rindió homenaje a Moseñor Quarracino (cfr.
Zenit, 8-3-2006).
Pero no; Su Eminencia no elige ninguna respuesta católica. Sostiene sin rubores
que "asociar con lo cruento" al martirio, ligarlo con la idea de "dar la vida por la
Fe", es la consecuencia de que "el término [martirio] fue achicado" (p. 42). El
peculiar "achicamiento" consistiría, nada más y nada menos, que en llevar hasta el
extremo previsto y deseable las enseñanzas de Jesucristo: "Todo el que pierda su
vida por mí la ganará" (Mt. 10, 39). Lo que para la Iglesia fue su corona; esto es, que
el discípulo se asemeje a su Maestro aceptando libremente la donación de la propia
vida, para Bergoglio es su empequeñecimiento, su reducción, su "achique".
87).
... Para el Cardenal, está claro, no por un análisis per se del hecho, que lo valore
inherentemente, sino ; por la evolución de la conciencia, tanto la Iglesia como la
Humanidad saben hoy que la pena de muerte debe ser rechazada. Clarísimo caso
de aquella ruinosa cronolatría que protestara Maritain en Le Pay san de la Garonne.
Pero entonces, cómo no deplorar, en consecuencia, aquellos momentos aún
involutivos en los que se juzgó erróneamente que algo podría justificar la pena de
muerte, incluso "un crimen tremendo"! ¡Cómo no maldecir los tiempos eclesiales y
sociales en los que la conciencia aún juzgaba que bajo determinadas condiciones,
circunstancias y requisitos era legítima la aplicación del castigo capital!
Este era el sequitur lógico del razonamiento bergogliano. Pero un tema irrumpe en
el diálogo y la ineluctable evolución de la conciencia se puede permitir una
excepción. ¿Y cuál será ese tema? Dejémoselo explicar al interesado: "Uno no
puede decir: 'te perdono y aquí no pasó nada'. ¿Qué hubiera pasado en el juicio de
Nüremberg si se hubiera adoptado esa actitud con los jerarcas nazis? La
reparación fue la horca para muchos de ellos; para otros la cárcel. Entendámonos:
no estoy a favor de la pena de muerte, pero era la ley de ese momento y
fue la reparación que la sociedad exigió siguiendo la jurisprudencia vigente" (p.
137).
El pequeño detalle -advertido precisamente por los kelsenianos de estricta
observancia- de que "la ley de ese momento", vigente positivamente en Alemania,
no volvía criminales a los jerarcas nazis, se le olvida al Cardenal. El otro detalle
más "pequeño" aún, de que en Nüremberg no se dejó tropelía legal por cometer, ni
aberración jurídica por aplicar, ni derecho humanos de los acusados por
conculcar, ni tortura aborrecible por aplicar, ni mentira por aducir, tampoco
cuenta. Ese otro detallecito de que la horca y el tormento atroz para los germanos
no fue "la reparación que la sociedad exigió" sino la venganza monstruosa de la
judeomasonería, tras los triunfantes genocidios de los Aliados, en Hiroshima y
Nagasaki, ninguna importancia tiene. El Cardenal está en contra de la pena de
muerte, pero si van a matar nazis seamos comprensivos y hagamos una
excepción hermenéutica. "Era la ley de ese momento", caramba. La evolución de
la conciencia podía esperar un ratito más.
Para quienes no lo sepan, esta mujer -junto con todo 'su grupo familiar- era una
activa militante del terrorismo marxista, procedente del Paraguay.
No creemos que en la Argentina del presente haya un solo ciudadano que necesite
que se le explique -cualquiera sea su posición ideológica-cuál es la verdadera
misión que han cumplido y cumplen las llamadas "Madres de Plaza de Mayo". Su
adscripcion a la guerrilla marxista internacional, y no sólo argentina, es explícita,
frontal, sostenida, virulenta particularmente belicosa.
Pero para Bergoglio, esta "simpatizante del comunismo" (sic) se trató de "una
mujer extraordinaria", a quien "quería mucho [...] Me enseñaba la seriedad El
trabajo. Realmente le debo mucho a esta mujer | . | Fue raptada junto con las
desparecidas monjas francesas. Actualmente está enterrada en la Iglesia de Santa
Cruz" (p. 34). "Tanto me enseñó de política" (p. 147-148).
Iniquidades de los tiempos de los que Su Eminencia deberá rendir cuentas. No hay
templos que alerguen los cuerpos acribillados de los civiles o militares católicos a
quienes abatió el odio criminal del Comunismo. Pero una iglesia puede ser entrega
a las bandas erpianas y montoneras, para que la conviertan en su bastión y en su
cementerio. Y el responsable de tamaña profanación lo vive como un logro y una
fiesta.
La segunda bondad encarnada es, para Bergoglio, la mismísima Bonafini. Los
periodistas se la mencionan dándole pie para alguna observación crítica, para
algún llamado tenue de atención, para algún módico tirón de orejas, habida cuenta
de la aversión patológica que esta infame mujer viene desplegando desde hace
décadas, cada vez con más desenfreno e insolencia.
"Hay también quienes ven actitudes de revanchismo, le espetan los escribas. "Por
caso, la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini". Lo que le
están queriendo preguntar es, en suma, si actitudes rencorosas y vengativas como
la de este monumento al odio "ayudan a la búsqueda de la reconciliación" (p. 139).
Y se lo están inquiriendo, no un par de macartístas, sino dos mascarones de proa
de la izquierda nativa, de los tantos que hoy se sienten perturbados ante esta abisal
frankestein que han creado y ya no pueden controlar.
"Helada y laboriosa nadería, fue para este jesuíta" la Barca de Pedro, diría Borges
de Su Eminencia, perdonando por contraste y post mortem a Gracián. Porque en
rigor, tanto sorprende la gélida conducta con la que encomia a los peores lobos,
como la nadeidad a la que reduce a quienes debería tener por arquetipos, si un
verdadero creyente. Los óptimos, para el obispo, están cruzando la raya de la
Iglesia y confrontando con Ella.
Otros católicos impresentables son los preocupados por "si hacemos o no una
marcha contra un proyecto de ley que permite el uso del preservativo" (p. 89). "Con
ocasión de la llamada Ley de Salud Reproductiva, algunos grupos de élites
ilustradas de cierta tendencia querían ir a los colegios para convocar a los alumnos
a una manifestación contra la norma porque consideraban, ante todo, que
iba contra el amor [...] Pero el Arzobispado de Buenos Aires se opuso a que los
chicos participaran por entender que no están para eso. Para mí es más sagrado un
chico que una coyuntura legislativa [...] De todas maneras, aparecieron algunos
colectivos con alumnos de colegios del Gran Buenos Aires. ¿Por qué esta
obsesión? Esos chicos se encontraron con lo que nunca habían visto: travestís en
una actitud agresiva, feministas cantando cosas fuertes. En otras palabras, los
mayores trajeron a los chicos a ver cosas muy desagradables" (p. 90).
Sin embargo, tamaña embestida legal contra el Orden Natural, tamaño intento
orgánico y oficial por alterar la Ley de Dios, tamaño proyecto gramsciano opuesto
al Decálogo, tamaña revolución cultural de inequívoco signo marxista, sería
apenas para Bergoglio "una coyuntura legislativa" contra la que no vale la pena
movilizar a la juventud tras las clásicas banderas del catolicismo militante.
¿No advierte el Cardenal que ese "chico" que le resulta "sagrado" es el primer
damnificado de esta "coyuntura legislativa" contra la cual no desea que se
combata? ¿No advierte asimismo que si la ley inicua no se detiene, ese "chico
sagrado" empezará por no poder nacer, por ser abortado, o por no poder ser criado
en un hogar con padre y madre? ¿No advierte, al fin, que la susodicha Ley de Salud
Reproductiva, forma parte de un proyecto mayor, que lejos de ser una mera
coyuntura legislativa que "va contra el amor", instala coactivamente una
cosmovisión radicalmente opuesta y contraria a la moral cristiana?
Los "malos", los merecedores del repudio y de la condena, no son para Bergoglio
los gobernantes y sus aliados que promulgan este tipo de normas inicuas, sino los
"grupos de élite ilustrada", los católicos pro vida, que quieren movilizarse con sus
familias para hacerle frente a tamaña iniquidad. Y en el colmo del desbarre
conceptual, el Cardenal, en vez de encomiar el celo de esos hogares misioneros y
de instar a
los jóvenes al heroísmo y al testimonio gallardo, juzga la actitud católica como una
"obsesión" y aún como una imprudencia. ¡Los "chicos" fueron llevados "a ver
cosas muy desagradables"! ¿Es que hay algo más desagradable que pudiera ver
un joven, que la ruina de su patria y del lugar santo, sin intentar siquiera una
reacción vigorosa y entusiasta? ¿Es que la culpa de la desagradable visión no la
tienen los degenerados que arman el espectáculo indecente de su impudicia, sino
los que instamos a concurrir a todos en defensa del Bien?2
Su Eminencia nunca podría haber escrito ese maravilloso elogio que hizo Eugenio
D'Ors al gesto impar de Ananías, Azarías y Misael, pidiendo para sus propios hijos
que "en el horno ardiente de la España roja"
Buenos Aires (Año XLII, n° 409, 6-6- 2000, p. 212, rubro Varios), se da cuenta del
Informe que presentó el Padre Klappenbach sobre la movilización que se llevaría a
cabo el 8 de junio contra la llamada Ley de Salud Reproductiva. Agregándose que,
al respecto, Monseñor Bergoglio dio dos criterios claves. El primero, que esto es
tarea de los laicos católicos, ya que son ellos los que deben meterse en política;
dejándose pues expresa constancia de que el Arzobispado no organiza la
movilización. Y el segundo, que a esa movilización no pueden ir bajo ningún
concepto niños y jóvenes de los colegios primarios y secundarios, pues es
actividad de adultos.
Alérgico al uso de la palabra "nacionalista" -"de una persona que ama el lugar
donde vive no se dice que es [...] un nacionalista (p. 164)-, el Cardenal rechaza de
plano al Nacionalismo Católico cuando alude al restauradonismo, y brega
neciamente por el utopismo, esa herejía perenne que con sobrados fundamentos
desenmascarara Thomas Molnar.
Si el Cardenal repasara a San Pablo, se encontraría con la Carta a los Hebreos (10,
32), diciendo: "Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser
iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate". Y comprendería
por qué los nacionalistas -que soportamos un duro y doloroso combate por
desagraviar la memoria de Rosas- sentimos como propia la repatriación de sus
restos, a pesar de que el Menemismo no fue nunca otra cosa que una pluriforme
cloaca. Pero sentir y vivir algo como propio, no significa apropiárselo
sectariamente.
El "Padre Pepe" -uno de los confesos ídolos del Cardenal - va vestido con
deliberado aspecto de zaparrastroao. Idéntica facha marginal y rotosa adopta
como un emblema la clerecía progresista de todo pelaje.
Del modo más aseglarado y secularizante va disfrazado el grueso del clero cuya
disciplina depende teóriricamente del Arzobispo. Y hasta los altos dignatarios de la
Jerarquía- Su Eminencia incluido- no portan más que un traje de calle, en las
antipodas del hábito talar cuya preferencia y dignidad predicara obstinadamente,
entre otros, Juan Pablo II. Pero al Cardenal Bergoglio lo único que le molesta es el
poncho federal del Padre Alberto Ezcurra. Lo único que le parece "un desacierto"
es que un destacadísimo sacerdote patriota ande emponchado como supo hacerlo
Brochero o Fray Luis Beltrán. Que ese poncho insigne -con el que fueron al
combate los criollos de ley y sus
viriles capellanes, sirviendo de pendón y de mortaja a tanto paisanaje fiel- le
parezca al Cardenal que le "quita universalidad al sacerdote", lo único que prueba
es la profunda desafección que tiene de nuestras genuinas raices nacionales. Y el
desconocimiento de aquel axioma clásico que sintetizara Tolstoi: "pinta tu aldea y
serás universal".
¿Debe extrañarnos? Quien puede lo más puede lo menos. Criptojudío, filomarxista,
pro tercermundista, propagador de heterodoxias -de manera formal, externa,
pública y notoria- ¿por qué no habría de menospreciar a un cura gaucho y patricio,
rezándole un responso a Rosas, ataviado con su poncho punzó, cruzando la vieja,
gastada y noble sotana? ¿Por qué la aristocracia de este gesto sacerdotal habría
de sintonizar con el plebeyismo más rancio que él ostenta cotidianamente?3
EL COLABORACIONISTA:
Es de suma importancia hacer notar aquí que entre el terrorista Horacio Verbitsky
y el Cardenal Bergoglio, existió una corriente mutua de amistad, alterada en el año
2004, cuando el primero dio a conocer unos documentos que halló en la
Cancillería, demostratorios de una de las tantas
¿Cómo podía existir de parte del Cardenal "mucha estima" por un hombre que
carga sobre sus hombros una frondosa militancia homicida y un odio
enfermizo y endemoniado a la Iglesia Católica?
Por eso los elogios a la terrorista paraguaya, la amplísima comprensión y ninguna
condena; a la Bonafini y su banda comunista, las majaderías hacia el clero
tercermundista, la aquiescencia frente a la Teología de la Liberación, las decenas
de contemporizaciones con el marxismo, los intencionales aplausos a los
"luchadores por los derechos humanos", y la canonización del clero y del monjerío
participes activos de la Guerra Revolucionaria. Por eso el guiño constante de
aprobación para los nombres de Mugica, Angelelli, Argibay o Zaffaroni, y el llanto y
rechinar de dientes para las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
En los disturbios del 20 de diciembre de 2001 -causados, sin duda, por el nefasto
gobierno de De la Rúa-, varios policías cayeron salvajemente agredidos por la
turbamulta de piqueteros que invadió la Plaza de Mayo. Uno de ellos fue
literalmente linchado, sin que sus compañeros pudieran rescatarlo a tiempo.
Bergoglio, que observaba los trágicos sucesos, sólo vio lo que quiso. "Llamó al
Ministro del
Interior [... ] para detener la represión [...] al ver desde su ventana en la sede del
Arzobispado cómo la policía cargaba sobre una mujer" (p. 18). Es apenas un
primer ejemplo, pero el maniqueísmo ideológico queda retratado; y el servilismo
al pensamiento único también. La policía represora es siempre malvada. Los
manifestantes populares son fatalmente buenos.
"los dos chicos" de una "viuda" que "eran lo único que tenía en su vida" (p.
148). Inofensivos chicos los guerrilleros. Paranoicos cazadores de brujas los
militares. ¿Se necesita algo más para insertarse en la burda dialéctica de la
historia oficial?
Huero de toda templanza en los juicios, y asustado cuanto ansioso por demostrar
que estuvo en el bando de los derechos humanos, lo que le importa a Bergoglio es
cohonestar cuanto antes la versión instalada: la represión castrense fue
repudiable, todo el que la padeció merece ser defendido, protegido y homenajeado
por la Iglesia. Es más, la Iglesia se justifica y se lava en la medida en que pueda
demostrar que, durante aquellos años, estuvo del lado de los perseguidos por las
Fuerzas Armadas, y tuvo sus propios "mártires" causados por la soldadesca
procesista.
Por eso el empeño de Bergoglio en narrar con detalles cómo "en el Colegio
Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, escondí a unos cuantos" (p.
146), resultando ser hasta "los largos ejercicios espirituales" en el instituto
"una pantalla para esconder gente"
(p.147). Cómo "luego de la muerte de Angelelli" (a cuyo homenaje cuenta haber
asistido) "cobijé en el Colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis"
(p.146). Cómo sacó del país "por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante
parecido a mí, con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el
clergyman y, de esa forma, pudo salvar su vida" (p.147). Cómo hizo todo lo
posible por liberar a "dos delegados obreros de militancia comunista", por cuya
vida le había pedido que mediara Esther Balestrino de Careaga (p.148).
Entusiasmado por dar noticias de sus proezas a favor del partisanismo marxista,
Bergoglio ni siquiera repara en que está confesando públicamente la comisión de
delitos. Hasta que llega al punto central de su riña con el incalificable Verbitsky, y
entonces jura y rejura, en largas parrafadas, (p.148-151) que estuvo siempre del
lado de Yorio y Jalics, dos de los tantos jesuítas que fungieron de apoyo -
intelectual y físico- a los planes de la Guerra Revolucionaria.
Son páginas sin desperdicio para medir el fondo del pecado y del temor servil al
que ha llegado este desventurado pastor. Su afán de mostrarse
colaboracionista del Marxismo alcanza aquí a su punto culminante. Porque esta
es la tragedia veraz que no podrán seguir ocultando los artesanos del lavado de
cerebro colectivo.
Durante aquellos años, la patria argentina fue blanco de una guerra, declarada,
conducida y financiada por el Internacionalismo Marxista, como parte del
programa total de la Guerra Revolucionaria. En esa contienda, Bergoglio estuvo
del lado de los enemigos de Dios y de la Patria.
5 Aportemos un dato más. En el año 2007, Lucas Lanusse edita su libro Cristo
Revolucionario. La Iglesia militante, Buenos Aires, Editorial Vergara. El libro es una
rotunda y explícita apología de aquellos curas y monjas que tuvieron parte Con
cálculo preciso, y para que la delimitación de posiciones ideológicas ya no admita
vacilaciones, se le cede la palabra a Alicia Oliveira. Por si algún lector desprevenido
no registrara a esta vieja militante izquierdista, los escribas nos la presentan de
este modo: "Firmante de cientos de habeas corpus por detenciones ilegales y
desapariciones durante la última dictadura, se desempeñó como letrada e integró la
primera comisión directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una
de las más emblemáticas ONGs dedicada a luchar contra las violaciones a los
derechos humanos [...] Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia [se
desempeñó] como Representante Especial para los Derechos Humanos de la
Cancillería" (p.152).
(Cfr. Lucas Lanuse, ob.cit, p.351). ¡Y pensar que esto -el tránsito de la Fe a la
praxis política de izquierda- se dice en tributo y homenaje a un sacerdote! guerra
revolucionaria -que ella llama eufemísticamente "compromiso con los derechos
humanos" (p.153)- el Cardenal "temía por mi vida" y le ofreció el Colegio Máximo
como aguantadero. Cuenta cómo confió sus cuitas a Carmen Argibay -entonces
Secretaria del Juzgado de Oliveira- y cómo "tras la caída del gobierno de Isabel
Perón" sus "reuniones con Bergoglio se hicieron más frecuentes" (p.153). También
sus coincidencias ideológicas sobre "los militares de aquella época" (p. 154), y la
necesidad de salvarles la vida a quienes ellos perseguían (ídem).
"Yo iba con frecuencia, los domingos, a la Casa de Ejercicios de San Ignacio, y
tengo presente que muchas de las comidas que se servían allí, eran para despedir a
gente que el padre Jorge sacaba del país [...] Bergoglio también llegó a ocultar una
biblioteca familiar con autores marxistas" (p. 154).
Emocionada con los altos y muchos servicios que su amigo, el Padre Jorge,
prestaba a la causa, Oliveira recuerda que no sólo puso el Colegio Máximo al
servicio del ocultamiento de los zurdos, sino la misma Universidad del Salvador,
pues "muchos nos fuimos a resguardar allí" (p.155). Ella, en efecto, dictaba
Derecho Penal con Eugenio Zaffaroni, y "en sus clases hablaba con libertad",
analogando la "ley de ordalía" -que "los alumnos me decían que eso era
horroroso"-"con lo que estaba pasando en el país" (p.155).
Está claro. Si hubiera sido por Su Eminencia, la profanación hubiera sido doble.
Rendirle homenaje a quienes coadyuvaron a los planes de la guerrilla, y hacer
presidir dicho homenaje, en una parroquia, a quien a todas luces repugna de la Fe
Católica y la persigue sin hesitar. Vamos entendiendo algunas de sus palabras
esparcidas en el libro: "Muchos curas no merecemos que la gente crea en
nosotros", (p.101). "Algunos podrán aseverar: '¡qué cura comunista éste'! (p.106).
LA IGLESIA ADÚLTERA:
Su problema es más hondo, más grave, más profundo; más difícil de que
merezca el perdón del buen Dios. Es el escándalo del Pastor que se vuelve
mercenario, cuya semblanza maldita y reprobación consiguiente ha trazado y
sentenciado Nuestro Señor Jesucristo con palabras de vida eterna (cfr.
No; no ha salido airosa del banquillo esta irreconocible Iglesia. Acusada por los
protervos de "ser la dictadura", cuando debió serlo si aquella hubiera existido y en
aras del bien común de la patria, sólo atina a sacarse el incómodo sayo de encima
del peor modo posible: reduciendo su naturaleza salvífica a un internismo de
derechas e izquierdas, en el que los exponentes de las primeras habrían sido
culpables y las segundas constituirían proféticas voces demandantes de los
sacros derechos del hombre.
Esta es la iglesia por la que lloró el entonces Cardenal Ratzinger, cuando en el Via
Crucis del último Viernes Santo del pontificado de Juan Pablo II, dijo de ella que la
cizaña prevalecía sobre el trigo. Y es la iglesia por la que lloramos nosotros, con
llanto sostenido. Porque se nos crea o no - ya nada importa-no nos causa la menor
gracia tener que denunciar a Bergoglio. Sólo Dios sabe el dolor indecible que esto
significa. Ya quisiéramos tener un buen señor al que servir, y no un mercenario al
que desenmascarar. Un Príncipe al que rendirle nuestro vasallaje, y no un lobo del
que tomar prudente distancia.
ENVÍO PARA NECIOS:
Pero el último enunciado merece un párrafo final aclaratorio. Dirigido a los necios,
de quienes la Sacra Escritura nos advierte en fecundos pasajes, para que estemos
prevenidos, así sea de su ignorancia como de su malicia, de sus calumnias como
de sus enojos.
Estos necios pueden ser tanto laicos como religiosos, lo mismo da. Y ante estas
páginas nuestras podrán formular diversos cargos, como de hecho ya ha
sucedido en anteriores ocasiones.
Por respeto a los justos, sólo levantaremos preventivamente algunas de las
posibles objeciones de la vocinglería necia.
1°.- No es atacar a la Jerarquía poner en evidencia la existencia de obispos
felones, adúlteros, fariseos o heresiarcas. Es no pecar de omisión ni de
encubrimiento ni de complicidad. Precisamente por amor a la verdadera
Jerarquía.
Mientras escribimos estas líneas, en Mayo de 2010, el Papa Benedicto XVI ha
viajado a Portugal y le hemos escuchado decir que "la gran persecución de la
Iglesia no viene de sus enemigos de afuera sino que nace del pecado dentro de la
Iglesia". El Santo Padre no calla ni simula ni atempera esos pecados, así sean
repugnantes como de hecho consta públicamente que son en tantos casos. A
imitación del Vicario de Cristo, todo laico fiel debe secundar su prédica, repudiando
los pecados internos, amonestando a sus cultores, previniendo de sus acechanzas
a los desprevenidos, y proponiendo como único antídoto la práctica de la virtud y la
predicación de la Verdad entera.
2°.- Existe, efectivamente, esa obligación moral antes aludida, y se nos aplica a los
simples "subditos de celo y libertad, para que no teman corregir a los prelados,
especialmente si el crimen es público y corre peligro la mayoría de los fieles". Son
palabras de Santo Tomás de Aquino (In Gal. 2,11, n° 76-77), pero podríase sobre el
particular citar una multitud de textos escriturísticos, patrísticos, escolásticos,
conciliares, canónicos y pontificios de todos los tiempos, conformando todos ellos
un corpus doctrinal que en buena hora redondeó admirablemente Melchor Cano -
teólogo de Carlos V en Trento-diciendo: "cuando los pastores duermen, los perros
deben ladrar". Esta es doctrina católica, y no lo es su negación o intencional
olvido.
Ahora bien, en lugar de considerar esta doctrina de los deberes de los subditos en
orden a hacer valer los derechos de Dios; en lugar de tener en cuenta que no
pocos santos la aplicaron, sin mengua de su obediencia a la Iglesia Jerárquica,
sino por fidelidad a la misma; en lugar de discernir que de la enérgica y necesaria
reprobación de los errores de ciertas autoridades eclesiásticas no se sigue la
negación o el cuestionamiento de la Iglesia Jerárquica, per se, intrínsecamente y
en su totalidad; en lugar, en síntesis, de dirigir la censura a los heresiarcas y
rescatar la actitud de quienes para preservar a la susodicha Iglesia Jerárquica
cumplen con el deber de señalar públicamente los extravíos, los necios nos
condenan diciendo que no se puede "desautorizar públicamente a los superiores
jerárquicos, ni criticar sus enseñanzas".
invocan a veces los necios "la regla 10 a para sentir con la Iglesia" (Ejercicios
Espirituales n° 362). Pero dicha regla de San Ignacio se refiere a la obediencia a
las autoridades legítimas, punto que aquí no está en discusión. Y en plena
congruencia con la doctrina antes asentada sobre los deberes de los subditos,
concluye aclarando: "de manera que, así como hace daño el hablar mal, en
ausencia, de los mayores a la gente menuda, así puede hacer provecho hablar de
las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas".
Un autorizado comentarista ignaciano, el célebre escritor ascético, R.P. Mauricio
Meschler S.J., ha precisado sobre el particular: "lo que el Santo recomienda aquí
[en la Regla n° 10, E.E, n° 362] es un principio conservador de gran valía; se refiere
a la observancia del cuarto Mandamiento de Dios, del orden y de la paz del pueblo
cristiano. Tal espíritu de sumiso respeto a las autoridades constituidas siempre ha
sido una prueba del genuino sentimiento cristiano católico. Siempre ha salido la
Iglesia en defensa de la obediencia debida a la autoridad. Por esta razón, el que
legítimamente advirtiera o hiciera advertir a los superiores sus yerros, sería muy
benemérito así de la sociedad como de la Iglesia" (Mauriio Meschler y Enrique
Mateo: "heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño", para hacernos
responsables del "pecado abominable a los ojos de Dios" de "censurar
3°.- Suelen aducir los necios que con estas denuncias les hacemos el caldo
gordo a los enemigos de la Iglesia.
Los enemigos de la Iglesia son, ante todo, los falsos pastores, los fundadores
infieles, el clero ganado por el vicio nefando y por el pecado mayor de traicionar la
integridad de la Fe. No necesitamos informarles a los lectores despabilados que
liberales y marxistas, judíos y masones, ateos y gnósticos -y toda la gama posible
de enemigos de la Iglesia- son los socios habituales de nuestra Jerarquía. Con
ellos se sienten cómodos, no con nosotros.
No necesitamos agregar tampoco hasta qué punto -en nombre del ecumenismo y
desfigurándolo, en nombre del diálogo interreligioso y corrompiéndolo-se ha
dado pasto en abundancia a las fieras anticatólicas, desde las mismas
autoridades eclesiásticas. El caldo gordo del enemigo lo cocinan muy bien los
pastores devenidos en mercenarios.
No diremos ahora lo mucho que nos separa y nos aleja del autor de esta cita.
Diremos simplemente que lo que acaba de decir es verdadero.
No hemos sido educados para tener que rebelarnos contra curas y obispos, sino
para arrodillarnos frente a la Jerarquía, orgullosos de la sujeción y del honor de
poder rendir nuestros servicios. Nos lastima hasta la fibra más honda del alma
constatar que, en líneas generales, nuestros pastores y clérigos son medrosos,
ambiguos, heresiarcas y hasta poco o nada viriles, como diría Santa Catalina de
Siena. Tal situación nos provoca una desazón y un tormento que, insistimos, sólo
Dios conoce, y sólo El sabrá porqué lo permite.
Pero no debemos callar. En nombre propio, en el de los tantos y tantos que
padecen similar dolor, en el de nuestros maestros mártires y en el de nuestros
potenciales discípulos. No debemos callar, porque la esperanza está puesta en el
triunfo de la Verdad Crucificada, oportuna e inoportunamente testimoniada. No
debemos callar ni retroceder, porque a pesar de la jerarquía prevaricadora y de sus
obsecuentes necios, alguien tiene que decir la Verdad.
"MUESTRARIO DE INFIDELIDADES"
============================================== Capítulo 1
Del lado israelí estaban representados, entre otros, el Congreso Judío Mundial, la
DAZA, el Seminario Rabínico Latinoamericano, la B'Nai B'rith, el Consejo Rabínico
de América y el Congreso Judío Latinoamericano. Y un número considerable de
individualidades hebreas, como Marcos Aguinis, que no necesariamente
representan a una determinada institución. En su conjunto, como se advierte, fue
lo que se llamaría una reunión calificada. Detalles, pormenores, ponencias,
asistentes y adherentes, pueden conocerse siguiendo los periódicos de la semana
que insumió el Foro. En internet, está claro, los datos sobreabundan, empezando
por los que proporcionaron las propias agencias informativas católicas,
nacionales o extranjeras. La declaración final conjunta circuló profusamente.
Cuatro cosas deben ser dichas al respecto, sin el más mínimo asomo de
precipitación en el jaicio, talante irónico o afán contestatario. Cuatro cosas, que
sólo Dios conoce el dolor que nos causan. La primera, que los católicos
asistentes -ostenten las jerarquías que ostentaren- profirieron heterodoxias
graves e incurrieron en omisiones culposas. Piénsese, por ejemplo, en lo que
significa la defensa expresa del sionismo, callando su naturaleza racista,
xenófoba1, anticristiana y homicida. O en la unión de ambas religiones, la judía y
la católica, predicada por Kasper, puesto que "ambas son mesiánicas" y "el
mesianismo tiene que ver con la esperanza", enmudeciendo la afirmación de que
Cristo es el Mesías a quien Israel rechazó primero y consintió su muerte después.
Heterodoxias graves, reiteradas y múltiples, que en su conjunto, si queremos
despojarnos de circunloquios, no podremos sino llamar con el duro nombre de
herejía.
Lo segundo es que tales pastores, precisamente por lo que dijeron y por lo que
no quisieron decir, por lo que obraron y por lo que no supieron obrar, in
ducen al rebaño fiel a una confusión atroz, llevándolo al límite mismo del
escándalo. Incurren en la misma falta quienes -a pesar de no haber asistido y de
conocer la verdad- no han sido capaces de hablar "sí, sí; no, no".
EL MISMO DIOS:
El otro error del que nos libró en la ocasión nuestro Primado, fue el del
Evangelio que por boca del mismísimo Jesucristo nos tenía acostumbrados a
repetir, refiriéndose a los israelitas: "Vosotros no sois hijos de Abraham; si sois
hijos de Abraham haced las obras de Abraham. Vosotros tenéis por padre al
diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre" (Jn.8, 44). Ahora sabemos,
pues fue dicho por el Pastor presentando el gran texto inaugural, que «tenemos
cosas en común: adoramos al mismo Dios, somos hijos de Abraham" (La
Nación, 10-8-05, p.10).
Pero no escribimos estas líneas sólo para dar gracias por el Nuevo Culto
Trimonoteísta que nos ha sido dado, sino para formular un pedido, que podría
derivar en un ofrecimiento. En efecto, dice el sacro texto que los firmantes del
mismo se comprometen a "crear una Comisión destinada al estudio y a la
prevención de las causas que generan el terrorismo y el fundamentalismo".
Hace tiempo que deseamos saber, entre tantas cosas, por qué a instancias de la
DAIA y de la AMIA no se pudo enseñar más la religión católica en las escuelas
catamarqueñas; por qué bajo los auspicios de tan ecumenistas entidades, se
propuso suprimir la Cruz de la bandera tucumana, o declarar antisemita la
hipótesis de la implosión en la Embajada de Israel, o culpar al Estado Argentino de
los atentados contra sus custodiados blancos. Por qué, el Estado de Israel -el
mismo que legaliza las torturas y prohija el terrorismo- puede patotear al Santo
Padre Benedicto XVI, mientras la primera ciudadana Cristina Kirchner lo pone
como modelo de política estatal.
Inquietudes todas que bien podrían disipar los integrantes de esta anunciada
Comisión. Para cuya constitución ofrecemos desinteresadamente buscar algún
colaborador, selecionado con cautela, pues el hombre elegido, fiel a las
enseñanzas bergoglianas, según las cuales "adoramos al mismo Dios" (La
Nación, ibidem), debe creer simultáneamente en Alá, Jesucristo, el Becerro de Oro
y el Gauchito Gil.
LA BESTIA Y LOS PASTORES MAJADEROS:
El perfil de Laguna
LA CIUDAD CAÍNICA:
Un hecho menor y casero, en cambio, podría haber sido considerado por los
pastores, las prelaturas y las catedralicias autoridades; y es la repartija insensata
de anticonceptivos -orales o de látex- que la aciaga logia judaica ejecuta
prolijamente en los hospitales o centros de salud de nuestra invadida patria, como
parte del apoyo que le presta a las campañas infames del inverecundo Ginés
González García, Ministro de Salud del Kirchnerismo.
Pero a ninguna casa del Padre querrán volver los judaicos caínes, a ninguna
mansión abandonada y traicionada querrán regresar, si los pastores de la Iglesia
Católica, lejos de instarlos a la conversión, se judaizan con ellos y con ellos se
unen en la ingrata tarea de descristianizarlo todo. Y si en vez de rezar y luchar
para que Caín acorte sus días fugitivos e infecundos, se van con él a «las tierras
de Nod» de las que habla el Génesis (IV, 16). Tierra de nadie, sin patria, sin raices,
sin hogar ni consuelo ni gracia.
Sigue dando que hablar la Carta Pastoral del Episcopado Argentino titulada Una
luz para reconstruir la Nación (Buenos Aires, Pilar, 12-11-2005)
Sirvan de botones al proverbial muestrario, ante todo, el párrafo 29, que proclama
abolida la enseñanza tradicional de la Iglesia, según la cual «el error no tiene
derechos». Olvidando el pequeño detalle de que tal enunciado doctrinal fue
expresado, entre otros, por León XIII en la Libertas, y que a la totalidad del
magisterio leoniano pidió volver Juan Pablo II en la Introducción de su Centessimus
annus, como un modo de «satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha
contraído con el gran Papa» y de manifestar «también el verdadero sentido de la
Tradición de la Iglesia».
Para los Obispos, los problemas vitales que deben señalarse y corregirse son de
índole sociológica: desocupación, subempleo, exclusión social, inseguridad,
pobreza. Y entre los «muchos signos positivos» que han escrutado les parece
enunciable, en primer lugar, el aumento «del índice de votantes» (par.20).
La tragedia de una patria católica intencionalmente descristianizada, de la Fe
perseguida y profanada, de la Cátedra de Pedro escarnecida, de la blasfemia y de la
impiedad promovidas a mansalva, de la cultura de la muerte entronizada, y del
ultraje religioso y moral hecho política oficial, no aparece mencionada. La tragedia
de una Argentina en la que Cristo ha sido destronado y los deicidas se reparten
con insolencia sus despojos, tampoco los inquieta. La tragedia consiguiente de
una población masificada y acostumbrada a la aceptación del vicio y de la
contranatura, cuyos integrantes han sido degradados del rango de ciudadanos al
«de votantes», no los perturba ni les quita sus episcopales sueños. El hecho
igualmente trágico de un gobierno crapuloso y corrupto, integrado por la gusanería
marxistoide más revulsiva, y por los sirvientes más dóciles al Imperialismo
Internacional del Dinero, no se menciona en el listado de inconvenientes.
No trae, pues, la Carta de los Obispos, una luz para reconstruir la nación.
Sombras, nada más, como en el tango de Contursi. Lo que debieran saber los
pastores es que, como lo enseñara Castellani, Dios no es un cantor de tangos, que
al final, enternecido, abrirá las anchas puertas para que todos pasen al cielo. No;
no, enseñaba el gran cura. La puerta es estrecha. Golpearán queriendo entrar los
mercenarios que dejaron el rebaño a merced de los lobos. Y detrás se escuchará la
voz firme y gimiente del Señor recitando: «Algún día haz de llamar / y no te abriré
la puerta / y me sentirás llorar».
LA BESTIA:
Hubiera sido edificante que ante este estallido feral -por el cual, como en el poema
de Manuel Machado, el animal «bufa, ruge, roto, cruje», y encuentra como
respuesta la figura esbelta del torero «que se esquiva jugando con su enojo»- la
Bestia se hubiera encontrado con la firmeza de los Herederos de los Apóstoles
haciéndolo rodar por la arena. En su lugar, los obispos y el Cardenal Primado,
Monseñor Bergoglio, se apresuraron a aclarar con prontitud que la traída y llevada
Carta Pastoral no estaba dirigida contra el Gobierno. Diversidad de voceros
oficiales y oficiosos de la Conferencia Episcopal dieron la buena y tranquilizadora
nueva... ya vieja para nosotros.
«Los Pastores deben tomar cada vez más conciencia de un dato fundamental para
la evangelizarían: en donde Dios no ocupa el primer lugar, allí donde no es
reconocido y adorado como el Bien Supremo, la dignidad del hombre se pone en
peligro. Es por lo tanto urgente...
recordar que la adoración no es un lujo, sino una prioridad»-Benedicto
1 -Maccarone pecó en primer lugar contra Dios. Pecó con vicio nefando, faltó
contra natura, depravó su cuerpo y su mente, ensució el Orden Sagrado, llevó una
vida sacrilega a fuer de doble, siendo una de ellas la de Ministro de la Eucaristía, y
la otra la de un relapso en materia de perversión sexual. Pecó contra la castidad y
dio escándalo grave a sus subditos. Sacrilegio, sodomía, escándalo: así
enunciemos sus culpas.
Nada de esto ha sido dicho, faltándose entonces a esa primera caridad que es la
verdad, según recta enseñanza agustiniana. Y por tamaña falta de omisión,
quebrantóse la justicia, pues la omisión de lo necesario es tan injusta como la
afirmación del error. Y aquí lo necesario era llamar a las cosas por su nombre,
desagraviando a Dios primero, el gran traicionado.
Nada de esto fue dicho, callándose nuevamente la existencia de ese mal enorme,
que autodemuele a la Iglesia. Un mal cuya acción real no se entiende separada del
Maligno, enseñoreado hoy a sus anchas en el mismo lugar sacro. Heresiarca y
manfloro: tales pues los adjetivos que retratan al prelado depuesto.
4 -La supuesta disculpa de Maccarone, que tomó estado público a partir del 26 de
agosto de este 2005, leída sobrenaturalmente asusta por el torpor que delata,
estado propio de un espíritu acédico. Pero leída naturalmente es una prueba más,
de que tanto él como sus pares, son incapaces de superar la perspectiva
horizontalista, inmanentista y sociológica. El amadamado prete refiere "un
proyecto de extorsión", un "acontecimiento preparado por intereses y tecnología"
que "se aprovechó" de "su buena voluntad", hiriendo "la calidad moral de su
persona". En todo lo cual ve "el costo" pagado por una "actitud" de lucha "contra
la prepotencia y la injusticia" de los poderosos políticos santiagueños. Ausente el
perdón a Dios por las ofensas múltiples y gravísimas. Ausente el decoro y el pudor
para llamarse a silencio sempiterno. Ausente el puño que se golpea con furia el
pecho, clamando cien veces mea culpa. Ausente el sentido común para evitar
expresiones como buena voluntad o calidad moral. Ausente la conciencia del
pecado, el propósito de enmienda, la disposición penitencial, el inacabable pedido
de misericordia al Señor, para con sus vellaquerías primero, y para con la grey que
sus escándalos azotó.
Nada de eso sucederá en este caso, como nada de eso sucedió en situaciones
análogas o más graves. Porque salvo honrosísimas excepciones, estos pastores,
que por dolorosa permisión de Dios, ejecutan, encubren y toleran hoy la
consumación de tantos atropellos doctrinales y morales, no son en rigor la
Verdadera Iglesia. Son la Iglesia Clandestina, cuya protesta le costó la vida a Carlos
Alberto Sacheri. La que pide canonizar a los palotinos, a Angelelli, a Pironio o a
cuanto aprendiz de Judas cambió al Señor por denarios. La que dice optar por los
pobres, como escaramuza para servir a la Revolución. La que dice enfrentarse con
los poderosos pero complace a los tiranos. La que dice oponerse a los poderes
políticos, pero se prosterna ante la democracia y sacraliza al Régimen. La que por
boca del Cardenal Primado, Jorge Bergoglio, ha dicho el pasado 10 de agosto - sin
que uno sólo de sus pares o subalternos saliera a enmendarlo o siquiera a
suplicarle enmiendas- que católicos, judíos y musulmanes "adoramos al mismo
Dios". Iglesia de la Publicidad, la llamaba el Padre Julio Meinvielle; de la que el
intemperado Maccarone quedará como un emblema sombrío y vil, en el que se
amalgaman el progresismo y la contranatura, la inverecundia y la herética
pravedad.
Capítulo 5
De investigar y de exponer este apasionante tema me ocupé hace más de una larga
década, siendo el resultado de mis estudios una modesta obra titulada El deber
cristiano de la lucha (Buenos Aires, Scholastica, 1992, 356 p). El entonces
Monseñor Jorge Mario Bergoglio, a la sazón Vicario Episcopal de Flores, recibió mi
libro, y me respondió con una larga, generosa e iluminativa carta, fechada el 18 de
noviembre de 1992, escrita en hojas membretadas de la misma Vicaría.
En sus partes más significativas dice la epístola: «Me felicito por tener en las
manos una obra así. Hace falta en un momento en que la 'tranquilidad de la paz' se
ha adulterado en su significación. Todo se sacrifica en aras del 'pluralismo de
convivencia', en el que el Decálogo puede reducirse a estos dos principales
mandamientos: Vos con lo tuyo y yo con lo mió', Vos no me jorobas y yo no te
jorobo'.
Ese pluralismo en el cual la verdad 'se remata' en el relativismo valorativo
ambientado por un Neustadt o Grondona; en el cual la belleza pasa por los
liftenings de Mirtha Legrand o las guarangadas degradantes de otras 'estrellas' (por
no decir meteoritos que destrozan lo que tocan) y en el que el bien pasa a ser una
mera adjetivación del verbo 'pasarla'. En un momento en que el tal pluralismo de
convivencia atenta contra la gramática más elemental de la bonhomía y dignidad
[...] hay cosas que no se prestan, que no se negocian.
Cuánto nos hace falta hoy día que venga aquella vieja Macabea que, con las
entrañas destrozadas por el dolor, tenía la valentía de burlarse del tirano con sus
siete hijos. Claro, la vieja no les hablaba de pluralismo, de convivencia. Dice la
Escritura (y lo dice dos veces) que les hablaba 'en dialecto materno'. Y el dialecto
materno, ese que mamamos con la gracia del Bautismo, es el que nos da la gracia y
el aguante para toda lucha. Cuánto nos hace falta hoy día que venga otra Judith y
que nos 'cante' la historia de vencedores que llevamos dentro, como lo hizo con
aquellos ancianos corruptos por la cobardía
que querían pactar. Les habló claro, y después no roscó ni zafó ni negoció ni
trenzó: simplemente le cortó la cabeza al enemigo de Dios.
Que la Santa Trinidad, a quien nos sea dada la gracia de adorar siempre, tenga
piedad de nosotros, y no nos deje caer en lo que aquellos "hijos rebeldes' que
surgieron en Israel (1 Macabeos, 11,15), que para ser 'modernos' pactaron con
todo: rindieron culto al pluralismo de convivencia».
Pero hay más. Hacia la misma época de esta valiosa carta, visité a Monseñor
Bergoglio en su despacho de la Vicaría, en la calle Condarco 581, corazón mismo
del barrio de Flores. Sabedor de mis inquietudes sobre el tema que había motivado
mi libro precitado, me obsequió un tratado de C. Spicq, Vida Cristiana y
Peregrinación según el Nuevo Testamento (Madrid, BAC, 1977), aclarándome que el
ejemplar estaba leído, usado, marcado y aprovechado por él mismo en su
formación sacerdotal. Conmovido por esta inusual delicadeza me sumergí de lleno
en las páginas de Spicq, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de
Friburgo.
Están subrayadas con lápiz, por el hoy Arzobispo de Buenos Aires, estos párrafos
vigorosos de las páginas 154-155: «El cristiano debe ser fuerte, porque ha de
luchar [...] tanto más cuanto hay que vérselas con el diablo, cuyas estratagemas
son terriblemente capciosas y agresivas; [...] No se trata tan sólo de ganar una
batalla, sino de emprender una guerra prolongada, con todas las vicisitudes,
renunciamientos, y múltiples esfuerzos, incluso heroicos en los momentos críticos,
pero teniendo en cuenta que el buen soldado, tras haber cumplido con todos sus
deberes, permanece dueño del campo de batalla, queda de pie. De ahí la llamada al
combate del v.14 [San Pablo, Carta a los Efesios, 6]. 'En pie, pues', una vez por
todas, no sólo para revestirse de las armas que son medios de gracia y disponerse
al combate, sino ya como un soldado en campaña; la guerra ha comenzado y es
continua».
PROFANACIÓN DE LA CATEDRAL
DE BUENOS AIRES
Si las relaciones del Cardenal Bergoglio, tanto con el judaismo como con el
sionismo, son concretas y explícitas, no aparecen - por lo menos hasta hoy- tan
claras sus vinculaciones con la masonería. En varios reportajes concedidos por
Sergio Nunes, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Venerables y
Libres Masones, sobre todo en dos periódicos provinciales de Gualeguaychú y de
San Juan, hacia fines del 2007, el susodicho Nunes manifestó su coincidencia "con
el Cardenal Bergoglio, sobre la pobreza, las asimetrías sociales y la necesidad de
llegar a una igualdad de oportunidades para los seres humanos" (cfr. http:/
/radiocristiandad. wordpress.com/2007/12/1 l/la-masoneria-argentina-dice-tener-
muchas-cosas- en-comun-con-la-iglesia-catolica/); como manifestó asimismo su
deseo de tener un encuentro con el obispo. Pero lo que es innegable es que
Bergoglio jamás llamó al orden a Monseñor Karlic, cuya escandalizadora
confraternización pública con la Masonería tuvo lugar en Paraná, el 12 de abril de
2000. Tampoco lo hizo cuando el referido Karlic, en vísperas de la Navidad del
2008, en No;
Se movilizaron por la causa judía más de 1500 diarios en 165 países, como bien lo
relata Salvador Borrego. Hasta tal punto que -con razón pudo decir Schopenhauer-
"si se le pisa un pie a un judío en Francfort, toda la prensa, desde Moscú hasta San
Francisco, levanta vivas manifestaciones de dolor".
Los tres objetivos sionistas se habían cumplido con creces: la difamación sin
retorno del régimen nacionalsocialista, el principio del movimiento internacional
que llevaría a la caída del Tercer Reich, y el abandono de su supuesta tierra natal,
Alemania, de los israelitas allí
radicados, trazándose cuidadosamente el plan de ocupar Palestina. ¿A quién
benefició aquella noche de sangre y fuego? ¿Quiénes la armaron realmente, si los
más destacados jerarcas del Nacionalsocialismo se quejaron amargamente de la
misma y ordenaron su inmediato cese?
Somos católicos, y se nos crea o no, lo mismo da, nuestras espadas no se cruzan
por defender una ideología sobre la cual han recaído oportunas y sucesivas
reprobaciones pontificias. Pero por modestos y mellados que puedan estar
nuestros aceros, saldrán siempre en defensa de la verdad histórica, de los
vencidos de 1945, a quienes ningún alegato en su defensa se les permite. Y saldrán
siempre en repudio y en ataque de la criminalidad judaica, por cuyas víctimas, que
suman millones -sí, decenas de millones- no hay un solo obispo guapo que quiera
rezar un sencillo responso.
Capítulo 7
En efecto; nada les importa a los obispos que las entidades judaicas con las que
se unirán en esta parodia litúrgica, tengan un amplio y ruinoso historial de
militancia anticatólica. Nada les importa que la B'nai Brith sea sinónimo
documentado de malicia masónica, mafia mundial, ideologismo revolucionario y
plutocratismo expoliador y artero. Nada les importa si una de esas instituciones, el
Seminario Rabínico Latinoamericano, amén de su frondoso prontuario sionista y
marxista, ostente con insolencia el nombre público de Marshall Meyer, conocido y
castigado otrora por su flagrante inmoralidad.
Nada les importa que uno de los cocelebrantes de la parodia ritual, junto con el
inefable Padre Rafael Braun, sea el Rabino Alejandro Avruj, Director Ejecutivo de
Judaica, organización que se exhibe ostensiblemente "en red" junto con JAG
(Judíos Argentinos Gays) para propiciar públicamente las uniones "maritales"
entre degenerados (cfr. http://jagargentina. blogspot.com, y Agencia Judía
deNoticias, 30-6-08). Nada les importa a estos pastores devenidos en lobos, que
todas y cada una de estas entidades, hoy llamadas a una concelebración farisea y
endemoniada, hayan sido y sean la prueba palpable del odio a Cristo, a su
Santísima Madre y a la Argentina Católica.
LA HEREJÍA JUDEO-CRISTIANA
Pero nuestra guerra teológica sigue siendo sin cuartel y declarada contra este
sincretismo indigno, ilegítimo y herético, cuyos fautores eclesiásticos -ya hueros
de todo temor de Dios y de toda genuina fe neotestamentaria- no trepidan en
ofrecerles a los enemigos de la Cruz uno de los templos más emblemáticos de la
Ciudad, otrora llamada de la Santísima Trinidad. Hospitalarios con los perversos
para celebrar la mentira, quede marcado para ellos el estigma irrefragable de
quienes traicionan el Altar del Dios Vivo y Verdadero.
DECÍRSELO EN LA CARA
Con palabras eternas del Evangelio les llegue, a los intrusos del lunes 9 de
noviembre y a quienes les abren las puertas, la admonición jamás periclitada:
"¡Matasteis al Autor de la Vida, crucificasteis al Señor de la Gloria!".
Con palabras de Santa Catalina de Siena -la dueña de casa del Convento que
profanarán estos malditos- repetiremos en alta voz: "Gracias, gracias sean dadas al
Dios Soberano y Eterno, que nos ha colocado en el campo de batalla para luchar
como valientes caballeros por Su Esposa, con el escudo de la Santa Fe".
Capítulo 8
3.- No es la primera vez en estos tiempos recientes, que nos toca presenciar con
dolor el ultraje de algunos de nuestros más venerados templos. Sólo al pasar, y
recordando lo sucedido en los meses postrimeros de este año que se esfuma,
apuntamos los penosísimos episodios de la Basílica de Lujan, de San Francisco, de
San. Ignacio, de la Santa Cruz o de San Patricio. En un caso fue cedido el altar
mayor como podio proselitista a la infame dupla de los Kirchner y sus
secuaces; en otro el espacio sacro todo, como solaz para un grupo de estólidos
que conforman un club privado; en otros la parroquia entera como escenario y
emblema del odio marxista presidido por las Madres, las Abuelas, los Hijos y
cuanta parentela homicida y depredadora ejerce hoy poder en la patria estaqueada;
y en otro caso, el de nuestro templo más antiguo, como tinglado cabalístico para
alimentar la mentira judaica del holocausto.
5.- El Gral. José de San Martín no fue «el más ilustre iniciado» de sus
endemoniadas filas, como fementidamente repiten los trespunteados agentes.
Sobran las pruebas para demostrar que los masones fueron sus pertinaces
enemigos, dentro y fuera del país; para demostrar que los caudillos federales -con
sus pendones altivos que gritaban ¡Religión o Muerte!-fueron en cambio sus
camaradas y amigos. Para probar, en suma, que el hombre que persiguió con vara
implacable a los masones, haciéndolos hocicar y rendir, fue el heredero de su
sable corvo, y el destinatario de los mayores elogios. «Los pueblos» -le escribió
San Martín a Quiroga el 20 de diciembre de 1834-«están en estado de agitación
contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes de agentes secretos
de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda
Europa».
Una doble profanación se ha consumado, aunque entre la una y la otra haya una
distancia que sabemos calibrar. A Dios y a la Patria, a los Santos y a los Héroes, a
la Cruz y a la Espada, al Sagrario y al Soldado, al Altar y a la Historia.
iTal vez quede en esta tierra yerma alguna guardia de granaderos desvelados,
leales a la misión que se les impuso de tutelar los restos del procer en la Catedral
de Santa María de los Buenos Aires. Si así fuera, bueno sería que en la próxima
ocasión desalojaran a mandoblazos limpios a estos apatridas y amorales,
usurpadores insolentes de la Casa del Padre. Y aplicaran contra ellos el merecido
castigo previsto por el Libertador para «todo aquel que blasfemare el nombre de
Dios y el de su adorable Madre», como rezaba el artículo primero del Código de
Deberes militares y penas para sus infractores.
MUESTRARIO DE INFIDELIDADES
Capítulo 9
SEPULCROS BLANQUEADOS
Fue en San Patricio, más que parroquia -como la de la Santa Cruz, como tantas
otras- verdadero museo de la propaganda anticatólica y antro de agitación
irreligiosa. Aguantadero de tenebrosas organizaciones, podio de fariseos, teatro
de la amnesia, vidriera de la malaventurada progresía.
Sin embargo, para tales apóstatas abundan los homenajes "litúrgicos", los
servicios interreligiosos, las "misas" ecuménicas, los santuarios con votivas
lumbres, las trágicas parodias rituales de un sincretismo atroz, en el que
convergen judíos, masones, herejes y vulgares patanes. Todo suma a la
alucinación colectiva de una feligresía errática a la que le han trastrocado el
sentido más hondo de la vida martirial.
La tenida de San. Patricio no sólo fue una fiesta de la nueva y ficta historia oficial.
Fue casi -porque el paralelismo es inevitable- la sombría consolidación de lo que
en las negras horas de la Rusia leninista se dio en llamar Iglesia Renovada, con el
traidor Alexander Vedensky a la cabeza; esto es, una asamblea dócil y funcional a
los requerimientos del bolchevismo. La Iglesia deja de ser así "la basura"
identificable con "la dictadura", poniéndose del lado de los marxistas, y llorando
con ellos los comunes muertos de una guerra inicua que supieron librar codo a
codo. Los sepulcros de los demonios se blanquean. Quienes lo hacen posible se
convierten en sepulcros blanqueados. Ya se sabe qué dijo de ellos el Señor.
El miserable de Kirchner conoce bien los trucos. Por eso asiste a estas funciones
de "su" iglesia católica, como asistió ayer a los sacrilegios del sodomita
Maccarone, o a la toma de posesión del oficialista
Monseñor Romanín o a los despliegues canallescos del Padre "Pocho" Brizuela. La
Iglesia Renovada es ahora, para Kirchner, su nueva madre y maestra. Y ella, como
una barca invertida y desleal, lo recibe en su seno, le da la mano y lo acoge con
holgura. Navegan en bajamar o en aquerónticas aguas. Con esta "iglesia", claro, no
miente al decir que "nunca tuvo problemas".
Pero en la patria hubo católicos a quienes, por odio a la Fe, mató arteramente la
guerrilla marxista. La misma a la que sirvieron los palotinos, las monjas francesas,
Angelelli y Mujica. Católicos cabales, asesinados por ser testigos valientes de la
Cruz. Católicos como Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Católicos
como tantos humildes soldados o policías, abatidos a mansalva, sin tiempo a
veces para musitar una oración. Católicos como los guerreros de Tucumán, que
portaban escapularios en sus pechos y ataban el rosario al caño del fusil.
¿Qué Misa celebró públicamente por ellos, Cardenal Bergoglio? ¿Qué llanto
derramó por sus memorias, qué consuelo para sus deudos, que confortación para
sus familiares, qué homenaje visible y orgulloso tributó en el altar para sus
conductas de combatientes de Dios y de la Patria? ¿Qué santuario alberga sus
restos y ante ellos su responso y su homenaje? ¿Qué proceso de beatificación
promueve o acompaña Usted, para quienes por luchar por el Amor de los Amores,
mató el odio desalmado y oscuro? ¿Qué secreta lista de mártires integran estos
gloriosos caídos para que ninguno de sus nombres egregios resuenen entre los
muros posesos del templo de San. Patricio? Al final era cierto. Existe él Evangelio
de Judas. Pero no es un apócrifo de la gnóstica secta cainista. Es una triste
realidad que parece escribir a diario la Jerarquía nativa.
Caídos en la guerra justa contra el marxismo: primero por sus almas hemos
elevado esta Semana Santa nuestras más encendidas plegarias. Y no habrá
pastor medroso ni gobernante crápula que puedan impedir que lleguen,
piadosas e invictas, ante el Dios de los Ejércitos.
Capítulo 10
MARICONES CON O SIN "MATRIMONIO"
"Los que son más aparejados para huir que no para luchar, más vale verlos en
los escuadrones de los contrarios que en los nuestros"
Jenofonte, Anábasis, III, 2,17.
Cuando hacia fines del año 2009 el imbécil de Mauricio Macri decidió aprobar la
parodia siniestra del «matrimonio» homosexual, Bergoglio se le quejó invocando
las leyes positivas, según las cuales, tal acto no debería haberse consumado, y el
Jefe de la Ciudad Autónoma debería haber apelado legalmente para evitar la
irregularidad reglamentaria.
La declaración bergogliana o badogliana -lo mismo da- no pasaba el terreno del
positivismo jurídico. Nada de invocaciones al Decálogo, a la Sacra Escritura, a la
Verdad Revelada, a la Ley Divina o al Magisterio intangible de la Iglesia. Nada de
excomuniones ni de confrontaciones celestes. Nada de invocar los derechos de
Dios y los deberes de los supuestos bautizados. Nada de recuerdos
comprometedores como los de Sodoma y Gomorra, ni de inoportunos textos
paulinos mandando al infierno a los sodomitas. Todo medido y prolijito dentro del
presunto orden constitucional. Lo que se dice una queja liberal y democrática; y
limitada a Macri, claro. Porque los Kirchner son propulsores explíctos de esta
depravación, pero para ellos no ha llegado aún ni este suave tironcito de orejas
clerical.
Evidentemente los que piden casarse entre sí no son los únicos maricones
de esta trágica historia.
Pero hay más. En la misma línea medrosa, el pasado 25 de febrero de 2010,
Bergoglio volvió a emitir un nuevo Comunicado reprobando la negativa de Macri a
impugnar la contranatura.
Entonces, Eduardo Rafael Carrasco, Director del Programa Padres de Familia y
con nutrida trayectoria en la lucha por la Cultura de la Vida, dio a conocer una
didáctica Declaración que nos place reproducir:
Coméntanos al comunicado del Arzobispado de Buenos Aires del 25-02-10
1.- Argumentación
Capítulo 11
EL MAL COMBATE
Así las diferencias, era lógico que los obispos tuviesen conflictos con el
homosexualismo desatado, y en particular con el abyecto propósito kirchnerista de
legalizar los apareamientos contranatura, considerándolos "matrimonios".
Conflictos propios de espíritus pacifistas, racionales, discutidores; permeables al
diálogo y abiertos a las disidencias. ¡Que a nadie se le ocurra andar pidiendo la
pena de muerte para los sodomitas, Levitico en ristre, como osó hacerlo el Rabino
Samuel Levin! ¡Qué a nadie se le ocurra asimismo solicitar el castigo fatal para los
gomorritas, como se aplica aún hoy en Afganistán, Irán, Mauritania o Yemen,
países mahometanos! ¡Que a nadie se le ocurra tampoco andar mentando los
textos del fundamentalista Pablo de Tarso, según los cuales, es el infierno lo que
les aguarda a los promotores y ejecutores del festín horrendo contra el Orden
Natural!
Dice además, para nuestro inusitado regocijo, que "hoy, la patria", ante "el
encantamiento de tantos sofismas con que se busca justificar este proyecto de ley"
[del matrimonio homosexual], necesita el auxilio del "Espíritu de Verdad", del
"Espíritu Santo, que ponga la luz en medio de las tinieblas del error". Al fin, y al
modo de un encomiable corolario, la carta termina pidiendo el apoyo sobrenatural
de la Sagrada Familia, para que sus miembros "nos socorran, defiendan y
acompañen en esta guerra de Dios" y en "esta lucha por la Patria".
Era demasiado. Demasiado por donde se lo mire, gíitar este manojo de verdades
rotundas y dar un puñetazo en la infausta mesa del diálogo para hablar, siquiera
una vez, el lenguaje inequívoco de las definiciones tajantes. Era demasiado y el
mundo no le perdonó al Cardenal que rompiera su alianza con él, aunque fuera
circunstancialmente y por fugaces momentos. En esta ocasión, incluso, el Centro
de Estudios Sabiduría Cristiana, no sacó ninguna
solicitada apoyando "incondicionalmente la posición firme y clara de nuestro
Arzobispo".
Llovieron las críticas feroces, a cual más indignas e ignorantes. Llovieron
asimismo las justificaciones y las corteses reconvenciones de los católicos bien-
pensantes, la una más inaudita que la otra; y no faltaron los intentos por exculpar
al Cardenal de tan insólita exaltación de ortodoxia, haciendo recaer "las culpas"
del "exceso" a las presiones de cierta línea eclesial demasiado romanista.
-La segunda afirmación errónea dice: "la aprobación del proyecto de ley en ciernes
significaría un real y grave retroceso antropológico [...] Distinguir no es discriminar
sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar.
En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad
cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas
fundamentales".
Capítulo 12
BODAS DE INFIERNO
Tenía Money la triste pero fabulosa ocasión de probar su postura, pues nunca
antes había caído en sus manos un caso así. Alguien nacido varón con un testigo
casi clonado, su hermano gemelo, de que genéticamente pertenecía al sexo
masculino. El mundo científico quedó expectante del caso. Lo mismo se diga del
"lobby gay", siempre presuroso por contar con la ciencia para justificar sus
perversiones.
El niño fue castrado, se le practicaron las primeras intervenciones para dotarlo
de un órgano sexual femenino y comenzó a ser criado como mujer. Sin
embargo, su rechazo por la figura de Money, que supervisaba la horrible
mutación, fue siempre total y en aumento. Igualmente sucedió con la familia
del niño, cuyos padecimientos psicológicos, morales y espirituales causaron
gravísimas perturbaciones.
EL ODIO AL MATRIMONIO
Pero más allá del mortificante caso de David Reiner -que paradójicamente no
esgrimen nunca los que apelan al emocionalismo para justificar las coyundas
invertidas- hay otras conclusiones que queremos dejar asentadas, sin ánimo de
exhaustividad.
l.-Los argumentos en pro del matrimonio contranatura -amén de pecar todos ellos
contra la estructura lógica del pensamiento- poseen el común denominador de la
hipocresía. De una hipocresía mucho peor de la que los homosexuales atribuyen
como un tópico a la sociedad tradicional que los "condena y victimiza". Algo
similar al fariseísmo que denunciaba Chesterton en "La superstición del divorcio",
cuando decía que los divorcistas no creen en el matrimonio, pero a la vez creen
tanto que desean poder casarse una infinidad de veces.
Esta parálisis frente a los depravados, esta incapacidad para llamarlos por sus
verdaderos nombres, debilita todas las respuestas. Monseñor Arancedo -y es
apenas un caso delirante entre muchos más- ha dicho seriamente que "no se está
en contra de que las personas del mismo sexo quieran convivir y tengan los
mismos derechos sucesorios" (La Nación, 18-7-2010, p. 27), sin mentar aquí los
exabruptos nauseabundos de Alessio, Farinello et caterva, a quienes nunca
alcanzan los castigos rotundos, efectivos, se-verísimos, irrecusables y ejemplares
que sus gravísimas infamias deberían dar lugar.
Y por eso, concluye Caturelli, que en "la red del odio teológico [contra la familia]
que cubre el mundo", la homosexualidad reclamante de "matrimonios" e "hijos"
cumple "un ritual tenebroso de profanación de lo sagrado". "Los acoplamientos
homosexuales en todas sus formas no son ni pueden ser jamás 'uniones':
constituyen una agresión gravísima al orden natural y una profanación nefanda del
cuerpo humano como tal y del misterio nupcial".
He aquí el fondo último de la cuestión que hoy nos estremece y consterna. El fondo
teológico, religioso y metafísico. Esta propuesta del "matrimonio homosexual" no
es otra cosa, no puede serlo, más que una expresión demoníaca en el sentido más
estricto, ajustado y pertinente de la palabra. Va de suyo que si los católicos y sus
pastores no se atreven a llamar mentirosos, depravados y pecadores a los
militantes de la homosexualidad, mucho menos se atreverán a llamarlos demonios.
Pero eso es lo que son, guste o disguste, y tengan estas líneas el alcance que
tengan.
Quienes autodenominándose católicos propusieron, promulgaron, apoyaron o
votaron la ley del "matrimonio homosexual", deben ser excomulgados. De la
presidenta para abajo, todos ellos. No lo decimos por entender de cánones, que no
es nuestro oficio. Tampoco lo decimos porque creamos que a los presuntos
destinatarios de la sanción los perturbe recibirla. Lo decimos para salvar el honor
de la Fe Católica. Para que tomen nota los buenos creyentes, de que no pueden
seguir llamándose miembros de la Iglesia los que han cometido contra la ley de
Dios un acto público de hideputez extrema. La Santa Sede, a su vez, debería
expulsar ya mismo al embajador argentino en el Vaticano. No -repetimos porque
consideremos la hipótesis de que pueda importarles el castigo diplomático a los
promotores de la contranatura. Si no para que el mundo entero tome debida nota de
que no se puede profanar impunemente a la Iglesia. En todas estas gestiones -
excomunión y ruptura de relaciones- debería estar empeñado el Cardenal Primado,
con todas sus fuerzas. Lamentablemente no parece suceder así.
-“La Iglesia, desde siempre, ha sabido discernir las infidelidades de sus hijos (…)
La Iglesia es también maestra cuando pide al Señor perdón” (monseñor Piero
Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, 7 -3-2000, con
ocasión de explicar el alcance de la celebración litúrgica pontificia del mea culpa
del 12 de marzo)
-“Es importante recalcar que (Memoria y Reconciliación: la Iglesia y las culpas del
pasado) se trata de un documento de la Comisión Teológica Internacional. Esto no
significa que sea un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de
la Fe. No es por tanto, un texto de la Santa Sede y mucho menos del Papa. El
mismo Cardenal Ratzinger, al presentarlo esta mañana, explicó que con este texto
la Iglesia no pretende erigirse en juez del pasado, ni encerrarse de manera
pesimista en sus propios pecados” (Comunicado de la Comisión Teológica
Internacional, Agencia Zenit, 7-3-2000)
-“La Iglesia del presente no puede constituirse como un tribunal que sentencia
sobre el pasado. La Iglesia no puede y no debe expresar la arrogancia del
presente (…) El protestantismo ha creado una nueva historiografía de la Iglesia
con el objetivo de demostrar que no sólo está manchada por el pecado, sino que
está totalmente corrompida y destruida (…) La situación se agravó con las
acusaciones de la Ilustración, que desde Voltaire hasta Niezstche, ven en la
Iglesia el
gran mal de la humanidad que lleva consigo toda la culpa que destruye el progreso
(…) Necesariamente hubo de surgir una historigrafía católica contrapuesta para
demostrar que , a pesar de los pecados, la Iglesia sigue siendo la Iglesia de los
santos: la Santa Iglesia (…) No se pueden cerrar los ojos ante todo el bien que la
Iglesia ha hecho en estos últimos dos siglos devastados por las crueldades de los
ateísmos” (Cardenal Joseph Ratzinger, 7-3 -2000, con ocasión de presentar en la
Sala de Prensa de la Santa Sede, el documento Memoria y Reconciliación…)
-“La dificultad que se perfila es la de definir las culpas pasadas, a causa sobretodo
del juicio histórico que esto exige, ya que en lo acontecido se ha de distinguir
siempre la responsabilidad o la culpa atribuibles a los miembros de la Iglesia en
cuanto creyentes, de aquella referible a la sociedad (…) o de las estructuras de
poder(…) Una hermenéutica histórica es, por tanto, necesaria más que nunca, para
hacer una distinción adecuada entre la acción de la Iglesia (…) y la acción de la
sociedad (…) Es justo por otra parte, que la Iglesia contribuya a modificar
imágenes de sí falsas e inaceptables, especialmente en los campos en los que, por
ignorancia o por mala fe, algunos sectores de opinión se complacen en
identificarla con el oscurantismo y la intolerancia” (Memoria y Reconciliación, 1, 4)
-“¿Se puede hacer pesar sobre la conciencia actual una “culpa” vinculada a
fenómenos históricos irrepetibles, como las Cruzadas o la Inquisición? ¿No es
demasiado fácil juzgar a los protagonistas del pasado con la conciencia actual,
como hacen escribas y fariseos, según Mt. 23, 29-32…? (Memoria y
Reconciliación, 1, 4,)
-“(…)Es convicción de fe que la santidad es más fuerte que el pecado en cuanto
fruto de la gracia divina: ¡son su prueba luminosa las figuras de los santos,
reconocidos como modelos y ayuda para todos! Entre la gracia y el pecado no hay
un paralelismo, ni siquiera una especie de simetría o de relación dialéctica
(Memoria y Reconciliación, 3, 4)
-“Nunca se puede olvidar el precio que tantos cristianos han pagado por su
fidelidad al Evangelio y al servicio del prójimo en la caridad” (Memoria y
Reconciliación, 6, 1)
-“Además, hay que evaluar la relación entre los beneficios espirituales y los
posibles costos de tales actos (de perdón) también teniendo en cuenta los acentos
indebidos que los ‘medios’ pueden dar a algunos aspectos de los
pronunciamientos eclesiales(…) Hay que subrayar que el destinatario de toda
posible petición de perdón es Dios (…) Se debe evitar(…) la puesta en marcha de
procesos de autoculpabilización indebida (Memoria y Reconciliación, 6, 2)
-“Lo que hay que evitar es que actos semejantes (los del perdón) sean
interpretados equivocadamente como confirmaciones de posibles prejuicios
respecto al cristianismo. Sería deseable por otra parte, que estos actos de
arrepentimiento estimulasen también a los fieles de otras religiones a reconocer las
culpas de su propio pasado (…) La historia de las religiones (no se refiere aquí a la
católica) está revestida de intolerancia, superstición, connivencia con poderes
injustos y negación de la dignidad y libertad de las conciencias” (Memoria y
Reconciliación, 6, 3)
-“Se debe precisar el sujeto adecuado que debe pronunciarse respecto a culpas
pasadas (…) En esta perspectiva es oportuno tener en cuenta, al reconocer las
culpas pasadas e indicar los referentes actuales que mejor podrían hacerse cargo
de ellas, la distinción entre
magisterio y autoridad en la Iglesia: no todo acto de autoridad tiene valor de
magisterio, por lo que un comportamiento contrario al Evangelio, de una o más
personas revestidas de autoridad no lleva de por sí una implicación del carisma
magisterial (…) y no requiere por tanto ningún acto magisterial de reparación”
(Memoria y Reconciliación, 6, 2)
El católico al menos, tiene que saber entonces, que es falso que la Iglesia le haya
pedido perdón al mundo o a sus adversarios y no a Dios; que haya renunciado a su
pasado de glorias y triunfos de la Fe; que haya negado a sus santos y a sus héroes;
que haya aceptado las mentiras históricas elaboradas por sus difamadores y
detractores; que haya admitido las argumentaciones masónicas que la retratan
como oscurantista o inhumana, que haya condenado a las Cruzadas, a la
Inquisición, a la Evangelización o a la Conquista de América; que haya obviado
toda referencia a las persecuciones de que fue y es objeto y a los gravísimos
errores de los ateísmos y de las demás religiones. Es falso que este mea culpa sea
un nuevo dogma, una resolución ex catedra o una retractación del Magisterio. Es
falso incluso que toda palabra o conducta de una autoridad eclesial deba ser
tomada como docente, incluyendo las palabras y las conductas de los intérpretes o
aplicadores de este pedido de perdón. Todo esto y tantísimo más es falso, pero se
ha propalado desde los medios, desde ciertas cátedras seglares o religiosas y
desde las usinas de la intelligentzia, sin encontrar al menos el elemental correctivo
de remitirse a las fuentes.
-Nos preocupa que se pida perdón cuando no se advierte culpa. La Iglesia, por
ejemplo, no es culpable de la división de los cristianos causada por la herejía
protestante, o por el accionar de otros tantos heresiarcas, antes y después de la
Reforma. No es culpable de los cismas, aunque una vez provocados alguien
pudiera señalarle actitudes aisladas poco caritativas. No es culpable del extravío
del paganismo, como la esclavitud o el menoscabo de las mujeres; ni de los
crímenes del capitalismo, como el abandono de los pobres o el desprecio por
necesitados; ni de las aberraciones del materialismo, como la supresión de los no
nacidos; ni de los atropellos del imperialismo, del neopaganismo y del sionismo,
como la persecución a razas y etnias, ni de las atrocidades del marxismo, como las
campañas
genocidas. No sólo no es culpable la Iglesia sino que es víctima, y en gran
medida por oponerse sistemáticamente con su testimonio a tan graves pecados.
-Nos preocupa que tras las disculpas por presuntas faltas de respeto a otras
culturas y creencias , se pueda justificar el salvajismo, el tribalismo y la idolatría,
cayendo en un relativismo cultural, religioso y ético que vuelve ilícita cualquier
tarea apostólica o inhibe todod fervor misionero o el obligado llamamiento a la
conversión. O que desacredite las grandes gestas evangelizadoras de la historia,
las hazañas de sus testigos, las epopeyas martiriales de sus guerreros santos.
-Nos preocupa que pueda sasociarse toda violencia con la negación del Evangelio;
cuando es un hecho que, tanto de las fuentes vétero y neotestamentarias surge la
legitimidad de una fortaleza armada al servicio de la Verdad desarmada. Este deber
cristiano de la lucha halla su fundamento y su necesidad tanto en las Escrituras
como en las enseñanzas patrísticas y escolásticas, tanto en las obras de los
grandes teólogos de todods los tiempos como en la mismísima hagiografía y en la
Cátedra bimilenaria de Pedro, hasta la actualidad y sin exclusiones.
-Nos preocupa que se les reproche a los católicos el poco esfuerzo “por remover
los obstáculos que impiden la unidad de los cristianos”, sin hacer referencia a la
única unidad posible y duradera cual es la que brota del arrepentimiento y de la
conversión de quienes están en el error, y de su consiguiente regreso a la Iglesia,
fuera de la cual no hay salvación, aún teniendo en cuenta los casos de ignorancia
invencible, ya que quien se salva, se salva dentro de la Iglesia.
-Nos preocupa que para atemperar las hipotéticas faltas de la Iglesia en el pasado,
se cuestione la unión de lo temporal con lo espiritual durante “los siglos llamados
de cristiandad”; o que se aluda a los cambios de paradigmas situacionales en el
transcurso de los tiempos. Lo primero puede conducir a la convalidación del
secularismo, lo segundo a la adopción del historicismo.
-Nos preocupa que una vez reconocida la existencia de una historiografía facciosa,
alimentada por el odium Christi, se desaliente la apologética. Y que una vez
reconocidas igualmente, tanto la necesidad como la urgencia de la rigurosidad
cientifica en el terreno de los estudios del pasado, se omita toda mención a las
grandes obras y a los autores magistrales que ya han dilucidado períodos,
acontecimientos y actores justamentte vilipendiados. Incluyendo aquellos que han
tenido lugar en el transcurso del siglo XX.
-Nos preocupa que la jerarquía eclesiástica presente, eleve a los altares a quienes
entregaron su vida durante guerrras justas por la defensa del sentido cristiano de
sus respectivas patrias- verbigratia los Cristeros y los combatientes de la Cruzada
Española- y desapruebe a la vez “las formas de violencia ejercida en la represión y
corrección de los errores”. Tamaña paradoja podría dar pie a una visión pacifista,
ajena al espíritu de la doctrina católica, como al riesgoso equívoco de creer que el
bien se impone sin el esfuerzo y sin el sacrificio del buen combate.
-Nos preocupa al fin, que se hable del antisemitismo cristiano como factor
coadyuvante del antisemitismos nazi, y hasta del retaceo de la ayuda ante el
maltrato del que fueron objeto los judíos durante el Tercer Reich. No existe un
antisemitismo cristiano, sino una explicación cristiana del misterio de la
enemistad teológica de Israel;
y en el más doloroso de los casos, un conjunto de prevenciones dadas
oportunamente por la Iglesia para evitar los conflictos recíprocos. Existe en
cambio un anticristianismo judaico, teórico y práctico. que arrancó los primeros
gritos de dolor en el Nuevo Testamento: “¡Matásteis al Autor de la Vida!” (Hechos
3, 13 -15), “¡Crucificásteis al Señor de la Gloria!” (1 Cor. 2, 8). Existió un Pío XII que
se desveló por la suerte de los hijos de la Antigua Alianza, y no conocemos de la
existencia de ninguna autoridad rabínica equivalente que haya tomado como
propia la suerte de los cristianos asesinados en los gulags.
-Nos preocupa que en el legítimo afán de aliviar las heridas que pudieran haber
recibido los judíos durante su larga historia, se eche al olvido el drama teológico
que significó su defección y apostasía, del que nos habla San Pablo en los
capítulos noveno a undécimo de su Epístola a los Romanos, que se pase por alto el
drama mayor del deicidio, corroborado por el Señor cuando dijo “Sé que sois linaje
de Abraham, pero buscáis matarme, porque mi palabra no ha sido acogida por
vosotros” (Jn, 8, 37); y sobretodo, que se evite pronunciar cuidadosamente todo
deseo o reclamo de conversión a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Mesías.
-Nos preocupa en definitiva, que este pedido de perdón, imprudente de por sí,
torcido por los medios, malinterpretado por los pseudointelectuales con poder,
escamoteado en sus significaciones más nobles y capitalizado por innumerables
calumniadores de la Fe católica sin aclaraciones condignas y autorizadas,
instale artificialmente -para desconcierto de todos- la dialéctica de una Iglesia
pre- meaculpa y postmeaculpa, de consecuencias tan dañinas como otras
divisiones dialécticas ya probadas
Hubiera sido oprtuno pedir perdón por los pastores medrosos, cómplices del
liberalismo y del comunismo; por los curas guerrilleros o agitadores
tercermundistas, por los obispos que confunden a su grey con palabras y hechos
que no son sino contemporizaciones con los enemigos de la Iglesia; por los que
ensayaron todos los errores filosóficos del siglo y se olvidaron de la filosofía
perenne; por los innovadores que terminaron siendo socios activos de la
Revolución; por los que llamaron renovación a la apostasía y traicionaron a
sabiendas la Tradición. Perdón por las deserciones en nombre del antitriunfalismo,
por el temporalismo, el activismo, y la malsana mundanización. Perdón por no
haber predicado explícita y contundentemente la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo.
Mas como no sea cosa que se crea que estos deseados pedidos de perdón
reconocen su punto de partida en los días posteriores al Concilio Vaticano II,
hubiera sido oportuno además, que se entonara un mea culpa especialmente
doloroso y trágico, por ese mal enorme y antiguo del fariseísmo que resume y
contiene a todos los otros, y que desde lejos viene corroyendo y afeando el Santo
Rostro de la Santa Madre Iglesia.