Transitando El Tiempo de La Niñez

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6.

Transitando el tiempo de la niñez

«La niñez es como un telar cuya urdimbre abre múltiples posibilidades y pluralidad de

matices que se entretejen en una frontera indómita, en un tiempo de intensidad y en

un tiempo en disponibilidad. De este tejer surgen diferentes tramas, con variados gro-

sores, colores y texturas que dan cuenta de las singularidades de las niñeces. No tiene

un único tejedor o tejedora. La cultura y sus instituciones las producen. Las niñeces

intervienen tejiendo y destejiendo al unísono»

Manavella y Bixio (2011)

Si bien se reconoce que infancia y niñez son sinónimos, se suele hablar de infancia como cate-

goría social y de niñez para aludir a la población de determinada franja etaria, cuyos límites
varían

según las posiciones que se adopten; sin embargo, en todo caso, la niñez y las niñeces también

deben ser pensadas como categorías teóricas. Se la nombra niñez porque se toma su propia
pa-

labra, dado que no se trata de alguien que no sabe hablar y al que hay que enseñarle6, sino
que

se trata de alguien que tiene un singular modo de hablar y al que hay que acompañar y
andamiar

mientras aprende a hablar con las voces de su cultura sin perder la propia voz.

6 Según Joan Corominas, el vocablo infante proviene del latín «infans» -de donde deriva
infancia- que significa el que no habla, incapaz de

hablar. Otras acepciones consideran la palabra niña y niño como una onomatopeya de los
primeros balbuceos, por tanto, ese modo de hablar
lo define.

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La niñez como construcción social e histórica

Si bien se puede suponer, tal como algunas investigaciones lo proponen, un primer momento

inicial en el que la niñez fue invisibilizada como categoría social, se advierte que el momento
en

que comienza a ser «mirada» coincide con el momento en que se institucionaliza la escuela
como

espacio específico para atender sus necesidades.

Desde esta perspectiva, la niñez es un momento definido de vida que requiere de cuidados
específi-

cos. Se la concibe como una etapa de dependencia e indefensión, a la vez que se le adjudican
caracte-

rísticas pensadas en el siglo XVII, tales como su condición innata de bondad e inocencia. La
escuela se

funda sobre las bases de esta representación acerca de la niñez como objeto de protección.

Durante el siglo XX y este inicio del siglo XXI, se instalan una serie de debates sobre la niñez,
que

culminan en el reconocimiento de sus derechos y en la necesidad de proponer políticas


estatales
acordes. De ser meros objetos de cuidados, los niños y las niñas pasan a instituirse como
sujetos

de derecho, al reconocerse su estatus de persona y de ciudadana o ciudadano.7

La transformación acerca de la representación social de la niñez como sujeto de derecho ha


im-

pactado también en los modos en que la escuela interviene. Como dice Sandra Carli: «Ya no es
la

escuela la que produce las definiciones acerca de la infancia o discute críticamente las
definiciones

heredadas, sino que son los niños los que desafían a redefinir las escuelas» (1998, p.6).

Las niñeces y sus tránsitos

Pensar las niñeces a partir de la diversidad de las experiencias según sean sus tránsitos y el re-

conocimiento de la institución educativa como un espacio de convivencia en la pluralidad son


dos

puntos claves a considerar. Hay una niñez y múltiples modos de transitarla.

Hoy, se habla de la niñez como sujeto de derechos y, a la vez, se reconoce que junto a esos
derechos

adquiridos, hay múltiples derechos vulnerados. Al situar la libertad en la escena educativa en el


sentido

en que Freire plantea la pedagogía de la autonomía, se requiere de experiencias estimuladoras


para el

pensamiento crítico que se conciben como «un tráfico constante en ilusión, un reiterado
acceso a la

interacción entre la creatividad y lo que el mundo tiene para ofrecernos» (Winnicott, 1990,
p.100). Este

horizonte emancipador sitúa en el enseñar y en el aprender un lugar de vigencia de los


derechos huma-
nos. Iguala a los sujetos en la posición de derechos y en la lucha por su conquista de manera
colectiva.

En esta misma línea de pensamiento, en su conferencia «La opción de educar y la


responsabilidad

pedagógica», Meirieu (2013) considera que la escuela debe transmitir saberes emancipadores,
ya

que entiende que la emancipación se logra a través de la transgresión de la inteligencia en


contra de

los prejuicios. Afirma que es esencial luchar por la justicia social y por una distribución
equitativa de

los bienes materiales y agrega: «también es necesario luchar por una igualdad de acceso a las
formas

simbólicas y, por ende, a las formas de expresiones artísticas y culturales» (Meirieu, 2013,
p.19).

Las tramas de las niñeces

¿Por qué se habla de niñeces? Las tramas de las niñeces se tejen a través del juego, el modo

singular de vivenciar las experiencias en un tiempo intenso («tercera zona» como dice
Winnicott o

«frontera indómita» como conceptualiza Montes) y la alteridad.

La niñez se vive estando en un tiempo subjetivo, circular, que no se puede medir ni describir,
sino

7 Como correlato de estas representaciones acerca de la niñez, se producen una serie de


declaraciones y legislaciones nacionales e inter- nacionales, como la Declaración de los
Derechos del Niño, del año 1959 y la Convención sobre los derechos del Niño de UNICEF que
entra en

vigor en 1990, entre otras, que impactan a nivel nacional. Se modifica la Ley del Patronato de
Menores, que regía en Argentina desde el año

1919, por la Ley de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes
sancionada en el año 2005. Esta nueva manera de

pensar la niñez, «niñeces», desde el paradigma de los derechos humanos, condice con la
perspectiva de la Ley Nacional de Educación y de
todas las legislaciones vigentes que atienden a las niñeces.

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vivenciar. No es una experiencia excepcional, sino justamente cotidiana, común al tiempo de la

niñez. Es el tiempo (Aión) en intensidad, el tiempo de lo creativo, que habita en la frontera


indómita,

como afirma Graciela Montes.

La escuela es un lugar privilegiado para hacer posible ese derecho a vivir plenamente en un
tiem-

po lúdico e intenso. Esto no significa encontrar un juego para cada contenido curricular, sino
hacer

de la experiencia del conocimiento un tiempo de jugar, un estar jugando. Esta es la manera en


que

la niñez se apropia del mundo, lo inventa, lo investiga, lo descubre y lo reconoce.

La alteridad, al igual que el juego, son constitutivos en la niñez. Alicia Fernández recupera a
Win-

nicott y propone pensarse como seres entramados «ya que no hay sujeto posible sin trama
social

ni sociedad humana sin subjetividad en juego» (2011, p.214). Es a través de la tensión


productiva de
este tejido que se constituye el objeto de conocimiento que es simultáneamente externo al
sujeto

y, a la vez, construido por él.

Somos seres entramados desde el inicio. Freire habla de una pedagogía de la emancipación
par-

tiendo de la alteridad y las singularidades de cada persona, por lo que considera a los sujetos
como

constituidos por la otra y el otro mutuamente en una acción dialógica donde la otra y el otro
irrum-

pen y se transforman y nos transforman. En esta relación dialéctica se experimenta la


autonomía

con otras y otros hacia lo común. Cullen utiliza la metáfora de la escuela como telar de la
esperanza

y dice: «la escuela como telar de la esperanza alude, en primer lugar, a la necesaria dimensión
po-

lítica de la educación, en este sentido, del arte del tejido. Lo que importa aquí es definir cuáles
hilos

conforman la urdimbre y qué tramas se tejen con ellos» (2004, p.199).

La escuela y la docencia en disponibilidad

La escuela se enarboló como la institución dedicada a la niñez, a su educación, cuidado y socia-

lización. La niñez fue visualizada e interpelada por el Estado como «futuras ciudadanas y
futuros

ciudadanos» y, por tanto, pensada como un preludio de la adultez, como un tiempo de espera
y
no como un tiempo en sí misma. Las instituciones educativas, regidas por el tiempo
cronológico,

todavía suelen esperar que la niñez se adapte a los ritmos escolares, aunque ya se sabe que es
la

escuela quien necesita adaptarse a sus ritmos.

Desde esta mirada, la docencia se posiciona en disponibilidad ante las niñeces, al decir de
Volnovich

(2020), para ofrecer, acompañar, sostener, habilitar, intervenir, entablar lazos, abrir caminos
intersub-

jetivos que posibiliten ese «bien-estar que convoca al descubrimiento, la enseñanza y el


aprendizaje».

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