Las Actas de Los Mártires
Las Actas de Los Mártires
Las Actas de Los Mártires
MÁRTIRES
LA AUTORIDAD CIVIL Y LOS CRISTIANOS
▪ La persecución de Nerón sentó además un precedente de gobierno y fue el inicio
de lo que sería durante los tres primeros siglos la actitud romana oficial: no era
lícito ser cristiano.
▪ La existencia de esta prohibición consta por una carta del gobernador de Bitinia al
emperador Trajano: no hay que buscar de oficio a los cristianos, ni admitir
denuncias anónimas; pero si son denunciados en debida forma y no abandonan su
superstición, deben ser castigados conforme a la ley.
▪ Los cristianos tenían clara conciencia de la injusticia criminal de este proceder, en
verdad sorprendente entre gentes como los romanos, que tenían una alta estima
de la justicia.
▪ La proscripción de los cristianos más las calumnias fácilmente creídas, ponía a los
cristianos en una situación precaria, como mucho, eran tolerados. El celo de una
autoridad local o su debilidad frente a una explosión popular podía engendrar una
persecución local. Hech 19.
▪ Bastaba aplicar las leyes existentes para que los
cristianos se encontraran ante el dilema de la
apostasía o de la muerte.
▪ Un ejemplo bien documentado de lo que podía
ocurrir, y probablemente ocurrió muchas veces, lo
tenemos en el caso de San Justino; Crescente, el
filósofo cínico que tenía también una escuela en
Roma, se encontró en una posición poco airosa
después de unas disputas filosóficas con Justino, y
como debía de ser un hombre rencoroso, hizo que
alguien denunciara a la autoridad romana su
condición de cristiano; Justino murió mártir, junto
con otros a los que probablemente había
arrastrado aquella misma denuncia.
▪ Hubo también un par de persecuciones esporádicas, una poco después del año
202 (Septimio Severo) y otra en el 235 (Maximino el Tracio). Pero hubo sobre todo
dos períodos de persecución sistemática y organizada, una a mitad del siglo bajo
Decio y, tras un breve intervalo, bajo Valeriano; otra, la última y más terrible,
iniciada por Diocleciano a comienzos del siglo iv, poco antes de que por fin se
concediera la paz a la Iglesia
Decio había publicado (250) un edicto por
el que se mandaba que todos los
habitantes del Imperio sacrificasen a los
dioses; la autoridad llevaría una cuenta
exacta de las personas a medida que lo
iban haciendo. Muchos cristianos
ofrecieron estos sacrificios (lapsi, caídos),
y otros consiguieron de alguna manera
un certificado o «libelo» como si lo
hubieran hecho (libelatici). Junto a ellos
hubo también mártires (testigos) que
dieron su vida y «confesores», que
aunque no la perdieron, sufrieron
grandes penalidades por su fidelidad.
▪ Poco después (257), Valeriano prohibió, bajo pena de muerte, cualquier acto de
culto cristiano, y exigió del clero un acto de culto a los dioses; muy pronto, se
extendía la pena de muerte a los miembros del clero que se negaran a sacrificar,
se degradaba a los cristianos que pertenecían a los niveles superiores de la
sociedad y se dimitía de sus cargos a los funcionarios públicos, con pena de la
vida si persistían después en su fe.
▪ Diocleciano, a partir del 303 y en el espacio de unos 13 meses, promulgó cuatro
edictos sucesivos; exigió primero la destrucción de los lugares de culto y de los
libros de las Sagradas Escrituras (los que los entregaron fueron llamados
traditores) y privó a los cristianos de sus derechos civiles; siguió son el
encarcelamiento del clero, al que luego se impuso, bajo pena de la vida, la
obligación de sacrificar a los dioses; esto último, en el cuarto decreto, se hizo
extensivo a todos los cristianos. El número de mártires, tanto en esta persecución,
la gran persecución, como en la de Valeriano, fue muy grande, y pequeño el de
deserciones.
LAS NARRACIONES DE MARTIRIOS
▪ No es de extrañar que hubiera gran interés por los detalles de su martirio, de su
detención, interrogatorio y muerte; y que estos detalles se escribieran alguna vez,
ya sea para darlos a conocer por medio de una carta a cristianos que vivían en
otros lugares, ya sea introduciendo su relato en una obra que se escribía tal vez
muchos años más tarde, etc.; de hecho, nos han llegado algunos de estos
documentos, aunque a primera vista puede sorprender su escaso número.
▪ El proceso judicial estaba siempre debidamente registrado en los libros oficiales
de los tribunales, y las actas de éstos podían ser consultadas.
▪ Mucho de lo escrito sobre ellos es muy posterior, con relatos embellecidos o casi
enteramente inventados; pero incluso en este caso pueden encerrar un núcleo de
verdad, aunque a veces sólo sea el nombre del mártir o al menos la existencia de
un mártir: porque había quedado el recuerdo, se hizo después la leyenda.
▪ Aquí nos hemos de limitar a dar una visión resumida de los relatos que tenemos de
los martirios. En general se pueden clasificar tres grandes grupos.
▪ El primer grupo, al que en sentido estricto habría que reservar la denominación
de actas, está formado por copias literales de los escritos del proceso judicial, al
que a veces se añade algún comentario del que trasladó los documentos; se suelen
incluir en este grupo las Actas de San Justino y compañeros mártires (en Roma,
hacia el 165), las Actas de los mártires de Scily (en Numidia, 180) y las Actas
proconsulares de San Cipriano (en Cartago, 258), formadas en realidad estas
últimas por tres documentos que narran su primer juicio y condena al destierro, su
segunda detención y nuevo juicio, y su ejecución.
▪ El segundo grupo, cuyos escritos a menudo llevan en el título la indicación de
pasión o martirio, está formado por relatos de testigos inmediatos o de
contemporáneos. A este grupo pertenecen, por ejemplo, el Martirio de Policarpo
(en Esmirna, 156), la Carta de las Iglesias de Viena y Lyon a las Iglesias de Asia y
Frigia (sobre los mártires de Lyon en 177 y 178), la Pasión de las Santas Perpetua y
Felicidad (en Cartago, el 202, probablemente escritas por Tertuliano y traducidas
por él mismo al griego).
▪ El tercer grupo es el de las leyendas, compuestas mucho después con fines de
edificación, y cuyo valor histórico es dispar.
MARTIRIO DE SAN JUSTINO Y DE SUS
COMPAÑEROS, ROMA, AÑO 165
▪ Martirio de los santos mártires Justino, Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y
Liberiano.
▪ Venidos ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino: —En primer lugar, cree en
los dioses y obedece a los emperadores.
▪ Justino respondió:
▪ —Lo irreprochable, y que no admite condenación, es obedecer a los mandatos de
nuestro Salvador Jesucristo.
▪ El prefecto Rústico dijo:
▪ Justino respondió:
▪ —He procurado tener noticia de todo linaje de doctrinas; pero sólo me he adherido a las
doctrinas de los cristianos, que
▪ son las verdaderas, por más que no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones.
Justino respondió:
•Si sufro eso que tú dices, espero alcanzar los dones de Dios; y sé, además, que a todos los que hayan vivido
rectamente, les espera la dádiva divina hasta la conflagración de todo el mundo.
Justino respondió:
•No me lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de ello tengo plena certeza.
•Justino dijo:
•—Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la impiedad.
▪ El prefecto Rústico dijo:
▪ —Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para
salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y
confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador.
▪ «Los que no han querido sacrificar a los dioses ni obedecer al mandato del
emperador, sean, después de azotados, conducidos al suplicio, sufriendo la pena
capital, conforme a las leyes».