Fe y Obras
Fe y Obras
Fe y Obras
(Hebreos 11:1-3)
¿Que significa la palabra fe? “Fe” proviene del griego “pistis” y significa:
“Confianza plena en las promesas divinas.” La misma denota “una sujeción
incondicional a una autoridad, sea a su promesa u orden.” Proviene de “Pistos” que
es: “Fiel”, comunica la idea de: “el carácter de la autoridad que promete y ordena,
tanto directa como indirectamente.” da a entender: “El carácter Divino.” En si “Fe”
es “Una confianza plena en las facultades fieles de Dios y una sujeción total a sus
ordenes establecidas.”
1) Fe intelectual.
2) Fe Milagrosa.
3) Fe Salvifica (Verdadera).
(La Fe no tiene valor en si misma, es solo un vehículo que lleva al objetivo, quien
le da valor a la misma es Cristo cuando ésta es depositada en Él ).
(v.1)
Es, pues: Así funciona. No es una definición, sino una descripción de como obra la
fe.
Conclusión: El que verdaderamente vive por fe, vive como Cristo, negándose a sí
mismo y rechazando todo materialismo, egocentrismo y hedonismo, en una vida
plenamente rendida y sujeta a la Palabra de Dios en un enfoque totalmente
celestial. El que verdaderamente vive por fe, vive sin frustraciones, no fuerza las
cosas para que sucedan o manipula a las personas para que actúen, en si, es vivir
confiando plenamente en Sus promesas y sujetarse sin reservas a Su Palabra. Eso es
fe.
Fe y obra
Cuando alguien nace de nuevo (Efesios 1:13) es sellado con el espíritu santo,
recibe una nueva naturaleza y se convierte en hijo de Dios. Esta nueva naturaleza
da fruto – cuando, es de esperarse, caminamos en el. Como Pablo dice sobre este
fruto:
Gálatas 5:22-23
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
Todas esas son características de Dios también. El es amable, bueno, sufrido,
gentil, amoroso, fiel, etc. Ahora, puesto que somos hijos de Dios – y aquí me estoy
refiriendo a gente que ha creído genuinamente en el Señor Jesucristo como el Mesías
y el Hijo de Dios - es absolutamente normal exhibir las mismas características de
nuestro padre, esto es, ser bueno, amable, gozoso, sufrido, benigno y con dominio
propio, etc. Es normal parecernos a Él, reflejarlo. Lo mismo sucede con nuestros
hijos: es normal que ellos se parezcan a nosotros, ya que son nuestros hijos. Los
hijos de Dios, por lo tanto, se parecen, reflejan a Dios, quien vive en su
interior. Obviamente, eso no puede suceder a aquellos que no son Sus hijos: ellos
no pueden y no se parecen a Dios ya que no son Sus hijos. Y ¿cómo es que alguien se
parece, refleja a Dios? Muy simple: en las características que exhibe, en el fruto
que da, en sus obras. Las obras, el fruto demuestra de quién somos hijos realmente.
Observa este diálogo entre Jesús y ciertos judíos, quienes, como el contexto nos
dice (Juan 8:30-31) de hecho, habían creído en Él pero luego eventualmente, después
de la siguiente conversación, ¡lo quisieron apedrear (Juan 8:59)!
Juan 8:38-44
“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído
cerca de vuestro padre. Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús
les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora
procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de
Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le
dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios.
Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me
amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo,
sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar
mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre
queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la
verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es
mentiroso, y padre de mentira.”
Esa gente creía que Dios era su Padre. Pero, si Dios era realmente su Padre no
hubieran llevado a cabo esas obras. Ellos, sin embargo, hacían las obras del
diablo. Por lo tanto, ¿quién era su padre? Aquel, cuyas obras hacían: el diablo.
Lo que quiero decir con lo anterior es que las obras, el fruto que da cada hombre,
es la prueba de quién es hijo. Si alguien es realmente hijo de Dios hará las obras
de Dios y de hecho las hará naturalmente ya que son parte de su ADN espiritual.
Dios lo ha hecho para eso. Como Efesios 2:10 dice para lo que fuimos creados,
hechos, está en nuestro ADN espiritual, las buenas obras que Dios ha preparado para
nosotros. Las obras para las cuales aunque no precedan fe y salvación, sin duda la
siguen. Fe que no ha dado fruto, fe sin obras, es muerta, como Santiago 2 dice.
Sé que algunos tendrán dificultades para creer esto que digo, como en algunas
iglesias hay una enseñanza que dice “confiesa a Jesús como salvador y serás salvo”.
Eso sin embargo, no es verdad. “cree en tu corazón que Dios levantó a Jesús de los
muertos y luego confiésalo como Señor. Entonces serás salvo” (Romanos 10:9-10). Eso
es correcto. Es la fe lo que salva y la confesión simplemente confiesa esa fe. Como
el Señor dice:
Mateo 7:21
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
Para alguien que dice “Señor, Señor” no es suficiente. Necesita verdaderamente
decirlo en serio. Y si lo dice en serio o no será demostrado por el fruto, el cual
hace que lleve a cabo la voluntad del Padre. Y sí, puede que alguien caiga en
errores que pueden afectar, incluso seriamente, su fructividad. Sin embargo, no
puede suceder que él o ella sean permanentemente infructuosos. Un cristiano que
nunca ha dado fruto simplemente no es cristiano1. Sé que esto no puede sentarle
bien a ciertos lectores pero creo que esto es la verdad de la Palabra.
Para resumir: cuando hay verdadera fe en el corazón de un hombre, las obras saldrán
naturalmente, como el fruto viene naturalmente de un árbol. Somos creados, hechos,
es natural para nosotros hacer, las buenas obras que Dios ya tiene preparadas para
nosotros (Efesios 2:10).
Por lo cual, este es el caso de un hombre: el caso de un hombre cuya confesión es
un resultado de la fe que tiene en su corazón, en otras palabras REAL.
Ahora, aparte de este caso, también hay otro. Este es el caso de la fe que “alguien
dice que tiene”, pero es fe solo de palabra. Esa es la fe de un hombre que no ha
creído realmente en su corazón y quien, por varias razones, puede pretender,
incluso muchas veces sin darse cuenta, ser un creyente. Tal hombre, un hombre que
“dice tener fe” pero en realidad no, NO es un hombre nacido de nuevo y por lo tanto
lo único que tiene es la naturaleza pecaminosa de Adán, esto es, tiene un árbol
podrido y enfermo. Y de tal árbol no hay manera de obtener buen fruto. Si por lo
tanto “alguien dice que tiene fe”, pero el buen fruto respectivo falta y pasa de
manera permanente, tendríamos que preguntarnos si la fe que dice que tiene es
genuina. Como el Señor dijo: “cada árbol se conoce por su fruto” (Lucas 6:44).
Viendo el fruto que conocemos de ese árbol. Aquí necesito aclarar que este artículo
no propaga el hacer que la gente sospeche de la salvación de otros. Dios juzgará la
obra de todos y conoce nuestros corazones. Lo que este artículo busca es despertar
al lector que es complaciente porque alguna vez, en algún lugar, hizo una confesión
de fe sin ninguna transformación sucediendo en su vida. Si alguien cree que por una
simple confesión va a ser salvo se engaña a sí mismo. ¡La fe es la que salva! Y si
la fe está presente, entonces realmente no hay necesidad para nadie “decir que
tiene fe”: esta fe será manifestada a través de las obras, el fruto que lleva.
Habiendo dicho lo anterior, ahora leamos Santiago 2:14 una vez más:
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?
¿Podrá la fe salvarle?”
¿Puede la fe que solo es de palabra y no en el corazón salvar al que dice tenerla?
NO. El fruto, el caminar en las obras que Dios ha preparado para nosotros y para
las que nos ha creado (Efesios 2:10) es un resultado natural de la fe. Así como
obtenemos naranjas de un árbol de naranjas, así también del creyente nacido de
nuevo, el creyente que tiene al espíritu de Dios en él, obtenemos el respectivo
fruto. Si alguien dice que tiene fe pero nunca tiene el buen fruto que le acompaña,
probablemente no tiene la fe que dice tener. Tal fe, fe de palabra y solo de
palabras, es una fe muerta como el árbol muerto que no da nada. Y a ese hombre es
al que se refiere Santiago: “¿Puede la fe [que dice tener] salvarle?”. Y la
respuesta claramente es NO.
FE
1Pedro 1:6-9 6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo,
si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, 7 para que sometida
a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se
prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo, 8 a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no
lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; 9 obteniendo el fin de vuestra
fe, que es la salvación de vuestras almas.
Efesios 2:8-9 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Hebreos 11:1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo
que no se ve.
Hebreos 11:6 Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el
que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 12:1-2 1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y
corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de
Dios.
Romanos 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Los “Diálogos Bíblicos” que aparecen en este pequeño volumen tuvieron lugar en el
curso de unas reuniones especiales en una gran carpa levantada en la ciudad de
Kingston, en Jamaica. Cientos de personas asistieron, y hubo muchos testimonios de
la ayuda y bendición que comportaron.
Estos Diálogos se proponen presentar, de la forma más sencilla posible, para ayuda
de convertidos y de jóvenes cristianos, algunas de las verdades fundamentales de
nuestra santa fe. Se presentan con la esperanza regada con oración de que Dios
quiera en Su gracia usarlos para la confirmación y la consolidación de los corderos
del rebaño de Cristo. Harold P. Barker
1. La Fe
Preguntas por O. Lambert; Respuestas por H. P. Barker
El tema que hemos escogido para nuestro primer diálogo es de importancia
primordial, porque la fe es el gran principio sobre el que Dios otorga Su
bendición.
Cuando brotó la angustiada pregunta «¿qué debo hacer para ser salvo?» de los labios
del carcelero en Filipos, la respuesta inspirada no le invitó a orar, a esforzarse
o a hacer votos, ni nada parecido. Se le dijo que creyera en el Señor Jesucristo, y
sería salvo. Nada que el pudiera hacer le serviría para ganar la salvación de Dios.
El hacer lo había cumplido todo Cristo. Todo lo que queda al pecador es apropiarse
de los resultados de Su poderosa obra por la simple fe.
¿Qué es la fe?
La fe es algo que las personas ejercitan en cientos de maneras cada día de sus
vidas. Cuando aquella señora entró ahora en la carpa y se sentó en aquella silla,
fue un acto de fe. Ella confió en la silla y reposó sobre ella. Cuando yo mismo me
quité el sombrero y lo colgué de aquella percha, fue otro acto de fe. Yo confié en
la percha, y me fié de que me sostendría el sombrero. La fe a la que se refiere la
Biblia es tan simple como esto. Cristo es su objeto, y tener fe en Él es confiar en
Él o contar con Él para aquello que necesitan nuestras almas. Esto mismo se expresa
de otras formas en la Escritura: «Mirad», «Venid», «Tomad», «Recibid»—todas estas
cosas tienen un sentido muy semejante al de «Confiad» o «Creed».
Si podéis decir, de corazón
Ningún otro refugio tengo yo,
Mi alma impotente en Ti reposa,
entonces tú eres uno de los que tiene fe en Él.
¿Puede alguien creer por su propia cuenta?
Cuando el Señor Jesús mandó al hombre con la mano seca que la extendiera, aquel
hombre no dijo: «¿Cómo voy a poder hacerlo?» Pudiera haber dicho: «Señor, no he
podido mover este brazo durante años. Está paralizado e inerte. No puedes esperar
que lo levante». Sin embargo, hizo sencillamente como se le había mandado. De esto
aprendemos que cuando Dios manda, Él da poder para obedecer.
Ahora es Su mandamiento que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo (véase
1 Juan 3:23). Si fuésemos dejados a nosotros mismos, no es probable que deseásemos
confiar en Él. Nuestros corazones son de natural tan corrompidos y duros que en
ellos no hay lugar para Cristo. Pero Dios tiene Sus maneras de producir lo que
desea, y no nos toca a nosotros razonar acerca de nuestra capacidad o incapacidad
para creer, sino recordar que se nos manda que lo hagamos. Lo mejor es ser
sencillos acerca de esto. Podemos confiar unos en otros sin dudarlo. No debiera ser
más difícil confiar en el Salvador.
¿Por qué se dice que la fe es «don de Dios»?
Significa, me parece, que no se trata solo de que la bendición nos viene
gratuitamente de Dios, sino que también nos da el medio de apropiarnos de esta
bendición.
Supongamos que un amigo acude a ti y te dice: «He puesto una gran cantidad de
dinero a tu nombre en el Banco Central. Aquí tienes un talonario de cheques. Cuando
quieras dinero, escribe un cheque y preséntalo, y te darán la cantidad que pidas».
Así, tu amigo te ha dado una doble provisión. Primero, ha hecho provisión de una
cantidad de dinero para que puedas recurrir a ella. En segundo lugar, te
proporciona el medio para acceder a estos fondos. Pero de nada te serviría decir:
«Muy bien, todo lo que tengo que hacer es cruzarme de brazos y esperar hasta que me
venga el dinero». Si actuases de esta forma, nunca recibirías nada de este dinero.
Deberías emplear diligencia para aprovechar los medios provistos. Tendrías que
rellenar y firmar los cheques y presentarlos al banco para que te los pagasen.
Ahora bien, la fe es como el talonario de cheques. Es don de Dios, y es el medio
por el que puedes apropiarte libremente de toda la bendición que Cristo ha
conseguido para los pecadores mediante Su obra en la cruz. El efecto de todo esto
debería ser el de ejercitarte, y hacerte diligente en actuar para recibir la
bendición que se te ofrece.
¿Me salvará creer que soy salvo?
¡No más que podría un mendigo volverse millonario por creer que lo es! A veces
oímos decir: «Todo lo que has de hacer es creer que eres salvo, y eres salvado».
Sería lo mismo que ir al lado de la cama de un enfermo de tifus y decirle: «Todo lo
que has de hacer es creer que estás bien del todo, y estarás bien del todo». Es
peor que inútil que alguien crea que está salvado, hasta que realmente es salvo por
la fe en Cristo.
¿Qué se tiene que creer para ser salvo?
Yo más bien diría, ¿A quién se tiene que creer?, porque no es un hecho, sino una
Persona, la que nos es presentada como objeto de la fe. En 2 Timoteo 1:12 el
apóstol dice: «Yo sé a quién he creído».
Para ser salvo, no se nos dice que creamos acerca del Señor Jesucristo, sino que
creamos en Él, esto es, que confiemos en Él.
Una señora acudió una vez a ver a un amigo mío después de una ferviente predicación
del evangelio, y le dijo: «¿Me podrá señalar algún texto de la Biblia que tenga que
creer para ser salva?» El predicador le dijo: «Señora, usted puede creer cualquier
texto de la Biblia o todos ellos, y sin embargo no ser salva. Creer la Biblia nunca
ha salvado un alma.»
«Bueno», dijo la señora, «si creo que Cristo murió por los pecadores, ¿esto me
salvará?»
«No, señora», le respondió, «porque esto sería solo la creencia de un hecho. Un
hecho muy bendito, desde luego, pero solo un hecho, y creer en un hecho, por cierto
que sea, nunca ha salvado un alma.»
«Supongo,» dijo la señora, «que lo que usted quiere decirme es que debo hacerlo una
cuestión más personal, y creer que Jesús murió por mí.»
«Señora,» contestó mi amigo, «es un hecho indescriptiblemente precioso que Jesús
murió por usted. Él murió por los impíos, y por ello mismo por usted. Pero esto es
solo un hecho, y permítame que le repita que creer un hecho nunca ha salvado un
alma.
«Cristo es un Salvador viviente, poderoso, mediante la obra que Él ha cumplido,
para obrar la salvación. Confíe en Él para su salvación. Él está dispuesto; É les
capaz; descanse en Él.»
Yo no podría explicar esto de manera más simple que lo hizo mi amigo en su
conversación con aquella señora. Es un Salvador viviente y amante en la gloria al
que somos llamados a confiarnos.
¿Es la fe la única condición de salvación?
No me parece muy adecuado referirme siquiera a la fe como «condición de salvación».
Cuando la reina Elisabet I de Inglaterra estaba a punto de perdonar a uno de sus
nobles que había infringido las leyes del reino, quiso imponer ciertas condiciones.
«Majestad», dijo el cortesano acusado, «la gracia que pone condiciones no es
gracia.»
La reina se dio cuenta de la verdad que había en sus palabras, retiró las
condiciones, y dejó al noble en plena libertad.
Para hablar a la reina como lo hizo, tiene que haber confiado en ella. Tenía fe en
su clemencia y gracia, pero esto no era una condición de su perdón.
Ahora bien, la gracia de Dios es tan libre e incondicional como lo fue la de la
reina Elisabet. No tiene condiciones. Si la fe es el principio sobre el que Dios
bendice, es «para que sea por gracia» (Ro. 4:16).
Esto es importante, estoy seguro, porque muchos contemplan la fe como algo que
tienen que llevar a Dios como el precio de su salvación, lo mismo que llevarían
unos honorarios a su médico. La fe es la simple apropiación de lo que Dios ofrece
gratuitamente.
Pero es probable que mi amigo, al hacer esta pregunta, tenga en mente algo que
siempre va de la mano de la fe verdadera, y esto es el arrepentimiento. Son dos
hermanas gemelas. Cuando uno realmente se vuelve al Señor con fe, uno siempre se
aparta del yo con repulsión, y esto es lo que yo comprendo por arrepentimiento. Me
siento más bien escéptico de la llamada «fe» de aquellas personas que nunca han
estado ante Dios en juicio propio acerca de sus pecados.
¿Cómo puedo saber si mi fe es de la clase correcta o no?
La gran cuestión es, ¿descansa sobre el objeto correcto? Si es así, aunque sea
débil y pequeña, es sin embargo fe de la clase correcta. Supongamos, por ejemplo,
que estoy enfermo. Puedo tener una gran fe en una cierta medicina para curarme.
Pero las dosis, muy repetidas, no producen el efecto apetecido, y llego a la
conclusión de que aunque mi confianza era muy grande, no estaba bien
dirigida, porque la medicina en la que yo confiaba no tenía eficacia. En cambio, me
recomiendan un remedio de valor demostrado. Yo no tengo mucha fe en el mismo, y a
duras penas me persuaden a probarlo. Pero cuando comienzo a tomarlo, me encuentro
muy mejorado. Mi fe en este remedio era pequeña, pero era la clase correcta de
fe, porque la medicina que acepté tomar era eficaz.
De la misma manera, uno puede tener una fe intensa en la oración, o en experiencias
felices, o en sueños, pero esta clase de fe es fe de la clase falsa. La fe que uno
tenga en Cristo puede ser muy débil, pero es fe solamente en Él, es fe de la
clase correcta.
¿Cómo se puede conseguir una fe fuerte?
Si alguien es indigno de confianza, cuanto mejor se le conoce, menos se confía en
él; pero si alguien es digno de confianza, la confianza en esta persona aumenta
según se la conoce mejor. Cuanto más aprendemos del Señor Jesús, tanto más se
ahonda nuestro conocimiento personal de Él; cuanto más exploramos de las alturas y
profundidades de la gracia de Dios, tanto más se fortalece nuestra fe en Él. Cada
nueva lección que se aprende de Él fortalece nuestra fe.
Suponiendo que la fe de alguien sea siempre débil, ¿será sin embargo salvo?
Está de más decir que es bueno ser como Abraham, que «se fortaleció en fe, dando
gloria a Dios». Se ha dicho con verdad, sin embargo, que en tanto que una fe
fuerte nos trae el cielo a nosotros, la fe débil (siempre que sea fe en Cristo
solo) nos llevará al cielo.
Una vez estaba yo viajando en tren en Inglaterra, a la ciudad de Birmingham. Había
dos señoras en el mismo compartimiento. Una de ellas estaba evidentemente
acostumbrada a viajar, y, después de asegurarse de que estaba en el tren correcto,
se sentó tranquila en su rincón, leyendo un libro hasta que llegó a Birmingham.
La otra señora era una anciana que parecía estar muy preocupada por si acaso,
después de todo, no llegaba a su destino. Casi en cada estación en la que paraba el
tren se asomaba por la ventana, y preguntaba a algún empleado del ferrocarril si
estaba en el tren correcto. Todas sus afirmaciones parecían impotentes para
tranquilizarla.
Haré yo una pregunta ahora. ¿Cuál de estas dos señoras crees tú que llegó primero a
Birmingham? Está claro, las dos llegaron a la vez. La llegada de ambas no dependía
de la cantidad de su fe, pues en tal caso la señora con sus dudas y temores hubiera
quedado muy atrás. La llegada de las dos dependía del hecho de que las dos estaban
en el tren que se dirigía a Birmingham.
Del mismo modo, dos personas pueden haberse confiado a Cristo, y haberse acogido a
Su sangre como la única esperanza de sus almas. Una de ellas está llena de santa
confianza y de serena tranquilidad, y la otra es víctima de dudas que la torturan.
¡Pero la primera no tiene mayor seguridad de llegar al cielo que la segunda! Las
dos llegarán con toda seguridad allá, porque Aquel en quien han confiado ha dado Su
palabra de que nunca dejará que ninguna de sus ovejas se pierda.
Supongamos que alguien trata de creer, ¿qué más puede hacer?
Que alguien hable acerca de «tratar de creer» muestra que está totalmente
equivocado acerca de la naturaleza de la fe. Si usted viene y me dice, «vivo en la
calle tal-y-cual, número 10», y yo le respondo, «Bueno, trataré de creerle», ¿qué
pensaría? Se erguiría y, con tono indignado, respondería, «¿Qué? ¿Tratar de
creerme? ¿Acaso cree que le voy a contar una mentira?» Su indignación sería
natural. ¡Sin embargo, hay personas que hablan de «tratar» de creer en Cristo!
¿Acaso es Él tan indigno de confianza? ¿No es acaso la Persona del universo en la
cual deberíamos encontrar más fácil confiar?
No nos centremos en nuestra fe. Como sucede con todo lo que nos atañe, es
decepcionante, y ningún esfuerzo en «tratar» la mejorará. Apartemos la mirada
del yo y dirijámosla a Cristo. No podemos confiar en nosotros mismos, pero, gracias
a Dios, podemos confiar totalmente en Él.
¿No existe aquello de «creer en vano»?
Desde luego, y el apóstol Pablo habla de esto en su primera epístola a los
Corintios, capítulo 15. Pero esto es solo otra manera de expresar lo que ya hemos
dicho, es decir, una fe en un objeto indigno de confianza. El apóstol estaba
exponiendo a los Corintios que la resurrección de Cristo ha demostrado que Él es el
Objeto digno de toda nuestra confianza. Si Él no hubiera resucitado, esto hubiera
demostrado que la carga de nuestros pecados era demasiado grande para que Él
pudiera llevarla. En tal caso, la fe en Él hubiera sido en vano. Pero Él ha
resucitado de los muertos, lo que demuestra que Su obra de expiación es completa.
Él está sentado en el cielo como poderoso Salvador. Nadie que confíe en Él confiará
en vano.
¿No debe la fe ir de la mano con las obras?
La fe sin obras está muerta, pero es la fe la que salva, no la fe y las obras. Las
obras vienen como la evidencia de la realidad de la fe, y tienen mucha importancia.
Desconfío de quien me dice que cree en Cristo y que sin embargo no es «celoso de
buenas obras».
Cuando se ve humo saliendo de la chimenea, se sabe que hay un fuego dentro. No se
puede ver el fuego, pero el humo es evidencia de su existencia. Sin embargo, es
el fuego, no el fuego y el humo,lo que da calor. La fe es como el fuego; las obras
son como el humo. Van de la mano, pero no para conseguir la salvación. Ninguna obra
que podamos hacer podrá añadir valor a la obra realizada por Cristo en nuestro
favor. La fe reposa en Su obra, y se hace patente en obras que hacen los salvos por
gratitud a Él.
«Por gracia sois salvos por medio de la fe,» leemos. «No por obras, para que nadie
se gloríe.» Pero en el siguiente versículo se nos dice que hemos sido «creados en
Cristo Jesús para buenas obras» (Ef. 2:8-10).
Así, cuando creemos en Cristo, ¿ejercitamos la fe una vez por todas, o es algo
continuado?
Al confiar en el Señor Jesucristo para perdón y salvación, confiamos en Aquel que
nos dará lo que buscamos una vez por todas. Del juicio que merecen nuestros
pecados, del infierno hacia el que nos estábamos precipitando, de la ira que pendía
sobre nuestras cabezas, nos confiamos a Él para que nos libre una vez por todas. Al
confiar en Él encontramos que la cuestión de nuestro futuro eterno queda
resuelta, una vez por todas.
Pero al decir esto no quiero decir que vaya a haber un tiempo, a lo largo de todo
el período de nuestra vida terrenal, en la que la fe no deba estar en ejercicio
vivo. Desde luego que creemos en el Señor Jesucristo una vez por todas, pero nunca
dejamos de confiar en Él.
Además, hay otras cosas que la salvación del alma que demandan el constante
ejercicio de la fe. La salvación misma es contemplada en más que un aspecto. Además
de ser la porción presente del creyente, es contemplada como algo que, en su
plenitud, todavía esperamos, y que ha de «ser manifestada en el tiempo postrero». Y
es para esto que, según 1 Pedro 1:5, somos guardados por el poder de Dios, no como
meras máquinas, sino mediante la fe.
Luego hay cientos de cosas, grandes y pequeñas, relacionadas con nuestro andar aquí
abajo, cada una de las cuales demanda el ejercicio de la fe. Para las bendiciones
temporales más pequeñas dependemos de la bondad de Dios, y en relación con ellas,
así como con referencia a las cosas más sublimes que hemos sido llamados a gozar,
necesitamos ejercitar cada día la fe en Dios.
Aquí termina nuestro primer diálogo. Que cada uno y todos puedan saber qué es
asirse de Cristo por la fe para salvación, y para todas las bendiciones que la
gracia de Dios ha atesorado en Él para nosotros.