El Nacimiento de Una Nueva Física - Cohen
El Nacimiento de Una Nueva Física - Cohen
El Nacimiento de Una Nueva Física - Cohen
Bernard Cohén
Versión española de
Manuel Sellés García
A lia n z a
Editorial
Título original:
The Birtb of a New Pbysics. Revised and Updated. Eata obra ha sido publicada en inglés
por W. W. Norton & Company, New York.
Prefacio......................................................................................... 11
EL N A C IM IE N T O D E LA NUEVA FISICA
I. B e r n a r d C o h é n
Universidad de Harvard
Cambridge, Mass.
18 de septiembre de 1984
EL
NACIMIENTO
DE
LA NUEVA FISICA
Capítulo 1
LA FISICA DE UNA TIERRA MOVIL
Por extraño que pueda parecer, los puntos de vista que tienen
muchas personas sobre el movimiento forman parte de un sistema
de física que fue propuesto hace más de dos mil años y que se mos
tró experimentalmente inadecuado hace por lo menos mil cuatrocien
tos años. Es una cuestión de hecho que hombres y mujeres presumi
blemente cultos se inclinan todavía hoy a pensar sobre el mundo físi
co como si la Tierra estuviese en reposo, en lugar de en movimiento.
Con esto no quiero decir que estas personas «realmente» piensen que
la Tierra está en reposo; si se Ies pregunta responderán que de hecho
«saben» que la Tierra describe una revolución diaria en torno a su
eje y que, al mismo tiempo, se mueve en una gran órbita anual al
rededor del Sol. Aun cuando llegan a explicar ciertos sucesos físicos
comunes, estas mismas personas no son capaces de explicar cómo es
que pueden suceder estos fenómenos cotidianos, tal y como ocurren,
sobre una Tierra móvil. En particular, estos errores de física tien
den a centrarse sobre el problema de la caída de los cuerpos, sobre
el concepto general de movimiento. Podemos ver así ejemplificado el
viejo precepto: «Ser ignorante acerca del movimiento es ser igno
rante acerca de la naturaleza.»
¿D ónde caerá?
R espuestas a l t e r n a t iv a s
Si dejas caer desde la misma altura dos pesos de los cuales uno es muchas
veces más pesado que el otro, verás que la proporción de los tiempos reque
ridos para el movimiento no depende de la proporción de los pesos, sino que
la diferencia en tiempo es una muy pequeña. Y así, si la diferencia en los pesos
no es considerable, esto es, si uno es, digamos, doble que el otro, no habrá
diferencia de tiempo, o ésta será imperceptible, a pesar de que la diferencia en
peso no es de ningún modo despreciable, con un cuerpo que pesa tanto como
el doble que el otro.
L a n e c e s id a d d e u n a n u e v a f í s i c a
900.000.000.000 metros
--------------------- = 30.000 metros/seg.
30.000.000 segundos
L a f ís ic a d e l s e n t id o c o m ún de A r is tó te le s
E l m o v im ie n to « n a tu r a l» de lo s o b je to s
LOS C IE L O S « IN C O R R U P T IB L E S »
F > R [1]
1
y<x — [2 ]
R
r \
Punto de partida —*■*. }
Aire
>
O
dos esferas idénticas de acero, la que pasa por el agua llega al fondo
mucho antes que la que cae a través del aceite. Debido a que la resis
tencia Rae del aceite es mayor que la resistencia Rag del agua, pode
mos predecir ahora que, si cualquier pardeobjetosidénticos se deja
caer a travésde estoslíquidos, el que cae por elagua recorrerá una
altura dada más rápidamente que el que atraviesa el aceite. Esta pre
dicción es fácil de verificar. Por consiguiente, como hemos hallado
que la resistencia Rag es mayor que la resistencia Rai del aire
Rae ^ Rai [4 ]
VocF [5]
F
V oc— [6]
R
V e - [8 ]
T
o bien,
V2 T,
L a im p o s ib ilid a d d e u n a t i e r r a e n m o v im ie n to
Pero, se preguntará todavía, ¿qué tiene que ver todo esto con el
tema de si la Tierra está en reposo en lugar de en movimiento?
Busquemos la respuesta en el libro de Aristóteles Sobre los cielos.
Aquí se encuentra la afirmación de que algunos han considerado a
golpe, a no ser que haya un «error de partida», un error que proviene de que
las dos bolas no se soltaron simultáneamente. Se encontrará una ligera diferen
cia, tal como observaron Galileo y Juan el Gramático, para un mayor trayecto
de caída.
2 No sabemos cuántos cier.tíficos antes de Galileo y Stevin pueden haber
realizado experimentos de caica de cuerpos. En un artículo sobre «Galileo and
Early Experimentation» (en Rutherford Aris, H. Ted Davis, y Roger H. Stue-
wer, eds., Spritigs of Scientific Creativity, Minneapolis, University de Minnesota
Press, 1983), Tomas B. Settle describe tales experimentos realizados por algunos
italianos del siglo xvi. Benede::o Varchi, un florentino, escribió en un libro de
1544 que «Aristóteles y todos los otros filósofos» nunca dudaron, sino que
«creyeron y afirmaron» que la velocidad de caída de un cuerpo está en razón
ce su peso, pero la «prueba Experimental [proua] ... demuestra que no es ver
dad». No está claro si Varchi hizo realmente el experimento o si estaba infor
mando de un experimento hecho por otros, Fra Francesco Beato y Luca Ghini.
Giuseppe Moletti. un matemático que ocupó el mismo puesto de profesor de
•matemáticas en Pisa que más :arde tuvo Galileo, escribió un tratado en 1576
■n el que describió cómo había refutado la conclusión de Aristóteles, según la
cual una bola de plomo de 20 libras que cae desde una torre tendría una velo
cidad 20 veces mayor que otra de una libra. «Ambas llegan al mismo tiempo»,
escribió Moletti, « y he hecho la prueba [prova] de ello, no una vez, sino mu
chas veces». Moletti también hizo un ensayo con bolas del mismo tamaño, pero
de distinto material (y por tar.ro de distinto peso), una de plomo y otra de
madera. Halló que, cuando se sueltan las dos simultáneamente desde un lugar
alto, «descienden y llegan a t:erra o al suelo en el mismo instante de tiempo».
la Tierra en reposo, mientras que otros han dicho que se mueve.
Pero existen muchas razones por las cuales la Tierra no puede mover
se. Según Aristóteles, para poseer una rotación alrededor de un eje,
cada parte de la Tierra debería describir un círculo, sin embargo, el
estudio del comportamiento real de sus partes muestra que el movi
miento terrestre natural se produce en línea recta hacía el centro.
«Por ello, el movimiento, siendo impuesto [violento] y no natural,
no podría ser eterno; sin embargo, el orden del mundo es eterno.»
El movimiento natural de todas las porciones de materia terrestre se
dirige hacia el centro del universo, que da la casualidad de que coin
cide con el centro de la Tierra. Como «prueba» de que los cuerpos
terrestres se mueven realmente hacia el centro de la Tierra, dice
Aristóteles: «Observamos que los graves que se mueven hacia la
tierra no lo hacen en líneas paralelas», sino que aparentemente for
man un poco de ángulo entre sí. «Podemos añadir a nuestras razo
nes anteriores», apunta después, «que los objetos pesados, si se arro
jan con fuerza hacia arriba en línea recta, vuelven a su punto de
partida, aun si la fuerza los lanza a una distancia ilimitada». Así,
si un cuerpo se lanzara en derechura hacia arriba y entonces cayera
directamente hacia abajo, calculando estas direcciones con respecto
aJ centro del universo, no llegaría a la tierra exactamente en el punto
desde el cual fue lanzado, si la Tierra se moviese durante el inter
valo. Esto es una consecuencia directa de la cualidad «natural» del
movimiento rectilíneo de los objetos terrestres.
Los argumentos precedentes muestran cómo se pueden aplicar los
principios de Aristóteles sobre el movimiento natural y el violento
(no natural) para demostrar la imposibilidad del movimiento terres
tre. Pero ¿qué sucede con !a «ley del movimiento» de Aristóteles,
expresada en la ecuación [6] o en la ecuación [9]? ¿Cuál es su
relación específica con el reposo de la Tierra? La respuesta está
expresada claramente al principio del Almagesto de Ptolomeo, la
antigua obra estándar sobre astronomía geocéntrica. Ptolomeo escri
bió, siguiendo los principios aristotélicos, «que si la Tierra tuviese
un movimiento habría llegado en el proceso del descenso a adelantar
a cualquier otro cuerpo que cayera, en virtud de su enorme exceso
de tamaño, y habría dejado atrás flotando en el aire a los animales
y a todos los pesos separados, mientras que la Tierra, por su parte,
a esta gran velocidad se habría caído del mismo universo». Esto es
una clara consecuencia de la noción de que los cuerpos caen con una
velocidad proporcional a sus pesos respectivos. Y muchos científicos
debieron estar de acuerdo con el comentario final de Ptolomeo: «Pero
de hecho, esta sugerencia debe considerarse tan sólo para ver que es
totalmente ridicula.»
Capítulo 3
LA TIERRA Y EL UNIVERSO
E l s is t e m a d e l a s e s f e r a s c o n c é n t r i c a s
Ptolom eo y el s is t e m a de e p ic ic l o s y deferentes
perigeo
F ig u ra 4
a suponer que, mientras el punto P se mueve uniformemente sobre
un círculo alrededor del centro C (fig. 5), un segundo punto Q
mueve en un círculo alrededor del punto P. Como resultado tendría
mos una curva con una serie de rizos o lóbulos. El círculo grande
sobre el que se mueve P se llama el círculo de referencia, o ei defe
rente, y el círculo pequeño en el que se mueve Q se llama el epiciclo.
Por ello, el sistema ptolemaico se describe frecuentemente como un
sistema basado en epiciclos y deferentes. Está claro que la curva que
resulta de la combinación de epiciclo y deferente es tal que el pla
neta se encuentra más cerca del centro en un momento dado que en
otros, que también existen puntos estacionarios, y que cuando el
planeta se encuentra en el interior de cada rizo, un observador en C
lo verá con movimiento retrógrado. Para que el movimiento esté
Fig. 5.— El 'mecanismo de Ptolomeo para explicar el vagar de los planetas supo
nía una complicada combinación de movimientos. El Planeta Q viaja alrededor
de P en un circulo (líneas de puntos), mientras que P se mueve en un círculo
alrededor de C. La línea llena, con rizos, es la trayectoria que seguiría Q en el
movimiento combinado.
© ®
Fie. 6.— Con el epiciclo y el deferente (y con ingeniosidad), ios astrónomos
podían describir casi cualquier movimiento planetario observado y seguir todavía
manteniéndose dentro de los límites del sistema ptolemaico. En (A), el punto P
se mueve en un circulo con centro en C, el cual se mueve sobre un círculo me
nor centrado en X. En i 3), la combinación de deferente y epiciclo tiene el efecto
de trasladar el centro aparente de la órbita de P desde C a C . En (C), la com
binación da como resultado una curva elíptica. La figura en (D) muestra la tra
yectoria de P al moverse sobre un epiciclo superpuesto a otro epiciclo; el centro
del círculo de P es R. el cual se mueve sobre un circulo cuyo centro, Q, se halla
sobre un círculo centrado en C.
conforme con la observación tan sólo es necesario escoger el tamaño
relativo del epiciclo y del deferente y las velocidades relativas de
rotación de los dos círculos, de modo que concuerde con las apa
riencias.
Se desprende claramente de su libro que Ptolomeo nunca se com
prometió con la cuestión de si existen epiciclos y deferentes «reales»
en los cielos. De hecho, parece mucho más probable que considerara
al sistema que describió como un «modelo» del universo, y no nece
sariamente como su «verdadera» imagen — cualquiera que sea el sig
nificado de estas palabras. Es decir, se trataba del ideal griego, que
alcanzaba su más alta cota en los escritos de Ptolomeo, de construir
un modelo que permitiera al astrónomo predecir las observaciones,
o — para utilizar la expresión griega— «salvar las apariencias». Si
Fig. 7.— El ecuante era un artificio ptolemaico para explicar los cambios apa
rentes en la velocidad de un planeta. Mientras que el movimiento de P desde A
a A', desde B a B', y desde C a C’ no seria unijorme con respecto al centro del
circulo, C, si lo serta con respecto a otro punto, T, el ecuante, porque los ángu
los a, 0, y son iguales. El planeta se mueve por cada uno de los arcos AA', J3B',
V C C en el mismo tiempo pero, obviamente, con diferentes velocidades.
bien despreciado a menudo, este enfoque de la ciencia es muy similar
al del físico del siglo xx, cuya meta principal es también la de cons
truir un modelo que suministre ecuaciones que predigan los resul
tados del experimento. A menudo el físico actual tiene que conten
tarse sólo con ecuaciones, a falta de un «modelo» en el sentido prác
tico y ordinario de la palabra.
Se pueden mencionar brevemente ciertas otras características del
viejo sistema ptolemaico. La Tierra no tiene que encontrarse necesa
riamente en el centro del círculo deferente, o dicho de otro modo,
el círculo deferente (fig. 6A) podría ser excéntrico en vez de homo-
céntrico — es decir, tener un centro que no fuera el de la Tierra.
Además, mientras que el punto P se mueve sobre el círculo grande
(fig. 6B) de referencia, o el deferente, su centro C podía estar mo
viéndose sobre un círculo pequeño, una combinación que no necesa
riamente produce una retrogradación, pero que podía tener el efecto
de elevar al círculo, o de transponerlo, o de producir un movimiento
elíptico (fig. 6C). Finalmente, había un mecanismo conocido como
el «ecuante» (fig. 7). Se trata de un punto fuera del centro de un
círculo sobre el que se podía «uniformizar» el movimiento. Es decir,
consideremos un punto P que se está moviendo sobre un círculo con
centro en C en relación con un ecuante. El punto P se mueve de tal
manera que una línea trazada desde P al ecuante barre ángulos igua
les en tiempos iguales; esto tiene el efecto de que, para un obser
vador que no se encuentre en el ecuante, P no se mueve uniforme
mente en su trayectoria circular. Estos artificios se podían utilizar
en muchas combinaciones diferentes. El resultado era un sistema de
gran complejidad. Muchos sabios no podían creer que un sistema
de cuarenta o más «ruedas dentro de otras ruedas» pudiera estar
girando en los cielos, que el mundo pudiera ser tan complicado. Se
dice que Alfonso X , rey de Castilla y León, llamado Alfonso el
Sabio, quien fue mecenas de un famoso conjunto de tablas astro
nómicas en el siglo x i i i , no podía creer que el sistema del universo
fuera tan intrincado. Cuando se le enseñó el sistema ptolemaico
por vez primera, comentó, según la leyenda: «Si el Todopoderoso
me hubiera consultado antes de embarcarse en la Creación, le hubiera
recomendado algo más sencillo.»
No hay lugar en donde hayan sido expresadas tan claramente las
dificultades para comprender el sistema ptolemaico como en el famo
so poema de John Milton El paraíso perdido. Milton había sido maes
tro de escuela, había enseñado en la práctica el sistema ptolemaico
y sabía, por ello, de qué estaba hablando. En estas líneas, el ángel
Rafael responde a las preguntas de Adán sobre la construcción del
universo y le dice que seguramente las actividades del hombre harían
reír a Dios:
o 9
Sol Mercurio
9 0
Venus Tierra
1d
Luna Marte
*
Júpiter
b
Saturno
#
Urano
f
Neptuno
E
Plutón
I n n o v a c io n e s c o p e r n ic a n a s
tituido por una revolución orbital alrededor del Sol, como las órbitas
de los otros planetas. Cada planeta tiene un período diferente de
revolución, siendo estos períodos tanto mayores cuanto más alejado
se encuentra el planeta del Sol. Así resulta fácil explicar el movi
miento retrógrado. Considere a Marte (fig. 9), cuyo movimiento
alrededor del Sol es más lento que el de la Tierra. Se muestran siete
posiciones de la Tierra y de Marte en un momento en que la Tierra
sobrepasa a Marte y éste está en oposición (es decir, cuando una línea
La Tierra y el Universo
F ig . 9.— l.n el sistema copernicano, el movimiento retrógrado aparente de los planetas tiene una explicación sencilla; es una
cuestión de velocidades relativas. Aquí las lineas visuales muestran por qué un planeta superior, más alejado del Sol que la
fierra, parece volver atrás. Se debe a que viaja alrededor del Sol más lentamente que la Tierra.
trazada desde el Sol a Marte pasa por la Tierra). Se observará que
la línea trazada desde la Tierra a Marte en cada una de estas posi
ciones sucesivas se inclinará primero hacia adelante, luego hacia atrás,
y luego de nuevo hacia adelante. De esta manera Copérnico no sólo
pudo explicar «naturalmente» cómo se produce el movimiento retró
grado, sino que también pudo mostrar por qué se ve este movimiento
en Marte solamente cuando se encuentra en oposición, correspon
diendo al tránsito del planeta por el meridiano a medianoche. Cuando
está en oposición, el planeta se encuentra en el lado opuesto de la
Tierra, visto desde el Sol. Por ello alcanzará su posición más alta en
el cielo a medianoche, o cruzará el meridiano a medianoche. De for
ma análoga (fig. 10), se puede ver que, en el caso de un planeta
inferior (Mercurio o Venus), la retrogradación ocurriría sólo en la
conjunción inferior, que corresponde al tránsito del planeta por el
meridiano al mediodía. (Cuando Venus o Mercurio se encuentran en
línea recta entre la Tierra y el Sol, su posición se llama conjunción.
Estos planetas están en el centro de retrogradaciones en la conjunción
inferior, cuando se encuentran entre la Tierra y el Sol. Entonces
cruzan el meridiano junto con el Sol al mediodía.) Estos dos hechos
tienen pleno sentido en un sistema heliocéntrico o heliostático, pero
si la Tierra fuera el centro del movimiento, como en el sistema pto
lemaico, ¿por qué habría de depender la retrogradación de los pla
netas de su orientación con respecto al Sol?
Prosiguiendo con el modelo simplificado de órbitas circulares,
observemos ahora que Copérnico era capaz de determinar la escala
del Sistema Solar. Considere a Venus (fig. 11). Venus se ve tan sólo
como estrella de la tarde o de la mañana, debido a que se encuentra,
o bien un poco por delante del Sol, o bien un poco por detrás, pero
nunca a 180 grados del Sol, como puede ser el caso de un planeta
superior. El sistema ptolemaico (fig. 11 A) explicaba esto sólo me
diante la suposición arbitraria de que los centros de los epiciclos de
Venus y Mercurio estaban permanentemente fijos en una línea tra
zada desde la Tierra al Sol; es decir, que los deferentes de Mercurio
y Venus, igual que el Sol, se movían una vez cada año alrededor de
la Tierra. En el sistema copernicano sólo había que suponer que las
órbitas de Venus y de Mercurio (fig. 11B ) se hallaban dentro de la
órbita de la Tierra.
En el sistema de Copérnico, además, se podía calcular la distancia
de Venus al Sol. Las observaciones realizadas noche tras noche indi
carían cuándo podía verse Venus en su mayor elongación (separación
angular) del Sol. En este momento se podía determinar su separación
angular. Como puede verse en la figura 12, la máxima elongación
F i g . 1 0 .— Iíl movimiento retrógrado de un planeta inferior, cuya órbita se encuentra entre la Tierra y el Sol, también
explica fácilmente mediante líneas visuales. Venus viaja alrededor del Sol más rápido de lo que ¡o hace la Tierra.
Rotación diaria hacia el Oeste
F ig u r a 11
VS
---= sen a
TS
La distancia TS, o el tamaño medio del radio de la órbita de la Tierra
en el sistema copernicano, se conoce como «unidad astronómica».
Por lo tanto, la ecuación [ 1] puede reescribirse como
\
\
Orbita de la Tierra
\
X
Fig. 12.— El cálculo de la distar, cía entre Venus y el Sol se hizo posible con el
sistema de Copérnico. Cuando la separación angular (es decir, el ángulo cc de
Venus desde el Sol) es máximo, la línea visual desde la Tierra a Venus (TV)
es tangente a la órbita de Venus y por ello perpendicular al radio Vi*. Calcular
la longitud de VS es un fácil problema de trigonometría elemental. En el caso
de cualquier otra orientación, por ejemplo V', la separación angular no es máxima.
C o m p a r a c ió n e n t r e l o s v a l o r e s d e C o p é r n ic o y l o s m o d e r n o s
PARA LOS ELEMENTOS DEL SlSTEMA S O L A R
C o p é r n ic o versus P tolom eo
T,
Fig. 15.— La paralaje anual de una estrella es el ángulo p, con el cual es postble
calcular la distancia desde el Sol y la Tierra. La posición de la Tierra a inter
valos de 6 meses se designa por T¡ y T¡. La distancia Ti T¡ suministra una línea
base de 300.000.000 kilómetros de longitud, desde la cual se puede observar
a la estrella P y obtener el ángulo T¡ PT¡, o 2p.
Problem as con un u n iv e r s o c o p e r n ic a n o
LA E X P L O R A C IO N DE LAS P R O F U N D ID A D E S
DEL U N IV E R S O
L a e v o lu c ió n d e l a n u e v a f ís ic a
E l T E LE S C O P IO : L'N P AS O G I G A N T E
E l p a is a j e d e l a L una
Mas ocurre también que no sólo los confines entre las tinieblas y la luz se
ven desiguales y sinuosos en la Luna, sino que además, lo que representa una
mayor maravilla, en la parte tenebrosa de la Luna aparecen innumerables puntos
luminosos completamente separados y desgajados de la región iluminada, ale
jándose de ella un intervalo no pequeño. Estos puntos, poco a poco y trans
currido un cierto tiempo, aumentan de tamaño y de luz, uniéndose después, al
cabo de dos o tres horas, a la restante parte iluminada que se ha tornado mayor.
Pero, entretanto, más y más cúspides, cual si brotasen aquí y allí, se encienden
en la parte tenebrosa, crecen y terminan también por unirse a la misma super
ficie luminosa que se ha ido dilatando cada vez más. ¿Acaso no ocurre lo mis
mo en la Tierra, donde antes de la salida del Sol las más altas cimas de los
montes se hallan iluminadas por los rayos solares, mientras que la sombra ocupa
aún las llanuras? ¿Acaso al cabo de un tiempo no se va dilatando aquella luz
a medida que se iluminan las partes medias y más amplias de esos mismos mon
tes y, una vez que el Sol ha salido, no terminan por unirse las partes ilumina
das de llanuras y colinas? La variedad de tales elevaciones y cavidades de la
Luna parece superar en todos los sentidos la aspereza de la superficie terrestre,
como más adelante demostraremos.
: Una de las maravillas de nuestra época es que los astronautas hayan via
jado a la Luna y observado que su superficie es tal y como Galileo la había
descrito; una hazaña que millones de observadores pudieron ver en sus pantallas
de televisión, y que ha quedado registrada para la posteridad en el testimonio
de fotografías y muestras de roca.
en la figura 16 el método que empleó Galileo para calcular la altura
de estas montañas.)
Para ver que es todo un abismo el que separa la descripción rea
lista que Galileo da de la Luna, que se parece a la descripción que
podría dar un piloto de la Tierra vista desde el aire, de la concepción
comúnmente aceptada, lea las siguientes líneas de la Divina comedia,
de Dante. Escrita en el siglo xiv, esta obra se considera generalmente
como la máxima expresión de la cultura medieval. En esta parte del
poema Dante ha llegado a la Luna y discute ciertas de sus caracterís
ticas con Beatriz, quien le habla con la «voz divina». Así es como
le pareció la Luna a este viajero medieval del espacio:
Parecíame que nos envolvía una nube lúcida, densa, sólida y bruñida,
como un diamante herido por los rayos del Sol.
La perla eterna nos recibió dentro de sí como el agua que, permane
ciendo unida, recibe un rayo de lu z...
«Pero decidme: ¿qué son esas oscuras señales sobre este cuerpo, que
allá abajo en la Tierra dan ocasión a la gente de contar la patra
ña de Caín?-»
Se sonrió un poco y me dijo: « Y si la opinión de los mortales se ex
travía, allá donde la llave de los sentidos no puede abrir,
en verdad no deberían herirte ya las flechas de la admiración; pues
ves que si la razón cede a los sentidos, debe tener muy cortas las
alas . . . »
Dante había escrito que los sentidos del hombre le engañan, que
la Luna es en realidad eterna, perfecta y absolutamente esférica, e
incluso homogénea. Creía que no se debía sobrestimar el poder de
la razón, ya que la mente humana no es lo suficientemente poderosa
como para desentrañar los misterios cósmicos. Galileo, por otro lado,
confiaba en la revelación de los sentidos ampliada por el telescopio,
y así concluyó:
LUZ CENICIENTA
A b u n d a n c ia de estrellas
* ^ *
♦ -SA
* * *
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V: * *
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Fig. 17.— El Cinturón y Espada de Orion, visto a través del telescopio de G.ili-
leo, contenía ochenta estrellas -r.ás (las más pequeñas) de las que se podían
discernir a simple vista.
El nacimiento
de la nueva física
Lámina 1 — «¿Volverá a caer en el misino sitio?» lisie antiguo grabado en madera, tomado de la correspondencia de Rene
Descartes, ilustra un experimento propuesto por el Padre Mersenne, contemporáneo y amigo de Galileo, para verificar el
comportamiento de cuerpos en caída. « Retombera t-il?» pregunta la leyenda. ¿Volverá a caer aquí la bala del cañón?
Lám ina I I .— Un paisaje como el de la Tierra, pero muerto, fue lo que impre-
ó a Galileo la primera vez sue enfocó su telescopio hacia la Luna.
L á m i n a II [.— Ga!:!eo fue el primero en ver los cráteres de la Luna. Sus obser
vaciones acabaron con '.a neja creencia de que la Luna era lisa y perfectamente
j¡;é-ica.
L ám in a I V .— Se reproduce aquí un dibujo de la Luna hecho por el mismo Cali-
leo, pero al revés con respecto 2 la forma en que se muestran habitualmente
¡as fotografías astronómicas. Las cámaras telescópicas toman las fotos invertidas.
tiempos de Galileo casi todos los objetos celestes se denominaban
estrellas — un término que podía incluir tanto las estrellas fijas como
las estrellas errantes (o planetas). De aquí que los objetos recién des
cubiertos, que eran «errantes» y, por tanto, del tipo de los planetas,
pudieran llamarse también estrellas. La mayor parte del libro de Ga
lileo, de hecho, está dedicada a sus metódicas observaciones de Jú
piter y de las «estrellas» que estaban próximas. Unas veces se las
veía al este y otras al oeste de Júpiter, pero nunca muy lejos del pla
neta. Acompañaban a Júpiter «no sólo en su movimiento directo,
sino también en el retrógrado», de forma que era evidente que esta
ban de alguna manera relacionados con el planeta.
El t e s t im o n io d e J ú p it e r
- O -O.
Fie. 18.— Las fases de Venus, observadas por ve; primera por Galileo, consti
tuían itn poderoso argumento contra la astronomía antigua. En (A) puede ver
cómo la existencia de jases concuerda con el sistema de Copérnico y cómo el
cambio en el diámetro aparente relativo de Venus apoya el concepto de que el
planeta tiene una órbita solar. En (B) puede ver por qué este fenómeno sería
imposible en el sistema ptolemaico.
demos ver en la figura 18B, que bajo estas circunstancias nunca se
podría ver la secuencia completa de fases que Galileo había obser
vado — y que nosotros podemos observar. Por ejemplo, la posibilidad
de ver Venus como un disco se da solamente si Venus se encuentra
más alejado de la Tierra que el Sol; de acuerdo con los principios
ptolemaicos, esto nunca puede suceder. Esto era, pues, un golpe su
mamente decisivo contra el sistema ptolemaico.
No necesitamos extendernos mucho sobre los otros dos descubri
mientos telescópicos de Galileo, debido a que tienen menos impacto
que los anteriores. El primero fue el descubrimiento de que Saturno
parece tener en ocasiones un par de «orejas», y que estas «orejas»
cambian a veces su forma e incluso llegan a desaparecer. Galileo nun
ca pudo explicar este extraño fenómeno, porque su telescopio no
podía resolver los anillos de Saturno. Pero al menos obtuvo un ele
mento de juicio que demostraba cuán erróneo era considerar a los
planetas como cuerpos celestes perfectos, cuando podían tener formas
tan singulares. Una de sus observaciones más interesantes fue la de
las manchas en el Sol, descritas en un libro que llevaba por título
Historia y demostraciones en torno a las manchas solares y sus acci
dentes (1613). Estas manchas no sólo eran la prueba de que ni si
quiera el Sol era el astro perfecto descrito por los antiguos; Galileo
también fue capaz de mostrar, a partir de su observación, que se po
día probar la rotación del Sol, e incluso calcular la velocidad con la
cual gira sobre su eje. Pero aunque el hecho de que el Sol rota llegó
a ser extremadamente importante en la mecánica del mismo Galileo,
esto no implicaba que forzosamente hubiera de producirse una revo
lución anual de la Tierra alrededor del Sol.
U n nuevo m undo
... estrellas
numerosas, y cada estrella quizá un mundo
destinado a habitación.
los otros planetas, se mueven en órbitas alrededor del Sol. No hay observación
planetaria mediante la cual nosotros, situados sobre la Tierra, podamos probar
que ésta se mueve en una órbita alrededor del Sol. De este modo, todos los
descubrimientos que Galileo efectuó con el telescopio pueden acomodarse aJ
sistema inventado por Tycho Brahe poco antes de que Galileo iniciara sus
observaciones de los cielos. En este sistema tychónico, los planetas Mercurio,
Venus, Marte, Júpiter y Saturno se mueven en órbitas alrededor del Sol, mien
tras que el Sol se mueve en una órbita alrededor de la Tierra en un año. Ade
más, la rotación diaria de los cielos se transmite al Sol y a los planetas, de forma
que la Tierra misma no gira ni da vueltas en una órbita. El sistema tychónico
atraía a aquellos que buscaban salvar la inmovilidad de la Tierra al mismo
tiempo que aceptaban algunas de las innovaciones copernicanas.
fueron brillantemente expresados en estas líneas de un eclesiástico y
poeta sensible, John Donne:
Tras la segunda década del siglo xvil la realidad del sistema co
pernicano dejó de ser una vana especulación. El propio Copérnico,
consciente de la índole de sus argumentos, había manifestado bastan
te explícitamente, en el prefacio de Sobre las revoluciones de las es
feras celestes, que «la matemática es para los matemáticos». Otro pre
facio, sin firma, recalcaba la recusación. Insertado en el libro de
Osiander, un eclesiástico alemán a cuyas manos fue confiada la im
presión, el segundo prefacio decía que el sistema copernicano no se
exponía para que se debatiera sobre su verdad o falsedad, sino que
simplemente era otro método más de cálculo. No hubo dificultades
hasta que Galileo hizo sus descubrimientos con el telescopio; entonces
cobró urgencia la resolución de los problemas de la física de una Tie
rra en movimiento. Galileo dedicó una parte considerable de su ener
gía intelectual a este objetivo, y con resultados provechosos, ya que
estableció los cimientos de la ciencia moderna del movimiento. Inten
taba resolver dos problemas distintos: primero, explicar el compor
tamiento de cuerpos en caída sobre una Tierra en movimiento, los
cuales caen exactamente como si se encontraran en una Tierra en re
poso, y segundo, establecer nuevos principios para el movimiento de
caída de cuerpos en general.
M o v im ie n t o l in e a l u n if o r m e
U na c h i m e n e a d e l o c o m o t o r a y un b a r c o e n m o v i m i e n t o
La c ie n c ia d e l m o v im ie n t o d e G a l il e o
Cuando observo ... una piedra que cae desde cierta altura, partiendo de una
situación de reposo, que va adquiriendo poco a poco, cada vez más velocidad,
¿por qué no he de creer que tales aumentos de velocidad no tengan lugar según
la más simple y evidente proporción? Ahora bien, si observamos con cierta aten
ción el problema, no encontraremos ningún aumento o adición más simple que
aquél que va aumentando siempre de la misma manera.
VocT [1]
V ocD [2]
[3]
[4]
V oc V [5]
1
Voc — [6 ]
D
1
V oc [7]
D*
VocD 2 [8 ]
¿En qué nos podemos basar para rechazar la relación que sugiere
Simplicio, expresada por la ecuación [2]? Como cada una de las
ecuaciones [1] y [2] es formalmente tan sencilla como la otra,
Galileo se ve obligado a introducir otro criterio para su elección.
Sostiene que la posibilidad número 2 — la velocidad aumenta en
proporción a la distancia de caída recorrida— conducirá a una incon-
sistencia lógica, a diferencia de la relación dada en la ecuación [1],
Por lo tanto, podría parecer que, debido a que una de las suposi
ciones «sencillas» conduce a una inconsistencia y la otra no, la única
posibilidad es que los cuerpos en caída tengan velocidades que se
incrementan en proporción al tiempo que llevan cayendo.
Esta conclusión, tal como se presenta en la última y más madura
obra de Galileo, tiene un interés especial para el historiador, ya que
el argumento con el que Galileo «demuestra» que la consecuencia
de la ecuación [2] es una inconsistencia lógica contiene un error.
No hay inconsistencia «lógica» aquí; el problema es simplemente
que esta relación es incompatible con la suposición de que el cuerpo
parte del reposo. El historiador también se interesa por descubrir
que, en una época más temprana de su vida, Galileo escribió sobre
este mismo tema a su amigo frav Paolo Sarpi de manera totalmente
distinta. En esta carta, Galileo parece haber pensado que la velocidad
de cuerpos en caída libre aumenta en proporción directa a la distan
cia recorrida. A partir de esta suposición, Galileo creía que podría
deducir que la distancia atravesada ha de ser proporcional al cuadrado
del tiempo, o que la suposición de la ecuación [2] conduce a la
ecuación
DocT2 [9]
Proposición II. Teorema II. Si un móvil cae, partiendo del reposo, con un
movimiento uniformemente acelerado, los espacios por él recorridos en cualquier
tiempo que sea están entre sí como el cuadrado de la proporción entre los tiem-
pos, o lo que es lo mismo, como los cuadrados de los tiempos.
2 Las etapas que sigue Galileo (en las Dos nuevas ciencias) desde la defini
ción del movimiento uniformemente acelerado
V * T
hasta la ley del movimiento acelerado o la ley de caída libre (la ley del cuadrado
del tiempo)
D r
son fáciles de reescribir en un sencillo lenguaje algebraico. En un tiempo 1\,
comenzando desde un estado de reposo, un objeto adquiere una velocidad V<¡.
El promedio o la velocidad media es VjVY La distancia atravesada bajo acele
ración durante el tiempo es la misma que recorrería el objeto si se hubiera
movido durante el mismo intervalo de tiempo con una velocidad constante igual
a la velocidad media. La distancia Da recorrida a la velocidad constante !. iV, es
D„ uvvr,
Pero como
V, cc r„
resulta que
D, = 1 2 V .J 0 <x TI
Para ver cómo las secuencias numéricas de Galileo son el resultado de la ley
del cuadrado del tiempo para la distancia, consideremos los intervalos de tiempo
T, 2T, 37". 47", 5i ....... Entonces las distancias serán como T',4T:, 9P , 16T:,
25T'-, ..., o como 1, 4, 9, 16. 25, .... Las distancias recorridas en el primer,
segundo, tercer, cuarto, quinto, ... intervalo de tiempo serán entonces como las
diferencias entre los términos sucesivos de esta serie, o como 1, 3. 5, 7, 9, ....
Si la constante de aceleración en el movimiento uniformemente acelerado es .4.
de manera que V —AT, entonces la última ecuación se convierte (para D¡, V3,
Tj) en
D„ — : 2’ '.*>/To = hiA T ,)T , = y2AT':t
y en general en
D = 1 2 AT1.
la familiar ecuación para la ley del cuadrado del tiempo de Galileo que se en
cuentra en los libros de texto. En el caso especial de la caída libre, la constante
Aunque el aspecto numérico de la investigación es satisfactorio
para Salviati (el interlocutor en las Dos Nuevas Ciencias que habla
por Galileo), y para Sagredo (el hombre de cultura general y buena
voluntad que usualmente lo apoya), Galileo reconoce que este punto
de vista platónico difícilmente puede contentar a un aristotélico. Por
ello, Galileo declara a través de Simplicio:
Los PREDECESORES DE G a L IL E O
Movimiento uniforme
Movimiento
Movimiento uniformemente
acelerado
Movimiento no uniforme o
(acelerado)
Movimiento
no uniformemente
acelerado
, V; + V,
V = -----------
2
Esto está muy cerca del teorema utilizado por Galileo para demos
trar su propia ley, que relaciona la distancia con el tiempo en el
movimiento acelerado. ¿Cómo lo probaron los hombres del siglo xiv?
Las primeras pruebas se produjeron en el Merton College, en Oxford,
mediante un tipo de «álgebra de palabras», pero en París Nicolás
Oresme demostró el teorema geométricamente, utilizando un dia
grama (fig. 19) muy parecido a aquel que se encuentra en las Dos
nuevas ciencias*.
Una diferencia importante entre las exposiciones de Galileo y
Oresme es que la de este último estaba redactada en términos de
cualquier «cualidad» cambiante que se pudiera cuantificar — inclu
Velocidad
T T iem po
... No está en la naturaleza de las cosas que el hombre por sí sólo haga de
repente un descubrimiento vital; la ciencia avanza paso a paso, y cada uno
depende del trabajo de sus predecesores. Al tener noticias de un repentino
descubrimiento inesperado — que cae como una bomba, por decirlo así— siem
pre se puede estar seguro de que maduró por la influencia de un hombre sobre
otro, y es esa influencia mutua la que produce esta enorme posibilidad de avan-
La f o r m u la c ió n de l a le y d e in e r c ia
Todas las dificultades y objeciones suscitadas están tan bien fundadas que
pienso que no es posible solucionarlas. Por lo que a mí me atañe, las acepto
todas, como pienso que las admitiría también nuestro autor. Concedo igual
mente que las conclusiones probadas en abstracto se alteran y son tan engaño
sas en concreto que ni el movimiento transversal es uniforme ni la aceleración
natural tiene lugar según la proporción que hemos supuesto, ni la línea descrita
por el proyectil es una parábola, etc.
en el caso de los proyectiles que usamos nosotros, que están hechos de materia
les pesados y de figura redonda, o incluso con materiales menos pesados con
forma cilindrica, como son las flechas lanzadas con hondas o arcos, la desvia
ción que tenga su movimiento del curso exacto de la parábola será insignifi
cante. Más aún (y me gustaría tomarme un poco más de libertad) os puedo
mostrar, por medio de un par de experiencias, que las dimensiones de nuestros
instrumentos son tan pequeñas que las resistencias externas y accidentales, entre
las cuales la del medio es la más considerable, son apenas observables.
Por lo que atañe a la velocidad, a medida que ésta sea mayor, mayor tam
bién será la resistencia ofrecida por el aire; esta oposición crecerá a medida que
los móviles sean menos pesados, de forma que si bien el cuerpo que desciende
debería recorrer, con movimiento aceletado, un espacio proporcional al cuadrado
de la duración de su movimiento, no obstante, por muy pesado que sea tal
móvil, si cae desde una altura muy considerable, será tal la resistencia que sobre
él ejerza el aíre que le impedirá que vaya incrementando su velocidad hasta
reducirlo a un movimiento uniforme e igual. Esta uniformidad se alcanzará
tanto más rápidamente y en menor altura cuanto menos pesado sea el móvil.
l •
I IT
) - = r
\A r
x* 2y A ,
y — = — o y — ----x* , que es de l.z lory.a y — k.v, donde k es una
v1 A 2ir
constante, y que es la clásica ecuación de la parábola.
Para su postulado de que la componente hacia abajo del movimiento
es la misma que ia de un cuerpo en caída libre, Galileo no suministró
ninguna prueba experimental, si bien indicó la posibilidad de efec
tuar una. Concibió una pequeña máquina en la que una bola se
proyecta horizontalmente sobre un plano inclinado (fig. 21), para
que describa una trayectoria parabólica (véase el apéndice 9).
Hoy día es fácil demostrar esta conclusión tomando un par de
bolas y lanzando una horizontalmente, mientras que a la vez se deja
caer a la otra libremente desde la misma altura. El resultado de este
experimento se ilustra en la lámina 7, donde una serie de fotografías
estroboscópicas tomadas en instantes sucesivos muestra que, aunque
una de las bolas se mueva hacia adelante mientras la otra cae verti
calmente, las distancias de descenso en los sucesivos segundos son
las mismas para ambas. La misma situación se tendría en el caso de
una bola que cae dentro de un tren que se mueve a velocidad cons
tante sobre una vía recta. Cae verticalmente segundo a segundo tal
como lo haría si el tren es reviese parado. Como también se mueve
horizontalmente a la misma velocidad uniforme del tren, su verda
dera trayectoria con respecto a la tierra es una parábola. Otro moder
no ejemplo es el de un avión que vuela horizontalmente a velocidad
constante y que suelta una bomba o un torpedo. La caída hacia abajo
es la misma que se daría si la bomba o el torpedo se hubiese dejado
caer desde un objeto en repeso a la misma altura, digamos un globo
cautivo en un día de calma. Al tiempo que la bomba o el torpedo
cae del avión, seguirá moviéndose hacia adelante con la velocidad
uniforme horizontal de éste y, salvo por los efectos del aire, perma
necerá directamente por debajo del aparato. Pero para un observador
fijo en tierra, su trayectoria será una parábola.
Consideremos finalmente una piedra que se deja caer desde una
torre. Con respecto a la tierra (y para una caída tan corta el movi
miento de la Tierra puece considerarse lineal y uniforme) cae en
NlsWTÜN .I
KEPLER - • • •••• GAIJLEQ
- i
L á m in a V III
línea recta hacia abajo. Pero con respecto al espacio determinado
por las estrellas fijas, retiene el movimiento compartido con la Tierra
en el momento de ser soltada y, por consiguiente, su trayectoria es
una parábola.
Estos análisis de trayectorias parabólicas se basan todos en el
principio de Galileo de separar un movimiento complejo en dos mo
vimientos (o componentes) que forman entre sí un ángulo recto.
Ciertamente es una medida de su genio el que viera que un cuerpo
podía tener simultáneamente una componente de velocidad horizon
tal uniforme y no acelerada y otra vertical y acelerada — sin afectar
una a la otra en manera alguna. En cada uno de estos casos, la com
ponente horizontal ilustra la tendencia de un cuerpo que su mueve
a velocidad constante en línea recta a continuar este movimiento,
aunque pierda su contacto físico con la fuente original de dicho mo
vimiento uniforme. Esto se puede también describir como una ten
dencia de todo cuerpo a resistirse a cualquier cambio en su estado
do movimiento, una propiedad conocida generalmente desde los tiem
pos de Newton como la inercia de un cuerpo. Ya que la inercia es
de una importancia tan evidente a la hora de comprender el movi
miento, profundizaremos algo más en los conceptos de Galileo — no
tanto para mostrar sus limitaciones como para ilustrar cuán difícil
era formular la ley completa de inercia y desbaratar los últimos ves
tigios de la vieja física.
Pero primero podemos observar que en su análisis de la trayec
toria parabólica, Galileo parte de una cinemática estricta e introduce
algunas consideraciones de dinámica. La razón por la que existe una
aceleración en la componente vertical del movimiento, pero no en
la componente horizontal, es que la gravedad actúa vertical y no
horizontalmente. Galileo no concibió las fuerzas como abstracciones,
y no generalizó los principios que utilizaba para analizar los movi
mientos de proyectiles de modo que descubriera una versión cuali
tativa de la segunda ley de Newton. Pero, más tarde, los científicos
vieron en esta parte de su obra las semillas de la dinámica. (Para un
resumen de los logros de Galileo en la ciencia del movimiento véase
el apéndice 10.)
D if ic u l t a d e s y logros de G a l il e o : la ley de l .a i n e r c i a
Una de ellas [de estas dificultades] consiste en suponer que el plano hori
zontal, al carecer de inclinación tanto hacia arriba como hacia abajo, es una
línea recta y parecería que en una tal recta todos sus puntos fuesen igualmente
distantes del centro, lo cual no es cierto. La razón de ello estriba en que cuando
uno se va alejando del centro hacia uno de los extremos, resulta que se aleja
también más y más del centro [de 1a Tierra] y, en consecuencia, va hacia arriba.
en la práctica, nuestros instrumentos y las distancias con las que operamos son
tan pequeños en comparación con la distancia que nos separa del centro del
globo terrestre, que podemos tomar tranquilamente un minuto de un grado del
círculo máximo como si fuese una línea recta, y dos perpendiculares que cuel
gan de sus extremos como si fuesen paralelas.
He de añadir, llegados a esre punto, que podemos decir que tanto Arquí-
medes como los otros dieron por supuesto, en sus consideraciones, que estaban
separados por una distancia infinita del centro de la Tierra, en cuyo caso sus
suposiciones no eran falsas y sus demostraciones eran absolutamente concluyen
tes. Por tanto, cuando queremos aplicar las conclusiones que hemos probado y
que se refieren a distancias inmensas, hemos de hacer las correcciones necesa
rias, ya que nuestra distancia al centro de la Tierra, aunque no sea realmente
infinita, es tal que se puede considerar inmensa si la comparamos con la insig
nificancia de nuestros instrumentos.
Pues me parece haber observado que los cuerpos físicos poseen una inclina
ción física a algún m ovim iento (como la de los graves hacia abajo), el cual es
ejercido por ellos a través de una propiedad intrínseca y sin necesidad de un
motor externo particular, siempre que no se hallen impedidos por algún obstácu
lo. Y tienen repugnancia a algún otro m ovim iento (como la de los mismos gra
ves a moverse hacia arriba), y por tanto nunca se mueven de esa manera a
menos que sean violentam ente arrojados por un m otor externo.
Finalm ente, son indiferentes a algunos m ovim ientos, como lo son estos mis
mos graves al m ovim iento horizontal, con respecto al cual no tienen ni inclina
ción (ya que no es hacia el centro de la Tierra), ni repugnancia (ya que no los
aleja de este centro). Y por esta razón, elim inados todos los obstáculos exter
nos, un grave situado sobre una superficie esférica concéntrica con la Tierra
será indiferente al reposo y a los m ovimientos hacia cualquier parte del hori
zonte. Y se m antendrá él mismo en ese estado en el que ha sido situado; es
decir, si se halla moviéndose hacia el oeste (por ejemplo), se mantendrá en este
movimiento. Así un barco, por ejemplo, habiendo recibido en una ocasión algún
ím petu a través del mar en calma, se moverá continuam ente en torno a nuestro
globo sin detenerse nunca; y sircado en reposo permanecerá perpetuamente en
reposo, si en el prim er caso se pudieran elim inar todos los obstáculos externos,
y en el segundo no se adicionara una causa externa de movimiento.
Podemos observar aquí que el movimiento continuo examinado
por Galileo no es circular en general, sino sólo circular en la medida
en que se trata de un círculo sobre la superficie de la Tierra, o sobre
una superficie esférica mayor, concéntrica con la Tierra. Hemos
visto que Galileo no consideraba a un pequeño arco de un círculo
terrestre notablemente diferente de una línea recta. Aún más impor
tante, no obstante, es su introducción (en el segundo párrafo que
acabamos de citar)6 del concepto de un «estado» — de movimiento
o de reposo— el cual (véase el apéndice 8) se convertiría en uno de
los conceptos más importantes de la nueva física inercial de Descartes
y de Newton. El problema se vuelve más complicado debido al hecho
de que Galileo estaba indudablemente actuando conforme a las ideas
generales de su tiempo, en las que se otorgaba un lugar especial a
los movimientos circulares. Este era el caso, no sólo de la física aris
totélica, sino también del planteamiento copernicano del universo.
Copérnico, haciéndose eco de una idea neoplatónica, había dicho
que el universo es esférico «bien porque esta figura es la más per
fecta..., bien porque es la más capaz [es decir, de entre todos los
sólidos posibles, la esfera es la que posee el mayor volumen para una
superficie dada] y por ello es la más apropiada para lo que ha de
contener y preservar todas las cosas; o también porque todos sus ele
mentos perfectos, a saber, el Sol, la Luna y las estrellas, están así
formados, o también porque todas las cosas tienden a asumir esta
forma, como se ve en el caso de las gotas de agua y cuerpos líquidos
en general si se forman libremente». Como la Tierra es esférica,
Copérnico preguntó: «¿Por qué, entonces, dudamos en conceder a
la Tierra este poder de movimiento propio de su forma [esférica],
en vez de suponer un deslizarse alrededor de todo el universo, cuyos
límites son desconocidos e incognoscibles?» La insistencia de Galileo
en los círculos y en el movimiento circular puede interpretarse como
concomitante de su defensa del sistema copernicano.
Si contemplamos a Galileo como un producto de su tiempo, toda
vía aprisionado por los principios de circularidad en la física, pode
mos observar la medida en que las pautas generales que fijan el pen
samiento de una época pueden limitar a los genios más grandes. Y
las consecuencias, en el caso de Galileo, son particularmente intere
santes en el contexto del presente libro. Queremos llamar la aten
ción sobre dos de ellas, que se examinarán en el capítulo siguiente.
La e l ip s e y el u n iv e r s o k e p l e r ia n o
Fig. 22.— La elipse, dibujada la forma que se muestra en (A), puede adoptar
todas las formas que se muestran en (B) si se usa el mismo cordel, pero se varía
.a distancia entre los alfileres, situando uno de ellos en Fj, Fj, etc.
Eje menor
Fig. 2 3 .— La elipse siempre es simétrica con respecto a sus ejes mayor y menor.
lado a otro de la elipse y que pasa por los focos, y el otro (el eje
menor) es una línea trazada de un lado a otro de la elipse a lo largo
de la perpendicular al eje mayor y que lo bisecta. Si los dos focos se
aproximan hasta coincidir, la elipse se transforma en un círculo;
otra manera de expresar esto es decir que el círculo es una forma
«degenerada» de la elipse.
Las propiedades de la elipse fueron descritas en la antigüedad
por Apolonío de Perga, el geómetra griego que inauguró el esquema
de epiciclos usado en la astronomía ptolemaica. Apolonio mostró que
la elipse, la parábola (la trayectoria de un proyectil de acuerdo con
la mecánica galileana), el círculo y otra curva denominada la hipér
bola se pueden formar pasando planos con diferentes inclinaciones a
través de un cono recto o cono de revolución. Pero hasta la época
de Kepler y Galileo nadie había mostrado que las secciones cónicas
se dan en los fenómenos naturales del movimiento.
No discutiremos en este libro las etapas por las que Johannes
Kepler llegó a hacer sus descubrimientos. No porque el tema esté
desprovisto de interés. ¡Lejos de ello! Pero ahora estamos interesa
dos en el nacimiento de una nueva física, y la forma en que se rela
ciona con los escritos de la antigüedad, la Edad Media, el Renaci
miento y el siglo xvii. Los libros de Aristóteles fueron ampliamente
leídos, del mismo modo que lo fueron los escritos de Galileo y de
Newton. Se estudiaba cuidadosamente el Almagesto de Ptolomeo y
el De revolutionibus de Copérnico. Pero los escritos de Kepler no
fueron leídos con tanta generalidad. Newton, por ejemplo, conocía
los trabajos de Galileo, pero aparentemente no leyó los trabajos as
tronómicos de Kepler. Su conocimiento de las leyes de Kepler lo
Fig. 24.— Las secciones cónicas se obtienen seccionando un cono en las formas
que se muestran. Advierta que el circulo se obtiene mediante un corte paralelo
a la base del cono, y la parábola mediante uno paralelo a un lado.
Fig. 25.—Los poliedros «regulares». El tetraedro tiene cuatro curas, siendo cada
una un triángulo equilátero. El cubo tiene seis caras, cada una de ellas un cua
drado. El octaedro tiene ocho caras, cada una un triángulo equilátero. Cada una
de las doce caras del dodecaedro es un pentágono equilátero. Las veinte caras
del icosaedro son todas triángulos equiláteros.
Esfera de Saturno
Cubo
Esfera de Júpiter
Tetraedro
Esfera de Marte
Dodecaedro
Esfera de la Tierra
Icosaedro
Esfera de Venus
Octaedro
Esfera de Mercurio
«Emprendí la tarea — dijo— de probar que Dios, en la creación
de este universo móvil y la disposición de los cielos, tuvo en cuenta
los cinco cuerpos regulares de la geometría célebres desde los días de
Pitágoras y Platón, y que El había acomodado a su naturaleza, el
número de los cielos, sus proporciones y las relaciones de sus movi
mientos.» Aun a pesar de que este libro no alcanzó un éxito incon
dicional, estableció la reputación de Kepler como un hábil matemá
tico y como un hombre que realmente sabía algo de astronomía.
Sobre la base de este logro, Tycho Brahe le ofreció un trabajo.
De Tycho Brahe (1546-1601) se ha dicho que fue el reforma
dor de la observación astronómica. Usando instrumentos enormes
y bien construidos, había incrementado tanto la precisión de las de
terminaciones a simple vista de las posiciones planetarias y de las
localizaciones de las estrellas relativas una a otra, que se hizo claro
que ni el sistema de Ptolomeo ni el de Copérnico podían predecir
verdaderamente las apariencias celestes. Además, en contraste con
astrónomos anteriores, Tycho no se limitó a observar los planetas
en un momento dado y suministrar entonces los factores para una
teoría o para buscar tal teoría; en su lugar, observó un planeta siem-
ple que era visible, noche tras noche. Cuando Kepler, con el tiempo,
se convirtió en el sucesor de Tycho, heredó la más amplia y exacta
colección de observaciones planetarias — especialmente para el pla
neta Marte— que fuera reunida jamás. Como se recordará, Tycho
no creía ni en el sistema ptolemaico ni en el copernicano, sino que
había propuesto un sistema geocéntrico de su propia invención. Kepler,
fiel a una promesa que le había hecho a Tycho, intentó encajar los
datos de Tycho sobre el planeta Marte en el sistema tychónico.
Fracasó, como fracasó también a la hora de encajar los datos en el
sistema copernicano. Pero veinticinco años de labor produjeron una
nueva y perfeccionada teoría del sistema solar.
Kepler presentó sus primeros resultados principales en un trabajo
titulado «Nueva astronomía... presentada en forma de comentarios
sobre los movimientos de M arte», publicado en 1609 el año en el
cual Galileo apuntó por primera vez su telescopio en dirección a los
cielos. Kepler había llevado a cabo setenta tentativas distintas de
disponer los datos obtenidos por Tycho en los epiciclos copernicanos
y en los círculos tvchónicos, pero siempre fracasó. Evidentemente, era
necesario renunciar a todos los métodos aceptados de calcular ¡as
2 Como indica el título, se trata de una Astronomía nova, una «nueva astro
nomía», en el sentido de relacionar los movimientos planetarios con sus causas
para llegar a una «física celeste». Kepler no tuvo éxito en alcanzar este particu
lar objeto — la primera obra moderna que revela la relación entre movimientos
celestes y causas físicas fue los Principia de Newton (1687).
F ig .26.— El modelo del universo de Kepler. Apreció mas J este extraño dis
positivo. que consiste en los cinco sólidos regulares encalados uno en otro, que
a las tres leyes sobre las que reposa su ¡ama. De su libro de 1596.
órbitas planetarias o rechazar las observaciones de Tycho como in
exactas. El fracaso de Kepler no parece tan desafortunado como él
creía. Después de calcular excéntricas, epiciclos y ecuantes en ingenio
sas combinaciones, fue capaz de obtener un acuerdo entre las predic
ciones teóricas y las observaciones de Tycho con una discrepancia de
sólo 8 minutos (8’) de arco. Copérnico mismo nunca había esperado
alcanzar una precisión mayor de 10’, y las Tablas prusianas, calcu
ladas por Reinhold sobre la base de los métodos copernicanos, llega
ban a discrepar hasta en 5o. En 1609, antes de la aplicación de los
telescopios a la astronomía, 8’ no era un ángulo grande; 8’ es preci
samente el doble de la separación mínima entre dos estrellas que el
ojo medio puede distinguir sin ayuda como entidades separadas.
Pero Kepler no iba a quedar satisfecho con cualquier aproxima
ción. Creía en el sistema copernicano centrado en el Sol y también
creía en la exactitud de las observaciones de Tycho. Así, escribió:
L as t r e s le y e s
3 En su libro sobre Marte, Kepler deriva primero una ley general de áreas
que es independiente de cualquier órbita en particular. Sólo más tarde, y a
fuerza de un enorme trabajo de cálculo, inventó el concepto de una órbita elíp
tica, para luego hallar que la órbita encajaba con las observaciones de Marte.
Alrededor de ochenta años más tarde, Newton, en sus Principia, comenzaría
con la ley sobre áreas (prop. 1-3) y sólo después (prop. 11) se ocuparía de la
ley sobre órbitas elípticas.
más alejado. Esta segunda ley nos indica así inmediatamente que la
irregularidad aparente en la velocidad con la que los planetas se mue
ven en sus órbitas es una variación que es función de una sencilla
condición geométrica.
La primera y segunda leyes muestran claramente cuánto alteró
y simplificó Kepler el sistema copernicano. Pero la tercera ley, co
nocida también como la ley armónica, es aún más interesante. Se
denomina ley armónica debido a que su descubridor pensó que de
mostraba las verdaderas armonías celestes. Kepler hasta tituló el
libro en el cual la anunciaba La armonía del mundo (1619). La ter
cera ley establece una relación entre los tiempos periódicos en los
cuales los planetas completan sus órbitas alrededor del Sol y sus dis
tancias medias al Sol. Hagamos una tabla de los tiempos periódi
cos (T) y de las distancias medias (D ). En esta tabla y en el texto
que sigue las distancias se dan en unidades astronómicas. Una unidad
astronómica es, por definición, la distancia media de la Tierra al
Sol. Esta tabla nos muestra que no hay una relación sencilla entre
D y T. Por esta razón Kepler trató de ver qué sucedería si tomaba
D3
= K
TT
donde K es una constante. Si escogemos como unidades para D y T
la unidad astronómica y el año, entonces K tiene el valor numérico
de la unidad. (Pero si la distancia se midiera en kilómetros y el tiem
po en segundos, el valor de la constante K no sería la unidad,) Otra
manera de expresar la tercera ley de Kepler es
D ,3 D 23 DS D 43
- K
77 ~t T ~TV" Ti 2
D3 (M U )3
Y2 ( I a)2
Como D = 4AU,
(4 A U f (11M)3
JJ “ (JO)!
64 _ 1
T2 ~~ ( I a)2
T2 = 64 X ( I a)2
T = 8a
D3 (1 1 M )3
V~ ( I a)2
D3 (1C7/1)3
{125a)2 ~ ( I a)2
D3 _ { lU A f
(125 X 125) ~~ 1
D 3 = 25 X 25 X 25 X (11L4)3
D = 25UA
El logro k e p l e r ia n o
* 7*
y - ** rt; ,
-----S— j » j i __ • - “ >. m ■ c a 1 “1
^1“
Saturno Júpiter
— _ * •»
rn—* ------ *-
*
Marte Tierta
(aproximado)
TT -O-
«J „ t, o
Venus Mercurio
n O ° ° tt
Luna
Fie. 29.— Ld música de los planetas de Kepler, de su libro La armonía del
mundo. No es sorprendente que un hombre como Galileo nunca se molestara
en leerlo.
„■
! :o:r.'.:r.o «inercia» en la física del movimiento, pero el
n-t - J era muy distinto del significado posterior (y
-Sí Jpendice 8.
Capítulo 7
EL GRAN PROYECTO. UNA NUEVA F IS IC A
L as in t u ic io n e s n e w t o n ia n a s
Después de estar juntos algún tiempo, el Dr. Halley le preguntó cuál pen
saba que debía ser la curva descrita por los planetas suponiendo que la fuerza
de atracción hacia el Sol fuese recíproca al cuadrado de su distancia a él. Sir
Isaac respondió inmediatamente que debía ser una elipse. El Doctor, sorpren
dido por la alegría y el asombro, le preguntó cómo lo sabía. Porque, respondió,
lo he calculado. Tras lo cual el Dr. Halley le preguntó inmediatamente por sus
cálculos. Sir Isaac miró entre sus papeles y no pudo hallarlos, pero prometió
rehacerlos y enviárselos. Sir Isaac, tratando de cumplir su promesa, puso de
nuevo manos a la obra, pero no logró llegar a la conclusión que creía haber
obtenido antes mediante un examen cuidadoso. No obstante, ensayó una nueva
vía que, aunque más larga que la anterior, le condujo de nuevo a su primitiva
conclusión. Entonces examinó con cuidado las causas por las que su primer
cálculo resultó ser erróneo, y halló que, al dibujar una elipse deprisa y a mano,
había dibujado los dos ejes de la curva en lugar de dibujar dos diámetros un
tanto inclinados uno hacia el otro, de modo que posiblemente fijó su imagina
ción en dos diámetros conjugados, lo cual era un requisito imprescindible. Al
darse cuenta, hizo que ambos cálculos coincidieran.
LOS «P R IN C IP IA »
Ley Primera
Ley Segunda
El - di
~Fi~ ~Ai
o bien
El - El
Ai A2
V — AT
se pueda aplicar.
En este punto vamos a ensayar un experimento mental, en el
que suponemos que tenemos dos cubos de aluminio, siendo el volu
men de uno justamente el doble del volumen del otro. (Incidental
mente, «duplicar» un cubo — o hacer un cubo que tenga justamente
el doble del volumen de algún cubo determinado— es tan imposible
dentro del marco de la geometría euclídea como trisecar un ángulo
o cuadrar un círculo). Sometamos ahora al cubo menor, a una serie
de fuerzas F¡, F 2, F¡, y determinemos las correspondientes acele
raciones A¡, A /lj, ... De acuerdo con la Segunda Ley, hallaremos
que existe un cierto valor constante para el cociente entre la fuerza
y la aceleración
El -E l ~E l ~
A\ A2 A¡
al cual, para este objeto, llamaremos mf. Ahora repitamos estas ope
raciones con el cubo mayor y hallaremos que el mismo conjunto de
fuerzas Fi, F 2 , F 3 , produce respectivamente otro conjunto de ace
leraciones a¡, ai, a¡, __ De acuerdo con la Segunda Ley de Newton,
el cociente fuerza-aceleración es de nuevo una constante, que para
este objeto podemos llamar m¡
- - - - - - - M
a\ a2 a¡
F o r m u l a c ió n f in a l de la ley de in e r c ia
el móvil, que suponemos dotado de gravedad, una vez que ha llegado a] extre
mo del plano y continúe su marcha, añadirá al movimiento precedente, uniforme
e inagotable, esa tendencia hacia abajo, debida a su propia gravedad. Nace de
aquí un movimiento compuesto de un movimiento horizontal uniforme más un
movimiento descendente naturalmente acelerado. Pues bien, a este tipo de mo
vimiento lo llamo proyección.
F oc D
«E l s is t e m a del mundo»
Creo que es justo decir que fue la libertad de considerar los pro
blemas de un modo puramente matemático o de un modo «filosó
fico» (o físico) lo que permitió a Newton expresar la primera ley y
desarrollar una completa física inercial. Después de todo, la física
como ciencia se puede desarrollar de una forma matemática, pero
debe apoyarse siempre en la experiencia — y la experiencia nunca
nos muestra un movimierro inercial puro— . Aun en los limitados
ejemplos de inercia lineal discutidos por Galileo, había siempre algu
na fricción del aire y el movimiento cesaba casi enseguida, como
cuando un proyectil golpea el suelo. En todo el ámbito de la física
explorada por Galileo no hay un solo ejemplo de un objeto físico
que tuviera siquiera una componente de movimiento inercial puro
durante más de un breve lapso de tiempo. Quizás por esta razón
Galileo nunca formuló una ley general de inercia. Tenía demasiado
de físico.
Pero como matemático, Newton podía concebir fácilmente a un
cuerpo moviéndose para siempre con velocidad constante a lo largo
de una línea recta. El concepto «para siempre», que implica un uni
verso infinito, no le espantaba. Observe que esta afirmación de la
ley de inercia, según la cual la condición natural de los cuerpos es
moverse en línea recta a velocidad constante, se da en el Libro Pri
mero de los Principia, la parte que según dijo él era matemática antes
que física. Ahora bien, si la condición natural del movimiento de
los cuerpos es moverse uniformemente en línea recta, entonces este
tipo de movimiento inercial debe caracterizar a los planetas. Estos,
sin embargo, no se mueven en línea recta, sino en elipses. Usando
un tipo de aproximación galileana a este problema singular, Newton
diría que los planetas, por consiguiente, deben estar sometidos a dos
movimientos: uno inercial (a velocidad constante a lo largo de una
línea recta) y otro siempre en ángulo recto a esta línea arrastrando
a cada planeta hacia su órbita. (Véanse, además, los apéndices 11
y 12). ^
A pesar de no moverse en línea recta, cada planeta, no obstante,
representa el mejor ejemplo de movimiento inercial observable en
el universo. Si no fuera por esa componente de movimiento inercial,
la fuerza que continuamente aparta al planeta de la línea recta podría
arrastrarlo hacia el Sol hasta que los dos cuerpos colisionaran. New
ton usó este argumento en una ocasión para probar la existencia de
Dios. Si los planetas no han recibido un impulso para proporcionar
les una componente inercial (o tangencial) del movimiento, dijo, la
fuerza atractiva solar no los arrastraría en una órbita, sino que tras
ladaría a cada planeta en línea recta hacia el mismo Sol. De aquí que
no pueda explicarse el universo sólo en términos de materia.
Para Galileo, el movimiento circular puro aún podía ser inercial,
como en el ejemplo de un objeto sobre o cerca de la superficie de
la Tierra. Pero para Newton el movimiento circular puro no era
inercia!; era acelerado y requería una fuerza para su mantenimiento.
Fue así Newton quien finalmente rompió las cadenas de la «circu-
laridad», que todavía habían esclavizado a Galileo. De este modo,
podemos entender que fuera Newton quien mostró cómo construir
una mecánica celeste basada en las leyes del movimiento, ya que el
movimiento orbital elíptico (o casi circular) de los planetas no es
puramente inercial, sino que requiere adicionalmente la acción cons
tante de una fuerza, que resulta ser la fuerza de la gravitación uni
versal.
Así Newton, de nuevo a diferencia de Galileo, se dispone a «mos
trar la constitución del sistema del mundo» o — como diríamos hoy—
a mostrar cómo las leyes generales del movimiento terrestre pueden
aplicarse a los planetas y a sus satélites.
En el primer teorema de los Principia, Newton mostró que si
un cuerpo se moviese con un movimiento puramente inercial, enton
ces con respecto a cualquier punto situado fuera de la línea del movi
miento debía ser aplicable la ley de las áreas iguales. En otras pala
bras, una línea trazada desde tal cuerpo a tal punto barrería áreas
iguales en tiempos iguales. Imagine un cuerpo que se mueve con un
movimiento puramente inercial a lo largo de la línea recta de la cual
PQ es un segmento. Entonces, en una sucesión de intervalos de
tiempo iguales (fig. 30), el cuerpo se moverá a través de distancias
F ig u r a 30
iguales AB, BC, CD, ... porque, como mostró Galileo, en un movi
miento uniforme un cuerpo se mueve atravesando distancias iguales
en tiempos iguales. Pero observe que una línea trazada desde el punto
O barre áreas iguales en estos tiempos iguales, o bien, que las áreas
de los triángulos OAB, OBC, OCD, ... son iguales. La razón es que
el área de un triángulo es la mitad del producto de su altura por su
base; y todos estos triángulos tienen la misma altura O H y bases
iguales. Como
AB = BC = CD = ...
se cumple que
1 1 1
— AB X O H = — BC X O H = — CD X O H =
2 2 2
área de AOAB = área de A OBC = área de AO C D = ...
Proposición 1. Teorema I.
Las áreas, descritas por cuerpos que giran sujetos a un centro de fuerzas
inmóvil por radios unidos a dicho centro, están en el mismo plano inmóvil y
son proporcionales a los tiempos.
E l G O L P E M A E S T R O : L A G R A V IT A C IÓ N U N IV E R S A L
i>2
F = mA — m —.
2izr 1
F = mA — m i/ X — — m X —
r T r
4-cV 1
= m X X —
r
= m X X — X —
V r r
4T?m X r3 ArC-m r3
VXr*
Como para cada planeta del Sistema Solar r ’/T 1 tiene el mismo
valor K (por la regla o tercera ley de Kepler),
4trm , m
F = ----X K — 4i¿K — .
r r2
, m
F = —
D2
Ai, D2
4ií 2K
= G
Aís
Aí sot
F = G
D2
A B
mM t
F = G ---- ,
Ri
o bien
F = mA.
Advierta que cuando una manzana cae del árbol la fuerza que
tira de ella hacia abajo es su peso P, de modo que
P = mA.
Como ahora tenemos dos expresiones matemáticas distintas de la
misma fuerza o peso P, deben ser iguales entre sí, es decir,
mMt
mA = G ---
R.2
A —G
R,2
a = c m'
D,*
A’ = G — — - = G = - i - G A1-
(60 R tf 3600 R,2 3600 R t2
T\2
G =
A ir '
4ti2¿
= 4ir k
A í, R,2 Re
R¡s 1 R? R,
= 4ir = 4-ir
Tr Rt2 Te R,2 R,
R\ >
' Rt
4-rc2
. R> . . T‘2 .
Como
Ri
----- 60, y R, — 6.400.000 metros
Rt
Ti = 28 d — 28 X 24 X 3600 seg
g x: 10 m/seg2.
L as d im e n s io n e s del logro
Rp <C Rb ^ R~a ^ Rt
„ ^ M, a M, „ _ M, „ Mt
Ap — G --- ; Ab — G ----; Aa — G ---- ; A c — G
Rb2 Ra2 RJ
así que
Ap Ab ^ Aa A¿.
Los siguientes datos, obtenidos a partir de observaciones actuales,
muestran cómo varía la aceleración con la latitud:
20° 978,641
40° 980,171
60“ 981,918
90° 983,217
T = 2-k ^ L
v &
mo
m = —
V 1 — v 'l c2
donde m es la masa de un objeto que se mueve a la velocidad v
relativa al observador, y mo es la masa del mismo objeto observado
en reposo. A esta corrección hay que unir la ya familiar ecuación de
Aibert Einstein que relaciona la masa y la energía, E = me2, y la
negación de la validez de la creencia de Newton en un espacio «abso
luto» y en un tiempo «absoluto». Y bien, ¿podemos aprobar el nuevo
pareado que j. C. Squire añadió al de Pope anteriormente citado?
ley de N ew ton
1 Este apéndice está basado en una comunicación sobre este tema, de Albert
Van Helden, en un congreso internacional sobre Galileo celebrado en Pisa,
Padua, Venecia y Florencia en abril de 1983, y publicado en las actas de este
congreso, editadas por Paolo Galluzzi: biovtta celesti e cnsi del supere (supl. a
Annali delilnstituto e Museo di Stona della Scienza, Florencia, 1983). Véase
también !a monografía de Van Helden en la Guía de lecturas adicionales, en la
página 211.
En El mensaje sideral, Galileo afirma que sólo había oído hablar del nuevo
dispositivo, pero que en realidad no había visto ninguno, cuando aplicó sus cono
cimientos de la teoría de la refracción para construir un catalejo. Pero, por esta
época, los nuevos instrumentos no eran infrecuentes en Italia, y uno ya había
llegado a Padua y se estaba hablando de él. Quizá se encontraba en Venecia
cuando el catalejo se estaba exhibiendo en Padua. En El ensayador (II saggia-
tore), de 1623, volvió a relatar el papel que desempeñó en la creación del teles
copio astronómico y discutió extensamente las etapas que le condujeron a rein-
ventar este instrumento. Aquí, sin embargo, nos interesa menos la invención
del telescopio que el uso que Galileo hizo del mismo.
zara sus observaciones telescópicas; las pretensiones de Simón Marius
(p. ej., de que él había descubierto los satélites de Júpiter), están peor
fundadas.
El informe de Galileo (véase la página 68) está tomado de su
Sidereus nuncius (1610). Escribió otras versiones de su primer en
cuentro con el telescopio que difieren un tanto en los detalles, por
ejemplo con respecto a su conocimiento de la construcción del ins
trumento (es decir, la combinación de dos lentes, una positiva y la
otra negativa). Lo más significativo no estriba en que Galileo cono
ciera (o no) el tipo de lentes que se necesitaban para hacer tal teles
copio o catalejo, sino en que muy rápidamente hizo telescopios muy
superiores en poder de aumento y en calidad a cualesquiera otros,
telescopios lo bastante buenos como para servir al propósito del des
cubrimiento astronómico. En este sentido, Galileo transformó el tosco
catalejo en un refinado telescopio astronómico.
Los contemporáneos de Galileo que construyeron o vendieron
anteojos utilizaron lentes comunes de fabricantes de gafas que alcan
zaban muy pocos aumentos (sobre tres o cuatro veces). Aun Thomas
Harriot, quien aparentemente estuvo en posesión de catalejos mucho
antes que Galileo, sólo fue capaz de llegar a un instrumento de 6 au
mentos hacia agosto de 1609, momento en el cual Galileo (quien
acababa de saber del instrumento ese mes o en el mes de julio ante
rior) había hecho ya uno de 8 o tal vez 9 aumentos. A finales de ese
año había alcanzado 20 aumentos e introducido un diafragma para
mejorar la imagen.
Galileo no sólo pulió sus propias lentes, de un aumento mayor
que las utilizadas por los fabricantes de anteojos, sino que sus lentes
eran, además, de mejor calidad, y sus instrumentos tenían la ventaja
de incorporar la nueva característica de un diafragma. Albert Van
Helden, el principal especialista en este tema, concluye: «Aún a
pesar de que Harriot le precedió en observaciones lunares con el
nuevo instrumento, Galileo fue probablemente el primero en com
prender plenamente el sentido de las características lunares, la natu
raleza similar a la terrestre de la Luna.» Hacia marzo de 1610, Gali
leo había descubierto estrellas antes nunca vistas, la diferencia en
apariencia entre planetas (que presentan un disco a través del telesco
pio) y estrellas fugaces (que aparecen como centelleantes puntos de
luz), las estrellas que componen la Vía Láctea, y los satélites de
Júpiter. Estos descubrimientos se publicaron en el Sidereus nuncius
en la primavera de 1610. Hacia julio, había descubierto protuberan
cias en Saturno y, más avanzado el año, las fases y variaciones corre
lativas en la magnitud de Venus.
Galileo, de hecho, encontró casi todo lo que se podía descubrir
con este tipo de telescopio — siendo el primero en hacerlo debido a
que fue el primero en tener un instrumento adecuado— . Pero hacia
1611 otros habían obtenido telescopios que les permitían distinguir
fenómenos celestes, aun a pesar de que (como señala Van Helden)
sus telescopios no eran probablemente tan buenos como los de Gali
leo. Así que aparecieron rivales que reclamaban el descubrimiento de
las manchas solares en 1611. Van Helden comenta que éste fue «el
último descubrimiento importante de esta fase inicial de la astronomía
telescópica». Otros descubrimientos de importancia requerirían mayor
aumento y una resolución que estaba más allá de la capacidad de las
lentes de este primer período.
Hasta la década de 1630, Galileo estuvo todavía fabricando y
distribuyendo telescopios. Pero las siguientes décadas presenciaron
el surgimiento de nuevos instrumentos, no compuestos ya de una
sola lente negativa como ocular y de una sola lente positiva como
objetivo. En el decenio de 1630, otros astrónomos elaboraron mapas
de la Luna y estudios de las manchas solares, observaron los tránsitos
de Mercurio en 1631 y de Venus en 1639, y encontraron señales en
la superficie de Júpiter. Galileo no participó en esos desarrollos pos
teriores.
El inicio de la «segunda ola de descubrimientos» con nuevos te
lescopios puede datarse en 1655, con el descubrimiento por Huygens
de Titán, un satélite de Saturno. Más tarde, Huygens fue capaz de
resolver las enigmáticas observaciones de Galileo sobre las protube
rancias de Saturno. Encontró que consistían en un anillo plano que
rodeaba al planeta.
La principal contribución de Galileo al telescopio ha sido resu
mida como sigue'. Cambió «un débil catalejo en un potente instru
mento de investigación». Fue el primero capaz de «pulir objetivos
de gran distancia focal» (que eran de buena calidad) y fue el primero
en equipar sus instrumentos con diafragmas. En suma, fue el primer
científico en lograr «aumentos astronómicamente significativos con
calidades aceptables». Van Helden concluye que Galileo «descubrió
por sí mismo todas las cosas importantes que se podían descubrir
con esta generación de instrumentos, excepto las manchas solares,
que fueron descubiertas independientemente por varios otros obser
vadores».
El análisis de la experiencia de Galileo mirando los objetos celes
tes a través del telescopio en 1609 y años sucesivos muestra cómo su
compromiso con las doctrinas copernicanas condicionó y aun, en
alguna medida, dirigió la interpretación de lo que realmente observó.
Los autores de historia de la ciencia transmiten a menudo la impre
sión de que en 1609 Galileo descubrió o «vio» montañas en la Luna
y satélites de Júpiter. Una cuidadosa lectura de los documentos ma
nuscritos de Galileo o del relato publicado de sus descubrimientos
que él presenta en su Mensaje Sideral de 1610 muestra, sin embar
go, que cuando Galileo examinó la Luna a través del telescopio, lo
que realmente vio fue un gran número de manchas, tal como ha
bía esperado. Algunas de las manchas eran más oscuras y mucho
mayores que las otras; Galileo las llamó «las manchas ‘grandes’
o ‘antiguas’», puesto que éstas eran las que habían sido divisadas
y descritas por los observadores a simple vista a lo largo de muchos
siglos. Se distinguían de ciertas manchas máspequeñas y muy nume
rosas que nunca habían sido observadashasta la invención del teles
copio — o, como dijo Galileo, «nunca nadie las observó antes que
yo». Estas nuevas manchas eran los datos crudos de la experiencia
1 Este apéndice está basado en mi monografía «The influence of Theore-
ucal Perspective on the Interpretation of Sense Data», en Annalt de'.l'lstiiulo
e Museo di Storia ¿ella Scienza di Firenze, anno V (1980), fascicolo 1. Las citas
de El mensaje sideral se han temado de la obra de Stillman Drake Dtscoveries
and Opintons of Galileo, Garden City, N.Y., Doubleday & Co., 1957. [La tra
ducción al castellano se indica en la Guía de lecturas adicionales.]
de los sentidos. O , para decirlo de otra forma, lo que Galileo real
mente vio a través del telescopio fue una colección de manchas de
dos tipos. Transcurrió algún tiempo hasta que, como nos relata Gali
leo, transformó estos datos de los sentidos o imágenes visuales en
un nuevo concepto: una superficie lunar con montañas y valles, el
origen y causa de lo que había visto por el telescopio. A este respecto
no puede haber ninguna duda, como el mismo Galileo dejó claro en
su relato publicado. Dejémoslo hablar:
Comencé con todo a preguntarle de qué modo podría Júpiter ponerse al oriente
de todas las fijas mencionadas, rallándose la víspera a occidente de dos de ellas.
Por consiguiente, temí que qu;zá [su movimiento] fuese directo, en contra del
cálculo astronómico, adelantarlo a dichas estrellas por su movimiento propio,
razón por la cual esperé a la "oche siguiente con grandes ansias.
ocD
lleva a la relación
D o zT '.
VocT
es decir,
V2 « T 2.
Voc 5
VocT.
una parábola.
V = AT
D = l/ i A V
«distancia» = VT.
Pero como
V = AT
se sigue que
1
V o c ------
SP
1
V oc ------.
ST
La ley de Hooke sólo se cumple en los ápsides. Además, su ley de
la velocidad no concuerda con la ley de las áreas de Kepler. El mis
mo Kepler averiguó esto más tarde, tras lo cual abandonó la ley de
la velocidad como la inversa de la distancia, de la que todavía pen
saba Hooke que era una ley válida para el movimiento orbital pla
netario.
Por tanto, Newton juzgó correctamente que, en realidad, Hooke
no entendía las consecuencias de su conjetura de que la fuerza atrac
tiva varía como el inverso del cuadrado de la distancia, y que, por
consiguiente, no merecía el reconocimiento por la ley de la gravita
ción universal. Este juicio podría haberse visto reforzado por el he
cho de que Newton era consciente de que no necesitaba que Hooke
le sugiriera el carácter inversamente proporcional al cuadrado de la
fuerza. La reclamación de Hooke de la ley de la inversa del cuadra
do ha enmascarado la deuda mucho más fundamental de Newton
hacia él, el análisis del movimiento orbital curvilíneo. Reclamando
demasiado mérito, Hooke se negó eficazmente a sí mismo el mérito
que se le debía por una idea tan fructífera. (Para más información,
véase mi The Ñewtonian Revolulion [Cambridge y Nueva York:
Cambridge University Press, 1980, 1983]; traducida al castellano:
La revolución newtoniana y la transformación de las ideas científicas
[Madrid, Alianza, 1983], secs. 5.4, 5.5.)
Apéndice 12
LA INERCIA DE PLANETAS Y COMETAS
F = G ^
R‘
o bien,
P = C — '
r ;
F
m ——
A
o bien,
F = mA
P = mA.
237
Obsérvese que en el segundo grupo de ecuaciones la cantidad m es
una medida de la inercia del cuerpo, es decir, de la resistencia iner
cial [F ¡A ) del cuerpo a ser acelerado o sufrir un cambio en su esta
do de movimiento o de reposo. Para ser precisos, vamos a llamar a
esta cantidad con un nombre especial del siglo xx, «masa inercial»,
y a remplazar el símbolo m por mxpara denotar esta cualidad inercial.
Las ecuaciones finales de más arriba pueden rcescribirse ahora como
F = niiA
P = m,A.
mgM t
F = G
R]
m¡Mt
P = G
R)
Cuando igualamos las dos expresiones para W , tenemos
r m,M,
mtA — G •
R]
21. Y coincidencia.
Y por esto es por lo que la fuerza atractiva se halla en cada uno. El Sol
atrae a Júpiter y al resto de los planetas. Júpiter atrae a los satélites, y por la
misma razón los satélites actúan mutuamente entre sí y sobre Júpiter, y todos
los planetas entre ellos. Y aunque las acciones mutuas de dos planetas podrían
distinguirse entre sí y ser consideradas como dos acciones mediante las cuales
cada uno atrae al otro, sin embargo, en tanto que son intermedias, no son dos,
sino una operación simple entre dos términos. Por la contracción de un solo
cordón interpuesto entre ellos pueden dos cuerpos ser atraídos entre sí. La
causa de la acción es doble, claramente la disposición de uno y otro cuerpo;
pero en tanto que es entre dos cuerpos, es simple y única. No es una la ope
ración por la que el Sol atrae por ejemplo a Júpiter y otra operación aquella
por la que Júpiter atrae al Sol, sino una operación por la que el Sol y Júpiter
intentan acercarse entre sí, por la acción por la que el Sol atrae a Júpiter inten
tan Júpiter y el Sol acercarse entre sí (por la Ley 3 del Movimiento) y por la
acción por la que Júpiter atrae al Sol, intentan también Júpiter y el Sol acer
carse mutuamente; el Sol, pues, no es atraído hacia Júpiter por una acción doble
y tampoco lo es Júpiter hacia el Sol, sino que hay una sola acción intermedia
por la que ambos tienden uno hacia otro.
Después, Newton concluyó que «de acuerdo a esta ley todos los
cuerpos deben atraerse entre sí». Presentó con orgullo la conclusión y
explicó por qué la magnitud de la fuerza atractiva es tan pequeña
m \m i
F oc-----
D2
o bien
m iw»
F = G -----
D2
Los asteriscos senalan los trabajos de los cuales se han tomado las citas, con
el permiso de los editores, incluidas en este libro.
L a r e v o l u c ió n c ie n t íf ic a
Marie Boas, The Scientific Renaissance 1450-1630. Nueva York, Harper & Bro
thers, 1962; Harper Torchcooks, 1966.
mantienen las irregularidades según una ley fija y con renovaciones constantes:
lo que no podría suceder si no fueran circulares. Pues el círculo es el único que
puede volver a recorrer el camino recorrido. Como, por ejemplo, el Sol, con su
movimiento compuesto de círculos, nos trae de nuevo, una vez y otra, la irre
gularidad de los días y las noches y ¡as cuatro estaciones del año.
intensidad oc---------
(distancia)2
El lo g r o k e p le r ia n o
- Y -
r
Saturno Júpiter
i
JCS_
Marte Tierra
(aproximado)
--------------------
i JJ.
Venus
______
Mercurio
CJ
Luna
Fig. 29.— La música de los planetas de Kepler, de su libro La armonía del
mundo. No es sorprendente que un hombre como Galileo nunca se molestara
en leerlo.