Julieta Almada,+Journal+Manager,+6.+MORAGA

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Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 1

Año 5, N° 9. Córdoba, Diciembre 2018 - Mayo 2019. ISSN 2250-7264


Fabio Moraga

José Carlos Mariátegui, su reflexión sobre la Reforma Universitaria,


los intelectuales y la educación popular
1919-1930
José Carlos Mariátegui, his reflection on University Reform, intellectuals and popular
education 1919-1930

Resumen
Desde poco antes del “estallido” del movimiento de reforma universitaria en Córdoba en 1918, el
intelectual peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), inició un acercamiento al socialismo que
tuvo su primer un giro intelectual e ideológico cuando fundó, junto a César Falcón, el periódico
La Razón. Desde sus páginas en 1919 apoyó al naciente movimiento reformista universitario
peruano lo que le valió el exilio en Italia durante 4 años. Cuando regresó en 1923 era, según su
propia definición, “un marxista convicto y confeso” y desde las páginas de la revista Claridad
hizo una fuerte crítica al proceso reformista limeño. No pararon allí los cuestionamientos, en sus
trabajos siguientes, algunos reunidos en sus célebres Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana (1927) y en varios artículos periodísticos, delineó su reflexión crítica hacia la
universidad, los intelectuales y la educación popular. El artículo analiza la evolución, las
contradicciones y los cambios ideológicos y políticos de Mariátegui ante el proceso de la reforma
universitaria latinoamericana.
Palabras clave: Mariátegui, Reforma Universitaria, Intelectuales, Educación Popular

Abstract
Since shortly before the "outbreak" of the university reform movement in Córdoba in 1918, the
Peruvian intellectual José Carlos Mariátegui (1894-1930), began an approach to socialism that
had its first intellectual and ideological turn when he founded, together with César Falcon, the
newspaper La Razón. From his pages in 1919 he supported the nascent Peruvian university
reform movement which earned him exile in Italy for 4 years. When he returned in 1923 he was,
according to his own definition, "a convicted and confessed Marxist" and from the pages of the
magazine Claridad he made a strong criticism of the reform process in Lima. The questioning did
not stop there, in his following works, some gathered in his famous Seven Essays of
interpretation of the Peruvian reality (1927) and in several journalistic articles, he outlined his
critical reflection towards the university, the intellectuals and popular education. The article
analyzes the evolution, the contradictions and the ideological and political changes of Mariátegui
before the process of Latin American university reform.
Keywords: Mariátegui, University Reform, Intellectuals, Popular Education

Fecha de recepción: 24 de septiembre de 2018


Fecha de aceptación: 01 de noviembre de 2018
Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea 2
Año 5, N° 9. Córdoba, Diciembre 2018 - Mayo 2019. ISSN 2250-7264
Fabio Moraga

José Carlos Mariátegui, su reflexión sobre la Reforma Universitaria,


los intelectuales y la educación popular
1919-19301

José Carlos Mariátegui, his reflection on University Reform, intellectuals and popular
education 1919-1930

Fabio MoragaValle*

De las páginas sociales a la política

José Carlos Mariátegui nació en 1894 en Moquegua, en el sur occidente del Perú, en el seno de
una familia humilde, era descendiente del intelectual liberal Francisco Javier Mariátegui y
Tellería. En 1902, tras un accidente en la escuela, fue internado en la clínica Maison de Santé de
Lima. Su convalecencia fue larga y quedó con una anquilosis en la pierna izquierda que lo
acompañó hasta su muerte, pero que lo impulsó a la lectura y la reflexión. En 1909, ingresó al
diario La Prensa como auxiliar, primero como alcanzar rejones (portapliegos) y luego como
ayudante de linotipista. No terminó sus estudios escolares, pero se formó en el periodismo y
trabajó como articulista, en La Prensa (1914-1916), bajo el pseudónimo Juan Croniqueur escribió
sobre la frivolidad limeña desde su ya vasta cultura autodidacta. También colaboró con revistas
sociales como Mundo Limeño, Lulú, El Turf y en la revista cultural Colónida, del grupo
modernista homónimo. Esto le valió ser aceptado en los núcleos intelectuales y artísticos de
vanguardia y de tejer amistad con el entonces famoso poeta Abraham Valdelomar. Luego
colaboró en El Tiempo y Voces (1916-1918) y Nuestra Época y La Razón. Toda esta etapa
formativa y creativa, que va de 1909 a 1919, el mismo Mariátegui la llamó despectivamente su
“edad de piedra” y la rechazó para relevar su posterior etapa marxista que va de 1923 a 1930
(Gargurevich, 1978).2

A partir de 1916 Mariátegui habría efectuado un giro en su trayectoria profesional y se interesó


por la reflexión teórica y la crítica literaria, en una evolución cada vez más marcada, sus trabajos
se encaminaron a temas sociales, políticos e ideológicos influenciado por el socialismo y la
Revolución Rusa que desarrolló en distintos y efímeros proyectos editoriales. El más importante
de éstos fue la publicación, junto a César Falcón, de La Razón que vivió los cortos y agitados
meses de 1919, y donde Mariátegui hizo campaña a favor de la Reforma Universitaria local. Ello
le valió la animadversión del flamante presidente Augusto B. Leguía quien lo envió con una beca
al exilio en Italia. Allí estuvo cuatro años en los que asistió al ambiente de la posguerra europea y
experimentó los efectos de la Revolución Rusa en varios países. Volvió al Perú a inicios de 1923,
convertido en un marxista “convicto y confeso”, como el mismo se autodefinió.
1
Una versión preliminar de este texto, titulada “José Carlos Mariátegui y su reflexión educativa: escuelas normales,
universidades, intelectuales y maestros”, fue presentada en el Coloquio “El mundo Mariátegui: Mariátegui en el
mundo”, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el 16 de mayo de 2018.
*
Doctor en Historia. Investigador Asociado, Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de
México, México. E-mail: [email protected]
2
Biógrafos de Mariátegui como Carnero Checa (2010) aportan testimonios que, en rechazo a su “edad de piedra”,
habría ordenado quemar incluso su “Cartas de Italia”, que sus hijos publicaron posteriormente como parte de sus
Obras Completas.
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Desde su regreso, su labor política e ideológica no se detuvo mientras, paralelamente, la


persecución del gobierno sobre su persona y sus proyectos editoriales se acrecentaron: participó
en las Universidades Populares González Prada, UPGP, dirigió brevemente la revista Claridad,
creada a fines de 1922 por el ex líder estudiantil Víctor Raúl Haya de la Torre, la que cambió por
su proyecto más famoso y fructífero: Amauta, que publicó 32 números entre 1926 y 1930 en los
que tuvo sortear las represión y la censura del régimen de Leguía.3 Paralelamente formó, junto a
Haya, parte de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, cuando ésta era una red de
células de militantes, -mayoritariamente peruanos exiliados- distribuida en varios países de
América Latina y Europa. Cuando el ex líder estudiantil quiso transformar al APRA en un partido
político, las diferencias, que existían desde 1923, se acrecentaron. Mariátegui abandonó la
organización en 1928, para formar el Partido Socialista del Perú, PSP, y encaminó a la revista
hacia esos propósitos en su célebre editorial “Aniversario y balance”. Pero marcó una distancia
con el socialismo promovido por la Internacional Comunista cuando definió las características de
su propuesta:

No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser
creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio
lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación
nueva (Mariátegui, 1928).

El gran problema ideológico –que lo llevaría a enfrentarse con la Tercera Internacional- fue sus
poco ortodoxas fuentes teóricas ya que si bien citaba a Marx y Lenin puso entre ambos Georges
Sorel, un filósofo francés, teórico del sindicalismo revolucionario al que normalmente se lo
vincula con el anarquismo.4

Los trabajos de Mariátegui y, en general, la educación y, más específicamente, la reforma


universitaria, han sido fruto de diversos análisis. Uno de los primeros, hecho en la década de
1980, es el de Antonio Melis, “José Carlos Mariátegui y la reforma universitaria”, en el que hace
la primera revisión de los escritos de nuestro autor, aunque de manera muy general, sin entrar en
los textos y en el contexto en que cada uno se escribió (Melis, 1980).

El tema ha sido estudiado también por una corriente, más preocupada de relacionar la reforma
universitaria con el legado político e ideológico de la izquierda, que trata de unir la reforma
iniciada en Córdoba con otros puntos de esta otra agenda política más radical:

Con todo, las corrientes socialistas estuvieron presentes en la trama ideológica que
impulsó la Reforma, como vimos antes. Será a Juan (sic) Carlos Mariátegui, en el Perú, a
quien corresponderá traducir el reformismo universitario en una propuesta de reforma

3
Augusto B. Leguía, (1863-1932), presidente del Perú en dos ocasiones (1908-1912) y en el llamado “oncenio”
(1919-1930). En este segundo período impulsó la modernización del Perú. En los hechos el oncenio fue uno de
muchos gobiernos autoritarios de la región que impulsaron modernizaciones del Estado y la ejecución de importantes
obras públicas, así como “leyes sociales”, con el fin de frenar el avance de las ideas socialistas en el continente.
4
Georges Eugène Sorel (1847-1922) fue un filósofo francés y teórico del sindicalismo revolucionario. Con un
pasado monárquico y conservador, trató de llenar los huecos que veía en la teoría marxista, pero terminó creando una
variante muy heterodoxa de la ideología. Su más conocido texto son Reflexiones sobre la violencia, (1935), Santiago,
Ercilla.
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social, amalgamando la Reforma con la lucha por la liberación de los indios y mestizos”
(Tünnennann Bernheim, 1998: 103-127).5

En general, esta corriente, como en el caso que citamos, recurre al anacronismo histórico e
ideológico, para sustentar sus posiciones, ya que entre el momento del “estallido” de Córdoba y
el momento en que Mariátegui desarrolló el grueso de su reflexión crítica, hay entre cinco y diez
años de diferencia. Pero quizá el exponente más influyente de esta perspectiva es el sociólogo
argentino Juan Carlos Portantiero (1934-2007) quien, en 1978 estableció la tesis más recurrida
sobre el significado de la reforma para el continente:

Varias décadas de política latinoamericana transcurrieron como tributarias, en alguna


forma, de este movimiento: la reforma universitaria fue, en efecto, la mayor escuela
ideológica para los sectores avanzados de la pequeña burguesía, el más fuerte espacio de
reclutamiento de las contraélites que enfrentaron a las oligarquías y de ella surgieron la
mayoría de los líderes civiles latinoamericanos y muchos de los partidos políticos
(Portantiero, 1978: 14).

En este artículo vamos a analizar la reflexión de Mariátegui respecto de la reforma universitaria.


Los textos que comprende este trabajo se pueden organizar en tres grupos: los escritos antes de su
regreso al Perú en 1923, los que parecieron en la revista Claridad y los escritos en sus Siete
Ensayos titulados “El proceso de la Instrucción Pública”. Nos centraremos en la que hace el
intelectual peruano, que evidencian una profunda crítica a los sistemas educacionales existentes
en Perú y América Latina y que atacan problemas del sistema educacional peruano, el
movimiento reformista,en general, y su “proyección” al resto de los países de la región.

La reforma universitaria: encuentros y desencuentros con el marxismo

Uno de los aspectos más controversiales de las investigaciones sobre la reforma universitaria es
la ligazón, casi automática, de los principios reformistas con las ideas de la izquierda política e
ideológica. Esta ligazón, producto más de un “imaginario” construido posteriormente, tiene un
génesis específico y un desarrollo histórico y no se produjo automáticamente. Por ello, volver
sobre el pensamiento de Mariátegui, uno de los principales ideólogos de la izquierda
latinoamericana, aporta enormes beneficios a entender esta génesis y este desarrollo.

Autores como Fernanda Beigel sostienen que Mariátegui inició su giro ideológico de la
iconoclasia modernista del grupo Colónida, a un vanguardismo político más definido entre 1916
y 1919, evolución que realizó a través de la que sería su forma de expresión y de reflexión
política fundamental: la prensa y las diversas empresas editoriales que implementó a lo largo de
su corta vida. Entre esos años participó en el Comité de Propaganda Socialista y se unió a César
Falcón y Félix del Valle con quienes fundó la revista Nuestra Época, desde donde criticó el
militarismo y la política tradicional, pero de la que solo salieron dos números.6 En 1919 junto a

5
Nótese que este autor ni siquiera escribe bien el primer nombre de Mariátegui.
6
Tenemos pocos datos sobre los compañeros de Mariátegui. César Falcón, escritor periodista y político peruano,
exiliado junto a Mariátegui por el gobierno de Leguía, vivió su exilio en varios países europeos. Ejerció el
periodismo en España, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y México. Militó en el Partido Comunista español hasta el
fin de la Guerra Civil Española. Félix del Valle fue escritor y periodista (Huaman Mayorga, 2016: 28).
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Falcón fundó el diario La Razón, desde donde apoyó la reforma universitaria y las luchas obreras
(Beigel, 2006).

En el fondo, ambos periodistas tenían hacia la guerra europea y la Revolución Rusa, una actitud
común a la de muchos intelectuales de la época. Hasta 1918 el pensamiento de Mariátegui no
estaba influido por el marxismo, sino por un socialismo genérico y ecléctico que mezclaba
influencias de varias corrientes de izquierda de la época. En el momento inmediato del fin de la
guerra y el estallido de la revolución, el surgimiento de una “internacional” distinta de la Tercera
Internacional Socialista, fue de gran importancia para una serie de intelectuales, tanto en Europa
como en América, muchos de los cuales incluso no eran de izquierda, esta Internacional del
Pensamiento era más bien “red de intelectuales” que se concretó tras el llamado que hicieron en
1919 Henry Barbusse y Anatole France a los intelectuales del mundo a luchar, desde la cultura
por la paz mundial. Mariátegui siempre consideró esta organización dentro de sus reflexiones,
incluso después de 1925, cuando ya se había dividido en una fracción bolchevique y otra más
socialista y heterodoxa (Moraga, 2015).7

Desde su regreso al Perú en 1923, nunca ocultó su visión crítica de la reforma universitaria, ni de
la universidad como un único lugar de construcción de conocimiento. En 1927 confesó en una
carta a su corresponsal, al escritor Enrique Espinoz a(Samuel Glusberg), quien le había solicitado
sus datos biográficos: “soy un autodidacta [...] en Europa frecuenté algunos cursos libremente,
pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extra-universitario y tal vez si hasta anti-
universitario”.8Así, aunque su posición era “anti-universitaria” no era anti-intelectual, Mariátegui
desarrolló en alrededor de 23 textos sus concepciones acerca de la educación, la universidad y la
reflexión intelectual, acá solo analizaremos los principales.

El conocimiento sobre la relación del programa de la reforma universitaria con varias corrientes
políticas e ideológicas específicas no ha sido fácil de construir. Mientras una corriente principal
ha planteado que la historia de las universidades y los movimientos estudiantiles del continente
son “herederos” de la reforma universitaria de Córdoba, iniciada en 1918, las voces que la
contradicen recién empiezan a abrirse paso. Lo anterior pese a que algunos de los mismos
protagonistas, después transformados en historiadores o “memorialistas”, matizaron las visiones
dominantes. Historiadores tan influyentes como Jorge Basadre minimizó la “influencia de
Córdoba” en el movimiento estudiantil peruano porque la acción de los universitarios se dirigió
fundamentalmente contra “la esclerosis de la docencia” y a “tachar” a los profesores que
entregaban conocimientos obsoletos (Basadre, 1975: 133-137). Lo mismo sostuvo Daniel Cosío

7
En especial las revistas “Claridad” formaron tanto en Europa como en América Latina, “redes” que vincularon tanto
revistas como intelectuales independientes, más allá incluso de que se llamaran Clarté emulando la publicación
francesa. Por ejemplo, en este continente, la publicación del manifiesto original de France y Barbusse llegó a revistas
como El Maestro, publicación de la novel Secretaría de Educación Pública dirigida por Vasconcelos. Sobre la “red
Claridad” en América Latina, véase Moraga (2016).
8
En la época hubo una serie de intelectuales autodidactas y algunos que, teniendo educación formal, rechazaban la
institucionalidad universitaria por ser el lugar donde se anidaba el conocimiento escolástico, el pensamiento
conservador y la oligarquía como clase, que ocupaba la cátedra universitaria solo para obtener o mantener prestigios.
Entre los primeros estaba Gabriela Mistral, poetiza y maestra rural autodidacta, con una fina concepción pedagógica
y entre los segundos José Vasconcelos, quien pese a egresar de la escuela de Jurisprudencia, rechazaba al Consejo
Universitario por ser un “órgano oropelezco e inútil”. Ambos confluyeron en la peruana Amauta, la costarricense
Repertorio Americano y la mexicana El Maestro y en otras revistas latinoamericanas, donde publicitaron y
debatieron sus ideas educacionales. Sobre los juicios de Vasconcelos véase Cosío Villegas (1986: 55).
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Villegas, presidente de la Federación de Estudiantes Mexicanos en 1921, que organizó un


congreso internacional de estudiantes: “La verdad de las cosas es que nosotros no sabíamos ni
una sola palabra de semejante reforma, y que nos llamó poco la atención cuando nos la
expusieron los argentinos” (Cosío Villegas, 1976: 5).

Por otro lado, varios trabajos de investigación han explorado recientemente la “poca afinidad”
entre la reforma y los grupos de izquierda argentina entre finales de la década de 1910 y el primer
lustro de la década de 1920.9Todo esto ha cuestionado las versiones canonizadas sobre el tema,
pero lo que más se ha tendido a ocultar es el origen de la plataforma que a partir de 1918 se
conoció como “reforma universitaria”.

Lo anterior se explica porque concretamente la “reforma” fue antes una agenda política preparada
a lo largo de 10 años por los movimientos estudiantiles sudamericanos, pero especialmente los
conosureños. Estudiantes uruguayos, argentinos, chilenos y peruanos que construyeron
organizaciones estudiantiles fuertes, que estaban dirigidas por las fracciones juveniles de los
partidos liberales de la región, organizaron cuatro congresos internacionales de estudiantes. El
primero celebrado en Montevideo en 1908 fijó, tempranamente, como meta, el derecho de los
estudiantes a participar del gobierno de la universidad y la Federación de Estudiantes Uruguayos
colocó su revista Evolución, al servicio de la coordinación estudiantil internacional. El segundo
congreso, celebrado en Buenos Aires en 1910 (el año del centenario de la Independencia), fue el
más importante porque se colocó en marcha un acuerdo anterior: la formación de la Oficina
Internacional Universitaria Americana, OIUA, encargada de comandar continentalmente las
luchas reivindicativas estudiantiles y de crear y fortalecer una plataforma política que, entre otros
puntos, planteaba la defensa del voto popular en las elecciones presidenciales (una aspiración
típica de los sectores más radicales del liberalismo continental). También en este evento se
aprobó apoyar a los obreros organizados en sus luchas reivindicativas. El tercer evento, celebrado
en Lima, en 1912, fortaleció la identidad estudiantil creando el Himno de los Estudiantes, con
letra del poeta peruano José Gálvez y música del chileno Enrique Soro, que cobraría gran
importancia después de 1918(Moraga, 2007: 130-132).

En 1914 la plataforma reivindicativa de los estudiantes sudamericanos ya estaba claramente


definida, tenían una organización continental, la OIUA, que coordinaba a las federaciones
estudiantiles de los distintos países, que organizaba encuestas entre los estudiantes y enviaba
emisarios y delegados a consultar para conocer el estado de las organizaciones integrantes y un
himno que los identificaba y convocaba como un solo cuerpo.10En líneas generales el programa
elaborado constaba de cinco puntos: cogobierno, es decir, la participación de los estudiantes en
las elecciones de autoridades universitarias, o, al menos con derecho a voz y voto en los consejos
académicos; libertad de cátedra, es decir, autonomía de los académicos y la universidad para fijar
los contenidos de sus programas; asistencia libre: libertad de los estudiantes de asistir a clases;

9
Entre otros trabajos podemos mencionar los de Caruso, (1999) y Bustelo y Domínguez Rubio (2017).
10
Un ejemplo de la coordinación estudiantil de la época “pre Córdoba”, de la fuerza de la OIUA y del nivel de
alianzas con los gobiernos liberales del Cono Sur, fue la visita que hicieron a la Universidad de la República en
Montevideo, los delegados brasileños que se dirigían al Tercer Congreso Internacional de Lima de 1912. Fueron
recibidos como visita oficial; en las distintas ceremonias destacaron figuras como Héctor Miranda (ex presidente de
la Federación de Estudiantes y futuro congresista), Óscar Fernando y Olando, director de la OIUA, Julio Bastos,
presidente de la República y el congresista José Enrique Rodó, entre los políticos que recibieron a los estudiantes.
“Visita de la delegación brasileña al Congreso de Lima”, Evolución VI:4, agosto de 1912.
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extensión universitaria, esto es, el fomento de la difusión de la universidad y los conocimientos


que produce, en la sociedad. El último punto, presente débilmente desde los primeros eventos
internacionales,que con el correr de los años se fue haciendo más fuerte, era la solidaridad
obrero-estudiantil que se traducía en apoyo a las organizaciones de trabajadores y asistencia
médica y jurídica, cuando el Estado liberal no cubría esos aspectos sociales.

Los puntos propuestos fueron discutidos y consensuados a lo largo de cinco años de debates a
través de Evolución y las revistas locales de cada federación estudiantil, de tres congresos y de
una encuesta continental. El cuarto evento se celebraría en Santiago de Chile, pero fue pospuesto
indefinidamente por el inicio de la Gran Guerra en Europa y los movimientos estudiantiles del
continente perdieron comunicación y coordinación entre ellos y siguieron caminos propios
centrados en los problemas nacionales y locales (Moraga, 2007: 130-132; 2014: 159).

Con el inicio de la Revolución Rusa y del fin de la guerra europea, las juventudes liberales del
continente comenzaron a ser desplazadas por grupos de izquierda, anarquistas o nacionalistas de
derecha, en las organizaciones estudiantiles del continente. Paralelo a ello la OIUA dejó de existir
junto con la revista Evolución. Así, previo al “estallido” de Córdoba, se había cerrado en el
continente una etapa de largo predominio de las organizaciones estudiantiles encabezadas por
dirigentes vinculados al liberalismo “de izquierda” del continente y se había iniciado su
reemplazo por liderazgos vinculados a sectores de izquierda, más radicales e influenciados por
los acontecimientos internacionales. Aunque ese liberalismo que dio vida a las primeras
federaciones estudiantiles y al programa de la reforma universitaria, no murió, debió compartir el
liderazgo de los estudiantes con otras organizaciones con fines ideológicos distintos. Por otra
parte las alianzas y el beneplácito con el que contaron las organizaciones estudiantiles de parte de
los gobiernos, se perdió. Ahora los nuevos gobernantes, cuando no pudieron cooptar a las
federaciones para sus propios fines, maniobraron para dividirlas y reprimieron a los
dirigentes.11Así, paradójicamente, cuando la reforma se transformó en movimiento estudiantil lo
hizo con un programa diseñado antes pero en un momento histórico posterior. De allí surgieron
una serie de contradicciones y, muchas veces, desfaces entre el programa y el movimiento social
que lo escogió de bandera: quienes recibieron los puntos de la reforma en 1918 fue una juventud
estudiantil mucho más diversa, social y políticamente, que la que lo había diseñado entre 1908 y
1912.

El proceso reformista en el Perú

En 1919 llegó a Lima el profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La


Plata, Alfredo L. Palacios. Esta era una institución fundada recién en 1890 con una impronta
moderna y cientificista y Palacios, el “primer diputado socialista de América”, un intelectual que
había encabezado las luchas reformistas del lado de los académicos.12 Llegó invitado por el

11
Los casos más claros fueron los de Perú y Chile. En el primero, el presidente Augusto B, Leguía pasó de apoyar a
la Federación de Estudiantes del Perú y el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, celebrado en el Cuzco en 1920,
a reprimir las manifestaciones estudiantiles de mayo de 1923 y deportar a sus dirigentes. En el caso de Chile, el
liberal Alessandri maniobró para dividir a la Federación de Estudiantes y apoyó las expulsiones de estudiantes
reformistas en 1922 (Moraga, 2007).
12
Alfredo L. Palacios, el “primer diputado socialista de América”, defendió los derechos de los trabajadores y de las
mujeres. De figura y temperamento románticos no dudaba en batirse a duelo con sus enemigos por lo que, el Partido
Socialista liderado por Juan B. Justo lo expulsó de la organización irónicamente, después de presionarlo para que
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gobierno de Augusto B. Leguía como parte de la campaña que promovía el gobierno para lograr
la devolución de los territorios de Tacna y Arica, que estaban bajo ocupación militar chilena
desde el fin de la Guerra del Pacífico (1879-1883). El establishment político y académico acaparó
al visitante pero, en la cena de despedida que le organizó la FEP, Palacios pronunció un fogoso
discurso en el que sentenció: “La Reforma Universitaria se debe hacer con los Decanos o sin los
Decanos” (Sánchez, 1988: 20).Paralelamente aparecieron en La Razón, una serie de artículos de
los estudiantes de Jurisprudencia, Raúl Porras Barrenechea, Guillermo Luna Cartland, y
Humberto Águila que criticaban a los profesores de la Facultad de Letras. El año 1918 el
Congreso había aprobado la Ley Nº 2690 que creó una comisión integrada por dos miembros del
ejecutivo, cuatro del Congreso y dos del Consejo Universitario de San Marcos para revisar el
proyecto de ley de instrucción primaria y secundaria y uno de reforma de la “instrucción
superior” (Basadre, 1964: 4330; 1975: 128). La campaña de La Razón agitó el ambiente
sanmarquino y en junio de 1919 estalló una huelga en Letras que pasó a otras facultades. Una
comisión, presidida por los tres jóvenes, convocó a una asamblea para el día 28 y eligió
presidente de un “Comité de Reforma” a Jorge Guillermo Leguía y pidió la renuncia de los
profesores que habían “tachado” por mal desempeño académico.13

El conflicto se prolongó tres meses; el 2 de agosto se declaró la huelga general, el manifiesto que
redactaron se hizo famoso por las primeras palabras: “Por primera vez los estudiantes se dirigen
al país en nombre de un ideal de cultura...”. El Consejo Universitario se declaró incompetente y
traspasó el conflicto a la ley que debía ser aprobada. El 4 de septiembre los estudiantes dirigieron
al nuevo presidente un memorial en el que solicitaban su intervención. Leguía, en medio de la
huelga, asistió a inauguración de la nueva directiva de la Federación estudiantil, el 1 de agosto
(Basadre, 1975: 130). La promulgación de un decreto el 20 de septiembre de 1919, zanjó la
situación. El documento establecía cátedras libres (previa aprobación del Consejo Universitario);
suprimía las listas de asistencia; permitía que los delegados elegidos por los estudiantes
accedieran al Consejo (siempre y cuando tuvieran el grado de doctor) y otorgó autonomía a la
universidad. Durante la acefalia de la FEP un estudiante oriundo de Trujillo asumió interinamente
la presidencia, se llamaba Víctor Raúl Haya de la Torre. El nuevo líder convocó a elecciones y se
presentó, pero modificó los estatutos para el quórum mínimo. La movilización había pasado y el
ánimo de los estudiantes decaído, por lo que la abstención fue muy alta: sólo sufragaron 61
alumnos, 46 de ellos lo hicieron por el candidato único y 5 en blanco. Surgió así uno de los
liderazgos políticos latinoamericanos mitológicos de quien sería una de los líderes emblemáticos
de la Reforma Universitaria y que nació de un movimiento estudiantil cooptado por el presidente,
dividido internamente y sin dejar convencidos a sus propios instigadores.

El presidente Leguía demostró su sagacidad política ya que jugó sus cartas magistralmente: sacó
de escena a Mariátegui y a Falcón y los mandó a un destierro con una eufemística beca, apoyó a
las dos principales corrientes políticas al interior del movimiento estudiantil peruano: a los
comandados por Haya de la Torre y a los nacionalistas y financió el Congreso Nacional de

entrara a sus filas. Profesor de derecho en la Universidad Nacional de La Plata, impulsó la reforma universitaria y
resultó elegido decano, cargo desde el cual propugnó una profundización del proceso. Para una biografía, aún
insuficiente, véaseCargía Costa (1997).
13
Luis Alberto Sánchez (1988: 18) aclaró que, pese a su apellido, el joven Jorge Guillermo era “de notoria
independencia política”. Estos jóvenes dirigentes y otros más, formados al calor de los conflictos de 1919, estaban
destinados a conformar una generación de intelectuales peruanos que cubriría gran parte del siglo XX y formarían la
columna vertebral de movimientos políticos como el APRA (Basadre, 1975: 129-130).
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Estudiantes que se celebró en el mes de marzo de 1920 en la mítica ciudad inca(Moraga, en


prensa). El evento, que había sido un mandato del Congreso Internacional de 1912, mostró que la
mayoría de los delegados pertenecían a la corriente nacionalista y la minoría, comandada por
Haya, a los latinoamericanistas. Pero el líder supo aprovechar las ventajas relativas y logró
aprobar el proyecto de las Universidades Populares González Prada, UPGP, que se
implementaron a partir del año siguiente en Lima y en el barrio obrero de Vitarte y después se
extendieron a otras ciudades (Moraga, en prensa).

Claridad y la forma universitaria

En mayo de 1922 Haya de la Torre, ex presidente de la FEP, llegó a Santiago para contactarse
con los líderes de la Federación de Estudiantes de Chile que, desde hacía cinco años, estaba
dirigida por jóvenes que pertenecían a una de las varias corrientes del “anarquismo intelectual” o
estudiantil.14Venía de un largo viaje que lo había llevado a recorrer distintas ciudades del sur de
América: Montevideo, Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Paraná, Tucumán, Mendoza para recalar
finalmente en esa capital (Sánchez, 1936). Eduardo Araujo, presidente de la FUA, fue quien hizo
el contacto con la organización chilena para que lo recibieran. Algunas de esas urbes visitadas
tenían universidades que habían vivido el movimiento reformista de 1918, otras simplemente,
recibían los ecos de la agitación obrera y estudiantil. En la capital chilena, además de asistir a
varios encuentros con dirigentes estudiantiles locales, su visita fue reseñada en la revista
Claridad, órgano oficial de la Federación local.15

Cuando regresó a Lima, Haya de la Torre fundó una revista homónima y tomó como modelo de
la publicación chilena sus “secciones” y la estética modernista y art nouveau. Pero, diferente de
la Claridad chilena que aún era “órgano oficial de la Federación de Estudiantes”, la peruana no
estuvo vinculada a la FEP, que vivía momentos tensos entre las corrientes latinoamericanistas y
los grupos nacionalistas que se debatían en el movimiento estudiantil local. Por esto Haya la
inscribió inicialmente como el “órgano de la Universidad Popular”. Los primeros números
dejaron sentir la experiencia sudamericana de Haya y en sus páginas abundaron referencias a la
reforma universitaria que se agitaba en las distintas universidades argentinas (Moraga, 2007: 364-
365).16

Pero 1923 se cerró un ciclo de avance de las luchas estudiantiles por implementar la reforma en
las universidades sudamericanas y se inició otro de “contrarreforma” o al menos de
estancamiento. Los movimientos estudiantiles de países como Chile, Perú y Argentina fueron
reprimidos por los gobiernos “protopopulistas” de Alessandri, Leguía, e Irigoyen17. En países
como México la Federación de Estudiantes de la Universidad Nacional, entró en crisis y se inició
un proceso de lenta desaparición, sus líderes fueron cooptados por el gobierno mediante cargos

14
Sobre una caracterización del anarquismo intelectual o estudiantil véase Moraga (2007). Una visión que plantea un
anarquismo estudiantil más vinculado con las corrientes obreras en Craib (2017).
15
“Un huésped peruano”, Claridad N° 53, Santiago, 27 de mayo de 1922. Sobre la publicación chilena Moraga
(2000).
16
En particular los números 1 (mayo de 1923) y 2 de ¿junio? De 1923; y Nº 3, de septiembre de 1923.
17
Para las expulsiones en Chile, véase Moraga (2007: 376-389). El mismo Mariátegui registró la expulsión de 26
estudiantes de la Universidad de Trujillo como el inicio de “años desfavorables” (1924-1927) para el movimiento de
reforma universitaria en el Perú. Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I,
1994: 65.
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políticos y administrativos o se reciclaron en el sistema político. El ministro de Educación, José


Vasconcelos, quien había apoyado a su modo la realización del Congreso Internacional de
Estudiantes, pero había negado la participación del presidente de la FEM en el Consejo
Universitario, vio cómo su poder comenzó a declinar en los meses finales del gobierno de Álvaro
Obregón y renunció en julio de 1924 (Cosío Villegas, 1976: 55)18. Por la fuerza del proceso
revolucionario y la influencia y poder del nuevo Estado, el ciclo reformista tomó un rumbo
academicista y terminó en 1929 con la declaración de “autonomía” de la Universidad, pero sin
conquistar el cogobierno, ni otras reivindicaciones del programa reformista.19

Al interior las mismas universidades del continente los sectores “academicistas” y conservadores
recuperaron el espacio perdido desde 1918. Muchas huelgas estudiantiles reformistas terminaron
con expulsados en Santiago, en 1922, y Lima en 1923. En universidades como la propia Córdoba
estudiantes y académicos compartieron suerte al ser expulsados de la ya mítica institución.
Además, se abrió un ciclo de crisis en las organizaciones estudiantiles, de enfrentamiento entre
los sectores conservadores y academicistas, apoyados por sus respectivos gobiernos, en contra de
los reformistas y la izquierda universitaria, muchas federaciones estudiantiles se dividieron entre
los sectores de izquierda y aquellos leales a los gobiernos de turno (Basadre, 1975: 137; Moraga,
2007: 369-410).

Mariátegui volvió de su exilio en marzo de 1923 e inmediatamente se incorporó como profesor


de la UPGP y comenzó a colaborar en Claridad. En marzo del año siguiente asumió la “dirección
interina”, a partir del número cinco hasta el siete, el último que apareció. Así como Mariátegui
estableció una nueva orientación en la acción educativa de la Universidad Popular con la serie de
conferencias “Historia de la crisis mundial”, una vez en la dirección le imprimió a Claridad una
orientación obrerista y cercana a la Revolución Rusa: dejó de ser solo el “órgano de la Juventud
Libre” para serlo también de la Federación Obrera Local (Portocarrero, 2006: 16)20. Aunque
podría pensarse que, desde el momento en que asumió la dirección, se definían dos proyectos
distintos, tanto ideológicos como de organización política entre él y Haya de la Torre, Ricardo
Portocarrero ha hecho énfasis en que precisamente esta etapa en la vida de Haya correspondía a
un fuerte, pero poco claro, acercamiento al marxismo que está marcado por su exilio en México y
Rusia, países con dos revoluciones en proceso de consolidación. Nosotros contrapunteamos que
Mariátegui tampoco definía aún su latinoamericanismo y aparecía más cercano a un marxismo
europeo y, más aún, soviético, que su marxismo latinoamericano posterior a la publicación de sus
Siete Ensayos (Portocarrero, 2006: 12).

Pero la revista fue ante todo el órgano de dos procesos sociales en marcha: por un lado, la
reforma universitaria local y los lazos de esa con procesos similares en Argentina y Uruguay, o
muy débiles con Chile y México; y, por otro lado, de la organización del movimiento obrero
local, relación que, tal vez como ninguna otra en el continente, se hizo a través de las UPGP. En
primer sentido Claridad promovió el Conversatorio Universitario, la tacha de “catedráticos
momias” y denunció las clases anquilosadas o que demostraban una “insuficiencia absoluta”,
18
Aunque Dromundo (1978: 16), otro “memorialista” del movimiento estudiantil mexicano, sostuvo que la FEM
conquistó antes de 1920 la reivindicación de nombrar un delegado al Consejo Universitario.
19
Para un panorama general sobre la inacabada autonomía universitaria véase Marsiske (2010).
20
Cfr. Beigel (2006), en su análisis del proyecto, o más bien el accidentado camino editorial, de José Carlos
Mariátegui, enfoca, solo de pasada, el giro ideológico que le imprimió a Claridad del Perú cuando estuvo bajo su
dirección.
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como las de pedagogía o las de estética “hasta ayer ininteligible”. Respecto de la reforma
insertaron parte del Manifiesto Liminar: “Las universidades han sido hasta aquí́ el refugio secular
de los mediocres, la renta de los ignorantes…el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de
insensibilizar hallaron cátedra que las dictara”.21

En el mismo número inaugural Claridad reseñó la segunda visita de Alfredo Palacios –a quien
definieron como un “socialista nacionalista”- a San Marcos. El decano de la Facultad de Derecho
de la Universidad de La Plata venía de regreso de una visita a México, fue declarado doctor
honoris causa y rodeado de ceremonias que le impidieron tener un contacto directo con los
estudiantes. Pese a ello, Palacios pronunció un discurso en el que fustigó a la universidad colonial
y sostuvo que era necesaria su desaparición para el porvenir de América. La redacción de
Claridad sostenía que:

Deseamos que los estudiantes que en 1919 siguieron la vigorosa invocación de Palacios y
plantearon en el Perú la Revolución Universitaria –el gesto más bello y más puro de
nuestros cien años de ensayo de libertad- oigan ahora de nuevo su palabra y sacudan para
siempre el yuyo teológico que gravita sobre nuestras universidades exigiendo una amplia
reforma educacional.22

Una de las primeras pistas sobre cómo se planteaba Mariátegui frente a la reforma universitaria la
dio en una entrevista a la misma revista Claridad aparecida en el número 1 de mayo de 1923.
Bajo el sugestivo título de “El ocaso de la civilización europea” Mariátegui hablaba (en un
lenguaje militarista) de una etapa de “contraofensiva capitalista”, lo que equivale a un retroceso
de las posiciones revolucionarias en el mundo marcadas por el fin de la guerra e inicio de la
Revolución Rusa. Es la misma etapa entre el “estallido” de Córdoba y el momento presente–
paraser coherentes con el pensamiento del peruano- la reforma al interior de las universidades
argentinas y peruanas estaba bajo la misma etapa de “contraofensiva”. Aunque el peruano
finalizaba su entrevista suscribiendo el hundimiento de la civilización europea.23

Mariátegui publicó en el número 2 de Claridad, aparecido en forma posterior a las jornadas de


protesta de mayo de 1923 en contra de la consagración del Perú al corazón de Jesús, una de sus
opiniones más contundentes sobre la reforma universitaria local:

Nuevamente insurgen los estudiantes. Vuelven a preconizar unos la reforma universitaria


y otros la revolución universitaria. Vuelven a clamar todos, confusa pero vivazmente,
contra los malos métodos y contra los malos profesores. Asistimos a los preliminares de
una tercera agitación estudiantil.24

21
“La voz de los estudiantes. Lo que se piensa en la universidad”, Claridad Nº1, Lima, mayo de 1923: 46.
22
“La llegada de Alfredo Palacios”, Claridad Nº1, Lima, mayo de 1923, p. 46.
23
“El ocaso de la civilización europea” (un interesante reportaje a José Carlos Mariátegui), Claridad Nº 1, Lima, 1ª
quincena de mayo, de 1923: 38-40. Mariátegui cambiaría esta opinión totalmente en 1926, cuando sostuvo que
“Europa es el continente de las máximas palingenesias”, en un sugerente artículo ¿Existe un pensamiento
hispanoamericano? en: Quijano (1991).
24
Mariátegui, José Carlos, “La crisis universitaria. Crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad Nº 2, Lima, junio
de 1923: 53.
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Para Mariátegui la crisis era más profunda y no se resolvía con sacar solo a algunos maestros
como lo habían hecho los anteriores movimientos reformistas sanmarquinos: lo que faltaba era un
líder:

La crisis no se reduce a que existen maestros malos. Consiste, principalmente, en que


faltan verdaderos maestros. Hay en la Universidad algunos catedráticos estimables, que
dictan sagaz y cumplidamente sus cursos. Pero no hay un solo ejemplar de maestro de la
juventud. No hay un solo tipo de conductor. No hay una sola voz profética. Directriz de
leader y de apóstol. Un maestro, uno no más, bastaría para salvar a la Universidad de San
Marcos, para purificar y renovar su ambiente enrarecido, morboso e infecundo. Las
bíblicas ciudades pecadoras se perdieron por carencia de cinco hombres justos. La
Universidad de San Marcos se pierde por carencia de un maestro.25

Y nombraba a una serie de maestros que estaban al mando de cátedras Europa: en Alemania
Albert Einstein, Oswald Spengler y Jorge F. Nicolai (En ese momento profesor de la Universidad
de Córdoba); en Italia estaban Enrique Leone y Enrique Ferri; en España Miguel de Unamuno,
Eugenio d'Orsy Besteiro. Hispanoamérica no se quedaba atrás con maestros como José de
Ingenieros en Argentina y en México José Vasconcelos y Antonio Caso26. Este es uno de los
aspectos polémicos para el marxismo, en una época en que el colectivismo, característico del
bolchevismo, se imponía por sobre el individualismo de raigambre liberal, la figura del héroe, ya
sea el líder intelectual o el conductor político, no encajaba en la ortodoxia comunista. Pero
Mariátegui pertenecía también a una generación de intelectuales que, lejos de los dogmas,
suscribía a la figura del intelectual como líder espiritual o guía y conductor de masas27. Varios
acontecimientos políticos y culturales habían elevado la figura del intelectual por sobre la de los
líderes políticos y militares. Para el mundo occidental, en la Francia de fines del siglo XIX, el
“caso Dreyfus”, había colocado a la figura del intelectual en el centro del debate público. En el
continente, la publicación de Ariel, de José Enrique Rodó en 1900, contribuyó a dar al “maestro”
el papel de líder y guía de los jóvenes y en especial de los estudiantes28. Para la década de 1910
una serie de intelectuales y escritores no solo suscribían el papel del “guía” o “maestro”, también
competían por distinguir entre sus congéneres: tal como lo señalaba Mariátegui, las figuras de los
argentinos Ingenieros y Palacios y la del mexicano Vasconcelos, eran las más destacadas. Quizá

25
Mariátegui, José Carlos, “La crisis universitaria. Crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad Nº 2, Lima, junio
de 1923: 53.
26
Mariátegui, José Carlos, “La crisis universitaria. Crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad Nº 2, Lima, junio
de 1923: 53. La figura de “maestro de juventud” era una distinción con que los estudiantes organizados honraban a
los profesores o intelectuales que acompañaban en las luchas de la década de 1910. En general este título no se daba
formalmente, sino que era resultado de un “consenso” estudiantil. Como maestros de juventud fueron distinguidos el
intelectual uruguayo José Enrique Rodó el célebre autor del Ariel, y el brasileño Carlos Vas Ferreira, el argentino
José Ingenieros y el mexicano José Vasconcelos.
27
Esta adscripción a la necesidad de un líder es más polémica aún, toda vez que Mariátegui había presenciado, in
situ, el ascenso de Mussolini al poder en 1922 y la “Marcha sobre Roma”, que marcó el inicio del régimen fascista en
Italia.
28
En la introducción a la edición de Ayacucho del Ariel, de José Enrique Rodó (1987), el prologuista Carlos Real de
Azúa señala que el libro, una especie de “sermón laico”, no solo coloca a la figura del intelectual como el centro de
su planteamiento sino también a los jóvenes. Aunque el comentarista incurre en un error imperdonable al señalar que
Ernest Renan, autoridad intelectual de Rodó, en un discurso ante la Asociación de Estudiantes de París en 1896
(Renán había fallecido en 1892), había pronunciado un sermón de esas características en el que se habría inspirado el
uruguayo para su influyente libro.
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el momento culmine de la figura del intelectual fue la creación del grupo Clarté! en París en
1919, que puede ser comprendido como la formación de un grupo de intelectuales que alentó la
creación de una red de revistas y la formación de una “Internacional del pensamiento”, paralela a
la Internacional Socialista con el objetivo de promover el pacifismo en el mundo (Moraga, 2015).

Para Mariátegui, lo contrario pasaba en el Perú donde la vida intelectual languidecía producto de
que en la elite persistía un sentido aristocrático de la vida y el civilismo dominaba como fórmula
política desde finalizada la Guerra del Pacífico:

Estos intelectuales sin alta filiación ideológica, enamorados de tendencias aristocráticas y


de doctrinas de ‘elite’, encariñados con reformas minúsculas y con diminutos ideales
burocráticos, estos abogados, clientes y comensales del civilismo y la plutocracia, tienen
un estigma peor que el del analfabetismo; tienen el estigma de la mediocridad. Son los
intelectuales de panteón de que ha hablado en una conferencia el doctor John Mackay. Al
lado de esta gente escéptica, de esta gente negativa, con fobia del pueblo y fobia de la
muchedumbre, maniática de estetismo y decadentismo, confinada en el estudio de la
historia escrita de las ideas pretéritas, la juventud se siente naturalmente huérfana de
maestros y huérfana de ideas.29

He aquí la razón por la cual Mariátegui había rechazado tan tajantemente su “edad de piedra”: el
estetismo y decadentismo de la intelectualidad limeña, que rechazaba lo popular y a la
“muchedumbre” y dejaba a la juventud (estudiantil) huérfana de guías e ideas. Y acusaba a la
planta de profesores de la Universidad de no asumir la protesta del 25 de mayo, y de ir obligados
y acobardados a marchar, no como líderes, sino como rehenes de los estudiantes. Así, no faltaba
“juventud estudiantil”, como algunos lo planteaban: faltan maestros, faltan ideas”. La excepción a
esta situación eran los profesores Víctor M. Maúrtua y Mariano H. Cornejo, “son, sin duda, las
figuras más inquietas, modernas y luminosas, aunque incompletas, de nuestra opaca
universidad”30. Y en seguida criticaba la reforma universitaria local:

Y esta es la crisis de la Universidad. Crisis de maestros y crisis de ideas. Una reforma


limitada a acabar con las listas o a extirpar un profesor inepto o estúpido, sería una

29
Mariátegui, José Carlos, “La crisis universitaria. Crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad Nº 2, Lima, junio
de 1923: 54.
30
Mariátegui hizo gala de su generosidad política al destacar a estos “maestros”. Ello porque Víctor Manuel Maúrtua
Uribe (1865-1937) diplomático e internacionalista peruano, ministro plenipotenciario en diversos países de Europa y
América, diputado y profesor universitario, era una de las figuras del civilismo. Una de sus contribuciones más
destacadas fue el alegato sobre los derechos del Perú en el problema limítrofe con Bolivia, publicado en Madrid en
1906-1907. Mientras que Mariano H. Cornejo (1866-1942) político, abogado, jurista, historiador y diplomático
peruano. Fue presidente del Consejo de Ministros de Gobierno de Leguía, en 1919, fue diputado y senador en varios
períodos, y presidente de ambas cámaras legislativa; elocuente orador parlamentario. Presidió también la Asamblea
Nacional Constituyente, que promulgó la Constitución de 1920, donde impuso sus ideas políticas. Considerado el
fundador de la sociología peruana, fue el iniciador del positivismo filosófico en su país y difusor del evolucionismo
spenceriano; su obra estuvo también influida por autores como Comte, Levi-Bruhl, Wundt, Simmel, Frazer y Tarde.
Su Tratado de Sociología general (Madrid, 1908-1910) fue muy celebrado, también fue el primer catedrático de
Sociología en la Universidad de San Marcos. Irónicamente la importancia que le da Mariátegui a Cornejo fue
apresurada ya que, en el segundo gobierno de Leguía, éste fue prácticamente ideólogo del régimen, cuando
precisamente las políticas represivas se acrecentaron, sobre todo hacia Mariátegui y sus proyectos editoriales y
políticos.
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reforma superficial. Las raíces del mal quedarían vivas. Y pronto renacería el descontento,
esta agitación, este afán de corrección que toca epidérmicamente el problema sin
desflorarlo y sin penetrarlo.31

Pero Mariátegui desarrolló el grueso de su crítica hacia la educación, en general, y hacia la


reforma universitaria, en particular, en dos textos: el primero es el capítulo segundo de sus Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana, que tituló “El proceso de la instrucción
pública”. El segundo son varios artículos que después fueron recogidos en sus “Obras
Completas” bajo el título Temas de Educación. El más importante de todos, desde el punto de
vista de un posicionamiento teórico y político es “Introducción a un estudio sobre el problema de
la educación pública”.

En el primero reconoce la “herencia” española en la educación peruana (y latinoamericana) y la


“influencia” francesa y norteamericana. La primera había logrado un dominio completo, y las
segundas solo se insertaban mediocremente.32 En general, todos estos “elementos extranjeros en
el proceso de la instrucción pública estaban “insuficientemente aclimatados”, esto porque:

No somos un pueblo que asimila las ideas y los hombres de otras naciones,
impregnándolas de su sentimiento y su ambiente, y que de esta suerte enriquece, sin
deformarlo, su espíritu nacional. Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse aún,
sin entenderse todavía indígenas y conquistadores.33

Más que con los monarquistas, la República fue solidaria con los conquistadores y ello llevó a
que no se consolidara la nación y a que en la educación, por ejemplo, no estuviera incluido el
mestizo, menos aún el indio. La enseñanza tenía, por lo tanto, un sentido aristocrático y un
concepto eclesiástico y literario que llevaba a una educación y una cultura excluyentes para la
población mestiza. Ello hacía que la “mentalidad colonial” perviviera incluso a la “revolución de
Independencia” y que liberales y conservadores cultivaran de igual manera la retórica y las
universidades y colegios formaban letrados y abogados. Lejos estaban la educación destinada al
comercio y la industria y más lejos aún la educación democrática: “El privilegio de la educación
persistía por la simple razón de que persistía el privilegio de la riqueza y la casta”.34 El hecho de
que España hubiera llegado a América en su época medieval y sin haber experimentado nunca
una revolución liberal y burguesa, ser católica y no protestante, evitaba que el Perú tuviera un
modelo a seguir y no se desarrollaran la industria y el capitalismo.

Más adelante Mariátegui analizó la reforma universitaria que significaba “el nacimiento de una
nueva generación latinoamericana”, juicio que se basaba en la reciente compilación que Gabriel
del Mazo encargada por la Federación Universitaria de Buenos Aires, FUBA. En este

31
Mariátegui, José Carlos, “La crisis universitaria. Crisis de maestros y crisis de ideas”, Claridad Nº 2, Lima, junio
de 1923: 54.
32
Mariátegui, José Carlos, “El proceso de la instrucción pública”, Siete Ensayos de interpretación de la realidad
peruana, en Mariátegui, José Carlos (1994): Mariátegui Total, Lima, Empresa Editora Amauta, I, p. 48. (en adelante
citaremos esta colección).
33
Mariátegui, José Carlos, “El proceso de la instrucción pública”, Siete Ensayos de interpretación de la realidad
peruana, 1994: 48.
34
Mariátegui, José Carlos, “El proceso de la instrucción pública”, Siete Ensayos de interpretación de la realidad
peruana, 1994: 49.
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movimiento, que abarcaba a varios países del continente: “Los estudiantes de toda la América
Latina, aunque movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen hablar el
mismo lenguaje”. El inicio del movimiento había estado influido por el pacifismo wilsoniano de
la posguerra, lo que le restó homogeneidad y autonomía: solo mediante una creciente
colaboración con los sindicatos obreros, el combate contra las fuerzas conservadoras y la crítica
concreta al orden establecido, podrían llevar a las “vanguardias universitarias” una orientación
ideológica definida.35

En 1926, cuando llevaba ya ocho años desde el “estallido” de Córdoba, el balance de Mariátegui
era que el movimiento “apenas ha formado su programa”. Así, aunque influido por la noción de
Del Mazo, del origen y carácter de la reforma universitaria, Mariátegui le dio a ésta un giro y
reforzó la idea de unidad entre el proletariado y los estudiantes que “no puede ser entendido sino
como uno de los aspectos de una profunda renovación latinoamericana”. En esto recogía una idea
de Palacios que planteaba que “mientras subsista el actual régimen social, la Reforma no podrá
tocar las raícesrecónditas del problema educacional”. Porque había que sacar a los malos
profesores de la Universidad, pero también había que permitir que llegaran solo los capaces, sin
ser excluidos por sus ideas sociales, políticas o filosóficas, combatir el chauvinismo y fomentar la
investigación. Mariátegui continuaba citando textualmente a Palacios:

En el mejor de los casos, la Reforma rectamente entendida y aplicada, puede contribuir a


evitar que la Universidad sea, como es en rigor en todos los países, como lo fue en la
misma Rusia –país donde se daba, sin embargo, como en ninguna otra parte, una
intelectualidad avanzada que en la hora de la acción saboteó escandalosamente a la
revolución- una Bastilla de la reacción, esforzándose por ganar las alturas del siglo.36

Para Mariátegui había dos posiciones respecto de la reforma: una reaccionaria, que la concebía
solo como un cambio intrauniversitario y a la dirigido a la enseñanza, y otra revolucionaria que
correspondía a “sus verdaderos ideales” y que la definían como una “ambición del espíritu
nuevo”, es decir, el “espíritu revolucionario”.

Mariátegui revisó las distintas posturas y definiciones de la reforma, la del dirigente estudiantil,
Héctor Ripa Alberdi y de los profesores Julio V. González, José Luis Lanusa y Mariano Hurtado
de Mendoza. De González, el peruano rescataba la óptica generacional con que el argentino
analizaba la reforma como fruto de “una nueva generación que llega desvinculada de la anterior,
que trae sensibilidad distinta e ideales propios y una misión diversa que cumplir” y agregaba el
argentino: “Significaría incurrir en una apreciación errónea hasta la absurdo considerar a la
Reforma Universitaria como un problema de aulas y, aun así, radicar toda su importancia en los
efectos que pudiera surtir exclusivamente en los círculos de cultura”.37 De Lanusa le interesó los
vínculos del movimiento con la “evolución de la clase media” y la creciente “proletarización” de
este grupo posterior al fin de la Gran Guerra: “se sentía la necesidad de renovar los métodos de
estudio y se ponía de manifiesto el atraso de la Universidad respecto a las corrientes
contemporáneas del pensamiento universal desde la época de Alberdi, en la que empieza a
desarrollarse nuestra industria embrionaria”; esta proletarización de posguerra habría hecho

35
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 65.
36
Alfredo L. Palacios citado por Mariátegui, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, p. 56.
37
Julio V. González, citado en Mariátegui, “Siete Ensayos”, en Mariátegui Total, tomo I, 1994: 57.
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organizarse a maestros, periodistas y empleados, la organización gremial de los estudiantes era


entonces una consecuencia ineludible.38Finalmente, Mariátegui analizaba lo planteado por
Hurtado de Mendoza. Este coincidía con Lanusa y afirmaba que era un error estudiar la Reforma
como problema de renovación del gobierno universitario, o, pedagógicamente, como “ensayo de
aplicación de nuevos métodos de investigación en la adquisición de la cultura”, o, como resultado
del fin de la Guerra y el inicio de la Revolución Rusa, o de una ruptura generacional (en esto
Hurtado se oponía a González). Por el contrario, la reforma universitaria no era más que una
“consecuencia del fenómeno general de proletarización de la clase media”, producto del
desarrollo del capitalismo.39

El peruano observaba que un elemento común surgido en el ambiente reformista era la formación
de grupos de estudiantes que comenzaron a difundir las “ideas sociales de avanzada” y el estudio
de “teorías marxistas” que se habían transformado en universidades populares, distintas de las
que habían surgido anteriormente, además los antiguos líderes de la reforma conservaban sus
vínculos internacionales y contribuían a la unidad política continental y eran el signo de esta
“nueva generación”.40

Mariátegui revisaba los postulados de la reforma en distintos países donde había habido
movimientos reformistas, desde el Primer Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en
México en 1921, y los casos de Chile, Cuba, Colombia, Perú.41Nuevas investigaciones, hechas
sobre fuentes documentales, hasta ahora poco analizadas, han demostrado la tenue y tardía
influencia tanto del “Manifiesto Liminar” como de los postulados de la reforma universitaria en
países como Chile, Colombia e incluso México y han confirmado lo planteado por investigadores
anglosajones en la década de 1970 (Bonilla y Glazer, 1970; Van Aken, 1971; 1990).

Terminaba Mariátegui los “postulados cardinales” de la reforma: “primero, la intervención de los


alumnos en el gobierno de las universidades y segundo, el funcionamiento de cátedras libres, al
lados de las oficiales, a cargo de enseñantes de acreditada capacidad en la materia”.42Resulta a lo
menos extraño el hecho de que Mariátegui reafirmó como propios de la reforma, esos postulados
cardinales provenientes del liberalismo estudiantil de la década de 1910 y no precisamente los
agregados posteriormente por la influencia del marxismo posterior a la Revolución Rusa y que el
mismo llevara al Perú en 1923 desde las páginas de Claridad.

Mariátegui continuó reflexionando sobre las características y límites de la reforma en las


universidades latinoamericanas:

38
Juan Bautista Alberdi (1810-1884), abogado, jurista, economista, político, estadista, diplomático, diputado,
escritor y músico argentino, autor intelectual de la Constitución Argentina de 1853. Ligado a las fracciones más
radicales del liberalismo argentino, fue un opositor al gobierno del autócrata Juan Manuel de Rosas, salió al exilio en
Francia, donde estudió El espíritu de las leyes de Montesquieu, obra que sirvió de modelo para la Constitución de
Estados Unidos y para otras constituciones latinoamericanas. En su exilio en Chile hizo carrera como periodista y
abogado y escribió las Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina, tratado
de derecho público editado por la imprenta del periódico El Mercurio, de Valparaíso (Mayer, 1963).
39
Mariano Hurtado de Mendoza citado en Mariátegui, “Siete Ensayos”, en Mariátegui Total, tomo I, 1994: 57.
40
Mariátegui, “Siete Ensayos”, en Mariátegui Total, tomo I, pp. 57-58.
41
Un análisis de este congreso en Moraga (2014). Una reciente tesis de maestría ha develado las escasas conexiones
entre el movimiento estudiantil colombiano con el resto de los países latinoamericanos, Pulido García (2017).
42
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 56.
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El objeto de las universidades parecía ser, principalmente, el de proveer de doctores o


rábulas a la clase dominante. El incipiente desarrollo, el mísero radio de la instrucción
pública, cerraban los grados superiores de la enseñanza a las clases pobres […] Las
universidades acaparadas intelectual y materialmente por una casta generalmente
desprovista del impulso creador, no podían aspirar siquiera a una función más alta de
formación y selección de capacidades. Su burocratización las conducía, de un modo fatal
al empobrecimiento espiritual y científico.43

Mariátegui planteaba que esta fórmula de reproducción del conocimiento no era solo propia de
los países semifeudales como el Perú, sino también de aquellos que habían iniciado un proceso de
industrialización y democratización como Argentina y citaba a Sanguinetti que planteaba que
“los doctores constituyen el patriarcado de la segunda república”, pero su preparación
universitaria no les alcanzaba para “actuar con criterio orgánico en la enseñanza o para dirigir el
despertar improvisado de las riquezas que rendían la pampa y el trópico”; la nobleza agropecuaria
argentina, desplazada del campo económico, por los inmigrantes, y del político, por la clase
media, se refugió en la universidad para mantener su prestigio e influencia.44Por esta razón la
reforma universitaria había atacado esta “estratificación conservadora” de las universidades,
además la “provisión arbitraria de las cátedras”, el mantenimiento de profesores ineptos, la
exclusión de la universidad de los “intelectuales independientes y renovadores” eran
consecuencia de la “docencia oligárquica”. Así:

Estos vicios no podían ser combatidos sino por medio de la intervención de los estudiantes
en el gobierno de las universidades y el establecimiento de las cátedras y la asistencia
libres, destinadas a asegurar la eliminación de los malos profesores a través de una
concurrencia leal con hombres más aptos para ejercer su magisterio.45

Frente a esto las oligarquías conservadoras reaccionaban de dos formas: primero, solidarizaban
recalcitrantemente con los profesores incompetentes “tachados” por los estudiantes; segundo, la
resistencia tenaz a la incorporación de “valores no universitarios o simplemente independientes”.
Acá está uno de los fundamentos de las posturas antiuniversitarias de Mariátegui: la cerrazón de
las aristocracias académicas para recibir los aportes de los intelectuales independientes (como él)
y de los conocimientos que se generaba fuera de la institución: “las dos reivindicaciones
sustantivas de la Reforma resultan así inconfutablemente (sic) dialécticas, pues no arrancan de
puras concepciones doctrinales sino de las reales y concretas enseñanzas de la acción
estudiantil”.46En seguida Mariátegui recordó los inicios de los principios reformistas:

[…] el primero de los cuales había quedado proclamado teóricamente desde el Congreso
Estudiantil de Montevideo, y así en la Argentina como en el Perú, lograron el
reconocimiento oficial debido a favorables circunstancias políticas, cambiadas las cuales

43
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 59.
44
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 59. Florencio V.
Sanguinetti (1893-1975), Abogado. Fue representante del claustro estudiantil en tiempos de la reforma universitaria
en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde además dirigió la Revista Jurídica y Ciencias
Sociales de dicha Facultad. Profesor de literatura del Colegio Nacional de Buenos Aires, ocupó el rectorado entre
1960 y 1963, renunció a sus cátedras tras el golpe de Estado de Onganía en 1966.
45
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 59.
46
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 59.
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se inició, por parte de los elementos conservadores de la docencia, un movimiento de


reacción, que en el Perú ha anulado ya prácticamente casi todos los triunfos de la
Reforma, mientras que en Argentina encuentra oposición vigilante del alumnado, según lo
demuestran las recientes agitaciones contra las tentativas reaccionarias.47

Acá Mariátegui entró en uno de los aspectos más polémicos de la historiografía sobre el
movimiento reformista: el desconocimiento o negación de la etapa anterior, que hemos llamado
de “preparación” de la plataforma política que después se conoció como “reforma universitaria”.
La compilación de Gabriel del Mazo, pese a que reúne la mayor cantidad de documentos sobre
los movimientos estudiantiles del continente entre 1918 y 1926, no incluye documentos de antes
del “estallido” de Córdoba ese año.48Esto le restó profundidad histórica al conocimiento sobre el
movimiento reformista y sembró la noción de que todo había empezado en esa ciudad argentina y
ese año. Incluso el mismo Mariátegui (como hemos visto en páginas anteriores) pese a estar
consciente de el sesgo, se dejó llevar por el recorte temporal establecido por el compilador.

En su análisis del proceso Mariátegui daba cuenta del inicio del proceso contrarreformista que se
extendió hasta 1930, cuando una nueva generación, retomó las banderas reformistas pero hizo
énfasis en los aspectos sociales, caros a la izquierda estudiantil y al marxismo ya más instalado en
el horizonte ideológico latinoamericano.

Cuando analizó el proceso reformista peruano desde 1919 y destacaba su carácter


“ortodoxamente civilista”, inspirada en el liberalismo, que se enfocaron en contra de la ineptitud
de los académicos como por ser parte de una “algarada escolar más o menos inocua”. El peruano
sostenía que si se hubiesen realizado el mínimo de mejoramiento y modernizaciones,
especialmente en la Facultad de Letras, se habrían frenado las reformas por algunos años más,
pese a la creciente división entre lo producido en la universidad y el avance de la cultura peruana.
Así, mientras las nuevas generaciones de estudiantes habían superado el modernismo y se habían
adentrado en el conocimiento de las vanguardias literarias, la cátedra universitaria aún estaba
concentrada en la primera parte del siglo XIX español. El movimiento se dirigió contra los malos
profesores, más que contra los malos métodos, pero cuando las autoridades universitarias
solidarizaron con los profesores tachados, los estudiantes comenzaron a comprender el carácter
oligárquico de la universidad y ensancharon sus demandas. El Congreso del Cuzco evidenció de
que el movimiento reformista aún carecía de programa, pero logró su mayor realización fueron
las “universidades populares”, que relacionaron a los estudiantes de izquierda con el movimiento
obrero. Esto desató un conflicto entre la Universidad y el Gobierno; aquella rechazaba la tacha de
profesores (los decretos leyes 4002 y 4004 que declaraban vacantes las cátedras desocupadas), las
cátedras libres y la representación estudiantil en los consejos, que terminó con el cierre temporal
de la institución. Una vez reabierta, los catedráticos oligárquicos habían retomado la iniciativa y
hecho alianzas con un sector del estudiantado y escamoteado las conquistas de los estudiantes
reformistas. Pero estos volvieron por sus fueros: ya estaban más organizados

47
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 60.
48
La primera edición de los años 1926-27, fue financiada por Centro Estudiantes de Medicina de Buenos Aires.
Posteriormente, en 1941, el Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad de La Plata, financió una segunda
edición ampliada de la compilación, en 3 volúmenes, que sumó algunos documentos producidos entre 1926 y 1940,
pero no recogió los producidos antes de 1918. Una tercera edición salió en Lima, bajo el sello de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, en 1967.
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ideológicamente.49La ley orgánica de enseñanza de 1920, allanó el camino para la concordia,


puesto que dio a los estudiantes la conquista del cogobierno, a la vez que salvaguardaba la
autonomía universitaria anhelada por los académicos conservadores. Y aunque éstos intentaron
reponer los controles sobre los estudiantes el Congreso Internacional de México y el papel de
Haya de la Torre como líder continental ayudaron a frenar la intentona. Hacia 1923 la reforma
estaba presente entre los estudiantes sanmarquinos, aunque fuese escamoteada momentáneamente
por la reacción. En cambio, en universidades como la del Cuzco, los profesores apoyaban los
planteamientos estudiantiles y la democratización de la enseñanza, y los nuevos Estatutos de la
universidad incorporaban “los postulados cardinales de la Reforma Universitaria en
Hispanoamérica” y convertirla en un centro de investigación científica puesto al servicio del
mejoramiento social.50

Mariátegui revisaba los postulados de la reforma y su implementación en la Universidad peruana


como el cogobierno, la renovación de los métodos pedagógicos y la reforma al sistema docente, y
concluía que todos los avances formales de 1919 se encontraban frustrados en 1927. De tal
forma, la Ley Orgánica de 1920 en su mayor parte estaba por aplicarse y no se advertía en el
Consejo Universitario iniciativa al respecto. Uno de los mayores problemas que enfrentaba la
profesionalización de los académicos era la falta de presupuesto que impedía brindar sueldos
dignos para que éstos se dedicaran por completo a la enseñanza y la investigación. En este
contexto, el incrementado de las acciones reaccionarias en universidades menores, como la de
Trujillo que había expulsado a 26 estudiantes, o la extrema minoría en que se encontraban los
académicos renovadores en Arequipa, hacían que solo la Universidad de El Cuzco fuera la
excepción.

Pese a lo anterior, el concepto de reforma universitaria ganaba cada día “más precisión y firmeza
en las vanguardias estudiantiles hispanoamericanas”. En La Plata declararon el “problema
educacional” como “una de las fases del problema social; por ello no se puede solucionar
aisladamente”; y que la “cultura de toda la sociedad es la expresión ideológica de las clases
dominantes… de los intereses de la clase capitalista”; también establecían que la última guerra
imperialista (la primera Guerra Mundial), había roto el equilibrio de la economía burguesa que
había desembocado en una “crisis de su cultura correlativa” y ello significaba que la crisis sólo
podía superarse “con el advenimiento de una cultura socialista”.51

Mariátegui concluía reflexión sobre la reforma universitaria críticamente sosteniendo que el


mensaje de la “nueva generación, “confusamente anunciado desde 1918 por la insurrección de
Córdoba, alcanza en Argentina tan nítida y significativa expresión revolucionaria”, ante la
reacción que había desatado ante los avances de los sectores reformistas: “La Reforma
Universitaria sigue amenazada, por el empeño de la vieja casta docente en restaurar plenamente
su dominio”.52

Conclusiones

49
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 60.
50
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 66.
51
Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui Total, vol. I, 1994: 68.
52
Mariátegui, “La reforma universitaria”, p.Mariátegui, José Carlos, “La Reforma Universitaria”, en Mariátegui
Total, vol. I, 1994: 68.
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Pese a que Mariátegui rechazó el conocimiento universitario y a la universidad como institución,


el movimiento estudiantil, la universidad y, en general, la educación, estuvieron en el centro de
sus preocupaciones reflexivas, tanto cuando adscribió al socialismo pre-revolución rusa y como
cuando fue un “marxista convicto y confeso”.

Durante los años 1916 a 1919 su preocupación por la universidad fue en aumento, hasta apoyar
desde La Razón a los líderes estudiantiles que iniciaron la huelga reformista. Pero entonces no
desarrolló de manera profunda y sistemática una reflexión acerca de los problemas universitarios,
o sobre los estudiantes, ya que su labor de editor se vio interrumpida por el exilio. Desde 1923,
cuando regresó al Perú, su pensamiento estaba muy influido por la reciente Revolución Rusa y la
formación del Partido Comunista Italiano. A fines de ese año se hizo cargo de la dirección de
Claridad e intentó relacionar el movimiento reformista con los elementos ideológicos y políticos
de la izquierda occidental, en el contenido de la revista y fomentó el aspecto más radical de la
reforma: la unidad obrero-estudiantil.

Pero entonces la fuerza inicial del ciclo reformista iniciado en 1918, mostraba signos de
debilitamiento e inició un fuerte repliegue precisamente en 1923. En muchos casos era un
proceso intrínsecamente universitario y los distintos movimientos estudiantiles se desprendieron
o abandonaron sus alianzas con los sectores obreros. Esto, fruto de la represión o del
fortalecimiento de los sectores conservadores al interior de las distintas universidades del
continente, que ganaron espacio en el discurso ideológico estudiantil y en sus prácticas políticas
concretas, especialmente en sus estrategias de alianza con distintos sectores políticos, de
intelectuales independientes o el interior de los académicos.

Por esta razón Mariátegui criticó el movimiento reformista local y su “crisis de hombres y crisis
de ideas”; en este aspecto y en este momento, su pensamiento estaba influido por el movimiento
Clarté! y su red de intelectuales en el mundo occidental. Por ello, sus preocupaciones ideológicas
estaban centradas en la falta de uno o varios líderes intelectuales que pudieran conducir la
transformación universitaria en el Perú.

La sagacidad crítica que desplegó en los años siguientes, especialmente en sus Siete Ensayos,
donde analizó el movimiento reformista en el continente fue contradictoria. Sus fuentes fueron
principalmente las contenidas en el libro de Gabriel del Mazo, que reunía la documentación, más
que del proceso reformista mismo, de los movimientos estudiantiles latinoamericanos. Pero el
compilador argentino atribuyó la riqueza documental y propositiva de los movimientos
estudiantiles del continente, como “producto” del movimiento nacido en Córdoba en 1918, lo que
a veces parece haber confundido la reflexión de Mariátegui, pese a que conocía el desarrollo de
los movimientos estudiantiles latinoamericanos anterior a 1918.

Esto y la creciente incapacidad física de Mariátegui, que no le permitían moverse y conocer in


situ el desarrollo histórico de los movimientos estudiantiles latinoamericanos, le dificultaron
hacer un análisis más preciso. Por otra parte, el resultado más notorio de esta desinformación, fue
que nuestro intelectual pareciera reafirmar la “historia oficial” de la reforma y no relevara la
riqueza social, política e ideológica de los movimientos estudiantiles latinoamericanos de la
época.
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Entre 1923 y 1930 el movimiento de reforma universitaria sufrió un retroceso en sus propuestas
más radicales y un fortalecimiento de sus sectores más conservadores y “academicistas”. Solo a
partir de 1930 cuando se inició un nuevo ciclo reformista, esta vez con mayor presencia de los
sectores estudiantiles influidos por el marxismo y la Revolución Rusa, se inició la critica a las
propuestas ideológicas iniciales del movimiento. Estas se centraron en su ligazón ideológica con
el liberalismo, y se agregaron, más enfáticamente, propuestas sociales que insistieron en la
alianza estratégica con el movimiento obrero en algunos países y el indigenismo en otros. Pero
para entonces Mariátegui había abandonado no la claridad ideológica, ni la certeza política, sino
la vida misma.

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