Asiain, MA. Quien Es Nuestro Dios

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¿Quién es nuestro Dios?

Chi è il nostro Dio?


Who is our God?
Qui est notre Dieu ?
Miguel Ángel Asiain
Miguel Ángel Asiain

¿Quién es nuestro Dios?

Chi è il nostro Dio?

Who is our God?

Qui est notre Dieu ?

www.edicionescalasancias.org
18

¿Quién es nuestro Dios?


Autor: Miguel Ángel Asiain

Publicaciones ICCE
(Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación)
Conde de Vilches, 4 - 28028 Madrid
www.icceciberaula.es

Responsable del equipo de traductores: P. José Pascual Burgués


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¿Quién es nuestro Dios?
Índice
Presentación .................................................................................................................................................................. 7
1º Dios es misericordia ................................................................................................................................... 9
2º Dios es amor .......................................................................................................................................................... 15
3º Dios es bondad .................................................................................................................................................. 21
4º Dios es perdón .................................................................................................................................................... 29
5º Dios es cercanía ................................................................................................................................................ 37
6º Dios es maestro ................................................................................................................................................ 45
7º Dios es paz ................................................................................................................................................................ 53
8º Dios es gracia ....................................................................................................................................................... 61
9º Dios es alegría ...................................................................................................................................................... 69
10º Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo ............................................................................. 77
Presentación

Parece un atrevimiento preguntarse y tratar de responder a la pregun-


ta de ¿Quién es nuestro Dios? Explico cómo han nacido estas breves
páginas. Fue un día mientras oraba y meditaba en Dios cuando me
vino la idea de si merecía la pena escribir algo sobre semejante tema.
No quería engañarme porque el hombre se engaña fácilmente en todo
lo que se refiere a Dios. Por eso pedí ayuda. Pedí a un hermano del que
me podía fiar y que tenía en la provincia un cargo importante, es el P.
Jesús Elizari, el P. Provincial, que me ayudara a discernir si merecía la
pena o no dedicar un esfuerzo a escribir estas páginas. Me dijo que sí.
Ya tenía la respuesta. Pensé que no era engaño mío ni deseo de es-
cribir otro libro más. Me fie de mi hermano, y todo esto lo acompa-
ñé con la oración. Había que poner en manos de Dios la obra.
Entonces pensé cómo podía enfocar el libro. Y se me ocurrieron,
después de pensar bastante, que podía hacerlo indicando diversas
facetas que podemos atribuir a Dios. Sabía que eran muchas y me
fueron apareciendo bastantes. Tuve que elegir y de esa elección
quedaron las que aparecen en el índice del libro.
Una vez hecho esto, había que desarrollarlas. Tenía claro que el li-
bro no iba a ser un pequeño tratado de teología, nada más lejos de
mí ya que semejante cosa no tenía la capacidad de hacerlo. Quise
que fuera un libro que hablara al corazón, que quien lo leyera pu-
diera sentirse animado a amar más, a orar más, a pensar más en el
Dios que describía.
Y me dejé llevar por lo que nacía de mi corazón. Sé que son cosas
muy sencillas, pero es que Dios es sencillo, y es una manera más
como podía hablar de él. El corazón iba guiando lo que yo escribía.
8 Miguel Ángel Asiain

Y así nació el libro. No es un libro teológico, es un libro nacido del


corazón y dirigido a los corazones. Mi deseo es que pueda ayudar
a alguien. Si ayudara aunque fuera a una sola persona ya me daría
por agraciado, por contento, porque ayudar a un hermano a medi-
tar, a pensar, a orar a Dios es ya una gracia inmerecida.
A todos los que puedan leer este libro les deseo paz, confianza en
Dios y en lo que él vaya desencadenando en sus corazones. No es im-
portante lo que digo, cosas sencillas, es importante lo que Dios puede
decir a cada uno a través de estas páginas. Gracias por ello a Dios.
Y, finalmente, de una cosa estoy convencido. Que cuando me llegue
la hora de la muerte, del encuentro con mi Dios, porque así espero
que sea por su misericordia, descubriré que Dios es infinitamente
mucho más de lo que aquí he escrito yo. Y esa será mi gran alegría.
Bendito sea mi Dios.

* * *

A mis hermanos: este libro ha sido escrito hace varios meses. Apa-
rece sólo ahora por diversas circunstancias. ¿Sabéis que he expe-
rimentado durante estos meses? Que sí, que es verdad que Dios es
misericordia y amor y bondad y paz y alegría…y todo lo demás que
he escrito. Por eso me enternezco cuando leo las siguientes palabras
de San Juan: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (Jn 3, 2).
Le veremos tal cual es, ¿sabéis qué es esto? O las palabras de San Pa-
blo: “Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos
cara a cara” (1Cor 13, 12). Verle cara a cara, ¿cómo no enternecernos
con esto? Todo eso lo creo de lo más profundo de mi corazón.
Por eso, quiero que lo que he escrito sea CONFESIÓN SINCERA DE
MI FE. Sí, creo con toda mi alma en este Dios, que es nuestro Dios.
El de todos. Bendito sea por siempre.
1º Dios es misericordia

¿No es atrevido tratar de decir quién es nuestro Dios? ¿No es atre-


vido tratar de acercarnos a él y pensar que podemos conocerlo?
¿Quién ha visto a Dios? Ninguno de nosotros lo hemos visto. Si es
así, ¿cómo decir quién es él? Por eso al comienzo de estas breves
páginas nos situamos en humildad ante el intento que queremos
conseguir. Porque a pesar de que es un atrevimiento queremos no
obstante saber quién es nuestro Dios. Es tan importante para noso-
tros que no deseamos dejar de intentarlo. Por eso a lo largo de estas
páginas el suelo que las sustenta es la humildad de corazón, la hu-
mildad de sentimientos, la humildad de la vida entera. Sólo desde
la humildad podemos empeñarnos en nuestro intento.
Efectivamente, nadie de nosotros, los humanos ha visto a Dios. Pero
sí que lo ha visto el Señor Jesús. Él es el Hijo amado, el que ha exis-
tido desde siempre con el Padre y el Espíritu. Y viniendo a nosotros
nos ha hablado del Padre, nos lo ha comunicado, lo que él ha visto
eso nos lo ha contado a nosotros. Dice Juan: “A Dios nadie lo ha vis-
to jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien
lo ha explicado”. Por eso tenemos una fuente de la que beber, un
apoyo para llegar al Padre. Jesús a lo largo de su vida nos ha ido ma-
nifestando al Padre, “Yo y el Padre somos uno” nos dijo. Conocerle a
él es conocer al Padre, acercarnos a él es acercarnos al Padre, amarle
a él es amar al Padre. Por eso le dijo a uno de los suyos, “¿No crees
que el Padre está en mí y yo en el Padre?”; por eso él es el camino, la
verdad y la vida. Sí, el camino para conocer al Padre. Y a él tendre-
mos que acudir constantemente al tratar de saber quién es el Padre.
Por otra parte en Dios todo es uno. Le podemos aplicar diversos ape-
lativos que son distintas maneras de acercarnos a él. Pero todos esos
10 Miguel Ángel Asiain

apelativos son uno sólo en Dios porque en él todo es uno. Por eso al
hablar de los distintos apelativos, sin querer repetiremos cosas por-
que Dios es al mismo tiempo cada uno de los aspectos bajo los cuales
queremos acercarnos a él. No importa repetirnos, será señal de que
estamos hablando del Dios uno y único que se nos acerca de distintas
maneras desde nuestra visión, pero una y única desde lo que él es.
Pues bien, al tratar de decir quién es Dios, la primera forma de ex-
presarlo es diciendo que Dios es misericordia. Porque si algo se tras-
luce de todo lo que Jesús nos ha dicho es precisamente la miseri-
cordia del Padre. ¿Es que no es misericordia que nos haya enviado
a su Hijo? ¿No es misericordia que nos lo haya entregado hasta la
muerte? ¿No es misericordia que haya hecho todo eso por nosotros
que somos pecadores y que no nos merecemos nada? ¿A quién se
le ocurre la locura de enviar al propio Hijo, además que era Dios de
Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, enviarlo, digo,
para que se hiciese hombre como nosotros, para que viviese con
nosotros, para que se encarnara ya para siempre, para que aun yén-
dose se quedara al mismo tiempo con nosotros? En su Hijo como
en nadie Dios se ha manifestado misericordia. Por eso si queremos
saber cómo Dios es misericordia, miremos cómo Jesús es miseri-
cordia y cómo durante toda su vida fue misericordioso con todos.
Cirilo de Alejandría decía “por la misericordia de Dios fue salvado
todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido”.
El Salterio nos habla con frecuencia de esa misericordia de Dios, pero
hay un salmo, precioso, que nos enseña que toda la historia del Pue-
blo de Dios no fue otra cosa que misericordia de Dios. Es el salmo 135.
Todo el salmo no hace sino repasar la historia del Pueblo de Dios en
breves estrofas en las que la primera parte narra un hecho de esa histo-
ria y en la segunda parte canta que eso no ha sido sino misericordia de
Dios. Veamos algunas estrofas como ejemplo y que nos ayuden a rezar
de corazón muchas veces en nuestra vida todo el salmo cantando la
misericordia de Dios porque también nosotros somos Pueblo suyo:

“Dad gracias al Señor porque es bueno:


Porque es eterna su misericordia.
Sólo él hizo grandes maravillas:
Porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los cielos:
Porque es eterna su misericordia.
¿Quién es nuestro Dios? 11

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:


Porque es eterna su misericordia.
Y sacó a Israel de aquel país:
Porque es eterna su misericordia.
Les dio su tierra en heredad:
Porque es eterna su misericordia.
En nuestra humillación se acordó de nosotros:
Porque es eterna su misericordia.
Y nos libró de nuestros opresores:
Porque es eterna su misericordia”….

Como recitamos el salmo de la misericordia de Dios con su Pueblo,


podemos nosotros de la misma manera recitar el salmo de nuestra
vida, a semejanza de lo que hemos visto. Cada uno lo puede hacer
mirando y recordando su vida y todo lo que ha pasado por ella por-
que todo ha sido gracias a la misericordia de Dios. Por ejemplo, po-
demos recitar algo semejante al salmo citado, pero recorriendo toda
nuestra vida, incluyendo hechos positivos y negativos, porque en
todos ellos se ha manifestado la misericordia de Dios:

“Dad gracias al Señor porque es bueno:


Porque es eterna su misericordia.
Él me dio la vida:
Porque es eterna su misericordia.
Él me dio unos padres que se preocuparon de mí:
Porque es eterna su misericordia.
Él me condujo por el desierto de los malos momentos:
Porque es eterna su misericordia.
Él me libró del mal y las desgracias:
Porque es eterna su misericordia.
Él me perdonó todos mis pecados:
Porque es eterna su misericordia.
Él me justificó en medio del mal:
Porque es eterna su misericordia.
Él conduce constantemente mi vida:
Porque es eterna su misericordia”

Y así podríamos hacer el salmo de nuestra vida y confesar que en


toda ella se ha manifestado la misericordia de Dios. Será un salmo
muy hermoso que podemos recitarlo constantemente en nuestra
vida porque confesamos a Dios teniendo misericordia con nosotros.
12 Miguel Ángel Asiain

Porque Dios es misericordia en todos los momentos de nuestra vida


hemos de acudir a él porque siendo misericordia nos ayudará siem-
pre. En el salterio hay una oración del afligido que acude a Dios y
dice: “Misericordia, Señor, que desfallezco, cura, Señor, mis huesos
dislocados”. Y en la Eucaristía decimos: “Señor, ten misericordia de
nosotros porque hemos pecado contra ti. Muéstranos, Señor, tu mi-
sericordia, y danos tu salvación”.
Si es misericordia ¿cómo no va a perdonar nuestros pecados? Por
eso no nos desesperemos, no caigamos en la aflicción, porque en
todo momento él viene en nuestra ayuda. No podemos dudar de
que El perdona, destruye nuestros pecados, los borra, los limpia
porque su misericordia llega a nosotros como perdón, amor, gracia
y salvación. Quien duda del perdón, duda de su misericordia y eso
sí que es pecado. Si nos sentimos pecadores, y es que lo somos, no
tenemos que hacer otra cosa que lanzarnos en la misericordia de
nuestro Dios. Decía en una ocasión el Papa Francisco: “Nadie puede
ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino
para acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no re-
chaza a nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para
que quienes se sienten tocados por la gracia puedan encontrar la
certeza del perdón”.
También en los momentos de alegría, hay que acceder a la miseri-
cordia de Dios, dándole gracias porque la alegría que tenemos pro-
cede de él, de su misericordia, porque quiere el bien de sus hijos. No
tenemos razón alguna para no estar con paz, con gozo, con alegría,
con esperanza, porque tenemos un Dios que es misericordia.
Y pienso en la muerte. ¿Qué será la muerte? No lo sabemos, sí que
dejamos esta vida, pero digámoslo de otra manera más cierta, mo-
rir es entrar en el misterio de la misericordia de Dios. No sabemos
qué pasa, no sabemos lo que sucede, pero algo es cierto, que entra-
mos en el misterio de la misericordia de Dios. Es decir, nos vamos a
ver envueltos en ese misterio de su misericordia. Por eso no teme-
mos, confiamos, miramos la muerte como un momento de gracia;
es verdad que dejamos muchos seres queridos, muchas cosas, pero
¿qué importa todo eso si entramos en el misterio de la misericordia
de nuestro Dios? Tiene que ser maravilloso entrar en ese misterio
de misericordia, encontrarnos envueltos en él. Eso tiene que dar-
nos paz.
¿Quién es nuestro Dios? 13

Estamos confesando, diciendo que Dios es misericordia, y es cierto


y la Palabra nos ayuda a confesar la verdad de esta afirmación. Pero,
en el fondo, no acabamos de saber nada, porque ¿qué es la mise-
ricordia de Dios? Nos echamos en ella, nos arrojamos en ella por-
que queremos a nuestro Dios, confiamos en él y por medio de Jesús
vemos en los evangelios cómo se manifiesta esa misericordia, pero
pese a todo, afirmamos una realidad, estamos convencidos de ella,
es verdad, pero no acabamos de saber qué es esa misericordia. Y ahí
viene lo hermoso, que nos entregamos con total confianza a un Dios
en el que sabemos que vamos a ser felices, pero que no acabamos
de saber cómo es. Sí, Dios es misericordia, pero ¿qué es la misericor-
dia de nuestro Dios? Eso no lo podemos saber. Y he ahí la paradoja,
Dios es misericordia, nos entregamos confiados plenamente a esa
misericordia, pero en el fondo no conocemos qué es la misericordia
de nuestro Dios.
Esto es un inmenso acto de fe, y lo hacemos de todo corazón. Llega-
rá el momento en que se nos manifestará lo que es esa misericordia
porque la viviremos, y dice la Palabra que lo veremos tal cual es,
que lo veremos cara a cara. Es verdad que incluso estas palabras
encierran un misterio para nosotros, pero nos consuelan, nos dan
fuerzas en los momentos de nuestra vida. Bendito seas, Señor, por
ser misericordia. Desparrama tu misericordia sobre cada uno de
nosotros y ayúdanos a vivirla de corazón.

Examen
– ¿Confías en la misericordia de Dios?
– ¿Te entregas a ella de corazón?
– ¿Es el fundamento de tu vida en los momentos de peligro,
angustia o miedo?
– ¿Miras la muerte con miedo o angustia o con la esperanza
que hemos dicho antes?
– ¿Has tratado de revisar la historia de tu vida viviéndola
desde la misericordia de Dios?
– Pase lo que pase en tu vida, ¿seguirás confiando en esa mi-
sericordia?
14 Miguel Ángel Asiain

Oración

Porque anochece ya,


porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.
Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.
Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo!
2º Dios es amor

¿Cuántas veces muchas personas creyentes se han preguntado


quién es nuestro Dios? Y no sólo ellas, los increyentes cuando ha-
blan con los creyentes o cuando se refieren a su dios hacen la mis-
ma pregunta: ¿quién es vuestro Dios? A nosotros nos viene una res-
puesta que nace de lo más profundo del corazón: nuestro Dios es
amor. Sí, Dios es amor. Es lo que le define maravillosamente, lo que
le identifica mejor que nada, Dios es amor. Y frente a esta respuesta
no podemos oponer nada, la aceptamos porque la vemos como una
verdad total, como algo que no puede ser de otra manera. Cuando
miramos a nuestro Dios, comprendemos que es amor. Cuando lee-
mos las escrituras, vemos que es amor, cuando miramos el universo,
caemos en la cuenta de que es amor. Nada se resiste a esta verdad.
Es cierto que la palabra “amor” ha sido y es muy manoseada. Del amor
se habla de maneras muy diversas y a veces disparatadas. Basta aso-
marse a ciertos medios de comunicación que se refieren a personas
conocidas o a sus relaciones con otras personas, basta escuchar ciertas
canciones, basta sentir lo que mucha gente dice del amor, y entonces
uno comprende que estamos en planos diferentes, en dos ambientes
distintos, en dos situaciones contrapuestas. Dios es amor, pero no ese
amor del que se dicen cosas que no son las que aplicamos a Dios.
Por eso, la primera cosa que proclamamos en este capítulo es que
Dios es amor, pero un amor que nada tiene que ver con el que vie-
ne manoseado por ciertas canciones o viene entendido como cier-
tos comportamientos que nada tienen que ver con nuestro Dios. Y si
decimos que es amor no es que nos lo inventemos, es que nos lo dijo
Juan en sus escritos: “El que no ama no conoce a Dios porque Dios es
amor”. Luego para conocerle como amor hay que amar de verdad. Lo
16 Miguel Ángel Asiain

veremos repetido muchas veces, sólo el que ama a los demás, com-
prende que Dios es amor, sabe que Dios es amor y vive un Dios- amor.
Y eso porque precisamente el amor viene de Dios; si él es amor, él
lo que da es amor y en ese amor podemos amar a los demás. No se
puede separar el amor de Dios del amor a los demás. Lo dice tam-
bién san Juan: “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el
amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios”. Por eso cuando a Jesús le preguntaron cuál era el primer
mandamiento dijo que amar a Dios, pero que el segundo es seme-
jante al primero y que consiste en amar a los demás.
Pero uno puede preguntarse, ¿en qué se ha manifestado que Dios es
amor? Si hacemos una afirmación es justo que la justifiquemos y que
indiquemos por qué la decimos. Pues es el mismo apóstol del amor
quien nos lo dice: “El amor de Dios se hizo visible entre nosotros en
esto: en que envió al mundo a su Hijo único para que nos diera vida”.
Fijémonos si Dios es amor que tomó nada menos que la decisión de
enviar a su Hijo único, que era también Dios como él. ¿Podemos pen-
sar en un amor más grande, podemos pensar en un Dios tan aman-
te que haga nada menos que ese gesto que es ya para siempre y que
consiste en enviar a su Hijo para que se haga carne como nosotros y
que por toda la eternidad sea ya el Dios encarnado? No nos cabe en la
cabeza ese gesto de amor de Dios, y es que Dios tiene que estar loco
de amor para hacer lo que hizo. No podemos imaginar ningún ejem-
plo humano semejante para entender lo que Dios hizo, y que Dios ha-
ciendo eso se manifestó como un Dios que sólo se define como amor.
Además una verdad que aumenta aún más nuestra admiración y es
que el amor existe no porque nosotros hayamos amado a Dios, sino
porque él fue el primero que nos amó a nosotros. Y en ese impul-
so de amor loco envió a su Hijo nada menos que para que muriese
por nuestros pecados. ¿Podemos afirmar algo que indique más su
amor? Afirmamos que fue él el primero que nos amó y por eso pode-
mos nosotros amar, y que manifestó ese amor infinito en la entrega
que hizo de su Hijo nada menos que para que muriese por nuestros
pecados. He ahí una paradoja difícil de comprender, que lo que era
nuestro mayor pecado, la muerte de su Hijo, resulta que lo ha to-
mado Dios para ejercer su amor supremo porque ese pecado lo ha
querido borrar con la muerte de su Hijo y por eso nos lo ha enviado.
¿Quién es nuestro Dios? 17

De lo que hemos dicho se deduce lo que afirma de nuevo san Juan: “Si
Dios nos ha amado tanto, es deber nuestro amarnos unos a otros”. Es
decir que la obligación de amarnos nace nada menos de que hemos
sido amados por Dios. Si él nos ha amado, no podemos responder de
otra manera que amando a los demás. El Dios-amor crea en nosotros
el amor; el Dios que ama, hace que amemos nosotros a los demás; el
Dios que se define por el amor hace que nosotros podamos decir que
somos sus hijos, que estamos envueltos en el amor si de verdad ama-
mos a los demás. Y es que el Dios-amor no es un Dios que permanece
en sí mismo, en las alturas, es un Dios-amor que impulsa a amar a los
demás. Porque Dios es amor, amamos nosotros; porque Dios es amor
no podemos hacer otra cosa que amar también nosotros. Y Juan lo rea-
firma: “Si nos amamos mutuamente, Dios está con nosotros y su amor
está realizado en nosotros; y esta prueba tenemos de que estamos con
él y él con nosotros, que nos ha hecho participar de su Espíritu”.
“Sí, Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios
y Dios con él”. Esta es nuestra alegría que podemos permanecer en
Dios y lo podemos amando a los demás. Nuestro Dios no es un Dios
lejano, ajeno a nuestras vicisitudes, despreocupado de todo lo que
nos pasa o nos pertenece, no, es un Dios cercano a todo lo nuestro, a
nuestras aflicciones, desgracias, desastres, pero también a nuestras
alegrías, felicidad y gozo. Por eso decimos que es amor. No lo sería
si no se preocupara de nosotros; no lo sería si estuviera “en sus co-
sas” sin que le importaran las nuestras; no lo estaría si no sintiera el
sufrimiento y las alegrías de nosotros, sus hijos. Por eso es un Dios-
amor, porque todo le afecta en el sentido que podemos afirmarlo
de Dios. Dios sufre en sus hijos que sufren, Dios lo pasa mal en sus
hijos que son ofendidos, atacados, maltratados y matados.
Porque Dios es amor, en nosotros no debe existir el temor porque en
el amor no existe el temor. “Al contrario, el amor acabado echa fue-
ra el temor, porque el temor anticipa el castigo; en consecuencia,
quien siente temor no está realizado en el amor”.
Definitivamente podemos amar nosotros porque él nos amó prime-
ro. El amor no nace de nosotros, el amor proviene de su amor, nace
de su amor, si él no nos amara, pobres de nosotros, porque no po-
dríamos tampoco nosotros amar.
¿Pero de verdad amamos a Dios? Él es amor, lo hemos repetido has-
ta la saciedad y hemos dicho que su amor antecede al nuestro, pero
18 Miguel Ángel Asiain

de verdad ¿amamos a Dios? Hay una forma de saberlo, cumplien-


do sus mandamientos. “Porque amar a Dios significa cumplir sus
mandamientos”. Y Juan escribiendo a una señora le decía: “Amar
consiste en esto, en proceder según sus mandamientos”.
Pero existe algo que dijo Jesús respecto a este tema que nos llena de
alegría y que nos deja anonadados. Decía: “Igual que el Padre me amó
os he amado yo”. ¿Podemos pensar qué significa semejante afirma-
ción? ¿Cuál es el amor que el Padre siente por su Hijo? Lo vemos en to-
dos los evangelios y tendremos aún en otros capítulos momentos para
reafirmarlo. No podemos ni imaginarnos el amor que tiene el Padre a
su Hijo, el Amado, el Predilecto, el Unigénito, el Enviado. Ese amor es
nada menos que el Espíritu Santo. Así le quiere el Padre al Hijo. Pues
atención a la afirmación de Jesús, de la misma manera nos quiere él a
nosotros. Por lo tanto el Dios-amor a través de Jesús llega a nosotros.
El Dios-amor entra en nuestro corazón, el Dios-amor está con noso-
tros, no estamos desvalidos, dejados solos, abandonados. Y por lo
que pueda suceder en nuestra vida, desgracias, sufrimientos y cosas
semejantes, no podemos pensar que Dios esté lejos de nosotros, que
no se preocupe de nosotros. Si resulta que su amor a través de Jesús
llega a nosotros, por eso el Señor sigue diciendo ”manteneos en ese
amor”. Es su petición, es su deseo, es lo que quiere de nosotros, que
nos mantengamos en ese amor. ¿Y cómo podemos mantenernos en
su amor? Pues cumpliendo sus mandamientos ya que “también yo he
cumplido los mandamientos del Padre y me mantengo en su amor”.
Tenemos que estar contentos por lo que dice Jesús, ya que su pala-
bra es verdad, “el Padre mismo os quiere porque vosotros me que-
réis y creéis que yo salí de junto a Dios”. De nuevo tenemos esta
confirmación, que Dios que es amor es un Dios que nos quiere, y
nos quiere porque nosotros queremos a Jesús y creemos en él.
Como resultado de todo esto no podemos estar desanimados, sino más
bien todo lo contrario: “No estéis agitados; fiaos de Dios y fiaos tam-
bién de mí”. En ese Dios que es amor tenemos que poner nuestra total
confianza, en él tenemos que apoyarnos, en él hemos de abandonar-
nos, porque si es amor, no puede tratarnos sino con amor. Por lo tanto
en los momentos difíciles por los que podemos pasar, en las tentacio-
nes, incluso en las caías que todos tenemos porque somos pecadores,
no tenemos que agobiarnos, tenemos que confiar en Dios y ponernos
en manos de ese Dios que es amor. Esa es nuestra suerte y dicha.
¿Quién es nuestro Dios? 19

Nos dice el Papa Francisco: “Para conocer a ese Dios que es amor
debemos subir por la escalera del amor del prójimo, de las obras de
caridad, de las obras de misericordia que el Señor nos enseñó”.
De ese Dios-amor nos dice Jesús: “El que acepta mis mandamien-
tos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama lo amará
mi Padre y yo también lo amaré”. Y repitiendo la misma idea: “Uno
que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos
vendremos a él y viviremos con él”.
Ese Dios-amor se manifiesta sobre todo en la relación que tiene con
su Hijo, con Jesús. El Maestro habla muchas veces de su relación con
el Padre y cómo el Padre está con él y lo ama. Lo que nos tiene que
animar porque Jesús es nuestro hermano y de otra manera también
el Padre nos ama a nosotros. Veamos algunos casos de esto. “Gracias,
Padre, por haberme escuchado. Yo siempre sé que me escuchas”. Esto
nos tiene que animar a pensar cómo el Padre nos escucha. A veces
creemos que estamos dejados de su mano, pero en Jesús comprende-
mos que siempre él nos escucha. Por eso en todo momento, en toda si-
tuación de dificultad, en toda ocasión de peligro tenemos que acudir
al Dios-amor que por ese amor que nos tiene cuida de nosotros y aten-
derá nuestras peticiones. En otra ocasión: “Lo que mi Padre me ha
dado es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano
de mi Padre”. Estamos en buenas manos, en las manos de un Dios
que ama de corazón a cada uno de sus hijos. No debemos temer pues
al estar en esas manos nada ni nadie podrá separarnos de él pues nos
ponemos en ellas y nos confiamos a ellas. El Dios-amor se revela en su
relación con cada uno de nosotros. Y en otra ocasión dice el apóstol:
“Si Dios fuera vuestro Padre, me querríais, porque yo vine y estoy aquí
de parte de Dios”. Porque queremos a Jesús por eso sabemos que Dios
es nuestro Padre, ese Dios que lo hemos repetido tantas veces que es
un Dios-amor. Porque ama a su Hijo lo ha enviado a nosotros y porque
nosotros amamos a ese Hijo nos unimos al Padre y vivimos con él. Por
medio de Jesús llegamos al Padre que es amor, por eso mismo “negar-
se a honrar al Hijo significa negarse a honrar al Padre”.
Este es pues nuestro Dios. El Dios-amor que por ese amor ha he-
cho cosas impensables por nosotros, nos ama de manera que jamás
podríamos pensar y en Jesús y por medio de él manifiesta cómo
es amor para nosotros. Confiemos en él, pongámonos en sus ma-
nos, confiemos siempre, siempre hay que confiar, porque estando
20 Miguel Ángel Asiain

en esas manos nada malo nos puede pasar. Démosle gracias de todo
corazón. Gracias mi Dios-amor.

Examen
– Examina tu vida, ¿no ves cómo en ella se ha manifestado
de muchas maneras el amor de Dios?
– ¿Confías en el Dios-amor? ¿Crees en él?
– Recuerda en qué hechos de tu vida puedes ver el Dios-amor
para agradecerle de corazón.
– En los problemas, tentaciones, situaciones peligrosas, ¿po-
nes tu vida en las manos del Dios-amor?
– ¿Te diriges al Dios-amor por medio de Jesús ya que él nos
ha revelado precisamente que su Padre es amor?
– Pide perdón por todas las veces que no te has comportado
con el amor que él se merece.
– Abandónate siempre en sus manos y no tengas miedo de lo
que te pueda ocurrir porque estás en esas manos que son
nada menos que las manos del Dios-amor.

Oración
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar, no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y salvación,
De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.
No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.
3º Dios es bondad
Otra manera de responder a la pregunta ¿quién es nuestro Dios? es
afirmando que es bondad. Mejor, es la bondad. Que todo lo bueno
está en él y que nada de malo existe en él. Siempre aparece la pre-
gunta de cómo lo sabemos. Porque nadie ha visto a Dios. Y si nadie
lo ha visto nadie nos puede decir quién es y menos mostrárnoslo.
Pero podemos salir de este impasse recordando una ocasión en que
los discípulos están con el Maestro. Jesús les está explicando algu-
nas cosas y en un momento determinado les dice. “Nadie se acerca
al Padre sino por mí; si me conocéis a mí conoceréis también a mi
Padre, aunque ya desde ahora lo conocéis y lo estáis viendo”.
Sin duda los discípulos no entendieron nada. Y Felipe sale al paso en
nombre de todos y de su desconocimiento y le dice: “Señor, mués-
tranos al Padre; con esto nos basta”. Es lo que decimos nosotros,
que alguien nos muestre al Padre, entonces sabremos de verdad si
es bondad como hemos afirmado antes; queremos de verdad saber
si es bondad. Y Jesús, ni corto ni perezoso trata de responder a la
pregunta de Felipe (y a la nuestra) y sin duda de los demás discípu-
los que no han entendido nada de lo que Jesús les ha dicho. Afirma
el Maestro: “Con tanto tiempo como llevo con vosotros ¿todavía no
me conoces, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre, ¿cómo
dices tú ‘preséntanos al Padre’? ¿No crees que yo estoy con el Padre
y el Padre conmigo?”.
Es decir que sí podemos conocer al Padre porque hemos visto lo
que le ha dicho Jesús a Felipe y también recordando lo que dijo en
otra ocasión “el Padre y yo somos uno”. Si queremos saber cómo es
Dios no tenemos sino que acercarnos a ver cómo es Jesús, cómo se
comporta el Maestro, lo que hace y lo que dice. Dios está en Jesús y
22 Miguel Ángel Asiain

Jesús está en Dios; por lo tanto miremos lo que hace Jesús y sabre-
mos cómo es el Padre.
¿Que Dios es bondad? Recordemos aquel pasaje en el que los es-
cribas y saduceos llevan a Jesús una mujer que ha sido cogida en
flagrante adulterio. Le preguntan al Maestro qué hay que hacer con
ella. Ellos bien saben lo que dice la Ley, pero quieren poner en un
aprieto al Señor. Jesús conoce el corazón, la vida de todos los que
están allí. No dice nada. Se inclina y escribe. Los que estaban acu-
sando a la mujer se van yendo, empezando por los más ancianos. Y
entonces Jesús le pregunta a la mujer, “¿alguien te ha condenado?
Nadie, Señor. Tampoco yo lo hago. Vete y no peques más”.
Esta es la bondad de Dios. Ante el pecado de esta mujer, no conde-
na, perdona. No se pone en contra de ella como querían los que la
acusaban, más bien sale de su corazón la bondad inmensa que sien-
te ante una pobre pecadora y perdona. Hemos de tener en cuenta
que cuando nos preguntamos por quién es Dios no es simplemente
ni sobre todo para saber cómo es en sí mismo, lo que nadie puede
saberlo, sino que nos lo preguntamos para saber cómo es con noso-
tros, queremos saber cómo se comporta con nosotros.
Pues bien, ante nuestro pecado, ante el mal que hacemos, ante lo
mal que nos comportamos, a pesar de que tantas veces no le hace-
mos caso sino más bien le ofendemos, él se muestra bondadoso, no
condena, perdona. Esto nos produce una inmensa alegría porque
aunque somos pecadores, porque el pecado está en nuestra vida,
no por eso debemos sentirnos descorazonados, con miedo ante
nuestro Dios, porque sabemos cómo es él con nosotros en esas cir-
cunstancias, él obra perdonando, de su corazón no brota el repro-
che sino todo lo contrario, la bondad de un perdón sin fin. Motivos
tenemos para agradecerle, para sentirnos perdonados constante-
mente en nuestra vida.
Pero ¿no hay que hacer nada para que nos perdone? La mujer no
ha hecho nada, más bien se ha sentido humillada a los pies de Je-
sús donde la han dejado sus acusadores. Pero tenemos otra ocasión
que nos dice lo que debemos hacer. He aquí un hombre tullido que
no puede ni andar. Lo llevan cuatro amigos suyos que saben lo que
Jesús puede hacer. No tienen posibilidad de entrar donde está el
Maestro, una casa pequeña. Esto no les es óbice. Lo suben al tejado,
¿Quién es nuestro Dios? 23

abren un boquete y deslizan la camilla en la que va el tullido. Y Je-


sús, viendo la fe que tenían aquellos hombres le dice al tullido: “Tus
pecados están perdonados”. Y ante la conmoción de los presentes
por las palabras de perdón de Jesús, escandalizados de que haya
dicho semejantes palabras, le dice al tullido: “Ponte en pie, carga
con el catrecillo y márchate a tu casa”.
Aquí aparece un elemento muy importante que podemos ver en
otras curaciones y es la fe en este caso de los cuatro que llevan al
tullido. Lo veremos más claramente en otras ocasiones. Jesús hace
lo que quiere, lo que le brota del corazón, pero a veces espera la fe
del que va a ser curado, y dice que es esa fe la que le ha salvado.
¿Qué hemos de hacer nosotros? Pues tener fe. Fe en Jesús, fe en que
él puede hacer lo que le pedimos, fe en que lo importante es creer
en él, fe en que poniéndonos en sus manos él obrará según la fe que
tenemos. La fe es lo que ha de guiar nuestra vida en todo momento,
la fe es lo que ha de estar presente ante el Maestro. El Padre Dios,
bondad suma, está presente en las acciones de Jesús. Por eso por-
que vemos que Jesús es bondad, el Padre es bondad. Son la misma
cosa los dos. Sabemos, pues, quién es nuestro Dios, bondad suma,
bondad que está cerca de quien tiene fe en Jesús.
La fe ha de ir unida a la confianza. Otro caso. Jesús está en la pisci-
na de Siloé. Hay muchos enfermos. El Maestro se da cuenta de que
uno de ellos lleva mucho tiempo inválido. Se mueve con dificultad.
Cuando el agua se agita, otros van más aprisa que él, se zambullen en
la piscina y quedan curados y él debe esperar otra ocasión. Jesús do-
lorido por el dolor de tantos años de enfermedad del inválido, le dice
simplemente que tome la camilla y se vaya. El enfermo confía en
que así será porque no pone ningún reparo, no duda, confía en la pa-
labra de ese Rabí, y entonces se levanta, coge la camilla, echa a andar
y se va. Está curado. ¿Qué ha puesto el enfermo? Pues la confianza,
que es fe, en el Rabí que le ha mandado que coja la camilla y se vaya.
No hay como confiar en la palabra de Jesús. Ahí de nuevo se ma-
nifiesta la bondad de Jesús y por lo tanto de Dios. Su corazón se
conmueve por el dolor del enfermo que está malo desde hace tantos
años. Le mira y le dice las palabras a las que el enfermo obedece
sin dudar. Algo ha visto en ese Rabí, algo le hace confiar, algo le
dice que sí, que tiene que hacerle caso, y se levanta. Está curado.
24 Miguel Ángel Asiain

Ha merecido la pena hacerle caso, confiar en él. Y es lo que tenemos


que hacer nosotros, confiar en Jesús que es confiar en el Padre-bon-
dad. Apoyarnos en él, ponernos en sus manos, hacer caso a lo que
nos dice por medio de su palabra o nos dice en lo más profundo de
nuestro corazón. Si no hay confianza, no hay fe, y si no hay confian-
za ni fe no hay obediencia a sus palabras, y por lo tanto no hay amor.
Hay veces en que el enfermo se dirige a Jesús pidiéndole que le cure.
Y a veces se lo pide de una manera muy hermosa, como ocurre una
vez con un leproso. Se dirige a Jesús y le dice: “Señor, si quieres pue-
des limpiarme”. ¡Qué hermosa petición! Y el Maestro no se resiste
ante semejante petición hecha de esa manera tan esperanzada. Y le
dice: “Quiero, queda limpio”. Así se manifiesta la bondad de Dios vis-
ta desde la bondad de Jesús. Él no puede negarse a quien le suplica
de esa manera. Ese “si quieres” le gana el corazón. El leproso lo deja a
su voluntad, no le pide de la manera que a veces solemos pedir noso-
tros, como exigiendo. Ese “si quieres” es dejar todo en las manos del
Señor, es abandonarlo todo en su querer; él aceptará lo que el Maes-
tro haga y humildemente se contentará. Así hemos de comportarnos
con Dios, pedirle pero de la manera que ha hecho el enfermo, “si quie-
res”, y decir siempre esto aunque le pidamos insistentemente. ¿Cómo
no va a querer, cómo va a resistirse ante semejante “si quieres”?
Así es como debemos pedir nosotros. No como si impusiéramos al
Señor algo, no como si tuviéramos derechos ante él, no como si no
tuviera otro remedio que concedérnoslo; no, lo que él quiera, como
lo quiera y cuando lo quiera. Así debe ser nuestra petición. Dios se
dejará ganar por la forma de pedir, porque qué más quiere él que
darnos todo lo bueno a nosotros. Él es la bondad, la suma bondad,
y esa bondad se manifestará una vez más en la concesión de lo que
pedimos como ocurre en esta ocasión con el leproso.
Pero siempre debemos sentirnos indignos de que el Señor nos con-
ceda lo que le pedimos. Si así ocurre, él accederá y se hará lo que le
suplicamos. Siempre que él vea que nuestra actitud es como la de
un capitán que aparece en los relatos de Mateo. Primero no llega
a ser una petición, sino una manifestación: “Señor, mi criado está
echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente”. Ante esta
manifestación Jesús accede a curarlo y le dice: “Voy a curarlo”. Y
aquí viene lo que admira completamente a Jesús que va a llegar a
decir: “En ningún israelita he encontrado tanta fe”. ¿Qué ha dicho
¿Quién es nuestro Dios? 25

el capitán para que Jesús diga esas palabras? Le ha dicho: “Señor, yo


no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra
tuya para que mi criado se cure”. Es confesar que cree que el Señor
puede hacer la curación desde lejos porque es él el que cura sin ne-
cesidad de presencia. Y de hecho al final le dice el Maestro: “Vete;
como has tenido fe, que se te cumpla”.
Las palabras del capitán las repetimos constantemente en la misa,
en el momento de la comunión, pero ¿las decimos de corazón?
¿Creemos que una palabra suya puede curarnos? ¿O son palabras
que acostumbramos a decir sin nada que las sustente? Dios- bondad
puede curarnos de las enfermedades de nuestro corazón si tenemos
la fe del capitán y confiamos plenamente de que puede hacerlo con
una sola palabra de su Hijo que es también palabra suya.
Pero en ocasiones Jesús pregunta si los que piden una curación tie-
nen fe para recibirla. Eso ocurre con dos ciegos que le gritan con
todas sus fuerzas: “Ten compasión de nosotros, Hijo de David”. Si-
guen caminando hasta casa y ellos van detrás sin desanimarse. Y
llegando el Maestro les pregunta: “¿Tenéis fe en que puedo hacer
eso?” Ellos contestan: “Sí, Señor”. Y Jesús hace un acto que apenas
aparece en los evangelios que lo haga, sólo en alguna ocasión. ¿Qué
hace Jesús? Les toca los ojos y al mismo tiempo dice: “Según la fe
que tenéis que se cumpla”. Se cumplirá, pero según la fe que tienen.
Vemos de nuevo cómo aparece la fe. Hemos visto la fe que el Señor
nota en una persona sin que ésta diga nada; la fe de quien le pide
algo pero sin intentar que vaya a su casa; la fe que pide que mani-
fiesten los que van a ser curados. Siempre la fe.
Pero un hecho hermoso es el de la persona que tiene fe pero está
convencida de que no hace falta decirle nada al Maestro. Está en-
ferma. Ha pasado por muchos médicos. Ha gastado cuanto tenía,
todos sus ahorros. Pero conoce la bondad de Jesús. Sabe el bien que
está haciendo en tantas personas que lo necesitan. Ella no se atreve
a presentarse ante él. No quiere molestarle. Está convencida de que
sólo con tocar su manto quedará curada. Y entonces, a hurtadillas,
mientras Jesús va con un gran gentío que le estruja, ella se acerca
como puede por detrás y le toca el manto. Está convencida de que
sólo con tocarle el manto quedará curada. Y lo toca. Y enseguida
se siente curada. Era verdad, la fuerza del Rabí es inmensa. Pero
Jesús nota que ha salido fuerza de él y pregunta quién le ha tocado.
26 Miguel Ángel Asiain

Los discípulos no comprenden y le dicen que está apretujado por


la gente, que todos le tocan. Jesús no se conforma. Y entonces la
mujer dándose cuenta de lo que ha pasado, se adelanta y confiesa
lo que le ha ocurrido. Y es Jesús, la bondad de un amor que mira
con cariño a los que confían en él, quien le dice que queda curada.
Así hemos de comportarnos nosotros. Saber que con sólo estar con
él, a solas o con otros, pero manteniendo nuestro corazón y con-
fianza en él, puede curarnos. Sólo hace falta eso, la confianza y la fe
de que él puede todo, de que es bondadoso, de que se da a los que
le quieren de verdad, aunque es cierto también que quiere a todos.
Pero obra de una manera especial con los que como la mujer de los
flujos se comportan como ella.
Pues bien, este es el Dios de bondad, el Dios que quiere a sus hijos,
el Dios que se da a todos de una manera impensable, el Dios que
en su Hijo Jesús y por medio de él se entrega a los que tienen el
corazón abierto a su mirada de amor y compasión. Nuestro Dios sí
es un Dios de bondad. Pero una bondad que se desparrama sobre
todos nosotros, sus hijos, sean quienes sean. Dios no hace distincio-
nes, para él todos son hijos a los que quiere y no hace las distincio-
nes que hacemos nosotros los humanos por razón social, cultural
o de religión. Pongámonos en sus manos y caminemos confiados
a lo largo de nuestra vida, él siempre está con nosotros, nunca se
aparta, siempre dispuesto a echar una mano. Pero nosotros, ¿qué?
¿Somos como las personas que hemos visto en estas páginas? ¿Nos
comportamos como ellas? ¿Tenemos la misma fe, confianza y dis-
posición de corazón? Que nuestro Dios-bondad nos dé todo lo que
necesitamos para comportarnos como él quiere.

Examen
– ¿Confías de verdad en la bondad de Dios?
– ¿En qué hechos de tu vida descubres que se ha manifesta-
do esa bondad?
– ¿Te relacionas con Dios con fe, dejando todo en sus manos?
– ¿Cuándo algo no te va bien o te sale mal, tienes la confian-
za de pensar que Dios no te ha abandonado sino que sigue
estando contigo en medio de la adversidad?
¿Quién es nuestro Dios? 27

– ¿Al Dios-bondad le respondes teniendo bondad con los de-


más, no importa cómo se comporten contigo? ¿Le agrade-
ces toda la bondad que ha tenido contigo a lo largo de toda
tu vida?

Oración
Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo veamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión, sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces –siempre, siempre-, entonces
seremos bien lo que seremos.
Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo.
4º Dios es perdón

Cuando tratamos de manifestar quién es Dios para nosotros, acudi-


mos a Jesús porque como nadie le ha conocido, tomamos la afirma-
ción de Juan al final de su primer capítulo en la que dice que el Hijo
nos lo ha explicado. Pero puede nacer una duda. Juan hace teología;
su evangelio fue escrito muy tarde. Su afirmación sobre el Hijo ¿no
será fruto de su teología? ¡Pues no!, porque tenemos también al me-
nos otro lugar en el que se afirma lo siguiente: “Mi Padre me lo ha en-
señado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Así lo dice Mateo.
Por lo tanto es justo que acudamos a Jesús cuando nos preguntamos
sobre Dios porque el Hijo lo conoce y lo revela; y lo ha revelado a lo
largo de su vida con sus palabras y con su comportamiento.
Por tanto apoyándonos en Jesús y en que él nos revela al Padre vea-
mos cómo Dios es perdón. Quizás el caso más llamativo fue el que
se dio con el mismo Pedro. Él se había mostrado muy fuerte cuando
Jesús le dijo que le renegaría; él, que no. Podían renegarle todos los
demás, pero él, no. ¡Menudo era él, Pedro! Y a las pocas horas bastan
las palabras de unas criadas del sumo sacerdote y unos hombres
que estaban calentándose esperando a ver qué pasaba con el preso
para que Pedro reniegue de su Maestro. ¡Él no lo conoce! Que no,
que no lo conoce. Y lo dirá con fuerza: “No conozco a ese hombre”.
Además con esa palabra que parece un poco despectiva “ese” hom-
bre. Dice Lucas que “El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pe-
dro, y Pedro se acordó” de las palabras que le había dicho el Maestro
en la última cena, y “saliendo fuera, lloró amargamente”.
He ahí el pecado de Pedro, tanto más grande cuanto que era el dis-
cípulo que había sido elegido por el Señor para ser el jefe del grupo
30 Miguel Ángel Asiain

de los doce, tanto más grande cuanto que había sido la negación de
quien le amaba como se lo había manifestado en tantas ocasiones y
de quien le había predicho lo que iba a suceder y él había afirmado
rotundamente que eso no ocurriría. Pero Jesús no le rechaza. ¿Qué
hace? Le mira como diciéndole ‘qué has hecho’, y en la mirada está
el perdón que es lo que le hace llorar a Pedro amargamente. Y Pedro
será ya en delante de otra manera. Casi diríamos que menos mal
que lo renegó, si no dado el carácter de Pedro, ¿cómo se habría com-
portado después de la resurrección?
Por eso tenemos que acudir al pasaje de Juan después de la resu-
rrección del Señor. Recordemos las tres veces que le pregunta si le
quiere, y las tres veces que Pedro, con humildad, responde que sí,
que el Señor lo sabe todo, que él sabe que le quiere. Pero Juan afir-
ma que a Pedro le dolió que por tres veces se lo preguntara y es que
por tres veces él le había negado. Jesús no le ha recriminado, le ha
perdonado e incluso le provoca para que profese su amor por él.
Pues bien, así es Dios. Dios no recrimina cuando uno peca, cuan-
do uno hace el mal. Él perdona, pero lo que tenemos que hacer
nosotros es lo que hizo Pedro, llorar amargamente porque hemos
ofendido a quien tanto amor nos ha manifestado y ha tenido por
nosotros. Luego tendremos que manifestarle nuestro amor, pero ya
desde la humildad de quien sabe lo que ha hecho y el mal que ha
cometido. Dios es siempre perdón, Dios siempre ayuda a dar el paso
del arrepentimiento, Dios, que nos quiere de verdad, será siempre
nuestra ayuda en esas ocasiones.
Pero se le puede ofender de muchas maneras. Hemos hablado de
Pedro, ¿y los demás discípulos, qué? Huyen, dejan sólo al Maestro.
Es cierto que él antes ya les ha prevenido lo que va a suceder, “Si me
buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Y los discípulos huyen. No se apiadan
de lo que le está sucediendo al Maestro, que tanto les ha amado y les
ama; lo dejan y se van, se esconden como si nada tuvieran que ver
con él. Después Jesús resucitado no les reprochará nada, no les dirá
por qué le dejaron sólo, nada de eso. Se les aparecerá, hará lo posi-
ble para que vayan creyendo, los reunirá en el cenáculo y esperará
una semana a que estén todos, incluso Tomás, y entonces cuando
los tenga a todos les dará lo que tiene, soplará sobre ellos y les dirá:
“Recibid el Espíritu Santo”, el Espíritu de amor. Con un gran don:
“A quiénes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a
¿Quién es nuestro Dios? 31

quienes se los imputéis, les quedarán imputados”. Otra vez el per-


dón. Otra vez el amor, con el gran don del Espíritu y la posibilidad
de poder también perdonar ellos los pecados.
Por lo tanto nosotros, hayan sido los que hayan sido los pecados
que hayamos cometido, hemos de confiar en el perdón de Dios. Él
es perdón y no puede obrar de otra manera que perdonando por-
que es lo que le nace de su corazón, lleno de amor. Olvidará nues-
tro pasado pecador, no se referirá nunca a lo que hicimos porque él
ha perdonado todo si de verdad hemos llorado amargamente. Pero,
atención con lo que pasa con Pedro, primero estuvo el perdón –le
miró a Pedro cuando lo negó- y después vino el arrepentimiento.
Dios perdona antes incluso de que le pidamos perdón, pero enton-
ces con mayor razón hemos de pedir ese perdón que nace de su mi-
rada, de su amor. Nos arrepentimos porque perdona, parece una
cosa muy rara pero es que en Dios todo parece raro. Él es así. Él no
se rige por nuestras normas. Él supera lo que nosotros no acabamos
de entender. Ese es nuestro Dios, el Dios del perdón.
Otro caso maravilloso. Dicen los evangelios que de la Magdalena le
había echado siete demonios. Ya tenemos, primero el perdón. Jesús
perdona a esa mujer. Y ¿cómo obra ella? Si es la Magdalena la mujer
que le unge en Betania – no se dice- vemos el mucho amor que esa
mujer le manifiesta. Lleva un frasco de perfume de mucho precio y
lo derrama sobre la cabeza de Jesús. Los discípulos se indignan, les
parece un derroche. Jesús la defiende. Le unge en vistas de su sepul-
tura. ¿No tenían que haberse alegrado los discípulos viendo el amor
que manifestaba esa mujer por el Maestro? ¿No les había manifesta-
do Jesús mucho amor a ellos? ¡Qué raquíticos se manifiestan! ¿No se
merecía el Maestro lo que ha hecho esa mujer? Y si esa no es la Mag-
dalena, sí que es la que va muy de mañana el día de la resurrección
en busca del cadáver del Señor para ungirlo y cuidarlo. Otra vez el
amor como respuesta al perdón. Siempre es así, no es lo primero el
arrepentimiento y después el perdón; es primero el perdón y de ahí
nace el arrepentimiento. Algo que nos es difícil de entender y que
hemos de pensar muchas veces. Hemos de preguntarnos si es que
nosotros no hemos notado el amor de Jesús que nos perdonaba y en
consecuencia nos ha nacido el pedirle perdón. Recordemos que los
confesionarios estaban en las iglesias antes de nacer nosotros. Es
como decir que el perdón estaba ya antes de nuestro pecado.
32 Miguel Ángel Asiain

Pero si Dios se comporta así con nosotros, nosotros debemos com-


portarnos de la misma manera con los demás. Y es lo que nos ense-
ña Jesús. No acepta la venganza, sino que pide el perdón. Si alguien
te ha ofendido no te vengues, más bien ofrécele tu perdón. Recorde-
mos el dicho que Jesús indica a los suyos: “Habéis oído lo mandado:
‘Ojo por ojo, diente por siente’. Pues yo os digo: No hagáis frente al
que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla dere-
cha, vuélvele tú también la otra….”. Es la forma como quiere que
nos comportemos. También hemos de imitar al Padre concediendo
el perdón a quien nos ha ofendido, como el Padre nos lo ha conce-
dido a nosotros que le hemos ofendido.
Dios no hace acepción de personas, no se comporta con los buenos
de una manera y de otra con los malos, lo que da, lo da para todos
porque todos son sus hijos y como a tales les hace siempre el bien.
Y es de nuevo Jesús quien nos pone como ejemplo a su Padre para
que nosotros nos comportemos de la misma manera. “Habéis oído
lo mandado: ‘Amarás a tu prójimo’… y odiarás a tu enemigo. Pues
yo os digo: ‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os per-
siguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su
sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos”.
Aquí tenemos cómo el Padre de los cielos, el Dios del perdón, no
hace acepción de personas sino que trata de la misma manera a los
amigos y enemigos, a los justos e injustos. Dios no trata de manera
distinta a unos y otros, todos son para él hijos amados. Por eso si no
perdonara a los malos e injustos no les mandaría el sol y la lluvia.
Es una manera de decir de Jesús de cómo el Padre ama a todos, por
eso no se opone a quienes pueden obrar mal. Él perdona a todos y
a todos ama.
Esto es lo que nos manda a nosotros. Tenemos que perdonar a todos,
no hacer acepción de personas. Es verdad que podemos tener ami-
gos y otros que no lo son, pero eso no significa que sean enemigos
nuestros. Por eso debemos portarnos bien con ellos, con todos. El
Dios del perdón nos enseña a nosotros a perdonar; el Dios que trata
a todos por igual, nos anima a tratar también nosotros a todos por
igual. Aunque nos hayan ofendido o nos hayan hecho algún mal.
Por eso mismo, en otro pasaje nos dirá el Señor que no debemos
juzgar porque vamos a ser juzgados como juzguemos a los demás.
Si deseamos que Dios nos perdone, debemos perdonar nosotros. Si
¿Quién es nuestro Dios? 33

queremos que Dios nos siga mirando con amor, debemos nosotros
amar a los demás. Es muy importante esto, que seremos juzgados
como juzguemos nosotros a los demás.
Ese perdón de Dios se manifiesta también en que Jesús llama a se-
guirle no sólo a los buenos, sino a los que quiere, no importa lo que
sean. Lo vemos en la vocación de Leví. Era recaudador de impues-
tos, pecador para los de su tiempo. Está sentado al mostrador de los
impuestos, y Jesús simplemente le dirige la palabra igual que a Pe-
dro y a los primeros discípulos que eran personas sencillas, simples
y buenas. Le dice “Sígueme”. No importa que sea tenido por peca-
dor, no importa la profesión a la que se dedique, el Maestro no tiene
en cuenta esto, él llama a quien quiere. Y Leví se levanta y le sigue.
Esto nos enseña que no debemos tener en menos a las personas que
creemos que son pecadoras. En primer lugar porque también noso-
tros lo somos, y en segundo lugar porque ¿quién conoce el corazón
de las personas? Sólo Dios y él obra según su querer.
En diversas ocasiones directamente el Maestro perdona los peca-
dos de personas que acuden a él o que él las encuentra. Recordemos
el caso del paralítico al que habían descolgado en una casa desde el
techo. ¿Qué dice Jesús? “Hijo, se te perdonan los pecados”, así, sin
más. Sin duda el Maestro conoce la fe que tiene esa persona y los
que le acompañan, pero lo han traído simplemente para que le cure
el cuerpo y Jesús hace mucho más, le cura el espíritu, le perdona los
pecados. Y esto ¿por qué? Lo dirá el Maestro en otra ocasión cuan-
do le acusan de que come con pecadores y descreídos, entonces él
responde: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. He ahí a qué ha
venido Jesús, a qué le ha mandado el Padre a este mundo, a llamar a
los pecadores, es decir a perdonar a los pecadores, a estar con ellos,
a traerles la esperanza a sus vidas. Ellos muchas veces no lo saben,
pero es Jesús quien lo sabe. Para eso le ha mandado el Padre, para
que perdone los pecados. Incluso llegará a morir para el perdón del
pecado del mundo. Es algo que nos supera. Podemos ver el amor de
Dios, la manera de ser de Dios que envía nada menos que a su Hijo
al mundo para que perdone pecados, para que muera en remisión
de los pecados de todos los hombres. ¿No es ese un Dios de perdón?
¿Quién hubiera hecho semejante cosa? ¿No es este Dios un Dios in-
comprensible por la locura de su amor? No le comprenderemos, a
34 Miguel Ángel Asiain

Dios no se le puede comprender nunca, lo que hay que hacer es sim-


plemente y sólo aceptarlo. Y obrar nosotros de manera semejante a
como él obra. Nosotros tenemos que perdonar si en alguna ocasión
se nos ha ofendido; nosotros tenemos que portarnos bien incluso
con aquellos que se han portado mal con nosotros.
La manera como tenemos que comportarnos aparece maravillosa-
mente cuando Jesús se dirige a un fariseo que le está juzgando en
su corazón porque se deja tocar por una pecadora. Y el Maestro le
hace a Simón una pregunta, sobre un prestamista que perdona a
dos personas a una que le debía poco y a otra que le debía mucho.
Y le dice, ¿quién le estará más agradecido? Simón le contesta bien,
aquella a quien más perdonó. Y esta repuesta le ayuda a Jesús a de-
fender a la pecadora por todo lo que acaba de hacer con él, cosa
que no ha hecho Simón. He aquí de nuevo el perdón de Jesús. No
le importa que le toque los pies una pecadora, no le importa que
se los seque con sus cabellos, ella que ha derramado un frasco de
perfume sobre su cabeza. Jesús no juzga a la pecadora, le perdona,
y la pecadora ama mucho porque se siente perdonada. Así tenemos
que comportarnos nosotros, hemos de perdonar sin juzgar, no nos
debe importar que la gente diga de alguien que es pecador, que se
comporta mal. Lógicamente debemos evitar que alguien haga mal
a otras personas, pero hemos de aceptar a las personas sean como
sean, ayudándolas a obrar de otra manera.
Finalmente, hay una parábola hermosísima. La del señor que tiene
un gran deudor que tiene que pagarle y no tiene con qué. Le debe
mucho. Entonces cuando el señor dice que le metan en la cárcel has-
ta que le pague todo, el deudor le suplica encarecidamente que es-
pere que todo se lo pagará. Compadecido el señor, le perdona toda la
deuda. El deudor sale de la presencia de su señor y se encuentra con
otra persona que le debe muy poco, y aunque esta persona le dirige
las mismas palabras que él había dicho a su señor, no le hace caso
y lo mete en la cárcel. Los compañeros al ver semejante comporta-
miento se lo comunican al señor y entonces éste lo llama, le repren-
de y le dice que debía haber perdonado como él había sido perdo-
nado, mucho más dado que la diferencia de deuda era tan inmensa.
Esto lo podemos aplicar a nuestra vida, a nuestro comportamiento.
El Dios-perdón nos ha perdonado todo en la vida. Ha olvidado lo
que le debíamos. Ha pasado por alto nuestros muchos pecados. No
¿Quién es nuestro Dios? 35

nos ha metido en la cárcel hasta que pagáramos nuestras deudas,


cosa que sería imposible. Entonces él ha sido tan bondadoso que
nos ha perdonado todo. ¿Cómo obramos nosotros con los demás?
¿Hemos perdonado todo en la vida? ¿Hay todavía rencor por algún
hecho que nos ha sucedido? ¿Todavía sentimos resquemor por lo
que nos hicieron en una ocasión? ¿Hemos sido incapaces de perdo-
nar como nosotros hemos sido perdonados? He ahí una realidad a
examinar en nuestra vida. Que imitemos al Dios-perdón, que siga-
mos las pautas que él siguió, que procuremos imitar desde nuestra
pequeñez la gran donación de nuestro Dios: haber sido perdonados
de todo y para siempre.

Examen
– ¿Confías plenamente en el perdón que Dios te ha concedi-
do a lo largo de tu vida?
– ¿Has agradecido todo lo que Dios te ha dado, el perdón, el
amor, la entrega sin pedirte nada a cambio?
– ¿Te has abandonado totalmente a él sin temor por nada de
tu pasado?
– ¿Procuras perdonar a los demás como tú mismo has sido
perdonado?
– ¿Existe en tu vida algún resquemor, alguna cosa que no ha
pasado aún por el perdón, por el olvido?
– ¿Has pedido perdón a aquellas personas que has podido
ofender y con las que te sientes aún en deuda de amor?

Oración

No me mueve, mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
36 Miguel Ángel Asiain

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,


que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
5º Dios es cercanía
¡Cuántas personas niegan la existencia de Dios o si la admiten pien-
san de él que está en el cielo empíreo, en sus cosas, sin preocuparse de
los humanos, que le somos indiferentes y que nada tiene que ver con
nosotros! Muchas otras dicen que Dios no existe porque si existiera y
fuera bueno no permitiría el mal en el mundo, no dejaría que suce-
diesen tantas cosas horrendas, no dejaría que ocurriesen los desas-
tres que suceden o no permitiría los males que unos hombres hacen a
otros. Algunos dicen, si Dios existe, ¿por qué ha permitido que mi hijo
pequeño muera? ¿Si Dios existe por qué me ha llegado a mí esta enfer-
medad grave, con peligro de muerte? Y así podríamos seguir indican-
do lo que tantos dicen por lo que no creen en la existencia de Dios o
de un Dios que se preocupe de los hombres. Dios para estas personas
está lejano, no tiene nada que ver con nosotros, si es que existe.
Pero ¿es que hay mayor cercanía que la que Dios ha tenido con no-
sotros? Ha enviado a su Hijo al mundo para que esté con nosotros
y ese Hijo es uno con el Padre. Se ha acercado tanto que se ha he-
cho hombre en su Hijo, que lo ha enviado para que fuese uno de los
nuestros. Y vemos cómo Jesús llevó una vida semejante a la nuestra
en todo menos en el pecado. ¿Es que esto no es cercanía de Dios?
¿Qué más podía hacer? ¿A quién se le ocurriría que Dios pudiera
comportarse de ese modo? En su Hijo Dios está con nosotros, ¿qué
más queremos? ¿Qué más podíamos pedir? Y quienes se quejan de
sus desgracias y dolores y dicen que eso manifiesta que Dios está le-
jos, ¿qué pueden decir cuando resulta que Dios ha llevado a la cruz
a su propio Hijo? ¿Es que Dios no ha sufrido en su Hijo? ¿Es que
Dios no ha padecido en su Hijo? ¿Es que a Dios no le han sucedido
cosas impensables en su Hijo? No, no podemos decir que tenemos
un Dios lejano, Dios es también cercanía. La mayor cercanía es pre-
38 Miguel Ángel Asiain

cisamente esta de hacerse hombre, uno más como todos nosotros.


En Jesús tenemos la cercanía del Padre. Bien podemos decir por
tanto que Dios es cercanía para el hombre en todos los sucesos de
su vida, ya que él mismo ha sufrido como los hombres. Y durante su
vida, Jesús se acercó a toda clase de hombres, a toda clase de des-
graciados, a todos los que sufrían. Y eso nos lo dicen los evangelios
como vamos a ver en algunos ejemplos, pero para eso bastaría leer
lo que escribieron los evangelistas.
Jesús se acercó a los leprosos. Hombres en aquel tiempo que tenían
que estar separados de toda la gente y si veían a alguien tenían que
gritar para que no se acercaran a ellos. Pues a ellos se acercó Jesús,
no tuvo miedo de su enfermedad. Y los curó. “Señor, si quieres pue-
des limpiarme”. Anda, queda limpio. No se aparta de los leprosos,
les hace el bien que puede, atiende a sus ruegos, no se aparta como
los demás judíos. Esta es la cercanía de Dios con estas personas
desgraciadas.
Nadie es extraño para Dios, nadie está lejano de él. Es cierto que se
eligió un Pueblo, que lo fue cuidando, que le fue enseñando poco
a poco, pero cuando llegó la plenitud de los tiempos ese Pueblo se
agrandó porque a los judíos se les añadieron los gentiles, gracia in-
mensa de Dios. Él quería a todos, él no estaba lejano de nadie. Y
lo muestra el mismo Jesús. Un día se le acerca un capitán que no
era del pueblo judío. Jesús no lo rechaza. Le oye. ¿Qué quería? Que
tenía enfermo un criado, que estaba muy mal y que le pedía que lo
curara. El Maestro no le dice que ha venido sólo para los hijos de
Israel, él sabe que ha venido para todos y que llegará el momento en
que eso se manifestará. Quizás lo que hace él puede ser una señal
de ese futuro. Y sin más le dice que va a curarlo. Y he aquí que el ex-
tranjero muestra más confianza en Jesús que los mismos israelitas:
no es necesario que vaya a su casa, no es digno de eso, con que diga
una palabra se curará, con que lo quiera será suficiente. He aquí
cómo Jesús está cercano también de este extranjero.
¿Qué nos enseña esto? Por una parte que Dios es cercano a toda per-
sona, sea del nuevo Pueblo de Dios que ha comenzado con Jesús, o
pertenezca a otro pueblo porque desconoce el de Jesús. Dios estará
cercano a todos y a todos atenderá. ¿Somos nosotros así? ¿No te-
nemos por peores a los que no pertenecen a nuestro Pueblo? ¿Qué
hemos hecho del Pueblo nacido del costado de Cristo? ¡Cómo sería
¿Quién es nuestro Dios? 39

mejor el mundo si de verdad nosotros los cristianos nos comportá-


ramos como Jesús con los que no son de nuestro Pueblo! Hemos de
estar cercanos de todos y me viene a la mente la Madre Teresa de
Calcuta que se daba a todos, acogía a todos, no preguntaba a qué
religión pertenecían; ella nada más ver la necesidad se acercaba a
todos los necesitados, como lo hacía Jesús. Una religiosa que nos
enseña mucho a todos nosotros: estar cerca de los desprotegidos,
de los que nadie quiere, a los que nadie se acerca.
Jesus se acerca también a los que quiere. Podemos verlo en los discí-
pulos. No han sido ellos los que le han elegido, es él quien los ha ele-
gido de entre todos por puro amor, por puro deseo de su corazón. Y
vivirá con ellos. Le acompañarán día y noche, serán sus compañeros
de camino. Entre ellos había de todo, cada uno era diferente del otro
e incluso al final de la vida del Señor se van a mostrar diferentes en
su comportamiento con el Maestro. Pero él no va a tener en cuenta
esto, simplemente va a estar con ellos, con todos. Le van a ver cómo
es su vida: Venid y ved. Y efectivamente vieron la vida del Maestro y
con él estuvieron hasta el final, a pesar de que conocemos el semifi-
nal, porque el final fue que de nuevo él los reunió y se les acercó sin
reprocharles por el comportamiento que habían tenido con él en los
momentos finales de su vida. Él calla, ama y está con ellos.
Y se acercó a la suegra de Pedro cuando entró un día en su casa y
supo que estaba enferma. Nada, le cogió por la mano y se le fue la
fiebre. Era amiga, era la suegra de su amado discípulo y a ella acu-
dió en cuanto vio la necesidad que tenía. Y es que para acercarnos a
los demás basta ver que tienen alguna necesidad. Dios está siempre
cerca de los necesitados. No podemos decir lo contrario si nos fija-
mos cómo en su Hijo se comporta de esta manera.
¿Y si estaban embrujados, los endemoniados? Pues Jesús también
se les acerca. En una ocasión pasa cerca de un cementerio. Allí vi-
ven unos endemoniados y nadie se atrevía a pasar por aquel cami-
no. Pero Jesús no tiene miedo. Él está para todos. Y sin miedo pasa
por aquel lugar. En este caso gritan contra él, “¿Quién te mete a ti
en esto, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de
tiempo?” Es como para irse, como para alejarse de ellos, así lo haría-
mos nosotros, pero no el Maestro. También para ellos ha venido. En
este caso hará algo que llama la atención, permitir que vayan a una
piara de cerdos y se tiren por un acantilado. Marcos narra lo mismo
40 Miguel Ángel Asiain

con el endemoniado de Gerasa. Vivía en los sepulcros poseído por


un espíritu inmundo. Es potente de manera que muchas veces le
habían sujetado con grillos y cadenas y siempre los había roto, se
había desembarazado de todo. Según le dice al Maestro es “legión”
porque son muchos. Y ocurre lo que hemos narrado de los otros en-
demoniados. Le manda salir de la persona y ésta queda curada.
O si se encuentra con un paralítico, Jesús no deja pasar la ocasión.
Hay un hombre que tiene necesidad y se le acerca. Ve la fe que tiene
y le dice: “Animo, hijo, se te perdonan los pecados”. De nuevo con
el necesitado y no sólo le cura la enfermedad, además le perdona
los pecados. ¿Qué mayor cercanía de Jesús que ésta? ¿Quién puede
decir que Dios no está cerca del hombre, de todos, sobre todo de
los necesitados? Es verdad que en nuestro tiempo no manifesta-
rá en general su cercanía de este modo, pero esto nada quita para
que esté cerca de los necesitados, de los que sufren, de los que no
pueden más, de los que sufren fuertes tentaciones. A veces se les
acercará por medio de alguna persona que les ayudará, otras les
inspirará por dentro, otras les dará la fuerza para resistir por lo que
están pasando, ¡qué sé yo de cuántas maneras se acerca Dios a las
personas necesitadas! Pero de lo que no podemos dudar es que está
cerca de ellas.
¿Y no está cerca de los ciegos cuando estos se le acercan y con hu-
mildad le piden su ayuda, le ruegan que tenga compasión de ellos?
El Maestro les va a pedir si tienen fe en que puede hacer lo que le
piden. Y ellos le confiesan con todo el corazón que sí, que creen.
Jesús se les acerca más, les toca los ojos, y se realiza el milagro, ven
según la fe que tenían. Nunca el Maestro se aparta de quien tiene
alguna necesidad y siempre se acerca a él. Para eso le había enviado
el Padre, y su cercanía a los necesitados es la cercanía del mismo
Dios. Incluso con aquella mujer cananea que va detrás del grupo
de los discípulos y del Maestro rogando por su hija. Hasta los dis-
cípulos se cansan de oírla constantemente. Y entonces dirigiéndo-
se a ella le dice algo que podría alejar a una persona que no tenga
plena confianza. No se puede quitar el pan de los hijos para darlo
a los perros, él ha venido para los hijos de Israel. Cualquier perso-
na ante estas palabras se habría ido desanimada y quizás diciendo
algo en contra de quien así le ha hablado. Pero la mujer responde de
una manera que le gana el corazón al Maestro: efectivamente, así es
¿Quién es nuestro Dios? 41

como tú dices, pero los perritos comen de las migajas que caen de
la mesa de los amos. Y Jesús queda ganado. No se aparta de la mu-
jer, le concede lo que ella pide. He aquí cómo hay que obrar, pedir
con insistencia, constantemente, sin desanimarse, sabiendo que el
Maestro está escuchando y ve lo que hay dentro de nuestro cora-
zón. ¿Quién puede decir después de esto que él está alejado de los
hombres? ¿Quién puede afirmar que Dios no es cercanía de amor,
de salvación, de todo por medio de su Hijo al que ha enviado preci-
samente para que le represente delante de los hombres?
Esta cercanía de Jesús con los necesitados es inmensa, es una cer-
canía con todos. Y los evangelistas a veces resumen en pocas pa-
labras los muchos que acudían al Señor y se ve cómo él les hace
el bien, no se aleja, se les acerca. Por ejemplo Mateo cuenta lo si-
guiente: “Acudió un gran gentío llevándole cojos, ciegos, lisiados,
sordomudos y otros muchos enfermos; los echaban a sus pies y él
los curaba. La gente estaba admirada viendo que los mudos habla-
ban, los lisiados se curaban, los cojos andaban y los ciegos veían, y
alababan al Dios de Israel”. He aquí a Jesús cerca de todos los que
vienen a él; no se va, no se esconde, no se aleja, no dice que está
cansado, que le dejen. No, él ha venido para estar cerca de todos los
que le necesitan y también de los que parecen no necesitarlo. Así
es el Dios-cercanía. Y también Jesús se acercará a los escribas, a los
saduceos, a los fariseos, a todos los que le odian y le van a llevar a
la cruz, y para todos tendrá una palabra de compasión, aunque con
quienes se portan mal recibirán el látigo de sus palabras: “hipócri-
tas” les dirá tantas veces.
En una ocasión se acerca un padre que tiene un hijo epiléptico. Este
hombre cree en Jesús e incluso se pone de rodillas ante él. Le cuen-
ta lo que le pasa al hijo epiléptico y cómo tiene todos los síntomas
de la epilepsia. Entonces Jesús pide que le traigan al niño e increpó
al demonio que salió de él. En aquel momento el niño quedó cura-
do. Le preguntaron los discípulos por qué ellos no habían podido
echarlo y él les respondió: “Porque tenéis poca fe”. Jesús está para
todos, de cualquier enfermedad que tengan. Él se acerca a todos,
de todos tiene compasión, a todos les da lo que necesitan, era el
que manifestaba al Dios-cercanía, al Dios que le había enviado para
que estuviera con los necesitados, con los que le pedían ayuda, no
importara quiénes fueran. Todos eran sus hijos, y el Padre Dios-cer-
42 Miguel Ángel Asiain

canía quería a todos y deseaba que su Hijo ayudara a todos, no se


apartara de ninguno, para eso le había mandado al mundo.
Y hay un pasaje que no podemos menos de narrarlo como lo han
escrito los evangelistas, en este caso Mateo, que es de una delica-
deza inmensa y en el que se ve que Jesús está para todos, pero que
su corazón está con los más pequeños, con los más frágiles, con los
que los demás, y más en aquel tiempo, no hacen caso. Son los niños.
Narra Mateo: “Le acercaron entonces unos niños para que les impu-
siera las manos y rezara por ellos; los discípulos les regañaban, pero
Jesús dijo: ‘Dejad a los niños, no les impidáis que se acerquen a mí:
de los que son como ellos es el Reino de Dios’. Les impuso las manos
y siguió su camino”. ¿Hay algún texto más hermoso que este en el
que vemos la cercanía de Jesús con aquellos que nadie estimaba,
que todos los apartaban, que no significaban absolutamente nada
en aquel mundo?
Y como contraposición me viene a la mente el traidor, Judas el Isca-
riote. Había sido elegido como los demás; había estado junto a Jesús
con los otros, había escuchado sus palabras, había recibido su amor
y su confianza pues guardaba la bolsa del dinero que recibían, le ha-
bía escuchado y visto realizar tantos prodigios, y al final: “¿Cuánto
estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”. Estas palabras hieren
nuestro corazón. ¿Qué pasaría después por el corazón de este hom-
bre? Siempre me pregunto qué pasó por el corazón de Judas cuando
se dio cuenta del mal que había hecho, y tiró los dineros recibidos
y fue y se ahorcó. ¿No confiaba en Jesús que había visto que era
la suma confianza? No tengo palabras, simplemente pienso que él
también entró en el misterio de la misericordia de Dios. Nuestro
Dios sabe lo que pasó y sabe dónde lo tiene. Bendito sea nuestro
Dios-cercanía. No nos alejemos de Dios, no nos apartemos de él, es-
temos siempre con él, que es el Dios-cercanía que nunca nos dejará
solos. Y recordemos lo que tan preciosamente dice Pedro: “Descar-
gad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros”.

Examen
– ¿Te sientes cerca de Dios?
– ¿Lo sientes a él cerca de ti?
¿Quién es nuestro Dios? 43

– ¿Hay algo que alguna vez te ha alejado de Dios? ¿Cómo te


has comportado?
– ¿Confías en que él nunca se apartará de ti?
– ¿Estás cerca de los hermanos, sobre todo de los más nece-
sitados?
– ¿Les ayudas en las necesidades que tienen, en las que tú
puedes ayudarles?
– ¿Atiendes a los que se te acerquen porque quieren algo de
ti y que tú se lo puedes dar?
– En tus necesidades ¿acudes con confianza al Dios-cercanía
pidiéndole ayuda y al mismo tiempo abandonándote a él?

Oración

Este es el camino
para el otro que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él
como debemos;
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.
Aun aquel Hijo de Dios,
para subirnos al cielo,
descendió
a nacer entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.
6º Dios es maestro

El deseo de Dios Padre al enviar a su Hijo al mundo era que instau-


rase el Reinado de Dios. El Padre quería un mundo como lo pensaba
él, un mundo de paz, de justicia, de bienestar, en el que los hombres
se comportaran bien unos con otros y no hubiera litigios, guerras,
oposiciones, injusticias. Era el mundo que él quería. Ese era el rei-
nado de Dios. Un mundo por el que habían luchado los profetas y
los enviados por Dios, pero era algo que no se había logrado. Los
hombres no entendieron el deseo de Dios a través de sus enviados,
y entonces se decide a enviar a su Hijo para que, por fin, él instaure
ese Reinado, ese mundo distinto, ese mundo según sus deseos.
Jesús entonces se pone a predicar ese mundo nuevo, distinto, que
es por eso buena noticia. ¿Cómo no va a ser buena noticia un mun-
do según el querer de Dios? Pero tiene que hacérselo comprender
a la gente. Y ¿cómo lo hace? Por medio de parábolas. ¿Qué es la
parábola? Lo decimos con las palabras de Leon Dufour: “Desde la
Iglesia primitiva se llama parábola a una historia narrada por Jesús
para ilustrar su enseñanza. Las parábolas son entonces una invita-
ción a la atención, pero también un velo que oculta la profundidad
del misterio a los que no pueden o no quieren penetrarlo entera-
mente. Los evangelistas, impresionados por el endurecimiento de
numerosos judíos a propósito del mensaje de Cristo, subrayaron
este hecho al mostrar a Jesús respondiendo a los discípulos con una
cita de Isaías. Sin embargo, junto con estas parábolas emparentadas
con los apocalipsis, las hay más claras que miran a enseñanzas mo-
rales accesibles a todos”.
De hecho después de narrar una parábola añade Jesús: “Quien ten-
ga oídos para oír que oiga. Entonces le preguntaron los discípulos,
46 Miguel Ángel Asiain

¿Qué significa esa parábola? Él respondió: A vosotros se os ha con-


cedido entender los secretos del reinado de Dios; a los demás, sólo
en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan”. (Es-
tas últimas palabras son de Isaías que vienen citadas por todos los
sinópticos, por unos más ampliamente que por otros).
Pues bien, nos referimos a esas historias narradas por Jesús para
manifestar lo que es el reinado de Dios, lo que quería el Dios-maes-
tro, que a los discípulos se las explicaba claramente, y a los demás
por medio de parábolas cuyo significado tenían que profundizar.
Así enseñaba Jesús. A veces es él mismo quien enseña el significado
de las parábolas como vamos a ver ahora en algunas de ellas, pero
para eso escucharemos las mismas palabras que usó Jesús, para
que penetren más profundamente en nuestro corazón.
Una parábola que aparece en todos los sinópticos es la del sembra-
dor que sale a sembrar y echa los granos de semilla en la tierra y
éstos caen en terrenos diversos. ¿Qué quiere enseñar aquí Jesús?
En esta ocasión él mismo indicó el significado de la parábola. Lo
vemos en Mateo: “Escuchad ahora vosotros la parábola del sembra-
dor: Siempre que uno escucha el mensaje del reino y no lo entiende,
viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón; eso es lo sembra-
do en la vereda. Lo sembrado en terreno rocoso es quien escucha el
mensaje y lo acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es
inconstante, y en cuanto surge una dificultad o persecución por el
mensaje, falla. Lo sembrado entre zarzas es quien escucha el men-
saje, pero el agobio de esta vida y la seducción de la riqueza lo aho-
gan y queda estéril. Lo sembrado en tierra buena es quien escucha
el mensaje y lo entiende; ese da fruto y produce en un caso ciento,
en otro sesenta, en otro treinta”.
Otra parábola es la de la cizaña. La expuso Jesús de esta manera:
“Se parece el reinado de Dios a un hombre que sembró semilla bue-
na en su finca; mientras todos dormían llegó su enemigo, sembró
cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando brotaron los tallos y se
formó la espiga apareció también la cizaña. Los obreros fueron a de-
cirle al propietario: Señor, ¿no sembraste en tu finca semilla buena?
¿Cómo entonces que sale cizaña? Les contestó: Es obra de un ene-
migo. Los obreros le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a escar-
darla? Respondió él: No, por si acaso al escardar la cizaña arrancáis
con ella el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Al tiempo de
¿Quién es nuestro Dios? 47

la siega diré a los segadores: Entresacad primero la cizaña y atadla


en gavillas para quemarla; el trigo, almacenadlo en mi granero”.
Los discípulos le piden al Señor que les explique el sentido de la
parábola y lo hace Jesús: “El que siembre la buen semilla es este
Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudada-
nos del reino; la cizaña son los secuaces del Malo; el enemigo que la
siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo; los segadores,
los ángeles. Lo mismo que la cizaña se entresaca y se quema, así
sucederá al fin del mundo; este Hombre enviará a sus ángeles, es-
cardarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arro-
jarán al horno encendido; allí será el llanto y el apretar de dientes.
Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre”.
Así iba Jesús enseñando lo que debe ser el reinado de Dios, es lo que
el Dios-maestro le pedía que enseñara a los hombres.
Les propuso otra parábola: “Se parece el reinado de Dios al grano de
mostaza que un hombre sembró en su campo; siendo la más peque-
ña de las semillas, cuando crece sale por encima de las hortalizas y
se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en
sus ramas”. No la explica el Señor. Pero para nosotros puede signi-
ficar que el reinado de Dios al principio es pequeño; pero pasará el
tiempo, irá creciendo y vendrán personas de todos los lugares y en-
trarán en ese reinado. Y así fue efectivamente, porque el reinado de
Dios predicado por Jesús se fue consolidando y extendiendo poco a
poco hasta el día de hoy, y seguirá creciendo durante toda la histo-
ria porque no acabará hasta que venga el Señor y manifieste al final
de los tiempos la grandeza del árbol que fue una pequeña semilla al
principio. Así se cumplirá el deseo de Dios-maestro, él enseña por
medio de su Hijo que emplea las parábolas.
Otra parábola es la del señor que pasa cuenta con sus empleados. Le
presentan uno que debía millones y como no tiene con qué pagar
manda que lo metan en la cárcel a pesar de la petición del deudor de
que el señor tenga paciencia con él que le pagará todo. El Señor se
compadece y le perdona todo, sin exigirle lo más mínimo. Al salir de
su presencia el deudor se encuentra con un compañero que le debía
algún dinero, y le pide que lo pague. Este segundo deudor le repite
las mismas palabras que el primero había dicho a su señor, pero no
le hace caso y le manda a la cárcel. Los compañeros al ver tamaña
injusticia acuden al señor y le cuentan lo ocurrido. El señor le man-
48 Miguel Ángel Asiain

da llamar y le pregunta por qué no se ha comportado con su deudor


como él se había comportado con él debiéndole mucho más. Y lo
manda a la cárcel hasta que pague todo.
Es el mismo Jesús quien explica la parábola con unas sencillas pala-
bras: “Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de
corazón, cada uno a su hermano”. Esto es lo que nos enseña Jesús, que
nosotros que somos y hemos sido grandes pecadores, cuando hemos
acudido a nuestro Dios pidiendo perdón, él sin más, sin que le dié-
ramos nada nos perdonó todo. Es lo que enseña el Dios-maestro por
medio de Jesús. Misterio de su amor. Por eso mismo nosotros debe-
mos perdonar a quien ha podido ofendernos, cuando su ofensa nada
tiene que ver en comparación con la que nosotros hemos infligido a
nuestro Dios. El reinado de Dios es el reinado de la justicia y del per-
dón. El mundo nuevo ha de estar fundamentado en el perdón de unos
con otros. Sólo así estaremos de acuerdo con lo que Dios quiere, con
el mundo que él desea, con lo que nos enseña por medio de su Hijo.
En otra ocasión Dios por medio de Jesús nos dijo cómo quería que
fuese su reinado. “A ver ¡qué os parece? Un hombre tenía dos hijos.
Se acercó al primero diciéndole: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’.
Le contestó: ‘¡No quiero!’, pero después recapacitó y fue. Se acercó
al segundo y le dijo lo mismo. Ese contestó: “’Por supuesto, señor’”,
pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del padre? Contes-
taron ellos: ‘El primero’. Jesús les dijo: “Os aseguro que los recauda-
dores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el reino
de Dios”. He aquí el significado de la parábola y cómo Dios-maestro
se complace de los pecadores.
También aquí es el mismo Jesús quien nos enseña el significado de
esta parábola. Y es que hay que atender no a las palabras, sino a los
comportamientos. Es cierto que las prostitutas se han comportado
mal, pero después de todo han reconocido lo que son y han acu-
dido a Dios, a Jesús. En cambio los que se creían buenos y que no
necesitaban de nada, no han acudido al Maestro. En nuestra vida a
lo que hemos de atender no son a las palabras que pronunciamos
muchas veces, a lo mejor en medio de la alegría o por quedar bien
o por cualquier otra razón, pero después no hacemos lo que hemos
dicho. Esto no lo quiere el Padre de los cielos. Esto no está de acuer-
do con el deseo de Jesús que expresa la voluntad de su Padre. Por
eso al final de la vida seremos examinados en el amor. Porque los
¿Quién es nuestro Dios? 49

comportamientos son amores, mientras que las palabras muchas


veces no hacen sino engañarnos creyendo que así ya obramos bien.
En otra parábola, la de los viñadores perversos tenemos un resumen
breve de la misma historia de salvación. El señor que plantó una viña
y después de cuidarla escrupulosamente, la arrendó a unos labrado-
res. Llegado el tiempo de la vendimia envía a unos criados para per-
cibir el fruto que ha dado la viña. Pero los labradores a unos los ape-
drearon, a otros los apalearon, a otros los vejaron e incluso a otro lo
mataron. Entonces el dueño de la viña envía a su hijo pensando que
lo respetarán y obtendrá el fruto de la viña. En cambio los labradores
viendo al hijo, se dicen, “Este es el heredero: venga lo matamos y nos
quedamos con su herencia”. Pregunta Jesús ¿qué hará el dueño de la
viña cuando regrese a casa? Y le responden que hará morir de mala
muerte a esos malvados. Y he aquí que el Señor de nuevo explica la
parábola con estas palabras: “Por eso os digo que se os quitará a vo-
sotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus fru-
tos… Al oír sus parábolas los sumos sacerdotes y los fariseos se die-
ron cuenta de que iban por ellos”. Es la historia del Pueblo de Dios: el
Padre envió a los profetas, pero les hicieron lo que dice la parábola,
entonces envía a su Hijo y vemos cómo llegan incluso a llevarlo a la
muerte. Pero se anuncia un nuevo pueblo al que se le dará la viña
y producirá los frutos que tiene que producir. Jesús ya anuncia la
entrada de un nuevo pueblo, que serán los gentiles que se compor-
tarán de otra manera. Así nos enseña Dios-maestro por medio de la
parábola de Jesús lo que va a ocurrir con los actuales poseedores de
la viña y lo que ocurrirá después cuando lleguen los gentiles.
Pero si nos preguntamos por nosotros, ¿de verdad cumplimos la
profecía de Jesús de que los que vengan darán los frutos de la viña?
¿Damos frutos de amor, de paz, de alegría, de buen comportamien-
to? Una vez más Dios es maestro que por medio de su Hijo Jesús nos
enseña lo que ha de ser el reino de Dios y de cómo hay que vivir en
ese reino para no ser echado del mismo.
En una de las ocasiones Jesús contó una parábola muy hermosa
que todos conocemos y que ha sido llamada o bien del “hijo pródi-
go” o bien del “padre bueno”. Conocemos bien las tres figuras que
aparecen en ella, el padre, el hijo mayor y su hermano el hijo menor.
No hace falta recordarla. En ella Jesús nos indica quién es el Padre
y quiénes somos nosotros. Y como dijo él que sus palabras no eran
50 Miguel Ángel Asiain

suyas sino que venían del Padre, es Dios-maestro quien nos enseña
por medio de esta parábola cómo hemos de comportarnos y cómo
Dios se comporta con nosotros. Dios se hace maestro en su Hijo al
explicarnos muy claramente la condición de las tres figuras de la pa-
rábola. El hijo menor somos nosotros, todos nosotros porque todos
nos hemos comportado mal con Dios. Nos hemos apartado de él, le
hemos ofendido. Cada uno conoce su vida y sabe la verdad de lo que
decimos. Nos hemos aprovechado de él, haciendo de su amor que
es lo que él siempre da, un modo de vivir que a él no le agrada, a
él le ofende. Tenemos que reconocernos en este hijo. Por otra parte
tenemos el hijo mayor que también somos cada uno de nosotros por-
que le hemos ofendido comportándonos mal con otras personas que
eran nuestros hermanos. No las hemos amado, a veces les hemos he-
cho mal, hemos criticado de ellas, las hemos juzgado por lo que han
hecho sin darnos cuenta de que nosotros también hemos obrado mal
como hijos mayores. Y aquí viene el comportamiento de cada uno,
el hijo menor reconoce que ha obrado mal y se propone volver a su
padre. Y vuelve. Y ¡qué fiesta hay en la casa del Padre! Lo mejor de lo
mejor para él. Y llega el hijo mayor y se ofende con su padre porque
dice que no se ha comportado como con el hijo menor y le echa en
cara que no ha tenido todo lo que le ha dado a ese hijo menor. Mal
comportamiento, desagradecido y sin comprender que estar con el
Padre era la mayor gracia que podía tener. Y no tiene en cuenta que el
menor es también su hermano. Y en medio de los dos hijos, el padre.
¡Qué padre! Amando con inmenso amor a los dos hijos, a cada uno en
la situación en la que se encuentra. Da una fiesta por el hijo recupe-
rado y le dice al hijo mayor que todo lo suyo también le pertenece a
él. No sabemos si este hijo entró o no en casa como le pedía el padre.
En esta parábola, tan hermosa, vemos lo que somos nosotros y lo que
es nuestro Dios. Él nos lo ha enseñado por medio de Jesús. Tener a
un padre como Dios es la mayor de las gracias que nos puede tocar.
Que hemos sido hijo menor es lo que hemos de reconocer en nuestra
vida. Y no olvidarnos de las muchas veces que hemos sido el hijo ma-
yor sin dejar de ser al mismo tiempo el menor. Gran enseñanza fue la
de Jesús y lo mucho que le tenemos que agradecer que nos contara
esta parábola para decirnos como él sabe decirlo quién es el Padre y
cómo somos nosotros los pobres humanos. Una vez más de esta ma-
nera nos enseña Dios Padre, el Dios-maestro, lo que es él y cómo debe
ser nuestra vida, comprendiendo al mismo tiempo lo que somos.
¿Quién es nuestro Dios? 51

Otra parábola que dijo Jesús es la del rico necio. Consigue una gran
cosecha como jamás la había tenido; no le cabe en los graneros que
posee y piensa construir otros y después darse a la buena vida. Pero
Dios le dijo: “Insensato, esta noche te van a reclamar la vida. Lo que
te has preparado, ¿para quién será?”. Y el mismo Jesús explica el
sentido de la parábola con estas palabras: “Eso le pasa al que amon-
tona riquezas para sí y no es rico en lo que quiere Dios”.
Otras parábolas contó Jesús a la gente. Hemos visto algunas de ellas
y hemos escogido aquellas en las que el mismo Maestro las explica,
algunas veces de manera amplia y otras de forma más escueta. Era
necesario escucharle a él porque él es quien sabe lo que quería decir
con una determinada parábola. Nos enseña lo que quiere decirnos
Dios-maestro. Y en Jesús es el Padre el maestro que nos enseña lo
que debe ser el reino de Dios.
Finalmente nos referimos a otra hermosa parábola en la que Jesús
es protagonista y podemos ver su manera de comportarse con no-
sotros. Dice el Señor: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le
pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca
de la descarriada hasta encontrarla? Cuando la encuentra se la car-
ga a los hombros, muy contento; al llegar a casa reúne a los amigos y
a los vecinos para decirles: ‘He encontrado la oveja que había perdi-
do’”. Y de nuevo Jesús explica esta parábola: “Os digo que lo mismo
pasa en el cielo; da más alegría un pecador que se arrepiente, que
noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.
Este es el amor de Dios, su comportamiento con los pecadores; ve-
mos cómo es el mismo Jesús el que carga con nuestros pecados,
con nuestros descarríos y nos lleva de nuevo al aprisco. Y ¡qué gran
alegría tiene porque ha logrado traer al aprisco la oveja descarriada!
Y cómo nos impresiona lo de que hay más alegría en el cielo por un
pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no
necesitan arrepentirse.
Así nos ha enseñado Dios lo que es su reino, lo que es el reinado que
él quería establecer y de nuevo vemos que se apoya en los necesi-
tados, en los pobres, en los que nosotros despreciaríamos. Él es de
otra manera. Demos gracias por las enseñanzas que nos ha dado
por medio de su Hijo con las parábolas.
52 Miguel Ángel Asiain

Examen
– ¿Qué sientes al escuchar las parábolas de Jesús?
– Haz el esfuerzo de coger los evangelios, encontrar las pará-
bolas y leerlas despacio. Entonces comprenderás lo que es
el reino de Dios y el reinado que él quería instituir en nues-
tro mundo. Comprenderás lo que es Dios-maestro.
– Trata de situarte en cada una de ellas y ponte de manera
que seas tú quien oye de labios de Jesús las parábolas y te
las aplica a ti.
– ¿No sientes el deseo profundo de darle gracias porque es
como es?

Oración

¡Oh llama de amor viva,


que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámpara de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
7º Dios es paz
¿Quién no ha notado más de una vez que Dios le ha dado paz por
dentro? Ha podido ser de diversas maneras o en distintas ocasio-
nes. A veces quizás hablando con una persona que nos ha contado
unos hechos humanos o espirituales que nos han impactado y nos
ha venido la paz por dentro. En otras ocasiones leyendo las escritu-
ras hemos notado que teníamos paz, una paz que nos llenaba el co-
razón. En otras ha sido por ejemplo después de una confesión en la
que de manera especial hemos notado que Dios nos perdonaba y el
corazón se henchía en paz por dentro. Y de tantas otras formas y en
muchas otras ocasiones. Sí, Dios es paz y nosotros lo hemos notado.
En los evangelios no aparece muchas veces la expresión “paz”. Sí
al comienzo de la vida de Jesús y después de la resurrección, de
manera que podemos decir que su vida entera está en paz, porque
se encuentra entre esos dos momentos el comienzo y el final de su
vida. Se le notaba en seguida, era una persona que inspiraba paz,
que vivía en tranquilidad, que nada le turbaba. Vivía en la paz del
Padre. Veremos algunos ejemplos. Pero también podemos notar la
paz de Jesús que viene del Padre Dios en la tranquilidad en que que-
daban aquellos que recibían una gracia suya, el perdón, la curación
o las palabras de Jesús. Y es que él transmitía la paz del Padre. En
una ocasión dijo: “Porque yo no he hablado en nombre mío; no, el
Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que de-
cir y que hablar, y yo sé que este encargo suyo significa vida eterna;
por eso lo que yo hablo lo hablo tal y como me ha dicho el Padre”. Él
hablaba no en su nombre sino en el del Padre y decía lo que le decía
a él el Padre Dios. Así podía transmitir la paz porque era una paz
que venía también del Padre. Su paz era inmensa porque era la que
le concedía el Padre, Dios-paz.
54 Miguel Ángel Asiain

Cuando nace Jesús cuenta Lucas que: “De pronto, en torno al ángel,
apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios dicien-
do: ‘Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que
él tanto quiere’”. Por lo tanto ya desde el primer momento en que
aparece entre los hombres, su madre le ha dado a luz, se canta la
paz que trae a los hombres, una paz que viene del Padre y que se
desparrama sobre todos los hombres porque ya desde ese momen-
to se dice que los quiere de verdad. Es el inicio de una vida en paz,
de una vida que va a dar la paz a los hombres, hombres a los que él
tanto quiere y que lo va a demostrar a lo largo de su vida.
Y cuando está para irse, ha pasado ya el tiempo de su estancia en
este mundo, está con los discípulos en la cena pascual, les está ha-
blando desde el corazón, les va a contar muchas cosas que se van a
imprimir en lo íntimo de los discípulos, estamos en este momento
en las palabras de despedida, se va a ir, los discípulos no lo saben y
van a sufrir mucho, y entonces Jesús les dice: “Paz es mi despedida;
paz os deseo, la mía; y mi manera de deseárosla no es la del mundo.
No estéis agitados ni tengáis miedo, habéis oído lo que os he dicho,
que me voy para volver. Si me amarais, os alegraríais que me vaya
con el Padre, porque el Padre es más que yo”.
El regalo que Jesús les concede en el momento en que está despi-
diéndose de ellos es precisamente la paz. Él la ha recibido del Padre
y él se la da a los suyos. Por eso porque tienen su paz, no tienen ni
que agobiarse, ni que temer, ni que tener miedo. Y es importante de
qué paz se trata, no es la paz del mundo, la suya, la de su Padre, es
distinta y de hecho lo van a notar en los próximos días cuando suce-
da lo que ninguno en ese momento sabe ni espera. La paz de Jesús
tiene que estar en nuestros corazones; y hemos de tener cuidado
de no confundir esa paz con la que existe en el mundo. La suya es
una paz profunda, es una paz que hará que los discípulos no teman
las dificultades por las que van a pasar, es una paz que les tendrá
unidos constantemente a él y de esa manera también con el Padre.
Esta es la paz que recibimos nosotros de Jesús. Él nos la entrega
en los momentos más duros de su vida, cuando está a punto de su-
frir por todos, en ese momento da la paz para que el sufrimiento
que podemos ver en algunas personas o sentir nosotros a lo largo
de la vida no nos agobie, no nos desanime sino que nos manten-
ga firmes en todo momento. Cuando sufrimos o lo pasamos mal,
¿Quién es nuestro Dios? 55

cuando nuestras fuerzas desfallecen, cuando parece que ya no po-


demos más, hemos de recordar las palabras de Jesús que nos han de
mantener firmes, nos han de ayudar, nos han de sostener en lo que
estamos pasando o a punto de pasar.
Un poco más adelante, estamos en la última cena, antes de la precio-
sa oración de Jesús que nos trae Juan, de nuevo les habla Jesús de la
paz. Y lo hace así: “Os he dicho estas cosas (y les ha hablado mucho
hasta ese momento) para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo
tendréis apreturas, pero, ánimo, que yo he vencido al mundo”.
La paz que hemos de tener o que tendremos será gracias a Jesús. Sólo
él da la paz y como hemos visto la suya es el gran regalo; un regalo
que nos enorgullece, que nos da ánimos, que nos ayudará en todo
momento. Demos por eso siempre gracias a Jesús ya que él nos en-
trega la paz que le da el Padre, la paz que ya desde su nacimiento se
cantó en la tierra para todos los hombres a los que Jesús tanto quie-
re. Nunca debemos desanimarnos, ni desesperar, ni echar todo por
tierra, porque siempre tendremos dispuesto a Jesús a concedernos
la paz. Hay que pedírsela porque como él la recibe del Padre que es
paz, él nos la da a notros. Y con esa paz se puede vivir aun en medio
de dificultades y problemas. La paz de Jesús, que es la paz de Dios,
está por encima de cualquier dolor o dificultad que podamos tener.
Vendrá la resurrección. Ha vencido a la muerte, al mal y al pecado.
Vive con la vida de Dios. Se va a encontrar con los suyos pero ellos
no lo saben. Estamos en el día primero de la semana. Y cuenta Juan:
“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los
judíos. Jesús entró, se puso en medio y les dijo: ‘Paz con vosotros’”.
Es el primer saludo que les da. ¿Qué les desea? La paz. Esa paz en
la que vive, esa paz que va a ser ya el don que siempre va a dar. Será
lo que siempre les repetirá. Continúa Juan: “Dicho esto, les enseñó
las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho de ver
al Señor. Jesús les repitió: ‘Paz con vosotros. Como el Padre me ha
enviado os envío yo también. A continuación sopló sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados
les quedan perdonados; a quienes se los imputéis, les quedarán im-
putados’”. Esta es la manera de aparecer Jesús y encontrarse con
sus discípulos. Les desea la paz y les enseña las llagas para que vean
que es él. Y además les otorga el Espíritu Santo.
56 Miguel Ángel Asiain

No basta con eso. Faltaba uno de los discípulos, Tomás. Cuando le


cuentan lo que ha pasado, no les cree. Y es casi insultante: si no veo
las llagas de su mano y no toco con el dedo la señal de los clavos y
palpo con la mano el costado, pues no creo. Jesús va a ser condes-
cendiente con él. De nuevo Juan: “Ocho días después los discípulos
estaban otra vez en casa y Tomás con ellos. Estando atrancadas las
puertas llegó Jesús, se puso en medio y dijo: ‘Paz con vosotros’. Lue-
go se dirigió a Tomás: ‘Aquí están mis manos, acerca el dedo; trae la
mano y pálpame el costado. No seas desconfiado, ten fe. Contestó
Tomás: ‘¡Señor mío y Dios mío!’. Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto
tienes fe? Dichosos los que tienen fe sin haber visto”.
Vemos cómo siempre cuando se presenta Jesús, ofrece la paz. La
paz es la señal de su presencia. Y la paz ha de ser la señal de su pre-
sencia en nuestra vida. Tener paz es el mayor regalo que nos puede
dar. Paz en el corazón, paz en la vida, paz en los comportamientos,
paz en los momentos difíciles de la vida, paz cuando lo estamos pa-
sando mal, paz cuando estamos llenos de alegría, paz cuando he-
mos caído, paz cuando nos ha ayudado a levantarnos. Es la paz de
Dios, es el Dios-paz el que en Jesús está con nosotros.
También alguna vez aparece la palabra “paz” en los labios de Jesús
durante su vida. Por ejemplo con la hemorroísa que se ha curado
simplemente tocando el manto del Maestro. Al verse descubierta
se presenta ante Jesús y le manifiesta lo que ha sucedido, entonces
el Maestro le dice: “Hija tu fe te ha curado; vete en paz”. En otros
casos de curaciones y de fe no aparece en la boca de Jesús la pa-
labra “paz”, pero hay que pensar que lo mismo que le ha dicho a
esta mujer, lo dice en su corazón a todos los que cura porque tienen
fe e incluso a los que sana simplemente porque él quiere. Cuando
nosotros quedamos curados de nuestro mal, de nuestro pecado, de
nuestra indiferencia de algo malo que hemos hecho y nos hemos
arrepentido, hemos de sentir en nuestra vida la palabra de Jesús
que nos desea y da paz. Él la desea a todos y lo manifiesta con unas
personas para que todas las que pasen por situaciones semejantes o
iguales sientan que también a ellas les otorga la paz.
Cuando envía a los suyos a predicar y les da sus instrucciones, entre
ellas les dice lo que sigue: “Cuando entréis en un pueblo o en una
aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su
casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad. Si la casa
¿Quién es nuestro Dios? 57

se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo me-


rece, vuestra paz vuelva a vosotros”. Por lo que se ve Jesús quería
que dieran la paz en todo lugar al que llegaran. Ellos llevaban la
paz y tenían que ofrecerla. Dependía de que esa paz quedara con
las personas a las que se la ofrecían dependiendo de su comporta-
miento. Es lo que nosotros tenemos que hacer, ofrecer siempre la
paz, querer para los demás siempre la paz. Como el Señor nos la da,
nosotros también la ofrecemos a los demás. Y esa paz hará bien o
volverá a nosotros según el comportamiento de la persona a la que
se la ofrecemos. Vemos cómo es la paz lo que Jesús siempre ofrece
y quiere que los suyos la ofrezcan. El Dios-paz por medio de Jesús
viene a nosotros y de nosotros ha de ir a los demás.
Hay un texto que llama la atención. Cuando en Lucas dice el Señor:
“¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Paz, no, división.
Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida;
se dividirán dos contra tres y tres contra dos; padre contra hijo e
hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra
contra la nuera y la nuera contra la suegra”. Podemos interpretar
este dicho como que por Jesús se dividirán los ánimos de las perso-
nas, porque unos lo aceptarán y otros lo rechazarán.
No es que Jesús no traiga la paz, es que unos lo aceptarán y otros
lo rechazarán y en ese sentido en las familias faltará la paz. No es
porque Jesús lo quiera, sino porque así se comportan las personas
ante él. En Mateo Jesus da al mismo pasaje esta explicación: “El que
quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el
que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el
que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
La paz tiene que estar en nuestro corazón debido a lo que nos dice
Juan: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
tengan vida eterna y no perezca ninguna de los que creen en él. Por-
que Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo por él se salve. Al que cree en él no se le juzga; el
que no cree, ya está juzgado, por no haber dado su adhesión al Hijo
único de Dios”.
Jesús siempre cuida de los suyos y les anima en los momentos difí-
ciles; es decir, les ayuda a tener paz, a que no desesperen. Por ejem-
plo en este caso en el lago de Genesaret: “Al atardecer bajaron los
58 Miguel Ángel Asiain

discípulos al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar el lago


rumbo a Cafarnaún. Era ya noche cerrada y todavía Jesús no los
había alcanzado; soplaba además un fuerte viento y el lago se iba
encrespando. Habían remado unos cinco o seis kilómetros cuando
vieron a Jesús que andaba por el lago acercándose a la barca y se
asustaron, pero él les dijo. ‘Soy yo, no tengáis miedo’”. Siempre cui-
dando de los suyos, siempre dándoles paz y serenidad. No han de
tener miedo porque allí está él. Y con él no hay que temer porque
se está en buenas manos. La presencia de Jesús nos ha de ayudar
siempre porque él nos trae la paz del Padre. No lo dudemos Dios es
paz, la paz que siempre nos ha de acompañar en nuestra vida y en
nuestro comportamiento.
Este es el Jesús que da siempre paz, cuando la ofrece explícitamen-
te y cuando es la consecuencia del bien que ha hecho a una perso-
na. Lo hemos visto en la hemorroísa y podemos decirlo de todos
los que curó en su vida. Curaciones que hemos visto en capítulos
anteriores y que no volvemos a repetir. Fruto de esas curaciones fue
al mismo tiempo la curación y la paz que tuvieron que sentir las
personas curadas por el bien que les había hecho el Maestro. Es im-
portante no olvidar en la vida esto que es verdad, que el Dios de la
paz nos entrega su paz por medio de su Hijo. Vivimos en la paz de
Dios y esa es nuestra gran alegría. Demos gracias al Dios-paz.

Examen
– ¿Has sentido en alguna o muchas ocasiones la paz de Dios
en tu vida?
– ¿Sientes que Jesús cuando viene a ti te da paz?
– ¿Qué ha podido más en ti la paz de Dios o el miedo a las
situaciones en las que estabas viviendo?
– ¿Procuras dar paz a las personas que se acercan a ti?
– ¿Eres causa de paz o de discusión en el lugar donde vives?
– ¿Predicas la paz y procuras vivir la paz que predicas?
– Aun cuando pecas ¿sientes la paz de Dios que perdona
aunque hayas hecho lo que hayas hecho?
¿Quién es nuestro Dios? 59

Oración

¿Y dejas, Pastor santo,


tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú rompiendo puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya su sentido?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura
¿qué no tendrá por llanto y amargura?
Y a este mar trabado
¿quién le pondrá ya freno?
¡Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobre y cuán ciegos, ay, nos dejas!
8º Dios es gracia
Dios para nosotros es gracia y como tal aparece en nuestra vida y
también por medio de Jesús. La gran suerte que tenemos es que sea
gracia, que como gracia nos trate y que como gracia esté siempre en
nuestra vida.
La expresión “gracia” no es propia del cristianismo, pues ya aparece
en el AT. Pero no nos fijamos en él. Y es que el NT le dio su verdade-
ro sentido y al mismo tiempo toda su extensión. En el fondo la usó
para indicar el nuevo régimen instaurado por Jesús y opuesto a la
economía antigua; ésta estaba regida por la ley, mientras que en el
NT frente a la ley aparece la gracia. De hecho Pablo dirá lo siguien-
te: “El pecado no tendrá dominio sobre vosotros, porque ya no es-
táis en régimen de ley, sino en régimen de gracia”. Y Juan usando
la misma idea dice al final del primer capítulo: “Porque la ley se dio
por medio de Moisés, el amor y la gracia se hicieron realidad en Je-
sús el Mesías”.
Este es el gran paso del AT al NT. En el AT los hombres estaban
en régimen de ley, sometidos a la misma, pero cuando vino Jesús e
instauró la buena noticia, se dio el paso de la ley a la gracia, por lo
que la ley ya no nos tiene sujetos, hemos sido librados por medio de
la gracia del Señor Jesús. Estamos viviendo de él y de lo que él nos
ha dado para siempre.
Dios ha manifestado su gracia de muchas maneras y a esas nos refe-
rimos pidiendo que la gracia venga sobre nosotros porque es nues-
tro Dios quien desciende sobre nosotros. Pero antes de entrar más
en el tema recordemos que la expresión “gracia” designa al mismo
tiempo dos aspectos, por una parte la fuente del don que recibimos,
y así decimos que Dios es gracia, y en segundo lugar el efecto del
62 Miguel Ángel Asiain

don que se recibe, y así decimos muchas veces que estamos en gra-
cia o que la gracia está en nuestro corazón.
¿Dónde se ha manifestado que Dios es gracia? En primer lugar y de
manera muy especial en que nos ha entregado a su propio Hijo. ¿Cómo
es Dios para darnos a su Hijo? ¿Quién haría eso? Entregar al Hijo por el
esclavo, al Amado por los que le han ofendido. Pablo dice algo maravi-
lloso: “Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en nuestra con-
tra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por
nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo? ¿Quién
será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona”. La venida
de Jesús muestra hasta dónde puede llegar la gracia del Padre que nos
da a su Hijo. Esta es la generosidad divina, su gracia de amor. El amor
loco de Dios, sí Dios está loco para hacer semejante cosa. Dios da por
gracia y el que recibe el don halla cerca de él ternura y generosidad.
Esa gracia de Dios o el Dios-gracia se ha manifestado también en
que nos ha dado el Espíritu Santo. Es el amor que tiene a su Hijo,
porque el amor recíproco entre el Padre y el Hijo es nada menos que
el Espíritu Santo. Y ese Espíritu nos lo ha dado por medio de Jesús.
Ya dijo el Maestro en los últimos días de su vida acá abajo que él
se iba y que convenía que se fuese porque así enviaría al Espíritu
Santo, aquel que también procede del Padre y del Hijo, y cuya mi-
sión sería ayudarnos a todos, mantener firme en las dificultades a la
Iglesia y recordarnos todo lo que Jesús nos fue diciendo en su vida,
así lo confiesan los evangelistas.
Era tan importante la gracia en la primitiva Iglesia (siempre lo ha sido
y lo es y lo seguirá siendo) que Pablo en todas sus cartas comienza
deseando la gracia a los que escribe y junto a ella la paz. Paz y gracia
van unidas indisolublemente en los saludos de Pablo a las iglesias.
Veamos esas cartas y los saludos con los que comienza. A los roma-
nos: “A todos los predilectos de Dios que estáis en Roma, llamados y
consagradas, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del
Señor Jesucristo”. En la primera a los Corintios: “… gracia a vosotros
y paz de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. En la
segunda a los Corintios: “… a vosotros gracia y paz de parte de Dios,
Padre nuestro y del Señor Jesucristo”. A los Gálatas: “Gracia a voso-
tros y paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que
se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este
¿Quién es nuestro Dios? 63

perverso mundo”. A los Efesios: “Gracia a vosotros y paz de parte de


Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”. A los Filipenses: “Gracia
a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucris-
to”. A los Colosenses: “Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nues-
tro Padre”. En la primera a los Tesalonicenses: “A vosotros gracia y
paz”. Y en la segunda: “Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre
y del Señor Jesucristo”. En la primera a Timoteo: “Gracia, misericor-
dia y paz de parte de Dios y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. En la se-
gunda a Timoteo emplea la misma fórmula: “Gracia, misericordia y
paz de parte de Dios y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Y escribiendo
a Tito: “Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro
Salvador”. Incluso cuando escribe a Filemón, le dice: “Gracia y paz
a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”.
Vemos cómo según Pablo para los cristianos es de suma importan-
cia la gracia de Dios. Podemos pensarlo de los dos modos que antes
hemos indicado, es importante el Dios-gracia que se dirige a ellos
por medio de las palabras de Pablo y les indica cómo han de com-
portarse, y es importante la gracia que desciende a sus corazones
porque la da precisamente el Dios-gracia.
En nosotros el Dios-gracia se ha manifestado sobre todo en los sa-
cramentos que hemos recibido. En el bautismo en el que hemos
sido hechos hijos de Dios, hijos en el Hijo. En él Dios se nos ha dado
como gracia, una gracia tan importante que nos ha constituido en
hijos suyos por adopción. En ese sacramento hemos recibido al
Dios-gracia y la gracia de Dios. Lo mismo en la confirmación, donde
el Espíritu Santo nos ha sellado con su amor; el Padre envía al Es-
píritu a nuestros corazones para hacernos fuertes en la vida frente
a todo aquello que quiera separarnos de nuestro Dios y de su gra-
cia. Luego, para algunos el sacramento del sacerdocio en el que el
Dios-gracia se da de manera especial para conformar con su Hijo al
que recibe ese sacramento, y para que le represente en medio del
mundo obrando a semejanza de lo que hizo su Hijo. Y para quienes
reciben el sacramento del matrimonio Dios desciende para hacer-
los fuertes en medio de los trabajos del mundo y para que constru-
yan en la sociedad en que viven ese reino de Dios del que hemos
hablado. La unción de los enfermos sirve para que el Dios de gracia,
ayude a prepararse al que lo recibe a entregarse a él, o a seguir en
este mundo teniendo mayor fuerza y paz si ese es su designio. La
64 Miguel Ángel Asiain

muerte será ya el momento del encuentro más feliz con el Dios-gra-


cia. Recibiremos la gracia de estar con él para siempre, siempre por
donación suya, sin mérito alguno nuestro.
La generosidad de Dios se manifiesta al hombre en la justificación
de su vida, y eso es también efecto de su gracia. Toda la carta a los
romanos está escrita en esta clave. De hecho en un momento escri-
be Pablo: “Independiente de la ley, la justicia de Dios se ha mani-
festado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la
fe en Jesucristo, para todos los que creen –pues no hay diferencia
alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son
justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención reali-
zada en Cristo Jesús”. Eso, justificados no por lo que hacemos o por
nuestro esfuerzo, sino únicamente por el donde su gracia.
El núcleo de todo es entender esto como buena noticia. ¿Qué es lo que
hay que creer? Que tanto el judío como el pagano son justificados sim-
plemente por creer en Cristo Jesús, el Mesías que ha venido a noso-
tros. En el evangelio de Juan en un momento le preguntan a Jesús: “Y
¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”. Y
el Maestro responde: “La obra que Dios quiere es ésta: que tengáis fe
en su enviado”. Aquí entra el gran tema de la fe, que es el don maravi-
lloso del Dios-gracia. Si tanto el pagano como el judío quedan justifi-
cados por creer en Jesús, se pregunta Pablo, “¿Dónde está, entonces,
el derecho a gloriarse? Queda eliminado. ¿Por qué ley? ¿Por la de las
obras? No, por la ley de la fe. Porque pensamos que el hombre es jus-
tificado por la fe, sin las obras de la ley. ¿Acaso Dios lo es únicamente
de los judíos y no también de los gentiles? ¡Sí, por cierto!, también de
los gentiles; porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los
circuncisos en virtud de la fe, y a los incircuncisos por medio de la fe”.
Aquí tenemos al Dios-gracia que justifica a todos por gracia, porque
nadie queda fuera de ella. Dios, el justo, justifica a todos por medio
de su gracia y no porque los hombres puedan o quieran presentar a
Dios sus obras. En este caso estarían bajo el régimen de la ley, que-
riendo ganarse a Dios con lo que hacen, sin darse cuenta de que
precisamente el Dios-gracia es el que se ha dado a ellos y sin contar
con sus obras, los justifica por puro amor. Porque él justifica, vienen
las obras de amor. Las obras de amor no causan la justificación, es
la justificación la que produce y se manifiesta después en las obras
de amor. Lo primero es su amor, su gracia, su don, su entrega, y de
¿Quién es nuestro Dios? 65

ahí nacerá después lo que el hombre haga, las obras de amor con las
que él debe responder a lo que Dios ha hecho con él.
Lo dice Pablo, “Como también David proclama bienaventurado al
hombre al que Dios imputa la justicia independientemente de las
obras: ‘Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron perdona-
das, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre al que el Señor no
imputa culpa alguna’”. Y Pablo se remonta a Abrahán. “Decimos en
efecto que le fue reputada como justicia”. ¿Qué es lo que le fue re-
putada como justicia? El hecho de que creyó en Dios”. Sigue Pablo:
“Y ¿cómo le fue reputada? ¿Siendo él circunciso o antes de serlo? No
siendo circunciso sino antes, y recibió la señal de la circuncisión
como sello de la justicia de la fe que poseía siendo incircunciso”.
Vemos, pues, cómo efectivamente lo primero es siempre la gracia
de Dios o el Dios que es gracia que se entrega al hombre y obra en
él por amor; luego, como consecuencia, vendrán las obras de amor
que debe realizar el hombre como respuesta a lo que ha recibido.
Este es el Dios-gracia que por puro amor, sin ser merecedores de
nada nos ha dado su justificación, es decir, su gracia de amor, sin
que nosotros la mereciéramos.
Y así estamos hoy viviendo del amor de Dios, viviendo de su gracia
concedida por pura misericordia, dada porque Él es así. No pregun-
temos por qué Dios se comportó de esa manera. Nunca lo sabremos.
Sólo podemos decir esto, se comportó así porque es Dios, sólo en su
ser Dios se entiende o mejor se acepta lo que él hace. A Dios hay que
aceptarlo como es, no preguntarse por razones ante su obra, ante su
decisión, ante lo que él hace.
El resultado de todo esto es que estamos en paz con Dios por nues-
tro Señor Jesucristo. No tenemos que temer, no tenemos que aco-
bardarnos, no tenemos que vivir en angustia, Él por medio de su
muerte nos ha liberado del pecado, de la muerte y de la ley. Y eso
lo hace como enviado del Padre. Ya lo dijo que no hacía sino lo que
veía hacer al Padre. Por lo tanto es que Dios-gracia es así, amor, gra-
cia y paz al mismo tiempo. Amor que se nos revela en su acción,
gracia porque nos ha salvado por pura gracia sin que nosotros obrá-
ramos nada para conseguirla, no podíamos hacerlo, y paz porque
es el resultado de ese amor y gracia. Estamos en paz con Dios, pero
estamos también en deuda con Dios. Nuestra vida entera tiene que
66 Miguel Ángel Asiain

ser para él. Si él es el Dios-gracia, nosotros debemos corresponderle


agradeciéndole todo lo que ha hecho por nosotros. Nuestra vida no
está condenada, está salvada en Cristo Jesús. Tenemos que ser fie-
les a esa salvación de amor y de gracia.
Terminando su carta a los romanos, dice Pablo: “Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis
un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien recibis-
teis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡‘Abbá,
Padre’! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testi-
monio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él,
para ser también con él glorificados”.
Vemos aquí quién es nuestro Dios, el Dios-gracia que por su in-
menso amor nos concede su gracia, gracia de amor y de perdón, de
justificación. ¿Cómo no vamos a estar dichosos si tenemos un Dios
que es así? Que el agradecimiento esté presente constantemente en
nuestras vidas porque es la mejor manera de responder a lo que es
Dios y a lo que hace con nosotros. Gracias sean dadas a nuestro Dios
y siempre sea alabado, bendecido y glorificado.

Examen
– ¿Cómo correspondes al Dios-gracia en tu vida?
– ¿Vives como hijo ya que hijo te hizo en el bautismo?
– ¿Eres fuerte ante las tentaciones pidiendo fuerza al Espíri-
tu Santo?
– ¿Oras con frecuencia al Espíritu Santo que dicen que es el
Dios desconocido?
– ¿Confías en la fe o te apoyas más en tus obras?
– ¿Sabes abandonarte en las manos de Dios confiando en la
fe que tienes en Cristo Jesús?
– ¿Te agarras a tus obras y se las presentas a Dios como si por
ellas te debiera algo en la vida?
– ¿Serás capaz de abandonarte en las manos de Dios en el mo-
mento de tu muerte dejando todo en su designio de gracia?
¿Quién es nuestro Dios? 67

Oración

Tú, Señor, que asumiste la existencia,


la lucha y el dolor que el hombre vive,
no dejes sin la luz de tu presencia
la noche de la muerte que lo aflige.
Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte,
y una muerte de Cruz, por amor nuestro;
así te exaltó el Padre, al acogerte,
sobre todo poder de tierra y cielo.
Para ascender después gloriosamente,
bajaste sepultado a los abismos;
fue el amor del Señor omnipotente
más fuerte que la muerte y su sino.
Primicia de los muertos, tu victoria
es la fe y la esperanza del creyente,
el secreto final de nuestra historia,
abierta a nueva vida para siempre.
Cuando la noche llegue y sea el día
de pasar de este mundo a nuestro Padre,
concédenos la paz y la alegría
de un encuentro feliz que nunca acabe.
9º Dios es alegría
Cuando estamos terminando estos capítulos sobre quién es nuestro
Dios, quiero afirmar de todo corazón que Dios es alegría. No vamos
a fijarnos en los evangelios como otras veces o en San Pablo, ahora
deseo afirmar que Dios es alegría recordando todo lo que han sido
las distintas maneras como hemos visto a nuestro Dios. Cada una
de ellas nos produce una inmensa alegría al afirmar que Dios es
como lo explicamos en el capítulo correspondiente.
¿Cómo no nos va a producir alegría el saber que Dios es misericor-
dia? La misericordia es una de las facetas más evidentes en nuestro
Dios. Y cuando esa misericordia desciende sobre nosotros, nos pro-
duce paz, alegría y gozo por tener a un Dios que es de esa mane-
ra. La misericordia de Dios llena nuestro corazón, está presente en
nuestra vida y en todos los momentos de la misma, nos acompaña
desde que nacemos hasta la muerte. Y ya hemos dicho que la mis-
ma muerte no es otra cosa que entrar en el misterio de esa mise-
ricordia de Dios. Que Dios nos trate con misericordia nos produ-
ce una inmensa alegría porque sabemos entonces que estamos en
buenas manos y que el Dios-misericordia se acuerda de nosotros,
nos atiende, no nos deja abandonados sino que se preocupa de cada
uno de nosotros. Dios-misericordia es un Dios que está siempre con
nosotros y esto es de gran alegría. No podemos estar temerosos ni
descorazonados ni con miedo. Vivir de esas maneras es no haber
conocido al Dios-misericordia. Nunca daremos gracias suficien-
tes por esta manera de ser Dios. Y como consecuencia de todo esto
también la misericordia ha de aparecer en nuestro corazón. Quien
es misericordioso no hace sino responder a Dios porque de él recibe
la misericordia. Y quien es misericordioso vive contento y feliz, ale-
gre porque se comporta siempre con misericordia con sus herma-
70 Miguel Ángel Asiain

nos, con todos los hombres. Demos, pues, gracias a Dios porque es
misericordia y pidámosle que nos enseñe a imitarle en esta virtud.
Y eso nos producirá inmensa alegría.
¿Y cómo no vamos a alegrarnos de que Dios sea amor? El amor le
define, el amor es lo que le hace darnos tantas gracias, el amor es
lo que nos regala en cada minuto de la vida. Sin su amor no existi-
ríamos. El amor nos sostiene en la vida, nos acompaña a lo largo de
nuestra vida. Nos ha dado el amor en y de su Hijo, ¿no vamos a estar
contentos por este hecho? El amor de Jesús ha inundado nuestra
vida. ¡Amarnos el Padre hasta llegar a entregarnos a su Hijo por
nuestros pecados! ¿Qué Dios es este? Y con el Hijo darnos todo lo
que necesitamos para una vida buena, fraterna y que sea una vida
reconciliada con todos y con todo. Ver que Jesús se entrega por no-
sotros porque el Padre para eso lo ha mandado al mundo. Escuchar
del mismo Jesús algo como esto: permaneced en mi amor como yo
permanezco en el amor del Padre. Ver a Jesús que su amor por no-
sotros le lleva a lavar los pies de cada uno como hizo con los de sus
discípulos; ver que nos entrega su Cuerpo para que lo comamos y su
Sangre para que la bebamos. Y que al mismo tiempo nos diga que
“Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él”.
¿Y cómo no vamos a estar penetrados por la alegría cuando vemos
lo que hace Jesús, enviado por el Padre para que haga todo eso por
nosotros? Claro que estamos alegres por el Dios-amor. Ningún pue-
blo que no sea el cristiano tiene un Dios que se comporte de esta
manera, por eso debemos darle gracias y mantenernos en la alegría
por lo que ha hecho.
¿Cómo no vamos a estar alegres por un Dios-bondad? Ver que la
bondad de Dios y el Dios-bondad desciende a nuestra vida, nos tie-
ne en cuenta, cuida de nosotros, ¿qué produce eso sino alegría? La
bondad de Dios habita la tierra porque todo procede de esa bon-
dad. Porque es bondad ha creado el universo; porque es bondad nos
ha dado la vida; porque es bondad nos perdona constantemente;
porque es bondad nos ayuda en las dificultades; porque es bondad
nos anima en los momentos de desgana a seguir adelante; porque
es bondad quiere que sigamos a su Hijo; porque es bondad nos
ha revelado quién es su Unigénito encarnado; porque es bondad
atiende nuestras súplicas; porque es bondad nos alienta en los mo-
mentos de dificultad; porque es bondad es la esperanza de nuestra
¿Quién es nuestro Dios? 71

vida y porque es bondad nos hace permanecer contentos y alegres


por dentro y manifestarlo por fuera. ¡Bendito sea por siempre este
Dios-bondad! La bondad de Dios la cantan todas las criaturas del
universo y esa bondad viene reconocida por todo hombre de cora-
zón justo. El Dios de bondad es el que nos hace a nosotros bonda-
dosos; no es que Dios nos quiera porque somos buenos, es que lo
somos porque el mismo Dios nos ama y es bueno con nosotros. Sin
su bondad sobre nosotros no podríamos nosotros ser bondadosos
con los demás. ¿No es su bondad la que le ha llevado a darnos tantas
cosas buenas? ¿No es su bondad la que ha otorgado tantos bienes y
dones a muchas personas? Mejor, ¿no es su bondad la que ha dado a
cada hombre los dones que posee y que no se ha olvidado de ningu-
no, sino que de todos se ha acordado? Los santos lo son porque han
recibido de Dios la bondad que tienen, lo que no quita su esfuerzo,
su empeño, su respuesta al amor de Dios, pero antes que nada son
santos porque Dios les ha hecho santos. Demos gracias de corazón
al Dios bondad y pidámosle que no nos deje de su mano y caigamos
en el mal, en la falta de bondad. Estemos alegres porque es así.
¿Cómo no vamos a estar contentos, felices, alegres porque Dios es
perdón? ¿Es que podríamos vivir sin el perdón de Dios? Que cada
uno piense en su vida, en lo que ha ofendido a Dios, en las veces
que le ha dicho que no le iba a ofender más y, sin embargo, ha vuel-
to a caer, y no una vez sino infinidad de veces. ¿Cómo sería nuestra
vida sin el perdón? ¿Cómo viviríamos sin él? ¿No nos podría llevar
el temor a Dios a tener miedo porque nos podría castigar por todo
el mal que hemos hecho? No hay mayor desgracia que ser un hom-
bre sin confianza, ser un hombre que no cree a pies juntillas que
Dios es perdón y que por mucho que le ofenda, siempre, estemos
atentos, siempre le va a perdonar. El Dios-perdón es el que alegra
nuestra vida pecadora; el Dios-perdón es el que nos anima a que si-
gamos adelante a pesar de las faltas cometidas; el Dios-perdón es el
que nos perdona diría que incluso antes de haber pecado. De hecho
¿qué es la muerte de su Hijo por nuestros pecados, sino que nos ha
perdonado antes de pecar porque veía lo que iba a ser nuestra vida?
El perdón nos hace revivir constantemente, nos hace no desespe-
rarnos, nos hace estar confiados ante Dios y por eso nos hace estar
alegres. Es verdad que ese perdón lo vemos elevando nuestros ojos
a la Cruz de Jesús. Así tendríamos que vivir, con los ojos puestos en
la cruz del Señor. Pero el Dios-perdón ha querido así, que elevando
72 Miguel Ángel Asiain

nuestros ojos a la Cruz de Cristo comprendamos el precio del per-


dón y que a pesar de semejante precio él no se haya echado atrás
sino que haya querido lavar nuestras culpas. ¿Es que hay algún Dios
que se haya comportado así con los humanos? ¿Alguna religión que
haya manifestado un dios como el nuestro? Y hemos de tener en
cuenta que ha perdonado los pecados de todos los hombres. De su
parte todo está perdonado, otra cosa es si de nuestra parte le pedi-
mos perdón. No pedirle perdón además de ser la ofensa más grande
que cometemos, es también la ignorancia de quién es nuestro Dios.
Él perdona todo y siempre. Por muchas veces que caigamos, por
muchas veces que alejándonos si de nuevo volvemos a él, tenemos
seguro el perdón. Demos gracias por tener semejante Dios y viva-
mos alegres porque él es así.
¿No vamos a estar contentos, felices y alegres porque Dios es cer-
canía? No tenemos un Dios lejano, apartado de nosotros, que no
nos atiende, que está en sus cosas sin mirar a los que estamos acá
abajo. No, nuestro Dios es cercanía; ¿no lo sentimos cerca en tantas
ocasiones? Cerca cuando estamos tristes y de repente se nos abre
la esperanza; cerca cuando luchamos contra algo que parece que
nos puede y de repente lo vencemos; cerca cuando parece que el
mal es más fuerte que las fuerzas que tenemos y resulta que lo po-
demos vencer; cerca cuando las cosas nos salen mal y no nos des-
esperamos; cerca cuando estando desanimados, resulta que no nos
hundimos; cerca cuando estando a oscuras por lo que nos ocurre,
de repente se abre poco a poco la oscuridad y empezamos a ver la
luz. ¿Quién hace todo eso sino nuestro Dios-cercanía? ¿Es que no
lo notamos? Es como en el evangelio: aquellos dos que bajaban de
Jerusalén a Jericó notaron que el corazón se les iba abriendo a la
verdad y a las palabras del acompañante que sin saber cómo les ha-
bía encontrado en el camino e iba con ellos. ¿No lo notamos cerca
de nosotros en los momentos difíciles de la vida? Notarlo no física-
mente, no quizás psicológicamente; él se acerca por encima de es-
tas categorías, pero lo notamos, sabemos que algo que ha ocurrido
no ha sido por nuestras fuerzas sino por la fuerza de alguien que
está por encima de nosotros. ¿Y quién es ese alguien sino nuestro
Dios-cercanía? Esto da alegría a nuestro corazón.
¿No vamos a estar contentos y felices de que Dios sea maestro,
nuestro maestro, quien nos enseña todo lo que se refiere a la vida
¿Quién es nuestro Dios? 73

espiritual? Sí, Dios nos enseña quién es él, por eso hemos podido ir
relatando las diversas facetas del Dios de nuestra vida. Él nos ense-
ña quién es su Hijo y nos ayuda a comprenderlo cuando pensamos
en él o le escuchamos leyendo el evangelio o escuchando cuando
nos hablan de él. Él nos enseña a través de su Hijo quién es el Espí-
ritu Santo. ¡Sabemos tan poco del Espíritu Santo! Ha sido llamado
el Dios desconocido porque al Padre le hablamos y pensamos en
él con la experiencia que tenemos de la paternidad humana; cree-
mos en Jesús porque se ha hecho carne y es semejante a nosotros
en todo menos en el pecado, y Dios-maestro envía su Espíritu San-
to por medio de Jesús para que creamos en él, para que nos ayu-
de en la vida interior. Dios-maestro nos enseña también lo que es
la vida espiritual, cómo hay que caminar por ella, cómo tenemos
que comportarnos, cómo le hemos de agradar y hacer su voluntad,
cómo hemos de amar el bien y desechar el mal. Dios-maestro nos
enseña a seguir a Jesús, a complacerle, a comportarnos como nos
enseñó y predicó durante su vida. Las enseñanzas de Dios-maestro
son necesarias en la vida y debemos atenderlas desde lo más íntimo
de nuestro ser. Por todo eso y por otras muchas cosas que Dios nos
va enseñando al corazón y que cada uno sabe, tenemos que estar
de verdad contentos y felices porque es el maestro de nuestra vida.
Nunca daremos suficientes gracias por este aspecto de nuestro
Dios. Estemos alegres por esto.
¿Y cómo no vamos a encontrarnos felices y alegres de que Dios sea
un Dios de paz, sea el Dios-paz? La paz que tanto necesitamos en
nuestro mundo; la paz sin la cual el mundo sería algo horrible por
las luchas, las guerras, los enfrentamientos, el mal de las personas,
todo lo que vemos que hacen en nuestros días unos hombres contra
otros. La paz es necesaria para que nadie se aproveche de sus her-
manos, nadie les ofenda, nadie haga las barbaridades que vamos
oyendo por los medios de comunicación. Es la paz del corazón la
que necesitamos; paz que nos tranquilice, paz que nos ayude a vivir
haciendo el bien a los demás, paz que es el ánimo que recibimos
de Dios para ayudar a los demás en sus necesidades, paz que es lo
que Jesús ofreció a los suyos. Cuando los discípulos estaban ate-
morizados, Jesús les da paz. Cuando están temerosos porque creen
ver un fantasma, les anima a que no se asusten porque es él quien
se acerca a ellos. La paz que necesitaron los discípulos cuando en
medio de la tormenta, creyendo que estaban perdidos, que se iban a
74 Miguel Ángel Asiain

ahogar, acuden al Maestro que duerme en la barca tranquilo porque


es el Señor de la tempestad. Es la paz que necesitamos en las tor-
mentas de nuestra vida, la paz que nos hace ser mejores, la paz que
hace que nos acerquemos a los demás ayudándoles a ellos como el
Señor nos ha ayudado a nosotros. Hay que vivir en paz, pero con la
paz que da Jesús, no con la paz que da el mundo. Esta no es la ver-
dadera paz, es la de Jesús y a ella debemos acudir constantemente.
Dios-paz, danos la paz de Jesús que es también la tuya. Y vivamos
alegres porque Dios es así.
¿Y qué diremos del Dios-gracia? ¿Cómo no vamos a estar conten-
tos como en los demás casos cuando consideramos lo que es el
Dios-gracia? Él es gracia y todo lo que recibimos es gracia. Vivir es
gracia; amar es gracia; trabajar es gracia; luchar contra el mal es
gracia; hacer el bien a los otros es gracia; caminar como quiere el
Señor es gracia; seguir a Jesús es gracia; entregarnos a todos los que
nos necesitan es gracia; perdonar es gracia; obrar bien, es gracia;
ser justificados por el amor de Dios es gracia; luchar por un mundo
mejor es gracia; vencer las tentaciones es gracia; comulgar con el
Cuerpo de Jesús y beber su Sangre es gracia. ¿Qué hay en el mundo
que no sea gracia? Estamos inundados por ella y necesitamos vivir
en ella. Quien desecha la gracia, desecha a Dios; quien cosifica la
gracia obra mal y no ha comprendido al Dios-gracia. Si Dios no fue-
ra gracia ¡pobres de nosotros!, ¿qué haríamos? ¿Cómo podríamos
vivir sin lo que ilumina nuestra vida y da fuerzas a nuestro ser? Por
eso debemos acudir constantemente a nuestro Dios-gracia en todos
los momentos de nuestra vida para que sea él quien nos encamine
por las sendas de la vida, para que haga de nosotros personas seme-
jantes a su Hijo, personas que vean al Espíritu como dador de todo
bien. Gracias sean dadas al Dios-gracia por ser como es, porque se
ha dignado entregarnos todos los bienes que proceden de su gracia.
Y vivamos dando nosotros gracias por todo lo que nuestro Dios nos
da, por su magnificencia en los bienes. Y recordemos que puesto
que todo es gracia, nada depende de nuestras fuerzas, ni de nues-
tro empeño, lo que no quita que tengamos que esforzarnos y poner
nuestro empeño en agradar a Dios, en seguir a Jesús, en amar al
Espíritu de amor que es quien nos dará la gracia de poder amar más
a las tres personas de la Trinidad. Así vivimos en alegría profunda
al considerar quién es nuestro Dios.
¿Quién es nuestro Dios? 75

Examen
– ¿Vives la alegría de saber algo de quién es nuestro Dios?
– ¿Hay algún aspecto de nuestro Dios que no te convenza o
del que te encuentras más alejado?
– ¿Estás contento de que nuestro Dios sea como es? ¿Le das
gracias por eso?
– Repasa cada uno de los elementos con los que hemos ca-
lificado a nuestro Dios y mira si los vives con un corazón
pleno de gratitud.
– ¿Hay algo en tu vida que no corresponda a los aspectos ci-
tados de nuestro Dios?
– Arrodíllate y dale gracias de corazón, pídele que te haga
comprender mejor quién es Él, que se te revele según su
designio de amor por ti.

Oración

No me mueve, mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
10º Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo
Dios Padre
Padre, al presentarme ante ti lo primero que me surge del corazón
es alabarte, agradecerte, ensalzarte, bendecirte con todo mi ser por-
que eres Padre. Cuando pienso que eres Dios me quedo sin pala-
bras. Porque significa que eres el origen de todo. De ti procede el
Verbo, de ti y del Verbo procede el Espíritu Santo. Padre, que eres
Dios significa que existes desde siempre. Esto me deja aturdido,
no sé comprenderlo, me quedo sin palabras al pensar que existes
desde siempre. Muchos no lo aceptan, yo lo acepto de todo cora-
zón, pero no sé entenderlo. Desde toda la eternidad -¿y qué signifi-
ca “eternidad”?- existes tú. No has tenido principio, no tendrás fin.
¿Qué es no tener principio? Yo veo en el mundo que las cosas tienen
en un momento principio, y del universo los científicos hablan del
bing-bang cuando todo comenzó. Cuando digo “todo”, me refiero al
universo en su conjunto. Pero cuando comenzó todo tú ya existías,
tú ya eras. Siempre has sido. Le doy vueltas y vueltas a mi pobre ca-
beza y me quedo aturdido y sin comprender. ¿Pero es que es posible
comprender a Dios, me pregunto? Ya sé que no.
De ti procede todo, por lo tanto desde siempre has pensado en todo.
Y quiero descender de este “todo” a mi persona. Eso quiere decir
que desde siempre has pensado en mí, en cada uno de los seres hu-
manos. Si pienso en todos los que han existido y me prolongo hacia
al futuro y pienso en todos los que existirán, y que hayas pensado
en cada uno en particular, es como para emocionarse y caer de ro-
dillas ante ti.
Que hayas pensado en cada uno es algo incomprensible, y sin
embargo es verdad. Tu amor ha llegado a cada uno y a cada uno
78 Miguel Ángel Asiain

le has dado la existencia. Has pensado en cada uno y lo has mi-


mado con amor porque que Dios dé la existencia a cada persona
es demasiado.
Pienso en mí. Pienso en cada uno de los hombres que pasaron por la
tierra. Pienso en los pobrecitos que viven hoy y no tienen qué comer
ni beber y mueren sin que nadie les haga caso; más aún algunos no
solo mueren así sino que incluso son maltratados, desposeídos de
todo, asesinados. Y tú de cada uno te has preocupado, a cada uno lo
has amado. Uno se pregunta si ha sido tu amor tan grande ¿por qué
han llegado esos hombres a sufrir tanto? Ya sé que no depende de ti,
sino de la libertad humana. Ya sé que tú los recogerás en tus divinas
manos y serán dichosos para siempre. Además serán bienaventura-
dos los más pobres, los más olvidados, los más ensangrentados, los
más despreciados, los más abandonados, los muchísimos lázaros
que han existido, existen y existirán. Esto me da paz porque veo que
tu amor se dará con creces a aquellos que con creces han sufrido.
Padre, gracias por ser Dios, gracias porque existes, gracias por todo
lo que has hecho por los hombres, gracias porque espero que un
día pueda verte cara a cara, estar junto a ti, gozar de tu presencia y
del amor que siempre me has tenido y que tendré para siempre la
alegría de estar junto a ti.

Dios Hijo
Jesús también tú eres Dios. El Dios que desde siempre estaba con el
Padre y el Espíritu Santo. Y siendo Dios resulta que has querido, en
obediencia al Padre, hacerte hombre como uno de nosotros. Ya sé
que lo único que no hay en ti es el pecado, eres por eso semejante a
nosotros en todo menos en el pecado. ¡Que dicha que hayas venido
a nosotros porque eso nos ha traído todo bien! Ya desde el primer
momento cuando tu Madre, María, te tenía en su vientre y fue a vi-
sitar a su prima Isabel, nada más aparecer tú ante ella, el niño que
estaba en el vientre de Isabel saltó de gozo, como la misma Isabel se
lo contó a María. Y desde ese momento tu vida ha sido hacer siem-
pre el bien a los hombres.
Pero que un Dios, en este caso el Hijo, se haga hombre me confun-
de. Tampoco en este caso acabo de comprenderlo. Acepto, pero no
comprendo, el amor que entraña ese hecho de hacerte uno de no-
¿Quién es nuestro Dios? 79

sotros. Acepto, pero no comprendo, que hayas dejado el seno del


Padre y hayas venido a vivir como uno más de nosotros. Y me quedo
sin comprender nada cuando pienso que eras el Dios humanado y
al mismo tiempo estabas con el Padre. Es fácil afirmar estas cosas,
pero no es fácil comprenderlas, mejor, es imposible comprenderlas.
Ya sé que has venido para establecer el reino del Padre y al mismo
tiempo morir por nosotros por amor. ¿Qué teníamos para que llega-
ras a semejante hecho? ¿Es que nos merecíamos algo? Es verdad, si
no hubieras muerto por nosotros, por nuestros pecados, estaríamos
en ellos y no podríamos estar con el Padre, no podríamos gozar de
la vida eterna como espero que un día nos la des. No porque la me-
rezcamos, todo lo contrario, porque no la merecemos sino que será
simplemente un hecho más de tu amor.
Y me quedo atónito cuando veo lo que el Padre ha hecho contigo.
Resulta que nuestro mayor pecado, que es tu muerte, lo ha conver-
tido en el mayor regalo que nos ha hecho ya que por esa muerte
hemos superado nuestra muerte, el mal de nuestra vida y el pecado
que siempre nos acecha.
Y tampoco comprendo que siendo Dios quisieras pasar tu vida en-
tre nosotros sin la conciencia de ser Dios, sino que ibas creciendo
en edad, sabiduría y en el favor de Dios y de los hombres. Me pre-
gunto cómo sería tu oración con el Padre. Cómo se aúnan las dos
cosas, el que no tuvieras conciencia de ser Dios y encontrarte con tu
Padre Dios. Me gustaría saber tantas cosas tuyas, pero vivo conten-
to de que tú te hayas revelado como has querido, y haya cosas que
son sólo tuyas y que dependen de tu relación con el Padre.
Mi deseo es que todos los hombres te reconozcan, que te amen, que
se te entreguen, que vivan para ti y que te agradezcan todo lo que
has hecho por ellos. Jesús, espero un día encontrarme contigo, que
me recibas en tu Reino, que me abraces con el amor que me tienes,
que me hagas compañero de tu Reino con todas las personas que es-
tarán ya contigo. ¿Qué será, Jesús, la vida eterna? No qué será, sino
¿qué es la vida eterna? Lo considero el vivir alabando a la Trinidad,
gozando de ella, y ensalzando para siempre al Dios que tanto nos ha
querido y que con tanto amor nos ha tratado. Jesús, gracias por tu
vida, gracias por haberte hecho hombre, gracias por todo lo que me
has ido dando a lo largo de la vida.
80 Miguel Ángel Asiain

Dios Espíritu Santo


Espíritu de amor, cuando me refiero a ti me quedo sin palabras, por-
que incluso no sé cómo hablarte. Ya sé que eres Dios como el Padre
y el Hijo. Sé que procedes de los dos porque eres el amor que se
tienen entre sí. Ese amor que en nosotros los hombres cuando dos
personas se quieren de verdad es simplemente un sentimiento, en
Dios eres tú.
Tú apareces en nuestro mundo ordenándolo todo. Era el caos y tú
lo convertiste en cosmos. Era una niña santa, inmaculada, y tú des-
cendiste sobre ella y allí se encarnó el Dios Hijo. Estaban reunidos
los apóstoles en el cenáculo, era después de la resurrección y Jesús
estaba ya a la diestra del Padre, y tú descendiste sobre ellos y les
diste tus dones. Y desde entonces los pobres pecadores que eran los
discípulos se convirtieron en los grandes predicadores del Reino.
Del pecho abierto del Hijo por la lanza del soldado, salió sangre y
agua y con tu presencia empezó la Iglesia. Esa Iglesia que tú cuidas
sin cesar.
Esta Iglesia que ha pasado por momentos tan difíciles y aun malos
y salpicados de pecado, pero no ha fallado porque tú la sostenías,
porque tú ibas suscitando hombres y mujeres que daban su vida
por ella. Están los mártires que dieron su sangre porque tú les ayu-
dabas; los doctores que enseñaron porque tú les diste la ciencia; los
predicadores a los que ayudaste a que explicaran lo que había sido
la vida de Jesús, lo que era el Reino de Dios, lo que será el mundo
futuro. Sin tu ayuda, sin tu presencia, ¿qué sería hoy la Iglesia? Es
verdad que siempre sostenida por Jesús y amada por el Padre y cui-
dada por él, pero tú eras el que la ayudabas en los momentos difíci-
les, el que siempre estabas para defenderla de los peligros, del mal
que incluso se introducía en ella. Sí, Espíritu de amor.
Ven, Espíritu Santo, y desciende sobre nosotros que te necesitamos;
con tu ayuda podremos amar más al Padre y al Hijo; con tu fuerza
podremos superar las dificultades de la vida y las tentaciones que
sufrimos; con tu presencia la vida se nos hará más llevadera; con tu
amor podremos amar a los demás como tú nos amas. No te conozco,
Espíritu Santo, pero confío en ti, me entrego a ti, me doy a ti. Ven a
mi alma y haz que sea cada día más del Padre y del Hijo; haz que viva
cada día más para ellos y en su presencia. No te alejes de mi vida por-
¿Quién es nuestro Dios? 81

que caería en la nada; sin tu ayuda el poder del pecado es más fuerte,
sin tu luz las escrituras son más oscuras, sin ti, todo es distinto.
Por eso me confío a ti y te pido que me hagas conocerte cada día
más. Yo no lo puedo conseguir; eres tú quien me lo tienes que conce-
der y espero que un día pueda estar contigo, con el Padre y el Hijo y
pueda veros cara a cara y pueda agradeceros por toda la eternidad el
amor que me habéis tenido y las gracias que he recibido de vosotros.

Examen
– ¿Oras a la Trinidad?
– ¿Piensas en ella y te encomiendas a ella?
– ¿Esperas en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
– ¿Te encomiendas a cada una de las personas de la Trinidad?
– ¿Has agradecido alguna vez o muchas veces que Dios sea
Trinidad?
– Ora con el corazón la poesía que viene a continuación que
es de San Juan de la Cruz y se refiere a la Trinidad.

Oración

Qué bien sé yo la fonte que mane y corre


Aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella tiene,
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben de ella
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.
82 Miguel Ángel Asiain

Su claridad nunca es oscurecida,


y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.
El corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Aquí está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.
Chi è il nostro Dio?
Indice
Presentazione .............................................................................................................................................................. 87
1º Dio è misericordia ......................................................................................................................................... 89
2º Dio è amore ............................................................................................................................................................. 95
3º Dio è bontà ............................................................................................................................................................... 101
4º Dio è perdono ...................................................................................................................................................... 109
5º Dio è vicinanza .................................................................................................................................................. 117
6º Dio è maestro ....................................................................................................................................................... 125
7º Dio è pace ................................................................................................................................................................... 133
8º Dio è grazia .............................................................................................................................................................. 141
9º Dio è gioia .................................................................................................................................................................. 149
10º Dio è Padre, Figlio e Spirito Santo .................................................................................... 157
Presentazione
Sembra una cosa audace chiedere e cercare di rispondere alla do-
manda “Chi è il nostro Dio?” Vi spiego come sono nate queste brevi
pagine. Un giorno, mentre pregavo Dio e meditavo su di Lui, mi ven-
ne l’idea di pensare se valeva la pena di scrivere qualcosa su un tale
argomento. Non volli ingannare me stesso perché l’uomo si inganna
facilmente in tutto ciò che riguarda Dio. Così, chiesi aiuto, e lo chiesi
a un fratello di cui mi potevo fidare e che aveva una posizione im-
portante nella provincia (forse è meglio precisare: nella mia povincia
religiosa), il padre provinciale Jesús Elizari. Gli chiesi di aiutarmi a
capire se valeva la pena o meno di fare uno sforzo per scrivere que-
ste pagine. Mi rispose di sì, che valeva la pena compiere lo sforzo.
Avevo già la risposta. Pensai che non fosse un mio inganno o il
semplice desiderio di scrivere un altro libro. Mi sono fidato di mio
fratello e ho accompagnato il tutto con la preghiera. Era necessario
mettere l’opera nelle mani di Dio.
Poi ho pensato a come avrei potuto mettere a fuoco il libro. E mi è
venuto in mente, dopo aver molto riflettuto, di poterlo fare indican-
do i vari volti che si possono attribuire a Dio. Sapevo che ce n’erano
molti, e molti si sono affacciati alla mia mente. Ho dovuto scegliere,
e l’indice del libro è il risultato di quella scelta che ho poi sviluppato.
Mi risultava chiaro che il libro non sarebbe stato un piccolo trattato di
teologia, niente di più lontano da me perché non avrei avuto la capa-
cità di fare una cosa del genere. Volevo che fosse un libro che parlasse
al cuore, che chiunque lo leggesse si sentisse incoraggiato ad amare
di più Dio, a pregare di più, a pensare di più al Dio che avrei descritto.
E mi sono lasciato trasportare da ciò che scaturiva dal mio cuore.
So che sono cose molto semplici, ma Dio è semplice, e questo è un
modo in più per parlare di lui. Il cuore guidava quello che scrivevo.
88 Miguel Ángel Asiain

E così è nato il libro. Non è un libro teologico, è un libro nato dal


cuore e diretto ai cuori. Il mio desiderio è che possa aiutare qual-
cuno. Se aiutassi anche una sola persona, mi considererei pieno di
gratitudine, felice, perché aiutare un fratello a meditare, a pensare,
a pregare Dio è una grazia immeritata.
A tutti coloro che leggeranno questo libro auguro pace, fiducia in
Dio e in ciò che Egli sta infiammando nei loro cuori. Non è impor-
tante ciò che dico, sono cose semplici, è importante invece ciò che
Dio può dire a ciascuno attraverso queste pagine. E ringraziamo Dio
per questo.
E, infine, sono convinto di una cosa: quando verrà il momento di
morire, di incontrare il mio Dio, perché spero che questo avvenga
grazie alla sua misericordia, scoprirò che Dio è infinitamente molto
di più di quello che ho scritto qui. E questa sarà la mia grande gioia.
Benedetto sia il mio Dio.

* * *

Ai miei fratelli: questo libro è stato scritto diversi mesi fa, ma sem-
bra solo ora a causa di varie circostanze. Sapete cosa ho vissuto in
questi mesi? Ho vissuto che sì, è vero che Dio è misericordia e amo-
re e bontà e pace e gioia... e tutto il resto che ho scritto. Per questo
la lettura delle parole di San Giovanni mi commuovono: “Carissimi,
noi fin d’ora siamo figli di Dio, ma ciò che saremo non è stato anco-
ra rivelato. Sappiamo però che quando egli si sarà manifestato, noi
saremo simili a lui, perché lo vedremo così come egli è” (1 Gv 3,
2). Lo vedremo così com’è: sapete cosa vuol dire? O le parole di San
Paolo: “Ora vediamo come in uno specchio, in maniera confusa; ma
allora lo vedremo faccia a faccia” (1 Cor 13,12). Vederlo faccia a
faccia: come non commuoversi per questo? Credo in tutto questo
dal profondo del mio cuore.
Pertanto, voglio che ciò che ho scritto sia una sincera CONFESSIO-
NE DELLA MIA FEDE. Sì, credo con tutta l’anima in questo Dio,
che è il nostro Dio. Il Dio di tutti. Sia benedetto per sempre.
1º Dio è misericordia

Non è forse una temerarietà cercare di dire chi sia il nostro Dio?
Non è forse una temerarietà cercare di avvicinarsi a lui e pensare
di poterlo conoscere? Chi ha visto Dio? Nessuno di noi l’ha visto. Se
è così, come possiamo dire chi sia? Ecco perché all’inizio di queste
brevi pagine ci disponiamo con umiltà davanti allo scopo che vo-
gliamo raggiungere. Perché, malgrado l’ardire di questo tentativo,
vogliamo comunque sapere chi sia il nostro Dio. È così importante
per noi, tanto da non voler cessare di provarci. Ecco perché in que-
ste pagine il terreno che le sostiene è l’umiltà del cuore, l’umiltà dei
sentimenti, l’umiltà di tutta la vita. Solamente sulla base dell’umil-
tà possiamo impegnarci nel nostro tentativo.
In effetti, nessuno di noi esseri umani ha visto Dio. Ma sì, lo ha visto
il Signore Gesù, Figlio suo prediletto, che è sempre esistito con il
Padre e lo Spirito. E venendo tra noi ci ha parlato del Padre, ce lo ha
comunicato, ci ha parlato di quello che ha visto. Giovanni dice: “Dio
nessuno l’ha mai visto: proprio il Figlio unigenito, che è nel seno
del Padre, lui lo ha rivelato” (Gv. 1, 18). Ecco perché abbiamo una
fonte da cui bere, un sostegno per raggiungere il Padre. Per tutta la
sua vita, Gesù ci ha manifestato il Padre, e ci ha detto “Il Padre e io
siamo una sola cosa” (Gv. 10,30). Conoscerlo è conoscere il Padre,
avvicinarsi a lui è avvicinarsi al Padre, amarlo è amare il Padre. Per
questo ha detto a uno dei suoi: “Non credi che io sono nel Padre e il
Padre è in me?” (Gv 14,10); per questo è la via, la verità e la vita. Sì,
è il modo di conoscere il Padre. E dovremo andare da lui costante-
mente mentre cerchiamo di sapere chi è il Padre.
D’altra parte, in Dio tutto è uno. Possiamo applicare a lui varie de-
nominazioni che rappresentano i diversi modi di avvicinarsi a lui.
90 Miguel Ángel Asiain

Ma tutti questi attributi sono uno solo in Dio, perché in lui tutto è
uno. Quindi, quando parliamo dei diversi appellativi, pur senza vo-
lerlo, ripeteremo alcune cose, perché Dio è allo stesso tempo ognu-
no degli aspetti con i quali vogliamo avvicinarci a lui. Non importa
ripeterci, sarà un segno del fatto che stiamo parlando dell’unico e
solo Dio che si avvicina a noi in modi diversi partendo dalla nostra
visione, ma una e sola partendo da quello che lui è.
Ebbene, quando si cerca di dire chi sia Dio, il primo modo per
esprimerlo è dire che Dio è misericordia. Perché se c’è una cosa
chiara tra tutto quello che Gesù ha detto, è proprio la misericor-
dia del Padre: non è forse misericordia l’aver mandato suo Figlio?
Non è forse misericordia l’averlo dato fino alla morte? Non è forse
misericordia l’aver fatto tutto questo per noi che siamo peccatori e
che non meritiamo nulla? Chi può pensare alla follia di mandare il
Figlio stesso, oltre al fatto che era Dio da Dio, luce da luce, Dio vero
da Dio vero, mandarlo, perché si facesse uomo come noi, perché
vivesse con noi, perché si incarnasse per sempre, perché anche
quando se ne fosse andato, sarebbe rimasto con noi? Nel suo Fi-
glio, come in nessun altro, Dio ha mostrato la sua misericordia.
Quindi, se vogliamo conoscere fino a che punto arriva la miseri-
cordia di Dio, guardiamo a come Gesù sia misericordioso e come
lo sia stato per tutta la sua vita, con tutti. Cirillo d’Alessandria ha
detto che “il mondo intero è stato salvato per la misericordia su-
perna estesa a tutti”.
Il Libro dei Salmi ci parla spesso della misericordia di Dio, ma c’è
un salmo prezioso che insegna come tutta la storia del Popolo di
Dio non sia stata altro che la dimostrazione della misericordia di
Dio. Nel salmo 135, il salmista ripercorre la storia del popolo di
Dio in brevi strofe: nella prima parte racconta un evento di quella
storia e nella seconda parte canta come questo rivelasse la mise-
ricordia di Dio. Ecco alcune strofe come esempio. Proponiamoci
di pregare con il cuore molte volte nella nostra vita il salmo inte-
ro cantando la misericordia di Dio, perché anche noi siamo il suo
Popolo:

“Lodate il Signore perché è buono:


perché eterna è la sua misericordia.
Egli solo ha compiuto meraviglie:
perché eterna è la sua misericordia.
Chi è il nostro Dio? 91

Ha creato i cieli con sapienza:


perché eterna è la sua misericordia.
Percosse l’Egitto nei suoi primogeniti:
perché eterna è la sua misericordia.
Da loro liberò Israele:
perché eterna è la sua misericordia.
Diede in eredità il loro paese:
Perché eterna è la sua misericordia.
Nella nostra umiliazione si è ricordato di noi:
perché eterna è la sua misericordia.
Ci ha liberati dai nostri nemici:
perché eterna è la sua misericordia” …

Mentre recitiamo il salmo della misericordia di Dio verso il suo


Popolo, possiamo nello stesso modo recitare il salmo della nostra
vita. Ognuno può farlo rileggendo e ricordando la propria vita con
tutto quello che è accaduto, compresi gli eventi positivi e negati-
vi, perché in tutti si è manifestata la misericordia di Dio, perché
tutto è avvenuto grazie alla misericordia di Dio. Vi propongo un
esempio:

“Lodate il Signore perché è buono:


perché eterna è la sua misericordia.
Lui mi ha dato la vita:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui mi ha dato i miei genitori che si sono preoccupati per me:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui mi ha condotto lungo il deserto dei momenti difficili:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui mi ha liberato dal male e dalle disgrazie:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui ha perdonato tutti i miei peccati:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui mi ha giustificato nel turbine del male:
perché eterna è la sua misericordia.
Lui conduce costantemente la mia vita:
perché eterna è la sua misericordia”

E così potremmo scrivere il salmo della nostra vita e riconoscere


che sempre si è manifestata la misericordia di Dio. Sarà un salmo
molto bello che potremo recitare costantemente nella nostra esi-
stenza proclamando la misericordia di Dio per noi.
92 Miguel Ángel Asiain

Dio è misericordia in tutti i momenti della nostra vita, perciò dob-


biamo andare da lui ed egli ci aiuterà sempre. Nel Salterio c’è una
preghiera dell’afflitto che si reca da Dio e gli dice: “Misericordia, Si-
gnore, vengo meno, sana, Signore, le mie ossa slogate”. E nell’Euca-
ristia diciamo: “Signore, abbi pietà di noi perché abbiamo peccato
contro di te. Mostraci la tua misericordia, Signore, e donaci la tua
salvezza”.
Se è misericordia, come può non perdonare i nostri peccati? Non
disperiamo dunque, non cediamo all’afflizione, perché in ogni mo-
mento viene in nostro aiuto. Non possiamo dubitare che Lui perdo-
na, distrugge i nostri peccati, li cancella e li purifica, perché la sua
misericordia giunge a noi come perdono, amore, grazia e salvezza.
Chi dubita del perdono, dubita della sua misericordia e questo è
peccato. Se ci sentiamo peccatori, e lo siamo, non dobbiamo fare
altro che affidarci alla misericordia del nostro Dio. Papa Francesco
una volta disse: “Nessuno può essere escluso dalla misericordia di
Dio. Tutti conoscono la strada per accedervi e la Chiesa è la casa che
accoglie tutti e non rifiuta nessuno. Le sue porte rimangono spa-
lancate, affinché chi si sente toccato dalla grazia possa trovare la
certezza del perdono”.
Anche nei momenti di gioia dobbiamo riconoscere la misericordia
di Dio, rendendogli grazie perché la gioia che abbiamo viene da Lui,
dalla Sua misericordia, perché egli vuole il bene dei suoi figli. Non
abbiamo motivo di non essere in pace, nella gioia, nella felicità, nel-
la speranza, perché abbiamo un Dio che è misericordioso.
E penso alla morte: cosa sarà la morte? Non lo sappiamo; lasciamo
questa vita, ma diciamolo in un modo più sicuro: morire è entrare
nel mistero della misericordia di Dio. Non sappiamo cosa avvenga,
ma una cosa è certa: entrando nel mistero della misericordia di Dio,
noi saremo coinvolti in questo mistero. Per questo non abbiamo
paura, abbiamo fiducia, guardiamo alla morte come a un momento
di grazia; è vero che ci lasciamo alle spalle molti cari, molte cose,
ma che importa se entriamo nel mistero della misericordia del no-
stro Dio? Deve essere meraviglioso entrare in quel mistero di mise-
ricordia, ritrovarsi avvolti in esso. Questo deve darci pace.
Noi riconosciamo che Dio è misericordia, ed è vero, e la Parola ci
aiuta ad ammettere la verità di questa affermazione. Ma, nel pro-
Chi è il nostro Dio? 93

fondo, non sappiamo nulla: infatti in cosa consiste la misericordia


di Dio? Ci gettiamo (o ci tuffiamo) in essa, perché amiamo il nostro
Dio, confidiamo in Lui e attraverso Gesù vediamo nei Vangeli come
si manifesta questa misericordia ma, nonostante tutto, affermia-
mo una realtà, ne siamo convinti, è vero, ma non finiamo di sapere
cos’è questa misericordia. Ed ecco che qualcosa di meraviglioso si
avvera: ci affidiamo con totale fiducia a un Dio nel quale sappiamo
che saremo felici, ma non sappiamo com’è. Sì, Dio è misericordia,
ma qual è la misericordia del nostro Dio? Questo non possiamo
saperlo. Ed ecco il paradosso, Dio è misericordia, noi ci affidiamo
pienamente a quella misericordia, ma nel profondo non sappiamo
quale sia la misericordia del nostro Dio.
Questo è un immenso atto di fede, e lo facciamo di tutto cuore. Ver-
rà il tempo in cui sarà manifestata quella misericordia perché la vi-
vremo, e la Parola dice che la vedremo così com’è, che la vedremo
faccia a faccia. È vero che anche queste parole contengono un mi-
stero per noi, ma ci confortano, ci danno forza nei momenti della
nostra vita. Benedetto sei tu, Signore, per essere misericordioso.
Diffondi la tua misericordia su ognuno di noi e aiutaci a viverla nel
nostro cuore.

Esame

– Hai fiducia nella misericordia di Dio?

– Ti affidi alla misericordia di Dio con tutto il cuore?

– Nei momenti di pericolo, angoscia o paura costituisce il


fondamento della tua vita?

– Guardi la morte con paura e angoscia o con la speranza cui


abbiamo accennato prima?

– Hai cercato di ripercorrere la storia e di viverla sotto lo


sguardo misericordioso di Dio?

– Continuerai ad aver fiducia nella misericordia di Dio, qual-


siasi cosa succeda nella tua vita?
94 Miguel Ángel Asiain

Preghiera

Perché si sta facendo buio,


perché è tardi, mio Dio,
perché ho paura di perdere
i segnali della strada,
non lasciarmi solo
e resta con me.
Perché sono stato ribelle
e ho cercato il pericolo
e ho cercato con curiosità
le cime e l’abisso,
perdonami, Signore,
e resta con me.
Perché brucio di sete per te
e ho fame del tuo pane.
Vieni, siediti al mio tavolo,
benedici il pane e il vino.
Come scende velocemente la sera!
Resta con me, finalmente!
2º Dio è amore

Quante volte molti credenti si sono chiesti: chi è il nostro Dio? E


non solo loro, ma anche i miscredenti quando parlano ai credenti
o quando si riferiscono al loro Dio, si pongono la stessa domanda:
chi è il vostro Dio? Da noi scaturisce una risposta che nasce dal pro-
fondo del cuore: il nostro Dio è amore. Sì, Dio è amore. È ciò che
lo definisce in modo meraviglioso, ciò che lo identifica meglio di
ogni altra cosa, Dio è amore. E di fronte a questa risposta non pos-
siamo opporre nulla, la accettiamo perché ci appare come una ve-
rità totale, come qualcosa che non può essere altrimenti. Quando
guardiamo il nostro Dio, capiamo che è amore. Quando leggiamo
le Scritture, vediamo che è amore, quando guardiamo l’universo, ci
rendiamo conto che è amore. Niente resiste a questa verità.
È pur vero che la parola “amore” è stata ed è molto manipolata. Si
parla di amore in molti modi diversi e a volte folli. Basta guardare
certi media che si riferiscono a persone che si conoscono o ai loro
rapporti con altre persone, basta ascoltare certe canzoni, o sentire
quello che molti dicono dell›amore, per capire che siamo su piani
diversi, in due ambienti diversi, in due situazioni opposte. Dio è
amore, ma non quell›amore di cui si dicono cose che non si appli-
cano a Dio.
Quindi, la prima cosa che proclamiamo in questo capitolo è che Dio
è amore, ma un amore che non ha nulla a che fare con quello che
viene raccontato da certe canzoni o inteso in comportamenti che
non hanno nulla a che fare con il nostro Dio. E se diciamo che è
amore non lo inventiamo, perché è Giovanni che ha detto nei suoi
scritti: “Chi non ama non conosce Dio perché Dio è amore”. Quindi,
per conoscerlo dobbiamo amare veramente. Lo vedremo ripetere
96 Miguel Ángel Asiain

molte volte: solo chi ama gli altri capisce che Dio è amore, sa che
Dio è amore e vive un Dio-amore.
E questo perché l’amore viene da Dio; se Lui è amore, ciò che dà è
amore, e in questo amore possiamo amare gli altri. Non si può se-
parare l’amore di Dio dall’amore degli altri. Lo dice anche San Gio-
vanni: “Amici miei, amiamoci gli uni gli altri, perché l’amore viene
da Dio, e tutti coloro che amano sono nati da Dio e conoscono Dio”.
Così, quando a Gesù fu chiesto quale fosse il primo comandamento,
disse che era amare Dio, ma che il secondo comandamento è come
il primo e consiste nell’amare gli altri.
Ma possiamo chiederci: in che modo Dio si è manifestato ‘amore’?
Se affermiamo qualcosa, è doveroso giustificare ciò che affermia-
mo, e indicarne il perché. Perché è proprio l’apostolo dell’amore che
dice: “L’amore di Dio si è reso visibile tra noi in questo: che ha man-
dato il suo Figlio unigenito nel mondo per darci la vita”. Possiamo
pensare ad un amore più grande, possiamo pensare ad un Dio che
è così amorevole da compiere quel gesto che è già per sempre e che
consiste nell’inviare suo Figlio a farsi carne come noi e che per tutta
l’eternità sarà Dio incarnato? Non possiamo immaginare quel gesto
d’amore di Dio, perché Dio deve essere pazzo d’amore per fare quel-
lo che ha fatto. Non possiamo immaginare un esempio così umano
per comprendere ciò che Dio ha fatto, e che Dio, così facendo, si è
manifestato come un Dio che si definisce solo come amore.
E una verità che aumenta ancora di più la nostra ammirazione è
che l’amore non esiste perché abbiamo amato Dio, ma perché Dio è
stato il primo ad amarci. E in quel folle impulso d’amore ha manda-
to il suo Figlio a morire per i nostri peccati. Possiamo dire qualcosa
di più per indicare il suo amore? Riconosciamo che Lui è stato il
primo ad amarci e quindi possiamo amare, e che ha manifestato
quell’amore infinito nel dono di suo Figlio e nel morire per i nostri
peccati. C’è un paradosso difficile da capire: il nostro peccato più
grande, la morte di suo Figlio, si rivela essere ciò che ha consentito
a Dio di esercitare il suo amore supremo, ha voluto cancellare quel
peccato con la morte di suo Figlio e per questo Egli lo ha mandato
a noi.
Da quanto abbiamo detto, possiamo dedurre quello che San Gio-
vanni dice in un altro passo: “Se Dio ci ha tanto amato, è nostro do-
Chi è il nostro Dio? 97

vere amarci l’un l’altro”. In altre parole, l’obbligo di amarci nasce


dal fatto che siamo stati amati da Dio. Se ci ha amato, non possiamo
rispondere in altro modo se non amando gli altri. Il Dio dell’amore
crea amore in noi; il Dio che ama ci fa amare gli altri; il Dio che si
definisce per amore ci rende capaci di dire che siamo suoi figli, che
siamo coinvolti nell’amore se amiamo veramente gli altri. Il Dio che
ama non è un Dio che rimane in sé, in alto, ma un Dio che ci spinge
ad amare gli altri. Perché Dio è amore, noi amiamo; perché Dio è
amore non possiamo fare altro che amare. E Giovanni lo riafferma:
“Se ci amiamo gli uni gli altri, Dio è con noi e il suo amore si realizza
in noi; e questa è la prova che noi siamo con lui e lui con noi, che ci
ha resi partecipi del suo Spirito”.
“Sì, Dio è amore e chi sta nell’amore dimora in Dio e Dio in lui”. Que-
sta è la nostra gioia: poter rimanere in Dio e poterlo amare amando
gli altri. Il nostro Dio non è un Dio lontano, estraneo alle nostre vi-
cissitudini, indifferente a tutto ciò che ci accade o ci appartiene, no,
è un Dio vicino a tutto ciò che è nostro, alle nostre afflizioni, alle no-
stre disgrazie, ai nostri disastri, ma anche alle nostre gioie, alla no-
stra felicità e alla nostra gioia. Per questo diciamo che è amore. Non
lo sarebbe se non si preoccupasse di noi; non lo sarebbe se rimanes-
se “nelle sue cose” senza preoccuparsi delle nostre; non lo sarebbe
se non sentisse la sofferenza e le gioie di noi, figli suoi. Per questo
è un Dio d’amore, perché tutto lo riguarda nel senso che possiamo
dire che viene da Dio. Dio soffre nei suoi figli che soffrono, Dio sof-
fre nei suoi figli che sono offesi, attaccati, maltrattati e uccisi.
Proprio perché Dio è amore, non dobbiamo temere, perché nell’a-
more non c’è timore. “Al contrario, l’amore scaccia via il timore, per-
ché il timore anticipa la punizione; di conseguenza, chi teme non si
realizza nell’amore”.
Possiamo sicuramente amare perché Lui ci ha amati per primo. L’a-
more non nasce da noi, l’amore nasce dal suo amore, e poveri noi
se Lui non ci avesse amati per primo, perché, se così fosse stato, noi
non saremmo stati in grado di amare.
Ma amiamo veramente Dio? Lui è amore, l’abbiamo ripetuto fino
alla nausea e abbiamo detto che il suo amore precede il nostro, ma
amiamo veramente Dio? C’è un modo per scoprirlo, osservando i
suoi comandamenti. “Perché amare Dio è osservare i suoi coman-
98 Miguel Ángel Asiain

damenti”. E Giovanni in una lettera afferma: “Amare è fare questo,


camminare secondo i suoi comandamenti”.
Ma c’è qualcosa che Gesù ha detto su questo argomento, che ci riem-
pie di gioia e ci lascia sbalorditi. E le sue parole sono queste: “Come
il Padre ha amato me, così io ho amato voi”. Possiamo pensare che
cosa significhi una tale affermazione? Qual è l’amore che il Padre ha
per suo Figlio? Lo vediamo in tutti i Vangeli e avremo occasione per
riaffermarlo in altri capitoli. Non possiamo nemmeno immaginare
l’amore che il Padre ha per suo Figlio, l’Amato, il Prediletto, l’Unige-
nito, l’Inviato. L’amore non è altro che lo Spirito Santo. Così il Padre
ama il Figlio. Quindi fate attenzione alla dichiarazione di Gesù: Lui
ci ama in questo stesso modo. Perciò Dio-amore viene a noi attra-
verso Gesù. Il Dio-amore entra nel nostro cuore, il Dio-amore è con
noi, non siamo indifesi, lasciati soli, abbandonati. E non possiamo
pensare che Dio sia lontano dalla nostra vita, da noi quando siamo
in preda a disgrazie, sofferenze e altre vicissitudini, non possiamo
pensare che Dio non si preoccupi per noi. Il suo amore ci giunge at-
traverso Gesù, ed è per questo che il Signore continua a dire: “dimo-
rate in questo amore”. È la sua richiesta, è il suo desiderio, è quello
che vuole da noi, che rimaniamo in quell’amore. E come possiamo
rimanere nel suo amore? Osservando i suoi comandamenti, perché
“anch’io ho osservato i comandamenti del Padre, e dimoro nel suo
amore”.
Dobbiamo essere felici per quello che dice Gesù, perché la sua paro-
la è vera: “il Padre vi ama, perché voi mi amate e credete che io sono
venuto da Dio e sono unito a Dio”. Ancora una volta abbiamo questa
conferma, che Dio è amore, è un Dio che ci ama, e ci ama perché
amiamo Gesù e crediamo in lui.
Tutto questo non ci può scoraggiare, ma piuttosto il contrario: “Non
abbiate paura; confidate in Dio e confidate anche in me”. In quel Dio
che è amore dobbiamo mettere la nostra fiducia totale, in Lui dob-
biamo appoggiarci, in Lui dobbiamo abbandonarci, perché se Lui
è amore, non può trattarci se non con amore. Quindi, nei momenti
difficili che possiamo attraversare, nelle tentazioni, anche nelle ca-
dute che tutti noi abbiamo perché siamo peccatori, non dobbiamo
abbatterci, dobbiamo confidare in Dio e metterci nelle mani di quel
Dio che è amore. Questa è la nostra fortuna e la nostra gioia.
Chi è il nostro Dio? 99

Papa Francesco ci dice: “Per conoscere questo Dio, che è amore,


dobbiamo salire la scala dell’amore del prossimo, delle opere di ca-
rità, delle opere di misericordia che il Signore ci ha insegnato”.
Gesù ci parla di questo Dio-amore: “Chi mi ama veramente, cono-
sce i miei comandamenti e li mette in pratica; chi accoglie i miei
comandamenti e li osserva, questi è colui che mi ama”. E ripetendo
la stessa idea ci dice: “Colui che mi ama ascolterà le mie parole, e
noi verremo da lui e dimoreremo in lui”.
L’amore di Dio si manifesta soprattutto nel rapporto che ha con suo
Figlio, Gesù. Il Maestro parla spesso del suo rapporto con il Padre,
di come il Padre sia con Lui e lo ami. Questo deve incoraggiarci per-
ché Gesù è nostro fratello e, come ama Lui, il Padre ama noi. Vedia-
mo alcuni passi del Vangelo in cui questo è chiaro. “Padre, grazie
per avermi ascoltato. Tu mi ascolti sempre”. Questo deve incorag-
giarci a pensare come il Padre ci ascolta. A volte pensiamo di esse-
re lasciati fuori dalla sua mano, ma in Gesù capiamo che ci ascolta
sempre. Ecco perché in ogni momento, in ogni situazione di diffi-
coltà, in ogni occasione di pericolo, dobbiamo sempre rivolgerci al
Dio dell’amore, per l’amore che ha verso di noi, si prende cura di noi
e si prende cura delle nostre richieste. In un’altra occasione Gesù
dice: “La vita che il Padre mi ha dato, nessuno può togliermela”. Sia-
mo in buone mani, nelle mani di un Dio che ama ciascuno dei suoi
figli, e lo ama con tutto il cuore. Non dobbiamo avere paura perché
in quelle mani niente e nessuno può separarci da Lui, dobbiamo
metterci nelle sue mani e affidarci a Lui. Il Dio dell’amore si rivela
nel suo rapporto con ciascuno di noi. E in un’altra occasione l’apo-
stolo dice: “Se Dio fosse tuo Padre, mi ameresti, perché sono venuto
e sono qui dalla parte di Dio”. Poiché amiamo Gesù, sappiamo che
Dio è nostro Padre, il Dio che, come abbiamo ripetuto tante volte, è
un Dio-amore. Egli ama suo Figlio e lo ha mandato a noi e amando
quel Figlio ci uniamo al Padre e viviamo con Lui. Attraverso Gesù
veniamo al Padre che è amore, ed è per questo che “negarsi di ono-
rare il Figlio significa rifiutare di onorare il Padre”.
Il nostro Dio è così. Il Dio amore che, per amore, ha fatto cose im-
pensabili per noi, ci ama in un modo per noi inimmaginabile, ci
ama in Gesù e per mezzo di lui ci manifesta il suo amore per noi. Fi-
diamoci di lui, perché nelle sue mani nulla di male ci può accadere.
Ringraziamolo di tutto cuore. Grazie, mio Dio-amore.
100 Miguel Ángel Asiain

Esame
– Esamina la tua vita, non vedi come in essa si è manifestato
l’amore di Dio in molti modi?
– Hai fiducia nel Dio-amore? Credi nel suo amore?
– Ricordi in quali eventi della tua vita sei riuscito a scoprire il
Dio-amore per ringraziarlo con tutto il cuore?
– Nei problemi, nelle tentazioni e nelle situazioni pericolose,
metti la tua vita nelle mani di Dio-amore?
– Ti rivolgi a Dio-amore per mezzo di Gesù, poiché proprio
Lui ci ha rivelato che suo Padre è amore?
– Chiedi perdono per tutte le volte che non ti sei comportato
con l’amore che Lui merita.
– Abbandonati sempre nelle sue mani e non avere paura di
ciò che può accaderti perché sei in quelle mani che sono
proprio quelle di Dio-amore.

Preghiera

Solo in Dio riposa l’anima mia;


da lui la mia salvezza.
Lui solo è mia rupe e mia salvezza,
mia roccia di difesa: non potrò vacillare.
Confida sempre in lui, o popolo,
davanti a lui effondi il tuo cuore,
nostro rifugio è Dio.
Non confidate nella violenza,
non illudetevi della rapina;
alla ricchezza, anche se abbonda,
non attaccate il cuore.
3º Dio è bontà

Un altro modo per rispondere alla domanda su chi sia il nostro Dio
è dire che è buono, anzi che è la bontà, che in Lui è tutto il bene, e
che in Lui nulla di male esiste. Ci si chiede sempre come facciamo
a saperlo. Perché nessuno ha mai visto Dio. E se nessuno l’ha visto,
nessuno può dirci chi sia, e meno ancora mostrarcelo.
Ma possiamo uscire da questa impasse ricordando un’occasione in
cui i discepoli sono con il Maestro. Gesù spiega ad essi alcune cose e
ad un certo momento dice loro: “Nessuno può venire a me, se non lo
attira a sé il Padre che mi ha mandato; se conoscete me, conoscerete
anche il Padre: fin da ora lo conoscete e lo vedete”. Indubbiamente,
i discepoli non capirono nulla. E Filippo cerca di salvare la situa-
zione, ammettendo la sua ignoranza e chiede al Signore: “Signore,
mostraci il Padre; questo ci basta”. Ed è proprio questo che diciamo
anche noi, chiedendo che qualcuno ci mostri il Padre, perché al-
lora sapremo veramente se è bontà come abbiamo affermato pri-
ma; vogliamo veramente sapere se Dio è bontà. E Gesù non esita
a rispondere alla domanda di Filippo (e alla nostra domanda), che
è indubbiamente anche quella degli altri discepoli che non hanno
capito nulla. Anche noi vogliamo veramente sapere se è la bontà.
E Gesù, né laconico né lento, cerca di rispondere alla domanda di
Filippo (alla nostra) e a quella degli altri discepoli che non hanno
capito nulla di ciò che Gesù ha detto loro. Il Maestro dice: “Da tanto
tempo sono con voi, e tu non mi hai ancora conosciuto, Filippo? Chi
vede me vede il Padre, come puoi dire ‘mostraci il Padre’? Non credi
che io sia con il Padre e il Padre è con me?”.
In altre parole, possiamo conoscere il Padre perché abbiamo visto
quello che Gesù ha detto a Filippo e anche ricordando quello che ha
102 Miguel Ángel Asiain

detto in un’altra occasione “il Padre ed io siamo una cosa sola”. Se


vogliamo sapere com’è Dio, dobbiamo solo andare a vedere com’è
Gesù, come si comporta il Maestro, cosa fa e cosa dice. Dio è in Gesù
e Gesù è in Dio; quindi guardiamo ciò che Gesù fa e conosceremo
come è il Padre.
Chi è questo Dio che è bontà? Ricordiamoci di quel passo del Van-
gelo in cui gli scribi e i sadducei portano a Gesù una donna colta
in flagrante adulterio. Chiedono al Maestro cosa bisogna fare di lei.
Sanno bene cosa dice la Legge, ma vogliono mettere alla prova il
Signore. Gesù conosce il cuore, la vita di tutti coloro che sono lì.
Non dice niente. Si inchina e scrive. Gli accusatori della donna se ne
vanno, tutti, a cominciare da quelli più anziani. E poi Gesù chiede
alla donna: “Qualcuno ti ha condannato? Nessuno, Signore. Nem-
meno io. Va’ e non peccare più”.
Questa è la bontà di Dio. Di fronte al peccato di questa donna, non
condanna, perdona. Non si rivolta contro di lei come volevano
quelli che la accusavano, ma piuttosto scaturisce dal suo cuore l’im-
mensa bontà che sente dinanzi a una povera peccatrice e la perdo-
na. Dobbiamo tener presente che quando chiediamo chi è Dio, non
è semplicemente o soprattutto sapere come è in sé, cosa che nessu-
no può sapere, ma chiediamo di sapere come è con noi, vogliamo
sapere come si comporta con noi.
Ebbene, di fronte al nostro peccato, di fronte al male che facciamo,
di fronte ai nostri cattivi comportamenti, anche se così spesso non
gli prestiamo attenzione ma anzi lo offendiamo, lui si mostra amo-
revole, non condanna, perdona. Questo ci dà una gioia immensa
perché, pur essendo peccatori - il peccato è nella nostra vita, - non
dobbiamo scoraggiarci, impauriti davanti al nostro Dio, perché sap-
piamo come Egli è in queste circostanze: opera perdonando, dal suo
cuore non nasce il rimprovero, ma piuttosto il contrario, la bontà
del perdono senza fine. Abbiamo motivo di ringraziarlo, di sentirci
costantemente perdonati nella nostra vita.
Ma non c’è niente che possiamo fare per farci perdonare? La donna
non ha fatto nulla, anzi è umiliata ai piedi di Gesù dove l’hanno
lasciata i suoi accusatori. Ma in un’altra occasione, Gesù dice cosa
dobbiamo fare. Ecco un paralitico che non è più in grado di cam-
minare. È portato davanti a Gesù da quattro amici, che sanno cosa
Chi è il nostro Dio? 103

può fare Gesù. Non hanno la possibilità di entrare dove si trova il


Maestro, in una piccola casa. Questo non impedisce loro di raggiun-
gere lo scopo che si sono prefissi. Lo portano sul tetto, aprono un
buco e scivolano giù la barella su cui si trovo il paralitico. E Gesù,
vedendo la fede di quegli uomini, dice al paralitico: “I tuoi peccati ti
sono perdonati”. E siccome i presenti rimasero meravigliati e scan-
dalizzati dalle parole di perdono di Gesù, disse al paralitico: “Alzati,
prendi il tuo lettuccio e cammina”.

Qui appare un elemento assai importante presente anche in altre


guarigioni: è la fede dei quattro amici che portano il paralitico da-
vanti a Gesù. Lo vedremo con maggiore chiarezza in altri brani.
Gesù fa ciò che vuole, quel che gli scaturisce dal cuore, ma a volte
attende la fede di colui che sarà guarito, e dichiara che è stato sal-
vato dalla sua fede.

E noi cosa dobbiamo fare? Avere fede! Fede in Gesù, fede che pos-
sa fare quello che gli chiediamo di fare, fede che l’importante è
credere in Lui, fede che mettendoci nelle sue mani opererà secon-
do la fede che abbiamo. La fede deve guidare la nostra vita in ogni
momento, la fede deve essere presente davanti al Maestro. Dio
Padre, la bontà suprema, è presente nelle azioni di Gesù. Quindi,
poiché vediamo che Gesù è bontà, possiamo credere che il Padre
è bontà. Sono entrambi la stessa cosa. Sappiamo, quindi, chi è il
nostro Dio, la bontà suprema, la bontà che è vicina a colui che ha
fede in Gesù.

La fede deve essere sempre unita alla speranza. Ecco un’altra situa-
zione. Gesù si trova nella piscina di Siloe. Ci sono molti malati. Il
Maestro si rende conto che uno di loro è invalido da molto tempo.
Si muove con difficoltà. Quando l’acqua si agita, altri si muovono
con maggiore rapidità rispetto a lui, si immergono nella piscina e
guariscono; lui deve aspettare un’altra occasione. Gesù addolorato
per la sofferenza causata dai molti anni di malattia dell’invalido,
gli dice semplicemente che prenda il suo lettuccio e se ne vada. Il
malato ha fiducia nelle parole del Maestro: infatti non dubita, non
pone domande, ha fiducia nella sua parola, ed allora si alza, prende
il suo lettuccio, comincia a camminare, e si allontana. Cosa ha fatto
il malato? Ha avuto fiducia in Dio, nel Maestro che gli ha ordinato di
prendere il suo lettuccio e cominciare a camminare.
104 Miguel Ángel Asiain

L’unica cosa da fare à credere alla parola di Gesù. E di nuovo qui


si manifesta la bontà di Gesù e quindi di Dio. Il suo cuore si com-
muove dinanzi al dolore del malato che è da molti anni prostrato
a letto. Lo guarda e gli dice parole che sono accolte e credute dal
malato. Ha visto qualcosa in questo Rabbì, qualcosa che lo spinge
a credere, ad ascoltare le sue parole e fare ciò che gli dice, e si alza.
È guarito. È valsa la pena ascoltarlo, aver fiducia in Lui. Ed è questo
che dobbiamo fare anche noi: avere fiducia in Gesù, il che vuol dire
aver fiducia in Dio Padre, che è bontà. Appoggiarci in Lui, metterci
nelle sue mani, ascoltare e mettere in pratica quel che ci dice con la
sua parola o nel più profondo del nostro cuore. Se manca la fiducia,
manca la fede, e se mancano sia la fiducia che la fede, non c’è obbe-
dienza alle sue parole, e quindi non c’è amore.
Ci sono momenti in cui il malato si rivolge a Gesù chiedendogli la
guarigione. E a volte glielo chiede in modo molto bello, come è suc-
cesso con un lebbroso. Si rivolge a Gesù e dice: “Signore, se vuoi
puoi guarirmi”. Che bella richiesta! E il Maestro non resiste a una
tale richiesta fatta in modo così fiducioso. Dice: “Sì, lo voglio, gua-
risci”. Così si manifesta la bontà di Dio vista dalla bontà di Gesù,
che non può rifiutare chi lo implora in questo modo. Quel “se vuoi”
conquista il suo cuore. Il lebbroso lo lascia alla sua volontà, non lo
chiede nel modo in cui a volte lo chiediamo noi, come esigendo
qualcosa. Quel “se vuoi” è lasciare tutto nelle mani del Signore, è
abbandonare tutto alla sua volontà; egli accetterà la volontà del Ma-
estro e si accontenterà, umilmente. È così che dobbiamo compor-
tarci con Dio, premettendo alla domanda, come ha fatto il lebbroso,
“se vuoi”, e dicendo sempre questo anche se glielo chiediamo con
insistenza. Come può non volerlo, come può resistere a questo “se
vuoi”?
È così che dovremmo chiedere noi. Non come se imponessimo
qualcosa al Signore, non come se avessimo dei diritti davanti a lui,
non come se non avesse altra scelta che concederci quanto chiedia-
mo; no, ciò che vuole, come lo vuole e quando lo vuole. Così deve
essere la nostra richiesta. Dio si lascerà conquistare dal modo in cui
chiediamo, perché cosa desidera di più, se non darci tutto il bene.
Egli è la bontà, la bontà suprema, e quella bontà si manifesterà an-
cora una volta nell’accordare ciò che chiediamo, come avviene nel
caso del lebbroso.
Chi è il nostro Dio? 105

Ripetiamo costantemente le parole durante la messa, al momento


della comunione, ma le diciamo con il cuore? Crediamo che una sua
parola possa guarirci? O sono parole che siamo abituati a dire senza
nulla che le sostenga? La bontà di Dio può guarirci dalle malattie
del nostro cuore se abbiamo fede in Lui e se confidiamo pienamen-
te che Egli possa farlo con una sola parola del Figlio che è anche la
sua parola.
Ma a volte Gesù domanda a chi chiede la guarigione se ha la fede
per riceverla. È il caso di due ciechi che gli gridano con tutte le loro
forze: “Figlio di Davide, abbi pietà di noi”. Continuano a cammina-
re verso casa e lo seguono senza scoraggiarsi. E il Maestro arriva e
chiede loro: “Avete fede che io possa fare questo?” Dicono: “Sì, Si-
gnore”. E Gesù compie un atto che difficilmente appare nei vangeli,
se non in alcune occasioni. Cosa fa Gesù? Tocca i loro occhi e allo
stesso tempo dice: “Si compia in te secondo la tua fede”. Si compirà,
ma secondo la fede che hanno. Vediamo di nuovo come appare la
fede. Abbiamo visto la fede che il Signore nota in una persona senza
che lui dica nulla; la fede di chi gli chiede qualcosa, ma senza cer-
care di farlo andare nella sua casa; la fede che chiede a chi è stato
guarito, di dirlo, di manifestarlo. Sempre la fede.
Ma un bel passaggio è quello di chi ha fede, ma è convinto che non
c’è bisogno di dire nulla al Maestro. È una malata. È stata vista da
molti medici. Ha speso tutto quello che aveva, tutti i suoi rispar-
mi. Ma conosce la bontà di Gesù. Sa il bene che sta facendo a tante
persone che ne hanno bisogno. Non osa venire davanti a lui. Non
vuole disturbarlo. È convinta che solo toccando il suo mantello
sarà guarita. E poi, di nascosto, mentre Gesù si trova in mezzo ad
una folla enorme che lo spinge da tutte le parti, la donna si avvi-
cina il più possibile, da dietro e gli tocca il mantello. È convinta
che solo toccando il suo mantello sarà guarita. E lei lo tocca. E
subito si sente guarita. Era vero, la forza del Maestro è immensa.
Ma Gesù si accorge che da lui si è sprigionata una forza e chiede:
chi mi ha toccato? I discepoli non capiscono e gli dicono che è così
pressato dal popolo, che tutti lo toccano. Gesù non è soddisfatto.
E allora la donna, rendendosi conto di quello che è accaduto, si fa
avanti e confessa quello che le è successo. Ed è Gesù, la bontà di
un amore che guarda con affetto chi si fida di lui, che le dice che
è guarita.
106 Miguel Ángel Asiain

È così che dobbiamo comportarci anche noi. Sapere che il solo


stare con lui, da soli o con gli altri, ma mantenendo il nostro cuo-
re e la fiducia in lui, può curarci. Basta la fiducia e la fede che Egli
può fare tutto, che è buono, che si dona a chi lo ama veramente,
anche se è vero che ama tutti. Ma agisce in modo speciale con
chi, come la donna che soffriva di perdite di sangue, si comporta
come lei.
Ebbene, questo è il Dio della bontà, il Dio che ama i suoi figli, il Dio
che si dona a tutti in modo impensabile, il Dio che nel suo Figlio
Gesù e con Lui si dona a coloro il cui cuore è aperto al suo sguar-
do amorevole e compassionevole. Il nostro Dio è davvero un Dio di
bontà. Ma una bontà che si diffonde su tutti noi, suoi figli, chiunque
essi siano. Dio non fa discriminazioni, per lui tutti sono figli che
ama e non fa le distinzioni che noi umani facciamo per motivi so-
ciali, culturali o religiosi. Mettiamoci nelle sue mani e camminiamo
con fiducia per tutta la vita, Lui è sempre con noi, non ci lascia mai,
sempre pronto a dare una mano. Ma che dire di noi? Siamo come le
persone che abbiamo visto in queste pagine? Ci comportiamo come
loro? Abbiamo la stessa fede, fiducia e disposizione di cuore? Possa
il nostro Dio-bontà, darci tutto ciò di cui abbiamo bisogno per com-
portarci come Lui vuole.

Esame
– Hai veramente fiducia nella bontà di Dio?
– Quali sono gli eventi della tua vita in cui scopri che la sua
bontà si è resa manifesta?
– La tua relazione con Dio è guidata dalla fede? Lasci tutto
nelle sue mani?
– Quando qualcosa non va bene o non riesce come tu vorre-
sti, hai la fiducia di pensare che Dio non ti ha abbandonato,
e che continua a stare con te nelle avversità?
– Al Dio bontà rispondi con la bontà verso gli altri, indipen-
dentemente da come si comportano con te? Lo ringrazi per
tutta la bontà che ha avuto con te durante tutta la tua vita?
Chi è il nostro Dio? 107

Preghiera

Quando la morte sarà sconfitta


e saremo liberi nel regno,
quando nascerà la terra nuova
nella gloria del cielo nuovo,
quando avremo la gioia
con una chiara comprensione
e l’aria sarà come una luce
per le anime e i corpi,
allora, solo allora, saremo felici.
Quando vedremo faccia a faccia
ciò che abbiamo visto in uno specchio
e sapremo che la bontà
e la bellezza sono d’accordo,
quando, guardando quello che volevamo,
vedremo chiaro e perfetto
e sapremo che deve durare,
senza passione, senza noia,
allora, solo allora, saremo felici.
Quando vivremo nella
soddisfazione dei desideri,
quando il Re ci amerà e ci guarderà,
e noi lo ameremo,
e potremo parlare con lui
senza parole, quando godremo
della felice compagnia
di quelli che avevamo qui
allora, solo allora, saremo felici.
Quando un sospiro di gioia
ci riempirà, incessantemente, il cuore,
allora - sempre, sempre – allora
staremo bene così come siamo.
Gloria a Dio Padre, che ci ha creati,
gloria a Dio Figlio, che è la sua Parola,
gloria allo Spirito divino,
gloria in terra e in cielo.
4º Dio è perdono

Quando cerchiamo di manifestare chi è Dio per noi, dato che nes-
suno lo ha mai conosciuto, ci rivolgiamo a Gesù e prendiamo la di-
chiarazione di Giovanni alla fine del suo primo capitolo in cui dice
che il Figlio ce lo ha spiegato. Ma può sorgere un dubbio. Giovanni
fa teologia; il suo Vangelo è stato scritto molto tardi. La sua affer-
mazione sul Figlio, però, non sarà il frutto della sua teologia, perché
abbiamo almeno un altro luogo dove afferma quanto segue: “Mio
Padre mi ha insegnato tutto; solo il Padre conosce il Figlio e solo il
Figlio conosce il Padre e solo il Figlio conosce il Padre e colui al qua-
le il Figlio vuole rivelarlo”. Questo è quello che dice Matteo. È giusto
quindi che ci rivolgiamo a Gesù quando ci interroghiamo su Dio,
perché il Figlio lo conosce e lo rivela; e Lui lo ha rivelato per tutta la
vita con le sue parole e con il suo comportamento.
Perciò, affidandoci a Gesù e al fatto che Egli ci rivela il Padre, ve-
diamo che Dio è perdono. Forse il caso più eclatante è stato pro-
prio quello di Pietro. Aveva dimostrato di essere molto deciso
quando Gesù gli disse che lo avrebbe rinnegato; disse di no. Tutti
gli altri potevano negarlo, ma non lui. Che uomo era, Pietro! E
poche ore dopo, le parole di alcuni servi del sommo sacerdote e
di alcuni uomini che si stavano scaldando in attesa di vedere cosa
sarebbe successo al prigioniero, sono bastate a Pietro per rinne-
gare il suo Maestro. Non lo conosce! No, non lo conosce. E lo dirà
a voce alta: “Non conosco quell’uomo”. E poi, con quella parola
che sembra un po’ sprezzante “quell’uomo”. Luca dice che “il Si-
gnore si voltò e guardò Pietro, e Pietro si ricordò” delle parole che
il Maestro gli aveva detto nell’Ultima Cena, e uscito fuori, pianse
amaramente”.
110 Miguel Ángel Asiain

Ed ecco il peccato di Pietro, tanto più grande perché era il discepo-


lo che era stato scelto dal Signore per essere il capo del gruppo dei
dodici, tanto più grande perché era stato il rifiuto di colui che lo
amava, come glielo aveva manifestato in tante occasioni e di colui
che aveva predetto quello che sarebbe successo e lui, Pietro, aveva
affermato con forza che questo non sarebbe successo. Ma Gesù non
lo rifiuta, cosa fa? Lo guarda come per dire “che cosa hai fatto?”, e
nei suoi occhi c’è il perdono, che è ciò che fa piangere amaramen-
te Pietro. E Pietro si comporterà di fronte a lui in un altro modo.
Diremmo quasi che è stato un bene che lo abbia rinnegato, perché
altrimenti dato il carattere di Pietro, come si sarebbe comportato
dopo la resurrezione?
Per questo dobbiamo andare al passo di Giovanni dopo la risur-
rezione del Signore. Ricordiamoci delle tre volte che gli chiede se
lo ama, e delle tre volte che Pietro risponde umilmente sì, che il
Signore sa tutto, che sa che lui lo ama. Ma Giovanni afferma che
Pietro prova dispiacere per il fatto che Gesù gli chieda per tre volte
se lo ami, perché per tre volte lo aveva negato. Gesù non ha recri-
minato, lo ha perdonato e lo ha spinto persino a professare il suo
amore per Lui.
Ebbene, questo è Dio. Dio non rimprovera quando si pecca, quando
si fa il male; perdona, ma quello che dobbiamo fare è quello che ha
fatto Pietro, piangendo amaramente perché abbiamo offeso colui
che ci ha mostrato tutto l’amore che ha avuto per noi. Allora dovre-
mo mostrargli il nostro amore, ma con l’umiltà di chi sa quello che
ha fatto e il male che ha commesso. Dio perdona sempre, Dio ci aiu-
ta sempre a fare il passo del pentimento, Dio, che ci ama veramente,
sarà sempre il nostro aiuto in quelle circostanze.
Ma possiamo offendere Dio in molti modi. Abbiamo parlato di Pie-
tro, e gli altri discepoli cosa fanno? Fuggono, e lasciano il Maestro
solo. È pur vero che lui aveva detto loro ciò che sarebbe successo:
“Se, dunque, cercate me, lasciate che questi se ne vadano”. E i disce-
poli fuggono. Non hanno pietà di ciò che accade al Maestro, che li
ha tanto amati e che li ama; lo lasciano e se ne vanno, si nascondo-
no come se non avessero nulla a che fare con lui. Gesù, dopo la sua
risurrezione, non li rimprovererà, non dirà loro perché lo hanno la-
sciato solo, nulla di simile. Apparirà loro, farà tutto il possibile per-
ché credano, li radunerà nel cenacolo e aspetterà una settimana che
Chi è il nostro Dio? 111

tutti siano lì, anche Tommaso, e poi quando tutti saranno presenti
darà loro quello che ha, soffierà su di loro e dirà: “Ricevete lo Spirito
Santo”, lo Spirito d’amore. Con un grande dono: “A chi perdonerete
i peccati, saranno perdonati; a chi li riterrete, saranno ritenuti”. Di
nuovo, il perdono. Di nuovo l’amore, con il grande dono dello Spiri-
to e la possibilità di poter perdonare anche i propri peccati.
Perciò noi, di qualsiasi genere siano i peccati che abbiamo commes-
so, dobbiamo confidare nel perdono di Dio, egli è perdono e non
può agire in nessun altro modo se non perdonando, perché questo
è ciò che scaturisce dal suo cuore, pieno d’amore. Dimenticherà il
nostro passato pieno di peccati, non farà mai riferimento a ciò che
abbiamo fatto perché ha perdonato tutto, se abbiamo davvero pian-
to amaramente. Ma, attenzione a quello che succede a Pietro: prima
c’è stato il perdono, - guardò Pietro quando lo rinnegò - e poi viene
il pentimento. Dio perdona ancora prima che noi gli chiediamo per-
dono, ma poi, a maggior ragione, dobbiamo chiedere quel perdono
che nasce dal suo sguardo, dal suo amore. Ci pentiamo perché Lui
perdona, sembra una cosa molto strana, ma in Dio tutto può sem-
brare strano. Lui è così, non segue le nostre regole. Va oltre ciò che
non capiamo. Questo è il nostro Dio, il Dio del perdono.
Un altro caso meraviglioso. I vangeli dicono che aveva scacciato set-
te demoni dalla Maddalena. L’abbiamo già visto, prima il perdono.
Gesù perdona quella donna. E come agisce lei? Se la Maddalena è
la donna che lo ha unto a Betania – ma questo non viene detto -
possiamo vedere il grande amore che questa donna manifesta verso
di Lui. Porta un flaccone di profumo molto costoso e lo versa sul
capo di Gesù. I discepoli sono indignati, perché a loro questo gesto
sembra uno spreco. Gesù la difende. Lo unge in vista della sua se-
poltura. Non avrebbero dovuto i discepoli essere felici di vedere l’a-
more che questa donna dimostrava per il Maestro? Gesù non aveva
mostrato loro molto amore? Come sono disorientati! Il Maestro non
meritava quello che ha fatto questa donna? E se quella non fosse
la Maddalena, allora è lei che va molto presto la mattina del gior-
no della risurrezione alla ricerca del corpo del Signore per ungerlo
e prendersene cura. Di nuovo l’amore come risposta al perdono. È
sempre così, non è prima il pentimento e poi il perdono; prima il
perdono da cui scaturisce il pentimento. E questo per noi è difficile
da capire, qualcosa che dobbiamo meditare molte volte. Dobbiamo
112 Miguel Ángel Asiain

domandarci se abbiamo notato l’amore di Gesù che ci perdonava e,


di conseguenza, se sia sorta in noi la necessità di chiedere perdono.
Ricordiamoci che i confessionali erano nelle chiese prima che noi
nascessimo. È come dire che il perdono era già lì prima del nostro
peccato.
Ma se Dio si comporta così con noi, noi dobbiamo comportarci allo
stesso modo con gli altri. E questo è l’insegnamento di Gesù. Non
accettare la vendetta, ma chiedere perdono. Se qualcuno ti ha offe-
so, non vendicarti, ma offrigli il tuo perdono. Ricordiamo le parole
di Gesù ai suoi seguaci: “Avete sentito che è stato detto: ‘Occhio per
occhio, dente per dente’. Ma io vi dico: non resistete a un uomo che
vi offende. Al contrario, se uno ti percuote la guancia destra, por-
gigli anche la sinistra...”. Così dobbiamo comportarci. Dobbiamo
anche imitare il Padre concedendo il perdono a coloro che ci hanno
offeso, come il Padre lo ha concesso a noi che lo abbiamo offeso.
Dio non fa preferenze di persone, non si comporta con i buoni in un
modo e con i cattivi in un altro, ciò che dà, lo dà a tutti perché tutti
sono suoi figli e quindi a tutti fa sempre del bene. E di nuovo Gesù
ci offre l’esempio di suo Padre affinché ci comportiamo allo stesso
modo. “Avete sentito che è stato detto: ‘Amerai il tuo prossimo ’... e
odierai il tuo nemico. Ma io vi dico: ‘Amate i vostri nemici e pregate
per coloro che vi perseguitano, affinché siate figli del Padre vostro
che è nei cieli, che fa sorgere il sole sui buoni e sui cattivi e manda
la pioggia sui giusti e sui peccatori” Qui appare con chiarezza che il
Padre del cielo, il Dio del perdono, non fa preferenze di persone, ma
tratta allo stesso modo amici e nemici, giusti e peccatori. Dio non
tratta ciascuno in modo diverso; tutti sono per lui figli amati. Per-
ciò, se non perdonasse i cattivi e gli ingiusti, non manderebbe loro
il sole e la pioggia. È Gesù a dire come il Padre ama tutti, per questo
non si oppone a coloro che agiscono male, perdona tutti e ama tutti.
Ed è questo che ci ordina di fare. Dobbiamo perdonare tutti, non
fare differenze di persone. È vero che possiamo avere amici e altri
che non lo sono, ma questo non significa che siano nostri nemici.
Per questo dobbiamo essere buoni con loro, con tutti. Il Dio del per-
dono ci insegna a perdonare; il Dio che tratta tutti allo stesso modo
ci incoraggia a trattare tutti allo stesso modo. Anche se ci hanno
offeso o ci hanno fatto del male.
Chi è il nostro Dio? 113

Per questo, in un altro passaggio, il Signore ci dirà che non dobbia-


mo giudicare perché saremo giudicati come giudichiamo gli altri.
Se vogliamo che Dio ci perdoni, anche noi dobbiamo perdonare. Se
vogliamo che Dio continui a guardarci con amore, dobbiamo amare
gli altri. Questo è molto importante, perché nella misura in cui giu-
dichiamo gli altri, saremo giudicati.
Questo perdono di Dio si manifesta anche nel fatto che Gesù chia-
ma non solo i buoni a seguirlo, ma anche coloro che ama, chiun-
que essi siano. Lo vediamo nella vocazione di Levi. Era un esattore
delle tasse, un peccatore per quelli del suo tempo. È seduto al ban-
co delle imposte, e Gesù si rivolge semplicemente a lui, come fece
con Pietro e i primi discepoli, che erano persone semplici, semplici
e buone. Gli dice: “Seguimi”. Non importa che sia considerato un
peccatore, non importa quale sia la sua professione, il Maestro non
ne tiene conto, chiama chi vuole. E Levi si alza e lo segue.
Questo ci insegna che non dobbiamo guardare dall’alto in basso le
persone che pensiamo siano peccatori. In primo luogo perché siamo
anche noi peccatori e, in secondo luogo, perché chi conosce il cuore
delle persone? Solo Dio e Lui agisce e opera secondo la sua volontà.
In varie occasioni il Maestro perdona direttamente i peccati delle
persone che vanno a lui o che incontra. Ricordiamo il caso del pa-
ralitico che era stato tirato giù dal tetto di una casa: cosa dice Gesù?
“Figlio, i tuoi peccati ti sono perdonati”, proprio così! Senza dub-
bio il Maestro conosce la fede del paralitico e di coloro che lo ac-
compagnano; essi lo hanno portato semplicemente per far guarire
il suo corpo e Gesù fa molto di più, guarisce il suo spirito, perdona
i suoi peccati. E perché? Il Maestro lo dirà in un’altra circostanza
quando sarà accusato di mangiare con peccatori e miscredenti e, in
quell’occasione, risponderà: “Le persone sane non hanno bisogno
di un medico, ma i malati sì. Non sono venuto a chiamare i giusti,
ma i peccatori”. Per questo Gesù è venuto, per questo il Padre lo
ha mandato in questo mondo, per chiamare i peccatori, cioè per
perdonare i peccatori, per stare con loro, per portare speranza nella
loro vita. Spesso non lo sanno, ma Gesù lo sa. Per questo il Padre lo
ha mandato, per perdonare i peccati. Morirà anche per il perdono
del peccato del mondo. È qualcosa che va al di là di noi, che ci su-
pera. Possiamo vedere l’amore di Dio, il modo di essere di Dio che
invia niente meno che suo Figlio nel mondo per perdonare i pecca-
114 Miguel Ángel Asiain

ti, per morire in remissione dei peccati di tutti gli uomini. Non è un
Dio del perdono? Chi avrebbe fatto una cosa simile? Non è questo
Dio un Dio incomprensibile a causa della follia del suo amore? Non
lo capiremo, Dio non potrà mai essere compreso, quello che dob-
biamo fare è semplicemente e soltanto accettarlo. E dobbiamo agire
nello stesso modo in cui agisce lui. Dobbiamo perdonare se siamo
stati offesi; dobbiamo comportarci bene anche nei confronti di chi
si è comportato male con noi.
Il modo in cui dobbiamo comportarci appare meravigliosamente
quando Gesù si rivolge a un fariseo che lo giudica nel suo cuore per-
ché si lascia toccare da un peccatore. E il Maestro rivolge una do-
manda a Pietro, su un creditore che perdona due persone, una che
gli deve poco e l’altra che gli deve molto. E chiede: chi gli sarà più
riconoscente? Pietro gli risponde bene: quello a cui ha condonato di
più. E questa risposta aiuta Gesù a difendere la peccatrice per tutto
quello che ha appena fatto con Lui, cosa che Simone, il fariseo, non
ha fatto. Ecco di nuovo il perdono di Gesù. Non gli importa che un
peccatore gli tocchi i piedi, non gli importa che lei li asciughi con i
suoi capelli, lei che ha versato un vasetto di profumo sul suo capo.
Gesù non giudica la peccatrice, la perdona, e la peccatrice ama
molto perché si sente perdonata. Questo è il modo in cui dobbia-
mo comportarci: dobbiamo perdonare senza giudicare, non ci deve
importare che si dica che qualcuno è un peccatore, che si comporta
male. Naturalmente non dobbiamo permettere che qualcuno faccia
del male ad altre persone, ma dobbiamo accettare le persone così
come sono e aiutarle ad agire altrimenti.
Infine, ecco una parabola molto bella. Quella dell’uomo che ha un
grande debito da pagare e non ha nulla con cui pagarlo. Quando il
padrone minaccia di metterlo in prigione fino a quando non avrà
estinto il debito, il debitore lo prega sinceramente di aspettare fino
a quando lo potrà restituire. Il padrone, pietoso, gli condona tutti i
suoi debiti. Il debitore lascia il suo padrone e incontra un’altra per-
sona che gli deve molto poco, e sebbene questa usi le stesse parole
con le quali aveva implorato il suo padrone, non lo ascolta e lo con-
duce in prigione. I compagni, vedendo la sua condotta, lo denun-
ciano al padrone che lo chiama, lo rimprovera dicendo che avrebbe
dovuto condonare come era stato condonato, tanto più che la diffe-
renza del debito era così grande.
Chi è il nostro Dio? 115

Possiamo applicare questo alla nostra vita, al nostro comportamen-


to. Il Dio del perdono ci ha perdonato tutto nella vita. Ha dimenti-
cato quello che gli dobbiamo. Ha trascurato i nostri molti peccati.
Non ci ha messo in prigione fino al pagamento dei nostri debiti, il
che sarebbe impossibile. È stato così buono con noi da perdonarci
tutto. Come ci comportiamo nei confronti degli altri? Abbiamo per-
donato tutto nella vita? C’è ancora rancore verso di noi per qualcosa
che è successo? Proviamo ancora rancore per quello che ci è stato
fatto? Non siamo stati capaci di perdonare come ci è stato perdo-
nato? C’è una realtà da esaminare nella nostra vita. Imitiamo il Dio
del perdono, seguiamo le linee guida che ha seguito, cerchiamo di
imitare nella nostra piccolezza il grande dono del nostro Dio: essere
perdonati per tutto e per sempre.

Esame
– Hai pienamente fiducia nel perdono che Dio ti ha concesso
lungo la tua vita?
– Hai ringraziato per tutto ciò che Dio ti ha dato, il perdono,
l’amore, la dedizione senza chiederti nulla in cambio?
– Ti sei abbandonato totalmente a lui senza timore per tutto
ciò che è successo nel tuo passato?
– Cerchi di perdonare gli altri come tu sei stato perdonato?
– È presente nella tua vita qualche risentimento, qualcosa
che non è ancora stato perdonato, o dimenticato?
– Hai chiesto perdono alle persone che hai potuto offendere
e con cui ti senti ancora in debito d’amore?

Preghiera

Non mi muove, Signore,


ad amarti il cielo che tu
mi hai promesso.
Né mi muove l’inferno tanto temuto
perché io lasci con ciò di amarti.
116 Miguel Ángel Asiain

Mi muovi tu, mio Dio;


mi muove il vederti
inchiodato su quella croce,
scarnificato.
Mi muove il vedere
il tuo volto tanto ferito,
mi muovono i tuoi affronti
e la tua croce.
Mi muove infine il tuo amore
in tal maniera
che se non ci fosse cielo,
io ti amerei,
e se non ci fosse inferno,
ti temerei.
E non hai da darmi nulla
perché ti ami perché
se quanto aspetto
io non lo aspettassi,
nella stessa maniera che ti amo, io ti amerei.
5º Dio è prossimità
Quanti negano l’esistenza di Dio o, se la ammettono, pensano a Lui
come se fosse nell’alto dei cieli senza preoccuparsi degli esseri uma-
ni, credono che noi gli siamo indifferenti, e che Lui non abbia nien-
te a che fare con noi! Molti altri dicono che Dio non esiste perché se
esistesse e fosse buono non permetterebbe il male nel mondo, non
permetterebbe le tante cose orribili che si compiono, non permet-
terebbe i disastri provocanti immense tragedie, non permetterebbe
il male che gli uomini si fanno reciprocamente. Alcuni dicono: se
Dio esiste, perché ha permesso la morte del mio figlioletto? Se Dio
esiste, perché sono vittima di questa grave malattia, perché sono in
pericolo di morte? E così potremmo continuare a indicare ciò che
molti dicono perché non credono nell’esistenza di Dio o di un Dio
che si prenda cura degli uomini. Per queste persone Dio è lontano,
non ha niente a che fare con noi, ammesso che esista.
Ma c’è prossimità più grande di quella che Dio ha avuto con noi? Ha
mandato suo Figlio nel mondo per stare con noi e quel Figlio è uno
con il Padre. Così tanto si è avvicinato da diventare uomo in suo Fi-
glio, e lo ha mandato ad essere uno di noi. E Gesù ha condotto una
vita simile alla nostra in tutto tranne che nel peccato. Non è questa
la prossimità di Dio? Cos’altro potrebbe fare? Chi penserebbe che
Dio possa comportarsi in questo modo? Nel suo Figlio Dio è con noi,
che cosa vogliamo di più? Che cosa possiamo chiedere di più? E co-
loro che si lamentano delle loro disgrazie e dei loro dolori e dicono
che questo dimostra che Dio è lontano, cosa possono dire quando
si scopre che Dio ha portato il proprio Figlio sulla croce? Dio non
ha sofferto in suo Figlio? Dio non ha patito in suo Figlio? Non sono
accadute cose impensabili a Dio in suo Figlio? No, non possiamo
dire di avere un Dio lontano, Dio è più che vicino. La vicinanza più
118 Miguel Ángel Asiain

grande è proprio quella di essersi fatto uomo, uno come tutti noi.
In Gesù abbiamo la vicinanza del Padre. Possiamo ben dire, quindi,
che Dio è vicino all’uomo in tutte le vicende della sua vita, poiché
egli stesso ha sofferto come gli uomini. E durante la sua vita, Gesù
si è avvicinato a tutte le categorie di uomini, ai miserabili e ai sof-
ferenti. I Vangeli ci raccontano questo, come potremo vedere in al-
cuni esempi, per i quali sarebbe sufficiente leggere gli evangelisti.
Gesù si avvicina ai lebbrosi. Uomini che all’epoca dovevano vivere
separati da tutte le persone e alla vista di qualcuno dovevano grida-
re per avvertirli di non avvicinarsi. Gesù è andato da loro, non aveva
paura della malattia. E li ha guariti. “Signore, se vuoi puoi sanarmi”.
E Gesù sana. Non si allontana dai lebbrosi, fa loro il bene che può,
risponde alle loro preghiere, non si allontana come gli altri ebrei.
Questa è la vicinanza di Dio.
Nessuno è estraneo a Dio, nessuno è lontano da lui. È vero, un po-
polo è stato scelto, di lui si è preso cura, a lui ha insegnato a poco a
poco ma, giunta la pienezza dei tempi, quel popolo è diventato più
grande perché agli Ebrei si sono uniti i gentili, grazia immensa di
Dio. Egli amava tutti, non era lontano da nessuno. E Gesù stesso
lo dimostra. Un giorno un centurione, un non ebreo venne da lui
e Gesù non lo rifiutò. Lo ascoltò: cosa desiderava? Aveva un servo
molto malato e gli chiedeva di curarlo. Il Maestro non gli disse che
era venuto solo per i figli di Israele; sapeva di essere venuto per tutti
e che sarebbe venuto il momento della sua manifestazione a tutti.
Forse ciò che fece poteva essere un segno di quel futuro. E senza
ulteriori indugi gli disse che il figlio sarebbe guarito. Ed ecco, lo
straniero mostrò più fiducia in Gesù degli stessi israeliti: non era
necessario andare a casa, non ne era degno, basta una sola parola
per guarirlo, basta un solo desiderio. Ecco come Gesù è vicino an-
che a questo straniero.
Cosa ci insegna questo? Da un lato, che Dio è vicino ad ogni per-
sona, sia che provenga dal nuovo Popolo di Dio, iniziato con Gesù,
sia che appartenga ad un altro popolo che non conosce quello di
Gesù. Dio sarà vicino a tutti e si occuperà di tutti. Siamo noi così?
Non consideriamo peggiore chi non appartiene al nostro Popolo?
Cosa abbiamo fatto del Popolo nato dal costato di Cristo? Come sa-
rebbe migliore il mondo se noi cristiani ci comportassimo davvero
come Gesù con chi non appartiene al nostro Popolo! Dobbiamo es-
Chi è il nostro Dio? 119

sere vicini a tutti, e mi viene in mente Madre Teresa di Calcutta: si


è donata a tutti, ha accolto tutti, non ha chiesto a quale religione
appartenessero; appena ne vedeva le necessità si avvicinava a tutti
i bisognosi, come Gesù. Era una religiosa che ha insegnato molto a
tutti noi: a stare vicino agli indifesi, a quelli che nessuno voleva, a
quelli a cui nessuno si avvicinava.
Gesù si avvicina anche a coloro che ama. Lo vediamo nel suo com-
portamento verso i discepoli. Non sono loro ad averlo scelto, è lui
che li ha scelti tra tutti per puro amore, per puro desiderio del suo
cuore. E vivrà con loro. Lo accompagneranno giorno e notte, saran-
no i suoi compagni di viaggio. Tra loro c’era di tutto, ognuno era
diverso dall’altro e anche alla fine della vita del Signore si mostre-
ranno diversi nel loro comportamento con il Maestro. Ma non ne
terrà conto, sarà semplicemente con loro, con tutti. Vedranno com’è
la sua vita: venite a vedere. E infatti essi videro la vita del Maestro
e rimasero con Lui quasi fino alla fine; dopo la passione e la resur-
rezione li riunì di nuovo e si avvicinò a loro senza rimproverarli per
il loro comportamento negli ultimi momenti della sua vita. Lui non
parla, ama e sta con loro.
Un giorno entra nella casa della suocera di Pietro che era malata, la
prende per mano e la febbre scompare. Era un’amica, era la suocera
del suo discepolo amato, e lui si rivolse a Gesù. Per avvicinarsi agli
altri basta vedere che hanno una necessità. Dio è sempre vicino a
chi ha bisogno. Non possiamo dire il contrario, se guardiamo come
si comporta in questo modo nel Figlio.
E se gli indemoniati fossero stati stregati? Ebbene, Gesù si avvi-
cina anche a loro. In un’occasione passa davanti a un cimitero. Lì
vivevano alcune persone possedute dai demoni e nessuno osava
percorrere quel cammino. Ma Gesù non ha paura, è lì per tutti, e
passa da quel posto. Essi gridano contro di lui: “Che vuoi da noi,
figlio di Dio? Sei venuto qui per tormentarci prima del tempo?”. Ciò
spingerebbe ad allontanarsi, ad andarsene, come faremmo noi, ma
il Maestro non agisce così. Lui è venuto anche per loro. In questo
caso farà qualcosa che richiama l’attenzione: li libererà dai demo-
ni che lascerà andare verso un branco di maiali, che si getteranno
da una scogliera. Marco racconta la stessa cosa con l’indemoniato
di Gerasa. Viveva nelle tombe, posseduto da uno spirito impuro. È
così forte e potente che pur essendo stato tenuto fermo con lacci e
120 Miguel Ángel Asiain

catene, li ha spezzati sempre, liberandosene. Come dice al Maestro


è “legione”, perché sono molti. E quello che abbiamo raccontato de-
gli altri indemoniati accade anche questa volta. Ordina al demonio
di uscire dalla persona, e la persona guarisce.
O quando incontra un paralitico, Gesù non si lascia sfuggire l’occa-
sione. C’è un uomo in difficoltà e viene da lui. Egli vede la fede che
ha e dice: “Coraggio, figlio, i tuoi peccati sono perdonati”. Non solo
cura la malattia, ma perdona anche i peccati dell’uomo bisognoso.
Quale vicinanza di Gesù è più grande di questa? Chi può dire che
Dio non sia vicino all’uomo, a tutti, specialmente ai bisognosi? È
vero che attualmente non manifesti così la sua vicinanza, ma ciò
non toglie che sia vicino ai bisognosi, a chi soffre, a chi non può più
andare avanti, a chi subisce forti tentazioni. A volte si avvicinerà a
loro attraverso qualcuno che li aiuterà, a volte li ispirerà nel loro in-
timo, a volte darà loro la forza di resistere nelle difficoltà: in quanti
modi Dio si avvicina alle persone bisognose! Ma ciò di cui non pos-
siamo dubitare è che Egli è vicino a loro.
E non è forse vicino ai ciechi quando si avvicinano a Lui e chiedo-
no umilmente il suo aiuto, lo implorano di avere compassione per
loro? Il Maestro chiederà loro se hanno fede che Lui possa fare ciò
che chiedono. E gli confessano con tutto il cuore: sì, credono. Gesù
si avvicina loro, tocca i loro occhi, e il miracolo avviene, vedono se-
condo la fede che hanno. Il Maestro non si allontana mai da chi è
nel bisogno e viene sempre in aiuto. Per questo il Padre lo aveva
mandato, e la sua vicinanza ai bisognosi è la vicinanza di Dio stesso.
Anche con quella donna cananea, che segue il Maestro e il grup-
po dei discepoli pregando per sua figlia. I discepoli si stancano di
sentirla di continuo, ma Gesù rivolgendosi a lei dice qualcosa che
potrebbe allontanare una persona che non avesse piena fiducia:
non si può prendere il pane dei figli per darlo ai cani, lui è venuto
per i figli di Israele! Chiunque dinanzi a queste parole se ne sarebbe
andato scoraggiato e, forse, avrebbe detto qualcosa contro chi gli
avesse parlato in questo modo. Ma la donna risponde in un modo
che conquista il cuore del Maestro: è così che si dice, infatti, ma i
cagnolini mangiano le briciole che cadono dalla tavola dei padroni.
E Gesù è conquistato da queste parole. Non si allontana dalla don-
na, le concede ciò che chiede. Ecco come dobbiamo agire, chiedere
con insistenza, costantemente, senza scoraggiarci, sapendo che il
Chi è il nostro Dio? 121

Maestro è in ascolto e vede ciò che è nel nostro cuore. Chi può dire
dopo questo che è lontano dagli uomini? Chi può dire che Dio non
è la vicinanza dell’amore, della salvezza attraverso suo Figlio, che
ha mandato proprio perché lo rappresentasse davanti agli uomini?
Questa vicinanza di Gesù ai bisognosi è immensa, è una vicinanza a
tutti. E gli Evangelisti a volte presentano in poche parole i tanti che
sono venuti al Signore e vediamo come Egli fa loro del bene, non
se ne vada, si avvicini a loro. Matteo, per esempio, racconta questo
episodio: “Una grande folla si avvicinò a lui, portando zoppi, ciechi,
storpi, sordomuti e molti altri malati; li mise ai suoi piedi e lui li
guarì. La gente era stupita nel vedere che i muti parlavano, gli storpi
erano guariti, gli zoppi camminavano e i ciechi vedevano, e lodava-
no il Dio d’Israele”. Ecco, Gesù è vicino a tutti quelli che vengono a
Lui; non se ne va, non si nasconde, non si allontana, non dice che è
stanco, che lo lascino in pace. No, è venuto per essere vicino a tutti
quelli che hanno bisogno di lui e anche a quelli che sembrano non
averne bisogno. Così è il Dio della vicinanza. E Gesù sarà vicino an-
che agli scribi, ai sadducei, ai farisei, a tutti quelli che lo odiano e
che lo porteranno alla croce, e per tutti loro avrà una parola di com-
passione, anche se quelli che si comporteranno male riceveranno la
frustata delle sue parole: “ipocriti” dirà loro tante volte.
Una volta ecco che un padre di un figlio epilettico viene a lui.
Quest’uomo crede in Gesù e si inginocchia persino davanti a lui.
Gli dice cosa c’è che non va in suo figlio, che presenta tutti sintomi
dell’epilessia. Allora Gesù chiede che il fanciullo sia portato dinanzi
a lui e rimprovera il demonio, che fugge e subito il fanciullo guari-
sce. I discepoli gli chiedono perché non erano riusciti a cacciarlo e
lui risponde: “Perché avete poca fede”. Gesù è lì per tutti, non im-
porta quale malattia si abbia. Si avvicina a tutti, ha compassione di
tutti, dà a tutti ciò di cui hanno bisogno, è stato colui che ha mani-
festato il Dio che è vicino a loro, il Dio che lo ha mandato per stare
con i bisognosi, con coloro che chiedevano aiuto, non importa chi
fossero. Sono tutti suoi figli, e il Padre Dio-prossimità ama tutti e
vuole che suo Figlio aiuti tutti, e non si allontani da nessuno, per
questo lo ha mandato nel mondo.
In un passaggio che non possiamo fare a meno di presentare pro-
prio come lo hanno scritto gli Evangelisti, in questo caso Matteo, di
immensa delicatezza, vediamo che Gesù è per tutti, ma che il suo
122 Miguel Ángel Asiain

cuore è con i più piccoli, con i più fragili, con quelli cui gli altri, e
più ancora in quel momento, non prestano attenzione, i bambini.
Così narra Matteo: “Allora gli furono portati dei bambini perché im-
ponesse loro le mani e pregasse; ma i discepoli li sgridavano. Gesù
però disse loro: ‘Lasciate che i bambini vengano a me, perché di
questi è il regno dei cieli’. E dopo avere imposto loro le mani, se ne
partì”. C’è forse un testo più bello di questo in cui vediamo la vici-
nanza di Gesù a coloro che nessuno apprezzava, che tutti allonta-
navano, che non significavano assolutamente nulla in quel mondo?
E quasi per contrasto, mi viene in mente il traditore, Giuda l’Isca-
riota. Era stato scelto come gli altri; era rimasto accanto a Gesù con
gli altri, aveva ascoltato le sue parole, aveva ricevuto il suo amore e
la sua fiducia mentre teneva il sacchetto di denaro che avevano ri-
cevuto, lo aveva ascoltato e aveva visto compiere tante meraviglie e,
alla fine, dice: “Quanto mi darete se ve lo consegno”? Queste parole
feriscono il nostro cuore, cosa sarà accaduto nel cuore di quest’uo-
mo? Mi chiedo sempre cosa accadde nel cuore di Giuda quando si
rese conto del male che aveva fatto, buttò via il denaro che aveva
ricevuto e andò ad impiccarsi. Non si fidava di Gesù che gli aveva
dimostrato una fiducia suprema? Non ho parole, penso semplice-
mente che anche lui sia entrato nel mistero della misericordia di
Dio. Il nostro Dio sa cosa è successo e sa dove si trova. Sia benedetta
la nostra vicinanza a Dio. Non ci allontaniamo da Dio, non ci al-
lontaniamo da Lui, stiamo sempre con Lui, che è vicinanza di Dio
che non ci lascerà mai soli. E ricordiamoci di ciò che Pietro dice in
modo così bello: “Getta su di lui tutto il tuo fardello, perché lui si
prende cura di te”.

Esame
– Ti senti vicino a Dio?
– Lo senti vicino a te?
– C’è qualcosa che qualche volta ti ha allontanato da Dio?
Come ti sei comportato?
– Hai fiducia nel fatto che lui non si allontanerà mai da te?
– Sei vicino ai fratelli, soprattutto ai più bisognosi?
Chi è il nostro Dio? 123

– Li aiuti nelle loro necessità, nelle necessità in cui tu puoi


aiutarli?
– Ti occupi di coloro che si avvicinano a te perché vogliono
qualcosa da te e che tu puoi dare?
– Nelle tue necessità, ti rivolgi con fiducia a Dio-vicinanza
chiedendogli aiuto e, allo stesso tempo, abbandonandoti a
lui?

Preghiera

Questo mondo è la via


per l’altro che è dimora
senza rimpianti;
ma è bene avere buon senso
per percorrere questo viaggio
senza errare.
Partiamo quando nasciamo,
andiamo mentre viviamo,
e arriviamo
al momento in cui moriamo;
così che, quando moriamo,
riposiamo.
Questo mondo era anche buono
se lo avessimo usato
come dovevamo;
perché, secondo la nostra fede,
serve a guadagnare il mondo che aspettiamo.
Anche quel Figlio di Dio,
per farci entrare in paradiso,
discese
per nascere in mezzo a noi,
e vivere su questa terra
dove è morto.
6º Dio è maestro

Il desiderio di Dio Padre nel mandare suo Figlio nel mondo era che
edificasse il Regno di Dio. Il Padre voleva un mondo a sua immagi-
ne, un mondo di pace, di giustizia, di benessere, nel quale gli uomi-
ni si comportassero bene gli uni con gli altri e non ci fossero dispu-
te, guerre, opposizioni, ingiustizie. Era il mondo che voleva. Quello
era il Regno di Dio. Un mondo per il quale i profeti e gli inviati da
Dio avevano combattuto, ma non era stato attuato. Gli uomini non
capivano il desiderio di Dio trasmesso dai suoi inviati, e così decise
di mandare suo Figlio perché, finalmente, potesse costituire quel
Regno, quel mondo diverso, quel mondo secondo i suoi desideri.
Gesù comincia allora a predicare questo mondo nuovo, diverso, che
rappresenta, quindi, una buona notizia. Come può un mondo, che è
in accordo con la volontà di Dio, non essere una buona notizia? Ma
è necessario farlo capire alla gente. E come farlo? Per mezzo di para-
bole. Cos’è una parabola? Lo diciamo con le parole di Léon Dufour:
“Fin dalla Chiesa primitiva una storia raccontata da Gesù si chia-
ma parabola per illustrare il suo insegnamento. Le parabole sono
quindi un invito all’attenzione, ma anche un velo che nasconde la
profondità del mistero a chi non può o non vuole penetrarlo del
tutto. Gli Evangelisti, impressionati dalla resistenza di molti Ebrei
al messaggio di Cristo, hanno sottolineato questo fatto mostrando
Gesù che risponde ai discepoli con una citazione di Isaia. Tuttavia,
insieme a queste parabole legate all’Apocalisse, ce ne sono altre più
chiare che riguardano insegnamenti morali accessibili a tutti”.
Infatti, dopo aver raccontato una parabola, Gesù aggiunse: “Chi ha
orecchie da udire, oda”. Allora i discepoli gli chiesero: “Che cosa si-
gnifica questa parabola? Egli rispose: “A voi è dato di capire i segre-
126 Miguel Ángel Asiain

ti del regno di Dio; agli altri no, per questo parlo loro in parabole,
perché pur vedendo non vedono e pur udendo non odono e non
comprendono”. (Queste ultime parole sono di Isaia, citate da tutti i
Sinottici, da alcuni più ampiamente di altri).
Ebbene, ci riferiamo a quelle storie narrate da Gesù per rivelare il
Regno di Dio, la volontà del Dio-Maestro, spiegandola chiaramente
ai discepoli, e agli altri con parabole di cui si doveva approfondire il
significato. Così insegnava Gesù. A volte è lui stesso che chiarisce il
significato delle parabole, come vedremo in alcune di esse, e ascol-
teremo le stesse parole che ha usato Gesù affinché penetrino più
profondamente nel nostro cuore.
Una parabola che appare in tutti i Sinottici è quella del seminatore
che esce a seminare e getta i semi e questi cadono in vari terreni.
Cosa vuole insegnare Gesù con questa parabola? In questa occasio-
ne egli stesso ne ha indicato il significato. Lo vediamo in Matteo:
“Ascoltate ora la parabola del seminatore: Ogni volta che uno ascol-
ta il messaggio del regno e non lo capisce, il maligno viene e porta
via ciò che è stato seminato nel suo cuore; questo è ciò che è stato
seminato sul sentiero. Ciò che è seminato su un terreno roccioso è
colui che ascolta il messaggio e lo accetta immediatamente con gio-
ia; ma non ha radici, è volubile, e non appena sorge una difficoltà o
una persecuzione a causa del messaggio, si arrende. Ciò che si se-
mina tra i rovi è colui che ascolta il messaggio, ma il peso di questa
vita e la seduzione della ricchezza lo soffoca e diventa sterile. Ciò
che viene seminato in buona terra è colui che ascolta il messaggio
e lo comprende; uno porta frutto e produce in un caso cento, in un
altro sessanta, in un altro trenta”.
Un’altra parabola è quella della zizzania. Gesù la raccontò così: “Il
regno dei cieli si può paragonare a un uomo che ha seminato del
buon seme nel suo campo. Ma mentre tutti dormivano venne il suo
nemico, seminò zizzania in mezzo al grano e se ne andò. Quando
poi la messe fiorì e fece frutto, ecco apparve anche la zizzania. Allo-
ra i servi andarono dal padrone di casa e gli dissero: Padrone, non
hai seminato del buon seme nel tuo campo? Da dove viene dunque
la zizzania? Ed egli rispose loro: Un nemico ha fatto questo. E i servi
gli dissero: Vuoi dunque che andiamo a raccoglierla? No, rispose,
perché non succeda che, cogliendo la zizzania, con essa sradichiate
anche il grano. Lasciate che l’una e l’altro crescano insieme fino alla
Chi è il nostro Dio? 127

mietitura e al momento della mietitura dirò ai mietitori: Cogliete


prima la zizzania e legatela in fastelli per bruciarla; il grano invece
riponetelo nel mio granaio”.
I discepoli chiedono al Signore di spiegare il significato della para-
bola e Gesù dice: “Colui che semina il buon seme è il Figlio dell’uo-
mo. Il campo è il mondo. Il seme buono sono i figli del regno; la
zizzania sono i figli del maligno, e il nemico che l’ha seminata è il
diavolo. La mietitura rappresenta la fine del mondo, e i mietitori
sono gli angeli. Come dunque si raccoglie la zizzania e si brucia nel
fuoco, così avverrà alla fine del mondo. Il Figlio dell’uomo manderà
i suoi angeli, i quali raccoglieranno dal suo regno tutti gli scandali
e tutti gli operatori di iniquità e li getteranno nella fornace arden-
te dove sarà pianto e stridore di denti. Allora i giusti splenderanno
come il sole nel regno del Padre loro”. Così Gesù ha mostrato quel
che il regno di Dio dovrebbe essere, come il Dio-Maestro gli ha chie-
sto di insegnare agli uomini.
Egli propose loro un’altra parabola: “Il regno dei cieli si può para-
gonare a un granellino di senapa, che un uomo prende e semina
nel suo campo. Esso è il più piccolo di tutti i semi ma, una volta
cresciuto, è più grande degli altri legumi e diventa un albero, tanto
che vengono gli uccelli del cielo e si annidano fra i suoi rami”. Il
Signore non la spiega, ma per noi può significare che il regno di Dio
è piccolo all’inizio; ma col passare del tempo crescerà e gli uomini
verranno da ogni parte ed entreranno nel Regno. Ed è stato proprio
così, perché il regno di Dio predicato da Gesù si è consolidato e si
è esteso poco a poco fino ad oggi, e continuerà a crescere nel corso
della storia e non finirà fino a quando il Signore non verrà e mani-
festerà alla fine dei tempi la grandezza dell’albero che al principio
era un piccolo seme. Così si realizzerà il desiderio di Dio maestro, il
quale insegna, tramite il Figlio, per mezzo delle parabole.
Un’altra parabola è quella dell’uomo e del suo creditore. Gli viene
presentato uno che gli deve molto denaro, e poiché non ha nulla
con cui restituire deve essere messo in prigione nonostante la ri-
chiesta del debitore che lo supplica di essere paziente con lui e gli
assicura che salderà il tutto. Il padrone ha compassione di lui e gli
condona tutto, senza fargli la minima richiesta. Ma quando il debi-
tore, allontanatosi dalla sua presenza, incontra un compagno che
gli deve del denaro esige che subito saldi quanto gli deve. Questo
128 Miguel Ángel Asiain

secondo debitore gli ripete le stesse parole che egli aveva detto al
suo padrone, ma lui non lo ascolta e lo manda in prigione. Quando i
suoi compagni vedono una tale ingiustizia, vanno dal loro padrone
e gli raccontano l’accaduto. Il padrone lo manda a chiamare e gli
chiede perché non si sia comportato con il suo debitore come egli
si era comportato con lui maggiormente debitore. E lo manda in
prigione finché non paghi tutto quanto gli deve.
È Gesù stesso che spiega la parabola con parole molto semplici:
“Così farà anche con voi il Padre mio celeste, se ognuno di voi non
perdona di cuore al proprio fratello”. Questo ci insegna Gesù: noi,
grandi peccatori, ci presentiamo al nostro Dio per chiedere perdono
e lui semplicemente, senza chiedere nulla, ci ha già perdonato tut-
to. Questo è ciò che il Dio-Maestro insegna mediante Gesù. Mistero
del suo amore. Dobbiamo quindi perdonare coloro che potrebbero
averci recato offesa, offesa non paragonabile a quella che abbiamo
inflitto al nostro Dio. Il regno di Dio è il regno di giustizia e di perdo-
no. Il nuovo mondo deve essere basato sul perdono reciproco. Solo
così avremo accolto la volontà di Dio, i suoi insegnamenti affidati a
suo Figlio per il mondo che Egli vuole.
In un’altra occasione Dio tramite Gesù ha detto come voleva fosse
il suo regno. “Che ve ne pare? Un uomo aveva due figli; rivoltosi al
primo disse: Figlio, va’ oggi a lavorare nella vigna. Ed egli rispose:
Sì, signore; ma non andò. Rivoltosi al secondo, gli disse lo stesso.
Ed egli rispose: Non ne ho voglia; ma poi, pentitosi, ci andò. Chi dei
due ha compiuto la volontà del padre? Dicono: ‘Il secondo’. E Gesù
disse loro: “In verità vi dico: I pubblicani e le prostitute vi passano
avanti nel regno di Dio”! Ecco il significato della parabola e come
Dio-Maestro accolga i peccatori.
Anche qui è Gesù stesso che insegna il senso di questa parabola. Dob-
biamo fare attenzione non alle parole, ma al comportamento. È vero
che le prostitute hanno una cattiva condotta ma hanno riconosciuto
quello che sono e si sono rivolte a Dio, a Gesù. D’altra parte, coloro
che pensavano di essere buoni e di non aver bisogno di nulla, non an-
davano dal Maestro. Nella nostra vita dobbiamo prestare attenzione
non alle parole che pronunciamo molte volte, forse in preda alla gio-
ia o per fare bella figura o per qualsiasi altro motivo, ma al fatto che
poi non facciamo quello che abbiamo detto. Questo non è quello che
vuole il Padre nei cieli. Questo non è conforme al desiderio di Gesù
Chi è il nostro Dio? 129

di comunicare la volontà di suo Padre. Ecco perché alla fine della


vita saremo esaminati sull’amore. Perché il comportamento è amo-
re, mentre le parole spesso ingannano illudendoci di fare già il bene.
In un’altra parabola, quella dei vignaioli malvagi, abbiamo un breve
sintesi della stessa storia della salvezza. Un uomo pianta un vigneto
e dopo averlo curato scrupolosamente, lo affida ad alcuni locatori.
Quando arriva il momento della vendemmia, manda alcuni servi a
raccogliere i frutti della vigna. Ma alcuni di essi vengono lapidati,
altri picchiati, altri maltrattati, altri ancora uccisi. Allora il proprie-
tario della vigna manda suo figlio, pensando che sarà rispettato e ri-
ceverà il frutto della vigna. Ma quando i locatori vedono il figlio, di-
cono: “Questo è l’erede; venite, su uccidiamolo e avtremo noi la sua
eredità”. Gesù chiede: cosa farà il proprietario della vigna quando
tornerà a casa? E gli rispondono: farà morire questi malvagi in malo
modo. Ed ecco, il Signore spiega ancora una volta la parabola con
queste parole: “Perciò vi dico che il regno di Dio vi sarà tolto e sarà
dato a un popolo che lo farà fruttificare… Quando i capi dei sacer-
doti e i farisei udirono le sue parabole, si resero conto che si stava
riferendo a loro”. È la storia del popolo di Dio: il Padre ha mandato i
profeti, ma sono stati trattati come dice la parabola, poi manda suo
Figlio e vediamo che arrivano a metterlo a morte. Ma viene annun-
ciato un nuovo popolo a cui verrà donata la vigna e che produrrà
quei frutti che è destinato a produrre. Gesù annuncia già la venuta
di un nuovo popolo, che avrà una condotta diversa. Così Dio-Mae-
stro rivela con questa parabola cosa accadrà agli attuali proprietari
della vigna e cosa accadrà in seguito, all’arrivo dei gentili.
Ma se si chiede: si sta adempiendo veramente la profezia di Gesù
che coloro che verranno porteranno i frutti della vigna? Portiamo i
frutti dell’amore, della pace, della gioia, della buona condotta? An-
cora una volta Dio è un maestro che attraverso suo Figlio Gesù ci
insegna cosa deve essere il regno di Dio e come dobbiamo vivere in
quel regno per non essere esclusi.
In un’occasione Gesù ha raccontato una parabola molto bella che
tutti conosciamo e che è stata chiamata o il “figliol prodigo” o il
“buon padre”. Conosciamo bene le tre figure che vi compaiono, il
padre, il figlio maggiore e il figlio minore. Non c’è bisogno di ricor-
darla. In essa Gesù mostra chi è il Padre e chi siamo noi. E siccome
ha detto che le sue parole provenivano dal Padre, è Dio il maestro
130 Miguel Ángel Asiain

che insegna con questa parabola quale debba essere il nostro com-
portamento e come Dio si comporta con noi. Dio diventa maestro
nel suo Figlio spiegando molto chiaramente la condizione delle tre
figure nella parabola. Il figlio più giovane siamo noi, tutti noi, per-
ché ci siamo tutti comportati male nei confronti di Dio, allontanan-
doci da lui, e offendendolo. Ognuno di noi conosce la sua vita e la
sua verità. Abbiamo approfittato di lui, trasformando l’amore del
Padre, che dà sempre, in uno stile di vita che lo offende. Dobbiamo
riconoscerci in questo figlio. Dall’altra parte abbiamo il figlio mag-
giore, che è anche lui ognuno di noi, perché offendiamo Dio com-
portandoci male con i nostri fratelli. Non li abbiamo amati, a volte
abbiamo fatto loro del male, li abbiamo criticati, li abbiamo giudi-
cati per quello che hanno fatto senza considerare che anche noi ab-
biamo compiuto il male. Ed ecco il comportamento dei due figli: il
minore riconosce di aver sbagliato e decide di ritornare dal padre,
ed è festa nella casa del Padre! Il figlio maggiore arriva e accusa il
padre di non essersi comportato con lui come con il figlio minore e
di non aver avuto tutto quello che a lui ha dato. Un comportamento
ingiusto, un’ingratitudine grave per non aver compreso che essere
con il Padre era la grazia più grande, inoltre non tiene conto che
si tratta di suo fratello. E tra i due figli, il padre, che padre! Un pa-
dre che sa amare con immenso amore i due figli, ognuno nella sua
particolare situazione. Dà una festa per il figlio che è come tornato
a nuova vita e dice al figlio maggiore che tutto ciò che è suo appar-
tiene anche a lui. Non sappiamo se questo figlio sia entrato in casa,
come il padre gli ha chiesto di fare.
In questa bella parabola vediamo ciò che siamo e ciò che è il no-
stro Dio. Avere un padre come Dio è per noi la grazia più grande.
Dobbiamo riconoscere nella nostra vita di essere stati come il figlio
minore. E non dobbiamo dimenticare le tante volte che siamo stati
il figlio maggiore mentre siamo ancora anche il più giovane. Gesù
ci ha dato una grande lezione, e dovremmo essergli grati per averci
raccontato questa parabola, per dirci chi è il Padre e chi siamo noi
poveri umani. Ancora una volta ci rivela Dio Padre, il Dio-Maestro
e come dovrebbe essere la nostra vita, comprendendo allo stesso
tempo quel che siamo.
Un’altra parabola raccontata da Gesù è quella del ricco stolto. Ot-
tiene un grande raccolto come non l’ha mai avuto prima; non entra
Chi è il nostro Dio? 131

nei granai di sua proprietà e pensa di costruirne altri per poi darsi
alla bella vita. Ma Dio gli disse: “Stolto, questa notte stessa ti sarà
richiesta la tua vita”. A chi sarà destinata? E Gesù stesso spiega il
significato della parabola con queste parole: “Questo accade a chi
accumula ricchezza per sé e non quella che Dio vuole per noi”.
Ne abbiamo riletto alcune e abbiamo scelto quelle che il Maestro
stesso spiega a volte in modo ampio e in occasioni più concisamen-
te. È necessario ascoltarlo perché è lui che sa quel che intendeva in-
dicare con la parabola. E in Gesù è il Padre il maestro che ci insegna
quello che dovrebbe essere il Regno di Dio.
E per finire rileggiamo un’altra bella parabola nella quale Gesù è il
protagonista e così possiamo scoprire il modo con il quale si rivolge a
noi. Il Signore dice: “Chi di voi se ha cento pecore e ne perde una, non
lascia le novantanove nel deserto e va dietro a quella perduta, finché
non la ritrova? E trovatala, pieno di gioia, se la mette sulle spalle; e
giunto a casa riunisce gli amici e i vicini per dire loro: ‘Ho ritrovato la
pecora che avevo smarrito’”. E di nuovo Gesù spiega la parabola: “Vi
dico che ci sarà più gioia in cielo per un solo peccatore che si ravvede,
che per novantanove giusti che non hanno bisogno di ravvedimento”.
Questo è l’amore di Dio, il suo comportamento con i peccatori; ve-
diamo come sia Gesù stesso che prende su di sé i nostri peccati, i
nostri errori, e ci riconduce all’ovile: e quale grande gioia vive per
aver riportato all’ovile la pecorella smarrita! E quanta emozione per
la gioia in cielo per un peccatore che si pente che per novantanove
persone giuste che non hanno bisogno di pentirsi.
Ancora una volta Dio ha rivelato qual è il Regno che ha costituito, e
ancora una volta vediamo che esso si fonda sui bisognosi, sui pove-
ri, sugli emarginati. Lui agisce in un altro modo. Ringraziamolo per
gli insegnamenti che ci ha dato tramite suo Figlio con le parabole.

Esame
– Cosa senti quando ascolti le parabole di Gesù?
– Compi lo sforzo di prendere i vangeli e cercare le parabo-
le, leggile lentamente. Allora capirai che cos’è il Regno di
Dio che egli ha voluto istituire nel mondo. Capirai come è
il Dio-Maestro.
132 Miguel Ángel Asiain

– Cerca di entrare nelle parabole e disponiti in modo da


ascoltare le parabole dalle labbra di Gesù e applicarle a te.
– Non avverti un profondo desiderio di ringraziarlo perché
agisce così con noi?

Preghiera

O fiamma di amor viva,


che soave ferisci
dell’alma mia nel più profondo centro!
Poiché non sei più schiva,
se vuoi l’opra finisci,
rompi la tela a questo dolce incontro.
O cauterio soave!
O deliziosa piaga!
O blanda mano! O tocco delicato,
che sa di vita eterna
e ogni debito paga!
Morte, in vita, uccidendo, hai tu cambiato!
O lampada di fuoco,
nel cui vivo splendore
gli antri profondi dell’umano senso,
che ora oscuro e cieco,
con mirabil valore,
al lor Diletto dan luce e calore!
Quando dolce e amoroso
ti svegli nel mio seno
dove solo e in segreto tu dimori!
Nel tuo spirar gustoso,
di bene e gloria pieno,
come teneramente mi innamori!
7º Dio è pace

Chi non si è accorto di aver ricevuto in dono da Dio la pace interiore


più di una volta in modi diversi o in diverse occasioni? A volte, par-
lando con una persona di eventi umani o spirituali, questi hanno
avuto un impatto su di noi e ci hanno portato la pace. Altre volte,
leggendo le Scritture, abbiamo notato di aver ricevuto la pace, una
pace che ha riempito i nostri cuori. In altri casi, dopo una confessio-
ne perdonati da Dio i nostri cuori erano pieni di pace. Sì, Dio è pace
e noi l’abbiamo sperimentato.
L’espressione “pace” non compare molte volte nei Vangeli. Appare
all’inizio della vita di Gesù e dopo la risurrezione, così che possiamo
dire che tutta la sua vita è in pace, perché questi due momenti sono
l’inizio e la fine della sua vita. Si capiva subito che era una persona
che ispirava pace, che viveva nella pace e non era turbata da nul-
la. Viveva nella pace del Padre. Vediamo alcuni esempi. La pace di
Gesù, che viene da Dio Padre, si manifesta nella pace in cui riman-
gono coloro che hanno ricevuto grazia, perdono, guarigione o le sue
parole: Egli ad essi ha trasmesso la pace del Padre. In un’occasione
disse: “Io da me stesso non ho parlato, ma il Padre che mi ha manda-
to mi ha dato un precetto, cosa dire e cosa comunicare, e questo suo
precetto significa la vita eterna; perciò ciò che dico, lo dico come mi
ha detto il Padre”. Egli non parlava nel suo nome, ma a nome del Pa-
dre e dicendo ciò che Dio Padre gli aveva detto. In questo modo pote-
va trasmettere la pace perché era la pace che veniva dal Padre. La sua
pace era immensa perché gli era stata concessa dal Padre, Dio-pace.
Luca racconta che alla nascita di Gesù “ad un tratto si unì all’an-
gelo una moltitudine dell’esercito celeste che lodava Dio, dicendo:
‘Gloria a Dio nei luoghi altissimi, e pace in terra agli uomini, su cui
134 Miguel Ángel Asiain

si posa il suo favore’”. Così, dal primo momento in cui appare tra gli
uomini, si canta la pace che egli porterà agli uomini, una pace che
viene dal Padre e che si diffonde su tutti gli uomini perché da quel
momento si comprende che li ama veramente. È l’inizio di una vita
nella pace, di una vita che darà pace agli uomini, tanto amati e mo-
strerà questo amore per tutta la vita.
E quando sta per andarsene, quando il tempo della sua permanen-
za nel mondo è già passato, a tavola con i discepoli per la Pasqua,
parla loro con il cuore, dice loro molte cose che si imprimeranno
nell’interiorità dei discepoli. Siamo alle parole di commiato, sta per
lasciarli, i discepoli non lo sanno e soffriranno molto, allora Gesù
dice loro: “La pace è il mio addio; la pace che desidero per voi, la
mia pace; e il mio modo di desiderarla per voi non è quello del mon-
do. Non siate agitati o spaventati, avete sentito quello che ho detto,
che sto per tornare. Se mi amaste, vi rallegrereste che io vada al Pa-
dre, perché il Padre è più grande di me. “Vi lascio la pace, vi do la
mia pace. Non come la dà il mondo, io la do a voi. Non sia turbato il
vostro cuore e non abbia timore. Avete udito che vi ho detto: Vado
e tornerò a voi; se mi amaste, vi rallegrereste che io vado dal Padre,
perché il Padre è più grande di me”.
Il dono che Gesù fa loro nel momento in cui li saluta è proprio la
pace. L’ha ricevuta dal Padre e la dona ai suoi. Perciò, avendo la sua
pace, non devono essere tristi o avere timore. È importante sapere
di quale pace si tratti: non è la pace del mondo la sua, quella di suo
Padre; è diversa e infatti lo si vedrà nei giorni seguenti quando ac-
cadrà ciò che nessuno in quel momento sa o si aspetta. La pace di
Gesù deve essere nei nostri cuori; e dobbiamo stare attenti a non
confondere questa pace con la pace che esiste nel mondo. La sua è
una pace profonda, è una pace che farà sì che i discepoli non abbia-
no paura delle difficoltà che incontreranno, è una pace che li terrà
costantemente uniti a Lui e in questo modo anche al Padre.
Questa è la pace che riceviamo da Gesù, nel momento più difficile
della sua vita, quando sta per soffrire per tutti, in quel momento
dà la pace perché la sofferenza che vediamo in alcune persone o
sentiamo nella nostra vita non ci travolga, non ci scoraggi ma ci
mantenga sempre saldi. Quando soffriamo o passiamo un brutto
momento, quando la nostra forza è debole, quando sembra che non
possiamo più andare avanti, dobbiamo ricordare le parole di Gesù:
Chi è il nostro Dio? 135

esse, infatti, possono tenerci saldi, possono aiutarci, e sostenerci


nelle difficoltà e nelle sofferenze presenti e future.
Nell’ultima cena, prima della stupenda preghiera di Gesù riferita
da Giovanni, ancora una volta Gesù parla di pace. E lo fa in questi
termini: “Vi ho detto tutte queste cose (e aveva parlato molto fino
a questo momento) perché abbiate pace in me. Nel mondo avrete
tribolazioni, ma abbiate coraggio: io ho vinto il mondo”.
La pace che dovremo conservare o che potremo avere sarà grazie a
Gesù, perché Lui solo dà la pace e questo è il suo grande dono; un
dono che ci rende orgogliosi, che ci dà coraggio, che ci aiuterà in
ogni momento. Ringraziamo dunque sempre Gesù perché ci dà la
pace che il Padre gli dona, la pace che è stata cantata sulla terra fin
dalla sua nascita per tutte le persone amate da Gesù. Non dobbia-
mo mai scoraggiarci, né disperare, né demoralizzarci, e ciò avverrà
se saremo sempre pronti ad accettare la pace di Gesù ricevuta dal
Padre e a noi offerta. E con questa pace, possiamo vivere anche in
mezzo a difficoltà e problemi. La pace di Gesù, pace di Dio, è al di
sopra di ogni dolore o difficoltà.
Verrà la resurrezione. Lui ha vinto la morte, il male e il peccato. Vive
con la vita di Dio. Incontrerà la sua gente, ma loro non lo sanno. È il
primo giorno della settimana. Giovanni ci dice: “La sera di quel gior-
no, il primo giorno della settimana, i discepoli erano in una casa con
le porte chiuse a chiave per paura degli Ebrei. Gesù entrò e si mise
in mezzo e disse loro: ‘La pace sia con voi’”. Questo è il primo salu-
to che rivolge loro, cosa desidera per loro? La pace. Quella pace in
cui vive, quella pace che sarà un dono perpetuo, e sempre ripeterà.
E Giovanni continua dicendo: “Detto questo, egli mostrò loro le sue
mani e il suo fianco. I discepoli erano molto felici di vedere il Signore.
Gesù disse loro: ‘La pace sia con voi’. Come il Padre ha mandato me,
così io mando voi. E detto questo soffiò su di loro e disse: ‘Ricevete lo
Spirito Santo: a chi perdonerete i peccati saranno perdonati, a chi li
riterrete, saranno ritenuti”. Questo è il modo in cui Gesù è apparso e
ha incontrato i suoi discepoli. Egli augura loro la pace e mostra loro le
ferite affinché possano riconoscerlo. E dà loro anche lo Spirito Santo.
Ma ciò non basta. Mancava uno dei discepoli, Tommaso. Quando gli
dicono cosa sia accaduto, rimane incredulo, ha una reazione quasi
insultante: “Se non vedo nelle sue mani il segno dei chiodi e non
136 Miguel Ángel Asiain

metto il dito nel posto dei chiodi e non metto la mia mano nel suo
costato, non crederò”. Ma Gesù sarà comprensivo con lui. Continua
Giovanni: “Otto giorni dopo i discepoli erano di nuovo in casa e c’e-
ra con loro anche Tommaso. Venne Gesù, a porte chiuse, si fermò in
mezzo a loro e disse: ‘Pace a voi!’. Poi disse a Tommaso: ‘Metti qua il
tuo dito e guarda le mie mani; stendi la tua mano, e mettila nel mio
costato; e non essere più incredulo ma credente!’. Rispose Tomma-
so: “Mio Signore e mio Dio!”. Gesù gli disse: ‘Perché mi hai veduto,
hai creduto: beati quelli che pur non avendo visto crederanno!’”.
Come sempre, quando Gesù si presenta, offre la pace. La pace è il se-
gno della sua presenza. E la pace deve essere il segno della sua pre-
senza nella nostra vita. Avere la pace è il dono più grande, pace nel
cuore, pace nella vita, pace nel comportamento, pace nei momenti
difficili della vita, pace quando ci troviamo in difficoltà, pace quan-
do gioiamo, pace quando siamo caduti, pace quando ci ha aiutato ad
alzarci. È la pace di Dio, è il Dio-pace che in Gesù è con noi e in noi.
La parola ‘pace’ appare anche un’altra volta sulle labbra di Gesù du-
rante la sua vita, con l’emorroissa guarita semplicemente toccando
il mantello del Maestro. Accorgendosi di essere stata scoperta, va
da Gesù e gli racconta l’accaduto e il Maestro le dice: “Figlia, la tua
fede ti ha salvato; va’ in pace”. In altri casi di guarigioni e di fede,
la parola ‘pace’ non appare sulle labbra di Gesù, ma si può presu-
mere che quel che ha detto a questa donna, la dica in cuor suo a
tutti quelli che guarisce per la loro fede e anche a quelli che gua-
risce semplicemente perché così vuole. Quando siamo guariti dal-
la nostra indifferenza al nostro male, al nostro peccato, e ci siamo
pentiti, dobbiamo sentire nella nostra vita la parola di Gesù che ci
desidera e ci dà la pace. La desidera per tutti, e lo manifesta con al-
cune persone, in modo che tutti coloro che si trovano in situazioni
simili sentano che Egli dà loro anche la pace.
Quando manda i suoi a predicare e dà loro istruzioni, dice: “In qua-
lunque casa entriate, prima dite: Pace a questa casa. Se vi sarà un fi-
glio della pace, la vostra pace scenderà su di lui, altrimenti ritornerà
su di voi. Restate in quella casa, mangiando e bevendo di quello che
hanno, perché l’operaio è degno della sua mercede. Non passate di
casa in casa. Quando entrerete in una città e vi accoglieranno, man-
giate quello che vi sarà messo dinanzi, curate i malati che vi si tro-
vano, e dite loro: Si è avvicinato a voi il regno di Dio. Ma quando en-
Chi è il nostro Dio? 137

trerete in una città e non vi accoglieranno, uscite sulle piazze e dite:


Anche la polvere della vostra città che si è attaccata ai nostri piedi,
noi la scuotiamo contro di voi; sappiate però che il regno di Dio è vi-
cino. Io vi dico quando entri in una città o in un villaggio, scopri chi è
che se lo merita e resta a casa sua fino a quando non te ne vai. Quan-
do entri in una casa, saluta. Se la casa è meritevole, lasciate riposare
su di essa la pace che desiderate; se non è meritevole, lasciate che
la pace torni a voi”. Per quanto possiamo vedere, Gesù voleva che
dessero la pace ovunque andassero. Hanno portato la pace e hanno
dovuto offrirla. Dal comportamento delle persone a cui veniva offer-
ta, dipendeva che quella pace rimanesse o meno con loro, a seconda
della loro condotta. Questo è ciò che dobbiamo fare, offrire sempre
la pace, volere sempre la pace per gli altri. Come il Signore la dà a
noi, noi la offriamo agli altri. E la pace farà del bene o tornerà a noi
secondo il comportamento della persona a cui la offriamo. La pace
è ciò che Gesù offre sempre e vuole che i suoi la offrano. Il Dio-pace
viene a noi attraverso Gesù e da noi deve andare agli altri.
C’è un testo che colpisce. Quando il Signore, nel Vangelo di Luca
(cfr. Luca, 12,51-53), dice: “Non pensate che io sia venuto a mettere
pace sulla terra. Non sono venuto a portare la pace, ma divisione.
Perché sono venuto a dividere il figlio da suo padre, la figlia da sua
madre, la nuora dalla suocera”. Possiamo interpretare queste paro-
le come se dicessimo che a causa di Gesù, la mente e il cuore del-
le persone saranno divise, perché alcuni lo accetteranno e altri lo
rifiuteranno. (Si trova in Matteo 10,34-36 la citazione così come
era stata presentata: “Non crediate che io sia venuto a portare pace
sulla terra; non sono venuto a portare pace, ma una spada. Sonop
venuto infatti a separare il figlio dal padre ...”).
Non è che Gesù non porti la pace, è che alcuni lo accetteranno e altri
lo rifiuteranno e in questo senso mancherà la pace nelle famiglie.
Non è perché lo vuole Gesù, ma perché è così che la gente si com-
porta davanti a lui. In Matteo Gesù dà questa spiegazione a questo
stesso passo: “Chi ama suo padre o sua madre più di me, non è de-
gno di me; e chi ama il figlio o la figlia più di me, non è degno di me”
(Matteo, 10,37-38).
La pace deve dimorare nei nostri cuori proprio secondo quanto dice
Giovanni: “Perché Dio ha tanto amato il mondo, che ha dato il suo
unigenito Figlio, affinché chiunque crede in lui non perisca, ma ab-
138 Miguel Ángel Asiain

bia vita eterna. Infatti Dio non ha mandato suo Figlio nel mondo
per giudicare il mondo, ma perché il mondo sia salvato per mezzo
di lui. Chi crede in lui non è giudicato; chi non crede è già giudicato,
perché non ha creduto nel nome dell’unigenito Figlio di Dio”.
Gesù si prende sempre cura dei suoi e li incoraggia nei momenti dif-
ficili; cioè, li aiuta ad acquisire e a vivere la pace, a non disperare. Per
esempio, sul lago di Genesareth: “Venuta intanto la sera, i suoi disce-
poli scesero al mare, salirono in barca e si avviarono verso l’altra riva
del mare in direzione di Cafarnao. Era ormai buio e Gesù non li aveva
ancora raggiunti; il mare era agitato, perché soffiava un forte vento.
Dopo aver remato per circa tre o quattro miglia, videro Gesù che cam-
minava sul mare e si avvicinava alla barca, ed ebbero paura. Ma egli
disse loro: ‘Sono io, non abbiate paura!”. Ha sempre cura dei suoi, dà
loro sempre pace e serenità. Non dobbiamo avere paura perché lui
è sempre vicino. E con lui non devi avere paura perché sei in buone
mani. La presenza di Gesù deve sempre aiutarci perché ci porta la
pace del Padre. Non dubitiamo che Dio sia la pace, la pace che deve
sempre accompagnarci nella nostra vita e nel nostro comportamento.
Questo è il Gesù che dà sempre la pace, quando la offre esplicita-
mente e quando è la conseguenza del bene che ha fatto a una per-
sona. Lo abbiamo visto con l’emorroissa e possiamo dirlo di tutti
quelli che ha curato nella sua vita. Guarigioni che abbiamo visto
nei capitoli precedenti e su cui non ci fermeremo più. Il risultato di
queste guarigioni è stato allo stesso tempo la guarigione e la pace
che le persone guarite hanno provato per il bene che il Maestro ave-
va compiuto per loro. È importante non dimenticare nella vita che
questo è vero, che il Dio della pace ci dà la sua pace attraverso il suo
Figlio. Viviamo nella pace di Dio e questa è la nostra grande gioia.
Rendiamo grazie al Dio della pace.

Esame
– Hai avvertito qualche volta o in molte occasioni la pace di
Dio nella tua vita?
– Avverti pace in te quando Gesù viene da te?
– Cosa è stato più forte in te la pace di Dio o la paura dinanzi
a situazioni che hai vissuto?
Chi è il nostro Dio? 139

– Cerchi di dare pace alle persone che si avvicinano a te?


– Sei causa di pace o di discussione nel luogo dove vivi?
– Predichi la pace e cerchi di vivere la pace che predichi?
– Anche quando pecchi, avverti la pace di Dio che perdona?

Preghiera

E lasci, o Pastore santo,


il tuo gregge in questa valle profonda, scura,
nella solitudine e nel pianto;
e tu fendi l’aria pura,
te ne vai verso la sicurezza immortale?
Coloro che prima erano felici
e che ora sono tristi e afflitti,
da te creati,
ed ora di te privati,
dove troveranno il loro significato? (il senso della loro vita?)
Cosa potranno guardare gli occhi
che videro del tuo volto la bellezza
e che ora non diventi pena?
Coloro che gustarono la tua dolcezza
come potranno evitare il pianto e l’amarezza?
E a questo mare in tempesta
chi porrà un freno?
Chi potrà domare il vento
feroce, infuriato,
mentre tu non ti mostri?
Nuvola invidiosa
di questa breve gioia, di cosa ti lamenti?
Dove vai frettolosa?
Ti allontani con tanta ricchezza
E lasci noi qui, poveri e ciechi!
8º Dio è grazia
Dio è grazia per noi e come Grazia appare nella nostra vita attraver-
so Gesù. Grande è la nostra fortuna poiché Lui, la Grazia, ci tratta
come grazia ed è sempre nella nostra vita come grazia.
L’espressione “grazia” non è propria del cristianesimo, perché com-
pare già nell’Antico Testamento, ma forse non sempre ce ne rendia-
mo conto. Nel Nuovo Testamento, ha trovato il suo vero significato
e il suo pieno valore. Questo termine è stato usato per indicare il
nuovo regno rivelato da Gesù opposto all’antico; quest’ultimo era
governato dalla legge, mentre nel Nuovo Testamento, davanti alla
legge appare la grazia. Paolo dirà infatti: “Il peccato non avrà domi-
nio su di voi, perché non siete più sotto la legge, ma sotto la grazia”.
E Giovanni, usando la stessa idea, alla fine del prologo dice: “Poiché
la legge fu data per mezzo di Mosè, l’amore e la grazia sono diventa-
ti realtà in Gesù il Messia” (“la grazia e la verità vennero per mezzo
di Gesù Cristo” in Giov., 1,17).
Questo è il grande passaggio dall’Antico al Nuovo Testamento.
Nell’Antico gli uomini erano sotto la legge, sottomessi ad essa, ma
quando Gesù è venuto proclamando la buona novella, si è passati
dalla legge alla grazia, per cui non siamo più sottomessi alla legge,
ma siamo stati liberati per la grazia del Signore Gesù. Viviamo in lui
e di ciò che ci ha dato per sempre.
Dio ha manifestato la sua grazia in molti modi e ci riferiamo a
coloro che chiedono che la grazia venga su di noi e il nostro Dio
scenda su di noi. Ma prima di approfondire l’argomento, ricor-
diamo che l’espressione “grazia” designa contemporaneamente
due aspetti: da un lato la fonte del dono che riceviamo, e quindi
diciamo che Dio è grazia e, dall’altro, l’effetto del dono ricevuto,
142 Miguel Ángel Asiain

e quindi diciamo spesso che siamo in grazia o che la grazia è nel


nostro cuore.
Cosa dimostra che Dio è grazia? Prima di tutto ci ha dato suo Figlio;
e cosa significa che Dio dà il suo Figlio? Chi lo farebbe? Rinunciare
al Figlio per lo schiavo, all’Amato per coloro che lo hanno offeso! Pa-
olo dice qualcosa di meraviglioso: “Se Dio è per noi, chi sarà contro
di noi? Colui che non ha risparmiato il proprio Figlio, ma lo ha dato
per tutti noi, non ci donerà anche tutte le cose insieme con lui? Chi
accuserà gli eletti di Dio? Dio giustifica”. La venuta di Gesù mostra
fino a che punto può arrivare la grazia del Padre che dà suo Figlio.
Questa è la generosità divina, la sua grazia d’amore. L’amore folle di
Dio: sì Dio è pazzo a fare una cosa del genere. Dio dona per grazia e
chi riceve il dono trova vicino a sé la tenerezza e la generosità.
Questa grazia di Dio o Dio-grazia si è manifestata nella donazione
dello Spirito Santo, nell’amore che ha per il Figlio, infatti l’amore
reciproco tra il Padre e il Figlio non è altro che lo Spirito Santo. E
questo Spirito ci è stato dato per mezzo di Gesù. Il Maestro, già ne-
gli ultimi giorni della sua vita, qui sulla terra, diceva che sarebbe
andato via e andandosene avrebbe mandato lo Spirito Santo, che
procede dal Padre e dal Figlio; la sua missione sarebbe stata di aiu-
tare tutti noi, di custodire la Chiesa nelle difficoltà, e conservare la
memoria di tutto quello che Gesù aveva detto nella sua vita, e così
gli evangelisti lo proclamano.
La grazia era molto importante nella Chiesa primitiva (lo è sempre
stata e sempre lo sarà). È tanto vero che Paolo inizia tutte le sue
lettere auspicando la grazia e la pace a coloro a cui scrive. Pace
e grazia sono sempre indissolubilmente unite nei saluti di Paolo
alle chiese.
Ai Romani: “A quanti sono in Roma diletti di Dio e santi per voca-
zione, grazia a voi e pace da Dio, Padre nostro, e dal Signore Gesù
Cristo”. Nella prima lettera ai Corinzi: “… grazia a voi e pace da Dio
Padre nostro e dal Signore Gesù Cristo”. Nella seconda lettera ai Co-
rinzi: “… grazia e pace a voi da Dio Padre Nostro e dal Signore Gesù
Cristo”. Nella lettera ai Galati: “Grazia a voi e pace da parte di Dio
Padre nostro e dal Signore Gesù Cristo, che ha dato se stesso per i
nostri peccati, per strapparci da questo mondo perverso”. Nella let-
tera agli Efesini: “…grazia a voi e pace da Dio, Padre nostro, e dal Si-
Chi è il nostro Dio? 143

gnore Gesù Cristo”. Nella lettera ai Filippesi “Grazia a voi e pace da


Dio, Padre nostro, e dal Signore Gesù Cristo”. Nella lettera ai Colos-
sesi: “Grazia a voi e pace da Dio, Padre nostro”. Nella prima lettera
ai Tessalonicesi: “Grazia a voi e pace”. Nella seconda: “grazia a voi e
pace da Dio Padre e dal Signore Gesù Cristo”. Nella prima lettera a
Timoteo: “Grazia, misericordia e pace da Dio Padre e da Cristo Gesù
Signore nostro”. Nella seconda a Timoteo utilizza la stessa formula:
“... grazia, misericordia e pace da parte di Dio Padre e di Cristo Gesù
Signore nostro”. E quando scrive a Tito dice: “... grazia e pace da Dio
Padre e da Cristo Gesù, nostro salvatore”. Perfino quando scrive a
Filemone, gli dice: “Grazia a voi e pace da Dio nostro Padre e dal
Signore Gesù Cristo”.
Secondo Paolo, per i cristiani, la grazia di Dio ha un’importanza
capitale. Possiamo comprenderlo dalle due modalità precedente-
mente indicate: è importante il Dio-grazia che si indirizza loro per
mezzo delle parole di Paolo e indicando come debbano comportarsi
ed è importante la grazia che scende nei loro cuori perché donata
loro proprio dal Dio-grazia.
In noi il Dio-grazia si è manifestato soprattutto nei sacramenti rice-
vuti: nel battesimo con il quale siamo divenuti figli di Dio, figli nel
Figlio; in Lui Dio si è donato a noi come grazia, una grazia così im-
portante che ci rende suoi figli per adozione; in questo sacramento
abbiamo ricevuto la grazia donata da Dio e la grazia di Dio. Lo stes-
so vale per la cresima, con cui lo Spirito Santo ci suggella con il suo
amore; il Padre manda lo Spirito nei nostri cuori per renderci forti
nella vita di fronte a tutto ciò che vuole separarci dal nostro Dio e
dalla sua grazia. Poi, per alcuni, il sacramento del sacerdozio in cui
Dio-grazia si dona in modo speciale per adeguare a suo Figlio colui
che riceve quel sacramento perché lo rappresenti in mezzo al mon-
do operando a somiglianza di suo Figlio. E per coloro che ricevono il
sacramento del matrimonio, Dio scende per renderli forti in mezzo
alle opere del mondo e per costruire nella società il regno di Dio.
L’unzione dei malati: perché il Dio della grazia aiuti a preparare chi
la riceve a donarsi ad essa, o a continuare in questo mondo avendo
più forza e pace, se questo è il suo disegno. La morte sarà già il mo-
mento dell’incontro più felice con il Dio della grazia. Riceveremo
la grazia di essere con Lui per sempre, sempre per suo dono, senza
alcun merito nostro.
144 Miguel Ángel Asiain

La generosità di Dio si manifesta all’uomo nella giustificazione della


sua vita, e questo è anche l’effetto della sua grazia. L’intera lettera ai
Romani è scritta in questa chiave: infatti Paolo scrive: “Ora invece,
indipendentemente dalla legge, si è manifestata la giustizia di Dio,
testimoniata dalla legge e dai profeti; giustizia di Dio per mezzo della
fede in Gesù Cristo, per tutti quelli che credono. E non c’è distinzione:
tutti hanno peccato e sono privi della gloria di Dio, ma sono giustifica-
ti gratuitamente per la sua grazia, in virtù della redenzione realizzata
da Cristo Gesù”. Siamo, quindi, giustificati non per ciò che facciamo o
per il nostro sforzo, ma solamente per il dono della sua grazia.
La questione centrale è comprendere queste parole come una buo-
na notizia. Cosa c’è da credere? Che sia l’ebreo sia il pagano sono
giustificati semplicemente credendo in Gesù Cristo, il Messia che
è venuto tra noi. Nel Vangelo di Giovanni, a un certo punto a Gesù
viene chiesto: “E quali opere dobbiamo fare per agire secondo il vo-
lere di Dio?” E il Maestro risponde: “L’opera che Dio vuole è questa:
che abbiate fede in colui che lui ha mandato”. Qui entra in gioco il
grande tema della fede, che è il meraviglioso dono di Dio-grazia. Se
sia il pagano sia il giudeo sono giustificati per la loro fede in Gesù,
Paolo si chiede: “Dove sta dunque il vanto? Esso è stato escluso! Da
quale legge? Da quella delle opere? No, ma dalla legge della fede.
Noi riteniamo infatti che l’uomo è giustificato per la fede indipen-
dentemente dalle opere della legge. Forse Dio è Dio soltanto dei
Giudei? Non lo è anche dei pagani? Certo, anche dei pagani! Poiché
non c’è che un solo Dio, il quale giustificherà per la fede i circoncisi,
e per mezzo della fede anche i non circoncisi”.
Il Dio-grazia giustifica tutti per mezzo della grazia, perché nessuno
ne è escluso. Dio, il giusto, giustifica tutti con la sua grazia e non
perché gli uomini possono o vogliono presentare le loro opere a
Dio. In questo caso sarebbero sotto il dominio della legge, volendo
conquistare Dio per quello che fanno, senza rendersi conto che è
proprio il Dio-grazia che si è donato a loro e, senza contare sulle loro
opere, li giustifica per puro amore. Proprio perché Egli giustifica, si
manifestano le opere dell’amore che non sono una giustificazione;
è la giustificazione che produce e si manifesta in seguito nelle opere
dell’amore. Il fondamento di tutto è il suo amore, la sua grazia, il suo
dono, il dono di sé, e ne consegue ciò che l›uomo fa, le sue opere del-
l›amore con le quali deve rispondere a ciò che Dio ha fatto per lui.
Chi è il nostro Dio? 145

Paolo afferma: “Così anche Davide proclama beato l’uomo a cui Dio
accredita la giustizia indipendentemente dalle opere: ‘Beati quelli
le cui iniquità sono state perdonate e i peccati sono stati ricoperti;
beato l’uomo al quale il Signore non mette in conto il peccato!’”. E
Paolo risale ad Abramo: “Noi diciamo infatti che la fede fu accre-
ditata ad Abramo come giustizia. Cos’è che gli fu accreditata come
giustizia? Il fatto di credere in Dio”. E Paolo continua: “Come dun-
que gli fu accreditata? Quando era circonciso o quando non lo era?
Non certo dopo la circoncisione, ma prima. Infatti ricevette il segno
della circoncisione quale sigillo della giustizia derivante dalla fede
che aveva già ottenuta quando non era ancora circonciso”. Vedia-
mo, quindi, come la prima cosa sia sempre la grazia di Dio o il Dio
che è la grazia che viene data all’uomo e opera in lui per amore; poi,
di conseguenza, vengono le opere dell’amore, risposte dell’uomo a
ciò che ha ricevuto.
Questo è il Dio-grazia, puro amore; noi senza essere degni di nulla,
abbiamo ricevuto la sua giustificazione, cioè la sua grazia d’amore,
senza che noi la meritassimo.
E così oggi possiamo vivere dell’amore di Dio, della sua grazia con-
cessa per pura misericordia, data perché lui è così. Non chiediamo
perché Dio si è comportato in questo modo. Non lo sapremo mai.
Possiamo solo dire: si è comportato così perché è Dio, e solo nel suo
essere Dio è compreso o meglio accolto. Dio deve essere accolto così
com’è, senza chiedere ragione della sua opera, della sua decisione,
di ciò che fa.
Il risultato di tutto questo è che siamo in pace con Dio tramite no-
stro Signore Gesù Cristo. Non dobbiamo temere, non dobbiamo
avere paura, non dobbiamo vivere nell’angoscia. Egli, inviato dal
Padre, ci ha liberati dal peccato, dalla morte e dalla legge per mezzo
della sua morte. Ha già detto che faceva solo quello che vedeva fare
al Padre. Quindi Dio-grazia è così: amore, grazia e pace allo stesso
tempo. Amore che si rivela nella sua azione, grazia perché ci ha sal-
vati per pura grazia senza che noi facessimo nulla per ottenerlo né
avremmo potuto farlo, e pace perché è il risultato di quell’amore e
di quella grazia. Siamo in pace con Dio, ma siamo anche in debito
con Dio. Tutta la nostra vita deve essere per lui. Se è la grazia di Dio,
dobbiamo corrispondere a lui ringraziandolo per tutto quello che
ha fatto per noi. La nostra vita non è condannata, è salvata in Gesù
146 Miguel Ángel Asiain

Cristo. Dobbiamo essere fedeli a questa salvezza dell’amore e della


grazia.
Verso la metà della sua Lettera ai Romani (8,14-17), Paolo dice: “Tut-
ti quelli infatti che sono guidati dallo Spirito di Dio, costoro sono
figli di Dio. E voi non avete ricevuto uno spirito da schiavi per rica-
dere nella paura, ma avete ricevuto uno spirito da figli adottivi per
mezzo del quale gridiamo: ‘Abbà, Padre!’. Lo Spirito stesso attesta
al nostro spirito che siamo figli di Dio. E se siamo figli, siamo anche
eredi: eredi di Dio, coeredi di Cristo, se veramente partecipiamo alle
sue sofferenze per partecipare anche alla sua gloria”.
Qui vediamo chi è il nostro Dio, il Dio-grazia che, con il suo immen-
so amore, ci concede la sua grazia, grazia di amore e di perdono, di
giustificazione. Come non essere felici se abbiamo un Dio così? Pos-
sa la gratitudine essere costantemente presente nella nostra vita
perché è il modo migliore per rispondere a ciò che Dio è e a ciò che
fa per noi. Rendiamo grazie al nostro Dio, sia Egli sempre lodato,
benedetto e glorificato.

Esame
– Come corrispondi al Dio-grazia nella tua vita?
– Vivi da figlio quale sei divenuto nel battesimo?
– Sei forte davanti alle tentazioni e chiedi forza allo Spirito
Santo?
– Preghi spesso lo Spirito Santo di cui si dice che è il Dio sco-
nosciuto?
– Hai fiducia nella fede o ti appoggi sulle tue opere?
– Sai abbandonarti nelle mani di Dio avendo fiducia nella
fede che hai in Cristo Gesù?
– Ti aggrappi alle tue opere e le presenti a Dio come se per
mezzo di esse lui ti dovesse qualcosa nella vita?
– Sarai capace di abbandonarti nelle mani di Dio nel mo-
mento della tua morte lasciando tutto nel suo disegno di
grazia?
Chi è il nostro Dio? 147

Preghiera

Tu, Signore, che hai assunto l’esistenza,


la lotta e il dolore che l’uomo vive,
non lasciare senza la luce della tua presenza
la notte della morte che lo affligge.
Ti sei abbassato, Cristo, fino alla morte,
e una morte in croce, per il nostro amore;
così il Padre ti ha esaltato, accogliendoti,
al di sopra di ogni potere della terra e del cielo.
Per ascendere più tardi nella gloria,
sei sceso nell’abisso;
l’amore del Signore Onnipotente fu
più forte della morte e del suo destino.
Primizia dei morti, la tua vittoria
è la fede e la speranza del credente,
il segreto finale della nostra storia,
aperta a una nuova vita per sempre.
Quando giunga la notte e sia il giorno
per passare da questo mondo a nostro Padre,
concedici la pace e la gioia
di un incontro felice che non abbia mai fine. Amen
9º Dio è gioia
Alla fine di questi capitoli su chi sia il nostro Dio, voglio affermare
con tutto il cuore che Dio è gioia. Non guarderemo i Vangeli o San
Paolo, ora voglio annunciare che Dio è gioia ricordando i diversi
modi nei quali abbiamo visto il nostro Dio; ognuno produce una
gioia immensa nello scoprire che Dio è come abbiamo cercato di
spiegare nel capitolo corrispondente.
Come può non portarci gioia sapere che Dio è misericordia? La mi-
sericordia è uno degli aspetti più luminosi del nostro Dio. E quando
questa misericordia scende su di noi, ci porta pace, gioia e felici-
tà. La misericordia di Dio riempie il nostro cuore, è presente nella
nostra vita e in tutti i suoi momenti, ci accompagna dalla nascita
alla morte. E abbiamo già detto che la morte stessa non è altro che
entrare nel mistero della misericordia di Dio. Che Dio ci tratti con
misericordia produce una gioia immensa perché sappiamo allora
che siamo in buone mani e che il Dio della misericordia si ricorda
di noi, si prende cura di noi, non ci abbandona, ma si occupa di
ognuno di noi. Il Dio della Misericordia è un Dio che è sempre con
noi e questo è un motivo di grande gioia. Non possiamo avere pau-
ra o scoraggiarci o essere in ansia. Vivere così vuol dire non aver
conosciuto il Dio della Misericordia. Non potremo mai ringraziare
abbastanza per questo modo di essere Dio. E come conseguenza di
tutto questo, la misericordia deve apparire anche nei nostri cuori.
Chi è misericordioso non fa altro che rispondere a Dio perché da lui
riceve misericordia. E chi è misericordioso vive felice e gioioso, per-
ché si comporta sempre con misericordia verso i suoi fratelli, verso
tutti gli uomini. Ringraziamo dunque Dio per la sua misericordia e
chiediamo a Lui di insegnarci ad imitarlo in questa virtù. E questo
ci recherà una gioia immensa.
150 Miguel Ángel Asiain

E come non gioire per il fatto che Dio è amore? L’amore lo definisce,
l’amore è ciò che ci fa dono di tante grazie, l’amore è ciò che ci dona
in ogni momento della vita. Senza il Suo amore non esisteremmo.
L’amore ci sostiene nella vita, ci accompagna per tutta la vita. Ci ha
dato l’amore in suo Figlio e di suo Figlio, come non essere felici per
questo? L’amore di Gesù ha inondato la nostra vita, il Padre ci ama
fino a darci suo Figlio per i nostri peccati! Che sorta, che genere di
Dio è questo? E con il Figlio ci dà tutto ciò di cui abbiamo bisogno
per una vita buona, fraterna, una vita riconciliata con tutti e con
tutto. Vedere che Gesù dà se stesso per noi e il Padre lo ha mandato
nel mondo per questo scopo. Udire poi da Gesù una cosa simile:
rimanete nel mio amore, come io rimango nell’amore del Padre. Ve-
dere che l’amore di Gesù lo porta a lavare i piedi a ciascuno come
ha fatto con i suoi discepoli; vedere che ci dà il suo Corpo per nu-
trimento, e il suo Sangue per bevanda. E allo stesso tempo, ci dice:
“Chi mangia la mia carne e beve il mio sangue vive in me e io vivo
in lui”. E come non essere penetrati dalla gioia quando vediamo
quello che fa Gesù, mandato dal Padre, e fa tutto questo per noi?
Naturalmente siamo gioiosi per il Dio dell’amore. Nessun altro po-
polo, solo i cristiani, hanno un Dio che si comporta in questo modo,
quindi dobbiamo ringraziarlo e rimanere nella gioia per quello che
ha fatto.
Come non essere gioiosi per un Dio che è bontà? Vedere la bontà di
Dio scendere nella nostra vita, prendersi cura di noi, cosa produce
se non gioia? La bontà di Dio abita la terra perché tutto viene da
quella bontà. Perché è la bontà che ha creato l’universo; perché è la
bontà che ci ha dato la vita; perché è la bontà che ci perdona costan-
temente; perché è la bontà che ci aiuta nelle difficoltà; perché è la
bontà che ci incoraggia nei momenti di angustia ad andare avanti;
perché è la bontà che vuole che seguiamo suo Figlio; perché è la
bontà a rivelare chi è il Suo Figlio unigenito; perché è la bontà che
risponde alle nostre preghiere; perché è la bontà che ci incoraggia
nei momenti di difficoltà; perché la bontà è la speranza della nostra
vita ed è la bontà a renderci felici e contenti nel cuore e ci spinge a
manifestare questa gioia fuori di noi. Sia benedetto per sempre il
Dio-bontà! La bontà di Dio è cantata da tutte le creature dell’univer-
so, la bontà è riconosciuta da ogni uomo dal cuore retto. Il Dio del
bene è colui che ci rende buoni; non è che Dio ci ama perché siamo
buoni, è che siamo buoni perché Dio stesso ci ama ed è buono con
Chi è il nostro Dio? 151

noi. Senza la Sua bontà su di noi non potremmo essere buoni con gli
altri. Non è la Sua bontà che lo ha portato a darci tante cose buone?
Non è la Sua bontà che ha dato tanti beni e doni a tante persone?
Anzi, non è forse la sua bontà che ha dato ad ogni uomo i doni che
possiede e non ne ha dimenticato nessuno, li ha ricordati tutti? I
santi lo sono perché hanno ricevuto da Dio la bontà che hanno, il
che non toglie loro lo sforzo, l’impegno, la risposta all’amore di Dio,
ma prima di tutto sono santi perché Dio li ha fatti santi. Rendiamo
grazie di cuore al Dio-bontà e chiediamo a Lui di tenere sempre su
di noi la sua mano per non cadere nel male, nella mancanza di bon-
tà. Cerchiamo di essere gioiosi perché è così.
Come potremmo non essere felici, allegri perché Dio è il perdono?
Potremmo vivere senza il perdono di Dio? Ognuno pensi alla sua
vita, a ciò che ha offeso Dio, alle volte che gli ha detto che non lo
avrebbe più offeso eppure è caduto di nuovo, e non una volta sola,
ma infinite volte. Come sarebbe la nostra vita senza il perdono?
Come vivremmo senza di esso? Il timore di Dio non potrebbe in-
durci ad avere paura perché potrebbe punirci per tutto il male che
abbiamo fatto? Non c’è sventura più grande di quella di essere un
uomo senza fiducia, di essere un uomo che non crede che Dio sia
il perdono e che per quanto lo offenda, lo perdonerà sempre. Il Dio
del perdono è colui che rende felice la nostra vita peccatrice; il Dio
del perdono è colui che ci incoraggia ad andare avanti nonostante
le colpe che abbiamo commesso; il Dio del perdono è colui che ci
perdona, direi ancora prima che abbiamo peccato. Infatti, cos’è la
morte di suo Figlio per i nostri peccati, se non il fatto che ci ha per-
donato prima che peccassimo perché ha visto come sarebbe stata
la nostra vita? Il perdono ci fa rivivere costantemente, non ci fa di-
sperare, ci rende fiduciosi davanti a Dio, e quindi ci rende gioiosi.
È vero che vediamo questo perdono alzando gli occhi alla Croce di
Gesù. È così che dovremmo vivere, con gli occhi fissi sulla croce del
Signore. Ma il Dio del perdono voleva farci capire il prezzo del per-
dono alzando gli occhi alla Croce di Cristo e che, nonostante questo
prezzo, non si è tirato indietro, ma ha voluto lavare i nostri pecca-
ti. C’è un Dio che si è comportato in questo modo con gli uomini?
C’è qualche religione che ha manifestato un dio come il nostro? E
dobbiamo tener presente che egli ha perdonato i peccati di tutti gli
uomini. Da parte sua tutto è perdonato, è un’altra cosa se da parte
nostra gli chiediamo perdono. Non chiedere perdono non è solo la
152 Miguel Ángel Asiain

più grande offesa che commettiamo, ma è anche l’ignorare chi sia il


nostro Dio, che perdona tutto e sempre. Non importa quante volte
cadiamo, non importa quante volte ci allontaniamo, se torniamo da
Lui siamo sicuri del perdono. Rendiamo grazie per avere un tale Dio
e viviamo con gioia perché è così.
Come non essere felici e gioiosi perché Dio è vicinanza, prossimità?
Non abbiamo un Dio lontano, che è lontano da noi, che non si pren-
de cura di noi, che è nelle sue cose senza guardare quelli di noi che
siamo ancora quaggiù. No, il nostro Dio è vicino; non lo sentiamo
così tante volte vicino? Lui è vicino quando siamo tristi e, improv-
visamente, si apre la speranza; vicino quando combattiamo contro
qualcosa che sembra poterci vincere e improvvisamente lo faccia-
mo; vicino quando sembra che il male sia più forte delle forze che
abbiamo e si scopre che possiamo vincerlo; vicino quando le cose
vanno male e non ci disperiamo; vicino quando siamo scoraggiati, e
scopriamo che non affondiamo; vicino quando siamo nell’oscurità
per quello che ci succede e, improvvisamente, l’oscurità si apre a
poco a poco e cominciamo a vedere la luce. Chi fa tutto questo se
non il nostro Dio che ci è vicino? Non ce ne accorgiamo? Succede
come nel Vangelo: i due che erano in cammino da Gerusalemme a
Emmaus si accorgevano forse che il loro cuore si apriva alla verità e
alle parole del compagno che, senza sapere come lo avessero incon-
trato per strada andava con loro? Non lo notiamo vicino a noi nei
momenti difficili della vita? Non fisicamente, forse non psicologi-
camente; egli si avvicina a noi al di sopra di queste categorie, ma noi
lo notiamo, sappiamo che qualcosa è successo non per la nostra for-
za, ma per la forza di qualcuno che è al di sopra di noi. E chi è questo
qualcuno se non il Dio-vicinanza? Questo dà gioia al nostro cuore.
Come non essere felici e contenti sapendo che Dio è maestro, è co-
lui che ci insegna tutto sulla vita spirituale? Sì, Dio ci insegna chi è,
e così abbiamo potuto mettere in relazione i vari volti del Dio della
nostra vita. Ci insegna chi sia suo Figlio e ci aiuta a capirlo quando
pensiamo a lui o lo ascoltiamo leggendo il Vangelo o sentendone
parlare. Egli ci insegna attraverso suo Figlio chi sia lo Spirito Santo.
Sappiamo così poco dello Spirito Santo! È stato chiamato il Dio sco-
nosciuto perché parliamo al Padre e pensiamo a lui con l’esperien-
za che abbiamo della paternità umana; crediamo in Gesù perché
si è fatto carne ed è simile a noi in tutto tranne che nel peccato, e
Chi è il nostro Dio? 153

Dio-Maestro manda il suo Spirito Santo attraverso Gesù perché cre-


diamo in lui, perché ci aiuti nella vita interiore. Dio-Maestro ci inse-
gna anche cosa sia la vita spirituale, come dovremmo camminare in
essa, come dovremmo comportarci, come dovremmo compiacerlo
e fare la sua volontà, come dovremmo amare il bene e rifiutare il
male. Dio maestro ci insegna a seguire Gesù, a compiacerlo, a com-
portarci come ci ha insegnato e predicato nella sua vita. Gli inse-
gnamenti di Dio maestro sono necessari nella vita, e noi dovremmo
occuparcene dal profondo del nostro essere. Per tutto questo e per
molte altre cose che Dio ci insegna nel nostro cuore e che ognuno
di noi conosce, dobbiamo essere veramente felici e contenti perché
Lui è il padrone della nostra vita. Non potremmo mai ringraziare
abbastanza per questo aspetto del nostro Dio. Cerchiamo di essere
felici di questo.
E come non essere felici e gioiosi sapendo che Dio è un Dio di pace,
è il Dio della pace? La pace, di cui abbiamo tanto bisogno nel nostro
mondo; la pace, senza la quale il mondo sarebbe una cosa orribile
a causa delle lotte, delle guerre, degli scontri, della malvagità della
gente, di tutto ciò che vediamo fare gli uni contro gli altri nei nostri
giorni. La pace è necessaria perché nessuno possa approfittarsi dei
fratelli, nessuno li offenda, nessuno compia più le barbarie di cui
sentiamo parlare nei media. È la pace del cuore che serve; la pace
che rassicura, che aiuta a vivere facendo del bene agli altri, la pace
che è l’incoraggiamento che riceviamo da Dio per aiutare gli altri
nel bisogno, la pace che Gesù ha offerto ai suoi. Quando i discepoli
avevano paura, Gesù ha dato loro la pace. Quando hanno avuto pau-
ra perché pensavano di vedere un fantasma, egli li ha incoraggiati a
non aver paura, perché era proprio Lui che veniva da loro. La pace
di cui i discepoli avevano bisogno quando, in mezzo alla tempesta,
credendo di essersi persi, di annegare, si rivolsero al Maestro che
dormiva nella barca nel silenzio perché è il Signore della tempesta.
È la pace di cui abbiamo bisogno nelle tempeste della nostra vita,
che ci rende migliori, la pace che ci fa avvicinare agli altri aiutan-
doli come il Signore ha aiutato noi. Dobbiamo vivere in pace, ma
con la pace che Gesù dà, non con la pace che dà il mondo che non
è vera pace; e alla pace di Gesù dobbiamo ritornare costantemente.
Dio-pace, donaci la pace di Gesù che è anche la tua. E vivremo con
gioia perché Dio è così.
154 Miguel Ángel Asiain

E cosa diremmo del Dio-grazia? Come non essere felici se conside-


riamo che cos’è il Dio-grazia? Egli è grazia e tutto ciò che riceviamo
è grazia. Vivere è grazia; amare è grazia; lavorare è grazia; combatte-
re il male è grazia; fare del bene agli altri è grazia; camminare come
vuole il Signore è grazia; seguire Gesù è grazia; donarsi a tutti coloro
che hanno bisogno di noi è grazia; perdonare è grazia; fare del bene
è grazia; essere giustificati dall’amore di Dio è grazia; lottare per un
mondo migliore è grazia; superare le tentazioni è grazia; comuni-
care con il Corpo di Gesù e bere il suo Sangue è grazia. Cosa c’è nel
mondo che non sia grazia? Ne siamo inondati e ci viviamo dentro.
Chi rifiuta la grazia, rifiuta Dio; chi rifiuta la grazia fa male e non ha
capito la grandezza di Dio. Se Dio non fosse grazia, poveri noi, cosa
faremmo? Come potremmo vivere senza ciò che illumina la nostra
vita e dà forza al nostro essere? Per questo dobbiamo costantemen-
te rivolgerci al nostro Dio-grazia in ogni momento della nostra vita,
affinché ci guidi lungo i sentieri della vita, affinché ci renda perso-
ne come suo Figlio, persone che vedono lo Spirito datore di ogni
bene. Grazie a Dio-grazia per essere così com’è, perché si è degnato
di darci tutte le cose buone che vengono dalla sua grazia. E viviamo
rendendo grazie per tutto ciò che il nostro Dio ci dà, per la sua ma-
gnificenza nei beni. E ricordiamoci che, poiché tutto è grazia, nulla
dipende dalla nostra forza, né dal nostro impegno, ma non signi-
fica che non dobbiamo sforzarci di piacere a Dio, di seguire Gesù,
di amare lo Spirito d’amore che ci darà la grazia di poter amare di
più le tre persone della Trinità. Così viviamo in una gioia profonda
quando consideriamo chi è il nostro Dio.

Esame
– Vivi l’allegria (la gioia) di sapere qualcosa su chi sia il no-
stro Dio?
– C’è qualche aspetto del nostro Dio che non ti convince o da
cui ti senti più lontano?
– Sei contento del fatto che il nostro Dio sia com’è? Lo ringra-
zi per questo?
– Ripassa ciascuno degli elementi con cui abbiamo qualifi-
cato il nostro Dio e guarda se li vivi con un cuore pieno di
gratitudine.
Chi è il nostro Dio? 155

– C’è qualcosa nella tua vita che non corrisponde agli aspetti
ricordati del nostro Dio?
– Inginocchiati e ringrazia di cuore, chiedigli che ti faccia ca-
pire meglio chi sia Lui, che si riveli a te secondo il suo piano
di amore per te.

Preghiera

Non mi muove, Signore,


ad amarti il cielo che tu
mi hai promesso.
Né mi muove l’inferno tanto temuto
perché io lasci con ciò di amarti.
Mi muovi tu, mio Dio;
mi muove il vederti
inchiodato su quella croce,
scarnificato.
Mi muove il vedere
il tuo volto tanto ferito,
mi muovono i tuoi affronti
e la tua croce.
Mi muove infine il tuo amore
in tal maniera
che se non ci fosse cielo,
io ti amerei,
e se non ci fosse inferno,
ti temerei.
E non hai da darmi nulla
perché ti ami perché
se quanto aspetto
io non lo aspettassi,
nella stessa maniera che ti amo, io ti amerei.
10º Dio è Padre, Figlio e Spirito Santo
Dio Padre
Padre, quando mi presento davanti a Te la prima cosa che mi viene
in mente è di lodarti, ringraziarti, benedirti con tutto il mio essere
perché sei Padre. Quando penso che Tu sei Dio sono senza parole.
Perché significa che Tu sei l’origine di tutto. Da Te viene la Parola,
da Te e dalla Parola viene lo Spirito Santo. Padre, che Tu sia Dio
significa che sei sempre esistito. Questo mi lascia frastornato, non
so come capirlo, sono senza parole quando penso che tu sia sempre
esistito. Molti non lo accettano, io lo accetto con tutto il cuore, ma
non so come capirlo. Da tutta l’eternità - e cosa significa “eterni-
tà” - tu esisti. Non avete avuto un inizio, non avrete una fine, cosa
significa non avere un inizio? Vedo nel mondo che le cose hanno
un inizio in un momento, e dell’universo gli scienziati parlano del
bing-bang quando tutto è iniziato. Quando dico “tutto”, intendo l’u-
niverso nel suo insieme. Ma quando tutto è cominciato Tu esistevi
già, eri già e sei sempre stato. Giro in tondo nella mia povera testa,
sono sbalordito e non capisco. Ma è possibile capire Dio, mi chiedo?
So che non lo è.
Tutto viene da Te, quindi hai sempre pensato a tutto. E voglio scen-
dere da questo “tutto” alla mia persona. Questo significa che hai
sempre pensato a me, a ogni essere umano. Se penso a tutti quelli
che sono esistiti e guardando verso il futuro penso a tutti quelli che
esisteranno, e che tu abbia pensato a ciascuno in particolare, vera-
mente tutto ciò commuove, e così mi inginocchio davanti a Te.
Che Tu abbia pensato a ciascuno è qualcosa di incomprensibile, ep-
pure è vero. Il tuo amore è arrivato a ciascuno e a ciascuno hai dato
l’esistenza.
158 Miguel Ángel Asiain

Penso a me. Penso a ogni uomo che abbia camminato sulla terra.
Penso alla povera gente che vive oggi e non ha niente da mangia-
re o da bere e muore senza che nessuno le presti attenzione. E Tu
ti sei preso cura di ognuno di loro, hai amato ognuno di loro. Se il
tuo amore è così grande, perché quegli uomini sono venuti a sof-
frire così tanto? So che non dipende da te, ma dalla libertà uma-
na. So che li raccoglierai nelle tue mani divine e saranno benedet-
ti per sempre. Inoltre, i più poveri, i più dimenticati, i più reietti i
più disprezzati, i più abbandonati, i tanti lazzaro che sono esistiti,
che esistono ed esisteranno, saranno benedetti. Questo mi dà pace
perché vedo che il tuo amore sarà dato in abbondanza a coloro che
hanno sofferto oltre ogni limite. Padre, grazie di essere Dio, grazie
di esistere, grazie di tutto quello che hai fatto per gli uomini, grazie
perché spero che un giorno potrò vederti faccia a faccia, stare con
te, godere della tua presenza e dell’amore che hai sempre avuto per
me e avrò la gioia di stare con Te per sempre.

Dio Figlio
Gesù, anche Tu sei Dio. Il Dio che è sempre stato con il Padre e lo
Spirito Santo. Ed essendo Dio, si scopre che hai voluto, in obbedien-
za al Padre, diventare uomo come uno di noi. So che l’unica cosa
che non è in Te è il peccato, e così sei come noi in tutto tranne che
nel peccato. Che bello che Tu sia venuto da noi perché ci hai portato
il bene. Quando tua Madre, Maria, che ti teneva nel suo grembo, si è
recata a far visita alla cugina Elisabetta, appena sei apparso davan-
ti a lei, il bambino nel grembo di Elisabetta ha sussultato di gioia,
come Elisabetta stessa ha detto a Maria. E da quel momento la tua
vita è sempre stata quella di fare del bene agli uomini.
Ma che un Dio, in questo caso il Figlio, diventi uomo mi confonde.
Anche qui non capisco. Accetto, ma non capisco, l’amore che ti fa
diventare uno di noi. Accetto, ma non capisco, che Tu abbia lasciato
il seno del Padre e sia venuto a vivere come uno di noi. E non capi-
sco nulla quando penso che Tu eri il Dio umano e allo stesso tem-
po eri con il Padre. È facile affermare queste cose, ma non è facile
capirle, meglio, è impossibile capirle. So che sei venuto a donare e
a istituire il Regno del Padre e allo stesso tempo a morire per noi,
per amore. Che cosa ti ha spinto a giungere a questo? Meritavamo
qualcosa? È vero, se Tu non fossi morto per noi, per i nostri peccati,
Chi è il nostro Dio? 159

saremmo nel peccato e non potremmo essere con il Padre, non po-
tremmo godere della vita eterna sperata e promessa. Non perché lo
meritiamo, anzi, perché non lo meritiamo, ma semplicemente per-
ché è e sarà un dono in più del tuo amore.
E mi stupisco quando vedo quello che il Padre ha fatto di Te. Si sco-
pre che il nostro peccato più grande, che è la tua morte, è diventato
il dono più grande che ha fatto perché con quella morte abbiamo
superato la nostra morte, il male della nostra vita e il peccato che ci
perseguita sempre.
Né capisco che, essendo Dio, tu volessi passare la tua vita tra noi
senza la consapevolezza di essere Dio, ma che stessi crescendo in
età, in saggezza e in grazia presso Dio e gli uomini. Mi chiedo come
sarebbe la tua preghiera al Padre. Come si uniscono le due cose, che
non eri cosciente di essere Dio e che hai incontrato il tuo Dio Pa-
dre? Vorrei sapere tante cose di Te, ma sono felice che ti sei rivelato
come volevi, e che ci sono cose che sono solo tue e dipendono dal
tuo rapporto con il Padre.
Il mio desiderio è che tutte le persone ti riconoscano, che ti amino,
che si donino a Te, che vivano per Te e che ti ringrazino per tutto
quello che hai fatto per loro. Gesù, spero un giorno di incontrarti,
che Tu mi accolga nel tuo Regno, che mi abbracci con l’amore che
hai per me, che mi renda compagno del tuo Regno con tutte le per-
sone che già saranno con Te. Cosa sarà, Gesù, la vita eterna? Non
cosa sarà, ma cos’è la vita eterna? Penso che sarà vivere lodando
la Trinità, godendone, e lodando per sempre il Dio che ci ha tanto
amato e che ci ha trattato con tanto amore. Gesù, grazie per la tua
vita, grazie per essere diventato un uomo, grazie per tutto quello
che mi hai dato in tutta la mia vita.

Dio Spirito Santo


Spirito d’amore, quando mi riferisco a Te sono senza parole, per-
ché non so nemmeno come parlarti. So già che Tu sei Dio come
il Padre e il Figlio. So che procedi dal Padre e dal Figlio, perché
sei l’amore che scorre tra di loro. Quell’amore che in noi uomini,
quando due persone si amano veramente, è solo un sentimento,
in Dio sei Tu.
160 Miguel Ángel Asiain

Tu appari nel nostro mondo ordinando tutto. Era il caos e Tu l’hai


trasformato in un cosmo. Era una bambina santa e immacolata, e
Tu sei sceso su di Lei e in Lei si è incarnato il Dio Figlio. Gli apostoli
erano riuniti nel cenacolo, era dopo la risurrezione e Gesù era già
alla destra del Padre, e Tu sei disceso su di loro e hai dato loro i tuoi
doni. E da allora, da poveri peccatori che erano, i discepoli diven-
nero i grandi predicatori del Regno. Dal costato aperto del Figlio
dalla lancia del soldato, sono scaturiti il sangue e l’acqua e con la
tua presenza è cominciata la Chiesa. Quella Chiesa di cui ti prendi
cura incessantemente.
Questa Chiesa ha attraversato momenti difficili e brutti, cosparsa di
peccato, ma è rimasta in piedi perché Tu la sostenevi, perché susci-
tavi uomini e donne che stavano dando la loro vita per lei. Ci sono i
martiri che hanno dato il loro sangue perché Tu li hai aiutati; i dot-
tori che hanno insegnato perché Tu hai dato loro la scienza; i predi-
catori che Tu hai aiutato a spiegare che cosa è stata la vita di Gesù,
che cosa è stato e che cosa è il Regno di Dio, che cosa sarà il mondo
futuro. Senza il tuo aiuto, senza la tua presenza, cosa sarebbe oggi
la Chiesa? È vero che è sempre stata sostenuta da Gesù, amata dal
Padre e curata da Lui, ma sei stato Tu che l’hai aiutata nei momenti
difficili, che sei sempre stato lì, accanto a lei, a difenderla dai peri-
coli, dal male che le è entrato dentro. Sì, Spirito d’amore.
Vieni, Spirito Santo, e scendi su di noi, ne abbiamo bisogno; con il
tuo aiuto potremo amare di più il Padre e il Figlio; con la tua forza
potremo superare le difficoltà della vita e le tentazioni che subia-
mo; con la tua presenza la vita diventerà più sopportabile; con il
tuo amore potremo amare gli altri come Tu ami noi. Non ti conosco,
Spirito Santo, ma ho fiducia in Te, mi dono a Te, mi do a Te. Vieni
nella mia anima e fammi appartenere ogni giorno di più al Padre e
al Figlio; fammi vivere ogni giorno di più per loro e alla loro presen-
za. Non allontanarti dalla mia vita perché cadrei nel nulla; senza il
tuo aiuto il potere del peccato è più forte, senza la tua luce le Scrit-
ture sono più oscure, senza di Te tutto è diverso.
Per questo mi fido di Te e ti chiedo di farti conoscere da me ogni gior-
no di più. Non posso ottenere questo; sei Tu che devi darmelo e spero
che un giorno potrò stare con Te, con il Padre e il Figlio e potrò veder-
vi faccia a faccia e potrò ringraziarvi per tutta l’eternità per l’amore
che avete avuto per me e per le grazie che ho ricevuto da Voi.
Chi è il nostro Dio? 161

Esame
– Preghi la Trinità?
– Pensi alla Trinità e ti affidi alla Trinità?
– Speri nel Padre, nel Figlio e nello Spirito Santo?
– Ti affidi a ciascuna persona della Trinità?
– Hai ringraziato qualche volta o molte volte il fatto che Dio
è Trinità?
– Prega con tutto il cuore la poesia qui subito presentata nel-
le righe successive, scritta da San Giovanni della Croce e
che si riferisce alla Trinità.

Preghiera

Come conosco bene


la fonte che scaturisce e scorre,
benché sia notte.
Resta nascosta quell’eterna fonte,
ma io ben so dov’è la sua dimora,
benché sia notte.
L’origine non so, poiché ne è priva,
ma ogni origine so che ne deriva,
benché sia notte.
So che non può esister cosa tanto bella,
e che cieli e terra bevono da quella,
benché sia notte.
So bene che in lei non si ritrova il fondo
e che sondarla non può nessuno al mondo,
benché sia notte.
Il suo splendore non si oscura mai
e so che è la sorgente d’ogni luce,
benché sia notte.
So che le sue correnti traboccanti,
inferni e cieli irrigano, e le genti,
benché sia notte.
162 Miguel Ángel Asiain

La corrente che sgorga da questa fonte


ben so quanto è capace e onnipotente,
benché sia notte.
La corrente che da queste due procede
so che nessuna di quelle la precede,
benché sia notte.
Giace nascosta questa eterna fonte
in questo vivo pane, per dare a noi la vita,
benché sia notte.
Sta qui chiamando le creature,
che di quest’acqua si saziano, benché allo scuro,
perché ora è notte.
Questa fonte d’acqua viva cui anelo,
in questo pane di vita io la vedo,
benché sia notte.
Who is our God?
Index
Foreword ............................................................................................................................................................................. 167
1º God is mercy .......................................................................................................................................................... 169
2º God is love ................................................................................................................................................................. 175
3º God is kindness ................................................................................................................................................ 181
4º God is forgiveness ........................................................................................................................................ 189
5º God is closeness ............................................................................................................................................... 197
6º God is a teacher ................................................................................................................................................ 205
7º God is peace ........................................................................................................................................................... 213
8º God is grace ............................................................................................................................................................ 221
9º God is joy .................................................................................................................................................................... 229
10º God is a Father, Son and Holy Spirit ............................................................................ 237
Foreword

It seems daring to ask and to try to answer the question of “Who is


our God.” I will explain how these few pages were born. The idea of if
such topic was worth writing something about came to me one day
while praying and meditating on God. I did not want to deceive my-
self because men deceive themselves easily regarding everything
that refers to God. That is why I asked for help. I asked a trustworthy
brother who had an important position in the province, Fr. Jesús
Elizari, the P. Provincial, to help me discern whether it was worth it
or not to dedicate an effort to write these pages. He said it was.
I now had the answer. I realized that writing another book was not
a product of my self deception or desire. I trusted my brother, and I
accompanied all this with prayer. This work had to be put in God’s
hands.
Then, I thought about what direction could the book take. And it
occurred to me, after a lot of thought, that I could do it by indicating
multiple facets that we can attribute to God. I knew there were a lot
and many occurred to me. I had to choose and those that appear in
this book’s index are the ones born from that choice.
Once this was done, they had to be developed. It was clear to me
that the book was not going to be a small treatise on theology, noth-
ing could be further from me since such a thing did not have the ca-
pacity to work. I wanted it to be a book that spoke to the heart, that
whoever read it could feel encouraged to love more, to pray more, to
think more about the God it would describe.
And I got carried away by what was born in my heart. I know these
are very simple things, but God is simple, and this is one more way
in which I could talk about him. My heart was guiding my writing.
168 Miguel Ángel Asiain

And so the book was born. This is not a theological book, it is a book
born from the heart and directed to other people’s hearts. My wish
is for it to help anyone it can. I would be grateful and happy even if
it helped only one person, because helping a brother to meditate, to
think, to pray to God is already an undeserved grace.
I wish peace to anyone who gets to read this book, along with trust in
God and in what he unleashes in their hearts. What I say is not im-
portant since they are simple things. What is important is what God
can say to each person through these pages. Thanks to God for that.
And finally, I am convinced of one thing. That when death comes,
and so does the encounter with my God, because that is how I hope
it happens by his mercy, I will discover that God is infinitely much
more than what I have written here. And that will be my great joy.
Blessed be God.

* * *

To my brothers: this book was written several months ago. It ap-


pears only now for various circumstances. Do you know what I have
experienced during these months? That yes, it is true that God is
mercy and love and goodness and peace and joy...and everything
else I have written. That’s why I am moved when I read the follow-
ing words from the Saint John: “Dear friends, now we are children
of God, and what we will be has not yet been made known. But we
know that when Christ appears, we shall be like him, for we shall
see him as he is.”(John 3, 2). We shall see him as he is. Do you know
what that means? Or the words of St. Paul: “For now we see only a
reflection as in a mirror. Then we shall see face to face.” (1Cor 13,
12). Seeing him face to face, how can we not be moved by this? I be-
lieve of all that deep in my heart.
That’s why I want for what I’ve written to be a SINCERE CONFES-
SION OF MY FAITH Yes, I believe with all my soul in this God, who
is our God. Everyone’s God. Blessed be God forever.
1º God is mercy

Isn’t it bold to try to say who our God is? Isn’t it bold to try to ap-
proach him and think we can meet him? Who has seen God? None
of us have seen him. If so, how can we say who he is? That is why
we place ourselves in humility at the beginning of these brief pages
before attempting what we want to achieve. Because even though
it is a daring, we want to know who our God is. This is so important
for us that we do not want to stop trying. That is why throughout
these pages the soil that sustains them is the humility of heart, the
humility of feelings, the humility of a whole life. Only from humili-
ty can we strive to attempt this.
Indeed, none of us humans have seen God. But the Lord Jesus has
seen Him. He is the beloved Son, who has always existed with the
Father and the Spirit. And when He came to us, he told us about the
Father, He communicated what he has seen to us, that is what He
told us. John says: “No one has ever seen God, but the one and only
Son, who is himself God and is in closest relationship with the Fa-
ther, has made him known.” That is why we have a fountain to drink
from, a support to reach the Father. Throughout His life, Jesus has
been showing us the Father, “I and the Father are one,” he told us.
To know Him is to know the Father, to approach Him is to approach
the Father, to love Him is to love the Father. That is why He said to
one of his own, “Don’t you think the Father is in me and I am in the
Father?”; That is why He is the way, the truth and the life. Yes, the
way to meet the Father. And we will have to turn to Him constantly
as we try to know who the Father is.
On the other hand, everything is one in God. We can apply various
titles which are different ways to get close to Him. But all those ti-
170 Miguel Ángel Asiain

tles are one in God only because in him everything is one. There-
fore, when we speak of the different titles, we will inadvertently
repeat things because God is at the same time each of the aspects
under which we want to get close to Him. Repeating ourselves is of
no importance, it will be a sign that we are talking about God, the
one and only that approaches us in different ways from our vision,
but the one and only from the point of view of who He is.
Well, when trying to say who God is, the first way to express it is
by saying that God is mercy. For if anything stands out from all of
what Jesus told us, the Father’s mercy is precisely it. Is is not mercy
to send us his Son? Isn’t it mercy that he gave Him to us until His
death? Is it not mercy that he did all that for us who are sinners and
who deserve nothing? Who can think of the madness of sending his
own Son, besides that He was the God of Gods, light of lights, true
God of true Gods, send Him, I mean, to become a man like us, to live
with us, to incarnate Himself forever, so that even He’d stay with us
at the same time? In his Son, as in no one else, God has manifested
mercy. So if we want to know how God is mercy, let us look at how
Jesus is mercy and how merciful He was to everyone throughout
His life. Cyril of Alexandria said “by the mercy of God, everyone
was saved, instead of those who had been lost.”
The Psalter often tells us about God’s mercy, but there is a beau-
tiful psalm that teaches us that the whole history of the People of
God was nothing but about God’s mercy. It is Psalm 135. The whole
psalm merely goes over the history of the People of God in brief
stanzas, in which the first part tells a fact of that story and in the
second part it sings that this was because of nothing else but God’s
mercy. Let us look at some stanzas as an example and help us to
pray from the heart many times in our lives all the psalm singing
God’s mercy because we too are His People:

“Praise the Lord, for the Lord is good;


For his mercy endures forever.
Only he has done great wonders:
For his mercy endures forever.
Who by his understanding made the heavens:
For his mercy endures forever.
He struck down all the firstborn of Egypt:
For his mercy endures forever.
Who is our God? 171

And brought Israel out from among them:


For his mercy endures forever.
And gave them their land as an inheritance:
For his mercy endures forever.
He remembered us in our low estate:
For his mercy endures forever.
And freed us from our enemies:
For his mercy endures forever….”

As we recite the psalm of God’s mercy with His People, we can in the
same way recite the psalm of our life, like what we have seen. Each
one can do it by looking and remembering his life and everything
that has happened through it because everything has been thanks
to the mercy of God. For example, we can recite something similar
to the quoted psalm, but going through our whole life, including
positive and negative events, because in all of them the mercy of
God has been manifested:

“Praise the Lord, for the Lord is good;


For his mercy endures forever.
He gave me life:
For his mercy endures forever.
He gave me parents who took take of me:
For his mercy endures forever.
He guided me throughout the desert during bad times:
For his mercy endures forever.
He saved me from evil and misfortunes:
For his mercy endures forever.
He forgave all of my sins:
For his mercy endures forever.
He defended me amidst evil:
For his mercy endures forever.
He constantly directs my life:
For his mercy endures forever.”

And so we could make the psalm of our life and confess that
throughout all of it, the mercy of God has been manifested. It will
be a very beautiful psalm that which can recite constantly in our
lives because we confess about how God has mercy on us.
We have to go to God because He is mercy in all the moments of our
life, and because being mercy will always help us. There is a prayer
172 Miguel Ángel Asiain

in the psaltery about how an afflicted person who comes to God,


and says: “Mercy, Lord, for I am about to faint, Lord, heal my dis-
located bones.” And in the Eucharist we say: “Lord, have mercy on
us because we have sinned against you. Show us, Lord, your mercy,
and give us your salvation. ”
If He is mercy, why would He not forgive our sins? That is why we do
not despair, do not fall into affliction, because He comes to our aid at
all times. We cannot doubt that He forgives, destroys our sins, clears
them and cleanses them because His mercy comes to us as forgive-
ness, love, grace and salvation. Who doubts forgiveness, doubts His
mercy and that is a sin. If we feel sinful, which we are, we have nothing
to do but throw ourselves into the mercy of our God. Pope Francis once
said: “No one can be excluded from the mercy of God. Everyone knows
the way to reach it and the Church is the house that welcomes every-
one and does not reject anyone. Its doors remain wide open, so that
those who are touched by grace may find the assurance of forgiveness.
You also have to access the mercy of God during moments of happi-
ness, thanking him because the joy we have comes from Him, from
His mercy, because He only wants good for His children. We have
no reason not to be in peace, with joy, with happiness, with hope,
because we have a God who is mercy.
And I think about death. What will death be? We do not know, we do
know we leave this life, but let’s say it in a more certain way: to die
is to enter into the mystery of God’s mercy. We do not know what
is going on, we do not know what happens, but one thing is true:
we enter into the mystery of God’s mercy. That means we are going
to be embraced by that mystery of His mercy. That is why we do
not fear, we trust, we look at death as a moment of grace; It is true
that we may leave many loved ones, many things, but how does that
matter if we will enter into the mystery of the mercy of our God? It
has to be wonderful to get into that mystery of mercy, to find our-
selves wrapped in it. That has to give us peace.
We are declaring, saying that God is mercy, and it is true and the
Word helps us to declare the truth of this statement. But, deep
down, we just don’t know anything, because what is the mercy of
God? We throw ourselves in it, we throw ourselves into it because
we love our God, we trust Him and in the gospels we see, through
Who is our God? 173

Jesus, how that mercy manifests. But nevertheless, we affirm a re-


ality, we are convinced of it, it is true, but we just don’t know what
that mercy is. And with that comes something beautiful, that we
give ourselves with total confidence to a God with whom we know
we will be happy, but that we have not fully known. Yes, God is mer-
cy, but what is the mercy of our God? We cannot know that. And
there is the paradox, God is mercy, we fully entrust ourselves to that
mercy, but deep down we do not know what the mercy of our God is.
This is an immense act of faith, and we do it with all of our heart. The
time will come when we will be told what that mercy is because we
will experience it, and the Word says that we will see Him as He is,
that we will see Him face to face. It is true that even these words hold
some mystery for us, but they also comfort us, they give us strength
in the moments of our life. Bless you, Lord, for being mercy. Spread
your mercy on each one of us and help us to live it from the heart.

Exam
– Do you trust God’s mercy?
– Do you give yourself to it wholeheartedly?
– Is it the foundation of your life in moments of danger, an-
guish or fear?
– Do you look at death with fear and anguish or with the
hope we have mentioned before?
– Have you tried to review the story of your life by living it
through God’s mercy?
– Whatever happens in your life, will you continue to trust
that mercy?

Prayer
Because the night is setting in,
because it’s late, my God,
because I fear losing
the tracks of the road,
don’t leave me alone
and stay with me.
174 Miguel Ángel Asiain

Because I have been rebellious


and I have looked for danger
and I was curious
about the summits and the abyss,
forgive me, Lord,
and stay with me.
Because I have a burning thirst for you
and I am hungry for your wheat,
come, sit at my table,
bless the bread and wine.
How fast the afternoon ends!
Stay with me at last!
2º God is love

How many times many believers have wondered who our God is?
And not only them, the non believers too when talking to the be-
lievers or when they refer to their God, they ask the same question:
Who is your God? We have an answer that comes from the deepest
part of the heart: our God is love. Yes, God is love. It describes him
beautifully, it is what identifies him better than anything else, God
is love. And in the face of this answer we cannot oppose, we accept
it because we see it as a total truth, as something that cannot be
otherwise. When we look at our God, we understand that He is love.
When we read the scriptures, we see that He is love, when we look
at the universe, we realize that He is love. Nothing stands against
this truth.
It is true that the word “love” has been and is very hackneyed. Love
is spoken in many different and sometimes crazy ways. Just look
at certain means of communication that refer to known people or
their relationships with other people, just listen to certain songs,
just feel what many people say about love, and then you will under-
stand that we are on different levels, in two different environments,
in two opposing situations. God is love, but not that love of which
things are said that do not apply to God.
Therefore, the first thing we proclaim in this chapter is that God is
love, but a love that has nothing to do with that which is handled by
certain songs or is understood as certain behaviors that have noth-
ing to do with our God. And if we say that He is love, it is not some-
thing we came up with, it is because John told us so in his writings:
“Whoever does not love does not know God, because God is love.”
To know Him as love you have to really love then. We will see it re-
176 Miguel Ángel Asiain

peatedly, only he who loves others, understands that God is love,


knows that God is love and experiences a God of love.
And that is precisely because love comes from God; If He is love, He
gives love and in that love we can love others. You cannot separate
God’s love from the love of others. Saint John also says so: “Beloved,
let us love one another, for love is from God; and everyone who loves
is born of God and knows God.” That is why when Jesus was asked
what the first commandment was, he said that he loved God, but that
the second is similar to the first and that it consists of loving others.
But one may ask, in what has it been manifested that God is love? If
we make a statement it is only fair to justify it and to indicate why
we state it. For it is the apostle of love who tells us: This is how God
showed his love among us: He sent his one and only Son into the
world that we might live through him. Let us see that God is love for
He who made nothing less than the decision to send his only Son,
who was also God like him. Can we think of a greater love, can we
think of a God so loving that he makes nothing less than that eter-
nal gesture and that consisted of sending his Son to become flesh
like us and for all eternity to be God incarnate? That gesture of love
from God does over our heads, and it is that God has to be mad with
love in order to do what he did. We cannot imagine any similar hu-
man example to understand what God did, and that God, by doing
that, manifested Himself as a God that is only defined as love.
In addition, a truth that further increases our admiration is that
love exists not because we have loved God, but because He was the
first one to love us. And because of that impulse of mad love, He
sent his Son for nothing less than to die for our sins. Can we find a
stronger indicative of His love? We can affirm that He was the first
who loved us and that is why we can love, and that He manifested
that infinite love in surrendering his Son for nothing less than to
die for our sins. This is a paradox that is difficult to understand, that
our greatest sin, the death of his Son, turned out to be God’s way to
show his supreme love because He erased that sin through His son’s
death, and that is why He sent him.
From what we have said, what Saint John affirms again follows:
“Since God so loved us, we also ought to love one another.” In other
words, the obligation to love each other is born from nothing less
Who is our God? 177

than the fact that we have been loved by God. If He has loved us, we
cannot respond any other way than by than loving others. The God
of love creates love in us; the God who loves, makes us love others;
the God who is defined by love makes us able to say that we are his
children, that we are embraced by love if we really love others. And
that the God of love is not a God who remains away in himself, in
the heights. He is a God of love that inspires to love others. Since
God is love, we love; since God is love, we cannot do any other thing
than to love too. And John reaffirms so: “If we love one another,
God lives in us and his love is made complete in us. This is how we
know that we live in him and he in us: He has given us of his Spirit.”
“Yes, God is love and he who remains in love remains in God and God
with him.” This is our joy, that we can remain in God and we can love
others. Our God is not a distant God, oblivious to our vicissitudes,
unconcerned with everything that happens to us or belongs to us.
No, He is a God close to everything related to us, to our afflictions,
misfortunes, disasters, but also to our felicities, happiness and joy.
That’s why we say He is love. He wouldn’t be if He didn’t care about
us; He would not be if He were “in his things” without caring about
our issues; He wouldn’t be if He didn’t feel the suffering and the joys
that we, His children, go through. That is why he is a God of love,
because everything affects Him in the sense that we can affirm this
about God. God suffers when His children suffer, God has a bad time
when His children are offended, attacked, mistreated and killed.
Since God is love, fear must not exist in us because there is no fear
in love. “On the contrary, the perfected love casts out fear, because
fear anticipates punishment; consequently, those who feel fear are
not in love. ”
We can definitely love because He loved us first. Love is not born
from us, love comes from His love, is born from His love. If He did
not love us, woe to us, because we would not be able not love either.
But do we really love God? He is love, we have repeated it to satie-
ty and have said that His love precedes ours, but do we really love
God? There is a way to know, by keeping his commandments. “Be-
cause to love God means to keep his commandments.” And John,
when writing to a woman, said: And this is love: that we walk in
obedience to his commands
178 Miguel Ángel Asiain

But there is something Jesus said about this issue that fills us with
joy and leaves us stunned. He used to say: “As the Father has loved
me, so have I loved you.” Can we think about what such a statement
means? What kind of love does the Father feel for his Son? We see
it in all the gospels and we will have moments to reaffirm it in oth-
er chapters. We cannot even imagine the love that the Father has
for his Son, the Beloved, the Favorite One, the Begotten, the One
that was sent. That love is nothing less than the Holy Spirit. That
is how much the Father loves the Son. So we must pay attention
to Jesus’ affirmation, He loves us in that same way. Therefore the
God of love comes to us through Jesus. The God of love enters our
heart, the God of love is with us, we are not helpless, left alone nor
abandoned. So whatever may happen in our lives, misfortunes, suf-
ferings and similar things, we shall not think that God is far from
us, or that He does not worry about us. It could turn out that His
love through Jesus will reach to us, and that is why the Lord keeps
saying “remain in that love.” That is His request, His desire, what
He want from us, for us to remain in that love. So how can we stay
in His love? Well, by keeping his commandments since “I too have
kept the Father’s commandments and I remain in his love.”
We have to be happy about what Jesus says, since his word is true,
“the Father himself loves you because you love me and believe that
I came from God.” We have this confirmation again, that God who is
love is a God who loves us, and loves us because we love Jesus and
believe in him.
As a result of all this we shall not be discouraged, but rather the op-
posite: “Do not be agitated; trust God and trust me too.” We have to
put our total trust in that God who is love, we have to rely on Him,
we must abandon ourselves to Him, because if He is love, He can-
not treat us in any other way than with love. Therefore, we should
not feel overwhelmed when we go through difficult times, through
temptations or even through the downfalls we all have because we
are sinners. We have to trust God and put ourselves in the hands of
that God who is love. That is our luck and joy.
Pope Francis says: “To know that God who is love, we must climb
the ladder of love for our neighbor, of works of charity, of works of
mercy that the Lord taught us.”
Who is our God? 179

Regarding that God of love, Jesus tells us: “He who accepts my com-
mandments and keeps them, that is he who loves me; and whoever
loves me will be loved by my Father and I will love him too.” And re-
peating the same idea: “He who loves me will heed my message, my
Father will love him and we will both come to him and live with him.”
That God of love is mostly manifested in the relationship he has
with His Son, with Jesus. The Teacher speaks many times about his
relationship with the Father and how the Father is with him and
loves him. This has to encourage us because Jesus is our brother
and the Father loves us in another way too. Let’s look at some cases
of this. “Thank you, Father, for having listened to me. I always know
that you listen to me. ” This has to encourage us to think of how the
Father listens to us. Sometimes we believe that we are away from
Him, but in Jesus we understand that He always listens to us. That
is why at all times, in all situations of difficulty or in every occasion
of danger we have to turn to the God of love who, because of that
love, takes care of us and will attend to our requests. In other in-
stance: “What my Father has given me is what matters most, and no
one can take away anything from my Father’s hand.” We are in good
hands, in the hands of a God who loves each one of His children
from the heart. We should not fear because nothing and no one can
separate us from him when we are in those hands, because we put
ourselves in them and trust them. The God of love is revealed in his
relationship with each of us. And on another occasion, the apostle
says: “If God were your Father, you would love me, for I have come
here from God.” We know that God is our Father because we long for
Jesus, that God that we have talked so many times who is a God of
love. Because He loves his Son, He has sent him to us and because
we love that Son, we join the Father and live with Him. Through
Jesus we come to the Father who is love, so “refusing to honor the
Son means refusing to honor the Father.”
This is, therefore, our God. The God of love who has done unthink-
able things for that love for us, loves us in a way that we could never
imagine and He manifests what love is like for us through Jesus and
through Himself. Let’s trust him, let’s place ourselves in His hands,
let’s always trust, you always have to trust, because being in those
hands means nothing bad can happen to us. Let’s give thanks with
all of our hearts. Thank you my God of love.
180 Miguel Ángel Asiain

Exam
– Examine your life, don’t you see how God’s love has mani-
fested itself in many ways?
– Do you trust the God of love? Do you believe in him?
– Remember in what moments of your life you were able to
see the God of love to thank him with all of your heart.
– When in problems, temptations, dangerous situations, do
you put your life in the hands of the God of love?
– Do you address the God of love through Jesus since He has
revealed to us, precisely, that his Father is love?
– Ask forgiveness for all the times you have not behaved with
the love He deserves.
– Always place yourself in His hands and don’t be afraid of
what might happen to you because you are in those hands,
which are nothing less than the hands of the God of love.

Prayer

Only in God rests my soul,


because my salvation comes from Him;
He alone is my rock and my salvation,
He is my fortress, I will not be shaken.
Find rest, oh my soul, in God alone,
my hope comes from Him;
only He is my rock and salvation,
My salvation and my honor come from God,
He is my firm rock,
God is my refuge.
Trust him, you His people,
vent your heart before Him,
for God is our refuge.
Do not trust oppression,
do not put vain hope in stolen goods;
and even if your wealth grows,
do not give it your heart.
3º God is kindness
Another way to answer the question of who is our God is by affirming
that He is kindness. Kindness is better. That everything in Him is good
and that nothing bad exists in Him. The question of how we know this
always comes up. Because nobody has seen God. And if nobody has
seen Him, nobody can tell us who He is and even less, show Him to us.
But we can get out of this issue by remembering an occasion when
the disciples were with the Master. Jesus is explaining some things
to them and at a certain moment he tells them. “No one comes to the
Father except through me. If you really know me, you will know my
Father as well. From now on, you do know him and have seen him.”
Obviously the disciples did not understand any of this. And Philip
goes out in behalf of everyone and of his ignorance and says: “Lord,
show us the Father; This is enough for us. ” This is what we normal-
ly say, for someone to shows us the Father, and then we will really
know if he is kindness as we have stated before; We really want to
know if He is kindness. And Jesus, neither bluntly nor lazily, tries to
answer Philip’s question (and ours) and without a doubt, the ques-
tion from the other disciples who have not understood anything of
what Jesus has told them. The Master states: “Even after how long
I have been with you, do you not know me yet, Philip? Who sees me
sees the Father, how do you dare to say ‘introduce us to the Father’?
Don’t you think that I am with the Father and the Father with me?”
In other words, we can meet the Father because we have seen what
Jesus has said to Philip and also by remembering what he said on
another occasion “the Father and I are one.” If we want to know
what God is like, we just have to get closer to see what Jesus is like,
how the Teacher behaves, what he does and what he says. God is in
182 Miguel Ángel Asiain

Jesus and Jesus is in God; Therefore, let’s look at what Jesus does
and we’ll know what the Father is like.
Is God kindness? Let us remember that passage in which the scribes
and Sadducees bring to Jesus a woman who has been caught in
flagrant adultery. They ask the Master what to do with her. They
well know what the Law says, but they want to test the Lord. Je-
sus knows the heart and the life of all who are present. He doesn’t
say a word. He leans down and writes. Those who were accusing
the woman leave, starting with the oldest. And then Jesus asks the
woman, “Has anyone condemned you? No one, Lord. I won’t do it
either. Go forth woman, but sin no more.”
This is what God’s kindness is. When presented to the sin of this
woman, he does not condemn, he forgives. He does not turn against
her, like those who accused her wanted. But instead, the immense
kindness that he feels for a poor sinner steams from his heart and
he forgives. We have to keep in mind that when we ask who God is,
it is not simply or above all to know how He is in himself, which no
one can know. But we wonder that to know what He is like with us,
we want to know how He behaves with us.
Well, in the face of our sin, in the face of the evil we do, in the face of
how badly we behave, even though we often ignore Him and rather
offend him, He is kind, does not condemn and forgives. This brings
us immense joy because although we are sinners, because sin is in
our lives, that is why we should not feel discouraged or afraid of our
God. Because we know what He is like with us in these circumstanc-
es. He works through forgiveness, reproach does not emerge from His
heart, but quite the opposite, the kindness of an endless forgiveness.
We have reasons to thank Him, to feel constantly forgiven in our lives.
But is there anything we could do to deserve His forgiveness? The
woman has done nothing, rather she has felt humiliated Jesus’ feet
where her accusers have left her. But we have another example that
tells us what we should do. Here is a crippled man who cannot even
walk. It is carried by four of his friends who know what Jesus can
do. They have no way to enter the small house where the Master is.
This is not an obstacle. They carry him to the roof, open a gap and
slide in the stretcher in which the cripple is held. And Jesus, after
seeing the faith that these men had, tells the cripple: “Your sins are
Who is our God? 183

forgiven.” And after seeing the shock in the face of those present,
and who were scandalized over Jesus’ words of forgiveness, he says
to the crippled: “Stand up, carry the stretcher and go home.”
Here is a very important element that we can also see in other heal-
ings and, in this case, it is the faith in this case of the four friends
who carried to the cripple. We can see it more clearly on other ex-
amples. Jesus does whatever he wants, what springs from his heart,
but sometimes he expects the faith of the one who will be healed,
and therefore says their faith that has saved them.
What do we have to do? Well, to have faith. Faith in Jesus, faith that
he can do what we ask, faith that the important thing is to believe
in him, faith that by putting ourselves in his hands he will act ac-
cording to the faith that we have. Faith is what will guide our life at
all times, faith is what has to be present when meeting the Master.
God our Father, who is goodness, is present in the actions of Jesus.
Therefore, because we see that Jesus is kindness, the Father is kind-
ness. They are the same. We know, then, who our God is: goodness
and kindness that is close to those who have faith in Jesus.
Faith must go hand in hand with trust. Another example. Jesus is
in the pool of Siloam. There are many sick people. The Master real-
izes that one of them has been disabled for a long time. He moves
with difficulty. When the water is agitated, others go faster than
him, dive into the pool and get cured and he must wait for another
chance. Jesus shares the years long pain of the disabled man, so he
simply tells him to pick up the stretcher and leave. The sick man
trusts that it will be so because he does not make any objections, he
does not doubt, he trusts the word of that Rabbi, and then he gets
up, picks up the stretcher, starts walking and leaves. He is cured.
What has the sick man done? Well, he has trusted the Rabbi who has
ordered him to pick the stretcher and leave. That is faith.
There is nothing that compares to trusting Jesus’ word. Jesus’ kind-
ness manifests itself again that day and therefore God’s kindness too.
His heart is moved by the pain of the sick man who has been afflicted
for so many years. He looks at him and tells him the words, to which
the disabled man obeys without hesitation. He has seen something
in that Rabbi, something made him trust, something tells him that
yes, he has to listen to him, and he gets up. He is cured. Paying atten-
184 Miguel Ángel Asiain

tion and trusting him was worth the shot. And that is what we have
to do, to trust in Jesus, which is trusting in the Father of kindness.
To lean on him, trust ourselves in his hands, heed what he tells us
through his word or to what he tells us in the depths of our hearts. If
there is no trust, there is no faith, and if there is no trust or faith there
is no obedience to his words, and therefore there is no love.
There are times when the sick person goes to Jesus asking him to
heal him. And sometimes they ask for it in a very beautiful way, as it
happened once with a leper. He addresses Jesus and says: “Lord, you
can make me clean if you want to.” What a beautiful petition! And the
Master does not resist a request made in such a hopeful way. And tells
him: “I want to, so now you are clean.” That is how God’s kindness is
manifested, seen from Jesus’ kindness. He cannot resist anyone who
begs that way. That “if you want” melts his heart. The leper leaves
him at his will. He does not ask in a demanding way, which is how
we sometimes ask him for things. That “if you want” means leaving
everything in the hands of the Lord. It is to deliver everything to his
will; he will accept what the Master does and be humbly content. So
we have to behave with God, ask him in the same way the sick man
did, “if you want”, and always say this even if we ask him insistently.
How will he not want to? How will he resist such an “if you want”?
This is how we should ask. Not as if we imposed something on the
Lord, not as if we had rights before him, not as if he had no choice
but to grant it to us; no, only whatever he wants, how he wants it
and when he wants it. This is how our plea should be. God will allow
himself to be swept by this kind of plea, because what else does he
want but give us all that is good? He is kindness, the utmost good-
ness, and that goodness will be manifested once more in the con-
cession of what we ask for, as it happened with the leper.
But we should always feel unworthy of being granted this by the
Lord. If this happens, he will agree and do what we plead. As long as
he sees that our attitude is like that of a captain who appears in Mat-
thew’s stories. First, it does not come off as request, but as a man-
ifestation: “Lord, my servant is lying at home, paralyzed and suf-
fering terribly.” Before this manifestation, Jesus agrees to heal him
and says: “I will cure him.” And here comes what completely sur-
prises Jesus and makes him say: “In no Israelite have I ever found
so much faith.” What did the captain say that made Jesus say those
Who is our God? 185

words? He said: “Lord, I am no one to have you enter my home, but


one word from you is enough for my servant to heal.” It is to confess
that he believes that the Lord can heal from afar because it is he
who heals without the need to be present. And in fact, in the end,
the Master tells him: “Go; as you have had faith, may it be fulfilled.”
We repeat the words of the captain constantly at Mass, at the time of
communion, but do we say them from the heart? Do we believe that
a word from him can cure us? Or are they words we use to say with
nothing to support them? God of kindness can cure us of the diseases
of our heart if we have the faith of the captain and if we fully trust that
he can do it with a single word from his Son, which is also his word.
But sometimes, Jesus asks if those who ask for healing have enough
faith to receive it. That happens to two blind men shouting at him
with all their might: “Have mercy on us, Son of David.” They keep
walking home and they stay behind without being discouraged. And
upon arriving, the Master asks them: “Do you have enough faith
upon which I can do that?” They answer: “Yes, Lord.” And Jesus does
something that is rare to see him do in the gospels, it only happens
once in a while. What does Jesus do? He touches their eyes and at the
same time says: “May it be fulfilled according to your faith.” It will be
fulfilled, but only according to the faith they have. We see again how
faith appears. We have seen that Lord notices a person’s faith with-
out saying a word; the faith of someone who asks for something but
without trying to bring him home; the faith he asks to be manifested
from those who are going to be cured. It is always about faith.
But it is a beautiful thing to see a person who has faith but is
convinced that there is no need to say anything to the Master. She’s
sick. She has been through many doctors. She has spent all she had,
all her savings. But she knows about Jesus’s kindness. She knows
about the good he is doing for so many people who need him. She
does not dare to appear before him. She doesn’t want to bother
him. She is convinced that touching his mantle alone will cure her.
And then, by sneaking in while Jesus walks with a large crowd that
squeezes him, she approaches as she can from behind and touches
the mantle. She is convinced that she will be cured by touching his
mantle. And she touches it. And she immediately feels cured. It was
true, the strength of the Rabbi is immense. But Jesus notices that
strength has come out of him and asks who has touched him. The
186 Miguel Ángel Asiain

disciples do not understand and tell him that he is being squeezed


by people, that everyone is touching him. Jesus is not convinced.
And then the woman realizing what has happened, comes forward
and confesses what has happened to her. And it is Jesus, with the
kindness of a love that tenderly looks at those who trust him, who
tells her that she is healed.
This is how we must behave. Knowing that just being with him can
heal us, alone or with others, as long as we keep our heart and trust
in him. All that is needed is the confidence and faith that he can do
everything, that he is kind, that he gives himself to those who really
love him, although it is also true that he loves everyone. But it works
in a special way with those who, like the woman, behave like her.
Well, this is God’s kindness, the God who loves his children, the God
who gives himself to everyone in an unthinkable way, the God who,
in his Son Jesus and through him, gives himself to those who have
an open heart to his eyes of love and compassion. Our God is a God
of kindness. But it is a kindness that spreads over all of us, his chil-
dren, whoever they are. God makes no distinctions. For him, they
are all his children, which he loves and does not make the distinc-
tions that we humans make for social, cultural or religious reasons.
Let us put ourselves in his hands and walk and trust throughout
our lives that he is always with us, never departs us and is always
willing to lend a hand. But what about us? Are we like the people we
have seen on these pages? Do we behave like them? Do we have the
same faith, trust and willingness of heart? May our God of kindness
give us everything we need to behave as he wants.

Exam
– Do you really trust God’s kindness?
– In what moments of your life have you discovered that this
kindness has been manifested?
– Do you relate to God with faith, leaving everything in his
hands?
– When something is not going well for you or when things
go wrong, do you trust that God has not abandoned you
and is still with you in the midst of adversity?
Who is our God? 187

– Do you respond to God of kindness by having kindness


to others, no matter how they behave towards you? Do
you thank him for all the kindness he has had with you
throughout your life?

Prayer
When death is defeated
and we are free in the kingdom,
when the new earth is born
in the glory of the new heaven,
when we have the joy
with a sure understanding
and the air will be like a light
for the souls and bodies,
then, and only then, will we be happy.
When we see face to face
what we have seen in a mirror
and when we know that kindness
and beauty agree,
when, looking at what we wanted,
we will see it clear and perfect
and we will know that it will last,
no passion, no boredom,
then, and only then, will we be happy.
When we live in the full
satisfaction of our wishes,
when the King loves us and looks at us,
for us to love him,
and when we can talk to him
speechless, when we enjoy
the happy company
of the ones who were once far away,
then, and only then, will we be happy.
When a sigh of joy
fills our the chest incessantly,
then - always, always - then
will we truly be what we are.
Glory to God the Father, who made us,
Glory to God the Son, who is his Word,
glory to the Holy Spirit,
glory on Earth and in heaven.
4º God is forgiveness
When we try to manifest who God is for us, we turn to Jesus
because, since nobody has known him, we take John’s word at
the end of his first chapter in which he says that the Son has ex-
plained it to us. But a doubt may be born. John does theology
there; His gospel was written too late. Could his statement about
the Son be the result of his theology? Well, no! Because we also
have at least another place where the following is stated: “All
things have been committed to me by my Father. No one knows
the Son except the Father, and no one knows the Father except
the Son and those to whom the Son chooses to reveal him.” This
is how Matthew says it. Therefore, it is fair that we turn to Jesus
when we ask ourselves about God because the Son knows him
and reveals him; and he has revealed it throughout his life with
his words and his behavior.
Therefore, let’s rely on Jesus and on the fact that he reveals to
the Father to us, to see how God is forgiveness. Perhaps the most
striking case was that of Peter himself. He had been very strong
when Jesus told him he would deny him; not him. Any one else
could deny him, but not him. But it was in fact Peter! And within
a few hours, the words of some servants of the high priest and
some men who were warming up, waiting to see what happened
to the prisoner, were enough for Peter to deny his Master. He does
not know him! No, he doesn’t know him. And he will say it fierce-
ly: “I do not know that man.” Also, he said it with such a con-
temptuous word, “that” man. Luke says that “The Lord, turning,
took a look at Peter, and Peter remembered” the words that the
Master had said at the last supper, and “he went outside and wept
bitterly.”
190 Miguel Ángel Asiain

This is Peter’s sin. All the more grave because he was the disciple
who had been chosen by the Lord to be the head of the group of
twelve. All the more so because he had denied the one who loved
him and he had expressed it to him on so many occasions, whom he
had predicted what was going to happen but he had firmly affirmed
that it would not happen. But Jesus does not reject him. What does
he do? He looks at him like saying ‘what have you done’, and in the
look there is forgiveness, which is what makes Peter cry bitterly.
And Pedro will be different from thereon. We would almost say that
it was good that he denied him. Otherwise, given Peter’s character,
how would he have behaved after the resurrection?
That is why we have to go to the passage of John after the resur-
rection of the Lord. Let us remember he was asked if he loved him
three times. And in the three times that Peter humbly answers yes,
the Lord knows everything, he knows that he knows he loves him.
But John affirms that Peter was hurt for being asked that three
times and that is why he had denied him three times. Jesus has not
reproached him, he has forgiven him and even provokes him to pro-
fess his love for him.
Well, that’s how God is. God does not incriminate us when one sins,
or when one does evil. He forgives, but what we have to do is what
Peter did, to cry bitterly because we have offended who has man-
ifested and had so much love for us. Then we will have to express
our love, but with the humility of someone who knows what he has
done and the evil he has committed. God is always forgiveness, God
always helps to take the step of repentance, God, who really loves
us, will always be our help on those occasions.
But he can be offended in many ways. We talked about Peter, but
what about the other disciples? They flee, leaving the Master on his
own. It is true that he had already warned them about what was
going to happen “If you are looking for me, let these men go.” And
the disciples flee. They do not take pity on what is happening to
the Master, who has loved them so much and still loves them; they
flee and leave him, they hide as if they had nothing to do with him.
Then the risen Jesus will not reproach them for anything, he will
not ask them why they left him alone, nor anything like that. He will
appear to them, will do everything that is possible to make them be-
lieve, gather them in the Cenacle and wait a week for everyone to be
Who is our God? 191

there, even Thomas, and will give them what he has got once they
are all there. He will blow on them and tell them: “Receive the Holy
Spirit,” the Spirit of love. With a great gift: “To whom you forgive
sins, they will be forgiven; to those who impute them, they will be
imputed.” Forgiveness, again. Again, love, with the great gift of the
Spirit and the possibility of forgiving sins.
Therefore, we, whatever sins we have committed, must trust God’s
forgiveness. He is forgiveness and can not act otherwise than in a
forgiving nature, because it is what is born from his heart, which is
full of love. He will forget our sinful past, he will never refer to what
we did because he has forgiven everything if we have truly cried
bitterly. But, pay attention to what happens with Peter. First there
was forgiveness - he looked at Peter when he denied him - and then
came repentance. God forgives even before we ask for forgiveness,
but then, the more the reason we must ask for that forgiveness that
is born from his gaze, from his love. We repent because he forgives.
It seems like a very strange thing but everything is strange when it
comes to God. That is the way he is. He is not ruled by our stand-
ards. He exceeds what we do not quite understand. That is our God,
the God of forgiveness.
Another wonderful case. The gospels say that seven demons had
been casted on the Magdalene. First, we have forgiveness. Jesus for-
gives that woman. And what does she do? If Magdalena is the woman
who anoints him in Bethany - it is not said - we see the great love that
woman has for him. She carries a costly perfume bottle and spills it
on Jesus’ head. The disciples are outraged, it seems like a waste. Je-
sus defends her. She anoints him prior to his burial. Shouldn’t the
disciples have been glad to see the love that woman had for the Mas-
ter? Hadn’t Jesus manifested much love to them? How rickety they
objected! Didn’t the Master deserve what that woman had done?
And if she is not that Magdalene, she is the one that goes looking for
the Lord’s body very early on the day of the resurrection to anoint
him and take care of him. Again, love as a response to forgiveness.
It is always like that, repentance is not the first thing, followed by
forgiveness; forgiveness is first and hence repentance is born. This
is something that is difficult for us to understand and that we should
to think about often. We have to ask ourselves if we have not noticed
Jesus’ love, which forgave us and consequently gave birth to our
192 Miguel Ángel Asiain

need to ask for forgiveness. Let’s remember that the confessionals


were in the churches before we were born. It is like saying that for-
giveness was already there before our sin was.
But if God behaves like this with us, we must behave in the same
way with others. And that is what Jesus teaches us. He does not ac-
cept revenge, but asks for forgiveness from us. If someone has of-
fended you, do not take revenge, rather offer your forgiveness. Let’s
remember the saying that Jesus tells his people: “You have heard
that it was said: An eye for an eye, a tooth for a tooth’. But I say to
you: Do not resist the one who is evil. But if anyone slaps you on the
right cheek, turn to him the other also...” That is the way he wants
us to behave. We must also imitate the Father by granting forgive-
ness to those who have offended us, as the Father has granted it to
us who have offended him.
God does not discriminate of people, he does not behave differ-
ently with the good people with the bad. What he gives, he gives to
everyone equally because they are all his children and as such, he
always does good to them. And it is again Jesus who sets us as an
example to his Father so that we behave in the same way. “You have
heard that it was said: You will love your neighbor’...and you will
hate your enemy. But I say to you: “Love your enemies and pray for
those who persecute you to be children of your Father from heaven,
who makes his sun rise on bad and good and sends rain on right-
eous and unjust.” Here we have how the Father of heaven, the God
of forgiveness, does not discriminate people but treats friends and
enemies in the same way, both the just and unjust. God does not
treat anyone differently. For him, all are his beloved children. That
is why, if he did not forgive the bad and unfair, he would not send
them the sun and the rain. It is a way of Jesus to tell how the Father
loves everyone, which is why he does not oppose those who can do
wrong. He forgives and loves everyone.
This is what he commands us. We have to forgive everyone, and not
discriminate people. It is true that we can have friends and others
who are not friends, but that does not mean they are our enemies.
That is why we must behave well with them, with everyone. The
God of forgiveness teaches us to forgive; The God who treats every-
one equally, encourages us to treat everyone equally. Although they
have offended us or done us some harm.
Who is our God? 193

Therefore, in another passage the Lord tells us that we should not


judge because we are going to be judged as we judge others. If we
want God to forgive us, we ourselves must forgive too. If we want
God to keep looking at us with love, we must love others. This is
very important, for we will be judged as we judge others.
God’s forgiveness is also manifested in how Jesus calls not only the
good to follow him, but also anyone he wants, no matter what they
are. We see it in the Levi’s profession. He was a tax collector, a sin-
ner for his time. He is sitting at the tax counter, and Jesus simply
speaks to him the same way he spoke to Peter and the first disciples,
who were simple, good people. He says “Follow me.” It does not
matter that he is considered a sinner, no matter the profession, the
Master does not take this into account, he calls whoever he wants.
And Levi gets up and follows.
This teaches us that we should mistreat people who we believe are
sinners. In the first place because we are too, and in the second
place because who knows people’s hearts? Only God does and he
works according to his will.
On several occasions the Master directly forgives the sins of peo-
ple who come to him or that he finds. Let’s remember the case of
the paralytic who had been slid into a house through the roof. What
does Jesus say? “Son, your sins are forgiven,” thus, without further
concern. No doubt the Master knows the faith that person has and
those who accompany him, but they have simply brought him to
heal his body and Jesus does much more. He heals his spirit and
forgives his sins. Why is this? The Master will explain it on another
occasion when he is accused of eating with sinners and unbeliev-
ers, for which he replies: “They who are strong are in no need of a
doctor, but the sick do. I have not come to call the righteous, but
sinners.” That is what Jesus has come to, what the Father has sent
him to this world to. To call the sinners, that is to forgive sinners,
to be with them and to bring hope to their lives. They often do not
know this, but Jesus knows. That is why the Father has commanded
him to forgive sins. He will even die for the forgiveness of the sin
of the world. It is something that surpasses us. We can see the love
of God, the way of being of God who sends nothing less than his
own Son to the world to forgive sins, so that he dies in remission of
the sins of all men. Isn’t that a God of forgiveness? Who would have
194 Miguel Ángel Asiain

done such a thing? Isn’t this God an incomprehensible God because


of the madness of his love? We will not understand him, God can
never be understood. What we have to do is simply just accept it.
And work in a manner similar to how he works. We have to forgive
if we have been offended on occasion; we have to behave well even
with those who have misbehaved with us.
The way we have to behave is beautifully shown when Jesus ad-
dresses a Pharisee who is judging him in his heart because he lets
himself be touched by a sinner. And the Master asks Simon a ques-
tion, about a lender who forgives two people: one who owed him
little and another who owed him a lot. And he says, who will be
most grateful? Simon answers him well, the one he forgave with
the most money. And this answer helps Jesus defend the sinner
for everything he has just done with him, which is something Si-
mon has not done. Then again, here is Jesus’ forgiveness. He does
not care that a sinner touches his feet, he does not care that she
dries them with her hair, she who has spilled a bottle of perfume
on his head. Jesus does not judge the sinner, her forgives her. And
the sinner loves a lot because she feels forgiven. So we have to be-
have, we have to forgive without judging, we should not care if
people say that someone is a sinner, that he behaves badly. Logi-
cally we must prevent someone from doing wrong to other people,
but we must accept people as they are, helping them to act in a
different way.
Finally, there is a beautiful parable. That of the lord who has a large
debtor who has to pay him and has nothing to pay with. He owes
him a lot. So when the man demands him to be put in jail until he
pays everything, the debtor strongly begs him to wait a bit more,
for he will pay everything. The man, having mercy for him, forgives
all the debt. The debtor leaves the presence of the man and meets
another person who owes him very little, and although this person
addresses the same words he had said to the man he owed, he ig-
nores him and puts him in jail. The companions tell this to the lord
after seeing such behavior so then he calls him, rebukes him and
tells him that he should have forgiven as he had been forgiven, even
more since the difference in debt was so immense.
We can apply this to our life, to our behavior. The God of forgiveness
has forgiven everything in our life. He has forgotten what we owed
Who is our God? 195

him. He has overlooked our many sins. He has not put us in jail un-
til we pay our debts, which would be impossible. So he has been so
kind that he has forgiven us all. How do we treat others? Have we
forgiven everything in life? Is there still a grudge over something
that has happened to us? Do we still feel sorry for what they did to
us on one occasion? Have we been unable to forgive as we have been
forgiven? That is a reality in our life that we should examine. We
should imitate the God of forgiveness, follow the guidelines he fol-
lowed, try to imitate the great donation of our God from our small-
ness: to have been forgiven, forever, of everything.

Exam
– Do you fully trust the forgiveness that God has granted you
throughout your life?
– Have you thanked all that God has given you, forgiveness,
love and surrender without asking anything in return?
– Have you totally abandoned yourself without fear for any-
thing from your past?
– Do you try to forgive others as you yourself have been for-
given?
– Is there any resounding in your life, something that has
not yet passed through forgiveness, through forgetfulness?
– Have you apologized to those people who you might have
offended and with whom you still feel in debt of love?

Prayer

My love for Thee, my Lord, is not dependent


on the heaven you have promised me;
nor does the dreaded hell move me
to stop offending you because of it.
You move me, Lord; what moves me is seeing you
nailed to that cross and mocked;
Your hurt body moves me;
I am moved by your affronts and your death.
196 Miguel Ángel Asiain

Finally, your love moves me in such a way that


even if there was no heaven, I would loved you,
and even if there was no hell, I would fear you.
You don’t have to give me reasons to love you;
for, even if I was not waiting for what I am waiting for,
I would love you as much as I already love you.
5º God is closeness
How many people deny the existence of God! Or if they admit it,
they think of him being in the empyrean sky, minding his business,
without worrying about humans, indifferent to us and having noth-
ing to do with us! Many others say that God does not exist because
if he existed and was good, he would not allow evil in the world, he
would not allow so many horrendous things happen, he would not
allow disasters happen or he would not allow the evils that some
men do to others. Some say: if God exists, why has he allowed my
little son to die? If God exists, why has this deathly dangerous illness
come to me? And so, we could continue quoting what so many say
is the reason they don’t believe in the existence of God or in a God
who cares about men. These people believe God is far away from
them, that he has nothing to do with us, if he in fact exists.
But, is there any bigger closeness than the one God has had with us?
He has sent his Son into the world to be with us and that Son is one
with the Father. He has come so close that he has become a man
through his Son by sending him to be one of us. And we see how
Jesus led a life similar to ours in everything except when it came to
sin. Is this not closeness to God? What else could he do? Who would
have even imagined that God could behave that way? In his Son,
God is with us, what else could we want? What else could we ask
for? And to those who complain about their misfortunes and pains
and say that means God is far away, what can they say when it turns
out that God brought his own Son to the cross? Has not God suffered
in His Son? Has not God anguished in His Son? Has not God gone
through unthinkable things in his Son? No, we cannot say that we
have a distant God, God is also closeness. The greatest closeness is
precisely that of becoming a man, to be one more of us. In Jesus we
have the closeness of the Father. Therefore, we may as well say that
198 Miguel Ángel Asiain

God is close to men in all the events of their life, since he himself has
suffered like men. And during his life, Jesus approached all kinds of
men, all kinds of unfortunates, all those who suffered. And that is
what the gospels tell us, as we will see in some examples. But those
purposes, reading what the evangelists wrote would be enough.
Jesus approached the lepers. Men at that time who had to be sepa-
rated from all the rest of the people and if they saw someone head-
ing closer, they had to shout so they wouldn’t get close to them. As
Jesus approached them, he was not afraid of their illness. And he
cured them. “Lord, you can make me clean if you want to.” Go, be
cleaned. He does not depart from lepers, he does them the good
that he can, he answers their pleas, he does not depart like other
Jews do. This is the closeness of God with these unfortunate people.
No one is strange to God, nobody is far from him. It is true that a
specific group of people was chosen, which took care of it, which
taught it little by little, but when the fullness of time came that Peo-
ple was enlarged because the Gentiles were added to the Jews. God’s
grace is immense! He loved everyone, he was not far from anyone.
And Jesus himself shows it. One day a captain, who was not from
the Jewish people, approaches him. Jesus does not reject him. He
listens to him. What did he want? One of his servants was ill, very ill
and he asked for him to be cured. The Master does not tell him that
he has only come for the children of Israel. He knows that he has
come for everyone and that the time will come when that will be
manifested. Perhaps what he does may be a sign of that future. And
without further due, He tells him that he will cure him. And, behold,
the foreigner shows more confidence in Jesus than the Israelites do:
it is not necessary for him go to his house, for he is not worthy of
that. Saying a word will cure him instantly, wanting the miracle is
enough. This shows how close Jesus also is to this foreigner.
What does that teach us? On the one hand, God is close to every
person, be it to the new People of God that has begun with Jesus, or
to those belonging to another group of people because they do not
know Jesus. God will be close to everyone and will tend to everyone.
Are we like that? Do we not consider those who do not belong to
our People worse? What have we done to the People who were born
from Christ’s side? How better would the world be if we Christians
really behaved like Jesus with those who are not of our People! We
Who is our God? 199

must be close to everyone and Mother Teresa of Calcutta came to


mind because she dedicated herself to everyone, welcomed every-
one, did not ask what religion they belonged to; She, as soon as she
saw the need, approached all those in need, as Jesus did. A religious
woman who teaches us all a lot: being close to the unprotected, the
ones nobody wants, the ones nobody comes close to.
Jesus also approaches whoever he wants. We can see that in the disci-
ples. It is not they who have chosen him, it is he who has chosen them
from, all from pure love, from the pure desire of his heart. And he will
live with them. They will accompany him day and night, they will be
his road companions. Among them there was everything, each one
was different from the other and even at the end of the Lord’s life they
will show their different behaviors with the Master. But he will not
take this into account, he will simply be with them, with everyone.
They will see what his life is like: Come and see. And indeed they saw
the life of the Master and they were with him until the end. But we
only know half of that end, because the end was that he came and met
them again without reproaching them for the behavior towards him
in the last moments of his life. He is silent, loves and is with them.
And he approached Pedro’s mother-in-law when she entered her
house one day and knew she was sick. He just took her by the hand
and the fever went away. She was a friend, she was the mother-in-
law of her beloved disciple and she came as soon as she saw the need
she had. And seeing that others have a need is enough reason to
come close to them. God is always close to those in need. We cannot
say the opposite if we look at how his Son behaves in this way too.
And what if they were haunted, or the demon-possessed people?
Well, Jesus is approaches them too. On one occasion he passes by
near a cemetery. Some demon-possessed people lived there and
no one dared to go down that road. But Jesus is not afraid. He is
there for everyone. And he goes through that place without fear.
In this case, they shout at him, “What do you want with us, Son of
God? Have you come here to torture us before the appointed time?”
That is a situation to get away from, we would do so, but not the
Master. He has come for them too. In this case it will do something
will call the attention. He allows them to possess a herd of pigs and
throw themselves down a cliff. Mark narrates the same with the
demon-possessed man of Gerasa. He was possessed by an unclean
200 Miguel Ángel Asiain

spirit and lived at the graves. He is so powerful that many times


he had been held with shackles and chains and had always broken
them, he had gotten rid of everything. As he tells the Master they
are a “legion” because they are many. And what we have narrated
about the other possessed people happens this time too. He com-
mands him out of the person and he is cured.
Or if he meets a paralytic, Jesus does not miss the chance. There is a
man who is in need and he approaches him. He sees how much faith
he has and says: “Take heart, son; your sins are forgiven.” Again, with
the ones in need and not only does he heal the disease, he also forgives
sins. What greater closeness to Jesus than this? Who can say that God
is not close to men, to everyone, especially to those in need? It is true
that in our time, and in general, he will not manifest this closeness in
this way. But this does not take away the fact that he is close to those in
need, to those who suffer, to those who with no strength left, to those
who suffer strong temptations. Sometimes they will be approached by
someone who will help them, others will be inspired from within, oth-
ers will give them the strength to resist what they are going through.
There is no way to know how many ways God uses to approach people
in need! But what we cannot doubt is that he is close to them.
And is he not close to the blind when they approach him and humbly
ask for his help, when they beg him to have compassion for them?
The Master will ask you if you have faith to see if he can do what
you ask of him. And they confess, wholeheartedly, that they do. Je-
sus comes closer to them, touches their eyes, and the miracle is per-
formed according to how much faith they had. The Master never de-
parts from anyone who is in need and always approaches them. That
is what the Father sent him for, and his closeness to those in need is
the closeness of God himself. Even the Canaanite woman who goes
behind the group of disciples and the Master to beg for her daughter.
The disciples get tired of constantly hearing her. And then, when
addressing her, he tells her something that could have discouraged
anyone who cannot trust completely. You cannot take the children’s
bread to give it to the dogs, he has come for the children of Israel.
Anyone would have been discouraged and perhaps would have
scoffed at him after hearing that. But the woman responds in a way
that wins the Master’s heart: Yes, it is as you say, Lord. But even the
dogs eat the crumbs that fall from their master’s table. And Jesus
Who is our God? 201

is swept away by this. He does not depart from the woman and he
grants her what she asks for. Here’s how to act, to ask insistently,
constantly, without being discouraged, knowing that the Master is
listening and sees what is inside our heart. Who can say, after this,
that he stays away from men? Who can affirm that God is not a close-
ness born out of love, of salvation and of everything through his Son,
whom he has sent precisely to represent him before men?
Jesus’ closeness with the ones in need is immense, it is a closeness
with everyone. And the evangelists sometimes try to summarize the
many encounters of those who came to the Lord, but you can see
how he does them good, does not turn away and approaches them.
For example, Matthew tells the following: “Great crowds came to
him, bringing the lame, the blind, the crippled, the mute and many
others, and laid them at his feet; and he healed them. People were
amazed when they saw the mute speaking, the crippled being
healed, the lame walking and the blind seeing. And they praised
the God of Israel.” Here is Jesus close to all who come to him; he
does not leave, does not hide, does not go away, does not say that he
is tired, nor to be left alone. No, he has come to be close to everyone
who needs him and also to those who seem not to need him. This is
the God of closeness. Jesus will also approach the scribes, the Sad-
ducees, the Pharisees, all those who hate him and that will take him
to the cross, and he will have a word of compassion for all of them,
although those who misbehave will receive the whip of his words:
“hypocrites” he will call them so many times.
On one occasion a father who has an epileptic child approaches.
This man believes in Jesus and even kneels before him. He tells
him about what is happening to the epileptic child and how he has
all the symptoms of epilepsy. Then Jesus asks for the child to be
brought to him and he rebuked the demon that came out of him.
The boy was cured at that moment. The disciples asked him why
they had not been able to kick it out and he replied: “Because you
have little faith.” Jesus is for everyone, for whatever illness they
have. He approaches everyone, he has compassion for everyone, he
gives everyone what they need, he was the one who manifested the
God of closeness, the God who had sent him to be with the needy,
with those who asked for help, no matter who they were. Everyone
were his children, and the Father and God of closeness loved every-
202 Miguel Ángel Asiain

one and wished that his Son would help everyone, to not depart
from anyone, that is why he sent him to the world.
And there is a passage that we cannot help but to narrate as the evan-
gelists have written it, in this case Matthew, which is of immense
delicacy and in which it is seen that Jesus is for everyone, but that
his heart is with the little ones, with the most fragile, with the ones
who were ignored, especially back in that time. The children.
Matthew tells: “Then some children approached him to lay hands
on them and pray for them; the disciples scolded them, but Jesus
said: “Let the little children come to me, and do not hinder them,
for the kingdom of God belongs to such as these. He laid hands on
them and went on his way.” Is there any text more beautiful than
this in which we see the closeness of Jesus with those whom no-
body cared about, those who were cast away from the rest and that
meant absolutely nothing in that world?
And in contrast, the traitor, Judas the Iscariot, comes to mind. He had
been chosen like the others; He had been with Jesus along with the
rest, he had heard his words, he had received his love and his trust be-
cause he kept the bag of money they received. He had heard and seen
him perform so many wonders, and in the end: “How much are you
willing to give me if I deliver him to you?” These words hurt our heart.
What was this man’s heart go through after this? I always wonder what
went through Judas’ heart when he realized the evil he had done, and
threw away the money he received and went and hanged himself.
Didn’t he trust Jesus who he had seen was of the utmost trust? I have
no words, I simply think that he also entered into the mystery of God’s
mercy. Our God knows what happened and knows where he is now.
Blessed be our God of closeness. Let us not turn away from God, to not
depart from him. Let us always be with him, who is the God of close-
ness who will never leave us alone. And remember what Peter, so pre-
ciously, says: “Cast all your anxiety on him because he cares for you.”

Exam
– Do you feel close to God?
– Do you feel him near you?
– Is there anything that has ever pulled you away from God?
How have you behaved?
Who is our God? 203

– Do you trust that he will never depart from you?


– Are you close to the brothers in the faith, especially the
most in need?
– Do you help them with the needs they have, however you
can?
– Do you attend to those who approach you because they
want something from you and because you can give it to
them?
– Regarding your needs, do you go with confidence to the
God of closeness, asking for help and at the same time de-
livering yourself to him?

Prayer

This is the way


for the other that is purple
without hesitation;
but it is good to have a good sense
to walk this path
without erring.
We start when we are born,
we walk while we live,
and we arrive
at the time we die;
so when we die
we rest.
This world is to be good
as long as we use it
as we should;
because, according to our faith,
we must win it for
the one we attend to.
Even that Son of God,
to grant us entry into heaven,
himself descended
to be born among us,
and to live on this ground
and died.
6º God is a teacher

The desire of God the Father when he sent his Son into the world was
to establish the Kingdom of God. The Father wanted a world as he
imagined it, a world of peace, justice and well-being in which men
behaved well with each other and there were no litigation, wars, op-
positions and injustices. That was the world he wanted. That was the
Kingdom of God. A world for which the prophets and those sent by
God had fought, but it was something that had not been achieved.
Men did not understand God’s desire through his envoys, and then
he decided to send his Son so that, finally, he would establish that
Reign, that different world, that world according to his desires.
Jesus then begins to preach that new, different world, which is there-
fore good news. How can a world according to the will of God not be
good news? But you have to make people understand. And how does
he do it? Through parables. What is a parable? We can talk about it
with the words of Leon Dufour: “From the early Church, a story told
by Jesus is called a parable to illustrate his teaching. The parables are
then an invitation to attention, but also a veil that conceals the depth
of the mystery to those who cannot or do not want to penetrate it
entirely. The evangelists, impressed by the hardening of the hearts of
numerous Jews regarding the message of Christ, underlined this fact
by showing Jesus responding to the disciples with a quote from Isai-
ah. However, along with these parables related to the apocalypse,
there are clearer ones that focus on moral teachings accessible to all”.
In fact, after telling a parable, Jesus adds: “Whoever has ears, let
them hear.” Then the disciples asked him, what does that parable
mean? He answered: The mystery of the kingdom of God has been
given to you, but to those on the outside everything is expressed in
206 Miguel Ángel Asiain

parables, so that, they may be ever seeing but never perceiving, and
ever hearing but never understanding.” (These last words are from
Isaiah and are cited by all synoptics, some more widely than others).
Well, we are referring to those stories told by Jesus to manifest what
the Kingdom of God is, what the God the teacher wanted, that the
disciples explained clearly, and to others through parables which
meaning had to go deeper. That is how Jesus taught. Sometimes he
teaches the meaning of the parables himself as we will see now in
some of them, but for that we will hear the same words that Jesus
used, so that they penetrate deeper into our hearts.
A parable that appears in all the synoptics is that of the sower who
goes out to sow and throws the seed grains in the ground and they
fall on diverse terrains. What does Jesus want to teach here? On this
occasion, he himself explained the meaning of the parable. We see it
in Matthew: “Listen now to the parable of the sower: Whenever one
hears the message of the kingdom and does not understand it, the
Evil comes and takes away what is sown in his heart; That is what
is sown on the sidewalk. The sown in rocky terrain is that one who
hears the message and accepts it immediately with joy; but it has no
roots, it is inconstant, and as soon as a difficulty or persecution for
the message arises, it fails. What is sown among brambles is the one
who hears the message, but the burden of this life and the seduction
of wealth drown it and it is sterile. What is sown in good ground is that
one who hears the message and understands it; that bears fruit and
produces in one case one hundred, in another sixty, in another thirty.”
Another parable is that of the weeds. Jesus told it this way: “The
kingdom of heaven is like a man who sowed good seed in his field.
But while everyone was sleeping, his enemy came and sowed weeds
among the wheat, and went away. When the wheat sprouted and
formed heads, then the weeds also appeared. The owner’s servants
came to him and said: Sir, didn’t you sow good seed in your field?
Where then did the weeds come from? He answered: An enemy did
this. The servants asked him: Do you want us to go and pull them
up? He answered: No, because while you are pulling the weeds,
you may uproot the wheat with them. Let both grow together until
the harvest. At that time, I will tell the harvesters: First collect the
weeds and tie them in bundles to be burned; then gather the wheat
and bring it into my barn.”
Who is our God? 207

The disciples ask the Lord to explain to them the meaning of the
parable and Jesus does: “The one who sowed the good seed is the
Son of Man. The field is the world, and the good seed stands for the
people of the kingdom. The weeds are the people of the evil one,
and the enemy who sows them is the devil. The harvest is the end
of the age, and the harvesters are angels. As the weeds are pulled up
and burned in the fire, so it will be at the end of the age. The Son of
Man will send out his angels, and they will weed out of his kingdom
everything that causes sin and all who do evil. They will throw them
into the blazing furnace, where there will be weeping and gnashing
of teeth. Then the righteous will shine like the sun in the kingdom
of their Father.” And so, Jesus went on teaching what the reign of
God should be, is what God the teacher asked him to teach men.
He proposed another parable: “The kingdom of heaven is like a
mustard seed, which a man took and planted in his field. Though it
is the smallest of all seeds, yet when it grows, it is the largest of gar-
den plants and becomes a tree, so that the birds come and perch in
its branches.” The Lord does not explain this one though. But for us
it may mean that God’s kingdom is small at first; but time will pass,
it will grow and people will come from all places and enter that king-
dom. And so indeed it was, because the reign of God preached by
Jesus was gradually consolidated and spread to this day, and it will
continue to grow throughout history because it will not end until
the Lord comes and manifests at the end of time the greatness of the
tree which was a small seed at first. Thus will the desire of God the
teacher be fulfilled, he teaches through his Son who uses parables.
Another parable is that of the master who wanted to settle accounts
with his servants. He is presented with one that owed millions and
since he cannot pay, the master commands to be have him put in
jail despite the debtor’s request for patience for he will pay him
for everything in time. The master sympathizes and forgives him
everything, without demanding anything. Upon leaving his pres-
ence, the debtor meets a servant who owed him some money, and
demands to be payed. This second debtor repeats the same plea that
the first had said to his master, but this one ignores him and sends
him to jail. His companions see such injustice so they come to the
master and tell him about what happened. The lord has him called
to his presence and asks him why he has not behaved with his debtor
208 Miguel Ángel Asiain

in the same way he had behaved with him, given that he owed him
much more. And he sends him to jail until he pays for everything.
It is Jesus himself who explains the parable in a few simple words:
“This is how my heavenly Father will treat each of you unless you
forgive your brother or sister from your heart.” This is what Jesus
teaches us, that we, who are and have been great sinners, were for-
given everything by God when we came to him. This what the God
the teacher teaches through Jesus. The mystery of his love. That is
why we must forgive those who might have offended us, when their
offense cannot be compared with the one we have inflicted on our
God. God’s kingdom is the reign of justice and forgiveness. The new
world must be grounded in forgiveness with one another. Only in
this way will we align with what God wants, with the world he de-
sires, with what he teaches us through his Son.
On another occasion God, through Jesus, told us what he wanted
his reign to be like. “What do you think? There was a man who had
two sons. He went to the first and said: ‘Son, go and work today in
the vineyard.’ He answered: I will not’, but later he changed his
mind and went. Then the father went to the other son and said the
same thing. He answered: ‘I will, sir,’ but he did not go. Which of the
two did what his father wanted? They answered: The first.’ Jesus
said to them: “Truly I tell you, the tax collectors and the prostitutes
are entering the kingdom of God ahead of you.” This is the meaning
of the parable and how God the teacher has mercy on sinners.
Here too Jesus himself teaches us the meaning of this parable. And
it is that we do not have to pay attention to words, but to behaviors.
It is true that the prostitutes have misbehaved, but after all they
have recognized what they are and have gone to God, to Jesus. On
the other hand, those who thought they were good and who did not
need anything have not come to the Master. In our lives we must
to pay attention to the words we speak many times, which come
out in the midst of joy or to look good in front of others or for any
other reason, just to not do what we have said we would later. This
is not what the Father in heaven wants. This does not align with
Jesus’ desire that expresses his Father’s will. That is why we will be
examined in love at the end of our life. Because behaviors are love,
whereas words often do nothing but deceive us by believing that we
already do well.
Who is our God? 209

In another parable, that of the wicked winemaker, we have a brief


summary of the same story of salvation. The master who planted a
vineyard and cared for it scrupulously, leased it to some farmers. At
the time of the harvest, he sends some servants to collect the fruits
that the vineyard has produced. But some of this servants were
stoned, others were beaten, others were stowed, and others were even
killed. So, the owner of the vineyard sends his son thinking that they
will respect him and that he will be able to collect the fruits from the
vineyard. But instead the workers see the son and say to themselves,
“This is the heir: let’s kill him and keep his inheritance.” Jesus asks,
what will the owner of the vineyard do when he returns home? And
they answer that he will have those wicked men killed. And behold,
the Lord again explains the parable with these words: “Therefore I
tell you that the kingdom of God will be taken away from you and
given to a people who will produce its fruit...When the chief priests
and the Pharisees heard Jesus’ parables, they knew he was talking
about them.” It is the story of the People of God: the Father sent the
prophets, but they did to them as the parable says, then he sends his
Son and we see how they even come to bring him to death. But a new
people is announced to whom the vineyard will be given and it will
produce the fruits that it has to produce. Jesus already announces
the entrance of a new people, who will be the gentiles who will be-
have differently. This is how God the teacher teaches us through the
parable of Jesus about what will happen to the current owners of the
vineyard and what will happen next when the gentiles arrive.
But if we ask ourselves, do we really fulfill Jesus’ prophecy about
those to come who will bear the fruits of the vineyard? Do we bear
fruits of love, peace, joy and good behavior? Once again God is a
teacher who, through his Son, Jesus, teaches us what the kingdom
of God is meant to be and how to live in that kingdom so as not to
be cast out of it.
On one occasion, Jesus told of a very beautiful parable known to
all of us and that has been called either the one of the “prodigal
son” or of the “good father”. We know the three figures that appear
in it very well: the father, the eldest son, and her younger broth-
er. There’s no need to remember her. In it, Jesus tells us who the
Father is and who we are. And as he said that his words were not
his, but that they came from the Father, God the teacher teaches us
210 Miguel Ángel Asiain

about how we are to behave and how God behaves with us through
this parable. God becomes a teacher in his Son by explaining, very
clearly, the condition of the three characters in the parable. We are
the younger brother, all of us, because we have all behaved badly
with God. We’ve turned away from him, we’ve offended him. Each
of use knows their own life and knows the truth of what we say. We
have taken advantage of him, making his, which is what he always
gives, into a way of living that he does not like, he is offended. We
have to recognize ourselves in this son. On the other hand, we have
the eldest son who is also each of us because we have offended him
by misbehaving with other people, who were our brothers. We have
not loved them, we have done them wrong sometimes, we have crit-
icized them, we have judged them for what they have done without
realizing that we too have misbehaved as the older children. And
here comes the behavior of each one of us, the youngest son rec-
ognizes that he has done wrong and intends to return to his father.
And he does return. And what a great feast there is in the Father’s
house! Only the best for him. And the eldest son comes and feels
offended by his father because he says he hasn’t behaved like the
youngest son has, and he reproaches not being given everything he
has given to that youngest son. Bad behavior, ungrateful and with-
out understanding that being with the Father was the greatest grace
he could have. And he does not take into account that the young-
est son is also his brother. And in the middle of these two sons, the
father. What a wonderful father! Loving the two children with im-
mense love, each according the situation in which they find them-
selves. He throws a party for the returning son and tells the eldest
one that all that belongs to him, belongs to him too. We don’t know
whether or not this son came into the house as the father asked.
In this beautiful parable, we can see what we are and what our God
is. He taught us so through Jesus. Having a father like God is the
greatest grace we could be reached by. Being the youngest son is
what we must recognize in our lives. And let’s not forget how many
times we’ve been the eldest son while also being the youngest.
What a great teaching from Jesus and how much we have to thank
him for telling us, and knowing how to tell us, about who the Father
is and how we, poor humans, are. Again in this way, God the father,
the God the teacher, teaches what he is and what our life should be
like, while understanding who we are.
Who is our God? 211

Another parable Jesus told was that of the rich fool. He gets great
harvest like he had never had before; so much that it doesn’t fit in
the barns he owns and plans to build more to then live a life of ease.
But God told him: ‘You fool! This very night your life will be de-
manded from you. Then who will get what you have prepared for
yourself?’ And Jesus himself explains the meaning of the parable
with these words: “This is how it will be with whoever stores up
things for themselves but is not rich toward God.”
Jesus also told other parables to people. We have seen some of them
and we have chosen those in which the Master himself explains
them, sometimes in a broad way and sometimes in a more concise
way. It was necessary to listen to him because he is the one who
knows what he meant by a certain parable. He teaches us what God
the teacher wants to tell us. And the Father is the teacher through
Jesus, who teaches us what the Kingdom of God should be like.
Finally, we quote another beautiful parable in which Jesus is the
protagonist and in it, we can see his way of behaving toward us. The
Lord says: “Suppose one of you has a hundred sheep and loses one
of them. Doesn’t he leave the ninety-nine in the open country and
go after the lost sheep until he finds it? And when he finds it, he
joyfully puts it on his shoulders and goes home. Then he calls his
friends and neighbors together and says: ‘Rejoice with me; I have
found my lost sheep’.” And again, Jesus explains this parable: “I tell
you that in the same way there will be more rejoicing in heaven over
one sinner who repents than over ninety-nine righteous persons
who do not need to repent.”
This is God’s love, his behavior towards sinners; we see how Jesus
himself is the one who bears our sins, our misguidances and leads
us back to the sheepfold. And what a great joy he has because he has
managed to bring the lost sheep back to the sheepfold! And how sur-
prised we are that there is more joy in heaven for a sinner who repents
than for ninety-nine righteous people who do not need to repent.
Thus God has taught us what his Kingdom is, what the reign that he
wanted to establish is like and again we see that he helps the ones
in need and the poor who we would despise. He is different. Let us
give thanks for the teachings he has given us through his Son with
the parables.
212 Miguel Ángel Asiain

Exam
– What do you feel when you hear Jesus’ parables?
– Make the effort to take the gospels, find the parables and
read them slowly. Then you will understand what the King-
dom of God and the reign that he wanted to institute in our
world is like. You will understand what God the teacher is.
– Try to place yourself in each of them and put yourself in
them in such a way that it is you who hears the parables
from Jesus’ lips and apply them to yourself.
– Don’t you feel the deep desire to thank him because he is
the way he is?

Prayer

Oh flame of living love,


which tenderly burns
my soul in its deepest;
well, you’re not elusive anymore,
finish me, if you want;
tear the fabric of this sweet encounter.
Oh soft cautery!
Oh gifted wound!
Oh soft hand! Oh delicate touch!
that tastes of eternal life
and pays all debt;
though killing you have changed death into life.
Oh lamp of fire,
in whose glares
the deep caverns of meaning,
who was blind and amidst darkness,
with strange care,
warmth and light give along with his Beloved!
How soft and loving
you remember in my bosom,
where you secretly dwell alone,
and in your delicious longing,
of good and full glory,
how delicately you make me fall in love!
7º God is peace
Who has not noticed that God has given him peace inside more than
once? It could have been in different ways or on different occasions.
Sometimes maybe talking to a person who has told us about human
or spiritual events that have impacted us and therefore peace has
come to us. On other occasions we have noticed that we had peace
while reading the scriptures, a peace that filled our hearts. In others
it has been, for example, after a confession in which we have no-
ticed that God forgave us and the heart was filled with peace inside
in a special way. And in so many other ways and on many other
occasions. Yes, God is peace and we have noticed it.
The expression “peace” does not appear many times in the gospels.
Yes, we can say that Jesus’ entire life is at peace at the beginning of
his life and after the resurrection, because the beginning and the
end of his life are between those two moments. It could be noticed
right away, he was a person who inspired peace, lived in tranquility
and nothing troubled him. He lived in the peace of the Father. We
will see some examples. But we can also notice the peace of Jesus
that comes from God, the Father, in the tranquility in which some
received grace, forgiveness, healing or the words of Jesus. He trans-
mitted the peace of the Father. On one occasion, he said: “For I have
not spoken on my own, but the Father who sent me has himself giv-
en me a commandment about what to say and what to speak. And
I know that his commandment is eternal life. What I speak, there-
fore, I speak just as the Father has told me.” He spoke, not in his own
behalf, but in that of the Father and said what God the Father said
to him. Thus he could transmit peace because it was a peace that
also came from the Father. His peace was immense because it was
the one granted by the Father, a God of peace.
214 Miguel Ángel Asiain

When Jesus is born, Luke tells us that “Suddenly there was with the
angel a multitude of the heavenly host, praising God and saying:
“Glory to God in the highest heaven, and on earth peace among
those whom he favors!” Therefore, from the first moment he ap-
pears among men, when his mother has given birth to him, the
peace that he brings for men is sung, a peace that comes from the
Father and that spreads over all men because it is said that he really
loves them since that moment. It is the beginning of a life in peace,
of a life that will give peace to men, men whom he loves so much
and he will demonstrate so throughout his life.
And when he is close to leaving, he has already spent his time of
stay in this world, he is with the disciples at the Passover supper. He
is speaking to them from the heart, he will tell them many things
that are going to be printed in the intimacy of the disciples, this is
the moment of farewell, he is going to leave. The disciples do not
know it and they are going to suffer a lot, and then Jesus tells them:
“Peace I leave with you; my peace I give you. I do not give to you as
the world gives. Do not let your hearts be troubled and do not be
afraid. You heard me say, ‘I am going away and I am coming back
to you.’ If you loved me, you would be glad that I am going to the
Father, for the Father is greater than I.”
The gift that Jesus gives them at the moment he is saying goodbye
to them is precisely peace. He has received it from the Father and
he gives it to his own. That is why because they have their peace,
they do not have to be overwhelmed, or afraid. And it is important
to know what peace it is, it is not the peace of the world. His peace,
that of your Father, it is different and in fact you will notice it in
the coming days when what none of them expects or knows about
happens. The peace of Jesus has to be in our hearts; and we must be
careful not to confuse that peace with that which exists in the world.
His is a deep peace, it is a peace that will make the disciples not fear
the difficulties they will go through, it is a peace that will have them
constantly united to him and, in that way, also with the Father.
This is the peace we receive from Jesus. He gives it to us in the hard-
est moments of his life, when he is about to suffer for everyone. At
that moment, he gives peace so that the suffering that we can see in
some people or feel ourselves throughout life does not overwhelm
us, does not discourage us but keeps us steady at all times. When we
Who is our God? 215

suffer or have a bad time, when our forces faint, when it seems that
we can no longer keep going, we must remember the words of Jesus
oughts to keep us steady. They have to help us, they have to sustain
us in what we are going through or what is about to come.
A little later, we are at the last supper, and Jesus speaks again of
peace before his precious prayer that John remembered for us. And
he does it this way: “I have told you these things (and he has talked a
lot by the moment), so that in me you may have peace. In this world
you will have trouble. But take heart! I have overcome the world.”
The peace we ought to have or have will be thanks to Jesus. Only
he gives peace and as we have seen, his peace is the great gift; a gift
that makes us proud, that gives us courage, that will help us at all
times. Let us always give thanks to Jesus as he gives us the peace
that the Father gives us, the peace that has been sung on earth for
all the men that Jesus loves so much. We should never be discour-
aged, or despair, or throw everything down, because Jesus will al-
ways be willing to grant us peace. We must ask for it because, as he
receives it from the Father who is peace, he gives it to us. And with
that peace you can live even in the midst of difficulties and prob-
lems. The peace of Jesus, which is the peace of God, is above any
pain or difficulty we may have.
The resurrection will come. He has defeated death, evil and sin. He
lives with God’s life. He is going to meet his own, but they don’t
know it. We are on the first day of the week. And John says: “At dusk
of that day, the first of the week, the disciples were in a house with
the doors locked for fear of the Jews. Jesus entered, stood in the
middle and said: Peace be with you!’ It is the first greeting he gives
them. What does he wish for them? Peace. That peace in which
he lives, that peace that will be the gift that he will always give. It
will be what he will always repeat. John continues: “That said, he
showed them his hands and side. “The disciples were glad when
they saw the Lord. Jesus told them again: Peace be with you. As the
Father has sent me, I also send you. He then blew on them and said:
Receive the Holy Spirit: those who forgive sins are forgiven; to those
who impute them shall be imputed ‘”. This is Jesus’s way to appear
and meet his disciples. He wishes them peace and shows them the
sores so they can see what he is. And also gives them the Holy Spirit.
216 Miguel Ángel Asiain

That is not, however, enough. One of the disciples was missing,


Thomas. When they tell him what happened, he doesn’t believe
them. And it is almost insulting: if I do not see the sores of his hand
and do not touch with the finger the sign of the nails and feel his
side with my hand, then I do not believe it. Jesus is going to be con-
descending to him. Again, John says: “Eight days later the disciples
were home again and Thomas was with them. When the doors were
shut, Jesus arrived, stood in the middle and said: Peace be with
you’. Then he addressed Thomas: Here are my hands, bring your
finger closer; bring your hand and touch my side. Don’t be suspi-
cious, have faith. Thomas answered: My Lord and my God!’ Jesus
said to him: You only have faith after seeing me? Blessed are those
who have faith without having seen.”
We see how whenever Jesus is present, he offers peace. Peace is the
sign of his presence. And peace has to be the sign of his presence
in our life. To have peace is the greatest gift than he could give us.
Peace in the heart, peace in life, peace in behaviors, peace in the dif-
ficult moments of life, peace when we are having a bad time, peace
when we are full of joy, peace when we have fallen, peace when he
has helped us to get back on our feet. It is God’s peace, is the God of
peace the one the is with us through Jesus.
The word “peace” also appears on the lips of Jesus during his life. For
example, the woman with a hemorrhage that has healed simply by
touching the garment of the Master. When she is discovered, she pre-
sents herself to Jesus and tells him what has happened, so the Master
tells her: “Daughter, your faith has healed you; go in peace.” In other
cases of healing and faith, the word “peace” does not appear in Jesus’
mouth, but we must think that the same thing that he said to this wom-
an, he says in his heart to all who he heals because they have faith,
even those who heal simply because he wants them to. When we are
cured of our evil, of our sin, of our indifference to something bad that
we have done and once have repented, we shall feel the word of Jesus
that desires us and gives us peace in our life. He wishes it for everyone
and manifests it with some people so that all those who go through
similar or equal situations feel that they can also be granted peace.
When he sends his people to preach and gives them his instruc-
tions, he tells them the following: “Whatever town or village you
enter, search there for some worthy person and stay at their house
Who is our God? 217

until you leave. As you enter the home, give it your greeting. If the
home is deserving, let your peace rest on it; if it is not, let your
peace return to you.” From what it looks like, Jesus wanted them to
give peace everywhere they came to. They carried peace and had to
offer it. That maintenance of that peace depended on the people to
whom it was offered, according to their behavior. It is what we have
to do, always offer peace, always want peace for others. As the Lord
gives it to us, we also offer it to others. And that peace will do well
or return to us according to the behavior of the person to whom we
offer it. We see how peace is what Jesus always offers and also wants
his people to offer it. The God of peace, through Jesus, comes to us
and from us has to reach others.
There is a text that calls our attention. When, in Luke, the Lord says:
“Do not suppose that I have come to bring peace to the earth. I did
not come to bring peace, but a sword. For I have come to turn a man
against his father, a daughter against her mother, a daughter-in-law
against her mother-in-law—a man’s enemies will be the members
of his own household.” We can interpret this saying as in how peo-
ple will be divided by their beliefs because of Jesus, because some
will accept him and others will reject him.
It is not that Jesus does not bring peace, it is that some will accept
it and others will reject it and in that sense, the families will lack
peace. It is not because Jesus wants it, but because that is how peo-
ple behave regarding him. In Matthew, Jesus gives this explana-
tion to the same passage: “Anyone who loves their father or mother
more than me is not worthy of me; anyone who loves their son or
daughter more than me is not worthy of me. Whoever does not take
up their cross and follow me is not worthy of me.”
Peace must be in our hearts because of what John tells us: “For God
so loved the world that he gave his one and only Son, that whoever
believes in him shall not perish but have eternal life.” For God did
not send his Son into the world to condemn the world, but to save
the world through him. Whoever believes in him is not condemned,
but whoever does not believe stands condemned already because
they have not believed in the name of God’s one and only Son.”
Jesus always takes care of his people and encourages them in diffi-
cult times; that is, he helps them to have peace and to not despair.
218 Miguel Ángel Asiain

This case on Lake Genesaret, for example: “When evening came,


his disciples went down to the lake, where they got into a boat and
set off across the lake for Capernaum. By now it was dark, and Je-
sus had not yet joined them. A strong wind was blowing and the
waters grew rough. When they had rowed about three or four miles,
they saw Jesus approaching the boat, walking on the water; and
they were frightened. But he said to them. It is I; don’t be afraid.’ “
He is always taking care of his own, always giving them peace and
serenity. They should not be afraid because there he is. And with
him there is no need to fear because it is good to be in his hands.
The presence of Jesus shall always help us because he brings us the
peace of the Father. Let’s not doubt, for God is peace, the peace that
will always accompany us in our lives and in our behavior.
This is the same Jesus who always gives peace, when he offers it di-
rectly and when it is the consequence of the good he has done to a
person. We have seen it in the woman with hemorrhoids and we can
say that of all those he cured in his life. Healings that we have seen in
previous chapters and that have no need to be repeated in here. The
result of these healings was, at the same time, the healing and peace
that the healed people felt for the good that the Master had done for
them. It is important not to forget what is true in life, that the God of
peace gives us his peace through his Son. We live in the peace of God
and that is our greatest joy. Thanks be to the God of peace.

Exam
– Have you ever felt, in some or lots of occasions, the peace
of God in your life?
– Do you feel Jesus gives you peace when he comes to you?
– What is stronger in you, the peace of God or the fear of the
situations in which you were living?
– Do you try to give peace to people who approach you?
– Are you cause for peace or discussion in the place you live in?
– Do you preach peace and try to live the peace you preach?
– Even when you sin, do you feel the peace of God that for-
gives regardless of what you have done?
Who is our God? 219

Prayer

And you leave, Holy Shepherd,


your flock in this deep, dark valley,
in solitude and weeping;
and you, breaking pure
air, leave for the safeness of immortality?
The previously well-known
and the now sad and afflicted ones,
in your breast raised,
of the ones dispossessed of you,
Where will they turn for meaning?
What will the eyes look at now,
the eyes that saw the beauty of your face
anything other than anger?
Those who liked your sweetness
What won’t they have for tears and bitterness now?
And to this rough sea
Who will put stop it?
What a concert
the fierce wind gives, angry,
while you hide away?
Oh, envious cloud
Even of this brief joy, you complain?
Where are you hurrying to?
How promptly you go!
How poor and how blind, oh, you leave us!
8º God is grace
For us, God is grace, and appears as such in our lives and also
through Jesus. Our great luck is that he is grace, that he treats us
with grace treats us and that as grace, he is always in our life.
The expression “grace” does not originate in Christianity, as it al-
ready appears in the OT. But we don’t notice it. And that is because
the NT gave it its true meaning and at the same time, its full ex-
tent. Deep down he used it to indicate the new regime established
by Jesus and opposed to the old economy; which was governed by
law, while grace appears in the NT against the law. In fact, Paul will
say the following: “For sin shall no longer be your master, because
you are not under the law, but under grace.” And John, using the
same idea, at the end of the first chapter says: “For the law was giv-
en through Moses; grace and truth came through the Messiah.”
This is the great step from the OT to the NT. In the OT men were
ruled by law, subjected to it. But when Jesus came and established
the good news, the passage from the law to grace was taken, so the
law no longer holds us, we have been delivered from it through the
grace of the Lord Jesus. We are living because of him and what he
has given us forever.
God has manifested his grace in many ways and we refer to them
by asking that grace to come upon us because then, it is our God
who descends upon us. But before going further into the subject,
remember that the expression “grace” designates, at the same time,
two aspects: on one hand, the source of the gift we receive, hence
why we say that God is grace. Secondly, the effect of the gift that is
being received, and so we say many times that we are in grace or
that grace is in our heart.
222 Miguel Ángel Asiain

Where has it been manifested that God is grace? First, and in a very
special way, in the way in which he has given us his own Son. What
is God like to even consider giving us his Son? Who would do that?
To deliver a Son to save a slave, the Beloved who has been offended
by them. Paul says something wonderful: “If God is in our favor,
who can be against us? He who did not spare his own Son, but gave
him up for us all—how will he not also, along with him, graciously
give us all things? Who will bring any charge against those whom
God has chosen? It is God who justifies.” The coming of Jesus shows
how far the grace of the Father who gives us his Son can go. This is
divine generosity, his grace of love. The crazy love of God. Yes, God
is crazy to do such a thing. God gives by grace and he who receives
the gift finds tenderness and generosity near him.
That grace of God or the God of grace has also manifested itself in
giving us the Holy Spirit. It is the love he has for his Son, because the
reciprocal love between the Father and the Son is nothing less than
the Holy Spirit. And that Spirit has been given to us through Jesus.
The Master had already said, in the last days of his life in here. that
he was leaving and that it was convenient that he leaves because he
would send the Holy Spirit, who also comes from the Father and the
Son, and whose mission would be to help us all, keep the Church
steady through the difficulties and to remind us of everything Jesus
told us in his life. This is what the evangelists confess.
Grace was so important in the early Church (it always has been and
is and will continue to be) that Paul, in all his letters, begins wishing
grace to those who writes to, and with it peace. Peace and grace are
inextricably linked in Paul’s greetings to the churches.
Let’s look at those letters and the greetings with which they begin.
To the Romans: “To all the favorites of God who are in Rome, called
and consecrated, I wish you the grace and peace of God our Father
and the Lord Jesus Christ.” In the first Corinthians: “... grace to you
and peace from God, our Father and the Lord Jesus Christ.” In the
second Corinthians: “... to you grace and peace from God, our Father
and the Lord Jesus Christ.” To the Galatians: “Grace to you and peace
from God our Father, and from the Lord Jesus Christ, who gave him-
self for our sins, to deliver us from this wicked world.” To the Ephe-
sians: “Grace to you and peace from God the Father, and from our
Lord Jesus Christ.” To the Philippians: “Grace to you and peace from
Who is our God? 223

God the Father, and from our Lord Jesus Christ.”. To the Colossians:
“Grace to you and peace from God our Father.” In the first Thessa-
lonians: “To you grace and peace.” And in the second: “Grace to you
and peace from God the Father and the Lord Jesus Christ.” In the
first Timothy: “Grace, mercy and peace from God and Christ Jesus,
our Lord.” He uses the same formula in the second Timothy: “Grace,
mercy and peace from God and Christ Jesus, our Lord.” And when
writing to Titus: “Grace and peace from God the Father and Christ
Jesus, our Savior.” Even when he writes to Philemon, he says: “Grace
and peace from God, our Father, and Christ Jesus.”
We see how, according to Paul, the grace of God is of the utmost
importance. We can think of it in the two ways which we have indi-
cated before. The God of grace who addresses them through Paul’s
words and tells them how they should behave is important, and it
is important that grace descends to their hearts because it is given,
precisely, by the God of grace.
In us, the God of grace has manifested himself, mainly in the sac-
raments we have received. In the baptism in which we have been
made children of God, children in the Son. Through him, God has
been given us grace, a grace so important that he has made us his
children by adoption. In that sacrament we have received the God
of grace and his grace. The same happens in the confirmation,
where the Holy Spirit has sealed us with his love; the Father sends
the Spirit to our hearts to make us strong in the face of everything
that wants to separate us from our God and his grace throughout
our life. Then, to some, the sacrament of the priesthood in which
the God of grace is given in a special way to conform with his Son
to the one who receives that sacrament, and to represent him in the
midst of the world working in the likeness of what his Son did. And
for those who receive the sacrament of marriage, God descends
to make them strong in the midst of the works of the world and to
build that kingdom of God of which we have spoken in the society
they live in. The anointing of the sick serves for the God of grace
to help prepare the recipient to surrender to him, or to continue in
this world having greater strength and peace if that is his design.
Death will be the moment of the happiest encounter with the God
of grace. We will receive the grace of being with him forever, always
by his donation, without any merit from us.
224 Miguel Ángel Asiain

God’s generosity is manifested to men in the justification of their


life, and that is also the effect of his grace. The entire letter to the Ro-
mans is written in this code. In fact, in certain moment Paul writes:
“But now apart from the law the righteousness of God has been made
known, to which the Law and the Prophets testify. This righteous-
ness is given through faith in Jesus Christ to all who believe. There
is no difference between Jew and Gentile, for all have sinned and
fall short of the glory of God, and all are justified freely by his grace
through the redemption that came by Christ Jesus.” So we are justi-
fied not by what we do or by our effort, but only by his grace alone.
The core of everything is to understand this as good news. What do
we have to believe? That both the Jew and the pagan are justified
simply by believing in Christ Jesus, the Messiah who has come to
us. In the Gospel of John, at one time, they ask Jesus: “And what
works do we have to do to work on what God wants?” And the Mas-
ter replies: “The work that God wants is this: that you have faith in
his envoy.” Here comes the great theme of faith, which is the won-
derful gift from the God of grace. If both the pagan and the Jew are
justified by believing in Jesus, Paul asks, “Where, then, is boasting?
It is excluded. Because of what law? The law that requires works?
No, because of the law that requires faith. For we maintain that a
person is justified by faith apart from the works of the law. Or is
God the God of Jews only? Is he not the God of Gentiles too? Yes,
of Gentiles too, since there is only one God, who will justify the cir-
cumcised by faith and the uncircumcised through that same faith.”
Here we have the God of grace who justifies everyone by grace, be-
cause no one is left out of it. God, the righteous, justifies everyone
through his grace and not because men can or will present their
works to God. In this case they would be under the regime of the
law, wanting to win God’s approval through their deeds, without
realizing that it is precisely the God of grace who has given him-
self to them and without counting on their deeds, justifies them
because of pure love. And since he justifies, deeds come from love.
The works of love do not cause justification, it is justification that
produces and manifests later in the deeds of love. The first thing is
his love, his grace, his gift, his surrender, and then the man’s work
will be born, the deeds of love with which he must respond to what
God has done with him.
Who is our God? 225

Paul says, “As David also proclaims blessed be the man who God
imputes justice regardless of deeds: Blessed are those whose wick-
edness was forgiven, and whose sins have been covered. Blessed is
the man whose sin the Lord will never count against them.” And
Paul goes back to Abraham. “We say in effect that it was credited to
him as righteousness.” What was credited as justice? The fact that
he believed in God.” Paul continues: “Under what circumstances
was it credited? Was it after he was circumcised, or before? It was
not after, but before! And he received circumcision as a sign, a seal
of the righteousness that he had by faith while he was still uncir-
cumcised.” We see, then, how the first thing is always the grace of
God or the God who is grace, who dedicates himself to men and
works in them because of love; then, as a consequence, the deeds of
love that men must perform in response to what they have received
will come.
This is the God of grace who, out of pure love, without us being wor-
thy of anything. has given us his justification, that is, his grace out
of love, without us deserving it.
And so we are living God’s love today, living because of his grace
which granted by pure mercy, given because He is just that way.
Let’s not ask why God behaved that way. We will never know. We
can only say this, he behaved like this because he is God, only he
understands himself or accepts what he does. God must be accept-
ed as he is and not be asked the reasons behind his deeds, about his
decision or about what he does.
The result of all this is that we are at peace with God because of
our Lord Jesus Christ. We don’t have to fear, we don’t have to cow-
er, we don’t have to live in anguish. He has freed us from sin, death
and the law through his death. And that he does so as the Father’s
envoy. He already said that he did nothing but what he saw the
Father do. Therefore the God of grace is like that: love, grace and
peace all at the same time. Love that is revealed to us in its action,
grace because it has saved us by pure grace without us doing any-
thing to achieve it, we could not do so anyway, and peace because
it is the result of that love and grace. We are at peace with God,
but we are also in debt to God. Our whole life has to be for him.
If he is the God of grace, we must correspond by thanking him
for everything he has done for us. Our life is not condemned, it is
226 Miguel Ángel Asiain

saved in Jesus Christ. We have to be faithful to that salvation of


love and grace.
Finishing his letter to the Romans, Paul says: “For those who are led
by the Spirit of God are the children of God. The Spirit you received
does not make you slaves, so that you live in fear again; rather, the
Spirit you received brought about your adoption to sonship. And
by him we cry: Abba, Father.’ The Spirit himself testifies with our
spirit that we are God’s children. Now if we are children, then we
are heirs—heirs of God and co-heirs with Christ, if indeed we share
in his sufferings in order that we may also share in his glory.”
In here we see who is our God is, the God-grace who by his im-
mense love grants us his grace, grace of love and forgiveness, of
justification. How can we not be happy if we have a God who is like
that? May gratitude be constantly present in our lives because it is
the best way to respond to what God is and what he does with us.
Thanks be given to our God and may he always be praised, blessed
and glorified.

Exam
– How do you correspond to the God of grace in your life?
– Do you live as a son since you were made as such in the
baptism?
– Are you strong in the face of temptations, asking the Holy
Spirit for strength?
– Do you often pray to the Holy Spirit, who is said to be the
unknown God?
– Do you trust faith or rely more on your deeds?
– Do you know how to abandon yourself in the hands of God,
trusting the faith you have in Christ Jesus?
– Do you hold on to your deeds and present them to God as if
he owed you something in life?
– Will you be able to abandon yourself in the hands of God at
the time of your death, leaving everything in the hands of
his design of grace?
Who is our God? 227

Prayer

You, Lord, who assumed the existence,


the struggle and pain that men live,
don’t leave without the light of your presence
the night of death that afflicts them.
You came down, Christ, until death,
and a death of the Cross, because of love for us;
thus the Father exalted you, by welcoming you,
above all power of earth and sky.
To later ascend gloriously,
you descended, buried in the abyss;
it was the love of the omnipotent Lord
stronger than death and its fate.
Scoop of the dead, your victory
is the faith and hope of the believer,
the final secret of our story,
open to new life forever.
When the night comes and the day arrives
to cross from this world to our Father,
grant us peace and joy
of a happy encounter that never ends.
9º God is joy

Now that we are finishing these chapters on who our God is, I want
to affirm with all my heart that God is joy. We are not going to look
at the gospels like other times or in St. Paul. Now I wish to affirm
that God is joy, remembering all the different ways we have seen our
God. Each of them produces immense joy in affirming that God is
as explained in the corresponding chapter.
How can it not bring us joy to know that God is mercy? Mercy is
one of the most obvious facets in our God. And when that mercy
descends upon us, it produces peace, happiness and joy for having
a God who is that way. The mercy of God fills our heart, is pres-
ent in our life and in all the moments of it, it accompanies us from
birth to death. And we have already said that death itself is noth-
ing more than entering into the mystery of that mercy of God. The
fact that God treats us with mercy gives us immense joy because
we know then that we are in good hands and that the God of mer-
cy remembers us, attends to us, does not leave us abandoned and
instead cares about each one of us. The God of mercy is a God who
is always with us and this is of great joy. We cannot be fearful or dis-
couraged or afraid. To live in those ways is not to have known the
God of mercy. We will never be able to give enough thanks for God’s
way of being. And as a consequence of all this, mercy must also ap-
pear in our hearts. He who is merciful does nothing but to respond
to God because he receives mercy from him. And who is merciful
lives happily and joyfully. Happy because he always behaves mer-
cifully with his brothers, with all men. Let us therefore thank God
because he is mercy, and let’s ask him to teach us to imitate him in
this virtue. And that will bring us immense joy.
230 Miguel Ángel Asiain

And how can we not be glad that God is love? Love defines him,
love is what makes him thank him so much, love is what he gives
us in every minute of life. We would not exist without his love. Love
sustains us in life, it accompanies us throughout our lives. He has
given us love in and of his Son, why wouldn’t we be happy about
this fact? Jesus’ love has flooded our life. Having the Father love us
to the point of giving away his Son for our sins! What God is this?
And having the Son give us everything we need for a good, frater-
nal life and for it to be a life in reconciliation with everyone and
everything. Seeing that Jesus gives himself for us because the Fa-
ther has sent him to the world for that. Hearing from Jesus himself
something like this: remain in my love as I remain in the love of the
Father. Seeing Jesus’ love for us lead him to wash each other’s feet
as he did with his disciples; seeing that he gives us his Body for us
to eat and his Blood for us to drink. And at the same time, tells us
that “Who eats my Flesh and drinks my Blood lives in me and I in
him.” And how can we not be pierced with joy when we see what Je-
sus, sent by the Father, does all that for us? Of course we are happy
about the God of love. No people other than the Christians have a
God who behaves in this way, so we must thank him and remain in
joy for what he has done.
Why wouldn’t be happy for having a God of goodness? Seeing that
the goodness of God and the God of goodness descends into our
lives, takes us into account, takes care of us. What else does that
produce in us other than joy? The goodness of God inhabits the
earth because everything comes from that goodness. Because
goodness has created the universe; because goodness has given
us life; because goodness forgives us constantly; because kindness
helps us through difficulties; because goodness encourages us to
move forward in the moments of reluctance; because he is good,
he wants us to follow his Son; since he is goodness he has revealed
to us who is his only incarnate Begotten son; because goodness
heeds our supplications; because goodness encourages us in times
of difficulty; Because goodness is the hope of our life and because
goodness makes us remain happy and joyful inside and manifest
it outside. Blessed be this God of goodness forever! The goodness
of God is sung by all creatures in the universe and that goodness is
recognized by every man with a fair heart. The God of goodness is
the one who makes us kind; not a God who loves us because we are
Who is our God? 231

good, but we are good because God himself loves us and is good to
us. Without his kindness, we could not be kind to others. Isn’t it his
kindness that has led him to give us so many good things? Isn’t it his
kindness that has given so many goods and gifts to many people?
Even better, is it not his goodness that has given each man the gifts
he possesses and that he has not forgotten anyone, and instead has
remembered each of us? The saints are because they have received
the goodness they have from God, which does not take away their
effort, their commitment, their response to God’s love. But first of
all they are holy because God has made them holy in the first place.
Let us give thanks to the God of goodness and ask him not to let go
of our hand and fall into evil, in the lack of goodness. Let’s be joyful
because it is so.
How can we not be pleased, happy and joyful because God is for-
giveness? Could we even live without God’s forgiveness? Let each
one think of his own life, of what has offended God, of the times he
said that he was not going to offend him more, and yet he has fallen
again, and not once but infinitely and many times. What would our
life be like without forgiveness? How would we live without him?
Could the fear of God lead us to fear because he could punish us for
all the evil we have done? There is no greater misfortune than to be
a man without trust, to be a man who does not believe that God is
forgiveness and that no matter how much he offends him, he will
always forgive him. The God of forgiveness is the one who rejoices
our sinful life; the God of forgiveness is the one who encourages us
to move forward despite the mistakes committed; the God of for-
giveness is the one who forgives us, I would say even before we have
sinned. In fact, what is the death of his Son for our sins, but his for-
giveness before our sinning because he foresaw what our life was
going to be like? Forgiveness makes us relive constantly, it makes us
not despair, it makes us trust God and that is why it makes us hap-
py. It is true that we see this forgiveness when we lift our eyes to the
Cross of Jesus. Thus we must live with our eyes on the cross of the
Lord. But the God of forgiveness has wanted so, that by lifting our
eyes to the Cross of Christ we understand the price of forgiveness
and that despite such a price, he has not backed down but has want-
ed to wash away our faults. Is there any God who has behaved like
this with humans? Any religion that has manifested a god like ours?
And we must bear in mind that he has forgiven the sins of all men.
232 Miguel Ángel Asiain

From his part everything is forgiven, asking for his forgiveness is a


different matter. Not asking for forgiveness, in addition to being the
greatest offense we tend to commit, is also ignorance about who our
God is. He forgives everything, always. However, many times we
fall, however many times we walk away, if we return to him again,
we can be sure of his forgiveness. Let us give thanks for having such
a God and let’s live happily because he is so.
How can we not be pleased, happy and joyful because God is close-
ness? We do not have a distant God, who is apart from us, who does
not attend to us, who only cares about his own business without
looking at those who are here below. No, our God is closeness; Don’t
we feel him close on so many occasions? Close when we are sad and
suddenly hope opens up; close when we fight against something
that seems to overpower us and suddenly we overcome it; close
when it seems that evil is stronger than our strength and it turns out
that we can overcome it; close when things go wrong and we don’t
despair; close when after being discouraged, it turns out that we
did not sink; close when amidst the darkness of what is happening
to us, suddenly the darkness clears up little by little and we begin
to see the light. Who does all that if not our God of closeness? Don’t
we notice it? It’s like it happened in the gospel: those two who came
down from Jerusalem to Jericho noticed that their hearts were
opening to the truth and the words of the companion who, without
knowing how he had found them on the road, was traveling the path
with them. Don’t we notice him near us in the difficult moments
of life? To notice him not physically, perhaps not psychologically;
He approaches above these categories. But we notice, we know that
something has happened and has not been by our capacity but by
the capacity of someone who is above us. And who is that someone
but our God of closeness? This gives joy to our heart.
Are we not going to be happy and joyful that God is a teacher, our
teacher, who teaches us everything about the spiritual life? Yes,
God teaches us who he is, so we have been able to relate the vari-
ous facets of the God of our life. He teaches us who his Son is and
helps us to understand him when we think of him or listen to him,
while reading the gospel or when listening when others talk to us
about him. He teaches us, through his Son, who the Holy Spirit is.
We know so little about the Holy Spirit! The unknown God has been
Who is our God? 233

called because we talk to the Father and think of him with the expe-
rience we have of human fatherhood; we believe in Jesus because
he has become flesh and is similar to us in all but sin, and God the
teacher sends his Holy Spirit through Jesus so we believe in him,
to help us in our inner life. God the teacher also teaches us what
a spiritual life is, how to walk through it, how we have to behave,
how we are to please him and do his will, and how we are to love
good and discard evil. God the teacher teaches us to follow Jesus,
to please him, to behave as he taught us to and preached during
his life. These teachings are necessary in life and we must attend
to them from the most intimate part of our being. For all that and
many other reasons, God teaches our heart and everyone knows
that we ought to be really happy and joyous because he is the mas-
ter of our life. We will never be able to give enough thanks for this
aspect of our God. Let’s be glad of this.
And how can we not find ourselves happy and joyous about God be-
ing a God of peace, a God of peace? The peace we need so much in
our world; the peace without which the world would be something
horrible for the struggles, the wars, the confrontations, people’s evil
and everything else we see some men do against others in our days.
Peace is necessary so that nobody takes advantage of their broth-
ers, nobody offends them, nobody does the barbarities that we are
hearing about in the media. It is the peace of the heart that we need;
peace that reassures us, peace that helps us to live doing good to
others, peace that is the encouragement we receive from God to
help others in their needs, peace which is what Jesus offered to his
people. When the disciples were frightened, Jesus gave them peace.
When they are fearful because they believe they are seeing a ghost,
they are encouraged not to panic because it is he who approaches
them. The peace that the disciples needed when in the midst of the
storm, believing they were lost and that they were going to drown,
come to the Master who sleeps in the quiet boat because he is the
Lord of the storm. It is the peace we need in the storms of our life,
the peace that makes us better, the peace that makes us approach
others by helping them as the Lord has helped us. You have to live
in peace, but with the peace that Jesus gives, not with the peace
that the world gives. This is not true peace, it is that of Jesus that we
must constantly go to. God of peace, give us Jesus’ peace, which is
also yours. And let’s live happily because God is like that.
234 Miguel Ángel Asiain

And what will we say about God of grace? How can we not be happy,
as in the other cases, when we consider what the God of grace is?
He is grace and all we receive is grace. To live is grace; love is grace;
work is grace; fighting evil is grace; doing good to others is grace; to
walk as the Lord wants is grace; following Jesus is grace; surrender
to all who need us is grace; forgiveness is grace; acting well is grace;
to be justified by the love of God is grace; fighting for a better world
is grace; overcoming temptations is grace; communion with the
Body of Jesus and drinking His Blood is grace. What in the world is
not grace? We are flooded by it and we need to live in it. Whoever re-
jects grace, rejects God; whoever objectifies grace is wrong, and has
not understood the God of grace. If God was not grace, poor of us!
What would we do? How could we live without what enlightens our
life and gives strength to our being? That is why we must constantly
turn to our God of grace in all the moments of our life, so that it is
he who leads us through the paths of life, so that he shapes us like
his Son, people who see the Spirit as the giver of all good. Thanks
be to the God of grace for being as he is, because he has deigned to
give us all the good that comes from his grace. And let us live giving
thanks for all that our God gives us, for his magnificence in goods.
And let’s remember that since everything is grace, nothing depends
on our strength, or our commitment, which does not mean that we
have to stop striving and putting our effort to please God, to follow
Jesus and to love the Spirit of love that gives us the grace to love
the three people of the Trinity even more. Thus we live in deep joy
when considering who our God is.

Exam
– Do you live the joy of knowing something about who our
God is?
– Is there any aspect of our God that does not convince you
or that you are further away from?
– Are you happy that our God is the way he is? Do you thank
him for that?
– Review each of the elements with which we have qualified
our God and see if you live them wholeheartedly and full
of gratitude.
Who is our God? 235

– Is there anything in your life that does not align to the cited
aspects of our God?
– Kneel down and thank him from the bottom of your heart,
ask him to make you better at understanding who He is, to
have it revealed to you according to his design of love for
you.

Prayer

My love for Thee, my Lord, is not dependent


on the heaven you have promised me;
nor does the dreaded hell move me
to stop offending you because of it.
You move me, Lord; what moves me is seeing you
nailed to that cross and mocked;
Your hurt body moves me;
I am moved by your affronts and your death.
Finally, your love moves me in such a way that
even if there was no heaven, I would love you,
and even if there was no hell, I would fear you.
You don’t have to give me reasons to love you;
for, even if I was not waiting for what I am waiting for,
I would love you as much as I already love you.
10º God is a Father, Son and Holy Spirit
God, the Father
Father, when presenting myself to you, the first thing that arises
from my heart is to praise you, thank you and bless you with my
whole being because you are our Father. When I think about how
you are God, I am speechless. Because it means that you are the
origin of everything. From you comes the Word, from you and from
the Word comes the Holy Spirit. Father, you being a God means that
you have always existed. This leaves me stunned, I don’t know how
to understand it, I run out of words when I think about how you
always existed. Many do not accept it. I accept it with all my heart,
but I do not know how to understand it. From all eternity - and what
does “eternity” mean? - you exist. You have no beginning; you will
have no end. What does it mean to have no beginning? I see that
things have a beginning moment in the world, and when it comes
to the universe, scientists talk about the big-bang, when it all start-
ed. When I say “everything,” I mean the universe as a whole. But
when it all began you already existed, you were there already. You
have always existed. I turn my poor head round and round and I am
stunned and cannot get myself to understand it. But is it possible to
understand God, I wonder? I know it is not.
Everything comes from you, therefore you have always thought
about everything. And I want to descend from this “everything” to
my person. That means that you have always thought of me, of each
human being. If I think of all those who have existed and I extend
this into the future and I think of all those that will exist, and that
you have thought of each one in particular, it is worth getting excit-
ed about and falling on my knees before you.
238 Miguel Ángel Asiain

The fact that you have thought of each one is something incompre-
hensible, and yet it is true. Your love has reached each and every
one you have given an existence to. You have thought of each one
and have cared for him with love because the fact that God gives life
to each person is just too much.
I think about myself. I think of each of the men who passed through
the earth. I think of the poor who live today and have nothing to eat
or drink and die without anyone paying attention to them; more-
over, some not only die like that but are even mistreated, dispos-
sessed of everything, killed. And you worry about each one of them,
you have loved every single one. One wonders that if your love has
been so great, why have these men suffered so much? I know that
it is not up to you, but to human freedom. I know that you will pick
them up in your divine hands and they will be happy forever. In
addition, the poorest, the most forgotten, the bloodiest, the most
despised, the most abandoned, the many Lazarians that have exist-
ed and exist will be blessed. This gives me peace because I see that
your love will be given to those who have suffered. Father, thank
you for being God, thank you because you exist, thank you for
everything you have done for men, thank you because I hope that
one day I can see you face to face, be with you, enjoy your presence
and the love you have always given me and that I will have the joy of
being with you forever.

God, the Son


Jesus, you too are God. The God who has always been with the Fa-
ther and the Holy Spirit. And in being God it turns out that you have
wanted, in obedience to the Father, to become one of us. I know that
the only thing that is not in you is sin, you are therefore similar to us
in everything but in sin. What a joy that you came to us because that
has brought us all good! From the first moment when your Mother,
Maria, had you in her womb and went to visit her cousin Isabel, as
soon as you appeared before her, the child who was in Isabel’s belly
jumped for joy, as Isabel herself told Maria so. And since that time
your life has always been about doing good to men.
But the fact that a God becomes a man, in this case the Son, confus-
es me. I cannot understand it in this case either. I accept the love
Who is our God? 239

that comes from making you into one of us, but I don’t understand.
I accept, but I do not understand, that you have left the bosom of
the Father and have come to live as one of us. And I still cannot
understand anything when I think you were a human God and you
were with the Father at the same time. It is easy to affirm these
things, but it is not easy to understand them. In fact, it is impos-
sible to understand them. I know that you have come to establish
the Kingdom of the Father and at the same time die for us because
of love. What did we have to inspire you to do such a thing? Did we
deserve something? It is true, if you had not died for us, for our sins,
we would still be in them and we could not be with the Father, we
could not enjoy eternal life as I hope you will give it to us one day.
Not because we deserve it, quite the opposite, because we don’t de-
serve it but it will simply be a deed of your love.
And I am astonished when I see what the Father has done with you.
It turns out that our greatest sin, which is your death, has trans-
formed it into the greatest gift he has given us, because through
that death we have overcome our own death, the evil of our life and
the sin that always haunts us.
And I do not understand that, while being God, you would like to
spend your life among us without the awareness of being God, but
you were growing in age, wisdom and in the favor of God and men.
I wonder what your prayers with the Father were like. How the two
things come together, that you have no awareness of being God and
that meet your Father God. I would like to know so many things
about you, but I live content with knowing that you have revealed
yourself as you have wanted, and that there are things that are only
yours and that depend on your relationship with the Father.
My desire is that all men recognize you, that they love you, that
they give themselves to you, that they live for you and that they
thank you for everything you have done for them. Jesus, I hope to
meet you one day, that you receive me in your Kingdom, that you
embrace me with the love you have for me, that you will make me
a companion in your Kingdom along with all the people who will
already be with you. Jesus, what will eternal life be? Not what it will
be, but what is eternal life? I consider it to live praising the Trinity,
enjoying it, and forever praising the God who has loved us so much
and who has cared for us with much love. Jesus, thank you for your
240 Miguel Ángel Asiain

life, thank you for becoming a man, thank you for all that you have
been giving me throughout this life.

God, the Holy Spirit


Spirit of love, when I refer to you I run out of words, because I don’t
even know how to talk to you. I already know that you are God, like
the Father and the Son. I know you come from both because you are
the love you all have for each other. That love that is present in us
men when two people really love each other is simply a feeling. But
in God, it is you.
You appear in our world bringing order to everything. It was chaos
and you turned it into cosmos. It was a holy, immaculate girl, and
you descended upon her and there the God the Son incarnated. The
apostles were gathered in the cenacle, it was after the resurrection
and Jesus was already at the right hand of the Father, and you de-
scended upon them and gave them your gifts. And since then the
poor sinners who were the disciples became the great preachers
of the Kingdom. From the Son’s open chest through the soldier’s
spear, blood and water came out and with your presence the Church
began. That Church that you endlessly take care of.
This Church that has gone through such difficult and even bad
times and has been stained with sin, but has not failed because you
supported her, because you were raising men and women who gave
their lives for her. There are the martyrs who gave their blood be-
cause you helped them; the doctors who taught because you gave
them science; the preachers you helped to explain what Jesus’ life
had been, what the Kingdom of God was, what the future world
will be. Without your help, without your presence, what would the
Church be today? It is true that it has always been sustained by Je-
sus and loved by the Father and taken care of by him, but you were
the one who helped her in difficult times, the one who always to
defend her from dangers, even from the evil that entered her. Yes,
Spirit of love.
Come, Holy Spirit, and descend upon us because we need you; with
your help we can love the Father and the Son even more; with your
strength we can overcome the difficulties of life and the tempta-
tions we suffer; with your presence life will become more bearable;
Who is our God? 241

With your love we can love others as you love us. I don’t know you,
Holy Spirit, but I trust you, I surrender myself to you, I give my-
self to you. Come to my soul and make it belong more and more
the Father and the Son each passing day; make me live more and
more for them and in their presence. Don’t leave my life because I
would fall into nothingness; without your help the power of sin is
stronger, without your light the scriptures are darker, without you,
everything is different.
That’s why I trust you and ask you to make me get to know you more
every day. I can’t get it on my own; it is you who has to grant it to
me and I hope that one day I can be with you, with the Father and
the Son, and that I can see you face to face and thank you for all of
eternity for the love you have had for me and for the graces I have
received from you.

Questions
– Do you pray to the Trinity?
– Do you think about it and entrust yourself to it?
– Do you wait on the Father, the Son and the Holy Spirit?
– Do you entrust yourself to each of the people of the Trinity?
– Have you ever been thankful or thanked many times, for
the fact that God is a Trinity?
– Wholeheartedly pray the poetry that comes next from St.
John of the Cross and that refers to the Trinity.

Prayer

The spring that brims and ripples -Oh I know


in dark of night.
Waters that flow forever and a day
through a lost country -Oh I know the way,
in dark of night.
Its origin no knowing, for there’s none,
but well l know, from here all sources run,
in dark of night.
242 Miguel Ángel Asiain

No other thing has such delight to give.


Here earth and the wide heavens drink to live,
in dark of night.
Though some would wade, the wave’s unforded still.
Nowhere a bottom, measure as you will,
in dark of night.
A stream so clear, and never clouded? Never.
The wellspring of all splendor whatsoever,
in dark of night.
Bounty of waters flooding from this well,
invigorates all earth, high heaven, and hell,
in dark of night.
A current the first fountain gave birth to
is also great and what it would, can do,
in dark of night.
Two merging currents of the living spring,
from these a third, no less astonishing,
in dark of night.
O fountain surging to submerge again
deep in the living bread that’s life to men
in dark of night.
Song of the waters calling: come and drink.
Come, all you creatures, to the shadowy brink
in dark of night.
This spring of living water I desire,
here in the bread of life I see entire
in dark of night.
Qui est notre Dieu ?
Sommaire
Présentation ................................................................................................................................................................... 247
1º Dieu est miséricorde .................................................................................................................................. 249
2º Dieu est amour .................................................................................................................................................. 255
3º Dieu est bonté ..................................................................................................................................................... 263
4º Dieu est pardon ................................................................................................................................................ 271
5º Dieu est proximité ........................................................................................................................................ 279
6º Dieu est professeur ..................................................................................................................................... 287
7º Dieu est paix .......................................................................................................................................................... 297
8º Dieu est grâce ...................................................................................................................................................... 305
9º Dieu est joie ............................................................................................................................................................ 313
10º Dieu est Père, Fils et Saint-Esprit ...................................................................................... 321
Présentation
Il semble audacieux de se demander et d’essayer de répondre à la
question « Qui est notre Dieu ? ». Je vais expliquer comment ces
quelques pages sont nées. Un jour où je priais et méditais sur Dieu,
je me suis demandé s’il serait utile d’écrire sur un tel sujet. Je ne
voulais pas me tromper, car l’homme se trompe facilement dans
tout ce qui concerne Dieu. C’est pourquoi j’ai demandé de l’aide.
J’ai demandé à un frère en qui je pouvais avoir confiance et qui avait
un poste important dans la province, le P. Jesús Elizari, le P. Pro-
vincial, de m’aider à discerner s’il valait la peine ou non de faire un
effort pour écrire ces pages. Il m’a répondu par l’affirmative.
J’avais ma réponse. J’ai donc pensé que ce n’était ni une erreur ni le
désir d’écrire un livre de plus. Je me suis fié à mon frère, et l’ai ac-
compagné par la prière tout ce temps. Il était nécessaire de mettre
le travail entre les mains de Dieu.
J’ai donc réfléchi à la manière d’aborder le livre. Et il m’est venu à
l’esprit, après mûre réflexion, que je pouvais le faire en traitant des
différentes facettes que nous pouvons attribuer à Dieu. Je savais
qu’elles étaient nombreuses, et j’en ai effectivement trouvé beau-
coup. J’ai ainsi dû choisir, et de ces choix sont restées celles qui fi-
gurent au sommaire de ce livre.
Ceci étant fait, il fallait désormais les développer. Il était clair pour
moi que le livre ne serait pas un petit traité de théologie, car je n’avais
pas la capacité de le faire. Je voulais que ce soit un livre qui parle au
cœur, que quiconque le lise puisse se sentir encouragé à aimer da-
vantage, à prier davantage, à penser davantage au Dieu qu’il décrit.
Et je me suis laissé porter par ce qui naissait dans mon cœur. Je sais
que ce sont des choses très simples, mais Dieu est simple, et c’est une
façon supplémentaire de parler de lui. Le cœur guidait ce que j’écrivais.
248 Miguel Ángel Asiain

Et c’est ainsi que le livre est né. Ce n’est pas un livre théologique,
c’est un livre qui vient du cœur et dirigé vers les cœurs. Mon souhait
est que cela puisse aider quelqu’un. Si j’aidais ne serait-ce qu’une
personne, j’en serais déjà très heureux, satisfait, car aider un frère à
méditer, à penser, à prier Dieu est déjà une grâce imméritée.
À tous ceux qui peuvent lire ce livre, je leur souhaite la paix, la
confiance en Dieu et en ce qu’il libère dans leur cœur. Ce que je
dis importe peu, ce sont des choses simples, l’important est ce que
Dieu peut transmettre à chaque personne à travers ces pages. Je re-
mercie Dieu pour cela.
Enfin, je suis convaincu d’une chose. Que lorsque viendra l’heure
de ma mort, de la rencontre avec mon Dieu, car j’espère qu’il en sera
ainsi par sa miséricorde, je découvrirai que Dieu est infiniment plus
que ce que j’ai écrit ici. Et ce sera un grand bonheur pour moi. Béni
soit mon Dieu.

* * *

À mes frères : ce livre a été écrit il y a plusieurs mois. Il paraît seu-


lement aujourd’hui pour diverses raisons. Vous savez ce que j’ai
ressenti ces derniers mois ? Que oui, il est vrai que Dieu est miséri-
corde et amour et bonté et paix et joie... et tout le reste que j’ai écrit.
C’est pourquoi je suis touché lorsque je lis les mots suivants de Saint
Jean : « Mes bien-aimés, nous sommes maintenant les enfants de
Dieu, mais ce que nous serons n’est pas encore manifesté. Nous sa-
vons que, lorsque cela sera manifesté, nous serons semblables à lui,
parce que nous le verrons tel qu’il est » (Jn 3, 2). Nous le verrons
tel qu’il est, vous savez ce que cela signifie ? Ou les paroles de Saint
Paul : « Aujourd’hui nous voyons au moyen d’un miroir, d’une ma-
nière obscure, Mais alors nous verrons face à face » (1Cor 13, 12).
Le voir face à face, comment ne pas être ému par cela ? Je crois tout
cela du plus profond de mon cœur.
C’est pourquoi je souhaite que mes écrits soient CONFESSION SIN-
CÈRE DE MA FOI. Oui, je crois de tout mon cœur en ce Dieu, qui est
notre Dieu. Celui de tous. Béni soit-il pour toujours.
1º Dieu est miséricorde
N’est-ce pas osé d’essayer de définir qui est notre Dieu ? N’est-ce pas
osé d’essayer de se rapprocher de lui et de penser pouvoir le rencon-
trer ? Qui a vu Dieu ? Aucun d’entre nous ne l’a vu. Ainsi, comment
dire qui il est ? C’est pourquoi nous abordons avec humilité ces
quelques pages, et ce que nous essayons de réaliser. Car bien que
cela soit une chose osée à faire, nous voulons savoir qui est notre
Dieu. C’est d’une telle importance pour nous que nous ne voulons
pas arrêter d’essayer. C’est pourquoi tout au long de ces pages, le sol
qui les soutient est l’humilité du cœur, l’humilité des sentiments,
l’humilité de toute la vie. C’est seulement dans l’humilité que nous
pouvons nous atteler à notre tâche.
En effet, aucun de nous, les humains, n’a vu Dieu. Mais le Seigneur
Jésus l’a vu. Il est le Fils bien-aimé, qui a toujours existé avec le Père
et l’Esprit. Et venant à nous il nous a parlé du Père, il nous l’a trans-
mis, il nous a raconté ce qu’il a vu. Jean dit : « Personne ne vit ja-
mais Dieu ; le Fils unique qui est au sein du Père, est celui qui nous
l’a révélé. » C’est pourquoi nous avons une source de laquelle nous
pouvons boire, une aide pour atteindre le Père. Tout au long de sa
vie Jésus nous a révélé le Père, « moi et le Père sommes un » nous
a-t-il dit. Le connaître, c’est connaître le Père, l’approcher, c’est s’ap-
procher du Père, l’aimer, c’est aimer le Père. C’est pourquoi il a dit
à l’un des siens : « Ne crois-tu pas que je suis dans le Père, et que le
Père est en moi ? » ; c’est pour cette raison qu’il est le chemin, la vé-
rité et la vie. Oui, le chemin pour connaître le Père. Et nous devrons
aller vers lui constamment pour essayer de savoir qui est le Père.
D’autre part, en Dieu tout ne fait qu’un. Nous pouvons lui attribuer
différents qualificatifs, qui sont autant de façons de se rapprocher
de lui. Mais tous ces attributs ne font qu’un en Dieu, car en lui tout
250 Miguel Ángel Asiain

ne fait qu’un. C’est pourquoi en parlant de ces différents qualifica-


tifs nous répéterons des choses sans le vouloir, car Dieu est chacune
de ces dimensions simultanément, dimensions à travers lesquelles
nous voulons nous rapprocher de lui. Peu importe que nous nous
répétions, ce sera la preuve que nous parlons du seul et unique Dieu
qui nous touche de différentes manières selon nous, mais d’une
seule et unique à travers ce qu’il est.
Bien, lorsque l’on essaie de définir qui est Dieu, la première façon
de l’exprimer est en disant que Dieu est miséricorde. Car s’il y a une
chose qui ressort clairement de tout ce que Jésus nous a dit, c’est pré-
cisément la miséricorde du Père. N’est-ce pas par miséricorde qu’il
nous a envoyé son Fils ? N’est-ce pas par miséricorde qu’il nous l’a li-
vré jusqu’à la mort ? N’est-ce pas par miséricorde qu’il a fait tout cela
pour nous qui sommes pécheurs et ne méritons rien ? À qui viendrait
la folie d’envoyer le Fils lui-même, alors qu’il était Dieu né de Dieu,
lumière née de la lumière, Dieu véritable né de Dieu véritable, pour
l’envoyer afin qu’il devienne homme comme nous, afin qu’il vive avec
nous, afin que déjà il s’incarne pour toujours, afin que même lorsqu’il
s’en aille il reste toujours avec nous ? Dieu s’est montré miséricordieux
en son Fils comme en personne d’autre. Ainsi si nous voulons savoir
comment Dieu est miséricorde, regardons comment Jésus est miséri-
corde et comment, tout au long de sa vie, il a été miséricordieux envers
tous. Cyrille d’Alexandrie a dit « par la miséricorde de Dieu le monde
entier a été sauvé, et non seulement ceux qui s’étaient perdus ».
Le Psautier nous parle souvent de cette miséricorde de Dieu, et il
y a un psaume magnifique nous enseignant que toute l’histoire du
Peuple de Dieu n’est que miséricorde de Dieu. C’est le psaume 135.
En quelques strophes le psaume passe en revue l’histoire du Peuple
de Dieu : dans la première partie il raconte un événement de cette
histoire, et dans la deuxième chante que cela n’a été rien d’autre que
miséricorde de Dieu. Prenons quelques strophes comme exemple,
pour qu’elles nous aident à prier de nombreuses fois au cours de
notre vie le psaume entier avec le cœur, en chantant la miséricorde
de Dieu car nous sommes également son Peuple :

« Rendez grâce au Seigneur car il est bon


Car éternelle est sa miséricorde.
Lui seul a fait des merveilles :
Car éternelle est sa miséricorde.
Qui est notre Dieu ? 251

Il fit les cieux avec sagesse :


Car éternelle est sa miséricorde.
Il frappa l’Égypte en ses premiers-nés :
Car éternelle est sa miséricorde.
Et fit sortir Israël de leur pays :
Car éternelle est sa miséricorde.
Leur donna leur pays en héritage :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il se souvient de nous, les humiliés :
Car éternelle est sa miséricorde.
Et il nous tira de la main des oppresseurs :
Car éternelle est sa miséricorde »....

Lorsque nous récitons le psaume de la miséricorde de Dieu envers


son peuple, nous pouvons de la même façon réciter le psaume de
notre vie, tel que nous l’avons vu. Chacun peut le faire en regardant
et en se rappelant sa vie et tout ce qui lui est arrivé, car tout s’est
réalisé grâce à la miséricorde de Dieu. Par exemple, nous pouvons
réciter quelque chose de similaire au psaume cité, mais en parcou-
rant toute notre vie, dans ses événements positifs comme négatifs,
car dans chacun d’eux s’est manifestée la miséricorde de Dieu :

« Rendez grâce au Seigneur car il est bon


Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a donné la vie :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a donné des parents qui se sont occupés de moi :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a conduit dans le désert des moments difficiles :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a délivré du mal et du malheur :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a pardonné tous mes péchés :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il m’a justifié au milieu du mal :
Car éternelle est sa miséricorde.
Il guide constamment ma vie :
Car éternelle est sa miséricorde »

Et ainsi nous pourrions faire le psaume de notre vie et confesser


qu’en elle s’est toujours manifestée la miséricorde de Dieu. Ce sera
un psaume magnifique que nous pourrons réciter constamment au
252 Miguel Ángel Asiain

cours de notre vie, car nous confessons à Dieu qui fait preuve de
miséricorde envers nous.
Parce que Dieu est miséricorde dans chaque instant de notre vie,
ainsi nous devons aller vers lui car étant miséricordieux il nous ai-
dera toujours. Dans le psautier, il y a une prière de l’affligé qui vient
à Dieu et dit : « Aie pitié de moi, Seigneur, car je suis sans force,
Seigneur, guéris-moi, car mes os sont tremblants ». Et dans l’Eu-
charistie, nous disons : « Seigneur, accorde-nous ta miséricorde car
nous avons péché contre toi. Montre-nous ta miséricorde, Seigneur,
et donne-nous ton salut ».
S’il est miséricordieux, comment ne pourrait-il pas pardonner nos
péchés ? C’est pourquoi nous ne désespérons pas et ne tombons pas
dans la détresse, car il nous vient toujours en aide. Ne doutons pas
qu’Il pardonne, détruit nos péchés, les efface, les purifie, car sa mi-
séricorde nous parvient comme pardon, amour, grâce et salut. Ce-
lui qui doute du pardon, doute de sa miséricorde, et ceci est un pé-
ché. Si nous nous sentons pécheurs, et nous le sommes, il n’y a rien
d’autre à faire que de nous abandonner dans la miséricorde de notre
Dieu. Le Pape François a dit un jour : « Personne ne peut être exclu
de la miséricorde de Dieu. Tous connaissent la route pour y accéder
et l’Église est la maison qui accueille tout le monde et ne refuse per-
sonne. Ses portes restent grandes ouvertes, pour que ceux qui sont
touchés par la grâce puissent trouver la certitude du pardon ».
Nous devons également faire appel à la miséricorde de Dieu dans
les moments de joie, en le remerciant, car notre joie vient de lui, de
sa miséricorde, parce qu’il veut le bien de ses enfants. Nous n’avons
aucune raison de ne pas être en paix, dans la joie, dans le bonheur,
dans l’espoir, car nous avons un Dieu qui est miséricorde.
Et je pense à la mort. Que sera la mort ? Nous ne le savons pas, oui
nous quittons cette vie, mais dit d’une plus juste manière, mourir
c’est entrer dans le mystère de la miséricorde de Dieu. Nous ne sa-
vons pas ce qui se passe, ni ce qui se produit, mais une chose est
sûre, c’est que nous entrons dans le mystère de la miséricorde de
Dieu. C’est-à-dire que nous allons être enveloppés du mystère de sa
miséricorde. C’est pourquoi nous ne la craignons pas, nous avons
confiance, nous considérons la mort comme un moment de grâce ;
il est vrai que nous laissons derrière nous beaucoup d’êtres chers,
Qui est notre Dieu ? 253

beaucoup de choses, mais qu’importe si nous entrons dans le mys-


tère de la miséricorde de notre Dieu ? Il doit être merveilleux d’en-
trer dans ce mystère de la miséricorde, de s’y trouver enveloppé.
Cela doit nous apporter la paix.
Nous nous confessons en disant que Dieu est miséricorde, ce qui
est vrai, et la Parole nous aide à confesser la vérité de cette affir-
mation. Mais au fond nous ne savons pas grand chose, car qu’est-
ce que la miséricorde de Dieu ? Nous nous abandonnons et nous
lançons en elle car nous aimons notre Dieu, nous avons confiance
en lui et, à travers Jésus, nous voyons dans les Évangiles comment
cette miséricorde se manifeste, et malgré tout, nous affirmons une
une réalité dans laquelle nous sommes convaincus, c’est vrai, mais
nous ne savons toujours pas vraiment ce qu’est cette miséricorde.
C’est ce qui est merveilleux, nous nous donnons avec une confiance
totale à un Dieu en qui nous savons que nous allons être heureux,
sans réellement savoir comment il est. Oui, Dieu est miséricorde,
mais qu’est-ce que la miséricorde de notre Dieu ? Nous ne pouvons
pas le savoir. Et voici le paradoxe, Dieu est miséricorde, nous nous
abandonnons pleinement à elle, mais au fond, nous ne savons pas
ce qu’est la miséricorde de notre Dieu.
Ceci est un immense acte de foi, et nous le faisons de tout notre
cœur. Le temps viendra où nous sera manifesté ce qu’est cette misé-
ricorde, car nous la vivrons, et la Parole dit que nous la verrons telle
qu’elle est, que nous la verrons face à face. Il est vrai que ces mots
mêmes renferment un mystère pour nous, mais ils nous consolent,
ils nous donnent de la force dans chaque instant de notre vie. Béni
sois-tu, Seigneur, pour être miséricorde. Répands ta miséricorde
sur chacun de nous et aide-nous à la vivre de tout cœur.

Examen
– Faites-vous confiance à la miséricorde de Dieu ?
– Vous remettez-vous à elle de tout votre cœur ?
– Est-ce le fondement de votre vie dans les moments de dan-
ger, d’angoisse ou de peur ?
– Regardez-vous la mort avec peur ou angoisse, ou avec l’es-
poir dont nous avons parlé ?
254 Miguel Ángel Asiain

– Avez-vous essayé de revoir l’histoire de votre vie en la vi-


vant par la miséricorde de Dieu ?
– Quoi qu’il arrive dans votre vie, aurez-vous toujours
confiance en cette miséricorde ?

Prière

Parce que le jour décline,


car il se fait tard, Seigneur,
car j’ai peur de perdre
les traces du chemin,
ne me laisse pas si seul
et reste avec moi.
Parce que j’ai été rebelle
et ai cherché le danger
et scruté avec curiosité
les sommets et l’abîme,
pardonne-moi, Seigneur,
et reste avec moi.
Parce que je brûle de soif pour toi
et de faim pour ton blé,
viens t’asseoir à ma table,
bénir le pain et le vin.
Que la nuit tombe vite !
Reste enfin avec moi !
2º Dieu est amour

Combien de fois les personnes croyantes se demandent qui est


notre Dieu ? Et pas seulement elles, les non-croyants posent la
même question aux croyants ou lorsqu’ils se réfèrent à leur Dieu :
qui est votre Dieu ? À cela nous répondons du plus profond de notre
cœur : notre Dieu est amour. Oui, Dieu est amour. Cela le définit
merveilleusement, l’identifie mieux que toute autre chose, Dieu est
amour. Et nous ne pouvons rien opposer à cette réponse, nous l’ac-
ceptons car nous la considérons comme une vérité totale, comme
quelque chose qui ne peut être autrement. Quand nous regardons
notre Dieu, nous comprenons qu’il est amour. Quand nous lisons
les écritures, nous voyons qu’il est amour, quand nous regardons
l’univers, nous nous rendons compte qu’il est amour. Rien ne ré-
siste à cette vérité.
Il est vrai que le mot « amour » a été et est toujours mal utilisé. On
parle d’amour de manières différentes et nombreuses, parfois dé-
raisonnables. Il suffit de regarder certains médias qui font référence
à des personnes que nous connaissons tous ou à leurs relations avec
d’autres personnes, il suffit d’écouter certaines chansons, il suffit
de ressentir ce que beaucoup de gens disent sur l’amour, et alors on
comprend que nous sommes dans des considérations différentes,
dans deux environnements distincts, dans deux situations oppo-
sées. Dieu est amour, mais non cet amour composé de choses qui
ne n’appliquent pas à Dieu.
C’est pourquoi, la première chose que nous affirmons dans ce cha-
pitre est que Dieu est amour, mais un amour qui n’a rien à voir avec
celui qui est altéré par certaines chansons ou certains comporte-
ments qui n’ont rien à voir avec notre Dieu. Et si nous affirmons qu’il
256 Miguel Ángel Asiain

s’agit d’amour, ce n’est pas par pure invention, c’est car Jean nous
l’a dit dans ses écrits : « Celui qui n’aime pas n’a pas connu Dieu, car
Dieu est amour ». Alors pour le connaître à travers l’amour, il faut
aimer véritablement. Nous le verrons répété de nombreuses fois,
seul celui qui aime son prochain comprend que Dieu est amour, sait
que Dieu est amour et vit un Dieu-amour.
Et c’est justement car l’amour vient de Dieu ; s’il est amour, tout ce
qu’il donne est amour, alors dans cet amour nous pouvons aimer
nos prochains. On ne peut séparer l’amour de Dieu de l’amour des
autres. Saint Jean le dit également : « Mes bien-aimés, aimons-nous
les uns les autres ; car l’amour est de Dieu, et quiconque aime est né
de Dieu et connaît Dieu ». Ainsi, quand on a demandé à Jésus quel
était le premier commandement, il a répondu d’aimer Dieu, et que
le second était similaire au premier, et consistait à aimer les autres.
Mais on pourrait se demander, de quelle manière s’est manifesté le
fait que Dieu est amour ? Si nous affirmons quelque chose il est nor-
mal que nous le justifiions, et que nous indiquions pourquoi nous
l’affirmons. C’est l’apôtre de l’amour lui-même qui nous le dit : «
L’amour de Dieu a été manifesté envers nous en ce que Dieu a en-
voyé son Fils unique dans le monde, afin que nous vivions par lui ».
Voyons si Dieu est amour, lui qui n’a rien fait de moins que d’envoyer
son Fils unique, qui était Dieu comme lui. Pouvons-nous penser à un
amour plus grand, pouvons-nous penser à un Dieu si aimant qu’il
ne fait rien de moins que ce geste réalisé pour l’éternité consistant à
envoyer son Fils pour qu’il devienne chair comme nous et qu’il soit
pour toujours le Dieu incarné ? Nous ne pouvons pas comprendre
ce geste d’amour de Dieu, car il faut que Dieu soit fou d’amour pour
faire ce qu’il a fait. Il est impossible de concevoir un tel exemple à
l’échelle humaine pour comprendre ce que Dieu a fait. En agissant
ainsi il s’est manifesté comme un Dieu qui n’est autre qu’amour.
Aussi, un autre élément qui renforce d’autant plus notre admiration
est que l’amour existe non pas car nous avons aimé Dieu, mais parce
qu’il a été le premier à nous aimer. Et dans ce fol élan d’amour, il n’a
rien fait de moins que d’envoyer son Fils mourir pour nos péchés.
Pouvons-nous dire quelque chose de plus qui témoignerait de son
amour ? Nous affirmons qu’il a été le premier à nous aimer et que
grâce à lui nous avons pu aimer, et qu’il a manifesté cet amour infini
en donnant son Fils afin qu’il meure pour nos péchés. Il y a ici un
Qui est notre Dieu ? 257

paradoxe difficile à comprendre, du fait que ce qui a été notre plus


grand péché, la mort de son Fils, s’est avéré être utilisé par Dieu
pour exercer son amour suprême. Il a voulu effacer ce péché avec la
mort de son Fils, et c’est pourquoi il nous l’avait envoyé.
De ceci nous pouvons en déduire ce que Saint Jean affirme une
fois de plus : « Si Dieu nous a ainsi aimés, nous devons aussi nous
aimer les uns les autres. » En d’autres termes, l’obligation de nous
aimer naît de l’amour de Dieu envers nous. S’il nous a aimés, nous
ne pouvons pas répondre autrement qu’en aimant les autres. Le
Dieu-amour crée l’amour en nous ; le Dieu qui aime nous fait aimer
les autres ; le Dieu qui se définit par l’amour nous permet de nous
considérer comme ses enfants, et nous ne sommes enveloppés
d’amour que si nous aimons véritablement les autres. Et ce Dieu-
amour n’est pas un Dieu de l’entre soi, isolé dans les hauteurs, mais
un Dieu d’amour qui nous pousse à aimer les autres. Nous nous ai-
mons car Dieu est amour ; et parce que Dieu est amour, nous ne
pouvons faire autrement que d’aimer également. Et Jean l’affirme
à nouveau : « Si nous nous aimons les uns les autres, Dieu demeure
en nous, et son amour est parfait en nous. Nous connaissons que
nous demeurons en lui, et qu’il demeure en nous, en ce qu’il nous a
donné de son Esprit. »
« Dieu est amour, et celui qui demeure dans l’amour demeure en
Dieu, et Dieu demeure en lui ». Ceci est notre joie de pouvoir rester
en Dieu et de pouvoir l’aimer en aimant les autres. Notre Dieu n’est
pas un Dieu lointain, étranger à nos vicissitudes, indifférent à tout
ce qui nous arrive ou à ce qui nous est cher, au contraire il est un
Dieu proche de nous, de nos afflictions, de nos malheurs, de nos
drames, mais aussi de nos joies, de nos bonheurs et de nos réjouis-
sances. C’est pourquoi nous disons qu’il est amour. Il ne le serait
pas s’il ne se souciait pas de nous ; il ne le serait pas s’il ne s’occupait
que de « ses affaires » sans se soucier des nôtres ; il ne le serait pas
s’il ne ressentait pas la souffrance et les joies de ses enfants, nous-
mêmes. C’est pourquoi il est un Dieu-amour, car tout le touche,
dans le sens où nous pouvons l’affirmer de Dieu. Dieu souffre pour
ses enfants qui souffrent, Dieu est en souffrance lorsque ses enfants
sont offensés, attaqués, maltraités et tués.
Comme Dieu est amour, il ne doit y avoir de peur en nous, car il
n’y a pas de peur dans l’amour. « Au contraire, un amour accom-
258 Miguel Ángel Asiain

pli chasse la peur, car la peur anticipe la punition ; ainsi celui qui
ressent la peur ne se réalise pas dans l’amour ».
Assurément nous pouvons aimer parce qu’il nous a aimés en pre-
mier. L’amour ne vient pas de nous mais de son amour, naît de son
amour, s’il ne nous aimait pas, pauvre de nous, car nous ne pour-
rions aimer non plus.
Mais aimons-nous véritablement Dieu ? Il est amour, nous l’avons
répété jusqu’à satiété, et nous avons dit que son amour précède le
nôtre, mais aimons-nous véritablement Dieu ? Il y a un moyen de le
savoir, en respectant ses commandements. « Car l’amour de Dieu
consiste à garder ses commandements. » Et Jean écrivant à une
femme lui disait : « Aimer consiste en cela, à agir selon ses com-
mandements ».
Et Jésus a dit quelque chose à ce sujet, nous remplissant de joie et
nous laissant stupéfaits. Il disait : « Comme le Père m’a aimé, je vous
ai aussi aimés ». Peut-on réfléchir à la signification d’une telle dé-
claration ? Quel est l’amour que le Père ressent pour son Fils ? Nous
le notons dans tous les évangiles et nous aurons l’occasion de le ré-
affirmer dans d’autres chapitres. Nous ne pouvons même pas ima-
giner l’amour que le Père a pour son Fils, le Bien-Aimé, le Préféré,
l’Unique, l’Envoyé. Cet amour n’est rien de moins que le Saint-Es-
prit. C’est ainsi que le Père aime le Fils. Prêtez donc attention à la dé-
claration de Jésus, il nous aime de la même manière. C’est pourquoi
le Dieu-amour nous parvient à travers Jésus. Le Dieu-amour entre
dans notre cœur, le Dieu-amour est avec nous, nous ne sommes ni
démunis, ni laissés seuls, ni abandonnés. Et bien que des malheurs,
des souffrances et autres choses semblables puissent se produire
dans notre vie, nous ne pouvons pas penser que Dieu est loin de
nous, qu’il ne se soucie pas de nous. Et il s’avère que son amour
nous parvient à travers Jésus, c’est pourquoi le Seigneur ne cesse de
dire « demeurez dans cet amour ». C’est sa demande, son souhait, ce
qu’il attend de nous, que nous demeurons dans cet amour. Et com-
ment pouvons-nous demeurer dans son amour ? En respectant ses
commandements, car « de même j’ai gardé les commandements de
mon Père, et demeure dans son amour. »
Nous devons être heureux de ce que dit Jésus, car sa parole est vraie,
« le Père lui-même vous aime, parce que vous m’avez aimé, et que
Qui est notre Dieu ? 259

vous avez cru que je suis sorti de Dieu ». Nous avons ici à nouveau
cette confirmation, Dieu est amour et nous aime, et il nous aime
parce que nous aimons Jésus et que nous croyons en lui.
Tout cela ne peut nous décourager, bien au contraire : « Que votre
cœur ne se trouble point. Croyez en Dieu, et croyez en moi. » Nous
devons accorder toute notre confiance à ce Dieu qui n’est qu’amour,
sur lui nous devons nous appuyer, en lui nous devons nous aban-
donner, car s’il est amour, il ne peut nous traiter qu’avec amour. Ain-
si dans les moments difficiles que nous pouvons traverser, dans les
tentations, même dans les chutes que nous pouvons tous connaître
étant pécheurs, nous ne devons pas nous démoraliser, nous devons
confier en Dieu et nous remettre entre les mains de ce Dieu qui est
amour. Ceci est notre chance et notre joie.
Le Pape François nous dit : « Pour connaître ce Dieu qui est amour,
il faut monter par l’escalier de l’amour pour le prochain, par les
œuvres de charité, par les œuvres de miséricorde que le Seigneur
a enseignées ».
Jésus nous dit de ce Dieu-amour : « Celui qui a mes commandements
et qui les garde, c’est celui qui m’aime ; et celui qui m’aime sera aimé
de mon Père, et je l’aimerai aussi ». Et répétant cette même idée : « Si
quelqu’un m’aime, il gardera ma parole, et mon Père l’aimera; nous
viendrons à lui, et nous ferons notre demeure chez lui ».
Ce Dieu-amour se manifeste avant tout dans la relation qu’il a avec
son Fils, avec Jésus. Le Maître parle souvent de sa relation avec le
Père et de la façon dont le Père est avec lui et l’aime. Cela doit nous
encourager car Jésus est notre frère, ainsi le Père nous aime égale-
ment, d’une manière différente. Voyons quelques exemples de ceci.
« Père, je te rends grâce de ce que tu m’as entendu. Je sais que tu
m’exauces toujours ». Cela devrait nous inciter à réfléchir à la façon
dont le Père nous écoute. Parfois nous croyons qu’il nous délaisse,
mais à travers Jésus nous comprenons qu’il est toujours à notre
écoute. C’est pourquoi quelle que soit la difficulté ou le danger
rencontré, nous devons nous tourner vers le Dieu-amour qui, par
amour pour nous, prend soin de nous et répondra à nos demandes.
Un autre exemple : « Ce que mon Père m’a donné est ce qui importe
le plus, et personne ne peut rien arracher de la main de mon Père ».
Nous sommes entre de bonnes mains, dans les mains d’un Dieu
260 Miguel Ángel Asiain

qui aime chacun de ses enfants de tout son cœur. Nous ne devons
pas avoir peur d’être dans ses mains, car rien n’y personne ne pour-
ra nous en séparer. Ainsi nous nous plaçons en elles, et confions
en elles. Le Dieu-amour se révèle dans sa relation avec chacun de
nous. Et à une autre occasion, l’apôtre dit : « Si Dieu était votre Père,
vous m’aimeriez, car c’est de Dieu que je suis sorti et que je viens, je
ne suis pas venu de moi-même, mais c’est lui qui m’a envoyé ». Nous
savons que Dieu est notre Père à travers notre amour pour Jésus, ce
Dieu dont nous avons tant de fois répété qu’il est un Dieu-amour.
Il nous a envoyé son Fils par amour pour lui, et parce que nous ai-
mons ce Fils, nous nous unissons au Père et vivons avec lui. Par Jé-
sus nous arrivons au Père qui est amour, c’est pourquoi « refuser
d’honorer le Fils signifie refuser d’honorer le Père ».
Voilà donc notre Dieu. Un Dieu-amour qui, par cet amour, a réa-
lisé des choses impensables pour nous, nous aime d’une manière
inimaginable, et en Jésus et à travers lui manifeste son amour
pour nous. Faisons lui confiance, remettons-nous entre ses mains,
faisons toujours confiance, nous devons toujours faire confiance,
parce qu’en étant entre ces mains rien de mal ne peut nous arriver.
Remercions-le de tout notre cœur. Merci mon Dieu-amour.

Examen
– Examinez votre vie, ne voyez-vous pas comment l’amour
de Dieu s’est manifesté en elle de nombreuses façons ?
– Confiez-vous dans le Dieu-amour ? Croyez-vous en lui ?
– Rappelez-vous des événements de votre vie dans lesquels
vous pouvez voir le Dieu-amour pour lui rendre grâce de
tout votre cœur.
– Dans les problèmes, les tentations, les situations dan-
gereuses, mettez-vous votre vie entre les mains du Dieu-
amour ?
– Vous adressez-vous au Dieu-amour à travers Jésus qui
nous a précisément révélé que son Père est amour ?
– Excusez-vous pour toutes les fois où vous ne vous êtes pas
comportés avec l’amour qu’il mérite.
Qui est notre Dieu ? 261

– Abandonnez-vous constamment entre ses mains et n’ayez


crainte de ce qui peut vous arriver, car vous êtes entre des
mains qui ne sont rien de moins que les mains du Dieu-
amour.

Prière

En Dieu seul le repos pour mon âme,


de lui vient mon salut ;
lui seul est mon rocher, mon salut,
ma citadelle, je ne chancelle pas.
En Dieu seul repose-toi, mon âme,
de lui vient mon espoir ;
lui seul est mon rocher, mon salut,
De Dieu vient mon salut et ma gloire,
le rocher de ma force,
Dieu est mon abri.
Fiez-vous à lui, peuple,
devant lui épanchez votre cœur,
Dieu nous est un abri.
N’allez pas vous fier à la violence,
vous essoufflant en rapines ;
aux richesses quand elles s’accroissent,
n’attachez pas votre cœur.
3º Dieu est bonté
Une autre façon de répondre à la question « Qui est notre Dieu ? »
est d’affirmer qu’il est bonté. Mieux, il est la bonté. Tout ce qui est
bon est en lui, et aucun mal n’existe en lui. Nous pouvons de nou-
veau nous demander ce qui nous permet de le savoir. Car personne
n’a vu Dieu. Et si personne ne l’a vu, personne ne peut nous dire qui
il est, et encore moins nous le montrer.
Mais nous pouvons sortir de cette impasse en nous souvenant d’un
moment où les disciples se trouvent avec le Maître. Jésus leur ex-
plique certaines choses et à un moment donné leur dit : « Nul ne vient
au Père que par moi. Si vous me connaissiez, vous connaîtriez aussi
mon Père. Et dès maintenant vous le connaissez, et vous l’avez vu ».
Les disciples n’ont sans doute rien compris. Et Philippe s’approche
au nom de tous et de son ignorance et lui dit : « Seigneur, montre-
nous le Père, et cela nous suffit ». C’est ce que nous demandons, que
quelqu’un nous montre le Père, alors nous saurons vraiment s’il est
bonté comme nous l’avons affirmé ; nous voulons véritablement sa-
voir s’il est bonté. Et Jésus, sans être bref ni paresseux, tente de ré-
pondre à la question de Philippe (et à la nôtre) et sans doute à celle
des autres disciples qui n’ont pas compris ses paroles. Le Maître af-
firme alors : « Il y a si longtemps que je suis avec vous, et tu ne m’as
pas connu, Philippe ? Celui qui m’a vu a vu le Père ; comment dis-tu :
montre-nous le Père ? Ne crois-tu pas que je suis dans le Père, et que
le Père est en moi ? ».
En d’autres termes, si l’on écoute ce que dit Jésus à Philippe nous
pouvons connaître le Père, tout comme en nous souvenant de ce
qu’il dit à une autre occasion : « le Père et moi sommes un ». Si nous
voulons savoir comment est Dieu, il suffit d’observer comment est
264 Miguel Ángel Asiain

Jésus, comment le Maître se comporte, ce qu’il fait et ce qu’il dit.


Dieu est en Jésus et Jésus est en Dieu ; regardons donc ce que fait
Jésus et nous saurons comment est le Père.
Que Dieu est bonté ? Rappelons-nous ce passage dans lequel les
scribes et les sadducéens amènent à Jésus une femme qui a été sur-
prise en flagrant délit d’adultère. Ils demandent au Maître ce qu’il
faut faire avec elle. Ils savent bien ce que dit la Loi, mais ils veulent
mettre le Seigneur dans l’embarras. Jésus connaît le cœur, la vie de
tous ceux qui sont là. Il ne dit rien. Il se penche et écrit. Ceux qui
accusaient la femme s’en vont, à commencer par les plus âgés. Puis
Jésus demande à la femme : « Quelqu’un t’a-t-il condamné ? Per-
sonne, Seigneur. Je ne le ferai pas non plus. Va et ne pèche plus ».
Telle est la bonté de Dieu. Face au péché de cette femme, il ne
condamne pas, il pardonne. Il ne se retourne pas contre elle comme
le voulaient ceux qui l’accusent, au contraire une immense bonté
émane de son cœur devant cette pauvre pécheresse et il lui par-
donne. Nous devons garder à l’esprit que lorsque nous nous deman-
dons qui est Dieu, ce n’est pas simplement ni avant tout pour savoir
qui il est en lui, ce que personne ne peut savoir, mais pour savoir
comment il est avec nous, comment il se comporte avec nous.
Alors, confronté à notre péché, au mal que nous faisons, à la façon
dont nous nous comportons, bien que souvent nous ne faisons pas
attention à lui et même l’offensons, lui se montre bienveillant, il ne
condamne pas, il pardonne. Ceci nous procure une joie immense,
car bien que nous soyons pécheurs, car le péché est dans notre vie,
nous ne devons pas nous sentir découragés, effrayés devant notre
Dieu, car nous savons comment il se comporte avec nous dans ces
circonstances, il œuvre en pardonnant, de son cœur ne jaillit pas le
reproche mais au contraire, la bonté du pardon sans fin. Nous avons
des raisons de lui rendre grâce, pour nous sentir constamment par-
donnés dans notre vie.
Mais que faut-il faire pour qu’il nous pardonne ? La femme elle n’a
rien fait, elle s’est plutôt sentie humiliée aux pieds de Jésus, là où ses
accusateurs l’ont laissée. Mais il y a un autre moment durant lequel
il nous explique ce que nous devons faire. Voici un homme infirme
qui ne peut ni marcher. Il est porté par quatre de ses amis qui savent
ce que Jésus peut faire. Mais ils n’arrivent pas à entrer dans la petite
Qui est notre Dieu ? 265

maison où se trouve le Maître. Cela ne les arrête pas. Ils le montent


sur le toit, font un trou et y glissent le lit sur lequel se trouve l’in-
firme. Et Jésus voyant la foi que ces hommes avaient dit à l’infirme :
« Tes péchés sont pardonnés ». Et devant l’émoi des personnes pré-
sentes suite aux paroles de pardon de Jésus, choquées qu’il ait dit
de tels mots, il dit à l’infirme : « Lève-toi, prends ton lit, et marche ».
Ici se manifeste un élément très important que l’on peut obser-
ver dans d’autres guérisons : la foi. Et dans le cas présent celle des
quatre hommes portant l’infirme. Nous le verrons plus clairement
dans d’autres situations. Jésus est libre de ses actions, il fait ce qui
jaillit de son cœur, mais parfois il attend la foi de celui qui va être
guéri, et nous dit que c’est cette foi qui l’a sauvé.
Ainsi que devons-nous faire ? Et bien avoir la foi. Foi en Jésus, foi
en sa capacité de réaliser ce que nous lui demandons, foi dans l’im-
portance de croire en lui, foi qu’en nous mettant entre ses mains,
il œuvrera selon la foi que nous avons. La foi est ce qui doit guider
notre vie en toutes circonstances, ce qui doit être présenté devant le
Maître. Dieu le Père, la bonté suprême, est présent dans les actions
de Jésus. C’est pourquoi Jésus étant bonté, le Père l’est également.
Les deux le sont. Nous savons donc qui est notre Dieu, la bonté su-
prême, une bonté qui touche qui a foi en Jésus.
La foi doit aller de pair avec la confiance. Un autre exemple. Jésus est
à la piscine de Siloé. Il y a beaucoup de malades. Le Maître se rend
compte que l’un d’entre eux est invalide depuis longtemps. Il se dé-
place avec difficulté. Lorsque l’eau s’agite, d’autres vont plus vite que
lui, plongent dans la piscine et sont guéris, alors que lui se voit obli-
gé d’attendre une prochaine opportunité. Jésus, frappé par la souf-
france de tant d’années de maladie de l’invalide, lui dit simplement
de prendre son lit et de s’en aller. Le malade confie qu’il en sera ainsi
car il ne fait aucune objection, il ne doute pas, il se fie à la parole de
ce Rabbin, puis se lève, prend son lit, se met à marcher et s’en va. Il
est guéri. Qu’a fait le malade ? Il a eu confiance, et donc la foi, dans le
Rabbin qui lui a ordonné de prendre son lit et de s’en aller.
Il n’y a aucune raison de douter de la parole de Jésus. Là encore, la
bonté de Jésus et donc de Dieu se manifeste. Son cœur est ému par
la douleur du malade en souffrance depuis tant d’années. Il le re-
garde et lui délivre des paroles auxquelles le malade obéit sans hési-
266 Miguel Ángel Asiain

tation. Il a vu quelque chose dans ce Rabbin, quelque chose qui lui


a donné confiance, qui lui dit que oui, il doit l’écouter, et il se lève. Il
est guéri. Cela a valu la peine de l’écouter, de lui faire confiance. Et
c’est ce que nous devons faire, avoir confiance en Jésus, c’est-à-dire
confier dans la bonté du Père. S’appuyer en lui, se mettre entre ses
mains, écouter ce qu’il nous dit par sa parole ou du fond de notre
cœur. Sans confiance il n’y a pas de foi, et sans confiance ni foi il n’y
a pas d’obéissance à ses paroles, et donc pas d’amour.
Parfois le malade se tourne vers Jésus pour lui demander de le gué-
rir. Et quelquefois il le demande d’une manière particulièrement
touchante, comme ce fut une fois le cas avec un lépreux. Il se dirige
vers Jésus et lui dit : « Seigneur, si tu le veux, tu peux me rendre pur ».
Quelle belle requête ! Et le Maître ne se refuse pas à une telle de-
mande faite avec tant d’espoir. Et il lui dit : « Je le veux, sois pur ».
C’est ainsi que la bonté de Dieu se manifeste, à travers la bonté de
Jésus. Il ne peut se refuser à qui le supplie de la sorte. Ce « si tu veux »
gagne son cœur. Le lépreux le laisse à sa volonté, il ne le demande
pas comme on le demande parfois, comme s’il l’exigeait. Ce « si tu
veux » signifie tout abandonner entre les mains du Seigneur, le lais-
ser à sa volonté ; il acceptera ce que le Maître décide et s’en conten-
tera humblement. C’est ainsi que nous devons nous comporter avec
Dieu, lui demander mais à la manière de ce malade, « si tu veux »,
et le répéter constamment même si nous le lui demandons avec in-
sistance. Comment pourrait-il ne pas vouloir, comment pourrait-il
résister à un tel « si tu veux » ?
C’est ainsi que nous devons demander. Non comme si nous im-
posions quelque chose au Seigneur, ni comme si nous avions des
droits devant Lui, ni comme s’Il n’avait pas d’autre choix que de
nous l’accorder ; non, ce qu’Il veut, comme Il le veut et quand Il le
veut. Ainsi doit être notre requête. Dieu se laissera gagner par la
manière de demander, car que veut-il d’autre que nous donner tout
ce qui est bon. Il est la bonté, la bonté suprême, et cette bonté se
manifestera une fois de plus dans l’octroi de ce que nous deman-
dons, comme il l’a fait avec le lépreux.
Mais nous devons toujours nous sentir indignes lorsque le Seigneur
nous accorde ce que nous lui demandons. Si cela se produit, il ac-
ceptera et réalisera ce que nous lui supplions. Tant qu’il constate
que notre attitude correspond à celle d’un centurion présent dans
Qui est notre Dieu ? 267

les écrits de Matthieu. Tout d’abord il l’aborde non pas avec une re-
quête, mais plutôt avec une déclaration : « Seigneur, mon serviteur
est couché à la maison, atteint de paralysie et souffrant beaucoup ».
Face à cette intervention, Jésus accepte de le guérir et lui dit : «
J’irai, et je le guérirai ». Et voici ce qui provoque ici l’admiration
totale de Jésus, qui en vient à dire : « Même en Israël je n’ai pas trou-
vé une aussi grande foi ». Qu’a dit le centurion pour que Jésus pro-
nonce ces paroles ? Il lui a dit : « Seigneur, je ne suis pas digne que tu
entres sous mon toit ; mais dis seulement un mot, et mon serviteur
sera guéri ». C’est confesser sa croyance en la capacité du Seigneur à
réaliser la guérison à distance, car c’est lui qui guérit sans la néces-
sité de sa présence. Et ainsi le Maître finit par lui dire : « Va, qu’il te
soit fait selon ta foi ».
Nous répétons constamment les paroles du centurion à la messe,
au moment de la communion, mais les disons-nous du fond du
cœur ? Croyons-nous qu’un seul mot de sa part peut nous guérir ?
Ou s’agit-il de mots que nous avons l’habitude de dire sans rien pour
les supporter ? Dieu-bonté peut guérir les maladies de notre cœur
si nous avons la foi du centurion, et si nous sommes pleinement
convaincus qu’il peut le réaliser par une simple parole de son Fils
qui est aussi sa parole.
Mais parfois Jésus interroge ceux demandant une guérison s’ils ont
foi pour la recevoir. C’est ce qui arrive avec deux aveugles qui hurlent
à pleins poumons : « Aie pitié de nous, Fils de David ». Ils continuent
à rentrer chez eux et ces derniers les suivent sans se décourager. Et
arrivant chez eux, le Maître leur demanda : « Croyez-vous que je
puisse faire cela ? » Ils répondent : « Oui, Seigneur ». Et alors Jésus
réalise une action qui n’apparaît guère dans les évangiles, seulement
en quelques occasions. Que fait Jésus ? Il leur touche les yeux et dit :
« Qu’il vous soit fait selon votre foi ». Cela se réalisera, mais selon
leur foi. Voyons à nouveau comment la foi apparaît. Nous avons vu
la foi que le Seigneur remarque dans une personne sans que celle-ci
ne dise mot ; la foi de ceux qui lui demandent quelque chose mais
sans essayer de le faire entrer chez eux ; la foi que doivent manifes-
ter ceux qui vont être guéris. Toujours la foi.
Aussi une personne ayant la foi mais qui est convaincue qu’il n’est
pas nécessaire de le dire au Maître, réalise en cela une action mer-
veilleuse. Elle est malade. Elle a vu de nombreux médecins. Et a dé-
268 Miguel Ángel Asiain

pensé tout ce qu’elle avait, toutes ses économies. Mais elle connaît
la bonté de Jésus. Elle sait le bien qu’il fait à de nombreuses per-
sonnes qui ont besoin de lui. Elle n’ose pas aller le voir. Elle ne veut
pas le déranger. Elle est convaincue qu’il suffit de toucher son vête-
ment pour qu’elle soit guérie. Alors, en cachette, pendant que Jésus
avance entouré d’une grande foule qui le presse, elle s’approche tant
bien que mal par derrière et touche son vêtement. Elle est convain-
cue que le simple fait de toucher son vêtement la guérira. Et elle le
touche. Et elle se sent tout de suite guérie. C’était vrai, la force du
Rabbin est immense. Mais Jésus remarque que de la force lui a été
quittée et demande qui l’a touché. Les disciples ne comprennent
pas et lui disent qu’il est écrasé par la foule, que tout le monde le
touche. Mais Jésus ne se contente pas de cette réponse. Alors la
femme réalisant ce qui se passe, s’avance et avoue ce qu’elle a fait.
Et c’est Jésus, avec la bonté d’un amour qui regarde avec affection
ceux qui lui font confiance, qui lui annonce qu’elle est guérie.
C’est ainsi que nous devons nous comporter. Sachant qu’en mainte-
nant notre cœur et notre confiance en lui, le simple fait d’être avec
lui, seul ou avec d’autres, peut nous guérir. Il suffit d’avoir confiance
et foi dans le fait qu’il est capable de tout, qu’il est bienveillant, qu’il
se donne à ceux qui l’aiment véritablement, même s’il est égale-
ment vrai qu’il aime chacun d’entre nous. Mais il œuvre de manière
particulière avec ceux qui, comme la femme de la foule, se com-
portent comme elle.
C’est cela le Dieu de bonté, le Dieu qui aime ses enfants, le Dieu
qui se donne à tous d’une manière inimaginable, le Dieu qui dans
et par son Fils Jésus se donne à ceux dont le cœur est ouvert à son
regard d’amour et de compassion. Oui notre Dieu est un Dieu de
bonté. Mais une bonté qui se répand sur nous tous, ses enfants,
quels qu’ils soient. Dieu ne fait aucune distinction, car pour lui tous
sont des enfants qu’il aime. Il ne distingue pas les hommes, comme
nous le faisons, selon leur origine sociale, culturelle ou religieuse.
Mettons-nous entre ses mains et marchons avec confiance dans nos
vies, il est toujours avec nous, ne nous quitte jamais, toujours prêt à
nous donner un coup de main. Mais qu’en est-il de nous ? Sommes-
nous comme les personnes que nous avons évoqué dans ces pages ?
Nous comportons-nous comme elles ? Avons-nous la même foi, la
même confiance et la même disponibilité dans nos cœurs ? Que
Qui est notre Dieu ? 269

notre Dieu-bonté nous donne tout ce dont nous avons besoin pour
nous comporter comme il le souhaite.

Examen
– Confiez-vous véritablement dans la bonté de Dieu ?
– Dans quels événements de votre vie découvrez-vous que
cette bonté s’est manifestée ?
– Entretenez-vous une relation de foi avec Dieu, abandon-
nant tout entre ses mains ?
– Lorsque quelque chose ne va pas ou se passe mal, avez-vous
la confiance nécessaire pour penser que Dieu ne vous a pas
abandonné mais qu’il est toujours avec vous dans l’adversité ?
– Répondez-vous au Dieu-bonté en étant bons avec les
autres, quel que soit leur comportement à votre égard ? Le
remerciez-vous pour toute la bonté qu’il vous a témoignée
tout au long de votre vie ?

Prière

Quand la mort sera vaincue


et que nous serons libres dans le royaume,
quand la nouvelle terre naîtra
dans la gloire d’un ciel nouveau,
quand nous aurons la joie
dans une compréhension claire
et que l’air sera lumière
pour les âmes et les corps,
alors, seulement alors, nous serons heureux.
Quand nous verrons face à face
ce que nous avons vu dans un miroir
et que nous saurons que la bonté
et la beauté sont en accord,
quand, en regardant ce que nous voulions,
nous le verrons de manière claire et parfaite
et saurons que cela doit durer,
sans passion, sans ennui,
alors, seulement alors, nous serons heureux.
270 Miguel Ángel Asiain

Lorsque nous vivrons en pleine


satisfaction des désirs,
quand le Roi nous aimera et nous regardera,
pour qu’à notre tour nous l’aimions,
et que nous pourrons lui parler
sans paroles, quand nous jouirons
de la compagnie heureuse
de ceux qu’ici nous étaient éloignés,
alors, seulement alors, nous serons heureux.
Quand un soupir de joie
nous remplira, sans cesse, la poitrine,
alors - toujours, toujours - alors
nous serons bien comme nous sommes.
Gloire à Dieu le Père, qui nous a créés,
Gloire à Dieu le Fils, qui est sa Parole,
Gloire à l’Esprit divin,
gloire sur terre et dans les cieux.
4º Dieu est pardon
Lorsque nous essayons de révéler qui est Dieu pour nous, alors que
personne ne l’a jamais connu, nous devons nous tourner vers Jésus,
en reprenant l’affirmation de Jean à la fin de son premier chapitre
dans laquelle il dit que le Fils nous l’a expliqué. Mais un doute peut
naître. Jean fait de la théologie ; son évangile a été écrit très tard.
Son affirmation sur le Fils ne serait-elle pas le fruit de sa théolo-
gie ? Et bien non ! Car on peut lire ce qui suit dans un autre récit :
« Toutes choses m’ont été données par mon Père, et personne ne
connaît le Fils, si ce n’est le Père ; personne non plus ne connaît le
Père, si ce n’est le Fils et celui à qui le Fils veut le révéler ». Ainsi le
dit Matthieu. Il est donc juste que nous nous tournions vers Jésus
lorsque nous nous interrogeons sur Dieu, car le Fils le connaît et le
révèle ; et il l’a révélé tout au long de sa vie par ses paroles et par son
comportement.
Par conséquent, en nous appuyant sur Jésus qui nous révèle le
Père, voyons comment Dieu est pardon. Le cas le plus frappant est
peut-être celui de Pierre lui-même. Jésus s’était montré particu-
lièrement fort quand ce dernier lui a dit qu’il le renierait, ce qu’il
n’a pas fait. Tous pouvaient le renier, mais pas lui. Pierre était un
homme d’une telle valeur ! Et en quelques heures, les paroles de
certains serviteurs du grand prêtre et de certains hommes qui se
chauffaient en attendant de voir ce qui allait arriver au prisonnier
ont suffi pour que Pierre renie son Maître. Il ne le connaît pas ! Non,
il ne le connaît pas. Et il le dira avec force : « Je ne connais pas cet
homme ». D’autant plus utilisant ce mot qui semble un peu mépri-
sant, « cet » homme. Luc dit que « Le Seigneur, s’étant retourné, re-
garda Pierre, et Pierre se souvint » des paroles que le Maître lui avait
dites lors du dernier repas, et « étant sorti, il pleura amèrement ».
272 Miguel Ángel Asiain

Voilà le péché de Pierre, d’autant plus grand qu’il était le disciple


qui avait été choisi par le Seigneur pour être le chef du groupe des
douze, d’autant plus grand que c’était le reniement de celui qui l’ai-
mait tel qu’il le lui avait manifesté en tant d’occasions et de celui
à qui il lui avait prédit ce qui allait arriver et qui avait affirmé avec
force que cela n’arriverait pas. Mais Jésus ne le rejette pas. Que fait-
il ? Il le regarde comme pour lui dire « qu’as-tu fait », et dans ce re-
gard réside le pardon qui fait pleurer Pierre amèrement. Et Pierre le
suivra de nouveau et d’une autre manière. Nous pourrions presque
dire que c’est une bonne chose qu’il soit revenu sur sa décision, si-
non étant donné le caractère de Pierre, comment se serait-il com-
porté après la résurrection ?
C’est pourquoi nous devons nous référer au récit de Jean après la
résurrection du Seigneur. Rappelons-nous les trois fois où il lui de-
mande s’il l’aime, et les trois fois où Pierre lui répond humblement
par l’affirmative, que le Seigneur sait tout, qu’il sait qu’il l’aime.
Mais Jean affirme que Pierre a souffert du fait d’être questionné à
trois reprises, mais c’est que par trois fois il l’avait renié. Jésus ne lui
a pas fait de reproches, il lui a pardonné et l’a même incité à profes-
ser son amour pour lui.
Et bien Dieu est ainsi. Dieu ne récrimine pas lorsque l’on pèche ou
fait du mal. Il pardonne, mais comme Pierre nous devons pleurer
amèrement, car nous avons offensé celui qui nous a démontré et a
eu tant d’amour pour nous. Nous devrons alors lui témoigner notre
amour, mais depuis l’humilité de celui qui sait ce qu’il a fait et le
mal qu’il a commis. Dieu est toujours pardon, Dieu aide toujours à
prendre le chemin de la repentance, Dieu, qui nous aime véritable-
ment, sera toujours à nos côtés dans ces moments là.
Mais il peut être offensé de bien des façons. Nous avons parlé de
Pierre, qu’en est-il des autres disciples ? Ils s’enfuient, laissant le
Maître seul. Il est vrai qu’il les avait déjà avertis de ce qui allait se
passer : « Si donc c’est moi que vous cherchez, laissez aller ceux-ci ».
Et les disciples fuient. Ils n’éprouvent pas pitié pour ce qui arrive
au Maître, lui qui les a tant aimés et qui les aime ; ils le quittent et
s’en vont, ils se cachent comme s’ils n’avaient rien à voir avec lui.
Ensuite, Jésus ressuscité ne leur fera aucun reproche, il ne leur de-
mandera pas pourquoi ils l’ont laissé seul, rien de cela. Il leur appa-
raîtra, il fera tout son possible pour leur faire croire, il les rassem-
Qui est notre Dieu ? 273

blera dans le cénacle et attendra une semaine qu’ils soient tous là,
même Thomas, puis quand ils seront tous présents, il leur donnera
ce qu’il a, il soufflera sur eux et leur dira : « Recevez le Saint-Esprit »,
l’Esprit de l’amour. Avec un grand don : « Ceux à qui vous pardon-
nerez les péchés, ils leur seront pardonnés ; et ceux à qui vous les
retiendrez, ils leur seront retenus ». Le pardon, encore. L’amour une
nouvelle fois, avec le grand don de l’Esprit et la possibilité de pou-
voir eux-mêmes pardonner les péchés.
Ainsi, quels que soient les péchés que nous ayons commis, nous de-
vons confier dans le pardon de Dieu. Il est pardon et ne peut agir
autrement qu’en pardonnant, car c’est ce qui naît de son cœur rem-
pli d’amour. Il oubliera notre passé de pécheur, il ne fera jamais ré-
férence à ce que nous avons fait, car il a tout pardonné si nous avons
véritablement pleuré amèrement. Mais examinons de plus près le
cas de Pierre, d’abord il y a eu le pardon, il a regardé Pierre quand il
l’a renié, et ensuite vint la repentance. Dieu pardonne avant même
que nous lui demandions pardon, c’est donc une raison de plus pour
devoir demander ce pardon qui naît de son regard, de son amour.
Nous nous repentons parce qu’il pardonne, cela semble une chose
très étrange mais en Dieu tout semble étrange. Il est ainsi. Il ne se
conforme pas à nos règles. Il dépasse ce que nous avons du mal à
comprendre. C’est notre Dieu, le Dieu du pardon.
Un autre cas merveilleux. Les évangiles disent qu’il avait chassé
sept démons de Marie-Madeleine. Une fois de plus, d’abord le par-
don. Jésus pardonne à cette femme. Et comment celle-ci œuvre-t-
elle ? Si cette Marie-Madeleine est la femme qui l’oint à Béthanie,
ce qui n’est pas mentionné, nous voyons le grand amour que cette
femme lui manifeste. Elle porte un flacon de parfum de grande va-
leur et le verse sur la tête de Jésus. Les disciples s’indignent, cela
leur semble être du gâchis. Jésus la défend. Elle l’oint en vue de
sa tombe. Les disciples n’auraient-ils pas dû être heureux de voir
l’amour que cette femme portait au Maître ? Jésus ne leur avait-il
pas montré beaucoup d’amour ? Que leur comportement est mes-
quin ! Le Maître ne méritait-il pas ce que cette femme a fait ? Et
s’il ne s’agit pas de la Marie-Madeleine, il s’agit donc de celle qui
se rend très tôt le matin du jour de la résurrection à la recherche
du corps du Seigneur pour l’oindre et en prendre soin. À nouveau
l’amour comme réponse au pardon. C’est toujours ainsi, ce n’est pas
274 Miguel Ángel Asiain

la repentance d’abord et le pardon ensuite ; mais le pardon d’abord


et de là naît la repentance. Une chose qui est difficile à comprendre
pour nous et à laquelle nous devons réfléchir à de nombreuses re-
prises. Nous devons nous demander si l’origine de notre demande
de pardon n’est pas la conséquence de l’amour de Jésus qui nous a
déjà pardonné. Rappelons que les confessionnaux étaient dans les
églises avant notre naissance. Ce qui revient à dire que le pardon
était déjà là avant notre péché.
Mais si Dieu se comporte de cette façon avec nous, nous devons
nous comporter de la même façon avec les autres. Et c’est ce que
Jésus nous enseigne. Il n’accepte pas la vengeance, mais demande
le pardon. Si quelqu’un vous a offensé, ne vous vengez pas, mais of-
frez-lui plutôt votre pardon. Rappelons-nous les paroles que Jésus
adresse aux siens : « Vous avez appris qu’il a été dit : «Oeil pour oeil,
et dent pour dent». Mais moi, je vous dis : Ne résistez point au mal.
Au contraire, si quelqu’un te frappe à ta joue droite, présente-lui
aussi l’autre.... ». C’est la manière dont il veut que nous nous com-
portions. Nous devons également imiter le Père en accordant le par-
don à ceux qui nous ont offensés, comme le Père nous l’a accordé
quand nous l’avons offensé.
Dieu ne fait pas cas des personnes, il ne se comporte pas d’une cer-
taine manière avec les bons et d’une autre avec les mauvais. Ce qu’il
donne, il le donne pour tous, car tous sont ses enfants envers lesquels
il est toujours bon. Et c’est encore Jésus qui nous donne en exemple
son Père pour que nous nous comportions de la même manière : «
Vous avez appris qu’il a été dit : «Tu aimeras ton prochain»... et tu haï-
ras ton ennemi. Mais moi, je vous dis : «Aimez vos ennemis» et priez
pour ceux qui vous persécutent, afin que vous soyez fils de votre Père
qui est dans les cieux, car il fait lever son soleil sur les méchants et
sur les bons, et il fait pleuvoir sur les justes et sur les injustes ». Nous
voyons ici comment le Père céleste, le Dieu du pardon, ne fait pas cas
des personnes mais traite de la même manière les amis et les enne-
mis, les justes et les injustes. Dieu ne traite pas différemment une per-
sonne d’une autre, tous sont pour lui des enfants bien-aimés. C’est
pourquoi, s’il ne pardonnait pas aux mauvais et aux injustes, il ne leur
enverrait pas le soleil et la pluie. C’est une formule de Jésus pour ex-
pliquer que le Père ne s’oppose pas à ceux qui peuvent mal agir, car il
nous aime tous. Il pardonne à tout le monde et nous aime tous.
Qui est notre Dieu ? 275

C’est ce qu’il nous adresse. Nous devons pardonner à tous, sans dis-
tinguer les personnes. Il est vrai que nous pouvons avoir des amis et
d’autres qui ne le sont pas, mais cela ne fait pas de ces derniers nos
ennemis. C’est pourquoi nous devons être bons envers eux, envers
tout le monde. Le Dieu du pardon nous apprend à pardonner ; le
Dieu qui traite tout le monde de manière égale nous encourage à
également traiter tout le monde de manière égale. Même s’ils nous
ont offensés ou nous ont fait du mal.
C’est pourquoi le Seigneur nous dira dans un autre passage de ne
pas juger, car nous serons jugés comme nous jugeons les autres.
Si nous voulons que Dieu nous pardonne, nous devons pardonner
nous-mêmes. Si nous voulons que Dieu continue à nous regarder
avec amour, nous devons aimer les autres. Ceci est très important,
nous serons jugés comme nous jugeons les autres.
Ce pardon de Dieu se manifeste également dans le fait que Jésus
appelle non seulement les bons à le suivre, mais aussi ceux qu’il
aime, quels qu’ils soient. Nous le voyons dans la vocation de Lévi.
Il était percepteur d’impôts, un pécheur pour son temps. Il est assis
au comptoir des impôts, et Jésus s’adresse à lui de manière simple,
comme il l’a fait avec Pierre et les premiers disciples qui étaient des
gens simples, ordinaires et bons. Il lui dit : « Suis-moi ». Peu importe
qu’il soit considéré comme pécheur, peu importe la profession qu’il
exerce, le Maître n’en tient pas compte, il appelle qui il veut. Et Lévi
se lève et le suit.
Cela nous enseigne que nous ne devons pas mépriser les personnes
que nous pensons être des pécheurs. D’abord parce que nous le
sommes également, et ensuite car qui connaît le cœur des per-
sonnes ? Dieu seul, et il œuvre selon sa volonté.
En diverses occasions le Maître pardonne directement les péchés
des personnes qui viennent à lui ou qu’il rencontre. Rappelons-nous
le cas du paralytique que l’on avait laissé glisser dans la maison par
le toit. Que dit Jésus ? « Mon enfant, tes péchés sont pardonnés »,
juste comme cela. Le Maître connaît sans doute la foi de cette per-
sonne et de ceux qui l’accompagnent, ces derniers l’ont seulement
amené pour qu’il guérisse son corps, et Jésus fait beaucoup plus, il
guérit son esprit, il lui pardonne ses péchés. Et pourquoi cela ? Le
Maître le dira en une autre occasion, lorsqu’il est accusé de manger
276 Miguel Ángel Asiain

avec des pécheurs et des gens de mauvaise vie, et qu’il répond : «


Ce ne sont pas ceux qui se portent bien qui ont besoin de médecin,
mais les malades. Je ne suis pas venu appeler à la repentance des
justes, mais des pécheurs ». C’est pourquoi Jésus est venu, pour-
quoi le Père l’a envoyé dans ce monde, pour appeler les pécheurs,
c’est-à-dire pour leur pardonner, pour être avec eux, pour appor-
ter de l’espoir dans leur vie. Souvent eux-mêmes ne le savent pas,
mais Jésus le sait. C’est pourquoi le Père l’a envoyé, pour pardonner
les péchés. Il mourra même pour le pardon des péchés du monde.
C’est une chose qui nous dépasse. Nous pouvons voir l’amour de
Dieu, sa manière d’être en envoyant au monde rien de moins que
son Fils pour pardonner les péchés, pour mourir en rémission des
péchés de tous les hommes. N’est-ce pas cela un Dieu de pardon ?
Qui d’autre aurait fait une telle chose ? Ce Dieu n’est-il pas un Dieu
incompréhensible par la folie de son amour ? Nous ne le compren-
drons pas, Dieu ne pourra jamais être compris, ce que nous devons
faire, c’est simplement et uniquement l’accepter. Et agir tel que lui
le fait. Nous devons pardonner si nous avons été offensés ; nous de-
vons être bons même envers ceux qui ont été mauvais avec nous.
La façon dont nous devons nous comporter apparaît merveilleuse-
ment bien dans l’adresse de Jésus à un pharisien qui le juge en son
cœur car il se laisse toucher par une pécheresse. Et le Maître pose
alors une question à Simon, sur un créancier qui pardonne à deux
personnes, l’une qui lui doit peu et l’autre qui lui doit beaucoup.
Et il dit : « Qui lui sera la plus reconnaissante ? ». Simon lui répond
celle à qu’il a rendu le plus, ce qui est juste. Et cette réponse aide Jé-
sus à défendre la pécheresse pour tout ce qu’elle vient de faire pour
lui, ce que Simon n’a pas fait. Là encore se trouve le pardon de Jé-
sus. Peu lui importe qu’une pécheresse touche ses pieds, qu’elle les
lui sèche avec ses cheveux, qu’elle lui verse un flacon de parfum sur
la tête. Jésus ne juge pas la pécheresse, il lui pardonne, et la péche-
resse lui donne beaucoup d’amour en retour car elle se sent pardon-
née. C’est ainsi qu’il faut se comporter, il faut pardonner sans juger,
il ne faut pas prêter attention aux « on dit » envers une personne
accusée d’être pécheur ou d’avoir un mauvais comportement. Bien
entendu nous devons empêcher une personne de faire du mal à
d’autres, mais nous devons accepter les gens tels qu’ils sont, en les
aidant à agir différemment.
Qui est notre Dieu ? 277

Enfin, il y a une parabole magnifique. Celle de l’homme à qui un dé-


biteur lui doit une grande somme d’argent, ce dernier doit le payer
mais n’a rien pour le rembourser. Il lui doit beaucoup. Alors, quand
l’homme dit de le mettre en prison jusqu’à ce qu’il lui ait tout payé,
le débiteur le supplie sincèrement d’attendre qu’il puisse le rem-
bourser. Compatissant, l’homme lui pardonne toute sa dette. Le dé-
biteur quitte alors son maître et rencontre une autre personne qui
lui doit très peu, et bien que cette personne lui adresse les mêmes
paroles, il ne l’écoute pas et le met en prison. Ses compagnons,
voyant un tel comportement, le rapportent au maître. Ce dernier
le fait appeler, le réprimande et lui dit qu’il aurait dû pardonner
comme lui l’avait fait, d’autant plus que la différence entre les deux
dettes étaient immenses.
Nous pouvons appliquer cela à notre vie, à notre comportement.
Le Dieu-pardon nous a tout pardonné dans la vie. Il a oublié ce que
nous lui devions. Il a fermé les yeux sur nos nombreux péchés. Il ne
nous a pas emprisonné jusqu’à que nous payions nos dettes, chose
que nous ne pouvons faire. Il a donc été si bienveillant qu’il nous
a tout pardonné. Comment agissons-nous avec les autres ? Avons-
nous tout pardonné dans la vie ? Y a-t-il encore de la rancune à pro-
pos de quelque chose qui nous est arrivé ? Ressentons-nous encore
de la rancœur pour ce qui nous a été fait autrefois ? Avons-nous
déjà été incapables de pardonner comme nous avons été pardonnés
? C’est une réalité à appliquer dans nos vies. Imitons le Dieu-par-
don, suivons les règles qu’il a suivies, essayons d’imiter dans notre
petitesse le grand don de notre Dieu : avoir été pardonné de tout et
pour toujours.

Examen
– Avez-vous pleinement confiance dans le pardon que Dieu
vous a accordé tout au long de votre vie ?
– Avez-vous remercié Dieu pour tout ce qu’il vous a donné,
le pardon, l’amour et la dévotion sans rien demander en
retour ?
– Vous êtes-vous complètement abandonnés à lui sans
craindre quoi que ce soit de votre passé ?
278 Miguel Ángel Asiain

– Essayez-vous de pardonner aux autres comme vous-


mêmes avez été pardonnés ?
– Gardez-vous une quelconque rancœur dans votre vie, qui
ne soit pas encore passée par le pardon ou l’oubli ?
– Avez-vous demandé pardon à ceux que vous avez pu of-
fenser et envers qui vous vous sentez encore redevable
d’amour ?

Prière

Ne m’émeus pas, mon Dieu, pour t’aimer


le ciel que tu m’as promis ;
Ni m’émeut l’enfer tellement craint
pour à cause de cela manquer de t’offenser.
Tu m’émeus, Seigneur, émeus moi à te voir
cloué sur cette croix et bafoué ;
que m’émeuve la vision de ton corps tant blessé ;
que m’émeuve ton opprobre et ta mort.
Que m’émeuve enfin ton amour, de telle sorte,
Même s’il n’y avait pas de ciel je t’aimerais,
Et même s’il n’y avait pas d’enfer je te craindrais.
Tu n’as pas besoin de me donner des choses pour que je t’aime ;
Parce que même ce que j’espère je ne l’espérerais pas,
De la même manière que je t’aime, je t’aimerais.
5º Dieu est proximité
Combien de personnes nient l’existence de Dieu ou, si elles l’ad-
mettent, pensent qu’il est dans le ciel empyréen, dans ses affaires,
sans se soucier des humains, que nous lui sommes indifférents
et qu’il n’a rien à voir avec nous ! Beaucoup d’autres disent que
Dieu n’existe pas, car s’il existait et était bon il ne permettrait pas
le mal dans le monde, il ne permettrait pas que se produisent tant
de choses horribles, il ne permettrait pas les catastrophes ou il ne
permettrait pas les maux que certains hommes infligent à d’autres.
Certains pensent que si Dieu existe, pourquoi a-t-il laissé mon petit
garçon mourir ? Si Dieu existe, pourquoi ai-je contracté cette mala-
die grave et mortelle ? Et nous pourrions continuer ainsi à énumérer
ce que tant de personnes donnent comme raison pour ne pas croire
en l’existence de Dieu ou d’un Dieu qui se soucie des hommes. Pour
ces personnes Dieu est lointain, il ne se préoccupe pas de nous, si
tenté qu’il existe.
Mais y a-t-il une plus grande proximité que celle que Dieu a eue
avec nous ? Il a envoyé son Fils dans le monde pour qu’il soit avec
nous, et ce Fils ne fait qu’un avec le Père. Il s’est tellement approché
qu’il s’est fait homme dans son Fils, qu’il l’a envoyé pour être l’un
des nôtres. Et nous voyons comment Jésus a mené une vie sem-
blable en tout point à la nôtre sauf pour le péché. N’est-ce pas là
la proximité de Dieu ? Que pouvait-il faire de plus ? Qui aurait pu
penser que Dieu puisse se comporter de cette façon ? Dans son Fils,
Dieu est avec nous, que voulons-nous de plus ? Que pouvions-nous
demander de plus ? Et ceux qui expliquent leurs malheurs et leurs
douleurs par un Dieu trop lointain, comment peuvent-ils expliquer
que Dieu ait emmené son propre Fils sur la croix ? Dieu n’a-t-il pas
souffert en son Fils ? Dieu n’a-t-il pas été touché en son Fils ? N’est-
280 Miguel Ángel Asiain

il pas arrivé des choses impensables à Dieu dans son Fils ? Non, il
n’est pas juste de dire que notre Dieu est lointain, Dieu est égale-
ment proximité. La plus grande proximité qui soit est précisément
celle de devenir un homme, un homme de plus comme nous tous.
Nous trouvons en Jésus la proximité du Père. Il est donc juste de dire
que Dieu est proche de l’homme dans tous les événements de sa vie,
puisqu’il a lui-même souffert comme les hommes. Et durant sa vie
Jésus s’est approché de toutes sortes d’hommes, de toutes sortes de
malheureux, de tous ceux qui souffraient. Ce sont les évangiles qui
nous le disent, comme nous allons le voir dans quelques exemples,
mais pour cela il suffirait de lire ce que les évangélistes ont écrit.
Jésus s’est approché des lépreux. Des hommes qui à cette époque
devaient être séparés des autres, et qui s’ils voyaient quelqu’un
s’approcher d’eux devaient crier pour l’éloigner. Et bien Jésus s’est
approché d’eux, il n’eut pas peur de leur maladie. Et il les guérit. «
Seigneur, si tu le veux, tu peux me rendre pur ». Va, sois pur. Il ne
se détourne pas des lépreux, il leur apporte le plus de bien possible,
il répond à leurs demandes, il ne se détourne pas comme les autres
Juifs. En cela réside la proximité de Dieu avec les malheureux.
Personne n’est étranger à Dieu, personne ne lui est éloigné. Il est
vrai qu’il existe un Peuple élu, qu’il a pris soin d’eux, qui leur a en-
seigné petit à petit, mais quand la plénitude des temps est venue,
ce Peuple s’est agrandi car les Juifs ont été rejoints par les bons, à
la grâce immense de Dieu. Il aimait tout le monde, il n’était éloigné
de personne. Et Jésus lui-même le montre. Un jour, un centurion
qui n’était pas du peuple juif s’approche de lui. Jésus ne le rejette
pas. Il l’écoute. Que voulait-il ? Il avait un serviteur malade, très ma-
lade, et lui a demandé de le soigner. Le Maître ne lui dit pas qu’il est
venu seulement pour les enfants d’Israël ; il sait qu’il est venu pour
tous et que le temps viendra où cela se manifestera. Peut-être que
ce qu’il réalisa peut présager de cet avenir. Et il lui dit simplement
qu’il va le guérir. Et voici que l’étranger montre plus de confiance
en Jésus que les Israélites eux-mêmes : il n’est pas nécessaire qu’il
rentre chez lui, il n’en est pas digne, s’il dit un mot il sera guéri, s’il
le veut ce sera suffisant. Voici comment Jésus est également proche
de cet étranger.
Qu’est-ce que cela nous enseigne ? D’une part, que Dieu est proche
de chaque personne, qu’elle appartienne au nouveau Peuple de Dieu
Qui est notre Dieu ? 281

débuté avec Jésus, ou qu’elle appartienne à un autre peuple car elle


ne connaît pas celui de Jésus. Dieu sera proche de tous et s’occupe-
ra de tous. Sommes-nous comme cela ? Ne déconsidérons-nous pas
que ceux qui n’appartiennent pas à notre Peuple ? Qu’avons-nous
fait du Peuple né du côté du Christ ? Comme le monde serait meil-
leur si nous, les chrétiens, nous comportions véritablement comme
Jésus avec ceux qui ne sont pas de notre Peuple ! Nous devons être
proches de tout le monde, et ainsi me vient à l’esprit Mère Teresa de
Calcutta. Elle s’est donnée à tous, a accueilli tout le monde, sans se
soucier de la religion à laquelle ils appartenaient. Seulement le fait
de voir la détresse la faisait se rapprocher de ceux dans le besoin,
comme Jésus l’a fait. Cette religieuse nous enseigne à tous énormé-
ment de choses : être proche de ceux qui ne sont pas protégés, de
ceux dont personne ne veut, de ceux que personne n’approche.
Aussi Jésus décide de qu’il souhaite s’approcher. Nous pouvons
le voir avec les disciples. Ce ne sont pas eux qui l’ont choisi, c’est
lui qui les a choisis entre tous par pur amour, par pur désir de son
cœur. Et il vivra avec eux. Il les accompagnera jour et nuit, ils seront
ses compagnons de route. Leurs profils étaient très divers, chacun
était différent de son compagnon. Aussi à la fin de la vie du Sei-
gneur, ils se montreront différents dans leurs comportements en-
vers le Maître. Mais cela n’entre pas en considération pour lui, il va
simplement être avec eux, avec tout le monde. Ils vont voir à quoi
ressemble sa vie : Venez et voyez. Et effectivement ils ont suivi la
vie du Maître et ont été avec lui jusqu’à la fin, bien que nous sachons
que ce n’est pas la véritable fin. La fin étant lorsqu’il les a de nou-
veau réunis et les a approchés sans reproche pour le comportement
qu’ils avaient eu envers lui dans les derniers moments de sa vie. Il
garde le silence, il aime et reste avec eux.
Un jour il entra dans la maison de la belle-mère de Pierre et il s’ap-
procha d’elle sachant qu’elle était malade. Il l’a simplement prise
par la main et sa fièvre s’en alla. C’était une amie, la belle-mère
de son disciple bien-aimé, et il s’est rendu à son chevet dès qu’il a
compris qu’elle était dans le besoin. C’est ainsi que nous pouvons
nous rapprocher des autres, il suffit de voir lorsqu’ils sont dans la
nécessité. Dieu est toujours proche de ceux qui sont dans le besoin.
Nous ne pouvons pas dire le contraire lorsque nous observons qu’à
travers son Fils il se comporte ainsi.
282 Miguel Ángel Asiain

Et s’ils étaient hantés ou possédés ? Et bien Jésus vient à eux éga-


lement. Cela s’est produit une fois près d’un cimetière. Il y a là des
gens possédés et personne n’osait passer par là. Mais Jésus n’a pas
peur. Il est là pour tous. Et c’est sans crainte qu’il passe par ce lieu.
À ce moment-là ils lui crient : « Qui t’amène par ici, Fils de Dieu ?
Es-tu venu ici pour nous tourmenter avant notre heure ? » C’est une
invitation à s’en aller, comme s’il fallait s’éloigner d’eux, c’est ce que
nous nous ferions, mais pas le Maître. Il est aussi venu pour eux. Il
va ici réaliser quelque chose qui attirera l’attention, il va permettre
aux démons de sortir de l’homme pour entrer dans un troupeau de
porcs qui vont ensuite se jeter d’une falaise. Marc raconte la même
histoire avec le possédé de Gerasa. Il vivait entre les tombes possé-
dé par un esprit mauvais. Il est puissant au point qu’on le gardait at-
taché avec des chaînes et avec des fers aux pieds, mais il rompait ses
liens, il s’était débarrassé de tout. D’après ce qu’il dit au Maître son
nom est « légion », car de nombreux démons sont entrés en lui. Et il
se passe la même chose que pour les autres personnes possédées. Il
fait sortir le démon de la personne et cette dernière est alors guérie.
Ou s’il rencontre un paralytique, Jésus ne laisse pas passer l’occa-
sion. Un homme dans le besoin l’approche. Il voit la foi qu’il a en
lui et lui dit : « Courage, mon fils, tes péchés sont pardonnés ». Une
fois de plus avec une personne dans le besoin. Et il ne se contente
pas de guérir la maladie, mais pardonne aussi les péchés. Quelle
plus grande proximité avec Jésus que celle-ci ? Qui peut dire que
Dieu n’est pas proche de l’homme, sans exception, et en particu-
lier des nécessiteux ? Il est vrai qu’à notre époque il ne manifestera
généralement pas sa proximité de cette manière, mais cela ne l’em-
pêche pas d’être proche des nécessiteux, de ceux qui souffrent, de
ceux qui n’en peuvent plus, de ceux soumis à de fortes tentations.
Parfois il les approchera par l’intermédiaire d’une personne qui les
aidera, parfois il les inspirera intérieurement, parfois il leur don-
nera la force de résister à ce qu’ils traversent, comment pourrais-je
connaître toutes les manières avec lesquelles Dieu approche les né-
cessiteux ! Mais nous ne pouvons douter qu’il est proche d’eux.
Et n’est-il pas proche des aveugles quand ils s’approchent de lui
et lui demandent humblement de l’aide, le supplient d’avoir de la
compassion pour eux ? Le Maître va leur demander s’ils ont foi en
ce qu’ils lui demandent de réaliser. Et ils lui confessent de tout leur
Qui est notre Dieu ? 283

cœur que oui, ils croient. Jésus s’approche d’eux, touche leurs yeux,
et le miracle se produit, ils voient selon leur foi. Le Maître ne se dé-
tourne jamais de ceux qui sont dans le besoin, il s’approche toujours
d’eux. C’est pourquoi le Père l’avait envoyé, et sa proximité avec les
nécessiteux est la proximité de Dieu lui-même. De même avec cette
Cananéenne qui poursuit le Maître et ses disciples en priant pour sa
fille. Même les disciples sont fatigués de l’entendre constamment.
Alors il se tourne vers elle et lui dit quelque chose qui pourrait la
faire fuir si elle n’avait pas une totale confiance en lui. Il n’est pas
bien de prendre le pain des enfants, et de le jeter aux chiens, lui est
venu pour les enfants d’Israël. Toute personne à ces mots serait par-
tie découragée et se serait sûrement retournée contre celui qui a eu
ces mots. Mais la femme répond d’une manière qui gagne le cœur
du Maître : c’est ainsi qu’il se dit, mais les petits chiens mangent
les miettes qui tombent de la table de leurs maîtres. Et Jésus est
conquis. Il ne se détourne pas de la femme, et il lui accorde ce qu’elle
demande. C’est ainsi que nous devons agir, demander avec insis-
tance, constamment, sans nous décourager, sachant que le Maître
écoute et voit ce qu’il y a dans notre cœur. Après cela qui peut encore
dire qu’il est éloigné des hommes ? Qui peut affirmer que Dieu n’est
pas proximité d’amour, de salut, et de tout le reste à travers son Fils
qu’il a justement envoyé pour le représenter devant les hommes ?
Cette proximité de Jésus avec les nécessiteux est immense, c’est
une proximité avec tous. Et les évangélistes résument parfois en
quelques mots les nombreux cas de personnes qui ont fait appel au
Seigneur, et l’on voit ainsi le bien qu’il leur fait, il ne s’en va pas, il
s’approche d’eux. Par exemple Matthieu raconte ce qui suit : « Alors
s’approcha de lui une grande foule, ayant avec elle des boiteux, des
aveugles, des muets, des estropiés, et beaucoup d’autres malades.
On les mit à ses pieds, et il les guérit. La foule était dans l’admira-
tion de voir que les muets parlaient, que les estropiés étaient guéris,
que les boiteux marchaient, que les aveugles voyaient, et elle glori-
fiait le Dieu d’Israël ». Nous voyons ici un Jésus proche de tous ceux
qui viennent à lui ; il ne s’en va pas, ne se cache pas, ne se détourne
pas, ne dit pas qu’il est fatigué, qu’ils le laissent tranquille. Non, il
est venu pour être proche de tous ceux qui ont besoin de lui et aussi
de ceux qui semblent ne pas en avoir besoin. Ainsi est le Dieu-proxi-
mité. Et Jésus s’approchera aussi des scribes, des Sadducéens, des
Pharisiens, et de tous ceux qui le haïssent et qui vont l’emmener sur
284 Miguel Ángel Asiain

la croix, il aura une parole de compassion pour tous, même s’il aura
également des paroles dures envers ceux qui se conduisent mal : il
les qualifiera « d’hypocrites » à de nombreuses reprises.
Un jour un père qui a un enfant épileptique s’approche. Cet homme
croit en Jésus jusqu’à s’agenouiller devant lui. Il lui raconte ce qui
arrive à son enfant épileptique et conte tous ses symptômes de l’épi-
lepsie qu’il présente. Alors Jésus demanda qu’on lui amène l’enfant
et ordonna au démon d’en sortir. Et l’enfant fut guéri instantané-
ment. Les disciples lui demandèrent pourquoi eux n’avaient pas
réussi à le chasser et il leur répondit : « C’est à cause de votre in-
crédulité ». Jésus est là pour tous, quelle que soit la maladie dont
ils souffrent. Il s’approche de tous, a de la compassion pour tous,
donne à chacun ce dont il a besoin, il était celui en qui se manifes-
tait le Dieu-proximité, le Dieu qui l’avait envoyé pour être avec ceux
qui étaient dans le besoin, avec ceux qui lui demandaient de l’aide,
quels qu’ils soient. Ils étaient tous ses enfants, et le Père-proximité
les aimait et voulait que son Fils les aide, qu’il ne s’éloigne d’aucun
d’entre eux, pour cette raison il l’avait envoyé dans le monde.
Et il y a un passage que nous nous devons de raconter comme les
évangélistes l’ont écrit, en l’occurrence Matthieu, qui est d’une im-
mense délicatesse et dans lequel nous voyons que Jésus est là pour
tous, mais que son cœur est avec les plus jeunes, avec les plus fra-
giles, avec ceux auxquels les autres, et plus encore en ces temps-là,
ne prêtent aucune attention. Ce sont les enfants.
Matthieu raconte : « Alors on lui amena des petits enfants, afin qu’il
leur imposât les mains et priât pour eux. Mais les disciples les re-
poussèrent. Et Jésus dit : «Laissez les petits enfants, et ne les em-
pêchez pas de venir à moi ; car le royaume des cieux est pour ceux
qui leur ressemblent». Il leur imposa les mains, et il partit de là ».
Y a-t-il plus beau texte que celui-ci, où nous voyons la proximité de
Jésus avec ceux que personne ne considérait, que tous mettaient à
part, qui ne signifiaient absolument rien dans ce monde ?
Par opposition, le traître, Judas l’Iscariote, me vient à l’esprit. Il
avait été choisi comme les autres ; il avait accompagné Jésus avec
les autres, il avait écouté leurs paroles, il avait reçu leur amour
et leur confiance en gardant le sac d’argent qu’ils avaient reçu, il
l’avait écouté et avait vu tant de miracles accomplis, pour au final :
Qui est notre Dieu ? 285

« Que voulez-vous me donner, et je vous le livrerai? ». Ces mots


nous font mal au cœur. Qu’a-t-il pu se passer ensuite dans le cœur
de cet homme ? Je me demande toujours ce qui s’est passé dans le
cœur de Judas quand il a réalisé le mal qu’il avait fait, et qu’il a jeté
l’argent reçu et est allé se pendre. N’avait-il pas confiance en Jésus
dont il avait vu qu’il était la confiance absolue ? Je n’ai pas de mots,
je pense simplement que lui aussi est entré dans le mystère de la
miséricorde de Dieu. Notre Dieu sait ce qui s’est passé et il sait où
il se trouve désormais. Béni soit notre Dieu-proximité. Ne nous dé-
tournons pas de Dieu, ne nous éloignons pas de lui, soyons toujours
avec lui, il est le Dieu-proximité qui ne nous laissera jamais seuls. Et
souvenons-nous de ce que Pierre dit si bien : « Déchargez-vous sur
lui de tous vos soucis, car lui-même prend soin de vous ».

Examen
– Vous sentez-vous proche de Dieu ?
– Le sentez-vous proche de vous ?
– Y a-t-il quelque chose qui vous a déjà éloigné de Dieu ?
Comment vous êtes-vous comporté ?
– Croyez-vous qu’il ne se détournera jamais de vous ?
– Êtes-vous proche des frères, surtout des plus démunis ?
– Les aidez-vous dans leurs nécessités, celles pour lesquelles
vous pouvez les aider ?
– Prenez-vous soin de ceux venant vous demander quelque
chose que vous êtes en capacité de leur donner ?
– Pour vos nécessités, vous adressez-vous avec confiance au
Dieu-proximité pour obtenir de l’aide en vous abandon-
nant à lui ?

Prière
Car ce monde est le chemin
vers l’autre, où est la demeure
sans tourments ;
mais il faut avoir du sens
pour accomplir ce voyage
sans errer.
286 Miguel Ángel Asiain

Nous partons quand nous naissons,


marchons tant que nous vivons,
et parvenons
au terme de notre temps ;
trouvant ainsi en mourant
le repos.
Agréable fut notre monde
si nous apprîmes à y vivre
comme il convient ;
puisque, selon notre foi,
c’est pour gagner celui
auquel nous aspirons.
Et même le Fils de Dieu,
pour nous élever dans les cieux,
est descendu
pour naître parmi les nôtres,
et vivre sur notre sol
où il mourut.
6º Dieu est enseignant

En envoyant son Fils dans le monde, le désir de Dieu le Père était qu’il
établisse le Royaume de Dieu. Le Père voulait un monde tel qu’il le
concevait, un monde de paix, de justice, de bien-être, dans lequel les
hommes se comporteraient bien les uns envers les autres et où il n’y
aurait ni disputes, ni guerres, ni oppositions, ni injustices. C’était le
monde qu’il voulait. Ceci était le Royaume de Dieu. Un monde pour
lequel avaient lutté les prophètes et ceux envoyés par Dieu, mais qui
n’avait pas été achevé. Les hommes n’ont pas compris le désir de Dieu
à travers ses envoyés, alors il décide d’envoyer son Fils pour qu’il puisse
enfin établir ce Royaume, ce monde différent, ce monde à son image.
Jésus commence alors à prêcher ce monde différent et nouveau,
qui s’apparente à une bonne nouvelle. Comment un monde fa-
çonné par la volonté de Dieu ne serait-il pas une bonne nouvelle ?
Mais il faut le faire comprendre à la population. Et comment le fait-
il ? Au moyen de paraboles. Qu’est-ce qu’une parabole ? Donnons
la définition de Léon Dufour : « Depuis l’Église primitive, une pa-
rabole est une histoire racontée par Jésus pour illustrer son ensei-
gnement. Les paraboles sont donc une invitation à prêter attention,
mais aussi un voile qui cache la profondeur du mystère à ceux qui
ne peuvent ou ne veulent pas le pénétrer complètement. Les évan-
gélistes, frappés par le durcissement de nombreux Juifs envers le
message du Christ, ont mis en avant ce fait montrant Jésus répon-
dant aux disciples par une citation d’Isaïe. Cependant, à côté de ces
paraboles liées à l’apocalypse, il en existe des plus explicites qui
portent sur des enseignements moraux accessibles à tous ».
De fait, après avoir raconté une parabole Jésus ajoute : « Que ce-
lui qui a des oreilles pour entendre entende. Les disciples lui de-
288 Miguel Ángel Asiain

mandèrent : Pourquoi leur parles-tu en paraboles ? Il leur répondit :


Parce qu’il vous a été donné de connaître les mystères du royaume
des cieux, et que cela ne leur a pas été donné. C’est pourquoi je leur
parle en paraboles, parce qu’en voyant ils ne voient point, et qu’en
entendant ils n’entendent ni ne comprennent ». (Ces derniers mots
sont tirés d’Isaïe et sont cités par tous les synoptiques, plus longue-
ment par certains que par d’autres).
Nous nous référons donc à ces histoires racontées par Jésus pour
illustrer ce qu’est le Royaume de Dieu, ce que le Dieu-professeur
voulait, qu’il a expliqué clairement aux disciples, et aux autres au
moyen de paraboles dont ils devaient approfondir le sens. C’est ain-
si qu’enseignait Jésus. Parfois, c’est lui-même qui enseigne le sens
des paraboles comme nous allons le voir maintenant dans certaines
d’entre elles, mais pour cela nous allons écouter ces mêmes mots
que Jésus a utilisés, afin qu’ils pénètrent plus profondément dans
notre cœur.
Une parabole présente dans tous les synoptiques est celle du se-
meur jetant des graines en terre, et qui tombent dans différents
champs. Qu’est-ce que Jésus veut enseigner ici ? Dans cet exemple,
il a lui-même expliqué le sens de la parabole. Nous le voyons dans
Matthieu : « Vous donc, écoutez la parabole du semeur : Lorsqu’un
homme écoute la parole du royaume et ne la comprend pas, le Ma-
lin vient et enlève ce qui a été semé dans son cœur : cet homme est
celui qui a reçu la semence le long du chemin. Celui qui a reçu la
semence dans les endroits pierreux, c’est celui qui entend la parole
et la reçoit aussitôt avec joie ; mais il n’a pas de racines en lui-même,
il manque de persistance, et, dès que survient une tribulation ou
une persécution à cause de la parole, il y trouve une occasion de
chute. Celui qui a reçu la semence parmi les épines, c’est celui qui
entend la parole, mais en qui les soucis du siècle et la séduction des
richesses étouffent cette parole, et la rendent infructueuse. Mais
celui qui a reçu la semence dans une bonne terre, c’est celui qui
écoute la parole, et qui la comprend; et porte du fruit, et produit,
l’un cent, l’autre soixante, et l’autre trente ».
Une autre parabole est celle de l’ivraie. Jésus l’a exposé ainsi : « Le
royaume des cieux est semblable à un homme qui a semé une bonne
semence dans son champ. Mais, pendant que les gens dormaient,
son ennemi vint, sema de l’ivraie parmi le blé, et s’en alla. Lorsque
Qui est notre Dieu ? 289

l’herbe eut poussé et donné du fruit, l’ivraie parut aussi. Les ser-
viteurs du maître de la maison vinrent lui dire : Seigneur, n’as-tu
pas semé une bonne semence dans ton champ ? D’où vient donc
qu’il y a de l’ivraie ? Il leur répondit : C’est un ennemi qui a fait cela.
Et les serviteurs lui dirent : Veux-tu que nous allions l’arracher ?
Il leur répondit : Non, de peur qu’en arrachant l’ivraie, vous ne déra-
ciniez en même temps le blé. Laissez croître ensemble l’un et l’autre
jusqu’à la moisson. Et, à l’époque de la moisson, je dirai aux mois-
sonneurs : Arrachez d’abord l’ivraie, et liez-la en gerbes pour la brû-
ler, mais amassez le blé dans mon grenier ».
Les disciples demandent au Seigneur d’expliquer la signification de
la parabole, ce que fait Jésus : « Celui qui sème la bonne semence,
c’est le Fils de l’homme ; le champ, c’est le monde ; la bonne se-
mence, ce sont les fils du Royaume ; l’ivraie, ce sont les fils du Ma-
lin ; l’ennemi qui l’a semée, c’est le diable ; la moisson, c’est la fin
du monde ; les moissonneurs, ce sont les anges. Or, comme on ar-
rache l’ivraie et qu’on la jette au feu, il en sera de même à la fin du
monde. Le Fils de l’homme enverra ses anges, qui arracheront de
son royaume tous les scandales et ceux qui commettent l’iniquité et
ils les jetteront dans la fournaise ardente, où il y aura des pleurs et
des grincements de dents. Alors les justes resplendiront comme le
soleil dans le royaume de leur Père ». C’est ainsi que Jésus a ensei-
gné ce que le royaume de Dieu devait être, c’est ce que le Dieu-en-
seignant lui a demandé d’enseigner aux hommes.
Il leur proposa une autre parabole : « Le royaume des cieux est sem-
blable à un grain de sénevé qu’un homme a pris et semé dans son
champ. C’est la plus petite de toutes les semences ; mais, quand il
a poussé, il est plus grand que les légumes et devient un arbre, de
sorte que les oiseaux du ciel viennent habiter dans ses branches ».
Le Seigneur n’explique pas cette dernière. Mais pour nous, cela
peut signifier que le royaume de Dieu est petit à son commence-
ment ; mais qu’au fil du temps, il grandira et des personnes de tous
horizons viendront pour entrer dans ce royaume. Et il en a été ainsi,
car le royaume de Dieu prêché par Jésus s’est consolidé et étendu
peu à peu jusqu’à aujourd’hui, et il continuera de croître tout au
long de l’histoire et ne prendra fin que lorsque le Seigneur viendra
et manifestera à la fin des temps la grandeur de l’arbre qui n’était
qu’une petite graine au commencement. Ainsi c’est à travers l’en-
290 Miguel Ángel Asiain

seignement de son Fils au moyen de paraboles que la volonté du


Dieu-enseignant s’accomplira.
Une autre parabole est celle du maître qui passe en revue les
comptes de ses serviteurs. L’un d’eux lui doit des millions, et comme
il ne peut payer il est décidé qu’il soit mis en prison, et ce malgré
l’appel à la patience de ce dernier et la promesse d’un rembourse-
ment prochain. Le Maître fait preuve de compassion et lui annule
sa dette, sans lui demander le moindre remboursement. Alors que
le serviteur quitte le maître, il rencontre un compagnon qui lui doit
de l’argent et lui demande de le payer. Cet autre débiteur lui répète
les mêmes paroles que le premier avait dites à son maître, mais il ne
l’écoute pas et l’envoie en prison. Leurs compagnons, voyant une
telle injustice, se rendent auprès du maître et lui racontent ce qui
s’est passé. Le maître l’envoie chercher et lui demande pourquoi il
ne s’est pas comporté envers son débiteur comme il s’était compor-
té envers lui, alors qu’il lui était redevable d’une somme beaucoup
plus importante. Et il l’envoie en prison jusqu’à ce qu’il rembourse
toute la somme.
C’est Jésus lui-même qui explique la parabole en quelques mots :
« C’est ainsi que mon Père céleste vous traitera, si chacun de vous
ne pardonne à son frère de tout son cœur ». C’est ce que Jésus nous
enseigne, malgré le fait que nous soyons et avons été de grands pé-
cheurs, lorsque nous nous sommes rendus auprès de notre Dieu
pour lui demander pardon, il nous a simplement pardonné sans
rien demander en retour. C’est ce que le Dieu-enseignant enseigne
à travers Jésus. Mystère de son amour. C’est pourquoi nous de-
vons pardonner à ceux qui ont pu nous offenser, car leur offense
n’est rien comparée à celle que nous avons infligée à notre Dieu.
Le royaume de Dieu est le royaume de la justice et du pardon. Le
nouveau monde doit être fondé sur le pardon réciproque. Il s’agit
de la seule façon pour nous d’être en accord avec ce que Dieu veut,
avec le monde qu’il souhaite, avec ce qu’il nous enseigne à travers
son Fils.
En une autre occasion Dieu nous a dit, par l’intermédiaire de Jésus,
comment il voulait que soit son royaume. « Que vous en semble ?
Un homme avait deux fils. S’adressant au premier, il dit : «Mon en-
fant, va travailler aujourd’hui dans ma vigne». Il répondit : « Je ne
veux pas ! », mais il se repentit, et y alla. S’adressant à l’autre, il dit
Qui est notre Dieu ? 291

la même chose. Et ce fils répondit : «Je veux bien, seigneur», mais


il n’y alla pas. Lequel des deux a fait la volonté du père? Ils répon-
dirent : «Le premier». Et Jésus leur dit : «Je vous le dis en vérité, les
publicains et les prostituées vous devanceront dans le royaume de
Dieu» ». Voici donc la signification de la parabole et comment le
Dieu-enseignant se complaît dans les pécheurs.
Ici aussi Jésus lui-même nous enseigne le sens de cette parabole. Il
faut prêter attention non pas aux mots, mais aux comportements. Il
est vrai que les prostituées se sont mal comportées, mais elles ont
fini par reconnaître ce qu’elles sont et se sont tournées vers Dieu, vers
Jésus. En revanche, ceux qui se croyaient bons et n’avaient besoin
de rien ne se sont pas rendus auprès du Maître. Nous devons faire at-
tention au cours de notre vie à ne pas prononcer des mots, peut-être
dans un moment de joie, ou pour être bien vu ou pour toute autre
raison, et ne pas réaliser par la suite ce que nous avons dit. Ce n’est
pas ce que le Père céleste veut. Cela n’est pas conforme au désir de
Jésus qui exprime la volonté de son Père. C’est pourquoi, à la fin de
notre vie, nous serons évalués dans l’amour. Car les comportements
sont amour, alors que les mots ne font souvent que nous tromper en
nous faisant croire que nous œuvrons déjà correctement.
Une autre parabole, celle des mauvais vignerons, donne un bref ré-
sumé qui concerne également le salut. Un homme qui planta une
vigne et après en avoir pris scrupuleusement soin la loua à des vi-
gnerons. Lorsque le temps de la récolte fut arrivé il envoya ses ser-
viteurs pour recevoir le produit de sa vigne. Mais les vignerons,
s’étant saisis de ses serviteurs, battirent l’un, tuèrent l’autre, et lapi-
dèrent le troisième. Alors le maître envoya vers eux son fils, pensant
qu’ils auront du respect pour lui et qu’il obtiendra ainsi le produit
de sa vigne. Mais, quand les vignerons virent le fils, ils dirent entre
eux : « Voici l’héritier ; venez, tuons-le, et emparons-nous de son
héritage ». Jésus demande : lorsque le maître de la vigne viendra,
que fera-t-il à ces vignerons? Et ils lui répondirent qu’il fera périr
misérablement ces mauvaises personnes. Et voici que le Seigneur
explique à nouveau la parabole en ces termes : « C’est pourquoi, je
vous le dis, le royaume de Dieu vous sera enlevé, et sera donné à une
nation qui en rendra les fruits... Après avoir entendu ses paraboles,
les principaux prêtres et les pharisiens comprirent que c’était d’eux
qu’il parlait ». C’est l’histoire du Peuple de Dieu : le Père a envoyé les
292 Miguel Ángel Asiain

prophètes, mais il leur a été fait ce que raconte la parabole, alors il


envoie son Fils, qu’ils finissent par mener jusqu’à la mort. Mais s’an-
nonce un nouveau peuple à qui la vigne sera donnée, et qui produi-
ra les fruits qu’elle est censée produire. Jésus annonce déjà l’avè-
nement d’un nouveau peuple, celui des bons qui se comporteront
différemment. C’est ainsi que le Dieu-enseignant nous enseigne à
travers la parabole de Jésus ce qui arrivera aux maîtres actuels de la
vigne et ce qui se passera ensuite lorsque les bons arriveront.
Mais nous devons nous demander, réalisons-nous véritablement
la prophétie de Jésus selon laquelle ceux qui arrivent porteront
les fruits de la vigne ? Portons-nous des fruits d’amour, de paix, de
joie, de bonne conduite ? Une fois de plus Dieu est un enseignant
qui, par son Fils Jésus, nous apprend ce que doit être le royaume de
Dieu et comment nous devons vivre dans ce royaume pour ne pas
en être chassés.
Dans un autre passage Jésus raconte une parabole magnifique, que
nous connaissons tous sous le nom de « fils prodigue » ou du « bon
père ». Nous connaissons bien les trois personnages qui y figurent,
le père, le fils aîné et son frère le fils cadet. Il est toujours utile de
la rappeler. Dans celle-ci Jésus nous explique qui est le Père et qui
nous sommes. Et puisqu’il a dit que ses paroles ne sont pas siennes
mais celles du Père, c’est le Dieu-enseignant qui nous enseigne à
travers cette parabole comment nous devons nous comporter et
comment Dieu se comporte avec nous. Dieu se fait enseignant dans
son Fils en expliquant très clairement les représentations de ces
trois personnages de la parabole. Le fils cadet nous représente, car
chacun d’entre nous s’est mal comporté envers Dieu. Nous nous
sommes détournés de lui, nous l’avons offensé. Chacun sait com-
ment il s’est comporté au cours de sa vie et qu’il s’agit donc d’une
réalité. Nous avons profité de lui, en faisant de son amour, qu’il ne
cesse de nous donner, un mode de vie qui ne lui ressemble pas, qui
l’offense. Nous devons nous reconnaître dans ce fils. Le fils aîné re-
présente également chacun d’entre nous. Car nous l’avons offensé
en se comportant mal envers d’autres personnes qui étaient nos
frères. Nous ne les avons pas aimés, parfois nous leur avons fait du
tort, nous les avons critiqués, nous les avons jugés pour ce qu’ils ont
fait sans nous rendre compte que nous aussi, en tant que fils aînés,
avons mal agi. Voyons le comportement de chacun. Le fils cadet re-
Qui est notre Dieu ? 293

connaît qu’il a mal agi et propose de retourner chez son père. Et il


revient. Et quelle fête il trouve dans la maison du Père ! Le meilleur
du meilleur pour lui. Alors le fils aîné arrive et se sent offensé par
son père. Car ce dernier ne s’est pas comporté de la même manière
envers lui qu’avec le fils cadet. Il lui jette au visage le fait qu’il n’a
pas reçu tout ce qu’il a donné à ce fils cadet. Il fait preuve d’un mau-
vais comportement et d’ingratitude, sans comprendre qu’être avec
le Père était la plus grande grâce qu’il pouvait avoir. Et il ne tient
pas compte du fait que le plus jeune est aussi son frère. Et entre les
deux fils, le père. Quel père ! Aimant d’un amour immense ses deux
enfants, chacun selon la situation dans laquelle il se trouve. Il orga-
nise une fête pour le fils retrouvé et dit au fils aîné que tout ce qui
appartient à l’un appartient à l’autre. Nous ne savons pas si ce fils
est rentré ou non à la maison, comme le père le demandait.
Grâce à cette magnifique parabole nous comprenons ce que nous
sommes et ce qu’est notre Dieu. Il nous l’a enseigné à travers Jésus.
Avoir un père comme Dieu est la plus grande grâce qui puisse nous
toucher. Nous devons reconnaître qu’au cours de notre vie nous
avons été le fils cadet. Et ne pas oublier les nombreuses fois où nous
avons été le fils aîné, tout en étant en même temps le fils cadet. Quel
grand enseignement de Jésus, nous devons lui rendre grâce de nous
avoir conté cette parabole pour nous expliquer à sa manière qui est
le Père et ce que nous, pauvres humains, sommes. Une fois de plus,
Dieu le Père, le Dieu-enseignant, nous enseigne ainsi ce qu’il est, ce
que notre vie devrait être et ce que nous sommes.
Une autre parabole racontée par Jésus est celle du riche insensé. Il
obtient une récolte plus abondante que jamais auparavant ; ses gre-
niers ne sont pas assez grands alors il pense à en construire d’autres
et à mener la grande vie par la suite. Mais Dieu lui dit : « Insensé,
cette nuit même ton âme te sera redemandée. Et les choses que tu
as préparées, à qui seront-elles ? ». Et Jésus lui-même explique le
sens de la parabole avec ces mots : « Il en est ainsi de celui qui fait
de grands amas de biens pour soi-même, et qui n’est pas riche en
Dieu ».
Jésus a raconté d’autres paraboles. Nous en avons vu quelques-
unes et nous avons choisi celles que le Maître lui-même explique,
parfois longuement et d’autres fois de manière plus concise. Il était
nécessaire de l’écouter, car il sait ce qu’il a voulu dire à travers une
294 Miguel Ángel Asiain

parabole donnée. Il nous enseigne ce que le Dieu-enseignant sou-


haite nous dire. Le Père est l’enseignant qui à travers Jésus nous
enseigne ce que devrait être le Royaume de Dieu.
Enfin, référons-nous à une autre belle parabole dans laquelle Jésus
est protagoniste et où nous pouvons observer sa façon de se com-
porter avec nous. Le Seigneur dit : « Quel est l’homme d’entre vous,
qui, ayant cent brebis et en ayant perdu une, ne laisse les quatre-
vingt-dix-neuf au désert, et ne s’en aille après celle qui est perdue,
jusqu’à ce qu’il l’ait trouvée ? Lorsqu’il l’a retrouvée, il la met avec
joie sur ses épaules, et, de retour à la maison, il appelle ses amis et
ses voisins, et leur dit : «J’ai retrouvé ma brebis qui était perdue» ».
Et une fois de plus, Jésus explique cette parabole : « De même, je
vous le dis, il y aura plus de joie dans le ciel pour un seul pécheur
qui se repent, que pour quatre-vingt-dix-neuf justes qui n’ont pas
besoin de repentance ».
Voilà l’amour de Dieu, son comportement avec les pécheurs ; nous
voyons comment Jésus lui-même porte nos péchés, nos errances,
et nous ramène à la bergerie. Et quelle joie il éprouve d’avoir réussi
à faire rentrer la brebis égarée à la bergerie ! Et comme il est frap-
pant de constater qu’il y a plus de joie dans le ciel pour un seul pé-
cheur qui se repent que pour quatre-vingt-dix-neuf justes qui n’ont
pas besoin de repentance.
C’est donc ainsi que Dieu nous a enseigné ce qu’est son Royaume,
celui qu’il voulait établir, et nous voyons une fois de plus qu’il repose
sur les nécessiteux, les pauvres, et ceux que nous mépriserions. Il
est différent de nous. Rendons grâce pour les enseignements qu’il
nous a donnés par l’intermédiaire de son Fils et de ses paraboles.

Examen
– Que ressentez-vous lorsque vous écoutez les paraboles de
Jésus ?
– Faites l’effort de prendre les évangiles, de chercher les pa-
raboles et de les lire lentement. Vous comprendrez alors
ce qu’est le Royaume de Dieu et le règne qu’il a voulu ins-
taurer dans notre monde. Vous comprendrez ce qu’est le
Dieu-enseignant.
Qui est notre Dieu ? 295

– Essayez de vous situer dans chacune d’elles et imaginez


que ce soit vous qui écoutiez les paraboles de la bouche de
Jésus pour les appliquer à votre vie.
– Ne ressentez-vous pas un profond désir de lui rendre grâce
pour ce qu’il est ?

Prière

Ô vive flamme d’amour,


comme vous me blessez avec tendresse
dans le centre le plus profond de mon âme ;
puisque vous ne me causez plus de chagrin,
achevez votre œuvre, si vous le voulez bien ;
déchirez la toile qui s’oppose à notre douce rencontre.
Ô brûlure suave !
Ô plaie délicieuse !
Ô douce main ! Ô touche délicate !,
qui a la saveur de la vie éternelle
qui paye toute dette ;
qui donne la mort et change la mort en vie.
Ô lampes de feu,
dans les splendeurs desquelles
les profondes cavernes du sens,
qui était obscur et aveugle,
donnent avec une perfection extraordinaire,
chaleur et lumière, tout à la fois, à leur Bien-Aimé !
Avec quelle douceur et quel amour
vous vous réveillez dans mon sein,
où vous demeurez seul en secret,
et avec votre aspiration savoureuse,
pleine de biens et de gloire,
quelle délicatesse vous mettez à m’embraser d’amour !
7º Dieu est paix
Qui n’a pas remarqué plus d’une fois que Dieu lui a donné la paix in-
térieure ? Cela a pu se matérialiser de différentes manières ou à diffé-
rentes occasions. Parfois en parlant à une personne qui nous a conté
des événements humains ou spirituels qui nous ont touchés et appor-
té la paix intérieure. Ou à la lecture des écritures remarquant qu’elles
nous apportaient la paix, une paix qui remplissait notre cœur. Ou
encore par exemple après une confession dans laquelle nous avons
remarqué d’une manière particulière que Dieu nous pardonnait et
que notre cœur se remplissait de paix. Et de tant d’autres façons et en
tant d’autres occasions. Oui, Dieu est paix et nous l’avons remarqué.
L’expression « paix » n’apparaît pas souvent dans les évangiles. Seu-
lement au début de la vie de Jésus et après la résurrection, de telle
manière que nous pouvons affirmer que toute sa vie s’accompagne de
paix, car entre ces deux moments se trouve le début et la fin de sa vie.
On se rendait compte tout de suite qu’il était une personne qui ins-
pirait la paix, qui vivait dans la tranquillité, que rien ne dérangeait.
Il vivait dans la paix du Père. Nous verrons quelques exemples. Nous
pouvons également prendre conscience de la paix de Jésus, transmise
par Dieu le Père, dans la tranquillité dans laquelle sont restés ceux qui
ont reçu de lui une grâce, le pardon, la guérison ou simplement ses
paroles. Il transmettait la paix du Père. Il a dit un jour : « Car je n’ai
point parlé de moi-même ; mais le Père, qui m’a envoyé, m’a prescrit
lui-même ce que je dois dire et annoncer. Et je sais que son comman-
dement est la vie éternelle. C’est pourquoi les choses que je dis, je les
dis comme le Père me les a dites ». Il ne parlait pas en son nom propre
mais en celui du Père et disait ce que Dieu le Père lui disait. De cette fa-
çon il pouvait transmettre la paix, car cette paix venait aussi du Père.
Sa paix était immense car elle était accordée par le Père, le Dieu-paix.
298 Miguel Ángel Asiain

Lors de la naissance de Jésus, Luc nous conte que « soudain il se joi-


gnit à l’ange une multitude de l’armée céleste, louant Dieu et disant :
«Gloire à Dieu dans les lieux très hauts, et paix sur la terre parmi les
hommes qu’il agrée» ». C’est pourquoi, dès le premier instant où il
apparaît parmi les hommes, lorsque sa mère lui donne naissance,
on chante la paix qu’il apporte aux hommes, une paix qui vient du
Père et qui se répand sur tous les hommes, car dès cet instant on af-
firme qu’il les aime véritablement. C’est le début d’une vie en paix,
d’une vie qui donnera la paix aux hommes, des hommes qu’il aime
tant, ce qu’il démontrera tout au long de sa vie.
Et quand il est sur le point de partir, le temps de son séjour en ce
monde déjà écoulé, il est avec les disciples au dîner de Pâques, il
leur parle du fond de son cœur, il va leur dire de nombreuses choses
qui vont s’imprimer au plus profond des disciples, nous sommes à
ce moment-là dans les paroles d’adieu, il va partir, les disciples ne
le savent pas et vont beaucoup souffrir, et Jésus leur dit alors : « Je
vous laisse la paix, je vous donne ma paix. Je ne vous donne pas
comme le monde donne. Que votre coeur ne se trouble point, et ne
s’alarme point. Vous avez entendu ce que je vous ai dit : je m’en vais,
et je reviens vers vous. Si vous m’aimiez, vous vous réjouiriez de ce
que je vais au Père, car le Père est plus grand que moi ».
Le cadeau que Jésus leur fait au moment des adieux est précisé-
ment la paix. Il l’a reçu du Père et il le donne aux siens. Ainsi comme
ils obtiennent sa paix, ils n’ont pas à se sentir accablés, ni à craindre
quoi que ce soit, ni à avoir peur. Et il est important de savoir de
quelle paix il s’agit, ce n’est pas la paix du monde, la sienne, ou
celle de son Père. Elle se distingue de ces dernières. Et de fait ils
vont s’en rendre compte les jours suivants quand il se passera ce
que personne ne sait ou n’attend à ce moment-là. La paix de Jésus
doit être dans nos cœurs ; et nous devons faire attention à ne pas
confondre cette paix avec celle qui existe dans le monde. La sienne
est une paix profonde, une paix qui permettra aux disciples de ne
pas craindre les difficultés qu’ils vont traverser, une paix qui les
maintiendra constamment liés à Jésus et donc au Père.
Ceci est la paix que nous recevons de Jésus. Il nous la donne dans
les moments les plus difficiles de sa vie, lorsqu’il est sur le point de
souffrir pour tous, c’est à ce moment qu’il donne la paix pour que la
souffrance que nous pouvons voir chez certaines personnes ou res-
Qui est notre Dieu ? 299

sentir au cours de notre vie ne nous accable pas, ne nous décourage


pas, mais nous maintient forts en toute circonstance. Lorsque nous
souffrons ou que nous traversons une période difficile, lorsque nos
forces s’épuisent, lorsqu’il semble que nous ne puissions plus faire
face, nous devons nous rappeler les paroles de Jésus qui doivent
nous maintenir forts, nous aider, nous soutenir dans ce que nous
traversons ou sommes sur le point de traverser.
Un peu plus loin, lors de la dernière cène, avant la magnifique prière
de Jésus que Jean nous rapporte, une fois de plus Jésus leur parle de
paix. Et il le fait ainsi : « Je vous ai dit ces choses (et il leur a beaucoup
parlé jusqu’alors) afin que vous ayez la paix en moi. Vous aurez des tri-
bulations dans le monde ; mais prenez courage, j’ai vaincu le monde ».
La paix que nous devons avoir ou que nous aurons sera grâce à Jé-
sus. Lui seul donne la paix et, comme nous l’avons vu, la sienne est
un grand cadeau ; un cadeau qui nous rend fiers, qui nous donne du
courage, qui nous aidera en toute circonstance. Nous devons tou-
jours remercier Jésus pour cela, car il nous donne la paix que le Père
lui donne, la paix qui a été chantée sur terre depuis sa naissance
pour tous les hommes que Jésus aime tant. Nous ne devons jamais
nous décourager, ni désespérer, ni tout abandonner, car nous au-
rons toujours Jésus prêt à nous accorder la paix. Nous devons la lui
demander car, en le recevant du Père qui est la paix, il nous la trans-
met. Et grâce à cette paix il est possible de vivre même au milieu
des difficultés et des problèmes. La paix de Jésus, qui est la paix de
Dieu, est au-dessus de toute douleur ou difficulté que nous pouvons
rencontrer.
La résurrection viendra. Il a vaincu la mort, le mal et le péché. Il vit
avec la vie de Dieu. Il va rencontrer les siens, mais ils ne le savent
pas. C’est le premier jour de la semaine. Et Jean raconte : « Le soir
de ce jour, qui était le premier de la semaine, les portes du lieu
où se trouvaient les disciples étant fermées, à cause de la crainte
qu’ils avaient des Juifs. Jésus vint, se présenta au milieu d’eux, et
leur dit : «La paix soit avec vous» ». Ce sont les premières paroles
qu’il leur adresse. Que leur souhaite-t-il ? La paix. Cette paix dans
laquelle il vit, cette paix qui sera le don qu’il va faire pour toujours.
C’est ce qu’il ne cessera de leur répéter. Jean poursuit : « Et quand
il eut dit cela, il leur montra ses mains et son côté. Les disciples
furent dans la joie en voyant le Seigneur. Jésus leur dit de nouveau :
300 Miguel Ángel Asiain

«La paix soit avec vous. Comme le Père m’a envoyé, moi aussi je vous
envoie. Après ces paroles, il souffla sur eux, et leur dit : Recevez le
Saint-Esprit. Ceux à qui vous pardonnerez les péchés, ils leur seront
pardonnés ; et ceux à qui vous les retiendrez, ils leur seront retenus» ».
C’est ainsi que Jésus apparaît et se réunit avec ses disciples. Il leur
souhaite la paix et leur enseigne ses plaies afin qu’ils constatent
qu’il s’agit bien de lui. Et il leur donne également le Saint-Esprit.
Mais ce n’est pas tout. Un des disciples, Thomas, était absent.
Quand ils lui racontent ce qui s’est passé il ne les croit pas. Cela
en est presque insultant : si je ne vois pas les plaies sur sa main,
si je ne touche pas la marque des clous avec mon doigt et si je ne
tâte pas son flanc, je n’y crois pas. Jésus va être bienveillant avec
lui. Jean ajoute : « Huit jours après, les disciples de Jésus étaient
de nouveau dans la maison, et Thomas se trouvait avec eux. Jésus
vint, les portes étant fermées, se présenta au milieu d’eux, et dit :
«La paix soit avec vous». Puis il dit à Thomas : «Avance ici ton doigt,
et regarde mes mains ; avance aussi ta main, et mets-la dans mon
côté. Ne sois pas incrédule, mais crois. Thomas lui répondit : «Mon
Seigneur et mon Dieu !». Jésus lui dit : «Parce que tu m’as vu, tu as
cru ? Heureux ceux qui n’ont pas vu, et qui ont cru» ».
Nous voyons comment Jésus offre toujours la paix lorsqu’il se mani-
feste. La paix est le signe de sa présence. Et la paix doit être le signe
de sa présence dans notre vie. Avoir la paix est le plus beau cadeau
qu’il puisse nous faire. Paix dans le cœur, paix dans la vie, paix dans
les comportements, paix dans les moments difficiles de la vie, paix
quand nous avons un moment difficile, paix quand nous sommes
pleins de joie, paix quand nous sommes tombés, paix quand elle
nous a aidés à nous relever. C’est la paix de Dieu, c’est le Dieu-paix
qui à travers Jésus est avec nous.
Aussi le mot « paix » apparaît quelques fois dans la bouche de Jé-
sus au cours de sa vie. Par exemple dans le cas de la femme aux hé-
morroïdes qui a été guérie simplement en touchant le vêtement du
Maître. Quand elle se sait découverte, elle vient auprès de Jésus et
lui raconte ce qui s’est passé, alors le Maître lui dit : « Ma fille, ta foi
t’a sauvée ; va en paix ». Il y a d’autres cas de guérisons et de foi où le
mot « paix » n’est pas employé par Jésus, mais on peut penser que ce
qu’il dit à cette femme, il le dit dans son cœur à tous ceux qu’il gué-
rit. Car ils ont la foi, et cela comprend même ceux qu’il guérit sim-
Qui est notre Dieu ? 301

plement parce qu’il le veut. Lorsque nous sommes guéris de notre


mal, de notre péché, de notre indifférence à une mauvaise action
que nous avons commise et pour laquelle nous nous sommes repen-
tis, nous devons ressentir dans notre vie la parole de Jésus qui nous
désire et nous donne la paix. Il la souhaite pour tous et le manifeste
avec certaines personnes afin que tous ceux qui traversent des si-
tuations similaires ou égales sentent qu’il leur accorde aussi la paix.
Lorsqu’il envoie les siens prêcher et leur donne ses instructions, il
leur dit ce qui suit : « Dans quelque ville ou village que vous entriez,
informez-vous s’il s’y trouve quelque homme digne de vous recevoir ;
et demeurez chez lui jusqu’à ce que vous partiez. En entrant dans la
maison, saluez-la. Si la maison en est digne, que votre paix vienne sur
elle ; mais si elle n’en est pas digne, que votre paix retourne à vous ».
Comme nous pouvons le voir Jésus souhaitait qu’ils transmettent
la paix partout où ils allaient. Ils transportaient la paix avec eux et
devaient l’offrir. Et cette paix accompagnera ou non les personnes
à qui elle a été offerte en fonction de leur comportement. C’est là
notre tâche, offrir sans cesse la paix et la souhaiter pour les autres
en toute circonstance. De la même manière que le Seigneur nous
la transmet, nous l’offrons également aux autres. Et cette paix fera
le bien ou nous reviendra selon le comportement de la personne à
qui nous l’offrons. Voyons comment Jésus ne cesse d’offrir la paix et
souhaite que les siens l’offre à leur tour. Le Dieu-paix à travers Jésus
vient à nous, et c’est à partir de nous qu’il se dirige vers les autres.
Il y a un texte qui attire l’attention. Quand dans l’évangile de Luc le
Seigneur dit : « Pensez-vous que je sois venu apporter la paix sur la
terre ? Non, vous dis-je, mais la division. Car désormais cinq dans
une maison seront divisés, trois contre deux, et deux contre trois ;
le père contre le fils et le fils contre le père, la mère contre la fille et
la fille contre la mère, la belle-mère contre la belle-fille et la belle-
fille contre la belle-mère ». Ce passage peut être interprété par la
division que Jésus va engendrer dans l’esprit des personnes, car
certains l’accepteront alors que d’autres le rejetteront.
Ce n’est pas que Jésus n’apporte pas la paix, mais plutôt que cer-
tains l’accepteront et d’autres le rejetteront et, par conséquent, la
paix fera défaut dans les familles. Ce n’est pas ce que Jésus veut,
mais c’est ainsi que les gens se comportent face à lui. Dans l’évan-
gile de Matthieu Jésus donne l’explication suivante pour ce même
302 Miguel Ángel Asiain

passage : « Celui qui aime son père ou sa mère plus que moi n’est pas
digne de moi, et celui qui aime son fils ou sa fille plus que moi n’est
pas digne de moi ; celui qui ne prend pas sa croix, et ne me suit pas,
n’est pas digne de moi ».
Selon Jean, la paix doit être dans nos cœurs : « Car Dieu a tant aimé
le monde qu’il a donné son Fils unique, afin que quiconque croit en
lui ne périsse point, mais qu’il ait la vie éternelle. Dieu, en effet, n’a
pas envoyé son Fils dans le monde pour qu’il juge le monde, mais
pour que le monde soit sauvé par lui. Celui qui croit en lui n’est
point jugé ; mais celui qui ne croit pas est déjà jugé, parce qu’il n’a
pas cru au nom du Fils unique de Dieu ».
Jésus prend toujours soin des siens et les encourage dans les mo-
ments difficiles, c’est-à-dire qu’il les aide à trouver la paix, afin qu’ils
ne désespèrent pas. Comme nous pouvons le voir par exemple au
lac Gennesaret : « Quand le soir fut venu, ses disciples descendirent
au bord de la mer. Étant montés dans une barque, ils traversaient
la mer pour se rendre à Capernaüm. Il faisait déjà nuit, et Jésus ne
les avait pas encore rejoints. Il soufflait un grand vent, et la mer
était agitée. Après avoir ramé environ vingt-cinq ou trente stades,
ils virent Jésus marchant sur la mer et s’approchant de la barque ;
et ils furent saisis de peur. Mais Jésus leur dit : «C’est moi, n’ayez
pas peur» ». En prenant toujours soin des siens, en leur donnant
toujours la paix et la sérénité. Vous n’avez pas à avoir peur car il
est là. Et en sa présence il ne faut pas avoir peur car nous sommes
entre de bonnes mains. La présence de Jésus doit toujours nous ai-
der car il nous apporte la paix du Père. Ne doutons pas que Dieu est
paix, une paix qui doit toujours nous accompagner dans notre vie
et notre comportement.
Voilà le Jésus qui ne cesse d’apporter la paix, qu’il l’offre de manière
explicite ou qu’elle soit la conséquence du bien qu’il procure à une
personne. Nous l’avons vu avec la femme aux hémorroïdes et nous
pouvons l’affirmer pour tous ceux qu’il a guéris au cours de sa vie.
Des guérisons que nous avons vus dans les chapitres précédents et
sur lesquelles nous ne reviendrons pas. Les fruits de ces guérisons
ont été à la fois la guérison elle-même et la paix que les personnes
guéries ont du ressentir de par le bien que le Maître leur avait fait.
Au cours de notre vie, il est important de ne pas oublier que le Dieu
de la paix nous transmet sa paix par son Fils, et qu’il s’agit d’une
Qui est notre Dieu ? 303

vérité absolue. Nous vivons dans la paix de Dieu, raison de notre


grande joie. Rendons grâce au Dieu-paix.

Examen
– Avez-vous déjà ressenti à une ou plusieurs occasions la
paix de Dieu dans votre vie ?
– Sentez-vous que Jésus, lorsqu’il vient à vous, vous apporte
la paix ?
– Qu’est-ce qui a été le plus fort en vous, la paix de Dieu ou la
peur ressentie dans certaines situations vécues ?
– Cherchez-vous à apporter la paix aux personnes qui
viennent à vous ?
– Êtes-vous une source de paix ou de dispute là où vous vivez ?
– Prêchez-vous la paix et cherchez-vous à vivre la paix que
vous prêchez ?
– Même lorsque vous péchez, ressentez-vous la paix de Dieu
qui pardonne bien que vous ayez fait ce que vous avez fait ?

Prière

Saint Pasteur, tu laisses,


ton troupeau dans cette vallée profonde, obscure,
parmi la solitude et les pleurs ;
et perçant la pure enveloppe
de l’air tu retournes à l’éternel séjour ?
Heureux jusqu’alors
et aujourd’hui tristes et affligés,
ceux que tu avais nourris sur ton sein,
dépossédés de toi,
où désormais tourneront-ils leur cœur ?
Que regarderont les yeux
qu’ils ont vu de la beauté de ton visage
qui ne leur soit choquant ?
Qui, ayant entendue ton harmonie
ne restera sourd aux bruits déplaisants de la terre ?
304 Miguel Ángel Asiain

À cette mer agitée


qui va mettre un frein ?
Qui va calmer
la colère des vents déchaînés,
si tu es loin de nous ?
Ah ! Nuage jaloux
même de cette courte joie, que te presses-tu ?
Où voles-tu si rapide ?
Combien riche tu t’éloignes !
Combien pauvres, combien aveugles, hélas ! tu nous laisses !
8º Dieu est grâce
Dieu est grâce pour nous tel qu’il apparaît dans nos vies et à tra-
vers Jésus. La grande chance que nous avons est qu’il soit grâce, et
c’est par la grâce qu’il nous traite et qu’il est toujours présent dans
notre vie.
L’expression « grâce » n’est pas propre au christianisme, puisqu’elle
apparaît déjà dans l’Ancien Testament. Mais ne nous arrêtons pas
sur ce dernier. Le Nouveau Testament lui ayant donné son véritable
sens mais aussi toute sa portée. Elle est utilisée pour indiquer le
nouveau régime établi par Jésus qui s’oppose à l’ancienne écono-
mie ; cette dernière était régie par la loi, tandis que dans le Nouveau
Testament la grâce devance la loi. Ainsi, Paul dira la chose suivante :
« Le péché n’aura point de pouvoir sur vous, puisque vous êtes, non
sous la loi, mais sous la grâce ». Et Jean suivant la même idée dit à la
fin du premier chapitre : « Car la loi a été donnée par Moïse, la grâce
et la vérité sont venues par Jésus-Christ ».
Ceci est l’avancée majeure entre l’AT et le NT. Dans l’AT, les gens
vivaient dans une société régie par la loi, et soumise à celle-ci, mais
la venue de Jésus et l’instauration de la bonne nouvelle marque une
évolution de la loi vers la grâce, de sorte que nous ne sommes plus
soumis à la loi et en avons été libérés par la grâce du Seigneur Jésus.
Nous vivons à travers lui et ce qu’il nous a donné pour toujours.
Dieu a manifesté sa grâce de nombreuses façons, et c’est en nous
référant à elles que nous demandons que la grâce tombe sur nous
car c’est notre Dieu qui descend sur nous. Mais avant d’approfondir
le sujet, rappelons que l’expression « grâce » recouvre deux dimen-
sions, d’une part la source du don que nous recevons, et ainsi nous
disons que Dieu est grâce, et d’autre part l’effet du don reçu, et ainsi
306 Miguel Ángel Asiain

nous affirmons souvent que nous nous trouvons dans la grâce ou


que la grâce est dans notre cœur.
À quel moment s’est-il manifesté que Dieu est grâce ? En premier
lieu, et de manière extraordinaire, dans le don de son propre Fils au
monde. Comment Dieu peut-il être pour nous donner son propre
Fils ? Qui ferait cela ? Livrer le Fils pour l’esclave, le Bien-aimé pour
ceux qui l’ont offensé. Paul dit quelque chose de merveilleux : « Si
Dieu est pour nous, qui sera contre nous ? Lui qui n’a point épar-
gné son propre Fils, mais qui l’a livré pour nous tous, comment ne
nous donnera-t-il pas aussi toutes choses avec lui ? Qui accusera les
élus de Dieu ? C’est Dieu qui justifie ! ». La venue de Jésus montre
jusqu’où peut aller la grâce du Père qui nous donne son Fils. C’est la
générosité divine, sa grâce d’amour. L’amour fou de Dieu, oui Dieu
est fou de faire une telle chose. Dieu donne par grâce, et celui qui
reçoit le don trouve auprès de lui tendresse et générosité.
Cette grâce de Dieu ou le Dieu-grâce s’est également manifesté dans
le don qu’il nous a fait du Saint-Esprit. C’est l’amour qu’il a pour
son Fils, car l’amour réciproque entre le Père et le Fils n’est rien de
moins que le Saint-Esprit. Et il nous a donné cet Esprit à travers Jé-
sus. Le Maître a dit dans les derniers jours de sa vie ici-bas qu’il par-
tait et qu’il était préférable pour lui de partir afin de pouvoir nous
envoyer le Saint-Esprit, qui vient du Père et du Fils, et dont la mis-
sion serait de nous aider à tous, de maintenir l’Église ferme dans les
difficultés et de nous rappeler tout ce que Jésus nous a dit dans sa
vie, comme le transmettent les évangélistes.
La grâce était si importante dans l’Église primitive (elle l’a toujours
été, elle l’est et elle continuera de l’être) que Paul, dans toutes ses
lettres, commence par souhaiter la grâce et la paix à ceux qu’il écrit.
La paix et la grâce sont indissolublement liées dans les salutations
de Paul aux églises.
Voyons ces lettres et les salutations par lesquelles il les débute. Aux
Romains : « À tous ceux qui, à Rome, sont bien-aimés de Dieu, appe-
lés à être saints : que la grâce et la paix vous soient données de la part
de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ». Dans la première
aux Corinthiens : « ... que la grâce et la paix vous soient données
de la part de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ». Dans
la seconde aux Corinthiens : « ... que la grâce et la paix vous soient
Qui est notre Dieu ? 307

données de la part de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ».


Aux Galates : « Que la grâce et la paix vous soient données de la part
de Dieu le Père et de notre Seigneur Jésus-Christ, qui s’est donné
lui-même pour nos péchés, afin de nous arracher du présent siècle
mauvais ». Aux Ephésiens : « Que la grâce et la paix vous soient don-
nées de la part de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ». Aux
Philippiens : « Que la grâce et la paix vous soient données de la part
de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ». Aux Colossiens : «
Que la grâce et la paix vous soient données de la part de Dieu notre
Père ». Dans la première aux Thessaloniciens : « Que la grâce et la
paix vous soient données ». Dans la seconde : « Que la grâce et la paix
vous soient données de la part de Dieu notre Père et du Seigneur Jé-
sus-Christ ». Dans la première à Timothée : « Que la grâce, la miséri-
corde et la paix, te soient données de la part de Dieu le Père et de Jé-
sus-Christ notre Seigneur ». Dans la seconde à Timothée il emploie
la même formule : « Que la grâce, la miséricorde et la paix, te soient
données de la part de Dieu le Père et de Jésus-Christ notre Seigneur ».
Et écrivant à Tite : « Que la grâce et la paix te soient données de la
part de Dieu le Père et de Jésus-Christ notre Sauveur ». De même
quand il écrit à Philémon, il dit : « Que la grâce et la paix vous soient
données de la part de Dieu notre Père et du Seigneur Jésus-Christ ».
Nous voyons comment, selon Paul, la grâce de Dieu est de la plus
haute importance pour les chrétiens. Nous pouvons le comprendre
à partir des deux dimensions que nous avons précédemment indi-
quées. D’un côté par le Dieu-grâce qui s’adresse à eux à travers les
paroles de Paul et leur indique comment ils doivent se comporter,
et d’un autre par la grâce qui descend dans leur cœur car elle est
justement donnée par le Dieu-grâce.
C’est avant tout à travers les sacrements que nous avons reçus que
le Dieu-grâce s’est manifesté en nous. Dans le baptême où nous
avons été faits enfants de Dieu, enfants dans le Fils. C’est en lui
que Dieu s’est donné à nous comme grâce, une grâce si importante
qu’elle fait de nous ses enfants par adoption. Nous avons reçu le
Dieu-grâce et la grâce de Dieu dans ce sacrement. Il en va de même
pour la confirmation, où l’Esprit Saint nous a scellés de son amour ;
le Père envoie l’Esprit dans nos cœurs pour nous rendre forts dans
la vie face à tout ce qui veut nous séparer de notre Dieu et de sa
grâce. Puis, pour certains, le sacrement du sacerdoce dans lequel
308 Miguel Ángel Asiain

le Dieu-grâce se donne d’une manière particulière pour conformer


avec son Fils celui qui reçoit ce sacrement, et pour le représenter
dans le monde en agissant tel que son Fils l’a fait. Et pour ceux qui
reçoivent le sacrement du mariage, Dieu descend pour les rendre
forts parmi les œuvres du monde et pour qu’ils construisent dans la
société dans laquelle ils vivent ce royaume de Dieu dont nous avons
parlé. L’onction des malades sert à ce que le Dieu de la grâce aide
à préparer celui qui la reçoit à se donner à lui, ou à continuer dans
ce monde en ayant plus de force et de paix si tel est son dessein. La
plus heureuse des rencontres avec le Dieu-grâce sera au moment de
la mort. Nous recevrons la grâce d’être avec lui pour toujours, par sa
générosité, sans aucun mérite de notre part.
La générosité de Dieu se manifeste à l’homme dans la justification
de sa vie, qui résulte également de sa grâce. Toute la lettre aux Ro-
mains est écrite en ce sens. Et de fait dans l’un des passages Paul
écrit : « Mais maintenant, sans la loi est manifestée la justice de
Dieu, à laquelle rendent témoignage la loi et les prophètes, justice
de Dieu par la foi en Jésus-Christ pour tous ceux qui croient. Il n’y
a point de distinction car tous ont péché et sont privés de la gloire
de Dieu ; et ils sont gratuitement justifiés par sa grâce, par le moyen
de la rédemption qui est en Jésus-Christ ». Justifiés non pas par nos
efforts ou nos actes, mais par où se pose sa grâce.
Il est essentiel de le considérer comme une bonne nouvelle. Que faut-
il croire ? Que le juif comme le païen sont justifiés par leur simple
croyance dans le Christ Jésus, le Messie qui est venu à nous. Dans
l’Évangile de Jean, il est demandé à Jésus : « Que devons-nous faire,
pour faire les œuvres de Dieu ? ». Et le Maître répond : « L’œuvre de
Dieu, c’est que vous croyiez en celui qu’il a envoyé ». Ici prend place le
grand thème de la foi, qui est un don merveilleux du Dieu-grâce. Si le
païen comme le juif sont tous deux justifiés par leur croyance en Jésus,
Paul s’interroge alors : « Où donc est le sujet de se glorifier ? Il est exclu.
Par quelle loi ? Par la loi des œuvres ? Non, mais par la loi de la foi. Car
nous pensons que l’homme est justifié par la foi, sans les œuvres de la
loi. Ou bien Dieu est-il seulement le Dieu des Juifs ? Ne l’est-il pas aussi
des païens ? Oui, il l’est aussi des païens. Puisqu’il y a un seul Dieu, qui
justifiera par la foi les circoncis, et par la foi les incirconcis ».
Nous avons ici le Dieu-grâce qui justifie l’ensemble du monde par la
grâce, car personne n’en est exclu. Dieu, le juste, justifie chacun par
Qui est notre Dieu ? 309

sa grâce et non parce que les hommes peuvent ou veulent présenter


leurs œuvres à Dieu. Dans ce cas ils seraient sous le régime de la loi,
voulant gagner Dieu par ce qu’ils font, sans se rendre compte que c’est
précisément le Dieu-grâce qui s’est donné à eux, les justifiant par pur
amour sans compter sur leurs œuvres. Les œuvres d’amour sont la
conséquence de sa justification. Les œuvres d’amour ne provoquent
pas de justification ; c’est la justification qui produit et se manifeste
plus tard dans les œuvres d’amour. D’abord vient son amour, sa grâce,
son don, son abandon, et de là naîtra ce que l’homme fait, les œuvres
d’amour avec lesquelles il doit répondre à ce que Dieu a fait de lui.
Paul le dit : « De même David exprime le bonheur de l’homme à qui
Dieu impute la justice sans les œuvres : «Heureux ceux dont les ini-
quités sont pardonnées, et dont les péchés sont couverts. Heureux
l’homme à qui le Seigneur n’impute pas son péché» ». Et Paul re-
monte à Abraham. « Car nous disons que la foi lui fut imputée à jus-
tice. » Qu’est-ce qui permit qu’elle lui fut imputée à justice ? Le fait
qu’il ait eu la foi en Dieu. Paul poursuit : « Comment donc lui fut-
elle imputée ? Était-ce après, ou avant sa circoncision ? Il n’était pas
encore circoncis, il était incirconcis, il reçut le signe de la circonci-
sion, comme sceau de la justice qu’il avait obtenue par la foi quand
il était incirconcis ». Ainsi nous voyons comment d’abord vient la
grâce de Dieu ou du Dieu qui est grâce qui se donne à l’homme agis-
sant en lui par amour ; et qu’ensuite vient les œuvres d’amour que
l’homme doit faire en réponse à ce qu’il a reçu.
Voilà le Dieu-grâce qui par pur amour, alors que nous ne sommes
dignes de rien, nous a donné sa justification, c’est-à-dire sa grâce
d’amour, sans que nous le méritions.
Et c’est ainsi que nous vivons aujourd’hui de l’amour de Dieu, de sa
grâce accordée par pure miséricorde, donnée car c’est Sa nature. Ne
nous demandons pas pourquoi Dieu s’est comporté de cette façon.
Nous ne le saurons jamais. Nous pouvons seulement dire qu’il s’est
comporté ainsi car il est Dieu, et de par sa condition de Dieu nous
comprenons ou plutôt nous acceptons ce qu’il fait. Il faut accepter
Dieu tel qu’il est, et ne pas se poser de questions sur les raisons de
son œuvre, de sa décision, de ce qu’il fait.
Et tout cela nous permet d’être en paix avec Dieu par notre Seigneur
Jésus-Christ. Nous n’avons pas à avoir peur, ni à nous dérober, ni à
310 Miguel Ángel Asiain

vivre dans l’angoisse, car par sa mort Il nous a libérés du péché, de


la mort et de la loi. Et il le fait en tant qu’envoyé du Père. Il a déjà dit
qu’il ne faisait que ce qu’il avait vu le Père faire. Ainsi le Dieu-grâce
est à la fois amour, grâce et paix. L’amour qui nous est révélé dans
son action, la grâce car elle nous a sauvés par pure grâce sans que
nous ne fassions rien pour l’obtenir, chose que nous ne pouvions pas
faire, et la paix parce qu’elle est le résultat de cet amour et de cette
grâce. Nous sommes en paix avec Dieu, mais nous lui sommes égale-
ment redevables. Toute notre vie lui doit être dédiée. S’il est le Dieu-
grâce, nous devons lui rendre grâce en retour pour tout ce qu’il a fait
pour nous. Notre vie n’est pas condamnée, elle est sauvée dans le
Christ Jésus. Nous devons être fidèles à ce salut d’amour et de grâce.
Terminant sa lettre aux Romains, Paul dit : « Tous ceux qui sont
conduits par l’Esprit de Dieu sont fils de Dieu. Et vous n’avez point
reçu un esprit de servitude, pour être encore dans la crainte ; mais
vous avez reçu un Esprit d’adoption, par lequel nous crions : «Abba !
Père !» L’Esprit lui-même rend témoignage à notre esprit que nous
sommes enfants de Dieu. Or, si nous sommes enfants, nous sommes
aussi héritiers : héritiers de Dieu, et cohéritiers de Christ, si toute-
fois nous souffrons avec lui, afin d’être glorifiés avec lui ».
Nous voyons ici qui est notre Dieu, le Dieu-grâce qui par son im-
mense amour nous accorde sa grâce, grâce d’amour et de pardon,
de justification. Comment n’allons-nous pas être heureux d’avoir
un Dieu de cette nature ? Que la gratitude soit constamment pré-
sente dans nos vies car c’est la meilleure réponse à ce qu’est Dieu et
à ce qu’il fait avec nous. Grâces soient rendues à notre Dieu et qu’il
soit toujours loué, béni et glorifié.

Examen
– Comment vous consacrez-vous au Dieu-grâce dans votre vie ?
– Vivez-vous comme un fils depuis qu’il vous a fait fils lors
du baptême ?
– Êtes-vous fort face à la tentation demandant force au
Saint-Esprit ?
– Priez-vous souvent le Saint-Esprit dont on dit qu’il est le
Dieu inconnu ?
Qui est notre Dieu ? 311

– Faites-vous confiance à la foi ou comptez-vous davantage


sur vos œuvres ?
– Savez-vous vous abandonner entre les mains de Dieu,
confiant dans la foi que vous avez en Jésus-Christ ?
– Vous accrochez-vous à vos œuvres et les présentez-vous à
Dieu comme si pour elles il vous devait quelque chose dans
la vie ?
– Serez-vous capable de vous abandonner entre les mains de
Dieu au moment de votre mort, laissant tout à son dessein
de grâce ?

Prière

Toi, Seigneur, qui as assumé l’existence,


la lutte et la douleur que l’homme vit,
ne relâche pas la lumière de ta présence
la nuit de la mort qui l’afflige.
Tu t’es rabaissé, Christ, jusqu’à la mort,
et une mort de la Croix, par amour pour nous ;
ainsi le Père t’a élevé, en t’accueillant,
puissance de la terre et du ciel avant tout.
Pour s’élever ensuite glorieusement,
tu es tombé dans l’abîme ;
c’était l’amour du Seigneur Tout-Puissant
plus fort que la mort et son destin.
Premier des morts, ta victoire
est la foi et l’espoir du croyant,
le dernier secret de notre histoire,
ouvert à une vie nouvelle pour toujours.
Quand la nuit vient et qu’il fait jour
pour passer de ce monde à notre Père,
accorde-nous la paix et la joie
d’une rencontre heureuse qui ne se termine jamais.
9º Dieu est joie
Alors que nous terminons ces chapitres sur l’identité de notre Dieu,
je tiens à déclarer de tout mon cœur que Dieu est joie. Nous n’allons
pas nous focaliser sur les évangiles ou sur Saint Paul comme pré-
cédemment, c’est au travers de toutes les différentes facettes que
nous avons vu de notre Dieu que je souhaite à présent affirmer que
Dieu est joie. Chacune d’elle nous apporte une joie immense en af-
firmant que Dieu est tel que nous l’avons expliqué dans le chapitre
correspondant.
Comment ne pas se réjouir de savoir que Dieu est miséricorde ? La
miséricorde est l’une des facettes les plus évidentes de notre Dieu.
Et quand cette miséricorde descend sur nous, elle nous apporte la
paix, la joie et l’allégresse d’avoir un Dieu qui est ainsi. La miséri-
corde de Dieu remplit notre cœur, elle est présente dans tous les
instants de notre vie et nous accompagne de la naissance jusqu’à
la mort. Et comme nous l’avons déjà dit, la mort elle-même n’est
rien d’autre que l’entrée dans le mystère de cette miséricorde de
Dieu. Que Dieu nous traite avec miséricorde nous procure une joie
immense car nous savons alors que nous sommes entre de bonnes
mains, et que le Dieu-miséricorde se souvient de nous, prend soin
de nous, ne nous abandonne pas mais au contraire se préoccupe
de chacun d’entre nous. C’est une immense joie de savoir que le
Dieu-miséricorde est un Dieu qui est toujours avec nous. Nous ne
pouvons ni avoir peur, ni être découragés ou effrayés. Vivre de cette
manière, c’est ne pas avoir connu le Dieu-miséricorde. Nous ne
pourrons jamais rendre assez grâce à Dieu pour être ainsi. Et cela
doit également faire naître la miséricorde dans nos cœurs. Celui
qui est miséricordieux ne fait que répondre à Dieu car c’est de lui
qu’il reçoit la miséricorde. Et celui qui est miséricordieux vit dans le
314 Miguel Ángel Asiain

bonheur et la joie, car il se comporte toujours avec miséricorde en-


vers ses frères, envers tous les hommes. Rendons grâce à Dieu pour
sa miséricorde et demandons-lui de nous apprendre à l’imiter dans
cette vertu. Ce qui nous apportera une joie immense.
Et comment ne pas se réjouir que Dieu soit amour ? L’amour le dé-
finit, l’amour est ce qui lui fait nous donner tant de grâces, l’amour
est ce qu’il nous donne à chaque instant de la vie. Sans son amour
nous n’existerions pas. L’amour nous soutient dans la vie, nous ac-
compagne tout au long de notre vie. Il nous a donné l’amour en et
par son Fils, n’allons-nous pas nous en réjouir ? L’amour de Jésus a
inondé notre vie. Le Père nous aime jusqu’à nous livrer son Fils pour
nos péchés ! Quel Dieu fait cela ? Et à travers le Fils il nous donne
tout ce dont nous avons besoin pour une vie bonne et fraternelle,
une vie réconciliée avec tout et tous. Regardons comment Jésus se
livre pour nous car c’est dans ce but que le Père l’a envoyé dans le
monde. Écoutons ce que Jésus lui-même nous dit : restez dans mon
amour comme je reste dans l’amour du Père. Contemplons com-
ment l’amour de Jésus envers nous le conduit à laver les pieds de
chacun comme il l’a fait pour ses disciples ; voyons comme il nous
donne son Corps pour que nous le mangions et son Sang pour que
nous le buvions. Et qu’il nous dise à la fois que « Celui qui mange ma
chair et qui boit mon sang demeure en moi, et je demeure en lui ». Et
comment ne pas être pénétré de joie quand on voit ce que réalise Jé-
sus, envoyé par le Père pour faire tout cela pour nous ? Bien sûr que
nous sommes heureux grâce au Dieu-amour. Aucun autre peuple
que les chrétiens n’a un Dieu qui se comporte d’une telle façon, nous
devons donc lui rendre grâce et rester dans la joie pour ce qu’il a fait.
Comment ne pas être heureux avec un Dieu-bonté ? Voir la bonté
de Dieu et Dieu-bonté descendre dans nos vies, nous prendre en
compte, prendre soin de nous, que cela produit-il sinon de la joie ?
La bonté de Dieu habite la terre car tout est issu de cette bonté. Parce
qu’il est bonté il a créé l’univers ; parce qu’il est bonté il nous a donné
la vie ; parce qu’il est bonté il nous pardonne constamment ; parce
qu’il est bonté il nous aide dans les difficultés ; parce qu’il est bonté
il nous encourage quand il nous est difficile d’aller de l’avant ; parce
qu’il est bonté il veut que nous suivions son Fils ; parce qu’il est bon-
té il nous a révélé qui est son Fils unique incarné ; parce qu’il est
bonté il répond à nos prières ; parce qu’il est bonté il nous encourage
Qui est notre Dieu ? 315

dans les moments de difficulté ; parce qu’il est bonté il est l’espoir de
notre vie et parce qu’il est bonté il nous maintient dans la joie et la
paix à l’intérieur et nous fait la manifester à l’extérieur. Béni soit ce
Dieu-bonté pour toujours ! La bonté de Dieu est chantée par toutes
les créatures de l’univers et accueillie par tout homme au cœur juste.
Le Dieu de bonté est celui qui nous rend bons ; ce n’est pas parce que
nous sommes bons que Dieu nous aime, nous le sommes car Dieu
lui-même nous aime et est bon pour nous. Sans sa bonté à notre
égard, nous ne pourrions pas être bons envers les autres. N’est-ce
pas sa bonté qui l’a mené à nous donner tant de bonnes choses ?
N’est-ce pas sa bonté qui a procuré tant de biens et de dons à tant de
gens ? Mieux, n’est-ce pas sa bonté qui a donné à chaque homme les
dons qu’il possède en n’oubliant personne, mais en se rappelant de
tous ? Les saints sont des saints par la bonté qu’ils ont reçue de Dieu,
ce qui n’enlève rien à leur effort, à leur engagement, à leur réponse
à l’amour de Dieu, mais ils sont saints avant tout car Dieu les a faits
saints. Rendons grâce au Dieu-bonté de tout cœur et demandons-lui
de ne pas nous laisser tomber de ses mains pour finir dans le mal,
dans le manque de bonté. Soyons heureux qu’il soit ainsi.
Comment ne pas être heureux, joyeux, satisfaits que Dieu soit par-
don ? Pourrions-nous vivre sans le pardon de Dieu ? Que chacun
pense à sa vie, aux moments où il a offensé Dieu, aux fois où il lui a
dit qu’il ne l’offenserait plus, et pourtant il est retombé, et pas une
fois seulement mais d’innombrables fois. Que serait notre vie sans
le pardon ? Comment vivrions-nous sans lui ? La peur de Dieu ne
pourrait-elle pas nous conduire à avoir peur car il pourrait nous pu-
nir pour tout le mal que nous avons fait ? Il n’y a pas de plus grand
malheur que d’être un homme sans confiance, un homme qui ne
croit pas que Dieu pardonne, et que peu importe combien il l’of-
fense, il lui pardonnera toujours, je dis bien toujours. Le Dieu-par-
don est celui qui apporte la joie dans notre vie de pécheur ; le
Dieu-pardon est celui qui nous encourage à continuer malgré les
fautes commises ; le Dieu-pardon est celui qui nous pardonne, je
dirais même avant que nous ayons péché. De fait, que représente
la mort de son Fils pour nos péchés, si ce n’est le fait qu’il nous a
pardonné avant même que nous péchions car il a vu ce que serait
notre vie ? Le pardon nous fait revivre constamment, il nous permet
de ne pas désespérer, il nous rend confiants devant Dieu et nous
permet ainsi d’être heureux. Nous voyons ce pardon en levant les
316 Miguel Ángel Asiain

yeux vers la Croix de Jésus. C’est ainsi que nous devons vivre, avec
les yeux posés sur la croix du Seigneur. C’est ce que le Dieu-pardon
a voulu, que nous comprenions le prix du pardon en posant les yeux
sur la Croix du Christ. Et malgré un tel sacrifice il n’a pas reculé, il a
quand même voulu laver nos fautes. Y a-t-il un Dieu qui s’est com-
porté de la sorte avec les humains ? Une religion qui a révélé un dieu
comme le nôtre ? Et nous devons garder à l’esprit qu’il a pardon-
né les péchés de tous les hommes. Pour lui tout est pardonné, c’est
autre chose de savoir si de notre côté nous lui demandons pardon.
Ne pas demander pardon est non seulement la plus grande offense
que nous commettons, mais cela démontre également une certaine
ignorance de qui est notre Dieu. Il pardonne tout et toujours. Peu
importe combien de fois nous tombons, peu importe combien de
fois nous nous éloignons, si nous revenons vers lui nous obtien-
drons le pardon. Rendons grâce d’avoir un tel Dieu et vivons dans la
joie de le savoir ainsi.
N’allons-nous pas être contents, heureux et joyeux car Dieu est
proximité ? Nous n’avons pas un Dieu lointain, séparé de nous, qui
ne s’occupe pas de nous, qui est dans ses affaires sans nous regar-
der ici-bas. Non, notre Dieu est proximité ; ne le sentons-nous pas
proche en tant d’occasions ? Proche quand nous sommes tristes
et que soudain naît l’espoir ; proche quand nous luttons contre
quelque chose qui semble pouvoir nous vaincre et que nous finis-
sons par l’emporter ; proche quand il semble que le mal est plus
fort que les forces qui sont les nôtres et que nous finissons par le
surmonter ; proche quand les choses tournent mal et que nous ne
désespérons pas ; proche quand, découragés, il s’avère que nous
ne coulons pas ; proche quand nous sommes dans l’obscurité pour
ce qui nous arrive, et que l’obscurité se dissipe peu à peu laissant
entrevoir la lumière. Qui est capable de tout cela si ce n’est notre
Dieu-proximité ? Ne l’avons-nous pas remarqué ? On retrouve cela
dans l’évangile : les deux hommes qui descendaient de Jérusalem
à Jéricho ont remarqué que leur cœur s’ouvrait à la vérité et aux
paroles du compagnon qui, sans savoir comment il les avait rencon-
trés sur le chemin, allait avec eux. Ne le sentons-nous pas proche de
nous dans les moments difficiles de la vie ? Il ne s’agit pas de le no-
ter physiquement, ni peut-être psychologiquement ; il s’approche
dépassant ces dimensions, mais nous le remarquons tout de même,
nous savons lorsque quelque chose s’est passé non pas par notre
Qui est notre Dieu ? 317

volonté mais par la volonté de quelqu’un au-dessus de nous. Et qui


est cette personne si ce n’est notre Dieu-proximité ? Ceci remplit
notre cœur de joie.
N’allons-nous pas être heureux et satisfaits que Dieu soit un ensei-
gnant, notre enseignant, qui nous enseigne tout sur la vie spirituelle ?
Oui, Dieu nous enseigne qui il est, c’est la raison pour laquelle nous
avons pu décrire les différentes facettes de Dieu dans notre vie. Il
nous enseigne qui est son Fils et nous aide à le comprendre lorsque
nous pensons à lui ou que nous l’écoutons en lisant l’évangile ou en
entendant parler de lui. Il nous enseigne à travers son Fils qui est
le Saint-Esprit. Nous savons si peu du Saint-Esprit ! Il a été appelé
le Dieu inconnu car nous parlons au Père et pensons à lui à travers
l’expérience que nous avons de la paternité humaine ; nous croyons
en Jésus parce qu’il s’est fait chair et nous est semblable en tout
sauf dans le péché, et Dieu-enseignant envoie son Saint-Esprit au
moyen de Jésus afin que nous puissions croire en lui, afin qu’il nous
aide dans la vie intérieure. Dieu-enseignant nous apprend aussi ce
qu’est la vie spirituelle, comment la parcourir, comment se compor-
ter, comment le satisfaire et faire sa volonté, comment nous devons
aimer le bien et nous débarrasser du mal. Dieu-enseignant nous
enseigne à suivre Jésus, à le satisfaire, à nous comporter comme
il nous a enseigné et prêché durant sa vie. Les enseignements du
Dieu-enseignant sont nécessaires dans la vie et nous devons les ac-
cueillir depuis la plus grande intimité de notre être. Pour ces raisons
et pour bien d’autres encore que Dieu ne cesse de nous enseigner
dans notre cœur et dont chacun de nous est conscient, nous devons
être véritablement heureux et satisfaits qu’il soit l’enseignant de
notre vie. Nous ne pourrons jamais rendre suffisamment grâce pour
cette facette de notre Dieu. Réjouissons-nous de cela.
Et comment n’allons-nous pas être heureux et satisfaits que Dieu
soit un Dieu de paix, qu’il soit le Dieu-paix ? La paix dont nous avons
tant besoin dans notre monde ; la paix sans laquelle le monde serait
une chose horrible à cause des luttes, des guerres, des confronta-
tions, de la méchanceté des personnes, de tout ce que nous voyons
les hommes faire à d’autres de nos jours. La paix est nécessaire pour
que personne n’exploite ses frères, que personne ne les offense, que
personne ne leur fasse subir des barbaries dont on entend parler
dans les médias. C’est la paix du cœur dont nous avons besoin ; la
318 Miguel Ángel Asiain

paix qui nous rassure, la paix qui nous aide à vivre en faisant du
bien aux autres, la paix qui est l’encouragement que nous recevons
de Dieu pour aider les autres dans leurs besoins, la paix qui est ce
que Jésus a offert aux siens. Lorsque les disciples étaient terrorisés,
Jésus leur a donné la paix. Lorsqu’ils ont peur car ils pensent voir
un fantôme, il les encourage à ne pas être effrayés parce que c’est
lui qui s’approche d’eux. La paix dont les disciples avaient besoin
lorsqu’au milieu de la tempête, croyant qu’ils étaient perdus, qu’ils
allaient se noyer, ils se tournent vers le Maître qui dort tranquil-
lement dans la barque car il est le Seigneur de la tempête. C’est la
paix dont nous avons besoin dans les tempêtes de notre vie, la paix
qui nous rend meilleurs, la paix qui nous rapproche des autres en
les aidant comme le Seigneur nous a aidés. Nous devons vivre en
paix, mais avec la paix que Jésus apporte, et non avec la paix que le
monde donne. Cette dernière n’est pas la véritable paix, c’est la paix
de Jésus à laquelle nous devons aspirer constamment. Dieu-paix,
donne-nous la paix de Jésus qui est aussi la tienne. Et vivons dans
la joie parce que Dieu est ainsi.
Et que dirons-nous du Dieu-grâce ? Comment n’allons-nous pas
être également heureux sachant comment est le Dieu-grâce ? Il
est la grâce et tout ce que nous recevons est grâce. Vivre est grâce ;
aimer est grâce ; travailler est grâce ; combattre le mal est grâce ;
procurer du bien aux autres est grâce ; marcher comme le veut le
Seigneur est grâce ; suivre Jésus est grâce ; se donner à tous ceux
qui ont besoin de nous est grâce ; pardonner est grâce ; bien œuvrer
est grâce ; être justifié par l’amour de Dieu est grâce ; lutter pour un
monde meilleur est grâce ; vaincre les tentations est grâce ; com-
munier avec le Corps de Jésus et boire son Sang est grâce. Qu’y a-t-
il dans le monde qui ne soit pas grâce ? Nous sommes submergés
par elle et c’est en elle que nous devons vivre. Celui qui rejette la
grâce, rejette Dieu ; celui qui chosifie la grâce œuvre mal et n’a pas
compris le Dieu-grâce. Si Dieu n’était pas grâce, pauvre de nous,
que ferions-nous ? Comment pourrions-nous vivre sans ce qui il-
lumine notre vie et donne de la force à notre être ? C’est pourquoi
nous devons nous tourner vers notre Dieu-grâce à chaque instant
de notre vie afin qu’il nous guide sur les chemins de la vie, afin qu’il
fasse de nous des personnes comme son Fils, des personnes qui
voient l’Esprit comme l’origine de tout bien. Grâces soient rendues
à notre Dieu-grâce pour être ce qu’il est, car il a daigné nous procu-
Qui est notre Dieu ? 319

rer à tous les bienfaits issus de sa grâce. Et vivons en rendant grâce


pour tout ce que notre Dieu nous donne, pour sa magnificence dans
les biens. Et rappelons-nous que puisque tout est grâce, rien ne dé-
pend de nos forces, ni de notre persévérance, bien que nous devons
continuer à nous efforcer et à persévérer pour satisfaire Dieu, pour
suivre Jésus, pour aimer l’Esprit d’amour qui est celui qui nous
donnera la grâce de pouvoir aimer davantage les trois personnes de
la Trinité. Et réaliser qui est notre Dieu nous permet de vivre dans
une joie profonde.

Examen
– Ressentez-vous la joie de savoir qui est notre Dieu ?
– Y a-t-il un aspect de notre Dieu qui ne vous convainc pas ou
duquel vous vous sentez plus distant ?
– Êtes-vous heureux que notre Dieu soit tel qu’il est ? Lui
rendez-vous grâce pour cela ?
– Passez en revue chacun des éléments avec lesquels nous
avons qualifié notre Dieu et voyez si vous les vivez avec un
cœur plein de gratitude.
– Y a-t-il quelque chose dans votre vie qui ne correspond pas
aux différents aspects de notre Dieu cités auparavant ?
– Agenouillez-vous et remerciez-le de tout votre cœur, de-
mandez-lui de vous faire mieux comprendre qui Il est, de
se révéler à vous selon le dessein d’amour qu’il a pour vous.

Prière

Ne m’émeus pas, mon Dieu, pour t’aimer


le ciel que tu m’as promis ;
Ni m’émeut l’enfer tellement craint
pour à cause de cela manquer de t’offenser.
Tu m’émeux, Seigneur, émeux moi à te voir
cloué sur cette croix et bafoué ;
que m’émeuve la vision de ton corps tant blessé ;
que m’émeuve ton opprobre et ta mort.
320 Miguel Ángel Asiain

Que ’émeuve enfin ton amour, de telle sorte


Même s’il n’y avait pas de ciel je t’aimerais,
Et même s’il n’y avait pas d’enfer je te craindrais.
Tu n’as pas besoin de me donner des choses pour que je t’aime ;
Parce que même ce que j’espère je ne l’espérerais pas,
De la même manière que je t’aime, je t’aimerais.
10º Dieu est Père, Fils et Saint-Esprit
Dieu Père
Père, quand je me présente devant toi la première chose qui surgit de
mon cœur est de te louer, te rendre grâce, t’exalter, te bénir de tout
mon être parce que tu es Père. Quand je pense que tu es Dieu, je reste
sans voix. Car cela signifie que tu es à l’origine de tout. De toi vient la
Parole, de toi et de la Parole vient le Saint-Esprit. Père, le fait que tu
sois Dieu signifie que tu as toujours existé. Ceci me laisse pantois, je
ne sais pas comment le comprendre, je reste sans voix quand je pense
que tu as toujours existé. Beaucoup ne l’acceptent pas, moi je l’ac-
cepte de tout mon cœur, mais je ne sais pas comment le comprendre.
Depuis toute l’éternité - et que signifie « éternité » ? - tu existes. Tu
n’as pas de début, et tu n’auras pas de fin. En quoi consiste de ne pas
avoir de début ? Je vois dans le monde que les choses ont un début,
dans le cas de l’univers les scientifiques parlent du bing-bang pour
définir quand tout a commencé. Quand je dis « tout » je me réfère à
l’univers dans son ensemble. Mais quand tout a commencé, tu exis-
tais déjà, tu étais déjà là. Tu l’as toujours été. Ma pauvre tête fait des
tours et des tours et je reste abasourdi, je ne comprends pas. Mais je
me demande, est-il possible de comprendre Dieu ? Je sais que non.
Tout vient de toi, tu as donc pensé à tout depuis toujours. Et je veux
descendre de ce « tout » jusqu’à ma personne. Cela signifie que tu as
toujours pensé à moi, à chaque être humain. Si je pense à tous ceux
qui ont existé et que je me projette dans l’avenir et pense à tous ceux
qui existeront, et que tu as pensé à chacun de manière unique, cela
prête à s’émouvoir et à tomber à genoux devant toi.
Que tu aies pensé à chacun est incompréhensible, et pourtant c’est
vrai. Ton amour est venu à chacun d’entre nous et à chacun d’entre
322 Miguel Ángel Asiain

nous tu as donné la vie. Tu as pensé à chacun et tu l’as choyé avec


amour parce que pour Dieu, donner la vie à chaque personne est
une chose extraordinaire.
Je pense à moi. Je pense à chacun des hommes qui ont marché sur la
terre. Je pense aux pauvres gens qui vivent aujourd’hui et qui n’ont
rien à manger ou à boire et meurent sans que personne ne fasse at-
tention à eux ; et certains en plus de mourir de la sorte sont maltrai-
tés, dépossédés de tout ou assassinés. Et toi, tu as pris soin et aimé
chacun d’eux. On pourrait se demander, puisque ton amour a été
si grand, pourquoi ces hommes en sont venus à souffrir autant ? Je
sais que cela ne dépend pas de toi, mais de la liberté humaine. Je sais
que tu les recueilleras dans tes mains divines et qu’ils seront heu-
reux pour toujours. De plus, bienheureux seront les plus pauvres, les
plus oubliés, les plus ensanglantés, les plus méprisés, les plus aban-
donnés, les nombreux va-nu-pieds qui ont existé, existent et existe-
ront. Ceci me donne la paix car je vois que ton amour sera largement
donné à ceux qui ont largement souffert. Père, merci d’être Dieu,
merci parce que tu existes, merci pour tout ce que tu as fait pour les
hommes, merci car j’espère qu’un jour je pourrai te voir face à face,
être avec toi, profiter de ta présence et de l’amour que tu as toujours
eu pour moi et que ma joie d’être avec toi sera éternelle.

Dieu Fils
Jésus, toi aussi tu es Dieu. Le Dieu qui a toujours été avec le Père
et le Saint-Esprit. Bien qu’étant Dieu il s’avère que tu as voulu, par
obéissance au Père, devenir un homme comme l’un de nous. Je sais
que le péché est la seule chose qui ne fait pas parti de toi, ainsi tu
nous es semblable en tout mis à part le péché. Je suis si heureux
que tu sois venu à nous, car cela ne nous a apporté que de bonnes
choses ! Depuis le premier instant où ta Mère, Marie, t’a porté dans
son ventre et est allée rendre visite à sa cousine Élisabeth, dès que tu
es apparue devant elle, l’enfant dans le ventre d’Élisabeth a tressail-
li de joie, comme Élisabeth elle-même l’a conté à Marie. Et depuis
cet instant ta vie a toujours consisté à faire le bien pour les hommes.
Mais qu’un Dieu, dans ce cas le Fils, devienne un homme me décon-
certe. Là aussi il m’est difficile de comprendre. J’accepte, mais ne
comprends pas, l’amour qui te pousse à te faire l’un des nôtres. J’ac-
Qui est notre Dieu ? 323

cepte, mais ne comprends pas, que tu aies quitté le sein du Père et


que tu sois venu vivre comme l’un des nôtres. Et je reste incrédule
quand je pense que tu étais le Dieu incarné et en même temps avec
le Père. Il est facile d’affirmer ces choses, mais il est difficile de les
comprendre, mieux, il est impossible de les comprendre. Je sais que
tu es venu à la fois pour établir le Royaume du Père et pour mourir
pour nous par amour. Qu’avions-nous pour que tu en viennes à faire
cela ? Avions-nous mérité quelque chose ? Si tu n’étais pas mort
pour nous, pour nos péchés, nous serions en eux et ne pourrions
pas être avec le Père, nous ne pourrions pas jouir de la vie éternelle
comme j’espère qu’un jour tu nous la donneras. Non pas que nous
le méritions, car au contraire nous ne le méritons pas, mais simple-
ment car ce sera une démonstration de plus de ton amour.
Et je reste ébahi quand je vois ce que le Père a fait de toi. Il s’avère
qu’il a fait de notre plus grand péché, ta mort, le plus grand cadeau
qu’il nous ait fait puisque par cette mort nous avons vaincu notre
propre mort, le mal de notre vie et le péché qui ne cesse de nous
poursuivre.
Et je ne comprends pas non plus qu’étant Dieu, tu aies voulu passer
ta vie parmi nous sans la conscience d’être Dieu, mais grandissant
en âge, en sagesse et dans la faveur de Dieu et des hommes. Je me
demande à quoi ressemblerait ta prière avec le Père. Comment ces
deux dimensions s’unissent : ne pas être conscient d’être Dieu et de
te retrouver avec ton Père Dieu. J’aimerais savoir tant de choses sur
toi, mais je suis heureux que tu te sois révélé comme tu le souhai-
tais, et il y a des choses qui ne sont qu’à toi et qui découlent de ta
relation avec le Père.
Mon souhait est que tous les hommes te reconnaissent, t’aiment, se
donnent à toi, vivent pour toi et te rendent grâce pour tout ce que tu
as fait pour eux. Jésus, j’espère un jour te rencontrer, que tu me re-
çoives dans ton Royaume, que tu m’étreignes avec l’amour que tu as
pour moi, que tu fasses de moi un compagnon de ton Royaume avec
toutes les personnes qui seront déjà là avec toi. Que sera, Jésus, la vie
éternelle ? Non pas ce qui sera, mais qu’est-ce que la vie éternelle ? Je
souhaite vivre en louant la Trinité, en jouissant d’elle et en exaltant
pour toujours le Dieu qui nous a tant aimés et qui nous a traités avec
tant d’amour. Jésus, merci pour ta vie, merci de t’être fait homme,
merci pour tout ce que tu m’as donné tout au long de ma vie.
324 Miguel Ángel Asiain

Dieu Saint-Esprit
Esprit d’amour, quand je me réfère à toi je ne trouve pas les mots,
car je ne sais même pas comment te parler. Je sais que tu es Dieu
comme le Père et le Fils. Je sais que tu es issu d’eux deux car tu es
l’amour qu’ils ont l’un pour l’autre. Cet amour qui, pour nous les
hommes, n’est qu’un sentiment entre deux personnes qui s’aiment
véritablement, en Dieu, c’est toi.
Tu apparais dans notre monde mettant de l’ordre dans tout. C’était
le chaos et tu l’as transformé en cosmos. Elle était une enfant sainte
et immaculée, et tu es descendu sur elle pour que s’incarne Dieu
le Fils. Les apôtres étaient rassemblés dans le cénacle, c’était après
la résurrection, et Jésus était déjà à la droite du Père, et tu es des-
cendu sur eux et leur as donné tes dons. Et depuis lors, les pauvres
pécheurs qu’étaient les disciples sont devenus les grands prêcheurs
du Royaume. De la poitrine du Fils ouverte par la lance du soldat,
du sang et de l’eau sont sortis et avec ta présence l’Église a com-
mencé. Cette Église dont tu ne cesses de t’occuper.
Cette Église qui a traversé des moments si difficiles, laborieux et
saupoudrés de péché, mais qui n’a pas échoué car tu l’as soutenue,
car tu as élevé des hommes et des femmes qui ont donné leur vie
pour elle. Il y a les martyrs qui ont donné leur sang parce que tu les
aidais ; les médecins qui ont enseigné parce que tu leur as donné
la science ; les prédicateurs que tu as aidés à expliquer ce qu’avait
été la vie de Jésus, le Royaume de Dieu, et ce que sera l’avenir du
monde. Sans ton aide, sans ta présence, que serait l’Église au-
jourd’hui ? Il est vrai qu’elle a toujours été soutenue par Jésus,
aimée par le Père et soignée par lui, mais c’est toi qui l’as aidée
dans les moments difficiles, qui a toujours été là pour la défendre
contre les dangers, contre le mal qui s’est même immiscé en elle.
Oui, Esprit d’amour.
Viens, Esprit Saint, et descends sur nous qui avons besoin de toi ;
avec ton aide, nous pourrons aimer davantage le Père et le Fils ;
avec ta force, nous pourrons surmonter les difficultés de la vie et les
tentations dont nous souffrons ; avec ta présence, la vie deviendra
plus supportable ; avec ton amour, nous pourrons aimer les autres
comme tu nous aimes. Je ne te connais pas, Esprit Saint, mais je te
fais confiance, je me remets à toi, je me donne à toi. Viens à mon
Qui est notre Dieu ? 325

âme et fais qu’elle soit chaque jour plus du Père et du Fils ; fais-moi
vivre chaque jour davantage pour eux et en leur présence. Ne quitte
pas ma vie parce qu’elle tomberait dans le néant ; sans ton aide, la
puissance du péché est plus forte, sans ta lumière, les écritures sont
plus sombres, sans toi tout est différent.
C’est pourquoi je te fais confiance et te demande de me faire te
connaître davantage chaque jour. Je ne peux pas y arriver ; c’est toi
qui dois me le procurer et j’espère qu’un jour je pourrai être avec toi,
le Père et le Fils et que je pourrai te voir face à face et te remercier
pour l’éternité de l’amour que tu as eu pour moi et des grâces que
j’ai reçues de toi.

Questions
– Priez-vous la Trinité ?
– Pensez-vous à elle et vous remettez-vous à elle ?
– Attendez-vous dans le Père, le Fils et le Saint-Esprit ?
– Vous remettez-vous à chacune des personnes de la Trinité ?
– Avez-vous déjà rendu grâce en une ou plusieurs occasions
à Dieu en tant que Trinité ?
– Priez de tout votre cœur la poésie suivante qui est de Saint
Jean de la Croix et qui fait référence à la Trinité.

Prière

Bien sais-je la source qui jaillit et fuit


Malgré la nuit.
Cette source éternelle bien est celée
et pourtant sa demeure, je l’ai trouvée,
malgré la nuit.
Ne sais son origine, car n’en a mie,
mais que toute origine d’elle est jaillie,
malgré la nuit.
Bien sais que ne peut être chose si belle,
et que ciel et terre s’abreuvent en elle
malgré la nuit.
326 Miguel Ángel Asiain

Bien sais que de fond jamais on n’y trouva,


Et que nul à gué, oncques ne la passa,
malgré la nuit.
Que nul voile à sa clarté ne fut connu,
et que toute lumière d’elle est venue,
malgré la nuit.
Bien sais que si riches roulent ses courants,
qu’enfers, ciels et mondes ils vont arrosant,
malgré la nuit.
Et le courant de cette source naissant
bien sais qu’il est aussi riche et tout-puissant,
malgré la nuit.
Bien sais que les trois en une seule eau vive
résident, et que l’un de l’autre dérive,
malgré la nuit.
Cette source éternelle bien est blottie
au pain vivant afin de nous donner vie,
malgré la nuit.
De là, elle appelle est là criant vers toute créature,
qui de cette eau s’abreuve, mais à l’obscure
car c’est de nuit.
Cette source vive à qui tant me convie,
en ce pain de vie je la vois,
malgré la nuit.

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