Asiain, MA. Quien Es Nuestro Dios
Asiain, MA. Quien Es Nuestro Dios
Asiain, MA. Quien Es Nuestro Dios
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Publicaciones ICCE
(Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación)
Conde de Vilches, 4 - 28028 Madrid
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* * *
A mis hermanos: este libro ha sido escrito hace varios meses. Apa-
rece sólo ahora por diversas circunstancias. ¿Sabéis que he expe-
rimentado durante estos meses? Que sí, que es verdad que Dios es
misericordia y amor y bondad y paz y alegría…y todo lo demás que
he escrito. Por eso me enternezco cuando leo las siguientes palabras
de San Juan: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (Jn 3, 2).
Le veremos tal cual es, ¿sabéis qué es esto? O las palabras de San Pa-
blo: “Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos
cara a cara” (1Cor 13, 12). Verle cara a cara, ¿cómo no enternecernos
con esto? Todo eso lo creo de lo más profundo de mi corazón.
Por eso, quiero que lo que he escrito sea CONFESIÓN SINCERA DE
MI FE. Sí, creo con toda mi alma en este Dios, que es nuestro Dios.
El de todos. Bendito sea por siempre.
1º Dios es misericordia
apelativos son uno sólo en Dios porque en él todo es uno. Por eso al
hablar de los distintos apelativos, sin querer repetiremos cosas por-
que Dios es al mismo tiempo cada uno de los aspectos bajo los cuales
queremos acercarnos a él. No importa repetirnos, será señal de que
estamos hablando del Dios uno y único que se nos acerca de distintas
maneras desde nuestra visión, pero una y única desde lo que él es.
Pues bien, al tratar de decir quién es Dios, la primera forma de ex-
presarlo es diciendo que Dios es misericordia. Porque si algo se tras-
luce de todo lo que Jesús nos ha dicho es precisamente la miseri-
cordia del Padre. ¿Es que no es misericordia que nos haya enviado
a su Hijo? ¿No es misericordia que nos lo haya entregado hasta la
muerte? ¿No es misericordia que haya hecho todo eso por nosotros
que somos pecadores y que no nos merecemos nada? ¿A quién se
le ocurre la locura de enviar al propio Hijo, además que era Dios de
Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, enviarlo, digo,
para que se hiciese hombre como nosotros, para que viviese con
nosotros, para que se encarnara ya para siempre, para que aun yén-
dose se quedara al mismo tiempo con nosotros? En su Hijo como
en nadie Dios se ha manifestado misericordia. Por eso si queremos
saber cómo Dios es misericordia, miremos cómo Jesús es miseri-
cordia y cómo durante toda su vida fue misericordioso con todos.
Cirilo de Alejandría decía “por la misericordia de Dios fue salvado
todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido”.
El Salterio nos habla con frecuencia de esa misericordia de Dios, pero
hay un salmo, precioso, que nos enseña que toda la historia del Pue-
blo de Dios no fue otra cosa que misericordia de Dios. Es el salmo 135.
Todo el salmo no hace sino repasar la historia del Pueblo de Dios en
breves estrofas en las que la primera parte narra un hecho de esa histo-
ria y en la segunda parte canta que eso no ha sido sino misericordia de
Dios. Veamos algunas estrofas como ejemplo y que nos ayuden a rezar
de corazón muchas veces en nuestra vida todo el salmo cantando la
misericordia de Dios porque también nosotros somos Pueblo suyo:
Examen
– ¿Confías en la misericordia de Dios?
– ¿Te entregas a ella de corazón?
– ¿Es el fundamento de tu vida en los momentos de peligro,
angustia o miedo?
– ¿Miras la muerte con miedo o angustia o con la esperanza
que hemos dicho antes?
– ¿Has tratado de revisar la historia de tu vida viviéndola
desde la misericordia de Dios?
– Pase lo que pase en tu vida, ¿seguirás confiando en esa mi-
sericordia?
14 Miguel Ángel Asiain
Oración
veremos repetido muchas veces, sólo el que ama a los demás, com-
prende que Dios es amor, sabe que Dios es amor y vive un Dios- amor.
Y eso porque precisamente el amor viene de Dios; si él es amor, él
lo que da es amor y en ese amor podemos amar a los demás. No se
puede separar el amor de Dios del amor a los demás. Lo dice tam-
bién san Juan: “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el
amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios”. Por eso cuando a Jesús le preguntaron cuál era el primer
mandamiento dijo que amar a Dios, pero que el segundo es seme-
jante al primero y que consiste en amar a los demás.
Pero uno puede preguntarse, ¿en qué se ha manifestado que Dios es
amor? Si hacemos una afirmación es justo que la justifiquemos y que
indiquemos por qué la decimos. Pues es el mismo apóstol del amor
quien nos lo dice: “El amor de Dios se hizo visible entre nosotros en
esto: en que envió al mundo a su Hijo único para que nos diera vida”.
Fijémonos si Dios es amor que tomó nada menos que la decisión de
enviar a su Hijo único, que era también Dios como él. ¿Podemos pen-
sar en un amor más grande, podemos pensar en un Dios tan aman-
te que haga nada menos que ese gesto que es ya para siempre y que
consiste en enviar a su Hijo para que se haga carne como nosotros y
que por toda la eternidad sea ya el Dios encarnado? No nos cabe en la
cabeza ese gesto de amor de Dios, y es que Dios tiene que estar loco
de amor para hacer lo que hizo. No podemos imaginar ningún ejem-
plo humano semejante para entender lo que Dios hizo, y que Dios ha-
ciendo eso se manifestó como un Dios que sólo se define como amor.
Además una verdad que aumenta aún más nuestra admiración y es
que el amor existe no porque nosotros hayamos amado a Dios, sino
porque él fue el primero que nos amó a nosotros. Y en ese impul-
so de amor loco envió a su Hijo nada menos que para que muriese
por nuestros pecados. ¿Podemos afirmar algo que indique más su
amor? Afirmamos que fue él el primero que nos amó y por eso pode-
mos nosotros amar, y que manifestó ese amor infinito en la entrega
que hizo de su Hijo nada menos que para que muriese por nuestros
pecados. He ahí una paradoja difícil de comprender, que lo que era
nuestro mayor pecado, la muerte de su Hijo, resulta que lo ha to-
mado Dios para ejercer su amor supremo porque ese pecado lo ha
querido borrar con la muerte de su Hijo y por eso nos lo ha enviado.
¿Quién es nuestro Dios? 17
De lo que hemos dicho se deduce lo que afirma de nuevo san Juan: “Si
Dios nos ha amado tanto, es deber nuestro amarnos unos a otros”. Es
decir que la obligación de amarnos nace nada menos de que hemos
sido amados por Dios. Si él nos ha amado, no podemos responder de
otra manera que amando a los demás. El Dios-amor crea en nosotros
el amor; el Dios que ama, hace que amemos nosotros a los demás; el
Dios que se define por el amor hace que nosotros podamos decir que
somos sus hijos, que estamos envueltos en el amor si de verdad ama-
mos a los demás. Y es que el Dios-amor no es un Dios que permanece
en sí mismo, en las alturas, es un Dios-amor que impulsa a amar a los
demás. Porque Dios es amor, amamos nosotros; porque Dios es amor
no podemos hacer otra cosa que amar también nosotros. Y Juan lo rea-
firma: “Si nos amamos mutuamente, Dios está con nosotros y su amor
está realizado en nosotros; y esta prueba tenemos de que estamos con
él y él con nosotros, que nos ha hecho participar de su Espíritu”.
“Sí, Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios
y Dios con él”. Esta es nuestra alegría que podemos permanecer en
Dios y lo podemos amando a los demás. Nuestro Dios no es un Dios
lejano, ajeno a nuestras vicisitudes, despreocupado de todo lo que
nos pasa o nos pertenece, no, es un Dios cercano a todo lo nuestro, a
nuestras aflicciones, desgracias, desastres, pero también a nuestras
alegrías, felicidad y gozo. Por eso decimos que es amor. No lo sería
si no se preocupara de nosotros; no lo sería si estuviera “en sus co-
sas” sin que le importaran las nuestras; no lo estaría si no sintiera el
sufrimiento y las alegrías de nosotros, sus hijos. Por eso es un Dios-
amor, porque todo le afecta en el sentido que podemos afirmarlo
de Dios. Dios sufre en sus hijos que sufren, Dios lo pasa mal en sus
hijos que son ofendidos, atacados, maltratados y matados.
Porque Dios es amor, en nosotros no debe existir el temor porque en
el amor no existe el temor. “Al contrario, el amor acabado echa fue-
ra el temor, porque el temor anticipa el castigo; en consecuencia,
quien siente temor no está realizado en el amor”.
Definitivamente podemos amar nosotros porque él nos amó prime-
ro. El amor no nace de nosotros, el amor proviene de su amor, nace
de su amor, si él no nos amara, pobres de nosotros, porque no po-
dríamos tampoco nosotros amar.
¿Pero de verdad amamos a Dios? Él es amor, lo hemos repetido has-
ta la saciedad y hemos dicho que su amor antecede al nuestro, pero
18 Miguel Ángel Asiain
Nos dice el Papa Francisco: “Para conocer a ese Dios que es amor
debemos subir por la escalera del amor del prójimo, de las obras de
caridad, de las obras de misericordia que el Señor nos enseñó”.
De ese Dios-amor nos dice Jesús: “El que acepta mis mandamien-
tos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama lo amará
mi Padre y yo también lo amaré”. Y repitiendo la misma idea: “Uno
que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos
vendremos a él y viviremos con él”.
Ese Dios-amor se manifiesta sobre todo en la relación que tiene con
su Hijo, con Jesús. El Maestro habla muchas veces de su relación con
el Padre y cómo el Padre está con él y lo ama. Lo que nos tiene que
animar porque Jesús es nuestro hermano y de otra manera también
el Padre nos ama a nosotros. Veamos algunos casos de esto. “Gracias,
Padre, por haberme escuchado. Yo siempre sé que me escuchas”. Esto
nos tiene que animar a pensar cómo el Padre nos escucha. A veces
creemos que estamos dejados de su mano, pero en Jesús comprende-
mos que siempre él nos escucha. Por eso en todo momento, en toda si-
tuación de dificultad, en toda ocasión de peligro tenemos que acudir
al Dios-amor que por ese amor que nos tiene cuida de nosotros y aten-
derá nuestras peticiones. En otra ocasión: “Lo que mi Padre me ha
dado es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano
de mi Padre”. Estamos en buenas manos, en las manos de un Dios
que ama de corazón a cada uno de sus hijos. No debemos temer pues
al estar en esas manos nada ni nadie podrá separarnos de él pues nos
ponemos en ellas y nos confiamos a ellas. El Dios-amor se revela en su
relación con cada uno de nosotros. Y en otra ocasión dice el apóstol:
“Si Dios fuera vuestro Padre, me querríais, porque yo vine y estoy aquí
de parte de Dios”. Porque queremos a Jesús por eso sabemos que Dios
es nuestro Padre, ese Dios que lo hemos repetido tantas veces que es
un Dios-amor. Porque ama a su Hijo lo ha enviado a nosotros y porque
nosotros amamos a ese Hijo nos unimos al Padre y vivimos con él. Por
medio de Jesús llegamos al Padre que es amor, por eso mismo “negar-
se a honrar al Hijo significa negarse a honrar al Padre”.
Este es pues nuestro Dios. El Dios-amor que por ese amor ha he-
cho cosas impensables por nosotros, nos ama de manera que jamás
podríamos pensar y en Jesús y por medio de él manifiesta cómo
es amor para nosotros. Confiemos en él, pongámonos en sus ma-
nos, confiemos siempre, siempre hay que confiar, porque estando
20 Miguel Ángel Asiain
en esas manos nada malo nos puede pasar. Démosle gracias de todo
corazón. Gracias mi Dios-amor.
Examen
– Examina tu vida, ¿no ves cómo en ella se ha manifestado
de muchas maneras el amor de Dios?
– ¿Confías en el Dios-amor? ¿Crees en él?
– Recuerda en qué hechos de tu vida puedes ver el Dios-amor
para agradecerle de corazón.
– En los problemas, tentaciones, situaciones peligrosas, ¿po-
nes tu vida en las manos del Dios-amor?
– ¿Te diriges al Dios-amor por medio de Jesús ya que él nos
ha revelado precisamente que su Padre es amor?
– Pide perdón por todas las veces que no te has comportado
con el amor que él se merece.
– Abandónate siempre en sus manos y no tengas miedo de lo
que te pueda ocurrir porque estás en esas manos que son
nada menos que las manos del Dios-amor.
Oración
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar, no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y salvación,
De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.
No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.
3º Dios es bondad
Otra manera de responder a la pregunta ¿quién es nuestro Dios? es
afirmando que es bondad. Mejor, es la bondad. Que todo lo bueno
está en él y que nada de malo existe en él. Siempre aparece la pre-
gunta de cómo lo sabemos. Porque nadie ha visto a Dios. Y si nadie
lo ha visto nadie nos puede decir quién es y menos mostrárnoslo.
Pero podemos salir de este impasse recordando una ocasión en que
los discípulos están con el Maestro. Jesús les está explicando algu-
nas cosas y en un momento determinado les dice. “Nadie se acerca
al Padre sino por mí; si me conocéis a mí conoceréis también a mi
Padre, aunque ya desde ahora lo conocéis y lo estáis viendo”.
Sin duda los discípulos no entendieron nada. Y Felipe sale al paso en
nombre de todos y de su desconocimiento y le dice: “Señor, mués-
tranos al Padre; con esto nos basta”. Es lo que decimos nosotros,
que alguien nos muestre al Padre, entonces sabremos de verdad si
es bondad como hemos afirmado antes; queremos de verdad saber
si es bondad. Y Jesús, ni corto ni perezoso trata de responder a la
pregunta de Felipe (y a la nuestra) y sin duda de los demás discípu-
los que no han entendido nada de lo que Jesús les ha dicho. Afirma
el Maestro: “Con tanto tiempo como llevo con vosotros ¿todavía no
me conoces, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre, ¿cómo
dices tú ‘preséntanos al Padre’? ¿No crees que yo estoy con el Padre
y el Padre conmigo?”.
Es decir que sí podemos conocer al Padre porque hemos visto lo
que le ha dicho Jesús a Felipe y también recordando lo que dijo en
otra ocasión “el Padre y yo somos uno”. Si queremos saber cómo es
Dios no tenemos sino que acercarnos a ver cómo es Jesús, cómo se
comporta el Maestro, lo que hace y lo que dice. Dios está en Jesús y
22 Miguel Ángel Asiain
Jesús está en Dios; por lo tanto miremos lo que hace Jesús y sabre-
mos cómo es el Padre.
¿Que Dios es bondad? Recordemos aquel pasaje en el que los es-
cribas y saduceos llevan a Jesús una mujer que ha sido cogida en
flagrante adulterio. Le preguntan al Maestro qué hay que hacer con
ella. Ellos bien saben lo que dice la Ley, pero quieren poner en un
aprieto al Señor. Jesús conoce el corazón, la vida de todos los que
están allí. No dice nada. Se inclina y escribe. Los que estaban acu-
sando a la mujer se van yendo, empezando por los más ancianos. Y
entonces Jesús le pregunta a la mujer, “¿alguien te ha condenado?
Nadie, Señor. Tampoco yo lo hago. Vete y no peques más”.
Esta es la bondad de Dios. Ante el pecado de esta mujer, no conde-
na, perdona. No se pone en contra de ella como querían los que la
acusaban, más bien sale de su corazón la bondad inmensa que sien-
te ante una pobre pecadora y perdona. Hemos de tener en cuenta
que cuando nos preguntamos por quién es Dios no es simplemente
ni sobre todo para saber cómo es en sí mismo, lo que nadie puede
saberlo, sino que nos lo preguntamos para saber cómo es con noso-
tros, queremos saber cómo se comporta con nosotros.
Pues bien, ante nuestro pecado, ante el mal que hacemos, ante lo
mal que nos comportamos, a pesar de que tantas veces no le hace-
mos caso sino más bien le ofendemos, él se muestra bondadoso, no
condena, perdona. Esto nos produce una inmensa alegría porque
aunque somos pecadores, porque el pecado está en nuestra vida,
no por eso debemos sentirnos descorazonados, con miedo ante
nuestro Dios, porque sabemos cómo es él con nosotros en esas cir-
cunstancias, él obra perdonando, de su corazón no brota el repro-
che sino todo lo contrario, la bondad de un perdón sin fin. Motivos
tenemos para agradecerle, para sentirnos perdonados constante-
mente en nuestra vida.
Pero ¿no hay que hacer nada para que nos perdone? La mujer no
ha hecho nada, más bien se ha sentido humillada a los pies de Je-
sús donde la han dejado sus acusadores. Pero tenemos otra ocasión
que nos dice lo que debemos hacer. He aquí un hombre tullido que
no puede ni andar. Lo llevan cuatro amigos suyos que saben lo que
Jesús puede hacer. No tienen posibilidad de entrar donde está el
Maestro, una casa pequeña. Esto no les es óbice. Lo suben al tejado,
¿Quién es nuestro Dios? 23
Examen
– ¿Confías de verdad en la bondad de Dios?
– ¿En qué hechos de tu vida descubres que se ha manifesta-
do esa bondad?
– ¿Te relacionas con Dios con fe, dejando todo en sus manos?
– ¿Cuándo algo no te va bien o te sale mal, tienes la confian-
za de pensar que Dios no te ha abandonado sino que sigue
estando contigo en medio de la adversidad?
¿Quién es nuestro Dios? 27
Oración
Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo veamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión, sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces –siempre, siempre-, entonces
seremos bien lo que seremos.
Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo.
4º Dios es perdón
de los doce, tanto más grande cuanto que había sido la negación de
quien le amaba como se lo había manifestado en tantas ocasiones y
de quien le había predicho lo que iba a suceder y él había afirmado
rotundamente que eso no ocurriría. Pero Jesús no le rechaza. ¿Qué
hace? Le mira como diciéndole ‘qué has hecho’, y en la mirada está
el perdón que es lo que le hace llorar a Pedro amargamente. Y Pedro
será ya en delante de otra manera. Casi diríamos que menos mal
que lo renegó, si no dado el carácter de Pedro, ¿cómo se habría com-
portado después de la resurrección?
Por eso tenemos que acudir al pasaje de Juan después de la resu-
rrección del Señor. Recordemos las tres veces que le pregunta si le
quiere, y las tres veces que Pedro, con humildad, responde que sí,
que el Señor lo sabe todo, que él sabe que le quiere. Pero Juan afir-
ma que a Pedro le dolió que por tres veces se lo preguntara y es que
por tres veces él le había negado. Jesús no le ha recriminado, le ha
perdonado e incluso le provoca para que profese su amor por él.
Pues bien, así es Dios. Dios no recrimina cuando uno peca, cuan-
do uno hace el mal. Él perdona, pero lo que tenemos que hacer
nosotros es lo que hizo Pedro, llorar amargamente porque hemos
ofendido a quien tanto amor nos ha manifestado y ha tenido por
nosotros. Luego tendremos que manifestarle nuestro amor, pero ya
desde la humildad de quien sabe lo que ha hecho y el mal que ha
cometido. Dios es siempre perdón, Dios siempre ayuda a dar el paso
del arrepentimiento, Dios, que nos quiere de verdad, será siempre
nuestra ayuda en esas ocasiones.
Pero se le puede ofender de muchas maneras. Hemos hablado de
Pedro, ¿y los demás discípulos, qué? Huyen, dejan sólo al Maestro.
Es cierto que él antes ya les ha prevenido lo que va a suceder, “Si me
buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Y los discípulos huyen. No se apiadan
de lo que le está sucediendo al Maestro, que tanto les ha amado y les
ama; lo dejan y se van, se esconden como si nada tuvieran que ver
con él. Después Jesús resucitado no les reprochará nada, no les dirá
por qué le dejaron sólo, nada de eso. Se les aparecerá, hará lo posi-
ble para que vayan creyendo, los reunirá en el cenáculo y esperará
una semana a que estén todos, incluso Tomás, y entonces cuando
los tenga a todos les dará lo que tiene, soplará sobre ellos y les dirá:
“Recibid el Espíritu Santo”, el Espíritu de amor. Con un gran don:
“A quiénes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a
¿Quién es nuestro Dios? 31
queremos que Dios nos siga mirando con amor, debemos nosotros
amar a los demás. Es muy importante esto, que seremos juzgados
como juzguemos nosotros a los demás.
Ese perdón de Dios se manifiesta también en que Jesús llama a se-
guirle no sólo a los buenos, sino a los que quiere, no importa lo que
sean. Lo vemos en la vocación de Leví. Era recaudador de impues-
tos, pecador para los de su tiempo. Está sentado al mostrador de los
impuestos, y Jesús simplemente le dirige la palabra igual que a Pe-
dro y a los primeros discípulos que eran personas sencillas, simples
y buenas. Le dice “Sígueme”. No importa que sea tenido por peca-
dor, no importa la profesión a la que se dedique, el Maestro no tiene
en cuenta esto, él llama a quien quiere. Y Leví se levanta y le sigue.
Esto nos enseña que no debemos tener en menos a las personas que
creemos que son pecadoras. En primer lugar porque también noso-
tros lo somos, y en segundo lugar porque ¿quién conoce el corazón
de las personas? Sólo Dios y él obra según su querer.
En diversas ocasiones directamente el Maestro perdona los peca-
dos de personas que acuden a él o que él las encuentra. Recordemos
el caso del paralítico al que habían descolgado en una casa desde el
techo. ¿Qué dice Jesús? “Hijo, se te perdonan los pecados”, así, sin
más. Sin duda el Maestro conoce la fe que tiene esa persona y los
que le acompañan, pero lo han traído simplemente para que le cure
el cuerpo y Jesús hace mucho más, le cura el espíritu, le perdona los
pecados. Y esto ¿por qué? Lo dirá el Maestro en otra ocasión cuan-
do le acusan de que come con pecadores y descreídos, entonces él
responde: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. He ahí a qué ha
venido Jesús, a qué le ha mandado el Padre a este mundo, a llamar a
los pecadores, es decir a perdonar a los pecadores, a estar con ellos,
a traerles la esperanza a sus vidas. Ellos muchas veces no lo saben,
pero es Jesús quien lo sabe. Para eso le ha mandado el Padre, para
que perdone los pecados. Incluso llegará a morir para el perdón del
pecado del mundo. Es algo que nos supera. Podemos ver el amor de
Dios, la manera de ser de Dios que envía nada menos que a su Hijo
al mundo para que perdone pecados, para que muera en remisión
de los pecados de todos los hombres. ¿No es ese un Dios de perdón?
¿Quién hubiera hecho semejante cosa? ¿No es este Dios un Dios in-
comprensible por la locura de su amor? No le comprenderemos, a
34 Miguel Ángel Asiain
Examen
– ¿Confías plenamente en el perdón que Dios te ha concedi-
do a lo largo de tu vida?
– ¿Has agradecido todo lo que Dios te ha dado, el perdón, el
amor, la entrega sin pedirte nada a cambio?
– ¿Te has abandonado totalmente a él sin temor por nada de
tu pasado?
– ¿Procuras perdonar a los demás como tú mismo has sido
perdonado?
– ¿Existe en tu vida algún resquemor, alguna cosa que no ha
pasado aún por el perdón, por el olvido?
– ¿Has pedido perdón a aquellas personas que has podido
ofender y con las que te sientes aún en deuda de amor?
Oración
como tú dices, pero los perritos comen de las migajas que caen de
la mesa de los amos. Y Jesús queda ganado. No se aparta de la mu-
jer, le concede lo que ella pide. He aquí cómo hay que obrar, pedir
con insistencia, constantemente, sin desanimarse, sabiendo que el
Maestro está escuchando y ve lo que hay dentro de nuestro cora-
zón. ¿Quién puede decir después de esto que él está alejado de los
hombres? ¿Quién puede afirmar que Dios no es cercanía de amor,
de salvación, de todo por medio de su Hijo al que ha enviado preci-
samente para que le represente delante de los hombres?
Esta cercanía de Jesús con los necesitados es inmensa, es una cer-
canía con todos. Y los evangelistas a veces resumen en pocas pa-
labras los muchos que acudían al Señor y se ve cómo él les hace
el bien, no se aleja, se les acerca. Por ejemplo Mateo cuenta lo si-
guiente: “Acudió un gran gentío llevándole cojos, ciegos, lisiados,
sordomudos y otros muchos enfermos; los echaban a sus pies y él
los curaba. La gente estaba admirada viendo que los mudos habla-
ban, los lisiados se curaban, los cojos andaban y los ciegos veían, y
alababan al Dios de Israel”. He aquí a Jesús cerca de todos los que
vienen a él; no se va, no se esconde, no se aleja, no dice que está
cansado, que le dejen. No, él ha venido para estar cerca de todos los
que le necesitan y también de los que parecen no necesitarlo. Así
es el Dios-cercanía. Y también Jesús se acercará a los escribas, a los
saduceos, a los fariseos, a todos los que le odian y le van a llevar a
la cruz, y para todos tendrá una palabra de compasión, aunque con
quienes se portan mal recibirán el látigo de sus palabras: “hipócri-
tas” les dirá tantas veces.
En una ocasión se acerca un padre que tiene un hijo epiléptico. Este
hombre cree en Jesús e incluso se pone de rodillas ante él. Le cuen-
ta lo que le pasa al hijo epiléptico y cómo tiene todos los síntomas
de la epilepsia. Entonces Jesús pide que le traigan al niño e increpó
al demonio que salió de él. En aquel momento el niño quedó cura-
do. Le preguntaron los discípulos por qué ellos no habían podido
echarlo y él les respondió: “Porque tenéis poca fe”. Jesús está para
todos, de cualquier enfermedad que tengan. Él se acerca a todos,
de todos tiene compasión, a todos les da lo que necesitan, era el
que manifestaba al Dios-cercanía, al Dios que le había enviado para
que estuviera con los necesitados, con los que le pedían ayuda, no
importara quiénes fueran. Todos eran sus hijos, y el Padre Dios-cer-
42 Miguel Ángel Asiain
Examen
– ¿Te sientes cerca de Dios?
– ¿Lo sientes a él cerca de ti?
¿Quién es nuestro Dios? 43
Oración
Este es el camino
para el otro que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él
como debemos;
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.
Aun aquel Hijo de Dios,
para subirnos al cielo,
descendió
a nacer entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.
6º Dios es maestro
suyas sino que venían del Padre, es Dios-maestro quien nos enseña
por medio de esta parábola cómo hemos de comportarnos y cómo
Dios se comporta con nosotros. Dios se hace maestro en su Hijo al
explicarnos muy claramente la condición de las tres figuras de la pa-
rábola. El hijo menor somos nosotros, todos nosotros porque todos
nos hemos comportado mal con Dios. Nos hemos apartado de él, le
hemos ofendido. Cada uno conoce su vida y sabe la verdad de lo que
decimos. Nos hemos aprovechado de él, haciendo de su amor que
es lo que él siempre da, un modo de vivir que a él no le agrada, a
él le ofende. Tenemos que reconocernos en este hijo. Por otra parte
tenemos el hijo mayor que también somos cada uno de nosotros por-
que le hemos ofendido comportándonos mal con otras personas que
eran nuestros hermanos. No las hemos amado, a veces les hemos he-
cho mal, hemos criticado de ellas, las hemos juzgado por lo que han
hecho sin darnos cuenta de que nosotros también hemos obrado mal
como hijos mayores. Y aquí viene el comportamiento de cada uno,
el hijo menor reconoce que ha obrado mal y se propone volver a su
padre. Y vuelve. Y ¡qué fiesta hay en la casa del Padre! Lo mejor de lo
mejor para él. Y llega el hijo mayor y se ofende con su padre porque
dice que no se ha comportado como con el hijo menor y le echa en
cara que no ha tenido todo lo que le ha dado a ese hijo menor. Mal
comportamiento, desagradecido y sin comprender que estar con el
Padre era la mayor gracia que podía tener. Y no tiene en cuenta que el
menor es también su hermano. Y en medio de los dos hijos, el padre.
¡Qué padre! Amando con inmenso amor a los dos hijos, a cada uno en
la situación en la que se encuentra. Da una fiesta por el hijo recupe-
rado y le dice al hijo mayor que todo lo suyo también le pertenece a
él. No sabemos si este hijo entró o no en casa como le pedía el padre.
En esta parábola, tan hermosa, vemos lo que somos nosotros y lo que
es nuestro Dios. Él nos lo ha enseñado por medio de Jesús. Tener a
un padre como Dios es la mayor de las gracias que nos puede tocar.
Que hemos sido hijo menor es lo que hemos de reconocer en nuestra
vida. Y no olvidarnos de las muchas veces que hemos sido el hijo ma-
yor sin dejar de ser al mismo tiempo el menor. Gran enseñanza fue la
de Jesús y lo mucho que le tenemos que agradecer que nos contara
esta parábola para decirnos como él sabe decirlo quién es el Padre y
cómo somos nosotros los pobres humanos. Una vez más de esta ma-
nera nos enseña Dios Padre, el Dios-maestro, lo que es él y cómo debe
ser nuestra vida, comprendiendo al mismo tiempo lo que somos.
¿Quién es nuestro Dios? 51
Otra parábola que dijo Jesús es la del rico necio. Consigue una gran
cosecha como jamás la había tenido; no le cabe en los graneros que
posee y piensa construir otros y después darse a la buena vida. Pero
Dios le dijo: “Insensato, esta noche te van a reclamar la vida. Lo que
te has preparado, ¿para quién será?”. Y el mismo Jesús explica el
sentido de la parábola con estas palabras: “Eso le pasa al que amon-
tona riquezas para sí y no es rico en lo que quiere Dios”.
Otras parábolas contó Jesús a la gente. Hemos visto algunas de ellas
y hemos escogido aquellas en las que el mismo Maestro las explica,
algunas veces de manera amplia y otras de forma más escueta. Era
necesario escucharle a él porque él es quien sabe lo que quería decir
con una determinada parábola. Nos enseña lo que quiere decirnos
Dios-maestro. Y en Jesús es el Padre el maestro que nos enseña lo
que debe ser el reino de Dios.
Finalmente nos referimos a otra hermosa parábola en la que Jesús
es protagonista y podemos ver su manera de comportarse con no-
sotros. Dice el Señor: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le
pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca
de la descarriada hasta encontrarla? Cuando la encuentra se la car-
ga a los hombros, muy contento; al llegar a casa reúne a los amigos y
a los vecinos para decirles: ‘He encontrado la oveja que había perdi-
do’”. Y de nuevo Jesús explica esta parábola: “Os digo que lo mismo
pasa en el cielo; da más alegría un pecador que se arrepiente, que
noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.
Este es el amor de Dios, su comportamiento con los pecadores; ve-
mos cómo es el mismo Jesús el que carga con nuestros pecados,
con nuestros descarríos y nos lleva de nuevo al aprisco. Y ¡qué gran
alegría tiene porque ha logrado traer al aprisco la oveja descarriada!
Y cómo nos impresiona lo de que hay más alegría en el cielo por un
pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no
necesitan arrepentirse.
Así nos ha enseñado Dios lo que es su reino, lo que es el reinado que
él quería establecer y de nuevo vemos que se apoya en los necesi-
tados, en los pobres, en los que nosotros despreciaríamos. Él es de
otra manera. Demos gracias por las enseñanzas que nos ha dado
por medio de su Hijo con las parábolas.
52 Miguel Ángel Asiain
Examen
– ¿Qué sientes al escuchar las parábolas de Jesús?
– Haz el esfuerzo de coger los evangelios, encontrar las pará-
bolas y leerlas despacio. Entonces comprenderás lo que es
el reino de Dios y el reinado que él quería instituir en nues-
tro mundo. Comprenderás lo que es Dios-maestro.
– Trata de situarte en cada una de ellas y ponte de manera
que seas tú quien oye de labios de Jesús las parábolas y te
las aplica a ti.
– ¿No sientes el deseo profundo de darle gracias porque es
como es?
Oración
Cuando nace Jesús cuenta Lucas que: “De pronto, en torno al ángel,
apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios dicien-
do: ‘Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que
él tanto quiere’”. Por lo tanto ya desde el primer momento en que
aparece entre los hombres, su madre le ha dado a luz, se canta la
paz que trae a los hombres, una paz que viene del Padre y que se
desparrama sobre todos los hombres porque ya desde ese momen-
to se dice que los quiere de verdad. Es el inicio de una vida en paz,
de una vida que va a dar la paz a los hombres, hombres a los que él
tanto quiere y que lo va a demostrar a lo largo de su vida.
Y cuando está para irse, ha pasado ya el tiempo de su estancia en
este mundo, está con los discípulos en la cena pascual, les está ha-
blando desde el corazón, les va a contar muchas cosas que se van a
imprimir en lo íntimo de los discípulos, estamos en este momento
en las palabras de despedida, se va a ir, los discípulos no lo saben y
van a sufrir mucho, y entonces Jesús les dice: “Paz es mi despedida;
paz os deseo, la mía; y mi manera de deseárosla no es la del mundo.
No estéis agitados ni tengáis miedo, habéis oído lo que os he dicho,
que me voy para volver. Si me amarais, os alegraríais que me vaya
con el Padre, porque el Padre es más que yo”.
El regalo que Jesús les concede en el momento en que está despi-
diéndose de ellos es precisamente la paz. Él la ha recibido del Padre
y él se la da a los suyos. Por eso porque tienen su paz, no tienen ni
que agobiarse, ni que temer, ni que tener miedo. Y es importante de
qué paz se trata, no es la paz del mundo, la suya, la de su Padre, es
distinta y de hecho lo van a notar en los próximos días cuando suce-
da lo que ninguno en ese momento sabe ni espera. La paz de Jesús
tiene que estar en nuestros corazones; y hemos de tener cuidado
de no confundir esa paz con la que existe en el mundo. La suya es
una paz profunda, es una paz que hará que los discípulos no teman
las dificultades por las que van a pasar, es una paz que les tendrá
unidos constantemente a él y de esa manera también con el Padre.
Esta es la paz que recibimos nosotros de Jesús. Él nos la entrega
en los momentos más duros de su vida, cuando está a punto de su-
frir por todos, en ese momento da la paz para que el sufrimiento
que podemos ver en algunas personas o sentir nosotros a lo largo
de la vida no nos agobie, no nos desanime sino que nos manten-
ga firmes en todo momento. Cuando sufrimos o lo pasamos mal,
¿Quién es nuestro Dios? 55
Examen
– ¿Has sentido en alguna o muchas ocasiones la paz de Dios
en tu vida?
– ¿Sientes que Jesús cuando viene a ti te da paz?
– ¿Qué ha podido más en ti la paz de Dios o el miedo a las
situaciones en las que estabas viviendo?
– ¿Procuras dar paz a las personas que se acercan a ti?
– ¿Eres causa de paz o de discusión en el lugar donde vives?
– ¿Predicas la paz y procuras vivir la paz que predicas?
– Aun cuando pecas ¿sientes la paz de Dios que perdona
aunque hayas hecho lo que hayas hecho?
¿Quién es nuestro Dios? 59
Oración
don que se recibe, y así decimos muchas veces que estamos en gra-
cia o que la gracia está en nuestro corazón.
¿Dónde se ha manifestado que Dios es gracia? En primer lugar y de
manera muy especial en que nos ha entregado a su propio Hijo. ¿Cómo
es Dios para darnos a su Hijo? ¿Quién haría eso? Entregar al Hijo por el
esclavo, al Amado por los que le han ofendido. Pablo dice algo maravi-
lloso: “Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en nuestra con-
tra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por
nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo? ¿Quién
será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona”. La venida
de Jesús muestra hasta dónde puede llegar la gracia del Padre que nos
da a su Hijo. Esta es la generosidad divina, su gracia de amor. El amor
loco de Dios, sí Dios está loco para hacer semejante cosa. Dios da por
gracia y el que recibe el don halla cerca de él ternura y generosidad.
Esa gracia de Dios o el Dios-gracia se ha manifestado también en
que nos ha dado el Espíritu Santo. Es el amor que tiene a su Hijo,
porque el amor recíproco entre el Padre y el Hijo es nada menos que
el Espíritu Santo. Y ese Espíritu nos lo ha dado por medio de Jesús.
Ya dijo el Maestro en los últimos días de su vida acá abajo que él
se iba y que convenía que se fuese porque así enviaría al Espíritu
Santo, aquel que también procede del Padre y del Hijo, y cuya mi-
sión sería ayudarnos a todos, mantener firme en las dificultades a la
Iglesia y recordarnos todo lo que Jesús nos fue diciendo en su vida,
así lo confiesan los evangelistas.
Era tan importante la gracia en la primitiva Iglesia (siempre lo ha sido
y lo es y lo seguirá siendo) que Pablo en todas sus cartas comienza
deseando la gracia a los que escribe y junto a ella la paz. Paz y gracia
van unidas indisolublemente en los saludos de Pablo a las iglesias.
Veamos esas cartas y los saludos con los que comienza. A los roma-
nos: “A todos los predilectos de Dios que estáis en Roma, llamados y
consagradas, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del
Señor Jesucristo”. En la primera a los Corintios: “… gracia a vosotros
y paz de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. En la
segunda a los Corintios: “… a vosotros gracia y paz de parte de Dios,
Padre nuestro y del Señor Jesucristo”. A los Gálatas: “Gracia a voso-
tros y paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que
se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este
¿Quién es nuestro Dios? 63
ahí nacerá después lo que el hombre haga, las obras de amor con las
que él debe responder a lo que Dios ha hecho con él.
Lo dice Pablo, “Como también David proclama bienaventurado al
hombre al que Dios imputa la justicia independientemente de las
obras: ‘Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron perdona-
das, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre al que el Señor no
imputa culpa alguna’”. Y Pablo se remonta a Abrahán. “Decimos en
efecto que le fue reputada como justicia”. ¿Qué es lo que le fue re-
putada como justicia? El hecho de que creyó en Dios”. Sigue Pablo:
“Y ¿cómo le fue reputada? ¿Siendo él circunciso o antes de serlo? No
siendo circunciso sino antes, y recibió la señal de la circuncisión
como sello de la justicia de la fe que poseía siendo incircunciso”.
Vemos, pues, cómo efectivamente lo primero es siempre la gracia
de Dios o el Dios que es gracia que se entrega al hombre y obra en
él por amor; luego, como consecuencia, vendrán las obras de amor
que debe realizar el hombre como respuesta a lo que ha recibido.
Este es el Dios-gracia que por puro amor, sin ser merecedores de
nada nos ha dado su justificación, es decir, su gracia de amor, sin
que nosotros la mereciéramos.
Y así estamos hoy viviendo del amor de Dios, viviendo de su gracia
concedida por pura misericordia, dada porque Él es así. No pregun-
temos por qué Dios se comportó de esa manera. Nunca lo sabremos.
Sólo podemos decir esto, se comportó así porque es Dios, sólo en su
ser Dios se entiende o mejor se acepta lo que él hace. A Dios hay que
aceptarlo como es, no preguntarse por razones ante su obra, ante su
decisión, ante lo que él hace.
El resultado de todo esto es que estamos en paz con Dios por nues-
tro Señor Jesucristo. No tenemos que temer, no tenemos que aco-
bardarnos, no tenemos que vivir en angustia, Él por medio de su
muerte nos ha liberado del pecado, de la muerte y de la ley. Y eso
lo hace como enviado del Padre. Ya lo dijo que no hacía sino lo que
veía hacer al Padre. Por lo tanto es que Dios-gracia es así, amor, gra-
cia y paz al mismo tiempo. Amor que se nos revela en su acción,
gracia porque nos ha salvado por pura gracia sin que nosotros obrá-
ramos nada para conseguirla, no podíamos hacerlo, y paz porque
es el resultado de ese amor y gracia. Estamos en paz con Dios, pero
estamos también en deuda con Dios. Nuestra vida entera tiene que
66 Miguel Ángel Asiain
Examen
– ¿Cómo correspondes al Dios-gracia en tu vida?
– ¿Vives como hijo ya que hijo te hizo en el bautismo?
– ¿Eres fuerte ante las tentaciones pidiendo fuerza al Espíri-
tu Santo?
– ¿Oras con frecuencia al Espíritu Santo que dicen que es el
Dios desconocido?
– ¿Confías en la fe o te apoyas más en tus obras?
– ¿Sabes abandonarte en las manos de Dios confiando en la
fe que tienes en Cristo Jesús?
– ¿Te agarras a tus obras y se las presentas a Dios como si por
ellas te debiera algo en la vida?
– ¿Serás capaz de abandonarte en las manos de Dios en el mo-
mento de tu muerte dejando todo en su designio de gracia?
¿Quién es nuestro Dios? 67
Oración
nos, con todos los hombres. Demos, pues, gracias a Dios porque es
misericordia y pidámosle que nos enseñe a imitarle en esta virtud.
Y eso nos producirá inmensa alegría.
¿Y cómo no vamos a alegrarnos de que Dios sea amor? El amor le
define, el amor es lo que le hace darnos tantas gracias, el amor es
lo que nos regala en cada minuto de la vida. Sin su amor no existi-
ríamos. El amor nos sostiene en la vida, nos acompaña a lo largo de
nuestra vida. Nos ha dado el amor en y de su Hijo, ¿no vamos a estar
contentos por este hecho? El amor de Jesús ha inundado nuestra
vida. ¡Amarnos el Padre hasta llegar a entregarnos a su Hijo por
nuestros pecados! ¿Qué Dios es este? Y con el Hijo darnos todo lo
que necesitamos para una vida buena, fraterna y que sea una vida
reconciliada con todos y con todo. Ver que Jesús se entrega por no-
sotros porque el Padre para eso lo ha mandado al mundo. Escuchar
del mismo Jesús algo como esto: permaneced en mi amor como yo
permanezco en el amor del Padre. Ver a Jesús que su amor por no-
sotros le lleva a lavar los pies de cada uno como hizo con los de sus
discípulos; ver que nos entrega su Cuerpo para que lo comamos y su
Sangre para que la bebamos. Y que al mismo tiempo nos diga que
“Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él”.
¿Y cómo no vamos a estar penetrados por la alegría cuando vemos
lo que hace Jesús, enviado por el Padre para que haga todo eso por
nosotros? Claro que estamos alegres por el Dios-amor. Ningún pue-
blo que no sea el cristiano tiene un Dios que se comporte de esta
manera, por eso debemos darle gracias y mantenernos en la alegría
por lo que ha hecho.
¿Cómo no vamos a estar alegres por un Dios-bondad? Ver que la
bondad de Dios y el Dios-bondad desciende a nuestra vida, nos tie-
ne en cuenta, cuida de nosotros, ¿qué produce eso sino alegría? La
bondad de Dios habita la tierra porque todo procede de esa bon-
dad. Porque es bondad ha creado el universo; porque es bondad nos
ha dado la vida; porque es bondad nos perdona constantemente;
porque es bondad nos ayuda en las dificultades; porque es bondad
nos anima en los momentos de desgana a seguir adelante; porque
es bondad quiere que sigamos a su Hijo; porque es bondad nos
ha revelado quién es su Unigénito encarnado; porque es bondad
atiende nuestras súplicas; porque es bondad nos alienta en los mo-
mentos de dificultad; porque es bondad es la esperanza de nuestra
¿Quién es nuestro Dios? 71
espiritual? Sí, Dios nos enseña quién es él, por eso hemos podido ir
relatando las diversas facetas del Dios de nuestra vida. Él nos ense-
ña quién es su Hijo y nos ayuda a comprenderlo cuando pensamos
en él o le escuchamos leyendo el evangelio o escuchando cuando
nos hablan de él. Él nos enseña a través de su Hijo quién es el Espí-
ritu Santo. ¡Sabemos tan poco del Espíritu Santo! Ha sido llamado
el Dios desconocido porque al Padre le hablamos y pensamos en
él con la experiencia que tenemos de la paternidad humana; cree-
mos en Jesús porque se ha hecho carne y es semejante a nosotros
en todo menos en el pecado, y Dios-maestro envía su Espíritu San-
to por medio de Jesús para que creamos en él, para que nos ayu-
de en la vida interior. Dios-maestro nos enseña también lo que es
la vida espiritual, cómo hay que caminar por ella, cómo tenemos
que comportarnos, cómo le hemos de agradar y hacer su voluntad,
cómo hemos de amar el bien y desechar el mal. Dios-maestro nos
enseña a seguir a Jesús, a complacerle, a comportarnos como nos
enseñó y predicó durante su vida. Las enseñanzas de Dios-maestro
son necesarias en la vida y debemos atenderlas desde lo más íntimo
de nuestro ser. Por todo eso y por otras muchas cosas que Dios nos
va enseñando al corazón y que cada uno sabe, tenemos que estar
de verdad contentos y felices porque es el maestro de nuestra vida.
Nunca daremos suficientes gracias por este aspecto de nuestro
Dios. Estemos alegres por esto.
¿Y cómo no vamos a encontrarnos felices y alegres de que Dios sea
un Dios de paz, sea el Dios-paz? La paz que tanto necesitamos en
nuestro mundo; la paz sin la cual el mundo sería algo horrible por
las luchas, las guerras, los enfrentamientos, el mal de las personas,
todo lo que vemos que hacen en nuestros días unos hombres contra
otros. La paz es necesaria para que nadie se aproveche de sus her-
manos, nadie les ofenda, nadie haga las barbaridades que vamos
oyendo por los medios de comunicación. Es la paz del corazón la
que necesitamos; paz que nos tranquilice, paz que nos ayude a vivir
haciendo el bien a los demás, paz que es el ánimo que recibimos
de Dios para ayudar a los demás en sus necesidades, paz que es lo
que Jesús ofreció a los suyos. Cuando los discípulos estaban ate-
morizados, Jesús les da paz. Cuando están temerosos porque creen
ver un fantasma, les anima a que no se asusten porque es él quien
se acerca a ellos. La paz que necesitaron los discípulos cuando en
medio de la tormenta, creyendo que estaban perdidos, que se iban a
74 Miguel Ángel Asiain
Examen
– ¿Vives la alegría de saber algo de quién es nuestro Dios?
– ¿Hay algún aspecto de nuestro Dios que no te convenza o
del que te encuentras más alejado?
– ¿Estás contento de que nuestro Dios sea como es? ¿Le das
gracias por eso?
– Repasa cada uno de los elementos con los que hemos ca-
lificado a nuestro Dios y mira si los vives con un corazón
pleno de gratitud.
– ¿Hay algo en tu vida que no corresponda a los aspectos ci-
tados de nuestro Dios?
– Arrodíllate y dale gracias de corazón, pídele que te haga
comprender mejor quién es Él, que se te revele según su
designio de amor por ti.
Oración
Dios Hijo
Jesús también tú eres Dios. El Dios que desde siempre estaba con el
Padre y el Espíritu Santo. Y siendo Dios resulta que has querido, en
obediencia al Padre, hacerte hombre como uno de nosotros. Ya sé
que lo único que no hay en ti es el pecado, eres por eso semejante a
nosotros en todo menos en el pecado. ¡Que dicha que hayas venido
a nosotros porque eso nos ha traído todo bien! Ya desde el primer
momento cuando tu Madre, María, te tenía en su vientre y fue a vi-
sitar a su prima Isabel, nada más aparecer tú ante ella, el niño que
estaba en el vientre de Isabel saltó de gozo, como la misma Isabel se
lo contó a María. Y desde ese momento tu vida ha sido hacer siem-
pre el bien a los hombres.
Pero que un Dios, en este caso el Hijo, se haga hombre me confun-
de. Tampoco en este caso acabo de comprenderlo. Acepto, pero no
comprendo, el amor que entraña ese hecho de hacerte uno de no-
¿Quién es nuestro Dios? 79
que caería en la nada; sin tu ayuda el poder del pecado es más fuerte,
sin tu luz las escrituras son más oscuras, sin ti, todo es distinto.
Por eso me confío a ti y te pido que me hagas conocerte cada día
más. Yo no lo puedo conseguir; eres tú quien me lo tienes que conce-
der y espero que un día pueda estar contigo, con el Padre y el Hijo y
pueda veros cara a cara y pueda agradeceros por toda la eternidad el
amor que me habéis tenido y las gracias que he recibido de vosotros.
Examen
– ¿Oras a la Trinidad?
– ¿Piensas en ella y te encomiendas a ella?
– ¿Esperas en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
– ¿Te encomiendas a cada una de las personas de la Trinidad?
– ¿Has agradecido alguna vez o muchas veces que Dios sea
Trinidad?
– Ora con el corazón la poesía que viene a continuación que
es de San Juan de la Cruz y se refiere a la Trinidad.
Oración
* * *
Ai miei fratelli: questo libro è stato scritto diversi mesi fa, ma sem-
bra solo ora a causa di varie circostanze. Sapete cosa ho vissuto in
questi mesi? Ho vissuto che sì, è vero che Dio è misericordia e amo-
re e bontà e pace e gioia... e tutto il resto che ho scritto. Per questo
la lettura delle parole di San Giovanni mi commuovono: “Carissimi,
noi fin d’ora siamo figli di Dio, ma ciò che saremo non è stato anco-
ra rivelato. Sappiamo però che quando egli si sarà manifestato, noi
saremo simili a lui, perché lo vedremo così come egli è” (1 Gv 3,
2). Lo vedremo così com’è: sapete cosa vuol dire? O le parole di San
Paolo: “Ora vediamo come in uno specchio, in maniera confusa; ma
allora lo vedremo faccia a faccia” (1 Cor 13,12). Vederlo faccia a
faccia: come non commuoversi per questo? Credo in tutto questo
dal profondo del mio cuore.
Pertanto, voglio che ciò che ho scritto sia una sincera CONFESSIO-
NE DELLA MIA FEDE. Sì, credo con tutta l’anima in questo Dio,
che è il nostro Dio. Il Dio di tutti. Sia benedetto per sempre.
1º Dio è misericordia
Non è forse una temerarietà cercare di dire chi sia il nostro Dio?
Non è forse una temerarietà cercare di avvicinarsi a lui e pensare
di poterlo conoscere? Chi ha visto Dio? Nessuno di noi l’ha visto. Se
è così, come possiamo dire chi sia? Ecco perché all’inizio di queste
brevi pagine ci disponiamo con umiltà davanti allo scopo che vo-
gliamo raggiungere. Perché, malgrado l’ardire di questo tentativo,
vogliamo comunque sapere chi sia il nostro Dio. È così importante
per noi, tanto da non voler cessare di provarci. Ecco perché in que-
ste pagine il terreno che le sostiene è l’umiltà del cuore, l’umiltà dei
sentimenti, l’umiltà di tutta la vita. Solamente sulla base dell’umil-
tà possiamo impegnarci nel nostro tentativo.
In effetti, nessuno di noi esseri umani ha visto Dio. Ma sì, lo ha visto
il Signore Gesù, Figlio suo prediletto, che è sempre esistito con il
Padre e lo Spirito. E venendo tra noi ci ha parlato del Padre, ce lo ha
comunicato, ci ha parlato di quello che ha visto. Giovanni dice: “Dio
nessuno l’ha mai visto: proprio il Figlio unigenito, che è nel seno
del Padre, lui lo ha rivelato” (Gv. 1, 18). Ecco perché abbiamo una
fonte da cui bere, un sostegno per raggiungere il Padre. Per tutta la
sua vita, Gesù ci ha manifestato il Padre, e ci ha detto “Il Padre e io
siamo una sola cosa” (Gv. 10,30). Conoscerlo è conoscere il Padre,
avvicinarsi a lui è avvicinarsi al Padre, amarlo è amare il Padre. Per
questo ha detto a uno dei suoi: “Non credi che io sono nel Padre e il
Padre è in me?” (Gv 14,10); per questo è la via, la verità e la vita. Sì,
è il modo di conoscere il Padre. E dovremo andare da lui costante-
mente mentre cerchiamo di sapere chi è il Padre.
D’altra parte, in Dio tutto è uno. Possiamo applicare a lui varie de-
nominazioni che rappresentano i diversi modi di avvicinarsi a lui.
90 Miguel Ángel Asiain
Ma tutti questi attributi sono uno solo in Dio, perché in lui tutto è
uno. Quindi, quando parliamo dei diversi appellativi, pur senza vo-
lerlo, ripeteremo alcune cose, perché Dio è allo stesso tempo ognu-
no degli aspetti con i quali vogliamo avvicinarci a lui. Non importa
ripeterci, sarà un segno del fatto che stiamo parlando dell’unico e
solo Dio che si avvicina a noi in modi diversi partendo dalla nostra
visione, ma una e sola partendo da quello che lui è.
Ebbene, quando si cerca di dire chi sia Dio, il primo modo per
esprimerlo è dire che Dio è misericordia. Perché se c’è una cosa
chiara tra tutto quello che Gesù ha detto, è proprio la misericor-
dia del Padre: non è forse misericordia l’aver mandato suo Figlio?
Non è forse misericordia l’averlo dato fino alla morte? Non è forse
misericordia l’aver fatto tutto questo per noi che siamo peccatori e
che non meritiamo nulla? Chi può pensare alla follia di mandare il
Figlio stesso, oltre al fatto che era Dio da Dio, luce da luce, Dio vero
da Dio vero, mandarlo, perché si facesse uomo come noi, perché
vivesse con noi, perché si incarnasse per sempre, perché anche
quando se ne fosse andato, sarebbe rimasto con noi? Nel suo Fi-
glio, come in nessun altro, Dio ha mostrato la sua misericordia.
Quindi, se vogliamo conoscere fino a che punto arriva la miseri-
cordia di Dio, guardiamo a come Gesù sia misericordioso e come
lo sia stato per tutta la sua vita, con tutti. Cirillo d’Alessandria ha
detto che “il mondo intero è stato salvato per la misericordia su-
perna estesa a tutti”.
Il Libro dei Salmi ci parla spesso della misericordia di Dio, ma c’è
un salmo prezioso che insegna come tutta la storia del Popolo di
Dio non sia stata altro che la dimostrazione della misericordia di
Dio. Nel salmo 135, il salmista ripercorre la storia del popolo di
Dio in brevi strofe: nella prima parte racconta un evento di quella
storia e nella seconda parte canta come questo rivelasse la mise-
ricordia di Dio. Ecco alcune strofe come esempio. Proponiamoci
di pregare con il cuore molte volte nella nostra vita il salmo inte-
ro cantando la misericordia di Dio, perché anche noi siamo il suo
Popolo:
Esame
Preghiera
molte volte: solo chi ama gli altri capisce che Dio è amore, sa che
Dio è amore e vive un Dio-amore.
E questo perché l’amore viene da Dio; se Lui è amore, ciò che dà è
amore, e in questo amore possiamo amare gli altri. Non si può se-
parare l’amore di Dio dall’amore degli altri. Lo dice anche San Gio-
vanni: “Amici miei, amiamoci gli uni gli altri, perché l’amore viene
da Dio, e tutti coloro che amano sono nati da Dio e conoscono Dio”.
Così, quando a Gesù fu chiesto quale fosse il primo comandamento,
disse che era amare Dio, ma che il secondo comandamento è come
il primo e consiste nell’amare gli altri.
Ma possiamo chiederci: in che modo Dio si è manifestato ‘amore’?
Se affermiamo qualcosa, è doveroso giustificare ciò che affermia-
mo, e indicarne il perché. Perché è proprio l’apostolo dell’amore che
dice: “L’amore di Dio si è reso visibile tra noi in questo: che ha man-
dato il suo Figlio unigenito nel mondo per darci la vita”. Possiamo
pensare ad un amore più grande, possiamo pensare ad un Dio che
è così amorevole da compiere quel gesto che è già per sempre e che
consiste nell’inviare suo Figlio a farsi carne come noi e che per tutta
l’eternità sarà Dio incarnato? Non possiamo immaginare quel gesto
d’amore di Dio, perché Dio deve essere pazzo d’amore per fare quel-
lo che ha fatto. Non possiamo immaginare un esempio così umano
per comprendere ciò che Dio ha fatto, e che Dio, così facendo, si è
manifestato come un Dio che si definisce solo come amore.
E una verità che aumenta ancora di più la nostra ammirazione è
che l’amore non esiste perché abbiamo amato Dio, ma perché Dio è
stato il primo ad amarci. E in quel folle impulso d’amore ha manda-
to il suo Figlio a morire per i nostri peccati. Possiamo dire qualcosa
di più per indicare il suo amore? Riconosciamo che Lui è stato il
primo ad amarci e quindi possiamo amare, e che ha manifestato
quell’amore infinito nel dono di suo Figlio e nel morire per i nostri
peccati. C’è un paradosso difficile da capire: il nostro peccato più
grande, la morte di suo Figlio, si rivela essere ciò che ha consentito
a Dio di esercitare il suo amore supremo, ha voluto cancellare quel
peccato con la morte di suo Figlio e per questo Egli lo ha mandato
a noi.
Da quanto abbiamo detto, possiamo dedurre quello che San Gio-
vanni dice in un altro passo: “Se Dio ci ha tanto amato, è nostro do-
Chi è il nostro Dio? 97
Esame
– Esamina la tua vita, non vedi come in essa si è manifestato
l’amore di Dio in molti modi?
– Hai fiducia nel Dio-amore? Credi nel suo amore?
– Ricordi in quali eventi della tua vita sei riuscito a scoprire il
Dio-amore per ringraziarlo con tutto il cuore?
– Nei problemi, nelle tentazioni e nelle situazioni pericolose,
metti la tua vita nelle mani di Dio-amore?
– Ti rivolgi a Dio-amore per mezzo di Gesù, poiché proprio
Lui ci ha rivelato che suo Padre è amore?
– Chiedi perdono per tutte le volte che non ti sei comportato
con l’amore che Lui merita.
– Abbandonati sempre nelle sue mani e non avere paura di
ciò che può accaderti perché sei in quelle mani che sono
proprio quelle di Dio-amore.
Preghiera
Un altro modo per rispondere alla domanda su chi sia il nostro Dio
è dire che è buono, anzi che è la bontà, che in Lui è tutto il bene, e
che in Lui nulla di male esiste. Ci si chiede sempre come facciamo
a saperlo. Perché nessuno ha mai visto Dio. E se nessuno l’ha visto,
nessuno può dirci chi sia, e meno ancora mostrarcelo.
Ma possiamo uscire da questa impasse ricordando un’occasione in
cui i discepoli sono con il Maestro. Gesù spiega ad essi alcune cose e
ad un certo momento dice loro: “Nessuno può venire a me, se non lo
attira a sé il Padre che mi ha mandato; se conoscete me, conoscerete
anche il Padre: fin da ora lo conoscete e lo vedete”. Indubbiamente,
i discepoli non capirono nulla. E Filippo cerca di salvare la situa-
zione, ammettendo la sua ignoranza e chiede al Signore: “Signore,
mostraci il Padre; questo ci basta”. Ed è proprio questo che diciamo
anche noi, chiedendo che qualcuno ci mostri il Padre, perché al-
lora sapremo veramente se è bontà come abbiamo affermato pri-
ma; vogliamo veramente sapere se Dio è bontà. E Gesù non esita
a rispondere alla domanda di Filippo (e alla nostra domanda), che
è indubbiamente anche quella degli altri discepoli che non hanno
capito nulla. Anche noi vogliamo veramente sapere se è la bontà.
E Gesù, né laconico né lento, cerca di rispondere alla domanda di
Filippo (alla nostra) e a quella degli altri discepoli che non hanno
capito nulla di ciò che Gesù ha detto loro. Il Maestro dice: “Da tanto
tempo sono con voi, e tu non mi hai ancora conosciuto, Filippo? Chi
vede me vede il Padre, come puoi dire ‘mostraci il Padre’? Non credi
che io sia con il Padre e il Padre è con me?”.
In altre parole, possiamo conoscere il Padre perché abbiamo visto
quello che Gesù ha detto a Filippo e anche ricordando quello che ha
102 Miguel Ángel Asiain
E noi cosa dobbiamo fare? Avere fede! Fede in Gesù, fede che pos-
sa fare quello che gli chiediamo di fare, fede che l’importante è
credere in Lui, fede che mettendoci nelle sue mani opererà secon-
do la fede che abbiamo. La fede deve guidare la nostra vita in ogni
momento, la fede deve essere presente davanti al Maestro. Dio
Padre, la bontà suprema, è presente nelle azioni di Gesù. Quindi,
poiché vediamo che Gesù è bontà, possiamo credere che il Padre
è bontà. Sono entrambi la stessa cosa. Sappiamo, quindi, chi è il
nostro Dio, la bontà suprema, la bontà che è vicina a colui che ha
fede in Gesù.
La fede deve essere sempre unita alla speranza. Ecco un’altra situa-
zione. Gesù si trova nella piscina di Siloe. Ci sono molti malati. Il
Maestro si rende conto che uno di loro è invalido da molto tempo.
Si muove con difficoltà. Quando l’acqua si agita, altri si muovono
con maggiore rapidità rispetto a lui, si immergono nella piscina e
guariscono; lui deve aspettare un’altra occasione. Gesù addolorato
per la sofferenza causata dai molti anni di malattia dell’invalido,
gli dice semplicemente che prenda il suo lettuccio e se ne vada. Il
malato ha fiducia nelle parole del Maestro: infatti non dubita, non
pone domande, ha fiducia nella sua parola, ed allora si alza, prende
il suo lettuccio, comincia a camminare, e si allontana. Cosa ha fatto
il malato? Ha avuto fiducia in Dio, nel Maestro che gli ha ordinato di
prendere il suo lettuccio e cominciare a camminare.
104 Miguel Ángel Asiain
Esame
– Hai veramente fiducia nella bontà di Dio?
– Quali sono gli eventi della tua vita in cui scopri che la sua
bontà si è resa manifesta?
– La tua relazione con Dio è guidata dalla fede? Lasci tutto
nelle sue mani?
– Quando qualcosa non va bene o non riesce come tu vorre-
sti, hai la fiducia di pensare che Dio non ti ha abbandonato,
e che continua a stare con te nelle avversità?
– Al Dio bontà rispondi con la bontà verso gli altri, indipen-
dentemente da come si comportano con te? Lo ringrazi per
tutta la bontà che ha avuto con te durante tutta la tua vita?
Chi è il nostro Dio? 107
Preghiera
Quando cerchiamo di manifestare chi è Dio per noi, dato che nes-
suno lo ha mai conosciuto, ci rivolgiamo a Gesù e prendiamo la di-
chiarazione di Giovanni alla fine del suo primo capitolo in cui dice
che il Figlio ce lo ha spiegato. Ma può sorgere un dubbio. Giovanni
fa teologia; il suo Vangelo è stato scritto molto tardi. La sua affer-
mazione sul Figlio, però, non sarà il frutto della sua teologia, perché
abbiamo almeno un altro luogo dove afferma quanto segue: “Mio
Padre mi ha insegnato tutto; solo il Padre conosce il Figlio e solo il
Figlio conosce il Padre e solo il Figlio conosce il Padre e colui al qua-
le il Figlio vuole rivelarlo”. Questo è quello che dice Matteo. È giusto
quindi che ci rivolgiamo a Gesù quando ci interroghiamo su Dio,
perché il Figlio lo conosce e lo rivela; e Lui lo ha rivelato per tutta la
vita con le sue parole e con il suo comportamento.
Perciò, affidandoci a Gesù e al fatto che Egli ci rivela il Padre, ve-
diamo che Dio è perdono. Forse il caso più eclatante è stato pro-
prio quello di Pietro. Aveva dimostrato di essere molto deciso
quando Gesù gli disse che lo avrebbe rinnegato; disse di no. Tutti
gli altri potevano negarlo, ma non lui. Che uomo era, Pietro! E
poche ore dopo, le parole di alcuni servi del sommo sacerdote e
di alcuni uomini che si stavano scaldando in attesa di vedere cosa
sarebbe successo al prigioniero, sono bastate a Pietro per rinne-
gare il suo Maestro. Non lo conosce! No, non lo conosce. E lo dirà
a voce alta: “Non conosco quell’uomo”. E poi, con quella parola
che sembra un po’ sprezzante “quell’uomo”. Luca dice che “il Si-
gnore si voltò e guardò Pietro, e Pietro si ricordò” delle parole che
il Maestro gli aveva detto nell’Ultima Cena, e uscito fuori, pianse
amaramente”.
110 Miguel Ángel Asiain
tutti siano lì, anche Tommaso, e poi quando tutti saranno presenti
darà loro quello che ha, soffierà su di loro e dirà: “Ricevete lo Spirito
Santo”, lo Spirito d’amore. Con un grande dono: “A chi perdonerete
i peccati, saranno perdonati; a chi li riterrete, saranno ritenuti”. Di
nuovo, il perdono. Di nuovo l’amore, con il grande dono dello Spiri-
to e la possibilità di poter perdonare anche i propri peccati.
Perciò noi, di qualsiasi genere siano i peccati che abbiamo commes-
so, dobbiamo confidare nel perdono di Dio, egli è perdono e non
può agire in nessun altro modo se non perdonando, perché questo
è ciò che scaturisce dal suo cuore, pieno d’amore. Dimenticherà il
nostro passato pieno di peccati, non farà mai riferimento a ciò che
abbiamo fatto perché ha perdonato tutto, se abbiamo davvero pian-
to amaramente. Ma, attenzione a quello che succede a Pietro: prima
c’è stato il perdono, - guardò Pietro quando lo rinnegò - e poi viene
il pentimento. Dio perdona ancora prima che noi gli chiediamo per-
dono, ma poi, a maggior ragione, dobbiamo chiedere quel perdono
che nasce dal suo sguardo, dal suo amore. Ci pentiamo perché Lui
perdona, sembra una cosa molto strana, ma in Dio tutto può sem-
brare strano. Lui è così, non segue le nostre regole. Va oltre ciò che
non capiamo. Questo è il nostro Dio, il Dio del perdono.
Un altro caso meraviglioso. I vangeli dicono che aveva scacciato set-
te demoni dalla Maddalena. L’abbiamo già visto, prima il perdono.
Gesù perdona quella donna. E come agisce lei? Se la Maddalena è
la donna che lo ha unto a Betania – ma questo non viene detto -
possiamo vedere il grande amore che questa donna manifesta verso
di Lui. Porta un flaccone di profumo molto costoso e lo versa sul
capo di Gesù. I discepoli sono indignati, perché a loro questo gesto
sembra uno spreco. Gesù la difende. Lo unge in vista della sua se-
poltura. Non avrebbero dovuto i discepoli essere felici di vedere l’a-
more che questa donna dimostrava per il Maestro? Gesù non aveva
mostrato loro molto amore? Come sono disorientati! Il Maestro non
meritava quello che ha fatto questa donna? E se quella non fosse
la Maddalena, allora è lei che va molto presto la mattina del gior-
no della risurrezione alla ricerca del corpo del Signore per ungerlo
e prendersene cura. Di nuovo l’amore come risposta al perdono. È
sempre così, non è prima il pentimento e poi il perdono; prima il
perdono da cui scaturisce il pentimento. E questo per noi è difficile
da capire, qualcosa che dobbiamo meditare molte volte. Dobbiamo
112 Miguel Ángel Asiain
ti, per morire in remissione dei peccati di tutti gli uomini. Non è un
Dio del perdono? Chi avrebbe fatto una cosa simile? Non è questo
Dio un Dio incomprensibile a causa della follia del suo amore? Non
lo capiremo, Dio non potrà mai essere compreso, quello che dob-
biamo fare è semplicemente e soltanto accettarlo. E dobbiamo agire
nello stesso modo in cui agisce lui. Dobbiamo perdonare se siamo
stati offesi; dobbiamo comportarci bene anche nei confronti di chi
si è comportato male con noi.
Il modo in cui dobbiamo comportarci appare meravigliosamente
quando Gesù si rivolge a un fariseo che lo giudica nel suo cuore per-
ché si lascia toccare da un peccatore. E il Maestro rivolge una do-
manda a Pietro, su un creditore che perdona due persone, una che
gli deve poco e l’altra che gli deve molto. E chiede: chi gli sarà più
riconoscente? Pietro gli risponde bene: quello a cui ha condonato di
più. E questa risposta aiuta Gesù a difendere la peccatrice per tutto
quello che ha appena fatto con Lui, cosa che Simone, il fariseo, non
ha fatto. Ecco di nuovo il perdono di Gesù. Non gli importa che un
peccatore gli tocchi i piedi, non gli importa che lei li asciughi con i
suoi capelli, lei che ha versato un vasetto di profumo sul suo capo.
Gesù non giudica la peccatrice, la perdona, e la peccatrice ama
molto perché si sente perdonata. Questo è il modo in cui dobbia-
mo comportarci: dobbiamo perdonare senza giudicare, non ci deve
importare che si dica che qualcuno è un peccatore, che si comporta
male. Naturalmente non dobbiamo permettere che qualcuno faccia
del male ad altre persone, ma dobbiamo accettare le persone così
come sono e aiutarle ad agire altrimenti.
Infine, ecco una parabola molto bella. Quella dell’uomo che ha un
grande debito da pagare e non ha nulla con cui pagarlo. Quando il
padrone minaccia di metterlo in prigione fino a quando non avrà
estinto il debito, il debitore lo prega sinceramente di aspettare fino
a quando lo potrà restituire. Il padrone, pietoso, gli condona tutti i
suoi debiti. Il debitore lascia il suo padrone e incontra un’altra per-
sona che gli deve molto poco, e sebbene questa usi le stesse parole
con le quali aveva implorato il suo padrone, non lo ascolta e lo con-
duce in prigione. I compagni, vedendo la sua condotta, lo denun-
ciano al padrone che lo chiama, lo rimprovera dicendo che avrebbe
dovuto condonare come era stato condonato, tanto più che la diffe-
renza del debito era così grande.
Chi è il nostro Dio? 115
Esame
– Hai pienamente fiducia nel perdono che Dio ti ha concesso
lungo la tua vita?
– Hai ringraziato per tutto ciò che Dio ti ha dato, il perdono,
l’amore, la dedizione senza chiederti nulla in cambio?
– Ti sei abbandonato totalmente a lui senza timore per tutto
ciò che è successo nel tuo passato?
– Cerchi di perdonare gli altri come tu sei stato perdonato?
– È presente nella tua vita qualche risentimento, qualcosa
che non è ancora stato perdonato, o dimenticato?
– Hai chiesto perdono alle persone che hai potuto offendere
e con cui ti senti ancora in debito d’amore?
Preghiera
grande è proprio quella di essersi fatto uomo, uno come tutti noi.
In Gesù abbiamo la vicinanza del Padre. Possiamo ben dire, quindi,
che Dio è vicino all’uomo in tutte le vicende della sua vita, poiché
egli stesso ha sofferto come gli uomini. E durante la sua vita, Gesù
si è avvicinato a tutte le categorie di uomini, ai miserabili e ai sof-
ferenti. I Vangeli ci raccontano questo, come potremo vedere in al-
cuni esempi, per i quali sarebbe sufficiente leggere gli evangelisti.
Gesù si avvicina ai lebbrosi. Uomini che all’epoca dovevano vivere
separati da tutte le persone e alla vista di qualcuno dovevano grida-
re per avvertirli di non avvicinarsi. Gesù è andato da loro, non aveva
paura della malattia. E li ha guariti. “Signore, se vuoi puoi sanarmi”.
E Gesù sana. Non si allontana dai lebbrosi, fa loro il bene che può,
risponde alle loro preghiere, non si allontana come gli altri ebrei.
Questa è la vicinanza di Dio.
Nessuno è estraneo a Dio, nessuno è lontano da lui. È vero, un po-
polo è stato scelto, di lui si è preso cura, a lui ha insegnato a poco a
poco ma, giunta la pienezza dei tempi, quel popolo è diventato più
grande perché agli Ebrei si sono uniti i gentili, grazia immensa di
Dio. Egli amava tutti, non era lontano da nessuno. E Gesù stesso
lo dimostra. Un giorno un centurione, un non ebreo venne da lui
e Gesù non lo rifiutò. Lo ascoltò: cosa desiderava? Aveva un servo
molto malato e gli chiedeva di curarlo. Il Maestro non gli disse che
era venuto solo per i figli di Israele; sapeva di essere venuto per tutti
e che sarebbe venuto il momento della sua manifestazione a tutti.
Forse ciò che fece poteva essere un segno di quel futuro. E senza
ulteriori indugi gli disse che il figlio sarebbe guarito. Ed ecco, lo
straniero mostrò più fiducia in Gesù degli stessi israeliti: non era
necessario andare a casa, non ne era degno, basta una sola parola
per guarirlo, basta un solo desiderio. Ecco come Gesù è vicino an-
che a questo straniero.
Cosa ci insegna questo? Da un lato, che Dio è vicino ad ogni per-
sona, sia che provenga dal nuovo Popolo di Dio, iniziato con Gesù,
sia che appartenga ad un altro popolo che non conosce quello di
Gesù. Dio sarà vicino a tutti e si occuperà di tutti. Siamo noi così?
Non consideriamo peggiore chi non appartiene al nostro Popolo?
Cosa abbiamo fatto del Popolo nato dal costato di Cristo? Come sa-
rebbe migliore il mondo se noi cristiani ci comportassimo davvero
come Gesù con chi non appartiene al nostro Popolo! Dobbiamo es-
Chi è il nostro Dio? 119
Maestro è in ascolto e vede ciò che è nel nostro cuore. Chi può dire
dopo questo che è lontano dagli uomini? Chi può dire che Dio non
è la vicinanza dell’amore, della salvezza attraverso suo Figlio, che
ha mandato proprio perché lo rappresentasse davanti agli uomini?
Questa vicinanza di Gesù ai bisognosi è immensa, è una vicinanza a
tutti. E gli Evangelisti a volte presentano in poche parole i tanti che
sono venuti al Signore e vediamo come Egli fa loro del bene, non
se ne vada, si avvicini a loro. Matteo, per esempio, racconta questo
episodio: “Una grande folla si avvicinò a lui, portando zoppi, ciechi,
storpi, sordomuti e molti altri malati; li mise ai suoi piedi e lui li
guarì. La gente era stupita nel vedere che i muti parlavano, gli storpi
erano guariti, gli zoppi camminavano e i ciechi vedevano, e lodava-
no il Dio d’Israele”. Ecco, Gesù è vicino a tutti quelli che vengono a
Lui; non se ne va, non si nasconde, non si allontana, non dice che è
stanco, che lo lascino in pace. No, è venuto per essere vicino a tutti
quelli che hanno bisogno di lui e anche a quelli che sembrano non
averne bisogno. Così è il Dio della vicinanza. E Gesù sarà vicino an-
che agli scribi, ai sadducei, ai farisei, a tutti quelli che lo odiano e
che lo porteranno alla croce, e per tutti loro avrà una parola di com-
passione, anche se quelli che si comporteranno male riceveranno la
frustata delle sue parole: “ipocriti” dirà loro tante volte.
Una volta ecco che un padre di un figlio epilettico viene a lui.
Quest’uomo crede in Gesù e si inginocchia persino davanti a lui.
Gli dice cosa c’è che non va in suo figlio, che presenta tutti sintomi
dell’epilessia. Allora Gesù chiede che il fanciullo sia portato dinanzi
a lui e rimprovera il demonio, che fugge e subito il fanciullo guari-
sce. I discepoli gli chiedono perché non erano riusciti a cacciarlo e
lui risponde: “Perché avete poca fede”. Gesù è lì per tutti, non im-
porta quale malattia si abbia. Si avvicina a tutti, ha compassione di
tutti, dà a tutti ciò di cui hanno bisogno, è stato colui che ha mani-
festato il Dio che è vicino a loro, il Dio che lo ha mandato per stare
con i bisognosi, con coloro che chiedevano aiuto, non importa chi
fossero. Sono tutti suoi figli, e il Padre Dio-prossimità ama tutti e
vuole che suo Figlio aiuti tutti, e non si allontani da nessuno, per
questo lo ha mandato nel mondo.
In un passaggio che non possiamo fare a meno di presentare pro-
prio come lo hanno scritto gli Evangelisti, in questo caso Matteo, di
immensa delicatezza, vediamo che Gesù è per tutti, ma che il suo
122 Miguel Ángel Asiain
cuore è con i più piccoli, con i più fragili, con quelli cui gli altri, e
più ancora in quel momento, non prestano attenzione, i bambini.
Così narra Matteo: “Allora gli furono portati dei bambini perché im-
ponesse loro le mani e pregasse; ma i discepoli li sgridavano. Gesù
però disse loro: ‘Lasciate che i bambini vengano a me, perché di
questi è il regno dei cieli’. E dopo avere imposto loro le mani, se ne
partì”. C’è forse un testo più bello di questo in cui vediamo la vici-
nanza di Gesù a coloro che nessuno apprezzava, che tutti allonta-
navano, che non significavano assolutamente nulla in quel mondo?
E quasi per contrasto, mi viene in mente il traditore, Giuda l’Isca-
riota. Era stato scelto come gli altri; era rimasto accanto a Gesù con
gli altri, aveva ascoltato le sue parole, aveva ricevuto il suo amore e
la sua fiducia mentre teneva il sacchetto di denaro che avevano ri-
cevuto, lo aveva ascoltato e aveva visto compiere tante meraviglie e,
alla fine, dice: “Quanto mi darete se ve lo consegno”? Queste parole
feriscono il nostro cuore, cosa sarà accaduto nel cuore di quest’uo-
mo? Mi chiedo sempre cosa accadde nel cuore di Giuda quando si
rese conto del male che aveva fatto, buttò via il denaro che aveva
ricevuto e andò ad impiccarsi. Non si fidava di Gesù che gli aveva
dimostrato una fiducia suprema? Non ho parole, penso semplice-
mente che anche lui sia entrato nel mistero della misericordia di
Dio. Il nostro Dio sa cosa è successo e sa dove si trova. Sia benedetta
la nostra vicinanza a Dio. Non ci allontaniamo da Dio, non ci al-
lontaniamo da Lui, stiamo sempre con Lui, che è vicinanza di Dio
che non ci lascerà mai soli. E ricordiamoci di ciò che Pietro dice in
modo così bello: “Getta su di lui tutto il tuo fardello, perché lui si
prende cura di te”.
Esame
– Ti senti vicino a Dio?
– Lo senti vicino a te?
– C’è qualcosa che qualche volta ti ha allontanato da Dio?
Come ti sei comportato?
– Hai fiducia nel fatto che lui non si allontanerà mai da te?
– Sei vicino ai fratelli, soprattutto ai più bisognosi?
Chi è il nostro Dio? 123
Preghiera
Il desiderio di Dio Padre nel mandare suo Figlio nel mondo era che
edificasse il Regno di Dio. Il Padre voleva un mondo a sua immagi-
ne, un mondo di pace, di giustizia, di benessere, nel quale gli uomi-
ni si comportassero bene gli uni con gli altri e non ci fossero dispu-
te, guerre, opposizioni, ingiustizie. Era il mondo che voleva. Quello
era il Regno di Dio. Un mondo per il quale i profeti e gli inviati da
Dio avevano combattuto, ma non era stato attuato. Gli uomini non
capivano il desiderio di Dio trasmesso dai suoi inviati, e così decise
di mandare suo Figlio perché, finalmente, potesse costituire quel
Regno, quel mondo diverso, quel mondo secondo i suoi desideri.
Gesù comincia allora a predicare questo mondo nuovo, diverso, che
rappresenta, quindi, una buona notizia. Come può un mondo, che è
in accordo con la volontà di Dio, non essere una buona notizia? Ma
è necessario farlo capire alla gente. E come farlo? Per mezzo di para-
bole. Cos’è una parabola? Lo diciamo con le parole di Léon Dufour:
“Fin dalla Chiesa primitiva una storia raccontata da Gesù si chia-
ma parabola per illustrare il suo insegnamento. Le parabole sono
quindi un invito all’attenzione, ma anche un velo che nasconde la
profondità del mistero a chi non può o non vuole penetrarlo del
tutto. Gli Evangelisti, impressionati dalla resistenza di molti Ebrei
al messaggio di Cristo, hanno sottolineato questo fatto mostrando
Gesù che risponde ai discepoli con una citazione di Isaia. Tuttavia,
insieme a queste parabole legate all’Apocalisse, ce ne sono altre più
chiare che riguardano insegnamenti morali accessibili a tutti”.
Infatti, dopo aver raccontato una parabola, Gesù aggiunse: “Chi ha
orecchie da udire, oda”. Allora i discepoli gli chiesero: “Che cosa si-
gnifica questa parabola? Egli rispose: “A voi è dato di capire i segre-
126 Miguel Ángel Asiain
ti del regno di Dio; agli altri no, per questo parlo loro in parabole,
perché pur vedendo non vedono e pur udendo non odono e non
comprendono”. (Queste ultime parole sono di Isaia, citate da tutti i
Sinottici, da alcuni più ampiamente di altri).
Ebbene, ci riferiamo a quelle storie narrate da Gesù per rivelare il
Regno di Dio, la volontà del Dio-Maestro, spiegandola chiaramente
ai discepoli, e agli altri con parabole di cui si doveva approfondire il
significato. Così insegnava Gesù. A volte è lui stesso che chiarisce il
significato delle parabole, come vedremo in alcune di esse, e ascol-
teremo le stesse parole che ha usato Gesù affinché penetrino più
profondamente nel nostro cuore.
Una parabola che appare in tutti i Sinottici è quella del seminatore
che esce a seminare e getta i semi e questi cadono in vari terreni.
Cosa vuole insegnare Gesù con questa parabola? In questa occasio-
ne egli stesso ne ha indicato il significato. Lo vediamo in Matteo:
“Ascoltate ora la parabola del seminatore: Ogni volta che uno ascol-
ta il messaggio del regno e non lo capisce, il maligno viene e porta
via ciò che è stato seminato nel suo cuore; questo è ciò che è stato
seminato sul sentiero. Ciò che è seminato su un terreno roccioso è
colui che ascolta il messaggio e lo accetta immediatamente con gio-
ia; ma non ha radici, è volubile, e non appena sorge una difficoltà o
una persecuzione a causa del messaggio, si arrende. Ciò che si se-
mina tra i rovi è colui che ascolta il messaggio, ma il peso di questa
vita e la seduzione della ricchezza lo soffoca e diventa sterile. Ciò
che viene seminato in buona terra è colui che ascolta il messaggio
e lo comprende; uno porta frutto e produce in un caso cento, in un
altro sessanta, in un altro trenta”.
Un’altra parabola è quella della zizzania. Gesù la raccontò così: “Il
regno dei cieli si può paragonare a un uomo che ha seminato del
buon seme nel suo campo. Ma mentre tutti dormivano venne il suo
nemico, seminò zizzania in mezzo al grano e se ne andò. Quando
poi la messe fiorì e fece frutto, ecco apparve anche la zizzania. Allo-
ra i servi andarono dal padrone di casa e gli dissero: Padrone, non
hai seminato del buon seme nel tuo campo? Da dove viene dunque
la zizzania? Ed egli rispose loro: Un nemico ha fatto questo. E i servi
gli dissero: Vuoi dunque che andiamo a raccoglierla? No, rispose,
perché non succeda che, cogliendo la zizzania, con essa sradichiate
anche il grano. Lasciate che l’una e l’altro crescano insieme fino alla
Chi è il nostro Dio? 127
secondo debitore gli ripete le stesse parole che egli aveva detto al
suo padrone, ma lui non lo ascolta e lo manda in prigione. Quando i
suoi compagni vedono una tale ingiustizia, vanno dal loro padrone
e gli raccontano l’accaduto. Il padrone lo manda a chiamare e gli
chiede perché non si sia comportato con il suo debitore come egli
si era comportato con lui maggiormente debitore. E lo manda in
prigione finché non paghi tutto quanto gli deve.
È Gesù stesso che spiega la parabola con parole molto semplici:
“Così farà anche con voi il Padre mio celeste, se ognuno di voi non
perdona di cuore al proprio fratello”. Questo ci insegna Gesù: noi,
grandi peccatori, ci presentiamo al nostro Dio per chiedere perdono
e lui semplicemente, senza chiedere nulla, ci ha già perdonato tut-
to. Questo è ciò che il Dio-Maestro insegna mediante Gesù. Mistero
del suo amore. Dobbiamo quindi perdonare coloro che potrebbero
averci recato offesa, offesa non paragonabile a quella che abbiamo
inflitto al nostro Dio. Il regno di Dio è il regno di giustizia e di perdo-
no. Il nuovo mondo deve essere basato sul perdono reciproco. Solo
così avremo accolto la volontà di Dio, i suoi insegnamenti affidati a
suo Figlio per il mondo che Egli vuole.
In un’altra occasione Dio tramite Gesù ha detto come voleva fosse
il suo regno. “Che ve ne pare? Un uomo aveva due figli; rivoltosi al
primo disse: Figlio, va’ oggi a lavorare nella vigna. Ed egli rispose:
Sì, signore; ma non andò. Rivoltosi al secondo, gli disse lo stesso.
Ed egli rispose: Non ne ho voglia; ma poi, pentitosi, ci andò. Chi dei
due ha compiuto la volontà del padre? Dicono: ‘Il secondo’. E Gesù
disse loro: “In verità vi dico: I pubblicani e le prostitute vi passano
avanti nel regno di Dio”! Ecco il significato della parabola e come
Dio-Maestro accolga i peccatori.
Anche qui è Gesù stesso che insegna il senso di questa parabola. Dob-
biamo fare attenzione non alle parole, ma al comportamento. È vero
che le prostitute hanno una cattiva condotta ma hanno riconosciuto
quello che sono e si sono rivolte a Dio, a Gesù. D’altra parte, coloro
che pensavano di essere buoni e di non aver bisogno di nulla, non an-
davano dal Maestro. Nella nostra vita dobbiamo prestare attenzione
non alle parole che pronunciamo molte volte, forse in preda alla gio-
ia o per fare bella figura o per qualsiasi altro motivo, ma al fatto che
poi non facciamo quello che abbiamo detto. Questo non è quello che
vuole il Padre nei cieli. Questo non è conforme al desiderio di Gesù
Chi è il nostro Dio? 129
che insegna con questa parabola quale debba essere il nostro com-
portamento e come Dio si comporta con noi. Dio diventa maestro
nel suo Figlio spiegando molto chiaramente la condizione delle tre
figure nella parabola. Il figlio più giovane siamo noi, tutti noi, per-
ché ci siamo tutti comportati male nei confronti di Dio, allontanan-
doci da lui, e offendendolo. Ognuno di noi conosce la sua vita e la
sua verità. Abbiamo approfittato di lui, trasformando l’amore del
Padre, che dà sempre, in uno stile di vita che lo offende. Dobbiamo
riconoscerci in questo figlio. Dall’altra parte abbiamo il figlio mag-
giore, che è anche lui ognuno di noi, perché offendiamo Dio com-
portandoci male con i nostri fratelli. Non li abbiamo amati, a volte
abbiamo fatto loro del male, li abbiamo criticati, li abbiamo giudi-
cati per quello che hanno fatto senza considerare che anche noi ab-
biamo compiuto il male. Ed ecco il comportamento dei due figli: il
minore riconosce di aver sbagliato e decide di ritornare dal padre,
ed è festa nella casa del Padre! Il figlio maggiore arriva e accusa il
padre di non essersi comportato con lui come con il figlio minore e
di non aver avuto tutto quello che a lui ha dato. Un comportamento
ingiusto, un’ingratitudine grave per non aver compreso che essere
con il Padre era la grazia più grande, inoltre non tiene conto che
si tratta di suo fratello. E tra i due figli, il padre, che padre! Un pa-
dre che sa amare con immenso amore i due figli, ognuno nella sua
particolare situazione. Dà una festa per il figlio che è come tornato
a nuova vita e dice al figlio maggiore che tutto ciò che è suo appar-
tiene anche a lui. Non sappiamo se questo figlio sia entrato in casa,
come il padre gli ha chiesto di fare.
In questa bella parabola vediamo ciò che siamo e ciò che è il no-
stro Dio. Avere un padre come Dio è per noi la grazia più grande.
Dobbiamo riconoscere nella nostra vita di essere stati come il figlio
minore. E non dobbiamo dimenticare le tante volte che siamo stati
il figlio maggiore mentre siamo ancora anche il più giovane. Gesù
ci ha dato una grande lezione, e dovremmo essergli grati per averci
raccontato questa parabola, per dirci chi è il Padre e chi siamo noi
poveri umani. Ancora una volta ci rivela Dio Padre, il Dio-Maestro
e come dovrebbe essere la nostra vita, comprendendo allo stesso
tempo quel che siamo.
Un’altra parabola raccontata da Gesù è quella del ricco stolto. Ot-
tiene un grande raccolto come non l’ha mai avuto prima; non entra
Chi è il nostro Dio? 131
nei granai di sua proprietà e pensa di costruirne altri per poi darsi
alla bella vita. Ma Dio gli disse: “Stolto, questa notte stessa ti sarà
richiesta la tua vita”. A chi sarà destinata? E Gesù stesso spiega il
significato della parabola con queste parole: “Questo accade a chi
accumula ricchezza per sé e non quella che Dio vuole per noi”.
Ne abbiamo riletto alcune e abbiamo scelto quelle che il Maestro
stesso spiega a volte in modo ampio e in occasioni più concisamen-
te. È necessario ascoltarlo perché è lui che sa quel che intendeva in-
dicare con la parabola. E in Gesù è il Padre il maestro che ci insegna
quello che dovrebbe essere il Regno di Dio.
E per finire rileggiamo un’altra bella parabola nella quale Gesù è il
protagonista e così possiamo scoprire il modo con il quale si rivolge a
noi. Il Signore dice: “Chi di voi se ha cento pecore e ne perde una, non
lascia le novantanove nel deserto e va dietro a quella perduta, finché
non la ritrova? E trovatala, pieno di gioia, se la mette sulle spalle; e
giunto a casa riunisce gli amici e i vicini per dire loro: ‘Ho ritrovato la
pecora che avevo smarrito’”. E di nuovo Gesù spiega la parabola: “Vi
dico che ci sarà più gioia in cielo per un solo peccatore che si ravvede,
che per novantanove giusti che non hanno bisogno di ravvedimento”.
Questo è l’amore di Dio, il suo comportamento con i peccatori; ve-
diamo come sia Gesù stesso che prende su di sé i nostri peccati, i
nostri errori, e ci riconduce all’ovile: e quale grande gioia vive per
aver riportato all’ovile la pecorella smarrita! E quanta emozione per
la gioia in cielo per un peccatore che si pente che per novantanove
persone giuste che non hanno bisogno di pentirsi.
Ancora una volta Dio ha rivelato qual è il Regno che ha costituito, e
ancora una volta vediamo che esso si fonda sui bisognosi, sui pove-
ri, sugli emarginati. Lui agisce in un altro modo. Ringraziamolo per
gli insegnamenti che ci ha dato tramite suo Figlio con le parabole.
Esame
– Cosa senti quando ascolti le parabole di Gesù?
– Compi lo sforzo di prendere i vangeli e cercare le parabo-
le, leggile lentamente. Allora capirai che cos’è il Regno di
Dio che egli ha voluto istituire nel mondo. Capirai come è
il Dio-Maestro.
132 Miguel Ángel Asiain
Preghiera
si posa il suo favore’”. Così, dal primo momento in cui appare tra gli
uomini, si canta la pace che egli porterà agli uomini, una pace che
viene dal Padre e che si diffonde su tutti gli uomini perché da quel
momento si comprende che li ama veramente. È l’inizio di una vita
nella pace, di una vita che darà pace agli uomini, tanto amati e mo-
strerà questo amore per tutta la vita.
E quando sta per andarsene, quando il tempo della sua permanen-
za nel mondo è già passato, a tavola con i discepoli per la Pasqua,
parla loro con il cuore, dice loro molte cose che si imprimeranno
nell’interiorità dei discepoli. Siamo alle parole di commiato, sta per
lasciarli, i discepoli non lo sanno e soffriranno molto, allora Gesù
dice loro: “La pace è il mio addio; la pace che desidero per voi, la
mia pace; e il mio modo di desiderarla per voi non è quello del mon-
do. Non siate agitati o spaventati, avete sentito quello che ho detto,
che sto per tornare. Se mi amaste, vi rallegrereste che io vada al Pa-
dre, perché il Padre è più grande di me. “Vi lascio la pace, vi do la
mia pace. Non come la dà il mondo, io la do a voi. Non sia turbato il
vostro cuore e non abbia timore. Avete udito che vi ho detto: Vado
e tornerò a voi; se mi amaste, vi rallegrereste che io vado dal Padre,
perché il Padre è più grande di me”.
Il dono che Gesù fa loro nel momento in cui li saluta è proprio la
pace. L’ha ricevuta dal Padre e la dona ai suoi. Perciò, avendo la sua
pace, non devono essere tristi o avere timore. È importante sapere
di quale pace si tratti: non è la pace del mondo la sua, quella di suo
Padre; è diversa e infatti lo si vedrà nei giorni seguenti quando ac-
cadrà ciò che nessuno in quel momento sa o si aspetta. La pace di
Gesù deve essere nei nostri cuori; e dobbiamo stare attenti a non
confondere questa pace con la pace che esiste nel mondo. La sua è
una pace profonda, è una pace che farà sì che i discepoli non abbia-
no paura delle difficoltà che incontreranno, è una pace che li terrà
costantemente uniti a Lui e in questo modo anche al Padre.
Questa è la pace che riceviamo da Gesù, nel momento più difficile
della sua vita, quando sta per soffrire per tutti, in quel momento
dà la pace perché la sofferenza che vediamo in alcune persone o
sentiamo nella nostra vita non ci travolga, non ci scoraggi ma ci
mantenga sempre saldi. Quando soffriamo o passiamo un brutto
momento, quando la nostra forza è debole, quando sembra che non
possiamo più andare avanti, dobbiamo ricordare le parole di Gesù:
Chi è il nostro Dio? 135
metto il dito nel posto dei chiodi e non metto la mia mano nel suo
costato, non crederò”. Ma Gesù sarà comprensivo con lui. Continua
Giovanni: “Otto giorni dopo i discepoli erano di nuovo in casa e c’e-
ra con loro anche Tommaso. Venne Gesù, a porte chiuse, si fermò in
mezzo a loro e disse: ‘Pace a voi!’. Poi disse a Tommaso: ‘Metti qua il
tuo dito e guarda le mie mani; stendi la tua mano, e mettila nel mio
costato; e non essere più incredulo ma credente!’. Rispose Tomma-
so: “Mio Signore e mio Dio!”. Gesù gli disse: ‘Perché mi hai veduto,
hai creduto: beati quelli che pur non avendo visto crederanno!’”.
Come sempre, quando Gesù si presenta, offre la pace. La pace è il se-
gno della sua presenza. E la pace deve essere il segno della sua pre-
senza nella nostra vita. Avere la pace è il dono più grande, pace nel
cuore, pace nella vita, pace nel comportamento, pace nei momenti
difficili della vita, pace quando ci troviamo in difficoltà, pace quan-
do gioiamo, pace quando siamo caduti, pace quando ci ha aiutato ad
alzarci. È la pace di Dio, è il Dio-pace che in Gesù è con noi e in noi.
La parola ‘pace’ appare anche un’altra volta sulle labbra di Gesù du-
rante la sua vita, con l’emorroissa guarita semplicemente toccando
il mantello del Maestro. Accorgendosi di essere stata scoperta, va
da Gesù e gli racconta l’accaduto e il Maestro le dice: “Figlia, la tua
fede ti ha salvato; va’ in pace”. In altri casi di guarigioni e di fede,
la parola ‘pace’ non appare sulle labbra di Gesù, ma si può presu-
mere che quel che ha detto a questa donna, la dica in cuor suo a
tutti quelli che guarisce per la loro fede e anche a quelli che gua-
risce semplicemente perché così vuole. Quando siamo guariti dal-
la nostra indifferenza al nostro male, al nostro peccato, e ci siamo
pentiti, dobbiamo sentire nella nostra vita la parola di Gesù che ci
desidera e ci dà la pace. La desidera per tutti, e lo manifesta con al-
cune persone, in modo che tutti coloro che si trovano in situazioni
simili sentano che Egli dà loro anche la pace.
Quando manda i suoi a predicare e dà loro istruzioni, dice: “In qua-
lunque casa entriate, prima dite: Pace a questa casa. Se vi sarà un fi-
glio della pace, la vostra pace scenderà su di lui, altrimenti ritornerà
su di voi. Restate in quella casa, mangiando e bevendo di quello che
hanno, perché l’operaio è degno della sua mercede. Non passate di
casa in casa. Quando entrerete in una città e vi accoglieranno, man-
giate quello che vi sarà messo dinanzi, curate i malati che vi si tro-
vano, e dite loro: Si è avvicinato a voi il regno di Dio. Ma quando en-
Chi è il nostro Dio? 137
bia vita eterna. Infatti Dio non ha mandato suo Figlio nel mondo
per giudicare il mondo, ma perché il mondo sia salvato per mezzo
di lui. Chi crede in lui non è giudicato; chi non crede è già giudicato,
perché non ha creduto nel nome dell’unigenito Figlio di Dio”.
Gesù si prende sempre cura dei suoi e li incoraggia nei momenti dif-
ficili; cioè, li aiuta ad acquisire e a vivere la pace, a non disperare. Per
esempio, sul lago di Genesareth: “Venuta intanto la sera, i suoi disce-
poli scesero al mare, salirono in barca e si avviarono verso l’altra riva
del mare in direzione di Cafarnao. Era ormai buio e Gesù non li aveva
ancora raggiunti; il mare era agitato, perché soffiava un forte vento.
Dopo aver remato per circa tre o quattro miglia, videro Gesù che cam-
minava sul mare e si avvicinava alla barca, ed ebbero paura. Ma egli
disse loro: ‘Sono io, non abbiate paura!”. Ha sempre cura dei suoi, dà
loro sempre pace e serenità. Non dobbiamo avere paura perché lui
è sempre vicino. E con lui non devi avere paura perché sei in buone
mani. La presenza di Gesù deve sempre aiutarci perché ci porta la
pace del Padre. Non dubitiamo che Dio sia la pace, la pace che deve
sempre accompagnarci nella nostra vita e nel nostro comportamento.
Questo è il Gesù che dà sempre la pace, quando la offre esplicita-
mente e quando è la conseguenza del bene che ha fatto a una per-
sona. Lo abbiamo visto con l’emorroissa e possiamo dirlo di tutti
quelli che ha curato nella sua vita. Guarigioni che abbiamo visto
nei capitoli precedenti e su cui non ci fermeremo più. Il risultato di
queste guarigioni è stato allo stesso tempo la guarigione e la pace
che le persone guarite hanno provato per il bene che il Maestro ave-
va compiuto per loro. È importante non dimenticare nella vita che
questo è vero, che il Dio della pace ci dà la sua pace attraverso il suo
Figlio. Viviamo nella pace di Dio e questa è la nostra grande gioia.
Rendiamo grazie al Dio della pace.
Esame
– Hai avvertito qualche volta o in molte occasioni la pace di
Dio nella tua vita?
– Avverti pace in te quando Gesù viene da te?
– Cosa è stato più forte in te la pace di Dio o la paura dinanzi
a situazioni che hai vissuto?
Chi è il nostro Dio? 139
Preghiera
Paolo afferma: “Così anche Davide proclama beato l’uomo a cui Dio
accredita la giustizia indipendentemente dalle opere: ‘Beati quelli
le cui iniquità sono state perdonate e i peccati sono stati ricoperti;
beato l’uomo al quale il Signore non mette in conto il peccato!’”. E
Paolo risale ad Abramo: “Noi diciamo infatti che la fede fu accre-
ditata ad Abramo come giustizia. Cos’è che gli fu accreditata come
giustizia? Il fatto di credere in Dio”. E Paolo continua: “Come dun-
que gli fu accreditata? Quando era circonciso o quando non lo era?
Non certo dopo la circoncisione, ma prima. Infatti ricevette il segno
della circoncisione quale sigillo della giustizia derivante dalla fede
che aveva già ottenuta quando non era ancora circonciso”. Vedia-
mo, quindi, come la prima cosa sia sempre la grazia di Dio o il Dio
che è la grazia che viene data all’uomo e opera in lui per amore; poi,
di conseguenza, vengono le opere dell’amore, risposte dell’uomo a
ciò che ha ricevuto.
Questo è il Dio-grazia, puro amore; noi senza essere degni di nulla,
abbiamo ricevuto la sua giustificazione, cioè la sua grazia d’amore,
senza che noi la meritassimo.
E così oggi possiamo vivere dell’amore di Dio, della sua grazia con-
cessa per pura misericordia, data perché lui è così. Non chiediamo
perché Dio si è comportato in questo modo. Non lo sapremo mai.
Possiamo solo dire: si è comportato così perché è Dio, e solo nel suo
essere Dio è compreso o meglio accolto. Dio deve essere accolto così
com’è, senza chiedere ragione della sua opera, della sua decisione,
di ciò che fa.
Il risultato di tutto questo è che siamo in pace con Dio tramite no-
stro Signore Gesù Cristo. Non dobbiamo temere, non dobbiamo
avere paura, non dobbiamo vivere nell’angoscia. Egli, inviato dal
Padre, ci ha liberati dal peccato, dalla morte e dalla legge per mezzo
della sua morte. Ha già detto che faceva solo quello che vedeva fare
al Padre. Quindi Dio-grazia è così: amore, grazia e pace allo stesso
tempo. Amore che si rivela nella sua azione, grazia perché ci ha sal-
vati per pura grazia senza che noi facessimo nulla per ottenerlo né
avremmo potuto farlo, e pace perché è il risultato di quell’amore e
di quella grazia. Siamo in pace con Dio, ma siamo anche in debito
con Dio. Tutta la nostra vita deve essere per lui. Se è la grazia di Dio,
dobbiamo corrispondere a lui ringraziandolo per tutto quello che
ha fatto per noi. La nostra vita non è condannata, è salvata in Gesù
146 Miguel Ángel Asiain
Esame
– Come corrispondi al Dio-grazia nella tua vita?
– Vivi da figlio quale sei divenuto nel battesimo?
– Sei forte davanti alle tentazioni e chiedi forza allo Spirito
Santo?
– Preghi spesso lo Spirito Santo di cui si dice che è il Dio sco-
nosciuto?
– Hai fiducia nella fede o ti appoggi sulle tue opere?
– Sai abbandonarti nelle mani di Dio avendo fiducia nella
fede che hai in Cristo Gesù?
– Ti aggrappi alle tue opere e le presenti a Dio come se per
mezzo di esse lui ti dovesse qualcosa nella vita?
– Sarai capace di abbandonarti nelle mani di Dio nel mo-
mento della tua morte lasciando tutto nel suo disegno di
grazia?
Chi è il nostro Dio? 147
Preghiera
E come non gioire per il fatto che Dio è amore? L’amore lo definisce,
l’amore è ciò che ci fa dono di tante grazie, l’amore è ciò che ci dona
in ogni momento della vita. Senza il Suo amore non esisteremmo.
L’amore ci sostiene nella vita, ci accompagna per tutta la vita. Ci ha
dato l’amore in suo Figlio e di suo Figlio, come non essere felici per
questo? L’amore di Gesù ha inondato la nostra vita, il Padre ci ama
fino a darci suo Figlio per i nostri peccati! Che sorta, che genere di
Dio è questo? E con il Figlio ci dà tutto ciò di cui abbiamo bisogno
per una vita buona, fraterna, una vita riconciliata con tutti e con
tutto. Vedere che Gesù dà se stesso per noi e il Padre lo ha mandato
nel mondo per questo scopo. Udire poi da Gesù una cosa simile:
rimanete nel mio amore, come io rimango nell’amore del Padre. Ve-
dere che l’amore di Gesù lo porta a lavare i piedi a ciascuno come
ha fatto con i suoi discepoli; vedere che ci dà il suo Corpo per nu-
trimento, e il suo Sangue per bevanda. E allo stesso tempo, ci dice:
“Chi mangia la mia carne e beve il mio sangue vive in me e io vivo
in lui”. E come non essere penetrati dalla gioia quando vediamo
quello che fa Gesù, mandato dal Padre, e fa tutto questo per noi?
Naturalmente siamo gioiosi per il Dio dell’amore. Nessun altro po-
polo, solo i cristiani, hanno un Dio che si comporta in questo modo,
quindi dobbiamo ringraziarlo e rimanere nella gioia per quello che
ha fatto.
Come non essere gioiosi per un Dio che è bontà? Vedere la bontà di
Dio scendere nella nostra vita, prendersi cura di noi, cosa produce
se non gioia? La bontà di Dio abita la terra perché tutto viene da
quella bontà. Perché è la bontà che ha creato l’universo; perché è la
bontà che ci ha dato la vita; perché è la bontà che ci perdona costan-
temente; perché è la bontà che ci aiuta nelle difficoltà; perché è la
bontà che ci incoraggia nei momenti di angustia ad andare avanti;
perché è la bontà che vuole che seguiamo suo Figlio; perché è la
bontà a rivelare chi è il Suo Figlio unigenito; perché è la bontà che
risponde alle nostre preghiere; perché è la bontà che ci incoraggia
nei momenti di difficoltà; perché la bontà è la speranza della nostra
vita ed è la bontà a renderci felici e contenti nel cuore e ci spinge a
manifestare questa gioia fuori di noi. Sia benedetto per sempre il
Dio-bontà! La bontà di Dio è cantata da tutte le creature dell’univer-
so, la bontà è riconosciuta da ogni uomo dal cuore retto. Il Dio del
bene è colui che ci rende buoni; non è che Dio ci ama perché siamo
buoni, è che siamo buoni perché Dio stesso ci ama ed è buono con
Chi è il nostro Dio? 151
noi. Senza la Sua bontà su di noi non potremmo essere buoni con gli
altri. Non è la Sua bontà che lo ha portato a darci tante cose buone?
Non è la Sua bontà che ha dato tanti beni e doni a tante persone?
Anzi, non è forse la sua bontà che ha dato ad ogni uomo i doni che
possiede e non ne ha dimenticato nessuno, li ha ricordati tutti? I
santi lo sono perché hanno ricevuto da Dio la bontà che hanno, il
che non toglie loro lo sforzo, l’impegno, la risposta all’amore di Dio,
ma prima di tutto sono santi perché Dio li ha fatti santi. Rendiamo
grazie di cuore al Dio-bontà e chiediamo a Lui di tenere sempre su
di noi la sua mano per non cadere nel male, nella mancanza di bon-
tà. Cerchiamo di essere gioiosi perché è così.
Come potremmo non essere felici, allegri perché Dio è il perdono?
Potremmo vivere senza il perdono di Dio? Ognuno pensi alla sua
vita, a ciò che ha offeso Dio, alle volte che gli ha detto che non lo
avrebbe più offeso eppure è caduto di nuovo, e non una volta sola,
ma infinite volte. Come sarebbe la nostra vita senza il perdono?
Come vivremmo senza di esso? Il timore di Dio non potrebbe in-
durci ad avere paura perché potrebbe punirci per tutto il male che
abbiamo fatto? Non c’è sventura più grande di quella di essere un
uomo senza fiducia, di essere un uomo che non crede che Dio sia
il perdono e che per quanto lo offenda, lo perdonerà sempre. Il Dio
del perdono è colui che rende felice la nostra vita peccatrice; il Dio
del perdono è colui che ci incoraggia ad andare avanti nonostante
le colpe che abbiamo commesso; il Dio del perdono è colui che ci
perdona, direi ancora prima che abbiamo peccato. Infatti, cos’è la
morte di suo Figlio per i nostri peccati, se non il fatto che ci ha per-
donato prima che peccassimo perché ha visto come sarebbe stata
la nostra vita? Il perdono ci fa rivivere costantemente, non ci fa di-
sperare, ci rende fiduciosi davanti a Dio, e quindi ci rende gioiosi.
È vero che vediamo questo perdono alzando gli occhi alla Croce di
Gesù. È così che dovremmo vivere, con gli occhi fissi sulla croce del
Signore. Ma il Dio del perdono voleva farci capire il prezzo del per-
dono alzando gli occhi alla Croce di Cristo e che, nonostante questo
prezzo, non si è tirato indietro, ma ha voluto lavare i nostri pecca-
ti. C’è un Dio che si è comportato in questo modo con gli uomini?
C’è qualche religione che ha manifestato un dio come il nostro? E
dobbiamo tener presente che egli ha perdonato i peccati di tutti gli
uomini. Da parte sua tutto è perdonato, è un’altra cosa se da parte
nostra gli chiediamo perdono. Non chiedere perdono non è solo la
152 Miguel Ángel Asiain
Esame
– Vivi l’allegria (la gioia) di sapere qualcosa su chi sia il no-
stro Dio?
– C’è qualche aspetto del nostro Dio che non ti convince o da
cui ti senti più lontano?
– Sei contento del fatto che il nostro Dio sia com’è? Lo ringra-
zi per questo?
– Ripassa ciascuno degli elementi con cui abbiamo qualifi-
cato il nostro Dio e guarda se li vivi con un cuore pieno di
gratitudine.
Chi è il nostro Dio? 155
– C’è qualcosa nella tua vita che non corrisponde agli aspetti
ricordati del nostro Dio?
– Inginocchiati e ringrazia di cuore, chiedigli che ti faccia ca-
pire meglio chi sia Lui, che si riveli a te secondo il suo piano
di amore per te.
Preghiera
Penso a me. Penso a ogni uomo che abbia camminato sulla terra.
Penso alla povera gente che vive oggi e non ha niente da mangia-
re o da bere e muore senza che nessuno le presti attenzione. E Tu
ti sei preso cura di ognuno di loro, hai amato ognuno di loro. Se il
tuo amore è così grande, perché quegli uomini sono venuti a sof-
frire così tanto? So che non dipende da te, ma dalla libertà uma-
na. So che li raccoglierai nelle tue mani divine e saranno benedet-
ti per sempre. Inoltre, i più poveri, i più dimenticati, i più reietti i
più disprezzati, i più abbandonati, i tanti lazzaro che sono esistiti,
che esistono ed esisteranno, saranno benedetti. Questo mi dà pace
perché vedo che il tuo amore sarà dato in abbondanza a coloro che
hanno sofferto oltre ogni limite. Padre, grazie di essere Dio, grazie
di esistere, grazie di tutto quello che hai fatto per gli uomini, grazie
perché spero che un giorno potrò vederti faccia a faccia, stare con
te, godere della tua presenza e dell’amore che hai sempre avuto per
me e avrò la gioia di stare con Te per sempre.
Dio Figlio
Gesù, anche Tu sei Dio. Il Dio che è sempre stato con il Padre e lo
Spirito Santo. Ed essendo Dio, si scopre che hai voluto, in obbedien-
za al Padre, diventare uomo come uno di noi. So che l’unica cosa
che non è in Te è il peccato, e così sei come noi in tutto tranne che
nel peccato. Che bello che Tu sia venuto da noi perché ci hai portato
il bene. Quando tua Madre, Maria, che ti teneva nel suo grembo, si è
recata a far visita alla cugina Elisabetta, appena sei apparso davan-
ti a lei, il bambino nel grembo di Elisabetta ha sussultato di gioia,
come Elisabetta stessa ha detto a Maria. E da quel momento la tua
vita è sempre stata quella di fare del bene agli uomini.
Ma che un Dio, in questo caso il Figlio, diventi uomo mi confonde.
Anche qui non capisco. Accetto, ma non capisco, l’amore che ti fa
diventare uno di noi. Accetto, ma non capisco, che Tu abbia lasciato
il seno del Padre e sia venuto a vivere come uno di noi. E non capi-
sco nulla quando penso che Tu eri il Dio umano e allo stesso tem-
po eri con il Padre. È facile affermare queste cose, ma non è facile
capirle, meglio, è impossibile capirle. So che sei venuto a donare e
a istituire il Regno del Padre e allo stesso tempo a morire per noi,
per amore. Che cosa ti ha spinto a giungere a questo? Meritavamo
qualcosa? È vero, se Tu non fossi morto per noi, per i nostri peccati,
Chi è il nostro Dio? 159
saremmo nel peccato e non potremmo essere con il Padre, non po-
tremmo godere della vita eterna sperata e promessa. Non perché lo
meritiamo, anzi, perché non lo meritiamo, ma semplicemente per-
ché è e sarà un dono in più del tuo amore.
E mi stupisco quando vedo quello che il Padre ha fatto di Te. Si sco-
pre che il nostro peccato più grande, che è la tua morte, è diventato
il dono più grande che ha fatto perché con quella morte abbiamo
superato la nostra morte, il male della nostra vita e il peccato che ci
perseguita sempre.
Né capisco che, essendo Dio, tu volessi passare la tua vita tra noi
senza la consapevolezza di essere Dio, ma che stessi crescendo in
età, in saggezza e in grazia presso Dio e gli uomini. Mi chiedo come
sarebbe la tua preghiera al Padre. Come si uniscono le due cose, che
non eri cosciente di essere Dio e che hai incontrato il tuo Dio Pa-
dre? Vorrei sapere tante cose di Te, ma sono felice che ti sei rivelato
come volevi, e che ci sono cose che sono solo tue e dipendono dal
tuo rapporto con il Padre.
Il mio desiderio è che tutte le persone ti riconoscano, che ti amino,
che si donino a Te, che vivano per Te e che ti ringrazino per tutto
quello che hai fatto per loro. Gesù, spero un giorno di incontrarti,
che Tu mi accolga nel tuo Regno, che mi abbracci con l’amore che
hai per me, che mi renda compagno del tuo Regno con tutte le per-
sone che già saranno con Te. Cosa sarà, Gesù, la vita eterna? Non
cosa sarà, ma cos’è la vita eterna? Penso che sarà vivere lodando
la Trinità, godendone, e lodando per sempre il Dio che ci ha tanto
amato e che ci ha trattato con tanto amore. Gesù, grazie per la tua
vita, grazie per essere diventato un uomo, grazie per tutto quello
che mi hai dato in tutta la mia vita.
Esame
– Preghi la Trinità?
– Pensi alla Trinità e ti affidi alla Trinità?
– Speri nel Padre, nel Figlio e nello Spirito Santo?
– Ti affidi a ciascuna persona della Trinità?
– Hai ringraziato qualche volta o molte volte il fatto che Dio
è Trinità?
– Prega con tutto il cuore la poesia qui subito presentata nel-
le righe successive, scritta da San Giovanni della Croce e
che si riferisce alla Trinità.
Preghiera
And so the book was born. This is not a theological book, it is a book
born from the heart and directed to other people’s hearts. My wish
is for it to help anyone it can. I would be grateful and happy even if
it helped only one person, because helping a brother to meditate, to
think, to pray to God is already an undeserved grace.
I wish peace to anyone who gets to read this book, along with trust in
God and in what he unleashes in their hearts. What I say is not im-
portant since they are simple things. What is important is what God
can say to each person through these pages. Thanks to God for that.
And finally, I am convinced of one thing. That when death comes,
and so does the encounter with my God, because that is how I hope
it happens by his mercy, I will discover that God is infinitely much
more than what I have written here. And that will be my great joy.
Blessed be God.
* * *
Isn’t it bold to try to say who our God is? Isn’t it bold to try to ap-
proach him and think we can meet him? Who has seen God? None
of us have seen him. If so, how can we say who he is? That is why
we place ourselves in humility at the beginning of these brief pages
before attempting what we want to achieve. Because even though
it is a daring, we want to know who our God is. This is so important
for us that we do not want to stop trying. That is why throughout
these pages the soil that sustains them is the humility of heart, the
humility of feelings, the humility of a whole life. Only from humili-
ty can we strive to attempt this.
Indeed, none of us humans have seen God. But the Lord Jesus has
seen Him. He is the beloved Son, who has always existed with the
Father and the Spirit. And when He came to us, he told us about the
Father, He communicated what he has seen to us, that is what He
told us. John says: “No one has ever seen God, but the one and only
Son, who is himself God and is in closest relationship with the Fa-
ther, has made him known.” That is why we have a fountain to drink
from, a support to reach the Father. Throughout His life, Jesus has
been showing us the Father, “I and the Father are one,” he told us.
To know Him is to know the Father, to approach Him is to approach
the Father, to love Him is to love the Father. That is why He said to
one of his own, “Don’t you think the Father is in me and I am in the
Father?”; That is why He is the way, the truth and the life. Yes, the
way to meet the Father. And we will have to turn to Him constantly
as we try to know who the Father is.
On the other hand, everything is one in God. We can apply various
titles which are different ways to get close to Him. But all those ti-
170 Miguel Ángel Asiain
tles are one in God only because in him everything is one. There-
fore, when we speak of the different titles, we will inadvertently
repeat things because God is at the same time each of the aspects
under which we want to get close to Him. Repeating ourselves is of
no importance, it will be a sign that we are talking about God, the
one and only that approaches us in different ways from our vision,
but the one and only from the point of view of who He is.
Well, when trying to say who God is, the first way to express it is
by saying that God is mercy. For if anything stands out from all of
what Jesus told us, the Father’s mercy is precisely it. Is is not mercy
to send us his Son? Isn’t it mercy that he gave Him to us until His
death? Is it not mercy that he did all that for us who are sinners and
who deserve nothing? Who can think of the madness of sending his
own Son, besides that He was the God of Gods, light of lights, true
God of true Gods, send Him, I mean, to become a man like us, to live
with us, to incarnate Himself forever, so that even He’d stay with us
at the same time? In his Son, as in no one else, God has manifested
mercy. So if we want to know how God is mercy, let us look at how
Jesus is mercy and how merciful He was to everyone throughout
His life. Cyril of Alexandria said “by the mercy of God, everyone
was saved, instead of those who had been lost.”
The Psalter often tells us about God’s mercy, but there is a beau-
tiful psalm that teaches us that the whole history of the People of
God was nothing but about God’s mercy. It is Psalm 135. The whole
psalm merely goes over the history of the People of God in brief
stanzas, in which the first part tells a fact of that story and in the
second part it sings that this was because of nothing else but God’s
mercy. Let us look at some stanzas as an example and help us to
pray from the heart many times in our lives all the psalm singing
God’s mercy because we too are His People:
As we recite the psalm of God’s mercy with His People, we can in the
same way recite the psalm of our life, like what we have seen. Each
one can do it by looking and remembering his life and everything
that has happened through it because everything has been thanks
to the mercy of God. For example, we can recite something similar
to the quoted psalm, but going through our whole life, including
positive and negative events, because in all of them the mercy of
God has been manifested:
And so we could make the psalm of our life and confess that
throughout all of it, the mercy of God has been manifested. It will
be a very beautiful psalm that which can recite constantly in our
lives because we confess about how God has mercy on us.
We have to go to God because He is mercy in all the moments of our
life, and because being mercy will always help us. There is a prayer
172 Miguel Ángel Asiain
Exam
– Do you trust God’s mercy?
– Do you give yourself to it wholeheartedly?
– Is it the foundation of your life in moments of danger, an-
guish or fear?
– Do you look at death with fear and anguish or with the
hope we have mentioned before?
– Have you tried to review the story of your life by living it
through God’s mercy?
– Whatever happens in your life, will you continue to trust
that mercy?
Prayer
Because the night is setting in,
because it’s late, my God,
because I fear losing
the tracks of the road,
don’t leave me alone
and stay with me.
174 Miguel Ángel Asiain
How many times many believers have wondered who our God is?
And not only them, the non believers too when talking to the be-
lievers or when they refer to their God, they ask the same question:
Who is your God? We have an answer that comes from the deepest
part of the heart: our God is love. Yes, God is love. It describes him
beautifully, it is what identifies him better than anything else, God
is love. And in the face of this answer we cannot oppose, we accept
it because we see it as a total truth, as something that cannot be
otherwise. When we look at our God, we understand that He is love.
When we read the scriptures, we see that He is love, when we look
at the universe, we realize that He is love. Nothing stands against
this truth.
It is true that the word “love” has been and is very hackneyed. Love
is spoken in many different and sometimes crazy ways. Just look
at certain means of communication that refer to known people or
their relationships with other people, just listen to certain songs,
just feel what many people say about love, and then you will under-
stand that we are on different levels, in two different environments,
in two opposing situations. God is love, but not that love of which
things are said that do not apply to God.
Therefore, the first thing we proclaim in this chapter is that God is
love, but a love that has nothing to do with that which is handled by
certain songs or is understood as certain behaviors that have noth-
ing to do with our God. And if we say that He is love, it is not some-
thing we came up with, it is because John told us so in his writings:
“Whoever does not love does not know God, because God is love.”
To know Him as love you have to really love then. We will see it re-
176 Miguel Ángel Asiain
than the fact that we have been loved by God. If He has loved us, we
cannot respond any other way than by than loving others. The God
of love creates love in us; the God who loves, makes us love others;
the God who is defined by love makes us able to say that we are his
children, that we are embraced by love if we really love others. And
that the God of love is not a God who remains away in himself, in
the heights. He is a God of love that inspires to love others. Since
God is love, we love; since God is love, we cannot do any other thing
than to love too. And John reaffirms so: “If we love one another,
God lives in us and his love is made complete in us. This is how we
know that we live in him and he in us: He has given us of his Spirit.”
“Yes, God is love and he who remains in love remains in God and God
with him.” This is our joy, that we can remain in God and we can love
others. Our God is not a distant God, oblivious to our vicissitudes,
unconcerned with everything that happens to us or belongs to us.
No, He is a God close to everything related to us, to our afflictions,
misfortunes, disasters, but also to our felicities, happiness and joy.
That’s why we say He is love. He wouldn’t be if He didn’t care about
us; He would not be if He were “in his things” without caring about
our issues; He wouldn’t be if He didn’t feel the suffering and the joys
that we, His children, go through. That is why he is a God of love,
because everything affects Him in the sense that we can affirm this
about God. God suffers when His children suffer, God has a bad time
when His children are offended, attacked, mistreated and killed.
Since God is love, fear must not exist in us because there is no fear
in love. “On the contrary, the perfected love casts out fear, because
fear anticipates punishment; consequently, those who feel fear are
not in love. ”
We can definitely love because He loved us first. Love is not born
from us, love comes from His love, is born from His love. If He did
not love us, woe to us, because we would not be able not love either.
But do we really love God? He is love, we have repeated it to satie-
ty and have said that His love precedes ours, but do we really love
God? There is a way to know, by keeping his commandments. “Be-
cause to love God means to keep his commandments.” And John,
when writing to a woman, said: And this is love: that we walk in
obedience to his commands
178 Miguel Ángel Asiain
But there is something Jesus said about this issue that fills us with
joy and leaves us stunned. He used to say: “As the Father has loved
me, so have I loved you.” Can we think about what such a statement
means? What kind of love does the Father feel for his Son? We see
it in all the gospels and we will have moments to reaffirm it in oth-
er chapters. We cannot even imagine the love that the Father has
for his Son, the Beloved, the Favorite One, the Begotten, the One
that was sent. That love is nothing less than the Holy Spirit. That
is how much the Father loves the Son. So we must pay attention
to Jesus’ affirmation, He loves us in that same way. Therefore the
God of love comes to us through Jesus. The God of love enters our
heart, the God of love is with us, we are not helpless, left alone nor
abandoned. So whatever may happen in our lives, misfortunes, suf-
ferings and similar things, we shall not think that God is far from
us, or that He does not worry about us. It could turn out that His
love through Jesus will reach to us, and that is why the Lord keeps
saying “remain in that love.” That is His request, His desire, what
He want from us, for us to remain in that love. So how can we stay
in His love? Well, by keeping his commandments since “I too have
kept the Father’s commandments and I remain in his love.”
We have to be happy about what Jesus says, since his word is true,
“the Father himself loves you because you love me and believe that
I came from God.” We have this confirmation again, that God who is
love is a God who loves us, and loves us because we love Jesus and
believe in him.
As a result of all this we shall not be discouraged, but rather the op-
posite: “Do not be agitated; trust God and trust me too.” We have to
put our total trust in that God who is love, we have to rely on Him,
we must abandon ourselves to Him, because if He is love, He can-
not treat us in any other way than with love. Therefore, we should
not feel overwhelmed when we go through difficult times, through
temptations or even through the downfalls we all have because we
are sinners. We have to trust God and put ourselves in the hands of
that God who is love. That is our luck and joy.
Pope Francis says: “To know that God who is love, we must climb
the ladder of love for our neighbor, of works of charity, of works of
mercy that the Lord taught us.”
Who is our God? 179
Regarding that God of love, Jesus tells us: “He who accepts my com-
mandments and keeps them, that is he who loves me; and whoever
loves me will be loved by my Father and I will love him too.” And re-
peating the same idea: “He who loves me will heed my message, my
Father will love him and we will both come to him and live with him.”
That God of love is mostly manifested in the relationship he has
with His Son, with Jesus. The Teacher speaks many times about his
relationship with the Father and how the Father is with him and
loves him. This has to encourage us because Jesus is our brother
and the Father loves us in another way too. Let’s look at some cases
of this. “Thank you, Father, for having listened to me. I always know
that you listen to me. ” This has to encourage us to think of how the
Father listens to us. Sometimes we believe that we are away from
Him, but in Jesus we understand that He always listens to us. That
is why at all times, in all situations of difficulty or in every occasion
of danger we have to turn to the God of love who, because of that
love, takes care of us and will attend to our requests. In other in-
stance: “What my Father has given me is what matters most, and no
one can take away anything from my Father’s hand.” We are in good
hands, in the hands of a God who loves each one of His children
from the heart. We should not fear because nothing and no one can
separate us from him when we are in those hands, because we put
ourselves in them and trust them. The God of love is revealed in his
relationship with each of us. And on another occasion, the apostle
says: “If God were your Father, you would love me, for I have come
here from God.” We know that God is our Father because we long for
Jesus, that God that we have talked so many times who is a God of
love. Because He loves his Son, He has sent him to us and because
we love that Son, we join the Father and live with Him. Through
Jesus we come to the Father who is love, so “refusing to honor the
Son means refusing to honor the Father.”
This is, therefore, our God. The God of love who has done unthink-
able things for that love for us, loves us in a way that we could never
imagine and He manifests what love is like for us through Jesus and
through Himself. Let’s trust him, let’s place ourselves in His hands,
let’s always trust, you always have to trust, because being in those
hands means nothing bad can happen to us. Let’s give thanks with
all of our hearts. Thank you my God of love.
180 Miguel Ángel Asiain
Exam
– Examine your life, don’t you see how God’s love has mani-
fested itself in many ways?
– Do you trust the God of love? Do you believe in him?
– Remember in what moments of your life you were able to
see the God of love to thank him with all of your heart.
– When in problems, temptations, dangerous situations, do
you put your life in the hands of the God of love?
– Do you address the God of love through Jesus since He has
revealed to us, precisely, that his Father is love?
– Ask forgiveness for all the times you have not behaved with
the love He deserves.
– Always place yourself in His hands and don’t be afraid of
what might happen to you because you are in those hands,
which are nothing less than the hands of the God of love.
Prayer
Jesus and Jesus is in God; Therefore, let’s look at what Jesus does
and we’ll know what the Father is like.
Is God kindness? Let us remember that passage in which the scribes
and Sadducees bring to Jesus a woman who has been caught in
flagrant adultery. They ask the Master what to do with her. They
well know what the Law says, but they want to test the Lord. Je-
sus knows the heart and the life of all who are present. He doesn’t
say a word. He leans down and writes. Those who were accusing
the woman leave, starting with the oldest. And then Jesus asks the
woman, “Has anyone condemned you? No one, Lord. I won’t do it
either. Go forth woman, but sin no more.”
This is what God’s kindness is. When presented to the sin of this
woman, he does not condemn, he forgives. He does not turn against
her, like those who accused her wanted. But instead, the immense
kindness that he feels for a poor sinner steams from his heart and
he forgives. We have to keep in mind that when we ask who God is,
it is not simply or above all to know how He is in himself, which no
one can know. But we wonder that to know what He is like with us,
we want to know how He behaves with us.
Well, in the face of our sin, in the face of the evil we do, in the face of
how badly we behave, even though we often ignore Him and rather
offend him, He is kind, does not condemn and forgives. This brings
us immense joy because although we are sinners, because sin is in
our lives, that is why we should not feel discouraged or afraid of our
God. Because we know what He is like with us in these circumstanc-
es. He works through forgiveness, reproach does not emerge from His
heart, but quite the opposite, the kindness of an endless forgiveness.
We have reasons to thank Him, to feel constantly forgiven in our lives.
But is there anything we could do to deserve His forgiveness? The
woman has done nothing, rather she has felt humiliated Jesus’ feet
where her accusers have left her. But we have another example that
tells us what we should do. Here is a crippled man who cannot even
walk. It is carried by four of his friends who know what Jesus can
do. They have no way to enter the small house where the Master is.
This is not an obstacle. They carry him to the roof, open a gap and
slide in the stretcher in which the cripple is held. And Jesus, after
seeing the faith that these men had, tells the cripple: “Your sins are
Who is our God? 183
forgiven.” And after seeing the shock in the face of those present,
and who were scandalized over Jesus’ words of forgiveness, he says
to the crippled: “Stand up, carry the stretcher and go home.”
Here is a very important element that we can also see in other heal-
ings and, in this case, it is the faith in this case of the four friends
who carried to the cripple. We can see it more clearly on other ex-
amples. Jesus does whatever he wants, what springs from his heart,
but sometimes he expects the faith of the one who will be healed,
and therefore says their faith that has saved them.
What do we have to do? Well, to have faith. Faith in Jesus, faith that
he can do what we ask, faith that the important thing is to believe
in him, faith that by putting ourselves in his hands he will act ac-
cording to the faith that we have. Faith is what will guide our life at
all times, faith is what has to be present when meeting the Master.
God our Father, who is goodness, is present in the actions of Jesus.
Therefore, because we see that Jesus is kindness, the Father is kind-
ness. They are the same. We know, then, who our God is: goodness
and kindness that is close to those who have faith in Jesus.
Faith must go hand in hand with trust. Another example. Jesus is
in the pool of Siloam. There are many sick people. The Master real-
izes that one of them has been disabled for a long time. He moves
with difficulty. When the water is agitated, others go faster than
him, dive into the pool and get cured and he must wait for another
chance. Jesus shares the years long pain of the disabled man, so he
simply tells him to pick up the stretcher and leave. The sick man
trusts that it will be so because he does not make any objections, he
does not doubt, he trusts the word of that Rabbi, and then he gets
up, picks up the stretcher, starts walking and leaves. He is cured.
What has the sick man done? Well, he has trusted the Rabbi who has
ordered him to pick the stretcher and leave. That is faith.
There is nothing that compares to trusting Jesus’ word. Jesus’ kind-
ness manifests itself again that day and therefore God’s kindness too.
His heart is moved by the pain of the sick man who has been afflicted
for so many years. He looks at him and tells him the words, to which
the disabled man obeys without hesitation. He has seen something
in that Rabbi, something made him trust, something tells him that
yes, he has to listen to him, and he gets up. He is cured. Paying atten-
184 Miguel Ángel Asiain
tion and trusting him was worth the shot. And that is what we have
to do, to trust in Jesus, which is trusting in the Father of kindness.
To lean on him, trust ourselves in his hands, heed what he tells us
through his word or to what he tells us in the depths of our hearts. If
there is no trust, there is no faith, and if there is no trust or faith there
is no obedience to his words, and therefore there is no love.
There are times when the sick person goes to Jesus asking him to
heal him. And sometimes they ask for it in a very beautiful way, as it
happened once with a leper. He addresses Jesus and says: “Lord, you
can make me clean if you want to.” What a beautiful petition! And the
Master does not resist a request made in such a hopeful way. And tells
him: “I want to, so now you are clean.” That is how God’s kindness is
manifested, seen from Jesus’ kindness. He cannot resist anyone who
begs that way. That “if you want” melts his heart. The leper leaves
him at his will. He does not ask in a demanding way, which is how
we sometimes ask him for things. That “if you want” means leaving
everything in the hands of the Lord. It is to deliver everything to his
will; he will accept what the Master does and be humbly content. So
we have to behave with God, ask him in the same way the sick man
did, “if you want”, and always say this even if we ask him insistently.
How will he not want to? How will he resist such an “if you want”?
This is how we should ask. Not as if we imposed something on the
Lord, not as if we had rights before him, not as if he had no choice
but to grant it to us; no, only whatever he wants, how he wants it
and when he wants it. This is how our plea should be. God will allow
himself to be swept by this kind of plea, because what else does he
want but give us all that is good? He is kindness, the utmost good-
ness, and that goodness will be manifested once more in the con-
cession of what we ask for, as it happened with the leper.
But we should always feel unworthy of being granted this by the
Lord. If this happens, he will agree and do what we plead. As long as
he sees that our attitude is like that of a captain who appears in Mat-
thew’s stories. First, it does not come off as request, but as a man-
ifestation: “Lord, my servant is lying at home, paralyzed and suf-
fering terribly.” Before this manifestation, Jesus agrees to heal him
and says: “I will cure him.” And here comes what completely sur-
prises Jesus and makes him say: “In no Israelite have I ever found
so much faith.” What did the captain say that made Jesus say those
Who is our God? 185
Exam
– Do you really trust God’s kindness?
– In what moments of your life have you discovered that this
kindness has been manifested?
– Do you relate to God with faith, leaving everything in his
hands?
– When something is not going well for you or when things
go wrong, do you trust that God has not abandoned you
and is still with you in the midst of adversity?
Who is our God? 187
Prayer
When death is defeated
and we are free in the kingdom,
when the new earth is born
in the glory of the new heaven,
when we have the joy
with a sure understanding
and the air will be like a light
for the souls and bodies,
then, and only then, will we be happy.
When we see face to face
what we have seen in a mirror
and when we know that kindness
and beauty agree,
when, looking at what we wanted,
we will see it clear and perfect
and we will know that it will last,
no passion, no boredom,
then, and only then, will we be happy.
When we live in the full
satisfaction of our wishes,
when the King loves us and looks at us,
for us to love him,
and when we can talk to him
speechless, when we enjoy
the happy company
of the ones who were once far away,
then, and only then, will we be happy.
When a sigh of joy
fills our the chest incessantly,
then - always, always - then
will we truly be what we are.
Glory to God the Father, who made us,
Glory to God the Son, who is his Word,
glory to the Holy Spirit,
glory on Earth and in heaven.
4º God is forgiveness
When we try to manifest who God is for us, we turn to Jesus
because, since nobody has known him, we take John’s word at
the end of his first chapter in which he says that the Son has ex-
plained it to us. But a doubt may be born. John does theology
there; His gospel was written too late. Could his statement about
the Son be the result of his theology? Well, no! Because we also
have at least another place where the following is stated: “All
things have been committed to me by my Father. No one knows
the Son except the Father, and no one knows the Father except
the Son and those to whom the Son chooses to reveal him.” This
is how Matthew says it. Therefore, it is fair that we turn to Jesus
when we ask ourselves about God because the Son knows him
and reveals him; and he has revealed it throughout his life with
his words and his behavior.
Therefore, let’s rely on Jesus and on the fact that he reveals to
the Father to us, to see how God is forgiveness. Perhaps the most
striking case was that of Peter himself. He had been very strong
when Jesus told him he would deny him; not him. Any one else
could deny him, but not him. But it was in fact Peter! And within
a few hours, the words of some servants of the high priest and
some men who were warming up, waiting to see what happened
to the prisoner, were enough for Peter to deny his Master. He does
not know him! No, he doesn’t know him. And he will say it fierce-
ly: “I do not know that man.” Also, he said it with such a con-
temptuous word, “that” man. Luke says that “The Lord, turning,
took a look at Peter, and Peter remembered” the words that the
Master had said at the last supper, and “he went outside and wept
bitterly.”
190 Miguel Ángel Asiain
This is Peter’s sin. All the more grave because he was the disciple
who had been chosen by the Lord to be the head of the group of
twelve. All the more so because he had denied the one who loved
him and he had expressed it to him on so many occasions, whom he
had predicted what was going to happen but he had firmly affirmed
that it would not happen. But Jesus does not reject him. What does
he do? He looks at him like saying ‘what have you done’, and in the
look there is forgiveness, which is what makes Peter cry bitterly.
And Pedro will be different from thereon. We would almost say that
it was good that he denied him. Otherwise, given Peter’s character,
how would he have behaved after the resurrection?
That is why we have to go to the passage of John after the resur-
rection of the Lord. Let us remember he was asked if he loved him
three times. And in the three times that Peter humbly answers yes,
the Lord knows everything, he knows that he knows he loves him.
But John affirms that Peter was hurt for being asked that three
times and that is why he had denied him three times. Jesus has not
reproached him, he has forgiven him and even provokes him to pro-
fess his love for him.
Well, that’s how God is. God does not incriminate us when one sins,
or when one does evil. He forgives, but what we have to do is what
Peter did, to cry bitterly because we have offended who has man-
ifested and had so much love for us. Then we will have to express
our love, but with the humility of someone who knows what he has
done and the evil he has committed. God is always forgiveness, God
always helps to take the step of repentance, God, who really loves
us, will always be our help on those occasions.
But he can be offended in many ways. We talked about Peter, but
what about the other disciples? They flee, leaving the Master on his
own. It is true that he had already warned them about what was
going to happen “If you are looking for me, let these men go.” And
the disciples flee. They do not take pity on what is happening to
the Master, who has loved them so much and still loves them; they
flee and leave him, they hide as if they had nothing to do with him.
Then the risen Jesus will not reproach them for anything, he will
not ask them why they left him alone, nor anything like that. He will
appear to them, will do everything that is possible to make them be-
lieve, gather them in the Cenacle and wait a week for everyone to be
Who is our God? 191
there, even Thomas, and will give them what he has got once they
are all there. He will blow on them and tell them: “Receive the Holy
Spirit,” the Spirit of love. With a great gift: “To whom you forgive
sins, they will be forgiven; to those who impute them, they will be
imputed.” Forgiveness, again. Again, love, with the great gift of the
Spirit and the possibility of forgiving sins.
Therefore, we, whatever sins we have committed, must trust God’s
forgiveness. He is forgiveness and can not act otherwise than in a
forgiving nature, because it is what is born from his heart, which is
full of love. He will forget our sinful past, he will never refer to what
we did because he has forgiven everything if we have truly cried
bitterly. But, pay attention to what happens with Peter. First there
was forgiveness - he looked at Peter when he denied him - and then
came repentance. God forgives even before we ask for forgiveness,
but then, the more the reason we must ask for that forgiveness that
is born from his gaze, from his love. We repent because he forgives.
It seems like a very strange thing but everything is strange when it
comes to God. That is the way he is. He is not ruled by our stand-
ards. He exceeds what we do not quite understand. That is our God,
the God of forgiveness.
Another wonderful case. The gospels say that seven demons had
been casted on the Magdalene. First, we have forgiveness. Jesus for-
gives that woman. And what does she do? If Magdalena is the woman
who anoints him in Bethany - it is not said - we see the great love that
woman has for him. She carries a costly perfume bottle and spills it
on Jesus’ head. The disciples are outraged, it seems like a waste. Je-
sus defends her. She anoints him prior to his burial. Shouldn’t the
disciples have been glad to see the love that woman had for the Mas-
ter? Hadn’t Jesus manifested much love to them? How rickety they
objected! Didn’t the Master deserve what that woman had done?
And if she is not that Magdalene, she is the one that goes looking for
the Lord’s body very early on the day of the resurrection to anoint
him and take care of him. Again, love as a response to forgiveness.
It is always like that, repentance is not the first thing, followed by
forgiveness; forgiveness is first and hence repentance is born. This
is something that is difficult for us to understand and that we should
to think about often. We have to ask ourselves if we have not noticed
Jesus’ love, which forgave us and consequently gave birth to our
192 Miguel Ángel Asiain
him. He has overlooked our many sins. He has not put us in jail un-
til we pay our debts, which would be impossible. So he has been so
kind that he has forgiven us all. How do we treat others? Have we
forgiven everything in life? Is there still a grudge over something
that has happened to us? Do we still feel sorry for what they did to
us on one occasion? Have we been unable to forgive as we have been
forgiven? That is a reality in our life that we should examine. We
should imitate the God of forgiveness, follow the guidelines he fol-
lowed, try to imitate the great donation of our God from our small-
ness: to have been forgiven, forever, of everything.
Exam
– Do you fully trust the forgiveness that God has granted you
throughout your life?
– Have you thanked all that God has given you, forgiveness,
love and surrender without asking anything in return?
– Have you totally abandoned yourself without fear for any-
thing from your past?
– Do you try to forgive others as you yourself have been for-
given?
– Is there any resounding in your life, something that has
not yet passed through forgiveness, through forgetfulness?
– Have you apologized to those people who you might have
offended and with whom you still feel in debt of love?
Prayer
God is close to men in all the events of their life, since he himself has
suffered like men. And during his life, Jesus approached all kinds of
men, all kinds of unfortunates, all those who suffered. And that is
what the gospels tell us, as we will see in some examples. But those
purposes, reading what the evangelists wrote would be enough.
Jesus approached the lepers. Men at that time who had to be sepa-
rated from all the rest of the people and if they saw someone head-
ing closer, they had to shout so they wouldn’t get close to them. As
Jesus approached them, he was not afraid of their illness. And he
cured them. “Lord, you can make me clean if you want to.” Go, be
cleaned. He does not depart from lepers, he does them the good
that he can, he answers their pleas, he does not depart like other
Jews do. This is the closeness of God with these unfortunate people.
No one is strange to God, nobody is far from him. It is true that a
specific group of people was chosen, which took care of it, which
taught it little by little, but when the fullness of time came that Peo-
ple was enlarged because the Gentiles were added to the Jews. God’s
grace is immense! He loved everyone, he was not far from anyone.
And Jesus himself shows it. One day a captain, who was not from
the Jewish people, approaches him. Jesus does not reject him. He
listens to him. What did he want? One of his servants was ill, very ill
and he asked for him to be cured. The Master does not tell him that
he has only come for the children of Israel. He knows that he has
come for everyone and that the time will come when that will be
manifested. Perhaps what he does may be a sign of that future. And
without further due, He tells him that he will cure him. And, behold,
the foreigner shows more confidence in Jesus than the Israelites do:
it is not necessary for him go to his house, for he is not worthy of
that. Saying a word will cure him instantly, wanting the miracle is
enough. This shows how close Jesus also is to this foreigner.
What does that teach us? On the one hand, God is close to every
person, be it to the new People of God that has begun with Jesus, or
to those belonging to another group of people because they do not
know Jesus. God will be close to everyone and will tend to everyone.
Are we like that? Do we not consider those who do not belong to
our People worse? What have we done to the People who were born
from Christ’s side? How better would the world be if we Christians
really behaved like Jesus with those who are not of our People! We
Who is our God? 199
is swept away by this. He does not depart from the woman and he
grants her what she asks for. Here’s how to act, to ask insistently,
constantly, without being discouraged, knowing that the Master is
listening and sees what is inside our heart. Who can say, after this,
that he stays away from men? Who can affirm that God is not a close-
ness born out of love, of salvation and of everything through his Son,
whom he has sent precisely to represent him before men?
Jesus’ closeness with the ones in need is immense, it is a closeness
with everyone. And the evangelists sometimes try to summarize the
many encounters of those who came to the Lord, but you can see
how he does them good, does not turn away and approaches them.
For example, Matthew tells the following: “Great crowds came to
him, bringing the lame, the blind, the crippled, the mute and many
others, and laid them at his feet; and he healed them. People were
amazed when they saw the mute speaking, the crippled being
healed, the lame walking and the blind seeing. And they praised
the God of Israel.” Here is Jesus close to all who come to him; he
does not leave, does not hide, does not go away, does not say that he
is tired, nor to be left alone. No, he has come to be close to everyone
who needs him and also to those who seem not to need him. This is
the God of closeness. Jesus will also approach the scribes, the Sad-
ducees, the Pharisees, all those who hate him and that will take him
to the cross, and he will have a word of compassion for all of them,
although those who misbehave will receive the whip of his words:
“hypocrites” he will call them so many times.
On one occasion a father who has an epileptic child approaches.
This man believes in Jesus and even kneels before him. He tells
him about what is happening to the epileptic child and how he has
all the symptoms of epilepsy. Then Jesus asks for the child to be
brought to him and he rebuked the demon that came out of him.
The boy was cured at that moment. The disciples asked him why
they had not been able to kick it out and he replied: “Because you
have little faith.” Jesus is for everyone, for whatever illness they
have. He approaches everyone, he has compassion for everyone, he
gives everyone what they need, he was the one who manifested the
God of closeness, the God who had sent him to be with the needy,
with those who asked for help, no matter who they were. Everyone
were his children, and the Father and God of closeness loved every-
202 Miguel Ángel Asiain
one and wished that his Son would help everyone, to not depart
from anyone, that is why he sent him to the world.
And there is a passage that we cannot help but to narrate as the evan-
gelists have written it, in this case Matthew, which is of immense
delicacy and in which it is seen that Jesus is for everyone, but that
his heart is with the little ones, with the most fragile, with the ones
who were ignored, especially back in that time. The children.
Matthew tells: “Then some children approached him to lay hands
on them and pray for them; the disciples scolded them, but Jesus
said: “Let the little children come to me, and do not hinder them,
for the kingdom of God belongs to such as these. He laid hands on
them and went on his way.” Is there any text more beautiful than
this in which we see the closeness of Jesus with those whom no-
body cared about, those who were cast away from the rest and that
meant absolutely nothing in that world?
And in contrast, the traitor, Judas the Iscariot, comes to mind. He had
been chosen like the others; He had been with Jesus along with the
rest, he had heard his words, he had received his love and his trust be-
cause he kept the bag of money they received. He had heard and seen
him perform so many wonders, and in the end: “How much are you
willing to give me if I deliver him to you?” These words hurt our heart.
What was this man’s heart go through after this? I always wonder what
went through Judas’ heart when he realized the evil he had done, and
threw away the money he received and went and hanged himself.
Didn’t he trust Jesus who he had seen was of the utmost trust? I have
no words, I simply think that he also entered into the mystery of God’s
mercy. Our God knows what happened and knows where he is now.
Blessed be our God of closeness. Let us not turn away from God, to not
depart from him. Let us always be with him, who is the God of close-
ness who will never leave us alone. And remember what Peter, so pre-
ciously, says: “Cast all your anxiety on him because he cares for you.”
Exam
– Do you feel close to God?
– Do you feel him near you?
– Is there anything that has ever pulled you away from God?
How have you behaved?
Who is our God? 203
Prayer
The desire of God the Father when he sent his Son into the world was
to establish the Kingdom of God. The Father wanted a world as he
imagined it, a world of peace, justice and well-being in which men
behaved well with each other and there were no litigation, wars, op-
positions and injustices. That was the world he wanted. That was the
Kingdom of God. A world for which the prophets and those sent by
God had fought, but it was something that had not been achieved.
Men did not understand God’s desire through his envoys, and then
he decided to send his Son so that, finally, he would establish that
Reign, that different world, that world according to his desires.
Jesus then begins to preach that new, different world, which is there-
fore good news. How can a world according to the will of God not be
good news? But you have to make people understand. And how does
he do it? Through parables. What is a parable? We can talk about it
with the words of Leon Dufour: “From the early Church, a story told
by Jesus is called a parable to illustrate his teaching. The parables are
then an invitation to attention, but also a veil that conceals the depth
of the mystery to those who cannot or do not want to penetrate it
entirely. The evangelists, impressed by the hardening of the hearts of
numerous Jews regarding the message of Christ, underlined this fact
by showing Jesus responding to the disciples with a quote from Isai-
ah. However, along with these parables related to the apocalypse,
there are clearer ones that focus on moral teachings accessible to all”.
In fact, after telling a parable, Jesus adds: “Whoever has ears, let
them hear.” Then the disciples asked him, what does that parable
mean? He answered: The mystery of the kingdom of God has been
given to you, but to those on the outside everything is expressed in
206 Miguel Ángel Asiain
parables, so that, they may be ever seeing but never perceiving, and
ever hearing but never understanding.” (These last words are from
Isaiah and are cited by all synoptics, some more widely than others).
Well, we are referring to those stories told by Jesus to manifest what
the Kingdom of God is, what the God the teacher wanted, that the
disciples explained clearly, and to others through parables which
meaning had to go deeper. That is how Jesus taught. Sometimes he
teaches the meaning of the parables himself as we will see now in
some of them, but for that we will hear the same words that Jesus
used, so that they penetrate deeper into our hearts.
A parable that appears in all the synoptics is that of the sower who
goes out to sow and throws the seed grains in the ground and they
fall on diverse terrains. What does Jesus want to teach here? On this
occasion, he himself explained the meaning of the parable. We see it
in Matthew: “Listen now to the parable of the sower: Whenever one
hears the message of the kingdom and does not understand it, the
Evil comes and takes away what is sown in his heart; That is what
is sown on the sidewalk. The sown in rocky terrain is that one who
hears the message and accepts it immediately with joy; but it has no
roots, it is inconstant, and as soon as a difficulty or persecution for
the message arises, it fails. What is sown among brambles is the one
who hears the message, but the burden of this life and the seduction
of wealth drown it and it is sterile. What is sown in good ground is that
one who hears the message and understands it; that bears fruit and
produces in one case one hundred, in another sixty, in another thirty.”
Another parable is that of the weeds. Jesus told it this way: “The
kingdom of heaven is like a man who sowed good seed in his field.
But while everyone was sleeping, his enemy came and sowed weeds
among the wheat, and went away. When the wheat sprouted and
formed heads, then the weeds also appeared. The owner’s servants
came to him and said: Sir, didn’t you sow good seed in your field?
Where then did the weeds come from? He answered: An enemy did
this. The servants asked him: Do you want us to go and pull them
up? He answered: No, because while you are pulling the weeds,
you may uproot the wheat with them. Let both grow together until
the harvest. At that time, I will tell the harvesters: First collect the
weeds and tie them in bundles to be burned; then gather the wheat
and bring it into my barn.”
Who is our God? 207
The disciples ask the Lord to explain to them the meaning of the
parable and Jesus does: “The one who sowed the good seed is the
Son of Man. The field is the world, and the good seed stands for the
people of the kingdom. The weeds are the people of the evil one,
and the enemy who sows them is the devil. The harvest is the end
of the age, and the harvesters are angels. As the weeds are pulled up
and burned in the fire, so it will be at the end of the age. The Son of
Man will send out his angels, and they will weed out of his kingdom
everything that causes sin and all who do evil. They will throw them
into the blazing furnace, where there will be weeping and gnashing
of teeth. Then the righteous will shine like the sun in the kingdom
of their Father.” And so, Jesus went on teaching what the reign of
God should be, is what God the teacher asked him to teach men.
He proposed another parable: “The kingdom of heaven is like a
mustard seed, which a man took and planted in his field. Though it
is the smallest of all seeds, yet when it grows, it is the largest of gar-
den plants and becomes a tree, so that the birds come and perch in
its branches.” The Lord does not explain this one though. But for us
it may mean that God’s kingdom is small at first; but time will pass,
it will grow and people will come from all places and enter that king-
dom. And so indeed it was, because the reign of God preached by
Jesus was gradually consolidated and spread to this day, and it will
continue to grow throughout history because it will not end until
the Lord comes and manifests at the end of time the greatness of the
tree which was a small seed at first. Thus will the desire of God the
teacher be fulfilled, he teaches through his Son who uses parables.
Another parable is that of the master who wanted to settle accounts
with his servants. He is presented with one that owed millions and
since he cannot pay, the master commands to be have him put in
jail despite the debtor’s request for patience for he will pay him
for everything in time. The master sympathizes and forgives him
everything, without demanding anything. Upon leaving his pres-
ence, the debtor meets a servant who owed him some money, and
demands to be payed. This second debtor repeats the same plea that
the first had said to his master, but this one ignores him and sends
him to jail. His companions see such injustice so they come to the
master and tell him about what happened. The lord has him called
to his presence and asks him why he has not behaved with his debtor
208 Miguel Ángel Asiain
in the same way he had behaved with him, given that he owed him
much more. And he sends him to jail until he pays for everything.
It is Jesus himself who explains the parable in a few simple words:
“This is how my heavenly Father will treat each of you unless you
forgive your brother or sister from your heart.” This is what Jesus
teaches us, that we, who are and have been great sinners, were for-
given everything by God when we came to him. This what the God
the teacher teaches through Jesus. The mystery of his love. That is
why we must forgive those who might have offended us, when their
offense cannot be compared with the one we have inflicted on our
God. God’s kingdom is the reign of justice and forgiveness. The new
world must be grounded in forgiveness with one another. Only in
this way will we align with what God wants, with the world he de-
sires, with what he teaches us through his Son.
On another occasion God, through Jesus, told us what he wanted
his reign to be like. “What do you think? There was a man who had
two sons. He went to the first and said: ‘Son, go and work today in
the vineyard.’ He answered: I will not’, but later he changed his
mind and went. Then the father went to the other son and said the
same thing. He answered: ‘I will, sir,’ but he did not go. Which of the
two did what his father wanted? They answered: The first.’ Jesus
said to them: “Truly I tell you, the tax collectors and the prostitutes
are entering the kingdom of God ahead of you.” This is the meaning
of the parable and how God the teacher has mercy on sinners.
Here too Jesus himself teaches us the meaning of this parable. And
it is that we do not have to pay attention to words, but to behaviors.
It is true that the prostitutes have misbehaved, but after all they
have recognized what they are and have gone to God, to Jesus. On
the other hand, those who thought they were good and who did not
need anything have not come to the Master. In our lives we must
to pay attention to the words we speak many times, which come
out in the midst of joy or to look good in front of others or for any
other reason, just to not do what we have said we would later. This
is not what the Father in heaven wants. This does not align with
Jesus’ desire that expresses his Father’s will. That is why we will be
examined in love at the end of our life. Because behaviors are love,
whereas words often do nothing but deceive us by believing that we
already do well.
Who is our God? 209
about how we are to behave and how God behaves with us through
this parable. God becomes a teacher in his Son by explaining, very
clearly, the condition of the three characters in the parable. We are
the younger brother, all of us, because we have all behaved badly
with God. We’ve turned away from him, we’ve offended him. Each
of use knows their own life and knows the truth of what we say. We
have taken advantage of him, making his, which is what he always
gives, into a way of living that he does not like, he is offended. We
have to recognize ourselves in this son. On the other hand, we have
the eldest son who is also each of us because we have offended him
by misbehaving with other people, who were our brothers. We have
not loved them, we have done them wrong sometimes, we have crit-
icized them, we have judged them for what they have done without
realizing that we too have misbehaved as the older children. And
here comes the behavior of each one of us, the youngest son rec-
ognizes that he has done wrong and intends to return to his father.
And he does return. And what a great feast there is in the Father’s
house! Only the best for him. And the eldest son comes and feels
offended by his father because he says he hasn’t behaved like the
youngest son has, and he reproaches not being given everything he
has given to that youngest son. Bad behavior, ungrateful and with-
out understanding that being with the Father was the greatest grace
he could have. And he does not take into account that the young-
est son is also his brother. And in the middle of these two sons, the
father. What a wonderful father! Loving the two children with im-
mense love, each according the situation in which they find them-
selves. He throws a party for the returning son and tells the eldest
one that all that belongs to him, belongs to him too. We don’t know
whether or not this son came into the house as the father asked.
In this beautiful parable, we can see what we are and what our God
is. He taught us so through Jesus. Having a father like God is the
greatest grace we could be reached by. Being the youngest son is
what we must recognize in our lives. And let’s not forget how many
times we’ve been the eldest son while also being the youngest.
What a great teaching from Jesus and how much we have to thank
him for telling us, and knowing how to tell us, about who the Father
is and how we, poor humans, are. Again in this way, God the father,
the God the teacher, teaches what he is and what our life should be
like, while understanding who we are.
Who is our God? 211
Another parable Jesus told was that of the rich fool. He gets great
harvest like he had never had before; so much that it doesn’t fit in
the barns he owns and plans to build more to then live a life of ease.
But God told him: ‘You fool! This very night your life will be de-
manded from you. Then who will get what you have prepared for
yourself?’ And Jesus himself explains the meaning of the parable
with these words: “This is how it will be with whoever stores up
things for themselves but is not rich toward God.”
Jesus also told other parables to people. We have seen some of them
and we have chosen those in which the Master himself explains
them, sometimes in a broad way and sometimes in a more concise
way. It was necessary to listen to him because he is the one who
knows what he meant by a certain parable. He teaches us what God
the teacher wants to tell us. And the Father is the teacher through
Jesus, who teaches us what the Kingdom of God should be like.
Finally, we quote another beautiful parable in which Jesus is the
protagonist and in it, we can see his way of behaving toward us. The
Lord says: “Suppose one of you has a hundred sheep and loses one
of them. Doesn’t he leave the ninety-nine in the open country and
go after the lost sheep until he finds it? And when he finds it, he
joyfully puts it on his shoulders and goes home. Then he calls his
friends and neighbors together and says: ‘Rejoice with me; I have
found my lost sheep’.” And again, Jesus explains this parable: “I tell
you that in the same way there will be more rejoicing in heaven over
one sinner who repents than over ninety-nine righteous persons
who do not need to repent.”
This is God’s love, his behavior towards sinners; we see how Jesus
himself is the one who bears our sins, our misguidances and leads
us back to the sheepfold. And what a great joy he has because he has
managed to bring the lost sheep back to the sheepfold! And how sur-
prised we are that there is more joy in heaven for a sinner who repents
than for ninety-nine righteous people who do not need to repent.
Thus God has taught us what his Kingdom is, what the reign that he
wanted to establish is like and again we see that he helps the ones
in need and the poor who we would despise. He is different. Let us
give thanks for the teachings he has given us through his Son with
the parables.
212 Miguel Ángel Asiain
Exam
– What do you feel when you hear Jesus’ parables?
– Make the effort to take the gospels, find the parables and
read them slowly. Then you will understand what the King-
dom of God and the reign that he wanted to institute in our
world is like. You will understand what God the teacher is.
– Try to place yourself in each of them and put yourself in
them in such a way that it is you who hears the parables
from Jesus’ lips and apply them to yourself.
– Don’t you feel the deep desire to thank him because he is
the way he is?
Prayer
When Jesus is born, Luke tells us that “Suddenly there was with the
angel a multitude of the heavenly host, praising God and saying:
“Glory to God in the highest heaven, and on earth peace among
those whom he favors!” Therefore, from the first moment he ap-
pears among men, when his mother has given birth to him, the
peace that he brings for men is sung, a peace that comes from the
Father and that spreads over all men because it is said that he really
loves them since that moment. It is the beginning of a life in peace,
of a life that will give peace to men, men whom he loves so much
and he will demonstrate so throughout his life.
And when he is close to leaving, he has already spent his time of
stay in this world, he is with the disciples at the Passover supper. He
is speaking to them from the heart, he will tell them many things
that are going to be printed in the intimacy of the disciples, this is
the moment of farewell, he is going to leave. The disciples do not
know it and they are going to suffer a lot, and then Jesus tells them:
“Peace I leave with you; my peace I give you. I do not give to you as
the world gives. Do not let your hearts be troubled and do not be
afraid. You heard me say, ‘I am going away and I am coming back
to you.’ If you loved me, you would be glad that I am going to the
Father, for the Father is greater than I.”
The gift that Jesus gives them at the moment he is saying goodbye
to them is precisely peace. He has received it from the Father and
he gives it to his own. That is why because they have their peace,
they do not have to be overwhelmed, or afraid. And it is important
to know what peace it is, it is not the peace of the world. His peace,
that of your Father, it is different and in fact you will notice it in
the coming days when what none of them expects or knows about
happens. The peace of Jesus has to be in our hearts; and we must be
careful not to confuse that peace with that which exists in the world.
His is a deep peace, it is a peace that will make the disciples not fear
the difficulties they will go through, it is a peace that will have them
constantly united to him and, in that way, also with the Father.
This is the peace we receive from Jesus. He gives it to us in the hard-
est moments of his life, when he is about to suffer for everyone. At
that moment, he gives peace so that the suffering that we can see in
some people or feel ourselves throughout life does not overwhelm
us, does not discourage us but keeps us steady at all times. When we
Who is our God? 215
suffer or have a bad time, when our forces faint, when it seems that
we can no longer keep going, we must remember the words of Jesus
oughts to keep us steady. They have to help us, they have to sustain
us in what we are going through or what is about to come.
A little later, we are at the last supper, and Jesus speaks again of
peace before his precious prayer that John remembered for us. And
he does it this way: “I have told you these things (and he has talked a
lot by the moment), so that in me you may have peace. In this world
you will have trouble. But take heart! I have overcome the world.”
The peace we ought to have or have will be thanks to Jesus. Only
he gives peace and as we have seen, his peace is the great gift; a gift
that makes us proud, that gives us courage, that will help us at all
times. Let us always give thanks to Jesus as he gives us the peace
that the Father gives us, the peace that has been sung on earth for
all the men that Jesus loves so much. We should never be discour-
aged, or despair, or throw everything down, because Jesus will al-
ways be willing to grant us peace. We must ask for it because, as he
receives it from the Father who is peace, he gives it to us. And with
that peace you can live even in the midst of difficulties and prob-
lems. The peace of Jesus, which is the peace of God, is above any
pain or difficulty we may have.
The resurrection will come. He has defeated death, evil and sin. He
lives with God’s life. He is going to meet his own, but they don’t
know it. We are on the first day of the week. And John says: “At dusk
of that day, the first of the week, the disciples were in a house with
the doors locked for fear of the Jews. Jesus entered, stood in the
middle and said: Peace be with you!’ It is the first greeting he gives
them. What does he wish for them? Peace. That peace in which
he lives, that peace that will be the gift that he will always give. It
will be what he will always repeat. John continues: “That said, he
showed them his hands and side. “The disciples were glad when
they saw the Lord. Jesus told them again: Peace be with you. As the
Father has sent me, I also send you. He then blew on them and said:
Receive the Holy Spirit: those who forgive sins are forgiven; to those
who impute them shall be imputed ‘”. This is Jesus’s way to appear
and meet his disciples. He wishes them peace and shows them the
sores so they can see what he is. And also gives them the Holy Spirit.
216 Miguel Ángel Asiain
until you leave. As you enter the home, give it your greeting. If the
home is deserving, let your peace rest on it; if it is not, let your
peace return to you.” From what it looks like, Jesus wanted them to
give peace everywhere they came to. They carried peace and had to
offer it. That maintenance of that peace depended on the people to
whom it was offered, according to their behavior. It is what we have
to do, always offer peace, always want peace for others. As the Lord
gives it to us, we also offer it to others. And that peace will do well
or return to us according to the behavior of the person to whom we
offer it. We see how peace is what Jesus always offers and also wants
his people to offer it. The God of peace, through Jesus, comes to us
and from us has to reach others.
There is a text that calls our attention. When, in Luke, the Lord says:
“Do not suppose that I have come to bring peace to the earth. I did
not come to bring peace, but a sword. For I have come to turn a man
against his father, a daughter against her mother, a daughter-in-law
against her mother-in-law—a man’s enemies will be the members
of his own household.” We can interpret this saying as in how peo-
ple will be divided by their beliefs because of Jesus, because some
will accept him and others will reject him.
It is not that Jesus does not bring peace, it is that some will accept
it and others will reject it and in that sense, the families will lack
peace. It is not because Jesus wants it, but because that is how peo-
ple behave regarding him. In Matthew, Jesus gives this explana-
tion to the same passage: “Anyone who loves their father or mother
more than me is not worthy of me; anyone who loves their son or
daughter more than me is not worthy of me. Whoever does not take
up their cross and follow me is not worthy of me.”
Peace must be in our hearts because of what John tells us: “For God
so loved the world that he gave his one and only Son, that whoever
believes in him shall not perish but have eternal life.” For God did
not send his Son into the world to condemn the world, but to save
the world through him. Whoever believes in him is not condemned,
but whoever does not believe stands condemned already because
they have not believed in the name of God’s one and only Son.”
Jesus always takes care of his people and encourages them in diffi-
cult times; that is, he helps them to have peace and to not despair.
218 Miguel Ángel Asiain
Exam
– Have you ever felt, in some or lots of occasions, the peace
of God in your life?
– Do you feel Jesus gives you peace when he comes to you?
– What is stronger in you, the peace of God or the fear of the
situations in which you were living?
– Do you try to give peace to people who approach you?
– Are you cause for peace or discussion in the place you live in?
– Do you preach peace and try to live the peace you preach?
– Even when you sin, do you feel the peace of God that for-
gives regardless of what you have done?
Who is our God? 219
Prayer
Where has it been manifested that God is grace? First, and in a very
special way, in the way in which he has given us his own Son. What
is God like to even consider giving us his Son? Who would do that?
To deliver a Son to save a slave, the Beloved who has been offended
by them. Paul says something wonderful: “If God is in our favor,
who can be against us? He who did not spare his own Son, but gave
him up for us all—how will he not also, along with him, graciously
give us all things? Who will bring any charge against those whom
God has chosen? It is God who justifies.” The coming of Jesus shows
how far the grace of the Father who gives us his Son can go. This is
divine generosity, his grace of love. The crazy love of God. Yes, God
is crazy to do such a thing. God gives by grace and he who receives
the gift finds tenderness and generosity near him.
That grace of God or the God of grace has also manifested itself in
giving us the Holy Spirit. It is the love he has for his Son, because the
reciprocal love between the Father and the Son is nothing less than
the Holy Spirit. And that Spirit has been given to us through Jesus.
The Master had already said, in the last days of his life in here. that
he was leaving and that it was convenient that he leaves because he
would send the Holy Spirit, who also comes from the Father and the
Son, and whose mission would be to help us all, keep the Church
steady through the difficulties and to remind us of everything Jesus
told us in his life. This is what the evangelists confess.
Grace was so important in the early Church (it always has been and
is and will continue to be) that Paul, in all his letters, begins wishing
grace to those who writes to, and with it peace. Peace and grace are
inextricably linked in Paul’s greetings to the churches.
Let’s look at those letters and the greetings with which they begin.
To the Romans: “To all the favorites of God who are in Rome, called
and consecrated, I wish you the grace and peace of God our Father
and the Lord Jesus Christ.” In the first Corinthians: “... grace to you
and peace from God, our Father and the Lord Jesus Christ.” In the
second Corinthians: “... to you grace and peace from God, our Father
and the Lord Jesus Christ.” To the Galatians: “Grace to you and peace
from God our Father, and from the Lord Jesus Christ, who gave him-
self for our sins, to deliver us from this wicked world.” To the Ephe-
sians: “Grace to you and peace from God the Father, and from our
Lord Jesus Christ.” To the Philippians: “Grace to you and peace from
Who is our God? 223
God the Father, and from our Lord Jesus Christ.”. To the Colossians:
“Grace to you and peace from God our Father.” In the first Thessa-
lonians: “To you grace and peace.” And in the second: “Grace to you
and peace from God the Father and the Lord Jesus Christ.” In the
first Timothy: “Grace, mercy and peace from God and Christ Jesus,
our Lord.” He uses the same formula in the second Timothy: “Grace,
mercy and peace from God and Christ Jesus, our Lord.” And when
writing to Titus: “Grace and peace from God the Father and Christ
Jesus, our Savior.” Even when he writes to Philemon, he says: “Grace
and peace from God, our Father, and Christ Jesus.”
We see how, according to Paul, the grace of God is of the utmost
importance. We can think of it in the two ways which we have indi-
cated before. The God of grace who addresses them through Paul’s
words and tells them how they should behave is important, and it
is important that grace descends to their hearts because it is given,
precisely, by the God of grace.
In us, the God of grace has manifested himself, mainly in the sac-
raments we have received. In the baptism in which we have been
made children of God, children in the Son. Through him, God has
been given us grace, a grace so important that he has made us his
children by adoption. In that sacrament we have received the God
of grace and his grace. The same happens in the confirmation,
where the Holy Spirit has sealed us with his love; the Father sends
the Spirit to our hearts to make us strong in the face of everything
that wants to separate us from our God and his grace throughout
our life. Then, to some, the sacrament of the priesthood in which
the God of grace is given in a special way to conform with his Son
to the one who receives that sacrament, and to represent him in the
midst of the world working in the likeness of what his Son did. And
for those who receive the sacrament of marriage, God descends
to make them strong in the midst of the works of the world and to
build that kingdom of God of which we have spoken in the society
they live in. The anointing of the sick serves for the God of grace
to help prepare the recipient to surrender to him, or to continue in
this world having greater strength and peace if that is his design.
Death will be the moment of the happiest encounter with the God
of grace. We will receive the grace of being with him forever, always
by his donation, without any merit from us.
224 Miguel Ángel Asiain
Paul says, “As David also proclaims blessed be the man who God
imputes justice regardless of deeds: Blessed are those whose wick-
edness was forgiven, and whose sins have been covered. Blessed is
the man whose sin the Lord will never count against them.” And
Paul goes back to Abraham. “We say in effect that it was credited to
him as righteousness.” What was credited as justice? The fact that
he believed in God.” Paul continues: “Under what circumstances
was it credited? Was it after he was circumcised, or before? It was
not after, but before! And he received circumcision as a sign, a seal
of the righteousness that he had by faith while he was still uncir-
cumcised.” We see, then, how the first thing is always the grace of
God or the God who is grace, who dedicates himself to men and
works in them because of love; then, as a consequence, the deeds of
love that men must perform in response to what they have received
will come.
This is the God of grace who, out of pure love, without us being wor-
thy of anything. has given us his justification, that is, his grace out
of love, without us deserving it.
And so we are living God’s love today, living because of his grace
which granted by pure mercy, given because He is just that way.
Let’s not ask why God behaved that way. We will never know. We
can only say this, he behaved like this because he is God, only he
understands himself or accepts what he does. God must be accept-
ed as he is and not be asked the reasons behind his deeds, about his
decision or about what he does.
The result of all this is that we are at peace with God because of
our Lord Jesus Christ. We don’t have to fear, we don’t have to cow-
er, we don’t have to live in anguish. He has freed us from sin, death
and the law through his death. And that he does so as the Father’s
envoy. He already said that he did nothing but what he saw the
Father do. Therefore the God of grace is like that: love, grace and
peace all at the same time. Love that is revealed to us in its action,
grace because it has saved us by pure grace without us doing any-
thing to achieve it, we could not do so anyway, and peace because
it is the result of that love and grace. We are at peace with God,
but we are also in debt to God. Our whole life has to be for him.
If he is the God of grace, we must correspond by thanking him
for everything he has done for us. Our life is not condemned, it is
226 Miguel Ángel Asiain
Exam
– How do you correspond to the God of grace in your life?
– Do you live as a son since you were made as such in the
baptism?
– Are you strong in the face of temptations, asking the Holy
Spirit for strength?
– Do you often pray to the Holy Spirit, who is said to be the
unknown God?
– Do you trust faith or rely more on your deeds?
– Do you know how to abandon yourself in the hands of God,
trusting the faith you have in Christ Jesus?
– Do you hold on to your deeds and present them to God as if
he owed you something in life?
– Will you be able to abandon yourself in the hands of God at
the time of your death, leaving everything in the hands of
his design of grace?
Who is our God? 227
Prayer
Now that we are finishing these chapters on who our God is, I want
to affirm with all my heart that God is joy. We are not going to look
at the gospels like other times or in St. Paul. Now I wish to affirm
that God is joy, remembering all the different ways we have seen our
God. Each of them produces immense joy in affirming that God is
as explained in the corresponding chapter.
How can it not bring us joy to know that God is mercy? Mercy is
one of the most obvious facets in our God. And when that mercy
descends upon us, it produces peace, happiness and joy for having
a God who is that way. The mercy of God fills our heart, is pres-
ent in our life and in all the moments of it, it accompanies us from
birth to death. And we have already said that death itself is noth-
ing more than entering into the mystery of that mercy of God. The
fact that God treats us with mercy gives us immense joy because
we know then that we are in good hands and that the God of mer-
cy remembers us, attends to us, does not leave us abandoned and
instead cares about each one of us. The God of mercy is a God who
is always with us and this is of great joy. We cannot be fearful or dis-
couraged or afraid. To live in those ways is not to have known the
God of mercy. We will never be able to give enough thanks for God’s
way of being. And as a consequence of all this, mercy must also ap-
pear in our hearts. He who is merciful does nothing but to respond
to God because he receives mercy from him. And who is merciful
lives happily and joyfully. Happy because he always behaves mer-
cifully with his brothers, with all men. Let us therefore thank God
because he is mercy, and let’s ask him to teach us to imitate him in
this virtue. And that will bring us immense joy.
230 Miguel Ángel Asiain
And how can we not be glad that God is love? Love defines him,
love is what makes him thank him so much, love is what he gives
us in every minute of life. We would not exist without his love. Love
sustains us in life, it accompanies us throughout our lives. He has
given us love in and of his Son, why wouldn’t we be happy about
this fact? Jesus’ love has flooded our life. Having the Father love us
to the point of giving away his Son for our sins! What God is this?
And having the Son give us everything we need for a good, frater-
nal life and for it to be a life in reconciliation with everyone and
everything. Seeing that Jesus gives himself for us because the Fa-
ther has sent him to the world for that. Hearing from Jesus himself
something like this: remain in my love as I remain in the love of the
Father. Seeing Jesus’ love for us lead him to wash each other’s feet
as he did with his disciples; seeing that he gives us his Body for us
to eat and his Blood for us to drink. And at the same time, tells us
that “Who eats my Flesh and drinks my Blood lives in me and I in
him.” And how can we not be pierced with joy when we see what Je-
sus, sent by the Father, does all that for us? Of course we are happy
about the God of love. No people other than the Christians have a
God who behaves in this way, so we must thank him and remain in
joy for what he has done.
Why wouldn’t be happy for having a God of goodness? Seeing that
the goodness of God and the God of goodness descends into our
lives, takes us into account, takes care of us. What else does that
produce in us other than joy? The goodness of God inhabits the
earth because everything comes from that goodness. Because
goodness has created the universe; because goodness has given
us life; because goodness forgives us constantly; because kindness
helps us through difficulties; because goodness encourages us to
move forward in the moments of reluctance; because he is good,
he wants us to follow his Son; since he is goodness he has revealed
to us who is his only incarnate Begotten son; because goodness
heeds our supplications; because goodness encourages us in times
of difficulty; Because goodness is the hope of our life and because
goodness makes us remain happy and joyful inside and manifest
it outside. Blessed be this God of goodness forever! The goodness
of God is sung by all creatures in the universe and that goodness is
recognized by every man with a fair heart. The God of goodness is
the one who makes us kind; not a God who loves us because we are
Who is our God? 231
good, but we are good because God himself loves us and is good to
us. Without his kindness, we could not be kind to others. Isn’t it his
kindness that has led him to give us so many good things? Isn’t it his
kindness that has given so many goods and gifts to many people?
Even better, is it not his goodness that has given each man the gifts
he possesses and that he has not forgotten anyone, and instead has
remembered each of us? The saints are because they have received
the goodness they have from God, which does not take away their
effort, their commitment, their response to God’s love. But first of
all they are holy because God has made them holy in the first place.
Let us give thanks to the God of goodness and ask him not to let go
of our hand and fall into evil, in the lack of goodness. Let’s be joyful
because it is so.
How can we not be pleased, happy and joyful because God is for-
giveness? Could we even live without God’s forgiveness? Let each
one think of his own life, of what has offended God, of the times he
said that he was not going to offend him more, and yet he has fallen
again, and not once but infinitely and many times. What would our
life be like without forgiveness? How would we live without him?
Could the fear of God lead us to fear because he could punish us for
all the evil we have done? There is no greater misfortune than to be
a man without trust, to be a man who does not believe that God is
forgiveness and that no matter how much he offends him, he will
always forgive him. The God of forgiveness is the one who rejoices
our sinful life; the God of forgiveness is the one who encourages us
to move forward despite the mistakes committed; the God of for-
giveness is the one who forgives us, I would say even before we have
sinned. In fact, what is the death of his Son for our sins, but his for-
giveness before our sinning because he foresaw what our life was
going to be like? Forgiveness makes us relive constantly, it makes us
not despair, it makes us trust God and that is why it makes us hap-
py. It is true that we see this forgiveness when we lift our eyes to the
Cross of Jesus. Thus we must live with our eyes on the cross of the
Lord. But the God of forgiveness has wanted so, that by lifting our
eyes to the Cross of Christ we understand the price of forgiveness
and that despite such a price, he has not backed down but has want-
ed to wash away our faults. Is there any God who has behaved like
this with humans? Any religion that has manifested a god like ours?
And we must bear in mind that he has forgiven the sins of all men.
232 Miguel Ángel Asiain
called because we talk to the Father and think of him with the expe-
rience we have of human fatherhood; we believe in Jesus because
he has become flesh and is similar to us in all but sin, and God the
teacher sends his Holy Spirit through Jesus so we believe in him,
to help us in our inner life. God the teacher also teaches us what
a spiritual life is, how to walk through it, how we have to behave,
how we are to please him and do his will, and how we are to love
good and discard evil. God the teacher teaches us to follow Jesus,
to please him, to behave as he taught us to and preached during
his life. These teachings are necessary in life and we must attend
to them from the most intimate part of our being. For all that and
many other reasons, God teaches our heart and everyone knows
that we ought to be really happy and joyous because he is the mas-
ter of our life. We will never be able to give enough thanks for this
aspect of our God. Let’s be glad of this.
And how can we not find ourselves happy and joyous about God be-
ing a God of peace, a God of peace? The peace we need so much in
our world; the peace without which the world would be something
horrible for the struggles, the wars, the confrontations, people’s evil
and everything else we see some men do against others in our days.
Peace is necessary so that nobody takes advantage of their broth-
ers, nobody offends them, nobody does the barbarities that we are
hearing about in the media. It is the peace of the heart that we need;
peace that reassures us, peace that helps us to live doing good to
others, peace that is the encouragement we receive from God to
help others in their needs, peace which is what Jesus offered to his
people. When the disciples were frightened, Jesus gave them peace.
When they are fearful because they believe they are seeing a ghost,
they are encouraged not to panic because it is he who approaches
them. The peace that the disciples needed when in the midst of the
storm, believing they were lost and that they were going to drown,
come to the Master who sleeps in the quiet boat because he is the
Lord of the storm. It is the peace we need in the storms of our life,
the peace that makes us better, the peace that makes us approach
others by helping them as the Lord has helped us. You have to live
in peace, but with the peace that Jesus gives, not with the peace
that the world gives. This is not true peace, it is that of Jesus that we
must constantly go to. God of peace, give us Jesus’ peace, which is
also yours. And let’s live happily because God is like that.
234 Miguel Ángel Asiain
And what will we say about God of grace? How can we not be happy,
as in the other cases, when we consider what the God of grace is?
He is grace and all we receive is grace. To live is grace; love is grace;
work is grace; fighting evil is grace; doing good to others is grace; to
walk as the Lord wants is grace; following Jesus is grace; surrender
to all who need us is grace; forgiveness is grace; acting well is grace;
to be justified by the love of God is grace; fighting for a better world
is grace; overcoming temptations is grace; communion with the
Body of Jesus and drinking His Blood is grace. What in the world is
not grace? We are flooded by it and we need to live in it. Whoever re-
jects grace, rejects God; whoever objectifies grace is wrong, and has
not understood the God of grace. If God was not grace, poor of us!
What would we do? How could we live without what enlightens our
life and gives strength to our being? That is why we must constantly
turn to our God of grace in all the moments of our life, so that it is
he who leads us through the paths of life, so that he shapes us like
his Son, people who see the Spirit as the giver of all good. Thanks
be to the God of grace for being as he is, because he has deigned to
give us all the good that comes from his grace. And let us live giving
thanks for all that our God gives us, for his magnificence in goods.
And let’s remember that since everything is grace, nothing depends
on our strength, or our commitment, which does not mean that we
have to stop striving and putting our effort to please God, to follow
Jesus and to love the Spirit of love that gives us the grace to love
the three people of the Trinity even more. Thus we live in deep joy
when considering who our God is.
Exam
– Do you live the joy of knowing something about who our
God is?
– Is there any aspect of our God that does not convince you
or that you are further away from?
– Are you happy that our God is the way he is? Do you thank
him for that?
– Review each of the elements with which we have qualified
our God and see if you live them wholeheartedly and full
of gratitude.
Who is our God? 235
– Is there anything in your life that does not align to the cited
aspects of our God?
– Kneel down and thank him from the bottom of your heart,
ask him to make you better at understanding who He is, to
have it revealed to you according to his design of love for
you.
Prayer
The fact that you have thought of each one is something incompre-
hensible, and yet it is true. Your love has reached each and every
one you have given an existence to. You have thought of each one
and have cared for him with love because the fact that God gives life
to each person is just too much.
I think about myself. I think of each of the men who passed through
the earth. I think of the poor who live today and have nothing to eat
or drink and die without anyone paying attention to them; more-
over, some not only die like that but are even mistreated, dispos-
sessed of everything, killed. And you worry about each one of them,
you have loved every single one. One wonders that if your love has
been so great, why have these men suffered so much? I know that
it is not up to you, but to human freedom. I know that you will pick
them up in your divine hands and they will be happy forever. In
addition, the poorest, the most forgotten, the bloodiest, the most
despised, the most abandoned, the many Lazarians that have exist-
ed and exist will be blessed. This gives me peace because I see that
your love will be given to those who have suffered. Father, thank
you for being God, thank you because you exist, thank you for
everything you have done for men, thank you because I hope that
one day I can see you face to face, be with you, enjoy your presence
and the love you have always given me and that I will have the joy of
being with you forever.
that comes from making you into one of us, but I don’t understand.
I accept, but I do not understand, that you have left the bosom of
the Father and have come to live as one of us. And I still cannot
understand anything when I think you were a human God and you
were with the Father at the same time. It is easy to affirm these
things, but it is not easy to understand them. In fact, it is impos-
sible to understand them. I know that you have come to establish
the Kingdom of the Father and at the same time die for us because
of love. What did we have to inspire you to do such a thing? Did we
deserve something? It is true, if you had not died for us, for our sins,
we would still be in them and we could not be with the Father, we
could not enjoy eternal life as I hope you will give it to us one day.
Not because we deserve it, quite the opposite, because we don’t de-
serve it but it will simply be a deed of your love.
And I am astonished when I see what the Father has done with you.
It turns out that our greatest sin, which is your death, has trans-
formed it into the greatest gift he has given us, because through
that death we have overcome our own death, the evil of our life and
the sin that always haunts us.
And I do not understand that, while being God, you would like to
spend your life among us without the awareness of being God, but
you were growing in age, wisdom and in the favor of God and men.
I wonder what your prayers with the Father were like. How the two
things come together, that you have no awareness of being God and
that meet your Father God. I would like to know so many things
about you, but I live content with knowing that you have revealed
yourself as you have wanted, and that there are things that are only
yours and that depend on your relationship with the Father.
My desire is that all men recognize you, that they love you, that
they give themselves to you, that they live for you and that they
thank you for everything you have done for them. Jesus, I hope to
meet you one day, that you receive me in your Kingdom, that you
embrace me with the love you have for me, that you will make me
a companion in your Kingdom along with all the people who will
already be with you. Jesus, what will eternal life be? Not what it will
be, but what is eternal life? I consider it to live praising the Trinity,
enjoying it, and forever praising the God who has loved us so much
and who has cared for us with much love. Jesus, thank you for your
240 Miguel Ángel Asiain
life, thank you for becoming a man, thank you for all that you have
been giving me throughout this life.
With your love we can love others as you love us. I don’t know you,
Holy Spirit, but I trust you, I surrender myself to you, I give my-
self to you. Come to my soul and make it belong more and more
the Father and the Son each passing day; make me live more and
more for them and in their presence. Don’t leave my life because I
would fall into nothingness; without your help the power of sin is
stronger, without your light the scriptures are darker, without you,
everything is different.
That’s why I trust you and ask you to make me get to know you more
every day. I can’t get it on my own; it is you who has to grant it to
me and I hope that one day I can be with you, with the Father and
the Son, and that I can see you face to face and thank you for all of
eternity for the love you have had for me and for the graces I have
received from you.
Questions
– Do you pray to the Trinity?
– Do you think about it and entrust yourself to it?
– Do you wait on the Father, the Son and the Holy Spirit?
– Do you entrust yourself to each of the people of the Trinity?
– Have you ever been thankful or thanked many times, for
the fact that God is a Trinity?
– Wholeheartedly pray the poetry that comes next from St.
John of the Cross and that refers to the Trinity.
Prayer
Et c’est ainsi que le livre est né. Ce n’est pas un livre théologique,
c’est un livre qui vient du cœur et dirigé vers les cœurs. Mon souhait
est que cela puisse aider quelqu’un. Si j’aidais ne serait-ce qu’une
personne, j’en serais déjà très heureux, satisfait, car aider un frère à
méditer, à penser, à prier Dieu est déjà une grâce imméritée.
À tous ceux qui peuvent lire ce livre, je leur souhaite la paix, la
confiance en Dieu et en ce qu’il libère dans leur cœur. Ce que je
dis importe peu, ce sont des choses simples, l’important est ce que
Dieu peut transmettre à chaque personne à travers ces pages. Je re-
mercie Dieu pour cela.
Enfin, je suis convaincu d’une chose. Que lorsque viendra l’heure
de ma mort, de la rencontre avec mon Dieu, car j’espère qu’il en sera
ainsi par sa miséricorde, je découvrirai que Dieu est infiniment plus
que ce que j’ai écrit ici. Et ce sera un grand bonheur pour moi. Béni
soit mon Dieu.
* * *
cours de notre vie, car nous confessons à Dieu qui fait preuve de
miséricorde envers nous.
Parce que Dieu est miséricorde dans chaque instant de notre vie,
ainsi nous devons aller vers lui car étant miséricordieux il nous ai-
dera toujours. Dans le psautier, il y a une prière de l’affligé qui vient
à Dieu et dit : « Aie pitié de moi, Seigneur, car je suis sans force,
Seigneur, guéris-moi, car mes os sont tremblants ». Et dans l’Eu-
charistie, nous disons : « Seigneur, accorde-nous ta miséricorde car
nous avons péché contre toi. Montre-nous ta miséricorde, Seigneur,
et donne-nous ton salut ».
S’il est miséricordieux, comment ne pourrait-il pas pardonner nos
péchés ? C’est pourquoi nous ne désespérons pas et ne tombons pas
dans la détresse, car il nous vient toujours en aide. Ne doutons pas
qu’Il pardonne, détruit nos péchés, les efface, les purifie, car sa mi-
séricorde nous parvient comme pardon, amour, grâce et salut. Ce-
lui qui doute du pardon, doute de sa miséricorde, et ceci est un pé-
ché. Si nous nous sentons pécheurs, et nous le sommes, il n’y a rien
d’autre à faire que de nous abandonner dans la miséricorde de notre
Dieu. Le Pape François a dit un jour : « Personne ne peut être exclu
de la miséricorde de Dieu. Tous connaissent la route pour y accéder
et l’Église est la maison qui accueille tout le monde et ne refuse per-
sonne. Ses portes restent grandes ouvertes, pour que ceux qui sont
touchés par la grâce puissent trouver la certitude du pardon ».
Nous devons également faire appel à la miséricorde de Dieu dans
les moments de joie, en le remerciant, car notre joie vient de lui, de
sa miséricorde, parce qu’il veut le bien de ses enfants. Nous n’avons
aucune raison de ne pas être en paix, dans la joie, dans le bonheur,
dans l’espoir, car nous avons un Dieu qui est miséricorde.
Et je pense à la mort. Que sera la mort ? Nous ne le savons pas, oui
nous quittons cette vie, mais dit d’une plus juste manière, mourir
c’est entrer dans le mystère de la miséricorde de Dieu. Nous ne sa-
vons pas ce qui se passe, ni ce qui se produit, mais une chose est
sûre, c’est que nous entrons dans le mystère de la miséricorde de
Dieu. C’est-à-dire que nous allons être enveloppés du mystère de sa
miséricorde. C’est pourquoi nous ne la craignons pas, nous avons
confiance, nous considérons la mort comme un moment de grâce ;
il est vrai que nous laissons derrière nous beaucoup d’êtres chers,
Qui est notre Dieu ? 253
Examen
– Faites-vous confiance à la miséricorde de Dieu ?
– Vous remettez-vous à elle de tout votre cœur ?
– Est-ce le fondement de votre vie dans les moments de dan-
ger, d’angoisse ou de peur ?
– Regardez-vous la mort avec peur ou angoisse, ou avec l’es-
poir dont nous avons parlé ?
254 Miguel Ángel Asiain
Prière
s’agit d’amour, ce n’est pas par pure invention, c’est car Jean nous
l’a dit dans ses écrits : « Celui qui n’aime pas n’a pas connu Dieu, car
Dieu est amour ». Alors pour le connaître à travers l’amour, il faut
aimer véritablement. Nous le verrons répété de nombreuses fois,
seul celui qui aime son prochain comprend que Dieu est amour, sait
que Dieu est amour et vit un Dieu-amour.
Et c’est justement car l’amour vient de Dieu ; s’il est amour, tout ce
qu’il donne est amour, alors dans cet amour nous pouvons aimer
nos prochains. On ne peut séparer l’amour de Dieu de l’amour des
autres. Saint Jean le dit également : « Mes bien-aimés, aimons-nous
les uns les autres ; car l’amour est de Dieu, et quiconque aime est né
de Dieu et connaît Dieu ». Ainsi, quand on a demandé à Jésus quel
était le premier commandement, il a répondu d’aimer Dieu, et que
le second était similaire au premier, et consistait à aimer les autres.
Mais on pourrait se demander, de quelle manière s’est manifesté le
fait que Dieu est amour ? Si nous affirmons quelque chose il est nor-
mal que nous le justifiions, et que nous indiquions pourquoi nous
l’affirmons. C’est l’apôtre de l’amour lui-même qui nous le dit : «
L’amour de Dieu a été manifesté envers nous en ce que Dieu a en-
voyé son Fils unique dans le monde, afin que nous vivions par lui ».
Voyons si Dieu est amour, lui qui n’a rien fait de moins que d’envoyer
son Fils unique, qui était Dieu comme lui. Pouvons-nous penser à un
amour plus grand, pouvons-nous penser à un Dieu si aimant qu’il
ne fait rien de moins que ce geste réalisé pour l’éternité consistant à
envoyer son Fils pour qu’il devienne chair comme nous et qu’il soit
pour toujours le Dieu incarné ? Nous ne pouvons pas comprendre
ce geste d’amour de Dieu, car il faut que Dieu soit fou d’amour pour
faire ce qu’il a fait. Il est impossible de concevoir un tel exemple à
l’échelle humaine pour comprendre ce que Dieu a fait. En agissant
ainsi il s’est manifesté comme un Dieu qui n’est autre qu’amour.
Aussi, un autre élément qui renforce d’autant plus notre admiration
est que l’amour existe non pas car nous avons aimé Dieu, mais parce
qu’il a été le premier à nous aimer. Et dans ce fol élan d’amour, il n’a
rien fait de moins que d’envoyer son Fils mourir pour nos péchés.
Pouvons-nous dire quelque chose de plus qui témoignerait de son
amour ? Nous affirmons qu’il a été le premier à nous aimer et que
grâce à lui nous avons pu aimer, et qu’il a manifesté cet amour infini
en donnant son Fils afin qu’il meure pour nos péchés. Il y a ici un
Qui est notre Dieu ? 257
pli chasse la peur, car la peur anticipe la punition ; ainsi celui qui
ressent la peur ne se réalise pas dans l’amour ».
Assurément nous pouvons aimer parce qu’il nous a aimés en pre-
mier. L’amour ne vient pas de nous mais de son amour, naît de son
amour, s’il ne nous aimait pas, pauvre de nous, car nous ne pour-
rions aimer non plus.
Mais aimons-nous véritablement Dieu ? Il est amour, nous l’avons
répété jusqu’à satiété, et nous avons dit que son amour précède le
nôtre, mais aimons-nous véritablement Dieu ? Il y a un moyen de le
savoir, en respectant ses commandements. « Car l’amour de Dieu
consiste à garder ses commandements. » Et Jean écrivant à une
femme lui disait : « Aimer consiste en cela, à agir selon ses com-
mandements ».
Et Jésus a dit quelque chose à ce sujet, nous remplissant de joie et
nous laissant stupéfaits. Il disait : « Comme le Père m’a aimé, je vous
ai aussi aimés ». Peut-on réfléchir à la signification d’une telle dé-
claration ? Quel est l’amour que le Père ressent pour son Fils ? Nous
le notons dans tous les évangiles et nous aurons l’occasion de le ré-
affirmer dans d’autres chapitres. Nous ne pouvons même pas ima-
giner l’amour que le Père a pour son Fils, le Bien-Aimé, le Préféré,
l’Unique, l’Envoyé. Cet amour n’est rien de moins que le Saint-Es-
prit. C’est ainsi que le Père aime le Fils. Prêtez donc attention à la dé-
claration de Jésus, il nous aime de la même manière. C’est pourquoi
le Dieu-amour nous parvient à travers Jésus. Le Dieu-amour entre
dans notre cœur, le Dieu-amour est avec nous, nous ne sommes ni
démunis, ni laissés seuls, ni abandonnés. Et bien que des malheurs,
des souffrances et autres choses semblables puissent se produire
dans notre vie, nous ne pouvons pas penser que Dieu est loin de
nous, qu’il ne se soucie pas de nous. Et il s’avère que son amour
nous parvient à travers Jésus, c’est pourquoi le Seigneur ne cesse de
dire « demeurez dans cet amour ». C’est sa demande, son souhait, ce
qu’il attend de nous, que nous demeurons dans cet amour. Et com-
ment pouvons-nous demeurer dans son amour ? En respectant ses
commandements, car « de même j’ai gardé les commandements de
mon Père, et demeure dans son amour. »
Nous devons être heureux de ce que dit Jésus, car sa parole est vraie,
« le Père lui-même vous aime, parce que vous m’avez aimé, et que
Qui est notre Dieu ? 259
vous avez cru que je suis sorti de Dieu ». Nous avons ici à nouveau
cette confirmation, Dieu est amour et nous aime, et il nous aime
parce que nous aimons Jésus et que nous croyons en lui.
Tout cela ne peut nous décourager, bien au contraire : « Que votre
cœur ne se trouble point. Croyez en Dieu, et croyez en moi. » Nous
devons accorder toute notre confiance à ce Dieu qui n’est qu’amour,
sur lui nous devons nous appuyer, en lui nous devons nous aban-
donner, car s’il est amour, il ne peut nous traiter qu’avec amour. Ain-
si dans les moments difficiles que nous pouvons traverser, dans les
tentations, même dans les chutes que nous pouvons tous connaître
étant pécheurs, nous ne devons pas nous démoraliser, nous devons
confier en Dieu et nous remettre entre les mains de ce Dieu qui est
amour. Ceci est notre chance et notre joie.
Le Pape François nous dit : « Pour connaître ce Dieu qui est amour,
il faut monter par l’escalier de l’amour pour le prochain, par les
œuvres de charité, par les œuvres de miséricorde que le Seigneur
a enseignées ».
Jésus nous dit de ce Dieu-amour : « Celui qui a mes commandements
et qui les garde, c’est celui qui m’aime ; et celui qui m’aime sera aimé
de mon Père, et je l’aimerai aussi ». Et répétant cette même idée : « Si
quelqu’un m’aime, il gardera ma parole, et mon Père l’aimera; nous
viendrons à lui, et nous ferons notre demeure chez lui ».
Ce Dieu-amour se manifeste avant tout dans la relation qu’il a avec
son Fils, avec Jésus. Le Maître parle souvent de sa relation avec le
Père et de la façon dont le Père est avec lui et l’aime. Cela doit nous
encourager car Jésus est notre frère, ainsi le Père nous aime égale-
ment, d’une manière différente. Voyons quelques exemples de ceci.
« Père, je te rends grâce de ce que tu m’as entendu. Je sais que tu
m’exauces toujours ». Cela devrait nous inciter à réfléchir à la façon
dont le Père nous écoute. Parfois nous croyons qu’il nous délaisse,
mais à travers Jésus nous comprenons qu’il est toujours à notre
écoute. C’est pourquoi quelle que soit la difficulté ou le danger
rencontré, nous devons nous tourner vers le Dieu-amour qui, par
amour pour nous, prend soin de nous et répondra à nos demandes.
Un autre exemple : « Ce que mon Père m’a donné est ce qui importe
le plus, et personne ne peut rien arracher de la main de mon Père ».
Nous sommes entre de bonnes mains, dans les mains d’un Dieu
260 Miguel Ángel Asiain
qui aime chacun de ses enfants de tout son cœur. Nous ne devons
pas avoir peur d’être dans ses mains, car rien n’y personne ne pour-
ra nous en séparer. Ainsi nous nous plaçons en elles, et confions
en elles. Le Dieu-amour se révèle dans sa relation avec chacun de
nous. Et à une autre occasion, l’apôtre dit : « Si Dieu était votre Père,
vous m’aimeriez, car c’est de Dieu que je suis sorti et que je viens, je
ne suis pas venu de moi-même, mais c’est lui qui m’a envoyé ». Nous
savons que Dieu est notre Père à travers notre amour pour Jésus, ce
Dieu dont nous avons tant de fois répété qu’il est un Dieu-amour.
Il nous a envoyé son Fils par amour pour lui, et parce que nous ai-
mons ce Fils, nous nous unissons au Père et vivons avec lui. Par Jé-
sus nous arrivons au Père qui est amour, c’est pourquoi « refuser
d’honorer le Fils signifie refuser d’honorer le Père ».
Voilà donc notre Dieu. Un Dieu-amour qui, par cet amour, a réa-
lisé des choses impensables pour nous, nous aime d’une manière
inimaginable, et en Jésus et à travers lui manifeste son amour
pour nous. Faisons lui confiance, remettons-nous entre ses mains,
faisons toujours confiance, nous devons toujours faire confiance,
parce qu’en étant entre ces mains rien de mal ne peut nous arriver.
Remercions-le de tout notre cœur. Merci mon Dieu-amour.
Examen
– Examinez votre vie, ne voyez-vous pas comment l’amour
de Dieu s’est manifesté en elle de nombreuses façons ?
– Confiez-vous dans le Dieu-amour ? Croyez-vous en lui ?
– Rappelez-vous des événements de votre vie dans lesquels
vous pouvez voir le Dieu-amour pour lui rendre grâce de
tout votre cœur.
– Dans les problèmes, les tentations, les situations dan-
gereuses, mettez-vous votre vie entre les mains du Dieu-
amour ?
– Vous adressez-vous au Dieu-amour à travers Jésus qui
nous a précisément révélé que son Père est amour ?
– Excusez-vous pour toutes les fois où vous ne vous êtes pas
comportés avec l’amour qu’il mérite.
Qui est notre Dieu ? 261
Prière
les écrits de Matthieu. Tout d’abord il l’aborde non pas avec une re-
quête, mais plutôt avec une déclaration : « Seigneur, mon serviteur
est couché à la maison, atteint de paralysie et souffrant beaucoup ».
Face à cette intervention, Jésus accepte de le guérir et lui dit : «
J’irai, et je le guérirai ». Et voici ce qui provoque ici l’admiration
totale de Jésus, qui en vient à dire : « Même en Israël je n’ai pas trou-
vé une aussi grande foi ». Qu’a dit le centurion pour que Jésus pro-
nonce ces paroles ? Il lui a dit : « Seigneur, je ne suis pas digne que tu
entres sous mon toit ; mais dis seulement un mot, et mon serviteur
sera guéri ». C’est confesser sa croyance en la capacité du Seigneur à
réaliser la guérison à distance, car c’est lui qui guérit sans la néces-
sité de sa présence. Et ainsi le Maître finit par lui dire : « Va, qu’il te
soit fait selon ta foi ».
Nous répétons constamment les paroles du centurion à la messe,
au moment de la communion, mais les disons-nous du fond du
cœur ? Croyons-nous qu’un seul mot de sa part peut nous guérir ?
Ou s’agit-il de mots que nous avons l’habitude de dire sans rien pour
les supporter ? Dieu-bonté peut guérir les maladies de notre cœur
si nous avons la foi du centurion, et si nous sommes pleinement
convaincus qu’il peut le réaliser par une simple parole de son Fils
qui est aussi sa parole.
Mais parfois Jésus interroge ceux demandant une guérison s’ils ont
foi pour la recevoir. C’est ce qui arrive avec deux aveugles qui hurlent
à pleins poumons : « Aie pitié de nous, Fils de David ». Ils continuent
à rentrer chez eux et ces derniers les suivent sans se décourager. Et
arrivant chez eux, le Maître leur demanda : « Croyez-vous que je
puisse faire cela ? » Ils répondent : « Oui, Seigneur ». Et alors Jésus
réalise une action qui n’apparaît guère dans les évangiles, seulement
en quelques occasions. Que fait Jésus ? Il leur touche les yeux et dit :
« Qu’il vous soit fait selon votre foi ». Cela se réalisera, mais selon
leur foi. Voyons à nouveau comment la foi apparaît. Nous avons vu
la foi que le Seigneur remarque dans une personne sans que celle-ci
ne dise mot ; la foi de ceux qui lui demandent quelque chose mais
sans essayer de le faire entrer chez eux ; la foi que doivent manifes-
ter ceux qui vont être guéris. Toujours la foi.
Aussi une personne ayant la foi mais qui est convaincue qu’il n’est
pas nécessaire de le dire au Maître, réalise en cela une action mer-
veilleuse. Elle est malade. Elle a vu de nombreux médecins. Et a dé-
268 Miguel Ángel Asiain
pensé tout ce qu’elle avait, toutes ses économies. Mais elle connaît
la bonté de Jésus. Elle sait le bien qu’il fait à de nombreuses per-
sonnes qui ont besoin de lui. Elle n’ose pas aller le voir. Elle ne veut
pas le déranger. Elle est convaincue qu’il suffit de toucher son vête-
ment pour qu’elle soit guérie. Alors, en cachette, pendant que Jésus
avance entouré d’une grande foule qui le presse, elle s’approche tant
bien que mal par derrière et touche son vêtement. Elle est convain-
cue que le simple fait de toucher son vêtement la guérira. Et elle le
touche. Et elle se sent tout de suite guérie. C’était vrai, la force du
Rabbin est immense. Mais Jésus remarque que de la force lui a été
quittée et demande qui l’a touché. Les disciples ne comprennent
pas et lui disent qu’il est écrasé par la foule, que tout le monde le
touche. Mais Jésus ne se contente pas de cette réponse. Alors la
femme réalisant ce qui se passe, s’avance et avoue ce qu’elle a fait.
Et c’est Jésus, avec la bonté d’un amour qui regarde avec affection
ceux qui lui font confiance, qui lui annonce qu’elle est guérie.
C’est ainsi que nous devons nous comporter. Sachant qu’en mainte-
nant notre cœur et notre confiance en lui, le simple fait d’être avec
lui, seul ou avec d’autres, peut nous guérir. Il suffit d’avoir confiance
et foi dans le fait qu’il est capable de tout, qu’il est bienveillant, qu’il
se donne à ceux qui l’aiment véritablement, même s’il est égale-
ment vrai qu’il aime chacun d’entre nous. Mais il œuvre de manière
particulière avec ceux qui, comme la femme de la foule, se com-
portent comme elle.
C’est cela le Dieu de bonté, le Dieu qui aime ses enfants, le Dieu
qui se donne à tous d’une manière inimaginable, le Dieu qui dans
et par son Fils Jésus se donne à ceux dont le cœur est ouvert à son
regard d’amour et de compassion. Oui notre Dieu est un Dieu de
bonté. Mais une bonté qui se répand sur nous tous, ses enfants,
quels qu’ils soient. Dieu ne fait aucune distinction, car pour lui tous
sont des enfants qu’il aime. Il ne distingue pas les hommes, comme
nous le faisons, selon leur origine sociale, culturelle ou religieuse.
Mettons-nous entre ses mains et marchons avec confiance dans nos
vies, il est toujours avec nous, ne nous quitte jamais, toujours prêt à
nous donner un coup de main. Mais qu’en est-il de nous ? Sommes-
nous comme les personnes que nous avons évoqué dans ces pages ?
Nous comportons-nous comme elles ? Avons-nous la même foi, la
même confiance et la même disponibilité dans nos cœurs ? Que
Qui est notre Dieu ? 269
notre Dieu-bonté nous donne tout ce dont nous avons besoin pour
nous comporter comme il le souhaite.
Examen
– Confiez-vous véritablement dans la bonté de Dieu ?
– Dans quels événements de votre vie découvrez-vous que
cette bonté s’est manifestée ?
– Entretenez-vous une relation de foi avec Dieu, abandon-
nant tout entre ses mains ?
– Lorsque quelque chose ne va pas ou se passe mal, avez-vous
la confiance nécessaire pour penser que Dieu ne vous a pas
abandonné mais qu’il est toujours avec vous dans l’adversité ?
– Répondez-vous au Dieu-bonté en étant bons avec les
autres, quel que soit leur comportement à votre égard ? Le
remerciez-vous pour toute la bonté qu’il vous a témoignée
tout au long de votre vie ?
Prière
blera dans le cénacle et attendra une semaine qu’ils soient tous là,
même Thomas, puis quand ils seront tous présents, il leur donnera
ce qu’il a, il soufflera sur eux et leur dira : « Recevez le Saint-Esprit »,
l’Esprit de l’amour. Avec un grand don : « Ceux à qui vous pardon-
nerez les péchés, ils leur seront pardonnés ; et ceux à qui vous les
retiendrez, ils leur seront retenus ». Le pardon, encore. L’amour une
nouvelle fois, avec le grand don de l’Esprit et la possibilité de pou-
voir eux-mêmes pardonner les péchés.
Ainsi, quels que soient les péchés que nous ayons commis, nous de-
vons confier dans le pardon de Dieu. Il est pardon et ne peut agir
autrement qu’en pardonnant, car c’est ce qui naît de son cœur rem-
pli d’amour. Il oubliera notre passé de pécheur, il ne fera jamais ré-
férence à ce que nous avons fait, car il a tout pardonné si nous avons
véritablement pleuré amèrement. Mais examinons de plus près le
cas de Pierre, d’abord il y a eu le pardon, il a regardé Pierre quand il
l’a renié, et ensuite vint la repentance. Dieu pardonne avant même
que nous lui demandions pardon, c’est donc une raison de plus pour
devoir demander ce pardon qui naît de son regard, de son amour.
Nous nous repentons parce qu’il pardonne, cela semble une chose
très étrange mais en Dieu tout semble étrange. Il est ainsi. Il ne se
conforme pas à nos règles. Il dépasse ce que nous avons du mal à
comprendre. C’est notre Dieu, le Dieu du pardon.
Un autre cas merveilleux. Les évangiles disent qu’il avait chassé
sept démons de Marie-Madeleine. Une fois de plus, d’abord le par-
don. Jésus pardonne à cette femme. Et comment celle-ci œuvre-t-
elle ? Si cette Marie-Madeleine est la femme qui l’oint à Béthanie,
ce qui n’est pas mentionné, nous voyons le grand amour que cette
femme lui manifeste. Elle porte un flacon de parfum de grande va-
leur et le verse sur la tête de Jésus. Les disciples s’indignent, cela
leur semble être du gâchis. Jésus la défend. Elle l’oint en vue de
sa tombe. Les disciples n’auraient-ils pas dû être heureux de voir
l’amour que cette femme portait au Maître ? Jésus ne leur avait-il
pas montré beaucoup d’amour ? Que leur comportement est mes-
quin ! Le Maître ne méritait-il pas ce que cette femme a fait ? Et
s’il ne s’agit pas de la Marie-Madeleine, il s’agit donc de celle qui
se rend très tôt le matin du jour de la résurrection à la recherche
du corps du Seigneur pour l’oindre et en prendre soin. À nouveau
l’amour comme réponse au pardon. C’est toujours ainsi, ce n’est pas
274 Miguel Ángel Asiain
C’est ce qu’il nous adresse. Nous devons pardonner à tous, sans dis-
tinguer les personnes. Il est vrai que nous pouvons avoir des amis et
d’autres qui ne le sont pas, mais cela ne fait pas de ces derniers nos
ennemis. C’est pourquoi nous devons être bons envers eux, envers
tout le monde. Le Dieu du pardon nous apprend à pardonner ; le
Dieu qui traite tout le monde de manière égale nous encourage à
également traiter tout le monde de manière égale. Même s’ils nous
ont offensés ou nous ont fait du mal.
C’est pourquoi le Seigneur nous dira dans un autre passage de ne
pas juger, car nous serons jugés comme nous jugeons les autres.
Si nous voulons que Dieu nous pardonne, nous devons pardonner
nous-mêmes. Si nous voulons que Dieu continue à nous regarder
avec amour, nous devons aimer les autres. Ceci est très important,
nous serons jugés comme nous jugeons les autres.
Ce pardon de Dieu se manifeste également dans le fait que Jésus
appelle non seulement les bons à le suivre, mais aussi ceux qu’il
aime, quels qu’ils soient. Nous le voyons dans la vocation de Lévi.
Il était percepteur d’impôts, un pécheur pour son temps. Il est assis
au comptoir des impôts, et Jésus s’adresse à lui de manière simple,
comme il l’a fait avec Pierre et les premiers disciples qui étaient des
gens simples, ordinaires et bons. Il lui dit : « Suis-moi ». Peu importe
qu’il soit considéré comme pécheur, peu importe la profession qu’il
exerce, le Maître n’en tient pas compte, il appelle qui il veut. Et Lévi
se lève et le suit.
Cela nous enseigne que nous ne devons pas mépriser les personnes
que nous pensons être des pécheurs. D’abord parce que nous le
sommes également, et ensuite car qui connaît le cœur des per-
sonnes ? Dieu seul, et il œuvre selon sa volonté.
En diverses occasions le Maître pardonne directement les péchés
des personnes qui viennent à lui ou qu’il rencontre. Rappelons-nous
le cas du paralytique que l’on avait laissé glisser dans la maison par
le toit. Que dit Jésus ? « Mon enfant, tes péchés sont pardonnés »,
juste comme cela. Le Maître connaît sans doute la foi de cette per-
sonne et de ceux qui l’accompagnent, ces derniers l’ont seulement
amené pour qu’il guérisse son corps, et Jésus fait beaucoup plus, il
guérit son esprit, il lui pardonne ses péchés. Et pourquoi cela ? Le
Maître le dira en une autre occasion, lorsqu’il est accusé de manger
276 Miguel Ángel Asiain
Examen
– Avez-vous pleinement confiance dans le pardon que Dieu
vous a accordé tout au long de votre vie ?
– Avez-vous remercié Dieu pour tout ce qu’il vous a donné,
le pardon, l’amour et la dévotion sans rien demander en
retour ?
– Vous êtes-vous complètement abandonnés à lui sans
craindre quoi que ce soit de votre passé ?
278 Miguel Ángel Asiain
Prière
il pas arrivé des choses impensables à Dieu dans son Fils ? Non, il
n’est pas juste de dire que notre Dieu est lointain, Dieu est égale-
ment proximité. La plus grande proximité qui soit est précisément
celle de devenir un homme, un homme de plus comme nous tous.
Nous trouvons en Jésus la proximité du Père. Il est donc juste de dire
que Dieu est proche de l’homme dans tous les événements de sa vie,
puisqu’il a lui-même souffert comme les hommes. Et durant sa vie
Jésus s’est approché de toutes sortes d’hommes, de toutes sortes de
malheureux, de tous ceux qui souffraient. Ce sont les évangiles qui
nous le disent, comme nous allons le voir dans quelques exemples,
mais pour cela il suffirait de lire ce que les évangélistes ont écrit.
Jésus s’est approché des lépreux. Des hommes qui à cette époque
devaient être séparés des autres, et qui s’ils voyaient quelqu’un
s’approcher d’eux devaient crier pour l’éloigner. Et bien Jésus s’est
approché d’eux, il n’eut pas peur de leur maladie. Et il les guérit. «
Seigneur, si tu le veux, tu peux me rendre pur ». Va, sois pur. Il ne
se détourne pas des lépreux, il leur apporte le plus de bien possible,
il répond à leurs demandes, il ne se détourne pas comme les autres
Juifs. En cela réside la proximité de Dieu avec les malheureux.
Personne n’est étranger à Dieu, personne ne lui est éloigné. Il est
vrai qu’il existe un Peuple élu, qu’il a pris soin d’eux, qui leur a en-
seigné petit à petit, mais quand la plénitude des temps est venue,
ce Peuple s’est agrandi car les Juifs ont été rejoints par les bons, à
la grâce immense de Dieu. Il aimait tout le monde, il n’était éloigné
de personne. Et Jésus lui-même le montre. Un jour, un centurion
qui n’était pas du peuple juif s’approche de lui. Jésus ne le rejette
pas. Il l’écoute. Que voulait-il ? Il avait un serviteur malade, très ma-
lade, et lui a demandé de le soigner. Le Maître ne lui dit pas qu’il est
venu seulement pour les enfants d’Israël ; il sait qu’il est venu pour
tous et que le temps viendra où cela se manifestera. Peut-être que
ce qu’il réalisa peut présager de cet avenir. Et il lui dit simplement
qu’il va le guérir. Et voici que l’étranger montre plus de confiance
en Jésus que les Israélites eux-mêmes : il n’est pas nécessaire qu’il
rentre chez lui, il n’en est pas digne, s’il dit un mot il sera guéri, s’il
le veut ce sera suffisant. Voici comment Jésus est également proche
de cet étranger.
Qu’est-ce que cela nous enseigne ? D’une part, que Dieu est proche
de chaque personne, qu’elle appartienne au nouveau Peuple de Dieu
Qui est notre Dieu ? 281
cœur que oui, ils croient. Jésus s’approche d’eux, touche leurs yeux,
et le miracle se produit, ils voient selon leur foi. Le Maître ne se dé-
tourne jamais de ceux qui sont dans le besoin, il s’approche toujours
d’eux. C’est pourquoi le Père l’avait envoyé, et sa proximité avec les
nécessiteux est la proximité de Dieu lui-même. De même avec cette
Cananéenne qui poursuit le Maître et ses disciples en priant pour sa
fille. Même les disciples sont fatigués de l’entendre constamment.
Alors il se tourne vers elle et lui dit quelque chose qui pourrait la
faire fuir si elle n’avait pas une totale confiance en lui. Il n’est pas
bien de prendre le pain des enfants, et de le jeter aux chiens, lui est
venu pour les enfants d’Israël. Toute personne à ces mots serait par-
tie découragée et se serait sûrement retournée contre celui qui a eu
ces mots. Mais la femme répond d’une manière qui gagne le cœur
du Maître : c’est ainsi qu’il se dit, mais les petits chiens mangent
les miettes qui tombent de la table de leurs maîtres. Et Jésus est
conquis. Il ne se détourne pas de la femme, et il lui accorde ce qu’elle
demande. C’est ainsi que nous devons agir, demander avec insis-
tance, constamment, sans nous décourager, sachant que le Maître
écoute et voit ce qu’il y a dans notre cœur. Après cela qui peut encore
dire qu’il est éloigné des hommes ? Qui peut affirmer que Dieu n’est
pas proximité d’amour, de salut, et de tout le reste à travers son Fils
qu’il a justement envoyé pour le représenter devant les hommes ?
Cette proximité de Jésus avec les nécessiteux est immense, c’est
une proximité avec tous. Et les évangélistes résument parfois en
quelques mots les nombreux cas de personnes qui ont fait appel au
Seigneur, et l’on voit ainsi le bien qu’il leur fait, il ne s’en va pas, il
s’approche d’eux. Par exemple Matthieu raconte ce qui suit : « Alors
s’approcha de lui une grande foule, ayant avec elle des boiteux, des
aveugles, des muets, des estropiés, et beaucoup d’autres malades.
On les mit à ses pieds, et il les guérit. La foule était dans l’admira-
tion de voir que les muets parlaient, que les estropiés étaient guéris,
que les boiteux marchaient, que les aveugles voyaient, et elle glori-
fiait le Dieu d’Israël ». Nous voyons ici un Jésus proche de tous ceux
qui viennent à lui ; il ne s’en va pas, ne se cache pas, ne se détourne
pas, ne dit pas qu’il est fatigué, qu’ils le laissent tranquille. Non, il
est venu pour être proche de tous ceux qui ont besoin de lui et aussi
de ceux qui semblent ne pas en avoir besoin. Ainsi est le Dieu-proxi-
mité. Et Jésus s’approchera aussi des scribes, des Sadducéens, des
Pharisiens, et de tous ceux qui le haïssent et qui vont l’emmener sur
284 Miguel Ángel Asiain
la croix, il aura une parole de compassion pour tous, même s’il aura
également des paroles dures envers ceux qui se conduisent mal : il
les qualifiera « d’hypocrites » à de nombreuses reprises.
Un jour un père qui a un enfant épileptique s’approche. Cet homme
croit en Jésus jusqu’à s’agenouiller devant lui. Il lui raconte ce qui
arrive à son enfant épileptique et conte tous ses symptômes de l’épi-
lepsie qu’il présente. Alors Jésus demanda qu’on lui amène l’enfant
et ordonna au démon d’en sortir. Et l’enfant fut guéri instantané-
ment. Les disciples lui demandèrent pourquoi eux n’avaient pas
réussi à le chasser et il leur répondit : « C’est à cause de votre in-
crédulité ». Jésus est là pour tous, quelle que soit la maladie dont
ils souffrent. Il s’approche de tous, a de la compassion pour tous,
donne à chacun ce dont il a besoin, il était celui en qui se manifes-
tait le Dieu-proximité, le Dieu qui l’avait envoyé pour être avec ceux
qui étaient dans le besoin, avec ceux qui lui demandaient de l’aide,
quels qu’ils soient. Ils étaient tous ses enfants, et le Père-proximité
les aimait et voulait que son Fils les aide, qu’il ne s’éloigne d’aucun
d’entre eux, pour cette raison il l’avait envoyé dans le monde.
Et il y a un passage que nous nous devons de raconter comme les
évangélistes l’ont écrit, en l’occurrence Matthieu, qui est d’une im-
mense délicatesse et dans lequel nous voyons que Jésus est là pour
tous, mais que son cœur est avec les plus jeunes, avec les plus fra-
giles, avec ceux auxquels les autres, et plus encore en ces temps-là,
ne prêtent aucune attention. Ce sont les enfants.
Matthieu raconte : « Alors on lui amena des petits enfants, afin qu’il
leur imposât les mains et priât pour eux. Mais les disciples les re-
poussèrent. Et Jésus dit : «Laissez les petits enfants, et ne les em-
pêchez pas de venir à moi ; car le royaume des cieux est pour ceux
qui leur ressemblent». Il leur imposa les mains, et il partit de là ».
Y a-t-il plus beau texte que celui-ci, où nous voyons la proximité de
Jésus avec ceux que personne ne considérait, que tous mettaient à
part, qui ne signifiaient absolument rien dans ce monde ?
Par opposition, le traître, Judas l’Iscariote, me vient à l’esprit. Il
avait été choisi comme les autres ; il avait accompagné Jésus avec
les autres, il avait écouté leurs paroles, il avait reçu leur amour
et leur confiance en gardant le sac d’argent qu’ils avaient reçu, il
l’avait écouté et avait vu tant de miracles accomplis, pour au final :
Qui est notre Dieu ? 285
Examen
– Vous sentez-vous proche de Dieu ?
– Le sentez-vous proche de vous ?
– Y a-t-il quelque chose qui vous a déjà éloigné de Dieu ?
Comment vous êtes-vous comporté ?
– Croyez-vous qu’il ne se détournera jamais de vous ?
– Êtes-vous proche des frères, surtout des plus démunis ?
– Les aidez-vous dans leurs nécessités, celles pour lesquelles
vous pouvez les aider ?
– Prenez-vous soin de ceux venant vous demander quelque
chose que vous êtes en capacité de leur donner ?
– Pour vos nécessités, vous adressez-vous avec confiance au
Dieu-proximité pour obtenir de l’aide en vous abandon-
nant à lui ?
Prière
Car ce monde est le chemin
vers l’autre, où est la demeure
sans tourments ;
mais il faut avoir du sens
pour accomplir ce voyage
sans errer.
286 Miguel Ángel Asiain
En envoyant son Fils dans le monde, le désir de Dieu le Père était qu’il
établisse le Royaume de Dieu. Le Père voulait un monde tel qu’il le
concevait, un monde de paix, de justice, de bien-être, dans lequel les
hommes se comporteraient bien les uns envers les autres et où il n’y
aurait ni disputes, ni guerres, ni oppositions, ni injustices. C’était le
monde qu’il voulait. Ceci était le Royaume de Dieu. Un monde pour
lequel avaient lutté les prophètes et ceux envoyés par Dieu, mais qui
n’avait pas été achevé. Les hommes n’ont pas compris le désir de Dieu
à travers ses envoyés, alors il décide d’envoyer son Fils pour qu’il puisse
enfin établir ce Royaume, ce monde différent, ce monde à son image.
Jésus commence alors à prêcher ce monde différent et nouveau,
qui s’apparente à une bonne nouvelle. Comment un monde fa-
çonné par la volonté de Dieu ne serait-il pas une bonne nouvelle ?
Mais il faut le faire comprendre à la population. Et comment le fait-
il ? Au moyen de paraboles. Qu’est-ce qu’une parabole ? Donnons
la définition de Léon Dufour : « Depuis l’Église primitive, une pa-
rabole est une histoire racontée par Jésus pour illustrer son ensei-
gnement. Les paraboles sont donc une invitation à prêter attention,
mais aussi un voile qui cache la profondeur du mystère à ceux qui
ne peuvent ou ne veulent pas le pénétrer complètement. Les évan-
gélistes, frappés par le durcissement de nombreux Juifs envers le
message du Christ, ont mis en avant ce fait montrant Jésus répon-
dant aux disciples par une citation d’Isaïe. Cependant, à côté de ces
paraboles liées à l’apocalypse, il en existe des plus explicites qui
portent sur des enseignements moraux accessibles à tous ».
De fait, après avoir raconté une parabole Jésus ajoute : « Que ce-
lui qui a des oreilles pour entendre entende. Les disciples lui de-
288 Miguel Ángel Asiain
l’herbe eut poussé et donné du fruit, l’ivraie parut aussi. Les ser-
viteurs du maître de la maison vinrent lui dire : Seigneur, n’as-tu
pas semé une bonne semence dans ton champ ? D’où vient donc
qu’il y a de l’ivraie ? Il leur répondit : C’est un ennemi qui a fait cela.
Et les serviteurs lui dirent : Veux-tu que nous allions l’arracher ?
Il leur répondit : Non, de peur qu’en arrachant l’ivraie, vous ne déra-
ciniez en même temps le blé. Laissez croître ensemble l’un et l’autre
jusqu’à la moisson. Et, à l’époque de la moisson, je dirai aux mois-
sonneurs : Arrachez d’abord l’ivraie, et liez-la en gerbes pour la brû-
ler, mais amassez le blé dans mon grenier ».
Les disciples demandent au Seigneur d’expliquer la signification de
la parabole, ce que fait Jésus : « Celui qui sème la bonne semence,
c’est le Fils de l’homme ; le champ, c’est le monde ; la bonne se-
mence, ce sont les fils du Royaume ; l’ivraie, ce sont les fils du Ma-
lin ; l’ennemi qui l’a semée, c’est le diable ; la moisson, c’est la fin
du monde ; les moissonneurs, ce sont les anges. Or, comme on ar-
rache l’ivraie et qu’on la jette au feu, il en sera de même à la fin du
monde. Le Fils de l’homme enverra ses anges, qui arracheront de
son royaume tous les scandales et ceux qui commettent l’iniquité et
ils les jetteront dans la fournaise ardente, où il y aura des pleurs et
des grincements de dents. Alors les justes resplendiront comme le
soleil dans le royaume de leur Père ». C’est ainsi que Jésus a ensei-
gné ce que le royaume de Dieu devait être, c’est ce que le Dieu-en-
seignant lui a demandé d’enseigner aux hommes.
Il leur proposa une autre parabole : « Le royaume des cieux est sem-
blable à un grain de sénevé qu’un homme a pris et semé dans son
champ. C’est la plus petite de toutes les semences ; mais, quand il
a poussé, il est plus grand que les légumes et devient un arbre, de
sorte que les oiseaux du ciel viennent habiter dans ses branches ».
Le Seigneur n’explique pas cette dernière. Mais pour nous, cela
peut signifier que le royaume de Dieu est petit à son commence-
ment ; mais qu’au fil du temps, il grandira et des personnes de tous
horizons viendront pour entrer dans ce royaume. Et il en a été ainsi,
car le royaume de Dieu prêché par Jésus s’est consolidé et étendu
peu à peu jusqu’à aujourd’hui, et il continuera de croître tout au
long de l’histoire et ne prendra fin que lorsque le Seigneur viendra
et manifestera à la fin des temps la grandeur de l’arbre qui n’était
qu’une petite graine au commencement. Ainsi c’est à travers l’en-
290 Miguel Ángel Asiain
Examen
– Que ressentez-vous lorsque vous écoutez les paraboles de
Jésus ?
– Faites l’effort de prendre les évangiles, de chercher les pa-
raboles et de les lire lentement. Vous comprendrez alors
ce qu’est le Royaume de Dieu et le règne qu’il a voulu ins-
taurer dans notre monde. Vous comprendrez ce qu’est le
Dieu-enseignant.
Qui est notre Dieu ? 295
Prière
«La paix soit avec vous. Comme le Père m’a envoyé, moi aussi je vous
envoie. Après ces paroles, il souffla sur eux, et leur dit : Recevez le
Saint-Esprit. Ceux à qui vous pardonnerez les péchés, ils leur seront
pardonnés ; et ceux à qui vous les retiendrez, ils leur seront retenus» ».
C’est ainsi que Jésus apparaît et se réunit avec ses disciples. Il leur
souhaite la paix et leur enseigne ses plaies afin qu’ils constatent
qu’il s’agit bien de lui. Et il leur donne également le Saint-Esprit.
Mais ce n’est pas tout. Un des disciples, Thomas, était absent.
Quand ils lui racontent ce qui s’est passé il ne les croit pas. Cela
en est presque insultant : si je ne vois pas les plaies sur sa main,
si je ne touche pas la marque des clous avec mon doigt et si je ne
tâte pas son flanc, je n’y crois pas. Jésus va être bienveillant avec
lui. Jean ajoute : « Huit jours après, les disciples de Jésus étaient
de nouveau dans la maison, et Thomas se trouvait avec eux. Jésus
vint, les portes étant fermées, se présenta au milieu d’eux, et dit :
«La paix soit avec vous». Puis il dit à Thomas : «Avance ici ton doigt,
et regarde mes mains ; avance aussi ta main, et mets-la dans mon
côté. Ne sois pas incrédule, mais crois. Thomas lui répondit : «Mon
Seigneur et mon Dieu !». Jésus lui dit : «Parce que tu m’as vu, tu as
cru ? Heureux ceux qui n’ont pas vu, et qui ont cru» ».
Nous voyons comment Jésus offre toujours la paix lorsqu’il se mani-
feste. La paix est le signe de sa présence. Et la paix doit être le signe
de sa présence dans notre vie. Avoir la paix est le plus beau cadeau
qu’il puisse nous faire. Paix dans le cœur, paix dans la vie, paix dans
les comportements, paix dans les moments difficiles de la vie, paix
quand nous avons un moment difficile, paix quand nous sommes
pleins de joie, paix quand nous sommes tombés, paix quand elle
nous a aidés à nous relever. C’est la paix de Dieu, c’est le Dieu-paix
qui à travers Jésus est avec nous.
Aussi le mot « paix » apparaît quelques fois dans la bouche de Jé-
sus au cours de sa vie. Par exemple dans le cas de la femme aux hé-
morroïdes qui a été guérie simplement en touchant le vêtement du
Maître. Quand elle se sait découverte, elle vient auprès de Jésus et
lui raconte ce qui s’est passé, alors le Maître lui dit : « Ma fille, ta foi
t’a sauvée ; va en paix ». Il y a d’autres cas de guérisons et de foi où le
mot « paix » n’est pas employé par Jésus, mais on peut penser que ce
qu’il dit à cette femme, il le dit dans son cœur à tous ceux qu’il gué-
rit. Car ils ont la foi, et cela comprend même ceux qu’il guérit sim-
Qui est notre Dieu ? 301
passage : « Celui qui aime son père ou sa mère plus que moi n’est pas
digne de moi, et celui qui aime son fils ou sa fille plus que moi n’est
pas digne de moi ; celui qui ne prend pas sa croix, et ne me suit pas,
n’est pas digne de moi ».
Selon Jean, la paix doit être dans nos cœurs : « Car Dieu a tant aimé
le monde qu’il a donné son Fils unique, afin que quiconque croit en
lui ne périsse point, mais qu’il ait la vie éternelle. Dieu, en effet, n’a
pas envoyé son Fils dans le monde pour qu’il juge le monde, mais
pour que le monde soit sauvé par lui. Celui qui croit en lui n’est
point jugé ; mais celui qui ne croit pas est déjà jugé, parce qu’il n’a
pas cru au nom du Fils unique de Dieu ».
Jésus prend toujours soin des siens et les encourage dans les mo-
ments difficiles, c’est-à-dire qu’il les aide à trouver la paix, afin qu’ils
ne désespèrent pas. Comme nous pouvons le voir par exemple au
lac Gennesaret : « Quand le soir fut venu, ses disciples descendirent
au bord de la mer. Étant montés dans une barque, ils traversaient
la mer pour se rendre à Capernaüm. Il faisait déjà nuit, et Jésus ne
les avait pas encore rejoints. Il soufflait un grand vent, et la mer
était agitée. Après avoir ramé environ vingt-cinq ou trente stades,
ils virent Jésus marchant sur la mer et s’approchant de la barque ;
et ils furent saisis de peur. Mais Jésus leur dit : «C’est moi, n’ayez
pas peur» ». En prenant toujours soin des siens, en leur donnant
toujours la paix et la sérénité. Vous n’avez pas à avoir peur car il
est là. Et en sa présence il ne faut pas avoir peur car nous sommes
entre de bonnes mains. La présence de Jésus doit toujours nous ai-
der car il nous apporte la paix du Père. Ne doutons pas que Dieu est
paix, une paix qui doit toujours nous accompagner dans notre vie
et notre comportement.
Voilà le Jésus qui ne cesse d’apporter la paix, qu’il l’offre de manière
explicite ou qu’elle soit la conséquence du bien qu’il procure à une
personne. Nous l’avons vu avec la femme aux hémorroïdes et nous
pouvons l’affirmer pour tous ceux qu’il a guéris au cours de sa vie.
Des guérisons que nous avons vus dans les chapitres précédents et
sur lesquelles nous ne reviendrons pas. Les fruits de ces guérisons
ont été à la fois la guérison elle-même et la paix que les personnes
guéries ont du ressentir de par le bien que le Maître leur avait fait.
Au cours de notre vie, il est important de ne pas oublier que le Dieu
de la paix nous transmet sa paix par son Fils, et qu’il s’agit d’une
Qui est notre Dieu ? 303
Examen
– Avez-vous déjà ressenti à une ou plusieurs occasions la
paix de Dieu dans votre vie ?
– Sentez-vous que Jésus, lorsqu’il vient à vous, vous apporte
la paix ?
– Qu’est-ce qui a été le plus fort en vous, la paix de Dieu ou la
peur ressentie dans certaines situations vécues ?
– Cherchez-vous à apporter la paix aux personnes qui
viennent à vous ?
– Êtes-vous une source de paix ou de dispute là où vous vivez ?
– Prêchez-vous la paix et cherchez-vous à vivre la paix que
vous prêchez ?
– Même lorsque vous péchez, ressentez-vous la paix de Dieu
qui pardonne bien que vous ayez fait ce que vous avez fait ?
Prière
Examen
– Comment vous consacrez-vous au Dieu-grâce dans votre vie ?
– Vivez-vous comme un fils depuis qu’il vous a fait fils lors
du baptême ?
– Êtes-vous fort face à la tentation demandant force au
Saint-Esprit ?
– Priez-vous souvent le Saint-Esprit dont on dit qu’il est le
Dieu inconnu ?
Qui est notre Dieu ? 311
Prière
dans les moments de difficulté ; parce qu’il est bonté il est l’espoir de
notre vie et parce qu’il est bonté il nous maintient dans la joie et la
paix à l’intérieur et nous fait la manifester à l’extérieur. Béni soit ce
Dieu-bonté pour toujours ! La bonté de Dieu est chantée par toutes
les créatures de l’univers et accueillie par tout homme au cœur juste.
Le Dieu de bonté est celui qui nous rend bons ; ce n’est pas parce que
nous sommes bons que Dieu nous aime, nous le sommes car Dieu
lui-même nous aime et est bon pour nous. Sans sa bonté à notre
égard, nous ne pourrions pas être bons envers les autres. N’est-ce
pas sa bonté qui l’a mené à nous donner tant de bonnes choses ?
N’est-ce pas sa bonté qui a procuré tant de biens et de dons à tant de
gens ? Mieux, n’est-ce pas sa bonté qui a donné à chaque homme les
dons qu’il possède en n’oubliant personne, mais en se rappelant de
tous ? Les saints sont des saints par la bonté qu’ils ont reçue de Dieu,
ce qui n’enlève rien à leur effort, à leur engagement, à leur réponse
à l’amour de Dieu, mais ils sont saints avant tout car Dieu les a faits
saints. Rendons grâce au Dieu-bonté de tout cœur et demandons-lui
de ne pas nous laisser tomber de ses mains pour finir dans le mal,
dans le manque de bonté. Soyons heureux qu’il soit ainsi.
Comment ne pas être heureux, joyeux, satisfaits que Dieu soit par-
don ? Pourrions-nous vivre sans le pardon de Dieu ? Que chacun
pense à sa vie, aux moments où il a offensé Dieu, aux fois où il lui a
dit qu’il ne l’offenserait plus, et pourtant il est retombé, et pas une
fois seulement mais d’innombrables fois. Que serait notre vie sans
le pardon ? Comment vivrions-nous sans lui ? La peur de Dieu ne
pourrait-elle pas nous conduire à avoir peur car il pourrait nous pu-
nir pour tout le mal que nous avons fait ? Il n’y a pas de plus grand
malheur que d’être un homme sans confiance, un homme qui ne
croit pas que Dieu pardonne, et que peu importe combien il l’of-
fense, il lui pardonnera toujours, je dis bien toujours. Le Dieu-par-
don est celui qui apporte la joie dans notre vie de pécheur ; le
Dieu-pardon est celui qui nous encourage à continuer malgré les
fautes commises ; le Dieu-pardon est celui qui nous pardonne, je
dirais même avant que nous ayons péché. De fait, que représente
la mort de son Fils pour nos péchés, si ce n’est le fait qu’il nous a
pardonné avant même que nous péchions car il a vu ce que serait
notre vie ? Le pardon nous fait revivre constamment, il nous permet
de ne pas désespérer, il nous rend confiants devant Dieu et nous
permet ainsi d’être heureux. Nous voyons ce pardon en levant les
316 Miguel Ángel Asiain
yeux vers la Croix de Jésus. C’est ainsi que nous devons vivre, avec
les yeux posés sur la croix du Seigneur. C’est ce que le Dieu-pardon
a voulu, que nous comprenions le prix du pardon en posant les yeux
sur la Croix du Christ. Et malgré un tel sacrifice il n’a pas reculé, il a
quand même voulu laver nos fautes. Y a-t-il un Dieu qui s’est com-
porté de la sorte avec les humains ? Une religion qui a révélé un dieu
comme le nôtre ? Et nous devons garder à l’esprit qu’il a pardon-
né les péchés de tous les hommes. Pour lui tout est pardonné, c’est
autre chose de savoir si de notre côté nous lui demandons pardon.
Ne pas demander pardon est non seulement la plus grande offense
que nous commettons, mais cela démontre également une certaine
ignorance de qui est notre Dieu. Il pardonne tout et toujours. Peu
importe combien de fois nous tombons, peu importe combien de
fois nous nous éloignons, si nous revenons vers lui nous obtien-
drons le pardon. Rendons grâce d’avoir un tel Dieu et vivons dans la
joie de le savoir ainsi.
N’allons-nous pas être contents, heureux et joyeux car Dieu est
proximité ? Nous n’avons pas un Dieu lointain, séparé de nous, qui
ne s’occupe pas de nous, qui est dans ses affaires sans nous regar-
der ici-bas. Non, notre Dieu est proximité ; ne le sentons-nous pas
proche en tant d’occasions ? Proche quand nous sommes tristes
et que soudain naît l’espoir ; proche quand nous luttons contre
quelque chose qui semble pouvoir nous vaincre et que nous finis-
sons par l’emporter ; proche quand il semble que le mal est plus
fort que les forces qui sont les nôtres et que nous finissons par le
surmonter ; proche quand les choses tournent mal et que nous ne
désespérons pas ; proche quand, découragés, il s’avère que nous
ne coulons pas ; proche quand nous sommes dans l’obscurité pour
ce qui nous arrive, et que l’obscurité se dissipe peu à peu laissant
entrevoir la lumière. Qui est capable de tout cela si ce n’est notre
Dieu-proximité ? Ne l’avons-nous pas remarqué ? On retrouve cela
dans l’évangile : les deux hommes qui descendaient de Jérusalem
à Jéricho ont remarqué que leur cœur s’ouvrait à la vérité et aux
paroles du compagnon qui, sans savoir comment il les avait rencon-
trés sur le chemin, allait avec eux. Ne le sentons-nous pas proche de
nous dans les moments difficiles de la vie ? Il ne s’agit pas de le no-
ter physiquement, ni peut-être psychologiquement ; il s’approche
dépassant ces dimensions, mais nous le remarquons tout de même,
nous savons lorsque quelque chose s’est passé non pas par notre
Qui est notre Dieu ? 317
paix qui nous rassure, la paix qui nous aide à vivre en faisant du
bien aux autres, la paix qui est l’encouragement que nous recevons
de Dieu pour aider les autres dans leurs besoins, la paix qui est ce
que Jésus a offert aux siens. Lorsque les disciples étaient terrorisés,
Jésus leur a donné la paix. Lorsqu’ils ont peur car ils pensent voir
un fantôme, il les encourage à ne pas être effrayés parce que c’est
lui qui s’approche d’eux. La paix dont les disciples avaient besoin
lorsqu’au milieu de la tempête, croyant qu’ils étaient perdus, qu’ils
allaient se noyer, ils se tournent vers le Maître qui dort tranquil-
lement dans la barque car il est le Seigneur de la tempête. C’est la
paix dont nous avons besoin dans les tempêtes de notre vie, la paix
qui nous rend meilleurs, la paix qui nous rapproche des autres en
les aidant comme le Seigneur nous a aidés. Nous devons vivre en
paix, mais avec la paix que Jésus apporte, et non avec la paix que le
monde donne. Cette dernière n’est pas la véritable paix, c’est la paix
de Jésus à laquelle nous devons aspirer constamment. Dieu-paix,
donne-nous la paix de Jésus qui est aussi la tienne. Et vivons dans
la joie parce que Dieu est ainsi.
Et que dirons-nous du Dieu-grâce ? Comment n’allons-nous pas
être également heureux sachant comment est le Dieu-grâce ? Il
est la grâce et tout ce que nous recevons est grâce. Vivre est grâce ;
aimer est grâce ; travailler est grâce ; combattre le mal est grâce ;
procurer du bien aux autres est grâce ; marcher comme le veut le
Seigneur est grâce ; suivre Jésus est grâce ; se donner à tous ceux
qui ont besoin de nous est grâce ; pardonner est grâce ; bien œuvrer
est grâce ; être justifié par l’amour de Dieu est grâce ; lutter pour un
monde meilleur est grâce ; vaincre les tentations est grâce ; com-
munier avec le Corps de Jésus et boire son Sang est grâce. Qu’y a-t-
il dans le monde qui ne soit pas grâce ? Nous sommes submergés
par elle et c’est en elle que nous devons vivre. Celui qui rejette la
grâce, rejette Dieu ; celui qui chosifie la grâce œuvre mal et n’a pas
compris le Dieu-grâce. Si Dieu n’était pas grâce, pauvre de nous,
que ferions-nous ? Comment pourrions-nous vivre sans ce qui il-
lumine notre vie et donne de la force à notre être ? C’est pourquoi
nous devons nous tourner vers notre Dieu-grâce à chaque instant
de notre vie afin qu’il nous guide sur les chemins de la vie, afin qu’il
fasse de nous des personnes comme son Fils, des personnes qui
voient l’Esprit comme l’origine de tout bien. Grâces soient rendues
à notre Dieu-grâce pour être ce qu’il est, car il a daigné nous procu-
Qui est notre Dieu ? 319
Examen
– Ressentez-vous la joie de savoir qui est notre Dieu ?
– Y a-t-il un aspect de notre Dieu qui ne vous convainc pas ou
duquel vous vous sentez plus distant ?
– Êtes-vous heureux que notre Dieu soit tel qu’il est ? Lui
rendez-vous grâce pour cela ?
– Passez en revue chacun des éléments avec lesquels nous
avons qualifié notre Dieu et voyez si vous les vivez avec un
cœur plein de gratitude.
– Y a-t-il quelque chose dans votre vie qui ne correspond pas
aux différents aspects de notre Dieu cités auparavant ?
– Agenouillez-vous et remerciez-le de tout votre cœur, de-
mandez-lui de vous faire mieux comprendre qui Il est, de
se révéler à vous selon le dessein d’amour qu’il a pour vous.
Prière
Dieu Fils
Jésus, toi aussi tu es Dieu. Le Dieu qui a toujours été avec le Père
et le Saint-Esprit. Bien qu’étant Dieu il s’avère que tu as voulu, par
obéissance au Père, devenir un homme comme l’un de nous. Je sais
que le péché est la seule chose qui ne fait pas parti de toi, ainsi tu
nous es semblable en tout mis à part le péché. Je suis si heureux
que tu sois venu à nous, car cela ne nous a apporté que de bonnes
choses ! Depuis le premier instant où ta Mère, Marie, t’a porté dans
son ventre et est allée rendre visite à sa cousine Élisabeth, dès que tu
es apparue devant elle, l’enfant dans le ventre d’Élisabeth a tressail-
li de joie, comme Élisabeth elle-même l’a conté à Marie. Et depuis
cet instant ta vie a toujours consisté à faire le bien pour les hommes.
Mais qu’un Dieu, dans ce cas le Fils, devienne un homme me décon-
certe. Là aussi il m’est difficile de comprendre. J’accepte, mais ne
comprends pas, l’amour qui te pousse à te faire l’un des nôtres. J’ac-
Qui est notre Dieu ? 323
Dieu Saint-Esprit
Esprit d’amour, quand je me réfère à toi je ne trouve pas les mots,
car je ne sais même pas comment te parler. Je sais que tu es Dieu
comme le Père et le Fils. Je sais que tu es issu d’eux deux car tu es
l’amour qu’ils ont l’un pour l’autre. Cet amour qui, pour nous les
hommes, n’est qu’un sentiment entre deux personnes qui s’aiment
véritablement, en Dieu, c’est toi.
Tu apparais dans notre monde mettant de l’ordre dans tout. C’était
le chaos et tu l’as transformé en cosmos. Elle était une enfant sainte
et immaculée, et tu es descendu sur elle pour que s’incarne Dieu
le Fils. Les apôtres étaient rassemblés dans le cénacle, c’était après
la résurrection, et Jésus était déjà à la droite du Père, et tu es des-
cendu sur eux et leur as donné tes dons. Et depuis lors, les pauvres
pécheurs qu’étaient les disciples sont devenus les grands prêcheurs
du Royaume. De la poitrine du Fils ouverte par la lance du soldat,
du sang et de l’eau sont sortis et avec ta présence l’Église a com-
mencé. Cette Église dont tu ne cesses de t’occuper.
Cette Église qui a traversé des moments si difficiles, laborieux et
saupoudrés de péché, mais qui n’a pas échoué car tu l’as soutenue,
car tu as élevé des hommes et des femmes qui ont donné leur vie
pour elle. Il y a les martyrs qui ont donné leur sang parce que tu les
aidais ; les médecins qui ont enseigné parce que tu leur as donné
la science ; les prédicateurs que tu as aidés à expliquer ce qu’avait
été la vie de Jésus, le Royaume de Dieu, et ce que sera l’avenir du
monde. Sans ton aide, sans ta présence, que serait l’Église au-
jourd’hui ? Il est vrai qu’elle a toujours été soutenue par Jésus,
aimée par le Père et soignée par lui, mais c’est toi qui l’as aidée
dans les moments difficiles, qui a toujours été là pour la défendre
contre les dangers, contre le mal qui s’est même immiscé en elle.
Oui, Esprit d’amour.
Viens, Esprit Saint, et descends sur nous qui avons besoin de toi ;
avec ton aide, nous pourrons aimer davantage le Père et le Fils ;
avec ta force, nous pourrons surmonter les difficultés de la vie et les
tentations dont nous souffrons ; avec ta présence, la vie deviendra
plus supportable ; avec ton amour, nous pourrons aimer les autres
comme tu nous aimes. Je ne te connais pas, Esprit Saint, mais je te
fais confiance, je me remets à toi, je me donne à toi. Viens à mon
Qui est notre Dieu ? 325
âme et fais qu’elle soit chaque jour plus du Père et du Fils ; fais-moi
vivre chaque jour davantage pour eux et en leur présence. Ne quitte
pas ma vie parce qu’elle tomberait dans le néant ; sans ton aide, la
puissance du péché est plus forte, sans ta lumière, les écritures sont
plus sombres, sans toi tout est différent.
C’est pourquoi je te fais confiance et te demande de me faire te
connaître davantage chaque jour. Je ne peux pas y arriver ; c’est toi
qui dois me le procurer et j’espère qu’un jour je pourrai être avec toi,
le Père et le Fils et que je pourrai te voir face à face et te remercier
pour l’éternité de l’amour que tu as eu pour moi et des grâces que
j’ai reçues de toi.
Questions
– Priez-vous la Trinité ?
– Pensez-vous à elle et vous remettez-vous à elle ?
– Attendez-vous dans le Père, le Fils et le Saint-Esprit ?
– Vous remettez-vous à chacune des personnes de la Trinité ?
– Avez-vous déjà rendu grâce en une ou plusieurs occasions
à Dieu en tant que Trinité ?
– Priez de tout votre cœur la poésie suivante qui est de Saint
Jean de la Croix et qui fait référence à la Trinité.
Prière