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CAPÍTULO 10

Conflictos religiosos en el Imperio Romano

Mariano Agustín Spléndido

El cristianismo surgió en el oriente del imperio romano (provincia de Siria) hacia la década
del 30 del siglo I d.C. Si bien en sus inicios fue un movimiento sectario judío que reconocía un
mesianismo particular, el de Jesús, la presencia de miembros provenientes de la diáspora
helenística lo transformó en una religión universal. Pese a esto, las comunidades cristianas
permanecieron, en mayor o menor medida, vinculadas a la sinagoga como espacio organizativo
hasta entrado el siglo II. En ese momento aparecieron intelectuales provenientes de la filosofía
y rétores entre los fieles, los cuales comenzaron a preocuparse por la integración del
cristianismo en el mundo romano. Las iglesias avanzaron en el tejido social de las poleis del
Mediterráneo y se fue consolidando una jerarquía de autoridades destinada a administrar a
cada colectivo de fieles.
En este capítulo abordaremos algunos textos claves del devenir cristiano en sus primeros
cinco siglos de existencia.
Plinio el Joven, sobre los cristianos: el gobernador de la provincia de Ponto-Bitinia consulta
al emperador la manera en que debe actuar ante un grupo de cristianos que ha sido puesto a
su disposición por la población.
Martirio de Perpetua y Felicidad: la joven Perpetua y su catequista Saturo, ambos cristianos
encarcelados, experimentan visiones celestiales de alto contenido político durante su estadía
en la prisión, previa a su martirio.
Paganos y cristianos en la Alejandría de fines del siglo IV: fruto de una influencia creciente,
Teófilo, obispo de Alejandría, logra el apoyo del emperador Teodosio hacia 391 y avanza contra
los templos paganos de la ciudad, causando la indignación pagana y la consecuente violencia
callejera.
Conflicto entre un emperador y un obispo: la epístola 20 de Ambrosio de Milán relata un
episodio de tensión entre él y el emperador Valentiniano II, influenciado por los arrianos. El
reclamo de una basílica lleva a la resistencia episcopal y a una tensión creciente en la que
participarán incluso tropas de godos federados.

92
Donatistas y circunceliones: Agustín de Hipona relata los comportamientos exaltados de los
donatistas y el apoyo que reciben de parte de sectores de la población que canalizan sus
reclamos a partir de esta disidencia

Plinio el Joven sobre los cristianos

Mi señor, acostumbro hacerte llegar todas las dudas que me surgen en el


cumplimiento de mi cargo. ¿Quién mejor, por cierto, para encauzar mis
vacilaciones por el camino recto o instruirme en mi ignorancia?
Nunca participé en Roma en ningún proceso contra cristianos. No sé, por lo
tanto, cuál es el crimen del que se los acusa, qué penas merecen, qué
procedimiento debe regular la encuesta judicial y qué límites debe ponerse a
esta. Así, tuve serias dudas sobre si se debe discriminar entre las edades de los
apresados o si, por el contrario, los más jóvenes, por muy tierna que sea su
edad, en nada se distinguen de los mayores; sobre si debe darse el perdón ante
el arrepentimiento o, por el contrario, a aquel que haya sido cristiano en nada lo
beneficia el dejar de serlo; en fin, sobre si se castiga el nombre mismo de
cristiano, incluso ante la falta de cualquier tipo de crímenes, o si lo que se
castiga son los crímenes implícitos en dicho nombre.
He aquí de qué manera me he comportado por el momento con aquellos que
han sido llevados ante mí bajo la acusación de ser cristianos. Les pregunté
directamente a ellos si son cristianos. Al decirme que si, se lo he preguntado
nuevamente una segunda y hasta una tercera vez, advirtiéndoles que su
reconocimiento les supondría la muerte. A los que mantuvieron su declaración,
ordené ajusticiarlos. La razón de esto fue que no me cabía duda de que, sin
importar la naturaleza del crimen que confesaban, ciertamente ese fanatismo y
esa obstinación intransigente ameritaban la muerte. Hubo otros a los que, pese
a haber mostrado una irracionalidad parecida, como eran ciudadanos romanos,
los he incluido en las listas de aquellos que deben ser enviados a ser juzgados
en Roma. A continuación, ocurrió que, durante la instrucción del proceso, al
extenderse a otros la acusación, se han presentado, como es usual, muchos
casos particulares.
Por ejemplo, ha aparecido fijada en un lugar público una denuncia anónima
dando a conocer un gran número de nombres. A los que han negado ser o haber
sido en algún momento cristianos, como han invocado a los dioses de acuerdo
con la fórmula dictada por mí, han hecho una ofrenda de incienso y vino ante tu
imagen, que con ese fin yo había ordenado traer junto a las estatuas de los
númenes, y han asimismo maldecido el nombre de Cristo, a lo cual, según se
dice, no se puede forzar de ningún modo a los que son verdaderamente
cristianos, a estos he creído que debía dejarlos en libertad. Otros, cuyos
nombres han sido revelados por un denunciante, han reconocido inicialmente
ser cristianos, pero luego lo han negado, diciendo que, ciertamente, habían sido
cristianos, pero que han dejado de serlo. Algunos afirmaban que ya hace de
aquello tres años, otros dicen que ya muchos años, alguno incluso que veinte

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años atrás. Todos estos también han venerado tu imagen y las estatuas de los
dioses y han maldecido el nombre de Cristo.
Ha habido entre los acusados quienes han asegurado, por lo demás, que
toda su falta o más bien todo su error había consistido solamente en reunirse de
un modo regular un día fijado antes de la salida del sol, entonar alternativamente
entre ellos un himno en honor de Cristo, como si se tratase de un dios, y
comprometerse mediante juramento no a perpetrar alguna clase de crimen,
como se rumorea, sino a no cometer hurto ni robo con violencia, ni adulterio, a
no faltar a la palabra empeñada y a no negarse a restituir un depósito cuando
les era reclamado. Han manifestado también que, una vez realizados estos ritos,
acostumbraban retirarse y volver a reunirse de nuevo más tarde para celebrar
una comida compuesta, contra lo que se decía, de alimentos comunes e
inocentes, pero que dejaron de hacerlo después del edicto por el que yo,
siguiendo tus órdenes, he prohibido las sociedades de cualquier tipo que sean.
Por esta razón he considerado mucho más necesario investigar cuánto hay de
verdad en todo esto y, así, he sometido a tortura a dos esclavas a las que los
cristianos denominan “ministras”. Sin embargo no he encontrado nada más que
una necia y disparatada superstición.
Por todo esto, retrasando de momento la ejecución del proceso, me he
apresurado a consultarte. En efecto, me ha parecido que el asunto merecía que
consultase tu opinión, en especial por el número de los acusados, pues muchas
personas, de todas las edades, de toda condición y tanto de uno como de otro
sexo han sido ya procesadas, y muchas otras lo serán igualmente. Y el contagio
de esta superstición no se ha extendido únicamente por las ciudades, sino que
se ha propagado también por los pueblos y el campo. Creo, sin embargo, que la
enfermedad puede ser detenida y curada. Ciertamente, es un hecho
comprobado que los templos, que se hallaban prácticamente abandonados, han
comenzado a ser frecuentados de nuevo, que las ceremonias sagradas,
interrumpidas durante largo tiempo, vuelven a ser celebradas, y que por todas
partes se vende la carne de las víctimas sacrificiales, para la que hasta hace
poco se encontraban muy pocos compradores. De esto se deduce fácilmente
qué gran número de personas podrían ser alejadas de esta superstición, si se
les ofreciese el perdón en el caso de que se arrepintiesen. Plinio el Joven,
Epístolas, 10.96.

Referencias del autor


Plinio el Joven (61-112) fue un escritor y político aristocrático romano, sobrino del famoso
naturalista Plinio el Viejo.1 Por la influencia de su familia, ascendió rápidamente en el cursus
honorum2, siendo primeramente sacerdote del Emperador, luego tribuno militar y tribuno de la

1
Plinio el Viejo murió en la famosa erupción del Vesubio en 79 d.C. Plinio el Joven relata su deceso entre la ceniza en
su Libro 6, epístola 16.
2
El cursus honorum era la carrera política o jerarquía de responsabilidades públicas en la Antigua Roma. Hacia 81 d.C.
Sila fijó el siguiente orden para el cursus honorum: cuestor, pretor, cónsul, censor.

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plebe para culminar su vida como gobernador de la provincia de Ponto-Bitinia3. Las epístolas
de Plinio, conservadas en diez libros, son un gran reflejo de la administración del imperio
romano, los impuestos, la vida familiar y militar de fines del siglo I e inicios del siglo II. Mantuvo
una gran cercanía con el emperador Trajano (98-117), con quien mantuvo un extenso diálogo
epistolar en el que emergen los problemas con las poblaciones que le tocaba gobernar en Asia
Menor.

Contexto e Interpretación
Esta epístola de Plinio es uno de los primeros documentos sobre la existencia del
cristianismo que no procede de autores cristianos. Desde su origen en la década del 30 del
siglo I este movimiento se expandió dentro del judaísmo de la diáspora4, del cual era una de
sus tantas vertientes. Luego de la primera guerra judía (66-70) la identidad cristiana comenzó a
consolidarse en ciertos lugares, promoviendo una organización (la ekklesia o asamblea) y una
literatura propias. Si bien se han atribuido durante mucho tiempo las primeras persecuciones
de creyentes en Jesús a Nerón (64) y Domiciano (90), lo cierto es que fueron episodios
aislados en los que no habría existido un interés romano en la erradicación de estos sujetos. La
furia popular ponía a los cristianos en el lugar de chivos expiatorios por su intransigencia,
forzando a que la autoridad imperial interviniera como juez. Al separarse de la sinagoga5, los
cristianos perdieron la relativa inmunidad que les brindaba el ser considerados como judíos en
el imperio, pues estos gozaban de una situación beneficiosa al ser una religión lícita: no
participación del ejército, exención de ciertos impuestos y reconocimiento de su lugar de culto,
la sinagoga6. Las iglesias cristianas, ya conformadas por mayoría gentil en muchos casos,
pasaron a ser señaladas como una religión nueva y extraña, cuyo iniciador había sufrido la
pena capital romana destinada a los criminales: la crucifixión.
Plinio escribió esta epístola probablemente en referencia a sucesos ocurridos en la ciudad
de Amisos o Amastris, ambas ubicadas en la provincia de Ponto, hacia 110 o 111 d.C. Allí había
pujantes iglesias con varios problemas organizativos, tal como puede verse en la I Epístola de
Pedro, probablemente de fines del siglo I.
En el texto queda muy claro que Plinio ya no asocia al cristianismo con el judaísmo en
ningún sentido y, de hecho, tiene una idea muy vaga acerca de lo que implica ser cristiano. La
iniciativa de denuncia contra los creyentes en Cristo parte de una serie de ciudadanos
particulares que se han visto afectados, aparentemente, en sus negocios de venta de animales
para el sacrificio en altares (Martín, 2007: 656). La intervención del gobernador se da motivada
por este clamor popular, deviniendo en una investigación que lleva a Plinio a una escueta
conclusión: los cristianos son un conjunto de supersticiosos que tienen como guía una serie de
preceptos morales básicos (Winsbury, 2014: 203-216). Lo interesante es que en las denuncias
y la investigación aparecen características de la organización de la iglesia que asombran a
3
Territorio al norte de la actual Turquía, en las costas del mar Negro. Integrados en 74 a.C. al imperio romano.
4
Se llama diáspora a la dispersión del pueblo judío fuera del territorio israelita.
5
La sinagoga es el espacio de reunión de los judíos en la diáspora.
6
Estos beneficios los tenían desde la época de Augusto, por la relación de Herodes con Julio César y Octavio.

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Plinio: hay creyentes de toda edad y condición, incluso esclavos que ejercen algún tipo de
ministerio7. En la pluma de un aristócrata e intelectual romano estas características fortalecen
la definición de secta supersticiosa que se atribuye al cristianismo; en este punto coincide con
la opinión de Tácito8 y Suetonio9, otros dos autores paganos contemporáneos que aluden a los
seguidores de Cristo en términos similares (Harrill, 2006: 111-130). La I Epístola de Pedro10
también aborda el tema de la composición social de la iglesia y hace recomendaciones para
evitar las aparentemente abundantes críticas externas sobre el funcionamiento de esta
comunidad de base doméstica.
Esta carta de Plinio nos aporta datos sobre las reuniones cristianas y su ritual básico
(Wilken, 1984: 15-25). Vemos que los salmos, y en sí la literatura veterotestamentaria, jugaban
un papel central en el culto de los creyentes en Jesús. La comida en común, realizada en una
casa particular, en un día fijado parece estar remitiendo al rito eucarístico. Asimismo la mención
de mujeres ministras en la atención de los fieles es un signo de la existencia de una cierta
jerarquización. Estos aspectos pueden observarse también en la I Epístola de Pedro.
Otro elemento interesante en la epístola es el carácter obstinado que se le atribuye a los
cristianos, que, más allá del tipo de crimen, es de por sí un delito para las leyes romanas. La
insistencia en mantener su confesión pese a haber sido preguntados tres veces y haber gozado
de oportunidades para retractarse era interpretada por el gobernador como una declaración de
rebeldía. Por este motivo, Plinio hace uso de su poder para castigar a aquellos denunciados
que eran de clases humildes; sin embargo, el gobernador no asume la responsabilidad de
condenar a aquellos que eran ciudadanos romanos, por lo cual decide enviarlos a Roma. Dicho
envío puede deberse a una iniciativa de Plinio o de los reos mismos, como había sido el caso
de san Pablo según Hechos de los Apóstoles 25.10-12. Plinio queda en duda respecto a un
tercer grupo de acusados, aquellos que fueron cristianos pero ahora, fruto de los
interrogatorios, declararon no serlo. Trajano le responderá al gobernador que aquellos que
renegaron de su fe deben ser perdonados y liberados; además el emperador le aconseja no
buscar a los cristianos y tener cuidado con las denuncias anónimas11.

7
En las epístolas Pastorales, contemporáneas a esta carta de Plinio, ya se habla de familias cristianas. I Epístola a
Timoteo 2.9-15, 5.1-16, 6.1-2; Epístola a Tito 2.1-10.
8
Anales 15.44, 2-5.
9
Los Doce Césares, Nerón 16.2.
10
2.11-3.17; 4.7-5.11.
11
Libro 10, Epístola 97.

96
Martirio de Perpetua y Felicidad

“También el bendito Saturo publicó la siguiente visión suya, que él mismo


redactó:
-Habíamos ya -relata- sufrido el martirio y habíamos salido de la carne, y
cuatro ángeles nos transportaban en dirección de oriente, sin que sus manos
nos tocaran. Íbamos, sin embargo, no boca arriba, mirando hacia el cielo, sino
como quien asciende una suave colina. Y, pasado el primer mundo, vimos una
luz inmensa. Yo le dije a Perpetua, que era quien venía a mi lado: -Esto es lo
que el Señor nos prometió. Ya tenemos cumplida su promesa-. Y mientras
éramos elevados por los ángeles antes mencionados, apareció ante nosotros un
gran espacio, que era como un valle, lleno de rosales y de toda clase de flores.
La altura de los rosales era como la de un ciprés, y sus hojas caían al suelo sin
cesar. Allí, en el valle, había otros cuatro ángeles, más gloriosos que los
anteriores; estos, al vernos, nos rindieron honores y decían a los otros ángeles
con admiración: -¡Son ellos! ¡Son ellos!-. Llenos de pavor, los cuatro ángeles
que nos llevaban nos dejaron en el suelo y, con nuestros propios pies,
atravesamos la distancia de un estadio por un ancho vial. Allí encontramos a
Jocundo, a Saturnino y Artaxio, que habían sido quemados vivos en la misma
persecución, en nuestra misma cárcel. Perpetua y yo les preguntamos dónde
estaban los demás, pero los ángeles nos interrumpieron: -Antes vengan y
saluden al Señor-. Así llegamos a un lugar cuyas paredes parecían hechas de
pura luz; junto a la puerta había cuatro ángeles que, antes de entrar, nos
vistieron con túnicas blancas. Entramos y oímos una voz que, al unísono y sin
interrupción, decía -Santo, santo, santo-. Sentado en ese lugar vimos a uno que
tenía apariencia de hombre canoso, con cabellera de nieve, pero rostro juvenil.
Lo que no vimos fueron sus pies. A su derecha e izquierda había cuatro
ancianos, y detrás de estos estaban los demás ancianos, muy numerosos.
Entrando, nos paramos atónitos ante el trono; los cuatro ángeles nos levantaron
y dimos un beso al Señor, quien nos acarició la cara con la mano. Y los otros
ancianos dijeron: -Quédense firmes-. Nosotros nos quedamos firmes y les dimos
la paz. Al cabo de un momento, los ancianos nos dijeron: -Vayan y jueguen-. Yo
le dije a Perpetua: -Ya tienes lo que querías-. Y ella me contestó: -Gracias a
Dios; fui feliz en la carne, pero aquí soy más feliz todavía-. Y salimos, y resulta
que nos encontramos al obispo Optato, a la derecha, y al presbítero Aspasio, a
la izquierda, separados uno de otro y tristes. Ambos se arrojaron a nuestros pies
y nos dijeron: -¡Pongan paz entre nosotros, pues han salido del mundo y nos
han dejado así!-. Nosotros les replicamos: -¿No eres tú nuestro padre y tú
nuestro sacerdote? ¿Cómo es que ustedes se arrojan a nuestros pies?-. Nos
conmovimos y los abrazamos. Perpetua se puso a hablar con ellos en griego,
luego de lo cual nos retiramos los cuatro al valle. Mientras estábamos hablando
con ellos, los ángeles les dijeron: -Dejen que Saturo y Perpetua disfruten de su
recompensa; y si tienen disidencias entre ustedes, perdónense mutuamente-.
Esto nos provocó turbación. Los ángeles dijeron a Optato: -Lo que tienes que
hacer es corregir a tu pueblo, que se reúne contigo como si saliera del circo,

97
disputando cada uno por su bando-. Y nos pareció que los ángeles querían
cerrar las puertas. Empezamos a reconocer a muchos hermanos, todos ellos
mártires. Todos nos sentíamos confortados por una fragancia indescriptible que
nos saciaba. Entonces me desperté lleno de gozo”. Martirio de Perpetua y
Felicidad 11-13 .

Referencias del autor


El Martirio de Perpetua y Felicidad es, quizás, uno de los textos más conocidos y trabajados
del periodo cristiano primitivo. El compilador de este martirio12, que para varios analistas es un
cristiano montanista (Tertuliano para algunos), habría organizado los testimonios personales de
Perpetua y Saturo, dos de los líderes de un pequeño grupo de cristianos apresados cerca de
Cartago hacia inicios del año 20313. De ser cierto esto, Perpetua sería la primera mujer cristiana
de la cual se conserva un escrito (Butler, 2006: 44-57). Esta joven noble y educada de veintidós
años entró a la prisión con su niño pequeño, ya que había sido madre recientemente; junto a
ella, el compilador coloca a Felicidad, una esclava embarazada que da a luz en la celda antes
de la ejecución. Saturo es el catequista del grupo de encarcelados y no había sido detenido con
los demás, razón por la cual se entregó por voluntad propia. Esta narración ejerció gran
influencia en la historia posterior de la Iglesia Africana, ya que la devoción a estos mártires la
testimonia incluso san Agustín de Hipona en el siglo V.

Contexto e interpretación
Los sucesos del martirio de Perpetua, Saturo y compañeros se enmarcan en un episodio de
furia popular contra los cristianos. No fue una persecución, como varios analistas han sostenido
en base a un testimonio de la Historia Augusta14, sino un simple motín local en el que los
creyentes más relevantes de la comunidad, catecúmenos de alcurnia la mayoría, pero también
esclavos, fueron apresados y presentados al gobernador para su juicio (Sordi, 1979: 349-350).
Septimio Severo (193-211), emperador durante los sucesos, es elogiado por los escritores
cristianos del periodo, principalmente Tertuliano15, por lo que debe descartarse que haya
promovido una acción contra las iglesias.
La situación en Cartago para los cristianos ya venía siendo complicada desde veinte años
atrás, cuando aproximadamente en 180 Saturnino, procónsul de África, había condenado a los
primeros creyentes, provenientes de una aldea llamada Escilio. Lo que parece haber impulsado
a la Iglesia en el Norte de África fue la llegada del montanismo. Esta corriente cristiana había
nacido en la provincia de Frigia, Asia Menor, y reivindicaba el rol profético de los fieles por
medio del éxtasis y los oráculos; este regreso al carisma exaltado, cuyo motor decían que era
12
La palabra mártir es de origen griego y significa “testigo”; el cristianismo la tomó para referirse a aquellos que con la
entrega de su vida dieron testimonio de Jesús.
13
Cartago es una ciudad al Norte del África, en el actual Túnez.
14
La Historia Augusta es una compilación de biografías de los emperadores romanos entre 117 y 284. Tiene seis
autores, todos los cuales compusieron sus relatos hacia fines del siglo III e inicios del siglo IV, ya bajo Constantino.
15
Tertuliano (160- aprox. 220) fue un prolífico apologeta cristiano de Cartago, contemporáneo de Perpetua y Felicidad.
Hacia 207 abandonó la gran iglesia y se alineo con los cristianos montanistas.

98
el Espíritu Santo, comenzó a tornarse peligroso para los obispos cuando las profecías y
consignas montanistas (nombre derivado del iniciador, un tal Montano) tomaron un tinte
antiimperial (Trevett, 2002: 77-95). Esto se dio en un momento en el que las jerarquías
eclesiales estaban intentando un acercamiento a la cúpula del poder romano con el fin de
demostrar que la fe en Cristo no era dañina a los intereses cívicos romanos. El montanismo
dividió a las comunidades asiáticas y los profetas se enfrentaron con obispos que intentaban
exorcizarlos; mientras tanto, esta corriente llegó a Roma y también a Cartago, donde habría
enraizado en sectores intelectuales de la iglesia. El montanismo africano enfatizó la importancia
suprema del martirio, por lo cual aquellos que morían dando testimonio (ya sea por ser
denunciados o por entregarse voluntariamente) lograban una gran estima social, mucho mayor
que aquella que tenían los obispos, presbíteros y diáconos (Ibíd.: 66-76). Si bien los
montanistas, como lo fue Tertuliano mismo, no renegaban del poder de la jerarquía, priorizaban
la expresión carismática popular, creando así un centro de poder paralelo en la figura del mártir
(aquel que moría por la fe) y del confesor (aquel que era torturado por la fe).
Aunque se han conservado tres visiones de Perpetua (la escalera de armas y el dragón, la
fuente del agua de redención y la arena), hemos elegido transcribir solo la redactada por Saturo
debido a que pone de manifiesto una serie de tensiones interesantes de analizar. Para
empezar, cabe aclarar que el catequista tiene una revelación de lo que será su ascenso, junto
con Perpetua, al cielo, es decir a la salvación definitiva. En esto hallamos mucho del imaginario
occidental sobre el reino celestial. Igualmente encontramos varios elementos propios de la
literatura apocalíptica: los ancianos vestidos de blanco, el trono y la pureza de los mártires,
quienes son invitados a jugar, como si fueran niños (Butler, 2006: 78-84). Dios es un ser que
resume la ancianidad suprema con la juventud eterna y los ángeles vigilan el acceso a este
valle de los bienaventurados, en el cual Perpetua y Saturo reconocen a hermanos suyos que,
aparentemente, han sido mártires también.
El panorama se ensombrece cuando Saturo dice que él y su compañera vieron fuera al
obispo Optato16, quien sería en ese momento la cabeza de la iglesia de Cartago, y a un
presbítero, Aspasio. Su separación física, uno a la derecha y otro a la izquierda, simboliza su
enfrentamiento. Al salir los mártires, ambos jerarcas se arrojan a sus pies y les imploran que
pongan paz en su contienda. Esto puede interpretarse como una crítica a la pirámide directiva
de la Iglesia, ya que los ángeles le dicen a Optato que se reúne con sus fieles como si salieran
del circo, es decir sin la moderación y el decoro necesarios. Si consideramos al autor un
montanista, podemos ver que si bien reconoce la autoridad de los jerarcas, pues Perpetua y
Saturo se compadecen de ellos, los coloca por debajo de los mártires en dignidad. La directiva
de los ángeles al obispo nos deja entrever que la iglesia de Cartago está fracturada en sus
lealtades, pero que, según el autor, el punto de encuentro y conciliación son los santos

16
Obispo, del griego episcopos=supervisor, designa al encargado-líder de la comunidad cristiana tanto en materia
administrativa como ritual-espiritual.

99
mártires. La influencia de los mártires seguirá creciendo a lo largo del siglo III y llevará a serios
conflictos durante las persecuciones de 250 y 25717.

Paganos y cristianos en la Alejandría de fines del siglo IV

Ante la solicitud de Teófilo, obispo de Alejandría, el emperador envió una


orden en ese momento para la demolición de los templos paganos en esa
ciudad; indicaba además que dicha orden debía ser puesta en ejecución bajo la
dirección de Teófilo. Aprovechando esa oportunidad, Teófilo se esforzó al
máximo para exponer los misterios paganos al descrédito. Para empezar,
provocó que el Mitraeum fuera vaciado y exhibió a la vista pública los símbolos
de sus misterios sangrientos. Luego, él destruyó el Serapeum, y caricaturizó
públicamente los derechos sangrientos del Mitraeum. Él veía al Serapeum
también repleto de extravagantes supersticiones, y por ello hizo que el falo de
Príapo fuera arrastrado por el medio del foro. Los paganos de Alejandría, y
especialmente los profesores de filosofía, eran incapaces de reprimir su furia
ante este ultraje, y excedieron con ferocidad vengativa los ultrajes a ellos
realizados. De común acuerdo, y ante una señal previamente concertada, se
abalanzaron impetuosamente sobre los cristianos y asesinaron a todo aquel al
que le ponían la mano encima. Los cristianos intentaron resistir a los asaltantes,
y entonces el daño fue en aumento. Esta refriega desesperada se prolongó
hasta que el hartazgo del baño de sangre le puso un fin. Entonces se descubrió
que algunos de los paganos habían sido asesinados, lo mismo un gran número
de cristianos; el número de heridos en ambos bandos era casi incontable.
Entonces el miedo se apoderó de los paganos por lo sucedido, pues ellos
consideraron el disgusto del emperador. Por haber hecho lo que parecía bueno
a sus ojos, y por haber saciado su coraje por el baño de sangre, algunos
huyeron en una dirección, otros en otra, y muchos abandonaron Alejandría,
dispersándose en varias ciudades. Entre ellos estaban los dos gramáticos,
Heladio y Ammonio, de quienes fui pupilo durante mi juventud en
Constantinopla. Se decía que Heladio era el sacerdote de Júpiter, y Ammonio de
Thot. Así, habiendo terminado este disturbio, el gobernador de Alejandría y el
comandante en jefe de las tropas en Egipto asistieron a Teófilo en la demolición
de los templos paganos. Estos fueron por lo tanto arrasados hasta los cimientos
y las imágenes de sus dioses fundidas para hacer ollas y otros utensilios
convenientes para el uso de la Iglesia de Alejandría; el emperador había
instruido a Teófilo para distribuirlos a fin de ayudar a los pobres. Todas las
imágenes fueron quebradas en partes, excepto una estatua del dios antes
mencionado (Thot), a la cual Teófilo preservó y ubicó en un lugar público. –Esto
es para que -decía- en un futuro los paganos renieguen de que alguna vez han
adorado a tales dioses-. Esta acción causó gran ofensa a Ammonio el gramático
en particular, quien, según yo sé, solía decir que la religión de los gentiles fue

17
La persecución de 250 se dio a raíz del edicto de Decio que obligó al sacrificio público de todos los ciudadanos del
imperio. En 257 las medidas del emperador Valeriano sí fueron destinadas contra la iglesia como institución.

100
groseramente abusada en que esa sola estatua no fue fundida sino preservada
a fin de volver ridícula a esa religión. Heladio, sin embargo, se jactaba en
presencia de algunos de que había matado en aquel ataque nueve hombres con
su propia mano. Tales fueron en aquel tiempo los hechos en Alejandría.
Sócrates, Historia Eclesiástica 5.16.

Referencias del autor


Sócrates de Constantinopla, también llamado el Escolástico (380-450) fue un historiador
cristiano de origen griego. Poco se sabe de su vida, salvo que fue contemporáneo de otros
grandes historiadores de la Iglesia como Sozómeno y Teodoreto de Ciro. Discípulo de
gramáticos fugados de Alejandría, escribió su Historia Eclesiástica siguiendo el modelo de
Eusebio de Cesarea18, el cual vinculaba el avance de la fe cristiana con el devenir de la política
imperial. El relato de Sócrates va del año 305 al 439 y mantiene un tono bastante áspero en lo
referente a las jerarquías de la Gran Iglesia (Urbainczyk, 1997: 107-138).

Contexto e interpretación
Teodosio I (emperador de 378 a 395) había afianzado la posición del cristianismo con el
Edicto de Tesalónica, que hacía de esta la religión imperial y quitaba el apoyo estatal a la
religión tradicional romana, proscribiendo sus ceremonias públicas (Filoramo-Menozzi, 2008:
321-330). Si bien el emperador comenzó siendo tolerante, ya que trató de preservar edificios
públicos y estatuas paganas, la injerencia de los obispos, especialmente de Ambrosio de Milán,
dio un giro a su política desde 388. Los “decretos teodosianos” imponían la cristianización de
fiestas y la puesta a disposición de la Iglesia de los templos paganos. Varios prefectos fueron
enviados a Siria, Egipto y las provincias de Asia Menor para verificar la erradicación de
asociaciones paganas. Bajo su mandato se disolvió la institución de las vírgenes vestales19,
con la destrucción de su templo en Roma, y se cancelaron los juegos Olímpicos luego de 393
por considerárselos paganos. Esta política de cristianización del espacio público llevó en
muchos casos a una resistencia abierta por parte de las élites paganas, así como también un
aluvión de conversiones con el fin de integrarse al nuevo giro político del Estado.
Este fragmento de Sócrates nos relata un acontecimiento ocurrido hacia 391, es decir más
de unos cuarenta años antes de la escritura de la Historia Eclesiástica. Para la época en que el
autor redacta su obra, el mapa político había cambiado: Roma ha sido saqueada en 41020 y el
avance vándalo había provocado la pérdida del África. El “tiempo cristiano” parecen ser
sinónimo más que nada una decadencia del viejo sistema de valores grecorromanos y de una
vulnerabilidad imperial a los asaltos externos (Brown, 1997: 40-55). Por esto, Sócrates no tiene
reparos en presentar a los cristianos de Alejandría como una turba exaltada. El obispo Teófilo
(en el cargo de 385 a 412) logra la cesión del Serapeum a partir de un decreto teodosiano y
18
La Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea cubre desde el periodo apostólico hasta Constantino, haciendo una
lectura del devenir eclesial a partir del triunfo de la iglesia en 312.
19
Las vestales eran sacerdotisas vírgenes consagradas a la diosa del hogar, Vesta; tenían su templo en el foro romano.
20
Roma fue saqueda en 410 por los visigodos dirigidos por Alarico.

101
procede a ridiculizar a los cultos paganos públicamente21. Tácitamente, el prelado de los
cristianos se hace con el control de la ciudad, procediendo no solo simbólicamente, con la
exposición de los “misterios”, sino materialmente. Su primer foco de atención parece haber sido
las escuelas filosóficas, donde encontró resistencia. La intelectualidad pagana reacciona con
violencia y la ciudad se vuelve un caos que degenera en asesinatos en ambos bandos. El
mismo Sócrates resalta la participación en este conflicto de sus dos grandes maestros, los
gramáticos Heladio y Ammonio. De cada uno recoge una perspectiva diferente sobre los
hechos del 391: Heladio reivindica la defensa del lugar, de la cual dice haber participado
activamente; Ammonio reflexiona sobre la decisión de Teófilo de conservar una estatua pagana
en un lugar público, ya no para la veneración, sino para el escarnio.

Conflicto entre un emperador y un obispo


En primer lugar, algunos hombres principales, consejeros de Estado, me
pidieron que deje la basílica y evite que la gente provoque un levantamiento. Yo
respondí por supuesto que un obispo no puede entregar la casa de Dios. (…)
Tuve una entrevista con los condes y tribunos, quienes me urgieron a entregar la
basílica sin demora, declarando que el emperador estaba actuando con
derecho, ya que él tiene poder supremo sobre todas las cosas. Yo repliqué que
si él me pedía lo que era mío, mi tierra, mi dinero o algo por el estilo, yo no se lo
negaría, aunque, en realidad, toda mi propiedad pertenece a los pobres. Pero
las cosas sagradas no están sujetas al poder del emperador (…) Mi mente fue
sacudida por el temor cuando hallé que hombres armados habían sido enviados
para ocupar la basílica. Un gran pavor se apoderó de mí, no sea que por
proteger la Iglesia la sangre deba ser derramada, lo cual traería la destrucción a
la ciudad toda (…) Yo me retraje del odio del derramamiento de sangre y ofrecí
mi propio cuello al cuchillo. Algunos oficiales de los godos estaban presentes; yo
me dirigí a ellos, diciéndoles: ¿Para esto se han vuelto ciudadanos de Roma,
para mostrarse como perturbadores de la paz pública? ¿Adónde irán si todo
aquí es destruido? Se me pidió que calme a la gente. Yo repliqué que estaba en
mi poder el no excitarlos y en la mano de Dios el pacificarlos. Y, además, que si
se me consideraba el instigador, yo debería ser castigado o ser desterrado a
cualquier lugar desierto de la tierra que ellos eligieran. Habiendo dicho esto, los
soldados partieron y yo pasé todo el día en la vieja iglesia. Luego, volví a casa a
dormir; si cualquier hombre deseaba arrestarme, me encontraría preparado.
Cuando, antes del amanecer, pasé el umbral, hallé la basílica rodeada y
ocupada por soldados. Y se decía que ellos habían intimado al emperador a
usar su libertad de tomar la iglesia si así lo deseaba (…) Ningún arriano se
atrevió a aparecer, pues no había ninguno entre los ciudadanos, solo unos
pocos de la casa real (…) A donde quiera va esta mujer (la emperatriz Justina),
lleva con ella a todos los de su comunión. Las quejas de la gente me advirtieron
que la basílica estaba rodeada; (…) la basílica Nueva estaba llena de gente (…)

21
El Serapeum era el templo del dios Serapis y había sido fundado en el 300 a.C. por Ptolomeo Soter.

102
Para ser breve: los soldados que ocupaban la basílica, al informarse de mis
directivas para que la gente se abstuviera de confraternizar con ellos,
comenzaron a venir a nuestra asamblea. (…) Los soldados exclamaron que
habían venido a orar, no a pelear (…) Un poco después llegó la orden “Liberen
la basílica”. Yo respondí -No es lícito para nosotros dejarla ni para su majestad
recibirla. Por ninguna ley se puede violar la casa de un hombre, ¿y ustedes
creen que la casa de Dios puede ser arrebatada? Es cierto que todas las cosas
le son lícitas al emperador, que todas las cosas son suyas; pero no cargues tu
conciencia con el pensamiento de que tienes algún derecho como emperador
sobre las cosas sagradas. No te exaltes a ti mismo, sino que, si quieres reinar
mucho tiempo, sométete a Dios. Está escrito: “Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”. El palacio es del emperador, las iglesias son del
obispo. A ti te está otorgada la jurisdicción sobre los edificios públicos, no sobre
los sagrados-. Ambrosio de Milán, Epístola 20.

Referencias del autor


Ambrosio (340-397) fue un obispo y, además, un notable teólogo de la Iglesia católica
Occidental. Hijo de un prefecto de la Galia, estudió retórica y jurisprudencia en Roma para
luego, trabajando en el norte de la actual Italia, ser nombrado obispo de Milán por aclamación
popular aún antes de estar bautizado (Barnes, 2011: 39-60). Como obispo se alineó con la
ortodoxia nicena22, atacando al partido arriano presente en la corte de Milán. Por medio de la
movilización de los fieles, Ambrosio logró torcer varias decisiones políticas de Valentiniano II y
de Teodosio, al cual, incluso, obligó a hacer penitencia pública a raíz de la masacre de
Tesalónica23. En 387 Ambrosio bautizó a un joven catecúmeno de nombre Agustín de Hipona.

Contexto e interpretación
Desde el concilio de Nicea (325) convocado por el emperador Constantino, la Iglesia se
había dividido fuertemente. Por un lado los ortodoxos, es decir aquellos obispos y fieles que
adhirieron a la fórmula trinitaria nicena, por otro los arrianos, cristianos que sostenían que
Jesús era hijo de Dios pero no Dios mismo (Maier, 1994: 102-107; Teja, 1999: 28-31). Si bien el
concilio condenó a estos últimos, las ciudades imperiales estaban divididas en sus pareceres y
recién en 381 hubo un acuerdo común en rechazar la fe arriana. Pese a ello, estas doctrinas
continuaron en ciertos grupos bárbaros como los godos24, ya presentes dentro del imperio
desde la década de 370 (Maier, 1994: 107-111).
Luego de la muerte de Graciano (383), el Imperio en el Oeste pasó nominalmente a manos
de Valentiniano II (371-392), pero, al ser un niño de cuatro años, el poder fue ejercido por su

22
El Concilio de Nicea se celebró en 325, convocado por Constantino. Su conclusión fue la condena del arrianismo.
23
En 390 el emperador, en represalia por unos tumultos acaecidos en Tesalónica, ordenó una represión contra la
población que culminó en varios miles de muertos.
24
Los godos era un grupo perteneciente a los pueblos germánicos orientales, posiblemente provenientes de
Escandinavia. En el siglo III se dividieron en dos entidades, los greutungos y los tervingios.

103
madre Justina, que era arriana (Freeman, 2010: 324-332). Ambrosio ya había tenido conflictos
con ella previamente. En 385 la emperatriz le solicita al obispo la entrega de una iglesia, la
basílica porciana25, para el uso de los cristianos arrianos. La negativa del obispo fue apoyada
por la gente de Milán. Al poco tiempo, el viernes previo al Domingo de Ramos, Justina reclamó
la basílica Nueva, y ante ese reclamo Ambrosio narra a su hermana Marcelina los hechos. La
gente de Milán apoya a su obispo y éste logra anular el reclamo imperial de la basílica. Es
interesante observar cómo el obispo hace referencia en este texto a su rol pacificador, pues
contiene a los fieles ortodoxos, y mediador, ya que con su oratoria argumenta en relación a las
atribuciones del emperador y del obispo. Asimismo puede verse su relación con las tropas de
godos que servían a Valentiniano (McLynn, 1994: 181-196).

Donatistas y circunceliones
Añadiré también otra cosa: un antiguo diácono de la iglesia hispaniense, que
se llama Primo, recibió la prohibición de acercarse al convento de las monjas.
Por haber menospreciado los sanos y ordenados preceptos, fue removido de la
clericatura. Irritado él contra la disciplina de Dios, se pasó a los donatistas y fue
rebautizado. Otras dos monjas, que pertenecían, como él, al campo de los
cristianos católicos, fueron arrastradas, o ellas se fueron tras él. También fueron
rebautizadas. Ahora están con las partidas de circunceliones, con esas manadas
vagabundas de mujeres que no quieren tener maridos por no someterse a
disciplina. Ahora se divierten con orgullo en regocijos báquicos y abominables
embriagueces, celebrando que les hayan autorizado esa licenciosa y perversa
conducta, que la iglesia católica les prohibía. Y quizá Proculeyano lo ignora.
Deseo ponerlo en su conocimiento por medio de tu gravedad y modestia.
Ordene él que sea separado de vuestra comunión todo aquel que la haya
elegido exclusivamente por haber perdido la clericatura entre los católicos por su
desobediencia y costumbres corrompidas.
Yo, mientras agrade a Dios, guardo esta norma: si alguien quisiese pasarse
a la iglesia católica y está degradado por la disciplina eclesiástica, le recibo y le
humillo con la penitencia que le impondrían los mismos donatistas si quisiere
permanecer en su secta. Mira, pues, por favor, cuan execrable es la conducta de
ellos, cuando a éstos que, dentro de la disciplina eclesiástica, corregimos
nosotros por su mala vida, los inducen ellos a que reciban otro bautismo; para
merecer recibirlo les exigen que contesten que son paganos. ¡Cuánta sangre de
mártires se derramó para que esa palabra no saliese de labios cristianos!
Después los rebautizados se consideran renovados y santificados y,
empeorándose en la disciplina que no pudieron tolerar, se alborozan en el
sacrilegio de su nuevo furor bajo las apariencias de una nueva gracia. Si obro
mal, cuide de corregirme este error tu benevolencia. Nadie se queje de mí si se
lo hago saber a Proculeyano mediante acta pública, cosa que no me pueden

25
Los cristianos, al heredar los edificios romanos y orientarlos al culto, mantuvieron el nombre de los mismos. La
basílica romana era un tribunal que normalmente estaba ubicado en el foro de la ciudad.

104
negar en una ciudad romana, según creo. Dios manda que hablemos y
prediquemos la palabra, que refutemos a los que enseñan lo que no conviene,
que insistamos con oportunidad o sin ella; puedo probarlo con palabras del
Señor o de los apóstoles. Nadie piense que va a hacerme callar sobre estos
puntos. Si los donatistas se juzgan bastante audaces para proceder como
revolucionarios y salteadores, no dejará el Señor de proteger a su Iglesia. En su
seno, dilatado por todo el orbe, ha sometido ya todos los reinos a su yugo.
Hay aquí un cierto colono de la Iglesia que tenía una hija catecúmena en
nuestra comunión. Fue seducida a fin de que pasase a ellos, contra la voluntad
de sus padres, para bautizarla, y adoptó la profesión de monja. Su padre quiso
hacerla volver con la severidad a la comunión católica. Pero yo me negué a
recibir a una mujer de mente corrompida, si no volvía espontáneamente,
eligiendo lo mejor por su libre albedrío. El colono insistió en que la hija diese su
consentimiento, incluso golpeándola. Al momento se lo prohibí con rigor. Sin
embargo, al pasar yo por Spaniano, me salió al paso un presbítero donatista de
esa ciudad, en medio del campo de una mujer católica y honorable, gritando con
voz impudente tras de nosotros que yo era traidor y perseguidor. Tales injurias
lanzó asimismo contra aquella mujer honorable en cuyo campo estábamos, y
que pertenece a nuestra comunión. Cuando oí aquellos gritos, no sólo me
contuve para no reñir, sino que frené a la multitud que me acompañaba. Con
todo, si yo propongo: “Vamos a averiguar quiénes son los traidores y los
perseguidores”, se me contesta: “No queremos disputar, queremos rebautizar;
nosotros nos dedicamos a despedazar vuestras ovejas a estilo de lobo, con
insidioso diente; tú guarda silencio, si eres buen pastor”. ¿Qué otra cosa ha
ordenado Proculeyano, si es que lo ha ordenado? “Si eres cristiano, dice, deja
este pleito al juicio de Dios, si nosotros no lo resolvemos; tú cállate”. El mismo
presbítero se tomó la libertad de amenazar al administrador que cultiva la
heredad de la Iglesia. Agustín de Hipona Ep. 35. 2-4.

Referencias del autor


Agustín de Hipona (354-430) fue uno de los grandes padres latinos de la Iglesia católica,
obispo de Hipona y autor prolífico de tratados sobre filosofía y teología. Nacido en Tagaste
(Numidia), su madre Mónica se preocupó por inculcarle la religión cristiana, pero sin éxito.
Agustín fue maniqueo y luego orador en la corte imperial de Milán. Allí conoció al obispo
Ambrosio, quien lo convirtió plenamente al cristianismo niceno. De regreso a Cartago, vendió
sus bienes y se retiró a una vida monacal. En 391 fue ordenado sacerdote y en 395 aclamado
obispo de Hipona. La actividad episcopal de Agustín se volcó al debate con diversas corrientes
cristianas a las que marcó como heréticas, ya sean los priscilianistas, arrianos, pelagianistas y
donatistas. Además de sus cartas, Agustín ha legado dos clásicos de la literatura espiritual
occidental: La Ciudad de Dios, una apología del cristianismo, y Confesiones, una biografía
interior propia.

105
Contexto e interpretación
El donatismo fue un movimiento surgido dentro del cristianismo del norte de Africa en el
siglo IV como respuesta a un relajamiento de costumbres por parte de los fieles y cierta parte
del clero. Esta vertiente planteaba un purismo extremo, en base al cual se proscribía a los
sacerdotes y demás jerarcas sobre los que pesaba la sospecha de apostasía o entrega de
libros y objetos sagrados durante la persecución de Diocleciano26. Donato, un presbítero,
encabezó este movimiento en 312 y fue elegido obispo de Cartago luego de cuestionar la
entereza del obispo vigente, Ceciliano. En sí esta reacción no era desconocida, pues ya en
250, ante el edicto de Decio, Novaciano había generado en Roma un cisma alegando que la
Iglesia solo podía estar integrada por puros27. Esta concentración en los “santos” llevó a un
rigorismo extremo. En África, el nombramiento de Ceciliano en 311-312, ya que los donatistas
señalaron en 312 que había sido un traidor que entregó libros sagrados a los magistrados; el
clero católico reaccionó afirmando la postura que señala que los sacramentos son válidos por
potestad divina y no por la calidad del ministro que los administra. Ceciliano apeló a
Constantino como mediador, quien erigió como árbitro al obispo de Roma, Milcíades. En 313 el
prelado romano reunió un sínodo de obispos que se proclamó a favor de Ceciliano28. En 314, el
concilio reunido en Arlés condenó al donatismo y a Donato (Frend, 1982: 601-634). Pese a
esto, y como dice Jerónimo29, Donato se ganó el favor de la mayoría de los cristianos del Norte
de África, quienes veían en él al campeón de la resistencia a la indebida injerencia del poder
político en los asuntos eclesiásticos (Filoramo-Menozzi, 2008: 294-295).
El donatismo continuó existiendo; el cristianismo africano se organizó en dos iglesias y no
tardó en aparecer el conflicto desde 347, cuando el emperador Constante prohibió al clero
donatista. A partir de allí la resistencia donatista se acentuó, tomando un carácter de revuelta
con tintes de movimiento nacional (Mandouze, 1986: 193-207). Optato de Milevis, obispo
numida, y Agustín de Hipona nos han conservado una imagen del movimiento donatista a la luz
de los esquemas heresiológicos de fines del siglo IV e inicios del V. Estos apologistas católicos
asocian al donatismo con el purismo y el rigorismo. Así lo vemos en el fragmento de la carta 35
de Agustín, en donde se asocia a los donatistas con la imposición de un segundo bautismo
para los que se integran a sus filas. A Agustín esto le parece aberrante, pues, apóstata o no, el
ministro que bautizó originalmente es solo un mediador de la gracia sacramental divina y no la
invalida su pecado. Parece dar a entender con el caso de la hija del colono que la vida en
castidad era una imposición al adoptarse el donatismo, ya que la joven se vuelve una fanática.
La oposición familiar degenera en violencia para mantenerla en la comunión católica, aspecto
que Agustín no comparte del todo.
El obispo de Hipona señala curiosamente que los que se pasan al donatismo en muchos
casos integran grupos denominados circunceliones30. Estos parecen haber sido campesinos
merodeadores de las fincas africanas que habrían sido utilizados en varias ocasiones como
26
La persecución de Diocleciano fue entre 303-311.
27
Por ese motivo negaba la posibilidad de penitencia.
28
Un sínodo es una reunión de obispos de una zona convocada por el obispo metropolitano.
29
Sobre los Hombres Ilustres 93.
30
El término circunceliones parece provenir del latín circum cellas, o sea los que se trasladan de granja en granja.

106
fuerza de choque de los donatistas. Los historiadores no se han puesto del todo de acuerdo
sobre la identidad de estos personajes, quienes parecieran ser trabajadores temporeros que
prestaban servicio en épocas de cosecha pero que en muchos casos combinaban esto con
asaltos armados (García Mac Gaw, 2012: 249-252). Optato y Agustín les atribuyen un
fanatismo extremo y un gran nivel de violencia contra los jerarcas católicos. En la epístola
puede verse cómo Agustín mismo recibe injurias de un presbítero de un área rural, ante lo cual
sus acompañantes reaccionan y deben ser calmados por el obispo a fin de evitar conflictos
mayores. Los obispos católicos, no pudiendo controlar estos episodios, recurrieron a los
magistrados locales para garantizar la seguridad.
El donatismo confrontó con el catolicismo en la Conferencia de Cartago del año 411, en la
que Agustín de Hipona enfrentó y derrotó a los seguidores de Donato. El emperador Honorio
renovó la condena a esta “iglesia de los puros”, que continuó existiendo hasta la llegada de los
vándalos.

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