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Canciones de Ronda

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CANCIONES DE

RONDA
1. Cabeza, hombro, rodillas y pies.
Cabeza, hombro, rodillas y pies.
rodillas y pies.
Cabeza, hombro, rodillas y pies.
rodillas y pies.
Ojos, oídos, boca y nariz,
cabeza, hombro, rodillas y pies,
rodillas y pies

.
2. Bailaaaa.
Hermanitos a bailar tus manitas vas a dar
por aquí, por allá vuelta tra la la
Con la cabeza nic, nic, nic con las
palbas chas, chas, chas por aquí, por allá vuelta tra la la.
Con los deditos tip, tip, tip por aquí, por allá, vueltra tra, la la la.
ADIVINANZAS
1.¿Cuál es el animal que camina con las patas en la cabeza?
EL PIOJO

2.. Vuelo de noche, duermo de día y nunca verás plumas en ala mía.
EL MURCIÉLAGO
3. Para ser más elegante no usa guante ni chaqué, solo cambia en un instante por
una "efe" la "ge".
ELEFANTE

4. Alas de mil colores y se pierden entre las flores.


LAS MARIPOSAS
TRABALENGUJAS
1.Cosas de querer
Cómo quieres que te quiera,
si el que quiero no me quiere,
no me quiere como quiero que me quiera.

2 El perro de San Roque


El perro de San Roque no tiene rabo
porque Ramón Ramírez se lo ha cortado.
Y al perro de Ramón Ramírez, ¿quién el rabo le ha cortado?
3. El rey de Constantinopla
El rey de Constantinopla esta constantinoplizado.
Consta que Constanza, no lo pudo desconstantinoplizar.
El desconstantinoplizador que desconstantinoplizare al rey de Constantinopla,
buen desconstantinoplizador será.

4. Capas
El que compra pocas capas,
pocas capas paga,
como yo compré pocas capas,
pocas capas pago
FABULAS
1.Los dos conejos
La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las
últimas nieves.
Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de
temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos
animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido!
Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo,
seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con
sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de
todos, disfrutando de su libertad.
Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día
para ir en busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas.
Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos
arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo
gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó:
– ¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede?
El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el
esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar.
– ¿Tú que crees? No hace falta ser muy listo para imaginar que me están persiguiendo, y
no uno, sino dos enormes galgos.
El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias.
– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero he de
decirte que no son galgos.
Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir.
– ¿Qué no son galgos?
– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien porque ya soy
mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!
– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les
delata!
– Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves
más allá de tus narices!
– ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú?
– ¡Cómo te atreves!…
Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado
peligrosamente y los tenían sobre el cogote. Cuando notaron el calor del aliento canino en
sus largas orejas, dieron un gran salto a la vez y, por suerte, consiguieron meterse en una
topera que estaba medio camuflada a escasa distancia.
Se salvaron de milagro, pero una vez bajo tierra, se sintieron muy avergonzados. El
conejo blanco fue el primero en reconocer lo estúpido que había sido.
– ¡Esos perros casi nos hincan el diente! ¡Y todo por liarnos a discutir sobre tonterías en
vez de poner a salvo el pellejo!
El viejo conejo gris, asintió compungido.
– ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo ¡Lo
importante era huir del enemigo!
Los conejos de esta fábula se fundieron en un abrazo y, cuando los perros, fueran galgos
o podencos, se alejaron, salieron a dar un paseo como dos buenos amigos que, gracias a
su torpeza, habían aprendido una importante lección.
Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente
importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en
cosas que no merecen la pena.
2. Los caminantes
Hace mucho tiempo, un día de primavera, iban dos hombres paseando juntos mientras
charlaban de las cosas del día a día.
Se llevaban muy bien y a ambos les gustaba la compañía del otro.
De repente, uno de ellos llamado Juan, vio algo que le llamó la atención.
-¡Eh, mira eso! ¡Es una bolsa de piel! Alguien ha debido de perderla ¿Qué habrá dentro?
¡Venga, vamos a comprobarlo!
Su amigo Manuel, le miró intrigado.
– Está bien… ¡Quizá contenga algo de valor!
Aceleraron el paso y cogieron la bolsa con cuidado. Estaba atada fuertemente con una
cuerda, pero eran dos tipos hábiles y la desenrollaron en menos que canta un gallo.
Cuando vieron su contenido, no se lo podían creer.
– ¡Oh, esto es increíble! ¡Está llena de monedas de oro! – exclamó Manuel exultante de
felicidad – ¡Qué suerte hemos tenido!
A Juan se le congeló la sonrisa y contestó a su amigo con desdén.
– ¿Hemos?… ¿Qué quieres decir con que hemos tenido suerte? Perdona, pero soy yo
quien ha visto la bolsa, así que todo este dinero es mío y sólo mío.
Manuel se quedó abatido. Se suponía que eran amigos y le pareció fatal una actitud tan
egoísta. Aun así, decidió acatar su decisión y dejar que todo fuera para él. Retomaron el
camino sin dirigirse la palabra, Juan con una sonrisa de oreja a oreja y Manuel, como es
lógico, muy disgustado.
Apenas habían pasado quince minutos cuando, a lo lejos, vieron que cinco hombres con
muy mala pinta se acercaban a ellos montados a caballo. Antes de que pudieran
reaccionar, los tenían a su lado a punto de robarles todo aquello de valor que llevaban
encima. El jefe de la banda se percató de que Juan escondía un saco en su mano
derecha.
-¡Rodead a este! – gritó con voz desagradable, como si se le hubiera metido un cuervo en
la garganta – ¡Me apuesto el pescuezo a que la bolsa que lleva está repleta de dinero
contante y sonante!
Los ladrones ignoraron a Manuel porque no llevaba nada encima ¡Sólo les interesaba el
saco de monedas de Juan! Manuel aprovechó para alejarse sigilosamente del grupo, pero
para Juan no había escapatoria posible. Los cinco bandidos le tenían completamente
acorralado. Con el rabillo del ojo vio cómo Manuel se largaba de allí y le dijo:
– ¡Estamos perdidos! ¡Estos hombres nos van a dejar sin nada!
– ¿Qué quieres decir con que estamos perdidos? Me dejaste muy claro que el tesoro era
tuyo y solamente tuyo, así que ahora apáñatelas como puedas con estos ladrones,
porque yo me voy.
Manuel puso pies en polvorosa y desapareció de su vista en un abrir y cerrar de ojos. Su
egoísta compañero se quedó sólo frente a los cinco bandidos, intentando resistirse tanto
como pudo. Al final, no le sirvió de nada, porque se quedó sólo ante el peligro y le
arrebataron la bolsa a empujones. Los ladrones se fueron con el botín y se quedó tirado
en el suelo, dolorido y con magulladuras por todo el cuerpo.
Tardó un buen rato en recomponerse y tomar el camino de vuelta a casa. Mientras
regresaba, tuvo tiempo para reflexionar y darse cuenta del error que había cometido. La
avaricia le había hecho perder no sólo las monedas, sino también a un buen amigo.
Moraleja: Si no te comportas como buen amigo de tus amigos, no esperes que en los
malos momentos ellos estén ahí para ayudarte.

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