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Compendium constitucional 25 años de


jurisprudencia esencial del Tribunal
Constitucional por cada rama del Derecho
1st Edition Arturo Crispín Sánchez
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COMPENDIUM CONSTITUCIONAL
25 años de jurisprudencia esencial
del Tribunal Constitucional por cada rama del Derecho
División de Estudios Jurídicos de Gaceta Jurídica

COM
PEN
DIUM
CONSTITUCIONAL
25 años de jurisprudencia esencial
del Tribunal Constitucional por cada rama del Derecho

Más de2900extractos de la jurisprudencia emitida


por el Tribunal Constitucional desde 1996a 2021

Más de 400 extractos de jurisprudencia esencial


porcada rama del Derecho

Compilación de la jurisprudencia más relevante en


materia civil, procesal civil, penal, procesal penal,
laboral, previsional, administrativa y tributaria
desde el enfoque constitucional

Concordancias legislativas que vinculan a cada


extracto jurisprudencial con las normas vigentes

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WbZJj U RIDIC A
Av. Angamos Oeste N" 526, Urb. Miraflores
Miraflores, Urna - Perú / 3(01) 710-8900
www.gacetajuridica.com.pe
COMPENDIUM CONSTITUCIONAL
25 años de jurisprudencia esencial
del Tribunal Constitucional por cada rama del Derecho
© División de Estudios Jurídicos de Gaceta Jurídica
© Gaceta Jurídica

Edición a cargo de:


Arturo Crispín Sánchez

Con la colaboración de:


Brander Márquez Peccart
Carolina Huasasquiche Nima

Al cuidado de:
Manuel Muro Rojo
Edwar Zegarra Meza

Primera edición: agosto 2021


2040 ejemplares
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú
2021-08706
ISBN: 978-612-311-844-0
Registro de proyecto editorial
31501222100393

Prohibida su reproducción total o parcial


D.Leg.N0822

Diagramación de carátula: Martha Hidalgo Rivero


Diagramación de interiores: José Luis Rivera Ramos

Gaceta Jurídica S.A.


Av. Angamos Oeste N° 526, Urb. Miraflores
Miraflores, Lima - Perú
Central Telefónica: (01) 710-8900
E-mail: [email protected] / www.gacetajuridica.com.pe
Impreso en: Imprenta Editorial El Búho E.I.R.L.
San Alberto N° 201, Surquillo
Lima - Perú
Agosto 2021
Publicado: agosto 2021
PRESENTACION

El Tribunal Constitucional es el Supremo Intérprete de la Constitución y,


como tal, no solo resuelve controversias en las que entran en juego los derechos
fundamentales y/o las relaciones entre los poderes u órganos del Estado, sino
que además cierra cualquier discusión interpretativa que pueda existir en tomo a
las disposiciones de la Carta Fundamental. En ese sentido, desde el inicio de su
funcionamiento ha contribuido con el fenómeno de constitucionalización de las
distintas ramas del Derecho y su consecuente influencia en todo el ordenamiento
jurídico.

De ahí que el presente Compendium constitucional refleja la construcción


jurisprudencial del Tribunal Constitucional durante sus veinticinco años de
funcionamiento, brindando a los lectores los avances en materia de protección de
derechos fundamentales y obligaciones de las diferentes entidades del Estado, pero
también revela los retrocesos y retos que todavía no han sido resueltos por el Alto
Tribunal; todo ello sin peijuicio del necesario balance de la actuación del Máximo
Intérprete de la Constitución a la luz de la emergencia sanitaria que atraviesa el país
y la celebración de los doscientos años de nuestra vida republicana.

El quehacer jurídico en todas las ramas del Derecho, sea en el ámbito


jurisdiccional, fiscal y/o en la defensa técnica, requiere definitivamente no solo de la
lectura formal de las disposiciones contenidas en la Carta Fundamental, sino también
del resultado de la labor interpretativa del Tribunal Constitucional, pues finalmente
los diversos cambios que experimenta la sociedad con el devenir del tiempo generan
inevitablemente nuevos problemas que son sometidos a la jurisdicción constitucional
o dan lugar a giros jurisprudenciales por el mismo Tribunal Constitucional.

El mencionado escenario no solo lo advertimos cuando el Tribunal lleva a


cabo la reconocida interpretación dinámica de la Carta Fundamental a la luz de los
cambios sociales frente a problemas concretos -o cuando ha sido indiferente a esta
técnica-, sino también cuando dicho Tribunal fija nuevas reglas en la tramitación de
los procesos constitucionales que tendrán consecuencias importantes en la protección
final de los derechos fundamentales. Esto lo observamos, por citar únicamente dos
ejemplos, con el precedente Huatuco Huatuco y el caso Cruz Llamos en el ámbito

5
Compendium constitucional

del amparo encaminado a obtener la reposición laboral, así como el precedente


Flores Callo con el establecimiento de reglas para la acreditación del estado de salud
de los beneficiarios que pretendan el reconocimiento de su pensión de invalidez por
enfermedad profesional.

En cuanto al contenido de la obra, esta se encuentra compuesta de las principales


decisiones del Tribunal Constitucional, desde el rescate de los leading case sobre
diferentes controversias constitucionales hasta lo más reciente en tomo a la tutela
constitucional desplegada por el Alto Tribunal. Por lo que, además de ofrecer los
diversos criterios jurisprudenciales desarrollados en sede constitucional para un
uso sencillo por el operador jurídico, también permite que el investigador pueda
criticar las deficiencias y/o retrocesos en que han incurrido los distintos colegiados
del Tribunal Constitucional a lo largo de su historia.

Desde el enfoque de la constitucionalización del Derecho, el Compendium


constitucional es el resultado de la selección, sistematización, clasificación y
sumillado de las principales reglas jurídicas fijadas a nivel constitucional en materia
civil, procesal civil, penal, procesal penal, laboral, previsional, administrativo y
tributario, y su intersección con los criterios desarrollados en materia de Derecho
Procesal Constitucional. Lo señalado permitirá al abogado conocer no solo cuál es
el contenido constitucionalmente protegido de cada derecho y las obligaciones que
tienen las diferentes entidades del Estado, sino también cómo reclamarlas ante el
Tribunal Constitucional y obtener una decisión estimatoria.

En tal sentido, en los diferentes apartados de la obra puede transitarse desde la


perspectiva constitucional por tópicos de diversa índole, como el régimen de propiedad
exclusiva y propiedad común, la medida cautelar -razonable y proporcional- de
prisión preventiva, la represión de actos lesivos homogéneos en el ámbito laboral,
la acreditación de los aportes para una pensión de jubilación minera, el debido
proceso en sede administrativa, así como el recálculo de los intereses moratorios
y el derecho al plazo razonable en procedimientos tributarios, entre muchos otros
asuntos desarrollados -no libre de criticas-por la jurisprudencia constitucional.

Por estas razones, el presente Compendium constitucional constituye un


gran aporte a la comunidad jurídica que desee acceder rápidamente a los criterios
constitucionales esbozados por el Tribunal Constitucional, así como aquellos
que deseen analizar cuánto se ha avanzado en materia de protección de derechos
fundamentales. Se trata, pues, de una mirada global en tomo a los aciertos y
desaciertos en materia de jurisprudencia constitucional en los últimos 25 años.

GACETA JURÍDICA

6
DERECHO CIVIL
CONSTITUCIONAL
INSTITUCIONES DEL DERECHO CIVIL

PRINCIPIOS DEL DERECHO CIVIL

I
FUERZA VINCULANTE DE LA CONSTITUCIÓN
EN LAS RELACIONES PRIVADAS

0001 La interpretación de la Constitución como norma suprema debe realizarse


asegurando su proyección y concretización
La Constitución es la norma jurídica suprema del Estado, tanto desde un punto de vista obje­
tivo-estructural (artículo 51), como desde el subjetivo-institucional (artículos 38 y 5). Conse­
cuentemente, es interpretable, pero no de cualquier modo, sino asegurando su proyección y
concretización, de manera tal que los derechos fundamentales por ella reconocidos sean ver­
daderas manifestaciones del principio-derecho de dignidad humana (artículo 1 de la Constitu­
ción). Exp. N° 0030-2005-AI/TC,f.j. 40, 02/02/2006.
Concordancias: art. 51 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0002 La Constitución al contener normas jurídicas es fuente de derecho y delimi­


tadora de la producción normativa jurídica
El Tribunal Constitucional ha tenido oportunidad de comprobar la importancia y utilidad del
análisis y estudio del sistema de fuentes, sobre todo a partir de los diversos procesos constitu­
cionales resueltos desde el inicio de su funcionamiento; en particular, los procesos de inconsti-
tucionalidad (...) Consiguientemente, tres son las consideraciones que debemos tener en cuenta
para abordar el tema en cuestión: la Constitución como norma jurídica, la Constitución como
fuente de Derecho y la Constitución como norma delimitadora del sistema de fuentes. (...) La
Constitución, en la medida que contiene normas jurídicas, es fuente del derecho. (...) La Cons­
titución es la norma que disciplina los procesos de producción del resto de otras normas y, por
tanto, la producción misma del orden normativo estatal. El reconocimiento de la Constitución
como norma jurídica vinculante y directamente aplicable constituye la premisa básica para que
se erija como fuente de Derecho y como fuente de fuentes. Si bien este colegiado le ha recono­
cido a la Constituciónel carácter de norma política, también ha tenido la oportunidad de enfa­
tizar, en varias oportunidades, su carácter normativo y vinculante. Exp. N° 0047-2004-AI/TC,
ff.jj. 8 al 10, 24/04/2006.
Concordancias: art. 51 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

9
Compendium constitucional

0003 La Constitución no es solo un documento político sino también una norma


con fuerza jurídica
[E]n la medida que nuestra Constitución incorpora el principio de supremacía constitucional y el
principio de fuerza normativa de la Constitución (artículo 51). Según el principio de supremacía
de la Constitución, todos los poderes constituidos están por debajo de ella; de ahí que se pueda
señalar que es lex superior y, por tanto, obliga por igual tanto a gobernantes como gobernados,
incluida la Administración Pública tal como lo ha señalado este Tribunal Constitucional en Sen­
tencia anterior (...).
En segundo lugar, se debe señalar que la Constitución no es solo documento político, sino tam­
bién norma jurídica, lo cual implica que el ordenamiento jurídico nace y se fundamenta en la
Constitución y no en la ley. En ese sentido, el principio de fuerza normativa de la Constitución
quiere decir que los operadores del Derecho y, en general, todos los llamados a aplicar el Dere­
cho -incluso la administración pública-, deben considerar a la Constitución como premisa y fun­
damento de sus decisiones (...). Exp. 0042-2004-AI/TC, f.j. 8, 13/04/2005.
Concordancias: art. 51 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

II
AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD
Y DERECHOS FUNDAMENTALES

0004 La autonomía de la voluntad es la capacidad de las personas para crear nor­


mas jurídicas con interés particular
La autonomía de la voluntad se refiere a la capacidad residual que permite a las personas regular
sus intereses y relaciones coexistenciales de conformidad con su propia voluntad. Es la expresión
de la volición, tendente a la creación de una norma jurídica con interés particular. Exp. N°047-
2004-AA/TC, f.j. 44, 24/04/2006.
Concordancias: arts. 2 inc. 14y 62 de la Constitución Política; art. 141 del Código Civil

0005 La vinculatoriedad de la Constitución se proyecta en las relaciones entre el


Estado y particulares pero también en las relaciones entre particulares
[S]obre la base de las normas constitucionales (básicamente, artículo 38 de la Constitución), y
retomando el sentido de la eficacia horizontal de los derechos fundamentales, Drittwirkung, este
colegiado ha afirmado (...), que “la vinculatoriedad de la Constitución se proyecta erga omnes,
no solo al ámbito de las relaciones entre los particulares y el Estado, sino también a aquellas
establecidas entre particulares. Ello quiere decir que la fuerza normativa de la Constitución,
su fuerza activa y pasiva, así como su fuerza regulatoria de relaciones jurídicas se proyecta
también a las establecidas entre particulares, aspecto denominado como la eficacia ínter prí­
valos o eficacia frente a terceros de los derechos fundamentales. En consecuencia, cualquier
acto proveniente de una persona natural o persona jurídica de derecho privado, que pretende

10
Derecho Civil Constitucional

conculcar o desconocerlos [...] resulta inexorablemente inconstitucional”. Exp. N° 0042-2004-


AI/TC,fj. 8, 13/04/2005.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0006 Los derechos fundamentales entendidos como valores constitucionales irra­


dian su efecto en todo el aparato estatal
[L]os derechos fundamentales que la Constitución reconoce son derechos subjetivos, pero tam­
bién constituyen manifestaciones de un orden material y objetivo de valores constitucionales en
los cuales se sustenta todo el ordenamiento jurídico. Esta última dimensión objetiva de los dere­
chos fundamentales se traduce, por un lado, en exigir que las leyes y sus actos de aplicación se
realicen conforme a los derechos fundamentales (efecto de irradiación de los derechos en todos
los sectores del ordenamiento jurídico) y, por otro, en imponer, sobre todos los organismos públi­
cos, un deber de tutelar dichos derechos. Desde luego que esta vinculación de los derechos fun­
damentales en la que se encuentran los organismos públicos, no significa que tales derechos solo
se puedan oponer a ellos, en tanto que las personas naturales o jurídicas de derecho privado se
encuentren ajenas a su respeto. Este Tribunal ha manifestado en múltiples ocasiones que, en nues­
tro sistema constitucional, los derechos fundamentales vinculan tanto al Estado como a los par­
ticulares. Exp. N° 00004-2010-PI/TC, f.j. 14, 14 de marzo del 2011.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0007 El respeto de los derechos fundamentales se garantiza de las posibles vulne­


raciones del Estado y de los particulares
En el marco de un Estado Constitucional de Derecho debe primar el respeto por los derechos fun­
damental, debiendo garantizarte estos de las posibles afectaciones, las cuales pueden provenir del
propio Estado -eficacia vertical-, así como de los particulares -eficacia horizontal—. Especial­
mente si se parte del entendimiento de la doble dimensión de afectación de los derechos funda­
mentales, tanto en su calidad de derechos subjetivos, así como parte del orden objetivo de valo­
res dentro de la sociedad. Exp. N° 01643-2014-PA/TC,f.J. 21, 14/08/2018.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. XT.P. del Código Civil

0008 La protección de los derechos fundamentales supone una afectación subjetiva


individual, pero también una afectación objetiva de valores constitucionales
En el marco del Estado constitucional, el respeto de los derechos fundamentales constituye un
imperativo que el Estado debe garantizar frente a las eventuales afectaciones que puedan prove­
nir tanto del propio Estado (eficacia vertical) como de los particulares (eficacia horizontal), más
aún cuando, a partir del doble carácter de los derechos fundamentales, su violación comporta
la afectación no solo de un derecho subjetivo individual (dimensión subjetiva), sino también del
orden objetivo de valores que la Constitución incorpora (dimensión objetiva). Exp. N° 06730-
2006-AA/TC, f.j. 9, 11/06/2018.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. XT.P. del Código Civil

11
Compendium constitucional

0009 El respeto de los derechos fundamentales tiene efecto directo en las relaciones
entre particulares por lo que su vulneración está sujeta a tutela mediante los
procesos constitucionales
Los derechos fundamentales tienen eficacia directa en las relaciones ínter privatos cuando esos
derechos subjetivos vinculan y, por tanto, deben ser respetados, en cualesquiera de las relaciones
que entre dos particulares se pueda presentar, por lo que ante la posibilidad de que estos resulten
vulnerados, el afectado puede promover su reclamación a través de cualquiera de los procesos
constitucionales de la libertad. Exp. N° 0976-2001-AA/TC, f.j. 6, 13/03/2003.
Concordancias: art. 200 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0010 La eficacia indirecta de los derechos fundamentales se materializa en la recep­


ción por la ley y la protección de los jueces en sede ordinaria
[Ljos derechos fundamentales solo tienen eficacia indirecta cuando no poseen la capacidad de
regular directamente las relaciones ínter prívalos, sino que tal eficacia se materializa mediata­
mente a través de su recepción por la ley y la protección de los jueces de la jurisdicción ordina­
ria, quienes están llamados a aplicar las leyes y reglamentos de conformidad con la Constitución
y, en especial, con el contenido constitucionalmente protegido de los derechos fundamentales.
Tal teoría de la eficacia de los derechos fundamentales matiza la incidencia de estos en el ámbito
del derecho privado, filtrándolos a través de las normas propias de cada sector del ordenamiento
(civil, laboral, etc.). Exp. N° 0976-2001-AA/TC, f.j. 7, 13/03/2003.
Concordancias: art. 139 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0011 Los jueces se encuentran obligados a garantizar los derechos fundamentales


en las relaciones entre particulares
[E]I Tribunal Constitucional ha sostenido que los derechos fundamentales no solo vinculan a
todos los poderes públicos (y, entre ellos, al juez), sino incluso a los particulares. Precisamente
en mérito a la eficacia horizontal de los derechos, este Tribunal ha llamado la atención sobre la
necesidad de que en el seno de los procesos ordinarios, los jueces deban garantizar que en las
relaciones entre privados se respeten los derechos fundamentales. De esta forma, tales derechos
no solo sirven como límites al propio juez, de manera que su violación puede comportar la nuli­
dad de las resoluciones judiciales que se expidan, sino también exigen de ellos que sean introdu­
cidos mediante los conceptos jurídicos indeterminados que se utiliza en la legislación. Como en
repetidas ocasiones se ha afirmado, los derechos fundamentales tienen eficacia vertical y hori­
zontal, de manera que, con independencia de si se trata de una pretensión destinada a la protec­
ción concreta de un derecho, los jueces tienen la obligación de respetarlos y protegerlos. Exp. N°
0266-2002-AA/TC,f.j. 2, 01/03/2005.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0012 Los procesos arbitrales cuentan con una dimensión objetiva destinada a res­
petar la supremacía normativa de la Constitución
Es justamente, la naturaleza propia de la jurisdicción arbitral y las características que la defi­
nen, las cuales permiten concluir a este Colegiado que no se trata-del ejercicio de un poder sujeto
exclusivamente al derecho privado, sino que forma parte esencial del orden público constitucional.

12
Derecho Civil Constitucional

La facultad de los árbitros para resolver un conflicto de intereses no se fundamenta en la auto­


nomía de la voluntad de las partes del conflicto, prevista en el artículo 20 inciso 24 literal a de la
Constitución, sino que tiene su origen y, en consecuencia, su límite, en el artículo 1390 de la pro­
pia Constitución. De allí que el proceso arbitral tiene una doble dimensión pues, aunque es fun­
damentalmente subjetivo ya que su fin es proteger los intereses de las partes, también tiene una
dimensión objetiva, definida por el respeto a la supremacía normativa de la Constitución, dis­
puesta por el artículo 51 de este documento; ambas dimensiones, (subjetiva y objetiva) son inter­
dependientes y es necesario modularlas en la norma legal y/o jurisprudencia. Tensión en la cual
el árbitro o tribunal arbitral aparece en primera instancia como un componedor jurisdiccional,
sujeto, en consecuencia, a la jurisprudencia constitucional de este colegiado. Exp. N° 6167-2005-
HC/TC,f.j. 11, 28/02/2006.
Concordancias: art. 139 inc. 1 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0013 Los acuerdos contractuales derivados de la autonomía privada no pueden con­


travenir los derechos fundamentales
Como lo define el artículo 1351 del Código Civil, el contrato es el acuerdo de dos o más partes
para crear, regular, modificar o extinguir una relación jurídica patrimonial. Es un acto bilateral
que emana de la manifestación de voluntad coincidente de las partes. Uno de los elementos esen­
ciales del contrato es, precisamente, la voluntad. Este elemento se sustenta en el principio de la
autonomía de la voluntad, que tiene un doble contenido: a) la libertad de contratar -consagrada
en los artículos 2, inciso 14), y 62 de la Constitución Política del Perú- llamada también libertad
de conclusión, que es la facultad de decidir cómo, cuándo y con quién se contrata; y b) la libertad
contractual, también conocida como libertad de configuración interna, que es la de determinar
el contenido del contrato. Exp. N° 2185-2002-AA/TC, ff.jj. 1, 2, 04/08/2004.
Concordancias: arts. 2 inc. 14y 62 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

0014 Los acuerdos contractuales, incluso los suscritos en ejercicio de la autonomía


privada no pueden contravenir otros derechos fundamentales
Para el Tribunal Constitucional es claro que los acuerdos contractuales, incluso los suscritos en ejer­
cicio de la autonomía privada y la libertad contractual de los individuos, no pueden contravenir otros
derechos fundamentales, puesto que, por un lado, el ejercicio de la libertad contractual no puede
considerarse como un derecho absoluto y, de otro, pues todos los derechos fundamentales, en su
conjunto constituyen, como tantas veces se ha dicho aquí, el orden material de valores en los cuales
se sustenta todo el ordenamiento jurídico peruano. Exp. N° 0858-2003-AA/TC, f.j. 22, 24/03/2004.
Concordancias: arts. 2 inc. 14 y 62 de la Constitución Política; art. 141 del Código Civil

0015 Las normas de derecho privado que contravengan derechos serán inaplicadas
en función del control abstracto
[L]as normas privadas o particulares que sean contrarias a derechos constitucionales han de ser
inaplicadas dentro del ejercicio de control de inaplicabilidad que habilita el artículo 138, segundo
párrafo, de la Constitución. Todo ello, claro está, al margen del control abstracto de dichas normas,
que habría de gestionarse en la vía correspondiente. Exp. N° 06730-2006-AA/TC, f.j. 10,11/06/2008.
Concordancias: art. 1 de la Constitución Política; art. X T.P. del Código Civil

13
Compendium constitucional

III
ABUSO DE DERECHO

0016 El abuso de derecho es uno de los límites que encuentra el derecho a la liber­
tad personal
La libertad personal es un derecho subjetivo reconocido en el inciso 24) del artículo 2 de la Cons­
titución Política del Estado, el artículo 9.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
y en el artículo 7.2 de la Convención Interamericana sobre Derecho Humanos. Al mismo tiempo
que el derecho subjetivo constituye uno de los valores fundamentales de nuestro Estado consti­
tucional de derecho, por cuanto fundamenta diversos derechos constitucionales, a la vez que jus­
tifica la propia organización constitucional.
Es importante señalar que, como todo derecho fundamental, la libertad personal no es un dere­
cho absoluto, pues su ejercicio se encuentra regulado y puede ser restringido mediante ley. Enun­
ciado constitucional, del cual se infiere que no existen derechos absolutos e irrestrictos, pues la
norma suprema no ampara el abuso del derecho. Exp. N° 02096-2004-HC/TC, f.j. 2, 27/12/2004.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0017 El abuso de derecho, al igual que otras disposiciones constitucionales, por su


grado de generalidad funciona como cláusula orientadora
Más difícil resulta todavía constatar la alegada amenaza de afectación de derechos, invocando el
cuarto párrafo del artículo 103 de la Constitución: “la Constitución no ampara el abuso del dere­
cho”, y los derechos a gozar de un ambiente equilibrado (inc. 22, art. 2), a la protección priorita­
ria del Estado (art. 23), a la irrenunciabilidad de los derechos y a una interpretación más favora­
ble (art. 26). En tales casos, se alega afectación en base a principios normativos que, si bien son
vinculantes, presentan grados de generalidad que los convierten más bien en cláusulas orienta­
doras para dotar de contenido a derechos, antes que derechos per se, capaces de ser vulnerados
o amenazados. Exp. N°5379-2005-AA/TC, f.j. 5, 12/09/2005.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0018 Los privados se encuentran obligados a no hacer abuso de su dominio frente a


los más desaventajados y deben respetar los derechos fundamentales
Ante este tipo de situaciones [en las que resulta más que evidente que determinados contenidos
insertos en ese tipo de convenios, no podrían ser aceptados en términos normales de un sujeto
libre e igual, a no ser que la imposición por uno de ellos sea aceptada por razones de necesidad
por el sujeto social más débil], la cuestión a plantear es: o se hace abstracción de aquella situa­
ción que presenta la realidad, so pretexto de garantizarse el modo como se ha venido entendiendo
el tráfico entre privados, con el resultado de aceptar que los derechos fundamentales pueden ser
(y de hecho son) vulnerados por los grupos sociales con dominium, o se afirma que ni siquiera
garantizándose el modo como se ha venido entendiendo el tráfico entre privados, es posible con­
sentir que, en esas relaciones, los derechos fundamentales se desconozcan.
La respuesta de un Tribunal comprometido con la defensa de los derechos fundamentales no
puede ser otra que afirmar que los derechos también vinculan a los privados, de modo que,

14
Derecho Civil Constitucional

en las relaciones que entre ellos se puedan establecer, estos están en el deber de no descono­
cerlos. Por cierto, no se trata de una afirmación voluntarista de este Tribunal, sino de una exi­
gencia que se deriva de la propia norma suprema, en cuyo artículo 103, enfáticamente, señala
que constitucionalmente es inadmisible el abuso del derecho. Exp. N° 0858-2003-AA/TC,
f.j. 22, 24/03/2004.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0019 El abuso de derecho puede configurarse en el ejercicio de la defensa legal


cuando los abogados hagan un uso arbitrario de los medios procesales
Esta (la defensa jurídica), por principio, no amerita una utilización arbitraria de los medios pro­
cesales que el sistema jurídico provee, sino más bien comporta la necesidad de patrocinar con­
venientemente a los defendidos.
Así, no es posible que los miembros de un estudio jurídico primero manifiesten a sus clientes
que pueden realizar un acto porque no lo asumen como delito, cuando sí lo es; luego defender­
los en el proceso penal que se investiga por la comisión de tal acto; y, posteriormente, conducir­
los hasta un proceso constitucional como modo de infundir esperanzas -muchas veces infunda­
das- a quienes confiaron en ellos.
La norma fundamental es muy clara cuando prescribe, en su artículo 103, que no se puede ampa­
rar el abuso del derecho. La actuación inapropiada de un abogado defensor, más que beneficiar
a sus defendidos, puede terminar impidiéndoles un adecuado patrocinio y protección jurídica,
cuestión que, indudablemente, merece ser evaluada a la luz de la deontología forense en el país.
Exp. N° 6712-2005-HC/TCJ.j. 66,17/10/2005.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0020 En la jurisdicción ordinaria y excepcional se encuentra proscrito el abuso del


derecho
[E]l último párrafo del artículo 103 de la Constitución establece que esta no ampara el abuso
del derecho, por lo que el ejercicio de poder jurisdiccional ordinario, y con mayor razón el
excepcional, será legítimo si es ejercido en salvaguarda del cumplimiento de los preceptos y
principios constitucionales, conforme a la interpretación que resulte de los mismos y de las
resoluciones dictadas por este Tribunal (artículo VI in fine del Título Preliminar del Código
Procesal Constitucional), el cumplimiento de las sentencias que constituyan precedente vin­
culante (artículo VII del Código Procesal Constitucional) y el respeto al derecho a la tutela
procesal efectiva (artículo 4 del Código Procesal Constitucional). Exp. N° 06167-2005-PHC/TC,
f.j. 22, 28/02/2006.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0021 La negación de retiro de dinero por falta de constancia de sufragio en el DNI


constituye un abuso de derecho
[El] Tribunal considera que ha existido arbitrariedad del emplazado al no haber permitido el retiro
del dinero depositado a favor del recurrente, toda vez que si bien no contaba su Documento Nacio­
nal de Identidad (DNI) con la constancia de sufragio respectiva o la correspondiente dispensa,
quedaba a salvo el valor identificatorio de dicho documento, de conformidad con los artículos 26

15
Compendium constitucional

y 29 de la Ley N° 26497. El DNI constituye la única cédula de identidad personal para todos los
actos civiles, comerciales, administrativos, judiciales y, en general, para todas aquellos casos en
que por mandato legal deba ser presentado; más aún cuando por Resolución N° 158-2001-JNE,
de fecha 15 de febrero de 2001, el Jurado Nacional de Elecciones declaró que los documentos
de identidad para los actos mencionados no requieren de las constancias y hologramas respecti­
vos de sufragio, tampoco de dispensa por omisión a la votación e instalación de mesas de sufra­
gio ni de pago de la multa por omisión a la votación. En consecuencia, el abuso de derecho que
implica la negativa del banco demandado de pagar los referidos certificados de depósito judi­
cial, ha vulnerado los derechos constitucionales del demandante, consagrados en el artículo 70
y el último párrafo del artículo 103 de la Constitución Política vigente. Exp. N° 0999-200I-AA/
TC.ff.jj. 3 y 4, 22/08/2002.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0022 El abuso del derecho es uno de los principios que conforman el derrotero jurí­
dico de la defensa de los consumidores y usuarios
El artículo 65 de la Constitución prescribe la defensa de los consumidores y usuarios, a través de
un derrotero jurídico binario; a saber:
a) Establece un principio rector para la actuación del Estado.
b) Consigna un derecho personal y subjetivo (...).
En el segundo ámbito, el artículo 65 de la Constitución reconoce la facultad de acción defensiva
de los consumidores y usuarios en los casos de transgresión o desconocimiento de sus legítimos
intereses; es decir, reconoce y apoya el atributo de exigir al Estado una actuación determinada
cuando se produzca alguna forma de amenaza o afectación efectiva de los derechos del consumi­
dor o del usuario, incluyendo la capacidad de acción contra el propio proveedor.
Este colegiado estima que el derrotero jurídico binario establecido en el artículo 65 de la Cons­
titución se sustenta en una pluralidad de principios, entre los cuales cabe mencionar los siguien­
tes: (...) b) El principio de proscripción del abuso de derecho: Dicho postulado o proposición plan­
tea que el Estado combata toda forma de actividad comercial derivada de prácticas y modalida­
des contractuales perversas que afectan el legítimo interés de los consumidores y usuarios. Exp.
N° 3315-2004-AA/TC,f.j. 9. 17/01/2005.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

0023 El abuso de derecho no se configura en el ejercicio de la función legislativa del


Congreso de la República
El atributo del Congreso de la República de dictar leyes no puede ser considerado como el ejer­
cicio de un derecho subjetivo, pues más bien, se trata de una facultad constitucional consagrada
en el inciso 1) del artículo 102 de la Constitución, conforme al cual: “son atribuciones del Con­
greso: 1. Dar leyes y resoluciones legislativas, así como interpretar, modificar o derogar las exis­
tentes”. Se trata del ejercicio soberano de una función legislativa otorgada al Congreso, de carác­
ter constitucional. Exp. N° 00008-2008-PI/TC, f.j. 86, 22/04/2009.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. II T.P. del Código Civil

16
Derecho Civil Constitucional

IV
APLICACIÓN DE LA LEY EN EL TIEMPO

0024 Aplicación inmediata de la norma


El tema de la aplicación de las normas jurídicas en el tiempo es un asunto que ha sido abordado
expresamente por el legislador constituyente. Al respecto, el artículo 109 de la Constitución esta­
blece que: “la ley es obligatoria desde el día siguiente de su publicación en el Diario Oficial El
Peruano, salvo disposición contraria de la misma ley que posterga su vigencia en todo o en parte”.
Esta regla se complementa con la incorporada en el artículo 103 de la Constitución. Dicha dis­
posición establecía originalmente que: ninguna ley tiene fuerza ni efectos retroactivos, salvo
en materia penal, cuando favorece al reo. Exp. N° 00004-2019-PI/TC, ff.jj. 14 y 15, 02/10/2020.
Concordancias: arts. 103 y 109 de la Constitución Política; art. III T.P. del Código Civil; arts. II T.P.,
6 a 9 del Código Penal

0025 Teoría de los hechos cumplidos y derechos adquiridos


De lo expuesto, surge que, en principio, las normas rigen a partir del momento de su entrada en
vigor y carecen de efectos retroactivos. Si bien esta regla resultaba bastante clara, es innegable
que al momento de su aplicación se generaban ciertos conflictos; por ejemplo, cuando una nueva
norma entra a regular una relación o situación jurídica que no se ha agotado, pero que comenzó
a desarrollarse conforme a pautas distintas antes de que entre en vigencia.
Es decir, se presentaba una situación en la que se debía determinar si la relación o situación jurí­
dica se regía por la norma vigente cuando comenzó a desarrollarse o si, por el contrario, debe
aplicarse aquella norma que acaba de entrar en vigencia y modifica el statu quo. A fin de resol­
ver este problema, se habían desarrollado dos posibles soluciones radicalmente diferentes a par­
tir de lo que se denominara como teoría de los hechos cumplidos o, en sentido contrario, teoría
de los derechos adquiridos.
A fin de resolver esta controversia latente se aprobó la Ley de Reforma de la Constitución N°
28389 y, a partir de ese momento, el artículo 103 de la norma fundamental pasó a establecer que:
“(...) la ley, desde su entrada en vigencia, se aplica a las consecuencias de las relaciones y situa­
ciones jurídicas existentes y no tiene fuerza ni efectos retroactivos: salvo, en ambos supuestos,
en materia penal cuando favorece al reo”.
El constituyente al introducir esta regla opta por la teoría de los hechos cumplidos fijando el deber
de aplicar las normas a todos los supuestos que no se hubiesen concluido con la norma anterior
salvo en materia penal cuando favorece al reo.
Como se puede apreciar, la norma que se incorpora al sistema no incide sobre las relaciones o
situaciones jurídicas propiamente dichas, sino respecto de las consecuencias que al momento de
su entrada en vigencia se están produciendo y excluye expresamente aquellas que se agotaron
en el pasado.
La prohibición de la aplicación retroactiva explicitada en el artículo 103 glosado supone un límite
claro que impide extender los efectos del nuevo régimen a las consecuencias de las relaciones

17
Compendium constitucional

y situaciones jurídicas que se hubiesen agotado antes de la entrada en vigor de la nueva norma.
Exp. N°00004-2019-AI/TC,ffijj. 17, 18, 19, 20 y 21, 02/10/2020
Concordancias: arts. 103 y 109 de la Constitución Política; art. III T.P. del Código Civil; arts. II T.P.,
6 a 9 del Código Penal

0026 Ámbitos excepcionales de la no aplicación inmediata de la norma


En conclusión, existen dos ámbitos en los que no se aplica la norma que se incorpora al
ordenamiento:
1. El de las consecuencias de las relaciones o situaciones jurídicas extinguidas al amparo de la
norma anterior; y,
2. El de los casos en que la norma penal anterior resulte más favorable para el reo. Exp. N°
00004-2019-AI/TC,f.j. 23, 02/10/2020
Concordancias: arts. 103 y 109 de la Constitución Política; art. III T.P. del Código Civil; arts. IIT.P.,
6 a 9 del Código Penal

0027 Principio de retroactividad benigna implica la aplicación de una norma pro­


mulgada posteriormente a la comisión del hecho delictivo
El principio de retroactividad benigna propugna la aplicación de una norma jurídica penal pos­
terior a la comisión del hecho delictivo a condición de que dicha norma contenga disposiciones
más favorables al reo. Ello, sin duda, constituye una excepción al principio de irretroactividad de
la aplicación de la ley y se sustenta en razones político-criminales, en la medida en que el Estado
no tiene interés (o no en la misma intensidad) en sancionar un comportamiento que ya no consti­
tuye delito (o cuya pena ha sido disminuida) y, primordialmente, en virtud del principio de huma­
nidad de las penas, el mismo que se fundamenta en la dignidad de la persona humana. Exp. N°
04896-2014-PHC/TC, f.j. 8, 15/12/2017.
Concordancias: arts. 103 y 109 de la Constitución Política; art. III T.P. del Código Civil; arts. II T.P.,
6 a 9 del Código Penal

V
APLICACIÓN ANALÓGICA DE LA LEY

0028 La analogía como mecanismo de interpretación del ordenamiento jurídico


peruano
La analogía como integración normativa está proscrita en el Derecho Penal por mandato consti­
tucional (artículo 139, inciso 9 de la Constitución). En cambio, sí se reconoce la legitimidad del
razonamiento analógico en la interpretación (...).
Las cláusulas de interpretación analógica no vulneran el principio de lex certa cuando el legis­
lador establece supuestos ejemplificativos que puedan servir de parámetros a los que el intér­
prete debe referir otros supuestos análogos, pero no expresos (...). Exp. N° 00010-2002-PI/TC,
f.j. 71, 04/01/2003.

18
Derecho Civil Constitucional

Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. IV T.P. del Código Civil; art. IH T.P. del
Código Penal

0029 Prohibición de la analogía en la subsunción del hecho en el tipo penal


El principio de legalidad penal garantiza: a) la prohibición de la aplicación retroactiva de la ley
penal (lex praevia)-, b) la prohibición de la analogía (lex stricta)-, c) la prohibición de cláusulas
legales indeterminadas (lex certa)-, y d) la prohibición de aplicación de otro derecho que no sea
el escrito (lex scripta).
Conforme a la exigencia de lex praevia, el principio de legalidad penal prohíbe la aplicación
retroactiva de la ley penal, salvo, claro está, cuando beneficie al reo. Así lo establece el artículo
103 de la Constitución, según el cual: “(...) ninguna ley tiene fuerza ni efecto retroactivos, salvo
en materia penal, cuando favorece al reo
Conforme a la exigencia de ley stricta, el principio de legalidad penal prohíbe el uso de la ana­
logía. Así lo establece el artículo 139 inciso 3 de la Constitución, según el cual: “el principio de
inaplicabilidad por analogía de la ley penal y de las normas que restrinjan derechos”.
En cuanto a la exigencia de lex certa, (...) que el principio de legalidad penal exige no solo que
por ley se establezcan los delitos, sino también que las conductas prohibidas estén claramente
delimitadas en la ley. Exp. N° 00012-2006-PI/TC,ff.jj. 22, 23, 24y 25, 08/01/2007.
Concordancias: art. 103 de la Constitución Política; art. IV T.P. del Código Civil; art. III T.P. del
Código Penal

VI
ORDEN PÚBLICO
Y BUENAS COSTUMBRES

0030 El orden público es el conjunto de valores, principios y pautas de comporta­


miento político, económico y cultural cuyo propósito es el adecuado desenvol­
vimiento de la vida coexistencia!
El orden público es el conjunto de valores, principios y pautas de comportamiento político, econó­
mico y cultural en sentido lato, cuyo propósito es la conservación y adecuado desenvolvimiento
de la vida coexistencia!. En tal sentido, consolida la pluralidad de creencias, intereses y prácticas
comunitarias orientadas hacia un mismo fin: la realización social de los miembros de un Estado.
El orden público alude a lo básico y fundamental para la vida en comunidad, razón por la cual se
constituye en el basamento para la organización y estructuración de la sociedad. Exp. N° 3283-
2003-AA/TC, f.j. 28, 16/06/2004.
Concordancias: art. 2 inc. 14 de la Constitución Política; art. V T.P. del Código Civil

0031 El Estado puede imponer medidas restrictivas a fin de garantizar la paz y el


orden público
[E]l Estado puede establecer medidas limitativas o restrictivas de la libertad de los ciudadanos
con el objeto que, en el caso específico de la defensa de valores como la paz o de principios como

19
Compendium constitucional

la seguridad, se evite la consumación de actos que puedan producir perturbaciones o conflic­


tos. De allí que en resguardo del denominado orden material -elemento conformante del orden
público- el Estado procure la verificación de conductas que coadyuven al sostenimiento de la
tranquilidad pública, el sosiego ciudadano, etc. Exp. N° 3283-2003-AA/TC, f.j. 29,16/06/2004.
Concordancias: art. 2 inc. 14 de la Constitución Política; art. V T.P. del Código Civil

0032 El orden interno consiste en aquella situación de normalidad ciudadana que


se acredita y mantiene dentro de un Estado
La noción de orden interno es concurrente, complementaria y subsidiaria tanto del orden público
como de la defensa nacional. Consiste en aquella situación de normalidad ciudadana que se acre­
dita y mantiene dentro de un Estado, cuando se desarrollan las diversas actividades individuales
y colectivas sin que se produzcan perturbaciones o conflictos.
Tal concepto hace referencia a la situación de tranquilidad, sosiego y paz dentro del territorio
nacional, la cual debe ser asegurada y preservada por el órgano administrador del Estado para
que se cumpla o materialice el orden público y se afirme la Defensa Nacional.
El artículo 169, infine, de la Constitución es claro cuando señala que esa subordinación es respecto
al “poder constitucional” que, en este contexto, quiere indicar sometimiento al “orden público
constitucional” representado por la Constitución Política del Perú y el sistema material de valo­
res que consagra. Exp. N° 00017-2003-PI/TC, JfiJj. 4, 5, 24 y 50, 23/08/2004.
Concordancias: art. 2 inc. 14 y 103 de la Constitución Política; art. VT.P. del Código Civil

0033 Los gobiernos municipales poseen competencias para autorizar el funciona­


miento de determinadas operaciones que garanticen el cumplimiento de la ley,
buenas costumbres y derechos de los ciudadanos
Es inobjetable que los gobiernos municipales gozan de determinadas competencias por la mate­
ria relacionadas a los establecimientos comerciales, sobre todo en lo vinculado a la autorización
de funcionamiento y control de sus operaciones, de modo que se garantice el cumplimiento de
las normas legales, el orden público, las buenas costumbres y el respeto a los derechos de los ciu­
dadanos. Exp. N° 3283-2003-AA/TC, f.j. 12, 16/04/2004.
Concordancias: art. V T.P. del Código Civil

VII
INTERÉS PARA OBRAR

0034 Legitimidad para obrar es la posición habilitante en la que se encuentra una


persona para poder plantear determinada pretensión en un proceso
Para recurrir al órgano jurisdiccional, se ha establecido algunos requisitos que debe contener la
demanda, esto es, que la persona que se sienta afectada por la vulneración o amenaza de vulnera­
ción de un derecho, en el caso de acudir ante el órgano jurisdiccional para alcanzar la protección

20
Derecho Civil Constitucional

de este, a través del juez, deberá satisfacer los presupuestos procesales de forma, y los presupues­
tos procesales de fondo o materiales.
Los presupuestos procesales son: “las condiciones que deben existir a fin de que pueda tenerse
un pronunciamiento cualquiera, favorable o desfavorable, sobre la demanda, esto es, a fin de que
se concrete el poder-deber del juez de proveer sobre el mérito”.
Los presupuestos procesales de forma son: la demanda en forma, juez competente y capacidad
de las partes. En cambio, los presupuestos procesales de fondo son: el interés para obrar, la legi­
timidad para obrar y la posibilidad jurídica.
Estos presupuestos en el Proceso Civil peruano son requisitos de admisibilidad de la demanda,
de ahí el nombre de Presupuestos Procesales, puesto que sin ellos no se iniciaría proceso, por lo
que la legitimidad para obrar constituye una condición esencial para iniciar el proceso.
Cuando se plantea lo que es la legitimidad para obrar se alude específicamente a la capacidad
legal que tenga un demandante para interponer su acción y plantear su pretensión a efectos de
que el juez analice y verifique tal condición para admitir la demanda.
Que la legitimidad para obrar es la posición habilitante en la que se encuentra una persona para
poder plantear determinada pretensión en un proceso. En este caso, la posición habilitante para
poder plantear una pretensión en un proceso se le otorga a quien afirma ser parte en la relación
jurídica sustantiva que da origen al conflicto de intereses.
En ese sentido, tendrá legitimidad para obrar, en principio, quien en un proceso afirme ser titu­
lar del derecho que se discute. En el caso de la Acción de Amparo, tienen interés subjetivo, legí­
timo y directo las personas físicas o jurídicas debidamente representadas, cuyos derechos están
contemplados en los incisos correspondientes del artículo 2 de la Constitución Política del Perú.
Exp. N° 03610-2008-PA/TC,ffjj. 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9, 13/11/2008.
Concordancias: art. VI T.P. del Código Civil; art. IV T.P. del Código Procesal Civil

21
PERSONAS NATURALES

I
CONCEBIDO

1. Derecho a la vida

0035 El derecho a la vida es el centro de todos los valores


El derecho a la vida resulta ser de primerísimo orden e importancia, y se halla protegido inclu­
sive a través de tratados sobre derechos humanos que obligan al Perú. Como es de verse, el
derecho a la vida es el primer derecho de la persona humana reconocido por la Ley Fundamen­
tal; es, a decir de Enrique Bernales Ballesteros, el centro de todos los valores y el supuesto
básico de la existencia de un orden mínimo en la sociedad. Exp. N° 04687-2006-PA/TC, f.j. 45,
18 de abril de 2007.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0036 El derecho a la vida se encuentra consagrado en diversos instrumentos


internacionales
El derecho a la vida, inherente a toda persona humana, ha sido consagrado también por documen­
tos internacionales relacionados con 1 derechos humanos, de los que el Perú forma parte y que
los vinculan especialmente en virtud de lo dispuesto por la Disposición Final Cuarta de la Cons­
titución, (...) Así, por la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (artículo
I): “todo ser humano tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”; por
la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 3): “todo individuo tiene derecho a la
vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”; y por el acto Internacional de Derechos Civi­
les y Políticos (artículo 6): “el derecho a la vida es inherente a la persona humana. Este derecho
estará protegido por la ley. Nadie podrá ser privado de la vida arbitrariamente”. Igualmente la
Convención Americana sobre Derechos Humanos -Pacto de San José de Costa Rica- dispone en
su artículo 4.1 inciso 1), que: “toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho
está protegido por la ley, y, en general, a partir del momento de la concepción puede ser privado
de la vida arbitrariamente”. Exp. N°2005-2009-PA/TC, ff.jj. 11 y 12,16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0037 El derecho a la vida es el primero de los derechos fundamentales


El derecho a la vida es el primero de los derechos fundamentales, ya que sin este no es posible la
existencia de los demás derechos. No solo es un derecho fundamental reconocido, sino un valor
superior del ordenamiento jurídico. Exp. N° 06057-2007-PHC/TC,f.j. 6,19/12/2007.
Concordancias: art. 2 inc. I de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

22
Derecho Civil Constitucional

0038 El derecho a la vida es el primer derecho fundamental, sin el cual no es posi­


ble la existencia de los demás derechos
El Tribunal Constitucional, respecto al derecho a la vida y a la integridad personal en la senten­
cia emitida en el Expediente N° 06057-2007-PHC/TC, ha considerado que el derecho a la vida
es el primero de los derechos fundamentales, ya que sin este no es posible la existencia de los
demás derechos. No solo es un derecho fundamental reconocido, sino un valor superior del orde­
namiento jurídico. Y el derecho a la integridad personal se encuentra vinculado con la dignidad
de la persona, con los derechos a la vida, a la salud y a la seguridad personal. Tiene implicación
con el derecho a la salud en la medida en que este último tiene como objeto el normal desenvol­
vimiento de las funciones biológicas y psicológicas del ser humano; deviniendo así en una con­
dición indispensable para el desarrollo existencial y en un medio fundamental para alcanzar el
bienestar individual y colectivo. Exp. N° 00230-2017-PHC/TC, f.j. 19, 06/08/2019.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0039 La Constitución reconoce implícitamente valores superiores como la vida en


tanto esta es el presupuesto básico para el ejercicio de otros derechos
[S]i bien nuestra Constitución no incorpora expresamente una disposición constitucional que haga
alusión a los valores superiores, ello no quiere decir, en modo alguno, que nuestra Constitución
de 1993 no los consagre o carezca de ellos. Esto es así en la medida que los valores que funda­
mentan el orden social y jurídico pueden deducirse implícitamente de dicho orden o venir expre­
sados precisamente en una norma legal, o incluso en una norma constitucional (...).
El artículo 2, inciso 1 de la Constitución consagra el derecho fundamental a la vida y al bienestar de
la persona humana. A partir de una interpretación sistemática de estas disposiciones constituciona­
les, debe precisarse que la Constitución no protege el derecho a la vida de las personas bajo cualquier
circunstancia o condición, sino que garantiza a ellas el derecho a la vida con dignidad; para ello,
el Estado debe promover las condiciones materiales mínimas a fin de que las personas tengan una
vida digna que permita la realización de su bienestar. Exp. N°0050-2004-AI/TC, f.j. 106, 03/06/2005.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0040 El derecho a la vida y su proyección constituye el presupuesto ontológico para


el goce de los demás derechos

El cumplimiento de este valor supremo supone la vigencia irrestricta del derecho a la vida, pues
este derecho constituye su proyección; resulta el de mayor connotación y se erige en el presupuesto
ontológico para el goce de los demás derechos, ya que el ejercicio de cualquier derecho, prerroga­
tiva, facultad o poder no tiene sentido o deviene inútil ante la inexistencia de vida física de un titu­
lar al cual puedan serle reconocidos tales derechos. Exp. N°2005-2009-PA/TC,f.j. 9,16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0041 El derecho a la vida no es absoluto por lo que el legislador puede cambiar su


contenido siempre que respete su contenido fundamental
Los derechos fundamentales, incluso el derecho a la pensión, no tienen la calidad de absolutos,
más aún si en nuestro constitucionalismo histórico el derecho a la vida, a la propiedad, a la liber­
tad, entre otros, tampoco los tuvieron. Por lo tanto, no obstante lo mencionado en el artículo 32 in

23
Compendium constitucional

fine de la Constitución, el legislador es competente para variar el contenido de los derechos fun­
damentales, siempre y cuando se respete las condiciones generales consagradas en la Constitu­
ción y no se quebrante su contenido fundamental. Exp. N° 0050-2004-AI/TC, f.j. 38, 03/06/2005.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0042 El derecho a la vida tiene una doble dimensión: una de defensa y una de
protección
En este mismo sentido, el derecho a la vida cuenta con una dimensión de defensa y una de pres­
tación. A través de la primera se exige que el Estado no intervenga o restrinja arbitrariamente
este derecho fundamental, en lo que puede entenderse como una obligación de no hacer, que es
de carácter negativo. Sin embargo, también se desprende del contenido de este derecho el deber
a cargo del Estado de adoptar todas aquellas disposiciones necesarias para poder resguardarla,
lo cual es conocido, también, como una obligación de faz positiva, que genera deberes de hacer.
Exp. N° 05641-2015-PHC/TC, f.j. 4.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0043 La garantía del derecho a la vida no se agota en la existencia físico-biológica,


requiere acciones positivas del Estado que aseguren una vida digna
Dado que el derecho a la vida no se agota en el derecho a la existencia físico-biológica, a nivel
doctrinario y en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional lo encontramos definido también
desde una perspectiva material. Así, se ha dicho que: “actualmente, la noción de Estado social y
democrático de Derecho concreta los postulados que tienden a asegurar el mínimo de posibilida­
des que toman digna la vida. La vida, entonces, ya no puede entenderse tan solo como un límite
al ejercicio del poder, sino fundamentalmente como un objetivo que guía la actuación positiva
del Estado, el cual ahora se compromete a cumplir el encargo social de garantizar, entre otros, el
derecho a la vida y a la seguridad”. Exp. N°2005-2009-PA/TC,f.j. 10,16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0044 El derecho a la vida tiene una relación estrecha con la dignidad humana
El derecho a la vida reconocido en el artículo 2, inciso 1 de la Constitución, tiene tanto una dimen­
sión existencial como una dimensión material a través de la cual se constituye como una oportunidad
para realizar el proyecto vivencial al que una persona se adscribe. Y es que el derecho a la vida no se
agota en la existencia sino que la trasciende, proyectándose transitivamente en un sentido finalista.
La dimensión material del derecho a la vida guarda especial conexión con la dignidad humana
como base del sistema material de valores de nuestro sistema jurídico. Exp. N° 00489-2006-PHC/
TC, ff.jj. 13 y 14, 25/01/2007.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0Q45 La persona privada de libertad es un ser humano antes que un objeto de ven­
ganza por lo que la pena de muerte es incompatible con el derecho a la vida
En un sistema constitucional donde la persona es lo fundamental y la dignidad es un principio
incuestionable, el penado siempre será un ser humano con oportunidades, antes que un objeto de

24
Derecho Civil Constitucional

venganza, burla o absoluta indiferencia. Dentro de esta misma lógica, si se habla de la supresión
de la vida como una forma de pena, ello será, en no poca medida, incongruente, desde que los
objetivos de la pena son totalmente incompatibles con la muerte. La cercenación de la vida eli­
mina cualquier posibilidad ulterior de reencuentro del individuo con sus valores y, lejos de ello,
solo es una muestra de que el castigo, cuando no la venganza institucionalizada, pretende ante­
ponerse como amenaza latente que rompe o burla los esquemas de una verdadera humanidad.
Exp. N° 00489-2006-PHC/TC, f.j. 15, 25/01/2007.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0046 El derecho a la vida se relaciona con el derecho a la libertad y la seguridad


personal, siendo los tres fundamentos de los demás derechos
Los derechos a la vida, a la libertad y a la seguridad personal, constituyen el sustento y funda­
mento de todos los derechos humanos; portal razón, su vigencia debe respetarse irrestrictamente,
sin que sea moralmente aceptable estipular excepciones o justificar su condicionamiento o limita­
ción. El respeto de ellos y de las garantías para su libre y pleno ejercicio, es una responsabilidad
que compete al Estado. En el caso que en el sistema jurídico no se tenga norma explícita que los
garantice, se debe adoptar, con arreglo a los procedimientos constitucionales y a las disposicio­
nes de la Convención Americana, las medidas legislativas o de otro carácter que sean necesarias
para hacerlos efectivos. Exp. N° 2488-2005-HC/TC, f.j. 10, 18/03/2004.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

2. Inicio de la vida y protección del concebido

0047 En el campo científico existen diversas teorías que explican el inicio de la vida,
resaltando la teoría de la fecundación y la teoría de la anidación
Desde el punto de vista de la ciencia médica existen diversas teorías que pretenden identificar el
momento en el que la vida humana empieza. Hay quienes consideran que la vida humana surge
desde el instante en que se inicia la actividad cerebral (aproximadamente la sexta semana contada
desde la fecundación), pues resulta lógico que si la persona llega a su fin con el estado irreversi­
ble de las funciones cerebrales, de la misma manera la actividad cerebral daría inicio a la vida.
Sin embargo, las más importantes -considerando el número de seguidores y que justamente han
sido ampliamente debatidas a partir del caso en cuestión- se encuentran en la llamada teoría de
la fecundación, basada principalmente en la existencia, ya en esta instancia, de una nueva indi­
vidualidad genética; y la teoría de la anidación, fundamentada en la viabilidad del embrión y la
certeza del embarazo. Exp. N° 2005-2009-PA/TC, f.j. 14, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0048 La teoría de la fecundación considera que el inicio de la vida se da en la


concepción
[S]e basa, en principio, en que la concepción y por ende el inicio del proceso vital se origina
en la fecundación. Sin embargo, la fecundación es un proceso que dura algunas horas, y se ini­
cia con la penetración del espermatozoide en el óvulo, y concluye luego con la interacción bio­
química con la formación del cigoto que es la célula que resulta de la fusión de los pronúcleos
masculino y femenino. De los que se adscriben a la teoría de la fecundación, hay sectores que
consideran que desde el inicio del proceso fecundatorio ya nos encontramos ante la concepción

25
Compendium constitucional

pues una vez que el óvulo ha sido fecundado por el espermatozoide, se ha dado inicio a un pro­
ceso vital irreversible. Frente a ellos, se encuentran quienes consideran que, aun cuando la con­
cepción se produce en la fecundación, esta se da recién en el momento de la fusión de los pro­
núcleos masculino y femenino (singamia), conjugándose los 23 cromosomas paternos con los
23 cromosomas maternos, surgiendo el cigoto como realidad nueva, diferenciado de la madre
y del padre, y con autonomía genética para presidir su propio desarrollo; desarrollo que acaba
con la muerte y que durante todo su proceso ni la madre ni ningún otro agente externo le agre­
gan nada a su configuración genética e individualidad ya establecida. Exp. N° 2005-2009-PA/
TC, f.j. 14, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0049 La teoría de la anidación considera que el inicio de la vida se da cuando el


cigoto se inserta en el útero materno
[C]onsidera en principio que el inicio del ser humano solo es posible afirmarlo a partir de la ani­
dación del óvulo fecundado (cigoto) en la parte interior de útero materno. La anidación no es un
acto instantáneo, sino que también es un proceso que comienza aproximadamente al sétimo día
de la fecundación, cuando el cigoto ya transformado en blastocisto empieza adherirse al endo-
metrio y con la hormona llamada gonadatrofina criónica humana (HCG) secletada por el blasto­
cisto a través de la sangre, el cuerpo materno advierte que se está desarrollando un nuevo indi­
viduo, actuando entonces para impedir la ovulación. El proceso de la anidación dura aproxima-
( miente 7 días una vez iniciado y 14 desde la fecundación. Según esta teoría allí recién se da la
oncepción, cuyo producto -el concebido- sería el embrión que ha iniciado su gestación en el
. mo materno. Solo a partir de allí habría certeza del embarazo de la madre. Exp. N° 2005-2009-
P '/TC, f.j. 14, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0050 La condición y protección del concebido como sujeto de derecho se encuentra


en diversas normas peruanas de carácter infraconstitucional
El Código Civil de 1984, en su artículo 1 declara que: “la persona humana es sujeto de derecho
desde su nacimiento”, agregando que: “la vida humana comienza con la concepción”, y que “el
concebido es sujeto de derecho para todo cuanto le favorece”. Por su parte, el Decreto Legisla­
tivo N° 346 - Ley de Política Nacional de Población, establece en el artículo IV inciso I del Título
Preliminar que: “la política nacional garantiza los derechos de la persona humana: a la vida” y
que: “el concebido es sujeto de derecho desde la concepción”; la Ley N° 26842 - Ley General de
Salud, cuyo título Preliminar, artículo III, estipula que: “toda persona tiene derecho a la protec­
ción de su salud en los términos y condiciones que establezca la ley”, así como que “el concebido
es sujeto de derecho en el campo de la salud”. El Código Sanitario aprobado en marzo de 1969
mediante Decreto Ley N° 17505, establecía en su artículo 1 que: “con la concepción comienza
la vida humana y el derecho a la salud. El cuidado de la salud durante la gestión comprende a la
madre y al concebido”; agregaba también (artículo 31) que: “al niño desde la concepción hasta la
adolescencia le corresponde un esmerado cuidado de la salud (...)”; de otro lado, en el artículo
113 estipulaba que: “las acciones de salud comprenden al hombre desde la concepción hasta la
muerte y deben ejercitarse en todas las etapas de conforman su ciclo vital”. Exp. N° 2005-2009-
PA/TC,fj. 18, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

26
Derecho Civil Constitucional

0051 La principal doctrina civilista peruana adopta la teoría de la fecundación;


mientras que la principal doctrina penalista, la teoría de la anidación
En el campo normativo se reconoce constantemente al concebido como sujeto de derecho; sin
embargo, dicho estado no es definido normativamente. En ese sentido, en el marco doctrinario
hay dos corrientes principales que han definido este particular: En primer lugar, aquella postura
que considera el inicio de la concepción en la fusión de los pronúcleos y la formación del cigoto,
ente ellos reconocidos juristas en materia civil, tales como Rubio Correa, Varsi Rospigliosi y
Fernández Sessarego.
En cuanto a la segunda postura, es aquella que ubica el inicio de la concepción en la anidación
del óvulo fecundado por el espermatozoide en el útero de la persona gestante. Los juristas defen­
sores de esta concepción son destacadas en el ámbito penal, tales como Bramont-Arias Torres,
Peña Cabrera, ente otros. Exp. N° 2005-2009-PA/TC, f.j. 23, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0052 El Tribunal Constitucional se adhiere a la teoría de la fecundación pues con­


sidera que la anidación es solo el desarrollo del proceso vital
[E]ste colegiado se decanta por considerar que la concepción de un nuevo ser humano se pro­
duce con la fusión de las células materna y paterna con lo cual se da origen a una nueva célula
que, de acuerdo al estado actual de la ciencia, constituye el inicio de la vida de un nuevo ser. Un
ser único e irrepetible, con su configuración e individualidad genética completa y que podrá, de
no interrumpirse su proceso vital, seguir su curso hacia su vida independiente. La anidación o
implantación, en consecuencia, forma parte del desarrollo del proceso vital, mas no constituye
su inicio. Por lo demás, aun cuando hay un vínculo inescindible entre concebido-madre y con­
cepción-embarazo, se trata de individuos y situaciones diferentes, respectivamente; pues es la
concepción la que condiciona el embarazo y no el embarazo a la concepción, y es el concebido el
que origina la condición de mujer embarazada, y no la mujer embarazada la que origina la con­
dición de concebido. Exp. N° 2005-2009-PA/TC, f.j. 38, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

3. Anticonceptivo oral de emergencia (AOE)

0053 En las indicaciones de los productos para la AOE se señala un posible “tercer
efecto” referido a la interferencia en la anidación
Conforme se desprende de la glosa aparecida en el inserto de los cinco productos mostrados y
autorizados en nuestro país como Anticonceptivos Orales de Emergencia, en todos los casos se
hace referencia al denominado “tercer efecto”, esto es expresamente refieren, según el caso, que
además de inhibir la ovulación o espesar el moco cervical, previenen, interfieren o impiden la
implantación (...) Como se desprende de esta normativa, los insertos incluidos en los envases de
los productos farmacéuticos en general, y obviamente en los que corresponden a Levonorges-
trel en sus distintas presentaciones y marcas, no solo se trata de informaciones que los propios
fabricantes consignan sobre la base de sus investigaciones y experimentaciones con el producto
que colocan al acceso del público. También, y esto es sumamente importante relevar, constituyen
dichos insertos un pronunciamiento de las autoridades sanitarias peruanas, pues al momento de
otorgar el Registro Sanitario a un medicamento, se está aprobando su comercialización “una vez
pasado el proceso de evaluación” (evaluación que -se supone- es muy rigurosa, dada la naturaleza

27
Compendiara constitucional

del producto y su uso en seres humanos, debiendo establecer dicho registro el uso específico del
medicamento, las indicaciones y las contraindicaciones para su empleo. Exp. N° 2005-2009-PA/
TC, ff.jj. 41y43, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0054 El Tribunal Constitucional adopta el principio precautorio para evaluar pro­


ductos y servicios que puedan dañar la salud humana
Junto a los principios que nos han servido de pauta interpretativa respecto al derecho a la vida;
para la adopción de una posición respecto a la denominada “píldora del día siguiente” y su acu­
sada afectación concebido con el denominado tercer efecto, que produciría cambios en el endome-
trio y no permitiría la anidación, será necesario utilizar el denominado por la doctrina y la legis­
lación principio precautorio. El principio precautorio inicialmente creado para la protección del
hábitat de animales y después en general para la protección de la ecología y el medio ambiente,
ha pasado ya también a ser pauta o recurso para el análisis de actividades, procesos o productos
que puedan afectar a la salud del ser humano. La salud humana es uno de los ejes fundamentales
del recurso a este principio. Exp. N° 2005-2009-PA/TC, ff.jj. 47y 48, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0055 El principio precautorio se compone por la existencia de un riesgo para la


salud o de la incertidumbre científica respecto de la inocuidad o los efectos
del producto
Al principio precautorio se le pueden reconocer algunos elementos. Entre ellos: a) la existencia
de una amenaza, un peligro o riesgo de un daño; b) la existencia de una incertidumbre científica,
por desconocimiento, por no haberse podido establecer evidencia convincente sobre la inocui­
dad del producto o actividad aun cuando las relaciones de causa-efecto entre estas y un posible
daño no sean absolutas, o incluso por una importante controversia en el mundo científico acerca
de esos efectos en cuestión; y, c) la necesidad de adoptar acciones positivas para que el peligro
o daño sea prevenido o para la protección del bien jurídico como la salud, el ambiente, la ecolo­
gía, etc. Una característica importante del principio anotado es el de la inversión de la carga de
la prueba, en virtud de la cual los creadores del producto o los promotores de las actividades o
procesos puestos en cuestión deben demostrar que estos no constituyen un peligro o no dañan
la salud o el medio ambiente (...) Es justamente en esos casos en que el principio de precaución
puede justificar una acción para prevenir el daño, tomando medidas antes de tener pruebas de
este (...). Exp. N°2005-2009-PA/TC, ff.jj. 49y 50, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; art. 1 del Código Civil

0056 La anidación como parte del proceso vital y se ve afectada por la “Píldora del
Día Siguiente” por lo que se ordena el cese de su distribución
[T]eniendo en cuenta, por un lado, que la concepción se produce durante el proceso de fecunda­
ción, cuando un nuevo ser se crea a partir de la fusión de los pronúcleos de los gametos materno y
paterno, proceso que se desarrolla antes de la implantación; y, por otro, que existen dudas razona­
bles respecto a la forma y entidad en que la denominada “píldora del día siguiente” afecta al endo-
metrio y por ende el proceso de implantación; se debe declarar que el derecho a la vida del con­
cebido se ve afectado por acción del citado producto. En consecuencia, el extremo de la demanda

28
Derecho Civil Constitucional

relativo a que se ordene el cese de la distribución de la denominada “píldora del día siguiente”,
debe ser declarado fondado. Exp. N° 2005-2009-PA/TC, f.j. 54, 16/10/2009.
Concordancias: art. 2 inc. 1 de la Constitución Política; ari. 1 del Código Civil

II
IGUALDAD ENTRE VARÓN Y MUJER
EN EL GOCE Y EJERCICIO DE LOS DERECHOS

1. Derecho a la igualdad

0057 La igualdad es un principio-derecho que ubica a las personas en idéntica con­


dición en un plano de equivalencia
Este Tribunal, en reiteradas ejecutorias (...) ha definido la orientación jurisprudencial en el tra­
tamiento del derecho a la igualdad. Al respecto, se ha expuesto que la igualdad es un principio-
derecho que instala a las personas, situadas en idéntica condición, en un plano de equivalencia.
Ello involucra una conformidad o identidad por coincidencia de naturaleza, circunstancia, cali­
dad, cantidad o forma, de modo tal que no se establezcan excepciones o privilegios que excluyan
a una persona de los derechos que se conceden a otra, en paridad sincrónica o por concurrencia
de razones. Exp. N° 3533-2003-AA/TC, ff.jj. 4 y 5, 12/10/2004.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0058 La igualdad ante la ley es un principio constitucional y un derecho subjetivo


que garantiza el trato igualitario
La igualdad ante la ley es un principio constitucional a la vez que un derecho subjetivo que garan­
tiza el trato igual de los iguales y el desigual de los desiguales. En ese sentido, y con el objeto de
determinar cuándo se está frente a una medida que implica un trato desigual no válido a la luz
de cláusula de la igualdad, la medida diferenciadora no solo debe sustentarse en una base obje­
tiva, sino, además, encontrarse conforme con el test de razonabilidad. Mediante este test se con­
trola si el tratamiento diferenciado está provisto de una justificación. En segundo lugar, si entre
la medida adoptada y la finalidad perseguida existe relación. Y, finalmente, determinar si se trata
de una medida adecuada y necesaria, esto es, si respeta el principio de proporcionalidad. Exp. N°
05822-2006-PA/TC,fJ. 6, 30/10/2007.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0059 La igualdad detenta una doble condición: la de principio y la de derecho


fundamental

Tal como este Tribunal ha enfatizado en reiteradas ocasiones, la igualdad consagrada constitu­
cionalmente, detenta una doble condición, a saber, la de principio, y, a su vez, la de derecho fun­
damental. En cuanto principio, constituye el enunciado de un contenido material objetivo que,

29
Compendium constitucional

en tanto componente axiológico del fundamento del ordenamiento constitucional, vincula de


modo general y se proyecta sobre todo el ordenamiento jurídico. En cuanto derecho fundamen­
tal, constituye el reconocimiento de un auténtico derecho subjetivo, esto es, la titularidad de la
persona sobre un bien constitucional (la igualdad) oponible a un destinatario. Se trata del reco­
nocimiento de un derecho a no ser discriminado por razones proscritas por la propia Constitu­
ción (origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica) o por otras (“motivo”
“de cualquier otra índole”) que, jurídicamente, resulten relevantes (Cfr. SSTC N°s 0045-2004-
PI, fj. 20; 0027-2006-PI, fj. 4; 0033-2007-PI, £j. 57, entre otras). Exp. N° 00024-2010-PI/TC,
f.j. 10, 21/03/2011.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0060 La igualdad es un derecho fundamental que consiste en exigir ser tratado de


igual modo a quienes se encuentran en una idéntica situación
Por otra parte este colegiado también ha efectuado un desarrollo extenso sobre el alcance del
derecho y/o principio de igualdad. Así, en una noción básica de ella, se ha manifestado que: [...]
la igualdad como derecho fundamental está consagrada por el artículo 2 de la Constitución de
1993, de acuerdo al cual: “(...) toda persona tiene derecho (...) a la igualdad ante la ley. Nadie debe
ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición econó­
mica o de cualquiera otra índole”. Contrariamente a lo que pudiera desprenderse de una inter­
pretación literal, estamos frente a un derecho fundamental que no consiste en la facultad de las
personas para exigir un trato igual a los demás, sino a ser tratado de igual modo a quienes se
encuentran en una idéntica situación (STC N° 00009-2007-PI/TC, fj. 20). Exp. N° 02362-2012-
PA/TC, f.j. 8, 03/05/2013.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0061 La igualdad supone el obtener un trato igual aplicable a las personas físicas
y jurídicas

La igualdad es un principio derecho reconocido por el inciso 2) del artículo 2 de la Constitución,


según el cual toda persona tiene derecho a la igualdad ante la ley. De este modo, se reconoce un
derecho subjetivo a obtener un trato igual aplicable tanto a las personas físicas como a las jurídi­
cas, trato igual que exige que ante supuestos de hecho iguales deben ser aplicadas similares con­
secuencias jurídicas. Exp. N° 01405-2010-PA/TC, f.j. 23, 06/12/2010.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0062 La igualdad comporta que no toda desigualdad constituye necesariamente


una discriminación

Como (principio la igualdad) (...) comporta que no toda desigualdad constituye necesariamente
una discriminación, pues no se proscribe todo tipo de diferencia de trato en el ejercicio de los
derechos fundamentales; la igualdad solamente será vulnerada cuando el trato desigual carezca de
una justificación objetiva y razonable. La aplicación, pues, del principio de igualdad, no excluye

30
Derecho Civil Constitucional

el tratamiento desigual; por ello, no se vulnera dicho principio cuando se establece una diferen­
cia de trato, siempre que se realice sobre bases objetivas y razonables. Exp. N° 00048-2004-AI/
TC.f.j. 61, 01/04/2005.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0063 La igualdad solo es vulnerada cuando el trato desigual carezca de una justifi­
cación objetiva y razonable

Sin embargo, la igualdad, además de ser un derecho fundamental, es también un principio rector
de la organización del Estado Social y Democrático de Derecho y de la actuación de los poderes
públicos. Como tal, comporta que no toda desigualdad constituye necesariamente una discrimi­
nación, pues no se proscribe todo tipo de diferencia de trato en el ejercicio de los derechos fun­
damentales; la igualdad solamente será vulnerada cuando el trato desigual carezca de una jus­
tificación objetiva y razonable. La aplicación, pues, del principio de igualdad, no excluye el tra­
tamiento desigual; por ello, no se vulnera dicho principio cuando se establece una diferencia de
trato, siempre que todo se realice sobre bases objetivas y razonables. Exp. N° 02766-2011-PHD/
TC.f.j. 4, 07/11/2011.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0064 La igualdad como principio se proyecta a todo el ordenamiento jurídico y


como derecho subjetivo supone la titularidad de la persona sobre un bien
constitucional
Este Tribunal tiene afirmado que la igualdad “detenta una doble condición, de principio y de
derecho fundamental. En cuanto principio, constituye el enunciado de un contenido material
objetivo que, en tanto componente axiológico del fundamento del ordenamiento constitucional,
vincula de modo general y se proyecta sobre todo el ordenamiento jurídico. En cuanto derecho
fundamental, constituye el reconocimiento de un auténtico derecho subjetivo, esto es, la titulari­
dad de la persona sobre un bien constitucional, la igualdad, oponible a un destinatario. Se trata
de un derecho a no ser discriminado por razones proscritas por la propia Constitución (origen,
raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica) o por otras (‘motivo’, ‘de cualquier
otra índole’) que, jurídicamente, resulten relevantes” (STC N° 00045-2004-PI/TC, fj. 20). Exp.
N° 00015-2011-PI/TC, f.j. 42, 16/10/2012.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0065 La igualdad tiene como objeto lograr la paridad y evitar la existencia de


privilegios
En ese sentido, la igualdad es un -principio- derecho que instala a las personas situadas en idén­
tica condición, en un plano de equivalencia. Ello involucra una conformidad o identidad por coin­
cidencia de naturaleza, circunstancia, calidad, cantidad o forma, de modo tal que no se establez­
can excepciones o privilegios que excluyan a uná persona de los derechos que se conceden a otra,
en paridad sincrónica o por concurrencia de razones. Por consiguiente, presume la afirmación a

31
Compendium constitucional

priori y apodíctica de la homologación entre todos los seres humanos, en razón de la identidad
de naturaleza que el derecho estatal se limita a reconocer y garantizar. Exp. N° 0261-2003-AA/
TC, f.j. 3.1, 26/03/2003.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0066 La igualdad como principio se erige como un verbo rector de la actuación del
Estado
Como principio implica un postulado o proposición con sentido y proyección normativa o deon-
tológica, que, por tal, constituye parte del núcleo del sistema constitucional de fundamento demo­
crático. Exp. N° 0261-2003-AA/TC, f.j. 3.1, 26/03/2003.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0067 La igualdad como derecho fundamental consiste en la atribución de ser tra­


tado igual ante situaciones idénticas o coincidentes
Como derecho fundamental comporta el reconocimiento de la existencia de una facultad o
atribución conformante del patrimonio jurídico de una persona, derivada de su naturaleza,
que consiste en ser tratada igual que los demás en relación a hechos, situaciones o aconteci­
mientos coincidentes; por ende, como tal deviene en el derecho subjetivo de obtener un trato
igual y de evitar los privilegios y las desigualdades arbitrarias. Exp. N° 0261-2003-AA/TC, f.j.
3.1, 26/03/2003.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

QQ68 La igualdad como derecho tiene un concepto formal y uno material


La igualdad, por lo demás, es un derecho que, como lo tiene definido este colegiado, responde a
dos tipos de concepción. Una formal o negativa y otra material o positiva. Mientras que con la
primera se trata de evitar la discriminación por motivos o circunstancias de suyo personales (raza,
sexo, opinión, religión, idioma, etc.), con la segunda se pretende garantizar que la condición per­
sonal distintiva con la que todo ser humano se ve acompañado a lo largo de su vida no sea un obs­
táculo o impedimento para recibir trato igual al de sus propios semejantes. En dicho contexto, el
Estado y la sociedad (incluso los particulares) adquieren un rol protagónico pues antes que abs­
tenerse (perspectiva meramente negativa), deben actuar promoviendo condiciones a favor de los
derechos (perspectiva positiva). Exp. N° 05680-2009-PA/TC, f.j. 9, 28/10/2010.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0069 La igualdad tiene dos dimensiones: igualdad ante la ley e igualdad en la ley
Constitucionalmente, el derecho a la igualdad tiene dos facetas: igualdad ante la ley e igualdad
en la ley. La primera de ellas quiere decir que la norma debe ser aplicable por igual a todos los

32
Derecho Civil Constitucional

que se encuentren en la situación descrita en el supuesto de la norma; mientras que la segunda


implica que un mismo órgano no puede modificar arbitrariamente el sentido de sus decisiones en
casos sustancialmente iguales, y que cuando el órgano en cuestión considere que debe apartarse
de sus precedentes, tiene que ofrecer para ello una fundamentación suficiente y razonable. Exp.
N°0048-2004-PI/TC,f.j. 60, 01/04/2005.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0070 La igualdad en la ley constituye un límite para el legislador y la igualdad ante


la ley configura un límite a la actuación de los órganos públicos

El principio-derecho de igualdad, a su vez, distingue dos manifestaciones relevantes: la igual­


dad en la ley y la igualdad en la aplicación de la ley. La primera manifestación (igualdad en la
ley) constituye un límite para el legislador, en tanto la actividad de legislar deberá estar enca­
minada a respetar la igualdad, encontrándose vedado establecer diferenciaciones basadas en
criterios irrazonables y desproporcionados. En otros términos, el actuar del legislador tiene
como límite el principio de igualdad, en tanto que dicho principio le exige que las relaciones
y situaciones jurídicas determinadas que vaya a determinar deban garantizar un trato igual y
sin discriminaciones.
Respecto de la segunda manifestación: la igualdad en la aplicación de la ley, si bien esta segunda
manifestación del principio de igualdad no será examinada en el presente caso, cabe mencionar,
de modo referencial, que se configura como límite al actuar de órganos públicos, tales como los
jurisdiccionales y administrativos. Exige que estos órganos, al momento de aplicar la ley, no deban
atribuir una consecuencia jurídica a dos supuestos de hecho que sean sustancialmente iguales.
En otros términos, la ley debe ser aplicada de modo igual a todos aquellos que estén en la misma
situación, sin que el aplicador pueda establecer diferencia alguna en razón de las personas o de
circunstancias que no sean las que se encuentren presentes en la ley. Exp. N° 00004-2006-AI/TC,
ff.jj. 123 y 124, 29/03/2006.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0071 La igualdad ante la ley supone que esta se debe aplicar por igual a todos y la
igualdad en la ley implica que un órgano no puede modificar sus decisiones
en casos iguales

Constitucionalmente el derecho a la igualdad tiene dos facetas: igualdad ante la ley e igualdad
en la ley. La primera de ellas quiere decir que la norma debe ser aplicable por igual a todos los
que se encuentren en la situación descrita en el supuesto de la norma; mientras que la segunda
implica que un mismo órgano no puede modificar arbitrariamente el sentido de sus decisiones en
casos sustancialmente iguales, y que cuando el órgano en cuestión considere que debe apartarse
de sus precedentes, tiene que ofrecer para ello una fundamentación suficiente y razonable. Exp.
N° 02776-2011-PHD/TC.fj. 3, 03/05/2011.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

33
Compendium constitucional

0072 El tratamiento jurídico a las personas debe ser igual, salvo en cuanto a la dife­
rencia de sus calidades accidentales
El artículo 2, inciso 2), de la Constitución establece que toda persona tiene derecho: “a la igual­
dad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión,
opinión, condición económica o de cualquiera otra índole”. Al respecto, como lo ha señalado
anteriormente este colegiado en la sentencia recaída en el Expediente N° 0018-2003-AI: “(...)
el principio de igualdad no se encuentra reñido con el reconocimiento legal de la diferencia de
trato, en tanto esta se sustente en una base objetiva, razonable, racional y proporcional. El trata­
miento jurídico de las personas debe ser igual, salvo en lo atinente a la diferencia de sus ‘calidades
accidentales’ y a la naturaleza de las cosas que las vinculan coexistencialmente”. Asimismo, “el
principio de igualdad no impide al operador del derecho determinar, entre las personas, distincio­
nes que expresamente obedezcan a las diferencias que las mismas circunstancias prácticas esta­
blecen de manera indubitable (...). Un texto normativo es coherente con los alcances y el sentido
del principio de igualdad cuando, ab initio, su imperio regulador se expande a todas las personas
en virtud de no acreditar ningún atisbo de discriminación; por ende, luego de haber satisfecho
dicha prioridad, adjudica beneficios o castigos diferenciadamente, a partir de rasgos distintivos
relevantes”. Exp. N° 05301-2008-PA/TC, f.j. 4,11/10/2010.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VIT.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0073 La igualdad en la ley limita al legislador y la igualdad ante la ley limita a los
órganos jurisdiccionales y administrativos
El principio-derecho de igualdad distingue dos manifestaciones relevantes: la igualdad en la
ley y la igualdad en la aplicación de la ley. La primera manifestación constituye un límite para
el legislador, mientras que la segunda se configura como límite del actuar de los órganos juris­
diccionales o administrativos, exigiendo que los mismos, al momento de aplicar las normas
jurídicas, no atribuyan distintas consecuencias jurídicas a dos supuestos de hecho que sean
sustancialmente iguales (Cfr. STCN“ 0004-2006-PI/TC, fundamentos 123 y 124). El presente
caso se configura como uno de igualdad en la aplicación de la ley. Exp. N° 04482-2011-PA/TC,
f.j. 11, 11/10/2010.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0074 La igualdad se constituye como límite, mecanismo y expresión de demanda en


relación al poder del Estado
En puridad, el principio de igualdad se constituye simultáneamente de la manera siguiente:
a) como un límite para la actuación normativa, administrativa y jurisdiccional de los pode­
res públicos; b) como un mecanismo de reacción jurídica frente al hipotético uso arbitrario del
poder; c) como un impedimento para el establecimiento de situaciones basadas en criterios
prohibidos (discriminación atentatoria a la dignidad de la persona); y d) como una expresión
de demanda al Estado para que proceda a remover los obstáculos políticos, sociales, econó­
micos o culturales que restringen de hecho la igualdad entre los hombres. Exp. N° 0261-2003-
AA/TC, f.j. 3.1, 26/03/2003.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

34
Derecho Civil Constitucional

0075 El derecho a la igualdad es un derecho relacional con otros derechos


Como tal, el principio-derecho de igualdad se constituye en un presupuesto indispensable para
el ejercicio de los derechos fundamentales. Posee además una naturaleza relacional, es decir,
que funciona en la medida en que se encuentre relacionada con el resto de derechos, facultades
y atribuciones constitucionales y legales. Dicho carácter relacional solo opera vinculativamente
para asegurar el goce, real, efectivo y pleno del plexo de derechos que la Constitución y las leyes
reconocen y garantizan.
En efecto, el examen sobre la vulneración del principio-derecho de igualdad, siempre va a estar
relacionado con el examen sobre la vulneración de otros derechos. Con mucha frecuencia, y tal
como ha tenido oportunidad de constatar este colegiado, han sido frecuentes los casos en los que
se vulneraba el derecho a la igualdad y, a su vez, derechos como a la libertad de empresa o al tra­
bajo, entre otros. Al respecto, el Tribunal Constitucional ha sostenido que, en función de su carác­
ter relacional, el derecho a la igualdad: funciona en la medida [en] que se encuentre conectado
con los restantes derechos, facultades y atribuciones constitucionales y legales (...); precisamente,
opera para asegurar el goce real, efectivo y pleno del plexo de derechos que la Constitución y las
leyes reconocen y garantizan. Exp. N° 0261-2003-AA/TC, f.j. 3.1, 26/03/2003.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0076 La efectividad de la igualdad opera en conexión de los demás derechos


constitucionales
La igualdad garantiza el ejercicio de un derecho relacional. Es decir, funciona en la medida que
se encuentra conectado con los restantes derechos, facultades y atribuciones constitucionales y
legales. Más precisamente, opera para asegurar el goce real, efectivo y pleno del plexo de dere­
chos que la Constitución, y que las leyes reconocen y garantizan. Exp. N° 00004-2006-AI/TC,
ff.jj. 121 y 122, 29/03/2006.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

0077 El derecho a la igualdad vincula al legislador


Ha de recordarse, igualmente, que el contenido protegido por el derecho a la igualdad ante
la ley imponía al legislador tanto una vinculación negativa o abstencionista y otra positiva o
interventora. La primera de ellas, la vinculación negativa, está referida a la exigencia de “tra­
tar igual a los que son iguales” de forma tal que la ley, como regla general, tenga una voca­
ción necesaria por la generalidad y la abstracción, quedando proscrita la posibilidad de que el
Estado, a través del legislador, pueda ser generador de factores discriminatorios de cualquier
índole. En tanto que en su vinculación positiva, el derecho de igualdad ante la ley exige del
legislador dictar medidas orientadas a revertir las condiciones de desigualdad material “o, lo
que es lo mismo, a reponer las condiciones de igualdad de las que la realidad social pudiera
estarse desvinculando, en desmedro de las aspiraciones constitucionales”. Exp. N° 00030-
2010-PI/T, f.j. 11, 26/10/2012.
Concordancias: art. 2 inc. 2 de la Constitución Política; art. 4 del Código Civil; art. VI T.P. del Código
Procesal Civil; art. 10 del Código Penal

35
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the “refined,” with an energy that again, in the most interesting way,
seemed to cause the general question of the future of beauty in
America to heave in its unrest.
Fifty times, already, I had felt myself catching this vibration,
received some vivid impression of the growing quantity of force
available for that conquest—of all the latent powers of freedom of
space, of wealth, of faith and knowledge and curiosity, verily perhaps
even of sustained passion, potentially at its service. These
possibilities glimmer before one at times, in presence of some artistic
effect expensively yet intelligently, yet even charmingly produced,
with the result of your earnestly saying: “Why not more and more
then, why not an immense exploration, an immense exhibition, of
such possibilities? What is wanting for it, after all, in the way of——?”
Just there it is indeed that you pull yourself up—ah, in the way of
what? You are conscious that what you recognize in especial is not so
much the positive as the negative strength of the case. What you see
is the space and the freedom—which at every turn, in America, make
one yearn to take other things for granted. The ground is so clear of
preoccupation, the air so clear of prejudgment and doubt, that you
wonder why the chance shouldn’t be as great for the æsthetic revel as
for the political and economic, why some great undaunted adventure
of the arts, meeting in its path none of the aged lions of prescription,
of proscription, of merely jealous tradition, should not take place in
conditions unexampled. From the moment it is but a question of
some one’s, of every one’s caring, where was the conceivable quantity
of care, where were the means and chances of application, ever so
great? And the precedent, the analogy, of the universal organizing
passion, the native aptitude for putting affairs “through,” indubitably
haunts you: you are so aware of the acuteness and the courage that
you fall but a little short of figuring them as æsthetically contributive.
But you do fall short; you remember in time that great creations of
taste and faith never express themselves primarily in terms of mere
convenience and zeal, and that all the waiting money and all the
general fury have, at the most, the sole value of being destined to be
good for beauty when it shall appear. They have it in them so little,
by themselves, to make it appear, that your unfinished question
arrives easily enough, in that light, at its end.
“What is wanting in the way of taste?” is the right form of the
inquiry—that small circumstance alone being positively contributive.
The others, the boundless field, the endless gold, the habit of great
enterprises, are, you feel, at most, simple negations of difficulty.
They affect you none the less, however, as a rank of stalwart soldiers
and servants who, as they stand at attention, plead from wistful eyes
to be enrolled and used; so that before any embodied symptom of the
precious principle they are there in the background of your thought.
These lingering instants spent in the presence of such symptoms,
these brief moments of æsthetic arrest—liable to occur in the most
diverse connections—have an interest that quite picks them, I think,
from the heap of one’s American hours. And the interest is always
fine, throwing one back as, by a further turn, it usually does, on the
question of the trick possibly played, for your appreciation, by mere
negation of difficulty. To what extent may the absence of difficulty, to
what extent may not facility of purchase and sweet simplicity of
pride, surprise you into taking them momentarily for a
demonstration of taste? You remain on your guard, very properly;
but the interest, as I have called it, doesn’t flag, none the less, since
there is one mistake into which you never need fall, and one
charming, one touching appearance that you may take as
representing, wherever you meet it, a reality. When once you have
interpreted the admonitory sign I have just named as the inordinate
desire for taste, a desire breaking into a greater number of quaint
and candid forms, probably, than have ever been known upon earth,
the air is in a manner clearer, and you know sufficiently where you
are. Isn’t it cleared, moreover, beyond doubt, to the positive increase
of the interest, and doesn’t the question then become, almost
thrillingly, that of the degree to which this pathos of desire may be
condemned to remain a mere heartbreak to the historic muse? Is
that to be, possibly, the American future—so far as, over such a
mystery of mysteries, glibness may be permitted? The fascination
grows while you wonder—as, from the moment you have begun to go
into the matter at all, wonder you certainly must. If with difficulties
so conjured away by power, the clear vision, the creative freshness,
the real thing in a word, shall have to continue to be represented,
indefinitely, but by a gilded yearning, the inference is then
irresistible that these blessings are indeed of their essence a
sovereign rarity. If with so many of the conditions they yet hang
back, on what particular occult furtherance must they not
incorruptibly depend? What are the other elements that make for
them, and in what manner and at what points does the wrong
combination of such elements, on the American scene, work for
frustration? Entrancing speculation!—which has brought me back by
a long circuit to the shining marble villa on the edge of Lake Worth.
I was about to allude to this wondrous creation as the supreme
instance of missionary effort on the part of the hotel-spirit—by which
I mean of the effort to illustrate and embody a group of its ideals, to
give a splendid concrete example of its ability to flower, at will, into
concentration, into conspicuous privacy, into a care for all the
refinements. The palace rears itself, behind its own high gates and
gilded, transparent barriers, at a few minutes’ walk from the great
caravanseries; it sits there, in its admirable garden, amid its statues
and fountains, the hugeness of its more or less antique vases and
sarcophagi—costliest reproductions all—as if to put to shame those
remembered villas of the Lake of Como, of the Borromean Islands,
the type, the climate, the horticultural elegance, the contained
curiosities, luxuries, treasures, of which it invokes only to surpass
them at every point. New with that consistency of newness which one
sees only in the States, it seems to say, somehow, that to some such
heaven, some such public exaltation of the Blest, those who have
conformed with due earnestness to the hotel-spirit, and for a
sufficiently long probation, may hope eventually to penetrate or
perhaps actually retire.
It has sprung from the genius of the divine Pair, the Dioscuri
themselves—as Castor and Pollux were the sons of Zeus; and has
this, above all, of exemplary, that whereas one had in other climes
and countries often seen the proprietor of estates construct an hotel,
or hotels, on a piece of his property, and even, when rigid need was,
in proximity to his “home,” one had not elsewhere seen the home
adjoined to the hotel, and placed, with such magnificence, under its
protection and, as one might say, its star. In the former case—it was
easy to reflect—there had been ever, at best, an effect of incoherence;
while the beauty of logic, of the strictly consequent, was all on the
side of the latter. So much as that one may say; but I should find it
hard to express without some air of extravagance my sense of the
beauty of the lesson read to the general Palm Beach consciousness
from behind the gilded gates and between the large interstices of the
enclosure. It had the immense merit that it was suited, admirably, to
the “boarders”; it preached them the gospel of civilization all in their
own terms and without the waste of an accent; it was in short the
apotheosis, the ideal form of the final home that may pretend to
crown a career of sufficiently expensive boarding. Anything less
gorgeous wouldn’t have been proportioned to so much expense, nor
anything more sequestered in the key of such a mode of life. But I
detach myself, with reluctance, from the view of this interesting
creation—interesting in its sense of bathing the whole question of
manners in a light. Anything that does that is a boon to the restless
analyst; and I remember rejoicing that he should have been
introduced promptly to the marble palace, which struck him as
rewarding attention the more attention was privileged and the
further it might penetrate. Such an experience was, all properly,
preliminary to a view of the rest of the scene; since otherwise,
frankly, in relation to what at all represented ideal were the boarders,
in their vast multitude, to be viewed?
For the boarders, verily, were the great indicated show, as I had
gathered in advance, at Palm Beach; it had been promised one, on all
sides, that there, as nowhere else, in America, one would find Vanity
Fair in full blast—and Vanity Fair not scattered, not discriminated
and parcelled out, as among the comparative privacies and
ancientries of Newport, but compressed under one vast cover,
enclosed in a single huge vitrine, which there would be nothing to
prevent one’s flattening one’s nose against for days of delight. It was
into Vanity Fair, accordingly, that one embraced every opportunity
to press; it was the boarders, frankly, who engaged one’s attention in
default of any great array of other elements. The other elements, it
must be confessed, strike the visitor as few; he has soon come to the
end of them, even though they consist of the greater part of the rest
of the sense of Florida. And he seems to himself to pursue them,
mainly, at the tail, and in the constant track of the boarders; these
latter are so numerous, and the clearing in the jungle so
comparatively minute, that there is scant occasion for the wandering
apart which always forms, under the law of the herd, the intenser joy.
The velvet air, the colour of the sea, the “royal” palms, clustered here
and there, and, in their nobleness of beauty, their single sublime
distinction, putting every other mark and sign to the blush, these are
the principal figures of the sum—these, with the custom of the short
dip into the jungle, at two or three points of which, approached by
charming, winding wood-ways, the small but genial fruit-farm offers
hospitality—offers it in all the succulence of the admirable pale-
skinned orange and the huge sun-warmed grapefruit, plucked from
the low bough, where it fairly bumps your cheek for solicitation, and
partaken of, on the spot, as the immortal ladies of Cranford partook
of dessert—with a few steps aside, the back turned and a betrayed
ingurgitation. It is by means of a light perambulator, of “adult size,”
but constructed of wicker-work, and pendent from a bicycle
propelled by a robust negro, that the jungle is thus visited; the
bicycle follows the serpentine track, the secluded ranch is swiftly
reached, the peaceful retirement of the cultivators multitudinously
admired, the perambulator promptly re-entered, the darkey restored
to the saddle and his charge again to the hotel.
V
It is all most agreeable and diverting, it is almost, the boarders
apart, romantic; but it is soon over, and there is not much more of it.
The uncanny conception, the rank eccentricity of a walk encounters
neither favour nor facility—but on the subject of the inveteracy with
which the conditions, over the land, conspire against that sweet
subterfuge there would be more to say than I may here deal with.
One of these gentle ranches was approached by water, as Palm Beach
has a front on its vast, fresh lake as well as seaward; a steam-launch
puts you down at the garden foot, and the place is less infested by the
boarders, less confessedly undefended, less artlessly ignorant in fine
(thanks perhaps to the mere interposing water) of any possible right
to occultation; the general absence of conception of that right,
nowhere asserted, nowhere embodied, everywhere in fact quite
sacrificially abrogated, qualifying at last your very sense of the
American character—qualifying it very much as a pervading
unsaltedness qualifies the taste of a dinner. This brief excursion
remains with me, at any rate, as a delicate and exquisite impression;
the neck of land that stretched from the languid lake to the anxious
sea, the approach to real detachment, the gracious Northern hostess,
just veiled, for the right felicity, in a thin nostalgic sadness, the
precious recall in particular of having succeeded in straying a little,
through groves of the pensive palm, down to the sandy, the vaguely-
troubled shore. There was a certain concentration in the hour, a
certain intensity in the note, a certain intimacy in the whole
communion; I found myself loving, quite fraternally, the palms,
which had struck me at first, for all their human-headed gravity, as
merely dry and taciturn, but which became finally as sympathetic as
so many rows of puzzled philosophers, dishevelled, shock-pated,
with the riddle of the universe. This scantness and sweetness and
sadness, this strange peninsular spell, this, I said, was sub-tropical
Florida—and doubtless as permitted a glimpse as I should ever have
of any such effect. The softness was divine—like something mixed, in
a huge silver crucible, as an elixir, and then liquidly scattered. But
the refinement of the experience would be the summer noon or the
summer night—it would be then the breast of Nature would open;
save only that, so lost in it and with such lubrication of surrender,
how should one ever come back?
As it was, one came back soon enough, back to one’s proper
business: which appeared to be, urgently, strictly, severely, the
pursuit of the boarders up and down the long corridors and round
about the wide verandahs of their crowded career. I had been
admirably provided for at the less egregious of the two hotels; which
was vast and cool and fair, friendly, breezy, shiny, swabbed and
burnished like a royal yacht, really immaculate and delightful; full of
interesting lights and yet standing but on the edge of the whirlpool,
the centre of which formed the heart of the adjacent colossus. One
could plunge, by a short walk through a luxuriance of garden, into
the deeper depths; one could lose one’s self, if so minded, in the
labyrinth of the other show. There, if Vanity Fair was not encamped,
it was not for want of booths; the long corridors were streets of
shops, dealing, naturally, in commodities almost beyond price—not
the cheap gimcracks of the usual watering-place barrack, but solid
(when not elaborately ethereal), formidable, incalculable values, of
which it was of an admonitory economic interest to observe the
triumphant appeal. They hadn’t terrors, apparently, for the clustered
boarders, these idols and monsters of the market—neither the wild
fantastications of the milliner, the uncovered fires, disclosed secrets
of the gem-merchant, the errant tapestries and bahuts of the
antiquarian, nor, what I found most impressive and what has
everywhere its picture-making force, those ordered dispositions and
stretched lengths of old “point” in the midst of which a quiet lady in
black, occupied with some small stitch of her own, is apt to raise at
you, with expensive deliberation, a grave, white Flemish face. The
interest of the general spectacle was supposed to be, I had gathered,
that people from all parts of the country contributed to it; and the
value of the testimony as to manners was that it brought to a focus so
many elements of difference. The elements of difference, whatever
they might latently have been, struck me as throughout forcibly
simplified by the conditions of the place; this prompt reducibility of a
thousand figures to a common denominator having been in fact, to
my sense, the very moral of the picture. Individuality and variety is
attributed to “types,” in America, on easy terms, and the reputation
for it enjoyed on terms not more difficult; so that what I was most
conscious of, from aspect to aspect, from group to group, from sex to
sex, from one presented boarder to another, was the continuity of the
fusion, the dimness of the distinctions.
The distinction that was least absent, however, would have been, I
judge, that of the comparative ability to spend and purchase; the
ability to spend with freedom being, as one made out, a positive
consistent with all sorts of negatives. That helped to make the whole
thing documentary—that you had to be financially more or less at
your ease to enjoy the privileges of the Royal Poinciana at all; enjoy
them through their extended range of saloons and galleries, fields of
high publicity all; pursue them from dining-halls to music-rooms, to
ball-rooms, to card-rooms, to writing-rooms, to a succession of
places of convenience and refreshment, not the least characteristic of
which, no doubt, was the terrace appointed to mid-morning and
mid-afternoon drinks—drinks, at the latter hour, that appeared,
oddly, never to comprise tea, the only one appreciated in “Europe” at
that time of day. (The quest of tea indeed, especially at the hour
when it is most a blessing, struck me as attended, throughout the
country, with difficulties, even with dangers; over ground where
one’s steps are beset, everywhere, with an infinite number of strange,
sweet iced liquidities—many of these, I hasten to add, charmingly
congruous, in their non-alcoholic ingenuity, with the heats of
summer: a circumstance that doesn’t prevent their flourishing
equally in the rigour of cold.) The implication of “ease” was thus a
light to assist inquiry; it is always a gained fact about people—as to
“where” they are, if not as to who or what—that they are either in
confirmed or in casual possession of money, and thereby,
presumably, of all that money may, in this negotiable world,
represent. Add to this that the company came, in its provided state,
by common report, from “all over,” that it converged upon Palm
Beach from every prosperous corner of the land, and the case was
clear for a compendious view of American society in the largest sense
of the term. “Society,” as we loosely use the word, is made up of the
fortunate few, and, if that number be everywhere small at the best, it
was yet the fortunate who, after their fashion, filled the frame. Every
obligation lay upon me to “study” them as so gathered in, and I did
my utmost, I remember, to render them that respect; yet when I
now, after an interval, consult my notes, I find the page a blank, and
when I knock at the door of memory I find it perversely closed. If it
consents a little to open, rather, a countenance looks out—that of the
inscrutable warden of the precinct—and seems to show me the
ambiguous smile that accompanies on occasion the plea to be
excused.
From which I infer that the form and pressure of the boarders, for
all I had expected of the promised picture, failed somehow to affect
me as a discussable quantity. It is of the nature of many American
impressions, accepted at the time as a whole of the particular story,
simply to cease to be, as soon as your back is turned—to fade, to pass
away, to leave not a wreck behind. This happens not least when the
image, whatever it may have been, has exacted the tribute of wonder
or pleasure: it has displayed every virtue but the virtue of being able
to remain with you. Its pressure and power have failed of some
weight, some element of density or intensity, some property or
quality in short that makes for the authority of a figure, for the
complexity of a scene. The “European” vision, in general, of whatever
consisting, and even when making less of an explicit appeal, has
behind it a driving force—derived from sources into which I won’t
pretend here to enter—that make it, comparatively, “bite,” as the
plate of the etcher is bitten by aquafortis. That doubtless is the
matter, in the States, with the vast peaceful and prosperous human
show—in conditions, especially, in which its peace and prosperity
most shine out: it registers itself on the plate with an incision too
vague and, above all, too uniform. The paucity of one’s notes is in
itself, no doubt, a report of the consulted oracle; it describes and
reconstitutes for me the array of the boarders, this circumstance that
I only grope for their features and seek in vain to discriminate
between sorts and conditions. There were the two sexes, I think, and
the range of age, but, once the one comprehensive type was
embraced, no other signs of differentiation. How should there have
been when the men were consistently, in all cases, thoroughly
obvious products of the “business-block,” the business-block
unmitigated by any other influence definite enough to name, and the
women were, under the same strictness, the indulged ladies of such
lords? The business-block has perhaps, from the north-east to the
south-west, its fine diversities, but any variety so introduced eluded
even the most brooding of analysts.
And it was not of course that the marks of uniformity, among so
many persons, were not on their side perfectly appreciable; it was
only that when one had noted them as marks of “success,” no doubt,
primarily, and then as those of great gregarious decency and
sociability and good-humour, one had exhausted the list. It was the
scant diversity of type that left me short, as a story-seeker or picture-
maker; contributive as this very fact might be to admiration of the
costly processes, as they thus appear, that ensure, and that alone
ensure, in other societies, the opposite of that scantness. With this,
as the foredoomed observer may never escape from the dreadful
faculty that rides him, the very simplifications had in the highest
degree their illustrative value; they gave all opportunity to anything
or any one that might be salient. They gave it to the positive
bourgeois propriety, serenely, imperturbably, massively seated, and
against which any experimental deviation from the bourgeois would
have dashed itself in vain. This neutrality of respectability might
have been figured by a great grey wash of some charged moist brush
causing colour and outline, on the pictured paper, effectually to run
together. What resisted it best was the look of “business success” in
some of the men; when that success had been very great (and there
were indicated cases of its prodigious greatness) the look was in its
turn very great; when it had been small, on the other hand, there was
doubtless no look at all—since there were no other conceivable
sources of appearance. The people had not, and the women least of
all, one felt, in general, been transferred from other backgrounds; the
scene around them and behind them constituted as replete a
medium as they could ever have been conscious of; the women in
particular failed in an extraordinary degree to engage the
imagination, to offer it, so to speak, references or openings: it
faltered—doubtless respectfully enough—where they for the most
part so substantially and prosaically sat, failing of any warrant to go
an inch further. As for the younger persons, of whom there were
many, as for the young girls in especial, they were as perfectly in
their element as goldfish in a crystal jar: a form of exhibition
suggesting but one question or mystery. Was it they who had
invented it, or had it inscrutably invented them?
VI
The case of St. Augustine afterwards struck me as presenting, on
another side, its analogy with the case at Palm Beach: if the “social
interest” had in the latter place appeared but of a weak constitution,
so the historic, at the former, was to work a spell of a simpler sort
than one had been brought up, as it were, to look to. Hadn’t one been
brought up, from far back, on the article of that faith in St.
Augustine, by periodical papers in the magazines, fond elucidations
of its romantic character, accompanied by drawings that gave one
quite proudly, quite patriotically, to think—that filled the cup of
curiosity and yearning? The old town—for the essence of the faith
had been that there was an “old town”—receded into an all but
untraceable past; it had been of all American towns the earliest
planted, and it bristled still with every evidence of its Spanish
antiquity. The illustrations in the magazines, wondrous vignettes of
old street vistas, old architectural treasures, gateways and ramparts,
odds and ends, nooks and corners, crowned with the sweetness of
slow decay, conveyed the sense of these delights and renewed at
frequent intervals their appeal. But oh, as I was to observe, the
school of “black and white” trained up by the magazines has much, in
the American air, to answer for: it points so vividly the homely moral
that when you haven’t what you like you must perforce like, and
above all misrepresent, what you have. Its translation of these
perfunctory passions into pictorial terms saddles it with a weight of
responsibility that would be greater, one can only say, if there ever
were a critic, some guardian of real values, to bring it to book. The
guardians of real values struck me as, up and down, far to seek. The
whole matter indeed would seem to come back, interestingly enough,
to the general truth of the æsthetic need, in the country, for much
greater values, of certain sorts, than the country and its manners, its
aspects and arrangements, its past and present, and perhaps even
future, really supply; whereby, as the æsthetic need is also
intermixed with a patriotic yearning, a supply has somehow to be
extemporized, by any pardonable form of pictorial “hankey-
pankey”—has to be, as the expression goes, cleverly “faked.” But it
takes an inordinate amount of faking to meet the supposed intensity
of appetite of a body of readers at once more numerous and less
critical than any other in the world; so that, frankly, the desperate
expedient is written large in much of the “artistic activity” of the
country.
The results are of the oddest; they hang all traceably together;
wonderful in short the general spectacle and lesson of the scale and
variety of the faking. They renew again the frequent admonition that
the pabulum provided for a great thriving democracy may derive
most of its interest from the nature of its testimony to the thriving
democratic demand. No long time is required, in the States, to make
vivid for the visitor the truth that the nation is almost feverishly
engaged in producing, with the greatest possible activity and
expedition, an “intellectual” pabulum after its own heart, and that
not only the arts and ingenuities of the draftsman (called upon to
furnish the picturesque background and people it with the
“aristocratic” figure where neither of these revelations ever meets his
eye) pay their extravagant tribute, but that those of the journalist, the
novelist, the dramatist, the genealogist, the historian, are pressed as
well, for dear life, into the service. The illustrators of the magazines
improvise, largely—that is when not labouring in the cause of the
rural dialects—improvise the field of action, full of features at any
price, and the characters who figure upon it, young gods and
goddesses mostly, of superhuman stature and towering pride; the
novelists improvise, with the aid of the historians, a romantic local
past of costume and compliment and sword-play and gallantry and
passion; the dramatists build up, of a thousand pieces, the airy
fiction that the life of the people in the world among whom the
elements of clash and contrast are simplest and most superficial
abounds in the subjects and situations and effects of the theatre;
while the genealogists touch up the picture with their pleasant hint of
the number, over the land, of families of royal blood. All this
constitutes a vast home-grown provision for entertainment, rapidly
superseding any that may be borrowed or imported, and that indeed
already begins, not invisibly, to press for exportation. As to quantity,
it looms immense, and resounds in proportion, yet with the property,
all its own, of ceasing to be, of fading like the mist of dawn—that is of
giving no account of itself whatever—as soon as one turns on it any
intending eye of appreciation or of inquiry. It is the public these
appearances collectively refer us to that becomes thus again the more
attaching subject; the public so placidly uncritical that the whitest
thread of the deceptive stitch never makes it blink, and sentimental
at once with such inveteracy and such simplicity that, finding
everything everywhere perfectly splendid, it fairly goes upon its
knees to be humbuggingly humbugged. It proves ever, by the ironic
measure, quite incalculably young.
That perhaps was all that had been the matter with it in presence
of the immemorial legend of St. Augustine as a mine of romance; St.
Augustine proving primarily, and of course quite legitimately, but an
hotel, of the first magnitude—an hotel indeed so remarkable and so
pleasant that I wondered what call there need ever have been upon it
to prove anything else. The Ponce de Leon, for that matter, comes as
near producing, all by itself, the illusion of romance as a highly
modern, a most cleverly-constructed and smoothly-administered
great modern caravansery can come; it is largely “in the Moorish
style” (as the cities of Spain preserve the record of that manner); it
breaks out, on every pretext, into circular arches and embroidered
screens, into courts and cloisters, arcades and fountains, fantastic
projections and lordly towers, and is, in all sorts of ways and in the
highest sense of the word, the most “amusing” of hotels. It did for
me, at St. Augustine, I was well aware, everything that an hotel could
do—after which I could but appeal for further service to the old
Spanish Fort, the empty, sunny, grassy shell by the low, pale shore;
the mild, time-silvered quadrilateral that, under the care of a single
exhibitory veteran and with the still milder remnant of a town-gate
near it, preserves alone, to any effect of appreciable emphasis, the
memory of the Spanish occupation. One wandered there for
meditation—it is not congruous with the genius of Florida, I
gathered, to permit you to wander very far; and it was there perhaps
that, as nothing prompted, on the whole, to intenser musings, I
suffered myself to be set moralizing, in the manner of which I have
just given an example, over the too “thin” projection of legend, the
too dry response of association. The Spanish occupation, shortest of
ineffectual chapters, seemed the ghost of a ghost, and the burnt-out
fire but such a pinch of ashes as one might properly fold between the
leaves of one’s Baedeker. Yet if I made this remark I made it without
bitterness; since there was no doubt, under the influence of this last
look, that Florida still had, in her ingenuous, not at all insidious way,
the secret of pleasing, and that even round about me the vagueness
was still an appeal. The vagueness was warm, the vagueness was
bright, the vagueness was sweet, being scented and flowered and
fruited; above all, the vagueness was somehow consciously and
confessedly weak. I made out in it something of the look of the
charming shy face that desires to communicate and that yet has just
too little expression. What it would fain say was that it really knew
itself unequal to any extravagance of demand upon it, but that (if it
might so plead to one’s tenderness) it would always do its gentle best.
I found the plea, for myself, I may declare, exquisite and irresistible:
the Florida of that particular tone was a Florida adorable.
VII
This last impression had indeed everything to gain from the sad
rigour of steps retraced, an inevitable return to the North (in the
interest of a directly subsequent, and thereby gracelessly
roundabout, move Westward); and I confess to having felt on that
occasion, before the dire backwardness of the Northern spring, as if I
had, while travelling in the other sense, but blasphemed against the
want of forwardness of the Southern. Every breath that one might
still have drawn in the South—might if twenty other matters had
been different—haunted me as the thought of a lost treasure, and I
settled, at the eternal car-window, to the mere sightless
contemplation, the forlorn view, of an ugly—ah, such an ugly,
wintering, waiting world. My eye had perhaps been jaundiced by the
breach of a happy spell—inasmuch as on thus leaving the sad
fragments there where they had fallen I tasted again the quite
saccharine sweetness of my last experience of Palm Beach, and knew
how I should wish to note for remembrance the passage, supremely
charged with that quality, in which it had culminated. I asked myself
what other expression I should find for the incident, the afternoon
before I left the place, of one of those mild progresses to the head of
Lake Worth which distil, for the good children of the Pair, the purest
poetry of their cup. The poetic effect had braved the compromising
aid of the highly-developed electric launch in which the pilgrim
embarks, and braved as well the immitigable fact that his shrine, at
the end of a couple of hours, is, in the vast and exquisite void, but an
institution of yesterday, a wondrous floating tea-house or restaurant,
inflated again with the hotel-spirit and exhaling modernity at every
pore.
These associations are—so far as association goes—the only ones;
but the whole impression, for simply sitting there in the softest lap
the whole South had to offer, seemed to me to dispense with any aid
but that of its own absolute felicity. It was, for the late return at least,
the return in the divine dusk, with the flushed West at one’s right, a
concert of but two or three notes—the alignment, against the golden
sky, of the individual black palms, a frieze of chiselled ebony, and the
texture, for faintly-brushed cheek and brow, of an air of such
silkiness of velvet, the very throne-robe of the star-crowned night, as
one can scarce commemorate but in the language of the loom. The
shore of the sunset and the palms, what was that, meanwhile, like,
and yet with what did it, at the moment one asked the question,
refuse to have anything to do? It was like a myriad pictures of the
Nile; with much of the modern life of which it suggested more than
one analogy. These indeed all dropped, I found, before I had done—it
would have been a Nile so simplified out of the various fine senses
attachable. One had to put the case, I mean, to make a fine sense,
that here surely then was the greater antiquity of the two, the
antiquity of the infinite previous, of the time, before Pharaohs and
Pyramids, when everything was still to come. It was a Nile, in short,
without the least little implication of a Sphinx or, still more if
possible, of a Cleopatra. I had the foretaste of what I was presently to
feel in California—when the general aspect of that wondrous realm
kept suggesting to me a sort of prepared but unconscious and
inexperienced Italy, the primitive plate, in perfect condition, but
with the impression of History all yet to be made.
Of how grimly, meanwhile, under the annual rigour, the world, for
the most part, waits to be less ugly again, less despoiled of interest,
less abandoned to monotony, less forsaken of the presence that
forms its only resource, of the one friend to whom it owes all it ever
gets, of the pitying season that shall save it from its huge
insignificance—of so much as this, no doubt, I sufficiently renewed
my vision, and with plenty of the reviving ache of a question already
familiar. To what extent was hugeness, to what extent could it be, a
ground for complacency of view, in any country not visited for the
very love of wildness, for positive joy in barbarism? Where was the
charm of boundless immensity as overlooked from a car-window?—
with the general pretension to charm, the general conquest of nature
and space, affirmed, immediately round about you, by the general
pretension of the Pullman, the great monotonous rumble of which
seems forever to say to you: “See what I’m making of all this—see
what I’m making, what I’m making!” I was to become later on still
more intimately aware of the spirit of one’s possible reply to that, but
even then my consciousness served, and the eloquence of my
exasperation seems, in its rude accents, to come back to me.
“I see what you are not making, oh, what you are ever so vividly
not; and how can I help it if I am subject to that lucidity?—which
appears never so welcome to you, for its measure of truth, as it ought
to be! How can I not be so subject, from the moment I don’t just
irreflectively gape? If I were one of the painted savages you have
dispossessed, or even some tough reactionary trying to emulate him,
what you are making would doubtless impress me more than what
you are leaving unmade; for in that case it wouldn’t be to you I
should be looking in any degree for beauty or for charm. Beauty and
charm would be for me in the solitude you have ravaged, and I
should owe you my grudge for every disfigurement and every
violence, for every wound with which you have caused the face of the
land to bleed. No, since I accept your ravage, what strikes me is the
long list of the arrears of your undone; and so constantly, right and
left, that your pretended message of civilization is but a colossal
recipe for the creation of arrears, and of such as can but remain
forever out of hand. You touch the great lonely land—as one feels it
still to be—only to plant upon it some ugliness about which, never
dreaming of the grace of apology or contrition, you then proceed to
brag with a cynicism all your own. You convert the large and noble
sanities that I see around me, you convert them one after the other to
crudities, to invalidities, hideous and unashamed; and you so leave
them to add to the number of the myriad aspects you simply spoil, of
the myriad unanswerable questions that you scatter about as some
monstrous unnatural mother might leave a family of unfathered
infants on doorsteps or in waiting-rooms. This is the meaning surely
of the inveterate rule that you shall multiply the perpetrations you
call ‘places’—by the sign of some name as senseless, mostly, as
themselves—to the sole end of multiplying to the eye, as one
approaches, every possible source of displeasure. When nobody cares
or notices or suffers, by all one makes out, when no displeasure, by
what one can see, is ever felt or ever registered, why shouldn’t you,
you may indeed ask, be as much in your right as you need? But in
that fact itself, that fact of the vast general unconsciousness and
indifference, looms, for any restless analyst who may come along, the
accumulation, on your hands, of the unretrieved and the
irretrievable!”
I remember how it was to come to me elsewhere, in such hours as
those, that south of Pennsylvania, for instance, or beyond the radius
of Washington, I had caught no glimpse of anything that was to be
called, for more than a few miles and by a stretch of courtesy, the
honour, the decency or dignity of a road—that most exemplary of all
civil creations, and greater even as a note of morality, one often
thinks, than as a note of facility; and yet had nowhere heard these
particular arrears spoken of as matters ever conceivably to be made
up. I was doubtless aware that if I had been a beautiful red man with
a tomahawk I should of course have rejoiced in the occasional sandy
track, or in the occasional mud-channel, just in proportion as they
fell so short of the type. Only in that case I shouldn’t have been
seated by the great square of plate-glass through which the
missionary Pullman appeared to invite me to admire the
achievements it proclaimed. It was in this respect the great symbolic
agent; it seemed to stand for all the irresponsibility behind it; and I
am not sure that I didn’t continue, so long as I was in it, to “slang” it
for relief of the o’erfraught heart. “You deal your wounds—that is the
‘trouble,’ as you say—in numbers so out of proportion to any hint of
responsibility for them that you seem ever moved to take; which is
the devil’s dance, precisely, that your vast expanse of level floor leads
you to caper through with more kinds of outward clumsiness—even if
also with more kinds of inward impatience and avidity, more leaps
and bounds of the spirit at any cost to grace—than have ever before
been collectively displayed. The expanse of the floor, the material
opportunity itself, has elsewhere failed; so that what is the positive
effect of their inordinate presence but to make the lone observer,
here and there, but measure with dismay the trap laid by the scale, if
he be not tempted even to say by the superstition, of continuity? Is
the germ of anything finely human, of anything agreeably or
successfully social, supposably planted in conditions of such endless
stretching and such boundless spreading as shall appear finally to
minister but to the triumph of the superficial and the apotheosis of
the raw? Oh for a split or a chasm, one groans beside your plate-
glass, oh for an unbridgeable abyss or an insuperable mountain!”—
and I could so indulge myself though still ignorant of how one was to
groan later on, in particular, after taking yet further home the
portentous truth that this same criminal continuity, scorning its
grandest chance to break down, makes but a mouthful of the mighty
Mississippi. That was to be in fact my very next “big” impression.
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