Esteban Krotz No Se Debe Hablar en Ameri

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El profesor Esteban Krotz, de México,

madura su propuesta para repensarnos

“No se debe hablar en América Latina


de una situación postcolonial sino de la
tarea pendiente de de(s)colonización”
Annel Mejías Guiza
Universidad de Los Andes (ULA)
Red de Antropologías del Sur
Mérida, Venezuela

“Resulta difícil desligar la idea de una Antropologías del Sur


de la protesta incansable contra la desigualdad”.
“La categoría alteridad me parece deinitivamente la categoría
central y constitutiva de la antropología”. Insta a estudiar los prime-
ros grandes logros de las ciencias sociales latinoamericanas: la teoría
de la dependencia, la teología y la ilosofía de la liberación,
y la pedagogía concientizadora.

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PLURAL. ANTROPOLOGÍAS DESDE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Año 1, Nº 1. Enero-Junio, 2018. ISSN: 2393-7483, ISSN en línea: 2393-7491

Hace veinticuatro años, Esteban Krotz (Barcelona, España, 1947),


profesor de la Universidad Autónoma de Yucatán, en Mérida, Mé-
xico, propuso una relexión sobre las antropologías realizadas en
los países del sur que antes (y aún ahora) eran estudiados por los
antropólogos noratlánticos y bautizó este simposio “Antropolo-
gías del Sur”, nombre con el cual se conoce esta propuesta de aná-
lisis desde que se realizó, en 1993, el XIII Congreso Internacional
de Ciencias Antropológicas y Etnológicas, en la Ciudad de México.
Estas relexiones, publicadas después parcialmente en la re-
vista Alteridades, se condensan en el artículo de Krotz titulado “La
producción de la antropología en el sur: características, perspecti-
vas, interrogantes”, en el que se esbozan los lineamientos principa-
les de esta relexión. Plantea que al abrirse los estudios antropoló-
gicos en las zonas sur del planeta, ya no estamos estudiando a unos
“otros”, sino que investigamos a nuestras propias comunidades y,
al formar parte de ellas, las relaciones cambian, porque podemos
intercambiar los resultados de las investigaciones y tenemos una
ventaja al compartir el mismo idioma.
Pero, además, Krotz plantea el silenciamiento de estas antro-
pologías del sur al presentarse las antropologías del norte como “la
verdadera” antropología, siendo entonces las antropologías pro-
ducidas en nuestra región una especie de coletazo de ese proceso
de difusión de “la” antropología. Esta situación le permite a Krotz
hacernos un llamado: reconocer la diversidad dentro de nuestra
disciplina que, justamente, estudia la diversidad de la humanidad.
En sintonía con esta línea de investigación, que continúa,
Krotz nos concedió una entrevista vía correo electrónico para ac-
tualizar su propuesta, después de celebrarse en Mérida, Venezuela,
el Primer Congreso Internacional de Antropologías del Sur 2016,
en el que participó con la conferencia virtual.

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¿Qué avances cree usted que han surgido tanto teóricamente como en
la praxis con su propuesta de las antropologías del sur?, ¿qué futuro
podría avizorar de este debate?
–Me es un poco difícil estimar el impacto. La invitación a
conferencias sobre el mismo tema y artículos derivados de las mis-
mas publicadas durante los años siguientes en Bogotá (Maguare,
1996) y en San José de Costa Rica (Antropología e identidades en
Centroamérica, 1997), además de la participación en un número
temático de la revista Critique of Anthropology (1997, donde se
dio una interesante discusión al respecto), muestran el interés que
generó la idea; habría que señalar que esta se debió mucho a un
evento preparatorio de dicho congreso y del que resultó una de las
primeras antologías sobre las antropologías latinoamericanas (Ba-
lance de la antropología en América Latina y el Caribe, 1993). En
los años siguientes se pudo presentar esta idea también, aparte de
México, en varios lugares más de América Latina (Quito, Buenos
Aires, Mérida/Venezuela, Santiago de Chile).
Viéndolo desde ahora, me parece que simplemente el tiempo
estaba listo para ello, después del restablecimiento de regímenes
formalmente democráticos al inal de la época de las dictaduras
–a pesar de que tal proceso se produjo durante la convulsa década
llamada “perdida” para América Latina, los ochentas–. Entonces,
con la reanudación y consolidación de la antropología en muchos
países del llamado subcontinente, empezó a visibilizarse que en
medio de la persistente dependencia social y cultural general, esta-
ba surgiendo algo nuevo. En consecuencia, empezó a manifestarse
el interés por los antecedentes, la historia y las características pro-
pias de nuestras antropologías. Así lo testimonian otros intentos
en la misma dirección llevados al cabo casi al mismo tiempo o
poco después: me reiero, ante todo, a varios estudios de Roberto
Cardoso de Oliveira sobre las “antropologías periféricas”, y a las
publicaciones del grupo de trabajo sobre las “antropologías del
mundo”, impulsado por Gustavo Lins Ribeiro y Arturo Escobar y
donde también he tenido el privilegio de participar.
En los últimos diez, quince años se han intensiicado en
prácticamente todos los países latinoamericanos dos actividades
estrechamente vinculadas con la búsqueda de identidad de sus

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antropologías: la recuperación de las historias nacionales, regiona-


les y locales, por una parte, y, por otra, la confección de “estados
de la cuestión” sobre temas y enfoques. En consecuencia, se han
estado generando desde hace algún tiempo igualmente relexiones
de tipo epistemológico y ilosóico-cientíico sobre la generación y
el uso del conocimiento antropológico en América Latina. Es lla-
mativo, además, que mientras tanto el término “del Sur” como la
caracterización de cierta perspectiva teórica, ya haya empezado a
ser utilizado también en sociología, ciencia política y en ilosofía.
Particularmente sintomáticos de la situación me parecen tres
sucesos recientes. Uno, la fundación de una revista en Santiago de
Chile que escoge como nombre Antropologías del Sur; luego la rea-
lización del Primer Congreso Internacional de Antropologías del
Sur el año pasado en Mérida, Venezuela, con sus intensas activida-
des previas y posteriores; y, claro está, el V Congreso de la Asocia-
ción Latinoamericana de Antropología, que es una demostración
de la consolidación de la ALA (Asociación Latinoamericana de
Antropología) y, con ello, también de las Antropologías del Sur,
aunque, evidentemente, no toda/os la/os colegas comparten esta
perspectiva, por lo que conviven en toda América Latina diferen-
tes motivos y formas en la generación y el uso del conocimiento
antropológico.

Usted ha planteado que, como las comunidades ya no son “otras”,


sino que el antropólogo del sur estudia sus propias comunidades, esto
genera otras relaciones. ¿Qué implicaciones éticas o, más bien, qué
redimensiones éticas conllevaría el trabajo de campo del antropólogo
producto de esta manera de relacionarse con las comunidades que es-
tudia? ¿Ha habido algún estudio o relexión sistemática que haya in-
vestigado esta relación antropólogo-comunidades en América Latina?
–Más bien me parece que la antropología cientíica, desde
sus inicios evolucionistas en el siglo XIX, siempre ha estudiado
tanto a los “otros” internos como los externos, aunque en las tradi-
ciones disciplinarias noratlánticas estas dos temáticas o vertientes
se hayan articulado de manera variada e incluso cambiante a lo
largo del tiempo. El caso es que en América Latina la primera ver-
tiente mencionada de las antropologías noratlánticas originarias

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(en Norteamérica la situación fue un tanto distinta) ha sido poco


conocida; de hecho resulta un tanto paradójico que en América
Latina casi siempre se haya estudiado al “otro interno” con las
referencias teóricas, metodológicas y empíricas enfocadas casi ex-
clusivamente hacia el abordaje de los “otros externos” de los países
europeos.
Me pregunto a veces si una consecuencia de esto es que cier-
tas discusiones teóricas, como el tema del estado nacional o la
relación entre investigación y sistema educativo hayan quedado
mucho tiempo muy al margen como elementos constitutivos del
conocimiento antropológico; a su vez, el tema de la ética de la
investigación y profesional que usted menciona, a menudo no
se han tratado con la atención debida. Aún así, los temas han
sido investigados y discutidos, por ejemplo, por el haitiano Jean
Casimir, la colombiana Myriam Jimeno; también la venezolana
Jacqueline Clarac y el peruano Carlos Iván Degregori han hecho
aportes pioneros a aspectos epistemológicos y éticos, al igual que
diversos colegas de Brasil, Chile y Argentina.

Frente a esta realidad de la redimensión del trabajo de campo con los


antropólogos del sur, ¿persiste o no la importancia del principio de la
alteridad, esa categoría analítica “nosotros/los otros”? ¿Por qué?
–La categoría alteridad me parece deinitivamente la categoría
central y constitutiva de la antropología, tanto de la precientíica
como de la cientíica. Constituye un elemento cognitivo esencial
y, por tanto, no depende de la realidad sociocultural especíica que
analiza mediante tal categoría. La antropología estudia la reali-
dad mediante esta categoría como heterogénea, diversa, compleja,
lo que signiica también en proceso y “tensa”. Esto último no es
algo negativo, aunque puede serlo, considerando, por ejemplo, los
conlictos mortales al interior de ciertos sistemas sociales; pero no
solamente se reiere a esta tensión, sino también, por ejemplo, a la
tensión entre ideología y utopía, para usar los términos de Mann-
heim, o a la tensión entre centros y periferias, entre géneros y gru-
pos de edad, entre opciones e intereses, entre el presente resultante
del pasado y el presente que alberga las posibilidades del futuro.

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Uno podría decir también que la alteridad es la categoría


mediante la cual se aborda la “pregunta antropológica” típica
fundamental de la disciplina, o sea, la pregunta que nace de la
experiencia vital de la otredad o la diversidad, que siempre es una
combinación de identidad y diferencia. También por eso –y para
eso– tenemos ciencias sociales y humanas en plural, porque cada
una plantea su pregunta generadora básica y la aborda a través de
ciertas líneas de modelos, métodos, incluso técnicas, que a veces
llamamos “tradición”, y donde para ines teóricos y ines prácticas
siempre necesitamos el recurso a otras disciplinas sociales y hu-
manas.

DOS EXPLICACIONES DE POR QUÉ NOS


CONSIDERAN “ANTROPOLOGÍAS MENORES”

Usted planteó en su conferencia que había que “inducir el pensamien-


to antropológico en nuestras comunidades”. ¿Este sería un saldo de
la relación antropólogo del sur-comunidades que estudia?, ¿para qué
necesitamos inducir ese “pensamiento antropológico”?, ¿qué ganarían
las comunidades que estudiamos?
–Sí, creo que esto es algo bien importante, amén de pendien-
te. Pues de la misma manera como las disciplinas sociales y hu-
manas se han complejizado y se seguirán complejizando (y donde
el hacer referencia a algún autor de moda de otra disciplina no
convierte al/a antropóloga/o o su estudio en “multidisciplinario”
o “interdisciplinario” –tales son adjetivos que describen enfoques
y colectividades, no individuos y su desempeño–), también la dis-
tribución de los conocimientos cientíicos en la sociedad se ha
estado dando de manera sumamente desigual.
Empero, las ciencias sociales y humanas diieren sustancial-
mente de las demás ciencias, porque toda/os la/os ciudadanas/
os somos responsables de nuestra sociedad y tenemos o tendría-
mos que tomar las decisiones importantes sobre los asuntos eco-
nómicos, políticos y culturales. Para lo cual tenemos que tener
no solamente determinados conocimientos empíricos –y necesi-
tamos instituciones que nos proporcionen tales informaciones–,
sino también, y ante todo y para empezar, tener una idea clara

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sobre qué es, cómo es y cómo funciona la realidad social. Mien-


tras que gran parte de las/os ciudadanas/os son mantenidas/os
por el sistema escolar, los medios de difusión, las clases de civis-
mo y otros mecanismos sociales en un nivel pre-durkheimiano
–pre-mclennaniano, o pre-marxiano, o pre-tyloriano, o como se
quiera decir–, seguirán percibiendo y tratando equivocadamente
y con graves consecuencias para la sociedad, los fenómenos socio-
culturales como fenómenos pertenecientes a la esfera de lo quími-
co, lo biótico, lo psíquico–por ejemplo, cuando votan o no por
un candidato seducidos por lo “coniable” y “serio” que parece o
basándose en su peinado, cuando creen que “el mercado” es una
entidad viva que exige tales o cuales medidas económicas, o cuan-
do aceptan que cualquier “coyuntura exterior” legitime cualquier
decisión gubernamental en contra de los intereses del país y de los
más débiles.
Muchas veces se discute sobre la forma como deberíamos o
podríamos “devolver” los resultados de nuestros estudios a quie-
nes estudiamos; más importante me parece discutir cómo podría-
mos contribuir –tal vez a propósito de nuestros estudios concre-
tos, pero no simplemente entregando las versiones escritas– ante
todo y en primer lugar a que se entienda cuáles son las relaciones
entre economía y sociedad, cuál es la naturaleza del conlicto po-
lítico, cómo se generan y cómo operan los actores colectivos e
instituciones, por qué se reproduce a pesar de todas las promesas,
generación tras generación la desigualdad lacerante. Esto es lo que
entiendo por inducir al pensamiento antropológica a quienes no
han tenido, como nosotros, la posibilidad de estudiar una ciencia
social y luego estudiar durante muchos años con este instrumen-
tal la sociedad y la cultura. Hay que hacer notar, empero, que la
actual transformación de la educación superior y de la investiga-
ción cientíica implica un acoso cientíico-natural de las ciencias
sociales y humanas, es decir, se les impone cada vez mas moldes
de planeación, ejecución y evaluación propias de las ciencias de la
naturaleza no humana, lo que conlleva el peligro de su perversión.

Si las Antropologías del Sur serían el reconocimiento de la diversidad


en el seno de la propia disciplina, ¿por qué se consideran antropologías

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menores o antropologías “periféricas” en relación con “la” antropología


noratlántica?
–Esta pregunta me parece tener dos respuestas, una histórica
y una ideológica. La histórica es que en el Sur –y hablamos ahora,
como en toda esta entrevista de las Antropologías del Sur latinoa-
mericanas, aunque en otras partes del Sur se han estado iniciando
debates y estudios semejantes– la antropología realmente existen-
te y reproducida en las universidades es una antropología segunda,
en el sentido de posterior a la invención de la antropología cien-
tíica en el seno de la civilización noratlántica. Lo que se puede
ver desde el Norte como difusión cuasi-natural de la antropología
hacia el Sur, en el Sur se da como repetición o imitación de la an-
tropología del Norte y, de hecho, así se inició la antropología en
casi cualquier parte del Sur. Independientemente de la pregunta
sobre si este proceso hubiera podido ser diferente, el hecho es que
no lo fue. Es más, dicho proceso de difusión e imitación incluso
logró borrar casi por completo los antecedentes propios, inicios
de desarrollos disciplinarios propios, y parte de la investigación
antropológico-histórica actual en varios lugares está dedicada pre-
cisamente a reconstruir y entender en detalle este proceso de di-
fusión-imitación y a recuperar las huellas de los inicios propios,
no por un interés simplemente por un pasado ya algo lejano, sino
porque esto nos puede ayudar a explicar el presente, porque con-
tribuyó a forjarlo.
La segunda respuesta se reiere al nivel de lo ideológico: la
antropología del Norte (en algunos casos y momentos, incluso
solamente una determinada variante de ella, y actualmente de vez
en cuando hasta una sola obra o discusión de moda) ha logra-
do presentarse como “la antropología” a secas, o como la antro-
pología “más avanzada”, con la misma fuerza como han logrado
lo propio ciertos modelos de desarrollo, cierto tipo de transpor-
te o de vivienda urbana, cierto sistema escolar o cierto refresco.
En consecuencia, todo lo demás parece anacrónico, “superado”,
como a veces se le llama. Es decir, se dio y se sigue dando en la
antropología, al igual que en otras disciplinas, un proceso paralelo
al desarrollismo general –de hecho, una versión actualizada del
evolucionismo unilineal y teleológico que conocemos bien de los

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inicios de nuestra disciplina–. Buena parte de las antropologías


que se generan y se ejercen en el Sur, llevan este signo, por lo que
concuerdo con aquellos que airman que no se debe hablar en
América Latina de una situación postcolonial, como si las relacio-
nes coloniales internacionales e internas no existiesen, sino de la
tarea pendiente de de(s)colonización.

En los debates propiciados por la Red de Antropologías del Sur en


Venezuela, ha surgido la inquietud sobre qué es el “Sur” y se han
generado diversas posturas iniciales: el “sur global”, el “sur geográico”
o el “Sur” como países investigados por los antropólogos noratlánticos.
Cuando usted habla de “Sur”, ¿qué noción está planteando de “Sur”
que nos ayude a contribuir con el debate?
–Justamente quiero aprovechar mi participación en el sim-
posio “Geopolíticas del conocimiento antropológico”, del V
Congreso de la ALA, co-coordinado con Eduardo Restrepo, para
aportar al esclarecimiento del término que es, evidentemente, no
un término geográico en primera instancia, aunque también es
cierto que ha tenido y sigue teniendo, desde el punto de vista de la
civilización noratlántica, un componente geográico en su origen,
especialmente con respecto a los otros externos (ubicados funda-
mentalmente en el Sur geográico e incluso con respecto a buena
parte de las periferias europeas).
Mantener el término me parece tener dos consecuencias po-
sitivas. Por una parte, recuerda que el proceso de transformación
sociocultural actual que se describe preferente y casi automáti-
camente con el vocablo “globalización”, dista de ser homogéneo
en cuanto a distribución del poder impositivo y transformador o
del sufrimiento de las consecuencias de las crisis económico-i-
nancieras. Si bien hay regiones y sectores sociales “norteños” en
el Sur –y una pregunta inquietante es en qué medida el sistema
universitario y sus beneiciarios directos en el Sur forman parte
de ellos– y una persistente invasión de sectores “sureños” en el
Norte, está bastante claro, dónde y cuáles grupos sociales toman
las decisiones sobre la forma de generar ganancias en el planeta y
sobre cómo distribuirlas.

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Por otra parte, podemos esperar que un desarrollo socioe-


conómico más igualitario nacional e internacional elimine las
consecuencias negativas para quienes actualmente viven en las
“periferias” o en el “interior” o, por decirlo de otra manera, en el
“Sur”, pero sin que desaparezca la diversidad cultural, las culturas
regionales como tales; es decir, una vez liberadas de la desigualdad
económica y política impuesta, estas sociedades y culturas diferen-
tes podrán desarrollar su potencial sociocultural según sus propias
dinámicas y para enriquecimiento de la vida de todos.

¿Cómo podemos romper con ese silenciamiento de las antropologías


del sur por los centros hegemónicos de la producción de la ciencia no-
ratlántica? ¿Considera que luego de dos décadas de haber descrito esta
situación ha habido algún adelanto?
–Estas preguntas me parecen difíciles de contestar. Por una
parte es cierto que la antropología generada en el Sur se halla
algo más presente en eventos académicos y revistas especializa-
das publicadas en el Norte, y en lengua inglesa y otras lenguas
europeas. También es cierto que los eventos académicos organi-
zados en América Latina e incluso algunos programas escolares
atraen ahora regularmente a participantes provenientes del Norte.
Igualmente cierto es que nuestras revistas y algunas colecciones
de libros circulan más por el Norte que antes –aunque no puede
dejarse de anotar aquí que los del Sur lo suelen hacer de manera
gratis, mientras que los editados en el Norte siguen siendo muy
costosos en y para el Sur–. ¿Sabemos qué tipo de antropología
latinoamericana circula en el Norte? ¿Qué tanto circula una pers-
pectiva “latinoamericanística residente”? ¿Qué tanto está presente
la perspectiva desde el Sur?
Por lo pronto, me parece que el camino de lo que usted
menciona iría más bien en dirección hacia una mayor integración
latinoamericana, empezando por una más intensa comparatísti-
ca latinoamericana, en el sentido de reconocer las antropologías
nacionales y al interior de los países las antropologías regionales
como variantes de antropologías con cierto contexto sociocultural
semejante, con el reto idéntico de enfrentar el desarrollarse en –se-
gún el Informe Regional sobre Desarrollo Humano para América

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Latina y el Caribe 2010 del Programa para el Desarrollo de las


Naciones Unidas– la “región más desigual del mundo”, con el
reto idéntico de superar el estancamiento del orden formalmente
democrático, con el reto idéntico de enfrentar la ampliación del
sistema universitario a costa de una marcada mercantilización y
gerencialización del sistema, con el reto idéntico también de man-
tener a lote y potenciar la diversidad cultural interna como reser-
vorio para generar –aquí, en el Sur y en el Norte– experimentos
de convivencia basados en la diferencia enriquecedora y no en su
eliminación homogeneizadora.
La internet –con todo y con que en muchas instituciones
capitalinas se cuenta con un acceso bien distinto al de las regio-
nes periféricas, donde a veces hasta la electricidad falla– es una
buena base (por lo que deberíamos esforzarnos más para monito-
rear antropológicamente y domesticar la revolución tecnológica
apenas iniciada mediante la digitalización y la multiplicación de
los dispositivos móviles, en vez de adecuarnos ingenuamente a
ella), al igual que las acciones pioneras en toda América Latina
con respecto al “acceso abierto”. ¿Por qué no podemos crear una
red continental de intercambio de profesores/as y de estudiantes?
La impartición sistemática de cursos de antropología latinoame-
ricana en todos los programas de grado y de posgrado podría ser
otro paso importante.

¿ANTROPOLOGÍAS DEL SUR Y POLÍTICA?

Para el profesor Krotz, si bien las antropologías del sur no


podrían desligarse de la “protesta incansable contra la desigual-
dad”, tomar una postura política –más en una región convulsio-
nada políticamente– sería un asunto ético y, por lo tanto, redirige
la vinculación de la disciplina más hacia propiciar procesos de
descolonización en nuestras sociedades.

Con unos países con una fuerte alienación socio-histórica-cultural y


altos niveles de desigualdad social, ¿cómo las antropologías del sur
podrían pasar a la acción política?, ¿cómo se podría impulsar la desco-

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lonización, incluso la descolonización dentro de la misma disciplina


en América Latina?
–Esta también es una pregunta difícil, porque la antropología
es ante todo un instrumento para la generación de conocimiento
de la realidad sociocultural. Asumir una opción social o política,
si bien depende de lo que se sabe –correcta o erróneamente– sobre
tal realidad, es una cuestión de ética; ¿quién y con base en qué
alguien podría exigir a un/a colega o estudiante determinada op-
ción? Formular una estrategia social o política depende también
de apreciaciones coyunturales y hasta personales, ya que muchas
veces existen varias posibilidades defendibles. Me parece, por tan-
to, que la segunda parte de su pregunta sería la primera que nos
tendríamos que plantear: ¿Cómo llegar a un conocimiento co-
rrecto de la situación y de sus causas? ¿Cómo mantener el rigor
cientíico y la agudeza crítica para avanzar colectivamente en tal
conocimiento, independientemente de compromisos políticos e
institucionales? ¿Cómo tratar de ver las cosas como son y no como
el poder establecido y las fuerzas reproductoras del status quo, que
ahora también usan las “redes sociales” virtuales, la fuerza de los
íconos y del rumor, quieren que las veamos? Luego también, en
caso de que lleguemos a ello: ¿Cómo hacer ver que ciertas estra-
tegias no resolverán nada, incluso que serán contraproducentes?
Por otra parte, es cierto también que resulta difícil desligar la
idea de una Antropologías del Sur de la protesta incansable contra
la desigualdad, contra las condiciones de vida de los sectores bru-
talmente empobrecidos y persistentemente ninguneados, contra
la corrupción en todas sus formas y contra la vida alienada. ¿No es
una experiencia alentadora y reconfortante en esta situación ente-
rarse una/o que alguien opta por la carrera de antropología porque
quiere contribuir a cambiar la sociedad injusta? Pero, ¿cómo evitar
sustituir un mecanismo de ideologización por otro, que, por más
simpático o aceptable que parezca, no deja de ser un mecanismo
de ideologización? ¿Qué opinar sobre una opción laboral que con-
diciona la sobrevivencia familiar a determinada opción política y
cognitiva?
No tengo una respuesta sencilla al respecto, pero desearía que
nuestras instituciones académicas fueran más espacios de pensa-

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miento libre, de relexión crítica permanente, de experimentación


social y cultural creativa, o sea, talleres de mundos alternativos,
y menos lugares de “carreras” de obstáculos ininteligibles y hasta
angustiantes para la/os estudiantes y de “carreras” de evaluación
escalafonaria para las/os docentes, que es lo que la transformación
sistémica actual y sus aparatos burocráticos están fomentando y
reforzando. Finalmente, me parece que a veces estamos olvidando
que no pocas antropólogas y antropólogos, estudiantes y profe-
sionales, han estado involucrados con altos costos personales en
la acción política, tanto la académica como la estatal. Trayectorias
como las de Darcy Ribeiro, de Ángel Palerm, de Edgardo Gar-
bulsky o de Ricardo Falla, por mencionar solamente algunas, en
las que se entrelaza lo cognitivo con lo político, me parecen ser
fuentes todavía insuicientemente exploradas para entender –y
aprender de– las Antropologías del Sur latinoamericanas.

¿Cree que hemos avanzado en la generación de metodologías propias


desde las antropologías del sur que estudien nuestra complejidad his-
tórica, política y sociocultural?
–Considero que sí, aunque todavía son modestos. En parte
también, porque en antropología tenemos muy marcada la prác-
tica del borrón y cuenta nueva –es muy alta la cantidad de sen-
tencias repetidas sobre la “crisis” de la disciplina y la necesidad de
sustituir lo vigente–. Así, por ejemplo, me parece que no hemos
apreciado suicientemente los primeros grandes logros de las cien-
cias sociales latinoamericanas del siglo pasado, que han inluido
durante décadas sobre la antropología, de la cual no pocos prac-
ticantes, a su vez, han aportado a tales logros. Sin nostalgia, pero
con el ánimo de refrescar su potencial, me reiero, desde luego, a
la teoría de la dependencia (como una forma de desenmascarar la
pobreza como empobrecimiento y de pensar el cambio necesario
como radical), la teología y la ilosofía de la liberación (como una
defensa del valor supremo de la vida humana en el sentido de vida
plena, opuesta a la simple sobrevivencia de las estrategias guberna-
mentales y la caridad de los ricos) y la pedagogía concientizadora
(como un acceso al conocimiento universal para saber dónde y
por qué se está como se está y por dónde se puede tratar de actuar

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solidariamente y en consecuencia). ¿No demuestran actualmente


las denuncias del neoextractivismo y las migraciones Sur-Norte,
de la basurización de cuerpos humanos por la violencia feminicida
y juvenicida, y de la multifacética manipulación de información
y de afectos en la www (triple w), lo acertado de estas tres ideas
mencionadas? Me parece también que el debate sobre el llamado
“buen vivir” está enraizado en estas ideas, las complementa críti-
camente y las impulsa una vez más a renovarse en el nivel teórico
y a buscar nuevas formas de expresión sociopolítica.
Considero, por otra parte, que ya se han dado pasos impor-
tantes: contamos con historias críticas no solamente de nuestras
antropologías nacionales, sino desde los trabajos pioneros de Án-
gel Palerm en México y Manuel Marzal en Perú, incluso con los
inicios de una historiografía de la antropología universal desde
América Latina; contamos con los primeros ensayos de tratados
sistemáticos introductorios a la disciplina en general y al traba-
jo de campo como instrumento metodológico central; contamos
con primeras relexiones sobre cómo enseñar nuestras antropolo-
gías propias, y estoy seguro de que los inventarios mencionados
derivarán en más oportunidades para la relexión sistemática. La
obra en tres tomos: Prácticas otras de conocimiento(s), que se pre-
sentará durante el V Congreso de la ALA, es un ejemplo en este
sentido también, porque reúne una buena cantidad de experien-
cias de investigación colaborativa en toda América Latina, que en
ciertas condiciones es una metodología con mucho potencial en
el sentido de su pregunta.

Retomamos una de las preguntas del Primer Congreso Internacional


de Antropologías del Sur 2016 y nos gustaría planteársela directamen-
te: ¿Seguimos generando nuestras investigaciones desde los postulados
noratlánticos? ¿Por qué? ¿Qué secuelas nos ha dejado esta postura?
–Bueno, aquí hay que precisar primero un asunto. No se tra-
ta de rechazar la antropología norteña, que ha sido la cuna de la
antropología universal y que sigue siendo una importante fuente
de ideas, teorías y métodos. La cuestión es cómo relacionarlos con
ella. Colegas de Brasil y de Colombia han demostrado cómo la
antropología latinoamericanística extranjera por su posicionalidad

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Entrevistas ... / Annel Mejías Guiza / pp. 205-238

difícilmente evitable tiende a plantear ciertas preguntas, tiende a


realizar la investigación, tiende a analizar los datos etnográicos,
tiende a usar los resultados de cierta manera –sin que esto tenga
que ser forzosamente así en todos los casos–. Igualmente hay que
reconocer que la antropología generada en y desde el Sur puede
tener sus puntos ciegos precisamente por su propia posicionali-
dad.
Además es obvio que en el Sur conviven dos grandes corrien-
tes o posiciones. Ambos forman las antropologías en el Sur, por
así decirlo. Caricaturizando en el contexto de una entrevista y no
redactando una conclusión tajante para un trabajo inal sobre el
tema, podría distinguirse con respecto a las antropologías del Sur
latinoamericanas estas dos que se generan en un contexto socio-
histórico compartido y, en su mayoría, en las mismas dos lenguas
romances.
Una de ellas se entiende ante todo como miembro y heredera
de la antropología universal que no solamente se originó en el
Norte, sino que se halla hasta hoy hegemonizada por el poder del
Norte. El principal interés de esta corriente antropológica es el
uso o la “aplicación” de ella en el Sur. En consecuencia, para ella es
importante ser reconocida como aporte “serio” a la antropología.
Esto no obsta que en no pocas ocasiones ella también se plantea la
necesidad de mejorar la situación social actual del Sur. La otra co-
rriente de ellas se entiende ante todo como respuesta explicativa y
propositiva con respecto al intolerable desorden social actual, por
lo que usa eclécticamente lo que le sirve de las tradiciones ajenas y
las propias e intenta recrear y completar lo que parece tener visos
de éxito para entender por qué tanta gente vive en condiciones de-
plorables mantenidas por el poder establecido, pero que no puede
o no intenta modiicarlas.
A veces no es fácil distinguir estas dos antropologías o co-
rrientes antropológicas, la que simplemente está ubicada en el Sur
y la que, además, analiza su sociedad y la sociedad global desde el
Sur. Pero como tipos ideales me parecen ser útiles estas dos carac-
terizaciones un tanto caricaturescas. En ambos tipos hay relacio-
nes Norte-Sur, en ambos se sabe que se es antropología segunda
en un sentido cronológico y no cualitativo, pero en el primer caso

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PLURAL. ANTROPOLOGÍAS DESDE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Año 1, Nº 1. Enero-Junio, 2018. ISSN: 2393-7483, ISSN en línea: 2393-7491

se trata de superar lo más pronto posible el retraso y conseguir la


incorporación a la antropología directamente derivada de la ori-
ginaria, mientras que en el segundo se trata de asumir la multili-
nealidad del desarrollo de la antropología y aprovechar la situación
para evitar repetir ciertos problemas creados por las antropologías
primeras.

Si hay tantas escuelas de antropologías en América Latina y existe la


necesidad de la revitalización de nuestros antecedentes, como usted
lo propone, ¿por qué no estudiamos nuestra tradición antropológica
en nuestras escuelas?, ¿qué planteamientos podría hacer usted para
ayudar a estudiarnos, a conocernos y re-conocernos entre los colegas de
nuestra región e insertarnos en la tradición?
–Bueno, esta temática ya la toqué y no quisiera repetirme.
Solamente quisiera agregar que considero que la ya varias veces
comentada creación de grupos de trabajo multinacionales en la
ALA sobre determinados temas, podría ser un excelente punto
de partida para un conocimiento mutuo no basado en requisitos
escolares, sino en los procesos socioculturales mismos y en la di-
námica de la investigación antropológica. En particular, espero
que se pueda dar inicio al grupo de trabajo “Antropologías de las
antropologías latinoamericanas”, para el cual ya se ha preparado la
versión inicial del portal-eADALA –Antropología de las Antropo-
logías Latinoamericanas (<http://ada-la.org/wp/>), como instru-
mento de trabajo y como servicio a la comunidad antropológica
latinoamericana.

La profesora Jacqueline Clarac desde Venezuela plantea que las an-


tropologías del sur serían una “escuela en formación”. ¿Comparte esta
postura? ¿Cómo podrían las antropologías del sur convertirse en una
escuela de relexión, pensamiento y acción?
–Ciertamente admiro el optimismo y la tenacidad de la pro-
fesora Clarac. Comparto plenamente su idea en el sentido de que
las Antropologías del Sur como “antropologías propias” en, para
y desde el Sur no solamente nos ayudarán a entender mejor la
situación que difícilmente podemos llamar “sociedad humana”
actualmente en América Latina y las demás regiones del Sur, sino

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Entrevistas ... / Annel Mejías Guiza / pp. 205-238

que también nos ayudarán a formular y examinar propuestas al-


ternativas para nuestras sociedades y para la sociedad global.
Dado que la antropología es un fenómeno sociocultural,
como todos los fenómenos que estudia la antropología, es evi-
dente que la antropología mundial tiene que ser asumida también
como diversa, en plural. Por ello, no dudo yo tampoco que las An-
tropologías del Sur, con este nombre o con otro, estén ocupando
poco a poco sus lugares en la antropología universal, para llevarla
a una nueva etapa evolutiva, que tenga su objetivo en la transfor-
mación de la sociedad actual hacia una que con pleno derecho
pueda llamarse “humana”.

PERFIL

Esteban Krotz nació en Barcelona, España, y está casado con la antro-


póloga Ella Fanny Quintal Avilés. Reside mayormente en la Ciudad
de Mérida, Yucatán, México.
Es licenciado en Filosofía en Hochschule für Philosophie, Múnich,
en 1971; además, hizo su Maestría en Antropología Social en la
Universidad Iberoamericana, de la Ciudad de México, en 1976, y
estudió su Doctorado en Filosofía en Hochschule für Philosophie,
Múnich, en 1993.
Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, así como de la
Academia de la Ciencia, del Colegio de Etnólogos y Antropólogos
Sociales y de la Asociación Filosóica de México.
Fue profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ambas ubica-
das en la Ciudad de México, y desde 1987 es profesor-investigador
titular en la Unidad de Ciencias Sociales, del Centro de Investiga-
ciones Regionales, de la Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida,
México, y docente en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la
misma universidad. Desde 1994 ejerce como docente en el Posgrado
en Ciencias Antropológicas, del Departamento de Antropología de
la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, de la Ciudad
de México.

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LIBROS PUBLICADOS

En 1980 publica Utopía (Ed. Edicol, de la Colección Sociología), con


una segunda edición ampliada en 1988 por la Editorial Universidad
Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Luego, en 1994, edita su libro Kulturelle Andersheit zwischen Utopie und
Wissenschaft. Ein Beitrag zu Genese, Entwicklung und Neuorientierung
der Anthropologie (Ed. Peter Lang) y en 2002 saca La otredad cultural
entre utopía y ciencia: un estudio sobre el origen, el desarrollo y la
reorientación de la antropología (Ed. Fondo de Cultura Económica),
este último con una segunda reimpresión en 2013 por la Universidad
Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
También ha publicado como compilador y editor La cultura adjetivada:
el concepto 'cultura' en la antropología mexicana actual a través
de sus adjetivaciones (1993), Antropología jurídica: perspectivas
socioculturales en el estudio del derecho (2002, 2014), Las maestrías
centroamericanas en antropología sociocultural: hacia una antropología
propia (2012) y Sociedades mayas y derecho (2015); como coordinador
los siguientes textos: El estudio de la cultura política en México:
perspectivas disciplinarias y actores políticos (1996), Cambio cultural
y resocialización en Yucatán (1997), Aproximaciones a la antropología
jurídica de los mayas peninsulares (2001).

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