Neutralidad, Asertividad...

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3.4.

La gestión de emociones - Neutralidad


«La serenidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz
en medio de ella».

THOMAS DE KEMPIS

Hablábamos con anterioridad de la importancia que tiene la


gestión de emociones, el saber coger esas riendas de tus seis caballos
y ser tú quien decidas cómo usarlas.

Nos dice la Inteligencia Emocional que cada uno de nosotros


somos como un barco velero que va navegando por el mar. En
principio, si nada sucede, nuestra embarcación surca los océanos sin
problemas. Sin embargo, en un momento determinado puede
producirse una tormenta, una marejada, olas muy altas... que provocan
que nuestra vela se mueva, e incluso pueda caerse. Asimismo nos
sucede en la vida real. Nos levantamos con la idea de pasar un día
espléndido, pero antes de salir de casa tu pareja te grita, tu
compañero de trabajo está enfadado contigo, tu jefa te expresa su
descontento por algo que has hecho mal y... ¿qué ocurre con tu vela?
Comienza a tambalearse y puede incluso llegar a caer y que la
tengas que volver a levantar. Si la vela se mueve o se cae es
porque hemos realizado una pésima gestión de emociones y, ante los
estímulos del exterior, han salido a pasear nuestras cargas
emocionales.

Para aprender a gestionar nuestras emociones me gusta la postura


llamada de
«neutralidad», acuñada por Robert Dilts —experto en PNL y con una
gran dosis personal de Inteligencia Emocional—. Para la realización
de este ejercicio necesitas un ayudante, porque hay que hacerlo en
pareja. Primero sitúate de pie, con los pies cruzados o apoyado en una
cadera o en la otra, y dile a tu colaborador que te pegue un pequeño
empujón lateral en el hombro. Tú déjate. Lo lógico es que te
desestabilice y que muevas los pies del suelo. Esa presión que han
hecho sobre ti es como si alguien te hubiera gritado, tratado mal,
insultado, etc... y tú, al perder la estabilidad, como si te hubieras
enfadado llegando a la ira, es decir, sin gestionar tus emociones.
Ahora, prueba con tu ayudante lo siguiente: sitúate de pie, con
las piernas separadas una distancia similar a la que hay entre tus
hombros más o menos, con

las rodillas relajadas y preparadas para flexionar en caso necesario.


Mientras tú mantienes esa postura —llamada de neutralidad— tu
cómplice realiza una presión lateral con la mano en tu hombro
igual a la que tú vas a ejercer en dirección contraria, de manera
que no consiga que muevas tus pies del suelo. Estamos buscando
el punto de neutralidad. Si sientes que la presión es demasiada,
flexiona las rodillas. En esta ocasión, es como si alguien te gritara y
tú supieras mantener la calma, estar sereno, es decir, que no te
«mueve la vela».

Esta postura no es una metáfora, es para utilizarla en la vida real


cada vez que necesites gestionar tus emociones, tanto en tus
circunstancias personales como profesionales. Sea cual sea el ámbito
en el que te mueves, seguro que más de una vez necesitarás usarla.

Además, la postura de neutralidad es la adecuada para hablar en


público. Ya no valen esas actitudes de meterse las manos en los
bolsillos, cruzar brazos o ponerlos en jarras, pies que bailotean de
manera inconsciente por el escenario... en la Oratoria precisas ser
consciente en cada momento de qué está haciendo tu cuerpo, fijar
bien los pies al suelo y hablar con confianza.

En una ocasión un alumno de Oratoria, un abogado brillante con


gran éxito profesional, me solicitó que asistiera a un juicio
importante para darle mi opinión sobre su actuación oral. Antes de
entrar en la sala, él me fue presentando a sus clientes, a los testigos,
los peritos que iban de su parte... todos ellos eran personas maduras,
profesionales cada uno en lo suyo, dispuestos a declarar la verdad
que llevaban consigo. También pude observar, aunque desde cierta
distancia, a los clientes y testigos del abogado contrario. Nada me
hacía presagiar la transformación que muchas de estas personas iban
a sufrir una vez dentro de la sala. Para mi asombro, tanto testigos
de uno y otro lado, como peritos, que se supone que pueden
estar habituados a declarar, era ponerse delante del micrófono que
había situado frente a la jueza para que empezaran a bambolearse.
Unos de delante a atrás, otros de lado a lado, alguno con las
manos en los bolsillos, otros con bolígrafos en las manos... yo que
enseño a mis alumnos de Oratoria a mantener una correcta postura
de neutralidad no podía dar crédito a lo que estaba viendo.

La seguridad que la mayoría de aquellas personas mostraba fuera


de la sala, se tornó en miedo, nervios y ansiedad, lo cual provocaba
que, en vez de mantener un lenguaje no verbal estable y que
delatara confianza, destilaban

todo lo contrario. Solo aquellas personas que se postraron delante


de la jueza plantando firmemente sus pies en el suelo, provocaron en
mí la credibilidad. La jornada fue netamente instructiva porque,
además de comprobar los avances que mi alumno estaba haciendo en
su Oratoria, aprendí cómo salir de nuestra zona de confort nos
provoca una postura corporal que, si no somos conscientes, no
muestra una buena gestión de emociones.

3.5. La asertividad
«Si quieres ser respetado por los demás, lo mejor es respetarte a ti
mismo. Solo por eso, solo por el propio respeto que te tengas, inspirarás a
los otros a respetarte».

FIÓDOR DOSTOYEVSKI

Imagínate que viajas en tren y que éste se encuentra casi vacío.


Estás sentado en tu asiento tranquilamente cuando decides ir a la
cafetería. Tras media hora tomando algo vuelves a tu sitio para
encontrarte con la sorpresa de que alguien se ha sentado en tu lugar.
Tienes tres opciones:

a) Sentarte en otro asiento aunque no sea el tuyo (en el supuesto


de que haya asientos libres).

b) Decirle: «perdone, creo que se ha equivocado de lugar, ahí


estoy yo sentado»

c) Gritarle: «oiga, ese es mi sitio así que levántese de ahí


inmediatamente».

¿Cómo reaccionarías? Tu respuesta tiene que ver con tu


asertividad. Hay personas que nunca protestarían ante alguien que
les «roba» el asiento; otras tratarían, por medios respetuosos,
recuperar lo que es suyo; y por último, algunas emplearían los
medios que fueran necesarios para volver a tener su sitio,
incluyendo la agresividad.

Ahora piensa: ¿Cambiaría algo tu postura si quien usurpa tu


asiento es una persona mayor?

Otra opción: ¿Y si el tren fuera completamente lleno y te hubieran


quitado el único asiento libre que había en el vagón?

Te doy estas distintas posibilidades porque nuestra asertividad


depende, en ocasiones, de las circunstancias en las que nos
encontremos. Lo importante es que asimiles lo que es este concepto
y que averigües qué tipo de persona eres — en la mayoría de las
ocasiones— en este sentido.

Dice la psicóloga Olga Castanyer, autora del libro «La


asertividad: expresión de una sana autoestima» que una de las
definiciones más clásicas de este término es:

«La capacidad de autoafirmar los propios derechos, sentimientos y


opiniones, sin dejarse manipular y sin manipular a los demás».

Esta especialista otorga una gran importancia a la autoestima en


relación con la asertividad, considerando que es preciso valorarse y
quererse a uno mismo para relacionarse con los demás, sintiéndose a
la misma altura.

Según Castanyer indica existen tres tipos de personas en


relación con la asertividad: sumisas, agresivas y asertivas.

a. Las personas sumisas son aquellas que no protegen sus


intereses, sino que se pliegan a los de los demás con facilidad. Se
puede decir que tienen una baja autoestima que les hace no
respetarse como debieran; y una alta consideración de los otros. A la
larga se enfrentan a una autoestima cada vez más baja y a una falta
de respeto por parte de los demás.

b. Las personas agresivas son aquellas que defienden sus intereses


por encima de todo y de todos, sin tener en cuenta los derechos de
los demás. Tienen una autoestima baja y gran falta de empatía. Con
el tiempo se encuentran con que el resto de las personas no quiere
estar con ellos y esto incrementa su agresividad.

c. Las personas asertivas son aquellas que salvaguardan sus


derechos, respetando los de los demás. Tienen una autoestima
adecuada y una sana empatía. Son personas con habilidades sociales
y una gran capacidad para comunicarse y establecer sólidas
relaciones a nivel personal como profesional.

Aunque hay individuos con una mayor predominancia de alguno


de los tipos, en general a lo largo de nuestra vida cualquiera de
nosotros puede dar una respuesta sumisa, agresiva o asertiva en
una circunstancia determinada. Desde luego las personas que se
consideren más agresivas o más sumisas en su vida habitual,
deberían tratar de trabajárselo para evitar problemas de
comunicación con los demás. Como hemos reiterado ya en varias
ocasiones, es cuestión de conseguir ser más felices, estando más a
gusto con nosotros mismos.

Por supuesto, a la hora de trabajar nuestra comunicación la


asertividad es para nosotros una meta fundamental puesto que nos
proporciona las herramientas para desenvolvernos fácilmente en
cualquier entorno, evitando los conflictos.

Dice la sabiduría popular: «en esta vida todo se puede decir, lo


importante es saber cómo». La asertividad nos enseña a hacerlo
con libertad de expresión, comunicación directa, adecuada, abierta y
franca, y nos proporciona facilidad de relación con todas las personas,
un comportamiento respetable y la aceptación de nuestras
limitaciones.

¿Cómo utilizamos la asertividad en la Oratoria?

En primer lugar, estando dispuestos a dar el paso de hablar en


público. Hace unos años, dando clase al CEO de una multinacional
estadounidense con sede en España, y a su equipo de Dirección,
éste me decía: «Mis directores son muy buenos, están muy
cualificados tecnológicamente, pero cuando tienen que presentar
nuestros proyectos internacionalmente, nadie quiere hacerlo, se
van pasando la pelota unos a otros para no ser ellos los que hablen».
Necesitas la asertividad para defender tus derechos ante los
demás, ya sea en la comunidad de vecinos, la reunión de equipos, o
la presentación de resultados en la empresa.

3.6. El compromiso

«No hay éxito duradero sin compromiso».


TONY ROBBINS

Durante muchos siglos el compromiso era algo unido a


términos como el
«honor», «la palabra»... bastaba un apretón de manos para cerrar
un trato y a nadie, por muy villano que fuera, se le ocurría
incumplirlo.

Sin embargo hoy en día el compromiso está menospreciado,


siendo uno de los valores más importantes de la Inteligencia
Emocional. Cuando te comprometes a algo con alguien, es como si
firmaras un mini-contrato con esa persona que, si no cumples, le
llevará a decepcionarse contigo, perdiendo tú credibilidad para el
futuro. Cuando uno se compromete con uno mismo: «el martes lo
haré» y llega ese día por la noche y no lo has hecho, un sentimiento
de malestar llega a ti porque te has defraudado a ti mismo.

En la Oratoria, el compromiso es importante. Primero


comprometes tu agenda para hacer la presentación, te comprometes
a sacar tiempo para prepararla, y te comprometes a, llegado ese día,
hacerla. Sustituir a un orador no es fácil, y te aseguro que, si le
fallas a una empresa que te ha contratado, difícilmente lo volverá a
hacer. Por supuesto que en nuestra vida como oradores nos puede
ocurrir un percance, pero esto no puede convertirse en algo
habitual. Llegar tarde a un evento en el que te toca hablar hará
ponerse nervioso a los organizadores y generará mal ambiente en tu
público.

Según el profesor Stephen Covey: «Mantener un compromiso o


una promesa es un depósito de suma importancia; romperlos
representa un importante reintegro. De hecho, probablemente no
haya reintegro de más peso que hacer una promesa importante y
después no cumplirla. La próxima vez que volvamos a hacer una
promesa, no nos creerán. La gente tiende a construir sus esperanzas
en torno a promesas, en particular en promesas concernientes a
su subsistencia básica».

Por tanto, si quieres que te contraten para dar conferencias, que


tu superior cuente contigo para representar a la empresa o quieres
ganarte la vida con la

Oratoria, más vale que trabajes tu capacidad para el compromiso.


Recuerda... si no vas a cumplir, mejor que no te comprometas.

3.7. Sé consciente de tu aprendizaje

«Si quieres cambiar, eres tú quien debe hacer el esfuerzo».


KATHARINE HEPBURN

Los seres humanos nos pasamos la vida aprendiendo, y no hay


nada para la humildad, tan importante como ello. Ya sea si te estás
iniciando en el mundo de la Oratoria como si ya eres un ponente
consagrado, seguro que en muchos aspectos de tu existencia
continúas percibiendo conocimiento. Por ello nos interesa conocer
cómo se desarrolla esta actividad de «instalar nuevo software» y
actualizarnos.

Según los científicos, el ser humano pasa por cuatro etapas en el

aprendizaje: 1ª) Incompetencia Inconsciente (II): yo no sé que no

sé. Hay tantas cosas que


ignoramos que ni siquiera somos conscientes de que existen. Por
ejemplo, si
antes de comprar este libro no sabías que existía la Programación
Neurolingüística, no eras ni siquiera consciente de tu falta de
conocimientos sobre el tema.

2ª) Incompetencia Consciente (IC): yo sé que no sé. Cuando nos


enteramos de que algo existe pero que no tenemos ni idea sobre
ello. Por ejemplo, quizás al comprar este libro has conocido la
existencia de la Programación Neurolingüística y eres consciente de
que no tienes formación sobre el tema. Es una etapa de toma de
conciencia importante porque empezamos a saber lo que
desconocemos; es el primer paso para aprender.

3ª) Competencia Consciente (CC): yo sé que sé. Empezamos a


aprender y nos vamos concienciando de lo que nos falta por saber.
Nuestro conocimiento se va expandiendo pero aún queda mucho
para que nos salga de manera fluida. Ésta es una etapa larga. En el
caso de la PNL, según vayas leyendo este libro irás poniendo en
práctica las herramientas que se van mencionando e irás, cada vez
más, siendo consciente de cómo vas adquiriendo competencias.

4ª) Competencia Inconsciente (CI): yo no sé que sé. El


aprendizaje en esta etapa ya está realizado y los conocimientos se
han integrado tanto en ti que no
eres consciente de todo lo que sabes. Cuando lleves un tiempo
practicando la PNL empezarás a emplearla de manera natural, sin
tener que pensar en ello. Sabes mucho pero no necesitas ser
consciente de ello.

Imagínate empleando las técnicas de Oratoria que vas a aprender en


este libro y que vas a poder practicar en tus intervenciones. Antes de
adquirir este texto seguramente no sabías que existían. Según lo
vayas leyendo asumirás todo lo que desconocías. Luego harás una
presentación en público y llevarás a la práctica todo lo aprendido. Es
posible que la primera vez no lo hagas de manera espléndida, pero si
insistes, cada vez lo irás haciendo mejor. Como todo en la vida,
durante el aprendizaje habrá momentos mejores y peores, pero no
nos podemos dejar llevar por los que no nos salgan bien, estas son
experiencias para seguir aprendiendo.

Y cuando los conocimientos los has incorporado de tal manera que


ya forman parte de tu ser y te puedes dedicar a disfrutar de lo que
haces, es la etapa de
«fluir», como verás en el epígrafe siguiente.

Y como dijo Albert Einstein:


«La mente que se abre a una nueva idea, jamás volverá a su
tamaño original».

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