El Elefante Bernardo

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EL ELEFANTE BERNARDO

Había una vez un elefante llamado Bernardo, que nunca pensaba en los demás. Un día,
mientras jugaba con sus compañeros, tomó una piedra y la lanzó hacia ellos. La piedra
golpeó al burro Cándido en la oreja. Cuando la maestra vio lo que había pasado,
inmediatamente se puso a ayudar a Cándido. Mientras este lloraba, Bernardo se burlaba,
escondiéndose de la profe.
Al día siguiente, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed.
Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al mismo vio a unos ciervos que jugaban
en la orilla. Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y la arrojó
a los ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al
río, sin saber nadar.

Afortunadamente, el ciervo más grande se lanzó al río de inmediato y lo ayudó a salir.


Felizmente, a Gilberto no le pasó nada, solo terminó resfriado. Mientras, lo único que
hizo el elefante Bernardo fue reírse de ellos. Una mañana, mientras Bernardo daba un
paseo por el campo, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin
percibir el peligro, acabó hiriéndose sus patas con las espinas. Intentó quitárselas, pero
no pudo. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, decidió caminar para pedir
ayuda. Mientras caminaba, se encontró con los ciervos a los que les había echado agua.
Al verlos, les gritó: —Por favor, ayúdenme a quitar esas espinas que me duelen mucho.
Y, reconociendo a Bernardo, los ciervos le dijeron:
No te vamos a ayudar, porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó.
Tienes que aprender a no herir ni burlarte de los demás. El pobre Bernardo, entristecido,
bajó la cabeza y siguió su camino en busca de ayuda. Mientras caminaba, se encontró
con algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda, pero ellos tampoco
quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho al burro Cándido. Y
una vez más Bernardo bajó la cabeza y siguió su camino para buscar ayuda. Las espinas
le provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba
los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo a Bernardo y viendo todo lo
que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono, que se llamaba Justino, dio un gran salto y
se paró frente a Bernardo y le dijo: —Ya ves, gran elefante, siempre has lastimado a los
demás y, como si eso fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere
ayudar. Pero yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples
dos grandes reglas de la vida. Y le contestó Bernardo, llorando: —Sí, haré todo lo que
me digas, sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar las espinas
Y le dijo el mono: —Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los
demás; la segunda, ayudarás a los demás y ellos a ti cuando lo
necesites. Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y curar las heridas a
Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió las reglas que había
aprendido.

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