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DERECHO Y CONFLICTO 1

por

Remo F. Entelman

Las normas jurídicas de que se ocupan los científicos del derecho y los abogados y
las técnicas, sobre todo procesales, que la ciencia aplicada elabora funcionan en la vida social
como instrumentos para la resolución de conflictos entre pretensiones incompatibles de dos o más
sujetos. Sin embargo, ambas profesiones se han desentendido de la problemática del conflicto.
Para los juristas, la explicación de ese fenómeno está dada por la teoría general de su ciencia.
Según ésta, el ordenamiento jurídico es un sistema cerrado de normas que resuelve todos los
enfrentamientos posibles, sobre la base de un principio denominado norma de clausura. Conforme
a él, todo lo que no esta prohibido por las normas del sistema se considera jurídicamente permitido.

Los abogados, a su vez, son educados en un arduo y largo proceso de transmisión de


conocimientos, sin que tengan oportunidad de tomar conciencia de que sus vidas profesionales
transcurrirán confinadas en la operación de una sola categoría de métodos de resolución de
conflictos. Ni de descubrir la existencia de otros métodos que pueden usarse para los mismos
fines, reemplazando al derecho o cumpliendo su cometido allí donde aquel resulta inoperante. El
conflicto no les es mostrado como objeto de estudio ni reciben noticia alguna de las disciplinas que
lo tratan, pese a que el conflicto entre pretensiones jurídicas de signo opuesto (legítimas e
ilegítimas) del que se ocupan, es sólo una clase- y no la más numerosa- de ese género.
Si uno se adentra en el problema, puede efectuar algunos descubrimientos que, al ser
expuestos, provocan verdaderas perplejidades. Cuando la Teoría Pura del Derecho enuncia la
norma o principio de clausura, lo que en realidad denota es que, dada la existencia de un orden
jurídico con validez y vigencia en una sociedad determinada, todas las conductas posibles de los
individuos que la integran quedan automáticamente clasificadas en dos grandes categorías:
conductas prohibidas y conductas permitidas. Las primeras son definidas como aquellas que
constituyen el hecho antecedente de la sanción en una norma. Matar al prójimo, en ciertas
circunstancias, es una conducta juridicamente prohibida si, y sólo si, en una norma del sistema una
sanción está prevista como consecuencia de esa conducta.

Esto significa que la clase conductas prohibidas o sancionadas deja fuera de su


ámbito a las conductas no sancionadas, que con precisión se llaman permitidas, pero a las que
también se alude como conductas que alguien tiene derecho a realizar, en el sólo sentido de que
no le está prohibido hacerlo. Tal es el producto de aplicar el primer concepto clasificatorio de la
ciencia del derecho a un universo de conductas posibles.

A su vez, la clase conductas permitidas o no sancionadas se divide en dos subclases:


conductas no obligatorias y conductas obligatorias. Y estas últimas resultan definidas como el
opuesto contradictorio, en términos lógicos, de las conductas prohibidas.

Desde estos primeros conceptos, el sistema permite definir otros de función


clasificatoria y demarcar otras categorías de conductas, como derecho en sentido amplio (sinónimo
de conducta meramente no prohibida), y derecho en el sentido de correlato de la obligación de
otro, con sus especificaciones destinadas a crear la categoría de derecho subjetivo. O mejor, las
diversas categorías a que se refieren las diversas connotaciones de la expresión derecho subjetivo.
Resulta así que la expresión derecho es polivalente cuando se refiere a situaciones de conducta
que califica como tales. Tener derecho a fumar sólo quiere decir que hacerlo no está prohibido.

1
Corresponde a la exposición titulada "Teoría del Conflicto y Derecho". (Comisión 11.3)
Propiedad intelectual depositada. Publicación autorizada en los Anales del Congreso Internacional sobre Derechos y
Garantías Constitucionales en el siglo XXI, organizado por la Asociación de Abogados de Buenos Aires .
Pero si alguien dice que tiene derecho a cobrar el monto de un mutuo, está significando que otro, el
mutuario, tiene la obligación de pagar. Y esto es así porque hay una sanción prevista en la norma
para el que no restituye el monto del mutuo en tiempo oportuno. Y todavía en situaciones más
específicas, la misma expresión tiene un sentido más estricto. Como cuando afirmamos que ‘sólo
el calumniado tiene derecho a hacer condenar al ofensor’. Aquí, derecho es sinónimo de titularidad
2
de la acción que pone en marcha el sistema punitivo cuando se trata de delitos de acción privada.

EL AMPLIO UNIVERSO DE LO PERMITIDO

Si se abandona por un momento la conceptualización jurídica que divide el universo


de las conductas posibles en las categorías de prohibidas y permitidas, se encuentra uno frente a
la primera perplejidad. Al mirar desde otro ángulo el área de lo permitido, descubrimos dentro de
ella un número infinito de conflictos que el derecho desdeña porque se dan entre pretensiones
incompatibles, pero igualmente permitidas o no sancionadas. Y advertimos que juristas y abogados
se limitan a ocuparse de las confrontaciones entre oponentes que sustentan sus pretensiones
como legítimas y rechazan las del otro por ilegítimas. El acreedor frente al deudor que no acepta su
pretendido derecho y, viceversa, el presunto usurpador frente a quien se dice ilegítimamente
desposeído. Pero en el amplio espacio donde el derecho deja a los ciudadanos en libertad de
confrontar, no prevé proteger la pretensión de uno, poniendo a cargo del otro la obligación de
satisfacerla. Allí se producen los conflictos permitido vs. permitido que, por ser tales, no interesan a
jueces, abogados ni juristas. Ocurre que las conductas permitidas y las pretensiones no reforzadas
por el derecho mediante la generación de obligaciones son muchas más que las acciones
prohibidas, porque integran el área de la libertad jurídica que el derecho sólo invade con
prohibiciones cuando la sociedad lo considera indispensable. Las pretensiones respaldadas
mediante la imposición de obligaciones a otro ú otros constituyen una parcialidad muy inferior a las
de las expectativas que no están prohibidas, pero tampoco respaldadas: son meramente
permitidas. Al tiempo que, por otra parte, las situaciones de conflicto son excepcionales dentro de
las relaciones regidas por las normas de derecho. Sencillamente porque la gente cumple sus
obligaciones. No es aquí el lugar para analizar las causas de ese acatamiento, pero es claro que si
un ordenamiento existe como tal, es decir si tiene vigencia, es porque tiene el consentimiento
genérico de los súbditos, a pesar del margen de violaciones que su subsistencia como sistema
soporta. La relación entre validez y vigencia del derecho ha sido analizada con detenimiento por
jusfilósofos de la talla de Kelsen, Hart y Ross.

En algún momento de su vida profesional, tanto el jurista como el abogado descubren


que hay disputas entre quien, por un lado, pretende algo que no le está prohibido pretender y, por
otro lado, alguien a quien le está permitido (no prohibido) no acceder, no facilitar o impedir. Esas
disputas son lo más parecido que existe a la confrontación acreedor-deudor o usurpador-
desposeido. Además, en una sociedad con juristas y abogados, sus miembros asumen que los
numerosos enfrentamientos entre pretensiones incompatibles pero igualmente legítimas
(permitidas o no prohibidas) que a diario se producen, pueden administrarse y resolverse con la
misma asistencia profesional de los expertos en el sistema jurídico de resolución de conflictos que
establece las zonas de lo prohibido, lo permitido y lo obligatorio. No sólo los acreedores impagos o
los propietarios desposeídos recurren al abogado. También lo hace el socio minoritario cuando la
mayoría de una sociedad anónima no quiere ni analizar siquiera sus planes de desarrollo, porque
no está obligada. Aunque ese minoritario tenga permitido (no prohibido) pretenderlo.

2
Remo F. Entelman, "El Problema de la Clasificación en la Ciencia del Derecho", en “El Lenguaje del Derecho.
Homenaje a Genaro R. Carrió”. Edit. Abelardo Perrot (Buenos Aires, enero 1983, pag. 109) . Este trabajo contiene un
resumen suficiente de “Los conceptos clasificatorios del Derecho”, Remo F. Entelman ( Buenos Aires, edición
privada y agotada, 1960).
Cuando tales situaciones ocurren, se hace patente que el método jurídico de
resolución de conflictos no es aplicable a aquellos que se dan en el área de las confrontaciones
permitidas. El observador toma así conciencia de que el conflicto con resolución prevista en
normas de derecho es una parcialidad del género conflicto. Se enfrenta, pues, con una nueva
región ontológica, la que genera una nueva disciplina científica.

DERECHO Y VIOLENCIA

La otra perplejidad que viene a cuento es la que emana de descubrir que el sistema
jurídico es un método violento y no pacífico de resolución de controversias. Violento, porque
recurre al uso o a la amenaza de la fuerza.

Si recapacitamos sobre el hecho de que las definiciones de prohibido, obligatorio y


permitido emanan del concepto de sanción, corresponde analizar el significado que esa expresión
tiene en el lenguaje de la ciencia del derecho. Descubriremos así que la sanción que en las normas
está prevista como la consecuencia de determinada conducta (que llamamos antijurídica) es
siempre un acto que deben realizar los jueces o sus ejecutores, cuyas múltiples variantes tienen,
sin embargo, dos notas esenciales en común: (a) consisten siempre en una privación de algo
valioso (libertad, vida, cosas, honores, atributos, distinciones, y (b) están siempre previstas como
susceptibles de ser aplicadas con independencia de la voluntad del sancionado y aún contra ella,
mediante el uso de la fuerza, por disposición del juez, en caso de resistencia.

Tamaña revelación impacta, tal vez, a quienes dedican su vida al derecho porque lo
perciben como el modo de asegurar la paz social. Esa vivencia es explicable. El derecho de la
sociedad evolucionada no es igual que el de las comunidades primitivas. En estas, la fuerza
necesaria para aplicar la sanción quedaba en manos de la víctima, sus parientes o los miembros
de su tribu, cuando el sancionado pertenecía a otra. En la comunidad estatal, la sociedad
monopoliza la fuerza y centraliza su uso en manos de órganos especializados, los jueces. Pero las
amenazas que los particulares se intercambian y las que los jueces formulan cuando intiman a
entregar bienes o libertad son las del simple y descarnado uso de la fuerza física. Que no lo es
menos porque reciba el aristocrático nombre de fuerza pública.

Es correcto sostener que el derecho genera una cierta índole de paz social cuando
monopoliza la fuerza y prohibe a los particulares usarla en forma directa. Sin embargo, las
relaciones entre los miembros de la sociedad son más armónicas si, para resolver sus conflictos,
no recurren al uso o amenaza de la fuerza centralizada en el juez por delegación de la comunidad.
Para lo cual deben administrar y resolver sus conflictos con otros métodos, permitidos por el
ordenamiento, pero no reglados o poco reglados por éste. Esto además del hecho fundamental -
pero no rescatado por el pensamiento jurídico- de que a diario los particulares y sus abogados se
encuentran frente a conflictos cuya resolución no tiene previsto el apoyo de la fuerza judicial. Y
requiere recurrir al manejo de técnicas que, como la negociación y otras más sofisticadas,
funcionan dentro del sistema conflictual (endógenas) y no tienen a su disposición la colaboración
del juez y de la fuerza física que él administra.

Ocurre pues que los miembros de la sociedad regida por un orden jurídico enfrentan la
necesidad de analizar, comprender y saber utilizar esas otras técnicas, que no son generadas por
el conocimiento jurídico sino por otras disciplinas sociales.

Describir el fenómeno universal llamado conflicto, mostrar sus características y su


dinámica y familiarizar al lector con los conocimientos que fundamentan y explican esos otros
métodos de resolución y con su manejo práctico, es el quehacer de la Teoría del Conflicto. Las
enseñanzas de esta teoría deberían permitir la ubicación adecuada del saber jurídico en esa
dimensión universal del conflicto, visto como una forma de relación que también se da en el área
en que pretensiones no prohibidas confrontan con otras no compatibles con ellas, pero igualmente
no prohibidas.

CONFLICTO Y ORDEN JURÍDICO

Nuestra visión del ordenamiento jurídico como un método institucionalizado de


administración de conflictos en sentido amplio (prevención y resolución) es a menudo rechazada
por juristas y abogados, que la ven como una descalificación teórica. Es probable que tal reacción
se origine por dos causas (a) el hecho de que el sistema jurídico fue implantado en la sociedad con
el uso de un discurso estridente que recurrió a la postulación de valores de fundamentación divina
o racional. Toda una concepción contemporánea de la filosofía del derecho ha llamado a ese
discurso el "discurso del poder", y (b) el hecho de que el sistema jurídico se haya implantado
mucho tiempo antes y de que la ciencia que hace de su estudio su objeto tenga ya existencia
secular, mientras que la vocación científica por el análisis del conflicto como problema general de
una sociedad, sólo aparece en la segunda mitad de este siglo. Esa preocupación teórica sólo se
desarrolló impulsada por el desenfrenado aumento de la capacidad de destrucción que exhibe.

Sin embargo, desde la antigüedad, el hombre había desarrollado, sin teorizar sobre
ello, diversos métodos de resolución de conflictos. Ya en la segunda mitad de este siglo, cuando
comienza a investigarse seriamente sobre las características del fenómeno conflictual, con el
objetivo principal de la creación de métodos pacíficos que no recurrieran a la violencia para la
resolución de esos conflictos, Galtung pudo, en 1965, ofrecer como resultado de sus
investigaciones históricas, un inventario de doce métodos, violentos y pacíficos, de resolución de
conflictos: juegos de azar, ordalías, oráculos, combate sin limitaciones, guerra limitada, duelos
verbales, duelos privados, debates judiciales, debates, mediación y arbitraje, tribunales y
votaciones. La mención de este inventario sólo tiene el interés de llamar la atención sobre los dos
últimos métodos: Tribunales y votaciones. Se posibilita así un análisis que contribuye a reducir la
sorpresa que produce la calificación del orden jurídico como un mero método de resolución de
conflictos. Basta reflexionar sobre las votaciones. Generalmente se las concibe como una forma de
participación en el poder. Pero si lo pensamos más profundamente resulta que en el conflicto por el
poder o en el conflicto por cuál haya de ser el contenido de las normas que se dicten para orientar
la vida social, las elecciones significan excluir la violencia como método de solución y adoptar una
resolución pacífica, institucionalizada y reglamentada. De la misma manera que sorprende la
afirmación de que el voto es un método de resolución de conflictos políticos entre sectores de la
comunidad que no tratan de imponerse unos a los otros por la violencia, el sistema jurídico es
también un método de resolución de conflictos que trata de excluir el uso de la violencia por los
particulares. Sin embargo, tal exclusión no importa en absoluto eliminar el uso de la violencia,
reservada en el estado moderno a los órganos judiciales encargados de administrar la fuerza
sustraída a los particulares, en términos reglamentados por el mismo sistema.

En la comunidad primitiva se supone que todas las conductas físicamente posibles


competían libremente por realizarse, aunque fueran incompatibles. La única manera de evitar la
conducta opuesta a la deseada por un miembro de la comunidad era la persuasión o el recurso a la
violencia. En el comienzo de la evolución del grupo, aparece la necesidad de excluir de él la
realización de ciertas conductas y motivar, en cambio, la realización o la abstención de otras. Las
investigaciones efectuadas sobre el derecho primitivo muestran históricamente al homicidio y al
incesto como las primeras conductas cuya ejecución preocupa al grupo social.

Dispuesta la comunidad a motivar ciertas conductas y evitar otras, recurre primero a


un sistema directo de motivación. La autoridad moral o religiosa del jefe o del brujo. Más tarde,
coexistiendo con este sistema de motivación directa, desarrolla la técnica indirecta. Para evitar la
conducta A, se amenaza a quien la realiza con una sanción. Y lo que es lo mismo, para obtener
una determinada conducta "x" se amenaza con una sanción a quien realice la conducta contraria,
es decir, la conducta "no x".

Esta técnica indirecta supone la amenaza del uso de la fuerza e implica en la realidad
histórica el uso concreto de la fuerza. Cuando así ocurre, cuando una norma consuetudinaria
establece que el que comete incesto será sancionado con la muerte, decimos que ha aparecido un
sistema jurídico. Y que allí, en esa comunidad, la fuerza ha sido monopolizada por el grupo, como
lo está en el Estado moderno. Sólo que en éste, el monopolio no se ejerce por cualquier miembro
del grupo a nombre de la comunidad, sino que está centralizado en los órganos especializados del
Estado que, dentro del modelo Montesquieu que nos es familiar, llamamos Poder Judicial. ¿Qué
pasa hoy en la sociedad moderna con los conflictos y su resolución por metodologías jurídicas? El
acreedor amenaza al deudor con la ejecución de sus bienes. Es decir, con apoderarse -a través de
una acción judicial- de sus bienes y dárselos a un tercero (venderlos) para obtener de este tercero
los fondos con que cobrar su crédito. Este apoderamiento de los bienes se efectúa con recurso a la
fuerza cuando ello es necesario y el deudor no los entrega voluntariamente. El avance consiste en
que la fuerza no es utilizada por el acreedor sino solicitada a un Juez que primero sólo hace uso de
la amenaza de la fuerza -intimación bajo apercibimiento- y luego recurre directamente a ella
cuando es necesario desposeer al deudor. Desde la "vendetta" tribal hasta la cárcel o la ejecución
de bienes, hay sólo un proceso evolutivo. El que realiza una conducta que está prohibida -es decir,
respecto de la cual se ha establecido la amenaza de una sanción- será objeto de la privación de un
bien, en sentido amplio y no sólo material, de la libertad o de la vida. Y esto mediante el uso, si es
necesario, de violencia física, que no pueden ejercer los particulares sino un órgano competente,
utilizando sólo para la ejecución del acto de fuerza, a un sector especializado de la comunidad, que
genéricamente llamamos fuerzas de seguridad. Sin embargo, ese sistema ni siquiera prohibe a los
particulares el uso de la amenaza de utilizar la fuerza judicial. Tal vez el arma más poderosa que
los abogados ostentan en sus arsenales sea la de intimar a una prestación bajo amenaza de
ejecución forzosa.

De modo tal que no sólo estamos presentando el sistema jurídico como un método
más de resolución de conflictos dentro del grupo estatal, sino como un método que pivotea en
torno a la amenaza del uso de la fuerza o al uso mismo de esa fuerza cuando es indispensable. Así
se ha acortado la aparente distancia entre el micro conflicto entre particulares que es el "problema"
de los abogados, y el gran conflicto internacional o los grandes problemas sociales intergrupales o
intraestatales. En el derecho estatal como en la comunidad internacional, la violencia es el último
de los recursos. El derecho estatal contiene, además, soluciones concretas para muchos de los
conflictos y un sistema judicial que puede brindar otras no previstas en detalle dentro del marco de
la ley, pero también y sólo dentro de los límites que la norma general deja al Juez para crear la
norma individual aplicable al caso concreto.

Debe, no obstante, advertirse que el monopolio de la fuerza por la comunidad no


significa en absoluto autorizar a los jueces para utilizar esa fuerza en favor de cualquier pretensión
contra cualquier oposición. Al mismo tiempo que se establece un sistema de amenazas contenidas
en normas jurídicas, se definen las metas "legítimas" al servicio de cuyo logro el sistema está
dispuesto autorizar el uso de la fuerza. La sociedad selecciona con cautela la protección de ciertas
metas que considera legítimas y que en cualquier estadio de evolución social, son siempre sólo
una mínima parte de los objetivos que los seres humanos se proponen y que resultan
incompatibles con los objetivos de otro. Y esto es así simplemente porque la vida en sociedad tiene
lugar en un contexto de escasez de la mayor parte de los elementos que los ciudadanos
consideran necesarios para su bienestar. Y porque, además, esos individuo deciden sus
preferencias con relación a valores ordenados en escalas que no son uniformes para todos ellos.

A medida que la sociedad evoluciona, se organiza en grupos de diferentes número de


miembros. Pequeñas aldeas donde la vida en común reviste formas sencillas coexisten con
grandes concentraciones humanas de alta complejidad, en las que el número de metas declaradas
legítimas aumenta. La sofisticación de la vida social incrementa el número de nuevos objetivos que
sus miembros se proponen, alentados por el progreso del conocimiento y la tecnología en todas las
áreas y por las comunicaciones que permiten a un mayor número de individuos una más amplia
información sobre un número creciente de objetivos que sus congéneres se proponen y que ellos
quieren imitar.

Cuando el sistema jurídico elige los objetivos o metas que quiere privilegiar y pone a
disposición de ellos la fuerza monopolizada, lo hace mediante una técnica tal que deja
puntualizadas las metas ilegítimas creadas para privilegiar aquéllas otras. Precisamente porque su
método consiste en centralizar la fuerza para aplicar la sanción a quien realice los actos que
impiden a los otros -los titulares de las metas legítimas- obtener sus objetivos. Por eso las ciencias
jurídicas pueden hacer un inventario de obligaciones y derechos. Les basta con revisar el
contenido de las normas que señalan la conducta amenazada con sanciones. A ellas se las
denomina conductas antijurídicas o prohibidas. A partir allí, la ciencia define como obligaciones las
conductas que son el opuesto contrario, en términos lógicos de las conductas prohibidas. Y el
inventario de las prohibiciones define en qué condiciones los titulares de metas "legítimas" tienen
"derecho" a que el juez asista sus pretensiones con el auxilio de la fuerza.

Hemos señalado ya que, por el sólo hecho de generar un inventario de conductas


sancionadas (prohibidas), todas las conductas posibles restantes resultan calificadas por el sistema
como conductas "permitidas". Conviene señalar aquí un problema semántico de grave incidencia
en la dificultad de distinguir entre conflicto y derecho, o mejor entre conflicto permitido y conflicto
resuelto por el derecho. Tanto en el discurso científico como en el lenguaje cotidiano llamamos
"derecho" a esas pretensiones permitidas, mientras que en otro contexto, cuando hablamos de
derecho, no nos referimos a situaciones de mera permisión, sino a aquéllas que son correlatos de
las obligaciones que el sistema impone a otros mediante la técnica de aplicar sanción a la conducta
contraria a una determinada acción ú omisión, para que ésta resulte obligatoria. Acostumbrados
como estamos a pensar el derecho de uno frente a la obligación del otro, nos resulta difícil
comprender cómo, en situaciones que no están regidas por el derecho y que consisten en el
enfrentamiento o confrontación (conflictos), resulta que uno tiene "derecho" frente al otro, que
también tiene "derecho". Y así ocurre simplemente porque aquí usamos la expresión "derecho"
como sinónimo de "meramente permitido" o "meramente no prohibido". Con el bagaje conceptual
de una sociedad juridicamente organizada, nos es dificultoso admitir que en el área de conductas
no prohibidas tampoco existe la prohibición del "no pretender" objetivos incompatibles con las
pretensiones de otro. Por eso, cuando ocurre la confrontación entre pretensiones igualmente
permitidas pero incompatibles, nos encontramos frente a un problema que carece de solución en el
ordenamiento jurídico y en la ciencia del derecho.

La teoría del conflicto radica su quehacer en la descripción del conflicto, en el análisis


de sus elementos y modos de ser, en la generación de los métodos a que da lugar la aplicación de
sus conocimientos y en los desarrollos tecnológicos que realiza con auxilio multidisciplinario. Ello
no sólo abarca la problemática de la resolución del conflicto, sino también la de su conducción o
manejo y prevención.

Puesto que la ocasión nos impide adentrarnos en esos análisis, es importante


clarificar el rol que desempeñan los conocimientos aportados por la Teoría del Conflicto en la
formación complementaria del abogado. Pensamos que, en primer lugar, se trata de capacitarlo
para desempeñarse profesionalmente en la administración y resolución de conflictos entre
pretensiones igualmente "no prohibidas" o "permitidas" que también la sociedad le requiere y para
lo cual carece de herramientas en su formación de grado. Hemos dicho ya que la sociedad,
acostumbrada a ver en los abogados los expertos en la resolución de las confrontaciones entre
derechos y hechos antijurídicos, los perciben como los naturales operadores de aquellas otras que
el sistema jurídico deja libres al manejo de los interesados, que encuentran en el ordenamiento
sólo un puñado de limitaciones jurídicas (prohibiciones) para los recursos que puede utilizar en
procura de su objetivo. Pero, además, el conocimiento del fenómeno conflictual y de las técnicas
para su administración permite al abogado complementar sus recursos emanados del sistema
jurídico con otros que la ciencia del derecho no trata. O reemplazarlos por éstos, con adecuada
ponderación sobre su eficiencia y conveniencia.

“PERMITIDO versus PERMITIDO”

Tenemos hasta aquí la postulación de que, en el universo de todas las


confrontaciones posibles entre miembros de una sociedad, una parte, la menor, es asumida por el
sistema. Este privilegia, porque las valora positivamente, algunas de las pretensiones opuestas en
las confrontaciones posibles y pone a su disposición el método jurídico de resolución. Lo hace
motivando al oponente a través de una amenaza de sanción susceptible de aplicarse contra su
voluntad y con utilización de violencia. Nuestra postulación afirma que todas las otras
confrontaciones posibles no asumidas por el sistema están permitidas, que no son prohibidas y
constituyen derecho en el sentido más lato de esta expresión.

Cuando nuestro camino hacia ese complemento de formación comienza, nos


encontramos frente al objeto conflicto. Es claro que el método jurídico de resolución de los
conflictos asumidos por la sociedad ha dado lugar, en los últimos dos siglos, a una vigorosa ciencia
con antecedentes conceptuales muy antiguos. Y que el conflicto que se produce entre pretensiones
incompatibles pero igualmente permitidas no es objeto de estudio para esa ciencia, ni integra de
manera alguna las currículas que contienen la formación brindada por las universidades al
abogado. Sin embargo, estos son cada vez más percibidos por la sociedad como los expertos a los
que razonablemente debe acudirse en tales situaciones. No es difícil asumir los riesgos de esta
situación. En la medida que los abogados no asumen la administración de ese tipo de conflictos
permitidos, generan en quienes los consultan la percepción de que, en esos enfrentamientos, no
tienen problema alguno. Después de todo, la respuesta usual frente a tales consultas, que se limita
a informar al consultante que él no está obligado a satisfacer la pretensión de su oponente, es
bastante lógica. Pero no borra por eso la calidad de requerido o reclamado, ni impide a quien
consulta estar involucrado en un conflicto que su adversario puede manejar con métodos no
jurídicos pero tampoco prohibidos.

De lo que hasta aquí hemos dicho sobre pretensiones y confrontaciones, el conflicto


parece como un proceso de interacción humana que es necesario describir con más detalle y
precisión. Para hacerlo, uno puede recurrir a las múltiples análisis serios que hoy existen sobre el
fenómeno social de interacción humana. Pero la búsqueda de los accesos gnoseológicos más
simples nos ha inducido a seguir el método que ensaya Julien Freund, el padre indiscutido de la
Polemología. Así denomina él mismo sus desarrollos sobre el conflicto, a los que a menudo
también llama Sociología del Conflicto, como lo hace en el título de su obra principal sobre el tema.

En la obra que citamos, el ilustre autor francés trata de poner al lector en presencia del
objeto "conflicto" a través del concepto de "relación social". Recurre así a la antigua técnica
pedagógica de las ciencias naturales que definen sus objetos por referencia al género próximo y a
la diferencia específica. Mostrar un objeto de conocimiento es tarea fácil cuando se trata de objetos
naturales a los que el intelecto accede por intuición sensible. Un animal desconocido, un mineral
recién descubierto o una planta exótica son objetos que pueden mostrarse y ser vistos antes de
toda descripción. Es más, los contactos sensoriales del observador habrán de ser después las
fuentes de los criterios de verdad al intentarse la verificación de los juicios científicos con las
intuiciones sensibles. En las ciencias sociales, el acceso gnoseológico es más complejo, por el
carácter cultural de sus objetos, al igual de lo que ocurre con las disciplinas que trabajan sobre
objetos ideales, como las matemáticas y la lógica. Ni el orden jurídico ni el conflicto son objetos que
pueden verse con los ojos de la cara, que sólo pueden identificar textos escritos o conductas cuyo
sentido conflictivo no resulta de la mera intuición sensible y necesita de otro tipo más complejo de
acceso. Y es claro que la tarea se simplifica si se trata de provocar la intuición intelectual de un
objeto que puede pensarse como integrante de una clase que forma parte de un género más
extenso ya conocido. La versión de la relación social como género superior que subsume la clase
"conflicto" aparece así como un acierto metodológico de Freund. Porque cualquiera sea la
formación de quien intenta adquirir conocimiento sobre conflictos, la relación social es un fenómeno
del cual todos tenemos múltiples experiencias, desde la más temprana infancia, por haber
integrado ese tipo de agrupamientos en el hogar, las pandillas infantiles, los equipos deportivos, las
aulas y en múltiples actividades grupales que nos dan un conocimiento vital y biográfico, aunque
precientífico, de ese objeto.

En su exposición, para desarrollar su método, el autor recurre a la definición de


relación social propuesta por Max Weber. Este describe esa relación como la conducta reciproca
de dos o más sujetos que actúan de moda tal que, cada uno de ellos piensa, asume y decide su
3
conducta teniendo en cuenta la de los demás. .

Un genero "relaciones sociales", así ampliamente descripto, admite desde luego


múltiples clasificaciones de acuerdo con diversos criterios de agrupamiento. En cada clasificación
el criterio clasificador se elige con miras a ciertos requerimientos del conocimiento teórico. No
puede postularse que ese criterio sea falso o verdadero, sino útil o inútil. En tal sentido, toda
clasificación de los objetos que integran un universo es un agrupamiento arbitrario que sólo tiene
sentido si sirve a los fines para los cuales la clasificación se efectúa. Frente a un género amplio
determinado, existen por lo general múltiples criterios utilizables. Por ello sólo se refiero aquí al
agrupamiento que puede hacerse dentro del género "relaciones", basándose en la índole de los
objetivos de sus miembros. Hay casos en que los objetivos de cada uno de los miembros de la
relación son coincidentes, en mayor o menor medida. Otros, en que, con más o menos
incompatibilidades, los objetivos de uno excluyen total o parcialmente a los del otro. Al primer
grupo de situaciones, las llamamos "relaciones de acuerdo". Al segundo, "relaciones de
desacuerdo". En otro lenguaje, las relaciones del primer grupo se dominan "cooperativas". Las del
segundo "de conflicto" o "conflictivas".

Al hablar de preponderancia o de grados de cooperación o de incompatibilidad, al


referirnos a objetivos más o menos incompatibles, estamos anticipando el complejo fenómeno de la
coexistencia de zonas de cooperación y de conflicto que suelen darse en la mayor parte de las
relaciones. Este tema involucra buena parte de los problemas asociados a la búsqueda de
métodos cooperativos para resolver conflictos, destinados a obtener soluciones que satisfagan a
todos los oponentes. Se trata de las soluciones que ya, no sólo en el discurso académico sino
también en el cotidiano y en el periodístico, se dominan "ganador-ganador", por oposición a las que
arrojan un ganador y un perdedor.

Estamos ahora en condiciones de ensayar una identificación lo más objetiva posible


del conflicto, sin intentar añadir una nueva definición a la larga lista ya producida por diversos
autores. Ocurre que, cada vez que se trata de definir objetos sobre los cuales el conocimiento no
está satisfactoriamente acabado, cada autor incluye como nota esencial en su definición, las notas
que cree que caracterizan al objeto. Quienes, por haber comenzado sus investigaciones sobre el
conflicto internacional, consideran que el uso de violencia como método de resolución es un
elemento esencial del fenómeno conflictual, incluyen, desde luego, esa nota en su definición. Del

3
Hay que tener presente que hoy sabemos que tales decisiones se toman no sobre la base de la conducta del otro, como
éste la entiende, sino sobre la percepción que de ella tenemos. Este descubrimiento ha influido notablemente en
nuestra concepción actual del conflicto y sobre los abordajes a las tecnologías de administración que nos ocupan. Tal
vez, con cierta licencia de lenguaje y sin rigor conceptual, diríamos que el conflicto no es en realidad una
incompatibilidad de metas, sino de percepciones.
mismo modo en que aquellos otros que consideran que el conflicto, violento o no, es una anomalía
del sistema social, también lo definen con referencia a esa nota para ellos esencial. Es verdad que
nuestra caracterización del conflicto como una forma normal de la conducta social, importa
rechazar la tesis del tejido social enfermo y partir del presupuesto de que en toda sociedad las
relaciones entre sus miembros tienen inevitablemente zonas y matices de conflicto. Nos parece
que tal afirmación tiene verificación empírica en la observación objetiva, que la historia exhibe, de
la imposibilidad de encontrar una asociación humana que tenga a su disposición cantidad
suficiente de todos los recursos necesarios para satisfacer todos los objetivos de todos sus
integrantes. Sólo así no habría posibilidad de que el objetivo de unos obstaculice la obtención de
los de otros. Ni tendría sentido hablar de confrontación de valores, porque en ese contexto ideal,
cada individuo podría satisfacer sus metas, sin afectar la libertad de los otros de alcanzar las
suyas. Si se tratara de lo que los autores llaman conflicto de valores últimos, todavía quedaría una
zona donde ni siquiera la abundancia de todos los elementos posibles para la satisfacción de
necesidades garantizarían la inexistencia del conflicto "axiológico", al más alto nivel.

TIPOLOGÍA DEL CONFLICTO

Para una concepción que ha centrado su interés en lo que tienen de común los más
diversos tipos de conflictos posibles, postulando precisamente la universalidad del objeto de la
teoría de conflicto, el problema de las tipologías posibles parece prematuro a esta altura el
discurso. Sin embargo, es un hecho real que el conocimiento científico ya ha asumido esa tarea
clasificatoria, que es más meritoria en una disciplina que no tiene acabada la descripción de su
objeto, ni asume las identidades que se encuentran en muy distintas clases de conflicto y, por
ende, menos todavía, sus diferencias. La actividad de un Linneo no sólo requiere vocación, sino un
conocimiento más profundo del que tenemos de la totalidad que pretendemos diversificar. Lo cual
resulta aceptable si se piensa que la ciencia del derecho carece, aún hoy, de suficientes conceptos
clasificatorios. Se advierte así cuán difícil es pensar por ahora en una adecuada clasificación del
universo del conflicto como objeto de conocimiento.

Las clasificaciones que suelen encontrarse, originadas en su mayor parte en


investigaciones cuyo principal objetivo era el análisis de las relaciones internacionales, eligen
criterios que en el fondo, en un primer momento, sólo apuntan a separar lo nacional de lo
internacional. Esto sobre todo porque por mucho tiempo, hasta la década del 70, la disciplina de las
relaciones internacionales trabajaban sobre el paradigma de que la política internacional y la
política nacional eran fenómenos totalmente independientes, que solían caracterizar como dos
bolas de billar susceptibles de tocarse, de chocar, pero en ningún caso de alterarse por sus
relaciones. Encontramos así clasificaciones que distinguen conflictos internacionales de conflictos
intraestatales. A veces su terminología cambia y utilizan las expresiones intraestatales e
interestatales. O sistemáticos y extrasistemáticos, en un contexto en el que sistema quiere decir
sistema estatal. Las clasificaciones que abarcan las más modernas expansiones del conocimiento
sobre conflicto incluyen ya otra modalidad del mismo que se agrupan en conflictos "grupales" y
conflictos "intragrupales" o conflictos entre las partes de un grupo, o "intra" grupos. A poco que se
profundice, se verá que esta clasificación es similar a las anteriores que utilizan las expresiones
internacional, estatal y extraestatal o intraestatal. Los conflictos "interpersonales" aparecen
vislumbrados en algunas clasificaciones recientes, como, por ejemplo, la distinción entre conflictos
"grupales" y "personales". Sin embargo, es bueno estar alerta sobre el sentido conque algunos
autores utilizan las expresiones "personal", o "personales", no en el sentido en que nosotros las
postulamos, cuando hablamos de "conflictos personales o interpersonales" o "miniconflictos. La
clase "conflictos personales o interpersonales" aparece mas bien utilizada para distinguir conflictos
intraestatales en que el Estado no es parte.
Puesto que esta exposición está destinada a poner a sus lectores en contacto con el
objeto conflicto, es razonable no profundizar aquí en el problema de la clasificación. Tal vez, lo
único que justifica que se hable de una concepción argentina del conflicto, es precisamente el
hecho de habernos propuesto como paradigma la universalidad del objeto conflicto, que nos
pareció percibir hace veinticinco años, al cotejar diversos tipos de conflictos, de dimensiones,
intensidad y metodología de administración totalmente diferentes. Desde ese paradigma, siempre
susceptible de ser revisado, pudimos efectuar los desarrollos descriptivos y las tecnologías que hoy
aplicamos a los conflictos entre particulares, desde el gran conflicto entre grupos numerosos,
sociales o privados, hasta el miniconflicto conyugal.

La mención que aquí incluimos al tema de la tipología del conflicto tiende a facilitar el
objetivo pedagógico de mostrar la relación entre el derecho y el amplio universo del conflicto. Pero
no vemos a la tipología como un acceso preferente al conocimiento del objeto de nuestra disciplina.
Por ahora nos parece que ella debe concentrar sus esfuerzos teóricos en los análisis estáticos y
dinámicos de la relación conflictual y en las descripciones que generen nuevos conocimiento y
nuevas tecnologías relativas a la prevención, conducción y resolución de los conflictos.
Papel de Trabajo Nº 1

Dr. Remo F. Entelman

INTRODUCCION A LA PROBLEMATICA

ABOGACIA Y CONFLICTO

Nuestro objetivo pedagógico de hoy es encontrar caminos adecuados para que Uds.
puedan tener alguna comprensión respecto de lo que es, en sentido genérico, el contenido de esta
materia. Mientras que las otras que integran el plan de estudios, aún aquellas que le son
novedosas -como Contabilidad y Teoría de la Administración- son asignaturas que abarcan un
conjunto sistemático de conocimientos relativos a objetos que le son más o menos familiares o de
los que al menos, desde algún punto de vista o en algún lenguaje, han tenido noticias anteriores.

Para comenzar a guiar el aprendizaje de la Teoría del Conflicto intento, en esta primera
clase, abarcar tres cosas distintas: el objeto conflicto en general, la ciencia que de él se ocupa, en
sus dos aspectos -investigación pura y conocimientos aplicados- y qué relación tiene toda esta
problemática con el ejercicio de la profesión de abogado. Sin lograr ese objetivo, especialmente sin
poder mostrar qué parentesco tiene la actividad del abogado con el objeto conflicto, sería muy
difícil generar en Uds. interés por saber respecto de él, por incorporar siquiera algunos conceptos o
técnicas de la disciplina que de él se ocupa.

Haremos hoy, pues, un intento totalmente asistemático que consiste en ir saltando de la


problemática del abogado a la ciencia del conflicto y de allí, al plano objetal, pero sin desarrollar
una descripción del objeto conflicto, sino suministrando atisbos de la clase de fenómenos a que
pertenece; sin hacer por cierto una historia o actualización del desarrollo de los conocimientos
científicos a su respecto. Por el contrario, muchos de los cuales ni siquiera han sido incorporados
al programa de la materia, ya que ésta ha sido reducida a lo indispensable para un manejo del
conflicto por parte de quienes ejercen la profesión de abogado.

En general estamos formados para manejar cierto tipo de problemas, sobre la base de un
determinado conjunto de conocimientos. Si uno simplifica, puede decir, con expresiones del
lenguaje cotidiano, que lo que el abogado cree poder hacer al egresar de esta facultad y lo que la
comunidad espera que él haga, es resolver determinados "problemas" y esta afirmación es válida,
por cierto, para el abogado en general, con lo cual resulta por su amplitud también aplicable al
especialista que de Uds. queremos hacer.

Pareciera que el "problema" cuya solución se espera del abogado, se resuelve a través
de normas contenidas en el ordenamiento jurídico para cuyo manejo tiene una formación
profesional. Los abogados, se supone, resuelven esos especiales "problemas" de que se ocupan, a
través del ordenamiento, tanto cuando usan el sistema procesal para que un Juez produzca una
decisión, como cuando lo hacen extrajudicialmente, asesorando, gestionando o negociando. Tanto
el abogado que litiga como el que realiza cualquiera de esas otras actividades, está tratando de
resolver algún tipo de "problema" de su cliente, fuera o dentro del Tribunal, sobre la base, asumida
por él y por el usuario de sus servicios, de que conoce lo que se debe, aquello a lo que se tiene
derecho, lo prohibido y lo permitido. Pero existen otros medios de los que uno se puede valer para
buscar soluciones lícitas a sus "problemas", y que sin embargo, no son tema de enseñanza en la
carrera de grado. Por cierto que creo que los conocimientos a que me refiero no debieran
enseñarse sólo en esta especialización sino a todos los abogados, como parte integrante de su
formación genérica de tales.

Desde el punto de vista de la Ciencia del Derecho y de la Teoría General del Derecho,
todos los problemas están teóricamente solucionados en el ordenamiento jurídico, en virtud del
principio de que lo que no está prohibido está jurídicamente permitido. Pero la experiencia de la
vida social genera situaciones que también podemos llamar "problemas", que están igualmente
vinculadas a la actividad del abogado y que no quedan solucionadas con la mera afirmación de que
están o no permitidas determinadas conductas.

Tratemos de ver una serie cualquiera de situaciones diversas en que el abogado actúa
normalmente y busquemos luego encontrar en ellas algo en común que permita apuntar hacia lo
que va a ser el objeto de nuestra actividad en este curso. Un abogado puede ocuparse de un juicio
tendiente a obtener el cobro de un crédito muy bien protegido con una garantía real, para poner un
ejemplo nada complejo. Supongamos que se ocupa también de resolver el "problema" de una
empresa, ahora deudora, a la que una Obra Social ejecuta los bienes por falta de pago de los
aportes debidos. Tomemos, además, el ejemplo del abogado cuyo problema es estructurar, a
través de una negociación y un contrato, las relaciones que una empresa quiere trabar con un
arquitecto, para diseñar, proyectar y dirigir la construcción de una planta industrial. Pongamos
ahora la atención en un cliente que es vendedor o comprador de un inmueble y ante el
incumplimiento de la otra parte, compradora o vendedora, tiene que actuar de alguna manera. Se
supone aquí que el abogado conoce e informa a su cliente sobre la regulación legal del pacto
comisorio expreso.

Volveremos al final de esta clase sobre estos casos, que parecen bien dispares entre
ellos. Todos tienen la característica de tener soluciones previstas en el ordenamiento jurídico. Y sin
embargo intentaremos mostrar que pueden tener soluciones mejores si se los piensa y maneja
desde otro punto de vista. Pero empecemos ahora por detectar qué tienen de común estos casos
diferentes, como para permitirnos colocarlos dentro de un universo mayor de aquel que se
circunscribe a los "problemas" jurídicos que parecen constituir y pretender que los intuyan de
inmediato. Porque no se trata de objetos naturales a los que se accede por intuición sensible. Todo
el intento pedagógico consiste aquí en descubrir los "pasos" -por parangón con los pasos de un
problema matemático- a través de los cuales ustedes puedan ponerse frente al objeto. Y para no
hacerlo demasiado misterioso a este objeto, llamémoslo ahora por su nombre. Digamos: frente al
objeto "conflicto".

Admítanme que diga, aunque por ahora sólo lo acepten dogmáticamente, que el acreedor
que quiere cobrar frente al deudor que no quiere o no puede pagar, aquella Obra Social que quiere
ejecutar y la empresa que quiere conservar sus bienes para producir con ellos lo necesario para
pagar, el empresario que quiere contratar con un arquitecto y el arquitecto que quiere obtener el
contrato profesional, al igual que el comprador o el vendedor que tienen enfrente al comprador o
vendedor incumplidor, todos ellos permiten hacer a su respecto una predicación de carácter
común. Cada uno de ellos se propone la obtención de un objetivo. Podrá decirse que ante tal
generalización, nadie puede oponerse pero que por ahora no se entiende adonde apunta esta
afirmación. Así es. Veamos ahora, sin embargo, que mientras el objetivo del acreedor es cobrar, el
del deudor es dilatar el pago porque no puede o no quiere pagar. En realidad dilatar o evitar el
pago. Del empresario que contrata un arquitecto podemos decir que su objetivo es obtener un
servicio en condiciones razonables de precio. Para el arquitecto el objetivo sería prestar el servicio
en condiciones igualmente razonables. El vendedor o el comprador en la situación de
incumplimiento de uno de ellos pueden proponerse la rescisión o el cumplimiento y pueden
coincidir en la elección o no coincidir. La Obra Social que ejecuta tiene por objetivo la rápida
incorporación de fondos para el loable destino de prestar sus servicios sociales. La empresa
deudora tiene por objetivo financiar su actual operación deficitaria, no sólo para poder pagar su
deuda con la Obra Social, sino involucrando también el mantenimiento de la fuente de trabajo a
quienes son los beneficiarios de aquellos servicios sociales. Nos encontramos, pues, en que cada
vez que aparecen estos "problemas" del abogado, hay más de una persona, más de una parte,
más de un actor y que cada uno de estos actores, ya sean individuales o colectivos, tiene un
objetivo. En algunos casos, como el del arquitecto, ese objetivo parece ser el mismo: contratar el
servicio a precio razonable. En los casos de acreedores y deudores, de obra social y empresa
ejecutada, aparece notorio que los objetivos son encontrados o incompatibles. En el del vendedor y
comprador en una operación con pacto comisorio, los objetivos pueden aparecer idénticos si
ambos optan por la rescisión o por el cumplimiento o pueden parecer opuestos si uno elige uno de
esos caminos y el otro el restante. Pero volviendo al ejemplo del arquitecto ¿serán iguales sus
criterios de razonabilidad? Piensen en lo siguiente: si el cliente cree que lo razonable es pagarle
más al arquitecto, cuanto menos le cueste la obra, en razón de tiempo o buena selección de
materiales y servicios y el arquitecto, en tanto piensa en términos arancelarios, se propone cobrar
un porcentaje sobre costo real final, ¿dirán ahora que los objetivos de los dos son idénticos? o por
el contrario, ¿también los verían, planteados en esos términos, como objetivos encontrados? Y
realmente los objetivos de la obra social que quiere cobrar ahora y los de la empresa que quiere
dilatar, ¿son en el fondo totalmente encontrados? No podemos llegar a pensar que a la obra
social, generalmente vinculada, además, con el sindicato que agrupa a los obreros que sirve, no le
es indiferente que estos pierdan su fuente de trabajo? El mantenimiento de ésta sería ahora un
objetivo de la obra social, igual que el de la empresa. Y no habría objetivos encontrados. Sin
embargo, al principio aparecían claramente encontrados, como los del simple acreedor frente al
simple deudor moroso.

¿Qué hay en este caso de distinto que en el de una mera cobranza de crédito hipotecario
entre acreedores y deudores totalmente carentes de otro vínculo que el de esa relación crediticia?
Para la formación del abogado los casos se aparecen como muy similares, con diferencias
respecto del tipo de crédito, acción judicial a que dan lugar, consecuencias en cuanto a accesorios,
etc., pero las otras diferencias a las que he apuntado recién, en forma intencionalmente vaga, no
aparecen explicitadas en las disciplinas jurídicas.

Y bien, ahora admitamos que el abogado trabaja en la solución de problemas que existen
entre dos o más partes, individuales o colectivos cada una de ellas, que tienen objetivos tales que
los de una de las partes son incompatibles con los de la otra, o que pueden ser incompatibles aún
sin que las partes o alguna de ellas lo advierta, o, que sin ser incompatibles, se aparecen como
incompatibles a la comprensión de una de ellas o de ambas.

Si se acepta la afirmación que acabo de hacer como una hipótesis de trabajo a estos
fines expositivos de acercamiento a nuestra temática que nos hemos propuesto para el día de hoy,
creo que hemos obtenido un avance serio, por ahora. Sin intentar definición alguna, debo decir que
la afirmación de que dos partes tienen una relación de tal tipo en la que ambas procuran la
obtención de objetivos que son, pueden ser o parecen ser para alguna de ellas, incompatibles, es
bastante parecida a una definición de lo que en otras áreas de conocimiento se denomina
"conflicto". Un intento provisorio de definición que no está comprometida con grandes debates
teóricos o ideológicos, por eso no se habla de oposición entre partes que buscan sus objetivos a
través de acciones que incluyen o pueden incluir el uso o la amenaza de violencia. Ya veremos
más tarde cómo también el derecho es un sistema que apela a la amenaza de la fuerza para
procurar la solución de conflictos.

Dentro de esa genérica concepción de conflicto, si provisoriamente se me permite llamarlo


así, caben todas las situaciones que en otros sectores de la conducta social se denominan
conflictos, desde el internacional, que más de una vez se resuelve por la violencia, pero que en no
pocas se soluciona sin recurso a ella o con el sólo uso de la amenaza de la fuerza; hasta el
laboral, donde se muestra claramente que el ejercicio de conductas conflictivas, cuando no existen
métodos legítimos que permiten peticionar cambios en las condiciones de trabajo, terminó por
institucionalizar finalmente procedimientos que hoy sí permiten tratar de obtener las metas del
sector trabajador sin que haya en el orden jurídico normas que autoricen a demandar judicialmente
tales metas. La reducción de la jornada laboral a ocho horas, que a todos nos parece justa hoy, no
era una meta prohibida por el ordenamiento a principios de siglo, pero no había tampoco en el
sistema jurídico la facultad de demandar al empleador para que los contratos de trabajo limitaran la
prestación de mano de obra a un tiempo determinado por día. Esto prueba que dentro del amplio
universo de conductas que resultan jurídicamente permitidas por no estar prohibidas, los miembros
de un grupo social pueden tener pretensiones enfrentadas o incompatibles y que es sensato
pensar en utilizar para la obtención de esas metas, una metodología extraída de la teoría que se
ocupa del conflicto internacional o social, en la medida que pueda justificarse jurídica o éticamente
el uso de tal metodología distinta. Por otra parte y sin avanzar en esa problemática, la teoría sobre
el conflicto ha desarrollado conocimientos y técnicas que permiten un mejor y más eficiente manejo
de "aquellos problemas" de los que hemos dicho que se ocupa el abogado. Me refiero a un manejo
más eficiente que el que da el mero uso de las herramientas procesales contenidas en el
ordenamiento.
Pero no saltemos todavía del conflicto a la teoría que de él se ocupa aunque luego nos
referiremos a ella. Aparece por ahora que tanto entre grupos de una comunidad, en los conflictos
sociales, cuanto entre grandes grupos nacionales, en los conflictos entre Estados, como entre
individuos o pequeños grupos de individuos dentro de la comunidad estatal aparecen actuando con
mucha similitud uno o más oponentes, que en general llamaremos "actores", que tienen objetivos
que son opuestos, pueden llegar a serlo o aparentan serlo. Y esos individuos realizan conductas
tendientes a la obtención de su objetivo. Como abogados sabemos de algunas de esas conductas
como, por ejemplo, la acción judicial. Pero por eso mismo aparecemos insertados en el conflicto
individual para movernos con sólo una metodología que no siempre es idónea y que a menudo es,
en todo caso, la menos idónea. He hablado de metodología jurídica para resolución de conflictos.
Saltando ahora a la teoría del conflicto, desde hace mucho tiempo, las comunidades humanas han
inventado, han creado, métodos para solucionar conflictos. Métodos que han ido desde el uso de la
extrema violencia hasta el total compromiso como las bodas simbólicas entre los miembros de
clanes o tribus rivales. La historia contiene un archivo de las más violentas y las más pacíficas de
las soluciones que en el decurso de los siglos se fueron institucionalizando como sistemas de
resolución de conflictos. Cuando ya en este siglo la aparición de una disciplina con vocación
científica sobre el tema trató de racionalizar esos conocimientos, pudo catalogar una serie de
métodos de resolución de los mismos.
Así en 1965, Galtung habló de doce métodos históricamente detectables: juegos de azar,
ordalías, oráculos, combate, guerra limitada (como oposición al combate sin restricciones), duelos
verbales, duelos privados, duelos judiciales, debates, mediación y arbitraje, tribunales y votaciones.

Quiero rescatar el voto como método de resolución de conflictos porque es posiblemente


extraño para ustedes pensar así el proceso electoral. Generalmente lo concebimos como una
forma de participación en el poder. Pero si lo pensamos más profundamente resulta que en el
conflicto por el poder o en el conflicto por cuál haya de ser el contenido de las normas que se
dicten para orientar la vida social, las elecciones significan excluir la violencia como método de
solución y adoptar una resolución pacífica, institucionalizada y reglamentada. De la misma manera
que sorprende la afirmación de que el voto es un método de resolución de conflictos políticos entre
sectores de la comunidad que no tratan de imponerse unos a los otros por la violencia, el sistema
jurídico es también un método de resolución de conflictos que trata de excluir el uso de la violencia
por los particulares. Entiéndase bien que caracterizo al sistema jurídico como un método que trata
de evitar el uso de la violencia por los particulares, lo cual no quiere decir que excluya el uso de la
violencia por el grupo social todo, es decir, por la comunidad.

Adentrémonos un poco más en esto. En la comunidad primitiva se supone que todas las
conductas físicamente posibles competían libremente por realizarse, aunque fueran incompatibles.
La única manera de evitar la conducta opuesta a la deseada por un miembro de la comunidad era
la persuasión o el recurso a la violencia. En el comienzo de la evolución del grupo, aparece la
necesidad de excluir de él la realización de ciertas conductas y motivar, en cambio, la realización o
la abstención de otras. Las investigaciones efectuadas sobre el derecho primitivo muestran
históricamente al homicidio y al incesto como las primeras conductas cuya ejecución preocupa al
grupo social. Pensamos que la primera por razones de supervivencia del grupo. Sin entrar a
postular valores absolutos, la libertad de privar de la vida a los demás miembros del grupo, parece
incoherente con la constitución de un grupo para subsistir como tal. No se puede pretender que
más de un individuo vivan en comunidad y admitir como coherente que cada uno tenga por meta,
en la asociación, matar a los demás. El incesto aparece por cierto como una conducta cuya
prohibición emana de convicciones del tipo tribal totémico o religioso de carácter embrionario.

Dispuesta la comunidad a motivar ciertas conductas y evitar otras, recurre primero a un


sistema directo de motivación. La autoridad moral o religiosa del jefe o del brujo. Más tarde,
coexistiendo con este sistema de motivación directa, aparece la técnica indirecta. Para evitar la
conducta A, se amenaza a quien la realiza con una sanción. Y lo que es lo mismo, para obtener
una determinada conducta "x" se amenaza con una sanción al que realiza la conducta contraria, es
decir, la conducta "no x".

Esta técnica indirecta supone la amenaza del uso de la fuerza e implica en la realidad
histórica, el uso concreto de la fuerza. Cuando así ocurre, cuando una norma consuetudinaria
establece que el que comete incesto será sancionado con la muerte, decimos que ha aparecido un
sistema jurídico. Y que allí, en esa comunidad, la fuerza ha sido monopolizada por el grupo, como
lo está en el Estado moderno. Sólo que en éste, el monopolio no se ejerce por cualquier miembro
del grupo a nombre de la comunidad, sino que está centralizado en los órganos del Estado,
digamos dentro del modelo Montesquieu que nos es familiar, en órganos especializados que
llamamos Poder Judicial. ¿Qué pasa hoy en la sociedad moderna con los conflictos y su resolución
por metodologías jurídicas? El acreedor amenaza al deudor con la ejecución de sus bienes, es
decir, con apoderarse -a través de una acción judicial- de sus bienes y dárselos a un tercero
(venderlos) para obtener de este tercero los fondos con que cobrar su crédito. Este apoderamiento
de los bienes se efectúa con recurso a la fuerza cuando ello es necesario y el deudor no los
entrega voluntariamente. El avance consiste en que la fuerza no es utilizada por el acreedor sino
solicitada a un Juez que primero sólo hace uso de la amenaza de la fuerza -intimación bajo
apercibimiento- y luego recurre directamente a ella cuando es necesario desposeer al deudor. Del
mismo modo que recurre a ella cuando hay que recluir al condenado a prisión si éste se resiste a
ingresar a la cárcel voluntariamente. Desde la "vendetta" tribal hasta la cárcel o la ejecución de
bienes, hay sólo un proceso evolutivo. El que realiza una conducta que está prohibida, es decir,
respecto de la cual se ha establecido la amenaza de una sanción, será objeto de la privación de un
bien, en sentido amplio y no sólo material -honores, privilegios, títulos, etc.-, de la libertad o de la
vida, mediante el uso, si es necesario, de violencia física, que no pueden ejercer los particulares
sino un órgano competente, utilizando solo para la ejecución del acto de fuerza, a un sector
especializado de la comunidad, que genéricamente llamamos fuerzas de seguridad.

De modo tal que no sólo estamos presentando el sistema jurídico como un método más
de resolución de conflictos dentro del grupo estatal, sino como un método que pivotea en torno a la
amenaza del uso de la fuerza o al uso mismo de esa fuerza cuando es indispensable. Aprecien
Uds. ahora como se ha acortado la distancia entre el micro conflicto entre particulares que es el
"problema" de los abogados, y el gran conflicto internacional o los grandes problemas sociales
intergrupales o intraestatales. En el derecho estatal como en la comunidad internacional, la
violencia es por cierto el último de los recursos. El derecho estatal contiene, además, soluciones
concretas para muchos de los conflictos y un sistema judicial que puede brindar otras no previstas
en detalle dentro del marco de la ley, pero también y sólo dentro de los límites que la norma
general deja al Juez para crear la norma individual aplicable al caso concreto.

Resulta así que lo que hacemos los abogados y lo que hacen quienes operan con
conflictos intergrupales o internacionales no es demasiado diferente.

La descripción que acabo de exponer no supone considerar a la violencia, utilizada o


amenazada, como un elemento constitutivo del conflicto. Este es un tema que ha dado lugar a gran
debate en la doctrina. Sin embargo, parece claro que el mundo se sigue orientando hacia la
sofisticación de los métodos tendientes a solucionar pacíficamente los conflictos, evitando el
recurso a la fuerza.

Para buena parte del pensamiento teórico sobre el tema, existe el conflicto con
independencia de que exhiba el uso o la amenaza de violencia y, en cambio, existen situaciones de
violencia en que es difícil detectar el conflicto entre los actores. Si alguien es objeto en la calle de
un inesperado asalto físico que lo lesiona sin objetivo de apoderarse de nada que el lesionado
posea, el uso de la violencia es patente. Los objetivos explícitos de atacante y atacado, no
aparecen como claramente incompatibles.

Es hora ya de decir que, sin perjuicio de todos los desarrollos que desde la historia del
pensamiento se han realizado sobre el conflicto y sin perjuicio de una sociología del conflicto
desarrollada hace ya mucho tiempo (1), en el curso de este siglo se han desarrollado disciplinas
que con muy diversas pero no significativas variantes de actitud, constituyen una verdadera teoría
del conflicto. Y el fenómeno de que se ocupa la teoría es, como iremos viendo paulatinamente, un
género dentro del cual puede subsumirse la especie de "problema" de que se ocupa el abogado.
En general los autores que trabajan sobre el conflicto internacional o sobre el conflicto social
intergrupal, no han problematizado estos micro conflictos, por llamarlos de alguna manera, con los
que lidian los egresados de esta Casa. Pero, sin embargo, a menudo se encuentran en ellos
referencias a la aplicación de sus conceptos, a los conflictos denominados por algunos
"interpersonales" (2).

No vamos a desarrollar en este curso una historia de la teoría o de la ciencia. Pero es


bueno, sin embargo, que se sepa que a partir de la década del cuarenta, se ha desarrollado tanto
en Europa como en los Estados Unidos, toda una actividad teórica, con serias pretensiones
científicas que ha dado lugar a una creciente actividad editorial. Como ocurre siempre en
disciplinas nuevas, este proceso pasó por una etapa de publicación de artículos en revistas, de
creación de revistas especializadas, de edición de libros sobre temas específicos concretos, para
llegar finalmente al momento actual en que la producción intelectual apunta a obras de teoría
general o, al menos, trabajos más sistemáticos y orgánicos. Es probable que el estudioso del
microconflicto del abogado y su problema, no detecte fácilmente los conceptos aplicables a su
disciplina porque, en general, tales conceptos y teorías aparecen desarrollados en obras cuyos
títulos parecen referirse más a la "política global", a "toma de decisiones", "el manejo de crisis", por
ejemplo. De todos modos, no es en este momento de la relación de ustedes con esta nueva
problemática en que deban preocuparse por estos aspectos. Sólo me interesa que tengan noción
de la existencia de toda esa actividad teórica, que en Europa se desarrolló más bajo el nombre de
polemología y en Estados Unidos asume generalmente la denominación de investigaciones sobre
la paz o investigaciones sobre la guerra. La expresión polemología, tanto como para que no quede
flotando en el aire una terminología esotérica, fue por primera vez utilizada en 1945 por Gaston
Bouthoul y está tomada del griego en el que los conceptos "polemos" y "agon" se referían, el
primero, al enemigo y el segundo, a la confrontación no enemistosa, como los juegos olímpicos.
Siguiendo la sugerencia de Bouthoul, Julien Freund, el jefe indiscutido de la polemología francesa,
trabajó con la expresión "agonal" con la que apunta a la confrontación pacífica, oponiéndola a la
polemológica, que tendría que ver con la confrontación polémica. En un momento pensó que
"polemológico" era una expresión que más parecía referirse al pensamiento sobre el "polemos" que
al objeto mismo, es decir, un concepto integrante de un metalenguaje. Polemológico parecía ser el
nombre de un pensamiento, en todo caso de un pensamiento sobre polemos. Buscó entonces
Freund otra expresión que hiciera pendant con "agonal", que será sí una clara mención al objeto y
sugirió la expresión "polemal" que luego abandonó como un inaguantable neologismo. Quedó así,
la expresión "polemología" como el nombre definitivo de la disciplina. Lo importante para tener en
cuenta hoy es que toda esta actividad teórica ha dado productos no sólo en el nivel de la
investigación pura sino también en el de la aplicada. De tal modo que, junto al producto conceptual
de la ciencia, se han desarrollado técnicas para la anticipación o predicción, prevención, manejo y
resolución de los conflictos, que llegan hoy a un grado sorprendente de sofisticación, sobre todo en
aquellos sectores donde los desarrollos se hacen con apoyo matemático e informático.

Volvamos ahora al objeto de estas ciencias y tratemos con lo poco que hemos dicho, de
repasar los casos que al comienzo habíamos puesto como ejemplo de los variados "problemas"
típicos del abogado, veamos si podemos detectar la posibilidad de manejar estos problemas
utilizando conceptos distintos de los que proporciona nuestra formación jurídica.

Tomemos el ejemplo de la Obra Social, que ejecuta a la empresa, intentando rematar su


planta industrial para cobrar su legítimo crédito. Sabemos que la Obra Social está urgida por sus
necesidades de atender las prestaciones sociales de los obreros, incluso aquellos que trabajan en
la planta. Sabemos también que la empresa reconoce que debe pagar y tiene una imposibilidad
transitoria. Ella sostiene que si ahora rematan sus bienes, se cobrará seguramente -o
posiblemente- el crédito de la obra social. Pero los obreros perderán su fuente de trabajo. Llega un
momento en este conflicto en que el abogado carece de soluciones jurídicas. No existe una acción
que permita reclamar a un Juez una solución para el problema. Si se lo enfoca exclusivamente
desde ese punto de vista, el problema parece insoluble. La ejecución se produce, la planta cesa de
operar, la Obra Social cobra su crédito y los obreros reciben su prestación social pero pierden su
trabajo, en una época de escasa demanda de mano de obra. Un analista de conflictos habría
pensado el tema de esta otra manera. La Obra Social está muy vinculada a los intereses de los
obreros. En el caso concreto es probable que pertenezca al sindicato que agrupa a los obreros que
trabajan en la empresa deudora, dato que se apresurará a obtener. Pero de todas maneras, dada
la vinculación de intereses que existe entre los obreros y la Obra Social, la empresa puede pensar
en plantear su problema al sindicato. Este tiene interés, por cierto, en que sus miembros reciban
las prestaciones sociales y, por lo tanto, desea que la Obra Social pueda cobrar sus créditos y
mantenga recursos suficientes. Pero el mismo sindicato tiene interés en mantener la ocupación de
sus miembros. En el análisis del conflicto, se apunta, entre muchas cosas, a clarificar los límites de
las unidades conflictivas y definir cómo están éstas integradas y explorar las posibilidades de
proliferación del conflicto, es decir, su extensión a terceros. Se piensa también en las alianzas
posibles. No entraremos aquí al análisis de todos estos aspectos, después del cual el enfoque de
este ejemplo sería muy claro para Uds. Pero creo que estamos ahora en condiciones de
comprender que desde ese enfoque uno puede pensar en una alianza, en el más puro sentido de
la expresión, con el sindicato, que cooperará en una negociación por la cual la Obra Social
financiará por un mayor tiempo el crédito, será tal vez compensada con intereses, la empresa
trabajará y producirá lo necesario para pagar y los obreros mantendrán su trabajo. El ejemplo de
que hablamos está extraído de casos que realmente ocurrieron y en los que, con mayor o menor
variante y con mayor o menor costo para las partes (más interés, sacrificio de algunas prestaciones
que los obreros reciben reducidas o retardadas, etc.), el problema, que jurídicamente no tenía
solución, la tuvo a través de un enfoque que podríamos denominar, para ir acuñando una
terminología que nos permita entendernos, "enfoque conflictualista".

Tomemos ahora el ejemplo de una ejecución de crédito contra un deudor y pensemos -el
caso es real- en que el acreedor es una terminal de automotores y que el deudor es una de sus
concesionarias. En el supuesto, esa concesionaria tiene posibilidades de colocar más unidades si
se le da más financiación. Las partes tienen, por lo visto, intereses cooperativos, además de los
conflictivos relativos a la deuda impaga. O pensamos el caso con la variante de que el
concesionario es una sociedad cuyos accionistas, en otra zona, posean otra concesionaria de la
misma terminal. Esta última vende bien y puede aportar financiación a la que es ejecutada. Para
ello necesita reducir sus ventas y extraer capital operativo de su propio giro. En ambos casos, el
deudor, que ya no puede obtener de su abogado solución alguna que evite jurídicamente el remate
de sus bienes, puede dirigirse, tras un enfoque del tipo que hemos llamado "conflictualista" al
departamento de ventas de la terminal. Puede ofrecerle en el primero de los supuestos, vender
más unidades, en un momento en que la terminal está preocupada por el bajo volumen de sus
ventas. En el segundo supuesto, puede anunciarles una reducción de ventas en el otro
concesionario, que viene trabajando bien. En ambos casos, la gerencia de ventas se convertirá en
un aliado para la negociación entre la gerencia financiera y los abogados de la acreedora, por un
lado y la empresa deudora por el otro. El caso es también un ejemplo extraído de la realidad y en
él, este tipo de enfoque permitió evitar la ejecución y financiar a mediano plazo la deuda morosa.

Veamos la situación del conflicto comprador-vendedor en una operación con pacto


comisorio. Supongamos que pensamos en la situación del comprador a quien el vendedor no le
cumple la entrega a pesar de que él ha pagado el precio total de la unidad a medida que se ha ido
construyendo. Es probable que el cliente plantee a su abogado que desea exigir el cumplimiento.
Este sabe que, de acuerdo con el ordenamiento vigente, tal acción debiera prosperar. Pero si se
sale de su actitud estrictamente jurídica y piensa el tema haciendo un análisis de los objetivos que
las partes enfrentadas tienen, puede llegar a advertir que la acción de rescisión es más
conveniente a su cliente. En efecto, la devolución del precio indexado puede significar una suma
mayor que el valor de la unidad adquirida, si ésta fue pagada, por ejemplo, hace unos años,
cuando los inmuebles valían en el mercado mucho más que ahora. Es decir, que con la restitución
del precio indexado, el comprador podría adquirir más metros cuadrados de superficie cubierta que
los que recibiría en caso de exigir el cumplimiento. Si el mismo caso lo pensamos con relación al
vendedor, es habitual ver que los abogados contesten una demanda de cumplimiento con una
reconvención que pretende la rescisión. Pero la rescisión lleva implícita casi siempre, sea o no
culpable, la restitución del precio indexado. Con lo cual ganar el juicio de rescisión supone obtener
un objetivo que no es el económicamente deseado por el cliente. A este le conviene más entregar
la unidad que devolver el precio indexado. En efecto, cuando la venda a un tercero obtendrá un
monto inferior al de aquel precio originario con su indexación. Adviertan Uds. cómo un análisis del
"problema" que el cliente somete al abogado, hecho desde otro punto de vista, puede permitir un
mejor uso de las herramientas jurídicas -demanda y reconvención- con las que el abogado cuenta
para solucionar el "problema". En el caso de la Obra Social y en el de la ejecución al concesionario,
abandonábamos en realidad la herramienta judicial, el sistema institucionalizado de resolución de
conflictos, para ir a una negociación sobre la base de alianzas. En este caso de la rescisión nos
ocupamos de un enfoque conflictual relativo a la valoración de los objetivos, y advertimos la
conveniencia de cambiar de objetivo; cambio a partir del cual el objetivo se tratará de obtener
mediante el uso del sistema institucionalizado judicial.

Y analizamos por último el ejemplo de la contratación del arquitecto, que nos permite
mostrar otro enfoque. Tal como lo presentamos, pareciera que un abogado no puede encontrar
dificultades para proyectar un contrato en el que la conducta de cada parte sea tal que la otra
obtenga su meta. Porque en realidad, el problema aparece como con metas no antagónicas. Un
empresario quiere adquirir servicios profesionales para poder construir una planta. Y un arquitecto
desea ejercer su profesión, prestar esos servicios y obtener por ellos un pago, que desde luego el
empresario está dispuesto a efectuar. Parece que al abogado le queda solamente, para ser
eficiente, usar sus conocimientos y experiencia previniendo los conflictos que puedan generarse y
estableciendo claramente los deberes y derechos de cada parte (qué anteproyectos, proyectos o
planos tiene que preparar el arquitecto y cuándo, qué funciones tiene que tener en la dirección de
la obra, qué asiduidad de visitas, qué rol debe representar en la contratación con la empresa
constructora o en la compra de bienes y servicios si la obra se efectúa por administración, etc.). A
su vez qué informaciones debe suministrar el empresario, qué actos tiene que cumplir respecto a la
disponibilidad del terreno sobre el cual se edificará, qué honorarios debe pagar y cuándo, etc.). Si
las cosas son así, ¿qué podemos aportar de nuevo con un enfoque que llamamos "conflictualista"?
Adviértanlo Uds. En el pacto empresario-arquitecto, tal como se estila en nuestro país, hay
intereses contrapuestos que contienen un conflicto subyacente, lo que en teoría se denomina
"conflicto latente". En efecto, el empresario tiene -obviamente- como uno de sus objetivos, que la
obra tenga el menor costo posible. El arquitecto, que desde el punto de vista ético se asegura
sinceramente a sí mismo y a su cliente que coincide con ese interés, se beneficia, sin embargo, si
la obra resulta más cara. En efecto, sus honorarios son porcentuales y con relación al costo.
Advertir esta temática, forma parte de un análisis que no es jurídico. Evidenciada la misma, es fácil
encontrar acuerdos sobre forma de retribución que responden a los verdaderos intereses básicos
de cada una de las partes, aún dentro del marco de las leyes arancelarias.

Y bien, hemos intentado un oscilante pantallazo, que ha ido y vuelto desde un objeto
desconocido para Uds. hacia una ciencia igualmente desconocida de ese mismo objeto. Y a la
vuelta de ese recorrido, tengo la expectativa de que se hayan puesto en contacto, aunque muy a lo
lejos, sin nitidez y con una visión imprecisa, con lo que es la problemática de nuestra materia.

NOTAS

(1) Excelentes exposiciones sobre la sociología del conflicto pueden encontrarse en español
en "La Teoría Sociológica" de Don Martindale, Ed. Aguilar, Madrid, 1979, pág.147 a 243
y en Luis González Seara, "La Sociología, Aventura Dialéctica", Ed. Tecnos, Madrid
1979, pág. 244 a 247.

(2) Wehr Paul, Conflict Regulation, Westview Press, Boulder, Colorado U.S.A., Pg. XVI.
Papel de Trabajo Nº 2
Dr. Remo F. Entelman

APROXIMACIÓN AL OBJETO

1. EL ORDEN JURÍDICO COMO SISTEMA DE RESOLUCION DE CONFLICTOS

Una vez que hemos enfocado el "problema" de que se ocupa el abogado como una
especie del género conflicto, el orden jurídico se nos aparece como uno de los métodos
institucionalizados y regulados de solución de tales conflictos. Ello significa que el orden jurídico
contiene la definición de las metas u objetivos conflictuales que es legítimo a los actores
proponerse y, a su vez, que instituye métodos y órganos -procedimientos y jueces- para solucionar
los conflictos concretos que se presenten en la aplicación de las normas generales que contienen
la definición de las metas.

Hemos dicho que dentro de ese sistema institucionalizado de resolución de conflictos, la


amenaza constituye una especie de pivote alrededor del cual gira el sistema. Porque, en el fondo,
hemos descripto al orden jurídico como un sistema indirecto de motivación que consiste en la
amenaza de una sanción a la conducta contraria de la que constituye la "meta legítima" (1).
Sorprende, sin embargo, que ninguna disciplina vinculada al derecho en general ni
específicamente al derecho penal haya trabajado una teoría sistemática de la amenaza. Como
tampoco la ha trabajado la psicología infantil, pese a que la amenaza del castigo aparece en la
base del sistema educativo, dentro de la familia, en los primeros años de crecimiento del niño.
Postergamos ahora el análisis de toda la problemática ya teorizada sobre el tema de la amenaza
en general, que ha sido muy elaborada en la teoría del conflicto, particularmente en dos áreas: la
negociación y la disuasión en el terreno internacional.
Tal problemática será insertada al desarrollarse la teoría de la negociación, donde
tendremos muy en cuenta los avances que en ella se han hecho a partir de la obra de Tomas
Schelling "La Estrategia del Conflicto" (2).
Al hablar del sistema jurídico como un método de resolución, estamos apuntando a una
etapa dentro de una serie de actitudes mentales que incluyen no solamente conceptos teóricos
resultantes de la investigación pura, sino también conocimientos o reglas técnicas. Esas etapas
apuntan no solamente a la resolución de conflictos, sino también a su anticipación o predicción, a
su prevención y a su manejo. Utilizamos con preferencia el término anticipación para evitar la
connotación que la expresión predicción pudiera tener de "adivinación". La resolución, por otra
parte, supone a su vez diversos métodos, entre los cuales el que brinda el sistema jurídico
institucionalizado, sólo es una de las alternativas. Lo que se tratará de ver en este curso es que,
precisamente, no siempre todo conflicto tiene resolución posible en el sistema de regulación
jurídica (3).

2. EL CONFLICTO COMO RELACIÓN SOCIAL

Intentemos ahora acceder un poco más de cerca al "objeto conflicto", dentro de este
método pedagógico por el cual estamos tratando de guiar el conocimiento, en sucesivos
acercamientos, hasta ponernos en "presencia" del objeto.
Puesto que no estamos frente a un objeto natural sino cultural, el acceso al mismo no se
produce por el simple proceso de intuición empírica con que el intelecto toma contacto con los
objetos de la naturaleza. En este intento de acceso conceptual son múltiples los análisis que uno
puede ir formulando para aproximarse al objeto. En la adaptación de esos análisis a las
necesidades de la formación del abogado, iremos descartando aquellos aspectos de la teoría del
conflicto que sólo harían complejo el aprendizaje y que no resultan indispensables para el
entrenamiento que estamos procurando. Tal, por ejemplo, el análisis de las causas del conflicto,
que ha dado lugar a una cuantiosa literatura y que ha permitido, incluso, la clasificación de las
teorías vertidas por los autores, en diversas escuelas o tendencias (4).
Tal vez sea útil, a esta altura de la exposición, ensayar una tipología del conflicto, es
decir, una clasificación de los diversos tipos del conflicto. Pero antes resulta un buen método de
aproximación al objeto "conflicto" referirlo al género más amplio de fenómenos sociales a que
pertenece como clase. Me refiero a la relación social. Debo advertir aquí que esta afirmación
importa una toma de posición dentro de la teoría del conflicto frente a aquellas posturas que en la
historia del pensamiento han pensado al conflicto como una patología social y no como una forma
de relación connatural a la existencia de la sociedad. Pensar al conflicto como una forma de
relación, supone considerarlo como integrando la trama del tejido social, por así decirlo.
Si partimos de la definición de Max Weber(5), en la que se apoyan los principales
expositores de esta tesis como Julien Freund, tal vez el más importante autor dentro de la
polemología europea (Sociologie du Conflit, Presses Universitaires de France, Paris 1983),y Luis
Kriesberg (Sociología de los Conflictos Sociales, Ed.Trillas, México 1975 pág.32) por ejemplo,
podemos presentar la relación social como la conducta recíproca de dos o más individuos, cada
uno de los cuales piensa, decide y orienta su conducta y le da sentido en relación a la del o los
otros.
Para ejemplificar, cuando el conjunto de abogados integrantes de este curso se
encuentra por primera vez reunido en una sala es probable que entre sus miembros no haya
existido antes relación alguna. Al comenzar su actividad cada una de las conductas que un
miembro adopte condicionará de alguna manera la de los demás y así recíprocamente. Si uno de
ellos comenzara a leer un libro en voz alta, alguno de los demás le pediría seguramente que
cesara de hacerlo para atender al expositor; o éste le rogaría que postergara su lectura. Los demás
darán muestras de aprobación o de rechazo. Otro cualquiera de los integrantes del grupo
interrumpiría en cualquier momento para pedir una explicación o formular un comentario. El
expositor detendrá su discurso y atenderá al nuevo exponente. Tal vez ello dé lugar a diálogos con
diversos participantes. Poco a poco, en el transcurso del tiempo, numerosas conductas recíprocas
se generarán en el grupo. Uno de sus miembros tomará notas y las facilitará a otro, que extraerá
copias y las repartirá. Los beneficiarios de tal "cooperación" (vale la pena retener el término a fines
futuros) se ocuparán de otras tareas de interés común: traducirán textos, debatirán en grupo las
ideas expuestas, propondrán ejemplos de situaciones que desean cotejar con los conceptos que se
van exponiendo, etc. Puede decirse ahora que existe entre los individuos de carne y hueso que
integran el curso una relación social. Pero las relaciones sociales pueden tener muy distinto
contenido.
Y a los fines que aquí nos importan, distinguimos solo por ahora, entre los géneros
"relaciones de acuerdo" o "de desacuerdo", que en la terminología más específica de la teoría del
conflicto, llamaremos relaciones de cooperación y de conflicto (6).
Estas últimas mencionan la relación entre dos o más "actores" individuales o colectivos
que realizan conductas tendientes a obtener metas u objetivos que son incompatibles o que alguno
de los actores percibe como incompatibles.
No estamos ensayando una definición más de conflicto para agregarla a la larga nómina
de las formuladas por una multiplicidad de autores. Trabajamos con esta especie de definición para
tener un punto de partida conceptual desde el cual dirigirnos mejor hacia el objeto "conflicto". Y
excluimos de tal definición todos aquellos elementos que obligan a análisis de aspectos del
conflicto que todavía para nosotros, es prematuro tratar. Por eso la conducta conflictiva a que nos
referimos, no incluye referencia alguna al uso de violencia, porque ello supondría seguir una línea
teórica cada vez menos predominante que identifica conflicto y uso de violencia efectiva.
Hemos hecho ya en la clase anterior una referencia a este tema cuando identificamos el
orden jurídico como un método de resolución de conflictos que apela al uso de la fuerza o a la
amenaza de su uso.
Aclaramos por cierto que se trata de fuerza monopolizada por la comunidad y que ese
monopolio en el Estado moderno es objeto de centralización. Es decir, que el uso de la fuerza y la
facultad de amenazar con ella, está reservada a órganos específicos que constituyen, por lo
general, un poder autónomo de aquel que tiene la función de crear las normas generales que
integran el ordenamiento jurídico. Debe advertirse aquí que si la fuerza como hecho físico y la
amenaza de la fuerza están centralizadas en órganos estatales, los particulares que buscan
resolver sus conflictos a través del sistema jurídico, están facultados a utilizar la amenaza, bien
entendido, sólo para ejercerla a través del sistema judicial, lo cual no les impide anunciarla
extrajudicialmente. Tal el sentido de lo que conocemos como intimación bajo apercibimiento de
ejecución, o bajo apercibimiento de querellas penales tendientes a obtener la aplicación de
sanciones privativas de libertad, por medio del uso de la fuerza monopolizada por el Estado.

3. TIPOLOGÍA DEL CONFLICTO

Si ahora estamos un poco más cerca del objeto conflicto, con el que solo nos sentiremos
cómodos y familiarizados mucho más adelante, puede servirnos una breve referencia a su
tipología. Hablar de una tipología supone admitir que hay distintas clases o subclases de conflictos.
Es claro para nosotros que una clasificación es una agrupación de objetos que en su conjunto
constituyen un universo mayor, dividido en subgrupos diferenciados de acuerdo a un criterio al que
se atribuye un determinado valor teórico.
No nos preguntamos por la verdad o falsedad de una tipología, sino por su utilidad
teórica. A esta altura del avance de la investigación pura sobre el conflicto, son diversas las
clasificaciones intentadas. Pero si nos proponemos sintetizarlas en una, cumpliremos nuestro
objetivo actual sin necesidad de marcar con las demás grandes diferencias, más allá de la mera
cuestión terminológica. En efecto, se ha hablado de conflictos "intra sistemáticos" y "extra
sistemáticos". Aquí "sistema" significa tanto como grupo social de determinada magnitud. De allí
que esta clasificación no se diferencie de la que distingue conflictos "intra grupales" e "inter
grupales". Ni de la que separa los que se producen dentro del Estado de aquellos que se suscitan
entre los Estados. Pero lo que más nos interesa, a nuestros fines, es el hecho de que con el
avance de la investigación, ya los autores hablan de conflictos "personales", además de los que
con una u otra denominación involucran actores colectivos, ("intra" o "extra grupales", "intra" o
"extra sistemáticos", "intra" o "extra estatales", "nacionales o internacionales"). Es verdad que
algunos de los autores que ensayan tal tipología cuando hablan de conflictos personales se
refieren a aquellos entre grupos, dentro de la sociedad estatal, en los que el Estado no tiene
participación primaria como actor conflictuante. Tal el caso de Joseph S. Himes (Conflict and
Conflict Management, University of Georgia Press, 1980). Otros autores, en cambio, se refieren
directamente al conflicto personal con el alcance que aquí le damos de conflicto entre dos o más
individuos, que no alcanza a ser un conflicto entre dos grupos sustantivos dentro de la sociedad.
Sin embargo, todo esto no debe interpretarse como que las nociones que vamos a manejar y las
técnicas que tratamos de brindar para el manejo de conflictos no sean aplicables a conflictos entre
grupos más numerosos. En general lo son, porque la casi totalidad de los conceptos que hemos
desarrollado y de las técnicas con que tratamos de manejar los conflictos entre particulares, que
son los cotidianos del abogado, han sido extraídos de los estudios sobre los conflictos sociales o
internacionales, o, al menos, sugerida por ellos.
La clasificación de conflictos personales, sociales o internacionales y el esbozo de
definición de conflicto de que hemos partido excluye, desde luego, los conflictos internos del
individuo, de que se ocupa, por ejemplo, la psicología. Y excluye también la oposición
psicológicamente conflictiva entre metas alternativas incompatibles que se proponga un mismo
sujeto. No negamos por cierto, que el manejo del conflicto enriquece sus posibilidades si al apuntar
hacia los actores se tiene conocimiento de su problemática y de sus motivaciones. Pero no es éste
el tema del que queremos ocuparnos ahora.
Y bien, habíamos dicho que trataríamos de aproximarnos en forma más o menos
indirecta al objeto conflicto, lo cual supone hacerlo desde cierto análisis del mismo, que tenemos
que seleccionar entre los muy diversos que la teoría ha formulado desde muy distintos planos.
Es posible, por ejemplo, comenzar por lo que se denomina:

4. EVALUACIÓN DEL CONFLICTO

Creemos que la temática aquí involucrada no es indispensable para el entrenamiento


que estamos procurando y, en consecuencia, una breve mención a la misma tiene, sobre todo, un
valor ilustrativo. En efecto, más allá del debate sobre si el conflicto es una forma normal de la vida
social o una patología de ella, mucho se ha debatido sobre el carácter negativo o positivo que el
fenómeno del conflicto tiene para la vida de la sociedad. Puede decirse en general que las
postulaciones formuladas en ambos sentidos tienen carácter axiológico. Formulan una valoración
del fenómeno y, desde luego, en una actitud relativista no puede llegarse a atribuir verdad o
falsedad a ninguna de las dos tesis. Lo que tal vez pueda decirse como un intento de
racionalización para orientar en el problema de la evaluación del conflicto, es que éste puede serlo
desde el punto de mira de alguna de las unidades en conflicto, o desde aquel del sistema al cual
las unidades pertenecen. Puedo ver el conflicto laboral desde el sector asalariado o desde el sector
empresario. Pero puedo verlo también desde el punto de vista de la comunidad toda. Lo mismo
ocurre con el conflicto estudiantil o con cualquier otro. Y en general aparece como una tendencia
favorable al conflicto, la de toda evaluación que parta de una de las unidades que conflictúan. Ello
salvo que se trate de una unidad cuya meta en el conflicto sea mantener el statu quo y evitar toda
modificación de la relación existente. El punto de mira del sistema al cual las unidades conflictivas
pertenecen, tienden -por el contrario- a ver el conflicto como negativo, desde que asume el rol de la
conveniencia de la totalidad y no la de los sectores que buscan el cambio a través del conflicto.
Desde el punto de vista de la sociedad anónima, por ejemplo, el conflicto entre accionistas es
negativo. Desde el punto de vista de una minoría que conflictúa para ser aceptada a un mayor nivel
de participación, el conflicto aparece como una acción beneficiosa.
La breve referencia que aquí hemos formulado respecto a la evaluación del conflicto
aparece como suficiente a los fines de nuestros objetivos pedagógicos actuales.

5. LOS PLANOS DE ANALISIS DEL CONFLICTO

Desde distintos planos, han sido analizados elementos de esa relación social que
permiten un buen acceso a nuestra problemática y al posterior desarrollo de algunos conceptos
que estimamos básicos en la formación del abogado, para el manejo de conflictos, tales como los
conceptos de escalamiento y desescalamiento, que se derivan del concepto de intensidad y las
variantes del conflicto, que sólo podrán ser explicadas a partir de una familiarización mayor con la
interacción conflictual.
Los temas tratados por la teoría, a veces bajo el rubro de "dimensiones" (1) son:
- conciencia del conflicto,
- pureza del conflicto,
- poder
- intensidad del conflicto,
- regulación del conflicto.
Al último tema nos hemos referido bastante al considerar el ordenamiento jurídico como
un método de resolución y es, por lo tanto, el aspecto sobre el que menos tenemos que insistir.
En consecuencia, en la próxima clase comenzaremos a tratar las dimensiones del
conflicto antes enumeradas.

NOTAS

(1) En el lenguaje jurídico el antecedente de la sanción es el opuesto contrario del "deber". Y


el "deber" del deudor de la prestación, es aquella conducta a la que tiene "derecho" el
acreedor; es decir, su "meta legítima".
(2) Para diferenciar desde ya algunos contenidos semánticos, es bueno aclarar que en el
título de esa obra la expresión estrategia está utilizada en el sentido que le da la teoría de
los juegos y no en aquel con que lo utiliza la literatura sobre estrategia militar. En efecto,
Schelling parte de la distinción entre juegos de azar, de ingenio y de estrategia. Estos
últimos son aquellos en que la conducta de cada uno de los jugadores está relacionada
con su interacción con el otro jugador, tal como ocurre, por ejemplo, en el ajedrez.
(3) Para la ciencia del derecho, la ausencia de solución jurídica para un conflicto, no crea
problema teórico alguno. De acuerdo con la denominada "norma de clausura", lo que no
está jurídicamente prohibido, está jurídicamente permitido. Pero entre las múltiples
conductas permitidas, las hay que generan incompatibilidades conflictuales.
(4) Recientemente, Paul Wehr ha clasificado las tesis expuestas en la doctrina sobre los
orígenes del conflicto, en los siguientes seis grupos o escuelas: 1) El conflicto es innato
en el género humano, como en el resto de los animales (Konrad Lorez, 1969, por
ejemplo). 2) El conflicto se origina en la naturaleza o estructura de ciertas sociedades
(Marx, por ejemplo). 3) El conflicto es una aberración, un proceso disfuncional en el
sistema social (Parsons 1951; Smelser, 1962). 4) El conflicto ocurre como una forma
normal y funcional de la sociedad (Coser, 1956, es el mayor exponente de esta tesis). 5)
El conflicto internacional se origina con características propias, por la naturaleza de las
unidades conflictuantes. 6) El conflicto es consecuencia de mala comunicación,
desinterpretaciones, mal cálculo y otros procesos vinculados a la conciencia o actitud de
los actores. (Paul Wehr, Conflict Regulation, Westview Press, Boulder, Colorado, 1979).
(5) Max Weber, Economía y Sociedad, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1964, pág. 21, par.
3.
(6) El continuo cooperación-conflicto, que fue la herramienta conceptual originaria, ha cedido
lugar a concepciones más evolucionadas a partir de las investigaciones dirigidas por
Richard Mansbasch, que dieron lugar al desarrollo de la teoría de las variables del
conflicto, que analizaremos más adelante.
Papel de Trabajo Nº 3
Dr. Remo F. Entelman

ANALISIS DEL CONFLICTO

La doctrina comprende bajo este título el análisis de la conciencia del conflicto, de su


intensidad y de su pureza y el del poder, concepto cuyo contenido específico habremos de ver, y
que no conviene asociar previa y simplistamente al del poder militar en el conflicto internacional.
Tratemos a continuación cada uno de estos temas por separado.

CONCIENCIA DEL CONFLICTO

Este tema aparece tratado como fundamental por muchos autores, de los cuales la
mayor parte considera que la conciencia que las partes tengan del conflicto que las enfrenta es un
elemento fundamental del mismo. Kriesberg (op. cit.) ha resumido esas posiciones, citando tanto
sociólogos tradicionalistas como Max Weber, cuanto a algunos de los prominentes fundadores de
la moderna disciplina, como Coser, Park y Burguess y Kenneth Boulding.

Si no se recurre a una mostración clarificadora de las diferencias entre la conciencia


subjetiva de los actores y la realidad externa de la incompatibilidad de metas, resulta realmente
dificultoso entender algunas distinciones doctrinarias que se advierten cuando la problemática
empieza a desarrollarse. Con una actitud desprovista de influencias teóricas, tenderíamos a pensar
que los conceptos "conflicto subjetivo" y "conflicto objetivo" señalan una dualidad en la que por un
lado la incompatibilidad de metas es sólo una creencia que se da en el nivel intelectual de la
conciencia interna o, en todo caso, un sentimiento que todavía se encuentra en el nivel afectivo de
esa conciencia. Mientras que por el otro, hay una razonable incompatibilidad de metas. No se
encuentran explicaciones claras sobre lo que se llama "conflicto subjetivo" y "conflicto objetivo".
Muchas veces este último término es utilizado para indicar la existencia de "posibilidades" de que
un conflicto se plantee, situación que a menudo aparece denominada como "conflicto latente". En
no pocas ocasiones "conflicto subyacente" es utilizado como sinónimo de "conflicto latente" y, por
lo tanto, de "conflicto objetivo".

Frente a tal dificultad de acceso al tema, la mostración que del mismo hace Kriesberg,
nos parece la más pedagógica.

Su método consiste en distinguir por un lado la índole de las situaciones objetivas,


entendiendo por tales las relaciones entre actores y por el otro lado la creencia de tales actores
sobre la índole de la situación objetiva.

Si las situaciones objetivas se clasifican en conflictivas y no conflictivas y, por otro


lado, se admite que respecto de dos actores puede ocurrir que:

a) ambos creen que una relación es de conflicto

b) ambos creen que una relación no es de conflicto

c) uno de ellos cree que es de conflicto y el otro cree que no lo es.


De tal manera uno se encuentra con seis situaciones distintas que se ha tratado de
visualizar mejor con la siguiente tabla (1):
Creencia de las partes acerca de la situación
objetiva

Situación Ambas creen Una de las Ninguna de las


objetiva que existe partes lo cree partes cree que
un conflicto y la otra no existe conflicto

Conflictiva 1 2 3

No conflictiva 4 5 6

Si ahora uno pasa revista a las posibilidades expresadas en la tabla, resulta que la
que parece crearnos menos problemas es la que lleva el número 6. Si no existe relación conflictiva
ni ninguna de las partes cree que existe, esta posibilidad es en el fondo una mera posibilidad lógica
que se da por la coherencia del esquema; pero que no reviste, al menos por el momento, interés
teórico para nuestro examen.

La situación 1, en que ambas partes creen que existe entre ellas un conflicto que realmente existe,
se presenta como un caso en el que no es necesario concientizar a ninguna de las partes sobre el
problema en que se encuentran, lo cual no excluye, desde luego, la necesidad de hacerles
consciente la naturaleza de ese problema y la metodología de su manejo y resolución.

En las situaciones 2 y 3, en que habiendo situación externa de conflicto, una de las


partes o ambas no lo advierte, la primera función del operador será concientizar a los actores. Si se
trata de uno solo de ellos, tanto da que sea aquel que uno integra o representa como el otro. Será
muy difícil programar una conducta conflictual que lleve a un proceso de resolución satisfactorio, si
no se realizan los actos tendientes a crear, en el actor que no se ha apercibido del conflicto, la
convicción de que está inmerso en él. Muchas veces no se trata sólo de persuadirlo con
explicaciones que traten de mostrar la incompatibilidad objetiva de metas. En general es difícil
persuadir al oponente. En tales supuestos se hace necesario realizar conductas que hagan
evidente al actor desapercibido la convicción, la actitud y, tal vez, la escalada conflictual del otro.
Cuando el oponente, o el actor propio, ha llegado a tomar conciencia del conflicto, todo lo que
pueda hacerse técnicamente, comienza a ser posible. Antes de ello, el "manipuleo" de las
variables que permitan conducir el conflicto hacia su resolución resulta generalmente estéril,
frustrante y, por lo tanto, negativo, en cuanto cualquier acción del participante que es consciente
del conflicto, se estrella contra la falta de percepción de su oponente. No es difícil para los
abogados imaginar ejemplos de esta situación. Es común que la mayoría de las sociedades
anónimas, influenciadas incluso por el pensamiento jurídico de sus asesores, sólo admitan que
están en conflicto con accionistas minoritarios si éstos están en condiciones legales de ejercer una
acción societaria o judicial concreta: pedir asambleas, votar remociones o acciones de
responsabilidad, nombrar directores por voto acumulativo, etc., e incluso no le dan al accionista
minoritario el carácter de oponente o adversario si lo que éste plantea en una asamblea, puede ser
negado mediante el voto mayoritario que controlan. O si intenta una acción judicial cuyo éxito no
tiene precedentes jurisprudenciales. Cuando estas situaciones se presentan, si las pensamos con
el estricto punto de vista del abogado que sabe su derecho societario, tendremos que concluir que
las partes no tienen realmente un conflicto. Sus metas no son incompatibles, porque la ley define
cuáles son las metas legítimas de cada sector. Pero hemos dicho que dentro de las conductas no
prohibidas, es decir, dentro del amplio universo de las conductas permitidas, también se dan
pretensiones antagónicas de metas incompatibles. No es obligatorio para la mayoría de una
sociedad dar a los accionistas más información y explicaciones que las previstas en la ley, que la
obtiene a través del síndico o en la memoria anual, ni lo es el aceptar sugerencias o acoger
expectativas de la minoría. Pero no está prohibido a los accionistas pretender mayor acceso, a la
información, influenciar a la mayoría o formularle peticiones. Cuando las mayorías se limitan a
responder con la manida frase "de acuerdo con la ley no tiene derecho", aparece la problemática
del conflicto sin regulación institucionalizada, salvo en lo que respecta a límites legales puestos a
las conductas conflictivas como, por ejemplo, el uso de la violencia directa, que está, desde luego,
prohibida. El cambio en el tenor y contenido de las relaciones entre los hombres es mucho más
veloz que el del contenido de las normas, sujetas a un lento proceso de reforma legislativa o
jurisprudencial, que marcha siempre detrás de los intereses, necesidades y pretensiones de los
súbditos. Basta como ejemplo recordar que a principios de siglo en nuestro país y fines del anterior
en sociedades entonces más industrializadas, los obreros no tenían ,conforme a las normas
vigentes, un derecho a reclamar judicialmente la reducción de la jornada de trabajo a determinado
número de horas por día y por semana. O la indemnización por accidentes de trabajo que no
cayeran dentro de la responsabilidad de los códigos civiles. Es más, por aquel entonces, la libertad
de realizar ciertas conductas conflictivas estaba restringida por prohibiciones legales. No sólo
estaba prohibido usar violencia directa igual que hoy; también lo estaba el pretender asociarse para
reclamar o el recurrir a métodos de acción directa como la huelga. Si ahora se mira en perspectiva
histórica la evolución del problema, se advertirá que cuando el conflicto existe, tarde o temprano
las partes desarrollan metodologías tendientes a hacerlo consciente a la otra parte y a procurar
encontrarle solución. Y sus oponentes terminan por reconocerles el carácter de interlocutores, la
facultad de "conflictuar", es decir, de tener metas propias y antagónicas. En otras palabras, la
acción gremial, concientiza en el sector patronal una situación de conflicto antes no asumida como
tal.

La situación número 4 en que ambas partes creen que existe un conflicto sin que el
mismo realmente se encuentre en la relación objetiva, parece simple y de fácil solución. Habría
que convencerlas de que tienen imágenes o percepciones erróneas de la realidad, que sus metas
no son incompatibles. Aquí la comunicación, la intervención de terceros que faciliten tal
comunicación, la posibilidad de generar en uno de los actores primero o en ambos
simultáneamente actos positivos y actitudes amistosas, cobra un valor instrumental considerable.
Aquí los recursos y las posibilidades de éxito de los operadores adquieren una amplitud dramática.
Sin embargo, queda obscuro el definir qué significa hablar de una relación entre dos partes que
creen que es de una manera y querer presentar esa relación como siendo "objetivamente" de otra.
¿Que quiere decir que aunque ambos actores lo crean, su relación no tiene conflicto? Es por cierto
posible que haya error sobre la incompatibilidad de las metas. Pero ¿qué diferencia real hay entre
una meta y lo que un individuo cree que es su meta? Desde una postura gnoseológica idealista,
este tema encierra un problema de fondo, que no es éste, por cierto, el lugar de analizar. En la
práctica, los abogados que detectan compatibilidad entre las metas que sus clientes viven como
incompatibles, pueden manejar fácilmente el conflicto por caminos de persuasión.

Finalmente, la situación prevista como número 5 se asemeja a la que hemos tratado


como 2 y 3. Si una de las partes cree que hay conflicto y no lo hay, mejor que ayudarlas a pelearse
con su adversario es tratar de hacerles ver que la situación conflictiva no existe. Por cierto, en la
medida que esta tarea resulte dificultosa, se harán patentes las dudas que acabamos de exponer
sobre la diferencia entre meta conflictiva y meta asumida como conflictiva por un actor
supuestamente equivocado.
PUREZA DEL CONFLICTO

La incompatibilidad de metas en que el conflicto consiste puede existir, teóricamente,


entre partes que sólo tengan esas relaciones conflictivas y ninguna otra de cooperación, o entre
partes que además de tales relaciones conflictivas estén vinculadas por intereses comunes y
complementarios, que generan entre ellas cooperación o intercambio de cualquier naturaleza.
Debemos distinguir también cuando las partes tienen una sola relación de conflicto sobre un set
único de metas incompatibles, de los casos en que mantienen varios conflictos o el conflicto versa
más de una incompatibilidad sobre más de un set de metas.

En la realidad es muy difícil encontrar una relación de conflicto que se dé, aislada de
toda otra relación entre las mismas partes. Ello es obvio y se evidencia por el solo hecho de la
existencia de un contexto social dentro del cual las partes conviven. Normalmente ellas integran
algún grupo social más o menos extenso -familia, sociedad o asociación de cualquier tipo o, por lo
menos, comunidad nacional-. En consecuencia, es muy probable que tengan otras relaciones
dentro de cada uno de esos grupos o al menos que tengan intereses coincidentes -es decir, de
cooperación- vinculados a la repercusión que el conflicto produce en el contexto social de que se
trate. El prestigio de cada una de ellas dentro de su grupo no le es indiferente a ninguna, para
tomar el tipo de interés más amplio o difuso en el que ambas debieran, en la mayor parte de los
casos, coincidir.

Un teórico acreedor puede no tener ningún conocimiento ni relación con su teórico


deudor, si se exceptúa la relación de crédito en sí misma. Pero ello ocurre en situaciones ideales
que sólo pueden pensarse como supuestas. En efecto, si pensamos por ejemplo en el cliente
habitual de una empresa, el conflicto que puede mantener respecto del pago de una determinada
deuda, se entrelaza con otras relaciones de cooperación en la que tanto el acreedor como el
deudor tienen intereses coincidentes. El acreedor deseará seguir vendiendo, en principio, a su
cliente y éste tiene, a su vez, interés en seguir siendo aprovisionado. Por otra parte, al vendedor le
interesa la imagen que otros clientes puedan tener respecto de su tolerancia o intolerancia con sus
clientes, en supuesto de dificultades económicas para atender el pago de sus obligaciones. En el
derecho internacional es patente que aún en los momentos más tensos y aún en los más violentos
de una relación conflictiva, la guerra, por ejemplo, ambos bandos tienen intereses en común cuales
son, la protección de la vida y los bienes de los respectivos súbditos que se domicilien en el Estado
enemigo, ciertas relaciones de intercambio comercial que pueden mantenerse, etc. A su vez en el
contexto internacional ambos tienen intereses similares respecto de su imagen ante la comunidad
internacional y una común necesidad de evitar el aislamiento. De allí que pueda afirmarse que
salvo situaciones que pueden considerarse verdaderas abstracciones, los participantes en una
disputa mantienen entre sí relaciones coexistentes de carácter conflictivo y no conflictivo.

En términos del lenguaje de la teoría de los juegos, que desarrollaron


fundamentalmente Von Neumann y Morgenstern en la década del cuarenta, se denomina al
conflicto puro, que se da sin ninguna coexistencia con relaciones no conflictivas, conflicto de suma
cero, mientras que al conflicto que mantienen actores que por otro lado se vinculan a través de
relaciones no conflictivas, se lo denomina, dentro de ese lenguaje, conflicto de suma variable.

En el conflicto puro de suma cero, lo que una parte pierde lo gana la otra y toda
solución del conflicto supone un perdedor y un ganador. En el conflicto de suma variable, la
solución puede ser de tal carácter que otorgue a la parte que pierde alguna de sus metas o parte
de ellas en la relación conflictiva, ventajas en la otra relación. Lo mismo ocurre si los actores
mantienen diversas relaciones conflictivas, es decir, si conflictúan por metas diversas e
independientes, de modo tal que una solución haga que una de ellas resulte ganadora respecto de
ciertos objetivos y perdedora respecto de otros.
Como es obvio, mientras el conflicto de suma variable o de objetivos mezclados,
ofrece una rica gama de posibilidades de solución, a través de los diversos métodos que
denominamos de "resolución", que analizaremos oportunamente, el conflicto de suma cero supone
de hecho su terminación por lo que llamaremos, en términos simples , la victoria de una parte, y la
derrota de la otra. Esto con reserva de que los conceptos tradicionales de victoria y derrota serán
oportunamente objeto de un análisis que los mostrarán mucho menos absolutos de lo que parecen
ser, tanto en el lenguaje común como en la doctrina tradicional. Pero puesto que hemos sugerido
que la existencia de conflictos estrictamente de suma cero, dentro del ámbito de las relaciones
sociales internacionales o y aún en la mayor parte de los conflictos interpersonales, es casi una
abstracción, es importante anotar que, en realidad, todo aparente conflicto de suma cero soporta
un intento de transformarlo en un conflicto de suma variable. Básicamente ello puede obtenerse
por dos caminos. El primero consiste en extender el conflicto proponiéndose, frente al mismo
adversario, otras metas distintas, que permitan procurar soluciones en las que, por medio de
intercambio, cada parte gane y pierda sin que ninguna de ellas resulte estrictamente "la" ganadora
o perdedora. El otro método consiste en dividir el objetivo, cuando ello es posible. En el simple
ejemplo del cobro de una deuda, si uno divide el objetivo, separando lo relativo al cobro y al pago,
del aspecto oportunidad del mismo (financiación) o del aspecto garantías o moneda de pago, o
bases de ajuste monetario, la solución se torna más fácil. En general, un acreedor no demasiado
apremiado por sus propias necesidades de dinero, preferiría cambiar un crédito discutido y de difícil
cobrabilidad, por otro que todavía no sea exigible, pero que tenga, por ejemplo, títulos ejecutivos,
garantías reales o seguridades de estabilidad monetaria.

Por cierto que cuando los conflictos son de suma mezclada y la mezcla resulta de la
existencia de relaciones de cooperación, es más fácil encontrar, dentro de éstas, ventajas que
otorgar al adversario, como para que éste ceda parte de sus metas en conflicto.

Podemos resumir, pues, afirmando que la pureza de un conflicto depende del conjunto
total de las relaciones entre las partes y de la posibilidad que haya de dividir las cuestiones en
conflicto en elementos más pequeños.

No sólo es importante esta distinción entre conflicto de suma cero y conflicto de suma
variable. Esta misma pareja de conceptos sirve para definir actitudes de las partes. Existen
individuos, actores en el conflicto u operadores del mismo, que tienen lo que podría denominarse
"mentalidad suma cero". Es decir una actitud que apunta siempre a una solución en que una de las
partes gana y la otra pierde. Esta mentalidad suma cero no es en el fondo mentalidad ganadora,
sino una mentalidad poco proclive a la concertación, cuyas consecuencias pueden transformar a
quien la exhibe, en parte perdedora. Uno puede reconocer entre los abogados con los cuales ha
tratado muchas veces, con motivo de distintos conflictos entre actores diferentes, aquellos con los
cuales pueden buscarse soluciones en que todas las partes ganen algo y pierdan algo y
distinguirlos de los que seguirán la contienda hasta que finalmente puedan afirmar que su cliente
"ganó" o "perdió". La mentalidad suma cero en el derecho internacional lleva necesariamente a la
intensificación del conflicto bélico y a la guerra total. En el conflicto interpersonal o intraestatal entre
grupos sociales, la mentalidad suma cero condiciona igualmente un aumento de la intensidad
conflictiva, lo que llamaremos, a su tiempo, una escalada.

Es básico para un abogado, al comenzar a analizar un conflicto, requerir la mayor


información posible sobre la totalidad de las relaciones entre las partes, e intensificar el análisis de
los intereses que cada una de ellas puede tener, incompatibles o en común con la otra, en sectores
que parecieran totalmente ajenos a la cuestión en conflicto. Ello le permitirá extraer la posibilidad
de ensanchar el conflicto, agregando otros temas, es decir, formulando otros reclamos adicionales
o intentar dividir el objetivo de modo que existan posibilidades de intercambio entre metas diversas.
Aquí hay que tener presente que cuando se analiza una relación en búsqueda de la totalidad de
temas de conflicto o de temas en común entre las partes, el análisis puede y debe hacerse también
con relación al tiempo. En determinadas relaciones, puede detectarse que a las partes o a alguna
de ellas les interesarán en el futuro ciertos objetivos. Es ejemplo típico de esta situación, el
conflicto entre miembros de una familia, que están interesados en mantener cierto nivel de buenas
relaciones en el futuro o que saben que, a raíz del vínculo de parentesco, tendrán intereses
comunes más adelante, como puede ser el estado de salud de los padres por sólo mencionar un
tema obvio.

PODER

Una dimensión fundamental, que debe analizarse al enfocar un conflicto, es el poder


de las partes. Y decimos de las partes porque en realidad el poder de cada una de ellas, que
realmente interesa analizar, no es pensado en términos absolutos, sino en comparación con el
poder de la otra, es decir, en términos relativos. Para no confundir la expresión "poder" con el
poder militar a que se alude generalmente en el conflicto internacional, aclaremos que
denominamos con esa expresión a los recursos de conducta conflictiva de que cada una de las
partes dispone para motivar a la otra en sentido coincidente con sus metas. Una demanda judicial,
una medida precautoria, la posibilidad de una alianza con terceros -tema que será objeto de
estudio- son, a estos fines, elementos de poder, como lo son el poder de convicción, la influencia
moral o el prestigio frente al adversario. De modo tal que lo que en cada caso se analiza, es lo que
llamaremos el poder "remanente" o relativo. Si se piensa en el poder militar, por ejemplo,
cuantificado en número y calidad de armas, se advierte que no es lo mismo analizar qué poder
tiene una de las superpotencias frente a un pequeño país subdesarrollado, que tratar de definir
cual es su poder frente a otra superpotencia. Si dijéramos que el actor A tiene un poder 10 y el
actor B un poder 8, el análisis daría como resultado un poder 2 a favor del actor A.

El cálculo del poder en un conflicto no es, por cierto, una cuestión aritmética y su
evaluación no es teóricamente fácil ni demasiado precisa. A menudo, sólo la confrontación y el uso
por cada uno de los actores de parte de su poder en los primeros pasos de una acción conflictiva,
permite una mejor evaluación. Porque obviamente, aunque el poder sea un conjunto de recursos
de muy diversa índole, tales recursos sólo son eficientes si existe también la voluntad de usarlos.
Ello es patente, por cierto, con referencia al poder bélico, que se desvaloriza totalmente en la
medida que la opinión pública no preste consentimiento a su utilización en un caso determinado.
Pero la situación es idéntica en los conflictos interpersonales, donde no basta "poder" realizar una
conducta sino que hace falta también la decisión de utilizarla. Tanto en el sentido material relativo a
la disposición y utilización de recursos, como en el sentido anímico relativo a la voluntad de
utilizarlos, el cálculo del poder se vincula fundamentalmente con el costo del mismo. Todo recurso
y su utilización generan un costo, que no necesariamente es económico. A su vez, el oponente
tiene costos que deben ser evaluados por su adversario. Puede ocurrir que un actor tenga mucho
poder y demasiado costo para utilizarlo. El castigo severo del niño por sus padres, se torna para
éstos, a veces, intolerable. Inversamente, la lucha por la independencia nacional permite a países
con poco poder material, disponer de la voluntad necesaria para pagar altos costos en sacrificios
de toda índole, por la distinta valoración del objetivo. Las luchas anticolonialistas posteriores a la
segunda guerra mundial y entre ellas, tal vez Argelia como prototipo, muestran la relatividad del
poder de una gran potencia, frente a la decisión de una pequeña colonia de soportar altos costos.

INTENSIDAD DEL CONFLICTO


Otra dimensión desde la cual se conceptúa el conflicto y su evolución, es la relativa a
su intensidad. No debe entenderse por tal, a estos fines, la intensidad de sentimientos conflictivos.
En efecto, las investigaciones modernas han evidenciado que los actos de mayor violencia bélica
no están necesariamente relacionados con un igual sentimiento de hostilidad. En 1949 un grupo de
investigadores, dirigidos por Samuel Stoffer, realizó un estudio acerca del tema con relación a los
soldados norteamericanos en la segunda guerra mundial, concluyendo que el odio al enemigo no
había sido un elemento importante en la motivación de los combatientes. Si se piensa la forma
anónima y la desconexión entre el causante del daño y quien lo recibe, que supone la moderna
tecnología de armamentos, se advierte claramente que es muy probable que quien toma la
decisión política de realizar una determinada conducta de gran intensidad, o quien la ejecuta,
integrantes ambos de una larga cadena de individuos distintos, pueda actuar sin estar motivado por
sentimientos de hostilidad hacia quienes directamente sufrirán las consecuencias del acto
conflictivo intenso.

De modo tal que la intensidad a que nos referimos aquí no es la intensidad del
sentimiento conflictual sino la de la conducta conflictiva. Este concepto está vinculado con la
intensidad de los medios o recursos que utilizan las partes en busca de sus objetivos. Y aquí debe
entenderse que al hablar de utilización de recursos, se incluye también la amenaza de esa
utilización. Un conflicto aumenta de intensidad no sólo cuando sorpresivamente se traba una
medida precautoria, en un juicio entre partes, o se invade un territorio en un conflicto entre
Estados. La intensidad aumenta también cuando se amenaza con realizar alguno de esos actos. El
tema de la amenaza, al que ya nos hemos referido para identificar al derecho como un sistema de
amenaza de sanciones, será analizado con mayor amplitud con motivo de la negociación, ya que la
amenaza y su credibilidad son dos temas muy vinculados también con esa particular forma de
conflicto que es la negociación. Cuando hablamos aquí de negociación como forma de conflicto
nos referimos a la incompatibilidad de metas que hay entre dos actores que negocian una
transacción comercial cualquiera. Ello no implica que la negociación no sea también un método de
resolución de conflictos. En realidad la mayor parte de los conflictos terminan por negociación, aún
aquella sobre la cual los actores no se han detenido demasiado: la negociación que sobreviene a lo
que se llama "victoria". Aquí, entre abogados: victoria es algo así como sinónimo de sentencia
favorable, cuya ejecución es generalmente objeto de negociación, respecto del modo y la
oportunidad en que las prestaciones contenidas en la sentencia se harán efectivas.

Vinculados al concepto de intensidad se encuentran otros dos conceptos básicos en el


análisis y manejo de los conflictos, que dan en realidad la significación que tiene al concepto de
intensidad. Se trata de la escalada y la desescalada o el escalamiento o desescalamiento.
Volveremos en breve sobre este tema, a partir de algunas clarificaciones sobre la interacción,
concepto que se refiere a las características de la conducta recíproca. Pero antes, debemos hacer
alguna referencia al problema que genéricamente se conoce como el de las características de los
adversarios.

CARACTERISTICAS DE LOS ADVERSARIOS

Hemos dicho ya que la teoría del conflicto ha producido diversas tipologías genéricas.
Hemos hablado así de conflictos interestatales e intraestatales y dentro de éstos de conflictos
sociales e interpersonales. Tales tipologías apuntan a distinguir entre las unidades en conflicto. Un
individuo, una sociedad pequeña, una gran estructura societaria, un grupo racial, un grupo
estudiantil, una Universidad o un Estado, son ejemplos de unidades conflictivas posibles. Esto hace
advertir, que aún sin pretensiones teóricas demasiado ambiciosas, es necesario formular algunas
puntualizaciones sobre las características de los adversarios.
No siempre los límites que permiten definir quiénes integran cada unidad en conflicto,
son claros. Obviamente que el tema no aparece en un conflicto entre dos personas. Pero aparece
ya en el conflicto entre un actor externo a una sociedad de varios o muchos socios y la sociedad.
Porque cabe preguntarse ¿quién está conflictuando contra el individuo externo: la voluntad
conflictiva de todos los miembros de la sociedad, todos los miembros de su Directorio, por ejemplo,
con consentimiento de los accionistas o sin ellos?, ¿O solamente el representante legal, o tal vez el
gerente ejecutivo? Todos advierten que si uno tiene la certeza de que la voluntad individual de los
miembros de una sociedad no ofrece consentimiento a la acción conflictiva del ejecutivo que opera
por la sociedad, muchas acciones conflictivas eficientes se sugerirán como posibles al actor
personal externo, que puede generar una mayor participación de personas que originariamente no
están envueltas en el conflicto del lado de la unidad colectiva, de la sociedad.

En los conflictos sociales entre grupos numerosos es claro que los límites pueden ser
mucho más vagos y aún abiertos y permeables; decimos permeables en el sentido de posibilitar el
paso de individuos de una de las unidades conflictivas a la otra parte. En los conflictos gremiales,
los límites parecen claros. No se confunden quienes integran la unidad empresaria, aunque ésta
involucre todas las empresas que operan en el sector, con los obreros. Tampoco los límites son
permeables, ya que difícilmente un miembro de uno de los grupos en conflicto puede pasar a
integrar el otro. Y si eso ocurre, como en los raros casos de promoción de ex-obreros a la
conducción de empresas propias, el cambio de unidad rompe generalmente todos los vínculos e
intereses comunes con los otros miembros de la unidad abandonada. Pero si se piensa en un
conflicto con el personal administrativo superior en que el actor empresario está representado por
un pequeño accionista, que formalmente puede considerarse patrono, pero que desempeña un
cargo ejecutivo superior, tras una larga carrera administrativa, uno advierte la complejidad del
tema. Y extremando el ejemplo, si se piensa en el conflicto entre feministas y antifeministas, donde
pareciera que el sexo permite distinguir claramente la identificación de cada individuo con uno de
los grupos en conflicto, debe advertirse que el feminismo cuenta, como movimiento que conflictúa,
con numerosas adhesiones masculinas al tiempo que sufre numerosas detracciones femeninas.

El análisis que se haga de los límites que encierran los miembros de cada unidad en
conflicto, permite no sólo definir acciones tendientes a obtener los propios objetivos sino, además,
prevenir o incidir en los cambios que puedan producirse dentro de la unidad adversaria. Cuando los
grupos son numerosos -en el conflicto gremial, por ejemplo- las acciones de ambas partes
tendientes a influir en las decisiones internas del adversario sobre el liderazgo en el manejo del
conflicto, son marcadamente importantes. En cada grupo amplio, el hecho de estar en conflicto,
genera una relación de consenso y oposición entre quienes lideran al grupo y actúan frente al
adversario y los miembros del grupo. Estas cuestiones se vinculan con muchos de los aspectos
prácticos del manejo del conflicto, fundamentalmente con el problema de las comunicaciones y con
el margen posible de secreto de las negociaciones. A mayor número de integrantes de un grupo
conflictivo, menor la posibilidad de mantener secretos en las negociaciones, sin poner a riesgo el
consenso y la confianza de los miembros del grupo. Pero al mismo tiempo, a mayor número de
integrantes de la unidad conflictiva, más importante es el secreto de los pasos parciales de una
negociación. Una oferta inaceptable hecha pública por el dirigente a su grupo, puede provocar en
éste una reacción que genere un aumento en la intensidad conflictiva que el grupo desarrolla, sin
darle tiempo a formular contraofertas, que seguramente tendrían capacidad de modificar la oferta
inaceptable.

Además de lo hasta aquí dicho sobre las características del adversario, es importante
determinar la relación que existe entre actores, con referencia a una organización mayor que
ambos integren. Dentro de la empresa, el conflicto entre sectores es virtualmente permanente y tal
conflicto debe interpretarse como funcional para la empresa. El departamento de ventas procura
aumentar sus operaciones, concediendo más financiación o efectuando más descuentos. Trata de
prometer las entregas más cortas posibles. Los responsables de finanzas, son reacios a otorgar
plazos que incrementan el costo del producto o que agotan los recursos financieros disponibles.
Los responsables de la fijación de precios y de la generación de utilidades pueden no interpretar
como ventajoso el otorgamiento de descuentos aunque se argumente que ello generará volumen y,
por lo tanto, absorción de costos fijos y reducción, así, del costo final. Y bien, cuando en una
organización dos sectores conflictúan no es lo mismo que lo hagan dentro de un todo en el que
tienen una situación igualitaria pero no con la misma independencia que la que tienen dos
particulares que conflictúan fuera de toda organización. En efecto, la organización tiene sobre
ambos conflictuantes poderes que ejercerá para preservarse de las consecuencias que el conflicto
pueda acarrearle. Pero ello es también por su parte, distinto, si conflictúa un sector de grado
superior con uno de grado inferior. O si desde un escalón inferior se conflictúa con un órgano
supremo, porque éste alega que representa todos los intereses mientras que su oponente sólo
representa los intereses propios o de su sector, que es menos significativo que la totalidad. En este
sentido debe distinguirse, cuando se analiza un conflicto, al menos lo siguiente:

1) El grado de subordinación que los actores tienen con respecto a terceros.

2) El grado de autonomía que cada actor tiene con respecto al otro o el grado que ambos tienen
de integración en una organización mayor.

3) Si una de las unidades pretende tener o realmente tiene una autoridad -de cualquier
naturaleza- basada en la circunstancia de que ella representa una entidad más amplia que la
otra unidad conflictiva y que esta última es integrante de esa entidad mayor a la que alega
representar.

REGULACION DEL CONFLICTO

El tema de la regulación del conflicto es tratado en general por la teoría como una de
las dimensiones de análisis del mismo, al igual que la conciencia, la pureza y la intensidad. Se trata
de la determinación de hasta qué punto la conducta conflictiva está institucionalizada o regulada.
Podemos, en realidad, decir que, salvo en caso de la guerra de exterminio, no existen acciones
conflictivas que no estén sujetas a alguna regulación. Esto, que es evidente dentro del campo
estatal, ocurre igualmente en el mundo internacional, aunque debamos deplorar la pobreza de las
regulaciones del conflicto entre Estados, que ha permitido y continúa permitiendo niveles infernales
de destrucción. Pero aún así la guerra tiene sus limitaciones convencionales, tales como las
convenciones de Ginebra, que revisten el carácter de convenciones plurilaterales. Y tiene también
regulaciones emanadas de convenciones expresas o tácitas de los propios Estados combatientes
en una guerra determinada. Existe, por otra parte, en la comunidad internacional, un sistema de
valores que sustenta la clasificación que distingue guerra de agresión de guerra legítima o de
sanción. Distinción ésta que es heredera de la teoría tradicional del bellum justum.

Dentro de la sociedad estatal hemos mostrado al derecho como una


institucionalización del conflicto que regula, no sólo el manejo y el trámite del mismo, es decir, la
conducta conflictual, sino también las metas y objetivos, dado que el ordenamiento jurídico define
las conductas prohibidas y, por lo tanto, las debidas, de las que resultan extraibles las pretensiones
legítimas. Y pretensiones es aquí sinónimo de metas del conflicto. Hemos dejado aclarado que la
regulación en que consiste el derecho, no provee solución para los conflictos que se generan
dentro del amplio ámbito de las conductas permitidas, que también dan lugar a metas o
pretensiones legítimas incompatibles. Para este amplio sector, el ordenamiento contiene, sin
embargo, la regulación jurídica de las conductas conflictivas prohibidas, tales como el uso de la
violencia física. Pero, en cambio, toda otra acción conflictiva no prohibida tendiente a motivar al
oponente hacia la concesión de lo que es la meta de su adversario, está, en principio, permitida. Al
menos hay un muy amplio universo de conductas posibles y legítimas, de que pueden valerse los
oponentes en un conflicto entre particulares para obtener sus objetivos, cuando el ordenamiento
jurídico y su sistema de resolución judicial, no provee soluciones eficientes o no las provee en
tiempo oportuno.

La extensión, la importancia y la eficiencia de los sistemas de regulación o


institucionalización, depende de la vigencia que las reglas respectivas tengan respecto de las
partes en conflicto. Tal vigencia puede ser heterónoma como en el caso del derecho, donde la
aceptación de las normas no depende de la voluntad de los súbditos, o autónoma, como en la
mayor parte de las situaciones del derecho internacional, donde no existe un sistema coercitivo
general, con jurisdicción centralizada al cual los Estados deban someterse. Sin embargo, aunque
no entremos aquí a profundizar el tema, la autonomía, que en tal sentido postulamos para las
normas de limitación internacional, en cuanto hacemos depender su vigencia de su aceptación,
puede pensarse como relativa. En efecto, si bien no hay un orden central que amenace con la
sanción para el supuesto de violación de las reglas, quien las viola está igualmente amenazado por
acciones coercitivas que en represalia ejecuta su adversario, dentro de un proceso de interacción
en el que el aumento de intensidad conflictiva que supone la violación a la norma convencional
reguladora, está destinado a generar una escalada en la acción del contrario.

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(1) Fuente: Louis Kriesberg, Los Conflictos Sociales, Ed. Trillas, 1975, pág. 17
Papel de Trabajo Nº 4
Dr. Remo F. Entelman

EL LABERINTO DE LA CONTIENDA

El título que antecede tiene por objeto enfatizar que parte de las ideas aquí expuestas
siguen las enseñanzas de Richard W. Mansbach y John A. Vázquez, los autores de los más
modernos intentos de una teoría general con pretensiones científicas sobre el conflicto, que fue
publicada en los Estados Unidos recién en 1981. La denominación "el laberinto de la contienda"
apunta a análisis antes no alcanzados por la investigación científica, en virtud de que esta última
parece haber trabajado siempre, al menos hasta la década del 70, sobre la base de un paradigma
realista fundado en tres asunciones:

1) El conflicto internacional tiene como único o principal set de actores a los


Estados-Naciones y/o quienes en ellos toman las decisiones fundamentales.

2) Las relaciones entre los hombres y por tanto, la vida y la actividad política están
bifurcadas en dos esferas o categorías, con reglas de conducta independientes: la política
interna y la internacional.

3) Las relaciones internacionales constituyen una lucha permanente por el


poder y la paz. Esta lucha convierte al conflicto internacional en una contienda de objetivo
único.

La moderna tesis a partir de la cual estamos trabajando ahora, abandona estas


asunciones, advierte el carácter unitario de la naturaleza de las estructuras del conflicto cualquiera
sea su extensión: internacional, interestatal, grupal o personal; y en consecuencia, descubre
también en el área internacional, multiplicidad de actores internacionales y multiplicidad de
objetivos, lo que provoca a su vez muy distintas formas de conducta conflictiva de los Estados,
según se trate de uno u otro tema de conflicto. Y lo que altera, además, las características y el
manejo de los conflictos internacionales según que éstos se desarrollen entre actores
gubernamentales, no gubernamentales, o mixtos. Estos análisis minuciosos a que ahora llega la
doctrina, aparecen de vital importancia para el conflicto interpersonal o intergrupal de que se
ocupan los abogados.

En efecto, la lamentable proliferación de los conflictos internacionales genera una fuente


inagotable a la investigación empírica. Las hipótesis que se enuncian y que aquí expondremos con
cierto inevitable contenido dogmático, son objeto en la interacción internacional, de verificación
empírica a través de investigaciones que permiten constatar la conducta de los Estados y la
modificación de esa conducta que puede generarse con determinadas metodologías de manejo
conflictual.

"El laberinto de la contienda", que he usado como título, lo es a su vez el de un capítulo


de la obra titulada "En busca de una teoría" de los autores que vengo de citar, cuyo pensamiento
queda así invocado como referencia directa en que se fundan buena parte de las afirmaciones
contenidas en este papel de trabajo.

Pese a la notable originalidad del pensamiento de esos autores, uno podría decir, sin
embargo, que siguiendo un poco la regla inevitable de la acumulación del saber, su pensamiento
tiene origen en el esfuerzo que Galtung hiciera en 1972 al exponer su teoría del triángulo
conflictual, en uno de cuyos vértices coloca el conflicto con sus metas incompatibles, situando en el
segundo las actitudes de los actores (amistad/enemistad) y en el tercero la conducta de los
actores. Esta asociación de ideas sobre el origen del pensamiento de Mansbach y Vázquez se
entenderá mejor cuando hayamos analizado las variables y dimensiones del conflicto.

I - INTERACCION, ESCALADA Y DESESCALADA

Hemos hecho alguna referencia a los conceptos de escalamiento y desescalamiento, que


son fundamentales en la teoría del conflicto. Pero pienso que una mejor referencia a ese concepto
sólo puede formularse si antes se parte de una clara comprensión del concepto de interacción. La
escalada y la desescalada se dan como modificaciones de la intensidad de la conducta conflictiva
dentro de una relación social, que por ser tal es recíproca, cosa que hemos explicado al tratar de
situar el objeto-conflicto dentro de la especie "relaciones de desacuerdo" que integra el género
"relaciones sociales".

Es mucho lo que se ha escrito sobre interacción y son diversos los intentos que se han
hecho de definir este fenómeno. Tal vez la definición más amplia que haya emanado de autores
que se ocupen de interacción conflictiva sea la de Charles McClelland y Gary Hoggard (1). Estos
autores definen la interacción como toda comunicación no rutinaria, verbal o no verbal entre
actores. Sin embargo, la definición que me parece más apta para nuestros fines pedagógicos es la
de J. David Singer (2). Para este autor, podemos hablar de interacción cuando dos o más
entidades realizan conductas recíprocas y puede detectarse una secuencia de por lo menos dos
actos discernibles tales que el primero pueda razonablemente ser interpretado como parcialmente
responsable del segundo. Cuando se habla aquí de un acto parcialmente responsable por el
segundo, debe interpretarse la expresión "responsabilidad" como causa. Es decir que la interacción
ocurre cuando de dos actos discernibles, uno puede razonablemente interpretarse como causa del
otro.

Sobre la base de este concepto de interacción, se clarifican los de escalada y


desescalada o, para ser más fieles a lo que pareciera ser la mejor expresión castiza, escalamiento
y desescalamiento.

El carácter dinámico del conflicto produce una inevitable y permanente alteración de sus
términos. Una situación conflictiva totalmente estática, no existe en la realidad, aunque el conflicto
sí pueda tener períodos de estancamiento en que aparentemente un statu quo perdura. Sin
embargo, incluso ese statu quo produce cambios en las percepciones de los actores, en sus
imágenes del adversario y del conflicto mismo y anticipa acciones futuras que serán distintas de las
que se hubieran emprendido de no haber mediado el statu quo.

Siendo dinámico el proceso, no sólo no se encontrarán los actores ubicados siempre en


el mismo lugar con relación a sus pretensiones y a las conductas que utilicen para la obtención de
sus objetivos. Tanto los objetivos como el accionar se alteran necesariamente por el proceso de
interacción, en el curso del desarrollo del conflicto. La influencia recíproca de las conductas de los
conflictuantes que se denota en la interacción, puede verse muy manifiestamente en el nivel de la
intensidad del conflicto. Por cierto que esa influencia recíproca se advierte también en otros niveles
como el de la percepción, el de la conducta, el de las actitudes y el de los sentimientos conflictivos.
Pero circunscribiéndonos ahora al nivel de la intensidad de la conducta conflictiva, podemos hacer
algunas puntualizaciones fundamentales.

En primer lugar, debe tenerse presente que cuando en un conflicto uno se detiene a
observar un nivel alto de intensidad de conducta conflictiva, puede tener la certeza de que esa
conducta ha sido precedida de otra u otras de magnitud menor. Esto no quiere decir, sin embargo,
que las conductas conflictivas aumenten indefinida e inevitablemente, puesto que el ciclo de los
conflictos evidencia momentos en que comienza el descenso en la intensidad. Este descenso
puede detenerse en un estancamiento que siempre será transitorio, aunque puede no ser breve.
Desde ese punto de estancamiento, la magnitud de la conducta puede decrecer, o retomar una
línea de ascenso, produciendo así una especie de curva ondulatoria.

Llamamos escalada o escalamiento a un movimiento hacia magnitudes mayores de


conducta conflictiva. Inversamente, el desescalamiento es un desplazamiento hacia magnitudes
menores. Estas descripciones, cuya enunciación en estos términos se debe a Luis Kriesberg, me
parecen las más simples, gráficas y aceptables. El aumento o disminución de la conducta
conflictiva se advierte básicamente en el aumento o disminución de la intensidad de los recursos
utilizados. Cuando las unidades conflictivas están constituidas por pluralidades de individualidad, el
aumento o disminución de magnitud puede advertirse también en el aumento o disminución del
número de personas implicadas en la acción conflictiva. La escalada se advierte en el incremento
de las relaciones conflictivas entre las partes adversarias. En la medida en que aumenta la
intensidad del conflicto, en la medida en que una de las partes escala, la situación conflictiva hace
propicia la aparición de nuevas pretensiones de cualquiera de las partes o de ambas, la
proposición de nuevos objetivos, esto es, la extensión del conflicto. A su manera, la extensión es
una forma específica de escalada.

Las investigaciones relativas a cómo se producen la escalada y la desescalada ha dado


lugar a una serie de precisiones sobre la dinámica de la interacción conflictual. Para nuestros
efectos, nos limitaremos a algunas de esas precisiones.

En primer lugar, una vez que se ha iniciado una acción conflictiva, los actos producidos
por una de las partes aun comenzando con una baja intensidad, tienden a producir en la otra
cambios que fomentan el escalamiento. La agresión de una unidad a la otra, cualquiera sea el
contenido del acto agresivo, produce, entre muchos efectos, la solidaridad, unidad, lealtad y
vocación de participación de los miembros de la unidad agredida, que aumentan así su
compromiso con las metas perseguidas. Este aumento de compromiso justifica un incremento del
esfuerzo destinado a alcanzar tales metas. Y una predisposición a absorber mayores costos
provenientes del ejercicio del poder del adversario y de la utilización del poder propio. Estos y
muchos otros mecanismos, hoy profundamente estudiados, fomentan el escalamiento.

Lo dicho pone casi en evidencia una ley empírica del desarrollo del conflicto. Producida
una escalada, un aumento de magnitud de la conducta conflictiva de una de las partes, la otra,
generalmente, se ve obligada a responder con una conducta de magnitud mayor. Mantener su
conducta anterior y soportar la escalada del adversario supone, o un sometimiento a éste, o el
fomento de su vocación de escalar. La respuesta con intensidad mayor, genera a su vez el círculo
de provocar en el otro, autor de la escalada originaria, una nueva reacción de ascenso de la
conducta. La regulación de estos actos requiere un especial cuidado puesto que alcanzado un
determinado nivel de intensidad, su estancamiento o la iniciación de un proceso de descenso, se
tornan muy dificultosos. En efecto, salvo que exista entre las partes un muy buen nivel de
comunicación, dentro de un marco que dé posibilidad a un compromiso de tregua o
desescalamiento, uno de los contendientes no puede fácilmente iniciar una acción de descenso.
Ella sería interpretada por su adversario como un acto de debilidad, que en general no lo motivaría
a descender también a un nivel más bajo de interacción. Por el contrario, le haría vislumbrar la
ventaja de aumentar considerablemente su escalamiento a fin de colocarse en condiciones óptimas
para el proceso de terminación del conflicto. En tales condiciones, el desescalamiento que no
puede generarse por acuerdo expreso o tácito entre las partes, sólo puede intentarse con la
intervención de terceros, institución que cada vez más juega un rol predominante en el manejo de
conflictos. He dicho acuerdo expreso o tácito porque en general los acuerdos de desescalada no
son formales y se celebran a través de actos de las partes que contienen mensajes que la otra está
en condiciones de bien interpretar en un sistema adecuado de comunicación. La crisis de los
misiles en 1962, en Cuba, fue un ejemplo típico de excelente comunicación e interpretación de
mensajes que llevaron a un virtual acuerdo de desescalada, en medio de una crisis que puso al
mundo al borde del conflicto nuclear.

Hemos dicho antes que una de las formas de escalada es la extensión del conflicto, la
formulación de nuevas pretensiones, el incremento de los objetivos. En el lenguaje popular, es
común decir que el adversario se "agranda" no sólo cuando ataca más -cualquiera sea el método
de ataque- sino también cuando aumenta sus pretensiones.

Técnicamente llamamos proliferación a este fenómeno de la extensión del conflicto. La


proliferación también es un tema que ha sido objeto de estudio minucioso y tiene sus reglas.
Cuando hay disensiones profundas de principios, la contienda sobre un tema particular, lleva a la
superficie cuestiones más generales. Un conflicto sobre si determinada teoría debe introducirse o
no en un programa de estudio cuando tiene por fundamento determinadas actitudes ideológicas,
puede llevar a un grave conflicto sobre la libertad de enseñanza, para poner un ejemplo que algún
autor ha tratado.

Vinculado con el problema de la intensidad de la interacción -escalada y desescalada-, se


encuentra el concepto de polarización del conflicto. Dicho concepto apunta al fenómeno del
aislamiento en que las unidades en conflicto entran a medida que avanzan en su acción conflictiva.
Mientras las partes se formulan reclamos, las actitudes que se disponen a tomar para comenzar a
conflictuar son discutidas y compartidas en algún nivel con el entorno: familiares, amigos, socios,
Estados amigos, la comunidad internacional, los organismos internacionales, etc. El avance del
conflicto que el entorno no ha podido detener, aun cuando esté interesado en evitar que se
produzca, genera un aislamiento. El conflicto se polariza, generalmente en no más de dos campos,
en cada uno de los cuales se ubica uno de los adversarios y los terceros que vayan haciendo
implosión en el conflicto. A partir de ese momento el aislamiento facilita la escalada, al desaparecer
el freno que el entorno pone a la intensidad de la conducta conflictiva.

Vale la pena aquí, aunque aparentemente no tenga que ver con el tema, recordar que
existe un concepto que puede parecer emparentado con los de proliferación y polarización, que es
el concepto de contagio. El contagio es la reproducción del conflicto en otras unidades conflictivas,
alguna de las cuales puede integrar el mismo todo que una de las del conflicto inicial. Una huelga
de un gremio, puede provocar la de otro sector de la producción, hasta llegar a una huelga
generalizada. También una huelga de un sector puede provocar la de otro sector dentro de la
misma empresa, en cuyo caso, el contagio del conflicto significa, para la empresa, una escalada
del adversario.

La previsión del contagio es uno de los temas en que el operador debe ser muy
cuidadoso del momento en que toma contacto con el conflicto. En muchas circunstancias, podrá
descartar toda posibilidad razonable de contagio. En otras, tendrá que admitir ciertos riesgos de
que éste se produzca y tratar de aislar la relación que maneja, para evitar que así ocurra.
Finalmente en determinadas circunstancias el contagio aparece como un riesgo inminente. Allí sólo
puede operarse con el margen de tiempo que pueda estimarse hasta que el siniestro se produzca.

II - VARIABLES DEL CONFLICTO

Con este título, de dudosa precisión, hacemos referencia a los tres diversos aspectos que
pueden distinguirse en la interacción conflictiva. Tal vez otras denominaciones, como variables de
la interacción, aspectos de la interacción o niveles de la interacción, fueran más precisos para
definir el tema que aquí desarrollaremos. En todo caso, como en toda disciplina nueva, debemos
aceptar que la creación del lenguaje es un proceso que marcha a la zaga de la investigación, del
descubrimiento y de la adquisición del conocimiento.
Los más modernos enfoques sobre el tema intentan reconceptualizar el tema
cooperación y conflicto. McClelland y Hoggard trataron de delinear empíricamente, sobre la base
de un conjunto de datos de la realidad de la interacción internacional, tres tipos de interacción:
cooperación, participación y conflicto. Otros autores han visto la cooperación como una dimensión
independiente de la conducta que puede ser objeto de escalada. Mansbach y Vasquez citan dentro
de esta línea, trabajos de investigación que se remontan a publicaciones efectuadas en 1967 (3).
También destacan, coincidiendo en esto con otros autores, que los trabajos realizados por el
prestigioso equipo de Edward Azar se mantienen dentro de la tradición de desarrollar escalas
individuales de medidas de la interacción. Sin embargo, la insatisfacción teórica por la ineficiencia
del instrumento conceptual cooperación -conflicto ha ido llevando a la necesidad de la creación de
nuevos conceptos. Diversos intentos postularon la inexistencia de correlación entre cooperación y
conflicto y la imposibilidad de explicarlos sobre la base de variables idénticas. El propio John
Vazquez, extrajo de un análisis de los resultados estadísticos de las investigaciones sobre política
internacional que la forma cuantitativa de investigación podía demostrar eficiencia para explicar la
cooperación, pero había fallado en hacerlo respecto del conflicto. Probablemente el hecho teórico
que llevó a la postulación más reciente sobre tres aspectos o variables de la interacción, fue el
descubrimiento de que la dinámica de la cooperación tiende a ser una función de características
relacionadas con los temas en conflicto, particularmente la tangibilidad de los objetivos, mientras
que la dinámica del conflicto tiende a estar en función de características relacionadas con los
actores.

El primer paso de avance fue posiblemente separar cooperación y conflicto, lo que así se
hizo en el conocido proyecto denominado CREON (Comparative Research on Events of Nations),
sin que ello produjera una auténtica reconceptualización del tema.

Con apoyo de todas estas investigaciones antecedentes, y en la línea de la búsqueda de


la verdad por el error que caracteriza al progreso de la ciencia empírica Mansbach y Vasquez (4)
describen tres aspectos de la interacción cooperación - conflicto, que no presentan como los
únicos, sino como los más significativos.

Tales aspectos, que al titular este acápite hemos llamado "variables del conflicto" y que
en realidad proponemos a partir de aquí denominar "variables de la interacción", son:

1) Acuerdo versus desacuerdo.

2) Realización de actos positivos versus actos negativos.

3) Amistad versus hostilidad.

Es claro que la primer variable pertenece al plano de la conciencia intelectual, la segunda


a la esfera volitiva de la conciencia y la tercera a su plano afectivo. No se me escapa la
arbitrariedad de estas distinciones, si ellas se formulan sin aclarar que todo acto de la esfera de la
voluntad o de la esfera emocional o afectiva, son actos de conciencia fundados, que se apoyan en
otros, fundantes, de la esfera del conocimiento. Sin embargo, no es posible introducir aquí una
exposición más minuciosa del tema, respecto de la cual debo remitir a las "Investigaciones
Lógicas" de Edmund Husserl.

Es igualmente claro que las últimas dos variables tienen que ver con la conducta y las
actitudes de los actores mientras que la primera se vincula a la inteligencia por éstos respecto de
los temas y objetivos con relación a los cuales interactúan. En el plano del acuerdo y desacuerdo
habrán de darse los intercambios que posibiliten las soluciones negociadas por los actores o a
través de la participación de terceros.

La realización de actos positivos y de actos negativos, actúa como un directo inductor en


el aumento o disminución de los niveles de amistad y hostilidad. Y a su vez facilitan -los positivos-
o dificultan -los negativos- el alcance de las metas del otro actor. Sin que esto sea un intento de
definir la cooperación, podemos afirmar que ella aparece a la observación externa como una
sucesión de actos positivos que se realizan en el marco de una actitud benevolente o amistosa.

Las actitudes de amistad u hostilidad que integran la tercer variable, tienen una incidencia
directa a su vez en la generación de actos positivos o negativos y en la obtención de acuerdos o en
la generación de desacuerdos. Cuanto más amplio es el conjunto de temas que relacionan a las
partes, en lo que hemos llamado relaciones de suma variable, mayor es la posibilidad de operar
con modelos de intercambio de acuerdos y desacuerdos, en que las concepciones recíprocas
posibiliten la terminación satisfactoria de los conflictos. Cuando domina en la relación la variable
amistad-hostilidad, el acuerdo y el desacuerdo ya dependen de esa variable, los acuerdos y los
desacuerdos se producen en función de ella. En tales relaciones no habrá accidentalmente
acuerdo y/o desacuerdo, sino, para citar textualmente una expresión feliz "obsesivo acuerdo o
desacuerdo". Si esto no ocurre, en circunstancias normales, la relación entre las dos variables,
debe ser pensada como de congruencia. Es común encontrar que actores hostiles entre ellos se
pongan de acuerdo en temas concretos. Se ve claro en nuestros días en las negociaciones sobre
control de armamento nuclear, entre dos potencias cuyo nivel de hostilidad recíproca parece definir
el estado de sus relaciones dentro de la variable amistad-hostilidad; al menos a juzgar por las
señales que ambos actores emiten en su comunicación recíproca y en la que mantienen con la
comunidad internacional.

Igualmente se encuentran fuertes desacuerdos e incluso escaladas conflictuales entre


actores que mantienen relaciones amistosas. En el mundo de los negocios esto es hoy tan
evidente como lo es en el de la diplomacia.

El predominio de la hostilidad o de la amistad tiene directa relación con la interpretación


que cada actor hace de las intenciones o motivaciones de los otros. Cuando las relaciones son de
nivel amistoso se tiende a interpretar los actos del otro como accidentes, malos entendidos o
acciones impulsivas. Cuando la relación es hostil todos los actos del otro actor son vistos con
desconfianza, con recelo y en todo caso sospechosos de albergar segundas intenciones. Los
actores con relación amistosa buscan detectar sus similitudes; los que tienen relación hostil
enfatizan sus diferencias.

Este carácter multidimensional de la interacción permite comprender que no debe


visualizarse la intensificación o moderación de la conducta interactiva en uno sólo de los tres
niveles que hemos puntualizado. La espiral que representa el ascenso o descenso de la conducta,
requiere que las tres variables se muevan en una misma dirección realimentándose
recíprocamente, por así decirlo. Dada una continuidad de desacuerdos, se produce un intercambio
de actos negativos y un aumento de la hostilidad. Para revertir un proceso de escalada en que las
tres variables se mueven en el mismo sentido, es indispensable producir un cambio de dirección al
menos en una de ellas. Los meticulosos análisis que aquí pueden efectuarse suministran una serie
de reglas para orientar el manejo u operación del conflicto. Pero aun sin entrar en un detalle
pormenorizado, existen algunas puntualizaciones que vale la pena efectuar.

En primer lugar, hay que advertir que es difícil provocar el cambio de dirección negativa
en la variable amistad-hostilidad. El nivel donde pareciera más fácil iniciar el proceso es en el de
acuerdo-desacuerdo, donde el intercambio de posibilidades que razonablemente se pueden
mostrar como convenientes a cada uno de los actores, provoca en éstos la comparación de esas
posibilidades con los daños que pueden surgir del aumento de intensidad conflictual. Sin embargo,
la hostilidad funciona siempre como un esfuerzo para evitar acuerdos. La división de temas se
hace difícil y, por lo tanto, el tratamiento del conflicto como de sumas variables, porque la relación
de hostilidad circula entre los actores como si lo hiciera atravesando los temas en conflicto. Los
actores hostiles concentran los objetivos distintos en uno sólo, porque no están afectivamente en
condiciones de solucionar unos independientemente de los otros. Y de la misma manera que la
división o pluralidad de objetivos facilita la solución, la concentración la dificulta, al constituirse en el
predominio de la mentalidad ganadora en ambos actores, es decir, al enfatizar en ellos una
mentalidad de suma cero.

Si excluimos estas dos variables, aparece como evidente que el cambio tiene que
producirse en el área del intercambio de actos positivos o de reducción de los actos negativos.

Con lo expuesto aparece también clara la necesidad de determinar cuál es la variable


predominante en un conflicto. Si el problema reside en el acuerdo o desacuerdo, el operador debe
manipular los paquetes de ofertas y proposiciones concretas. De allí que en este tipo de relaciones
los terceros tengan un tan amplio y favorable margen de acción. Cuando el predominio se advierte
en el intercambio de actos negativos el operador debe manipular la conducta y no las propuestas
de las partes. Y aquí de nuevo los terceros juegan un rol brillante desde que su primera acción es
el establecimiento o mejoramiento de las comunicaciones o el generar métodos de lo que se
denomina interposición.

Finalmente, cuando uno advierte que las raíces del conflicto están en el nivel de la
hostilidad, uno se encuentra frente a conflictos de difícil resolución y manejo. Para corregir el
cambio de actitud desde un exceso de hostilidad hay que internarse en un área de profundas
reticencias y prejuicios. Piénsese en la hostilidad que gobierna los conflictos raciales o religiosos
contemporáneos. Desde luego, también aquí la única guía posible de operación es la generación
de actos positivos, lo cual es difícilmente obtenible en el seno de cada actor y sólo se hace
relativamente posible, aunque no fácil, con la intervención de los terceros.

Lo que debe tenerse claro aquí es que en toda ausencia de manipulación de una de las
variantes hay una tendencia de las tres a balancearse y mantener su congruencia. Por ello en el
largo plazo una relación de conflicto estabilizada no tiende por sí misma a transformarse en
relación de cooperación. Lo que se denomina Ley de Gresham muestra que los elementos más
negativos, más peligrosos y más dañosos de la conducta de interacción conflictual, van con el
tiempo excluyendo a aquellos otros que hubieran mantenido el conflicto en un estancamiento
dentro de límites aceptables.

III DIMENSIONES DEL CONFLICTO

Las variables de interacción nos han permitido, aún en el somero análisis que de ellas
hemos hecho, adentrarnos en el concepto de dimensiones del conflicto. Con tal denominación,
aludimos a los dos aspectos en que puede recaer con mayor intensidad la existencia de conflicto,
es decir, los dos distintos terrenos en que el conflicto puede tener más afirmadas sus raíces. Hay
relaciones de conflicto en que la tónica está puesta en la relación entre los actores. Otras en que el
énfasis se da en la temática conflictiva, es decir, en la materia de conflicto, en los objetivos, metas,
pretensiones y propuestas de las partes. En el primer supuesto hablamos de conflictos de
dimensión actoral. En el segundo, de conflictos de dimensión objetal.

Cada una de estas dimensiones, condiciona de manera diversa el funcionamiento y el


contenido de las tres variables de la interacción. Veámoslo. Con respecto a la variable acuerdo-
desacuerdo, la dimensión objetal permite con mayor facilidad el manejo de metas múltiples y
diferenciadas, la expansión del conflicto a otras metas o la división de las metas u objetivos para
facilitar una negociación. Por el contrario, la dimensión actoral provoca que los temas
individualizables respecto de los cuales los contendientes están envueltos en conflictos tiendan a
fusionarse dentro de un solo tema, una sola meta o un solo objetivo más amplio. En realidad,
ocurre que en buena parte las metas u objetivos se formulan a partir de la relación de
adversariedad o colaboración.
Podemos decir que mientras en el conflicto de dimensión objetal las posiciones de los
actores se fundan en un cálculo de pérdidas o ganancias, en los de dimensión actoral se basan en
el "cálculo de afecto".

El conflicto actoral hace dificultosa la aparición de modelos en que se puedan sobrepasar


las posiciones de las partes respecto de cada uno de los temas para ensayar intercambios
recíprocos de concesiones. Las alianzas, esa figura tan significativa en la teoría del conflicto que
trataremos más adelante, tienen en realidad el carácter de pacto "ideológico" con terceros "contra"
el adversario y no el de acuerdos "para" obtener tal objetivo. En otras palabras las alianzas en el
conflicto de dimensión actoral son, de las que Caplow caracteriza como alianzas "contra alguien",
más que alianzas "para algo". Estas últimas emergen de los conflictos de dimensión objetal.

También en el nivel de la variable actos positivos y actos negativos, la relación de éstos


es afectada por la dimensión en que se centre el conflicto. En los conflictos objetales, los objetivos
varían de uno de los temas conflictuales a otro de los temas conflictuales y los actos negativos o
positivos se dirigen a cada uno de ellos independientemente, como actos que pueden ayudar o
entorpecer la obtención de esas metas separadas.

Cuando el conflicto tiene dimensión actoral, los actos negativos y positivos tienden a
concentrarse del mismo modo en que tienden a fusionarse los objetivos, lo que contribuye al
aumento de los actos negativos, al predominio del "cálculo de afecto" o, al menos, a la
interpretación de que el adversario actúa no "para" obtener algo, sino en "contra" de su oponente.
En un conflicto de dimensión objetal no cuenta la satisfacción de producir un daño o un costo al
adversario, ni la de favorecer a aquél con el cual se tiene una relación más amistosa. En
consecuencia, sólo en el conflicto de dimensión objetal se obtiene una variable y accidental
distribución de los actos positivos y negativos entre una variedad de objetivos a los que éstos actos
se destinan. Puesto que los actores de éste tipo de conflicto no excluyen ni descartan la
coexistencia o el avenimiento posterior de colaboración con sus actuales oponentes, tienden a
moderar la intensidad de sus conductas.

Por último la variante amistad-hostilidad es afectada por la dimensión. Cuando el conflicto


es objetal, las partes tienden a pensar en términos de ganancias o pérdidas propias, sin
preocuparse por generar más costos o daños al adversario. Los valores en juicio son inherentes a
los objetivos concretos, categoría ésta de una clasificación de objetivos que analizaremos unos
párrafos más adelante. En el conflicto de dimensión actoral, los actos tienen fuertes percepciones
de satisfacción o de disgusto en relación con el daño que le producen al adversario o la ventaja con
la que lo benefician. Todo ello significa que mientras en el conflicto objetal los adversarios están
orientados hacia sus objetivos, en el de dimensión actoral se orientan contra el adversario, lo cual
los hace más susceptibles a los sentimientos de amistad u hostilidad, cuando llega la hora de la
solución o terminación del conflicto.

No puede ocultársenos, pues, la gravedad que reviste la transformación de un conflicto


por objetivos antagónicos en una contienda en que el primer plano lo ocupa el enfrentamiento de
los actores antes que la obtención de las metas.

IV OBJETIVOS CONCRETOS, SIMBOLICOS Y TRASCENDENTES

Desde la perspectiva que la teoría de las variables de la interacción y de las dimensiones


del conflicto que venimos de analizar, proporciona, adquiere sentido e importancia un examen más
minucioso de lo que venimos llamando con generalidad "objetivos" de las partes en conflicto. En
efecto, tal distinción sería poco significativa si no pudiéramos utilizarla desde el punto de mira que
ahora nos brinda el conocimiento de tres variables de interacción y de dos dimensiones de
conflicto.
Distinguimos entre objetivos concretos, simbólicos y trascendentes.

Llamamos concretos a aquellos más o menos tangibles que además de una u otra
manera son susceptibles de ser pensados como divisibles. Esos objetivos tienen la característica
de que su obtención importa la automática satisfacción de las pretensiones de quien conflictúa por
ellos. Ello es así por que en tales objetivos el valor que la parte les atribuye, económico o de
cualquier otra naturaleza, es inseparable del objeto mismo. Cobrar un crédito, obtener la tenencia
de un menor cuya proximidad sentimos valiosa, adquirir un territorio en una contienda
internacional, pactar un salario mayor en un conflicto gremial tendiente a obtener ese objetivo
concreto, da al actor que obtiene su objetivo un aumento finito de bienes valiosos, usando la
expresión "bienes" en sentido amplio y no como sinónimo de cosas, es decir, bienes materiales o
espirituales y colocando dentro de estos últimos la amplia gama de situaciones que tienen valor
positivo con referencia a valores de muy diversa índole, como seguridad, predominio político,
prestigio, etc.

Objetivos simbólicos son aquellos en los que en realidad el objetivo no es la última meta
deseada por el actor en conflicto, sino más bien un representante de otro, lo cual convierte en muy
difícil definir la relación entre el objeto y su valor, entre el objeto o situación depositaria del valor y
el valor mismo. Una superficie de campo como objetivo concreto en una disputa cualquiera, es un
objeto material con valor económico. Si uno en cambio lo reclama en una disputa sucesoria o
societaria, no por el valor que tiene, en un cálculo de intercambio con otros bienes, sino por el
principio de que elegir ese particular bien corresponde al privilegio del hermano mayor o del socio
más antiguo, etc., transforma el objetivo concreto en un objetivo simbólico. A su respecto, ya es
difícil encontrar una solución que no sea la total ganancia del pretensor. El conflicto con objetivo
simbólico tiende a ser de suma cero donde quien lo emprende tiene que " ganarlo" mientras su
adversario lo "pierde". En el campo internacional los ejemplos son patentes. Se cita el caso de
Alsacia y Lorena las provincias francesas que Alemania anexó. Toda negociación sobre su re
adquisición no fue a partir de entonces un objetivo concreto consistente en algo mensurable como
una determinada superficie con determinados habitantes. Las provincias fueron impregnadas de
valores políticos de soberanía. Pasaron a representar la integridad del concepto de "patria". A partir
de ello, Bismark advirtió según los autores, un obstáculo inamovible para la reconciliación franco-
germana (op. cit. Mansbach y Vasquez, pag. 245).

Cuando los conflictos tienen dimensión actoral los actores tienden a teñir los objetivos
concretos agregándoles valoraciones que los convierten en simbólicos. En un conflicto conyugal, el
objetivo de la tenencia de un menor es concreto mientras el debate se genere en el deseo de cada
una de las partes de que el menor viva y se eduque con ella, porque así es considerado como lo
más valioso para tal proceso de educación. Pero si la relación de confrontación personal, da
dimensión actoral al conflicto, y el esposo plantea que el hecho de que el menor no viva con la
madre es una cuestión de principios, adjudicando a su cónyuge un estilo inmoral de vida, el mismo
objetivo aparece como simbólico y no concreto. A partir de allí las soluciones se dificultan. Si
hubiese dos hijos respecto de los cuales se debate la tenencia podemos pensar, dejando al
margen por un momento la inconveniencia de la separación de los hermanos, en que uno viva con
el padre y otro con la madre. Esta solución se hace impensable cuando el objetivo es simbólico.
Porque el valor fundamental que estaba detrás del objetivo, como la cuestión del estilo moral de
vida de los padres, no puede dividirse y aparecer que la madre es de "buena vida" para tener un
hijo y de "mala vida" para tener el otro.

Por último, llamamos objetivo trascendente a aquel en el que en realidad puede decirse
que el valor mismo está puesto como objetivo porque no se divisa que esté anexo a un objeto
tangible ni divisible. Si pretendo cobrar o no pagar o adquirir un bien o no entregarlo, u ocupar un
territorio o no tolerar la intervención de otro Estado en un tercero, porque lo que está en juego allí
no es ni el monto a cobrar, ni el bien a recibir, ni el problema concreto en que un Estado interviene,
ni la importancia física, económica ni política del territorio a ocupar, sino un principio cualquiera,
muy difícilmente puedo llegar a una transacción. "Debo" cobrar la totalidad porque, que el otro
retenga el pago, es una inmoralidad que no puedo aceptar; "debo" ocupar el inmueble porque la
familia tiene que reconocer que he heredado de mi padre el carácter de jefe del grupo familiar;
"debo" ocupar el territorio para que no avance en su expansión un sistema político-social con el
que no puedo transigir, llámese socialismo o capitalismo. En ese aspecto, toda transacción supone
perder parte de algo que en su integridad ha sido declarado fundamental para mí. No puedo
aceptar ser "menos" moralmente rígido en las transacciones comerciales, ni "menos" jefe de familia
ni "menos" socialista ni "menos" capitalista.

Los conflictos de dimensión actoral, muestran una clara tendencia a plantear las
incompatibilidades en términos de objetivos trascendentes. Los conflictos de dimensión objetal,
apuntan en cambio, como hemos dicho, a objetivos concretos. En realidad, objetivos simbólicos y
trascendentes son, en relación con la dimensión actoral de un conflicto, como gradaciones de un
aumento de intensidad en la conducta conflictual.

NOTAS

(1) Conflict Patterns in the Interactions among Nations en: James N. Rosenau,
"International Politics and Foreign Policy" (New York Ed. Free Press 1969 pag. 7l3).

(2) "The Global System and its Sub-Systems. A development view" en James
N. Rosenau Ed. Linkage Politics (New York: Free Press 1969, pag. 37).

(3) Artículo "Scaling data on Inter Nation Action", publicado por Moses, Brody,
Holsti, Kadane y Milstein en la revista Ciencia, To. 156, páginas l054/l059.

La crisis de los misiles cubanos.


4
Un ejemplo de desescalada tácita por intercambio de actos positivos( ).

El proceso de desescalada del conflicto de los misiles cubanos es un fenómeno de la


realidad internacional reciente que permite verificar al mismo tiempo dos de las hipótesis que
hemos desarrollado. Por un lado, muestra las condiciones en que se producen acuerdos de tácito
consentimiento. Por el otro las que tienen que ver con la desescalada de un conflicto, a niveles
más bajos de intensidad, mediante el intercambio de actos positivos entre los actores, sobre temas
ajenos a las específicas metas del conflicto concreto.

Sintéticamente, los hechos ocurrieron así:

El 10 de junio de 1962, el Presidente Kennedy hizo una declaración conciliatoria, que


proporcionó un contexto para que se realizaran acciones importantes de ambas partes. Anunció el
cese unilateral de todas las pruebas nucleares en la atmósfera y declaró que no se reanudarían, a
menos que otro país lo hiciera. Los soviéticos publicaron el discurso completo y no interfirieron la
transmisión del mensaje grabado que se difundió por la Voz de América. El 15 de junio, el primer
ministro Khruschev habló, recibiendo con beneplácito la iniciativa de Kennedy y anunciando una
detención de la producción de bombarderos estratégicos. En las Naciones Unidas, el 11 de junio, la
Unión Soviética dejó de poner objeciones a la proposición, respaldada por Occidente, de enviar
observadores a Yemen, y los Estados Unidos replicaron retirando su veto a la restauración de su
posición de pleno derecho a la delegación húngara, por primera vez desde 1956. La Unión
Soviética, el 20 de junio, estuvo de acuerdo en establecer una línea directa de comunicaciones con
los Estados Unidos, que había sido propuesta en principio por los norteamericanos en 1962.

4
Fuente: Amitai Etzioni: The Kennedy Experiment, Western Political Quarterly, 20 (junio 1967), p. 361-380
Esos gestos unilaterales no tuvieron quizás efectos sustantivos en la balanza del poder,
ni alteraron las bases del conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo,
lograron reducir las tensiones, facilitando el reconocimiento de las relaciones comunes y
complementarias. A continuación, pudieron proseguirse negociaciones más formales sobre
cuestiones más sustantivas. De hecho, las negociaciones multilaterales para lograr un acuerdo
sobre la proscripción de las pruebas nucleares se reanudaron en julio, y el 5 de agosto se firmó
dicho acuerdo.

Siguieron otros gestos simbólicos, expresiones de esperanza de que se produjeran


nuevos actos cooperativos, y acuerdos formales. El 9 de octubre, el presidente Kennedy aprobó
una venta de trigo a la Unión Soviética, por un valor de 250 millones de dólares. El 19 de
septiembre, el gobierno soviético sugirió que se proscribiera la puesta en órbita de armas de
destrucción masiva y se anunció un acuerdo de principio el 3 de octubre, incluyéndosele en una
resolución de las Naciones Unidas, aprobada el 19 de octubre; en octubre, intercambiaron
5
espías.( )

5
Con mucha posterioridad al trabajo de Etzioni y a nuestras investigaciones sobre el tema, han sido publicadas las
transcripciones de los tapes grabados por disposición del Presidente John F. Kennedy, mientras se desarrollaba la crisis,
donde el proceso de toma de decisiones y de comunicaciones queda mejor explicitado. (Véase The Kennedy Tapes, Ernest
R. May y Philip Zelikow, 1997)
Papel de Trabajo Nº 5
Dr. Remo F. Entelman

LOS TERCEROS EN EL CONFLICTO

I - CONCEPTO Y ROLES

Tal vez sorprenda, en un primer momento, la idea de que puedan existir terceros en
un conflicto, cuando éste consiste en una relación que se caracteriza por la dualidad adversario-
adversario, como la cooperación es una relación caracterizada por la dualidad amigo-amigo. Más
aún, una de las características del conflicto es su bipolaridad, que supone una exclusión de
terceros. Julien Freund ha dicho con razón que el conflicto es una relación signada por el principio
de tercero excluido. En realidad, lo que ocurre es que los terceros, o bien son absorbidos por el
conflicto, o bien se mantienen fuera de él. Sin embargo, tanto algunas de las maneras en que los
terceros hacen "implosión" en el conflicto como otras en que participan en su resolución, son temas
inexcusables para nuestra disciplina. Aunque debe reconocerse que sólo muy recientemente los
teóricos le han dado su merecida importancia.

En realidad ha sido el sociólogo Georg Simmel, el primer autor moderno que trató el
tema de los terceros. Su tipología distingue tres clases de terceros:

a) Los terceros imparciales que no están implicados en el conflicto pero a quienes se les
pide que lo juzguen o le pongan fin. Tal tipo de intervención da lugar a una variedad de
formas de las que Simmel señala el mediador y el árbitro. Posteriormente analizaremos la
gama de las intervenciones más usuales.

b) El segundo tipo de terceros es denominado por Simmel "tertius gaudens", a quien los
autores franceses llaman "tiers larron", expresión que no traduciría textualmente como
"tercero ladrón", sino como "tercero ventajista". Algo así como lo que en el lenguaje
cotidiano se denomina "tercero en discordia". Se trata de aquel no implicado en el
conflicto, pero que obtiene de él beneficios para sí mismo. Es evidente que en un
conflicto gremial, por ejemplo, los competidores se benefician de la paralización de la
producción de uno de sus colegas. Estos terceros beneficiarios, a veces lo son porque
uno de los actores en el conflicto, o ambos, tratan de favorecer a un tercero, porque ello
refuerza su posición. Hay casos incluso, de conflictos que se generan a causa de
terceros cuando uno de los conflictuantes tiene en vista obtener algún tipo de beneficio
del tercero, por estar en conflicto con otro. Si una empresa realiza actos que perjudican la
acción en el mercado de otra empresa, es probable que pueda obtener algún tipo de
ventajas de aquellas que resulten beneficiadas con el deterioro del destinatario de
aquellos actos conflictivos.

c) El tercer tipo de tercero identificado por Simmel es el que corresponde a la vieja máxima
dividir para gobernar, que en su primigenia expresión resulta más precisa en su
aplicación a nuestro tema: divide e impera. Este tercero interviene en el conflicto
directamente, porque obtiene de él ventajas o espera obtener una posición dominante.

Freund critica esta clasificación en la medida en que no advierte cómo la participación


de un tercero en un conflicto puede producirse sin provocar la bipolaridad, fenómeno éste del que
raramente se exceptúan algunas situaciones como, por ejemplo, etapas efímeras de algunas
guerras civiles. La existencia de tres campos conflictuando mutuamente en total autonomía, le
parece al polemólogo francés, una situación de conflicto infrecuente, muy difícil de encontrar en la
realidad. Tan pronto como el tercero que juega el rol de dividir para gobernar participa directamente
en la contienda, provoca la bipolaridad e integra una de las unidades contendientes.

En reemplazo de la clasificación formulada por Simmel, de la que se aparta no sin


reiterar sus elogios al sociólogo alemán, Freund propone distinguir entre terceros que participan en
el conflicto y terceros que no participan en él.

Dentro de la primer categoría considera tres tipos:


a) Las alianzas o sus homónimos: coalición, liga, entente, frente o bloque;
b) el tercero protector de uno de los campos adversarios;
c) el tercero beneficiario, en el sentido del "tertius gaudens" de Simmel.

A los terceros que no participan en el conflicto, me referiré en el Capítulo III.

La alianza, en la que el tercero interviene directamente en el conflicto, en el sentido


de su configuración bipolar. El aliado no es un tercero en el sentido que constituya un tercer campo
contendor, sino el tercero que ingresa en uno de los dos campos enfrentados. El tema de las
alianzas es seguramente uno de los aportes más importantes que la teoría del conflicto ha recibido
en los últimos tiempos, especialmente a partir de la publicación de la obra de Theodore Caplow,
Dos Contra Uno -Teoría de las Coaliciones en las Tríadas, obra que Freund cita aunque sin
desarrollar la problemática de las tríadas.

Nosotros, nos ocuparemos aquí de ellas, desde que constituyen un elemento


fundamental para el análisis de los conflictos y, sobre todo, para la prevención de su aparición o de
su evolución.

II - TRIADAS Y COALICIONES

Se debe a Georg Simmel, uno de los incuestionables fundadores de la sociología


moderna, el primer aporte a partir del cual el análisis de las leyes que rigen el funcionamiento de
los grupos sociales integrados por tres o más miembros, pudo alcanzar su actual evolución.
Simmel no fue demasiado conocido sino hasta avanzado este siglo, a pesar de que sus trabajos
comenzaron a ser traducidos del alemán para los sociólogos de habla inglesa en 1896 y su
pensamiento introducido a través de las obras de Pitirim Sorokin (Contemporary Sociological
Theories) y de Talcott Parsons (Structure of Social Action).

Puede decirse que recién en la década del 50 se intensificaron los estudios sobre
tales grupos, denominados tríadas, como consecuencia de las experiencias de laboratorio y de
observación de la vida real que fueron efectuados por los psicólogos sociales.

La mejor exposición para comenzar, con seriedad pero con relativa sencillez, el
estudio del tema, se encuentra en la obra de Theodore Caplow, traducida al castellano con el título:
Dos Contra Uno - Teoría de las Coaliciones en las Tríadas. Alianza Editorial, Madrid 1974. Buena
parte de lo que aquí se expone sigue el pensamiento de Caplow con lo cual esta mención
reemplaza detalladas citas concretas. Para un primer contacto con el tema es recomendable la
lectura de los capítulos uno, cinco y seis. Resulta además conveniente continuar luego, en el orden
que aquí se indica, con los capítulos siete, nueve, diez, ocho y cuatro. El capítulo dos tiene
referencias al pensamiento de Simmel que, con su fácil lectura, dará un marco conceptual capaz
de facilitar la comprensión del tema. El glosario que el autor incluye en las páginas finales de la
obra, ha de ser sin duda, de gran utilidad (ver copia del mismo en Anexo 1 de este capítulo).

Una tríada, tal como la define Caplow, es un sistema social formado por tres miembros
relacionados entre sí en una situación persistente. En rigor de verdad, no fue Simmel sino sus
seguidores los que utilizaron las expresiones díada y tríada en lugar de los vocablos alemanes
empleados por él (Zweierverbindung y Dreierverbindung).

La moderna concepción de la estructura de los grupos sociales afirma, por boca de


Bukminster Fuller que "todos los enfrentamientos, asociaciones o configuraciones naturales deben
basarse en modelos triangulares" de los que no escapa la sociedad humana, que parece ajustarse
a ese principio estructural. Se afirma que la interacción social es siempre triangular o triádica, ya
que recibe la influencia de un determinado auditorio, presente o próximo. Se trata del entorno más
o menos cercano, más o menos fuertemente vinculado al que nos referimos al sostener que los
conflictos puros o de suma cero son en el fondo una abstracción. La afirmación que hacemos no
contradice la ley de la bipolaridad del conflicto porque el triángulo o tríada a que nos referimos se
integra con los dos miembros actores del conflicto y el "auditorio" que constituye el tercero. Este
último en mayor o menor grado controla en nombre del sistema más amplio al que pertenecen los
actores, la conducta recíproca de éstos. Es ya famoso el pasaje de Simmel donde afirma
que..."Desde una conversación entre dos personas que dure sólo una hora, hasta una familia de
tres miembros, no hay ninguna tríada en la que no tenga lugar de vez en cuando alguna disputa
entre dos cualesquiera de sus elementos -disputa que puede ser más o menos cruda, más o
menos larga, o de naturaleza más o menos teórica- y en la que la tercera no juegue un papel
mediador.

Esta función va rotando entre los tres elementos, ya que el flujo y el reflujo de la vida
social encarnan el esquema del conflicto en toda combinación posible de dos miembros".

Toda tríada tiene tres miembros y las convenciones científicas -en el fondo tácitas-
han dado en denominar A, B y C a estos miembros reservando la letra A para designar al actor con
mayor poder. Por lo tanto, la tríada tiene tres relaciones posibles: AB, BC y AC. Resulta así que
éste es el único grupo social que posee un número de relaciones igual al número de sus miembros.
Antes de describir características de las tríadas es conveniente hacer notar la diferencia que existe
entre un grupo de dos y un grupo de tres, diferencia sobre la cual Simmel parece ser el primer
autor que ha llamado la atención, al extremo de que puede afirmarse que el número tres tiene en la
sociología un valor diferencial respecto del dos y del cuatro y siguientes que no tiene en la
aritmética. En efecto, el grupo de dos no existe como algo distinto de sus miembros, porque la
desaparición de uno de éstos hace desaparecer el grupo. En toda organización que tenga por lo
menos tres miembros, uno puede distinguir los miembros y la organización, porque ésta sobrevive
a la desaparición de uno de ellos en la tríada, aunque esa desaparición, hasta que el tercer
miembro se reemplaza, cambia la estructura de la organización de triádica a diádica. En los grupos
de más de cuatro miembros, la situación, obviamente, se repite. La teoría de las tríadas considera
que todo agrupamiento de cuatro, cinco, seis o más miembros, se reduce a agrupamientos
triádicos. La familia sirve muy bien de ejemplo para la mostración, diríamos casi intuitiva de estos
fenómenos. La pareja sin hijos constituye una díada, una relación de dos que, por lo tanto, no
existe con independencia de sus miembros. Separada la pareja o muerto uno de los cónyuges, el
grupo "pareja" desaparece. El nacimiento de un hijo genera una tríada. Con el advenimiento de un
segundo o tercer hijo el grupo de cuatro o cinco continúa permitiendo agrupamientos de tres. Es
fácil advertir, en la propia familia o en las cercanas a uno, que cuando tienen cuatro o cinco
miembros, dentro de ellas hay una especial relación entre dos padres y un hijo, dos de los hijos y el
padre o la madre o entre tres de los hijos, relaciones que además coexisten y se superponen. El
padre puede tener con la madre una específica relación que incluye como tercero al hijo mayor.
Pero coincidentemente suele tener una relación triangular con sus dos hijas mujeres que serían el
cuarto y quinto miembro del grupo. O la madre tenerla con dos hijos varones. Al mismo tiempo, los
tres hijos pueden formar un triángulo con un vértice de uno de los sexos y los otros dos del otro
sexo, que sea diferenciable como grupo del resto de la familia y de sus combinaciones triangulares
con los demás miembros de la misma. El hijo mayor, por ser el primer tercero que se agrega a la
díada para formar la primer tríada, tiene por ello una significación distinta de la de los hijos
siguientes, desde que cambia para siempre la estructura diádica de la familia y en realidad crea,
con su aparición, un grupo que permite, como dijimos antes, ser visto como independiente de sus
miembros.

La propiedad más importante de los grupos triangulares, es su tendencia a formar


coaliciones, lo que en el lenguaje común llamamos más usualmente alianzas, entre dos de sus
miembros frente al tercero. El análisis del poder relativo -concepto que ya conocemos- de cada uno
de los tres miembros, permite predecir con bastante certeza las coaliciones que habrán de
formarse en cada grupo o que razonablemente puede esperarse que en él se formen. Puesto que
existen ocho tipos distintos de tríadas, a los que nos referiremos enseguida, las posibilidades
graficadas de alianzas dentro de cada una de ellas y los análisis de los entrelazamientos entre las
tríadas en que se descompone un grupo de más de tres miembros, ha permitido hablar,
metafóricamente desde luego, de una "geometría social".

Por cierto que los miembros de las tríadas pueden ser individuos aislados o unidades
colectivas de cualquier volumen o una mezcla de ellos: un individuo y dos grupos, dos individuos y
un grupo, tres individuos o tres grupos. Los grupos pueden ser desde un pequeño grupo hasta un
Estado nacional. Las reglas que parecen regir estos fenómenos sociales son aplicables a todos. La
tríada más frecuentemente analizada, probablemente porque es la que en mayor proporción han
encontrado los investigadores en la realidad, es aquella en la que un miembro tiene más poder que
los otros dos y éstos tienen igual poder entre sí. Dentro de este grupo los análisis han permitido
construir la hipótesis de trabajo de que la coalición más previsible es la que pueden celebrar los
dos miembros de igual poder, frente al tercer miembro de más poder de cada uno de ellos. En
efecto, se advierte claramente que si el miembro de más poder A forma una coalición con el
miembro B contra el miembro C o con C contra B no aumenta su poder, sino que lo disminuye
porque alguna concesión de su poder originario tiene que hacer a B o C para que estos entren en
la coalición. La alianza de BC en cambio, una suma de poder que convierte a A en el miembro más
débil. Pero aquí no termina el análisis que pudiera hacerse de esta situación. Porque una vez
celebrada la coalición, A, que pasa a ser el miembro más débil, tiene frente a sí a una coalición
más poderosa que él, pero integrada por dos miembros. Aquí la tríada originaria ha cambiado de
estructura: hay un miembro muy débil y dos que en conjunto son muy fuertes. En el futuro, A
procurará una alianza con B o con C que antes no le interesaba pero que ahora le es
indispensable.

He hecho referencia a esta última evolución de la tríada, después de la alianza original


de C, no para profundizar este tema, sino para dar un marco de comprensión a la afirmación que
ahora formulo de que por su naturaleza las coaliciones son mutables y efímeras o, al menos,
transitorias.

Se advierte aquí ya con claridad cómo el abogado puede prever la evolución de las
relaciones de un grupo prediciendo así conflictos futuros y cómo puede ensayar la generación de
coaliciones, que cambien la estructura del grupo antes del conflicto o el poder relativo de los
actores durante el conflicto o durante su proceso de manejo y resolución. Muy particularmente el
abogado que actúa cotidianamente como tal, dentro de un grupo de personas o de empresas, en
un directorio o comité de trabajo.

El tercero entre los miembros de las tríadas no es uno de los miembros concretos sino
uno cualquiera de los miembros. Para entender esto habría que decir que entre los miembros de la
tríada, siendo las relaciones de conflicto de carácter bipolar y manteniendo el pensamiento de que
hay dos actores que conflictúan dentro de ellas, el rol de tercero puede definirse como rotativo.
Esto significa que cualquiera de los miembros puede jugar el papel de tercero y que el que hoy lo
desempeña, puede mañana ser actor en un conflicto con otro miembro mientras que el restante
asume el rol de tercero.

De acuerdo con Simmel el tercero puede tener el carácter de mediador, que es el que
comúnmente tiene en un grupo de tres, de "tertius gaudens" o de tercero opresor. Cuando decimos
que el rol de mediador es el más común del tercer miembro aludimos preferentemente, como
ejemplo más genérico, a la situación del simple diálogo de una hora a que se refería la cita de
Simmel que antes hemos transcripto. En las desavenencias teóricas o conceptuales sobre el tema
que dos discuten, el tercero interviene para esclarecer conceptos, cambiar actitudes de uno de los
miembros en polémica o de ambos.

El tercero que actúa como opresor sigue una política de provocación del conflicto, en
interés propio, es aquél que se refleja en la frase vulgar "divide para gobernar".

Hemos hablado ya también del "tertius gaudens", que al terciar entre dos que
disienten recibe propuestas de ambos para conseguir su apoyo, lo que le permite negociar y
aumentar un precio explotador.

Cuando los miembros disidentes de una tríada se han rechazado de un modo


definitivo, el "tertius gaudens", aparece como el "socio" o "compañero" deseado por los otros dos
miembros para una coalición.

El tercero en las tríadas tiene una acción de presencia catalítica, muy especialmente
cuando tal presencia es física en grupos pequeños y muy enfáticamente cuando las relaciones
entre los miembros de las triadas son jerárquicas. El capataz, que depende del jefe de planta pero
que a su vez tiene bajo su dependencia al operario, cambia de actitud cuando está solo con el jefe
donde desarrolla una conducta más de estilo empresario que cuando está solo con el trabajador,
con quien se consustancia y actúa como si fuera él un operario más. En presencia de los otros dos
miembros, la presión que recibe el tercero que está en el medio de una escala jerárquica aumenta
considerablemente porque por él pasa lo que Caplow llama "la tensión entre disciplina y labor".

CLASIFICACION DE LAS TRIADAS

Las tríadas pueden clasificarse según las situaciones en que aparecen, en:

Tríadas en situaciones continuas. Sus miembros se relacionan entre sí de un modo


permanente dentro de un sistema social más amplio que les requiere interactuar. Cualquiera sea el
juego de tensiones internas y cualesquiera que sean las coaliciones que se produzcan en la tríada,
de las de esta especie de situaciones continuas, se espera que mantengan cierto grado de unidad
más allá de sus divisiones internas. Puesto que perduran y puesto que hemos dicho que las
coaliciones son transitorias, estas tríadas ofrecen permanentemente a sus miembros una larga
continuidad de elecciones revocables.
Tríadas en situaciones episódicas. Aquí también las tríadas se encuentran según
Caplow dentro de una organización permanente, pero el objeto de las coaliciones es asegurarse
ventajas en un contexto concreto regido por reglas específicas. En una asamblea legislativa, por
ejemplo, donde la organización es permanente, las coaliciones en las tríadas tienen que ver con los
episodios de sanción de leyes concretas y se alteran para otros episodios similares relativos a la a-
probación de otras leyes.

Las tríadas de situaciones terminales que existen involuntariamente. Caplow trata el


ejemplo de tres contrabandistas que se reparten el botín en una isla desierta. Sus miembros,
obviamente, preferirían estar solos y cada uno de ellos busca la oportunidad de deshacerse de sus
compañeros. En estas tríadas la coalición se forma por motivos agresivos o defensivos, en
búsqueda de beneficio y protección, de destrucción del adversario o de preparación de posteriores
revanchas.

Dentro de este agrupamiento clasificatorio en que deben analizarse las tríadas pueden
distinguirse ocho tipos distintos de ellas. Cada uno de esos tipos producirá resultados distintos al
formarse coaliciones si el tipo se dio en una situación continua, episódica o terminal.

Los ocho tipos de tríadas fueron enumeradas originariamente por Caplow en el


artículo titulado "Further Development of a Theory of Coalitions in the Triad" American Journal of
Sociology, XLIV (marzo 1959), pág. 488 y reproducidos después en el libro que hemos citado (2).

Ellos son los siguientes, donde la indicación que en cada caso se formula mediante el
signo > ó < significa más o menos poder relativo.
TIPO CARACTERÍSTICAS

1 A=B=C
2 A>B
B=C
A < (B+C)
3 A<B
B=C
4 A > (B+C)
5 A>B>C
A < (B+C)
6 A>B>C
A > (B+C)
7 A>B>C
A = (B+C)
8 A = (B+C)
B=C

El actor incluye una mostración gráfica de las alianzas en las que se trata de hacer
notorio, por el tamaño de los círculos que emplea a tal efecto, el poder relativo de cada miembro en
cada uno de los tipos de alianzas (3).

Diversas clasificaciones pueden hacerse de las tríadas desde otros puntos de vista, es
decir, con otros criterios clasificatorios, como las que, por ejemplo, han sido analizadas con
respecto a la tríada primaria familiar. Nos importa mucho destacar, para los abogados de
empresas, la tríada organizacional, que es definida por Caplow como "aquella ... cuyos miembros
pertenecen a una organización y su programa les exige que interactúen unos con otros". Esos
miembros pueden ser colectividades o individuos.

Esta categoría incluye organizaciones de distinta magnitud y propósitos:


compañías, familias, departamentos gubernamentales, pandillas de adolescentes, tripulaciones de
barco, compañías de teatro, sectas religiosas, etc. Las características de estos grupos, es que
poseen una organización de status o jerarquía, que distribuye a sus miembros según el orden de
su influencia relativa, de modo tal que cuando responden a la exigencia de interactuar tienen
establecidas de antemano las relaciones de superioridad, subordinación o igualdad, lo cual
excluye, generalmente, la necesidad de confrontación de fuerzas.

Las coaliciones que se producen en las tríadas organizacionales tienen que ver con
las relaciones de poder jerárquico, dependencia o dominación del miembro superior respecto del
miembro inferior. Ello permite clasificar tales coaliciones en:
- revolucionarias,
- conservadoras,
- impropias.

Una coalición revolucionaria es una coalición dominante, que al celebrarse obtiene


dominio sobre el miembro superior de una tríada organizacional. Este es el caso en que los dos
subordinados B y C formulan una coalición contra el miembro A, que en la estructura
organizacional es superior a ellos.
Una coalición conservadora es aquella que no altera el orden de status prescrito
dentro de la tríada organizacional. Siguiendo la tríada del ejemplo anterior, si el miembro A es
supraordinado a B y C e integra con cualquiera de ellos una coalición, AB o AC, ésta resulta
conservadora porque no altera la relación de dominación, sino que, más bien, la fortalece.

La coalición impropia es una coalición que no es revolucionaria porque no altera la


relación de dominio ni es conservadora porque no trata de protegerla como en el supuesto AB o
AC.

Pensemos en una tríada en que A es superior a B y B superior a C, con lo cual A tiene


mayor poder que B y C, B tiene menor poder que A y mayor que C y C es el miembro de menor
poder.

Si AC celebran una coalición, A mantendría su superioridad e impediría la recreación


de una antigua relación existente entre B y C. B que en el supuesto tiene aisladamente más poder
que C, puede, sin embargo, ser dominado por C como miembro de AC, aunque en esta coalición C
es el miembro más débil. Ni B ni C podrán ejercer poder con confianza y probablemente la tríada
encontrará grandes dificultades para funcionar. Pero desde el punto de vista de la organización
mayor, la coalición AC es impropia, porque el elemento representativo de la organización, el
superior jerárquico A, al celebrar la coalición socava la legítima autoridad de B sobre C.

III - MAS SOBRE EL ROL DE LOS TERCEROS

Volviendo a Freund, cuyo pensamiento abandonamos para insertar el capítulo


anterior, encontramos la figura del "protector" de uno de los campos. En el derecho internacional es
fácil exhibir ejemplos en que dos adversarios con poco poder absoluto cada uno de ellos se traben
en un conflicto que se resuelve cuando uno de los campos recibe apoyo de un tercer país. Los
conflictos internos en las sociedades anónimas, se manejan a menudo, sobre la base de la
búsqueda de este tipo de intervenciones. En los conflictos internos entre departamentos de una
misma empresa, es común que una unidad jerárquicamente superior a las unidades en conflicto,
brinde protección a una de ellas transformándose así en este tipo de tercero protector.

Dentro de esta misma categoría de terceros participantes incluye Freund al "tertius


gaudens" de Simmel. Al hacerlo analiza algunos ejemplos históricos y muestra la ventaja que la
Unión Soviética obtuvo de su posición de tercero en el conflicto entre Estados Unidos y Japón,
durante la segunda guerra mundial, para concluir jugando lo que él llama "el rol de intruso" en el
último minuto, para hacer efectiva su ventaja.

La categoría de terceros que no participan en el conflicto incluye para el autor que


venimos exponiendo, lo que podríamos llamar terceros disuasores, que son aquellos cuyo poder
les permite obligar a la terminación del conflicto bajo la amenaza de intervenir en él. El padre que
amenaza a ambos niños con un castigo si no concluyen su pelea es un ejemplo cotidiano de esta
modalidad de intervención, que se da permanentemente con toda evidencia, en el mundo
internacional y en la vida interna de los Estados en los conflictos entre grupos o particulares. Se
trata de un rol que generalmente asume el miembro de más poder de una tríada, frente al conflicto
entre los otros dos miembros, cuando realmente desea terminarlo.

Similar a la figura del disuasor aparece la del persuasor, aquél tercero que por una u
otra razón tiene peso suficiente de influencia para persuadir a las partes o a alguna de ellas a
realizar los actos u otorgar las concesiones que solucionen el conflicto, resolviendo la
incompatibilidad de metas. Los primeros momentos de la intervención del Sumo Pontífice en el
reciente conflicto del Canal de Beagle, muestran un ejemplo en que el tercero interviene como
persuasor, a los fines de detener la escalada conflictual. Su posterior intervención fue, como
sabemos, la de mediador.

Dentro de esta línea de pensamiento se distinguen los terceros moderadores entre


los cuales el mediador sería, para nosotros, una subclase y entre los cuales otros autores han
destacado la importancia de lo que se llamaría, en la búsqueda de una expresión castellana
adecuada, los posibilitadores o facilitadores de comunicaciones. Estos tienen la función principal de
bajar el nivel de amenaza y de desconfianza entre los adversarios y de generar mejores canales de
comunicación entre ellos, al establecer a su vez sendos sistemas de comunicación entre el tercero
y cada uno de los actores. A medida que la intensidad del conflicto avanza, las comunicaciones se
constituyen en uno de los problemas fundamentales al que es necesario prestarle mucha atención.
La bipolaridad del conflicto genera el aislamiento de los adversarios respecto de su entorno, bien
que éste esté integrado por otros Estados, otros grupos, otros socios, otros familiares, etc. A su
vez, las comunicaciones entre las propias unidades en conflicto disminuyen, se hacen menos
frecuentes y responden al crecimiento del nivel de desconfianza, de recelo y de hostilidad y esto
ocurre así tanto en las comunicaciones diplomáticas como en las simples comunicaciones entre
acreedor y deudor, entre un socio y otro cuando están en conflicto o entre cónyuges.

El "posibilitador de comunicaciones" puede dialogar fácilmente con ambos actores y


entender los temas en conflicto, tanto como las percepciones que cada adversario tiene del otro
actor y del conflicto. Ello le permite transmitir a cada parte mensajes propios y de la otra, que
tienden a clarificar imágenes o a corregir erróneas percepciones, todo lo cual genera un campo
mucho más apto para la negociación en el proceso de terminación del conflicto.

Los abogados deben tener muy presente la figura y el rol de este particular tipo de
terceros no participantes, a quien otros autores denominan, con acierto, terceros interventores o
intervinientes. Porque su rol es imitable, en mucho, por el abogado de parte en un conflicto, aunque
no sea un tercero propiamente dicho. Desde luego, es todavía más imitable o asumible por el
abogado de empresa en los conflictos internos de la empresa. La eficiencia con que el abogado
pueda contribuir al manejo y terminación de tales conflictos dependerá de su capacidad para
asumir el rol de tercero en el enfrentamiento entre individuos o unidades dentro del sistema mayor
en que consiste la empresa. Hay en los abogados una tendencia a sentirse con deber de lealtad
hacia quien se supone es el conductor de la empresa o el propietario de su capital. Sin embargo,
cuando se es abogado de empresas uno puede mirar el conflicto no desde el punto de vista de
ninguna de las unidades que conflictúan, sino desde el punto de vista de la totalidad mayor que la
empresa representa. Distinto es el caso cuando conflictúan, en muy grandes empresas, sectores
que tienen cada uno de ellos, abogados que, en consecuencia, integran la unidad menor en
conflicto.

Pero con una mayor amplitud mencioné antes la conveniencia de tratar de imitar el rol
de tercero que posibilita las comunicaciones, aún cuando uno es abogado de una de las partes. La
posición social del abogado, el prestigio que su profesión tiene en la sociedad como una subelite
estratégica en la terminología de Susan Keller, le permite auto-otorgarse un cierto, aunque
reducido, nivel de independencia desde el cual puede comunicarse, tanto con su parte como con la
adversaria intentando cumplir aquellos objetivos de reducir el nivel de amenaza, generar más
confianza y facilitar así el manejo de propuestas, a través de una comunicación intermediaria que
las partes no pueden suplir por el diálogo directo.

Por cierto que este enfoque encuentra en la práctica profesional grandes dificultades
en el hecho de que muchos abogados creen que, por el contrario, su rol frente al cliente es ser más
papista que el Papa, su prestigio frente a éste es escalar el conflicto a la mayor intensidad posible
de conducta conflictiva y su gran arma, la amenaza de tono violento, cualquiera sea el nivel de
credibilidad que pueda otorgarse a la misma por el adversario que la recibe.

Tengo para mí, sin embargo, que los usuarios de los servicios de abogados, temática
o no temáticamente avistan las desventajas de un manejo incontrolado del escalamiento y las
ventajas de una acción que posibilite, facilite o mejore las comunicaciones. Yo diría que el abogado
que trata de escalar rápidamente los conflictos, aquel que arroja combustible sobre el fuego de la
contienda me hace pensar algunas veces en otro tipo de tercero, el "tertius gaudens" de Simmel,
aquél que saca beneficio propio del conflicto, bien sea este beneficio un pretendido prestigio, una
determinada imagen o una ventaja económica.

Integran finalmente la categoría de terceros no participantes, los amigables


componedores y los diversos tipos de árbitros, en quien las partes ponen la capacidad de definir la
resolución del conflicto, con diversos grados de delegación y con la exigencia del cumplimiento de
un mayor o menor número de formalidades. Tales las categorías de árbitros arbitradores, árbitros
en sentido estricto, árbitros amigables componedores, etc. El análisis de estas categorías cuya
utilización está prevista legislativamente en el Estado moderno, no requiere aquí desarrollo, en un
análisis del conflicto destinado, precisamente, a abogados.

Lo que resta decir sobre la intervención de terceros, es que el Juez es un típico


tercero instituido de la facultad de resolver el conflicto dentro de un marco descripto con mayor o
menor amplitud por la ley. Esta conclusión es coherente con la descripción que hicimos al
comenzar nuestra exposición, cuando presentamos al sistema jurídico como un método de
regulación de conflictos y a sus órganos judiciales como órganos específicos de resolución de
conflictos.

El problema de los terceros ha producido ya en la teoría del conflicto una buena


cantidad de conocimientos provenientes de la investigación aplicada y el entrenamiento de
expertos, abogados o no, para el manejo de conflictos tiene ya hoy un alto nivel de sofisticación y
diversas ramas de subespecializaciones. El ejercicio de la profesión de abogado, brinda a éste más
de una posibilidad de convertir, en determinados casos concretos, su participación como integrante
de una unidad conflictiva, en una intervención como tercero. Por ello es conveniente tener presente
que desde este último rol, los resultados pueden ser mucho más dramáticamente efectivos.

IV - ALGUNAS COMPROBACIONES EMPIRICAS

Las investigaciones realizadas han permitido enunciar algunas comprobaciones cuya


reiteración ha permitido realizar formulaciones que tal vez no puedan ser todavía consideradas
como leyes empíricas y, sin embargo, deben ser tenidas en cuenta en la operación del conflicto,
muy especialmente en vinculación con la intervención de terceros. Las enunciaremos
sucintamente:
1) Los conflictos son más regulables si el factor de amenaza es crecientemente
balanceado con generación de confianza.
2) Los conflictos son creados y mantenidos por factores objetivos y subjetivos y en el
proceso de resolución debe tratarse primeramente a los subjetivos.
3) El conflicto obtiene mejor resolución si se eliminan sus aspectos cognoscitivos y
perceptivos más que sus dimensiones afectivas.
4) Los conflictos asimétricos se resuelven mejor a través de intervenciones que traten de
facilitar el poder del adversario más débil.
5) En situaciones de crisis, la violencia puede ser minimizada o eliminada a través de
adecuados entrenamientos de control de aquellos directamente envueltos en la toma de
decisión.
6) El conflicto es a menudo regulable por vía de modificar el entorno dentro del cual nace.
La llamada interposición en el conflicto internacional es un ejemplo típico de esta técnica
que es muy utilizada también en los conflictos familiares. Sobre esta última técnica ha
desarrollado serias investigaciones Thomas Gordon, en su obra "Entrenamiento para la
Efectividad de los Padres", que es considerado un manual destinado a padres e hijos
para la resolución de problemas familiares y el mejoramiento de las relaciones paternales
y filiales.
7) La regulación del conflicto requiere tratar de cambiar el status de pelea al de debate, lo
que supone etapas como: primero, encapsulamiento del conflicto; segundo, creación o
introducción de un agente que dé vigencia a las reglas de comportamiento y, tercero:
incorporación de un tercero que facilite la negociación, el arbitraje u otras formas
similares de resolución (4).

NOTAS

1) Georg Simmel, The Sociology of Georg Simmel, traducción de Kurt H. Wolff (Free
Press, New York, 1950, página 148).

(2) Theodore Caplow, op. cit. pág. 19.

(3) Ver anexo 2.

4) Sobre estas comprobaciones o asunciones, existen diversos trabajos que permiten


desarrollar con mayor detalle cada una de ellas. En su exposición sintetizada hemos
seguido el resumen, más amplio que esta síntesis, que formula Paul Wehr en su obra
"Conflict Regulation” pg. 34 y siguientes.

ANEXO 1

GLOSARIO(*)

Un sistema social es aquel cuyos elementos son personas o grupos de personas y


cuyas relaciones se establecen a través de interacción social.

Una tríada es un sistema social que implica la interrelación de tres sujetos.

Una coalición es una combinación de dos o más sujetos que adoptan una estrategia
común frente a otros sujetos pertenecientes al mismo sistema.
Una coalición dentro de una tríada es una combinación de dos miembros de dicha
tríada frente al tercero.

Poder es la capacidad que tiene un sujeto para modificar la conducta de los demás
sujetos con los que interactúa.

Se dice que un sujeto domina a otro en una determinada situación cuando su poder
sobre el otro es evidentemente mayor que el del otro sobre él.

La distribución del poder de una tríada es una descripción o medida del poder
relativo de cada miembro en un momento dado.

La formación de una coalición dentro de una tríada divide a ésta en dos compañeros
y un oponente.

En las situaciones continuas que llevan consigo tríadas, la formación y disolución de


coaliciones constituyen un proceso informal, espontáneo e irregular.

En las situaciones episódicas que llevan consigo tríadas, la formación de coaliciones


se da a intervalos predecibles conforme a unas reglas establecidas.

En las situaciones terminales que llevan consigo tríadas, las coaliciones se


establecen con el propósito de eliminar al adversario de la tríada.

La solidaridad de una coalición consiste en su capacidad de oponerse a la formación


de coaliciones alternativas.

Una coalición dominante es una coalición que domina a su oponente.

La coalición dominante más económica de una tríada es aquella que domina a su


oponente por un margen menor que cualquier otra coalición dominante.

La expectativa de equidad consiste en que los miembros de una coalición exigirán -


en cualquier retribución que reciba la coalición- partes aproximadamente proporcionales a su
aportación de recursos a dicha coalición.

Una organización es un sistema social que posee una identidad colectiva inequívoca,
una lista detallada de miembros, un programa concreto de actividad y un procedimiento para la
sustitución de sus miembros.

Un cisma de status es la división de un conjunto de posiciones dentro de una


organización en categorías superiores e inferiores, entre las que se prohiben las coaliciones.

Una tríada organizacional es aquella cuyos miembros pertenecen a una


organización y en virtud de su programa de actividad se les exige que interactúen entre sí.

El miembro superior de una tríada orgánica es aquel que ostenta el status


organizacional más elevado.

El programa oficial de una tríada organizacional está constituido por el programa de


actividad (dirigida hacia un objetivo) que prescribe para sus miembros la organización.

Los programas privados de una tríada organizacional son los programas de actividad
(dirigida hacia la consecución de un objetivo) que establecen sus miembros persiguiendo sus
propios intereses.
Una coalición conservadora dentro de una tríada organizacional es una coalición
que no altera el orden de status prescrito.

Una coalición revolucionaria dentro de una tríada organizacional es una coalición


que domina al miembro superior de la tríada.

Una coalición impropia dentro de una tríada organizacional es aquella que ni es


conservadora ni revolucionaria.

Se dice que las tríadas están ligadas cuando tienen uno o dos miembros en común.

Cuando el miembro superior de una tríada es el miembro medio o inferior de la otra


tríada ligada a la primera, ésta recibe el nombre de tríada superior.

(*) Fuente: "Dos contra Uno: Teoría de coaliciones en las tríadas" Theodore Caplow, p. 204 a 206.
Ponencia

EL CONFLICTO: DILEMA PARA ABOGADOS

Dr. Remo F. Entelman


Director del
Instituto de Prevención, Administración y Resolución de Conflictos
del Colegio de Abogados de San Isidro

1. FUNDAMENTOS

LA FUNCIÓN PROFESIONAL DEL ABOGADO

Cualquiera sea la misión con que los abogados se asumen, guiados por una
extensa bibliografía que incluye nombres célebres como los Calamendrei, Couture,
Ossorio y Gallardo y tantos más, hay de sus servicios profesionales una concepción
distinta: la de sus usuarios. Ella es, en la sociedad actual, portadora de exigencias para
cuya satisfacción los programas universitarios de grado poco o nada aportan. Y ocurre así
tanto en nuestro país como en las facultades de derecho del mundo, incluyendo los
países llamados desarrollados o -en el discurso político y periodístico- del primer mundo.

En efecto, lo que una sociedad espera de sus abogados es mucho más que
información sobre sus derechos y obligaciones. Y también más que asistencia o
representación profesionalizada para actuar en juicio. Siempre ha pretendido que los
abogados la representen o la asistan cuando negocia, cuando celebra contratos o realiza
otros actos generadores de normas, es decir, originadores de relaciones más o menos
duraderas que contienen, en su desarrollo, derechos y obligaciones recíprocas, para las
partes o para terceros. Así la creación o fusión de sociedades, el testamento y la
constitución de derechos reales entre otros. Las relaciones que se desarrollan entre
particulares o grupos de particulares, entre éstos y el Estado o dentro de un grupo social
interestatal más o menos amplio como las sociedades, las asociaciones, las
universidades y las comunidades religiosas o sociales son -hoy sabemos- más complejas.
No se limitan a relaciones de cooperación o a competencias agonales en que se debate
quién tiene derecho y quién está obligado. Siempre hubo algo más, sólo que los
abogados no pudimos tener conciencia de ello hasta que no abandonamos por un
momento nuestra estructura normativa de pensamiento y tratamos de divisar nuestra
actuación dentro del campo más amplio, más omnicomprensivo, más universal, que otras
disciplinas describen.
LA TEORÍA DEL CONFLICTO

El concepto de conflicto aparece en el discurso político-social unos 500 años antes


de Cristo. Se desarrolla a través del tiempo en pensadores que trabajan en una amplia
gama de disciplinas. En los más lejanos puntos del planeta y de la Historia (Kautylia, en la
India, Al Ramein Ibn Kaldum -el pensador árabe del siglo XIII-, Heráclito, Polibio,
Maquiavelo, Boden, los fisiócratas y, en los últimos dos siglos, una amplia variedad de
economistas o sus pendants.

También después de Comte se desarrolló una sociología del conflicto sobre cuya
historia Don Martindale6 y Luis González Seara7 han escrito páginas eruditas.

Por otra parte las ideologías hicieron del conflicto su objeto en las dos grandes
ramas de lo que hoy se denomina “ideología del conflicto”: el marxismo por un lado y el
darvinismo, en sus dos sucesivas etapas por el otro8.

Una verdadera ciencia del conflicto con pretensiones de tal, sólo comienza a
desarrollarse después de la Segunda Guerra Mundial, bajo el nombre de Peace
Research, War Research o Polemología. Ese pensamiento, que parte de desarrollos
teóricos sobre temas aislados, sólo alcanza los umbrales de una Teoría General en los
últimos años de la década del ochenta. En nuestro país, una versión relativamente
vernácula de la disciplina se desarrolló desde los años setenta y se enseña bajo el
nombre de Teoría del Conflicto, como la bautizamos en 1984 al incorporar su enseñanza
como asignatura independiente en el posgrado de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires. Decimos relativamente vernácula porque, en realidad, lo
único que reivindicamos de originalidad es la concepción de aplicar a las relaciones
intraestatales -y sobre todo interpersonales- los conocimientos desarrollados para el
estudio de los conflictos internacionales y el hecho de que esos conocimientos nos
posibilitaron descubrir que buena parte de los conflictos no pueden ser resueltos desde el
ordenamiento jurídico, aunque constituyan relaciones en que los actores enfrentados
pujan por obtener objetivos incompatibles pero igualmente permitidos. La tarea de aplicar
los conceptos y las técnicas desarrolladas por otras disciplinas, si bien ha sido
desarrollada por nuestra cátedra en la Argentina, no es sino el producto tecnológico de
una investigación pura, que en su mayor parte simplemente adaptamos. Desde luego que
esa actividad tampoco es una obra individual y sólo ha sido posible gracias a la inteligente
e incansable perseverancia de un grupo de estudiosos colaboradores tanto en la Cátedra
de la Facultad de Derecho de la U.B.A. como en el Seminario Permanente de Análisis,
Prevención y Resolución de conflictos creado en 1986 por el Consejo Argentino para las
Relaciones Internacionales (C.A.R.I).

La idea de considerar a nuestra disciplina como una teoría universal que no se


ocupa sólo del conflicto internacional se robustece cuando, trabajando sobre el
pensamiento de Thomas Khun, concebimos tal ciencia como un conjunto de

1 Don Martindale: “ La Teoría Sociológica.” Aguilar. Madrid, 1979, p. 147 a 243.


7
Luis González Seara: “ La sociología, aventura dialéctica“, Tecnos, Madrid, 1971, p. 244 a 247.
8
Me refiero al darvinismo sociológico de Spencer y de Samner, llamado “phase 1“ por los autores y
al de Gobineau, Chamberlain, Vacher de Lapouge, Galton, Pearson y Sttodard, que integran la
denominada “phase 2“. Del último de los autores citados nació la teoría de la construcción o la
limpieza de la raza, que dio sustento ideológico al nazismo.
conocimientos de carácter paradigmático como el célebre epistemólogo veía a las
ciencias naturales. Ello “malgré lui”, que negó la aplicabilidad de su concepción del
pensamiento científico a las ciencias sociales.

Cuando presentamos esta tesis en Julio de 1986 pudimos citar ya varios autores
que parecían tomar el mismo camino en otras latitudes9. Luego, la búsqueda de
antecedentes permitió citar anticipos de ese pensamiento de fechas aún anteriores, que
se acercan curiosamente a la misma época en que en la Argentina comenzamos a
trabajar sobre el tema10. Partiendo de una ciencia de carácter paradigmático, el desafío
básico era la propuesta de un nuevo paradigma. Ya los conflictos no serían juegos entre
actores exclusivamente estatales. No tendrían por objeto único el aumento, la adquisición
o la conservación del poder. Ni la política internacional sería un fenómeno distinto de la
política interna o nacional. Esa asunción, al poner de manifiesto la multiplicidad de actores
posibles y de objetos en conflicto, trasladó el eje de la observación teórica a la conducta
de los conflictuantes y a la naturaleza de sus conflictos. Se abría así el camino a una
teoría del conflicto interpersonal que, en su producción de técnicas específicas, nos
posibilitó luego algunos aportes a la teoría del conflicto internacional, es decir, a la teoría
del conflicto a secas. Y que por ello fue aplicable también a la administración de los
conflictos interestatales.

DOS GRANDES PERPLEJIDADES

Aunque nada hayamos dicho hasta aquí que describa el objeto conflicto, con la
sóla inteligencia del concepto que da el lenguaje natural pueden comprenderse las
grandes perplejidades a las que nos enfrentamos al pensar el Derecho tomado como un
orden cerrado, su ciencia y la conducta de los abogados y los comparamos con los
conceptos con los que se piensan las disputas entre naciones o entre grupos sociales,
étnicos o laborales.

La primera gran sorpresa fue tomar conciencia de que la mayor parte de las
disputas entre particulares no se dan entre una pretensión legítima y otra ilegítima.
Ocurren en el enfrentamiento cotidiano entre alguien que pretende lo que, en el
ordenamiento jurídico, no le está prohibido pretender y alguien que se lo niega, y al cual a
su vez, no le está prohibido denegar. O entre alguien que pretende alcanzar un objetivo
que, pese a ser incompatible con el de su oponente, también le está permitido pretender a
éste. Dos posiciones en el primer caso, dos pretensiones en el segundo, ambas opuestas
e incompatibles, ambas legítimas. Que así ocurre en la competencia por posiciones de
mercado es algo claro para todos. Esta relación conflictiva entre dos competidores se
diferencia de la que se genera entre un acreedor que se siente con un derecho legítimo a
cobrar una suma de dinero y aquel a quien él considera su deudor moroso. Ella no se da

9
Randall Collins, Univ. de California (1975), Paul Wehr, Univ. de Boulder, Colorado (1979),
Vasquez y Mansbach, Univ. de Rotjers (1981), Walter Isard y Chistine Smith, Univ. de Cornell
(1982).
10
En el trabajo de Michael Banks publicado como capítulo primero de la obra colectiva dirigida por
Edward E. Azar y John W. Burton titulada “International Conflict Resolution” puede encontrarse
una amplia bibliografía en este sentido, en la que se destacan los trabajos de Arnold Wolfers
(1962) y Martín Wight. El capítulo se titula “La disciplina de las relaciones internacionales”:
¿Activo o pasivo para la resolución de conflictos? Op. cit. Wheatsheaf Books L.T.D, 1986,
páginas 25 a 27.
en el ámbito de la aplicación de normas concretas del Derecho. Ocurre en el área que
todo el sistema demarca como el lugar de lo permitido, de lo que no está prohibido. Allí los
abogados sólo hemos sido entrenados para dictaminar que ambas partes actúan
legítimamente. Y por ello ninguna solución a sus problemas podemos obtener de un
proceso judicial. En este amplísimo marco de lo permitido se da el mayor número de las
disputas sobre las que no sabemos asesorar. Respecto de ellas, ambas partes sólo
obtienen de sus abogados opiniones coincidentes, que nada les dicen sobre qué
conductas han de seguir para obtener sus objetivos permitidos o para impedir al oponente
que obtenga los suyos, tampoco prohibidos. Tal situación sólo exacerba los estados de
ánimo y frustra las expectativas de un control social eficiente. En ello reside la crisis actual
de la abogacía. No la del Derecho porque éste ha sido creado por la sociedad para
resolver el número indispensable de situaciones en que la comunidad interviene limitando
la libertad de acción de sus miembros. En la medida en que más felices estemos por
disponer de un mayor grado de libertad menos conflictos tendrán solución jurídica. ¿Es
esto malo? ¿Deja a los miembros de la sociedad en un estado de frustración que aumenta
en la misma medida que su campo de libertad? Por cierto que no, siempre que las
situaciones conflictivas que se dan en el campo de lo permitido, fuera de la interferencia
del sistema de normas jurídicas, se administren con propiedad y sean resueltas por
medios idóneos, substitutivos del método judicial que queremos ver funcionar con
eficiencia, transparencia e independencia, pero en la órbita limitada donde podemos
tolerar las prohibiciones. Porque eso es el Derecho: un sistema de prohibiciones,
establecidas por medio de normas que amenazan con sanciones privativas de objetos
valiosos -vida, libertad, bienes materiales o espirituales en el más amplio sentido-. Esta
referencia a métodos que deben substituir al Derecho en el área de relaciones en la que
éste no interfiere, no excluye que tales métodos sean, en determinados casos, aplicables
con mayor eficiencia a aquellos conflictos que sí tienen una solución prevista en el
ordenamiento. A menudo es posible reemplazar la adjudicación por el juez -o quien, como
el árbitro, esté autorizado a substituirlo en tal tarea- por sistemas de resolución que dejen
a las partes más satisfechas de haber contribuido recíprocamente a una convención que
termine con la relación conflictiva, sin destruir el vínculo.

La primera perplejidad a que venimos aludiendo nos muestra el sorprendente y


amplio campo de los problemas que la sociedad global pone en manos de profesionales
que pretende preparar para ese fin, pero que educa para limitarse al área de las
oposiciones prohibido-permitido o derecho vs. obligación. Y pone de relieve algo más.
Nuestra visión de las relaciones sociales desde el prisma exclusivo de la teoría general
del derecho nos ha llevado a creer y a predicar que el orden jurídico es un sistema
cerrado, que prevé soluciones para todos los problemas en los que se den pretensiones
incompatibles. Desde hace décadas, hemos enseñado que así es, porque existe lo que se
denomina una norma de clausura: lo que no está prohibido está jurídicamente permitido.
Esta afirmación es lógicamente verdadera y no falsa. Pero nada nos dice respecto del
problema que enfrentamos cuando a nuestro vecino le está permitido algo incompatible
con lo que a nosotros no nos está prohibido. Tal vez las palabras sirvieron, con su
ambivalencia, para cegar nuestra inteligencia del problema. Porque tener derecho sólo a
veces quiere decir que otro tiene obligación de satisfacer la pretensión del titular de este
derecho. Otras veces, las más, tener derecho a pretender, a hacer o a omitir algo, sólo
quiere decir que esa pretensión, acción u omisión no está prohibida, es decir, no está
sancionada. Pero el problema es, precisamente, que coexiste con una situación análoga
que, como imagen de espejo, exhibe otro. Él también tiene derecho, en el sólo sentido de
no prohibido, a algo que resulta incompatible con lo nuestro. Pero que a nosotros no nos
es obligatorio.

La segunda perplejidad desde la cual pretendemos despejar la niebla que


desdibuja el campo de la realidad social en el que el abogado tiene que ser útil para
resolver ciertos problemas, reside en la naturaleza violenta del sistema jurídico. Decimos
que el derecho y sus tribunales pacifican la sociedad porque quitan a los particulares el
uso de la violencia como método de resolución de sus controversias. Esto ha sido, desde
luego, un enorme progreso en la evolución de la sociedad humana. Sacar la violencia de
manos de los miembros de la tribu o de los familiares de la víctima y ponerla en manos
del rey Salomón fue un gran avance en ese proceso de evolución. El moderno juez, el
verdadero símbolo de la centralización estatal, es el fruto de un constante
perfeccionamiento de aquellos primeros intentos. La fuerza se monopoliza primero por el
grupo y luego, con la división del trabajo social, se centraliza en los jueces. Al mismo
tiempo los métodos de aplicación de la violencia se suavizan. De la vendetta de sangre a
la guillotina estatal. De ésta a la silla eléctrica. En el medio, la fuerza física siempre
presente para privar de la libertad o de los bienes. Fuerza legítima, de la que sólo el juez
dispone. Pero, sin embargo, fuerza. Uno de cuyos principales efectos es el deterioro o la
destrucción de la relación dentro de la cual surgió una disputa.

Poner en claro esta característica del sistema jurídico explica porqué, además de
la necesidad de cubrir el área de los conflictos permitido-permitido, se propician hoy
métodos pacíficos alternativos de los judiciales, que no utilicen la violencia ni amenacen
con ella. Tal como en lo internacional se trata de desplazar la guerra utilizando la
negociación y la múltiple gama de formas de intervención de terceros y de nuevas y
sofisticadas técnicas.

Si la abogacía de la sociedad moderna opta por limitarse a ser la profesión que


sabe cómo cooperar a la solución de los conflictos que se dan en el área de la oposición
permitido-prohibido o derecho vs. obligación, otros miembros de la sociedad serán
entonces entrenados para ocuparse del resto de los conflictos y para substituir a los
abogados en la aplicación de métodos más ventajosos, en reemplazo de los debates
jurídicos, donde la substitución sea posible. Lo cual, desde luego, no ocurre en todos los
casos.

Llegamos así a la pregunta central: ¿qué actitud deben tomar los abogados frente
a esta temática? ¿Qué política deben adoptar quienes deciden sobre el contenido de la
formación de los abogados ¿Limitarla a la augusta función que hoy tienen? Ella deja sin
satisfacción a una sociedad que hoy no hesita en consultar al médico sobre su salud y,
dentro de la medicina, a cada experto o especialista capaz de ocuparse de su problema.
Pero desde hace tiempo, los particulares advierten que, si bien no dudan -cuando como
socios minoritarios tienen conflictos con una mayoría accionaria- en consultar un
abogado, no encuentran respuestas satisfactorias para la solución de sus problemas. En
la mayor parte de las situaciones en que alguien pretende algo que ninguna norma le
prohibe pretender, frente a alguien que no está obligado a satisfacer su pretensión, la
respuesta de que ambas partes tienen derecho a hacer lo que están haciendo -pedir y
denegar- no resuelve ningún problema. Ni al sector minoritario de la sociedad ni al
mayoritario, en el ejemplo elegido. Otros métodos deben aplicarse allí con el sólo límite de
las conductas que la ley prohibe. ¿Quiénes serán en el futuro los profesionales de esos
métodos? Para ciertas categorías de conflictos -como los laborales y los raciales- la
sociedad ha ido creando expertos en el manejo, conducción o administración de las
relaciones conflictivas. En el conflicto por el poder y por la distribución de la riqueza, los
diversos sectores de la comunidad han entrenado hombres que, con más o menos
eficiencia según los países y las épocas, procuran solucionar o resolver esos conflictos.
Solemos llamarlos políticos 11.

Para los otros conflictos ubicados en el área de lo permitido y no solucionables


mediante el ejercicio de acciones judiciales, la sociedad desorientada busca ayuda
profesional. En muchos países, en las últimas décadas -y en el nuestro claramente en lo
que va de los años noventa-, el fenómeno de la mediación ha aparecido como la oferta de
una nueva cultura. La cultura de la resolución pacífica y extrajudicial de las disputas. Que
ha englobado las situaciones que se dan en el área de lo permitido y las que pueden
encontrar, en el sistema jurídico resolución por vía de la intervención judicial. Se intentó
entronizar esa supuesta cultura por un sistema autoritario que convierte la mediación en
obligatoria para las disputas normadas por el Derecho, cuando su esencia es voluntaria
como lo reconocía el decreto 1480/92. Urgidas por ello, diversas instituciones y empresas
privadas han ido desarrollando programas insuficientes de entrenamiento. Sin análisis
profundo, en el sistema de la ley se requiere de los mediadores un entrenamiento
específico y la posesión del título de abogado. Las partes llevadas a una mediación
forzosa deben obligatoriamente ser asistidas por abogados. Con metodología que no
parece eficiente, se frustra un cambio que, de haberse generado de modo auténtico,
constituiría realmente un progreso en el funcionamiento pacífico de las relaciones
sociales. ¿Qué está ocurriendo aquí cuando se habla de la mediación como un método
para resolver mejor o más rápido los conflictos que podrían resolver los jueces o aquellos
innumerables conflictos que no tienen solución en el sistema y que se dan dentro del área
de lo permitido? Se pone -para usar la antigua expresión española- el carro delante del
caballo.

El sólo hecho de que se hable de la mediación como método alternativo de


resolución de disputas (RAD en español, ADR en inglés) evidencia que la nueva cultura,
aunque deseable, parte de una lamentable superficialidad. El momento en que se intenta
resolver un conflicto es, necesariamente, algo que ocurre en las etapas finales de un
complejo proceso, transcurrido con anterioridad. En él se gesta, se desarrolla, escala, se
estanca y desescala la contienda. Sólo cuando la evolución de la disputa ha llegado al
punto óptimo de madurez, en el que el grado o nivel de su intensidad permite la aplicación
de métodos pacíficos de resolución, se hace posible la aplicación de técnicas de
negociación, de mediación o de otras más sofisticadas aún. El grado de madurez deseado
es aquel que permite la comunicación de los actores. Mientras la comunicación sea
dificultosa, contenga interferencias de transmisión o recepción y esté signada por la

11
“El conflicto es el problema básico de la Política”. Hay Política desde que Cain, el agricultor, mató
a Abel, el pastor”. Política hubo en la muerte de Sócrates; y el Calvario fue precedido por un
complejo juicio Político”. Manuel Fraga Iribarne, prólogo al libro de J.M. González titulado
“Conflicto, Estrategia, Política”.
desconfianza o invadida por sentimientos y actitudes de hostilidad, toda negociación será
infecunda. Se realice con o sin la cooperación de un mediador.

Para llegar a esta etapa es necesario administrar, manejar o conducir el conflicto


(conflict management en la terminología de los autores de habla inglesa) para posibilitar
su resolución autónoma, dentro del sistema conflictual, por sus propios miembros o con la
ayuda de terceros, como en el supuesto del mediador. El objetivo de estos métodos
pacíficos no es sólo resolver, solucionar o disolver el conflicto. Se trata de algo más, que
el método jurídico difícilmente proporciona: la preservación del vínculo dentro del cual se
produjo el conflicto.

Si los abogados han de satisfacer la demanda social de administración profesional


en los casos en que ellos son aplicables, hay algo más que incluir en su actual formación.
Y, por cierto, esos nuevos conocimientos y técnicas son indispensables para aquellos
abogados que, sin desear ocuparse de la administración de los conflictos, quieran
participar del proceso de negociación o en el de mediación.

No nos proponemos transmitir en estas breves páginas los conocimientos que un


operador de conflictos, un negociador o un mediador debiera adquirir. Su enseñanza ya
se estructura hoy en diversas materias que deben constituir un porcentaje significativo de
los cursos de especialización de abogados, psicólogos, sociólogos, antropólogos u otros
poseedores de grados universitarios que deseen adquirir esa capacidad. Debemos, sí,
ofrecer una visión abreviada de esa temática.

El objeto conflicto y su abordaje conceptual -la Teoría del Conflicto- tal como se
encuentra desarrollada hoy en nuestro país, trabaja dentro de la región ontológica de lo
que se denomina, para acudir a un género próximo que permita la descripción de nuestro
objeto por diferencia específica, relaciones sociales. Allí distinguimos relaciones de
“cooperación” y relaciones de “conflicto”. Estas últimas son descriptas como aquellas en
que dos actores12 pujan por objetivos incompatibles o que son percibidos como tales por
alguno de ellos o por ambos.

Nuevamente, por razones didácticas, hemos utilizado en sentido metafórico las


expresiones estáticos y dinámicos para calificar las descripciones teóricas que hacemos
del objeto conflicto.

Los principales análisis estáticos versan sobre la descripción del fenómeno de la


toma de conciencia, de su pureza, del poder de los actores, de la intensidad de los
recursos que cada uno utiliza, de la identificación clara de los actores y de sus intereses,
de las vinculaciones existentes entre ellos al margen del conflicto mismo y sobre la
evaluación del conflicto como instrumento en el desarrollo, mantenimiento y
perfeccionamiento de las relaciones sociales.

Los conocimientos de que ahora se dispone sobre la conciencia del conflicto


permiten al operador saber cuándo es necesario aplicar, como paso previo a toda
conducción del proceso conflictual, técnicas de concientización. Los abogados saben bien

12
La referencia a dos actores mienta en realidad la postulación de que sólo existen dos campos
conflictuales. El tema sigue siendo objeto de debates siempre renovados que no podemos tratar
aquí. En nuestro reciente trabajo titulado “Hielos, Mercosur y Malvinas” desarrollamos la tesis de
los llamados actores fragmentados que explican bien la formación de una tríada portadora de
eventuales coaliciones entre los dos actores y una fragmentación de uno de ellos. Academia del
Mar. Cuaderno Talásico Nro. 5. Bs.As. 1996.
cuán difícil es hacer entender a alguien que, frente a un reclamo no prohibido, tiene de
todos modos un conflicto que enfrentar aunque no tenga deber jurídico alguno de
satisfacer el reclamo.

El estudio de la pureza del conflicto analiza los contenidos de confrontación y de


cooperación que hay en cada relación. En el mundo entero, los abogados nos hemos
formado en una cultura adversarial que hoy trata de superarse. Esa adversariedad nace
de la creencia de que, en un conflicto por la obtención de metas incompatibles, toda
solución arroja inevitablemente un resultado que permite identificar un ganador y un
perdedor. Resultados de suma cero, en la terminología de la teoría de los juegos. Esta
creencia se apoya a su vez en la convicción de que la mayoría de los conflictos tienen un
objetivo único y que por ello no permiten soluciones ganador-ganador o, para poner la
terminología correlativa a la de suma cero, soluciones de suma variable. Hoy sabemos
que no es así. Más aún, para nosotros todo conflicto que aparente ser de suma cero o de
objeto único, si realmente lo fuera, puede transformarse en conflicto de objetivos múltiples
aplicando técnicas que están bien desarrolladas y empíricamente probadas. La aplicación
de tales técnicas sólo exige un adecuado manejo de ellas y la utilización de información
indispensable. De allí que en el entrenamiento de profesionales que han de manejarse
con conflictos, las enseñanzas relativas al acopio de información constituirán una
asignatura inexcusable. Sin embargo, hay aquí un dato lamentable que sólo con
educación puede superarse. Es probable que nuevas descripciones y nuevas técnicas
hayan cambiado nuestra concepción de cómo son los conflictos y de qué posibilidades
ofrecen de que cada parte obtenga, en la escala de sus valores objetivos a los cuáles la
otra pueda renunciar. Lo penoso es que ha quedado insertada en nuestra sociedad lo que
he dado en llamar mentalidad de suma cero. Con ella piensan quienes conflictuan en
nuestra sociedad y, por lógica implicancia, los profesionales que los asisten. Sólo con un
profundo esfuerzo educativo pasaremos de una cultura de la adversariedad a una cultura
de la integración o de la cooperación. Mucho es lo que en diversos ámbitos puede
hacerse para generar un cambio cultural pero, en el sector de la educación universitaria
especializada sólo se producirá si se funda en los conocimientos adquiridos por las más
modernas investigaciones sobre la naturaleza de los conflictos y la posibilidad de
operarlos como juegos de suma variable. Y en las diversas disciplinas que complementan
el tratamiento multidisciplinario de ese objeto.

Cuando la investigación se adentra en la descripción del poder, pone al estudioso


en contacto con la confección del balance de los recursos de cada una de las partes, de
los elementos de que ella dispone para intentar obtener su objetivo, o para promover -en
el otro actor- la conducta por ella deseada. Y además con la problemática de esos
recursos, su costo económico, su costo psicológico y el valor neto que representan en
relación con los recursos del adversario.

Las investigaciones sobre la intensidad del conflicto permiten definir y cuantificar lo


que podríamos llamar, metafóricamente, el peso específico de los elementos de poder
utilizados en la acción conflictual. Ello sirve de base, luego, a los desarrollos sobre la
escalada y la desescalada del conflicto que corresponden a lo que hemos denominado
Análisis Dinámico.
Detectar los intereses en juego en un conflicto y quiénes son sus titulares cuando
ellos no son los actores principales o aparentes, constituye otra de las descripciones que
son objeto de todos éstos análisis estáticos.

De la misma manera, la determinación de los grados de relación, -anterior o


coetánea al conflicto- que los actores mantienen dentro de un sistema o subsistema
influencian directamente en la estrategia con que la contienda debe administrarse. No es
lo mismo conflictuar dentro de una organización con otro actor del mismo nivel jerárquico
que con uno de nivel jerárquico superior. Y, como ha quedado definido en todos estos
análisis, es dramática la influencia que tiene el hecho de que uno de los actores ocupe el
nivel superior de la estructura -que lo hace sentirse representante de todos los otros
niveles- en la elección de los métodos de conflictuar y en el cálculo de ganancias y
pérdidas tanto como en el hoy denominado cálculo de interdependencia.

Con una visión dinámica del proceso conflictual, el análisis ha conseguido mostrar
cómo se desarrollan los elementos de conducta de los actores que anteceden al
nacimiento del conflicto. Ello es de substancial importancia para las estrategias de
prevención que interesan a operadores, administradores de conflictos o negociadores que
planifican negociaciones futuras por igual. O para mediadores que desean evitar que la
solución alcanzada no genere nuevos conflictos. Uno de los primeros estudios en el que
la teoría pone el acento es el de interacción conflictual. Concebir con claridad la conducta
de cada parte o de cada actor como uno de los términos de una sucesión de conductas
realizadas alternativamente por uno u otro, en la que cada una de ellas resulta algo así
como la causa de la siguiente. Porque, en efecto, esta se concibe y se decide sobre la
base de la conducta ajena. O, más bien, sobre la base de la percepción que cada actor
tiene de la conducta ajena.

En estas investigaciones aparecen los conceptos de escalada y desescalada -o


escalamiento y desescalamiento- que nada tienen que ver con la “ascención a los
extremos” de que hablaba la tradicional ciencia de la estrategia, por boca de Clausewitz.
Para la teoría del conflicto, el paso de una intensidad menor a una intensidad mayor se
define como escalada mientras que la desescalada constituye el descenso de una
intensidad mayor a una intensidad menor. El seguimiento de las curvas obtenidas en
investigaciones cuantitativas sobre conflictos reales muestra reglas empíricas que
permiten predecir cuál será, en respuesta a una determinada conducta de un actor, la
intensidad de la conducta del otro. Estos conceptos adquieren fundamental relevancia si
se toma en cuenta que, entre las cosas que hoy se saben, el estancamiento o tregua de
un conflicto es un acuerdo de muy difícil obtención y el desescalamiento o la desescalada
son fenómenos que, en muy pocas situaciones, pueden conseguirse y que muy pocos
operadores pueden manejar. La historia muestra algunos pocos casos de desescaladas
desde altísimos niveles de intensidad que, precisamente por su carácter de
excepcionales, han pasado a convertirse en arquetipos en la historia del conocimiento.
Uno de esos casos es, sin duda, el fenómeno de desescalada de la crisis de los misiles
de Cuba, en 1962. Que además mostró un ejemplo poco usual de acuerdos tácitos -
destinados a obtener el convenio de desescalada- celebrados mediante la transmisión
recíproca de señales inteligentemente enviadas y correctamente percibidas por los dos
grandes actores que fueron los ejes de la estructura bipolar del mundo durante el período
de la Guerra Fría 13.

Cuando la teoría ha podido mostrar todo el proceso de escalamiento y


desescalamiento, es decir el curso de las conductas conflictuales, y poner en evidencia
los niveles de intensidad en los que puede operarse con métodos pacíficos de resolución,
como la negociación o la mediación, vuelven a efectuarse otros análisis estáticos.

Llega allí la hora de clasificar los conflictos en conflictos actorales y objetales,


según que tengan el acento puesto en el cálculo de ganancias y pérdidas o en el cálculo
de afectio.

En ese momento del decurso de la investigación y hoy, en el proceso de


transmisión de esos conocimientos, adquiere especial relevancia un análisis más
cuidadoso de los objetivos del conflicto, para que el operador esté en condiciones de
determinar si las partes realmente conflictuan por un objetivo que denuncian como tal, o si
detrás de tal objetivo se encuentra otro, que es el que verdaderamente cumple tal rol. Al
primer tipo de objetivos, que disimulan tras de ellos otro, lo denominamos objetivos
simbólicos. Lo distinguimos así de objetivos concretos y objetivos trascendentes. Los
primeros son bienes de cualquier naturaleza a los que los actores adjudican valores. Los
trascendentes son aquellos en que el valor mismo aparece como el objetivo o la meta del
conflicto. La enorme influencia que todas estas investigaciones tienen sobre las
posibilidades de establecer bases para negociaciones que constituyan verdaderos juegos
de suma variable y que arrojen resultados en que ambas partes ganen en la escala de
sus valores, hacen indispensable que estos conocimientos se incorporen al bagaje de
quienes deben, de alguna manera, manejar conflictos o procurar su resolución en la etapa
oportuna.

Para los abogados que deseen integrar a su formación la capacidad de administrar


conflictos y sobre todo la de participar en sus etapas de resolución por métodos no
judiciales, se convierte en indispensable el capítulo de la Teoría del Conflicto que se
ocupa de la intervención de terceros. Este conjunto de descripciones y las técnicas que de
ellas han emanado, constituyen, tal vez, los resultados más recientes de toda esta joven
disciplina. Aunque el propio Georg Simmel habló ya de la intervención de los terceros en
el conflicto y generó la originaria simiente de la idea de la audiencia como parte de una
disputa, sólo en la segunda mitad de este siglo comenzó a trabajarse algo el tema de la
intervención de terceros en la resolución. Algún autor, el neozelandés Jacob Bercovitch14,
ha insistido en ser el primero en publicar una obra metódica sobre el tema. Como se ve en
la nota, ella data apenas de principios de la década del ochenta.

Las ideas que aquí se desarrollan tienen que ver con la clasificación de los
métodos de resolución. Porque, en efecto, hay métodos que son endógenos, es decir,
intrasistemáticos, que se utilizan dentro del sistema diádico conflictivo. Mientras que otros,
que se denominan exógenos expanden el grupo diádico con la incorporación de un
tercero. Sin embargo, la profundización de este tema ha llevado a clarificar que no todos
los terceros actúan de la misma manera ni con características similares y que el modo
13
Amitai Etzioni: The Kennedy Experiment, Western Political Quarterly, 20 (junio 1967),
361-380
14
“Social conflicts and third parties”. Westview Press Inc. Boulder, Colorado. Bercovitch es profesor
de la Universidad de Canterbury en Nueva Zelanda.
múltiple en que pueden hacerlo admite diversas clasificaciones. Una de ellas es la de
distinguir entre terceros, que no participan en el conflicto pero son llamados a cooperar en
su resolución, asumiendo, por adjudicación de las partes o del sistema jurídico, la
responsabilidad de decidir cuál será la solución que habrá de considerarse como
resolutoria del conflicto. El árbitro, desde luego, participa de idénticas características, aún
cuando sea seleccionado de modo distinto.

Aunque para que las partes puedan utilizar la fuerza para obtener sus objetivos, en
ejercicio de los derechos que brinda el monopolio y la centralización del uso de la
violencia en los jueces, éstos deberán ejecutar las resoluciones o sentencias de los
árbitros.

Otros terceros también se incluyen en la categoría de los que no participan en el


conflicto pero cooperan a su resolución, sin tener adjudicada la disputa ni poder resolver
por las partes. Son simplemente sus auxiliares. El mediador es el caso típico y el más
difundido en la Argentina de este tercero, pero no es el único. Ni tampoco la mediación es
una metodología unívoca. Existen numerosas formas de mediación que, en todo caso,
tienen en común la incapacidad del mediador para imponer soluciones a las partes. No en
vano la mediación se ha denominado negociación asistida. Las partes continúan
negociando, pero con intervención de un mediador.

Si bien no es éste el tema específico que estamos tratando, importa llamar la


atención sobre el hecho de que el mediador debe asistir a las partes, y cooperar con ellas
para que obtengan un entendimiento, Por lo tanto, su tarea tiene que ver con su distinta
comprensión del conflicto, su distinta percepción de las posiciones de ambas partes y su
capacidad de hacerlas cambiar de puntos de vista o actitudes desde las cuales
reflexionan -no siempre con suficiente neutralidad- sobre las propuestas complejas que
pueden llevar a una resolución convenida capaz de dejar satisfechas a ambas. El
mediador habrá de detectar cuál de las variables del conflicto tiene preponderancia en
aquel en que es llamado a mediar15. Porque, si en efecto se encuentra con un conflicto
que se desarrolla para ambos actores en los niveles racionales de la conciencia, su tarea
se simplifica y se hace dramáticamente exitosa. Pero, en cambio, cuando el mediador
penetra en un sistema conflictual en que la hostilidad constituye el centro de las
relaciones entre los actores, sus técnicas, llevadas a obtener acuerdos sobre soluciones
racionales, deben girar hacia otras metodologías tendientes a bajar la hostilidad. Todo ello
tiene que ver con un oportuno y adecuado análisis de las tres variables del conflicto a que
se refiere la nota 9. La creatividad del mediador en la propuesta de ingenuos actos
positivos que pongan en funcionamiento la espiral de descenso de la hostilidad y del
desacuerdo -para aumentar la benevolencia y el acuerdo- sólo puede fundarse en un
adecuado conocimiento del intrincado laberinto de la contienda, como hemos denominado

15
El análisis dinámico del laberinto de la contienda distingue tres franjas o niveles de la conducta
conflictual, que hemos denominado “Variables del Conflicto”: el nivel intelectual, donde se dan los
procesos racionales de acuerdo y desacuerdo; el nivel emocional o sentimental, donde la
hostilidad se contrapone a la actitud benevolente o amistosa; y, finalmente, el nivel volitivo, donde
se efectiviza la alternativa de realizar actos positivos, frente a la posibilidad de producir actos
negativos. La investigación empírica sobre el funcionamiento correlativo de estas variables ha
puesto de manifiesto características sobre las cuales se han edificado las más importantes
técnicas de conducción de conflictos y de control del proceso de escalada. Tales técnicas son las
que posibilitan llevar en forma exitosa una disputa a la etapa de resolución en condiciones que
conviertan en idóneos los métodos endógenos o exógenos a aplicarse.
a las descripciones que tienen que ver con las variables del conflicto a que antes hemos
aludido. Hemos tomado la ingeniosa calificación de Vasquez y Mansbach.

APORTES MULTIDISCIPLINARIOS

La Teoría del Conflicto no agota los aportes de nuevos conocimientos


indispensables para el abogado moderno. Otras disciplinas integran, en mayor o menor
medida, su indispensable capacitación.

En el área de la negociación, donde desde siempre ha debido incursionar, hace


tiempo que se difunden y enseñan “recetas” para negociar, a menudo con razonables
introducciones fundantes y no pocas veces con el aval académico de ser programas que
se desarrollan en prestigiosas universidades extranjeras. Pensamos que, puesto que
estamos refiriéndonos a carreras terciarias y cuaternarias, debe dotarse al profesional de
los conocimientos teóricos que posibilitan el desarrollo tecnológico de las prácticas del
negociador. De la misma manera en que una Escuela de Medicina no concibe un
neurocirujano entrenado en el mejor centro mundial, que no haya aprendido anatomía,
fisiología y las otras ramas del saber de las ciencias naturales que son básicas para la
formación teórica del médico. Por ello, hemos incorporado, entre otras, Teoría de la
Información, Teoría de las Catástrofes Matemáticas, diversas secciones de las disciplinas
de la Comunicación Humana, incluyendo todos los otros métodos que complementan el
lenguaje verbal y que, en su conjunto, -según las últimas investigaciones- y para nuestra
propia sorpresa, representan más del noventa por ciento del total de medios de
comunicación16, la Problemática de la Percepción y - para no ser exhaustivo- la Topología,
llamada por algún autor, la Geometría de los cuerpos de goma, que da fundamento a las
estrategias de cambios meramente aparentes de propuestas que se presentan como
inaceptables. Si formamos profesionales, y no idóneos o practicantes, debemos dotarlos
de los conocimientos científicos que les permitan perfeccionar las técnicas que aprenden
y crear las propias. Ello sin perjuicio de utilizar y aprovechar los modelos de corte práctico
creados en algunas universidades extranjeras.

Inteligencia Estratégica aplicada a la toma de decisiones es otro tema que hoy


consideramos básico para todo abogado, incluso el meramente litigante. Comenzamos
tímidamente a incluirlo en nuestros programas de enseñanza, con un número reducido de
horas. Los resultados obtenidos en la construcción de nuevas estructuras mentales y la
entusiasta respuesta de los cursantes, nos motivó a aumentar, en cada curso, el tiempo
dedicado a estas disciplinas. Hoy ocupan, según el objetivo y contenido de cada
programa, entre un quince y un veinte por ciento del tiempo de enseñanza, en las carreras
que ya se dictan en diversas universidades del interior del país, estructuradas sobre la
concepción teórica aquí expuesta.

16
Joseph O’Connor y John Seymour, “Introducing eurolinguistic programming”. The Aquarium
Press, San Francisco, 1993

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