Nuestras Costumbres

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 206

NUESTRAS COSTUMBRES

LICENCIADO PEDRO GOTÓR DE BURBÁGUENA

NUESTRAS

COSTUMBRES
Cuando una verdad llega al mundo,
siempre es con el título de bastarda,
con vergüenza del que la engendra,
hasta que el tiempo, que no es padre,
sino partero de la verdad, declara al
hijo legítimo y vierte sobre su cabeza
la sal y el agua.
M i l t o n (D efensa del divorcio)

No es el placer, no es la naturaleza,
no son los sentidos los que nos co-
rrompen, sino los cálculos á que nos
acostumbra la sociedad.
B enjamín Constant.

M A D R ID
IMPRENTA DE RICARDO ROJAS
Campomanes, 8.—Teléfono 316.

1900
IN TRO D U C C IO N

Entre los principios conquistados á costa de la sangre de


nuestros padres en las revoluciones modernas, existe uno que,
si bien no es el más práctico, y de aplicación más inmediata al
bienestar de los ciudadanos, ocupa un lugar eminente entre
todos los de su especie, por referirse á la más preclara de las
facultades del hombre, y constituir una dé las prerogativas
de la conciencia humana.
Este principio es la libertad del pensamiento, que tiene su
órgano propio en la libertad de imprenta.
H ay espíritus asustadizos, reaccionarios y miopes, que pe­
dirían gustosos la abolición de este santo principio, so pretexto
de que los hombres usan mal de él, extraviando las concien­
cias con la exposición de perniciosas doctrinas.
Aun suponiendo que esto fuera así, aun admitiendo que el
error se difundiese, enseñoreándose de las inteligencias, no
sería ésta bastante razón para condenar este fecundo princi­
pio, en el amor del cual nos hemos criado las generaciones
actuales, pues aboliendo la libertad de imprenta, la libertad
de pensamiento, ahogaríamos la voz de los grandes reforma­
dores, de esos hombres destinados á transmitirnos las escondi­
das verdades de la ciencia y del arte, en persecución de las
cuales andamos día tras día, en penosas jornadas, pugnando
por disipar las sombras en que se hallan envueltas y por orien­
tarnos hacia los arcanos lugares donde se hallan ocultas.
Y si bien es preciso confesar que, en efecto, muchas veces
esta libertad sagrada es ocasión para extraviar á los hombres
con falsas doctrinas, hemos de abrigar la justa esperanza de
de que el imperio del error será pasajero; y aunque á nuestra
insignificante pequeñez le parezca ¡largo el tiempo que se al­
berga en la inteligencia, si miramos el curso de los sucesos
INTRO D UCCIÓ N 7
€ N U E S T R A S C O STU M B R E S

desde un punto de vista menos influido por la contingencia unas teorías con sus contrarias, ha hecho inofensivo el iilo de
humana, tendremos que convenir en que es ley de la humani­ las doctrinas y la agitación y empuje de sus sostenedores y
dad que ésta deponga sus equivocadas opiniones y acepte combatientes para turbar la paz de los Estados. Así, hoy nadie
otras, que aunque acaso equivocadas también, estén más se asusta, ni debe asustarse, porque á alguno se le antoje
cerca de la verdad, porque á ella vamos conducidos como por pedir que se invente una máquina para volar el planeta, si
un hilo invisible, tropezando y cayendo muchas veces, pero así le parece conveniente, porque en la incesante barabúnda
con la infatigable terquedad del que no tiene otro fln que en que nuestra actividad intelectual nos sume, todo se oye y
cumplir y en su consecución pone todo el esfuerzo de que se todo se permite, y como son tantas y tan encontradas las doc­
trinas que se predican, como son tantos los pseudo-profetas,
siente capaz.
Incalculable es el número de errores que se habrán exten­ como son tantos los vaticinios, todos estamos convencidos ya
dido con la libertad de pensamiento; ¿cuántas patrañas, cuán­ de que porque Fulano diga hache y Mengano diga erre, no se
tas ridiculeces, cuántos embustes no se han llevado por todas ha de cambiar el curso de los sucesos, obediente y sometido
partes, en triunfo con los honores de la verdad y de la ciencia? á una le y fatal, sobre la que no influye la vacía y gárrula
¡Qué mal se ha usado de este divino derecho! Convengo en palabrería de los charlatanes de feria.
ello; pero por su misma cualidad esencial, la libertad de pen­ *
samiento, hacía que el error durase menos en la inteligencia
de los hombres, aunque no fuera más que sustituyéndole con
otro distinto. En la antigüedad, en cambio, se medía por Pero si en el orden de los principios y aun en el orden le­
siglos el curso de las ideas. Cuando una preocupación se en­ gal es lícito que alcen su voz los malos y los tontos para poder
tronizaba en un pueblo, era seguro que sobre él pesaría cente­ escuchar la de los buenos y los sabios, no sucede así en el or­
nares de años, y los hombres verterían su sangre por él, reve­ den práctico de las costumbres, en donde la opinión social
renciándole como santa herencia legada por la tradición; era constituye un coactivo de más importancia de lo que parece á
seguro que si algunas conciencias se sublevaban contra la primera vista.
impostura de aquel principio funesto, no hallaría su voz con­ Lícito es, y permitido, á un hombre censurar los males que
diciones de resonancia para que, difundiéndose la protesta por á su parecer afligen á su patria; atacar por su base á las ins­
lia sociedad toda, sirviese de aviso contra las inevitables con­ tituciones existentes, y predicar el advenimiento de otras más
secuencias del error, y de ellas la salvase. Hoy por fortuna se perfectas. La ley no le condenará, y en principio no hará sino
ha dado á la opinión individual tal importancia, que se la usar de un derecho atribuido á su conciencia. Pero, ¿cuántas
autoriza para ser expuesta en todo caso y sobre cualquier voces no se alzarán contra la suya calumniando su propósito,
tachando de impío, de opuesto el inmenso cúmulo de preocupa­
materia.
Por esto, en la época presente, todo ciudadano puede cla­ ciones bajo cuyo enorme peso se hallan abrumados la mayoría
mar en la forma que tenga por conveniente contra los abusos de los hombres, á sus intentos de reforma y á sus pretensiones
de una institución ó contra la institución misma. Abundan con de mejoramiento?
este motivo la exposición de teorías nuevas, disparatadas ó ge­ Los intereses muévense con más energía que las ideas.
niales, de principios revolucionarios que si antes espantaban á L qs, hombres encarnamos mejor aquéllos que éstas. Por eso al
las gentes .porque venían á turbar la calma en que nos sumía el que combate una institución, créesele movido por algún inte­
imperio de antiguos y venerados principios, el sosiego que de rés particular. El que niega lo que los demás creen, sólo puede
la aquiescencia general respecto de las cuestiones primarias y estar inspirado, según algunos, por el interés ó por la so­
fundamentales era resultado, hoy las oímos como quien oye berbia.
llover, porque el choque de unos principios con otros, de Aunque todos reconocemos la ley del progreso, es tal nues-
8 N U E S T R A S C O STU M B R E S IN T R O D U C C IÓ N 9

tro apego á las costumbres, que miramos con ceñuda expre­ proporcione la experiencia y con nuevas conquistas que le
sión á todo aquel que pretende interrumpir la monotonía de suministre la meditación; dudará unas veces, vacilará mu­
nuestros hábitos ó la uniformidad de nuestras creencias. La chas, cuando piense sustituir la razón en las prácticas de los
risa, el escarnio, el insulto, el anatema, la calumnia, todo se hombres por la rutina que en ellas impera; juzgará cada vez
esgrimirá contra el por haber osado profanar con su mirada con más desapasionamiento y con más justicia las institucio­
el arca santa donde se guarda misteriosamente el decálogo de nes humanas, cuanto más vaya despegándose de ellas por
nuestras convicciones y haber publicado su descrédito. ¿Por medio de la reflexión y de la crítica; estudiará cada uno de
qué no marchar al paso que todos? ¿Por qué no doblar la ca­ los hechos humanos en sus orígenes psicológicos, en sus cau­
beza á la convención establecida? ¿Con qué derecho intenta­ sas generatrices; separará la parte de responsabilidad que co­
mos descorrer el velo y mostrar la verdad á, los engañados rresponda al individuo en un acto suyo, de la parte de necesi­
mortales? Si hasta aquí ha venido siendo así, ¿por qué ha de dad con que se le imponga su realización por efecto del medio
ser de otra manera? Pronto el atrevido se verá aislado, los de ambiente; en resumen, hará un estudio filosófico, y el resul­
mejor voluntad le abandonarán, su vida será difamada, sus tado que obtenga deseará proclamarlo ávidamente, y se sen­
negaciones se atribuirán á torpe deseo de disculpar sus críme­ tirá autorizado por el tiempo invertido en dicho estudio y por
nes, como si no fuera mejor máscara que ninguna la hipocre­ el fin transcendental é interesantísimo que representa.
sía, para andar por el mundo encubriendo y disfrazando la
*
intención, ni más cómodo recurso el pasar inadvertido y escu­ * *
darse con la legalidad, para faltar á la justicia.
El hombre es un animal venenoso. Dejadle seguir en paz Así se ha escrito este libro. Es un libro de experiencia y de
su trillado camino ; si os oponéis á su paso, os clavará el razón. Le han inspirado las ideas más sencillas,' los hechos que
aguijón. caen bajo el dominio de todas las inteligencias; esos hechos
No hay tarea más ingrata que la del satírico. Su celebri­ que se repiten diariamente y que, á fuerza de presenciarlos,
dad se verá amargada por la calumnia, su gloria mezclada dejan casi de tener un sentido para nosotros, y que están re­
con la difamación. Los actos de los hombres, sus costumbres, lacionados, no obstante, con las grandes síntesis, con las gran­
aquello que cae bajo el dominio del moralista y que podemos des ideas innovadoras, del mismo modo que los grandes he­
achacarnos todos, es el punto más sensible de nuestra natura­ chos de la Historia tienen su fundamento muchas veces, y
leza moral, y cada picadura en esa parte levanta .ronchas están íntimamente relacionados, con los insignificantes y vul­
mortiñcadoras é irritantes. En resumen, y para expresar grá­ gares que ésta desdeña con frecuencia narrar.
ficamente mi pensamiento, el que toca el sagrado de las creen­ Dice Castelar: «Para explicar la vida se necesita haber v i­
cias y hostiga á los hombres en sus preocupaciones morales, vido mucho.» Y ¡cuánta verdad es! Para darnos cuenta de lo
es como el que se acerca á una colmena á sacar miel sin po­ que sucede á nuestro alrededor, para penetrar el sentido ín­
nerse careta. timo de los actos humanos, de las pasiones, de los resortes que
No le arredrará esta animadversión general ni en poco ni mueven las voluntades, del secreto imperio de las costumbres,
en mucho, si en lugar de ir movido por torpe anhelo de muy se necesita, amén de una perspicacia analítica suficiente á
efímera popularidad, habla inspirado por el nobilísimo amor ello, el transcurso de los años, que depura á nuestros ojos, con
á la verdad. Encontrará en el orgullo de proclamarla el único su lenta influencia, la realidad que nos rodea, que esclarece
premio digno de su empresa. Su obra latirá en germen dentro el mundo moral, disipando las sombras que á modo de un des­
de él mucho tiempo. De cuando en cuando sentirá sacudidas pertar perezoso entorpecen nuestra visión desde la cuna, im­
de impaciencia por exteriorizar el tesoro que guarda en su pidiéndonos tener idea cabal, conciencia exacta de lo que se
pensamiento, que irá acrecentando con nuevos datos que le mueve á nuestro alrededor.
10 N U E S T R A S C O S TU M B R E S IN T R O D U C C IÓ N 11

Para comprender el mundo físico necesitamos de las cien­ Por eso, este importante apotegma de aquel genio inmortal
cias naturales y exactas ; para comprender el mundo moral de la novela, perdido y casi olvidado en uno de sus libros, era
necesitamos de esa otra ciencia tan exacta, tan matemática y el precursor, llevaba el germen de futuros y gloriosísimos sis­
tan natural como aquélla que se lia bautizado con el humilde temas, que se habían de llamar determinismo en sociología y
y plebeyo nombre de experiencia, y que va conformando el en arte, y antropología criminal en la ciencia jurídica. Por eso
entendimiento para que distinga á través del tupido velo de en lugar de presidios, se había de pensar en sanatorios para
las convenciones sociales y de los falsos colores con que se encerrar á los delincuentes, y era lógico que así sucediese,
disfrazan y revisten, ya por nosotros, ya por nuestros seme­ porque derribadas las grandes columnas que simbolizaban el
jantes, la lógica de las pasiones. bien y el mal absolutos, socavados los cimientos de la ética,
Este estudio que hacemos á costa nuestra, que nos obliga de la ciencia moral, tenían que ser juzgados los actos huma­
á ir dejando las ilusiones una á una según vamos andando ha­ nos con el indiferentismo científico con que juzga Taine la
cia arriba, lleva á los conocedores de la vida y de sus secretas historia, y con la benignidad compasiva con que estudia Lom­
leyes, á burlarse de los teóricos y de los moralistas; esto es, de broso al delincuente.
*
los que pretenden explicar la vida por medio de una fórmula * *
exclusiva, y de los que predican un género de reglas nacidas
y derivadas de una idea metafísica, á que deben ajustar los Analizar nuestras costumbres, poner de manifiesto sus in­
hombres su conducta, violando sus instintos y falsificando la sensateces, sus torpezas, sus abusos, su mentira; desenmasca­
naturaleza. L a'vid a no es más que realidad. Bajemos á ella rar la naturaleza humana, mostrar la desnudez de sus nobles
desde las inseguras cumbres del idealismo y la metafísica, y instintos, no ahogados, pero sí oprimidos por el ropaje que la
estudiemos allí las leyes eternas, invulnerables, imperiosas, vestimos; señalar como indestructibles y eternos estos instin­
fatales de la sociedad, como hemos buscado los principios que tos, y demostrar que todos los preceptos morales, tradiciones
informan las ciencias naturales, estudiando la caída de los y prejuicios, sedimentos de otra edad, desprovistos hoy de
cuerpos, el soplo del viento, la resistencia de las masas, el crédito é incapaces de inspirar fe, gravitan sobre nosotros
choque de las corrientes eléctricas y los resultados inevitables como techo agrietado que amenaza ruina y que nos aplastará,
y matemáticos de las combinaciones químicas. si no atajamos su decrepitud manifiesta, derribándole cuida­
Ya supone Balzac, y antes que él los Fisiócratas, que las dosamente, según las leyes de albañilería, es una tarea que
leyes del mundo moral, de la conciencia, del pensamiento, de me tentó hace mucho tiempo y que me arrastró á la consuma­
las pasiones, son tan fatales en sus consecuencias y en sus re ­ ción de esta obra.
laciones, como son las naturales, matemáticas y físicas. Sólo Las primeras observaciones propias, individuales, que
depende su aparente diversidad de los múltipes elementos que yo hacía sobre los hombres y las cosas, carecían ante mí de
entran en su formación y desenvolvimiento, multiplicidad que autoridad por lo mismo que, fuerza es decirlo, venían á es­
hace escapen á nuestra vista todos los innumerables factores tar muy en abierta contradicción con la moral imperante, de
que es preciso tener en cuenta para juzgar un acto humano ó la cual todavía costábame trabajo abjurar; pero frecuentes
para estudiar un hecho social. Porque así como en química lecturas vinieron á robustecer mis convicciones, y la opinión
podemos aislar el hidrógeno y ponerle en combinación con el autorizada de muchos sabios me sorprendió, dándome la razón
oxígeno para formar el agua, y por consiguiente, tener la con­ en multitud de juicios que yo anteriormente había formado. Y
vicción de que el nuevo cuerpo es el resultado de las activida­ era más importante esta aquiescencia, cuanto que muchas v e ­
des reunidas de los dos anteriores, no podemos en moral ni en ces, lo mismo el revolucionario que el tradicionalista, lo mis­
sociología aislar los diferentes elementos que vienen á deter­ mo el católico que el protestante, que el ateo; lo mismo el mo­
minar un acto ó un hecho. nárquico, que el republicano, que el socialista, convenían en
in t r o d u c c ió n j3
12 N U E S T R A S C O S TU M B R E S
ciología, como en todos los órdenes; negación que engendra
ciertas verdades y coincidían en cierto terreno: el de la ex­
ese positivismo práctico, escéptico y envenenador, y que en­
periencia, de donde yo sacaba mis principios.
gendra también el citado anarquismo, que viendo el estado
La experiencia del mundo moral, que no viene á ser sino
caótico en que nos hallamos, reniega de toda forma de organi­
una parte de la experiencia del universo mundo,podía ser, por
zación y predica la destrucción de todos los organismos exis­
lo tanto, origen de una enseñanza. Si á ella se había recu­ tentes.
rrido para extraer los materiales de las diferentes ciencias,
¡Todos anarquistas!, dice U. González Serrano. Todos lleva­
¿por qué no se había de acudir para la construcción de otra
mos en el corazón ó en la conciencia la ruina de algún templo
que por su naturaleza necesitaba su auxilio inmediato y con­
los restos de alguna divinidad derrumbada, algún pedestal va­
tinuo? Es decir, ¿por qué en vez de fundar nuestra moral en
cio. En la manera como los hombres viven, hallamos huellas
principios metafísicos y absolutos, debidos á la caprichosa
desoladoras de esta anarquía moral, viendo que cada uno obra
inventiva de algunos filósofos, no la habíamos de fundar en
según su provecho propio y ajeno á toda máxima, cualquiera
los elementos que nos suministra el estudio de la natura­
que sea, de moralidad. Porque si bien es verdad que en otros
leza humana? Si se había contrastado con una demostra­
tiempos la perversión ha igualado y aun superado á los nues­
ción práctica, y se había definido por medio de una represen­
tros, en estos parece que el egoísmo, el mal, está como consa­
tación gráfica el principio d éla caída de los graves, ¿por qué
grado y sistematizado por el espíritu de los tiempos, y se erio-e
no se había también de recurrir al estudio desapasionado del
el^ egoísmo en escuela filosófica (positivismo) y hay filósofos
hombre para fundar y definir los principios de la ciencia so­
(Xietzsche) que predican y erigen en sistema la inmoralidad y
cial? Y aparece la sociología, ciencia eminentemente moderna,
la emancipación de todo principio altruista.
ciencia la más interesante de todas, si se atiende á que está
Si acudimos á lo intelectual, la confusión es mayor, porque
llamada á resolver el pavoroso problema social, que deja sen­
allí se manifiesta como en ninguna parte la falta de ideal que
tir la necesidad de su resolución de modo tan urgente y ame­
arrastre á todos en una misma dirección. En cierto modo es
nazador.
consecuencia de la multiplicidad de elementos que nos informa
Pero acontece que mientras unos con el repaso y mesura
Más ó menos bien avenidos, naturalistas, idealistas, clásicos
de una ciencia que empieza, echan sus bases y sientan sus
románticos, decadentistas, modernistas, degenerados; todos los
principios en una esfera superior y ajena á las agitaciones del
colores y matices del pensamiento artístico, hallan cabida en
momento (Spencer y los suyos), apoyándose en los tanteos y
la extensión y en el gusto del público. Los errores engendran
materiales que habían adelantado filósofos, que como Rousseau,
escuelas para disculparse, y alternan, no sólo con las existen­
sólo de una manera incompleta trataron el asunto; otros, des­
tes, sino con las antiguas resucitadas. Las unas se anatemati­
cendiendo á terreno más práctico y popular, empuñan la tea
zan á las otras; á cada momento nacen nuevas concesiones y
incendiaria, como son los socialistas revolucionarios, y otros,
pronto se les da patente, porque como no hay interés por una
por fin, menos platónicos y más originales, más propios del si­
determinada, á todas se les mide por el mismo rasero. En rea­
glo, fundan esa secta, que es tal vez la que más vitalidad y
energía muestra en nuestros tiempos, hasta poder atribuírsele, lidad, poco se entiende, pero todo se juzga; todo tiene sus mo­
como carácter peculiar, ese último matiz rojo del pensamiento mentos de boga, demostrando con esto el público, que lo mismo
le importa una cosa que otra y que rechaza el imperio, cual­
que se llama anarquismo intelectual.
Y digo que esta secta es quizá la que más caractenza el si­ quiera que éste sea, y aborrece la '‘autoridad, venga de donde
viniere.
glo, porque basta echar una mirada por todo él para penetrarse
de que la nota esencialmente característica es la falta de ideal, Un autor de primera línea (1 ),aturdido, mareado, asustado,
la negación de todos los principios, de todas las enseñas, de to­ (l) B. Pérez Galdós.
das las doctrinas, así en política, como en religión, como en so­
N U E S T R A S C O STU M B R E S IN T R O D U C C IÓ N 15
14
casi, ante la rapidez con que se suceden estos fenómenos de lin­ dos somos anarquistas, todos somos revolucionarios, todos lle­
terna mágica, ante la versatilidad del público y la inconstan­ vamos dentro alguna bomba que desearíamos lanzar y no lan­
cia de los escritores, declara en un discurso académico, que un zamos por miedo; palpita en las mujeres, cuyos labios, su­
libro corre peligro de parecer anticuado con poco que tarde misos á roda tiranía, á todo despotismo, murmuran por lo bajo
desde que se escribe hasta que se imprime, y otro que sigue en los oídos de sus amantes, en los oídos de sus esposos y en
con más agilidad la marcha de los acontecimientos (1), trata de los oídos de sus hijos palabras que revelan profunda desorga­
acomodarse á las circunstancias, proclamando el principio de nización moral, absoluta falta de ideal, positivismo el más gro­
la moda literaria, á la cual, según él, debemos sujetarnos es­ sero y desacato el más tremendo á la moral que confiesan en
trictamente y rechazar hoy el principio que proclamábamos publico; palpita en los gremios, esas asociaciones que buscan
ayer, porque así se le antoja á Juan ó á Pedro. la fuerza efectiva contra el poder efectivo, que son ya una or­
ganización revolucionaria, como asimismo las huelgas, las
* imponentes y amenazadoras huelgas, fuerza nueva y descono-
* *■
cida, y palpita, por último, en la juventud, que, ó se entrega
Y así caminando entre esta descomposición intelectual de esclava en manos de la reacción y abdica de sus derechos en
poderes, en este aniquilamiento de toda fuerza autoritaria, in­ las cofradías, ó se arroja exaltada en pos de la nueva bandera.
diferentes en cierto modo á las luchas políticas, usufructuando ú como palpita en todos estos elementos y en muchos más,
y tolerando las formas arcaicas y anacrónicas de monarquía tiene que respirarse en la atmósfera social, como aire infla­
é imperio como si no nos enterásemos de que existen, atentos mable que quema los corazones y los cerebros.
únicamente á la labor de socabar los cimientos de todo poder
y de toda autoridad en el orden de las ideas, preparamos la
*
revolución del porvenir que, como elaborada por un siglo sin
semejante en la historia, ha de ser diferente á todas las revolu­ La revolución francesa empequeñeció todas las revolucio­
ciones; revolución que tendrá algo de suicida como engen­ nes habidas y por haber, les quitó fuerza, les ahorró trabajo.
d r a d a por el pesimismo de Schopenhauer, Hartman y otros: Todos los pueblos han gustado más ó menos de los frutos que
alo-o de redentora como profetizada por la voz apostolica de aquélla dió; de consiguiente, poco parecía quedar por hacer,
los Tolstoi y de los Dostoyuski; algo de apocalíptica, porque poco les quedaba reservado á las revoluciones políticas de los
señala en todo y por todo el fin de un mundo; mucho de huma­ Estados. Sobre todas las naciones brotó una bienhechora llu­
nitaria porque viene á ser resumen y compendio de todas las via de principios filosóficos, lluvia formada con la evapora­
ideas igualitarias; algo de criminal como caldeada por las bom­ ción de tanta sangre de mártires en el suelo de la Kepública
bas anarquistas, y por último, que tendrá carácter universal tí ancesa. Pero no bien á su bienhechor influjo nos hubimos
porque amenaza conmover con su vastísimo programa y co­ hecho, empezamos á notar que, ó no habíamos dado el golpe
losales principios, hasta las entrañas mismas del planeta. de muerte á la tiranía más que en apariencia, ó de entre tanta
ruma surgía otro tirano, apretando el yugo más despiadada­
*
* * mente que nunca, y ya no se llamaba rey, ni nobleza, ni clero,
sino que se llamaba dinero.
Estamos tan advocados á ella, que se sienten ya sus prime­ ¡Dinero! Un elemento en cierto modo democrático, pues el
ros estremecimientos, como los primeros rugidos de nn temblor dinero capaz es cualquiera de poseerlo. En la Declaración de
de tierra P a t it a en todos: en los hombres, que sordamente to- los Derechos del hombre, en los principios revolucionarios, no
se proscribía el dinero, como el despotismo, como la intransi­
(1) Verdes Montenegro.
gencia ó la intolerancia, antes bien, las ciencias del siglo xix,
INTRO D UCCIÓ N 17
n u e s t r a s co stu m br es
16 Repúblicas, y á éstas alzarse sobre los Imperios, y engrande­
y"en particular una <,uc parece crearse can M t s to cer su nombre y sus territorios á costa de las decrépitas y
giVo objeto, la Economía Política, lo elevan, lo dignifican y lo ruinosas potencias tradicionalistas, que tratan, al caer, de
consideran como poderosísima palanca social. De suel te que buscar una postura heroica, estatuaria, honrosa, aunque á v e ­
el toano es consagrado por ella y no hay modo de rebelarse ces no la encuentren.
contra él, porque hasta algunas ciencias, como la teoria dar­ Ganadas de una vez para siempre las libertades públicas,
winiana que rompía lanzas contra el dogma, y que, p i conquistados los derechos naturales y ofreciéndose como ga­
tanto era democrática revolucionaria, dejan de militar en fa ­ rantía de progreso la aceptación lenta y gradual de todas las
vor del lado débil del género humano y derivan conclusione instituciones nuevas, estaban acalladas las pasiones políticas
(el aristocratisme positivista, la lucha por la existencia), qu de los pueblos.
consagran la victoria del fuerte contra el débil, y por un mo­ Ya no acompaña á cada nación el carácter propio de su
mento0 creemos deber resignarnos con aquel razonamiento que forma de Gobierno, sino que ésta subsiste por una especie de
se invoca para defender la desigualdad social de que en el capricho de los pueblos, por un olvido de los ciudadanos, ocu­
mundo es preciso que haya pobres y ricos, y que unos es á pados en la realización pacífica de su destino.
destinados á mandar y otros á obedecer, principio de que si Castelar, el insigne político, confesaba su asombro en pre­
negasen á convencerse las clases menesterosas, las desencade, sencia de los acontecimientos europeos de estos últimos años.
mana contra las opresoras y vendría á ser la teor.a más Entre oti'os sucesos, le parece estupendo el que todo un
francamente anarquista que se hubiere proclamado Czar de Rusia proponga el desarme universal. No le parece
Pero así como en aquella célebre «Insurrección del a„ua , verosímil que una potencia tan esencialmente militar procla­
ésta tiende siempre á alcanzar un mismo nivel asi la humani me en Europa semejante principio, propio más bien de nacio­
dad está condenada á no hacer otra cosa que buscai el ape nalidades modernas sin tradición y sin poder, como no le pa­
cido nivel de libertad é igualdad, que constituye su fin unico rece verosímil que un pueblo como la República norteameri­
y cuando siente el peso de una nueva tiranía, se dispone á cana, que ha proclamado el derecho y la justicia á la faz del
combatirla. Y conociendo que el arma de nnestros tiempos no mundo entero, que ha sido por tanto tiempo la personificación
es otra que la razón, la lógica, la d.scusion científica, en fila ­ de los nuevos ideales de paz y de razón, olvide su papel de
zos suyos se arroja, segura de que encontrará consuelo a sus pronto y manifieste ser empujada por la codicia para despo­
cuitas y fortaleza para el combate. seer á un pueblo débil de sus territorios, y se arme como P o ­
“ a la menos que on la Repúbdo Platón se enonen.r»
tencia bélica y corra ansiosa en busca de una reputación m ili­
el abolendo, ol panto de partida, el agna bautismal oon que tar; como no le parece creíble que un pueblo cual Inglaterra,
va á rociarse á la nueva ciencia, á la nueva religión, mejoi empapado de los ideales modernos y en las ideas emancipado­
dicho al nuevo programa social, que como todos los principios ras, pronuncie por boca de uno de sus Ministros la sentencia
innovadores de tal transcendencia, primero hacen reír a las de muerte á España, proclamando la inhumana teoría de que
o-entes y luego las hacen temblar. . las naciones débiles están destinadas fatalmente á ser devora­
° Á un tiempo trabajan la evolución y. la revolución; aque­ das por las grandes Potencias.
lla como más propia de los presentes tiempos; ésta, como co­ Lo que demuestra lo confuso de los caracteres que bajo su
mún á todos; ésta amenaza, aquélla templa; la una asusta y forma de gobierno revisten los pueblos, el estado caótico de
la otra garantiza, y mientras tanto, como he dicho, los horn los principios y de las teorías que hoy encarnan aquí y ma­
bres no se cuidan de los ideales políticos que les hacían antes ñana más allá, y sobre todo, el valor puramente convencional
apetecer los fragores del combate. Miran indiferentes esta o y nominal de los nombres de las naciones.
la otra forma de Gobierno, porque no cabe ya en ellas el anti- El asombro, la sorpresa, han dependido no más que de to­
o-uo despotismo, y se ve á los Imperios confraternizar con las
2
18 N U E S T R A S C O STU M B R E S N T R E D U C C IÓ N 19

mar por realidades todas esas formas decorativas de imperios nueva, á los que predican el nuevo ideal que tanta falta hace
y monarquías con que se adornan aún algunas naciones mo­ á esta sociedad agonizante. Los parlamentos ábrenles sus
dernas, en las cuales, como en todas las demás civilizadas, puertas, el pueblo escucha sus discursos; en el teatro se aco­
palpita la democracia, y está de hecho implantado el parla­ gen sus manifestaciones con hondos extremecimientos de emo­
mentarismo, y se respira el ambiente de libertad esparcido por ción; sólo la religión les sale al encuentro cargada de anate­
el mundo desde fines del siglo pasado. De poco sirven esos mas y maldiciones; sólo la religión permanece ceñuda ante
títulos ostentosos, puramente nominales; de poco sirve el fasto este movimiento anhelante de la humanidad hacia un ideal
de los reyes, encerrados y maniatados en sus doradas cárceles, nuevo, y prepara sus cárceles, y dispone sus hierros para car­
así Como el Papa en el Vaticano. Un exceso de indulgencia de gar con ellos las manos de los nuevos apóstoles. Sólo la reli­
los demócratas les ha permitido v ivir, instalarse junto á los gión, con la impasibilidad de un ídolo indio, se opone al paso
nuevos poderes; un resto de amor á lo pasado conserva los de la humanidad, con sus eternos dogmas y con su entronizada
palacios de la antigüedad como museos, y á los monarcas como é inflexible intransigencia, queriendo todavía la dominación
maniquíes para sostener en sus hombros, á modo de curiosi­ universal bajo las formas ancestrales de las edades bárbaras,,
dades históricas, los mantos reales. Todo un mundo antiguo sin tener en cuenta que es impotente todo poder humano para
está ahí sobre el tinglado de la realeza y del trono, represen­ detener la marcha de los hombres hacia un ideal de libertad
tado en muñecos que se mueven desde abajo como los polichi­ y progreso. Sin tener en cuenta que sólo con una flexibilidad
nelas de feria. Así se explican esas revoluciones sigilosas, acomodaticia podrá seguir por algún tiempo imperando sobre
como la del Brasil, en que, sin sangre ni ruido, imanación se las conciencias, y que no podrá siempre adaptar á su intran­
acuesta imperio y amanece república. El espíritu moderno sigencia un mundo en que todo cambia, en que todo se re­
escamotea con la calma del prestidigitador las figuras de ese nueva, unos tiempos en que las generaciones han mamado
histórico retablo cuando se ha cansado de contemplarlas. el odio á los tiranos, y un siglo en cuyo comienzo han cir­
culado por los horizontes europeos los más heterogéneos gritos
*
* * de emancipación, que, como los relámpagos en cielo cargado
de corrientes eléctricas, anunciaban la tempestad, el derrum­
Pero no se crea, porque nos detenemos un punto á consignar bamiento de todo el formidable mundo antiguo á los golpes
estas conquistas del progreso, que bastan ya á contener nues­ gigantescos de una colosal y nunca imaginada revolución
tras ansias de mejoramiento, enardecidas por las predicaciones universal.
de los modernos apóstoles y por los vaticinios de los nuevos L a clase sacerdotal va como impelida por una fuerza ex ­
profetas. Un extraño y evidente malestar nos acosa á todos, traña, á su propia destrucción. Como si quisiese hacer alarde
impulsándonos hacia cualquier estado social distinto del pre­ insultante de todas las demasías y ridiculas prácticas de su
sente. Las ciencias, la filosofía, las artes, todo, en fin, ha de degradante superstición, en vez de asentar su poder sobre la
hacerse la expresión del ideal nuevo, predicando docti-inas moralidad y el decoro, sobre un rito depurado de todas sus
redentoras, profetizando un nuevo estado de cosas que hará antiguas pequeñeces, multiplica sus escándalos y pide la im ­
más felices á los hombres. La nueva creencia va tomando los punidad para sus escandalosos, quiere ejercer en el pensa­
mismos caracteres que las antiguas religiones á su aparición: miento una tiranía insostenible, una pugna constante contra
hombres que hablan y viven como profetas, destacándose del la razón, y desciende á las prácticas más estúpidas, como la
positivismo reinante ; mártires que dan su sangre enardecidos de poner una estafeta celeste en las iglesias, donde los fieles
por ciego fanatismo, y que consideran la deshonra como un depositan sus memoriales dirigidos.á tal ó cual santo.
timbre de gloria que ha de respetar la posteridad. Por todas ¡A y del pueblo que cae en esta debilidad intelectual, en
partes se recibe con júbilo á los mensajeros de la doctrina esta degeneración moral! La superstición en las naciones se-
20 N U E S T R A S C O STU M B R E S
IN T R O D U C C IÓ N 21
exacerba en los momentos de decadencia, como los enfer­
mos se ven atormentados por delirios en los momentos de los acontecimientos sociales, como un cálculo biliar interpuesto
fiebre. en el organismo humano puede hacerle sucumbir! Nadie es
•i capaz de predecir lo que sucederá, porque cuanto más compli­
* *
cado es un organismo, se multiplican hasta el infinito las com­
Pero no es éste el único síntoma de desorganización. Los binaciones que sus leyes pueden afectar y los efectos que estas
corifeos del siglo han señalado las moradas de los ricos como combinaciones pueden producir.
propias al saqueo y â la rapiña. Se les ha dicho á los misera­
*
bles: «Todo eso se os está usurpando, es tanto vuestro como * *
de aquellos que lo poseen; no hay razón ni ley divina ni hu­
mana que os impida considerar su posesión como un despojo N i son esos tampoco los únicos gérmenes de destrucción. La
que se os hace. El derecho no es más que la consagración de renovación amenaza ser más extensa, y el derrumbamiento
ese despojo.» ¿No es esta la voz de indisciplina? Estamos v i­ más general que lo que llevamos estudiado; porque si la ra­
viendo tranquilos por un milagro de equilibrio, una vez rotos zón de haberse derrumbado las antiguas instituciones políticas
los fuertes pilares que sostenían la moral y el derecho an­ estriba en la negación del principio divino en que se asen­
tiguos. taban, si el motivo de su descrédito lo trajeron las escépticas
A pesar de todo esto, y tal vez escudados por ello, los reac­ doctrinas y burlas de Voltaire, los razonamientos de Rousseau,
cionarios se agitan más nerviosos que nunca, creen llegada su la obra en fin de los enciclopedistas, desacreditadas estaban
hora, se aprestan á entrar en acción, y se sirven de esta misma ipso facto todas las demás instituciones que en aquel princi­
dispersión de elementos, de este estado semicaótico, en que pio se fundaran, y por él estuviesen consagradas y manteni­
las doctrinas más contrarias encuéntranse y chocan, para das. Si la propiedad se fundaba en razones jurídicas, y á la
profetizar un retroceso, para predicar su desprestigiada doc­ luz de principios jurídicos hemos condenado su origen, la he­
trina, para explotar la insensatez de las gentes, haciéndose mos atacado por su base; si el matrimonio se fundaba en prin­
fuertes en el terreno ganado merced á la atonía y tolerancia cipios religiosos, y esos principios religiosos los hemos recha­
generales. zado por legendarios, por míticos, hemos destruido el matrimo­
¿Quién sabe si esto mismo no es una ley evolutiva? ¿Quién nio, y si en el matrimonio se funda la familia, hemos destruido
sabe si esos mismos hombres no son instrumento ciego de la la familia.
ley del progreso y equilibrio sociales? ¿Quién sabe si ese mo­ Nadie, pues, se espante si digo que las instituciones que en
vimiento reaccionario que se observa en Europa entera no está este libro estudio están heridas de muerte.
destinado á proteger con una concentración de fuerzas esa lenta Pero si á las instituciones políticas les tocó ser derribadas
desorganización social, como se protege la retirada de un ejér­ por la revolución, á las sociales les estaba destinado serlo por
cito? ¿Quién sabe también si, torpemente ejercida, esta ga­ lenta y gradual evolución, según exigía su propia y peculiar
rantía, esta protección, no acelerará los acontecimientos y , naturaleza.
terminará todo con los horrores de la matanza y del saqueo, No hay mayor tiranía que la de la costumbre. Perpetúa entre
con una nube de sangre y de humo que obscurezca por largo nosotros los mayores absurdos y las más disparatadas prác­
rato la luz del sol, conmoviéndose el planeta al fragor de la ticas. La costumbre es una razón suprema. Nos hace mar­
guerra más espantosa que registre la historia: la guerra de char como esos forzados que caminan en hilera amarrados
hordas hambrientas, salvajes é indisciplinadas? por el cuello unos á otros, cuyos movimientos están depen­
¡Tan cierto es que las pequeños causas producen los gran­ dientes de los movimientos de los demás.
des efectos, que un grano de arena puede variar el rumbo de Así como las revoluciones en política son hacederas y sus­
ceptibles de consumarse en breves momentos al estallido de
22 N U E S T R A S C O ST UM R K BS IN T R O D U C C IÓ N 23

la pólvora; así como las Constituciones pueden ser rasgadas hojas, y si alguna flor se ostenta entre ellas, sigue luciendo por
por el plomo y el acero, y dictarse otras que las sustituyan, en breve espacio sus colores y aun esparce aroma y encanta los
el fragor del combate, y antes de enterrar á los que las defen­ ojos, pero al cabo, por ley fatal, sus hojas palidecen y caen
dieron, la revolución en las costumbres no puede nunca ser secas, faltas de los jugos que las nutrían, y los pótalos de la flor
efectuada con esa sorprendente rapidez, y para su consuma­ son esparcidos por el viento á encontrar separados las tristes
ción se necesita que, ó surgan pueblos nuevos, razas exóticas palideces de la muerte; de igual suerte aquellas instituciones
que, mezclándose con las naturales, las infundan con su sangre que vivieron largos siglos, cuando se arrancan sus raíces del
sus nuevos usos; ó el lento trabajo de los siglos que transfor­ corazón y de la conciencia de los hombres, están destinadas á
ma toda Ja naturaleza, sometida á su influjo. Pero no por su perecer, aunque por el momento parezca que no hayan perdido
lentitud liemos de dudar de que tales evoluciones se verifican, nada con ser separadas del terreno del cual tomaban los nu­
no porque no las hayamos de ver consumadas en nuestro corto tritivos jugos.
tránsito por el mundo, porque tampoco vimos las transfor­ *
maciones geológicas del planeta, y son dogma de fe científico. * *
Aunque parezca increíble, los factores de resistencia de la
costumbre son más fuertes que los factores de resistencia de La evolución en esta materia también es democrática, tam­
las instituciones políticas. Lo que perpetúa los usos de un pue­ bién es de abajo á arriba. Los más propensos á abandonar cier­
blo, es la misma inconsciencia con que los practica. A fuerza tas costumbres son los plebeyos y humildes, porque están
de repetir una palabra acabaremos por perder su significa­ menos ligados por tradiciones, prejuicios y convencionalismos.
do, y á fuerza de repetir una costumbre acabaremos por per­ ¿Quién duda que tendrá mayor empeño en conservar limpio
der su razón filosófica, porque el uso cotidiano nos la ofrece de toda mancha el apellido de su padre, y tratará más imperio­
en su aspecto exterior y nos la oculta en su índole esencial. samente de perpetuar su raza por legítimo enlace y sucesión
Para desarraigarla se necesita la reflexión, pero la reflexión el aristócrata lleno de timbres y blasones, cuyo título suena
en sociedad es ocupación de unos pocos. La multitud se lanza por toda una nación y se considera como archivo de memorias
al torbellino de la vida, aturdiéndose con su heterogéneo ru­ ilustres y santuario de inmortales hechos, propiedad y patri­
mor y deslumbrándose con sus multicoloros rayos. La reflexión monio de su misma patria, que el obscuro desheredado, que
desgasta, entristece, amarga, y la multitud quiere la tenue nació en un rincón al abrigo de la beneficencia, é ignora cuá­
alegría de los pasatiempos ligeros y frívolos, que cubren con les sean sus padres, é ignorándolo, éstos no le han podido le­
un débil pero florido velo las negruras, las asperezas, los abis­ gar ningún ejemplo que seguir, ni ninguna institución que
mos de la vida. Por eso la costumbre se salva de su enemiga la respetar?
reflexión y opera sobre las muchedumbres, como sobre masas Parece que por un decreto antiquísimo de la Providencia,
brutas, que se mueven por leyes que ignoran. Al mismo tiempo la obra sublime del progreso les está encomendada á los po­
se manifiesta con carácter de necesidad inexorable. En la ver­ bres y humildes, á los parias; como parece también que los
tiginosa marcha á que nos fuerzan y nos impulsan los intere­ grandes, los ricos, los poderosos, están condenados á verse pe­
ses y las pasiones, no nos podemos detener á discutir lo esta­ riódicamente desposeídos de sus privilegios, arrollados por la
blecido, y lo acatamos bueno ó malo como lo encontramos por ola democrática, á vacilar y caer de allá sus vertiginosas al­
temor á mayores perjuicios, hasta que nos ordena variar la turas, á verse, en fin, siempre derrotados y vencida su estéril
dirección de nuestros pasos una superior voluntad y una más y odiosa resistencia, porque, según frase de Castelar, si las
•esclarecida razón. victorias pequeñas, transitorias, pasajeras, son de la reacción,
Por esto su desaparición es más lenta, y así como la planta las grandes, gloriosas, definitivas y transcendentales, son y
arrancada de cuajo no pierde por el momento el verdor de sus serán de la revolución; ó en otros términos, si las victorias pe-
24 N U E S T R A S C O S TU M B R E S

queñas, transitorias y pasajeras son de la aristocracia, las


grandes, gloriosas, definitivas y transcendentales son y serán
de la democracia.
* *

El momento terrible se acerca pues, pero no nos asustemos;


ha sido nuestra propia obra. Quien quiere Jos principios,
quiere las consecuencias. La desorganización de una sociedad
que muere, de una civilización que ha tocado á su fin, ha co­
menzado y seguirá hasta su completa consumación. El viejo
mundo cede su terreno al nuevo. Todo el edificio social ame­ LIBRO PRIMERO
naza ruina.
No nos asustemos ni nos reprochemos nada, pues si bien oonsriDicióTsr d b il a . m x j j e r
ha sido nuestra propia obra, á su realización fuimos competi­
dos por la misma ley fatal ó providencial que ha presidido á
todas las evoluciones humanas. Quieren hacer á las mujeres incapa*
No nos asustemos, porque ahí están los que no quieren dar ces de estudiar, como si su alma fuese
crédito á sus ojos, que cerrarán los nuestros, y nos harán pasar distinta de la de los hombres, como si
no tuviesen cual nosotros una razón
el tremendo escollo sin que nos demos cuenta. que guiar, una voluntad que sujetar,
No nos asustemos, si diariamente oímos explosiones de pa­ pasiones que combatir, ó como si les
labras, mezcladas con explosiones de dinamita, si de continuo fuese más fácil que á nosotros cumplir
estos deberes, sin haber aprendido
vemos heridas de muerte las ideas al mismo tiempo que mira­ nada.
mos asesinados á los hombres que las representan; la incons­ A bate F leu ry .
ciencia social seguirá creyéndose invulnerable y fuerte, para­
petada detrás de la Religión y el Código penal.
No nos asustemos, no creamos en un apocalipsis, no supon­
gamos que esas voces de alerta son trompetas del juicio final;
no víimos á la destrucción, no vamos á la muerte; no nos figu­
remos que porque las leyes humanas se cambien y los elemen­
tos sociales se renueven, va á perecer la humanidad, sino que
se va á organizar con leyes nuevas; pues aunque pudiéramos
por un titánico esfuerzo milagroso coger los miles de millones
de soles que pueblan el Universo, y trastrocar su movimiento,
•y destruir su admirable equilibrio y su armonía sublime,
cuando los volviésemos á arrojar con mano airada al espacio,
volverían á organizarse con leyes inmutables y eternas.

17 de Octubre de 1899.
CAPÍTULO PRIMERO

Lo que ha si do y lo que es.

Yerran grandemente los que suponen que se puede


lograr unanimidad en las opiniones humanas, aún sobre
aquellas cosas que más parecen estar fuera de discusión
y controversia. Las expresiones: «N o hay quien lo du­
de»; «N o cabe discutirlo»; «Es obvio»; « A nadie se le
ocurre negar esto»; etc., etc., debieran borrarse del len­
guaje. A h í están, si no, como testimonio, todas las opi­
niones consignadas en los libros. Por eso tal vez, se dijo
que Dios ha dejado el mundo á las disputas de los hom­
bres. Y tan grande verdad es esta, que si tratásemos de
buscar un ejemplo, no lo hallaríamos tan á propósito
como este que vamos á estudiar, de la opinión de los
hombres sobre la mujer. Si se tratase de alguna nebu­
losa, de la marcha de algún astro, de su distancia de la
tierra, nada más disculpable que la confusión y dispari­
dad en los pareceres. Pero tratándose de la mujer que
nos acompaña toda la vida y cuyo sexo cuenta la misma
antigüedad que el nuestro, es más, que la podemos ana­
liza r física y moralmente y hasta, merced á los ade­
lantos científicos, v e r su esqueleto á través de sus rosa­
das carnes, es incomprensible cómo no hemos llegado
todavía á un acuerdo tocante á su destino sobre la tierra.
¿Qué no se ha dicho de la mujer? ¿Dónde no ha en­
contrado calumniadores y enemigos? ¿En qué parte del
planeta no habrá tenido humildes adoradores? Unos pue­
blos la han reducido á mísera esclavitud, viendo en ella
SjÈBgggÈ
C O N D IC IÓ N D E L A M U JER 29
28 N U E S T R A S C O STU M BR ES
tura y contra su intención, como acaece en uno que nace
un sér inferior al hombre en su organización y en su es­
ciego ó coxo ó con algún defeto (1).
píritu; la han despreciado, considerándola apta única­
Otras épocas, en cambio, han hecho con este sér dé­
mente para los humildes servicios, para los oficios m e­
bil, una especie de divinización, rindiendo á las plantas
cánicos en que no se exige discurso ó inteligencia, para
de una dama todo lo más grandioso que han tenido. En
el cuidado del hogar, para la lim pieza de la casa.
esos tiempos, la mujer era objeto de una religión, se la
Esos pueblos no la daban derechos civiles ni políticos,
consideraba como una criatura sobrehumana, el amor
la trataban como á una esclava y no se la concedía
era uno de los sentimientos más grandes que podía alber­
superioridad sobre sus hijos. Y sin embargo, como si la
gar el pecho de un hombre. A l pié del torreón de una
naturaleza quisiera protestar de esta sinrazón, se encen­
dama se rendían postrados ejércitos enteros, y para en­
dían en cambio guerras por una sola mujer y estaban
trar en combate servía de divisa un nombre de mujer.
los hombres peleando luengos años en luchas que habían
En suma, en esos tiempos la borrachera sentimental ha­
de ser inmortales en la historia, como la guerra de T roya
cía de la mujer un sér superior al hombre, tributándole
y la que fué m otivada por el rapto de las sabinas. •
un verdadero culto.
Cuando más adelante los hombres se las echaron de
En nuestro siglo, y particularmente en nuestros días,
sabios y comenzaron á discurrir sobre la condición de la
han cambiado mucho las ideas y los sentimientos. Toda
mujer, se empezaron á decir cosas curiosísimas. Nada
la época del romanticismo m edioeval no es m ateria ya
menos que Hipócrates y Aristóteles tenían á la mujer
sino para caricaturas. Aqu el idealismo caballeresco,
por sér imperfecto, por un semi-hombre. Mahoma la
aquella exageración de sentimientos es presentada por
creía inferior á éste, negaba fuese obra de Dios, y la ex­
nuestros literatos y artistas con caracteres bufos, y ha
cluía del Paraíso. Por algunos se las creía desprovistas
costado casi tantas carcajadas como gotas de sangre y
de alma. En un Concilio celebrado en Maçon, en el si­
suspiros costó en los tiempos en que estuvo en boga.
glo v i, dígase en honor de la Iglesia, se discutió la rg a ­
L a humanidad se contradice graciosamente.
mente el tema, según refiere San G regorio Turronense
Pero es más; hubo una época remotísima, según afir­
en su Historia Framcorum, de si pertenecía ó no la mu­
man los sabios, en que la mujer ocupaba el puesto del
je r al género humano, habiendo muchos de la opinión
hombre: presidía el hogar, era dueña de todo, y los hijos
del malogrado poeta y filólogo alemán del siglo x v i Va-
llevaban únicamente su nombre, y no tenían padre de­
lente A cid a lio/ quien en una disertación anónima supo­
terminado. Esta época se conoce en la Historia con el
nía que Mulieres homines non esse.
nombre de Matriarcado. ¿Cómo explicar esta posición de
Baltasar Castellón, en su libro E l Cortesano, supone
la mujer en tiempos en que la barbarie debía hacer del
un diálogo acerca de la cbndición de la mujer, en el que
más fuerte, del hombre, el dueño de todo?
se descubre que todavía por aquel tiempo había quien
No ha tenido, pues, la humanidad un criterio cons­
pensase que las mujeres son animales imperfectos, y por
tante para considerar á la mujer. Unos han hecho de
consiguiente, de menor valor que los hombres, y que en ellas
ella una esclava y otros una diosa. Sin embargo, ni
no caben las virtudes que caben en ellos... y que la natura,
unos ni otros la han dado nunca verdaderos derechos.
p or cuanto siempre entiende y es su propósito hacer las
cosas más perfectas, haría si pudiese continuamente hom­
(1) Dß. Maris cal : Higiene de la inteligencia.
bres; y así cuando nace una mujer es falta ó yerro de na­
30 NUESTRAS C O S TU M B R E S C O N D IC IÓ N D E L A M U JER 31

Jamás, ni en nuestros días, ha gozado de verdadera en teoría, aunque en la práctica sigue casi en el mismo
libertad. ¿Qué enigma indescifrable ofrece esa criatura, estado. Hombres eminentes de este siglo han sostenido
embeleso nuestro, para desorientarnos é impedirnos que la mujer, dotada de un cerebro para pensar y de un
colocarla en el puesto que le corresponde? T a l vez ese corazón para sentir, sería otra cosa muy distinta de lo
mismo encanto que produce sobre nuestros sentidos, que es si se la tratase de otro modo que se la trata; pero
ofusca nuestra razón cuando se trata de señalar su des­ nuestras instituciones políticas distan mucho de andar
tino en la realidad de la vida. de acuerdo con los sabios.
En los tiempos modernos, mejor dicho, en los con­ Los Códigos mismos, que parecen jactarse de haber
temporáneos, si hemos de tener en cuenta para ju zgar hecho conquistas en el terreno de la emancipación, con­
á la mujer los juicios que sobre ella emiten los poetas, tienen los contrasentidos más absurdos. A l lado de un
los filósofos, los pensadores, los literatos, etc., etc.; artículo en que se concede la patria potestad á la madre,
hasta los simples mortales que no tienen ninguno de esos se escribe otro en que se la manda seguir al marido á
títulos, nos veríam os en g ra v e aprieto para poder emitir todas partes donde quiera llevarla .
un juicio definitivo. Unos la pintan como un sér perfecto L a patria potestad, ¡qué significa en una mujer, si los
y superior al hombre por su hermosura m aterial y mo­ hijos sobre quienes la ha de ejercer valen más que ella,
ral. En esta creencia se inspiran los escritores que, intelectualmente, á los quince años!
como Michelet y S. Catalina, no tienen más que alaban­ Pero la más positiva de todas las esclavitudes que
zas é idealización para ellas, sin duda creyendo honrar­ sufre la mujer está en su incapacidad para ganar dinero.
las de esta manera. Y o creo que se les honraría más L a mujer de un alto funcionario, de un Ministro, por
dándoles libertad y educación. Otros, principalmente ejemplo, cuando se queda viuda, como no haya aho­
los libertinos, que creen que la única misión de la mujer rrado su marido un gran capital, cosa que no es tan
es agradarles á ellos y guardarles fidelidad, dicen de fácil hacer aunque se llegue á esos altos puestos, como
ella pestes y le achacan toáoslos defectos humanos. V i­ vemos todos los días, no puede atender á la educación de
ciosa, falsa, traidora, interesada, sucia. A éstos les sus hijos, cae de un golpe de la opulencia en la pobreza,
hacen coro literatos que, como Quevedo y Vargas y esto sucede casi siempre en la clase media; el marido
Ponce, se han inm ortalizado insultándolas, y filósofos se lleva la lla v e de la despensa, según se dice, y los
que, como Schopenhauer, la creen inferior al hombre huérfanos y la viuda tienen que salir adelante con la
hasta en hermosura, y la llam an inestètica. Los más tie­ limosna más ó menos disfrazada. Y eso que, atendiendo
nen opiniones incompletas ó exageradas de la mujer, y á este problema, el Estado subviene á las necesidades
comprendiendo que les es precisa, la toman como es. de estos infelices por medio de las viudedades, orfan­
H ay quien se pasa la vida suspirando porque las muje­ dades, etc., que todos sabemos lo insuficientes que son y
res son inconstantes, y hay quien se la pasa riéndose de que, cargando el presupuesto enormemente, no cumplen
ellas y calumniándolas. Si les preguntasen á los hijos, su objeto.
todas las madres son buenas, la cual opinión no puede Sobre no llenar su fin los derechos pasivos, están
menos de ser apasionada, porque están muy lejos de lle ­ combatidos constantemente y se intenta suprimirlos con
gar á la perfección. mucha frecuencia, porque en realidad no tienen razón
En los tiempos actuales, la cuestión parece resuelta de ser, pues si el Estado paga al funcionario su trabajo
32 NU ESTRAS COSTUMBRES

cumplidamente, ¿por qué cargarse con las obligaciones


de su fam ilia, que ningún servicio ha prestado á la co­
munidad? Pero como los sueldos son en su m ayoría esca­
sos y los servicios están m al retribuidos, de ahí que se
sostengan, como compensación, esas Clases pasivas que
nacieron por un compromiso del Estado y no se apoya­
ron nunca en razones científicas. CAPÍTULO II
No le queda á la mujer otro recurso que conformarse
con esta limosna del Estado, á menos que una cuantiosa
fortuna no la ponga en condiciones de prescindir de ella.
De las escasas profesiones á que la mujer puede dedi­ Su esclavitud.
carse hoy, le estará prohibido escoger ninguna á la
viuda, por ejemplo, de un Magistrado, de un General, Examinemos ahora su posición en la sociedad, r e ­
etcétera, que tendría por decoro que renunciar á ganar sultado de todos los prejuicios, convenciones y falsas
el pan para sus hijos con el ejercicio de una industria ó ideas que sobre ella pesan. Mi objeto es hacer v e r que
del comercio; y aunque, pasando por ciertos escrúpulos el estado en que se encuentra, el carácter que nos ofre­
y venciendo las preocupaciones, quisiera hacerlo ¿quién ce, es el resultado de todos,esos factores. F ácil, muy
la enseñaría? ¿Cómo adquirir de repente la pericia y la fácil me parece conseguirlo. L a mujer es lo que la hemos
práctica, que sólo se adquiere con el transcurso de los hecho. Cambiad el ambiente en que v iv e , y puede ser
años? que se cam bie ella misma toda entera.
T a l es, en resumen, la situación de la mujer, bien des­ Ante todo, conviene asentar que la posición de la
graciada, sobre todo en esta España, donde tan j^sre- mujer con respecto á nosotros es falsa. Las tributamos
zosamente entran todas las reform as sociales. fingida consideración. En todas partes, en casa, en la
Todo lo importamos de los demás países, sombreros, calle, en visita, en paseo, en el templo, nos quitamos el
paños, modas, objetos de arte, camas, literatura, filoso­ sombrero humildemente ante ellas, nos ponemos á sus
fía, música, todo, menos lo que debiéramos im portar. No piés, les cedemos el asiento, estamos obligados á aten­
tenemos industria, pero en cambio tenemos tradición, y derlas, á darles conversación, á poner nuestras ideas á
la situación de este problema de la mujer es una situa­ su alcance, á hablarles de futesas, de tonterías, á d iver­
ción equívoca: ni es la mujer antigua, ni la moderna, ni tirlas, en fin. En el templo les cedemos la parte anterior
es la mujer africana, ni la mujer de los Estados Unidos; de la iglesia, y al salir nos adelantamos para darles
es una mujer á quien se trata como á una muñeca para agua bendita; en las reuniones y espectáculos les deja­
nuestro recreo. Como somos un poco más instruidos que mos el lugar preferente, y nosotros ocupamos el más
los turcos, la enseñamos á que toque el piano y hable el molesto. En fin, nos creemos obligados á hacer con ellas
francés: esa es toda la diferencia; y para que se consuele todas estas monadas, que constituyen la galantería, y
de sus infortunios y nos sea fiel, la dejamos que oiga misa. no parece sino que tratamos de engañarlas cortésmente
y ocultarles con halagos que somos sus tiranos. Esa ga­
lantería tiene un sentido iró n ic o , que las niñas no com ­
prenden, pero que á las mujeres hechas no se les oculta.
3
C O N D IC IÓ N D E L A M U J E R 35
34 N U E S T R A S CO STU M B R ES
y el único objeto en que deben ejercitar su ingenio ha de
No parece sino que tratamos de contentarlas de la usur­
ser en su trato con los hombres. Es de buen tono que los
pación de sus derechos. Mientras les arrebatamos la
repelan con burlas y finjan reirse de ellos, sobre todo
libertad, les prodigamos todos esos gestos, exclam acio­
cuando quieren atraerlos.
nes y piruetas propias de payasos. Ellas, como las mu­
Si se trata de una mujer casada, ya es otra cosa. Se
jeres de los turcos, no conocen su propio envilecimiento
le concede mucha más libertad. Puede ir sola por la
y están contentas; nosotros, al verlas risueñas, creemos
calle desde el día que se casa. Como se supone que su
hacerlas felices, y todo marcha perfectamente.
inocencia deja de existir en la noche de novios, su con­
Las costumbres, las consideraciones, los miramien­
versación desde la mañana siguiente puede abarcar un
tos, el qué dirán, esos cánones á que debe ajustar una
campo algo más dilatado, y no está mal visto que toque
mujer su conducta, forman apretada red que aprisiona
ciertos puntos. Emprende una nueva vida. Tiene más
sus miembros. En sus mallas están prendidas, y no les
amplitud de movimientos, pero con una sola condición;
dejamos más movimientos que los del pájaro cuando en
y es, que debe renunciar para siempre á demostrar a fi­
ellas ha caído. Lo único que les es lícito es ese cabeceo,
ción ó afecto demasiado v ivo á otro que no sea su marido.
ese impotente batir de alas, ese ligero piar que nos en­
Todas las miradas se clavan en ella para espiar
canta.
sus menores movimientos. Su honor está en pleito desde
L a soltera tiene marcada su regla de conducta. No
entonces, porque los espectadores, no sólo son jueces,
está bien que muestre demasiada perspicacia; debe igno­
sino fiscales. La honra de la mujer está en los labios de
rarlo todo, debe medir sus palabras, debe bajar los ojos,
la gente. L a maledicencia puede, si se le antoja, echarla
debe ponerse colorada. En ciertas conversaciones no se
por tierra en un segundo. Basta propalar un cuento
la admite. No le es permitido manifestar sus ideas acerca
gracioso, una ocurrencia que caiga en gracia, un chiste
de los hombres. Si en esto mostrase alguna libertad,
que provoque una carcajada. Inmediatamente correrá
causaría muy mal efecto. No puede salir sola. Debe ir
de boca en boca. Nadie se abstendrá de repetirlo por
guardada precisamente por su padre, su madre ó su
consideración á la ofendida. Nadie se meterá á averi­
hermano. Igual se hace con los locos. En visita debe
guar si es ó no mentira. ¿Hace reir'? pues adelante. Nadie
hablar la última. En paseo debe ir delante. No es de
tendrá inconveniente en comentarlo y transmitirlo. Irá
buen efecto que se exhiba demasiado. No debe reir con
pasando de unos á otros con algunas variaciones, aumen­
demasiada franqueza. No puede mirar á los hombres.
tando en intención y en importancia, como la bola de
Debe esperar á que éstos la saluden, y en ningún caso
nieve. Pocos se detendrán al repetirlo, pensando que va
ser ella la que los llame la atención. Debe abstenerse de
en ello la tranquilidad y la honra de un hogar. L a charla,
tropezar con ellos, de rozar su cuerpo, como no sea bai­
humana es á veces tan inconsciente como la de los
lando. En esta ocasión, ya se permite alguna más liber­
pájaros en los árboles, y tan estúpida como la de la co­
tad. Sin embargo, causaría efecto extraordinario que una
torra, que repite palabrotas sin saber su significado.
joven invitase á un hombre para bailar. Sería inaudito.
Ojalá fuese tan insignificante.
Ninguna espontaneidad está bien en ellas. Deben hacer
Resultado de todo esto es una terrible y constante
gala de indiferencia hacia los hombres. Nosotros pode­
opresión moral, sometido á la cual vive ese sexo débil,
mos y aún debemos decirles lisonjas, echarles piropos.
según le llamamos, teniendo que sostener una lucha
Ellas ni por pienso. En todo deben guardar cierta reserva,
I U IJ!M .1 .1 - L .i . J . I .u IJÄI, lll.UJ,_J|IL.... U . r i . . . , J . ' W - •·1· l ' •-M ··1 11 1 • ." ..'"l -U-1 ..I ..U -U II.

36 N U ESTRA S COSTUMBRES
C O N D IC IÓ N D E L A M U JER 37
perpetua para conservar intacto su honor, que es el
la vida; condenando sus facultades á un perpetuo sueño,
salvoconducto que se le exige para circular libremente
ocultándoles y haciéndoles imposibles la apreciación de
por la sociedad.
las obras de arte, las grandes emociones que ocasiona
Pero no todas resisten y luchan de la misma manera.
su cultivo, así como la explicación del mundo en que
Sus pasiones, sometidas á la inmensa presión de todas
viven , por medio de la ciencia, cosa á que no son reb el­
las prohibiciones á que se hallan condenadas, son fuego
des ni muestran aversión según opinan algunos falsos
devorador que reduce su alm a á pavesas ó estalla en
observadores de la naturaleza femenina; además de
form a de licencia y libertinaje. No se concibe sino com ­
esto, les reservamos los oficios más viles de la sociedad.
prendiendo que les imponemos hábito de fingir, cómo
Hacemos de nuestras madres, hermanas y esposas, cos­
soportan todo ese peso y no llega un día en que, rom ­
tureras, lavanderas, modistas. Las dejamos que barran
piendo la máscara, enseñen el rostro. Semejante coac­
nuestro cuarto, que hagan nuestras camas, que limpien
ción no tiene más remedio que embrutecerlas ó corrom ­
aquelLos objetos que nosotros desdeñaríamos tocar, y las
perlas; hacerlas mártires, perversas ó bestias.
metemos en la cocina para que empuñen el cazo y la
Y a decía Espronceda:
sartén.
Hermoso sér, para llorar nacido Miente el que diga que tales faenas son las que ha
ó vivir como autómata en el mundo. destinado. Dios á esas criaturas, á quienes tributamos
miserable adulación, cuando sentimos que encienden el
De suerte que esa infidelidad que los libertinos re­
ardor de nuestros sentidos. Y prueba de que mienten es
prochan á la mujer, esa inconstancia, esa perfidia, esa
que todas las que pueden se emancipan de ese triste es­
vileza , esa falta de corazón, esa doblez que tanto abun­
tado por medio del oro. Sólo á espíritus burgueses y ado­
da en ellas y tan triste efecto nos produce, son en mu­
cenados puede ocurrírseles semejantes despropósitos.
cha parte obra nuestra, consecuencia del lugar que les
Ved á la mujer de la aristocracia. ¿L ava sus ropas, frie ­
asignamos y de la esclavitud en que las sumimos.
ga suelos, vierte orinales? Pues indudablemente no cum­
Observad si no á los esclavos; qué maña adquieren
ple su destino, según el modo de pensar de algunos. Es
para engañar á sus dueños, á qué recursos acuden. Del
cierto que está muy lejos de cumplirle, pero por otras
negro siempre se espera la traición y el fraude. Conse­
causas muy distintas. También ellas tienen su esclavitud
cuencia natural de lo injusto de su estado es que abri­
como las otras, pero no de tan baja índole.
guen odio al tirano, que se perpetúa de generación en P a ra ellas reservam os todos los dolores; nosotros nos
generación hasta que llega el tiempo de reconquistar su procuramos todas las alegrías. Salimos de casa, al café
independencia. Pues lo mismo la mujer. Encubre un odio
ó á paseo; ellas se quedan dando, entre dolores, de m a­
secreto contra el sexo masculino que se traduce en un mar al niño. Estamos durmiendo por la noche y alguna
deseo innato de dominación por medio del ardid. criaturita llora: ellas dejan el lecho y van á acallarla;
Y no es otro que el de un esclavo, el de un ilota, el
ese es su destino. Gastamos nuestro dinero locam ente y
de un paria el puesto que les asignamos en la vida. A d e ­ ellas lo ven marcharse tristes y sobresaltadas, sintiendo
más de la degradación que las imponemos al privarlas
llegar la miseria; ese es su destino. Nos divertim os lin ­
de esa ciencia, recreo de la im aginación; de los goces
damente con las mujeres que nos parece; sostenemos
del espiritu, única cosa que pueda hacer algo agradable
una amante, dos, una doble fam ilia; deben verlo con
S8 N UE.S'l R A S C O STU M B R ES

paciencia, y pobres de ellas si nos imitan. Su destino es


obedecer, sacrificarse, padecer, llorar.
No nos damos cuenta de nuestro despotismo. Si algu­
nos se la dan, confiesan que van muy á gusto en el ma-
chito, y otros van sin confesarlo. Y en tanto, con refinada
CAPÍTULO I I I
galantería, nos ponemos á sus pies y nos decimos sus es­
clavos; las vestimos lujosamente, les damos igual trata­
miento que recibimos nosotros, usía, excelencia, etc., y
nos figuramos por todo esto que somos cumplidos caba­ Su tiranía.
lleros. ¡Mentira! Nuestras mujeres no son distintas en
esencia de las mujeres africanas. En nuestros Códigos Los judíos han dicho: «¿No nos permitís otra cosa
está escrita para ellas la palabra obediencia, y nuestras más que el comercio? Pues por el comercio seremos
manos se pueden armar impunemente, como las de los vuestros dueños.» Y las mujeres: «¿No queréis ver en
turcos, para castigar el delito de infidelidad. nosotras más que un objeto sensual? Pues por los senti­
dos nos apoderaremos de vosotros» (1). Y así es; por los
sentidos se apoderan de nosotros. Nos devuelven su es­
clavitud, nos pagan nuestra tiranía, y “por una extraña
repercusión, haciéndolas esclavas á ellas, nos hacemos
esclavos nosotros.
En vano pretendemos sustraernos á la necesidad de
amor, y como para satisfacerla necesitamos á la mujer,
ésta nos pondrá sus condiciones. Si es honrada, el ma­
trimonio; si no lo es, el oro.
L a mujer es el peor de los déspotas y el tirano más
insaciable de crueldades. Será un tirano ignorante, ca­
prichoso, voluble, inmoral. Ellas mismas lo confiesan,
cuando la mujer sale mala, no hay hombre que llegue á
su perversión. Nuestras mujeres, á quienes damos nues­
tro apellido y nuestros honores, á quienes nuestros c ria ­
dos llaman excelencia, lo mismo que á nosotros, ante
quienes se inclinan con respeto nuestros amigos, no sa­
ben ni hablar, y, sin embargo, remueven las academias
y quitan y ponen á los académicos (las únicas que allí
no tienen arte ni parte son las literatas); no entienden

(1) L eón T ols roí: Sonata á Kreutzer.


40 N U E S T R A S CO STU M BRES COND1CIÓN D E L A M U J E R 41

de política ni tienen voto en las elecciones, y, sin em­ rrir modestamente por la calle para ir á ganarse el sus­
bargo, hay muchos diputados hechos por ellas; no en­ tento con el fruto de su trabajo.
tienden del arte de la guerra, y á pesar de esto, algunos Pero no está reservada esta tiranía á las cortesanas,
generales les deben sus fajines y otros los esperan de á las mujeres que comercian con su cuerpo únicamente;
ellas; no pueden ser empleadas, ni juezas, ni ahogadas, también nuestras honradas tienen parte en ella.
ni médicas, y no obstante, en algunos negociados impera Muchas casadas dominan de tal modo á sus maridos,
una mujer, y los magistrados sienten más de lo que de­ que por ellas indudablemente se inventó aquel dicho de
bieran su influencia, y los médicos procuran agradar á «si tu mujer quiere que te tires por el balcón, pídele á
ella antes que al marido; y si por acaso se las antoja Dios que sea bajo». Cuando caemos bajo el dominio de
sentir una enfermedad, que necesite una temporadita de una mujer, bien puede decirse que hará de nosotros lo
baños, el doctor, pobre padre de familia que necesita que quiera. Amigos, aficiones, bienes, parientes, á todo
conservar su clientela, no podrá contrariar á la hermosa tenemos que renunciar por su omnímoda voluntad, y
dama, que exige de él imperiosamente este pequeño ser­ muchos de los que se ríen de la emancipación de la mu­
vicio. jer y la consideran como sér v il é inferior, no pueden sa­
Nuestras actrices tienen más parte de la que pudiera cudir el yugo con que les hace inclinar la cerviz. Recor­
suponerse en la distribución de las fortunas. Muchos demos aquel personaje de Daudet en el Nabab, aquel
acaudalados han dejado de serlo al solo capricho de judío que vendió á su antiguo amigo «por conservar la
estas hadas, y Sus millones han pasado á enriquecer la paz de su casa», como él decía, y el personaje de L ’In -
industria y el comercio en un abrir y cerrar de ojos. mortel, que todo lo que era lo debía á su mujer, y aquel
Pudiera llamárselas diosas de la igualdad, mágicas ni­ otro veterano de Trafalgar, que deseando ir á pelear en
veladoras y vengadoras de las injusticias sociales. Es los mares, temblaba á la aproximación de la suya, y mil
asombrosa la virtud que tienen. otros vivos que andan dispersos por esos mundos, los
Ved á una de estas graciosas tiranuelas forrada de cuales, unos consciente y otros inconscientemente, son
pieles, repantigada en su coche, aposentada en su juguetes, instrumentos de las pasiones más ó menos bue­
palacio, recibiendo homenaje de las gentes, con la cons­ nas de una mujer.
tante adulación del lacayo, que se quita el sombrero No deja esto de abogar en cierto modo en favor de
para dirigirles la palabra, á quien algunas de ellas no ese sexo desvalido y postergado que, sin embargo, mues­
miran con mala cara y de quien otras hacen su favorito; tra pericia y habilidad suficiente para coger las riendas
vedlas pasearse con majestad de reinas, disfrutar su y regirnos á su capricho; por más de que algunas veces
fortuna con la tranquilidad de quien jamás se ha pre­ esta tiranía femenina se ejerce más por inferioridad del
guntado en virtud de qué derecho, en premio á qué me­ hombre que por superioridad de la mujer.
recimiento, en pago de qué servicio social disfruta de Exageramos mucho cuando señalamos los grados de
todas aquellas riquezas y prerrogativas. inferioridad de ésta con relación á nosotros, porque, á
Y en cambio, salpicado por el lodo de su carruaje, decir verdad, poca es la diferencia. A l hablar de la igno­
casi atropellado por los caballos de estas divas, ved tam­ rancia y del envilecimiento femeninos, sentamos una
bién, como yo he visto, á un hombre eminente, á un pro­ presuntuosa hipótesis en favor nuestro que hace reir.
fundo filósofo, Jefe en otro tiempo de la Nación, discu­ ¿En qué consiste esta pretendida superioridad? ¿Qué
42 N U E S T R A S C O STU M B R ES 43
C O N D IC IÓ N D E L A M U JER
tiene el hombre sobre la mujer? ¿Algunos derechos c iv i­ usurpado á la sociedad lo que le pertenece? ¿Quién será
les más? ¿Derechos políticos? ¿El ejercicio de una profe­ tan iluso que crea que todo ese ardor que les empuja á
sión? Y ¿qué es todo esto? codiciar el poder se lo inspira el bienestar de sus conciu­
Para obtener un título que el día de mañana nos
dadanos, y que todo ese apetito de honores, tiene por ob­
sirva de lucro, estamos la tercera parte de nuestra vida jeto el bien público y no el provecho suyo? Si tal fuera,
adquiriendo conocimientos que en la m ayoría no dejan cuando soñamos con todo eso, tendríamos puestos los ojos
sino ligerísima huella, el estricto aprendizaje de un tec­ en nuestros semejantes, consideraríamos nuestro porve­
nicismo que nos sirva para manejar nuestros asuntos. nir como una serie de ímprobos trabajos, y no le consi­
Lo único que pudiera sernos saludable para el espíritu, deraríamos como nuestra esperanza y el interés de
la ciencia pura que despierta en nosotros la sed insacia­ nuestra familia. Si algún bien resulta á la ciudad, será
ble de saber, de penetrar los secretos de la naturaleza, de rechazo, porque, en último término, cuando llevamos
empujándonos á consagrar toda la vida á este sublime á cabo algo beneficioso para nuestros conciudadanos, lo
objeto, ¿se desarrolla en la mayor parte de los hombres? hacemos para acreditar nuestra valía, y demostrar que
No. Si por un momento la ciencia nos ha hecho entrar
somos dignos del puesto que ocupamos y de los honores
en su divino recinto, la sociedad nos ha reclamado otra
que nos conceden, por recibir homenaje y adulación.
vez, inculcándonos todos los virus que pueden gangre- He aquí el por qué de la dominación femenina en
nar el alma humana, la envidia, la lujuria, el ansia de muchos casos. Su mayor habilidad para la intriga, su
poder, el deseo de falsos honores, etc., etc. Son pocos los menor escrúpulo para esas transacciones morales tan
que viven aislados entre las muchedumbres, entregados provechosas, su conocimiento de los resortes que mue­
á la especulación abstracta, al cultivo del arte, á los ven las voluntades, su misma degradación, que les da
placeres sanos del hombre normal, educando su espíri­ mayor agilidad que á nosotros, para maniobrar en el
tu, tratando de elevarse de este fango, al que nacemos fango, les hace adquirir profundo conocimiento de la
pegados. Y aun de éstos la sociedad tira siempre hacia granujería que nos rodea, de la picardía que se necesita
abajo con esa especie de prolongación de la ley de la
para escalar altos puestos, ganando voluntades.
gravedad, que existe en el mundo del espíritu. De ahí que una criada sirva muchas veces para di­
¡Derechos civiles! ¡Derechos políticos! ¿Qué son éstos rigir á un hombre de Estado, cosa que no les parecerá
en la realidad sino la consagración de pasiones é intere­
inverosímil á los que tengan un poco de experiencia, y
ses bastardos? Los primeros se dirigen á proteger nues­ algunos hasta pudieran darme la razón citando nom­
tras riquezas; los segundos á favorecer nuestras am­ bres propios, porque más conocedoras de los instintos
biciones para lo porvenir. ¿Qué es ser diputado, ser humanos, que son los que en último término rigen la
ministro, tener voz y voto en alguna Asamblea, más que
marcha social, se dejan engañar menos por las aparien­
haber vencido á los demás en la brutal lucha por la cias que el hombre, dedicado al estudio y desorientado
existencia, sino la consagración de nuestra fuerza y en el mundo por la luz que despide su propio ideal.
nuestra supremacía con relación á los demás? ¿Qué Esta es la tiranía de la mujer. Como dice Schopen­
significa todo esto, sino ser más hábil en la intriga, hauer en su ruda sátira contra ella, «comercia con las
tener buenos padrinos, es decir, haber ocasionado mu­ bajas pasiones de los hombres», y de este comercio
chas injusticias ó tener mucho dinero; es decir, haber proviene su fuerza. No contradice este poder con la escla-
44 NUESTRAS COSTUM BRES

vitud á que también se halla sometida, como no contra­


dice el poder del oro de los judíos, á su positivo envi­
lecimiento. Por todos lados oiréis los lamentos de esas
infelices que gimen en la obscuridad, en la pobreza ó
en la deshonra, y por todas partes veréis los más graves
intereses, los más transcendentales asuntos sometidos á
CAPÍTULO III
la veleidad y al capricho de una hembra. Por todas
partes veréis los triunfos de la una, amasados con las lá­
grimas de la otra. Veréis, como dice el tantas veces c i ­ Su pretendida inferioridad.
tado Tolstoi, crugir las fábricas y los talleres para de­
leitar á nuestras señoras, á miles de obreros acometidos Pos principales razones alegan los enemigos de la
de febril actividad para producir un capricho de toca­ emancipación femenina. L a primera, su pretendida infe­
dor, y á muchos infelices extremecerse sacudidos por la rioridad intelectual, que la hace incapaz de estudiar y
epilepsia y el baile de San Vito, por azogar los espejos practicar con aprovechamiento las ciencias; la segunda,
en donde se han de retratar sus lindas y vanas cabezas, su diferente constitución fisiológica y los fenómenos or­
y por cima de todo esto, veréis el amor sexual rigiéndolo gánicos que de ella se derivan. L a primera es absoluta­
todo, dominándolo todo, sometiendo á sus fines los desti­ mente falsa. L a segunda no es suficiente para excluir á
nos de la raza, como si ésta no tuviese otro más impor­ la mujer de la participación debida en la obra de la hu­
tante ni exclusivo objeto que su propia é imperiosa con­
manidad.
servación. Como quiera es este un problema, al par que social,
médico, y pudiera esta ciencia tener argumentos desco­
nocidos para un profano, quiero hacerme cargo de los
que expone en su obra Higiene de la inteligencia, el sa­
bio y eruditísimo Dr. Mariscal, que no puede parecemos
parcial, por ser de opinión absolutamente contraria á la
mía en este asunto.
Comienzo, ante todo, por hacer presente al autor ci­
tado, que tengo en mucho su obra, y estoy conforme en
la mayor parte de los asuntos que trata; que muchas
veces durante su lectura me ha hecho pensar y sentir
hondo, y que no me explico, por fin, que inteligencia
tan profunda como la suya, se haya dejado lie's ai en
este asunto por vulgares prejuicios.
Y a comienza por afirmar el Sr. Mariscal que no es de
los que creen que el nivel intelectual femenino está muy
por bajo del masculino, y hasta ve en la mujer algunas
46 NUE STR AS CO STU M BRES 47
C O N D IC IÓ N D E L A M U JER

cualidades de entendimiento, más desarrolladas que en está, que si no h ay leyes ni rescriptos que le impidan
éste, como son: poderosa intuición, más ingenio y e x ­ instruirse, existe la costumbre, coacción más im periosa
traordinaria perspicacia. P ero añade que su capaci­ que todas aquéllas, y existe, además, esa inclinación
dad cereb ral es de otra índole que la masculina, y que natural humana á rech a zar y emanciparse de lo que
no muestra predilección por las obras del genio, por las significa algún trabajo ó esfuerzo, sobre todo intelectual.
matem áticas ni por la física, química y filosofía. Piensa, Esta disposición la vem os en nuestros hijos, en nosotros
como L a Bruyère, que por ninguna le y ni edicto se les ha mismos, que á pesar de tener una necesidad absoluta de
prohibido leer ni reten er lo que leen, y después re fe ­ cu ltivar nuestro entendimiento para v iv ir en sociedad y
rirlo; que h ay que culparlas á ellas mismas de su igno­ ganarnos el pan, son muchos los que menosprecian la
ra n c ia , y que si algunas han descollado mostrando instrucción y se rebelan contra la enseñanza. P or algo
grandes facultades, esas excepciones no contradicen su se dice: la letra con sangre entra. Entre esas mujeres á
teoría. D ice que aunque com prende que su misión es quienes tanto menospreciamos, habría muchas que cam ­
a rreg la r la casa, agrad ar al marido y educar á los hijos, biarían su forzosa ociosidad por el estudio, en el cual
según afirm aba Fenelón, no estaría de más que apren­ habían de encontrar satisfacción á sus rectas in clin a­
dieran de las ciencias físico-quím icas y matemáticas, y ciones, que la sociedad tiende á v icia r.
aun de la filosofía, aquellos conocimientos que pueden ¿Cómo extrañarse de que la mujer no se incline na­
ser de utilidad á la transcendental obra de la educación. turalmente á la filosofía y á las abstrusas ciencias, si no
E l Sr. M ariscal demuestra claram en te en todos estos hacemos nada por infundirle amor á ellas y quitarles su
distingos y restricciones que no está muy convencido de enfadosa apariencia? A los muchachos les sometemos
lo que dice, y que las ideas que expone provienen más á severa disciplina desde que em piezan á m anifestarse
de una preocupación, de falsos prejuicios, que de un su voluntad y su inteligencia, y aun así cuéstanos gran
serio y meditado convencim iento. Confiesa que la inte­ esfuerzo dominar su levantisco natural. A las jóven es,
ligen cia de la mujer no está muy por bajo de la del lejos de hacer lo mismo con ellas, les dejam os en lib e r­
hombre, y que en algunos puntos está por cima de ella, tad desde muy pequeñas; nadie les habla de que tengan
como no puede menos de confesarlo un talento tan ob­ que ganarse el sustento con su trabajo, sino que con
servador y perspicaz como el suyo. Ocasión habrá te­ suavidad, les hacemos com prender que h ay un hombre
nido en su v id a el sabio doctor de adm irar á muchas destinado á trabajar p ara ellas, y que su misión consiste
mujeres en este punto. H abrá visto que las h ay á granel
en saberle agradar.
que ejercen sobre sus maridos una dominación alcan ­ Su aprendizaje debe hacerse en el tocador, y su único
zada únicamente por la inteligencia. Que adquieren á afán debe ser el cuidado de su cuerpo.
la misma edad del hombre más hábil experiencia, y . Y si aun así hemos visto en todos los tiempos muje­
hasta en sus manejos é intrigas de baja le y , demuestran res que por su propia inclinación y esfuerzo se han a l­
más perspicacia y conocimiento del corazón humano zado á gran altura de las muchedumbres, brillando en
que nosotros. Tam bién com prenderá que si no resuelven todas las manifestaciones de la in teligen cia humana,
grandes problemas de matemáticas, es porque no se las ¿qué fundamento hay para lan zar sobre ellas sem ejante
han enseñado, y que el dicho de L a B ruyère me parece acusación de incapacidad?
una solemnísima ton tería, pues demasiado á la vista El mismo Sr. M ariscal confiesa que reconoce haber
I · l pi mSÊÊÊÊKÊMtmSÊm

48 NUESTRAS COSTUMBRES
C O N D IC IÓ N D E L A M U JE R 49
existido una Isabel la Católica, una María Teresa de
Pero, quisiera yo saber, qué bienes nos vienen, ni á
Austria, en la política; una Doña Oliva Sabuco de Nan­
ellas ni á nosotros, con esa humildad. Porque ésta no
tes, en la filosofía; una Santa Teresa de Jesús, en la mís­
puede ser provechosa ni tener utilidad alguna, en tanto
tica; una Doña Concepción del Arenal, en ciencias mora­
no signifique un medio de suplir todas esas cualidades
les, y una Enriqueta Beecher-Stowe, en la novela; pero
que queremos que les falten en absoluto, y en el mo­
cree que no desvirtúan estos hechos su teoría, pues con­
mento en que las hiciésemos nacer en ellas, era inútil
firmando mis afirmaciones, dice, se ha visto en todos estos
y vejatoria. Y esto es obvio, porque la pasividad y obe­
ejemplos de mujeres ilustres, y en otros muchos que po­
diencia con que el caballo obedece á nuestras indicacio­
dría citar, que sus facultades anímicas tienen todas las
nes, no es digna de elogio, sino en cuanto carece de un
cualidades propias del tipo intelectual masculino, que he
superior grado de inteligencia, en virtud del cual, él
admitido, como si al form ar Dios seres tan extraordina­
solo maniobrase en la forma que de antemano le prefi­
rios, hubiese, por una equivocación, colocado en su cuerpo
jásemos, dándole órdenes á la manera que las da un su­
de mujer, almas de hombres.
perior á su subordinado. Si el caballo adquiriese de pron­
Yo, francamente, no creo en esta equivocación. Me
to el grado de inteligencia que le falta para llegar á la
cuesta menos trabajo admitir los efectos de la educación,
nuestra, es indudable que se emanciparía del bocado.
principio que veo constantemente comprobado por la
Pero es más: el Sr. Mariscal supone que sería incom­
experiencia. Esa humildad, por ejemplo, que el Sr. Ma­
patible el ejercicio de cualquiera ocupación con el ca­
riscal pide para la esposa, no es una cualidad innata
riño, abnegación y desintéres que exige la maternidad.
en ella, sino que procede de su positiva dependencia é
¿Es posible suponer esto, á menos de calumniar indig­
inferioridad con respecto al hombre; procede de que
namente nuestro amor paternal? ¿Pues qué? ¿Nuestras
éste, p or su instrucción, es el llamado constantemente á
ocupaciones nos privan de atender solícitos á nuestros
dirigir sus pasos en la vida, cosa difícil para ellas, por
hijos, de prodigarles cuidados y ternuras, de seguir con
cuanto las tenemos alejadas de los negocios. Pero en el
inquietud la marcha de sus enfermedades, de descender
momento en que por su propia ciencia se elevan por
á mil pequeñeces y niñerías, que inspira é inspirará
cima del hombre y se pueden valer ellas solas, esa hu­
siempre el amor en todas las formas que puede revestir?
mildad desaparece, como no tiene más remedio que des­
i Acuérdese de aquella anecdota que se cuenta nada
aparecer, habiendo cesado su causa.
menos que del gran Enrique IV el Bearnés, según la
Únicamente los que fundan la inferioridad del sexo
cual, le encontró el embajador de Felipe I I sirviendo de
femenino en la preponderancia física del masculino, son
caballo á su propio hijo, anécdota que creo refiere él
los que pueden pedir lógicamente esa humildad y obe­ mismo en su libro.
diencia que cree el Sr. Mariscal incompatible con el des­
Además, aún suponiendo que la maternidad exija
empeño de algún cargo que le sirviese para comer, en el
mayores cuidados, ¿no se emancipan de ella en la actua­
caso, desgraciadamente harto común, de que por sus
lidad, bajo diversos pretextos, la mayor parte de las
pocos atractivos físicos ó por su mala suerte, no encon­
mujeres; unas, como las aristócratas, porque así lo
trase un hombre dispuesto á sostenerla, á atender á su
tiene establecido la costumbre, porque necesitan su
subsistencia, y á facilitarle honradamente el cumpli­
tiempo para entregarse á la disipación; otras, como la
miento de su misión maternal.
mayor parte en la clase media, por comodidad y por ese
4
m
P H i p i . j.

C O N D IC IÓ N D E L A M U JE R 51
50 NUESTRAS COSTUMBRES

vanidoso espíritu que les hace lucir con gusto un ama produce el cultivo de las letras y de las ciencias? Y aun
de cría de luengas trenzas y galonada librea? Y si des­ suponiendo que así no fuese, ¿está exento el hombre de
cendemos á la clase baja, que nos puede dar lección en esos estados de ánimo, provocados por diferentes y nu­
muchas cosas, ¿no vemos á las mujeres ocupadas en merosísimas cansas? ¿El mismo autor citado no estudia
muchas faenas mientras crían: lavar en el río, trans­ en los hombres que se dedican á los traoajos de la inteli­
portar sacos, y aun á muchas, muchísimas, en los pue­ gencia, no estudia y comprueba inmensos trastornos pa­
blos, hacer faenas del campo, mientras los maridos per­ sionales, excitaciones de todas clases, manías, deliiios,
manecen en sus casas? depresiones mentales, melancolías, etc., etc., pasiones,
Pero lleguémonos al argumento Aquiles en contra de en fin que tocan los linderos de la locura? ¿Y por ventura
la emancipación de la mujer: esto es, á las funciones or­ se le ha ocurrido al Sr. Mariscal pedir para esos hom­
gánicas naturales propias de su sexo. bres el apartamiento de los negocios, del despacho de sus
Dice el Sr. Mariscal después de aludir á las pertur­ asuntos, del ejercicio de una profesión ó la abstención
baciones patológicas de que pueden venir acompañadas del cultivo de las ciencias ó del arte? ¿No son esos mismos
las funciones menstruales, y que él mismo confiesa no hombres en que semejantes y tamaños desequilibrios se
ser argumento pertinente por su carácter morboso y han visto, los que han producido las más inmortales
anormal: obras, asombro ó regocijo de la humanidad? ¿No se han
«L a aparición de las reglas va ordinariamente acom- concebido esos portentosos libros, esas maravillosas
»pañada, además de otros muchos fenómenos generales obras de arte entre dolores, lágrimas, decepciones y mi­
»y locales, de cambios más ó menos sensibles en el humor serias morales y físicas?- Ahí está abierto su libro para
»de la mujer, que unas veces se traducen por la tristeza comprobar lo que yo digo; no hay más que echar una
» y el abatimiento, y otras por la exitación nerviosa; que rápida ojeada por él.
»y a consisten en acceso de melancolía ó exaltación Habría que inhabilitar, dice el sabio higienista, á la
»mental, ya en ataques de verdaderas manías que les que estuviese investida de cualquier cargo público, si
»llevan á cometer las mayores extravagancias.» queríamos evitar fatales é irremediables consecuencias,
No me atrevo á decir al sabio Doctor que exagera, en cuanto apuntasen los signos de la preñez. ¿Cuándo ni -
porque soy incompetente para ello, pero sí confieso in­ cómo han creído los jurisconsultos que tal estado fuese
genuamente que la mayor parte de ellas disimulan causa de incapacidad? Y o sostengo firmísimamente que
bien esos trastornos. Creo que todas esas funciones, en ningún momento del embarazo, pierde una mujer
verificadas en condiciones normales, les proporcionan la lucidez de su razón. Podrá tener que soportar ma­
escasas molestias, y no les privan, la mayor parte yores ó menores molestias,pero nunca, que yo sepa, se.
de las veces, de asistir á las tertulias, á los teatros, anubla la claridad de su juicio, ni pierde la facultad de
á los paseos, de manifestar el ingenio y el humor poder discurrir sobre los asuntos de mayor importancia.
de siempre y de hacer el mismo género de vida, tanto ¿Hemos visto ni oído acaso que los maridos dejen de
en lo moral como en lo material. Pero aun esas mis­ consultar á sus mujeres en las cuestiones de su casa, so
mas excitaciones y melancolías, de que yo confieso no pretexto de que están embarazadas? ¿Cuándo ni cómo?
haber sido espectador, ¿no contribuiría á aplacarlas Y si el temor de comprometer intereses respetables nos
una ocupación, las distracciones y aun placeres que había de llevar á suspender los asuntos de su cargo du-
52 N U E S T R A S COSTUMBRES CO N DIC IÓ N D B L A M U JER 53

rante ese período, ¿por qué no quitamos á las reinas el ellas, ya que les llamamos débiles, más intensos los te­
gobierno de sus pueblos cuando llevan en sus entrañas mores, más inseguras las esperanzas, y su sensibilidad
al que ha de sucederías en el trono, al que ha de regir está menos curtida y batallada.
los destinos de la nación? Y cuenta que aunque el Sr. Ma­ Á esto queda reducida la tan cacareada incompati­
riscal crea que no hay gran diferencia entre gobernar bilidad fisiológica de la mujer para el ejercicio de las
un pueblo y gobernar una casa, yo tengo á aquélla por profesiones. Todos los que se basan en ella para impug­
la más suprema, difícil y trabajosa magistratura. nar la emancipación femenina, tienen que exagerarla
Pero si se quiere un ejemplo de" otra índole, que ates­ enormememente por medio de la retórica, pretendiendo
tigüe que en la mujer sana, el período del embarazo ofuscar nuestra razón. Michelet llega hasta afirmar la
no les impide dedicarse á las ocupaciones más rudas, existencia de una llaga interior que sangra periódica­
ahí tenéis á las mujeres del pueblo, á quienes su des­ mente en la mujer, resintiendo su naturaleza, lo cual po­
gracia no permite holgar como á las nuestras, que se drá tener más ó menos valor como figura poética, pero
entregan á duros trabajos durante su preñez y salen ile­ ninguno como realidad.
sas; ya habréis oído alguna vez hablar de lavanderas Queda, pues, suficientemente refutada la vieja teoría
que han dado á luz desempeñando su oficio y en la orilla de la inferioridad intelectual de la mujer y de su inutili­
del río. ¿Y viendo á los robustos hijos del pueblo se nos dad para el estudio y el trabajo, tarea, en mi entender,
ocurrirá alimentar ese temor que invade al Sr. Mariscal, facilísima, pues no se apoya en ningún fundamento ra ­
de que la raza degenere? cional tal impugnación, y sí únicamente en el imperio de
Nada de eso. Toda clase de trabajo ejercitado conve­ la rutina y en la impremeditación de la mayor parte de
nientemente sin exceso es provechoso, porque supone el nuestras opiniones.
desarrollo de nuestras facultades. Lo que nos acarrea Dispense el Dr. Mariscal si me he atrevido á criticar
todos esos males que él estudia en su libro, no son los las suyas, temeridad disculpable por dos razones: pri­
trabajos físicos ni los intelectuales: es su exceso, su pre­ mera, por la necesidad en que me hallaba de acudir
ponderancia, el desorden de la vida moderna, los afa­ á la ciencia médica para discutir los argumentos que
nes, las preocupaciones de la lucha por la existencia, ésta pudiese alegar en contra de la emancipación feme­
los dolores de la familia, las dificultades, en fin, que por nina; y en segundo lugar, porque al hacerme yo cargo,
todas partes entorpecen nuestra actividad y anulan como no podía menos, de las particulares convicciones
nuestro esfuerzo, engendrando las pasiones deprimentes, del Sr. Mariscal en este punto, no censuro ninguna parte
los disgustos y las decepciones. esencialísima de su obra, cuyo objeto es completamente
Y todo esto lo sufre la mujer durante su embarazo distinto del que nos ocupa, calificando él mismo de di­
igual que lo sufre su marido, porque en el seno del ma­ gresión las ideas que sobre él expone, y para el resto de
trimonio no se guarda reserva en estos asuntos, y con­ su libro sólo tengo elogios y asombro, por la pasmosa
tamos á nuestras mujeres nuestras esperanzas, nuestros erudición que revela, y la profundidad filosófica y gala­
anhelos, nuestros temores, nuestras contrariedades y nura literaria con que trata el asunto principal, cuali­
nuestros desmayos, y toman parte en todo ello, y á ve­ dades éstas que bien disculpan alguna impremeditación
ces sufren más que nosotros, por la imposibilidad en que que pueda haber en cuestiones que no estudia directa­
están de unir su esfuerzo al nuestro, y porque son en mente, sino por incidencia.
54 N U E S T R A S COSTUMBRES

Y termino este capítulo, que pudiera ser mucho más


extenso, con las siguientes palabras con que cierra
Stuart Mill su profunda y simpática obra La esclavitud
femenina:
«Lo que son para el hombre (en sociedades donde no
»ha penetrado la ilustración) el color, la raza, la religión CAPÍTULO IV
»ó la nacionalidad en los países conquistados, es el sexo
»para todas las mujeres en todo país, una exclusión ra-
»dical de todas las ocupaciones honrosas. Los sufrimien- Su efectivo envilecimiento.
»tos que se engendran de estas causas despiertan de or-
»dinario tan poca simpatía, que casi nadie se ha fijado No es mi ánimo ofender ni molestar á las mujeres, y
»en la suma de dolores y amarguras que puede causar á creo estar al abrigo de toda censura por parte de ellas
»la mujer el convencimiento de una existencia fallida y después de haber escrito los anteriores capítulos. En
»ahogada; estos sufrimientos llegarán á ser mayores y todo caso, si me las dirigen, serán injustas. Si en este
»más comunes á medida que el incremento de la ins- capítulo encuentran algunas frases poco halagüeñas,
»trucción cree desproporción mayor entre las ideas y acuérdense de que no las culpo á ellas de su mísero es­
»las facultades de las mujeres y el límite que la sociedad tado, sino que las absuelvo de toda culpa en el hecho
»impone á su actividad. Cuando considero el daño posi- de decir que si de otra manera las tratásemos, serían de
»tivo causado á la mitad de la especie humana por la in- otra manera.
»capacidad que la hiere, la pérdida de sus facultades más Dice Balzac que hasta los treinta años casi todas las
»nobles y de su felicidad posible, y el dolor, la decep- mujeres son iguales: la misma insignificancia, los mis­
»eión y el descontento de su vida, comprendo que de lo mos pensamientos, los mismos deseos. Sólo á la edad
»mucho que falta al hombre que luchar para vencer y mencionada, la vida empieza á dibujar en su alma una
»disminuir las miserias inseparables de su destino sobre fisonomía propia. El dolor habrá hecho de ella lo que
»la tierra, lo más urgente es que aprenda á no recargar, deba ser, ó una mujer superior, ó una mujer pervertida;
»á no agravar los males que la naturaleza le impone, lo único que pueden ser todas ellas.
»con egoísmos, injusticias y celosas preocupaciones que Les femmes sont extremes: elles sont meilleures ou pires
»restringen mutuamente su libertad y la de su compañe- que les hommes.—L a Bruyère.
»ra. Nuestros vanos recelos, no hacen más que sustituir Vamos por paries. El amor maternal ha logrado
»males que tememos sin razón, con otros positivos, mien- inacabables ditirambos de boca de todos los poetas y ,
»tras al restringir la libertad de nuestros semejantes por sin embargo, no es, á mi juicio, lo más valioso en ellas.
»motivos que no abona el derecho y la libertad de los Tiene menos mérito del que parece, por lo mismo que es
»demás seres humanos, agotamos el más puro manantial un instinto como el de la conservación, que les dicta el
»donde el hombre puede beber la ventura, y empobrece- espíritu de la especie para que cumplan ciegamente la
»mos á la humanidad, arrebatándola inestimables bie- obra que á ella le interesa. Lo mismo y en identico
»nes, los únicos que hermosean la vida y dignifican el grado, si no en mayor, lo tenemos en las bestias. L no
»alm a.» sabemos si sería mejor darle más acertada dirección que
.
'

Ö6 NUESTRAS COSTUMBRES C O N D IC IÓ N D E L A M U JER 57

la que hoy tiene, porque si la educación, lo que somos, besos frenéticos que dan las madres á sus pequeñuelos,
se lo debemos á nuestras madres, no pueden éstas v a ­ con tanta furia que les arrancan lágrimas, simbolizan el
nagloriarse de su obra. Yo creo que la educación debiera amor maternal, no les dan ni un adarme de felicidad, y,
ser monopolio del Estado, con más razón que la fabrica­ en cambio, les quitan mucha. A l contemplar esas esce­
ción de tabacos y la de cerillas. nas, un sentimiento interior me impelía, pensando en
Para las madres, los niños recién nacidos son un ju­ que aquel niño había de ser hombre, á arrancarle de sus
guete; les recuerdan las muñecas de su infancia. Nunca brazos y á librarle de sus furores de madre.
he podido ver sin una secreta protesta, ese desenfrenado Pero como este entretenimiento de juguetear con sus
cariño que las madres demuestran á sus pequeños con hijos llena el vacío de gran parte de la vida de las mu­
estrepitosos y frenéticos besos, con gritos y apretones jeres, no es raro verlas ocuparse constantemente de
contra su pecho y echándolos á lo alto como una pelota. ellos, referir sus gracias, -abultándolas considerable­
Creen las madres aparecer como seres angelicales y mente, creyendo que han de agradar á todos, y suponer­
modelos por ese amor bestial, algo parecido al de la car­ les un prodigio de precocidad.
ne, y no conocen que su cariño más bien perjudica que Ese cariño exagerado y egoísta de que hablábamos,
aprovecha á sus hijos. El cariño ha de ser razonado, ha que pide para los hijos toda clase de comodidades, re­
de estar presidido por el espíritu de justicia y de severi­ galos y bienes, sin tratar de dilucidar cuáles son conve­
dad. Todo lo quieren para nosotros, aun en perjuicio de nientes ó perjudiciales-, tratando de procurárselos á ex­
los demás. Se aprende más espíritu de justicia en las pensas de todos los demás seres, corresponde al modo de
comunidades, en los colegios, que entre las faldas de las desarrollarse los afectos en el corazón de la mujer.
madres. A su lado, creemos que el mundo está hecho Alguien ha dicho, no recuerdo quién, que la mujer
para nosotros. No sabríamos nunca valernos solos. Por desconoce la justicia y se inclina á la misericordia, y
su gusto, ni nos destetarían ni nos enseñarían á andar. así es en efecto. No se apasiona por los intereses gene­
No experimentan más que la satisfacción de un ins­ rales de pueblo ó nación. Su corazón no tiene más ho­
tinto. Tan soberanamente injusto es su afecto, que se rizontes que las afecciones de familia. Cree que fuera
manifiestan inclinadas á unos en perjuicio de otros. Y a de ésta terminan todos los deberes y empiezan todos los
es natural cuando se entra en una casa preguntarle á derechos. No concibe los deberes sociales, los del ciuda­
la madre cuál es el preferido, como la cosa más natural dano, los de la humanidad (éstos menos que ningunos).
del mundo. Pues bien; á estos favoritos, que cuando Empieza por distinto lado que debe empezar. Para
llegan á tener uso de razón son verdaderas fierecitas, ella, primero es familia, luego nación, luego humanidad;
hay que meterlos en colegios internos para que se hagan en vez de ser primero humanidad, luego nación, y, por
criaturas humanas.
último, familia. No conoce los actos heroicos. Nunca
No quiere decir esto que el amor maternal no tenga comprenderá el sentido de acciones como la de Guzmán
su lado bello y aun sublime. Llega á los mayores sacri­ el Bueno. Por eso, odia la guerra, no en cuanto es un
ficios algunas veces, pero hay que convenir en que más azote de la humanidad, sino en cuanto le roba á sus hi­
bien nos es perjudicial que provechoso, por no estar jos, á sus padres ó á sus hermanos.
animado de ningún espíritu de justicia. El que haya La mujer se halla limitada á la vida de familia; el
leído el Em ilio de Rousseau comprenderá esto. Esos hombre sale, entra, se agita en el exterior, tiene asun-
58 NUESTRAS COSTUMBRES CO N D IC IÓ N D E L A M U JER 59

tos en que se interesa su cabeza y su corazón, se pre­ tes de hablarnos á nosotros del asunto que le trae, para
ocupa un poco de los sucesos de la vida pública, y, en lo cual nos encerramos en el despacho, tendrá que diri­
suma, está más ligado á los conceptos de ciudadanía, de gir á nuestra mujer algunas atenciones, adoptando el
patria, de bien común, etc.; de aquí que el hombre, en lenguaje propio de ellas; esto es, hablará de bailes, pa­
general, tenga un sentimiento de la justicia más desarro­ seos, trajes; murmura un poco ó alabará las piernecitas
llado que la mujer, sensible únicamente al amor de sus del niño y la gracia con que llora. Extraña ley de ga­
hijos, de sus padres, de su esposo, con cuyos intereses lantería que manda descender para agradar, rebajarse
está únicamente ligada, y todo lo que se oponga á estos para parecer bien educado.
intereses será odiado por ella, aunque sean los más al­ Algunas veces comprenden nuestras benévolas dis­
tos y supremos sentimientos de justicia. Por estola mu­ posiciones, y nos las agradecen; pero pronto advierten
jer se preocupa rarísimamente de política, y nos cuesta que su presencia es un estorbo, y las más discretas, sa­
tanto trabajo imaginarla sentada en los Parlamentos. len. Pero no todas ellas se resignan á esta servidumbre.
Pudiera decirse de los sentimientos de la mujer que Cuando han apurado la tremenda decepción del matri­
no alcanzan á grande distancia, y sólo se calienta su co­ monio, con el cual creían emanciparse, y cuando se han
razón con el roce inmediato, con el contacto directo de visto reducidas á mísera condición, á la categoría de
las personas que andan á su alrededor, llevándole in­ un sirviente, á una vida de prosaicos deberes, de abu­
mensa ventaja en esto el hombre, que puede amar abs­ rrimiento y de atrofia, su corazón y su inteligencia piden
tracciones é ideas generales. pasto nuevo, la imaginación échase á volar, la fantasía
Pero ¿cómo ha de amar estas últimas si le privamos vuelve á despertarse.
de ellas, no cultivando su inteligencia, teniéndola ven­ Y no puede ser de otro modo: se ha creído posible
dada, y hablándole sólo por incidencia de los grandes tener paralizado el cerebro de la mujer y mantener en
ideales que mueven ó deben mover á los hombres? El la ociosidad su alma, sin saber que ésta no puede estar
corazón y la inteligencia son como las tierras antes de ociosa; necesita sorpresas, emociones, huir, salvarse del
ser cultivadas: si sembramos trigo, darán trigo; si no, hastío, que es el moho del espíritu. Y como las hemos
producirán ortigas. cerrado las puertas de la ciencia, del trabajo, del arte,
En todas las cuestiones procuramos mantenerlas en ellas abrirán violentamente la puerta del libertinaje.
el mismo estado de ignorancia é incapacidad. Todo ha Tanto más cuanto no puede haber una verdadera comu­
de ser para ellas ligereza y pasatiempo. Si están varios nicación entre marido y mujer, puesto que queremos
hombres hablando de un asunto serio y se acerca una regirnos por leyes diferentes á las suyas, y ambos ten­
mujer, al punto suspenden su conversación y eligen otra drán que tomar constantemente opuesta dirección. Y si
apropiada á las circunstancias. Cuando no se hace esto se observa algún equilibrio en determinados matrimo­
y se comete la indiscreción de hablar delante de ellas nios, es más bien por envilecimiento del hombre que por
de política ó de ciencia, etc., etc., pronto selas verá elevación d éla mujer.
formar corro aparte, y hablar de trajes y de otras frus­ Ahora bien: si la imaginación y todas las facultades
lerías por el estilo. En nuestro despacho no entra la mu­ de la mujer están, por nuestras costumbres, condenadas
jer sino para limpiarlo, encender la estufa, ó cosa pare­ á una absurda inacción, y la naturaleza no les permite
cida. Si algún amigo viene á visitarnos, por cortesía, an­ ese forzado reposo, tendrán necesariamente que ejercí-
C O N D IC IÓ N DE L A M U JE R 61
60 N U E S T R A S C O STUM BRES
lizada, que es un conjunto de todas esas piezas oxidadas
tarse sobre todo lo que encuentran á su alcance y lo que
y mohosas, desgastadas ya y dispuestas á quebrarse con
la sociedad pone á su disposición, y como con lo que más
el trabajo lento y continuado de los siglos.
trata de seducirla es con el lujo, despertando la envidia,
Hemos visto cómo en el amor son extremas, llegan
el deseo de una alta jerarquía sobre las demás, así como
donde no llega el hombre; pero cuando aquél huye de su
los militares sueñan con conseguir entorchados y galo­
corazón, son también extremas en la indiferencia y en el
nes, los abogados vuelillos y los empleados uniforme de
odio. Siempre el cariño en ellas tiene algo de caprichoso;
directores, ellas codiciarán un abrigo elegante, un som­
no saben explicar su por qué. Sus afectos no están re­
brero cosí oso, etc., y pondrán en conseguirlo más em­
gidos por la inteligencia, regulados por la razón, como
peño que nosotros en nuestras aspiraciones.
en el hombre. Cuando aman, aman ciegamente; pero por
Mejor toleran muchas una mancha en su honra que
esa misma razón, si dejan de amar, la consideración de
una mancha en su vestido. Leed á los novelistas céle­
la ley moral no las ha de traer á sus antiguos afectos. Y
bres de todos los tiempos, y veréis estudiadas estas pa­
como esta ley pesa sobre ellas en cada momento de su
siones. Véase á este propósito La Desheredada, del ma­
vida, obligadas por la necesidad de guardar una apa­
gistral Galdós, que contiene un pasaje hecho adrede
rente conformidad con ella, adquieren prontamente el
para demostrar este pensamiento: la escena d éla prota­
hábito del disimulo. De ahí la extraordinaria habilidad
gonista con el hijo de D. Manuel María Pez, en que, des­
con que lo practican. A l igual que el zorro entre los
pués de empeñada lucha, cede aquélla y depone su virtud
demás animales, se distinguen ellas del resto del género
al oirse llamar cursi por su seductor. En ciertas clases,
humano por la astucia y la sagacidad. Y como esta faci­
la defensa obstinada de la honra resulta de mal gusto.
lidad se adquiere á costa nuestra, de ahí ese menospre­
Y ya que de Pérez Galdós se trata, leed La de B ria­
cio que tenemos y han tenido todos los hombres por el
gas, admirable estudio social, en que la pasión del lujo
sexo femenino; de ahí que cuando queramos insultar á
va arrastrando insensiblemente á una mujer casada por
un hombre le digamos que tiene alma de mujer.
la pendiente que conduce al adulterio.
La galanteria, por lo tanto, es una máscara con que
Claro que todas estas pasiones son complejas y no
entran en la mujer por la puerta única de su ignorancia; nos acercamos ante ellas para pedirles lo único que las
también contribuyen á ellas otros poderosos factores; exigimos; ¡qué extraño es que ellas se pongan otra para
tratar con nosotros! Lo malo es que la suya está mejor
mucho hacemos nosotros, mucho hace su debilidad, mu­
hecha; tan hábilmente tejida, que no sabemos distin­
cho hace la falsa naturaleza de nuestras costumbres,
influye mucho el ambiente que se respira; existe una guirla sobre su rostro; sólo en nuestros brazos, al calor
de nuestras caricias,con el aliento de nuestra boca, se va
concatenación de causas sociales, un engranaje per­
deshaciendo, y entonces vemos lo que hay debajo, pero
fecto de ruedas que ponen en movimiento la máquina
ya es tarde; estamos ligados para siempre; volvemos la
inmensa de opresión moral de nuestas costumbres equi­
vista atrás para retroceder y hallamos cerrado el paso;
vocadas y salvajes; pero en la imposibilidad de estudiar
un guardián con la espada desnuda nos hace gestos de
en conjunto todo ese organismo viciado, tenemos que
silencio ; la sociedad no debe enterarse de nuestro des­
desmontar sus piezas, como las de un reloj, por medio del
análisis parcial, para luego formarnos, por medio de la engaño, está interesada más de lo que parece en este
juego.
abstracción, el verdadero cuadro de la humanidad c iv i­
CONDIC1ÓN DE L A MUJER 63

tes. Como verdades incontrovertibles se tienen los ma­


yores absurdos en este asunto. Se supone que las relacio­
nes de los dos sexos se basan en el amor, en la bondad, en
las cualidades morales. No niego que en algunos casos,
verdaderamente excepcionales, así suceda; pero en la
CAPÍTULO V mayoría ¿qué es lo que nos mueve á hacer nuestra elec­
ción? L a belleza física en algunos casos; y en otros mu­
chos la riqueza y la posición social.
Las mujeres pronto se convencen de que no tienen
B a z a r de novi as. otro objeto que agradar á los hombres y asegurar su
porvenir por medio del matrimonio. Esto lo saben ellas
León Tolstoi compara á las mujeres de nuestra socie­ y lo sabemos nosotros, sus padres ó hermanos, que aun
dad con las prostitutas, mejor dicho, las iguala. cuando tratemos de fingir otra cosa, nos preocupa pro­
Y en efecto, en grave compromiso se vería el que tra­ fundamente su suerte y tratamos de favorecer sus es­
tase de encontrar una diferencia esencial entre unas y fuerzos en pro de un marido, poniéndolas en condiciones
otras, si nos remontásemos á un punto de vista elevado de lucir y exhibirse.
para estudiar sus móviles más íntimos, el fin de sus ac­ Lo verdaderamente gracioso es que la sociedad mis­
ciones y su destino. Todas ellas hacen del amor sexual ma menosprecia este afán, y por eso el buen tono entre
un comercio, las unas por un instante, las otras para ellas consiste en ocultar su ardiente deseo de encontrar
toda su vida. marido, aunque no le puedan destruir. Por eso toda mu­
Cuando dos personas persiguen un mismo y único chacha que se tiene en algo tratará de demostrar que le
objeto, dice el escritor antes referido, puede decirse que sobran pretendientes, pero que no se decide á aceptar
son semejantes. ¿Y qué separa á nuestras mujeres de las ninguno. De aquí que se establezca una competencia
prostitutas? Tienden al mismo fin, se componen de igual entre unas y otros, y en vista de que todas no pueden
modo, tratan de atraer al hombre por idénticos medios agradar por los mismos medios, desplieguen su actividad
y con el mismo cebo. de distinto modo y pongan enjuego diferentes resoltes.
Y por ofensiva que pueda parecer esta opinión al Así, la que sea hermosa no desperdiciará ocasión de ha­
susceptible sexo femenino, no encontrará modo de re­ cerlo notar, bien realzando sus atractivos con elegantes
chazarla mientras no cambien esencialmente las rela­ tocados,ó bien, y esto es muy frecuente, escogiendo ami­
ciones entre hombre y mujer, y la posición de ésta en so­ gas feas con el objeto de buscar el contraste. Censurará
ciedad; mientras no sea su único porvenir el encontrar y satirizará á las que sean bellas, y encontrará dignas
un hombre que por el incentivo del amor sexual se com­ de elogio á todas las feas. Esto es muy común. Empiezan
prometa á proveer á su subsistencia. por alabar la belleza de aquella á quien quieren hacer
El hombre que reflexione sobre este punto, verá que daño, pero luego encuentran algún defecto principalí­
no se basan en otro fundamento las relaciones entre los simo que destruye todo el encanto, como que es coqueta
dos sexos. Los poetas han idealizado estas relaciones y ó que es sucia, etc., etc. De todos modos, cuando ex­
les han prodigado los epítetos más sublimes y elocuen- ponga sus ideas sobre el matrimonio y diga cuál debe
C O N D IC IÓ N DE 1.A M U JER 65
64 NUESTRAS COSTUMBRES
cuesta más lágrimas, más encono, más lucha, pero no
ser el móvil que guíe á los hombres, no vacilará en afir­
mar que la hermosura es el don más apreciable. cambia en esencia, y la competencia obstinada que en­
tre ellas existe, convierte á la sociedad, desde el punto
La que no tenga este don, y en cambio sea rica, em­
pleará su ingenio en recordar á cada momento y en toda de vista de las relaciones entre los dos sexos, en un in­
menso bazar de novias, en el que nosotros nos pasea­
ocasión sus riquezas. Procurará extender y pregonar
éstas, porque sabe que á ellas acuden los hombres como mos, examinando tranquilamente, discutiendo, pensan­
do cuál es el objeto que más nos conviene, despreciando
las moscas á la miel. Sin recurrir á los anuncios de la
á unas y regateando á otras.
cuarta plana de los periódicos, hay medios (bailes, tés,
Las madres quieren á sus hijas y las dirigen con la
reuniones, exhibiciones en el teatro, balnearios, tempo­
mayor experiencia que poseen, inculcándoles máximas,
radas de verano, viajes, etc.) de reclamo. Su opinión
enmendando sus yerros, hablando por ellas, atrayendo
sobre el matrimonio será que no se deben aceptar sus
á los jóvenes; esto es, dirigiendo sus flechas y batallando
importantísimos deberes sin poder atenderlos espléndi­
á su lado. Empuñan las armas de Cupido y apuntan
damente. No tengáis cuidado, jóvenes casaderos, deque
se os trate de despistar, de que escondan sus fortunas al corazón de los jóvenes, á donde sus hijas frecuente­
mente no saben atinar. Manejan también á menudo, y
para que no deis con ellas. Ya tendrán ellas buen cui­
dado de que el rumor de sus onzas llegue á vuestros las da muy buen resultado, la sátira, esgrimiéndola, bien
contra las que pueden hacer sombra á sus hijas, bien
oídos. Sólo la que sea pobre y fea, tratará de probaros
contra los hombres de quienes su instinto les dice que no
que debéis buscar la bondad en la mujer que elijáis por
deben esperar nada. Para éstos no habrá piedad; estor­
esposa, y que todas las demás cualidades son efímeras.
ban y espantan á los otros.
Creed esto, escuchad la conversación de la mujeres,
Les perjudica mucho tener amores con un muchacho
sondead la intención de sus palabras, estudiadlas un
y luego no casarse con él. La mujer no puede permitirse
poco y ved si no tengo razón. Ved si de este estudio no
devaneos, amistades desinteresadas que tengan aparien­
sacais en consecuencia la constante obsesión en ellas de
cia amorosa, relaciones que no tengan por objeto el ma­
su idea fija: conseguir la atención de los hombres, apo­
derarse de ellos. trimonio; todo esto hay que descartarlo, y una mucha­
cha que se estime, una muchacha formal, tendrá buen
¿Habéis leído el Parsifal de Wagner? ¿Os acordáis de
cuidado de evitar estos escollos, que son otras tantas
la escena de seducción de las niñas flores; el apresura­
paradas en el viaje cuyo término persiguen á toda
miento con que rodean al héroe inocente y le brindan su
vela.
hermosura— Tómame á mí, dice una.— Yo soy más her­
Cada uno de esos fracasos será una batalla perdida,
mosa, exclama otra, y te proporcionaré gratos instantes
y cuando son muchas, empiezan á perder su reputación.
de placer.— Mira mi mano.— Mira mi boca.— Escucha el
¡Batallas bien crueles son por cierto, en donde entran á
dulce acento de mi voz— y entie cariños y halagos, pre­
veces hasta tormentos corporales! El corsé apretado,
tenden arrebatárselo las unas á las otras? Pues ese es un
las botas pequeñas. La esclavitud del cuerpo de la mujer
hermoso símbolo del mundo y del triste destino de las
en provecho del hombre, empieza aún antes de entrar
mujeres. Sólo que aquí la seducción es menos franca,
en poder de éste.
más disimulada, no tan libre, tan natural ni tan poética
Los paseos conviértense en centros de exhibición y
y risueña como en el jardín encantado de Klingsor. Aquí
5
hivbhhhhhihhhhiihhhihhhh
11 '"'“ J
^hihmhíih^hhii^H^HhíhKI

66 NUESTRAS COSTUMBRES C O N D IC IÓ N D E L A M U JE R 67

de reclamo; pero más que los paseos, los teatros, en inocentes todavía, no desempeñen con tanta viveza su
donde la toilette es un poco más íntima, y más todavía papel de mujeres.
las reuniones, en donde por medio del baile, la seducción En las madres en cuya vida ha desempeñado el amor
se ejerce más poderosamente. papel muy activo, para las cuales (y hay muchas de
Sus madres no han de llevar á mal que un mucha­ éstas) el amor sexual ha sido lo único que ha dado atrac­
cho enlace su cintura, que respire su aliento, porque tivo á la vida, esta regresión á las escenas y lances de
está convenido que eso sea lícito. Hemos juzgado con­ sus juveniles años, tiene poderosos atractivos. Vuelven
veniente prolongar esta salvaje costumbre consagrada otra vez á oir las palabras ardientes de los enamorados,
por los años, para que sea como el punto de contacto disfrutan otra vez de la galantería, no dejan que se apa­
carnal lícito, de los dos sexos, con ocasión del cual gue el fuego sagrado, y como son en realidad Venus ju­
elijamos nuestra media naranja, como elegimos las fru­ biladas, sientan plaza de Celestinas y ayudan con sus
tas, tratando de ver si están suficientemente sazonadas artimañas á sus hijas, compartiendo con ellas el deleite
por medio del tacto. de dominar á un hombre.
Para una madre, conocedora del mundo, y del oficio Para conseguir esta dominación han tenido que soste­
de la mujer en él, será punto de honra casar á su hija; ner hábil y enconada lucha contra los derechos del hom­
se convertirá esta idea en un verdadero frenesí, y apro­ bre libre, la han tenido que pintar el matrimonio como
vechará todos los medios y ocasiones para adelantar un estado mejor al en que viven, demostrándoles que
un pasito en su empresa. La mujer cuando ha perdi­ llevan ventaja al cambiar el uno por el otro; la han he­
do su hermosura por medio de la cual ha reinado du­ cho ver que su hija es la única que reúne las cualidades
rante su juventud, tiene dos medios de prolongar su necesarias para ser una buena esposa; han multiplicado
vanidad herida: la devoción ó sus hijos. Por medio de los lazos á sus pies y han tratado de excitar sus senti­
aquélla, seguirá reinando, tendrá su corte de aduladores dos en toda ocasión que han podido, hartas de saber que
y prolongará la resonancia de su nombre, costeando no­ esta excitación, esta embriaguez, arranca y provoca
venas, visitando las iglesias frecuentemente para que juramentos y protestas los más ardientes y comprome­
su nombre se inscriba á la puerta de los templos. Por tedores, pues la bestezuela que se agita en esos momen­
esto veréis á la que no tiene hijas, dedicarse con más em­ tos dentro de nosotros, echando llamas por los ojos, tiene
peño que otras, á la devoción. En cuanto á las que las la elocuencia más pródiga en ofrecimientos, y da toda
tienen, éstas son pedazos de carne arrancados de sus una existencia de esclavitud por un breve y fugaz ins­
entrañas, en los cuales parece haberse refugiado su v a ­ tante de placer.
nidad. Son parte de su cuerpo rejuvenecido. Desde en­
tonces se olvidan de sí mismas, dejan de cuidar su per­
sona, y se dedican á sus continuadoras. Un elogio á éstas
parece que lo sienten con más viveza que un elogio á
ellas en otros tiempos. Toman parte en él. A poco que
se las observe se les verá hincharse de vanidad cuando
sus hijas agradan, y tener envidia y mala voluntad á las
que les hacen sombra, cuando, si á mano viene, ellas,
c o n d ic ió n de la m u jer 69

como la leche que nos nutre en esa primera edad, de­


cide si hemos de ser sanos ó enclenques.
No tenemos derecho á reirnos de los salvajes. La
única diferencia eutre ellos y nosotros en el modo de
tratar á la mujer, está en que ellos la colocan también
un anillo en las narices, y nosorros se los colocamos sola­
mente en las orejas, y brazaletes en las muñecas.
Parece como si el hombre, redimido lentamente de la
La m u j e r h o n r a d a . barbarie, no se hubiera cuidado de darle la mano á su
compañera para ayudarla también á salir de ella, com­
placiéndose en poner unos cuantos siglos entre los dos
Los pueblos de la Edad Media, y hasta he oído decir
sexos. Nuestras mujeres son salvajes vestidos á la mo­
que algunos de los nuestros aún, tenían una costumbre
derna; raspad un poco su corteza, la superficie, que es lo
muy curiosa. A l día siguiente de unas nupcias, aparecía
único en que nos detenemos, y encontraréis al salvaje
en el balcón de la casa de los novios, una sábana man­
debajo de esos lindos y rosados cutis.
chada de sangre. De este modo se probaba que el honor
Ved cómo explica Schopenhauer el honor feme­
de la mujer habia llegado intacto al matrimonio. Los
vecinos del pueblo quedaban satisfechos con este ino­ nino:
«E l sexo femenino reclama y espera del sexo mascu­
cente al par que sucio testimonio.
lin o , absolutamente todo; todo lo que desea y todo lo
No estamos tan apartados de esa costumbre como
»que le es necesario. El sexo masculino no pide al otro,
pudiera parecer á primera vista. El concepto del honor
»ante todo, y directamente, sino una cosa. Ha sido,
de la mujer, desciende en línea recta de las costumbres
»pues, preciso arreglarse de medo que el sexo mascu-
salvajes. Significa algo, muy degradante para ellas, y
»lino no pudiese obtener esta única cosa sino á cambio
que al mismo tiempo da clara idea del objeto á que las
»de todas las demás, y, por tanto, del cuidado de los
destinamos. Compréndese esto comparándole con el ho­
»hijos que nacieren; sobre este convenio descausa el
nor del hombre, fundado en consideraciones muy dife­
»bienestar todo del sexo femenino. Para que pueda eje-
rentes. Francamente, repugna pensar el sitio á que hay
»cutarse, es preciso, de toda precisión, que las mujeres
que llegarse para reconocer el honor de las mujeres.
»se mantengan firmes y muestren espíritu de cuerpo. Se
Ante todo, resulta ridículo. Antes de penetrar en consi­
»presentan entonces como un solo todo, en filas cerra-
deraciones más hondas, Jo que se ocurre, es reir. En
»das, ante la masa entera del sexo masculino, como
realidad, no se puede decir en alta voz, en lo que con­
»ante un enemigo común, que teniendo por naturaleza,
siste el honor de la mujer. Si nos lo dijeran por primera
»y en virtud de la preponderancia de sus fuerzas físicas
vez cuando tenemos la inteligencia y el sentido moral
»é intelectuales, la posesión de todos los bienes terres-
completamente formados, nos causaría risa y menos­
»tres, debe ser vencido y conquistado, á fin de llegar
precio. Pero los errores que aspiramos en la atmósfera
»por su posesión, á poseer al mismo tiempo, los bienes
social, cuesta mucho trabajo desecharlos. Los mama­
»terrestres. Con este fin, la máxima de honor de todo el
mos de niños, y forman parte de nuestra naturaleza, así
»sexo femenino, es que toda cohabitación, fuera de m a-
jii..,li» i i* · w " " " i mu w w w iii(»i.i.(iiiijii. i in

CONDICIÓN DE LA. MUJER 71


70 NUESTRAS COSTUMBRES

»trimonio, sea absolutamente impedida, á fin de que están más interesadas que nosotros en el matrimonio, y
»cada uno de ellos se vea obligado al matrimonio como sólo cuando la mujer tenga independencia, modo de
»á una especie de capitulación, y que así todas las mu­ vivir propio y exclusivo por medio de su trabajo, podrá
je re s sean atendidas. Este resultado no puede obtenerse mirar con indiferencia el matrimonio. Pero mientras no
»completamente sino por la observancia rig'urosa de pueda sostenerse en el rango en que nació, sino por el
»esta máxima; así, el sexo femenino entero, vela con un trabajo de un hombre que la acepte como mujer propia
»verdadero espíritu de cuerpo, porque todos sus miem- y la dedique al cuidado de sus hijos, ó mientras el ma­
»bros los ejecuten fielmente. En consecuencia, toda sol- trimonio sea una tentación, un origen de enriqueci­
»tera que por el concubinato se hace culpable de traición miento, un medio de pasar de un estado inferior á otio
»á su sexo, es rechazada por el cuerpo entero y notada más alto, el honor femenino subsistirá.
»de infamia, porque el bienestar de la generalidad pere- De este modo se ve cómo toda la organización exis­
»cería si su procedimiento se generalizase. Se dice en- tente se compenetra y engrana, y que muchos den tes­
»tonces: ha perdido su honor. Ninguna mujer debe fre- timonio de una fe que no tienen, arrodillándose delante
»cuentar su trato, se huye de ella como de una apesta- de un altar para recibir como católicos el Sacramento
»da. La misma suerte espera á la mujer adúltera, porque que les ha de enriquecer, y pasar en cinco minutos á un
»ha violado la capitulación consentida por el marido, y estado que de otro modo les costaría largos años de tra­
»porque un ejemplo tal aleja á los hombres de tales con- bajo. Pero como es condición precisa, para escalai poi
»venciones, dependiendo de ellas el bienestar de todas ese medio una posición brillante, el estar en condiciones
»las mujeres. Pero además, como una acción semejante adecuadas para ello, es decir, no haber perdido el ho­
»implica un engaño y una grosera falta á la propia pa- nor, de aquí la necesidad en que se hallan todas de acre­
»labra, la mujer adúltera pierde el honor civil (1). Por eso ditar públicamente, por medio de sus costumbres y por­
»se puede muy bien decir de ella, para excusarla, que es te, que poseen un nombre sin tacha, sin lo cual tendrían
»una mujer caída; el seductor puede volver el honor á la que renunciar á ser esposas.
»soltera por el matrimonio, pero jamás el adúltero á su Es, pues, la honra, es decir, la virginidad, el sello, el
»cóm plice.» pasaporte, el requisito sin el cual no puede circular libre­
He copiado esta ingeniosísima definición del honor mente una mujer, ni aspirar á cumplir su destino de una
femenino, porque, sobre dar clara idea del estado y con­ manera decorosa.
dición d éla mujer,da también la explicación de por qué Y llega á tal extremo nuestra absurda manera de
se ha conservado por tanto tiempo este grosero concep­ considerar las cosas, que todos los defectos que pueda
to. En efecto: necesitando las mujeres del concurso del tener una mujer son aceptables menos ése. Puede ser
hombre para disfrutar de los bienes terrenales, era envidiosa, irascible, soberbia, derrochadora, calumnia­
consiguiente que se organizasen de modo que pudiesen dora, todo esto y aun mucho más, sin que nadie la crea
asegurarse el monopolio de un hombre, otorgándole de inhabilitada para el matrimonio. Pero si se sospecha,
esa única manera lo que necesitamos de ellas. Por eso en cambio,que ha perdido su virginidad, sólo un hombre
que lo ignore puede hacerla suya, y aun así, se le con­
' l ; Schopenhauer llama honor civil á la presunción de que respetaremos los siderará con cierto menosprecio y burla. Bien elocuente
derechos de cada uno, y no emplearemos en ventaja nuestra, medios injustos é
ilícitos.
testimonio de lo que tantas veces hemos dicho, á saber:
4 4 U J ÍW M H J M III.. l l u u . N IN I ............. I I .■ I I I !■ ll· · H · H lj

NUESTRAS COSTUMBRES
CONDICIÓN DE L A MUJER 73
que las relaciones entre hombre y mujer están circuns­
Todo lo cual demuestra que el problema está en pie
criptas y limitadas á la cuestión sexual.
y que si es bárbara la opinión de los que quieren el in­
Viene con esto á demostrarse que el matrimonio
mediato y sangriento castigo de la esposa culpable,
tiene por exclusivo objeto, al cual se posponen todos, la
inadmisible es asimismo la teoría de que el esposo pueda
procreación de los hijos y su agrupación bajo un ape­
perdonar en todos los casos y conformarse con el con­
llido común, y que cada hombre está interesado en que
trabando introducido en su casa.
no entre dentro de esta agrupación ningún intruso, para
Sólo la consideración de este último aspecto del pro­
lo cual sigue la mujer, después de casada, sujeta á este
blema puede dar algún valor á la ficción del honor feme­
concepto del honor con la agravante (y esto ya no lo
nino. Pero hay que tener en cuenta, que aun cuando el
sabemos explicar) de que el marido, en el caso de que
adulterio sea para mí fatal en la mayor parte de los ca­
su mujer delinca, pierde también el suyo.
sos, y le crea como un notable pensador francés, un
Estos conceptos, por descabellados que parezcan,
crimen de invención social, no dejo de conocer que im­
están oyéndole todos los días y repitiéndose por las mu­
plica mayor malicia que la falta de una mujer soltera,
chedumbres. Poco trabajo os costará persuadiros de
por cuanto significa al mismo tiempo un acto de traición.
ello. A todas horas oiréis á las gentes hablar en este
Esta segunda consideración del honor femenino en
sentido. Con frecuencia escucharéis horrendas historias
la mujer casada complica evidentemente el problema,
producidas por estos motivos. Desafíos, homicidios, ase­
haciendo que no pueda resolverse por sí sólo, y demos­
sinatos, lo confirman. El esposo ofendido se cree en la
trando la falsedad y necesidad de reforma de una insti­
ineludible obligación de castigar, porque, según muchos,
tución tan absurda como el matrimonio; pero es en rea­
el nudo gordiano no se rompe en estas ocasiones más que
con sangre. lidad la más inofensiva, la que ha causado menos vícti­
mas. El fraude, pasa. Los maridos, unos por tontos,
Ha pocos años representóse en Madrid un drama de
otros por demasiado listos, otros por superiores, y otros,
un insigne escritor, en el cual tratábase esta cuestión
en fin, por mil causas, lo dejan pasar. Lo que tiene otro
desde un punto de vista muy nuevo. Un esposo perdo­
carácter menos inofensivo es el deshonor de la mujer
naba á su mujer el delito de adulterio y abrazaba la
soltera; ese concepto inmoral y bajo, es el que se traga
sombra del adúltero que, avergonzado de su acción, se
todos los días millones de inocentes víctimas. Es el que
había suicidado. A l salir del estreno fué cuando oí yo
deshonra á la sociedad que lo sustenta y á las religiones
esa fiase que dejo apuntada, de labios de un importante
que lo intentaron. Vamos á estudiarle.
peí sonaje que salía de un palco: «Estos asuntos no se
resuelven más que con sangre.»
El drama gustó, pero no su tendencia. Su autor fué
acusado de soñador y de iluso. La consecuencia, lo serio
de la obra, fué calificado hasta de inmoral, y los perió­
dicos caricaturizaron al protagonista. Hubo hasta quien
le dijo al autor que tenía noticia de que la esposa culpa­
ble había tenido un niño y que deseaba saber lo que pen­
saba hacer el esposo ultrajado.
- « « ' -UM ....I J. U l'iJ.1■!,.., ,11 .U „ ui. p p *
H H h S

CONDICIÓN DE L A MUJER 75

De todas esas infelices inmoladas al falso concepto


del honor femenino, es verdugo la sociedad, y juez la
religión; pero juez, al par que implacable, injusto. Je­
sucristo perdonó á la mujer adúltera, pero nosotros
no hemos podido introducir esa máxima en nuestra
moral.
CAPÍTULO Y II
Nuestras mujeres huyen de la mujer deshonrada,
como de un apestado. Temen que las confundamos con
ella, temen su contagio; mejor dicho, le tememos nos­
La mujer libre. otros. Suponemos en nuestras madres, en nuestras es­
posas y en nuestras hijas suficiente virtud para preca­
Ningún autor ha tratado de modo tan transcenden­ verse de la influencia que pueda adquirir sobre ellas
tal como Goethe el problema de la mujer caída. En su una mujer mentirosa, irascible, voluntariosa, sucia,
poema sublime, Margarita es un tipo universal, único de etcétera, etc.; no creemos que puedan comunicarles sus
todos los tiempos y naciones que está pidiendo venganza defectos, de poca importancia algunos; pero llegamos al
contra todas las injusticias, crueldades y martirios que mayor de todos, al que juzgamos más abyecto, al que
sobre ella se ceban. Europa entera lo ha celebrado, lo (según el común sentir, según nosotros mismos) envi­
ha aplaudido, se ha compenetrado con sus amarguras y lece y mancha más á la mujer, y entonces las juzga­
sus pasiones, pero sin duda no ha dado importancia á la mos, á las nuestras, á las elegidas por nosotros, ca­
finalidad que encierra, á la llaga social que pretende, cu­ paces de contagiarse de él; creemos su virtud y honra­
rar, encarnando en una sencilla é inocente aldeana la dez de tan débil consistencia, que nos apresuramos á
suerte de muchas infelices que gimen injustamente-bajo separarlas de las licenciosas, á evitar su contacto con
el desprecio de las muchedumbres. las manzanas podridas, dando á entender con esto que
A l vulgo hay que hablarle con la. claridad con que estamos segurísimos de que si nuestras mujeres siguie­
le hablaba Voltaire. El simbolismo, que se propone en­ ran tratando á las otras, acabarían por ser como ellas.
cerrar una moralidad dentro de una ficción artística, es Y no estamos tan equivocados cuando hacemos esto.
de resultado nulo para las masas. Estas gustan la fábu­ Sí; es verdad. No nos podemos fiar de su honradez en
la, la invención, y no se preocupan del oculto sentido este punto, y estamos muy interesados, si queremos no
que le da el poeta. Prueba de esto, el caso que acabo de tener dudas sobre la paternidad de nuestros hijos, en
citar. Difícilmente se encontrará obra más popularizada Continuar esa ficción del honor femenino, tan opuesta á
que el Fausto, y, sin embargo, si todos los habitantes de la naturaleza. Si consideramos infames á las mujeres
Europa nos hemos compadecido de Margarita, ¿hemos que públicamente hacen ostentación de su licencia, no
tratado, en cambio, de reformar el canon social, en cuya debemos considerar de otro modo á las nuestras, que se
virtud vemos tantas Margaritas, tantas seducidas, tan­ entregan en secreto á aquel mismo delito que escarne­
tas infanticidas, tantas miserables mujeres, en una pala­ cen en público, uniendo á la impureza, el engaño y la
bra, que lloran en la obscuridad las terribles consecuen­ hipocresía. ¿Quién se atreverá á decirme que es mejor
cias de su primero é invencible amor? la que oculta sus faltas con el velo de la hipocresía, que
.M .U 4 ! . 11.1....1,1,1,,. .. .1 .......1 .. , l j f l . l i . , , , i l ■WWWW

CONDICIÓN DE L A MUJER 77

76 NUESTRAS COSTUMBRES »se lo balbucís vosotras torpemente de noche. No hay


la que francamente las confiesa, desafiando el menos­ »más diferencia que la difereucia de horas. Os robamos
precio y la opinión de las gentes? »vuestros maridos y nos robáis nuestros amantes. Es una
Y tiene ti razón en la mayor parte de las ocasiones »lucha. ¡Pues bien, luchemos! ¡Ah hipocresía, traición,
para desafiar y menospreciar esa opinión de los hom­ »virtudes fingidas, mujeres falsas! No, no valéis lo que
bres, porque de ellos les vino su deshonra. Nosotros so­ »nosotras. Nosotras no engañamos á nadie; vosotras á
mos quienes primero las seducimos alevosamente, po­ »todo el mundo, á vuestras familias, á vuestros mari-
niendo á contribución toda nuestra astucia para vencer »dos; engañaríais áDios sipudiéseis. ¡Oh! Esas mujeres
su debilidad; nosotros quienes después las empujamos »virtuosas que, encubiertas con un velo, van por la calle
por la pendiente del vicio, condenándolas al desprecio y »á la iglesia... dejadlas pasar, inclinaos, prosternaos.
á la soledad, hundiéndolas cada vez más en el oprobio »No, no las dejéis pasar, no os inclinéis, no os proster-
y la vergüenza, negándoles acceso á los honestos goces »néis; id derechos á ellas, arrancadlas el velo; debajo
de la familia, cerrando ante ellas otro camino que el »del velo llevan una máscara; arrancadles la máscara,
del vicio y la degradación. »debajo de la máscara hay una boca que miente.»
¡Cuando en horas desocupadas, á espaldas de vues­ La religión católica ha separado á las mujeres cul­
tras dignas esposas, hijas, hermanas ó madres, vayáis pables del pecado de escándalo, de las otras dotadas de
á visitar á alguna de esas desgraciadas, á embriagaros la virtud de la hipocresía. La dominación ejercida por
con sus fingidos placeres, disfrazando hábilmente el estas últimas es la más cruel de las dominaciones, por
desprecio que os inspiran, estremeceos y pensad que ejercerse entre individuos del mismo sexo, como las lu­
su corrupción es obra vuestra! chas civiles son las más crueles por entablarse entre
Pero ese desprecio que sentís por ellas lo sienten hermanos. Y esta lucha es también tan violenta como
también ellas por vosotros. No quieren más que vuestro las de las fieras, porque como el interés de todas las
dinero, y en cuanto volvéis la espalda, se encuentran mujeres es el mismo, apoderarse del hombre, vienen á
aliviadas de una carga insoportable. encontrarse, aunque aparentemente estén separadas,
En cambio, nosotros, cuando salimos de allí, creemos sobre el cuerpo de su presa. En esta lucha, la mujer
encontrar en nuestros hogares sentimientos más puros honrada tiene de su parte y son sus armas, la religión,
y elevados, y no conocemos los mismos vicios entroni­ el respeto social que inspira, y, por último, sus hijos; la
zados al lado nuestro y disfrazados con la hipócrita otra no cuenta más que con sus seducciones; la lucha se
apariencia de las virtudes conyugales. ¡Oh, y cuán visiblemente desigual, y, sin embargo, la victoria es
amarga decepción nos aguarda si alguna vez llegamos suya la mayor parte de las veces.
á descorrer el velo que los cubre! E implícitamente les concedemos derecjio á esa lucha
En efecto, si fuésemos á contrapesar la corrupción desde el momento en que las señalamos como con un
de las mujeres perdidas con la de las mujeres honradas, hierro candente con el sello de la deshonra, agrupándo­
no sabemos qué platillo estaría más bajo. las en el rebaño de las infames, privándoles de todo
En uno de los dramas de Víctor Hugo, La Tisbe, cor­ acceso á las clases honradas, proscribiéndolas el único
tesana de Padua, habla de esta manera: medio de viv ir dignamente la mujer en sociedad: el ma­
«Vosotras, señoras, no valéis mucho más que nosotras. trimonio. Desde ese momento somos los verdaderos res-
»L o que nosotras decimos á un hombre alto, en pleno día,
CO N D IC IÓ N D E L A M U JER 79
78 NUESTRAS COSTUMBRES

ponsables de su conducta. Si las infamamos, ¿cómo no do. Las circunstancias las colocan en situación de dar
queremos que sean infames? Silas escupimos, ¿cómo no lo que vulgarmente se llama petardo-. Buscan su reha­
han de volvernos el ultraje con los medios de lucha de bilitación á costa de un hombre, y algunas veces la al­
que dispongan? Si las dejamos morir de hambre, ¿cómo canzan. Pero aunque admito la inmensa fuerza,, el gran
impedir que exploten su cuerpo, envenenando nuestra peso de las circunstancias sobre el individuo, las cuales
pueden llevar á espíritus nobles á salir á flote por cual­
alma?
Alguien ha dicho que la prostitución es más perjudi­ quier medio, también comprendo que este género de
cial para el hombre que para la mujer. rehabilitación repugne á los seres generosos, á las mu­
Sí; nos corrompe antes á nosotros que á ellas, desti­ jeres superiores, cuyo orgullo se subleva á la sola idea
lando ponzoña en nuestro corazón, ofreciéndonos por de semejante embaucamiento.
los atractivos y las seducciones de cuerpos hermosos el Esta es la única puerta que le queda á la mujer para
contacto con almas viles y enfermas. Enfermas más recobrar la estimación social una vez perdida; pero es
tan baja, que no pueden entrar por ella sino seres muy
que viles.
Entre ellas hay muchas sobre las cuales el fallo pequeños; bien es verdad que la mayoría lo son.
social ha caído de la manera más injusta. Serían dignas Quedan, pues, déla parte afuera de esta puerta una
de una rehabilitación; pero no abundan los hombres de porción de criaturas que por ignorancia, perversión ó
suficiente temple para emprender obra tan suprema. generosidad han perdido ese pasaporte que las leyes de
Generalmente, los hombres tienen menos valor que las policía social exigen, para la libre circulación de la
mujeres. Voltaire dice: tíabed, que las que á veces cali­ mujer. Examinemos los tres casos.
ficáis de mujeres sin honra, casi siempre poseen las virtu­ ¿Ha sido por ignorancia? ¿La mujer se ha entre­
des de un hombre honrado. Y , sin embargo, raro es el gado á un hombre ignorando la transcendencia de este
hombre que se prestaría á ver en una de estas mujeres acto? La sociedad comete un doble crimen con ella: pri­
algo superior á una señorita que tenga una bien sentada mero, no enseñándola á defender su virtud; segundo,
reputación; raro el que la querría para madre de sus condenándola por una falta de que la misma sociedad
ha sido causante.
hijos.
Género averiado se podría llamar á todas las que la ¿Ha sido por perversión? Pues aun en este caso tiene
trompeta de la fama ha inhabilitado pata el matrimo­ el deber la sociedad de llamarla á su seno y corregirla.
nio. Los hombres creemos muy justo reservárnoslas Por último, ¿fué por generosidad? ¿Pertenecía la
para vacaciones y acercarnos á ellas siempre con la mujer caída á esa raza de mujeres de corazón gigante,
sonrisa en los labios, como cosa que no merece tomarse que dan su honra por el amor, arrostrando consciente­
mente todas las consecuencias de su desprendimiento? De
en serio. %
En esta clase están incluidas criaturas que, habiendo éstas no hay necesidad de ocuparse; son más grandes
perdido su honor, ó mejor, su virginidad, se hallan impo­ que la sociedad entera.
sibilitadas, sin embargo, de confesar en público su falta, La mujer que peca por ignorancia es la que da más
v bien por no empañar el nombre de la familia, ó para contingente á la clase que estamos estudiando, y al
poder seguir dignamente en el círculo que les corres­ mismo tiempo la más digna de estudio.
ponde, ocultan á todos su mancha y falsifican su esta­ ¡Qué testimonio más elocuente de las injusticias so-
bBSH
bSS ■ ■ ■ IH

80 NUESTRAS COSTUMBRES
C O N D IC IÓ N D E L A M U JER 81

cíales no nos ofrece Catalina Howard, en salvaje desco­


bandidaje, que convierten la vida á veces en drama, y
nocimiento de las leyes que rigen su sexo, cuando refiere
á veces en comedia. Envenena la mentira lentamente
inocentemente su deshonra en la corte de Inglaterra,
nuestra alma, apartándonos la verdadera felicidad y
provocando la risa y el desprecio de gentes que en aquel
poniéndonos á inmensa distancia de nuestros semejan­
instante estaban á cien codos por bajo de ella! tes. El mundo la perpetúa, la hace habitual, necesaria;
Una vez en este camino, mientras la mujer no se por eso decía Talleyrand que la palabra es el signo que
avergüence de su falta, mientras arrastre las conse­
sirve para ocultar el pensamiento.
cuencias de ella con valor, tiene derecho á no bajar la
Los crímenes más horribles, no se han cometido con
cabeza, á desafiar la opinión de las gentes, y no veo en
el puñal, sino con la mentira. Nos asustamos al oir na­
qué desmerezca, siempre que al sacrificio de su honra
rrar monstruosos asesinatos, delitos horrendos, y cree­
le haya arrastrado una pasión invencible y desintere­
mos á sus autores los seres más depravados de la tierra,
sada. temblando á la idea de encontrarnos en su presencia.
Es más, lleva una inmensa ventaja moral á las de­
Nada de eso; comúnmente, esos infelices no son sino
más mujeres: la mujer emancipada no tiene necesidad
: 'i extraviados, enfermos, séres hostigados por la desgra­
Il ï de fingir, está exenta de la mentira.
: cia y víctimas de su temperamento, ó de un desequili­
¿Sabéis lo que es el fingimiento? ¿Sabéis lo que es la
brio heredado, que á veces se ven conducidos ai delito
mentira? No, no lo sabemos porque los llevamos dema­
que los perdió por grandes pasiones que no germinan en
siado pegados á nosotros mismos y no podemos verlos. los pechos miserables. No; los grandes criminales no hay
Así como no podemos ver nuestro traje si no nos acer­
que ir á buscarlos en las cárceles, hay que buscarlos en
camos al espejo, tampoco podemos ver bien esa envol­
el mundo moral, armados de la mentira, acechando
tura de nuestra alma si no nos asomamos al espejo de
alevosamente la dicha de los demás para destruirla. Es
la reflexión. un error creer que el mayor daño que se puede produ­
La mentira es consecuencia inmediata de todos
cir á una persona es la muerte.
nuestros vicios ó defectos, que nadie hay que no quiera
Desde el momento, pues, en que la mujer ha perdido
disimular. Es la careta con que tapamos el rostro del
lo que el convencionalismo mundano llama el honor, no
alma cuando es feo y lo manchamos con su fétido
tiene necesidad de fingir. L e es dada una porción de
aliento. Tenemos que fingir si somos envidiosos, si so­
cosas que antes le estaban vedadas. Es dueña de no
mos egoístas, si somos avaros, si nos mueve la codicia,
fingir una fe que no tiene, un honor á que ha renunciado;
si nos abrasa la lujuria, si nos sacude la ira; de modo
puede entrar, salir, hablar con los hombres con entera
que el fingimiento y la mentira son compañeros insepa­
libertad, no hacer las mil muecas y contorsiones que se
rables de todas las llagas del alma humana. Pero aún
exigen á una señorita que aspira á tener novio, y en
sería esto menos malo si las preocupaciones sociales no
fin, toda su vida es una alegre confesión de su único pe­
nos llevaran infinito número de veces á disimular afec­
cado: la impureza.
tos y pasiones que deberían ser nuestro orgullo.
No tiene necesidad de aparentar virtud, porque su
Nos envuelve, pues, la mentira como una lepra, que
blasón es la ausencia de ella ; no necesita encubrir su
hace hedionda nuestra aproximación, lepra que se ad­
ignorancia, porque constituye uno de sus'primeros en­
quiere en la guerra social, practicando esas máximas de
cantos para con los hombres, bien que esto no sea exclu-
6
CONDICIÓN DE L A MUJER 83
82 NUESTRAS COSTUMBRES

sivo á esta clase, sino que se extiende á todas ellas (1); ble, si la que peca constantemente sin engañar á nadie
no necesita, en fin, más que conservar su belleza y sus ó la que peca, aunque no sea más que de una vez, enga­
seducciones, por lo cual, excusado es añadir que todo lo ñando al que la mantiene, deposita su fe en ella y la hace
que hemos dicho de la mentira no es directamente apli­ madre de sus hijos.
cable á ellas. Se dirá que su sinceridad es bestial, pero
es de advertir que en las bestias hay instintos superiores
á los del hombre, y prueba de ello es la contraposición
que comúnmente se hace de la fidelidad del perro á la
ingratitud humana.
La mujer emancipada cambia por completo su ma­
nera de considerar al hombre; ya no depende de él y,
por lo tanto, está menos humillada en su presencia, por­
que no espera de él ningún gran beneficio. Obsérvese el
resultado que da el amor libre practicado por algunas
clases de la sociedad; las actrices y cantantes, por ejem­
plo, á pesar de no admitir el convencionalismo de la
honra, son bien acogidas en sociedad, lo cual muestra
que menospreciamos nuestros mismos preceptos. ¿En
qué alta sociedad de cualquier país no se admite y hasta
solicita á las cantantes y actrices que puedan deleitar
nuestra imaginación ó nuestro oído?
Así, pues, queda demostrada la superioridad que pro­
porciona la emancipación. La mujer mala es á veces
mejor que la buena, y, en todo caso, si una tiene vicios,
la otra tiene crímenes sobre su conciencia. Es capaz
aquélla como ésta de tiernos y nobles sentimientos, y si
tratase la sociedad de despertarlos en ella en vez de
tratar de envilecerla constantemente, sería más de lo
que es. La prostitución no es sino una forma de la escla­
vitud femenina, y se compone de un rebaño de infelices
que no han tenido la suficiente habilidad para fingir lo
que la soceidad exige que se finja (tan sólo que se fin-
jal, y, en conclusión, falta saber quién es más culpa-

1 ) E l encanto que presta ú las mujeres la confesión de su ignorancia no pro­


viene, según se cree, de la ignorancia en sí, porque ésta no puede ser nunca una
perfección, sino de la ingenuidad que im plica su confesión, ingenuidad que con­
trasta con sus habituales fingimientos.
CO N D IC IÓ N DB L A M U JRR 85

à sus amigas, aunque tengan todos los defectos arriba


indicados; y aunque los notemos, no hacemos de ellos
cuestión de honra; es más, hasta entendemos que por ley
de educación debemos disimulárselos, y quién sabe si no
pretenderemos también que su ejemplo sirva de lección
CAPÍTULO V ili á nuestras mujeres; pero tenemos noticia del menor des­
liz en alguna, y al punto las prohibimos todo trato con
ella.
¿Cuál es la causa, el motivo poderoso que nos mueve
Su del i t o y su p e n a . á proceder de este modo, de separar á estas culpables
de las otras culpables, á castigar este delito y á perdonar
No corresponde, por lo general, la extension de la aquéllos?
falta, la importancia de la culpa, con la magnitud de la ¿Es el escándalo, el contagio moral lo que pretende­
sanción impuesta. Si la religión no ha considerado el pe­ mos evitar á nuestras mujeres? ¿Pero por ventura no
cado carnal de peor especie que los otros, puesto que le existe igual escándalo y contagio en los demás pecados?
incluye entre ellos y le enumera entre muchos, ¿por qué Pues si no es el escándalo, ¿serán los efectos que pro­
nosotros le castigamos con mayor rigor? ¿Por qué deja­ duce esta falta? ¿Son los graves efectos que traen con­
mos impunes el pecado de la soberbia, de la pereza, del sigo los amores ilícitos lo que nos mueve á excluir á esas
engaño, del egoísmo, y nos ensañamos tan cruelmente mujeres de nuestro trato y á desterrarlas moralmente de
con las consecuencias del amor? Á nadie se le ocurrirá nuestra sociedad?
que una mujer envidiosa haya de estar deshonrada, ex­ ¡¡Los efectos!! ¿>on los efectos lo que os mueve? Si
cluida del trato humano; nadie pedirá que se la separe esto es así, qué horrible blasfemia habéis proferido. El
de la sociedad como á una bestia feroz. A l contrario, su­ efecto inmediato de los amores lícitos ó ilícitos, honestos
pondremos que los peores efectos de su pecado los sufrirá ó deshonestos, es la maternidad; ¿y en nombre de la ma­
ella misma, y si á mano viene, compensaremos este vicio ternidad condenáis á la mujer que ha pecado? Ved lo
suyo con otras buenas cualidades que la naturaleza le que conseguís, ridiculos moralistas. Hacéis que desde el
haya concedido. Pero si vemos, en cambio, queuna joven, primer momento que late en sus entrañas el germen de
arrastrada por las pasiones propias de su edad, entrega un nuevo sér se avergüence de sí misma, se considere
á un hombre su doncellez sin haber mediado la fórmula infame, huya de las gentes y derrame en la sombra ma­
religiosa del matrimonio, luego al punto la marcamos res de lágrimas por el hijo que va á dar á la sociedad.
con un sello que la coge de arriba abajo, la anatema­ Desde aquel momento concedéis á todos el derecho de
tizamos y la hacemos objeto de burla y escarnio. insultarla, de despreciarla, de acuchillarla constante­
Trato en vano de explicarme la causa de todo esto. mente con una mirada, con una frase, con una sonrisa,
Toleremos á esa mujer como se tolera á una iracunda, á con un insulto. La persuadís de que el sér que lleva en
una avara, áuna envidiosa, que, bien mirado, bien pu­ su seno la deshonra, y ¿no teméis que en su lento des­
diera ser más inofensiva para la sociedad que aquéllas. arrollo surga en ella alguna vez la idea de aniquilar ese
Pero nosotros consentimos á nuestras hijas que traten testimonio de su deshonor?
87
CONDICIÓ N DB L A M UJER
86 NUESTRAS COSTUMBRES
»tardías, cual si fueran perritos, ó cortados en pedazos
Ya decía Juvenal: «¡Existen tantas maniobras, tan­
»menudos para ocultarlos con más facilidad, ó enterra-
tos brebajes dotados del poder de hacer á la fecundidad
»dos después de haberlos ahogado á medias, quemado ó
estéril, de matar, merced al oro, á los hombres en las
»evaporizado en chimeneas, estufas, hornos, etc. Esto es
entrañas de sus madres!»
»horrible, ¿no es cierto? Pero hay que reconocer que esas
Y si por acaso vencen los sentimientos naturales en
»mujeres están dementes de miedo al desprecio público,
la trágica lucha que entablan con las preocupaciones, y
»cuando no lo están por otras diferentes causas, tales
la mujer llega á ser madre, todavía habrá bocas corrom­
»como la soledad, la miseria, los celos, la indignación,
pidas que digan cuando aquella mujer enseñe á su hijo:
»etcétera, etc., además de los trastornos fisiológicos que
— ¡Qué desvergüenza! ¡Qué impudor! ¡Qué cinismo!
»acompañan casi siempre al parto. Figuraos una niña de
¡Oh, sí; qué desvergüenza confesarse madre! ¡Qué
»diez y ocho años, ¿y no es en realidad una niña aquel sér
impudor confesarse valiente en una sociedad de cobar­
»supersticioso, tímido, sin carácter, que no sabe nada, que
des! ¡Qué cinismo declararse sincera en una sociedad de
»está llena de aprensiones, de ideas, de presentimientos y
hipócritas!
»que no tiene ninguna noción positiva? Figuraos, pues,
Véanse las siguientes líneas del libro E l matrimonio
»esa niña en el momento que va á ser objeto del despre-
libre, de Pablo Lacombe:
»cio y de las iras universales.Parientes, amigos, vecinos,
«Los 75.000 nacimientos naturales que ocurren cada
»hasta los mismos transeúntes van á declararse contra
»año, representan por lo menos otros tantos dramas muy
»ella. Ella sola á un lado, y todo el mundo á otro.
»positivos, muy amargos, el menor de los cuales excita-
»Vuelve la vista alrededor suyo, y sólo encuentra ene-
»ría, á no dudarlo, la sensibilidad pública si se pudiera
»migos. Se ve como si estuviera en medio de una multi-
»descubrir el corazón de las madres, que es donde se
»tud inmensa cuyos rostros forman círculo y cuyas mi-
»representan tan horribles escenas.
»radas se reconcentran encima de su cabeza. Kb hay
»Comoquieraque sea, el niño ha nacido, y otro drama
»hombre alguno que se haya encontrado jamás en seme­
»empieza entre la madre y el hijo; en cuanto al padre,
ja n te situación, pues para que esto pudiera suceder,
»es el momento que escoge para desaparecer de la esce-
»sería menester convertir la naturaleza masculina en fe-
»na. El desenlace en este drama suele ser más variado
»menina. Yo me alegraría que alguno de esos caracte-
» que en el otro.
»res enérgicos hasta la temeridad, como, por ejemplo, un
»Puede suceder: primero, que la madre mate al hijo
»Mirabeau, tuviese que pasar por esa prueba, reservada
»en seguida de nacer. Este género, de desenlace horrible
»á las jóvenes, y nos manifestase luego sus impresiones
»en cuanto á la intención, y humano en sus consecuen-
»para hacernos comprender entonces la bárbara demen-
»cias, es el que tiende, y así debemos reconocerlo, á pre-
»cia de las madres infanticidas.
»valecer sobre los demás. Cuanto más avanzamos, más
»Otro desenlace: la madre perdona á su hijo y acepta
»sensible se va haciendo la madre soltera á la vergüenza
»la vergüenza con la miseria; es joven y tiene la espe-
»que la opinión pública imprime sobre las que se hallan
»ranza arraigada en el corazón, se esforzará en vivir á
»en su estado, y para sustraerse á ella, mata á su hijo.
»despecho del infortunio. Pero no parece á veces sino
»En la actualidad, y cuando al cabo del año los estadis­
»que la desgracia es una persona que tiene oídos y que
t a s echan sus cuentas, son por millares los niños que en-
»se cree desafiada. ¡Ah, no quieres matarte, eh? Está
»cuentran tirados por los caminos, las cuevas, las alcan-
■hHHHHÉB

88 NUESTRAS COSTUMBRES CO N D IC IÓ N D E L A M U JE R 89

»bien: mas no me conoces. Tanto te perseguiré, que al mos que esta porción contraríe sus naturales impulsos
»fin esa muerte cuyo solo nombre te hace estremecer, la hasta el punto de aniquilarlos, queremos que permanez­
»buscarás con pasión y con vehementes deseos, apresu- can vírgenes so pena de verse hundidas bajo el peso del
»rándote á acudir á ella como antaño á tu primera cita oprobio y de la vergüenza, lo que es tan ridículo como
»de amor. Y la desgracia cumple su palabra, pues no dar órdenes al aire, al fuego, á los montes, á los mares
»son pocas las solteras que se tiran desde lo alto de los y á la tempestad, y pretender que las obedezcan, y
»monumentos públicos, ó simplemente desde su buhardi­ cuando vemos que la ley del honor queda vencida en la
l l a á la calle; muchas son también las que compran mayor parte de los casos por la naturaleza, nos mos­
»cuatro cuartos de carbón para ahogarse en ácido car- tramos muy admirados, y exclamamos inocentemente:
»bónico. Su hijo, salvado por un momento, vuelve á ¡Qué inmoralidad! Si la naturaleza ha dotado á todos los
»la corriente que se lleva á todos los hijos naturales.» individuos de idénticos órganos para el cumplimiento de
Hé aquí pintados de mano maestra los efectos de los mismos fines, éstos se cumplirán á despecho de todas
nuestra moral. La vindicta pública parece que debe las ficciones humanas. Las consecuencias de la resis­
quedar satisfecha con tales extremos, ¿no es así? Pues os tencia que opone la sociedad al libre y regular cumpli­
engañáis; porque no hay nada más implacable que la miento de estos fines, serán los suicidios, la locura, las
saña de nuestra sociedad para con el caído. Esa saña si­ enfermedades y la prostitución.
gue á la infeliz madre y la empuja por caminos cada vez Sí; por más que queráis persuadir á una multitud, de
más pendientes, hasta sumirla en una casa de prostitu­ que leyes divinas ó humanas mandan dominar los ins­
ción, en una cárcel, en un hospital. tintos naturales, éstos arrastran á las multitudes, y los
Si no es por la maldad intrínseca de su falta, ni por la hijos heredarán los instintos de los padres, y las gen e­
influencia ó escándalo qne pueda producir, ni por sus raciones humanas serán una continuada protesta contra
efectos, ¿por qué se trata entonces á este pecado, que nuestras estúpidas preocupaciones.
tiene la menor cantidad de pecado posible, de otro modo Tiene la humanidad, por lo mismo que es una parte
que á los otros? ¿Por qué hay mayor indulgencia para de la naturaleza, algo del impulso inconsciente que
todos los demás defectos juntos que para éste? ¿Por qué mueve los elementos, algo de la ola que envuelve,
no exigimos cuenta á la mujer falsa, ingrata, etc., y las del huracán que empuja, de las lluvias que inundan.
pedimos á la que sólo ha cometido el delito de dejarse Ese algo no lo destruirá ninguna ley por violenta que
llevar por instintos naturales é irresistibles? sea. ¡Sacerdotes! No os disfracéis de dioses para dictar­
Obligamos á la mujer á que acalle sus sentimientos las contra natura, á las muchedumbres. La empresa
más naturales, á que atrofie los instintos del amor y de sólo compete á dioses verdaderos.
la maternidad, Inasta que á nosotros los hombres nos Dícese, generalmente, que el número de mujeres es
place llegarnos á ellas y solicitarlas legalmente para cinco veces mayor que el délos hombres, de suerte que
que cumplan esos instintos; y como en nosotros es po­ si en una nación hay 10 millones de éstos, y, por consi-
testativo el ofrecerlas este medio (la ley), y por lo tanto, guiento, 50 de aquéllas, suponiendo que no se quede
sólo lo hacemos con las que nos convienen, y cuando ninguno soltero, quedarán 40 millones de mujeres con­
nos place, siempre tendrán que quedar una porción de denadas á celibato perpetuo. Es decir, que sólo una
ellas condenadas á la esterilidad y al celibato, y quere- quinta parte podrán cumplir decorosamente las funció-
90 NUESTRAS COSTUMBRES

nes á que la naturaleza les ha destinado. Y de consi­


guiente, las cuatro quintas partes no podrán cumplir­
las, ó si las cumplen (como así sucederá), será ilícita­
mente, con lo cual tendremos el absurdo de una sociedad
en que sólo una exigua parte puede vivir con arreglo á
sus leyes, y el resto tiene que vivir á escondidas, tiene
que amar de tapadillo y resignarse al menosprecio y la
CAPÍTULO IX
vergüenza.
Y este absurdo se da todos los días. Le vemos y á él
contribuimos, haciéndonos solidarios, por el temor, de la La mujer vieja.
injusticia social que representa. Acumulamos infamia
sobre esas débiles criaturas que hemos arrastrado nos­ La vida es piedra de toque, con la que se contrasta
otros mismos al estado en que se encuentran; no tene­ el metal de que estamos formados. De un viejo es posi­
mos inconveniente en contribuir con una frase á su des­ ble decir con fundamento lo que es, porque su carácter
honra, con un gesto de desprecio á su martirio y con ya no puede cambiarse, y toda su historia nos da la
nuestra ridicula intransigencia á su destierro y aisla­ clave de su valor moral. Los diversos acontecimientos
miento. Rigurosa es su pena, impuesta con cruel ensa­ que sobre él han influido, no sólo han puesto de mani­
ñamiento, por una sociedad que se dice cristiana, y que fiesto su carácter, sino que han contribuido á formarle.
lo desmiente con sus obras, y en cuanto á su culpa, si Cuando somos jóvenes estamos en potencia de ser ó muy
por alguien se ha dicho del adulterio que es un crimen buenos ó muy malos, ó muy felices ó muy desgraciados,
de invención social que no existe en la naturaleza, ¡con según el género de vida que emprendamos, y según in­
cuánta más razón no puede decirse del amor libre, her­ clinemos nuestros sentimientos. Un muchacho de diez y
moso luchador y vencedor de las mezquinas trabas so­ ocho años, es blanda cera, á la que se pueden dar mil
ciales, heroico y generoso sentimiento, único que enno­ formas diferentes, pudiéndose decir que hasta entonces,
blece un poco la raza humana, fuente de la vida, sol por más que dejemos asomar nuestras inclinaciones, no
que caldea nuestro frío egoísmo, reminiscencia de un somos nada, y desde esa época, en que vamos teniendo
estado divino, resto de una feliz edad, que adorna nues­ un conocimiento más reflexivo del mundo, se va for­
tros tiempos, en que algunos le juzgan un anacronismo, mando nuestro individuo. Es indubable que el hábito in­
llama vital de la especie, sin la cual perecería de inac­ fluye de una manera decisiva en la formación de nues­
ción y de frío, y discurriríamos por el mundo con la tra personalidad, y el hábito empieza á adquirirse muy
melancólica y aterradora tristeza con que discurren los temprano.
témpanos de hielo, lúgubres fantasmas de los mares Por muy verdad que sea aquello de «genio y figura
glaciales! hasta la sepultura», y no dejando de conocer que hay
personalidades tan salientes, temperamentos tan enér­
gicos que se emancipan de todo lo que les rodea y se
forman ellos solos, lo cierto es que el medio á que esta­
mos sometidos, las influencias que obran sobre nosotios,
ESaHBHHH

92 NUESTRAS COSTUMBRES CONDICIÓN DE L i MUJER 9e*

determinando nuestros hábitos, son los factores que más no puede iluminar su cara una inteligencia que no ha
adelante han de producir nuestro sér más íntimo. Pero, cultivado. Faltas de ilustración, de educación intelec­
en la vejez, ya está adquirido y demostrado este carác­ tual, que es lo único que puede preservarlas del veneno
ter, y no debemos esperar inconsecuencia ni variación. que la experiencia derrama diariamente en nuestro co­
Si dentro de nosotros había instintos nobles, inclinacio­ razón, se hacen séres la mayor parte de las veces sin
nes rectas, ya los habremos mostrado y nos habremos sentido moral alguno. La esclavitud en que han vivido,
hecho fuertes dentro de nuestra conciencia, y, salvo ra­ les ha acostumbrado al fraude y al engaño, ha desfigu­
rísimas excepciones, la sociedad tendrá derecho á espe­ rado horriblemente su conciencia y ha hecho, en fin, de
rar y confiar en nosotros. Si, por el contrario, no hemos ellas, seres deformes, moralmente hablando.
tenido la suficiente energía para resistir á las fuertes Por eso, la palabra vieja suena peor que la palabra
tentaciones que nos ofrece de continuo la existencia, viejo; se les hace encarnación de todas las ideas más
no podremos adquirirla á tan última hora, así como si repugnantes; de la superstición, de la hechicería. La
llevamos dentro de nosotros instintos malvados, no ha­ pintura simboliza con ellas pasiones desordenadas y fu­
bremos esperado á que nuestros cabellos blanqueen para riosas. Cuando se trata de pintar monstruos masculinos,
mostrarlos. se desfigura al hombre, se le pone cuernos ó cola, se le
Por eso, generalmente, las canas imponen respeto, cambia la mitad del cuerpo por la de un animal, real ó
porque suponen largo tiempo de luchas contra las ase­ fantástico; pero cuando se quiere representar un mons­
chanzas que continuamente nos dirige el destino, y, por truo hembra, se pinta una vieja. Ahí tenéis la bruja. No
tanto (mientras no se demuestre otra cosa), un valor es sino una vieja.
moral acreditado. Parece como si la naturaleza misma hubiese querido
Pero, así conio el aspecto de un hombre de avanzada hacer menosprecio de su obra femenina, quitándole á la
edad, suscita generalmente en nosotros ideas y senti­ mujer más encarnizadamente el don que la enorgulle-
mientos de respeto, no así el de la mujer cuando llega á cía: la belleza. Así como el hombre, por lo general, por
la decrepitud. Excita más bien compasión y mofa. Como todo lo que ya hemos dicho, parece como que gana en
el valor moral é intelectual de la mujer es inferior al del hermosura cuando llega á viejo, las mujeres pieiden
hombre, como el objeto de su vida ha sido frívolo y ba- toda la que tenían, haciendo en ellas la vejez horribles
ladí, como su valor ha estribado únicamente en su her­ estragos, que contrastan con su anterior lozanía.
mosura y en su facultad de concebir hijos, cuando todo Su decrepitud viene á ser terrible lección, por la que
esto ha pasado, no podemos ver en ella sino un misera­ aprenden toda la vanidad de su existencia, sin objeto ^
ble despojo. En el hombre, un pasado de trabajo, de hon­ digno ni noble, todo lo ridículo de sus gustos, ansias y
radez y de luchas donde se ha acrisolado su energía, afanes por cosas efímeras y pasajeras. Su vida agitada
llenan sus canas de majestad y dan á sus arrugas un sello les ha dejado el vacío en el corazón, y cuando la socie­
venerable. La inteligencia, por su parte, se retrata en dad se olvida de ellas porque ya no le sirven para nada,
su rostro, y en toda su fisonomía hay no se qué de au­ su decepción y tristeza deben ser tremendas. Por eso
gusto, cuando no se trata de un pillo redomado. Pero en entonces se echan en brazos de la religión, única filoso­
la mujer, por el contrario, se retratan con horrible fía que ellas conciben; por eso suenan en su espíritu
mueca los instintos que encubre durante su apogeo, y profundas y grandilocuentes las palabras del sacerdote
NUESTRAS COSTUMBRES CO N D IC IÓ N DE L A M U JER

cuando les habla de la vanidad de las cosas humanas, cipado, sólo puede devolvernos la juventud del espíritu
Estas frases retumban en su inteligencia como en un y desarrugar su ceño, el convencimiento, la satisfacción
cántaro vacío. de haber contribuido en nuestras fuerzas á la obra de
¡Qué diferente manera de considerar la vida en esta solidaridad, de progreso, de civilización, de trabajo, de
época de la senectud, en que todo se ve desde un punto cumplimiento del destino humano.
de vista opuesto al en que se había visto hasta entonces,
en que las cosas nos presentan su otra cara, su reverso,
el más elocuente, el más verdadero. De ahí esa melan­
colía de los ancianos que nos parece ornamento propio
suyo. Por eso nos hace mal efecto un carácter alegre y
bullanguero en esa edad, contradictorio con su esencia
é incompatible con las ideas graves y austeras que
suscita.
Pero hay mucha diferencia entre la senectud del
hombre y la de la mujer. A los dos ha enseñado la expe­
riencia, pero la de aquél ha sido una enseñanza más
noble y depurada. Su inteligencia, más cultivada, ha
entrevisto algunas de esas verdades científicas que dan
la explicación de lo que es el mundo. Aprendió, sí es
cierto, la maldad de los hombres, pero también se ilu­
minó su conciencia con algún débil rayo que le instruyó
acerca del destino humano, mientras que la mujer verá
el mundo siempre con ojos de mujer. Sentirá haber per­
dido los atractivos, las vanidades que en otro tiempo la
dieron un lugar eminente en la sociedad, pero no com­
prenderá la insignificancia de todo aquello, ni sentirá la
aspiración hacia un estado mejor.
Y si acaso lo sintiese, ¿no será esto mismo la abjura­
ción de todo su pasado? ¿No significará la clara visión
' de todo lo estéril de su vida, de todo lo inútil de su trán­
sito por el mundo?
Á esa edad en que el escepticismo, la ausencia de
todas las ilusiones que nos hicieron creer, ha dejado vacía
nuestra alma, y en que el corazón, cansado de todas las
afecciones humanas, se encoge como hoja seca; en que
la desvalidez y la proximidad de la muerte tienden á
hundirnos en la desesperación como en un sepulcro anti-
LIBRO SEGUNDO
IE X j m a t r i m o n i o

¡Oh, maldito matrimonio! ¿De qué


nos sirve llamarnos dueños de esas
deliciosas criaturas, si sus pasiones
escapan á nuestro poder?
Shakspeare.

7
CAPITULO PRIMERO

El amor.

Por donde quiera que vayamos en nuestra existencia,


nos persiguen las invenciones humanas, obligándonos á
disfrazar nuestro natural, mal que nos pese; de donde
dedujo un peregrino ingenio que todo el ano es carnaval.
Todo el año vamos vestidos de máscara, y por esto el
que tuviese la osadía de descubrirse y tirar su traje, des­
compondría la comparsa y sería el blanco de todas las
miradas.
Abordamos una materia, el matrimonio, y su causa
generatriz, el amor, fecunda en esa clase de invenciones
y disfraces. Por ahí anda, para no dejarme por embus­
tero, toda esa balumba de dramas, comedias y novelas
llenas de enredos, de ardides y de lances producidos por
el amor, en infinita variedad, llenos también de su in­
constancia y llenos, á mi parecer, de errores, nacidos
por no haber sabido considerar nuestros sentimientos-
como son en realidad y no como la fantasía humana
quiere que sean.
Vamos por partes- amor y matrimonio parece que
tienen una relación, así á primera vista, de antecedente
y consiguiente, cosa que yo demostraré ó trataré de de­
mostrar que está muy lejos de ser exacta; pero para con­
formarnos con la opinión generalmente admitida, vamos
á darlo por hecho y, en consecuencia, á decir algo sobre
el amor, para luego decir mucho más sobre el matri­
monio.
Da lugar aquella pasión, cuando no se oculta del pú~
10 0 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 101
blicoyes correspondida, á ese período llamado de novios, Dulcinea era la más hermosa princesa que hubiese exis­
en el cual, dos que tienen proyecto de unirse para for­ tido, y les amenazaba de muerte si no la prestaban. En
mar familia, se comunican libremente la expresión de su este episodio pintó burlescamente Cervantes un rasgo de
afecto, y tienen ocasión, si la aprovechan, de conocer la locura humana. Porque aquellas palabras no se las
sus caracteres y condiciones morales. Pero este período, inspiraba al gran hidalgo su trastorno mental, sino su
que sería de gran utilidad para la futura vida matrimo­ positivo enamoramiento.
nial si se verificase en otras condiciones de las que gene­ Teniendo en los ojos esta mágica venda que nos im­
ralmente se le concede, es infructuoso las más de las v e ­ pide ver tal como es á la que va á ser nuestra esposa,
ces, entre otras cosas, porque, como muy bien dice el ¿cómo es posible que podamos en ella examinar, conti as­
mito antiguo, el amor es niño y ciego, no ve la realidad tar y dilucidar sus buenas ó malas cualidades, clave de
sino el ideal, y de éste se mantiene, y se entrega al pro­ nuestro futuro destino?
pio tiempo á tales puerilidades y niñerías, que parece Hay quien se enamora de una coqueta, y como a l­
como si la razón abandonase á los enamorados. Todo guien se lo advierta (porque á muchos mueve á compa­
nos parece excelente en el sér amado, y le pondríamos sión el espectáculo de un enamorado), es posible que así
á la cabeza de la humanidad, si pudiéramos. De aquí conteste:—Su misma inconstancia enciende mi ardorosa
q ue suenen los amantes con un trono para sus bellas y pasión; el mismo tormento que su liviana conducta me
no encuentren bienestar ni sosiego si no es á su lado, y produce, es acicate de mi deseo. El que se enamore de
conserven y adoren con idolatría cualquier objeto de su una tonta creerá que todas las palabras que de ella se
pertenencia, por ínfimo que sea. En suma, el estado del escuchan son oráculos; el que de una fea, verá en ella
enamorado es un estado de locura, sólo que no lo apre­ cierta gracia recóndita, cierta belleza que sólo se mani­
ciamos como tal, por lo mismo que se ve todos los días y fiesta para él y permanece oculta para los dems, y en
en cualquier parte. Pero si la humanidad no se hubiera esto hallará un placer vivísimo, como el que les produce
enamorado nunca, y de pronto apareciese en ella un á los iluminados creer que los espíritus se comunican
hombre que hiciese todos los extremos del amor, se le con ellos. Si alguien se enamora de una de esas mujeres
tendría por loco, pues nadie concebiría entonces que un frías, calculistas, razonadoras, de temperamento mar­
hombre pudiera besar una mata de pelo y llorar delante móreo, verá en esto su mayor perfección y estará lejos
de ella y pasarse el tiempo al pie de una ventana espe­ de pensar que no sienta por él, fuego sagrado; si de una
rando á que se abra, ni suspirar de continuo, etc., etc. chismosa, estará encantado de su sagacidad, de su suti­
¿Cómo podrá persuadir ese hombre á todos los demás leza para traer y llevar noticias; si de una mujer indo­
de que la elegida por él no se parece á ninguna y es la lente y mala trabajadora, verá en esto indicio de distin­
única digna de inspirar lágrimas, deseos, anhelo, entu­ ción, de naturaleza aristocrática, y mirará con menos­
siasmo'? ¿Cómo convencerá de que su rostro tiene una precio á las que se inclinan con asiduidad sobre una
misteriosa seducción que no tiene ninguna, y su voz un labor cualquiera. En resumen: tal es el estado del hom­
acento que penetra en el alma y en ella produce el des­ bre al caer sobre sus ojos la clásica venda, que puede
concierto y la agitación y arroja de ella el sosiego? Pues estar seguro de dar con su perdición y acariciarla, de­
todo esto piensa el enamorado. Acordaos de D. Quijote, tropezar con su desdicha y adorarla, y de rendir culto á.
que exigía de aquellos caminantes la confesión de que su su propio verdugo.
■■MH HBHIHKh

K L M A TR IM O N IO 103
102 NUESTRAS COSTUMBRES
serva que es objeto de interés por parte de ella. 1 asa su
Sin embargo, todo esto podría darse por bien em­
calle al día siguiente, una, dos ó tres veces, es objeto de
pleado si la venda no cayera jamás, si el tiempo no des­
las burlas de los vecinos, aguanta el sol, la lluvia, el
gastase su hilazón, y empezásemos á ver claro' á través
frío, hasta que ella, por fin, sale al balcón, so pretexto
de ella. Feliz estado el de esa ceguera artificial, si se
de tomar el fresco con una amiga. Entonces se contenta
prolongase eternamente. Pero, por la naturaleza de las
con mirarla y ser visto. Procura verla en paseos, reunio­
cosas, ha de cesar necesariamente en cuanto nos inter­
nes y teatros. Pasea á caballo por debajo de sus balcones
namos en el matrimonio. La vida en común, el roce
y se entrega con perezoso abandono á esta platónica
diario, el trato íntimo, produce una especie de desesti­
adoración, desatendiendo sus ocupaciones, y cuando poi
mación de todas esas cualidades que antes nos embele­
la noche piensa entregarse al trabajo, represéntasele su
saban. Si es la belleza, ésta deja de excitarnos, de
amada, que le condena á no hacer otra cosa que pensar
conmovernos, y la imaginación se cansa de idealizar. En
en ella. Quisiera borrar su imagen, pero la siente escul­
cambio, empezamos á sentir prontos efectos de las ma­
pida dentro de sí. Tienen mucho poder unos ojos negií-
las cualidades; y, por último, sólo quedan las virtudes;
simos como el azabache, una cara de perfil árabe, de
pero ¡ay de nosotros, si el dios Cupido vuelve á vendar
cutis como la seda, de boca como un brote de rosa. De
nuestros ojos con su pañuelo y nos manda que prestemos
este delicioso ensueño, viene á sacarle una cruel orden,
nueva adoración á quien á él se le antoje y pierda su
por la cual, tiene que ausentarse de Madrid, yendo des­
encanto para nosotros la que preside nuestro hogar!
tinado à otra provincia; pero como afortunadamente es
De lo que se deduce, que en un período de pasajera
rico, se da el gustazo de quedarse en la Corte, renun­
exaltación, firmamos un compromiso para toda la vida,
ciando á su ascenso, si lo es, ó gestionando su perma­
por el cual nos obligamos á vivir con una misma perso­
na, á soportar las consecuencias de su conducta, etcé­ nencia. A todo esto, no conoce de su adorada nada más
tera, etc. Obramos como hechizados por los efectos de que su figura, ni siquiera el metal de su voz, é ignora
un filtro: sin libertad; y así como no valdría un contrato completamente sus gustos, su carácter, su fondo moral,
hecho por personas que hubieran perdido la capacidad todo, absolutamente todo, lo que más debiera im poital­
le. No la ha oído hablar, no sabe si sus gustos son con­
jurídica, siquiera momentáneamente, de igual modo de­
trarios á los suyos, si es buena ó mala, si es tonta ó lista,
biera declararse nulo este compromiso. La situación del
si es amante ó coqueta. ¿Se negará, en presencia de este
hombre que vuelve de este estado de delirio es igual
caso, que el amor vuelve insensatos á los hombres?
que la del borracho, que á la mañana recuerda cómo,
Llega por fin á conocerla, y ve con satisfacción que
impulsado por el vino, dió la noche antes una puñalada
pertenece á una familia distinguida, que no desdice de
y mató á un hombre.—¿Qué he hecho yo?—es lo primero
que dice. su linaje, y que ni por remota idea se le ha ocurrido du­
dar de su buena conducta; que va á misa, que hace al­
Verdaderamente, el amor es una pasión reñida con
guna novena, que da limosna á los pobres cuando los
toda cordura y sensatez. Y esto se puede comprobar ob­
encuentra en la calle, que su conversación es amena y
servando la conducta de un enamorado. Un hombre ve
chispeante y que parece quererle. Supongamos que ha
en la calle á una mujer: es hermosa, va elegantemente
visto todo esto, pero supongamos también que no ha
vestida, tiene maneras distinguidas, tal vez sea una bri-
visto su puntito negro, su defecto capital, que ahora esta
bona, pero no lo parece. Nuestro hombre la sigue, y ob­
iU 4 NUESTRAS COSTUMBRES E L MATRIMONIO 105
encogido, casi disimulado, tras del superficial velo del pacientes, que atormentan hasta no verse satisfechas,
trato social, pero que más tarde ha de crecer, agran­ apagan su ardor en el primer instante y sacian su sed
darse, tomar proporciones gigantescas y eclipsar con su al primer sorbo. Calcúlese qué funestas consecuencias
negra sombra la dicha soñada. traerá esta mudanza para los seres que, engañados por
Ese hombre se casa, y al cabo de uno ó de dos años, una pasión de esta índole, unan para siempre sus exis­
empieza á recibir la tremenda lección que merece su in­ tencias. Serán los dos condenados unidos por una misma
sensatez. Ella es coqueta, es caprichosa, es gastadora, cadena de que habla Tolstoï, ó tendrán que adoptar un
ignora los deberes de madre, el arreglo de la casa, el modus vivendi vergonzoso. La sociedad acusa bien injus­
afán del lujo la devora, su marido se convierte para ella tamente cuando acusa por cualquier extravío á uno de
en un insoportable tirano, y, entonces, éste comienza á estos dos infelices, que se retuercen bajo la presión de
comprender cuán locos somos cuando creemos ver en una ley inicua, mientras enaltece y pide respeto al
los ojos de una mujer océanos de dicha, felicidad para vínculo que los hace desgraciados.
toda la vida, dulzura, poesía y ventura inagotables. Pero aun tratándose de pasiones más tranquilas y
Y no proceden ni se engañan de este modo los hom- templadas por unas relaciones de muchos años, tam­
bi es que por su corta intelig'encia vienen á ser una ex­ bién cabe el engaño mutuo y la desilusión final, porque
cepción, sino la mayoría de los hombres; porque si el la experiencia en unas relaciones honestas no es com­
corazón humano tiene trampas y disimulo suficientes pleta, y hay que dar á los sentidos la parte principa­
¡jai a engañar en general, ¿cuánto más fácil no será el lísima que les corresponde.
engaño cuando el que lo ha de ver tiene una venda en­ Por eso no será nunca tan frágil y vacilante cimiento
cima de los ojos? como el amor, bastante á sostener el pesado edificio
Es, pues, el amor, por su naturaleza, un período de donde se nos guardan los rigurosos deberes del matri­
locura, que ciega los sentidos de los hombres, sumién­ monio.
dolos en un sueño voluptuoso, un frenesí que nos eman­ Naturalmente considerado el amor, significa una aña­
cipa del imperio de la razón. ¿Quién no ha visto á qué gaza, un engaño de la naturaleza, para obligarnos á
terribles extremos lleva la pasión amorosa? Suicidios, cumplir la ley de conservación de la especie, y social­
crímenes, deshonra, adulterio, demencia, desafíos, mente significa el matrimonio un desconocimiento com­
mina, miseria: tal es tu pronóstico, enfermedad de pleto de los instintos humanos, un artificio destinado á
amor. Pero eres más; eres como ese monstruo, único en sostener, como una de las principales bases de la socie­
la fauna terrestre que se devora á sí mismo; porque dad, el culto religioso, la mitología cristiana.
así que dos amantes han gustado el uno del otro lo que
tanto anhelaron, y tantas noches de insomnio les costó,
luego se sienten hastiados y experimentan decepción y
repugnancia.
Y esto es tan cierto, que muchos amantes que han
pasado anos enteros adorándose platónicamente, no tar­
dan quince días en sentir mutua é invencible repugnan­
cia. Generalmente esas pasiones exaltadas, febriles, im-
el m a t k im o m o - 107
notables y que revestían extraños caracteres, y esas
otras que han concedido la inmortalidad á los que las
experimentaron, siendo asombro del mundo, no son sino
excepciones, y algunas del dominio de la patología, y lo
vulgar y corriente son pasiones intermedias, tibias, que
CAPÍTULO II no resisten á los obstáculos que á su paso encuentran, y
que, empequeñeciendo el amor, le hacen representar un
papel muy secundario en la vida. Y ésta, en verdad,
puede decirse que es su manifestación normal, puesto que
El ideal de las mujeres y el ideal de los maridos.
el amor no es más que el cumplimiento de una función
fisiológica que ocupa un lugar entre las otras que com­
El amor es una pasión muy compleja, y le imprime
ponen la armonía de la actividad humana. En un p iin­
cada individuo su peculiar carácter; compárese el amor
cipio se manifiesta como una vaga aspiración cle^ un
tranquilo, lleno de idealidad y de misterio, de calma y sexo al otro; poco á poco va concretándose, y llega á un
de deleite, con la pasión tumultuosa y febril que todo lo estado de individualización que ha hecho á tantos poetas
avasalla; con esa ardiente sed tan pronto satisfecha tener suspenso al mundo entero con las maravillosas
como apagada, ese fuego que dura lo que una centella, tonterías que salían de su boca. Por último, va siendo un
no deja más que ceniza, y apenas sirve para iluminar juego donde cada,vez reina menos sinceridad, hasta
nuestra vida un segundo. Pues entre estos dos polos, hay convertirse en un arte, en que, como en otros muchos de
una serie infinita de gradaciones que le hacen más ó la vida, la experiencia produce frutos algo amargos. La
menos ardiente, más ó menos elevado, más ó menos mo­ mujer aprende este arte más pronto que el hombre en
ral, más ó menos placentero, según las circunstancias general, y es natural, puesto que constituye casi el ex­
de que se halla rodeado, la naturaleza de quien lo ins- clusivo objeto de su vida, siendo así, que su fin es atiaei
pira, y, sobre todo, el temperamento del que lo siente, y dominar al hombre, de donde se deduce que todo el
porque, como dijo el poeta,
tiempo debe consumirlo ésta en desarrollar un plan más
más que en el sér amado, ó menos hábil, cuyo fin es el matrimonio, en llegando al
la causa del amor está en el que ama. cual, debe dar un ¡ah! de satisfacción y de descanso.
Este deseo de dominar es la nota característica del
Por esto son arbitrarias y ridiculas todas esas máxi­ amor de la mujer, que por lo mismo que es esclava del
mas pretenciosas y absolutas sobre el amor, puesto que otro sexo, quiere ver á sus pies á uno de sus tiranos. Se
en cada caso producirá efectos diversos, sin que esto esfuerzan por presentar á nuestra vista las cualidades
sea negar que existe en todos algo de común. que nosotros amamos en las mujeres y ocultan su verda­
No com paremos los ardientes amores de Safo con los dero natural, mientras que el hombre no se acuerda
romántico-cristianos de Abelardo y Eloisa, y, sin em­ cuando ama de su derecho de dominación, y es mucho
bargo, en ambos el esencial elemento era una atracción más sincero en su afecto. Algo de esto ha debido quei er
invencible. expresar el enigmático F. Nietzsche, ald ecii. «una mis­
Las pasiones extremas que han brillado en hombres ma pasión presenta caracteres distintos en el hombie y
EL M ATR IM O N IO 109
108 NUESTRAS COSTUMBRES
mi testamento; he legado toda mi fortuna á mi mujer,
en la mujer; por eso los dos sexos no se comprenden
pero á condición de que ha de casarse otra vez lo antes
nunca.»
posible... De esa manera habrá al menos un hombre que
Puede que halle confirmación este apotegma en el
sentirá mi muerte todos los días.»
estudio del ideal de las mujeres y de los maridos.
Así, pues, la mujer, embriagada por el amor, esco­
La mujer, más que el hombre, cuando no ha llegado
gerá al hombre más guapo y más estúpido, por lo gene­
á penetrar el verdadero sentido del juego amoroso y del
ral, porque la impresionará principalmente una buena
matrimonio, es decir, cuando es, como vulgarmente se
figura, y no podrá compararse esta impresión con la que
dice, inocente, está expuesta á ser víctima en esta mate­
le produzcan un sabio ó un bueno Tal es la fatalidad
ria al fiarse de sus sentidos y al ser guiada por su sen­
que impera sobre ellas. Pocas, muy pocas son las que
sibilidad afectiva. Su corazón es más vehemente que el
dejan llegar hasta su alma los encantos de una inteli­
del hombre, de imaginación más corta, y su conoci­
gencia brillante ó las buenas cualidades de un corazón,
miento de la vida más superficial y adquirido á costa de
aunque esto es más frecuente. No aciertan por lo común
más largo aprendizaje.
á predecir el porvenir lisonjero de un joven, y se equi­
Por lo común, preferirán un hombre de buena es­
vocan, y son deslumbradas muchas veces por los falsos
tampa: para ellas no podrá sostener nunca comparación
talentos. De apreciar algo, aprecian la elocuencia; el
un sabio con un buen mozo; generalmente, los sabios son
hombre que se sienta ágil de lengua, puede confiar en
para ellas gente aborrecible y mal educada, indigna de
obtener las simpatías de la mujer. Gustan comúnmente
ser admitida en sus salones. Después de la figura, .conce­
de oirnos disertar sobre materias amenas é interesantes
den extraordinaria importancia á las maneras y al trato.
y vernos mostrar erudición y conocimientos, aunque
Montar á caballo, bailar, vestir, todas estas prendas,
éstos sean falsos. Es esto tanta verdad, que ya Ovidio
aunque adornen á un cerebro vacío y á un corazón per­
en su ii's amandi aconseja á los que pretenden alcanzar
verso, son las que cautivan el alma de una mujer.
los favores de una romana, que usen de la elocuencia,
No quiere decir esto que los hombres procedan en su
pues también la belleza, como el pueblo, como el juez \
elección con muy diferente criterio las más de las veces,
los senadores, se dejan seducir por ella; que muestren
y que no les arrastre la belleza física, teniendo en poco
erudición relatando sucesos acaecidos en remotos tiem­
las cualidades morales. Acordémonos, si no, del sensible
pos, y que si no los saben, que los inventen.
poeta Becquer, que en una de sus Rimas confesaba no
Pero cuando la mujer ha adquirido un poco de expe­
ignorar los defectos de su amada; pero ¡era tan hermo­
riencia y ha pasado dos ó tres veces el sarampión del
sa! Con lo cual se demuestra que somos más artistas de
amor inocente, cuando empieza á razonar un poco, nos
lo que nos convendría en esa materia, y que primero
presenta una faz muy diversa y bastante descorazona-
rendimos culto á los sentidos que á la inteligencia, aun­
dora. Entonces empieza á cotizar al hombre como el
que luego las duras lecciones de la realidad nos hagan
papel del Estado, y pobre del que se presente delante de
variar radicalmente de opinión. Compárese el entusiasmo
ella brindándole una pobreza honrada y amante. Enton­
que nos inspira nuestra novia con el hastío que luego nos
ces cambia por completo el ideal de la mujer, y enciende
produce nuestra mujer. Recordemos, en prueba del te­
todo su fuego el presentimiento de las onzas.
rrible escarmiento que nos proporciona el matrimonio,
Vivid prevenidos, ricos célibes, solteros acaudalados,
aquel dicho ingenioso del poeta Heine: «Acabo de hacer
W P
■■

110 NUESTRAS COSTUMBRES E L MATRIMONIO 111


si aspiráis al amor de una mujer. Mirad que todas ellas cosa, ni lo podría afirmar quien tuviese mediana expe­
os lo fingirán en cuanto sepan que están llenas vuestras riencia. La prueba es que hay gran número, infinito, de
arcas. Y mirad que son diestras en el disimulo. Yo os mujeres feas que han hecho, por medio del matrimonio,
aconsejaría que os fingiéseis pobres y ocultáseis vuestra gran fortuna; mientras las hay hermosísimas que pare­
riqueza, que os puede hacer mucho daño. cen olvidadas del sexo fuerte y están condenadas á celi­
Y ¿cómo censurar estas deficiencias y extravíos en bato indefinido. No es la más lisonjera, muchas veces, la
la elección de las mujeres, cuando existe en la de los suerte de la bella, y si no, pruébalo aquel verso que ha
hombres? En general, no estamos muy por encima de quedado como axiomático y ha pasado á la categoría de
ellas en esta materia. Si hay alguna, es que somos más los refranes:
confiados y crédulos. Es más fácil, por regla general,
«¡Ay, infeliz de la que nace hermosa!»
que una mujer engañe á un hombre, que un hombre en­
gañe á una mujer. De aquí que muchos depositen su fe
Y aquel proverbio:
en personas indignas de tan sagrado depósito. Por eso el
poeta antes citado aconseja á sus discipulos que empleen «La suerte de la fea,
el ardid y la astucia con esa pérfida raza que toda es la bonita, la desea. »
engaño. De aquí que sepamos de muchas mujeres de hom­
bres ilustres que son vergüenza de sus maridos, y no de­ Bien pudiéramos explicar el por qué de este fenómeno
bemos atribuir esto á que los grandes hombres tengan y aun sacaríamos conclusiones de esa explicación que
mala elección, sino, antes bien, á que la corrupción se confirmarían muchas de nuestras afirmaciones, pero no
halla tan extendida en el sexo femenino, que no se libran queremos hacerlas. Basta decir que no lleva la palma
de sus efectos ni los hombres superiores. Lo que sucede la mujer hermosa.
es que éstos, con el resplandor de su gloria, no pueden Esto pudiera inducirnos á creer que nos fijamos más
menos de iluminar la degradación de sus mujeres, que, en las cualidades morales é intelectuales de la que ha
de otra manera, permanecería obscura é ignorada. de ser nuestra esposa, y, sin embargo, nada más lejos
¡Cuántas horas amargas tendrán esos faros de la huma­ de eso.
nidad al pensar que todas las miradas están puestas en El ideal de muchos, aunque no por fortuna de todos,
ellos y en lo que les rodea! La gloria se compra muy es la llamada inocencia en la mujer, de la cual ya nos
vamos aburriendo, y aun desconfiando, porque adquie­
maldad de las mujeres es mucha, no podemos menos de ren la experiencia á costa nuestra. El mejor presente que
tener en cuenta que la culpa principal hay que echarla la sociedad cree hacer á un marido es una muchacha
sobre la absurda institución del matrimonio y sobre la que lo ignore todo y de todo se espante. Tócale al marido
ignorancia y esclavitud en que las sumimos. despertar aquella carne dormida, hacerla á sensaciones
ignoi'adas, á voluptuosidades desconocidas. Si la inocen­
cia es verdadera, aquella niña se espantará de su ma­
el ideal de elección. No podríamos decir á punto fijo cuál rido como de un libertino. Si la inocencia no existe, la
es la idea que preside á nuestra elección. ¿Serán las pre­ fingirán, porque las mujeres saben que ese es el gusto de
los hombres. La mayoría rechaza á las mujeres un poco
112 NUESTRAS COSTUMBRES BL MATRIMONIO 113

cultivadas; hay una prevención contra las mujeres sa­ temente á una de esas pobres muchachas de humilde ex­
bias, como las llaman los que no pueden tolerar que el tracción, cuya existencia se ha deslizado en los estre­
sexo femenino salga de su postración y esclavitud; dos chos limites de una cocina? ¿Quién verá con gusto que
talentos en casa, dicen con expresión irónica los que te­ sea madre de sus hijos una mujer ordinaria de quien él
men la supremacía de la mujer. Miran compasivamente mismo se avergüenza, que la tenga que ocultar á sus
á los hombres de mujeres ilustres, considerándolos como amigos porque no se rían de él, que ofenda constante­
obscurecidos y humillados. Quieren conservar la supe­ mente sus oídos con expresiones torpes y bajas? ¿Quién,
rioridad buscando una esposa inferior á ellos, y, sin em­ decidme, que tenga un poco de imaginación y de delica­
bargo, algunos no la hallan. deza se resignará á esto?
Mantegazza hace una estadistica, y dice que la mu­ ¡Oh amor! ¡Bien mereces el nombre de tirano, puesto
jer ilustrada, sólo consigue un voto de cada cien hom­ que á esto y á mucho más condenas! Muchos hombres, de
bres; la mujer tonta, treinta, y la mujer de buen sentido, quienes no lo podíamos esperar, han caído en este error,
los restantes. Sólo encuentro una razón en contra de la impulsados por la fuerza embrutecedora de la pasión.
mujer ilustrada, de la mujer literata ó artista, y es que, Han firmado un pacto para toda su vida en un momento
poi regla general, resulta cara por el ambiente que ne­ de exaltación, con quien, de estar en su sereno juicio,
cesita, y que no puede costearle la insignificancia de su se hubieran mirado mucho para admitir á su servicio.
marido. Ya se ve, por lo tanto, el caos que reina en esta ma­
Si el destino de la mujer es coser medias y repasar teria, en la cual no se puede sentar una regla fija ni
calcetines, barrer y fregar exclusivamente, yo les acon­ asignar un ideal á los hombres, que vamos arrastrados
sejaría á los que buscan mujer, que hicieran lo que Rous­ hacia la mujer por una fuerza irresistible y brutal, por
seau, Goethe y algunos otros hombres ilustres: casarse con algo mágico y sobrenatural, por un hechizo que nos
su criada. Llevarían mucha ventaja â los demás maridos. amarra y luego nos abandona, encendiendo allí, en lo
Mantendrían con facilidad su superioridad intelectual, más escondido del alma, extraño fuego á cuyo resplan­
encontrarían en sus mujeres más sumisión y respeto, y dor vemos las cosas pintadas de hermosos colores, pero
sobre todo, les serían más útiles para el arreglo de’ su que se apaga como y cuando al que le plugo encenderlo
casa. Están exentas de ciertos prejuicios que atormentan se le antoja apagarlo.
á las señoritas y se acomodan con más facilidad á la es­
casez y á las privaciones.
Muchos hombres hacen esto, según estamos viéndolo
todos los días, y no son por lo común gente tonta ni que
haya vivido poco, sino expertos en el amor, hombres co­
rridos que han apurado bien la copa del deleite y que
tienen experiencia en materia de mujeres. Tal vez pro­
venga esa última decisión suya, de su mismo conoci­
miento del sexo femenino y del convencimiento de que
poca diferencia hay entre unas y otras.
Pero ¿quién se resignaría á tener á su lado constan-
EL MATRIMONIO 115
Interés... siempre.
Juventud... al salir del colegio, por atolondramiento.
Fealdad... temiendo algún día carecer de mujer.
Maquiavelismo... para heredar pronto á una vieja.
Necesidad... para legitimar á un hijo.
CAPÍTULO III Obligación... cuando la señorita ha tenido un desliz.
Pasión... para curarse más pronto de ella.
Querella... para acabar un pleito.
Reconocimiento... que es dar mucho más de lo que se
Lo que nos lleva al matrimonio. ha recibido.
Sabiduría... lo que les sucede hoy aún á los doctri­
No sabemos por dónde empezar este capítulo. ¡Tantas narios.
son las ilusiones que debemos destruir en él! Sin embar­ Testamento... cuando un tío os gravó una herencia
go, toda lección provechosa entraña dolorosa experien­ con una hija que debéis tomar por esposa.
cia. Si los jóvenes que lean mi libro le arrojan con repug­ V e je z ... para hacer un negocio.
nancia, son unos ingratos. Yo no trato sino de evitarles Costumbre... á imitación de sus abuelos.
decepciones y engaños. Pero como, á pesar de esto, con­ Escrúpulos... como el Duque de Saint-Aignan, que
tinúa mi temor é incertidumbre, voy á conceder la pala­ no quiso pecar.
bra al gran Balzac, que ha hecho una lista por orden Esta lista abrirá infinitos horizontes á la imaginación
alfabético, de muchas de las innumerables causas que del lector y le convencerá de que afortunadamente el
nos llevan al matrimonio. Estoy seguro que no pretende amor es el móvil menos frecuente de los matrimonios, y
encerrar todas ellas en esta lista, pero sí dar una idea al digo afortunadamente, porque ya he demostrado en el
lector de lo numerosas que son. En francés corresponde primer capítulo que es la más peligrosa de todas las cau­
cada una de ellas á una letra del abecedario; pero en sas que á él nos pueden conducir.
castellano es imposible conservar esta correspondencia. El cálculo es quien más enlaces ocasiona, y el cálculo
Héla aquí: más frecuente se ejercita en los números. La mujer que
El hombre se casa por: tiene buena dote considera asegurada su boda. En todo
Ambición... sobre esto no hay que hablar. tiempo tiene probabilidad de comprar un marido. El
Bondad... para libertar á una hija de la tiranía de hombre, por su parte, piensa obrar cuerdamente cuando,
una madre. no dejándose llevar de ninguna pasión, contrae matri­
Odio... para desheredar á unos parientes colate­ monio con una rica heredera. ¿Quién no ha dicho de un
rales. hombre así: Fulano ha hecho un buen matrimonio? Y,
Desdén... de una querida infiel. sin embargo, el que se engaña con este cálculo, se en­
Fastidio... de la deliciosa vida de soltero. gaña más que aquel á quien alucinó el amor, porque pre­
Locura... aunque el matrimonio siempre lo es. tende neciamente haberle hecho una jugarreta al destino,
Apuesta... este es el caso más raro. y es el destino quien se lia burlado de él. De los modos
Honor... como Jorge Dandin. de entrar en el matrimonio, éste es el más expuesto á un
116 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 117
fracaso, pues el dinero se escurre con agilidad pasmosa, travíos, nuestros amores ilícitos, nuestros despiltarros,
y además, porque por mucha afición que se tenga al di­ que ella nos echará en cara, recordándonos que es la
nero, es mayor la dificultad de vivir con ciertas mu­ dueña de nuestra fortuna. ¿Con qué derecho podremos
jeres. acusarla de pródiga é impedir que derroche el dinero? Y
El matrimonio hecho por dinero nos eleva de pronto sobre todo, ¡qué mísera autoridad podremos tener en el
á una categoría social superior á la que teníamos, pero interior de la familia, en los asuntos graves y hondos de
no sacia nuestros deseos, sino que los hace crecer. ¡Po­ la paternidad y de la dirección del hogar! Los disgustos
bre del que espere satisfacer su ambición por medio del lloverán sobre nosotros, se contarán por días, nuestra
oro! Será lo mismo que el que quiera apagar su sed be­ cabeza blanqueará prematuramente. El matrimonio será
biendo agua del mar. Su ansia por los placeres se dupli­ un duelo á muerte. No podremos traer la paz cuando ya
cará, su vanidad, hinchándose monstruosamente, exi­ el espíritu cansado quiera transigir de cualquier manera.
girá cada vez más grande y fastuoso ropaje para cubrir­ El mutuo encono, el dolor de las recíprocas heridas, se
se, y en suma, no habrá hecho más que despertar en renovará todos los días, y nuestro corazón estará enve­
su alma nuevos é insaciables apetitos. Que renuncie el nenado por el odio, que es la muerte del alma. Téngase
que fué movido por este acicate á los dulces y reposados presente todo esto, y se verá que el que se casó por co­
placeres; su vida será un continuo desear, una agitada y dicia, creyendo asegurar su felicidad, es el más impre­
tumultuosa existencia de hastío y remordimiento, un visor y el más engañado de todos.
continuo batallar con el tedio que le irá comiendo como Pero la suerte del codicioso no es la que nos debe ins­
carcoma. Dentro de la intimidad de la familia caen las pirar más lástima, sino la de otros muchos que van más
máscaras mejor ideadas, el hombre se manifiesta como llenos de fe al ara del matrimonio.
es, y nuestra mujer se convierte en una vergüenza y un La mayor parte se casan sin saber lo que hacen; no
reproche, vengadora del engaño y de la codicia. ¿Qué conocen la naturaleza humana y no pueden calcular los
mujer no ha de sentir desprecio por su marido, cuando efectos de una eterna y absoluta unión, dada nuestra
conozca que se vendió á ella? ¿Y este desprecio no ha de contingencia. No pueden escarmentar sino en cabeza
destilar un día y otro día gotas de hiel sobre aquel frío propia, porque la mayoría de las personas se unen
hogar? ¡Ah! entonces sentirá, más apretado que nunca, para ocultar el fracaso completo que significa el matri­
el pesado grillete del matrimonio, y habrá de suspirar monio.
por la perdida independencia. De no transigir con la León Tolstoï habla de este modo:
vergüenza y el oprobio, tendremos que constituirnos en «Me casé como nos casamos todos. ¡Si los jóvenes que
guardianes de nuestro honor, en espías de nuestra mu­ sueñan con la luna de miel supiesen la desilusión que les
jer, y calcúlese la ímproba tarea de celar á quien aborre­ aguarda! No más que desilusión. Y no sé por qué motivo
cemos, que tiene en sus manos nuestro honor y nuestra todos nos creemos obligados à ocultarla.
tranquilidad, y está dispuesta á entregarlos al primero »Un día me paseaba en un bosque de París y entré
que pase. Imagínese cómo hemos de llevar con pacien­ en una barraca, donde exhibían una mujer con barba, y
cia las mil impertinencias, terquedades, caprichos y v a ­ una foca. La mujer era un hombre descotado, y la foca
nidades con que una mujer puede poner á prueba nuestro un perro cubierto con una piel de foca, y qué nadaba en
cariño. Imagínese cómo hemos de disimular nuestros e x ­ una especie de baño. En resumidas cuentas, poca cosa.
118 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 119
Cuando salí, el dueño de la barraca me señalaba, di­ mente que contribuir en cuota más ó menos crecida.
ciendo:— Pregunten ustedes al señor si vale la pena de Aún es posible que pensemos en esto y titubeemos. Pero
entrar. ¡Adelante, señoras y caballeros! ¡Adelante! nos empuja al fin nuestra lamentable ceguedad.
»No sé decir por qué, me costaba mucho trabajo con­ Caemos en el matrimonio empujados por inexorable
tradecir á aquel hombre, que contaba ya con este senti­ mano. Así lo quiere la sociedad. A nuestros piés se mul­
miento mío. Lo mismo sucede, sin duda, á los que cono­ tiplican las trampas y los lazos. Así se explica que mu­
cen por experiencia el hastío de la luna de miel, y no se chos hombres cuerdos den un apellido á quien lo ha de
atreven á disipar el ensueño de los demás.» arrastrar por el lodo. No; no es solamente el amor lo que
Todo esto es verdad, extraordinaria verdad. La mo­ conduce á tal estado; son las circunstancias, la lucha
ral pública no permite que se dé este aviso á la incauta porla existencia, la pobreza, los dolores de la familia,
juventud. Está interesada la conservación del orden, y las preocupaciones, la cobardía, la ligereza, el cansan­
muy principalmente la religión. Pregonar los males del cio, el atolondramiento. Todos estos móviles hacen que
matrimonio es atentar contra los cimientos de la socie­ el amor quede en muy secundario lugar en la constitu­
dad. Pero ¿qué se pretende con esto? ¿Perpetuar el mal ción del matrimonio.
por medio de engaños, ó tal vez se alimenta la cándida Vosotros los que os reís de ese pobre marido que su­
esperanza de que la humanidad deje de ser lo que es y fre los coqueteos y veleidades de su mujer, tened pru­
cambie sus instintos? dencia y sellad los labios, que no sabéis las circunstan­
A todas horas la maledicencia, la murmuración, re - cias en que habrá caído ni por qué razón, tal vez de ín­
pite sucias historias que son del dominio público, en dole elevada, resulta ciego y toléralo que á vosotros os
las que se pregona la deshonra de tal ó cual matrimo­ parece intolerable.
nio. Los hombres señalan á esas mujeres con el dedo; Con solo hacer una recopilación de las ideas del vulgo
pero como van siendo tantas ya, vamos creyendo que es sobre este asunto, podríamos escribir un profundo trata­
.achaque de todas, y que corremos gravísimo peligro do, porque, en resumidas cuentas, lo que en él escribi­
•cnando pensamos en arreglar nuestra vida entrando en ríamos sería la misma conciencia social. Porque si bien
la cofradía de los casados. corren muchas ideas falsas esparcidas por los tontos, de
Sin embargo, esto, que se repite por todos, no es ver­ las que no pueden prescindir, porque tienen más apego
daderamente sabido más que de algunos. Todos cree­ á sus falsas convicciones, que los cuerdos á sus opiniones
mos en la virtud de nuestras madres, de nuestras her­ sensatas, hay en cambio desperdigadas aquí y allá, en
manas y de nuestras esposas. Si este idealismo fuese éste y en el otro, buenas y exactas observaciones, pro­
fundas máximas engendradas por la experiencia. No
■cierto, tendríamos que figurarnos á la humanidad como
impecable coro de ángeles. En el momento en que nos son hombres de talento únicamente los que la fama ha
casamos, creemos que nuestra persona va á llenar por inmortalizado, y estos mismos han escrito muchas san­
toda la vida el corazón de una mujer, y en esta convic­ deces; hay enterrados, perdidos en la revuelta masa so­
cial, cerebros privilegiados, espíritus perspicaces, con­
ción la hacemos nuestra; pero si estudiásemos la esta­
denados al rudo trabajo mecánico, que abruma y em­
dística conyugal, veríamos que, á costa de los maridos,
brutece; estos cerebros atesoran gran copia de observa­
se produce todos los años espantoso número de irregula­
ciones atinadas sobre algunos puntos sociales, mientras
ridades conyugales, á cuya cuantía tendremos probable­
120 NUESTRAS COSTUMBRES EL, MATRIMONIO 121
que otros permanecen velados á su clara inteligencia llena de contrariedades y rudos deberes ante los que hay
por falta de atención sobre ellos. Así como se ha dicho que detenerse con pavor, en vez de inducirnos á él como
que no hay libro, por malo que sea, que no contenga á un estado de felicidad, quizá en los primeros años de
algo bueno, así no hay hombre que haya vivido en so­ nuestra existencia, no disipadas aún las brumas de la
ciedad muchos años, por inculto que sea, que no pueda ignorancia; si hubiese quien nos detuviera con fuerte
decir alguna verdad aprendida por la experiencia, esa mano y nos susurrase al oído terribles augurios, funestos
vieja hechicera que anda por ahí, con su enmarañado vaticinios, aún se nos podría reprochar nuestra locura,
cabello blanco y gesto de dolor, diciendo á cada hombre y seríamos responsables de nuestras desgracias; pero
algún secreto amargo, arrancando de su alma alguna no, la sociedad parece que trama una conspiración de
ilusión y vertiendo en su corazón alguna gota de hiel. silencio, ve á dos enamorados y calla, pone el dedo en los
Pero como esta vieja siempre llega tarde; como la labios, respeta el engañador ensueño como respeta el
experiencia la vamos adquiriendo paulatinamente con del niño en la cuna, y les empuja suavemente por el ca­
el transcurso de los años, raro será el hombre que no se mino de la licitud como por el único practicable. Ante
tenga que arrepentir de alguna determinación suya, si­ dos enamorados, todo son sonrisas, buenas caras, en­
quiera sea buena, de algún desacierto, aunque le haya horabuenas, plácemes, halagos. Ante dos casados, en
llevado á cometerlo cualquier noble sentimiento. Así, el cambio, la sociedad aparece como implacable juez, por­
que más se haya entregado á los transportes del amor, que está interesada en guardar la vieja ley, la estúpida
maldecirá más tarde esta pasión, como causa de sus ley, cuyas infracciones castiga con más rigor que los Có­
desdichas. digos y ejecuta con más cruel impasibilidad que los ver­
Dentro del matrimonio tendremos lugar de arrepen­ dugos .
timos mil veces de la ciega pasión que nos llevó á él,
pero será en balde; pues es un callejón sin salida. No se
concede período de prueba. Á los que profesan en un
convento se les concede un año de preparación, de en­
sayo, transcurrido el cual pueden quebrantar sus votos,
pero el que se va á casar, esto es, el que va á firmar un
pacto de fidelidad perpetua con una persona á quien
sólo ha tratado un par de meses, cuyo carácter tendrá
que soportar toda la vida, no se le permite ningún pe­
ríodo de prueba, sin duda por temor á que si así se hi­
ciera, pocos ó ninguno confirmarían sus votos al terminar
el año.
Y aún si se nos diese un aviso antes de poner la
planta en el dintel de esa institución, si no se engala­
nase de flores el umbral de nuestra casa de novios, ocul­
tándonos los reptiles que hay en ella escondidos; si al
menos se nos pintase el matrimonio como una existencia
KL .MATHIMONIO 123

«L a palabra amor, aplicada á la reproducción de la


»especie, es la más odiosa blasfemia que las costumbres
»han aprendido á proferir.» (Honorato de Balzac.)
Hoy está más conforme con el espíritu de los tiempos
CAPÍTULO IV el suponer que el amor se renueva en el corazón humano
como se renuevan los retoños en las plantas, á cada pri­
mavera; y convencidos de que así es nuestra naturaleza,
lo vamos diciendo sin tristeza y lo vamos llevando con
Ley f a t a l . resignación, considerando el matrimonio que se funda en
la existencia de ese amor único y romántico, como una
Campoamor ha dicho cosas tremendas. Con su iróni­ institución contra naturaleza, que va pidiendo que se la
ca tristeza, es un anarquista de guante blanco. Es el más eche al rincón de los trastos viejos.
revolucionario de los poetas; y cuando se estudien bien ¿Quién será tari ciego que no vea esta renovación
sus poesias, se verá en ellas más escepticismo del que operándose, este cambio en el ideal de la sociedad res­
parece. Pero lo ha hecho de modo tan suave, sensible y pecto á ese punto? A todas horas vemos que nos sirven
correcto, que nadie podría echarle en cara ninguna im­ de diversión y caricaturizamos los sentimientos de otros
piedad ni licencia. tiempos. Los héroes del romanticismo sólo nos sirven
Entre las cosas que ha dicho, una de las que más re­ para las historias cómicas de nuestros periódicos festi­
pite en sus versos es la de que el amor no es eterno. Se vos. Las costumbres amatorias, los códigos caballeres­
ríe de las promesas de los enamorados, cuenta sus trai­ cos, sólo nos ocurre recordarlos para caracterizar otras
ciones con indulgente sonrisa, y en una palabra, canta costumbres, otros siglos diferentes del nuestro. ¿De qué
un amor opuesto al que cantaron los poetas antiguos. sirve sino de mofa el recuerdo de los trovadores, de las
Por eso creo á Campoamor uno de los poetas más origi­ castellanas y de sus amores eternos y románticos?
nales, incluyéndole entre los más ilustres para honra y Pues bien; el matrimonio no es más que una ins­
gloria de nuestra patria. Reciba el venerable anciano, titución hija del romanticismo cristiano, basada en ese
cuya mano no he tenido el honor de estrechar, el humilde sentimiento ideal, opuesto por completo á la realidad de
saludo de quien se ha recreado con sus inmortales poe­ la naturaleza humana. Se conserva por la rutina y el
sías muchos años seguidos y que aún son las únicas que poder de la Iglesia; por esa ley de la inercia que perpe­
no se cansa de admirar. túa las formas anticuadas y petrifica las costumbres.
El ideal estético de otros tiempos era el amor eterno, Pero el buen sentir le condenará cada vez con más
único, inacabable, y se hubiera tomado por blasfemo al fuerza y pedirá su reforma, su adaptación á la realidad,
que hubiera negado este amor. Pero ya nos vamos cono­ ya que no su completa desaparición, que no se obtendrá
ciendo un poco más y va dándonos gana de abandonar mientras no se remueva de cuajo toda la actual organi­
esa farsa romántica, mascarada sentimental que ponía zación social. El divorcio ha aparecido ya en los países
el amor sexual sobre todas las pasiones humanas, tribu­ más adelantados; sólo esta mísera España, víctima de
tándole una reverencia que no se merece, y se nos van la opresión y del despotismo religioso, no le ha admitido
ocurriendo frases como ésta: aún en sus Códigos.
H h H H H IB b HWHIIWUmBIM

EL MATRIMONIO 125
124 NUESTRAS COSTUMBRES
»vorarla. Aquí que cada uno interrogjue su conciencia,
Como consecuencia de lo anteriormente expuesto, de­
»evoque sus recuerdos y se pregunte si encontró jamás
bemos asentar, como ley fatal, que el amor ha de faltar
»hombre alguno satisfecho con el amor de una sola
dentro del matrimonio, no sólo porque el amor no es
»mujer.»
eterno, sino porque, como luego veremos, dicha institu­
Según se ve, poca es la fe del escritor en la tan pro­
ción reúne condiciones poderosísimas para apagar este
clamada monogamia de nuestra especie, y lo que dice
sentimiento.
del hombre nadie dudará que se puede decir de la mu­
Es el amor una función fisiológica á cuya realización
jer, según algunos, en mucha mayor proporción.
tiende el organismo humano con extraordinario im­
Y no es fácil otra cosa, porque la índole del matri­
pulso, pero que una vez realizado, tiende á decrecer.
monio acelera la ruina del amor, puesto que la vida en
¿Quién sabe si en esto mismo no existe una ley natural,
común, con sus intimidades, con su roce diario, con la
como la de la gravedad ó cualquier otra física, que nos
saciedad que proporciona á los sentidos, apaga la sed
inclina â que variemos constantemente de pareja con
de nuestra alma y de nuestro cuerpo. Por eso llamaba
el fin de obtener la raza una rnejdr descendencia; así
madama Staël al matrimonio, la turnia del amor. Este
como una especie de selección favorable al perfecciona­
necesita cierto grado de incomunicación con la persona
miento de la especie? Si se estudiase esta ley por nues­
amada, y es muy difícil que subsista cuando vivimos
tros naturalistas, yo creo que habían de contestarla y
junto á ella, porque todos los detalles íntimos que pre­
favorecerla, como muy provechosa á la salud de los
senciamos, nos la pintan como cualquiera otra mujer, y
pueblos.
el amor la había idealizado, separándola de las demás.
Ahora bien: esta ley se cumple socialmente á expen­
Traspuesto el dintel del matrimonio, apagado el ardor
sas de la moralidad pública y bajo la forma ilícita y cri­
de la carne, satisfechas todas las curiosidades, vemos
minal del adulterio; pero se cumple, como no puede me­
desvanecerse el ensueño de ventura que nos habíamos
nos de cumplirse.
forjado, aparece otro individuo distinto en el que han
Así habla Balzac en su Fisiología del Matrimonio,
muerto una porción de delicadezas, de ideas y de de­
página 372:
seos; van apagándose como las luces de un templo todos
«No es para hacer temblar á todos los maridos el
los ardientes y luminosos presentimientos de dicha, y
»pensamiento de que el hombre está dominado, na-
nos vemos en un recinto frío y obscuro, donde en vano
»turalmente, de la necesidad innata de variar de man­
tratamos de resucitar emociones muertas. La imagina­
ijares, y que por salvaje que sea el lugar adonde lle-
ción deja de presentarnos risueños horizontes, herida
»gue, allí encontrará bebidas espirituosas y suculentos
diariamente por los mil detalles prosaicos de la vida do­
»asados.
méstica cuando no de sus contrariedades, y sólo podre­
»Pues bien: el hambre no es tan violenta como el
mos prolongar un poco la agonía de nuestro ensueño
»amor; los caprichos del alma son mucho más numero-
por medio de fiestas, vestidos, teatros, paseos, lujo y
»sos, más incitantes, más rebuscados en su furia que los
pasatiempos, que no nos dejen reflexionar sobre el vacio
»caprichos del paladar; todo lo que los poetas y los
que se va haciendo en nuestra alma.
»acontecimientos nos han revelado del amor humano,
Este es el triste porvenir del amor, que primero es
»arma á nuestros solterones de un poderío terrible: son
poesía y luego conviértese en prosa por ley tan inexora-
»los leones del Evangelio que buscan su presa para de-
mmm
. M i

E L MATRIMONIO -1 2 7
12 6 NUESTRAS COSTUMBRES

ble, que á este propósito dice Max Nordau, con verda­ social ha conseguido esa dulce hada, á quien creemos
dero humorismo, que «fué una fortuna para Romeo y estrechar en nuestros brazos y se escapa de ellos, lle­
»Julieta haber muerto tan jóvenes. Si la tragedia no ter- vándonos cada vez más lejos en su seguimiento. Las
»minase en el quinto acto, no estoy seguro de no oir ha- victorias son muy pequeñas; apenas hemos conseguido
»blar â poco de desacuerdo entre aquellos jóvenes en- unas cuantas, La lucha por la libertad es eterna.
»cantadores; mucho temería que al cabo de unos meses
»Romeo hubiese tomado una querida, y Julieta se hu-
»biera consolado de su abandono con algún hidalgo ve-
»ronés.»
Insisto en que no es posible otra cosa, porque lo que
nos lleva á desear una mujer, lo que nos une á ella, es
un lazo que nos tiende la naturaleza y que afloja en
cuanto hemos cumplido el fin que ella quería. La pose­
sión carnal señala la cúspide, la cima de ese deseo que
nos arrastra. Desde entonces, todo va hacia abajo, el
encanto va disipándose, el fuego apagándose, la venda
cayendo, la reflexión y el juicio se nos devuelven y nos
hacen ver un esqueleto humano en la que antes creía­
mos un hada. Entonces, y sólo entonces, tenemos cono­
cimiento exacto de lo que es el matrimonio, pero ya
es tarde. Esta experiencia sólo nos sirve de mortifi­
cación.
No se culpe de ser así á la naturaleza; cúlpese, y
mucho, á la sociedad. Rara juego, es muy diabólico eso
de chasquearnos tan despiadadamente.
Hora es ya de que cese de correr la sangre en el al­
tar de las antiguas divinidades. La espada del sacrifi-
cador se embota, y nauseabundos vapores corrompen el
ambiente. Toda la idealidad se perdió, y hoy, cuando
nos arrodillamos al pie del sacerdote para recibir la
bendición nupcial, lie vaincs el asco en el corazón con­
tra ceremonias ridiculas y bárbaras. Hora es ya de que
suene el grito de independencia. La libertad, la divina
libertad, todavia no la hemos conseguido; distamos mu­
cho de ello, y, si queremos convencernos, arrojemos una
mirada á las demás naciones civilizadas, y las envidiare­
mos por las conquistas que en el tei reno de la revolución
EL MATRIMONIO 129
»hombre la culpa. De cien esposas culpables, hay ochen-
»ta que lo son por culpa de sus maridos.
»La separación, separa nada más, pero no liberta.
»No rompe la cadena; lo que hace es alargarla, y, por

CAPÍTULO Y »por consiguiente, hacerla más pesada. Ata desde lejos


»y para siempre, al inocente con el culpable, le arrebata
»su amistad, sin permitirle otra. Sentencia á los dos, al
»culpable y á la víctima, á las mismas penas, al celi­
b a to y á la esterilidad, y si llegan á quebrantar su
L a p r i m e r a p ie d r a .
»condena, á no ser que lleven siempre consigo el Trata­
ndo sobre el principio de la población de Malthus, destina
Desde el momento en que nos convencemos de que
»á los hijos que tengan, y que bien inocentes son, á
el matrimonio es una carga pesada, una cadena, lo na­
»aquello de padre y madre desconocidos, que será quizás
tural es que, no pudiendo romperla, tratemos de alige­
»la deshonra y la desgracia de toda su vida.
rarla, como así sucede, en efecto. En los primeros años
»Ahí tenéis un joven de los más honrados, de los más
todo es torpeza y vacilaciones, hasta que nos connatu­
»laboriosos (y no hablo en hipótesis, sino que refiero
ralizamos con el nuevo estado, y la experiencia nos en­
»hechos bien conocidos), que encuentra á una señorita
seña el modo de vivir en él lo más cómodamente posi­
»rodeada de la familia más honrada y estimada, según
ble. La rigidez de la ley nos hace mañosos, arteros é
»la opinión general. La niña agrada al joven, quien la
hipócritas. Yernos á un lado y á otro obscuros y sucios
»pide y se casa con ella. La doncella se halla en cinta
callejones que al principio nos repugnan y amedrentan,
»de dos meses, resultado de unos amores con el lacayo.
pero á cuya pestilencia nos acostumbramos al fin, y á
»La honrada familia, que no lo ignoraba, ha hecho car-
cuya obscuridad habitual se hacen nuestras miradas.
>gar legalmente con su progenitura y su descendencia á
El más importante de estos obscuros pasadizos, es
»un hombre pundonoroso, por haberse fiado de la pala-
el adulterio. A l principio nada más repulsivo, pues sig­
»bra de honor de sus padres. Entonces se dirige á la ley,
nifica la traición: después nada más seductor, pues sig­
»y ésta le contesta: Se va á proceder á una denegación
nifica la libertad.
»de paternidad y á separarte de esa miserable criatu-
Mucho se puede alegar para disculpar el adulterio;
»ra.— Entonces, ¿podré casarme con otra?^—No, no po-
pero nosotros creemos decir lo más en favor suyo, afir­
»drás contraer otro matrimonio hasta que ella se mue-
mando que es un hecho fatal, necesario, inevitable. Esto
»ra.— ¿Y si vive más que yo?— No te volverás á casar
sentado, el matrimonio deja de tener razón de ser, se
»nunca.—¿Y si yo quiero amar y tener hijos que lleven
convierte en un absurdo suplicio.
»mi apellido?—Es imposible.— Pero yo no he hecho nada
En una célebre polémica habida á mediados de siglo
»malo.— Tanto peor para ti.—Eso es abominable.—Pues
en Francia, en la que figuraron Alejandro Dumas, Emi­
»así es.
lio Grirardin y otros no menos notables, se decía lo si­
»Ved ahora una señorita de las más respetables, que
guiente en favor del divorcio:
»encuentra en la sociedad un joven, que tiene, según se
«Cuando la mujer comete una falta, siempre tiene el
»dice, los mejores informes. Este joven es admitido en
9
J3Q NUESTRAS c o s t u v b h e s EL MATRIMONIO 131

»casa de la novia, agrada y es aceptado. Se firma el mentos agí adables, como los que ocasionan las primeras
»contrato y se celebra el casamiento. Una hora despues contrariedades amorosas. Un nuevo amor nace, más
»de haber salido de la iglesia, y antes de terminarse la instintivo, más verdadero que el otro, y hace soporta­
»comida, aquel joven sale y no se le vuelve & ver mas. bles y llevaderos todos los disgustos, temores y privacio­
»Se marchó llevándose el dote y dejando á una mujer nes de que viene aparejado. ¿Pero qué no marchitará el
»virgen y arruinada. Ésta se dirige á la ley, que le con­ tiempo con la tenacidad inexorable de su fuerza des­
testa: Es cierto, señora, que os habéis casado con un tructora? Los primeros sacrificios los hacíamos gustosos,
»estafador.—Pues bien, ahora devolvedme mi libertad. más adelante fueron simplemente soportables, poco á
»N o.— Pero, entonces, ¿qué debo hacer?—Esperar. ¿A poco van pasando á la categoría de hábitos inconscien­
;>pué? _ Á que vuelva.—¿Y si no vuelve?-Esperar a tes que dejan vacía el alma, la cual pugna por llenarse
»que se m u era.-¿Y si no se muere?— Entonces tanto otra vez con algún sentiraient.» nuevo, y, por último, se
»peor para v o s .-¿ Y si amo á otro hombre?-Sereis des­ •convierten en deberes ineludibles, en tormentosos casti­
honrada.— ¿Y si tengo hijos?, porque al fin he nacido gos, á cuyo cumplimiento nos condena la sociedad,
»para ser madre.—Serán bastardos.—Pero esto es ini­ •alerta siempre, para espiar la menor infracción, el más
c u o , porque al fin soy inocente.-Pues así es.» leve incumplimiento, el más ligero desvío de su ley.
Después de tan lógica sucesión de argumentos, no Mientras tanto, experimentaremos, en la satisfacción de
parece posible discutir la cuestión del divorcio; pero los goces matrimoniales, la saciedad de un placer ya
como en nuestra sociedad estamos muy lejos de admi­ apurado; trataremos de esprimir el zumo al limón para
tir lo razonable, y, según dicen los hombres sensatos no atrancarle la última gota; nuestros sentidos no respon­
estamos en disposición todavía de implantar las refor­ derán, como si estuvieran exhaustos de sensaciones, y el
mas que nuestra conciencia nos pinta como necesarias, débito conyugal se convertirá en una prostitución mu­
tenemos que conformarnos con la no existencia del di­ tua, el más sublime de los goces.en el más repugnante
vorcio, como con un hecho consumado, y partir de este de los suplicios.
Entonces el alma, ávida de sensaciones, deseosa de
hecho. _
Una vez, pues, fuera de la iglesia, hemos de consi­ refrescar pasados sentimientos, nos lanzará imperiosa
derarnos unidos para siempre con una persona; senten­ en pos de nuevas aventuras. Entendes aparece él ó apa-
cia contra la cual no hay apelación. tece ella, se apoderan de nosotros, nos sacuden, nos
La vida transcurre (vamos á suponerlo) en los pri­ arrastran, nos vencen; las leyes fisiológicas hacen sen­
meros momentos del matrimonio tranquila y hasta pla­ tir su imperio, y por encima de todos los reparos, de to­
centera. Suponiendo á dos recién casados enamorados dos los escrúpulos, de todas las prohibiciones, atrope­
el uno del otro, es un episodio la luna de miel, por lo ge­ llando la ley moral, el adulterio se consuma.
neral, de los más agradables de nuestra existencia. Pero Necesita también la mujer, en muchos casos, una
pronto este placer, apurado hasta las heces, va degene­ compensación á los continuados dolores en que van con­
rando en fastidio. Pronto se convierte en monotonía, que virtiéndose las obligaciones domésticas; su imaginación,
sobreviene después de la hartura, y esta monotonia solo iibie y desocupada, en vano es que la queramos sujetar
es alterada por los primeros cuidados de la maternidad. á un trabajo diario, mecánico y estúpido, á una faena
Aún estas mismas inquietudes son, en un principio, toi- cotidianamente repetida, á los insignificantes y prosai-
NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 133
132

cos quehaceres que les permitimos. Queremos condenar dancia, agradecidas al que todo le parece poco para
á una mujer á la esclavitud de la aguja cuando sueña ellas, en un arranque de franqueza, no le dirían al oído:
con el imperio del mundo. Fomentamos antes en ella la «Querido mío, dame un amante.» Indudablemente lo ha­
vanidad, acostumbrando su oído á la lisonja y al halago, rían, porque es lo único que les falta. Y en realidad, ellas
y ahora oye de nosotros palabras indiferentes y hasta lo piden y ellos lo conceden. Lo piden solicitando la oca­
duras, quejas, reproches, reconvenciones, cuando no- sión, la libertad que para ello necesitan, el dinero á v e ­
amenazas é insultos. ces; sólo que en vez de pedirlo directamente, dan un pe­
Y queremos que renuncie á ese paraíso, á ese jardín queño rodeo, hacen un gracioso mohín, despliegan, en
encantado del amor, en donde sufren una misma exal­ fin, toda la astucia y el disimulo de que son capaces y
tación la sensibilidad y la imaginación, regalada poi que han adquirido en el trato social con admirable apli­
doradas imágenes, promesas y seducciones. cación, porque saben que es su única arma y la ponen al
Pero no siempre el adulterio es un desquite de las servicio de su idea:
amarguras y contrariedades del matrimonio, una ma­ Una vez puesta en tan resbaladiza pendiente, em­
nera de disipar el tedio, tormento menos soportable para pieza á saborear sus diabólicos deleites. Ha roto la
nosotros que el mismo dolor; no siempre, ni con mucho, monotonía de su existencia de burguesa; de hoy en ade­
es una escapada por la puerta falsa al jardín de lo ideal, lante, sus cuidados no serán únicamente si la muchacha
huyendo de un hogar pobre, estrecho y miserable; esta sisa, si la salud de su marido zozobra; si la modista ha
enfermedad, como las otras, toma en cada individuo di­ errado en el corte de un vestido y futilezas semejantes,
ferentes caracteres. El bienestar, el lujo, las comodida­ sino que se sentirá al borde de un precipicio, caminará
des, las riquezas, predisponen tanto ó más al supuesto sobre el cráter de un volcán dispuesto á la erupción, y
delito que penan los Códigos por compromiso y como sentirá la misma alarma que el que lleva una bomba
para tener una deferencia con lajmoral religiosa. Cuan­ de dinamita en el bolsillo, tendrá presente la idea de que
do están satisfechas suficiente ó excesivamente nuestras á cada momento se pueda romper la tranquilidad de su
necesidades físicas, sentimos nuevas necesidades. Nunca casa y estallar el drama.
estamos más hambrientos en este sentido que después «H ay en toda alma — dice Pérez Caldós',— junta-
de una buena comidá; esto les sucede con más intensidad emente con el miedo á las emociones, la curiosidad de
á las naturalezas refinadas y, sobre todo, á la mujer. Un »ellas, indefinible simpatía del corazón humano con lo
marido, después de procurarse posición y riquezas para »patético. Como la vista en las alturas siente el llama-
contentar á su mujer, la ve sonreír satisfecha, con gesto » miento del abismo, así el alma siente la atracción ale-
de agradecimiento, y no adivina debajo de esa misma »vosa del drama.»
sonrisa con que ella misma pretende engañarse, el Considerando el amor sexual como una potencia que
mundo de deseos, de necesidades nuevas en que se agita. radica en el individuo y está siempre dispuesta á rea­
El marido continua por este camino, creyendo tenei ase­ lizarse, y teniendo en cuenta que su realización la exige
gurada la dichade su mujer, y no ve, el muy ciego, que el organismo humano con el imperio de una ley natural;
fomentando sus caprichos, la llevara a deseai la única viendo al mismo tiempo la multitud de excitantes de la
cosa que le resta poseer y que él dignamente no le puede civilización, los refinamientos del lujo, el arte, ideali­
proporcionar. ¡Cuántas mujeres, nadando en la abun­ zando constantemente el obligado tema del amor; los
■' ■1 1 ' — -- ’—•vz.?'-'1
'-■■■ ■
---- -—:—■
— ---:

KL MATRIMONIO 135
134 NUESTRAS COSTUMBRES

autores dramáticos haciendo del mismo asunto la mate­ falso honor y de caprichosa tiranía, que tienen el injusto
ria de sus inspiraciones; las mismas tertulias y reunio­ privilegio de correr autorizadas de boca en boca, aun­
nes poniendo en contacto á los dos sexos en habitaciones que la experiencia las considera estúpidas y falsas.
confortables que acarician muellemente los sentidos; las ¿Quién no tendrá observado en su vida algunos de estos
mujeres ociosas y aburridas y recibiendo la constante casos en que la conciencia individual se sobrepone á la
adulación de los hombres, y éstos viendo en aquéllas social, y la mujer culpada es absuelta de su delito para
pasto para su intemperancia, que se ofrece incondicio­ evitar tal vez más grandes males? Las muchedumbres
nal, desinteresadamente; considerando esto profunda­ no comprenden esta conducta de piedad y transigencia;
mente, y echando una mirada á la historia, que se en­ por eso se agolpaban amenazadoras en torno á la mujer
carga de probarnos que siempre ha sido así, y que has adúltera del Evangelio, y sólo las contuvo la voz del
religiones han sido impotentes para estirpar esta pasión, Salvador cuando dijo: El que de vosotros se encuentre
que hemos convenido en llamar crimen, y que al cabe limpio de pecado, que tire la primera piedra.
terminaremos por considerarla como inseparable de la
naturaleza humana, hallaremos alguna atenuante con
los extravíos originados por el amor sexual.
Y ya le encuentra cierto buen sentido existente en el
criterio social, algo oculto en sus repliegues y que nece­
sita un buen observador para atinar con el sitio en que
reside. A l juzgar algunas faltas de este género, la socie­
dad no es intransigente como la religión. Ésta fulmina
desde luego el anatema contra los delincuentes, les con­
dena sin oirles; para ella están en pecado mortal, y to­
dos los que en su caso se hallan tienen igual castigo y
reprobación, sin atenuantes ni agravantes (pues la jus­
ticia de Dios, según sus ministros, viene á ser más im­
perfecta que la de los hombres); pero la conciencia social
se divorcia aquí como en muchos casos, de la religión, y
tiene en cuenta las circunstancias del delito, el carácter
del marido, su conducta para con la mujer culpable, su
separación ó proximidad, el carácter ó temperamenta
de la mujer; pues, como dijo Voltaire, On sait assez que
notre temperement fait toutes les qualités de notre âme; y
en suma, es algunas veces más inteligente su justicia, y
por lo tanto, menos rigurosa. En los ojos de los hombres
á quienes ha hecho sabios la experiencia, he visto yo
una expresión de indulgencia para la mujer caída y una
sonrisa de desdén para las torpes máximas sociales de
EL MATRIMONIO 137

durante ella habla de sus negocios, árida conversación


para una mujer; después la manda coser un botón ó re­
pasar una prenda, y, por último, vuelve á marcharse y
ella vuelve á quedarse sola. Para disipar su fastidio, sale
á la calle ó á casa de sus padres ó á casa de alguna
CAPÍTULO V I amiga. Allí se cree en los tiempos de soltera y llega
hasta á olvidarse de su marido. Conoce allí por casuali­
dad á un joven guapo, buen mozo, elegante y distinguido,
que se hace notar por su deferencia y galantería con las
Progresos del monstruo. damas. De ciento, noventa y nueve desearán que las
atienda y las distinga con sus atenciones, que se fije en
El primer amante les hace sentir emociones descono­ ellas por satisfacer esa vanidad que no muere en la mu­
cidas y poderosas. El sobresalto de la primera entre­ jer sino después de su hermosura. Volverá á su casa y
vista hace más intenso el placer que produce. Las horas alguna vez pensará en su nuevo amigo con agrado, aun­
de ausencia avivan el deseo y mantienen lozana la ilu­ que inocentemente. La casualidad le volverá a poner en
sión; el sacrificio que de su honra creen hacer por su su presencia, hará que le vea dos ó tres veces por se­
amante y que realmente hacen por sus instintos y apeti­ mana en alguna reunión, y acabará por notar con júbilo
tos, los mismos remordimientos, las lágrimas con que que se ha fijado en sus hermosos ojos ó en su esbelta
humedecen las inocentes cabezas de sus hijos, hacen de cintura.
su criminal amor el ensueño más ardiente, la pasión más En las horas de soledad pensará en él. También
dramáticamente sentida de su existencia. pensará que le infiere un agravio á su marido con tales
La primera falta tiene candideces é inocencias dig­ pensamientos; procurará desecharlos; pero ellos, ¡oh
nas del primer amor. La mujer á veces no quiere ser traidores! volverán.
mala, no piensa en ser mala; lo es, á pesar suyo, por Otro día verá que pasa por delante de su balcón á
una fuerza que puede más que ella. Todo el período de caballo, en el momento que ella se asoma, y no podrá
la luna de miel, período disipado, gastado ya, deja im­ dejar de ponerse encarnada y sentir sobresalto, como si
presión indeleble en su alma, que anhela volver á sentir ya hubiese cometido una mala acción. Por último, él
aquellas dulces emociones, todo aquel regalo de lisonjas, tendrá la osadía de declararle su amor, cosa que á ella
de caricias, de ternezas, que desapareció de repente, de­ le proporcionará un verdadero disgusto y una gran com­
jando un puesto vacío en el corazón. Cuando vuelve la placencia. Su primer impulso será decírselo á su marido;
vista á lo pasado se acuerda con pena de cómo lenta­ pero luego pensará que es mejor ocultárselo. Su rondador
mente han ido desapareciendo todas aquellas flores y hará ante ella todos aquellos extremos que en otro tiempo
han quedado en su lugar estas hojas secas del invierno hizo su marido, y ¡ay de éste si el nuevo adorador resulta
del amor. El marido va á su trabajo y la deja sola, un poco más ducho, más fino, más delicado en el arte de
sumida en sus pensamientos, consagrada á su labor. enamorar! Saldrá horriblemente perjudicado en la com­
Cuando vuelve, cambia apenas unas palabras con ella, paración. Ella se verá envuelta otra vez en el perfumado
tal vez referentes á detalles domésticos; pide la comida; ambiente del amor, en ese ambiente que adormece el
13S NUESTRAS COSTUMBRES E L M A TR IM O N IO 139
juicio y la razón y despierta los sentidos, tíe verá trans­ con que nos exigen que estemos á su lado en tal ó cual
portada á los tiempos de su juventud. Gustará el inefable ocasión, en tal tertulia ó teatro, entra por mucho, cuando
placer de esperar á su amado, de desesperarse por su no por completo, el goce que sienten al imponer su v o ­
tardanza de recibir una ñor, una carta, avivado y sazo­ luntad, al arrancarnos tal vez de brazos de una rival; y
nado todo esto con el temor del conflicto, de la catástrofe, nosotros, cegados también por nuestra vanidad, satisfa­
y caerá por fin trastornada en las garras del monstruo, cemos la suya, creyendo satisfacer la nuestra.
que devorará una presa más entre risas y lágrimas de la Ya en esta fase, el adulterio sirve de entretenimiento,
víctima, suspiros de placer y remordimientos, temores y no sólo á los amantes, sino al público que lo contempla.
sobresaltos fascinadores, y el vértigo, en fin, de un delito En los primeros momentos acecha, escudriña, observa
que lleva en sí más deleites y seducciones á que puede con un procedimiento inquisitivo; esto ya es un juego en
resistir la debilidad de una mujer. que se ejercita el ingenio, que de otra manera habría
En este primer período, todavía el pecado tiene su de enmohecerse. Después vienen los comentarios, el
candor y su inocencia, y se mantiene perfumado por 'cambio de impresiones, la murmuración, los gestos de
ellos; pero llegará una época en que, adquiriendo un espanto, las muecas de hipocresía. Toda mujer encuen­
mayor dominio sobre sí mismas, y habiendo enfriado la tra en la censura de los adúlteros, en su condenación,
experiencia ciertos escrúpulos y sosegado ciertas vehe­ un medio de blasonar de virtud y de ponerla en eviden­
mencias, tome el asunto otro aspecto. cia, de proclamarla y tal vez de fingirla. Se establece
La mujer se ha convencido entonces de que la tran­ entre ellas un pugilato para ver quién se horroriza más,
quilidad y sangre fría conjuran más peligros que el valor y alrededor de la mujer adúltera se forma un círculo de
arrojado, y se corrige de sus anteriores imprudencias y fuego. Todas arrojan piedras sobre ella. Nadie perdona.
temeridades. A l mismo tiempo comprende que al público Todas huyen de ella como de una apestada.
que la observa se le puede tener á raya con maña, y como En este caso no se puede mostrar compasión. Hay
entre el coro general hay muchas reos del mismo delito, una ley, un convenio tácito, por el cual toda mujer debe
no le ha de perjudicar que se trasluzca un tanto su dicha, sufrir el monopolio de un hombre, y toda violación de
con lo cual puede halagar un poco su vanidad. este pacto se encarga de castigarla la sociedad, arro­
En efecto; ¿cuántas mujeres no rabian porque se sepa jando de su seno á la delincuente. Un grito de general in­
que Fulano de Tal es ó quiere ser su amante? Cuentan dignación, una airada protesta se levanta, y la senten­
con un sentimiento de envidia en las demás que halaga cia es impuesta con esa despiadada sana que tienen las
su orgullo. Para saborear este deleite no vacilarán en mujeres para con su sexo. La criminal es señalada con
hacer una confidencia á su amiga más íntima ó en poner la marca infamante, con el hierro candente, todas hu­
de relieve la asiduidad de su amante. yen de ella, unas con gesto de espanto, otras con digni­
Lo que primero es halagado en las mujeres cuando dad de matronas romanas, otras con hipócrita lástima,
las pretendemos es su amor propio. Si pudiesen, procla­ todas por su interés, por el miedo de ser confundidas
marían á son de trompeta cualquier declaración que se con ella y recibir el tremendo castigo que ellas mismas
las hace, para deslumbrárselas unas á las otras. En las imponen.
promesas que nos arrancan durante los íntimos coloquios Cierto que este rigor no se observa en todos los casos
amorosos, en los juramentos que nos piden, en el interés afortunadamente. La complicidad engendra benevolen-
141
140 NUESTRAS COSTUMBRES
EL M A T R IM O N IO

buscan para consolarse nuestra estimación, bien paia


cia. El incurrir en el mismo pecado hace á las mujeres
burlarse de nuestro candor. En esta época suele sobre­
misericordiosas unas con otras, de suerte, que lo que no
venir un fenómeno raro. La mujer entonces tarda más
puede la licitud, lo consigue la delincuencia. Pero, sino
en entregarse, y á veces no se entrega, para conservai
podemos aplaudir ese encarnizamiento con que aplican
nuestra llama más encendida, y regalar con nuestra
la ley las mujeres buenas, ¿cómo hemos de poder aplau­
pasión su vanidad, que suele crecer á última hora des­
dir, sin bochorno, la tolerancia de las malas?
mesuradamente. Entonces suele convertirse su táctica
Cuando la mujer se va familiarizando con su pecado,
y la experiencia va matando muchos de los escrúpulos en un juego maquiavélico infernal, por medio del que es­
que le acometían ai principio, cuando se han asegurado tablecen su imperio sobre un corazón, le atormentan, le
la condescendencia ó la confianza de sus maridos, el oprimen como poseídas de un furioso deseo de hacei mal,
asunto va cambiando de aspecto y le van mirando con una especie de sentimiento de venganza, por el cual la
muy diferentes ojos. Si ayer les parecía un gran crimen, mujer, haciéndose intérprete de su oprimido sexo, se
hoy le consideran más benignamente; si antes lo come­ desquita de agravios recibidos.
tieron con la turbación y congoja propias del que se des­ El libertinaje produce peores efectos en la mujer que
poja por primera vez de su inocencia, luego andan por en el hombre. Éste, por lo común, salva sus más pre­
aquel camino como por terreno trillado. Si antes fué una ciosos sentimientos; aquélla los pervierte todos.
calaverada que se permitieron, ahora es una necesidad A veces una mujer de estas que ha llegado al último
punto del desenfreno, siente la mano férrea de un ma­
que sienten. Y poquito á poco va agrandándose dentro de
rido imponiéndole su voluntad. Temible conflicto en que
ellas el monstruoso apetito. Se creen con derecho á rein­
se comprime el mayor explosivo que existe, la lujuria
cidir. Llega un momento en que si alguien quisiese apar­
de una mujer. Los amigos de la casa sorprenderán á la
tarlas de aquel camino provocaría su burla, si no su
furioso enojo. encarcelada esposa en tierno y libre coloquio amoioso
La licencia constituye para ellas una necesidad. El con el ayuda de cámara. Vosotros, temperamentos enér­
corazón mudará frecuentemente de afectos cada vez gicos, déspotas del hogar, temblad, que estáis sembrando
menos intensos, y, por último, huirá de él todo calor, en vuestro camino la dinamita. Valientes militares, que
internándose en una vejez anticipada. Todos los hom­ queréis reducir á la disciplina á vuestra mujer, como se
bres le parecerán iguales; sólo apreciará sus diferencias reduce á la obediencia á un cuerpo de ejército, no con­
físicas. Entonces ya no se tratará de engañar al marido, seguiréis hacerlo. Sabed que ya Shakspeare prorrumpió
sino de engañar al amante. Afectará con él una inocen­ en esta exclamación:— «¡Oh, maldito matrimonio! ¿De
cia fingida; le jurará que es la primera vez que falta á qué nos sirve que nos llamemos dueños de esas deliciosas
sus deberes, lo que saben ellas que nos agrada sobre­ criaturas, si sus pasiones escapan á nuestro poder?»
Vano será que queráis guardarla con cerrojos y
manera, pues gustamos los hombres de destruir toda
guardianes: «¿Quién guardará á los guardianes?», decía
clase de virginidad, y nos enorgullece recibir las primi­
cias de toda inocencia. En trueque de esto, quieren re­ Juvenal. Nunca hay mayor peligro que cuando la mu­
jer está presa. Entonces se mezclarán en ella dos aspi­
cibir de nosotros pasiones elevadas. Cuanto más co­
raciones diferentes a la libertad, la nel cueipo y la del
rrompida la mujer, ansia que se la ame con más inocen­
alma. Vuestra crueldad excusará á los ojos de ella su
cia, bien porque cuanto más se menosprecian, más
■ü
T"

142 NUESTRAS COSTUMBRES

propia falta. ¿Si os constituís en su verdugo, cómo aspi­


ráis á su amor?
Pobre é inocente es mi pluma para expresar aquí to­
dos los matices que toma la corrupción femenina una vez
lanzada ai galope y rotas las riendas del sentido moral.
Pero tampoco lo intento, porque sería ajeno á mi propó­
sito. No es éste pintar la perversión, esa perversión que
constituye por fortuna una rara excepción en la socie­
CAPlTÜJ.O VII
dad; no es ése el objeto de mi libro, que se propone única­
mente poner de manifiesto que las instituciones que nos
rigen no se conforman con las disposiciones é instintos de
la naturaleza humana, ni con la marcha natural de El secreto del matrimonio.
nuestros sentimientos y afectos.
Aunque á la perversión á que nos referimos contri­ No es extraño el marido á la marcha del matrimo­
buyen no poco esas desatinadas instituciones, no confun­ nio; su conducta, preciso es confesarlo, influye mucho
damos, porque son muy distintas cosas, la inclinación al en los acontecimientos, pero es menos decisiva de lo que
mal nativa con los efectos de esa opresión que nuestras se dice. La mayor parte de las mujeres dominan á sus
costumbres imponen á los seres débiles que, libres de maridos, y esto no es tan generalmente sabido como de­
ella, hubieran realizado el bien y hubieran hecho felices biera, porque la mayor parte de ellos ignoran esa domi­
á las personas que les rodeaban. Si andan confundidos nación. Algunas veces es beneficiosa, y muchos hombres
por esos mundos de Dios, no es tarea tan ímproba para deben todo lo que son á sus mujeres. Su admirable ins­
una perspicaz inteligencia el distinguirlos y diferenciar­ L tinto de la realidad, su positivismo, el perfecto manejo
los. Los unos son víctimas, y reciben todo el peso opresor de la intriga y otras muchas cualidades, hacen que mu­
de las leyes que nos rigen, y los otros se sirven de ellas chas mujeres lleven el timón de la nave familiar que sin
para sus malvados planes; no serán tan buenas cuando ellas se iría á pique. Pero para esto las más veces tienen
para tales efectos se prestan. que disfrazar esta supremacía á los ojos del marido, en­
El adulterio puede ser originado por la perversidad gañarle (en el buen sentido de la palabra). La primera
nativa de alguno de aquellos séres réprobos é infames, condición que exige un hombre en su mujer es inocencia,
pero puede ser también alguna cosa menos mala que ó sea ignorancia. Nos halaga que nuestras mujeres lo ig­
esto. De todas maneras, es un fenómeno constante que no noren todo para tener el gusto de enseñarles lo que nos
falta en la historia del matrimonio; por todas partes va parece. No hay nada que nos satisfaga más que una ig ­
detrás de él como su sombra. norancia de nuestro prójimo cuando sirve para poner de
manifiesto nuestra ciencia; y en este, como en otros pun­
tos, la mujer hábil explotará nuestro flaco. ¡A cuántas
mujeres no he visto yo exagerar ante su marido su igno­
rancia! convencidas de que no es desdoro que la mujer
ignore. Es un modo tácito que tienen de reconocer nues-
144 NUESTRAS COSTUMBRES
s í, MATRIMONIO 145

tra supremacía, como cuando aceptan nuestro brazo poi jer cometer temeridades con su amante. Ir acompañada
la calle. Comprenden que nos gusta su aparente debi­ de él por sitios públicos, echarle cartas á las doce del
lidad y la fingen, aunque en realidad se sienten más día por el balcón, desafiar las delaciones de sus criados,
fuertes que nosotros. Bien es verdad que es más aparente y de sus vecinos, y salir completamente ilesa. El secreto
que real la tan repetida debilidad del sexo bello. ¿Dónde de todo esto era la confianza de su marido.
está? Yo las he visto, á la cabecera de un enfermo, re­ Vemos, pues, que la confianza es el fin á que aspira
sistiendo fatigas físicas mayores que las que resiste un ia mujer dentro del matrimonio; con ella vendrá la paz,
hombre; las he visto soportando con admirable valor el abandono de los asuntos en sus manos, la delegación
moral una situación difícil, sobrellevándola y vencién­ de la autoridad marital. El marido, por su parte, repo­
dola. La mayor parte de lo que se dice de la mujer es sará y cimentará este sentimiento de confianza, en aque­
mentira. Sus defectos provienen en mucha parte de su lla inocencia más ó menos real con que se le mostró en
oprimida condición social y del trato que las damos. el lecho la tímida doncella, y procurará mantenerla en
Pobres séres dotados de los mismos instintos que nos­ lo que cabe en ese primitivo estado, teniéndola sumida
otros, de la misma ó mayor imaginación, y condenadas en cierta oscuridad, en cierta ignorancia, en cierto ale­
á todas las privaciones. No es extraño que traten de re­ jamiento de determinadas realidades, que tienda á man­
cobrar la .libertad perdida engañando á sus amos. tener viva la sensibilidad de su pudor. La mujer coad­
Decía Macaulay: «Emancipad á los judíos, dadles pa­ yuva á este fin ocultando las conquistas que hace su
tria, honor, estimación, y entonces podréis juzgarlos.» Y picardía y su experiencia, como preciosas armas de que
digo yo: emancipad á la mujer, dadla verdadero honor, su instituto le avisa que se podrá valer. El marido des­
dadla trabajo, libertad, y entonces podréis juzgarla. cansa dormido en su confianza. No sabe todo lo que
Pero, continuando, diremos que, como se ve, el fingi­ puede hacer la mujer valida de ella.
miento de la mujer se impone dentro del matrimonio, Es admirable la candidez con que algunos hombres
pues la da un poder que de otro modo no tendría. Siendo mantienen la fe en sus mujeres. Ven á su alrededor á
como es su marido su dueño, el arte consiste en hacerle las de los demás completamente despiertas, y creen á la
esclavo. ¿Y cómo se consigue esto? Engañándole, ganando suya eternamente dormida.
su confianza, adulándole como adulan los cortesanos á Sin embargo, no aconsejo á nadie que pierda siste­
los reyes para manejarlos. Por eso todas consideran el máticamente la confianza en su mujer y la someta á una
matrimonio como un estado superior al de soltería, como grosera y ofensiva vigilancia. Este procedimiento es
un estado de relativo bienestar é independencia, como más pernicioso todavía. El celoso que esclaviza á su
la tierra de promisión. mujer, la pone guardias y no la deja salir sola, la pro­
Pero las verdaderas ventajas de este estado no las híbe que levante el visillo, viene de la oficina y registra
conocen, sino las que han pasado por él. toda la casa espantoso, amenazador como un ogro, como
Cuando ha conocido la mujer el secreto del matrimo­ un tirano, sobre ser la criatura más tristemente cómica,
nio, procurará robustecer la confianza que inspira á su es también la más desgraciada de todas.
marido, comprendiendo que cuanto más grande sea ésta, La mujer que sienta repugnancia por el adulterio ó
más fácil le será abusar de ella. que no haya pensado jamás en él, se sentirá ultrajada
Los resultados son admirables. Yo he visto á una mu­ por la desconfianza de su marido; se familiarizará con
10

/
ja&»ì«5aÈÌBa8BB3fcl&£.Y:f>ì-3£«^àij&j^ii!Ìi!iS^ÌS^

140 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 147

la idea de dicha falta, y teniendo que soportar constan­ No confundáis nunca la autoridad con el despotismo
temente á un verdugo que se complace en insultarla y ni la tiranía, y si queréis que la mujer os respete, dadle
atormentarla, pensará lo que tal vez no hubiera pen­ los derechos que le corresponden. Uno délos más sagra­
sado de otro modo. dos es la fidelidad. Si queréis que ella os la guarde,
Tened también en cuenta que aunque pongáis á la ¿por qué no guardarla vosotros? Á muchos hombres sen­
prisión que habite vuestra mujer siete murallas, como satos y de honor he oído decir que, si bien es ley para
dice Herodoto que tenía la ciudad de Thebas, ella sabra la mujer el guardarnos fidelidad, nosotros estamos exen­
escalarlas. Leed E l Celoso Extremeño, de nuestro inmor­ tos de esta ley ó la podemos quebrantar siempre que lo
tal Cervantes, y vereis cómo abunda en esta opinión. hagamos con discreción. Hasta llegan á hacer depen­
Allí os demostrará que todas las prevenciones y barre­ der la felicidad del matrimonio de la habilidad para
ras que imaginéis no os salvarán de vuestra desgracia, elegir una mujer que sepa hacer la vista gorda en esta
si es que ésta ha de acaecer. materia. Esto lo he oído yo decir á hombres reputados.
Pero el celoso no debe esperar á que su mujer le falte Pero es verdad que siempre que se trate de defender el
para juzgarse infeliz; sufre ya anticipadamente los tor­ orden establecido en esa materia, no podremos menos de
mentos de los celos y del deshonor. agraviar á la razón y al sentido moral. La mayor con­
La confianza podrá poneros en situación de ser en­ denación que se puede hacer de los que así piensan, es
gañados; pero mientras no toquéis el engaño, sereis consignar su modo de pensar.
■feliz; mientras que la desconfianza os hace desgraciados Si el matrimonio es un ensueño de amor, tratad de
desde el momento en que os casais. Así, pues, si nunca no despertar de él mientras queráis ser felices. En
os aconsejaría yo la confianza absoluta en vuestra mu­ cuanto sintáis otra nueva pasión en vez de la de vuestra
jer, por creerla irracional y ’ ocasionada á graves peli­ esposa, habrá que compadeceros. Vosotros que os creéis
gros, ¿cómo os he de aconsejar la desconfianza, si este libres, tendréis que soportar gran esclavitud. Si pensá­
consejo mío hubiese de ir encaminado á que encontráseis semos cuerdamente, habríamos de temer mucho más
la paz y el sosiego en el matrimonio? nuestro hastío, que el de nuestra mujer; nuestra infideli­
Y, sin embargo, si hubiese de dar mi opinión sobre dad, que la suya; nuestra traición, que su traición. Á
estos dos extremos, tendría necesariamente que deciros, quien primero perjudicaremos con ella será á nosotros
como han dicho todos, desde Ovidio hasta Cervantes, mismos; porque si el amor es de tal naturaleza que nos
que no existe la mujer fuerte, la mujer invulnerable, la lleva á desear una mujer para nosotros, á hacer vida
mujer capaz de resistir toda asechanza, en cuya fe po­ común con ella, á tomarla en matrimonio, luego que
dáis reposar tranquilos. vuelva á nacer en nosotros, apeteceremos hacer lo mismo
Procurad de todos modos no ser su opresor. Si el se­ con la que nos lo inspire, pero ya no seremos libres para
creto del matrimonio está, por parte de la mujer, en ello. En cambio, tendremos una esposa que quizá ad­
conseguir la confianza y el dominio de su marido, por vierta nuestro desvío, que nos exija caricias, fuego,
parte de éste debe estar en hacerla libre sin perder su pasión, y halle nuestros brazos indolentes, nuestros
autoridad sobre ella; en dejarla una racional libertad labios fríos, nuestra boca exhausta de besos, exhausta
que no relaje los vínculos de potestad á que debe estar de sonrisas, exhausta de palabras; nuestros ojos despro­
sometida, pero que haga que no los sienta. vistos de ardor y todo nuestro sér ausente.
EL m a t r im o n io 149
148 ' NUESTRAS COSTUMBRES
tezuela, de la cual sólo hay que esperar goces materia­
¿Cuál no será entonces nuestro conflicto? ¿Qué par­
les. Y en esta inteligencia, no hay para qué contentarse
tido habremos de tomar? ¿Qué excusas la daremos?'
con una. Con vendarle los ojos á la propia, está todo
¿Cómo cumplir todos los deberes que estipulamos en el
despachado. Pero entonces es cuando menos comprendo
contrato matrimonial? ¿Cómo podrá salir un hombre
el matrimonio. Según este modo de pensar, ¿por qué ha­
noble de semejante atolladero? Tendremos que respon­
cemos nuestra á una mujer para toda la vida? ¿Por qué
der á unas caricias importunas, á unos brazos opresores,
la elegimos entre todas y nos constituimos en la obliga­
á un aliento que nos ahoga. Sentiremos asco, náuseas. Y
ción perpetua de acariciarla constantemente? ¿Por qué
á todo esto tendremos que acostumbrarnos ó plantear el
divorcio secreto, y dejar á nuestra consorte abandonada nos echamos semejante carga sobre los hombros, com­
prometiéndonos á alimentarla, á soportarla, y exponién­
á los efectos de nuestra conducta.
Y entonces, aun cuando la ley sigue inflexible dic­ donos á sus traiciones y engaños? ¿Por qué afectamos el
tándoos deberes precisos é ineludibles, aunque vosotros monopolio de una, cuando todas están á nuestra dispo­
mismos tratéis de imponeros ese mismo deber como sición?
¡Ah jóvenes! No hagais caso del amor. No Arméis
una penitencia, aun cuando por prevención probéis á
pactos diabólicos, engañados por las promesas halagüe­
tener á vuestra mujer contenta, no concibo cómo os
arreglaréis para acariciar á quien no amáis; y aunque ñas de la pasión. Convenceos de que el amor pasa, y pasa
muy pronto, y si no os lleva al matrimonio otro motivo
logréis venceros, no sé cómo podréis disimular lo sufi­
que el estar enamorado de una mujer, detened vuestros
ciente para que vuestra mujer no sospeche vuestra des­
pasos. Volveos atrás. Pensad que si no os casáis con las
ilusión y hastío.
demás mujeres porque no estáis enamorados de ellas,
Lo tendrá que comprender necesariamente. Tendrá
llegará un tiempo en que os encontréis con respecto á la
que comprender vuestra traición, y una vez compren­
vuestra en la misma situación que con esas otras. Pensad
dida, ¿cómo tomaréis su llanto, sus quejas, sus celos,,
también que todos los razonamientos que os arrastren á
sus reproches, su ira, sus amenazas? Las oiréis en silen­
tan deplorable fin os los inspira un demonio, un enemigo
cio ó trataréis de acallarlas brutalmente y echando-
que lleváis dentro; retroceded, yo oslo ruego, si podéis,
mano de vuestra fortaleza, ó tal vez recurriréis al enga­
delante de ese sombrío edificio en cuyas aras arde un
ño. Pero sabed que es muy difícil engañar en esta mate­
fuego que se apagará pronto, y en cuyo interior se lee
ria; nos engañan mejor ellas á nosotros que nosotros á
esta tremenda y desconsoladora palabra: decepción.
ellas.
Y si todavía tenéis interés en que vuestra mujer no
imite vuestra conducta, ¿cómó trataréis de destruir el
efecto pernicioso que vuestra traición ha producido?
Después de haber introducido el fraude en vuestra casa,
¿cómo haréis para que salga? Vuestro ejemplo ha sido
funesto. Ya, si ella no delinque, no será por considera­
ción á vosotros, sino por consideración á sí propia.
¡Y aún se tiene esto por falta diminuta y sin conse­
cuencias! Los que tal piensan, ven en la mujer una bes-
EI. MATRIMONIO 151
nes se complican hasta lo infinito, de tal modo, que para
predecir los resultados futuros sería preciso estar dotado
del dón de adivinación, lo mismo que un oráculo; por eso
el buen sentido del pueblo se limita á desear á los recién
casados «que sea para bien», como dando á entender
que el Destino tiene guardada la clave reveladora de la
suerte de los matrimonios.
CAPÍTULO Vili El matrimonio es una cosa desconocida; al entrar
en él nos debemos santiguar como cuando nos metemos
en el ferrocarril. No podemos decir qué será do nos­
otros. Tenemos, sí, algunos datos al empezar el viaje,
S is te m a s p e rn icio s o s. pero ¡son tan falibles, tan contingentes! ¡Es tan posible
que vengan inesperados acontecimientos á echar por tie­
Mantegazza, en su Arte de elegir mujer, aboga por el rra nuestros cálculos y á defraudar nuestras esperanzas!
matrimonio como la forma menos mala de las relaciones Por esto no se pueden dar reglas fijas acerca de la con­
entre hombre y mujer, y en su defensa, no todo lo afor­ ducta que en él hayamos de observar; cambiará ésta se­
tunada que pudiera pedirse, aconseja á los que andan gún vayan surgiendo los acontecimientos y se vayan
en vías de contraerle que, siguiendo el dictamen de Ben­ manifestando los caracteres. Por eso, sin duda, los pa­
jamín Franklin, tomen un pliego de papel, le doblen por dres cuidadosos se limitan á enseñar á sus hijos que van
la mitad de modo que resulten dos columnas, escriban á á contraer matrimonio la Doctrina cristiana. Lo que haya
un lado las ventajas del matrimonio y á otro los incon­ de ser de nosotros, después lo sabremos.
venientes. Después aconseja que se contrapesen unos y De tal matrimonio se espera, por ejemplo, desunión
otros, teniendo en cuenta la ley algebraica de que -j-3 y discordia, y dejan á la gente los que le contrajeron con
y — 3 es igual á 0, y de este modo se sacará el bien ó el la boca abierta, prolongando su luna de miel indefini­
mal que el matrimonio nos puede reportar. damente. En otros, en cambio, en los que todo parecía
La cosa no puede ser más inocente, porque para que predecir dicha y concordia, estalla el drama desde los
esta cuenta se aproxime á la verdad, sería necesario primeros momentos.
que el que la echase conociese por experiencia.lo que da Muchas veces proviene este mal de que los contra­
de sí el lazo'matrimonial, y aún así, sólo podría cono­ yentes no han pasado del cuarto lustro,-lo cual consti­
cer los inconvenientes y ventajas de su matrimonio, del tuye un delito social, de que son responsables todo el
suyo, de uno solo, porque así como todas las fisonomías, mundo menos ellos. No concibo mayor desnaturaliza­
aún estando compuestas de ojos, boca y narices, se dife­ ción, mayor perfidia en unos padres, que casar á su hija
rencian hasta el punto de no haber dos idénticas, así las ó á su hijo á tan temprana edad. Generalmente se hace
relaciones del matrimonio, como basadas en elementos esto por intereses de familia, porque así conviene á tal
tan complejos, cuales son: educación, caracteres, gus­ casa ó á tal apellido, y son costumbres más determina­
tos, posición social, salud, etc., etc., no son susceptibles das en las altas clases sociales. Á medida que son de
de ser conocidas previamente, sino que sus combinacio­ más alta alcurnia las personas, toma menos parte en la
152 NUESTRAS COSTUMBRES BL MATRIMONIO 153

constitución del matrimonio el amor. El mundo de los la misma brutalidad con que apetecemos los placeres
pergaminos, el mundo aristocrático,se halla encadenado de la mesa.
á su tradición, se debe de tal modo á su apellido y á sus La obediencia á las leyes que nos rigen nos ocasiona
intereses, que el matrimonio allí conviértese en cosa muy múltiples dolores, pero también, en cambio, nos propor­
distinta de lo que en teoría es. De aquí que el matrimo­ ciona algunos goces, compensación sin la cual no sería
nio en esas clases tenga que ser otra cosa muy diferente posible el equilibrio moral, porque la humanidad está
que en las clases burguesas. Son matrimonios.á la fran­ movida por el placer, y aun el mismo sacrificio con que
cesa, donde subsiste la independencia absoluta de los dos se nos representa una acción buena, lleva encarnada la
cónyuges. En ellos el adulterio es una cosa naturalísi- idea de una satisfacción subsiguiente. Por eso nos move­
ma. Ninguno de esos maridos sería tan brutal que inter­ mos siempre interesados por este comercio: placeres á
viniese en los actos de su mujer, á no ser que estuviese cambio de dolores, sin meternos á averiguar si aquéllos
enamorado de ella, cosa rarísima. Las clases inferiores son legítimos, ni éstos son justos. Cuando el número de
honran más al matrimonio, está en ellas menos falsifica­ dolores excede considerablemente al de placeres, y no
do, se acerca más á la forma ideal que predica su insti­ hallamos en lo lícito cómo igualar las dos sumas, recu­
tución; los casamientos por amor, es decir, los casa­ rrimos á lo ilícito, á lo inmoral, siempre que fd burlar la
mientos descabellados, son más frecuentes. Pero si las ley no nos sobrevengan grandes perjuicios, y aún algu­
clases superiores representan la manifestación más ele­ nas veces sin detenernos en esa consideración. Por esto,
vada de la cultura de un pueblo, y su criterio es el más si la mujer tiene que sufrir á un marido déspota, tirano,
cultivado, hemos de convenir en que no dice nada en fa­ vicioso, egoísta, del cual no reciba más que sinsabores,
vor de la institución que estamos estudiando la índole de se verá fatalmente conducida á la trasgresión de la ley
sus matrimonios. moral del matrimonio.
Los reducidos hogares burgueses, en donde la mujer No quiero detenerme á examinar aquí esa forma
y el marido tienen un roce continuo y diario, son los mercantil del adulterio, que es la última de todas, en
más ocasionados á discordias y rupturas, porque los que la codicia y el oro representan el papel principal,
lazos, por demasiado apretados, se conviertén en opre­ porque sobre ser extremadamente repugnante, pues mis
sores. Acabarán por hacerse insoportables los dos cón­ lectores tendrán en más, yo creo, á la que se entrega á
yuges el uno al otro; su continua y mutua vigilancia se su criado impulsada por la naturaleza, que á la que se
convertirá en un suplicio y acecharán cualquier oca­ vende á un poderoso impulsada por la codicia: además
sión para emanciparse. Porque la vida fisiológica nos no compete á mi objeto, que es estudiar los instintos na-
impone sus leyes con imperio soberano, tenemos el ene­ lurales, y no los perversos.
migo dentro, y en cambio, la falsa ley moral que nos Pero si no quiero entrar en esa materia, no puedo
rige está fuera de nosotros, es no más una representa­ menos de alzar mi voz contra otra tiranía que se ejerce
ción ideológica desacreditada en nuestra conciencia. Es sobre la esclava mujer, condenándola á no poseer ni
decir, que el placer, aunque le hallemos prohibido por manejar otros bienes que los que al marido se le antoje
una ley social que cada uno por su parte procura eludir concederle. En una sociedad en que la palanca universal
con la menor cantidad posible de escándalo, nos solicita es el dinero, en donde cada latido de la respiración social
imperiosamente, y acabamos por solicitarle nosotros con se regula por el oro, de la que decía Balzac: « Oú est
lo i NUESTRAS COSTUMBRES E L MATRIMONIO 155

l ’homme, sans désirs et quel désir humaine se résoudra sans gustos, transacción muy en perjuicio del honor del ma­
argent»-, en una sociedad semejante, arrebatar á la mujer trimonio.
ese medio de libertad sumiéndola en una doble esclavitud Pero si muchos hombres hacen á su mujer depositaria
política y económica, es porlo menos una imprudencia del tesoro doméstico, no lo hacen todos. Algunos, pri­
pues si además de privarla de ilustración y trabajo, vando á la mujer de toda dignidad, la reducen á la con­
únicas fuentes de moralidad, quitamos de manos de la dición de sirviente.
mujer el dinero, lo que equivale á llenar su alma de ten­ En este caso, ó la mujer queda por su debilidad re­
taciones, su voluntad de envidias y su pensamiento de ducida á la condición que pide Schopenhauer para todas
tristezas, y á sembrar en ella gérmenes de insubordina­ las de su sexo, á la de la mujer de los romanos y griegos,
ción, ¿cómo impediremos que no surta efecto de seduc­ que dice se hubieran reído de nosotros al ver que hace­
ción el oro corruptor que á voluntades más fuertes ha mos de ella la moderna señora, residuo de la dama en­
rendido? gendrada por el romanticismo germánico, ó estalla la
Bien es verdad que, si las leyes son disparatadas, la guerra civil. Si reducís á vuestra mujer á la condición
nobleza de los hombre las subsana algunas veces, y es de paria, sufriréis vosotros mismos las consecuencias.
lo común que el amor, dictándonos consideración y ge­ De un sér á quien se rebaja, á quien se arrebata la dig­
nerosidad hacia nuestras mujeres, nos lleve á nombrar­ nidad, no se puede esperar nada bueno. Empezaréis por
las administradoras efectivas de los bienes del hogar y menospreciarla, la encontraréis degradada y estúpida,
á depositar nuestra fortuna en sus manos. viéndola temblar á vuestra voz y obligándola á pensar
Uno de los motivos por que mira la mujer el matri­ con angustia si os debe pedir diez céntimos para coles ó
monio como su único fin, es un deseo vago, una aspira­ lechugas.
ción á la propiedad de que se ve desposeída. La dicha En verdad que nuestra compasión es bien extraña;
de manejar dinero, esa voluptuosidad de este siglo, la la excita un perro á quien vemos sangrando en la calle,
cree encontrar en el matrimonio, como cree encontrar y no la despierta nuestra pobre mujer, rebajada y envi­
otras muchas cosas que no encuentra. ¡Cuál no será su lecida por nuestra crueldad. Tendréis celos sin amarla,
desilusión al hallar en muchos casos que, si por acaso porque un tirano siempre debe pensar en la traición de
se confía á sus manos el tesoro doméstico, se le confía sus vasallos.
también una interminable lista de partidas que la reduce Cierto es que algunas desgraciadas soportan con re­
simplemente á una administradora! Tendrá en su mano signación este suplicio; pero querer hacer de este estado
el precioso metal y no le servirá para nada. Le mirará una norma, un modelo para la mujer casada, sólo lo
melancólicamente correr ante si, como las argentadas pretenderá la religión, y será impotente para conse­
aguas de un arroyo que no sirviese para apagar su sed. guirlo.
Y entonces, un poco desencantada, emprenderá, si es La sociedad está llena de esos séres sublimes ó ab­
buena, la tarea de embellecer sus prosaicos deberes y de­ yectos que viven automáticamente, paseando como
dicarse á su cumplimiento, haciendo una renuncia de la sonámbulos, sin darse cuenta de su verdadero estado,
dicha soñada y encaminándose por el penoso sendero de sostenidos por la esperanza de una próxima redención,
las privaciones y del trabajo. Hay muchas, no obstante, que nace en los corazones ulcerados. Todos los días los
que hacen una transacción entre esos deberes y sus vemos. Con sus ojos parece que imploran que les tenda-
156 NUESTRAS COSTUME R üS

mos una mano, miran la dicha de los demás como un


sueño. Estas pobres mujeres cogen un devocionario y se
van á un templo. Allí se les habla de los dolores huma­
nos como de una cosa necesaria y provechosa. Allí, el
predicador y el confesor les prometen, por cada instante
de dolor, siglos de bienaventuranza. Las que se confor­
man contal promesa, ¿qué han de hacer masque coger el
devocionario y volver al templo? A l hundirse en la obs­ CAPITULO IX
curidad de una iglesia, se hunden en la obscuridad de su
dolor. Se acostumbran á andar por estos subterráneos,
y luego, al salir á la luz, quedan deslumbradas y cie­
gas. Viven constantemente oprimidas, ultrajadas, des­ Los hijos.
preciadas; ¿qué extraño es que se acojan al que las llama
elegidas del cielo, mártires sublimes, y las rodea de un Nadie negará que con el advenimiento de los hijos
nimbo de gloria y de una aureola de santidad? cambia un poco el aspecto del matrimonio. La atención
Como se ve, la cruz del matrimonio no es para nos­ se separa durante algún tiempo de las pequeñeces y pe­
otros solos, y tal vez haya sido yo un poco egoísta al ripecias del amor, para fijarse en el nuevo sér que ha
examinarla exclusivamente por el lado que nos concier­ entrado á formar parte del hogar.
ne. De todos modos, creo ser más generoso con el sexo En el primer momento es una sorpresa que tiene
débil y atenderle con más solicitud que la mayor parte algo de teatral, y en virtud de la que toman nuevo giro
de los que escriben de él. Y si ahora me detengo más en la marcha de los sucesos. Perdemos parte de nuestra
compadecer al hombre casado, es porque, sin ningún gé­ personalidad para dedicársela á nuestros hijos. Despier­
nero de duda, y según confiesan ellas mismas en la vio­ tan en nuestro corazón una mezcla de curiosidad y zo­
lencia con que lo desean, en el matrimonio pone más el zobra esos seres que hacen su entrada en el mundo en­
hombre que la mujer. tre lágrimas y ruidosas exclamaciones de dolor. En un
instante nos constituimos en protectores de aquellos des­
validos contra quienes todo conspira, y que la sociedad
ve padecer y morir impasiblemente. Nos vemos ligados
á ellos por la compasión. Es preciso trabajar sin des­
canso para salvar su existencia. Hay que luchar á brazo
partido con la sociedad; arrancarle á viva fuerza la pe­
queña ración que les corresponde, y que ella no ha de
ceder sino por la violencia. Comienza una era de abne­
gación. La madre, sobre todo, se consagra al pedazo de
sus entrañas, que se alimentará extrayéndola, entre do­
lores vivísimos á veces, el jugo nutritivo de su propio
cuerpo. No mencionaré aquí todos los sacrificios, los
158 NUESTRAS COSTUMBRES El. M A TR IM O N IO 159

malos ratos, las inquietudes que inspiran á las madres, nos han de proporcionar esos hijos, que, según ha dicho
su salud vacilante; son diluvios de lágrimas, tempesta­ con feliz humorismo un preclaro ingenio, son una enfer­
des de suspiros, noches de insomnio, ¡quién no sabe esto! medad de nueve meses y una convalecencia de toda la
nuestras madres nos lo han recordado mil veces. vida.
Para el padre representa inquietudes de otra espe­ En la adolescencia, nos prodigan nuestras madres
cie. Un recién nacido, en lugar de traer un pan debajo tal cantidad de ternura, que más bien nos perjudican.
del brazo, viene acompañado de un tren costosísimo. Se abandonan á una voluptuosidad de cariño no sentida
Habrá que pedir á luengas tierras sangre nueva para el hasta entonces y que viene á compensar anteriores de­
nuevo retoño. Y la institución encargada de este oficio cepciones del corazón. El amor sexual, en sus más altos
tiene su librea, sus honores y sus derechos, igual que los grados, no tiene tanta exaltación y frenesí. La madre y
magistrados y que los militares, y como estos últimos, el hijo viven un largo idilio, durante el que se aíslan
caen sobre nosotros como sobre terreno conquistado. del mundo real y se remontan á no muy provechosas
Ahora los gastos se multiplican, y el decoro de clase idealidades. Es un cuento de hadas, una página de amor
exige serias privaciones. El presupuesto crece extraor­ inocente y profundo como le piden la imaginación y sen­
dinariamente. Las preocupaciones se suceden las unas sibilidad femeninas. Esto es lo que vulgarmente se llama
á las otras. mimo.
Luego sobrevienen enfermedades. Hay que entablar Pero dentro de estas flores se esconden nuevas espi­
lucha incesante para arrancar á la muerte á esos rapa- nas; ese amor tiene también sus decepciones. Nada más
zuelos que están siempre acechando la menor ocasión ingrato que el sér naciente, que recibe de todos ayuda y
de escapar de este mundo como si les pareciese indigno todo lo estima como debido.
de ellos. En su pequenez parece que la ley de atracción Ved cómo se expresa Michelet comentando el mo­
á la vida que sobre todos se ejerce, les es menos sensible. mento en que las escuelas arrebatan á los hijos del
Una porción de monstruos invisibles y alevosos están hogar:
acechando para clavar sus garras en esta carne rosada «Han pasado diez y ocho años. Hemos tenido hijos y
é inocente. Unos tratarán de ahogarlos sin piedad, otros »los hemos perdido. Por eso adoramos en el que nos les-
se cebarán en su vientre, otros en su cabeza, introdu­ =>ta. Y ahora es preciso que hagamos el sacrificio de él.
ciendo allí el delirio y el vértigo; otros, en fin, sembra­ »Á causa de la madre, se difiere un poco; pero el niño
rán su cuerpo de manchas repugnantes. El médico viene »crece, el padre insiste y el rapto se efectúa. ¡Oh, qué
entonces, como luchador infatigable, á sacarlos de sus »diferente es el sacrificio! Él ocupado, distraído en sus
garras cien veces seguidas, y el terror y la zozobra es­ »negocios, apenas sufre; pero á ella le han arrancado la
tablecen sus reales en nuestro hogar. En sus manos bri­ »vida. Su hijo la había apartado de todo lo que antes la
llan argentados instrumentos que nos crispan los nervios . »ocupaba: del arte, de la lectura; y al partir la deja
y llenan de angustia nuestro corazón. Y á menudo ter­ »vacía y sola en la desierta casa. Cuando el padre está
mina todo esto en una caja chiquitita y en una carroza »ausente, llora una por una en todas las habitaciones.
blanca sembrada de flores. A l año siguiente repítese la »En ésta nació, en ésta jugaba, aquí aprendió á leer.
misma historia con ligeras variantes. »En la mesa, aún peor; quiere contenerse para no afligir
Pero éstos no son sino preludios de los tormentos que »á su marido, mostrarse fuerte. No se atreve á mirar el
160 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 161

»sitio vacío. Pero sir saber cómo, sus ojos se han dete- y la miseria; por eso, en realidad, desde que tenemos
»nido en él y rompe en sollozos. hijos hemos perdido parte de nuestra libertad, de nuestra
»¿Qué le resta? Tú. La abrazas y tratas de consolar - personalidad. El más fuerte egoísmo siempre se ablanda
»la. Pero esto no es bastante para un corazón enfermo. cuando se trata de los hijos.
»Y este corazón enfermo está allí, en la escuela, en la Por el acto de la generación nos consagramos á la
»severa escuela, participando del duro y cruel cambio especie y empieza á declinar nuestra individualidad. De
»de situación. ¡La inmovilidad impuesta á un sér que aquí la resistencia de la generación actual, más egoista
»hasta entonces no se estaba quieto; el trabajo ingrato que las otras, al matrimonio.
»y abstracto, la reprensión seca y violenta! ¿En quién Sin embargo de todos los sinsabores que ocasionan,
»repercute todo esto sino en su madre, á quien él escribe los hijos son el lazo que más aprieta el matrimonio, con
»y se lo cuenta todo? Renuncio á pintar sus dolores: las lo que se demuestra que unen más los vínculos natura­
»he visto caer en la desesperación. les que los civiles; esta misma es la creencia popular.
»Pero esto no es bastante: aún hay más. Nos acostum- Los matrimonios estériles no suelen ser felices, hasta el
»bramos á todo, y al cabo de un año el colegial es menos punto que muchas veces el deseo de descendencia, sin el
»desgraciado; tiene amigos, juega á la hora de recreo. Y cual el amor parece que no tiene su debida consagra­
»cuando su madre, al cabo de una semana de i n f a ­ ción, lleva al adulterio.
sciente espera, en que ha contado los días, lleg'a emo- Sin embargo, tales son los tiempos, y tan degenerada
»cionada para abrazarle, le encuentra frío y distraído, está la institución del matrimonio, que el parricidio es
»visiblemente preocupado de otra cosa. Ha interrumpido un crimen más extendido de lo que se cree. Las dificul­
»su juego, le ha hecho perder una hora; ella le habla y tades pecuniarias llevan á muchos padres á prescindir
»él no escucha sino los gritos de sus camaradas que se de las satisfacciones de la legítima sucesión, y aparte de
»divierten sin él. ¡Cruel, cruel herida! los obstáculos que se oponen artificialmente por muchos
»¡Qué caída!... Ha perdido á su hijo, su amor de diez padres á la concepción, existen no pocos que llegan
»años... y perdido este amor, no volverá á encontrar hasta destruir el fruto de su amor después de concebido,
»nada semejante» (1). no vacilando en matar á los hijos en el vientre de sus ma­
Como he dicho antes, perdemos parte de nuestra per­ dres, como decía Juvenal. Hay hogares donde no se puede
sonalidad para dedicársela á nuestros hijos, y, por con­ atender anualmente á un nuevo sucesor. No abona esto
siguiente, quedamos atados á ellos por un lazo tan estre­ mucho en favor de la moralidad del matrimonio.
cho, que en adelante la mitad de nuestra felicidad ó En muchas uniones ilícitas, el amor atiende mejor á
desgracia será obra suya. Les legamos nuestro apellido su obra y la espera con más ilusión que en esas instil,u-
y no sabemos lo que el día de mañana harán de él. La ciones encargadas oficialmente de proveer de hijos á la
ley les transmite nuestras propiedades, que nosotros nos Nación.
afanamos por aumentar, y ellos tal vez dilapidaran. Sin Todavía la especie debe agradecer á los que se con­
embargo, muchas veces sucede al reyés; nosotros derro­ tentan con dejar á sus hijos en una casa de Maternidad
chamos nuestra fortuna y les dejamos á ellos el hambre y á los que esparcen su descendencia por los salubres
rincones de las aldeas. Si no se considerase una desgra­
(1) M ic h e l e t , L ’amour. cia nacer sin apellido, todavía podíamos considerar más
ti
162 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 163

felices á esos niños que se crían en ios campos, atendidos »es que los individuos se imaginan que trabajan por su
por invisible mano y respirando el aire de su primera »propia dicha; pero el fin verdadero les es extraño á
nutrición en medio de la bienhechora y ¡pródiga natura­ »ellos mismos, puesto que no es más que la procreación
leza, que á los que ven la luz en nuestras estrechas y mal »de un sér que sólo por ellos es posible. Obedeciendo
ventiladas viviendas, sufriendo todas las deficiencias de »uno y otro al mismo impulso, naturalmente deben tra-
higiene y todas las miserias más ó menos doradas á que »tar de estar en el mejor acuerdo que puedan. Pero muy
estamos sujetos los habitantes de la ciudad. »á menudo, gracias á esa ilusión instintiva, que es la
Nuestra organización social se sostiene principal­ »esencia del amor, la pareja así formada se encuentra
mente de la descendencia legítima, y aunque ha admi­ »en todo lo demás en el desacuerdo más ruidoso. Bien
tido la natural en los Códigos por el elocuente ejemplo »se ve esto en cuanto la ilusión se ha desvanecido fatul­
del Derecho romano, lo hace de soslayo y como por com­ amente. Ocurre entonces que, por lo regular, son bas-
promiso, concediéndoles escatimada porción en la for­ »tante desgraciados los matrimonios por amor, porque
tuna de sus padres, demostrando una transigencia de »aseguran la felicidad de la generación venidera á ex-
igual índole que aquella otra acordada á la prostitución »pensas de la generación actual. Quien se casa por amo­
reglamentada y legalizada. Tenemos que admitir lo que rres ha de vivir con dolores, dice el proverbio español.
tenemos por inmoral, puesto que se nos impone. »L o contrario sucede en los matrimonios de convenien-
Pero de esta preferencia de madrastra pueden con­ »eia, concertados la mayor parte de las veces, según la
solarse los hijos naturales acordándose de que ellos son »elección de los padres. Las consideraciones que deter-
los hijos del amor, y aquéllos los del interés. »minan esta clase de enlaces, cualquiera que pueda ser
Si hemos de creer á Schopenhauer en su Metafísica »la naturaleza de ellos, á lo menos tienen alguna reali-
dei amor, éste no es más que el instinto de conservación »dad, y no pueden desaparecer por sí mismas. Estas
de la especie, individualizado en nosotros. Lo que nos »consideraciones son capaces de asegurar la ventura de
enamora en el objeto amado no son sino aquellas condi­ »los esposos, pero á expensas de los hijos que deban
ciones fínicas y morales, que, unidas á las nuestras, pue­ »nacer de ellos, y aun así es problemática esa felicidad.
den mejorar la raza, y, por consiguiente, el amor no »El hombre que al casarse se preocupa aún más del
tiene otro fin que reproducir un tipo lo más perfecto po­ »dinero que de su inclinación, vive más para el indivi-
sible, uniendo los elementos de uno y otro sexo. «Por eso, »duo que para la especie, lo cual es en absoluto opuesto
»dice, el genio de la especie.separa y anonada sin es- »á la verdad, á la naturaleza, y merece cierto menos-
»fuerzo todas las diferencias de alcurnia, todos los obs- aprecio. Una joven soltera que, á pesar de los consejos
»táculos, todas las barreras sociales. Disipa, cual una »de sus padres, rechaza la mano de un hombre rico y
»leve arista, todas las instituciones humanas, sin cui- »joven aún, y rechaza todas las consideraciones de con­
»darse más que de las generaciones futuras. Bajo el im- veniencia para elegir según su gusto instintivo, hace
» per io de un interés amoroso desaparece todo peligro, y »en aras de la especie el sacrificio de su felicidad indivi-
»hasta el sér pusilánime encuentra valor.» »dual. Pero precisamente á causa de eso no puede negár-
Y más adelante: »sele cierta aprobación, porque ha preferido lo que más
«Los matrimonios por amor se conciertan en interés »importa, y obra según el sentir de la naturaleza (ó ha-
»de la especie y no en provecho del individuo. Verdad »blando con mayor exactitud, de la especie), al paso que
EL MATRIMONIO 165
164 NUESTRAS COSTUMBRES

»los padres la aconsejaban en el sentir del egoísmo indi- arranca g'ritos de dolor; tal vez comprenderán el espan­
toso drama íntimo que se desarrolla todos los días, cuyos
»vidual. Parece, pues, que al concertarse una boda es
trágicos acentos son ahogados por los ricos cortinónes,
»preciso sacrificar los intereses de la especie ó los del
»individuo. La mayoría del tiempo así sucede: tan raro los damascos, las pieles, los tapices... Tal vez adivina­
rán todo esto, pero en nada de ello hay motivo de es­
»es ver las conveniencias y la pasión ir juntas de Ja
»mano. La miserable constitución física, moral ó intelec- cándalo.
» tual de la mayor parte de los hombres proviene sin duda, ¿Quién se escandalizará aunque los hijos de estos
»en gran manera, de que por lo general se conciertan Ios padres sufran la influencia de tal estado de cosas, aun­
» matrimonios, no por pura elección ó simpatia, sino por que su educación esté descuidada, aunque de continuo
»toda clase de consideraciones exteriores y conforme A se vea combatida la autoridad dql padre por la de la
» circunstancias accidentales. » madre y viceversa, aunque vivan en el seno mismo del
He aquí, en fin, el mayor cargo que puede hacerse dolor y del drama? Sólo en el caso en que llegue el in­
al matrimonio. Creado por la idea religiosa y sostenido evitable y saludable rompimiento, sólo en el caso en que
por ella, hoy, además de ser un anacronismo, es una cada uno se vaya por su lado, á regenerar su alma, á
institución muerta que pugna con el espíritu del siglo, curar su corazón con el sano ambiente de la libertad y
tiene gran parte quizá en la degeneración social, y por ■quizá con las embalsamadas auras de una nueva prima­
ella se sostiene, viniendo á ser al mismo tiempo causa y vera de amor, será cuando el mundo encuentre motivo
efecto de ella. Forma de perpetuar los privilegios, árbol de escándalo, de murmuración. Sólo entonces, cuando
genealógico de la propiedad, el viejo mundo necesita la naturaleza proteste del vinculo brutal, la sociedad se
del matrimonio para seguir existiendo; es su armazón, irrita, acusa, vilipendia y escarnece al ver quebran­
su esqueleto, y participa de su propia decrepitud. tada la ley, sin ver que es la naturaleza quien la rom­
Ved qué espectáculo ofrece á nuestros ojos: las más- pe, sin reparar en las causas, en los hondos motivos
psicológicos que pueden justificar tales rebeliones y ha­
bastardas pasiones, el interés, la ambición, la vanidad,
la lujuria, están reglamentadas y amparadas por él. Se cerlas convenientes. Sólo entonces la sociedad condena;
entronizan y arrellanan en su regazo. ¿Quién dice mal sólo entonces ejecuta con su fría complacencia de ver­
de un matrimonio contraído por una rica heredera cuyos dugo.
padres amasaron su riqueza en la más baja industria, En cambio, ved el amor, el verdadero amor, perse­
con el hijo de un conde ó de un duque, necesitado de tal guido, proscrito, ocultándose con vergüenza y con mie­
enlace para reparar sus averiados pergaminos? ¿No está do; ved á la mujer enamorada, entregándose á un hom­
contraído lícitamente? Abrirán sus salones, y el mundo- bre de quien le separa algún obstáculo social, con la
no encontrará ningún motivo para no acudir á ellos. nobleza y generosidad que entraña la pasión, desafiando
Verán la aparente felicidad de aquel suntuoso hogar, ó ella sola á todo un mundo de maldicientes dispuestos á
tal vez vislumbrarán la efectiva incompatibilidad de escupirla y á estigmatizarla, llevando en su seno el fruto
sus caracteres, gustos y educación; el vacío de sus dos- de su amor, que es al mismo tiempo la prueba de su
existencias; tal vez adivinarán las desavenencias secre­ deshonra. Ved al verdadero amor, derramando lágrimas
tas, la continua rebelión contra un lazo que, como la de sangre, compañero las más de las veces de la estre­
cuerda del condenado, se hunde en sus carnes- y les- chez y de la miseria, afrontándolo todo, soportándolo
366 NUESTRAS COSTUMBRES

todo, perdido, olvidado, despreciado por la mayoría,


que ve en un matrimonio pobre una falta de juicio, una
temeridad, una ligereza, un atrevimiento, cuyas conse­
cuencias es bueno que las sufran los poco previsores
amantes. Ved al verdadero amor bajo el escandaloso es­
tigma del adulterio, huir, esconderse, ir acompañado del
sobresalto y del remordimiento. Ved al esposo, símbolo
de la legitimidad, esgrimir las armas contra el impalpa­ CAPÍTULO X
ble galán, sin poder nunca herir ni matar al mágico
duendecillo. Vednos todos, en fin, víctimas de nuestra
desdichada organización social, de la idea de orden, que
El vicio conyugal.
es el desorden efectivo, luchando, temiendo, sin hallar
reposo ni paz y sufriendo el justo castigo de nuestra
estúpida idea de querer violentar las leyes de la natura­ El matrimonio tiene por base la unión, la coinci­
leza en holocausto de símbolos y fábulas que imaginaron dencia de los dos sexos en las funciones de genera­
los hombres de hace miles de años. ción. Esta unión, que forma realmente el objeto inme­
diato del matrimonio, no se puede considerar por la
ciencia más que como una necesidad fisiológica, y así
considerada, en manera alguna debiera dar origen á un
orden tan estrecho de relaciones morales, á un lazo tan
apretado é indisoluble como es del matrimonio. El amor,
consecuencia de esa necesidad fisiológica, no es sino la
pasión que la expresa, su difusión por todo el organis­
mo, natural á la absoluta unidad de nuestro sér, recono­
cida por la ciencia y opuesta á la pretendida dualidad
de materia y espíritu de los tiempos antiguos.
Esta pasión se manifiesta en todos los individuos de
una manera fatal é imperiosa; es decir, que arrolla to­
dos los obstáculos que á su paso se oponen, y son conta­
dos los que la han podido vencer hasta el punto de per­
manecer toda la vida en perpetua y voluntaria castidad.
Cuando el individuo encuentra obstáculos á la satisfac­
ción del amor, superiores á su voluntad, es víctima de
ellos y repercuten en desórdenes más ó menos grandes,
más ó menos ostensibles en el organismo.
Ved si no esas viejas solteronas que han tenido que
ajustarse á una castidad impuesta, cómo llevan en su
i• i ‘

163 NUESTRAS COSTUMBRES EL MATRIMONIO 169

persona el sello especial que imprime el incumplimiento ciones originadas, más que por una verdadera concor­
de las naturales funciones de la especie. Ved su color dancia de afectos y de gustos, por circunstancias exter­
quebrado, su cara lacia y prematuramente arrugada; nas, como son: la convivencia, la igualdad de condición
notad que siempre padecen de algo, y eso que la mayor social y otros muchos factores que no es posible enume­
parte de esas solterías son nada más que oficiales. rar aquí.
El romanticismo ha exaltado esta pasión más allá De este modo queda considerablemente mermada
de.sus límites. Si tuviéramos que dar una definición del la facultad de elección de hombres y mujeres, y viene
romanticismo, considerado en su más amplia acepción, á hacerse sumamente difícil la unión perfecta basada
diriamos que era el infinito individualizado en el senti­ en una constante armonía de gustos y condiciones. Pero
miento, definición muy semejante á la que da J. P. Rich­ la necesidad fisiológica sexual se impone con fuerza,
ter en1sus Teorías estéticas. Propio de los tiempos bárba­ y el hombre, prescindiendo de más altas condiciones,
ros, el romanticismo era una consecuencia de la fe y idealiza á la primera mujer que le depara el azar. El
venía á completar en el orden social aquella otra exal­ amor pone sobre sus ojos la venda y le hace encontrar
tación en orden al amor divino, denominada misticismo. en aquella mujer lo que vulgarmente se llama su media
Consideraba el amor como una pasión eterna, indestruc­ naranja.
tible. La hacía durar más allá del sepulcro, y ligaba Pero la base que hemos estudiado es bien insegura,
una porción de conceptos de falso honor con la unión bien traidora, bien inconstante. ¿Quién no ha visto á
sexual. El romanticismo y el matrimonio eran comple­ hombres que por conseguir el amor de una mujer hacen
mento uno de otro. Se compenetraban. No se concebian locuras, absurdos, y cuando le han conseguido, la arro-
separados. Siendo el amor eterno, debía traducirse en un jan'eon el mismo desprecio que si se tratase de un hara­
vínculo indisoluble que durase toda la vida y que, por po? Por eso la mujer inteligente se hace fuerte dentro de
consecuencia, excluyera toda otra unión carnal. Siendo, la llamada honradez, y no capitula si no es en el matri­
pues, aquel sentimiento apoyado en la idea religiosa, monio, porque sabe que el amor no une para siempre, no
base y explicación del matrimonio, natural era que, des­ ata, no vincula, y el matrimonio sí.
aparecido la una, desapareciese el otro. El romanticismo Pues lo que sucede fuera del matrimonio, sucede den­
no era más que una manera de considerar la vida, un tro de él. No puede lograr que el amor sea eterno, porque
punto de vista desde el cual aparecían los sentimientos la naturaleza de éste lo impide. Obliga con todo el rigor
y las pasiones con determinada configuración; cam­ de la ley á que un hombre viva siempre con una mujer
biando este modo de ver las cosas, variando el punto de y alimente á sus hijos, pero ¡ay! no enciende la llama
vista, es claro que debían tomar otra forma distinta esas que se apagó, ni resucita el afecto mutuo. Y al no resu­
pasiones y esos sentimientos, materia primera de las ins­ citarle, condena á aquellos dos seres al suplicio más es­
tituciones. pantoso.
Hoy día, en la conciencia de todos está que el amor León Tolstoi explica lindamente esta situación cuando
no es eterno; lo han dicho los filósofos, lo han cantado habla en su Sonata á Kreutzer de la luna de miel. Com­
los poetas; sólo falta que lo consignen las leyes. para á los dos esposos cuando, después de apagado el
Las circunstancias de la vida ponen á los hombres en primer ardor, tratan de continuar el trato carnal, con
contacto con las mujeres, y entre ellos se anudan rela- el muchacho que quiere acostumbrarse á fumar: todo
170 NUESTRAS COSTUMBRES KL MATRIMONIO 171
se vuelve náuseas, mareos y repugnancia. En efec­ agua sucia, y allí aclimataros, haceros inmunes y vivir
to, asi es. Cuando se enfrían nuestros sentido-i y quere­ en ella como los sapos, sacando alguna vez la cabeza
mos seguir el trato carnal, hostigándolos y fatigándolos, para ver el sol, la luz, el aire, la vida, de la cual hemos
nos entregamos á una verdadera prostitución y prodúce­ salido para siempre.
nos el mayor sacrificio pensar que estamos para siempre ¡Espantoso tormento! Los hombres se previenen en
atados á una criatura cuyo contacto nos produce repul­ general contra el hambre y las enfermedades, creyéndo­
sión. No hay nada más desagradecido que los sentidos. las sus más poderosos enemigos, y apenas vislumbran
De modo que para continuar cumpliendo el pacto que los verdaderos dolores que llegan á ellos enmascarados
firmamos, tenemos que castigar nuestras carnes y entre­ bajo risueñas apariencias. Pues bien: uno de estos, que
garlas á un trabajo, el más ímprobo y repugnante que viene disfrazado con el aspecto del más sublime placer,
podemos imaginar. que enciende en nuestra alma titánicos deseos, volcáni­
El hombre qu experimenta este chasco, que encuen­ cos ardores, y nos arrastra, nos ciega y nos sacude con
tra disipada la ilusión que á tal estado le condujo, no las más violentas emociones para luego chasquearnos al
dará crédito á sus ojos, no se convencerá de lo que le despertar, sumiéndonos en un pozo de agua sucia, es el
pasa; y si trata de vivir bien, de no faltar á sus deberes, que hemos descrito: el vicio conyugal.
de ocultarle á su mujer que su pasión ha huido, se verá
obligado á vencer diariamente la repugnancia del que,
no gustande de un manjar, tiene que comerlo á la Tal es el matrimonio. Á los que prean que me he de­
fuerza. jado llevar del pesimismo, he de hacerles observar que
Todo aquello que pedíamos de rodillas, y por lo cual no me he fijado, ni con mucho, en los casos extremos,
ofrecíamos una vida entera y hubiéramos ofrecido un sino que he estudiado las contingencias, que nunca, ó ra­
mundo, de haber dispuesto de él, nos inspira luego ho­ rísimas veces, faltan. No creo, ni con mucho, haber ago­
rror, hastío, tedio abrumador. Y si esto os pasa álos po­ tado todas las censuras que se le pueden dirigir. Me he
cos meses, veréis ante vosotros una vida entera que con­ fijado en una idea que, por su propia importancia, basta
sagrar á vencer esa inapetencia. para declararle guerra á muerte. Ésta es: que siendo el
Este es el vicio conyugal. Os tendréis que habituar á amor contingente y pasajero, no puede dar origen á un
un acto repulsivo. Vuestra mujer se os colgará del cuello, vínculo eterno, indisoluble. De esta manera y con este
y sus brazos serán una cadena insoportable; temeréis principio, se explica también el adulterio, séquito obli­
sus besos como marcas infamantes. Sus lágrimas os pa­ gado del matrimonio en todos los siglos y lugares.
recerán enojosas. Se siente deseo de huir, de echar á co­ EL que quiera ver más detallado el análisis y al
rrer, de pedir socorro, á veces de golpear, y una de dos: mismo tiempo reir con esa amarga risa que sabe provo­
os emancipáis en absoluto y rompéis el lazo ó hipócrita­ car el genio satírico, que acuda á Balzac, al inmortal Bal­
mente le aflojáis y corréis á los brazos de una querida, ó zac, y lea su Fisiologie du mariage, esa obra, tan profun­
aceptando la cruz, os resignáis prostituyéndoos y echán­ damente irónica, tan profundamente triste y tan profun­
doos de bruces en el vicio conyugal. No os queda enton­ damente revolucionaria. Resuenan en ella los golpes de
ces otro recurso que cerrar los ojos y la boca y taparos hacha como en las profundidades de los bosques, y ya el
las narices como si hubieseis de arrojaros en un baño de matrimonio hubiera caído á tan profundas heridas si las
172 NUESTRAS COSTUMBRES

costumbres, como los imperios y las monarquías, pudie­


ran caer en un día.
¿Pero cómo dudar que caerá, y caerá pronto, cuando
hemos visto por los suelos otros más importantes prin­
cipios que informaban las sociedades antiguas, al em­
bate de esas saludables convulsiones que conmueven
periódicamente á la mísera humanidad, atada al carro
de la tradición, sujeta á la esclavitud de sus errores por
espacio de siglos, pero destinada también á ser redimida
por sí misma y á caminar constantemente hacia un ideal
de progreso y perfección, cuyo término, no definido ni
LI BRO TERCERO
determinado, se pierde en la noche de lo porvenir?

F A M I L I A-

En las familias, cuando la sangre se


exaspera contra la sangre, llega hasta
el cuchillo y el veneno.
E. Zola .
\
Nos engendran por gusto, nos crían
por obligación, nos educan para que
los sirvamos, nos casan para perpetuar
sus nombres, nos corrigen por capri­
cho. nos desheredan por injusticia, nos
abandonan por vicios suyos.
Cabalso.
CAPÍTULO PRIMERO

Origen de la familia.

El origen histórico de la familia no se pierde en la


noche de los tiempos; antes bien al contrario , las inves­
tigaciones de Federico Engels y de otros, prueban que en
tiempos no muy lejanos relativamente, no existía, ni
con mucho, organizada como hoy se halla. El matriar­
cado hacía de la mujer el jefe de la agrupación familiar,
no existiendo en realidad el padre, como conse mencia
de una concepción polivírioa de las relaciones sexuales.
La evolución que trasladó toda la autoridad de la madre
al pater familias, se basa en la imitación de costumbres
de otros pueblos, con lo cual se demuestra que cada
pueblo concibió de distinto modo la organización fami­
liar, como concibió de distinto modo la idea de la divi­
nidad.
En cuanto al origen filosófico, podemos referirlo, sin
miedo alguno á equivocarnos, á los instintos naturales.
En ambas hipótesis (matriarcado y patriarcado), la orga­
nización familiar del hombre está copiada de los anima­
les. En éstos hay dos tipos contrarios, que pueden dejar
perplejo al hombre, acerca de cuál de ellos deba imitar.
¿Habremos de proponernos por modelo á la paloma, ó
deberemos imitar al gallo? La humanidad en este punto
hállase dividida en dos bandos que sustentan opuestas
opiniones (aunque practiquen una misma costumbre), y
LA FAMILIA 177
176 MJEKTHAS COSTUMBRES
familiares y le siguiesen. Y en realidad, el considerar el
cada uno de estos dos bandos, monógamos y polígamos,
celibato como un estado superior y meritorio á los ojos
ha inventado una religión distinta para convencer á los
de Dios no dice mucho en pro de aquélla. Pero sobre
suyos de que Dios ha dispuesto y regulado de diferente
todo, el cambio de carácter que la imprimieron los pue­
modo las funciones generatrices. Pero en ambos casos,
blos bárbaros consistió en que, así como el pueblo ro­
repito, el hombre copia directamente de las bestias la
mano fundaba todo su organismo en la familia, y la gens
organización de la familia.
y la curia no eran sino expansión de ella, en el indivi­
La civilización consiste, sin embargo, en apartarnos
dualismo germánico dejaba de ser el embrión de las ins­
todo lo más posible del bruto; la comparación con éste
tituciones de un pueblo y adquiría un carácter mera­
nos avergüenza siempre, y procuramos huir de él hasta
mente privado y particular, sin relación con las demás
en aquellas necesidades de nuestro organismo, que son
idénticas en las dos especies, como el comer y el beber. entidades superiores.
¿Por qué, en cambio, nos vanagloriamos de imitarlos en Todavía puede marcársele una última etapa. Hoy día
esos instintos que dan origen y son consecuencia de la la familia es el cauce por donde el dinero, la propiedad
privada se transmite y se vincula, de suerte que única­
familia?
Si pudiéramos medir la distancia entre las primeras mente por ella puede conservarse el concepto limitativo
de la propiedad, pudiendo decirse que sobrevive la fami­
y las últimas conquistas verificadas por el hombre en el
lia, más por el espíritu de conservación de la propiedad
orden material, entre el invento de la rueda, por ejem­
privada y como auxiliar de ella, que por la significación
plo, y las últimas aplicaciones de la electricidad, ten­
dríamos inmensidades que recorrer. Las últimas mara­ y fuerza de sus lazos.
La divinidad de la familia es una ficción como otras
villosas combinaciones en que la ciencia ha sabido em­
muchas divinidades que adoramos. Su constitución se
plear las antes fuerzas ciegas de la naturaleza, dan
funda en los instintos naturales y primitivos del hombre;
mágica idea del poder del cerebro humano; pero si, en
pero la subsistencia de su organización se va haciendo
cambioj analizamos las evoluciones en el orden moral,
imposible por el efecto del progreso y de la evolución de
hallaremos que en lo substancial las bases en que des­
cansa la sociedad moderna no son distintas á las en nuestra época.
Así lo siente Laveleye, cuando dice: «A medida que
que se apoyaba la sociedad, si tal puede llamarse, del
»progresa lo que nos complacemos en llamar civiliza­
hombre primitivo.
t io n , se debilitan el sentimiento de piedad y los lazos
La institución familiar es tal vez, de lo que nos queda
»de familia, y ejercen menos influencia en las acciones
de los tiempos antiguos, lo más respetado y estimado
»de los hombres. Este hecho es tan general, que puede
por todos. La religión hace de ella uno de sus más pode­
»elevarse á la categoría de ley de evolución social» (1).
rosos sustentáculos, y todos los hombres, ó por lo menos
Y el Dr. Schäfte: «L a tendencia que se observa en la
muchos de ellos, la elevan en su corazón un santuario.
»fam ilia á volver á sus funciones específicas, se mani-
No creemos ya en los manes, pero son sagrados los sen­
»fiesta claramente en el curso de la historia. La familia
timientos en que reposa la familia.
»constituye una función de que nos servimos provisio­
Sin embargo, el Cristianismo quitó mucha importan­
cia á la familia. Jesús no parece muy inclinado á ella,
puesto que incitaba á los suyos á que rompiesen los lazos ns De la propiedad y su, l'orma prim itiva, c ip . X X .
12
178 N U E S TR A S COSTUMBRES
LA FAMILIA 179
»nalmente para servir á las otras. Cualquiera que sea
interesados en idealizarlos, porque de ello comen. Mu­
»el lugar que haya ocupado, á título puramente subro-
chas que veneramos hoy como grandes acciones han
»gativo en las deficiencias de las funciones sociales, hoy
sido abultadas por la Historia, y luego por el Arte, que
»le toca dejar paso á las instituciones especiales de de-
ha falsificado en todos los tiempos la naturaleza hu­
»recho, orden, poder, religión, instrucción, ciencia téc-
mana.
»nica, etc., apenas surgen estas instituciones» (1).
De la evaporación del amor queda bien mezquino
La única afección positiva de la familia, es el afecto
residuo. Pues asimismo, de aquel cariño que nos inspi­
de los padres, verdadero instinto que más bien nos per­
raron nuestros padres en la infancia, queda poca cosa
judica que nos beneficia. En cuanto al respeto filial,
en la edad madura; un sentimiento de compasión, de
es una mentira y no existe en la mayor parte de los ca­
piedad, que nos inspira más bien su ancianidad y des­
sos; pues lo ingénito, lo natural en el sér naciente es la
valimiento. A pesar de haber recibido su ayuda nuestra
ingratitud, la tendencia á aprovecharse de los beneficios
impotencia cuando nos traen al mundo, nosotros no te­
que recibe de sus progenitores y á no pagarlos. Si úni­
nemos para ellos en su senectud más que esa compa­
camente llegamos á corresponder algunas veces por
sión, producto, no del instinto, sino de la reflexión que
medio de un sacrificio á estos beneficios, esta acción per­ llevaba á los antiguos á fundar los orfanotrofium y ge­
tenece ya á la categoría de las virtudes, hijas todas ellas rontocomium, y que nos lleva á los modernos á sostener
de la reflexión y opuestas al instinto, que es el alma del asilos y hospitales. No hay más; no se pretenda buscar
amor paternal. Esta ingratitud es ley en la naturaleza, otra cosa en la humana índole, porque no se encontrará.
y se comprueba con el hecho de que en cuanto llegamos
Esas pretendidas virtudes que se exhiben en novelas y
á la pubertad, nuestro deseo es formar una familia y teatros, por el mismo hecho de admirarnos y asombrar­
abandonar á nuestros padres. nos, de considerarlas dignas de memoria, probamos que
En cuanto al afecto que por los lazos de parentesco son rara avis, fruta escasa, que no nos es dado gustar
puedan inspirarnos nuestros hermanos, es nulo. Si algún sino dos ó tres veces en cada siglo.
cariño les tenemos, nace de circunstancias extrañas á Esas pretensas virtudes que nos quiere imponer la
ese mismo parentesco, como es la inteligencia, la pari­
sociedad, generalizándolas y aplicándolas á todos los
dad de aficiones, el buen comportamiento, etc., cosas casos, que á primera vista parecen análogos, dan origen
todas que pudieran dar lo mismo origen á la amistad. á la hipocresía y á las luchas morales que tal imposición
Esto es ley de la vida, que no podemos alterar. El ocasiona. Erigir en dogma de fe moral que un hijo debe
bien de la especie asi lo quiere. La naturaleza pone en obediencia, sumisión y respeto á su padre, y querer
el individuo inclinaciones hacia determinados seres y ob­ aplicar este precepto á todos los casos, es un absurdo
jetos, las cuales nos convierten en juguetes ó instrumen­ que se estrellará siempre contra la realidad de nuestras
tos de la especie á que pertenecemos. pasiones, pues ocurrirá ochenta veces de cada cien que
Indudablemente se ha exagerado mucho por nuestros la discordancia de caracteres ó de inteligencia hará im­
poetas y literatos la importancia de los afectos huma­ posible esta sumisión y obediencia en el fondo. Un padre
nos. Los novelistas, autores dramáticos y poetas están malvado pierde el derecho á ser obedecido y respetado
por su hijo. Pero un padre, por bueno que sea, si quiere
( l j E structura y vida del cuerpo social. imprimir su voluntad sobre un hijo suyo hasta el punto de
L A F A M IL IA 181

N U E STR AS COSTUMBRES
180 mopolitismo, etc., son sentimientos que el progreso va
contrahacer su inclinación y desviar la dirección de sus oponiendo á los antiguos, considerados Como divinos.
facultades, fracasará por más padre que pretenda ser. Los griegos consideraban la venganza como una virtud,
Así pues, si el instinto hizo nacer á la familia, el ins­ y como un hombre inmoral al que dejaba de vengarse.
tinto la hace morir también, dejándola reducida estric­ La venganza misma ha sido la madre de la justicia.
tamente á aquel período de nuestra infancia, en que ¿Por qué asustarse entonces ante la posibilidad de que
necesitamos apoyo para nuestros pasos, dirección para se debilite el instinto paternal y se cambien ó se perfec­
nuestra inteligencia, maestro para nuestra lengua y de­ cionen las relaciones de familia? ¿Es que se supone que
fensa para nuestra impotencia y pequenez. no pudiera sustituirse todo esto por otra cosa mejor y
Hay que buscar, pues, el origen racional de la fami­ más provechosa para la raza misma? ¿Es que no se con­
lia en aquella necesidad primitiva del hombre de orga­ cibe que la educación, el cuidado de nuestros hijos pue­
nizarse de algún modo para resistir las asechanzas que den ser mejor desempeñados que nosotros lo hacemos?
la naturaleza dirige contra él; en la primera y más sen­ Ahora es cuando más debemos recordar aquellas pa­
cilla manera de reglamentar las consecuencias de nues­ labras del prólogo, de que vivimos sin penetrar la esen­
tros instintos, no aprendida de nadie, no revelada por cia de lo que nos rodea, y que ignoramos hasta una edad
nadie, pues de admitir la necesidad de una revelación muy avanzada el verdadero sentido de la vida. Las má­
divina como origen de la familia en el hombre, igual­ ximas y preceptos de nuestros padres, nos producen en
mente, de ser lógicos, la debiéramos admitir para los la primera infancia el efecto de un despotismo. Como
animales, pues ninguna razón había para que la raza no comprendemos su utilidad, y contrarian nuestras in
humana, más inteligente en su origen según la cree a clinaciones, nos oprimen y nos rebelamos contra ellas.
tradición religiosa, hubiera de necesitar la enseñanza Más tarde, en la edad madura, vemos su conveniencia
divina para querer y criar á sus hijos, y los animales, y las recordamos, dictándoselas por su bien, á nues­
privados, por voluntad del Criador, de ese precioso atri­ tros propios hijos, y por último, en la vejez, ó antes
buto que otorgó al hombre, sintiesen mejor el amor ma­ el hombre que ha meditado las pasiones humanas, ad­
ternal y paternal de que tanto nos vanagloriamos nos­ vierte que muchas de ellas, la mayor parte, eran atroz­
otros y que á todas horas reconocemos acaso más des­ mente inmorales. Para llegar á este descubrimiento hay
arrollado en ellos. que vivir mucho y reflexionar mucho, cosa esta última
Y , en efecto, más desarrollado está. Y está mas des­ muy poco común en el hombre, porque todas nuestras
arrollado porque la obra de la civilización es debilitar reflexiones versan, no sobre la índole de las pasiones
los instintos. Cuanto más nos acercamos á la naturaleza, humanas, sino sobre la marcha y curso probable de los
más robustecemos esos primitivos é imperiosos apetitos sucesos, de los cuales pretendemos sacar el mejor par­
de nuestra bestia. Por eso los retrógrados lloran la tido posible para nosotros; y si algo aprendemos acerca
muerte de esos apetitos, á los cuales llaman virtudes. de los caracteres y las acciones es de soslayo, por com­
El ardor guerrero, el amor á la independencia, los pri­ promiso y á pesar nuestro.
mitivos afectos al terreno donde nacimos, etc., todo eso Por esto la mentira de las relaciones familiares sólo
lo va destruyendo la complicada civilización, á cuyo se nos aparece muy entrados en años, cuando nos damos
perfeccionamiento venimos há tantos años dedicándo­ á la vela en el tormentoso mar de los intereses contra­
nos. El deseo de la paz, la solidaridad humana, el cos­
182 NUESTRAS COSTUMBRES L A F A M IL IA 183

dicterios y opuestos. Entonces es cuando se empequeñe­ La familia es una de las apariencias á la que más do­
cen los principios y sentimientos de nuestra niñez al lores debemos. El niño ha gustado todos sus frutos, el
mirarlos desde la cumbre de la vida. Ésta requiere hombre se prepara á todas sus contrariedades, el an­
presteza, energía, movimiento; es una batalla: la lucha ciano apuró todos sus sinsabores. Cuando vivimos enga­
por la existencia; en ella vamos dejando nuestros primi­ ñados, porque todo lo que nos rodea conserva para nos­
tivos amores, segados por el punzador y cortante filo del otros su fuerza ideológica, somos más felices, porque,
amargo desengaño. Cuando ya llevamos muchos años aunque la ficción y la mentira nos rodean, no vemos de
de luchas, muchas lides ganadas, cuando blanquea nues­ ésta más que su cara risueña, y el reverso nos está re­
tra cabeza es cuando, arrojando una mirada al pasado, servado para mucho después. Todos conspiran para en­
podemos comprender toda la extensión de nuestro en­ gañar al niño. En esto estriban los moralistas su edu­
gaño, y podemos ver la vida tal y conforme es en reali­ cación. Se le finge cariño por adular á sus padres, se
dad. ¡Cuán distintos nos vemos! Todo lo que soñamos u:i contesta á sus preguntas con embustes y embaucamien­
tiempo era mentira: el amor, la familia, el bien, la ver­ tos. Se le oculta nuestra conducta, nuestras pasiones,
dad, la religión, todo es convención, todo nos lo enseña­ hasta nuestro cuerpo. Pero es fuerza que el círculo en
ron para entretener nuestra imaginación infantil como que vive se ensanche y salga del recinto familiar,
con cuentos de hadas, para ocultarnos el escepticismo atraído por las seducciones del exterior, y entonces se
que nos han de traer los fríos de la vejez. Entonces qui­ opera la gran batalla en su espíritu. Puede conocer la
siéramos protestar contra toda esa fábrica de superche­ realidad del mundo con mayor ó menor rapidez, más ó
rías; pero el hielo nos oprime, nos agobia, nos quita el menos claramente, y esta será la medida de su feli­
movimiento, la voz se ahoga en la garganta, faltan las cidad.
energías, nos sentimos débiles para gritar la verdad y Si pudiésemos conocer en un solo día todas las lu­
hacernos oir entre el inmenso vocerío de la multitud, y chas, las lágrimas, las amarguras que ocasionan los in­
llevamos al sepulcro con nosotros el verdadero sentido tereses opuestos de padres é hijos, no podríamos sopor­
de la existencia y el secreto de nuestras pasiones. Mal­ tar semejante espectáculo. La familia es como el casca­
decimos de la sociedad: pero no intentamos regenerarla rón en donde se concibe el pollo, y que en cuanto éste
ó cambiarla, porque los nobles impulsos no arraigan ya puede salir de él, arroja lejos de sí. La continuación de
en el corazón árido y estéril, y nos importa poco, por las relaciones familiares por más tiempo, es funesta, se­
otro lado, de un inundo del que tardaremos breves ins­ gún veremos más adelante.
tantes en salir. El pater familias, como el rey, como el señor feudal,
Sí; por toda ganancia alcanzamos en el ocaso de la es anacrónico en estos tiempos. Para subsistir necesita
vida un frío pesimismo, resultado de nuestra reflexión del despotismo, de la sumisión, de la tiranía de las eda­
sobre las cosas humanas y del estudio de la existencia, des históricas, y esto no es posible hoy, dada la hetero­
estudio que forzosamente habremos hecho, aunque pro­ geneidad de elementos psíquicos, la complicación de las
curemos distraer nuestra atención con todas las menti­ relaciones sociales. Por eso se oye hablar de la relaja­
ras y embustes sociales. Asi se ve, que los seres más ción de los lazos familiares. Para dar á la familia signi­
felices, no son, en «erdad, los que han penetrado más en ficación hay que acudir á su origen, como hemos hecho
el fondo de las cosas, sino los que viven más engañados. en este capítulo. Hoy, si vive, sólo da ocasión á la farsa,
184 NUESTRAS COSTUMBRES

al fraude, á la inmoralidad y á la guerra civil de sus.


individuos.
En conclusión: si de ella pudo decirse en otros tiem­
pos que era sagrada depositaría de la tradición, del
amor, de la religión, del orden político, hoy que tanto
han bajado de estimación todas esas cosas, puede de­
cirse que es la más poderosa rémora del progreso, es­
tanco de las aptitudes, cárcel del espíritu, sostenedora CAPÍTULO II
de los odios, cauce natural de la rutina, y á manera de
las castas de la antigüedad, opuesta á la libertad, y fa­
vorecedora de las profesiones hereditarias. Más que á la
La familia coarta la libertad del espíritu.
célula social con que la compara Spencer, recuerda
aquella botella llena de aranas de Balzac que se estor­
En nuestro crecimiento predomina durante los pii-
ban y pican unas á otras por no poderse mover en tan
meros instantes de la existencia, el desarrollo coipoial,
estrecho espacio, y á despecho del idealismo con que se
al cual sigue inmediatamente en la adolescencia el al­
la quiere consagrar, pone de manifiesto la imposibilidad
borear del pensamiento, que se ab rey extiende como la
de vivir de los humanos tan estrechamente sin estor­
flor del organismo. De éste recibe los jugos y la savia,
barse; pues, como dice Schopenhauer, la humanidad es
así como del ambiente que le rodea recibe la luz y la
un rebaño de puerco-espines, cuyos individuos tienen
temperatura. En otras palabras, las leyes que rigen el
que guardar cierta respetable distancia, so pena de cla­
desenvolvimiento de nuestra personalidad intelectual y
varse las púas.
moral, son: la herencia y el medio en que nos desarro­
llamos. Pues estas dos leyes están vinculadas en la fa ­
milia. De ella heredamos nuestras predisposiones mora­
res y físicas, y además, como en ella pasamos la mayor
parte de nuestra vida, el contacto con los individuos que
la constituyen, el roce diario á que nos obliga la convi­
vencia, ese contagio proveniente de la transpiración
moral que tienen las almas, del mismo modo que los
cuerpos tienen la pulmonar, ejerce sobre esas predispo­
siciones una presión tal que indudablemente podemos
compartir la responsabilidad de nuestros actos y de
nuestras pasiones con nuestros padres y nuestros her­
manos.
En cuanto á la primera ley, no creo que nadie la
ponga en duda. Es del dominio vulgar que los hijos sa­
can determinadas inclinaciones heredadas de sus padres.
386 NUESTRAS COSTUMBRES
LA F A M ILIA 187
que absorbemos, sin sentirlo, en fuerza del hábito y de
La^ frases «ha salido á su padre», «de casta le viene
no haber funcionado en otros ambientes distintos, millo­
al galgo» y otras análogas, sirven para exponer este
pensamiento. Se heredan los caracteres, las buenas cua­ nes de gérmenes que se convierten, más tarde, en vicios
lidades, los defectos, etc. Hay autores, como Nietzsche, ó virtudes, que dañan ó dan salud á nuestra alma.
El recinto en donde más continuamente respirarnos
que dan un carácter tan absoluto â esta ley como puede
verse en el siguiente pensamiento: es la familia. Es como la concha para el caracol; algo
de que no nos podemos despegar y que llevamos á todas
«Las disonancias no resueltas en las relaciones de
»carácter de los padres, continúan resonando en los hijos partes huellas de su influencia, así en lo físico como en
»y producen su historia pasional interna.» lo moral. Existe el llamado aire de familia, que es un
Es cierto; aunque estas repercusiones sólo son visi­ parecido que nos une con hermanos y padres, compati­
bles merced á un profundo y perspicaz análisis psicoló­ ble con la personalidad de nuestra fisonomía, y asimismo
gico que rara vez se pone en práctica. Hasta en los casos el que estudie la agrupación familiar verá en todos los
en que un hijo no recuerda en nada á sus padres, en esos que viven bajo un mismo techo muchos años, comunidad
casos en que se suele decir: «¿á quién ha salido?», se de gustos, de inclinaciones, de pareceres, de acento, de
estilo, de cualidades, de defectos; hasta de ademanes.
cumple la ley de la herencia, pero se cumple de una
Un lazo de unión tan poderoso, como es el que for­
manera oculta para el vulgo, que pierde de vista las
man la sangre y la común dependencia de un jefe, no
transformaciones inevitables que el carácter va adqui­
puede menos de ejercer una poderosa influencia sobre
riendo al transmitirse de padres á hijos y al recibir la
los que están sometidos á él. En la niñez, en esa edad en
influencia del medio ambiente. Los mismos padres des­
que abrimos los ojos para ver y comprender el mundo,
conocen muchas veces esta analogía, encubierta ó disi­
tendremos que verle necesariamente pintado del color
mulada, por la forma que toman en los hijos las cuali­
que tengan las vidrieras demuestra casa. Pasaremos
dades heredadas.
por las explicaciones que nos quieran dar nuestros pa­
Pero por más que haya que dar gran importancia á
dres acerca de todo lo que vemos y conocemos. Debemos
esta ley de la herencia que estudiamos, que es como si
creerles bajo palabra. A nuestra infantil mirada inte­
dijéramos el espíritu de conservación de la ra za , pues
como tal obra perpetuando los elementos que por la se­ rrogadora contestan con una serie de embaucamientos
y mentiras que falsean por completo nuestro concepto
lección nos vamos apropiando, hay que conceder tam­
bién no menos transcendencia á la ley del medio, que del mundo. Nos pintan el firmamento como un velo que
nos oculta la mansión celestial llena de ángeles y san­
lima continuamente nuestro individuo, le nutre, le hace
tos, lugar al cual hemos de ser trasladados en muriendo,
apto para la vida y le da, en suma, todo aquello que
forma su personalidad. Así como cuando en un reducido y nos hablan del infierno, del purgatorio y de otra por­
recinto respiramos un aire denso y poblado de microor­ ción de lugares, cuya situación nos indican debajo de
ganismos, que son el germen de una porción de estados tierra. De este modo se explica que se perpetúen cier­
morbosos, estamos expuestos á que dentro de nosotros se tas fábulas miles de años. Nuestros padres se creen en la
desarrollen esos gérmenes, así en la parte moral, en lo obligación de mantenernos en semejantes engaños, supo­
niendo que así hemos de ser más felices y mejores. De
que á las ideas y sentimientos se refiere, existe también
una especie de transpiración, de vida pulmonar, por la este modo resulta la familia el elemento más conserva-
LA FAMILIA 189
188 N U E S T R A S COSTUMBRES

dor de un Estado. Con sólo que se disolviera ésta por mento extraño á la ley, popular, sensible, que se llama
espacio de unos cuantos años, las ideas religiosas des­ Jurado.
aparecerían como por encanto 4e sobre la faz de la Summum jus summa injuria; la aplicación estricta del
tierra. derecho es la mayor de las injusticias. Del mismo modo
Se practica un pretendido derecho, según el cual, el esa máquina inmensa de la Justicia histórica no basta
padre puede engañar al hijo en lo que se refiere al fun­ por sí sola para cumplir el ideal de equidad que lleva la
damento de la moral y á la explicación del mundo en sociedad en su conciencia, y se ha necesitado de la
que vive. Nadie le puede disputar á un hombie que in­ amalgama con ese elemento sano, indocto, lego, cando­
culque á su hijo las máximas morales que tenga por con­ roso del pueblo para que nuestros Tribunales tengan
veniente. Como si la nación no tuviese ningún interés en entrañas, para que no sean un mecanismo ineite y pei-
que sus ciudadanos aprendiesen eu tal ó cual escuela los judicial, tan seco como los viejos pergaminos en que se
principios que han de presidir más tarde el desenvolvi­ escribieron los primeros balbuceos del derecho antiguo,
miento de su actividad, aparece completamente indife­ que ante las modernas teorías científicas aparece como
rente á las primeras influencias que se puedan ejercer un sanguinario, despótico y repugnante reglamento de
sobre el corazón del hombre. Esto sería disculpable, y verdugos.
hasta natural, si el Estado no esperase nada de los ciu­ Así, pues, no es ni con mucho indiferente al Estado
dadanos. Podría desentenderse de estas primeras influen­ la educación de los ciudadanos, y no están lejos los tiem­
cias si el hombre no esperase nada de sus semejantes, si pos en que se estudie el monopolio de ésta poi el mismo.
no fuese sociable, si el concepto del Estado, vago y os­ ¿Qué es la instrucción obligatoria más que un atisbo,
curo en la actualidad, no derivase precisamente de ese un preludio proveniente de la absoluta necesidad, del
instinto de sociabilidad del hombre, germen de la civili­ profundo interés que tiene el Estado del auxilio del indi­
zación, del derecho, de la moral y de la justicia. viduo? ¿Qué leyes va á dictar, qué moral ha de predicar
En la ciencia moderna aparecen íntimamente ligados si no cuenta con que sus ciudadanos tengan abiertos los
estos dos extremos del principio y el fin del hombre; es ojos á la luz que ilumina las inteligencias?
decir, de su educación, y como resultado inevitable de Á medida que se derrumba el viejo edificio de la Eti­
ésta, los frutos que la sociedad tiene derecho á esperar ca, á medida que pierde crédito el Código de la moral
de un individuo. antigua, nos volvemos más mirados, más escrupulosos
Ya no nos limitamos á escribir Códigos y á castigar, para arrojar el estigma de la deshonra y de la delin­
según ellos, á los delincuentes, no. La conciencia social cuencia sobre un individuo. Cuanto más clara vamos
aparece como timorata é indecisa ante la consideración viendo la inmensa responsabilidad que tenemos en la
de que, cuando la Policia se apodera de un criminal, miseria intelectual y moral que agobia á los deshereda­
coge ya un producto fatal del medio en que se ha des­ dos, menos energía tiene nuestra mano paia filmai las
arrollado, y á medida que estudiamos la formación del penas infamantes. Trémula, vacilante, no es ya la mano
delincuente, se aminora ante nosotros la idea de su res­ seca y apergaminada de nuestros antiguos reyes, escla­
ponsabilidad. Los Tribunales de justicia ya no son sufi­ vos del principio Divino, sino la de nuestros pensadoies,
cientes para administarla. Ya no aplicamos la ley, por movida por el humanitarismo, opimo y generoso fruto de
clara que sea, sin remordimientos. De ahí ese ele- la razón humana.
190 la f a m ilia 191
NUESTRAS COSTUMBRES
cualquier opinión suya, que la que pueda sostener en
¡Qué candidez más criminal la de la antigua Ética!
contrario la sociedad. Lo regular es que veamos por los
Para ella, los hombres se dividían en malos y buenos,
ojos de nuestros padres; ellos nos han enseñado á hablar,
conforme á la distribución de un Código liliputiense de
han formado nuestra inteligencia, nuestros sentimientos,
diez artículos, cuando no hay un individuo que se
y han influido tanto sobre nosotros, en suma, desde que
parezca á otro y obedecen todos á Ja ley fatal de sus pa­
hubimos uso de razón, que no es extraño demos más cré­
siones congénitas, y son el reflejo de todos los agentes
dito á una palabra de nuestros padres que á todo lo que
exteriores que obran sobre nuestra alma débil é incon­
diga en contrario el mundo entero. Considerando esto,
sistente con la fuerza del diamante sobre la cera.
mueve á risa la tan decantada libertad moral, pues que­
No vacilemos, pues, en acusar á la organización fa ­
damos reducidos á bien poca cosa en lo que respecta á
miliar del atraso, de la miseria moral é intelectual en
que se halla la humanidad. Nuestros padres tienen dere­ independencia intelectual.
Y considerando que cada hombre tiene su conciencia
cho para hacer de nosotros lo que quieran: lo mismo
propia y distinta á la de los demás, hecha adrede para
unos ángeles que unos malvados; están en su derecho.
su manera de proceder, para su idiosincrasia, pues to­
Ei ladrón establece en su casa industria de timos y educa
dos tratamos de disculpar nuestros errores ante la opi­
á sus hijos en estos santos principios. Pero los que no
son ladrones tienen sobre su conciencia más grandes crí­ nión y ante nosotros mismos, y que cada hombre, por
menes para con sus hijos. En el concepto vulgar, un consecuencia de lo anteriormente expuesto, tiene dere­
padre es naturalmente bueno, y este es un error grose­ cho á imponer y trasmitir su conciencia á sus hijos, de
ro, porque si censuramos á los hombres y les considera­ aquí que la influencia de la familia se oponga al pro­
mos tan bajos en cuanto hombres, ¿por qué les hemos de greso de todos los individuos hacia un ideal moral ó in­
absolver en cuanto padres? ¿Cómo han de enseñar á sus telectual.
hijos una ciencia que no saben, una moral que no cono­ En esto reside la causa de que se perpetúen xas tra­
cen? ¿Cómo les han de legar una generosidad que no diciones políticas, de que se hereden los odios, de que se
tienen, un heroísmo de que abjuran, todas las cualida­ enciendan y perpetúen las guerras, de que se rinda culto
des, en fin, de que carecen en absoluto? por generaciones y generaciones á ideas falsas y erró­
Lo que hacemos únicamente es imprimir en nuestros neas, á ídolos y supersticiones que deshonran á la hu­
hijos todas las muecas, todos los visajes, todas las co­ manidad .
rrupciones que son nuestro mísero patrimonio, y á esa Generalmente, todo espíritu innovador y revoluciona­
opresión es á lo que llamamos pueril y ridiculamente rio halla inmediata y enconada resistencia en su familia.
amor paternal, orgullo de raza, tradición de familia, et­ Estudiad la historia de todos los grandes pensadores que
cétera, etc. han hecho guerra á la rutina y á la preocupación, y en­
La atmósfera que se respira en el seno de la familia contraréis en la mayor parte de ellos el doloroso espec­
es una atmósfera más concentrada que la atmósfera so­ táculo de un completo divorcio con los seres á quienes es­
cial, y como al mismo tiempo vivimos más en aquélla taban unidos por la sangre. Generalmente han tenido
que en ésta, justo es que influya más sobre nosotros. El que librar sus primeras batallas con sus padres y herma­
padre tiene una autoridad moral sobre sus hijos asentada nos, han tenido que sentir el menosprecio y la cólera de
sobre el instinto filial, que hace pesar más sobre éstos éstos, que por lo general se niegan á ver en ningún indi-
MIIRHII 1
..M&aäte/- •-Ä

192 NUESTRAS COSTUMBRES LA FAMILIA 193


viduo de la familia nada de extraordinario. Además, nueva que había de ser la base de una nueya civiliza­
como el destino del genio es sacrificarse por la humani­ ción, hubiera vegetado trabajando de carpintero al lado
dad, pues sus obras rara vez han de ser apreciadas en de sus padres, perpetuando de este modo la tradición de
todo su valor por sus coetáneos, la familia no ha visto familia y aumentando los rendimientos de la casa; á Je­
en esos apóstoles del progreso más que vagos, haraga­ sucristo le crucificó.
nes, fatuos y seres improductivos, por lo que rara vez
les ha dejado seguir por la senda que les trazaba su
ideal, aguijoneándoles en cambio para que fuesen como
todos los demás, emprendiendo ocupaciones útiles y de
jándose de pensar, como dice el vulgo, en las musa­
rañas.
Hé aquí cómo cuando en una familia se desarrolla un
talento independiente y útil á la humanidad, ha de colo­
carse en abierta oposición con sus generadores, y arre­
batado por su instinto, ha de estallar en violenta re­
belión.
Pero esto sucede muy de tarde en tarde, porque los
verdaderos genios conductores de la humanidad, apare­
cen tan rara vez, que un siglo apenas si ve uno. Lo ge­
neral es que el mundo vea y aprecie la sumisión y el
acatamiento de los hijos á las opiniones de los padres, y
que cuando faltan este respeto y sumisión, sea por los
extravíos y pecadillos de la gente moza, y también por
su perversión, y que estime este acatamiento como una
virtud, pues la humanidad considera desde un punto de
vista muy bajo la mayoría de las cuestiones morales,
haciéndolas depender de los intereses personales, por lo
que siempre apreciará más á un hijo que trabaje para
sostener á sus padres, que á otro que se consagre á tra­
bajar para la especie humana, difundiendo por el mundo
verdades que pueden hacerla menos esclava con el trans­
curso del tiempo.
La humanidad es, ha sido y será, ingrata con sus
bienhechores. Á Galileo le quemó, á Colón le cargó de
cadenas, á Sócrates le envenenó; y á Jesús, que hubiera
sido más afortunado y más apreciado en su tiempo, si en
vez de lanzarse por el mundo á predicar una moral
13
LA. FAMILIA 195

«En lo que respecta al gobierno de la familia, dice


» Spencer, como en lo que se refiere al gobierno de la
»Nación, supónese siempre que las virtudes están del
»lado de los gobernantes, y los vicios de parte de los go-
»bernados. A juzgar por las teorías de educación, pa-
»rece que hombres y mujeres se transforman al conside-
»rarlos como padres y madres. Vemos diariamente
»personas, con las cuales sostenemos relaciones más ó
CAPÍTULO III »menos estrechas; todas las que encontramos en el
»mundo son seres imperfectos. En los escándalos que
»publican los periódicos, en las querellas entre amigos
»antiguos, en las quiebras, en los procesos, en los infor-
»mes de la Policía, tenemos de continuo la prueba del
»egoísmo, de la falta de probidad, de la inmoralidad ge-
El padre es el jéfe absoluto de sus hijos hasta cierta
»neral; y, sin embargo, cuando se habla de la edu-
edad. La única conquista que en este terreno hemos al­
»cación de los niños de corta edad y de la conducta de
canzado desde los tiempos de Roma, es la liberación del
»otros mayores, tiénese por hecho establecido que aque-
derecho de vida y muerte y algo con respecto á la pro­
»llos que los educan, y que no son otros que todos esos
piedad; y como por consecuencia de la ley, es amo tam­
»pecadores, no son culpables de faltas morales hacia
bién de su mujer, resulta que su autoridad es suprema
»ellos. Esto está tan lejos de ser verdad, que no vacila-
dentro de la familia. Así como dicen los sacerdotes que
»mos en atribuir á los padres la mayor parte de los ma­
el mundo lo hizo Dios para el hombre, podríase decir,
des que se producen en la familia, y que de ordinario
quizá con más razón, que la familia se ha hecho para el
»se imputan á los niños.»
padre. En el castigo que un padre impone á su hijo, sería
El ejercicio de un poder ilimitado hace á un hombre
muy difícil determinar muchas veces dónde acaba el
egoísta', déspota, le lleva á imponer su voluntad en to­
sentimiento de la justicia y dónde empieza la venganza,
das ocasiones con pretexto de interés común y de i es­
el despecho del fuerte que se ve desobedecido por el
peto debido. débil.
Si hubiéramos de considerar la tarea de la educación
Si los padres meditásemos en los errores, en las pa­
como se merece, encontraríamos más deberes de los pa­
siones que.despertamos en nuestros hijos, en los malos
dres con los hijos que de los hijos con los padres, y sin
ejemplos que les proporcionamos, en el contagio moral
embargo, se habla más de estos últimos que de aquéllos.
á que les sometemos, en la presión que ejercemos sobre
el natural desarrollo de sus instintos y facultades; si la
educación, en fin, que les damos fuera consciente, com­
prendería nuestro amor paternal con amargura que aún
les somos deudores; caeríamos abrumados bajo el peso
de nuestra responsabilidad.
196 NUESTRAS COSTUMBRES L i FAMILIA 197

Puede decirse que el padre tiende á detener el des­ que no vuelve á aparecer en el resto de la vida en la
arrollo moral é intelectual de su hijo, no en el nivel ge­ mayor parte de los individuos, y que cuando aparece la
neral de cultura (esto sería gran felicidad), sino en el saludamos con el respetable nombre de amor á la cien­
suyo propio. El tipo social del hijo es el tipo social pa­ cia. En realidad, desde los diez años en adelante,
terno. El artesano, cría artesanos: el burgués, burgue­ la inteligencia adelanta poco en lo esencial; lo que más
ses, etc. hace es adquirir conocimientos, llenar las casillas que
No hay más que tener en cuenta, para comprender las nociones elementales, el Principio de Razón abre en
esto, que nacen en nuestros brazos, que su inteligencia el entendimiento; pero en lo que se refiere á la esencia
se abre bajo nuestra influencia, y que les damos las pri­ de las cosas, los niños son grandes filósofos, y se les
meras ideas sobre el mundo y la vida. ocurren grandes ideas morales; si no, hablad con ellos y
Cuando les juzgamos aptos para comprender algún lo veréis. Observad que el lenguaje de los filósofos y el
principio moral, la primer máxima que les proponemos de los niños se parece. Para el hombre vulgar, ambos son
es que los hijos deben obediencia á sus padres, con lo igualmente despreciables.
cual les obligamos á que ellos busquen el medio de eman­ Casi siempre estamos oyendo narrar á los padres
ciparse de esra obediencia. ocurrencias notables de sus hijos, acompañadas de las
Para que aquel precepto produjese provechosos re­ frases: «¡Quién lo había de decir, una criatura tan pe­
sultados, preciso sería que los hombres fuésemos la ra­ queña!»; ó «¡Qué cosas se le ocurren!» Y todos creen
zón misma, y para ver cuán lejos estamos de ella, no hallar en ellos pruebas de la superioridad intelectual de
tenemos más que fijarnos en la diversidad de opiniones sus hijos, con respecto á otros. Esta perspicacia, propia
humanas sobre cualquier punto, por vulgar y corriente de la infancia, les hace fijarse en las acciones de los de­
que sea, de la vida. más, y, sobre todo, de sus padres; acciones que toman por
Una de las cosas que más despreciamos y más lejos norma estudiando, con más penetración que la que po­
estamos de comprender, es la inteligencia de los niños. dría esperarse de sus incipientes facultades, los móviles
Les creemos imbéciles,.y están muy lejos de serlo. La que las ocasionan, y cuando queremos engañarles,
inteligencia infantil sigue las mismas evoluciones, las cuando empleamos nuestra autoridad para exigir de
mismas etapas que ha seg'uido la humanidad. En el cre­ ellos cosas que nuestro egoísmo nos dicta, nos compren­
cimiento infantil está estereotipado, se proyecta todo el den, nos adivinan, y más tarde, nos imitan.
desarrollo de la humanidad á modo de esas proyecciones Es tan fácil que el egoísmo ú otras pasiones bas­
geométricas de figuras semejantes, en que la proyec­ tardas se vayan infiltrando en la autoridad paterna,
tante es infinitamente mayor que la proyectada. Tan como que el mismo padie forma la inteligencia y cri­
cierto es esto, que los naturalistas ven reproducidos en terio moral de sus pequeños súbditos, y procura aco­
algunos caracteres del cráneo de los recién nacidos y modarlos á su conveniencia. Muchas de esas lágrimas
en su voluminoso vientre los rasgos fisiológicos de la que vierten los niños por los castigos que sus padres les
raza de Canstand. Los niños son grandes pensadores. infligen, y que creemos saludables, son derramadas por
Más libres de los infinitos prejuicios que turban la razón la sorpresa que en las almas infantiles producen el des­
de los hombres, su inteligencia posee más lógica, está pecho y la cólera que van mezcladas en las reprensio­
más sana y se halla poseída de una curiosidad cósmica nes paternas, esa sorpresa con que recibimos la injusti-
L A F A M ILIA 199
198 NUESTRAS COSTUMBRES
padres, cuando queremos dar á entender que hemos re­
eia, compañera de la humanidad desde los primeros
cibido un gran dòn al recibir la vida. Es un error el su­
pasos que da sobre este suelo, y que la ejercitan sobre
poner que la vida sea un bien primordial, el origen de
nosotros aun aquellos mismos á quienes podemos y debe­
todas las felicidades, el mayor bien, en suma, porque la
mos llamar nuestros bienhechores.
vida no es sino á manera de un cauce por donde pueden
En fin, citemos á este propósito lo que á un talento
correr muchas felicidades, pero también, y con mayor
tan sólido y positivo como el de Stuart Mill le inspiró la
frecuencia, muchas miserias y amarguras. Pocos serán
organización familiar:
los hombres que cuando la vejez despierta en ellos la
«Si la familia es, como suele decirse, una escuela de
razón suprema, la clarividencia intelectual á que puede
»simpatía, de ternura, de afectuoso olvido de sí propio,
llegar el hombre, no se digan á sí propios que no vale
»también es con mayor frecuencia ¡jara el jefe, una es-
la pena, para arrastrar una existencia miserable y des­
»cuela de obstinación, de arrogancia, de desafuero sin
consoladora como es la del hombre, de haber sido des­
»límites, de un egoísmo refinado é idealizado, en que
pertado del eterno sueño de la nada. Lo único que nos
»hasta el sacrificio es forma egoista, puesto que elhom-
hace pensar de otra manera es el ciego instinto de la
»bre no toma interés por su familia y por sus hijos, sino
conservación. Este es el que nos engaña, sosteniendo en
»porque forman parte de su propiedad; puesto que á sus
nosotros el amor á una existencia, la prolongación de
»menores caprichos sacrifica la felicidad ajena.»
una individualidad que sólo ha de ser provechosa á los
¿Cuál es el fundamento racional de la autoridad pa­
fines generales de la especie. Cuando llegamos á viejos,
terna? Unica y exclusivamente la debilidad é insuficien­
después de descubrir los engaños del mundo, nos pene­
cia para bastarse á sí propio del sér naciente. Hoy, que
tramos del engaño que sobre nosotros ejerce la Natura­
ya han pasado los tiempos de los poderes delegados por
leza, infundiéndonos apego á una vida que sólo nos de­
Dios; aquellos tiempos en que se hacía responsable á
para privaciones y contrariedades, y manteniéndonos
Dios de toda tiranía y de todo despotismo, hay que bus­
en ella por medio de las ilusiones y las esperanzas.
car el origen de los poderes en la necesidad que de ellos
Por lo tanto, sólo retóricamente y para agasajar á
tienen aquellos sobre quienes se ejercen, y, por lo tanto,
nuestros padres, podemos decir que les debemos el don
hay que basar la autoridad paterna en la conveniencia
de la vida, porque, en realidad, ellos son deudores nues­
que de ella resulta para el recién nacido. Consecuencia
tros por el hecho de traernos al mundo; ellos quedan li­
de la evolución que el concepto de la patria potestad ha
gados á nosotros, por razón de nuestra insuficiencia, con
sufrido, es la disminución de sus antiguos límites.
una serie de deberes á los cuales no se pueden sustraer
Mientras se averigua si la existencia es un mal ó un
con ningún pretexto. Cuando el instinto natural no nos
bien, tenemos por cierto que se la debemos á nuestros
compeliere á ello, nos obligarían las leyes y la opinión
padres, y consideramos como justo que durante nuestra
pública, que no son en este caso más que la expresión de
infancia nos prodiguen una serie de cuidados y desvelos
ese instinto. Sin embargo, él puede más que aquélla,
que no tienen retribución inmediata por parte nuestra;
puesto que si no existiese, aquéllas no valdrían nada.
luego tácitamente convenimos en que nos deben todos
Por desgracia, la ley y la opinión social, consideradas en
esos desvelos y cuidados en cambio de habernos traído á
otras fases, son las que ahogan muchas veces el instinto
una existencia de privaciones y miserias. Por esta razón
paternal. La mujer, como hemos visto en el libro pri­
aro es exacta la frase de que debemos la vida á nuestros
200 NUESTRAS COSTUMBRES L A FAMILIA 201

mero, amenazada con la pérdida de su reputación, de se oyen riñas, no hay disgusto, todo va bien al parecer,
su honra y, por consecuencia, de la posibilidad de cum­ y, sin embargo, para un observador perspicaz, en el
plir su destino en la sociedad, es llevada muchas veces fondo de aquel sosiego late la discordia, dispuesta á ma­
á renunciar á su hijo, verdadero sacrificio impuesto á su nifestarse en el momento más propicio. Es verdad que
natural instinto por las circunstancias y los respetos cuando se reúnen todos á comer, están conformes en que
mundanos, más fuertes que la debilidad de una mujer. hay que comer, y así lo ponen en práctica; que cuando
Examinada del modo que la hemos examinado, la llega la hora de dormir, todos cooperan con su silen­
autoridad paternal debe cesar, y de hecho cesa, en el cioso sueño al sueño de los demás; es decir, que coinci­
momento en que el hijo, por haber alcanzado el com­ den admirablemente en la superficie, en todo aquello en
pleto desarrollo de todas sus facultades, se basta á sí que coincidimos todos, y merced á un estilo de vida casi
propio. Esto es lo que la naturaleza dicta, puesto que animal, no conocen sus profundas divergencias mora­
habiendo cesado la causa, debe cesar el efecto, y así lo les. Pero vendrá un acontecimiento que turbará este
reconoce la ley estableciendo la mayor edad. sosiego y los dispersará á todos como una piedra ca­
El matrimonio es lo que más generalmente emancipa yendo en medio de una bandada de palomas.
á los hijos, que son llamados por el orden natural de las Supongamos una señorita, por ejemplo, educada en
cosas y en cumplimiento de los fines de la especie á for­ la sumisión, en los principios religiosos, en la austeridad,
mar una nueva prole. Pero sucede en muchas ocasiones en las buenas costumbres, en el recogimiento; que no
que los hijos no pueden, ó no quieren, contraer este ma­ haya ido á bailes, que apenas haya visto hombres, á
trimonio por circunstancias sociales de muy diverso or­ quien hayan inspirado casi horror al mundo, practicando
den y, sin embargo, continúan viviendo en compañía de todo esto por el deseo de captarse las simpatías de los
sus padres, porque la sociedad adopta el criterio de que que la rodean y que la llaman buena, es decir, por exi­
personas bien educadas y que se han tomado cariño, gencias de su orgullo. Su padre habrá llegado á esperar
deben vivir, sin inconveniente, juntos; criterio absolu­ de ella obediencia absoluta y perpetua, y ni ella misma
tamente falso, porque las leyes por que se rigen los jó­ habrá sospechado los gérmenes de rebelión que lleva
venes y los viejos son completamente opuestas. ocultos dentro de sí.
Estaría mal mirado que una hija abandonase la casa Supongamos también, como es muy lógico suponer,
de sus padres y se fuese á vivir sola, y, sin embargo, la que en aquel corazón lleno de tinieblas, enciéndese re­
ley natural así lo exige, como exige otras muchas cosas pentinamente el fuego del amor; que ante la aparición
á cuyo cumplimiento se opone la sociedad. de un hombre, sacude su letargo su anestesiado tem­
La prolongación de la vida en común, una vez pa­ peramento de mujer, despiértanse sus sentidos y opérase
sada la mayor edad, se verifica en virtud de una serie en ella, en fin, la revolución más grande que ha de ope­
de transacciones recíprocas que dan por resultado una rarse en su vida, revolución tanto más fuerte cuanto
aparente adaptación de que pudiéramos dar idea con la más tiempo ha estado ciega para semejante luz, sorda
frase de «equilibrio insestable». para semejante llamamiento, y virgen, en fin, de aque­
Este fenómeno se da en infinidad de familias, en las llas emociones y deseos.
que á primera vista reinan tranquilidad y acuerdo en­ Pero el padre, desentendiendo todo esto, ciego ante
vidiables; todos sus individuos parecen entenderse; no este fenómeno, no tiene en cuenta sino que el hombre
202 NUES I RAS COSTUMBRES LA F AMI LI A 203

que se ha acercado á su hija no reúne las condiciones el mundo nos solicita y volamos á él, dejando desocupado
por él apetecidas, y hecho á la obediencia que siempre el nido, con la mayor y más natural de las ingratitudes.
le ha prestado su hija, supone fácil empresa hacer sen- Pero no es este el único ejemplo, ni siquiera el mejor
1ir sobre ella su autoridad y oponerse á su amor. Esta, de ese equilibrio inestable que mantiene la paz en la fa­
por su parte, no ve en su padre desde aquel momento milia, siempre dispuesta á venir por tierra.
sino un tirano que dificulta su dicha y, arrastrada por el Todos coincidimos en aquellos actos fisiológicos é in­
fuego que arde en su alma, por el huracán de su pasión, eludibles, en aquellos gustos que son generales hacia
arrolla aquel obstáculo como arrollaría cien mil que se objetos que á todos agradan y en la repulsión que nos
interpusiesen, y la autoridad del padre, su prestigio, su inspiran otros, y, por consiguiente, en que hay que con­
influencia, todo rueda por los suelos menospreciado y seguir los primeros y evitar los segundos; pero á medida
desatendido; que no hay barrera bastante fuerte que que nos vamos separando de estas cosas de aceptación
detenga á una mujer apasionada. ó meñcsprecio generales, á medida que vamos internán­
Aquel padre, al sentir su voluntad resistida, fortifi­ donos en las complicaciones que ofrece la vida á la con­
cada por tantos años de dominación, siente el despecho ciencia individual, van siendo mayores las divergencias,
de un rey destronado, y no pudiendo hacer otra cosa, pues la conciencia tiene más profundas raíces de lo que
condena á su hija á perpetuo ostracismo, á definitivo se supone en nuestro temperamento, por lo que, como
destierro, ahogando su carillo y destruyendo su ternura los temperamentos varían hasta lo infinito, las concien­
antes que pasar por lo que él considera un ultraje y un cias sienten la moralidad de muy diversa manera.
acto de insubordinación. De aquí la tradición en las Ahora bien: en la vida familiar, sobre todo hasta
óperas de que el bajo maldiga con las notas más graves cierta edad, ni están formados nuestros temperamentos
de la gamma musical al hijo ó hija rebelde, tradición, ni nuestra conciencia, por lo que se hace posible la vida,
entre paréntesis, que ya va abandonándose en el teatro pues ésta es sencilla, ruda, limitada á la satisfacción de
por anticuada. las primeras necesidades. Entonces pueden los hijos ser
■Dónde están entonces los efectos de aquella educa­ fáciles juguetes de sus padres, porque éstos atienden á
ción que él la dió? ¿Qué se hizo de la obediencia incon­ su subsistencia y los defienden de los rigores de la na­
dicional, de la sumisión continua que tanto halagaba al turaleza con su protección. Como entonces no necesita­
infeliz padre, incapaz de prever semejante sorpresa“^ mos más, estamos satisfechos.
Yo he visto con mis propios ojos este drama familiar Pero cuando, formada nuestra personalidad, sobre­
y he comprendido, por su enseñanza, cuán engañados vienen necesidades de un orden más elevado, y por el
estamos muchas veces repecto á las personas que nos natural desarrollo de nuestras facultades, exigimos una
rodean, con las cuales vivimos muchos años en relativa mayor libertad de acción, la organización que antes nos
concordia, sin pensar que las llamas del volcán están sirvió de ayuda, ahora nos ahoga y oprime; ocurren in­
asomando á los bordes del crii ter, sin compì endei que evitables colisiones y choques, y el malestar es cons­
aquella pa¿ es un milagro de equilibrio entre caracteres tante. Esto se ve á diario en todas las familias. En cuanto
y temperamentos completamente diferentes y opuestos. los hijos pueden moverse por sí solos exigen imperiosa­
El egoísmo nos ata á la familia, y el egoísmo nos la mente mayor libertad é independencia; lo que sucede es
llega á hacer intolerable. Educados en ella y para ella, que como no sabemos inculcarles una verdadera moral,
L A FAMILIA 205
204 NUESTRAS COSTUMBRES
cer, es un despotismo que consagra la costumbre, y que
esta libertad la emplean mal, hacen impropio uso de
aun cuando la ley trata de evitar, se viene ejerciendo
ella, con lo que aparece como que ese deseo de libertad
en la práctica por el respeto á los juicios mundanos. Este
é independencia es inclinación al mal, propia de esa
respeto constituye muchas veces una opresión tal, que
edad, y necesaria la imposición de la autoridad paterna.
perjudica á la misma familia, pues personas unidas por
Si á esa edad se hubiese ya despertado en nuestra
los lazos paterno-filiales que vivirían acordes, de no me­
alma una aspiración al perfeccionamiento, á subir un
diar la autoridad paterna, son víctimas de ésta.
peldaño en la condición humana, á mejorar nuestras
cualidades; es decir, si nos inclinaran á tender natural­
mente hacia arriba en vez de tender hacia abajo, y la
mayoría de los individuos aspirasen á superar á sus pa­
dres en vez de contentarse con permanecer fieles á la
tradición familiar, exigirían, si cabe, con mayor imperio
esa libertad é independencia para conseguir su fin. En­
tonces, absortos en nuestra labor, la autoridad paterna
será un estorbo y una rémora, porque, como ya hemos
dicho, el padre tenderá á hacernos permanecer en el
tipo social á que pertenece.
Los padres, en este caso, se verán obligados á pres­
cindir de su autoridad, cosa à que es difícil renunciar
después.de ejercida por mucho tiempo. Los hijos recla­
marán sus derechos.
La solución natural de este conflicto es, como hemos
dicho, la separación de padres é hijos.
De no hacerlo así, se verán obligados éstos á vivir
con padres septuagenarios, y corno la vejez se rige por le­
yes absolutamente contrarias á la juventud, de no me­
diar el sacrificio por una de ambas partes, ocurrirán
constantes colisiones. Yo he presenciado las funestas
consecuencias de estas disparatadas convivencias. He
visto á una nieta condenada á vivir con su abuela, octo­
genaria y ciega, á llevar la misma vida que ella en ha­
bitaciones oscuras, á no salir á paseo, á no ver á los
hombres, á estar constituida en enfermera, á inmolarse,
en suma, en holocausto del amor filial. Yo he visto con
espanto terminar este idilio en locura.
En suma: la autoridad paterna, en lo que exceda de
los limités de tiempo en que naturalmente se debe ejer­
LA FA M ILIA 207
odios, enemistades ó malas acciones, éstas harán impre­
sión indeleble en su ánimo como hace todo lo que se ve
y se siente en esa edad en que todo es nuevo, en que se
está con respecto á las cosas de la vida en el mismo caso
que el que entra por primera vez en una región en donde
ve costumbres desconocidas, en donde le sorprenden y
asombran una porción de objetos raros ó admirables que
CAPITULO IV nunca ha visto. Por eso los niños conservan más lozanas
que ningunas sus primeras impresiones, y la memoria de
los actos que en los demás vieron, resurge en ellos más
adelante como otras tantas sorpresas que tuvieron al en­
La educación. trar en el palacio del mundo.
Y si por un lado es cierto que lo juzgan todo según
No nos forjemos quimeras sobre los supuestos benefi­ las intuiciones morales que en mayor ó menor porción,
cios de una moral incierta é insegura como es la que nos y más ó menos claras, tenemos en esa edad, según ese
ensenan nuestros padres, compuesta de tendencias y derecho natural que Dios ha grabado en nuestro corazón
principios contradictorios, emanados los unos de la mo­ si hemos de dar crédito á los moralistas escolásticos, y
ral religiosa, metafísica é impracticable, y otros de las por tanto apareceremos á sus ojos como criminales, to­
enseñanzas de la vida, maestra poco escrupulosa en davía es más cierto que se equivocarán al juzgarnos mu­
cuanto á moral. Si los padres meditasen sobre las máxi­ chas veces, apreciando nuestras acciones de muy capri­
mas que inculcan á sus hijos percibirían esta contradic­ chosa manera, según el estrecho criterio que les procu­
ción, pero sucede que la obra educativa es indirecta, de ramos. ¿Y qué extraño es, en último caso, que se equi­
soslayo, impremeditada, rutinaria; hoy se nos ocurre ad­ voquen, si en resumidas cuentas'y al cabo de los años
vertir á nuestros hijos un mal que les puede suceder si mil, los moralistas tampoco están de acuerdo sobre los
hacen ésto ó aquéllo, y mañana nos ven hacer á nosotros más importantes puntos de moral?
lo mismo. Se les dice, por ejemplo, que á los criados no De aquí la responsabilidad que tenemos por su edu­
se les debe maltratar, y á los pocos momentos nos deja­ cación. Les damos un criterio mezquino é insuficiente,
mos llevar de un arrebato de ira contra ellos. A lo más llevados de la rutina y de la poca atención que les pres­
echamos mano de una porción de convencionalismos y tamos, sin comprender que su inteligencia, que está
rutinas en los cuales entra el hacerles creer una porción abriéndose, que está formándose, que hace un juicio crí­
de fábulas y mentiras contrarias á toda lógica y cuya tico de todo lo que ve, porque todo le sorprende, nece­
utilidad nunca he comprendido. Los niños tienen más sita mucho más que una moral de bebés, y que incons­
perspicacia de lo que creemos, y cuando delante de ellos cientemente la dejamos que campe por sus respetos y
el padre ó la madre tiene conversaciones por las cuales que se forme á su propio gusto.
pueden comprender algo que no queremos que compren­ ¿Qué padre por lo común se dedica á pensar diez mi­
dan, ellos generalmente se hacen cargo, porque su aten­ nutos al día el sistema de educación que debe dar á su
ción está muy despierta, y si les dejamos ver nuestros hijo? La clase de vida que lleva el hombre que tiene
208 NUESTRAS COSTUMBRES L A F A M IL IA 20í*
que ganarse el sustento, le impide desempeñar el papel pondrían en grave aprieto al que quisiera dilucidar en
de mentor; la lid continua que representa su vida, qué principio único se funda nuestro sistema de moral.
le sumerge en hondas y amargas preocupaciones que Esta mezcla se expresa muy propiamente con aquel pro­
alejan de él esa tranquila disposición de espíritu que verbio, tan á menudo repetido, de que en el mundo es pre­
requiere la sublime tarea de la educación. Acostum­ ciso tener un poco de Dios y otro poco del diablo.
brado necesariamente á tener su vista fija en la lucha De esta contradicción nace esa vaguedad del sentido
por la existencia, á estar alerta siempre, acechando moral que es propia de la generalidad de los hombres, á
la ocasión de herir á su enemigo ó de defenderse, no quienes un carácter enérgico ó el predominio de un ideal
puede conocer á fondo el corazón de sus hijos. Si éstos no les presta una manera propia y genuina de ver y sen­
se llegan á él cuando está sumido en una de esas abs­ tir las cosas.
tracciones que le reproducen como en linterna mágica Por otra parte, esta contradicción arranca de la
las batallas de la vida, cuando la contrariedad le aci­ opuesta tendencia que caracteriza á la familia y al Es­
bara, cuando la aflicción le embarga, cuando un temor tado, de su contraria índole, del choque de sus peculia­
le sobresalta, cuando un vehemente deseo le devora, res aspiraciones.
si sas hijos se llegan á él con cualquiera de esas pre­ El hombre nace en la familia, pero no se puede decir
guntas que hacen los niños y que encierran todo un que nazca para ella solamente, sino que tiene deberes, y
problema moral bastante para hacer temblar al filósofo, muy principales, para con el Estado. En realidad, se pre­
¿qué de extraño tiene que el sombrío padre los aparte de senta el problema de cuál es el objeto á que debe tender
sí, sin oírlos, incapaz de atenderlos ni de comprender el la educación del hombre. ¿Hacerle útil para la familia ó
esfuerzo de una mente infantil para disipar las brumas útil para el Estado? Porque ambas entidades son en mu­
que la envuelven? chos puntos antitéticas y contrarias; lo que va en bene­
Pero aun suponiendo que tuvieran tiempo y habilidad ficio de la una, redunda en perjuicio de la otra, y vice­
los padres para educar á los hijos, faltaba que supieran versa. Producto del concepto del Estado son las nocio­
en qué criterio se habían de inspirar para esa educación. nes de justicia, de sacrificio, de heroísmo, etc. Producto
Porque lo más triste y fatalmente transcendental es esa de la familia son esas tendencias al privilegio, á la exen­
poca firmeza, esas vacilaciones y contradicción cons­ ción, al bienestar particular y al interés individual. El
tante de la moral, que por rutina se transmite de padres Estado exige la sumisión ciega é incondicional á la ley;
á hijos. la familia despierta el instinto de las excepciones basa­
Es una mezcla bien extraña. Por un lado, la mo­ das en las condiciones particulares. El interés del Estado
ral pura, religiosa, metafísica, austera, falsa, impracti­ pide al individuo cierta insensibilidad con los afectos de
cable, de desprecio del mundo, de abjuración de los pla­ la sangre, como cuando, por ejemplo, arranca sus hijos
ceres, de perdón de las ofensas, que nos dicta la Iglesia; á las madres para defender la patria, y el interés de la
por otro, esas reglas útiles que dicta ja experiencia de familia inclina al individuo á la defraudación, á las
iniciación en la lucha por el céntimo, de amor á los hono­ ocultaciones, á quitarse de encima siempre que pueda la
res, á las vanidades, á las riquezas que nos parece con­ ley que reclama su particular sacrificio en provecho de
veniente enseñar á nuestros hijos para que sean algo en la comunidad. ¿Qué somos ante los Tribunales, ante los
el mundo, y que, mezcladas con aquéllas, sus contrarias, Municipios, ante la Administración, más que unos tima-
14
210 NUESTRAS COSTUMBRES
L A F A M ILIA 211
clores dispuestos siempre á estafarle? ¿Cómo aparece En todo lo que no es ley escrita, en todo aquello es­
sino como un verdugo cuando nos reclama á nuestros hi­ pontáneo no impuesto por la coacción, vence la familia
jos para las Alas militares ó pone en ejecución la ley? como institución que está más cerca de nosotros, más pe­
Esa falta de virtudes cívicas que á poco que se reñexione gada á nuestra humanidad, que es prolongación nuestra,
se observa en nuestra sociedad, es efecto de la organi­ como informada por nuestra sangre, y con la cual lati­
zación familiar, que coloca y colocan! siempre el indivi­ mos al unísono. Vence y vencerá del Estado, idea abs­
duo enfrente del Estado. tracta; de la Justicia, idea abstracta; del interés común,
Estas virtudes son menos fuertes que las virtudes fa ­ idea abstracta; de todo esto vence y vencerá la familia
miliares, y sobre todo la mujer, gran factor de la vida con sus impurezas, con sus imperfecciones, con sus de­
humana, tiene buen cuidado de robustecer estas últimas bilidades, con sus abusos; la inmensa mayoría de los
y debilitar aquéllas. hombres, en esta organización, se inclinarán siempre á
Notoria es, sin embargo, la mayor utilidad y excelen­ lo pequeño, á lo relativo, á lo material, desatendiendo y
cia de las primeras, su más alta extirpe, porque mientras sacrificando lo grande, lo absoluto, lo ideal, lo abstrac­
á mis conciudadanos les interesa poco ó nada que yo gane to; de las cuales nociones derívanse, sin embargo, todas
mucho dinero para mi mujer y mis hijos, que les propor­ las instituciones que hacen posible la vida humana, que
cione comodidad y regalo, que les dé posición y honores, son el origen de la civilización y que tienden una mano
sino al contrario, cuanta mayor cantidad sustraiga yo de á nuestra insuficiencia, pequeñez y desvalimiento.
la riqueza general de mi país, menos disfrutarán los de­ La más importante función que puede atribuirse á la
más; á todos interesa aquello que se refiere al cumpli­ familia es, sin duda alguna, esta de la educación, pot­
miento de los fines de la comunidad. Á todos interesa el ser de tal entidad sus efectos como que significan nada
recto cumplimiento de la Administración de Justicia, del menos que la formación del hombre mismo; creo, por lo
délas funciones del Municipio, de la Administración, del tanto, que no se puede invocar en favor de la familia, en
Ejército, etc., etc.; á todos interesa que se mantenga en defensa suya, otro argumento más importante que el su­
el corazón de los ciudadanos la recta disposición hacia ponerla encargada de tan suprema misión. Sin embar­
el cumplimiento honrado de todos esos fines. go, ¿son nuestros padres los que nos educan?
Y la demostración de que estas nociones de sacrificio A todas horas oiréis repetir esta frase: «la educación
y desinterés por la comunidad son de más utilidad, y las recibida por nuestros padres.» Pues bien: no hay frase
últimas adoptadas en definitiva, está en que en la misma más estúpida.
familia hallan ecos de simpatía algunas veces en pro­ No son nuestros padres los que nos educan.
vecho de su organización, acordando mayor considera­ Los colegios son la confirmación de la imposibilidad
ción á aquel que se sacrifica en pro del interés de todos y de la incompetencia de nuestros padres para edu­
los individuos que la forman. carnos.
Hé aquí por qué la educación que senos da tiene que ¿Qué son esos educadores de oficio más que los subs­
ser casuística, mixta, vacilante, indecisa, como inspi­ titutos de nuestros padres en dicha tarea?
rada por dos principios contradictorios. ¿De qué manera Se alquilan los maestros como se alquilan las amas
conciliar tan irreconciliables términos? ¿Cuál de las dos de cría. El tiempo de nuestra niñez se lo reparten estas
entidades, por consecuencia, saldrá vencedora? dos instituciones.
212 NUESTRAS COSTUMBRES LA FAM ILIA 213
Durante la lactancia tomamos la nutrición de una diendo de este modo una materia indivisible, pues sólo en
persona extraña á la familia, y pudiera decirse que no abstracto se puede separar una cosa de otra.
sólo la nutrición, sino también ol cariño, las caricias. Es más: en la separación de estos dos conceptos, en
Hasta que nuestra inteligencia no se forma y podemos la práctica, estriban todos los males de la educación. La
comprender los preceptos de nuestros moralistas, es fre­ sustitución por el temor religioso, de la razón científica
cuente que tomemos más cariño á nuestras amas ó ni­ de los fenómenos del mundo, como primer resorte de la
ñeras que á nuestros mismos padres. Formada nuestra educación, es el gran defecto del sistema de nuestros
inteligencia, entramos en un colegio, donde por lo co­ padres; y todos los que han estudiado este asunto, como
mún pasamos todo el día. Recibimos inmediata influencia Rousseau, Spencer, etc., hacen ver que la educación no
de los maestros, á cuya elección no presiden común­ consiste en otra cosa que en dirigir la inteligencia del
mente muchos escrúpulos. Quedamos confiados á ma­ educando con arreglo á las consecuencias racionales de
nos mercenarias, entramos en un mundo infantil donde su conducta.
hemos de encontrar múltiples contagios. Nuestros com­ Spencer dice:
pañeros forman una sociedad pequeña, remedo de la «Cuando un niño se cae ó se da un golpe en la ca-
grande, en la que palpitan en germen todas las pasiones »beza contra la pared, siente cierto dolor cuyo recuerdo
de la humanidad. Y lo peor es que estamos solos en esa »le hace más precavido.
sociedad; ni el padre ni el maestro bajan con nosotros á »Si toca en el hierro enrojecido de la chimenea, si
ella. Nos dejan solos. Lo que hayamos de ser provendrá »pasa la mano por la llama de una bujía ó echa agua
de mil combinadas influencias y circunstancias, pero no »hirviendo sobre cualquier parte de su cuerpo, la que-
deberemos achacárselo á ellos. » madura que recibe será una lección que no olvidará
Rarísimos son los casos en que un padre se dedica di­ »fácilmente. La impresión producida por uno ó varios
rectamente á la educación de su hijo. Es verdad que »acontecimientos de esta naturaleza es tan fuerte, que
para tanta cosa como abarca generalmente la actividad »ninguna persuasión podrá en lo sucesivo impulsarle á
del hombre, no tiene tiempo; pero repugna considerar »despreciar las leyes de su constitución.»
que la educación de los hijos sea lo que siempre se sa­ De este modo, el niño recibe lecciones directamente
crifica . de la naturaleza, que es lo que pide igualmente Rousseau,
La sociedad perdona á los padres que eludan esta ta­ al exigir esa inacción en el maestro, que debe limitarse
rea, bien por una verdadera complicidad de todos sus al papel de conductor de la inteligencia.
individuos, bien porque entienda que es mejor dejar esta Por este ejemplo puede comprenderse que la ense­
ocupación á unos cuantos que, por no dedicarse más que ñanza y la educación van unidas de tal modo, que es im­
á ello, hayan adquirido mayor pericia. De todos modos, posible, en buena lógica, separarlas. La ciencia sirve
en el momento de entregar nuestro hijo al director de para precaver los males que nos amenazan; de suerte,
un colegio, hacemos tácito reconocimiento de nuestra que de las enseñanzas científicas se derivan todos los
incompetencia en este asunto. preceptos que deben servir de norma á nuestra con­
Sin embargo de esto, generalmente se cree que los ducta. Toda máxima que no se saque directamente de
padres educan á sus hijos, y se cree esto, porque se hace la ciencia no tendrá ninguna eficacia, y las más veces
una falsa distinción entre educación y enseñanza, divi­ ha de ser contraproducente.
Pü SPI
LA F A M I L I A 215
•214 NUESTRAS COSTUMBRES
y sacad de la naturaleza y de su explicación, la ciencia,
Por ejemplo: yo, para preservar á mi hijo en su ju­
los elementos de que os hayáis de servir para tal em­
ventud de pecados que le puedan traer funestas conse­
presa. Sólo de este modo se han formado los grandes
cuencias, no me limitaré â recomendarle la castidad
filósofos, los grandes artistas, los grandes hombres de
como una virtud agradable á los ojos de Dios, porque
ciencia, los grandes caracteres. Generalmente, éstos,
corro el peligro de perder el tiempo lamentablemente;
emancipándose de toda la pequeñez que les rodeaba, se
creo que será más útil á mi propósito poner cuanto antes
han educado ellos solos. Por eso puede creerse cierta
un tratado de patología en sus manos, donde encuentre
aquella frase de Ricardo Wagner, que viene á conden­
detallados los peligros á que se expone. Sin embargo, la
sar toda la materia de este capítulo: «No he tenido otros
mayor parte de los padres apartan de sus tiernos hijos
educadores que el Arte y la Naturaleza.>-
estas obras, creyendo más procedente tenerlos en la ig­
norancia de estas cosas.
Lo que impide que percibamos en el primer momento
la estrecha relación de la enseñanza con la moral, es
que generalmente en la inmensidad de la ciencia se eli­
gen aquellos conocimientos más fútiles, menos esencia­
les para la formación del hombre, y se rellenan los pla­
nes de enseñanza de aquellas materias de más urgente
necesidad para el comercio de la vida, pero que menos
influencia ejercen sobre nuestro interior desarrollo.
De este modo puede muy bien sostenerse que la edu­
cación y la enseñanza son cosas distintas, y en realidad,
dada la infinitesimal cantidad de ciencia que nos es lí­
cito adquirir y la estúpida manera como nos la ingieren
los pedagogos de escuela, ciertamente que de poco nos
sirve. Más bien nos daña si el objeto de la educación es
conformar al hombre para todos los artificios sociales,
familiarizarle con las pocas ideas que el comercio hu­
mano tiene puestas en circulación, hacerle apto para to­
das las vulgaridades que la mayoría comprende y acep­
ta, darle maña para cobijarse debajo de todas las ruti­
nas, y hacerle, en fin, uno de tantos maniquíes como se
mueven por el mundo.
Si queréis que vuestro hijo sea esto, seguid el sistema
usual, cruzaos de brazos y no os rompáis la cabeza en
la difícil tarea de dirigir sus facultades. Pero si acaso
intentáis hacer de él un hombre y no un mono, romped
todas esas ligaduras artificiosas de la enseñanza al uso,
L A FA MILIA 217

portable de la férula. Privación de la libertad, de los


paseos, de los juegos, de todo lo que constituye una ne­
cesidad física y moral en la adolescencia. Ausencia de
todo método experimental. Castigos insoportables é in­
eficaces, cayendo siempre sobre los mismos. Premios que
ensoberbecen á los mimados por los profesores. Envi­
dias, rencillas, hostilidad perpetua, vicios precoces que
enturbian la inteligencia de unos y dañan el corazón
CAPÍTULO V de muchos. La sequedad escolástica sustituyendo á la
ternura paternal, y para colmo de males, tibieza y de­
crecimiento del amor filial.
Este es el cuadro que evocamos en nuestra imagina­
ción cuando tratamos de recordar los días de nuestra
Los colegios. niñez. La ciencia, que manejada por manos expertas
pudiera haber sido el hada que nos explicase el espec­
Como hemos dicho más arriba, nuestros padres, al táculo del mundo físico y los secretos del mundo moral,
depositarnos en un colegio, confiesan su impotencia para fué para nosotros tirana insoportable que introdujo pre­
educarnos, sea porque carezcan de tiempo ó de habilidad. maturamente en nuestro pecho infantil la tristeza, la
La costumbre hace que á nadie extrañe esta delega­ contrariedad y el aburrimiento.
ción de la autoridad paternal en manos de un hombre ¿Y todo para qué? Para dejarnos tan ignorantes como
que luego veremos qué clase de condiciones reúne. éramos al principio. Ved á la mayoría de los hombres,
Digamos de pasada que no veo la dificultad que preguntadles qué saben de lo que estudiaron en los co­
existe para que el Estado se encargue de la educación, legios, decidles que hablen en latín, que os expliquen
reglamentándola y elevándola á función social, ya que Matemáticas, que os hablen de Filosofía. Los que sa­
confiamos tamaña empresa á particulares, de quienes no ben algo de todo eso, no lo habrán aprendido cierta­
exigimos más que una muestra en sus balcones. mente allí.
¿Es que hemos de creer que estos particulares lo ha­ ¡Cuántas horas robadas al esparcimiento, á la comu­
rán mejor que el Estado? nicación con la naturaleza, á los juegos que desarrollan
Echemos una ojeada á nuestros primeros años y re­ el cuerpo y despiertan la inteligencia! ¡Cuáátas lágrimas
cordemos lo que vimos en los colegios. derramadas inútilmente, cuántas penas ocasionadas por
Locales mezquinos, en donde una multitud de niños la injusticia y por la encallecida rudeza de nuestros
apiñada respira un aire viciado. Maestros despóticos, maestros!
malhumorados, hambrientos, dispuestos siempre á favo­ La primera y más importante razón de todos estos
recer al más rico. Asignaturas superiores á la inteligen­ males que los colegios encierran en sí, reside en que son
cia del alumno, explicadas oscuramente, aprendidas de únicamente empresas mercantiles, en las cuales el prin­
memoria, á empujones y de prisa por los estrechos lími­ cipal objetivo es el lucro.
tes del curso académico. Malas compañías. Rigidez inso­ Los maestros subordinan la educación á la enseñan-
218 NUKSTKAS COSTUMBRES 1.A F A M IL IA 219
za, y no puede ser de otra manera, dado el fin que en Todos somos maestros en aquello con lo que una prác­
los colegios se persigue por los directores, por los padres tica constante nos ha familiarizado. El hombre del
y por los alumnos. campo sabe la hora sin necesidad de reloj por la posi­
Todo el que manda un hijo suyo á un colegio, desea ción del sol, conoce mejor que un profesor de química la
que en determinado número de años se le ponga en con­ naturaleza del terreno que cultiva, el clima, etc. El
diciones de desempeñar una profesión lucrativa. Y como hombre de mar tiene escrito en el cielo el peligro que le
para esto se necesitan títulos otorgados por el Estado, el amenaza, y cuando nos llegamos á estas genres y habla­
sello oficial, â alcanzar este sello únicamente se dirigen mos con ellos de estas cosas, aparecemos como ignoran­
todos los esfuerzos aunados de padres, profesores y dis­ tes. Esto nos indica cuál es la base de la verdadera en­
cípulos. De aquí la necesidad de seguir un camino tra­ señanza y cómo no deberían los niños estudiar nada sin
zado, un programa oficial correspondiente á una ciencia que precediese inmediatamente su demostración experi­
también oficial, y que el afán de los maestros sea imbuir mental. ¿De qué les sirven esos catálogos interminables
esta ciencia oficial en la memoria de los alumnos du­ de ciudades, de montes y de ríos con que fatigan la memo­
rante los meses de curso, de prisa y corriendo, porque ria, si no ven los lugares que se describen, la naturaleza
generalmente vienen cortos, fatigando la inteligencia, que se les pinta? Tal cómo se estudia la Geografía es un
embrollándola, dañándola. De aquí esa tirantez de rela­ absurdo y un contrasentido, y el niño no conocerá nada
ciones entre profesor y discípulo, que hacen de aquél de su país mientras no lo vea materialmente.
un tirano; de aquí que los primeros conocimientos que Si la educación fuese monopolio del Estado, se orga­
adquirimos sean un suplicio espantoso, una horrible nizarían viajes anuales por toda España, y la Geografía
prueba que arranca bárbaramente la virginidad de se estudiaría recorriendo la Península, en vez de estu­
nuestro entendimiento. ¡ Esfuerzo inútil ! ¡ Tiempo per­ diarla sentados en un banco del colegio. Así como el Es­
dido! Nunca nos podremos aprovechar de una ciencia tado pasea en ferrocarril á los mozos de diez y nueve
aprendida de ese modo. Debe entrar en la inteligencia años para que mueran en el campo de batalla, podría
suavemente, adaptándose á ella y no violentándola, también hacerlo con este otro fin. Esto, además de apro­
como las prendas de vestir, deben entrar en nuestros vechar á la inteligencia, aprovecharía al cuerpo de los
miembros, que se deformarían con unos zapatos estre­ alumnos.
chos, con un traje mal cosido, etc., etc. El procedi­ Las ciencias físicas exigen un abundante material de
miento de enseñanza tradicional es brutal, bárbaro, instrumentos y máquinas para su estudio, material que
salvaje; está simbolizado en el antiguo refrán español: sólo poseen algunos principales colegios de la Corte.
«la letra con sangre entra.» No decimos nada de las Matemáticas, porque no se
Pero además de ser todo esto, es ineficaz por ser so­ concibe el menor progreso en ellas sin el auxilio de la
lamente teórico. La base necesaria del conocimiento es demostración.
la experiencia. Para conocer un fenómeno tenemos que Oigamos á Rousseau:
percibirle antes por los sentidos y luego aplicarle el prin­ «He dicho que no está la Geografía al alcance de los
cipio de razón. Sin embargo, en nuestros colegios parece »niños, pero es culpa nuestra. No conocemos que no.es
ser que no tienen en nada la experiencia, y suponen que »nuestro método el suyo, y que lo que para nosotros es el
la ciencia se aprende únicamente en los libros. » arte de discurrir, para ellos es el de ver. En vez de darles
LA FAMILIA 221
220 NUESTRAS COSTUMBRES
el gran Pascal, que encerrado en una habitación por su
»nuestro método, mejor haríamos en tomar el suyo, por-
padre para separarle de esta clase de estudios, recons­
»que nuestro modo de aprender la Geometría, tanto es
»asunto de imaginación, como de raciocinio. Cuando truyó en su imaginación todos los elementos de la Geo­
»está anunciada la proposición es necesario imaginar metría sobre unos cuantos axiomas que había aprendido
»la demostración; esto es, hallar de qué proposición, ya en los libros de que se le había privado.
»sabida, debe ser consecuencia, y entre todas las que de Nada de esto se practica en los colegios ni en los Ins­
»la misma proposición pueden sacarse, escoger precisa- titutos, donde el capricho del catedrático tiraniza á una
porción de preceptores y maestros, obligándoles con la
»mente aquella de que se trata.
»De este modo, el razonador más exacto, como no absurda institución de los exámenes á trabajar con el
único fin de que los alumnos puedan contestar de memo­
»tenga inventiva, se quedará atascado. Pero ¿qué suce-
»de? Que en vez de hacer que hallemos las demostracio- ria en el acto del examen á unas cuantas preguntas sa­
»nes, nos las dictan; que en vez de enseñarnos á racioci- cadas al azar.
»nar, raciocina el maestro por nosotros, y sólo nuestra Si á todo esto añadimos la calidad y circunstancias
de los maestros, que son en España el prototipo de la mi­
»memoria se ejercita.
»Haced figuras exactas, combinadlas y ponedlas seria, la personificación del hambre, y que por conse­
cuencia tienen que estar dominados por bajas pasiones
»unas encima de otras, ejercitad sus relaciones: halla­
y trasmitírselas á los discípulos, tendremos el tristísimo
r é is toda la Geometría elemental, yendo de observa-
»ción en observación, sin que de definiciones, ni de pro- cuadro de nuestra educación.
Son por otra parte los colegios una agrupación de mu­
»blemas, ni de ninguna otra forma demostrativa se tra­
chachos procedentes de distintos orígenes y clases so­
ste, como no sea la mera superposición. Yo, por mi par-
ciales, de familias distintas en costumbres, linaje y po­
»te, no pretendo enseñar la Geometría á Emilio, él ha de
sición, y en ellos reina una atmósfera llena de heterogé­
»ser quien me la enseñe á mí; yo indagaré las relacio-
neos gérmenes. Así como los chicos se comunican el
»nes y él las hallará, porque las indagaré de modo que
»se las haga hallar. Por ejemplo: en vez de servirme de sarampión y las viruelas, contágianse también los vicios
»un compás para trazar un círculo, le trazo con una y resabios de su naturaleza moral. No lnvy edad más
»punta de lápiz al cabo de un hilo que gira sobre un eje. propensa al contagio que la infancia. Al mismo tiempo
queremos ser en esa edad discípulos y maestros. L leva ­
»Luego, cuando quiera yo comparar unos radios con
mos todas las curiosidades propias del sér inteligente
»otros, se burlará de mí Emilio y me hará ver que, ten-
que empieza á conocer el mundo, y á la vez la petulan­
»dido siempre un mismo hilo, no puede haber trazado
cia y vanidad del ignorante que empieza á dejar de
» distancias desiguales. »
No he podido resistirme á alargar esta cita copiando serlo. Por eso, de una parte exigimos á nuestros compa­
este trozo, verdadero compendio del sistema educativo ñeros que nos revelen su interior y les pretendemos co­
rregir y enseñar cuando nos consideramos superiores á
del gran pensador. No puede darse mayor sencillez ni
más ingenio. Su objeto es, como dijimos anteriormente, ellos. De aquí que los más fuertes comuniquen á los dé­
dirigir la inteligencia del alumno. Habiendo acertado á biles sus defectos, aunque á veces también sus buenas
cualidades. Pero lo común es que la rudeza y la barbarie
darle ese primer impulso que la encarrila, ella misma
va después sola devorando distancias; prueba de esto es
222 NUESTRAS COSTUMBRES I.A FAMILIA 22:t

de aquéllos deslumbren á éstos. De aquí que entre los casas de enseñanza pueden llenar toda España de tem­
chicos predomina la fuerza como en las ciudades salva­ plos, de cafés, de tiendas de comestibles y otros esta­
jes. También esto, como el vientre abultado de los r e ­ blecimientos parecidos.
cién nacidos y las mandíbulas prominentes, puede ser un Lo que han conseguido los jesuítas no dejan de inten­
rasgo atávico, un recuerdo del estado primitivo de la tarlo los directores laicos, dando apariencias fastuosas
raza, una resonancia de su pasado. á sus colegios, halagando constantemente el lujo de los
Las desigualdades de posición comienzan á despertar padres ricos y haciendo gala de que en ellos no se recibe
ya en este tiempo las envidias y tristezas que afligen el gente pobre. Pero lo que en España parece obligado es
corazón de los desheredados. La caprichosa fortuna mez­ poner la imagen y el nombre de algún santo álos colegios
cla su rueda en los juegos infantiles. como para guarecerse bajo su protección. Otros tienen
Un hijo de ricos capitalistas educado en el confort un director eclesiástico. Sin embargo, en esta cuestión
y en el regalo, rechaza la compañía de un niño pobre á entra por mucho la moda.
quien sus padres visten con modestia; ajeno éste por su Por lo común, casi todos los colegios de señoritas son
parte á las causas que engendraron esa desigualdad, ha religiosos. Las monjas, que han hecho voto de pobreza,
de sentir doblemente la injusticia que representa. Por lo de castidad y de ignorancia, pretenden educar (y lo con­
mismo que á esa edad ese espectáculo es nuevo é inex­ siguen) á las niñas de la aristocracia. No quieren que su
plicable, es también más doloroso que en la edad adulta. pobreza sea contagiosa, pues hacen venir á sus educan­
-Cuando la inteligencia del hombre empieza á desper­ das en carruaje propio, so pena de ser mal miradas. En
tarse debería hallar delante la justicia, la igualdad y la cuanto á lo que allí las enseñan se necesita poco espacio
razón, y no el capricho, lo arbitrario y lo absurdo. Su para decirlo: Religión, labores, idiomas y piano. Con esto
traje debería ser igual al de su compañero, no debería está despachada la educación de la mujer. Mejor dicho,
empezar ya la adulación prometiendo destinos más bri­ esto es lo que aparece oficialmente en el Reglamento de
llantes á su condiscípulo que á él, ni debería ver en el esas piadosas casas; pero enseñan muchas cosas más,
gesto de sus maestros la parcialidad y la injusticia como como son: vanidad, soberbia, intolerancia, fanatismo,
la hemos visto todos. coquetería y otras que las mujeres de nuestra sociedad
Pero de remediar este inconveniente ya parece que se encangan de revelarnos.
ha tratado solícita la Religión. Los jesuítas, sobre todo, Es de advertir que todo esto es imitado del francés,
tratan de que no existan estas irritantes desigualda­ de modo que no podemos reconocerle el mérito de la ori­
des entre sus educandos. Para ello elevan extraordi­ ginalidad.
nariamente los honorarios de sus colegios, de modo que Los otros colegios de señoritas pobres no tienen nin­
no pueden entrar en ellos sino determinada clase de guna cualidad superior á estas enumeradas. ¿Qué ha de
gente. De este modo se aseguran la educación de las cla­ enseñar la mujer en España si necesita que Ja enseñen
ses elevadas de un país. Desdeñan el ejemplo de los es­ á ella?
colapios, cuyo principal objeto es la enseñanza de la Un hombre ilustre, D. Fernando de Castro, fundó
clase pobre. Y en honor de la verdad, hemos de decir en 1869 un establecimiento, «Asociación para la ense­
que hacen bien, pues merced á los productos de sus ñanza de la mujer», que es el único instituto serio que
hay en España destinado á este objeto. Hay que confe-
NUESTRAS COSTUMBRES

sar que ha podido sostenerse y que vive en estado flore­


ciente, pero es preciso advertir que tiene constantemente
la enemiga del Clero. Hace poco tiempo que el Obispo de
Madrid consiguió que el Gobierno revocase una orden
concediendo una pensión al citado establecimiento. Lo
comprendo perfectamente. ¡Buena suerte esperaba al
sacerdocio si en España, se instruyese la mujer!
CAPÍTULO VI

La verdadera educadora.

Si la educación no nos la dan padres ni preceptores,


¿de quién la recibimos ó de dónde la tomamos? ¿Quién
nos hace aptos para la vida? ¿Quién destruye las aspere­
zas de nuestro carácter? ¿Quién nos advierte de las im­
previsiones de la ignorancia? ¿Quién endereza nues­
tros instintos hacia el bien y la justicia? ¿Quién nos
adapta á la organización social y á las consecuencias
del comercio con nuestros semejantes y del instinto de
sociabilidad?
Voy á contestar á todas estas preguntas con un re ­
frán español que encierra la solución del problema y que
al mismo tiempo hace que salga fiadora de mi teoría la
opinión pública. El refrán es éste: Nadie escarmienta en
cabeza ajena. De nada sirven las advertencias de los que
nos dirigen. Necesitamos recibir el aviso directamente de
la naturaleza para que nos sirva de algún provecho.
Nuestros educadores nos podrán instruir en algún tec­
nicismo propio para ganar de comer, hasta si se quiere
podrán infundir en nosotros con los consejos que les
dicte su experiencia, algún temor, cierta prudencia en la
marcha de nuestra conducta; pero las enseñanzas que
nos hayan de dar algún fruto en la vida, no se adquie­
ren sino con el ejercicio de la vida misma.
Nuestros profesores podrán formar en nosotros al
15
LA FAMILIA 227
226 nuestras costum bres
apariencias que tenían, á tener á los abismos por lechos
abogado, al militar, al ingeniero, al industrial, etc.; pero
de follaje, á las rocas por blando césped y á las serpien­
el hombre interior, no le forma más que la piedra de
tes por palomas. Si miramos al cielo para cobrar ánimo
toque de la vida con su resultado: la experiencia.
en su luminoso azul, le encontramos sombrío y amena­
Porque hay que tener en cuenta que el hombre, tenga
zador, lleno de nubes, de donde la lluvia y el rayo es­
esta ó la otra profesión, viva aquí ó allá, siempre ha de
tán prontos á salir en nuestro daño.
hallarse sometido á las mismas leyes naturales y socia­
Otras veces creemos hallarnos en un desierto cuando
les, á las cuales tratará de adaptarse lo mejor posible.
pensábamos estar entre hombres. Entonces nos recon­
La consideración, la honra, la posición, la riqueza, etcé­
centramos en nosotros mismos y cultivamos de rechazo
tera, son cosas que cada uno en su oficio trata de alcan­
nuestro espíritu. Ya ha dicho Balzac que no hay desierto
zar y tiene que respetar.
más solitario que las ciudades populosas. Nos encontra­
El hombre independiente, el hombre salvaje, va ce­
mos abandonados, vemos discurrir al lado nuestro á una
diendo en su pujanza á medida que crece dentro de una
multitud egoísta é insensible; si caemos, nadie nos tiende
sociedad. La presión que ésta ejerce sobre nosotros con
una mano; si tenemos sed, nadie nos ofrece un poco de
el ejemplo, con la censura, con la simpatía, con la adu­
agua. Si no nos bastamos, tendremos seguramente que
lación, etc., etc., va produciendo sobre nuestra organi­
morir sin que nadie nos auxilie.
zación moral cambios transcendentales cuya importan­
A ratos nos creemos en un presidio en donde la fuerza
cia ni nosotros mismos podemos apreciar algunas veces.
bestial de la corrupción reina, y á ella tenemos que do­
Por eso ocurre que los propósitos que nos animan en la
blegarnos. Se imponen la alevosía, la bajeza, la traición,
juventud son luego enfriados por un mayor conocimiento
el miedo, el servilismo, la adulación.
del mundo, que destruye muchos de nuestros entusias­
Este semblante ofrece nuestra educadora. En vano tra­
mos. Por eso se llama á la juventud la edad de las ilu­
tan de enmascararla nuestros padres cuando damos los
siones y á la vejez la de los desengaños. Pero no es tan
primeros pasos en la vida para que no nos asuste su ho­
exacta esta división que no se encuentren en la primera
rrible gesto. Cuando nuestra razón le quita el antifaz,
algunas realidades. Según caminamos, va cambiando el
aparece más horrorosa. En vano nos predican una mo­
aspecto del paisaje, las flores van cayendo marchitas á
ral que no vemos puesta en práctica por nadie, y sí úni­
nuestros pies, y al pisarlas, pisamos nuestros propios en­
camente escrita en los libros para uso de los niños. En
sueños; un otoño imprevisto desnuda los árboles de sus
vano alguna voz se eleva de entre el confuso burdel so­
hojas y nos pone de manifiesto sus esqueletos, el terreno
cial para predicarnos sentimientos de desinterés, de
va cambiando de naturaleza y nos muestra negros y
amor y de nobleza: ó le suponemos un farsante, ó no le
profundos abismos allí donde creimos hallar follaje y
hacemos caso, y continuamos tomando parte en la mas­
verdura En vez de pájaros que cruzan los aires, vemos
carada universal, sujetándonos bien el antifaz, aturdién-
serpientes que se arrastran por el suelo; en vez de blanco
donos y embriagándonos. Si acaso luego, en la soledad,
césped, dura roca. La tristeza y el espanto se apoderan
frente á frente á nuestra conciencia, echamos algo de
de nosotros ante este repentino cambio de decoración;
menos, sentimos cierta vergüenza, cierto amargor, pero
pero tenemos que seguir adelante. La dura necesidad
no es más que un instante; el capataz nos empuja, no te­
nos empuja, obligándonos á fingir el entusiasmo que an­
nemos tiempo para ver las causas de nuestro malestar,
tes sentíamos, forzándonos á tomar las cosas según las
228 NUESTRAS COSTUMBRES L A FAM ILIA 229
ni menos para tratar de poner remedio. ¡Adelante, la que tengamos la suficiente fortaleza para no dejarnos
vida nos llama! Luego, á las puertas de la muerte, pre­ vencer porsus ásperas lecciones.
guntaremos como Augusto si hemos representado bien Porque así como hay enfermos que, necesitando un
nuestro papel en la farsa de la vida. Mientras tanto, ten­ tratamiento enérgico para recobrar su salud, no le pue­
gamos en cuenta que el público está allí, dispuesto á sil­ den resistir y sucumben en él, así hay muchos hombres
barnos al menor descuido, y á dar en tierra con nuestra débiles que ante el tratamiento á que les somete la vida
reputación y nuestra honra. sucumben moralmente, acanallándose.
Se dirá que nuestra educadora no es nada á propó­ Los que en cambio pueden resistir, adquieren verda­
sito para la tarea que desempeña. Sin embargo, no te­ dero valor moral en el combate de la existencia, pero no
nemos más remedio que aceptarla como es. Yo también llegan á gustar sus efectos sino en avanzada edad. Por­
la tengo por mala, pero reconozco su inexorable in­ que, como hemos dicho, la primera parte de la vida la
fluencia. Se me dirá que semejante madre no puede dar invertimos en desengañarnos del concepto erróneo que
á luz más que horribles engendros. Es verdad, y no tenemos de los hombres y de las cosas, y sólo cuando los
otra cosa somos la mayor parte de las criaturas. Ahí apreciamos en su verdadero valor es cuando podemos
están todas de manifiesto, á no dejarme por embustero; obrar moralmente y con conciencia de nuestros actos.
tratadlas, examinadlas, estudiadlas hasta el fondo, y Y por aquello que dijimos de que la educación y la
veréis cómo todas ellas son dignas discipulas de su enseñanza son una misma cosa, la experiencia también
maestra. nos hace sabios. Todo viejo tiene un caudal de cono­
Sin embargo, hay séres, los menos, á quienes no co­ cimientos adquiridos en el transcurso de su vida, que
rrompe la vida, pues llevan dentro gérmenes indestructi­ le proporciona gran superioridad sobre los jóvenes.
bles de bondad y de abnegación. Estos séres también Ha visto desfilar el mundo por delante de sí. Conoce el
tienen á veces que adoptar el aijtifaz y encubrir con móvil de los actos humanos, la lógica con que se des­
él su hermoso rostro. A l lado de ellos se respira una arrollan las pasiones. Lo ve todo con la clarividencia
atmósfera embalsamada de poesía, de paz y de dicha. del que domina una materia. Para él, ya el complicado
Son criaturas superiores que vienen á avergonzarnos y mecanismo moral, humano, es tan sencillo como el mo­
á hacernos ver nuestra propia miseria y bajeza. Unica­ vimiento de la hormiga. El largo trato con los hombres
mente al lado de una de ellas puede ser la vida amable le ha proporcionado su conocimiento, en virtud del cual
y atractiva. Con sus manos enjugan el sudor de nuestra puede clasificarlos y agruparlos, dando un sentido á
frente, con su mirada nos acarician, con su voz nos in­ las acciones humanas distinto del convencional y or­
funden valor y destierran el abatimiento. Son los ánge­ dinario.
les que, en medio del fragor del combate, bajan á soste­ Y no sólo somos sabios en estas cosas de la vida, sino
ner las fuerzas, á curar las heridas y á despertar otra que nuestro cerebro está más apto para comprender mu­
vez la fe y la esperanza, sepultadas entre tanta ruina, chas que antes nos parecían difíciles.
decrepitud y lacería. Oigamos á Schopenhauer:
Hemos hallado por fin á nuestra educadora, pero hay «En este momento (la vejez), toda clase de estudios
que tener en cuenta que para que sobre nosotros produz­ »se ha hecho más comprensible por la suma de conoci-
can efectos saludables sus rudas enseñanzas, es preciso »mientos y de experiencia adquirida, por la meditación
LA FAMILIA 231
28 0 NUESTRAS COSTUMBRES
Religión, para hacérnosle aborrecible, odioso, sin tener
»progresivamente más profunda de toda idea, así como en cuenta que en él vamos á vivir, vamos á amar, que
»por la gran aptitud para el ejercicio de todas las facul- en él se encuentra lo que debemos querer, lo que debe­
»tades intelectuales. Se ve claro en infinito número de mos evitar, y que sería mucho más provechoso hacernos
»cosas que antes estaban como sumidas en densa niebla; aptos, hábiles para la lucha, y en vez de inspirarnos
»se obtienen resultados más elevados, y se siente entera- desmayo y abatimiento, infundirnos valor contra la ad­
»mente la propia superioridad.» versidad y fe en la victoria.
La vida del hombre es una repetición de actos casi
iguales, de los que vamos viendo al cabo de los años las
causas y efectos. Cuando estos últimos son dolorosos,
procuramos suprimir aquéllas y vamos aprendiendo á
vivir con menos contratiempos, ó lo que se llama en el
lenguaje humano, á ser más felices.
Aunque es cierto que llevamos dentro algo indestruc­
tible, á que se llama carácter, temperamento, etc., so­
bre el cual no podemos maniobrar directamente ni alte­
rarlo, si tenemos habilidad, podremos dirigirle conve­
nientemente. Así, un temperamento irascible no podrá
vencer su ira ante los objetos que habitualmente la
provocan, pero podrá evitar su encuentro, y disminu­
yendo de este modo los accesos de ira, disminuirá la pro­
pensión á irritarse.
Esta es la tarea educadora de la vida á que llama­
mos comúnmente experiencia; al mismq tiempo nos
educa y enseña; enseñanza de más utilidad, ciertamen­
te, que la que nos proporcionan los metafísicos.
Ved, por lo tanto, cuál es el defecto de nuestro sis­
tema de educación. En él predomina lo artificial y se
desdeña lo natural. Preferimos emplear en la educación
el gesto de ira del maestro, á las suaves indicaciones de
la naturaleza; se nos ordena que hagamos las cosas sin
explicarnos por qué las debemos hacer. Se nos inculca
una moral falsa y contradictoria, dejando á la vida que
venga á destruir la obra de nuestros educadores. Nos
tienen durante la primera edad separados del mundo en
que vamos á vivir y diciéndonos cosas equivocadas
acerca de él. El maestro, el sacerdote, rara vez nos ha­
blan del mundo si no es para execrarle en nombre de la
LA FAMILIA 233

»más moral, sino que se sienta lo más pecador po-


»sible.»
Es muy fácil achacar á perversidad humana todos
los conflictos que ocurren entre los hombres, pero si hu­
biéramos de esperar á que esa supuesta perversión des­
apareciera, no los resolveríamos nunca. Los que á nos­
otros nos reprochan que para la organización que pro­
CAPÍTULO VII ponemos se necesitaría una raza de ángeles, no tienen
en cuenta que para que se cumpliese toda la moral ca­
tólica, sería preciso que se poblase la tierra de hombres
no angelicales ni perfectos, sino dotados de una consti­
La fuerza de la sangre.
tución opuesta á la que poseen. Porque si esperan á que
los vínculos de familia, por ejemplo, sean respetados, no
Si se medita un poco sobre los fenómenos que pro­ ya por la totalidad, sino por la mayoría, será preciso
duce la organización familiar, se verá que hay mucha que se opere más grande revolución en las costumbres
parte de artificial y violento en su constitución, y todas que la que significa la disolución del organismo actual.
esas transgresiones que presenciamos diariamente, esas Hay algo superior á los afectos de familia, y este
riñas entre sus individuos, incompatibilidades de carác­ algo deja sentir su influencia á cada momento. Es más: la
ter, disensiones domésticas, colisiones que produce el in­ unión entre todos sus miembros se sostiene en la mayor
terés, el dinero, pleitos, etc., son originadas todas ó el parte de los casos, no por los lazos de la sangre, sino por
mayor número por la violencia misma de las leyes que la conveniencia y por el interés.
unen á personas que no es posible estén unidas. No es, por cierto, ninguna prueba de lo contrario, el
La Religión achaca todo esto á perversidad natural que el niño viva al lado de sus padres hasta que ya no
de los hombres,pero es porque, según hace observar muy necesite de ellos. No lo es tampoco-ese desinterés que
cuerdamente F. Nietszche, «el procedimiento de la Re­ entraña el amor paternal, pues aparte de las infinitas
lig ió n y de los metafísicos es suponer al hombre malo violaciones del mismo que la experiencia nos muestra, si
»y pecador por naturaleza para hacerle lo natural sos- ese sentimiento se enaltece por la opinión pública de tal
»pechoso y que se tenga á sí mismo por malvado, para modo, consiste en que tal vez sea el único completa­
»que de esta manera acostumbre á sentirse pecador, mente desinteresado, y al hombre le asombra encon­
»puesto que le es imposible despojarse de su vestidura trarle dentro de sí, al lado de tantas pasiones, frutos
»natural. Poco á poco se siente, después de haber vivido del egoísmo.
»mucho tiempo, conforme á este natural, oprimido de La obligación de criar á los hijos aparece con el
»tal fardo de pecados, que le son necesarios para soste- carácter de un contrato natural cujm cumplimiento no
»ner tan penosa carga los poderes sobrenaturales, y de podemos eludir. Pero si las circunstancias sociales,
»aquí nace esa pseudo-necesidad de redención que res- como algunas veces ocurre, nos imposibilitan su cum­
» ponde á un estado de pecado no natural, sino adquirido plimiento, el cariño filio-paternaf no se desarrolla. Poco
»por la educación... La intención no es que llegue á ser importa que digan algo en contrario las novelas del an-
234 NUESTRAS COSTUMBRES I.A F A M I L I A 235

tiguo estilo. La observación seria, siempre contestará mi que lleva á amar lo bueno necesariamente donde se
teoría. halle.
Mucho se ha hablado del instinto paternal, se le ha La ley de reciprocidad rige el trato humano. Así su­
adornado con todas las figuras retóricas imaginables. En cede que, no porque hayamos vivido gran parte de nues­
éste, como en otros muchos asuntos, se ha establecido un tra vida con una persona que es, naturalmente, opuesta
pugilato para hacer su apología. Cierto es que el cariño á nuestro modo de ser, conseguirá despertar el cariño
de los padres puede dar lugar á idilios de grande inten­ que despertaría un amigo afable y de iguales ideas á las
sidad afectiva, pero comúnmente de poca utilidad para nuestras. Ya dice Stuart Mill que las diferencias pueden
los hijos. No se forman las virtudes de éstos al calor de atraer, pero sólo la semejanza retiene. Bien al contrario,
la idolatría de aquéllos. Todo cariño es interesado, aún la convivencia con personas de diversa constitución mo­
éste; y la exagerada afección que algunos hijos inspiran ral es origen de la pasión del odio, de que es víctima,
á sus madres, responde á necesidades de la mente y no sólo aquel que la inspira, sino el que la siente.
del corazón, que se satisfacen á expensas de la futura Descontando el afecto paterno-filial, único verdade­
felicidad de esos seres idolatrados. Pasan desde el amor ro, todos los demás de la familia son falsos. Yernos dia­
maternal á la indiferencia del mundo con la misma ex­ riamente que se toma más cariño á un amigo que á un
posición que se pasa de una habitación á 30 grados á hermano, y de aquel recibimos más favores siá mano vie­
otra de 10 bajo cero. Muchos sucumben moralmente. ne. Lo cual no quiere decir que no haya algunos herma­
Pues bien: á esa temperatura tan alta no se forman nos que se hagan verdaderos amigos, aunque esto suceda
los séres aptos para la lucha de la vida. Da de sí, por el pocas veces. Lo común es que una misma educación
contrario, individuos blandos, plantas de invernadero, produzca gustos y cualidades diferentes, lo cual no de­
por lo que, en llegando á cierta edad, todos los padres muestra sino su misma ineficacia. El afecto, el cariño,
comprenden la necesidad de separarse de sus hijos y es necesario inspirarle por las propias cualidades, no le
confiárselos á los maestros. crean los lazos de familia.
Entonces el idilio comienza á decrecer, como ya he­ Á este propósito quiero citar las siguientes palabras
mos visto en otro lugar; decrecimiento saludable, por­ del P. Grou en sus comentarios á la República de Platón:
que es el resultado de las lecciones de la experiencia y «Las leyes humanas no pueden mandar ni disponer
regulariza el desequilibrio que existía en nuestras fun­ »á su grado de los sentimientos naturales. Podrase ha-
ciones afectivas. »cer enhorabuena que resuenen en los oídos de los ñiños
Entonces empezamos á comprender que hay más eo- »los dulces nombres de padre y hermano; pero éstos no
sás que amar en el mundo además de los objetos y los »serán nada más que nombres vacíos, que nunca des-
séres de nuestra casa, y también cosas que aborrecer y »pertarán en ellos sentimientos que no tienen. Las ame-
despreciar. La vida promueve en nosotros una gimnasia »nazas y los éastigos podrán muy bien sujetarles á cier-
de la voluntad, haciéndonos, como digo, repugnar cier­ »tas demostraciones exteriores, mas ellos jamás excita-
tos séres y objetos, y buscar como compensación los »rán en su alma aquella ternura, aquella inclinación á
contrarios para satisfacer las necesidades del corazón. »un objeto más bien que á otro, que sólo puede plantar
Por cima de los lazos de familia aparecen entonces »allí la misma naturaleza.»
nuestras simpatías naturales y ese espíritu de justicia Nótese que el que habla es un jesuíta; pero es un je ­
L A F A M IL IA 237
236 N U E ST R AS COSTUMBRES

suíta que dice lo que siente en este momento. Ya sé que un testimonio bien triste acerca de la fuerza con que pe­
no sacará de esta profunda observación las consecuen­ san en la conciencia de los hombres las leyes morales de
cias que yo saco, sin embargo de ser las lógicas. ¡Cuántos la familia, cuando sienten del lado opuesto el contrapeso
habrá como éste, talentos profundos y sinceros, que, no del interés y de la ambición. Estas historias escandali­
obstante, cuando vayan á hablar sientan pesar la sotana zaron al mundo, y siquiera tienen eso de bueno, que con
sobre sus hombros! su publicidad, dieron á los hombres materia y ejemplo
Pero si nos alejamos un poco en el orden del paren­ para sacar saludables consecuencias y provechoso es­
tesco, llega á ser hasta irrisoria la suposición de que per­ carmiento; pero ¿y esas mil y mil historias diarias que
sonas de un mismo apellido deban profesarse necesaria­ se desarrollan en el interior de la masa vulgar y anóni­
mente cariño. En este punto sí que descubre el hombre ma, de familias roídas por las enemistades hijas del
la hilaza de que está formado. Los parientes que nos amor al dinero y de las leyes de sucesión que enrique­
rodean constituyen otros tantos censores dispuestos á cen á unos á costa de otros, que siembran la discordia,
someter nuestros actos á severa crítica. El título de pa­ que perpetúan el odio? Si en un día nos pudiéramos en­
riente parece que da derecho á inmiscuirse continua­ terar de todos los dramas que se desarrollan á la som­
mente en la vida y hechos de los que le llevan. Y gene­ bra con ocasión de las leyes de familia, puede que no
ralmente, lo que mejor vemos en ellos son los defectos pareciera esta institución tan lógica y respetable.
y lo que menos perdemos de vista son sus deberes para En su mismo seno existen las desigualdades que la
con nosotros. Así ocurre muchas veces que gozamos de fortuna establece entre los mortales. Hay individuos que
mejor concepto en la opinión de un extraho que en la de nacen favorecidos por la suerte que les concede la dicha
un pariente. Tal vez éste nos haga más justicia que de ser millonarios, mientras sus padres y hermanos v i­
ven en la pobreza. ¿Habéis visto á muchas de estas per­
aquél, pues los defectos que nos aquejan los encubre la
sonas que en atención á los afectos de la familia dividan
cortesía, como encubre el traje ciertas deformidades cor­
su fortuna en partes iguales y la repartan con los su­
porales, y en la familia nos desnudamos de esta cortesía
como en la intimidad de la alcoba nos desnudamos de yos? Hijos millonarios son adulados por sus padres y her­
nuestras vestiduras. manos, sobre los cuales ejercen la autoridad que presta
No quiero hablar de las veces en que los mismos el oro. Éstos se enorgullecen de poseer en su familia un
vínculos del parentesco son origen de odios inextingui­ rico banquero ó un acaudalado, aunque sea un bruto;
pero se avergüenzan de llevar el mismo nombre de otro
bles, de atentados y de pendencias. Todas esas luchas
que yace en la miseria y en el oprobio que lleva consi­
sordas que se establecen en las familias por el interés,
go. Y lo mismo, ó más, cuando se trata de posición so­
los crímenes que son algunas veces su consecuencia y
que permanecen sepultados en el secreto, no los quiero cial.
Tiempo es ya de desvanecer tanta mentira, y de que
atribuir á la organización familiar; se los' achaco á la
deseemos el imperio de la razón.
maldad de los hombres, aunque para mi capote sé á qué
La organización familiar está carcomida por su base:
atenerme respecto á la responsabilidad que les toca á
el matrimonio, y éste es el grande, el principal motivo de
los vínculos y á las leyes que los ocasionaron.
su desaparición. Todo lo que ha hecho exclamar á tanto
La historia de los reyes con sus fratricidios, con sus
excéptico que es mentira el mundo en que vivimos, tiene
rebeldías, con sus guerras entre padres é hijos, nos dan
238 N U E ST R AS COSTUMBRES

que cesar necesariamente por estupenda victoria del en­


tendimiento humano sobre la rutina y el absurdo. Así
como acabó un mundo, una civilización, á la cual no he­
mos igualado en esplendor ni grandeza, acabará este otro,
no tan grande ni tan magnífico, pero sí tan decrépito y
ruinoso. La única diferencia de su caida estriba en que
será más silenciosa. La civilización espiritualista se
hunde frágil é inconsistente como un castillo en el aire ó CAPITULO VIII
como una decoración de teatro. ¿Qué significa haber du­
rado unos pocos siglos? Para el gusano hombre, mucho;
para el gigante humanidad, nada. De tiempo en tiempo
un ciclón barre nuestras miserables viviendas, pues de Los p a ri entes pobres.
igual modo hay épocas destinadas á que los hombres
vean destruidas las que él tiene por sus gigantescas crea­ Los que tienen ocasión más que nadie de conocer toda
ciones, al soplo de algún vendabal de carne humana que la mentira de las relaciones de familia, son los parientes
se desata sobre un pueblo en forma de invasión de razas pobres. Bien es verdad que la pobreza es gran revela­
empujadas por el hambre, ó al más poderoso todavía de dora.
la conmoción del pensamiento humano, que cuando se El parásito de la familia es el peor tratado, el más in­
mueve para cambiar de postura trastorna el orden uni­ feliz de todos los parásitos.
versal del mundo. El otro, el parásito social, generalmente, es recibido
con sonrisa y júbilo. Este es por lo común recibido con
cara de palo. Aquél suele ser agudo, chispeante, alegre,
divertido; una de esas personas que aciertan á vivir á
costa de los demás, aprovechando lo agradable de su
conversación, la vivacidad de su ingenio ó su arte para
adular. Cuando se aproximà alguno de estos individuos
sabemos que nos cuesta el dinero, pero le recibimos con
regocijo porque tqmbién sabemos que llega la alegría y
el esprit y no tenemos inconveniente en pagarnos un rato
de diversión. En vista de su buen humor nos parecen
más lamentables y dignas de remedio sus necesidades y
su pobreza; así es que le damos un duro diciendo para
nosotros mismos: «¡Qué felicidad, qué satisfacción poder
socorrer á un necesitado!»
Pero no es lo mismo un pariente pobre. Por lo común,
se trata de un triste sér, si á mano viene enfermo ó invá­
lido, pero de seguro sin gracia ninguna para nosotros,
" —

240 NUESTRAS COSTUMBRES LA FAMILIA 241

que viene, con voz quejumbrosa, á pintarnos su desgra­ parentesco nos agranda las malas cualidades de las per­
cia y á oprimirnos el corazón; á darnos un mal rato en sonas, así como la falta de trato nos las oculta en los que
no son parientes nuestros.
suma. Los parientes pobres no comprenden que sería
mejor el procedimiento opuesto. En vez de traernos su Por esta razón es más fácil que idealicemos, que nos
dolor á casa, traernos alegrías, risas, chistes, lo cual condolamos de la necesidad de un pordiosero, de un vago,
abunda tan poco en nuestra sociedad, que se paga bien; que de la de un pariente nuestro. Somos idealistas cuando
ya lo creo que se paga. no debemos serlo y guardamos el escepticismo y el posi­
tivismo para los nuestros.
Pero los parientes pobres parten de un supuesto
íalso. Creen que los ricos, cuando son de su familia, es­ La desgracia,para llegar áexcitar nuestra compasión,
tán en la obligación de socorrerles y que con la pintura necesita revestir ciertas formas de estética convencio­
de sus miserias, han de poner más patente esa obliga­ nal, que generalmente son el completo falseamiento de
ción. la realidad. En suma, que damos de mejor gana limosna
Se equivocan lamentablemente. No hay sér más inde­ á un mendigo que va por la calle, que socorremos una
pendiente que el sér humano. Se rebela contra todo lo necesidad de uno de nuestros parientes.
que tenga carácter coercitivo. Así es que los ricos Todo lo que decíamos de la limosna, sobre todo aque­
cuando se ven acosados por los pobres de su familia, lla nota de rebajamiento que estudiábamos en ella, es
prorrumpen en malhumoradas exclamaciones. No pueden aplicable á las caridades que hacemos con los parientes
con tanto gasto. Les irrita que sus parientes se crean en pobres. Porque es indudable que no tenemos ninguna
el derecho de pedirles limosna, y se sublevan á la idea de obligación jurídica con ellos. El Código restringe extra­
tener que pagar ellos las consecuencias del desorden y ordinariamente el derecho á exigir algún socorro en nom­
del mal cálculo que generalmente son los generadores bre de ios vínculos de la sangre. Y aún en los casos
de esa incómoda parentela. en que admite este derecho es ineficaz ó inoportuno y
Hé aquí expuesta la diferencia entre los dos parási­ se presta más al abuso y al fraude que á la expresión
tos. El primero divierte, se acerca á nosotros para dar­ de los sentimientos familiares. Porque es indudable que
nos un buen rato; somos libres de darle ó de no darle cuando se tiene que echar mano del derecho en este
dinero, no nos recuerda ninguna obligación y nos propor­ punto, es señal de que faltan en absoluto dichos senti­
ciona el placer de hacer una obra de caridad regocijada­ mientos. De modo que la existencia en los Códigos de
mente; el segundo nos llora, nos abruma, nos da un mal ese precepto dice en contra de la familia, en vez de de­
cir en favor de ella.
rato, se cree en el derecho de que le socorramos y viene
á ponernos delante de los ojos algo así como una ver­ En los casos en que es exigible este derecho, la digni­
güenza ó un remordimiento. Este es el por qué del des­ dad acostumbra despreciarle y sólo se aprovecha de él
abrido recibimiento que le hacemos. ó la necesidad suma ó, como hemos dicho anteriormente,
Además, como he dicho antes, conocemos á fondo la el fraude.
conducta y el carácter de nuestro pariente pobre, y con­ Por lo tanto, generalmente á lo que dan lugar los la ­
sideramos su pobreza como consecuencia de ese carác­ zos familiares es á la limosna; limosna que rebaja más,
que duele más, que avergüenza más cuando nos la da un

...............
ter y de esa conducta, tenemos vista de lince para sus
defectos, pues por un efecto de óptica, la proximidad del pariente que cuando nos la da un extraño.
242 NUESTRAS COSTUMBRES LA FAMILIA 24
Sin embargo, hay muchos casos en que esta limosna, que vengo hablando; ni por eso es menos ficticia é impo­
este mal, reviste caracteres crónicos. tente la organización familiar, ni menos amargos los ma­
Hay muchos casos en que parientes que han llegado les que engendra.
á la miseria tienen puesto en nuestra mesa y lecho en En fin, los parientes pobres son toda una institución
nuestra casa. En estos casos se trata casi siempre de un social, un agregado de la familia que no dice nada en
pariente solo, no de una familia, y este pariente come, pro de ella. El que quiera estudiarlos más á fondo, que
duerme, vive á costa nuestra y forma parte de nuestro abra el gran libro de La Comedia Humana y allí los en­
hogar. contrará admirablemente estudiados. Y el que los quiera
La suerte de estos desgraciados es bien triste. Sobre ver más de cerca, ahí los tiene de carne y hueso en el
que tener que vivir á costa de otro, es ya suficiente infe­ mundo. Conforme los vayáis conociendo, los iréis com­
licidad en este mundo, además tienen que ser nuestros padeciendo, pero su familia se encargará de demostra­
criados. Así sucede comúnmente que en nuestros hoga­ ros que no son acreedores á ninguna lástima. Sin embar­
res una hermana, una prima, etc., se ve tratada con me­ go, oidles á ellos detenidamente, escuchad sus cuitas, que
nos consideración que un criado. os contarán en voz baja, recoged sus quejas, escudriñad
Limpia la casa, cose la ropa blanca, come algunas su vida y os convenceréis no solamente de que los lazos
veces las sobras, cuida de la prole y aguanta sus imper­ familiares no significan nada ni suponen nada, sino que
tinencias, y en cambio de esto y de otros muchos servi­ á veces perjudica á los hombres el ser parientes los unos
cios, tiene que soportar y devorar en silencio el mudo y de los otros.
continuo reproche que nuestra beneficencia lanza á su
miseria.
El que da de comer y ofrece lecho á un pariente suyo
está autorizado para darle sus vestidos viejos, y todavía
es acreedor al agradecimiento.
Y un pariente vestido con nuestro deshecho, ¿qué pa­
pel tan miserable no hace á nuestro lado? Ofenderá con­
tinuamente nuestra vista con su aspecto, huirá de la so­
ciedad, se ocultará de nuestros amigos, y nosotros vere­
mos con gusto que huya y se oculte por dos razones: por
el triste papel que desempeña y por el desairado que nos
hace desempeñar á nosotros.
Y no se crea que digo todo esto en son de sátira con­
tra esos parientes que acogen á uno de los suyos y le dan
de comer. Si no los visten de nuevo es porque general­
mente no pueden. Bastante carga tiene el padre de fa ­
milia muchas veces con vestir de nuevo á su mujer y á
sus hijos. Hay que absolverles por lo tanto de algo. Pero
no por esto es menos dura la situación de esos asilados de
LA F AM ILIA 245

es ciertamente por su comodidad y bienestar, sino por


nuestro orgullo y vanidad. Todos esos lacayos forrados
de pieles las disfrutan á costa de la fatuidad de sus se­
ñores. El deseo de revestir convenientes apariencias pre­
side á esas simuladas generosidades. Todos saben que
los porteros con patillas negras se pagan á más precio.

CAPÍTULO IX Les exigimos un tributo de respeto y sumisión que


hace pensar si no les alcanzará á ellos la llamada dig­
nidad humana, y por cualquier falta de respeto ó des­
cuido nos convertimos para ellos en fieras, desatándose
nuestras pasiones hasta el punto de inspirar desprecio.
Los sirvientes.
Nos reímos de su ignorancia y estupidez, pero nece­
sitamos de ella para que continúen á nuestro servicio.
Porque ocupan un lugar en el hogar doméstico y for­
Les damos á comer nuestros desperdicios. Les obligamos
man en realidad parte integrante de él, cúmplenos estu­
á que nos asistan en nuestras enfermedades, y en las su­
diar aquí la condición de esas gentes que se dedican á
yas les mandamos al hospital.
nuestro servicio y las relaciones que se establecen entre
Nuestros muebles y utensilios están asegurados con
ellas y nosotros.
su mísero jornal; si alguna cosa rompen, nos creemos en
Nadie me negará que su condición es bien triste; lan­
el derecho de hacérsela pagar.
zados de sus hogares campesinos por la miseria, vienen
' Les suponemos viles é infames. Guardamos nuestros
á la ciudad á vivir con gentes extrañas á ellos, á servir
intereses de sus manos, y les insultamos todos los días
á los ricos, y lo que es peor, á los pobres, que sacan de
cerrando con llave nuestra gaveta. Queremos sustraer­
ellos un jugo preciosísimo de trabajo.
les á las necesidades de su sexo, y consideramos como
La mejor manera de soportar con paciencia sus pa­
un abuso el que tengan amores. Sospechamos siempre
decimientos es permanecer estúpidos. La estupidez es el
que éstos han de ser ilícitos.
mejor insensibilizador que se conoce.
Decimos que todos los hombres son iguales, pero es­
Los dedicamos á los trabajos más groseros y sucios,
tablecemos una separación de hecho entre su clase y la
reclamamos de ellos una actividad incesante en pro's e-
nuestra. También decimos que estas gentes son libres, y
cho nuestro, y les recompensamos con un salario mez­
compadecemos la suerte de los esclavos de la antigüe­
quino y con injurias. Los tratamos, no como á personas,
dad. ¡Qué vano juego de palabras!
sino como á brutos. Les recluimos en las peores habita­
La mayor parte de las madres ponen en poder de las
ciones, en cuartos sin ventilación, insalubres. Los cons­
criadas á sus hijos; los mandan á paseo con ellas, los
tructores de casas ya saben que la peor habitación ha
tienen horas enteras confiados á su tutela, y si alguna
de ser la de los criados; están seguros de que nadie ha
vez ven venir á los chiquitines con un golpe en la cabe­
de hacer ascos á una vivienda por las deficiencias que
za, se desatan en injurias, exigiéndolas un cuidado y una
pueda tener el local destinado á éstos.
vigilancia que ellas mismas demuestran no tener, sepa­
Si les vestimos algunas veces con vistosas libreas, no
rándolos de su lado.
216 N U E ST R AS COSTUMBRES L A FA M IL IA 247

Pero no es esta la única ocasión en que las madres menesteres más humildes. El hombre, á medida que se
abdican de su maternidad cargando á estas pobres mu­ cultiva y refina, siente más horror á todas esas menu­
jeres con responsabilidades que les abruman. El ama de dencias que constituyen la parte mecánica de nuestro
cría es una de las instituciones más repugnantes que te­ funcionalismo. Calcúlese cuál sería el suplicio de un Mi­
nemos. En otro tiempo Rousseau consiguió que la moda nistro que tuviera diariamente que hacerse la comida,
desterrase esta sustitución contra naturaleza. Pero en limpiarse sus botas, lavar su ropa y hacerse la cama.
otro tiempo la voz del filòsofo tenía más imperio sobre Pues téngase en cuenta que todos esos penosos oficios hay
los hombres. un sér destinado á desempeñarlos diariamente por nos­
La mayor parte de las veces, el ama es un objeto de otros, y que lleva con paciencia y resignación su destino,
lujo y de regalo para las madres, que se ven exentas de y que para que se conforme con él hemos de desterrar de
muchos malos ratos, si pueden exhibir en paseo una su alma toda aspiraciónhaeia un estado superior, sumirle
montañesa cargada de cuentas y abalorios. La pasión en la ignorancia, privarle, en fin, de una porción de
del lujo tiene millones de parásitos vestidos de librea y dichas y de goces elevados. Consideremos que les somos
ostentando cifras representativas de los nombres de sus deudores de mucho, y ellos no nos deben más que un
.señores, y que remedan á las marcas que los ganaderos miserable jornal casi irrisorio, que en los momentos en
estampan á sus bestias con hierro candente. que caemos enfermos y no podemos valernos, desempe­
Pero no me mueven á tanta compasión éstos, que, ñan servicios penosísimos y repugnantes.
aunque envilecidos por la servidumbre, viven en cierto Hay en el fondo de las conciencias cultivadas un
modo felices explotando la vanidad de sus amos. Para grito de protesta ahogado por nuestro egoísmo y nuestra
los que hay que sentir lástima profunda es para esos complicidad con los demás. Cuando alguna vez nos dete­
parias, servidores de la pobreza, que no es otra cosa la nemos á pensar en la triste condición de esas gentes y
clase media, y que no teniendo á su lado los esplendores nos reprochamos interiormeute la esclavitud en que les
de la riqueza, la cual hasta en sus desperdicios es dora­ sumimos, se delata en nosotros la existencia de un sen­
da, tienen que soportar la doble carga de su miseria y timiento que, si se fomentase, podría liberar á esa infeliz
de la de aquellos á quienes sirven. Disculpable es que clase de los sufrimientos que soporta; lo que sucede es
los poderosos envilezcan á un pobre haciéndole vasallo que nuestro egoísmo, inmensamente desarrollado, des­
suyo, sumiéndole en una esclavitud de hecho, tratándole truye aquella delicada aspiración filantrópica.
con menos consideración que á sus caballos, si en re­ La cortesía tiene establecido que evitemos la menor
compensa de ese rebajamiento comparten con ellos su molestia á una persona de nuestra clase. No consentiría­
abundancia; pero nosotros los pobres, ¿qué derecho te­ mos, si un amigo viniese á visitarnos en nuestra enfer­
nemos á darnos tono de grandes señores insultando á medad, que sacase de la alcoba el servicio donde de­
una clase desgraciada, pisándola continuamente, con la positamos nuestros excrementos, y , sin embargo, lo
sola recompensa de compartir con ella nuestra hambre? creemos natural en una persona á quien no inspiramos
Deberíamos tratar á nuestros criados con la misma ni profesamos afecto ninguno; y recompensamos su
estimación que á una vara mágica ó á un talismán ó heroica acción con un mísero jornal. Todos nos hacemos
amuleto, porque no otra cosa representan. Nos ahorran lenguas si oímos contar que en cierta ocasión dos ami­
Jos trabajos más viles y groseros de la existencia, los gos, obligados por las circunstancias, se auxiliaron uno
248 N U E S T R A S COSTUM RKBS L A F A M IL IA 249

á otro en sus enfermedades, se cuidaron, pasaron malas palma, el título de gloria que el siglo x ix ha de recoger
noches, se dieron tazas de caldo, se privaron de sueno, de la posteridad.
se expusieron á un contagio. Y todo esto, que considera­ Los que hacen de ese ensueño socialista un nombre
mos como una heroicidad en uno de nosotros, lo tenemos execrable y temible, una divisa criminal, los que le abo­
por una obligación en uno de esos infelices. minan de injurias y de calumnias, de oprobio y de ver­
De todo lo cual resulta que existe una esclavitud mo­ güenza, son enemigos de la humanidad; pero enemigos
derna no muy distinta de la antigua, bajo las aparien­ de corazón, conservadores interesados del orden actual,
cias de un estado libre, en la que si el dueño no tiene indignos de invocar el nombre santo de Jesús para com­
derecho de vida y muerte, en cambio, tampoco tiene la batir el sentimiento que inspira á la nueva doctrina.
obligación de alimentar al esclavo. Esta clase social La esperanza, el ideal de nuestra sociedad es la libe­
parece que es el complemento de la familia. Á ella vive ración de los que sufren, es el único ideal que puede
pegada, y por ella y para ella subsiste. tener después de haber abjurado de todas las estériles
El escepticismo tiene ocasión de contrastar que, á locuras espiritualistas que suscitaron las religiones. Ese
pesar de las revoluciones políticas y sociales, hay siem­ ideal crece, se agiganta, nos inunda de luz, sostiene y
pre una inmensa mayoría condenada á duro vasallaje. conforta á los ilotas que bajan la cerviz humillados para
Tal vez el de hoy sea más duro que el de otros tiempos servir á nuestra incontinencia, pereza y egoísmo. Su
por muchas y complejas causas. Pero al lado del escep­ redención se anuncia más ó menos próxima. Mientras
ticismo vive siempre la fe, y en este siglo más que en tanto, ¡piedad para ellos!
ninguno se promete una próxima y definitiva redención
de los oprimidos.
Tengan la fuerza que quieran las leyes sociales, que
los escépticos invocan, esos que dicen que siempre ha­
brá pobres y siempre habrá ricos, que hay una clase
destinada á eterna opresión ; la voluntad, la aspiración
de la especie humana es y será siempre hacia un ideal
de igualdad y de conmiseración. El espíritu del Evange­
lio domina el mundo, y no saldrá nunca de él. Esa com­
pasión hacia los pobres, hacia la miseria humana no ha
pasado de moda; al contrario, revive al soplo inspirado
de los grandes pensadores y artistas revolucionarios
modernos, del gran Tolstoi, del gran Dostoyuski, del
gran Zola, del gran Pérez Galdós. Ellos encienden ese
fuego divino que, nacido de la compasión que siente el
hombre por su semejante que padece, calienta la imagi­
nación hasta concebir el ensueño de cambiar la organi­
zación universal en pro de los modernos parias, ensueño
que, aunque no llegara á realizarse, sería el florón, la
miento, y así se demostrará también que es movimiento
todo el mundo moral, y que las leyes que lo rigen, pro­
longación de las leyes naturales, físicas, no le permiten
reposo ni quietud, ni crean nada que no sea el escalón,
la premisa, el antecedente de algo en que viene á resol­
verse lo que existía.
Si nos fijamos un momento en la gestación universal,
CAPÍTULO X veremos que el modo de desarrollarse de esa fuerza cós­
mica, que todo lo anima, y que es á modo de fluido, que
toma formas sucesivas con arreglo á leyes preestableci­
das y lógicas, no es otro que el descrito. Por todas partes
La gr a n f a m i l i a . hallaremos ese escalonamiento progresivo de formas
más complejas. Registrad la superficie terrestre y veréis
La evolución se patentiza y manifiesta en todas las en ella petrificada dicha evolución en la coexistencia
fases de la civilización humana. Desde el hombre tro­ de capas endurecidas, que delatan otros tantos estados
glodita hasta nuestros días, la especie no cesa de ade­ geológicos. Ciclos de inmensa duración, durante los
lantar hacia un destino envuelto todavía en las brumas cuales la materia se preparaba para manifestarse en
de lo porvenir, escondido á la perspicacia del entendi­ un grado superior, en una forma más perfecta. Durante
miento humano. Pero si éste puede perderse y eterni­ esos extensísimos períodos de miles de siglos, la materia
zarse en conjeturas más ó menos atinadas, en hipótesis no sabía que iba á producir al hombre con su inteligen­
más ó menos lógicas, respecto á lo que constituye el fin, cia, pero trabajaba para producirle. El organismo ru­
en pro del cual nos empuja esa fuerza desconocida que dimentario engendra el organismo más complejo, y
no nos permite reposo, no puede poner en tela de juicio después de producido, duerme despreciado y olvidado
el movimiento resultante de dicha fuerza, que en el or­ en las oscuras entrañas del planeta. En su interior yacen
den moral, intelectual y social recibe el nombre de pro­ sepultados los restos de terrenos primarios, secundarios
greso. No podemos dudar de que andamos, de que nos y terciarios, como ciudades antiguas devoradas por
movemos en una determinada dirección, y que nuestras algún cataclismo, como las preciosas ruinas de Pompeya
instituciones y costumbres están dispuestas á cambiarse y Herculano, ó como los sombríos y malditos restos de
y á renovarse. Sodoma y Gomorra.
Todo el que haya penetrado el sentido de la natura­ El reino mineral no es más que la fosilización de or­
leza, todo el que haya estudiado la historia natural del ganismos primitivos. El que hoy llamamos reino orgá­
mundo, comprenderá que no existe reposo, como no nico, quizá esté destinado á preparar superiores organis­
existe vacío, como no existe tiempo. Estas son abstrac­ mos, á los cuales tengamos pronto que ceder el paso y
ciones que no tienen ningún valor absoluto y que nos in­ la vida.
ducen á error. Pasaron ya los tiempos en que se suponía De cuando en cuando la naturaleza experimenta una
á la tierra como una inmensa planicie suspendida en el sacudida monstruosa, colosal, devastadora, que tras­
espacio. La aparente quietud se demostró que era movi­ torna todo lo existente y hace que la vida se retire de
LA F AM ILIA 253

252 NUESTRAS COSTUMBRES Ahora bien: el progreso (evolución social) no es sino


ÿ
las formas en que se manifestaba y se albergue en mol­ ese mismo desarrollo eu órdenes más complejos. Las le­
des más perfectos. De este modo va ascendiendo la ma­ yes sociales no son de distinta naturaleza que las físico -
teria cósmica en sus manifestaciones hasta llegar á in­ orgánicas, mil veces lo hemos dicho. Solamente son más
dividualizarse en los últimos grados de la evolución. complicadas; hay que saber, para estudiarlas, atinar con
Cuando la naturaleza ha concebido una Idea (1) lo sufi­ ellas, hay que distinguir sus líneas entre la inmensa ba­
cientemente perfecta, tira millones de millones de ejem­ lumba de las muchedumbres, semiborradas por las fa l­
plares. Estos ejemplares son los individuos, cuya tenden­ sas leyes á que queremos ajustarnos los hombres.
cia ó aspiración es el amor, el perfeccionamiento y la La historia nos presenta el cumplimiento de esa ley
conservación de la especie ó Idea á que pertenecen. que venimos estudiando, en la sucesiva formación de los
El crecimiento de cada uno de estos individuos, re­ organismos, familia, gens, tribu, fatria, provincia, Esta­
produce y encierra cifrada la gestación de la Idea que do, Nación, sociedad.
representa, y en sus diversas fases retrata las diferen­ Esta es la progresión en que el humano espíritu ha
tes épocas que necesitó ésta para desarrollarse. Así por ido ensanchando y difundiendo el instinto de sociabili­
ejemplo, en las piedras existen capas sucesivas de dis­ dad que palpitaba en el hombre prehistórico, que á modo
tinta composición química, que representan otros tantos de esa afinidad con que explica la Física la unión de los
grados de la evolución inorgánica. En las simientes se cuerpos en estado molecular, atrajo y unió á los indivi­
encuentran también esas diversas capas, cuyo desen­ duos unos con otros, y creó los órdenes antedichos, cada
volvimiento ha de producir el vegetal. La corteza del uno de los cuales daba paso á otro superior y delegaba
árbol presenta ese mismo carácter; cada capa repre­ en él más altas atribuciones y fines.
senta un año de edad; en su tronco se puede estudiar la Á un organismo rudimentario como la familia, suce­
historia del vegetal, el desarrollo de su estructura. El día otro más complejo, como el municipio, ó la gens,
huevo manifiesta del mismo modo sucesivas zonas de ó la curia; á éste, otro como el Estado, y por último,
diferente consistencia, todas las cuales desempeñan in­ cuando estos últimos estaban más ó menos perfecta­
tegrante papel en la gestación del individuo. Y por últi­ mente organizados, según la índole de los tiempos, sur­
mo, el hombre reproduce, como ya dijimos, en su des­ gía el ideal de una más extensa colectividad que trataba
arrollo embrionario, caracteres de razas prehistóricas. de realizar cada época á su modo. En los tiempos anti­
Tal vez ante este espectáculo se le ocurriera á Vico guos, dado su carácter belicoso por la conquista, como
simbolizar el movimiento evolutivo de la especie hu­ vemos en sucesiva dominación y absorción de unos pue­
mana por medio de círculos concéntricos. Y en efecto; blos por otros, el Asirio por el Babilónico, éste por el
el espectáculo de la evolución se nos manifiesta como Persa, éste á su vez por el Macedónico, y por último,
esas ondulaciones cada vez más anchas que produce en éste por el Romano; en los tiempos medios, en que los
el agua la caída de una piedra, y que, como las ondas nuevos fundamentos en que se asentaba la sociedad fue­
acústicas, son movimiento del movimiento en que cada ron factores de una civilización distinta, por medio del
círculo se deshace para formar otro mayor. poder espiritual; en aquella aspiración de los Papas á la
Monarquía universal; y por último, en los modernos, pol­
los nuevos principios é ideales humanitarios, basados 'en
(1) Empleo la palabra Idea en la acepción que le dieron Platón y Schopen-
li auer.
S3
mamen

254 NUESTRAS COSTUMBR ES LA FAMILIA 25 5

la razón del hombre, por esa aspiración á la solidaridad cial; en los tiempos modernos, el Estado asume inmenso
universal que tiende á unificar todo el esfuerzo humano número de responsabilidades, atiende á una porción de
como consecuencia del único y mismo destino de todos fines sociales, se inmiscuye en las relaciones de familia,
los hombres y lucha por destruir las barreras que al y al propio tiempo que se piensa en robustecer y exten­
'cumplimiento de esta fusión ofrecen las nacionalidades, der su acción, se pide la disolución del organismo fami­
el espíritu de raza, la diversidad de cultos, y ese mons­ liar como rudimentario é inútil.
truoso atentado contra la humanidad reglamentado por La filosofía por su parte, la metafísica moderna, le­
los pueblos, vergonzosa herencia de la barbarie que se jos de contradecir con sus elucubraciones el sentido que
llama guerra, contra la cual el incipiente Derecho inter­ damos á la evolución, le corrobora y confirma. Estudia
nacional levanta su balbuciente é infantil voz para apla­ en el hombre un instinto, tendencia ó aspiración á salir
car los odios que agitan y arrojan á unos pueblos contra de sí mismo rompiendo las barreras de la individualidad
otros. y á confundirse con la esencia universal, hacia la cual
Hé aquí el trabajo de la humanidad en la historia, no tiende, como hacia su fin propio y destino supremo. As­
otro sino la aspiración al cumplimiento de ese supremo piración es esta que se conoce en la moderna psicología
ideal de solidaridad, de fusión, de amor entre los indivi­ con el nombre de altruismo, y comprende todos aquellos
duos, las razas y los pueblos, ensayado en esas tres movimientos del alma humana por los cuales tiende el
gigantescas tentativas descritas, abortadas por cata­ hombre al sacrificio propio en pro del bien ajeno, aspi­
clismos universales ó revoluciones poderosas que han ración que en cada época de la historia se ha bautizado
echado por el suelo el lento trabajo de los siglos y de los con distinto nombre, pero que siempre ha existido inna­
hombres. ta, primordial, más ó menos incipiente, más ó menos
La coexistencia de los organismos rudimentarios con desarrollada, según el distinto grado de civilización y
los complejos no significa sino la falta de realización de cultura de los individuos, y que es en el hombre un punto
esta ley que venimos estudiando. Cuando las colectivi­ sensible de su naturaleza moral, el germen, el embrión
dades de orden superior no están sólidamente cimenta­ de un sentimiento universal, susceptible, de inconmensu­
das, necesitan apoyarse en las más sencillas, y éstas no rable desarrollo, que empequeñezca todas las pasiones
hacen sino una delegación parcial y paulatina de pode­ mezquinas y egoístas, y la conforme para ser miembro
res y fines. Pero á medida que las entidades de acción de la familia universal, de la gran familia, en la que
más extensa adquieren vida propia, tienden á disolverse desapareciendo todas las organizaciones microscópicas,
las que histórica y evolutivamente las precedieron y rudimentarias que tienden á limitar y comprimir la ex-
engendraron. pansión.de sus afectos, se sienta libre para amar á sus se­
Y la razón de ello está en la antinomia, en la pugna mejantes, para robustecer los sentimientos de jusiicia, de
que existe entre ellas, oponiéndose los intereses de las beneficencia, de solidaridad, y le haga apto para tender
unas á los de las otras. Así se ve, que mientras en los libremente hacia un ideal más alto que el que hoy pei-
primitivos tiempos la familia tenía considerable fuerza, sigue, hacia unos intereses más generales que los que
los lazos familiares eran sagrados, el principio d’é auto­ hoy codicia y hacia un bien más racional y supremo que
ridad residía en ella, sus órdenes alcanzaban considera­ el que hoy apetece.
ble radio de acción, v de ella arrancaba la fuerza so-
_______________________________________ _________________

CAPÍTULO PRIMERO

Opresión espiritual.

De intento escojo la palabra Catolicismo como la más


apropiada para designar la institución que va á ser objeto
de este capítulo, nombre con el que han sustituido los sa­
cerdotes el de Cristianismo, que ya no les convenía, y que
en realidad ha sido necesario adoptar, pues justo es que
cambiando radicalmente las cosas, cambien también los
nombres con que se las designa.
Y en verdad que no sonó en los oidos del Fundador
el nombre de Catolicismo, con el cual habíase de con­
vertir su Doctrina en un ariete formidable para la domi­
nación de los pueblos, según denomina un escritor mo­
derno á todo ese aparato fastuoso y bélico con que se de­
fiende el dogma.
¿Meditaria alguna vez aquel sublime cerebro que su
religión de amor y de humildad pudiera convertirse en
instrumento de opresión del género humano? ¿Pudo com­
prender que sus principios de amor á los hombres ha­
bían de servir para perpetuar siglos y siglos la guerra
entre ellos? ¿Adivinó que invocando su nombre, se lleva­
ría el tormento y la tirania por todas partes? ¿Pensó un
momento que su amor á los humildes y miserables podía
servir de pretexto para fundar la corte más fastuosa del
orbe, la Monarquia más ambiciosa y soberbia, y un sa­
/ cerdocio cuyos directores se llaman príncipes y reciben
homenaje de tales?
E L C ATO LICISM O 261
N U E STR A S COSTUMBRES
260 propia que señala y consagra el dominio del ganadero.
Si tal pensó, amarga forma debió tomar este pensa­ Se nos educa en cuanto abrimos los ojos de la razón en
miento en el gran Apóstol del amor y de la humildad. la Doctrina Cristiana, acostumbrándonos á considerar á
El único acto de sinceridad que ha tenido el sacerdo­ los no católicos como enemigos jurados. Por todas par­
cio católico ha sido el de cambiar el nombie á la doc­ tes enemigos: gentiles, mahometanos, protestantes, ju­
trina de que se han apoderado, al poder que han deten­ díos, renegados, ateos, herejes. Nombres todos éstos ha­
tado para la dominación universal. cia los cuales hemos mamado el odio; en los púlpitos se
Así, pues, sépase que en este libro vamos á tratar, no hace temblar á las viejas y á los niños pronunciándolos.
de la obra de Jesús, sino de la obra de sus secuaces, es Indefectiblemente, á cierta edad, pasamos por manos
decir, de una obra completamente opuesta á la suya. del sacerdote, que nos enseña ciertos preceptos que de­
El renacimiento de las ciencias, y sobre todo, su vul­ bemos obedecer ciegamente y sin discusión; nos predica
garización, el ejemplo nefando dado por el sacerdocio una moral de retraimiento, de ascetismo, de escepticis­
que ha traído contra sí el menosprecio del pueblo, el mo,' enteramente opuesta á las inclinaciones de la juven­
cambio radical, desde principios del siglo operado en las tud y á las prácticas del mundo en que vamos á vivir. Se
ideas que rigen el Gobierno de los pueblos, el mal éxito nos encierra á esa edad en colegios, se nos aparta de la
de la moral católica que, prestándose á favorecer la hi­ sociedad y se nos inspira horror hacia ella, sin meditar
pocresía y mala fe, se ha hecho odiosa á todos, y por úl­ que, cuando, abierta la puerta de la jaula demos el pri­
timo, el haber entrado la humanidad en su edad madura mer vuelo, abjuraremos de toda aquella predicación,
y abandonado las disparatadas quimeras y absurdos de contraria á la naturaleza de la sociedad y del hombre.
su niñez, han herido de muerte á la Religión Católica, Se ciega, sin embargo, nuestra razón, imbuyéndola los
condenándola á una vida efímera, de parásito y sin dogmas religiosos forzadamente, deslizando alevosa­
raíces positivas en el mundo moderno. mente el error en nuestras inteligencias cuando se están
No es mi ánimo combatir su dogma: sería inútil ensa­ formando y á merced de cualquiera que las guíe en una
ñamiento. Bien combatido esta. Lo unico que intento ú otra dirección. ¿Puede llamarse á esto sociedad libre?
probar en este libro es que las sociedades modernas que Para ser nuestras convicciones «religiosas, espontá­
se llaman católicas, no lo son, aunque pueda creerse otra neas y no impuestas, deberían ser adquiridas en la edad
cosa de sus costumbres; y no lo son, porque practican de la razón; nuestros padres y educadores, instruyéndo­
principios completamente opuestos al principio de su nos sucintamente en los diversos credos religiosos, nos
moral, viniendo á ser el culto uno de los convenciona­ pondrían en condiciones de abrazar el día de mañana
lismos y rutinas con que ocultamos nuestros instintos y una fe con verdadera libertad de espíritu. Entonces úni­
designios en la vida, y por el cual nos dejamos explotar camente podríamos estar orgullosos de nuestras ideas
cobardemente, palpitando en nuestra conciencia la idea religiosas, y practicaríamos sus preceptos con verda­
de su falsedad, pero sintiéndonos sin valor para protes­ dero fervor, porque estaríamos convencidos.
tar y manifestar sinceramente nuestra convicción. Y meditemos que si nuestros padres quisieran darnos
Nacemos condenados á esa opresión moral; el bau­ facilidades para nuestra salvación y no mirasen antes
tismo es como la cifra que señala esa esclavitud, inclu­ la rutina que nuestra bienaventuranza, no tratarían de
yéndonos sin nuestro libre consentimiento en una secta imponernos unas creencias heredadas ni se opondrían á
determinada, como se incluye á las reses en una marca
262 N U E STR A S COSTUMBRES EL CATO LICISM O 2«:$

que nos saliésemos de eilas, sino que, recelosos de su Y esto, aunque rara vez lo podéis esperar de un
acierto y temorosos de equivocarse, nos dejarían la libre hombre, nunca lo esperéis de un sacerdote. Este tiene
elección y alejarían de sí la tremenda responsabilidad que ser por su propia naturaleza intransigente. La Re­
de imponernos sus creencias. ligión trae consigo la intolerancia y el fanatismo, per­
Es esto tan lógico, que un padre interesado por el petúa el odio entre los hombres que no comulgan bajo
bien de su hijo, temerá resolver sobre los asuntos decisi­ un mismo credo; por eso el sacerdote no podrá nunca
vos de su vida. ¿Qué padre prudente no vacilará cuando predicar lógicamente la concordia entre el género
su hijo vaya á contraer matrimonio, ó cuando piense humano. La Religión Cristiana, la religión del amor y
emprender un negocio en que arriesgue su sapital, ó de la paz, es la que ha sostenido en perpetuo estado de
cuando tenga, en fin, que adoptar una de esas determi­ guerra á toda Europa durante la Edad Media. Su fana­
naciones que influyen poderosamente en el destino de tismo ha iniciado luchas de largos siglos, y delante de
una persona? Pues, si esto se hace en lo que á los inte­ nuestros ojos tenemos la Historia de España, que no es
reses temporales y humanos afecta, ¿cuánto más lógico sino una sucesión de largas contiendas, en las que la
no es que ocurra en lo que se refiere á los intereses es­ idea religiosa se oponía á la concordia entre los hom­
pirituales, en lo que afecta á cuestiones de tanta impor­ bres, á la provechosa fusión de las razas, haciendo he­
tancia, según el creyente, como la salvación eterna? reditario el feroz odio entre ellas, de que nos da tan pa­
Y no se diga que el padre impone su religión á su tente testimonio toda la Reconquista.
hijo, persuadido de que es la única verdadera, porque Explicadme qué absurdo es éste. Decidme cómo
por cima de esta persuasión está en el hombre prudente una doctrina que se dice continuadora de las que profe­
el temor á equivocarse. Y si el hombre no es solamente saban aquellos mártires que se dejaban devorar por las
prudente, sino reflexivo, pensará de este modo: «Mis fieras antes que defenderse de ellas, de aquel Mártir su­
»padres me impusieron la Religión Católica, y por eso blime que se dejaba abofetear y escupir sin una queja
»soy católico; pero si hubiese nacido en Inglaterra hu- ni un movimiento de cólera, pudo engendrar odio para
»biera sido protestante; si en Africa, mahometano; si en cientos de generaciones y pudo poner á sus ministros á
»la China, budista; si en Suiza, calvinista, y si mis pa- la cabeza de los ejércitos; cómo los que se llaman con­
»dres fuesen judíos, yo sería también judío; lo cual tinuadores de la obra de Jesús pudieron convertirse en
»quiere decir que los hombres nacemos y nos educamos verdugos de la humanidad é imprimir su sello y legar
»influidos por lo que nos rodea, y no podemos elegir li- su nombre á los más infernales instrumentos de tortura
»bremente la verdad. Ahora bien: si yo enseño á mi hijo que concibió la mente humana.
»diversas religiones, contrapesaré su respectiva influen- Y no se crea que este espíritu guerrero es propio
»cia y le pondré en condiciones de que elija libremente, únicamente de los sacerdotes de la antigüedad, pues
»facultad que yo no he tenido.» aun hoy que tanto ha reaccionado la opinión social
Pero es más difícil de lo que parece que los hombres sobre aquellas bárbaras costumbres,, y lejos de poderse
tengan tal prudencia y reflexión, porque el torbellino de predicar una cruzada como en tiempos de Pedro el Er­
la vida no se lo permite, y aunque se lo permita, obede­ mitaño, el Papa tiene que limitarse á ver cruzado de
cen generalmente á otras miras más bastardas y menos brazos las guerras europeas y pedir á Dios por el resta­
desinteresadas. blecimiento de la paz, sin embargo, el espíritu de hosti-
mM fittttM ttjdBH äB

264 NUESTRAS COSTUMBRES

lidad late bajo la superficie, y sordas luchas amenazan,


como podemos ver, desgraciadamente, en nuestra Es­
paña actual.
El sacerdote dirige nuestras conciencias y trata de
concitar todos los odios, contra los relapsos á sus disposi­
ciones, contra los pertenecientes á religiones distintas;
pero asi como los odios de la mayor parte de los hom­ CAPÍTULO II
bres terminan ante el sepulcro, puesto que un enemigo
muerto poco daño nos puede hacer, el odio de un sacer­
dote va más allá, tiene más larga vida y traspasa los
linderos de la muerte, negando sepultura á los que en No somos c a t ó l i c os .
vida fueron heterodoxos.
¡No se inspirarán para tal proceder en aquel pre­ A primera vista pudiera ^creerse que somos católicos.
cepto de su mismo decálogo, que manda enterrar á los Por todas partes templos, iglesias, capillas, fiestas reli­
muertos! Como no se inspirarán tampoco al predicar giosas, procesiones. Nuestras mujeres van á misa con
esos anatemas de ultratumba, en aquella promesa que frecuencia, confiesan y comulgan, y aun suelen hacer
ellos mismos pregonan, de que su Iglesia perdona todos algunas novenas. Hay quien da dinero para sostener el
los pecados por enormes que sean. Como no se inspira­ culto, y desde que nacemos hasta que morimos estamos
rán en la humildad con que se presentó ante las criatu­ sujetos á la potestad de la Iglesia en los actos más im­
ras Aquel cuyo nombre invocan, para acariciar su qui­ portantes de la vida. Los días de fiesta se llenan los tem­
mera de dominación universal, rodeando á los príncipes plos de fieles. Todos suspendemos el curso de nuestras
de la Iglesia de pompas, honores y riquezas; mientras ocupaciones para entregarnos juntos al culto de Dios, de
los príncipes de las naciones se democratizan y cambian su religión y de sus misterios.
sus antiguos mantos de púrpura por el traje del ciuda­ ¡Cuánta mentira! ¡Qué vana afectación de sentimien­
dano. Después de diez y nueve siglos, la Iglesia sigue tos que no tenemos! ¡Qué hipócrita sumisión á unas prác­
impasible, pesando sobre la humanidad con el inmenso ticas que despreciamos en el fondo de nuestra alma!
y fastuoso aparato de que se reviste, conservando en Las ceremonias de los templos tienen mucho de tea­
medio del espíritu libre, científico, despreocupado y ri­ tral, propio para entretener á las ociosas muchedum­
sueño de nuestros tiempos, la ceñuda, obscura, despótica bres. En la actualidad hay entre nuestras parroquias la
y semibàrbara expresión con que apareció y encarnó en misma rivalidad que entre nuestras compañías de tea­
los pueblos guerreros y salvajes que acabaron con la tros. Decoraciones, música, cantantes más ó menos afa­
civilización greco-romana. mados, profusión de luces, ceremonias aparatosas, anun­
cios por medio de carteles y periódicos, predicadores
precedidos de su respectivo bombo, etc., etc. Todos es­
tos son elementos con los que se sostiene el culto de las
iglesias, y hacen se agolpe á sus puertas la multitud se­
dienta de algún espectáculo que rompa la monotonía de
E L C ATO LICISM O 267
m N U E STR AS COSTUMBRES

su estúpida existencia. De vuelta de paseo entramos en mencia de un precepto, de una doctrina, la ponemos en
una grande iglesia, cuyas puertas, abiertas de par en práctica, porque en esta convicción íntima, en este pro­
par, dejan ver iluminaciones fastuosas, y tienden á po­ fundo resorte de la conciencia, está el móvil de nuestra
pularizar el culto y ponerle en medio de la calle á los conducta, y por esto, cuando vemos hombres que prac­
pies del transeúnte, á metérsele por las narices como se tican una cosa y predican otra, no vacilamos en llamar­
dice vulgarmente, á confraternizar con el arroyo, á ex­ les hipócritas. Pues lo mismo podemos decir de una so­
poner las imágenes á las chuscadas de la granujería, á ciedad que de un hombre. Puede que la sociedad sea
propagarle, en fin, por todos los medios, aún á trueque menos responsable de su hipocresía, por serle impuestos
de profanarle. muchos de los principios que confiesa; pero no por esto
Ved, en cambio, estos mismos templos por la ma­ será menos falsa su confesión.
ñana, los días de trabajo, y contad las personas que allí Todos blasonamos de católicos en cualquier momen­
se reúnen. Os sorprenderá desde luego su número y ca­ to, y sabemos que una de las cosas más anatematizadas
lidad. Casi todas son mujeres, y las más, viejas. Indagad por el Catolicismo es el duelo. En todo tiempo lo ha con­
un poco más y ved qué grado de instrucción acusan sus denado la Iglesia con las mayores censuras y con el ma­
inteligencias; mirad el tipo, la fisonomía, el ángulo fa­ yor rigor. El que se bate se separa de la Iglesia, muere
cial, todos ellos datos preciosísimos, y ved luego si por en pecado mortal, pierde la bienaventuranza. Y, sin
aquella manifestación de religiosidad, que vamos á su­ embargo, el duelo es considerado por nuestra sociedad
poner sincera, sin meternos en más honduras psicológi­ como un medio á que debe recurrir todo hombre de ho­
cas, puede decirse que vivimos en una sociedad eminen­ nor para castigar ciertas afrentas. No es necesario insis­
temente religiosa; si vamos á tomar á esa pobre gente tir sobre este punto. No necesito convencer á mis lecto­
por expresión del estado moral de las clases inteligentes res de que el duelo está aceptado por los ciudadanos de
de un país. una nación, no como lo considera la Iglesia, como un
Si llamamos ciudad católica á aquélla en que por delito, sino como un recurso honroso, y cuanto más ele­
la mañana no cesan de repicar las campanas, y salen vada es la clase á que pertenece un ciudadado, más
las mujeres envueltas en sus mantos y con el libro de obligado se cree éste á aceptar la fórmula impuesta del
rezos en la mano, y cruzan las calles los curas luciendo duelo, que viene á ser una demostración del honor de
ricos mantos de seda ó grasicntos de paño, y pasea el una persona cuando éste se pone en duda.
Obispo ofreciendo el anillo para que le besen los fieles, No se diga que el duelo es una consecuencia de los
Madrid es una ciudad católica. Pero si tuviéramos que instintos brutales del hombre, una válvula de seguridad
llamar católico á un pueblo que practicase la moral ca­ de los odios. No es lo que nos lleva á batirnos, por lo ge­
tólica, nos veríamos en grave aprieto para poder en­ neral, el deseo de dar muerte á nuestro enemigo, no; por
tresacar uno, entre los muchos que así se llaman. fortuna, no llegan á ese grado de violencia las pasiones
Hay que penetrar un poco más adentro, hay que mi­ humanas en la mayoría de los casos, sino el deseo de
rar un poco más hondo para poder defluir el carácter de quedar bien á los ojos de la sociedad; y lo prueba el he­
un pueblo y sus verdaderas convicciones. Tratemos de cho de existir los duelos llamados «á primera sangre»,
hacerlo. que son los más, y tienen el carácter de una verdadera
Cuando estamos realmente convencidos de la conve- fórmula para satisfacer á la opinión social.
N U E STR AS COSTUMBRES
2« 3 269
E L CATO LICISM O
Si solamente se practicase el duelo por las clases
terodoxia, y así lo considera la Iglesia al negarles se­
baja ó media, bien podría decirse algo contra nuestra teo­
pultura cristiana; pero existe una clase de suicidios, los
ría; pero, antes por el contrario, el duelo es usanza más
suicidios por honor que, inspirada como el duelo en un
particular délas clases superiores, que deben represen­
deseo de justificación á los ojos de la sociedad, implica
tar y representan de hecho la opinión social. La confir­
que todos sabemos que en determinados casos, ésta
mación de esto la tenemos en la milicia, en la cual es
quiere que saldemos cuentas con ella de ese modo, des­
más necesario que en otras clases recurrir al duelo para
preciando en absoluto la moral católica. Los suicidios
lavar las ofensas inferidas al honor militar, y un oficial
originados por desesperación, por enfermedad, por
que no vengase cualquier injuria con su espada, sería
amor, por hastío, etc., no nos los impone el criterio so­
mirado con menosprecio por sus compañeros. Es de no­
cial, sino que su causa reside dentro de nosotros mismos;
tar que la ley también se opone absolutamente á esta
por lo tanto, si nos suicidamos vulnerando de este modo
práctica del duelo, persiguiéndolo y penándolo, y á pe­
el precepto religioso, no hacemos cómplice á la sociedad
sar de ello, nadie desdeña caer bajo la acción de la ley,
de nuestra falta; pero cuando el marino se mata porque,
porque sabe que no pierde en la opinión de las gentes.
merced á una negligencia suya, se pierde el barco, ó
Y hay que tener en cuenta que mientras la ley es
cuando el militar, próximo á caer en poder del enemigo
una resultante de la opinión social y de la religión, y am­
ó á entregar una plaza, prefiere la muerte antes que so­
bas se pueden considerar como fuentes del derecho, por­
brevivir á su deshonra, ó. cuando el funcionario civil,
que en todas las naciones han sido anteriores la costum­
que toda su vida ha conservado sin tacha su reputación
bre y la religión, y de ésta y aquélla se han formado los
de probo, por cualquiera de esas circunstancias que ocu­
Códigos; la religión ocupa, por su naturaleza, un lugar
rren en la existencia, malversa fondos confiados á su
más preminente, y debe influir en la ley y en la costum­
custodia y se pega un tiro, todos ellos creen que el ho­
bre como principio de más categoría y, en consecuencia,
nor que perdieron por su falta, le recobran con la pena
al ser menospreciadas sus enseñanzas, queda más des­
que ellos mismos se imponen.
airada que la ley al ser también olvidada, por cuanto
Estos dos fenómenos sociales, repetidos en todos los
son más sagrados los principios de aquélla y han pesado
tiempos y lugares; son un poderoso mentís á los princi­
por más tiempo y con más autoridad sobre nosotros.
pios religiosos que fingimos profesar y que en realidad
Pero hay otro testimonio más elocuente todavía pot­
no hacemos sino tolerar por miedo al qué dirán, y todo
ser más sincero y poner más de manifiesto la conciencia
lo más creer que son nuestra verdadera conciencia por
individual, que muestra de qué manera los pueblos que
una autosugestión engañadora.
se dicen católicos y levantan templos y asisten á misa
Pero además de estos hechos, demostraciones bien
todos los días festivos no han podido connaturalizarse
concluyentes, que á nadie creo se le ocurrirá combatir­
con la moral católica, á pesar de los muchos siglos que
me, hemos de estudiar el carácter de la vida moderna
cuenta de existencia. en general, nuestra conducta en la sociedad para ver
Este testimonie es el suicidio. vivimos como católicos y si la religión influye sobre nos­
En general, todo suicidio, cualesquiera que sean sus
otros de otra manera que imponiéndonos sus ceremonias y
causas, significa un desacato á las leyes de la Iglesia,
prácticas con la fuerza poderosa de la rutina y el hábito.
una protesta de descreimiento, una declaración de he­
a r, C ATO LICISM O 271

jór dicho, fanáticos, que desde una elevada posición y


con influencia y riquezas combaten por sus ideas? ¿Qué
significan sus trenes, su superioridad, sus títulos, la saña
con que atacan á sus enemigos, la soberbia con que mi­
ran al pobre desde su elevado rango; qué significa todo
esto sino la práctica de todo aquello que condenaba y
despreciaba Jesús, que caminaba descalzo y decía: «El
CAPÍTULO 111 que m e iga,que deje todos sus bienes,que perdone á sus
enemigo?» La ostentación que hacen esos hombres de
sus creencias, de su oro y de sus vanidades, ¿no acusan
una contradicción monstruosa y ridicula con sus ideas?
Contradicciones de ia vida moderna. ¿Qué derecho tienen á creerse mejores que sus contra­
rios? Pues qué, ir al templo, hojear un libro de oraciones,
Si no llevásemos dentro de nosotros mismos la con­ enriquecer los altares con el dinero que les sobra, ¿son
vicción de que la mayor parte de nuestros actos están las únicas virtudes que tiene derecho á esperar de ellos la
determinados por la rutina y el convencionalismo, no humanidad? ¿Son ésas acciones que puedan incluirse en
sabríamos explicarnos las numerosas contradicciones en el catálogo de las virtudes universales?
que incurre el hombre de nuestra sociedad, considerado Y es de notar que no son estas debilidades que com­
desde el punto de vista católico. Por la mañana asisti­ batimos, producto para ellos de la flaca naturaleza hu­
mos á las ceremonias religiosas, oímos las palabras de mana, sino que en ellas hacen consistir su propia morali­
un sacerdote, que nos predica el recogimiento y la dis­ dad y excelencia. Es decir, que la contradicción que se­
ciplina de los sentidos, y por la noche vamos á una fun­ ñalamos no está entre sus creencias y su conducta ilí­
ción de teatro, en donde se exhiben mujeres desnudas cita, en cuyo caso no tendrían valor estos argumentos,
danzando voluptuosamente; nos arrodillamos ante los sino entre sus creencias y su conducta lícita. El orimi-
altares una vez á la semana, y el resto de ella procura­ . nal cae bajo la acción de las leyes, pero su crimen no
mos que nuestra casa esté provista de todas las comodi­ desacredita á su religión, que lo reprueba, mientras que
dades posibles; nos jactamos de profesar una religión los fanáticos consideran como perfectamente lícito el
que predica la igualdad, y nos afanamos por superar á acumular riquezas, cosas que, aunque lo permita la ley,
los demás en bienestar y en riquezas; leemos la Imitación no puede aprobarlo gustosa la moral que tanto encare­
de Cristo entre sedas y lujosos cortinones y rodeados de cen, y si lo aprueba, es una moral indigna de tal nombre.
numerosa servidumbre, y, en fin, creemos defender y Si conforme tenemos siempre á nuestro alcance un
poner en práctica la doctrina de Jesús por medio de la espejo para mirarnos el cuerpo, tuviésemos otro para
intransigencia y el odio á nuestros enemigos. mirarnos el alma, allí veríamos con horror lo contrahe­
Y esta contradicción resalta más á medida que pe­ cha y desfigurada que la sociedad nos la hace llevar.
netramos en la naturaleza de nuestros actos, y no nos La doctrina católica nos pone constantemente ante
dejamos seducir por vanas palabras y engañosas apa­ los ojos una existencia ultraterrenal, y nosotros no los
riencias. ¿Qué significan esos católicos fervientes, ó me­ quitamos de ésta.
N U E STR A S COSTUMBRES E L CATOLICISMO 273
'272

Nuestros padres se afanan por inculcarnos el deseo Seremos verdaderamente católicos cuando deseemos
de las riquezas y de los honores, y el mayor desprecio la muerte, pues será lógica consecuencia de creer en
que puede hacer la sociedad de un joven, es decir de él: una existencia suprasensible, en la que hoy estamos muy
«Ése nunca será nada». Queremos ser más que los que lejos de creer. Hay quien supone, sin embargo, que esta
nos rodean, porque nos han enseñado que la dicha se idea es ingénita en el hombre; pero lo que es ingénito
compone mitad de riquezas y mitad de honores. Nadie en el hombre es el horror á la muerte, como el mayor
negará esto. Cada uno, conforme á su condición, se mal que nos puede sobrevenir, y el apego indestructible
afana por ser un poquito más que los que pululan á su á la vida; lo otro es adquirido. Son dos sentimientos que
alrededor, en lo cual nuestro criterio no ve torcida in­ se repelen, que se contradicen, que no pueden existir
clinación, sino muy loable y hasta honrosa. ¿Cómo com­ sin pugna dentro del alma humana, que se excluyen,
paginar todo esto con el desprecio por los honores y v a ­ pues de existir el uno mataría al otro, y testimonio de
nidades del mundo, con el desdén hacia los intereses ello son los místicos, en cuyo espíritu ha desaparecido el
materiales? ¿Cómo hermanar ese afán de oro, que es instinto de conservación, y piden á Dios la muerte como
considerado como legítimo, porque todos creemos que de un presente celestial; la desean con fervor y la miran
él nos ha de venir la dicha, con aquella máxima de Je­ como un deleite superior á todos. Aquellos versos de
sús, «más difícil es que entre un rico en el cielo», etc.?
muero porque no muero,
Si el fin que nos debe inspirar la religión es la renuncia
de todo, riquezas, honores, nuestro fin es comp’ etamente y los otros:
opuesto; ¿tenemos, pues, derecho á decir que somos cató­
Ven, muerte, tan escondida
licos? que no te sienta venir,
No caben transacciones: ó una sociedad católica, si porque el placer de morir
acaso pudiera existir, ó una sociedad que tenga concien­ no me vuelva á, dar la vida,
cia de su verdadero fin y lo confiese sin hipocresías ver­
gonzosas. con que Santa Teresa expresaba su mística pasión por
Tenemos hijos á quienes sustentar, mujer á quien sos­ Jesús, no son sino consecuencia lógica del convenci­
tener y, sobre todo, una ley, la del trabajo, que cum­ miento que les inspiraba la idea de otra mejor existen­
plir. Si estuviéramos convencidos de que esta existencia cia, convencimiento que nos falta á nosotros.
es solo una antesala de la otra, un lugar de prueba, no Igualmente son lógicos todos aquellos martirios que
buscaríamos los goces del amor que engendra la familia, se imponían á sí propios los santos; los disciplinazos, el
y para nuestra alimentación nos bastarían las raíces de dormir en tablas y el vestir cilicios, todo, en fin, lo que
los árboles. A casi todos les parecería esto disparatado, tienda á hacer penoso y meritorio este momento de
y, sin embargo, así nos pintan la vida de los elegidos prueba que nos concede Dios para darnos luego la defi­
del Señor. Los anacoretas, los mártires, son los únicos nitiva existencia, única real y duradera.
convencidos de sus ideas; por lo tanto, los demás, al De la idea madre del catolicismo, de que este mundo
decirnos católicos, nos dejamos llevar por ese espíritu es un lugar de prueba, en el que no hemos de cumplir
de imitación, que todo el que haya estudiado nuestra nuestro fin, y de que el único provecho que podemos sa­
psicología habrá encontrado en el hombre. car de nuestra estancia entre los hombres es el martirio
18
¿74 NUESTRAS COSTUMBRES

y la contrariedad, idea que, como profundamente afirma


el ilustre pensador D. Francisco Pi y Margall (1), ha
presidido á toda la Edad Media, de'esa funesta idea ha
abjurado felizmente la humanidad, que por medio de sus
filósofos y pensadores ha comprendido que el verdadero
fin del hombre no está fuera de este mundo, sino en él,
donde podemos producir obras maravillosas de amor, de
justicia y de sabiduría, desarrollando nuestras faculta­
des ingénitas; y de este cambio en la conciencia social CAPÍTULO IV
se ha originado el espíritu que informa nuestra sociedad,
opuesto al de aquellos tiempos. Ambas representan con­
trarios estados: la barbarie y la civilización, la oscuri­
dad y la luz, la opresión y la libertad. Nadie negará que Las ó r denes r e l i g i o s a s .
desde entonces la Iglesia ha dejado de representar gran
parte de su papel de dominadora del mundo, que ha per­ De lo expuesto en el anterior capitulo podría dedu­
dido su poder temporal, y que su poder espiritual es con­ cirse que todos aquellos que abrazan el estado religioso,
tinuamente combatido por los más grandes pensadores cambiando la vida regalona del siglo, según se dice, pol­
de todos los países. Mirad si ese decaimiento no coincide la de mortificación y ascetismo del claustro, y aun aque­
con el engrandecimiento del espíritu humano, de la civi­ llos que, como los sacerdotes, sin renunciar por com­
lización y del progreso, y mirad también si las naciones pleto á la libertad, se dedican al servicio de Dios, esta­
que más tenazmente han conservado su culto, son las ban completamente convencidos del dogma y la moral
más felices ni las más prósperas. católicos, y representaban ó encarnaban esa fe que he­
mos negado al resto de los hombres. Todos nos podría­
1; ¡'studios sobre lu Edad Media.
mos felicitar de ello: los católicos, porque encontraban
así una clase que podían oponer á las negaciones de los
incrédulos, y éstos, porque dado que existiese, siempre
sería una minoría bien exigua.
Pero en la conciencia de todos está que la Religión no
puede cambiar la naturaleza humana, ni aun en aque­
llos que, como los religiosos, hacen aparente renuncia de
todas las pompas y vanidades del mundo. Los vemos
agitarse movidos por los mismos impulsos que nosotros,
y aspirando á idénticos intereses; los vemos sometidos á
las mismas debilidades y flaquezas, cuando no á mayo­
res; les encontramos oponiéndose á nuestro paso, que­
riendo lo mismo que nosotros queremos y disputándonos
honores y riquezas, y lejos de considerarlos como más
perfectos, no podemos menos de advertir las repugnan-
EL, CATOLICISMO 277

N U E STR A S COSTUMBRES
276 luta, apartamiento de las agitaciones que proporciona la
tes contradicciones en que caen como consecuencia de lucha por la vida, ausencia de los disgustos y sinsabo­
las leyes antinaturales y antisociales á que pretenden res que ocasiona la familia; en suma, todo un programa
ajustarse. Yo apelo á todos los hombres de experiencia y de costumbres que aceptaría el hombre filósofo que an­
sinceridad para que me digan si por el mero hecho de helase gozar de la única felicidad que se puede gozar en
vestir un hábito religioso, el hombre cambia de instintos, la vida: el reposo y la calma absoluta.
si adquiere por eso otra pasta distinta de la de que esta­ Nadie que haya pasado de los cuarenta años y tenga
mos formados los demás, si no les vemos animados pol­ una mediana inteligencia, que haya comprendido los
las mismas pasiones que nosotros, si no se pintan en sus trabajos que la vida nos tiene reservados, que haya
rostros la ira, la cólera, la envidia, el interés, la avari­ apurado hasta las heces la amarga copa colocada por el
cia, el egoísmo; si no usan de nuestros mismos procedi­ destino en nuestra mano, que haya luchado con la socie­
mientos en la vida; si no compran, si no venden, si no dad por alcanzar en ella un puesto honroso, que haya
pleitean, tratando de arrancar á otros, con la misma co­ ennoblecido su inteligencia con el estudio y su alma con
dicia que cualquiera, los bienes terrenales. el dolor, puede tener por superior á él á un fraile por el
Y quiero que me digan, en cambio, si esos hombres solo hecho de vestir capucha y embrutecerse en el há­
que blasonan de haber adoptado una vida más perfecta, bito de una vida mecánica, monótona y completamente
no han abjurado de sentimientos que son tenidos por to­ vacía.
dos los hombres como lo único que ennoblece la natura­ La vocación religiosa se presenta por lo común en la
leza humana positivamente, si no han renunciado al gente del pueblo. Se les hace más asequible que ninguna
amor de padre, al amor de la familia, al sacrificio y la otra profesión, y comparando las ventajas que pueden
abnegación que ella engendra, muy . distintas del frío alcanzar ingresando en la clase sacerdotal, redimién­
cumplimiento del deber, que es como únicamente ellos dose del servicio militar y adquiriendo aptitud para lle­
pueden concebir el desinterés con que deben atender á gar á elevadísimos puestos sociales, no es de extrañai
sus semejantes. Todo cuanto ennoblece la vida, hermo­ que cualquier destripa-terrones opte por haceise íepie-
seándola, les es desconocido; el amor cantado por los sentante de Dios entre los hombres. El mayor contin­
poetas es para ellos una pasión criminosa, el esparci­ gente para los conventos le proporcionan los villorrios
miento y la diversión, que son ley fisiológica en todo el y aldeas. En las demás clases sociales son casos verda­
linaje humano, son vituperados y menospreciados por deramente excepcionales, los que dejan las afecciones
ellos; el aislamiento es mérito; la holganza, la negación de la familia por irse á encerrar e:i un claustro, y aún
á participar en la inmensa labor social, virtud: y el huir en estos casos, son raros los que adoptan tal decisión
del trato humano y de la especie como enemiga de su espontáneamente; rara vez se trata de una verdadera
salvación y de su bien, fin constante y decidido. vocación religiosa, sino que la causa más frecuente haj
Aun así, todo esto sería un inocente extravío de unos que buscarla en uno de esos transcendentales conflictos,
pocos, si no tuviese un reverso completamente contra­ á consecuencia de los cuales nos vemos obligados á apar­
dictorio que le da carácter de abominable farsa. Porque, tarnos por completo de la sociedad; un desengaño terri-
en efecto, la vida conventual no viene á ser otra cosa bie, por el cual se nos hace aborrecible el mundo, y
que el egoísmo reglamentado: comidas frugales (algunas amamos la soledad, el retiro, el olvido de las personas.
veces), paseos á horas determinadas, tranquilidad abso-
L‘ö N U E S TR A S COSTUMBRES
fcL CATOLICISMO 270
y de las cosas, haciendo renuncia absoluta de todos
nuestros derechos en el mundo. el cura será el señor, la iglesia el mejor edificio, y por
ende, ios jóvenes abrazarán con frecuencia el estado
Sobre todo, en la mujer, es frecuente esta solución
religioso. Que se haga una estadística del contingente
para los grandes conflictos pasionales. Es un recurso que
que dan esos humildes lugares á los conventos y semi- '
se le ofrece después de acaecida su deshonra, y el único
narios, y se compare con el que éstos obtienen de las
medio que le queda para poder mirar frente á frente á
grandes ciudades, y se verá que es necesario ir en di­
la sociedad, y lo extraño es que no le aproveche más
rección contraria á la civilización para encontrar hom­
á menudo, siendo esta una prueba de la repugnancia que
bres convencidos de la moral católica y de las predica­
inspira ese estado. De suerte que en la generalidad de
los casos, lo que lleva á esas personas á abrazar el es­ ciones sacerdotales.
Creo que debe concederse á los habitantes de las
tado religioso, renunciando â las dichas del mundo, es
capitales una inteligencia un poco más cultivada que la
el convencimiento de que ya no pueden gozar tales di­
de esos inocentes lugareños, y para nada entra en las
chas, sea por haber perdido la estimación de las gentes,
ideas de un padre de nuestra cdase, hay que confesarlo,
sea por haber sufrido una especie de muerte moral que
el dedicar á sus hijos á frailes y á monjas, y, sin em ­
les incapacita para la felicidad, arrebatándonos la fe,
bargo, así debiera ser de estar convencidos de las doc­
la confianza y la alegría. De todos modos, en ambos
trinas que dicen profesar. Indudablemente, si creyeran
casos, bien poco mérito tiene nuestra renuncia, puesto
á pies juntillas que el estado religioso había de asegurar
que consideramos perdido aquello mismo á que renun­
á sus hijos en la otra vida eterna bienaventuranza, el
ciamos .
amor paternal les empujaría á hacer el sacrificio de su
Las causas apuntadas más arriba prueban que aun
separación, porque el amor paternal à mayores sacrifi­
en los casos en que la vocación religiosa parece espon­
cios vemos que se dispone todos los días, y, sin embargo,
tánea y verdadera, está determinada por móviles cir­
¿no son coutadisimos ios padres que imponen á sus hijos
cunstanciales, como son: la pobreza, la exención del
ni ven con gusto semejante resolución? Y aún de éstos,
servicio militar, etc., etc. Antiguo y manoseado es ese
¿qué piensa la sociedad? ¿No son víctimas en algunos
asunto de novela que representa un pobre joven paisano
casos de juicios temerarios?
hecho cura sin darse cuenta, y cediendo á presiones más
Y ¿por qué esta repugnancia hacia esta clase de
ó menos poderosas, que al cabo de algún tiempo empieza
vida? Porque, más ó menos latente, está en todos los
á sentir la pasión del amor y á lamentar su destino, con­
hombres la idea deque la vida conventual, con sus rigo­
virtiéndose en un mártir ó en un hipócrita; pero por
rismos y disciplina, es opuesta á la naturaleza humana,
manoseado que esté, nunca dejará de ser de actualidad.
y en consonancia con esta idea proceden, entregándose-
Es indudable, sin embargo, que la poca sinceridad
á la satisfacción de sus naturales inclinaciones y al cum­
i eligiosa de un país hemos de buscarla por esos lugares,
plimiento de sus fines, satisfacción y cumplimiento que
en las aldeas, en los pueblos pequeños y apartados de
son el origen de las alegrías y dolores de la vida, trama
toda relación con la Metrópoli, donde las gentes viven
de nuestra existencia, de suerte que el ascetismo, ne­
con cincuenta años de retraso, donde no llegan apenas
gando la legitimidad de esas alegrías y dolores, y tra­
las vías de comunicación; allí todos los vecinos irán á
tando de desterrar del alma todo deseo y toda pasión,
misa, y el que no lo haga será tenido por malvado; allí
niega y trata de destruir la naturaleza humana.
280 N U E STR AS COSTUMBRES E L C ATO LICISM O 281

¿Por qué considerar el estado de virginidad y de ce­ »en desgraciado y ridículo, en el cual es ya casi imposi-
libato como superior al estado de matrimonio? ¿Cómo »ble vivir sin ser un bribón ó un tonto.
creer que es mejor un estado que, si se generalizase, des­ »Cetros de hierro, leyes insensatas, á vosotros os re-
truiría el linaje humano? Si para defender ó imponer el »prochamos no haber podido cumplir nuestros deberes
celibato se invocasen razones económicas ó de otra cual­ »sobre la tierra, y por vosotros es por quien se revela la
quiera índole, cabría atenderlas y examinarlas; pero su­ »naturaleza contra vuestra barbarie. ¿Cómo os atrevéis
poner que Dios prefiere á los que guardan castidad per­ »á echarnos en cara la miseria á que nos habéis re-
petua, es la mayor de las sinrazones, porque no es »ducido?»
posible creer que estime como preferente una virtud que Sí, sacerdotes, vanos son vuestros esfuerzos. Predi­
tiende á destruir su propia obra. cáis la esterilidad, la negación de vosotros mismos, el
Todos sabemos lo egoísta que, por lo general, hace el aislamiento, la mortificación constante, una mortifica­
estado de soltería á los hombres, quitándoles esa flexibi­ ción infecunda fundada en un sentimiento egoísta: la idea
lidad de afectos, esa tendencia á la abnegación, ese des­ absurda de la salvación por tales medios. No triunfaréis
prendimiento, ese desinterés, ese hábito de orden, ese nunca de la humanidad con tales doctrinas, no cambia­
amor al trabajo que caracteriza á las personas que tie­ réis nunca las leyes naturales, las leyes verdaderamente
nen familia. impuestas por Dios, la ley del amor y de la fecundidad
Y para añadir á lo que llevamos dicho la autoridad que, pese á vosotros, es á lo que tiende la humanidad ci­
de un grande hombre, reproduzcamos las siguientes pa­ vilizada, en cuya marcha os atravesáis, cerrándola el
labras de Rousseau: paso con la enseña de la cruz en la mano y la pasión de
«L a continencia y la pureza tienen ventajas hasta las tinieblas en el alma.
»para la misma procreación; siempre es hermoso saberse
»mandar á si mismo, y en este sentido, el estado de v ir­
aginidad es digno de estimación; pero no se sigue de
»aquí que sea bueno, ni bello, ni loable, permanecer en
»él toda la vida, ofendiendo á la naturaleza y enga-
»fiando al destino. Se respeta más á una virgen que á
»una mujer, pero se respeta más también á una madre
»de familia que á una solterona, y esto me parece muy
»sensato. Como no nos casamos al nacer, y tampoco es
»muy conveniente casarse muy joven, la virginidad que
»todos hemos tenido que pasar y honrar, tiene su nece-
»sidad, su precio y su gloria; pero es para cuando ilega
»el momento de depositarla en el matrimonio. ¿Qué di-
»cen estúpidamente los cébiles predicando contra el
»nudo conyugal? ¿Por qué no se casan? ¡Ah! ¿Por qué?
»Porque un estado tan santo y tan dulce en sí mismo, ha
»venido por nuestras necias instituciones á convertirse
E L C A T O L IC IS M O 283

casi único sitio que se le pinta como honesto: la Iglesia?


¿Qué de extraño tiene que, acostumbrada á no ver más
que las cuatro paredes de su habitación (generalmente
en la vida burguesa)', se vea atraída por el aspecto tea­
tral y pomposo del templo, por las luces, por los dora­
dos, por las palabras del sacerdote, por el perfume del
CAPÍTULO y incienso, por el encanto de la música? Todo allí acaricia
su sensibilidad, y ésta es la que allí le conduce, enga­
ñándola y haciéndola creer que es devoción y espíritu
religioso. Una vez allí, el sacerdote, desde el pùlpito,
trata de llegar hasta su corazón por los medios más in­
Lo que perpetua el culto católico.
sinuantes de la oratoria y se sienten entregadas á la poe­
Las encargadas principalmente de perpetuar las ce- sía del sentimiento, que es en ellas una voluptuosidad
íemonias del culto católico, manteniendo al hombre en que les hace derramar lágrimas. No se dirigen los sa­
la práctica religiosa, son las mujeres. Por lo general, en cerdotes que predican sermones á la razón, ni combaten
la familia, la mujer es quien exhorta al marido á ir á la con la lógica, sino al corazón, por medio de la retórica;
iglesia y á frecuentar los sacramentos; éste cede con de aquí la necesidad en los discursos sagrados, más que
nic’i^ ó menos repugnancia, unas veces por conservar la en los demás, de ese aparato de imágenes, símbolos y
paz en su casa y otras porque hay en algunos la cándida metáforas, equipaje obligado de todo el que sube al pùl­
creencia de que mientras la mujer le hable de novenas pito. Rara vez se oirá de labios de un predicador el len­
y misas, no se apartará del camino recto, conside­ guaje de la razón liso y llano. Esa aridez de la dialéc­
rando la Religión como un preservativo contra ciertas tica, propia de las obras de escuela, no es pertinente allí,
faltas. pues sobre no ser del gusto ni estar al alcance del públi­
Lo que contribuye especialmente á que la mujer ma­ co, tiene uno de los más graves peligros de que se debe
nifieste más decidida afición á las cosas de la Iglesia es, preservarla Iglesia: acostumbra á las gentes á pensar.
en primer lugar, que como consecuencia de su más es­ Excítase, pues, constantemente el sentimiento de las
casa ilustración, mantienen, es cierto, un poco más viva mujeres con la descripción poética de todos los cuadros
la fe religiosa; pero, sobre todo, su género de vida. La más interesantes que presenta la historia religiosa. La
mujei e»tá apartada de la vida activa de los negocios y Pasión de Cristo, los dolorosos trances de la Virgen Mg-
del trabajo, y su existencia transcurre en una forzada ría, sirven á los predicadores para conmover las fibras
ociosidad, sobre todo mental, que la lleve á buscar algo de la maternidad, parte la más viva y sensible de las
que llene el vacío de su vida. ¿Qué de extraño tiene que, mujeres, y dispuesta siempre á responder á la menor ex­
exhausta de toda ocupación, en cuanto concluya las de citación. Dan pasto á su mente embotada por las prác­
su casa, abandonada de su marido,que todo el díalo pasa ticas mecánicas de la vida, y así se explica que per­
ausente ganando el sustento de la familia, ávida de vida manezcan gustosas horas y horas en la iglesia, y que
de relación, deseosa de renovar sus impresiones monó­ venga á constituir esto en ellas un hábito.
tonamente uniformes y repetidas, se encamine al único ó Procuran sabiamente los sacerdotes que la mujer
284 N U E S TR A S COSTUMBRES 285
E L C ATO LICISM O

sienta lo bello de la religión y no su austeridad y disci­ V á escondidas del gran Dios, de quien esperan indulgen­
plina, por lo que, á diferencia de otras religiones en que cia para aquellos pecadillos y para otros mucho más
el culto es más rigoroso, pueden las señoras estar sen­ gordos, según les aseguran continuamente los labios de
tadas en la iglesia todo el tiempo que quieran, para lo
los sacerdotes.
cual se fabrican lindos y cómodos reclinatorios; constan­ La vanidad es uno de los sustentáculos que tiene la
temente arde incienso ante el ara, el cual figura ser para Religión en el corazón humano, demostrándose con esto
Dios, y es para las criaturas en realidad; se exige el que el Catolicismo, comprendiendo que tiene que vivir
concurso de la música, hay órgano y además se insta­ de los hombres, vive de sus defectos, porque éstos dan
lan orquestas, y, en fin, se procura convertir el culto á
más provecho que sus virtudes.
Dios en un espectáculo agradable y sensual, acomodán­ La práctica del culto nos hace aparecer como mejo­
dole de este modo al género de vida de las grandes ca­ res á los ojos del vulgo, y esto, al fin y al cabo, siempre
pitales. es un orgullo de que echan mano los que no pueden te­
El templo para las mujeres es además un lugar de ner otro. Así, por lo tanto, la mujer, cuando se va con­
exhibición, un pretexto para salir de casa; ponerse un venciendo de su inferioridad con relación al hombre y de
tocado especial, con el cual muchas están más hermo­ su dependencia de él, gusta de oir de los labios de una
sas; lucir lujosos devocionarios, guantes, medallas, ro­ persona revestida del prestigio y autoridad que propor­
sarios, que á veces son verdaderas joyas, con las que ciona el sacerdocio diatribas contra los hombres que se
satisfacen su pasión por el lujo. Todas las ceremonias sir­ apartan del seno de la Iglesia, gustan de íecibir la deli­
ven para poner de manifiesto sus gracias, eterna ocupa­ cada misión de traerlos al redil, como á descarriadas
ción suya; ya en el modo de arrodillarse, ya en la manera ovejas, y en suma, les proporciona un arma de resisten­
de manejat el reclinatorio, bien en los mil gestos de de­ cia contra ellos. Esto en lo que se refiere á las relaciones
voción, con los que puede encantar á los circunstantes con el sexo fuerte; que en lo que se refiere á otros órde­
una mujer distinguida. Allí están ellas en su casa; son las nes de consideraciones, también es la devoción un re­
protagonistas. Vedlas con qué soltura y familiaridad an­ curso muy socorrido. En muchos casos la mujer echa
dan de un ladQ á otro. Aquel caballero de osada expre­ mano de la devoción como de una pantalla para encu­
sión y resuelto ademán, no se atreve á pasar de los pies brir sus verdaderas inclinaciones; es indudable que, aun­
de la iglesias; ellas avanzan hasta el presbiterio, revuel­ que está muy desacreditado el procedimiento, á la que se
ven las sillas, lo husmean todo, lo preguntan todo, rega­ la ve frecuentar la iglesia, se la cree buena, y á la que no
ñan con el sacristán, hablan con el sacerdote. Cogen una lo hace, es tan equivocada la opinión de los hombres, que
silla, y si no la encuentran, se la reclaman al encargado se sospecha de ella. Pues bien: de esta pantalla se sil ven
de este humilde oficio, que después se convierte en cobra­ muchas para ocultar su verdadera vida y sus faltas; de
dor del precio del alquiler. El ruido de las monedas al lo que se deduce que la mujer buena tiene que imitar á
caer en la hucha turba sólo el santo silencio de aquel lu­ aquélla, so pena de quedar perjudicada en el concepto
gar. A la salida y á la entrada detienen al padre Fulanito público. Muchos caracteres francos y altaneros, nada
ó Menganito. Cruzan con él saludos y cumplidos en voz convencidos de la farsa eclesiástica, he visto yo que
baja, chanzonetas y risitas; el trato femenino, en fin, aceptan la impuesta necesidad de fingir en este punto,
continuado entre los pilares de los templos, en presencia como se dice vulgarmente, por no chocar.
E L CATOLICISMO 287
286 N U E STR AS COSTUMBRES
acuse de sordidez ó se dude de nuestro afecto hacia la
Gomo iba diciendo, el orgullo, mejor dicho, la vani­
persona muerta, á la que nos complacemos en tributar
dad, es una pasión por la cual podemos explotar á nues­
esta última muestra de nuestro cariño. El sentimiento
tros semejantes, y esto hace el sacerdocio con las muje­
que nos mueve á mandar hacer funerales y decir misas
res, inscribiendo en los carteles de las novenas los nom­
á un muerto es el mismo que nos hace desear para él
bres de las devotas que contribuyen al esplendor de sus
un féretro de lujosa apariencia ó un carro tirado por seis
fiestas con algún donativo. Yo aseguro á mis lectores
caballos en vez de dos; un lujo, en suma, que queremos
con toda la sinceridad de mi alma que es mayor en ellas
tributar á la persona querida que se separa de nosotros
la vanidad que experimentan viendo su nombre inscrito
para siempre, una deuda con su memoria, la fastuosidad
en dichos carteles con la cantidad con que contribuyen
que requiere la manifestación de un gran dolor; pero
anotada á continuación, que el alivio que experimentan
nada que tenga relación con la otra vida; en manera al­
en su temor al infierno por las indulgencias que con su
guna suponemos que su futura existencia ultraterrena!
ofrenda puedan alcanzar. En los pueblos existen lápidas
esté ligada ni tenga relación de ninguna clase con la
conmemorativas, panteones erigidos por la iglesia á
factura que nos pueda mandar el párroco por los gastos
personas ricas que dejaron sus bienes al clero. Modos de
de decorado de la iglesia, del consumo de cera y de
inmortalizarse como otros cualesquiera. Afán de vivir
los esfuerzos de los pulmones de todos los demás sacer­
en la posteridad. Deseo de gloria de aquellos que todo
dotes.
lo han alcanzado en la vida menos eso.
Tolérase, por lo tanto, y nada más, la religión, en
El lujo es también una de las pasiones humanas que
éste como en otros puntos, pues es imposible que los
más provecho da á la respetable clase sacerdotal. Los
hombres ilustrados de una nación puedan admitir de
funerales, esas ceremonias que nos asemejan por más
buena fe tan groseros errores. Lo que hacen sencilla­
de un concepto á los pueblos salvajes, encuentran su
mente es no oponerse á la corriente general, compren­
sostenimiento en el rango de las familias y en sus cos­
diendo las consecuencias de una abierta y franca rebe­
tumbres de ostentación y fatuidad. Hemos llegado á
lión, que vendría á aumentar los trabajos y sinsabores
creer que les debemos esta ceremonia á nuestros muer­
de que ya está sembrada la existencia.
tos, y el no tributarla nos parecería notoria mezquindad.
En cuanto al pueblo, y usamos ahora de esta pala­
En este punto, afortunadamente, está bastante exten­
bra en su aceptación más lata, atesora en su seno mu­
dida la convicción de que es absurdo suponer que el alma
cha paciencia y está en su manera de considerar la
de una persona está en el otro mundo vacilante entre su
vida muy tocado de positivismo á lo Sancho, y prefiere
salvación y su condenación á merced de que á nosotros
vivir sometido y esclavizado con tal que le dejen satis­
se nos antoje gastarnos unos cuantos duros en misas ó
facer con tranquilidad sus funciones animales. Por eso
funerales. Afortunadamente, repito, aun á los verdade­
aguanta tanto antes de rebelarse. En el fondo tiene este
ros creyentes se les resiste este grosero concepto de la
sentimiento mucho de pesimismo; acusa en la generali­
justicia de Dios, y, sin embargo, á pesar de ello, casi
dad de los hombres una idea pesimista de la vida, á la
todos, cuando se nos ofrece esta triste ocasión, no esca­
cual consideran como una carga de dolores de que hay
timamos gasto alguno en proporción con nuestra fortuna
que ir segregando los menos precisos, los menos inevi­
y compramos esas preces, que para nosotros pierden todo
tables, y creen que todo esfuerzo generoso en este sen­
su valor al ser compradas, ante el temor de que se nos
N U E STR A S COSTUMBRES E L CATO LICISM O 289
288

tido debe traer como consecuencia gran copia de des­ la farsa social que continuamente se desarrolla delante
engaños y el fracaso más completo. de nuestros ojos, y que sería tolerable y divertida si de­
E l que se mete á redentor saldrá crucificado, es expre­ bajo de ella no palpitase la gran tragedia de nuestros
sión muy repetida y que sintetiza de muy gráfica manera dolores disfrazados. Produciría risa, si no produjera tris­
la hostilidad sistemática con que las gentes acogen toda teza esta obligación de mentir y dejar mentir que nos
innovación, aunque esté fundada en las más obvias 5 impone el trato humano en naciendo, esa complicidad
claras razones. Nadie se meta á Quijote, es otra máxima en que todos estamos envueltos de disimular nuestras
vulgar que revela esa frialdad y desaliento, esa convic­ malas pasiones en vez de desterrarlas de nuestra alma,
ción de todos de que el que quiere renovarla sociedad, á la que, como única medicina, aplicamos los polvos y
llevado de un impulso noble y generoso, no encontrará afeites que se dan las mulatas para parecer menos ne­
sino resistencia y vituperio; de que todos clamaran con­ gras.
tra él por poner mano en el sagrado de sus creencias,
aunque el tal sagrado sea un depósito de ridiculeces ab­
surdas y abominables farsas.
Nuestros padres nos repetirán de continuo esa má­
xima, producto de la experiencia, que no siempre da
frutos sanos.
El pueblo ha consagrado en uno de sus refranes, en
aquel que dice «Donde fueres,, haz lo que vieres», esa
cautelosa prudencia que se necesita para vivir en el
mundo, donde no hay que asombrarse de nada que pa­
rezca ridículo ó absurdo, sino limitarse á ver y á imitar
las costumbres, porque lo peor que podemos hacer es
oponernos á las rutinas y echarle á la humanidad en
cara su estulticia
Por todo esto, el público transige con los sacerdotes,
así como los sacerdotes, en cierto modo, tiansigen con
la deficiencia humana desde que comprendieron que ésta
les había de dar mucho provecho. Da risa oir en los pul­
pitos á esos hombres representar la comedia religiosa,
aconsejar á los fieles que prescindan de los lespetos hu­
manos para luego vivir de esos mismos respetos y de
esas vanidades; verles fingiendo la más santa indigna­
ción, accionando y haciendo gestos contra los pecado­
res, y luego bajar y estrecharles las manos con sonrisa
cortés y aduladora; asombra esto, mejor dicho, asom­
braría si no lo viésemos á diario, si no formase parte de
19
el c a t o l ic is m o 291

Elocuentísimas palabras que ponen de manifiesto la


absurda manera de argumentar de algunos.
El fundamento de la moral está, y no puede menos
de estar, en el hombre mismo, en su corazón, porque no
necesita ninguna revelación del cielo para saber lo que
es malo y lo que es bueno, para compadecerse del des­
graciado que padece,>para amar á los séres que le ro­
dean, para sentir la idea de la justicia y para que le re­
pugne y proteste de lo injusto. Son todos estos senti­
mientos instintivos en el hombre sano, y se desarrollan
con el espectáculo de la vida y con el ejercicio cotidiano
La moral católica. de nuestros afectos convenientemente vigilados y dirigi­
dos. Suponer que para que broten en él hace falta fingir
Personas que se tienen por sensatas sustentan, cuando descomunales fábulas á que sólo pueden dar crédito sin­
se discute sobre estos asuntos, una opinión extraña que, cero los locos ó los niños, es falsear y calumniar al
por su misma extrañeza, merece consignarse. Creen mismo tiempo la naturaleza humana.
muchos que la religión es un conjunto de fábulas indig­ De aquí que establezca Rousseau y los modernos pe­
nas del crédito de las gentes cultivadas, pero que debe dagogos el fundamento de su plan educativo sobre la
por todos los medios conservarse su prestigio entre la idea de que el hombre es naturalmente bueno, contraria
masa del pueblo, porque sirve de freno á las pasiones por completo á la teoría religiosa, de que el hombre trae
de los hombres. Estas personas suponen que en el mo­ al nacer el pecado original, el germen del mal, la pro­
mento en que todo el mundo se convenciese de que el pensión al crimen y á las malas pasiones.
misterio de la Trinidad es un absurdo y el de la Encar­ Por esto los sacerdotes desdeñan todo otro elemento
nación otro, se desatarían los instintos salvajes, no educativo que no sea el religioso, basado en el temor al
habría concierto en los Estados y nos mataríamos los castigo en la otra vida, en el terror á las penas del in­
unos á los otros. Para evitar esto, piensan que se debe fierno, sistema que, aun fundándose en base tan delez­
tener engañados á los hombres para que de este modo nable y ocasionada á perecer, sería tolerable si su moral,
sean buenos. tal como ellos la entienden, fuese la mejor. Suponen que
Ya este error debía estar generalizado en tiempo de todas las cuestiones de la moral se encierran y están
Cicerón, pues encuentro en un libro suyo las siguientes contenidas en los sencillos preceptos de la Ley de Dios,
palabras: «Y los que dijeren que toda esta opinión acerca código propio de un pueblo primitivo, pero insuficiente
»de los dioses inmortales ha sido fingida por hombres para resolver los mil problemas que encierra la vida
»sabios por causa de la república, para que á los que la moderna, donde cualquier pelagatos puede aumentar de
»razón no pudiese, la religión les llevase al deber, ¿no su cosecha su sencillo articulado. Se jactan de poseer la
»descuajaron de raíz toda religión?... ¿Creéis que los ciencia de hacer á los hombres buenos, como si esa no
»hombres mismos, á menos de ser imbéciles, no pueden fuese la ciencia de las ciencias, y creen que el secreto
»ser benéficos y humanos?» consiste en obligar á todos á que confiesen y comulguen
HNNNh HMHHm ìs S

E l, CATO LICISM O 293


292 NUESTRAS COSTUMBRES
¿Por ventura, ha prosperado ni puede prosperar el
y vayan á misa. Si así fuera, ¡qué fácil sería convertir á
principio de que cuando recibamos una bofetada pon­
los hombres en séres perfectos, y cuántas viejas gruño­
gamos la otra mejilla? Y no ha prosperado ni prosperará,
nas de las que se arrastran en las iglesias tendrían alma
no porque la maldad humana nos impida llegar á ese
de ángel!
¡Quisiera yo saber las lágrimas que han evitado á la ideal de perfección, sino porque no es ni puede ser ése
el ideal humano; porque de ser así, no organizaríamos á
humanidad los Sacramentos, y si, por el contrario, no
la sociedad para la mútua defensa de sus individuos, no
han hecho brotar muchas el fanatismo, la intransigencia
tendríamos policía ni ejércitos. Consideramos, y es ra­
y la misma práctica de la moral religiosa! Esta es en
muchísimos casos impracticable, dadas nuestras cos­ zonable que así lo consideremos, la defensa propia, el
derecho á repeler cualquier agresión, como un derecho
tumbres, y los mismos sacerdotes aconsejan otra moral
inalienable, y como tal le damos asiento en nuestros Có­
distinta en el confesonario.
Sirva de ejemplo la relación de un caso bastante digos. Hace mucho tiempo que el martirio ha dejado de
ser el ideal de los pueblos. No hay que olvidar que la
común.
Un joven de diez y ocho años deshonró á una mujer venganza es la madre de la justicia.
Del mismo modo, cuando el catolicismo exige esa
de inferior clase social á la suya. Atormentado por los re­
mordimientos que la moral religiosa le infundiera, cayó ciega obediencia á la voluntad del superior, que viene á
á los pies de un sacerdote, para que le diese consejo, sustituir en la disciplina eclesiástica á la del subordina­
y confiado en que éste le ordenaría contraer matrimonio do; esa obediencia jesuítica que borra nuestra personali­
con la pobre muchacha, hacia quien le impulsaba grande dad y nos convierte en instrumento ajeno, procede in­
amor. El confesor, cuando acabó de oir hablar al joven, moralmente, porque el hombre no debe deponer de ese
le dijo que olvidase á su novia, de quien le separaba una modo la responsabilidad de sus actos. Hasta la obedien­
gran distancia social, y que renunciase á la idea de ha­ cia á nuestros superiores ha de ser razonada, porque (al
cerla su esposa. fin hombres) pueden proponernos cosas que no debamos
He aquí un consejo que debieron agradecer mucho ejecutar.
los padres del muchacho, pero que faltaba descarada­ La obediencia nunca debe ser absoluta. Así como la
mente al precepto religioso y á la ley canónica. Sin libertad no es un bien por sí misma, sino una condición
duda, su consejo fué prudente, desde el punto de vista para conseguir el bien, de idéntico modo la obediencia
humano, pues evitó un enlace que tal vez hubiera hecho no es una virtud por sí sola, aunque por tal la tenga la.
la infelicidad de ambos; pero, indudablemente, no fué Iglesia, sino que es una condición para ser virtuoso,
con arreglo á las leyes de la Iglesia. obedeciendo á las rectas iniciativas. Y si la Iglesia se
Como éste, ¿cuántos casos no habrá habido, en que apresuró á predicar que la libertad no es un bien, sino
se ponga de manifiesto lo imprudente que sería aplicar un medio para realizar el bien, ¿por qué no hizo lo mismo
estrictamente, no ya la moral del Evangelio, de impo­ con la obediencia? Esto podríamos calificarlo de incon­
sible adaptación al mundo en que vivimos, como obra secuencia si no fuera lógico que la tiranía predicase la
al fin de un soñador y no de un político, sino la moral sumisión. ¿Cuándo se ha permitido á ios esclavos que
católica estudiada y adaptada por espacio de muchos discutan las órdenes de sus dueños?
En realidad, la obediencia se opone á la realización,
siglos á las sociedades?
294 NUESTRAS COSTUMBRES E L CATOLICISMO 295
del bien, porque éste necesita de una voluntad libre y de disimulando', interpretación que se ha caricaturizado en
actos espontáneos, condición de toda acción para po­ aquel cuento de cierto fraile que á la puerta de su con­
derse llamar moral; y la voluntad, mientras no está vento vió pasar á un hombre perseguido por la justicia,
exenta de toda imposición, no es libre. De aquí que si la y para dejar á salvo su conciencia y proteger la fuga
docilidad y obediencia pueden ser cualidades muy reco­ del criminal, contestó cuando le interrogaron sobre si
mendables en los niños, cuya inteligencia, no desarro­ había visto al prófugo: — Por aquí no ha pasado;— y se­
llada por completo, hay que suplir, debe rechazarse ñalaba disimuladamente á la manga de su hábito.
en absoluto en los hombres si hemos de pedirles la res­ De este modo es protegido el espíritu de fraude pol­
ponsabilidad de sus actos; por consiguiente, son ab­ la moral católica, que con sus casuísticas máximas cas­
surdos, irracionales y hasta inmorales los votos de obe­ tiga los pecados leves y deja impunes los graves.
diencia perpetua que quitan la libertad al individuo, No hago estas consideraciones para apartar á los
convirtiéndole en un simple instrumento de la voluntad hombres de semejantes errores; sé que ya se apartan de
ajena. ellos; pero pongo de manifiesto el desacuerdo de sus
Los preceptos de la moral católica, aplicados al pie actos con las doctrinas que admiten y respetan.
de la letra, son tan impracticables como ridículos. Hay La mentira no es por sí un acto bueno ni malo, sino
mandatos en la Doctrina Cristiana que, si á cualquier que es un acto indiferente.
hombre de mediana experiencia se le preguntase poi­ Por ejemplo: si yo voy por un camino y me encuen­
qué no los pone en práctica, se reiría de nosotros, tenién­ tro á otro hombre, á quien se le antoja engañarme di-
donos por niños. ciéndome que poco antes ha encontrado dos mujeres
La mentira es otro de los pecados más graves para hermosísimas ó un palacio todo hecho de mármoles, y
la Iglesia. En nuestras confesiones de niño, todos hemos bronces, y metales preciosos, indudablemente mentirá
declarado con enorme rubor alguna mentirilla inocente, como un bellaco; pero como su mentira no perjudica á
que nos hacían tener por gravísima falta. Es de suponer nadie, no es un acto inmoral; mientras que si yo le pre­
que muchos de los que se acercan al confesonario se gunto para decidirme á seguir adelante si está seguro el
entretengan en el examen de estas fruslerías, aunque no camino, y él me contesta que si, sabiendo que á la pri­
sea más que por no abordar otros asuntos más espi­ mer revuelta están emboscados unos bandidos para ase­
nosos. sinarme y robarme, aquel hombre, no sólo demostrará
¿Quién no ha mentido en su vida? Y ¿qué hombre de su perversión, sino que será verdaderamente cómplice
mediano criterio será el que se acuse sinceramente de en el delito que los otros van á cometer.
ciertas mentiras? ¿Quién no sabe que muchas veces, de Así, pues, no es que el fin justifique los medios, y la
una mentira dicha á tiempo, dependen la alegría, la mentira, siendo siempre mala, se permita algunas veces
tranquilidad y hasta la honra de ciertas personas? ¿Quién en atención al provecho que pueda reportar, sino que la
Se va á acusar á un sacerdote de haber engañado á un mentira no es por sí misma acto malo ni bueno.
enfermo para ocultarle la gravedad de su dolencia? Y, Platón, en su República, pone en boca de Sócrates lo
sin embargo, dice la Doctrina Cristiana que en ningún siguiente: «¿Definiríamos bien la justicia (1) haciéndola
caso, ni aun con fin bueno, se puede mentir, estableciendo
luego con hipócrita salvedad que puede callarse la verdad ( 1 ) La moral.
296 NUESTRAS COSTUMBRES EL CATOLICISMO

»consistir simplemente en decir la verdad y en restituir duce y que les hace creerse elegidos por Dios entre las
»á cada uno lo que de él se ha recibido? ¿Ó el hacer esto demás criaturas.
»sería más bien á veces justo y á veces injusto?» En este punto, toda la Religión es una adulación cons­
Lo que nos lleva á despreciar al embustero no es que tante que va ciñendo suavemente al católico hasta en­
le creamos inmoral, sino que le creemos imbécil. lazarle. El pecador, cuando piensa dejar de serlo, anhela
De creer la moral católica, hay que considerar la ig­ mirar con desprecio á sus semejantes. En ese camino de
norancia como una virtud; en primer lugar, porque no la perfección no comprende que lo único que se perfec­
nos dicen que para ganar el cielo sea necesaria mucha ciona y crece es su soberbia. X medida que va siendo
sabiduría, puesto que á todos, sabios é ignorantes, se mayor su humildad ante Dios, va siendo también mayor
dará cabida en él, donde se codeará un aguador con su orgullo para con las criaturas. Interpelad á una de
un académico de ciencias, y también porque en muchas esas beatas que salen por la tarde de los templos ati­
ocasiones la lectura de ciertas materias y autores, y so­ borradas de oraciones, decidla que está perdiendo el
bre todo, de muchas teorías científicas, es condenada tiempo miserablemente, que le podría utilizar mejor
por la Iglesia, que, en materia de descubrimientos, se ha haciendo obras de caridad ó llevando la dicha á su fa­
visto en grave aprieto por contradecir éstos muchos de milia, y veréis cuál se yergue como serpiente y vomita
los dogmas venerados. En varias épocas el fanatismo sobre vosotros el veneno de su soberbia. El sacerdote
religioso ha llegado á quemar vivos á los apóstoles de la las acaricia al oído con promesas de felicidad eter­
verdad, á pesar de que luego la Iglesia ha tenido que na, las hace comprender que muy pocos se dedican á la
aceptar sus descubrimientos. obra de su propia salvación, que son seres elegidos que
«La historia de la ciencia, dice Draper, no es sola- descuellan entre las muchedumbres, y sin ellas mismas
»mente la historia de sus descubrimientos: es también la darse cuenta irán bebiendo el veneno y se volverán á
»del conflicto existente entre dos potencias contrarias: contemplar con secreta alegría la perversidad de los de­
»de una parte, la fuerza expansiva de la inteligencia hu- más. La soberbia es inseparable de ese supuesto estado
»mana; por otra, la compresión ejercida por la fe tradi- de perfección, por lo mismo que consiste en elevarse so­
»cional y por los intereses humanos.» bre el nivel común, en ser uno entre mil, en creer que
Pero hay más: esa humildad de los santos, ese des­ Dios, allá, en el empíreo, enajenado por nuestras bon­
precio por las comodidades y gusto por las mortificacio­ dades, se levanta de su trono celestial para abrirnos de
nes, esas virtudes ascéticas, no son en el fondo más que par en par las puertas de su divino palacio y sentarnos
orgullo disfrazado. Porque la humildad, considerada á su mano derecha.
como un medio de perfección, viene á ser uno de los mil Hé aquí cómo trastorna nuestra inteligencia la prosa
medios que la soberbia humana tiene para hacernos su­ de los devocionarios con el incienso de la adulación y de
periores á los que nos rodean. Las mismas mortificacio­ la lisonja. Ved con qué suavidad nos aparta de nuestro
nes, por un extravío de los sentidos (que no se presenta destino, nos petrifica en el egoísmo y remacha las pasio­
en este único casol, vienen á convertirse en una volup­ nes sobre las cuales quiere establecer su dominación.
tuosidad de los mismos, como se puede observar leyendo Y ya que hablamos de egoísmo, diremos que el ideal
la vida de algunos santos, porque entonces el dolor ma­ de la educación religiosa es opuesto á la solidaridad hu­
terial es menor que la satisfacción espiritual que se pro- mana. Tiende á arrebatar al hombre al trabajo social,
29« NUESTRAS COSTUMBRES EL CATOLICISMO 299
á Ja cooperación de la especie, apartándole á los con- sombrío calabozo de modo que parezca menos feo de lo
\ en tos y á las soledades donde pueda establecer una más que es, llenándole de confort y dando á entender con sus
directa comunicación con su Dios. La vida solitaria del actos, aunque no lo diga con los labios, que la muerte es
desici to ha tentado á los que se creían elegidos del cielo, el fin de todo.
,s allí, e'ntregados á un egoísmo espiritual, prescindían Lucha terrible, titánica, que viene sosteniéndose
de los demás hombres y renunciaban á tomar parte en desde hace muchos siglos, que ha perpetuado la guerra,
la obra colectiva y al bien que pudieran hacer al linaje que ha afligido á la humanidad, que ha llenado la tierra
humano, á la participación en el progreso, al trato y al de lamentos y que ha envilecido á la Iglesia por las ar­
socorro de los hombres. En efecto: esta conclusión es ló­ mas que ha usado para combatir: la hipocresía, la men­
gica dado el principio de que las demás criaturas nos es­ tira, el tormento, la intolerancia, el fanatismo, la guerra
tol ban para alcanzar la bienaventuranza con sus tenta­ á la civilización, calumniando de este modo los propósi­
ciones, con sus asechanzas, con sus ejemplos. La socie­ tos de Jesús, que sonó para los hombres el reinado de la
dad nos distrae de nuestro verdadero fin exigiéndonos la paz, de la caridad y de la concordia.
colaboración en el común esfuerzo hacia fines particula­
res y profanos. De aquí que la Iglesia considero como
más perfecta la vida monástica, desligada de toda clase
de afectos humanos, de las relaciones de familia, de
amistad, etc. Como bien se ve, opone el fin particular al
fin social. Y esta oposición es bien patente y tenemos
ocasión de observarla todos los días. La Iglesia siempre
tirando de un lado, la sociedad tirando de otro. La so­
ciedad considerando como buenos, fiestas, teatros, bailes
y diversiones; la Iglesia transigiendo con todo esto á du­
ras penas y considerando el tiempo invertido en ello
como tiempo perdido; la Iglesa pidiendo al católico ac­
tos de culto, frecuencia de sacramentos; la sociedad es­
quivando estas obligaciones como puede y cumpliendo
con lo estrictamente necesario para no ser tachada de
irreligiosa; la Religión pidiendo monjas y frailes con que
rellenar sus conventos; la sociedad dándole para ello á
los desesperados, á los vencidos en la lucha social, á los
caídos, á los deshonrados; la Religión pidiendo sombras,
penitencias, ayunos, mortificación; la sociedad pidiendo
luz, alegría, placeres; la una, colocando el fin del hom-
bi e en una esfera imaginaria de donde viene el único
rayo de esperanza á este valle de lágrimas llamado tie-
tra; la otra, con su sentido materialista, engalanando el
E L CATOLICISMO 301

bien en el mundo movido únicamente por esos dos moti­


vos, no podrá sostenerse mucho tiempo en la recta con­
ducta. El hombre verdaderamente moral lo es por ins­
tinto. La compasión, la piedad (1) le llevan á sentir el
mal del prójimo y á querer evitarle. No hay otra fuente
de moral, aunque se busque y se finja con artificios retó­
ricos y dialécticos.
CAPÍTULO VII Además, aun los que creen que su conciencia está
siempre vigilada por la mirada divina, encuentian ar­
gucias y razones apropiadas para excusar sus actos y
darles una interpretación moral. Dona Perfecta encuen­
Virtud educativ a. tra muy razonable asesinar al librepensador de su so­
brino, creyendo prestar un servicio á Dios. En geneial,
Se habla de la virtud educativa de la religión. Hay
esos séres de estrechísima conciencia escupen la paja y
quien tiene la cándida creencia de que lo poco bueno
se tragan la viga, según la expresión del vulgo.
que hacemos en esta vida lo debemos al influjo religioso:
Es cierto que hay grandes virtudes en algunos hom­
que el temor al castigo en la otra vida nos detiene para
bres y que esas virtudes, por lo general, están incluidas
cometer crímenes y culpas, y que si no fuera por la fá­
en los libros de moral religiosa; pero esto no es afirmar,
bula religiosa, se desatarían los más bajos instintos en la
ni con mucho, que tales virtudes ó excelencias sean pro­
humanidad.
ducto de la religión, ni mucho menos que en un Estado
Conviene advertir que el temor ai castigo en la otra
que no profesase ninguna religión ó la profesase distinta
vida entra ■por muy poco, por lo general, en las deter­
de la católica, hubiesen de faltar estas virtudes, producto
minaciones de nuestra voluntad; esto creo haberlo de­
siempre de la originaria inclinación al bien de la natura­
mostrado en los anteriores capítulos al deducir del aná­
leza humana.
lisis de nuestras costumbres la falta absoluta de fe en la
Pero aún podríamos demostrar cómo la opinión so­
fábula religiosa. Los hombres circunscriben sus esperan­
cial, ese importantísimo elemento que expresa el sen­
zas y temores á la tierra en que viven, y no acostumbran
tir de un pueblo, desconfía de la virtud educati\ a de la
por lo general á tener presente la vida inmortal prome­
religión y manifiesta su desconfianza de una manera
tida por los sacerdotes. El «tan largo me lo fiáis» de Don
clara y explícita.
Juan es esencial, eminentemente humano; por lo tanto,
Fijémonos si no en el siguiente ejemplo: la religión
aún los que creen en tal ficción obran como si no creye­
establece como uno de sus más rigurosos preceptos res­
ran en ella y dejan siempre para el último momento el
petar la mujer, condena toda unión sexual fuera de ma­
trabajo de arrepentirse de sus culpas.
trimonio, considerándola como uno de los mayoies pe­
Por lo general, tengo, sí, mala opinión del hombre;
cados que registra en sus Códigos y que dificultan nues­
pero creo que los pocos buenos lo son por motivos mucho
tra salvación.
más elevados, mucho mas desinteresados que el temor á
un castigo y la esperanza de una recompensa. Es más,
(1) Véase F u n d a m en to de la M o r a l , por Arturo Schopenhauer.
tengo la convicción de que el que se disponga á obrar
302 nu estras co stu m bres BL CATOLICISMO 303
Pues bien: la opinión social desconfía de que estas cerá apto para desempeñar cargos en los cuales se con­
leyes morales puedan arraigar en la naturaleza humana fíe á su buena fe intereses considerables, de esa misma
desde el momento que no tolera ni considera decente que persona se podrá sospechar que si la ocasión le pone
dos jóvenes de distinto sexo se encuentren solos en una delante una joven hermosa, le será, por lo menos, difícil
habitación, ni vayan solos por la calle,etc., etc. De aquí respetar el principio religioso.
que toda madre prudente, si su hija tuviese amores, Gui­ Pero es más: así como en el hombre no tiene esto nada
dai á de no dejarla nunca sola con su novio y hacerlo ver de particular, porque quebrantando el principio religioso
así á todo el mundo, porque tan arraigada está en la en esta ocasión no queda rebajado en el concepto so­
opinión de las gentes la creencia de que no tenemos im­ cial, por lo que es lógico que se deje llevar de su natu­
perio sobre ciertos instintos, que por solo el hecho de ral inclinación, la sociedad piensa de la mujer lo mismo,
demostrar en este respecto negligencia ó despreocupa­ aun considerando que en este caso, si sucumbe á la
ción, sufriría el concepto que una joven casadera debe tentación, perderá todo lo que una mujer tiene que per­
tener ante la sociedad. Las g'entes suponen que perju­ der, que es su honor. Con lo cual queda demostrado que
dica mucho á la opinión de una señorita el haber tenido el vulgo no cree que la religión pueda refrenar ciertos
muchos novios. ¿Quién vería salir á dos muchachos so­ instintos de nuestra naturaleza; es decir, no cree en su
los de una habitación sin que se pusieran encarnados? virtud educativa.
cómo podríamos acallar los malos pensamientos que Los elementos educativos del hombre hay que bus­
nos suscitase este espectáculo? Pues esto que por vulgar carlos en su conciencia, dentro de sí mismo, en el acuer­
no merece mencionarse y que nos llevaría á tomar por do de sus inclinaciones naturales (que son buenas en
cándido al que lo negara, es un mentís que da la socie­ los individuos sanos, dígase lo que se quiera) con el dic­
dad á la pretendida influencia educadora de la religión. tamen de su razón y los fueros de su dignidad. De aquí
Y no se nos diga que esta desconfianza procede de la procederán siempre sus buenas acciones.
opinión que tenemos los hombres de nuestra propia fla­ Si fuera cierto que sólo la Religión Católica educa á
queza é inclinación al mal, porque ese mismo argumento, los hombres; si fuera cierto que sólo por virtud de la gua­
en primer lugar abona nuestra teoría; porque, en efecto’ cia se sostiene su flaca voluntad; si fuera cierto que ella
si los hombres creemos que siempre estamos inclinados únicamente siembra ¡as virtudes en los corazones, no
al mal por naturaleza, tanto equivale pensar así á creer habría amistad, ni amor, ni felicidad,ni gratitud, ni leal­
que la religión no ha podido cambiar nuestra índole, que tad en otros pueblos que en los pueblos católicos; las na­
es precisamente lo que yo quiero demostrar; y si la ciones que no profesasen la Religión Católica serían una
religión no sirve para desarraigar los malos instintos, madriguera de criminales, los Estados estarían decré­
que es lo que se propone, confiesa su esterilidad é impo­ pitos y ruinosos, y vemos que la humanidad es, por
tencia; pero la verdad es que la opinión social no profesa punto general, la misma en unos tiempos que en otros,
igual escepticismo y la misma desconfianza respecto de en unas naciones que en otras, y que la prosperidad no
otros puntos, en los que también la naturaleza humana acompaña ni con mucho á los Estados que profesan el
esta sujeta á tentación; y asi como de una persona bien Catolicismo. España é Italia son en la actualidad dos
nacida y educada convenientemente, no supondrá que es bien tristes ejemplos de esta verdad.
ladrón mientras no demuestre lo contrario, y le recono­ ¿Dónde están, pues, esos bienhechores efectos de la
301 NUESTRAS COSTUMBRES E L CATOLICISMO 305
Religión Católica, la más soberbia, la más intransigente, del desdichado el són de sus cadenas;
la más orgullosa de todas? en el nombre de Dios, viejos y mozos
en extranjero hogar lloran sus penas;
Si bastan las leyes de la moral religiosa para educar en el nombre de Dios, fiera cuchilla
y contener á los hombres, ¿á qué ese inmenso aparato cercena la cerviz que no se humilla.
de tribunales civiles, de jueces y procedimientos? La as­
piración de la Iglesia en la Edad Media era imponer su Todavía he de añadir algo respecto á los efectos que
jurisdicción á todas las criaturas y sobre todos los órde­ produce la religión en nosotros, haciendo notar que, así
nes, estableciendo la monarquía universal, y en esto pro­ cómo no influye en nuestra parte moral, y sí más bien
cedía con profunda lógica, obedeciendo á la unidad de la vicia, predicando virtudes supuestas y predisponiendo
su moral, que había de ser fundamento de una organiza­ á la hipocresía, tampoco influye benéficamente en nues­
ción teocrática que abarcase toda la tierra, pues si cual­ tra inteligencia; antes bien, la aparta de su propio y
quier falta del hombre para con sus semejantes y para característico objeto.
con la sociedad era también una falta para con Dios, La teología predica como verdades sublimes, sublimes
ningún acto humano debía ser indiferente desde el punto necedades, según la frase de G-oethe. Todo raciocinio que
de vista religioso, y por lo tanto, los sacerdotes debian venga á oponerse á algunos de los llamados Misterios es
ser los únicos que juzgasen á los hombres; la justicia condenado, y, por consiguiente, es condenada la razón
de la tierra debía ser la justicia del cielo. Tan lógico es toda por ser opuesta á la fe. De aquí llega la religión á
esto, que creo que una sociedad convencida de los condenar la ciencia toda, pues no siendo ésta otra cosa
dogmas predicados en nombre de Cristo, debería haber que el principio de razón aplicado á los fenómenos del
adoptado tal organización, y sólo pudo evitarlo la paula­ Universo, se viene á oponer y es extraña por completo
tina desaparición de la fe por el esfuerzo gigantesco de al Dogma.
la razón humana. Por otro lado, para salvarse no es necesaria la cien­
Y quién sabe si no lo evitó también el mal uso que cia, dicen; por lo tanto, ésta roba un tiempo precioso al
los sacerdotes hicieron de su poder, convirtiéndose en cristiano y no le sirve más que de estorbo. Por eso oiréis
verdaderos verdugos de la humanidad. En el nombre de hablar á los sacerdotes con énfasis de la vanidad de la
Dios, de quien se hacía derivar todo poder humano, se ciencia humana. Los verdaderos creyentes, los fanáti­
consagró la tiranía, y en nombre de Dios tuvo la socie­ cos, convencidos de que el único fin del hombre es la
dad dos brazos de hierro que la destrozaban, el secular bienaventuranza, es lógico que no traten de sobrecargar
y el canónico; la raza humana era víctima, unas veces su entendimiento con una ciencia que no les ha de servir
del despotismo de los reyes, y otras del despotismo de de nada el día del Juicio, sino que si algún conocimiento
los sacerdotes. tratan de adquirir es referente á los asuntos religiosos,
La presa, (pie las águilas soltaron, vidas de santos, indulgencias, ceremonias, etc.; de tal
mil carnívoros buitres devoraron; suerte, que todo ío demás ocupa un lugar secundario y
que dijo el poeta; y más adelante: va alejándose más de su ánimo y reduciéndose á la nada.
De este menosprecio por la «ciencia humana», como ellos
En el nombre de Dios, los calabozos
abren sus anchas fauces, nunca llenas, la llaman, dedúcese necesariamente una hostilidad ma­
donde sólo responde á los sollozos nifiesta con el progreso y la solidaridad sociales.
20
306 NUESTRAS COSTUMBRES EL CATOLICISMO 307
Si á esto se añade que los mismos sacerdotes predi­ verdad tenía sus mártires, la ciencia sus defensores, la
can que la ciencia está envenenada, que es impía, que razón sus campeones, y aparte de que también se mani­
nos infiltra la duda y la herejía, no se concibe cómo un festaba el descreimiento en la osadía y arrogancia con
solo cristiano se acerca ni á cien leguas de ella, á no ser que los príncipes arrostraban las excomuniones de los
por su inevitable necesidad para la vida. pontífices, demostrando que á la soberbia y ambicióp
Y los verdaderos creyentes proceden en consonancia humana, no la doman engaños ni fábulas inventadas
con estas ideas; pero como verdaderos creyentes, verda­ por los hombres; desde que la ciencia teológica dió sus
deros cristianos hay muy pocos, según habréis oído mu­ primeros pasos, fué combatida por mil sectas que, con
chas veces á los mismos sacerdotes en los pulpitos, por apariencias de heregías, llevaban cada una una protesta
eso no se sienten estos efectos con la energía que se ha­ de la razón contra tal ó cual Misterio ó Dogma. Cada
brían de sentir á ser la humanidad una congregación de una de estas sectas partía de una verdad, de la nega­
católicos convencidos, en lugar de ser cosa muy distinta ción de un absurdo de los que predicaba el Catolicismo,
de esto. aunque á su vez revestía esta parte sana de su doctrina
Esta es la causa del sueño secular de la Edad Media, con multitud de extravagancias y delirios, consecuencia
en que las razas parecen dormir sobre su interrumpida del ambiente de la época.
obra de progreso y civilización. Entonces los hombres, Despiertos de esta pesadilla, hora es ya que la razón
verdaderamente persuadidos de las doctrinas religiosas, humana recobre sus fueros, y que nos dispongamos á
que consideran este mundo como un valle de lágrimas, vivir según el sentido común, riéndonos de las alucina­
tenían puestos los ojos en la vida futura, y todas las ma­ ciones que por la noche nos turbaron. Hora es ya de
nifestaciones de su actividad se dirigían abiertamente á que la moral humana escoja otro fundamento que cuatro
este objeto. La ciencia era un conjunto de disquisiciones fábulas, que sólo sirven para amedrentar á los niños, y,
teológicas; se discutía dónde estaban el infierno y la sobre todo, que tratemos de ajustar nuestra conciencia
gloria. El arte era exclusivamente religioso, y concretá­ con la conducta que observamos, para que, supuesto
base á reproducir imágenes de vírgenes y santos. Las que la naturaleza humana tiene bastantes puntos vulne­
mayores riquezas estaban atesoradas en las saci istias rables y vergonzosos, no nos tengamos que avergonzar
de las catedrales, de suerte que la religión se imponía, de un defecto inútil y estúpido: el de la hipocresía.
no sólo por medios espirituales, sino en gran parte por
medios materiales: por el aparato, fausto y pompa de
que se revestía. La ciencia y la literatura estaban en­
cadenadas. Si alguien se atrevía á proclamar alguna
verdad que contradijera el dogma, era condenado, era
abrasado vivo. La ocupación favorita y honrosa de los
hombres era la guerra contra los infieles. El poder de
los soberanos se decía heredado de Dios, y los Códigos
empezaban con el mismo nombre.
Pero aun en esos tiempos de tinieblas y barbarie, de
esclavitud de la inteligencia, y de tiranía religiosa, la
EL CATOLICISMO 309

bien el dedo de la Providencia en la prosperidad de


otros. Y como la religión es un lugar común muy soco­
rrido para hacer frases campanudas y discursos retum­
bantes, los aficionados á la retórica no desperdician
ocasión de hablarnos de Dios y de su intervención en
los sucesos de la tierra.
Esas personas pretenden explicar la marcha del
CAPÍTULO V ili mundo conforme á un plan concebido de antemano por
el Criador, del cual no se pueden salir las criaturas,
teoría que se conoce en la ciencia con el nombre de Pro-
videncialismo, y que en realidad no es más que un nuevo
La Justici a de Dios. nombre del fatalismo, como, hay que confesarlo, éste á
su vez es el determinismo moderno, que quizá sea la fór­
La contradicción que hemos señalado en el antei ioi mula más científica de explicar el fenómeno social que les
capítulo entre nuestras costumbres y nuestra fe reli­ sirve á todos tres de fundamento; olvidan que también
giosa, es decir, entre lo que hacemos y lo que decimos, es dogma de fe la libertad humana, y quisiera yo saber
no resalta á los ojos de algunos hombres como resalta­ de qué modo resuelven el conflicto de conciliar ambos
ría si éstos hubieran penetrado el espíritu de la doctrina principios. Además de esto, los que piensan así, achacan
que dicen profesar; y como quiera que su verdadero sen­ á Dios, á quien llaman infinitamente misericordioso,
tido se les oculta, no pueden percibir la manifiesta pugna tales proezas, que vienen á pintárnosle como un consu­
existente entre su modo de vivir y los principios de su fe. mado tirano. En presencia de una gran desgracia es
Y ¿quién que no sea el filósofo, se cuidará en nuestia muy común oir á las beatas: «Dios lo ha querido así»,
sociedad de meditar alguna vez sobre los móviles de su ó «Cúmplase la voluntad de Dios», y frases parecidas.
conducta y el carácter de sus acciones? Y ¿quién que no Me parece menos piadoso atribuir á la voluntad de Dios
sea él, podrá sacar de esta meditación fruto provechoso lo que la mayor parte de las veces es resultado de la
ni verá claro en el fondo de la cuestión? El hábito, la torcida conducta de los hombres, que prescindir de su
repetición mecánica de las prácticas religiosas, llega á recuerdo en ese momento; pero aún en los casos en que
destruir en nosotros la significación de las ceremonias las desdichas que nos afligen son efecto de la naturaleza
que ejecutamos, de tal modo, que si en un momento dado y no interviene el error ó maldad de los hombres (casos
se nos preguntase qué hacíamos, nos veríamos apurados menos frecuentes de lo que parece), como cuando somos
para razonar nuestros actos. víctimas de una enfermedad, ó de un terremoto, ó de
Sin embargo de esto, es asombroso ver la seguridad una inundación, no creo que sea el camino más condu­
con que algunas personas discurren en esta materia, y cente para que los hombres amen á Dios, el suponerle
pretenden demostrar el principio religioso con ocasión autor de todos esos fenómenos naturales que ocasionan
de todos los hechos humanos. tantas víctimas inocentes, y que en cambio dejan impu­
Hay quien atribuye la desgracia acaecida á Fulano nes á muchos hombres execrables. En estos casos, en
de Tal á un castigo de los cielos, y en cambio, ven tam- que la naturaleza da palo de ciego, es inoportuno, y
E L CATOLICISMO 311
310 NUESTRAS COSTUMBRES
»embargo, eres tan ingrato. Semejantes medidas de rigor
hasta impío, suponer que Dios desborda los ríos para
»se han visto aún durante este siglo en países católicos
destruir las cosechas de tantos infelices que han labrado
»contra imágenes de santos y de la Madre de Dios,
el campo durante mucho tiempo, dejando á la protección
»cuando éstos no cumplían con su deber en tiempos de
del cielo su mísera sustentación, mientras que los rica­
chos, asegurados contra estos peligros, contra estos su­ »peste y de sequía.»
Y sin necesidad de ir tan lejos á buscar ejemplos de
puestos castigos de la Providencia, se entregan á la disi­
esta lógica brutal de la superstición, podríamos citar el
pación, á los placeres y á todos los vicios. ¡Cuán repe­
nombre de un pueblo aragonés, en donde, á consecuen­
tido no es el espectáculo de criaturas excepcionales y
cia de una inundación formidable, los naturales no en­
buenas atacadas de enfermedades dolorosas, repugnan­
contraron otro medio más procedente de remediar el
tes y largas, y en cambio, los réprobos viven mimados
conflicto que coger una imagen de Santa Ana, atarla
de la fortuna!
una soga al cuello y darle continuados chapuzones hasta
Vosotros, intérpretes de la Justicia Divina, consoláis
que al río le plugo volver á su cauce natural.
al que sufre con estas palabras: «Dios es el autor de tus
Mal testimonio es el mundo, de la Justicia de Dios.
padecimientos; respétale y ámale, hazte agradable á Él,
¡No comprendo cómo personas sensatas, ó siquiera de
que te ha elegido para ejercitar en tí su divina miseri­
experiencia, citan los ejemplos del mundo, los mil lances
cordia. Si no aciertas á comprender cómo tantos malva­
de la comedia humana, para demostrar el dedo de la
dos viven felices, y tú, en cambio, con todas tus virtu­
Providencia y aleccionar y convertir á los malvados!
des te ves convertido en una lacería humana, es porque
Lo más común es ver en la vida, premiada la maldad,
tu razón es limitada, y los designios del Todopoderoso
y olvidada ó menospreciada la virtud; la vileza, la li­
son inescrutables, pero en tanto, ámale más cada vez
sonja y la mentira aplaudidas, alentadas y recompen­
cuanto mayores sean tus dolores.» ¿Es esto hacer de
sadas, y todo esfuerzo generoso y noble, combatido.
de Dios el Supremo Magistrado del universo, ó el último
La virtud no tiene en el mundo más recompensa que la
verdugo? ¿No teméis al pintarle cruel y opresor, como le
satisfacción que produce al que tiene la dicha de po­
pintáis, vosotros, que pregonáis la mísera condición y
seerla, y aun á veces, ni esta legítima satisfacción nos
la flaqueza humana, la poca resistencia de nuestra
deja disfrutar la suerte, pues no se puede decir que la
carne mortal para el dolor, no teméis que las voces de
los que padecen injustamente se vuelvan contra el ti­ felicidad consista únicamente en la virtud.
Y no se nos llame ciegos, ni se nos pregunte si es la
rano que describís, en terribles y desesperadas impre­
tierra el centro de las almas, porque si los que padecen
caciones?
aquí hubieran de ser consolados allá, entonces, á mu­
Y esto es tan lógico, que sucede en la realidad; dice
chos malvados les estaría reservada la bienaventu­
Nietzsche que «las gentes de la China, para arrancar un
ranza, porque la maldad lleva también aparejado su
»favor del dios que les ha abandonado, atan con cade-
dolor en algunos individuos. Porque en esto del dolor
»nas su imagen, y, despedazándola, arrástranla por las
y del placer entra por mucho el temperamento, la masa
»calles entre los montones de estiércol é inmundicias.
diferente de que estamos hechos, observándose que
»Espíritu de perro, dicen, te hemos hecho habitar un
»templo magnifico, te hemos dorado muy bonitamente, mientras para unos la más ligera privación produce
gran malestar y sufrimiento, para otros no significa
»te hemos engordado, te hemos ofrecido sacrificios, y sin
312 NUESTRAS COSTUMBRES E L CATOLICISMO 313

nada, y no necesitan echar mano de la resignación ni cumplido en otro sitio, ya que no puede en éste, su ideal
de la paciencia para sobrellevarla. de justicia, é inventa un tribunal ultraterreno que de
Cicerón, en su tratado Del sumo bien y del mal, estu­ nada serviría si los hombres recibiesen ya en la tierra
dia profundisimamente estas cuestiones, y allí afirma el premio á sus virtudes y el castigo á sus pecados.
que, aun siendo la virtud el único bien á que debemos El mismo Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este
aspirar en la tierra, no está el virtuoso destinado siem­ mundo», con la cual frase renunciaba á inmiscuirse en
pre á ser feliz. las acciones humanas, y hé aquí que los que se dicen
Las personas, pues, que creen el mundo campo de la sus intérpretes pretenden ver la mano de Dios orde­
justicia divina, ó no son sinceras ó han aprovechado nando la vida de los hombres y sirviéndose de ellos
muy mal las lecciones de la experiencia, pues no se como de instrumentos para desarrollar sus planes; de
comprende que en el curso de su vida no hayan presen­ modo que para castigar á los malos necesita de los ma­
ciado alguna de esas atroces injusticias de la naturaleza los, y para que los buenos sean tales y ganen el cielo
que sublevan el corazón y hacen dudar de la existencia necesita también que haya siempre malvados, puesto
misma del bien y del mal, asemejando el sér humano á que los mártires implican atormentadores, y los calum­
esos puñados de hormigas sobre las que nos parece indi­ niados calumniadores, etc.; es decir, que Dios no podría
ferente que caiga nuestro pie, aplastándolas á millares. ejercitar su justicia sin el concurso del mal.
Ni se desprende otra cosa de la índole y relación de Y de ser esto así, de quedar reducidas las criaturas
los instintos y pasiones de los hombres, puesto que hay á muñecos movidos por la voluntad de Dios, ¿cómo
un engranaje tan íntimo entre los malos y los buenos, puede sustentarse la teoría del libre arbitrio? Porque son
que aquéllos no se conciben sin éstos, y viceversa. No teorías contradictorias que nos llevan á conclusiones
se comprenden la astucia y la hipocresía sino á costa de opuestas. Si los hombres son responsables de sus actos,
la sinceridad y de la buena fe, ni la envidia y,sus efec­ ¿cómo pueden ser instrumentos de Dios, y viceversa?
tos sino oponiéndose al mérito y valiéndose de la intriga, Y si estas dos cosas no pueden ser á la vez, ¿cómo las
para alcanzar por este oscuro atajo lo que aquél persi­ sustentan algunos entendimientos?
gue por el camino real; no se concibe la ingratitud sin la Ya se ve, pues, con qué frivolidad y ligereza racio­
generosidad, ni la soberbia sin la humildad, ni la calum­ cinan algunas personas, que al hablar de estas cosas se
nia sin la virtud, contra la cual se ejercita; de modo revisten de solemne gravedad y creen emitir pensamien­
que todas ó casi todas las malas pasiones de los hombres tos profundos y santos. Son á la vez ignorantes é irre­
se desarrollan á expensas de las buenas, por lo que ne­ verentes, porque al mismo tiempo que desconocen la
cesariamente tendrán que carecer éstas del premio que ley de la vida, calumnian á la justicia suprema, preten­
les correspondería si el mundo estuviese ordenado según diendo hallarla en el mundo.
un principio de justicia suprema. De donde se desprende que los hombres sensatos no
Esa misma aspiración del hombre hacia la infinita pueden ver en la tierra un espejo de la justicia de Dios,
justicia no es nacida sino de la constante injusticia que y que, por lo tanto, si el Catolicismo necesita, como pa­
presencia; la existencia de la religión es precisamente rece necesitar, que los católicos vean este mundo á la
una consecuencia de ese mismo hecho, de esa imperfec­ luz de esa falsa idea, se confirmará una vez más que ha
ción y desorden humanos, pues el hombre aspira á ver menester para subsistir del error y ligereza de los hom-
314 NUESTRAS COSTUMBRES EL CATOLICISMO 315
bres, error y ligereza que, en puridad de verdad, no exis­ castiga culpas de una vida infinitamente pequeña, con
ten, pues nadie fía de la justicia divina para conseguir dolores infinitamente grandes é infinitamente duraderos?
lo que se propone conseguir; y aunque al devoto se le Todo esto, de creerse, haría de Dios el tirano más grande
ocurra impetrarlo por medio de oraciones, no dejará por del Universo; pero como ningún cerebro sano puede
eso de tratar de conseguirlo por medios más humanos. creerlo sinceramente, hace de la especie humana la más
Grave conflicto se les presentaría á esos que asi opi­ necia y estúpida de las especies.
nan si tratasen de conciliar la infinita justicia con la
infinita misericordia, cualidades que atribuyen al Sér
Supremo, porque si Dios es infinitamente misericordioso,
infinitamente más misericordioso que cualquier criatura,
¿cómo se comprende que el espectáculo que excita la
compasión de un hombre poseído de la cólera, esa hu­
mildad que desarma á nuestros enemigos, no detenga el
brazo de Dios? ¿Cómo es posible que descargue, por
ejemplo, su ira sobre un mísero aldeano, que vive ro­
deado de cinco hijos, que no ha podido cometer grandes
crímenes porque la sencillez de su alma y de sus costum­
bres se lo impide, cómo es posible, digo, que sobre esta
familia desahogue su furor, destruyendo todo su ajuar,
toda su cosecha, toda su fortuna en cinco minutos, por
medio de un pedrisco asolador, cómo es posible que
esto lo haga la Suprema Misericordia, cuando el pe­
cho más endurecido temblaría de compasión al pen­
sarlo? ¿Cómo es posible esto? Explicádmelo. ¿Cómo atri­
buir también á la Suprema Misericordia la condenación
del pecador, por unos cuantos pecados que se pierden en
el inmenso piélago de la insignificancia humana, á los
eternos sufrimientos del infierno? ¿Qué misericordia es
esa que puede ver por tiempo infinito, sin un extremeci-
miénto de compasión, sin un titubeo, sin un enterneci­
miento, las inmensas torturas de millares de infelices,
que purgan el pecado de haber cedido á la tentación de
un mundo lleno de asechanzas, donde los colocó la mano
de Dios, sin suficiente fuerza para resistir, sin bastante
inteligencia para comprender, con la inclinación al pe­
cado heredada de sus padres y compuestos de miserable
arcilla frágil y deleznable? Y ¿qué justicia es esa que
EL CATOLICISMO 317
doctrina del nuevo credo, en la nota culminantemente
sensible que encerraba, nota á que respondía profunda­
mente la humanidad entera, que se deja doininar toda­
vía más por el sentimiento que por la razón. Esta nota, la
humanidad la sintió llegar hasta lo más profundo de sus
entrañas. No eran ciertamente las nociones de libertad,
de igualdad y de fraternidad, que estaban encerradas, es

CAPÍTULO IX cierto, en las doctrinas de Jesús, y que al fin y al cabo


eran nociones abstractas que ni estuvieron bien deter­
minadas por el lenguaje apologético del Redentor, ni
podían entonces ser bien comprendidas, como las com­
prendemos hoy. Lo que la nueva religión traía eran
A p o t e o s i s del dol or.
máximas sublimes de consuelo universal; hacía sus hijos
predilectos de los seres más infelices de la tierra, con­
Ocurre preguntar cómo tanto absurdo y tanta fábula
vertia las amarguras en tesoros de gracia y bendición,
ha podido prevalecer en el ánimo de los hombres por es­
daba parte á los más humildes en las riquezas de la Je-
pacio de tantos siglos; y aunque todas las causas son po­
cas para explicarlo, encuéntranse muchas, después de rusalén divina, con tal de que hubiesen sufrido durante
estudiado el asunto, que disculpan este fenómeno. su mísera existencia, reconciliaba á la humanidad con
En primer lugar, nunca, en ningún siglo, desde su las penas, con las contrariedades, con toda clase de pa­
decimientos. Dios quería que sufriésemos todos en esta
nacimiento, la doctrina católica ha pasado sin protesta.
En los primeros siglos eran las sectas (arrianistas, mani- breve introducción á la vida eterna. El sufrimiento era
queos, albigenses, etc., etc.), y en los últimos, los filó­ el signo de redención. Él mismo se había ungido con ese
sublime y amargo bálsamo. Había escogido cruel y de­
sofos, los encargados de esa protesta que el espíritu
gradante suplicio para salvarnos, darnos ejemplo y dar
humano levanta contra la ignorancia y la barbarie. La
á la amargura del sufrimiento carácter y majestad divi­
ignorancia de los tiempos bárbaros, la obscuridad en
nos. Nos daba la solución al enigma de la vida. En suma:
que sumió al mundo la caída del Imperio romano, fueron
causas más que suficientes para que se sostuviesen toda hacía la apoteosis del dolor.
¿Cómo no había de dejarse mecer la humanidad,
clase de fantasías absurdas, así como durante el sueño
abatida por las calamidades, ciega respecto á su desti­
del hombre la imaginación, libre del freno de la razón y
no, muerta su fe, herida por el escepticismo y la corrup­
de la lógica, inventa toda clase de mostruosas creacio­
ción, de aquella arrulladora promesa de pronta reden­
nes, de que luego, al despertar, nos reímos y burlamos.
ción, que hacía de los dolores fuentes de dicha y de
Pero á pesar de esta y otras muchas causas que ca­
alegría, y si bien pintaba este mundo como un sombrío
llamos por no ser del caso, menester era que la nueva
calabozo lleno de oscuridad y de tenebrosos monstruos,
doctrina encerrase algo que hablase muy elocuente­
describía una mansión llena de luz y de oro, de músicas
mente á la humanidad para que se apoderase, como lo
y perfumes, de alegría superior á la imaginada y sen­
iba haciendo, de tantas preclaras inteligencias, de tantas
tida jamás por el hombre, y nos la concedía como pre-
naciones y de tantas personas. Este algo estaba en la
318 NUESTRAS COSTUMBRES
E L CATOLICISMO 319

mio á nuestros sinsabores? El dolor quedaba erigido en rramando como bálsamo sobre todos los miserables su
salvador de las criaturas, divinizado, ensalzado, adora­ infinita misericordia, defendiendo á la mujer adúltera,
do. Y así la humanidad.se abrazaba al dolor, cuyo sím­ y, por último, después de consagrar con su divina pala­
bolo era una cruz rodeada de tristeza y desolación. Y bra todos los sufrimientos humanos, entregándose él
abrazarse al dolor ¿no era vencerle, hacerse superior á mismo al dolor, sumergiéndose en él como en un baño
él? Sí. Así vencía la raza humana á su eterno é impla­ voluptuoso y saliendo triunfante de la tremenda prueba
cable enemigo, convirtiéndole en un compañero dulce, por medio de la resignación y de la paciencia.
generoso, fecundo en provechosos frutos. Esta vez los Todo esto, representado en los muros de las catedra­
pobres, los oprimidos, los parias, los que llevaban la les como un mudo recuerdo del dolor de las pasadas eda­
mayor carga sobre sus débiles hombros, eran llamados á des, y las voces de los sacerdotes, entonando con plañi­
la más opulenta riqueza y al más apetitoso bienestar. dera entonación Jas lamentaciones de Jeremías, los Sal­
Para ellos era la mayor recompensa. Para ellos un Dios mos de David, las dolorosas profecías hebraicas, con
lleno de ternuras infinitas preparaba las más radiantes una nota desolada y continua, propia para simbolizar, el
y esplendorosas venturas allá en su alcázar de nubes. eterno dolor humano, única esperanza de salvación y
Ya había quien se acordara de ellos. Se había difundido ventura, único don del hombre sobre la tierra, único
la esperanza por toda la superficie de la tierra. Los que destino de las criaturas, que podían ofrecerlo en holo­
suspiraban estaban próximos á dejar de suspirar. En causto al Señor Dios del universo.
este mundo, donde la injusticia era ley, comenzaba á Y todas las manifestaciones de la vida eran deriva­
vislumbrarse el reino de la justicia. Nada eran ya los ciones de esta misma idea y estaban impregnadas del
poderosos. Sus placeres estaban condenados. Su reinado mismo color. El romanticismo, que no es sino el culto al
estaba destruido. Era más difícil que se salvase un rico dolor, el dolor divinizado, es la fisonomia de aquella ex­
que entrase un camello por el ojo de una aguja. traña edad. El amor afectaba un dejo melancólico y
Así se formó el espíritu de la Edad Media. De aquí triste. Era condición precisa padecer por el objeto ama­
nació el romanticismo, que no es otra cosa sino el dolor do. A l pie délos torreones era uso cantar trovas impreg­
idealizado. En la obscuridad de catedral que reina en nadas de inmensa y soñadora tristeza. La manifestación
toda la época, iluminadas por la multicolora luz que pe­ más simpática del amor entonces era el amor desdeña­
netra por los altos góticos ventanales, no se ve otra cosa do. La mujer estaba considerada de muy distinto modo
sino figuras representativas del dolor humano. Aquí á que hoy. Un objeto de culto por quien era bien padecer
Job, suma y compendio de todas las miserias, elegido y sufrir. Las luchas materiales en torneos, y las intelec­
por Dios, atrayendo sobre él las mayores calamidades. tuales en certámenes, eran homenaje que se les tributa­
Allí el patriarca Abraham llevando resignado á su hijo ba. El ir á pasar trabajos por el mundo durante muchos
Isaac al sacrificio. Allí Samsón, con los cabellos corta­ años para merecer el favor de una dama, cosa de todos
dos, los ojos ensangrentados, mutilado, befado y escar­ los días. Atravesar mares, andar tierras, combatir á los
necido por todo un pueblo. Allá Jerusalém, humillada, hombres para entretanto suspirar y suspirar por una
vencida y cautiva, de cuyos muros parece que se exha­ mujer que exigía esta especie de purificación para otor­
lan gemidos de desolación. Después Jesús, bajando al gar su amor, el colmo de la dicha á que un espíritu ga­
mundo á consolar á los leprosos y á los apestados, de» lante debia aspirar.
320 NUESTRAS COSTUMBRES
EL CATOLICISMO 321
En fin, de la misma manera que la religión exigía Lejos, muy lejos, estaba entonces la humanidad de
como condición haber sufrido mucho en la tierra para considerar cómo fin propio el bienestar, la paz y la con­
gozar en el cielo, así la posesión de una mujer, objeto cordia: era su objetivo completamente distinto: guerra,
divinizado en aquel tiempo, no estaba bien merecida si mortificación y privaciones; para eso estaba la Cruz en
antes no había causado tempestades de suspiros y mares todos los pueblos, en todas las calles, en todos los cam i­
de lágrimas. nos, recordándonos la lucha y el dolor. Cada tres casas
El arte se limitaba á reproducir vidas de santos y una iglesia ó un lóbrego convento que incitaba con su
milagros de religión; las literaturas de las nuevas len­ apariencia de mazmorra á la meditación y al sufrimien­
guas que empezaban á dar sus primeros vagidos, pro­ to. El mundo era una cárcel; la muerte sólo, nos libraba
nunciaban el nombre de Dios y hablaban sólo de amor de nuestras cadenas. Instrumentos de mortificación eran
y de dolor. Más tarde, el poema por excelencia de la insignias santas. Los anacoretas hacían brotar llagas en
Edad Media, La Divina Comedia, está dedicado á descri­ su cuerpo con la -mirada. Los cánticos litúrgicos, to­
bir las más diversas formas en que la imaginación das las ceremonias del culto respiraban inmenso duelo,
puede concebir el dolor humano. y un paño enlutado parecía cubrir la redondez de la
Las empresas de aquel tiempo son empresas religio­ tierra.
sas, las guerras son guerras, religiosas. Estas eran crue­ No por esto vaya á creerse que los hombres de en­
les y bárbaras, como inspiradas por un odio salvaje. «En tonces eran mejor que los de ahora. Nada menos que eso.
»todas ellas, dice Macaulay, el celo inflamaba de tal Tras de todo este aparato de ascetismo y penitencia,
»modo á los paladines de la Iglesia, que reputaban cul- las pasiones humanas afectaban formas feroces y bár­
»pada flaqueza la menor muestra de generosidad con el baras. Taine afirma que la Edad Media está edificada
»vencido, siendo á sus ojos necesario perseguir y acabar sobre un estercolero. La corte de los Pontífices era el
»los infieles y herejes, como se persiguen y acaban las centro más corrompido de crímenes y escándalos. Los
»alimañas y animales feroces, no habiendo ultraje ni Reyes eran bandidos disfrazados. Los señores feudales
»exceso de cuantos puede cometer la pasión religiosa so­ salían á robar á sus vasallos en los caminos. El derecho
brexcitada que no se antojara obra meritoria y digna de pernada es indicio de lo bárbaro y tiránico de las cos­
»del guerrero católico.» tumbres. Nadie estaba seguro. El despotismo no lo ejer­
Además de esto, se organiza Ja vida monacal. Un cía uno solo en cada nación, sino infinidad de señores.
santo inventa una regla que no es más que un sistema Los príncipes y los sacerdotes se unían á los bandole­
de mortificación; otro inventa otra más ruda, y así suce­ ros para oprimir al pueblo. En suma: bajo aquella capa
sivamente. Se emprenden peregrinaciones, se buscan, en hipócrita de misticismo, una de las épocas de que más
fin, los más refinados modos de atormentar el cuerpo y tiene que avergonzarse la humanidad.
el espíritu humanos. Pero al cabo, tras nophe tan larga y medrosa, luce la
Los iniciados abandonan el mundo y se van á los de­ aurora de un nuevo día. Europa comienza á despere­
siertos. Allí viven en cuevas como las fieras, entre es­ zarse y á moverse, sacude su pesadilla, recobrando el
queletos y cráneos, con disciplinas y cilicios. Y es muy imperio de la razón y dando el primer golpe al fana­
frecuente ver á estos eremitas abandonar su mansedum­ tismo con la Reforma de Lutero. Una corriente de acti­
bre y empuñar la espada para matar infieles. vidad se establece del uno al otro extremo de las nacio­
21
NUESTRAS COSTUMBRES
322

nes. Las ciencias renacen. La imprenta se crea, que es


como un mundo, pues destinada venía á hundir todo lo
existente. Los primeros balbuceos de la razón y de la
libertad empiezan á escucharse, los tiranos empiezan á
temblar. Las industrias toman vida. Los barcos surcan
los mares para otra cosa que piratear. Se descubien
nuevos países, el mundo se ensancha. Y como los prime­
ros vagidos de la ciencia son hostiles á la Religión, ésta CAPÍTULO X
se apresta á quemar vivos á los que atentan á su sobe­
rano poder. ¡Ah! ese borrón, esa ignominiosa mancha,
¿cómo se la podrá quitar de la frente, ni quién podrá ab­
solverla de tamaño crimen? La religión del porvenir.
' Por último: la ciencia se forma, se sistematiza, se
convierte en el poder más grande de nuestros tiempos; á Se ha dicho que la humanidad necesita una re­
ella vienen á parar los cetros de los antiguos monarcas, ligión .
y ya enseñoreada del mundo, con su mano investigatola, Esta frase es la expresión inexacta de un pensa­
descorre el velo que ocultaba el secreto de los antiguos miento verdadero.
dioses, los resortes por medio de los cuales se movía la Es indudable que la humanidad ha sido siempre em­
inmensa máquina de las religiones. No era ésta ni aquélla pujada por algún móvil poderoso hacia la realización de
la que había que derribar: eran todas, era la Superstición, sus fines.
azote de la humanidad, plaga del mundo con su horrible Las formas de Gobierno, la organización de los Es­
mueca de fanática y su garra ensangrentada de tirano. tados no han sido nunca en realidad la causa determi­
nante de las acciones de los hombres, sino al contrario,
han estado determinadas por el modo de pensar de los
pueblos, por el punto de visia en que se colocaban las
naciones para contemplar la vida humana. De suerte
que influye poderosamente sobre toda la actividad hu­
mana, el último concepto que tenernos los hombres de la
vida y de nuestro destino.
Por esto no podía ser de igual índole la civilización
pagana que la civilización germano-cristiana, ni ésta
puede tener el mismo carácter que la civilización mo­
derna.
Es decir, que en cada época ha existido un ideal pro­
pio y característico de ella, primer generador de todas
las instituciones y creencias.
En este sentido puede afirmarse que la humanidad

%
KL CATOLICISMO 325
324 NUESTRAS COSTUMBRES

necesita, y necesitará siempre, un ideal al que ajuste su gonzosos y torpes, transportándonos de pronto á un
organización y modo de ser, cosa distinta de la necesi­ mundo superior iluminado por los destellos del genio, sa­
dad de una religión de que hablan algunos. turado de preciosas esencias y regalado con armonías
La necesidad de una religión, es decir, de una fá­ sublimes y arrobadoras.
bula para explicar el mundo, subsistió mientras los Esto sólo puede hacerlo el arte. Sólo el arte es hoy
pueblos, por el estado de inocencia de los hombres, quien puede habitar un templo y tener un culto. Sólo á
carecieron de datos científicos para explicarse los fenó­ él es dado en nuestros días hacer inclinar las cabezas y
menos de la naturaleza; pero desde el instante que el hacer latir los corazones. Sólo su voz mágica y pode­
descubrimiento de un método propio para la investi­ rosa impone silencio en todas las bocas y asombro en to­
gación de las ciencias naturales, el hallazgo de datos das las inteligencias. Sólo su acento dramático é inspi­
preciosísimos que la casualidad ó el genio de algunos rado ha de arrastrar á las multitudes, no al sacrificio
hombres nos procuró, y la constitución, en fin, de la sangriento y cruel que exigían los antiguos ídolos, no á
ciencia moderna sobre bases filosóficas y racionales, la guerra implacable y sañuda que perpetuaba el odio
operó la transcendentalisima revolución que todos hemos religioso, no al fanatismo, á la matanza y al suplicio,
presenciado en los conocimientos humanos, viniendo á sino en pos del bien, de la paz, de la concordia, de la
caer por tierra todas las fantásticas y caprichosas inter­ generosidad, de la abnegación y del amor.
pretaciones y explicaciones del Universo mundo, ya no El arte moderno, depurado de antiguos errores, des­
tenían razón de ser las religiones y estaban condena­ terrada la rutina de su seno, es esencialmente democrá­
das á desaparecer por haber cesado la causa que las tico, consolador, lleva dentro de sí tesoros de fe y espe­
originó. ranza, promete la redención de los oprimidos y el abati­
Por lo tanto, el porvenir no es de las religiones, el miento de los tiranos, habla á las muchedumbres con el
porvenir es de la ciencia, y si hablo de la religión del lenguaje tierno, candoroso y sincero del nino, y álos su­
porvenir, es sólo en un sentido traslaticio, retórico, me­ periores con la grandilocuencia del. sabio. Presenta al
tafórico, y empleando esta frase para designar aquello mismo tiempo ingenuidades de infante, profundidades de
que debe sustituir á la Religión, en la influencia que ésta filósofo y fogosidades de revolucionario. Cada día es
pudiera ejercer sobre la sensibilidad del vulgo; aquello mayor su riqueza, la ciencia le da materiales nuevos, la
que, llegando directa y rápidamente al alma de la mu­ observación le hace clarividente, ha heredado la llama
chedumbre, la emocione, la conmueva, la eduque y la sagrada de las religiones, y es.pl mentor de la sociedad
arrastre. moderna.
Las condiciones que haya de tener esta nueva insti­ Es democrático por el espíritu que le anima y por la
tución habrán de ser ciertamente las mismas que procu­ generosidad con que entrega sus tesoros al pueblo. Desde
raron á las religiones el inmenso poder y arraigo de que hace medio siglo los héroes de la novela, del drama, de
disfrutaron entre los hombres. Tendrá esa nota de uni­ la poesía misma, son los pobres, los desheredados, los
versalidad, de interés general que aquéllos tuvieron; la­ miserables. El genio arde en amor hacia los harapien­
tirá el espíritu de justicia en todas sus manifestaciones y tos, y arranca lamentos de compasión y lágrimas de
llevará en sí el poder de elevar nuestra alma por encima piedad, revolviendo en la escoria social, entre aquellos
de los intereses mezquinos y diarios, délos apetitos ver­ sobre quienes pesa una maldición, un estigma ó un vili-
H H H H I

326 NUESTRAS COSTUMBRES BU CATOLICISMO 327

pendio. En la literatura de todas las naciones ha habido (Jon ella llega á lo profundo de la conciencia humana,
un paria, un esclavo, un ladrón, un presidiario, ante y alli corta, raja, quema, desinfecta.
quien se ha prosternado todo un pueblo, por quien han Saca al exterior llagas y cánceres que antes llevába­
derramado lágrimas niños, mujeres y hombres. Por to­ mos ocultos, porque hasta ignorábamos nosotros mismos
das partes un aliento de simpatía, una corriente de amor su existencia. Define la moralidad derrocando antiguos
hacía los humillados y perseguidos. El arte moderno ha errores y supersticiones, nos traza el camino que debe­
idealizado la miseria. Rara es la obra maestra de estos mos seguir, consuela nuestras decepciones, enjuga nues­
últimos cincuenta años cuyo protagonista no es un ham­ tras lágrimas, levanta nuestro espíritu, condena y ab­
briento, un criminal ó una prostituta. suelve, juzga y profetiza; es el oráculo moderno.
Pero es democrático también porque ha dejado de Y al conquistar este eminente puesto el arte y el ar­
ser patrimonio y monopolio de los poderosos. Antigua­ tista, éste es el sacerdote de la nueva religión. Está
mente el arte vivía en los palacios de los ricos, oculto á ungido por la inspiración y toma aspecto de iluminado ó
las miradas de la plebe, guardado en sus cofres, ador­ vidente. Á él le toca dirigir nuestras pasiones y exaltar­
nando sus aposentos, divirtiendo sus festines y alegrando las hacia un ideal de perfección. Por eso tiene también
sus ocios. Y cuando era privilegio de los reyes y de los grandes responsabilidades.
príncipes, cuando los artistas dependían de la munificen­ Ved cómo por virtud de la evolución se cumple tam­
cia de un prócer y su mayor anhelo era asombrarle ó re­ bién aquel precepto del Evangelio que dice que los hu­
crearle, el arte era un paria y los artistas unos misera­ mildes serán ensalzados. Ved cómo los que hace un si­
bles; vivían pobres y despreciados como los bufones que glo apenas, estaban habituados al menosprecio general,
alegraban á los déspotas; su oficio era el último oficio: viviendo pobres y llenos de sufrimientos, ocupan hoy,
se les tenía por viles, vivían asalariados y hasta la Igle­ por disposición de la suerte, un lugar esclarecido y hon­
sia les negaba derecho á la bienaventuranza. Sólo roso en las naciones. También el arte ha pasado de hijo
cuando el arte se democratizó, se dignificó; sólo desde bastardo de los poderosos á ocupar en los pueblos el
que ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los poten­ puesto de las antiguas divinidades. Por todos los ámbitos
tados y se ha ofrecido á las masas, á las multitudes, ha del mundo resuena su acento sublime como el único
empezado á vivir sin vilipendio; sólo ahora puede el ar­ acento que puede salvar á la sociedad presente. Al
tista mirar cara á cara á un monarca y no tenerle envi­ mismo tiempo se nos aparece con caracteres eternos é
dia; sólo ahora puede gozar de las apoteosis que elevan inmutables. Su imagen, rodeada de laureles inmarcesi­
á las alturas luminosas de la popularidad y de la gloria. bles, se levanta en los linderos de un siglo y de una civi­
Únicamente cuando el artista se ha hecho amigo del lización como lo único joven, lo único hermoso y lo único
pueblo, ha empezado á ser persona decente. sagrado. ¡Quememos incienso en sus altares!
Pero además de todo esto, y para que su semejanza
con las antiguas religiones sea más perfecta, el arte es
hoy el depositario de la moral pública y privada, y ha
recibido la noble y altísima misión de dirigir las concien­
cias. La sátira es el arma de que se sirve para castigar
Jos vicios sociales y para fustigar á los delincuentes.
__________
CAPÍTULO PRIMERO

Carácter del si gl o.

Si alguna cosa distingue esencialmente al presente


siglo, llamado de las luces, de los demás que no han me­
recido tan luminoso dictado; si algo le marca con fisono­
mía especial haciendo que cada elemento ó cada mani­
festación estén unidos por un factor constante, de tal
modo, que éste sea la rueda principal de la máquina que
pone en movimiento á todas las demás y sin la cual no
hay armonía mecánica posible, esta cosa es el dinero.
Es la sangre de la sociedad actual, que reparte á toda
ella vida y nutrición. Parece sometido á las mismas leyes
que aquella sustancia en el cuerpo humano. Si acude á
una parte en más cantidad que á otra, es con detrimento
de esta última, dejándola anémica; y en ella se originan
trastornos, como en el individuo enfermedades. La asi­
milación al cuerpo social se hace por medio del trabajo,
que presta calor á todo el organismo, como las oxida­
ciones de nutrición determinan el del cuerpo humano. La
falta de dinero es falta de vida.
Es asombroso el estudio de sus maravillosos efectos,
que llegan hasta lo inmaterial é incorpóreo. Determina la
prosperidad de las Naciones, decide las guerras, que an­
tes decidían el valor de un pueblo ó las dotes militares
de un capitán. Las Corporaciones religiosas que al nacer
el Cristianismo vivieron en la pobreza y en ella triunfa-
332 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 333

ron, no pueden ahora subsistir sin una organización eco­ amenazando á los temerarios que le desafían, aplas­
nómica. La nobleza se adquiere por su mediación. La tando á los unos, levantando á los otros, riendo de sus
justicia le toma muy en consideración en sus Códigos, y víctimas con carcajada estúpida y cínica, disfrazado
la mayor parte de las veces, una indemnización pecu­ otras veces con brocados y sedas, ostentando como ser-
niaria compensa á los lesionados de danos de muy di­ vidor suyo al arte, erigiendo suntuosos palacios, tratán­
verso orden. La actividad intelectual está por él deter­ dose con reyes y príncipes unas veces y viviendo otras
minada, y se hace febril más que fisiológica desde que se en la miserable buhardilla del avaro, con frío y hambre.
deja sentir de tan poderosa manera el poder del oro. Es un Proteo que adopta todas las formas sociales para
Se ha convertido en el fin único del hombre, y todos los manifestarse.
momentos de la vida de éste están devorados por la Es un tirano y un libertador. Sometidos á su imperio,
misma ansia, por el mismo deseo. Desde que nace á la ra­ cien mil desgraciados, en el fondo de las minas, en las
zón, todo lo que se hace con él, lleva el mismo sello, dis­ fábricas, en la industria, inclinados sobre la tierra, es­
ponerla para que más adelante pueda ganar dinero. Esta tán condenados á trabajos y fatigas superiores á los que
ha de ser la base de su felicidad. Hasta que no lo posea, se imponen á los presidiarios. Se inmolan al monstruo,
no podrá formar familia, no podrá cumplir sus leyes sacrificando su cuerpo, dando su sangre, su salud, su vi­
fisiológicas. Él habrá de determinar la clase social en que gor, renunciando á la luz del día, engendrando hijos ra­
se nos debe incluir. La medida de nuestro tesoro será la quíticos y enfermos, que son desde su primera infancia
medida de nuestra estimación y de nuestra utilidad. Si entregados despiadadamente á un trabajo superior á sus
somos ricos, valdremos de algo á la sociedad; si somos fuerzas, que les hace precoces para el vicio y les dispone
pobres, ni aun á nosotros mismos. á la degeneración y al crimen.
La vida social y hasta fisiológica viene á ser la re­ Pero sin llegar á estos extremos, podemos compren­
sultante de la vida económica, de tal manera, que todo der el papel del dinero en cualquier momento de la vida,
trastorno en este orden, repercute en aquél; pero no al y convencernos de que es la fórmula que por medio de
contrario, lo cual indica que la relación no es recíproca cifras encierra la clave de nuestra dicha, de nuestra sa­
ni por lo tanto esencial. lud y de nuestra alegría.
El dinero, actualmente, es el poder humano. Es el El padre de familia tiene en su presupuésto el origen
secreto talismán con que se nos abren las más pesadas de todas sus cavilaciones. No puede perderle de vista,
puertas en la vida, como en una comedia de magia; con así como el piloto no puede distraerse del timón.
el cual se allanan todos los obstáculos, á cuyos reflejos La miseria dorada, es tal vez la más terrible de to­
la justicia templa su rigor y se detiene la mano del v e r­ das. El hombre que recorre las calles de la ciudad ves­
dugo. Honore-;, distinciones, categorías, laureles, gloria; tido de levita, lleva en su mente más terribles preocupa­
todo lo que más estima el hombre, se concede á este ciones que el mendigo vestido de harapos, que le tiende
ogro, á este gigante que, salido de las obscuras entra­ la mano para pedirle una limosna con plañidero acento.
ñas de la tierra, se ha enseñorado de ella. Recórrela v ic ­ Obedeciendo á una ley imperiosa, el joven contrajo
torioso y deforme, adorado y execrado, haciendo incli­ matrimonio con una mujer, hacia quien el amor le em­
nar la cabeza á todos y llevando ea su formidable mano pujó, á despecho de los avisos de la prudencia. La ga­
la maza del absurdo, de la injusticia, del privilegio, rantía de estas dos existencias está por lo común á mer-
EL DINERO 335
834 NUESTRAS COSTUMBRES

ced del capricho de un ministro y de los vaivenes de la Para comprender toda la fuerza opresora que las
política. Cobra un modesto sueldo del presupuesto na­ condiciones económicas imponen al hombre, sería pre­
cional, con el cual tiene que hacer frente á todas las ne­ ciso un estudio comparativo de las diferencias que exis­
cesidades de su nuevo estado. Al poco tiempo, la familia ten entre las condiciones de vida de la moderna clase
se aumenta; tienen un hijo, en el cual cifran su amor y media y las de la misma ó su equivalente en más anti­
su ilusión. La madre no puede criar, se necesita echar guos tiempos. En esto hemos de encontrar su principal
mano de un ama de cría, con lo que el presupuesto es diferenciación. Pero á fin de simplicar la tarea, compa­
gravado notablemente; y como ya estuviese calculado raremos al habitante de las provincias con el habitante
para lo estrictamente necesario, ahora comienzan las de Madrid.
escaseces, reduciéndose algunas partidas y disminu­ Así como sería muy precaria la vida de un hombre
yendo los artículos de primera necesidad, bien cuantita­ en un país deshabitado, aunque poseyese los millones de
tiva ó cualitativamente, apareciendo el grave riesgo de Creso, porque no le servirían de nada, y antes bien, le
una alimentación insuficiente. Es lo probable que al año abrumarían como á Midas el oro con su abundancia y
siguiente se aumente la prole, con lo cual los gastos van su inutilidad; así, á la inversa, es bien triste la condición
en progresión, sin que los ingresos hayan aumentado. El del hombre civilizado, que en las modernas capitales se
conflicto va tomando alarmantes caracteres. El padre, halla enfrente de tanto placer, de tanta comodidad, de
necesitado, emprende trabajos extraordinarios, roba al tanto lujo como la industria le presenta, y no puede al­
descanso sus horas más preciosas, fatiga su cerebro ó su canzar ninguno de esos goces ni para él ni para los su­
vista, pónese en el gravísimo peligro de enfermar y yos por carecer de dinero. Semejante á un condenado
abandonar el timón de la nave, que pronto se verá á del Dante, vagará errante por doquiera, con melancó­
merced del viento y de las olas. lico rostro, donde irán dejando sus huellas todas las
Este temor envenena la dicha de los dos esposos, y su tristezas, todos los dolores, todas las decepciones, todas
existencia se convierte en una lucha de resultados in­ las envidias propias del desheredado. Á las máscaras
ciertos y obscuros. trágicas de la antigüedad hay que agregar esta mísera
No hablemos ya de todos los placeres de la vida, que mascarilla del infeliz que rueda por las poblaciones,
desfilan ante ellos sin poder gustarlos. No hablemos de sintiendo todos los apetitos que excitan los escaparates
aspiraciones legítimas, ni de esas vanidades disculpa­ modernos, sin satisfacer ninguno.
bles del vestir, deTa elegancia, del confort, etc... que á Se verá con frecuencia obligado á tratar con los
veces, hasta se pueden reputar necesidades sociales; con ricos, con los poderosos, porque la democracia así lo
el espectáculo de su miseria, de su salud vacilante, con quiere, de los cuales sentirá el menosprecio y la compa­
el tormento de sus constantes inquietudes, de sus conti­ sión, disfrazado con las más correctas formas sociales.
nuos temores, tienen bastante para mirar la vida con Tendrá otras veces que reducirse á tratar con personas
disgusto y temor, para entregarse á la desesperación, de otra clase social, con quienes la falta de dinero bru­
para perder la ufanía y descuido propios de su juventud, talmente le reúne, porque no puede sostener el trato con
y abrigar en su pecho como traidoras sierpes, el sobre­ las clases elevadas. Nada hay más mortificador que esto.
salto, el desaliento, el escepticismo de una vejez prema­ Nada hay que entristezca más á las personas ilustradas,
tura. bien nacidas, que han venido á menos, que verse en la
336 NUESTRAS COSTUMBRES
EL DINERO 337
necesidad de tratar á ciertas gentes. Pero así lo quiere
mi entos que no están á su alcance, deseo que, no satis­
muchas veces la moderna clasificación económica. El
fecho, le producirá más sufrimientos que un artesano,
dinero ha venido á romper la unidad del género humano,
desconocedor de esas necesidades, pudiera experimen­
introduciendo tal variedad en él como en el resto de las
tar. A éste, su misma ignorancia le salva, haciéndole
especies zoológicas.
participar de la felicidad inconsciente de los seres infe­
El habitante de la ciudad respira un ambiente im­
riores. Aquél, en cambio, es víctima de sus propios ele­
pregnado de penetrantes perfumes, que despierta los
vados instintos, de sus refinadas cualidades ; la sociedad
sentidos y le hacen ávido de más pródigas emanaciones;
no le presta el concurso debido, ni le proporciona los
ambiente iluminado por mágicos rayos de diversos colo­
medios materiales que la jerarquía de su inteligencia
res, que se cruzan, entrechocan, iluminan la imagina­ demanda.
ción y electrizan el espíritu; ambiente saturado de mis­
En las provincias y en el campo es otra la atmósfera
terioso fluido,, que excita todas las sensaciones., que
que se respira. Cuanto más nos acercamos á la natura­
despierta todos los deseos, que aguijonea todas las facul­
leza, mejor podemos refrenar nuestras insanas ambicio­
tades, que espolea de continuo el corazón y que fustiga
nes, más garantía se nos ofrece de paz para el alma. La
sin cesar el alma. Es una atmósfera ésta de seducción,
atmósfera de las grandes ciudades es un ambiente infer­
de engaños y de promesas, en la cual se ven muchos
nal saturado de deleites. La del campo, más pura, nos
envueltos, arrastrados y perdidos. Otros viven la vida
comunica la calma y reposo de la naturaleza. Nos pone
de los parias, y llevando tal vez un alma noble escon­
en condiciones de hacernos fuertes contra las tentacio­
dida en el pecho, tienen que mancharla con la adulación,
nes, cuya no satisfacción nos empequeñece á nuestros
con la envidia y con la bajeza.
propios ojos. Nos pone en condiciones de hacernos filó­
Y aún de esto hay que descontar las ignorancias, la
sofos ó de embrutecernos. Ved, si no, cómo todos los filó­
resignación, las compensaciones que la condición social
sofos de todos los tiempos han escogido algún lugar de
nos impone, connaturalizándonos con muchas privacio­
retiro donde espláyar libremente sus facultades y gozar
nes que, si así no sucediera, si no existiera ésta ley re­ de la contemplación de la naturaleza.
guladora y el hombre de las clases pobres tuviese con­
Por eso, el habitante de la Corte ha de sentir pode­
ciencia y sentimiento en un momento dado de toda su
rosa necesidad de compensar los efectos producidos pol­
miseria, de todas las dichas, los placeres, los medios de
la vida de capital con una temporada de vida campes­
perfeccionamiento de que está desposeído, no podría so­
tre. Es una exigencia de la higiene, no sólo de la higiene
portar la inmensa tristeza, el venenoso despecho que se del cuerpo, sino de la higiene del alma.
apoderaría de él. La vida de provincias es un término medio entre
Y como deseamos menos las cosas cuanto menos las estas dos. Tiene grandes molestias y mezquindades,
conocemos, he aquí por qué los hombres del pueblo son compensadas con grandes ventajas.
más felices que la clase media, que tan pocos abogados El oro no ejerce allí su imperio de manera tan brutal.
ha tenido, siendo, en realidad, una de las que más su­ En cambio, es más pronunciado el carácter de las pre­
fren. ocupaciones, y las gentes, como más cerca unas de
Así, un individuo de esta clase sentirá el vivo deseo otras, y más desocupadas, se divierten en clavarse mu­
de tal ó cual joya artística, de adquirir ciertos conoei- tuamente el aguijón.
22
338 NUESTRAS COSTUMBRES EL, DINERO 339

Por consiguiente, á las grandes capitales es á las que leyes que han influido, no sólo en las cuestiones pura­
nos referimos, al dibujar la especial fisonomía del siglo. mente económicas, sino que han penetrado hasta el co­
No hay que desconocer que en todos los tiempos y razón mismo de la sociedad actual, produciendo en ella
naciones el peso del oro se ha dejado sentir, ha ejercido profundos y transcendentales cambios, y que más bien
inmensa importancia en las relaciones del hombre, que determinar un estado definitivo, lo que han hecho ha
siendo poderoso resorte de las voluntades; pero por la sido preparar terreno para radicales y estupendas trans­
diversa clase de organización social, por el gran imperio formaciones.
que en las costumbres ejercía la tradición, por el escaso Ellas han aumentado, del modo que todos sabemos,
desarrollo de las industrias, por las vinculaciones, por la las necesidades de la vida, y han puesto al alcance del
no existencia del libre cambio, etc., etc., el dinero no consumidor objetos que su misma fantasía no soñara.
significaba, ni con mucho, lo que significa hoy. La de­ Hacen compatible la adquisición de estos objetos con la
mocracia, orillando desigualdades antiguas, logró que condición social, cualquiera que sea, del ciudadano; y
circulara el codiciado metal por. todas partes, pero dejó tal amplitud y transcendencia ha tomado este sistema,
sentir nuevas y más irritantes desigualdades que antaño. que todo, hasta bienes del orden moral, y cosas que por
Factores novísimos han dado al dinero el dominio su índole no parecen estar sujetas á precio ni tasa,
del mundo moderno. vienen á resolverse en numerario.
La misma ciencia económica data de poco más de En fin, hasta el mismo derecho establece precio á
un siglo, y no es otra cosa que el reflejo de ciertas leyes ciertos delitos, que no otra cosa son algunas indemniza­
propias y exclusivas de nuestra época. Sus mismos fun­ ciones y multas de los Códigos. Los legisladores, cono­
dadores, como veremos más adelante, impugnan algu­ ciendo el lado más sensible del hombre moderno, prefie­
nas veces los cimientos que la sostienen. ren que la vindicta pública se satisfaga en ciertas oca­
En efecto: ¿cómo podria tratarse en la Edad Media siones con crecidas multas, á privar de una libertad más
de las leyes determinadas por los productos de ciertas ó menos provechosa para la cooperación social al ciu­
industrias modernísimas? La actividad febril que el dadano.
vapor ha dado á la circulación, hace que la industria Así pues, al ver que cada aspiración, que cada movi­
moderna se rija por distintas leyes que la antigua. La miento, que cada esfuerzo ha de repercutir y significar
libertad de comercio, como consecuencia de las nuevas un cambio ó un sacrificio pecuniario, podremos excla­
ideas del derecho internacional, ha dado también nuevo mar con Balzac: «où est l’homme sans désirs et quel
carácter á nuestra época. Los sistemas tributarios han désir social se résoudra sans argent?» ¿Dónde está el
dejado de ser arbitrios anejos á las monarquías, para hombre sin deseos? ¿Y qué deseo humano se satisfará sin
convertirse en reguladores de la riqueza social. Los es­ dinero?
tudios relativos al capital, esa entidad moderna, no pu­ De todo esto ha resultado para el hombre una escla­
dieron hacerse antiguamente. Y por fin, los inventos, vitud más cruel que la esclavitud abolida.
las máquinas, la industria, la mecánica, la ciencia en En la antigüedad, los esclavos carecían de todo dere­
general, con sus descubrimientos, han creado nuevas cho, eran cosas, tenía sobre ellos el amo derecho de
leyes, por las que se rige el mundo del trabajo; leyes vida y muerte y eran arrojados á los acuarium para
que han marcado una fisonomía especial al siglo xix, servir de alimento á los peces, pero no se morían de
340 NUESTRAS COSTUMBRES

hambre. Por su misma condición de cosas susceptibles


de apropiación, el dueño tenía interés en alimentarlos.
En los siglos medios, á pesar de que había ya escla­
recido las tinieblas que envolvían el destino del hombre
la democràtica doctrina del Crucificado, los señores feu­
dales ejercían sobre sus siervos otra especie de esclavi­
tud, con privilegios infamantes; pero también en los si­
glos medios los amos daban de comer á sus siervos. CAPÍTULO II
Sólo el hombre del siglo xix no se parece à ninguno,
ni su miseria á otra miseria. Se le ha hecho libre, y ¿de
de qué le sirve su libertad? No depende de nadie y de­
pende de todo el mundo; es libre de escoger profesión, La limosna.
pero está condenado á perecer si no la encuentra: tiene
á su disposición, no ya la mísera ración del siervo, sino La limosna, en nuestros tiempos, tiene carácter re­
todas las viandas del rico, pero puede morirse de hambre ligioso. No se puede decir, sin faltar á la verdad, que
al pie de un escaparate cargado de caprichos y refina­ sea de origen exclusivamente católico, pues aun cuando
mientos culinarios. Todo está á su alcance, todo se le no nos enseñase la historia que ha existido siempre,,
ofrece, todo se le brinda, y carece de todo. Está conde­ lo adivinaríamos nosotros, porque la compasión, senti­
nado al tantálico tormento de no poder coger lo que en­ miento en el cual se funda, habrá existido en el corazón
cuentra al alcance de su mano, porque detrás de él vela humano de modo innato. Sí ha de decirse, que la religión,
la Policía para sujetarle con su infamante garra cuando apoderándose de este sentimiento, lo dirigió de modo-
cede á la tentación. conveniente á sus fines. Lo convirtió en una manifesta­
ción religiosa con la esperanza de que, andando el tiem­
po, se atribuyese su origen á ella y se supondría no po­
der existir sin la existencia de la religión.
Con este fin le dió poder para borrar las culpas, la
convirtió en un merecimiento para conseguir de Dios la
bienaventuranza.
Por medio de la limosna vamos pagando á pequeños
plazos un rinconcillo en la gloria. La moneda que deposi­
tamos en manos de un mendigo, sabemos que ha de al­
canzar crecido interés en el cielo, por lo que, al salir de
los templos, cuando aún no hemos terminado de mascu­
llar las últimas oraciones, si sale á nuestro paso liara
piento mendigo y depositamos en sus manos una ínfima,
moneda, sin mirarla siquiera, pues una máxima católica
nos manda «hacer bien sin mirar á quién», hemos prae-
3 (2 NUESTRAS COSTUMBRES E L D INERO 343

ticado un acto religioso que atañe únicamente á nuestra Reunidos varios jóvenes en cierta ocasión, senos
alma con respecto á su Dios; pero no hemos ejercitado llegó un pobre pidiéndonos, con quejumbroso acento,
nuestros sentimientos humanitarios, ni verificado un una limosna. Alguien la hubo de dar, y con este motivo
acto de desinterés. entablóse discusión sobre la caridad y sus móviles, y
La Iglesia deja, pues, que el provecho propio, el in­ uno de ellos, estudiante de la Universidad de Deusto,
terés, el egoísmo guíe á la caridad, por cuanto si soco­ nos preguntó:
rremos á un prójimo, es con la mira de alcanzar una re­ — Vosotros ¿por qué dais limosna?
compensa allá en la otra vida. Uno de nosotros, interpretando el pensamiento de la
Por este carácter religioso de la limosna es por lo que mayoría, contestó que por la compasión que excitaba en
hormiguean á la puerta del templo multitud de pobres, él la desgracia de un semejante. A lo que el jesuíta re­
adornados con escapularios, cintas, medallas y crucifi­ plicó:
jos. Por esto mismo es por lo que, con acento plañidero, — ¡Ah! Vuestra limosna es muy mezquina. Yo no veo
piden «una limosna, por amor de Dios», y nos prometen en el pobre un semejante, sino al mismo Dios en figura
que «el Señor nos lo pagará en la otra vida». humana. Doy la limosna por su amor, y espero con ella
A l mismo tiempo, los fieles leen en sus devocionarios una recompensa en la otra vida.
la orden de socorrer á los pobres para alcanzar el per­ No hubo medio de hacerle entender que nuestro acto
dón de los pecados; algunos asocian además el cumpli­ era más desinteresado que el suyo.
miento de este deber religioso â la obtención de alguna Afortunadamente, están en minoría estos individuos
gracia impetrada del cielo. De aquí que cuando se quiere en los que el terror religioso, el miedo á la eterna con­
pintar la caridad cristiana, se pinta á un niño ó ángel denación si eluden los deberes que preceptúa la Iglesia,
extendiendo la mano y derramando con ella monedas á puede más que el sencillo é innato sentimiento de con­
los pobres y mirando con gesto de arrepentimiento al miseración, por el cual cedemos parte de nuestros bie­
cielo. nes en alivio de las desgracias de nuestros semejantes.
La Iglesia ha creído que el deseo de salvarnos había La razón que la Iglesia da para fundar la caridad en
de ser el acicate más poderoso para movernos en favor aquella idea, es que la naturaleza humana, por sí sola,
de nuestros semejantes. A l establecer con este carácter no es capaz de sentir esa conmiseración de que hablo, y
la limosna, quitó la espontaneidad y el desinterés á los por fiínto, de remediar la pobreza de nuestro prójimo.
actos de caridad, arrogándose su monopolio, señalán­ Luego veremos cuán insuficiente es este modo de
dola con su sello y haciéndola circular por todas las na­ practicar la limosna; ahora cúmplenos protestar en
ciones á ella sometidas para recoger la gloria y el pro­ nombre de la humanidad, de la calumnia que entraña
vecho correspondientes. semejante teoría.
C mío siempre, siguiendo una política preconcebida, Es muy cómodo eso de suponer que cualquier acto
ha calumniado la naturaleza humana, suponiéndola in­ humano inspirado en el bien es obra de la Gracia Divina,
capaz de moverse en favor de sus semejantes al solo es­ y que el hombre sólo es responsable de sus malas accio­
pectáculo de su miseria y dolor, y con el único interés nes. Esto es muy cómodo para la Iglesia, pero muy in­
de satisfacer ese deseo de hacer bien, que entrañan famante para el hombre.
nuestros sentimientos naturales de piedad. En esta falsificación, en esta usurpación de los natu­
344 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 345

rales sentimientos benéficos de la especie humana,.está sus vidas en honor de la humanidad. Alguno de ellos
inspirado ese afán de monopolizar para la Iglesia los es­ pagó con su existencia tan valerosa conducta. Yo me
tablecimientos de beneficencia, de poner curas y monjas complazco en rendirle tributo de respeto, no atribuyendo
en los hospitales, lazaretos, asilos, etc. Según la Iglesia, su acto de abnegación á la ingerencia de ningún poder
no existe en el corazón humano la iniciativa benéfica sobrenatural, ni al egoísta é inocente deseo de ganar
sin el auxilio de la Gracia, ni se concibe un hospital sin cien dias de indulgencia, sino á cualidades propias que de­
hermanas de la Caridad que por el mero hecho de po­ bemos honrar con la admiración y la gloria.
nerse tocas blancas, se conviertan en ángeles que pueden Aunque tarde, ha comprendido la Religión que el
mirar con desdén al resto de los mortales. bien, como todo, es preciso saberle hacer, y últimamente
Demasiado se encarga la experiencia de desenmas­ se ha puesto de moda inquirir el por qué de la miseria,
carar esta hipocresía y de hacernos saber que esos su­ es decir, estudiar los antecedentes del necesitado. Con
puestos ángeles son criaturas como nosotros y á veces este designio, el ángel de la caridad visita la morada de
inferiores á nosotros, pero de hecho tan expuestas á su­ los pobres, pero una vez dentro de ella, se da aires de in­
cumbir á la tentación como cualquiera; pero si no lo su­ quisidor. Se entera ante todo de las costumbres que ob­
piéramos, la creación de los modernos sanatorios, insti­ servan los necesitados, y, no estoy muy cierto, pero creo
tuciones completamente laicas, de las cuales va ha­ que cuando no se ajustan estas costumbres al criterio
biendo numerosos ejemplos ya en España, se encargaría eclesiástico, el ángel niega la beneficencia, porque, á su
de demostrarnos que no se necesitan votos religiosos entender, las necesidades de un ateo ó de una prostituta
para atender y cuidar al prójimo con riesgo de la vida, no se deben remediar, sino dar á tales gentes con el pie
para curar infectas llagas, para socorrer á enfermos y dejarlas morir como perros.
contagiosos, para ejercitar, en una palabra, los ins­ De todos modos, en estas visitas de carácter eminen­
tintos de amor y de caridad que honran, sin necesidad de temente jesuítico, parece ser que se hace propaganda de
ninguna Gracia, á la raza humana. novenas, escapularios y devociones, con lo cual la limosna
La ciencia moderna arroja á los fariseos de su templo. no se limita al cuerpo, sino al espíritu.
Visitad el Instituto Rubio, sobre un alto de la Moncloa, Pero no es únicamente la Iglesia quien se sirve déla
y veréis en él á pobres mujeres dedicadas á la ocupación limosna para fines bastardos.
de curar y asistir sin llevar el rosario colgado á la cin­ La mujer, sobre todo, gusta de abatir á sus rivales
tura, sin hacer de su oficio una misión sublime, ni espe­ por actos de hipócrita magnanimidad. La limosna en
rar de él la remisión de sus pecados. éstas es un elemento de guerra, un alarde de poder, una
No necesita por cierto la ciencia del auxilio de la re­ manifestación del lujo y una muestra de soberbia, como*
ligión para ser toda caridad y abnegación. Todos lo es­ los brillantes de sus orejas ó las perlas que lleva al
tamos viendo: tiene sus mártires. Ese valor estoico que cuello.
el amor á los descubrimientos presta no es un espectáculo Harto frecuentes senos ofrecen á la vista casos en que
raro. Poco há que con ocasión de la peste en Poriugal, dos mujeres que se han llamado mucho tiempo amigas,
de la temible peste cuyas descripciones leíamos aterrori­ mientras rivalizaban en riquezas, en posición, etc., por
zados en los telegramas de la India, médicos de todas uno de esos vaivenes de la fortuna se encuentran distan­
las naciones acudieron solícitos y presurosos á exponer ciadas, cayendo una de ellas en la miseria y dando lu-
346 NUESTRAS COSTUMBRES E L D INERO 347

gar á que la otra satisfaga antiguos rencores, arroján­ No digamos nada de esas fiestas de la Caridad que
dola sus desperdicios en forma de limosna. Comúnmente organiza la última moda europea y que tienen por base
la irreflexión de las gentes ó la adulación de los parási­ el lujo y la ostentación. A l fin y al cabo, reportan pin­
tos dan á esa venganza el valor moral de una buena gües beneficios á los miserables, aunque es bien triste
acción. tener que hacer llamamiento á las malas pasiones hu­
También conocemos todos á personas que practican manas para recoger el fruto que debían producir los sen­
la beneficencia porque necesitan la indulgencia de la so­ timientos humanitarios.
ciedad por estar en deuda con su opinión. Hay muchas Basta lo dicho, aunque es poco, para dar idea de lo
mujeres que reparten en torno de sí monedas de oro para que es la limosna y cómo se practica. Repito, sin embar­
comprar la indulgencia y el perdón de ciertas faltas, go, que empleo la palabra limosna para dirigirla estas
para compensar á su orgullo con las alabanzas que re­ censuras en su sentido más estricto, porque en su acep­
coge la caridad, de los latigazos que por otro lado recibe ción más comprensiva, es decir, como expresión de los
la lascivia. sentimientos humanitarios y de compasión, tiene otra
Me acuerdo que siendo casi un niño sentirne conmo­ índole más excelente, su antigüedad es más remota y
vido por la generosa conducta de una señora muy rica, sirve mejor á los fines que persigue.
que cosía trajecitos de luto á unos niños huérfanos, y que Veamos ahora cuáles son los efectos prácticos de la
al ir á expresar mi entusiasmo con lágrimas en los ojos, limosna, para recoger y deducir las consecuencias que
quedé helado por la mirada de desdén, por la sonrisa de para la sociedad produce, y comprender que, lejos de re­
orgullo, por la expresión de vanidad complacida, porla mediar las necesidades de un pobre con los cinco cénti­
impasibilidad, hija del cálculo con que fué recibida mi mos que le regalamos, sostenemos su miseria y prolon­
inoceme emoción. Después pude comprenderla razón de gamos sus sufrimientos.
su fría actitud, sabiendo que todo aquello lo hacía por
conquistar en la opinión pública cierto terreno perdido
por otro lado.
La caridad á veces es productiva,.y entre esas clases
elevadas, correctas, intachables, cuyos individuos ten­
drían á menos explotar cualquier industria ó comercio,
y que por nadar en millones se les puede creer al abrigo
de la codicia, se observan muy á menudo personas que
Tundan Asilos, Casas de Beneficencia, dan una cantidad
todos los años para tal ó cual fin piadoso, y acaban re­
cibiendo de manos del Pontífice un título nobiliario como
recompensa á su caridad cristiana.
Los Papas nunca han sido poco generosos en esta
materia, porque cuidan solícitamente de rellenar de
cuando en cuando los huecos que la degeneración de las
familias abre en la aristocracia.
EL DINERO 349

Pero mirando el asunto desde un punto de vista un


poco elevado, llegaremos á convencernos de que la
limosna no tiene razón de ser. Porque ó el dinero que
pide un pobre se lo debemos en justicia, en cuyo caso se
le usurpamos reteniéndole en nuestro poder, llamándole
nuestro y aceptando las gracias por él, ó no se le debe­

CAPÍTULO 111 mos, y al pedírnoslo y vivir de lo ajeno, el mendigo se


rebaja y deshonra.
Yo de mi sé decir que esa pretendida satisfacción que
se atribuye al que hace una limosna, no la he sentido
nunca bien definida. He sentido otra cosa: vergüenza,
Sus efectos.
dolor, remordimiento, dudas en mi conciencia; he oído
dentro de mí una voz que protestaba ante la situación
La misma descripción que hemos hecho de la limos­
del desgraciado, y á mis ojos se ha empequeñecido mi
na, de cómo se practica, denota que es una lluvia me­
supuesta buena acción comparando la magnitud de la
nuda que cae en el terreno en que más puede perjudi­
injusticia social que presenciaba, con la pequenez del
car. La mayor parte de los mendigos son vagos que vi-
desagravio que constituye la limosna.
\en de la postulancia y que alimentan g'roseros vicios,
La existencia por la calle de esos desvalidos solici­
con lo que recogen de las gentes, explotando su sensibi­
tando la caridad pública, acusa la negligencia de una
lidad. Pero esto lo doy por sabido. Antiguo es el arte de
sociedad, en donde el que se inutiliza para el trabajo no
la postulancia. Los que le ejercen, son verdaderos pará­
encuentra asilo ni protección. De aquí que en las ciuda­
sitos de la sociedad. El hampa es t§da una institución y
des civilizadas, las autoridades expurguen las calles de
cuenta muchos siglos de existencia y perfeccionamiento.
esos parásitos, que son patente muestra de la mala or­
Las llagas, pústulas y lesiones fingidas no son de ayer;
ganización de la beneficencia. Sus defectos son los que
todos conocemos à estragados artistas que para sacar
ocasionan esos espectáculos. Mientras en los asilos, hos­
provecho de los bolsillos del transeúnte oprimen su cora­
pitales, etc., no se cambie de arriba abajo el sistema
zón y su estómago, y le hacen volver la vista á otro
lado. imperante, que convierte á los asilados casi en presos,
En vano se han idettdo establecimientos de benefi­ éstos tratarán de huir de ellos como de cárceles. Mien­
cencia, donde el verdadero pobre, inútil para el trabajo, tras no se establezca en esas casas un sistema de tra­
pueda encontrar abrigo y alimento; el arte de la postu­ bajo combinado con cierta libertad, que no arrebate al
lancia no cesará mientras la Iglesia perdone los pecados, pobre su única riqueza, el aire libre, no servirán de
poniendo á sus puertas cuatro andrajosos cargados de mucho. Los mismos inválidos pueden trabajar; el que
escapularios: mientras le proporcione al rico modo de es manco, con los pies; el cojo, con las manos; el ciego
quedar bien con su conciencia, tan cómodo como dejar en trabajos á propósito para él. Para todos puede haber
caer unos cuantos céntimos en aquellas manos extendi­ trabajo, que es la única fuente de la salud, de la moral
das, sin tomarse siquiera el trabajo de mirar á las per­ y de la alegría.
sonas á quienes pertenecen. La limosna humilla al que la recibe. Cualquier indi-
350 XUKS'IKAS COSTUMBRES E L D INERO 351

viduo que vive de su trabajo, tendría por deshonroso re­ y descompuestos ademanes de embriaguez. El aguar­
cibir la limosna que se da un á pordiosero, y todos consi­ diente es el placer de los pobres, y les compensa de sus
deramos éste como el más vergonzoso estado. Esta nota privaciones con pasajeros estados de demencia en que
de humillación jamás se podrá separar de la limosna, olvidan su propia miseria, y que van envenenando su
por lo que ésta no será un acto que satisfaga al que lo cuerpo. Este vicio les es necesario Realízase aquí aque­
ejecuta; no será un acto sublime,como dice la Iglesia,por lla ley de compensación moral de que ya hemos hablado
el cual se nos abren las puertas del Cielo; no será si­ que exige la reacción de un placer intenso contra un
quiera una compensación á la injusticia social que re­ gran dolor, á cuyo cumplimiento nos vemos empujados
presenta el obrero errante y sin trabajo, pidiendo pan en cualquier estado social y que se cumple con más vio­
para .sus hijos, ó el imposibilitado físicamente á quien la lencia y extremo, más ostensiblemente en las gentes des­
sociedad no presta asilo. ordenadas.
Lejos de ser un acto grande, la limosna por sus con­ Y como el mendigo tiene que atender á este vicio,
secuencias es bien mezquina. La persona que la recibe que por las razones dichas ha tomado en él tan hondas
experimenta por el momento un alivio pasajero, pero raíces, empleará para poderlo hacer todos los procedi­
quedará ligado con su bienhechor con un vínculo moral. mientos de que disponga; el más frecuente será la explo­
Nuestra caridad es inconscientemente interesada, por­ tación de la piedad con enfermedades y necesidades fin­
que siempre exigimos la gratitud en el favorecido. Com­ gidas. De aquí el envilecimiento que trae consigo este
pramos la dependencia, la subordinación, el respeto, la género de vida y la persecución que existe contra esos
adulación, con ese dinero que creemos dar á título gra­ pobres callejeros, de cuyas supuestas desdichas nos
tuito. reímos muchas veces.
Por su parte, el que ha recibido un donativo se cree Censuramos la degradación de esos miserables, y no
en el derecho á solicitar, cuando se vuelve á sentir nece­ reflexionamos que es consecuencia de su misma desgra­
sitado, una segunda limosna, y en caso de serle negada, cia; que somos en cierta manera nosotros los culpables
á censurar y á quejarse del que ya una vez le socorrió. de ella; que lo que necesitan no es la limosna que les
De suerte que en vez de engendrar la gratitud, la li­ damos, sino benevolencia, protección, restitución de sus
mosna da origen al rencor y al despecho. derechos, cultivo de su inteligencia, educación de su vo­
Por esto se dice que el que hace bien á las gentes no luntad.
encuentra más que ingratos. Brindadles con un trabajo honrado, y no lo acepta­
Pero en esos casos en que la limosna no establece rán. ¿Porqué? Porque hemos destruido su trono, su dig­
ningún vinculo entre el que la da y la recibe, ¿son más nidad, su aplicación y su conciencia, manteniéndoles en
provechosos sus resultados? ¿Son más moralizadores? el miserable estado en que les encontramos. Todo esto
Por lo común, el que da una limosna en la calle á un se lo debemos, puesto que se lo hemos quitado.
mendigo cree aliviar su necesidad, cuando no hace sino Si queréis hacer un viaje por esos antros sociales que
prolongarla. se llaman- miseria, mendicidad, prostitución, criminali­
El mendigo, en cuanto recoge cinco céntimos, se va á dad, os convenceréis de que no es dinero lo que necesi­
la taberna á gastarlos, y aquellas quejas con que impor­ tan. Es apoyo, tutela, regeneración, instrucción, amor
tunaba al transeúnte, conviértense en cínicas carcajadas al trabajo, ejercido todo esto por el Estado en su función
352 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 353

de beneficencia; pero no como la ejerce ahora, sino de conciencia, y no se necesita más que un momento de
modo que su protección no se limite, en primer lugar, reflexión para leerlos en ella escritos, ¿cuál no debe res­
al cuerpo, y no lleve la nota infamante que ahora lleva, plandecer allá dentro ese axis m a, razón ó precepto que
pues el morir en el hospital ó recibir ciertas limosnas proclama la participación natural, lógica, necesaria
del Estado parece que rebaja y empequeñece. del hombre en los bienes que contribuyen al sosteni­
Condenemos, pues, la limosna como medio insufi­ miento común, y que negársela es cometer el despojo
ciente de curar todos estos males, los cuales más bien más criminal y tiránico que puede hacerse al sér hu­
perpetúa, y reconozcamos como un deber alto, imperio­ mano?
so, de la sociedad, la reforma moral de esos desgracia­ Precepto tan natural me parece, que en la edad ado­
dos. Pidamos su regeneración. La instrucción, el amor lescente no comprendía yo pudiera haber un hombre
al trabajo, el reconocimiento de su propia dignidad es que se muriese de hambre en una ciudad civilizada.
lo que debemos reclamar para ellos, más que la limosna. Para convencerme de ello he tenido que esperar á que
Hagamos de la beneficencia uno de los fines permanen­ la experiencia me enseñe todo el egoísmo oculto en el
tes del Estado. corazón de los hombres y todo el vicio que entrañan
Mientras tatito, conviene que esos hambrientos co­ nuestras instituciones sociales.
man; que á esos parias se les reconozca su participación Alguna vez, recorriendo las calles de Madrid, tro­
en los bienes sociales; conviene que se sepa que hay un pecé con un grupo de gente espantada que miraba á un
derecho único, primordial, ilegislable, generador de hombre caído en el suelo, con el rostro lívido y las pupi­
otros muchos, grabado en el corazón de todos, que puede las sin mirada. Era un hombre que se moría de hambre.
disputar su primacía á los más antiguos, su preeminen­ El espectáculo quedó indeleble en mi pecho de niño, y
cia á los más elevados, y que no se ha escrito todavía mi conciencia se hizo esta pregunta: ¿cómo puede mo­
en los Códigos. rirse nadie de hambre en una ciudad civilizada? Y algo
Este derecho es el derecho á la vida. Para las reli­ confuso, pero enérgico, se revelaba dentro de mí. Algo
giones debería ser sagrado, revelación de Dios, inspi­ me decia que aquello no podía ser, que me engañaban
rado en todas las mentes y escrito en todas las concien­ mis ojos, que no estaba conforme tamaña crueldad con
cias. Cuando los sacerdotes hablan de los dones más los eternos principios de justicia bebidos por mí en el
preciosos concedidos por Dios, deberían hablar de este derecho humano y en el derecho divino; que de aquel
derecho. Cuando luchan con el poder civil para arran­ hecho, del cual nadie particularmente tenía la culpa,
carle privilegios y exenciones, debían tratar de recabar éramos responsables todos colectivamente. Era la voz
este derecho como una conquista paternal para los po­ del derecho á la vida que se revelaba, que protestaba,
bres y afligidos, deberían pedir su inserción en los Có­ que pedía, no sé si la venganza de aquel crimen, ó la ins­
digos civiles, deberían escribirle ellos en sus Códigos cripción solemne de un nuevo artículo en los Códigos
religiosos. humanos.
Para el poder civil debiera ser la base de todo dere­
cho, de toda legitimidad; porque si los jurisconsultos
definen el dere'cho natural como la reunión de aquellos
preceptos que están naturalmente grabados en nuestra
EL DINERO

pedido un mejoramiento en la condición de los meneste­


rosos, que, con igual pobreza que antes y más cultura,
deberán necesariamente padecer más. Se ha pedido ins­
trucción para el obrero, y ahora toca pedir medios eco­
nómicos que garanticen que esa instrucción, haciéndoles
conocer la amargura de su mísero estado, no les con­
vierta en seres infelices condenados á todas las priva­
CAPÍTULO IV ciones y en enemigos perpetuos de la calma y seguridad
de los Estados.
Sí, aún por egoísmo deben desear las clases acomo­
dadas el mejoramiento de la suerte del proletariado,por­
La predicación del pillaje. que ya no es esta clase, ni con mucho, aquella masa igno­
rante, obediente, pasiva de los tiempos anteriores á la
Es increíble el carácter pacífico de los ciudadanos de democracia. Hoy día ha roto su virginidad intelectual:
las naciones en el último tercio del siglo, dada la canti­ sabe de lo que está privada, desea goces que ha disfru­
dad y calidad de los excitantes que para la lucha se ofre­ tado á medias, conoce las usurpaciones de que ha sido
cen por dondequiera. víctima y no está dispuesta á tolerarlas. ¡Y gracias que
La moderna industria acibara nuestras privaciones- la libertad ha establecido multitud de válvulas de segu­
aumenta nuestros deseos y encona nuestras envidias, ridad que hacen menos peligrosa la presión que se ejerce
poniéndonos delante todo aquello de que carecemos, ins­ de abajo arriba y menos inminente el riesgo de una ex­
talando en los escaparates todos sus inventos y todas plosión! Los gremios, la libertad de asociación, etc., etc.,
sus seducciones, sin tener piedad del miserable á quien dando fuerza á la clase, la contienen, y nos defienden
atormenta. EL anuncio, la propaganda, el reclamo, des­ de represalias y demasías; por eso sin duda han sido
empeñan el mismo oficio de sayones. El comercio excita menos frecuentes en este último tercio de siglo los moti­
sin cesar nuestra concupiscencia. nes y las revoluciones.
Quienes más sufren este suplicio son las clases po­ También ha descargado los odios plebeyos, siempre
bres, que ven todo lo que no puede adquirir y atisban di­ dispuestos contra la autoridad y la aristocracia, la polí­
chas que les están vedadas; de suerte que cada vez sen­ tica de cortesía, de concesiones y de benignidad que los
tirán más la desproporción, la desigualdad, la deshereda­ Gobiernos tienen, aunque no sea sino en la forma, para
ción, lo mísero de su.existencia; sentirán más deseos que con el pueblo.
medios tengan para conseguirlos, y al cabo reclamarán Todos éstos son paliativos que han suavizado las as­
su participación en los goces de que están privadas y que perezas y han conjurado muchos conflictos. Pero ¿puede
constiiuyen un verdadero privilegio en favor de clases decirse que sean todos éstos factores suficientemente
inútiles á la sociedad, de igual naturaleza que los que poderosos para detener el curso necesario y fatal de los
fueron arrollados por las revoluciones. Se ha pedido para sucesos? De ningún modo.
el pueblo más instrucción, con la cual se aseguró que se Existen causas poderosísimas que aceleran la des­
cerrarían muchas cárceles y presidios; pero no se ha composición del organismo social, y á estas causas hay
NUESTRAS COSTUMBRES E L D INERO 357
356

que añadir los esfuerzos y las predicaciones de las cla­ refiexionar sobre la injusticia que pesa sobre ella, y á
ses intelectuales en estos últimos tiempos. discurrir los medios de libertarla.
Si, por un lado, pueden parecemos criminales los Como consecuencia de esto, entregamos á los descon­
atentados contra la seguridad pública con que expresan tentos todas las nociones revolucionarias adquiiidas.
su descontento los desheredados; por otra parte, las doc­ Consentimos que lleguen á sus oídos todas las especies
trinas esparcidas á cada momento por todos los pueblos, subversivas que pueden incitarlos al saqueo y á la ma­
parece que autorizan lógicamente á eso y á mucho más. tanza. Predicamos el robo é idealizamos al ladrón. Es el
Se practica en todas las naciones una verdadera pre­ héroe de nuestros dramas y de nuestras novelas. Los
dicación excitando al pillaje. Se niega el fundamento ju­ cuadros délos modernos pintores no copian Concepciones
rídico de la propiedad, se extiende el odio contra el ca­ ni santos, sino obreros, anarquistas y procesados. Falta
pitalista, se hace la apoteosis del obrero, se idealiza su poco para que arrebatemos al reo del banquillo de los
vida, sus costumbres, su familia. Los filósofos no se pre­ acusados, de las manos de sus jueces.
ocupan sino de la suerte de los pobres. Esta es la pesadi­ Como consecuencia de todo esto, la pluma del escri­
lla constante del pensamiento moderno. Se autorizan los tor moderno extiende de continuo las ideas más atrevi­
meetings en donde las ideas más disolventes, los procedi­ das, que llevan en sí gérmenes de delitos, palpitan y hu­
mientos más atentatorios son expuestos. En estas cáte­ mean sangre, son bombas, materias explosivas, más
dras del espíritu revolucionario, la voz del obrero ruge terribles que las que estallan á las puertas de los pode­
amenazadora contra el actual tirano. De su boca ema­ rosos; en realidad, hacen más daño á la organización
nan enseñanzas peligrosas para la quietud y sosiego del existente.
proletariado. El obrero se encarga de instruir al obrero; ¿Cómo se quiere que hombres desprovistos de ins­
pero al propio tiempo que la instrucción, le transmite trucción, sedientos de un ideal que amortigüe y ador­
odio á muerte contra las instituciones modernas. El mezca los dolores de su miseria, que no tienen nada que
mismo radicalismo de estas predicaciones les quita fuer­ perder, que carecen de todo; hombres que están en con­
za, es verdad; esos barbudos agitadores, esos fogosos tacto con los placeres inventados por la civilización y
demoledores son por el momento completamente inofen­ no los pueden disfrutar; hombres á quienes decimos:
sivos y su inocente demagogia se presta á la carica­ «Aquí tenéis todo lo que os hace falta, tomadlo, es
tura y á la parodia, pero no vaya á creerse que su pa­ »vuestro, ninguna de las leyes que os privan de ello son
labra no deja eco en el corazón y en la inteligencia de »justas, todas las hemos analizado y condenado»; que­
los que la escuchan. Ni una gota del veneno se desperdi­ remos que estos hombres á quienes de esta manera se
cia, y gota á gota va depositándose en el fondo de las provoca, se mantengan en los límites de una prudencia
conciencias el descontento y la insubordinación. inverosímil? ¿Que no traten de apoderarse de lo que nos­
Por otro lado, la literatura y el arte escogen con pre­ otros confesamos poseer injustamente? Necia pretensión'.
ferencia para objeto de sus cuadros, la condición del Nosotros mismos los excitamos al pillaje y les animamos
obrero, su desgracia, sus ensueños, sus ternuras, sus pa­ á la rebelión.
siones, sus dramas. Parece como que una corriente de Y contra la exposición de estas doctrinas, no hay
simpatía, de amor, de humanitarismo, empuja á todo fuerza alguna que prevalezca. En vano es que pretenda­
el mundo moderno hacia esa pobre clase, invitando á mos enmudecer á los que proclaman tales principios, a
el d in e r o
353
358 NUESTRAS COSTUMBRES

los que se inspiran en tales sentimientos. La humanidad »ideas; si queréis transformar un mundo, cambiad sus
cuando concibe una nueva idea, la expresa. La cien­ »ideas.»
cia proclama sus deducciones con la ingenuidad del El fracaso de la organización presente ha sido dema­
nino y las sostiene con la resolución y tenacidad del siado hondo, está demasiado manifiesto, nos afecta de­
mártir. masiado, y al mismo tiempo el ejemplo de virilidad de la
Y las deducciones de la ciencia, como las aspiracio­ Revolución francesa está bastante presente á nuestros
nes del arte, como los datos de la sociología, manifies­ oios para que podamos contener por mucho tiempo el
tan pugna tan notoria contra las viejas instituciones, ansia de emancipación. Así, pues, nuestra revolución
que bien puede calificárseles de revolucionarios. Prepa­ está próxima, todos coadyuvamos á ella y tenemos im­
ran la nueva revolución que ha de cérrar un siglo de paciencia por ver el fruto de nuestro trabajo.
transición, de aspiraciones, de luchas, de ensayos, de du­ Esta relación proporcional de tiempo que media en­
das, así como la Revolución francesa cerró un ciclo de- tre las revoluciones es bien elocuente. De un lado siglos
tiranía, de injusticias, y acabó con un mundo y una or­ y siglos de paciencia; de otro, apenas uno. ¿No indica
ganización fundados sobre él derecho divino. esto que la humanidad ha resuelto no descansar hasta
La misión de ésta fué vengar los crímenes de mil y conseguir el ideal de igualdad y justicia deseado? Quiza
mil reyes; lavó con la sangre de uno de ellos toda la ig­ también así como la antigüedad ha estado dedicada a las
nominia que había caído sobre un pueblo. Esta sangre innúmeras guerras ordenadas por la ambición de los re­
era inocente, pero así tuvo que ser porque si no, no hu­ ves para disputarse unos á otros pedazos de territorio, y
biera podido lavar ni purificar. por la ambición de los sacerdotes para disputarse los
Durante aquella imponente convulsión de un pueblo unos á los otros pedazos de la conciencia universal, e
se declararon los derechos del hombre, se deificó la ra­ porvenir esté reservado á guerras más santas y menos
zón, se consagró la voluntad nacional con el óleo de la estériles que aquéllas en que la soberbia de los podero­
democracia, se creó el concepto de la soberanía, y en una sos se ejercitaba sacando á los pueblos de su feliz estado
palabra, se les dió á los oprimidos una porción de garan­ primitivo para oprimirlos y esquilmarlos, á guerras mas
tías que parecían asegurar su libertad. Justo era después provechosas que éstas, donde contiendan los oprimidos
de tantos siglos de opresión. Pero no vaya á crerse que la con los poderosos, los humildes con los soberbios, hasta
causa generatriz de tal cataclismo fué el transcurso de un arrancarles el monopolio de la dicha y el privilegio de
determinado tiempo, en atención á lo cual pudiera imagi­ la felicidad.
Y una vez consumada esta victoria, el siglo x ix sei a
narse que hacía falta otro tanto para preparar la nueva
revolución. Yo. La causa generatriz fué la aparición de inmortal en la historia. Él sólo habrá llevado á cabo la
las ideas nuevas, á cuyo empuje nada pudo resistir, pu- titánica tarea de fundar un mundo sobre las bases de jus­
diendo de este hecho deducirse que si en el transcurso de ticia é igualdad, y derrocar otro presidido por la arbitra­
este siglo se han hecho rancias aquéllas y se han for­ riedad y la r utina. Será un siglo de transición, en el cual
mado otras nuevas, estamos advocados á un fenómeno se habrá operado la más importante evolución del pen­
de igual si no mayor importancia que aquél por el samiento humano. Un siglo sin igual entre los siglos, en
cumplimiento de aquella ley que el gran Oastelar for­ que la conciencia del hombre habrá alcanzado tal vez la
mulaba en esta grandiosa frase: «El mundo se rige por suprema elevación que es susceptible de alcanzar. Ln
360 NUESTRAS COSTUMBRES

siglo en el cual solamente se habrá revelado el hombre


semejante á Dios, y cuyo corazón, que tantos calumnian,
habrá latido al calor de los más grandes y positivos sen­
timientos humanitarios.

C A P ÍT U L O y

La desigualdad de fortunas.

La tarea del siglo que agoniza ha sido orillar las des­


igualdades políticas. La tarea del que nace ha de ser ori­
llar las desigualdades económicas. Tan verdad es esto,
como que el espíritu del siglo lo constituye el ideal igua­
litario, quintaesencia del ideal democrático. Y que lo
constituye este ideal, no hay sino estudiar la literatura,
la filosofía, la ciencia, la religión moderna para conven­
cerse de ello.
Por todas partes, el espectáculo bien elocuente de
millones de criaturas sometidas á los crueles sufrimien­
tos de la miseria, así como el de fortunas fabulosas cuya
sola cifra nos anonada y confunde, es bastante fuerte,
bastante dramático, bastante injusto, para irritar los
sentimientos humanitarios que constituyen la conquista
de los tiempos modernos sobre las preocupaciones anti­
guas, y para escandalizar el concepto de justicia, que,
mejor estudiado que en la antigüedad, extendemos al re­
parto y distribución del bienestar y felicidad sociales.
El espíritu democrático, difundido por nuestra socie­
dad é infiltrado en sus instituciones, ha producido el des­
estanco en la circulación económica y ha logrado que el
pobre desconocido pueda adquirir cuantiosas riquezas,
y con ellas escalar elevadas posiciones, y merced á esta
posibilidad, hemos podido por espacio de cien anos creer
362 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 368

que la conquista estaba realizada, y que la tiranía ha­ bito de discurrir, y desengañados de la aparente licitud
bía levantado su pesada mano de sobre la cabeza de V necesidad de ciertas instituciones, no tengamos más
tanto miserable como antes suspiraba. remedio que condenar en el fondo de nuestra conciencia
Pero pronto nos hemos convencido de que es lo mis­ hechos tan inicuos como la caprichosa y arbitraria dis­
mo, si no peor, que la tiranía esté ejercida por un noble tribución de las riquezas sociales.
de los que pinta la historia, ó por un burgués de los que Los hombres que por su temperamento y educación
aborrece el socialismo. se encuentran más distantes del idealismo, aquellos que
Cierto que en el orden de los principios no es esta consideran lo existente, no como cosa acabada y per­
nueva esclavitud, al parecer, tan insultante ni vejato­ fecta, pero como cosa necesaria, los que sonríen compa­
ria como la antigua; pero también es cierto que en la sivamente al escuchar al utopista y no conciben que el
realidad es más dura ó insoportable que aquélla, como orden de relaciones humanas pueda cambiar de como
ya hemos apuntado en otra parte. Sobre todo, nosotros ellos le han visto, esos hombres, ajenos á la idea de pro­
la sentimos, naturalmente, más que la otra. greso, que no han pensado dos veces en su vida en lo
A poco que se profundice en la trama social, llega á que será la raza humana dentro de doscientos años, aún
herir nuestro sentimiento de la justicia la desigualdad esos mismos hombres, llega un día en que tan palmatia,
de las fortunas sociales. ¡Unos cuánto y otros qué poco! tan clara, tan evidente, contemplan la atroz injusticia,
Hé aquí la fórmula vulgar en que se exhala ésa queja, que no pueden menos de sentir un movimiento de repug­
esa protesta que á todos, sin excepción, nos arranca el nancia hacia ella. Pero careciendo de aquella fe del que
espectáculo de la miseria de tantos infelices y del lujo espera un estado mejor para la humanidad, se verán
escandaloso de tantos dichosos. En esta protestase con­ acometidos del escepticismo y la misantropía, que no son
tiene implícita condenación del hecho, y tras de ella ciertamente generadores de grandes y nobles acciones.
surge inmediatamente sincera y ferviente aspiración Hoy, que todo se funda en el principio científico'como
hacia un estado mejor, en pro de una reforma que venga queriendo que en él se base nuestra organización en­
á deshacer la iniquidad que contemplamos. Por mucho tera; que preocupan especialmente las ciencias morales
que se hable, por mucho que se discuta en defensa del y políticas, y que, de prisa y corriendo, hacemos la cla­
actual estado de cosas, siempre subsistirá el hecho evi­ sificación de la ciencia universal, encasillándola en infi­
dente de que en la conciencia de todos está ese deseo de nidad de departamentos con los títulos de las ciencias
mejoramiento, esa tendencia igualitaria, expresión del particulares; que, orgullosos con las verdades funda­
innato sentimiento de la justicia, que pide la distribución mentales de todas las enseñanzas, no dejamos que nada
equitativa de las riquezas sociales como recompensa de repose en el empirismo; hoy ¿puede la ciencia miiar con
los servicios que cada cual presta á la comunidad. ojos de conformidad ese fundamento, caprichoso é injus­
Por mucho que nos familiaricemos con la injusticia, to, de la desigualdad de fortunas?
por más que la hayamos visto á nuestro lado desde que Dice Schopenhauer, á quien no se puede tachar de
la razón despertó en nosotros, y por la fuerza de la socialista:
rutina la hayamos considerado siempre como natural y «Nuestros bienes nos llegan por herencia, por matri-
legítima, no dejará de llegar un momento en nuestra »monio, porla lotería, por cualquier otro camino, nunca
vida en que, emancipada nuestra inteligencia por el há­ »por el trabajo hecho con el sudor de nuestra trente. A
EL DINERO 365
364 NUESTRAS COSTUMBRES
ó por lo menos muchos, menosprecian al usurero. No
»ideas afortunadas, á inspiraciones, es á lo que se lo de­
hay figura más innoble ni más odiada, y á pesar de ello,
bemos: por ejemplo, á especulaciones, á veces á ter­
la organización actual de la propiedad permite que en
quedades absurdas, que fueron favorecidas por el azar,
los bolsillos de este ilustrísimo personaje ingresen millo­
»que el Deus eventus ha recompensado y glorificado. Es
nes, y como el dinero es el poder y la felicidad, conside­
»muy raro que sean el fruto del trabajo, de verdaderos
ramos todos muy justo y legítimo que aquel hombre viva
»cuidados; y aun en este caso, se trata con frecuencia
feliz y poderoso, y, en cambio, á un hombre insigne,
»de un trabajo del espiritu, como el del abogado, del mé-
que puede hacer mucho bien á sus semejantes y que.
»dico, del empleado ó del profesor; trabajo que á los ojos
honra á su patria, le dejamos que muera pobre. La cos­
»del vulgo grosero no debe costar gran esfuerzo. Hacen
tumbre de presenciar este hecho, los prejuicios que he­
»falta inteligencias muy cultivadas para reconocer en
redamos y que nos contagian á favor de la actual dispo­
»una propiedad de este género el derecho moral, para
sición de cosas, impiden que esto sea considerado como
»respetarlo, en virtud de razones completamente mo-
injusto y, sobre todo, hacen que nos parezca necesaiio.
»rales. Así, más de uno, prescindiendo de los suyos, no
La pereza intelectual y moral, el convencimiento de
»v e en los bienes de los demás sino posesiones garanti-
que durante nuestra vida no habremos de tocar los re­
»zadas por el derecho positivo. Si entonces encuentra el
sultados prácticos de nuestros esfuerzos en favor de una
»medio, ya utilizándolas ó simplemente forzando las le-
renovación en este asunto, hacen que la mayor parte de
»yes, no vacila en ello. Les parece que está muy bien
los hombres se afanen más por lograr fortuna por alguno
»que pierda sus bienes aquel que no ha trabajado por
de los medios legales, aprovechando las injusticias de la
»adquirirlos, y sus pretensiones las creen tan bien fun-
ley, que de procurar el advenimiento de la justicia á la
»dadas como las del primer propietario.
sociedad en que vive.
»Vistas las cosas bajo este aspecto, deben suponer
No obstante, á la mayoría repugnan los procedimien­
»que la institución de la propiedad no ha hecho más que
tos por los cuales muchos se hacen ricos, y dicho sea en
»sustituir el derecho del más fuerte con el derecho del
honor de los hombres, la generalidad desdeña estos pro­
»más hábil.»
cedimientos y se ajusta á llevar una vida llena de pri­
Esto es absolutamente cierto y fácil de comprobarlo
vaciones antes de perder, siguiendo el camino poco hon-
en la realidad. Aún se muestra muy optimista el gran
í-oso de algunos, la estimación de sus compatriotas.
filósofo cuando señala las profesiones del empleado, del
Hombres que han guardado cabras se han hecho
profesor y otras, como orígenes de grandes fortunas.
millonarios en poco tiempo por medios perfectamente
Sólo por excepción llegan los individuos que viven de
lícitos. Todos podemos citar nombres propios.
ellas á hacerse millonarios. Lo común es qqe ios grandes
El arrendamiento de las contribuciones es negocio de
capitales provengan en gran parte del comercio, y con
pingües rendimientos.
mucha mayor frecuencia de negocios inmorales, que
El aprovisionamiento del ejército ha dado lugar á
atraen sobre el que los emprende el desprecio de sus
grandes fortunas, hechas á costa de la salud de miles de
conciudadanos. Los negocios de préstamos dan, por lo
individuos. Bien sé que cómplices en estas bribonadas
regular, un rendimiento que ya quisiera para sí un pro­
son muchas veces clases que blasonan de honorables;
fesor ó un abogado. Es el negocio, según dice mucha
pero así como no las disculpo de la deshonra que sobre
gente, que más produce en España. ¡Sin embargo, todos,
B L D IN E R O 367
366 NUESTRAS COSTUMBRES

ellas cae con este motivo, también confieso que es muy vir felices, atendiendo con holgura á nuestras necesida­
inocente suponer, mientras exista el incentivo y las des, vistiendo con decencia y manteniendo espléndida­
facilidades que da la ley para el fraude, que la codicia mente á nuestros hijos, agasajando á nuestros amigos y
de los hombres va á retroceder ante la sola considera­ recibiendo de ellos lisonja y adulación, gozando de las
ción del honor, que fácilmente recobra el que lo ha per­ artes, pudiendo si queremos cultivar nuestro espíritu y,
dido, con la posesión de grandes riquezas. en una palabra, siendo dichosos. De aquí que todos que­
El negocio del perro chico es otro de los medios de ramos ser comerciantes, que todos menospreciemos al
hacerse millonario. ¿Cómo podremos decir honrada­ fin y al cabo cualquier profesión honrada que nos haga
mente que están bien dispuestas las cosas, que están vivir humildes y oscurecidos, porque el otro honor, el
bien retribuidos los servicios, que descansa en una base honor que procede de una vida consagrada al estricto
justa el reparto de las utilidades sociales, en una socie­ cumplimiento del deber ó á la consumación de alguna
dad en que hay grandes probabilidades de adquirir obra generosa y humanitaria va quedando oscurecido,
grandes capitales vendiendo esos objetos de aceptación olvidado, inútil ante el honor que damos nosotros todos,
general que la moda arrebata de manos de los granuji­ adoradores del becerro de oro, al capitalista, al acauda­
llas que vocean á la puerta de los teatros, como lapice­ lado, al millonario, al que despojó á sus semejantes de
ros, cerilleras, acertijos, etc., etc., que proporcionan á los bienes que le eran debidos, por medio de la especula­
su inventor una posición que no han podido alcanzar ción y de su bastardo el fraude.
sabios, artistas, magistrados, generales, ministros, etc.?
El inventor de unos juguetes que se pusieron de moda
hace años en Madrid, y que se llamaban cuclillos, cuyo
coste era de diez céntimos, y que consistían en una la­
minilla de acero y un estuche de plomo, se hizo millo­
nario.
La consecuencia inmediata es que en una sociedad
semejante se persigan con más frecuencia esos procedi­
mientos, y las profesiones honrosas tengan pocos aspi­
rantes y sean menospreciadas por las gentes.
Es indudable que, siguiendo las cosas como están,
pronto nos haremos todos empresarios, prestamistas,
abastecedores, y que si alguno piensa en hacerse filó­
sofo ó sabio sea conformándose de antemano con la mi­
seria.
Las profesiones elevadas y dignas van perdiendo el
incentivo que antes tenian; la codicia, el amor al bien­
estar, la carestía de la vida moderna, va haciendo de
todo el mundo comerciantes. La especulación, el con­
trato es lo que nos da probabilidades únicamente de vi-
EL DINERO 369

parece tan justo y puesto en razón, que sólo tratamos de


saber si esta reciprocidad de prestaciones entre el indi­
viduo y el Estado es equivalente.
Pero vemos al mismo tiempo que, aprovechándose de
la libertad económica, algunos hombres realizan cuan­
tiosos beneficios por actos ó industrias que, lejos de re­
portar utilidad á la sociedad donde se ejercen, son causa
CAPÍ TULO VI de profundos males. ¿Cómo es posible que se tenga asen­
timiento para estos fenómenos habiendo de tenerlo para
los anteriores? ¿Cómo considerar ambas cosas como jus­
tas sin incurrir en contradicción? Querer que presencie­
La propiedad. mos constantemente estos sucesos sin protestar contra
ellos, sin tratar de poner remedio, es querer lo imposible.
Una vez probado que la desigualdad de fortunas res­ Es exigir que la naturaleza humana abjure del senti­
ponde á una arbitraria .y por lo tanto injusta distribu­ miento de justicia en provecho de una supuesta ó mal
ción de los bienes sociales, surge la idea de la necesidad entendida libertad, de la libertad en las transacciones, y
de remediar esta injusticia y esta arbitrariedad. Por lo querer arrojar del hombre el sentimiento de la justicia,
tanto, la idea socialista se presenta en el entendimiento es tan estúpido como querer desterrar sus debilidades.
sin necesidad de esfuerzo ni violencia. Surge en él como La idea de un pronto remedio se impone y es locura
surge ante el espectáculo de un delito la idea de la vin­ intentar que no se estudien los procedimientos para im­
dicta pública, ó como surge cuando presenciamos algún plantarle, áun cuando sea preciso arrancar de cuajo las
mal, la idea de remediarlo. instituciones más respetadas. Para ello la cooperación
La retribución de los servicios sociales se ajusta, ó social trabaja sin descanso, y si es necesario raciocinar,
trata de ajustarse, á un principio de equidad en la ma­ raciocina; y si es necesario conmover, conmueve; y si
yoría de los casos. No se paga á un agente de Orden pú­ es necesario destruir, destruye; y si es necesario matar,
blico lo mismo que á un General, diferencia que estriba mata. Pero sobre todo, raciocina, argumenta, piensa,
claramente en que se aprecian de distinto modo ambos medita y define.
servicios, en que tienen distinto valor v requieren dife­ El resultado de esta meditación es: que si la ciencia
rente esfuerzo y desarrollo diverso de facultades. Pues antigua consagraba como dogmática la idea de propie­
de este hecho puede deducirse inmediata y lógicamente dad, la ciencia moderna la arroje de su seno maldi-
que la cantidad de riqueza que es lícito y justo poseer á ciéndola.
los ciudadanos está en razón directa con los servicios El hombre camina hacia la justicia absoluta. Dista
que prestan á la República. mucho de llegar á ella, pero la considera como su fin y
A todas horas vemos esa proporcionalidad entre los aspiración suprema. La idea de justicia cada vez va ha­
servicios que pide el Estado y la remuneración que ofre­ ciéndose más extensiva, tomando mayor vuelo y presi­
ce, fundada en que, si no existiese, nadie aceptaría tra­ diendo mayor número de actos hasta informar toda la
bajo mal pagado. Y esto que vemos á todas horas nos actividad humana. Ella, al mismo tiempo, es el funda-
24
370 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 371

mento nuevo de las sociedades, cuya organización ha borar las doctrinas del maestro. Otros, descendiendo á
habido y hay C]ue ir convirtiendo hasta ponerla en ai- un orden más práctico, hacen aprestos para la batalla,
monía con su nueva base. El hombre se debe á la socie­ dictando á los obreros condiciones de organización, de
dad por el principio de sociabilidad, que no hay nadie, resistencia y de lucha. Desde estos momentos, predecir
ó hay muy pocos que le discutan. En consecuencia, la el resultado no es empresa meritoria. La idea nueva está
sociedad tiene derecho á juzgar al hombre según el mé­ ya lanzada, se discutirá, se razonará, se comprobará;
rito ó demérito de sus acciones: á premiarle y á casti­ hasta se ensayará. Hace poco tiempo corrió la noticia
garle. El fundamento que ha de tener la sociedad para de que en un apartado lugar de Europa se habían re ­
repartir sus riquezas no puede ser otro que un funda­ unido unas cuantas familias y habían organizado una
mento de justicia: la retribución de servicios de cada sociedad comunista. Entre las carcajadas de los unos, el
cual, según la índole y cuantía de estos servicios, y se­ menosprecio de los otros, los anatemas de los intransi­
gún la diferencia de necesidades que la distinta clase de gentes y el miedo de muchos, la lucha se emprende, el
facultades supone. La propiedad, pues, debe quedar re­ trabajo de fortificación empieza y sigue su curso la idea
ducida al mero papel de protectora, de garantía de este revolucionaria. Se crean cátedras, escuelas científicas
principio; y el derecho, en lugar de proteger los anti- donde se exponen las nuevas doctrinas sistematizadas.
guos*origenes de propiedad (modos de adquiiii), debe Se concede representación en los Parlamentos á 1» idea
estar subordinado á aquel principio de equidad, á la ma­ socialista; se le reconoce, en fin, beligerancia. Se coloca
nera que la acción de la Policía está á los 1 ribunales de en fila con los demás representantes de los demás credos
justicia. Es decir, que la idea do propiedad, en lugai de y aguarda pacíficamente á que le llegue su turno para
tomarla como idea sustantiva, debe considerarse comò lograr el Poder.
una idea adjetiva, una forma coactiva, dependiente de Esta corriente se refleja en la literatura de todos los
un principio más elevado que la determine y del cual países, porque la nueva idea constituye el alma del
sea como si dijéramos la condición legal. movimiento intelectual de estos tiempos. Se combate
De este modo planteado el asunto, toda la evolución la propiedad. Se hace del burgués el símbolo de la idea
del derecho no ha sido ni será otra cosa que la lucha odiosa y, como ya hemos dicho en otro lado, se compa­
con los antiguos principios apoyados en el derecho di­ dece al obrero. Se le considera como víctima, se le dis­
vino, el cambio de postura de la sociedad una vez reno­ culpa en sus yerros, se culpa á la sociedad de su caída
vados los cimientos en que ésta se apoya. y, por último, se le incita al robo.
Proudhon, ese jurista nacido para combatir el dere­ Como es natural, la sociedad se defiende. Los con
cho, ataca con saña de revolucionario y con la fuerza servadores alzan su voz. Los hombres sensatos se llevan
dialéctica de un legista, la idea de propiedad. Coloca al las manos á la cabeza y los obispos fulminan anatemas.
frente de su libro el lema más alarmante, más incendia­ Sin embargo, todo esto tiene tanta significación como el
rio que ha escuchado jamas una sociedad, puesto que espanto de las viejas cuando en noches de invierno obs­
ataca su constitución esencial, su interior organiza­ curas y ventosas se persignan espantadas ante los re ­
ción, su esqueleto. Asombra ver cómo la palabra de un lámpagos porque creen ver al diablo cruzando los aires
hombre puede levantar semejante tempestad de pasio­
nes. Los secuaces se multiplican. Unos tratan de corio-
EL DINERO 373

el innovador á modo de la mujer á quien zurra su ma­


rido y se rebela contra el que quiere librarla de la
paliza.
Uno de los efectos que produjo la discusión científica
de la idea de propiedad, fué exasperar de tal modo á sus
defensores, irritarlos hasta tal punto, que no se mani­
festaban dispuestos á ceder un ápice en el rigorismo de
CAPÍTULO YU su sistema, ni á reconocer ninguno de los efectos de que
se le acusaba. Cercenar la propiedad en alguna de sus
consecuencias lógicas, pero criminales, era para ellos
el mayor de los atentados. Creían que para defenderla
Su fundamento racional. era preciso exagerar sus notas más odiosas, y en suma,
su defensa tomó el carácter, no de la argumentación
Es indudable que los conservadores son necesarios tranquila, sino de la terquedad más irritante.
para el orden social como fuerza que contrarresta la de Thiers, por ejemplo, queriendo partir en su argumen­
los revolucionarios, que de existir solos, constituirían tación del estudio de la naturaleza humana, presentaba
un peligro para la sociedad. En este sentido son para el al hombre en plena naturaleza completamente salvaje,
progreso lo que el lastre para el globo, sin cuyo auxilio y decía: «Estos pies y estas manos son míos, nadie me dis­
veníanse en grave riesgo los que van en la barquilla. putará esta propiedad. » Este era su modo de fundamen­
Pero también como al lastre; en definitiva hay que pres­ tar la idea de propiedad, una idea compleja, relativa,
cindir de ellos, hay que arrojarlos. Mientras tanto, tene­ dependiente de principios y hechos preexistentes, del ins­
rnos que resignarnos á oir el zumbido de protesta y de tinto de sociabilidad y de la concurrencia de los apetitos
indignación que levanta â nuestro alrededor todos los y necesidades de los hombres; pues indudablemente, si
días esta masa bruta, contrapeso del espíritu de reforma, no existiese más que un hombre sobre el globo, la idea
innovación y adelanto. de propiedad, en su aspecto limitativo, negativo, no ten­
¿Qué no se oiría á la aparición de la obra de Prou­ dría razón de ser.
dhon? Todo el mundo se miraba espantado. A l primer Sólo en un sentido metafórico podemos decir: «estos
movimiento de asombro sucedieron la risa y la sátira. pies y estas manos son de mi propiedad»; y de todos
Como siempre, llovieron los epigramas; pero sobre todo, modos, nunca sería este lenguaje exacto, pues ni los
los sofismas. Se creyó debido defender lo existente por pies ni las manos pueden constituir propiedad alguna,
aquellos mismos que se reían de la supuesta inocencia puesto que no pueden enajenarse, nota esencial, según
de los nuevos doctrinarios. el mismo autor, del derecho de propiedad. Se podrá decir
Siempre ha sido y será igual. A la aparición del genio «mis pies y mis manos forman parte integrante de mi
revolucionario surgen vivamente miles de Pangloss, que sér», como se podrá decir que una rama de un árbol
afirman y demuestran la excelencia del mundo en que forma parte integrante de él, pero no constituye propie­
vivimos como el mejor de los posibles. Todos los que se dad suya, aunque lleva la partícula «de» por delante. La
quejan, todos los que sufren, se revuelven airados contra relación entre el propietario y el objeto de su propiedad
E¡L D IN ERO 375
374 NUESTRAS COSTUMBRES

es una relación esencialmente distinta de la relación tes en ciertas órdenes, pueden ser legos en otros distin­
entre todo mi sér y mis brazos y piernas. tos, y que no es lo mismo tener habilidad para manejar
Todo lo que es mio, lo que constituye mi propiedad, á los hombres, servirse de sus pasiones para sus fines y
puede pasar á ser propiedad de otro: como mis casas, hasta dejar sentir su influencia en la política de un pue­
mis caballos, mis muebles, mis vestidos: todo esto se me blo, que elevarse por medio de la abstracción para des­
puede pedir, reclamar enjuicio, y yo lo puedo vender, entrañar el fundamento racional y filosófico de las cosas,
regalar, establecer sobre ello gravámenes, garantías, de las ideas ó de las instituciones.
etcétera, etc.; pero no puedo regalar, ni vender, ni hi­ Aunque, según el mismo autor, derrocando la base
potecar mis brazos ni mis piernas, porque no se concibe hemos derrocado su sistema, fácil sería, no obstante,
su existencia separados de mi cuerpo. Cortados de él seguirle demostrando en el curso de su desarrollo defi­
dejan de ser tales brazos y tales piernas, y se convier­ ciencias de lógica tan enormes como ésta, y yo lo harí i
ten en pedazos de carne muerta. si no lo creyera inútil y ocioso. Y a está suficientemente
No porque se pueda decir correctamente mis ojos y discutida la idea de propiedad; creo que un mediano
mis dientes, éstos constituyen propiedad mía ni de nadie; talento que tenga algún hábito de discurrir puede con­
porque, como digo, ni m i3 ojos ni mis dientes se pueden vencerse de que es un convencionalismo que hemos ad­
trocar ni enajenar. Así como cuando digo «mis padres, mitido, al cual es imposible hallar un fundamento racio­
mis hermanos ó mi esposa» no quiero dar á entender que nal suficientemente satisfactorio.
son propiedad mía, porque ni mi padre, ni mi madre, ni No hay que estudiar de este modo las instituciones
mis hermanos, ni mi esposa son ni pueden ser objetos sociales. El suponer que éstas , nacidas algunas de ellas
apropiables. hace miles de años, fueron creadas con la lógica y modo
«La primera de mis propiedades soy yo mismo.» No de argumentar del hombre moderno, es dar una patente
es cierto. La primera de mis propiedades empieza donde de incapacidad para estudiar los hechos sociales.
acabo yo. La primera de mis propiedades la constituirá La propiedad es un fenómeno social del que se pueden
aquel objeto susceptible de propiedad que caiga bajo mi estudiarlas causas generatrices, su desarrollo, vicisitu­
poder y cuya posesión me protejan las leyes. des, historia y hasta predecir su suerte en lo futuro;
Pues sobre este primer axioma funda Thiers toda su pero no es una institución inmutable ni en sus accidentes
teoría de la propiedad. Sólo quiere que le reconozcamos ni en su esencia. No ha existido siempre como está hoy,
este principio, y él se encarga de deducir de aquí una ni ha sufrido las mismas influencias, ni ha tenido los
serie de razonamientos que prueben que la propiedad mismos caracteres, ni se ha reglamentado del mismo
se deriva directamente de la naturaleza humana, y nos modo. Ahí están los Códigos de los pueblos para demos­
la ha acordado Dios como nos ha dado los ojos, la boca trarlo. Algunos acreditarán claramente que los legisla­
y los dientes. dores se han visto en graves aprietos para coordinar
Véase cómo no es tarea fácil argumentar y razonar, unas con otras las absurdas consecuencias de este su­
cómo nos podemos engañar sobre aquellas cosas de uso puesto derecho. Las más contrarias corrientes palpitan
diario, cómo podemos admitir como verdades inconcusas en los articulados de los modernos cuerpos legales. Por­
enormes errores sólo por lo familiarizados que estamos que si la propiedad es un derecho á disponer libremente
con ellos, y cómo, en fin, hombres que han sido eminen­ de la cosa, si su consagración está en la facultad de
376 NUESTRAS COSTUMBRES

legarla en testamento, es decir, de seguir disponiendo


de ella Ubérrimamente hasta después de morir, ¿por qué
no puedo yo dejar mis bienes á quienes mejor me parez­
ca? ¿Por qué establecen los Códigos esas limitaciones
que se imponen por su lógica, pero que, sin embargo,
deben parecerles injustas á los defensores del derecho
de la propiedad llevados de la suya? ¿Por qué los here­ CAPÍTULO YI I I
deros forzosos? ¿Por qué las legítimas? ¿Por qué las cau­ ;
sas de desheredación? !
Renunciemos, pues, á buscar el fundamento racional
abstracto, metafisico, del derecho de propiedad, porque Sus restricciones.
no le encontraremos. El trabajo, la ocupación, la ley ci­
vil, la prescripción, etc., etc., ninguna de las teorías Vengamos á la realidad, y veamos si el concepto de
que se han buscado para fundamentarle son suficien­ propiedad absoluta individual, tal como la acarician en
tes para definirle como un derecho natural, y cada una su mente los economistas, es posible en la práctica.
de ellas sola, acompañada, combinada ó como quiera que He de concederles muy á gusto que son lógicos en las
se presente, nos llevaría á conclusiones absurdas, dispa­ consecuencias á que llegan dado el principio de que
ratadas, imposibles y contrarias á lo que en la práctica arrancan. El j u « utendi abutendi, ó sea el derecho de
se establece y observa. usar y abusar de la cosa objeto de propiedad, es perfec­
El derecho de propiedad surgió de la necesidad de po­ tamente lógico desde el momento que negamos una pro­
ner un término á un estado primitivo y grosero de gue­ piedad anterior, un dominio eminente, una participación
rra entre los hombres; querer pintárnosle como una colectiva en todos los objetos que constituyan la riqueza
creación de la Mente Divina ó suponer que el hombre de un país, y pueden ser de aprovechamiento general.
salvaje discurrió, razonó, argumentó, para establecerle ¡Ojalá pudiéramos decir del mismo modo que es perfec­
con arreglo á profundos principios abstractos y metafí- tamente justo!
sicos, es pintar como pintan los que nos representan en Yo tengo derecho, no sólo á consumir los objetos que
los cuadros bíblicos á Adán con las carnes rosadas, el me pertenecen, no sólo á disfrutarlos, sino á destruirlos.
rostro hermoso y el tipo perfecto del hombre europeo Puedo romper lo que no necesito, sin tener en cuenta que
del siglo XIX. otros carecen de ello; que lo que yo no aprovecho cons­
tituiria la felicidad de otro. ¿Verdad? Pero esto no se
puede decir en voz alta en una sociedad civilizada; tan
grosero concepto es propio, como ya he dicho, de una so­
ciedad primitiva, de un estado inferior en que el régi­
men de propiedad constituia un progreso con relación á
un estado de guerra anterior, así como el hacer esclavos
á los prisioneros de guerra constituia un progreso res­
pecto de la costumbre de darles muerte.
378 NUESTRAS COSTUMBRES n i , D IN E R O 379

Nada de esto admiten los individualistas que suponen ñas, de igualar las aptitudes y de remediar los estados
su sistema fundado en la naturaleza humana, y creen las patológicos.
desigualdades de fortuna traducción directa de las des­ Pues si éste es el oficio de la ciencia, y en este sen­
igualdades humanas. Disfrutan considerablemente po­ tido y con este fin trabaja, ¿cómo hemos de pedir en
niendo de relieve estas desigualdades con que se nos nombre de ella, no sólo que se sostengan esas desigual­
presenta la naturaleza, y estoy seguro que verían con dades é ineptitudes, sino que se aumenten con el soste­
disgusto su desaparición. Nos repiten constantemente nimiento de un sistema artificioso, que lejos de favorecer
que hay hombres feos, que hay hombres pequeños, de el desarrollo de las facultades humanas, las contraría,
menos desarrollo físico que otros, que hay hombres de las aprisiona y las mutila horriblemente, consagrando
menos aptitudes morales; que el uno es fuerte, pero tor­ el derecho del más fuerte, la violencia y la astucia?
pe, y el otro débil, pero lleno de inteligencia; que uno Pero no sólo la ciencia, sino la misma naturaleza de
hará poco con mucho trabajo, y el otro mucho con poco; las cosas, el mismo orden social, se opone á las conclu­
que éste es á propósito para un oficio, y aquél para siones de los individualistas y pro/iietaristas. Las necesi­
otro. dades sociales, la utilidad pública merma, lima, cambia,
Pero no meditan que es uno el trabajo de la natura­ opone sus exigencias á las exigencias de los propietarios.
leza inconsciente y otro el de la inteligencia humana. Hay que tener en cuenta que si el socialismo es una
Que si bien la naturaleza física nos presenta constante­ aspiración, el individualismo en toda su pureza es otra;
mente, no sólo desigualdades, sino deformidades y hasta que no está implantado, que el orden actual de cosas no
enfermedades, el destino de la especie humana es luchar •es individualista del todo, y el dogma de la propiedad
sin tregua contra estas desigualdades, contra estas de­ absoluta uo se respeta en todo su rigor, ni en la teoría ni
formidades y contra estas enfermedades; que si tuvié­ en la práctica.
ramos que respetar la dirección de las fuerzas natura­ La utilidad pública establece limitaciones tan lógicas
les, estaríamos aún en estado salvaje; que el destino como la siguiente:
humano no es otro que domar los elementos naturales, Yo tengo una viña de muchas fanegas, de la cual ob­
suplir las deficiencias de nuestra naturaleza, acortar las tengo preciosos rendimientos, y en la comarca vecina
distancias, encadenar el rayo, protegernos contra la se presenta la filoxera, amenazando destruir mi cosecha
lluvia, contra el viento, contra el calor y contra el frío; y dar al traste con mi riqueza. Pues bien; hay un medio
dominar, en suma, la naturaleza. de evitar esta catástrofe, y es, plantar en sustitución de
Á todas horas vemos á la ciencia discurriendo medios mis antiguas cepas la vid americana, con la cual estoy
de aumentar la belleza, de curar la sordera, de aumen­ libre de toda clase de perjuicio, pues es inmune contra
tar la vista, de reponer los miembros perdidos, de suplir la destructora plaga, hasta el punto de que la soporta
por medio de máquinas la inteligencia del obrero, de en sus ramas. Con esto salvaría mis cosechas, pero no
dar á éste más elevado objeto sustrayéndole de los ofi­ puedo hacerlo, porque la ley me lo prohíbe, y me lo pro­
cios mecánicos que requiere la elaboración de objetos de híbe justísimamente, porque en el momento que yo plan­
primera necesidad, de enseñar la música á los sordo­ tase en mi tierra la vid americana, las viñas colindantes
mudos y de enseñar la lectura á los ciegos; tratando, se verían inmediatamente infestadas y perecerían en
en fin, de remediar, de socorrer las deficiencias Imma­ poco tiempo.
EL DINERO 381
38 I NUESTRAS COSTUMBRES

¿Cómo resolverían este conflicto los puristas de la miento de Jesucristo hasta 1791, hubiera producido una
propiedad? Si yo tengo derecho á destruir la cosa, ¿con suma igual al valor de ¡300 millones de globos de oro tan
cuánta mayor razón no he de tenerlo para mejorarla, ó grandes como la tierra! Admitida esta facultad de acre­
siquiera para conservarla? centamiento, como no puede menos de admitirse, te­
Otro ejemplo : en la'h inmediaciones de una capital niendo en cuenta la lógica de los números y aunque
poseo yo un monte cuyo arbolado favorece extraordina­ descontemos aquellos obstáculos ó leyes sociales que se
riamente las condiciones climatológicas del pueblo en oponen á su absoluto cumplimiento, y que son, según los
cuestión; según el derecho estricto, yo tengo la facultad mismos economistas, entre otros, los gastos de conser­
de cortar todos los árboles que se me antojen; según la vación de esos capitales, la dificultad de encontrar in­
conveniencia pública, no tengo derecho á cortar ningu­ dustrias que explotar, el impuesto, etc., etc., ¿qué suce­
no, y en los países donde hay leyes sabias, así se ob­ derá? Que el instinto de conservación de los capitales y
serva. de su acrecentamiento establecerá un estado de lucha en
Otro: yo tengo una casa en el centro de la ciudad, do el que será lícito hundir por todos los medios al semejan­
cuya situación y condiciones estoy satisfechísimo; el Mu­ te, conspirar contra su existencia, y, en suma, perpetuar
nicipio acuerda trazar una calle que pase por donde está el estado de guerra en condiciones todavía más crueles
mi finca, y la ley de expropiación forzosa me obliga á que en el estado primitivo del hombre.
enajenarla. Los individualistas deben considerar esto Pero es más, y para terminar, ved cómo se expresa
como un despotismo y un despojo. Adam Smith, al que llaman padre de la Economia poli­
Citemos aún otro de otra clase. Según ellos, yo, que tica todos los que han querido hacer de esta enseñanza
soy la primera de mis propiedades, tengo derecho á tra­ una ciencia social; escuchad de sus labios la condenación
bajar donde y como me parezca, lo mismo si soy niño del capital, uno de los principales elementos que estudian
que si soy mujer, y, sin embargo, las leyes sobre el tra­ con más religioso respeto los sectarios de la Ciencia lú­
bajo de mujeres y niños me cercenan este derecho. gubre:
Pero ¿es que ha existido nunca, por ventura, la pro­ «Todo el producto anual de la tierra y del trabajo de
piedad en toda su pureza? ¿Qué significan entonces los »cada país, ó lo que es lo mismo, el precio de este pro-
mayorazgos, las amortizaciones, todas las prohibiciones »ducto, se distribuye, naturalmente, en tres partes, que
de enajenar que nos muestra la historia? »hemos llamado: renta territorial, salario del trabajo é
La lógica de los números nos lleva en ocasiones a » interés de los fondos, el cual proporciona una renta á
conclusiones disparatadas; querer aplicarla á las rela­ »tres clases diferentes de individuos, que viven: el uno,
ciones sociales es un absurdo. »de sus rentas; el otro, del salario, y el tercero, del ré-
Ved, por ejemplo: si un capital puede devengar un »dito ó beneficio de los fondos. Estas son en toda socie-
interés cualquiera, este interés supone un acrecenta­ »dad culta las tres clases grandes, originarias, y eons-
miento progresivo de la masa total en el caso de que se »titutivas, de cuya renta sacan la suya todas las demás.
vaya acumulando al capital, con lo que tendríamos un »El interés de la primera está estrechamente unido
aumento progresivo de éste, tan alarmente, como prueba »con el general de la sociedad, y así, lo que es ventajoso
Ricardo Price, que en un folleto (1774) demostraba que »ó perjudicial á la una, es igualmente ventajoso y per-
un sueldo colocado á réditos del 5 por 100 desde el naci­ »judieial á la otra.
382 NUESTRAS COSTUMBRES

»El interés de la segunda, esto es, de los que viven


»de salario, no está menos unido al general de la socie­
d a d ; pues como hemos visto, nunca sube tanto el jornal
»del artesano como cuando se aumenta la necesidad
»del trabajo, ó lo que es lo mismo, cuando la sociedad
»le va aumentando con sus exigencias. Si, por decirlo CAPÍTULO IX
»así, se para ó llega á fijarse la riqueza real de la
»sociedad, el precio de la mano de obra queda al ins-
»tante reducido á aquel punto rigurosamente necesario
»para que cada artesano pueda mantener á su familia. Sus efectos.
»Si decae la riqueza de la sociedad, también decae el
»jornal de aquel punto. La propiedad nacional será qui- Sí; el régimen de propiedad es un estado grosero que
»zás más ventajosa para los propietarios que para los puso término á otro más grosero todavía. Nos avergon­
»artesanos, pero la decadencia de la riqueza pública zamos del estado de propiedad, de los conceptos de mío
»grava mucho más la clase laboriosa. y tuyo según lo demuestran diariamente nuestras pala­
»L a tercera se compone de los individuos que hacen bras. La cortesía tiene establecidas ciertas expresiones
»trabajar á la segunda y viven de sus ganancias. Casi con las cuales ofrecemos á los amigos las cosas que son
»todo el trabajo útil de la sociedad se pone en movi- de nuestra pertenencia. El buen tono aconseja afectar
»miento con los fondos que emplean para sacar de ella desprendimiento y renuncia de nuestros derechos sobre
»alguna utilidad; pero el interés de estos fondos no se au­ las cosas que nos pertenecen. Es más, si bien general­
gmenta como el del jorn a l ó de la mano de obra, ni el de mente sabemos que esas frases son meras fórmulas que
» la renta territorial, á medida que aumenta la prosperi tiene establecidas el trato social, sabemos también que los
»dad de la nación, ni baja tampoco á su decadencia; por instintos rectos del hombre cuando puede manifestarlos
» el contrario, en los pueblos ricos, este interés se mantiene, son propicios á tener complacencia en que las personas
» naturalmente, muy bajo, y en los pobres sube bastante y queridas por él disfruten de sus comodidades y bienes.
» llega al punto más alto posible en los que llegan con ra- Se aprecia en mucho y se honra á un espíritu generoso,
»pidez á su ruina; de donde se infiere que el interés de la así como se hace objeto de execración general al avaro
» tercera clase no tiene la misma unión que el de las otras que esconde su tesoro y quisiera llevárselo consigo al se­
» con el interés general de la sociedad.» pulcro. En el seno de la familia, entre las personas que­
ridas, los objetos son de propiedad común y lo serían
más si la familia no fuese en la mayor parte de los casos
una mentira. Cuando habla el amor, calla el derecho
de propiedad.
La garantía y protección que conceden las leyes á
nuestros bienes está fundada en la consideración de que
la-injusticia ó la acometividad de los hombres pudiera
privarnos del disfrute de aquello que necesitamos. Es de­
38 t NUESTRAS COSTUMBRES
KL DINEKO 385
cir, se funda en la persistencia de un estado de guerra . piedad; es á un género despiadado de lucha con nuestros
entre los hombres, en la inferioridad de algunos indivi­ semejantes para arrancarles lo que tienen, es á la intri­
duos en los que no se halla suficientemente desarrollado ga, á la hipocresía y al engaño, al fraude. La posibili­
el sentimiento de la justicia. ¿Quién duda que en una so­ dad de tener más de lo que tenemos, la probabilidad de
ciedad civilizada hay no algunos, sino muchos hombres arrancar mayor cantidad de bienes á la sociedad, turba
que respetarían las propiedades de los demás aunque no el sosiego de nuestra vida y la convierte en una lid con­
las protegiese la ley? La misma violencia con que desean tinua y sin descanso.
otros la propiedad ajena no es sino un efecto del sistema El espectáculo de las riquezas de nuestros semejantes
de propiedad, que enciende en el corazón de algunos el despierta en nosotros el sentimiento de la envidia, pa­
deseo inmoderado de riquezas, aún á costa muchas veces sión que nos hace bien desgraciados. Mucha fortaleza,
del sacrificio de los verdaderos bienes y de la verdadera mucha generosidad se necesita para que no germine en
felicidad. Entre el pródigo y el avariento hay infinito el pecho este sentimiento, y á veces no basta. Lo que po­
número de grados correspondientes al infinito número de demos hacer, y lo hacemos muchas veces, para dominar
influencias que los factores sociales proyectan en el alma esta sierpecilla, es oponer á los bienes que vemos en los
humana. demás, y de que carecemos, otros bienes de orden distin­
El avaro que se pasó la vida careciendo de todo, de­ to, que, por fortuna, hemos recibido de la Naturaleza.
vorado por la idea de amasar riquezas para no disfru­ «No es el dinero, son los defectos humanos», dicen los
tarlas ni él mismo, es un tipo inferior de la sociedad que que desconocen en absoluto que el hombre es un producto
toca en las lindes del loco, porque ha apetecido el medio del medio en que se desarrolla y de todos los factores
por sí solo y no por el fin. Este tipo, desde antiguo exe­ que obran sobre él. ¡Ah! Sí; es el dinero, es el acicate
crado universalmente por el arte, es el engendro más continuo con que espolea el alma la idea de su posesión,
monstruoso de nuestra sociedad, se presenta constante­ lo que nos roba la paz y la dicha, y sólo nos deja momen­
mente á nuestros ojos como una vergüenza, como un re­ tos de felicidad cuando algún sentimiento más fuerte nos
mordimiento, como un alerta, como un ejemplo que nos hace menospreciar los bienes terrenales, alejando de
hace temblar, del estado miserable á que puede conducir­ nuestra inteligencia la idea del lucro, de la especula­
nos el afán que despierta y aguijonea de continuo la so­ ción, de los goces comprados, de las dichas cotizables.
ciedad hacia las riquezas. Y, desgraciadamente, en esta sociedad todos esos
¡Ah! ¡Qué triste impresión produce el estudio de la sentimientos que podían salvarnos de la tiranían del
propiedad como factor de nuestros sentimientos! Desde monstruo, van faltando, van apagándose, van debili­
que termina nuestra niñez, risueño período de nuestra tándose y nos van dejando á solas con nuestra concu­
vida, libre del yugo que nos impone aquella idea, somos piscencia.
esclavos suyos, y nuestro corazón se convierte en triste Por todas partes asomando la especulación, el anun­
montón de miserias. Bien se les puede acusar de cándi­ cio, el reclamo, la sed insaciable y codiciosa. Por todas
damente optimistas á los defensores de la propiedad partes la agitación febril de una sociedad enferma, ator­
cuando invocan sus efectos para hacérnosla simpática. mentada por solo un deseo, por solo un apetito.
No es al trabajo saludable, al desarrollo normal de nues­ Entre los elementos sociales que conspiran para la
tras facultades á la que nos mueve el incentivo de la pro- degeneración del tipo humano está sin duda alguna el
25
■ H H H B

386 NUESTRAS COSTUMBRES EL DINERO 387


sentimiento de la propiedad, que ocasiona una constante »cia en otras direcciones. Un padre que ha llenado sus
opresión de los instintos de esparcimiento y generosi­ »deberes para con sus hijos de un modo completamente
dad. Le es más fácil al hombre primitivo ofrecer su fru­ »mecánico, sin molestarse por su cultura mental y sin
gal sustento al que pasa por delante de su choza, que al »mostrarles durante su edad tierna más que una pe-
hombre civilizado compartir el disfrute de sus cuantio­ »queña simpatía, se ha entregado, sin embargo, durante
sas riquezas, para defender las cuales fabrica espesos »varios años á un incansable trabajo para acumular una
muros y pone á las puertas de su palacio guardas y ce­ »gran fortuna que legarles. No es que haya sido guiado
rrojos. Por delante de estas puertas pasa el mendigo, »á ello por completo ó principalmente por el deseo de de­
que no intenta llamar siquiera. Detrás de estas puertas sjarles bien provistos. A menudo el deseo puramente
velan los guardianes el sueno de sus amos. El miedo ha­ » egoista de obtener el honor que da la riqueza, ha sido el
bita estas mansiones. Un sistema formidable de defensa »principal motivo. Pero, juntamente con éste, ha sido el
protege la propiedad grande, la riqueza exorbitante, que »deseo de que sus hijos tengan un patrimonio que les
teme siempre de la sociedad, y teme justamente, porque »capacite para vivir sin trabajos ni necesidades. En
no es suficiente garantía, la ley, de estos inmensos aca­ » cuanto esto se muestra como beneficencia, es como benefi-
paramientos del bienestar de muchos para producir la » cencía equivocada.
hartura de uno. »Nuestro régimen social existente, con sus vastas
Estos son los efectos de la propiedad. Todos los co­ »cantidades de propiedad en pocas manos re ativamen-
nocemos, y los conoceríamos más si estudiásemos mejor »te, aunque es un régimen apropiado al tipo existente de
el trabajo que diariamente se verifica en nuestra alma, »humanidad y probablemente esencial en él, es tal, sin
consecuencia de las mil influencias que proyectan sobre »embargo, que debe considerarse como transitorio. Lo
ella los elementos externos. Los que, cual el citado »misino que los tiempos modernos han visto un decrecí -
Thiers y otros muchos, tratan de defender la propiedad »miento en las grandes desigualdades políticas y del
como palanca social, como único móvil del trabajo hu­ »poder que caracterizaban á los tiempos primitivos, así
mano, no ven que tratan de perpetuar un estado de gue­ »los tiempos futuros verán del mismo modo un decreci-
rra, de barbarie y de hostilidad; y ya que presentan »miento en las grandes desigualdades pecuniarias que
como un efecto poderosísimo y saludable el deseo que se »hoy prevalecen. Habiendo salido del tipo de la soeie-
despierta en los padres de acumular riquezas para le ­ »dad militante, aparecemos pasando por un tipo social
gárselas á sus hijos, oigan lo que sobre este punto dice »que puede distinguirse como industrialismo militante,
Spencer, individualista bien definido, sobre todo al prin­ »un industrialismo que, aunque dirigido bajo el sistema
cipio de su carrera literaria, cuando estudia la beneficen­ »del contrato, en vez de estarlo bajo el de status, está
cia paternal, ideas á que no tiene más remedio que llegar »infiltrado, en medida considerable, del viejo espíritu
todo cerebro que analiza profundamente el dibujo que »militante, como no puede menos de suceder, visto que
van esculpiendo las instituciones sociales en el alma de »los caracteres y sentimientos de los hombres no pueden
los hombres: »cambiar sino en el curso de largas edades. Aunque se
«§738. Queda por nombrar ' la especie más perjudi­ »puede suponer que hayan de caracterizar al futuro
c i a l de beneficencia paterna mal regulada; un exceso »desigualdades pecuniarias, algunas de ellas de consi-
»en una dirección asociado á menudo con una deficien- »deración acaso, que se reafirmen después de haber
388 NUESTRAS COSTUMBRES

»triunfado temporalmente el socialismo y comunismo;


»sin embargo, podemos inferir que bajo formas sociales
»más elevadas y un tipo mejor de humanidad, no serán
»tan marcadas como hoy. No habrá ni las posibilidades
»ni los deseos de acumular grandes fortunas, siendo,
»como es, el decrecimiento de tales deseos ocasionado en
»parte por el reconocimiento déla verdad deque la bene-
»ficencia paternal, en vez de reforzarlos, les pone coto. RESUMEN Y CONCLUSIÓN
»Porque los hijos de un hombre son perjudicados pot­
ala esperanza de que podrán viv ir sin trabajar y por el
»cumplimiento de esta esperanza. Como queda indicado
»en el capítulo acerca de la «actividad» y en otros pa- La vida humana tiene cuatro períodos bien caracte­
»sajes, no puede haber vida verdaderamente sana si los rizados: la infancia, durante la cual estamos exclusiva­
»beneficios están disociados de los esfuerzos. El princi- mente ocupados en nuestro crecimiento y desarrollo in­
»pio según el cual están asociados los seres humanos en terior; la juventud, en la que se manifiestan con más
»común con los demás seres (excepto los parásitos), es empuje y efervescencia nuestras pasiones ya formadas;
»el de que el sustento debe hacerse efectivo por la ac- la madurez, en la cual el desarrollo intelectual llega á
»ción, y resulta detrimento si aquél viene sin ésta. De su término y somos más dueños de nuestro individuo, y,
»aquí se ha iniciado una relajación de los ajustamientos por último, la vejez, en que sobrevienen la decrepitud y
»orgánicos que, si continúa de generación en genera- declinación de nuestro organismo.
ación, ocasiona una decadencia. No es menester insistir En cada una de estas edades apreciamos el mundo de
»en esto. Es cosa corriente la desmoralización ocasio- una manera bien distinta.
»nada por las «grandes espectativas». Durante la niñez no tenemos nuestro criterio formado
Estas palabras del sabio inglés, aunque expuestas respecto á las cosas que nos rodean. Adquirimos paula­
con algunos distingos y vacilaciones, acusan, bien mar­ tinamente toda clase de conocimientos y, por lo tan­
cada, la evolución de sus ideas. Bien distinta es esta re­ to, estamos á merced de nuestros preceptores que, sí
flexiva templanza de aquella saña con que llamaba á los quieren, pueden engañarnos valiéndose de nuestra igno­
legisladores liberales ingleses, porque tomaban medidas rancia y endeble juicio. No podemos rectificar las in­
socialistas, «los nuevos conservadores». La inmensa la­ exactitudes que en la definición de los objetos y de las
bor de reflexión que supone su obra no podía menos de ideas cometan los que nos enseñan. Cuando ellos lo di­
llevarle á conclusiones opuestas al individualismo que su cen, así será. Y en efecto, nos engañan todo lo que pue­
temperamento inglés le dictaba en un principio. Bueno den. La moral que se enseña á los niños consiste en fa l­
es que así conste, y si los socialistas logran hacerle sear las realidades por que luego han de pasar.
entrar en su campo, buen redoble de tambores y buen Llegamos, por consecuencia, á la juventud con una
despliegue de banderas deben hacer. El que se acerca á suma considerable de ideas falsas, de prejuicios y de
ellos es un príncipe del pensamiento humano. convencionalismos. Pero no es á esta edad ciertamente
á la que incumbe deshacer todo este error. La juventud.
.‘590 NUESTRAS COSTUMBRES
RESUMEN V CONCLUSIÓN 391

hacia el sepulcro, una invisible mano sella nuestros la­


es esencialmente acción, movimiento, pasión, vida. La
bios, imponiéndonos, anticipado, el silencio de la muerte.
agitación que es resultado de estos caracteres, nos im­
pide reflexionar sobre las cosas. Nada más opuesto á la L a descripción de estas cuatro fases de la vida hu­
mana da ile a de por qué pasamos con indiferencia por
juventud que la reflexión. Es una animadísima jornada
entre un cúmulo de instituciones y costumbres que son
en que las impresiones se suceden con rapidez vertigi­
nosa, y no tenemos tiempo para meditar sobre ellas. Por otros tantos atentados contra la tranquilidad, sosiego y
lo tanto, es más intelectual la niñez que la juventud. Du­ felicidad del hombre.
No todos estamos tan engañados como á primera
rante ésta, la belleza de nuestro cuerpo nos preocupa
vista pudiera creerse. Pero la necesidad de respetar las
más que el cultivo de nuestra inteligencia.
ideas admitidas constituye una ley social que no nos es
Apagado el hervor de nuestras pasiones juveniles,
dado eludir, con lo cual se establece una tácita compli­
aparece la madurez, cuya mayor templanza vigoriza
cidad para perpetuar el engaño. En esta farsa se ponen
considerablemente nuestras energías y apaga los ardo­
en juego los intereses más respetables, los sentimientos
res que la imaginación oponía á la frialdad y precisión
más hondos de nuestra existencia. Esta farsa la repre­
de nuestro juicio.
sentan los padres para con los hijos, ocultándoles toda la
En esta época solamente empezamos á ver con cla­
verdad de su vida psicológica y todas las convicciones
ridad á nuestro alrededor y á formar juicios propios.
que estén en pugna con el orden establecido.
Volvemos sobre los conocimientos adquiridos en la niñez
Nuestros instintos nos guían con más frecuencia que
y juzgamos con criterio independiente. Entonces vemos
nuestros juicios, y sólo en la somnolencia en que gene­
el cúmulo de mentiras en que nos revolvemos. Contras­
ralmente vivimos es como podemos dejar de darnos
tamos la diferencia entre un mundo ideal que nos liabían
cuenta de la contradicción entre éstos y aquéllos.
fingido y un mundo real completamente opuesto. Com­
Grandes son los daños que trae consigo tal sistema,
prendemos la necesidad de obrar de acuerdo con este
individual y socialmente hablando. A él podemos acha­
último y de llevar aquel otro constantemente en los la­
car la inmensa mayoría de nuestros dolores, de los cua­
bios. Cada día hacemos un nuevo descubrimiento que
les generalmente no conocemos el origen, y los atribui­
confirma la impostura y la superchería, en medio de la
mos á causa bien distinta de la verdadera. De igual modo
cual nos agitamos. Unos más, otros menos, todos tene­
que las faltas de higiene acarrean enfermedades cuya
mos que presenciar en esta edad acontecimientos y su­
aparición nos sorprende y no sabemos cómo explicar,
cesos que constituyen espantosas revelaciones sobre la
porque no paramos mientes en los excesos de otro tiem­
índole de la naturaleza humana. A l mismo tiempo se nos
po; de igual modo las enfer inedades morales, productoras
desarrolla la inclinación de ocultar á nuestros semejan­
de los dolores morales, obedecen á causas invariables
tes estas revelaciones, de no delatar la condición de la
y constantes. Es posible la perfecta salud moral, como
raza, y desengaño tras desengaño, nuestros cabellos
es posible la perfecta salud fisiológica, siempre que
empiezan á blanquear. En el lindero ya de la vejez,
suprimamos las causas morbosas. El suponer que el
pensamos que sería conveniente decir en alta voz y á
hombre está condenado perpetuamente al mal, sobre
presencia de la sociedad muchas cosas que solemos de­
ser una teoría estéril y desconsoladora, es también falsa.
cir en voz baja. Pero no es la vejez ciertamente la edad
Del mismo modo que en lo físico, hay una terapéutica
de las iniciativas. Una fuerza irresistible tira de nosotros
■■ y' ■■

392 NUESTRAS COSTUMBRES RESUMEN Y CONCLUSIÓN 393

en lo moral que, convenientemente aplicada, cura los sacerdote sorprendiendo nuestra buena fe, explotando
males que se propone curar; también hay una higiene nuestras disposiciones, sugestionándonos con el alevoso
cuyo acertado uso nos preserva de llegar á estados pa­ disfraz que ostenta y con las frases retumbantes y espe­
tológicos, y también una cirugía que en los momentos ciosas que profiere. Nuestra irreflexión nos lleva á darle
decisivos corta y desinfecta. La moral social, como la crédito; y él,interesado en imponer una moral que oprime
individual, existe; nunca ha estado más demostrada que y repugna, atiende más á arrancarnos juramentos y pro­ I
ahora su existencia desde que consideramos muchos es­ fesiones de fe, que á aliviar nuestros dolores y á cicatri­
tados morales como estados patológicos; lo que no existe zar nuestras heridas.
y es impertinente, es la moral antigua, acompañada de Cuando salimos de su influencia, queremos poner en
la coacción arbitraria y ajena por completo á la natu­ práctica sus preceptos y los hallamos mezquinos, insufi­
raleza humana. Su forzado mantenimiento ha producido cientes y estúpidos. La realidad no es campo apropiado
el más hondo mal de la época: el divorcio de la concien­ para que prosperen; se necesita un terreno ideal que po­
cia social con la conciencia individual. demos crear algunas veces en nuestra imaginación, pero
¿Qué se puede esperar de este divorcio? Por fuera, que se disipa rápidamente en cuanto volvemos los ojos
hipocresía; por dentro, desmoralización. Aunque se al mundo. Entonces volvemos á hallarnos en la misma
quiera prestar fe á una moral falsa, tendrá que llegar situación que cuando el sacerdote nos sorprendió. La in­
el momento en que la condenemos y la desmintamos con fluencia, la sugestión ha sido pasajera, momentánea y no
nuestras obras, y ese hipócrita acatamiento producirá es raro que luego nos avergoncemos de ella. La vida, i.

mientras, vacío en el cerebro y en el corazón, ausen­ con su gesto humorístico, mezcla de risa y de dolor, se
cia completa de verdadera moralidad, de un criterio burla de nosotros, y como chicos de escuela, tratamos de
constante y fijo para juzgar nuestas acciones; porque amoldarnos otra vez á la pauta de la vida por miedo á la
son pocos los hombres que aciertan á formarse por me­ zumba de todos los que nos rodean. '

dio de la reflexión una regla de conducta cierta y deter­ A l poco tiempo, cansados otra vez de la lucha, vuelve
minada. á surgir en nosotros el deseo de un sedativo, la necesi­
Como ha dicho un grande hombre, los sacerdotes dad de una fe positiva, y no encontramos sino el escep­
usurpan el puesto á los filósofos. El vulgo se deja embau­ ticismo más desconsolador. Dudamos de la familia, du­
car por aquéllos y desoye ó menosprecia la voz de éstos. damos con asco de los placeres, y como consecuencia de
L a credulidad que presta á sus embustes, depende de la esta duda,apetecemos ó el atontamiento de una vida me­
ignorancia y de la irreflexión. Ocupados.constantemente cánica ó el desenfreno de nuestros apetitos, engendra-
los hombres, unos en el cálculo de sus intereses, otros en dor del hastío, de la muerte del espíritu, de esa frialdad
la satisfacción de sus vicios, prescinden por completo de que endurece y de esa amargura que envenena.
«poner el corazón de acuerdo con la conciencia»,y cuan­ Y si de esta decepción queremos consolarnos con el
do en el vasto mar de las pasiones pequeñas, de los in­ empleo de nuestra actividad en los asuntos de interés g e ­
tereses egoístas, de la mala fe y de la disipación, senti­ neral, en el ejercicio de la política, tremenda ha de ser la
desilusión que allí encontremos también. '
mos un momento la necesidad de algo que reponga nues­
tra perdida fe, de algo que colme el vacío de nuestra En este terreno, más que en otro alguno, la actividad
alma y nos eleve á un orden superior, se nos presenta el humana toma los caracteres de la lucha ruda de intere-
394 N U E S T R A S COSTUM BRES
RESUMEN Y CONCLUSIÓN 395
ses egoístas, en que está de antemano consagrada la vic­ A su vez la evolución, cambiando sigilosamente todo
toria del más fuerte disfrazado con la máscara del pa­ el mundo político y social; dando á ¡as leyes del momento
triotismo y con la hipócrita apariencia del amor á la R e­ un carácter ecléctico y de transición, creando derechos
pública. á medio definir, reglamentando las fuerzas nuevas y es­
Producto del concepto y de las teorías individualistas tableciendo cada vez con mayor amplitud franca y g e ­
es la desunión del individuo con el Estado, y por consi­ nerosa comunicación entre gobernantes y gobernados,
guiente, la falta de virtudes cívicas que caracteriza á suaviza el choque de los nuevos principios con las viejas
nuestra época, que nos va haciendo creer como definitivo instituciones y aleja en cierto modo la posibilidad de un
el establecimiento de un sistema basado en el principio conflicto inminente.
del egoísmo y que nos hace ver como propias de otros Así puede decirse que están peor las cosas en el te­
tiempos y muertas para siempre aquellas gloriosísimas rreno privado que en el terreno público. Los factores y
figuras de hombres públicos que iluminaron la historia elementos indicados dan garantías de progreso en el or­
con el resplandor de sus virtudes. den político de los pueblos y quitan todo carácter dq
Si consideramos al Estado como el cumplidor de un opresión al gobierno de éstos (no hay hoy día más opre­
contrato de seguros, lógico es que nuestras relaciones sión que la que imponen las condiciones económicas),
para con él queden reducidas á las que tendríamos con mientras que en el orden particular, la costumbre se
un contratante cualquiera, y las prestaciones que nos opone con su dureza de roca á los beneficiosos é indispen­
exige las otorguemos con el mismo enojo con que pa­ sables cambios que pide el pensamiento moderno.
gamos el interés vencido al prestamista usurero. Lógico El individualismo social y económico ha embrutecido
y aun laudable es que tratemos de eludir la mayor can­ á las masas con la imperturbable práctica de una Yuda
tidad de deberes para con él y que nos peguemos cada mecánica. Ha hecho que por la poca participación que
vez más fuertemente á la concha de nuestro egoísmo, toma el individuo en los asuntos de interés general, por
cuyo peso nos inmoviliza y dificulta la progresión moral. la atención de soslayo que les presta, reconcentrando
Por otra parte, y como coronación de todo esto, el toda su actividad en la familia y viviendo á estilo mo­
problema social arruga la frente de las Naciones, en runo en el interior, se opere un verdadero retroceso en
donde contienden dos fuerzas gigantescas cuyo duelo á las relaciones sociales. El individualismo no es ni más ni
muerte es el espectáculo del mundo moderno: la riqueza menos que una protesta contra el instinto de sociabili­
y la miseria; aquélla extendiendo y acrecentando su do­ dad del hombre, cuya forma más elevada es el senti­
minación, sometiendo á su poder ciudades enteras, regio­ miento de solidaridad. El individualismo va contra este
nes enteras, razas enteras; ésta conmoviendo cada vez sentimiento y contra aquel instinto; es un atentado con­
con más fuerza las viejas instituciones con el clamoreo tra ellos. Por eso se observa esa incongruencia en la
de sus ayes y gritos desgarradores. época presente entre el progreso material y el progreso
Y tanto la conmueve, que en Fraucia se está discu­ moral. Por lo que toca á éste, bien podemos afirmar una
tiendo un nuevo derecho: el derecho á robar; un artículo verdadera degeneración cuyos ostensibles caracteres ya
del Código penal que declare no constituye delito sus­ hemos señalado en el curso de este lib ro.
traer un artículo de primera necesidad impelido por la Este es el grito que se escucha por todas partes, el
extrema miseria. grito que lanzamos al cabo, viendo que un aislamiento
39 6 NUESTRAS COSTUMBRES RESUMEN Y CONCLUSIÓN 397

antinatural y egoísta nos ha embrutecido, impidiendo la sumergen.las mezquinas instituciones y las costumbres
fusión de los intereses que nos haga solidarios á los unos salvajes. Desterremos el individualismo económico, el
délos otros, el cambio délas opiniones que engendra la individualismo familiar, el individualismo religioso. L e ­
discusión y el asentimiento por el ejercicio de la razón, vantemos el espíritu para luchar, no por nuestros in ­
el dinamismo de las pasiones intelectuales que mueve y tereses, sino por los intereses de todos. Pongamos de
descuaja las preocupaciones y rutinas á cuya estabilidad acuerdo nuestra conciencia con la conciencia social.
contribuye la pereza intelectual engendrada por el de­ Difundamos entre los hombres otra vez el espíritu del
recho de pensar cada uno lo que quiera, que se traduce Evangelio, llevando á todas partes, á todos los miembros
en la costumbre de no pensar nadie en nada, si no es en del organismo social el calor de ese sentimiento único
el cumplimiento de una vida vegetativa y mecánica'. que sostiene la especie y que se llama amor. Luchemos
Hé aquí el por qué la costumbre, que representa la por el imperio del amor entre los hombres, derribando el
parte bruta del organismo social, contrapeso de la evo­ imperio deloro, nuevo déspota que enciéndela codicia,
lución, que representa la parte intelectual, se robustece la envidia, la hostilidad, la ambición y perpetúa los odios
tanto en las sociedades primitivas como en las socieda­ en el corazón humano, en la convicción de que sólo
des degeneradas. Cuando éstas pierden el sentido moral poniendo los ojos en este supremo y risueño ideal, po­
á consecuencia de su degradación, viven de la moral demos acelerar el advenimiento entre las criaturas del
antigua, rudimentaria y arcaica, y las inteligencias atro­ reinado de la Paz, de la Verdad y de la Justicia.
nadas y prostituidas toman por dioses mayores y divini­
dades venerandas los fantasmas que asustan á las v ie ­
jas y los chicos en las vetustas y miserables aldeas
donde la vida humana es un remedo no muy perfeccio­
nado de la vida animal, y donde fermentan al mismo
tiempo el estiércol de los corrales y la ignorancia y la
mala fe de las almas rústicas y de los cerebros incultos
y atrofiados.
Apaguemos, pues, el grito desolado que de todas par­
tes se alza, con la promesa de próxima y saludable re­
generación, alcanzada por el robustecimiento dei senti­
miento de solidaridad y por la realización de los nuevos
ideales propuestos por la razón humana. Llevemos la
razón á todas partes, que ella únicamente nos puede sal­
var. Echemos los fundamentos de la gran familia y des­
truyamos las barreras que nuestra mezquina individua­
lidad opone á la fusión universal. Salgamos de nosotros
mismos. Curémonos de los males ajenos y curaremos los
propios. Destruyamos el gran monstruo del egoísmo que
se agiganta en la soledad y apartamiento en que nos
í ISTDICE

Páginas.

I ntroducción ................................................................. 5
L ibro primero — C o n d ic ió n de la m u je r ......................... 25
Capitulo I. Lo que ha sido y lo que es............... 27
II. - Su esclavitud................................... 33
III. Su tirania........................................ 39
— lY (1). - Su pretendida inferioridad......... 45
— V.—Su efectivo envilecimiento.............. 55
VI. —Bazar de novias............................. 62
V II. —La mujer honrada......................... 68
V ili. La mujer libre................................. 74
[X. Su delito y su pena.......................... 84
X.—La mujer vieja................... •............ 91
L ibro segundo.— K l m a t r i m o n i o .................................. 97
Capitulo I.—El amor........................................... 99
— 11.—El ideal de las mujeres y el ideal de
los maridos................................... 106
III. —Lo que nos lleva al matrimonio.... 114
IV. —Ley fatal..................................... 122
— V. - La primera piedra............................ 128
V I.—Progresos del monstruo................... 136
V II.—Sistemas perniciosos........................ 150
— V III.—El secreto del matrimonio............... 143
— I X .—Los hijos........................... .............. 155
— X. —El vicio conyugal .......................... 167
L ibro tercero .— L a f a m i l i a .......................................... 173
Capitulo I. —Origen de la familia ........... . 175
— II.—La familia coarta la libertad del es­
píritu........................................... 185

(1) La. numeración de los capítulos de este primer libro está equivocada á
partir del I V. resultando por este motivo repetido el III.
Páginas.
Capitulo I I I , —El principio do autoridad................ 19 4
IV. La educación.................................. 206
— V. - Los colegios..................................... 216
— VI. La verdadera educadora................. 225
VII. La fuerza de la sangre.................... 232
— V III. Los parientes pobres...................... 239
IX . —Los sirvientes............................... 244
X. La gran familia............................... 250 ERRATUS DE IMfORTANEfA ADVERTIDAS EN ESTi OBRA
Lnuio cuarto . —El catolicismo ..................................... 257
Capitulo I . —Opresión espiritual........................ 259
— I I . —Xo somos católicos........................... 265
III. -Contradicciones de la vida moderna. 270 P A G IN A LIN EA DICE DEBE D EC IR
IV. Las órdenes religiosas..................... 275
V, —Lo que perpetúa el culto católico.... 282
67 16 la han tenido le han tenido
— V I,—La moral católica........ 290 67 18 la han le han
V II.—Virtud educativa............................. 300 129 7 amistad mitad
— V III.—La justicia de Dios........................... 308 133 5 lo piden y ellos lo conceden le piden y ellos le conceden
IX. Apoteosis del dolor.......................... 3 43
133 23 pueda puede
154 14 hombre hombres
X. - La religión del porvenir.................. 323 168 25 desaparecido desaparecida
L ibro quinto .—El dinero.......................................... 339 200 34 insestable inestable
Capitulo I .—Carácter del siglo........................ 331 219 34 Geografía Geometría
— I L —La limosna............................ 341 282 17 mantienen mantiene
284 27 iglesias iglesia
— II I.—Sus efectos....................................... 3 43 290 12 misterio Misterio
IV,—La predicación del pillaje................... 354 332 13 disponer Iíh disponerle
V La desigualdad de fortuna................. 361 332 34 enseñorado enseñoreado
— VI. —La propiedad.................................. 303 336 8 le hacen le hace
351 29 su trono su honor
V II.—Su fundamento racional..................... 372
— V I I I. - Sus restricciones................................. 377
IX .—Sus efectos......................................... 333
.Resumen y conclusion . ................................................... 3^9

26

También podría gustarte