Winny de Puh
Winny de Puh
Winny de Puh
los sauces de Kenneth Grahame, uno de los cuatro grandes clásicos de la literatura
infantil, una obra maestra tan apta para niños de menos de diez años como para
adultos de un buen nivel cultural.
A.A. Milne, el escritor de estas divertidas historias protagonizadas por Cristopher
Robin —su verdadero hijo— y su oso de peluche Winny, nació en Londres en 1882,
y sus primeros trabajos aparecieron en la popular revista satírica Punch. Fue autor
dramático, ensayista, y escribió dos novelas policiacas, un par de libros de rimas
infantiles, y sobre todo las dos historias, Winny de Puh y El Rincón de Puh, que le
dieron fama universal y que hemos reunido en este volumen.
Milne nos cuenta con poesía e ingenio los juegos y andanzas de su hijo Cristopher
Robin con sus amigos favoritos: Winny de Puh, un oso de peluche glotón y un tanto
zoquete y cantarín, Porquete, un cerdito inquieto y más bien miedoso, Tigle, un tigre
brincador y fanfarrón, y otros habitantes del bosque.
La edición incluye las ilustraciones a todo color de Ernst H. Shepard, que han
contribuido no poco a convertir a Winny de Puh en un mito moderno de la cultura
popular.
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Alan Alexander Milne
Winny de Puh
Historias de Winny de Puh 1
ePub r1.1
Titivillus 08.09.2021
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Título original: Winnie-the-Pooh
Alan Alexander Milne, 1926
Traducción: Isabel Gortázar
Ilustraciones: E. H. Shepard
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PRESENTACIÓN DE WINNY DE PUH PARA
ADULTOS
Estas primeras líneas son para tranquilizar a los adultos que se sorprendan
disfrutando inadvertidamente con la lectura de este clásico de la literatura infantil. No
ocurre nada raro. No es que hayan perdido su trabajosamente adquirida adultez; y
nada les impedirá tornar a deleitarse, como habitualmente hacen, con la lectura de
Paul Theroux, Umberto Eco, James Joyce, Dante o Bukowski. Ocurre que Winny de
Puh de A. A. Milne es una obra maestra tan apta para un niño de menos de diez años,
como para un adulto de un buen nivel cultural. Es más, los que pueden tener
dificultades para apreciar los méritos de este libro son los chavales de catorce —a esa
edad se quieren cosas serias y no las ocurrencias de un oso de peluche—, y las
personas mayores que no leen “tonterías”, sino Libros Que-Merecen-La-Pena
(postura tan inteligente como la Trampa Astuta para cazar pelifantes que dice
Winny).
El autor de estas historias fue el escritor inglés A. A. Milne, nacido en Londres en
1882 y fallecido en 1956. Sus primeros trabajos como profesional de la literatura
fueron artículos y versos publicados en la revista Punch —el clásico inmemorial de la
prensa humorística inglesa—, de la que llegó a ser subdirector. Fue autor dramático
de indudable éxito, escribió también ensayo, dos novelas policiacas, un par de libros
de rimas infantiles (sí, también hay poesía de Winny de Puh) y ese binomio de libros,
protagonizados por los animales de trapo de su hijo Christopher Robin, por los que es
universalmente conocido: Winnie-the-Pooh (1926) y The House at Pooh Corner
(1928). Hay una circunstancia personal que parece marcar casi toda su obra y, cómo
no, sus dos libros de Puh. Y es que tuvo una infancia feliz y, por lo que parece, una
vida —salvo su experiencia militar— tranquila y placentera. No solo su evocación de
la infancia es un tierno ensueño, es que hasta sus obras de teatro eran motejadas por
sus detractores —todo el mundo los tiene— de ingeniosas, elegantes, divertidas y
brillantes pero, faltas de “substancia”… Lo cual casi parece un reproche, más que al
escritor, a su optimismo… Por cierto, Dorothy Parker, una de las más ácidas, notables
y malintencionadas escritoras norteamericanas de este siglo, alguien-cuya-lengua-
venenosa-hacía-temblar-a-quien-escogiera-como-blanco de su talento, no soportaba a
Winny [gracias por el apunte, Rosa]. Tanto optimismo debía quemarla como un rayo
de sol a un vampiro.
Las historias de Winny no serían lo mismo sin los dibujos de Ernest E. Shepard
(1879-1976), sin duda uno de los mejores ilustradores de literatura infantil de todos
los tiempos. Colaboraba con sus pinceles en Punch, colaboró también con Milne en
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su primer libro de versos, When We Were Very Young; y los encantadores dibujos que
hizo de los personajes de Winnie the Pooh son retratos del natural, ya que pasó una
temporada en casa de los Milne y allí pudo conocer, tomar apuntes y charlar —
supongo— con Winny, Porquete, Tigle y el propio Christopher Robin. Por cierto, en
algunas de las muchísimas áreas que Internet dedica a Winny, se puede rastrear una
preciosa fotografía en la que aparecen Shepard con Milne, Christopher Robin, y
varios de los personajes, en su ser auténtico de trapo y serrín, cuyas aventuras tienes
ahora en tus manos.
Winnie the Pooh es una de las cimas de la literatura infantil de todos los tiempos,
un clásico de la literatura general y un mito de la cultura popular. Series de televisión,
ropa, juguetes, incluso canciones de grupos de folk o rock hacen referencia directa a
la obra de Milne. Cuando ocurre eso a más de cincuenta años de su publicación, es
que la poesía, el juego conceptual, la visión naïf, y los hallazgos humorísticos y
verbales de Milne dieron en la diana. Como decíamos antes, junto con el Alicia de
Carroll, el Peter Pan de Barrie y El viento en los sauces de Kenneth Grahame, Winny
es uno de los cuatro, no grandes, ENORMES, clásicos de la literatura escrita para niños.
Y una carambola final que pone en relación a tres de ellos (Dios los cría y ellos se
juntan…): Barrie y Milne fueron amigos íntimos; incluso Barrie ayudó a que Milne
estrenara su primera obra de teatro. Por otra parte, Milne adaptó para el teatro El
viento en los Sauces de Grahame, y de Shepard son, tanto las ilustraciones originales
de Winnie, como las de El Viento en los Sauces.
La estilizada sombra de Christopher Robin y la más rolliza de Winny llegan,
como referente de lujo, hasta nuestros días.
Malvados,
sarcásticos,
muy tiernos…
geniales siempre,
¿a quiénes tienen como antepasados
Calvin y su tigre Hobbes?
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Winny de Puh
traducido por
ISABEL GORTÁZAR
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PARA ELLA
De la mano venimos
Christopher Robin y yo
a regalarte este libro.
¿Dices que te sorprende?
¿Dices que te gusta?
¿Dices que es justo lo que querías?
Pues es tuyo,
porque te queremos.
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INTRODUCCIÓN
Si por casualidad has leído algún otro libro de Christopher
Robin, tal vez recuerdes que solía tener un cisne (¿o era el
cisne el que tenía a Christopher Robin?) y que el cisne se
llamaba Puh. De esto hace mucho tiempo y, cuando nos
despedimos, nos llevamos el nombre porque pensamos
que el cisne ya no lo iba a necesitar. Más tarde, cuando el
Oso Eduardo dijo que quería tener un nombre especial,
Christopher Robin dijo inmediatamente, sin pararse a
pensar, que se llamaría Winny de Puh, y así ha sido. De
modo que, una vez explicada la parte de Puh, paso a
explicar el resto.
No se puede estar mucho tiempo en Londres sin ir al zoológico. Hay gente que
recorre el zoológico empezando por el principio, donde pone ENTRADA, y pasa a
todo correr por delante de las jaulas hasta que llega al sitio donde pone SALIDA.
Pero la gente que más nos gusta es la que va directamente a ver a su animal favorito.
Por eso, cuando Christopher Robin visita el zoológico va a donde están los Osos
Polares, le dice unas palabras al oído al tercer guardián empezando por la izquierda, y
se abren unas puertas, y recorremos unos pasillos oscuros, y subimos unas escaleras
empinadas hasta que llegamos a una jaula especial, y la jaula se abre y sale una cosa
parda y peluda y, con un grito feliz de “¡Oso querido!”, Christopher Robin se lanza en
sus brazos. El nombre de este Oso es Winny, lo cual demuestra que es un buen
nombre para osos; lo malo es que no nos acordamos de si Winny se llama así por Puh
o Puh por Winny. Hubo un tiempo en que lo sabíamos, pero se nos ha olvidado…
Había escrito hasta aquí cuando Porquete dijo con su voz chillona:
—Y yo, ¿qué?
—Querido Porquete —le dije—, todo este libro habla de ti.
—¡Y también de Puh! —chilló.
Ya veis el problema. Está celoso porque opina que Puh ha conseguido tener una
Gran Introducción para él solo. Puh, naturalmente, es el favorito; eso no lo niega
nadie, pero Porquete también tiene algunas ventajas, porque, por ejemplo, no se
puede llevar a Puh al colegio sin que se note; en cambio, Porquete es tan pequeño que
cabe en el bolsillo, donde resulta muy reconfortante encontrarlo cuando uno no está
seguro de si siete por dos son doce o veinticuatro. A veces incluso puede sacar la
nariz y echar una buena ojeada al tintero, lo cual hace que sea más instruido que Puh,
aunque a Puh eso no le importa.
—Hay quien tiene cerebro y quien no lo tiene —dice—, y no hay que darle más
vueltas.
Y ahora todos los otros están gritando: «Y nosotros, ¿qué?». Así que será mejor
dejar de escribir introducciones y empezar el libro de una vez.
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A.A. M.
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Para Christopher Robin Seeley, por innumerables razones (Isabel Gortázar).
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CAPÍTULO I
***
Érase una vez, hace mucho tiempo, más o menos el viernes pasado, un Oso que se
llamaba Winny de Puh y que vivía solo en el Bosque, bajo el nombre de Sanders.
(—¿Qué significa “bajo el nombre”? —preguntó Christopher Robin.
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—Significa que tenía el nombre sobre la puerta, escrito en letras de oro, y que
vivía debajo.
—Winny de Puh no estaba seguro —dijo Christopher Robin.
—Ahora ya lo sé —dijo una voz ronca.
—Entonces sigo —dije yo).
Un día que salió a pasear, llegó a un claro en medio del Bosque y encontró un
gran roble.
Inmediatamente oyó un fuerte zumbido que venía de lo alto del árbol. Winny de
Puh se sentó al pie del árbol, puso la cabeza entre las zarpas y empezó a pensar.
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Y entonces se levantó y dijo:
—Y la única razón que se me ocurre para que alguien haga miel es que yo me la
pueda comer.
Así que empezó a trepar por el árbol.
Es algo milagroso
cuán goloso
es un oso.
El oso es siempre fiel
a su tarro de miel.
Trepó un poco más alto… y un poco más alto… y todavía un poco más alto. Para
entonces ya se le había ocurrido otra canción:
Con tanto ejercicio estaba ya francamente cansado y por eso mismo cantaba una
Canción Quejosa. Sin embargo, estaba llegando arriba y, si conseguía ponerse en pie
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en aquella rama…
¡Crac!
—¡Mecachis! —dijo Puh mientras caía a una rama tres metros más abajo.
—Si no hubiera… —dijo rebotando seis metros más hasta la siguiente rama.
—Lo que yo pensaba hacer… —explicó dando una voltereta y cayendo cabeza
abajo cinco metros hasta quedar colgado en otra rama.
—Lo que yo pensaba hacer…
—Claro que hay que reconocer… —admitió mientras resbalaba a través de las
seis ramas siguientes.
—Esto me pasa —decidió, despidiéndose de la última rama con un airoso volatín
y aterrizando en un matojo de espinos—, esto me pasa por ser tan aficionado a la
miel. ¡Mecachis!
Salió a gatas del matojo, se quitó las espinas de la nariz y empezó a pensar de
nuevo. Y la primera persona en quien pensó fue en Christopher Robin.
(—¿Ese soy yo? —dijo Christopher Robin con voz emocionada, sin atreverse a
creerlo.
—Ese eres tú.
Christopher Robin no dijo nada, pero sus ojos se volvieron más y más redondos y
sus mejillas más y más sonrosadas).
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Así que Winny de Puh se fue a ver a su amigo Christopher Robin, que vivía
detrás de una puerta verde en otro lugar del Bosque.
—Buenos días, Christopher Robin —dijo.
—Buenos días, Winny de Puh —dijiste tú.
—Quería saber si, por casualidad, no tendrías un globo para prestarme.
—¿Un globo?
—Sí; mientras venía para acá me he dicho a mí mismo: “Sería cosa de saber si
Christopher Robin tiene o no tiene un globo”, eso es lo que me he dicho a mí mismo,
pensando en globos y cosas.
—¿Para qué quieres un globo?
Winny de Puh miró a su alrededor para asegurarse de que nadie le escuchaba,
puso la zarpa junto a su hocico y dijo con un ronco susurro:
—Miel.
—¡Pero la miel no se consigue con globos!
—Yo sí —dijo Puh.
Bien, pues resultó que tú habías ido a un cumpleaños el día
anterior, a casa de tu amigo Porquete, y que os dieron globos en
el cumpleaños. A ti te habían dado un gran globo verde y a uno
de los parientes de Conejo le habían dado un gran globo azul,
pero se lo había dejado olvidado, porque de todos modos era
demasiado crío para ir a un cumpleaños, así que tú te habías
llevado a casa el globo verde y el globo azul.
—¿Cuál prefieres? —le preguntaste a Puh.
Puh puso la cabeza entre las zarpas y meditó cuidadosamente.
—Verás —dijo—, cuando vas a por miel con un globo, lo más importante es que
las abejas no te vean llegar. Si vas con un globo verde, pueden creer que eres parte
del árbol y no hacer caso; y si vas con un globo azul, pueden creer que eres parte del
cielo y no hacer caso, y la cuestión es: ¿cuál es mejor?
—¿No crees que te verían a ti debajo del globo?
—A lo mejor sí y a lo mejor no —dijo Winny de Puh—. Nunca se sabe con las
abejas.
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Pensó un momento y dijo:
—Intentaré parecer una nubecita negra. Eso las despistará.
—Entonces será mejor que te lleves el globo azul —dijiste tú, y así se decidió.
De modo que salisteis los dos con el globo azul y tú llevabas el rifle, como
siempre, por si acaso. Winny de Puh se fue a un charco que él conocía, lleno de barro,
y se revolcó y se revolcó hasta que se volvió negro del todo. Más tarde, cuando ya
habíais inflado el globo bien grande y lo teníais los dos sujetos por la cuerda, tú lo
soltaste de pronto y Puh subió flotando suavemente, hasta que llegó a la altura de la
copa del árbol, pero a diez metros de distancia.
—¡Hurra! —gritaste.
—¿No es estupendo? —gritó Winny de Puh—. Dime qué te parezco.
—Pareces un Oso agarrado a un globo —dijiste.
—¿Seguro? —preguntó Puh muy angustiado—. ¿Seguro que no parezco una
nubecilla negra en el cielo azul?
—No mucho.
—Bueno, a lo mejor desde aquí arriba se ve distinto y, como te decía, con las
abejas nunca se sabe.
No había viento que pudiera acercarle al árbol, así que allí se quedó quieto. Podía
ver la miel, podía oler la miel, pero no podía alcanzar la miel.
Al cabo de un rato te volvió a llamar.
—¡Christopher Robin! —dijo en un fuerte susurro.
—¿Qué?
—Me parece que las abejas sospechan algo.
—¿Algo de qué?
—No sé. Pero estoy seguro de que sospechan.
—A lo mejor creen que vas a quitarles la miel.
—A lo mejor es eso; con las abejas nunca se sabe.
Se hizo otro silencio y en seguida volvió a llamarte.
—¡Christopher Robin!
—¿Sí?
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—¿Tienes un paraguas en casa?
—Creo que sí.
—Te agradecería que lo trajeras aquí y te pasearas con él arriba y abajo, diciendo:
“Vaya, vaya, parece que va a llover”. Creo que, si hicieras eso, ayudaría muchísimo a
engañar a las abejas.
A ti te dio la risa. «Oso tontorrón», pensaste, pero no lo dijiste en voz alta porque
le quieres mucho. Así que te fuiste a casa a por el paraguas.
—Ah, ya estás aquí —gritó desde lo alto Winny de Puh tan pronto como volviste
junto al árbol—. Ya me estaba poniendo nervioso. He descubierto que las abejas
están definitivamente llenas de sospechas.
—¿Quieres que abra el paraguas? —preguntaste.
—Sí, pero espera un momento. Tenemos que ser prácticos. Lo importante es
engañar a la Abeja Reina. ¿Puedes ver desde ahí cuál es la Abeja Reina?
—No.
—¡Qué pena! Bueno, de todos modos, si ahora abres el paraguas y te paseas
diciendo “Vaya, vaya, parece que va a llover”, yo por mi parte haré lo que pueda
cantando una Cancioncilla de Nube como la que cantaría una nube cualquiera…
¡Venga!
Y así, mientras tú te paseabas arriba y abajo con el paraguas, Winny de Puh se
puso a cantar:
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Yo soy una Nubecilla
que flota en el cielo azul;
me siento muy orgullosa
de ser Nube algodonosa.
Las abejas seguían zumbando tan llenas de sospechas como antes. Algunas
incluso dejaron sus nidos y volaron alrededor de la Nube en cuanto empezó el
segundo verso de la canción, y concretamente una abeja se posó sobre la nariz de la
Nube y luego se marchó.
—Christopher —¡ay!— Robin —gritó la Nube.
—¿Sí?
—He estado pensando y he llegado a una decisión importante: estas abejas son de
mala clase.
—¿Tú crees?
—Estoy seguro. Así que lo probable es que la miel sea también de mala clase, ¿no
te parece?
—Si tú lo dices…
—Sí; por lo tanto voy a bajar.
—¿Cómo? —le preguntaste tú.
Winny de Puh no había pensado en esto. Si soltaba la cuerda, se caería de golpe y
eso no le hacía ninguna gracia. Así que pensó durante un buen rato y luego dijo:
—Christopher Robin, tienes que disparar al globo con tu rifle. ¿Tienes aquí tu
rifle?
—Claro que lo tengo —le dijiste—. Pero si hago eso romperé el globo.
—Y si no lo haces —dijo Puh—, tendré que soltar la cuerda y me romperé yo.
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Dicho así comprendiste que la cosa no tenía remedio, de modo que apuntaste
cuidadosamente al globo y disparaste.
—¡Ay! —dijo Puh.
—¿He fallado?
—Yo no diría que has fallado —dijo Puh—. Pero no le has dado al globo.
—Lo siento —dijiste y volviste a disparar y esta vez sí le diste al globo; el aire
empezó a salir despacito y Winny de Puh bajó flotando hasta el suelo.
Pero los brazos se le habían quedado tan tiesos de sujetarse a la cuerda del globo
durante tanto tiempo, que no pudo bajarlos en una semana, y cada vez que se le
paraba una mosca en la nariz tenía que soplar para que se fuera. Y ahora que lo
pienso (pero no estoy seguro), ese fue el motivo por el que siempre se le llamó Puh.
***
—¿Y ahí se acaba el cuento? —preguntó Christopher Robin.
—Ahí se acaba este cuento. Pero hay otros.
—¿De Puh y de Mí?
—Y de Porquete y Conejo y todos los demás. ¿No te acuerdas?
—Sí, me acuerdo, pero luego, cuando me quiero acordar, se me olvida.
—El día que Puh y Porquete quisieron cazar un Pelifante…
—Pero no lo cazaron, ¿verdad?
—No.
—Puh no es capaz porque no tiene ni pizca de cerebro. ¿Sabes si yo lo cacé?
—Bueno, eso forma parte del cuento.
Christopher Robin asintió con la cabeza.
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—Ya recuerdo —dijo—, pero Puh ha olvidado todo, así que le gustaría que se lo
vuelvas a contar porque entonces es como un cuento nuevo y eso es mucho mejor que
acordarse.
—Tienes toda la razón —dije.
Christopher Robin suspiró profundamente, agarró a su oso por una pata y lo
arrastró hasta la puerta. Desde el umbral se volvió y preguntó:
—¿Vas a subir a ver cómo me baño?
—A lo mejor —dije yo.
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CAPÍTULO II
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Tra-la-la-lá,
Tra-la-la-lá,
Chin-pum-pum,
Patapum.
Tra-la-la-lá,
Tra-la-la-lá,
Chin-pum-pum,
Patapum.
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—¿Estás seguro? —dijo Conejo aún más sorprendido.
—Absolutamente seguro.
—Entonces puedes pasar.
Así que Puh empujó y empujó hasta que consiguió pasar por el agujero.
—Tenías toda la razón —dijo Conejo, mirándole detenidamente—. Sí que eres tú.
Me alegro de verte.
—¿Quién creías que era?
—Bueno, no estaba seguro. Ya sabes lo que pasa en el Bosque. No se puede meter
en casa a cualquiera. Hay que tener cuidado. ¿Quieres tomar algo?
Puh siempre solía comer alguna cosilla alrededor de las once de la mañana, de
modo que se alegró mucho de ver que Conejo se ponía a sacar tazas y platos, y
cuando Conejo le preguntó: “¿Miel o leche condensada con el pan?”, se puso tan
nervioso que dijo:
—Las dos cosas —y luego, para no parecer glotón, añadió—: Pero no te
preocupes por el pan, por favor —y luego, durante mucho rato, no volvió a decir nada
más. Finalmente se levantó canturreando con voz pringosa, sacudió con cariño la pata
de Conejo y dijo que tenía que marcharse.
—¿De veras? —dijo Conejo cortésmente.
—Bueno —dijo Puh—, podría quedarme un poco más si tú… si hay… —y se
quedó mirando en dirección a la despensa.
—En realidad —dijo Conejo—, yo también tengo que salir ahora mismo.
—Ah, bueno, entonces me voy. Adiós.
—Adiós. Si estás seguro de que no quieres nada más, adiós.
—¿Pero queda algo más?
Conejo levantó las tapas de los cacharros y dijo que no, que no quedaba nada
más.
—Ya me parecía —dijo Puh moviendo la cabeza—. Bueno, tengo que irme.
Así que empezó a trepar fuera del agujero. Hizo fuerza con las patas delanteras
mientras empujaba con las traseras, y al poco tiempo había conseguido sacar la
nariz… y luego las orejas… y luego las patas delanteras… y luego los hombros… y
luego…
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—Mecachis —dijo Puh—, será mejor que vuelva a entrar.
—Porra —dijo Puh—, tendré que seguir saliendo.
—¡No puedo entrar ni salir! —dijo Puh—. ¡Mecachis en la porra!
Mientras tanto, Conejo también había decidido irse a pasear y, al encontrarse con
que la puerta principal estaba totalmente ocupada, había salido por la de atrás, había
dado la vuelta a la madriguera y ahora estaba frente a Puh, mirándole.
—¿Te has quedado atascado? —preguntó.
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—Yo también —dijo Conejo.
—¿Por qué no va a poder utilizar esta puerta? ¡Naturalmente que volverá a
utilizar esta puerta!
—Bien —dijo Conejo.
—Si no podemos sacarte del todo, Puh, a lo mejor podemos meterte del todo.
Conejo se atusó los bigotes pensativo y señaló que una vez que Puh estuviera
dentro, estaría dentro, y, aunque nadie se alegraba tanto como él de ver a Puh a
menudo, era, sin embargo, un hecho sabido que unos viven en árboles y otros viven
bajo tierra y…
—¿Quieres decir que nunca podría volver a salir?
—Quiero decir —dijo Conejo—, que habiendo conseguido sacar la mitad, me
parece una pena desperdiciar el esfuerzo.
—Entonces solo hay una solución —dijo—. Tendremos que esperar a que vuelvas
a adelgazar.
—¿Cuánto tiempo se tarda en adelgazar? —preguntó Puh con inquietud.
—Una semana más o menos.
—¡Pero yo no puedo quedarme aquí una semana!
—¡Ya lo creo que puedes quedarte ahí, Oso tontorrón! Lo difícil es conseguir que
no te quedes.
—Te leeremos cuentos —dijo Conejo para animarle—. Y espero que no nieve —
añadió—. Por otra parte, estás ocupando un montón de espacio dentro de mi casa. ¿Te
importa si uso tus patas traseras como toallero? Porque pienso yo que, ya que están
ahí sin hacer nada, serían muy prácticas para colgar las toallas.
—Una semana —dijo Puh muy deprimido—. Y las comidas, ¿qué?
—De comidas, nada, me temo —dijo Christopher Robin—. Para que adelgaces
más deprisa. Pero te leeremos cuentos.
Puh empezó a suspirar y descubrió que ni eso podía, de puro apretado que estaba.
Le rodó un lagrimón hasta el hocico y dijo:
—Por favor, léeme un Libro Reconfortante, de los que sirven para ayudar y
consolar a un Oso Atrapado en un Gran Aprieto.
Así, durante una semana, Christopher Robin leyó un libro de esa clase a la mitad
Norte de Puh,
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y Conejo utilizó la mitad Sur para colgar su colada.
En medio, Puh se sentía cada día más y más delgado. Al terminar la semana
Christopher Robin dijo:
—¡Ahora!
Agarró fuerte las patas delanteras de Puh, Conejo agarró fuerte a Christopher
Robin y todos los Amigos y Parientes de Conejo agarraron fuerte a Conejo y todos
tiraron a la vez…
Durante mucho rato Puh solo decía: “¡Ay!”.
Y “¡Uy!”.
Y de repente hizo “¡pop!”, igual que un corcho cuando sale de la botella.
Y Christopher Robin y Conejo y todos los Amigos y Parientes de Conejo se
cayeron para atrás, unos encima de otros, y encima de todos ellos cayó (¡libre!)
Winny de Puh.
El cual, con un gesto de gratitud hacia sus compañeros, siguió su paseo por el
Bosque, canturreando como siempre. Christopher Robin le miró con afecto y dijo
para sus adentros: «Oso tontorrón».
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CAPÍTULO III
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—Estoy siguiendo una huella —dijo Winny de Puh con aire de misterio.
—¿Una huella de qué? —dijo Porquete acercándose.
—Eso es justamente lo que me pregunto. Me pregunto: ¿una huella de qué?
—¿Qué crees que te contestarás?
—Tendré que esperar hasta que lo cace —dijo Winny de Puh—. Mira aquí —
señaló al suelo delante de ellos—. ¿Qué ves?
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—Es curioso —dijo Puh—, pero ahora parece que hay dos animales. Este lo-que-
sea se ha encontrado ahora con otro lo-que-sea y los dos van ahora caminando juntos.
¿Te importaría venir conmigo, Porquete, por si resulta que son Animales Hostiles?
Porquete se rascó la oreja de forma delicada y dijo que no tenía nada que hacer
hasta el viernes y que estaba encantado de ir con Puh, por si realmente se trataba de
un Frusbo.
—Querrás decir dos Frusbos —dijo Winny de Puh, y Porquete dijo que de todas
maneras no tenía nada que hacer hasta el viernes, así que se fueron juntos.
Había allí mismo un bosquecillo de alerces y daba la sensación de que los dos
Frusbos (si es que eran Frusbos) habían estado dando vueltas alrededor de aquel
bosquecillo; por lo tanto, Puh y Porquete se pusieron a dar vueltas por el mismo sitio,
rastreando sus huellas.
Porquete mataba el tiempo contándole a Puh lo que su abuelo, Coto P., había
hecho para curarse las Agujetas Producidas por Rastreo de Huellas y de cómo su
abuelo, Coto P., había sufrido en su vejez Dificultades Respiratorias, y otros asuntos
de interés general. Mientras le escuchaba, Puh se iba preguntando cómo sería un
Abuelo, y si no resultaría que lo que ahora estaban siguiendo eran las huellas de Dos
Abuelos, y, si así fuera, si podría llevarse uno a casa y amaestrarlo, y lo que diría
Christopher Robin… y, mientras tanto, allí seguían las huellas frente a sus narices.
De pronto Winny de Puh se paró en seco y señaló al suelo:
—¡Mira!
—¿Qué? —dijo Porquete dando un brinco, y luego, para demostrar que no se
había asustado, dio dos o tres brincos más, poniendo cara de hacer gimnasia.
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estupendo sería encontrarse ahora con Christopher Robin; no por nada, sino porque
hacía mucho que no se veían.
De repente, Winny de Puh volvió a pararse en seco y se pasó la lengua por el
hocico, sin duda para refrescarse porque había empezado a sudar muchísimo: ¡Ahora
había huellas de cuatro animales!
—¿Lo ves, Porquete? ¡Mira las marcas! Tres, como si dijéramos, Frusbos y un,
por ejemplo, Frisbo. ¡Se les ha unido otro Frusbo!
Y así parecía. Allí estaban las huellas; cruzándose en algunos trechos y algo
confusas en otros, pero muy claras en general: huellas de cuatro pares de zarpas.
—Me parece —dijo Porquete después de lamer él también la punta de su hocico y
descubrir que eso no le consolaba nada—, me parece que me acabo de acordar de una
cosa. Me acabo de acordar de una cosa que se me olvidó hacer ayer y que no podré
hacer mañana. De modo que me voy a ir a hacerla ahora mismo.
—Podemos hacerla juntos esta tarde; yo te ayudo.
—No es la clase de cosa que se puede hacer por la tarde —dijo Porquete
rápidamente—. Es una cosa mañanera, que hay que hacer especialmente por las
mañanas y, a ser posible, antes de las… ¿qué hora es ahora?
—Alrededor de las doce —dijo Winny de Puh, mirando al Sol.
—Pues, como te decía, entre las doce y las doce y cinco. Así que, si me disculpas,
Puh… ¿Qué es eso?
Puh miró hacia arriba y luego, cuando oyó el silbido otra vez, se fijó en las ramas
de un roble grande; allí descubrió a un viejo amigo.
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—Es Christopher Robin —dijo.
—Ah, entonces no tienes problemas —dijo Porquete—. Con él estarás totalmente
a salvo. Adiós —y salió corriendo hacia su casa, muy contento de verse Fuera de
Peligro.
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CAPÍTULO IV
n un rincón del Bosque el viejo burro gris Iíyoo, con las patas
delanteras bien separadas, pensaba y pensaba. A veces, pensaba
tristemente para sí: «¿Por qué?», y a veces pensaba: «¿Con qué fin?»,
y otras veces pensaba: «¿En la medida de qué?», y luego ya no sabía
en qué estaba pensando. Así que, cuando Winny de Puh apareció por allí, Iíyoo se
alegró mucho de poder dejar de pensar un rato y dijo: “¿Cómo estás?” —con voz
muy deprimida.
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—¿Estás seguro?
—Verás; un rabo puede estar o no estar. No hay equivocación posible. Y tu rabo
no está.
—Entonces, ¿qué es lo que está?
—Nada.
—Déjame ver —dijo Iíyoo, y giró para llegar al sitio donde antes había estado su
rabo, y cuando vio que no lo podía alcanzar, giró para el otro lado hasta que llegó a
donde estaba al principio, y luego bajó la cabeza y la metió entre sus patas delanteras
y finalmente dijo con un gran suspiro—: Me parece que tienes razón.
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Puh, así que…
Búho vivía en Los Castaños, una vieja mansión encantadora y la más imponente
de todo el Bosque, o por lo menos eso es lo que le pareció a Puh cuando vio que la
casa tenía una aldaba y un cordón de campanilla. Debajo de la aldaba había un letrero
que decía:
Estos letreros los había escrito Christopher Robin, que era la única persona en el
Bosque que sabía escribir realmente bien. Porque Búho era muy sabio y sabía leer y
hasta escribir su propio nombre, VUO, pero se confundía en cambio con las palabras
ya más complicadas, como HIPECACUANA y HUEVOSFRITOS.
Winny de Puh leyó los dos letreros con sumo cuidado, primero de izquierda a
derecha y luego, por si acaso se había dejado algo, de derecha a izquierda.
Finalmente, y para estar completamente seguro, golpeó con la aldaba y luego tiró
del cordón de la campanilla y además gritó lo más fuerte que pudo:
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—¡Búho, tengo un caso de urgencia! ¡Soy Puh!
Entonces se abrió la puerta y apareció Búho.
—Hola Puh —dijo—. ¿Cómo va todo?
—Mal, muy mal —dijo Puh—, porque Iíyoo, que es amigo mío, ha perdido su
rabo y está deprimidísimo. Por eso he venido a que me digas cómo buscarlo.
—Bueno —dijo Búho—, el procedimiento acostumbrado en tales casos es como
sigue…
—¿Qué quiere decir el Padecimiento Constipado a Talegazos? —preguntó Puh—.
Yo soy un Oso de Poco Cerebro y las palabras muy largas me dan dolor de cabeza.
—Quiero decir Lo Que Hay Que Hacer.
—Ah bueno, si solo quiere decir eso, no me importa —dijo Puh humildemente.
—Lo que hay que hacer es lo siguiente: Primero llenar de Afiches el Bosque y
luego…
—Un momento —dijo Puh levantando la mano—. ¿Qué has dicho de llenar el
Bosque? Como has estornudado, no te he entendido bien.
—Yo no he estornudado.
—Sí, Búho, has estornudado.
—Perdona, Puh, pero no es verdad. No se puede estornudar sin uno saberlo. Lo
que yo he dicho es: “Primero llenar de Afiches el Bos…”.
—Ya has vuelto a estornudar —dijo Puh.
—¡Afiches! —dijo Búho muy fuerte—. Escribimos unos carteles muy grandes,
ofreciendo una gran recompensa a cualquiera que encuentre el rabo de Iíyoo.
—Hablando de grandes recompensas —dijo Puh animándose de pronto—, yo
siempre como algo a estas horas… precisamente a esta hora de la mañana —y se
quedó mirando el aparador que había en una esquina del comedor de Búho—. Una
cucharadita de leche condensada, o cualquier otra cosa, y una pizca de miel…
—Entonces —dijo Búho—, escribimos esos carteles y los colocamos en todo el
Bosque.
—Una pizca de miel —murmuró Puh para sí—, o no, según se tercie —y,
suspirando profundamente, hizo un esfuerzo para escuchar a Búho, que hablaba y
hablaba con palabras cada vez más largas. Al final volvió a donde había empezado y
dijo que Christopher Robin era la persona indicada para escribir los carteles.
—Fue él quien escribió los letreros que tengo yo en la puerta. ¿Los has visto?
Puh llevaba ya un rato con los ojos cerrados diciendo “sí” y “no”, por turnos, a
todo lo que hablaba Búho. Y, como había dicho “sí, sí”, la última vez, ahora
respondió “no, no”, sin tener ni idea de lo que le estaban preguntando.
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—¿No los has visto? —dijo Búho sorprendido—. Ven a verlos ahora mismo.
Así que salieron y Puh miró la aldaba y el letrero de debajo, y cuanto más miraba
el cordón de la campanilla más tenía la impresión de haber visto, anteriormente, algo
parecido en otra parte.
—Es bonito el cordón, ¿verdad? —dijo Búho.
Puh asintió.
—Me recuerda algo —dijo—, pero no sé qué. ¿Dónde lo conseguiste?
***
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Y con estas palabras descolgó el rabo y se lo llevó a Iíyoo y, cuando Christopher
Robin lo hubo clavado de nuevo en su sitio, Iíyoo se puso a dar volteretas por el
bosque sacudiendo su rabo, tan feliz que Winny de Puh tuvo que marcharse corriendo
a casa, a tomar algo que le ayudara a sobrellevar la emoción. Cuando se enjugó el
hocico media hora después, se puso a cantar lleno de orgullo:
El rabo se perdió
Fue Puh quien lo encontró.
A la hora de almorzar
Puh lo salió a buscar.
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CAPÍTULO V
Y se pusieron a hablar de otra cosa hasta que llegó la hora de irse a casa. Puh y
Porquete se fueron juntos. Al principio, mientras caminaban por el sendero que
bordea el Bosque de los Cien Acres, iban en silencio, pero cuando llegaron al
riachuelo y después de ayudarse mutuamente a cruzar por las piedras, empezaron a
hablar amistosamente de esto y de lo otro, y Porquete dijo: “No sé si me explico,
Puh”, y Puh contestó: “Estoy totalmente de acuerdo contigo, Porquete”, y Porquete
dijo: “Aunque, también, Puh, hay que ver la otra parte”, y Puh contestó: “Tienes toda
la razón, Porquete, lo había olvidado por un momento”. Y entonces, justo cuando
llegaron a los Seis Pinos, Puh miró a su alrededor para comprobar que no le
escuchaba nadie y dijo con voz solemne:
—Porquete, he tomado una decisión.
—¿Cuál, Puh?
—He decidido cazar un Pelifante.
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Puh sacudió la cabeza varias veces al decir esto y esperó que Porquete le dijera
“¿cómo?” o “¡Puh, no te atreverías!” o algo así de animador, pero Porquete estaba
enfadado porque no se le había ocurrido a él primero.
—Lo conseguiré con una trampa —dijo Puh después de esperar un ratito—.
Tendrá que ser una Trampa Astuta, así que necesitaré tu ayuda, Porquete.
—Puh —dijo Porquete sintiéndose otra vez totalmente feliz—, te ayudaré. —Y
luego dijo—: ¿Cómo lo haremos? —y Puh respondió: “Eso, ¿cómo?” y se sentaron
juntos a discutir.
La primera idea de Puh fue que deberían cavar un Hoyo Muy Profundo y
entonces vendría el Pelifante y caería dentro del Hoyo y…
—¿Por qué? —dijo Porquete.
—¿Por qué, qué? —dijo Puh.
—¿Por qué se iba a caer dentro del Hoyo?
Puh se rascó el hocico con la zarpa y dijo que un Pelifante podría estar paseando,
canturreando una canción y mirando al cielo para ver si iba a llover, con lo cual no
vería el Hoyo Muy Profundo hasta que ya se hubiera caído dentro y entonces ya no
tendría remedio.
Porquete dijo que esa sería una Trampa muy buena siempre que no estuviera
lloviendo ya.
Puh se rascó de nuevo el hocico y dijo que no había pensado en eso. Pero en
seguida se animó y dijo que, si estuviera lloviendo, el Pelifante iría mirando al cielo
para ver si iba a escampar, con lo cual no vería el Hoyo Muy Profundo hasta que ya
se hubiera caído dentro y entonces ya no tendría remedio.
Porquete dijo que, una vez aclarado este punto, le parecía que, efectivamente,
habían dado con una Trampa Astuta.
Puh se sintió muy orgulloso cuando oyó esto y le pareció que el Pelifante estaba
ya prácticamente atrapado, aunque había otro asunto que debía meditarse seriamente:
¿Dónde cavar el Hoyo Muy Profundo? Porquete dijo que el mejor sitio era justo el
lugar donde estuviera un Pelifante un segundo antes de caer, solo que un metro más
allá.
—Pero entonces nos vería cavar —dijo Puh.
—No, porque estaría mirando al cielo.
—Sospecharía, si bajara la mirada por casualidad.
Puh pensó durante un rato y añadió tristemente:
—No es tan fácil como yo creía. Supongo que por eso casi nadie caza Pelifantes.
—Eso debe de ser —dijo Porquete.
Suspiraron y se levantaron y, cuando se hubieron sacudido unos cuantos pinchos,
se volvieron a sentar y todo ese rato Puh se decía: «Si se me ocurriera algo…».
Porque él estaba convencido de que un Buen Cerebro podría cazar un Pelifante con
solo discurrir un poco.
—Supón —le dijo a Porquete— que quisieras cazarme, ¿cómo lo harías?
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—Bueno —dijo Porquete—, pues haría una trampa y pondría un tarro de miel
dentro de la trampa y tú olerías la miel y bajarías a por ella y…
—Y bajaría a por ella —dijo Puh excitadísimo—, con mucho cuidado para no
hacerme daño, y cogería el tarro de miel y chuparía bien los bordes primero, haciendo
como que no queda más, ya sabes, y luego me alejaría un poco para pensar y luego
volvería al tarro y empezaría a chupar por el medio y luego…
—Sí, bueno, eso da igual. El caso es que estarías dentro de la trampa y que yo te
habría cazado. Ahora lo que hay que saber es qué es lo que les gusta a los Pelifantes.
Piñas, supongo. Cogeremos un montón de piñas y… ¡eh, Puh, despierta!
Puh, que había entrado en un sueño maravilloso, se despertó sobresaltado y dijo
que la miel le parecía una cosa mucho más Atrapante que las piñas.
Porquete no estaba de acuerdo, y justo iban a empezar a discutir cuando Porquete
recordó que, si ponían piñas en la trampa, le iba a tocar a él buscarlas, mientras que,
si ponían miel, le tocaría a Puh ceder la suya; así que dijo: “De acuerdo; miel”, justo
cuando Puh, que acababa de pensar lo mismo, iba a decir: “De acuerdo; piñas”.
—Miel —dijo Porquete pensativo, como si ya estuviera decidido—. Yo cavaré el
hoyo mientras tú vas a buscar la miel.
—Muy bien —dijo Puh, y echó a andar.
En cuanto llegó a casa, fue a la despensa, se subió a una silla
y bajó un gran tarro de miel de la última estantería. El tarro tenía
un enorme letrero donde ponía MYEL, pero, por si acaso, le
quitó la tapa y miró lo de dentro, y parecía miel.
—Aunque nunca se sabe —dijo Puh—. Recuerdo que mi tío
comentó en una ocasión que había visto queso de este color.
Así que metió la lengua en el tarro y dio un gran lametón.
—Sí —dijo—, es miel. Sin duda alguna. Y miel, supongo,
hasta el fondo. A menos, naturalmente —dijo—, que alguien haya puesto queso abajo
del todo para gastarme una broma. Quizás debería seguir probando por si acaso; no
vaya a ser que a los Pelifantes no les guste el queso, como me pasa a mí… ¡Ah! —
dijo y suspiró profundamente—. Sí que es miel. Hasta abajo. Tenía yo razón.
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Porquete colocó el tarro en el fondo del Hoyo y salió trepando y
los dos se fueron a casa.
—Buenas noches, Puh —dijo Porquete cuando llegaron a casa
de Puh—. Nos encontraremos mañana por la mañana a las seis,
junto a los Seis Pinos, a ver cuántos Pelifantes han caído en la
Trampa.
—A las seis, Porquete. ¿Tú tienes una cuerda?
—No. ¿Para qué quieres una cuerda?
—Para traerlos a casa.
—¡Oh! Me parece que los Pelifantes vienen cuando se les silba.
—Unos sí y otros no. Nunca se sabe con los Pelifantes. Bueno, hasta mañana.
—Hasta mañana.
Y Porquete fue a su casa de COTO P mientras Puh se metía en la cama.
Unas horas después, justo cuando la noche estaba ya terminando, Puh se despertó
con una sensación como de agujero en el estómago. Ya conocía esa sensación de
otras veces y sabía lo que significaba. Tenía hambre. Así que fue a la despensa, se
subió a una silla, estiró los brazos para alcanzar la última estantería y… no encontró
nada.
—Es curioso —pensó—. Yo tenía un tarro de miel ahí; un tarro lleno, lleno hasta
los bordes, con un letrero de MYEL pegado para que yo supiera que era miel. Es muy
curioso.
Y empezó a pasearse arriba y abajo, hablando solo y mormojeando. Así:
Había mormojeado esto hasta tres veces, poniéndole un poco de música, cuando
de pronto recordó.
Había colocado el tarro en la Trampa Astuta para cazar al Pelifante.
—¡Porras! —dijo Puh—. Esto me pasa por querer ser amable con los Pelifantes
—y se volvió a la cama.
Pero no podía dormir. Cuanto más lo intentaba, menos podía. Intentó contar
ovejas, lo cual es a veces una buena solución para quedarse dormido; cuando vio que
tampoco se dormía, intentó contar Pelifantes. Eso fue aún peor. Porque cada Pelifante
que contaba iba derecho al tarro de miel y se la comía toda. Durante un rato se quedó
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tumbado en la cama sintiéndose desgraciadísimo; pero
cuando el Pelifante número quinientos ochenta y siete
se relamió el hocico diciendo: “Buena esta miel. No
recuerdo otra mejor”, Puh ya no pudo resistir más. Saltó
de la cama, salió corriendo de su casa y no paró hasta
llegar a los Seis Pinos.
El Sol seguía acostado, pero sobre el Bosque de los
Cien Acres había un cierto resplandor en el cielo que
parecía indicar que pronto saltaría de su cama. En la
media luz los pinos parecían fríos y solitarios, y el Hoyo
Muy Profundo parecía más profundo todavía. En cuanto al tarro de miel, en el fondo
del hoyo, resultaba un objeto misterioso, una forma nada más. Pero cuando se acercó
un poco, la nariz de Puh decidió que efectivamente aquello era miel, la lengua se le
disparó y empezó a relamerse el hocico.
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¿Viene cuando le silbas? ¿Y cómo viene?
¿Le gustan los Cerditos?
Si le gustan los Cerdos, ¿le gustan todas las clases de Cerdos? Suponiendo que
sea feroz con los Cerditos, ¿servirá de algo que un Cerdo tenga un abuelo llamado
Coto Primitivo?
No conocía la respuesta a ninguna de estas preguntas… ¡y se iba a encontrar con
su primer Pelifante en menos de una hora!
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También intentó trepar fuera del hoyo, pero como no veía nada
más que el tarro, y ni siquiera mucho tarro, no encontraba el camino.
Al final levantó la cabeza, con tarro y todo, y soltó un horrible
alarido de Tristeza y Desesperación… y fue justo en ese momento
cuando a Porquete se le ocurrió mirar.
—¡Auxilio! ¡Socorro! —gritó Porquete—. ¡Un Pelifante; un Pelifante horrible!
—y salió corriendo como alma que lleva el diablo, gritando sin parar.
—¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Un Pelifante Horrible! ¡Un Horriflante Pelible! ¡Un
Pelirrable Hofible! —y no paró de correr y gritar hasta que llegó a casa de
Christopher Robin.
—¿Qué diablos te pasa, Porquete? —dijo Christopher Robin, que justo se estaba
levantando de la cama.
—Horrible —dijo Porquete, jadeando tan fuerte que casi no podía hablar—.
Horrible… Pelifante… Socorro.
—¿Dónde?
—Allí —dijo Porquete agitando la pata.
—¿Cómo es?
—Como… como… tiene la cabeza más grande que has visto en tu vida,
Christopher Robin. Una cosa enorme, como… como… como… nada. Enorme, no sé
cómo explicarte, como un tarro.
—Bueno —dijo Christopher Robin, poniéndose los zapatos—. Vamos a verlo.
Porquete no tenía miedo con Christopher Robin a su lado, así que fueron.
—Yo le estoy oyendo, ¿tú no? —dijo Porquete ansiosamente cuando estuvieron
cerca.
—Oigo algo —dijo Christopher Robin.
Era Puh dando con la cabeza contra una raíz de árbol que había encontrado.
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—Ahí —dijo Porquete—. ¿No es horrible?
Y se agarró fuerte de la mano de Christopher Robin.
De repente, Christopher Robin soltó la carcajada, y se reía… y se reía y, mientras
se estaba desternillando de risa… ¡CATACRAC!… la cabeza del pelifante se estrelló
contra la raíz del árbol, el tarro se hizo añicos y apareció la cara de Puh.
Entonces Porquete se dio cuenta de lo tonto que había sido, y se sintió tan
avergonzado que se fue corriendo a su casa y se metió en la cama con un tremendo
dolor de cabeza. Pero Christopher Robin y Puh se fueron juntos a desayunar.
—¡Ay, Oso! —dijo Christopher Robin—. ¡Cuánto te quiero!
—Yo también —dijo Puh.
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CAPÍTULO VI
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—No todos podemos, ¿qué? —dijo Puh rascándose el hocico.
—Alegría. Cantar y bailar. Viva la Pepa.
—¡Oh! —dijo Puh, y se quedó pensativo durante un buen rato. Luego preguntó
—: ¿Qué Pepa?
—Bon-hommy —continuó Iíyoo con voz lúgubre—. Una palabra francesa que
significa buen humor —explicó—. No me quejo, pero Eso Es Lo Que Hay.
Puh se sentó sobre una piedra grande y trató de entender todo aquello. Le parecía
un acertijo, y él siempre había sido una calamidad para los acertijos, siendo como era
un Oso de Muy Poco Cerebro. Así que decidió cantar el Tira la lira por si servía:
Esta era la primera estrofa. Cuando la terminó, Iíyoo no dijo que no le hubiera
gustado, así que Puh, muy amablemente, cantó la segunda estrofa:
Iíyoo continuó sin decir nada, así que Puh siguió con la tercera estrofa:
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—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—¿Tiene que pasar algo?
—Pareces tan triste, Iíyoo…
—¡Triste! ¿Por qué iba a estar triste? Es mi cumpleaños. El día más feliz del año.
—¿Tu cumpleaños? —dijo Puh con sorpresa.
—¡Claro! ¿No lo ves? Mira todos los regalos que he tenido. —Y movió la pata de
un lado a otro—. ¡Mira la tarta! ¡Con velas y todo!
Puh miró primero a la derecha y luego a la izquierda.
—¿Regalos? —dijo Puh—. ¿Tarta? —dijo Puh—. ¿Dónde?
—¿No los ves?
—No —dijo Puh.
—Yo tampoco —dijo Iíyoo—. Broma —explicó—. JA, JA.
Puh se rascó la cabeza un poco aturdido.
—¿Pero es tu cumpleaños de verdad? —preguntó.
—Sí.
—Ah, bueno, pues “¡Muchas Felicidades, Iíyoo!”.
—¡Y muchas felicidades para ti, Oso Puh!
—Pero no es mi cumpleaños.
—No; es el mío.
—Pero has dicho “Muchas Felicidades”.
—¿Por qué no? NO querrás ser siempre desgraciado el día de mi cumpleaños,
supongo.
—Ya —dijo Puh—. No, claro que no.
—Es suficiente —dijo Iíyoo casi llorando—, que sea desgraciado yo, sin regalos,
sin tarta, sin velas y sin nadie que me haga caso. No es necesario que todos los demás
seáis desgraciados también.
Esto ya era demasiado para Puh.
—¡Espera aquí! —le dijo a Iíyoo y salió corriendo para casa, tan deprisa como
pudo.
Comprendía que tenía que conseguir inmediatamente cualquier clase de regalo
para el pobre Iíyoo. Más tarde pensaría en un regalo de verdad.
A la puerta de su casa encontró a Porquete que daba saltos intentando alcanzar la
aldaba.
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—Hola, Porquete —dijo.
—Hola, Puh —dijo Porquete.
—¿Qué estás haciendo?
—Intentaba alcanzar la aldaba —dijo Porquete—. Acabo de llegar.
—Déjame que te ayude —dijo Puh amablemente. Se puso de puntillas y dio un
aldabonazo—. Vengo de ver a Iíyoo —empezó—, y el pobre está Hecho Polvo,
porque es su cumpleaños y nadie se ha dado cuenta, y está Muy Deprimido (ya sabes
cómo es él) y, bueno, pues me lo encontré, y vaya cuánto tardan en abrir en esta casa
—y dio otro aldabonazo.
—Pero Puh —dijo Porquete—, es tu propia casa.
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Así que Porquete salió corriendo y Puh se fue en dirección contraria con su tarro
de miel.
Hacía calor y tenía que andar bastante. Llevaba hecha la mitad del camino cuando
empezó a sentirse raro. Sentía como un cosquilleo que le empezaba en la punta de la
nariz y le llegaba hasta la planta de los pies. Como si alguien desde dentro le
estuviera diciendo: “Bueno, Puh, es hora de comer algo”.
—Vaya, vaya —dijo Puh—. No sabía que fuera tan tarde.
Conque se sentó y quitó la tapa al tarro de miel. «Menos mal que se me ocurrió
traerme esto —pensó—. Muchos osos hubieran salido en un día de calor como hoy,
sin pensar en llevarse algo de comer». Y metió el hocico en el tarro.
«Ahora veamos —pensó después de dar el último lametón—. ¿Adónde iba yo?
Ah, sí, Iíyoo». Y se puso de pie.
Y de repente se acordó. ¡Se había comido el regalo de cumpleaños de Iíyoo!
—¡Porras! —dijo Puh—. Y ahora, ¿qué hago? Tengo que llevarle algo.
Pensó un rato, pero no se le ocurría nada.
Luego pensó: «Es un tarro muy bonito, incluso sin miel dentro, así que, si lo lavo
bien y encuentro a alguien que escriba “Feliz Cumpleaños” alrededor, Iíyoo podría
usarlo para guardar cosas, lo cual es muy útil». De modo que, aprovechando que
estaba atravesando justamente el Bosque de los Cien Acres, se acercó a ver a Búho,
que vivía allí.
—Buenos días, Búho —dijo.
—Buenos días, Puh —dijo Búho.
—Muchas felicidades por el cumpleaños de Iíyoo —dijo Puh.
—¿Es hoy?
—¿Qué le vas a regalar, Búho?
—¿Qué le vas a regalar tú?
—Yo le voy a regalar este Tarro Útil para guardar cosas y quería pedirte…
—¿Es este? —dijo Búho quitándoselo a Puh de las manos.
—Sí, y quería pedirte…
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—Alguien ha estado usándolo para guardar miel —dijo Búho.
—Sirve para guardar de todo —dijo Puh enérgicamente—. Es Muy Útil. Así que
quería pedirte…
—Tendrías que escribir “Feliz Cumpleaños” alrededor.
—Eso es justamente lo que quería pedirte —dijo Puh—. Porque mi letra es
Insegura. Escribo bien pero Inseguro y las letras se van para los lados. ¿Te importaría
escribir “Feliz Cumpleaños” por mí?
—Es un buen tarro —dijo Búho, mirándolo con detenimiento—. ¿No podríamos
regalárselo entre los dos?
—No —dijo Puh—, ese no es un buen plan. Ahora voy a lavarlo bien y luego tú
escribes alrededor.
Así que lavó el tarro y lo secó con cuidado mientras Búho chupaba la punta de su
lápiz tratando de recordar cómo se escribe “cumpleaños”.
—¿Sabes leer, Puh? —preguntó Búho con cautela—. Hay un cartel a la puerta de
mi casa que escribió Christopher Robin, ¿puedes leerlo?
—Christopher Robin me ha dicho lo que pone, y así sí que puedo.
—Bueno, pues te diré lo que pone aquí y así lo podrás leer también.
Entonces Búho se puso a escribir y esto es lo que escribió:
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Iíyoo, no miraba por dónde pisaba y, de repente, metió el pie en un agujero y se cayó
de narices.
PAM¡¡¡???***!!!
Porquete se quedó quieto pensando qué habría pasado. Al principio le pareció que
todo el universo había explotado; luego pensó que tal vez solo había sido todo el
Bosque; luego pensó que tal vez solo era él mismo quien había explotado y que nunca
más vería a Christopher Robin, ni a Puh, ni a Iíyoo, y luego pensó: «Bueno, pues
incluso si estoy en la Luna no tengo por qué estar de narices todo el tiempo», de
modo que se puso de pie y miró cautelosamente a su alrededor. Seguía estando en el
Bosque.
—Vaya; tiene gracia —pensó—. Me pregunto qué ha sido ese ruido. No ha
podido ser solo mi caída. ¿Y dónde está el globo? ¿Y qué es ese pingajo de goma?
Era el globo.
—¡Ay, madre! ¡Vaya, vaya, vaya! Pues ya no tiene remedio y no tengo más
globos. A lo mejor a Iíyoo no le gustan mucho los globos.
Continuó caminando, muy triste, hasta que llegó a la orilla del arroyo donde
estaba Iíyoo y le llamó.
—¡Buenos días, Iíyoo! —gritó Porquete.
—Buenos días, Porquete —dijo Iíyoo—. Si es que son buenos —dijo—, lo cual
no está nada claro. Tampoco es que importe.
—Muchas felicidades —dijo Porquete, que ya había llegado junto a él.
Iíyoo dejó de contemplarse en el agua y se volvió para mirar a Porquete.
—Di eso otra vez —dijo.
—Muchas felici…
—Espera un momento.
Balanceándose sobre tres patas, empezó a levantar la cuarta con mucho cuidado
hasta la oreja.
—Ayer lo conseguí —explicó cayéndose por tercera vez—. Es fácil. Lo hago para
oír mejor… Ya está… Ahora ya no me caigo. Ya puedes repetir lo que estabas
diciendo. —Y empujaba la oreja hacia adelante con la pezuña.
—Muchas felicidades —repitió Porquete.
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—¿Te refieres a mí?
—Claro, Iíyoo.
—¿Mi cumpleaños?
—Sí.
—¿Quieres decir que voy a tener un cumpleaños?
—Sí, Iíyoo, y te he traído un regalo.
Iíyoo separó su pezuña derecha de su oreja derecha, se volvió en redondo y, con
gran dificultad, levantó la pezuña izquierda.
—Eso me lo vas a tener que repetir en la otra oreja. A ver —dijo.
—Un regalo —dijo Porquete alzando mucho la voz.
—¿Para mí?
—Sí.
—¿Por mi cumpleaños?
—Claro, Iíyoo.
—¿Voy a tener cumpleaños?
—Sí, Iíyoo. Y te he traído un globo.
—¡Globo! —dijo Iíyoo—. ¿Has dicho globo? ¿Una de esas cosas de colorines
que se soplan? ¿Alegría, Alegría, Cantar-y-Bailar, Viva la pepa y Yujuruju?
—Sí, pero… me temo… lo siento mucho, Iíyoo… pero cuando iba corriendo para
traértelo, me caí.
—Vaya, vaya. ¡Qué mala suerte! Ibas demasiado rápido, supongo. ¿Te has hecho
daño?
—No, pero yo… yo… ¡Oh, Iíyoo! Lo siento mucho, pero se me explotó el globo.
Se hizo un largo silencio.
—¿Mi globo? —dijo Iíyoo por fin.
Porquete asintió.
—¿El globo de mi cumpleaños?
—Sí, Iíyoo —dijo Porquete sorbiendo por la nariz—. Aquí está. Con… con…
con… mis mejores deseos de un feliz cumpleaños. —Y entregó a Iíyoo el pingajo de
goma.
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—Sí.
—Gracias, Porquete —dijo Iíyoo—. Perdona la pregunta —continuó—, pero ¿de
qué color era el globo cuando era un globo?
—Rojo.
—Solo quería saber… Rojo —murmuró para sí—. Mi color favorito…
—¿Cómo era de grande?
—Casi como yo.
—Solo quería saber… Casi tan grande como Porquete —se dijo tristemente—.
Mi tamaño favorito. Vaya, vaya.
Porquete se sentía desgraciadísimo y no sabía qué decir. Estaba abriendo la boca
para empezar alguna conversación y decidiendo al mismo tiempo que era inútil,
cuando oyó una voz al otro lado del arroyo y allí estaba Puh.
—¡Muchas felicidades! —gritó Puh, olvidando que él ya se lo había dicho antes.
—Gracias, Puh —dijo Iíyoo con su más triste voz.
—Te he traído un regalo —dijo Puh lleno de entusiasmo.
—Ya lo tengo —dijo Iíyoo.
Puh había cruzado el arroyo para acercarse a Iíyoo y Porquete estaba sentado un
poco más lejos, con la cabeza entre las patas.
—Es un Tarro Útil —dijo Puh—. Aquí lo tienes. Y lo que está escrito alrededor
es “Muy Feliz Cumpleaños Con Cariño de Puh”. Esto es lo que pone. Y sirve para
guardar cosas.
Cuando Iíyoo vio el tarro se puso excitadísimo.
—¡Fíjate! Creo que mi globo cabe justo en ese tarro —dijo.
—Oh, no, Iíyoo —dijo Puh—. Los globos son demasiado grandes para guardar en
tarros. Lo que haces con un globo es, primero, sujetarlo…
—El mío no —dijo Iíyoo muy orgulloso—. Mira, Porquete —y cuando Porquete
se volvió tristemente para mirar, Iíyoo tomó el globo con los dientes y lo colocó
dentro del tarro; luego lo volvió a tomar y lo sacó al suelo y, finalmente, volvió a
recogerlo y de nuevo lo depositó en el tarro.
—¡Sí que cabe! —dijo Puh—. Cabe estupendamente.
—¡Ya lo creo! —dijo Porquete—. Se puede meter y sacar.
—¿Verdad que sí? —dijo Iíyoo—. Entra y sale con toda facilidad.
—¡Cuánto me alegro —dijo Puh muy contento— de haber pensado en regalarte
un Tarro Útil para guardar cosas!
—Y yo me alegro —dijo Porquete encantado— de haberte regalado algo para
guardar en un Tarro Útil.
Pero Iíyoo no les escuchaba. Estaba sacando y metiendo el globo, más feliz que
nadie.
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***
—¿Y yo no le regalé nada? —preguntó Christopher Robin muy triste.
—Claro que sí —le dije—. Le llevaste… ¿ya no te acuerdas de lo que le llevaste?
—Una caja de pinturas para pintar cosas.
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CAPÍTULO VII
adié sabía de dónde habían venido, pero allí estaban Kanga y Baby
Ruh. Cuando Puh le preguntó a Christopher Robin: “¿Cómo han
llegado aquí?”, Christopher Robin dijo: “Como de costumbre, tú ya
me entiendes, Puh”, y Puh, que no le entendía, dijo: “¡Oh! —luego
asintió dos veces con la cabeza y dijo—: Como de costumbre. ¡Ah!”.
Después se fue a visitar a su amigo Porquete para ver qué es lo que él opinaba. En
casa de Porquete estaba Conejo. Así que lo discutieron entre todos.
—Lo que a mí no me gusta es —dijo Conejo— que aquí estábamos
estupendamente Puh, Porquete y yo, y ahora…
—Y Iíyoo —dijo Puh.
—Y Iíyoo… y ahora…
—Y Búho —dijo Puh.
—Y Búho… y ahora…
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—Oh, y también Iíyoo —dijo Puh—. Me olvidaba de él.
—A-quí es-tá-ba-mos —dijo Conejo muy despacio—, todos nosotros, y ahora
resulta que una mañana nos despertamos, y ¿qué encontramos? Encontramos un
Animal Extraño entre nosotros. Un animal del que ni siquiera habíamos oído hablar
nunca. Un animal que lleva a su familia metida en un bolsillo. Supongamos que yo
llevara a mi familia metida en un bolsillo: ¿cuántos bolsillos necesitaría?
—Dieciséis —dijo Porquete.
—Diecisiete, ¿verdad? —dijo Conejo—. Y otro para el pañuelo, son dieciocho.
¡Dieciocho bolsillos en cada traje!
Se hizo un largo silencio mientras todos pensaban… y entonces Puh, que llevaba
varios minutos con el ceño fruncido, dijo:
—Yo creo que son quince.
—¿Qué? —preguntó Conejo.
—Quince.
—Quince, ¿qué?
—Tu familia.
—¿Qué le pasa a mi familia?
Puh se rascó el hocico y dijo que le había parecido que Conejo hablaba de su
familia.
—¿Tú crees? —dijo Conejo con desgana.
—Sí, tú has dicho que…
—Déjalo, Puh —dijo Porquete con impaciencia—. El problema ahora es: ¿qué
vamos a hacer con Kanga?
—Ah, claro —dijo Puh.
—Lo mejor sería —dijo Conejo— robar a Baby Ruh y esconderlo, y cuando
Kanga diga “¿Dónde está Baby Ruh?”, nosotros decimos “¡AJÁ!”.
—¡AJÁ! —dijo Puh practicando—. ¡AJÁ! ¡AJÁ! Claro que —añadió—,
podríamos decir “¡AJÁ!” incluso sin robar a Baby Ruh.
—Puh —dijo Conejo amablemente—, no tienes ni pizca de cerebro.
—Ya lo sé —dijo Puh humildemente.
—Decimos “¡AJÁ!” para que Kanga sepa que nosotros sabemos dónde está Baby
Ruh. ¡AJÁ! significa: “Te diremos dónde está Baby Ruh si nos prometes marcharte
del Bosque y no volver nunca más”. Ahora no habléis mientras estoy pensando.
Puh se fue a un rincón e intentó decir “¡AJÁ!” en ese sentido. Unas veces le
parecía que, efectivamente, significaba lo que había dicho Conejo, y otras veces le
parecía que no. «Supongo que es cuestión de práctica», pensó. «A lo mejor Kanga
también tiene que practicar para entenderlo».
—Hay una sola cosa… —dijo Porquete nervioso—. He estado hablando con
Christopher Robin y dice que el Kanga se considera generalmente como uno de los
Animales Más Feroces. A mí no me asustan los Animales Feroces Corrientes, pero es
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bien sabido que, si un Animal Feroz se ve privado de su prole, se vuelve tan feroz
como Dos Animales Feroces. En cuyo caso decir “¡AJÁ!” resulta tal vez imprudente.
—Porquete —dijo Conejo sacando un lápiz y chupando la punta—, no tienes
agallas.
—Es difícil ser valiente cuando se es un Animal Muy Pequeño.
Conejo, que se había puesto a escribir muy deprisa, le miró y le dijo:
—Gracias a que eres un animal muy pequeño podrás sernos muy útil en esta
aventura.
Porquete se quedó tan emocionado ante la idea de ser útil que se le pasó el miedo,
y cuando Conejo añadió que los Kangas solo eran Feroces durante los meses de
invierno, gozando el resto del año de una Disposición Afectuosa, ya no pudo estarse
quieto y quería empezar a ser útil cuanto antes.
—¿Y yo, qué? —dijo Puh tristemente—. Me imagino que yo no podré ser útil.
—No te preocupes, Puh —dijo Porquete consolándole—. Otra vez será.
—Sin Puh —dijo Conejo solemnemente, afilando su lápiz—, la aventura sería
imposible.
—¡Oh! —dijo Porquete tratando de ocultar su desilusión.
Pero Puh se fue a un rincón diciéndose a sí mismo, lleno de orgullo: “¡Imposible
sin Mí!, soy Esa Clase de Oso”.
—Ahora escuchad todos —dijo Conejo cuando acabó de escribir, y Puh y
Porquete le miraban muy serios con la boca abierta. Esto es lo que leyó Conejo:
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6. Pero Kanga tendría que estar distraída mirando a otra parte para no ver cómo
Porquete se mete en su bolsillo.
7. Ver 2.
8. OTRA CONSIDERACIÓN. Si Puh estuviera hablándole muy deprisa, Kanga tal vez
miraría a otra parte.
9. Y entonces yo podría llevarme a Ruh.
10. Corriendo.
11. Y Kanga no descubriría el Cambiazo hasta Después.
Conejo leyó esto en voz alta, muy orgulloso, y durante un rato nadie dijo nada.
Después Porquete, que había estado abriendo y cerrando la boca sin emitir sonido,
consiguió preguntar con voz ronca:
—¿Y… luego?
—¿Qué quieres decir?
—Cuando Kanga descubra el Cambiazo.
—Entonces decimos “¡AJÁ!”.
—¿Lo decimos los tres?
—Sí, claro.
—¡Oh!
—¿Por qué? ¿Qué te pasa?
—Nada —dijo Porquete—, siempre que lo digamos los tres. Si lo decimos los
tres, no me importa. Pero no pienso decir “¡AJÁ!” yo solo. No sería lo mismo. Por
cierto —añadió—, ¿estás seguro de lo que dijiste respecto de los meses de Invierno?
—¿Los meses de Invierno?
—Sí, eso de que solo es Feroz durante los meses de Invierno.
—Ah, sí, sí; completamente seguro. Bueno, Puh, ¿has comprendido lo que tienes
que hacer?
—No —dijo Puh—, ¿qué tengo que hacer?
—Bien; solo tienes que hablarle muy deprisa a Kanga para que se distraiga y no
vea lo que hacemos.
—¿Y de qué le hablo?
—De lo que quieras.
—¿Puedo recitarle una poesía?
—¡Claro! ¡Excelente idea! Venga, vamos.
Así que los tres se fueron a buscar a Kanga.
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Kanga y Ruh estaban pasando una tarde apacible en un banco de arena en el
Bosque. Baby Ruh hacía prácticas de salto en la arena, colándose por los agujeros y
volviendo a salir, y Kanga le vigilaba nerviosa, diciendo: “Solo un salto más y nos
vamos a casa, que es tarde”.
Y en ese momento llegó Puh.
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POEMA ESCRITO POR UN OSO DE POCO CEREBRO
Los viernes…
—Claro, claro —dijo Kanga sin esperar a oír lo que pasaba los viernes—. Un
salto más, Ruh, y definitivamente nos vamos a casa, que es tardísimo.
Conejo dio un codazo a Puh.
—Hablando de poesía —dijo Puh rápidamente—, ¿te has fijado en ese árbol de
ahí?
—¿Dónde? —dijo Kanga—. Venga, Ruh…
—Ahí, detrás de ti —dijo Puh señalando con la pata.
—No —dijo Kanga—. Venga, Ruh, salta al bolsillo, que nos vamos.
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—Deberías mirar a ese árbol —dijo Conejo—. ¿Te ayudo a subir, Ruh? —Y
levantó a Ruh del suelo.
—Desde aquí se ve un pájaro en el árbol —dijo Puh—. ¿O es un pez?
—No es un pez, es un pájaro —dijo Porquete.
—¿Es un mirlo o un estornino? —preguntó Puh.
—Esa es la cosa —dijo Conejo—. ¿Es un estornino o un mirlo?
Por fin Kanga volvió la cabeza para mirar, y en ese momento Conejo dijo en voz
alta: “Adentro Ruh”, y Porquete se metió en el bolsillo de Kanga mientras Conejo
salía corriendo con Ruh entre sus patas.
—¿Adónde va Conejo? —preguntó Kanga volviéndose—. ¿Estás bien, Ruh?
Porquete dio un gritito, tipo Ruh, desde el fondo del bolsillo de Kanga.
—Conejo tenía prisa —dijo Puh—. Me parece que se ha acordado de algo de
repente.
—¿Y Porquete?
—Me parece que también Porquete se ha acordado de algo de repente.
—Bueno, pues nosotros también nos vamos —dijo Kanga—. Adiós, Puh —y se
alejó dando tres saltos enormes.
Puh le miraba alejarse.
—Me encantaría poder saltar así —pensó—. Unos pueden y otros no. Y no hay
que darle más vueltas.
Sin embargo, Porquete hubiera preferido que Kanga saltara un poco menos.
Algunas veces, paseando por el Bosque, había pensado que le gustaría ser pájaro,
pero ahora no podía por menos de opinar que
si que ¡Ay!
esto creo me
es no guste absoluto
volar, en
Y, según iba subiendo por el aire, decía “¡Ayyy!”, y cuando bajaba decía
“¡Ooooh!”. Y se pasó diciendo “¡Ay!” y “¡Oh!” todo el camino hasta casa de Kanga.
Naturalmente, en cuanto Kanga abrió el bolsillo, vio lo que había pasado. Al
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principio se asustó, pero luego pensó que no debía preocuparse porque Christopher
Robin nunca consentiría que a Ruh le ocurriera nada malo. Así que se dijo: «Si
quieren gastarme una broma, ahora van a ver quién se ríe más».
—Bueno, Ruh —dijo sacando a Porquete del bolsillo—. Ahora a la cama.
—¡AJÁ! —dijo Porquete lo mejor que pudo después de su Terrible Viaje.
No fue un ¡AJÁ! demasiado bueno y Kanga no pareció enterarse.
—Primero un buen baño —dijo Kanga de buen humor.
—¡AJÁ! —dijo Porquete otra vez, mirando a su alrededor a ver si estaban los
otros. Pero los otros no estaban. Conejo estaba jugando con Baby Ruh en su casa y se
le caía la baba.
—No sé por qué me parece —dijo Kanga con voz pensativa—, que hoy te
convendría un baño frío, Ruh.
Porquete, que nunca había sido aficionado a bañarse, se echó a temblar de miedo
e indignación.
—Kanga, me parece que ha llegado el momento de hablar claro.
—¡Qué gracioso, Ruh! —dijo Kanga preparando el agua para el baño.
—¡No soy Ruh! —gritó Porquete—, ¡soy Porquete!
—Claro, claro, querido —dijo Kanga sin inmutarse—, y qué bien imitas la voz de
Porquete. ¡Qué hijo más listo tengo! —y sacó un enorme jabón del aparador—. Hay
que ver qué ocurrencias.
—¿Pero es que no ves? —gritó Porquete—. ¿Es que no tienes ojos? ¡Mírame!
—Te estoy mirando, Ruh, querido —dijo Kanga con severidad—, y ya sabes lo
que te dije ayer de poner caras. Si sigues poniendo cara de Porquete acabarás
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pareciéndote a Porquete, y verás qué poca gracia te hace. Venga, métete en el baño, y
no hables tanto.
Cuando quiso darse cuenta, Porquete se encontró en el baño mientras Kanga le
frotaba con una gran esponja.
—¡Ay! —gritó Porquete—. ¡Déjame en paz, soy Porquete!
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Christopher Robin sacudió la cabeza.
—No puedes ser Porquete. Conozco bien a Porquete y es de otro color.
Porquete empezó a decir que eso era porque se acababa de bañar, y luego pensó
que mejor no decir eso. Y justo cuando abría la boca para decir otra cosa, Kanga le
metió la cuchara con la medicina y le dio unos golpecitos en la cabeza, asegurándole
que el gusto no era tan malo cuando uno se acostumbra.
—Ya sabía yo que no era Porquete —dijo Kanga—. Lo que no sé es quién puede
ser.
—A lo mejor es un pariente de Puh —dijo Christopher Robin—. Un sobrino o un
primo o algo.
Kanga admitió que esa era posiblemente la respuesta y dijo que habría que
buscarle un nombre.
—Le llamaremos Puhtel, Enrique Puhtel para abreviar.
Y justo cuando estaba decidido, Enrique Puhtel consiguió liberarse de los brazos
de Kanga y saltó al suelo. Christopher Robin se había dejado la puerta abierta. Nunca
en su vida había corrido tanto Enrique Puhtel Porquete, y no paró hasta llegar cerca
de su casa. Pero en los últimos cien metros dejó de correr y rodó por el barro con el
fin de recuperar su color habitual, tan cómodo y agradable…
Así que Kanga y Ruh se quedaron en el Bosque y todos los martes Ruh pasaba el
día con su gran amigo Conejo, y todos los martes Kanga pasaba el día con su gran
amigo Puh, enseñándole a saltar, y todos los martes Porquete pasaba el día con su
gran amigo Christopher Robin y todos eran felices.
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CAPÍTULO VIII
Al llegar aquí se rascó la cabeza y pensó: «Este es un buen principio para una
canción, pero ¿cómo sigo?». Intentó cantar “Sí, sí” varias veces, pero no le sirvió de
nada. «Quizá sería mejor —pensó—, si canto “Ye, ye, cantemos a los Osos…”», pero
no era mejor.
—Está bien —dijo—, cantaré el primer verso dos veces, muy deprisa, a ver si el
tercero y cuarto salen solos antes de que me dé tiempo a pensarlo. Así a lo mejor
consigo una buena canción. Vamos allá:
Estaba tan contento con su canción que fue cantándola durante todo el camino.
—Si sigo mucho tiempo —dijo—, será la hora de la merienda y el último verso
ya no será verdad.
Christopher Robin estaba sentado a la puerta de su casa calzándose unas grandes
botas. En cuanto vio las grandes botas, Puh comprendió que una aventura estaba a
punto de empezar. Se limpió la miel del hocico con el dorso de la pata y puso cara de
estar dispuesto a todo.
—¡Buenos días, Christopher Robin! —exclamó.
—¡Hola, Oso Puh! No consigo meterme esta bota.
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—Eso es una faena —dijo Puh.
—¿Te importaría apoyarte contra mí?, porque cada vez que estiro fuerte me caigo
para atrás.
Puh se sentó, hincó los talones en la tierra y se apoyó con todas sus fuerzas en la
espalda de Christopher Robin, Christopher Robin se apoyó con todas sus fuerzas en
la espalda de Puh y tiró y tiró hasta que consiguió meterse la bota.
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—Supongamos que no lo soy —dijo Conejo—, y a ver qué pasa.
—Tengo un recado para ti.
—Yo se lo daré.
—Nos vamos todos a una Expodición con Christopher Robin.
—¿Y eso qué es?
—Algo así como un barco, me parece —dijo Puh.
—Ah, ya veo.
—Sí. Y vamos a descubrir un Polo o algo. ¿O tal vez era un Palo? De cualquier
forma, lo vamos a descubrir.
—¿Tú crees?
—Sí. Y tenemos que llevar Pro… cosas para comer. Por si queremos
comérnoslas. Ahora voy a ver a Porquete. Tú se lo dices a Kanga, por favor.
Dejó a Conejo y se fue corriendo a casa de Porquete.
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cada vez que quiero sentarme a descansar un poco, tengo que barrer primero a media
docena de Amigos y Parientes de Conejo, entonces lo que yo digo es que esto no es
una Expo… lo que sea, ni es nada.
—De acuerdo —dijo Iíyoo—, nos vamos; pero luego no me echéis a mí la culpa.
De modo que salieron todos en busca del Polo. Mientras andaban, charlaban de
esto y lo otro; todos menos Puh, que estaba discurriendo una canción.
—Esta es la primera estrofa —le dijo a Porquete, una vez que la hubo terminado
de discurrir.
—¿Primera estrofa de qué?
—De mi canción.
—¿Qué canción?
—Esta canción.
—¿Cuál?
—Si me escuchas, te enterarás.
—¿Cómo sabes que no estoy escuchando?
Puh no supo responder a eso, así que empezó a cantar;
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Salieron todos juntos en una Expodición
a descubrir el Polo con gran dedicación.
Llevaban por si acaso copiosas Provisiones,
que son lo que se come en las Expodiciones.
Iban Robin y Conejo
y luego Porquete y Puh,
y Búho y también Iíyoo
y Kanga y hasta Ruh,
seguidos de una fila de Amigos y Parientes
que van tras de Conejo sumisos y obedientes.
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—Búho —dijo Porquete mirándole con gran severidad—, el susurro de Puh era
absolutamente privado y no tienes por qué…
—Una Emboscada —dijo Búho—, es una especie de Sorpresa.
—Hay cosas de comer que también lo son —dijo Puh.
—Una Emboscada, tal y como yo estaba explicándole a Puh —dijo Porquete—,
es una especie de Sorpresa.
—Cuando alguien se te echa encima de repente, eso es una Emboscada —dijo
Búho.
—Una Emboscada es cuando alguien se te cae encima de repente, Puh —explicó
Porquete.
Puh, que ahora ya sabía lo que era una Emboscada, les contó cómo un tarro entero
de miel se le había caído encima una mañana y cómo había necesitado seis días para
chuparse toda la miel de encima y lo que le fastidió tener que desperdiciar la que le
cayó en los sitios donde no llegaba para chupar.
—No estaba hablando de comida —dijo Búho un poco molesto.
—Yo sí —dijo Puh.
Iban trepando arroyo arriba, con sumo cuidado, saltando de roca en roca, hasta
que llegaron a un sitio donde las orillas se ensanchaban, dejando a cada lado del agua
un buen trozo de hierba donde poder sentarse a descansar. En ese momento,
Christopher Robin gritó:
—¡Alto! —y todos se sentaron y descansaron.
—Me parece —dijo Christopher Robin—, que deberíamos comernos ahora todas
las Provisiones y así no tendremos que llevar tanto peso.
—¿Comernos qué? —preguntó Puh.
—Lo que hemos traído —dijo Porquete poniéndose a ello.
—Buena idea —dijo Puh haciendo lo mismo.
—¿Tenéis todos comida? —preguntó Christopher Robin con la boca llena.
—Todos menos yo —dijo Iíyoo—, como siempre.
Miró a su alrededor con melancolía.
—¿No habrá nadie sentado sobre un cardo, por casualidad?
—Me parece que no —dijo Puh levantándose y mirando bajo su trasero—. ¡Huy,
ya lo creo! ¡Ya me parecía a mí!
—Gracias, Puh. Si has terminado ya de utilizarlo… —se acercó donde había
estado Puh y se puso a comer.
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—No les hace ningún bien, sabes, tener a alguien sentado encima —explicaba
mientras iba masticando—. Les quita frescura. Recordadlo la próxima vez, todos
vosotros. Un mínimo de consideración, un mínimo de pensar en los demás. Hace toda
la diferencia.
Tan pronto como acabó su almuerzo, Christopher Robin susurró algo al oído de
Conejo y este dijo “Sí, sí, claro” y se fueron juntos un poco más allá.
—No quería que oyeran los otros —dijo Christopher Robin.
—Naturalmente —dijo Conejo dándose importancia.
—Verás, me preguntaba; es solo que… Conejo… por casualidad, ¿tú no sabrás
qué aspecto tiene el Polo Norte?
—Bueno —dijo Conejo atusando sus bigotes—, ahora que me lo preguntas.
—Yo antes lo sabía, pero se me ha olvidado.
—Es curioso —dijo Conejo—, porque a mí también se me ha olvidado, aunque
en algún momento lo he sabido.
—Supongo que no es más que una especie de palo clavado en el suelo.
—Tiene que ser un palo clavado en algo porque los polos son palos clavados en
caramelos helados y, si se llama Polo Norte, será porque está clavado en alguna cosa
que se llama Norte, y tiene que estar clavado en el suelo porque es el mejor sitio para
clavar palos.
—Eso es lo que yo pensaba.
—Lo único que nos falta saber es dónde está ese palo —dijo Conejo.
—Eso es lo que estamos buscando —dijo Christopher Robin.
Volvieron donde estaban los demás. Porquete, tumbado de espaldas, dormía
apaciblemente. Ruh se estaba lavando la cara y las manos en el arroyo, mientras
Kanga, llena de orgullo, explicaba que esta era la primera vez que Ruh se lavaba solo
y Búho contaba a Kanga una interesante anécdota, llena de palabras larguísimas
como “enciclopedia” y “rododendro”, a la cual Kanga no prestaba la más mínima
atención.
—No estoy de acuerdo con tanto lavoteo —gruñó Iíyoo—. Estas manías
modernas no me parecen recomendables. ¿Tú qué opinas, Puh?
—Bueno, yo… —dijo Puh.
Pero nunca sabremos lo que opinaba Puh porque, de pronto, se oyó un chillido de
Ruh, un salpicón y un grito de alarma de Kanga.
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—Ya lo decía yo —dijo Iíyoo—. Eso le pasa por lavarse.
—¡Ruh se ha caído al agua! —gritó Conejo. Y Christopher se acercó corriendo
para rescatarle.
—¡Mirad cómo nado! —chillaba Ruh desde el centro del arroyo mientras el agua
le llevaba río abajo.
—¿Estás bien, hijo? —preguntaba Kanga llena de inquietud.
—Sí. ¡Mira cómo na…! —y una cascada lo mandó varios metros más abajo.
Todo el mundo trataba de ayudar. Porquete, totalmente despierto ya, saltaba una y
otra vez diciendo “¡Vaya por Dios!” y “¡Ay mi madre!”; Búho explicaba que, en un
caso de Inmersión Repentina y Temporal, lo importante es mantener la cabeza por
encima del nivel del agua; Kanga saltaba a lo largo de la orilla preguntando: “¿Estás
seguro de que estás bien?”, a lo que Ruh respondía: “¡Mira cómo nado!”; Iíyoo se
había vuelto de espaldas justo en el sitio donde Ruh había caído al agua en un
principio y, dejando su rabo en la corriente, seguía refunfuñando para su coleto y
diciendo:
—Tanto lavarse y mira lo que pasa, pero agárrate a mi rabo y te sacaré de ahí.
Christopher Robin y Conejo pasaron corriendo por delante de Iíyoo y se
dirigieron río abajo a donde estaban los demás.
—¡Tranquilo, Ruh, ya vengo! —gritó Christopher Robin.
—¡Chicos, hay que poner algo cruzado de lado a lado del arroyo, más abajo! —
gritó Conejo.
Pero Puh ya tenía la solución. Por debajo de donde flotaba Ruh cruzó un palo
larguísimo hasta la otra orilla, donde Kanga tomó el otro extremo, y entre los dos lo
sujetaron a la altura del agua; Ruh, que bajaba chillando “¡Mira cómo nado!”, se topó
finalmente con el palo, se agarró y salió enseguida.
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—¿Habéis visto cómo nadaba? —repetía Ruh, mientras Kanga le frotaba bien y le
echaba una bronca—. Puh, ¿has visto cómo sé nadar? Eso se llama nadar, lo que yo
hacía. Conejo, ¿has visto lo que hacía? Nadar. Hola. Porquete, ¿sabes lo que he
estado haciendo? Nadando. Christopher Robin, ¿has visto…?
Pero Christopher Robin no le escuchaba, estaba mirando a Puh.
—Puh, ¿dónde has encontrado ese palo?
Puh miró el palo que tenía entre las zarpas.
—Por ahí —dijo—. Pensé que sería útil; por eso lo recogí.
—Puh —dijo Christopher Robin con solemnidad—, la Expedición ha terminado.
¡Has encontrado el Polo Norte!
—¡Oh! —dijo Puh.
Iíyoo seguía sentado con el rabo dentro del agua cuando los demás volvieron
junto a él.
—Que alguien le diga a Ruh que se dé prisa —dijo—; se me está enfriando el
rabo. No quería decirlo, pero lo digo. No quería quejarme, pero se me está enfriando
muchísimo el rabo.
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—Tal como esperaba —dijo—. Se ha quedado insensible. Bueno, dado que a
nadie le importa, supongo que es igual.
—Pobre Iíyoo. Déjame que lo seque —dijo Christopher Robin sacando su
pañuelo del bolsillo.
—Gracias, Christopher Robin. Tú eres el único que parece entender de rabos.
Ellos no piensan. Eso es lo que les pasa. No tienen imaginación. Para ellos un rabo no
es un rabo, sino un Pedazo Extra en la espalda.
—No te preocupes, Iíyoo —dijo Christopher Robin frotando fuerte—. ¿Está
mejor ahora?
—Vuelve a parecerse a un rabo. Vuelvo a notarlo; no sé si me entiendes.
—Hola, Iíyoo —dijo Puh, que llegaba con su palo.
—Hola, Puh. Gracias por interesarte. Supongo que podré volver a usarlo dentro
de un par de días.
—¿Usar qué?
—Lo que estamos hablando.
—Yo no estaba hablando de nada —dijo Puh desconcertado.
—Perdón, creí que estabas diciendo lo mucho que sentías que mi rabo se hubiera
quedado insensible y que si podías ayudar en algo.
—No —dijo Puh—, no era yo. —Se quedó un momento pensativo y sugirió—:
Quizá era otra persona.
—Bueno, dale las gracias de mi parte cuando la veas. —Puh se quedó mirando a
Christopher Robin.
—Puh ha encontrado el Polo Norte —dijo Christopher Robin—. ¿No es
estupendo?
Puh miró al suelo con modestia.
—¿Es eso? —preguntó Iíyoo.
—Sí —dijo Christopher Robin.
—¿Es eso lo que buscábamos?
—Sí —dijo Puh.
—¡Oh! —dijo Iíyoo—. Bueno, por lo menos no ha llovido.
Clavaron el palo en el suelo y Christopher Robin le colgó un letrero que decía:
PoLO NorTE
DiscoVIErto Por PUh
PUh Lo ENCUENTRÓ
Después se fueron todos a casa y, me parece, pero no estoy seguro, que Ruh tomó
un baño caliente y se fue derecho a la cama. Pero Puh, que se sentía muy orgulloso de
su hazaña, se puso a comer para recuperar energías.
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CAPÍTULO IX
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—Es un poco preocupante —se dijo—, ser un Animal Muy Pequeño Totalmente
Rodeado por las Aguas. Christopher Robin y Puh podrían escapar trepando a un
árbol, y Kanga saltando, y Conejo cavando un túnel, y Búho volando. Incluso Iíyoo
conseguiría hacer un ruido horrible hasta que alguien viniera a rescatarle. Pero yo no
puedo hacer nada.
Siguió lloviendo y cada día el agua llegaba un poco más arriba y ahora ya llegaba
casi a la altura de la ventana y Porquete seguía sin saber qué hacer.
—Fíjate en Puh —se decía—. Puh no tiene mucho cerebro, pero nunca le pasa
nada malo. Hace tonterías que luego le salen bien. Fíjate en Búho. Búho tampoco
tiene cerebro, pero sabe cosas. Seguro que sabría lo que hay que hacer cuando Uno
Está Rodeado por las Aguas. Y Conejo. No ha leído libros, pero siempre se le ocurre
algún plan ingenioso. Y Kanga. No es muy inteligente que digamos, pero estaría tan
preocupada por Ruh que encontraría una solución sin tener siquiera que discurrir. En
cuanto a Iíyoo… Bueno, Iíyoo es tan desgraciado de todas formas, que le da lo
mismo. Me pregunto qué es lo que haría Christopher Robin en mi caso.
Entonces recordó una historia que le había contado Christopher Robin, acerca de
un hombre en una isla desierta, que había escrito algo en una botella y la había tirado
al mar, y Porquete pensó que, si escribía algo en una botella y la tiraba al agua, a lo
mejor alguien venía a rescatarle.
Se apartó de la ventana y empezó a buscar por toda la parte de la casa que aún
quedaba sin inundar. Por fin encontró un lápiz, un pedazo de papel seco y una botella
con corcho.
En un lado del papel escribió:
¡SOCORRO!
PORQUETE (YO)
Y en el otro lado:
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—Así que ahora —pensó— alguien tendrá que hacer algo, y espero que sea
pronto porque si no tendré que nadar, y no sé, así que será mejor que alguien haga
algo pronto.
Suspiró profundamente y dijo:
—Ojalá Puh estuviera aquí. Es mucho mejor entre dos.
***
Cuando empezó la lluvia Puh estaba durmiendo. Llovió y llovió y llovió, y él
durmió y durmió y durmió. Estaba cansadísimo. Ya recordáis cómo había descubierto
el Polo Norte; bueno, pues estaba tan orgulloso de su hazaña que fue a preguntar a
Christopher Robin si había otros Polos que un Oso de Poco Cerebro pudiera
descubrir.
—Hay un Polo Sur —dijo Christopher Robin—, y supongo que tiene que haber
un Polo Este y un Polo Oeste, aunque nadie habla de ellos.
Puh se puso muy nervioso con esta noticia y sugirió que se organizara una
Expedición para descubrir el Polo Este, pero Christopher Robin tenía unas cosas que
hacer con Kanga, y Puh se tuvo que ir solo a descubrir el Polo Este. No recuerdo si al
final lo descubrió o no, pero estaba tan cansado cuando llegó a casa que se quedó
dormido en la silla mientras cenaba. Y durmió y durmió y durmió.
De repente, se puso a soñar. Estaba en el Polo Este y hacía un frío terrible; el Polo
estaba cubierto por la nieve y el hielo más fríos del mundo. Había encontrado una
colmena para guarecerse, pero no le cabían las patas, así que las tenía a la intemperie.
Y una bandada de Frusbos Salvajes, típicos del Polo Este, le picoteaban las piernas,
tratando de hacer nidos entre su pelambre. Y cuanto más picoteaban, más frío le
entraba en las patas. De pronto se despertó sobresaltado y se encontró sentado en la
silla con los pies en el agua y su casa inundada.
Chapoteó hasta la puerta y miró afuera…
—Esto es grave —dijo Puh—. Tengo que pensar en organizar un Rescate.
Así que cogió el tarro más grande de miel y lo rescató llevándolo a la rama más
alta del árbol. Luego bajó de nuevo y rescató otro tarro… y cuando el Rescate llegó a
su fin, Puh se encontró sentado en su rama, con los pies colgando, y diez tarros de
miel, en fila, junto a él.
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Dos días más tarde Puh seguía sentado en su rama, con los pies colgando, y
cuatro tarros de miel, en fila, junto a él.
Tres días más tarde, Puh seguía sentado en su rama, con los pies colgando, y un
solo tarro de miel.
Cuatro días más tarde Puh seguía sentado…
Y fue en la mañana del cuarto día cuando vio flotar ante sus narices la botella de
Porquete y, al grito de “¡MIEL!”, Puh se tiró al agua, agarró la botella y volvió a
subir al árbol.
—¡Porras! —dijo Puh cuando quitó el corcho—. Me he mojado para nada. ¿Qué
será este papel?
Lo sacó y lo contempló con detenimiento.
—¡Es un Minsaje! —se dijo—. Eso es lo que es. Y esta letra es una “P” y esta
otra también, y “P” significa “Puh”, así que es un Minsaje muy importante para mí y
no puedo leerlo. Tengo que buscar a Christopher Robin, o a Búho, o a Porquete;
cualquiera de ellos lee estupendamente y puede decirme lo que significa este Minsaje.
Pero no sé nadar. ¡Porras!
Entonces tuvo una idea, y a mí me parece que, para un Oso de Poco Cerebro, era
una buena idea. Pensó… «Si un botella flota, un tarro también flotará. Y si un tarro
flota, yo puedo sentarme encima, si el tarro es suficientemente grande».
Así que cogió el tarro más grande de todos y le puso el corcho.
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—Todos los botes tienen un nombre —dijo—; el mío se llamará El Oso Flotante.
—Y con estas palabras lanzó al agua su bote y saltó detrás.
Durante un cierto tiempo Puh y El Oso Flotante tuvieron sus dudas acerca de cuál
tenía que ir encima y cuál debajo de cuál; después de intentar varias posibilidades,
quedó decidido que El Oso Flotante iría debajo con Puh sentado encima, a caballo,
remando con los pies.
***
Christopher Robin vivía en lo más alto del Bosque. Llovía y llovía y llovía, pero
el agua nunca podría inundar su casa. Le divertía mirar abajo, al valle, y ver todo el
campo cubierto de agua; pero llovía tan fuerte que se pasaba la mayor parte del
tiempo dentro de casa pensando en sus cosas. Todas las mañanas salía con el
paraguas y clavaba un palito en el borde donde llegaba el agua y a la mañana
siguiente ya no podía ver el palito y entonces colocaba otro, otra vez en el borde
donde llegaba el agua, y se volvía andando a casa; y cada mañana le quedaba menos
para andar desde su casa hasta donde tenía que clavar el palito. En la mañana del
quinto día vio que estaba totalmente rodeado de agua y pensó que, por primera vez en
su vida, estaba en una isla de verdad. Aquello le pareció muy emocionante.
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Fue esa mañana cuando Búho llegó, volando por encima del agua, a dar los
buenos días a su amigo Christopher Robin.
—Fíjate, Búho —dijo Christopher Robin—. ¡Estoy en una isla!
—Las condiciones atmosféricas han sido desfavorables últimamente —dijo Búho.
—¿Las qué?
—Ha estado lloviendo —explicó Búho.
—Sí —dijo Christopher Robin—, y mucho.
—El nivel de anegación ha alcanzado cotas sin precedentes.
—¿El quién?
—Hay mucha agua por todas partes —explicó Búho.
—Sí —dijo Christopher Robin—, mucha.
—Sin embargo, las perspectivas van mejorando paulatinamente. En cualquier
momento…
—¿Has visto a Puh?
—No. En cualquier momento…
—Espero que esté bien —dijo Christopher Robin—. He estado preocupado.
Confío en que Porquete estará con él. ¿Crees que estará bien?
—Supongo que sí. Verás, en cualquier momento…
—Por favor, vete a ver, Búho. Puh no tiene mucho cerebro y puede hacer
cualquier tontería, y yo le quiero tanto… ¿Comprendes, Búho?
—Está bien —dijo Búho—. Ahora vuelvo. Volvió enseguida.
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—¡Puh!
Corrieron a abrazarse.
—¿Cómo has llegado hasta aquí, Puh? —preguntó Christopher Robin cuando
recuperó la voz.
—En mi bote —dijo Puh lleno de orgullo—. Recibí un Minsaje importante en una
botella y como no podía leerlo, porque se me había metido agua en los ojos, decidí
traerlo en mi bote.
Y con estas palabras entregó el mensaje a Christopher Robin.
—Pero, ¡si es de Porquete! —dijo Christopher Robin después de leerlo.
—¿No dice nada de Puh ahí? —preguntó el Oso mirando por encima del hombro.
Christopher Robin leyó el mensaje en voz alta.
—Así que las “P” son de “Porquete”, y yo creía que eran de “Puh”.
—Tenemos que rescatarle inmediatamente. Yo creía que estaba contigo, Puh.
Búho, ¿podrías traerle volando?
—No creo —dijo Búho después de una grave meditación—. Es dudoso que la
fuerza de los músculos dorsales…
—Entonces, vete, por favor, a decirle inmediatamente que ya vamos a rescatarle.
Mientras tanto Puh y yo pensaremos algo y llegaremos enseguida. Por favor, Búho,
no hables más y vete rápido. —Y Búho echó a volar pensando en algo que decir.
—Bueno, Puh —dijo Christopher Robin—, ¿dónde está tu bote?
—Tengo que decir —explicó Puh mientras se dirigían al borde de la isla—, que
no es un bote corriente. Unas veces es un bote y otras es más bien un accidente.
Depende mucho.
—¿Depende de qué?
—De que yo esté encima o debajo.
—Ya, bueno. Pero ¿dónde está?
—¡Allí! —dijo Puh señalando a El Oso Flotante con orgullo.
No era lo que Christopher Robin había imaginado, y cuanto más lo miraba, más
Inteligente y Valeroso le parecía Puh, y, cuanto más pensaba esto Christopher Robin,
más modestamente miraba al suelo Puh, haciendo como que no.
—Pero es demasiado pequeño para los dos —dijo Christopher Robin preocupado.
—Tres con Porquete.
—Aún más difícil. ¡Ay, Puh! ¿Qué vamos a hacer?
Y entonces este Oso, Oso Puh, Winny de Puh, ADP (Amigo de Porquete), CDC
(Compañero de Conejo), DDP (Descubridor del Polo), CDI y BDR (Consolador de
Iíyoo y Buscador de Rabos), o sea el mismísimo Puh, dijo algo tan inteligente que
Christopher Robin se le quedó mirando con la boca abierta y con los ojos como
platos, preguntándose si, en verdad, este era el Oso de Poco Cerebro que él creía
conocer tan bien.
—Podríamos ir en tu paraguas —dijo Puh.
—¿?
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—Podríamos ir en tu paraguas —dijo Puh.
—¿? ¿?
—Podríamos ir en tu paraguas —dijo Puh.
—¡¡¡ !!!
Porque de pronto, Christopher Robin comprendió que sí podían. Abrió su
paraguas y lo puso boca arriba sobre el agua. Flotaba, pero se inclinaba para un lado
y para otro. Puh se metió dentro. Empezó a decir que ahora ya iba bien, pero
descubrió que no y, después de tragar un poco de agua que no había previsto, volvió
junto a Christopher Robin. Entonces se subieron al paraguas los dos a la vez y, por
fin, consiguieron que se quedara boca arriba definitivamente.
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Y como este es el final de la historia y estoy cansadísimo después del último
párrafo, será mejor que pare aquí.
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CAPÍTULO X
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—Sí, díselo a Puh en cuanto puedas y a todos los demás también, porque la fiesta
será mañana.
—Así que mañana —dijo Búho tratando de ser tan sutil como de costumbre.
—Sí, de modo que, por favor, cuéntaselo a todos cuanto antes.
Búho trató de pensar en algo muy inteligente que decir, pero no se le ocurría
nada, así que salió volando a buscar a los demás. Al primero que se lo dijo fue a Puh.
—Puh —le dijo—, Christopher Robin va a dar una fiesta.
—¡Oh! —dijo Puh, y, viendo que Búho esperaba que le hiciera algún comentario,
añadió—: ¿Habrá pastelitos con merengue rosa por encima?
Búho decidió que hablar de pastelitos con merengue rosa por encima ofendía su
dignidad, así que le contó a Puh exactamente lo que había dicho Christopher Robin y
se fue a buscar a Iíyoo.
«¡Una fiesta para mí! —pensó Puh para sus adentros—. ¡Qué estupendo!». Y
empezó a preguntarse si todos los demás se enterarían de que la fiesta era para él, y si
Christopher Robin les habría contado lo de El Oso Flotante y el Cerebro de Puh, y
todos los fantásticos barcos que él había inventado y en los que había navegado, y
empezó a pensar qué horrible sería que todo el mundo se hubiera olvidado ya y nadie
supiera por quién era la fiesta. Y, cuanto más lo pensaba, más lío se hacía en su
cabeza, como en un sueño en el que no se entiende nada. Y el sueño se convirtió en
una especie de canción. Era una
CANCIÓN EXPLICATORIA
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(¿Puh lo rescató?)
Winny lo salvó.
Puh es un elemento
de enorme talento.
(¿Qué dices que tiene?)
Lo que más conviene,
y aunque creo que
no sabe nadar,
en un cachivache
consiguió flotar.
Así que cantemos
la gloria de Puh.
(¿De Ruh?)
No, de Puh.
El Oso estupendo,
el Oso tremendo.
Puh el Descubridor
del Gran Polo Norte
que está clavado
bien señalizado.
Donde Puh lo halló,
allí lo clavó.
¡Tres hurras por Puh!
(¿Hablas de ese Oso?)
¡Hablo del grandioso!
Sus lances sin par
vuélveme a contar.
—Muy interesante —dijo Iíyoo—. Supongo que me mandarán las sobras que
caigan debajo de la mesa. Muy amable. De nada. No tiene la menor importancia.
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—Hay una invitación para ti.
—¿Qué aspecto tiene?
—¡Una invitación!
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—¡Hola, Porquete! —chillaba.
Porquete le saludó con la pata porque tenía la boca llena.
—¡Hola, Iíyoo! —dijo Ruh.
Iíyoo le saludó con la cabeza.
—Pronto lloverá; verás como sí —dijo.
Ruh miró a ver como sí, pero vio que no, así que dijo:
—¡Hola Búho!
Y Búho respondió amablemente:
—¡Hola, pequeño! —y siguió contándole a Christopher Robin un accidente que
casi le sucede a un amigo suyo a quien Christopher Robin no conocía ni de vista, y
Kanga le dijo a Ruh: “Primero bébete la leche y luego podrás hablar”. Y Ruh, que
estaba bebiéndose la leche, intentó explicar que podía hacer las dos cosas a un
tiempo… y hubo de darle golpecitos en la espalda y secarle luego de arriba abajo.
Cuando ya casi habían comido lo suficiente, Christopher Robin dio unos golpes
en la mesa con la cuchara y todo el mundo se calló y se quedó quieto menos Ruh, que
tenía hipo y no sabía cómo parar.
—Esta fiesta —dijo Christopher Robin—, es una fiesta para celebrar lo que hizo
alguien que todos sabemos quién es, y todos sabemos lo que hizo y yo le he traído un
regalo que está aquí. —Buscó a su alrededor y murmuró: “¿Dónde está?”.
Mientras Christopher Robin buscaba el regalo, Iíyoo tosió gravemente y comenzó
a hablar.
—Amigos —dijo—, es un gran placer, o quizá debería decir que, por lo menos
hasta ahora, ha sido un gran placer teneros en mi fiesta. Lo que hice no tuvo
importancia. Cualquiera de nosotros, excepto Conejo y Búho y Kanga, hubiera hecho
lo mismo. ¡Ah, y Puh! Este comentario no es naturalmente aplicable a Porquete ni a
Ruh porque son demasiado pequeños. Cualquiera de vosotros hubiera hecho lo
mismo. El azar quiso que fuera yo y no otro. Ciertamente no lo hice con el propósito
de obtener lo que Christopher Robin está buscando ahora —y, llevándose la pata
delantera al hocico, susurró en voz alta: “mira debajo de la mesa”—; lo hice porque
creo que todos tenemos que ayudarnos lo más posible. Creo que todos sabemos…
—¡Hip! —Ruh no pudo evitar el hipo.
—¡Ruh, querido! —le reprochó Kanga.
—¿He sido yo? —preguntó Ruh algo sorprendido.
—¿De qué está hablando Iíyoo? —murmuró Porquete al oído de Puh.
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—No sé —respondió Puh deprimidísimo.
—Yo creía que esta era tu fiesta.
—Yo también lo creía, pero ya ves que no.
—Yo preferiría que fuera tu fiesta en vez de la de Iíyoo —dijo Porquete.
—Y yo —dijo Puh.
—Hip —hizo Ruh de nuevo.
—COMO IBA DICIENDO —dijo Iíyoo con voz estentórea—. Como iba
diciendo cuando me han interrumpido ruidos diversos, creo que todos debemos…
—¡Aquí está! —exclamó Christopher Robin—. Pasádselo a Puh. Es para Puh.
Cuando Puh vio lo que era, casi se cae de la emoción. Era un estuche de lápices
especial. Había lápices de todas clases; había un sacapuntas para sacar punta a todos
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los lápices; había una goma para borrar las faltas de ortografía; había una regla para
hacer rayas y líneas y poder escribir derecho, y en la regla estaban marcados los
centímetros y los milímetros por si alguien quería saber cuánto mide cualquier cosa.
También había lápices azules y lápices rojos y lápices verdes, por si alguien quería
decir algo especial en rojo o en azul o en verde. Y todas estas cosas venían metidas en
pequeños bolsillos, cada una en el suyo, dentro del estuche especial que se cerraba de
golpe y hacía “clic”. Y todo, todo, era para Puh.
—Oh —dijo Puh.
—¡Oh, Puh! —dijo todo el mundo menos Iíyoo.
—¡Gracias! —susurró roncamente Puh.
Iíyoo murmuraba para sí: “Esto de escribir. Lápices y bobadas. No sé qué le ven.
Ya no saben qué inventar. Un aburrimiento”.
Más tarde, cuando todos le habían dicho “Adiós” y “Gracias” a Christopher
Robin, Puh y Porquete caminaron hacia casa juntos y pensativos en el atardecer
dorado, y durante un buen rato guardaron silencio.
***
—¿Y qué pasó? —preguntó Christopher Robin.
—¿Cuándo?
—A la mañana siguiente.
—No sé.
—¿Podrías enterarte y contárnoslo a Puh y a mí otro día?
—Si tienes mucho interés…
—Puh tiene mucho interés.
Suspiró profundamente, agarró a su Oso por una pata y echó a andar arrastrando
tras de sí a Winny de Puh. Ya en la puerta se volvió y dijo:
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—¿Subirás a ver cómo me baño?
—A lo mejor —dije.
—La caja de lápices de Puh, ¿era mejor que la mía?
—Era exactamente igual —dije.
Asintió con la cabeza y salió… Unos segundos más tarde pude oír a Winny-de-
Puh (pum, pum, pum) subiendo las escaleras con la cabeza.
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