7 Principales Corrientes Te-Ricas de La Antropolog-A
7 Principales Corrientes Te-Ricas de La Antropolog-A
7 Principales Corrientes Te-Ricas de La Antropolog-A
Apunte de Cátedra 7
Apunte de Cátedra
Introducción
62
términos humanos, para inferir cuál podía ser el interés “científico” que el mismo despertara
en el pensamiento europeo dominante? ¿Habría un propósito principalmente científico
desarrollado a partir de esta visión? Podemos suponer que no, al menos en forma directa.
Sin embargo, el extrañamiento siempre estuvo latente, aun en las meras descripciones
que naturalizaban la presencia humana en el “nuevo” mundo. Muchas de esas preguntas iban
a ser respondidas por las jerarquías intelectuales de la iglesia cristiana y por los filósofos de la
ilustración, siglos más tarde. El interrogante central iba a consistir en establecer un nexo
entre esos seres nativos de América y luego de Asia y África (que por estar en un “estado de
naturaleza” fueron llamados salvajes) y la civilización de Europa1.
Ocurría que el pensamiento iluminista (contrario al misticismo dominante de la Edad
Media) entendió encontrar ese nexo con el origen también por un fin práctico y de su época,
no por la mera intención de reconstruir el pasado. Interesaba la reforma del mundo
feudal-medieval precapitalista de parte de una burguesía en ascenso que -por medio de la
ciencia- debía indagar por las causas del mundo y su dinámica, sobre todo de su futuro. Las
preguntas hechas desde el capital eran desafíos a la ciencia, al razonamiento, a la posibilidad
de que el hombre y ya no los oráculos y la providencia dieran respuestas.
La idea de progreso estaba vinculada a esa visión de un futuro signado por el desarrollo
inagotable de una tecnología creciente, revolucionaria y que a su vez producía la necesidad de
reformas sociales y conocimientos que estuvieran acordes con nuevas necesidades de
transformación del mundo material, e inclusive de los espíritus (cultura decimos ahora) de la
fuerza de trabajo mediante la educación universal.
Claro que a la vez se generaban fuerzas conservadoras. Pero lo principal es que el
contexto histórico impulsó interrogantes que el Iluminismo haría que se plasmaran en las
corrientes teóricas de las ciencias ya constituidas (Naturales) o en vías de hacerlo (entre ellas
la Antropología) a partir de la consolidación de la Modernidad.
En el conocimiento sobre el otro, como fundamentara Rousseau, el hombre civilizado
podía encontrar claves para su mejora y respuestas a muchos de sus problemas
contemporáneos. Y esto se continuaría como eje en el evolucionismo (y sus epígonos), en el
marxismo y en general en las posiciones dialécticas.
En el pasaje del capitalismo mercantil al industrial, la pregunta principal se iría a
corporizar en una necesidad de establecer con mayor detalle el cómo del proceso de
desenvolvimiento de la Humanidad hasta llegar a la civilización. Ese proceso llevó el nombre
de evolución y la corriente de pensamiento acorde fue precisamente el evolucionismo. Las
teorizaciones se entornaron alrededor del empuje y desarrollo de las ciencias naturales
durante el siglo XIX y el énfasis puesto -de acuerdo con los distintos autores- en la relación
entre la evolución o progreso de la tecnología y de las instituciones. Pero en el subyacente
proceso real se situaba la explotación extrema de la población de las colonias como mano de
obra en estado de servidumbre, a la que también se involucraba en las especulaciones
evolucionistas conservadoras, que hablaban de inferioridad cultural o hasta racial, para
justificar su subordinación.
A continuación se verá el detalle de los aportes y discusiones acerca del funcionalismo y
del estructural-funcionalismo. Podríamos agregar la pregunta acerca de si la asociación entre
1
Parte de esta respuesta fue considerarlos descendientes de la población de los
orígenes, que no había sido redimida, de acuerdo con los mitos de la época. Los
“indios” americanos fueron vistos, entonces, como “representantes de los
orígenes”: ab-orígenes.
62
J. Ghiglino
2
Sistemas metafísicos abstractos que caracterizaron la filosofía del siglo XVII.
62
3
Nos referimos al advenimiento del orden democrático-burgués, dimensión
política del capitalismo industrial y al surgimiento de dos nuevas clases sociales:
el proletariado y la burguesía.
4
La filosofía positiva postula una noción de progreso que se asienta en el orden y
el control social, propuesta que se corresponde con la concepción del sistema
social como un todo integrado, libre de conflictos y contradicciones. El
positivismo, como método de aplicación al estudio de los fenómenos sociales, se
limita básicamente al dominio de lo manifiesto, la observación y descripción de lo
observado, la explicación y la pretensión de predictibilidad son ejes centrales de
esta concepción, en su versión más genérica.
62
sino en la posibilidad de trascenderlas. Retoma de modo general así el contenido crítico del
iluminismo. Por el contrario, el positivismo considera al orden fáctico, a los hechos tal como
se dan, en términos de verdad.
De las dos filosofías mencionadas, será la positivista la que sostiene gran parte del
desarrollo de las ciencias sociales y las teorías consensualistas que predominan en las
mismas. Estas teorías conciben los sistemas sociales a partir del equilibrio y observan los
cambios como procesos que atentan contra el orden social. Con posterioridad surgirán, en el
campo mismo de estas ciencias, las teorías que conciben la dinámica social en términos de
totalidades históricas atravesadas por contradicciones sociales. Estas nociones serán
re-significadas por la antropología contemporánea en los desarrollos críticos que se gestan
desde la disciplina misma, de frente a la ruptura del régimen colonial hacia mediados del
siglo XX y que impactarán crucialmente en la Antropología que había surgido bajo la
impronta de la expansión colonial europea.
Razón y progreso
Los pensadores del siglo XVIII comparten, más allá de sus diferencias, la fe en la razón.
“Más que los pensadores de cualquier época anterior, los hombres
del Iluminismo adherían firmemente a la convicción de que la mente
puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas
(...) Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas,
emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la
verdad (...) pero no la verdad como revelación, tradición o autoridad, sino
aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación (...) Si la
ciencia había revelado la acción de las leyes naturales en el mundo físico,
quizá podían descubrirse leyes similares en el mundo social y cultural
(Zeitlin 1968: 13).
Todos los aspectos de la vida social -las instituciones políticas, religiosas, morales-
serán analizados a través de un enfoque en el que se intenta aunar los métodos deductivos e
inductivos, aquellos que provienen del racionalismo y del empirismo -dos vertientes
filosóficas que recogen del siglo anterior- y en este intento radica uno de los aportes del
Iluminismo al conocimiento científico en su concepción moderna.
El estudio de las instituciones vigentes arrojará como resultado una visión crítica de las
mismas. Concluyen las más de las veces que son contrarias a la razón, por tanto contrarias a
la naturaleza humana y reclaman entonces un cambio, sea la sustitución, sea la reforma de
las mismas. Esas instituciones, heredadas del medioevo, oprimen a los hombres y les
impiden la realización de sus potencialidades. Será la razón, el conocimiento racional
antepuesto a las creencias irracionales, la vía que posibilitará el camino hacia la
perfectibilidad ilimitada del espíritu humano. Razón y progreso se entrelazan: el progreso
humano es posible mediante el avance de la razón y la razón se despliega en el progreso
indefinido de lo social-histórico. La confianza en la razón otorga a este movimiento un énfasis
optimista e ingenuo a su vez.
Los límites del conocimiento racional, del conocimiento científico, del “progreso”
técnico y tecnológico, son de diversa índole. Por eso la historia de los siglos subsiguientes y en
gran medida la crítica a la idea de progreso y evolución social proveniente de las ciencias
sociales -y específicamente de la Antropología- relativizarán y hasta refutarán estas ideas a la
luz de los procesos históricos que harán mella en estas nociones.
62
Iluminismo y Antropología
5
Esta metáfora remite a la compleja noción de “estado de naturaleza” u “hombre
natural” como una condición hipotética, que puede, según Rousseau contribuir al
conocimiento de la naturaleza real del hombre.
62
El inicio del siglo XIX, en el que surgirá la nueva ciencia antropológica, encuentra a la
sociedad europea convulsionada por los efectos transformadores de los sucesos históricos
ocurridos en los últimos años del siglo anterior. Nos referimos a la revolución francesa, por
un lado, y a la revolución industrial, por el otro. Ambas marcaron el comienzo de un proceso
profundo en la esfera económica, política y social de Europa, que cambiaron radicalmente la
forma de vida de las sociedades europeas en principio y del resto del mundo después. El clero
y la nobleza perdieron gran parte de sus privilegios (tierras, títulos, cargos hereditarios, etc.)
y la burguesía, que ya había asumido el control económico, se afirmaba políticamente en el
nuevo orden social.
Los grandes cambios son siempre resistidos y combatidos por aquellos sectores cuyas
prerrogativas son vulneradas. De esta manera, nos encontramos que en los primeros años de
este siglo XIX, las antiguas clases dirigentes intentarán volver y restaurar, junto con el
principio de la legitimidad de sus privilegios, el respeto a los poderes absolutos, así como
también el sentido de la jerarquía y de la autoridad que detentaban antes de la revolución
6
El paradigma es “la fuente de los métodos, el campo de los problemas y de los
cánones para su solución que son aceptados por cualquier comunidad científica
madura en cualquier tiempo dado” (Khun T., en Krotz 1983: 34). Según Kuhn,
las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un
hipotético método científico. Se verifican, en cambio, dos fases diferentes de
desarrollo científico. En un primer momento, hay un amplio consenso en la
comunidad científica sobre cómo explotar los avances conseguidos en el pasado
ante los problemas existentes, creándose así soluciones universales que Kuhn
llamaba “paradigmas”. En un segundo momento, se buscan nuevas teorías y
herramientas de investigación, conforme las anteriores dejan de funcionar con
eficacia. Si se demuestra que una teoría es superior a las existentes entonces es
aceptada y se produce una “revolución científica”. Tales rupturas revolucionarias
traen consigo un cambio de conceptos científicos, problemas, soluciones y
métodos, es decir, nuevos paradigmas.
62
burguesa. En este intento por recuperar un tiempo perdido, las clases dominantes revestirán
al pasado de significaciones idílicas y lo revalorizarán a través de las tradiciones. Este
movimiento encuentra también su expresión en la producción intelectual y artística de la
época. Propone la recuperación de los valores nacionales y de las tradiciones populares,
tomando el nombre de Romanticismo.
Esta mirada retrospectiva también se refleja en la búsqueda antropológica. Será el
punto de partida del folklore, disciplina que dentro del movimiento romántico se ocupará de
recuperar e incorporar al patrimonio cultural los valores nacionales y las costumbres
populares a la historia de las modernas naciones europeas. Pero estos últimos intentos por
sostener los vestigios del antiguo régimen quedarán barridos del escenario europeo por el
empuje de las nuevas fuerzas surgidas de la revolución industrial. En este siglo surgirá
pujante una burguesía apoyada en el soporte ideológico del liberalismo. Por otro lado, nacerá
una clase trabajadora que manifestará su conciencia de clase. Lo nuevo no es tanto la
existencia de una clase obrera, sino que la misma toma conciencia simultáneamente de su
miseria y de su fuerza.
El resurgimiento religioso, el conservadurismo político y el nacionalismo romántico de
las primeras décadas, retardaron pero no detuvieron el surgimiento de las ciencias del
hombre. A lo largo de este siglo los continuos avances en la física, la química y la técnica
aplicadas a la industria, el comercio y la guerra, trasmitieron confianza en el progreso y
jerarquizaron el método científico. La ciencia decimonónica sostenía una cosmovisión que
informaba sobre un mundo regular, ordenado y observable, con modificaciones graduales en
el tiempo y en el espacio, cuyos fenómenos y funcionamiento se explicaban por la ley de la
causalidad.
El positivismo, fundado por Augusto Comte, estableció una nueva forma de
aproximarse a los fenómenos sociales: empírica, experimental e inductiva. Pero ¿qué
significaba positivo? Comte decía que positivo significaba lo real frente a lo fantástico. Lo real
era lo dado por la experiencia; también significaba lo útil frente a lo ocioso, lo preciso frente a
lo indefinido, lo constructivo frente a lo destructivo y, por último, lo relativo frente a lo
absoluto, ya que era conocimiento de los fenómenos y no de las esencias. De ahí que postuló
que la mente humana debía renunciar a todo empeño por conocer la esencia misma de las
cosas y contentarse con la verdad derivada de la observación y la experimentación. Planteaba
la improcedencia de la especulación en torno al comportamiento del hombre, concebía a la
Sociología como una ciencia natural a la que denominó física social, en la cual se fundían
todas las ciencias orgánicas e inorgánicas y que no podía reducirse a los principios de
ninguna de ellas, en particular.
Como dijimos, la ciencia se apoyaba en una metodología general de tipo inductivista,
para la cual los hechos singulares son conocidos por la observación y la experimentación. Por
vía inductiva se pueden llegar a establecer leyes que no explican los fenómenos sino que
describen las regularidades observables en los mismos. La ciencia, para el positivismo, tiene
un carácter instrumental; es valiosa porque sirve a la técnica y a la industria.
En el marco de esta concepción, y con miras a comprender el auge de la explicación
evolucionista tanto en el ámbito de las ciencias de la naturaleza como en las del hombre, no
podemos dejar de mencionar a Charles Darwin y Herbert Spencer. Ambos fueron
influenciados por Thomas Malthus7 a través de su obra Ensayo sobre Población. El
7
Malthus, Thomas (1766-1834), economista inglés, profesor de Economía
Política y pastor protestante. Su principal estudio, fue el Essay on the Principles
of Population (1798), trata el problema de la superpoblación desde un punto de
62
mecanismo mediante el cual Darwin explicó la evolución biológica fue la selección natural a
través de la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, ambos conceptos fueron
elaborados por Malthus en su explicación sobre el crecimiento de la población inglesa.
Si bien la biología se encontraba bajo las mismas influencias epistemológicas y
socio-históricas generales que el resto del pensamiento del XIX, la publicación de la obra de
Charles Darwin El origen de las especies (1859) produjo una verdadera revolución en el
ámbito de las ciencias naturales. Construyó una teoría general de la evolución biológica
donde incluía a todos los seres vivos, plantas, animales y hombres, irradiando consecuencias
en otros campos científicos. Dice Levi-Strauss: “de aquí en más ya no nos habremos de ver
con construcciones filosóficas como la teoría del progreso indefinido del siglo XVIII...” o la
degeneración de las razas de años más tarde. La idea de una evolución gradual de las especies
vivientes, a través de inmensos períodos geológicos permitía asimilarla a la historia de la
especie humana. Los restos asociados a herramientas de piedra ya no se interpretarán como
testimonios de una época antediluviana. Ahora eran pruebas de la lenta evolución del pasado
del hombre. Y en la medida que esos utensilios prehistóricos se asemejaban a los utilizados
por muchos grupos primitivos contemporáneos, permitía encontrar en éstos el pasado vivo
de los diferentes estadios progresivos de la humanidad.
Por su parte Spencer, contemporáneamente, se encontraba abocado a demostrar que el
universo era un esquema progresivo y continuo de desarrollo, que abarcaba todos los
fenómenos inorgánicos, orgánicos y superorgánicos. Es decir que todos las manifestaciones
eran producto de la evolución. En su obra también recurrió a las ideas malthusianas para
explicar el progreso de la humanidad. Este autor afirmaba que la lucha por la vida conducía a
la disminución de los ineptos y a la supervivencia de los aptos. Spencer fue el que popularizó
el término evolución y podemos decir que también le concedió su sentido más abarcativo.
Según Marvin Harris la tendencia a la biologización en el siglo XIX no tenía nada que
ver con el mayor prestigio de las ciencias biológicas frente a las ciencias sociales. No podía
decirse que un campo imitara al otro, sino que tanto las ciencias biológicas como las ciencias
sociales, dieron respuestas paralelas a necesidades ideológicas similares.
“El interés de los científicos sociales por el progreso y la
perfectibilidad hizo que el evolucionismo abrevara en la teoría biológica,
en tanto que el concepto de selección natural surgió del interés por
encontrar un marco explicativo a las guerras y los conflictos raciales,
nacionales y de clase” (Harris 1997: 111).
Dentro de las ciencias del hombre, la Antropología nació en el ámbito intelectual de
estas proposiciones paradigmáticas y se nutrió de las mismas fuentes.
La Antropología y el evolucionismo
62
confió en descubrir relaciones constantes entre los aspectos socioculturales, como lo hacían
aquellas con los fenómenos de la naturaleza.
El aporte de la teoría de la evolución biológica a la Antropología fue certero, arrojó luz
sobre su objeto: el Hombre. Como tal, pertenecía a la especie homo sapiens que, a diferencia
de las demás especies, encerraba una particularidad: el homo era un ser dual, tanto cuerpo
como espíritu. Como cuerpo pertenecía al mundo de la naturaleza y en tanto espíritu
pertenecía a otro mundo, el de la cultura.
El surgimiento de la Sociología y la Antropología en este siglo XIX, amplió la necesidad
de conocer científicamente a aquellos otros hombres que la expansión capitalista introducía
abruptamente en la historia occidental. En los países europeos eran las masas de
desocupados y asalariados que comenzaban a reclamar por mejores condiciones de trabajo.
En las colonias de ultramar, eran otros hombres con anatomías y costumbres diferentes que
se oponían a condiciones de sometimiento y explotación colonial.
La pregunta ¿quiénes son los otros? no era nueva en el pensamiento europeo. La
relación entre Occidente y el resto del mundo había generado muchas respuestas en los siglos
anteriores. Pero con la expansión sistemática de Europa el encuentro con otros pueblos, con
otras culturas, con modos de vida distintos a los “propios” no fue ingenuo: la intencionalidad
del colonialismo dominaba la relación. Entonces, el asombro dejó paso al desprecio por lo
diferente, y las respuestas ya no vinieron de la religión o de la filosofía, sino del método
científico.
La Antropología se constituyó como ciencia a finales del siglo XIX siendo su primera
corriente de pensamiento el evolucionismo. Esto significa el reconocimiento social de un
nuevo campo de conocimiento y la constitución de una comunidad científica particular. Los
nuevos antropólogos tendrán que dar respuestas sobre esos otros hombres que se construirán
científicamente no por lo que son, sino por lo que les falta: los no-occidentales.
Los principales representantes del evolucionismo fueron Lewis Morgan y Edward Tylor.
Considerados fundadores de la Antropología, se propusieron responder científicamente a
varias preguntas: ¿por qué las sociedades humanas eran tan diferentes?, ¿por qué algunos
pueblos estaban tan atrasados? ¿cómo se producían los cambios?
El conocimiento de otras formas de vida y la rápida transformación de las mismas en el
plano económico, político, social, etc. a consecuencia de la revolución industrial,
constituyeron desafíos teóricos para la incipiente teoría antropológica. Los pensadores de la
época se enfrentaron por un lado a un mundo contemporáneo donde la diversidad cultural se
hacía empíricamente constatable, y por otro, esas diferentes formas de vida no eran estáticas
ni inmutables, sino que podían cambiar y transformarse al contacto con otras.
Como fuente de reflexión antropológica estas sociedades demostraban, en virtud de las
circunstancias socio-históricas, que el cambio social era inherente a ellas y por lo tanto se
constituía en un interrogante a ser explicado. El evolucionismo como primera teoría científica
contestó a la pregunta sobre las semejanzas y diferencias de los hombres a través del
concepto de progreso, explicando la historia como un proceso natural.
Hasta ese momento la explicación sobre el Hombre, había estado escindida. En tanto
cuerpo era objeto de la anatomía, la fisiología; en tanto espíritu pertenecía al campo de la
filosofía y la religión. El evolucionismo propuso entonces el estudio del Hombre como una
totalidad, donde cada una de sus partes podía entenderse bajo el siguiente criterio: el hombre
como especie era el resultado de la evolución biológica, como el resto de los seres vivos. Era
62
un eslabón más en una cadena de organismos, pero un organismo que se completaba con un
atributo particular: la cultura, que se desarrollaba a través del tiempo en diferentes grados de
evolución o progreso, la evolución cultural.
Si bien la concepción del hombre como un ser dual -biológico y cultural- no era nueva,
el gran aporte que enfrentaba las posturas teológicas y filosóficas vigentes era, por un lado, la
concepción del hombre como un animal y, por otro, la aseveración de que su parte espiritual
era la consecuencia de su parte natural.
“Los modernos investigadores de las ciencias de la naturaleza
inorgánica son los primeros que reconocen, ya sea dentro de sus campos
limitados de trabajo como fuera de él, la unidad de la naturaleza, la
rigidez de sus leyes, el concreto orden de causa y efecto, merced a lo cual
cada hecho depende del anterior y actúa sobre el que lo sucederá. (...)
Ahora bien, al llegar a los procesos superiores del sentimiento y la acción
del hombre, del pensamiento y del lenguaje, del conocimiento y el arte, se
da una transformación en el torno de la opinión que prevalece. Por lo
general no estamos preparados para aceptar que el estudio de la vida
humana se considere una rama de las ciencias naturales (...) Ninguno
negará que las causas naturales y concretas determinan en gran medida
la acción humana” (Tylor 1977:126-27).
Ambas partes de la dualidad humana, la naturaleza y la cultura, eran entendidas por los
evolucionistas como una continuidad. Para Tylor la cultura comenzaba en el hombre cuando
la naturaleza había concluido su obra. La cultura era el producto de las transformaciones de
la naturaleza en el tiempo. Pero se trataba de un producto radicalmente distinto de cualquier
otro que la naturaleza hubiese generado en su evolución. La cultura era un producto
“superior”, dependiente de las propiedades de la mente humana. Por lo tanto, el estudio de la
cultura podía realizarse bajo las mismas premisas que el ámbito natural.
Y la teoría evolucionista partía de tres premisas sobre el hombre:
■ la unidad psicobiológica de la especie humana: todos los hombres pertenecen
a una sola especie, Homo Sapiens,
■ el hombre es un ser bidimensional: el hombre es al mismo tiempo un ser
biológico y un ser cultural y,
■ toda la humanidad desarrolla una sola cultura, con diferencias de grado.
En efecto, el evolucionismo concibe la existencia de una sola cultura. La cultura
humana es una sola y los diversos pueblos o formas de vida conocidos, representan
momentos, en una escala de progreso donde cada escalón en ascenso constituye un grado
mayor de cultura.
La cultura humana pasa por diferentes estadios de desarrollo que van de lo simple a lo
complejo. En este sentido, la humanidad desde su origen y en su devenir histórico va
ascendiendo desde un estadio de simplicidad total a otros de complejidad creciente. Todas las
sociedades se originaron con una cultura muy primitiva, salvaje, y llegaron a un estadio con
una cultura más compleja, más rica, más variada. A medida que los hombres fueron
generando descubrimientos e inventando elementos para hacer frente al medio que los
rodeaba, fueron progresando. Por lo tanto el evolucionismo postula una ley universal sobre el
progreso humano y de esta manera explica las diferencias y semejanzas entre los hombres y
la llamó ley del progreso universal.
Esta ley es considerada impulsora del cambio. La idea de progreso que subyace a este
razonamiento considera que el progreso humano es lineal porque existe un único camino
posible a recorrer. Además, es acumulativo, porque el conocimiento genera otros nuevos. Es
62
inevitable porque más tarde o más temprano hay que transitarlo. Y es unidireccional, porque
tiende a anular las diferencias. Todos, hipotéticamente, se dirigen hacia la misma meta.
La idea de progreso del siglo XVIII había sido el motor de la transformación de la razón
humana. Un siglo más tarde, en el marco del desarrollo científico, estas ideas continuaron y
se profundizaron, convirtiendo al progreso en una ley de la naturaleza. Así, la diversidad
humana desplegada en el espacio y en el tiempo, representó el avance de la humanidad hacia
una mayor complejidad. Describieron el avance en etapas, elaborando una visión coherente
de los diferentes estadios por los que transcurrió la cultura de la humanidad en su paso del
salvajismo a la barbarie y de la barbarie a la civilización.
El progreso, que los evolucionistas definían como natural e inevitable, ponía en
evidencia que entre el hombre occidental y el primitivo no existía nada que impidiera que
éstos últimos evolucionaran hasta llegar a estadios superiores, tarde o temprano. En esta
teoría, las diferencias culturales eran sólo cuestión de tiempo. Si consideramos que la cultura
se trasmite por aprendizaje, el contacto entre pueblos con distintos grados de evolución podía
acelerar el proceso de evolución cultural, evitando de esta manera que los que se encontraban
más abajo en la escala, recorrieran todo el camino. De esta manera, la incipiente
Antropología aparecería bendiciendo científicamente las transformaciones que la expansión
colonial imponía en las sociedades dominadas.
La reconstrucción histórica que propuso el evolucionismo abarcaba a la humanidad
toda: históricamente, desde su origen hasta la actualidad y espacialmente, desde el norte al
sur y del este al oeste del planeta. Sin embargo, se operaron algunas reducciones: no
estudiaron todas las sociedades, sino solamente las no-occidentales y no se ocuparon de
todos los aspectos de la cultura sino que dieron prioridad a algunos de ellos: las creencias en
Tylor y las instituciones en Morgan.
El método
Los datos para el estudio de la cultura procedían en general de dos fuentes: los
conocimientos cada vez más amplios sobre la prehistoria de Europa, restablecida por la
investigación arqueológica, y la creciente información merced a los viajeros, funcionarios y
misioneros, acerca de las costumbres y creencias de los pueblos no occidentales. Estas
circunstancias planteaban un intrigante problema: la relación de los “salvajes” con las
grandes civilizaciones de Europa y América. Las excavaciones arqueológicas no revelaban el
status original de la civilización, sino por el contrario, que la civilización europea tenía sus
fuentes en culturas semejantes a la de los pueblos primitivos contemporáneos.
Tanto Morgan como Tylor reunieron cantidad y variedad de datos. ¿Cómo organizaron
y sistematizaron los datos culturales? Lo hicieron aplicando el método comparativo. Se
propusieron llenar las lagunas existentes en los conocimientos disponibles de la historia
universal. La base del método era el supuesto de que los diferentes sistemas socioculturales
que podían observarse en el presente tenían cierto grado de semejanza con las diversas
culturas desaparecidas. Mostraban como ejemplo que la vida de ciertas sociedades
contemporáneas era semejante a lo que debería haber sido la vida durante el Paleolítico
(piedra tallada). A otros grupos los asimilaban a la cultura típicamente neolítica (piedra
pulida). Morgan entendía esta prolongación del pasado en el presente:
“vale la pena señalar que las instituciones domésticas de los
bárbaros, e inclusive de los antepasados salvajes del hombre, aparecen
todavía con tanta amplitud en algunas partes de la familia humana que, si
excluimos el período estrictamente primitivo, las diferentes etapas de este
62
62
líneas del progreso hasta las edades primitivas del género humano,
discriminando una de otra, en el orden en que aparecieron -inventos y
descubrimientos por un lado, e instituciones por el otro-, podemos
comprender que los primeros mantienen entre sí una relación progresiva,
y las segundas, una relación de desenvolvimiento. En tanto que los
inventos y descubrimientos se han relacionado más o menos directamente,
las instituciones se han desarrollado de acuerdo con unos pocos principios
primarios de pensamiento” (Morgan 1977: 66).
Una de las instituciones de las que se ocupó fue la familia. Sostenía que la evolución de
la familia había comenzado en el salvajismo inferior bajo la forma del estado de
promiscuidad sexual entre los miembros de la horda primitiva. Luego evolucionaba hacia la
familia consanguínea (forma hipotética de familia en el matrimonio de los hermanos y las
hermanas en línea directa o colateral), luego la familia punalúa (sobre la base del
matrimonio de varias hermanas con un grupo de hombres que no están necesariamente
emparentados entre sí y viceversa), después la sindiásmica o por pareja (una forma de
transición entre el matrimonio de grupo y la monogamia). Más tarde la familia patriarcal
(podía en algunos casos ser poligínica -varias mujeres-, con origen en matrimonios
colectivos) y por último la familia monógama en la civilización moderna. Esta última forma
de familia es, en este esquema evolutivo, el grado máximo de desarrollo de la institución.
Años más tarde, investigaciones antropológicas de la época clásica de nuestra
disciplina, pondrían en duda la existencia de esta sucesión creada por Morgan. De los tantos
trabajos de campo llevados a cabo por antropólogos posteriores, resultaron numerosos los
ejemplos etnográficos de familia monógama en sociedades cuyas características distaban de
las que Morgan hubiese ubicado en la Civilización.
Cabe destacar que para este autor la evolución de la humanidad no se detendría en la
civilización, sino que ésta era una época transitoria que llevaría, por la ley del progreso, al
nacimiento de un estadio superior donde prevalecieran formas más justas e igualitarias de
vida, razón por la cual fue tomado por Carlos Marx y Federico Engels como fuente del
establecimiento de las bases de la sociedad comunista, tanto en el principio de la evolución
humana como en su proyección futura.
62
especie garantiza que los hombres generen iguales respuestas ante las mismas condiciones. Y
todo lo que la cultura presenta de diverso, debe considerarse como manifestación de distintos
grados de evolución o desarrollo.
Su esquema evolutivo sigue el mismo modelo de salvajismo, barbarie y civilización, sin
subdivisiones al estilo de Morgan. Puso especial interés en demostrar la evolución en el
campo de la religión. La misma se habría originado en el animismo (creencia en que los
objetos de la naturaleza tienen alma) luego habrían surgido los sistemas politeístas (creencia
en varias deidades) y finalmente, en la civilización aparece el monoteísmo (creencia en un
solo dios), versión culminante de la religiosidad humana. Considera a la civilización como el
momento máximo del desarrollo cultural humano y al imperio británico su mejor ejemplo.
Tylor elaboró el concepto de “supervivencias” para explicar aquellos fenómenos
culturales originados en épocas pasadas y que seguían vigentes en la sociedad europea del
siglo XIX. Es decir que se consideraba que no habían evolucionado como se esperaba en
consonancia con el resto de la cultura y los tiempos. El autor las define así:
“se trata de procesos, costumbres, opiniones, etc., que la fuerza de la
costumbre ha transportado a una situación de la sociedad distinta de
aquella en que tuvieron su expresión original y, de este modo, persisten
como pruebas y ejemplos de la antigua situación cultural, partiendo de la
cual se ha llegado a la nueva” (Tylor 1977: 142).
Como muestra de supervivencias, cita una anciana trabajando en un telar a mano, cuyo
uso es de una época anterior a la introducción de la “lanzadera volante”. El uso del arco y la
flecha en competencias deportivas o los botones en las mangas de los sacos, constituyen otros
ejemplos.
Reflexiones finales
El evolucionismo será criticado por las corrientes antropológicas del siglo XX. El
funcionalismo, el particularismo histórico, el estructuralismo entre otros, se opondrán
fuertemente a sus propuestas desde las nuevas perspectivas.
Una crítica compartida es la que plantea que la reconstrucción histórica que elaboró el
evolucionismo es conjetural, ya que ese modelo que partía del salvajismo hasta la civilización,
no encuentra correlato en la realidad. La diversidad de pueblos históricos y contemporáneos
existentes son ejemplos de transformaciones en distintas direcciones, de creaciones
culturales independientes y también de intercambio y aprendizaje en momentos de contacto.
La sucesión invariable de los estadios propuestos y la caracterización de los mismos fue
ampliamente refutada por las investigaciones de campo en el siglo XX. Sus críticos aseguran
que otro punto débil es considerar que la humanidad evoluciona en bloque. Esto significa
pensar que en determinado momento histórico toda la tecnología, la religión, la organización
social, etc., eran simples y luego evolucionaron en forma conjunta.
Para los evolucionistas, la línea de progreso iba en ascenso desde etapas anteriores de
simpleza hacia otras posteriores de mayor complejidad. Sin embargo, la manera en que
construyeron la explicación tuvo el camino inverso, es decir partieron del presente y de su
propia sociedad, la civilización, y fueron descartando los avances hasta llegar a la barbarie, y
así sucesivamente. En palabras de Morgan:
“remontándonos a través de las líneas del progreso humano, hacia
las edades primitivas de la existencia del hombre, y descartando uno tras
otro ... sus descubrimientos, invenciones e instituciones principales, puede
apreciarse el adelanto realizado en cada período” (Morgan 1977: 83).
62
Introducción
M. Mancusi
62
cultura del mundo hubiera podido ubicarse al margen de estos procesos. Sin embargo el
ritmo y el impacto de la situación colonial fueron variables. Algunas culturas, como la de los
indios de las llanuras de Estados Unidos de Norteamérica, que se interponían en la expansión
hacia el Oeste, fueron arrinconadas y transformadas radicalmente. Otras, en cambio,
ubicadas en lugares más remotos, continuaron manteniendo sus formas de vida tradicionales
y sus estructuras sociales durante un tiempo más, a pesar de la influencia de la expansión
capitalista.
Durante las primeras décadas del siglo XX, los antropólogos norteamericanos, en el
marco del particularismo histórico, llevaron a cabo sus investigaciones entre aborígenes
cuyas culturas habían sido casi totalmente transformadas, mientras que la antropología
británica estudiaba grupos de África y Oceanía, cuyas culturas, aunque en proceso de cambio,
no habían sido tan alteradas. Esta diferencia se expresa en la forma de abordaje por parte de
las dos escuelas, los funcionalistas suponían que “la-vida-como-se-vivía-ahora” era muy
parecida a la “vida-como-se-vivió-entonces”, mientras que el antropólogo norteamericano se
sentía impulsado a recrear “la-vida-como-se-vivía-entonces”, mediante la recolección de
narrativas orales que permitirían reconstruir la historia particular del grupo (Llobera 1957:
60).
El objetivo principal del trabajo de campo era registrar esas formas de vida antes de que
sus rasgos se perdieran, de ahí la tendencia a tratar a cada uno de los grupos sobre los que
trabajaban como un sistema social aislado, cerrado, autosuficiente y homogéneo. Ese análisis
ahistórico y sincrónico ocultaba que esas sociedades eran cada vez más dependientes y
subordinadas a un sistema económico, político y social mucho mayor. Como señala Leclerc:
“tanto Boas como Malinowski habían comenzado por ver en las
sociedades primitivas sociedades preservadas, no tanto quizás de la
historia como de la industrialización “sin objeto” e inauténticas, intactas y
al margen de una colonización uniformante, permitiendo una tipología
abierta, fundada en muestreos de prácticas e instituciones humanas en
que lo diverso sería recogido con comprensión” (Leclerc 1972: 88).
Es decir que los antropólogos clásicos estaban dedicados a mostrar la gran diversidad
de culturas existentes con una mirada relativista. Esta posición metodológica reforzaba la
visión de las “sociedades primitivas” como sistemas que funcionaban en forma autónoma de
la totalidad histórica.
Particularismo histórico
M. Mancusi
Franz Boas (1858-1942) fue la figura principal del llamado particularismo histórico,
desarrollado en EEUU. Su influencia y la de sus discípulos fue indiscutible en la antropología
norteamericana del siglo XX. Boas nació en Alemania. Allí se formó como geógrafo,
matemático y físico. Al establecerse en los Estados Unidos, orientó su atención hacia la
antropología, desarrollando una intensa actividad como investigador, profesor, editor,
conferenciante, fundador y presidente de importantes asociaciones y revistas especializadas.
Sus discípulos de la Universidad de Columbia, donde enseñó hasta 1941, desarrollaron sus
investigaciones en las principales universidades norteamericanas. […]
Para Boas, los objetivos de nuestra ciencia eran de gran amplitud, nada menos que el
estudio de la historia de la sociedad humana en su conjunto. Los dos problemas
62
fundamentales que debía resolver eran “el porqué de las diferencias entre las distintas tribus
y naciones del mundo y cómo habían llegado a desarrollarse dichas diferencias” (Boas
1964:269). Fue uno de los principales críticos de la transferencia del modelo biológico al
mundo humano propia del pensamiento evolucionista, para explicar el funcionamiento de la
sociedad. Así, la cultura singular de los evolucionistas se convirtió en “las culturas” en plural.
Con esto se afianzó el concepto antropológico de cultura y se sentaron las bases del
relativismo cultural.
Los evolucionistas daban por hecho que los mismos fenómenos eran resultado siempre
de idénticas causas e intentaban, como vimos, agrupar las diversas culturas en una serie de
estadios fijos y ordenados. Ya en 1910 Boas había desechado la posibilidad de encontrar
uniformidades de desarrollo que afectaran a conjuntos completos de instituciones, como
proponían los evolucionistas. Encontramos en sus escritos la convicción creciente, a partir de
la prueba de los datos etnográficos recogidos por él y otros antropólogos, que la búsqueda de
regularidades estaba condenada al fracaso. En cambio subrayó la probabilidad de que la
presencia de instituciones similares por todo el mundo reflejara, algo inherente a la mente
humana:
“No quiero implicar que no existan leyes generales de desarrollo.
Antes al contrario, el que se presenten analogía en regiones tan alejadas
demuestra que el espíritu humano tiende a alcanzar los mismos resultados
no solo cuando las circunstancias son similares, sino también cuando son
diversas” (Boas [1910], en Harris 1985: 242).
Las invenciones, el orden social, la vida intelectual y social podían también, según Boas
desarrollarse en forma independiente: “Hay pueblos, como los australianos, cuya cultura
material es absolutamente pobre, pero que tienen una organización social enormemente
compleja” (Harris 1985: 242). Y otra de las cuestiones que abordó el particularismo histórico
fue la relación entre individuo y sociedad. Aquí el interés se centró en la importancia del
proceso de socialización y el rol del lenguaje en la incorporación de pautas y valores de cada
cultura, que se incorporan en forma inconciente y tienen una fuerte carga emocional.
Si bien Boas no formuló una teoría sistemática de la cultura, sus presupuestos básicos
fueron expresados en toda su obra. Defendió una visión histórica, según la cual todas las
culturas estaban constituidas por complejos de rasgos, producto de condiciones ambientales,
factores psicológicos y relaciones históricas. Él y sus discípulos realizaron estudios sobre la
distribución espacial de mitos, cuentos populares, recopilaciones realizadas en sus idiomas
originales. Esta necesidad de investigaciones históricas particulares se apoyaba en la
afirmación de que cada cultura tiene una historia única. En una etapa más avanzada de estas
investigaciones podrían hacerse estudios comparativos, que dieran cuenta de la diferencia y
semejanza de los sistemas socioculturales. No existía pues un único sentido de la historia a
través de cuyas etapas debían transitar todas las culturas como señalaban los evolucionistas.
Cada cultura tiene una historia particular, ya que aún lo adquirido por difusión es adoptado y
adquiere una nueva significación.
Los elementos tomados en préstamo son “remodelados de acuerdo con las pautas que
dominan en el nuevo entorno” (Boas 1964:285). Y “constituyen un importante estímulo para
nuevos desarrollos” (ídem.:291). Es decir que cada cultura es un conjunto coherente de
rasgos conductuales e ideacionales que se dieron tanto por difusión como por creación
independiente. Cada cultura es cualitativamente diferente e históricamente particular.
Proponemos la lectura directa de Boas para ejemplificar estos conceptos:
“El arte de producir fuego por fricción, de cocer los alimentos, el uso
de herramientas como el cuchillo, el raspador o el taladro ilustran la
62
62
Funcionalismo
M. Mancusi
La figura de Malinowski
62
8
Kula es un tipo de intercambio íntertribal alrededor de un amplio círculo cerrado
de islas cercanas a la costa oriental de Nueva Guinea. A través de estas islas
circulaban objetos rituales de gran valor para esas comunidades (collares y
brazaletes de concha).
9
Para esta concepción, las necesidades que satisface la cultura en una sociedad
son individuales, no sociales.
10
H. Spencer (1820–1903) fue el primero en utilizar el término función para
explicar la realidad social al hacer una analogía entre el individuo y las células del
organismo, ambos integrantes de un todo (la sociedad y el organismo) que
tienen la función de mantener la armonía de ese todo. Después el concepto seria
desarrollado por Emile Durkheim.
62
y se corresponde con la necesidad derivada de instruir a los miembros del grupo en el uso y
aplicación de esas técnicas.
Como se ve, las necesidades derivadas sólo aparecen en el hombre. Estas necesidades
para Malinowski se dividen en cuatro imperativos culturales, cada uno de los cuales
encuentra su respuesta en una de las grandes divisiones o dimensiones de la cultura:
economía, control social, organización política y educación. Estas necesidades son tan
importantes como las básicas y biológicas. Por otra parte, para los funcionalistas, nada que
pertenezca a un sistema cultural y que perdure es una invención caprichosa o arbitraria. Todo
elemento cultural cumple una función. Para que se incorpore a un sistema cultural debe
satisfacer una necesidad. Paradójicamente, la satisfacción de las necesidades en los
individuos no se efectúa en forma individual sino por medio de acciones grupales. Para el
logro de cualquier fin los hombres deben organizarse. De ahí que el concepto de organización
esté directamente relacionado al de institución.
Las instituciones son unidades mínimas de organización humana. En ellas y a través de
ellas es donde se satisfacen las necesidades. Toda teoría de la cultura debía partir de las
necesidades orgánicas del hombre y relacionarse con otras necesidades más complejas de
índole espiritual, económica y social. Proponemos la lectura de Malinowski para clarificar
estos conceptos:
“La cultura consta de la masa de bienes e instrumentos, así como de
las costumbres y de los hábitos corporales o mentales que funcionan
directa o indirectamente para satisfacer las necesidades humanas. Todos
los elementos de la cultura, si esta concepción es cierta, deben estar
funcionando, ser activos, eficaces. El carácter esencialmente dinámico de
los elementos culturales y de sus relaciones sugiere que la tarea más
importante de la antropología consiste en el estudio de la función de la
cultura. La antropología funcional se interesa fundamentalmente por la
función de las instituciones, las costumbres, las herramientas y las ideas.
Sostiene que el proceso cultural está sometido a leyes y que las leyes se
encuentran en la función de los verdaderos elementos de la cultura. El
tratamiento de los rasgos culturales por atomización o aislamiento se
considera estéril, porque la significación de la cultura consiste en la
relación entre sus elementos y no se admite la existencia de complejos
culturales fortuitos o accidentales. Para formular cierto número de
principios fundamentales puede tomarse un ejemplo de la cultura
material. El artefacto más simple, generalmente usado en las culturas
más simples, un palo liso, burdamente cortado, de unos seis o siete pies de
longitud, de tal forma que puede utilizarse para excavar raíces en el
cultivo del suelo, para empujar una embarcación o para caminar,
constituye un elemento o rasgo de cultura ideal, pues tienen una forma fija
y sencilla, aparentemente es una unidad autosuficiente y tiene gran
importancia en todas las culturas. Definir la identidad cultural del palo
por su peso, su color, o cualquier otra de sus características físicas-
describirlo de hecho según el criterio último del modo que utilizan los
difusionistas- seria una forma de proceder metodológicamente
equivocado. El palo de cavar se maneja de una manera determinada: se
utiliza en el huerto o en la selva para propósitos especiales; se obtiene y
abandona de forma algo descuidada- pues un ejemplar suele tener muy
poco valor económico-. Pero el palo de cavar reluce ampliamente en el
62
Aspectos teórico-metodológicos
62
Estructural-funcionalismo
M. Mancusi y M. E. Vitello
62
Estructura y función
Al igual que Durkheim, Radcliffe-Brown apeló con frecuencia a las analogías biológicas.
Interpretó a la sociedad como un organismo cuyos distintos elementos constitutivos
contribuyen todos a la vida del conjunto y se ocupó fundamentalmente del estudio de las
relaciones sociales.
Los conceptos de mayor trascendencia en su obra son los de estructura y función.
Concibe a los fenómenos sociales como una clase diferente de fenómenos naturales
susceptibles de ser observados empíricamente. Y al antropólogo social le concierne, según él,
investigar las formas de asociación entre los seres humanos que generan esos fenómenos.
Estas formas de asociación entre ellos ponen en evidencia una compleja red de relaciones
sociales. Como consecuencia, define a la estructura social como el conjunto de las relaciones
sociales existentes en un momento dado, que vinculan a determinados seres humanos entre
sí. […]
La estructura social representa lo que el autor da en llamar la “morfología” de la
sociedad, es decir, si pensamos en un organismo complejo como es el cuerpo humano, la
estructura es la que tiene el papel de organizar el funcionamiento de los órganos.
Al concepto de función lo asemeja a la “fisiología” de la sociedad. Si consideramos
cualquier parte del proceso vital, como la respiración, la digestión, etc., su función es la
contribución que hace a la vida del organismo como un todo. Tal como el concepto es usado
62
aquí indica una actividad y esta actividad tiene una función (íbid.: 204). Para el uso que da
Radcliffe-Brown a la palabra función, la vida de un organismo se concibe como el
funcionamiento de su estructura. Mediante la continuidad de este funcionamiento se
preserva la continuidad de la estructura.
Pasando de la vida orgánica a la social ¿cómo podríamos reflejar esta argumentación?
Si tomamos como ejemplo una tribu australiana, como las que estudió el autor, en sus
términos podemos reconocer la existencia de una estructura social. Los individuos, que
representan las unidades esenciales, están conectados por una serie definida de relaciones
sociales dentro de un todo integrado. Y si bien los individuos cambian por diversas razones
-migración, muerte, etc.- la estructura de la vida social se mantiene, continúa, gracias a un
proceso compuesto por las actividades e interacciones de los individuos y de los grupos
sociales en los que están organizados. Si la vida social de la comunidad se define como el
funcionamiento de la estructura social, la función de cualquier actividad social recurrente,
como el castigo de un crimen o una ceremonia funeraria, es mantener la continuidad
estructural. En esta teoría ambos conceptos, estructura y función, son interdependientes.
Radcliffe-Brown recoge la definición de función de Durkheim, rechazando las
definiciones de función que no se relacionen con la estructura social. Para el británico, la
función tiene que ver con la contribución que una institución hace al mantenimiento de la
estructura social; mientras que en Malinowski ésta se relacionaba con la satisfacción de
necesidades psicobiológicas individuales.
El estructural funcionalismo se interesa por el estudio de las sociedades entendiéndolas
como sistemas sociales totales que pueden ser descriptos a partir de tres aspectos
diferenciables:
a. La estructura social, es decir los dispositivos por los que se mantiene una vida social
ordenada.
b. El aspecto ecológico, el modo en que el sistema se adapta a su entorno físico.
c. El aspecto cultural, los mecanismos por los que el individuo adquiere “hábitos y las
características mentales que le capacitan para la participación de la vida social”
(Radcliffe-Brown 1952: 193).
Es importante señalar que si bien distingue estos tres aspectos, en sus análisis da
prioridad táctica y teórica a los factores socio estructurales:
“La máquinaria económica de una sociedad aparece bajo una nueva
luz si se estudia en su relación con la estructura social. El intercambio de
bienes y servicios depende y resulta de una cierta estructura, establece
una red de relaciones entre personas.....y al mismo tiempo, es un medio
para mantener esa estructura. Para los economistas y políticos de
Canadá, el potlach11 de los indios del noroeste de América era simplemente
un loco despilfarro y en consecuencia lo prohibieron. Pero para el
antropólogo era una maquinaria para mantener una estructura social de
linajes, clanes y mitades, que llevaba aparejada una disposición en rangos
definidos por privilegios” (Radcliffe-Brown 1925:197).
11
Potlach: institución de los indios de la costa noroeste de América del Norte que
consistía en la distribución de bienes abiertamente competitiva, ya que
comprometía a los participantes a superarse mediante regalos o repartos y/o
destrucción de objetos valiosos con el fin de demostrar prestigio y humillar al
oponente.
62
62
Estructuralismo
62
J. Ghiglino
Estructuralismo y Antropología
12
Lévi-Strauss utiliza tanto el término etnología como antropología para referirse
a la antropología social (en Francia lo usual es la palabra Etnología para el
estudio general y comparativo y Etnografía para los análisis empíricos).
13
Fonema es un “complejo de elementos acústicos que sirven para distinguir un
sonido de un idioma” (Winick 1969:278), independientemente de su posición.
Los fonemas suelen coincidir con las letras de una lengua.
62
lógicas, que regulan las relaciones sociales, sean las relaciones de parentesco u otras referidas
a distintas instancias de la organización social. El antropólogo sería un lector que debe
descifrar un complejo mensaje que se hace presente en su experiencia en tanto investigador.
“Este método de investigación –dice Lévi-Strauss- nos permite
superar una gravísima y nociva dificultad propia de las indagaciones
sobre los fenómenos sociales. Toda ciencia debe conducir a la objetivación
de los fenómenos estudiados, es decir, debe presentar los resultados de la
investigación en forma de objetos. Pero las ciencias sociales operan con
una materia equívoca, caracterizada por una ineludible valencia
subjetiva: ¿cómo es posible rescatar este significado subjetivo de los
fenómenos sociales una vez que se los ha reducido a la forma de objetos, y
cómo es posible reducir a objetos los fenómenos subjetivos? ¿Cómo es
posible conciliar la contradicción que existe entre las exigencias de la
investigación que apunta a la objetividad y la naturaleza subjetiva de los
fenómenos que habrán de ser objetivados”.
“Esta dificultad sería insoluble, puesto que las subjetividades (…) no
podrían compararse ni comunicarse entre sí- si la oposición entre el yo y el
otro no pudiera superarse en un terreno que es justamente aquel en el cual
lo objetivo y lo subjetivo se encuentran: nos referimos al inconsciente”. En
efecto, por una parte, las leyes de la actividad inconsciente siempre están
situadas fuera de la aprehensión subjetiva (podemos tomar conciencia de
ellas como objeto), y, por otra sin embargo, son ellas, las que determinan
las modalidades de esta aprenhensión” (Lévi-Strauss, C.: Introducción a la
obra de Marcel Mauss en Tullio-Altan 1969: 41).
Se observa aquí la importancia que le asigna a la noción de inconsciente, en tanto
categorías mentales que darían cuenta del entramado cultural que media entre el yo y el otro.
Esta noción, en el sentido de naturaleza inconsciente de los fenómenos colectivos, difiere de
la conceptualización de Freud, más allá de que Lévi-Strauss se remita al mismo14, y se
aproxima a la noción de inconsciente colectivo en Durkheim, entre otros, y a la de Boas, de
quien Lévi-Strauss se reconoce tributario, amén de otros.
“Si (...) la actividad inconsciente del espíritu consiste en imponer
formas a un contenido, y si estas formas son fundamentalmente las
mismas para todos (…) como lo muestra (...) el estudio de la función
simbólica, tal como ésta se expresa en el lenguaje, es necesario y suficiente
alcanzar la estructura inconsciente que subyace en cada institución o cada
costumbre para obtener un principio de interpretación valida para otras
instituciones y otras costumbres, a condición, naturalmente, de llevar lo
bastante adelante el análisis” (Lévi-Strauss 1958: 22).
La antropología se define entonces como el estudio de la diversidad cultural a partir de
la afirmación de la identidad de las operaciones lógicas, de las categorías mentales que
organizan la vida social. En este sentido, aquello que caracteriza a la sociedad occidental es la
14
Freud postula una teoría del aparato psíquico según la cual la instancia del
inconsciente no se rige por principios lógicos, como la instancia conciente. El
modo de ser del inconsciente son las representaciones, pulsiones, afectos. Dirá
Freud: el inconsciente es deseo y solo deseo. Es, además, una teoría sobre la
conformación del psiquismo en los sujetos, no extrapolable a las instituciones.
62
El modelo de análisis
62
que se vincule con acontecimientos concretos y con las significaciones que los actores de las
sociedades consideradas les otorgan. Establece así hipótesis acerca de las relaciones
estructurales que conforman los mitos, por ende de las categorías inconscientes que operan
en la construcción de estos. Construye de esta forma un modelo que contrasta con la realidad.
Dicho modelo será válido en tanto dé cuenta de todos los mitos considerados (por ejemplo,
en torno a la oposición vida/muerte). La construcción de estos modelos permite, según
Lévi-Strauss, considerar todas las relaciones en el interior de un sistema mítico y entre unos y
otros, de modo de alcanzar la estructura elemental de los mismos.
El estudio de los mitos, en este caso, sin exclusión del abordaje de otros sistemas
simbólicos, tales como los sistemas de parentesco, son la vía que le permite a Lévi-Strauss
sostener la tesis de facultades constantes, de estructuras recurrentes en la dimensión de lo
humano. Una de importancia crucial en el surgimiento de la cultura, es la prohibición del
incesto. Estas estructuras recurrentes, de carácter universal, no entrañan para Lévi-Strauss
un carácter innato y/o biológico, así como tampoco un carácter arquetípico. No obstante,
como toda teorización acerca de universales en la dimensión cultural, conlleva interrogantes
abiertos y de compleja resolución.
“La lógica del pensamiento mítico nos ha parecido tan exigente como
aquella sobre la cual reposa el pensamiento positivo (entre ellas, el
pensamiento científico) y, en el fondo, poco diferente. Porque la diferencia
no consiste tanto en la cualidad de las operaciones intelectuales, cuanto en
la naturaleza de las cosas sobre las que dichas operaciones recaen…un
hacha de hierro no es superior a un hacha de piedra porque una esté
“mejor” hecha que la otra. Ambas están igualmente bien hechas, pero el
hierro no es la misma cosa que la piedra” (Lévi-Strauss 1958: 210).
Consideraciones críticas
[…] Lévi-Strauss, en los inicios de sus estudios antropológicos, parte del análisis
etnográfico de sociedades concretas […]. No obstante, en forma progresiva, sus
investigaciones e intereses devienen en un esfuerzo incansable de construcción de modelos
formales lógico-matemáticos que arrojarán como consecuencia un vaciamiento de la historia
y de los sujetos, reemplazadas ambas dimensiones por estructuras formales. Es en este límite
en que su propuesta se erige en un cientificismo que la antropología contemporánea, en sus
tendencias críticas, cuestionará. Del análisis de las significaciones sociales -que dan cuenta de
los procesos materiales y simbólicos de las sociedades en su praxis histórica- este
investigador se desliza a un privilegio de “la forma” en la búsqueda de la universalidad de las
categorías mentales.
Aunque Lévi-Strauss ha dicho que “el hierro no es la misma cosa que la piedra”, reduce
todo el problema de la creciente desigualdad entre las sociedades a partir del colonialismo y
la expansión del capitalismo, a una concepción que simplifica las contradicciones históricas.
Esta concepción bien puede sintetizarse en formulaciones generales tales como la idea de “un
mundo donde la humanidad dotada de facultades constantes se habría encontrado, en el
transcurso de su larga historia, en continua lucha con nuevos objetos” (Levi-Strauss 1958:
210). Quedarán fuera de su teorización preguntas tales como: ¿cuál es el carácter de esa
lucha? y ¿cuáles son esos nuevos objetos?
La validez de su propuesta, los modelos a partir de los cuales se propone investigaciones
valiosas, irá adquiriendo la cualidad de formulaciones abstractas. Tal como señala
Tullio-Altan, la validez de la investigación científica debe situarse en la adecuación a los
62
problemas que contribuye a esclarecer y no en un valor hipotético de los modelos en sí. […]
En otro orden, el intento de resignificación general de la noción de inconsciente a partir
de su lectura de Freud, y la homologación de inconsciente a universal, implican un
forzamiento de la teoría freudiana dado que no todo aquello referido a inconsciente adquiere
por esta cualidad el carácter de universal para todo el género humano. En esta apelación a la
noción de inconsciente, Lévi-Strauss intenta una teoría general, que como ya se ha señalado,
encubre su versión metafísica de los fenómenos culturales y su denodado intento de alcance
de objetividad a la manera de las ciencias naturales, que reclama finalmente para las ciencias
sociales y en particular para la antropología.
El análisis estructural deviene, entonces, de método en metafísica. La estructura, dice
Lévi-Strauss, es un instrumento de análisis pero conjuntamente limita el papel del análisis
etnográfico, dado que una vez que la estructura ha sido “descubierta” no considera a la
etnografía como un instrumento heurístico, en el sentido de posibilidad de nuevos y
fructíferos conocimientos. Reserva este espacio, en cambio, a la matematización de los
modelos fundados en la vertiente de la lingüística estructural.
“Mediante un número reducido de mitos provenientes de sociedades
indígenas que nos servirán como laboratorio, vamos a realizar una
experiencia cuyo alcance, en caso de tener éxito, será general, puesto que
esperamos de ella que demuestre la existencia de una lógica de las
cualidades sensibles, que repase sus vías y que manifieste sus leyes”
(Lévi-Strauss 1968:11).
En cuanto a las críticas específicamente metodológicas, las mismas se centran en el
hecho de que Lévi-Strauss no explicita sificientemente de qué manera es posible descubrir las
estructuras subyacentes, ni cómo operan las transformaciones que vehiculizan el pasaje de un
sistema simbólico a otro. De manera que su propuesta de análisis estructural no lograría
plasmar sus propósitos.
Lo propio de la Antropología, aún de aquella que lo precede -y de manera general-, es la
indagación del sentido de los fenómenos culturales por sobre la forma lógica de los mismos.
El propósito de Lévi-Strauss es aquél que se orienta a des-cifrar los mensajes culturales e
inter-culturales, lo cual supone la posibilidad de instituir un discurso común entre culturas
diversas y por ende la de establecer nuevas formas de comunicación entre culturas diferentes.
Sin duda este propósito tiene una validez significativa, a condición de que éste se involucre en
las problemáticas socio-históricas.
No obstante, en la polémica y extensa obra de Lévi-Srauss se encuentran múltiples
aportaciones. Su interés por el papel crucial de los símbolos y los sistemas simbólicos en el
comportamiento humano, así como su crítica al etnocentrismo y al racismo occidental, hacen
de él un pensador valioso, quien considera a la Antropología una conversación del hombre
con el hombre15.
15
(...) “los hombres se comunican por medio de símbolos y signos; para la
antropología, que es una conversación del hombre con el hombre, todo es
símbolo y signo que se afirma como intermediario entre dos objetos”
(Lévi-Strauss: 1958 XXIX).
62
M. Mancusi y M. E. Vitello
Las corrientes teóricas que hemos presentado configuran el momento clásico de los
estudios antropológicos. Si bien nuestro camino nos llevó a relevar diferentes corrientes de
pensamiento, queremos señalar algunas características que comparten todas estas escuelas.
El mundo “primitivo” ofrecía un gran laboratorio y la comparación entre las diferentes
sociedades y culturas permitiría aprender sobre la naturaleza del hombre, sobre sus
posibilidades y limitaciones. El estudio de pueblos alejados de Occidente, de pequeña escala,
revelaría determinados procesos básicos con mayor claridad y definición que los estudios que
se pudieran hacer en sociedades complejas.
El siglo XIX denotó un marcado interés por encontrar los orígenes de las instituciones
sociales (la familia, el parentesco, el derecho, la propiedad privada, etc.) y los antropólogos
evolucionistas hallaron las respuestas en su teoría sobre las distintas etapas que toda la
humanidad había recorrido hasta llegar a la civilización. Es a partir de la influencia del
pensamiento de Durkheim que en la antropología las causas históricas son puestas entre
paréntesis, y los antropólogos clásicos se abocan a relevar in situ, con rigor científico y gran
nivel de detalle, todas las formas de existencia tal cual se presentaban ante sus ojos.
La unidad de análisis, la pequeña comunidad nativa, debía ser abordada analizando la
totalidad de las relaciones sociales. Esta exigencia de totalidad era específica de la
antropología dentro de las ciencias sociales y se vinculaba con las particularidades de su
objeto de estudio y con su metodología. Mientras para Malinowski el concepto totalizador
era la cultura de un pueblo en particular, para Radclife Brown será la sociedad o la estructura
social y para Lévi-Strauss será la búsqueda de la estructura subyacente.
La fuerza de los antropólogos del siglo XX residió en que sus generalizaciones se
basaron en la observación directa de los procesos de interacción social entre las poblaciones
objeto de su estudio. Estaban convencidos, además, que el análisis de culturas distantes y
muy diferentes a la propia reportaba una nueva perspectiva y garantizaba una objetividad
mayor con respecto a la cultura estudiada; esto no se podría conseguir de otra manera.
Debemos señalar también que la antropología no sólo aportó un conocimiento global y
contextualizado de los modos de vida más diversos sino que al intentar combatir el
etnocentrismo, aplicó el relativismo cultural. Con ello se buscó poner de manifiesto que cada
práctica, noción, costumbre sólo tenía sentido en su propio contexto cultural. Esta mirada
representó una contribución importantísima en la investigación social, pues relativizó el
lugar de la sociedad occidental como parámetro de análisis. La contrapartida fue que la
antropología presentó una visión atomizada de la diversidad, donde cada cultura se
constituyó en una totalidad en sí misma. El énfasis puesto en el análisis de la lógica interna
de los sistemas sociales y culturales hizo perder de vista su subordinación a las distintas
potencias coloniales. Y el lugar que los mismos ocupaban en un proceso histórico planetario.
“La deshistorización presentó a la diversidad como algo dado, eterno, unívoco en su
significación histórica” (Guber 1991: 47). Recordemos que las sociedades abordadas por la
antropología clásica integraban dominios coloniales europeos o eran parte de territorios que
los EEUU habían subordinado en su expansión. Por esta razón los antropólogos clásicos
describieron a estas sociedades como si estuvieran más o menos aisladas y fuesen
autosuficientes, homogéneas e integradas.
62
A. Gravano
La antropología de la descolonización
62
dispersaron por todo el mundo, cambiando el paisaje de las grandes metrópolis capitalistas.
El objeto de estudio se complicaba para esa mirada clásica que definía a la Antropología
por un lado con un sentido amplio y totalizador (“estudio del hombre”) y a la vez la reducía a
ser la “ciencia de los pueblos primitivos”. Este se planteó como uno de los dilemas cruciales
de la antropología social y cultural, que pretendía abarcar la totalidad de la Humanidad pero
dejaba de lado las realidades más conspicuas del hombre contemporáneo. A mediados de los
sesenta hasta se llegó a hablar de “la muerte de la Antropología”, por la “desaparición” de
qué estudiar. Todo esto se pone en evidencia con el proceso histórico global de mediados de
siglo, de descolonización y crisis.
Antropología en o antropología de
Una variante consistió en ver de qué manera se iban modificando los estilos de vida
propios y tradicionales de los pueblos colonizados, “arrollados” por el proceso de
modernización (urbanización y en algunos casos industrialización). Aquí es donde se planteó
la disyuntiva de pretender seguir encontrando en el ámbito moderno de las ex colonias a
aquellas comunidades que más se parecieran a las que tradicionalmente estudiaban los
antropólogos.
A esta opción teórica y empírica se la llamó hacer antropología “en”, ya que intentaba
encontrar su objeto en el ámbito moderno, complejo, industrial, a las comunidades étnicas
distintas, de migrantes, pobres, en suma: los Otros “en” la Modernidad, por eso se sintetizó
en la frase “antropología en la ciudad”, y el desafío fue seguir concibiendo a esas
comunidades como aisladas, internamente homogéneas y sin estar atravesadas por los
conflictos de la sociedad donde se encontraban inmersas. Es una posición que parte de la
base de que habría comunidades esencialmente antropológicas -como si fueran cosas- y
autónomas de los procesos históricos (de ahí su ahistoricidad).
Del otro lado, la opción era concebir a la sociedad en su conjunto como un objeto y la
concentración urbana moderna como un ámbito nuevo o un referente empírico con el cual
construir un nuevo objeto de estudio antropológico, que no se agotara en los grupos
pequeños y considerados como auto-contenidos por la antropología clásica. Esta segunda
alternativa fue bautizada “antropología de [la ciudad, en este caso]”16 y consistió en tratar de
aprovechar la riqueza metódica del enfoque antropológico para estudiar en forma particular
el fenómeno complejo, moderno o urbano en la totalidad de sus manifestaciones: cualquier
sector social y cualquier aspecto o problema que se considerase.
No trata de buscar un objeto como si fuera una cosa, (tal como se los llamó: “grupos
etnográficos”), sino que considera a su objeto de conocimiento como una relación conceptual
construida, como hoy en día sostienen la totalidad de las ciencias sociales17.
En lugar de ver lo que de por sí se considerara exótico (como cuando se estudiaba al
“primitivo” y se lo pre-juzgaba como en las antípodas de la propia cultura), en este enfoque se
tratará de estudiar lo familiar, lo propio de la cultura del observador, como si fuera exótico.
Es lo que se dió en llamar exotización de lo familiar (Da Mata 1983, Guber 1991, Rosaldo
1991:46). Implica recuperar, del abordaje antropológico, aquello que hacía el antropólogo
clásico: estudiar al otro como lo totalmente ajeno a la cultura del investigador.
16
Según Guldin, (1985:71), es una frase de Eames & Goode (1977).
17
Ver Bourdieu, Chamboredon & Passeron (1985:51-81).
62
Pero ahora se trata de construir una otredad conceptual, que permita descentrarse y
así poder visualizar ángulos, contradicciones e intersticios que de otra manera (sobre todo
positivista y esencialista, al estilo de la antropología en) no se podrían captar. Es una otredad
construida porque se parte de la base que la otredad no existe en si, fuera del contexto en el
que se la construye como tal. Y esto cabe para los estudios sobre las sociedades que más
ocupan a los antropólogos (las extrañas a su propia cultura) cuanto para los que tratan la
sociedad propia del analista, acentuándose para los enfoques sobre las relaciones más
abarcativas.
18
Ver el llamado “modelo antropológico clásico”, enunciado por el argentino
Eduardo Menéndez en 1968, citado en Lischetti 1988.
62
De la homeostasis al conflicto
62
Luego se vio que estos grupos asumían comportamientos que se distanciaban de los
valores tribales tradicionales. Los trabajadores de las minas, por ejemplo, ante un conflicto
salarial dejaban un tanto de lado sus lealtades étnicas, para pasar a establecer vínculos de
clase social. Es más, las autoridades coloniales, en un procedimiento típico del sistema de
dominio indirecto, impulsaron que los mineros se organizaran según su propia cultura, por
ejemplo, respetando a sus Consejos de Ancianos. Éstos, por supuesto, no conformaban una
generación acostumbrada a este tipo de conflictos sindicales, por lo que sus consejos tenían
una orientación distinta a los argumentos netamente de clase de los jóvenes. Los trabajadores
no seguían los cursos de acción tradicionales e incluso terminaron, en algunos casos,
acusando a sus propias autoridades tribales de connivencia con el colonialismo. Es así cómo
la vida tribal aparecía, entonces, como puesta en crisis, y los valores tradicionales como en
decadencia.
Algunos estudiosos consideraron que esto implicaba un “pasaje” de la vida tribal a la
clase social, aunque, en realidad, los grupos indígenas nunca habían dejado de estar insertos
dentro de la estructura de clases del sistema mundial, según los autores marxistas. Pero
además, se debió asumir que esta visión provenía también de una falsa comparación entre las
condiciones de vida de los africanos en las ciudades y una vida tribal hipotética,
aparentemente no contaminada y superviviente en las aldeas, es decir: se partía de dos
estereotipos considerados como autónomos, el tribal y el no tribal o urbano. Porque, en
realidad, los valores que se reivindicaban como tribales en los nuevos escenarios no eran más
que procesos de transformación que implicaban posicionarse ante los conflictos y no por el
mero afán de mantener las tradiciones culturales, aunque así lo esgrimieran ellos mismos.
El culturalismo clásico definía estos fenómenos como aculturaciones, partiendo de la
base que el cambio provenía sólo del lado occidental y que las sociedades tribales eran
estáticas. Kenneth Little, al estudiar el renacer de las asociaciones voluntarias de ayuda
mutua sobre la base de los lazos tribales y étnicos, concluyó que, en realidad, se reivindicaban
uniones tribales que en las aldeas nunca se habían dado, sólo que en la ciudad resultaban
estratégicamente necesarias para sobrevivir. Había que considerarlas, por consiguiente, no
como supervivencias tradicionales, sino formas nuevas de organización, que esgrimían su
etnicidad como herramienta.
Ver los procesos de transformación implicaba, entonces, observar cómo estos grupos se
organizaban para sobrellevar las situaciones de conflicto y, además, cuestionar si la
homeostasis en que se los suponía viviendo tribalmente no era el resultado de una visión
falsa.
Al darse estos debates en el seno de los estudios africanistas de los antropólogos de la
llamada Escuela de Manchester, del Instituto Rhodes-Livingstone, se abrió una perspectiva
que asumió como base no sólo una crítica a la visión clásica, sino la teoría del conflicto, con
influencias marxistas, que entendía que lo que había que estudiar era la situación de
totalidad, que abarcaba tanto las sociedades nativas cuanto también sus relaciones de
asimetría y dominio de parte de la acción de los colonizadores, incluyendo, por supuesto, a
los antropólogos y sus modelos.
El principal exponente fue el sudafricano por nacimiento y oxfordiano por formación
Max Glukman, que hizo hincapié en englobar, dentro de los estudios antropológicos, a la
“etnía blanca”, sin reducir la mirada a la sociedad nativa, y aplicando una mirada histórica,
que ponía el acento en los procesos de poder y conflicto interno y no de mero desarrollo de
una cultura típica. Redefinió, entonces, actos que los antropólogos clásicos habían catalogado
como “venganzas de sangre” y, por lo tanto, significaban simples autorregulaciones del
sistema, como “rebeliones” contra el poder establecido. Consideró los rituales no sólo como
62
expresiones de cohesión y afirmación de valores sino como una muestra de las luchas por
imponer valores de parte de los grupos con intereses internos contrapuestos dentro de las
sociedades.
Su estudio del Reino Zulú demostró que, en todo caso, el equilibrio es el resultado de un
estado de las oposiciones antagónicas de intereses y no una yuxtaposición de valores
culturales diversos. Cuando estudió los sistemas de parentesco, incluso, los definió dentro de
los términos de la puja por el control social. La organización del control social -afirmó- es
igual de complicada en las islas del Mar del Sur que en Londres. La cohesión social depende
de las divisiones y conflictos dentro de las sociedades, en grupos opuestos que luego
entrecruzan sus miembros mediante los lazos parentales. Explica así la exogamia (alianzas
matrimoniales entre miembros de distintos grupos, clanes o tribus) por el principio de
cooperación entre grupos opuestos y hostiles. El matrimonio se representa simbólicamente
como “un acto de hostilidad convenido socialmente” (Gluckman 1956). Parecería que, en
toda sociedad, decía Gluckman, “los grupos tienen una tendencia inherente a segmentarse y
a reunirse luego en alianzas transversales”, que los ritos y símbolos ayudan a establecer.
Reivindica una nota característica del objeto antropológico de todas las épocas, a la que
agrega una visión dialéctica: es la mirada sobre la sociedad y los procesos desde dentro y no a
partir de una posición de super-visión externa, propia de otros objetos disciplinares. Por
ejemplo, cuando estudia los sistemas de lealtades entre los príncipes zulú, sostiene que las
guerras entre ellos sobrevienen para preservar el sistema monárquico. Son “necesarias para
preservar la unidad” del reino, dado que las facciones luchaban para mantener la monarquía
y no para eliminarla (op.cit.), esto es: como contrarios en unidad.
Nuevamente, el eje es puesto en el conflicto y no en la estabilidad, o -si se quiere-
redefiniendo ésta como el resultado de un estado del conflicto. Podemos discutir si la de
Gluckman implicó -como se le atribuye por algunos autores- una posición netamente
marxista, ya que el enfoque de Marx radicó básicamente en poner el acento en la
contradicción principal estructural del proceso social y en la explotación del trabajo ajeno y
no tanto en su resultado en el sistema de control social o político. Esta última es una
categoría más típica del enfoque de los sociólogos clásicos como George Simmel, para quien
la integración estaría contenida en el conflicto, y Max Weber, con su énfasis en el sistema de
dominio más que en el de explotación. Gluckman, sin embargo, parece que no había leído a
estos autores cuando realizó sus trabajos (Kuper 1973:178).
En esto consistía el intento de superar los dualismos de la perspectiva clásica de la
Antropología, debatida entre la polaridad moderno/tradicional, civilizado/primitivo,
urbano/aldeano, y clase/etnía. La superación de los dualismos no es algo dado sino un
debate actualizado, tal como vimos también para el caso del culturalismo. Lo importante es
ver cómo se ampara en una preconcepción de las sociedades como integradas en su interior,
en tanto la teoría del conflicto nos incentiva a buscar cuáles son las contradicciones internas
que motorizan esas sociedades y cómo son a su vez atravesadas por las contradicciones de la
estructura social en la que están irremediablemente incluidas, lo que en el escenario en que
nos situamos implica básicamente hablar de la situación de dominio colonial y neo-colonial19.
19
A esta referenciación con estudios de autores inspirados en una perspectiva
dialéctica dentro mismo de las escuelas de potencias coloniales (como es el caso
de Francia y Gran Bretaña), debemos agregar la crisis autocrítica producida para
la misma época (mediados de los sesenta) por antropólogos norteamericanos,
sobre todo a raíz de la invasión a Vietnam, reflejados sintéticamente en el
Current Anthropology de 1968. El hecho es que se ponen en cuestión proyectos
62
Como al marxismo, a esta corriente se le señaló luego el riesgo que se podía correr al
pretender abarcar estudios totales del sistema de dominio capitalista y mantener al mismo
tiempo el énfasis en el estudio de sociedades discretas, circunscriptas y acotadas, al estilo
clásico. Porque la primera opción implicaba un enfoque deductivista, que necesariamente
partía de lo general para caracterizar las realidades particulares, lo que podía neutralizar la
posibilidad de introducir nuevos conocimientos desde el estudio de cada caso en particular,
que fue la posición inductivista típica del método de casos, inaugurado precisamente por la
Escuela de Manchester.
Aportes marxistas
62
62
Como puede inferirse, la base de toda concepción de los conflictos coloniales, que
constituyeron el contexto de crisis de la antropología clásica, debía incluir necesariamente
este tipo de explicaciones totales e históricas, tanto las contradicciones internas de las
sociedades colonizadas cuanto las de las potencias colonizadoras industrial-capitalistas, que
eran precisamente las sociedades a las que Marx y Engels habían dirigido con mayor
profundidad su atención.
De hecho, esta comprensión de los conflictos como parte de una dialéctica histórica
concreta y a la vez general -como el marxismo argumentó y demostró en la obra
analítico-sintética de sus fundadores-, ponía en crisis el modelo de la mera “diversidad” como
única variable de ponderación del objeto antropológico, fundamentando epistemológica y
filosóficamente la denuncia de muchos estudiosos acerca del encubrimiento de procesos de
dominio, desigualdad, explotación y dependencia.
Marx resultaba ser -a más de un siglo de sus escritos principales- el “fantasma” que
recorría estas constataciones, cada vez más tangibles incluso para una disciplina que
mayormente le había dado la espalda20.
Vamos a distribuir el contexto de formulación de los aportes marxistas en Antropología
en 1) la vertiente ocupada por los lineamientos macro-histórico-evolutivos, asociada a la
llamada escuela de economía política y 2) lo que se ha dado en llamar marxismo estructural,
quizá la visión más sintética, que mantiene hoy una vigencia plena en sus intercambios con
las corrientes interpretativistas acerca de la práctica.
20
En efecto, de acuerdo con la norteamericana Sherry Ortner, durante los años
sesenta del siglo XX las convulsiones sociales despertaron en Occidente grandes
cuestionamientos académicos en todas las disciplinas y en Antropología tomó la
forma de denuncia de los lazos históricos con el colonialismo y el imperialismo.
“Pero esto apenas arañó la superficie -dice-: el asunto se trasladó rápidamente a
la cuestión más profunda de nuestros marcos teóricos y especialmente al grado
en que los mismos incorporan y promueven los supuestos de la cultura
occidental burguesa” (Ortner 1986). Y “el símbolo convocante de la nueva crítica
y de las nuevas alternativas ofrecidas para reemplazar a los viejos modelos fue
Marx”, afirma Ortner. Esto, a pesar de que había estado casi ausente de las
teorías antropológicas más aceptadas, incluidos los ecólogos culturales, únicos
que se proclamaban “materialistas” en los 60, que tampoco invocaban a Marx.
Curiosamente Lévi-Strauss proclamaba haber sido influido por Marx y su modelo
de “bucear” por debajo de la superficie de los fenómenos visibles, para encontrar
-como Freud en otros aspectos- los elementos subyacentes determinantes.
62
21
“Todos los progresos de la sociedad humana, a partir del momento en que se
remonta sobre la fase primitiva, comienzan con el día en que el trabajo de la
familia crea más productos de los que son necesarios para su sustento, con el día
en que una parte del trabajo puede invertirse, no ya en producir simples medios
de vida, sino en crear medios de producción... Esta es la base de todo el
progreso social, político e intelectual.” (Engels: Anti Dühring; 201). Este progreso
es concebido desde el marxismo en contraposición a los otros modos de
producción, sobre la base de la libertad a la que necesariamente el hombre se
62
Así, la ciudad del capitalismo industrial, aun con sus posteriormente engrosados
cordones de pobres a su alrededor, que componían los “ejércitos industriales de reserva”, no
dejaban de ponderarse como escenarios propicios para la superación de las contradicciones
entre el régimen feudal absolutista, pre-moderno y autoritario, y los “aires de la libertad” de
la ciudad moderna, escenario de la democracia formal burguesa y el contrato como forma
jurídica básica, del que el trabajo asalariado resultaba ser un efecto revolucionario respecto al
antiguo régimen.
El principio de superación de las contradicciones fue el que más llevó a cabo esta
vertiente reconstructivista marxista, de cuño evolucionista, fiel a la intención de dar
respuesta al dilema rousseauniano del progreso, reivindicado y concebido no como algo
inevitable sino sólo alcanzable con la lucha de contrarios (feudal vs. capitalista y capitalista
vs. socialista).
Pero parte de esos dilemas del mundo moderno lo daba la constatación de que cuando
más progresista podía aparecer el escenario capitalista (tanto de Europa cuanto de sus
colonias), más pobreza se generaba en su derredor, porque -en aparente paradoja- los pobres
huían del campo hacia los centros industriales pera constituir las partes más pobres, menos
equipadas y menos “progresistas”, pletóricas de problemas, de esas metrópolis.
Los estudiosos marxistas posteriores se dieron a la tarea de responder a estas
perplejidades del mundo moderno, en debate con las tesis modernistas del subdesarrollo
(surgidas a partir del fin de la segunda posguerra del siglo XX), que suponían
-tautológicamente- que el crecimiento de las metrópolis de los países del Tercer Mundo se
debía a las migraciones y que la presencia de los migrantes eran las “causas” de los problemas
sociales crecientes, ya que no se “integraban” a la vida moderna. La ciencia, desde esta
perspectiva, debía hacer esfuerzos por aportar a esta “asimilación”, de modo que ese estilo
“marginal” de vida, supuestamente transitorio, fuera vencido por las fuerzas de la integración
al mercado moderno de trabajo y de las instituciones.
La respuesta teórica provino de la economía política y la teoría del desarrollo mundial,
con la teoría de la dependencia, que contrarrestó así a los argumentos desarrollistas, hacia
fines de la década del sesenta.
En Antropología, explicaba las situaciones de pobreza extrema no como resultado de ser
sociedades tradicionales, atrasadas o primitivas, sino de estar en relaciones de dependencia
de los centros de poder económico y político capitalista e imperialista. Nuevamente, vemos,
el debate se situaba entre los modelos dualistas (moderno/tradicional, urbano/rural) y los
enfoques dialécticos:
“...el subdesarrollo ... es el resultado necesario de cuatro siglos de
desarrollo capitalista y de las contradicciones internas del propio
capitalismo ... (de) la expropiación del superávit económico producido por
los más, y su apropiación por parte de los menos, la polarización del
dirige si logra romper los lazos que lo atan a la sociedad de clases. Por lo tanto,
desde esta corriente de pensamiento se ponderó al capitalismo como más
progresista en el parangón con la servidumbre y el esclavismo previos. Esto
explica el anti etnocentrismo del propio Marx, aún reivindicando el
evolucionismo: “La pretendida evolución histórica reposa en el hecho de que la
última formación social considera las formas pasadas como otras tantas etapas
hacia ella misma, y en el hecho de que las concibe siempre de manera unilateral”
(Marx: Formaciones económicas precapitalistas; 58).
62
22
Lo mismo se dio respecto a la teoría de la dependencia aplicada a las grandes
ciudades latinoamericanas. La existencia en ellas de una “masa marginal” (según
el rótulo del argentino José Nun) de población, habitante de villas miseria, fue
explicada primero por la teoría de la modernización, que sostenía que era un
estado transitorio de los migrantes, que en un tiempo relativo se “integrarían” a
la vida en la ciudad. Luego, dada la persistencia de estos sectores habitando
estos asentamientos, marginados de los recursos y servicios de los centros
urbanos, la teoría de la dependencia atribuyó el fenómeno a los procesos
estructurales que ataban a nuestros países -y, por ende, a sus ciudades- a los
mandatos del imperialismo. Pero ninguna daba cuenta de “cómo sobrevivían los
marginados” (al decir de la chilena Larissa Lomnitz) en estas relaciones de
marginalidad y pobreza. El hiper-deductivismo de la teoría encontraba así su
crisis, por lo que se hizo necesario virar la mirada hacia los enfoques que
tomaran en cuenta las acciones y representaciones de los actores (mediante
trabajos de campo intensivos, en forma inductiva) tanto como sus
62
Esto nos lleva al debate sobre la preminencia de los sistemas o estructuras que rigen las
acciones y conductas sociales, independientemente de la voluntad de los hombres, o si son las
representaciones del mundo que se hacen los actores las que permiten producir los
acontecimientos que jalonan la historia humana. Un debate que se viene alternando en el
diálogo entre las distintas corrientes de pensamiento teórico y que es propio de todas las
ciencias sociales.
Algunos -en nuestra disciplina- lo han rotulado como la tensión entre estructura y
cultura. Independientemente del sentido que se le dé a ambos conceptos, efectivamente uno
apunta a un ordenamiento de componentes y el otro a una constelación de significados.
Porque tanto para la antropología británica (Radcliffe-Brown, Malinowski) cuanto para la
francesa (Lévi-Strauss) y el marxismo, “estructura” implica pensar en un ordenamiento de
algo, aunque sea de contenidos diversos. Pueden ser relaciones entre roles e individuos
(Radcliffe-Brown), jerarquías de valores y reglas (Malinowski), relaciones semánticas o
lógicas (Lévi-Strauss) o fuerzas y relaciones productivas (Marx). Pero el término “estructura”
apunta en todos los casos a un orden externo a las decisiones voluntarias o individuales de los
actores, que en todos los casos estarían (de acuerdo con estas corrientes de pensamiento)
determinados o condicionados, actuando de acuerdo con esas estructuras.
Este eje de debate sobre la determinación estructural por un lado y las decisiones de los
sujetos por el otro es crucial. En Antropología se ha profundizado en los últimos tiempos, en
el llamado marxismo estructural. Es lógico pensar que el concepto central de esta corriente,
desarrollada principalmente en Francia e Inglaterra, fuera el de estructura, definida como el
modelo (explicado en su lógica interna) y la realidad que en cada época histórica prepondera
para desarrollar las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que determina el resto
de las manifestaciones humanas (normas, formas de organizarse, de pensar, lo que hemos
visto que se dio en llamar la “super-estructura”).
¿Por qué se lo bautizó así en Antropología? En parte para diferenciarlo de la orientación
hacia el establecimiento de secuencias evolutivas (que tuvo como epígono la escuela de
economía política, con enfoques mayormente macro-abarcativos). El marxismo estructural
continuó sosteniendo como unidad de análisis a las sociedades discretas, pero comprendidas
en sus relaciones estructurales con las totalidades históricas en las que se hallaban inmersas.
Hay quien opina que, en realidad, en los setenta Marx fue utilizado para repensar los
modelos teóricos existentes e instalar un abordaje distinto al culturalismo con categorías
como clase social (que los no marxistas definían de acuerdo con el poder adquisitivo),
estructura (como vimos recién), totalidad histórica (que los culturalistas definían como
“sociedad mayor”) y principalmente el cuestionamiento, desde la crítica dialéctica, a los
propios supuestos ideológicos de la disciplina.
Uno de los exponentes del marxismo estructural fue Maurice Godelier. Desarrolló no
sólo el típico trabajo de campo antropológico en sociedades concretas, sino que se sumó a la
línea de abstracciones etnológicas (para seguir la terminología usada en Francia) más
amplias, con focalización en los sistemas económicos. Definía a la Antropología como
“ciencia social despojada del psicologismo, del funcionalismo
sumario y del culturalismo ahistórico, ciencia que quiere dar cuenta de las
62
23
En esto, además de su perfil netamente antropológico, se vio influenciada por
la corriente de historiadores que tenían en cuenta la cultura, de las escuelas
historiográficas inglesa y francesa (Thompson, Hobsbawm, Hoggart; Le Goff,
Rudè, Duby).
24
Por su parte, Emmanuel Terray, en su obra El marxismo ante las sociedades
primitivas (Terray 1971) inspirada en la perspectiva estructural de Louis
Althusser, reivindica a exponentes de la Escuela de Manchester, como Peter
Worsley y sus estudios sobre los movimientos mesiánicos y al mismo Gluckman.
Se destaca asimismo la obra de Claude Meillassoux, en su análisis de la sociedad
de linajes y segmentarias (las clásicamente estudiadas por los antropólogos), con
su énfasis en ver los procesos productivo-económicos como imbricados en unidad
entre fuerzas productivas y relaciones de producción en relación con las formas
de cooperación, las relaciones de parentesco y las representaciones
ideológico-culturales.
62
La ejemplificación de una aplicación de este enfoque, puede estar dada por el ensayo en
el que Godelier sintetiza sus conclusiones de extensos e intensos estudios sobre los Baruya de
Nueva Guinea, como modelo de subordinacion económica, política y cultural de una sociedad
“primitiva” a Occidente. Describe Godelier el proceso histórico vivido por este grupo tribal, al
que define como
“una sociedad local compuesta de un conjunto de grupos de
parentesco, unidos por los mismos principios de organización de la
sociedad y los mismos modos de pensar, vinculados entre sí a través de
matrimonios repetidos y asociados en la defensa y explotación de recursos
dentro de un territorio común” (Godelier 1990).
Parte de la descripción de la estructura económica de los Baruya (basada sobre la
agricultura extensiva por el sistema de roza y quema, algo de agricultura de riego, cría de
cerdos, caza y comercio de sal), su tecnología (piedra, hueso, madera), su organización social
(grupos de parentesco) y valores de su cultura (creencia en la animación de astros -sol, tierra,
luna-, animales, espíritus de la selva y las cavernas y de los muertos), junto a la constatación
de sus contradicciones y heterogeneidad internas (guerras interclánicas, sumisión femenina)
y las relaciones de dependencia con el contexto (intercambio de sal).
Intercala la mostración de la estructura con la cultura, tal como en forma total se
presentan al proceso histórico que articula y como lo recabó en campo. Se incluye él mismo
en la descripción del proceso de occidentalización, lejos de naturalizarlo. Inclusive relata un
episodio en el que el administrador colonial militar le requiere que le brinde información
sobre líderes guerreros baruya, a lo que él se niega en nombre del secreto profesional, lo que
pone de relieve el compromiso del antropólogo con ciertos y elegidos actores. Su dimensión
de la totalidad histórica, entonces, incluye su propia presencia en la construcción del objeto
de estudio.
Por eso destaca la relación de dominio occidental y subordinación política y cultural del
grupo estudiado, dando cuenta asimismo del grupo dominante conquistador del pueblo
Baruya. Pero lo describe como un proceso dinámico, en el que distingue etapas y que produce
cambios en la economía, las creencias y la cultura baruya, hasta el extremo de mostrar cómo
la propia identidad se constituye en muchos aspectos a través del proceso de
occidentalización mismo.
No basta para Godelier la verificación de que algunos hombres de la tribu fueron en
algún momento conchabados como trabajadores asalariados, o que en otro momento
comenzaron a comerciar la carne de cerdo, que de objeto de don pasó a ser mercancía, sino
que hace hincapié en las consecuencias de este proceso en el control de los baruya sobre su
propio destino: “los Baruya ya no dominan la evolución de su propia sociedad” (op.cit.).
Tampoco se conforma Godelier con constatar que el cristianismo importado por la
conquista occidental produjo “la erosión general y el desmantelamiento de la cultura más
íntima de los Baruya”, sino que este resultado emerge del dominio cultural y estructural, en
los símbolos, las prácticas y la materialidad de la economía tribal.
Y la relación de imbricación entre estructura material, identidad étnica y cultura queda
ponderada cuando se describe ese reclamo de reivindicación de su propia cultura como modo
de resistir al dominio neo-colonial: algunos baruya habían hecho estudios y se habían
convertido en policía, enfermero, maestro; volvieron y notaron lo que consideraron una
pérdida de las costumbres ancestrales; uno de ellos llegó a proclamar que hacía falta una
fuerza con la cual resistir a la vida de las ciudades, a la ausencia de trabajo o de dinero, que
62
era necesario apoyarse mutuamente y -relata Godelier- gritó: “Tenemos que sacar nuestras
fuerzas de nuestras costumbres, apoyarnos sobre lo que los blancos llaman culture” (en
idioma inglés).
Se nos ocurre que la descripción realizada por Godelier bien podría aprobar y superar
un eventual examen desde las corrientes teóricas interpretativistas de la cultura y los
símbolos, que veremos a continuación (y que plantean no pocas cuestiones de rico debate
actual con el marxismo estructural).
Otros de los exponentes del marxismo estructural fueron criticados por haber reducido
el concepto de cultura a lo ideológico ya que, de esta manera, acentuaban demasiado el efecto
mistificador y muchos de sus análisis terminaron mostrando cómo la cultura, sólo mantenía
el statu quo, con lo que se semejaron a los funcionalistas que pretendían superar. Produjeron,
en suma, en su momento una útil revulsión en el uso de categorías de análisis que sólo habían
sido tomadas desde posiciones mecanicistas, si bien a su enfoque le faltó una recomposición
aun más dialéctica, de modo de explicar cómo la cultura también es parte de la
transformación histórica, como testifica y describe densamente Godelier.
En realidad, la cuestión de fondo sigue siendo si la base de la determinación de los actos
sociales humanos puede ser explicada fuera de la relación de totalidad estructural histórica
universal y, a la vez, si puede comprendérsela25 soslayando los sentidos que los actores en
situaciones concretas dan a esas acciones y a su propia historia.
25
La relación entre explicación y comprensión no es baladí, ya que implica una
cuestión clave en las ciencias sociales (véase Hintikka, J.; Macintyre, A.; Winch,
P. & otros 1980).
62
26
Así presenta Clifford Geertz la ponderación de la cultura: “Por mucho que
concentremos nuestra atención sobre los hechos supuestamente duros de la
existencia social -quién posee los medios de producción, quién tiene las armas,
los informes o los periódicos-, los hechos supuestamente blandos de la existencia
–qué piensa la gente de la vida humana, cómo piensan que se debería vivir, en
qué basan sus creencias, qué legitima el castigo, en qué se sustenta la
esperanza- se agolparán para poner en duda las representaciones simples del
deseo, el poder, el cálculo y el interés” (Geertz 1996:52).
62
mitos, y su común reacción respecto a ciertos enfoques positivistas que ponían exclusivo
énfasis en lo económico, lo ambiental, lo tecnológico o lo político, coadyuvaron para el
surgimiento específico del llamado interpretativismo.
El foco de esta tendencia se va a poner en la interpretación de las manifestaciones
simbólicas de acuerdo con los sentidos y significados que los actores dan a sus actos, con lo
que entronca con la corriente de estudios émicos, inaugurados por el particularismo. Y van a
terminar -con una gama amplia de metodologías- explicando en general las brechas o
diferencias de sentido entre las distintas culturas, o sectores sociales dentro de las mismas
culturas.
Veremos a continuación algunas de las versiones emblemáticas de la antropología de
los símbolos.
Interpretaciones de interpretaciones
62
62
post-modernas27.
27
Nos referimos al post-modernismo, en este caso, como el rechazo de la
necesidad de tener en cuenta los llamados grandes relatos históricos, o visiones
totalistas (clave de los grandes movimientos de pensamiento modernos, como el
marxismo), en las que importan las raíces causales y determinantes de los
procesos históricos y sus potencialidades de transformación social.
62
Con base en estos y otros autores se desarrolla, entre fines de los setenta y principios de
los noventa el autodenominado “momento experimental” de la Antropología. Sus defensores
y sistematizadores más conspicuos son Marcus y Fischer y dos de los ejemplos más
ilustrativos son la obra de Paul Willis y Michael Taussig. También, por supuesto, reconocen
los antecedentes en la obra de los africanistas de la descolonización, tanto por su adhesión a
la teoría del conflicto y a la corriente marxista de la economía política cuanto por su atención
a la interpretación comprensiva del horizonte simbólico de la vida de los pueblos. En
realidad, se autodefine el intento como tendiente a “la armonización de economía política y
preocupaciones comprensivas en antropología” (Marcus & Fischer:133).
Willis titula su trabajo Aprendiendo a trabajar, con un sentido amplio de lo que
significa la acción de trabajar junto a la construcción de la identidad como trabajador, de
acuerdo con el lugar que la sociedad industrial (Inglaterra) destina a los hijos de los obreros,
de manera que se reproduzcan como tales y se disciplinen no sólo social sino
fundamentalmente en términos de la adquisición de prácticas y representaciones
características: que aprendan su cultura, la que les asigna el sistema y a su vez ellos
construyen cotidianamente, como hijos de obreros.
Los escenarios de este aprendizaje informal son no sólo la escuela sino la calle y, luego,
la fábrica. En la escuela es donde se “preparan” para trabajar y ser de clase obrera. Eso,
esgrime Willis, en sí representa una contradicción, pues la educación universal dice
propender a que su capacitación les posibilite su ascenso social. Mediante un registro
etnográfico sutil, pormenorizado, que explora en el lenguaje cotidiano, en las prácticas,
bromas y conductas regulares y contingentes, el antropólogo da cuenta de la sorprendente
62
captación que estos jóvenes hacen de la oculta racionalidad del sistema capitalista. Incluso, se
muestra cómo el movimiento de “resistencia” al sistema autoritario de la escuela,
manifestado por la indisciplina, se convierte en sí mismo en el obstáculo para la movilidad
social ascendente, uno de cuyos indicadores es la deserción. Esa resistencia se convierte
irónicamente en un componente básico de su propia reproducción como clase obrera.
Podemos vincular las “diabluras” escolares de hijos de obreros ingleses (en la etnografía
de Willis) con la adoración al diablo de las representaciones simbólicas (cultura) de los
campesinos de los cordones andinos sudamericanos (en la etnografía de Taussig), hilados por
las relaciones estructurales capitalistas, unos en un contexto central y otros en uno
dependiente, pero capitalismo al fin.
Taussig estudia las creencias y ritos sobre el diablo en campesinos colombianos del valle
del Cauca y mineros bolivianos del estaño, como reacciones a la integración de sus modos
tradicionales de producción a un sistema capitalista monetario y de trabajo proletario
asalariado. Se manifiesta una imagen indígena del proceso capitalista y al mercado como
maligno.
La creencia en sí es que el propietario que acumula dinero y ha contratado personal
campesino sin tierra ha hecho un pacto secreto con el diablo y la tierra de donde provienen
sus ganancias está, en consecuencia, condenada a perder fertilidad y el mismo dueño tendrá,
tarde o temprano, una muerte muy dolorosa si no realiza el acuerdo.
Esos pactos sólo tienen vigencia en los lugares con las relaciones capitalistas y salariales
desarrolladas, en vínculos con los centros mundiales de comercio. No ocurre lo mismo en las
tierras que son propiedad de los campesinos que las trabajan.
Algo similar ocurre con los mineros de estaño, en Bolivia, con el culto al Tío de la mina.
El Tío gobierna las riquezas minerales y es venerado públicamente. Resultaría ser un
mediador entre las relaciones precapitalistas y la explotación capitalista más reciente.
Requiere que se le ofrenden llamas, se le hagan súplicas, en suma: se le “apacigüe” a cambio
de mantener la prosperidad del yacimiento. Implica una forma de control externo al de los
propios actores y sus componentes simbólicos provienen de etapas coloniales, donde se lo
representaba como inquisidor español. En la actualidad su imagen es la de un gringo
cowboy.
Nos hace recordar a la creencia vigente aún hoy en los ingenios tucumanos llamada El
Familiar y que consiste en el pacto que realiza con el diablo el dueño del ingenio, para cuyo
cumplimiento debe “entregar” cada tanto un trabajador, que es devorado por el monstruo
que habita una cueva o hasta una bodega de la finca. Durante la dictadura 76-83, era común
que los tucumanos atribuyeran las desapariciones de trabajadores producidas por el Ejército
a El Familiar...
Así narra Taussig sus casos:
“En dos áreas rurales de América del Sur muy separadas entre sí, a
medida que los campesinos cultivadores pasan a ser asalariados sin
tierras, invocan al diablo como parte del proceso de mantener o
incrementar la producción. Sin embargo, cuando se trata de campesinos
que trabajan su tierra según sus propias costumbres, esto no sucede. Es
solamente cuando se los proletariza que el diablo cobra tal trascendencia
... Mientras que la imaginería de Dios o de los espíritus de la fertilidad de
la naturaleza dominan el rasgo distintivo del trabajo dentro del modo de
producción campesino, el diablo y el mal sazonan las metafísicas del modo
de producción capitalista de estas dos regiones.” (Taussig 1993:30).
Es evidente la no relación de correspondencia directa y literal de los significados de la
62
creencia con la situación estructural (asalariados sin tierra) de estos actores. La hipótesis de
Taussig establece que
“las creencias ... evolucionan a partir de un conflicto en el mundo del
significado, de una cultura que lucha creativamente para organizar
nuevas experiencias con una visión coherente que se vivifica con
implicaciones para actuar en el mundo. Las creencias mágicas -agrega el
autor- son reveladoras y fascinantes, no porque sean instrumentos de
utilidad mal concebidos, sino porque son ecos poéticos de la cadencia que
guía el curso recóndito del mundo... (y para) cambiar sus destinos”
(op.cit.:32).
Reniega a continuación del concepto de función (utilitaria) para ponderar el concepto
de “metáfora” -tan caro a los enfoques hermenéutico-interpretativos que re-introdujo Geertz
en la Antropología reciente-:
“toda explicación que use la función o las consecuencias nos dirá
poco o nada sobre las metáforas y los motivos que las culturas han
elaborado en respuesta a su nueva condición social” (op.cit.:33).
Entonces, se hace Taussig la pregunta por el porqué, además de por el cómo, tal cual
nuestro señalamiento acerca de las limitaciones del modelo de la antropología clásica
funcionalista. Lo hace desde una estrategia inductiva y concreta y no desde el deductivismo
del modelo macro de la economía política.
Su pregunta apunta a la comprensividad del proceso y no a la explicación del “sistema
impersonal” únicamente:
“¿qué comprensión crítica puede otorgársele al hecho de que los
contratos con el diablo se den únicamente cuando existen condiciones de
trabajo proletario y no dentro del modo de producción campesino?”
(op.cit.:34).
Es más: Taussig parangona las explicaciones teóricas funcionalistas con los propios
principios justificativos del capitalismo, que es el de la utilidad. Pero
“en vez de reducir las creencias en el diablo al deseo de ganancias
materiales, ... ¿por qué no verlas como son, en toda su intensidad y con
todos sus detalles, como la respuesta de la gente frente a lo que consideran
una forma maligna y destructiva de ordenar la vida económica?”
(op.cit.:35).
Encuentra una semejanza entre lo que Marx llamó fetichismo de la mercancía (como
proceso netamente cultural, al edificarse en torno a metáforas de la vida real) y las creencias
en el diablo: “el fetichismo denota la atribución de vida, autonomía, poder y hasta
dominación, a objeto de otra forma inanimados” (op.cit.:53). El principio de esas
representaciones del diablo tiene un significado histórico, entonces: impugnar el sistema
capitalista que quita el control de sus propias condiciones de trabajo a los campesinos.
Manifiesta la convivencia de dos modos de producción, uno donde los campesinos sí ejercen
ese control y el diablo no necesita aparecer para cumplir ese papel y el otro, donde no
controlan ni el material de trabajo ni la organización del mismo.
La creencia en el diablo no es, en consecuencia, una rémora superviviente, como podría
suponer el evolucionismo romántico de un Tylor, ni un préstamo indígena -como dirían los
difusionistas-, ni una institución que cumple una función integrativa (al estilo funcionalista),
sino un sentido histórico entroncado en las contradicciones y conflictos de fondo de esas
sociedades.
Esta producción se sigue inscribiendo en el contraste y debate de la matriz entre
62
modernidad y mundo tradicional como objeto clásico de la Antropología. Pero ya no desde las
posiciones culturalistas homeostáticas y ahistóricas. Representa la intención de explicar la
brecha entre el hiper-desarrollo capitalista moderno y las sociedades “tradicionales”,
mediante la renovación de los enfoques históricos, totales, de economía política, desde la
teoría de la dependencia, partiendo de los conflictos internos de las sociedades y la
contradicción principal del sistema de explotación mundial.
28
Eduardo Grüner da como fecha y lugar de inicio la Inglaterra de 1956,
coincidente con la crítica al stalinismo de parte de los intelectuales que fundaron
la Nueva Izquierda y que mayormente eran críticos literarios e historiadores
(Raymond Williams, William Hoggart, Edward P. Thompson, Eric Hobsbawm), que
tomaron como fuentes el pensamiento de Walter Benjamin, Antonio Gramsci y
otros autores hasta ese momento no muy tenidos en cuenta, a los que luego
sumaron otros como Mijail Bajtin, Ludwig Wittgenstein, Michel Foucault, Jacques
Derrida (Grüner 1998).
62
62
Este registro de la realidad siempre será el resultado del entrecruce entre la visión y
práctica de los actores y la visión y reflexividad práctica del observador y su verdad analítica,
como esgrime Renato Rosaldo, actualizando el debate inaugurado por los pioneros Boas y
Malinowski. Pero teniendo en cuenta, como lo hace el norteamericano Vincent Crapanzano
(1986), la crítica al interpretativismo extremo que no objetiva los procesos totales y, por ende,
también pierde al nativo en sus relaciones contradictorias con esos procesos.
Dice Crapanzano de la práctica antropológica:
“La etnografía, como la traducción -y parafraseando a Benjamin-,
es una forma provisional de convenir con la extrañeza de lenguajes,
sociedades y culturas. Sin embargo, el etnógrafo no traduce textos a la
manera del traductor, pues él primero debe producirlos. Él no posee un
texto previo e independiente de su propia tarea. A despecho de su
pretensión de ahistoricidad y asincronía, el etnógrafo está determinado
históricamente por el momento de su encuentro con quienes estudia. El
etnógrafo es como un pequeño Hermes: un mensajero que, debido a las
metodologías aptas para descubrir lo enmascarado, lo latente, lo
inconciente, puede incluso obtener su mensaje a través de lo que se
esconde. Presenta los lenguajes, las culturas y las sociedades en toda su
opacidad, su extrañamiento y su incomprensibilidad; luego, como el mago
o el hermeneuta, Hermes mismo clarifica la opacidad, vuelve familiar lo
exótico y da significado a lo incomprensible, decodifica el mensaje e
interpreta” (Crapanzano 1986).
Esta cuestión de cómo testificar, de cómo expresar a un lector de la propia cultura del
investigador los valores, sentimientos y vivencias de la cultura otra, que él investigó, ha sido
tratada -entre otros- por Rosaldo con particu lar originalidad. La antropología clásica, al igual
que el propio Geertz -afirma Rosaldo-, con su perspectiva objetivista, dejaba de lado lo que
no entraba dentro del orden y el sistema: lo irregular, lo excepcio nal, el conflicto o el cambio.
De esto puede uno darse cuenta cuando alguien lo investiga: “¿Qué tan válido
consideraríamos el discurso etnográ fico sobre otros si lo usaran para describirnos a
nosotros?” (Rosaldo 1991:55). Algo similar a lo que sentimos los latinoamericanos cuando
leemos que se nos considera dentro de una cultura (el “modelo latinoamericano”) con una
costumbre particular que consiste en gobernar mediante los golpes de estado y el
caudillismo: "Se asalta directamente la sede del poder, previo asesina to o detención del
presidente" (Lewellen 1985:83). Casi dado como una receta cultural, mediante el uso del
típico presente etnográfico29.
La “historización del presente etnográfico” es lo que precisamente plantean Marcus y
Fischer, como forma de “representar la relación entre sistemas de economía política de gran
escala y situaciones culturales locales” en consonancia con el experimento de
“representación del momento y el contexto históricos en el informe etnográfico”:
“el encuadramiento del informe etnográfico en un presente
atemporal no procede de una ceguera ante la historia y la existencia de un
cambio social constante, sino que es una compensación por las ventajas
que ofrece la puesta entre paréntesis del correr del tiempo y la influencia
de los acontecimientos, al facilitar el análisis estructural de los sistemas de
29
Ver capítulos sobre teorías clásicas el tratamiento de la descripción etnográfica
y sobre el trabajo de campo antropológico.
62
30
En investigaciones concretas hemos dado cuenta de esta posición (Gravano
1986, 1991 y 2004).
62