3 - Llegó-con-el-fuego-a-las-Highlands-Zoe-Scotland
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ZOE SCOTLAND
Copyright © Julio 2024 ZOE SCOTLAND
The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living
or dead, is coincidental and not intended by the author.
No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or
by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written
permission of the publisher.
ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456
Thomas McKenzie
Maldito demonio, no sabe mantener la boca cerrada, y parece que le gusta
provocarme. Al principio pensé que sería divertido jugar con ella, pero
ahora no soporto escuchar su voz, me carga escucharla. Y ahora para colmo
Craig se ha acercado tanto a ella que no sé si también quiere incomodarme,
o por lo contrario le gusta el demonio ese.
Parece que disfruta estar ahí sobre la espalda de mi hermano, quizá era
eso lo que ella buscaba, que Craig la cargase para no cansarse.
¿Me acaba de sacar la lengua? Sí, acaba de retarme al pasar cerca de mí.
Y el demonio aún no conoce quien es Thomas MacKenzie.
―Hermano, descansa un poco, yo la cargaré un rato ―le dije a Craig
con el rostro serio para que me obedeciera.
―Como gustes, hermano.
La agarré y la llevé un tiempo en brazos, Ella cruzó los suyos
visiblemente enfadada, y bajó su barbilla mirando hacia abajo para no
cruzar la mirada conmigo.
―¡Deteneos!
Cogí aire y cerré los ojos, sabía bien lo que ocurría. Los McDougal nos
habían visto cruzar sus tierras. Nadie se había atrevido a hacerlo durante
muchos años, era conocido entre clanes que aquellos guerreros limitaban
sus tierras con la orden expresa de que nadie pisaría terreno suyo sin ser
invitado, y si atrevían a desobedecer tendrían que pagar por ello un precio
caro.
Barajé la opción de ignorar su orden, pero Niall continuaba débil, y
llevábamos con nosotros a dos mujeres, habría sido una mala decisión.
―Discúlpenos, ya nos íbamos, como puede ver pasábamos de largo.
―Eso lo tendrá que decidir mi laird, si movéis un paso más estáis
muertos.
―¿Vas a obedecerle? ―Fuego me susurró desde mis brazos.
No le respondí, y ella me propinó un codazo en mis costillas que me
hizo encogerme.
―¡Silencio! ―Mandó a callar aquel guerrero.
―Discúlpela ―Pedí perdón por ella.
―Si no sabe mantener la boca de su mujer cerrada, quizá debería de
enseñarle cómo hacerlo.
―O quizá yo… ―Tapé la boca de fuego nada más empezar a hablar,
estaba claro que iba a volver a meternos en problemas.
Teníamos serios inconvenientes, y esta mujer nos llevaba de cabeza a
por más.
―Acompañadme, os presentaréis ante el laird, será él quien decida qué
hacer con vosotros.
Así ocurrió. Caminamos tras el guerrero en absoluto mutismo, aunque a
mí me costaba hacer que la mujer a la que llevaba en brazos guardara
silencio, porque una y otra vez trataba de quejarse.
―No tenéis porqué obedecerle, él es solo uno, vosotros cuatro, dadle
una paliza.
―Calla, o por tu culpa tendremos más problemas.
De un salto escapó de mis brazos y comenzó a caminar a paso acelerado
para dar alcance al guerrero de los McDougal.
Di tres zancadas para detenerla, por suerte tropezó con una piedra,
perdió el ritmo y pude alcanzarla a tiempo.
―O dejas que nos ocupemos de esto, o corres el riesgo de convertirte
en comida para los cerdos ―le dije mostrando mi enfado.
Al llegar al castillo del clan nos recibieron decenas de hombres
formados, protegían a su laird. Con un simple vistazo pude ver a dos en
cada torre, a cuatro más a las puertas, y frente a cada uno de los ventanucos
un guerrero más al menos.
Atravesamos la gran puerta de hierro bajo la atenta mirada de muchos
de los hombres allí presentes. Caminamos después por el interior del
castillo. Estaba oscuro, solo un par de antorchas iluminaban el recorrido, y
al final de este se abrió ante nosotros una gran sala que imaginé sería donde
se recibía a los invitados. En otros casos degustarían buena comida, y
disfrutarían de mujeres y vino. En este, se nos juzgaría e impondría un
castigo.
El laird descansaba sobre un sillón de madera de gran tamaño. Su
aspecto era deleznable, cabellos largos, barbas largas y sucias. Posiblemente
en otros tiempos ya pasados había denotado respeto. Era un hombre grande,
más que Niall, también fuerte, pero parecía lento en cuanto a reflejos. Le
había costado ponerse en pie más de lo normal.
―¿Quién sois, y porqué habéis pisado mis tierras? ―preguntó.
―Somos McKenzie, señor. Solo pasábamos de largo para dirigirnos al
norte ―respondí.
―¿Por qué hablas tú y no él?
Se notaba que Niall era el mayor de nosotros, y era extraño dejar hablar
a otra persona que no fuera él.
―Estoy herido, señor, mi hermano toma mi lugar hasta que me
recupere.
Aquel laird miró a Niall detenidamente, después repasó a cada uno de
nosotros, y con un leve movimiento de cabeza hizo que cuatro hombres se
formasen frente a nosotros.
Algo malo significaba aquello.
―Vosotros podéis marchar, ellas se quedan.
―¡Y una mierda! Yo no me quedo en este lugar ni por el mayor tesoro
del mundo ―dijo fuego colocándose frente a él.
El laird rompió a reír. Sus carcajadas eran tan sonoras que impartían
terror por todo el castillo.
―¡Apresadla! ―ordenó.
No debí hacerlo, porque aquel movimiento lo dificultaba todo. Lo
correcto habría sido que las hubiésemos dejado allí y que después
hubiésemos regresado a por ellas. En la noche, por sorpresa, así hubiésemos
tenido ventaja. En cambio, algo en mi estómago me golpeó cuando la
cogían aquellos hombres. Cuando vi como ponían sus manos sobre su
cuerpo, como la zarandeaban, o como aquel guerrero acercó su nariz hasta
poder percibir su aroma tan cerca de su cuello… No pude frenar mis
instintos.
―Un momento, no puede llevársela, es mi esposa.
El laird abrió mucho los ojos, se rascó la barbilla que debía esconder
detrás de toda aquella barba mugrosa, y sin apartar la mirada de mí me hizo
una pregunta.
―¿Estás seguro? ―Levantó su ceja.
―No, en realidad todavía no lo es, señor. Nos dirigíamos a la Isla de
Skye, allí nos esperan para celebrar la unión.
―Cuanto tiempo sin asistir a una boda ―dijo él.
―Si lo desea está usted invitado ―respondió Kennett.
―Buen muchacho, ¿Cuál es tu nombre? ―preguntó el laird.
―Mi nombre es Kennett, señor, soy el menor de mis hermanos.
―La boda se celebrará aquí. Algo me dice que me queréis engañar. Si
verdaderamente ellos se van a casar, que sea aquí, en mi castillo.
―Pero señor, los invitados… ―dije yo.
―¿Estáis rechazando mi invitación? ―Se acercó a mí y clavó su dedo
índice en mi pecho con un golpe seco.
―No, señor.
Capítulo 2
Amanda Smith
―Ya sabía yo que no eras de fiar. Hasta que no te has salido con la tuya no
has parado, eh. ¡Míranos! ¿Te das cuenta de lo que quiere decir esto? Nos
han metido en una habitación a los dos juntos. ―Me movía inquieta por
todos lados―. Seguro que para vosotros ―Le señalé―, esto es como una
suite de lujo. Ni lo sueñes que vamos a compartir esa cama.
―Si hubieses mantenido la boca cerrada no estaríamos aquí.
―¿No te alegras? Venga no disimules, que este era tu plan. ¿Qué se
supone que tiene que ocurrir ahora? Nos casamos, fornicamos durante toda
la noche, y al día siguiente nos vamos, ¿es eso?
―Nos casamos tú y yo, o el laird te hará suya. ―Se acercó a mí con el
gesto serio―. Fornicamos toda la noche o lo que puedas aguantar, mujer
fuerte. ―Ladeó la cabeza y sonrió a la vez―. Y te aseguro que no somos
sus invitados, sino más bien sus prisioneros. Resultará difícil salir de aquí.
Me asusté, mucho, tanto que comencé a temblar de miedo. Y a la misma
vez no dejaba de pensar en lo que acababa de decir. Toda la noche o lo que
yo pudiese aguantar…
―No dejaré que me toques ni un pelo, ¿te enteras? ―le dije tiritando.
―¿Tienes frío? ―Colocó su gran mano sobre mi brazo desnudo.
Yo con un rápido movimiento me aparté y caminé hasta la cama para
coger la manta que la cubría y colocármela sobre los hombros.
Dios mío, qué escalofrío acababa de sentir al notar su gran mano sobre
mi cuerpo.
―Deberíamos descansar.
Miré por toda la estancia buscando otro lugar para poder tumbarse, pero
allí solo había una cama. Grande, pero una.
―Imagino que un guerrero como tú estará acostumbrado a dormir sobre
la paja de los establos, sobre la hierba de los bosques, o incluso sobre
piedras.
―No.
―Bueno, pues hoy te estrenas ―le dije aquello y coloqué la manta que
llevaba sobre mí en el suelo. Cogí un almohadón también y lo hice caer
sobre la manta.
Me di la vuelta, caminé unos cuantos pasos y me dejé caer sobre la
cama.
―¿Vas a dormir conmigo? ―Me sorprendió tumbado sobre el colchón.
―Ni lo sueñes, baja ahora mismo al suelo ―le dije al verlo a mi lado.
―Es suficientemente grande para los dos, no pienso dormir ahí abajo.
Al sentarme en el colchón me clavé algo bajo la piel.
―¡Ay! ¿De qué demonios está relleno esto?
―De paja, solo algunos lo están de plumas, si lo deseas puedes dormir
sobre mi cuerpo. No te clavarás nada.
―Ni lo sueñes.
La puerta fue golpeada, después se abrió despacio y Niall entró por ella.
―Me temo que no es sincero ―irrumpió― , debemos tener los ojos
bien abiertos. ¿Tanta hospitalidad para unas personas que han pisado sus
tierras? ―le hablaba a Thomas.
―Exageras, ¿qué sino? No nos van a cortar la cabeza por ese motivo,
sería ridículo ―le dije.
Ambos me miraron con gesto serio.
¿De verdad serían capaces de hacer algo así? Les observé
detenidamente mientras ellos hablaban, y no parecían tranquilos. Niall
zarandeaba a su hermano por los hombros. Le instaba a tomar el control de
todo. Thomas asentía con la cabeza.
―Después de que se celebre la boda debemos de escapar.
Aprovecharemos que están borrachos como cubas para salir de aquí ―dijo
Niall.
―Está bien, cuando nos retiremos a nuestras alcobas será el momento
en el que escapemos.
Niall se acercó a mí.
―No tengas miedo, mi hermano te protegerá, pero haznos un favor a
todos. Cierra la boca.
Me dijo aquello y se marchó, me dejó sin palabras, y a la vez escuchaba
las risas de Thomas intentando ahogarlas.
―No hace gracia. De hecho no comprendo como tienes estómago para
reírte en un momento como este.
―Tranquila, fuego, mañana serás mi esposa, y deberé protegerte con
uñas y dientes. Todo irá bien ―dijo, y aquella última frase sí que me
tranquilizó.
Caminaba en dirección a mí, y se quedó tan cerca que podía olfatear el
sudor de su piel. Lejos de provocarme asco, sentí la atracción suficiente
como para dejarme llevar hasta él. Di un paso y entonces escasos
centímetros nos separaban. Thomas me miró extrañado, y no lo juzgaba,
pues desde que nos habíamos conocido lo único que había recibido por mi
parte eran impertinencias y malos gestos.
―Puede que el laird sea benévolo con nosotros, y no sea necesario que
huyamos.
―No lo es. Ningún McDougal es razonable, no esperes que eso suceda.
Debemos de estar preparados para lo peor.
Asentí con la cabeza.
Thomas dio un minúsculo paso más y se quedó pegado a mi cuerpo.
Colocó su enorme mano sobre mi hombro.
―Y ahora ―hizo una pausa corta, aunque a mí me parecieran horas―,
descansa, mañana será un día difícil.
Sí, creí que me iba a besar, y no porque yo lo estuviese deseando,
porque si me dejaran elegir hubiese dicho el nombre de Craig, él era mucho
más respetuoso.
Los ojos ámbar de Thomas brillaron especialmente cuando agarré su
mano para apartarla de mi hombro. Yo estaba acostumbrada a ver hombres
fuertes. Al estudio de tatuajes entraban muy a menudo cuerpos robustos,
musculados, les veía sin camiseta, incluso en ocasiones sin pantalones, pero
Thomas McKenzie parecía de otro mundo. Era como una roca, fuerte y
grande.
―Jamás pensé casarme con alguien como tú ―dijo para mi sorpresa.
―¿Como yo? ―pregunté mientras me descalzaba.
―Sí, con ese color que tienen tus cabellos. Siempre pensé que lo haría
con una mujer morena.
―Pues ya ves, soy pelirroja.
―Como el fuego, candente, ardiente. ―Sonrió.
―Pues ya sabes, no te acerques o te puedes quemar.
Necesitaba quitarme estas ropas que llevaba puestas todo el día, pero ni
se me ocurriría delante de él. Además de que parecía un hombre guiado por
sus instintos, y no me lo podía imaginar durmiendo junto a una mujer
medio desnuda. Así es que decidí tumbarme sobre la cama compartida, muy
al borde para no rozarnos, pero con mis ropas puestas.
―De donde tú vienes, ¿es muy diferente a Escocia? ―pronunció él.
Estaba intentando dormir, pero al parecer él no iba a hacerlo.
Una ráfaga de aire golpeó con fuerza la ventana dejándola abierta al
completo. Thomas salió de la cama para ir a cerrarla, y mi cara de asombro
al verle desnudo me duró varios segundos.
¿Cómo podía ir desnudo si hacia una noche fresca? Yo no llevaba bien
el frío de este lugar, cogí las mantas y me cubrí al completo dejando solo la
cabeza fuera.
―¿Tienes frío? ―preguntó al verme
―Veo que tú no. Haz el favor de vestirte.
―¿No te gusta lo que ves? ―Insistió.
Vaya que si me gustaba, me encantaba, pero yo misma había creado esa
regla. No retozar con ningún hombre de este siglo, o a mí regreso ninguno
de mi época me serviría.
―No.
―Permíteme que lo dude, he visto como no podías apartar tus ojos de
mi cuerpo.
Thomas se tumbó de nuevo sobre la cama, y se acercó a mí más que
antes de salir a cerrar la ventana.
Yo me quedé quieta, cualquier movimiento que hiciera me llevaría
directa a su cuerpo, estaba segura de eso.
Él retiró la manta que tapaba mi cuerpo, y volvió a acercarse otro poco.
Mi corazón ya se había disparado, mi sangre corría por todo mi cuerpo
alterada, y mi sexo se contraía. Era como si yo fuera un imán, y él otro bien
grande tratando de unirse a mí.
El ceño de Thomas se frunció, y después levantó una de sus cejas, para
más tarde dibujar en su rostro una sonrisa ladina.
―¿Ves algo que te provoque risa?
―No. ¿Quieres saber lo que me provoca?
Miré su boca, una grande, son labios hinchados, y me invadió el deseo
de besarlos. Me habían entrado unas ganas absurdas de saber cómo se
movería encima de mí aquel Highlander.
Entonces Thomas cogió mi mano y la puso sobre su enorme y abultado
miembro. Abrí mucho los ojos al encontrarme con aquello entre mis dedos,
y no pude hacer otra cosa que moverla de arriba abajo deseándola dentro de
mí.
Me besó, se abalanzó sobre mí y me besó con locura, él era el que
quemaba, sentí un fuego abrasador en mi entrepierna al notar su enorme
miembro rozarse con ella, y gemí. Aquello debió de excitarle mucho porque
como si fuera una bestia bajó hasta mis pantalones y arrancándomelos con
prisa escondió su cabeza en mi sexo.
Primero sobre la ropa interior, rozando su nariz con mi clítoris. Yo me
arqueaba de placer, gemía, gritaba, jadeaba.
Después bajó mis bragas y metió su lengua experimentada lamiendo
todo lo que a su paso encontraba, hasta dar con el punto exacto que me
hacía revolverme de placer.
―Esto es lo que me provoca mirarte. Fuego, eres peligrosa.
Y se apartó de encima de mí.
Capítulo 3
Thomas McKenzie
Mientras la hacía arder en placer recordé que la noche de bodas estaba por
llegar, y frené todo para así tener algo que regalarle al día siguiente.
―¿Así es como lo hacéis por aquí? ―dijo mientras se subía de nuevo
los pantalones.
―No creo que sea diferente de donde tú vienes, fuego.
―Ya te he dicho que no me llames así, mi nombre es Amanda. Y te diré
que nunca nadie me ha dejado de esta manera…
Mejor, de esa forma le sería más fácil recordarme. Sonreí y estiré de la
manta que se había quedado a nuestros pies. Me tapé hasta la cintura y le di
la espalda.
―Eres increíble, me calientas para después dormir.
No iba a dormir, y quizá me había molestado a mí más que a ella apartar
mi cuerpo del suyo.
La escuché quejarse un poco más, después debió quedarse dormida
porque no se movió en toda la noche.
A la mañana siguiente me puse en pie con mucho cuidado de no
despertarla.
Cerré en silencio la puerta de la alcoba, aliviado de que continuase
durmiendo me alejé. Me dirigía hacia la alcoba de Craig cuando los
recuerdos de las últimas horas se apoderaron de mí. Mis pasos pasaron a ser
lentos, torpes, esa mujer hacía que perdiese el control de mi cuerpo, incluso
aun cuando no estaba cerca.
Al abrir la puerta, pude ver que Craig no se encontraba allí, caminé
hasta la alcoba de Kennett, quien tampoco descansaba en la suya. Alertado
llegué hasta donde Niall y Peyton debían estar, y al abrir su puerta algo me
indicó que nada iba bien. Peyton y mi hermano conversaban
acaloradamente.
Con los nervios tensos como la cuerda de un arco esperé a que fuera él
quien me dijera lo que estaba ocurriendo.
―Hemos sido estúpidos, debimos intuirlo.
―¿Qué es lo que les han hecho?
―Todavía no lo sé, y Peyton insiste en que sea el laird quien nos lo
diga.
―Vayamos a por él.
―No, bajemos a desayunar como si nada, yo simularé ir en busca de
vuestros hermanos, será entonces cuando él deba hablar, si no lo hace le
obligaremos.
―Deberíamos adelantarnos a él ―habló Amanda detrás de mí.
Ella tenía razón, si nos adelantamos a nuestro enemigo tenemos ventaja,
esa es una regla básica de la guerra.
Dos guerreros aparecieron detrás de nosotros, sostenían espadas en sus
manos, y nos pidieron que les acompañáramos. Vi como Amanda iba a
hablar, pero de igual manera también vi como apretó los puños con rabia y
silenció su boca antes de que pudiera decir nada.
Al llegar a la gran sala podíamos ver como esta lucía la mayor parte
adornada. Velas, flores, y varias sillas frente al trono del laird.
―Siento que todo les esté resultando desagradable ―dijo mientras se
paseaba frente a su sillón de madera gigante, daba largas zancadas de un
lado a otro, y apoyaba su mano sobre la espada que colgaba de su cintura.
―¿Qué has hecho con mis hermanos? ―preguntó Niall.
―De verdad que lo siento, pero no os preocupéis, no les he matado.
Todavía. ―Sonrió― Dependerá de vosotros.
―Teníamos un trato ―le dije.
―No me hagas reír, yo no hago tratos con ladrones. Yo los mato.
Era inútil discutir, él sabía bien que no éramos ladrones, de haber sido
así, no hubiese dudado en matarnos nada más vernos.
―¿La boda? ―pregunté.
―Oh, sí, claro que habrá boda. Solo que a habido un ligero cambio.
Tanto Niall como las mujeres nos miramos extrañados.
―¿Cambio?
―Sí, nada de lo que nadie deba de preocuparse en exceso, es tan solo
una cosa por otra, un cambio insignificante.
―¿Va a decirnos donde están nuestros hermanos?
―Después de la celebración serán libres, como vosotros. Todos menos
mi esposa.
―Su esposa…
―Como has escuchado, mi esposa.
Señaló a fuego con su espada mientras dibujaba una sucia y asquerosa
sonrisa en su boca.
―¡Ni lo sueñe! ―dijo ella.
―O te casas conmigo, o moriréis todos, los primeros no es necesario
que os diga quienes serán.
Me froté la frente para calmar el palpitar en mi cabeza. Por más tiempo
que reflexionase sobre nuestras posibilidades, no daba con ninguna opción
en la que no acabásemos muertos.
Solo cabía una opción, y estaba seguro de que no sería fácil convencerla
de ello.
―Comprendo que necesitéis despediros, después de la boda será toda
mía. Alejaos de mi vista y resolved vuestra separación lejos de mí, tenéis
poco tiempo. Después uno de mis hombres irá en busca de mi prometida
para celebrar tan bella unión.
Amanda comenzó a temblar debido al miedo que en aquel momento
estaría experimentando. De pronto una suave brisa sopló, provenía de las
colinas cercanas al castillo. Aquel aire movía los espesos olmos y también
los fuertes robles que estaban junto a la fortaleza. Miré hacia el este y vi
como muchos hombres montados a caballo se acercaban. No parecían ser
esperados.
―Está bien, me despediré de ella y después nos marcharemos.
―¡Thomas! ¿qué estás diciendo? ―Peyton enfureció.
―Es lo más sensato, de esa manera nadie morirá. ―dijo Niall. Él sabía
que de no ser porque tenía un plan, jamás actuaría así.
―Ven conmigo, que estoy deseando darte una paliza como despedida.
―Se remangó las mangas Amanda al decirme aquello.
Intentaba hablarle con mis gestos disimulados, la instaba a que mirase
por la ventana, pero ella era terca y cabezona, no veía ninguna otra cosa que
no estuviese frente a sus narices.
Bajo la mirada del laird cogí a Amanda del codo y casi en volandas me
la llevé al interior del castillo.
Caminaba con paso rígido intentando zafarse de mi agarre, pero no la
iba a dejar escapar.
Al llegar a la alcoba la arrojé al interior. Y cayó al tropezarse con un
almohadón que había en el suelo.
―¿Estás bien? ―Me acerqué para ayudarla a levantarse.
―Estás de coña. Me entregas a los brazos de un asqueroso tipo que
cuando me mira se le cae la baba, y ahora te preocupas de que me haya
hecho daño al caer sobre un mullido cojín.
Se puso en pie y se abalanzó cargada de rabia golpeándome en el pecho
con los puños cerrados. La dejé que terminase, y después la besé.
―No te va a pasar nada, confía en mí.
Me miraba mientras su respiración se mezclaba con la mía. Todavía
estábamos muy cerca, incluso nuestras narices se rozaban, y entonces una
flecha pasó cerca de nuestras cabezas. Pasó silbando junto a mi oído.
Habían fallado.
Sin aviso empujé su cuerpo haciendo que cayera al suelo. El vello se me
erizó en el cuello, no hacía demasiado tiempo que se libraba una batalla. Al
ver as esos hombres por la ventana del salón pude entender que el castillo
iba a ser atacado, lo que no esperaba era que fuese tan pronto.
―¿Quién ha disparado esa flecha? ―preguntó Amanda.
―Aún no lo sé, pero debemos de salir de aquí, o la próxima flecha no
será fallida.
La puerta fue echada abajo de una patada.
―Son saqueadores, no pertenecen a clan alguno, no llevan escudo, ni
son enviados por el rey ―Niall entró a la alcoba con Peyton―. Vienen a
robar.
―Escondámoslas, si encuentran mujeres querrán tomarlas…
Era imposible que se escondiesen, teníamos que salir del castillo.
Un pánico ciego destrozó toda mi calma. Kennett y Craig todavía
estaban presos, pero si queríamos proteger a las mujeres no había otra
opción que salir de allí.
―Por la ventana ―dije.
―Debes de estar loco si piensas que podemos trepar por los árboles, no
somos monos ―se quejó Amanda.
La ignoré, ya me estaba dando cuenta de cómo era ella. Se quejaba
siempre, pero después obedecía.
Con un grito ahogado salté por la ventana y me agarré a una rama
cercana, después caminé cómodamente por otra rama más ancha dejando
espacio para que ellos pudiesen hacer lo mismo.
―Salta, no te va a ocurrir nada. Yo estoy aquí ―le dije y saltó.
Más tarde lo hicieron Niall y Peyton, y escondiéndonos dentro de la
copa del árbol pudimos ver como los ladrones abandonaban el castillo.
―¡Bien! Los habrán matado a todos, incluido al laird ahora podemos
buscar a tus hermanos ―dijo Amanda.
―¿Y quien te dice que no los han matado también?
No, no lo habían hecho. Lo que sí habían conseguido era encontrarlos,
pero lejos de asesinarlos se los llevaban capturados.
El sol de aquel día lucía alto en el cielo, y sus fuertes rayos implacables
atravesaban mi piel. Ignoraba la calor, solo me concentraba en avanzar
hasta llegar al carro de aquellos forajidos que habían capturado a mis
hermanos.
El cansancio no nos dejaba pensar con claridad, tampoco ver más allá
de lo que nos mostraba el camino, y sin esperarlo, varios hombres nos
cortaron el paso.
Miré a mi hermano, y este negó con la cabeza, ninguno de nosotros nos
encontrábamos con fuerzas suficientes como para salir victoriosos en una
pelea, por simple que pareciera..
―No queremos problemas ―habló Niall en esta ocasión―. Solo
buscamos a nuestros hermanos, alguien se los llevó cuando estaban presos
en el castillo de los McDougal. Entraron, acabaron con ellos y se llevaron a
Kennett y Craig McKenzie.
Los hombres se miraron entre ellos, y después de que algunos de ellos
asintieran con la cabeza, se volvieron a nosotros.
―Podéis continuar, y tened cuidado, esos hombres a los que llamáis
ladrones no son otros que guerreros recientemente unidos a los Campbell.
Niall se alertó al escuchar el clan del tullido, era por su culpa que nos
encontrábamos en aquella situación, y por su culpa también que mi
hermano arrastraría una larga recuperación. Ahora necesitábamos conocer
si había sido casualidad llevarse a dos McKenzie o por el contrario nos
seguían la pista para acabar con nosotros.
Agradecimos a los hombres, y después de espolear a los caballos
continuamos la marcha tras las pocas huellas visibles de la carreta.
El camino nos llevó hasta las orillas de un río, y aquello nos hizo
enfurecer.
Niall y yo desmontamos para buscar algún rastro más allá del río.
Perdíamos la pista de nuestro hermanos.
Capítulo 4
Amanda Smith
―¿Qué se supone que es todo esto? ¿Acaso vas a negarme que deseabas
casarte con él? ―Peyton susurraba mientras tiraba de mi pierna para que yo
también desmontase del caballo.
―Y me lo dices tú, la que no ha dudado en aparearse con el highlander
más buenorro de toda Escocia ―Rebufé.
―Es diferente, lo nuestro es amor, pero tú te has pasado todo el tiempo
intentando llamar la atención de Thomas y Craig. Estaba claro lo que
pretendías.
Descendí del caballo, y no respondí a sus impertinencias. No importaba
como había ocurrido nuestro acercamiento, era un momento que pensaba
disfrutar.
―Es imposible seguir ningún rastro ya, pensemos qué es lo que hay al
otro lado del río, ¿para qué querrían a dos hombres, qué es lo que pueden
hacer con ellos?
―En el caso de que no sepan quienes son, venderlos, son fuertes. Eso
es, van a venderlos a mercantes que viajen a África, o, a Piratas.
―Estarán en Portree, eso es lo que hay más adelante, la Isla de Skye.
No hay tiempo que perder, pongámonos en marcha.
Mientras Niall y Thomas organizaban el camino, yo pensaba en las
duras palabras que mi hermana me había dicho. Todo era cierto, desde que
vi que ella y Niall compartían eso que tenían sentí una envidia terrible, y no
actué como acostumbro. Deseaba llamar la atención de esos dos hermanos,
y Thomas me lo ponía bien fácil con ese carácter chulesco. Pero yo no era
así, y por un rato de sexo no merecía la pena comportarme como una niña.
Montamos los caballos y cabalgamos durante horas. El sol ya se había
escondido cuando acampamos en un claro iluminado por la luna. Thomas se
quedó dormido antes de que me diese tiempo a abrir la boca. Sentía frío, y
si no fuese porque horas atrás había decidido cambiar al completo mi
comportamiento, me hubiese acercado a él para que su cuerpo me diera
calor y así conseguir dormir.
Cuando el sol comenzó a asomar por lo alto de una montaña, mi
hermana y Niall se levantaron de su placentero sueño. No comprendía como
les era posible cerrar los ojos en mitad del bosque, pudiendo ser devorados
por cualquier animal. Thomas se marchó en dirección hacia donde
debíamos continuar. Me hice la dormida para no cruzar palabra con él, pero
lo cierto era que ni un segundo había podido dormir.
―Debemos continuar, iré a por mi hermano, seguro ha encontrado
algún lugar donde lavarse.
Niall abandonó también el pobre campamento, y Peyton se acercó hasta
mí.
―Siento haberte hablado de aquella manera. No era mi intención
hacerte sentir mal. Estoy nerviosa desde que apareciste, solo hago que
pensar en nuestra hermana, está sola, es demasiado pequeña como para que
se las arregle.
―Es lista, seguro que regresó a casa y se ha quedado con alguna amiga.
―Marchemos ―dijo Niall de regreso junto a Thomas.
Parecía mojado, con su pelo despeinado y tapando buena parte del
rostro. No llevaba camisa, y a pesar de saber que debía de moverme para
irnos, mis pies no me respondían, no podía dejar de mirarlo. La verdad es
que no solo deseaba mirar, también me gustaría tocar esa piel bronceada por
el sol, y esos fuertes brazos musculosos.
Con un suspiro salí de mi ensoñación, y cuando todo estuvo recogido
para iniciar el camino, como si fuese el mismísimo diablo, comenzó a
tentarme de nuevo.
Hacía mucho tiempo que sabía que iría directa al infierno por todos los
pecados que había cometido. No me importaba el juicio de Dios sobre mí,
ni tan siquiera estaba segura de que existiera, pero en ese instante tuve la
sensación de que mi penitencia comenzaba. Sino, ¿por qué otro motivo
tenía que presenciar aquella adorable escena de Thomas cabalgando sin
camisa sin que yo pudiese tocarle?
―¿Me estás mirando? ―preguntó.
―Por supuesto que no ―le respondí cambiando el rumbo de mi mirada.
―Mientes ―farfulló.
―Podría yo decirte lo mismo.
Vi como Thomas levantó su ceja y sin creerse nada de lo que yo decía
se colocó cerca de mi caballo con el suyo.
―Deberíamos terminar aquello que empezamos en el castillo de los
McDougal ―dijo Thomas con una sonrisa pícara.
―Ni lo sueñes.
―¿Por qué me rechazas ahora?
―Digamos que no me siento atraída por ti.
―Vuelves a mentir. ―Esbozó una sonrisa― Sé cuando una mujer me
desea.
―Pues conmigo te equivocas.
Después de un largo camino de casi un día completo, pudimos ver a lo
lejos barcos sobre el agua. Habíamos llegado, se terminaba mi reto de
permanecer callada por más tiempo al lado de la bestia de Escocia.
Al no haber dormido nada, cuando nos acercamos a puerto, el sonido
del mar me resultaba atronador, era tan distinto a los que yo conocía, en
calma.
Aquel paisaje no me entusiasmó demasiado, vientos fuertes del norte se
había levantado, apenas se veía algún árbol, acantilados contra cuyas rocas
se estrellaban las olas, y los barcos no eran demasiado grandes, eran de vela
y se veían oscuros.
Se escuchaban carcajadas provenientes del muelle, era algo similar a
una taberna en horas tempestivas.
―Esto no me gusta ―dije mientras caminábamos acercándonos a cada
poco más a la gente.
Thomas se giró con una media sonrisa y me miró.
―Vamos, fuego, ahora no podemos dudar.
Frené el paso al reconocer a los forajidos que habían arrasado en el
castillo de los McDougal, y estiré de la camisa que Thomas acababa de
ponerse al desmontar del caballo.
―Tus hermanos, están ahí ―le dije en un susurro mirando de reojo y
señalando la dirección.
Él se encargó de avisar a Niall y a Peyton, y nos escondimos lo más
rápido que pudimos detrás de unos barriles apilados.
―Me temo que tendremos que pelear ―dijo Niall.
Peyton lo silenció tapándole la boca, para más tarde hacerle entrar en
razón de que si intentaban luchar ellos dos solos, lo más probable era que
muriesen.
Tenía razón, ellos al menos eran seis, y corríamos el peligro de que
algunos hombres del puerto se unieran a ellos en la batalla.
Desechar la opción de pelear no nos dejó otra que subir a bordo y soltar
a los McKenzie sin que nadie nos viese. Ese era el plan.
Todo marchó bien, entramos hasta las bodegas para rescatarles, no había
costado mucho esfuerzo, la mitad de la tripulación había bebido tanto que
no se mantenía en pie, y el resto jugaba a las cartas mientras continuaban
haciéndolo.
Estábamos descendiendo del navío, cuando de repente unos piratas que
pretendían subir a bordo tropezaron haciendo que nos separáramos para no
ser vistos, y uno de ellos cayó al suelo con tan mala suerte que bloqueó mi
salida. Solo faltaba yo por apearme de la embarcación. Y todo por mi
cabezonería, por pelear con Thomas en si debíamos salir primero las
mujeres o no.
Las voces de los otros hombres subidos al barco me alertaron, y me
escondí para que no me descubrieran.
Contuve el aliento al entrar en un cuartucho diminuto donde seguro se
guardaban los utensilios de limpieza. Aunque allí tan solo se encontrasen
escobas y cubos, bueno, y también la orina de los hombres, al parecer. La
mala suerte me acompañaba hasta viajar conmigo a la época en la que me
encontraba, y cuando quise salir de allí, la puerta había sido bloqueada,
después comencé a escuchar cosas como, izad la vela mayor, recoged
cabos, elevad pasarela…
Capítulo 5
Thomas McKenzie
―Si fueras mi esposa te estaría dando una buena tunda de palos por
avergonzarme frente a mis hermanos.
No era cierto, jamás golpearía a una mujer. Ni si quiera para hacerle
entender quién era el que mandaba.
―Si fueses mi esposo en lugar del puño en tu rostro, hubiese plasmado
mis labios ―me dijo valiente.
Aquello hizo que mi entrepierna reaccionara.
―Te encuentro agitado.
―Eres más peligrosa aún que el mismísimo fuego. Regresemos con el
resto, se acerca una tormenta.
Me levanté y le ofrecí mi mano para que lo hiciera ella, pero era de
esperar que no la aceptaría.
Mientras caminaba hasta el hogar de Harden se mostraba más y más
enfadada. No entendía el motivo, me había ganado, había humillado a un
highlander.
Nadie hizo mención alguna a la paliza que fuego me acababa de dar, y
yo lo agradecí, porque aunque había resultado agradable tenerla por unos
minutos bajo mi cuerpo, no podía olvidar que me había vencido.
Descansamos al resguardo de la hospitalidad de Harden y Violet, y a la
mañana siguiente nos dispusimos a partir de regreso a Inverness.
Todos subimos a aquel barco, nadie se quedó en tierra, porque aunque
solo regresaría fuego a su época, sus hermanos nos acompañarían en el
camino de vuelta. Sobre todo porque el tullido amenazaba con aparecer.
El barco cortaba las olas mientras navegábamos. Fuego miraba la costa
mientras nos acercábamos, su mirada era impenetrable, no había manera de
saber qué pensaba.
Mi tortura terminaba con su viaje, y aunque me resultaba agradable
saber que se marchaba y que en su tiempo estaría bien, algo dentro de mí
deseaba que se quedase un poco más.
El viento era frío, y golpeaba mi rostro con fuerza. Mis cabellos se
movían a su merced, al igual que lo empezaba hacer el barco, estaba
costando de ser manejado. Noté las gotas de lluvia, la tormenta se había
retrasado, pero finalmente estaba aquí.
Comenzamos a recoger la vela mientras nos acercábamos al muelle.
―¡Diantres! ―Susurró Niall.
Me llamó la atención que maldijera entre dientes, y miré a la orilla
donde pudimos ver al sucio laird de los McDougal vivo.
―No tenemos escapatoria ―dijo Kennett mirando a nuestras
espaldas―, un barco se acerca.
―Está bien, lucharemos ―dije clavando la mirada en Niall.
Asintió, Harden me lanzó una espada a mí y otra a Craig. Kennett
debería de proteger a las mujeres, mientras que nosotros libraríamos la
batalla.
Cerré los ojos por un momento, tomé aire para clamar mi corazón
desbocado, y prepararme para esa guerra que estaba a punto de comenzar.
Maldita herida, o quizá debería de darle las gracias al malnacido del laird
por habérmela hecho. De esta forma he podido acercarme a ella sin excusas.
Lo que siento por esta mujer jamás lo he podido sentir por ninguna otra.
De hecho aún todavía, las espirales de calor recorren mi cuerpo.
―Curame esta herida para poder terminar lo que se ha empezado.
―No terminaremos nada, debo de parar tu hemorragia, pero después
me iré a Inverness, así conseguiré regresar a mi siglo.
―No lo hagas.
―Si no lo hago puedes morir desangrado.
―No te vayas.
Lo dije, sí, le pedí que se quedara conmigo, pero ella no respondió.
Cerré los ojos con fuerza. Dios mío, debo de estar volviéndome loco,
para querer retener a esta mujer con semejante control que tiene de mi
cuerpo cuando está junto a mí.
Volví a abrir los ojos y Amanda me miraba, sonreía.
―Listo, tu herida está limpia y con la presión del vendaje dejará de
sangrar en poco tiempo. Debes de cambiar los vendajes a diario, limpiar
bien, y también intenta no mover el brazo.
―Lo harás tú.
―Ya te he dicho que me marcho.
―Te acompañaré hasta que te vayas de mi mundo.
Sonrió de nuevo.
Era preciosa, también cuando no lo hacía, pero verla estirando sus
labios y curvándolos hacia arriba le daba un brillo especial a su rostro.
Craig irrumpió en la alcoba para averiguar cuanto nos faltaba.
―Estamos listos ―dijo Amanda.
―Bien, pues partamos a Inverness. Nos espera un duro camino.
Durante los dos días que el viaje duró hasta llegar a las tierras de Inverness
no dejaba de inventar excusas para retener a Amanda a mi lado, aunque
solo fuera un poco más de tiempo junto a ella, lo necesitaba. Sabía que
postergar la separación no me beneficiaba, que me estaba comportando de
manera egoísta para tenerla cerca un poco más. Y lo único que lograba era
hacerme más daño, porque ella se acabaría yendo de mi lado.
No me veía capaz de decirle que empezaba asentir algo por ella, porque
en cierto modo, para mí ya lo había hecho diciéndole que se quedase.
No quise pensar en el futuro, y solo hacía que aprovechar ese tiempo
que la suerte me regalaba junto a ella, y atesoraba recuerdos que tendrían
que durarme toda la vida. Toda una vida sin tenerla conmigo.
Pero al fin, había llegado el momento, la montaña estaba cerca, Craigh
Na Dun alejaría el fuego que tanto me abrasaba, y que a la vez me había
salvado de morir quemado.
―¿Me habéis traído al lugar equivocado? ―dijo Amanda al
sorprenderse, igual que el resto.
Allí ya no estaban las piedras, Agnes y Bessie acabaron con ellas, era
cierto, pero por algún motivo Amanda había llegado allí.
―Creímos que las piedras habían regresado a su lugar, sino, ¿cómo
llegaste tú? ―dijo Peyton.
―Con esto. Harriet me la colocó en la mano y me arrojó a las piedras
―Enseñó una piedra minúscula que sacó del interior de su bolsillo.
―¿Pero dónde apareciste?
―En este lugar, sin piedras, solo un arco de madera sobre el suelo
había, y enseguida escuché vuestras voces pidiendo ayuda.
Capítulo 11
Amanda Smith
Me despedí de ellos.
El muro norte del castillo se levantaba imponente frente a mí. El cielo
azul oscuro se reflejaba en el pequeño lago que se cerraba junto a la
fachada de este. Tres o cuatro centinelas hacían guardia en lo alto de las
torres. Tenía que ser muy veloz para no ser visto mientras cruzaba hasta la
puerta.
Lo conseguí, había entrado al castillo. Mis pies se movían rápidos y
temerarios por aquellos corredores, entonces frené. Debía de ser cauto, si
me capturaban no habría segundas oportunidades.
Cuando por fin pude asomar mi cabeza detrás del muro que me
separaba del gran salón, pude ver el rostro de Amanda detrás del reflejo de
una copa. Aquello era una celebración. Sus ojos estaban iluminados,
brillaban reteniendo lágrimas en ellos. De repente me dio un vuelco el
corazón, se me doblaron las rodillas al pensar en el tipo de celebración que
sería. ¿Se habían casado?
Una oleada de rabia recorrió por completo todo mi cuerpo, y sin darme
cuenta y dejado llevar por los sentimientos, golpee la pared con fuerza.
Demasiada, pensé después. Me habían descubierto.
Muchos de los hombres que allí estaban giraron sus cuerpos hacia
donde me encontraba, y yo busqué los ojos de Amanda, con los que me
encontré al instante de clavar los míos en ella.
De manera rápida pensé en lo que me esperaba, y con un simple vistazo
conté los hombres a los que tendría que matar antes de poder sacarla de allí.
Unos treinta, dije en mi cabeza, y caminando hasta quedarme en el centro
del salón comencé a clavar la espada en todos los cuerpos que se acercaban
a mí.
Cuando iba por la mitad de los hombres comenzaron a flaquear mis
fuerzas, apenas me quedaban para sostener la espada por encima de mi
pecho. Y sentí la necesidad de buscar a Amanda para poder verla por última
vez antes de que me matasen. No iba a aguantar mucho más tiempo.
Vi como el laird de los McDougal arrastraba a un sacerdote y a Amanda
hacia el interior del castillo, pero no podía perseguirlos, todavía quedaban
guerreros en pie.
Me aferré a la espada y con las dos manos saqué las fuerzas de todo ese
amor que sentía por ella, y me convencí de que si no sobrevivía, ella
tampoco lograría hacerlo. Su vida dependía de mí.
―Veo que necesitas ayuda, hermano. ―La voz de Niall me sorprendió.
Me acaban de salvar la vida, a mí, y a Amanda.
En poco tiempo, acabamos con ellos, antes de que me pudiese dar
cuenta decenas de hombres sin vida tapaban los suelos. Allí estaban Craig,
Niall, y Harden. Imaginé que Kennett era el que protegía a las mujeres en
esta ocasión.
Eché a correr por donde había visto que se llevaba a fuego aquel
desalmado.
Me costaba respirar con normalidad, me dolía el pecho de los golpes
recibidos y los brazos. Mi hombro empezaba a sangrar de nuevo.
Entonces los vi, estaban en pie, el sacerdote frente a ellos. Aquello
parecía una ceremonia.
Me acerqué en silencio, el sacerdote me había visto pero no movió un
músculo de su cuerpo para que nadie supiera de mi llegada.
Con cuidado de no hacer ruido, saqué mi espada y apoyé la punta de
ella en la espalda de McDougal. Dio un respingo y giró su cabeza para ver
de quien se trataba. Con un movimiento rápido, Amanda se separó de
nosotros.
―Deja ese juego absurdo, soy más poderoso que un simple McKenzie,
aléjate de aquí antes de que acaben con tu vida.
―¿Quiénes, tus hombres, esos que adornan el castillo con su sangre
derramada por todos lados? ―Escupí.
―No importa cuantos mates, siempre vendrán más, me aliaré con otros
clanes, recuerda que poseo riquezas para ofrecerles.
―No será suficiente lo que ofrezcas cuando se enteren de que acabas
matando a los jefes de los clanes con los que haces tratos ―dijo Amanda.
―Acaba con él ―dijo Niall apareciendo en la habitación.
Miré a Amanda, la que cubría sus ojos con las manos. Estaba sana, no la
habían herido, así es que decidí no acabar con su vida.
―¡Vete! Te perdono la vida, ¿podrás vivir con el recuerdo de que estás
vivo por la compasión de un McKenzie?
Se marchó corriendo.
Entonces caminé hasta Amanda para mirar con detenimiento si le
habían hecho daño.
―¿Estás bien? ―le pregunté mirando a sus ojos.
―Ahora sí ―dijo ella esquivando mi mirada.
―Si te hubiese pasado algo jamás me lo habría perdonado.
―Claro, porque un highlander de por aquí no puede perder una batalla.
―No. No es eso. Porque si le hubiesen hecho daño a la mujer a la que
amo, no hubiese cumplido mi promesa de protegerla.
Sentí que mis pies se hundían sobre aquel suelo de piedra. Tanto fue así
que tuve que mirar hacia abajo para asegurarme de que solo era una
sensación.
―Maldita sea, no puedes hacer eso.
―¿Hacer qué? ―pregunté.
―No puedes decirme que me amas, ¿no lo entiendes? Me tengo que ir,
este no es mi tiempo, y para Harriet aún menos.
―Pero, aquí también hay muchachas de su edad. Los guerreros nos
encargamos de proteger a las mujeres del clan.
―Precisamente por eso. No quiero que nadie nos tenga que proteger, no
quiero tener que vivir con miedo durante el resto de mi vida, y Harriet aún
no ha terminado sus estudios.
―No quieres vivir con miedo, pero a cambio, ¿podrás vivir sin amor?
Me miró con los ojos bien abiertos, y corrió hacia mí. Un mar salía de
sus ojos. Después se secó las lágrimas, y me abrazó. Me apretó con fuerza
colocando sus brazos por encima de mis hombros. Y después hundió su
rostro en el hueco de mi cuello.
La apreté con fuerza, olfateé su pelo, y le volví a decir que la quería
junto a mí.
Ella se separó de mi cuerpo y nuestros rostros se quedaron tan cerca que
no pude evitar acercar mis labios a los suyos. Cuando de pronto un grito
desgarrador nos obligó a separarnos para dirigir nuestras miradas hasta el
lugar donde provenía.
Capítulo 15
Amanda Smith
Era la voz de Peyton, ella era la que había gritado, la había escuchado
tantas veces hacerlo cuando se asustaba por cualquier cosa en nuestra casa,
que fue fácil reconocer de donde procedía aquel alarido. Solo que en aquel
momento, no era un grito de susto por ver una cucaracha, ni era un grito por
haberse quemado la mano al sostener algo caliente, no. Aquel grito fue
debido a la sorpresa al ver como el sucio McDougal blandía una daga en el
costado de nuestra hermana.
Harriet había caido al suelo al instante de atravesarla con aquel arma.
No tuvimos que temer por ningún otro herido, pues de forma inmediata
Niall degolló con su claymore el cuello de aquel asesino.
Corrí hasta donde el cuerpo de mi hermana yacía en el suelo. A cada
paso que daba sentía más y más miedo. Porque de descubrir que estaba
muerta, habría sido por mi culpa, por no quedarme con ella, por no haberla
protegido.
Me arrodillé y sostuve su cabeza con mis manos mientras susurraba su
nombre. Pero no respondía. Peyton examinaba su cuerpo y al ver la daga
aún clavada fue a sacarla, cuando Craig le sostuvo la mano impidiendo que
lo hiciera.
―No sabemos como de profundo es ese corte, será mejor que dejes ahí
eso ―le dijo.
―Pero hay que currarla, tenemos que curar esa herida.
Niall se acuclilló al lado de mi hermana y tomándola por sus manos le
dijo aquello que a mí me desgarró por dentro.
―Hemos visto cientos de heridas como esta. ―La pausa duró mucho
más de lo necesario―. Siento decir que no podrá sobrevivir.
―¿Tú qué sabes? ¿Eres médico? ―me defendí.
Harriet abrió los ojos en ese momento. Me miró y levantó su mano para
que se la cogiese.
―Te vas a poner bien, ¿me oyes? ―le dije apretando con fuerza su
mano.
―Escúchame ―me pidió.
―Tienes que empezar a relajarte, a disfrutar de lo que la vida te regala,
y a no intentar controlarlo todo. Los sentimientos no se pueden dominar.
―Calla, guarda esas fuerzas para más tarde, las necesitarás para
recuperarte.
―Shhhh… ¿Has mirado a tu alrededor? Aquí no hay quirófanos,
antibióticos, ni qué hablar de cirujanos…
―No digas eso, vas a curarte, ¿me escuchas?
Amanda cerró los ojos, su cuerpo se debilitaba.
Miré su costado, el que se empezaba a empapar de sangre, y me decidí a
quitarle la daga para presionar la herida hasta detener la hemorragia. Eso es
lo que se debía hacer, y no esperar a que muriera desangrada.
―No lo hagas, fuego. La matarás.
Fue su voz, la última voz que debía pronunciar aquellas palabras.
Me quedé mirando a donde estaba, y lo vi negando con la cabeza.
Me levanté del suelo, caminé hasta su lado y abriendo los brazos me
abrazó. Me sentí a salvo, pero no podía ignorar que mi hermana todavía
estaba allí, y si no hacía algo rápido, vería como su vida se le escapaba.
―Ha llegado el momento de regresar todos ―Aquella voz de nuevo.
No tardé nada de tiempo en darme la vuelta llena de rabia para
responderle a la anciana que no dejaba de aparecérseme todo el tiempo, y
que todavía no me había ayudado ni un poco.
―¿Regresar a dónde? ―pregunté al aire, porque allí no había nadie.
Todos me miraban como si hubiese perdido la cordura. Que en realidad
era lo que a mí también me empezaba a parecer.
―A casa, debéis de hacerlo todos. Unid vuestras manos, apretad las
piedras, pedir el mismo deseo todos a la vez sin que nadie os escuche y
podréis regresar.
¿Era mi imaginación, de verdad aquella anciana se me aparecía, aquello
podría resultar? Daba igual lo que yo pensara de todo lo que estaba
pasando, pero si había una posibilidad entre un millón de salvar a Harriet
debíamos de intentarlo.
―¡Escuchadme! No me vais a creer, pero tampoco tengo tiempo de
explicároslo. Coged vuestras manos ―les dije a mis hermanos.
―¿Qué es lo que quieres hacer? ―preguntó Harden.
―Vamos a regresar a casa, tenemos que salvarla.
―Ahora, agarraos de las manos. Sacaré mi piedra y la de Harriet.
Apretaremos las piedras mientras todos en silencio pedimos el mismo
deseo.
―¿Qué deseo? ―Volvió a abrir los ojos Harriet.
―Tú puedes descansar, nosotros nos encargamos de todo ―le dije y le
di un beso en su frente.
Miré una última vez a todos, pero más tiempo a Thomas, el que tenía
los ojos empañados.
Mis hermanos y yo nos cogimos por las manos, las piedras en mis dos
manos las compartía con Harriet y Peyton. Las apretaba con fuerza, y antes
de cerrar todos los ojos asentimos con nuestras cabezas para pedir el deseo.
Algo debió de salir mal, porque después de unos segundos aún
estábamos allí.
―¿Pensabais en otra cosa que no fuese ella? ―les pregunté mirando a
Harriet que parecía dormida.
Tanto Peyton como Harden negaron con las cabezas.
―¡Mierda, me has vuelto a engañar! ―gritaba al aire.
―¿Estás bien? ―me preguntó Thomas.
No importaba yo, no quería malgastar el tiempo que me quedaba junto a
Harriet dando explicaciones absurdas sobre las visiones de una anciana que
además no servían para nada.
Así es que negué con la cabeza y me incliné sobre Harriet. La abracé, la
besé, y me quedé pegada a su rostro con el mío.
―Amanda, tengo miedo.
Aquella frase me rompió en dos. No podía decirle que todo iba a ir bien,
ahora ya no podía. Debajo de su cuerpo había un enorme charco de sangre
que continuaba creciendo.
―Estoy aquí. No estás sola.
Le agarré la mano para que me sintiera.
―No quiero morirme, deseo curarme.
Capítulo 16
Thomas McKenzie
Tres días, tres largos días, tres tristes días, sin ella. Y lo peor, que mirase a
donde mirase, continuaba viéndola.
No diremos que la sorpresa nos dejó paralizados frente a las puertas del
hospital, no. Reaccionamos como se espera que reaccione cualquier persona
que intenta salvar la vida de un ser querido. Gritamos a pleno pulmón para
llamar la atención de cualquier médico que se encontrase allí. Y resultó.
Salieron al menos tres personas, nos la arrebataron de los brazos al ver en la
situación que se encontraba. Porque yo no soy médico, pero ver toda esa
sangre alrededor de la herida no era bueno.
Entonces sí que nos quedamos paralizados los tres, se habían llevado a
Harriet y nosotros todavía estábamos afuera, nos mirábamos.
Seguro que el miedo nos dejó allí, era una medida de prevención, si no
entrabamos no sabíamos qué era lo que ocurría, si lo hacíamos, seríamos
conscientes de la gravedad de todo.
―Tenemos que entrar ―dijo Harden.
―Id vosotros, yo no tengo fuerzas ―respondí.
―Iremos los tres. ―Peyton me abrazó y me besó en la mejilla. Y ese
era el empujón que necesitaba para moverme del lugar.
Al entrar por las puertas de urgencias todos nos miraban. Con un simple
vistazo bajando la cabeza hacia mi cuerpo me di cuenta del motivo.
Teníamos las ropa llena de sangre, polvo, y suciedad. Esa la mía, porque
Harden vestía como si viniera de otra época al igual que Peyton.
―Deben de ser ustedes los que han traído a la joven con la daga
clavada ―dijo un médico acercándose hasta nosotros.
―Es nuestra hermana.
―Ahora mismo la están operando. Debo de ser sincero con ustedes, ha
llegado muy débil, el arma atravesó su hígado, y el volumen de sangre
perdido es uno de los motivos de su gravedad.
―¿Se va a poner bien? ―Harden le preguntó sin pensárselo.
Jamás lo hubiese hecho yo, porque la respuesta a aquella pregunta daba
más miedo que la realidad que estábamos viviendo.
―Vamos a hacer todo cuanto esté en nuestras manos, pero deben saber
que la policía está de camino. Deberán responder algunas preguntas.
No lo habíamos pensado, pero era lógico. Harriet llevaba un arma
clavada en su cuerpo, y ahora teníamos que pensar en qué era lo que le
diríamos a aquellos policías que se acercaban a paso ligero por el pasillo
que teníamos frente a nosotros.
―Buenos días, somos los inspectores Sánchez y Travis, necesitamos
hacerles unas preguntas. Sabemos por lo que están pasando, y seremos
breves.
Peyton me cogió de la mano y me apretó con fuerza. A mí se me
ocurrían cientos de historias que podíamos contarles para salir de aquel lío,
como por ejemplo que veníamos de una fiesta de disfraces. Claro, que si
preguntaban de donde, no sabría como continuar. La daga podría ser de
cualquiera, alguien que quiso hacernos daño y terminó clavándosela a
Harriet. Sí, se me ocurrían cosas, pero la mayoría sin sentido, y el resto se
me desvanecían antes de verbalizarlas.
―Fue un accidente ―dijo Harden.
―Explíquese ―dijo uno de los policías acercándose un poco más a mi
hermano.
―Todo ha sido por mi culpa, ella no debía de estar allí, la dejamos sola,
yo el primero…
¿Qué diablos estaba haciendo Harden, pensaba contarle a la poli que
habíamos viajado en el tiempo?
―La culpa fue mía, yo estaba con ella y me fui ―interrumpí a mi
hermano.
―Si alguien es culpable, esa soy yo, recordad que todo esto lo inicié yo
―dijo Peyton.
―Está bien, nos está costando entenderles, ¿pueden explicar lo que
ocurrió desde el principio?
Desde el principio, qué complicado contarlo todo desde un principio,
primero porque deberíamos remontarnos a aquella época aquí en Los
Ángeles, esa en la que todos éramos felices. No, no lo éramos, ninguno de
nosotros lo fuimos desde que Harden conoció a Hanna. Él porque se
desvivía por ella sin que ese amor fuera recíproco, y nosotras tres porque lo
veíamos desde fuera. Y lo que nos hizo sumirnos en la gran tristeza fue que
Hanna dejase a Harden poco antes de su boda. Peyton tuvo la fantástica
idea de llevárselo de viaje, el destino ya lo sabemos todos, pero no resultó
ser lo maravilloso que se esperaba. Mágico sí, de eso no tenemos dudas, y
aunque al principio nos costó creerla cuando regresó sin él, después fuimos
menos incrédulas y tratamos de encontrarlos en aquel viaje. ¿La estupidez?
La mía, dejar sola a Harriet.
Y ahora, ¿cómo le contamos todo esto a los polis que tenemos frente a
nosotros sin que piensen que nos hemos drogado?
―¿Harden? ¿Harden Smith? ¿Eres tú? ―Se acercó alguien a mi
hermano.
―Jason, qué alegría volver a verte.
―Tío desapareciste, te hemos echado mucho de menos en comisaría.
¿Qué es de tu vida? Bueno, veo que vienes de la fiesta esa de disfraces que
ha organizado Jane por su cumpleaños. ―Harden miró a los polis que
esperaban impacientes―. Portaos bien con él, es un compañero, y de lo
mejor que hemos tenido por aquí ―les dijo antes de abrazar a Harden y
marcharse.
―Está bien, demasiadas emociones. Veo que es policía.
―Así es, estábamos en una fiesta como ya han escuchado, y cuando nos
marchábamos, ocurrió. Nos despistamos un momento y dejamos sola a
nuestra hermana pequeña.
―Está bien, hablaremos en otro momento. Nos pondremos en contacto
con ustedes en unos días. Les deseo una pronta recuperación de su hermana.
―Los policías le dieron la mano a nuestro hermano y se alejaron
despidiéndose de nosotras con un simple gesto de cabeza.
Nos sentamos los tres en aquella sala de espera que a cada minuto que
pasaba se hacía más pequeña y parecía que trataba de asfixiarnos.
Creo que tomé más de tres cafés de aquella máquina gratuita del pasillo,
y cuando regresaba de ponerme el último vi al doctor de antes junto a mis
hermanos.
En esta ocasión vestía como si hubiese acabado de salir del quirófano.
No escuchaba lo que decía, pero mis pies no podían moverse del sitio,
por más que quisiera acercarme para saber, mi cuerpo no reaccionaba a mis
deseos. Pero aun sin saber lo que el doctor les comunicaba, me empezaba a
formar una idea en mi cabeza al ver la reacción de mi hermana.
Cayó de rodillas de pronto, y se echó las manos al rostro, dejando
escapar un mar de lágrimas de sus ojos.
El doctor se alejó colocando una mano sobre el hombro de Harden, y
después mi hermano se acuclilló para abrazar a Peyton y darle consuelo.
Había muerto, Harriet ya no estaba con nosotros.
El café que sostenía en mi mano cayó al suelo de forma inmediata al
pensar en lo que había ocurrido, y las miradas de Harden y Peyton se
clavaron en mí.
Ambos corrieron hasta donde me encontraba para abrazarme.
―No, no , no, no ―Peyton me sujetó la cara con sus dos manos y
negaba al mismo tiempo que aquella palabra salía de su boca
repetidamente.
―Es por mi culpa. ―Sabía que ellos jamás me culparían por su muerte,
pero aquella era la verdad.
―¡Está viva! Se va a poner bien, el doctor nos ha dicho que ha sido un
milagro que se esté recuperando tan rápido. Que jamás habían visto algo
similar. Y que agradezcamos a su hada madrina, porque seguro que ha
estado junto a ella todo el tiempo.
―Vuestra hada madrina, debéis saber que no solo pertenezco a uno de
vosotros, soy de los cuatro. Me envía alguien que está muy agradecida con
uno de vosotros, que demostró ser un hombre valiente y se quedó a su lado.
Ahora debéis encontrar la felicidad, cada uno la suya. Si deseáis regresar,
Amanda sabe el lugar.
Esa voz resonó esta vez en las cabezas de los tres. Nos miramos con una
sonrisa en nuestra boca, y abrazamos a Harden.
―Vamos a verla, el médico nos dijo que ahora está despierta, después
debe descansar.
Peyton caminaba delante de nosotros abriéndonos camino hasta llegar a
la habitación donde el doctor les había dicho que se recuperaba.
Abrimos la puerta despacio por si dormía, y entramos con pasos
sigilosos para no hacer ruido. Aunque nada más vernos Harriet levantó su
mano en forma de saludo, y dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
Corrimos hasta ella, y cogimos sus manos, acariciamos su pelo,
besamos su frente, sus mejillas, los brazos. Hasta que nos pidió que
parasemos.
―Parad parad, me estáis agobiando ―dijo empujándonos.
Allí estaba nuestra hermana, era ella en toda su esencia.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunté.
―No me duele nada, pero el doctor me ha dicho que es normal, dentro
de unas horas se despertará el dolor, pero que avise para que me
administren más calmantes.
No podía retener las lágrimas en mis ojos, porque solo verla hablar era
algo increíble, y que no estaba segura de volver a hacer.
―Deja de llorar de una vez.
―Si te llega a pasar algo…
―Ha sido lo más emocionante que he vivido nunca, la verdad es que lo
he pasado francamente mal, pero si me dieran a elegir… ―Miré a Peyton y
a Harden para conocer si ellos también estaban horrorizados de escuchar
aquello―. Volvería a vivir cada uno de esos momentos sin pensármelo.
―¿Qué demonios estás diciendo? Debes de estar loca ―le dije.
―Tengo dieciocho años, y estos días han sido los más emocionantes de
toda mi vida. No estoy loca, me he sentido viva. Aunque casi me muero.
―Trató de hacer un chiste.
―Pues recupérate pronto, que Escocia te espera ―dijo Harden.
―Ni lo sueñes. Tú puedes irte cuando quieras, pero ella se queda
conmigo.
―No puedes elegir por ella ―dijo Peyton.
―Podría estar muerta.
―Pero no lo está.
―No lo está porque hemos regresado para salvar su vida, pero, ¿y si la
próxima vez no tenemos tanta suerte?
―Tendré más cuidado.
―¿Cuidado? ¿Crees que teniendo cuidado podrás continuar viva en un
mundo donde llevar colgada una espada sustituye a un teléfono móvil?
―Si no vas a estar tranquila, quizá debas de quedarte tú, nosotros
protegeremos a Harriet.
Harden me acababa de decir que era yo la que tenía miedo todo el
tiempo. Y además estaba en lo cierto, porque lo que me pudiese ocurrir a mí
no me importaba, pero si a ellos les pasaba algo, no podría continuar con mi
vida. Pero aquí o allí, donde estuviese sería así.
Salí de la habitación, porque de permanecer en ella terminaría
aceptando que era un ser egoísta. Así es que regresé a la sala de espera.
A los minutos Harden se sentó junto a mi silla, y solo colocando su
mano sobre mi rodilla me hizo hablar.
―Tenéis razón, vivo con miedo.
―¿Por qué? ―Me obligó a mirarle a los ojos.
―Porque solo me quedáis vosotros, y mi mundo permanece en pie
gracias a vosotros. Las ruinas del pasado están bajo mis pies, y lo último
que espero es que uno de vosotros os unáis a esas ruinas.
―No nos va a pasar nada, tienes que estar tranquila, o no podrás
disfrutar nunca.
Harden pasó su mano sobre mis hombros y me acercó hasta él para
besarme la cabeza.
Peyton llegó hasta nosotros, y también se unió al abrazo.
―Al menos estará unos días aquí, y debería de coger fuerzas antes de
marcharnos.
Iba en serio, ya habían decidido que regresar a aquel mundo gris y
peligroso era una gran idea.
―Yo puedo quedarme con ella, podéis iros vosotros.
Harden miró a Peyton y los dos se rieron.
―No, vosotras debéis regresar, seré yo quien me quede con Harriet.
Violet estará bien con vuestros hombres.
―Eh eh eh eh, un momento. Yo no tengo ningún hombre, Thomas es un
terco, estúpido, temerario, y bruto. Y aunque sea el hombre más atractivo
que he podido ver nunca, y despierte en mí emociones que jamás podría
despertar ningún otro hombre, no aceptaría ni muerta que fuese mi esposo.
―¿Quién ha hablado de casaros? ―preguntó Peyton.
Abrí mucho los ojos al descubrir mi metedura de pata, y ellos se
carcajearon durante un buen rato.
Capítulo 18
Thomas McKenzie
El
recibimiento en el clan O'Donnell fue mejor de lo que esperaba. Tanto fue
así que, en cuestión de dos semanas junto a ellos, ya estaba completamente
integrado. Al principio, me sentí un poco fuera de lugar, pero la calidez y la
hospitalidad de los O'Donnell hicieron que me sintiera como en casa
rápidamente. La unión de la hermana de mi madre con aquel hombre que se
convertía en mi tío nos había acercado a ambos clanes.
Mi tío, quien siempre había sido un hombre de gran influencia y
sabiduría, estaba en medio de negociaciones para establecer un pacto
importante con el clan O'Neill, otro de los clanes más poderosos de Irlanda.
Sabía que este acuerdo podría cambiar el curso de muchas cosas para
ambos clanes, y había estado trabajando incansablemente para lograrlo.
Cuando llegué, me recibió con los brazos abiertos, y una sonrisa que
mostraba su alivio y alegría. Mi presencia parecía haberle dado una nueva
esperanza, y me involucró de inmediato en las discusiones y planes. A
medida que me familiarizaba con las costumbres y dinámicas del clan
O'Donnell, también comencé a comprender la importancia de ese pacto.
Mi tío me explicó que los O'Neill tenían una influencia considerable en
el norte de Irlanda, y una alianza con ellos no solo fortalecería nuestras
defensas, sino que también abriría nuevas oportunidades comerciales y
estratégicas. Mi participación en las conversaciones y reuniones, aunque al
principio tímida, comenzó a ganar peso e importancia al paso de los días.
Mi tío me animaba constantemente, valorando mis opiniones y estrategias
propuestas.
La relación entre los O'Donnell y los O'Neill había sido históricamente
tensa, pero mi tío, con su habilidad diplomática, estaba logrando suavizar
aquellas diferencias. Durante una reunión clave con los líderes de los
O'Neill, pude ver cómo mi tío utilizaba cada argumento y cada gesto para
acercar posiciones. Yo estaba a su lado, apoyándolo y aportando mis ideas.
Con el paso de los días, noté un cambio en la actitud de los O'Neill. La
desconfianza inicial comenzó a disiparse y se abrió un espacio para el
diálogo constructivo. Mi tío, siempre atento a los detalles, me pedía que
interviniera en momentos cruciales, y juntos logramos presentar una
propuesta que fue bien recibida por ambas partes.
Finalmente, después de varias semanas de intensas negociaciones, el
pacto fue sellado. Sentí una gran satisfacción al ver la sonrisa de mi tío,
quien me abrazó con fuerza, agradecido por mi apoyo. Sabía que este
acuerdo no solo fortalecería a nuestro clan, sino que también cimentaría
nuestra posición en Irlanda.
Mi integración con los O'Donnell fue completa y significativa. No solo
me aceptaron como uno de los suyos, sino que también me brindaron la
oportunidad de contribuir a un momento histórico para el clan. Y aunque en
un principio me mostré reticente cuando mi tío me sugirió casarme con la
hija del jefe del clan O'Neill, más tarde me di cuenta de que era la manera
más rápida de olvidarme de la mujer que había salvado mi cuerpo del fuego
pero, que hizo que mi alma ardiera al marcharse.
El día en que conocí a la hija del jefe del clan O'Neill, sentí una mezcla de
nerviosismo y resignación. Sabía que este matrimonio era crucial para la
alianza entre los O'Donnell y los O'Neill, pero mi corazón todavía
pertenecía a otra mujer, una mujer que había dejado atrás en otra vida, en
otro tiempo.
Harriet iba recuperándose a pasos agigantados día tras día, era como una
especie de milagro verla con aquel color de cara, caminando, despacio pero
caminando. Y la sorpresa definitiva nos la llevamos el día que su médico le
dio el alta hospitalaria y la mandó para casa a seguir recuperándose.
Si soy sincera yo no me alegré de las noticias de aquel día. La primera
porque mandarla a casa significaba que no tendría una enfermera
veinticuatro siete disponible para ella, y aquello me daba miedo. La
segunda, porque estaba segura de que volvería a salir el tema de regresar
con los McKenzie. Y la tercera, aquella era la que más miedo me causaba,
se acercaba el día de volver a ver a Thomas.
Me sentía tan débil en su presencia que temía que junto a aquel hombre
me pudiese convertir en una mujer dependiente de él al completo.
Salimos del hospital y regresamos a nuestra casa felices, al menos ellos
lo estaban.
Poco tardaron aquellas sospechas en hacerse realidad, fue cerrar la
puerta y Peyton decirlo.
―¿Seguro que estaréis bien? ―le preguntaba a Harden.
―Mejor que bien. ―Le guiñó un ojo fortaleciendo aquella respuesta.
―Deberíamos de esperar unos días más, no me iré tranquila todavía.
Peyton me miró, y me hizo un gesto con la cabeza para que me acercase
a ella, mientras caminaba hacia el interior de su dormitorio.
―¿Él te da miedo? ―me preguntó cuando cerré la puerta al entrar.
―¿Harden? ―dije.
―No te hagas la tonta, no te pega nada. Sabes bien a quien me refiero.
Thomas.
―¿Miedo? ―Me reí.
―Te da miedo que no sienta lo mismo que tú por él, lo veo en tus ojos
cuando sale su nombre.
―¿Qué idioteces dices? Yo no siento nada por ese hombre.
―Entonces deberíamos de decírselo a Harden, que sea él quien viaje
conmigo, tú puedes quedarte con Harriet,
―Pero… ―No encontraba la excusa perfecta para que no me notase
que no quería hacer eso.
―Lo sabía, sientes algo por él.
Vaya que si sentía, sentía de todo cuando pensaba en él, y ahora mismo
me acababa de dar cuenta que si no lo veía acabaría muriéndome por amor,
eso que jamás había logrado sentir hasta ahora. Jamás ningún hombre había
provocado en mí un sentimiento más real.
―¿Le amo? ―Hice la pregunta en voz alta.
―Estoy convencida de que sí.
Peyton respondió por mí.
Capítulo 20
Thomas McKenzie
Dos semanas para el enlace, dos semanas para unir los dos clanes más
poderosos de Irlanda en uno. Y aquello lo había conseguido yo, con la
ayuda de mi tío, pero era todo merito mío. Me sentía tan orgulloso de ser
tan valioso que tenía la necesidad de contarlo a mi familia. Así es que
decidí partir de nuevo a Escocia para invitar a mis hermanos y padres al
enlace, y que fueran testigos de mi futuro. Y aunque aquel viaje estuvo
lleno de incertidumbre por no saber si los Smith habían regresado, tuve el
valor de hacerlo para poder así cerrar una etapa de mi vida.
―¡La cena está lista! ―Madre llamaba a todos a la mesa.
No me vio entrar, pero me sintió apresarla por su cintura y abrazarla
como cuando era un niño.
―Cuando me dijeron que regresabas no les creí. Y ahora que te veo
continúo sin hacerlo. Estás tan cambiado.
―Madre solo han sido semanas, no puedo haber cambiado tanto.
―Siéntate antes de que lleguen todos ―me dijo mi madre.
―Sé que estás feliz con tu posición en el clan O’Donnell, pero recuerda
que tú eres un McKenzie, y tu tío no cesará en el empeño hasta hacerte jefe
de su clan, y de esa forma pertenecerle.
―No, madre, no tienes porqué preocuparte. Me caso con la hija del clan
O’Neill como lo que soy, un McKenzie.
Vi desconcierto en el rostro de mi madre, pero no continuó con la
conversación. Solo añadió una frase que me dejó pensativo durante toda la
noche.
Fue tan reconfortante aquel abrazo de mis hermanos que por un
momento deseé quedarme con mi familia aquel día. Y a pesar de no poder
hacer tal cosa porque hubiese dejado en mal lugar a los O’Donnell, tampoco
me hizo falta pensarlo demasiado cuando las puertas del gran salón se
abrieron de nuevo y vi entrar a Peyton a la carrera y lanzarse a los brazos de
Niall.
Mi cuerpo se quedó rígido, y el corazón se desbocó, sus latidos los
sentía en cada rincón de mi cuerpo, y un escalofrío recorrió mi espalda.
¿Fuego? ¿Ella también había regresado?
Capítulo 21
Amanda Smith
Una vez dentro, clavé la mirada en el pastel de carne que tenía frente a
mí en la mesa. No podía quitarme de la cabeza el beso que habíamos
compartido al vernos. Aquella suavidad de su piel, su sabor… Pero
tampoco podía quitar de mi mente lo otro. Estaba apunto de casarme con
otra mujer, y aquello no estaba bien.
Intenté ignorar su presencia durante toda la comida, pero cuando
terminamos, al retirarnos, ella llamó mi atención.
―¿Se puede saber qué haces? ―dijo dándome un empujón por la
espalda.
―¿Qué crees que hago?
―La verdad es que no tengo la menor idea.
Yo tampoco la tenía. Quería estar con ella, pero conocía que no podía,
por eso me alejaba.
Así es que continué caminando hasta llegar a mi alcoba. Necesitaba
estar a solas, solo que Niall no lo sabía, e interrumpió mi retiro.
―Díselo, tiene derecho a saberlo, antes o después se enterará.
―¿Crees que no lo sé?
―¿A qué esperas?
―Quiero estar con ella, fui un estúpido al comprometerme con Brígida.
―Ahora no puedes deshacer eso, tienes que contárselo a Amanda.
A Niall aquel día le dije que se lo diría, que me dejase a solas, y cuando
salió de mi alcoba, escapé como cientos de veces lo había hecho por la
ventana. Regresaba a Irlanda sin despedirme de nadie, como un cobarde.