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Llegó con el fuego a Las Highlands

Las Smith Viajeras del tiempo

ZOE SCOTLAND
Copyright © Julio 2024 ZOE SCOTLAND

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The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to real persons, living
or dead, is coincidental and not intended by the author.

No part of this book may be reproduced, or stored in a retrieval system, or transmitted in any form or
by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without express written
permission of the publisher.

ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456

Cover design by: Art Painter


Library of Congress Control Number: 2018675309
Printed in the United States of America
Contents
Title Page
Copyright
Agradecimientos
Books By This Author
Llegó con el fuego a
Las Highlands
Prólogo
Amanda

Escocia, año 1578, Inverness


―No tiene ninguna gracia, que lo sepas ―gritó Amanda al ver que
Harriet no se encontraba donde antes.
Caminó por el lugar, y al pasar cerca de donde su hermana acababa de
vomitar se sorprendió de no encontrar el charco con toda aquella comida
masticada que antes casi le provoca arcadas.
―Sal ya Harriet, tengo miedo, sabes que no me gusta nada estar sola, y
menos en un lugar que no conozco.
Su hermana no iba a salir de ningún sitio, entre otras cosas porque en
aquel año, Harriet Smith todavía no había nacido, a decir verdad, no había
ningún Smith todavía.
Amanda caminó angustiada de regreso al hostal, y a pesar de que hacía
pocas horas que ambas habían realizado aquel camino, ahora parecía
totalmente diferente. Pensó que quizá era debido a la noche, la oscuridad en
ocasiones cambia los lugares y los hace irreconocibles. Trató de
convencerse.
Pero de repente vio algo. Aquello que tenía frente a ella no estaba allí
antes.
Sobre el suelo había una especie de arco de madera, parecía muy
antiguo y hecho a mano. Le recordó a aquella arma que salía en la película
de Robin Hood y que tantas veces había tenido que ver.
Levantó la vista del suelo atraída por un espeso humo blanco que cubría
la zona por completo haciéndolo todo casi invisible. Se adelantó un poco y
llamas altas asomaban de entre unos árboles muy cercanos. Se asustó.
Corrió hasta encontrarse de frente con una casita pequeña de
construcción muy antigua hecha a mano también, porque aquello no podía
ser obra de una constructora.
El fuego se cobraba la vida de lo que en algún tiempo pudo ser el hogar
de alguien.
Giró su cabeza para mirar a ambos lados del lugar buscando agua para
sofocar aquellas llamas, algo como un río, un pozo, una manguera…
Decidió que poco podría hacer por aquella choza, que en cuestión de
pocas horas estaría reducida a cenizas, y pensó en marcharse para pedir
ayuda a los bomberos o guardas forestales a su regreso.
Comenzó a alejarse del lugar, hasta que toses exageradas, y voces casi
inaudibles pidiendo auxilio la hicieron retroceder y acercarse hasta la puerta
con celeridad.
―¿Hay alguien ahí? ―preguntó.
―Ayuda, ayúdenos mujer, nos ahogamos.
Se puso muy nerviosa al descubrir que dentro de aquella trampa de
fuego había personas. La voz le resultó familiar, pero estaba tan
obsesionada con encontrar a sus hermanos que cualquier voz le hubiera
recordado a ellos.
Fue a abrir la puerta con la manecilla, y encontró una especie de mano
de hierro sobre ella bloqueándola. Parecía que alguien no quería que las
personas que había dentro pudiesen salir, pensó.
―Un momento, hay algo que cubre la manecilla y está ardiendo. No
puedo quitarla.
Trató de retirarla, pero se quemaba. Aquel objeto había alcanzado una
temperatura demasiado alta como para tocarlo.
Echó un vistazo a su alrededor y vio unos palos de madera, seguramente
habían sido desprendidos del techo de la propia cabaña al quemarse.
Agarró un palo y comenzó a darle golpes para retirar aquella mano de
hierro de la puerta. Después de varios golpes fuertes al fin parecía moverse,
y fue entonces cuando decidió quemarse su mano a cambio de salvar alguna
vida que terminaría quemada si ella no se sacrificaba.
Gritó fuerte mientras apretaba aquel trozo de hierro y lo retiraba de la
puerta para poder abrirla.
Sintió tanto dolor después de hacerlo que pensó que iba a morir allí
mismo. El pulso se le aceleró, punzadas hasta el alma sentía que recorrían
todo el brazo.
De repente comenzaron a salir de la cabaña personas que habían
inhalado mucho humo, porque todas se cubrían la boca y tosían sin control.
Salió un joven agarrando a una mujer, y dos hombres sosteniendo a otro
entre ellos.
Se acercaron hasta ella, imaginó que para darle las gracias por salvarles
la vida, y fue cuando Amanda y Peyton se reconocieron.
Peyton se encontraba débil por todo lo expuesta al humo que había
estado, y Amanda se apretaba la mano tratando de calmar el dolor
inaguantable que padecía.
―¡Estás aquí! ―dijo Amanda al reconocer a su hermana.
―Amanda Smith, nos has salvado del fuego ―le dijo colgándose de su
cuello y abrazándola con fuerza.
Thomas MacKenzie dirigió al grupo hasta orillas del río que nacía cerca
de allí. Todos debían beber agua, y en ese momento era lo que se
encontraba más cerca.
Craig y Thomas ayudaron a Niall a reclinarse para sorber un poco de
agua, mientras que el joven Kennett permaneció junto a ellas.
Cuando recuperaron el aliento y las toses comenzaron a cesar
levemente, Peyton hizo las presentaciones oportunas, y Niall al escuchar
que aquella mujer era su hermana, sonrió.
―¿Dónde está Harden? ―quiso conocer Amanda.
―Está bien, él vive con su esposa en Stirling, y cuando la veas no
montes un numerito como yo hice ―dijo Peyton poniéndola en preaviso.
―¿Has dejado a Harriet sola? ―preguntó Peyton al darse cuenta de que
no estaba allí la pequeña de sus hermanas.
Amanda se entristeció porque fue su culpa, ella no tenía que haberle
obedecido cuando le ordenó que colocara las manos sobre la piedra, ella
debió haberse negado.
Así es que le contó a Peyton lo ocurrido y se abrazaron para darse
consuelo.
―Si es tan inteligente como vosotras, estoy seguro de que en poco
tiempo la tendremos aquí entre nosotros ―dijo Thomas guiñándole un ojo a
Amanda.
―Ya puedes estar explicándole al chulo ese que a mí no me van nada
los hombres fuertes, con el torso desnudo, y melenas al viento. Además de
que el color de sus ojos debe ser el mismo que luce el mismísimo demonio
―le dijo Amanda a Peyton acercándose mucho a ella.
―Tranquila yo te lo quitaré de encima, hermana ―dijo Peyton para
calmar a su hermana.
―Bueno si quiere colocarse sobre mí… ―Amanda se tapó la boca al
escucharse así misma pronunciar eso.
Y es que Las Highlands debían tener un poder sobre aquellas hermanas
que impedían que pudieran contener sus pensamientos.
ALGUNOS DÍAS MÁS TARDE…
―Como vuelvas a acercarte tanto a mí, te aseguro que te daré una patada
donde más te duela, no es ninguna broma ―le dije a la bestia que no dejaba
de perseguirme durante todo el camino.
―Puedes relajarte, si estoy cerca de ti nada te ocurrirá, puedes tomarlo
como si te protegiera ―me dijo finalizando su frase de macho con un guiño
de ojo.
No lo soportaba, me sacaba de quicio, aunque a la misma vez sus ojos
color ámbar me hipnotizaban por completo. Cada vez que los miraba me
detenían cualquier acción. Pero todo ese ego tan hinchado me exasperaba.
―Thomas, ten cuidado es cinturón marrón de karate ―le dijo mi
hermana en mitad de risas mientras caminaba pegada a Niall McKenzie.
―Poca broma con eso, sabes bien que como me agobie mucho lo tumbo
en dos movimientos.
Había pertenecido por más de doce años a la escuela de Karate más
importante de Los Ángeles, y si no conseguí el cinturón negro fue porque la
falta de tiempo con el nuevo negocio me abrumó.
―Podríamos tumbarnos juntos, no sé qué es karate, pero si quieres me
lo puedes mostrar.
Peyton no paraba de reírse junto al que parecía que era su novio, o como
narices se llamase eso que tenían esos dos. Mira que me había cansado de
repetir que estos hombres de esta época eran como los dioses del Olimpo, y
que retozar con cualquiera de ellos pondría el listón tan alto, que después a
nuestro regreso, ningún hombrecito del siglo XXI nos serviría. Pues al
parecer, mi hermana no escuchaba nada de lo que yo decía, porque solo
había que verlos.
―Mira, ya está bien, deja de dirigirte a mí, ¿vale? Imagina que no
existo. ―Detuve mi paso para decirle aquello y parece que funcionó,
porque continuó caminando, y pasó lejos de mí ignorándome.
―No le hagas caso, solo quiere molestarte, es como un crío que
siempre precisa más atención que ninguno. ―Se acercó hasta mí otro de los
hermanos.
―¿Un poco mayor para estas tonterías, no? ―respondí.
―Que no te engañe su apariencia, sigue siendo un niño.
―¿Craig, verdad? ―le pregunté para asegurarme.
―El mismo. Y el que no para de babear por ti es Kennett, es el más
pequeño de todos, pero que no te engañe tampoco, está deseoso de conocer
mujer para experimentar sus recientes adquiridas dotes de caballerosidad. A
Niall ya lo conoces ―dijo aquello y rápidamente me agarró, estiró de mi
pegándome a su cuerpo con un suave tirón del brazo. Y aunque no me
gustaba que me tocasen demasiado, se lo agradecí, porque de no haber sido
así, estaría despeñada por aquella colina que separaba las dos montañas.
―¡Wao! Casi me mato ―dije.
―¿Estáis bien? ―preguntó Peyton al darse cuenta de que Craig me
había salvado la vida.
Levanté el pulgar en respuesta. Miré a Craig que aún me sujetaba del
brazo, y me di cuenta de algo, me estaba mirando. Sí, me miraba, pero no
me miraba como lo hacía Thomas, ese me miraba como si quisiera
comerme, como si fuera el lobo feroz del cuento de Caperucita, en cambio
este lo hacía con, ¿dulzura? Sí, me miraba con una mirada sincera. ¿Era eso,
o yo me estaba flipando?
Estiré de mi brazo para recuperarlo, y cuando se dio cuenta abrió mucho
los ojos y su rostro se sonrojó.
―Perdóname, no me di cuenta de que aún te sujetaba.
―Tranquilo.
Entonces, Thomas pasó por mi lado y me dijo aquello con lo que hizo
hervir mi sangre.
―Deberías de mirar por donde pisas o podrías caerte y hacerte daño.
Mujer dura.
Al escucharle cerré con fuerza los puños, y arrugué mi nariz, encogí mis
hombros y accioné el modo lucha. Caminé dos pasos largos directa hacia
donde él estaba, quien continuaba caminando como si nada.
―Eso es lo que él busca. ―Craig me detuvo.
―Pues si lo quiere, lo tendrá ―le dije y me solté de su agarre para
arremangar mis mangas.
―Acabará como él desea. Dejará que le des el primer golpe, después te
bloqueará, más tarde te tumbará sobre el suelo, y te inmovilizará de pies y
manos apoyando su cuerpo sobre el tuyo. Ahí estarás perdida, y él te tendrá
donde quería desde un principio.
Escucharle decir todo aquello, me hizo imaginarme la escena con pelos
y señales, claro que no era difícil hacerlo, pues lo tenía a escasos metros de
mí, y me quedé paralizada. No sé si comencé a babear, o solo mi cara era de
imbécil. El caso es que Craig se acercó hasta mí, chasqueó sus dedos frente
a mis ojos, y en ese momento fue en el que desperté de mi sueño erótico
con su hermano.
―¿Estás bien? ―preguntó colocando sus ojos frente a los míos.
―Sí sí, claro que lo estoy, algo cansada, solo es eso. ―Me puse a
caminar para disimular.
―Aún no he tenido ocasión de darte las gracias, y quería que supieras
que estaré eternamente agradecido de que nos salvases. Si llega a ocurrirle
algo… ―Señaló con su mirada a Kennett, el que en aquel momento parecía
ser ajeno a lo que hablábamos.
―Cualquiera en mi caso habría hecho lo mismo, no podía dejar a
personas morir frente a mis ojos.
―Bueno, no todos lo hubieran hecho, fuiste valiente, apareciste con el
fuego y eso no lo olvidaré jamás. Estoy en deuda.
―Pues ya que lo mencionas, si de verdad quieres ayudarme, podrías
decirle a tu hermano, ese que no se separa de Peyton, que rompa con ella,
porque tenemos que recuperar nuestra vida anterior, ¿vale? ―le dije y al
final le arremetí un golpe brazo con brazo. Lo que ocurrió es que su fuerte y
gran cuerpo, hizo que el mío rebotase y fuera al suelo del impacto como si
fuera una pluma que vuela sin control alguno por el aire.
―¡Fucking bestia! ―dije al aterrizar sobre las piedras.
―¿Estás bien? ―Se arrodilló frente a mí.
―¿Qué le has hecho? ―Apareció Thomas para gritarle a Craig.
―Batallas de gallos no, ¿ok? Estoy bien, podéis continuar con el
senderismo programado.
Me levanté sin la ayuda de nadie y me coloqué junto a los dos tortolitos.
Niall todavía estaba recuperándose de su encuentro con el de la mano de
hierro, pero en los seis días que estaba durando el viaje a pie por Escocia,
yo había podido observar una mejoría notable.
―¿Cuánto calculáis que podemos tardar en llegar a la casa de Harden?
―pregunté.
―Estamos cerca. ―El hombre de pocas palabras habló.
Cerca. Cerca para mí podía ser del sofá a la mesa cuando se me olvida
el mando del televisor. Pero aquí cerca podría ser dos días a pie.
―¿Seguiré siendo joven cuando lleguemos, o voy a encontrarme a un
anciano por hermano? ―Estaba harta de caminar por montañas, cruzar ríos,
y doblarme tobillos con rocas gigantes.
―Recuerda lo que te dije, respira antes de decir nada ofensivo.
―¿De qué va todo esto, vas a decirme de una vez qué es lo que ocurre?
―Deberías contárselo ya ―dijo el gigante mudo.
―Está bien, la mujer de Harden es un clon a Hanna, y cuando la veas
vas a enmudecer, pero no te asustes, ¿vale?
―Viniendo de ti que confundes a Charlize Theron con Scarlett
Johansson cada vez que sale alguna en la televisión… De verdad, deberías
de graduarte la vista.
―Es posible que sea eso ―me respondió Peyton asumiendo su mala
vista.
―Falta poco para llegar al norte, pero debemos cruzar desde Eilean
Donan hasta la isla de Skye, y todavía no sabemos cómo es que lo haremos
―dijo Thomas a su hermano Niall.
Me encantaba mirarlo, siempre que no se dirigía a mí parecía un tipo
sensato, con buen juicio, poderoso, atractivo, sensual…
―¿Ocurre algo, fuego? ―me preguntó Craig. Al parecer me había
vuelto a quedar en pausa.
―Ya te dije antes que es cansancio, y no me llames fuego.
Lo que me faltaba, no había sufrido suficiente en el instituto con el
color de mi pelo que ahora tendría que aguantar a un highlander que se
burlase también de mí.
―Robaremos un bote, no será un problema ―dijo Niall.
―Espera espera, ¿no es mejor pedir que nos acerquen a la otra orilla?
Es que a mí eso de robar no me va mucho, eh.
―Tú no lo robarás, tú solo nos acompañas, seremos nosotros quien lo
robemos. ―Niall señaló a sus tres hermanos.
―No seré participe de esto, no subiré a un barco robado ―dije y me
crucé de brazos.
―Amanda, ya basta, aquí las cosas no funcionan como estás
acostumbrada.
―Tengo principios ―contesté a mi hermana.
―Ya, todavía recuerdo que te saliste con la tuya y tuvimos que pintar el
salón de tatuajes de color negro. ―Peyton levantó su ceja.
―Venga no puedes decir nada de eso, después lo pintamos de blanco
―le respondí haciéndole burla.
―Sí, cuando te diste cuenta de que faltaba luz para hacer nuestro
trabajo como debíamos.
Aquello fue una cagada, lo acepto, pero también es cierto que con unas
cuantas lámparas más se habría arreglado.
―Lo siento, no puedo más, tengo que descansar. ―Estaba intentando
aguantar en pie lo máximo posible, pero las fuerzas me flaquearon al ver
frente a mí una cuesta empedrada de más de tres kilómetros por lo menos.
―No podemos detenernos aquí, es propiedad de los McDougal,
quedarnos aquí sería peligroso.
Aquello lo dijo Thomas, y estuve a punto de ponerme en pie y continuar
andando cuando terminó de hablar, pero el muy cretino me miró desafiante,
y nadie mira así a una Smith.
―¿Te ocurre algo conmigo? Tú puedes continuar, no te quedes ahí
parado mirándome, seré yo la que corra peligro, y puedes estar tranquilo, no
me dais miedo los hombres con espada, sabré arreglármelas.
Por alguna extraña razón que desconocía, Peyton no dejaba de sonreír.
―Fuego, siento esto que voy a hacer, pero no podemos dejar que te
quedes aquí.
No me dio tiempo de abrir la boca, rápidamente Craig me levantó del
suelo, y como si pesase menos que una pluma me cargó a sus espaldas y
comenzó a caminar.
―Bájame, que me bajes te digo. No te lo digo, te lo ordeno, eso es, es
una orden, así es que obedéceme o tendrás problemas, fucking bestia.
―Deja de moverte, o me obligarás a dormirte.
Ahí sí que me asusté, porque aunque me sonaba a mentira, había algo en
aquel lugar que me rodeaba que me decía que posiblemente fuera verdad lo
que decía que me haría.
Me relajé y comencé a disfrutar del viaje.
Capítulo 1

Thomas McKenzie
Maldito demonio, no sabe mantener la boca cerrada, y parece que le gusta
provocarme. Al principio pensé que sería divertido jugar con ella, pero
ahora no soporto escuchar su voz, me carga escucharla. Y ahora para colmo
Craig se ha acercado tanto a ella que no sé si también quiere incomodarme,
o por lo contrario le gusta el demonio ese.
Parece que disfruta estar ahí sobre la espalda de mi hermano, quizá era
eso lo que ella buscaba, que Craig la cargase para no cansarse.
¿Me acaba de sacar la lengua? Sí, acaba de retarme al pasar cerca de mí.
Y el demonio aún no conoce quien es Thomas MacKenzie.
―Hermano, descansa un poco, yo la cargaré un rato ―le dije a Craig
con el rostro serio para que me obedeciera.
―Como gustes, hermano.
La agarré y la llevé un tiempo en brazos, Ella cruzó los suyos
visiblemente enfadada, y bajó su barbilla mirando hacia abajo para no
cruzar la mirada conmigo.
―¡Deteneos!
Cogí aire y cerré los ojos, sabía bien lo que ocurría. Los McDougal nos
habían visto cruzar sus tierras. Nadie se había atrevido a hacerlo durante
muchos años, era conocido entre clanes que aquellos guerreros limitaban
sus tierras con la orden expresa de que nadie pisaría terreno suyo sin ser
invitado, y si atrevían a desobedecer tendrían que pagar por ello un precio
caro.
Barajé la opción de ignorar su orden, pero Niall continuaba débil, y
llevábamos con nosotros a dos mujeres, habría sido una mala decisión.
―Discúlpenos, ya nos íbamos, como puede ver pasábamos de largo.
―Eso lo tendrá que decidir mi laird, si movéis un paso más estáis
muertos.
―¿Vas a obedecerle? ―Fuego me susurró desde mis brazos.
No le respondí, y ella me propinó un codazo en mis costillas que me
hizo encogerme.
―¡Silencio! ―Mandó a callar aquel guerrero.
―Discúlpela ―Pedí perdón por ella.
―Si no sabe mantener la boca de su mujer cerrada, quizá debería de
enseñarle cómo hacerlo.
―O quizá yo… ―Tapé la boca de fuego nada más empezar a hablar,
estaba claro que iba a volver a meternos en problemas.
Teníamos serios inconvenientes, y esta mujer nos llevaba de cabeza a
por más.
―Acompañadme, os presentaréis ante el laird, será él quien decida qué
hacer con vosotros.
Así ocurrió. Caminamos tras el guerrero en absoluto mutismo, aunque a
mí me costaba hacer que la mujer a la que llevaba en brazos guardara
silencio, porque una y otra vez trataba de quejarse.
―No tenéis porqué obedecerle, él es solo uno, vosotros cuatro, dadle
una paliza.
―Calla, o por tu culpa tendremos más problemas.
De un salto escapó de mis brazos y comenzó a caminar a paso acelerado
para dar alcance al guerrero de los McDougal.
Di tres zancadas para detenerla, por suerte tropezó con una piedra,
perdió el ritmo y pude alcanzarla a tiempo.
―O dejas que nos ocupemos de esto, o corres el riesgo de convertirte
en comida para los cerdos ―le dije mostrando mi enfado.
Al llegar al castillo del clan nos recibieron decenas de hombres
formados, protegían a su laird. Con un simple vistazo pude ver a dos en
cada torre, a cuatro más a las puertas, y frente a cada uno de los ventanucos
un guerrero más al menos.
Atravesamos la gran puerta de hierro bajo la atenta mirada de muchos
de los hombres allí presentes. Caminamos después por el interior del
castillo. Estaba oscuro, solo un par de antorchas iluminaban el recorrido, y
al final de este se abrió ante nosotros una gran sala que imaginé sería donde
se recibía a los invitados. En otros casos degustarían buena comida, y
disfrutarían de mujeres y vino. En este, se nos juzgaría e impondría un
castigo.
El laird descansaba sobre un sillón de madera de gran tamaño. Su
aspecto era deleznable, cabellos largos, barbas largas y sucias. Posiblemente
en otros tiempos ya pasados había denotado respeto. Era un hombre grande,
más que Niall, también fuerte, pero parecía lento en cuanto a reflejos. Le
había costado ponerse en pie más de lo normal.
―¿Quién sois, y porqué habéis pisado mis tierras? ―preguntó.
―Somos McKenzie, señor. Solo pasábamos de largo para dirigirnos al
norte ―respondí.
―¿Por qué hablas tú y no él?
Se notaba que Niall era el mayor de nosotros, y era extraño dejar hablar
a otra persona que no fuera él.
―Estoy herido, señor, mi hermano toma mi lugar hasta que me
recupere.
Aquel laird miró a Niall detenidamente, después repasó a cada uno de
nosotros, y con un leve movimiento de cabeza hizo que cuatro hombres se
formasen frente a nosotros.
Algo malo significaba aquello.
―Vosotros podéis marchar, ellas se quedan.
―¡Y una mierda! Yo no me quedo en este lugar ni por el mayor tesoro
del mundo ―dijo fuego colocándose frente a él.
El laird rompió a reír. Sus carcajadas eran tan sonoras que impartían
terror por todo el castillo.
―¡Apresadla! ―ordenó.
No debí hacerlo, porque aquel movimiento lo dificultaba todo. Lo
correcto habría sido que las hubiésemos dejado allí y que después
hubiésemos regresado a por ellas. En la noche, por sorpresa, así hubiésemos
tenido ventaja. En cambio, algo en mi estómago me golpeó cuando la
cogían aquellos hombres. Cuando vi como ponían sus manos sobre su
cuerpo, como la zarandeaban, o como aquel guerrero acercó su nariz hasta
poder percibir su aroma tan cerca de su cuello… No pude frenar mis
instintos.
―Un momento, no puede llevársela, es mi esposa.
El laird abrió mucho los ojos, se rascó la barbilla que debía esconder
detrás de toda aquella barba mugrosa, y sin apartar la mirada de mí me hizo
una pregunta.
―¿Estás seguro? ―Levantó su ceja.
―No, en realidad todavía no lo es, señor. Nos dirigíamos a la Isla de
Skye, allí nos esperan para celebrar la unión.
―Cuanto tiempo sin asistir a una boda ―dijo él.
―Si lo desea está usted invitado ―respondió Kennett.
―Buen muchacho, ¿Cuál es tu nombre? ―preguntó el laird.
―Mi nombre es Kennett, señor, soy el menor de mis hermanos.
―La boda se celebrará aquí. Algo me dice que me queréis engañar. Si
verdaderamente ellos se van a casar, que sea aquí, en mi castillo.
―Pero señor, los invitados… ―dije yo.
―¿Estáis rechazando mi invitación? ―Se acercó a mí y clavó su dedo
índice en mi pecho con un golpe seco.
―No, señor.
Capítulo 2
Amanda Smith

―Ya sabía yo que no eras de fiar. Hasta que no te has salido con la tuya no
has parado, eh. ¡Míranos! ¿Te das cuenta de lo que quiere decir esto? Nos
han metido en una habitación a los dos juntos. ―Me movía inquieta por
todos lados―. Seguro que para vosotros ―Le señalé―, esto es como una
suite de lujo. Ni lo sueñes que vamos a compartir esa cama.
―Si hubieses mantenido la boca cerrada no estaríamos aquí.
―¿No te alegras? Venga no disimules, que este era tu plan. ¿Qué se
supone que tiene que ocurrir ahora? Nos casamos, fornicamos durante toda
la noche, y al día siguiente nos vamos, ¿es eso?
―Nos casamos tú y yo, o el laird te hará suya. ―Se acercó a mí con el
gesto serio―. Fornicamos toda la noche o lo que puedas aguantar, mujer
fuerte. ―Ladeó la cabeza y sonrió a la vez―. Y te aseguro que no somos
sus invitados, sino más bien sus prisioneros. Resultará difícil salir de aquí.
Me asusté, mucho, tanto que comencé a temblar de miedo. Y a la misma
vez no dejaba de pensar en lo que acababa de decir. Toda la noche o lo que
yo pudiese aguantar…
―No dejaré que me toques ni un pelo, ¿te enteras? ―le dije tiritando.
―¿Tienes frío? ―Colocó su gran mano sobre mi brazo desnudo.
Yo con un rápido movimiento me aparté y caminé hasta la cama para
coger la manta que la cubría y colocármela sobre los hombros.
Dios mío, qué escalofrío acababa de sentir al notar su gran mano sobre
mi cuerpo.
―Deberíamos descansar.
Miré por toda la estancia buscando otro lugar para poder tumbarse, pero
allí solo había una cama. Grande, pero una.
―Imagino que un guerrero como tú estará acostumbrado a dormir sobre
la paja de los establos, sobre la hierba de los bosques, o incluso sobre
piedras.
―No.
―Bueno, pues hoy te estrenas ―le dije aquello y coloqué la manta que
llevaba sobre mí en el suelo. Cogí un almohadón también y lo hice caer
sobre la manta.
Me di la vuelta, caminé unos cuantos pasos y me dejé caer sobre la
cama.
―¿Vas a dormir conmigo? ―Me sorprendió tumbado sobre el colchón.
―Ni lo sueñes, baja ahora mismo al suelo ―le dije al verlo a mi lado.
―Es suficientemente grande para los dos, no pienso dormir ahí abajo.
Al sentarme en el colchón me clavé algo bajo la piel.
―¡Ay! ¿De qué demonios está relleno esto?
―De paja, solo algunos lo están de plumas, si lo deseas puedes dormir
sobre mi cuerpo. No te clavarás nada.
―Ni lo sueñes.
La puerta fue golpeada, después se abrió despacio y Niall entró por ella.
―Me temo que no es sincero ―irrumpió― , debemos tener los ojos
bien abiertos. ¿Tanta hospitalidad para unas personas que han pisado sus
tierras? ―le hablaba a Thomas.
―Exageras, ¿qué sino? No nos van a cortar la cabeza por ese motivo,
sería ridículo ―le dije.
Ambos me miraron con gesto serio.
¿De verdad serían capaces de hacer algo así? Les observé
detenidamente mientras ellos hablaban, y no parecían tranquilos. Niall
zarandeaba a su hermano por los hombros. Le instaba a tomar el control de
todo. Thomas asentía con la cabeza.
―Después de que se celebre la boda debemos de escapar.
Aprovecharemos que están borrachos como cubas para salir de aquí ―dijo
Niall.
―Está bien, cuando nos retiremos a nuestras alcobas será el momento
en el que escapemos.
Niall se acercó a mí.
―No tengas miedo, mi hermano te protegerá, pero haznos un favor a
todos. Cierra la boca.
Me dijo aquello y se marchó, me dejó sin palabras, y a la vez escuchaba
las risas de Thomas intentando ahogarlas.
―No hace gracia. De hecho no comprendo como tienes estómago para
reírte en un momento como este.
―Tranquila, fuego, mañana serás mi esposa, y deberé protegerte con
uñas y dientes. Todo irá bien ―dijo, y aquella última frase sí que me
tranquilizó.
Caminaba en dirección a mí, y se quedó tan cerca que podía olfatear el
sudor de su piel. Lejos de provocarme asco, sentí la atracción suficiente
como para dejarme llevar hasta él. Di un paso y entonces escasos
centímetros nos separaban. Thomas me miró extrañado, y no lo juzgaba,
pues desde que nos habíamos conocido lo único que había recibido por mi
parte eran impertinencias y malos gestos.
―Puede que el laird sea benévolo con nosotros, y no sea necesario que
huyamos.
―No lo es. Ningún McDougal es razonable, no esperes que eso suceda.
Debemos de estar preparados para lo peor.
Asentí con la cabeza.
Thomas dio un minúsculo paso más y se quedó pegado a mi cuerpo.
Colocó su enorme mano sobre mi hombro.
―Y ahora ―hizo una pausa corta, aunque a mí me parecieran horas―,
descansa, mañana será un día difícil.
Sí, creí que me iba a besar, y no porque yo lo estuviese deseando,
porque si me dejaran elegir hubiese dicho el nombre de Craig, él era mucho
más respetuoso.
Los ojos ámbar de Thomas brillaron especialmente cuando agarré su
mano para apartarla de mi hombro. Yo estaba acostumbrada a ver hombres
fuertes. Al estudio de tatuajes entraban muy a menudo cuerpos robustos,
musculados, les veía sin camiseta, incluso en ocasiones sin pantalones, pero
Thomas McKenzie parecía de otro mundo. Era como una roca, fuerte y
grande.
―Jamás pensé casarme con alguien como tú ―dijo para mi sorpresa.
―¿Como yo? ―pregunté mientras me descalzaba.
―Sí, con ese color que tienen tus cabellos. Siempre pensé que lo haría
con una mujer morena.
―Pues ya ves, soy pelirroja.
―Como el fuego, candente, ardiente. ―Sonrió.
―Pues ya sabes, no te acerques o te puedes quemar.
Necesitaba quitarme estas ropas que llevaba puestas todo el día, pero ni
se me ocurriría delante de él. Además de que parecía un hombre guiado por
sus instintos, y no me lo podía imaginar durmiendo junto a una mujer
medio desnuda. Así es que decidí tumbarme sobre la cama compartida, muy
al borde para no rozarnos, pero con mis ropas puestas.
―De donde tú vienes, ¿es muy diferente a Escocia? ―pronunció él.
Estaba intentando dormir, pero al parecer él no iba a hacerlo.
Una ráfaga de aire golpeó con fuerza la ventana dejándola abierta al
completo. Thomas salió de la cama para ir a cerrarla, y mi cara de asombro
al verle desnudo me duró varios segundos.
¿Cómo podía ir desnudo si hacia una noche fresca? Yo no llevaba bien
el frío de este lugar, cogí las mantas y me cubrí al completo dejando solo la
cabeza fuera.
―¿Tienes frío? ―preguntó al verme
―Veo que tú no. Haz el favor de vestirte.
―¿No te gusta lo que ves? ―Insistió.
Vaya que si me gustaba, me encantaba, pero yo misma había creado esa
regla. No retozar con ningún hombre de este siglo, o a mí regreso ninguno
de mi época me serviría.
―No.
―Permíteme que lo dude, he visto como no podías apartar tus ojos de
mi cuerpo.
Thomas se tumbó de nuevo sobre la cama, y se acercó a mí más que
antes de salir a cerrar la ventana.
Yo me quedé quieta, cualquier movimiento que hiciera me llevaría
directa a su cuerpo, estaba segura de eso.
Él retiró la manta que tapaba mi cuerpo, y volvió a acercarse otro poco.
Mi corazón ya se había disparado, mi sangre corría por todo mi cuerpo
alterada, y mi sexo se contraía. Era como si yo fuera un imán, y él otro bien
grande tratando de unirse a mí.
El ceño de Thomas se frunció, y después levantó una de sus cejas, para
más tarde dibujar en su rostro una sonrisa ladina.
―¿Ves algo que te provoque risa?
―No. ¿Quieres saber lo que me provoca?
Miré su boca, una grande, son labios hinchados, y me invadió el deseo
de besarlos. Me habían entrado unas ganas absurdas de saber cómo se
movería encima de mí aquel Highlander.
Entonces Thomas cogió mi mano y la puso sobre su enorme y abultado
miembro. Abrí mucho los ojos al encontrarme con aquello entre mis dedos,
y no pude hacer otra cosa que moverla de arriba abajo deseándola dentro de
mí.
Me besó, se abalanzó sobre mí y me besó con locura, él era el que
quemaba, sentí un fuego abrasador en mi entrepierna al notar su enorme
miembro rozarse con ella, y gemí. Aquello debió de excitarle mucho porque
como si fuera una bestia bajó hasta mis pantalones y arrancándomelos con
prisa escondió su cabeza en mi sexo.
Primero sobre la ropa interior, rozando su nariz con mi clítoris. Yo me
arqueaba de placer, gemía, gritaba, jadeaba.
Después bajó mis bragas y metió su lengua experimentada lamiendo
todo lo que a su paso encontraba, hasta dar con el punto exacto que me
hacía revolverme de placer.
―Esto es lo que me provoca mirarte. Fuego, eres peligrosa.
Y se apartó de encima de mí.
Capítulo 3
Thomas McKenzie

Mientras la hacía arder en placer recordé que la noche de bodas estaba por
llegar, y frené todo para así tener algo que regalarle al día siguiente.
―¿Así es como lo hacéis por aquí? ―dijo mientras se subía de nuevo
los pantalones.
―No creo que sea diferente de donde tú vienes, fuego.
―Ya te he dicho que no me llames así, mi nombre es Amanda. Y te diré
que nunca nadie me ha dejado de esta manera…
Mejor, de esa forma le sería más fácil recordarme. Sonreí y estiré de la
manta que se había quedado a nuestros pies. Me tapé hasta la cintura y le di
la espalda.
―Eres increíble, me calientas para después dormir.
No iba a dormir, y quizá me había molestado a mí más que a ella apartar
mi cuerpo del suyo.
La escuché quejarse un poco más, después debió quedarse dormida
porque no se movió en toda la noche.
A la mañana siguiente me puse en pie con mucho cuidado de no
despertarla.
Cerré en silencio la puerta de la alcoba, aliviado de que continuase
durmiendo me alejé. Me dirigía hacia la alcoba de Craig cuando los
recuerdos de las últimas horas se apoderaron de mí. Mis pasos pasaron a ser
lentos, torpes, esa mujer hacía que perdiese el control de mi cuerpo, incluso
aun cuando no estaba cerca.
Al abrir la puerta, pude ver que Craig no se encontraba allí, caminé
hasta la alcoba de Kennett, quien tampoco descansaba en la suya. Alertado
llegué hasta donde Niall y Peyton debían estar, y al abrir su puerta algo me
indicó que nada iba bien. Peyton y mi hermano conversaban
acaloradamente.
Con los nervios tensos como la cuerda de un arco esperé a que fuera él
quien me dijera lo que estaba ocurriendo.
―Hemos sido estúpidos, debimos intuirlo.
―¿Qué es lo que les han hecho?
―Todavía no lo sé, y Peyton insiste en que sea el laird quien nos lo
diga.
―Vayamos a por él.
―No, bajemos a desayunar como si nada, yo simularé ir en busca de
vuestros hermanos, será entonces cuando él deba hablar, si no lo hace le
obligaremos.
―Deberíamos adelantarnos a él ―habló Amanda detrás de mí.
Ella tenía razón, si nos adelantamos a nuestro enemigo tenemos ventaja,
esa es una regla básica de la guerra.
Dos guerreros aparecieron detrás de nosotros, sostenían espadas en sus
manos, y nos pidieron que les acompañáramos. Vi como Amanda iba a
hablar, pero de igual manera también vi como apretó los puños con rabia y
silenció su boca antes de que pudiera decir nada.
Al llegar a la gran sala podíamos ver como esta lucía la mayor parte
adornada. Velas, flores, y varias sillas frente al trono del laird.
―Siento que todo les esté resultando desagradable ―dijo mientras se
paseaba frente a su sillón de madera gigante, daba largas zancadas de un
lado a otro, y apoyaba su mano sobre la espada que colgaba de su cintura.
―¿Qué has hecho con mis hermanos? ―preguntó Niall.
―De verdad que lo siento, pero no os preocupéis, no les he matado.
Todavía. ―Sonrió― Dependerá de vosotros.
―Teníamos un trato ―le dije.
―No me hagas reír, yo no hago tratos con ladrones. Yo los mato.
Era inútil discutir, él sabía bien que no éramos ladrones, de haber sido
así, no hubiese dudado en matarnos nada más vernos.
―¿La boda? ―pregunté.
―Oh, sí, claro que habrá boda. Solo que a habido un ligero cambio.
Tanto Niall como las mujeres nos miramos extrañados.
―¿Cambio?
―Sí, nada de lo que nadie deba de preocuparse en exceso, es tan solo
una cosa por otra, un cambio insignificante.
―¿Va a decirnos donde están nuestros hermanos?
―Después de la celebración serán libres, como vosotros. Todos menos
mi esposa.
―Su esposa…
―Como has escuchado, mi esposa.
Señaló a fuego con su espada mientras dibujaba una sucia y asquerosa
sonrisa en su boca.
―¡Ni lo sueñe! ―dijo ella.
―O te casas conmigo, o moriréis todos, los primeros no es necesario
que os diga quienes serán.
Me froté la frente para calmar el palpitar en mi cabeza. Por más tiempo
que reflexionase sobre nuestras posibilidades, no daba con ninguna opción
en la que no acabásemos muertos.
Solo cabía una opción, y estaba seguro de que no sería fácil convencerla
de ello.
―Comprendo que necesitéis despediros, después de la boda será toda
mía. Alejaos de mi vista y resolved vuestra separación lejos de mí, tenéis
poco tiempo. Después uno de mis hombres irá en busca de mi prometida
para celebrar tan bella unión.
Amanda comenzó a temblar debido al miedo que en aquel momento
estaría experimentando. De pronto una suave brisa sopló, provenía de las
colinas cercanas al castillo. Aquel aire movía los espesos olmos y también
los fuertes robles que estaban junto a la fortaleza. Miré hacia el este y vi
como muchos hombres montados a caballo se acercaban. No parecían ser
esperados.
―Está bien, me despediré de ella y después nos marcharemos.
―¡Thomas! ¿qué estás diciendo? ―Peyton enfureció.
―Es lo más sensato, de esa manera nadie morirá. ―dijo Niall. Él sabía
que de no ser porque tenía un plan, jamás actuaría así.
―Ven conmigo, que estoy deseando darte una paliza como despedida.
―Se remangó las mangas Amanda al decirme aquello.
Intentaba hablarle con mis gestos disimulados, la instaba a que mirase
por la ventana, pero ella era terca y cabezona, no veía ninguna otra cosa que
no estuviese frente a sus narices.
Bajo la mirada del laird cogí a Amanda del codo y casi en volandas me
la llevé al interior del castillo.
Caminaba con paso rígido intentando zafarse de mi agarre, pero no la
iba a dejar escapar.
Al llegar a la alcoba la arrojé al interior. Y cayó al tropezarse con un
almohadón que había en el suelo.
―¿Estás bien? ―Me acerqué para ayudarla a levantarse.
―Estás de coña. Me entregas a los brazos de un asqueroso tipo que
cuando me mira se le cae la baba, y ahora te preocupas de que me haya
hecho daño al caer sobre un mullido cojín.
Se puso en pie y se abalanzó cargada de rabia golpeándome en el pecho
con los puños cerrados. La dejé que terminase, y después la besé.
―No te va a pasar nada, confía en mí.
Me miraba mientras su respiración se mezclaba con la mía. Todavía
estábamos muy cerca, incluso nuestras narices se rozaban, y entonces una
flecha pasó cerca de nuestras cabezas. Pasó silbando junto a mi oído.
Habían fallado.
Sin aviso empujé su cuerpo haciendo que cayera al suelo. El vello se me
erizó en el cuello, no hacía demasiado tiempo que se libraba una batalla. Al
ver as esos hombres por la ventana del salón pude entender que el castillo
iba a ser atacado, lo que no esperaba era que fuese tan pronto.
―¿Quién ha disparado esa flecha? ―preguntó Amanda.
―Aún no lo sé, pero debemos de salir de aquí, o la próxima flecha no
será fallida.
La puerta fue echada abajo de una patada.
―Son saqueadores, no pertenecen a clan alguno, no llevan escudo, ni
son enviados por el rey ―Niall entró a la alcoba con Peyton―. Vienen a
robar.
―Escondámoslas, si encuentran mujeres querrán tomarlas…
Era imposible que se escondiesen, teníamos que salir del castillo.
Un pánico ciego destrozó toda mi calma. Kennett y Craig todavía
estaban presos, pero si queríamos proteger a las mujeres no había otra
opción que salir de allí.
―Por la ventana ―dije.
―Debes de estar loco si piensas que podemos trepar por los árboles, no
somos monos ―se quejó Amanda.
La ignoré, ya me estaba dando cuenta de cómo era ella. Se quejaba
siempre, pero después obedecía.
Con un grito ahogado salté por la ventana y me agarré a una rama
cercana, después caminé cómodamente por otra rama más ancha dejando
espacio para que ellos pudiesen hacer lo mismo.
―Salta, no te va a ocurrir nada. Yo estoy aquí ―le dije y saltó.
Más tarde lo hicieron Niall y Peyton, y escondiéndonos dentro de la
copa del árbol pudimos ver como los ladrones abandonaban el castillo.
―¡Bien! Los habrán matado a todos, incluido al laird ahora podemos
buscar a tus hermanos ―dijo Amanda.
―¿Y quien te dice que no los han matado también?
No, no lo habían hecho. Lo que sí habían conseguido era encontrarlos,
pero lejos de asesinarlos se los llevaban capturados.

Caminamos detrás de su rastro más de lo soportable para nuestros pies, y


cuando tuvimos oportunidad de hacernos con algún caballo no dudamos en
robarlos.

El sol de aquel día lucía alto en el cielo, y sus fuertes rayos implacables
atravesaban mi piel. Ignoraba la calor, solo me concentraba en avanzar
hasta llegar al carro de aquellos forajidos que habían capturado a mis
hermanos.
El cansancio no nos dejaba pensar con claridad, tampoco ver más allá
de lo que nos mostraba el camino, y sin esperarlo, varios hombres nos
cortaron el paso.
Miré a mi hermano, y este negó con la cabeza, ninguno de nosotros nos
encontrábamos con fuerzas suficientes como para salir victoriosos en una
pelea, por simple que pareciera..
―No queremos problemas ―habló Niall en esta ocasión―. Solo
buscamos a nuestros hermanos, alguien se los llevó cuando estaban presos
en el castillo de los McDougal. Entraron, acabaron con ellos y se llevaron a
Kennett y Craig McKenzie.
Los hombres se miraron entre ellos, y después de que algunos de ellos
asintieran con la cabeza, se volvieron a nosotros.
―Podéis continuar, y tened cuidado, esos hombres a los que llamáis
ladrones no son otros que guerreros recientemente unidos a los Campbell.
Niall se alertó al escuchar el clan del tullido, era por su culpa que nos
encontrábamos en aquella situación, y por su culpa también que mi
hermano arrastraría una larga recuperación. Ahora necesitábamos conocer
si había sido casualidad llevarse a dos McKenzie o por el contrario nos
seguían la pista para acabar con nosotros.
Agradecimos a los hombres, y después de espolear a los caballos
continuamos la marcha tras las pocas huellas visibles de la carreta.
El camino nos llevó hasta las orillas de un río, y aquello nos hizo
enfurecer.
Niall y yo desmontamos para buscar algún rastro más allá del río.
Perdíamos la pista de nuestro hermanos.
Capítulo 4
Amanda Smith

―¿Qué se supone que es todo esto? ¿Acaso vas a negarme que deseabas
casarte con él? ―Peyton susurraba mientras tiraba de mi pierna para que yo
también desmontase del caballo.
―Y me lo dices tú, la que no ha dudado en aparearse con el highlander
más buenorro de toda Escocia ―Rebufé.
―Es diferente, lo nuestro es amor, pero tú te has pasado todo el tiempo
intentando llamar la atención de Thomas y Craig. Estaba claro lo que
pretendías.
Descendí del caballo, y no respondí a sus impertinencias. No importaba
como había ocurrido nuestro acercamiento, era un momento que pensaba
disfrutar.
―Es imposible seguir ningún rastro ya, pensemos qué es lo que hay al
otro lado del río, ¿para qué querrían a dos hombres, qué es lo que pueden
hacer con ellos?
―En el caso de que no sepan quienes son, venderlos, son fuertes. Eso
es, van a venderlos a mercantes que viajen a África, o, a Piratas.
―Estarán en Portree, eso es lo que hay más adelante, la Isla de Skye.
No hay tiempo que perder, pongámonos en marcha.
Mientras Niall y Thomas organizaban el camino, yo pensaba en las
duras palabras que mi hermana me había dicho. Todo era cierto, desde que
vi que ella y Niall compartían eso que tenían sentí una envidia terrible, y no
actué como acostumbro. Deseaba llamar la atención de esos dos hermanos,
y Thomas me lo ponía bien fácil con ese carácter chulesco. Pero yo no era
así, y por un rato de sexo no merecía la pena comportarme como una niña.
Montamos los caballos y cabalgamos durante horas. El sol ya se había
escondido cuando acampamos en un claro iluminado por la luna. Thomas se
quedó dormido antes de que me diese tiempo a abrir la boca. Sentía frío, y
si no fuese porque horas atrás había decidido cambiar al completo mi
comportamiento, me hubiese acercado a él para que su cuerpo me diera
calor y así conseguir dormir.
Cuando el sol comenzó a asomar por lo alto de una montaña, mi
hermana y Niall se levantaron de su placentero sueño. No comprendía como
les era posible cerrar los ojos en mitad del bosque, pudiendo ser devorados
por cualquier animal. Thomas se marchó en dirección hacia donde
debíamos continuar. Me hice la dormida para no cruzar palabra con él, pero
lo cierto era que ni un segundo había podido dormir.
―Debemos continuar, iré a por mi hermano, seguro ha encontrado
algún lugar donde lavarse.
Niall abandonó también el pobre campamento, y Peyton se acercó hasta
mí.
―Siento haberte hablado de aquella manera. No era mi intención
hacerte sentir mal. Estoy nerviosa desde que apareciste, solo hago que
pensar en nuestra hermana, está sola, es demasiado pequeña como para que
se las arregle.
―Es lista, seguro que regresó a casa y se ha quedado con alguna amiga.
―Marchemos ―dijo Niall de regreso junto a Thomas.
Parecía mojado, con su pelo despeinado y tapando buena parte del
rostro. No llevaba camisa, y a pesar de saber que debía de moverme para
irnos, mis pies no me respondían, no podía dejar de mirarlo. La verdad es
que no solo deseaba mirar, también me gustaría tocar esa piel bronceada por
el sol, y esos fuertes brazos musculosos.
Con un suspiro salí de mi ensoñación, y cuando todo estuvo recogido
para iniciar el camino, como si fuese el mismísimo diablo, comenzó a
tentarme de nuevo.
Hacía mucho tiempo que sabía que iría directa al infierno por todos los
pecados que había cometido. No me importaba el juicio de Dios sobre mí,
ni tan siquiera estaba segura de que existiera, pero en ese instante tuve la
sensación de que mi penitencia comenzaba. Sino, ¿por qué otro motivo
tenía que presenciar aquella adorable escena de Thomas cabalgando sin
camisa sin que yo pudiese tocarle?
―¿Me estás mirando? ―preguntó.
―Por supuesto que no ―le respondí cambiando el rumbo de mi mirada.
―Mientes ―farfulló.
―Podría yo decirte lo mismo.
Vi como Thomas levantó su ceja y sin creerse nada de lo que yo decía
se colocó cerca de mi caballo con el suyo.
―Deberíamos terminar aquello que empezamos en el castillo de los
McDougal ―dijo Thomas con una sonrisa pícara.
―Ni lo sueñes.
―¿Por qué me rechazas ahora?
―Digamos que no me siento atraída por ti.
―Vuelves a mentir. ―Esbozó una sonrisa― Sé cuando una mujer me
desea.
―Pues conmigo te equivocas.
Después de un largo camino de casi un día completo, pudimos ver a lo
lejos barcos sobre el agua. Habíamos llegado, se terminaba mi reto de
permanecer callada por más tiempo al lado de la bestia de Escocia.
Al no haber dormido nada, cuando nos acercamos a puerto, el sonido
del mar me resultaba atronador, era tan distinto a los que yo conocía, en
calma.
Aquel paisaje no me entusiasmó demasiado, vientos fuertes del norte se
había levantado, apenas se veía algún árbol, acantilados contra cuyas rocas
se estrellaban las olas, y los barcos no eran demasiado grandes, eran de vela
y se veían oscuros.
Se escuchaban carcajadas provenientes del muelle, era algo similar a
una taberna en horas tempestivas.
―Esto no me gusta ―dije mientras caminábamos acercándonos a cada
poco más a la gente.
Thomas se giró con una media sonrisa y me miró.
―Vamos, fuego, ahora no podemos dudar.
Frené el paso al reconocer a los forajidos que habían arrasado en el
castillo de los McDougal, y estiré de la camisa que Thomas acababa de
ponerse al desmontar del caballo.
―Tus hermanos, están ahí ―le dije en un susurro mirando de reojo y
señalando la dirección.
Él se encargó de avisar a Niall y a Peyton, y nos escondimos lo más
rápido que pudimos detrás de unos barriles apilados.
―Me temo que tendremos que pelear ―dijo Niall.
Peyton lo silenció tapándole la boca, para más tarde hacerle entrar en
razón de que si intentaban luchar ellos dos solos, lo más probable era que
muriesen.
Tenía razón, ellos al menos eran seis, y corríamos el peligro de que
algunos hombres del puerto se unieran a ellos en la batalla.
Desechar la opción de pelear no nos dejó otra que subir a bordo y soltar
a los McKenzie sin que nadie nos viese. Ese era el plan.
Todo marchó bien, entramos hasta las bodegas para rescatarles, no había
costado mucho esfuerzo, la mitad de la tripulación había bebido tanto que
no se mantenía en pie, y el resto jugaba a las cartas mientras continuaban
haciéndolo.
Estábamos descendiendo del navío, cuando de repente unos piratas que
pretendían subir a bordo tropezaron haciendo que nos separáramos para no
ser vistos, y uno de ellos cayó al suelo con tan mala suerte que bloqueó mi
salida. Solo faltaba yo por apearme de la embarcación. Y todo por mi
cabezonería, por pelear con Thomas en si debíamos salir primero las
mujeres o no.
Las voces de los otros hombres subidos al barco me alertaron, y me
escondí para que no me descubrieran.
Contuve el aliento al entrar en un cuartucho diminuto donde seguro se
guardaban los utensilios de limpieza. Aunque allí tan solo se encontrasen
escobas y cubos, bueno, y también la orina de los hombres, al parecer. La
mala suerte me acompañaba hasta viajar conmigo a la época en la que me
encontraba, y cuando quise salir de allí, la puerta había sido bloqueada,
después comencé a escuchar cosas como, izad la vela mayor, recoged
cabos, elevad pasarela…
Capítulo 5
Thomas McKenzie

―Que me dejéis subir a ese barco ―Peyton intentaba convencernos de


que debía subir al barco que acababa de zarpar con rumbo desconocido, y
en el que su hermana viajaba de polizón.
Si Niall no la tuviese agarrada por la cintura rodeando su cuerpo, en
lugar de un problema, ahora tendríamos dos.
Habíamos conseguido rescatar a Kennett y Craig, pero Amanda corría
mayor peligro todavía.
El abrazo al recuperarlos fue fugaz debido al gran problema que nos
había sorprendido al ponernos a salvo. Todos menos ella, esa mujer que al
aparecer frente a mí supe que muy a pesar de habernos salvado, a mí me
mantendría preso mientras durase su viaje en mi época.
No había otra manera de hacerlo, debíamos subir a otro barco, y cuanto
antes lo hiciéramos, antes la encontraríamos.
El aroma a madera y mar nos envolvió a todos. Acabábamos de tomar
un barco, no muy grande, uno fácil de manejar, pues solo precisábamos
rescatar a fuego, y para eso debíamos ser más rápidos que ellos en el mar.
El suelo se hunde bajo mis pies, la madera cruje, y al poco se vuelve a
elevar, las olas me salpican el rostro, y no puedo evitar sentirme furioso al
pensar en ella. Un dolor penetra en mi pecho al pensar en que, ella es
vulnerable, y si la descubren no dudarán en hacerla suya una y otra vez,
pasando por cada uno de ellos.
―¡Más rápido! ―grito exigiendo velocidad.
―¿Estás bien? ―Se acerca Peyton y se arrodilla hasta quedarse a mi
altura.
Me he sentado sobre las mojadas maderas del suelo.
―Hay que sacarla de ahí.
La agarro por las manos, no tengo la intención de preocuparla, pero no
puedo hacer como que no ocurre nada.
―Es fuerte, es la más fuerte de nosotras. Sé que va a estar bien.
Al rato Peyton regresa junto a mis hermanos, y yo observo con el
catalejo. Veo a lo lejos un barco, es él.
Se ha hecho de noche pronto, y entre el cielo y la vela mayor no veo
ninguna bandera, ¿o sí? Sí, sí que la hay, es una bandera negra, estábamos
en lo cierto, es un barco pirata.
Y nos lanzamos a la desesperación. Sabemos que corremos peligro de
que se derrame nuestra sangre, pero no nos permitiremos que Amanda sufra
a manos de esos piratas.
―Barco a la vista ―grito a Craig que es quien maneja el barco.
―Deben de estar a unas tres millas ―Kennett grita también.
Niall nos reúne y nos cuenta su plan.
Cuando estemos más cerca recogeremos las velas y les haremos pensar
que el barco va a la deriva, para que cuando se acerquen a tomarlo, les
sorprendamos.
―Nadie ansía apoderarse de un barco más que un pirata. Es una gran
idea, hermano―dice Craig al escucharle.
Todo ocurrió muy rápido, no hubo tiempo para mucho más. Mientras
mis hermanos luchaban con piratas poco instruidos en el arte de matar,
Peyton y yo atravesábamos las maderas que ellos mismos habían colocado
para venir directos a la muerte.
Protegía a Peyton todo el tiempo, no sabíamos lo que podíamos
encontrarnos cuando subiéramos al navío.
―Amanda, Amanda, Amanda ―Peyton gritaba todo a cada paso que
daba.
Abríamos puertas buscándola, pero tras ninguna de ella la encontramos.
Con el corazón en la garganta de pensar que la habían tirado por la
borda después de haberla matado, me dejé caer de rodillas sobre el suelo.
Golpeaba las maderas de rabia con mis puños, y Peyton lloraba
desconsolada, seguro que también había pensado como yo.
Pasamos varios minutos golpeando cosas de aquel barco, y por fin
decidimos regresar con mis hermanos, los que nos observaban atónitos
desde su posición.
Iba caminando y golpeando todo a mi paso, y al patear con fuerza una
puerta situada en la cubierta, esta se abrió y descubrió a Amanda. Se
sujetaba las rodillas con las manos. Estaba agachada, con la cabeza entre
sus piernas, temblaba, seguro que lo hacía de miedo.
―¿Fuego? ―pregunté al verla.
Levantó la cabeza y al vernos comenzó a llorar.
―Amanda, ya estás a salvo. ―Su hermana la abrazaba.
―Me quedé encerrada nada más subir al barco.
Se abrazaron por un tiempo, y yo también deseaba hacerlo, pero ver que
seguía con vida era suficiente.
Después de que todos estuviésemos a salvo, aprovechamos el barco para
llegar a la isla de Skye. Amanda y Peyton deseaban reunirse con su
hermano Harden, y emprendimos rumbo hacia el lugar.
Capítulo 6
Amanda Smith

Al llegar al lugar donde Harden le dijo a Peyton que mantendría su hogar


pude ver un brasero en el exterior, que proyectaba una luz anaranjada sobre
una pared de la casa. Se veía una casa de piedra pequeña.
De pronto, se oyó el crujido de la cerradura de hierro de la puerta, y
Harden salió por ella.
Alzó su mirada, y después de hacerlo, frotó sus ojos, se quedó parado
un poco más de tiempo, y volvió a frotarse los ojos. Entonces afirmé con la
cabeza, y él salió corriendo hacia donde yo estaba.
―¿Amanda? ¿Qué diablos haces aquí? ―Harden parecía reír de
alegría, pero también me sostenía por los hombros recriminando que
estuviese allí.
―Ni lo intentes. ―Quise avisarle antes de que empezase a decirme que
debería de estar en Los Ángeles, porque por alguna extraña razón que yo
desconocía, ellos podían abandonarlo todo, y yo no.
―Pero, está sola…
Sí, se refería a nuestra hermana, y era el único motivo por el que
necesitábamos regresar pronto.
Así es que se lo dije. Después de besarle, abrazarle, y mirarle
atentamente, porque estaba muy cambiado, tanto que me costaba reconocer
a Harden detrás de sus ojos. Le dije que debíamos regresar cuanto antes. Y
lo que no esperaba fue su respuesta.
―Yo no me marcharé de aquí.
Se quedó mirando a su casa.
―¿Cómo puedes decirme eso y quedarte tan tranquilo?
Entonces fue que comprendí todo.
Miré más allá de donde se encontraba mi hermano, miré hacia su casa, y
allí estaba la razón. Hanna, Hanna también había viajado con él.
―Ven conmigo ―me dijo ofreciéndome su mano.
―Ni se te pase por la cabeza que yo salude a la persona que más daño
te hizo en el mundo.
―Te estás equivocando ―me dijo y miró a Peyton que ahora se
encontraba a su lado.
―Intenté decírtelo, no es Hanna, su nombre es Violet, y al contrario de
aquella a la que nombras, esta si lo ama.
Negué con la cabeza, me tomaban el pelo. Era imposible que la persona
que estaba viendo con mis ojos no fuera la misma que abandonó a mi
hermano antes de casarse. Era imposible.
Pocos segundos tuve que meditar en ello. ¿Imposible? ¿Era imposible
que se parecieran, y no era imposible viajar al pasado como nosotros lo
habíamos hecho?
―Amanda, Violet es una mujer diferente, diferente a la que te recuerda,
pero no diferente a ti. ―Harden sonrió y me agarró de la mano.
Tiraba de mí mientras caminaba hasta ella.
Juro por mi vida que cuanto más me acercaba más se asemejaba su
rostro al de Hanna. Hasta que la tuve delante. Fue cuando la miré a los ojos
que descubrí la verdad. No era Hanna, porque ella nunca me había mirado
de aquella manera, ella siempre se mostraba hostil, en guardia, como a la
defensiva, preparada para librar una batalla. En cambio la mujer que me
miraba reflejaba cariño en sus ojos.
―Encantada de conocerte, Amanda, Harden me ha hablado tanto de ti
que siento que te conozco.
―Hola. ―La verdad es que no me salió mucho más, probablemente me
encontraba en estado de shock.
―Necesitamos descansar, Niall todavía está recuperándose. Y si no
llega a ser por ella, estaríamos todos muertos ―Eso lo dijo Thomas.
―Pasad, contadme todo lo que ha ocurrido. ―Harden entró el primero
y después el resto le seguimos hasta el interior de su hogar.
Al cruzar el umbral de la casa, me encontré de repente en un mundo
completamente diferente, sabía que estaba en Escocia en otro siglo diferente
al mío, pero más allá de un castillo medieval, no había podido detenerme a
observar con detenimiento. La luz del sol se filtra a través de pequeñas
ventanas sin vidrio, cubiertas con pergamino, arrojando haces de luz sobre
paredes de piedra robustas y desgastadas por el tiempo. Las paredes,
construidas con piedras irregulares y unidas con barro, parecían respirar
historias de generaciones pasadas. No podía cerrar la boca al ver como
Harden se movía con agilidad por allí. Llenó un caldero con algunas
verduras y agua, y lo colocó al fuego dentro de la gran chimenea que se
encontraba en lo que debía ser la cocina. Todos se sentaron alrededor de una
mesa grande de madera. Menos Niall que se dejó caer en una especie de
colchón alejado en la sala.
―El tullido intentó matarnos, y me temo que lo intentará de nuevo.
―Aquí estáis a salvo, nadie conoce nuestra nefasta relación con los
Campbell.
―Me temo que de regreso a Inverness no lo tendremos fácil.
―¿Regresar? ―Harden le preguntó a Peyton.
―No te pido que tú lo hagas, pero nosotras debemos regresar junto a
Harriet.
Peyton susurró aquello, pero Niall la escuchó desde donde estaba.
―Iré con vosotras ―dijo incorporándose.
―Por favor, dejad ya esas demostraciones de amor, lo he pillado desde
el principio. Seré yo la que vuelva a Los Ángeles con Harriet ―dije.
―¿Después regresarás? ―preguntó Thomas.
―No se me ha perdido nada aquí, y Harriet es demasiado pequeña
como para vivir atemorizada por clanes que desean acabar con su familia.
―Si estáis conmigo no os pasará nada, fuego.
―O dejas de llamarme fuego o me temo que vas a experimentar en tus
carnes que una mujer te dé una paliza.
Todos empezaron a reír, y las carcajadas de Thomas resonaron por
encima de las risas de los demás.
―Estoy harta, sal fuera ―le dije levantándome de la silla.
Me remangué las mangas y me dirigí hacia la calle. Cada paso que daba
sentía más rabia que en el anterior. El tiempo había cambiado, se levantó un
viento frío que cortaba la piel de mi rostro, pero la ira me hacía mantenerme
caliente. El mar se embravecía por segundos, el navío en el que habíamos
llegado ya no se deslizaba suave con las olas, ahora lo hacía con fuertes
golpes.
Miré por encima de mi hombro y vi venir a la bestia de Escocia con
paso dubitativo, los demás se agolpaban a las puerta de la casa.
Una voz le dijo a Thomas que no me hiciera daño, imaginé que sería la
de Niall, porque Peyton no dudó en arremeterle un codazo después de que
hablase.
Thomás se situó a mis espaldas y yo me di la vuelta. Se echó a reír de la
misma forma que lo acababa de hacer dentro de la casa, y sin previo aviso
le di una patada en su tobillo haciendo que se quedase apoyado en una sola
pierna y agarrando la otra con sus manos.
Aproveché para darle un empujón y tumbarlo sobre la hierba.
―Ya no te ríes, eh ―le dije.
―¡Tú! ―gruñó desde su posición.
―Vamos, bestia, levántate para que pueda volver a tumbarte.
Lo hizo, y nada más ponerse en pie se encogió para correr hasta donde
yo estaba y placarme con su cuerpo. Pero yo fui más rápida, y me aparté a
un lado haciéndole chocar contra un árbol.
Ahogó un grito de dolor al darse con la dura corteza del tronco en la
cabeza.
Se le veía tenso, pero no parecía que tuviese intención de abandonar la
lucha, así es que dejé que se acercara a mí, para cuando estuviese lo
suficientemente cerca propinarle un puñetazo en ese rostro tan perfecto que
lucía.
―Ahora vas a saber lo que te espera, fuego. ―Y con paso lento se
acercaba a mí.
―Retira eso. No vuelvas a llamarme así ―le dije encolerizada.
―Fuego, fuego, fuego ―repetía con una sonrisa dibujada en su cara.
Era alto, fornido, con un hoyuelo en el mentón, me parecía
irresistiblemente atractivo, y por culpa de ese atractivo que parecía
hechizarme, me quedé embelesada mientras él continuaba acercándose a
mí.
―Un momento. ―dije, y él frunció el ceño.
Entonces le di el golpe.
―¡Ouch! ―se escuchó en la casa.
Al mirar allí vi como todos se metían dentro. Se había acabado el
espectáculo, pensé.
Thomas me miró con atención mientras se sujetaba el pómulo golpeado.
―Te falta mucho entrenamiento, si no fueras una mujer te habría
matado nada más tirarme al suelo. Reconozco que eso me cogió por
sorpresa, pero eres lenta.
―Imbécil, te he derribado. No me vengas con esas.
Entonces Thomas cogió aire y lo soltó con impaciencia. Empezó a
moverse hacia mí, pero yo retrocedía, caminábamos en círculos para
asegurarme que no chocaría con nada a mis espaldas, y tras varios
segundos, él perdió la paciencia y me atacó.
Lo esquivé. No debía de ser tan lenta como el aseguraba. Le sonreí.
Fue cuando él enfureció y yo aproveché para arremeterle una patada a la
altura de la cintura.
Lo estaba enfadando, pero no me importaba.
―Cuando te coja… ―dijo con una sonrisa socarrona.
Me atacó pero volvió a fallar.
―Parece que no soy tan lenta como pensabas. Quizá tú eres demasiado
impulsivo.
―¡Agggggh! ―gritó y corrió a por mí.
Era lenta, no en cuanto a movimientos para esquivar sus golpes, pero sí
a la carrera, o quizá el motivo de que me diera alcance eran sus largas y
fuertes piernas. Porque en seis zancadas me agarró. Me tumbó sobre la
hierba y se colocó encima de mi cuerpo para evitar que escapase.
Capítulo 7
Thomas McKenzie

―Si fueras mi esposa te estaría dando una buena tunda de palos por
avergonzarme frente a mis hermanos.
No era cierto, jamás golpearía a una mujer. Ni si quiera para hacerle
entender quién era el que mandaba.
―Si fueses mi esposo en lugar del puño en tu rostro, hubiese plasmado
mis labios ―me dijo valiente.
Aquello hizo que mi entrepierna reaccionara.
―Te encuentro agitado.
―Eres más peligrosa aún que el mismísimo fuego. Regresemos con el
resto, se acerca una tormenta.
Me levanté y le ofrecí mi mano para que lo hiciera ella, pero era de
esperar que no la aceptaría.
Mientras caminaba hasta el hogar de Harden se mostraba más y más
enfadada. No entendía el motivo, me había ganado, había humillado a un
highlander.
Nadie hizo mención alguna a la paliza que fuego me acababa de dar, y
yo lo agradecí, porque aunque había resultado agradable tenerla por unos
minutos bajo mi cuerpo, no podía olvidar que me había vencido.
Descansamos al resguardo de la hospitalidad de Harden y Violet, y a la
mañana siguiente nos dispusimos a partir de regreso a Inverness.
Todos subimos a aquel barco, nadie se quedó en tierra, porque aunque
solo regresaría fuego a su época, sus hermanos nos acompañarían en el
camino de vuelta. Sobre todo porque el tullido amenazaba con aparecer.
El barco cortaba las olas mientras navegábamos. Fuego miraba la costa
mientras nos acercábamos, su mirada era impenetrable, no había manera de
saber qué pensaba.
Mi tortura terminaba con su viaje, y aunque me resultaba agradable
saber que se marchaba y que en su tiempo estaría bien, algo dentro de mí
deseaba que se quedase un poco más.
El viento era frío, y golpeaba mi rostro con fuerza. Mis cabellos se
movían a su merced, al igual que lo empezaba hacer el barco, estaba
costando de ser manejado. Noté las gotas de lluvia, la tormenta se había
retrasado, pero finalmente estaba aquí.
Comenzamos a recoger la vela mientras nos acercábamos al muelle.
―¡Diantres! ―Susurró Niall.
Me llamó la atención que maldijera entre dientes, y miré a la orilla
donde pudimos ver al sucio laird de los McDougal vivo.
―No tenemos escapatoria ―dijo Kennett mirando a nuestras
espaldas―, un barco se acerca.
―Está bien, lucharemos ―dije clavando la mirada en Niall.
Asintió, Harden me lanzó una espada a mí y otra a Craig. Kennett
debería de proteger a las mujeres, mientras que nosotros libraríamos la
batalla.
Cerré los ojos por un momento, tomé aire para clamar mi corazón
desbocado, y prepararme para esa guerra que estaba a punto de comenzar.

No querían matarnos, solo hacernos daño, y así era como lo conseguían.


Al clavarse el barco en la arena, ya habían logrado subir abordo más de diez
guerreros, y todos tenían un fin, capturar a una de las mujeres y amenazar
con degollarla si poníamos resistencia.
Soltamos nuestras espadas, estábamos a su merced. De esa manera se
llevaron a las tres. Y una vez estuvieron sobre tierra, el laird se colocó junto
a ellas para mandarnos su mensaje.
―Disfrutaré de todas vuestras mujeres, pero reconozco que esta ―dijo
agarrando el pelo de Amanda y olfateándolo―, es mi favorita.
―Te mataré. Juro por mi clan que no descansaré hasta darte la muerte
que te mereces.
Antes de poder decir nada más, vimos como se alejaban montados sobre
sus caballos.
Capítulo 8
Amanda Smith

―Suéltame, viejo asqueroso. ―Intentaba zafarme de sus brazos al llegar a


su castillo maloliente.
―Debes aprender modales, la esposa de un laird no puede tener la boca
tan sucia.
―Igual de sucia que tú. ―Le escupí.
Y al instante se pasó su mano por la cara para después chupar la saliva
que resbalaba por sus dedos.
Me dieron arcadas al verlo, y después impactó su enorme mano sobre
mi mejilla haciéndome temblar en el sitio.
―Tómame a mí ―dijo de pronto Violet.
―¿Por qué debería de hacer tal cosa? Eres más mayor que ellas.
―Más experimentada, mi señor. Sumisa, no le daré problemas.
Se lo estaba pensando. ¿Por qué hacía eso? No podía permitirlo.
―¡Cállate! ―le grité.
―¡Callaos todas, mujeres! Yo elegiré a mi esposa. Ahora id a vuestras
alcobas, más tarde os veré en el banquete.
El laird del clan celebró esa noche un banquete, todos sus hombres
estaban junto a él, todos menos los que habían sido asesinados días atrás.
Creo que hablo en boca de las tres cuando digo que nos sorprendimos
en exceso al ver que uno de los invitados le ofrecía como regalo a su hija.
―Mi señor, estuve todo el año esperando que un carnero naciera en esta
época y poder entregárselo a sus cocineras para este gran banquete, pero al
no suceder, aquí le traigo a la mayor de mis hijas. Aunque la vea joven ya
se convirtió en mujer, y podría darle buenos herederos.
Una mujer tras él no dejaba de llorar, quien pensé sería la madre de la
niña. Y digo niña porque no tendría más de quince años de edad.
―Sinvergüenza, ¿cómo le puedes hacer eso a tu propia hija? ―No pude
controlarme, y terminé gritándole.
―Hacedla callar ―dijo el laird, y dos hombres acudieron a mí y me
golpearon en el estómago haciendo que me curvase hasta quedar
arrodillada.
―Para de una vez o acabarán contigo. ―Peyton lloriqueaba.
De pronto cuando conseguí abrir los ojos, aún rota de dolor por los
golpes, vi frente a mí a una anciana, parecía muy mayor, aparentaba cientos
de años, y me hablaba. Sé que me hablaba porque insistía en hacer
aspavientos con las manos mientras me miraba.
―¿La estáis viendo? ―pregunté a Peyton y Violet que estaban en pie a
mi lado.
―Pobre niña, no quiero pensar lo que le espera junto al cerdo ese
―dijo Peyton.
―No, la niña no, la anciana.
―No hay ninguna anciana en el salón.
Apreté fuerte los ojos, las manos atadas a mi espalda impedían que me
pudiese frotar los párpados, pero no importaba, porque cuando volví a
abrirlos la anciana estaba allí, y esta vez frente a mí.
―Las Highlands te ayudarán, pero tienes que hacer un sacrificio por
ellas.
¿Qué demonios estaba diciendo?
No entendía nada, ¿era una bruja? ¿visiones tal vez?
La anciana permanecía frente a mí, ahora miraba a la joven niña
agarrada por su padre, ese hombre que debería de protegerla, y no arrojarla
a los brazos de un ser despiadado.
Entonces entendí que mi sacrificio era ese, yo a cambio de la joven. Y
sin pensar en si funcionaría o no, porque aunque la anciana no lograse
ayudarme, yo sí que lo habría hecho con la niña.
―Mi señor, no pierda el tiempo con niñas que se pasarán la noche
llorando. ―Los guerreros levantaron sus manos para abofetearme nada más
comenzar a hablar, pero el laird los detuvo―. Tómeme a mí, soy una mujer,
no una niña.
―Que así sea ―sentenció.
Busqué a la anciana, pero no tuve suerte, y comencé a temblar de miedo
al pensar en lo que ocurriría después del banquete.
―Sentadla junto a mí en la mesa ―les dijo a sus hombres.
Demasiados nervios como para probar bocado, así es que me limité a
observar a todo el que allí se encontraba.
Horas después un hombre me apresó y me llevó en volandas hasta una
sucia habitación del castillo. ¿Alcoba? Imaginaba esa palabra que era usada
para referirse a bonitas estancias para nobles o guerreros, pero esto se
asemejaba más a la porquera de un ganadero.
―No vengas ahora con arrepentimientos, tú fuiste la que te entregaste a
cambio de la muchacha de aquel hombre.
―Conozco de sobra cual es mi final, empecemos cuanto antes, el
sufrimiento se alarga sino.
―Un McDougal no rompemos nunca un juramento, y tú no eres lo que
yo busco. Esos McKenzie llegaron a mí como regalo caido del señor, más
tarde pensaba ir a por ellos, pero la suerte se muestra de mi parte.
―¿De qué hablas?
―Ellos ayudaron a dar muerte a mi hermano, Duncan McDougal hoy
sería el laird de este clan de no ser por esa zorra y el hijo del rey.
―Más despacio que me pierdo. ¿Entonces yo qué hago aquí?
―He visto en los ojos de ese maldito McKenzie que moriría por
protegerte, mujer, así es que esperaré que venga por ti.
Me quedé pensativa. ¿De verdad había visto eso en la mirada? ¿O era
una treta más para despistarme?
Al poco tiempo el laird salió de mi alcoba y pude escuchar como el
hierro de los cerrojos sonaban de manera exagerada detrás de la puerta.
Nadie acudió en mi ayuda esa noche, y tuve que lidiar con los
pensamientos repetitivos de que quizá moriría allí, sola, alejada de mi
hermana. Dos días eternos pasaron, en los que me sobresaltaba con el
menor de los ruidos, y noches largas en las que a penas podía dormir por el
miedo de que entrase a violarme.
Una mañana en la que creí que iba a morir de hambre, la puerta se abrió.
―¡Arriba! deja de holgazanear, al menos debes de servir para algo hasta
que regresen en tu busca ―dijo uno de los hombres del laird.
A empujones bajé hasta las cocinas, donde bandejas repletas de comida
adornaban los bancos.
―Coje una y sírvele a tu laird, no repliques.
Así lo hice, y mientras caminaba cargada con una de las bandejas, me
permití el placer de tomar alguna pieza de fruta por el camino.
Mi mirada se paseó por todos los hombres del salón, y terminé con la
imagen del sucio laird a la mesa.
―Por fin haces algo de provecho.
―Yo me cuidaría de comer algo de lo que llevase mi bandeja, podría
estar envenenada ―hablé con calma.
Él se carcajeó al escucharme.
No llevaba cadenas en mis manos, ni en mis pies tampoco, pero ellos ya
se habían asegurado de dejarme sin fuerzas para que no intentase escapar.
Apenas podía mantenerme en pie, mis rodillas se doblaban, y sentía
continuamente la necesidad de dejar caer mi cabeza hacia delante.
―Más os vale que la soltéis. ―Una voz reconocible me hizo
estremecerme.
―Os estaba esperando.
Levanté mi cabeza para mirar, y vi a los McKenzie acompañados de
más hombres. Armados hasta los dientes, y dispuestos a pelear.
―Pues aquí nos tienes, y te aseguro que hoy te reunirás con tus
antepasados ―dijo Thomas.
Aquello no mitigó su enfado, cuanto más hablaban más bullía de rabia,
y por eso en pocas palabras que se cruzaron de más, comenzó una batalla.
El ruido ensordecedor del acero al chocar rebotaba en mi cabeza como
si fueran tambores. Los gritos de aquellos hombres haciendo esfuerzos eran
terroríficos, y ver salpicar sangre a cada poco no arreglaba la situación.
Un hombre se acercó hasta mí, me cogió en brazos y me preguntó por
las otras mujeres. No super decir, nos separaron desde el primer momento.
―McKenzie ―gritó conmigo en brazos―, no creo que podamos
salvarlas a todas.
―No abandonaremos el castillo hasta dar con ellas ―respondió
mientras se quitaba a un hombre de encima.
Antes de abandonar el salón paseé mi mirada por el lugar, y pude ver al
sucio laird con una sonrisa en su rostro mirándome. Lo escalofriante de
aquello no era solo su mirada, era el motivo por el que me miraba. Thomas
le daba la espalda mientras se quitaba a un guerrero de encima, y
aprovechando un descuido, el laird clavó su espada en el brazo de Tomas.
Estaba segura de que, de haber podido matarle lo habría hecho pero, las
puertas del castillo se abrieron a la llegada de más McDougal que
intentaban rescatar a su laird llevándoselo del castillo con toda la rapidez
que pudieron.
Capítulo 9
Amanda Smith

―¡Que no escape! cogedlo ―gritó Thomas antes de caer al suelo y


comenzar a desangrarse.
Varios hombres continuaban luchando contra guerreros del clan
enemigo que permanecían allí, y otros revolvían el castillo con el fin de
encontrar a Peyton y Violet.
Sentí miedo, desde mi llegada a Escocia todo estaba resultando de lo
más temerario.
Corrí esquivando espadas, y saltando enormes charcos de sangre para
llegar hasta donde Thomas yacía en el suelo, sujetándose el hombro herido
y del que no dejaba de salir sangre a borbotones.
―Escóndete, todavía pueden matarte ―dijo Thomas con un suave hilo
de voz.
―No. Recuerda que no obedezco órdenes, y si no te ayudo morirás en
pocas horas.
Abrí su camisa rompiendo la manga. Me ayudó que la tela estaba vieja
y pasada. Con el sobrante de tela le hice un vendaje que apreté sobre su
hombro para detener la hemorragia. Gritó de dolor y Kennett vino para
ayudarme. Entre los dos lo acercamos hasta dejarlo apoyado sobre la fría
pared.
De nuevo la anciana apareció junto a nosotros, pero entendí al momento
que nadie aparte de una servidora podía verla.
―Te has sacrificado por las Highlands, eso te hace merecedora de mi
ayuda. Sanaré a tu hombre, he visto tu corazón, pero si no consigues su
amor, jamás lograrás regresar a tu mundo.
No entendí nada de lo que me dijo. Primero porque Thomas no era mi
hombre, segundo porque después de desaparecer, él continuaba herido, y
tercero y más importante, ella no me conocía como para saber lo que yo
ansiaba regresar a mi mundo, pero ¿qué sentido tenía lograr el amor de un
hombre para después abandonarle?
―Acabamos de comenzar una guerra ―dijo Craig acercándose hasta
nosotros.
―Más que eso, creo. El laird me dijo que es venganza lo que busca,
algo relacionado con su hermano Duncan, el hijo de un rey y una mujer…
―Les contaba lo que me dijo.
―Sé de quienes habla, Arya y Jacobo. Ella mató a Duncan McDougal,
ahora quiere venganza.
―Debemos de curar la herida ―dije a Niall quien apareció con Violet y
Peyton.
Mi hermana se abalanzó a mis brazos, inspeccionando cada resquicio de
mi cuerpo para averiguar si estaba herida. Después me preguntó agarrando
mi rostro si me había tocado. Negué, ella se tranquilizó y después rompió a
llorar en mis brazos.
―Este mundo es muy peligroso, Harriet no puede llegar aquí. ¿Lo
comprendes?
―No tienes que preocuparte más, después de que curar la herida, me
marcharé a Inverness. Yo tampoco deseo quedarme más tiempo.
―¿Seguro, fuego?
Thomas apretó mi mano desde donde se encontraba.
―Necesitaré agua, algún antiséptico, y vendas ―pedí.
Todos los que estaban cerca me miraban extrañados, todos menos mi
hermana, la que corrigió y pidió agua, alcohol y algunos trapos.
―Nos quedaremos aquí, no se les ocurrirá regresar por el momento.
Niall les dijo a sus hermanos que llevaran a Thomas a un lugar más
cómodo para poder curarle.
Tumbado sobre la cama de costado para poder tener la herida a mi
alcance se encontraba aquel hombre que estaba volviéndome loca.
Yo habría jurado que tenía más fuerza de voluntad, pero al parecer no
era así en lo que se refería a la pasión. No obstante, traté de ignorar esa
debilidad, y también el hecho de a quien tenía bajo mis manos.
―Gracias, Amanda ―dijo Thomas.
―¿Qué has dicho? ―pregunté, tratando de enfocar la vista en su
hombro y no en sus labios.
La poca luz que se colaba por la ventana no llegaba hasta allí, así es que
me levanté para coger una de las velas que cerca se encontraban. Al
regresar, Thomas sonreía.
―¿Ya no te duele? ―quise saber.
―Duele, pero duelen también más cosas.
―¿Tienes más heridas y no me lo habías dicho? ―Comencé a
inspeccionar su cuerpo.
Entonces él me tomó la mano, y no sé si equivocadamente la depositó
sobre su pecho.
Como si fuera la forja de un herrero y sintiera que me abrasaba la retiré
de inmediato.
Sin camisa todos los músculos se hacían visibles ante mis ojos. Tenía
que admitir que era la mejor obra que el señor había hecho. Formidable,
bien desarrollado, ancha espalda, y salpicado de algunos vellos por el
pecho.
Un temblor me recorrió la espalda cuando Thomas volvió a coger mi
mano. En esta ocasión no la aparté, le miré a los ojos.
Mientras le contemplaba, el silencio nos acompañaba, duraba
demasiado, y entonces los ojos de Thomas recorrieron mi cuerpo,
deteniéndose en mis piernas y regresando de nuevo a mi rostro.
Estoy segura de que me sonrojé, pues yo no estaba acostumbrada a eso.
Thomas se incorporó con cierta dificultad sobre la cama, se acercó un
poco más a mí, y antes de que pudiese reaccionar, dos manos gigantes
apresaban mi rostro. Después bajaron hasta situarse en mis caderas, me
atrajo hacia delante pegándome a su cuerpo, entonces me obligó a ponerme
sobre mis rodillas, y perdí el equilibrio. Caí sobre él. Lo escuché como se
rio y después se quejó por el dolor. Pero más allá de soltar mi cuerpo, rodó
por encima de mí y me colocó sobre la cama, debajo de su enorme cuerpo.
Enseguida empecé a sentir oleadas de placer, solo por el peso de
Thomas sobre el mío, y cuando su mejilla rozó mi rostro, no pude ahogar
aquel gemido que hizo despertar a la bestia de las Highlands, y que al
parecer aún dormía.
Sus labios también se movían sobre los míos, besaba mi boca de forma
feroz, mordía mi labio inferior, y de nuevo regresaba a mi lengua.
Mi corazón jamás había latido con tanta fuerza, no podía hablar debido
a mi jadeante respiración.
Podía haberle pedido que se detuviera, pero no era eso lo que deseaba,
necesitaba que continuase con lo que hacía.
Thomas arrancó mi camisa haciendo saltar los botones, entonces usó sus
dientes para bajar uno de los tirantes de mi sostén. El pecho se liberó, y él
lo apresó con su boca, pellizcando entre sus dientes mi pezón suavemente.
Jadeé por aquella sensación, y volví hacerlo cuando repitió lo mismo en
mi otro pecho.
Sentía que ardía, arqueaba mi espalda para poder quemarme más cerca
de él. Pero de pronto la herida comenzó a sangrar de forma exagerada, y
solo pude que colocar mis manos para detener la hemorragia.
―Ya está bien, dejemos de jugar a los médicos, debo de curar esa
herida o dará más problemas.
Thomas rugió como la bestia que era, yo tampoco quería que eso
terminase, y me alegraba que al menos en algo estuviéramos de acuerdo.
Capítulo 10
Thomas McKenzie

Maldita herida, o quizá debería de darle las gracias al malnacido del laird
por habérmela hecho. De esta forma he podido acercarme a ella sin excusas.
Lo que siento por esta mujer jamás lo he podido sentir por ninguna otra.
De hecho aún todavía, las espirales de calor recorren mi cuerpo.
―Curame esta herida para poder terminar lo que se ha empezado.
―No terminaremos nada, debo de parar tu hemorragia, pero después
me iré a Inverness, así conseguiré regresar a mi siglo.
―No lo hagas.
―Si no lo hago puedes morir desangrado.
―No te vayas.
Lo dije, sí, le pedí que se quedara conmigo, pero ella no respondió.
Cerré los ojos con fuerza. Dios mío, debo de estar volviéndome loco,
para querer retener a esta mujer con semejante control que tiene de mi
cuerpo cuando está junto a mí.
Volví a abrir los ojos y Amanda me miraba, sonreía.
―Listo, tu herida está limpia y con la presión del vendaje dejará de
sangrar en poco tiempo. Debes de cambiar los vendajes a diario, limpiar
bien, y también intenta no mover el brazo.
―Lo harás tú.
―Ya te he dicho que me marcho.
―Te acompañaré hasta que te vayas de mi mundo.
Sonrió de nuevo.
Era preciosa, también cuando no lo hacía, pero verla estirando sus
labios y curvándolos hacia arriba le daba un brillo especial a su rostro.
Craig irrumpió en la alcoba para averiguar cuanto nos faltaba.
―Estamos listos ―dijo Amanda.
―Bien, pues partamos a Inverness. Nos espera un duro camino.

Durante los dos días que el viaje duró hasta llegar a las tierras de Inverness
no dejaba de inventar excusas para retener a Amanda a mi lado, aunque
solo fuera un poco más de tiempo junto a ella, lo necesitaba. Sabía que
postergar la separación no me beneficiaba, que me estaba comportando de
manera egoísta para tenerla cerca un poco más. Y lo único que lograba era
hacerme más daño, porque ella se acabaría yendo de mi lado.

No me veía capaz de decirle que empezaba asentir algo por ella, porque
en cierto modo, para mí ya lo había hecho diciéndole que se quedase.
No quise pensar en el futuro, y solo hacía que aprovechar ese tiempo
que la suerte me regalaba junto a ella, y atesoraba recuerdos que tendrían
que durarme toda la vida. Toda una vida sin tenerla conmigo.
Pero al fin, había llegado el momento, la montaña estaba cerca, Craigh
Na Dun alejaría el fuego que tanto me abrasaba, y que a la vez me había
salvado de morir quemado.
―¿Me habéis traído al lugar equivocado? ―dijo Amanda al
sorprenderse, igual que el resto.
Allí ya no estaban las piedras, Agnes y Bessie acabaron con ellas, era
cierto, pero por algún motivo Amanda había llegado allí.
―Creímos que las piedras habían regresado a su lugar, sino, ¿cómo
llegaste tú? ―dijo Peyton.
―Con esto. Harriet me la colocó en la mano y me arrojó a las piedras
―Enseñó una piedra minúscula que sacó del interior de su bolsillo.
―¿Pero dónde apareciste?
―En este lugar, sin piedras, solo un arco de madera sobre el suelo
había, y enseguida escuché vuestras voces pidiendo ayuda.
Capítulo 11
Amanda Smith

Mi mundo se vino abajo al descubrir que no había rocas mágicas que me


ayudaran a regresar junto a Harriet, cerré los ojos para ayudarme a respirar
con tranquilidad, y al abrirlos de nuevo, la anciana apareció frente a mí otra
vez.
Miré al resto para averiguar si ellos también la veían, pero parecían
ajenos a mi visión.
―Casi lo has conseguido. No podrás regresar sin el amor verdadero
―dijo aquello mirándome fijamente a los ojos.
De pronto, desapareció.
―¡Caballos! Se acercan caballos.
Kennett nos puso en aviso, y sin perder tiempo corrimos a escondernos.
Todos salimos en la misma dirección, detrás de la maleza al borde de una
ladera de la montaña rocosa, pero Thomas decidió hacerlo detrás de unos
arbustos pobres en cuanto a vegetación.
Afortunadamente aquellos caballos con sus jinetes pasaron de lejos, o
eso era lo que todos pensamos, pero algunos hombres cabalgaban más
separados.
Una flecha rozó el pómulo de mi hermana, por suerte no le alcanzó para
herirla, pero aquello nos daba el aviso de que nos habían visto.
Niall salió del escondite, e impulsado por el tronco de un árbol con su
brazo, clavó una daga a uno de los guerreros al pasar junto a él.
―De prisa, de prisa, corred ―gritó al ver que solo dos guerreros
quedaban atrás.
Teníamos que ir subiendo a los caballos que Niall y Craig dejaba libres
al matar a sus jinetes.
Nial soltó un fuerte rugido que me hizo estremecer de miedo, y volvió a
atacar. Se le veía recuperado al completo, en cambio Thomas solo podía
que permanecer escondido para que su herida continuase sanando.
Todos nos encontrábamos a salvo, con caballos para marchar a donde
Dios quisiera que estuviesen esas piedras que me devolverían a mi tiempo.
Cuando de pronto, dos jinetes aparecieron de la nada, pasaron cada uno
a un lado de Thomas, y levantándolo del suelo como si fuera un simple
títere, se lo llevaron en volandas.
―McDougal, debía ser él de nuevo. Hasta que no acabemos con él no
habrá descanso ―dijo Craig.
Niall intercambió una mirada con su hermano, se entendieron. Y yo
también lo hice.
Si se trataba del clan enemigo debían de intervenir de inmediato, no
podían permitir que los McDougal asesinaran a Thomas. Y yo estaba de
acuerdo.
―Quedaos aquí, nosotros iremos a por él ―dijo Niall señalando a su
hermano.
―Ni lo sueñes, iremos todos ―respondí.
―No. Kennett y Harden os protegerán ―replicó.
―Yo voy ―dije.
Niall negó con la cabeza, y espoleó al caballo con fuerza.
Todos los demás le seguimos sus pasos.
Era una verdadera locura lo que estábamos haciendo, pero si teníamos
alguna oportunidad de rescatar a Thomas, era luchando todos juntos.
El corazón latía desbocado, comprendí lo grave que era lo que hacíamos
cuando vi aquel castillo frente a mis ojos.
Desmontamos de los caballos a una distancia considerable, no podíamos
dejarnos ver.
―Accederemos por detrás, no nos esperan, así es que tenemos que ser
rápidos ―dijo Craig.
En efecto existía esa puerta trasera al castillo. Todo estaba muy oscuro,
y no teníamos manera de alumbrarnos con nada que allí hubiese. Al dar
unos pasos más con cautela, Niall frenó y todos nos detuvimos. Algunos
hombres hacían rondas de vigilancia cerca.
La luz se comenzaba a filtrar a lo lejos, debíamos de estar cada vez más
cerca del salón principal. Escuchamos unos pasos apresurados sobre
nuestras cabezas, después unas voces. Parecían discutir. La voz de un
hombre y también de una mujer. El cansancio me pasaba factura, porque
habría jurado que era la voz de mi hermana Harriet de no ser porque aquello
era imposible.
Peyton me miró al notar que detenía mis pasos. Se quedó quieta
haciendo que los demás pasaran cerca de ella para así ponerse a mi lado.
―¿Estás bien? ―me preguntó.
―Sí, solo que no debí dejarla sola. Creo que la echo tanto de menos, y
estoy tan preocupada por ella que la escucho por todas partes.
―¿Tú también has escuchado su voz? ―me preguntó Peyton.
No podía ser cierto, no podía ser una casualidad que ambas hubiésemos
escuchado la voz de Harriet en aquel lugar.
Capítulo 12
Thomas McKenzie

Lo intenté todo, patear, moverme con fuerza para que me soltasen,


cabecear, gritar. Sobre todo gritar de dolor, porque aquellos hombres me
llevaban cogido por los brazos y el dolor era insoportable en mi hombro
herido.
Cuando la marcha de los caballos aminoró, me dejaron caer al suelo.
Fue doloroso, pero sentí alivio de recuperar la posición de mi brazo herido.
Me propinaron unas cuantas patadas en la boca del estómago, y después
escupieron sobre mí.
Escuché como algunos pasos se alejaban, y otros se acercaban. Los que
se acercaban, lo hacían con calma.
Abrí los ojos con temor de recibir más palos, pero al ver aquellas botas
relucientes supuse que se trataba de McDougal. Me equivocaba.
―No debisteis dejarme vivir. ―Caminó un poco más y se acuclilló
frente a mí.
―Debiste de quedarte allí para asegurarte de que ardíamos ―le
respondí mirándole a los ojos.
El tullido Gregory se mostraba frente a mí, altivo, con mirada
rencorosa.
―Esta vez acabaré con todos los de tu estirpe.
―Mátame ahora, o juro que si me queda un aliento de vida, lo usaré
para acabar con la tuya. ―Escupí sobre sus botas.
McDougal apareció también en el gran salón, estaban juntos, ambos
clanes se habían unido para acabar con nosotros.
―Traedla ―dijo Gregory a uno de sus hombres.
Temí que fuese Amanda, que la hubiesen capturado tras hacerlo
conmigo, pero pude soltar todo el aire que retenía dentro de mis pulmones
al ver que no era ella. Esta era una niña todavía, no debía de tener más de
dieciséis o diecisiete años, una desgraciada que había acabado en las manos
de estos dos miserables.
―Mira lo que me he encontrado por el camino, es tu regalo por
ayudarme a capturar a los McKenzie ―dijo Gregory sosteniendo del brazo
a la niña, y mostrándosela a McDougal.
―Dejadme en paz, si me tocáis un pelo mi hermano os dará una paliza
a todos. ―Forcejeaba con su cuerpo mientras les decía aquello.
Había algo en ella que me era familiar, pero no recordaba haberla visto
antes.
―Calla mocosa, harás lo que se te diga.
De un empujón la arrojó a los brazos de McDougal. Este le lamió el
rostro.
―Tu piel sabe mejor que ninguna. ―Se carcajeó asquerosamente frente
a ella.
Gruñí al ver semejante atrocidad, pero no podía hacer nada, estaba atado
de manos, y lo único que conseguiría si dijese algo, sería una paliza de
nuevo.
McDougal dirigió la mirada de nuevo a mí, y escupió a mi lado.
―Serás el cebo para que todos acudan, y después disfrutaré viendo
como acaban con todos vosotros. A las mujeres las encadenaré para
mirarlas como si fueran trofeos.
Apreté mis labios y mis puños con fuerza para mantenerme en silencio.
Dos hombres me llevaron a una celda y allí pasé el resto del día, hasta
que unos fuertes golpes sobre la puerta de metal me espabilaron de
inmediato.
Cuanto más tiempo pasaba dentro de esa celda más inquietas se volvían
mis piernas, sentía incluso hormigueos en los dedos de mis pies.
Me puse en pie, y comencé a caminar de un lado a otro.
De pronto la celda se abrió y el tullido traspasó el umbral. Aunque no
estaba solo.
―Te traigo un regalito de tu anfitrión, dice que es demasiado inexperta
para él. Desahógate antes de morir. Dentro de unas horas si tu clan no viene
a salvarte habrás muerto antes de volver a verlos.
La empujó por la espalda con la suela de su bota haciendo que esta
cayera de bruces al suelo frente a mí.
Sus manos estaban liberadas, y pronto corrió a una esquina a
esconderse.
―No temas, no te haré daño ―le dije.
―¿Por qué estás aquí? Has debido de hacer algo malo para que te
encierren ―dijo desde las sombras.
―También tú debiste hacer algo malo pues ―respondí.
―Sí, hice la mayor estupidez del mundo. Desear con fuerza reunirme
con mis hermanos mientras apretaba esta piedra mágica.
Salió de la oscuridad y me enseñaba la piedra que sostenía entre sus
dedos. Era pequeña, brillante, y bien parecida a la de Amanda.
―¿Si te digo un nombre me contarás de dónde vienes? ―le pregunté.
―Nunca lo entenderías ―dijo confiada.
―Te daré más de un nombre entonces. ―Y comencé a hablar―.
Harden ―Al escucharme abrió mucho los ojos―, Peyton ―ahora abrió la
boca también―, Amanda. ―Movió sus manos para tapar su boca.
―¿Les conoces?
―Y ahora un último nombre antes de que seas tú quien hable ―dije
haciendo una pausa―, Harriet.
―Ya no creo que sea necesario que te diga de donde vengo. ¿Están
bien, están juntos?
―Desata mis manos, tenemos que intentar escapar de aquí antes de que
venga de nuevo.
La vi dudosa. Parecía que no me creía.
―¿Cómo sé que no eres un hombre malo? Pudiste haber conocido a mis
hermanos pero no estar de su lado…
―Tu hermano se llama Harden y fue el primero de ellos que llegó aquí,
después lo hizo Peyton, la que le robó el corazón a mi hermano Niall, y
cuando estábamos cerca de la muerte, apareció ella con el fuego. Amanda
nos salvó de las llamas.
Parece que la había convencido un poco más, pero aún se mostraba
reticente.
Se colocó tras de mí y comenzó a desatar mis muñecas.
Me froté la piel arañada por las fuertes cuerdas cuando estuve liberado,
y después acerqué mi oreja a la puerta de hierro que nos mantenía atrapados
en la celda.
―No escucho nada. Tenemos que huir o acabarán con nosotros.
―¿Cómo vamos a salir de aquí? Tú mismo has podido comprobar que
estamos encerrados.
―Podemos esperar a que ellos regresen, o hacer que vengan antes.
―Antes de morir, dime si mis hermanos están todos bien.
―No vas a morir, le prometí a tu hermana que mientras estuviese cerca
de ella no le pasaría nada, y como ella no está, tengo la obligación de
protegerte a ti.
―Hagámosles venir, no estarán preparados, ¿no crees que será mejor?
―me sorprendió Harriet.
―Está bien, me tumbaré en el suelo mientras pides ayuda, les harás
creer que me has matado. Cuando estén cerca me avisarás.
―¿Cómo una niña como yo va a matar a un highlander fuerte y grande
como tú? Nadie lo creería. Míranos, eres gigante, fuerte, y yo soy pequeña y
débil. ―Era lista.
―Tomá, coge esto. ―Le di una piedra grande para que la sostuviese en
sus manos―. Me golpeaste con esto mientras yo intentaba hacerte mía.
Ella me miró pensativa, y yo recé para que tuviese suficientes fuerzas y
que pudiese sostenerla.
―Pero si vienen muchos no podrás con ellos.
―O lo intentamos o correremos peor suerte.
―¡Ayudaaaa! Que alguien venga, socorro, está muerto. Creo que lo he
matado. Socorro. ¡Ayudaaa! ―Harriet gritaba.
Pasos se acercaban, no sabía distinguir en si eran dos, cuatro botas o
más.
La puerta se abrió con cautela.
―¿Qué pasa niña? ―preguntó una voz pero no era el tullido Gregory.
―Quería violarme, le he matado ―dijo ella.
―Que has hecho, ¿qué? ―gritó un guerrero.
―No tenía otra opción.
―Estás muerta mujerzuela, cuando se entere de que le has quitado la
oportunidad de matarle serás tú quien ocupe…
No pudo terminar de hablar.
Harriet me dio una patada como aviso para que actuase, y me levanté de
un salto y lo agarré por el cuello. Solo había un hombre, pero pasos se
escuchaban acercarse de nuevo.
Lo dejé con cuidado sobre el suelo después de haberle partido el cuello,
y nos escondimos a un lado de la puerta para saltar sobre el siguiente que
entrase.
Fue así como logramos escapar.
Pero no iba a resultar tan fácil como parecía.
Corríamos por los corredores de aquel castillo donde nos
encontrábamos, cuando unas voces en forma de susurros se acercaban a
nosotros.
Nos escondimos detrás de una pared esperando a que llegaran. Harriet
se colocó detrás de mí, y armado con una espada que había conseguido de
uno de los guerreros a los que había derribado, esperaba para atacar.
Levanté mi espada al escucharles cerca, y cuando aparecieron frente a
mí, agradecí tener buenos reflejos para detenerme y no clavar aquella arma
en el vientre de mi hermano.
Era Niall quien encabezaba aquel grupo de personas, entre ellos, estaba
fuego.
Observé a Harriet, quien salió de detrás de mí para adelantarse al
escucharme hablar con cercanía.
―¿Sois vosotros? ―preguntó con temor.
―Dios mío, ¿qué estás haciendo aquí? ―dijo Harden.
Todos se acercaron para abrazarla. Imaginé lo que sintieron al verla de
nuevo. Podría ser similar a lo que yo sentí después de recuperar a Craig y a
Kennett de los piratas aquel día.
―¿Estás bien, estás herida? ―preguntaba Amanda dándole vueltas y
mirando cada rincón de su cuerpo.
―Estoy bien, pero es gracias a él ―dijo señalándome.
Harden se acercó hasta mí y me dio un abrazo, Peyton sonrió desde
donde estaba junto a su hermana de la que imaginé no querría separarse.
Amanda no me dijo nada.
Después del inesperado reencuentro, deshicimos los pasos que ellos
habían dado para salir por la puerta trasera del castillo sin ser vistos.
En esta ocasión los hombres caminábamos al frente para proteger al
grupo, las mujeres iban por detrás esperando para avanzar detrás de
nosotros después de asegurarnos que era seguro.
No lo hicimos bien, cometimos un grave error, debimos haber colocado
a uno de los hombres al final para protegerlas, y no se nos ocurrió.
Al salir al exterior me di cuenta a donde era que nos habían traído. Era
el castillo de Dunollie, este era el hogar de los McDougal. Rápidamente nos
tiramos al suelo, reptábamos hasta llegar a estar lejos de la visión de
aquellos arqueros que protegían el castillo.
Al quedar escondidos tras la arboleda densa del bosque que crecía al
alejarnos de aquellos muros, ojeé al grupo buscando la melena roja de
Amanda, necesitaba comprobar que fuego estaba bien.
Capítulo 13
Amanda Smith

Me obligué a respirar hondo para intentar calmar el angustioso latido de mi


corazón. Unos fuertes brazos me acababan de agarrar por detrás arrastrando
mi cuerpo, alejándome de mi familia. No podía liberarme de ellos. Con un
brazo me capturó pasándolo por mi cintura, y con una de sus manos me
silenció al taparme la boca y apretar con fuerza para que ningún sonido
pudiera salir de ella.
Miré a mis hermanas intentando dejar aquella imagen clavada en mi
memoria. Estaba convencida de que aquella imagen sería la última que
vería de ellas. Estaba muerta, sentía que iba a morir. Fue la primera vez que
verdaderamente sentí miedo.
Después de intentar caminar de espaldas dando zancadas con mis pies
para que aquel guerrero que me arrastraba no me hiciera tanto daño, todo se
detuvo al llegar a una habitación que olía a polvo acumulado por todas
partes.
―No saben de lo que soy capaz, habéis pensado que no iba en serio, y
tú te vas a dar cuenta la primera.
Era el hombre tullido. Y ciertamente este daba más miedo que el laird
de los McDougal. Quizá era porque en su rostro se podía ver la poca
cordura que le acompañaba.
―Te van a matar hagas lo que hagas.
―Posiblemente tengas razón, pero mientras yo te tenga tengo el poder.
Se acercó hasta mí y me rozó la cara con su muñón.
―¿Te da asco? ―preguntó.
―Me das asco tú, no la falta de un miembro en tu cuerpo. Podrías tener
dos manos y darme el mismo asco. No se trata de tu apariencia física, es
más la maldad que albergas en tu interior.
―Cállate ―gritó y me abofeteó a la vez.
El golpe debió dejarme aturdida y la anciana volvió a presentarse frente
a mí.
―Solo aguanta un poco más, podrás regresar a través de ellas.
Y haciendo movimientos circulares rápidos con su brazo mostró una
imagen de una gran roca plana en el interior de un río, como si unas ruinas
hubiesen acabado allí.
No reconocía el lugar, solo veía un río, arboles con flores rosas, y
aquellas rocas alrededor de una muy grande en el fondo del riachuelo.
―Solo aguanta un poco.
El tullido ignoraba lo que yo veía, y abandonó la habitación escupiendo
a un lado de donde yo me encontraba.
Aquella noche, intenté descansar por si pronto regresaban a por mí.
Aunque era todo poco probable que ocurriese de la forma en la que lo
había imaginado. Ya habíamos tenido demasiada suerte. En cada ocasión
que nos habían capturado a alguno habíamos salido ilesos, y esta vez todo
apuntaba que iba a ser muy diferente.
Sin poder evitarlo, mis ojos se cerraron debido al cansancio acumulado
de los días anteriores, y se abrieron de súbito al escuchar el sonido de unos
pasos detrás de la puerta.
Corrí para acercarme a la puerta, y el sonido provenía de lejos, no
estaban tan cerca como había imaginado.
Me sentí nerviosa al imaginar que regresaba aquel hombre del muñón
para hacerme daño. Y al poco tiempo la puerta se abrió apareciendo ante mí
la peor de mis pesadillas hecha realidad.
El tullido estaba allí, con una sonrisa en su rostro, de esas que daba
miedo solo mirarla, y cuando comenzó a carcajearse me hizo estremecer de
terror.
―Vengo a entretenerte ―dijo y cerró la puerta.
Me enderecé al verlo, y mucho más al escucharle. Me alejé todo lo que
pude de la puerta. Daba pasos caminando de espaldas, hasta quedarme
pegada a una pared. Al chocar, mi mano izquierda, golpeó algo en la
oscuridad, parecía un yelmo. Cayó al suelo haciendo un estrepitoso ruido, y
a su lado, una espada, no muy grande, era corto su filo.
Corrí hasta donde estaba, y me incliné para cogerla. El hombre tullido
dio un paso hacia atrás, y me miró atento.
Levanté el arma para hacerle ver que no dudaría en utilizarla si era
necesario, y al verlo, rápidamente sacó su enorme espada y la alzó también.
Me asusté al momento, y después más todavía.
Un cuerpo más grande asomaba por su espalda, era el laird de los
McDougal, y antes de que el tullido pudiese reaccionar, la espada atravesó
su cuerpo a traición.
―Baja esa espada, o acabarás como él.
No lo dudé, había visto su hacer, y no se lo pensaría tampoco conmigo.
―Pon las manos detrás de tu cabeza y date la vuelta ―me ordenó.
Al darme la vuelta, me agarró con una sola mano de mis muñecas y me
arrastró hasta el salón.
Me quedé quieta, no quería que me hiciese daño, y si hubiese querido
matarme, ya lo habría hecho, pensé.
Al llegar al lugar, decenas de guerreros permanecían en pie
observándonos.
―El sucio de Gregory, quería robarme mi trofeo, y a mí nadie me roba
―dijo gritando mientras me sostenía por las muñecas todavía.
―Llamad al sacerdote, se convertirá en mi esposa hoy mismo.
Él hablaba y una oscuridad me envolvió la vista, podía sentir la presión
de sus dedos sobre mi piel, pero no podía ver donde me encontraba. Y de
nuevo la anciana, en mitad de mi oscuridad.
―No tengas miedo, vendrá a por ti, después estarás a salvo, y será
entonces cuando podáis regresar todos.
La luz volvió, ella había desaparecido, y yo no sabía si hacerme
preguntas para intentar resolver mis visiones, o llorar por lo que me
esperaba junto a ese laird.
Capítulo 14
Thomas McKenzie

―¡Amanda, Amanda! ―repetía su nombre, con la certeza de que no iba a


responder, porque no estaba allí.
―¿Cómo? Amanda, Amanda ―repetía Peyton.
―Se la han llevado sin que nos diéramos cuenta. Tenemos que regresar
―dije poniéndome al frente.
―Es muy peligroso, no podemos arriesgarnos, mientras recuperamos a
una, podríamos perder a otra. ―dijo Niall mirando a las mujeres.
Tenía razón, era muy arriesgado, así es que decidí ir solo.
―Esperadme aquí, si no regreso al anochecer, marchaos.
Mis hermanos me miraron, sabían que hablaba en serio, así es que
aceptaron y me desearon suerte.
―No dejaré que vayas solo, es mi hermana ―dijo Harden.
―Debes saber que quizá no regresemos, y tú tienes a alguien que te
espera.
―Pero, es mi hermana ―repitió.
―Y la mujer de mi vida.
Un silencio se cernió sobre el lugar, dejando visible hasta el sonido de
las hojas cuando se frotaban con el viento.
―¡No! ―dijo Peyton.
―No te gusto para ella…
―No es eso, es que deben regresar a salvo a Los Ángeles, ellas ―dijo
mirando a Harriet―, tiene que volver. Este mundo es muy peligroso para
mi hermana, ¿acaso no te das cuenta de lo joven que es?
―Yo la protegeré también.
―¡No! Debe regresar.
―Pues sé tú quien lo haga con ella.
Me miró cargada de ira, sabía reconocer ya cuando Peyton se enfadaba,
pero no iba a consentir que eligiese por su hermana, ella tendría que opinar
al respecto.
Con las fosas nasales dilatadas y los puños cerrados con fuerza,
mantuve la vista fijada en el acceso al castillo durante mucho tiempo.
―Está bien, entrarás solo, pero debes esperar a que se haga de noche, y
nosotros esperaremos a que salgas con Amanda. De noche tendrás más
oportunidades de atacar sin ser visto.
Esperé, decidí obedecer a Harden, no porque fuese su hermano, sino
porque, yo estaba cargado de rabia, y él pensaba con claridad.

Me despedí de ellos.
El muro norte del castillo se levantaba imponente frente a mí. El cielo
azul oscuro se reflejaba en el pequeño lago que se cerraba junto a la
fachada de este. Tres o cuatro centinelas hacían guardia en lo alto de las
torres. Tenía que ser muy veloz para no ser visto mientras cruzaba hasta la
puerta.
Lo conseguí, había entrado al castillo. Mis pies se movían rápidos y
temerarios por aquellos corredores, entonces frené. Debía de ser cauto, si
me capturaban no habría segundas oportunidades.
Cuando por fin pude asomar mi cabeza detrás del muro que me
separaba del gran salón, pude ver el rostro de Amanda detrás del reflejo de
una copa. Aquello era una celebración. Sus ojos estaban iluminados,
brillaban reteniendo lágrimas en ellos. De repente me dio un vuelco el
corazón, se me doblaron las rodillas al pensar en el tipo de celebración que
sería. ¿Se habían casado?
Una oleada de rabia recorrió por completo todo mi cuerpo, y sin darme
cuenta y dejado llevar por los sentimientos, golpee la pared con fuerza.
Demasiada, pensé después. Me habían descubierto.
Muchos de los hombres que allí estaban giraron sus cuerpos hacia
donde me encontraba, y yo busqué los ojos de Amanda, con los que me
encontré al instante de clavar los míos en ella.
De manera rápida pensé en lo que me esperaba, y con un simple vistazo
conté los hombres a los que tendría que matar antes de poder sacarla de allí.
Unos treinta, dije en mi cabeza, y caminando hasta quedarme en el centro
del salón comencé a clavar la espada en todos los cuerpos que se acercaban
a mí.
Cuando iba por la mitad de los hombres comenzaron a flaquear mis
fuerzas, apenas me quedaban para sostener la espada por encima de mi
pecho. Y sentí la necesidad de buscar a Amanda para poder verla por última
vez antes de que me matasen. No iba a aguantar mucho más tiempo.
Vi como el laird de los McDougal arrastraba a un sacerdote y a Amanda
hacia el interior del castillo, pero no podía perseguirlos, todavía quedaban
guerreros en pie.
Me aferré a la espada y con las dos manos saqué las fuerzas de todo ese
amor que sentía por ella, y me convencí de que si no sobrevivía, ella
tampoco lograría hacerlo. Su vida dependía de mí.
―Veo que necesitas ayuda, hermano. ―La voz de Niall me sorprendió.
Me acaban de salvar la vida, a mí, y a Amanda.
En poco tiempo, acabamos con ellos, antes de que me pudiese dar
cuenta decenas de hombres sin vida tapaban los suelos. Allí estaban Craig,
Niall, y Harden. Imaginé que Kennett era el que protegía a las mujeres en
esta ocasión.
Eché a correr por donde había visto que se llevaba a fuego aquel
desalmado.
Me costaba respirar con normalidad, me dolía el pecho de los golpes
recibidos y los brazos. Mi hombro empezaba a sangrar de nuevo.
Entonces los vi, estaban en pie, el sacerdote frente a ellos. Aquello
parecía una ceremonia.
Me acerqué en silencio, el sacerdote me había visto pero no movió un
músculo de su cuerpo para que nadie supiera de mi llegada.
Con cuidado de no hacer ruido, saqué mi espada y apoyé la punta de
ella en la espalda de McDougal. Dio un respingo y giró su cabeza para ver
de quien se trataba. Con un movimiento rápido, Amanda se separó de
nosotros.
―Deja ese juego absurdo, soy más poderoso que un simple McKenzie,
aléjate de aquí antes de que acaben con tu vida.
―¿Quiénes, tus hombres, esos que adornan el castillo con su sangre
derramada por todos lados? ―Escupí.
―No importa cuantos mates, siempre vendrán más, me aliaré con otros
clanes, recuerda que poseo riquezas para ofrecerles.
―No será suficiente lo que ofrezcas cuando se enteren de que acabas
matando a los jefes de los clanes con los que haces tratos ―dijo Amanda.
―Acaba con él ―dijo Niall apareciendo en la habitación.
Miré a Amanda, la que cubría sus ojos con las manos. Estaba sana, no la
habían herido, así es que decidí no acabar con su vida.
―¡Vete! Te perdono la vida, ¿podrás vivir con el recuerdo de que estás
vivo por la compasión de un McKenzie?
Se marchó corriendo.
Entonces caminé hasta Amanda para mirar con detenimiento si le
habían hecho daño.
―¿Estás bien? ―le pregunté mirando a sus ojos.
―Ahora sí ―dijo ella esquivando mi mirada.
―Si te hubiese pasado algo jamás me lo habría perdonado.
―Claro, porque un highlander de por aquí no puede perder una batalla.
―No. No es eso. Porque si le hubiesen hecho daño a la mujer a la que
amo, no hubiese cumplido mi promesa de protegerla.
Sentí que mis pies se hundían sobre aquel suelo de piedra. Tanto fue así
que tuve que mirar hacia abajo para asegurarme de que solo era una
sensación.
―Maldita sea, no puedes hacer eso.
―¿Hacer qué? ―pregunté.
―No puedes decirme que me amas, ¿no lo entiendes? Me tengo que ir,
este no es mi tiempo, y para Harriet aún menos.
―Pero, aquí también hay muchachas de su edad. Los guerreros nos
encargamos de proteger a las mujeres del clan.
―Precisamente por eso. No quiero que nadie nos tenga que proteger, no
quiero tener que vivir con miedo durante el resto de mi vida, y Harriet aún
no ha terminado sus estudios.
―No quieres vivir con miedo, pero a cambio, ¿podrás vivir sin amor?
Me miró con los ojos bien abiertos, y corrió hacia mí. Un mar salía de
sus ojos. Después se secó las lágrimas, y me abrazó. Me apretó con fuerza
colocando sus brazos por encima de mis hombros. Y después hundió su
rostro en el hueco de mi cuello.
La apreté con fuerza, olfateé su pelo, y le volví a decir que la quería
junto a mí.
Ella se separó de mi cuerpo y nuestros rostros se quedaron tan cerca que
no pude evitar acercar mis labios a los suyos. Cuando de pronto un grito
desgarrador nos obligó a separarnos para dirigir nuestras miradas hasta el
lugar donde provenía.
Capítulo 15
Amanda Smith

Era la voz de Peyton, ella era la que había gritado, la había escuchado
tantas veces hacerlo cuando se asustaba por cualquier cosa en nuestra casa,
que fue fácil reconocer de donde procedía aquel alarido. Solo que en aquel
momento, no era un grito de susto por ver una cucaracha, ni era un grito por
haberse quemado la mano al sostener algo caliente, no. Aquel grito fue
debido a la sorpresa al ver como el sucio McDougal blandía una daga en el
costado de nuestra hermana.
Harriet había caido al suelo al instante de atravesarla con aquel arma.
No tuvimos que temer por ningún otro herido, pues de forma inmediata
Niall degolló con su claymore el cuello de aquel asesino.
Corrí hasta donde el cuerpo de mi hermana yacía en el suelo. A cada
paso que daba sentía más y más miedo. Porque de descubrir que estaba
muerta, habría sido por mi culpa, por no quedarme con ella, por no haberla
protegido.
Me arrodillé y sostuve su cabeza con mis manos mientras susurraba su
nombre. Pero no respondía. Peyton examinaba su cuerpo y al ver la daga
aún clavada fue a sacarla, cuando Craig le sostuvo la mano impidiendo que
lo hiciera.
―No sabemos como de profundo es ese corte, será mejor que dejes ahí
eso ―le dijo.
―Pero hay que currarla, tenemos que curar esa herida.
Niall se acuclilló al lado de mi hermana y tomándola por sus manos le
dijo aquello que a mí me desgarró por dentro.
―Hemos visto cientos de heridas como esta. ―La pausa duró mucho
más de lo necesario―. Siento decir que no podrá sobrevivir.
―¿Tú qué sabes? ¿Eres médico? ―me defendí.
Harriet abrió los ojos en ese momento. Me miró y levantó su mano para
que se la cogiese.
―Te vas a poner bien, ¿me oyes? ―le dije apretando con fuerza su
mano.
―Escúchame ―me pidió.
―Tienes que empezar a relajarte, a disfrutar de lo que la vida te regala,
y a no intentar controlarlo todo. Los sentimientos no se pueden dominar.
―Calla, guarda esas fuerzas para más tarde, las necesitarás para
recuperarte.
―Shhhh… ¿Has mirado a tu alrededor? Aquí no hay quirófanos,
antibióticos, ni qué hablar de cirujanos…
―No digas eso, vas a curarte, ¿me escuchas?
Amanda cerró los ojos, su cuerpo se debilitaba.
Miré su costado, el que se empezaba a empapar de sangre, y me decidí a
quitarle la daga para presionar la herida hasta detener la hemorragia. Eso es
lo que se debía hacer, y no esperar a que muriera desangrada.
―No lo hagas, fuego. La matarás.
Fue su voz, la última voz que debía pronunciar aquellas palabras.
Me quedé mirando a donde estaba, y lo vi negando con la cabeza.
Me levanté del suelo, caminé hasta su lado y abriendo los brazos me
abrazó. Me sentí a salvo, pero no podía ignorar que mi hermana todavía
estaba allí, y si no hacía algo rápido, vería como su vida se le escapaba.
―Ha llegado el momento de regresar todos ―Aquella voz de nuevo.
No tardé nada de tiempo en darme la vuelta llena de rabia para
responderle a la anciana que no dejaba de aparecérseme todo el tiempo, y
que todavía no me había ayudado ni un poco.
―¿Regresar a dónde? ―pregunté al aire, porque allí no había nadie.
Todos me miraban como si hubiese perdido la cordura. Que en realidad
era lo que a mí también me empezaba a parecer.
―A casa, debéis de hacerlo todos. Unid vuestras manos, apretad las
piedras, pedir el mismo deseo todos a la vez sin que nadie os escuche y
podréis regresar.
¿Era mi imaginación, de verdad aquella anciana se me aparecía, aquello
podría resultar? Daba igual lo que yo pensara de todo lo que estaba
pasando, pero si había una posibilidad entre un millón de salvar a Harriet
debíamos de intentarlo.
―¡Escuchadme! No me vais a creer, pero tampoco tengo tiempo de
explicároslo. Coged vuestras manos ―les dije a mis hermanos.
―¿Qué es lo que quieres hacer? ―preguntó Harden.
―Vamos a regresar a casa, tenemos que salvarla.
―Ahora, agarraos de las manos. Sacaré mi piedra y la de Harriet.
Apretaremos las piedras mientras todos en silencio pedimos el mismo
deseo.
―¿Qué deseo? ―Volvió a abrir los ojos Harriet.
―Tú puedes descansar, nosotros nos encargamos de todo ―le dije y le
di un beso en su frente.
Miré una última vez a todos, pero más tiempo a Thomas, el que tenía
los ojos empañados.
Mis hermanos y yo nos cogimos por las manos, las piedras en mis dos
manos las compartía con Harriet y Peyton. Las apretaba con fuerza, y antes
de cerrar todos los ojos asentimos con nuestras cabezas para pedir el deseo.
Algo debió de salir mal, porque después de unos segundos aún
estábamos allí.
―¿Pensabais en otra cosa que no fuese ella? ―les pregunté mirando a
Harriet que parecía dormida.
Tanto Peyton como Harden negaron con las cabezas.
―¡Mierda, me has vuelto a engañar! ―gritaba al aire.
―¿Estás bien? ―me preguntó Thomas.
No importaba yo, no quería malgastar el tiempo que me quedaba junto a
Harriet dando explicaciones absurdas sobre las visiones de una anciana que
además no servían para nada.
Así es que negué con la cabeza y me incliné sobre Harriet. La abracé, la
besé, y me quedé pegada a su rostro con el mío.
―Amanda, tengo miedo.
Aquella frase me rompió en dos. No podía decirle que todo iba a ir bien,
ahora ya no podía. Debajo de su cuerpo había un enorme charco de sangre
que continuaba creciendo.
―Estoy aquí. No estás sola.
Le agarré la mano para que me sintiera.
―No quiero morirme, deseo curarme.
Capítulo 16
Thomas McKenzie

No entendimos nada. Ni Craig, ni Kennett, ni siquiera Niall o Violet que


allí nos encontrábamos podíamos dar una explicación a lo que acababa de
ocurrir delante de nuestros ojos.
Si alguien hubiese tratado de explicarme aquello, lo habría tomado por
loco, porque las personas no desaparecen de un momento a otro sin dejar
rastro.
No era necesario buscar por ningún sitio, sabíamos que habían
regresado a su tiempo, y aunque todos nos quedamos desorientados cuando
lo hicieron, sabíamos que el fin por el que se fueron estaba más que
justificado.

Tres días, tres largos días, tres tristes días, sin ella. Y lo peor, que mirase a
donde mirase, continuaba viéndola.

Después de pensarlo mucho, y escuchar a Violet casi a cada hora


pronunciar que todos regresarían después de que Harriet sanara, tomé la
decisión de alejarme del clan. No podía quedarme esperando eternamente
que ella regresara. Estaba siendo un verdadero sinsentido mi vida.
Despertaba en la noche sin apenas haber dormido para ver si estaba de
vuelta, merodeaba por los bosques para averiguar si había regresado.
Niall era paciente, él tenía la absurda creencia al igual que Violet de que
regresarían pronto o tarde pero lo harían. Yo no podía estar tan seguro,
porque si Harriet sanaba, ella ya había pronunciado que debía regresar a su
época, y si le ocurría algo malo a su hermana, no regresaría aquí jamás.

Pude aguantar una semana, después me despedí de todos, y puse rumbo a


Irlanda, decidí instalarme en el reino de Leinster. Cabía la posibilidad de no
ser bien recibido, pues la última vez que pidieron ayuda a mi familia, mi
padre la negó. No fue un capricho suyo pues, el rey de Escocia precisaba
también de nuestro clan. El tío Erg tras escuchar las palabras de nuestro
padre se marchó antes de lo previsto de nuestro castillo. Un O’Donnell
representaba poder. Ellos eran el clan más fuerte que se podría conocer
jamás en Irlanda, y por eso yo había decidido unirme a ellos.
Capítulo 17
Amanda Smith

No diremos que la sorpresa nos dejó paralizados frente a las puertas del
hospital, no. Reaccionamos como se espera que reaccione cualquier persona
que intenta salvar la vida de un ser querido. Gritamos a pleno pulmón para
llamar la atención de cualquier médico que se encontrase allí. Y resultó.
Salieron al menos tres personas, nos la arrebataron de los brazos al ver en la
situación que se encontraba. Porque yo no soy médico, pero ver toda esa
sangre alrededor de la herida no era bueno.
Entonces sí que nos quedamos paralizados los tres, se habían llevado a
Harriet y nosotros todavía estábamos afuera, nos mirábamos.
Seguro que el miedo nos dejó allí, era una medida de prevención, si no
entrabamos no sabíamos qué era lo que ocurría, si lo hacíamos, seríamos
conscientes de la gravedad de todo.
―Tenemos que entrar ―dijo Harden.
―Id vosotros, yo no tengo fuerzas ―respondí.
―Iremos los tres. ―Peyton me abrazó y me besó en la mejilla. Y ese
era el empujón que necesitaba para moverme del lugar.
Al entrar por las puertas de urgencias todos nos miraban. Con un simple
vistazo bajando la cabeza hacia mi cuerpo me di cuenta del motivo.
Teníamos las ropa llena de sangre, polvo, y suciedad. Esa la mía, porque
Harden vestía como si viniera de otra época al igual que Peyton.
―Deben de ser ustedes los que han traído a la joven con la daga
clavada ―dijo un médico acercándose hasta nosotros.
―Es nuestra hermana.
―Ahora mismo la están operando. Debo de ser sincero con ustedes, ha
llegado muy débil, el arma atravesó su hígado, y el volumen de sangre
perdido es uno de los motivos de su gravedad.
―¿Se va a poner bien? ―Harden le preguntó sin pensárselo.
Jamás lo hubiese hecho yo, porque la respuesta a aquella pregunta daba
más miedo que la realidad que estábamos viviendo.
―Vamos a hacer todo cuanto esté en nuestras manos, pero deben saber
que la policía está de camino. Deberán responder algunas preguntas.
No lo habíamos pensado, pero era lógico. Harriet llevaba un arma
clavada en su cuerpo, y ahora teníamos que pensar en qué era lo que le
diríamos a aquellos policías que se acercaban a paso ligero por el pasillo
que teníamos frente a nosotros.
―Buenos días, somos los inspectores Sánchez y Travis, necesitamos
hacerles unas preguntas. Sabemos por lo que están pasando, y seremos
breves.
Peyton me cogió de la mano y me apretó con fuerza. A mí se me
ocurrían cientos de historias que podíamos contarles para salir de aquel lío,
como por ejemplo que veníamos de una fiesta de disfraces. Claro, que si
preguntaban de donde, no sabría como continuar. La daga podría ser de
cualquiera, alguien que quiso hacernos daño y terminó clavándosela a
Harriet. Sí, se me ocurrían cosas, pero la mayoría sin sentido, y el resto se
me desvanecían antes de verbalizarlas.
―Fue un accidente ―dijo Harden.
―Explíquese ―dijo uno de los policías acercándose un poco más a mi
hermano.
―Todo ha sido por mi culpa, ella no debía de estar allí, la dejamos sola,
yo el primero…
¿Qué diablos estaba haciendo Harden, pensaba contarle a la poli que
habíamos viajado en el tiempo?
―La culpa fue mía, yo estaba con ella y me fui ―interrumpí a mi
hermano.
―Si alguien es culpable, esa soy yo, recordad que todo esto lo inicié yo
―dijo Peyton.
―Está bien, nos está costando entenderles, ¿pueden explicar lo que
ocurrió desde el principio?
Desde el principio, qué complicado contarlo todo desde un principio,
primero porque deberíamos remontarnos a aquella época aquí en Los
Ángeles, esa en la que todos éramos felices. No, no lo éramos, ninguno de
nosotros lo fuimos desde que Harden conoció a Hanna. Él porque se
desvivía por ella sin que ese amor fuera recíproco, y nosotras tres porque lo
veíamos desde fuera. Y lo que nos hizo sumirnos en la gran tristeza fue que
Hanna dejase a Harden poco antes de su boda. Peyton tuvo la fantástica
idea de llevárselo de viaje, el destino ya lo sabemos todos, pero no resultó
ser lo maravilloso que se esperaba. Mágico sí, de eso no tenemos dudas, y
aunque al principio nos costó creerla cuando regresó sin él, después fuimos
menos incrédulas y tratamos de encontrarlos en aquel viaje. ¿La estupidez?
La mía, dejar sola a Harriet.
Y ahora, ¿cómo le contamos todo esto a los polis que tenemos frente a
nosotros sin que piensen que nos hemos drogado?
―¿Harden? ¿Harden Smith? ¿Eres tú? ―Se acercó alguien a mi
hermano.
―Jason, qué alegría volver a verte.
―Tío desapareciste, te hemos echado mucho de menos en comisaría.
¿Qué es de tu vida? Bueno, veo que vienes de la fiesta esa de disfraces que
ha organizado Jane por su cumpleaños. ―Harden miró a los polis que
esperaban impacientes―. Portaos bien con él, es un compañero, y de lo
mejor que hemos tenido por aquí ―les dijo antes de abrazar a Harden y
marcharse.
―Está bien, demasiadas emociones. Veo que es policía.
―Así es, estábamos en una fiesta como ya han escuchado, y cuando nos
marchábamos, ocurrió. Nos despistamos un momento y dejamos sola a
nuestra hermana pequeña.
―Está bien, hablaremos en otro momento. Nos pondremos en contacto
con ustedes en unos días. Les deseo una pronta recuperación de su hermana.
―Los policías le dieron la mano a nuestro hermano y se alejaron
despidiéndose de nosotras con un simple gesto de cabeza.
Nos sentamos los tres en aquella sala de espera que a cada minuto que
pasaba se hacía más pequeña y parecía que trataba de asfixiarnos.
Creo que tomé más de tres cafés de aquella máquina gratuita del pasillo,
y cuando regresaba de ponerme el último vi al doctor de antes junto a mis
hermanos.
En esta ocasión vestía como si hubiese acabado de salir del quirófano.
No escuchaba lo que decía, pero mis pies no podían moverse del sitio,
por más que quisiera acercarme para saber, mi cuerpo no reaccionaba a mis
deseos. Pero aun sin saber lo que el doctor les comunicaba, me empezaba a
formar una idea en mi cabeza al ver la reacción de mi hermana.
Cayó de rodillas de pronto, y se echó las manos al rostro, dejando
escapar un mar de lágrimas de sus ojos.
El doctor se alejó colocando una mano sobre el hombro de Harden, y
después mi hermano se acuclilló para abrazar a Peyton y darle consuelo.
Había muerto, Harriet ya no estaba con nosotros.
El café que sostenía en mi mano cayó al suelo de forma inmediata al
pensar en lo que había ocurrido, y las miradas de Harden y Peyton se
clavaron en mí.
Ambos corrieron hasta donde me encontraba para abrazarme.
―No, no , no, no ―Peyton me sujetó la cara con sus dos manos y
negaba al mismo tiempo que aquella palabra salía de su boca
repetidamente.
―Es por mi culpa. ―Sabía que ellos jamás me culparían por su muerte,
pero aquella era la verdad.
―¡Está viva! Se va a poner bien, el doctor nos ha dicho que ha sido un
milagro que se esté recuperando tan rápido. Que jamás habían visto algo
similar. Y que agradezcamos a su hada madrina, porque seguro que ha
estado junto a ella todo el tiempo.
―Vuestra hada madrina, debéis saber que no solo pertenezco a uno de
vosotros, soy de los cuatro. Me envía alguien que está muy agradecida con
uno de vosotros, que demostró ser un hombre valiente y se quedó a su lado.
Ahora debéis encontrar la felicidad, cada uno la suya. Si deseáis regresar,
Amanda sabe el lugar.
Esa voz resonó esta vez en las cabezas de los tres. Nos miramos con una
sonrisa en nuestra boca, y abrazamos a Harden.
―Vamos a verla, el médico nos dijo que ahora está despierta, después
debe descansar.
Peyton caminaba delante de nosotros abriéndonos camino hasta llegar a
la habitación donde el doctor les había dicho que se recuperaba.
Abrimos la puerta despacio por si dormía, y entramos con pasos
sigilosos para no hacer ruido. Aunque nada más vernos Harriet levantó su
mano en forma de saludo, y dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
Corrimos hasta ella, y cogimos sus manos, acariciamos su pelo,
besamos su frente, sus mejillas, los brazos. Hasta que nos pidió que
parasemos.
―Parad parad, me estáis agobiando ―dijo empujándonos.
Allí estaba nuestra hermana, era ella en toda su esencia.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunté.
―No me duele nada, pero el doctor me ha dicho que es normal, dentro
de unas horas se despertará el dolor, pero que avise para que me
administren más calmantes.
No podía retener las lágrimas en mis ojos, porque solo verla hablar era
algo increíble, y que no estaba segura de volver a hacer.
―Deja de llorar de una vez.
―Si te llega a pasar algo…
―Ha sido lo más emocionante que he vivido nunca, la verdad es que lo
he pasado francamente mal, pero si me dieran a elegir… ―Miré a Peyton y
a Harden para conocer si ellos también estaban horrorizados de escuchar
aquello―. Volvería a vivir cada uno de esos momentos sin pensármelo.
―¿Qué demonios estás diciendo? Debes de estar loca ―le dije.
―Tengo dieciocho años, y estos días han sido los más emocionantes de
toda mi vida. No estoy loca, me he sentido viva. Aunque casi me muero.
―Trató de hacer un chiste.
―Pues recupérate pronto, que Escocia te espera ―dijo Harden.
―Ni lo sueñes. Tú puedes irte cuando quieras, pero ella se queda
conmigo.
―No puedes elegir por ella ―dijo Peyton.
―Podría estar muerta.
―Pero no lo está.
―No lo está porque hemos regresado para salvar su vida, pero, ¿y si la
próxima vez no tenemos tanta suerte?
―Tendré más cuidado.
―¿Cuidado? ¿Crees que teniendo cuidado podrás continuar viva en un
mundo donde llevar colgada una espada sustituye a un teléfono móvil?
―Si no vas a estar tranquila, quizá debas de quedarte tú, nosotros
protegeremos a Harriet.
Harden me acababa de decir que era yo la que tenía miedo todo el
tiempo. Y además estaba en lo cierto, porque lo que me pudiese ocurrir a mí
no me importaba, pero si a ellos les pasaba algo, no podría continuar con mi
vida. Pero aquí o allí, donde estuviese sería así.
Salí de la habitación, porque de permanecer en ella terminaría
aceptando que era un ser egoísta. Así es que regresé a la sala de espera.
A los minutos Harden se sentó junto a mi silla, y solo colocando su
mano sobre mi rodilla me hizo hablar.
―Tenéis razón, vivo con miedo.
―¿Por qué? ―Me obligó a mirarle a los ojos.
―Porque solo me quedáis vosotros, y mi mundo permanece en pie
gracias a vosotros. Las ruinas del pasado están bajo mis pies, y lo último
que espero es que uno de vosotros os unáis a esas ruinas.
―No nos va a pasar nada, tienes que estar tranquila, o no podrás
disfrutar nunca.
Harden pasó su mano sobre mis hombros y me acercó hasta él para
besarme la cabeza.
Peyton llegó hasta nosotros, y también se unió al abrazo.
―Al menos estará unos días aquí, y debería de coger fuerzas antes de
marcharnos.
Iba en serio, ya habían decidido que regresar a aquel mundo gris y
peligroso era una gran idea.
―Yo puedo quedarme con ella, podéis iros vosotros.
Harden miró a Peyton y los dos se rieron.
―No, vosotras debéis regresar, seré yo quien me quede con Harriet.
Violet estará bien con vuestros hombres.
―Eh eh eh eh, un momento. Yo no tengo ningún hombre, Thomas es un
terco, estúpido, temerario, y bruto. Y aunque sea el hombre más atractivo
que he podido ver nunca, y despierte en mí emociones que jamás podría
despertar ningún otro hombre, no aceptaría ni muerta que fuese mi esposo.
―¿Quién ha hablado de casaros? ―preguntó Peyton.
Abrí mucho los ojos al descubrir mi metedura de pata, y ellos se
carcajearon durante un buen rato.
Capítulo 18
Thomas McKenzie

El
recibimiento en el clan O'Donnell fue mejor de lo que esperaba. Tanto fue
así que, en cuestión de dos semanas junto a ellos, ya estaba completamente
integrado. Al principio, me sentí un poco fuera de lugar, pero la calidez y la
hospitalidad de los O'Donnell hicieron que me sintiera como en casa
rápidamente. La unión de la hermana de mi madre con aquel hombre que se
convertía en mi tío nos había acercado a ambos clanes.
Mi tío, quien siempre había sido un hombre de gran influencia y
sabiduría, estaba en medio de negociaciones para establecer un pacto
importante con el clan O'Neill, otro de los clanes más poderosos de Irlanda.
Sabía que este acuerdo podría cambiar el curso de muchas cosas para
ambos clanes, y había estado trabajando incansablemente para lograrlo.
Cuando llegué, me recibió con los brazos abiertos, y una sonrisa que
mostraba su alivio y alegría. Mi presencia parecía haberle dado una nueva
esperanza, y me involucró de inmediato en las discusiones y planes. A
medida que me familiarizaba con las costumbres y dinámicas del clan
O'Donnell, también comencé a comprender la importancia de ese pacto.
Mi tío me explicó que los O'Neill tenían una influencia considerable en
el norte de Irlanda, y una alianza con ellos no solo fortalecería nuestras
defensas, sino que también abriría nuevas oportunidades comerciales y
estratégicas. Mi participación en las conversaciones y reuniones, aunque al
principio tímida, comenzó a ganar peso e importancia al paso de los días.
Mi tío me animaba constantemente, valorando mis opiniones y estrategias
propuestas.
La relación entre los O'Donnell y los O'Neill había sido históricamente
tensa, pero mi tío, con su habilidad diplomática, estaba logrando suavizar
aquellas diferencias. Durante una reunión clave con los líderes de los
O'Neill, pude ver cómo mi tío utilizaba cada argumento y cada gesto para
acercar posiciones. Yo estaba a su lado, apoyándolo y aportando mis ideas.
Con el paso de los días, noté un cambio en la actitud de los O'Neill. La
desconfianza inicial comenzó a disiparse y se abrió un espacio para el
diálogo constructivo. Mi tío, siempre atento a los detalles, me pedía que
interviniera en momentos cruciales, y juntos logramos presentar una
propuesta que fue bien recibida por ambas partes.
Finalmente, después de varias semanas de intensas negociaciones, el
pacto fue sellado. Sentí una gran satisfacción al ver la sonrisa de mi tío,
quien me abrazó con fuerza, agradecido por mi apoyo. Sabía que este
acuerdo no solo fortalecería a nuestro clan, sino que también cimentaría
nuestra posición en Irlanda.
Mi integración con los O'Donnell fue completa y significativa. No solo
me aceptaron como uno de los suyos, sino que también me brindaron la
oportunidad de contribuir a un momento histórico para el clan. Y aunque en
un principio me mostré reticente cuando mi tío me sugirió casarme con la
hija del jefe del clan O'Neill, más tarde me di cuenta de que era la manera
más rápida de olvidarme de la mujer que había salvado mi cuerpo del fuego
pero, que hizo que mi alma ardiera al marcharse.

El día en que conocí a la hija del jefe del clan O'Neill, sentí una mezcla de
nerviosismo y resignación. Sabía que este matrimonio era crucial para la
alianza entre los O'Donnell y los O'Neill, pero mi corazón todavía
pertenecía a otra mujer, una mujer que había dejado atrás en otra vida, en
otro tiempo.

Me encontraba en la gran sala del castillo O'Neill, rodeado de murallas


de piedra y tapices que contaban historias de batallas y glorias pasadas.
Todo a mi alrededor estaba cargado de expectativa. Mi tío, con su porte
majestuoso, se encontraba a mi lado, sus ojos brillaban de alegría. Estaba
orgulloso de mí, de lo que habíamos logrado juntos.
Entonces, las puertas de la sala se abrieron y ella entró. La hija del jefe
O'Neill, Brígida, caminaba con una gracia y elegancia que me
impresionaron de inmediato. Su cabello, oscuro y brillante, caía en cascada
sobre sus hombros, y sus ojos, de un verde intenso, me observaban con
curiosidad. Llevaba un vestido de seda verde, bordado con intrincados
diseños celta los que hacían resaltar su figura esbelta.
Mientras se acercaba, mi mente no podía evitar vagar hacia el pasado,
hacia ella, la mujer que aún ocupaba mi corazón.
Sentí un nudo en la garganta, recordando sus risas. ¿Cómo puedo
olvidarla? me preguntaba una y otra vez. Pero sabía que no era mi elección.
Este matrimonio era más grande que mis propios deseos. Era por el bien de
mi gente, de mi familia.
Brígida llegó a mi lado, y su padre, el jefe O'Neill, nos presentó
oficialmente. Tomé su mano, notando lo suave y cálida que era, y me
obligué a sonreír.
―Es un honor conocerte, Brígida ―dije, esforzándome por sonar
amable.
Ella me devolvió la sonrisa, una sonrisa que parecía sincera y llena de
esperanza.
Mientras nos sentábamos para discutir los detalles de la boda, no podía
dejar de sentirme dividido. Brígida parecía amable y noble, pero mi corazón
seguía latiendo por otro amor. ¿Cómo podré hacer esto? ¿Cómo podré
entregarme a alguien cuando mi alma aún pertenece a otra?
El resto del encuentro transcurrió en una especie de neblina. Respondí a
las preguntas, asentí en los momentos adecuados, pero mi mente estaba
lejos. Cada sonrisa de Brígida, cada gesto amable, era una punzada de culpa
y tristeza. Sin embargo, me prometí a mí mismo que la trataría con respeto
y cariño, que sería el esposo que merecía, aunque mi corazón estuviera roto.
Cuando la reunión terminó, me despedí de Brígida con una leve
inclinación de cabeza. Mientras salía de la sala, sentí el peso de mi deber
aplastándome. Debo hacerlo, me dije. Por mi clan, por mi familia. Pero en
el fondo, sabía que siempre habría un rincón en mi corazón que perteneciera
a ella, a la mujer que nunca podré olvidar.
Capítulo 19
Amanda Smith

Harriet iba recuperándose a pasos agigantados día tras día, era como una
especie de milagro verla con aquel color de cara, caminando, despacio pero
caminando. Y la sorpresa definitiva nos la llevamos el día que su médico le
dio el alta hospitalaria y la mandó para casa a seguir recuperándose.
Si soy sincera yo no me alegré de las noticias de aquel día. La primera
porque mandarla a casa significaba que no tendría una enfermera
veinticuatro siete disponible para ella, y aquello me daba miedo. La
segunda, porque estaba segura de que volvería a salir el tema de regresar
con los McKenzie. Y la tercera, aquella era la que más miedo me causaba,
se acercaba el día de volver a ver a Thomas.
Me sentía tan débil en su presencia que temía que junto a aquel hombre
me pudiese convertir en una mujer dependiente de él al completo.
Salimos del hospital y regresamos a nuestra casa felices, al menos ellos
lo estaban.
Poco tardaron aquellas sospechas en hacerse realidad, fue cerrar la
puerta y Peyton decirlo.
―¿Seguro que estaréis bien? ―le preguntaba a Harden.
―Mejor que bien. ―Le guiñó un ojo fortaleciendo aquella respuesta.
―Deberíamos de esperar unos días más, no me iré tranquila todavía.
Peyton me miró, y me hizo un gesto con la cabeza para que me acercase
a ella, mientras caminaba hacia el interior de su dormitorio.
―¿Él te da miedo? ―me preguntó cuando cerré la puerta al entrar.
―¿Harden? ―dije.
―No te hagas la tonta, no te pega nada. Sabes bien a quien me refiero.
Thomas.
―¿Miedo? ―Me reí.
―Te da miedo que no sienta lo mismo que tú por él, lo veo en tus ojos
cuando sale su nombre.
―¿Qué idioteces dices? Yo no siento nada por ese hombre.
―Entonces deberíamos de decírselo a Harden, que sea él quien viaje
conmigo, tú puedes quedarte con Harriet,
―Pero… ―No encontraba la excusa perfecta para que no me notase
que no quería hacer eso.
―Lo sabía, sientes algo por él.
Vaya que si sentía, sentía de todo cuando pensaba en él, y ahora mismo
me acababa de dar cuenta que si no lo veía acabaría muriéndome por amor,
eso que jamás había logrado sentir hasta ahora. Jamás ningún hombre había
provocado en mí un sentimiento más real.
―¿Le amo? ―Hice la pregunta en voz alta.
―Estoy convencida de que sí.
Peyton respondió por mí.
Capítulo 20
Thomas McKenzie

Dos semanas para el enlace, dos semanas para unir los dos clanes más
poderosos de Irlanda en uno. Y aquello lo había conseguido yo, con la
ayuda de mi tío, pero era todo merito mío. Me sentía tan orgulloso de ser
tan valioso que tenía la necesidad de contarlo a mi familia. Así es que
decidí partir de nuevo a Escocia para invitar a mis hermanos y padres al
enlace, y que fueran testigos de mi futuro. Y aunque aquel viaje estuvo
lleno de incertidumbre por no saber si los Smith habían regresado, tuve el
valor de hacerlo para poder así cerrar una etapa de mi vida.
―¡La cena está lista! ―Madre llamaba a todos a la mesa.
No me vio entrar, pero me sintió apresarla por su cintura y abrazarla
como cuando era un niño.
―Cuando me dijeron que regresabas no les creí. Y ahora que te veo
continúo sin hacerlo. Estás tan cambiado.
―Madre solo han sido semanas, no puedo haber cambiado tanto.
―Siéntate antes de que lleguen todos ―me dijo mi madre.
―Sé que estás feliz con tu posición en el clan O’Donnell, pero recuerda
que tú eres un McKenzie, y tu tío no cesará en el empeño hasta hacerte jefe
de su clan, y de esa forma pertenecerle.
―No, madre, no tienes porqué preocuparte. Me caso con la hija del clan
O’Neill como lo que soy, un McKenzie.
Vi desconcierto en el rostro de mi madre, pero no continuó con la
conversación. Solo añadió una frase que me dejó pensativo durante toda la
noche.
Fue tan reconfortante aquel abrazo de mis hermanos que por un
momento deseé quedarme con mi familia aquel día. Y a pesar de no poder
hacer tal cosa porque hubiese dejado en mal lugar a los O’Donnell, tampoco
me hizo falta pensarlo demasiado cuando las puertas del gran salón se
abrieron de nuevo y vi entrar a Peyton a la carrera y lanzarse a los brazos de
Niall.
Mi cuerpo se quedó rígido, y el corazón se desbocó, sus latidos los
sentía en cada rincón de mi cuerpo, y un escalofrío recorrió mi espalda.
¿Fuego? ¿Ella también había regresado?
Capítulo 21
Amanda Smith

No funcionó, la unión de nuestras manos mientras apretábamos las piedras


nos había traído de regreso a nuestro siglo, pero ahora que tratábamos de
regresar a aquellas tierras inhóspitas, nada de aquello funcionaba. ¿Se nos
olvidaba algo?
―Algo ha cambiado ―dijo Peyton.
―¿Debemos viajar a Escocia? ―le respondí en forma de pregunta.
―Hagamos las maletas.
―Vaya, cuanta prisa para no desear regresar ―añadió Harden, mientras
limpiaba la herida de Harriet.
De pronto un susurro, una voz clara que me recordaba algo.
Dentro del río, donde los árboles tienen flores de color rosa, allí está la
gran piedra plana.
―Creo que no sea necesario viajar hasta Escocia.
―¿Entonces?
―Hay que buscar un río, cerca de árboles rosas, dentro del río está la
piedra que nos ayudará a viajar en el tiempo.
―¿Un río, árboles rosas? Debes de haberte fumado algo muy fuerte
hermanita ―dijo Peyton.
―Yo sé dónde puedes encontrarlo, Malibú Creek State Park, tiene un
río y robles, también almendros. ―Harriet nos dio el lugar.
Y así fue como llegamos de nuevo a Escocia. Llegamos al riachuelo, y
después de caminar por su orilla más de dos horas, dimos con la piedra
sumergida en el fondo de sus aguas.
Caminamos por dentro de las frías aguas, y nos subimos las dos a la
gran roca, nos abrazamos con fuerza, y al cerrar los ojos, ambas pensamos
en los McKenzie.
Al abrir nuestros ojos pudimos ver como aquella gran piedra mágica nos
había llevado justo hasta las puertas del imponente castillo Eilean Donan.
La propiedad de los McKenzie.
Peyton no pudo contener las prisas de reencontrarse con Niall, y salió
corriendo hacia el interior del castillo.
Yo no me atreví a moverme. Solo de pensar que en cualquier segundo
podría verlo frente a mí, me paralizaba al completo.
Yo no caminé, me quedé quieta en aquel lugar.
Gritos de alegría se escuchaban desde afuera, imaginé que al ver a mi
hermana todos corrieron para abrazarla, y el júbilo resonaba por cada roca
de aquel castillo.
Hasta que de pronto su cuerpo se quedó frente a mí. Por fin nos
encontrábamos.
Comencé a sudar, a temblar, tomé una profunda bocanada de aire para
intentar relajarme. Thomas estaba allí, con la sonrisa en sus labios más
grande que había podido ver hasta ahora. Con aquel brillo en sus ojos color
ámbar que me desnudaban con aquella mirada.
―Hola ―saludó.
―Hola ―respondí.
―¿Cómo está Harriet? ―Al hacerme aquella pregunta creo que me
enamoré todavía más de él.
―Recuperándose.
Dio un paso hacia mí, y a mi alrededor todo mi mundo giró, y todo
cuanto nos rodeaba comenzó a desaparecer con cada paso que daba.
Ahora ya solo existía Thomas, estaba pegado a mí, y juntó sus labios
con los míos. Aquellos movimientos suaves, sus mordiscos lentos mientras
apretaba mi cuerpo contra el suyo, me hicieron arder de placer.
―¡Amanda! ―Peyton gritó.
Torpemente di un paso hacia atrás al escuchar a mi hermana.
―Ya voy, ya voy, solo estaba… ―Miré a Thomas―. Solo saludaba a
Thomas.
Me sonrojé al decirlo. Y Thomas se rio al verme.
Capítulo 22
Thomas McKenzie

Cuando la encontré detenida frente a las puertas del castillo, el corazón


tamborileó con tanta fuerza que tuve que colocar mi mano para frenar sus
movimientos y evitar de esa manera que no saliera de mi pecho. Estaba
aquí, había regresado, y yo lo había estropeado todo por no tener paciencia.
Por no confiar. Solo podía que acercarme hasta ella, necesitaba volver a
olfatear su perfume, escuchar su voz, tenerla de nuevo cerca de mí. Y
cuando lo estuve, no pude evitar besar sus labios, rozar mi nariz con la
suya, mordisquear su boca.

Su hermana interrumpió aquel momento, que de no ser así, seguramente no


hubiese podido frenar mi sed de fuego.

Una vez dentro, clavé la mirada en el pastel de carne que tenía frente a
mí en la mesa. No podía quitarme de la cabeza el beso que habíamos
compartido al vernos. Aquella suavidad de su piel, su sabor… Pero
tampoco podía quitar de mi mente lo otro. Estaba apunto de casarme con
otra mujer, y aquello no estaba bien.
Intenté ignorar su presencia durante toda la comida, pero cuando
terminamos, al retirarnos, ella llamó mi atención.
―¿Se puede saber qué haces? ―dijo dándome un empujón por la
espalda.
―¿Qué crees que hago?
―La verdad es que no tengo la menor idea.
Yo tampoco la tenía. Quería estar con ella, pero conocía que no podía,
por eso me alejaba.
Así es que continué caminando hasta llegar a mi alcoba. Necesitaba
estar a solas, solo que Niall no lo sabía, e interrumpió mi retiro.
―Díselo, tiene derecho a saberlo, antes o después se enterará.
―¿Crees que no lo sé?
―¿A qué esperas?
―Quiero estar con ella, fui un estúpido al comprometerme con Brígida.
―Ahora no puedes deshacer eso, tienes que contárselo a Amanda.
A Niall aquel día le dije que se lo diría, que me dejase a solas, y cuando
salió de mi alcoba, escapé como cientos de veces lo había hecho por la
ventana. Regresaba a Irlanda sin despedirme de nadie, como un cobarde.

Antes de mi regreso a Irlanda, cometí un error, no les dije a mi familia que


no quería su presencia en mi enlace. Iba a ser más fácil para mí si nadie de
Escocia se presentaba aquel día allí.

Nada más poner un pie en el castillo de los O’Donnell entré a los


establos para ensillar uno de los caballos que me habían sido regalados por
mi tío. Necesitaba estar distraído aquel día para detener ese sentimiento
molesto que me llenaba de desesperación.
Abrí la puerta del caballo más veloz, acaricié su cabeza, y al poco de
arreglarlo, lo monté.
Mi estómago me daba golpes de manera intermitente. Me culpaba de
todo, pero lo que más dolor me causaba era la manera en la que le había
hablado a Amanda antes de marcharme. Ella no tenía culpa alguna de mis
errores. Seguro que le había hecho daño con mis palabras y la indiferencia
mostrada.
Cabalgué con furia aquel día, y a mi regreso, encontré a la mujer con la
que me habían prometido esperando a las puertas de los establos.
Era el último rostro que deseaba ver ese día, pues me sentía igual de
culpable de haber hablado mal a Amanda, que de haberla besado cuando
ciertamente estaba ya comprometido con ella.
―No es el lugar más adecuado para una señorita ―le dije desmontando
del caballo.
―Necesito hablar contigo. ―Su voz era seria.
―Si me das un momento dejaré al caballo en su cuadra.
―Solo me tomará poco tiempo.
Y comenzó a hablar. En ningún momento levantó su vista del suelo, y
las palabras parecían tropezarse repetidamente.
―No te amo, y nunca podré hacerlo. ―Ese era el mensaje principal.
―Sería extraño que el mismo día que me conoces sientas amor por mí,
y además solo nos hemos visto en dos ocasiones. Quizá tres ocasiones
después de nuestra presentación. No espero amor incondicional por tu parte,
igual que no lo esperes por la mía.
Ella clavó la mirada en el cielo.
―No entiendo de clanes, ni de tratos, tampoco sé porqué debo de ser yo
quien una ambas familias teniendo un hermano mayor y tu tío una hija.
Pero de lo que sí entiendo es de amor.
―¿Un hermano? ―Aquello no me lo esperaba.
Tenía que haber un error, porque de ser cierto, ¿cuál era el motivo para
aquella alianza conmigo?
―Yo ya amo a alguien, no podré sentir también por ti ―pronunció.
Todo el tiempo había pensado en mí, sin ni tan siquiera pensar en ella…
Capítulo 23
Amanda Smith

―¿Qué has oído? ―Peyton necesitaba asegurarse de si lo había escuchado


todo, o si en aquella última parte que hablaban sobre la boda de Thomas no
había estado atenta.
Escuchar tras las puertas no estaba bien, pero en aquel momento pasaba
por el pasillo en dirección a mi alcoba, y escuché mi nombre. Me sentí
obligada a hacerlo, y si no hubiese sido porque la palabra boda me dejó
petrificada en el sitio, no me hubiera quedado a esperar a que me
descubrieran tras la maldita puerta.
―Lo suficiente para seguir pensando que el amor no es para todos
―respondí.
―No digas tonterías, él te quiere. ―Además de vivir con el corazón
roto, tenía que seguir escuchando idioteces como aquellas.
―Claro, pues dime donde está la gracia si ahora Niall se casa con otra.
Venga, responde. ―Peyton enmudeció.
―Entenderemos que quieras marcharte, no podemos obligarte a viajar
hasta Irlanda con nosotros, y sola en el castillo no puedes quedarte.
―¿Niall me estaba diciendo que iban a ir todos a la boda de su hermano?
―¿Sabes? podéis llamarme kamikaze, pero estoy decidida y me apunto
a esa boda. Siempre me han gustado los banquetes.
―¿Kamikaze? ―Niall miró con el ceño fruncido a Peyton. No sabía lo
que aquella palabra significaba.
―Creo que lo que ella quiere es ver la cara de tu hermano cuando
aparezca frente a él en el día de su boda.
Yo no lo habría podido explicar mejor.
Partimos a Irlanda, y durante todo el viaje no pude dejar de sentir una
rabia que me quemaba por dentro. Lo que no sabía era si aquel sentimiento
era por lo que estaba apunto de hacer, o por lo que Thomas McKenzie me
había hecho a mí.
Peyton intentó hacerme entrar en razón, imaginé que ella temía a que
cuando lo tuviese frente a mí intentara darle una paliza. Y vaya que lo
pensé, pero no, tenía una venganza mucho mejor planeada para él. Después
ya pediría perdón a quien hiciera falta, pero necesitaba conocer los
sentimientos reales que tenía hacia mí.
Durante el tiempo que duró el viaje no abrí la boca nada más que para
quejarme de cualquier cosa que pudiese. Estaba enfadada, aquel sol que
salía por detrás de las montañas no ayudaba en nada a apaciguar mi mal
humor.
Craig se acercó hasta mí con el único fin de intentar rebajar el grado de
enfado, pero parecía que había tenido poco tiempo de tratar con mujeres, al
menos encolerizadas.
―Esto no va contigo, así es que si no quieres acabar pagándolo tú, te
pido que te alejes.
―Me gustabas, sí, me gustabas para Thomas, pero ahora veo que las
mujeres de tu tiempo no son inteligentes.
¿En serio me estaba llamando tonta?
―Te lo advierto, no continúes por donde vas.
―Si tu llegada hasta aquí es para hacerle ver a mi hermano lo que
puede perderse, deberás de cambiar tu actitud. A ningún hombre le gustan
las mujeres tan tercas.
―No es para que vea lo que puede perderse, es para que compruebe lo
que ya ha perdido.
―Te ves bonita, solo tienes que sonreír, recuerda.
Y se alejó de mi lado nada más llegar a las puertas del clan O’Donnell.
Peyton me agarró por el brazo al ver que no avanzaba por el pasillo
angosto e imponente que nos conducía hasta el gran salón.
―Respira, ¿vale? No quiero verte desmallada en mitad de toda esa
gente.
―Muy graciosa, me gustaría verte en mi lugar ―respondí.
Estaba oscuro, abarrotado de gente y oscuro. Al fondo del pasillo se
podía apreciar la luz de las velas, allí todo estaba un poco más iluminado.
El ambiente no estaba relajado, muchos de los hombres que allí se
encontraban tenían los ceños fruncidos, cuchicheaban entre ellos a la vez
que bebían cerveza y vino. Si alguien me hubiese preguntado si aquel
banquete pertenecía a una boda, hubiese negado rotundamente, porque más
bien parecía una emboscada.
En ese instante fue cuando lo vi. Contuve el aliento mientras que Peyton
me susurraba que continuase respirando, pero mis órganos habían dejado de
funcionar en aquel instante que vi a Thomas McKenzie del brazo de aquella
preciosa mujer.
No pude controlar lo que fuese que estaba sintiendo, y apreté con fuerza
la tela del vestido que cubría mi cuerpo, tanto, que la rasgué.
Thomas no apartaba la vista de mi cuerpo, y aquello me parecía fuera de
lugar, sobre todo teniendo a su futura esposa a su lado.
No tuve estómago para seguir en aquel lugar al mismo tiempo que él lo
hacía, y soltándome de la mano de mi hermana caminé hasta un lugar
solitario y alejado de aquel tumulto.
Subí al piso de arriba caminando por las escaleras de piedra, empujé una
puerta de madera robusta y me escondí tras ella. El crepitar del fuego hizo
que dejase de temblar, y mi cuerpo comenzó a relajarse al instante. Hasta
que de pronto, Thomas traspasó aquella puerta, apoyó su cuerpo cerrando la
puerta y una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo desde mi cabeza hasta
mis piernas.
―Vete, no puedes estar aquí. ―Limpié una lágrima que resbaló por mi
mejilla.
―Escúchame.
Thomas se acercaba dando pasos hasta donde me encontraba, y yo me
escondía metiéndome a cada paso un poco más hacia el fondo de aquella
habitación.
―Dijiste que te irías, que tenías que quedarte con Harriet, ¿cómo iba a
saber que regresarías?
―Tienes razón, quizá pensé que sentías algo más fuerte por mí, es
posible que creyese que mi amor valía para los dos. Estoy segura de que lo
que yo siento es imposible que nadie lo pueda sentir, no al menos con esta
intensidad con la que yo lo siento.
No había más espacio en la alcoba, así es que quedé pegada a la pared,
no podía esconderme más, y Thomas llegó hasta mí.
Se quedó quieto frente a mí. Cogió el borde de la camisa que llevaba
puesta y se la quitó sacándosela por la cabeza. Al hacer eso, tuve que tragar
saliva, porque al segundo se me secó la boca. Tenerlo tan cerca y con el
torso desnudo era doloroso. Aquellos pectorales tan firmes y marcados, sus
hombros anchos y musculados, hasta las cicatrices que adornaban su piel
eran dignas de ser besadas.
No quería moverme, pero al final sucumbí al deseo, y estiré mi mano
para colocarla sobre su vientre.
Thomas no dejaba de mirarme, y después de coger aire, abrió un poco
sus labios, y muy despacio se acercó hasta mi boca para después besarla.
―¿Cómo puedo enseñarte todo lo que yo siento por ti? ―me preguntó.
Me acarició la mejilla con el dorso de su mano.
Una lágrima rodó por mi rostro.
―No lo sé, pero casándote con esa mujer, no.
Thomas volvió a besarme, y yo me relamí los labios cuando los separó
de los míos. Apretó su cuerpo contra el mío, y comenzó a deslizar su lengua
entre mis senos. Bajó un tirante de mi vestido y siguió lamiendo y
sembrando besos por toda mi piel. Después bajó el tirante que sujetaba la
prenda todavía en mi cuerpo, y al caer al suelo, emitió un gruñido grave.
Contuve el aliento y también tuve que frenar las ganas de taparme.
Dibujó una sonrisa ladina en su rostro, y enfocó su vista después a mi
parte más íntima. Thomas se arrodilló delante de mí y me agarró con sus
grandes manos por las nalgas. Besó mi abdomen, después mi cintura, se
saltó mi sexo y colocó un reguero de cientos de besos por el interior de mis
piernas, y cuando menos lo esperaba introdujo su boca en el interior de mi
sexo, apartando mi ropa interior, sacando su lengua y haciendo que mi
cuerpo se curvase entregándose a él por completo.
Cuando me hizo estremecerme se puso en pie, y agarrándome con más
fuerza por las nalgas me levantó obligándome a abrir mis piernas, dejando
mi sexo expuesto para ser penetrado. Con una mano me sujetaba, mientras
que con la otra, la introdujo entre su vientre y el mío, y alcanzando a llegar
a mi sexo, metió su enorme miembro.
Una oleada de placer recorrió todo mi cuerpo, y después con cada
envestida aparecían pequeños calambres que recorrían mis muslos
proporcionándome más placer que el anterior. Hasta hacerme llegar al
colapso, y gemir como jamás lo había hecho con ningún otro hombre.
―¿Has sentido suficiente? ―me preguntó.
Morí de la vergüenza al hacerme esa pregunta, a la que respondí
afirmativamente con la cabeza.
―Pues eso es lo que yo siento cada vez que tu melena color fuego se
cruza en mi camino.
¿Y ahora qué? Una mezcla de culpa y terror se instaló en mi pecho.
Estaba a punto de casarse, y si nos encontraban en aquel lugar, ninguno de
los dos sería bien tratado.
―Huyamos ―le dije.
―Si huyo mi familia estaría en peligro, las cosas deben de hacerse
como deben.
Una figura entró en la alcoba cuando nosotros nos preparábamos para
salir, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que era la joven con la que estaba a
punto de compartir su vida.
―Necesito tiempo, mi familia puede salir mal parada ―le dijo Thomas
a la mujer.
―No disponemos de mucho más, puedo intentar retrasarlo todo algo
más de tiempo, pero no mucho.
¿Qué estaba ocurriendo allí?
―Explicadme qué ocurre aquí ―les pedí.
―No hay tiempo, pero me temo que nos han tendido una emboscada
―dijo Thomas.
¿Cómo? ¿El día de su boda?
Bajando por la escalinata encontramos a Niall, el que con rostro
angustiado buscaba a Thomas.
―Algo me huele mal, hermano. Creo que los O’Neill no quieren
estrechar lazos con los O’Donnell, sino más bien acabar con ellos.
―Lo hemos descubierto no hace mucho, tenéis que salir de aquí, avisa
a padre y madre, que se lleven a las mujeres.
Thomas daba órdenes a Niall, y yo al parecer era la única que no me
enteraba de nada.
Capítulo 24
Thomas McKenzie

La oscuridad se cernía sobre el castillo de los O’Donnell. Quedaba poco


tiempo para que la farsa en la que nos habíamos visto envueltos diera
comienzo.
Buscaba con la mirada a mi tío, tenía que ponerlo en conocimiento de lo
que aquel sucio clan intentaba conseguir.
Una ola de alivio me invadió al ver el rostro de mi tío acercándose hasta
mí. Cuando estuvo lo suficiente cerca, me apretó el brazo y me susurró que
lo siguiera.
―Empezaban a impacientarse, parece que te han visto entrar en una de
las alcobas con una mujer.
―Tío, es una emboscada, quieren acabar con el clan. Brígida tiene un
hermano mayor.
―¿Un hermano? No puede ser estaría al corriente.
―Nos han hecho pensar que uniéndonos obtendríamos el respeto, la
ayuda, y la confianza, pero si esa fuese su intención, ¿por qué no unir a mi
prima con el futuro jefe de su clan?
―Porque si algo saliese mal hoy, el futuro jefe de su clan estará a salvo,
y ellos podrán continuar haciendo tratos si fuese necesario.
Mi tío respondió a aquella pregunta dando sentido a todo.
―Preparémonos, esto es la guerra ―dijo empuñando su espada.
Después pronunció el grito de guerra que daba comienzo a la
sanguinaria escena que lo cambiaría todo. Pero ellos también estaban
preparados para la batalla y otro grito tan fuerte o más resonó en las paredes
de castillo.
Conforme íbamos acercándonos al gran salón los gritos y gemidos se
iban intensificando, el acero de las espadas cuando chocaban nos hacía
ponernos tensos por segundos, y al llegar a la gran sala aquellos sonidos se
hicieron más intensos aún.
Mis fosas nasales dilatadas me ayudaban a coger aire para clavar con
fuerza mi espada en cada cuerpo que a mi paso encontraba.
El acero esta vez resonó cerca de mi rostro al encontrarme con un
hombre fuerte, el que me costó solo un poco más derribar y acabar con él.
Craig y Niall luchaban a mi lado, un charco de sangre se acumulaba
bajo nuestros pies, pero mientras no fuera la nuestra todo estaría bien.
Me adelanté a ellos para abrirme camino entre todos los guerreros que
trataban de sobrevivir, muchos se retorcían en el suelo mientras sus vidas se
les escapaba. Estaba siendo una batalla realmente dura de librar, pero los
guerreros del clan de nuestro tío eran fuertes y valerosos, y aunque en
minoría, se encontraban en mejor forma física que nuestros adversarios.
―¿Cuánto falta para llegar a las puertas? ―preguntó Craig.
―Solo unos pies, ¿qué pretendes? ―pregunté.
―Vi una catapulta al entrar. Si llegamos hasta ella podremos acabar con
los hombres que se acercan.
¿Más hombres? Aquello era una emboscada en toda regla, pensé.
―Te cubriremos, adelántate hasta ella.
El cielo comenzó a tornarse del color del mismo fuego, se colaba entre
las copas de los árboles, era como si la misma naturaleza quisiera avisarnos
de que el infierno llegaba.
Niall me miró en un segundo cuando se intentaba quitar de encima a un
hombre grande, y con la mirada me pedía que diera una patada a aquel
hacha que tenía bajo mis pies. Lo hice y así fue como acabó con su
oponente. Le asistió un hachazo en la cabeza.
Comencé a rezar todo lo que sabía para que Craig hubiese tenido tiempo
suficiente de cargar aquella catapulta y derrotar a las decenas de hombres
que seguían avanzando hasta nosotros.
Como si mi plegaria cayese del cielo, vi volar hacia la nube de polvo
que levantaban los caballos mientras cabalgaban en dirección hacia donde
nosotros nos encontrábamos una gran bola de fuego. Iba directa a ellos, y
cuando por fin cayó, los pocos hombres ilesos que allí se encontraban
corrieron a esconderse detrás de los árboles y al poco desaparecieron.
A nuestro regreso al interior del castillo solo pensaba en una cosa,
volver a ver a Amanda, con vida.
Al poner un pie en el gran salón el olor a sangre lo llenaba todo,
teníamos que sortear los cuerpos sin vida sobre el suelo para llegar hasta las
escaleras que conducían al primer piso, sonde imaginamos que estarían
escondidos.
Los golpes y gritos de una mujer nos pusieron en alerta a mis hermanos
y a mí.
―¡Maldita seas! ―masculló mi tío propinando bofetadas a Brígida.
―¡Detente! ―grité.
―Ella es una O’Neill. Debe morir como el resto.
―Ni se te ocurra volver a tocarla. ―Me coloqué entre los dos.
―Ella nos ha salvado a todos, fue quien me habló de su hermano
cuando nadie conocía de su existencia, sin su ayuda ahora estaríamos todos
muertos.
―Traté de decírselo, pero no me escuchó ―dijo Amanda.
Corrí a desatarle las manos y la levanté de aquella silla donde la tenían
retenida. Mi madre y las mujeres se encargaron de acomodarla.

La batalla había terminado, sí, pero la victoria no trajo consigo


celebraciones. Habíamos sido emboscados, y las cicatrices de la lucha aún
ardían tanto en nuestros cuerpos como en nuestras mentes. A pesar de
nuestra victoria, el costo había sido alto, y la sombra de la traición todavía
se cernía sobre nosotros.

Cuando regresamos al castillo en silencio con nuestras miradas


sombrías y nuestros cuerpos cansados apenas crucé la puerta, busqué a
Amanda entre la gente. Mi corazón latía con fuerza al no verla de
inmediato, pero luego, allí estaba, esperándome. Al encontrarnos con
nuestras miradas, sentí una ola de alivio. Sin decir una palabra, nos
dirigimos a una de las alcobas, dejando atrás el caos y el miedo.

La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la tenue luz de


unas pocas velas. Cerré la puerta tras nosotros y, en ese momento, el mundo
exterior dejó de existir. Amanda se volvió hacia mí con sus ojos llenos de
preocupación y amor. Sin decir nada, me acerqué a ella y la abracé con
fuerza, necesitando sentir su calidez para asegurarme de que todo era real.

Nos sentamos juntos en la cama, y ella apoyó su cabeza en mi hombro.


―Pensé que no volverías ―susurró Amanda, su voz temblaba
ligeramente.
Sentí una punzada en el corazón al escuchar la angustia en sus palabras.
―Estoy aquí, fuego. Y no pienso dejarte ―respondí, apretándola con más
fuerza contra mí.

La simple cercanía de su cuerpo me proporcionaba un consuelo


indescriptible. Habíamos saboreado la muerte y, sin embargo, estábamos
aquí, juntos.

El silencio llenaba la habitación, un silencio que no necesitaba ser roto con


palabras. Amanda levantó la cabeza y nuestros ojos se encontraron de
nuevo. En ellos, vi reflejada la misma mezcla de dolor y alivio que sentía en
mi interior. Con un suspiro profundo, apoyé mi frente contra la suya,
cerrando los ojos y dejando que la presencia del otro curara nuestras heridas
invisibles.

―No quiero perderte ―susurró Amanda, su voz era apenas audible.

―No lo harás ―le aseguré.

―Vamos a estar bien.


Era una promesa tanto para ella como para mí. Nos recostamos en la
cama, abrazados, sin ninguna intención más allá de sentirnos cerca.
Amanda entrelazó sus dedos con los míos y apoyó su cabeza en mi pecho.
Cerré los ojos, permitiéndome relajarme por primera vez. Escuché su
respiración tranquila y sentí cómo el estrés y la tensión se desvanecían
lentamente. En ese instante, nada más importaba. La emboscada, las
heridas, las preocupaciones del mundo exterior se desvanecieron. Sólo
existía el presente, el latido de su corazón contra el mío, la certeza de su
amor y la promesa de que juntos estaríamos bien.

Y así, abrazados, dejamos que el tiempo se detuviera, saboreando la


tranquilidad que habíamos ganado a través de tanto sacrificio. En sus
brazos, encontré la paz que tanto anhelaba, y supe que mientras estuviera
con ella, siempre habría un refugio seguro, sin importar lo que el futuro
trajera.
Continuará…
Harden como sabéis se encuentra en Los Ángeles junto a Harriet, la que
todavía trata de reponerse de aquella operación que le salvó la vida.

Va a ocurrir algo cuando Harden y Harriet intenten regresar con sus


hermanos, algo que no esperaban que pudiese pasar, pero en lugar de
hombres de las tierras altas de Escocia, van a aparecer en un lugar donde los
duques y los condes intentan encontrar esposas para continuar con sus
linajes y así no perder esos títulos que tanto adoran.
Sabemos que Harden va a intentar salir de allí a toda prisa para regresar
con el amor de su vida Hanna, pero, ¿Harriet también se sentirá más atraída
por un hombre bruto que por uno elegante y educado?
Agradecimientos
Siempre me ocurre igual cuando tengo que escribir los agradecimientos. No
es porque no tenga aquien agradecer, más bien es todo lo contrario. ¿Cómo
puedo comprimir tantas gracias en tan pocas palabras? Me pasaría días
escribiendo nombres, primero de toda la familia que creyó en mí, que me
animó, que me preguntaba qué tal iba mi proyecto Sueño, como yo lo
llamaba, después a mis amigos, que sin entender mucho de esos personajes
que habitaban en mi cabeza seguían escuchándome sin perder interés.
Gracias a mi marido, que sé de sobra que lo aburro porque él es de
números, y estas cosas de las letras no puede con ellas. Y a mi hijo, que a
pesar de su corta edad , siempre me pregunta qué tal van mis historias.
No puedo olvidarme de vosotras, las lectoras. Perdón si hay algún lector,
tambien para vosotros, pero sé que somos más mujeres que hombres los que
deboramos este tipo de historias. Gracias infinitas por leer cada historia que
ve la luz. Gracias infinitas.
Y para no hacerme pesada, que yo odio leer millones de agradecimientos,
termino con ella.
Gracias a mi escritora favorita, esa que está al otro lado de mi teléfono, con
la que comparto mis miedos, mis alegrías, mis ilusiones.
Books By This Author
Cenizas en Las Highlands
Arya McWallace es tan solo una joven muchacha que deberá enfrentarse a
un viaje, el que la llevará a las sucias manos del mismo demonio, Duncan
McDougal, un highlander del clan enemigo.
Puede que esta historia creas conocerla, pero no como deberías, pues esta
joven que luchará contra guerreros, sufrirá a manos de un ser despiadado, y
encontrará a su príncipe, deberá ayudar también a un hombre que viaja en el
tiempo para sanar un corazón despedazado.
Amor y pasión, lucha y engaños, viajes en el tiempo, son algo de lo que vas
a encontrar en este maravilloso inicio de saga.

Deseando a la bruja de Las Highlands


Peyton Smith es una fanática de Outlander, esa mujer que viaja en el tiempo
a través del circulo rocoso de Craigh Da Nun en Escocia.
Hace un año que su hermano Harden desapareció en aquel mismo lugar
imitando a la perfección una escena de la famosa serie televisiva, y como
nadie la cree cuando lo cuenta, decide ser ella misma la que vaya a
buscarlo.

‹‹―¡Eres una Campbell! ―gritó Niall―. Has venido a tenderme una


trampa, te envía ella, deseas seducirme para culparme después de algo de lo
que ella misma no es capaz de darme.
Peyton se volvió al escuchar aquella insinuación y caminó hasta él con la
intención clara de abofetear su rostro.
Levantó su mano y con gesto de rabia fue a propinarle el golpe, pero Niall
fue más rápido y más fuerte, y le detuvo la mano justo cuando esta iba a
impactar en su mejilla.
―Ni se te ocurra volver a insinuar que soy una fulana. Yo no intento
seducir a nadie, quizá tú tengas las hormonas alteradas como un adolescente
en plena pubertad.
Niall la miraba confuso, pues la mayoría de las palabras no las entendía,
pero tenerla tan cerca lo estaba desarmando de nuevo››.

¿Conseguirá ese McKenzie dejar que Peyton cumpla su cometido?


¿Encontrará ella a su hermano y regresarán juntos a Los Ángeles?
Descubre todo lo que esta mujer tan moderna puede enseñarle a un
highlander gruñón.

Una esposa para el barón


"Bajé el primer tramo de escaleras muy rápido, apenas tocaba los escalones,
volaba. Después frené la carrera cuando quedaban pocos peldaños que
descender y me erguí, respiré profundamente, me coloqué la cinturilla del
vestido en su sitio, recogí los mechones de pelo que lucían sueltos y
tapaban mi rostro y que tanto odiaba tía Rose, y comencé a descender
lentamente hasta llegar al hall, donde todos charlaban animadamente.
Al notar mi presencia tía Rose endureció su rostro y clavó en mí su mirada.
―Muy buenas tardes ―pronuncié haciendo una ligera reverencia.
―Es preciosa, nadie nos dijo que gozase de tal belleza. ―La voz de una
mujer que suavemente levantaba mi rostro con su mano me sorprendió. De
nuevo estaban tratándome como al ganado. Tan solo les faltó abrirme la
boca para ver mi mordida.
―Ya dije que las hijas de mi difunta hermana eran todas y cada una de ellas
dignas esposas de nobles ―le respondió Rose.
Más de cinco cabezas, todas mujeres se acercaron hasta mí, miraban cada
resquicio de mi cuerpo, si hubieran tenido valor para ello estoy segura de
que me hubiesen pedido que me despojara de mis ropas.
De repente las cabezas fueron abriendo espacio entre ellas, al parecer ya me
habían inspeccionado al detalle. Fue en ese preciso momento cuando un
rostro apareció frente al mío. Y un escalofrío me recorrió en ese instante la
espalda hasta llegar a la nuca."

Obligada a casarse con el duque


Respiré más fuerte de lo habitual, y tía Rose levantó su vista antes fijada en
el pañuelo de seda que bordaba incansablemente durante algo más de una
hora, la misma hora que yo me pasé mirando al techo de nuestro nada
humilde salón de lectura. Ese en el que estaba prohibido que leyese ninguno
de los libros que habitaban en cada una de las estanterías, porque según ella
me podrían llenar la cabeza de pájaros y de falsas ilusiones. Como si ella no
se encargase de hacerlo a cada poco.
―¿Ocurre algo de lo que me deba preocupar? ―dijo tía Rose levantando su
ceja al escuchar mi suspiro.
―Nada, tía, es solo que se me hace eterno este momento.
―Te dije que cosieras. ―Giró su cabeza para señalar el lugar donde me
había dejado aquellas agujas e hilos tiempo atrás―, en cambio, tú elegiste
el aburrimiento.
Como si la costura no fuese algo tedioso, pensé.
El verdadero motivo de mi suspiro era otro, se acercaba la fecha de
compromiso con el duque de Summerfield y aún no sabía como era él.
Después del matrimonio que la tía acababa de arreglar con el barón para mi
hermana Eliza lo normal era que me preocupase.
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