Humildad - Spurgeon
Humildad - Spurgeon
Humildad - Spurgeon
El mensaje de
Miqueas para hoy
C
harles
h. s
purgeon
(1834-1892)
HUMILDAD El mensaje de Miqueas
para hoy
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
Contenido
I. ¿Cuál es la naturaleza de esta humildad? ............................................3
II. ¿Cómo ha de mostrarse esta humildad?..............................................7
© Copyright Allan Román. Traducido por Allan Román; usado con permiso, www.spurgeon.com.mx
Todas las referencias de la Escritura son de La Biblia de las Américas.
NO. 2328. Un sermón predicado la noche del jueves 22 de agosto de 1889, por Charles Haddon Spurgeon, en el Tabernáculo
Metropolitano, Newington, Londres, y también leído el domingo 1 de octubre de 1893.
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HUMILDAD El mensaje de Miqueas
para hoy
“Y andar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6: 8). E
STA ampliación propósitos, es la esencia de las este de emociones, versículo. la ley, es su La las
lado ley palabras, es espiritual; espiritual, las los acciones; y diez toca mandamientos los
pensamientos, pero son una los Dios exige especialmente al corazón. Ahora, nuestro grande gozo
es saber que lo que es exigido por la ley es proporcionado por el Evangelio. “Porque el fin de la
ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. En Él cumplimos los requerimientos de la ley,
primero, por lo que hizo por nosotros; y luego, por lo que obra en nosotros. Él nos conforma a la
ley de Dios. Nos hace prestar a la ley, por Su Espíritu, la obediencia que no podríamos cumplir
por nosotros mismos; no para justicia nuestra, sino para Su gloria. Nosotros somos débiles por la
carne, pero cuando Cristo nos fortalece, la justicia de la ley es cumplida en nosotros, ya que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Sólo por medio de la fe en Cristo un hombre aprende a actuar correctamente y a amar la
misericordia, y a caminar humildemente con Dios; y únicamente por el poder del Espíritu Santo
que nos santifica con ese fin, podemos cumplir con estos tres requerimientos divinos. Nosotros
cumplimos perfectamente con esos requerimientos en nuestro deseo: querríamos ser santos como
Dios es santo, si pudiésemos vivir como nuestro corazón aspira a vivir; quisiéramos siempre
actuar correctamente, quisiéramos siempre amar a la misericordia, y quisiéramos siempre
caminar humildemente con Dios.
El Espíritu Santo nos ayuda a hacer esto diariamente produciendo en nosotros así el querer
como el hacer, por Su buena voluntad; y el día vendrá, y lo anhelamos vehementemente, cuando,
estando enteramente libres de este cuerpo estorboso, le serviremos día y noche en Su templo, y le
rendiremos una obediencia perfecta y absoluta, pues “son sin mancha delante del trono de Dios”.
Esta noche habré cumplido con mi tarea si únicamente reflexiono sobre el tercer
requerimiento, “andar humildemente con tu Dios”, preguntando, primero, ¿cuál es la naturaleza
de esta humildad?, y luego, ¿cómo se revela esta humildad? Primero,
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I. ¿Cuál es la naturaleza de esta humildad? El texto está muy lleno de enseñanza al respecto. Y,
primero, esta humildad pertenece a la forma más elevada del carácter. Observen lo que precede a
nuestro texto, “solamente hacer justicia, y amar misericordia”. Supongan que un hombre hubiera
hecho eso; supongan que en ambas cosas hubiera alcanzado la norma divina, ¿qué pasaría
entonces? Bien, entonces debería humillarse ante su Dios. Si camináramos a la luz, como Dios es
luz y tendríamos comunión con Él, tendríamos necesidad de caminar delante de Dios muy
humildemente, mirando siempre a la sangre, pues incluso entonces, la sangre de Jesucristo nos
limpia y continúa limpiándonos de todo pecado. Si hemos realizado ambas cosas, todavía
tendríamos que decir que somos siervos inútiles, y que debemos humillarnos ante nuestro Dios.
No habríamos alcanzado todavía esa consumación, si hiciéramos solamente justicia y
amáramos misericordia, aunque nos estaríamos aproximando a ella por la graciosa ayuda de
Cristo; pero si efectivamente alcanzáramos el ideal puesto ante nosotros, y cada acto nuestro
hacia el hombre fuera bueno, y aún más, cada acto estuviera deliciosamente saturado de amor a
nuestro vecino tan vigorosamente como nuestro amor a nosotros mismos, aun así, sería
pertinente este precepto, “andar humildemente con tu Dios”.
Queridos amigos, si alguna vez pensaran que han alcanzado el punto más alto de la gracia
cristiana, —casi desearía que jamás pensaran eso— pero supongamos que lo pensaran alguna
vez, les suplico que no digan nada que se aproxime a la jactancia, ni exhiban ningún tipo de
espíritu que semeje a que se están gloriando en sus propios logros, sino que deben humillarse
ante su Dios.
Yo creo sinceramente que entre más gracia tenga un hombre, más sentirá su deficiencia de
gracia. Toda la gente de la que he pensado alguna vez que pudiera llamarse perfecta delante de
Dios, ha sido notable por su rechazo de cualquier cosa de ese tipo; siempre han repudiado algo
como la perfección, y siempre se han humillado delante de Dios, y si uno ha sido constreñido a
admirarlos, se han ruborizado ante esa admiración. Si han creído ser de alguna manera los
objetos de la reverencia por parte de sus semejantes cristianos, he notado cuán celosamente lo
han desechado con comentarios autodespectivos, diciéndonos que no conocíamos todo, pues de
otra manera no pensaríamos así de ellos; y por eso mismo los admiro más.
El elogio que desechan regresa a ellos con intereses. ¡Oh, seamos de esa mente! Los mejores
hombres no dejan de ser hombres, y los santos más destacados son todavía pecadores, para
quienes hay todavía una fuente abierta, pero no abierta, observen, en Sodoma y Gomorra, sino
que la fuente está abierta para la casa de David, y para los habitantes de Jerusalén, para que
puedan continuar lavándose en ella, con todos sus excelsos privilegios, para ser limpiados.
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Esta es la clase de humildad, entonces, que es consistente con el más elevado carácter moral
y espiritual; es más, es la propia vestidura de un carácter así, como lo expresó Pedro: “Revestíos
de humildad”, como si, después de habernos puesto toda la armadura de Dios, nos pusiéramos
esto encima de todo para cubrirlo por completo.
No queremos que el yelmo resplandezca delante de los hombres; pero cuando nos vestimos
como oficiales en traje de civil, ocultamos las bellezas que eventualmente se destacarán más por
sí solas.
La segunda observación es esta, la humildad prescrita aquí implica una constante comunión
con Dios. Observen que se nos dice que debemos andar humildemente con nuestro Dios. No
sirve de nada que nos humillemos lejos de Dios. He visto a algunas personas muy
orgullosamente humildes, muy jactanciosas de su humildad. Eran tan humildes que eran lo
suficientemente orgullosas para dudar de Dios. No podían aceptar la misericordia de Cristo,
según decían; eran muy humildes. En realidad, la suya era una humildad diabólica, no la
humildad que proviene del Espíritu de Dios.
Esta humildad nos lleva a humillarnos ante nuestro Dios; y, amados, ¿pueden concebir una
humildad más elevada y más verdadera que la humildad que debe provenir de humillarnos ante
Dios? Recuerden lo que dijo Job: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto
me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”. Recuerden cómo Abraham, cuando
comulgaba con Dios, y le suplicaba por Sodoma, dijo: “He aquí ahora que he comenzado a
hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza”; “polvo”: eso expresaba la fragilidad de su
naturaleza, “cenizas”: como si fuese el residuo del altar, lo que no pudo ser quemado, lo que
Dios no aceptaría. Abraham se sentía, por el pecado, como los desechos de un horno, las cenizas,
como sobras sin ningún valor; y eso no era debido a que estaba alejado de Dios, sino debido a
que estaba cercano a Dios. Tú puedes volverte tan grande como quieras cuando te alejas de Dios;
pero cuando te acercas al Señor, puedes cantar correctamente:
“Entre más tus glorias deslumbren mis ojos, En un lugar más humilde me tenderé”. Pueden estar
seguros que esto es así. La condición suya de humildad o de orgullo puede ser un tipo de
termómetro para medir su nivel de comunión. Si ustedes van subiendo, Dios va bajando en la
estima de ustedes. “Es necesario que él crezca”, dijo Juan el Bautista acerca del Señor Jesús,
“pero que yo mengüe”. Las dos cosas van juntas; si este platillo de la balanza sube, aquel platillo
debe bajar. Debes “andar humildemente con tu Dios”. Atrévete a cumplirle a tu Dios, tenlo como
tu Amigo diario, sé lo suficiente-mente intrépido para ir a Aquel que está detrás del velo, habla
con Él, camina con Él como un hombre camina con su amigo íntimo; pero humíllate ante tu
Dios.
Harías eso si caminaras en verdad; no puedo concebir tal cosa, —eso sería imposible— como
un hombre que camina orgullosamente delante de Dios. Toma a su
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compañero del brazo, y siente que es tan bueno como su compañero, o tal vez incluso superior a
él; pero no puede andar humildemente con su Dios en un marco mental como ese. ¡El hombre
finito con el Infinito! Esa expresión basta para sugerir humildad; pero ¡el pecador con el tres
veces Santo!, es una consideración que nos derriba hasta el polvo.
Además, esta humildad implica constante actividad. “Andar humildemente con tu Dios”.
Caminar es un ejercicio intenso. Estas personas se habían propuesto postrarse delante de Dios,
como pueden ver en el versículo sexto, “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios
Altísimo?” Pero la respuesta no es, “inclínate humildemente delante de Dios”, sino debes “andar
humildemente con tu Dios”.
Ahora, amados, cuando estemos activamente ocupados, abrumados por las actividades, y una
cosa se siga a la otra, si el grandioso Señor nos emplea en algún asunto grande, —grande por
supuesto sólo para nosotros— si tenemos una actividad tras otra, somos demasiado propensos a
olvidar que sólo somos siervos, que estamos haciendo todo para nuestro Señor, que sólo somos
agentes comisionados que trabajamos para Él. Somos propensos a pensar que somos la cabeza de
la firma; no pensaríamos eso si reflexionáramos detenidamente por un momento, pues
deberíamos conocer nuestra posición correcta; pero en medio de la actividad nos embrollamos
con mucho servicio, y somos propensos a salirnos de nuestro nivel correspondiente.
Tal vez tengamos que mandar a otros, y nos olvidemos que somos también hombres bajo
autoridad. Es fácil jugar al reyezuelo sobre pequeñas naciones; pero no debe ser así. Debemos
aprender, no únicamente a ser humildes en el aposento de la comunión, y a ser humildes con
nuestras Biblias delante de nosotros, sino también a ser humildes en la predicación, a ser
humildes en la enseñanza, a ser humildes cuando mandamos, a ser humildes en cualquier cosa
que hagamos, cuando estemos abrumados de trabajo. Cuando de la mañana a la noche estén
presionados por este servicio y por aquel otro, a pesar de ello, mantengan el lugar que les
corresponde.
En eso es en lo que se equivocó Marta, ustedes lo saben; no en tener mucho servicio, sino en
convertirse en señora de la casa. Ella era la señora Marta, y el ama de una casa es una reina; pero
María se sentó en el lugar de una sierva a los pies de Jesús. Si el corazón de Marta hubiese
estado donde estaba el cuerpo de María, entonces habría servido correctamente. ¡Que el Señor
nos vuelva Marta-Marías, o María-Martas, siempre que estemos ocupados, para que podamos
humillarnos ante nuestro Dios!
Además, creo que no estaría fuera de lugar que yo dijera que esta humildad denota progreso.
El hombre ha de caminar y eso es progreso, avance. “Andar humildemente”: no se supone que
deba ser tan humilde como para que sienta que no puedo hacer nada más, o gozar más, o ser
mejor; la gente llama a eso humildad. Comienza con una P en español, y la palabra completa es
Pereza. “Yo no puedo ser tan creyente, tan valeroso, tan útil como aquel hombre”. No se te dice
que seas humilde y te quedes quieto, sino
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que seas humilde y camines con Dios. Adelanta, avanza, no con un orgulloso deseo de aventajar
a tus compañeros cristianos, ni siquiera con la expectativa latente de ser más respetado debido a
que tienes más gracia; sino que debes caminar, proseguir, avanzar, crecer.
Sé enriquecido con todas las cosas preciosas de Dios; sé lleno con toda la plenitud de Dios;
prosigue, camina siempre. No te detengas en la desesperación; no te arrastres en el polvo sin
esperanzas porque creas que las cosas elevadas son imposibles para ti; camina, pero camina
humildemente. Si logras algún progreso, pronto descubrirás que tienes la necesidad de ser
humilde.
Yo pienso que cuando un hombre retrocede se vuelve orgulloso, y estoy persuadido de que
cuando un hombre avanza se vuelve más humilde, y que parte del avance es caminar más y más
y más humildemente. Por esta razón el Señor nos prueba a muchos de nosotros, por esta razón
nos visita en la noche, y nos disciplina, para que estemos calificados para tener mayor gracia, y
alcanzar metas más elevadas, siendo más humildes, pues “Dios resiste a los soberbios, y da
gracia a los humildes”.
Si quieres escalar la ladera de la montaña, te vendrá la sed en medio de los riscos desolados;
pero si quieres descender a los valles, donde corretean los venados alazanes, y los arroyos
discurren por las praderas, beberás hasta la saciedad. ¿Acaso no brama el ciervo por las
corrientes de las aguas? Tú debes desearlas con ansia; fluyen en el valle de la humillación. ¡Que
el Señor nos lleve a todos allí!
Además, la humildad prescrita aquí implica constancia: “Andar humildemente con tu Dios”.
No ser humilde algunas veces; sino andar siempre humildemente con tu Dios. Si fuésemos
siempre lo que somos algunas veces, ¡qué cristianos seríamos! He escuchado que ustedes dicen,
creo, y yo mismo he dicho algo parecido: “Me sentí muy quebrantado, y yací abatido a los pies
de mi Señor”. ¿Te sentías igual al día siguiente? ¿Y al otro día continuaste en la misma
condición? ¿No es muy posible que estemos suplicando un día, por causa de nuestra gran deuda
con nuestro Señor, que no sea duro con nosotros, y no es posible que al siguiente día estemos
asiendo del cuello a nuestro hermano?
Yo no digo que el pueblo de Dios haría eso; pero sí siento que el espíritu que está en ellos
podría conducirlos a pensar en hacerlo, reconociendo un día la autoridad de su Padre y haciendo
Su voluntad, y otro día quedándose fuera de la puerta y rehusando entrar por causa del hijo
pródigo que ha regresado a casa. “Nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mi amigos.
Yo he sido un creyente consistente, sin embargo, nunca he gozado de especiales disfrutes; pero
tan pronto regresó este tu hijo, que ha devorado tu hacienda con rameras, has hecho matar para él
el becerro gordo. Aquí tienes un pecador despreciable sólo recién convertido, y es motivo de un
éxtasis de deleite. ¿Cómo puede ser esto correcto?” ¡Oh, hijo mayor, oh, hermano mayor,
humíllate ante tu Dios!
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Hazlo siempre bajo cualesquiera circunstancias. Es muy bueno tener mucha humildad
embotellada en un frasco con el que perfumas tus oraciones, y luego sales, y te conviertes en “mi
señor”, y en alguien grande en medio de la iglesia y del mundo. Esto no te servirá. No se dice
“inclínate humildemente delante de Dios de vez en cuando”; sino más bien, como una cosa
constante y regular, debes “andar humildemente con tu Dios”. No dice, “inclina tu cabeza como
el junco bajo alguna falta consciente que no puedas negar”, sino, en el esplendor de tu pureza, y
en la claridad de tu santidad, guarda tu corazón en humilde reverencia postrándote delante del
trono.
Solamente una consideración más, y luego abandonaremos esta parte del tema, la humildad
que está prescrita aquí incluye una deliciosa confianza. Permítanme leerles el texto, “Andar
humildemente con tu Dios”. No, no, no debemos aporrear al texto de esa manera, “Andar
humildemente con tu Dios”. No pienses que es humildad que dudes de tu interés en Cristo; eso es
incredulidad. No creas que sea humildad pensar que Él es el Dios de alguien más y no el tuyo;
“Andar humildemente con tu Dios”. Debes saber que Él es tu Dios, debes estar seguro de ello,
debes salir del desierto apoyándote en tu Amado. No debes dudar, no debes tener la menor
sombra de duda de que tu Amado es tuyo, y tú eres Suyo. No descanses ni un momento si hay
alguna duda sobre este bendito tema.
Él se entrega a ti; tómalo para que sea tuyo por un pacto de sal que nunca será invalidado; y
entrégate a Él, diciendo: “Mi amado es mío, y yo soy suyo”. “Andar humildemente con tu Dios”.
No permitas que nada te aparte de esa confianza; porque luego interviene la humildad. Todo esto
es por gracia; todo esto es el resultado de la elección divina; por tanto, sé humilde. Tú no has
elegido a Cristo, sino que Él te ha elegido a ti. Todo esto es el efecto del amor redentor; por
tanto, sé humilde. Tú no te perteneces, tú has sido comprado por precio, así que no tienes espacio
para gloriarte. Todo esto es la obra del Espíritu.
“Entonces da toda la gloria a Su santo nombre, Toda la gloria le pertenece a Él”. “Andar
humildemente con tu Dios”. Estoy a Sus pies como alguien indigno, y clamo, “¿Por qué se me
concede esto a mí? Menor soy que todas las misericordias que has hecho pasar delante de mí”.
Creo que esta es la humildad prescrita en el texto. ¡Que el Espíritu de Dios la obre en nosotros!
Y ahora, en segundo lugar, tratando brevemente muchos puntos, tengo que responder a la
pregunta: II. ¿Cómo ha de mostrarse esta humildad?
Tengo ante mí lo que podría ser una prolongada tarea; un puritano necesitaría de una hora y
media para la segunda parte del tema. Nuestros ancestros puritanos predicaban utilizando un
reloj de arena, y cuando el recipiente se vaciaba en su parte
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superior al final de una hora, solían decirle a la gente: “Vamos a voltear el reloj”, y volvían a
invertirlo otra vez, y proseguían durante otra hora. Pero yo no voy a hacer eso, pues no quiero
cansarlos, y preferiría enviarlos a casa anhelando más en vez de que sientan fastidio.
¿Cómo, entonces, ha de mostrarse esta humildad? Debe mostrarse en cada acto de la vida. Yo
no le aconsejaría a nadie que procure ser humilde, sino que sea humilde. En cuanto a actuar
humildemente, cuando un hombre se fuerza a hacerlo, eso es algo muy pobre. Cuando un hombre
habla mucho acerca de su humildad, cuando es muy humilde frente a todo el mundo, es
generalmente un hipócrita redomado. La humildad debe estar en el corazón, y luego saldrá
espontáneamente como un rebalse de vida en cada acto que el hombre ejecute.
Pero ahora, especialmente, debes andar humildemente con tu Dios cuando tus gracias sean
potentes y vigorosas, cuando haya habido un claro despliegue de ellas, cuando hayas sido muy
paciente, cuando hayas sido muy valeroso, cuando hayas estado lleno de oración, cuando las
Escrituras se hayan abierto ante ti, cuando hubieres gozado de un gran tiempo al escudriñar la
Palabra, y especialmente cuando el Señor te dé éxito en Su servicio, cuando haya un número de
almas mayor del usual que sea llevado a Cristo, cuando Dios te hubiere constituido en líder entre
Su pueblo, y hubiere puesto Su mano sobre ti y te dijera: “Vé con esta tu fuerza”. Entonces,
debes “Andar humildemente con tu Dios”.
El diablo te hará saber cuando hayas predicado un buen sermón; tal vez no predicaste bien
pero él te dirá que lo has hecho, pues es un gran mentiroso; pero podrías regresar a casa
maravillosamente feliz por un sermón con el que Dios no se ha agradado, y podrías regresar
asombrosamente humillado por un sermón que Dios tiene la intención de bendecir. Pero cuando
realmente parezca que hubiere algo de lo que el maligno te tienta a gloriarte, entonces oye esta
palabra, “Andar humildemente con tu Dios”.
Además, cuando tengas mucho trabajo por realizar, y el Señor te esté llamando para hacerlo,
antes de entregarte a él, debes andar humildemente con tu Dios. ¿Me preguntas cómo? Sintiendo
que eres incapaz de hacerlo, pues no eres idóneo en ti mismo; y sintiendo que no tienes fuerza,
pues no tienes nada de fuerzas. Cuando eres débil, si reconoces tu debilidad, te volverás fuerte.
Apóyate completamente sobre tu Dios, y clama a Él en oración.
No abras tu boca, sino que desde tu corazón ora: “Abre mis labios, y publicará mi boca tu
alabanza”. Debes estar intensamente subordinado al Espíritu de Dios, entrégate a Él para que
obre en ti, para que tú puedas obrar en otros. ¡Oh, hay tal diferencia entre un sermón predicado
con tu propio poder y un sermón predicado en el poder del Espíritu Santo! Si no sientes la
diferencia, hermano mío, tu gente lo descubrirá muy pronto.
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“¡Oh, no ser nada, nada! ¡Únicamente yacer a Sus pies!” Entonces, cuando andemos
humildemente con Dios en servicio, es cuando Él nos llenará, y nos fortalecerá.
Además, anden humildemente con Dios en todos sus propósitos. Cuando anden buscando
algo, tengan cuidado de cuál es su motivo. Aunque sea lo mejor, búsquenlo sólo por Dios. Si
algún hombre, o alguna mujer, procuran trabajar en la escuela dominical, o si alguien predica al
aire libre, o en la casa de Dios, con miras a volverse alguien, con la idea de ser considerados un
hermano o una hermana muy admirables y celosos, entonces que esta idea penetre en sus oídos,
“andar humildemente con su Dios”.
Hay una palabra que Jeremías habló a Baruc que nos necesitamos repetir algunas veces: “¿Y
tú buscas para ti grandezas? No las busques”. Ustedes jóvenes del Colegio del Pastor, no anden
siempre a la caza de grandes lugares; estén dispuestos a ir a predicar el Evangelio a lugares
pequeños, a la gente pobre. No se preocupen si el Señor los envía directamente al peor barrio
bajo; vayan gustosos, y que su propósito sea este, “Yo no deseo para mí nada grandioso excepto
lo más grandioso de todo, que pueda glorificar a Dios”. “Andar humildemente con tu Dios”.
Tú eres el tipo de persona que será promovida a su debido tiempo si estás dispuesto a
descender. En la verdadera iglesia de Cristo, el camino hacia la cumbre es escaleras abajo;
húndete al lugar más elevado. No digo esto para que aun hundiéndote pienses en la elevación;
sólo piensa en la gloria de tu Señor. “Andar humildemente con tu Dios”.
Anden humildemente con su Dios, también, estudiando Su Palabra, y creyendo Su verdad.
Contamos con un número de hombres en nuestros días, que son críticos de la Biblia; la Biblia
está maniatada ante su tribunal, es más, peor que eso, está sobre la mesa lista para su disección, y
no tienen ningún sentimiento de decencia hacia ella; quieren extraerle su corazón, quieren
destrozar sus partes más tiernas, e incluso el precioso Cantar de Salomón, o el Evangelio del
discípulo amado, o el Libro de Apocalipsis, no son sagrados a sus ojos. No se detienen ante nada,
su escalpelo, su bisturí, corta cualquier cosa. Son los jueces que juzgan lo que Biblia debería ser,
y la deponen de su trono. ¡Dios nos libre de ese espíritu perverso!
Yo deseo sentarme siempre a los pies de Dios en las Escrituras. Yo no creo que haya, de tapa
a tapa, algún error en ella de ningún tipo, en lo tocante a la ciencia natural o física, o en lo
tocante a la historia o a cualquier otra cosa. Estoy preparado a creer todo lo que me diga, y
recibirla creyendo que es la Palabra de Dios; pues si no fuera todo la verdad, entonces no valdría
un solo centavo para mí. Tal vez el hombre que sea muy sabio pueda discernir lo verdadero de lo
falso; pero yo soy tan insensato que no podría hacer eso. Si yo no tuviera aquí una guía que fuera
infalible, preferiría
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