TEÓRICO 5: UNIDAD 3.
LOS TRES REGISTROS DEL PADRE Y EL DESEO DE
LA MADRE
Seminario 5 clase 8: La forclusión del nombre del padre – Lacan.
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Cuanto más nos acercamos a nuestro objeto, más nos percatamos de la
importancia del significante en la economía del deseo, digamos en la formación y en
la información del significado.
Bateson trata de situar y de formular el principio de la génesis del trastorno psicótico
en algo que se establece en la relación entre la madre y el niño, y que no es
simplemente un efecto elemental de frustración, de tensión, de retención y de
distención, de satisfacción. Introduce desde el principio la noción de la comunicación
en cuanto centrada, simplemente en un contacto, una relación, un entorno, sino en
una significación. Lo que designa como elemento discordante de esta relación es el
hecho de que la comunicación se haya presentado en forma de double bind, de
doble relación.
En el mensaje en el que niño ha descifrado el comportamiento de su madre hay dos
elementos. Se trata de algo que concierte al Otro, y el sujeto lo recibe de tal forma
que, si responde en un punto, sabe que, por este mismo motivo, se encontrará
acorralado en el otro punto. Si respondo a la declaración de amor de mi madre,
provoco su retirada, y si no la escucho, es decir si no le respondo, la pierdo.
Estamos, pues, metidos en una verdadera dialéctica de doble sentido, porque éste
implica ya un elemento tercero. No son dos sentidos uno detrás de otro, con un
sentido que esté más allá del primero y tenga el privilegio de ser el más auténtico de
los dos. Hay dos mensajes simultáneos en la misma emisión, por decirlo así, lo cual
crea en el sujeto una posición tal que se encuentra en un callejón sin salida.
Hasta ahora, cuando ustedes leen a Bateson, ven que en suma todo está centrado
en el doble mensaje, sin duda, pero en el doble mensaje como doble significación.
De esto precisamente peca el sistema, porque esta concepción ignora lo que el
significante tiene de constituyente en la significación.
No se trata de algo que se plantee simplemente como personalidad, lo que funda la
palabra como acto, sino de algo que se plantea como dando autoridad a la ley.
Nosotros aquí llamamos ley a lo que se articula propiamente en el nivel del
significante, a saber, el texto de la ley.
A lo que autoriza el texto de la ley le basta con estar, por su parte, en el nivel del
significante. Es lo que Lacan llama el Nombre del Padre, es decir, el padre
simbólico. Es un término que subsiste en el nivel del significante, que en el Otro, en
cuanto sede de la ley, representa al Otro. Es el significante que apoya a la ley, que
promulga la ley. Es el Otro en el Otro.
Es necesario el asesinato del padre. Las dos cosas está estrechamente vinculadas
–el padre como quien promulga la ley es el padre muerto, es decir, el símbolo del
padre. El padre muerto es el Nombre del Padre, que se construye a partir del
contenido.
El espacio del significante, el espacio del inconsciente, es en efecto un espacio
tipográfico, que es preciso tratar de definir como constituido de acuerdo con líneas y
pequeñas casillas, y según leyes topológicas. En una cadena de los significantes,
algo puede faltar. El Nombre del Padre funda el hecho mismo de que haya ley, es
decir, articulación en un cierto orden del significante, o ley de prohibición de la
madre. Es el significante que significa que en el interior de este significante, el
significante existe.
El sujeto ha de suplir la falta de este significante que es el Nombre del Padre. Todo
lo que llamé la reacción en cadena, o la desbandada, que se produce en la psicosis,
se ordena en torno a esto.
2
El momento de la demanda satisfecha está presentado por la simultaneidad de la
intención, que va a manifestarse como mensaje, y la llegada del propio mensaje al
Otro. El significante llega al Otro. La perfecta identidad, simultaneidad,
superposición exacta, entre la manifestación de la intención, que es la intención del
ego, y el hecho de que el significante en cuanto tal es admitido en el Otro, está en el
principio de la posibilidad misma de la satisfacción de la palabra. Si este momento
que Lacan llama el momento primordial ideal existe, debe estar constituido por la
simultaneidad, la coextensividad exacta del deseo en tanto que se manifiesta y el
significante en tanto que es su portador y lo soporta. Si este momento existe, la
continuación, es decir lo que viene tras el mensaje cuando éste pasa al Otro, se
realiza a la vez en el Otro y en el sujeto, y corresponde a lo que es necesario para
que haya satisfacción. Eso nunca sucede. O sea, por la naturaleza del efecto del
significante, lo que llega aquí, a M, se presenta como significado, es decir, como
algo hecho de la transformación, de la refracción del deseo debido a su paso por el
significante.
Por esta razón esas dos líneas se entrecruzan. Es para que adviertan el hecho de
que el deseo se expresa y pasa por el significante.
El deseo cruza la línea significante, y en su entrecruzamiento con la línea
significante se encuentra con el Otro como sede del código. Ahí es donde se
produce la refracción del deseo por el significante. El deseo llega, pues, como
significado distinto de lo que era al comienzo, y he aquí el paso del deseo – como
emanación, incursión del ego radical –– a través de la cadena del significante,
introduce de por sí un cambio esencial en la dialéctica del deseo.
Está muy claro que, en lo que a la satisfacción del deseo se refiere, todo depende
de lo que ocurre en este punto A, definido de entrada como lugar del código y que,
ya de por sí, por el solo hecho de su estructura de significante, produce una
modificación esencial en el deseo en su franqueamiento de significante. Todo
depende de lo que ocurre en este punto de cruce, A, en este franqueamiento.
Se comprueba que toda la satisfacción posible del deseo humano dependerá de la
conformidad entre el sistema significante en cuanto articulado en la palabra el sujeto
y el sistema significante en cuanto basado en el código, es decir en el Otro como
lugar y sede del código.
Lo propio del significante es precisamente que es discontinuo.
El fracaso de la comunicación del deseo por la vía del significante, se realiza de la
forma siguiente ––el
Otro admite un mensaje como impedido, fracasado, y en este mismo fracaso
reconoce la dimensión más allá donde se sitúa el verdadero deseo, es decir, aquello
que debido al significante no llega a ser significado.
Aquí la dimensión del Otro se amplía. Ya no es sólo la sede del código sino que
interviene como sujeto, admitiendo un mensaje en el código y complicándolo.
Toda satisfacción de la demanda, como depende del Otro, quedará pendiente de lo
que se produce aquí, en este vaivén giratorio del mensaje al código y del código al
mensaje, que permite que mi mensaje sea autentificado por el Otro en el código.
¿Cuál es el resultado de la exclusión de los vínculos entre el mensaje y el Otro? El
resultado se presenta en forma de dos grandes categorías de voces y de
alucinaciones.
Está, en primer lugar, la emisión, en el Otro, de los significantes de lo que se
presenta como la lengua fundamental. Son elementos originales del código,
articulables unos con respecto a los otros, pues esta lengua fundamental está tan
bien organizada que cubre literalmente el mundo con su red de significantes, sin que
haya ninguna otra cosa segura y cierta salvo que se trata de la significación
esencial, total. El Otro sólo emite aquí, más allá del código, sin ninguna posibilidad
de integrar en él lo que pueda venir del lugar donde el sujeto articula el mensaje.
Por otra parte, vienen mensajes. No quedan de ningún modo autentificados por el
retorno desde el Otro, en cuanto soporte del código, hasta el mensaje, ni integrados
en el código con una intención cualquiera, sin que vienen del Otro como cualquier
otro mensaje, pues un mensaje sólo puede partir del Otro, porque está hecho de
una lengua que es la del Otro. Estos mensajes partirán, pues, del Otro.
La dimensión del Otro, al ser el lugar del depósito, el tesoro del significante, supone,
para que pueda ejercer plenamente su función de Otro, que también tenga el
significante del Otro en cuanto Otro. El Otro tiene, él también, más allá de él, a este
Otro capaz de dar fundamento a la ley. Es una dimensión que, por supuesto,
pertenece igualmente al orden del significante y se encarna en personas que
soportarán esta autoridad. Lo esencial es que el sujeto, por el procedimiento que
sea, haya adquirido la dimensión del Nombre del Padre.
3
El Nombre del Padre hay que tenerlo, pero también hay saber servirse de él.
Todo lo que se realiza en S, sujeto, depende de los significantes que se colocan en
A.
Tres de estos cuatro puntos cardinales vienen dados por los tres términos subjetivos
del complejo de Edipo, en cuanto significantes, que encontramos en cada vértice del
triángulo.
El cuarto término es S. Éste es, en efecto, inefablemente estúpido, porque no posee
su significante. Está fuera de los tres vértices del triángulo edípico, y depende de lo
que ocurra en ese juego. En esta partida es el muerto. Incluso, si el sujeto resulta
ser dependiente de los tres polos llamados ideal del yo, superyó y realidad, es
porque la partida está estructurada así.
El cuarto término, S, se representará en algo imaginario que se opone al significante
del Edipo y que ha de ser también ternario.
Seminario 5 clase 9: La metáfora paterna – Lacan.
La metáfora paterna concierne a la función del padre, como se diría en términos de
relaciones interhumanas. 1
Lacan distingue tres polos históricos con respecto al complejo de Edipo.
Inscribe en el primero una cuestión que hizo época. Se trataba de saber si el
complejo de Edipo, promovido al principio como fundamental en la neurosis pero
que en la obra de Freud se convertía en algo universal, se encontraba no sólo en el
neurótico sino también en el normal. Y ello, por una buena razón, que el complejo
de Edipo tiene una función esencial de normalización.
Podía haber sujetos que presentaran neurosis en las cuales no se encontrar en
absoluto el Edipo.
La noción de la neurosis sin Edipo es correlativa al conjunto de las cuestiones
planteadas sobre lo que se llamó el superyó materno.
He aquí, pues, el primer polo, donde se agrupan los casos de excepción y la
relación entre el superyó paterno y el superyó materno.
Ahora el segundo polo.
Independientemente de la cuestión de saber si el complejo de Edipo está presente o
si falta en el sujeto, surgió la pregunta de si todo un campo de la patología que entra
en nuestra jurisdicción y se ofrece a nuestros cuidados no podrían ser referido a lo
que llamaremos el campo preedípico.
Está el Edipo, se considera que este Edipo representa alguna fase, y si hay
madurez en cierto momento de la evolución del sujeto, el Edipo sigue ahí.
Lo preedipico en Freud adquiere su importancia, pero a través del Edipo.
Ciertas partes de nuestro campo de experiencia se relacionan en especial con este
terreno de las etapas preedípicas del desarrollo del sujeto, a saber, por un lado, la
perversión, por otro lado, la psicosis.
Ya sea perversión o psicosis, se trata en ambos casos de la función imaginaria.
Tanto en un caso como en el otro, se trata ciertamente de manifestaciones
patológicas en las cuales el campo de la realidad está profundamente perturbado
por imágenes.
La historia del psicoanálisis atestigua que la experiencia ha hecho atribuir
especialmente al campo preedípico las perturbaciones, en algunos casos profundas,
del campo de la realidad por la invasión de lo imaginario. El término imaginario, por
otra parte, parece prestar mejores servicios que el de fantasma, que sería
inadecuado para hablar de las psicosis y las perversiones.
He aquí, pues, ya definidos, dos polos de la evolución del interés en torno al Edipo
–– En primer lugar, las cuestiones del superyó y de las neurosis sin Edipo, en
segundo lugar, las cuestiones relativas a las perturbaciones que se producen en el
campo de la realidad.
Tercer polo ––la relación del complejo de Edipo con la genitalización.
Por una parte, el complejo de Edipo tiene una función normativa, no simplemente en
la estructura moral del sujeto, ni en sus relaciones con la realidad, sino en la
asunción del sexo. Por otra parte, la función propiamente genital es objeto de una
maduración después de un primer desarrollo sexual de orden orgánico, al que se le
ha buscado una base anatómica en el doble desarrollo de los testículos y la
formación de los espermatozoides. La relación entre este crecimiento orgánico y la
existencia en la especie humana del complejo de Edipo ha quedado como un
problema filogenético sobre el que planea mucha oscuridad.
Así, la cuestión de la genitalización es doble. Hay, por un lado, un crecimiento que
acarrea evolución, una maduración. Hay, por otro lado, en el Edipo, asunción por
parte del sujeto de su propio sexo, es decir lo que hace que el hombre asuma el tipo
viril y la mujer asuma cierto tipo femenino, se reconozca como mujer, se identifique
con sus funciones de mujer. La virilidad y la feminización son los dos términos que
traducen lo que es esencialmente la función del Edipo. Aquí nos encontramos en el
nivel donde el Edipo está directamente vinculado con la función del Ideal del Yo.
En cuanto al tema histórico del complejo de Edipo, todo gira alrededor de tres polos
––El Edipo en relación con el superyó, en relación con la realidad, en relación cl el
Ideal del yo. El Ideal del yo, porque la genitalización, cuando se asume, se convierte
en elemento del Ideal del yo. La realidad, porque se trata de las relaciones del Edipo
con las afecciones que conllevan una alteración de la relación con la realidad,
perversión y psicosis.
Superyó R.i
Realidad S S’.r
Ideal del yo I.s
2
Se analiza la función del Edipo en tanto que repercute directamente en la asunción
del sexo.
Se vio que un Edipo podía muy bien constituirse también cuando el padre no estaba
presente.
Al principio, incluso, siempre se creía que era algún exceso de presencia del padre,
o exceso del padre, lo que engendraba todos los dramas. Hemos ido aprendido con
lentitud, y así, ahora estamos en el otro extremo, preguntándonos por las carencias
paternas.
En primer lugar, la cuestión de su presencia o de su ausencia, concreta, en cuanto
elemento del entorno. Si nos situamos en el nivel de la realidad, puede decirse que
es del todo posible, concebible, se entiende, se comprueba por experiencia que el
padre existe incluso sin estar. Incluso en los casos en los que el padre no está
presente cuando, cuando el niño se ha quedado solo con su madre, complejos de
Edipo completamente normales se establecen de una forma homogénea con
respecto a los otros casos.
La investigación no peca por lo que encuentra sino por lo que busca. El error de
orientación es el siguiente –confunden dos cosas que están relacionadas pero no se
confunden, el padre cuanto normativo y el padre en cuanto normal. Por supuesto, el
padre puede ser muy desnormativizante si él mismo no es normal, pero esto es
trasladar la pregunta al nivel de la estructura –neurótica, psicótica– del padre. Así, la
normalidad del padre es una cuestión, la de su posición normal en la familia es otra.
La cuestión de su posición en la familia no se confunde con una definición exacta de
su papel normativizante.
Hablar de su carencia en la familia no es hablar de su carencia en el complejo. En
efecto, para hablar de su carencia en el complejo hay que introducir otra dimensión
distinta de la realista, definida por el modo caracterológico, biográfico u otro, de su
presencia en la familia.
3
Examinemos ahora el complejo y empecemos por recordar su a b c.
Al principio, el padre terrible. El padre interviene en diversos planos. De entrada,
prohíbe la madre. Éste es el fundamento, el principio del complejo de Edipo, ahí es
donde el padre está vinculado con la ley primordial de la interdicción del incesto. Es
mediante toda su presencia, por sus efectos en el inconsciente, como lleva a cabo la
interdicción de la madre. La castración tiene aquí un papel manifiesto y cada vez
más confirmado, el vínculo de la castración con la ley es esencial.
Tomemos primero al niño. La relación entre el niño y el padre está gobernada, por
supuesto, por el temor a la castración. Lo abordamos como una represalia dentro de
una relación agresiva. Esta agresión parte del niño, porque su objeto privilegiado, la
madre, le está prohibido, y va dirigida al padre. Vuelve hacia él en función de la
relación dual, en la medida en que proyecta imaginariamente en el padre
intenciones agresivas equivalentes o reforzadas con respecto a las suyas, pero que
parten de sus propias tendencias agresivas. En suma, el temor experimentado ante
el padre es netamente centrífugo, quiere decir que tiene su centro en el sujeto.
Aunque profundamente vinculada con la articulación simbólica de la interdicción del
incesto, la castración se manifiesta, por lo tanto, en toda nuestra experiencia, y
particularmente en quienes son sus objetos privilegiados, a saber, los neuróticos, en
el plano imaginario.
Así, la forma en que la neurosis encarna la amenaza castrativa está vinculada con la
agresión imaginaria.
El examen del complejo de Edipo, la forma en que se presentó a través de la
experiencia, fue introducido por Freud y ha sido articulado en la teoría, nos aporta
todavía algo más, la delicada cuestión del Edipo invertido.
Este Edipo invertido nunca está ausente en la función del Edipo, el componente de
amor al padre no se puede eludir. Es el que proporciona el final del complejo de
Edipo, su declive, en una dialéctica, también muy ambigua, del amor y de la
identificación, de la identificación en tanto que tiene su raíz en el amor.
Freud sobre el declive del complejo, la explicación que él da de la identificación
terminal que constituye su solución. El sujeto se identifica con el padre en la medida
en que lo ama, y encuentra la solución terminal del Edipo en un compromiso entre la
represión amnésica y la adquisición de aquel término ideal gracias al cual se
convierte en el padre.
El padre llega en posición de importuno. No sólo porque sea molesto debido a su
volumen sino porque prohíbe.
La pulsión genital, por una parte, parece intervenir, desde luego, con anterioridad.
Pero está claro también que algo se articula en torno al hecho de que el padre le
prohíbe al niño pequeño hacer uso de su pene en el momento en que dicho pene
empieza a manifestar sus veleidades. Diremos, pues, que se trata de la prohibición
del padre con respecto de la pulsión real.
Es conveniente indicar que el padre, en tanto prohíbe en el nivel de la pulsión real,
no es tan esencial. Lacan plantea una tabla de tres pisos.
Padre real Castración Imaginario
Madre simbólica Frustración Real
Padre imaginario Privación Simbólico
¿De qué se trata en el nivel de la amenaza de castración? Se trata de la
intervención real del padre con respecto a una amenaza imaginaria, R.i. En esta
tabla, la castración es un acto simbólico cuyo agente es alguien real, el padre o la
madre, y cuyo objeto es un objeto imaginario.
¿Qué es lo que prohíbe el padre? Prohíbe la madre. En cuanto objeto, es suya, no
es del niño. En este plano es donde se establece, al menos en una etapa, tanto en
el niño como en la niña, aquella rivalidad con el padre que por sí misma engendra
una agresión. El padre frustra claramente al niño de su madre.
He aquí otro piso, el de la frustración. El padre interviene como provisto de un
derecho, no como un personaje real. Aunque no esté ahí, el resultado es el mismo.
Aquí es el padre en cuanto simbólico el que interviene en una frustración, acto
imaginario que concierne a un objeto bien real, la madre, en tanto que el niño tiene
necesidad de ella, S’.r.
Finalmente, viene el tercer nivel, el de la privación, que interviene en la articulación
del complejo de Edipo.
Se trata, entonces, del padre en tanto que se hace preferir a la madre, dimensión
que se ven ustedes obligados a hacer intervenir en la función terminal, la que
conduce a la formación del Ideal del yo, S<– – S’.r.
En la medida en que el padre se convierte, de la forma que sea, por su fuerza o por
su debilidad, en un objeto preferible a la madre, puede establecerse la identificación
terminal. La cuestión del complejo de Edipo invertido y de su función se establece
en este nivel.
Toda la cuestión es saber lo que es el padre en el complejo de Edipo.
Pues bien, ahí el padre no es un objeto real, aunque deba intervenir como objeto
real para dar cuerpo a la castración.
No es tampoco únicamente un objeto ideal, porque por este lado sólo pueden
producirse accidentes y, a pesar de todo, el complejo de Edipo no es tan sólo una
catástrofe, porque es el fundamento de nuestra relación con la cultura.
El padre es el padre simbólico. Es esto ––una metáfora.
Una metáfora es un significante que viene en lugar de otro significante. Dice que
esto es el padre en el complejo de Edipo.
Lacan dice exactamente ––el padre es un significante que sustituye a otro
significante. Aquí está el mecanismo, el mecanismo esencial, el único mecanismo
de la intervención del padre en el complejo de Edipo.
La función del padre en el complejo de Edipo es la de ser un significante que
sustituye al primer significante introducido en la simbolización, el significante
materno. De acuerdo con la fórmula que es la de la metáfora, el padre ocupa el
lugar de la madre, S en lugar de S’, siendo S’ la madre en cuanto vinculada ya con
algo que era x, es decir el significado en la relación con la madre.
La cuestión es –– ¿cuál es el significado? ¿qué es lo que quiere, ésa? Me
encantaría ser yo lo que quiere, pero está claro que no sólo me quiere a mí. Le da
vueltas a alguna otra cosa. A lo que le da vueltas es a la x, el significado. Y el
significado de las idas y venidas de la madre es el falo.
¿Cuál es la vía simbólica? Es la vía metafórica. El esquema que nos servirá de guía
––el resultado ordinario de la metáfora, se producirá en tanto que el padre sustituye
a la madre como significante.
El elemento significante intermedio cae, y la S entra por vía metafórica en posesión
del objeto de deseo dela madre, que se presenta entonces en forma de falo.
Toda la cuestión de los callejones sin salida del Edipo puede resolverse planteando
la intervención del padre como la sustitución de un significante por otro significante.
Seminario 5 clase 10: Los tres tiempos del Edipo – Lacan.
Donde residían todas as posibilidades de articular claramente el complejo de Edipo
y su mecanismo, a saber, el complejo de castración, era en la estructura que
pusimos de relieve como la de la metáfora.
Apenas hay sujeto hablante, la cuestión de sus relaciones en tanto que habla no
podría reducirse simplemente a otro, siempre hay un tercero, el Otro con mayúscula,
constituyente de la posición del sujeto como hablante, es decir, también, como
analizante.
1
¿De qué se trata en la metáfora paterna? Propiamente, es en lo que se ha
constituido de una simbolización primordial entre el niño y la madre, poner al padre,
en cuanto símbolo o significante, en lugar de la madre.
Este en lugar de constituye lo esencial del progreso constituido por el complejo de
Edipo.
Admitir ahora como fundamental el triángulo niño-padre-madre es añadir algo que
es real, sin duda, pero que establece ya en lo real una relación simbólica.
La primera relación de realidad se perfila entre la madre y el niño, y ahí es donde el
niño experimenta las primeras realidades de su contacto con el medio viviente.
El padre, para nosotros, es, es real. Pero no olvidemos que sólo es real para
nosotros en tanto que las instituciones le confieren su nombre de padre.
La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un
asunto que se sitúa en el nivel simbólico.
El triángulo simbólico se instituye en lo real a partir del momento en hay cadena
significante, articulación de una palabra.
El niño depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y
de ninguna otra cosa.
Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto
del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia, y se
instituye algo que se subjetiva en un nivel primordial o primitivo. Esta subjetivación
consiste simplemente en establecer a la madre como aquel ser primordial que
puede estar o no estar.
Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan
todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del
deseo de la madre.
Ese algo más que hace falta es precisamente la existencia detrás de ella de todo el
orden simbólico del cual depende, y que, como siempre está más o menos ahí,
permite cierto acceso al objeto de su deseo, que es ya un objeto tan especializado,
tan marcado por la necesidad instaurada por el sistema simbólico, que es
absolutamente impensable de otra forma sin su prevalencia. Este objeto se llama el
falo.
Ese objeto es privilegiado en el orden simbólico.
Hay en este dibujo una relación de simetría entre falo, que está en el vértice ternario
imaginario, y padre, en el vértice ternario simbólico. Vamos a ver que ésta no es una
simple simetría, sino ciertamente un vínculo.
La posición del significante del padre en el símbolo es fundadora de la posición de
falo en el plano imaginario.
Observemos este deseo del Otro, que es el deseo de la madre y que tiene un más
allá. Ya sólo para alcanzar este más allá se necesita una mediación, y esta
mediación la da precisamente la posición del padre en el orden simbólico.
La relación del niño con el falo se establece porque el falo es el objeto de deseo de
la madre.
El padre, en tanto que priva a la madre del objeto de su deseo, especialmente del
objeto fálico, desempeña un papel del todo esencial en toda neurosis y a lo largo de
todo el curso del complejo de Edipo.
Ahí el padre priva a alguien de lo que fin de cuentas no tiene, es decir, de algo que
sólo tiene existencia porque lo haces surgir en la existencia en cuanto símbolo.
Está muy claro que el padre no puede castrar a la madre de algo que ella no tiene.
Para que se establezca que no lo tiene, eso ya ha de estar proyectado en el plano
simbólico como símbolo. Esta privación, el sujeto infantil la asume o no la asume, la
acepta o la rechaza. Este punto es esencial. Se encontrarán con esto en todas las
encrucijadas, cada vez que su experiencia los lleves hasta un punto determinado
que ahora trataremos de definir como nodal en el Edipo.
Hay un momento anterior, cuando el padre entra en función como privador de la
madre, es decir, se perfila detrás de la relación de la madre con el objeto de su
deseo como el que castra, lo que es castrado, en este caso, no es el sujeto, es la
madre.
La experiencia demuestra que si el niño no franquea ese punto nodal, es decir, no
acepta la privación del falo en la madre operada por el padre, mantiene por regla
general una determinada forma de identificación con el objeto de la madre, ese
objeto que Lacan nos representa desde el origen como un objetorival.
En este nivel, la cuestión que se plantea es ––ser o no ser el falo en el plano
imaginario.
2
Es esencial hacer intervenir efectivamente al padre.
Cuando se trata de tenerlo o no tenerlo, en primer lugar es preciso que esté fuera
del sujeto, constituido como símbolo. Pues si no lo está, nadie podrá intervenir
realmente en cuanto revestido de ese símbolo.
Como intervendrá ahora efectivamente en la etapa siguiente es en cuanto personaje
real revestido de ese símbolo.
El padre entrará en juego como portador de la ley, como interdictor del objeto que es
la madre. El padre en tanto que es culturalmente el portador de la ley, el padre en
tanto que está investido del significante del padre, interviene en el complejo de
Edipo de una forma más concreta, más escalonada, por así decirlo. En este nivel es
donde resulta más difícil entender algo, cuando sin embargo nos dicen que aquí se
encuentra la clave del Edipo, a saber, su salida.
Sólo después de haber atravesado el orden, ya constituido, de lo simbólico, la
intención del sujeto, quiero decir su deseo que ha pasado al estado de demanda,
encuentra aquello a lo que se dirige, su objeto, su objeto primordial, en particular la
madre. El deseo es algo que se articula. El mundo donde entra y progresa, este
mundo de aquí, este mundo terrenal, es un mundo donde reina la palabra, que
somete el deseo de cada cual a la ley del deseo del Otro.
La ley de la madre es, porsupuesto, el hecho de que la madre es un ser hablante,
con eso basta para legitimar que diga la ley de la madre. Sin embargo, esta ley es,
por así decirlo, una ley incontrolada. Reside simplemente en el hecho de que algo
de su deseo es completamente dependiente de otra cosa que, sin duda, se articula
ya en cuanto tal, que pertenece ciertamente al orden de la ley, pero esta ley está
toda entera en el sujeto que la soporta, a saber, en el buen o el mal querer de la
madre, la buena o la mala madre.
No hay sujeto si no hay significante que lo funda.
El niño empieza como súbdito. Es un súbdito porque se experimenta y se siente de
entrada profundamente sometido al capricho de aquello de lo que depende, aunque
este capricho sea un capricho articulado.
Lo que cuenta es la función en la que intervienen, en primer lugar el Nombre del
Padre, único significante del padre, en segundo lugar la palabra articulada del
padre, en tercer lugar la ley en tanto que el padre está en una relación más o menos
íntima con ella. Lo esencial es que la madre fundamenta al padre como mediador de
lo que está más allá de su ley, la de ella, y de su capricho, a saber, pura y
simplemente, la ley propiamente dicha. Se trata, pues, del padre en cuanto Nombre
del Padre, estrechamente vinculado con la enunciación de la ley. Es a este respecto
como es aceptado o no es aceptado por el niño como aquel que priva o no priva a la
madre del objeto de su deseo.
En otros términos, para comprender el Edipo hemos de considerar tres tiempos.
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Primer tiempo. Lo que el niño busca, en cuanto deseo de deseo, es poder satisfacer
el deseo de su madre, es decir, ser o no ser el objeto del deseo de la madre. Así se
introduce su demanda aquí, en Δ,
Y su fruto, el resultado, aparecerá aquí, en Δ’. En el trayecto se establecen dos
puntos, el que corresponde a lo que es el ego, y enfrente éste, que es su otro,
aquello con lo que se identifica, eso otro que tratará de ser, a saber, el objeto
satisfactorio para la madre.
En el primer tiempo y en la primera etapa, se trata, pues, de esto –el sujeto se
identifica en espejo con lo que es objeto de deseo de la madre. Segundo tiempo. En
el plano imaginario, el padre interviene realmente como privador de la madre y esto
significa que la demanda dirigida al Otro, si obtiene el relevo conveniente, es
remitida a un tribunal superior.
En efecto, eso con lo que el sujeto interroga al Otro, al recórrelo todo entero,
encuentra siempre en él, en algún lado, al Otro del Otro, a saber, su propia ley. En
este nivel se produce lo que hace que al niño le vuelva, pura y simplemente, la ley
del padre concebida imaginariamente por el sujeto como privadora para la madre.
Es el estadio, digamos, nodal y negativo, por el cual lo que desprende al sujeto de
su identificación lo liga, al mismo tiempo, con la primera aparición de la ley en la
forma de este hecho.
La tercera etapa es tan importante como la segunda, pues de ella depende la salida
del complejo de Edipo.
El falo, el padre ha demostrado que lo daba sólo en la medida en que es portador de
la ley. De él depende la posesión o no por parte del sujeto materno de dicho falo. Si
la etapa del segundo tiempo ha sido atravesada, ahora es preciso, en el tercer
tiempo, que lo que el padre ha prometido lo mantenga. Interviene en el tercer tiempo
como el que tiene el falo y no como el que lo es, y por eso puede producirse el giro
que reinstaura la instancia del falo como objeto deseado por la madre, y no ya
solamente como objeto del que el padre puede privar.
El tercer tiempo es esto ––el padre puede darle a la madre lo que ella desea, y
puede dárselo porque lo tiene. Aquí interviene, por lo tanto, el hecho de la potencia
en el sentido genital de la palabra –– digamos que el padre es un padre potente. Por
eso la relación de la madre con el padre vuelve al plano real.
En primer lugar, la instancia paterna se introduce bajo una forma velada, o todavía
no se ha manifestado.
Ello no impide que el padre existe en la materialidad mundana, quiero decir en el
mundo, debido a que en éste reina la ley del símbolo. Por eso la cuestión del falo ya
está planteada en algún lugar en la madre, donde el niño ha de encontrarla.
En segundo lugar, el padre se afirma en su presencia privadora, en tanto que es
quien soporta la ley, y esto ya no se produce de una forma velada sino de una forma
mediada por la madre, que es quien lo establece como quien le dicta la ley.
En tercer lugar, el padre se revela en tanto que él tiene. Es la salida del complejo de
Edipo. Dicha salida es favorable si la identificación con el padre se produce en este
tercer tiempo, en el que interviene como quien lo tiene. Esta identificación se llama
Ideal del yo. Se inscribe en el triángulo simbólico en el polo donde está el niño,
mientras que en polo materno empieza a constituirse todo lo que luego será
realidad, y del lado del padre es donde empieza constituirse todo lo que luego será
superyó.
En el tercer tiempo, pues, el padre interviene como real y potente. Este tiempo viene
tras la privación, o la castración, que afecta a la madre, a la madre imaginada, por el
sujeto, en su posición imaginaria, la de ella, de dependencia. Si el padre es
interiorizado en el sujeto como Ideal del yo y, entonces el complejo de Edipo declina,
es en la medida en que el padre interviene como quien, él sí, lo tiene.
La salida del complejo de Edipo es distinta para la mujer. Para ella, en efecto, esta
tercera etapa es mucho más simple. Ella no ha de enfrentarse con esa
identificación, ni ha de conservar ese título de virilidad. Sabe dónde está eso y sabe
dónde ha de ir a buscarlo, al padre, y se dirige hacia quien lo tiene.
Esto también les indica en qué sentido una feminidad, una verdadera feminidad,
siempre tiene hasta cierto punto una dimensión coartada.
El padre es, en el Otro, el significante que representa la existencia del lugar de la
cadena significante como ley. Se coloca, por así decirlo, encima de ella.
SSSS
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ssssss
El padre está en una posición metafórica si y sólo si la madre lo convierte en aquel
que con su presencia sanciona la existencia del lugar de la ley.
Así es como puede serfranqueado el tercer tiempo del complejo de Edipo, o sea, la
etapa de la identificación en la que se trata para el niño de identificarse con el padre
como poseedor del pene, y para la niña reconocer al hombre como quien lo posee.
Seminario 5 clase 11: Los tres tiempos del Edipo (II) – Lacan.
1
Tienen ustedes por lo tanto en un primer tiempo la relación del niño, no con la
madre, sino con el deseo de la madre. Es un deseo de deseo. Lo que hay que
entender es que este deseo de deseo implica estar en relación el objeto primordial
que es la madre, en efecto, y haberla constituido de tal forma que su deseo pueda
ser deseado por otro deseo, en particular el del niño.
Tratemos de precisar muy bien cuál es la relación del niño con lo que está en juego,
a saber, el objeto del deseo de la madre. Lo que se ha de franquear es esto, D, a
saber, el deseo de la madre, el deseo deseado por el niño, D (D). Se trata de saber
cómo podrá alcanzar dicho objeto, dado que está constituido de forma infinitamente
más elaborada en la madre.
Este objeto hemos planteado que es el falo, como eje de toda la dialéctica subjetiva.
Se trata del falo en cuanto deseado por la madre.
Si nos fiamos simplemente de nuestro esquemita habitual, el falo es un objeto
metonímico.
En el significante es un objeto metonímico. La experiencia nos enseña que este
significante adquiere para el sujeto un papel principal, el de un objeto universal.
¿Cómo concebir que el niño que desea ser el objeto del deseo de su madre consiga
satisfacerse?
Evidentemente, no tiene otra forma de hacerlo más que ocupar el lugar del objeto de
su deseo.
(Mirar esquema en libro)
He aquí al niño, en N. En el punto marcado Yo (Je), todavía no hay nada, al menos
en principio. La constitución del sujeto como Yo (Je) del discurso no está
forzosamente diferenciada todavía, aunque esté implicada desde la primera
modulación significante.
En D surge el deseo esperado de la madre. Enfrente, se sitúa lo que será el
resultado del encuentro de la llamada del niño con la existencia de la madre como
Otra, a saber, un mensaje.
Empecemos poniendo en línea punteada lo que está más allá de la madre.
Es preciso y suficiente con que el Yo (Je) latente en el discurso del niño vaya aquí, a
D, a constituirse en el nivel de este Otro que es la madre –que el Yo (Je) de la
madre se convierta en el Otro del niño– que lo que circula por la madre en D, en
tanto que ella misma articula el objeto de deseo, vaya a M a cumplir su función de
mensaje para el niño, lo cual supone, a fin de cuentas, que éste renuncie
momentáneamente a su propia palabra, sea cual sea, pero no hay problema, pues
su propia palabra todavía está más bien en este momento de formación. El niño
recibe, pues, en M, el mensaje en bruto del deseo de la madre, mientras que
debajo, en el nivel metonímico con respecto a lo que dice la madre, se efectúa su
identificación con el objeto de ésta.
La identificación primitiva. Consiste en este intercambio que hace el Yo (Je) del
sujeto vaya al lugar de la madre como Otro, mientras que el Yo (Je) de la madre se
convierte en su Otro. Esto es lo que pretende expresar el peldaño que se ha subido
en la pequeña escalera de nuestro esquema, lo cual acaba de producirse en este
segundo tiempo.
Este segundo tiempo tiene como eje el momento en que el padre se hace notar
como intedictor. Se manifiesta como mediado en el discurso de la madre. En la
primera etapa del complejo de Edipo, el discurso de la madre era captado en estado
bruto. En la palabra el padre interviene efectivamente sobre el discurso de la madre.
Aparece, pues, de forma menos velada que en la primera etapa, pero no se revela
del todo. A esto responde el uso del término mediado en esta ocasión.
En esta etapa, el padre interviene en calidad de mensaje para la madre. Él tiene la
palabra en M, y lo que enuncia es una prohibición, un no que se transmite allí donde
el niño recibe el mensaje esperado de la madre.
Este no es un mensaje sobre un mensaje. Es el mensaje de interdicción.
Esta prohibición, llega como tal hasta A, donde el padre se manifiesta en cuanto
Otro. En consecuencia, el niño resulta profundamente cuestionado, conmovido en
su posición de súbdito. El proceso hubiera podido detenerse en la primera etapa
dado que la relación del niño con la madre supone una triplicidad implícita, pues no
es ella lo que él desea sino su deseo. Esto es ya una relación simbólica, que le
permite al sujeto un primer cierre del círculo del deseo de deseo, y un primer logro
––el hallazgo del objeto del deseo de la madre.
Sin embargo, todo es cuestionado de nuevo por la interdicción paterna que deja al
niño colgado cuando está descubriendo el deseo del deseo de la madre.
Esta segunda etapa es la que constituye el meollo de lo que podemos llamar el
momento privativo del complejo de Edipo. Si puede establecerse la tercera relación,
la etapa siguiente, que es fecunda, es porque el niño es desalojado, y por su bien,
de aquella posición ideal con la que él y la madre podrían satisfacerse, en la cual él
cumple la función de ser su objeto metonímico. En efecto, entonces se convierte en
otra cosa, pues esta etapa supone identificación con el padre.
2
Pasemos a la etapa siguiente del complejo de Edipo que supone, en las condiciones
normales, que el padre intervenga, en tanto que él lo tiene. Interviene en este nivel
para dar lo que está en juego en la privación fálica, término central de la evolución
del Edipo y de sus tres tiempos. Se manifiesta efectivamente en el acto del don. Ya
no es en las idas y venidas de la madre donde está presente, por lo tanto todavía
medio velado, sino que se pone de manifiesto en su propio discurso. En cierto
modo, el mensaje del padre se convierte en el mensaje de la madre, en tanto que
ahora permite y autoriza. Este mensaje del padre, al encarnarse, puede producir la
subida de un nivel en el esquema, y así el sujeto puede recibir del mensaje del
padre lo que había tratado de recibir del mensaje de la madre. Por mediación del
don o del permiso concedido a la madre, obtiene a fin de cuentas esto, se le permite
tener un pene para más adelante. He aquí lo que realiza efectivamente la fase del
declive del Edipo.
El falo, en la madre, no es únicamente un objeto imaginario, es también
perfectamente algo que cumple su función en el plano instintual, como instrumento
normal del instinto.
El falo interviene entonces como falta, como el objeto del que está privada, de
aquella privación siempre sentida cuya incidencia conocemos en la psicología
femenina.
3
La homosexualidad masculina es una inversión con respecto al objeto que se
estructura en un Edipo pleno y acabado. Más exactamente, aunque realiza esta
tercera etapa de la que hemos hablado hace un momento, el homosexual la
modifica bastante sensiblemente.
Lacan cree que la clave del problema en lo referente al homosexual es ésta ––si el
homosexual, con todos sus matices, concede un valor predominante al objeto pene
hasta el punto de convertirlo en una característica absolutamente exigible a la pareja
sexual, es porque, de alguna forma, la madre le dicta la ley al padre.
Nos dijo que el padre intervenía en la dialéctica edípica del deseo en tanto que le
dicta la ley a la madre.
Aquí, se trata de algo que puede revestir diversas formas y se reduce siempre a
esto –es la madre quien le ha dictado la ley al padre en un momento decisivo. Esto
quiere decir, muy precisamente, que cuando la intervención interdicitiva del padre
hubiera debido introducir al sujeto en la fase de su relación con el objeto del deseo
de la madre, y cortar de raíz para él toda posibilidad de identificarse con el falo, el
sujeto encuentra por el contrario en la estructura de la madre el sostén, el refuerzo,
por cuya causa esta crisis no tiene lugar.
De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis –
Lacan.
II. Con Freud.
6. El tercer término del temario imaginario, aquel en el que el sujeto se identifica
opuestamente con su ser vivo, no es otra cosa que la imagen fálica cuyo
develamiento en esa función no es el menor escándalo del descubrimiento
freudiano.
El esquema R representa las líneas de condicionamiento del perceptum, dicho de
otra manera, del objeto, por cuanto estas líneas circunscriben el campo de la
realidad, muy lejos de depender únicamente de él.
Así, si se consideran los vértices del triángulo simbólico: I como ideal del yo, M
como el significante del objeto primordial, y P como la posición en A del
Nombre-del-Padre, se puede captar cómo el prendido homológico de la significación
del sujeto S bajo el significante del falo puede repercutir en el sostén del campo de
la realidad, delimitado por el cuadrángulo MimI. Los otros dos vértices de éste, i y m,
representan los dos términos imaginarios de la relación narcisista, o sea, el yo y la
imagen especular.
Puede situarse así de i a M, o sea en a, las extremidades de los segmentos Si, Sa1,
Sa2, San, SM, donde colocar las figuras del otro imaginario en las relaciones de
agresión erótica en que se realizan.
El uso que hicimos del ternario imaginario aquí planteado, con el que el niño en
cuanto deseado constituye realmente el vértice I, para volver a la noción de
Relación de objeto, un tanto desacreditada por la suma de necesidades que se ha
pretendido avalar estos últimos años bajo su rúbrica, el capital de experiencia que le
va legítimamente ligada.
Este esquema en efecto permite demostrar las relaciones que se refieren no a los
estadios preedípicos que por supuesto no son inexistentes, pero analíticamente
impensables, sino a los estadios pregenitales en cuanto que se ordenan en la
retroacción del Edipo.
Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo el niño, en su
relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital,
sino por su dependencia de su amor, es decir, por el deseo de su deseo, se
identifica con el objeto imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo
simboliza en el falo.
El falocentrismo producido por esta dialéctica está por supuesto enteramente
condicionado por la intrusión del significante en el psiquismo del hombre, y es
estrictamente imposible de deducir de ninguna armonía preestablecida de dicho
psiquismo con la naturaleza a la que expresa.
7. Freud develó, pues, esta función imaginaria del falo como pivote del proceso
simbólico que lleva a su perfección en los dos sexos el cuestionamiento del sexo por
el complejo de castración.
La actual relegación en la sombra de esta función del falo en el concierto analítico
no es sino consecuencia de la mistificación profunda en la que la cultura mantiene
su símbolo.
Es en efecto en la economía subjetiva, tal como la vemos gobernada por el
inconsciente, una significación que no es evocada sino por lo que llamamos una
metáfora, precisamente la metáfora paterna.
La atribución de la procreación al padre no puede ser efecto sino de un puro
significante, de un reconocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha
enseñado a invocar como el Nombredel-Padre.
No hay por supuesto ninguna necesidad de un significante para ser padre, pero sin
significante, nadie, de este estado de ser, sabrá nunca nada. El Padre simbólico en
cuanto que significa esa Ley es por cierto el Padre muerto.
PRÁCTICO 5: EJE : NECESIDAD - DEMANDA Y DESEO
Seminario 5 clase 1, parte 1 y 2: El famillonario – Lacan.
1
Porque algo ha quedado anudado con algo semejante a la palabra, el discurso
puede desanudarlo.
Lacan forjó para nosotros la imagen del punto de capitonado. En efecto, es preciso
que en algún punto el tejido de uno se amarre al tejido del otro para que sepamos a
qué atenernos, al mismo en cuanto a los límites posibles de esos deslizamientos.
Hay, pues, puntos de capitonado, pero dejan alguna elasticidad en las ligaduras
entre los dos términos.
No hay objeto, salvo metonímico, siendo el objeto del deseo el objeto del deseo del
Otro, y el deseo siempre deseo de Otra cosa, muy precisamente de lo que falta, a,
objeto perdido primordialmente, en tanto que
Freud nos lo muestra como pendiente siempre de ser vuelto a encontrar. Del mismo
modo, no hay sentido, salvo metafórico, al no surgir el sentido sino en la sustitución
de un significante por otro significante en la cadena simbólica.
Los símbolos siguientes son respectivamente los de la metonimia y la metáfora.
f(S…S’) S” = S (–) s f(S’/S) S” = S (+)
s En la primera fórmula, S está
vinculado, en la combinación de la
cadena, con S’, todo ello con
respecto a S”, lo cual lleva a poner S
en una cierta relación metonímica
con s en el plano de la significación.
De la misma forma, la sustitución de
S’ por S con respecto a S”
desemboca en la relación S (+) s,
que aquí indica el surgimiento, la
creación, del sentido.
2
Si hemos de encontrar una forma de aproximarnos más a las relaciones de la
cadena significante con la cadena significada, será mediante la imagen grosera del
punto de capitonado.
Un discurso no es sólo una materia, una textura, sino que requiere tiempo, tiene una
dimensión en el tiempo, un espesor. No podemos conformarnos en absoluto con un
presente instantáneo, toda nuestra experiencia va encontrar, y todo lo que hemos
dicho. Podemos presentificarlo enseguida mediante la experiencia de la palabra. Por
ejemplo, si empiezo una frase, no comprenderán ustedes su sentido hasta que la
haya acabado.
Por otra parte, es imposible representarse en el mismo plano el significante, el
significado y el sujeto.
La boya significa el inicio de un recorrido, y la punta de la flecha su final.
Ahora nos situamos por entero en el plano del significante. En este esquema se
trata de los dos estados o funciones que podemos aprehender en una secuencia
significante.
La primera línea nos representa la cadena significante en tanto que permanece
enteramente permeable a los efectos propiamente significantes de la metáfora y de
la metonimia, lo cual implica la actualización posible de los efectos significantes en
todos los niveles, incluido el nivel fonemático en particular.
(Mirar esquema en el libro)
La otra línea es la del discurso racional, en el que ya están integrados cierto número
de puntos de referencia, de cosas fijas. Estas cosas, en esta ocasión, sólo pueden
captarse estrictamente en el nivel de los empleos del significante, es decir, aquello
que concretamente, en el uso del discurso, constituye puntosfijos.
Esta línea es el discurso concreto del sujeto individual, el que habla y se hace oír, es
el discurso que se puede grabar en un disco, mientras que la primera son todas las
posibilidades que ello incluye en cuanto a descomposición, reinterpretación,
resonancia, efectos metafórico y metonímico. Una va en sentido contrario de la otra,
por la simple razón de que se desliza una sobre otra. Pero una corta a la otra. Se
cortan en dos puntos perfectamente reconocibles.
Si partimos del discurso, el primer punto donde topa con la cadena propiamente
significante es lo que acabo de explicarles desde el punto de vista delsignificante, a
saber, el haz de los empleos. Lo llamaremos el código, en un punto marcado aquí α.
Es preciso que el código se encuentre en alguna parte para que pueda haber
audición del discurso. Este código está en A mayúscula, es decir el Otro como
compañero del lenguaje.
He aquí, pues, el primer encuentro, que se produce en lo que hemosllamado el
código. Elsegundo encuentro que remata el bucle, que constituye el sentido
propiamente dicho, que lo constituye a partir del código con el que el bucle se ha
encontrado en primer lugar, se produce en este punto de llegada marcado. El
resultado de la conjunción del discurso con el significante como soporte creador del
sentido es el mensaje.
En el mensaje, el sentido nace.
Los dos puntos ––el mínimo de nudos de cortocircuito del discurso–– son fácilmente
reconocibles. Son, por una parte, en β’, el objeto, en el sentido del objeto
metonímico. Por otra parte, en β, el Yo (Je) en tanto que indica en el propio discurso
el lugar de quien habla.
Aquí tiene ustedes, irradiando por una parte del mensaje y por otra parte del Yo (Je),
estos pequeños alerones que indican dos sentidos divergentes. Desde el Yo (Je),
uno va hacia el objeto metonímico y el segundo hacia el Otro. Simétricamente, por
la vía del retorno del discurso, el mensaje va hacia el objeto metonímico y hacia el
Otro.
Seminario 5 clase 5, parte 2 y 3: El poco sentido y el paso de sentido –
Lacan.
2
La demanda es lo que, de una necesidad, por medio del significante dirigido al Otro,
pasa.
La demanda es de por sí tan relativa al Otro, que el Otro se encuentra enseguida en
posición de acusar al sujeto, de rechazarlo, mientras que cuando se invoca la
necesidad, asume esta necesidad, la homologa, la atrae hacia él, ya empieza a
reconocerla, lo cual es una satisfacción esencial. El mecanismo de la demanda hace
que el Otro, por naturaleza, se oponga a él, incluso se podría decir que por
naturaleza la demanda exige, para sostenerse como demanda, que alguien se le
oponga. El modo en que el Otro accede a la demanda ilustra a cada momento la
introducción del lenguaje en la comunicación.
El sistema de las necesidades se introduce en la dimensión del lenguaje para ser
remodelado, pero también para volcarse hasta el infinito en el complejo significante,
y por eso la demanda es esencialmente algo que por su naturaleza se plantea como
potencialmente exorbitante.
El deseo queda profundamente transformado en su acento, queda subvertido, se
torna ambiguo, debido a su paso por las vías del significante. Toda satisfacción es
concedida en nombre de cierto registro que hace intervenir al Otro más allá del que
pide, y esto precisamente pervierte en profundidad el sistema de la demanda y de la
respuesta a la demanda.
El joven sujeto dirige su demanda. ¿De dónde parte, esta demanda, si todavía no ha
entrado en juego?
Digamos que se dibuja algo que parte de este punto que llamaremos delta o D
mayúscula, por Demanda.
¿Qué es lo que nos describe esto? Nos describe la función de la necesidad. Se
expresa algo que parte del sujeto y que consideramos la línea de su necesidad.
Acaba aquí, en A, donde se cruza también con la cura de lo que hemos aislado
como el discurso, hecho de la movilización de un material preexistente.
Esto se desarrolla en dos planos, el de la intención, por confusa que la supongan,
del joven en tanto que emite la llamada, y el del significante, por desordenado que
pueda suponer igualmente su uso, en tanto que es movilizado en este esfuerzo, en
esta llamada. El significante progresa al mismo tiempo que la intención hasta que
ambos alcanzan estas intersecciones, A y M.
(Mirar esquema en el libro)
Antes del fin del segundo tiempo, quien dice algo dice al mismo tiempo más y
menos de lo que ha de decir.
Hay progresión simultánea a lo largo de las dos líneas, y doble terminación al final
del segundo tiempo. Lo que empezó como necesidad se llamará la demanda,
mientras que el significante se cierra en lo que termina el sentido de la demanda y
constituye el mensaje que evoca al Otro. La institución del Otro coexiste así con la
terminación del mensaje. Ambos se determinan al mismo tiempo, el uno como
mensaje, el otro como Otro.
En un tercer tiempo, veremos que la doble curva se termina tanto más allá de A
como más allá de M.
Al añadir el significante se le aporta un mínimo de transformación ––de metáfora––
que hace que lo significado sea algo más allá de la necesidad bruta, resulta
remodelado por el uso del significante. En consecuencia, desde este comienzo, lo
que entra en la creación delsignificado no es pura y simple traducción de la
necesidad sino recuperación, reasunción, remodelado de la necesidad, creación de
un deseo distinto de la necesidad. Es la necesidad más el significante.
El uso común de la demanda está subtendido por una referencia primitiva a lo que
podríamos llamar el éxito pleno, o primer éxito, o éxito mítico, o la forma arcaica
primordial del ejercicio del significante.
El paso plenamente exitoso de la demanda a lo real conduce, por una parte, a una
reorganización del significado, introducido por el uso del significante en cuanto tal, y,
por otra parte, prolonga directamente el ejercicio del significante en un placer
auténtico.
El deseo se define por una separación esencial con respecto a todo lo que
corresponde pura y simplemente a la dirección imaginaria de la necesidad
––necesidad que la demanda introduce en un orden distinto, el orden simbólico.
La dimensión de la sorpresa es consustancial a lo que ocurre con el deseo en tanto
que ha pasado al nivel del inconsciente.
Esta dimensión es lo que le queda al deseo de una condición de emergencia que le
es propia en cuanto deseo. 3
La demanda es originariamente, etimológicamente, demandare, confiarse.
La demanda se sitúa así en el plano de una comunidad de registro y de lenguaje, y
lleva a cabo una entrega total de sí, de todas las necesidades propias, a otro de
quien se toma prestado el propio material significante de la demanda, que adquiere
un acento distinto.
Llamamos metáfora natural a lo que había ocurrido antes en la transición ideal del
deseo al acceder al Otro, en tanto que se forma en el sujeto y se dirige hacia el
Otro, que lo recoge. En efecto, ya han intervenido en la psicología del sujeto esas
dos cosas llamadas Yo (Je), por una parte, y por otra parte ese objeto
profundamente transformado que es el objeto metonímico. Por lo tanto, no nos
encontramos ante la metáfora natural sino ante su ejercicio corriente, ya sea que
resulte o que fracase en la ambigüedad del mensaje, a la cual se trata de sacarle
provecho en las condiciones que se dan en estado natural.
Toda una parte del deseo sigue circulando en forma de desechos del significante en
el inconsciente.
El extremo de la primera curva de la cadena significante prolonga también lo que
pasa de la necesidad intencional al discurso mediante la agudeza.
La función metonímica es un desvanecimiento o una reducción del sentido, pero
esto no significa el sin sentido.
No hay chiste solitario. Aunque lo haya forjado uno mismo, aunque lo haya
inventado, experimentamos la necesidad de proponérselo al Otro.
Lo que se le comunica en el chiste al Otro, juega esencialmente, de una forma
singularmente astuta, con la dimensión del poco sentido.
Lacan nos propone la fórmula del paso de sentido.
Este paso de sentido es lo que se realiza en la metáfora. Es la intención del sujeto,
su necesidad, lo que más allá del uso metonímico, más allá de lo que se encuentra
en la común medida, en los valores admitidos que deben ser satisfechos, introduce
precisamente en la metáfora el paso de sentido. Tomar un elemento de donde está y
sustituirlo por otro, diría incluso otro cualquiera, introduce aquel más allá de la
necesidad con respecto a todo deseo formulado, que está siempre en el origen de la
metáfora.
Aquí la agudeza indica, nada más y nada menos, la propia dimensión del paso en
cuanto tal. Es el paso, por así decirlo, en su forma.
TEÓRICO 6 - UNIDAD 4: TRES GRANDES HIPÓTESIS
PSICOPATOLÓGICAS FREUDIANAS
Las neuropsicosis de defensa – Freud.
I
El complejo sintomático de la histeria justifica el supuesto de una escisión de la
conciencia con formación de grupos psíquicos separados.
Según la doctrina de Janet, la escisión de conciencia es un rasgo primario de la
alteración histérica. Tiene por base una endeblez innata de la aptitud para la síntesis
psíquica, un estrechamiento del “campo de conciencia”, que como estigma psíquico
testimonia la degeneración de los individuos histéricos.
Según Breuer, “base y condición” de la histeria es el advenimiento de unos estados
de conciencia peculiarmente oníricos, con una aptitud limitada para la asociación, a
los que propone denominar “estados hiponoides”. La escisión de conciencia es,
pues, secundaria, adquirida; se produce en virtud de que las representaciones que
afloran en estados hiponoides están segregadas del comercio asociativo con el
restante contenido de la conciencia.
Ahora Freud aporta la prueba de otras dos formas extremas de histeria. Para la
primera de esas formas consigue demostrar repetidas veces que la escisión del
contenido de conciencia esla consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale
decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo es posible indicar.
No sostiene que el enfermo se proponga producir una escisión de su conciencia; su
propósito es otro, pero él no alcanza su meta, sino que genera una escisión de
conciencia.
Sólo he de considerar aquí la segunda forma de la histeria, que designará como
histeria de defensa; separándola así de la histeria hipnoide y de la histeria de
retención.
Esos pacientes analizados por Freud gozaron de salud psíquica hasta el momento
en que sobrevino un caso de inconciabilidad en su vida de representaciones, es
decir, hasta que se presentó a su yo una vivencia, una representación, una
sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona decidió olvidarla, no
confiando en poder solucionar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la
contradicción que esa representación inconciliable le oponía.
Ese “olvido” no se logró, sino que llevó a diversas reacciones patológicas que
provocaron una histeria, o una representación obsesiva, o una psicosis alucinatoria.
En la aptitud para provocar mediante aquel empeño voluntario uno de estos
estados, todos los cuales se conectan con una escisión de conciencia, ha de verse
la expresión de una predisposición patológica, que, empero, no necesariamente es
idéntica a una “degeneración” personal o hereditaria.
La tarea que el yo defensor se impone, tratar como “no acontecida” la
representación inconciliable, es directamente insoluble para él; una vez que la huella
mnémica y el afecto adherido a la representación están ahí, ya no se los puede
extirpar. Por eso equivale a una solución aproximada de esta tarea lograr convertir
esta representación intensa en una débil, arrancarle el afecto, la suma de excitación
que sobre ella gravita.
Entonces esa representación débil dejará de plantear totalmente exigencias al
trabajo asociativo; empero, la suma de excitación divorciada de ella tiene que ser
aplicada a otro empleo.
En la histeria, el modo de volver inocua la representación inconciliable es transponer
a lo corporal la suma de excitación, para lo cual Freud propondrá el nombre de
conversión.
La conversión puede ser total o parcial, y sobrevendrá en aquella inervación motriz
o sensorial que mantenga un nexo, más íntimo o más laxo, con la vivencia
traumática. El yo ha conseguido así quedar exento de contradicción, pero, a cambio,
ha echado sobre sí el lastre de un símbolo mnémico que habita la conciencia al
modo de un parásito. En tales condiciones, la huella mnémica de la representación
reprimida no ha sido sepultada, sino que forma en lo sucesivo el núcleo de un grupo
psíquico segundo.
Una vez formado en un “momento traumático” ese núcleo para una escisión
histérica, su engrosamiento se produce en otros momentos que se podrían llamar
“traumáticos auxiliares”, toda vez que una impresión de la misma clase, recién
advenida, consiga perforarla barrera que la voluntad había establecido, aportar
nuevo afecto a la representación debilitada e imponer por un momento el enlace
asociativo de ambos grupos psíquicos, hasta que una nueva conversión ofrezca
defensa.
No discernimos el factor característico de la histeria en la escisión de conciencia,
sino en la aptitud para la conversión; y tenemos derecho a citar como una pieza
importante de la predisposición histérica la capacidad psicofísica para trasladar a la
inervación corporal unas sumas tan grandes de excitación.
Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa – Freud.
Introducción.
Freud ha reunido la histeria, las representaciones obsesivas, así como ciertos casos
de confusión alucinatoria aguda, bajo el título de “neuropsicosis de defensa”. Ellas
nacían mediante el mecanismo psíquico de la defensa (inconciente), es decir, a raíz
del intento de reprimir una representación inconciliable que había entrado en penosa
oposición con el yo del enfermo.
I. La etiología “específica” de la histeria.
Los síntomas de la histeria sólo se vuelven inteligibles reconduciéndolos a unas
vivencias de eficiencia
“traumática”, y estos traumas psíquicos se refieren a la vida sexual. Para la
causación de la histeria no basta que en un momento cualquiera de la vida se
presente una vivencia que de alguna manera roce la vida sexual y devenga
patógena por el desprendimiento y la sofocación de un afecto penoso. Antes bien,
es preciso que estos traumas sexuales correspondan a la niñez temprana (el
periodo de la vida anterior a la pubertad), y su contenido tiene que consistir en una
efectiva irritación de los genitales (procesos semejantes al coito).
La condición específica de la histeria es la pasividad sexual en períodos
presexuales.
No son las vivencias mismas las que poseen efecto traumático, sino sólo su
reanimación como recuerdo, después que el individuo ha ingresado en la madurez
sexual.
Todas las vivencias y excitaciones que preparan u ocasionan el estallido de la
histeria en el período de la vida posterior a la pubertad sólo ejercen su efecto,
comprobadamente, por despertar la huella mnémica de esos traumas de la infancia,
huella que no deviene entonces conciente, sino que conduce al desprendimiento de
afecto y la represión.
Las representaciones obsesivas tienen de igual modo por premisa una vivencia
sexual infantil. La neurastenia y la neurosis de angustia son efectos inmediatos de
las noxas sexuales mismas; y las dos neurosis de defensa son consecuencias
mediatas de influjos nocivos sexuales que sobrevinieron antes del ingreso en la
madurez sexual, o sea, consecuencias de las huellas mnémicas psíquicas de estas
noxas.
Introducción al narcisismo – Freud.
I
El término narcisismo proviene de la descripción clínica y fue escogido por Nacke
para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un
trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual. En este cuadro el
narcisismo cobra el significado de una perversión que ha absorbido toda la vida
sexual de la persona.
Resultó después evidente a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de
esa conducta aparecen en muchas personas aquejadas por otras perturbaciones.
Por fin, surgió la conjetura de que una colocación de la libido definible como
narcisismo podía entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro
del desarrollo sexual regular del hombre. El narcisismo, en este sentido, no sería
una perversión sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de
autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo.
Los enfermos que Freud propuso designar “parafrénicos” muestran dos rasgos
fundamentales de carácter: el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés
respecto del mundo exterior. También el histérico y el neurótico obsesivo han
resignado el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que en modo alguno
han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la
fantasía; vale decir: han sustituido o los han mezclado con estos, por un lado; y por
el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían
conseguir sus fines en esos objetos.
En la esquizofrenia la libido sustraída del mundo exterior fue conducida al yo, y así
surgió una conducta que podemos llamar narcisismo. Ahora bien, el delirio de
grandeza no es por su parte una creación nueva, sino la amplificación y el
despliegue de un estado que ya antes había existido. Así, nos vemos llevados a
concebir el narcisismo que nace por replegamiento de las investiduras de objeto
como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de otro, primario,
oscurecido por múltiples influencias.
Vemos también a grandes rasgos una oposición entre la libido yoica y la libido de
objeto. Cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra. El estado del
enamoramiento se nos aparece como la fase superior de desarrollo que alcanza la
segunda; lo concebimos como una resignación de la personalidad propia en favor
de la investidura de objeto y discernimos su opuesto en la fantasía de “fin del
mundo” de los paranoicos. En definitiva concluimos que al comienzo están juntas en
el estado del narcisismo y son indiscernibles para nuestro análisis grueso, y sólo
con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía sexual, la
libido, de una energía de las pulsiones yoicas.
Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo
una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las
pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que
agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se
constituya.
II
De nuevo tendremos que colegir la simplicidad aparente de lo normal desde las
desfiguraciones y exageraciones de lo patológico. No obstante, para aproximarnos
al conocimiento del narcisismo nos quedan expeditos algunos otros caminos que
Freud describirá en el siguiente orden: la consideración de la enfermedad orgánica,
de la hipocondría y de la vida amorosa de los sexos.
Es sabido que la persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas
resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con
su sufrimiento. Mientras sufre retira de sus objetos de amor el interés libidinal, cesa
de amar. Diríamos entonces: el enfermo retira sobre su yo sus investiduras
libidinales para volver a enviarlas después de curarse.
También el estado del dormir implica un retiro narcisista de las posiciones libidinales
sobre la persona propia; más precisamente, sobre el exclusivo deseo de dormir.
La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, en sensaciones
corporales penosas y dolorosas y coincide también con ella por su efecto sobre la
distribución de la libido. El hipocondríaco retira interés y libido de los objetos del
mundo exterior y los concentra sobre el órgano que le atarea.
Ahora bien, el modelo que conocemos de un órgano de sensibilidad dolorosa, que
se altera de algún modo y a pesar de ello no está enfermo en el sentido habitual,
son los genitales en su estado de excitación.
Llamemos a la actividad por la cual un lugar del cuerpo envía a la vida anímica
estímulos de excitación sexual, su erogenidad. Podemos decidirnos a considerar la
erogenidad como una propiedad general de todos los órganos, y ello nos autorizaría
a hablar de su aumento o su disminución en una determinada parte del cuerpo. A
cada una de estas alteraciones de la erogenidad en el interior de los órganos podría
serle paralela una alteración de la investidura libidinal dentro del yo.
El displacer en general es la expresión de un aumento de tensión.
Puesto que la parafrenia a menudo trae consigo un desasimiento meramente parcial
de la libido respecto de los objetos, dentro de su cuadro pueden distinguirse tres
grupos de manifestaciones: 1) las de la normalidad conservada o la neurosis; 2) las
del proceso patológico, y 3) las de la restitución, que deposita de nuevo la libido en
los objetos al modo de una histeria o al modo de una neurosis obsesiva.
Una tercera vía de acceso al estudio del narcisismo es la vida amorosa del ser
humano dentro de su variada diferenciación en el hombre y en la mujer. Reparamos
primero en que el niño elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de
satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a
remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones
sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo
más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue
mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el
cuidado y la protección del nuño devienen los primeros objetos sexuales. Junto a
este tipo y a esta fuente de elección de objeto, que puede llamarse el tipo del
apuntalamiento, la investigación analítica nos ha puesto en conocimiento de un
segundo tipo.
Hemos descubierto que ciertas personas, señaladamente aquellas cuyo desarrollo
libidinal experimentó una perturbación no eligen su posterior objeto de amor según
el modelo de la madre, sino según el de su persona propia. Manifiestamente se
buscan a sí mismos como objeto de amor, exhiben el tipo de elección de objeto que
ha de llamarse narcisista.
Todo ser humano tiene abiertos frente a sí ambos caminos para la elección de
objeto, pudiendo preferir uno o el otro. Decimos que tiene dos objetos sexuales
originarios: él mismo y la mujer que lo crio, y presuponemos entonces en todo ser
humano el narcisismo primario que, eventualmente, puede expresarse de manera
dominante en su elección de objeto.
Con particular nitidez se evidencia que el narcisismo de una persona despliega gran
atracción sobre aquellas otras que han desistido de la dimensión plena de su
narcisismo propio y andan en requerimiento del amor de objeto.
Aun para las mujeres narcisistas, las que permanecen frías hacia el hombre, hay un
camino que lleva al pleno amor de objeto. En el hijo que dan a luz se les enfrenta
una parte de su cuerpo propio como un objeto extraño al que ahora pueden brindar,
desde el narcisismo, el pleno amor de objeto.
Se ama:
1. Según el tipo narcisista:
a. A lo que uno mismo es (a sí mismo)
b. A lo que uno mismo fue.
c. A lo que uno querría ser.
d. A la persona que fue una parte del sí-mismo propio.
2. Según el tipo del apuntalamiento.
a. A la mujer nutricia.
b. Al hombre protector.
Y a las personas sustitutivas que se alinean formando series en cada uno de esos
caminos.
III
La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que
una vez tuvo, y borrados los caracteres psíquicos desde los cuales hemos
discernido su narcisismo infantil.
Tenemos sabido que mociones pulsionales libidinosas sucumben al destino de la
represión patógena cuando entran en conflicto con las representaciones culturales y
éticas del individuo. La represión, hemos dicho, parte del yo; podríamos precisar: del
respeto del yo por sí mismo. La formación de ideal sería, de parte del yo, la
condición de la represión.
Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el
yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el
infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Lo que él
proyecta frente a si como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su
infancia, en la que él fue su propio ideal.
La sublimación es un proceso que atañe a la libido de objeto y consiste en que la
pulsión se lanza a otra meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae
entonces en la desviación respecto de lo sexual. La idealización es un proceso que
envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado
psíquicamente. La idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica
cuanto en el de la libido de objeto. Y entonces, puesto que la sublimación describe
algo que sucede con la pulsión, y la idealización algo que sucede con el objeto, es
preciso distinguirlas en el plano conceptual.
La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor
de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite
cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión.
No nos asombraría que nos estuviera deparado hallar una instancia psíquica
particular cuyo cometido fuese velar por el aseguramiento de la satisfacción
narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera
continua al yo actual midiéndolo con el ideal. Lo que llamaos nuestra conciencia
moral satisface esa caracterización.
La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral,
partió en efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces,
y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como
enjambre indeterminado e inacabable, todas las otras personas del medio.
La institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de
los padres, primero, y después de la crítica de la sociedad.
La formación del sueño se origina bajo el imperio de una censura que constriñe a
los pensamientos oníricos a desfigurarse. Ahora bien, no imaginamos esa censura
como un poder particular, sino que escogimos esta expresión para designar un
aspecto de las tendencias represoras que gobiernan al yo: su aspecto vuelto a los
pensamientos oníricos. Si nos internamos más en la estructura del yo, podemos
individualizar también al censor del sueño en el ideal del yo y en las
exteriorizaciones dinámicas de la conciencia moral.
El sentimiento de sí se nos presenta en primer lugar como expresión del “granador
del yo”, como tal, prescindiendo de su condición de compuesto. Todo lo que uno
posee o ha alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia
corroborado por la experiencia, contribuye a incrementar el sentimiento de sí.
El sentimiento de sí depende de manera particularmente estrecha de la libido
narcisista.
Además, es fácil observar que la investidura libidinal de los objetos no eleva el
sentimiento de sí. La dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de
rebajarlo; el que está enamorado está humillado.
El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo
puede restituírselo a trueque de ser-amado. En todos estos vínculos el sentimiento
de sí parece guardar relación con el componente narcisista de la vida amorosa.
Las relaciones del sentimiento de sí con el erotismo pueden exponerse en algunas
fórmulas de la siguiente manera: hay que distinguir dos casos, según que las
investiduras maorosas sean acordes con el yo o, al contrario, hayan experimentado
una represión. En el primer caso, el amar es apreciado como cualquier otra función
del yo. El amar en sí rebaja la autoestima, mientras que ser-amado, poseer al objeto
amado, vuelven a elevarla. En el caso de la libido reprimida, la investidura de amor
es sentida como grave reducción del yo, la satisfacción de amor es imposible, y el
re-enriquecimiento del yo sólo se vuelve posible por el retiro de la libido de los
objetos. El retroceso de la libido de objeto al yo, su mudanza en narcisismo, vuelve,
por así decirlo, a figurar un amor dichoso, y por otra parte un amor dichoso real
responde al estado primordial en que libido de objeto y libido yoica no era
diferenciables.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario
y engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por
medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la
satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal.
Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se
empobrece en favor de estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a
enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.
El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los
objetos, haciendo que su censor rechace por inconciliable una parte de ella. Donde
no se ha desarrollado un ideal así, la aspiración sexual correspondiente ingresa
inmodificada en la personalidad como perversión.
Neurosis y psicosis – Freud.
La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello, en tanto que la
psicosis es el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos entre el
yo y el mundo exterior.
Las neurosis de transferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar
trámite motor a una moción pulsional pujante en el ello, o le impugna el objeto que
tiene por meta. En tales casos, el yo se defiende de aquella mediante el mecanismo
de la represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo caminos
sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva
que se impone al yo por la vía del compromiso: es el síntoma; el yo encuentra que
este intruso amenaza y menoscaba su unicidad, prosigue la lucha contra el síntoma
tal como se había defendido de la moción pulsional originaria, y todo esto da por
resultado el cuadro de la neurosis.
El yo se ha puesto del lado del superyó y del mundo exterior, cuyos reclamos
poseen en él más fuerza que las exigencias pulsionales del ello, y que el yo es
poder que ejecuta la represión de aquel sector del ello, afianzándola mediante la
contra investidura de la resistencia. El yo ha entrado en conflicto con ello, al servicio
del superyó y de la realidad; he ahí la descripción válida para todas las neurosis de
transferencia.
Por el otro lado, igualmente fácil nos resulta tomar, de nuestra previa intelección del
mecanismo de las psicosis, ejemplos referidos a la perturbación del nexo entre el yo
y el mundo exterior. En la amentia el mundo exterior no es percibido de algún modo,
o bien su percepción carece de toda eficacia. Normalmente, el mundo exterior
gobierna al ello por dos caminos: en primer lugar, por las percepciones actuales, de
las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el tesoro
mnémico de percepciones anteriores que forman, como “mundo interior”, un
patrimonio y componente del yo. Ahora bien, en la amentia no sólo se rehúsa admitir
nuevas percepciones; también se resta el valor psíquico al mundo interior, que hasta
entonces subrogaba al mundo exterior como su copia; y el yo se crea,
soberanamente, un nuevo mundo exterior e interior, y hay dos hechos indudables:
que este nuevo mundo se edifica en el sentido de las mociones de deseo del ello, y
que el motivo de esta ruptura con el mundo exterior fue una grave frustración
(denegación) de un deseo por parte de la realidad.
Acerca de otras formas de psicosis, las esquizofrenias, se sabe que tienden a
desembocar en la apatía afectiva, vale decir, la pérdida de toda participación en el
mundo exterior. El deliro se presenta como un parche colocado en el lugar donde
originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo
exterior.
La etiología común para el estallido de una psiconeurosis o de una psicosis sigue
siendo la frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia,
eternamente indómitos, que tan profundas raíces tiene en nuestra organización
comandada filogenéticamente. Esa frustración siempre es, en su último fundamento,
una frustración externa. El efecto patógeno depende de lo que haga el yo en
semejante tensión conflictiva: si permanece fiel a su vasallaje hacia el mundo
exterior y procura sujetar al ello, o si es avasallado por el ello y así se deja arrancar
de la realidad. Podemos postular provisionalmente la existencia de afecciones en
cuya base se encuentre un conflicto entre el yo y el superyó. El análisis nos da
cierto derecho suponer que la melancolía es un paradigma de este grupo, por lo
cual reclamaríamos para esas perturbaciones el nombre de “psiconeurosis
narcisistas”. La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el
ello, la neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó, la psicosis al conflicto
entre el yo y el mundo exterior.
La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis –Freud.
Uno de los rasgos diferencias entre neurosis y psicosis que en la primera el yo, en
vasallaje a la realidad, sofoca un fragmento de ello (vida pulsional), mientras que en
la psicosis ese mismo yo, al servicio del ello, se retira de un fragmento de la realidad
(“contenido objetivo”). Por lo tanto, lo decisivo para la neurosis sería la hiperpotencia
del influjo objetivo, y para psicosis, la hiperpotencia del ello. La pérdida de realidad
(objetiva) estaría dada de antemano en la psicosis; en cambio, se creería que la
neurosis la evita.
Cada neurosis perturba de algún modo el nexo del enfermo con la realidad, es para
él un medio de retirarse de esta y, en sus formas más graves, importa directamente
una huida de la vida real.
La contradicción sólo subsiste mientras tenemos en vista la situación inicial de la
neurosis, cuando el yo, al servicio de la realidad, emprende la represión de una
moción pulsional. Pero eso no es todavía la neurosis misma. Ella consiste, más
bien, en los proceso que aportan un resarcimiento a los sectores perjudicados del
ello; por tanto, en la reacción contra la represión y en el fracaso de esta. El
aflojamiento del nexo con la realidad es entonces la consecuencia de este segundo
paso en la formación de la neurosis, y no deberíamos asombrarnos si la indagación
detallada llegara a mostrar que la pérdida de realidad atañe justamente al fragmento
de esta última a causa de cuyos reclamos se produjo la represión de la pulsión.
También la psicosis se perfilan dos pasos, el primero de los cuales, esta vez,
arrancara al yo de la realidad, en tanto el segundo quisiera indemnizar los perjuicios
y restableciera el vínculo con la realidad a expensas del ello. El segundo paso de la
psicosis quiere también compensar la pérdida de realidad, mas no a expensas de
una limitación del ello –como la neurosis lo hacía a expensas del vínculo con lo
real–, sino por otro camino, más soberano; por creación de una realidad nueva, que
ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandona. En consecuencia, el
segundo paso tiene por soporte las mismas tendencias en la neurosis y en la
psicosis; en ambos casos sirve al afán de poder del ello, que no se deja constreñir
por la realidad. Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el
mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su incapacidad para
adaptarse al apremio de la realidad.
En la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad, mientras
que en la psicosis se lo reconstruye. Dicho de otro modo: en la psicosis, a la huida
inicial sigue una fase activa de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial
es seguida por un posterior intento de huida. O de otro modo todavía: la neurosis no
desmiente la realidad, se limite a no querer saber nada de ella; la psicosis la
desmiente y procura sustituirla.
En la psicosis, el remodelamiento de la realidad tiene lugar en los sedimentos
psíquicos de los vínculos que hasta entonces se mantuvieron con ella, o sea en las
huellas mnémicas, las representaciones y los juicios que se habían obtenido de ella
hasta ese momento y por los cuales era subrogada en el interior de la vida anímica.
Pero el vínculo con la realidad nunca había quedado concluido, sino que se
enriquecía y variaba de continuo mediante precepciones nuevas. De igual modo, a
la psicosis se le plantea la tarea de procurarse percepciones tales que correspondan
a la realidad nueva, lo que se logra de la meran más radical por la vía de la
alucinación. Es lícito construir el proceso de acuerdo con el modelo de la neurosis.
En esta última vemos que se reacciona con angustia tan pronto como la moción
reprimida empuja hacia adelante, y que el resultado del conflicto no puede ser otro
que un compromiso, e incompleto como satisfacción. Es probable que en la psicosis
el fragmento de la realidad rechazado se vaya imponiendo cada vez más a la vida
anímica, tal como en la neurosis lo hacía la moción reprimida, y por eso las
consecuencias son en ambos cosas las mismas.
Otra analogía entre neurosis y psicosis es que en ambas la tarea que debe
acometerse en el segundo paso fracasa parcialmente, puesto que no puede crearse
un sustituto cabal para la pulsión reprimida (neurosis), y la subrogación de la
realidad no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias. Pero en uno y otro
caso los acentos se distribuyen diversamente. En la psicosis, el acento recae
íntegramente sobre el primer paso, que es en sí patológico y sólo puede llevar a la
enfermedad; en la neurosis, en cambio, recae en el segundo, el fracaso de la
represión, mientras que el primer paso puede lograrse, y en efecto se logra
innumerables veces en el marco de la salud, si bien ello no deja de tenersus costos
y muestra, como secuela, indicios del gasto psíquico requerido.
La neurosisse conforma, por regla general, con evitar el fragmento de realidad
correspondiente y protegerse del encuentro con él. Ahora bien, el tajante distingo
entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan
intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La
posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía. De este mundo de
fantasía toma la neurosis
el material para sus neoformaciones de deseo, y comúnmente lo halla, por el
camino de la regresión, en una prehistoria real más satisfactoria.
Para ambas –neurosis y psicosis–, no sólo cuenta el problema de la pérdida de
realidad,sino el de un sustituto de realidad.
PRÁCTICO 6
OPACIDADES DEL DIAGNÓSTICO EN PSICOANÁLISIS
TRES GRANDES HIPÓTESIS PSICOPATOLÓGICAS DE FREUD
Textos:
Freud: “Las neuropsicosis de defensa”, “Nuevas puntualizaciones...”, Introducción Del
narcisismo”, “Neurosis y psicosis”, “Pérdida de la realidad en neurosis y psicosis”
Muñoz: “Opacidades del diagnóstico en psicoanálisis”.
2 grandes formas de ordenar la Psicopatología:
Forma Nosográfica: descripción de los cuadros, observación empírica de la enfermedad
del inicio hasta el fin. NO HAY ESTA VISIÓN EN FREUD. Freud no quería formar una
nosografía.
Forma nosológica: organizando los diagnósticos y categorías a través de la
lógica de la enfermedad, la manera en que se genera, se desenvuelve, la historia del
individuo.
Pone en un mismo conjunto: histeria y neurosis obsesiva.
Sus hipótesis vienen a responder preguntas acerca de la etiología de los cuadros, porque
alguien enferma de una cosa y no de otra. Le sirven a Freud para mostrar cuáles cuadros
pueden ser abordados por el psicoanálisis.
1) PRIMERA HIPÓTESIS: HIPÓTESIS DE LA DEFENSA
Freud opone NEUROPSICOSIS DE DEFENSA CON LAS NEUROSIS
ACTUALES O SIMPLES
1ER GRUPO NEUROPSICOSIS DE DEFENSA: (actúa la defensa).
Hipótesis se basa en que opera un mecanismo de defensa. El psiquismo opera a través de
representaciones. Las representaciones están formadas por:
-Un contenido ideativo + Un contenido afectivo, el monto o la carga de afecto vinculada a
ese contenido ideativo. De acuerdo a cómo opere la defensa vamos a tener una histeria o
una neurosis obsesiva o una psicosis alucinatoria o fobias. Hay representaciones que
son inconciliables para la conciencia, entonces aquí actúa la defensa. La defensa
actúa sobre ambos contenidos ideativos y afectivos.
Representación se vuelve inconciliable:
● En la HISTERIA o histeria de conversión (es una neuropsicosis de
defensa) el contenido ideativo se separa, se lo aísla y se manda al icc, se reprime.
Y el monto de afecto se desplaza y se localiza en alguna parte del cuerpo. Se
produce una conversión, esa parte del cuerpo es inervada por el monto de afecto.
● También están las FOBIAS, la defensa recae sobre la representación inconciliable y
se reprime, similar a la histeria. Se reprime el contenido ideativo y el afecto se
desplaza hacia un objeto del mundo exterior y se transforma en miedo.
● En la NEUROSIS OBSESIVA el contenido afectivo se separa del contenido ideativo,
el cual no se reprime y puede ser recordado, pero desprovisto del monto de afecto el
cual se desplaza a otro contenido ideativo inofensivo, inocuo, absurdo. Esa segunda
representación se ve investida por el monto de afecto proveniente de la
representación ofensiva o inconciliable.
Representación se vuelve INTOLERABLE:
● En la PSICOSIS ALUCINATORIA el contenido ideativo de la representación se
torna INTOLERABLE para la conciencia, entonces el yo rechaza esa representación
más el monto de afecto ligado, ambos contenidos ideativo y afectivo. Estos
contenidos al ser expulsados arrastran consigo parte de la realidad, lo cual genera
como síntomas alucinaciones. El agujeroque deja esta sustracción, genera una
nueva representación de la realidad.
● En la PARANOIA el contenido ideativo y afectivo se mantienen intactos, no se
reprimen pero se proyectan hacia el exterior, hacia alguno de los objetos de su vida
psíquica. Ese a quien se le proyecta esa representación es el que se vuelve
“perseguidor” del paranoico.
2do grupo NEUROSIS ACTUALES O SIMPLES (neurastenia y neurosis de angustia)
NO actúa la defensa.Hay un desbalance en la satisfacción de la libido. En ellas no se
produce una defensa. Es simplemente el resultado de una acumulación de tensión sexual,
de una libido insatisfecha o que encontró vías de satisfacción inadecuadas, y se manifestó
en angustia.
● En la NEURASTENIA: la causa está en la práctica sexual del onanismo
excesivo(masturbación).
● NEUROSIS DE ANGUSTIA: la etiología depende de la práctica del coitos
interruptus.
● HIPOCONDRÍA.
2) SEGUNDA HIPÓTESIS: HIPÓTESIS DEL NARCISISMO
NEUROSIS DE TRANSFERENCIA OPUESTAS A NEUROSIS NARCICISTAS (debido a que
está interrumpida la transferencia y la libido vuelve al yo, no se pueden
trabajar con el psicoanálisis)
● NEUROSIS DE TRANSFERENCIA: HISTERIA, FOBIA (HISTERIA DE
ANGUSTIA) Y OBSESIÓN
● NEUROSIS NARCISISTAS: PARANOIA, MELANCOLÍA, MANÍA y
PARAFRENIA (ESQUIZOFRENIA O DEMENCIA PRECOZ).
Factor etiológico común: LA FRUSTRACIÓN. El yo va investir los objetos del mundo
exterior,pero se va producir una frustración que hará que la libido retorne a fases anteriores
donde la satisfacción sexual estuvo garantizada.
1) En la NEUROSIS DE TRANSFERENCIA la libido se mueve de manera tal que permite
que se permita la transferencia con los objetos del mundo exterior y con el analista. De
acuerdo a qué fase vuelva en el retorno de la libido a la fantasía, la libido se satisface a
través de la fantasía haciendo un camino regrediente a etapas anteriores donde hubo
satisfacción.
- Histeria: fase fálica (primeros objetos de amor)
- Neurosis obsesiva: fase Sádico anal
- Fobia o histeria de angustia: fase oral
2) NEUROSIS DE NARCISISMO: introyección de la libido, el camino regrediente de la
libidosigue hasta llegar al yo. Libido va del mundo exterior al yo
-HIPOCONDRÍA: Preocupación por los órganos del cuerpo. (Punto intermedio entre ambas
neurosis de transferencia y narcisismo). Retorno de la libido al órgano.
Pero la libido puede retornar aún a fases anteriores:
- Si la libido retorna al yo NARCISISMO - DARÁ LUGAR A PARANOIA
- Si la libido retorna al AUTOEROTISMO - DARÁ LUGAR A LA PARAFRENIA.
-MELANCOLÍA: Algo de ese objeto se pierde, hay una identificación con el objeto perdido y
el yo se ve desprovisto, empobrecido, ahora este será juzgado como si fuese ese objeto.
-MANIA: Esa pérdida ha podido ser asimilada, pero el maníaco se lanza a buscar objetos
del mundo exterior pero de manera sobre investida. (A través de delirio por ej.).Las fronteras
entre los cuadros no son fijas e inamovibles o definitorias, de una neurosis actual se puede
pasar a otra y así.
3) TERCER HIPÓTESIS: DE LA SEGUNDA TOPICA: EL YO Y EL ELLO
en pugna permanente. Tripartición del aparato psíquico.
Freud opone NEUROSIS Y PSICOSIS. Los vasallajes del yo: son sus amos con los que se
relaciona:
● Ello: sed de las pulsiones
● Superyó: instancia moral.
● Mundo exterior.
Freud mantiene la neurosis narcisista y ahí ubica la melancolía. En la NEUROSIS el yo
se encuentra en conflicto con el ELLO que pugna por dar satisfacción a todas sus
pulsiones, y es sobrepasado por el mundo exterior.
En cambio en la PSICOSIS el conflicto es del YO con el MUNDO
EXTERIOR, y avasallamiento o lo que se le sobreexpone al yo son los impulsos que
vienen del ello,que deforman ese mundo exterior con delirios, alucinaciones.
En la MELANCOLIA se trata del conflicto del YO con el SUPER YO, y se ve avasallado, es
decir se le sobre impone las pulsiones provenientes de ello. Así satisface a través del delirio
una parte las pulsiones del ello de autocastigo, más los imperativos superyoicos con los
cuales entra en conflicto. Las hipótesis no se contradicen sino que se superan unas a otras,
e incluso mantienen puntos de la anterior.
TEÓRICO 7 - UNIDAD 9. CLÍNICA PSIQUIÁTRICA DE LAS PSICOSIS.
PARANOIA
La locura sistemática (paranoia) – Krapelin
La locura Sistematizada
Paranoia
Es la instalación de ideas delirantes o de ilusiones sensoriales lo que caracteriza la
enfermedad.
Lo que caracteriza a esta enfermedad es la instalacion de las ideas delirantes, de ilusiones sensoriales y
trastornos de juicio
La evolución de la enfermedad no era determinante, sólo persistían como signos
característicos los trastornos del juicio, las ideas delirantes, las ilusiones
sensoriales.
Las ideas delirantes y las ilusiones sensoriales no son más específicas que los
estados de excitación o los trastornos del humor.
Los únicos estados patológicos que puedo considerar semejantes a la paranoia son
aquellos que evolucionan globalmente del mismo modo que ella.
Entre el gran número de estados crónicos que se relacionan habitualmente a la
paranoia, algunos merecen una atención particular: quiero hablar de los casos en
los que se instalan paralelamente ideas delirantes y una declinación de las
facultades mentales. En estos casos, hemos observado que las ideas delirantes
tienen de entrada un carácter extravagante, ambicioso, son particularmente ricas o,
al contrario, muy pobres, se modifican y se suceden muy rápidamente, finalmente,
después de un tiempo más o menos largo, pasan a segundo plano o pierden brillo.
Estos cuadros están hechos hasta tal punto y en todos sus aspectos sobre el
modelo de los ataques hebefrénicos, catatónicos, seniles, que constatado sus
signos se puede prever la significación secundaria del delirio por una parte y el
aspecto de su resultado terminal por otra. Por otro lado, existe, sin la menor duda,
la aparicion del
otro grupo de casos en el curso de los cuales se desarrolla, de entrada delirio
característico, permanente e inconmovible, pero con una total conservación de las
facultades mentales y del orden de los pensamientos. Es para esas formas que
quería reservar el término de paranoia. Son ellas las que conducen necesariamente
al sujeto a un trastorno total de toda la concepción de su existencia y a una
mutación de sus opiniones respecto de las personas y los acontecimientos que lo
rodean. Evolucion de la paranoia
La progresión de esta enfermedad parece ser siempre de manera muy lenta.
Durante la fase inicial aparecen una cierta depresión, una cierta desconfianza, así
como quejas corporales vagas y temores hipocondríacos.
El enfermo está insatisfecho de su suerte; se siente dejado de lado, cree incluso que
es maltratado y que no se le aprecia en su valor en muchos puntos, que se
desconoce su singularidad.
Habitualmente, en forma paralela al deliro de persecución se desarrollan ideas de
ej dios me
grandeza. Y el aspecto extraordinario de toda la maquinación que el enfermo cree elge para
dirigida contra él, testimonia de una importante sobreestimación de su propia parir
persona. El enfermo se ve a sí mismo particularmente dotado, genial, instruido; hace
mucho caso de su aspecto exterior, se cree concernido por todo y llamado a asumir
una situación extremadamente brillante en el mundo.
En ciertos casos, el enfermo observa que una persona excepcional por su situación
muy elevada, pero del otro sexo, real o imaginaria, le quiere bien y le concede una
atención muy particular que no pasa desapercibida (paranoia erótica).
La aparición de todas estas ideas delirantes se hace sobre la base de
interpretaciones patológicas de acontecimientos reales.
Las ilusiones sensoriales son mucho más raras que las interpretaciones delirantes
de acontecimientos reales.
Solo sobrevienen en algunos raros casos; por regla general sólo se encuentran
aisladamente ilusiones auditivas; se trata en general de una palabra única o de una
frase corta.
Me parece que tenemos que vérnoslas también con un trastorno específico que
juega, sin embargo, un rol importante en la aparición del delirio: quiero hablar de las
ilusiones de la memoria. A través de ellas, el enfermo desfigura las experiencias del
pasado; las ilusiones de la memoria nublan su vista. Una multitud de pequeñas
cosas le parecen bruscamente luminosas, plenas de significación, mientras que
antes no les había prestado atención.
El carácter común de todos estos enfermos, cuyo delirio se constituyó cada vez de
manera diferente, es su inquebrantabilidad. Aunque, a veces, el enfermo mismo
reconoce que es incapaz de aportar una prueba formal de la validez de sus
concepciones, toda tentativa de mostrarle el aspecto delirante de éstas choca contra
un muro. No es raro ver aparecer una multitud de quejas hipocondríacas. Los
enfermos, por otra parte, encuentran de buena gana refugio en ciertos tratamientos
originales que inventan ellos mismos la mayor parte del tiempo.
El humor del enfermo está estrechamente ligado al contenido de su delirio. Ve sus
persecuciones imaginarias como una suerte de “tortura psíquica” y se siente
continuamente inquietado y supliciado; deviene suspicaz, huraño, irritable. Por el
contrario, permanece satisfecho de sí mismo, condescendiente y pretencioso y
persuadido de tener siempre razón. A menudo, el humor varía por razones
delirantes.
Las actividades y el comportamiento del enfermo pueden permanecer durante
relativamente mucho tiempo casi inalterados.
Aunque dotado, el enfermo no realiza jamás, sin embargo, nada positivo y sólo tiene
sinsabores por todas partes. Muchos de estos enfermos son capaces de guardar
dentro de ellos mismos sus luchas y sus deseos, al punto tal que en la vida
cotidiana no resulta evidente el carácter patológico de su comportamiento.
Debido a sus permanentes estados de inquietud, tiene cada vez mayores
dificultades para dedicarse a realizaciones prácticas y para cumplir regularmente
sus deberes profesionales, aunque sus facultades mentales no sufran un daño
masivo.
Los diversos comportamientos aberrantes o peligrosos del enfermo pueden, de
múltiples maneras, conducirlo al asilo de alienados. El enfermo entiende este
acontecimiento como un nuevo golpe de la hipócrita estrategia de sus enemigos.
En otros casos, el enfermo considera su estadía en el asilo como uno de los
eslabones necesarios de la cadena de pruebas que debe soportar, antes de
alcanzar finalmente sus objetivos grandiosos.
La evolución ulterior de la enfermedad es habitualmente muy lenta. Se extiende, en
general, por muchos años de manera casi inalterada. Los enfermos permanecen
calmos, lúdicos, guardando indefinidamente un comportamiento exterior adaptado y
a menudo saben, incluso muy bien, ocuparse intelectualmente.
Una disposición hereditaria a los trastornos mentales, debe jugar ciertamente un rol
importante. Además, debe suponerse que las adversidades del destino, las
decepciones, la soledad, la lucha contra la miseria y las privaciones son,
igualmente, causas de esta enfermedad; pero muy a menudo, los sinsabores son
más bien una consecuencia del comportamiento del enfermo, frecuentemente
perturbado desde mucho tiempo atrás. En general, la enfermedad se inicia entre los
veinticinco y cuarenta años. Todo lo que los enfermos pueden contar sobre su vida
antes de la edad de veinte años, es probablemente una construcción a posteriori de
acontecimientos más recientes.
Ulteriormente, todos los pensamientos y todas las acciones del enfermo están
totalmente bajo la influencia del delirio, hasta el extremo de que no querrá escuchar
razón y persistirá en seguir y defender sus ideas apasionadas y obstinadamente. El
enfermo experimenta la privación de su libertad como una pesada injusticia contra la
cual no se cansará de luchar por todos los medios.
El delirio de querulancia representa una forma evolutiva bien particular de los
delirios sistematizados. El postulado de base en este cuadro clínico está
representado por la convicción de un perjuicio real y de la necesidad imperiosa para
el enfermo de pelear hasta el fin por la reparación de esta injusticia que está
persuadido de haber sufrido. Resulta manifiesto que es incapaz de reconocer sus
errores. Es igualmente incapaz de evaluar la situación objetivamente, de tener en
cuenta también el punto de vista opuesto y busca, únicamente, que se tome en
consideración sus concepciones y sus deseos personales de manera total.
La resistencia que encuentra y, frecuentemente, las desventajas materiales que
recaen sobre él, lo refuerzan en su idea de que una amarga injusticia le fue hecha y
que debe defenderse por todos los medios contra ella.
Lo que caracteriza al querulante es su incapacidad de comprender la verdadera
justicia por una parte, y por otra, el acento que pone sobre sus propios intereses, a
expensas de los puntos de vista de la protección judicial general.
El punto de partida del delirio está constituido por el desarrollo de una concepción
errónea que arranca en el momento en que tiene lugar el juicio que es siempre
“insuficiente”.
De la naturaleza misma del delirio de los querulantes, proviene su credulidad,
realizando una aparente paradoja con su inquebrantabilidad.
La inteligencia y la memoria de los querulantes, parecen, al comienzo, intactas.
Incluso, en general, uno es sorprendido por la exactitud con la cual estos enfermos
pueden repetir íntegramente extractos de códigos, audiencias, textos de leyes. Su
examen profundo permite, sin embargo, con frecuencia, mostrar que el enfermo no
comprendió completamente el sentido de su exposición, que deforma las frases más
simples, dejando escuchar, a veces, aún lo contrario de lo que quería decir.
La inteligencia está intacta a lo largo de toda la evolución y el orden del
pensamiento está conservado.
Una muy elevada estima de sí es un signo constante que acompaña el delirio de
querulancia. Los enfermos se consideran excepcionalmente honestos y trabajadores
y por ello miran desde arriba a sus enemigos.
Además, se encuentra sin excepción, en los querulantes, una irascibilidad
netamente superior a la media.
Esta exaltación apasionada, asociada a su incapacidad para sacar lección de la
experiencia, da al comportamiento del enfermo un estilo propio. Nada puede
apaciguarlo. Incapaz de comprender la total inutilidad de otras gestiones quiere
vencer a cualquier precio en esta lucha por la obtención de sus presumidos
derechos.
Todos sus actos, todos sus intereses por el mundo, se reducen cada vez más al
deseo ardiente de obtener justicia, aun cuando, durante este tiempo, todo lo demás
sea dejado de lado. Todo lo demás va a ser sacrificado en beneficio de este andar
patológico. Por ello todas sus relaciones se perturban.
Desde un cierto tiempo de evolución de la enfermedad, se instala un constante
debilitamiento psíquico. Los discursos y declaraciones del enfermo devienen cada
vez más pobres, monótonos e incoherentes. La irascibilidad disminuye; el enfermo
deviene apático, inofensivo e indiferente. No quiere saber más nada de eso. Es del
pasado. Pero no se trata en absoluto de una verdadera toma de conciencia del
carácter patológico de sus interpretaciones. Se ve bien al despertar estos viejos
recuerdos, en los breves momentos en que el enfermo pierde su control, que no ha
modificado en absoluto sus posiciones, sino que, simplemente, ha perdido la fuerza
para defenderse.
Para un diagnóstico de delirio de querulancia es preciso retener en particular ante
todo la constitución de un sistema de ideas delirantes, la total incapacidad de
aprender de la experiencia, la continua extensión de las ideas de persecución que
conciernen a un número cada vez mayor de personas, el desarrollo de todo el
sistema delirante a partir de un punto único que permanece siempre en primer plano
y que viene a intrincarse siempre con todos los actos y pensamientos del enfermo.
Es justamente por ello que no debe confundirse a los querulantes con los
querellantes, que quieren tener razón siempre y a cualquier precio y que viven en
perpetuo conflicto con su entorno.
La enfermedad se inicia, como regla, entre los 35 y 45 años. Ciertamente, debe
considerase la puesta en marcha del proceso, como una consecuencia y no como
una causa. Frecuentemente, los enfermos ya han tenido antes una infinidad de
procesos que han perdido y comienzan a devenir querulantes. La evolución final
comporta un debilitamiento psíquico más o menos pronunciado así como ideas
delirantes persistentes.
Paranoia (lección 15) – Kraepelin
Las ideas de persecución y la estima excesiva de su persona constituyen los
síntomas esenciales que presenta el primer paciente que presenta. Por otra parte,
su comprensión, su memoria, el conjunto de su comportamiento es de lo más
normales. Las ideas de persecución, a pesar de que estén plenamente en
contradicción con todo sentido común, el enfermo no siente la necesidad de darles
bases más sólidas y las mantiene tenazmente. Todos los acontecimientos de la vida
diaria son interpretados en el sentido del delirio.
Las alucinaciones sensoriales, hasta donde se puede abrir juicio, no tienen parte
alguna en el desarrollo de su delirio. Observamos en la particular disposición a
delirar de nuestro enfermo una gran flaqueza de juicio.
No se manifiesta ningún trastorno en el terreno de la emotividad, ni de la voluntad.
No hay negativismo ni manierismo. Tampoco impulsividad. Esta singular afección,
en la cual la autofilia y las ideas de persecución se desarrollan con la mayor lentitud,
sin que la voluntad o la emotividad sean trastornadas, se denomina “paranoia”. En
esta enfermedad se instala un “sistema” que es producido a la vez por un delirio o
por una manera especial de interpretarlo todo por medio del delirio. Su ritmo es
esencialmente crónico y lento. Los pacientes comienzan por tener sospechas, las
que pronto se tornan en certezas, para dar lugar finalmente a una inquebrantable
convicción. Las ideas delirantes se injertan en hechos que son sometidos a una
interpretación patológica. No se constatan jamás alucinaciones sensitivas, pero de
tanto en tanto se perciben errores en la memoria. Se toman fenómenos reales, pero
son vistos e interpretados de manera especial.
Algunas de las líneas que caracterizan el cuadro son: las ideas de persecución, que
están referidas a un punto bien determinado y que adquiere cada vez mayor
extensión; ningún razonamiento sería susceptible de infringirlo. Esto nos demuestra
que ha alcanzado a formar un sistema. Además existe en un indudable
empobrecimiento intelectual que se traduce en la monotonía y la pobreza ideativa y
sobre todo en la poca influencia que las más sensatas objeciones tienen sobre él, su
memoria general es fiel. Más un examen en profundidad nos enseña que no está
intacta.
En lo emocional observamos que su opinión de sí mismo es de lo más exagerada.
El segundo paciente muestra la vida de los alienados querulantes. Se trata del
mismo hábito que consiste en encarar los hechos cotidianos a través de una
interpretación delirante; está presente el mismo empobrecimiento mental, primero
poco notorio, pero que lentamente avanza. En su conjunto es la misma
subordinación de la conducta al delirio, en tanto que la memoria y la actividad
psíquica se hallan muy poco modificadas. También en los dos enfermos se trata de
estados incurables. El delirio de querulancia representa entonces tan simplemente
una variedad ligeramente diferente de la paranoia. La afección comúnmente
comienza promediando la edad media de la vida, cuando el sujeto viene de ser
víctima de una injusticia imaginaria o a veces efectiva. Es en torno de ésta última
que se desarrolla todo el conjunto complejo y confuso de representaciones mentales
y de actos delirantes. Los querulantes no son siempre querellantes; fuera del delirio,
se comportan incluso frecuentemente como gente suave y tranquila.
Representa un fenómeno degenerativo; esta hipótesis se ve confirmada por la
lentitud de su desarrollo, por la cronicidad, la incurabilidad del mal, y la escasa
importancia a las influencias objetivas que la engendran.
Síntomas del delirio de interpretación – Serieux y Capgras
El delirio de interpretación se caracteriza por la existencia de dos órdenes de
fenómenos en apariencia contradictorios: por un lado los trastornos delirantes
manifiestos, por el otro una conservación increíble de la actividad mental. En primer
lugar síntomas positivismo a través de las concepciones e interpretaciones
delirantes; en segundo lugar síntomas negativos, saber: integridad de las facultades
intelectuales y ausencia o escasez de alucinaciones.
1. Síntomas positivos
Las manifestaciones mórbidas del delirio de interpretación residen en las
concepciones e interpretaciones delirantes.
A. Concepciones delirantes
Habitualmente encontramos ideas de persecución y de grandeza, aisladas,
combinadas o sucesivas. Las ideas de celos, místicas o eróticas son frecuentes. A
veces se observan ideas hipocondríacas, excepcionalmente ideas de
auto-acusación; más raramente aún, ideas de posesión transitoria. Nunca hay ideas
denegación.
Los rasgos comunes de las concepciones delirantes están relacionados con el
estado mental característico de los interpretadores, quienes saben defender sus
ficciones a través de argumentos tomados de la realidad.
A veces quiméricas, por lo general se mantienen dentro del dominio de lo posible,
de lo verosímil.
La falta de sistematización proviene tanto de la abundancia de las interpretaciones
que desorientan al enfermo como del carácter dubitativo de este último. En algunos
casos se trata menos de convicciones delirantes propiamente dichas que de dudas
delirantes: el hecho inverosímil es considerado no como seguro sino como posible.
En general, estas concepciones delirantes permanecen secretas. La disimulación es
tan frecuente que casi podríamos considerarla un síntoma.
La conducta permanece correcta. La disimulación de las ideas es particularmente
frecuente. A veces el paciente se calla, no por disimular, sino porque tiene
conciencia de lo inverosímil de su delirio.
B. Interpretaciones delirantes
Los interpretadores no inventan completamente los hechos imaginarios. Se
conforma con desviar, disfrazar, o amplificar hechos reales: su delirio se apoya más
o menos exclusivamente en los datos exactos de los sentidos y de la sensibilidad
interna.
Cuanto más insignificante parece un hecho para el común de la gente, más
penetrante les parece para su perspicacia.
Si la explicación es buscada en vano por el enfermo, esta dificultad misma suscita
una nueva interpretación:
El campo de las interpretaciones es ilimitado. Examinaremos: 1) las interpretaciones
exógenas, que tienen como punto de partida a los sentidos, el mundo exterior; 2) las
interpretaciones que tienen por fuente las sensaciones internas, la cenestesia, como
también aquellas que utilizan las modificaciones psíquicas, los trastornos
funcionales del cerebro, los estados de conciencia (interpretaciones endógenas).
1) Interpretaciones exógenas: el más pequeño incidente de cada día sirve para las
búsquedas del interpretador.
Los índices más leves provocan conclusiones extraordinarias. Se trata de un
verdadero delirio de significación personal.
Las investigaciones de los enfermos se extienden a veces a eventos importantes.
No hay signo simbólico más importante para estos sujetos que la palabra.
Frecuentemente, el interpretador se contenta con apropiarse de los gritos de la
calle.
Verdaderos juegos de palabras constituyen otros argumentos para el interpretador.
Estas interpretaciones basadas en similitudes de sonidos, sobre aproximaciones,
retruécanos, son bastante características. Ellas utilizan hasta los nombres propios
de las personas del entorno.
La escritura manuscrita sirve también de punto de partida de muchas
interpretaciones. El giro de las frases, los trazos de las letras, una palabra
subrayada, las faltas de ortografía, la puntuación, la rúbrica de la firma, cualquier
cosa levanta sospechas.
La lectura de los diarios provee innumerables datos. Los enfermos encuentran en
los artículos alusiones personales; sucesos y crónicas narran su propia historia;
algunos creen mantener una correspondencia a través de los anuncios.
La lectura de los diarios o cartas sirven para descifrar enigmas muy complejos. Ellos
explican, comentan, traducen en un lenguaje claro fórmulas criptográficas. Algunos
interpretadores llegan incluso a decir que se imprime un número especial de un
diario para ellos.
2. Interpretaciones endógenas:
a) interpretaciones tomadas del estado orgánico
A las innumerables causas provenientes del mundo exterior vienen a sumarse las
sensaciones internas. La introspección somática no es a veces sino la expresión de
un delirio de interpretación.
Por lo general, el enfermo no apoya sus deducciones sobre ningún trastorno
mórbido, sino solamente sobre la observación minuciosa de su organismo “que les
hace considerar patológicas ciertas constelaciones que él no había hecho hasta ese
momento, tan sólo porque no las había buscado”.
B) interpretaciones tomadas del estado mental
Algunos estados de conciencia, algunos trastornos funcionales psíquicos sirven de
alimento a las interpretaciones. Algunos enfermos se sorprenden al ser asaltados
por pensamientos inusuales, o bien observan una relación entre estos pensamientos
y los hechos concomitantes.
Son interpretadas hasta las manifestaciones por emociones, fatiga, agotamiento
nervioso.
Algunos interpretan trastornos neurasténicos o psicasténicos. En otros casos, los
episodios delirantes agudos aparecen a veces durante el delirio de interpretación,
son considerados por el sujeto mismo como accesos de locura, pero los atribuye a
un envenenamiento o sugestiones.
Algunos llegan incluso hasta interpretar su delirio retrospectivo: no es natural
recordar así el más mínimo suceso del pasado; se actúa sobre ellos para que
puedan acordarse de los pecados más ínfimos.
Por último, cierto número de concepciones delirantes toman prestado quimeras a los
sueños del sueño normal, aceptadas sin modificación desvirtuadas.
Interpretación de recuerdos
La observación del momento presente, la interpretación de los hechos actuales no
es suficiente para los enfermos. Empujados por la necesidad de encontrar nuevos
motivos a sus padecimientos, o de satisfacer mejor su orgullo, excavan en lo más
lejano de su memoria: la reviviscencia de antiguos recuerdos provee un amplio
material para los errores de juicio.
En esta investigación retrospectiva, la interpretación juega todavía un rol
predominante, pero no es la única en cuestión. Las ilusiones, la falsificación de
recuerdos deben tenerse en cuenta. Sin duda que la trama del delirio retrospectivo
implica algunos hechos exactos, pero los adornos son en gran parte obra de la
imaginación.
Transformación del mundo exterior
Los enfermos hacen progresos sorprendentes en el arte de interpretar: su
perspicacia se agudiza y adquiere una penetración singular. Al final, a través de la
deformación sistemática de los hechos llegan a una concepción delirante del mundo
exterior. El interpretador ya no ve nada bajo el sentido común; todo le parece
extraordinario, vive en un medio ficticio desde el cual son rechazadas las
explicaciones naturales.
2. Síntomas negativos
Uno se encuentra a veces en presencia de una gran inteligencia, y la misma
persona que se mostraba manifiestamente alienada, aparece lúcida y razonable. La
ausencia de trastornos graves de la vida intelectual o de la vida afectiva, la falta o
escasez de trastornos sensoriales, constituyen dos caracteres importantes deldelirio
de interpretación.
A. Estado mental
En el interpretador existe sin duda una constitución especial cuya fórmula
trataremos de dar:
hipertrofia e hiperestesia del yo, falla circunscripta de la autocrítica. Encontramos en
estos sujetos grados muy diferentes de desarrollo intelectual, desde los débiles
hasta inteligencias superiores. Las concepciones delirantes, si se analizan, tienen
claramente el carácter de ideas fijas, predominantes; sin embargo, incluso en la
exposición de trastornos vesánicos más característicos, se nota la persistencia de la
actividad de los centros corticales superiores. La interpretación falsa aparece
exagerada, extravagante pero raramente absurda; a veces se mantiene verosímil.
La aparición del delirio no modifica nada la inteligencia. No hay ni trastorno de la
conciencia, ni confusión de ideas, tampoco alteración general de las facultades
silogísticas; el sujeto aprecia exactamente los hechos que no pone en relación con
sus preocupaciones mórbidas. Su memoria permanece fiel: no olvida nada de las
cosas adquiridas con anterioridad y sabe sacar provecho de ello.
Los juicios de los interpretadores permanecen sensatos, sus apreciaciones con
frecuencia justas. La capacidad profesional permanece intacta.
Esta vivacidad en la inteligencia se manifiesta en la defensa de sus convicciones
delirantes. Con frecuencia, el interpretador despliega en ella todos los recursos de
una dialéctica cerrada. Avanza de deducción en deducción, confiando en el valor de
sus silogismos cuyas premisas son aportadas por el incuestionable testimonio de los
sentidos. Si se lo contradice, se detiene con aire sorprendido, preguntándose si uno
es sincero. Acumula prueba sobre prueba, tiene para cada objeción una respuesta
siempre lista, sabe replicar a los argumentos. Cita datos, precisa los puntos más
pequeños, aporta declaraciones confirmatorias, plantea dilemas, se adueña del
hecho más pequeño para emplearlo habitualmente para su causa. Si se le resiste
más abiertamente, si se trata de hacerle ver apenas sus errores, pone la sonrisa
irónica de alguien cuya convicción, que se sostiene de hechos indudables, es y
permanecerá inquebrantable. Toda discusión con el interpretador es en vano; por lo
común irrita, jamás persuade.
Los sentimientos afectivos no presentan ningún trastorno primitivo. El amor propio,
el sentimiento de la dignidad para nada es alterado. Los sentimientos éticos,
estéticos y religiosos persisten sin alteración. El humor varía, como en cada uno de
nosotros, según las circunstancias o el estado orgánico; él refleja además el color
que toman las ideas delirantes.
En general, la conversación de los interpretadores, muy variable según su
educación anterior, es fácil, con frecuencia impregnada de cierto refinamiento,
apuntando a la elegancia y a veces al énfasis. Todos saben sostener una chara sin
relación con su delirio. Las estereotipias verbales, los neologismos, son raros.
A los escritos de los interpretadores se aplican las mismas constataciones
negativas. La escritura es correcta, sin trastornos gráficos elementales, no
recargada, sin exageración de palabras subrayadas.
Algunos interpretadores son grafómanos que todos los días cubren con tinta una
decena de páginas.
Notemos que estos grafómanos no son siempre los más locuaces. Algunos incluso
sólo deliran en sus escritos y saben ocultar todas sus concepciones mesiánicas en
los interrogatorios mejor dirigidos o en las conversaciones más insidiosas.
El aspecto exterior, la actitud, no presentan nada normal.
La conducta de estos enfermos, su manera de comportarse en la vida cotidiana,
está bajo la dependencia de su carácter anterior. Es decir que aún aquí
encontramos sobre todo síntomas negativos. La actividad motriz no está alterada.
Los interpretadores pueden vivir mucho tiempo en libertad, despertando la atención
sólo a través de raras extravagancias incomprensibles para el entorno. Sin embargo
algunos, rápidamente agresivos, se entregan a la violencia.
B. Ausencia de trastornos sensoriales
Lo que caracteriza el delirio de interpretación es la ausencia de trastornos
sensoriales. Sin embargo, en algunos casos hay alucinaciones: pero ellas no
aparecen si no con intervalos distanciados, sólo juegan un rol secundario en la
elaboración del delirio y no tienen influencia sobre su evolución.
Alucinaciones episódicas
En algunos se observan trastornos sensoriales auditivos, en realidad escasos, pero
existen con certeza. En general pensamos que son ilusiones. En efecto los
enfermos no escuchan “voces” en la soledad de su habitación, no dicen que se les
habla a través de los muros o por teléfono. Por el contrario, a veces la alucinación
aparece en el silencio de la noche, pero su aparición está subordinada a una
emoción intensa, como en la gente normal, o bien está ligada al miedo, al fanatismo,
a la atención expectante. Esta alucinación auditiva se reduce siempre a una palabra
o frase breve.
Es un síntoma aislado, estamos lejos de un delirio con base alucinatoria.
Las alucinaciones del gusto y olfativas son tan escasas como las de la vista. No se
observan estos trastornos de la sensibilidad general que a veces son tan intensos
en los perseguidos alucinados.
En general, el rol de las alucinaciones en el delirio de interpretación permanece
entonces nulo, a veces borrado, siempre efímero: se trata por lo tanto de un síntoma
episódico y secundario.
Sin embargo, en algunos casos aumenta la repercusión del delirio sobre los centros
sensoriales; las alucinaciones intervienen de forma más activa aunque intermitente.
Para terminar, pueden aparecer accesos alucinatorios cortos, con o sin confusión.
El delirio de reivindicación – Serieux y Capgras
Definición
El delirio de reivindicación es una psicosis sistematizada, caracterizada por el
predominio exclusivo de una idea fija, que se impone al espíritu en forma obsesiva,
orientando sólo la actividad mórbida del sujeto en sentido manifiestamente
patológico y exaltándolo en la medida de los obstáculos encontrados. El
reivindicador se nos presenta esencialmente como un obsesivo y un maníaco. Hay
en él una combinación íntima de estos dos estados, que conducen más a un delirio
de los actos que a un delirio de las ideas. Sus tendencias interpretativas y su
paralógica están menos marcadas que las de los interpretadores.
Descripción
En el delirio de reivindicación encontramos espíritus exaltados, razonadores,
exagerados, fanáticos que sacrifican todo al triunfo de una idea dominante,
individuos son en su mayoría perseguidores y perseguidores repentinos; desde el
comienzo eligen a una persona o a un grupo de personas que persiguen con odio o
su amor enfermizos”.
Todos los reivindicadores son idénticos. Sus psicosis se caracterizan por dos signos
constantes: la idea prevalente, la exaltación intelectual.
Todos estos enfermos son degenerados. Tienen de ello las marcas físicas y
mentales: desequilibrio de sus facultades, obsesiones, impulsiones, perversiones
sexuales, preocupaciones hipocondríacas, etc. Su defecto al juzgar, su inestabilidad
los hace lanzarse a empresas temerarias, dilapidar su fortuna, entusiasmarse con
proyectos o invenciones quiméricas. Algunos, sin embargo, testimonian aptitudes
remarcables: imaginación brillante, buena memoria, razonamiento hábil. Muchos de
ellos están desprovistos de toda noción del bien y del mal, cometen faltas de
delicadeza, abusos de confianza, estafas, teniendo permanentemente en la boca
palabras de probidad, de conciencia y de honor.
Ante cualquier incidente que se produzca, la psicosis aparece inmediatamente con
sus dos síntomas esenciales: 1) la idea obsesiva, 2) la exaltación maníaca. Los
síntomas negativos son los mismos que los del delirio de interpretación.
1) Idea obsesiva: repentinamente, el reivindicador descubre el hecho material o la
idea abstracta que dirige desde ese momento su actividad pervertida. No hay
ninguna búsqueda ni tampoco ninguna acumulación de interpretaciones en el
momento en que el hecho se produce, en el que la idea surge, cuando la persona se
encuentra inmersa en su delirio, ahí da libre curso a su exaltación. Cualquier
decepción por mínima que sea, a partir del momento en que se le considera
inmerecida, se convierte en una preocupación obsesiva y provoca no solamente la
necesidad imperiosa de una revancha sino también la de infligir un castigo a la
persona culpable del daño.
Esta idea conductora va tomando día a día, para el reivindicador, una importancia
mayor, un valor desmesurado. El reivindicador es propenso a agrandar los hechos
más simples cuando su personalidad está en juego. No modifica su primer
significado: la explicación que da no contraría el sentido común, no se opone
abiertamente a la razón. Sus deducciones serían justificadas si la causa no fuere
ínfima, ni el perjuicio invocado fuese menos insignificante. La idea obsesiva del
reivindicador no llega a ser el origen de un sistema de interpretaciones delirantes.
Son incapaces de discutir: ningún argumento los convence por más poderoso que
sea, si éste no armoniza con su estado afectivo. Aceptan sólo los juicios de las
personas que los aprueban, declaran falsos o inexistentes a todos los demás.
Aparecen en los reivindicadores errores de juicio, interpretaciones falsas pero que
derivan más de la pasión que del delirio.
Para satisfacer esa obsesión, el reivindicador descuida su profesión, sin
preocuparse por el futuro ni por sus Verdaderos intereses; sólo lo guía su sed de
venganza, no duda en sacrificar su fortuna, su libertad, su familia y su vida misma.
El reivindicador no lucha contra su obsesión, sólo busca satisfacerla. Pero en su
camino encuentra obstáculos que lo incitan y le provocan a veces una angustia
comparable a aquella que determine la resistencia interior en las crisis de pulsiones.
Se sabe que las características de la obsesión son la irresistbilidad, la tortura moral
provocada por cualquier tentativa de resistencia, el alivio luego de su satisfacción.
En efecto, su enfermedad es esencialmente paroxística y es fácil ver que los
períodos de remisión coinciden con un éxito parcial de las reivindicaciones, o se
presenta luego de una escena de escándalo.
2) Exaltación maníaca: Los actos y los gestos de estas personas no podrían ser
considerados exclusivamente como un modo de reacción a las concepciones que
los subyugan. Las anomalías de su conducta tienen otra causa. Sus pensamientos y
sus sentimientos son impulsados por una fuerza maníaca. La necesidad de pelea,
es uno de los móviles de sus actos. La menor discusión lo irrita: se deja llevar por
violentas cóleras contra su interlocutor.
A medida que aumenta su excitación, los reivindicadores quieren a cualquier precio
hacer recaer sobre ellos la atención pública. La mayoría de las frases están
subrayadas dos, tres o cuatro veces; ciertas palabras están escritas con caracteres
especiales o con tinta roja. Llegan finalmente a tentativas de chantaje, a las injurias,
a las amenazas, a los actos de violencia y a veces se erigen en justicieros.
Esta híper-actividad no puede, en consecuencia, ser asimilada a una relación
secundaria y accesoria:
sólo son contingentes los modos variables a través de los cuales se manifiesta; pero
en sí misma sigue siendo una de las expresiones esenciales de la psicosis.
Evolución
El delirio de reivindicación tiene una evolución estrechamente ligada por un lado a la
irresistibilidad de la idea dominante, y por otro lado a la persistencia de la exaltación
mórbida. No hay en su evolución ninguna fase determinada. El comienzo es súbito.
Lo único que permite preverlo son los signos de degeneramiento y la impetuosidad
del carácter, el orgullo desmesurado y la susceptibilidad mórbida. Luego, desde el
momento en que acontece una causa ocasional banal, que fina la fórmula de la idea
obsesiva, la psicosis se manifiesta con todos sus síntomas.
Después evoluciona por crisis sucesivas, separadas por intermitencias más o menos
largas, “la marcha de la enfermedad es básicamente remitente”. Durante estas
intermitencias el enfermo deja de estar obsesionado, su excitación maníaca se
calma o sólo se manifiesta por medio de una leve exuberancia. Está contento
consigo mismo, no lamenta sus tribulaciones pasadas, se alegra con sus pequeños
éxitos y declara estar preparado para sostener nuevamente la lucha. Pero apenas
acontece cualquier incidente, su humor belicoso se despierta; llevado por una nueva
obsesión, retoma sus fuerzas y se deja llevar por su agitación.
La marcha progresiva del delirio se acelera a través de estas remisiones y estos
paroxismos alternantes.
Muy frecuentemente la excitación se pone al servicio de ideas obsesivas más o
menos imbricadas. Nuevos reclamos se suman a los anteriores.
La internación, generalmente, no hace más que aumentar la excitación de los
reivindicadores.
Del delirio de reivindicación debe admitirse que es un estado crónico incurable, pero
nunca se encamina hacia la demencia. Efectivamente, esta psicosis es considerada
como “un estado mórbido continuo del carácter”, como la manifestación de una
personalidad psicopática, incapaz de modificarse en su esencia.
Pero si en vez de considerar esta personalidad en sí misma se sigue la evolución de
los síntomas que hemos definido, se percibe que, a la larga, la hiperstesis efectiva
se atenúa, la excitación disminuye y termina por desaparecer. En este sentido, es
justo llegar a la conclusión de que el delirio de reivindicación puede curarse.
Accesos súbitos interpretativos y aun alucinantes pueden acontecer a título
episódico. Finalmente, podría suceder que un delirio de interpretación siguiera a un
delirio de reivindicación o se asociara a él.
Variedades
El delirio de reivindicación reviste aspectos variados según la naturaleza de la idea
prevalente; se puede en principio establecer dos grandes divisiones: 1) un delirio de
reivindicación egocéntrico o 2) un deliro de reivindicación altruista.
En los casos tipo de la primera variedad, en la base de la psicosis yace un hecho
determinado, ya sea daño real, o una interpretación sin fundamento: el enfermo
apunta sólo a la satisfacción de sus ideas egoístas, a la defensa de sus propios
intereses. Se conduce como un ser insociable, perseguidor agresivo y llega a ser
rápidamente peligroso.
El delirio de reivindicación altruista se basa, por el contrario, en una idea abstracta y
se traduce en teorías.
Inversamente, a los anteriores, estos son a veces soñadores inofensivos o aún
filántropos generosos, nocivos sólo para ellos mismos y su familia, a la que dejan en
la ruina. A menudo es verdad, su exaltación, su apego a utopías que tratan de
realizar por todos los medios, hace de ellos fanáticos temibles.
“La idea de perjuicio” es la más frecuente y convierte al enfermo en un
perseguido-posesivo: los “procesivos” son los más característicos de los
reivindicadores. La causa accidental del delirio es, o bien un proceso perdido, o bien
el rechazo de pretensiones audaces.
Bajo el nombre de “delirio razonador de despojo”, varios autores describen las
reivindicaciones más o menos violentas de algunos individuos que “expropiados sus
bienes, rechazan acertar la cosa juzgada, considerándose despojados y siempre
legítimos propietarios”.
En esta categoría, hay que incluir a los perseguidores “hipocondríacos”, que acusan
al médico que los atendió, no cesan de reclamar los daños y perjuicios y no temen
hacerse justicia por medio de un crimen.
Diagnóstico
En los pseudo-reivindicadores, no habría verdadero delirio, ni desarrollo progresivo
introduciéndose en un punto de partida único de naturaleza vesánica, al cual las
personas vuelven siempre, ni habría incorregibilidad absoluta.
Estos individuos son predispuestos patológicos, tienen una inclinación invencible
hacia las peleas, pero sin asociación de delirio. El reivindicador, fuera de lo que
concierne a su sistema delirante, permanece calmo y dispuesto a vivir tranquilo.
Sólo examinaremos en este párrafo los signos diferenciales que separa el delirio de
reivindicación del delirio de interpretación. Las dos categorías analíticas tienen
puntos en común por la analogía de sus anomalías constitucionales; sin embargo,
los estigmas físicos y mentales de degeneración están mucho más marcados en el
reivindicador; lo mismo sucede con los trastornos de la afectividad. Este último
aparece sobre todo como un espíritu exaltado, imperiosamente dominado por su
pasión; el interpretador como un espíritu falso, dirigido por sus tendencias
paralógicas.
En el primero, no se descubre un tema delirante en desarrollo progresivo, sino una
serie de períodos de excitación que sobrevienen cuando los hechos reales
emocionan profundamente al sujeto. En el segundo, es una verdadera novela
vesánica largamente preparada que se va agrandando a causa de la irradiación
progresiva de la concepción predominante y la proliferación de las interpretaciones
delirantes. El delirio de reivindicación tiene como punto de partida una idea fija: el
delirio de interpretación sólo llega secundariamente a la idea fija, luego de una lenta
incubación.
Cuando el interpretador se contenta con vivir su sueño delirante sin pasar a la
acción, nunca se lo considerará como un reivindicador; esta asimilación se produce
sólo si se convierte en un perseguidor.
Es por una causa fútil que el reivindicador se desgasta en esfuerzos múltiples,
sacrifica su honor, su libertad, su vida. La excitación del interpretador es siempre
transitoria, a veces muy pasajera; la del reivindicador está siempre en primer plano,
forma parte intrínseca de su anomalía. Aun cuando recupera la calma, el
interpretador no abandona sus quimeras y fuera de los paroxismos intercurrentes
establece la sistematización de su delirio.
El reivindicador, por lo contrario, reencuentra el sentido común desde el momento
en que su pasión declina.
El reivindicador comete pues errores de juicio, pero estas interpretaciones falsas no
sobrepasan un cierto límite: permanecen estrictamente circunscriptas al objetivo de
sus afanes. En suma, se mantiene siempre en el terreno de las realidades, mientras
que el interpretador se pierde cada vez más en el campo de las concepciones
manifiestamente delirantes.
El reivindicador, aun desnaturalizando los actos de sus adversarios, como sucede
en todos los estados pasionales, conserva la noción exacta del medio que lo rodea,
no se deja llevar por ilusiones de falso reconocimiento, ni se desvía nunca hacia el
delirio metabólico o palignóstico. No se lo ve tergiversar un incidente cualquiera ni
interpretar erróneamente. Ignora las persecuciones físicas y no atribuye a
maniobras tenebrosas la menor en sus sensaciones. Tampoco tiene ideas de
grandeza propiamente dichas. En el reivindicador están ausentes las
interpretaciones múltiples que el interpretador hace a propósito de las más
insignificantes impresiones sensoriales, sensitivas o cenestésicas, actuales o
pasadas.
El delirio de interpretación aparece en estos sujetos, con sus interpretaciones
múltiples, su sistematización, su extensión progresiva, ningún punto de partida
exacto, ningún estimulante real, sino una serie de inferencias y deducciones
basadas en hechos disfrazados.
Las psicosis pasionales – Clerambault
El paranoico delira con su carácter. El carácter es el total de emociones cotidianas
mínimas convertidas en hábito y cuya cualidad está prefijada para toda la vida y su
medida prácticamente prefijada para cada día.
En los pasionales, por el contrario, se produce un nudo ideo-afectivo inicial, en el
que el elemento afectivo está constituido por una emoción vehemente, profunda,
destinada a perpetuarse sin cesar y que acapara todas las fuerzas del espíritu
desde el primer día.
El sentimiento de desconfianza del paranoico es antiguo; la pasión del erotomaniaco
o del reivindicativo tiene una fecha precisa de comienzo. La desconfianza del
paranoico rige las relaciones del yo total con la totalidad de lo que le rodea y cambia
la concepción de su yo; la pasión del erotomaniaco y la del reivindicativo no
modifican la concepción que ellos tienen de sí mismos, ni tampoco sus relaciones
con el entorno.
El pasional, ya sea erotomaniaco, ya reivindicativo e incluso celoso, tiene desde el
inicio de su delirio una meta precisa. El delirante pasional avanza hacia una meta,
con una exigencia consciente, completa de entrada, no delira más que en el dominio
de su deseo.
La conclusión de un trabajo tal, para el sujeto, es que su personalidad, toda entera,
está o amenazada o exaltada.
El imperativo tiene a menudo puntos de vista retrospectivos, va a buscar
explicaciones en el pasado; esto significa que, contrariamente al pasional, que está
apresurado, el interpretativo disfruta; el pasional, que esencialmente es voluntario,
mira hacia el futuro.
Las primeras y principales convicciones del erotomaniaco se obtienen por deducción
del postulado. Suprimida en el delirio del pasional esta única idea que he llamado el
postulado, y todo el delirio cae. El delirio así desaparecido, el sujeto tendrá sólo el
recurso de hacer otro.
Ninguna de las convicciones del interpretativo puede ser clarificada como el
equivalente del postulado. No hay idea directiva. El postulado tiene ese carácter de
ser humano, fundamental, generador. Las convicciones explicativas del
interpretativo son secundarias e innumerables interpretaciones. El término de idea
prevalente sólo se aplica bien a los pasionales.
En el núcleo ideo-afectivo que constituye el postulado, es bien evidente que de los
dos elementos, el primero cronológicamente es la pasión.
El erotomaniaco es un excitable excitado, lo mismo que el reivindicativo.
Es cierto que los delirios pasionales son en gran medida interpretativos; pero la
interpretación es cosa constante en los estados emocionales, y en los delirios
pasionales es, en los dos sentidos de la palabra, secundaria.
Estos síndromes son psicológicos. Desde que aparecen, su entrada está marcada
por una puesta en juego de un elemento volicional que, hasta entonces, estaba
ausente: es la nota de la pasión.
En efecto, ningún pasional normal y desgraciado esconde nuestro postulado, es
decir, no cree ser amado más que él ama, ninguno pretende conocer el verdadero
pensamiento del Objeto mejor que el Objeto mismo; ninguno dirá que la conducta
del Objeto hacia él es enteramente paradójica, ni que toda una muchedumbre se
interese en su novela. No negará que el Objeto esté casado. Todos sus esfuerzos, si
los hay, parten de la idea de que podrá y puede hacerse amar, dato exactamente
inverso al del postulado.
PRÁCTICO 7. CLÍNICA PSIQUIÁTRICA DE LAS PSICOSIS.
DEMENCIA PRECOZ
Demencia precoz, o el grupo de las esquizofrenias – Bleuler
Introducción general
El nombre de la enfermedad
Llamo a la demencia precoz “esquizofrenia” porque el desdoblamiento de las
distintas funciones psíquicas es una de sus características más importantes. El
grupo incluye varias enfermedades.
La definición de la enfermedad
Con el término “demencia precoz” o “esquizofrenia” designamos a un grupo de
psicosis cuyo curso es a veces crónico, y a veces está marcado por
ataquesintermitentes, y que puede detenerse o retroceder en cualquier etapa, pero
que no permite una completa restitutio ad integrum. La enfermedad se caracteriza
por un tipo específico de alteración del pensamiento, los sentimientos, y la relación
con el mundo exterior, que en ninguna otra parte aparece bajo esta forma particular.
En todos los casos nos vemos frente a un desdoblamiento más o menos nítido de
las funciones psíquicas. Si la enfermedad es pronunciada, la personalidad pierde su
unidad. Un conjunto de complejos domina a la personalidad durante un tiempo,
mientras que otros grupos de ideas e impulsos son “segregados” y parecen parcial o
totalmente impotentes. A menudo, las ideas son elaboradas sólo parcialmente, y se
pone en relación de una manera ilógica a fragmentos de ideas para constituir una
nueva idea.
El proceso de asociación opera a menudo con meros fragmentos de ideas y
conceptos.
No se pueden demostrar trastornos primarios de la percepción, la orientación, o la
memoria. En los casos más graves, parecen faltar completamente las expresiones
emocionales y afectivas.
Están presentes muchos otros síntomas. Descubrimos alucinaciones, ideas
delirantes, confusión, estupor, manía y fluctuaciones afectivas melancólicas, y
síntomas catatónicas.
En la actualidad, dividimos a la demencia precoz, provisoriamente, en cuatro
subgrupos:
1. Paranoide. Las alucinaciones o ideas delirantes ocupan continuamente el
primer plano del cuadro clínico.
2. Catatonia: Los síntomas catatónicos dominan continuamente, o durante
períodos de tiempo muy largos.
3. Hebefrenia: Aparecen síntomas o accesorios, pero no dominan el cuadro
clínico continuamente.
4. Esquizofrenia simple: A través de todo su curso sólo pueden descubrirse los
síntomas básicos específicos.
Capítulo 1
Los síntomas fundamentales
Los síntomas fundamentales consisten en trastornos de la asociación y la
afectividad, la predilección por la fantasía en oposición a la realidad, y la inclinación
a divorciarse de la realidad (autismo).
A. Funciones simples
1. Las funciones simples alteradas
a) Asociación
En esta enfermedad, las asociaciones pierden su continuidad. De tal modo, el
pensamiento se hace ilógico y a menudo extravagante. Además las asociaciones
tienden a efectuarse siguiendo nuevas líneas, de las cuales conocemos hasta ahora
éstas: dos ideas, que se encuentran casualmente, se combinan en un pensamiento,
cuya forma lógica es determinada por circunstancias incidentales. Dos o más ideas
son condensadas en una sola.
La asociación por el sonido ostenta con frecuencia el sello esquizofrénico de lo
extravagante.
De una importancia casi igual a la de las asociaciones por el sonido, son las simples
continuaciones y complementaciones de frases cotidianas, que el esquizofrénico
puede usar de una manera totalmente inadecuada.
Con no poca frecuencia, la tendencia a la estereotipia es una causa ulterior del
descarrilamiento de la actividad asociativa del paciente. Los pacientes son
aprisionados por un círculo de ideas al cual quedan fijados.
Los pacientes hablan siempre del mismo tema, y son incapaces de interesarse por
ninguna otra cosa.
El curso de las asociaciones
En los estados maníacos ocasionales comprobamos un flujo “acelerado” en el
sentido de una fuga de ideas, y en los estados depresivos, un retardamiento.
Debemos suponer, además, que las asociaciones son aminoradas en ciertos
estados de estupor que pueden ser considerados manifestaciones de una
exacerbación de los procesos cerebrales esquizofrénicos.
Ellos mismos hablan de un “desbordamiento de los pensamientos”, porque parecen
ocurrírseles demasiadas cosas a un mismo tiempo.
El elemento formal más extraordinario de los procesos de pensamiento
esquizofrénicos es la denominada “obstrucción”. A menudo, parece que la actividad
asociativa hiciera un alto brusco y completo. Cuando se la reanuda nuevamente,
surgen ideas que tienen escasa o ninguna relación con las que antes se habían
presentado.
Lo encontramos asimismo en la esfera motriz, en las acciones, en los
recuerdos, e inclusive en el campo de las percepciones. b) Afectividad
En las formas francas de la esquizofrenia, la “deterioración emocional” ocupa el
primer plano del cuadro clínico. Una psicosis “aguda curable” se convierte en
crónica cuando comienzan a desaparecer las emociones.
Aun en las formas menos graves de la enfermedad, la indiferencia parece ser el
signo exterior de su condición; una indiferencia ante todas las cosas.
Lo que les sucede a los demás no les interesa en modo alguno.
Al comienzo de la enfermedad, comprobamos a menudo una hipersensibilidad, de
modo que los pacientes se aíslan conciente y deliberadamente para evitar todo lo
que pueda suscitarles emociones, pese a que pueden tener todavía algún interés
por la vida.
Hay muchos esquizofrénicos que, al menos en ciertos aspectos, exhiben vivas
emociones. Estas personas son unilaterales en su pensamiento, y desconsideradas
en su conducta.
Presentan una gran “labilidad afectiva” (movilidad del humor), aunque no es un
fenómeno esencial.
Mucho más notable que los rápidos cambios afectivos son las variaciones y
desplazamientos no provocados de los estados de ánimo, la aparición caprichosa
de emociones.
No puede haber ninguna duda de que la capacidad psíquica de presentar
emociones no ha desaparecido en la esquizofrenia. Pero el carácter específico de la
emoción que encontramos está determinado en gran parte por “accidente”.
Es en la esfera de la irritabilidad, cólera, y aún furia, donde encontramos con mayor
frecuencia que se conservan las emociones.
Con gran frecuencia se encuentra que el único elemento afectivo que se ha
conservado, además de la irritabilidad del paciente, es el amor paternal o maternal.
Los pacientes esquizofrénicos reaccionan de maneras diferentes ante sus
trastornos afectivos. La mayoría no es conciente de ellos, y considera su
reacción como normal. c) Ambivalencia
El mismo concepto puede estar acompañado simultáneamente por sentimientos
agradables y desagradables.
En la ambivalencia de la voluntad, el paciente quiere y no quiere comer.
Se trata de ambivalencia intelectual cuando un paciente dice sin transición: “soy un
ser humano como usted, porque no soy un ser humano”.
Los pacientes no notan las contradicciones cuando toman sus respuestas negativas
por positivas.
2. Las funciones simples intactas
Comprobamos en la esquizofrenia que la sensación, la memoria, la conciencia y la
movilidad no están afectadas directamente. Las anomalías que verificamos en esas
esferas son todas secundarias, y por ello, fenómenos meramente accidentales.
B. Las funciones compuestas
Las funciones complejas que resultan de las operaciones coordinadas de las
funciones discutidas anteriormente, tales como la atención, la inteligencia, la
voluntad y la acción, están perturbadas, por supuesto, en la medida en que lo
estén las funciones elementales de las que dependen. La vida interior asume una
preponderancia patológica. a) Relación con la realidad: Autismo
Los esquizofrénicos más graves, que no tienen más contacto con el mundo exterior,
viven en un mundo propio. Se han encerrado en sus deseos y anhelos, o se ocupan
de las vicisitudes y tribulaciones de sus ideas persecutorias; se han apartado en
todo lo posible de todo contacto con el mundo exterior.
A este desapego de la realidad, junto con la predominancia, relativa y absoluta, de
la vida interior, lo denominamos autismo.
En los casos menos graves, la importancia afectiva y lógica de la realidad está solo
algo deteriorada. Lo que está en contradicción con sus complejos, simplemente no
existe para su pensamiento o sus sentimientos.
Conversa, participan en los juegos, buscan estímulo, pero son siempre selectivos.
Se guardan sus complejos para sí mismos, no dicen nunca una sola palabra acerca
de ellos y no quieren que se los toque de ningún modo desde el exterior.
Particularmente en el comienzo de la enfermedad, estos pacientes rehúyen
conscientemente todo contacto con la realidad debido a que sus emociones son tan
fuertes que deben evitar todo lo que pueda suscitarlas.
La apatía frente al mundo externo es entonces secundaria, y brota de una
sensibilidad hipertrofiada.
La realidad del mundo autista puede también parecer más válida que la del mundo
real; entonces los pacientes toman a su mundo fantástico por real, y a la realidad
por una ilusión. Ya no creen en la evidencia de sus propios sentidos. b) Atención
En cuanto fenómeno parcial de la afectividad, la atención se ve afectada junto con
ella por la deterioración.
En la medida en que existe interés la atención parece ser normal. En cambio,
donde falta la disposición afectiva, también estará ausente el impulso a seguir los
procesos externos e internos, a dirigir la marcha de las sensaciones y los
pensamientos; esto es, no habrá una atención activa. c) Voluntad
La voluntad, en cuanto resultante de los diversos procesos afectivos y asociativos es
alternada por supuesto de varios modos, pero sobre todo por la postración
emocional. Los pacientes parecen ser perezosos y negligentes, porque ya no se
siente impulsados a hacer nada. Sin embargo, comprobamos también la forma
opuesta de debilidad volitiva, que consiste en la incapacidad del paciente para
resistir a los impulsos que provienen desde su interior o desde el exterior.
En ciertas circunstancias, puede verse lo que podríamos llamar hiperbulia. Hay
pacientes que ejecutan con la mayor energía lo que se les ha metido en la cabeza,
trátese de algo razonable o absurdo. No permitirán que nada los distraiga de su
propósito.
Por otra parte, vemos a menudo la combinación, que se encuentra con frecuencia
en las personas normales, de debilidad de la voluntad con terquedad.
d) La persona
La orientación autopsíquica es habitualmente muy normal. Los pacientes saben
quiénes son, en la medida en que las ideas delirantes no falsifiquen la personalidad.
Pero el ego nunca está totalmente intacto. Se manifiesta regularmente ciertas
modificaciones, especialmente la tendencia al “desdoblamiento”.
e) “Demencia” esquizofrénica
El trastorno esquizofrénico de la inteligencia está caracterizado con la mayor
claridad por el estado de las asociaciones y de la afectividad.
1) Actividad y comportamiento
La franca conducta esquizofrénica se caracteriza por la falta de interés, de iniciativa
y de una meta definida, por la adaptación inadecuada al medio ambiente, esto es,
por la no consideración de muchos factores de la realidad, por la confusión, y por
repentinas fantasías y peculiaridades.
Los casos más avanzados muestran el hábito de coleccionar toda clase de objetos,
útiles e inútiles, con los cuales llena sus habitaciones hasta que apenas queda
espacio para moverse.
Capítulo 2
Los síntomas accesorios
Son primordialmente los fenómenos accesorios los que hacen imposible su
permanencia en su hogar, o los que ponen de manifiesto la psicosis e indicen a
requerir el auxilio de la psiquiatría.
Los mejores conocidos de ellos son las alucinaciones e ideas delirantes. Aparte de
éstos, las perturbaciones de la función de la memoria y los cambios de la
personalidad han recibido una atención relativamente mucho menor. El habla, la
escritura, y varias funciones físicas, se alteran a menudo de una manera irregular
pero típica.
a) Alucinaciones, ideas delirantes e ilusiones
En los esquizofrénicos hospitalizados son principalmente las ideas delirantes, y en
particular las alucinaciones, las que ocupan el primer plano del cuadro clínico.
Casi todos los esquizofrénicos hospitalizados escuchan “voces” ocasional o
continuamente. Casi con la misma frecuencia se presenta ideas delirantes y
alucinaciones relacionadas con los diferentes órganos del cuerpo. Las ilusiones
ocupan un lugar decididamente secundario en relación con las alucinaciones.
El contenido de las alucinaciones esquizofrénicas puede ser provisto por cualquiera
de las cosas que percibe la persona normal, y a esto debe añadirse todas las
sensaciones que es capaz de aventar la psique enferma.
Lo habitual es que las “voces” amenacen, insulten, critiquen y consuelen en frases
breves o palabras bruscas.
Es de este modo como expresan siempre los mismos deseos, temores y
esperanzas.
La alucinación auditiva más común es la del habla. Las “voces” de nuestros
pacientes formulan todos sus impulsos y temores, y su relación alterada con el
mundo exterior.
Las amenazas y los insultos son el contenido principal y más común de estas
“voces”.
Las voces son contradictorias muy a menudo. Pueden oponerse al paciente y luego
se contradicen. A menudo diferentes voces asumen los papeles de afirmación y
negación. Aparte de sus perseguidores, los pacientes suelen escuchar a algún
protector.
La voz asimismo puede prohibir al paciente que haga precisamente lo que estaba
pensando hacer.
A veces las voces se limitan a enunciar lo que el paciente hace y piensa, de modo
análogo al síntoma llamado “nombrar”. Las voces “nombran” literalmente al objeto
visto.
Con frecuencia comprobamos en la demencia precoz el fenómeno de que los
pensamientos del paciente se hacen audibles.
La propia confusión del paciente se expresa a menudo en las voces. Magnan
encontró que, cuando se distingue entre voces buenas y malas, las primeras vienen
de arriba y las segundas de abajo.
Las ilusiones y alucinaciones de los sentidos kinestésicos y de los órganos
vestibulares están generalmente en un segundo plano del cuadro clínico.
Las ideas delirantes relativas a los órganos del habla son los más comunes. Los
pacientes creen que están hablando mientras que en realidad no lo hacen.
Entre las alucinaciones corporales esquizofrénicas, las sexuales son con mucho las
más importantes.
Las alucinaciones corporales tienen una tendencia especial a aparecer como
alucinaciones reflejas. Amenudo aparecen en la forma de abiertos ataques.
Las alucinaciones táctiles son raras, y cuando aparecen son bastante vagas,
especialmente si se las compara con las que acompañan al delirium tremens.
Ocasionalmente se sienten reptar sobre el cuerpo de los pacientes a pequeños
animales, particularmente serpientes. También se toman o se arroja objetos
alucinatorios.
En los esquizofrénicos, las cuatro características principales de las alucinaciones, la
intensidad, la claridad, la proyección y el valor de realidad, son enteramente
independientes entre sí. Cada una de ellas puede variar dentro de límites máximos
sin afectar a las demás.
Intensidad.
Casi cualquier cosa puede ser percibida alucinatoriamente; y la intensidad puede
variar. La intensidad no tiene necesariamente relación con la atención obsesiva que
prestan los pacientes a las alucinaciones aunque cuando éstas son intensas
atraerán la atención más fácilmente.
Claridad. Los pacientes creen en sus interpretaciones, que ellos timan por
percepciones.
La situación, en lo que atañe a la proyección, es muy notable. Muchas alucinaciones
son proyectadas al exterior exactamente como las percepciones reales, y no se las
puede distinguir subjetivamente de ellas. Las alucinaciones de las sensaciones
orgánicas ocupan aparentemente una posición muy especial. Para estas
alucinaciones, el cuerpo se convierte en el mundo exterior. Las alucinaciones no son
consideradas como sensaciones que indican alguna anormalidad en el cuerpo.
Aunque las alucinaciones auditivas son motivo de gran preocupación, aun los
pacientes inteligentes no están siempre seguros de escuchar realmente voces o de
verse simplemente obligados a pensarlas. Son “esos vívidos pensamientos” los que
son llamados “voces” por los pacientes. Otras veces se trata de “pensamientos
audibles” o de “voces sin sentido”.
En general, los pacientes distinguen dos clases principales: las voces que llegan
desde el exterior, como las ordinarias, y las que son proyectadas dentro de sus
propios cuerpos, que casi no tienen ningún componente sensorial, y son designadas
por lo común como voces interiores.
Éstas últimas son menos alucinaciones de percepciones que alucinaciones de
ideas.
En su mayoría el valor de realidad de las alucinaciones es tan grande como el de las
precepciones reales o aún mayor. Cada vez que la realidad y las alucinaciones
entran en conflicto, son habitualmente las últimas las consideradas reales.
En la esfera visual, están entre las más frecuentes las “verdaderas”
seudo-alucinaciones de
Kandinsky. Estas son visiones claras, y proyectadas completamente al exterior, pero
que el paciente reconoce como alucinaciones.
En este lugar podemos mencionar también a las alucinaciones negativas. Parecen
ser raras, salvo que se incluya al factor mencionado como “obstrucción”, a saber, al
fenómeno en el cual el paciente repentinamente deja de ser o de escuchar lo que
sucede en torno suyo, trátese de incidentes definidos o de todo lo que acontece a su
alrededor.
Las actitudes hacia las alucinaciones exhiben la mayor variabilidad. Muchos
pacientes, en particular durante las fases agudas, reaccionan ante ellas como si
fueran reales, y en consecuencia parecen estar, exteriormente, totalmente “locos”.
En el otro extremo, hay algunos pacientes que no parecen interesarse por ellas,
sea por astuto dominio de sí mismos o por mera indiferencia. b) Ideas delirantes
En las ideas delirantes puede encontrar expresión todo lo que se desea y teme; y en
cuanto puede juzgarse a partir del estado actual de nuestro conocimiento, muchas
otras cosas también, quizás inclusive todo lo que puede ser experimentado o
concebido.
El delirio de persecución es el que se encuentra con mayor frecuencia entre todos
los bien conocidos tipos de contenidos delirantes.
Es también muy común la idea delirante de ser envenenado.
La noción de ser envenenado se generaliza a menudo. El paciente es “maldecido”.
El delirio de grandeza es muy poco afectado por los hechos, por la posibilidad o
concebibilidad del cumplimiento de los deseos humanos.
Habitualmente el deliro de grandeza se combina con el delirio de persecución. A
menudo esto se manifiesta ya en el hecho de que se interesan por el paciente con
dos facciones o poderes, uno en su favor y otro en contra suyo.
Las aspiraciones eróticas se expresan en innumerables ideas delirantes de ser
amados o violados.
Los delirios eróticos consisten en su mayoría de una mezcla de ideas grandiosas y
de persecución.
Otra forma de idea delirante erótica expresada negativamente es la de los celos.
Las ideas hipocondríacas son de una importancia mucho mayor en estos pacientes.
La duración de las ideas delirantes. En cuanto “nociones morbosas”, las ideas
delirantes pueden durar unos pocos segundos; en cuanto “ideas fijas”, pueden
permanecer durante toda la vida. En las formas crónicas con sólo leves trastornos
de la inteligencia, la larga duración es la regla, mientras que las ideas elaboradas
durante los ataques agudos se desvanecen a menudo junto con el ataque.
Muchas ideas delirantes retroceden a un segundo plano al perder su valencia
emocional por haber sido monótonamente repetidas. Entonces dejan gradualmente
de influir sobre la conducta del paciente.
Retroceden del mismo modo cuando los pacientes pierden interés en ellas. Los
pacientes no corrigen sus ideas, sino que simplemente no piensan más en ellas. Sin
embargo, en situaciones especiales, estas ideas pueden retornar a la conciencia
mediante una asociación apropiada.
Las psicosis irreversibles (Demencia precoz)
El concepto kraepeliano de demencia precoz está constituido alrededor de la
distinción entre, por una parte, un síndrome basal caracterizado por el
doblegamiento afectivo, la indiferencia, la apatía, la ausencia de iniciativa voluntaria,
la desorganización del pensamiento y de la psicomotricidad, y por otra parte de
síntomas accesorios variados que especifican las formas clínicas de la afección.
Capítulo 1: Emil Kraepelin
El cuadro general de la enfermedad nos está permitido, por el momento, bajo el
término de demencia precoz una serie de cuadros clínicos que tienen la
particularidad común de culminar en estados de debilitamiento psíquico
característicos.
Las observaciones clínicas y anatomopatológicas reunidas hasta aquí, no permiten
dudar de que se trata, por regla general, de lesiones corticales que, en el mejor de
los casos, sólo son parcialmente reversibles.
Desde un punto de vista clínico, el mantenimiento de una distinción, en el interior de
la demencia precoz, entre tres grupos principales, se concibe perfectamente, en
tanto que existen entre estos grupos numerosas formas de pasajes que hace que no
hay una verdadera discontinuidad. Designaremos estas diferentes formas con los
términos de hebefrenia, catatonia y demencia paranoide. Todo el campo de la
demencia precoz recubre, en realidad, las entidades mórbidas que describían en
otras oportunidades bajo el nombre de “procesos demenciales”:
Trastornos psico-sensoriales
En general, la aprehensión misma de las percepciones exteriores no está
gravemente alterada en la demencia precoz. Los enfermos comprenden muy bien lo
que pasa alrededor de ellos.
Por regla general, saben dónde se encuentra, reconocen las personas presentes, y
pueden dar la fecha del día. Sólo en los estados de estupor y de angustia intensa, la
orientación puede estar más nítidamente alterada, pero es necesario decir que estos
enfermos conservan de una manera totalmente característica una perfecta
conciencia, incluso durante el curso de un acceso de agitación intensa. Además,
puede ocurrir que el sentido de la orientación esté desordenado a causa de las
ideas delirantes.
Los datos otorgados por los sentidos están con frecuencia gravemente perturbados
en nuestros enfermos a causa de la aparición de falsas percepciones. De tanto en
tanto, ellas están ahí a todo lo largo de la enfermedad; más frecuentemente tienden
a desaparecer progresivamente para sólo reaparecer de una manera remarcada en
ciertas fases de la evolución terminal. Las ilusiones auditivas son las más
frecuentes.
Trastornos de la atención
La consciencia del enfermo está, en muchos de los casos, perfectamente
conservada. Sólo está trastornada en el curso de los estados de excitación o de
estupor, al punto que, incluso en estos casos, esté tan poco alterada que no se la ve
en una primera mirada.
Por el contrario, la atención está habitualmente perturbada durante estas fases.
Incluso si se logra que uno queda, por un pequeño instante, llamar la atención del
enfermo, se observan tan sólo que presenta una gran distractibilidad que vuelve
imposible su mantenimiento bajo esas circunstancias. Lo que les falta antes que
nada a los enfermos en estos casos, es el interés, el anhelo o las motivaciones
internas para dirigir su atención sobre los hechos del entorno.
La memoria de los enfermos está relativamente poco trastornada. Son capaces a
condición de desearlo, de entregar datos exactos y circunstanciales del pasado. Del
mismo modo, las capacidades de observación está frecuentemente bien
conservadas. A pesar de todo, en el transcurso de las fases de estupor profundo, no
es raro constatar que los enfermos sólo conservan un recuerdo muy vago de ciertos
períodos de sus vidas; por otro lado, es habitualmente muy fácil obtener que los
enfermos, incluso muy pasivos, retengan algunas cifras o ciertos nombres que son
capaces, aún después de varios días o semanas, de recordarlos correctamente.
El curso del pensamiento termina siempre, más o menos rápidamente, por estar
alterado. Incluso si hacemos abstracción de la confusión que existe durante los
accesos de agitación o de estupor es una regla que cierta incoherencia del
pensamiento se instale progresivamente. En casos menos graves, esta incoherencia
aparece simplemente bajo la forma de una gran distracción o de una gran
versatilidad del pensamiento, la atención del enfermo se embota entonces
rápidamente y retorna enseguida sin razón hacia cualquier parte; o aún por la
intrusión de ciertos giros de frases inútiles o de pensamientos inadaptados;
contrariamente, en los casos más graves, se desarrolla un profundo desorden del
lenguaje con una pérdida completa de toda lógica interna y la formación de
neologismos.
Más tarde las capacidades del juicio quedan, sin excepción, gravemente
perturbadas.
Ideas delirantes
Ideas delirantes, durables o transitorias, se desarrollan con extrema frecuencia
sobre este terreno. En los primeros momentos de la enfermedad, presentan en
general una tonalidad depresiva con temas hipocondriacos, de culpabilidad y de
persecución. Un poco más tarde, se agregan ideas de grandeza, cuando no vienen
a instalarse completamente en el frente de la escena. Por regla general, todas estas
ideas delirantes quedan rápidamente tenidas de incoherencia. Por otra parte, estas
ideas, lejos de permanecer inquebrantables, se modifican, por el contrario, muy
rápidamente en su contenido por el abandono de ciertos temas, en provecho de
otros nuevos. En el mejor de los casos ciertas ideas delirantes se mantienen, sin
extenderse más, durante un momento, o bien no reaparecer más que por
momentos, o aun desaparecen totalmente y de manera definitiva. Sólo es en
algunas de nuestras observaciones, que ligamos a las formas paranoides, cuando
las ideas se han mantenido durante un período bastante largo. Apatía emocional
Es al nivel de la afectividad de los enfermos que uno constata perturbaciones
intensas e impactantes. Al inicio de la enfermedad, es extremadamente frecuente
ver desarrollarse estados de tristeza, de ansiedad, acompañados a veces de una
viva agitación. Hay que dar aquí mucha más importancia a la instalación, que se
hace sin excepción, de un deterioro más o menos acentuado de la afectividad que a
estos estados transitorios, porque ella constituye finalmente lo esencial del
desarrollo de la enfermedad.
Trastornos de la voluntad
Es en estrecha relación con los desórdenes profundos de la afectividad que se
despliegan trastornos importantes del comportamiento y las acciones, trastornos
que dan al conjunto del cuadro clínico un sello bien particular. Es una disminución
de los impulsos voluntarios que aquí parece ser el desorden fundamental, donde la
voluntad es inexistente.
Por otra parte, esta excitabilidad habitualmente se acompaña con una ligera
modificación de impulsos a actuar durante el comportamiento general. Todos estos
comportamientos aberrantes se desarrollan habitualmente de manera muy violenta y
extremadamente rápida, a partir del momento en que surgen los impulsos que los
provocan. Actúan impulsivamente, sin predisponerse en lo más mínimo sobre el
motivo que los empuja, incluso si, retroactivamente, buscaran explicar sus actos de
manera racional.
Esta incapacidad para controlar la emergencia de tales impulsos, no se encuentra
sólo durante las fases de excitación, sino también muy a menudo en las fases de
estupor de la demencia precoz. Por otra parte, estas fases, están dominadas por la
obstrucción de la voluntad; cada impulso causado por ésta, se encuentra al mismo
tiempo aniquilada por una fuerza contraria. Así es como aparece uno de los signos
importantes de esta patología, es decir, el negativismo. Las influencias externas
anda pueden hacer sobre este negativismo, cuya extensión e intensidad son, por
otra parte, muy variables; por el contrario, puede suceder que impulsos internos
logren quebrantarla, a tal punto que enfermos, hasta ese momento perfectamente
apáticos, se dedican a realizar cualquier acción insensata, además con mucha
energía y rapidez, hasta que eventualmente se dejan sumergir nuevamente en su
estado anterior.
Sin embargo, es necesario decir que en general, cuando estos impulsos lograron
emerger una vez, ya no desaparecen tan pronto; al contrario, tienden a reaparecer
en un intervalo más o menos corto. Así es como se instalan toda clase de
estereotipias gestuales y actitudes que caracterizan considerablemente el cuadro de
la catatonia, o más tarde verbigeraciones, y finalmente el manierismo.
En la demencia precoz, es necesario insistir sobre un signo que le es muy frecuente,
es decir, la aparición de un automatismo de comando, que probablemente hay que
relacionar con la importante alteración de la voluntad y la desaparición de las
motivaciones y de las inhibiciones propias del individuo.
Las capacidades para el trabajo del enfermo están, sin excepción, sensiblemente
alteradas. A cada instante es necesario estimularlos, ya que se aferran a la más
pequeña dificultad que se les presenta y no logran adaptarse a ningún cambio de
las condiciones de trabajo.
Trastornos somáticos
Es necesario señalar aquí lo ataques. Se trata en la mayoría de los casos de
síncopes o de convulsiones epileptiformes que son aisladas en algunos enfermos, y
más frecuentes en otros.
En fin, se observó muy frecuentemente también en este cuadro calambres y
parálisis de tipo histérico, afonías, contracturas localizadas, embotamientos súbitos,
etc. En muchos seguimientos encontramos movimientos anormales incesantes de
tipo coreicos para los cuales elegí el término de “ataxia atestósica” que las
caracteriza, creo, bastante bien.
Generalmente, los reflejos óseo-tendinosos son, de manera muy significativa,
exagerados, igualmente es frecuente encontrar una argumentación de la
excitabilidad muscular y nerviosa. Habitualmente las pupilas están claramente
dilatadas, en particular en el curso de los estados de agitación; se observa a veces
desigualdades pupilares bastante marcadas pero variables, así como un desorden
bulbar. En numerosos casos, la secreción salivar parece aumentar. La actividad
cardíaca está sometida a grandes variaciones, unas veces amenguadas, otras
relativamente aceleradas, lo más habitual es débil e irregular.
Pude observa con mucha frecuencia un aumento difuso del volumen de la tiroides,
aumento que por otra parte desapareció sin más razón que la instalación de la
enfermedad, o aún se modificó de manera espectacular en el curso de la evolución
de la afección.
El sueño de los enfermos está profundamente trastornado a todo lo largo de la
evolución de la enfermedad, incluso mientras están aparentemente calmos. La
alimentación puede ir de la anorexia total hasta la más grande bulimia.
Capítulo 4
Diagnóstico diferencial
Es muy probable que estemos aquí en relación con diferentes modalidades
evolutivas mórbidas que tengan el mismo punto de partida, constituido por lesiones
o desórdenes al nivel de ciertas regiones cerebrales.
Uno se ve, a veces, llevado a distinguir las formas hebefrenicas de evolución lenta
de los estados neurasténicos. Los signos de debilidad mental, el aspecto insensato
de quejas hipocondríacas, la ausencia de la capacidad de juicio, la indiferencia con
respecto a la actitud tranquilizadora del médico, la actitud alelada, la ausencia de
mejoría durante los momentos de alivio y por fin, manifestaciones más o menos
evidentes de automatismos de comando y de negativismo, adquieren ahora todo su
valor. Incluso la existencia de alucinaciones sensoriales y de actos impulsivos
aparece a favor de la demencia precoz.
El diagnóstico entre la demencia precoz y la parálisis general puede transformarse
en extremadamente difícil cuando los signos somáticos, característicos de esta
última, faltan en un sujeto de mediana edad. Las manifestaciones psíquicas pueden
asemejarse mucho. La declinación del espíritu es habitualmente más rápida y más
masiva en el curso de la parálisis general. Por último, aquí los desórdenes se
manifiestan, ante todo, en la comprensión, la orientación, la memoria y la capacidad
de atención, mientras que contra toda previsión, en la demencia precoz estos
elementos quedan preservados durante mucho tiempo, mientras que el
embotamiento y la debilidad del juicio aparecen más temprano. La instalación de un
manierismo persistente refleja la eventualidad de una demencia precoz bastante
probable, mientras que una disartria, acompañada de trastornos de los reflejos
pupilares y de la coordinación de los movimientos, está seguramente más bien del
lado de un diagnóstico de parálisis general.
Es frecuente confundir los estados de confusión que aparecen al inicio de la
enfermedad con los estados de amentía. En la medida en que se acepta distinguir
las psicosis de agotamiento y las psicosis reaccionales de la demencia precoz, que
es de una naturaleza fundamentalmente diferente, hace necesario dar aquí todo su
peso a la presencia de un negativismo y de estereotipias. En general, el
automatismo de comando, incluso si no está totalmente ausente, está mucho menos
desarrollado en la amentia propiamente dicha. Además, la elaboración de las
percepciones y especialmente la atención y la orientación están mucho más
comprometidas en la amentia. Los enfermos son incapaces, más allá de su buena
voluntad, de resolver problemas intelectuales que impliquen varias secuencias
lógicas o concentrarse sobre sus más simples conocimientos, ya que
constantemente pierden el hilo conductor de sus pensamientos y se dispersan en
reminiscencias que no guardan ningún lazo entre ellas; por el contrario, frente a una
única pregunta pueden dar una respuesta inmediata y adaptada. Opuestamente, los
enfermos que padecen de demencia precoz no dan ninguna respuesta o bien da
una respuesta totalmente aberrante, mientras que son capaces de sorprendernos
con una narración coherente, una observación apabullante por su exactitud y su
lógica, e incluso de realizar performances intelectuales de alto nivel y de
mostrarnos hasta qué punto dominan ciertas cuestiones de historia o de geografía.
Además, se constata en el curso de la amentia una variabilidad muy marcada del
humor, que se modifica aparentemente sin razón. Contrariamente, lo que en general
impacta de golpe en la demencia precoz, es la falta evidente de una real
participación afectiva, tanto como el embotamiento y la indiferencia. Así es como se
ve a los enfermos aquejados de armentía seguir con intensa
atención todo lo que pasa alrededor de ellos, incluso aunque no lo comprendan muy
bien, mientras que los enfermos aquejados de demencia precoz,sólo parecen
participar bizarramente muy poco respecto de lo que sin embargo percibieron y
comprendieron perfectamente. Concluyamos recordando que raramente se
encuentra en el origen de la demencia precoz un estado de agotamiento, mientras
que éste precede siempre a la amentía.
Llegué a confundir los estados de inicio catatónicos con los estados epilépticos. El
diagnóstico diferencial encuentra aún otra dificultad cuando se trata de distinguir el
negativismo de los catatónicos y la reticencia ansiosa de los epilépticos. En
principio, las percepciones y la orientación están más perturbadas en el curso de las
crisis epilépticas que en las catatónicas. Además, la existencia de respuestas
aberrantes a preguntas simples y, paradojalmente, realizaciones rápidas y
adaptadas, están más netamente a favor de la catatonia.
En la epilepsia, es más bien un humor ansioso o eufórico que aparece con toda
evidencia en primer plano; en la catatonia no es tanto impulsivo como dominado o
por las ideas y las impresiones delirantes, que siempre terminan por traslucirse en el
discurso y los actos. Es la anamnesia y luego la evolución ulterior que en general
permiten esclarecer el diagnóstico.
Lo que muestra un máximo de dificultades es la distinción entre el inicio de una
demencia precoz y el primer acceso depresivo de una locura maníaco-depresiva. La
instalación precoz de alucinaciones múltiples y de ideas delirantes insensatas, debe
siempre hacer sospechar una catatonia. Es característico que el humor del
catatónico sea independiente del contenido de sus representaciones delirantes, no
participa en lo más mínimo de los eventos que lo rodean. Por el contrario, en las
depresiones circulares, nunca faltan la ansiedad y una profunda tristeza interior.
Por fin, es esencial no confundir el negativismo de los catatónicos con la reticencia
ansiosa y la inhibición que se encuentra en la locura maníaco-depresiva. En el
primer caso, toda tentativa de movilización física se topa con una resistencia cérea,
mientras que simples manipulaciones dolorosas e incluso de graves amenazas no
conducen a reacciones notables. Finalmente, esta resistencia puede por sí misma o
por intermedio de una solicitación prudente, transformarse repentinamente en
automatismos de comando. En el segundo caso, al contrario, la resistencia surge
desde el momento en que aparece una amenaza. Por oposición, el catatónico
estuporoso, en general, sólo se mueve muy poco o incluso nada. Mientras actúa, no
lo hace con la lentitud de los maníacos-depresivos, sino más bien con una increíble
rapidez, mientras que los inhibidos el menor movimiento sólo pueden efectuarlo muy
lentamente y con una evidente reticencia. En los catatónicos, el impulso inicial
puede interrumpirse rápidamente, ser efectuado al revés, y mientras que se le
prolongan los estímulos verbales, transformarse en lo contrario. En todos los casos,
es la existencia de un humor alegre, de una atención activa en medio de un
desorden relativamente importante del pensamiento, así como de un
comportamiento bien adaptado aunque expansivo en el maníaco, lo que debería
distinguir fácilmente de la euforia ingenua o la indiferencia del catatónico cuyas
acciones son totalmente desordenadas.
La existencia de trastornos somáticos permite, en una primera aproximación;
eliminar los estados de estupor paralíticos. Además, las perturbaciones de la
conciencia y de las percepciones son habitualmente más profundas, y la memoria y
la atención están mucho más afectadas. El negativismo aparente termina siempre
por ceder al cabo de un momento, y se limita en general a un mutismo. Lo que se
podría clasificar de actos impulsivos, se resume de hecho en algunos movimientos
estereotipados aislados, y en la parálisis general sólo se encuentran vagos índices
de manierismo, respuestas inadaptadas y una confusión de lenguaje.
Del mismo modo, es muy importante diferenciar los accesos maníacos de los
estados de excitación que pueden sobrevenir en el curso de la demencia precoz, y
especialmente de la catatonia. Los maníacos son menos lúcidos que los
catatónicos, que pueden, incluso en un estado de furor intenso, estar muy
conscientes de lo que los rodea. Al contrario, en el curso de los estados de
excitación maníaca graves, se encuentra un desorden considerable de las
percepciones, del pensamiento y de la orientación. El discurso de los catatónicos
está mucho más a menudo desprovisto de sentido, mientras que los maníacos
conservan un mínimo de coherencia en sus desarrollos del pensamiento. La
atención de los catatónicos se vuelca muy poco hacia el exterior, aunque sus
posibilidades hacia el exterior, aunque sus posibilidades de aprehensión estén
conservadas. Inversamente, el maníaco percibe todo de manera inexacta y
fluctuante, pero cualquier cosa puede despertar su interés. Por fin, en la manía, el
humor es exaltado, alegre o colérico, mientras que es tonto, pueril, turbulento o
indiferente en la catatonia. Igualmente hay que aceptar que las gesticulaciones del
catatónico no tienen ningún objetivo, mientras que la imperiosa necesidad de acción
del maníaco tiene en su conjunto una significación que está en relación con el
entorno. La necesidad de gesticulación de los catatónicos se limita a un espacio
restringido, mientras que el maníaco busca en todas partes una ocasión de agitarse.
Hay que agregar que en la catatonia, los gestos tiene un carácter compulsivo y
afectado, que muestran un marcado manierismo así como actos impulsivos, lo que
se opone al comportamiento natural, sano y mucho más comprensible del maníaco.
En otros términos, en la manía las percepciones, el pensamiento, la orientación,
están relativamente más trastornadas que en la catatonía, en la cual, al contrario,
los afectos, el comportamiento y especialmente el lenguaje están alterados, a causa
del proceso patológico, de manera bien específica.
Los estados severos de excitación en el paralítico pueden parecer, de muy cerca,
ciertos estados catatónicos.
Hay que dar toda su importancia a la profunda confusión en la que se encuentra el
paralítico en el curso de semejantes estados. Algunos accesos de excitación de los
catatónicos parecen muy cercanos a ciertos estados histéricos. Para llegar a un
diagnóstico diferencial, es necesario antes que nada, dar todo su valor a la
debilidad mental del catatónico, a la incoherencia del curso de su pensamiento, a la
ausencia de sus capacidades de juicio, al carácter extraño de sus intuiciones y de
sus asociaciones de ideas, a su aspecto atontado así como a la monotonía y a la
ausencia de objetivos de sus actos. Además, la existencia de ideas delirantes y de
alucinaciones intensas, facilitarían el diagnóstico de catatonia así como la evolución
ulterior.
Las numerosas formaciones delirantes que aparecen en el curso de la demencia
precoz dan lugar a menudo al diagnóstico de paranoia. Las formas paranoides de
estos estados evolucionan siempre, en un período relativamente corto, hacia una
simple debilidad de espíritu sin formaciones delirantes claramente marcadas, o bien
hacia una confusión en el curso de la cual no se puede hablar en lo más mínimo de
la existencia de un “sistema” ni de una continuidad en el interior de las ideas
delirantes. En la paranoia misma, las ideas delirantes se desarrollan siempre de
manera muy progresiva, en el curso de los años. En la paranoia el deliro se
presenta como una explicación y la interpretación mórbida de acontecimientos
reales. La co-existencia en sí mismos de pensamientos patológicos y de
pensamientos sanos, permanece inalterable hasta el final.
EN la demencia precoz, las ideas delirantes, desde luego, desaparecen de múltiples
maneras o son reemplazadas por otras. En el paranoico el núcleo del delirio siempre
queda igual.
El comportamiento exterior, tanto como las facultades quedan, por lo común,
rápidamente alteradas en la demencia precoz, frecuentemente se instalan tanto
manifestaciones de estereotipia como de manierismos, e incluso a veces, hacia el
final, desórdenes totales del lenguaje, llegando incluso a neologismos. El paranoico,
al contrario, conserva exteriormente el aspecto de un sujeto sano, quedando
muchas veces totalmente capaz de alcanzar buenas performances en algunas
áreas, incluso aunque siempre tenga un pequeño deterioro de las facultades
mentales. Jamás presenta signos de catatonia y conserva siempre el orden de sus
pensamientos y de sus actos. En la demencia precoz se encuentran variaciones del
estado mórbido, aparentemente sin motivos, excitaciones ansiosas o eufóricas,
estados de estupor, períodos de remisión total; mientras que la paranoia evoluciona
siempre de manera uniforme, solamente con discretos cambios.
Los estados terminales de la demencia precoz se pueden prestar a confusión con
la imbecilbilidad. Puede volverse difícil mientras no se tenga ningún elemento de
la anamnesis o bien cuando uno se encuentra frente a un simple debilitamiento
mental, o aun frente a cierto grado de debilidad mental que exista desde la
infancia y que sólo mostró un agravamiento por el proceso hebefrénico. Lección
3: Demencia Precoz – Kraepelin
Los pacientes se consideran enfermos, pero que no tienen sin embargo una noción
precisa de los trastornos que experimentan ni de sus características.
Hay una disminución de los sentimientos afectivo.
Esta ausencia de reacción tan especial y tan marcada a todo tipo de estímulo,
coincide con la conservación de la inteligencia, y de la memoria.
Se trata de un estado mórbido particular, se traduce por la degradación de la
inteligencia y de la afectividad.
De tiempo en tiempo se encuentran excitados.
La risa tonta y vacía es un síntoma frecuente de esta patología. Otros signos de
gran valor son las muecas, las contorsiones, los finos temblores del rostro.
Observemos también la tendencia a usar un lenguaje estrafalario, a hacer palabras
por asonancia, sin preocuparse por el sentido. Estos enfermos tienen un mundo
característico y bien particular de dar la mano: se les tiende en efecto la mano
abierta, ellos ponen la suya rígida. Este fenómeno se muestra siempre muy claro en
la D.P.
La D.P. comienza por una fase de depresión, susceptible de crea alguna confusión
con uno de los estados melancólicos.
Sufren de obediencia automática.
Tenemos derecho de plantear como regla que todos los estados de depresión con
alucinaciones sensoriales, muy marcadas al comienzo, o con delirios estúpidos, son
en general la primera fase de la D.P. Además, las modificaciones de la emotividad, a
pesar de ser constantes, son poco apreciables. Ellas contribuyen, por consiguiente,
apenas en el establecimiento del diagnóstico.
Si bien es cierto que los estados de viva ansiedad o de gran depresión son
susceptibles de abrir la escena, la emotividad, llegamos a verificarlo, muy
rápidamente se diluye, e incluso en ausencia de toda manifestación exterior.
Los rasgos fundamentales son: emotividad debilitada, ausencia de voluntad
espontánea, sugestionabilidad.
Además las alucinaciones sensoriales, la manera bien particular de tender la mano
confirma aún más nuestro diagnóstico
Psicosis basadas en el automatismo – Clerembault
1. Construcción de las psicosis alucinatorias llamadas sistemáticas
El término automatismo mental es susceptible de aceptaciones más o menos
vastas. Lo empleamos en un sentido extremadamente restringido para designar
cierto síndrome clínico que contiene fenómenos automáticos de tres órdenes: motor,
sensitivo e ideoverbal. Este síndrome engloba a todos los tipos de alucinación
conocidos; sin embargo, el término automatismo verbal es más comprensivo que el
término alucinación.
Este síndrome es el elemento inicial, fundamental, generador de las psicosis
alucinatorias crónicas, llamadas psicosis sistematizadas y progresivas. El núcleo de
dicha psicosis está en el automatismo, siendo la ideación secundaria.
El delirio de persecución alucinatorio no deriva de la idea de persecución, la idea de
persecución no crea las alucinaciones: son las alucinaciones las que crean las ideas
de persecución. El carácter persecutorio está claramente desarrollado, es porque
preexistía el automatismo bajo la forma ya sea de paranoia, ya sea de psicosis
interpretativa, una psicosis de persecución completa, es decir con trastornos
sensoriales por una parte y trastornos profundos de la afectividad, por otra parte.
Los primeros trastornos experimentados en el terreno ideoverbal (especialmente eco
del pensamiento) son de tenor neutro y pueden persistir mucho tiempo, en
ocasiones incluso indefinidamente, sin modificar el carácter del enfermo y sin el
agregado de delirio.
2. Origen de las alucinaciones
Las alucinaciones ideoverbales deben ser encarnadas sólo en bloque y asimiladas,
en naturaleza, a las alucinaciones sensitivas de todo tipo, y a las alucinaciones
motrices, constituyendo estostres grupos un tiple automatismo de origen unívoco.
Tal triple automatismo es una secuela tardía de infección o de intoxicación.
A una edad avanzada, sólo las células nerviosas más elevadas serían susceptibles
de ser afectadas, entre estas células superiores el impacto sufrido no será
destructivo sino que pervertirá la función.
Los impactos nerviosos de una misma infección van restringiéndose con la edad.
El periodo de latencia entre la infección y la psicosis, con la edad, e
independientemente de la edad, es un factor de reparto asistemático.
3. El delirio, reacción secundaria
La idea delirante es la reacción de un intelecto y una afectividad a los trastornos de
automatismo, surgidos espontáneamente y que sorprenden al enfermo, en la mayor
parte de los casos, en pleno período de neutralidad afectiva y de quietud intelectual.
1. Dentro del automatismo sensitivo incluimos todos los modos de sensibilidad.
2. Los trastornos cenestésicos se prestan muy especialmente a la interpretación
porque son innumerables, variados, indecibles, angustiantes por sí mismos,
frecuentemente enigmáticos en todos los casos.
La extrañeza de las explicaciones corresponde a la extrañeza de las sensaciones.
Esta extrañeza de las sensaciones es un estimulante muy especial para la
imaginación, y pone en juego todas las latencias supersticiosas.
La tendencia a la explicación exógena puede acentuarse y desarrollarse como idea
de persecución.
3. Las alucinaciones visuales son intrínsecamente neutras, la ansiedad las disipa,
un estado de euforia las favorece.
4. La constructividad delirante tiene por causas: primero, la forma afectiva del
sujeto; en segundo lugar, su forma intelectual, y en tercer lugar, la concordancia
entre la tonalidad alucinatoria, por una parte, y las disposiciones afectivas e
intelectuales, por otra.
En resumen, la naturaleza y la riqueza de la construcción delirante son función de
tres órdenes de causas: modalidades alucinatorias, modalidades psíquicas y
congruencias entre distintas modalidades.
4. Sede de las sensaciones parasitarias
Las alucinaciones de sede más central, o al menos las más próximas al centro
deben ser las más complejas en sí, y muy a menudo están asociadas.
Las sensaciones alucinatorias, incluso muy simples, aparecen en el mayor número
de los casos como extrañas y como extranjeras: extrañeza intrínseca y extranjería
casi inmediatamente supuesta. Son extrañas, dicho de otro modo, insólitas,
inefables e indecibles, de apariencia totalmente artificial.
En la mayor parte de las sensaciones alucinatorias de los crónicos, existe un
carácter particular de incompletud. Esta incompletud parecer ser la traducción de
una puesta en juego no integral ni regularmente seriada de elementos receptivos
conexos.
TEÓRICO 8: UNIDAD 10 ELABORACIÓN FREUDIANA DE LAS
PSICOSIS
Neuropsicosis de defensa
III
Existe una modalidad defensiva que consiste en que el yo desestima la
representación insoportable junto con su afecto y se comporta como si la
representación nunca hubiera compadecido. Sólo que en el momento en que se ha
conseguido esto, la persona se encuentra en una psicosis que no admite otra
clasificación que “confusión alucinatoria”.
El contenido de una psicosis alucinatoria consiste justamente en realzar aquella
representación que estuvo amenazada por la ocasión a raíz de la cual sobrevino la
enfermedad. Así, es lícito decir que el yo se ha defendido de la representación
insoportable mediante el refugio en la psicosis. El yo se arranca de la
representación insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con un
fragmento de la realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esa operación, se
deshace también, total o parcialmente, de la realidad objetiva.
Las tres variedades de la defensa aquí descritas, y, por tanto, las tres formas de
enfermar a que esa defensa lleva, pueden estar reunidas en una misma persona.
En las funciones psíquicas cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de
excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad; algo que es
susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por
las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una carga eléctrica por
la superficie de los cuerpos.
Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa – Freud.
III. Análisis de un caso de paranoia crónica.
También la paranoia es una psicosis de defensa, que proviene, lo mismo que la
histeria y las representaciones obsesivas, de la represión de recuerdos penosos, y
que sus síntomas son determinados en su forma por el contenido de lo reprimido.
Las alucinaciones de la paciente no eran otra cosa que fragmentos tomados del
contenido de las vivencias infantiles reprimidas, síntomas del retorno de lo
reprimido.
Estas “voces” no podían ser unos recuerdos reproducidos por vía alucinatoria, como
las imágenes y sensaciones, sino que eran más bien unos pensamientos “dichos en
voz alta”.
Las voces debían su génesis, entonces, a la represión de unos pensamientos que
en su resolución última significaban en verdad unos reproches con ocasión de una
vivencia análoga al trauma infantil; según eso, eran síntomas del retorno de lo
reprimido, pero al mismo tiempo consecuencias de un compromiso entre resistencia
del yo y poder de lo retornante, compromiso que en este caso había producido una
desfiguración que llegaba a lo irreconocible.
Le queda a Freud todavía valorizar los esclarecimientos obtenidos de este caso de
paranoia para una comparación entre la paranoia y la neurosis obsesiva. Aquí como
allí se ha comprobado que la represión es el núcleo del mecanismo psíquico; lo
reprimido es en ambos casos una vivencia sexual infantil. Los síntomas de la
paranoia admiten una clasificación semejante a la que se probó justificada para la
neurosis obsesiva.
Una parte de los síntomas brota igualmente de la defensa primaria, a saber: todas
las ideas delirantes de la desconfianza, la inquina, la persecución de otros. En la
neurosis obsesiva, el reproche inicial ha sido reprimido (desalojado-suplantado) por
la formación del síntoma defensivo primario: desconfianza de sí mismo. Así se
reconoció la licitud del reproche, y entonces, para compensar eso, la vigencia que el
escrúpulo de la conciencia moral adquirió en el intervalo de salud protege de dar
crédito al reproche que retorna como representación obsesiva. En la paranoia, el
reproche es reprimido por un camino que se puede designar como proyección,
puesto que se erige el síntoma defensivo de la desconfianza hacia otros; con ello se
le quita reconocimiento al reproche, y, como compensación de esto, falta luego una
protección contra los reproches que retornan dentro de las ideas delirantes.
Hallamos en la paranoia otra fuente para la formación de síntoma; las ideas
delirantes que llegaron a la conciencia en virtud del compromiso proponen
demandas al trabajo de pensamiento del yo hasta que se las pueda aceptar exentas
de contradicción.
Manuscrito H. Paranoia – Freud
La representación delirante se clasifica en la psiquiatría junto a la representación
obsesiva como una perturbación puramente intelectual, y la paranoia junto a la
locura obsesiva como psicosis intelectual. Una vez que la representación obsesiva
se ha reconducido a una perturbación afectiva es forzoso que la representación
delirante caiga bajo la misma concepción; por tanto, también ella es la consecuencia
de unas perturbaciones afectivas y debe su intensidad a un proceso psicológico.
La paranoia crónica en su forma clásica es un modo patológico de la defensa. Uno
se vuelve paranoico por cosas que no tolera, suponiendo que uno posea la
predisposición psíquica peculiar para ello.
La paranoia tiene, por tanto, el propósito de defenderse de una representación
inconciliable para el yo proyectando al mundo exterior el sumario de la causa que la
representación misma establece.
Ese traslado se trata del abuso de un mecanismo psíquico utilizado con harta
frecuencia dentro de lo normal: el traslado o proyección. Ante cada alteración
interior, tenemos la opción de suponer una causa interna o una externa. Si algo nos
esfuerza a apartaros del origen interno, naturalmente recurrimos al origen externo.
En segundo lugar, estamos habituados a que nuestros estados interiores se
denuncien ante los otros. Esto da por resultado el delirio normal de ser notado, y la
proyección normal. Y normal es mientras a todo esto permanezcamos conscientes
de nuestra propia alteración interior. Si la olvidamos, nos queda sólo la rama del
silogismo que lleva hacia afuera, y de ahí la paranoia. Por tanto, abuso del
mecanismo de proyección a los fines de la defensa.
¿Rige esta concepción también para otros casos de paranoia? Yo opinaría que para
todos.
El paranoico litigante no se concilia con la idea de haber obrado mal, o de tener que
separarse de sus bienes.
En consecuencia, el juicio no es conforme a derecho, él no ha obrado mal, etc.
El alcohólico nunca se confesará haberse vuelto impotente por la bebida. Puede
tolerar mucho alcohol, más no tolera en igual grado esa intelección. Por ende, es la
esposa la culpable (delirio de celos).
Pero lo que así se genera no es siempre forzosamente un delirio de persecución. Un
delirio de grandeza consigue, quizá todavía mejor, mantener apartado del yo lo
penoso.
En todos los casos, la idea delirante es sustentada con la misma energía con que el
yo se defiende de alguna otra idea penosa e insoportable. Así, pues, aman el delirio
como a sí mismos.
¿Cómo se comporta esta forma de la defensa con las ya consabidas?
• Confusión alucinatoria: la representación inconciliable íntegra es mantenida
apartada del yo, lo cual sólo es posible a expensas de un desasimiento
parcial del mundo exterior. Se llega a unas alucinaciones que son amistosas
para con el yo y que sostienen la defensa.
• Paranoia: contenido y afecto de la representación inconciliable se conservan,
en total oposición al caso anterior, pero son proyectados al mundo exterior.
Alucinaciones que se generan en variadas formas; son hostiles al yo pero
sostienen la defensa.
Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito
autobiográficamente – Freud.
III
El carácter paranoico reside en que para defenderse de una fantasía de deseo
homosexual se reacciona, precisamente, con un delirio de persecución de esa
clase.
Indagaciones nos han llamado la atención sobre un estadio en la historia evolutiva
de la libido, estadio por el que se atraviesa en el camino que va del autoerotismo al
amor de objeto. Se lo ha designado “narzissismus”. Consiste en que el individuo
empelado en el desarrollo, y que sintetiza en una unidad sus pulsiones sexuales de
actividad autoerótica, para ganar un objeto de amor se toma primero a sí mismo, a
su cuerpo propio, antes de pasar de este a la elección de objeto en una persona
ajena. Una fase así, mediadora entre autoerotismo y elección de objeto, es quizá de
rigor en el caso normal. En este sí-mismo tomado como objeto de amor puede ser
que los genitales sean ya lo principal. La continuación de ese camino lleva a elegir
un objeto con genitales parecidos; por tanto, lleva a la heterosexualidad a través de
la elección homosexual de objeto. Tras alcanzar la elección de objeto heterosexual,
las aspiraciones homosexuales no son canceladas ni puestas en suspenso, sino
meramente esforzadas a apartarse de la meta sexual y conducidas a nuevas
aplicaciones.
Se conjugan entonces con sectores de las pulsiones yoicas para constituir con ella,
como componentes “apuntalados”, las pulsiones sociales, y gestan así la
contribución del erotismo a la amistad, la camaradería, el sentido comunitario y el
amor universal por la humanidad.
En Tres ensayos de una teoría sexual Freud formuló la opinión de que cada estadio
de desarrollo de la psicosexualidad ofrece una posibilidad de “fijación” y, así, un
lugar de predisposición. Personas que no se han soltado por completo del estadio
del narcisismo están expuestas al peligro de que una mera alta de libido que no
encuentre otro decurso someta sus pulsiones sociales a la sexualización, y de ese
modo deshaga las sublimaciones que había adquirido en su desarrollo. A semejante
resultado puede llevar todo cuanto provoque una corriente retrocedente de la libido
(“regresión”). Puesto que en nuestros análisis hallamos que los paranoicos procuran
defenderse de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos
vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el
tramo entre autoerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su
predisposición patológica.
Introducción al narcisismo – Freud.
I
El término narcisismo proviene de la descripción clínica y fue escogido por Nacke
para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un
trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual. En este cuadro el
narcisismo cobra el significado de una perversión que ha absorbido toda la vida
sexual de la persona.
Resultó después evidente a la observación psicoanalítica que rasgos aislados de
esa conducta aparecen en muchas personas aquejadas por otras perturbaciones.
Por fin, surgió la conjetura de que una colocación de la libido definible como
narcisismo podía entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro
del desarrollo sexual regular del hombre. El narcisismo, en este sentido, no sería
una perversión sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de
autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo.
Los enfermos que Freud propuso designar “parafrénicos” muestran dos rasgos
fundamentales de carácter: el delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés
respecto del mundo exterior. También el histérico y el neurótico obsesivo han
resignado el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que en modo alguno
han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la
fantasía; vale decir: han sustituido o los han mezclado con estos, por un lado; y por
el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían
conseguir sus fines en esos objetos.
En la esquizofrenia la libido sustraída del mundo exterior fue conducida al yo, y así
surgió una conducta que podemos llamar narcisismo. Ahora bien, el delirio de
grandeza no es por su parte una creación nueva, sino la amplificación y el
despliegue de un estado que ya antes había existido. Así, nos vemos llevados a
concebir el narcisismo que nace por replegamiento de las investiduras de objeto
como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de otro, primario,
oscurecido por múltiples influencias.
Vemos también a grandes rasgos una oposición entre la libido yoica y la libido de
objeto. Cuanto más gasta una, tanto más se empobrece la otra. El estado del
enamoramiento se nos aparece como la fase superior de desarrollo que alcanza la
segunda; lo concebimos como una resignación de la personalidad propia en favor
de la investidura de objeto y discernimos su opuesto en la fantasía de “fin del
mundo” de los paranoicos. En definitiva concluimos que al comienzo están juntas en
el estado del narcisismo y son indiscernibles para nuestro análisis grueso, y sólo
con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía sexual, la
libido, de una energía de las pulsiones yoicas.
Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo
una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las
pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que
agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se
constituya.
PRÁCTICO 8: EJE: PSICOSIS MANIACO-DEPRESIVA
Estados mixtos de locura maníaco-depresiva Lección 8 – Kraepelin
Todas sus exteriorizaciones volitivas son inadecuadas, sin objetivo. Ya hemos visto
estados de estupor semejantes en la catatonía y en la depresión circular
especialmente, también se encuentran en la epilepsia, el histerismo y la parálisis. El
hábito no es de depresión, sino siempre de alegría manifiesta, la tendencia es
destruir, adornarse y bromear.
Todo el curso clínico de la enfermedad, cuyos ataques aislados terminan por el
restablecimiento, concuerda con el de la locura maniaco-depresiva. Aquí las
manifestaciones de la excitación maníaca se han mezclado de modo extraño con las
correspondientes a la depresión. La disposición alegre y a veces irritable ha ido
junto con el pensamiento impedido, y el impedimento a la voluntad ha sido arrollado
por la tendencia a ejecutar, a ocuparse en algo: signo indicativo común de la maní.
De este modo el cuadro clínico está formado por un estado mixto que denominamos
“estupor maníaco”, caracterizado por la pobreza mental del paciente, su
embotamiento y taciturnidad, y a veces su enmudecimiento absoluto, al mismo
tiempo que dan suelta a la exuberancia de su alegría con toda suerte de juguetes y
adornos tanto como en su lenguaje deshonesto, jocosas indicaciones y juegos de
palabras.
En un estado de depresión circular con completa libertad en la expresión de la
voluntad, quizás los únicos síntomas que no se acomodan al cuadro de la
melancolía son la gran locuacidad del paciente y la facilidad con que se logra
desviarle, aunque sólo sea unos momentos.
Se observan “ilusiones de referencia” (delirio egocéntrico) y gran inquietud motora.
Por el curso que ha seguido esta enfermedad, es evidente que no corresponde a un
estado melancólico, pues contradice tal suposición la coloración distintamente
maníaca de las primeras semanas en el ataque actual, así como la temprana
aparición del primero. Aparecen las manifestaciones de incapacidad de resolución o
para resolver, que ya conocemos como síntoma de la depresión circular, y el
obstáculo al pensamiento. Los síntomas de excitación maníaca son un ánimo alegre
y expansivo, con pasión por hablar, aunque sin marcada “fuga de ideas”. Debe
diagnosticarse como un estado mixto de excitación psicomotora con depresión
psíquica.
Si sabemos que los estados de este género corresponden tan sólo a la locura
maníaco-depresiva, podemos esperar el restablecimiento pasado este ataque; más
con toda probabilidad se presentará más tarde una recidiva igual o en otra forma de
la enfermedad periódicamente recurrente. Esta tendencia suele presentarse
acompañada además de un ataque ordinario entre varios mixtos. Por lo general, los
estados mixtos parecen corresponder más que los ataques simples a las formas
graves de la enfermedad.
Repetidas veces hemos señalado la presencia de alucinaciones en la locura
maníaco-depresiva, en especial de ideas de culpabilidad y persecución, y por
excepción de ideas de grandeza.
La disposición activa y suelta del enfermo, su interés por cuanto le rodea, su
sociabilidad y su vehemencia en ocuparse en algo, oponen decisivamente a la
suposición de que sufren de Demencia Precoz. Por otra parte, en la deseabilidad
manifiesta, en lo fácilmente que en sus narraciones se va por la tangente de cosas
secundarias y pierde el hilo del discurso, en su contextura mental de arrogancia y
satisfacción, y en su apremiante necesidad de hablar y ejecutar, señalando las
relaciones de este estado morboso, con la locura maníaco-depresiva; opinión que
confirmarían aún más las manifestaciones de irresolución y apatía del primer
período, resultas más tardes en estados de actividad y bienestar tan típicos de esta
segunda fase.
Duelo y melancolía (1917)
El duelo es el afecto normal paralelo a la melancolía. Es la reacción a la pérdida de
un ser amado o de una abstracción equivalente (libertad, ideales).Puede traer
desviaciones de la conducta normal, pero aún así no es considerado un estado
patológico. Pues, se supera pasado cierto tiempo, y es dañino perturbarlo.
El trabajo del duelo, es un proceso intra-psíquico.
Los rasgos que muestra el duelo son:
-Desazón profundamente dolida
-Cancelación del interés por el mundo exterior
-Pérdida de la capacidad de amor
-Inhibición de toda productividad.
La inhibición y restricción del yo es la expresión de su entrega total al duelo que no
deja nada para otros propósitos e intereses.
En el duelo el examen de la realidad muestra que el objeto amado no existe y
demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el. Contra esta demanda
surge una oposición que puede llegar a ser tan intensa que surjan el apartamiento o
extrañamiento de la realidad y la conservación del objeto por medio de una psicosis
alucinatoria de deseo.
Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga victoria. Pero su mandato es
llevado a cabo paulatinamente, con gran gasto de tiempo y energía de carga,
continuando mientras tanto, la existencia psíquica del objeto perdido. Cada punto de
enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y sobrecargado,
realizándose en la sustracción de la libido. (Hay que recordar para poder olvidar)
Se siente un displacer doliente, y al final de la labor del duelo, vuelve el yo a quedar
libre y exento de toda inhibición.
El duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole
como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de
ambivalencia(amor-odio) afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizando,
rebajándolo. Se da así, la posibilidad de que el pleito se termine dentro del
inconsciente, sea después que la furia se desahogó, sea después que se resignó el
objeto por carente de valor.
La melancolía es el estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del
interés por el mundo exterior, pérdida de la capacidad de amar, inhibición de las
funciones y disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y
acusaciones que el sujeto se hace así mismo, y puede llegar incluso a una delirante
espera de castigo (el duelo integra estos mismos caracteres, a excepción de la
perturbación del amor propio). La melancolía en algunos casos constituye la
reacción a la pérdida de un objeto amado. Pero la pérdida es de naturaleza más
ideal. El sujeto no ha muerto, pero queda perdido como objeto erótico. En otras
ocasiones no se distingue claramente que es lo que el sujeto ha perdido.
En la melancolía existe una pérdida de objeto sustraída de la conciencia. (icc)
1
En el duelo, nada de la pérdida es inconsciente. La labor del yo es análoga a la del
duelo (en la melancolía), pero además se produce un empobrecimiento del yo. El
paciente en este estado, es tan incapaz de amor, interés y rendimiento, todo esto es
secundario y resultado de la labor que devora a su yo. En la melancolía puede verse
insomnio, repulsa del alimento,desfallecimiento, entre otros síntomas.
En el melancólico observamos el deseo de comunicar a todo el mundo sus propios
defectos, como si en este rebajamiento hallara su satisfacción. Esta autocrítica
describe exactamente su situación psicológica. La pérdida de un objeto ha tenido
efecto en el propio yo del sujeto. La instancia crítica (conciencia moral), que se
disocia aquí del yo, lo toma como objeto. Los reproches corresponden a un sujeto
erótico (objeto) y han sido vueltos contra el yo. Sin embargo, hay algunos que se
refieren realmente al yo.
Al principio existía una elección del objeto. Por la influencia de una defensa real o
desengaño, derivado de la persona amada, surgió una conmoción de esta relación
objetal. La carga de objeto demostró tener poca energía de resistencia(poca
resistencia a ser sustraída del objeto) y quedó libre. Esta libido no fue desplazada
hacia otro objeto, sino retraída al yo, permitiendo una identificación del yo con el
objeto abandonado. Así, se transformó la pérdida del objeto en una pérdida del yo, y
el conflicto entre el yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad
crítica del yo y el yo modificado por la identificación con el objeto perdido. Por tanto
debe haber existido una enérgica fijación al objeto erótico, pero también una escasa
energía de resistencia de la carga de objeto. Esto quiere decir que la elección de
objeto tiene una base narcisista, de manera que ante una contrariedad, pueda la
carga de objeto volver al narcisismo.
La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en un sustitutivo de la
carga erótica, a consecuencia de la cual no puede abandonarse la relación amorosa
a pesar del conflicto con la persona amada. En conclusión, la predisposición a la
melancolía depende del predominio del tipo narcisista de elección de objeto (fase
oral). En la identificación narcisista (la más primitiva de todas), la carga de objeto es
abandonada. Existe un conflicto de ambivalencia (por situaciones de ofensa,
postergaciones desengaños) que permite satisfacer las tendencias sádicas y de
odio, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto. A través
del auto-castigo, el sujeto se venga de los objetos primitivos y atormenta a los que
ama por medio de la enfermedad, después de haberse refugiado en ésta para no
tener que mostrarle directamente su hostilidad.
Así la carga erótica hacia el objeto tiene 2 destinos:
1- Una parte retrocede a la identificación
2-otra parte retrocede hasta la fase sádica. Este sadismo aclara la tendencia al
suicidio, en el cual el yo no puede darse muerte sino cuando el retorno de la carga
de objeto le hace posible tratarse a sí mismo como objeto.
La melancolía desaparece al cabo de un tiempo pero deja secuelas. En algunos
casos la melancolía tiende a transformarse en manía, es decir en un estado
sintomáticamente opuesto, que puede durar un tiempo. La alternancia entre la
melancolía y la manía es la locura cíclica. La manía se caracteriza por un estado de
exaltación, disposición a la actividad, alegría y triunfo, pero en donde el yo ignora
qué y sobre qué ha conseguido tal triunfo. En la manía el yo tiene que haber
dominado el sufrimiento de la pérdida de objeto quedando emancipado de él y
emprende con hambre voraz nuevas cargas de objeto.
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Los combates contra la ambivalencia hacia el objeto son desarrollados en el
inconsciente,como así también las tentativas de desligamiento del duelo. Pero en el
duelo no hay impedimento para que las ideas fluyan hacia lo preconciente, como en
la melancolía donde hay represión.
Las tres premisas de la melancolía son en suma:
- La pérdida de objeto
- Ambivalencia (motor del conflicto)
- Regresión de la libido al yo (la más importante, esencia de la melancolía)