Trabajo Miércoles de Ceniza y Cuaresma

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INSTITUCIÓN EDUCATIVA TÉCNICA EXALUMNAS DE LA

PRESENTACIÓN

GUIA DE EDUCACIÓN RELIGOSA ESCOLAR

1.-Lea atentamente el artículo y saque las ideas principales.

2.-Coloque 10 compromisos personales para este tiempo de Cuaresma.

3.-Elabore 2 compromisos con su grupo que serán socializados en la


próxima clase.

4.-Busque en la Biblia las siguientes Citas Bíblicas y transcríbalas en su


cuaderno y haga un ensayo de 10 renglones sobre su mensaje:

-Eclesiástes: 3,6.

-Daniel: 10,12.

-Mateo: 4,2.

-Mateo:6,16-17.

-Efesios:5,20.

-Romanos:12.1-2.

Miércoles de Ceniza

La celebración del Miércoles de Ceniza nos invita hoy a una profunda


revisión de nuestra vida, de nuestras actitudes y criterios de
comportamiento; a iniciar un serio proceso de conversión y de
purificación. Cuaresma es un tiempo de gracia que Dios nos concede
como un regalo.

La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza

Convertíos y creed el Evangelio

La implantación del Miércoles de Ceniza hay que relacionarla con la


institución de la penitencia canónica. Éste era un día muy importante
para los que iban a iniciar la penitencia cuaresmal antes de ser
admitidos a la reconciliación el día de Jueves Santo. En los siglos V y VI,
la entrada en la penitencia tenía lugar al principio de la Cuaresma. Este
dato nos lo confirmará más tarde —en el siglo VII— el llamado
Sacramentario Gelasiano b (I, XVI), uno de los más antiguos libros
litúrgicos de la tradición romana. En este sacramentado, la entrada en la
penitencia canónica se sitúa el miércoles que precede al domingo
primero de Cuaresma. Por eso será llamado «Miércoles de Ceniza». Ese
día, después de haber oído en privado la confesión del penitente, el
obispo, en un acto litúrgico solemne, impone las manos sobre la cabeza
de los penitentes, les cubre de ceniza, les hace vestir de cilicio —una
especie cíe vestimenta hecha con pelo de cabra— y les invita a
emprender un camino de penitencia y de conversión. Al final de la
celebración, los penitentes son expulsados de la Iglesia y entran a
formar parte del grupo —el «orden— de los penitentes. El rito de
reconciliación tiene lugar el día de jueves Santo.

Durante la Cuaresma, los penitentes se entregan a toda clase de


mortificaciones y prácticas piadosas: visten de oscuro, con ropas
miserables y burdas; se someten a un ayuno riguroso, privándose en
absoluto de comer carnes; hacen abundantes limosnas y se ejercitan en
toda clase de obras de misericordia. En las asambleas litúrgicas son
colocados en un lugar especial, al fondo de la iglesia. Sólo asisten a la
liturgia de la palabra. Antes del ofertorio, en el marco de la oración de
los fieles, se hace una oración por ellos y se les despide''. Por otra parte,
durante el tiempo de Cuaresma los sacerdotes imponen las manos a los
penitentes y, en señal de duelo, en los días de fiesta asisten de rodillas a
las oraciones de la iglesia. Todos estos gestos externos, marcados a
veces de una extraordinaria rudeza y rigurosidad, deben ser la expresión
visible de la penitencia interior. Deben hacer patente a los ojos de la
comunidad cristiana el estado de ánimo del penitente, su actitud de
arrepentimiento y de conversión y, sobre todo, su voluntad decidida de
emprender un camino de renovación cristiana. No se excluye, sin
embargo, entender estos actos de penitencia como gestos de expiación
y de satisfacción por los pecados. En todo caso, todo este conjunto de
prácticas penitenciales no son sino la expresión de la actitud interior del
hombre que se siente pecador ante Dios y espera ansiosamente el
perdón de la misericordia divina.
Desaparecida ya la penitencia canónica, la celebración del Miércoles de
Ceniza nos invita hoy a una profunda revisión de nuestra vida, de
nuestras actitudes y criterios de comportamiento; a iniciar un serio
proceso de conversión y de purificación. Cuaresma es un tiempo de
gracia que Dios nos concede como un regalo. Quizás sea ésta, la
cuaresma que hoy comenzamos, una oportunidad singular e irrepetible
que no debiéramos echar en saco roto. Debemos tomarnos en serio este
período de Cuaresma y enfrentarnos con nuestra propia realidad
personal. Tenemos por delante un largo camino para la escucha de la
palabra de Dios, para la reflexión personal y para el encuentro silencioso
con Dios en la soledad de ese desierto singular que nos hemos
construido en la profundidad de nuestra conciencia íntima. Al final de
esa peregrinación, la Pascua se nos aparecerá como una explosión de
luz fulgurante y transformadora.

Una experiencia de desierto

Cuaresma es, pues, sin duda, una experiencia de desierto. No es que la


comunidad cristiana deba desplazarse a un lugar geográfico especial
para vivir esta experiencia. Cuando aquí hablo de desierto, más que a un
emplazamiento geográfico, me estoy refiriendo a un tiempo privilegiado,
a un tiempo de gracia. Porque la experiencia de desierto es siempre un
don de Dios. Es siempre él quien conduce al desierto. Fue él también
quien condujo a Israel al desierto por medio de Moisés, y quien condujo
a jesús por medio del Espíritu. Este mismo Espíritu es quien convoca a la
comunidad cristiana y la anima a emprender el camino cuaresmal.

El desierto es un lugar hostil, lleno de dificultades y de obstáculos. Por


eso la experiencia de desierto anima a los creyentes a la lucha, al
combate espiritual, al enfrentamiento con la propia realidad de miseria y
de pecado.

En este sentido, la Cuaresma debe ser interpretada como un tiempo de


prueba. Los cuarenta años que Israel pasó en el desierto fueron también
un tiempo de tentación y de crisis, durante los cuales Yahvé quiso
purificar a su pueblo y probar su fidelidad (Dt 8, 2-4; Sal 94). También
Jesús fue tentado en el desierto. Durante la Cuaresma, la Iglesia vive
una experiencia semejante, sometida a las luchas y a las privaciones
que impone la militia Christi. El cristiano vive un arduo combate
espiritual. Lo vive siempre. No sólo durante la Cuaresma. Pero la
Cuaresma representa una experiencia singular, una especie de
entrenamiento comunitario en el que los creyentes aprenden y se
ejercitan en la lucha contra el mal. Casi ninguno de los israelitas
superaron la prueba. En realidad fueron muy pocos los que, habiendo
salido de Egipto, consiguieron entrar en la tierra prometida. La mayoría
sucumbieron en el camino. Hasta Moisés. Cristo, en cambio, salió
victorioso de la prueba. El diablo no logró hacerle sucumbir. Los
cristianos que realizan seriamente el ejercicio cuaresmal y recorren con
asiduidad el camino que lleva a la Pascua, compartirán sin duda con
Cristo la victoria sobre la muerte y sobre el pecado.

Tiempo de conversión y penitencia

Ahora voy a referirme a la dimensión penitencial de la Cuaresma. Es


éste un aspecto que bien podríamos considerar connatural a la misma.
Toda cuaresma, por el simple hecho de serlo, debe ser un tiempo de
penitencia. Yo lo creo así. De hecho, ya el mismo Eusebio de Cesarea —
el primero que nos habla de la Cuaresma— se refiere a ese tiempo de
preparación a la Pascua llamándolo «ejercicio cuaresmal». Sin embargo,
en Roma esta dimensión adquiere unas connotaciones propias. El mismo
ayuno, que aparece desde el principio como ingrediente esencial en la
preparación a la Pascua, reviste en Roma un sentido y unas resonancias
que no poseía durante los primeros siglos.

La Cuaresma romana, al insistir sobre el ayuno y sobre la penitencia, lo


hace desde una perspectiva eminentemente ascética y penitencial. Es
una forma de expresar el permanente control que el cristiano debe
ejercer sobre sí mismo y la lucha abierta contra las pasiones y las
apetencias de la carne que se alza contra las exigencias del espíritu. Al
mismo tiempo, las prácticas de penitencia durante la Cuaresma son
asumidas como una forma de «satisfacción» o castigo para purgar los
pecados propios y los ajenos. Hay, por otra parte, una permanente
invitación al reconocimiento de los propios pecados y una llamada
insistente a una conversión radical y absoluta.
Todos estos aspectos, que caracterizan sin duda la penitencia cuaresmal,
sólo se entienden adecuadamente si se tiene presente que, durante
siglos, el tiempo de Cuaresma constituyó el cauce canónico oficial para
celebrar el sacramento de la reconciliación. La misma estructura
cuaresmal dio marco a la institución penitencial. Este hecho, que de
suyo cae en la esfera de lo formal y accesorio, impregnó la Cuaresma de
una dimensión espiritual determinante. Iniciar la Cuaresma ha
significado y significa asumir las actitudes de fondo que caracterizan al
hombre pecador, consciente de su pecado, arrepentido y confiado en la
ilimitada misericordia de Dios.

Los antiguos ritos penitenciales estuvieron en vigor hasta el siglo VI,


mientras duró la penitencia canónica. Después quedaron como restos
arqueológicos de un pasado vigoroso. La Iglesia mantuvo el ritual de la
reconciliación de penitentes. Pero como una ceremonia más, sin ninguna
significación propiamente sacramental. A medida que fue
introduciéndose la penitencia privada, la celebración solemne de la
reconciliación fue conviniéndose en pieza de museo. A partir del siglo
XII, la dimensión sacramental de la penitencia había quedado reservada
de modo exclusivo a la confesión privada. Sin embargo, la Cuaresma,
que había servido de marco a la penitencia canónica antigua, siguió
manteniendo su significación penitencial, a pesar de haber caído en
desuso la antigua forma de celebrar el sacramento del perdón. En esa
situación era la Iglesia entera la que, reconociéndose comunidad
pecadora, entraba en penitencia y se sometía, durante la Cuaresma, a
toda clase de privaciones, ayunos y asperezas, implorando la
misericordia de Dios y el perdón de sus pecados. De aquí han debido
surgir, sin duda, las asociaciones y procesiones de penitentes que la
religiosidad popular ha mantenido hasta ahora y que abundan sobre
todo durante la Semana Santa.

Los textos de oración litúrgica, mantenidos por la Iglesia hasta la


reforma del Vaticano II, reflejan ampliamente la dimensión penitencial de
la Cuaresma, cargando incluso las tintas en una visión pesimista del
hombre, sometido al dominio de las pasiones y oprimido bajo el peso de
sus culpas. La reforma litúrgica del Vaticano II ha querido dar un enfoque
nuevo a la espiritualidad y a la penitencia cuaresmal. Para ello se han
introducido nuevos textos de oración y se han modificado muchos de los
antiguos. Todas estas modificaciones reflejan un nuevo enfoque
espiritual de la Cuaresma. No es tanto la penitencia corporal lo que
interesa subrayar cuanto la conversión interior del corazón. Los textos
bíblicos, extraídos muchos de ellos de la literatura profética, orientan la
actitud cuaresmal de cara a una profunda purificación del corazón y de
la misma vida de la Iglesia. Hay una continua descalificación de
cualquier intento de cristianismo formalista, anclado en ritualismos
falsos. La verdadera conversión a Dios se manifiesta en una apertura
generosa y desinteresada hacia las obras de misericordia: dar limosna a
los pobres y comprometerse solidariamente con ellos, visitar a los
enfermos, defender los intereses de los pequeños y marginados, atender
con generosidad a las necesidades de los más menesterosos. En
definitiva, la Cuaresma se entiende como una lucha contra el propio
egoísmo y como una apertura a la fraternidad. A partir de ahí es posible
hablar de una verdadera conversión y de una ascesis auténtica. Sólo así
puede iniciarse el camino que lleva a la Pascua.

En este sentido, Cuaresma viene a ser un tiempo que permite a la Iglesia


—a toda la comunidad eclesial— tomar con-ciencia de su condición
pecadora y someterse a un exigente proceso de conversión y de
renovación. Sólo así la Cuaresma puede tener hoy un sentido. ¿Qué es la
Cuaresma?

La Cuaresma es un tiempo litúrgico de conversión que se centra en tres


pilares espirituales: la oración, el ayuno y la limosna. Durante los 40 días
de Cuaresma, se nos exhorta a la reflexión, a realizar actos de caridad y
hacer pequeños sacrificios como modo de preparación para la
celebración alegre de la resurrección de Cristo el Domingo de Pascua.

Una manera sencilla de complementar tu jornada de Cuaresma es


participando en el programa Plato de Arroz de CRS. Durante la
Cuaresma, las familias católicas de todo Estados Unidos usan un Plato
de Arroz (una cajita de cartón), para poner ahí su limosna. Cada Plato de
Arroz viene con un calendario que guía a las familias a lo largo de los 40
días de Cuaresma con actividades, reflexiones, recetas e historias.

¿Cuándo comienza y cuándo termina la Cuaresma?


La Cuaresma dura 40 días en alusión a los 40 años que pasó el pueblo
de Israel en el desierto con Moisés y los 40 días que pasó Jesús en el
desierto antes de iniciar su vida pública. La Cuaresma comienza el
Miércoles de Ceniza (una fecha que cambia cada año), y va hasta la
Semana Santa, conocida también como la “Semana Mayor”. Al tiempo
de Cuaresma y a la Semana Santa le sigue el triduo pascual (Jueves
Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria), tiempo en el que
conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor
llegando hasta el Domingo de Pascua.

¿Por qué ayunar, orar y dar limosna durante la Cuaresma?

Así como un atleta se prepara para un evento importante, los católicos


nos preparamos para los eventos claves de la Semana Santa a través de
los pilares de la oración, el ayuno y la limosna. Estos, nos guían en la
reflexión diaria sobre nuestra propia vida mientras nos esforzamos por
profundizar nuestra relación con Dios y con el prójimo, sin importar en
qué parte del mundo viva el prójimo. La Cuaresma es un tiempo de
crecimiento personal y espiritual, un tiempo para mirar hacia afuera y
hacia adentro. La Cuaresma es una jornada de misericordia.

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