Equipo Transiciones Lineamientos para Una Transicion Ecosocial 1

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Lineamientos

para una
Ecosocial en
Argentina

Julio de 2024
Vivimos tiempos de caos e inestabilidad. El nuevo status quo global
instalado luego de la pandemia del Covid 19 refleja el empeoramiento de
varias crisis entrelazadas (social, económica, política, ecológica, sanitaria,
geopolítica y de los cuidados), que se potencian entre sí y adquieren una
dimensión civilizatoria. Vemos con gran preocupación el debilitamiento
de las instituciones y prácticas democráticas en gran parte del mundo, la
expansión de las extremas derechas y de los autoritarismos, la ampliación
de las brechas de la desigualdad, el agravamiento de la crisis climática y
energética, así como la potenciación de los conflictos bélicos, asociados al
capitalismo, el colonialismo y la exacerbación del patriarcado y el racismo.
Asimismo, la actual guerra en Ucrania –que no es la única, pero sí la que
ha tenido mayores impactos globales- profundizó aún más las conductas
ambivalentes a nivel global manifiestas, por un lado, en la expansión de
la extracción y consumo de energías fósiles, especialmente las energías
extremas; por otro lado, en el avance de una transición hacia energías
“limpias”.

En esta crisis múltiple, uno de los grandes desafíos de nuestra época


es el de construir colectivamente propuestas de Transición ecosocial
justas y populares. La urgencia por articular justicia social y justicia
ambiental, parte del reconocimiento de un diagnóstico acerca de los
límites ecológicos y biofísicos del planeta, visibles en la aceleración de
la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, y en la responsabilidad
de la dinámica capitalista actual en dicho proceso, que además de
potenciar las desigualdades sociales, se apoya sobre modelos
productivos y alimentarios que son destructivos de los ecosistemas y
los bienes comunes, de la salud y la vida en el planeta.

Los últimos informes del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el


Cambio Climático), la experiencia acumulada acerca del agravamiento de
la crisis climática y la multiplicación de eventos extremos, revelan que la
ventana de tiempo con la cual contamos es cada vez más estrecha, antes
de sobrepasar las fronteras planetarias; un punto de inflexión que
conllevaría un cambio del régimen climático. Ese resquicio pequeño
exige un gran ejercicio de imaginación y audacia política para pensar y
planificar medidas urgentes a nivel multiescalar -global, regional,
nacional y local-, con el objetivo de reducir el impacto que ya estamos
sufriendo y evitar que el aumento de la temperatura provoque cambios
irreversibles.

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No es posible disociar la crisis climática de los regímenes dominantes que
hace tiempo se aplican tanto en Argentina como en la mayoría de los
países. Se trata de regímenes económicamente concentrados,
socialmente excluyentes y ecocidas en lo ambiental. Estos no sólo
potencian tal crisis, sino que además obstaculizan tanto el debate
público, como la posibilidad de elaborar agendas multiescalares hacia
una transición ecosocial justa y popular.

La Argentina suma a esto problemas de diversa índole. En este país,


las clases dominantes y los diferentes gobiernos se han caracterizado
por una ideología desarrollista/productivista, visible en la falta de
interés y comprensión de las problemáticas ambientales, un
menosprecio hacia la crisis climática y sus consecuencias, y por la
apuesta lineal a la expansión de la frontera de explotación de los
hidrocarburos (el Consenso Fósil de Vaca Muerta), lo cual obtura la
discusión de una agenda de transición energética, entre otros temas
relativos a la transición ecosocial.

En esta línea, la asunción del gobierno de extrema derecha de J. Milei no


hace más que exacerbar y empeorar todas estas dimensiones, ya que
además de promover abiertamente una visión negacionista del cambio
climático, pone en marcha una agresiva batería de medidas tendientes
a destruir toda capacidad reguladora y de protección social desde el
Estado, así como a enajenar por completo los bienes naturales comunes,
con grandes beneficios para las compañías transnacionales, tal como se
evidencia en el RIGI (Régimen de Incentivo para las Grandes Inversiones),
incluido en la Ley Bases.

-Consideramos que desde Argentina es urgente adoptar una óptica


crítica y propositiva que contemple y combine necesidades sociales,
nacionales y regionales, con el objetivo de diseñar estrategias para una
transición ecosocial, con énfasis en la transición energética, que enlace
justicia social con justicia ambiental. Tal como sostienen diferentes
movimientos sociales: "La Transición es inevitable, la justicia no lo es”.
Tarde o temprano estos temas serán el centro del debate público, incluso
en nuestro país y a pesar de sus gobernantes. La propia idea del
desarrollo centrada en la expansión económica a toda costa está en crisis.
Por una parte, porque los efectos positivos de ese crecimiento siempre
quedan en pocas manos, no terminan de llegar nunca al conjunto
de la sociedad: la pobreza, la desigualdad, la precarización laboral, y un

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largo etcétera que persiste incluso tras largas fases de crecimiento
administradas por gobiernos progresistas. Por otra parte, porque para
sostener esa expansión, una vez tras otra se propone el uso y abuso de
bienes comunes, hasta agotarlos, y postular un nuevo recurso como la
siguiente salvación. En el camino, perdemos biodiversidad y acceso a lo
común, pagando un costo que no sabemos con certeza hasta dónde llega.
Adicionalmente, estamos ante el fin de la energía abundante y barata. Lo
que queda de combustibles fósiles son las llamadas energías extremas
(como los hidrocarburos no convencionales, que se extraen con la
metodología del fracking, y la extracción offshore, en aguas profundas),
que son más caras, más contaminantes, con mayor tasa de accidentes
laborales, y con menor rendimiento energético.

En consecuencia, tanto los límites biofísicos como los impactos destructivos


de los actuales modelos de desarrollo sobre los ecosistemas, abren a un
necesario escenario de desfosilización. En razón de ello, más allá de la
coyuntura política negativa y el desguace del estado al que asistimos hoy en
Argentina, creemos necesario intervenir y apuntar a una construcción
colectiva de propuestas de Transición Ecosocial, en términos de
planificación estratégica.

-Partimos del reconocimiento de que los Derechos Humanos son hoy


indisociables de los Derechos de la Naturaleza. Los seres humanos tenemos
que abandonar la mirada utilitarista y admitir que somos parte inherente de
la Naturaleza, con la cual debemos convivir armónicamente, respetar sus
ritmos y capacidades. Esto supone también encaminarnos hacia una
sociedad del Cuidado, en un marco de interrelación e interdependencia que
contemple nuestro estar en y con otros/a, seres humanos y no humanos.

Por ello, diversos equipos de trabajo, organizaciones, activistas y


académicos nos hemos autoconvocado a una tarea de articulación
colectiva, impulsada por el objetivo de prefigurar horizontes y alternativas
comunes hacia una transición ecosocial justa y popular para la Argentina.

Nuestro objetivo constituye también un llamado urgente a la conversación


e intercambio con una diversidad de actores y organizaciones
democráticas del país: sindicatos, sectores de la economía social y popular,
cooperativas, movimientos sociales, colectivos ecoterritoriales, indígenas,
feminismos y diversidades, científicos e intelectuales, campo de la cultura y
referentes sociales y políticos.

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- La existencia de una deuda ecológica por parte de los países centrales
hacia los países periféricos es innegable. No solo porque han sido los
países centrales quienes han monopolizado el espacio común
atmosférico, contaminándolo con gases de efecto invernadero (GEI), sino
porque países periféricos en América Latina y El Caribe se han incorporado
al mercado mundial como exportadores de materias primas o
commodities, en el marco de un intercambio socio-económico-ecológico
desigual signado por la explotación y el despojo. Asimismo, en el caso de
Argentina, al igual que otros países de la región, donde la deuda externa es
un problema estructural que tiende a agravarse, la presión sobre los
bienes naturales, la inversión en sectores extractivos y agroindustria, es
cada vez mayor, con el objetivo de obtener divisas para pagar los servicios
de la deuda externa. Así, la deuda ecológica, lejos de retroceder, se
incrementa y amplifica, al calor de un círculo perverso, que implica un
incremento mayor de la deuda externa y una destrucción ampliada de los
bienes naturales.

A su turno, la búsqueda de obtención de divisas como expectativa


asentada de manera central sobre un modelo de producción primario
extractivo-exportador, es un contrasentido no sólo histórico (a partir de la
idea del deterioro de los términos del intercambio) sino más aún en el
contexto de crisis socioecológica. Este es un sector que ya ha demostrado
ser absolutamente vulnerable a las condiciones climáticas adversas. Olas
de calor o de frío, incendios, sequías e inundaciones, tornados y vientos
fuertes, cada vez más frecuentes generan colapsos localizados que
producen la destrucción de infraestructura, y enormes pérdidas
económicas, ocasionando crisis sociales, aumento de precios y un mayor
deterioro de la calidad de vida para el conjunto de la población.

- Frente a la gran desigualdad que existe entre países y economías en el


mundo, así como la inviabilidad de eliminar esas desigualdades dentro de
los actuales patrones de uso de energía de las potencias centrales y
emergentes, no hay otra opción que pensar en grandes procesos de
redistribución donde evidentemente las economías centrales deberán
consumir menos materia y energía e importantes sectores de la
población en las economías periféricas deberán consumir más energía,
pero todos deben/debemos aceptar que será necesario consumir distinto.

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-No hay que confundir la deuda ecológica que los países centrales
tienen con los países capitalistas periféricos con derecho al desarrollo. El
llamado “desarrollo” o su visión predominante está basado en una lógica
del crecimiento insostenible y en el desconocimiento de las fronteras
planetarias, que hoy nos empuja al colapso ambiental. Además, está
comprobado que ese tipo de “desarrollo” en realidad ha consolidado
diferentes formas de explotación del trabajo y de los bienes comunes,
violencia, apropiación e intercambio desigual. Por ende, si apostamos a
un horizonte de transición justa y sostenible, será necesario abandonar
la consigna de “derecho al desarrollo” tal como éste es entendido desde
la visión dominante, y reemplazarla por el derecho al Buen Vivir, un
horizonte de cambio socioecológico, que articule justicia social y
climática, con sostenibilidad de la vida. Esto implica también avanzar
en un contexto transformador que conlleve cambios no solo en el
modelo de extracción, producción y distribución de bienes y servicios,
sino también en los actuales patrones de consumo, y generación o
tratamiento de desechos (cambio en el metabolismo social).

-Disputar la noción de “necesidades sociales” es uno de los objetivos


más ambiciosos de la transición y se vincula con la búsqueda por
construir procesos y mecanismos de satisfacción de necesidades
humanas con menos consumo de materia y energía. Si queremos
alcanzar la sostenibilidad que permita la habitabilidad en este planeta, es
imprescindible modificar el sistema de producción y reproducción
capitalista, pero también el sistema de creencias actual, lo cual exige un
cambio importante en las conciencias y en las prácticas sociales y
culturales de consumo, así como una profunda redistribución social.

-Entre los patrones de consumo insustentables, probablemente el


sector del transporte basado en los combustibles fósiles y en la
propiedad individual sea uno de los sectores que presenta mayores
perspectivas de transformación, a la hora de disputar los sentidos
dominantes. Consolidando una movilidad pública-colectiva, multimodal,
baja en carbono, de proximidad o cercanía, pero que atienda de manera
central la integración nacional y regional de las personas, alimentos y
bienes.

- Resulta urgente abandonar los combustibles fósiles, principales


responsables de la crisis climática, y realizar una transición energética,
en pos de energías limpias y no contaminantes. Una transición

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energética que sea justa y popular para los países periféricos, diferente
del tipo de transición corporativa dominante que impulsan los países
centrales, pues ésta última refuerza la concentración y las asimetrías
geopolíticas y exacerba la explotación de bienes naturales en el sur
global, configurando un nuevo “extractivismo verde” o “colonialismo
verde”. Tal como se afirma en el Manifiesto de los Pueblos del Sur por
una Transición energética Justa y Popular, promovida, entre otros por
el Pacto ecosocial e intercultural del sur, una vez mas, pero ahora en
nombre de la descarbonización, vemos que se condena a nuestros
territorios y países a transformarse, en proveedores de commodities y
zonas de sacrificio.

-Eso implica comprender que no existe una única definición de la


transición energética, sino concepciones ideológicas diversas, miradas
sobre el desarrollo e intereses económicos diferentes, que van diseñando
un espacio de disputa en torno a lo que se entiende por transición
energética.

-La transición energética no es un problema sólo tecnológico, una


cuestión de fuentes de energía, sino un problema eminentemente
social, económico, político y ambiental vinculado a la organización de la
sociedad. La descarbonización es necesaria pero no suficiente. Se hace
necesario repensar la actual forma de organización social y el sistema de
relaciones sociales, colocando el eje en la desmercantilización de los
satisfactores a las necesidades sociales y ambientales indispensables
para la vida. Asimismo, transformar el sistema energético requiere
transformar el modelo productivo, y pensar qué o cuáles sectores
económicos deberían tener menor peso en un futuro no lejano, al
mismo tiempo que prefigurar cuáles son los sectores que deberán
crecer, los trabajos que deberán crearse y la nueva institucionalidad
movida bajo el principio de la prevención de riesgos socio-ambientales.

-La grave crisis climática no se debe sólo al incremento en el uso de


combustibles fósiles sino también a los cambios en el uso de la tierra, la
deforestación y el impulso del agronegocio y la ganadería, que avanzan

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sobre zonas marginales, destruyendo el bosque nativo y/o erosionando
los ecosistemas y sus ciclos naturales. El modelo de agronegocios
imperante, que requiere poca mano de obra, depende de los
agroquímicos, destruye bosques nativos, humedales y produce forraje
para ganado, es cada vez más cuestionado por su concentración,
insustentabilidad y sus impactos sobre la salud. Quienes suscribimos la
necesidad de una transición socioecológica consideramos que el Estado
y la sociedad deben apuntalar una nueva ruralidad, basada en un
paradigma agroecológico-ecocéntrico, que promueva la soberanía
alimentaria. Necesitamos una agricultura con agricultores, que impulse
el trabajo digno, con derechos y sin desigualdades sociales, étnicas ni
sexo-genéricas, en el campo y que produzca alimentos sanos a precios
justos: ésa es la agricultura del futuro.

-Por último, contrariamente a lo que proponen desde el neoliberalismo y


sus expresiones más extremas, necesitamos más Estado y no menos
Estado, pero no cualquier Estado, sino un Estado Eco-social. Nuestro
imperativo de época es la creación de un Estado Ecosocial que incorpore
los riesgos ambientales, en el marco de una sociedad del Cuidado,
orientada a la sostenibilidad de la vida. Se trataría de un Estado diferente
del que conocemos, a partir de una reorganización del mismo, que
ponga en jaque las bases del Estado de bienestar, que por otro lado en
los países del Sur nunca se consolidaron. Ello implicaría reformas
amplias, que apunten al corazón de las desigualdades existentes y de los
riesgos ecológicos, que confronte con la doble injusticia -social y
ambiental- de esta nueva realidad, desde el ingreso universal y la
reforma tributaria, el reparto del trabajo, la creación de nuevos oficios y
empleos verdes, hasta políticas de adaptación a los riesgos ambientales y
un sistema nacional de cuidados, entre otros.

-Solamente la articulación entre justicia social y justicia ambiental es lo


que permitirá a nuestra región latinoamericana y a nuestro país la
creación de otras vías de posdesarrollo o posextractivas que combatan
el destino de pobreza y neodependencia estructural en las nuevas
condiciones globales y, a su vez, revivan los anhelos históricos de
autonomía e independencia.

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-La Transición Ecosocial debe entenderse desde una óptica holística,
esto es, como un cambio integral del régimen socio-ecológico que
involucre los sistemas energéticos, productivos, de consumo, urbanos,
etc, y garantice los elementos y factores necesarios para la vida y su
regeneración. Este cambio debe conducir hacia sistemas económicos y
sociales justos desde el punto de vista social y ambiental, hacia prácticas
económicas y productivas basadas en la reciprocidad, la
complementariedad, la redistribución, la organización social, colectiva y
justa de los cuidados; hacia un nuevo pacto con la naturaleza, que tome
como punto de partida la relacionalidad y la interdependencia entre
todos los seres y ecosistemas, y que garantice la sostenibilidad de la vida
digna.

Llamamos transición energética al pasaje de una concepción de la


energía, de carácter concentrado, a otra que la conciba en términos
de bien común, renovable y sustentable en sentido pleno y
descentralizada. Planteamos la democracia energética como
horizonte, articulada a una economía/paradigma de los cuidados, lo
cual implica pensar no sólo en términos de interdependencia la salud
de los ecosistemas, sino también la salud socioambiental, y la
distribución desigual del trabajo en la reproducción de la vida. En
este sentido, hay que considerar que la energía es una dimensión
privilegiada para crear nuevos horizontes de un proyecto de país
centrado en el bienestar y la igualdad, a todas luces necesario en
nuestra actualidad.

Partimos de la idea de que la energía es un derecho y la democracia


energética es un horizonte para el sostenimiento de las redes de vida. La
justicia ecosocial debe encaminarse a eliminar la pobreza energética en
nuestro país. Esto conlleva el desmontaje de las relaciones de poder que
continúan priorizando el acceso de la energía a un grupo privilegiado de
la sociedad. Las palabras claves para este cambio son Desconcentrar,
Desprivatizar, Desfosilizar, Desmercantilizar, Democratizar,
Descentralizar, Despatriarcalizar, Reparar y Sanar.

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Partimos del reconocimiento de la existencia de diferentes sectores de la
economía, privada, pública, popular y/o social. Sin desconsiderar lo
privado, en esta propuesta de transiciones apuntaremos a la
potenciación de la articulación entre lo público y lo social-comunitario,
con énfasis en la economía popular y solidaria, que actualmente
involucra a varios millones de personas

Un modelo de transiciones debe poner en relación los ejes soberanía


alimentaria-hídrica-energética-infraestructura y servicios, en el marco de
una transición hacia el estado ecosocial, con cambios en el sistema de
protección social. En ese sentido, la transición energética debe ser
comprendida como una transformación estructural sistémica, con
secuencias entre los distintos tipos de transiciones: desde la transición
hídrica (frente a la necesidad de preservar, reparar y gestionar las
cuencas), la transición productiva y alimentaria (modelos productivos
sostenibles, que aseguren la soberanía alimentaria), la transición referida
a las infraestructuras (reforma del transporte y comunicaciones en base
a un nuevo metabolismo urbano), la transición referida al mundo laboral
(creación de nuevos trabajos y capacitaciones que tenga como
andamiaje una economía colaborativa y de cuidados), entre otros.

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1-Un primer desafío y condicionamiento es climático, lo cual exige un
verdadero cambio de paradigma epistemológico. En un contexto de
crisis climática, no es la naturaleza la que debe adaptarse a la economía,
si no a la inversa; la economía debe adaptarse al ambiente en el marco
de un modelo relacional sociedad-naturaleza, que respete los ciclos
naturales y su posibilidad de regeneración.

Esto constituye un gran desafío, pues la visión desarrollista/productivista


pretende ignorar las fronteras planetarias. Un ejemplo de cómo el
cambio climático afecta fuertemente la economía se hace visible en el
déficit comercial de 2023, esto es la reducción de la producción y
exportación de commodities agrícolas, afectados por la sequía. Así,
según datos de chequeado.com, en 2023, como consecuencia de la
sequía, los principales cultivos sufrieron pérdidas del 50%. En cuanto a
las exportaciones de productos primarios, estas cayeron 35,7% y se
liquidaron US$ 17 mil millones menos que en 2022.

No se trata sólo de la imposibilidad de seguir explotando los bienes


naturales como si esto no tuviera impactos biofísicos y ecológicos. Se
trata también del fin de aquello que considerábamos como
“normalidad climática”. Cada vez más, los eventos extremos generan
colapsos climáticos localizados, afectando severamente, de un día
para el otro, ciudades, localidades, territorios, regiones enteras;
erosionando las condiciones de vida, y generando desastres cada vez
más amplios. La frecuencia cada vez mayor de colapsos localizados
-como el ocurrido recientemente en Rio Grande Do Sul, en el vecino
Brasil- introduce nuevas restricciones y exige una planificación
estratégica para la adaptación, orientada por nuevos paradigmas.
Justamente, debemos adaptar la Argentina a la nueva economía
socio-ecológica, lo que impone desconcentrarla y tornarla
radicalmente sustentable.

2- Otro condicionamiento que debe contemplarse es la desigualdad


creciente que advertimos en el mundo contemporáneo, la cual refiere
no solamente a la concentración de la riqueza, sino también a la
concentración de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en los
sectores más ricos. Como señala un informe de Oxfam, en 2019,

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“el 1 % más rico (77 millones de personas) fue responsable del 16 % del
total de emisiones según sus hábitos de consumo, una cifra mayor que
la totalidad de las emisiones generadas por desplazamientos en coche y
el transporte por carretera. El 10 % más rico generó la mitad (50 %) de las
emisiones totales. Se calcula que cualquier persona perteneciente al 99%
más pobre de la humanidad tardaría alrededor de 1500 años en generar
las emisiones que los milmillonarios más ricos producen en un año”. Esto
se replica al interior de los países, donde los niveles de desigualdad son
cada vez mayores. En el caso de Argentina -según un estudio de 2022, de
Chancel, Piketty, Saez y Zucman- , se estima que el 1% de la población
capta 17,5% del total de ingresos y registra 25.7% del total de la riqueza;
los registros para el 10% de la población son 42.8% y 58,2%. En contraste,
los registros para el 50% de la población de más bajos ingresos son 16.2%
y 6.2 %.

En primer lugar, reducir la desigualdad es una de las prioridades y


condiciones de posibilidad de avanzar en una transición energética justa
y popular. En segundo lugar, no se trata sólo de la desigualdad entre
países, sino fundamentalmente de la desigualdad al interior de los
países. Esto concierne específicamente a las políticas públicas
distributivas en el ámbito nacional, más allá de que las mismas estén
condicionadas en gran medida por la integración internacional de cada
país. Tercero, bajar el consumo en la cúspide de la distribución es el
camino para combatir la crisis climática y reducir la desigualdad
económica y social. Cuarto, combatir la desigualdad distributiva es
imprescindible para legitimar políticamente a las acciones públicas de
prevención, mitigación y adaptación al cambio climático. Los problemas
centrales de nuestro país, por lo tanto, se fundan en el carácter desigual,
concentrado y extractivo de la producción de riqueza.

3- Otra de las restricciones fundamentales de la economía argentina es


el estrangulamiento externo, es decir la falta de divisas suficientes para
sostener el crecimiento. La economía argentina, integrada como está en
el mundo, las necesita para resolver todo tipo de importaciones. Sin
embargo, el centro del problema no está allí, sino en los renglones
financieros que hacen que se fuguen recursos de manera sistemática. La
deuda y sus pagos, la remisión de utilidades, pagos de servicios ficticios y
fuga de capitales son caracteres determinantes de esta restricción. En el
último cuarto de siglo la Argentina acumula superávit comercial (es
decir, vende más de lo que compra al mundo) y a pesar de ello, el sector

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externo de pagos entra en problemas cíclicos por las demás salidas
referidas. Por eso, llama poderosamente la atención el consenso entre
diferentes economistas (tanto ortodoxos como heterodoxos) que
consideran que la salida de la crisis presente requiere exportar más de
las commodities vinculadas a recursos naturales que actualmente se
exportan. Esta suerte de “mandato exportador” insiste sobre exportar
más, generando mayor presión sobre los ecosistemas, a pesar de no
resolver los problemas de fondo (todas las demás salidas).

Es claro que Argentina requiere imperiosamente tener estabilidad


económica y reconocimiento de que existen serios problemas de
financiamiento para la actividad fiscal. Dichos problemas nos llevan a la
conclusión de que es necesario ser muy selectivo tanto con los gastos
públicos, como respecto de los grupos poblacionales sobre los que
recae la presión tributaria, de cara a una transición energética justa.
Además, dado que habrá mayores conflictos entre gastos ecológicos y
gastos actuales, es necesario considerar el redireccionamiento de los
subsidios de un sector a otro teniendo en cuenta los imperativos de la
transición ecosocial. Todo lo anterior requiere estabilidad monetaria. En
la transición ecológica y productiva, la política crediticia y monetaria
debe ser pensada como la política macroeconómica en la cual se
anclarán las políticas sectoriales. Y éstas deben apuntar a modificar la
estructura tributaria para que recaiga sobre los grupos con mayor
poder contributivo.

4- Otro desafío cada vez más presente en la agenda global es la deuda


ecológica, mencionada más arriba. La presión por extraer recursos
naturales que los centros capitalistas ejercen sobre la periferia se agrava
en el contexto de la deuda externa. Ya dijimos que el imperativo de
crecimiento de los países centrales tiene como contrapartida el
"mandato exportador" del Sur, lo que en los países capitalistas periféricos
se asocia a la necesidad de pagar la deuda externa y sus intereses,
renovando así un círculo interminable de desigualdad. Esto sucede
actualmente en Argentina, que arrastra una colosal deuda externa (una
deuda contraída por mecanismos irregulares y fugada y que por lo tanto
no debería ser pagada), hecho que obtura la imaginación política o la
posibilidad de pensar en alternativas de cambio, por lo cual sin importar
el signo ideológico de los gobiernos, las políticas públicas se orientan a
expandir las fronteras del neoextractivismo, para obtener los dólares que
alivien el pago de los servicios de la deuda externa.

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5- La extensión del Consenso Fósil y el lugar de los combustibles fósiles
en la economía argentina forma parte del problema antes que de la
solución y atrasa los debates necesarios para encaminar una agenda de
transición energética. Así, uno de los desafíos fundamentales es cómo
instalar un nuevo consenso social y cultural sobre la necesidad de
desescalamiento de la explotación de combustibles fósiles, en el marco
de un país que viene apostando fuertemente a la expansión de las
energías extremas más contaminantes (fracking y offshore), para
avanzar en la descarbonización de la matriz energética. Mencionamos
que la Argentina contrajo compromisos en esta línea, acordes a la
Agenda 2030 y el Acuerdo de París. Así, en 2021, durante el gobierno de
Alberto Fernández, la Secretaría de Cambio Climático presentó El Plan
Nacional de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático al 2030 que
sintetiza las políticas del país para limitar las emisiones de GEI. Sin
embargo, este plan está basado en la expansión hidrocarburífera, por lo
que está lejos de apostar a una reducción de GEI. En la actualidad, el
retroceso es aún mayor, pues en el gobierno de Javier Milei se observa
una tendencia alineada con el negacionismo climático más explícito,
que lleva incluso a la renuncia abierta de los objetivos de reducción de
GEI.

El abandono de los combustibles fósiles (petróleo y gas) lo antes posible


es un tema central de la transición ecosocial, pues afecta no solo la
matriz energética sino el conjunto de la actividad económica e inclusive
el régimen alimentario global. Si la transición energética exige el
desescalamiento en la utilización de petróleo y gas, es claro que habría
que comenzar con aquellas que son más riesgosas y complejas. En este
proceso, las primeras que hay que desescalar son las llamadas “energías
extremas” como las del petróleo y el gas no convencional y la del
petróleo offshore, que son las que presentan un riesgo sumamente alto
sobre los territorios y el Mar Argentino.

Nuestra propuesta se desarrollará a lo largo de tres años. Mientras que


durante el primer año nos enfocaremos en la cuestión de la transición
energética, a partir del segundo año incorporaremos una mirada más
integral, referida a los ejes de la transición hídrica,
productiva-alimentaria, socio-laboral, urbana y de infraestructura.

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Nuevamente, hacemos un llamado urgente a las organizaciones y
actores sociales, sindicales, ecoterritoriales, políticos, culturales,
artísticos y económicos a establecer un diálogo e intercambio plural
sobre las coordenadas de una transición ecosocial democrática, justa
y popular, que apunte a la soberanía del país y la sostenibilidad de
la vida.

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