Protocolo de Atención y Ejercicio Supervisado en C
Protocolo de Atención y Ejercicio Supervisado en C
Protocolo de Atención y Ejercicio Supervisado en C
ejercicio supervisado en
cáncer de mama.
Rotación Gimnasios STARK - WELL DONE
Realizar un adecuado tamizaje y diagnóstico a los afiliados que acuden a nuestras sedes.
Realizar una intervención segura mediante el ejercicio supervisado para controlar los síntomas
tanto de la patología como los presentes por el tratamiento en curso.
Reducir las potenciales complicaciones relacionadas al ejercicio en este tipo de pacientes.
Introducción.
El cáncer de mama se reconoce como el tipo de cáncer más prevalente en todo el mundo [1].
Específicamente, se refiere a un tipo de cáncer que se origina en el tejido mamario, generalmente
en los lóbulos mamarios y conductos galactóforos [5,6,7] e implica condiciones patológicas que
muestran un alto grado de heterogeneidad tanto a nivel molecular como celular. Esta patología
está asociada con una tasa de supervivencia más prolongada que otros tipos de cánceres [5]. Sin
embargo, las recidivas frecuentes, la progresión de la enfermedad hacia la metástasis, y los
trastornos asociados a la cirugía [5] comprometen tanto la integridad física como mental de las
pacientes.
Aunque se desconocen las causas subyacentes del cáncer de mama [6], hay una creciente evidencia
que destaca el impacto potencial de ciertos factores de riesgo, tanto extrínsecos como intrínsecos,
en su patogénesis. Por ejemplo, seguir un estilo de vida saludable, particularmente participando en
actividad física regular o ejercicio físico, podría reducir el riesgo de desarrollar la enfermedad así
como mejorar su pronóstico en pacientes ya afectadas.
Se requiere una distinción básica en este contexto donde la actividad física se considera como
cualquier movimiento corporal que involucra músculos esqueléticos a través del consumo de
energía, mientras que el ejercicio físico se refiere a una subcategoría de actividad física planeada,
estructurada y repetitiva, cuyo objetivo es mejorar o mantener una o más características de la
aptitud física.
La actividad física está relacionada con la reducción de la mortalidad por cáncer de mama y la
recurrencia en pacientes con cáncer de mama, así como con menos efectos adversos/severos tras
su tratamiento [7].
Desafortunadamente, las mujeres con un diagnóstico de cáncer de mama tienden a reducir sus
niveles de actividad física en un 11%, y una disminución aún mayor se ha observado en pacientes
tratadas con quimioterapia (50%) y radioterapia (24%), en comparación con las pacientes no
tratadas.
Dado que el ejercicio físico es de vital importancia para mejorar los procesos fisiológicos, como la
aptitud cardiorrespiratoria, la fuerza muscular y el bienestar psicológico, y considerando que una
reducción discernible en el rendimiento físico, un cambio negativo en la composición corporal (por
ejemplo, aumento de la masa corporal), y una mayor tendencia hacia la depresión o ansiedad son
efectos secundarios comunes del tratamiento del cáncer, el papel del ejercicio tras la terapia para
el cáncer de mama se ha convertido en un área importante de investigación.
Aproximadamente un tercio de las pacientes con cáncer de mama tratadas con quimioterapia
adyuvante sufren un deterioro de su aptitud cardiorrespiratoria, y por lo tanto, el papel del
entrenamiento físico para mitigar los efectos cardiotóxicos de la quimioterapia merece una mayor
investigación. Relativamente pocos datos están disponibles, de estudios dirigidos a identificar el
protocolo de entrenamiento aeróbico más efectivo, en términos de modalidad de ejercicio, tiempo
y duración, para aumentar la aptitud cardiorrespiratoria y reducir el riesgo de mortalidad
relacionada con el cáncer. Por ejemplo, un estudio reciente informó que el ejercicio aeróbico ejerce
un efecto beneficioso sobre la cardiotoxicidad inducida por las antraciclinas y el anticuerpo
monoclonal anti-HER2 trastuzumab en mujeres con cáncer de mama, mejorando la función
diastólica y la aptitud cardiorrespiratoria [8].
Consideraciones Médicas.
El cáncer es la segunda causa principal de mortalidad en hombres y mujeres en los Estados Unidos.
Cada año, más de 320,000 hombres y 286,000 mujeres en EE. UU. mueren a causa de esta
enfermedad. El cáncer está siendo cada vez más reconocido no como una sola enfermedad, sino
como un conjunto de enfermedades distintas, definidas no solo por su ubicación anatómica, sino
también por el tipo de célula de origen, los factores etiológicos y la susceptibilidad al tratamiento.
Por lo tanto, el tratamiento del cáncer se ha vuelto cada vez más personalizado.
Existen evidencias que demuestran el papel de la actividad física (AF) tanto en la prevención como
en el control del cáncer. Mayores volúmenes de AF se asocian con un menor riesgo de desarrollar
13 tipos de cáncer (por ejemplo, prevención primaria del cáncer) y con una reducción de la
mortalidad relacionada con el cáncer en personas con varios tipos comunes de cáncer (por ejemplo,
prevención secundaria del cáncer). Además, se ha comprobado que el ejercicio, un subconjunto de
la AF, ayuda a mitigar los efectos secundarios de la terapia contra el cáncer y a mejorar las medidas
funcionales en individuos con cáncer.
El ejercicio ofrece varios beneficios fisiológicos y de calidad de vida a los sobrevivientes de cáncer.
Según meta-análisis y revisiones sistemáticas de ensayos de intervención con ejercicio en personas
con cáncer, tanto durante como después del tratamiento, el ejercicio aeróbico mejora la aptitud
cardiovascular, y el entrenamiento de resistencia aumenta la fuerza muscular en extremidades
superiores e inferiores, además de incrementar la masa muscular magra. La evidencia sugiere que
los ejercicios supervisados tienden a ser más efectivos que los no supervisados en lograr estos
resultados. Aunque con menos evidencia, se ha encontrado que las actividades que combinan
resistencia e impacto alto (como saltar) pueden tener un efecto positivo en la densidad mineral
ósea (DMO) de la columna lumbar.
Diversos estudios también han investigado cómo el ejercicio influye en la calidad de vida de los
sobrevivientes de cáncer. Los meta-análisis han mostrado que las intervenciones de ejercicio
disminuyen la fatiga y la depresión tanto durante como después del tratamiento del cáncer,
mejoran la calidad de vida, y reducen los problemas de sueño post-tratamiento. Aunque ambos
tipos de intervenciones, supervisadas y no supervisadas, son efectivas, las supervisadas suelen
proporcionar mejores resultados. Además, se ha encontrado que los niveles altos de fatiga inicial y
otros síntomas predicen mayores beneficios de las intervenciones de ejercicio.
El nivel de actividad física a menudo disminuye durante el tratamiento del cáncer y puede no
recuperarse a los niveles anteriores al diagnóstico una vez finalizado el tratamiento. En una
muestra representativa a nivel nacional de sobrevivientes de cáncer, solo el 8% cumplía con la
recomendación de 150 minutos semanales de ejercicio de intensidad moderada a vigorosa. Un
estudio similar encontró que las sobrevivientes de cáncer de mama realizaban, en promedio, solo 1
minuto diario de ejercicio de intensidad moderada a vigorosa, dedicando la mayor parte del día a
actividades sedentarias (66%) o de baja intensidad (33%). Esto indica que hay oportunidades
considerables para utilizar el ejercicio como una herramienta terapéutica para mejorar diversos
resultados en los sobrevivientes de cáncer.
Además, más del 60% de los sobrevivientes de cáncer tienen 65 años o más y a menudo padecen de
otras condiciones de salud preexistentes, como enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2,
artritis y obesidad. La combinación de efectos secundarios relacionados con el cáncer, el
envejecimiento y otras condiciones de salud suele manifestarse en una capacidad cardiovascular
reducida, limitaciones funcionales y una menor calidad de vida. Por lo tanto, es crucial fomentar el
ejercicio sin crear barreras innecesarias para la participación en esta población. El ejercicio es
seguro para casi todas las personas, incluyendo la mayoría de los sobrevivientes de cáncer, y los
beneficios de salud que ofrece superan los riesgos para la mayoría de las personas.
Dado los conocidos beneficios del ejercicio en los sobrevivientes de cáncer y la baja adherencia
actual a las pautas de ejercicio, es esencial no crear barreras al ejercicio. Considerando el bajo
riesgo absoluto de eventos adversos graves que ocurren con el ejercicio, la mayoría de los métodos
de detección en individuos asintomáticos producirán tasas altas de falsos positivos. Sin embargo,
los sobrevivientes de cáncer a menudo experimentan una variedad de efectos secundarios agudos,
crónicos y tardíos debido al cáncer y sus tratamientos, los cuales pueden influir en el enfoque para
las pruebas de ejercicio y la prescripción de ejercicio.
Para determinar si los sobrevivientes de cáncer necesitan realizar pruebas de ejercicio antes de
participar en actividades de intensidad moderada a vigorosa, se puede utilizar el algoritmo de
cribado previo a la participación de la ACSM (Colegio Americano de Medicina Deportiva). Este
algoritmo ayuda a identificar a quienes podrían beneficiarse de una evaluación adicional antes de
comenzar un régimen de ejercicio. La Mesa Redonda de 2019 del ACSM sobre Directrices de
Ejercicio para Sobrevivientes de Cáncer concluyó que, en la mayoría de los casos, no es necesario
realizar pruebas de ejercicio antes de participar en actividades como caminar, ejercicios de
resistencia o de flexibilidad.
Sin embargo, es aconsejable considerar la evaluación médica y/o pruebas de ejercicio en ciertos
grupos de sobrevivientes de cáncer, como aquellos con enfermedad metastásica, efectos
secundarios persistentes y significativos del tratamiento del cáncer, o comorbilidades importantes.
Dada la ambigüedad en la definición de efectos secundarios y comorbilidades "significativos", se
recomienda una estrecha colaboración entre los profesionales del fitness, el equipo oncológico y/o
el proveedor de atención primaria para determinar el enfoque adecuado.
En general, no hay evidencia de que los sobrevivientes de cáncer requieran un nivel de supervisión
médica diferente al de la población general durante las pruebas de ejercicio, ya sean sintomáticas o
máximas. Las técnicas de pruebas de ejercicio y las contraindicaciones que se aplican a la población
en general son también aplicables a los sobrevivientes de cáncer, con algunas consideraciones
específicas para esta población:
Problemas en el brazo y linfedema: Los sobrevivientes de cáncer que tienen problemas en los
brazos o los hombros que dificultan o hacen insegura la realización de pruebas de resistencia deben
ser derivados a fisioterapia para su rehabilitación. La realización de pruebas de ejercicio de
resistencia con una repetición máxima es segura para los sobrevivientes de cáncer de mama que
tienen linfedema o están en riesgo de desarrollarlo en las extremidades superiores. Esto se debe a
que tales pruebas no agravan la condición si se realizan adecuadamente.
Metástasis óseas: Los sobrevivientes de cáncer con metástasis óseas presentan un riesgo elevado
de fracturas óseas, compresión espinal y aumento del dolor en los huesos. Por lo tanto, se deben
evitar las modalidades de pruebas de ejercicio que impliquen carga directa sobre las lesiones
metastásicas o sobre los músculos que se encuentran cerca de estas lesiones. Esto es crucial para
prevenir daños adicionales en las áreas afectadas y mantener la seguridad del paciente durante la
actividad física.
Ostomía: Durante las pruebas de ejercicio de resistencia, se debe aconsejar a los sobrevivientes que
eviten generar una presión intraabdominal excesiva, como la que se produce con la maniobra de
Valsalva. Aunque no hay datos empíricos que respalden esta recomendación, se basa en la
experiencia y opiniones de expertos para evitar complicaciones en personas con ostomías. La clave
es educar a los sobrevivientes sobre técnicas adecuadas para manejar la presión intraabdominal
durante el ejercicio.
A pesar de que la actividad física es adecuada para la mayoría de los sobrevivientes de cáncer en
condición estable, es importante realizar chequeos médicos regulares para la detección temprana
de cualquier complicación aguda que contraindique la actividad física. En el modelo de atención de
salud italiano, el estándar de cuidado incluye un seguimiento con un profesional de medicina
deportiva que administra y revisa evaluaciones de rendimiento cardiovascular con
electrocardiografía. Estas incluyen pruebas de caminata de 6 minutos (6MWT), pruebas de esfuerzo
y, si es necesario, ecocardiografía de esfuerzo. Las diferentes evaluaciones dependen de las
condiciones clínicas de los pacientes con cáncer.
Los estudios preclínicos muestran que los efectos moleculares generados por cada sesión de
ejercicio van más allá del control de los factores hormonales y de la insulina. Durante la actividad
física, estos factores influyen inmediatamente en el metabolismo del tumor, y el entrenamiento
continuo a largo plazo conduce a adaptaciones metabólicas e inmunogénicas que ayudan a
ralentizar la progresión tumoral.
El tratamiento del cáncer de mama debe adaptarse según la edad del paciente, el estado hormonal,
las comorbilidades, el estilo de vida y las preferencias personales, además de dos pilares
fundamentales para determinar el pronóstico: la extensión de la enfermedad (estadificación del
cáncer) y el tipo de tumor. En términos generales, el tratamiento puede dividirse en terapia local
(cirugía, radioterapia y reconstrucción mamaria) y terapia sistémica (quimioterapia,
hormonoterapia y bioterapia).
Seis meses después del diagnóstico, alrededor del 90% de las mujeres experimentan al menos uno
de los síntomas adversos de la terapia antineoplásica; el 60% padece múltiples síntomas que
afectan tanto la terapia como la calidad de vida del paciente, así como las tasas de supervivencia.
Seis años después del tratamiento, hasta el 30% de las mujeres siguen teniendo problemas
relacionados con las terapias.
La actividad física es segura y puede realizarse en diferentes etapas del tratamiento del cáncer,
mejorando la calidad de vida, la función global y reduciendo los síntomas psicológicos relacionados
con la enfermedad y su tratamiento. El dolor es uno de los síntomas más comunes en pacientes con
cáncer de mama; entre el 30 y el 60% de los pacientes experimentan síntomas moderados a graves
que pueden limitar la actividad física durante y después de las intervenciones terapéuticas. El dolor
tiende a disminuir con el entrenamiento físico, lo que mejora la fuerza, la capacidad
cardiorrespiratoria y la flexibilidad, y reduce la fatiga, la estancia hospitalaria, la ansiedad, la
depresión, los trastornos del sueño, las náuseas y los vómitos.
En pacientes bajo quimioterapia, los programas de ejercicio de resistencia se asocian con una mejor
autoestima, fuerza muscular y composición corporal, sin causar o agravar el linfedema u otras
complicaciones en aquellas que se sometieron a cirugía. Antes de iniciar ejercicios para los brazos,
se recomienda evaluar la movilidad de los mismos. Además, es aconsejable realizar un examen
específico para detectar la presencia de neuropatías periféricas, trastornos musculoesqueléticos y
riesgo de fracturas, especialmente en pacientes que reciben hormonoterapia y en aquellos con
enfermedad ósea metastásica.
Los agentes quimioterapéuticos también pueden causar cardiotoxicidad directa e indirecta, con la
aceleración del envejecimiento general y vascular, y la consiguiente disminución de la reserva
cardiorrespiratoria. Tanto la enfermedad como la terapia pueden contribuir al aumento de peso y
la reducción de la actividad física, lo que incrementa potencialmente el riesgo de enfermedades
cardiovasculares (ECV). Los estudios sobre prevención secundaria han corroborado la mejora de la
función cardiorrespiratoria con programas de entrenamiento físico en mujeres con cáncer de mama.
El ejercicio físico ha sido firmemente recomendado para las mujeres que han sobrevivido al cáncer
de mama, ya que no solo mejora su calidad de vida, sino que también podría aumentar su
supervivencia. Un estudio prospectivo que incluyó a 2987 mujeres diagnosticadas con cáncer de
mama en estadio I, II o III entre 1984 y 1988, y seguidas hasta la muerte o junio de 2002, mostró
que la actividad física después del diagnóstico puede reducir el riesgo de fallecimiento por esta
enfermedad. El mayor beneficio se observó en aquellas mujeres que caminaban el equivalente de
tres a cinco horas por semana a un ritmo moderado. Después del tratamiento, el objetivo principal
es rehabilitar a los pacientes para que puedan volver a sus actividades habituales. El ejercicio
regular puede contribuir al bienestar físico y emocional, mejorando la calidad de vida y siendo una
de las principales recomendaciones para prevenir enfermedades crónicas. Este enfoque no debería
ser diferente para las mujeres que han enfrentado recientemente el tratamiento del cáncer.
Las evidencias han demostrado que el ejercicio físico tiene un impacto positivo en la supervivencia
y ayuda a minimizar las complicaciones relacionadas con el cáncer de mama. A pesar de estos datos
favorables, la práctica del ejercicio físico enfrenta limitaciones como la fatiga, la falta de motivación,
la pérdida de confianza en sí mismas, el seguimiento insuficiente, la falta de apoyo familiar y la falta
de orientación.
Es crucial alentar a las mujeres en el período post-tratamiento a adoptar un estilo de vida saludable,
evitando el consumo excesivo de alcohol, aumentando la ingesta de frutas y verduras, y
manteniendo un nivel adecuado de actividad física. Esto es fundamental para mejorar la calidad de
vida y la salud en general, facilitando el retorno a un estado de salud similar al anterior al
diagnóstico y tratamiento del cáncer.
Por lo tanto, las recomendaciones actuales para el ejercicio físico en sobrevivientes de cáncer de
mama se centran en el retorno gradual a las actividades diarias habituales, manteniendo un gasto
metabólico adecuado durante y después de las terapias, y cumpliendo con la recomendación
clásica de realizar ejercicio aeróbico semanalmente.
También se ha documentado que la inactividad física está asociada con un aumento de peso
después del diagnóstico, lo cual, a su vez, se ha vinculado con una menor tasa de supervivencia en
algunos estudios. Las mujeres que mantienen niveles más altos de actividad física después del
diagnóstico tienen menos probabilidades de ganar peso, lo que mejora las perspectivas de
supervivencia.
La obesidad se relaciona con tasas de mortalidad más altas por cáncer de mama y por todas las
causas.
Además, se ha observado que las mujeres obesas tienen un mayor riesgo de desarrollar un segundo
cáncer de mama después de la menopausia y una mayor incidencia de otros tipos de cáncer. Por lo
tanto, mantener un índice de masa corporal normal puede reducir el riesgo de desarrollar un nuevo
cáncer de mama después de la menopausia, otros cánceres y mortalidad por todas las causas.
Un estudio realizado por Giallauria y sus colegas evaluó si el ejercicio mejoraba la función
autónoma en mujeres con antecedentes de cáncer de mama invasivo. Los resultados indicaron que
el ejercicio de intensidad moderada se asoció con una mejora significativa en la función autónoma
en estas sobrevivientes.
Para prescribir ejercicio de manera segura, es crucial que el equipo multidisciplinario, que incluye
educadores físicos, fisioterapeutas y otros profesionales, comprenda las características y
consecuencias del tratamiento del cáncer. Las prescripciones deben adaptarse según el
rendimiento físico previo al tratamiento, las comorbilidades de los sobrevivientes, la respuesta al
tratamiento y los efectos adversos del mismo. Se debe prestar atención especial a las neuropatías
periféricas y las enfermedades musculoesqueléticas secundarias, independientemente del tiempo
transcurrido desde el tratamiento. Además, es fundamental evaluar la movilidad de los brazos y los
hombros antes de comenzar cualquier ejercicio que implique las extremidades superiores, y tener
en cuenta el tiempo necesario para la cicatrización de heridas después de mastectomías.
Los pacientes con enfermedad ósea metastásica deben recibir un programa de ejercicio
individualizado para determinar los límites de seguridad antes de comenzar. La rehabilitación en
estos casos incluye adaptaciones en los programas de ejercicio establecidos, con reducción del
impacto, la intensidad y el volumen para mitigar el riesgo aumentado de fracturas debido a la
fragilidad ósea.
Asimismo, las personas con enfermedades cardiovasculares conocidas requieren una evaluación
inicial para determinar la seguridad de los programas de ejercicio, una supervisión más cercana y
períodos más cortos de ejercicio. Es fundamental seguir las recomendaciones de las guías sobre
ejercicio y rehabilitación, especialmente en lo que respecta a las contraindicaciones
cardiovasculares y pulmonares.
A pesar de todos los beneficios descritos del ejercicio físico regular, aún no hay consenso sobre la
magnitud de estos beneficios, la mejor manera de administrar el ejercicio o cuál es el tipo de
ejercicio más efectivo para esta población. Se necesitan más investigaciones para establecer la
prescripción ideal de ejercicio, ya que los estudios hasta la fecha han evaluado diversos tipos de
ejercicios, frecuencias, intensidades y duraciones, lo que dificulta la generalización y
estandarización de los resultados.
El cáncer de mama es una de las enfermedades más prevalentes entre las mujeres a nivel mundial.
El tratamiento quirúrgico, una de las principales modalidades terapéuticas, no solo busca la
extirpación del tumor, sino también la preservación de la funcionalidad del miembro afectado. Tras
la cirugía, es crucial implementar estrategias de recuperación efectivas que ayuden a restaurar la
movilidad y funcionalidad del brazo y el hombro afectados, minimizando los efectos secundarios y
promoviendo la reintegración a las actividades cotidianas.
Ejercicios Recomendados
Los ejercicios deben iniciarse de manera progresiva y adaptativa a las necesidades individuales de
cada paciente. Durante la primera semana postoperatoria, se recomienda realizar movimientos
suaves del brazo afectado, como elevarlo hasta la altura de los hombros y luego bajarlo varias veces
al día. Estos movimientos ayudan a movilizar el fluido linfático y promover la circulación sanguínea,
reduciendo así la probabilidad de complicaciones posteriores.
Seguimiento y Adaptación del Plan de Ejercicios
Es esencial mantener una comunicación constante con el equipo médico tratante para ajustar el
plan de ejercicios según la evolución del paciente. Los ejercicios deben ser realizados de manera
cuidadosa y sin provocar dolor, enfocándose en estiramientos suaves y movimientos controlados.
Es normal experimentar sensaciones como ardor o entumecimiento en el área operada, pero
cualquier síntoma inusual debe ser reportado de inmediato al médico para evaluación adicional.
Recomendaciones Generales
Además de los ejercicios específicos para el brazo y el hombro, es importante mantener una
respiración profunda y frecuente para preservar la capacidad pulmonar y evitar complicaciones
respiratorias. Se aconseja usar ropa cómoda y holgada durante las sesiones de ejercicio para
garantizar la comodidad y evitar restricciones innecesarias.
Consideraciones Finales
La rehabilitación postoperatoria tras cirugía mamaria debe iniciarse con ejercicios específicos,
autorizados por el equipo médico, generalmente una semana o más después de la intervención
quirúrgica. La siguiente información proporciona una guía estructurada para la ejecución segura de
estos ejercicios y aborda consideraciones cruciales para la recuperación.
Cada ejercicio debe realizarse lentamente hasta alcanzar un estiramiento moderado. Al llegar al
punto de estiramiento, se debe mantener la posición durante una cuenta lenta de cinco segundos.
La percepción de un ligero tirón, debido al estiramiento de la piel retraída por la intervención
quirúrgica, es normal. Durante la ejecución de estos ejercicios, se deben evitar movimientos
bruscos o forzados. No se debe experimentar dolor, únicamente una sensación de estiramiento
leve.
La rutina de ejercicios debe incluir de 5 a 7 repeticiones por cada ejercicio. Es esencial realizar cada
ejercicio de manera correcta. Si se presentan dificultades para su ejecución, es necesario informar
al equipo de atención oncológica, que podría derivar a la paciente a un fisioterapeuta o terapeuta
ocupacional para una evaluación adicional.
La frecuencia recomendada para estos ejercicios es de dos veces al día, con el objetivo de
restablecer la flexibilidad normal. Mantener algunos de estos ejercicios en los meses posteriores a
la cirugía puede contribuir al mantenimiento de la movilidad.
Día 3: Pierna
Músculo Ejercicio Series Repeticiones Descanso
Calentamiento Cicla - Caminadora 5 minutos
Pierna Sentadilla 3 15 * 70 PR 1-2 min
Pierna Prensa 3 15 * 70 PR 1-2 min
Pierna Extensiones 3 15 * 70 PR 1-2 min
Pierna Zancada en TRX 3 15 * 70 PR 1-2 min
Pierna Elevación de gemelos 3 15 * 70 PR 1-2 min
Pierna Sentadilla Sumo 3 15 * 70 PR 1-2 min
Enfriamiento Cicla - Caminadora 5 minutos
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