De Un Mundo Que Hila Personas - Angeles Eraña
De Un Mundo Que Hila Personas - Angeles Eraña
De Un Mundo Que Hila Personas - Angeles Eraña
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Colección La filosofía y sus problemas, 9
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De un mundo que hila personas
(o de la inexistencia de la paradoja
individuo/sociedad)
Ángeles Eraña
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Catalogación en la publicación UNAM. Dirección General de Bibliotecas
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio sin la
autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
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Índice
Prefacio y agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1 . ¿Una disyuntiva o un par complementario? . . . . . . . . . . . . . . . 15
2 . La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) . . . . . . . . . . . 33
1 . La ontología de un mundo polar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
2 . La paradoja individuo/sociedad: un dilema fundacional . 37
3 . El individuo: una persona sin personeidad . . . . . . . . . . . . 42
4 . Una mirada hegemónica: la comunidad como sujeción . 47
5 . Un mundo se dibuja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
3 . El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan . . . . . 55
1 . Una existencia mutilada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
2 . La guerra como vitualla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
3 . La persona (o el yo) como mercancía . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
4 . El despojo como forma de vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
4 . ¿Quiénes queremos ser? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
1 . Una urdimbre para reparar a los vivos . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
2 . ¿Qué es un mundo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
3 . ¿Qué significa “construir” un mundo? . . . . . . . . . . . . . . . . 95
4 . La sociedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
5 . ¿Quiénes queremos ser? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
5 . La persona: una resonancia corpórea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
1 . ¿Quiénes somos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
2 . ¿Quién soy yo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
3 . Yo soytú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
4 . La complementariedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
6 . El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 135
1 . Una ontología para mundos múltiples . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
2 . No hay mundo sin mundos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
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Para Labná y Saasil
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Escribe claro, Dios no tiene anteojos.
No traduzcas tu música profunda
a números y claves,
las palabras nacen por el tacto. . .
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Prefacio y agradecimientos
Este libro tiene una larga y sinuosa historia. Durante muchos años di
vueltas buscando la manera de articular algunas preocupaciones e in-
tereses que hacían girar mi cabeza y palpitar mi pulso. Aquéllas y és-
tos provenían tanto de mi investigación académica, como de mi vida
personal y colectiva. Durante mucho tiempo pensé que no sería fácil
recogerlas en una misma madeja (si no es que sería imposible). Seguí
las dos pistas paralelas que hacían mi vida. Y así transité, un poco a
ciegas y dando tumbos, de la filosofía de la ciencia a la epistemología y
a las ciencias cognitivas. Hace alrededor de seis años llegué a un punto
en el que me percaté de que todo eso me había provisto de un sostén
metodológico y un trasfondo teórico, pero que había dejado de ocupar
un lugar central en mis pensamientos. Así, aquello aparece apenas en los
planteamientos que aquí presento y defiendo. En ese punto creo haber
encontrado un hilo —el que aquí despliego— con el que doy inicio a un
nuevo esfuerzo por urdir un telar con mis tan diversas inquietudes. Estas
páginas, en este sentido, son un lugar de encuentro: en ellas convergen
más de veinte años de indagación interior y muchas de mis preocupa-
ciones, tanto filosóficas, como políticas y sociales.
La inspiración esencial que subyace no sólo al escrito, sino al proyec-
to que está tras él y su espíritu, proviene del pensamiento y el actuar de
los zapatistas. Como sabemos, el 1 de enero de 1994 el Ejército Zapa-
tista de Liberación Nacional se levantó en armas y nos sacudió a todas
con fuerza. Las escenas miradas en las repetidoras libres de televisión,
las notas leídas en los periódicos y las reacciones de mucha gente cerca
de mí me condujeron a buscar una vía para ver y comprender lo que
ocurría en mi país. No imaginaba siquiera que esa vía sería el inicio
de una nueva vida para mí, un despertar interior profundo. No imagi-
naba que no sería sólo motor vital, sino también intelectual y teórico.
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12 Prefacio y agradecimientos
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Prefacio y agradecimientos 13
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14 Prefacio y agradecimientos
Hay personas de las que he aprendido mucho y con las que he tenido
discusiones que me permitieron comprender cómo armar este libro. De
entre ellas, la primera es Sergio Rodríguez Lascano. Le agradezco las
largas conversaciones que tuvimos y lo mucho que me ha enseñado acer-
ca del mundo y su lectura. Aquí se encuentran también los miembros del
colectivo ¿Qué hacer aquí con esto?: Claudio García Ehrenfeld, Efraín
Lazos, Tania Jimena Hernández Crespo, Eugenio Santangelo, Mara Ba-
tiferri, María González de León, Leonel Vargas, Carlos López Beltrán.
Escucharlos hablar, mirarlos discutir, aprender de sus modos diversos
de mirar y, sobre todo, aprender de nuestro esfuerzo por encontrar lo
común en lo diverso ha sido una de mis más bellas y enriquecedoras
experiencias de los últimos años. Marisela López requiere una mención
especial: miembro del colectivo, pero también, y sobre todo, cómpli-
ce de vida, amiga entrañable que me apoya y me confronta, según sea
necesario dado el caso o el momento. Mi madre es importante no sólo
porque me acompaña siempre en mis vuelos a veces enloquecidos, sino
también porque, dada su insistencia, leí a regañadientes libros que re-
sultaron ser fundamentales para la redacción de varios capítulos de este
escrito. No quisiera dejar de mencionar a Manuel Fernández Guasti, con
quien aprendí a ser quien soy hoy.
Mi investigación ha recibido un apoyo fundamental de la Universidad
Nacional Autónoma de México. Agradezco al Instituto de Investigacio-
nes Filosóficas por todas las facilidades que me da para hacer mi trabajo.
Además, agradezco el apoyo que obtuve del Programa de Apoyos para
la Superación del Personal Académico de la UNAM (PASPA) y, muy en
particular, a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico
por otorgarme la beca que me permitió hacer una estancia de investiga-
ción durante el año 2017 con este fin.
Dejo hasta el final a las dos personas más importantes de mi vida:
Labná y Saasil. A ellas no sólo les agradezco ser quienes son y su afán
por ser mejores cada día, sino también enseñarme que una nunca ha
terminado de comprender, que una es proceso, que una es la que se hace
con las otras a quienes más quiere. Soy ellas y a través de ellas soy yo.
Á.E.
Mayo de 2020
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1. ¿Una disyuntiva o un par
complementario?
tiv@s (carta segunda del intercambio epistolar sobre Ética y Política)”, p. 79.
2 Luis Villoro, “Una lección y una esperanza” y “De la reflexión crítica, individu@s
basta mencionar algunos ejemplos. En la filosofía política suelen oponerse las teorías de
corte liberal que ponen al individuo en el centro de toda reflexión, y las teorías comu-
nitaristas (o republicanas) que presuponen la prioridad de la sociedad sobre el indivi-
duo. Éstas, siendo tan diversas, coinciden en destacar la libertad como el valor político
primordial, pero discrepan sobre el lugar en el que ésta se ubica. En la filosofía de la
acción (y sus ramificaciones hacia la ética) se discute sobre si las acciones de un sujeto
se explican por la influencia de los grupos sociales a los que pertenece, o si debe darse
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¿Una disyuntiva o un par complementario? 17
Ésas son las dos preguntas guía del libro que tienen en sus manos.
Defenderé, como respuesta para ellas, que la diada individuo-sociedad
no constituye una disyuntiva, sino un par complementario. Esto es, los
términos en cuestión hacen referencia a entidades —el individuo que es
singular y la comunidad (o sociedad) que es plural— que no son sino dos
caras de un (mismo) fenómeno complejo en el que se despliegan tanto
las prácticas y las relaciones que sostienen (materialmente) el mundo
que habitamos, como nuestro modo de ser (aquí hoy). El dilema o la
paradoja surge solamente si se piensa, como ha hecho buena parte de la
tradición filosófica, que en cualquier par de categorías ontológicas una
es primaria y la otra derivada (una debe priorizarse, la otra minimizarse,
reducirse o incluso eliminarse). El caso que aquí nos ocupa presupone
—además de este principio— que los intereses particulares (de los in-
dividuos singulares) y los comunes (de la comunidad o de la sociedad)
viven en disputa.
El intercambio epistolar al que aludí páginas atrás pone lo anterior en
claro. Aquí busco mostrar que la idea misma de que existe una oposición
es falsa o absurda. Ella se sostiene y adquiere sentido porque en el mun-
do como es hoy cualquier dualidad se vive como si ella involucrase un
antagonismo o estuviese constituida por él. En este mundo pasamos por
alto que no hay (ni puede haber) comunidad sin individuo (ni viceversa);
que no hay (ni puede haber) intereses particulares sin intereses comunes
(ni al revés). En el mundo como es hoy no apreciamos que lo común es
lo compartido, lo que es de nadie pero es de todas (y de cada una), lo que
aparece cuando todas nos mostramos, cuando nos ponemos en juego y
nos dejamos transformar por la otra, por su mirada, por su estar aquí
entre nosotras. Lo común es lo que permanece cuando dejamos de estar.
En un mundo donde esto pueda mirarse, la paradoja será impensable.
Imaginar este otro mundo es el leitmotiv de estas páginas.
***
Dije que, en la filosofía, la oposición individuo-sociedad suele presen-
tarse como una paradoja. Para comprender con claridad qué quiere decir
esto vale la pena preguntarse qué es una paradoja. éstas, en términos ge-
nerales, se caracterizan como proposiciones que sostienen algo que va
en contra del sentido común, algo que ordinariamente parece un desa-
tino o que a primera vista resulta absurdo. Algunas expresan una (apa-
rente) contradicción en la medida en que contienen dos términos que
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¿Una disyuntiva o un par complementario? 19
Estas respuestas dan lugar a un nuevo dilema. Esta versión está re-
lacionada con la segunda motivación antes mencionada. La idea subya-
cente en ella es que debe haber una unidad —un tipo de entidad una—
que sirva de base (o fundamento) a la hora de llevar a cabo cualquier
análisis de, por ejemplo, la estructura de una sociedad. Esa entidad es
primaria ontológica o explicativamente. Ella es el centro de causación
(origen y fin) y el punto final en cualquier explicación de todo cuan-
to ocurre en su dominio. Ella, además, será aquello a lo que podemos
atribuir propiedades, a lo que le ocurren sucesos, etc. La primera —de
las dos posibles soluciones al problema de la naturaleza de la sociedad
mencionadas antes—- se asocia al individualismo y da prioridad al in-
dividuo (a la entidad singular): desde esta perspectiva, la sociedad es
un derivado, esto es, su existencia se origina en los individuos que la
conforman o constituyen (o procede de ellos), y su mejor explicación
es la que apela a estos últimos. La segunda, por su parte, sostiene la
prioridad de la pluralidad: afirma que los individuos no son algo sin la
sociedad y que la mejor explicación acerca de los primeros es la que
apela a la última.
Nótese que estas perspectivas son contradictorias: las tesis que cada
una comprende no pueden ser verdaderas si las que la otra contiene lo
son. Además, ninguna ofrece una explicación satisfactoria de la realidad
social. El individualismo no es capaz de explicar qué es y cómo se
origina una opinión social, colectiva o grupal. Desde su perspectiva,
ésta es el agregado de las opiniones individuales. Sin embargo, esto
no es (siempre) el caso,5 y si lo fuese, tendría que decirnos cuál es el
método de agregación de opiniones (o el mejor de ellos), porque de no
5 En On Social Facts y en “Modelling Collective Belief”, Margaret Gilbert, por ejem-
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que se generaliza en la forma del llamado “dilema discursivo”. éste aparece en List y
Pettit, “Aggregating Sets of Judgments: An Impossibility Result” y en Pettit, “Groups
with Minds of Their Own”, y consiste, fundamentalmente, en que si las opiniones se
agregan con base en las premisas (individuales) de un razonamiento, darán un resultado
específico, pero si lo hacen con base en las conclusiones (individuales) del mismo, darán
el resultado específico contrario. En “¿Qué son las creencias colectivas? Algunas pers-
pectivas de su estudio”, Vázquez del Mercado ofrece una presentación clara y sencilla
del mismo.
7 Hay muchas razones para que esto sea así. La más poderosa es, como argumentaré
más adelante, el modo de ser del mundo hoy: el capitalismo, que es el sistema social,
político y económico que gobierna nuestras vidas, requiere y soporta el individualismo.
En términos teóricos, lo que se ha argumentado en favor de esta posición es que la
visión holista (o comunitarista) supone la existencia de una lógica social determinista que
subyuga al individuo, lo aplasta, lo desaparece y lo invisibiliza. Otra línea argumentativa
ha señalado que ella implica “una esfera autónoma de propiedades o hechos sociales”
(Epstein, “Ontological Individualism Reconsidered”, p. 188) o involucra la postulación
de entidades de dudosa raigambre ontológica como las mentes grupales (Bernard Schmid,
“Can Brains in Vats Think as a Team?”). El libro pretende ofrecer un argumento en
contra del individualismo y, de ser aceptada la posición que aquí defiendo, estas razones
se verían socavadas de inmediato.
8 Uso el término “persona”, en primera instancia, para no tener que posicionarme
frente a los debates en torno a cuál es la mejor opción para llamarnos a nosotras mismas:
“sujetos”, “agentes”, “yoes”, etc. Una vez sorteadas esas discusiones, recurro a esa noción
para dar cuenta de un modo nuestro de ser que, según yo, puede conducir a un mundo
mejor. Desarrollo estas ideas sobre todo en el capítulo 5, pero empleo la noción a lo largo
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***
Mencioné ya algunos de los supuestos que subyacen a la formulación de
la paradoja, otros aparecerán en los capítulos que constituyen el cuerpo
central de este escrito. Uno de ellos, sin embargo, merece atención es-
pecial porque sirve de justificación y sustento de un gran número de
disparidades que se expresan tanto en nuestras formulaciones teóricas,
como en un modo de mirarnos entre nosotras y a lo otro. Esta manera
de ver y de ser (aquí) se materializa en nuestras prácticas y sustancia un
modo de ser del mundo, el cual tiende a dividirlo todo en contrapartes,
en oposiciones antagónicas. Esta norma sirve como principio clasifica-
torio de las cosas que hay. Ella ordena o dispone todo cuanto existe. Es
un principio ontológico, esto es, una presunción que sirve para determi-
nar de qué cosas tiene sentido predicar existencia. La idea básica de este
precepto es que cualquier categoría ontológica articula una dualidad.9
9 Esta idea se examinará y explicará con detalle en el siguiente capítulo. Baste por
ahora decir que este precepto establece que el mundo está poblado primordialmente de
sustancias y propiedades (de las primeras se predican las segundas y no son ellas mismas
predicables). Las sustancias pueden caracterizarse por sus propiedades, pero no son sus
propiedades. Así, hay un sentido (muy básico) en el que todo cuanto existe es (y no es)
idéntico a sí mismo: todo cuanto existe es y no es sus propiedades. Más aún, si una clase
(o categoría) está hecha de sustancias que comparten propiedades, entonces podemos
decir que cualquier cosa es (en principio) idéntica a sí misma y a cualquier sustancia de
su clase. Pero nada es idéntico a ninguna otra entidad (particular o individual), de modo
que todo cuanto pertenece a una clase (o categoría) es idéntico a cualquier otra entidad de
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11 En La guerra contra las mujeres, por ejemplo, Rita Segato sostiene: “La estructura
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Uno de mis anhelos al escribir este libro es contribuir a la tarea de com-
prender cómo llegamos a este mundo que habitamos y que nos repele.
No pretendo ofrecer un diagnóstico completo de las relaciones (causales
o de otro tipo) que existen entre el capitalismo y el individualismo, o de
cómo estos dos conducen a la cosificación o deshumanización de la per-
sona. Busco simplemente acercarme al problema, esbozar una diagnosis
que abone a nuestra comprensión. Esto en virtud de la hipótesis que sos-
tengo, a saber, que dicha aprehensión nos ayudará a desandar el camino
que hasta aquí nos trajo y hará posible construir un mundo nuevo, que
nos dé cabida a todas.
Mi aportación es mínima. Consiste en arrojar luz sobre un viejo y
acendrado problema filosófico que tiene ramificaciones hacia las cien-
cias sociales y que suele articularse en términos de una pregunta: ¿qué
es y cómo se estructura una sociedad, un mundo? En particular, intento
reformular y cuestionar el supuesto según el cual la sociedad y el indi-
viduo son opuestos antagónicos. Desperdigados a lo largo del presente
escrito se encuentran los razonamientos y planteamientos que pretenden
abonar en esta dirección. La estructura argumentativa es la siguiente.
En el capítulo 2 —“La zozobra del binarismo (una (falsa) para-
doja)”— presento de manera general algunos supuestos subyacentes en
el “binarismo”. Profundizo en los supuestos recién apuntados y seña-
lo otros dos presupuestos teóricos en que se apoya dicha posición: el
principio de identidad, según el cual una cosa es siempre idéntica a sí
misma, y que se presenta de la siguiente forma: “A = A”; y el principio
de no contradicción, que estipula que nada puede ser verdadero y falso
(o no puede ser y no ser) al mismo tiempo, y que se formula así: “no es
posible que A y no A”. Con base en tales principios se dibuja un mundo
de disyuntivas en el que todo lo que no sea A será diferente de A, ajeno
a ella. Estas ideas sirven para sustanciar la tesis de que todo ser muchos
es diferente de uno, es decir, nada puede ser plural y unitario al mismo
tiempo. La pregunta que surge es: ¿qué relación existe entre los muchos
y el uno? La respuesta generalizada en nuestro mundo actual es que en
este par, como en cualquier otro, hay un término que es fundamental y
otro derivado. Así, en el par individuo/sociedad hay un término prima-
rio. Dadas las dificultades explicativas y los compromisos ontológicos
complejos que entraña la existencia de entidades plurales, la posición
prevaleciente ha sido el individualismo.
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que se tejen mis vínculos con otras y con el mundo. éstos se expresan
e incorporan en mis afectos, en mi cuerpo, en mi mirada y, sobre todo,
en mi modo de ser vulnerable que es único, pero es también común a
todas. éste hace posible que cada una sea horizonte ético, es decir, hace
posible la mirada, hace posible que nos hagamos cargo de las otras, que
nos percatemos de que sus asuntos son nuestros y de todas, que lo que
les pasa nos puede pasar también a nosotras. Ser yo es ser tú.14
El sexto y último capítulo —“El sosiego de la dualidad (o la inexis-
tencia de una paradoja)”— versa sobre la ontología dual. Para ilustrarla
parto del análisis de la tesis zapatista de que queremos un mundo donde
quepan muchos mundos. Desde mi perspectiva, éste es un llamado a
transformar la realidad y es consistente con el principio de dualidad,
según el cual el mundo está hecho de pares y en cada uno de ellos hay
dos términos que son compartes entre sí, es decir, que se necesitan mu-
tuamente para subsistir pero que, al mismo tiempo, son ontológicamente
plenos por sí mismos. Argumentaré que si aceptamos las ideas que se
originan en este principio, entonces no tenemos por qué aceptar que
es preferible que haya un mundo a que haya muchos, ni por qué creer
que éste, el actual, es el único mundo posible. En términos abstractos,
el principio nos lleva a pensar que no es preferible que haya uno sobre
muchos. En general sugiere que, en cualquier par de categorías, ninguna
es primaria o fundamental. Lo que sostendré con base en esto es que no
hay mundo sin mundos. Haré un vínculo entre el mundo y el tiempo y
sostendré que el tiempo del mundo dual es el de la construcción de lo
común. Aquél es el espacio en el que puede desplegarse la comunidad.
En un mundo como éste, la paradoja es inexistente: simplemente no
puede plantearse. La ontología dual es una ontología relacional, esto
es, plantea que si algo fuese ontológicamente primario, sería la relación
(cualquiera, no una en particular o un tipo en general). Así, no puede
existir nada que no esté relacionado. Pero las relaciones son intrínse-
camente movimiento, de modo que lo que fue primario, después será
derivado. En consecuencia, no hay algo que sea uno o lo otro; todo,
cualquier cosa, es uno y lo otro. Dicho de otra manera, si el mundo está
hecho de relaciones (y no de sustancias), hay conformación mutua de
14 Estas ideas son eco de voces múltiples de orígenes diversos. Entre ellas destacan las
de los feminismos que desde el siglo pasado han ido consolidando sus voces diversas y
han dejado en claro cómo la noción moderna del agente o individuo no sólo es cuestio-
nable, sino también discriminatoria e insatisfactoria.
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30 De un mundo que hila personas
***
Antes de adentrarme de lleno en los argumentos, quiero hacer algunas
advertencias. La primera es que el texto que tienen en sus manos está
escrito en femenino. Podría ofrecer razones para defender mi decisión
de proceder de esta manera, pero prefiero no hacerlo. Se trata, simple-
mente, de una declaración tácita de principios. Debe quedar claro, sin
embargo, que hacerlo así no implica que el texto sólo esté dirigido al
público que se identifica con la “a” que suele signar lo femenino. Éste
es un libro para cualquiera, para todas y, sobre todo, para quienes com-
parten conmigo la creencia de que es urgente cambiar el mundo.
Una segunda aclaración es que mi formación filosófica ha sido fun-
damentalmente analítica y eso trasmina mi mirada.15 Así, aunque no
quisiera que este texto quedase enmarcado en una u otra corriente o
tradición filosófica, y aunque hago acopio de todo tipo de literatura
para ensamblar esta trama de ideas, probablemente el sesgo formalis-
ta se asome y anegue el contenido de los capítulos que tejen este libro.
Todavía en el entorno de las voces que se tejen en la mía debo decir
que los sonidos aquí escritos son ecos, resonancias de voces múltiples
y diversas, de palabras que han marcado mi pensamiento y mi camino
de una u otra manera. éstas no son pocas, de modo que encontrarán
citadas autoras muy diferentes y diversas, a veces incluso algunas que
se consideran antagonistas.16 No es mi propósito hacer coherentes pen-
15 La filosofía analítica es una corriente de la filosofía cuyos orígenes se remontan a
finales del siglo XIX, cuando la lógica adquiere un lugar central en el debate acerca de
la estructura del lenguaje y del pensamiento. Una de las características que la distinguía
originalmente era la adopción del análisis conceptual a priori como método propio de
la filosofía (Barceló Aspeitia, “¿Qué es la filosofía analítica?”). Esto ha cambiado con
el tiempo, pero las herramientas de análisis que desarrolló han mantenido una posición
central en el modo de hacer filosofía que aún se llama así.
16 No pretendo hacer exégesis de ninguna autora citada ni soy especialista en su pen-
samiento. Quizá, entonces, pueda pensarse que mi interpretación de algunas de sus ideas
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¿Una disyuntiva o un par complementario? 31
Ojalá que ese sueño que quizá logre hacerse piedra que canta cuan-
do muchas lo completen contribuya en la construcción de una nueva
realidad. Ojalá este pedazo sirva para empezar a sacudir de nosotras la
incertidumbre a la que nos ha confinado la aparente certeza de la om-
nipotencia del capitalismo. Ojalá nos libre del mutismo, la quietud y
la ceguera en que éste nos tiene sumergidas. Para evitar el silencio y la
parálisis, quizá sirva comprender que la duda no es la contraparte de
la certeza, sino su comparte. Que no hay certeza inamovible, que son
todas ellas revisables. Quizá valga la pena comprender que caminando
se construyen realidades habitables, mundos en que seamos todas y cada
una de nosotras dignas y plenas.
no es exacta. Sin embargo, mi intento no se encamina a que lo sea, sino a hacer explícita
la forma en que autoras disímbolas tejen el entramado que aquí queda plasmado.
17 Subcomandante Insurgente Marcos, “La historia de las piedras y los sueños”, p. 39.
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2. La zozobra del binarismo
(una (falsa) paradoja)
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34 De un mundo que hila personas
Boyd sostiene que la realidad social tiene una relación causal de ida y vuelta con nuestras
teorías acerca de los fenómenos sociales en la medida en que estas últimas son unas de
las prácticas sociales que se materializan en un modo de ser del mundo (en un modo de
vida, en un conjunto de relaciones sociales).
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 35
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 37
cosa, entidad. Es llana, lisa, homogénea. De ella está hecho todo cuanto
existe (en sí mismo y por sí mismo), es lo que hay. Los procesos y
los sucesos no son sustancias, son cosas que ocurren en ellas o que les
suceden a ellas.
A las sustancias se agregan cualidades o propiedades, se les añaden
relaciones que no son constitutivas de lo que es; son todas prescindibles.
Las propiedades están presentes en las cosas: una sonrisa, un hoyo, un
color, un sabor, una mirada, una forma. Éstas son distintas entre sí y pue-
den conocerse porque están (o no) en las cosas que existen en sí mismas.
Las propiedades caracterizan los objetos o entidades, éstas ejemplifican
las cualidades. Una misma propiedad puede estar en distintas cosas: toda
cosa roja es un ejemplo de “ser rojo”. Ésta, la propiedad, es universal en
el sentido de que es una única entidad que se presenta en muchas cosas
(numérica y cualitativamente) distintas (o puede atribuirse a ellas).10
Estos supuestos —en particular, el precepto fundamental que los sos-
tiene— y las divisiones bipartitas que son a la vez sus corolarios y su
sustento nos han llevado a concebir el mundo como si estuviera habitado
o constituido por pares antagónicos, estructurado por divisiones bipar-
titas de ítems que no sólo están enfrentados, sino que se definen a sí
mismos por ese enfrentamiento. Los dilemas no se piensan ni se viven
como fuente de preguntas, como encuentros posibles con modos diver-
sos de ser del mundo, como señales de heterogeneidad que diferencian
y enriquecen; se definen como antinomias, como conflictos irresolubles
entre posiciones irreconciliables.
lo largo de la historia de la filosofía. Uno de los más acuciantes es que resulta extraño (o
paradójico) pensar que hay entidades que están completamente presentes en locaciones
separadas. Esto ha llevado a diversos autores a replantear el estatus metafísico de las
propiedades. Para resolver el problema, algunos sostienen que ellas son, por ejemplo,
“particulares perfectos o abstractos”, “modos” o “tropos”. Como ilustración del deba-
te, cfr. Orilia y Swoyer, “Properties”; MacBride, “The Particular-Universal Distinction:
A Dogma of Metaphysics?”; Armstrong, “Four Disputes about Properties”; Bigelow y
Pargetter, “A Theory of Structural Universals”; Kit, “A Puzzle Concerning Matter and
Form”; Heil, From an Ontological Point of View; Williams, “The Elements of Being”.
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38 De un mundo que hila personas
que uso en el cuerpo del texto intentan capturar esas diferencias. Como ejemplo de
una posición particular al respecto está el siguiente. Para Rafael Gobernador Arribas
(“Individualismo y colectivismo en el análisis sociológico”, pp. 10–11), uno de estos
niveles es el metodológico, que “contrasta al actor con la estructura social”; otro es el
ideológico (o cultural), que “opone al liberalismo con el comunitarismo” y, por último
está el nivel de la realidad (o de la personalidad), que busca explicar el comportamiento
de las personas y que “contrasta el yo con el nosotros”. Hacer la distinción de niveles
puede servir para comprender mejor las formulaciones particulares del dilema aunque no
para comprender la profundidad del mismo y sus efectos en la realidad social.
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 39
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40 De un mundo que hila personas
las explicaciones en términos del todo tienen poder heurístico, esto es,
que nos ayudan a comprender o descubrir algunas causas o fenómenos
complejos que, al menos en el momento en que se ofrece la explicación,
no podemos desmenuzar en partes.
A la tercera mirada le conciernen las preguntas por la estructura so-
cial. Aquí, el motor que “proporciona [ . . . ] energía al péndulo” que os-
cila de un lado al otro de la disyuntiva es “la búsqueda de la libertad”.15
Suele suponerse que el sujeto de la libertad, aquel que la goza y a quien
puede atribuírsele de forma primaria o primordial, es quien dicta las
leyes sociales, morales, políticas. La discrepancia en este nivel estriba
en el origen y el emplazamiento que cada una de estas posiciones otorga
a la libertad: mientras que el individualismo considera que el sujeto de
la libertad es el individuo y que, por consiguiente, aquélla se origina
plena y primordialmente en el sujeto, el colectivismo sostiene que es
consecuencia del autogobierno de la comunidad y, por lo tanto, ésta se
origina y se goza en el colectivo.16
Las tres formas generales del dilema están sustentadas en la ontología
sustancialista. Ésta produce una imaginería que perfila nuestra percep-
ción del individuo, nuestra representación de la persona, del colectivo,
de la comunidad. Desde ahí se reflexiona en torno al sujeto, la sociedad
y su estructura; sobre nuestro modo de concebirnos a nosotras mismas
y la manera en que podemos “ser en sociedad”, “ser criaturas sociales”.
Las posiciones que se desprenden de elegir cualquiera de los disyuntos
planteados por aquéllas coinciden en que su materia de análisis es un
objeto, una sustancia. Para ambas, éste es un mundo objetual, hecho de
cosas. La diferencia que hay entre ellas es la naturaleza que cada una
atribuye a la sustancia primitiva de la que todo nace, el espacio en el
que habita lo esencial o básico. Pero ambas, desde ese supuesto básico
nos ofrecen una manera de pensar el mundo y su organización social.
Ambas comparten la idea de que hay algo que es primordial, algo que
es raíz y fundamento.
Una cuestión que se desprende de la última formulación del dilema,
que nos toca de manera muy personal y que nos atañe a todas y a cada
una de nosotras puede formularse en términos de la pregunta ¿quién
15 Flores Mercado, op. cit., p. 23.
16 Nótese que la discrepancia más general y abstracta en este punto gira en torno al
origen de la normatividad, es decir, el debate gira en torno a cómo debe responderse la
siguiente pregunta ¿cuál es la fuente (primaria) de las reglas que nos gobiernan?
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 41
soy yo? Abordada desde el dilema hay dos posibles respuestas: la que
sostiene que somos todas (y cada una de nosotras) artífices autónomas
que no deberíamos sacrificar nuestra soberanía por una comunidad. O la
respuesta que nos describe como seres heterónomas predestinadas, ca-
rentes de libertad: si nuestra comunidad (las otras) nos moldea, entonces
estamos condenadas a obedecer y actuar de conformidad con ella; con
lo que nuestro destino colectivo nos impone.17
La oposición suele formularse del siguiente modo: o bien somos seres
racionales que escogemos fines, planes y proyectos de vida por nosotras
mismas, por nuestra propia voluntad; o somos seres socialmente incrus-
tadas, esto es, constituidas y constreñidas por los vínculos comunitarios
y las formaciones culturales; subordinadas a una voluntad ajena.18 El in-
dividuo es, de acuerdo con la primera descripción, un ser independiente,
autocontenido que se compone de una configuración única de atributos
internos y se comporta primariamente como una consecuencia de estas
cualidades.19 El ser humano en cuanto persona es una electora autóno-
ma de fines y son éstos los que la definen, estructuran y caracterizan.20
Sus relaciones con el mundo y con las otras no le son constitutivas:
son meros accidentes que sirven para verificar sus éxitos o fracasos. La
heteronomía, esto es, la posibilidad de regirse por imperativos externos,
pone en peligro la identidad personal en la medida en que involucra
renunciar a la decisión soberana de proseguir uno u otro camino para
alcanzar los objetivos autopropuestos.
La segunda descripción nos dibuja como seres que encontramos la
libertad en virtud del bien común y tiende a sostener una imagen del ser
humano como alguien dócil, que sabe y puede vivir según reglas que
vienen de fuera. Markus y Kitayama asocian esta posición con una no-
ción interdependiente del yo según la cual “mantener una conexión con
los otros significará estar constantemente al tanto de ellos y enfocarse en
sus necesidades, deseos y metas. En algunos casos las metas de los otros
17 Esta dicotomía se esbozará de manera mucho más clara y detallada en lo que resta
de este libro. Sus diferentes implicaciones y algunas de las tesis sustantivas en que se
sostiene se desplegarán a lo largo de los siguientes capítulos. Por ahora simplemente me
interesa ilustrarla a fin de formular la noción de “persona” con la que querré trabajar para
desarticular la paradoja individuo/sociedad que aquí me ocupa.
18 Cfr. Goodin, “Communities of Enlightenment”.
19 Cfr. Markus y Kitayama, “Culture and the Self: Implications for Cognition, Emotion
and Motivation”.
20 Flores Mercado, op. cit., p. 25.
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42 De un mundo que hila personas
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 43
persistencia?
25 Esta identificación entre el aislamiento individual y la noción “moderna” de la perso-
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44 De un mundo que hila personas
persistencia (e.g., ¿un yo pasado mío puede ser una y la misma persona
que yo hoy?; (ii) y los psicológicos que ofrecen principios de individua-
ción enfocados en la posibilidad de que un “yo pasado” sea alguien en
quien un “yo presente” pueda pensar en primera persona.27
Las teorías basadas en uno u otro conjunto de criterios han resultado
insuficientes hasta ahora, por distintas razones, para responder de ma-
nera cabal a la pregunta acerca de quién soy.28 El conjunto metafísico
adopta como punto de partida la tesis más general acerca de la persis-
tencia de un objeto cualquiera y se pregunta cuántos cambios puede
soportar una sustancia sin dejar de ser esa sustancia.29 El otro conjunto
de principios de individuación, por su parte, traslada el foco de atención
de la continuidad corporal (o física) hacia la psicológica. Su preocupa-
ción tiene que ver con la relación que debe existir entre una sustancia
y ciertas acciones o experiencias para que aquélla pueda llamar a estas
últimas suyas.
Si miramos con cierta atención, notaremos que la idea central en am-
bas posturas generales es que debe haber una continuidad (y que ésta
debe ser reconocible o bien para el sujeto que subsiste, o bien para al-
guien que lo mira subsistir o para ambos). Pero si aquélla existe, enton-
ces tiene que haber algo que continúa, algo previo a la persistencia: una
cosa, una única cosa, que perdura a través de los cambios, que unifica
las experiencias. Una sustancia que somos. Una sustancia a la que le
ocurren las vivencias, que sufre los cambios, etc. Las respuestas asocia-
das a las preguntas formuladas en términos de (i) y de (ii) nos dicen qué
es lo que continúa o debe continuar (un cuerpo o una mente, o algún
tipo de sustancia psicológica), pero no nos dicen qué es esa sustancia,
qué le es constitutivo, por qué una o la otra es la unidad indicada para
27 Cfr. Velleman, Self to Self: Selected Essays.
28 Concuerdo con Schechtman (op. cit.) en que ninguna de estas posiciones es capaz
de responder a cabalidad la pregunta que nos hacemos ordinariamente cuando tenemos,
por ejemplo, una crisis identitaria o cuando simplemente, frente a alguna duda, nos pre-
guntamos ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿por qué lo quiero?, etcétera.
29 La pregunta típica puede formularse apelando al ejemplo del barco de Teseo. Chis-
holm lo presenta de la siguiente manera: “El barco en el que Teseo y los jóvenes de
Atenas volvieron (desde Creta) tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde
la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban los tablones estropeados y los reempla-
zaban con otros nuevos y más resistentes, de modo que este barco se había convertido,
entre los filósofos, en un ejemplo de la identidad de las cosas que crecen; un grupo de-
fendía que el barco seguía siendo el mismo, mientras que el otro aseguraba que no lo era”
(Person and Object, p. 89; la traducción es mía).
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 45
predicar de ella continuidad. No nos dicen qué es ser una persona,30 qué
nos hace —a cada una de nosotras— personas. Mucho menos responden
la pregunta: ¿qué me hace esta persona que soy?31
La tesis metafísica de la identidad personal nos ofrece un conjunto
de criterios que se pueden utilizar desde la perspectiva de la tercera per-
sona. Esto es, cualquiera puede utilizarlos para reidentificar a alguien,
para saber cuándo un sujeto sigue siendo el mismo que fue la última vez
que alguien más lo vio (o que él se vio a sí mismo). Este conjunto de
criterios nos ofrece una mirada objetivante de la persona: nos permite
identificar a alguien como un cuerpo, como un objeto que tiene ciertas
propiedades, algunas de las cuales pueden modificarse sin que ese cuer-
po (esa entidad) deje de ser un único cuerpo, el mismo que fue antes y
el mismo que será después. La tesis psicológica, por su parte, nos ofre-
ce una mirada reflexiva. Desde esta perspectiva, la última autoridad en
cuestiones de reidentificación es la persona de la experiencia, es decir,
nadie puede saber mejor qué le pasa (qué piensa, qué desea, qué temores
tiene, etc.) a un individuo que ese individuo, el yo al que le ocurren las
experiencias o quien lleva a cabo ciertas acciones.
Ambas posiciones, por razones distintas, nos llevan a pensar que un
sujeto, una persona, puede (y debe) identificarse de manera indepen-
diente a su entorno. Una persona es la persona que es indistintamente
de las otras personas que la rodean o del ambiente en que se desarrolla.
Desde esta perspectiva, entonces, el individuo es antes que sus relacio-
nes, antes que su desarrollo corporal (o biológico) e incluso antes que
sus propias metas y fines. Hay una sustancia y sobre ella se suman pro-
30 Para responder esta pregunta, los teóricos de la reidentificación (o quienes sostienen
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46 De un mundo que hila personas
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 47
para nosotras mismas, pero opacas para las otras. El yo, lo que soy, está
separado del objeto que lo carga y del mundo natural.34
En resumen, ser una persona no es ser alguien en particular, sino
ser cualquiera: un conjunto de planes y proyectos, una frontera, un yo
opaco hacia fuera. Los otros y mis relaciones confirman simplemente
esta condición mía de ser sin ser para otros. Soy accesible a ellos como
un cuerpo cuyo verdadero ser es un misterio, puedo ser aprehendida sólo
como una suma de partes temporales que ofrecen elementos suficientes
para atribuirme responsabilidades, para alabarme por ser como ellos o
para reprobarme o criticarme cuando soy diferente.
34 Cfr. Markus y Kitayama, “Culture and the Self: Implications for Cognition, Emotion
and Motivation”.
35 Virno, Gramática de la multitud, p. 1.
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48 De un mundo que hila personas
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 49
sujeto (una persona) es racional si adopta los medios más adecuados (o los mejores) para
alcanzar sus fines (de la manera más expedita). El argumento esgrimido arriba funciona-
ría también con otras nociones de racionalidad; por ejemplo, con la idea de que un sujeto
es racional si razona de acuerdo con los principios normativos de racionalidad. Para un
debate en torno a estas cuestiones, cfr. Eraña, “Sobre la viabilidad de una epistemología
empírica y normativa” y “Creencia, racionalidad y agencia cognoscitiva”.
41 Foucault dice que la sociedad es un congregado de sujetos de interés donde el “inte-
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50 De un mundo que hila personas
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La zozobra del binarismo (una (falsa) paradoja) 51
5 . Un mundo se dibuja
El individualismo captura bien nuestro modo de vivir y, al mismo tiem-
po, modela un supuesto ideal de vida al que debemos aspirar. Sus plan-
teamientos y supuestos están tan enraizados que a veces se presentan
como verdades irrebatibles, irrenunciables, universales, y así nos lo pa-
recen. Su cuestionamiento se ve como una aberración, un atentado con-
tra el sentido común, contra el buen funcionamiento de la realidad, una
incomprensión radical de la naturaleza misma de lo social. Reproducir-
los, no dirigir sobre ellos el foco de la crítica y la pregunta, nos lleva a
encubrir u ocultar la complejidad de la realidad, nos induce a pensar que
esa es la manera natural y única de ser del orbe. Reiterarlos nos empuja
a actuar conforme a sus dictados, nos lleva a reificar la socialidad, a
quitarle su carácter contingente e histórico, su capacidad de transfor-
mación.46 Uno de los supuestos en cuestión es que podemos sustanciar
sentido, la vida en común es necesaria y suficiente para su ejercicio. Esta posición, sin
embargo, nos conduce también a una noción anómala de comunidad, en virtud de que
descansa en la idea de que, frente a dos opuestos, uno es primordial.
45 Villoro, en Tres retos de la sociedad por venir (p. 48), cita Teoría feminista y teoría
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3. El mundo como es hoy.
Fronteras que despersonalizan
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56 De un mundo que hila personas
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 57
Hernández, “El tamaño del fracaso: 186 mil muertos en una década de guerra en México,
según datos oficiales”; J. Carrasco Araizaga, “De 2007 a 2016 la violencia cobró más de
208 mil vidas”; J.L. Pardo Veiras, “México cumple una década de duelo por el fracaso de
la Guerra contra el Narco”; E. Reina, “México atraviesa el momento más sangriento de su
historia”. Según el INEGI, por otra parte, entre 2006 y 2012 hubo 121 163 asesinados en
México; el diario La Jornada reportó que para ese periodo, de acuerdo con el Secretario
de Defensa de Estados Unidos, 150 mil personas habían muerto por la “narcoviolencia”
(28 de marzo de 2012). Esto es más de cuatro veces el número de víctimas en la “guerra
sucia” de las dictaduras militares de Argentina en los años 1970 y 1980 (Zavala, Los
cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México, p. 53).
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58 De un mundo que hila personas
de homicidios para enero: más de dos mil 500 personas asesinadas”; S. Harp, “Sangre y
petróleo”.
4 A. Langner, “Al cierre del año pasado, 30,499 desaparecidos”, nota basada en datos
del INEGI. Esta cifra es idéntica a la reconocida durante la dictadura militar argentina
(1976–1983) y rebasa por mucho el número registrado durante la dictadura de Pinochet.
5 E. Aroche Aguilar, “En tres meses desaparecieron o se extraviaron 1411 personas
en México; un caso cada 90 minutos”. Según una nota de CNN en Español, “México, el
país donde van más de 32,000 desaparecidos” (13 de septiembre de 2017), estos números
son los más altos para un país que (supuestamente) no está en guerra y sólo se encuentran
por debajo de los reportados en Siria.
6 A. Hernández “500 feminicidios en México en lo que va del año”.
7 Notimex, “Más de 20 millones de niños en México viven en la pobreza; la cifra
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 59
todo cuanto existe. Lo que asevero es que él y sus distintos rostros son una condición
necesaria para que el mundo en que vivimos hoy sea como es y para que nosotras seamos
las que hoy somos.
12 Subcomandante Insurgente Moisés, “Sobre las elecciones: organizarse”.
13 Marx, El Capital I. Crítica de la economía política, p. 41. Una mercancía es un
objeto externo, algo que satisface necesidades y supuestas necesidades humanas, pero
para producirla “no basta producir un valor de uso: hay que producir para otros, hay que
producir valores de uso [ . . . y] es necesario que el otro, a quien sirve de valor de uso, lo
adquiera por medio del cambio” (p. 46).
14 Es menester recordar que en este capítulo no pretendo explicar o analizar al capi-
talismo. Ni siquiera busco describirlo. Lo que intento aquí es dibujar el mundo como es
hoy. Los trazos que reseñan algunos de los principios básicos del capitalismo tienen la
única función de explicar, al menos parcialmente, por qué el mundo es como es.
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60 De un mundo que hila personas
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 61
e imponen, en gran medida, sus reglas de juego a los Estados y a las ins-
tituciones internacionales”.19 Es la era neoliberal que “surfea sobre un
mar de deudas”, que digitaliza la realidad y precariza la existencia.20 Es
la época de la globalización económica que “produce un mundo frag-
mentado, lleno de pedazos aislados unos de otros”,21 que desaparece
(lenta pero infaliblemente) al Estado benefactor (y con ello atrofia y
ultima la función real del Estado-nación).22 El capitalismo frenético de
nuestros días destruye “democracias [ . . . ] trabajo y [ . . . ] esperanzas,
destruye créditos [ . . . ] y vidas. Pero [ . . . ] no destruye sino que más
bien fortalece [ . . . ] las economías criminales. El mundo contemporáneo
empieza ahí, en ese Big Bang moderno, origen de los flujos financieros
inmediatos.”23
En este decalustro ha habido una reestructuración de la producción
que ha involucrado transformaciones sustantivas en las relaciones polí-
ticas y de producción. Entre otras cosas, se crearon “circuitos trasnacio-
nales de producción y comercio en los que la manufactura se realiza a
través de las naciones en vez de dentro de ellas”.24 Esto hizo que desapa-
19 M. Husson, “Capitalismo del siglo XXI: ¿Punto sin retorno?”, p. 65.
20 Ibid., p. 63. Husson distingue dos periodos del capitalismo: (i) el fordista que fun-
ciona de forma relativamente regulada, puesto que todos los indicadores estaban esta-
bilizados (el reparto entre los salarios y el beneficio es relativamente constante, las de-
sigualdades tienen tendencias a disminuir y las finanzas no desempeñan sino un papel
secundario) y (ii) la fase neoliberal en la que los indicadores aumentan de manera crítica
(p. 61).
21 Subcomandante Insurgente Marcos, op. cit., p. 127.
22 Rodríguez Lascano, op. cit., p. 3 afirma que la base material del neoliberalismo
estaba dada por la crisis económica de 1974, la cual hizo que bajaran “los montos de los
pagos de impuestos para los grandes capitales [ . . . ] y esto favoreció la fuga de la ganancia
hacia el sector financiero-especulativo”. Añade que esto tuvo dos consecuencias sociales:
“el fin del Estado interventor en la economía [ . . . ] y el desmontaje de las conquistas
sociales que las luchas del campo y la ciudad habían logrado tras largos combates”. En el
terreno productivo se vivió “la deslocalización del capital” y esto cambió la conformación
social de las clases en todo el mundo.
23 Saviano, op. cit., p. 52.
24 D.M. Paley, Capitalismo antidrogas, p. 22. Un ejemplo de esto nos lo da Apple.
Rodríguez Lascano (op. cit., p. 9) lo narra así: el iPhone se diseña, desarrolla y almacena
en Estados Unidos y se fabrica en China. Otras partes son fabricadas por varias empresas
ubicadas en diversos países: General Electric, en Estados Unidos, produce un visualiza-
dor; Sony, en Japón, produce una cámara; Japan Display, una pantalla; sus inductores
eléctricos son de la TDK japonesa; la memoria se hace en TSMC de Taiwán y el chasís
en la fábrica Catcher en Taiwán. Así, en una sola mercancía producida por esta compañía
participan al menos cuatro países y obreros de al menos siete empresas.
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62 De un mundo que hila personas
forma particular del capitalismo neoliberal (que puede constituir una nueva etapa del
capitalismo o un rostro peculiar emanado del descontrol del proyecto neoliberal en zonas
marginales (fronteras geográficas o países pobres)) a la que denomina “capitalismo go-
re”. Éste, sostiene ella, se caracteriza por una violencia extrema; por un derramamiento
de sangre explícito e injustificado y se inicia “en el estado de excepción en el que se
desarrolla la vida” hoy (Capitalismo gore, p. 24). Valencia afirma que si para Marx “la
riqueza en las sociedades donde domina el modo de producción capitalista se presenta
como una inmensa acumulación de mercancías”, en el capitalismo gore “se subvierte
este proceso y la destrucción del cuerpo se convierte en sí mismo en el producto, en la
mercancía, y la acumulación ahora sólo es posible a través de contar el número de muer-
tos” (p. 16). La mirada de esta autora es sugerente e interesante y, creo yo, consistente
y compatible con lo que aquí estoy llamando “Capitalismo antidrogas”. No analizaré las
relaciones que creo que existen entre estas posiciones porque, como ya dije, el fin de este
capítulo no es examinar con detalle análisis diferentes, sino ofrecer trazos (aunque sean
burdos) del modo de ser de nuestro mundo.
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 63
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64 De un mundo que hila personas
Luis Villoro Toranzo)”, “De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s (carta segunda
del intercambio epistolar sobre Ética y Política)”. “Tal vez. . . (carta tercera a Don Luis
Villoro en el intercambio sobre Ética y Política)”, “Una muerte. . . o una vida (carta cuarta
a Don Luis Villoro en el intercambio sobre Ética y Política)”; Villoro, “Una lección y una
esperanza”, “De la reflexión crítica, individu@s y colectiv@s (respuesta de Luis Villoro a
la 2a carta del Sup Marcos en el intercambio epistolar sobre Ética y Política)”, “Respuesta
de Luis Villoro a la tercera carta del Subcomandante Marcos”.
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66 De un mundo que hila personas
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 67
fría” que dejó “23 millones de muertos”, certeza de que ella articulaba
una “III Guerra Mundial” y evidencia para las grandes potencias de las
“bondades de la ‘guerra total’ (en todas partes y en todas las formas)”.38
El fin de este periodo estuvo marcado por el nacimiento de un mundo
unipolar que trajo consigo “un nuevo marco de relaciones internaciona-
les en el que la lucha por [ . . . ] nuevos mercados y territorios produjo
una nueva guerra mundial”,39 la cuarta. Ésta es una contienda en peda-
zos, no está en todos lados, sino en cualquier lugar con rostros diversos:
el de una guerra local o un conflicto interior (religioso, regional); pero
también puede aparecerse con la cara de la lucha contra el terror, contra
el narcotráfico, contra un gobierno cualquiera que no obedezca el orden
internacional. Esta guerra va de la mano de la globalización que es una
“universalización del mercado y todo lo humano que se oponga a la ló-
gica del mercado es un enemigo y debe ser destruido”.40 En este sentido,
es contra todas y contra todo; destruye como ninguna otra a la humani-
dad. El Subcomandante Insurgente Marcos sostiene que la guerra actual
no se conforma con
ca, p. 106.
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68 De un mundo que hila personas
43 Zavala, Los cárteles no existen, op. cit., p. 23. Según sostiene Zavala, muestra de ello
es que el mapa de la violencia atribuida a los cárteles coincide con el de los yacimientos
de recursos naturales (p. 129).
44 Ibid., p. 23. Paley sostiene: “La guerra antidrogas es un remedio a largo plazo para
los achaques del capitalismo que combina legislación y terror en una experimentada
mezcla neoliberal para infiltrarse en sociedades y territorios antes no disponibles para
el capitalismo globalizado” (Capitalismo antidrogas, p. 12).
45 Zavala, op. cit., p. 129.
46 Fernando Roa, citado por Paley, op. cit., p. 11.
47 Zavala, op. cit., p. 17.
48 Paley, op. cit., pp. 11–12.
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 69
en la que afirma: “Es en el seno del sistema de gobierno estadounidense donde nace el
impulso de las reformas judicial, energética, fiscal y educativa que se llevan adelante
en México. Todo con un propósito de interés capital, en el que el Plan Mérida es el
instrumento perfecto para la manipulación social y política del país. El sistema de terror
tiene un propósito de destierro, un objetivo para despoblar territorios inmensos, ricos en
hidrocarburos, minerales y agua” (Zavala, op. cit., p. 22).
50 Cfr. Congreso Nacional Indígena, Espejos.
51 Subcomandante Insurgente Marcos, Escritos sobre la guerra y la economía política,
p. 255.
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70 De un mundo que hila personas
Insurgente Marcos: “desde el fin de la II Guerra Mundial y hasta 1992 se habían librado
149 guerras en todo el mundo dejando 23 millones de muertos” (ibid., p. 102). El otro
es la siguiente afirmación de Friedman: “Para que la globalización funcione, los Estados
Unidos de América no deben tener miedo de actuar como la invencible superpotencia que
son en realidad [ . . . ]. La mano invisible del mercado no funcionará nunca sin un puño
bien visible. La McDonald’s no podrá extenderse sin la McDonell-Douglas, fabricante
de F-15. El puño visible [ . . . ] es el ejército, la fuerza aérea, la marina y el cuerpo de
marines de los Estados Unidos.” Citado por Valencia, Capitalismo gore, p. 17.
53 La guerra de Irak se inició con aseveraciones explícitas acerca de cómo era necesario
hacer una guerra para reactivar la economía estadounidense y mundial. A. Lepic sostiene
esta posición (en “La economía de la guerra en Irak”).
54 Rodríguez Lascano, “Apuntes sobre el pensamiento crítico vs. las mutaciones de la
hidra”, p. 44.
55 Paley, op. cit., p. 144. Pertinentemente, ella añade que la guerra antidrogas se desple-
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 71
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72 De un mundo que hila personas
fetichismo moderno”.
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 73
estudio sobre la banalidad del mal, cuando afirma que quien obedece irreflexivamente
a los mandatos de un sistema (o de la historia) es alguien que se niega a ser persona;
a hacerse cargo de sí misma (y de sus actos, a reconocer a la otra (como otra). Quien
renuncia a pensar, dice ella (a su espíritu crítico, diría yo), es alguien que se desper-
sonaliza Este mundo a menudo parece conducirnos en esta dirección. Esto es, nos hace
inertes; aletarga nuestro pensamiento y nuestra capacidad crítica, lo cual nos lleva a veces
a repetir irreflexivamente (o inconscientemente) hábitos e incluso puede conducirnos a
cometer actos atroces.
60 Villoro, De la libertad a la comunidad, p. 24
61 Ibid., pp. 23–24. En esas páginas, Villoro insiste en que la libertad depende de la
posibilidad de realizar el plan de vida elegido y en que esto no sólo depende de “la
garantía de la ley, la anuencia (o el respeto) de los otros y la determinación individual de
llevarlo a cabo, sino que se necesitan condiciones adecuadas para su realización”. Desde
su perspectiva: “La igualdad en la libertad supone dos cosas: primero, igualdad en las
condiciones mínimas para satisfacer las necesidades básicas cuya carencia impide toda
elección: alimentación, vivienda, vestido, protección contra la enfermedad y la muerte
violenta. En segundo lugar, supone la igualdad de oportunidades sociales para ejercer
nuestra elección”. Si Villoro tiene razón, entonces, en un mundo como el nuestro, sólo
unas pocas son (y pueden ser) libres.
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74 De un mundo que hila personas
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 75
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76 De un mundo que hila personas
Los dos personajes se montan sobre una ficción (la persona a la que su
personaje encarna no existe) y, en este sentido, cada uno es una botarga.
Sin embargo, ambos se presentan ante los otros como artífices de su
propio destino (y creen serlo). Cada uno de ellos se concibe a sí mismo
como un “triunfador” que ha remontado sus orígenes para salir adelante
y se ufanan de haberlo hecho en un ambiente altamente competitivo
(y sexista) al que llegaron en desventaja. Ellos ambicionan la gloria
personal que se cifra en la posibilidad de ascender en la escala social, lo
cual requiere la acumulación de capital, la ampliación de su capacidad
adquisitiva, o ambas. Se trata, en sus mundos, de consumirlo todo, de
siempre adquirir la última mercancía disponible en el mercado; de lograr
obtener lo que sea que deseen o apetezcan. Ambos encarnan la idea de
que triunfar entraña generar dinero a granel. Pero, para Belfort, hay que
generar tanto que no pueda contarse, porque si lo cuentas “es que no
tienes bastante. Sólo si estás en condiciones de pesarlo puedes estar a tu
vez seguro de tu propio peso”.67
Draper y Belfort viven en un estado constante de deseo insatisfecho:
son incapaces de reconocer que alcanzaron su meta cuando lo hicie-
ron, porque en ese momento hay ya una nueva que perseguir, porque al
momento de obtener el objeto de su deseo, éste se revela como improce-
dente, como extemporáneo. Viven, pues, bajo el precepto de que siempre
hay más, de que una satisfacción plena de su deseo, el verdadero objeto
que lo va a satisfacer, está a su alcance, pero no aún en su poder. Ese
objeto puede tomar la forma de una mercancía, un negocio, una mujer,
una sustancia tóxica, lo que sea.68 Las relaciones de ambos personajes
son insustanciales. Cada uno es ciego en cuanto a las necesidades de los
demás. Lo que miran es su propia imagen engrandecida (que ven crecer
conforme lo hace su poder adquisitivo). Lo que necesitan de las otras
personas y del mundo es aquiescencia, alabanzas. Ambos distinguen la
moralidad de su interés propio. Ambos priorizan lo segundo.
Draper era un experto en distinguir su imagen pública de la privada:
los detalles de su vida íntima (de su historia, de su pasado) estaban reser-
vados para muy pocas personas y su conducta en el trabajo estaba mon-
tada sobre un personaje autosuficiente que tenía una vida perfecta (una
mujer bella y dedicada al hogar que le procuraba felicidad; tres hijos
obedientes, una casa en los suburbios, dos coches de lujo, etc.). Belfort
67 Ibid., p. 307.
68 T. McGowan, Capitalism and Desire. The Psychic Cost of Free Markets, p. 11.
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 77
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78 De un mundo que hila personas
nes entre las mismas y [para] usar la información para guiar los actos y
los pensamientos propios”.72
Esta nueva manera de habitar el mundo nos organiza internamente,
azuza nuestros impulsos violentos, acelera nuestros deseos y los vuelve
imposibles de satisfacer.73 El deseo nos es intrínseco, es motor de vida,
se nos trenza y nos hace. Éste acaece por el encuentro con lo otro,
con la otra, “con sus recuerdos y todas las asociaciones susceptibles
de ser elaboradas a partir de esos acontecimientos que [se] llama[n]
afecciones”.74 Pero el deseo es también falta y en este mundo se hace
promesa de (un) futuro (inalcanzable). Tan pronto se consigue el objeto
del deseo, éste muestra su deficiencia y aparece uno nuevo que promete
satisfacer nuestra apetencia.75 Esta organización del deseo (eternamente
insatisfecho, perpetuamente diferido o transferido) parece estar a la base
de la estructura del consumo delirante que nos caracteriza hoy.
La proliferación de redes sociales hace posibles formas de comuni-
cación expeditas, pero también descorporeiza la interacción con otras.
Esto ha fomentado la conversión del yo privado en una representación
pública. La búsqueda de pareja, el hallazgo de nuevas amistades, la
creación y el intercambio académico se han convertido en transaccio-
nes económicas carentes de afinidad afectiva o intelectual. Los sitios de
citas ejemplifican esto.76 En ellos, cada usuaria se ofrece en una vitrina
virtual. Para ello crea un “perfil” que consta de una foto a la que se
adjunta información sobre intereses, formación, profesión (si alguna),
etc. Presentarse a sí misma para conocer a otra virtual. Encontrarla re-
quiere una concentración en una misma: tienes que evaluarte a la luz de
72 Ibid., p. 142. Eva Illouz dice que estas características sirvieron para acuñar el mote
los deseos; los medios de comunicación y su propagación del deseo de consumo sirven
de catalizador” (op. cit., p. 66).
74 F. Lordon, Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza, p. 35.
75 McGowan, op. cit., p. 16.
76 En 2002, éstos fueron la principal categoría de contenidos pagados online con ga-
nancias de más de 300 millones de dólares anuales (Illouz, op. cit., p. 165).
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El mundo como es hoy. Fronteras que despersonalizan 79
tus propios deseos; reflexionar sobre lo que quieres que las otras vean
y sepan de ti; imaginar quién puede resultarte interesante y decidir qué
decir con base en todo lo anterior.
En estos sitios el yo se transforma en “un producto envasado que
compite con otros en un mercado abierto regulado por la ley de la ofer-
ta y la demanda”;77 la otra en una descripción fija, tiesa y distante. El
informe que cada una ofrece de sí misma hace invisible todo aquello
que se muestra (sólo) en la interacción cara a cara, todo aquello que
delatamos de nosotras mismas en nuestros gestos, en nuestros movi-
mientos, en nuestros silencios y sorpresas. Illouz dice que “[e]n las
interacciones corporales hay cierta brecha entre lo que decimos, entre
cómo queremos presentarnos y aquello que no controlamos”, pero esto
último suele ser lo que causa “una impresión significativa a la persona
que conocemos”.78 Esta impresión suele revelarnos algo de la otra y de
nosotras mismas.
Las descripciones meditadas que hacemos de nosotras mismas se
apoyan, en su mayoría, en un relato estandarizado, o en confabulacio-
nes. Tienen como soporte aquello que supuestamente resulta interesante
para las otras, una fantasía “integrada al mundo de la elección y la in-
formación sobre el mercado”79 y alejada de la realidad. Así, muchas se
repiten. Así nos uniformamos y nos privamos de descubrirnos a nosotras
mismas y a las otras. Nuestra imaginación afectiva, romántica y erótica
se desencadena a partir de una serie de atributos que no pertenecen a
una persona específica, sino que son el resultado de hormas narrativas,
de moldes de personas presuntamente interesantes. El acercamiento a
las otras a través de las redes nos deja con su efigie, con una imagen es-
pectral construida sobre una reflexión consciente y controlada que cada
una lleva a cabo respecto de cómo quiere ser vista.
Estas interacciones pueden mostrarnos mundos lejanos y descono-
cidos, pero también pueden alejarnos de los seres humanos de carne y
hueso; entregarnos sólo proyecciones de nosotras mismas. Esta manera
de encontrarse con las otras nos ofrece un modo desapasionado de rela-
cionarnos con otras y con nosotras mismas, el cual nos obliga a adquirir,
respecto de nosotras mismas, una perspectiva de tercera persona, que re-
quiere una invención de una misma sobre la base del mundo de la elec-
77 Ibid., p. 188.
78 Ibid., p. 205.
79 Ibid., p. 165.
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4. ¿Quiénes queremos ser?
sentación sostiene que ésta “reduciría [los] presentes del pasado y del futuro, en principio
inaprensibles, a la simultaneidad del tema. Como si el tiempo, en su diacronía, se con-
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2 . ¿Qué es un mundo?
aquello / contra lo que luchamos a los veinte años” (La fábula del tiempo, p. 99).
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92 De un mundo que hila personas
invidencia hay aquí hoy, en nuestro mundo, tantos mundos como pue-
blos existen y es que cada uno de ellos es un modo de habitar la tierra,
de mirar a los demás, cada uno tiene su propia composición de prácticas
y costumbres, sus usos. Pero, además, en el transcurrir de las múltiples
maneras de ser muchos que se han sedimentado y desvanecido a lo lar-
go de la historia, muchos mundos han sido advertidos. Algunos de ellos
han nacido y existido, otros han sido simplemente imaginados. Todos
han sido posibles.
La noción de mundo posible tiene una larga raigambre filosófica: por
un lado, se ha usado desde Leibniz para designar conjuntos de hechos
posibles, de sucesos o fenómenos que no necesariamente son el caso,
sino que simplemente podrían serlo o podrían haberlo sido.8 Por otra
parte, más recientemente, esta noción se ha convertido en un mecanismo
que busca afinar nuestros modos de hablar de las cosas o del mundo
y ayudar a comprender cómo se asignan significados en el lenguaje.9
En particular, ha devenido en una herramienta formal para interpretar
afirmaciones modales, esto es, aseveraciones acerca de la posibilidad
o la necesidad de que algo ocurra (o sea de cierta forma).10 Se dice,
así, que la referencia a mundos posibles es una referencia a espacios de
posibilidad, a posibilidades lógicas, concebibles.11
Los autores contemporáneos que trabajan con este concepto sostie-
nen que éste sirve para interrogarse sobre cómo podría haber sido el
mundo (y nuestro acceso al mismo) si se hubiesen satisfecho ciertas
condiciones, o si algún hecho fuera diferente de como lo concebimos,
o si todo lo que creemos acerca de él resultase falso sin que nosotras
8Leibniz pensaba que los mundos posibles eran ideas en la mente de Dios y que,
como él es todo benevolente, el mundo actual debe ser el mejor mundo posible, cfr. G.W.
Leibniz, Escritos filosóficos.
9 Cfr. En “Mundos posibles”, Axel Barceló explica de manera clara y muy accesible
ese concepto.
10 La idea central es que cuando algo es verdadero en todos los mundos posibles (o
cuando ocurre en todos ellos) es (lógicamente) necesario (y, por lo tanto, su negación es
una contradicción).
11 Hay diferencias importantes entre las concepciones de distintos autores al respecto.
Algunos piensan que los mundos posibles son estipulaciones descriptivas (por ejemplo,
S. Kripke, Naming and Necessity), otros que son conjuntos maximales de proposiciones
(por ejemplo, A. Plantinga, The Nature of Necessity) o que son conjuntos de alternativas
de estados de cosas en el mundo (por ejemplo, A. Rayo, The Construction of Logical
Space).
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¿Quiénes queremos ser? 93
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94 De un mundo que hila personas
el que habitamos pero todos existen y no son reducibles a conjuntos de enunciados. Cfr.
On the Plurality of Worlds.
16 En “300”, un texto de 2018, los subcomandantes Moisés y Galeano subrayan que la
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¿Quiénes queremos ser? 95
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96 De un mundo que hila personas
que suelen sostener algunos constructivistas, esto es, que hay un víncu-
lo directo entre significado y objeto, o que los fenómenos sociales están
constituidos simplemente por los significados subjetivos que les asigna-
mos. Esta idea descansa en una confusión, en una tendencia que tenemos
a fundir el significado asignado a los hechos (las acciones, los fenóme-
nos o los sucesos) con la realidad; sin embargo, como dice Kosík: “La
realidad no es el sistema de mis significados ni se transforma de acuerdo
con los significados que atribuyo a mis proyectos. Pero con su acción el
hombre inscribe significados en el mundo y crea la estructura significati-
va del propio mundo.”19 La realidad social —el conjunto de los objetos
o propiedades sociales— tiene una naturaleza dual: es subjetiva y ob-
jetiva. Subjetiva porque sin nosotras, sin nuestras historias y acciones,
simplemente no existiría. Objetiva porque tiene poderes causales: puede
coaccionarnos para que actuemos de ciertas formas, para que seamos
de cierto modo.20 En otras palabras, lo que los objetos sociales sean no
es algo que esté completamente determinado por la red simbólica que
arrojamos sobre ellos. Esto obedece también a las características físicas
que tienen y que sobrepasan nuestra experiencia, nuestra percepción y
nuestro lenguaje. Los objetos sociales dependen, asimismo, de las rela-
ciones espaciales y temporales en las que ocurren, de los significados
que otras pueden otorgarles.21 En este sentido podemos decir que esos
objetos se vuelven significativos al incorporarse en nuestras prácticas, a
nuestros modos de hacer y ocupar el mundo.
Así, la noción de construcción social del mundo o de la realidad tiene
también un carácter dual. Esto puede apreciarse en las maneras en que
se habla de ello en la literatura especializada. Por un lado, el concepto se
usa para sostener que lo social —los distintos modos de ser muchos—
produce ciertas entidades —o se materializa en objetos, instituciones,
normas, etcétera—. Por otro lado, se utiliza para desacreditar la pre-
sunción de que hay ciertas características o propiedades en el mundo
o del mundo que son inevitables en la medida en que son objetivas o
naturales.22 Esta última posición suele asociarse a las teorías críticas
19 K. Kosík, Dialéctica de lo concreto, p. 133.
20 De acuerdo con Krause (op. cit., p. 342), estudios recientes en neurociencias y psi-
cología experimental subrayan la importancia de vivir conforme a regularidades sociales.
Éstas, sostiene él, crean expectativas y expresan actitudes y creencias que podemos iden-
tificar y tomar como pistas para comprendernos entre nosotras y para saber cómo actuar.
21 W.H. Sewell, “The Concept(s) of Culture”.
22 Esta manera de plantear tales tesis resulta burda y general pues ambas posiciones
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¿Quiénes queremos ser? 97
admiten versiones diversas y han dado lugar a debates interesantes y sustantivos. Por
ahora no me adentraré en ellos porque desviarían la atención de mi argumento central.
Cabe mencionar, sin embargo, que las dos posiciones suelen presentarse por separado e
incluso en literaturas especializadas distintas, lo cual ha llevado a pensar que son ortogo-
nales una a la otra. Ahora bien, como mencioné antes, éste no necesariamente es el caso.
Para ver el contraste con claridad y detalle cfr. D. López de Sa, “Constructing Social
Constructions”; C. Smith, What Is a Person?
23 Cfr. I. Hacking, The Social Construction of What?; López de Sa, op. cit.; Smith,
op. cit.
24 Smith, op. cit.
25 Una teoría es crítica si “busca clarificar los hechos del presente para contribuir a
desmantelar las formas sistemáticas de dominación” (N. Fraser, “What’s Critical about
Critical Theory? The Case of Habermas and Gender”; R. Zambrana, “Paradoxes of Neo-
liberalism and the Tasks of Critical Theory”, p. 93). La ontología crítica es, entonces,
aquella que busca comprender cómo es la realidad, cómo puede transformarse para ani-
quilar las prácticas sociales en que se sustentan las diversas formas de la dominación, la
explotación y el despojo.
26 Boyd (“Realism, Approximate Truth, and Philosophical Method” y “Realism, Anti-
Foundationalism and the Enthusiasm for Natural Kinds”) sostiene que el constructivismo
y el realismo se distinguen en que el primero cree que la adopción de ciertas teorías o
esquemas clasificatorios hace una contribución no causal (conceptual o lógica) a los
poderes causales de los objetos que esas teorías estudian. El realismo crítico social sos-
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98 De un mundo que hila personas
ya que considera que las prácticas sociales pueden tener (y de hecho tie-
nen) un efecto causal profundo en la realidad, esto es, producen modos
de ser y de pensar el mundo. Un ejemplo típico de esto es el dinero.
Nuestras prácticas de intercambio producen (o causan la existencia del)
dinero y éste perpetúa ciertas relaciones que hacen posible que todo se
convierta en dinero (o se adquiera por medio de él).27
La idea es que los objetos sociales tienen propiedades sociales y és-
tas están determinadas o constreñidas por las propiedades del mundo
(físico, material). Así, esos objetos tienen poderes causales más allá de
las teorías que elaboramos acerca de ellos. Los objetos sociales se resis-
ten a nuestra forma de interpretarlos. La realidad que les da anclaje es
desafiante; siempre podemos estar equivocadas respecto de ella, además
de que se resiste a aceptar algunos de los significados que buscamos
asignarle y, por lo tanto, no cualquier interpretación posible (o disponi-
ble) de los hechos es verdadera, verosímil, correcta, buena o adecuada.28
Su aptitud se exhibirá en la práctica: sólo al llevar a cabo una actividad
sabremos si la realidad acepta que la concibamos de cierto modo, que
procedamos de cierta manera respecto de ella, etc. Por ejemplo, sembrar
algo en cierto lugar y en cierto momento puede o no producir una co-
secha, y esto determinará que sea o no sea adecuado hacerlo ahí, en ese
momento. Lo mismo ocurre con otras cosas: atender un dolor de estóma-
go mediante uno u otro procedimiento puede tener resultados positivos
o negativos; decidir conducir un vehículo puede ser una acción buena o
mala según las circunstancias personales y sociales en las que se haga,
etcétera.
Nótese que una posición de este tipo nos lleva a aceptar que (i) nues-
tras prácticas actuales y nuestras teorías o esquemas clasificatorios pre-
sentes no tienen ninguna influencia en las propiedades de los objetos en
el pasado y, por consiguiente, los sucesos, estructuras sociales o acon-
tiende, aumenta el poder del dinero, la forma siempre dispuesta y absolutamente social
de la riqueza” y —añade— como el dinero “no deja ver qué es lo que se ha convertido
en él, todo, sea o no mercancía, se convierte en dinero. No hay nada que no pueda ser
comprado o vendido” (op. cit., p. 122).
28 Cfr. Smith, op. cit..
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¿Quiénes queremos ser? 99
29 De acuerdo con Boyd (“Realism, Anti-Foundationalism and the Enthusiasm for Na-
tural Kinds”, p. 143), este constructivismo es problemático porque supone que la depen-
dencia de las estructuras sociales en nuestras concepciones de ellas es tan profunda y está
tan lejos de nuestra comprensión que en algún sentido se vuelve imposible llevar a cabo
inferencias inductivas o explicar los problemas sociales. Si esto fuese así —añade—,
entonces la investigación social no produciría conocimiento genuino de las relaciones
reales pero socialmente construidas, sino ideología.
30 Smith, op. cit., p. 169.
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100 De un mundo que hila personas
4 . La sociedad
Rita Segato dice: “elegir el camino relacional es optar por el proyecto
histórico de ser comunidad”. Este propósito es profundamente subversi-
vo, radicalmente transformador porque, como ella señala, la comunidad
promueve y alienta la reciprocidad y ésta “arraiga, localiza y relaciona
de forma concreta”.32 Esto es disfuncional para el mundo como es hoy
porque involucra la afectividad, la mirada efectiva, el contacto corporal,
que hace de los cuerpos personas y no mercancías; de las relaciones,
fundamento y no accidente; de la política, ocupación de la otra y no
administración de recursos; de la vida, vida y no sobrevivencia.
La autonomía de la que actualmente gozan las comunidades zapatis-
tas ilustra estas ideas. Uno de los pilares en que se sostiene es el trabajo
colectivo, que, sin embargo, necesita recursos económicos y bases ma-
teriales. Dice Paulina Fernández: “[para llevar a] la práctica un gobierno
autónomo [ . . . ] fue condición previa recuperar la tierra. La construcción
de los municipios autónomos necesitaba tener un territorio delimitado
[ . . . ] donde disponer de espacio y libertad para organizar la producción
trabajando colectivamente la tierra.”33 Y para que este gobierno ofrecie-
se una “alternativa al sistema de propiedad, producción y dominación”
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102 De un mundo que hila personas
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5. La persona: una resonancia
corpórea
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110 De un mundo que hila personas
una persona es un agente: alguien que obra y que tiene poder causal,
que puede originar y producir sucesos, fenómenos, etc.; es alguien que
puede ser alabada o acusada, castigada o premiada. Una persona, en
términos generales, es un “yo”: un cuerpo y una mente desde la que se
originan acciones con consecuencias.
En general se ha pensado que teorizar acerca de las personas entraña
pensar acerca de qué las hace unas, esto es, cómo y por qué son idénticas
a sí mismas. En otras palabras, la reflexión en torno a la agencia supone
o comprende de una u otra manera el problema de la identidad personal.
Hay formas diversas de pensar en torno a este problema. Algunas de
las preguntas que suelen asociarse con él son las siguientes: (i) ¿qué es
lo que hace que yo sea algo en vez de nada o muchas cosas?; (ii) ¿qué
es lo que hace que yo sea alguien (una persona) en vez de algo (una
cosa)?; (iii) ¿qué es lo que hace que yo sea yo en vez de alguien más?; y
(iv) ¿cómo sé que yo soy yo?
La primera de estas preguntas da lugar a lo que se conoce como “el
problema de la unidad, continuidad o persistencia” y tiene una versión
metafísica y otra psicológica. La primera de ellas indaga sobre la po-
sibilidad de que una yo mía pasada pueda ser identificada como esta
(misma) yo presente; la segunda interroga por la posibilidad de que una
yo pasada pueda ser pensada en el presente desde la perspectiva de la
primera persona, es decir, como una (misma) yo. De manera más di-
recta, la inquietud que subyace a estos planteamientos es cuántos cam-
bios soporta alguien para afirmar que sigue siendo idéntica a sí misma.1
Ejemplos típicos de este problema nos llevan a imaginar escenarios en
los que me cambian de cuerpo, pero mis pensamientos se mantienen
intactos (en ese otro cuerpo) y después nos plantean el cuestionamiento:
¿podría seguir diciendo que soy yo?; o si me hicieran múltiples opera-
ciones que transformaran mi apariencia física, ¿ese cuerpo modificado
seguiría siendo yo?, ¿cuántos cambios soporta la identidad?
La segunda interrogante busca comprender qué atributos hacen que
alguien sea una persona. Ésta se vincula con lo “personal” en el pro-
blema de la identidad personal. La tercera se asocia con una serie de
interrogantes que intentan dar cuenta de la singularidad de cada una y
se agrupan bajo la siguiente pregunta general: ¿qué es ser esta alguien
1 Dicho de otro modo: ¿qué es necesario que ocurra para que alguien persista a través
del tiempo (esto es, para que continúe existiendo a pesar de las transformaciones que
experimenta)?
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La persona: una resonancia corpórea 111
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112 De un mundo que hila personas
que aquí defenderé es que nuestras identidades nos son conferidas (por
otras, y por nosotras mismas desde la perspectiva de la primera y de la
tercera personas) y, en este sentido, sobreviven a nuestra muerte. Como
dicen los zapatistas, una muerte es una vida que deja un pendiente, una
huella: toda persona se extiende más allá de la vida de una persona,
de una yo. Así, no puede pensarse a una persona independientemente
del tejido social que la contiene, que la suelta, que la reproduce. Así,
una persona es siempre parte de un entramado social; toda persona es
siempre social.
1 . ¿Quiénes somos?
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La persona: una resonancia corpórea 113
cambio.
7 S. de Beauvoir, Pour une morale de l’ambiguïté; los folios corresponden a la versión
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114 De un mundo que hila personas
mario, es la relación. En este sentido, la relación es constitutiva tanto del individuo como
de la sociedad.
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La persona: una resonancia corpórea 115
decadente en que se soporta deja abiertos para nosotras. Estos puntos, sin embargo, como
ya lo hice ver, nos despersonifican. El lugar aislado, el del peón solitario al que el mundo
como es hoy nos destina, no es un lugar que nos permita desplegarnos como personas.
Por ello necesitamos descolocarnos de ése y otros lugares que ese mundo nos ofrece. No
somos ni queremos ser mercancías. Tampoco mera subjetividad exteriorizada. Somos
cuerpos múltiplemente identificables.
12 Dada la noción de persona que aquí presento, es posible sostener que un individuo
puede ser múltiples personas. De hecho, éste es generalmente el caso en un sentido dia-
crónico, pero también podría suceder en un tiempo único, pero en diferentes locaciones.
En este sentido es verosímil sostener que hay múltiples personas en un único individuo.
Esto se verá con mayor claridad más adelante. Agradezco que me hayan hecho notar, en
uno de los dictámenes ciegos que recibí, que había que subrayar este punto.
13 Estas ideas son eco del planteamiento de H. Lindemann, quien, entre otras cosas,
sostiene que “la personalidad nos entrega a nosotras mismas: no podemos ser las que so-
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116 De un mundo que hila personas
ñirlas, ayudarlas a tomar forma, cuerpo. Pero también hay que soltarlas, dejarlas ir, que
adquieran sus propias siluetas. Podríamos también pensar de manera muy clara en las
colegas, las amigas o las parejas.
15 En La ideología alemana, Marx y Engels dicen que un modo de producción es “un
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La persona: una resonancia corpórea 117
erness, p. 6.
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118 De un mundo que hila personas
Soy persona antes de ser yo pero no soy cualquier persona. Soy una
persona particular, singular. Soy esa que germina de una red de rela-
ciones que está siempre abierta a “pasados, presentes y futuros no eu-
clidianos”.19 Los espacios o nodos que las redes sociales abren no son
ocupados de la misma manera por cualquiera. Ésa es parte de la pecu-
liaridad de cada una de nosotras. La pregunta que se presenta ahora es:
¿qué hace que yo sea la persona que soy?20 O, en otras palabras, ¿qué
me hace diferente de las otras? Mi ser yo, mi ser única, lo que me hace
distinta tiene que ver con varios elementos, entre ellos, la imagen que
tengo de mí misma y la que las otras tienen de mí; los sostenes que me
han dado soporte; los lazos que se han soltado; los distintos tejidos en
los que he estado imbricada; las distintas historias que hacen el único
tejido que soy yo; las fisuras que fueron quedando marcadas en cada
inicio de tejido.
En cuanto persona ocupo un sitio (quizá varios a lo largo del tiempo,
incluso podría ocupar diversos en un mismo momento) en una socie-
18 En este sentido, no se trata de que las otras verifiquen lo que soy, ni de que “yo” sea
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La persona: una resonancia corpórea 119
tobiográfica, cfr. M.A. Conway, J.A. Singer y A. Tagini, “The Self and Autobiographical
Memory: Correspondence and Coherence”; D. Ruben, Autobiographical Memory y Re-
membering Our Past. Studies in Autobiographical Memory; Conway, “Autobiographical
Memory”; K. Nelson, “The Psychological and Social Origins of Autobiographical Mem-
ory”; K. Nelson. y R. Fivush, “The Emergence of Autobiographical Memory: A Social
Cultural Developmental Theory”.
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120 De un mundo que hila personas
of Self”.
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La persona: una resonancia corpórea 121
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122 De un mundo que hila personas
sitios de citas en la red. Quizá podría decirse que es la patologización de una disposición
de las personas.
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La persona: una resonancia corpórea 123
una historia acerca de nosotras mismas y vivir una vida en la que todas las aseveraciones
que componen esa historia sean falsas o insignificantes.
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124 De un mundo que hila personas
no existe aquél y viceversa. Así, ser quienes somos requiere de las otras.
Lo que me hace ser quien soy es el resultado de mi interacción con las
otras, es decir, soy quien soy por la mirada de las otras y mi mirada
sobre ellas. Pero hay un límite a esta maleabilidad, los hechos reales
constriñen las historias que puedo contar de mí y las que otras pueden
contar de mí. Ser quien soy es el modo como me conduzco ante ellas
y ante mí; es el personaje que soy frente a otra, esas otras me indican
cómo actuar, cómo esperan o desean que actúe y cómo yo deseo que
ellas actúen. Lo que nos mantiene siendo unas es una manifestación de
nuestro “ser social” menos visible pero más definitoria de nuestra sin-
gularidad y nuestra unicidad: nuestra vulnerabilidad.
3 . Yo soy tú
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La persona: una resonancia corpórea 125
que hace que mis narrativas se modifiquen con el paso de mis años: las
urdimbres donde me tejo cambian, me relaciono con nuevas personas de
maneras novedosas o no tanto, mudan mis fines, objetivos y deseos. Soy
una nueva tú.
Esta capacidad nuestra para proyectarnos hacia el futuro, para ima-
ginarnos como esas que queremos ser es —dicen diversas estudiosas—
una capacidad fundamental del pensamiento humano.32 Ella sirve como
soporte de la MAB, y subyace no sólo en nuestro sentido de mismidad a
través del tiempo,33 sino además en nuestra habilidad para producir, sos-
tener y actuar conforme a intenciones34 y, al parecer, también en nues-
tras aptitudes para ajustarnos a la sociedad y relacionarnos con las otras.
Esto último se explica así: esa capacidad subyace en una propensión a
identificarse con las actitudes corporalmente expresadas por las otras o
a involucrarse emocionalmente con los movimientos de otras personas,
la cual se desarrolla muy temprano en las niñas.35
Si esto es así, entonces hay un sentido básico, fundamental en que
lo que somos, quiénes somos, depende de nuestro contexto y de las
otras. Hay un sentido básico y fundamental en que las personas y los
yoes somos esencialmente segundas personas, tús.36 Lo que contamos
de nosotras mismas está marcado por estas habilidades y propensiones.
Narrar es, desde este punto de vista, un acto social: nuestra historia no
depende solamente (ni en un sentido causal, ni en cuanto posibilidad de
32 Cfr. R. Fivush y C. Haden, Autobiographical Memory and the Construction of a Nar-
rative Self: Developmental and Cultural Perspectives; M.A. Conway, “Memory and the
Self”; S. Harter y R.L. Leahy, The Construction of the Self: A Developmental Perspective;
P.J. Miller et al., “Narrative Practices and the Social Construction of Self in Childhood”;
K. Nelson, “The Psychological and Social Origins of Autobiographical Memory”.
33 Hay evidencia empírica respecto de que el mismo sistema cognitivo (neurocogniti-
muy clara e identifica algunos de los elementos característicos de la misma, entre ellos:
“interacción directa, cara a cara. Los aspectos expresivos del cuerpo son vistos como
significativos (no interpretados) [ . . . ]. Hay reciprocidad [ . . . ]. Los dos sujetos deben
ser capaces de tener emociones para involucrarse en una relación de este tipo [ . . . ]. No
necesariamente la emoción en cada sujeto debe ser la misma que la del otro [ . . . ]” (Sentir,
desear, creer. Una aproximación filosófica a conceptos psicológicos, p. 121).
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126 De un mundo que hila personas
tía le responde “para mi sobrina”. La niña sabe (y dice explícitamente) que ella es su
sobrina, pero no sabe que ella es “ella”.
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La persona: una resonancia corpórea 127
sonas (o más) no debe solamente correr en paralelo: debe ser conjunto, en el sentido de
que sea compartido; esto es, debe entrañar el percatarse de que se está atendiendo a algo
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128 De un mundo que hila personas
Por otra parte, G. Shteynberg y A.D. Galinsky sostienen: “La alineación (o social tuning)
ocurre cuando dos personas (o más) ponen atención (al mismo tiempo al mismo objeto
u objetos) y ajustan sus actitudes frente al objeto al que prestan atención; aquéllas se
comunican y producen un ajuste también en los estados afectivos, los recuerdos y las ex-
periencias básicas de otros miembros del grupo” (“Implicit Coordination: Sharing Goals
with Similar Others Intensifies Goal Pursuit”, p. 1291; la traducción es mía).
44 Cfr. R.P. Hobson, “On Sharing Experiences”.
45 Ibid., p. 199.
46 Seeman (op. cit., p. 225) los llama “estados psicofisiológicos” y dice que cuando
alguien percibe un estado de este tipo en alguien más lo que percibe es un organismo
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130 De un mundo que hila personas
emoción de algo que conmueve, pero también emoción para sí mismo, donde la emoción
consiste en conmoverse” (Entre nosotros, op. cit., p. 176).
52 Inspirada aún por Levinas, quien dice: “comprender nuestra situación en lo real
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La persona: una resonancia corpórea 131
Self-Concept”; Gomila y Pérez, “Lo que la segunda persona no es”; Pérez, Sentir, desear,
creer, op. cit.
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132 De un mundo que hila personas
4 . La complementariedad
Si bien es cierto que nuestros planes de vida nos constituyen, es fal-
so que éstos sean lo que nos define. Nos erige también —y de manera
fundamental— nuestra dependencia e independencia de las otras, nues-
tra relación con ellas. No somos (ni podemos ser) yoes aislados. Sólo
podemos ser un yo junto con otros, junto con otras personas, junto con
muchas otras tús que son yoes como cada una de nosotras. Esto es, quién
soy depende en parte de la posibilidad de verme en las otras, de mi ca-
pacidad para identificarme emocionalmente con ellas (o para deslindar-
me), de mi corporalidad. Todos estos elementos desempeñan un papel
central en la práctica de conferir (aceptar y ejecutar) la calidad de per-
sona. Ser alguien, y ser alguien singular, es siempre recíproco: soy yo
siempre ante alguien, ante ti. Somos cuerpo, estados mentales, afectos,
encuentros, cúmulo de cicatrices. Somos tús encarnadas que se miran y
se tejen en la otra y con ella.
Somos unas (singulares, únicas) aun a través de las mudanzas, de los
cambios en las estructuras identitarias, en nuestras pertenencias, a pesar
de que somos siempre diferentes de las otras y de nosotras mismas. Lo
que nos mantiene unas es nuestro ser social, una de cuyas manifestacio-
nes menos visibles pero más definitorias es nuestra vulnerabilidad. Ésta
56 Cfr. A. Cavarero, Relating Narratives. Storytelling and Selfhood; J. Butler, Giving
an Account of Oneself.
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La persona: una resonancia corpórea 133
nos hace como las otras (se mira en los cuerpos propios y ajenos, en la
expresión de los sentimientos, en la imagen que de ellas reflejamos). Y
también la vulnerabilidad propia nos hace diferentes de las otras, sin-
gulares. Somos todas imperecederamente frágiles. Somos seres sociales
porque somos espejo, reflejo de las muchas otras que habitan nuestro
mundo y reflejo para ellas. La yo que aquí propongo es la que la tradición
no quiso pensar, es esa que se expone frente a otras, la que se percata de
su vulnerabilidad y de la de otras; es la que hace ver que una se mantiene
una por su fragilidad; que se distingue de las otras precisamente por las
caras peculiares que ésta toma en ella.
El yo está definido en gran medida por el modo en que recordamos y
reconstruimos nuestras experiencias pasadas; el yo se “crea y construye
a través de actos repetidos de identificación”.57 Conforme narro mi pa-
sado, creo una narrativa de mí misma. Ésta nos dice la manera en que
de hecho somos yoes, pero también establece criterios de corrección:
podemos estar equivocadas respecto de nosotras mismas, respecto de
las otras. Nuestras identidades nos dicen qué se supone que debemos
hacer, cómo debemos tratar a las otras, cómo debemos exigir que nos
traten. Generan expectativas acerca de las otras y de nosotras mismas;
recomiendan acciones, prescriben modos de vida. Puedo o no satisfacer
estas expectativas y la manera como lo hago (o no) describe mi ejecu-
ción de un rol social. Este modo puede ser sancionado, pero también
puede introducir modificaciones en las expectativas sociales, en los ro-
les, en los lugares. Una teoría de la persona es necesariamente normativa
y descriptiva a la vez.
Ahora bien, en la medida en que la persona depende de la sociedad
y el yo de la persona, la identidad de cualquier individuo, cualquier yo
depende de la identidad del colectivo en que se desarrolla o de la es-
tructura de la sociedad en que vive el colectivo (y viceversa). Al mismo
tiempo, en una sociedad los lugares se modifican y establecen con ba-
se en las transformaciones peculiares y específicas que ocurren en las
historias de los yoes. Si esto es así, entonces podemos sostener que los
individuos y las sociedades o los colectivos son pares complementarios
(es decir, vínculos intrínsecos) cuya expresión más identificable es la
de la segunda persona. Si suponemos que eliminar o suprimir a uno de
los miembros del par implica la imposibilidad de que el otro persista,
entonces podemos afirmar que el individuo no puede persistir (qua el
57 M. Albahari, “Analytical Buddhism: The Two-Tiered Illusion of Self”, p. 58.
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134 De un mundo que hila personas
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6. El sosiego de la dualidad
(o la inexistencia de una paradoja)
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136 De un mundo que hila personas
En lo que sigue mostraré que hay otra manera de pensar esta frase.
Este otro modo de comprenderla entraña revisar nuestra concepción de
los dúos ontológicos; en realidad, implica reexaminar y revisar cómo
imaginamos que está hecho el mundo. Aquí expondré y haré mío un
modo particular de llevar a cabo esto último, que no supone que todo
y cualquier par esté compuesto de dos elementos individuales e inde-
pendientes que se relacionan de alguna manera; que no establece que la
conexión involucra siempre dos posiciones encontradas, donde una es
base y la otra secuela. La concepción a la que me refiero sostiene, en lo
general, que un par es una unidad y expresa una relación que la constitu-
ye. Desde esta perspectiva, no hay un término que sea ontológicamente
prioritario (o primario en cualquier sentido, por ejemplo, explicativa o
metodológicamente). Mirar esas ideas me permitirá repensar la relación
uno-muchos, que es la que se articula explícitamente en la frase que aquí
me interesa, que subyace a una de las preocupaciones centrales de este
libro —la relación entre el individuo y la comunidad— y que sostiene a
la supuesta paradoja individuo/sociedad.
A lo largo de este último capítulo argumentaré que una ontología dual
como la que subyace en el modo de pensar la frase “un mundo don-
de quepan muchos mundos”, que aquí propondré, encaja y sirve para
sustentar la noción de persona que desarrollé en el capítulo anterior.
Ayuda además a apuntalar y fortalecer la idea de que en un mundo ca-
pitalista no caben las personas, así como a subrayar la urgencia de crear
un mundo en el que no prevalezcan las oposiciones excluyentes, don-
de no quepan las disyuntivas opresor/oprimido, dominante/dominado
o patrón/explotado. Contribuye, finalmente, a urgirnos a trabajar para
construir otro mundo, uno nuevo, uno mejor que el que hoy vivimos.1
1 No pretendo sugerir que pensar en una ontología de esta naturaleza y sus consecuen-
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 137
Hubo un tiempo en el que no había tiempo. Era el tiempo del inicio. Era
como la madrugada. No era noche ni era día. Se estaba el tiempo así nomás,
sin ir a ningún lado y sin venir de ninguna parte. No había luz pero tampoco
había oscuridad. Era el tiempo en el que vivían los más grandes dioses, los
que nacieron el mundo, los más primeros. Dicen los más viejos de nuestros
viejos que esos primeros dioses eran siete y que cada uno era dos. Dicen los
más ancianos de nuestros ancianos que “siete” es como los más antiguos
numeran a los todos, y que el uno siempre es dos para poder caminarse.
Por eso cuentan que los más primeros dioses eran dos cada uno y eran siete
veces. Y estos más grandes dioses no se nacieron sabedores y grandes.
Pequeños eran y no mucho sabían. Pero sí, mucho hablaban y se hablaban.
Puro palabrerío eran estos primeros dioses. (p. 33)
Este trozo de historia nos dice muchas cosas. En primer lugar, nos cuen-
ta qué había en el mundo antes de que existiera nada. No había tiempo
ni movimiento, no había uno ni había muchos. Había ruido sin sentido.
Para que el mundo fuera creado, el tiempo tuvo que empezar a moverse,
la palabra a comprenderse. Existir y tener sentido es así lo mismo. La
existencia es tiempo y éste es movimiento, flujo continuo. Si está quieto,
no es ni puede ser, pero cuando se activa, lo abarca todo. El tiempo es
impulso y motor de todo cuanto hay. El mundo existió cuando el tiempo
comenzó su marcha, cuando éste animó lo estático, lo inanimado, lo
inerte. El mundo es tiempo. Éste tiene recurrencias, pero también com-
binaciones múltiples de sentido o sentidos. Las posibilidades del mundo
son tantas como composiciones puede haber. Así, esas posibilidades re-
sultan (quizá) inconcebibles. Todas ellas son, sin embargo, realizables.
Esta historia nos dice que cualquier cosa, para existir, necesita ser dos
y transitar. El uno sólo tiene sentido si es dos —si es en par—. Esto es,
sólo si uno es dos puede caminar y sólo si anda existe: sólo hay luz si
razones para pensar que así es y que ellas no sólo se sostienen en reflexiones teóricas, sino
en mirar, por ejemplo, el mundo que está construyéndose en las comunidades zapatistas.
Lo que sí sostengo es que acabar con el capitalismo es una condición necesaria para
terminar con los males a los que aludí antes.
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138 De un mundo que hila personas
hay oscuridad, sólo si hay noche hay día, sólo si hay lluvia hay sequía
y, en cada caso, el reverso es también verdadero. Cualquier entidad es
dual, contiene aspectos de dos términos que parecen contrarios, pero que
en realidad permutan para hacerse mutuamente posibles, que trocan para
pervivir siendo algo y no nada.2 Como existir es moverse y adquirir sen-
tido en la mudanza, lo uno sólo existe y significa si es dos. Este último
—el dos—, por otro lado, compendia lo uno y lo múltiple, recapitula la
diversidad que se origina “en los tránsitos entre los dos polos”3 de todos
los pares que son.
La idea de que uno es dos puede rastrearse hasta lo que en la literatura
antropológica se conoce como el principio de “oposición dual de con-
trarios”4 o de “paridad”.5 Éste, dice López Austin, “segmenta el cosmos
para explicar su diversidad, su orden, su movimiento”6 y sostiene que
nada existe sin un (su) par: el cielo y la tierra, lo frío y lo caliente, el
hombre y la mujer son “pares polares y complementarios” que se or-
denan en una “secuencia alterna de dominio”.7 Ordenar el mundo, darle
sentido, significa arreglar la dualidad, parear opuestos complementarios.
El orden tiene jerarquías, pero éstas son transitorias y canjeables. La je-
rarquía no implica avasallamiento ni subordinación. Las jerarquías en
la dualidad no sujetan, porque el orden o rango que ocupa uno de los
elementos del par será ocupado a la larga, necesaria e inevitablemente,
por el otro.
Este principio y su ilustración en el fragmento de la historia recién re-
producida sugieren que, en cualquier par de categorías ontológicas, nin-
2 Algunos autores han interpretado esta idea como si se tratase de que las entidades
se desarrollan por la “presencia de contradicciones que sólo pueden resolverse a través
del cambio; al menos una contradicción es siempre parte de la esencia de una entidad”
(R. Gómez, “Karl Marx. Una concepción revolucionaria de la economía política como
ciencia”, p. 125). Aquí no me comprometeré argumentando en favor o en contra de esta
lectura. Lo que me importa destacar es que en la medida en que todo lo que existe es
en par, no hay nada que no sea proceso; es decir, la ontología aquí propuesta no es
sustancialista, sino procesual.
3 R. Segato, La guerra contra las mujeres, p. 119.
4 Cfr., por ejemplo, A. López Austin, Cuerpo humano e ideología; M. León Portilla,
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 139
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140 De un mundo que hila personas
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 141
Y así vieron los más primeros dioses que el uno es necesario, que es ne-
cesario para aprender para trabajar y para vivir y para amar. Pero vieron
también que el uno no es suficiente. Vieron que se necesitan los todos y
sólo los todos son suficientes para echar a andar al mundo. Y así fue como
se hicieron buenos sabedores los primeros dioses, los más grandes, los que
nacieron al mundo. Se supieron hablar y escuchar los dioses estos. Y sabe-
dores eran. No porque supieran muchas cosas o porque supieran mucho de
una cosa, sino porque se entendieron que el uno y los todos son necesarios
y suficientes. (p. 34)
Marx, a lo largo de toda su obra y su vida, que se fundamenta en “la realidad efectiva,
histórica o social, y no en una supuesta realidad abstracta que poco o nada tendría que
ver con el mundo real” (“Marx y la ontología de lo común”, p. 26).
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142 De un mundo que hila personas
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 143
ñarnos de los dolores ajenos y propios, a hacer mundo con las otras.
Una política de lo común, como la ontología con la que se anuda, es
teóricamente inconsistente y prácticamente incompatible con la idea de
que la vida en sociedad requiere la jerarquización, de que sólo pode-
mos ser muchos si establecemos prioridades, si hay algo (alguien, “al-
guienes”) prioritario(s) y otro algo (su contrario) derivado. La prácti-
ca de esta política, su puesta en marcha, resulta compleja y requiere
un mundo donde nos miremos de un modo distinto del que hoy pre-
valece. Existen algunos ejemplos vivos que muestran que esa prácti-
ca necesita, entre otras cosas, defender “las condiciones materiales y
simbólicas” que garanticen “la reproducción de la vida común”.19 En
ellos podemos advertir que lo común (lo que hace posible la vida co-
mún) no se decreta ni se decide: se disputa discursivamente y, sobre
todo, se produce prácticamente.20 Lo común surge “del trabajo concre-
to y cooperativo de colectividades [ . . . ] que tejen estrategias articula-
das de colaboración” para enfrentar problemas compartidos de la vida
cotidiana.21
Uno de los tránsitos claros que hay de una ontología a la otra es que
una manifiesta un pensamiento sustancialista y abstracto donde hay ob-
jetos o entidades que poseen cualidades o propiedades. La otra, por su
parte, expresa un pensamiento relacional y procesual que puede dar lu-
gar a afirmaciones (o verdades) generales, pero que parte de lo concreto,
que piensa y analiza el ser del mundo desde lo pequeño y lo determina-
do. La ontología de lo común, a diferencia de la sustancialista, articula
un compromiso y finca una realidad política. Por último, una diferen-
cia fundamental entre ellas es que la segunda es una metafísica de la
propiedad; la primera de la comunidad. En ésta no se trata de atribuir a
lo concreto propiedades universales, sino de encontrar lo común en lo
concreto.22
19 R. Gutiérrez, “Producir lo común: entramados comunitarios y formas de lo político”,
p. 52.
20 N. Fraser, “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually
una relación social: una relación social de asociación y cooperación capaz de habilitar co-
tidianamente la producción social y el disfrute de una gran cantidad de riquezas concretas
dirigidas a la reproducción más satisfactoria de la vida” (“Repensar la transformación
social desde las escalas espacio-temporales de la producción de lo común”, p. 369).
22 Cfr. Álvaro, op. cit., y E. Balibar, La filosofía de Marx.
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144 De un mundo que hila personas
La “Historia de lo uno y de los todos” nos dice que lo todo está he-
cho de múltiples pares. Que lo todo y lo uno son necesarios y suficientes
para que el mundo exista. El mundo que se desprende de la ontología
subyacente en esta narración —ese mundo que es lo todo— no presu-
pone identidad entre los elementos que comprende, tampoco diferencia.
Ese orbe expresa simplemente lo que tienen en común.23 En él, lo uno
y los muchos son un par complementario. En él, no hay sustancias o
accidentes; no hay universales ni particulares. La relación del uno y los
muchos no articula una oposición, sino una dualidad. Es una más de
las pluralidades (ontológicamente plenas) que hacen este mundo, que lo
pueblan y lo llevan a moverse y, por lo tanto, a existir. Las dualidades
dan cabida a la diversidad sin perder la simetría o buscar la proporción,
la reciprocidad. La ontología de este mundo no aspira a la igualdad o a la
uniformidad, no homogeneiza. No hay primacía de una cualquiera sobre
otra, de lo uno sobre lo todo, de lo uno sobre los muchos o viceversa.
La siguiente imagen puede contribuir a pensar la estructura de un
mundo dual. En él, la existencia está fundamentada (o basada) en una
urdimbre sobre la cual se inserta una trama y ésta da lugar a maneras
particulares, peculiares, de anudar todas las pequeñas totalidades que,
relacionadas, generan el mundo. Encima de estas estructuras empiezan
a mostrarse diferentes tejidos o bordados, cada uno de ellos es un par
complementario. Los pares no están estáticos. El tiempo (la historia) los
rearregla continuamente y así provee al mundo con diferentes y variadas
organizaciones. Un mundo es siempre muchos mundos en potencia y
otros muchos en acto.
Si esto es así, entonces la idea de que buscamos un mundo donde
quepan muchos mundos no sólo no es contradictoria, sino que ofrece
una invitación a subvertir el orden de las cosas, a reorganizar esa multi-
plicidad de mundos: no necesitamos suponer que es preferible que haya
un mundo a que haya muchos. No necesitamos pensar que el Uno es más
fundamental. Lo que esto nos invita a mirar es que la existencia, toda,
se sostiene en su carácter relacional: en nuestros modos de mirarnos,
de tratarnos las unas a las otras; en la base material cuya configuración
determina y está determinada por nuestros vínculos con las otras y con
lo otro, que condensa una historia, un origen.24 Lo que nos convida a
23 Gutiérrez, op. cit., p. 92.
24 En la literatura filosófica, las relaciones suelen pensarse como tipos de propiedades.
En la propuesta que estoy presentando, las relaciones no son propiedades de los objetos;
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 145
Podría decirse que, de entre los muchos posibles, este mundo es el me-
jor. A su vez, esta idea podría llevarnos a pensar que no es deseable
alterar este mundo, que no es pertinente poner en vigencia uno de los
muchos mundos que existen en potencia, o visibilizar alguno de los que
quizá ocurran sin que nos percatemos de ello. Esa idea parece sugerir
que no deberíamos siquiera hacer pequeñas modificaciones a el mundo
como es hoy (el mejor de los mundos posibles), porque las consecuen-
cias serían, en cualquier circunstancia, perjudiciales para todas.
Estos pensamientos y sugerencias sólo tienen sentido —y, por lo tan-
to, sólo deberían ser considerados con seriedad— si creyésemos que éste
es, en efecto, el mejor mundo posible, lo cual, como hemos visto a lo
largo de este libro, es bastante dudoso. Un mundo de muerte y violencia,
gobernado por los rostros diversos de la guerra no puede ser, bajo nin-
gún término, un mundo que podamos valorar positivamente. Así, resulta
difícil pensar que sea el mejor en cualquier sentido. Pero aun si aceptá-
semos que lo ha sido (al menos) hasta ahora, sólo tendríamos que recibir
estas sugerencias si pensásemos, además, que lo que ha sido mejor es
y será siempre mejor. La única idea que parecería sostener una tesis de
esta naturaleza es que el presente sea eterno, que el ayer y el mañana no
sean sino extensiones de nuestra época.
es decir, desde esta perspectiva, las entidades no son el sustrato básico de la existencia:
más bien, existen del modo como lo hacen, por las relaciones que sostienen con lo otro.
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146 De un mundo que hila personas
en múltiples disciplinas y con múltiples enfoques dentro de una misma disciplina. Para
hablar exclusivamente del ámbito de la filosofía —e incluso sólo de la filosofía de corte
analítico—, existen ciertas distinciones; por ejemplo, las teorías metafísicas del tiempo
(cfr., por ejemplo, J. Bigelow, “Presentism and Properties”; W. Godfrey-Smith, “Special
Relativity and the Present”; R. Le Poidevin y M. McBeath, The Philosophy of Time;
W.H. Newton-Smithe, The Structure of Time; A. Prior, Past, Present and Future) y las
teorías de la percepción del tiempo (cfr., por ejemplo, A. Clark, “Time and Mind”; W.J.
Friedman, About Time: Inventing the Fourth Dimension; C. Hoerl y T. McCormack, Time
and Memory: Issues in Philosophy and Psychology; C. Montemayor, Minding Time:
A Philosophical and Theoretical Approach to the Psychology of Time). Al interior de
estas últimas se encuentran las teorías metafísicas de la percepción del tiempo y las
teorías psicológicas de la percepción del tiempo. No me detendré aquí a analizar estas
diferencias, pero sí me parece pertinente decir que mi interés se centra en dos aspectos:
la percepción del tiempo y la idea del tiempo como entidad social.
26 Esta idea, como muchas de las que plantearé a continuación en torno al tiempo,
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 147
es dinero.
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148 De un mundo que hila personas
la fuerza para llegar y otra vuelta hay que empujarlo otra vez, hasta que
llegue de por sí.29
Quizá sea nuestro paso el que hace al tiempo. Éste, en todo caso, es la
forma activa del mundo y, como esta forma puede ser diversa, el tiem-
po tiene diferentes dimensiones. La única manera de medirlo es por el
movimiento. Es poco probable que haya dos movimientos idénticos, de
modo que tiene sentido pensar que el tiempo no es una cadena de ele-
mentos repetidos, sino que está teñido de pluralidades y vínculos dispa-
res. No parece haber una métrica que sirva para él: medimos intervalos,
pero él mismo es transcurso, no interludio. Quizá por ello a veces no lo
comprendemos y queremos asimilarlo a nuestros designios individuales,
creemos que su medida es la que nos acomoda. Exigimos que su trans-
currir se nos ajuste, nos espere o nos alcance. Su cadencia, sin embargo,
se concreta con los aspectos materiales de la realidad y se impregna en
nosotras. Lo vivimos cada día: pasan las horas y el cansancio lo señala;
los años acontecen y el cuerpo se agrieta con su paso.
El presente aquí no tiene extensión, es el instante singular en el que
se reencuentran formas variadas y variables del pasado y del futuro.
El presente es posible sólo porque viene de otro tiempo. Es un rostro
del tiempo y como éste es movimiento (de las cosas, de nosotras, se sí
mismo), siempre se transforma en futuro y transforma el futuro. Dice
Bensaïd: “Todo pasado renace en el presente y se hace pasado. Todo
presente se desvanece en el futuro y se hace presente. En la constela-
ción de las épocas y los sucesos, el presente llama indefinidamente a
otro presente siguiendo un juego discontinuo de ecos y resonancias.”30
El presente es el momento en que se disciernen posibles rumbos (de
acción, de relación, de vida). Es el instante en que lo que era potencia
se convierte en acto, en realidad. Es el momento de elección de posibles
configuraciones de espacios e historias, de relaciones y mundos. Es el
momento en que nos hacemos quienes somos, en que nos actualizamos.
Es, por lo tanto, frágil como nosotras, pero potente en la medida en
que concreta y singulariza un modo de ser del mundo, una manera de
habitarlo. Hasta cierto punto, podemos decir que cada una individual
es presente y que, en este sentido, el presente no existe. Es tan sólo un
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El sosiego de la dualidad (o la inexistencia de una paradoja) 149
Toda vida es vivida en común con otras vidas. En ella no somos nadie sin
las otras. Como dije antes, no podemos ser personas sin otras personas
que nos confieren personalidad. Ser una persona es ser alguien, en vez
de nadie, es ser alguien y no nada. Todas somos personas, cada una es
la persona particular que le da cuerpo, nombre y paso. Somos quienes
somos porque formamos parte de un tejido social que nos contiene y
que nos suelta, que nos produce como personas. Dicho de otro modo,
nuestras relaciones nos hacen. Éstas se articulan y constituyen modos
de vida, hábitos que se despliegan en lo que llamamos “una sociedad”.
En este sentido, la colectividad a la que pertenecemos y la sociedad en la
que vivimos nos constituyen; de (ida y) vuelta, nosotros las edificamos
a ellas. El mundo, la sociedad es un complejo constituido de complejos
que no están estáticos. Por eso, nosotras, como ella, no somos una (u
otra) sustancia. Somos, más bien, continuidad en movimiento, contin-
gencia y vínculos circunstanciales pero constitutivos del mundo mismo
y de todas quienes en él habitamos.
Somos un modo de vida y un modo de vida es el conjunto de con-
diciones materiales en las que se producen ciertas cosas de ciertas ma-
neras. Así, somos como es el mundo en que vivimos. Como vimos en
el capítulo 3, el mundo como es hoy, el mundo capitalista con su ritmo
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150 De un mundo que hila personas
cada vez más acelerado, no nos permite ser personas, entre otras cosas,
porque organiza nuestra vida de un modo que nos transfigura en entes
aislados, porque le quita lo común a la vida o, quizá, dicho de mejor
manera, le quita vida a la vida. Nuestro paso por el mundo se convierte
en un aturdido recorrido hacia un futuro prometido que nunca llegará.
Ser una persona es vivir en relación. Al mismo tiempo, cada persona
es una persona única. Cada una de nosotras es alguien peculiar, distinta;
cada una de nosotras es la que es y ninguna otra. Cada una tiene su
historia, su origen, su(s) pertenencia(s); pero cada una está hecha de
muchas. Una persona es un holobionte: un organismo “compuesto que
co-depende de otros para las cosas que parecen más triviales”.31 Una
persona no es un ser solitario, independiente, desierto. Nuestras vidas,
las vidas de todas las personas, como la de los holobiontes, son impen-
sables —imposibles— sin las otras. Nosotras, como ellos, somos “el
producto de la simbiosis de muchos”.32 Nosotras, “el profano espacio”
que llamamos nuestro cuerpo, estamos hechas de muchas: sólo diez por
ciento nuestro contiene genomas humanos; el “otro 90 por ciento de
[nuestras] células está repleto con genomas de bacterias, hongos, protis-
tas y otras [entidades] parecidas”.33
Para ser persona necesitamos un ambiente en el que podamos recono-
cernos y desconocernos en la otra, en el que un encuentro nos transfor-
me, en el que estemos dispuestas a hacernos cargo de nosotras mismas y
de las otras; a dejar que se hagan cargo de nosotras. Ser persona requiere
una actitud
corporada al complejo debate que busca comprender qué es una especie. La idea central
es que los holobiontes son “unidades de selección en la evolución” y esto se sostiene en
las siguientes cuatro generalizaciones: (1) “Todos los animales y plantas establecen rela-
ciones simbióticas (estrechas y de larga duración entre especies) con microorganismos”;
(2) “Los microorganismos simbióticos son transmitidos de una generación a la siguien-
te”; (3) “La asociación entre hospedero y simbiontes afecta la adecuación biológica del
holobionte en su ambiente”; y (4) La variación en el hologenoma está ligada tanto a los
cambios en el genoma del hospedero como al de la microbiota”. P.M. Valdespino et al.,
“¿Es una planta, un animal o. . . un holobionte?”
32 Noir, op. cit.
33 D. Haraway, When Species Meet, p. 3.
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Si bien para ser persona es necesario el encuentro cara a cara con las
otras, también hace falta el desencuentro, la confrontación. Por ello de-
bemos ser capaces de encargarnos de nosotras mismas. Sólo en acer-
camientos y alejamientos de este tipo logramos descubrir a las otras,
porque sólo ellos dan pie al proceso “sutil de adaptación de lo que de-
cimos o hacemos ante la presencia percibida del otro”;35 sólo en ellos
se genera el tipo especial de dependencia mutua que nos descubre, que
nos hace las que somos. Sólo en ellos conocemos a la otra (y a nosotras
mismas) porque sólo ahí se hace visible la reacción emocional (anclada
al cuerpo) que nos genera la otra, sus emociones, su ser y estar ahí. Es en
esa dependencia donde desplegamos nuestra experiencia social, donde
nos exhibimos como los seres singulares que cada una de nosotras es.
Para ser persona necesitamos, dicho de manera breve, un ambiente
propicio a la simbiosis que somos. La comunidad parece ser ese medio.
Hacer comunidad es ocuparse de lo común, encontrarlo en la diferencia,
construirlo a partir de la apropiación de los dolores de las otras, de la
mirada amplia que nos permita ver los propios y urdir encuentros. La
comunidad designa de muy distintas y variadas maneras el hecho de
que la vida sea siempre y cada vez común o en común. La comunidad
es el territorio en el que vivir es compartir, tejer parejo, vivir junto a
otras vidas.
Una comunidad es la vida en un tiempo y un espacio.36 Por esto no
podemos hablar de la comunidad como un universal que se ejemplifica,
no hay algo ideal que ésta sea, en ella “no hay englobamiento, no hay
sujeto universal [ . . . ] ni enunciados de valor capaces de representar a
todos”.37 En otras palabras, no hay una comunidad. Lo que queremos
construir, lo que ya hay en espacios diversos, son comunidades varias.
Cada una de ellas tiene y tendrá
34 L. Boff, Cuidar la tierra. Hacia una ética universal, citado por Suárez Lima, op. cit.,
p. 206.
35 E. Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, p. 207.
36 Noir, op. cit.
37 Segato, op. cit., p. 93.
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sus propias especificidades según las geografías, las culturas, las creencias,
las condiciones materiales, las historias presentes y pasadas, los contextos,
las coyunturas [ . . . ], los sentidos de lucha de los sujetos que dan forma
y contenido a las tramas asociativas que producen ese común [ . . . ]. Cada
trama comunitaria tiene sus propias lógicas espaciales y temporales que no
son generalizables ni asimilables a otras prácticas comunitarias.38
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que pongan en jaque a otras, esta posibilidad no necesariamente nos lleva de vuelta al
dilema con que se inició este libro. Esto es así en la medida en que la confrontación,
como dije antes, no es necesariamente señal de opresión o desprecio y, por lo tanto, no
implica (necesariamente) la desaparición de la antagonista. Pero, sobre todo, lo que esta
posibilidad marca es que no todas las formas de ser persona caben en todo mundo; en
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cada una tiene intereses independientes de los de todas las demás unas.
Así, la vida es un conflicto perenne, una pugna constante entre lo que
es bueno para todas (o para muchas) y lo que es bueno para una (o a
veces para pocas), entre lo que es bueno para mí y lo que es bueno para
ti; entre el bien común y el individual o entre los bienes individuales
en disputa.
Como argumenté en los capítulos 1 y 2, el mundo como es hoy se ha
forjado a partir de esta forma de mirarnos y sobre una serie de prácticas
que la sostienen y materializan, es decir, que hacen realidad no sólo la
mirada, sino la manera de ser del mundo que involucra esa mirada; que
convocan a una rivalidad perseverante, promueven una obstinada hosti-
lidad. Estas prácticas han convertido en una cuestión de hecho, casi in-
cuestionable, que el mundo es un campo de batalla en el que cada quien
debe luchar por hacer valer sus propios intereses, sus fines, sus ideas.
Estas últimas se convierten en propiedad privada, en entidades que se
poseen, se controlan y se heredan. Además, se ha pensado que sólo pue-
de haber un mundo, el que hoy existe; que el pasado no es sino la vereda
que conduce al hoy y que el futuro no es sino un perfeccionamiento de
los modos que hoy nos trazan. Dicho de otra forma, lo único que hay en
el transcurrir del tiempo es el presente. Éste es infinito: un tiempo, un
mundo. Desde esta perspectiva, pensar de otra manera no es sino inflar
la ontología gratuitamente. Además, hacerlo complica cualquier expli-
cación del mundo, de nuestras relaciones, de quiénes somos nosotras.
Así, si se habla de otros mundos, de posibilidades de mundo, lo único
que se dice es que hay mundos que pueden derivarse de éste, que son
el resultado de usar el mundo como es hoy como única premisa. En este
sentido, todos los mundos posibles no son sino versiones procedentes
del actual.
A lo largo de este libro, y en particular de los últimos tres capítulos,
he argumentado que esta ontología, la binaria, la que supone disyuntivas
siempre excluyentes y concibe el mundo como si estuviese habitado por
sustancias y accidentes, no da cabida a las personas. Esto es así porque
el modo de ser del mundo que da cabida al binarismo nos aísla, nos
vuelve islas y nos despoja de nuestra dignidad. Porque, en ese mundo,
la autonomía y la heteronomía se ven como opuestos irreconciliables.
Porque, en ese mundo, donde hay dos, siempre uno es primero. En él no
tiene sentido pensar que no puede haber una si no hay muchas, al tiempo
que no puede haber muchas sin unas. Ese mundo sustenta y hace posible
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