Tematizaciones Eticas para El Buen Gobie
Tematizaciones Eticas para El Buen Gobie
Tematizaciones Eticas para El Buen Gobie
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EDITORIAL
Tematizaciones éticas para el buen gobierno
Dr. Jaime Rodríguez Alba
En suma, lo que este apretado resumen nos dice es que ningún gobierno cumplirá con
los fines de ampliar la libertad si no controla el poder de los grandes intereses
económicos y construye rigurosamente, en la medida de sus posibilidades, un Estado
democrático de derecho con fuerte desarrollo de aquellas políticas (educación, sanidad
y seguridad, ante todo) que contribuyen a generar una ciudadanía no sometida a la
dominación arbitraria y capacitada para regir su destino (Villoria Mendieta e Izquierdo
Sánchez, 2018, p. 345)
La noción de buen gobierno constituye uno de los pilares de declaraciones, códigos, etc., emitidas
por organismos nacionales e internacionales. Noción polisémica y con referencialidad histórica
heterogénea por supuesto. Noción también problemática por cuanto al situarse como horizonte
normativo-ideal de los gobiernos efectivos exige, para las burocracias y tecnocracias estatales,
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cristalizar en diseños institucionales, procesos, sistemas de garantías, etc., que no siempre condicen
con los principios enumerados. Un buen gobierno no lo puede ser, en las condiciones actuales
marcadas por la complejidad social y la sociedad reflexiva —al tiempo que signadas por nuevas
tendencias hacia prácticas y conductas irracionales, como pone de manifiesto la actual situación ante
las vacunas COVID—, más que acompañado de una buena administración cristalizando en un horizonte
normativo más abarcativo: la buena gobernanza (Rodríguez Alba, 3 de junino de 2020). Sin entrar en el
detalle de los diseños institucionales, condicionantes tecnológicos, dimensiones de racionalidad
práctica, etc., que se precisan para una tal gobernanza —y recordando que la noción de gobernanza
alude a la presencia de redes de actores diversos, con lógicas de intereses, poderes y urgencias variadas,
pero siempre en un marco institucional que favorece la horizontalidad, colaboración y participación—
, es central comprender que tras esta noción normativa (buena) y técnica a la vez (gobernanza) está de
modo claro la reflexión ética. Una reflexión que tiene niveles diversos y sin duda, en su dimensión
práctico-institucional, puede asumir el formato de una ética aplicada.
Desde un punto de vista institucionalista, para lograr un buen gobierno se precisan (Villoria
Mendieta, 2013): diseños institucionales orientados a promover capacidades participativas, de diálogo
y colaboración; promover, en el ámbito constitucional, la protección de derechos y libertades
fundamentales; incentivar el debate y análisis ilustrado, la igualdad de oportunidades, así como políticas
de fondo que desarrollen el estado de derecho, la democracia y el bienestar.
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De tal modo puede apreciarse que en la operación de un buen gobierno, considerado en los
diseños institucionales precisos para el mismo, se ha de proceder con su correlato ineludible: la buena
administración. Esta noción ha cobrado relevancia en el derecho comunitario, en la Unión Europea
(Rodríguez-Arana Muñoz, 2012). Mediante el mismo se hace referencia a principios clásicos de la
administración burocrática —por ejemplo: objetividad, neutralidad, mérito, imparcialidad, etc.—, pero
añadiendo el horizonte de las nuevas formas de gestión relacional en las que la ciudadanía no asume
un formato pasivo, sino que se constituye como un actor decisorio de la calidad de los procesos de
gestión pública. Se precisan pues nuevos principios de trasparencia, rendición de cuentas,
confiabilidad, colaboración, apertura, benevolencia, orientación a la dignidad de la persona, etc. A
poco que nos fijemos observaremos sin duda que tanto el buen gobierno como la buena
administración están preñados de ética, en tanto hacen alusión a principios, valores y normas que
trascienden el horizonte puramente pragmático de las reglas de habilidad, prudenciales, técnicas y
jurídicas. La idealidad de normas, valores y principios éticos es así definitoria del buen gobierno y la
buena administración, sin prejuicio por supuesto que esta idealidad haya de materializarse en diversos
formatos normativos, institucionales, formativos, etc.
El concepto de buen gobierno tiene una eminente dimensión normativa, mientras que el de
gobernanza se orienta más a la medición de prácticas (Aldeguer Cerdá, Abellán López y Pardo
Beneyto, 2020). Prácticas de gobernanza que se orientan hacia estándares de calidad (buena
gobernanza) en la medida en que junto a los diseños normativo-institucionales del buen gobierno y la
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buena administración, apuestan por los pilares del gobierno abierto (transparencia, rendición de
cuentas, colaboración, participación, innovación) y la administración relacional. En esta dirección, así
como hay un relativo consenso respecto a que un buen gobierno es un gobierno limitado (Villoria
Mendieta, 2018) que potencia la autonomía de personas y agrupaciones, la noción de una buena
administración es solidaria de la de administración relacional (Alguacil, 2012). Una administración que
apunta hacia la intergeneracionalidad, interterritorialidad y la apertura constante de espacios
deliberativos en los que la ciudadanía piensa fines y medios de la gestión pública.
El buen gobierno —por extensión la buena gobernanza— requiere sin duda alguna de una
buena administración, una administración que sobre la base de sistemas burocráticos de calidad
fomente la imparcialidad necesaria para articular otros valores propios de la democracia, como son la
equidad, solidaridad, inclusión, etc. La calidad democrática podrá determinarse empíricamente, con
todas las discrepancias que esto suponga, pero en la medida que se articula con el buen gobierno
requiere del valor central en la concepción burocrático-weberiana: la imparcialidad (Cejudo, Sánchez
y Zabaleta, 2009). Sin duda un campo de problemáticas éticas en sí misma esta construcción: ¿qué
relación tiene la imparcialidad administrativa con la equidad social? ¿Es posible sortear los defectos de
las múltiples manos burocráticas ineludibles en la organización jerárquica de las administraciones con
fines de objetividad, neutralidad e imparcialidad? Si la imparcialidad es un valor central en la
construcción de la noción normativa de un buen gobierno: ¿qué lugar tienen las prácticas del cuidado
de la diferencia que precisan de la mirada minuciosa y particularista? Y otros tantos interrogantes que
sin duda pueden emerger en esta construcción conceptual.
No podemos entrar en estas problemáticas éticas en este lugar. Tan sólo diremos que desde
una ética que atienda a la particularidad, la diversidad, las asimetrías, la pluralidad de seres hablantes
que no asumen el formato argumentativo más duro —aquello que Marion Young llamara las democracias
narrativas (2000)— se precisa sin duda atender a la centralidad de la imparcialidad, pero quizá una
imparcialidad situada (Rodríguez Alba, 2019) que aproxime a los imperantes modelos deontológicos y
utilitarios —imperantes sin duda en la ética de la administración pública—, paradigmas como el del
juicio. Si las burocracias de calidad —determinadas con los estándares usuales al efecto— son
condición para el buen gobierno, no es menos cierto que el brazo ejecutivo de la burocracia (el servidor
público), así como el decisor público en general, ha de atender a las demandas, reclamos, necesidades,
etc., de una sociedad cada vez más compleja. Para tal fin no basta sólo con un proceso burocrático
estandarizado que se centre en criterios utilitaristas —el mayor bienestar para el mayor número—, ni
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La ética en la administración pública, o por decir de modo más amplio la ética en la gestión
pública —ética que atañe a la administración pública como aparato de estado pero también a la
dimensión creativa y política— es una disciplina muy antigua (Diego Bautista, 2007), que cristaliza
como disciplina académica —apegada al campo de las ciencias políticas y de la administración
pública— en los años setenta especialmente (Diego Bautista, 2007; Merino Amand, 2013). Si se la
considera como una ética aplicada (Rodríguez Alba, 2019) su presencia puede ser contemplada en una
doble dirección: material y formalmente. Como toda ética aplicada nace de las prácticas sociales
mismas (Cortina, 1996), en nuestro caso las prácticas de gestión pública en sus dimensiones
administrativas y políticas. Materialmente presente pues en dilemas políticos a lo largo de la historia,
en leyes, normas, procedimientos administrativos, etc., pero también en modelos de gestión pública
con valores diversos (Diego Bautista, 2007). Modelos que ejercitan valores como la neutralidad,
imparcialidad, objetividad, etc., del modelo burocrático; la orientación al servicio, la participación, etc.,
de modelos de Nueva Gestión Pública; o en modelos de gobernanza (Rodríguez Alba, 2019) en la
deliberación pública sobre fines, relación fines-medios, etc. Formalmente constituida como dijimos
en un amplio repertorio de corrientes, autores, etc. que eclosiona tras los años 70. Manuales como el
de Cooper (2001) dan cuenta de la heterogeneidad de temáticas que abarca el campo de estudio de la
ética en la gestión pública: rendición de cuentas, responsabilidad, dilemas éticos en la gestión, valores
constitucionales, conflictos de interés, etc. Temáticas que han variado a lo largo de la historia. Si olvidar
las clásicas problemáticas de la ética en los cargos públicos (Thompson, 1999): las manos sucias
democráticas (problema de la legitimidad de los medios respecto a los fines) o las múltiples manos
(problema de la responsabilidad en casos de gestión que involucran pluralidad de actores).
La constitución del campo de la ética en la gestión pública es así un tema relevante para una
ética que promete convertirse en central en nuestros tiempos y que ha tenido hasta la fecha,
especialmente en el ámbito filosófico, poco abordaje. Existen innumerables reflexiones filosóficas
sobre la ética en los asuntos públicos, pero las mismas no han logrado a fecha un campo específico de
tematizaciones. Las que se han logrado provienen más de campos prácticos como el de la
administración pública o las ciencias políticas, así como el derecho por supuesto. Los aportes en los
mismos son centrales y fundamentales. ¿Qué puede aportar una tematización filosófica al respecto?
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Por supuesto una pregunta como esta tiene muy diversas respuestas en base a las corrientes de
pensamiento, puesto que la filosofía es un campo de por sí polémico, en lo que reside precisamente
su centralidad. Pero como campo disciplinar amerita considerarse la ética en la gestión pública desde
algún paradigma reflexivo que permita, como escalera wittgensteniana, al menos subirse al andamio
desde el que poder divisar una panorámica general de las problemáticas y temáticas éticas involucradas
en la gestión pública.
Apoyándonos en la tópica distinción entre ética descriptiva, ética normativa y metaética, y siguiendo
la sistematización que autores como Ricardo Maliandi han hecho del campo de estudio de la ética,
podemos aventurar algunas consideraciones (Rodríguez Alba, 2019, 2020). La primera de ellas es la
consideración de la ética (Maliandi, 2009) como una tematización del ethos, considerando que éste es un
fenómeno cultural complejo que involucra dimensiones de carácter individual, grupal (organizacional)
y social. Así como la persona física tiene una dimensión ética, también lo tienen organizaciones y
sociedades. La ética de las organizaciones puede considerarse una tematización del ethos (Etkin, 2012),
orientada a generar buenas prácticas, esto es, a potenciar un círculo virtuoso en los procesos de gestión,
impactos, etc. Es más, justo esa tematización ética puede evitar el riesgo de brechas éticas en las
organizaciones (Etkin, 2012): unas brechas que inciden en fenómenos perversos como la doble moral,
las víctimas del silencio, la rutinización de procesos que conducen a la banalización del mal, etc.
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En resumen, si la ética pública puede considerarse como una tematización ética del individuo
en relación (Muguerza, 2009), una tematización que sin duda exige considerar dicha ética en el terreno
de la filosofía política (Rodríguez Alba, 2010) —atendiendo a las corrientes de la misma así como sus
supuestos ontológicos, antropológicos y sociológicos (relativos al modelo de acción social que
postulan) —, la aplicación de la ética tomará en cuenta su vínculo con las prácticas mismas de gestión
pública (Rodríguez Alba, 2019). A este respecto un riesgo no menor estriba en centrar la tematización
en la reflexión moral espontánea, pues así se cuelan en los diseños normativos e institucionales ideas,
sesgos, modelos tácitos, modelos de gestión pública periclitados, incoherencias normativas, prácticas
poco eficaces, etc. (Rodríguez Alba, 2020).
Por ir cerrando esta breve nota introductoria. La eficacia de la aplicación de la ética en los
procesos de gestión pública exige (Diego Bautista y Rodríguez Alba, 2021) la consideración de
múltiples dimensiones —ética cívica, ética organizacional, ética profesional— así como un abordaje
integral que suponga una metodología top down conjuntamente con el abordaje colaborativo,
multistakeholder, tipo bottom up, de la creación de redes de integridad. Precisa la construcción holística
de sistemas éticos integrales (Diego Bautista, 2009) considerando fases en el proceso. Por su parte en
el terreno disciplinar la aplicación de la ética —considerando los diversos modelos de aplicabilidad
(Rodríguez Alba, 2019) en los que no podemos entrar aquí— resulta de vital importancia para
sobreponerse al riesgo de la reflexión moral espontánea que hemos señalado. Al efecto considero de
relevancia apostar por lo que denomino el ciclo de aplicación de la ética en la gestión pública (Rodríguez
Alba, en Universidad Siglo 21, 3 de junio 2020).
Además, en el diseño de las instituciones y normas éticas mismas se amerita un abordaje que
contemple la facticidad normativa, junto con la coherencia y fundamentación, así como la exploración
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de los cauces de razonamiento moral justificativo. Por esto entendemos que la aplicación de la ética,
tanto en situaciones problemáticas como en el diseño de infraestructuras éticas, exige considerar
elementos descriptivos, normativos y metaéticos.
La ética descriptiva —pegada al análisis de las prácticas éticas en organizaciones, sociedad, etc.,
mediante el uso de las metodologías propias de las ciencias (neuroética, neuropolítica, ciencias de la
conducta, ciencias sociales, historia, etc.)— nos permite comprender la anatomía de los valores,
normas y principios. Permite por ejemplo sacar a luz el isomorfismo estructural que hace que se
repliquen estructuras normativas de unas instituciones a otras, o que se reproduzcan modos de
conducta de unas instituciones sociales a otras. Comprender este isomorfismo es central para el diseño
de adecuadas herramientas de gestión ética, así como para incidir en variables de socialización, cultura
y clima ético, etc. A su vez, comprender la presencia de lógicas de lo apropiado (Villoria Medieta 2007)
ayuda a activar mecanismos normativos e institucionales adecuados para que los principios y valores
permeen hacia las prácticas efectivas.
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Rodolfo Elizalde y Mayra Sánchez realizan una aproximación comparativa entre México, Chile
y Colombia con el fin de explicitar analogías y diferencias en el abordaje de las infraestructuras
normativas de la ética, considerando que estos países tienen tradiciones heredadas en lo filosófico —
en especial las teorías del contrato social— y que de modo afín han sufrido los procesos de
trasformación conocidos como neoliberalismo. A pesar de que Chile y Colombia consolidan una
forma estado centralista, a diferencia de la federal de México, conforman normativas éticas con valores
afines. En su trabajo —La ética pública en México, Chile y Colombia. Un estudio de derecho comparado— los
autores señalan valores comunes y valores diferenciales en estos países. El análisis comparado de
principios éticos sin duda es una apuesta central para la consideración de la ética en la gestión pública.
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muerte en la crisis sanitaria provocada por el Covid. Como señala la autora la gestión de la muerte ha
sido considerada un indicador de gestión de gobierno ante la crisis sanitaria. Lo interesante de este
artículo estriba en cómo saca a relucir la tensión entre una perspectiva utilitarista —que apuesta por la
protocolización de los rituales fúnebres con el objetivo de salvar la mayor cantidad de vidas— y otra
deontológica —apuntalada sobre la noción de una dignidad humana que cristaliza en la singularidad
del rito fúnebre—. La autora propone en esta tensión optar por diseños intermedios en las políticas
públicas, orientados a la consideración de la diversidad cultural. Este trabajo supone así una
problematización sobre una de las corrientes más extendidas en la ética administrativa, la corriente
utilitaria.
Oscar Diego —La ética en las constituciones y tratados internacionales. Fundamentos desde la teoría
aristotélica de la virtud— propone considerar el análisis ético de las constituciones atendiendo a la teoría
aristotélica de la virtud. De este modo, recuperando documentos internacionales relativos a los valores
que definen un buen gobierno, Oscar Diego estima que es posible retomar la noción de un estado
ético, así como la valoración de constituciones justas e injustas, siendo el eje central que articula las
mismas la oposición entre democracia y oligarquía. El ejercicio de las virtudes en legisladores y
gobernantes resulta clave en este proceso de conformación de un estado ético para el autor.
En La ética de gobierno en tiempos de pandemia en Argentina Federico Saettone nos sitúa ante uno
de los tópicos centrales de la ética pública en su vertiente descriptiva. Tras establecer la distinción
entre control legislativo y control parlamentario, el autor analiza cómo el predominio presidencialista
en América Latina, y en Argentina en especial, da pie a una suerte de, podríamos decir, reducción del
control parlamentario a control legislativo, existiendo una tendencia a la aprobación tácita de
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instrumentos legislativos como los decretos de necesidad y urgencia. Federico liga esta situación a los
diseños institucionales, pero también explora en su trabajo —considerando la priorización de decretos
de necesidad y urgencia en los casos de crisis sanitaria como el Covid— a problemáticas asociadas al
liderazgo presidencial.
El número cierra con el trabajo de José María Hernández Losada —Ética pública y resiliencia
democrática—. En el mismo el autor aborda la innovadora noción, en el terreno de la gestión pública,
de la resiliencia como elemento que permite una nueva anatomía de conexiones entre la ética pública
y el orden democrático. A propósito de las fallas en el liberalismo triunfante, patentes en diversos
frentes, José María propone nuevas figuras de democratización del espacio público —colonizado y
abatido por las transformaciones tecnológicas, en especial las impactadas en el mundo comunicacional
de las redes sociales— mediante una geometría de virtudes públicas que cristalizan en la resiliencia. La
esfera pública amerita cultivar nuevas formas de racionalidad práctica, habida cuenta de las amenazas
hacia el pluralismo por parte de las transformaciones comunicacionales.
Los autores entran así en tópicos centrales relativos a la ética pública —valores
constitucionales, ética parlamentaria, virtudes públicas, dilemas en la gestión pública, ética
administrativa—, a la ética aplicada a casos concretos y temas específicos vinculados a un buen
gobierno. En efecto, un buen gobierno, como hemos señalado al comienzo, ha de orientarse a la
autonomía de la persona y de lo social, a potenciar la trasparencia, la rendición de cuentas, la apertura,
la colaboración, etc. En sus trabajos se destilan reflexiones que permiten visualizar tematizaciones
concretas al respecto del buen gobierno, la buena administración y los procesos de gobernanza pública.
Nicole Oré Kovacs nos trae a lectura la obra de Gonzalo Gamio Gehri El experimento
democrático. Según Nicole esta obra nos refresca la necesidad de una pedagogía deliberativa que
fortalezca valores como el falibilismo pragmático, centrales hoy en día para combatir las tendencias
antidemocráticas y autoritarias imperantes en Perú, y en el mundo podríamos incluso soslayar. Diego
Ticchione Sáez nos presenta el trabajo Lecciones aristotélicas para la administración pública, de Edgar Espinal
Betanzo. Un trabajo que incide en la centralidad de la prudencia en las buenas elecciones que han de
orientar las decisiones de los agentes estatales. Oscar Morales Bravo apuesta por problematizar una
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noción central en la ética pública, como es la noción de mérito. En efecto potenciar la ética en los
procesos de gestión pública exige sistemas burocráticos que, sin dejar de lado el mérito, tengan en
cuenta la problemática social que los mismos suponen (Rodríguez Alba y Sesma, 2018). En su reseña
Oscar Morales acierta a rescatar la obra de Michael Sandel —The Tyranny of the Merit— analizando
cómo tras la retórica del mérito se esconde un cóctel ideológico tóxico para los menos favorecidos,
por la vía de la legitimación de una tecnocracia que busca naturalizar su posición social. Sofía Pezoa
Stopello nos trae a lectura la obra Evil Online, obra de Dean Cocking y Jeroen Van den Haven. Según
la lectura de Sofía esta obra incide en algo que por más sabido no deja de ser central: las redes sociales
potencian una falsa autonomía e integración. Más allá de los aspectos delictivos, las redes, aunque no
responsables de los males que aquejan nuestras sociedades, sin duda tienen gran poder para
amplificarlos. Para finalizar, Laura Gallardo Nevado reseña el trabajo de Silvia Federici, El patriarcado
del salario. Considerando central la crítica feminista al marxismo, por cuanto oculta el trabajo
reproductivo sin problematizar los espacios de subdesarrollo capitalista presentificados en los roles de
género, Laura Gallardo destaca la propuesta de Silvia Federici relativa a una política de lo común.
Política que emerge de la revalorización de los conocimientos y tecnologías locales, entre otros
factores. Sin duda un gran aporte para las tematizaciones éticas que se buscan en el campo.
Los escorzos de tematización ética que en este número asoman podrán resultar contingentes.
Otros editores hubieran avalado otros trabajos. Pero como el campo es tan amplio los presentes
permiten visualizar ejes centrales en la definición de un buen gobierno, desde aristas que inciden en la
poliédrica consideración de la ética aplicada a la gestión pública. De tal modo asoman entre las páginas
de este número reflexiones de mucho interés para la ética parlamentaria, la ética gubernamental, la
ética cívica, la tematización ética en los procesos constituyentes, etc.
No quisiera dejar de presentar este número sin algo fundamental. Ciertamente la ética ha de
evitar la moralización, pues la misma diluye la anatomía moral del espacio público como lo pudiera
hacer la cínica consideración realista. Pero no oculto que hay tres principios que pudieran devenir —
en una consideración materialista y spinoziana de producción de lo común humano— de vital
importancia para nuestras plurales y complejas relaciones. Fortaleza para resistir los embates de un
sistema mundo cada vez más hostil con lo público. Firmeza para apuntalar las conquistas sociales y
éticas de la racionalidad humana, plural, dinámica y cada vez más austera. Generosidad para compartir
los logros y recibir la plural condición humana en su capacidad creativa. De los tres creo que es testigo
la labor del CEDEA (Centro de Éticas Aplicadas) al posibilitar este monográfico peculiar. Es de
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agradecer mucho esta encomiable tarea. Al efecto no quiero dejar de hacer mención especial al trabajo
de Nicolás Rojas Cortés, pues todo el trabajo minucioso de edición ha sido coordinado por él. Sin
duda Nicolás ha tenido la generosidad de acompañar a cada uno de los autores y evaluadores por par
ciego que avalan estos trabajos. Gracias también por su firmeza al sostener la calidad del proceso. Y
sin duda amerita reconocer su fortaleza en poder enseñarme de todo el proceso.
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