Bases Estudios Culturales
Bases Estudios Culturales
Bases Estudios Culturales
INFORMACIN Y COMUNICACIN
Revista Cientfica Nm. 6 - 2009
DEPARTAMENTO DE PERIODISMO I (UNIVERSIDAD DE SEVILLA)
INFORMACIN Y COMUNICACIN
La revista INFORMACIN Y COMUNICACIN se encuentra recogida en el Latindex y en el listado DICE (Difusin y Calidad Editorial de las Revistas Espaolas de Humanidades y Ciencias Sociales y Jurdicas) de CINDOC. INFORMACIN Y COMUNICACIN es una revista interdisciplinar que pretende contribuir a la investigacin y difusin de temas de teora de comunicacin social, editada por el DEPARTAMENTO DE PERIODISMO I de la Universidad de Sevilla. Toda correspondencia debe dirigirse a: Facultad de Comunicacin D: Avda. Amrico Vespucio, s/n - 41092 - Sevilla E: [email protected] W: http://departamento.us.es/dperiodismo1
UNIVERSIDAD DE SEVILLA
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Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningn procedimiento electrnico o mecnico, incluyendo fotocopias, grabacin magntica o cualquier almacenamiento de informacin y sistema de recuperacin, sin permiso escrito del Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla.
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I/C - REVISTA CIENTFICA DE INFORMACIN Y COMUNICACIN N6 (OTOO 2009) ESTUDIOS CULTURALES IBEROAMERICANOS EL DESIERTO Y LA SED, I Fernando Contreras, Antonio Mndez y Vctor Silva, coords.
Director: Carmen Espejo Cala ([email protected]) Secretario de Redaccin: Miguel Vzquez Lin ([email protected]) Secretario Adjunto: Francisco Baena Snchez ([email protected]) Directores Seccin Claves: Antonio Garca Gutirrez ([email protected]) Francisco Sierra Caballero ([email protected]) Directores Seccin Selecta: Fernando Contreras Medina ([email protected]) Mar Llera Llorente ([email protected]) Rafael Gonzlez Galiana ([email protected]) Director Seccin Antolgica: Carmen Espejo Cala ([email protected]) Director Seccin Bibliogrfica: Miguel Vzquez Lin ([email protected])
CONSEJO DE REDACCIN
ngel Acosta Romero Jos Miguel Alcbar Cuello Mariano Belenguer Jan Manuel Bernal Rodrguez Fernando Contreras Medina Carmen Espejo Cala Antonio Garca Gutirrez Juan Carlos Gil Gonzlez Rafael Gonzlez Galiana M ngeles Lpez Hernndez Mar Llera Llorente Francisco Sierra Caballero Miguel Vzquez Lin
NDICE
NDICE
Presentacin
Fernando Contreras, Antonio Mndez y Vctor Silva............................................. .......13
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REVISTA IC
oy en da el concepto de cultura est considerado como el ms ambicioso, omnicomprensivo y decisivo trmino del que disponen las ciencias sociales en su tarea de explicar las transformaciones histricas en nuestra modernidad avanzada. Quiz por esta misma razn, es tambin el concepto considerado ms crticamente polisemntico, diseminado, pero, al mismo tiempo, sugerente de todo el instrumental terico desplegado en los debates sobre antropologa, historia social, comunicacin, tecnologa, poder y vida cotidiana durante los ltimos treinta aos. En tiempos de globalizacin esta serie de debates se ha vuelto, si cabe, todava ms acuciante e influyente de cara a la posibilidad de gestionar de forma innovadora la produccin social de conocimiento as como su gestin acadmica e institucional. Paralelamente, quiz ahora ms que nunca, las potencialidades de transformacin y libertad social inherentes a la labor cultural como tal se vuelven, sin duda, cada da ms urgentes en un entorno geopoltico y macroeconmico marcado por nuevas presiones estructurales que dificultan la comprensin, y el crecimiento, de una esfera pblica en clave de dilogo frtil o, ms llanamente, de vida en comn. Aunque se ha escrito mucho sobre el origen de los estudios culturales como perspectiva analtica y de investigacin crtica, todava es necesario aclarar la configuracin acadmica y social de este espacio de conocimiento y de debate. En principio, el tipo de enfoque que despliega este paradigma de investigacin social surgi en la prctica de la educacin de adultos ya en los aos cuarenta del pasado siglo, en Gran Bretaa, aunque su cristalizacin justamente como tendencia o paradigma es fruto de la fundacin del Centre for Contemporary Cultural Studies (CCCS) de Birmingham, en 1964. El surgimiento de este centro de investigacin era, a su vez, la consecuencia del impacto que venan teniendo una serie de estudios sobre cultura y sociedad que haban sido realizados por quienes seran considerados los principales representantes de los cultural studies: Richard Hoggart (The Uses of Literacy, 1957), Raymond Williams (Culture and Society, 1958), Edward P. Thompson (The Making of the English Working Class, 1963) o Stuart Hall (The Popular Arts, 1964, con Paddy Whannel).
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En resumen, los estudios culturales existieron como disciplina por lo menos desde mediados de los aos sesenta en Inglaterra. Alrededor de Richard Hoggart y Stuart Hall en Birmingham y de Raymond Williams, un solitario en Cambridge, un reducido ncleo de investigadores y aventureros, se plante un conjunto de interrogantes que, en ese momento, no recibieron la atencin de los crticos literarios de esa u otra parte del mundo. No obstante, como si de un acontecimiento se tratara, de un golpe, Raymond Williams, un terico que los crticos de literatura mencionaban poco y nada, alcanz la celebridad. Este cambio espectacular no puede explicarse sin tomar en cuenta el desafo que la crtica literaria estaba enfrentando en el marco de las transformaciones culturales, entre las que se podan mencionar, la irrupcin de la cultura de masas y de la cultura popular, los cambios propiciados por las tecnologas de la comunicacin y de la informacin, las mutaciones que se producan en el capitalismo tardo y las radicales crticas al estructuralismo y a la modernidad. La agitacin intelectual y poltica de la dcada de 1960, as como la exportacin de esta perspectiva intelectual al contexto universitario estadounidense, y de ah a una escala progresivamente transnacional y global, ha convertido los Estudios Culturales en un espacio de reflexin tan controvertido y multipolar como imprescindible a la hora de entender los (inter)cambios socioculturales que atraviesan el mundo actual. En esta direccin, la transformacin de la dinmica econmica internacional hacia lo que se viene llamando sociedad en red o sociedad de la informacin no est lejos de lo que tambin se ha denominado como capitalismo cultural o semiotizacin del capital. En otras palabras, la indagacin en los procesos culturales se ha convertido en una exigencia tanto para quienes manejan intereses instrumentales o de poder, como para quienes trabajan por mantener espacios relativamente libres o de resistencia a dichas exigencias sistmicas globales. Pero como etiquetar o definir no siempre es fcil, menos, an, si se trata de hacerlo en el mbito de la teora, de los estudios y/o de las investigaciones, ese rtulo de estudios culturales, tambin, es (y ha sido) ampliamente discutido. Con l se intenta delimitar un conjunto de trabajos publicados por parte de algunos autores y algunas autoras provenientes de las Amricas y de Espaa, sobre algunos de los siguientes temas: cultura popular, hegemona y poder, mediaciones comunicacionales, hibridacin y mestizajes, cultura urbana y masificacin. Mientras, algunos de estos investigadores, como son los casos de Nstor Garca Canclini y Jess Martn Barbero, no tienen inconvenientes en colocarse al frente de esa posible corriente, otros tambin citados como parte de ese posible grupo- como es el caso de Renato Ortiz (2004) no est tan convencido de que exista algo que pueda llamarse estudios culturales latinoamericanos y, menos an, que l forme parte de ellos. Ante las preguntas de una encuesta elaborada por la Universidad de Stanford, sobre Estudios Culturales
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latinoamericanos, Ortiz (2004: 192), escribe: Los estudios culturales no existen en el Brasil como una disciplina especfica. Por cierto, el inters por lo que se produce, ya sea en Inglaterra, a travs de la escuela de Birmingham, sea en los Estados Unidos, estudios literarios, posmodernidad, globalizacin, est presente entre nosotros. Pero los trminos del debate son otros. Las preguntas sobre la posible relacin entre estudios culturales y estudios literarios, el destino de los estudios culturales, su politizacin o no, no son para nada universales. stos siguen el ritmo de los cambios ocurridos en las universidades norteamericanas, pero difcilmente expresan la realidad brasilea y, agregara, latinoamericana (Ortiz, 2004: 192). Opinin similar expresa Beatriz Sarlo, para quien los estudios culturales son una invencin de la academia estadounidense. Quien, adems, es muy crtica con la apertura artstica a las formas que adquiere la cultura popular y que los estudios culturales han colocado como una de sus principales reivindicaciones. En sus propias palabras, si los estudios culturales ignoran el valor esttico diferencial de los textos corren el riesgo de convertirse en una sociologa de la cultura subalterna ms inclinada a escuchar salsa o mirar televisin que a estudiar las instituciones educativas, el discurso poltico o los usos populares de la cultura letrada (Sarlo, 1997: 41). As las cosas, los procesos de canonizacin y de jerarquizacin delimitan, en un momento determinado, a la poblacin de tericos que se van clasificando, a partir de poblaciones preelaboradas, segn las generaciones, las escuelas, los movimientos, lo que implican los mbitos de luchas y de enfrentamientos, no obviando al respecto- los criterios de autoridad de los tericos consagrados (Bourdieu, 1997). En definitiva, podra decirse que los estudios culturales, en el caso de las Amricas y Espaa, han ido ocupando un lugar y canonizndose a partir de una poblacin preelaborada de tericos (fundamentalmente Nstor Garca Canclini y Jess Martn Barbero), quienes luego- fueron conformando el movimiento, a partir de ciertos criterios de autoridad. As, esa autoridad se fue legitimando, inicialmente, con las publicaciones y, posteriormente, con el ingreso a las universidades y la conformacin de postgrados que fueron, en algunos casos cambiando sus nombres, en otros colocndoselos y pasando a denominarse maestras o doctorados en estudios culturales. Al pasar el tiempo, proliferaron los balances que daban cuenta de una supuesta madurez del movimiento y la corriente y, obviamente, surgieron las crticas. No hay que dejar de considerar que en la enorme cantidad de artculos, ensayos y libros publicados hay una variedad y diversidad, difcilmente homogeneizable. En la actualidad, se estiman en unos quinientos los libros sobre la temtica. Diez o veinte veces ms seran las revistas publicadas. Estos datos dan cuenta de un campo que se ha expandido exponencialmente. En l la variedad es justamente una de sus notas caractersticas. Por tanto, es tan abundante el material publicado a la fecha, que se puede hablar de algunas tradiciones de estudios culturales, pero
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sera imposible para un equipo completo de investigadores, cubrir exhaustivamente el terreno implicado por las tradiciones comparativas de los estudios culturales en Amrica Latina y los Estados Unidos (Ydice, 1993). Hay, en definitiva, un amplio territorio desrtico y mucha sed para intentar llegar a un oasis que sistematice esos saberes dispersos. Muchos cartgrafos pero un amplio territorio que no se deja mapear. Desde la consciencia de este hecho irrevocable en nuestra modernidad tarda, la idea motriz del volumen EL DESIERTO Y LA SED (ESTUDIOS CULTURALES IBEROAMERICANOS) es la de abrir un lugar o, ms humildemente, colaborar en la construccin de un espacio de encuentro y de discusin posible sobre cuestiones determinantes para entender nuestro presente colectivo. En relacin con la tradicin anglosajona, hoy dominante en el terreno del culturalismo y las discusiones sobre cultura de masas y/o cultura popular, se trata aqu de proponer la iniciativa de un recorrido que, sin relegar la presencia de especialistas formados en o procedentes de diversas universidades del mundo anglosajn, sin embargo busque articular esos trabajos con otros procedentes del mbito hispnico y del mbito latino e hispanoamericano. Esta voluntad de contraste y de acercamiento se refleja, de una forma patente, en la participacin de profesores e investigadores que representan a universidades de reconocido prestigio a nivel internacional. Visto as, el proyecto que presentamos bajo el ttulo alegrico de El desierto y la sed podra convertirse en germen de referencia, si no en paso de avance sin precedentes en el entorno universitario iberoamericano. Al menos sus coordinadores hemos puesto todo el empeo y la paciencia en que as sea y que lo sea as, en coherencia, de un modo tendencialmente descentralizado y comunicativo, esto es, bajo la forma de una constelacin de argumentos y casos que cobra fuerza ya por su misma presencia como una especie de cielo variable, imprevisible incluso, pero del que no podamos ni pretendamos sustraernos. La propuesta de fondo que da sentido a estos ESTUDIOS CULTURALES IBEROAMERICANOS es, en fin, la de articular un lugar de encuentro que contribuya a hacer del espacio cultural precisamente un espacio abierto y autorreflexivo, as como documentado y actualizado. De ah que el libro no se plantee como una especie de tratado sobre la situacin de los estudios culturales iberoamericanos sino, ms bien, como un lugar viable desde el cual esas voces se escuchan buscarse, entrecruzarse, conectarse de formas no siempre unvocas o lineales. La primera opcin habra convertido el campo en un territorio abordado como objeto del discurso. La segunda, en cambio, apuesta por la posibilidad de que dichas voces hablen, digmoslo as, en su condicin de sujeto, desde las exigencias de sus propias agendas y sus propios contextos, que en ltima instancia no resultan tan distantes ni tan dispares como se dira si el enfoque no est atento a mirar y a or, con cierta calma, las lneas de fuerza o corrientes de fondo que nos hacen forman parte de un mundo irremediablemente compartido.
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Referencias bibliogrficas
BOURDIEU, Pierre (1997) Razones prcticas. Sobre la teora de la accin, Barcelona: Anagrama. ORTIZ, Renato (2004) Taquigrafiando lo social, Buenos Aires: Siglo XXI. SARLO, Beatriz (1997) La crtica literaria en la encrucijada valorativa en Revista de Crtica Cultural: n 15: Santiago, Chile. YDICE, George (1993) "Tradiciones comparativas de estudios culturales: Amrica Latina y los Estados Unidos", en Alteridades 3 (5).
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La escuela de Birmingham
LA ESCUELA DE BIRMINGHAM: LA SINTXIS DE COTIDIANIDAD COMO PRODUCCIN SOCIAL CONCIENCIA1 THE SCHOOL OF BIRMINGHAM: THE SYNTAX OF COMMONNESS LIKE SOCIAL PRODUCTION OF CONSCIENCE
Blanca Muoz Lpez (Universidad Carlos III de Madrid)
LA DE THE THE
Resumen Este ensayo comprende una aproximacin terica a las distintas aportaciones que desde el culturalismo de la Escuela de Birmingham se han configurado para dar respuesta a la problemtica de la construccin social de la cotidianidad en el contexto histrico del capitalismo tardo. Asimismo, tambin intenta establecer una comparacin entre las contribuciones de los autores que componen la primera generacin (E.P. Thompson, R. Williams, Stuart Hall y R. Hoggart) de la Escuela de Birmingham, y los de la segunda generacin, con las perspectivas tericas propuestas desde la Escuela de Frankfurt. Abstract This essay includes a theoretical approximation to the different contributions that from the culturalismo of the School of Birmingham have been formed to give response to the problematics of the social construction of the commonness in the historical context of the late capitalism. Likewise, also it tries to establish a comparison between the contributions of the authors who compose the first generation (E.P. Thompson, R. Williams, Stuart Hall y R. Hoggart) of the School of Birmingham, and those of the second generation, with the theoretical perspectives proposed from Frankfurt's School. Palabras clave Postmodernidad / Estudios culturales / experiencia / mediacin / cotidianidad / conciencia social Keywords Postmodernity / Cultural Studies / experience / mediation / commonness / social conscience
1 Este trabajo, aparecido como captulo del libro Modelos culturales. Teora sociopoltica de la cultura, Barcelona, Anthropos, 2005, se publica con permiso de la autora. I/C agradece a M Eugenia Gutirrez su colaboracin en la edicin de este artculo. 21
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Sumario 1. Introduccin 2. De la existencia abstracta a la existencia concreta 3. La Primera Generacin: Ideologa y estructuras de la cotidianidad 4. Edward P. Thompson: De la Crtica Literaria a la Crtica Social 5. Cotidianidad y experiencia colectiva 6. Raymond Williams: De la Alta Cultura a la Cultura de Masas 7. Stuart Hall: Las dimensiones ocultas de la cotidianidad 8. Richard Hoggart: De la Cultura Obrera a los Cultural Studies 9. La Segunda Generacin. La cotidianidad como consumo y comunicacin masiva 10. Conclusiones: Hacia una reformulacin de la cotidianidad reconstruida? Summary 1. Introduction 2. From the abstract existence to the concrete existence 3. The First Generation: Ideology and structures of the commonness 4. Edward P. Thompson: From the literary critique to the social critique 5. Commonness and collective experience 6. Raymond Williams: From the high culture to the culture of masses 7. Stuart Hall: The secret dimensions of the commonness 8. Richard Hoggart: From the labour culture to the Cultural Studies 9. The Second Generation. The commonness like consumption and massive communication 10. Conclusions: Towards a reformulation of the reconstructed commonness?
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1. Introduccin
creciente inters suscitado por la teora de los Estudios Culturales de la Escuela de Birmingham no deja de provocar polmicas y posiciones enfrentadas2. Por un lado, sus defensores reivindican la novedad de replantear temas que, o bien haban sido soslayados por la historiografa y sociologa dominantes como, por ejemplo, el anlisis de la identidad y las nuevas identidades en una sociedad post-industrial compleja y multiculturalista. Sus detractores, desde otra perspectiva, subrayan que tanto temtica como metodolgicamente estamos ante "el eterno retorno de lo mismo"; esto supondra que la renovacin de los Estudios Culturales no sera sino parcial e incompleta. Su aportacin a la Ciencia Social, y especficamente al paradigma marxista, fragmenta lo que conceptualmente estaba armonizado. La superestructura ideolgica quedara separada de sus bases econmicas y materiales, producindose una doble articulacin en la que lo cultural se autonomiza tan excesivamente que rompe el sentido de mediacin caracterstico del esquema marxiano3. Un ejemplo de la primera posicin la representa James Curran cuando en su libro Sociedad y Comunicacin de Masas, presentando el artculo de Stuart Hall La cultura, los medios de comunicacin y el 'efecto ideolgico', afirma: "El primer artculo, escrito por Stuart Hall, ofrece una descripcin autorizada de los recientes adelantos de la teora marxista; hay tras l muchas investigaciones contemporneas sobre el estado, la cultura de masas y las comunicaciones de masas. Hall indica el modo en que un reexamen de la relacin dialctica entre infraestructura y superestructura en el modelo marxista ha facilitado una base, de mayor complejidad de articulacin y relevancia terica, para la comprensin de la ideologa y, en consecuencia, para el entendimiento del papel de los medios de comunicacin en el mantenimiento y reproduccin de la ideologa dominante de una sociedad."4
El
2 El texto ms representativo de esta situacin de debate es el de L. Grossberg, C. Nelson y P. Treichler (eds.) (1992): Cultural Studies. Nueva York: Routledge, especialmente pp. 718 y ss. 3
Poulantzas, Nikos (1986): Poder poltico y clases sociales en el Estado capitalista. Mxico: Siglo XXI, pp. 33-149. J.Curran, M. Gurevitch y J. Woollacot (1981): Sociedad y comunicacin de masas. Mxico: F.C.E., p. 353. 23
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Hall resalta en su estudio la mutacin que los Estudios Culturales han acentuado en la espinosa cuestin de la interconexin entre accin cultural-comunicativa y accin ideolgica. James Curran, siguiendo a Hall, reiterar la innovacin de dar autonoma al funcionamiento ideolgico en la sociedad meditica. Frente a la afirmacin de Curran, los crticos de la Escuela de Birmingham como N. Garnham y L. Grossberg acentan sus ataques a los Estudios Culturales, ya que: "El primer problema en la relacin entre la economa poltica y los estudios culturales es, entonces, que los estudios culturales se resisten a pensar a fondo las implicaciones que acarrea su propia afirmacin de que las formas de subordinacin y sus correspondientes prcticas culturales (a las que los estudios culturales otorgan prioridad analtica) se fundan en un modo de produccin capitalista. Esto ha resultado en una preocupacin desproporcionada por el estudio del consumo cultural, ms que por la produccin cultural, y por las prcticas culturales del esparcimiento, ms que por las del trabajo. A su vez, polticamente esto ha jugado a favor de la derecha, cuya ofensiva ideolgica se ha estructurado en gran medida como un esfuerzo de persuasin destinado a que los individuos se construyan a s mismos como consumidores, y no como productores."5 Entre estas dos posiciones divergentes se evalan hoy las ambivalencias del culturalismo de Birmingham. Ante la cada vez ms extensa bibliografa y las numerosas compilaciones, el objetivo prioritario, por tanto, de este estudio ser valorar las aportaciones, pero tambin las carencias, de las contribuciones de Birmingham a los debates contemporneos sobre el rol de la cultura en las dimensiones econmicas y sociopolticas neocapitalistas. Sin embargo, la rica produccin intelectual de la Escuela requiere situar un campo de trabajo desde el que hacer una aproximacin terica ms abarcable de sus contribuciones. Numerosos son los mbitos de investigacin en los que se han movido los Estudios Culturales, desde aspectos sobre la formacin de la clase obrera como ha sido la obra de Edward P. Thompson, hasta la reflexin sobre la literatura y el marxismo como llev a cabo Raymond Williams, el arte popular estudiado por Stuart Hall o la evolucin de la cultura obrera reexaminada por Richard Hoggart, todos ellos componentes de la primera generacin; mas para una comprensin global de la escuela se hace objetivo prioritario definir una problemtica desde la que poder interrelacionar a unos autores con otros, y asimismo a la "primera generacin" con la "segunda" y casi "tercera" de nuestros das.
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Ese acotado campo de trabajo se armoniza cuando se observa que la gran novedad de estos Estudios estuvo en la bsqueda de la explicacin de los muy variados elementos que articulaban la cotidianidad en la primera formacin de la sociedad industrial, y su trnsito y evolucin hacia la sociedad post-industrial de masas6. Lo cotidiano se convierte entonces en el ncleo fundamental para caracterizar las otras dinmicas colectivas que consolidan un tipo de sociedad que para los socilogos conservadores se define como post-industrial tecnolgica, y para los ltimos neoestructuralistas como de la post-modernidad. Entre estas posiciones, los culturalistas se orientan hacia la determinacin ideolgica como estructura fundamental de la organizacin subyacente de lo social. Nuestro nimo a este respecto, pues, se plantea en una doble dimensin. En primer lugar, discutir las diferentes perspectivas que sobre lo cotidiano -como concepto unificador de los estudios de Birmingham- han llevado a cabo sus representantes ms centrales, para, en su segundo momento, establecer una comparacin con otras perspectivas tericas que, tambin, teniendo como teln de fondo las nuevas modalidades culturales y los efectos de la comunicacin de masas, han reconstruido el problema de lo cotidiano en el contexto histrico del capitalismo tardo.
El impacto del Darwinismo Social en el pensamiento ingls es estudiado por G. Jones en su relevante libro Social Darwinism and English Thought. Sussex: Harvester, 1980, pp. 80 y ss. 25
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de la interpretacin abstracta de la existencia. Por un lado, la Fenomenologa husserliana y, asimismo, la aparicin del Existencialismo, en su versin ms caracterstica, la de Heidegger-, significan una concepcin de la existencia radicalmente alejada de lo cotidiano. El Dasein es entendido, en razn de su ser determinado por la existencia, en s mismo como una realidad ontolgica como expresa Heidegger en El Ser y el Tiempo. El Ser-ah aparece en el existencialismo heideggeriano como el remedio de toda teora. De este modo, la explicacin abstracta de la existencia gira con un fin declarado: constituir una ontologa que partiendo de una vaga comprensin del ser, permita y llegue a una determinacin completa y plena del ser. Pero el sentido del ser, as como el concepto de subjetividad, se hace tan evanescente que hablando del todo se acabar hablando de la nada. En efecto, el ser y la subjetividad se aunarn en la existencia humana individualizada, existencia que se separa de su contexto histrico, apareciendo como el resultado de potencialidades abstractas, ms que como resultado de procesos objetivos. La separacin radical del sujeto y del objeto que llevarn a cabo tanto el Existencialismo como la Fenomenologa, tena su entronque con el Vitalismo que un siglo antes desarrollaron Schopenhauer y Nietzsche9. La transmutacin de la vida y de los valores que la Filosofa de la Vida nietszcheana propugnaba, situaba, de nuevo, la existencia como el centro de la reflexin intelectual. Pero bajo el ampuloso concepto de vida se encubra el darwinismo cultural y el elitismo poltico y social. Las alusiones de Schopenhauer o de Nietzsche a la sociedad industrial se harn siempre en forma despectiva a la existencia diaria del naciente proletariado y de los movimientos revolucionarios, incluido el Sufragismo, que se identifican con la "decadencia cultural de Occidente", como Oswald Spengler expondr en su, desgraciadamente, influyente libro. Lo cierto ser que el siglo XX se abre con un inters especial por aclarar el sentido del concepto de existencia, en un evidente intento de hacer frente a la rotundidad del anlisis marxiano. La dialctica es el referente oculto en gran parte de los debates fenomenolgicos y heideggerianos sobre "el ser" y "los entes". Pero, tras el oscuro lenguaje -la "jerga de la autenticidad", como irnicamente lo denomin Adorno- no se puede olvidar la funcin ideolgica que traer aparejada, para el Nazismo y el Fascismo, la enunciacin del Dasein -del ser-ah-, para la muerte. Dos guerras mundiales harn tristemente realidad este concepto abstracto de existencia.
9 Un estudio post-moderno del pensamiento de Nietzsche en G. Vattimo (1987): Introduccin a Nietzsche. Barcelona: Pennsula, es interesante la conexin que se hace entre pensamiento dbil y Vitalismo.
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Frente al intelectualismo ideologizante, las diferentes corrientes del Marxismo recomponen el anlisis de las condiciones objetivas de existencia individual y social. La aparicin de los Manuscritos de Economa y Filosofa10 imprime un giro nuevo a la antropologa marxiana. El ser social determina la conciencia, tal y como se afirmaba en La contribucin a la crtica de la economa poltica, pero, asimismo, la conciencia no puede desvincularse de unos ideales de transformacin. El concepto de emancipacin entraba en el marxismo heterodoxo, o bien como esperanza y utopa en la obra de Ernst Bloch, ya como investigacin sobre la cosificacin en Lukcs, o como crtica del autoritarismo administrado como plantean los tericos crticos en el inicio del Instituto para la Investigacin Social. De este modo, emancipacin lleva a existencia desde la perspectiva neomarxista de las primeras dcadas del siglo. Sin embargo, los ideales revolucionarios van a chocar frontalmente, tras el final de la segunda guerra y la derrota del Nazismo, con la edificacin de un tipo de sociedad en donde el productor se convierte en receptor-consumidor. La sociedad de Consumo de Masas, paradjicamente, resulta el anverso de los vitalismos y de los subjetivismos, y presentndose como la "sociedad del individuo" consolida unos estilos de vida que homogeneizan a la poblacin, ahora clasificada en forma de "masas". Se hace imprescindible, por tanto, la vuelta a lo cotidiano. Es aqu en donde el Marxismo se fraccionar en corrientes, y frente a una poderosa sociologa funcional-conductista dominante11, los debates sobre el qu es la cotidianidad y cules son sus procesos cobra mayor relevancia. Para la Teora Crtica, lo cotidiano se explicar desde una formulacin macroestructural en la que no se pierde de vista en ningn momento la conformacin del Nazismo en la Sociedad de Masas12; para los estructuralistas, el consumo es el fundamento de la existencia colectiva13. Y es en este en donde el marxismo ingls, volver a su tradicin literaria como basamento desde el que reconstruir el universo de la vida cotidiana.
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Marx, K. (1995): Manuscritos de Economa y Filosofa. Madrid: Alianza, pp. 133-209. Una seleccin adecuada de textos del Funcional-Conductismo comunicativo es la de Gerbner, G. (1973): Communication, technology and social policy. Nueva York: John Wiley. Marcuse, H. (1968): El hombre unidimensional. Barcelona: Seix Barral. Baudrillard, J. (1974): La sociedad de consumo. Mxico: Siglo XXI. -(1982): Crtica de la economa poltica del signo. Mxico: Siglo XXI. 27
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Schiller, H. (1993): Cultura S.A. La apropiacin corporativa de la expresin pblica. Mxico: Universidad de Guadalajara, pp. 183-211.
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La alteracin del modelo clsico marxiano de base y supraestructura que se realiza, es explicable en la Sociedad de Masas desde el momento en el que la superestructura ideolgica desarrolla unas formas productivas e industriales econmicas que conllevan una nueva divisin internacional del trabajo y la formacin de unas poderossimas empresas comunicativas de carcter monopolstico. Para Adorno, Horkheimer y Marcuse, mximos representantes de la renovacin del modelo infra-supra, la ideologa se objetiva, por primera vez, en instituciones difusoras de mensajes y contenidos fabricados con sistemas tayloristamente estandarizados. Este planteamiento de transformacin del esquema marxiano va a caracterizar las diferentes corrientes del marxismo que desde la dcada de los aos veinte se van desarrollando. Del mismo modo que el Marxismo crtico presenta un sentido fuertemente entroncado en Hegel, el Marxismo estructuralista francs vincula a Marx con Freud a travs de un Saussure sociologizado. La crtica de la economa del signo remite a una Sociedad de Consumo de Masas en la que la superestructura acta como gnesis ideolgica de necesidades colectivas. Para Baudrillard, la ideologa construye discursos, mientras que para Althusser edifica aparatos que conforman las estrategias de dominacin del bloque hegemnico15. Precisamente ser Gramsci-Althusser16 la referencia subyacente del marxismo ingls. En la dicotoma entre accin-estructura y superestructurainfraestructura, los tericos britnicos optarn por introducir el enfoque micro frente al macroestructural. Este cambio de perspectiva necesita un anlisis pormenorizado, puesto que este marxismo se constituye desde tradiciones intelectuales muy diferenciadas del francs y alemn. La crtica esttica y literaria conformarn una revisin en la que la tensin entre lo micro y lo macro, y la accin y la estructura van a modificar el trabajo historiogrfico. A continuacin, se har una revisin de las "dos generaciones" culturalistas en la temtica de la existencia, categorizada como vida cotidiana, con el objetivo de establecer una comparacin sobre la validez terica del modelo de los Estudios Culturales y su influencia en la Sociologa de la Cultura de nuestros das. As, en primer lugar, se expondrn las diversas concepciones que sobre la cultura y la cotidianidad mantuvo la "primera generacin" de Birmingham, para pasar despus, a las transformaciones que de esta temtica ha llevado a cabo la "segunda generacin".
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Althusser, L. (1975): Escritos (1968-1970). Barcelona: Laia. Vase el planteamiento en S. Hall, Significado, representacin, ideologa: Althusser y los debates postestructuralistas, en J. Curran, D. Morley y V. Walkerdine, Estudios culturales y comunicacin. Vers. cit, pp. 27-63. 29
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Thompson, E.P. (1977): William Morris: From Romantic to Revolutionary. Londres: Merln, pp. 30 y ss. Mattelart, A. (1997): La institucionalizacin de los estudios de la comunicacin. Telos, 49, pp. 113-148.
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historia del pueblo. La recreacin que Leavis hace de la obra de Dickens en su Dickens the Novelist no deja dudas sobre su perspectiva de reivindicacin de la gran tradicin de lo cotidiano en el arte. Si Leavis aglutina alrededor de Scrutiny un grupo de discpulos de gran influencia en la reforma de la educacin y docencia inglesa, no obstante ser Edward P. Thompson quien imprima el giro de historia abierta a la Historia Social. La investigacin de Thompson se plantea como investigacin alternativa no slo de la historia academicista oficial, sino a la vez de una historiografa marxista que va quedando anquilosada, de manera que su conversin en ideologa se percibe como el resultado ms evidente de su monolitismo. Para Thompson, la experiencia humana resulta el punto de partida de una exploracin que ample el paradigma marxiano y posibilite la incorporacin de tradiciones tericas como marco en las que recoger las nuevas experiencias de la cultura popular, esto es, de la clase obrera. Comenta Thompson: "Me propongo rescatar al humilde tejedor de medias y calcetines, al jornalero ludita, al obrero de los ms anticuados telares, al artesano utopista y hasta al frustrado seguidor de Joanna Southcott, rescatarlos de una posteridad demasiado condescendiente. Acaso sus oficios y tradiciones estaban destinados a desaparecer irremediablemente. Tambin es posible que su hostilidad hacia el nuevo industrialismo fuese una actitud retrasada y retrgrada, sus ideales humanitarios puras fantasas y sus conspiraciones revolucionarias pretensiones infantiles. Pero ellos vivieron aquellos tiempos de agudo trastorno social, y nosotros no. Sus aspiraciones fueron vlidas a la luz de su propia experiencia. Realmente, cayeron vctimas de la historia, pero, ya condenados en vida, an permanecen como vctimas. No deberamos tener como nico criterio de juicio el que las acciones de un hombre se justifican o no a la luz de lo que ha ocurrido despus."19 Con La formacin histrica de la clase obrera. Inglaterra: 17801832, se abre un gigantesco cuadro en el que se dibujan las experiencias subyacentes de la Historia. Y en esas experiencias, lo cotidiano expresa los intereses, las experiencias sociales, tradiciones y sistemas de valores que, como afirma Thompson, definen a una clase a partir "de la disposicin a comportarse como una clase definindose a s misma en sus acciones y en su conciencia en relacin a otros grupos de personas".
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Thompson, E.P. (1977): La formacin de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832. Barcelona: Laia, tomo primero, p.12. 31
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Luego el marxismo ingls va a optar por el individuo en vez de por la estructura, por la accin que puede interpretarse frente al realismo explicativo de la institucin. En consecuencia, el modelo histrico interpretativo sustituye paulatinamente al de carcter estructural. Pero, la pregunta no puede dejar de ser: por qu la cotidianidad deviene en el eje de una nueva Historia Social que culmina en la escuela de los Estudios Culturales?
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Thompson, E.P. (1979): Tradicin, revuelta y conciencia de clase. Barcelona, Crtica, pp.56 y ss.
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a un estrecho materialismo histrico significa diluir las relaciones econmicas y destacar los elementos familiares, educativos, urbanos, festivos..., impulsando en exceso lo subjetivo. La conciencia popular y la conciencia de clase obrera se hacen equivalentes. Y, a la vez, la memoria colectiva se hace prctica cotidiana. Thompson no olvida que la cotidianidad popular est hecha de resistencias y oposiciones. La estructura de La formacin de la clase obrera no deja dudas a este respecto. En la primera parte se explica la cultura poltica y las tradiciones de lucha frente a la industrializacin. La segunda parte se centra en la cotidianidad a travs de la multiplicidad de aspectos de la vida como son la vida en comunidad, el ocio y la familia, a la par que las nuevas formas de explotacin. En la tercera parte, Thompson sita la nueva cultura poltica y de lucha que desarrolla la clase obrera. En la obra, considerada desde un punto de vista global, subyace un humanista sentimiento de solidaridad. Las nuevas relaciones de explotacin y alienacin que introduce el capitalismo, se disuelven en esas pormenorizadas descripciones de las acciones interpersonales. La microhistoria, pese a su innovacin metodolgica enriquecedora, se acaba sobreponiendo al punto de vista dialctico con las grandes estructuras. En consecuencia, Thompson culmina el trabajo de la historiografa inglesa que, desde l946, haban iniciado Eric Hobsbawn, Rodney Hilton, Cristopher Hill y que con la revista Past and Present investigarn la vida cotidiana a partir de la conciencia social. La primaca dada a los valores ser su gran aportacin. De ah que la cotidianidad se comprenda como: El sujeto individual y sus experiencias ms habituales y constantes. Las mediaciones simblicas e imaginarias que en formas de tradiciones influyen en las actitudes vivenciales. Las formas de vida y sus transformaciones en un perodo temporal especfico; no olvidemos, por ejemplo, que el libro de Thompson sobre la clase obrera recorre cuarenta aos de la formacin de sta. Las resistencias y disidencias que ante la dominacin social defiende la cultura popular y su autonoma. Con Thompson queda constituido el punto de vista que privilegia al sujeto como eje central desde el que transformar las estructuras. Su obra posterior, sobre todo Whigs y cazadores y Tradicin, revuelta y conciencia de clase, replantean las relaciones entre clase social, conciencia de clase y movimiento poltico social, pero regresado al entronque de la indagacin de
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lo cotidiano con la teora gramsciana y, en especial, el estudio del bloque hegemnico como salida del modelo mecanicista y la consiguiente recuperacin de la temtica de la dominacin colectiva y sus efectos en la vida diaria. Whigs y cazadores supone la investigacin ms pormenorizada sobre la vida cotidiana rural inglesa de principios del siglo XVIII. Es en este trabajo en donde la dialctica entre la experiencia de quien domina y la de quienes son dominados se describe a partir del tema de la caza furtiva. La cotidianidad de los cazadores furtivos necesita de la caza como forma de supervivencia, mientras que para la aristocracia -los whigs- significa una forma de diversin y de ocio en los que los valores de linaje se entremezclan con los de conquista, siguiendo un esquema valorativo casi medieval. Resistencias y dominaciones, empero, entran en tensin cuando la propiedad se consolida como el derecho de derechos de la sociedad burguesa emergente. Es en este momento cuando el castigo a la caza furtiva altera un tipo de cotidianidad tradicional y heredada del sentido comunal medieval. Para Thompson, dos culturas entran en colisin y, especialmente, dos modos de entender la experiencia de la vida rural. Para el campesino y cazador, los venados son parte de su economa, entendiendo por sta, una economa moral que, de ningn modo, es la economa productiva de una clase aristocrtica que se conforma ya como burguesa. La conclusin del libro no puede dejar de considerar cmo el orden social apelar al valor de lo prohibido como forma defensiva de un sistema que se va a articular sobre la desigualdad econmica. Los significados divergentes de propiedad crean unas interpretaciones culturales radicalmente antagnicas segn el grupo construya su experiencia. Y en el caso de la caza furtiva, para el grupo dominado es parte esencial de su supervivencia material frente al sentido ldico y simblico que establece el grupo dominante. Resistencia y dominacin son los ejes en los que Thompson enmarcar su percepcin de la existencia diaria. La cotidianidad es polidrica. Foucault, desde un estructuralismo heterodoxo, destacar la ntima conexin entre poder, control y cotidianidad. Sin embargo, Thompson no avanza en esta direccin en sus obras posteriores. Tras la salida de Thompson del Partido Comunista, en 1956, su obra se escora hacia un laborismo de izquierdas que le hace entrar en una dura polmica con los estructuralismos en obras como Miseria de la teora y los Escritos a la luz de la vela. En ambos libros, se defiende un tratamiento subjetivista de la Historia. La accin cada vez se va contraponiendo ms a la estructura. Lo cotidiano ganar terreno en sus ltimas producciones -Protesta y sobrevive, Opcin cero y La guerra de las galaxias21, todas ellas escritas en la dcada de los aos ochenta- y en las
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Las ltimas obras de Thompson se centraron en la denuncia de los grandes temas de la poltica internacional y de la guerra fra; un ejemplo paradigmtico fue su artculo La
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que Thompson tratar temas de actualidad como el pacifismo, el ecologismo o las posibilidades de pervivencia de la especie humana en el planeta. El manifiesto ms evidente sobre la defensa a ultranza del sujeto individual se expresa en Nuestras libertades y nuestras vidas, publicada en 1986. Aqu, Thompson reivindica la cotidianidad a partir de la incorporacin de un humanismo socialmente comprometido. Desde La formacin de la clase obrera... hasta su muerte en 1993, hay que subrayar la evolucin de su concepcin de lo diario, considerado como resistencia al poder. En uno de sus ltimos trabajos, Thompson expona la anttesis de lo que haba sido su trabajo ms conocido sobre la formacin de la clase obrera. En un artculo sobre el libro de Linda Colley, Britons: Forging the Nation 1707-1837, publicado en 1992, Thompson titulaba su crtica La formacin de una clase dominante22, y en ella expresaba -tres dcadas despus de su obra fundamental- su concepto histrico: "Porque all y en todas partes, yo argumentaba que una parte importante de aquellos aos fue la formacin de estructuras, oposiciones y culturas contradictorias de clase". De este modo, el conflicto queda como el eje del estudio de la cotidianidad en la teora thompsoniana. La vida diaria de las diferentes clases significaba experiencias diversas y distantes entre s. La experiencia tena que devenir en un concepto complejo de mltiples dimensiones segn "la formacin de las clases". La cuestin entonces de lo cotidiano traspasar las fronteras de la accin concreta y requerir dirigirse hacia procesos en los que estructura y accin confluyan hacia la ideologa. Como consideraba Thompson en La poltica de la teora: "Acontecimientos repetidos dentro del 'ser social'... que inevitablemente dan y deben dar origen a la experiencia vivida, la experiencia I, que no penetran instantneamente como 'reflejos' en la experiencia II, pero cuya presin sobre la totalidad del campo de la conciencia no puede ser desviado, aplazado, falsificado o suprimido indefinidamente por la ideologa"23. A partir de este momento, ideologa y cotidianidad cierran un crculo que la primera Escuela de Estudios Culturales examinar de una manera incansable. Con la aportacin historiogrfica de Thompson las grandes lneas de investigacin de Birmingham quedan
defensa de la Gran Bretaa (traducido en Debats [Valencia], n 4, [1982], pp. 116-131), en el que asuma una posicin a favor de los movimientos pacifistas frente a la poltica nuclear. La valenta tica de Thompson le llev a esa participacin directa en las cuestiones de actualidad.
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Este artculo pstumo fue publicado en el homenaje que la revista Debats le dedicaba a Thompson en el nmero 45 (septiembre 1993), pp. 119-123. Thompson, E.P. (1984): Historia popular y teora socialista. Barcelona: Grijalbo, p.27, compilado por R. Samuel. El rechazo a la teora abstracta fue una constante en la obra de Thompson, sobre todo en (1981): Miseria de la teora. Barcelona, Crtica. El ataque furibundo de Perry Anderson supuso una reactualizacin de la relacin entre historiografa y construccin terica; este ataque puede verse en: Anderson, P. (1985): Teora, poltica e historia. Un debate con E.P. Thompson. Madrid: Siglo XXI, pp. 5-17, 174-194. 35
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abiertas. Slo que ahora ya no ser la cultura popular y la cultura de las clases subordinadas, sino que la cultura industrializada de masas va a requerir una transformacin de los instrumentos conceptuales y de las estrategias metodolgicas del primer inicio de la historiografa cultural.
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individuo. Ahora bien, el inters de Williams por la literatura imprime a su aportacin a la Escuela un sesgo caracterstico y de larga pervivencia en la temtica de los Estudios Culturales. Con Williams, el esquema entre alta cultura clsica, cultura media o mediada y cultura popular, recibe un impulso renovador, ya que sus estudios literarios, entre los que se encuentran Modern Tragedy, Drama from Ibsen a Brecht y The English Novel from Dickens to Lawrence, refuerzan su conviccin de la prdida cultural que se est imponiendo en la vida cotidiana de las poblaciones post-industriales. La cotidianidad es as concebida como la retrica de lo superficial. Y en esa retrica los mass-media transforman las estructuras de la vida en estructuras de dispersin. La dispersin se constituye en uno de los conceptos determinantes de la penetracin de la comunicacin mediada en las existencias concretas de los ciudadanos. Pero el estudio de los contextos de la vida habitual requiere necesariamente una aproximacin crtica al Marxismo y, en concreto, a "los marxismos" mecanicistas. De nuevo, el modelo de infra y superestructura va a adquirir connotaciones diferentes. El surgimiento de la sociedad burocrtica de consumo planificado, y de una integracin a travs de un ambiguo consenso sociopoltico, lleva a Williams a retornar a una Teora de la Praxis en la que Gramsci ocupa el lugar ms relevante. Gramsci matiz cmo las contradicciones histricas eran, a la par, contradicciones culturales. Pero para estudiar la mutua interrelacin entre ambos modos de contradiccin, antes era previo el anlisis de una de las aportaciones ms aclaradoras del autor italiano: el concepto de hegemona. Williams en Marxismo y literatura afirma: "Gramsci plante una distincin entre 'dominio' y 'hegemona. El "dominio" se expresa en formas directamente polticas y en tiempos de crisis por medio de una coercin directa o efectiva. Sin embargo, la situacin ms habitual es un complejo entrelazamiento de fuerzas polticas, sociales y culturales; y la 'hegemona', segn las diferentes interpretaciones, es esto o las fuerzas activas sociales y culturales que constituyen sus elementos necesarios. Cualesquiera que sean las implicaciones del concepto para la teora poltica marxista (que todava debe reconocer muchos tipos de control poltico directo, de control de clase y de control econmico, as como esta formacin ms general), los efectos que produce sobre la teora cultural son inmediatos, ya que 'hegemona' es un concepto que, a la vez, incluye -y va ms all de- los dos poderosos conceptos anteriores: el de 'cultura' como 'proceso social total' en que los hombres definen y configuran sus vidas, y el de 'ideologa', en cualquiera de sus sentidos marxistas, en la que un sistema de significados y valores constituye la expresin o proyeccin de un particular inters de clase."24
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La renovacin que hace Gramsci del tema de la dominacin social a travs del sentido de hegemona, como capacidad que posee un grupo o clase de ejercer la direccin intelectual y moral sobre la totalidad de la sociedad, sintetiza el difcil tema de la dominacin econmica con la dominacin poltica. Gramsci avanza en el esquema de infraestructura econmica y superestructura ideolgica colocando las instituciones de la sociedad civil en el centro de una nueva forma de dominacin que obtiene el consentimiento mediante la creacin unificadora de valores, smbolos o mentalidades. La dominacin ideolgica posibilita la integracin del ciudadano en una cotidianidad sin coaccin. De aqu, que la sociedad capitalista se afiance en la conciencia colectiva con un poder omnipresente. La hegemona ideolgica permite que las clases sociales diferenciadas acaben perdiendo la perspectiva de sus distintos intereses. Para Gramsci, por tanto, una Teora de la Praxis25 debe aclarar como objeto preferente de investigacin las modalidades en las que se autonomizan la poltica y la ideologa de su determinacin econmica. Es, no obstante, en la conciencia donde acta y repercute la accin de la hegemona. Frente a los conceptos simplificados de "conciencia" y de "cultura", el de "hegemona" introduce el aspecto del poder y de la dominacin con mayor amplitud analtica. Como subraya Williams: "El concepto de 'hegemona tiene un alcance mayor que el concepto de 'cultura', tal como fue definido anteriormente, por su insistencia en relacionar el 'proceso social total' con las distribuciones especficas del poder y la influencia." (Williams, 1970, p. 129) Un libro aparentemente tan alejado de la cotidianidad como es Marxismo y literatura, sin embargo pone los pilares de la concepcin de Williams sobre la existencia diaria en la sociedad capitalista. El complejo repaso que se hace de los conceptos esenciales del pensamiento marxiano, no es sino un intenso esfuerzo por resituar al individuo en su proceso cultural y al proceso cultural en el proceso de la dominacin de clase. A este respecto, la cultura, para Williams, tiene que investigarse desde tres niveles: como teora cultural, como produccin cultural y como consumo cultural26. Y en los tres niveles, el problema de la existencia diaria se convierte en el objetivo ltimo de una praxis que salga de la conciencia dominada y avance hacia la conciencia emancipada de su dualidad. La conciencia dual -o enajenada- caracteriza, segn Gramsci y los neogramscianos como Nicholas Abercrombie y Stephen Hill, a la clase obrera y su cultura popular en las sociedades de economa de mercado. Aparece en escena una de las aportaciones que mayor inters van a presentar para los estudios de Birmingham, aunque quiz sin llegar a las conclusiones que otras corrientes marxistas aportarn con mayor relevancia.
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Gramsci, A. (1970): Introduccin a la Filosofa de la Praxis. Barcelona: Pennsula. Williams, R. (1965): The Long Revolution. Harmondsworth: Penguin.
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Pero lo cierto, es que la cotidianidad en la sociedad post-industrial de masas no puede dejar de estudiarse sin acudir a una conceptualizacin tan rica y sugerente como es la de una conciencia dividida entre "el sentido comn" objetivo y los sistemas de valores provenientes de los medios de comunicacin para masas. La dicotoma entre ambas "cosmovisiones" explica numerosos aspectos de anomia y patologa social. Williams, sin duda, no pierde de vista en ningn momento la posibilidad de construir alternativas a la conciencia dual y a la cotidianidad edificada por los mass-media. Es en este punto donde la cultura de experiencias profundas aparece como el contrapunto a los valores difundidos en los mensajes mediticos. Teniendo como contraste las experiencias intelectuales, sensitivas y emocionales de la creacin clsica literaria, el autor de The Long Revolution debatir sobre las relaciones prcticas que el modelo cultural de una sociedad especfica ejerce no slo sobre la psicologa de los individuos, sino tambin sobre el mismo proceso econmico. Todo ello rompe con la determinacin del economicismo, puesto que la cultura son prcticas, pero tambin expectativas de existencia. Expectativas canalizadas por el bloque hegemnico hacia sus intereses que, asimismo, suponen sus expectativas de supervivencia a travs de la dominacin. La clase dominante extiende -y entiende- su cotidianidad bajo los principios de la dominacin-subordinacin. Su sistema de significados y valores, considerados como modos constitutivos de existencia reflejan las percepciones, y no slo las experiencias, de los miembros participantes en el bloque hegemnico. Es por ello por lo que, para Williams, la cultura es actividad cultural. De aqu su reformulacin de un materialismo cultural que sea capaz de explicar la produccin de la ideologa desde la produccin social, pero sin simplificar como reflejo las posibilidades creadoras y artsticas de cada formacin histrica. En su libro Culture (1981), Williams esboza una Sociologa de la Comunicacin y del Arte en la que, precisamente, aplica el materialismo cultural en el estudio de la dialctica entre instituciones y reproduccin cultural. Las relaciones entre "productores culturales" e "instituciones sociales identificables" conducen a la formacin cultural y a sus modos de organizacin. As en toda cultura hay que definir no slo las instituciones dominantes, los medios de produccin y las formaciones organizativas gremios, escuelas artsticas, academias o creadores independientes-, cuanto lo que supone la "obra de arte propiamente dicha" -actuacin, calidad, especializacin esttica-; es decir, la especificidad histrica de las formas artsticas. Inspirndose en cierto modo en Lukcs27, pero tambin en
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Lukcs, G. (1966): Esttica. Barcelona: Grijalbo. Raymond Williams comenta la esttica de lukacsiana en (1981): Culture. Fontana: Williams Collins Sons and Co. Ltd. 39
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Goldmann28, Williams revisa la organizacin social de la cultura como resultado de una totalidad comunicativa en la que cada poca ha articulado sus modalidades. Las instituciones entonces generaran prcticas culturales y stas, a su vez, mediaciones comunicativas caractersticas de cada tiempo histrico. Comenta Williams: "As, pues, la organizacin social de la cultura es una gama amplia y compleja de muchos tipos de organizacin, desde los ms directos a los ms indirectos. Si esto lo aplicamos histricamente, tenemos la posibilidad de desarrollar mtodos sociolgicos en las reas diferenciadas, pero conexas, de las instituciones culturales, de las formaciones culturales, de los medios de produccin cultural, de las artes culturalmente desarrolladas y de las formas artsticas y culturales, dentro de nuestras definiciones generales de produccin y reproduccin cultural como sistemas significantes relacionados y realizados." (Williams, 1981, p. 200) Los sistemas significantes y los procesos de comunicacin simblica definen la dinmica ideolgica del bloque hegemnico. Pero tambin son parte esencial en los cambios colectivos y sus nuevas organizaciones socioculturales. Williams desarrolla su trayectoria terica en funcin de las modificaciones objetivas que han experimentado las condiciones culturales en su evolucin desde la cultura popular hasta su estructuracin en la Cultura de Masas. En este sentido, el Materialismo cultural se acercar al tema de la cotidianidad en una sntesis muy elaborada entre conceptos abstractos de gran tradicin en el marxismo clsico -mediacin, tipificacin, fuerzas productivas, base y superestructura- e investigacin sociolgica emprica. En Los medios de comunicacin social, el autor de Birmingham tratar lo cotidiano integrndolo en una doble dimensin: en los procesos de la cultura de masas y en las formaciones y deformaciones de la opinin pblica. El inters de Williams por la Cultura de Masas como conformadora de la cotidianidad en el siglo XX, es un referente continuo en su obra. Desde su inicial Culture and Society. 1780-1950, publicada en 1958, hasta Culture de 1981, pasando por la etapa del anlisis literario -Modern Tragedy, Drama from Ibsen to Brecht y The English Novel from Dickens to Lawrence-, se observa un hilo conductor que conecta "alta cultura" con "cultura popular" con la finalidad de aclarar y definir el nuevo nivel de la "cultura de masas" como constructora de una cotidianidad urbana extendida de manera masiva. La Cultura de Masas, de este modo, es "el clima" en el que se
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desenvuelve lo cotidiano en una sociedad en la que el bloque hegemnico conoce todos los resortes de la ideologa. Para Williams: "En un nivel, la 'cultura de masas', en estos ltimos perodos, es una combinacin muy compleja de elementos residuales, autofabricados y producidos externamente, con importantes conflictos entre ellos. En otro nivel, y de manera creciente, esta cultura de 'masas' es el rea principal de la produccin cultural burguesa y de la clase dominante, y tiende hacia una prometida 'universalidad' en las modernas instituciones de comunicacin, con un sector 'minoritario' crecientemente considerado como residual y que debe ser formalmente 'preservado' en esos trminos. As, una 'alta cultura' relativamente no cuestionada ha sido, de forma bastante general, desplazada hacia el pasado -con unas minoras sucesoras de tipo discreto que la sirven y compiten entre s- mientras que la 'minora' activa y efectiva, dentro de una gama de produccin cultural determinada por clase, ha pasado al rea general de la 'mayora'". (Williams, 1981, p. 213) La Cultura de Masas ha desbordado la cotidianidad. Williams describe la vida diaria como "un compuesto" del peridico habitualmente ledo, de los hbitos televisivos, de las frases manidas de la publicidad, de las pelculas "oscarizadas" de consumo y, en general, "estamos analizando afirmar Williams- no tanto una distribucin de intereses como su integracin, bsicamente en torno a la publicidad, y con una superestructura de los valores proyectados en un mundo de relaciones pblicas" Los mensajes publicitarios conforman "la normalizacin" de los ciudadanos. Pero esa "normalizacin" slo puede provenir de la rutina. La Cultura de Masas rutiniza la produccin cultural hacia lo "ya visto". Las innovaciones que haban sido el patrimonio de la creacin libre, son sometidas a un proceso industrial que elimina los aspectos no acordes con los intereses del orden social. La deformacin intelectual y sentimental caracteriza las producciones de la organizacin monopolstica e industrial de la cultura. Frente a otros autores de Birmingham, Williams propone alternativas para salir de una cotidianidad establecida a partir de criterios comerciales. En Los medios de comunicacin social se proponen unas posibilidades diferentes al uso publicitario e ideolgico de los mass-media. El poder de la educacin y el papel de los intelectuales independientes an pueden ser considerados como caminos que contrarresten la dominacin meditica de la cotidianidad. Es tal la conviccin de Williams en el significado liberador de la educacin que el cambio de las instituciones slo es garantizado mediante la enseanza de la crtica. La comparacin entre
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las diversas creaciones de la "alta cultura" con la de "masas" se presenta como el mtodo capaz de situar una transformacin de los contenidos comunicativos. En este sentido, el apndice titulado Mtodos empleados en los programas educativos de la televisin29, defiende una transmutacin de los valores difundidos en la direccin de una participacin real de las audiencias en la creacin comunicativa. Con este planteamiento, Williams va a ser el precursor de uno de los temas especficos de los Estudios Culturales: El papel del receptor en la codificacin y descodificacin de los medios. Aspecto ste que con Stuart Hall se convertir en el ncleo temtico esencial de la Escuela. En consecuencia, si Thompson centr su concepcin cultural de lo cotidiano en las resistencias populares frente la dominacin; Williams, por su parte, mantendr una posicin en la que lo simblico remite a instituciones colectivas organizadas por un bloque minoritario de poder que mantiene a la poblacin en una minora de edad permanente. De ah que los intelectuales no vinculados a grupo de presin o de influencia sean reivindicados por Williams como productores culturales de una cotidianidad diferente. Esta idea tan gramsciana, pero que el autor de Birmingham tambin encuentra en Alfred Weber y a Mannheim con su teora de "una intelligentsia relativamente no comprometida"30, como afirma en su libro Culture, remite, no obstante, a la transformacin institucional. El productor cultural libre debe romper con un mercado asimtrico y desigual, y especialmente con "un bloque hegemnico de instituciones" que anulan nuevas y diferentes concepciones de la vida, valores y actitudes sociales. Williams, por el contrario, no se engaa al admitir la complejidad de la tarea propuesta de salir de la cotidianidad meditica y monopolstica post-industrial cuando subraya: "stas son las complejas realidades investigadas en los anlisis de Gramsci sobre la 'hegemona' y los intelectuales 'orgnicos'. En la prctica constituyen ahora los problemas ms difciles del trabajo cultural alternativo o de oposicin."31 Con Williams se abrirn campos nuevos de investigacin a los Cultural Studies, pero asimismo se introduce uno de los problemas centrales de la Escuela: la paulatina separacin de los procesos culturales de los aspectos econmicos y, en concreto, de las estrategias globales de la economa poltica. Esta separacin se ir agudizando en la evolucin de la "segunda generacin" de Birmingham.
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Williams, R. (1978): Los medios de comunicacin social. Barcelona: Pennsula, pp. 181-197. Los apndices A y B manifiestan el programa regenerador de unos medios de comunicacin controlados democrticamente por los ciudadanos. Mainnheim, K. (1957): Ensayos de Sociologa de la Cultura. Madrid: Aguilar. Aqu se encuentra su concepcin ms completa del papel del intelectual en la sociedad. Weber, W. (1985): Historia de la Cultura. Mxico: F.C.E., pp. 342-351.
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Hall, S. (1965): The Popular Arts. Londres: Hutchinson. Hall, S. (1981): La cultura, los medios de comunicacin y el efecto ideolgico, en J. Curran, M. Gurevitch y J. Woollacot, Sociedad y comunicacin de masas. Mxico: F.C.E., pp. 357-393. 43
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"Dicindolo metafricamente, la 'cultura' nos refiere a la disposicin -las formas- asumida por la existencia social bajo determinadas condiciones histricas. Siempre que la metfora se entienda slo en su valor heurstico podramos decir que si el trmino 'social' se refiere slo al contenido de las relaciones que entran involuntariamente los hombres de cualquier formacin social entonces la 'cultura' se refiere a las formas que asumen tales relaciones... Cultura, en este significado del trmino, es el propsito objetivado ante la existencia humana cuando 'hombres concretos bajo condiciones concretas' se apropian de las producciones de la naturaleza de un modo adaptado a sus propias necesidades e 'imprimen ese trabajo como exclusivamente humano' (Capital 1). Esto est muy prximo a lo que podramos llamar la definicin 'antropolgica' de la cultura. Dentro de sus diferencias pertenecen a esta tradicin la obra terica de Raymond Williams (1960), la modificacin que de Williams hace Thompson (1960) y, en un contexto muy distinto suministrado por su funcionalismo bsico, los estudios de la 'cultura material y la estructura social' de los pueblos primitivos o coloniales realizados por los antroplogos sociales." (Hall, 1981) La reflexin antropolgica, como afirma Hall, sobre la cultura pone de relieve la oposicin entre lo meramente material y la accin simblica de las representaciones colectivas. As, mientras la cultura no sea sino el "crecimiento acumulado del poder del hombre sobre la naturaleza, materializado en los instrumentos y prctica de trabajo y en el medio de los signos, el pensamiento, el conocimiento y el lenguaje, a travs del cual pasa de una generacin a otra, como la 'segunda naturaleza' del hombre", la ideologa significa el efecto de descentramiento del libre desarrollo de la cultura humana. A partir de esta definicin se restaura una perspectiva sobre las dimensiones de lo ideolgico en la que el tema de la ideologa dominante est directamente vinculado con la negacin del libre desarrollo del individuo. Hall afronta el problema de la cotidianidad como ausencia de libertad pero ausencia objetiva en el campo de las prcticas creativas, sociales y culturales, y ello ineludiblemente lleva al anlisis de lo cotidiano en su relacin con el mbito de las clases sociales. En su totalidad, la obra de Hall articula su ncleo temtico sobre el papel que la pertenencia especfica a clase social ejerce sobre el individuo. Desde sus obras de carcter ms poltico -The Hard Road to Renewal, Thatcherism and the Crisis of the Left o Policing the Crisis, 'Mugging', the State and Law and Other, en colaboracin con Critcher y Jefferson-, hasta las obras dedicadas al estudio de los medios -especialmente su famoso artculo
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"Codage-dcodage-"34, se puede afirmar cmo la existencia social no puede de ningn modo separarse del "lugar" ocupado en las estructuras de distribucin de poder y privilegio que conforman el sistema de estratificacin en clases. Pero frente al concepto de Thompson que planteaba la cotidianidad como experiencia o el de Williams que lo describa como una integracin en las rutinas de la Cultura de Masas, para Hall, lo diario est marcado por unos discursos que "dan sentido" a las prcticas peculiares de cada clase social. Desde esta perspectiva, los significados atribuidos a las relaciones econmicas, polticas, estticas..., constituyen las diferencias ideolgicas segn se participe en "un lugar" u otro de "la pirmide social". La cotidianidad deviene en mltiple y polidrica, ya que la conciencia explicar lo vivido con los instrumentos discursivos que den coherencia a los valores de su clase. Con la consolidacin del capitalismo a nivel planetario, sin embargo, los discursos se unifican y el mercado irrumpe en la vida diaria como la mediacin de todos los significados, de todos los valores y de la suma de las relaciones reales de la existencia. Comenta Hall: "El mercado representa un sistema que requiere produccin e intercambio como si consistiese slo de intercambio. sta fue, por supuesto, la premisa clave de gran parte de la poltica econmica. Tiene, por tanto, la funcin simultnea de: a) transformar una relacin en su opuesta (cmara oscura); b) hacer que la ltima, que es parte de las relaciones de produccin e intercambio bajo el capitalismo, aparezca como, o signifique, la totalidad (sta es la teora del fetichismo desarrollada en el captulo I del Capital I); c) hacer que la ltima -los cimientos reales de la sociedad capitalista, la produccin- desaparezcan de la vista (el efecto de ocultamiento). Por tanto, slo a travs del mercado podemos 'ver' que el trabajo y la produccin son realizados; no podemos 'ver', ya que es en la produccin donde el trabajo es explotado y donde es extrado el sobrevalor. Estas tres 'funciones' hacen que las relaciones de mercado bajo el capitalismo sean, simultneamente, 'reales' e ideolgicas." (Hall, 1981, pp. 366). El descentramiento de la conciencia a travs de la accin del mercado determina la formacin de una cotidianidad dominada por el poder ideolgico. Pero la formacin social de la conciencia se efecta desde un tipo de mercado en el que lo latente se hace expreso y emerge hacia lo manifiesto. "Tambin es crucial -subrayar Hall- el que la ideologa sea ahora entendida no como lo que est escondido y oculto, sino precisamente como lo que es ms abierto, aparente y manifiesto: lo que
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'tiene lugar en la superficie y a la vista de todos'."(Hall, 1981, pp. 367) La funcin ideolgica de los medios de comunicacin aclara ese "estar a la vista de todos". Es en este sentido en el que la transicin de un tipo de mercado, descrito por Marx, a una modalidad en la que, como afirmaba la Escuela de Frankfurt, la conciencia entra como la mercanca de mercancas en la sociedad post-industrial, posibilita objetivar los procesos con los que se organiza el sentido comn cotidiano hacia las finalidades mercantiles del sistema. El efecto ideolgico de los medios, en definitiva, permite a Hall desarrollar una concepcin antifuncionalista de la comunicacin a partir de la ruptura del tpico esquema de Lasswell y sus adaptaciones neofuncionalistas posteriores. Con ello, Hall construye una Teora de la Ideologa como teora explicativa del descentramiento del sentido comn de la poblacin, y como neutralizacin de ese libre desarrollo con el que Hall defina el sentido ltimo de la cultura. Las contradicciones de la vida cotidiana, pues, son las contradicciones de una sociedad sometida a los vaivenes de la lgica de la acumulacin. Una lgica cuyo principio interno es la reificacin de los sujetos convertidos en cosas bajo las condiciones capitalistas. Y en el centro mismo de tal lgica los mass-media fundamentan los sistemas de representaciones, imgenes y smbolos de los ciudadanos. Sin embargo, Hall no considera simplificadamente las prcticas comunicativas, ya que en ltimo trmino los diferentes niveles a partir de los que se institucionalizan, estn edificando un modelo cultural cuyo objetivo es la produccin de ideologa en su sentido de enmascaramiento. Retomando la formulacin de Althusser sobre los aparatos ideolgicos del Estado, el autor de Encoding-Decoding sita en el modelo de pblicos la ruptura con la Teora de Efectos; es decir, comprender de una manera adecuada cmo la institucionalizacin de la ideologa requiere replantearse de nuevo el tema de la recepcin de los mensajes mediticos a travs de la recepcin por clase social. La novedad de los argumentos de Hall consistir en introducir la dialctica entre clase social y recepcin comunicativa, agilizando el proceso al diferenciar entre: produccin, circulacin, distribucin y reproduccin. El receptor en su vida cotidiana no puede ser analizado como un mero individuo pasivo, tal y como era valorado por los funcionalismos y neofuncionalismos. Al contrario, como demostraba Thompson, siempre que surge dominacin se forman resistencias. De esta forma, en la comunicacin meditica la produccin se realiza desde los centros e industrias monopolsticos, no dejndose ningn margen a las audiencias en la elaboracin de sus productos. As, por primera vez en la historia de la produccin industrial, criterios privados imponen el gusto colectivo. Y del mismo modo que la produccin, la circulacin y distribucin de los productos de las industrias de la cultura y del audiovisual dependen de las estimaciones comerciales e ideolgicas, imposibilitndose la participacin de otros grupos que no sean los de inters o de influencia. Hall aqu subrayar el momento de la reproduccin como
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descodificacin de la audiencia35. Audiencia configurada por receptores activos, con gustos, actitudes y valores propios que van a mediar en la percepcin de los productos comunicativos estandarizados. La categora de clase social acta como elemento esencial de la descodificacin. Para Hall, tres modalidades de descodificacin indican la mayor o menor consciencia de clase: dominante, oposicin y negociada. Los tericos de Birmingham apelan a Gramsci, pero a la vez a la obra de Althusser. El bloque hegemnico impone un "sentido comn" y unas mentalidades integradas que descodifican en trminos de los valores dominantes. La credulidad acrtica explica la clasificacin de la realidad a travs de la asimilacin de los valores ideolgicos. Frente a la descodificacin dominante, la de oposicin se corresponde con una perspectiva en la que la opinin del sujeto presenta elementos de resistencia ante la dominacin. La resistencia equivaldra en la formulacin de Hall a la consciencia de clase del marxismo clsico, mientras que la descodificacin negociada mantendra una posicin intermedia entre la asimilacin de mensajes mediticos y experiencias vitales subjetivas que fluctuaran entre el rechazo y la adaptacin a los valores dominantes. Por consiguiente, no slo es activo el modelo de transmisin de contenidos que dependera del poder institucionalizado, sino que, a la par, el modelo de pblicos tiene que ser considerado en relacin a sus categoras sociales y cosmovisiones y a sus tradiciones culturales. Con ello, la cotidianidad podra devenir en resistencia segn el grado de valores defensivos ante el impacto de los media. En su estudio titulado Significado, representacin, ideologa: Althusser y los debates postestructuralistas, Hall repasa las aportaciones sobre ideologa y cotidianidad-identidad de Althusser, Poulantzas, LaclauMouffe y, en general, los continuadores "post" y neoestructuralistas. Para Hall, la interpretacin de la ideologa lleva necesariamente a la delimitacin del campo ideolgico y del conflicto ideolgico. En este punto, el autor culturalista hace ms complejo el modelo al introducir la identidad tnica en la identidad de clase y de grupo. El poliedro de la cotidianidad asume mltiples formas discursivas vividas como conflicto ideolgico. Un texto de Hall aclara esta situacin: "El concepto 'negro' no es de propiedad exclusiva de algn grupo ideolgico o de algn discurso nico. Utilizando la terminologa de Laclau (1977) y de Laclau y Mouffe (1985), este trmino, y a pesar de sus poderosas resonancias no necesariamente 'pertenece a una clase'. Ha sido profundamente insertado, a lo largo del pasado, en los discursos de distincin racial y del abuso. Durante mucho tiempo estuvo aparentemente
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Hall, S., Hobson, D., Lowey, A. y Willis, P. (1980): Culture, Media, Language. Londres: Hutchinson. 47
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encadenado a los discursos y las costumbres de la explotacin social y econmica. En aquel perodo de la historia jamaicana, cuando la burguesa nacional quiso hacer causa comn con las masas, en la lucha por la independencia poltica formal, contra el poder colonizador (una lucha en la cual la burguesa local, y no las masas, emergi como fuerza social dirigente), 'negro' era una especie de disfraz. En la revolucin cultural, que barri Jamaica a finales de los aos sesenta y en los setenta, por primera vez las personas reconocieron y aceptaron su herencia negra-esclava-africana... El trmino 'negro' se convirti en el punto para la reconstruccin de la 'unidad', del reconocimiento positivo de la 'experiencia negra'... Fue una de las vas a nivel de las cuales se constituyeron esos nuevos sujetos. Las personas (los individuos concretos) siempre haban estado all. Pero aparecan por primera vez como sujetos-en-lucha por una nueva poca de la historia. La ideologa, a travs de una categora antigua, fue constitutiva de su formacin contraria." Hall comprende el conflicto ideolgico como el sustrato de la cotidianidad post-industrial. La lucha entre identidades diferentes -clase, tnica, gnero- remite al problema permanente del sujeto y de la construccin de su subjetividad. Con ello se abre un marco que caracterizar a los Estudios Culturales: la multiplicidad compleja de la subjetividad y de la identidad. El efecto positivo del deslizamiento de la Escuela hacia los temas de la identidad del yo provendr de la identificacin de sus diferentes variables constitutivas. Pero el efecto negativo, no podr dejar de ser el enfrentamiento entre la experiencias divergentes entre etnia, gnero y clase; eso s, de los dominados. La experimentacin del mundo por los dominados va a determinar que el anlisis de Birmingham se deslice cada vez en mayor medida hacia la estructuracin del sentido comn. No obstante, al concentrarse la discursividad de lo cotidiano especialmente en este mbito, se van a ir perdiendo de vista las contradicciones que no pertenecen slo al campo de la subjetividad. As, la investigacin sobre los procesos econmico-polticos globales va cediendo ante una microteora que se posiciona ms cercana a la Antropologa que a la Sociologa o a la Economa. En consecuencia, un autor tan activo polticamente como Hall -no olvidemos su papel como fundador de revistas como Sounding o Marxism Today y su actividad en la Nueva Izquierda- va a iniciar y abrir, sin embargo, las paradojas tericas que disuelven el tema de la ideologizacin de la cotidianidad, conduciendo a los Estudios Culturales hacia una integracin acadmica en los circuitos de las "microsociologas de moda"36.
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Dobb, M. (1972): Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 315. 49
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Para Hoggart, la vida cotidiana explica mejor que ningn otro proceso las imposiciones de unas clases sobre otras. Pero tambin, y como afirmaba Thompson, las resistencias ante el avance de una perspectiva de clase media que intenta modificar las costumbres de los trabajadores en direccin de una integracin en la ideologa economicista dominante. Entonces, la cultura obrera se har defensiva e impenetrable. Desde 1860 hasta la primera dcada del siglo XX, mutualidades, sindicatos y cooperativas compondrn una red de apoyo que se sintetizan con un ambiente festivo y ldico de variedades y espectculos. El laborismo y el socialismo aos despus se disputaron, como afirma Thompson, la afiliacin de una poblacin imprescindible en unas elecciones polticas. Sin embargo, la fragmentacin de la clase obrera -en obreros especializados y semiespecializados- iba a resultar la quiebra de los ideales de solidaridad. La cotidianidad, por tanto, supondr unas formas de vida donde la cerveza, los arenques y las canciones "picantes" dan cohesin de clase. La cultura obrera se escribe como un proceso comunitario frente a una estructura societal que el capitalismo edifica burocrticamente. En este esquema de Tnnies entre "sociedad" y "comunidad"38, Hoggart reconstruye un mundo habitual y diario amenazado, cada vez en mayor medida, por un socavamiento de sus valores mediante la inicial presencia de unas nuevas formas de comunicacin que debilitan los intereses especficos de los grupos oprimidos. De este modo, los Estudios Culturales de la "primera generacin" seguirn la trayectoria de las tendencias desintegradoras de la cultura obrera tanto en las formas de trabajo como en el ocio. La desorganizacin de la clase trabajadora, con la crisis de la Primera Guerra Mundial y los comienzos de una cultura orientada al consumo de masas, supone adems la desorganizacin de sus formas culturales. El music hall se "industrializa" y pierde su significado crtico y satrico. La taberna se sustituye por el pub y los clubs obreros dejan de ser centros de discusin poltica y paulatinamente irn cerrando sus puertas institucionalizndose como bares del partido o del sindicato. En estas transformaciones la cultura obrera consciente pierde su lugar confundindose con la mentalidad de clase media y sus diferencias entre unas familias y otras. La cercana cotidiana y el concepto cooperativo de la existencia se diluyen y, con ello, se disuelven las luchas reivindicativas de un nuevo orden econmico, poltico y cultural. La Cultura de Masas triunfar definitivamente sobre la cultura obrera y popular. El valor de la obra de Hoggart no puede dejar de ser la capacidad reconstructiva de un mundo obrero en el que el autor de Birmingham an pas su infancia y juventud -no olvidemos que naci en 1918, poca en la que todava estn muy presentes las huellas de una
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cultura popular que resiste a integrarse en la hegemnica y de consumo-. De aqu que tanto en Speaking to Each Other (1973), como en sus artculos sobre el sentido de las culturas populares y en Life and Time, se defienda una revisin historiogrfica de la cultura de la vida cotidiana como defensa ante el desarraigo del capitalismo. Pero fundamentalmente Hoggart refuta el estereotipo de lo instintivo de la cultura cotidiana. Al contrario, se trata de romper con la perspectiva "folklorista" que, desde el siglo XVIII, Herder haba aplicado al "espritu del pueblo". Y si a lo largo del preindustrialismo la cultura popular se haba transmitido en mltiples formas -romances de ciego, juglares, vendedores ambulantes, goliardos...-, en el industrialismo capitalista las tradiciones populares tambin se crean colectivamente y su medio de transmisin no slo sern las ferias y mercados, cuanto las estructuras que giran sobre la formacin de la clase social subordinada. Como considerara Gramsci, frente a la transmisin de la ideologa dominante, la cotidianidad reaccionara con modos de modificacin ante los valores del poder39. La stira y la burla son los discursos de la vida cotidiana que resiste a su dominacin. El carnaval, como han estudiado desde Batjin hasta Peter Burke, se mostrara como la inversin de las tensiones que siempre han caracterizado lo cotidiano40. Para Hoggart, la capacidad defensiva de lo popular resume su fuerza histrica y su compleja tradicin. Con Thompson y Hoggart, la cultura popular cotidiana pasar a ser un tema central de investigacin durante la dcada de los aos sesenta. La lucha de clases es al mismo tiempo la lucha entre culturas de clase. En este planteamiento hay un ideal tico-poltico por retornar a unas prcticas populares que posibiliten salir del atolladero ideolgico de la Cultura de Masas -y para masas- de los mass-media. La discursividad de la cotidianidad y sus cdigos de articulacin de la realidad se convierten en una salida intelectual ante la ideologizacin global de las industrias audiovisuales y sus productos. Pero en este esfuerzo se debera recordar la distincin de Gramsci entre cultura popular y cultura creada para las clases populares (Gramsci, 1977, pp. 488-491). La Escuela de Birmingham, en su "primera generacin", no establecer un concepto de cultura homogneo y con fines analticos desde los que identificar unas formas culturales de otras. Es ms, a menudo los Estudios Culturales se limitan a describir ambiguamente los sistemas de codificacin y significacin de los valores y smbolos populares identificando a stos con los de carcter obrero. De este modo,
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Gramsci, A. (1977): Antologa. Mxico: Siglo XXI, pp. 362-367. Batjin, M. (1990): La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Madrid: Alianza Universidad, pp. 177-260. -Burke, P. (1991): La cultura popular en la Europa moderna. Madrid: Alianza Popular, pp. 257-293. 51
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existe una cierta confusin entre restos culturales del pasado -gremios, artesanos- y prcticas sociales de la clase obrera. Esta unificacin lleva a no delimitar adecuadamente el tema de la clase, definiendo como "clases subalternas" un complejo conjunto de subclases y fracciones de clase que, incluso, pueden tener actividades incompatibles entre s, como ya seal Marx al estudiar la relacin entre proletariado y "lumpenproletariado". Por tanto, la cotidianidad resulta el punto de inflexin de una profunda revisin del marxismo y, especialmente, de la temtica de la ideologa y de las conexiones entre base y superestructura. Pero, las dificultades epistemolgicas y metodolgicas con las que tanto Williams, Hall, Thompson o Hoggart se encuentran, van a provenir de que conceptos como cotidianidad, cultura, experiencia o conocimiento se hacen equivalentes. Ello va a propiciar la subjetivizacin de los procesos histricos y de la accin cultural frente a las relaciones estructurales e institucionales. Este problema gravitar como una sombra permanente sobre la Escuela de Birmingham y sobre su concepcin de los actores dentro de una clase-en-s que debe devenir en clase-para-s. Como matiza Stuart Hall en una autocrtica que tiene al mismo Thompson como objeto: "Si la conciencia de clase es en s misma un proceso histrico, y no puede derivar simplemente de la posicin econmica de los agentes de clase (un marxismo realmente no-reductivo), entonces todo el problema de la poltica marxista queda atrapada en las conexiones, relacionadas pero no necesariamente correspondientes, entre la clase-ens-misma y la clase-para-s-misma. El fundir a ambas en la categora global de 'experiencia' equivale a implicar -no obstante todas las complejidades de cualquier anlisis particular- que la 'clase' est siempre realmente en su sitio, a la mano, y que puede ser convocada 'para el socialismo'. Algo muy parecido a esto es lo que se encuentra, por ejemplo, en la nocin de 'historia del pueblo' del History Workshop; como si simplemente el relatar la historia de las opresiones y luchas pasadas fuese suficiente para hallar la promesa del socialismo ya presente, plenamente constituida, nada ms aguardando a 'pronunciarse'. A menudo, se implica tambin en las elocuentes invocaciones de Thompson a las tradiciones de los 'ingleses nacidos libres' y del 'pueblo comn', que viven en la tradicin popular con slo que puedan librarse de sus constituyentes burgueses. Pero todo el historial del socialismo, incluso y especialmente en el momento presente, va contra este 'populismo' excesivamente simple. Una teora marxista no reductiva debe significar el hacer frente a todo lo que se implica al decir que el
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socialismo tiene que ser construido mediante una prctica poltica real, no simplemente 'redescubierto' en una reflexin histrica recuperativa."41 En definitiva, gran parte de las transformaciones que desarrollar posteriormente "la segunda generacin", fueron ya esbozadas en las derivaciones que Richard Hoggart hizo del modelo culturalista thompsoniano; sin duda, ste represent el puente temtico y metodolgico hacia la consolidacin de la segunda etapa de la Escuela.
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Hall, S. (1981): In defense of theory, en Samuel, R.: Peoples history and socialist theory. Londres: Macmillan, p. 384. 53
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deja de ser el inters en el papel activo de los receptores de los medios en su cotidianidad diaria. Los Medios de Comunicacin de Masas se constituyen en el elemento permanente y habitual de la existencia de las diversas clases y subclases. Pero al remarcarse la temtica del receptor-consumidor en la vida cotidiana, se subordina y condiciona la pertenencia a un sector de clase. En este punto, el desarrollo del concepto de audiencia debilita esencialmente la identidad de clase, para remarcar variables vinculadas con la clase media caracterstica y predominante de la Sociedad de Consumo. La vida cotidiana a la que hace referencia la "segunda generacin" culturalista, se refiere de manera preferente a la clase media-baja, media-media, y en algunos casos, media-alta. Y del mismo modo, cuando se alude a la etnia y al gnero tambin menciona a los "nuevos ciudadanos ingleses"; es decir, los hijos de los pueblos colonizados y del imperio colonial que han nacido en la metrpolis y se sienten como ciudadanos de pleno derecho. Desde estos actores sociales, el "universo domstico", tanto en sus prcticas familiares mediticas como en su tiempo de ocio en el consumo, se convierte en el objeto central de investigacin. Es el desplazamiento, sin duda, del anlisis de la Teora Cultural a la indagacin de la produccin y del consumo de la cultura industrializada. En Family Television, Cultural Power and Domestic Leisure (1986), Morley fundamenta la revisin del "control invisible" de la cotidianidad por los medios. La televisin es el horizonte domstico. Sin ella, en las sociedades post-industriales, no existe el grupo familiar. El padre, la madre, los hijos y... la televisin, conforman un nuevo modelo de familia que sita el tiempo de ocio como el horario central de la actividad diaria. Para Morley, las relaciones de poder se han alterado a partir de quin controla los canales televisivos y la programacin. Y estas conclusiones a las que llega Morley tambin son verificadas por Ien Ang en Living Room Wars. Rethinking Media Audiences for a Postmodern World (1996), donde la sala de estar pasa a ser un "campo de batalla" familiar. Las estructuras sociopolticas quedan relegadas ante unos estudios en los que los "pequeos procesos" de la existencia sustituyen los grandes conceptos -como los de ideologa y clase-, de los fundadores de la Escuela. Pero no slo el grupo familiar-receptor se convierte en el protagonista de los Estudios Culturales, tambin las subculturas de todo tipo aparecen en el anlisis comunicativo a partir del significado de identidad. Por consiguiente, la transicin de las culturas a las subculturas se enmarca en un replanteamiento de las mltiples identidades que la sociedad neocapitalista post-industrial est originando. Se puede afirmar que los continuadores de Birmingham establecen un programa terico con el que repensar las conexiones entre comunicacin de masas y diversificacin de las audiencias en sus diferentes construcciones de la realidad, como valora James Curran en su artculo El nuevo revisionismo en los estudios de comunicacin:
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"La herencia de Foucault es ambivalente. Tambin ha promovido una descentralizacin de la investigacin cultural y sobre comunicacin. En algunos estudios, la funcin de los medios se reduce a una sucesin de encuentros lector-texto en el contexto de una sociedad que se desagrega analticamente en una serie de instancias diferenciadas o en la que el poder externo al discurso se evacua por completo. En realidad esto no es muy distinto de la tradicin liberal norteamericana, en la que los medios de comunicacin se suelen analizar aisladamente respecto a las relaciones de poder o se sitan en un modelo de sociedad en el que se considera que el poder est ampliamente difundido. En efecto, en la influyente y prolfica obra de Jon Fiske (1987), la convergencia es ms o menos explcita. Su reciente celebracin de la 'democracia semitica', en la que la gente proviene de 'un amplio abanico de grupos y subculturas' construyen sus propios significados dentro de una economa cultural autnoma, abraza con entusiasmo los temas principales del pluralismo soberano de los consumidores."42 La vida cotidiana se construye y pasa por los productos massmediticos. Desde los programas televisivos hasta las revistas femeninas ilustradas, la "segunda generacin" interpreta lo real como la competencia que la audiencia asimila de la accin de los medios. Pero al ser fragmentada la audiencia a partir de categoras como las de raza y gnero, cada producto de la industria cultural-comunicativa es entendido desde formas de experiencia a menudo antagnicas entre s. Esto se comprueba en la multiplicidad de estudios sobre mujer y medios. En este sentido, los Estudios Culturales feministas han logrado una sntesis terica entre la produccin y el consumo de los mass-media y la situacin de subordinacin del grupo femenino. ngela McRobbie, Charlotte Brundson y Valerie Walkerdine representan un importante esfuerzo por valorar el significado de los gneros populares -comedias, revistas "rosas", seriales y telenovelas, videoclips...- en la creacin de modelos simblicos con los que generar identificacin a la audiencia femenina. Hay una reconceptualizacin de los valores explcitos e implcitos en las versiones de feminidad que se ofrece para consumo de masas. El erotismo publicitario se desliza hacia las revistas consideradas para "consumo de las mujeres", tanto las del "corazn" como las post-modernas tipo Marie Claire. De este modo, el culturalismo feminista ha contribuido a la aclaracin de la cotidianidad de la mujer en la sociedad neocapitalista. Estudios como los de I. Ang Watching Dallas (1985),
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Curran, J. (1981): El nuevo revisionismo en los estudios culturales, en Estudios culturales y comunicacin. Mxico: F.C.E., pp. 383-417. 55
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J. Winship, Inside Women's Magazines (1987) o los de A. McRobbie More!: nuevas sexualidades en las revistas para chicas y mujeres y V. Walkerdine La cultura popular y la erotizacin de las nias, entre un gran nmero de publicaciones, demuestran como gran parte de las estrategias de mantenimiento de la Sociedad de Consumo reposa sobre las modificaciones del rol femenino en funcin de los objetivos de acumulacin del mercado y de la ideologa dominante. Tal y como subraya ngela McRobbie: "Cul es el significado de esta nueva sexualidad? En primer lugar, un alto contenido sexual vende. Las cifras de ventas se disparan cuando las revistas anuncian artculos sobre el sexo oral en sus portadas. Actualmente, More! es, con diferencia, la revista quincenal de mayor xito. En segundo lugar, este material sexual marca un nuevo momento en la construccin de las identidades sexuales de la mujer. Sugiere nuevas formas de conducta sexual y propone un comportamiento audaz (e incluso descarado)."43 Paralelamente a los estudios sobre la mujer, la etnicidad y el multiculturalismo han tenido una centralidad en los continuadores de la Escuela que han desplazado aspectos sociolgicos relevantes como los procedentes del rea de la ideologa. La vida cotidiana de subculturas como la jamaicana, la "anglohind", la de los hooligans, adictos a las drogas, e incluso "la subcultura del gorrn", se describe a partir de sus interacciones subjetivas y sus estilos de vida. En gran parte de estos estudios las tcnicas etnogrficas y antropolgicas concentran el inters del investigador. Las historias de vida y las descripciones pormenorizadas sobre costumbres, actitudes y creencias sustituyen metodologas historiogrficas y epistemologas sociolgicas. Stuart Hall, en este sentido, puso los fundamentos de esta direccin que se consagrara como la principal a finales de los aos setenta y en la dcada de los aos ochenta. Para James Curran: "La mayora de estos estudios sostenan que las descripciones estereotipadas y engaosas de los grupos 'marginales' o perifricos en los medios de comunicacin contribuyeron a desviar un conflicto social ms amplio y reforzaban las normas polticas y sociales dominantes. Esto se vio ilustrado por los estudios sobre la representacin meditica de la protesta poltica (Halloran y otros, 1970); (Hall, 1973a), las pandillas de jvenes (Cohen, 1980), los
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McRobbie, A. (1981): More!: nuevas sexualidades en las revistas para chicas y mujeres, en Estudios culturales y comunicacin. Mxico: F.C.E., pp. 263-297.
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drogadictos (Young, 1974), los atracadores (Hall y otros, 1978), los sindicalistas (Beharrell y Philo, 1977), los hooligans (Whannel, 1979), los gorrones (Golding y Middleton, 1982) y los homosexuales (Watney, 1987), entre otros (Cohen y Young, 1981)... Los medios de comunicacin tenan, como Hall (1977) sostena en un influyente ensayo, un efecto ideolgico." (J. Curran, 1981, pp. 387) En este amplio conjunto de investigaciones la cotidianidad se revelaba bajo una perspectiva magnificada en una tradicin que puede entroncarse con algunos estudios de Erving Goffman44 y de la fenomenologa de Alfred Schtz45. Un resumen global de las caractersticas asignadas a la "existencia habitual" se compendiara en: El papel central de los medios de comunicacin en la formacin de las clasificaciones de la realidad en las diferentes subculturas, definiendo por este concepto las valoraciones y experiencias con las que se identifican y participan intersubjetivamente dentro de su "microcomunidad". A partir de lo anterior, se articula un concepto de audiencia activa segn sea la "supuesta" posicin del individuo en su subcultura, as los analistas de la "segunda generacin" utilizarn un conjunto de estrategias textuales para interpretar la discursividad con la que cada grupo y subgrupo establece sus mecanismos de "construccin" de la realidad. Codificacin y descodificacin, segn los tipos de audiencias, introducen un planteamiento pluralista cada vez ms distanciado del paradigma dialctico marxiano. Las comunidades de conciencia46 moldean a los grupos sociales, debilitndose los vnculos de clase y la consciencia adherida a sta. La integracin y adaptacin sociocultural de los ciudadanos desempea un papel determinante, sin duda, para la asimilacin de las relaciones econmicas y polticas hegemnicas. Sin embargo, los "segundos" culturalistas optan preferentemente por una posicin intelectual post-moderna;
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Goffman, E. (1971): La presentacin de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorortu. Schutz, A. y Luckmann, Th. (1977): Las estructuras del mundo de la vida. Buenos Aires: Amorortu, pp. 25-41. Urry, J. (1981): The Anatomy of Capitalist Societies. Londres: Macmillan, pp. 42 y ss. 57
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esto es, por el modelo epistemolgico de la fragmentacin y de la racionalidad "dbil". Al elegirse el modelo parcial de cotidianidad que reivindica la identidad fragmentada en mltiples grupos, los Cultural Studies "recomponen" la existencia concreta desde sus aspectos ms banales. La cultura masiva desplaza no slo la "alta cultura", cuanto especialmente la cultura popular. La disolucin de otras formas culturales que no sean las subculturas grupales o la mass-meditica, modifica el primer proyecto de la Escuela para hacer inteligible la evolucin post-industrial de los procesos ideolgicos. Algunos crticos de la "segunda generacin" han tachado a sta como teora prototpica del individualismo metodolgico47, pero sin llegar a este extremo, lo cierto es que tras el cuestionamiento de la Teora de Efectos neofuncionalista y la insistencia en el papel activo del receptor-audiencia, los nuevos culturalistas no recelan -como s hizo la "primera generacin"- de la dinmica de la Sociedad de Consumo y de sus productos. Al contrario, nos encontramos en gran medida con ambigas descripciones muy pormenorizadas de "estilos de vida subculturales" como, por ejemplo, el libro de Paul Willis, Profane Culture (1978) en el que no se sabe muy bien si se est ante una Antropologa de las sociedades post-industriales o ante un catlogo costumbrista y folklrico de actitudes y hbitos juveniles. El giro etnogrfico entonces va suavizando, cuando no suprimiendo las referencias a las contradicciones del neocapitalismo. Un balance crtico, por consiguiente, entre las dos generaciones de Birmingham y, especficamente, en el tema de la existencia cotidiana, no puede dejar de orientarse en relacin a las modificaciones del concepto de cultura. Aqu, y partiendo de que tal concepto est lleno de sentidos contradictorios, podemos, no obstante, hacer una distincin entre el concepto antropolgico de cultura, ms vinculado al significado de costumbre, y el concepto socio-filosfico y literario asociado al trmino ilustrado de civilizacin. Desde esta polisemia es desde donde hay que clasificar a las dos generaciones culturalistas; es decir, los fundadores de la Escuela -Williams, Thompson, Hall, Hoggartpertenecen a una herencia intelectual formada en la cultura clsica, no se puede olvidar la influencia de la literatura en las obras de Williams, Hall y Thompson. La "alta cultura" -denominada as de un modo ideolgico por el funcionalismo norteamericano- fue y ha sido, una de las grandes aspiraciones de la poblacin en sus luchas histricas. El continuum, pues,
47 Elster, J. (1982): Marxism, Funtionalism and Game Theory: The Case for Methodological Individualism, en Theory and Society, 11, pp. 453-482.
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entre cultura popular y cultura clsica es inherente a los procesos de emancipacin social. En ambos modelos culturales perviven los ideales ilustrados de civilizacin en su portentoso significado de perfeccionamiento y ampliacin de las facultades humanas. Si se quiere comprender adecuadamente a los primeros creadores de la Escuela, es imprescindible la lectura del estudio de Thompson sobre William Morris o de Raymond Williams sobre el teatro desde Ibsen hasta Brecht. En estos estudios se reclama el valor liberador de la cultura y se enlaza con la cultura popular como ncleo de resistencia ante la dominacin y sus formas. La idea central que de los ciudadanos tienen los Estudios Culturales no puede desligarse de ninguna manera del ideal gramsciano de una transformacin histrica a travs de una revolucin de los valores. Las biografas, incluso de los autores de la "primera generacin", reflejan su actividad docente prctica en esta direccin. Thompson trabaj en la Workers Education Association, Hall en la escuela secundaria y en la Open University, y Williams y Hoggart han tenido una amplia labor pedaggica y docente. De esta forma, los estudios sobre la cultura obrera, la literatura y su difusin social o el jazz como msica de protesta, expresan un proyecto coherente y compacto por renovar los planteamientos neomarxistas de vuelta a los textos del "joven Marx". Es por ello por lo que la ruptura con un marxismo mecanicista y ortodoxo anquilosado que llevan a cabo los fundadores de los Estudios Culturales supuso una posicin renovadora de las dimensiones de la ideologa en su accin cotidiana sobre la poblacin. Desde un nivel fundamental de revisin de la temtica de las superestructuras, en el capitalismo post-industrial slo el cambio cultural puede servir como la gran transicin hacia otras formas de vida. Y en ese cambio cultural se retornaba al significado de cultura como civilizacin. Williams matizaba en este aspecto: "Civilizacin y 'cultura' (especialmente en la fase comn, en que se denominaban 'cultivo') eran, en efecto, durante las postrimeras del siglo XVIII, trminos intercambiables. Cada uno de ellos llevaba consigo el problemtico doble sentido de un estado realizado y de un estado del desarrollo realizado. Su divergencia eventual tiene numerosas causas. En primer lugar, exista el ataque a la 'civilizacin' acusada de superficial; un estado 'artificial' distinto del un estado 'natural'; el cultivo de las propiedades 'externas' -la urbanidad y el lujo- en oposicin a necesidades e impulsos ms 'humanos'. Este ataque, a partir de Rousseau y a travs de todo un movimiento romntico, fue la base para un importante sentido alternativo de la 'cultura', considerada como un proceso de desarrollo 'interior' o 'espiritual' en oposicin a un desarrollo 'exterior'."
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La confianza en la "conciencia cultural" de las clases dominadas y su resistencia cotidiana -ya sea a partir de un patrimonio de canciones industriales satricas o mediante espectculos burlescos y variaciones nuevas en las formas dominantes de vida-, permiti a la "primera generacin" hacer una reconstruccin terica e historiogrfica de relaciones histricas que enmarcaron la existencia de clase como acontecer, "por el cual una clase se descubre y se define a s misma". De este modo, la referencia continuada a lo cotidiano en el marxismo interpretativo de Birmingham no poda separarse de ninguna manera de la temtica de la civilizacin como perfeccionamiento de un permanente acontecer en el que las clases dominadas creasen una formacin social y cultural (que a menudo consigue una expresin institucional) que no se puede definir abstractamente o aislada, sino slo en trminos de su relacin con otras clases; y, por ltimo, slo se puede definir la clase a travs del tiempo, es decir, a travs de los procesos de accin y reaccin, cambio y conflicto" (Thompson, 1977a). Consecuentemente con esto, el antagonismo de las condiciones culturales de la cotidianidad alternativa con las formas del "bloque hegemnico" mostraba la necesidad de llevar a cabo una reflexin objetiva sobre valores nuevos en correspondencia con un tiempo en el que la competitividad poda ser cambiada por cooperacin; y la identidad daada por la alienacin, debera ser redefinida en trminos diferentes de los del beneficio y la explotacin. Como afirmaba Thompson en Tradicin, revuelta y consciencia de clase, el significado de la reflexin social y cultural debera salir "de una intensificacin de la explotacin econmica, una creciente opresin poltica y una intolerable degradacin de sus modos de vida cotidiana" (Thompson, 1979b). Y tanto Williams como Hall o Hoggart mantuvieron en sus anlisis culturales la orientacin tico-poltica con la que Thompson reconstruy los procesos objetivos y subjetivos de formacin de la experiencia y conciencia de la clase obrera y dominada. Sin embargo, la "formacin" de la "segunda generacin" de Estudios Culturales apunta a una radical metamorfosis de perspectivas. En principio, si ya resulta discutible enlazar y encuadrar a unos "padre fundadores" y otros de la "primera" Escuela, nos podemos encontrar con grandes dificultades temticas a la hora de establecer una cierta relacin entre los autores de la "segunda". En efecto, el nexo de unin entre una y otra no deja de ser sino la revisin del modelo de base y superestructura, pero mientras que en los fundadores se complejiza el modelo, en los continuadores se simplifica reduccionistamente. Se desplazan los intereses de la lucha cultural como defensa ante una cotidianidad en la que prevalece la "falsa conciencia" -en su sentido clsico- hacia unos estudios dispares que se dirigen a mltiples prcticas culturales, a menudo divergentes entre s. As, desde la actividad de una mudanza de casa, como hace Dick Hedbige en su artculo El objeto imposible: hacia una sociologa de lo sublime, hasta
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Watching Dallas de Ien Ang, lo cotidiano se superpone en trminos de predominio del consumo y de la comunicacin. Pero estas relaciones no se analizan como prcticas insertadas en una sociedad neocapitalista y sus modos de produccin y distribucin material e ideolgica, sino como casi ya "formas institucionales" fijas e intransformables. Y si bien es cierto que se hace gala de una cierta retrica antisistema, tambin sta se corresponde con un matiz "libertario" no exento de lo que algunos politlogos denominan como "anarcocapitalismo"48. A menudo, la produccin intelectual de los neoculturalistas recuerda el cine de Ken Loach o pelculas britnicas de buenas intenciones como Full Monty o Secretos y mentiras, tratando de llamar a la "buena conciencia" de las clases medias ante el incremento de los conflictos de gnero y de raza. En este punto, no estara desorientada la crtica que se hace a esta generacin y que subraya la desproporcin entre consumidores y productores que se hace en los actuales Estudios Culturales, ya que lo cotidiano se percibe bajo la ptica de la esfera del consumidor frente al productor desplazado de las fuerzas en conflicto de la sociedad post-fordista. Es evidente, en consecuencia, que el desplazamiento del individuo desde el modo de produccin al modo de consumo, suprime el tema de la alienacin y la falsa conciencia hacia el tema de la identidad. De ah que lo emocional y afectivo sustituya gradualmente la pertenencia a un grupo por la pertenencia a una clase. Esta identificacin afectiva con prcticas comunicativas y de consumo permite reinterpretar, en numerosos estudios de la Escuela, nostlgicamente productos de la Cultura de Masas. La aoranza de unas pocas de bienestar se equipara con pelculas, canciones, programas televisivos y, en general, se hacen indistinguibles la cultura popular de la Cultura de Masas. Un ejemplo muy claro de lo anterior estara en el texto de Valerie Walkerdine, Sujeto a cambio sin previo aviso: la psicologa, la posmodernidad y lo popular, en el que, pese a su reivindicacin de derechos para la mujer obrera, se observa esa aoranza por un mundo de consumo comunicativo "ms feliz": "Estas historias que se encuentran en My Fair Lady, en Gigi y en La cenicienta (Cinderella, 1950), de Walt Disney, y que estn construidas sobre temas de antes de la guerra, tambin tienen a chicas como protagonistas: las pelculas de Shirley Temple, las tiras de cmics de Annie la huerfanita, Judy Garland en El mago de Oz (The Wizzard of Oz, 1939). No voy a entrar en ellas, salvo para sealar el lugar central que ocupan las chicas en las pelculas sobre la pobreza, el bienestar y la depresin econmica. Las chicas siempre son
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Esta terminologa es utilizada por Philippe van Parijs (1993): Qu es una sociedad justa? Barcelona: Ariel, pp. 95-97. 61
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pobres y, a menudo, hurfanas. Y como Judy Garland suean con un lugar donde los deseos se conviertan en realidad, a travs de la intervencin de hadas madrinas buenas. Mientras que las brujas malas intentan evitar que lleguen a un lugar donde los hombres puedan garantizar hasta el ltimo de los deseos, que siempre suele ser el hecho de cambiar la pobreza por riqueza y la transformacin de hombres pobres en ricos." Nada que objetar a la capacidad de ilusin que todos los seres humanos tienen y que Walkerdine encuentra en el cine, pero una reinterpretacin culturalista de la accin de la Cultura de Masas en la vida cotidiana implica, tambin, un examen de los efectos ideolgicos y simblicos -por ejemplo, la estructuracin capitalista de los roles femenino y masculino- de estas producciones como han hecho, entre otros, MattelartDorfman, Herbert Schiller o el estructuralismo comunicativo. En definitiva, en este rpido repaso comparativo entre generaciones, la cuestin ms problemtica a la que conduce la Teora de la Cultura de la "segunda generacin" de la Escuela de Birmingham, se resume en la radical separacin de la vida cotidiana de las estructuras econmicas, polticas y sociales. La autonomizacin de lo cotidiano del resto de estructuras tiende a subjetivar excesivamente las superestructuras de su base infraestructural, llevando a la paradoja de que sus crticas al marxismo economicista se pueden aplicar, asimismo, a un culturalismo mecanicista de la cotidianidad que parece que no recibe los impactos ni de las formas de poder y dominacin, ni de las acciones institucionales y sus formas jurdicas y legales. Desgraciadamente, cuando procesos globales econmicos y polticos llevan a situaciones blicas, es entonces cuando, con pesar, se constata que lo cotidiano no puede convertirse, y menos en las sociedades postindustriales transnacionalizadas, en el ncleo central del anlisis de las Ciencias Sociales. Esta ilusin de la racionalidad etnolgica post-moderna olvida las complejas y sofisticadas formas de dominacin y su cambiante lgica de subordinacin internacional49. La identidad, en suma, no puede desvincularse de temas como la opresin, la explotacin y la alienacin, y las condiciones econmico-polticas que hacen compatibles una Sociedad de Consumo con unas psicologas colectivas de unos ciudadanos que ven "normales" la pervivencia de esos estados de exclusin para enormes zonas del planeta. Pero, lgicamente, esto debera dirigir a los Estudios Culturales no slo hacia anlisis infraestructurales, sino especialmente hacia una formulacin en la que la Sociologa de la Cultura y la Sociologa del
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-Schiller, H. (1986): Informacin y economa en tiempos de crisis. Madrid: Tecnos/Fundesco, pp. 114-131.
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Conocimiento pudieran hacerse compatibles con una objetiva concepcin de lo que Williams denominaba como el paradigma metodolgico y temtico de una nueva Teora de la Cultura.
La crtica funcionalista ms caracterstica fue la de Merton, R.K. (1980): Teora y estructura sociales. Mxico: F.C.E., pp. 56-92. Von Beyme, K. (1991): Teora poltica del siglo XX. De la Modernidad a la Post-modernidad. Madrid: Alianza Universidad, pp. 143-181. 63
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audiencia como activa y creativa y el cambio de la esttica poltica a una esttica popular. Debido a que este revisionismo ha evolucionado como respuesta a un debate interno dentro de la tradicin radical ms que como respuesta directa a los textos pluralistas, el alcance del movimiento hacia la tradicin pluralista se ha visto parcialmente oscurecido. Un cambio radical ha tenido lugar en la disciplina, y dicho cambio dar nueva forma -para bien o para mal- al desarrollo de los estudios culturales y de comunicacin en Europa." (J. Curran, 1981, p. 409) Este texto tratara de centrarse en un matiz asptico valorativo como es ste: "para bien o para mal", con el que se expresa la inestabilidad conceptual y la incertidumbre metodolgica del culturalismo de Birmingham; pero, sobre todo, las dudas sobre la evolucin futura de los Estudios Culturales y comunicativos. Por consiguiente, ante estas vacilaciones no queda ms solucin que un sucinto repaso a otras posiciones que se han enmarcado en el enfoque histrico-dialctico y que, asimismo, han elaborado una investigacin sobre los conceptos de ideologa, clase, cotidianidad y cultura. Ahora bien, en el estudio sobre la conexin ideologa-cotidianidad nada mejor que acudir a los planteamientos de la Escuela de Frankfurt y al neoestructuralismo que retoma la distincin entre base y superestructura. Las perspectivas tericas marxistas sobre lo cotidiano nos conducen, de nuevo, a las relaciones entre ser social y conciencia. La esencial frase el ser social determina la conciencia resulta la distincin desde la que reconstruir todo el "campo" de la conciencia post-industrial desde sus procesos histricos. De acuerdo con esta concepcin, la Escuela de Frankfurt, desde su gnesis, enmarca a los actores sociales en las estructuras objetivas52. La reconstruccin de lo cotidiano, entonces, experimenta un proceso inverso en la Teora Crtica que en los planteamientos de los Estudios Culturales. En efecto, Adorno, Horkheimer y Marcuse afirmaron el poder de convencimiento y adaptacin que la sociedad tecnificada ejerce sobre los ciudadanos. La cultura-comunicativa, al igual que la tcnica o la ciencia, entra a formar parte del complejo de instituciones que mantienen un estado permanente de despersonalizacin cotidiana. Es, pues, en este punto en el que la Escuela de Frankfurt centrar una de sus ms relevantes investigaciones. Para Adorno, el hombre post-industrial est encerrado en el universo de la repeticin53. La repeticin aparece como la clave de la cotidianidad. Y as la industria de la conciencia -los monopolios
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Adorno, Th. W. (1986): Bajo el signo de los astros. Barcelona: Laia, pp. 95-113. Adorno, Th. W. (1966): Televisin y cultura de masas. Crdoba: Eudecor, pp. 35-43.
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comunicativos- aplicar con "maestra" la exigencia de una existencia repetida en sus esquemas mil y una vez. La inmersin en tal devenir de un no-saber incomprensible vuelve al individuo aislado y en continua competencia irracional con los otros, tal y como demostr Adorno en La Personalidad Autoritaria (1965). El desplazamiento del Neomarxismo -desde la "primera generacin" de Frankfurt hasta la "primera" de Birmingham- hacia las dinmicas de la cotidianidad se debe resituar, pues, en una teorizacin de las nuevas caractersticas del control social colectivo54. La "industria de la conciencia" demuestra la transformacin de las formas de dominio desde el modo de produccin al modo de comunicacin. Este proceso sin precedentes obliga a repensar el paradigma marxiano en trminos de cmo desde la existencia diaria se acatan los valores repetidos en una dialctica entre racionalidad-irracionalidad en la que cada vez gana mayor terreno la ltima. Abordar entonces el anlisis histrico de la subjetividad ha sido la gran contribucin de los fundadores de los Estudios Culturales, del mismo modo que el sujeto ideologizado por la razn instrumental ha significado una categora determinante para los iniciadores de la Teora Crtica. En ambos casos, el poder infraestructural remite a las nuevas formas de explotacin psquica y fsica de la administracin burocrtica de monopolios. Pero mientras que en los de Frankfurt la cotidianidad refleja el desgarramiento de la sociedad capitalista y sus fenmenos de racionalizacin, la razn cotidiana de los autores de Birmingham desemboca en un simple esquema de accin especficamente centrado en la trayectoria de las culturas populares. La incidencia en los estilos de vida, las redes de sociabilidad y la construccin de la identidad que el Centre of Contemporary Cultural Studies desarrolla en sus investigaciones, nos explican acertadamente el "universo de sentido", pero: no deberan ponerse tambin en correspondencia con el "universo de sentido" de las clases del bloque hegemnico?55 Se hace evidente, en consecuencia, que la cotidianidad en el capitalismo post-industrial no puede considerarse como un asunto privado, ni siquiera como mera responsabilidad del sujeto cuando hasta sus tiempos de ocio y descanso estn planificados. Elevar la experiencia del actor socialpopular a categora central de la realidad cultural y econmico-poltica debilita los resultados sociolgicos y tericos no slo de la "primera generacin" de Birmingham, sino de una forma especial de los autores de la "segunda" que sobrevaloran la singularidad subjetiva de cada grupo estudiado y sus prcticas concretas. No se trata, sin embargo, de
54
Abercrombie, N., Hill, S. y Turner, B.S. (1987): La tesis de la ideologa dominante. Madrid: Siglo XXI, pp. 9-35.
55 Reinhard, W. (1997): Las lites del poder y la construccin del Estado. Madrid: F.C.E., pp. 295325.
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contraponer a Frankfurt frente a Birmingham, ni a Birmingham frente a Frankfurt, sino de repensar una concepcin emancipatoria de lo cotidiano. Y, en este punto, la reconstruccin del paradigma marxiano pasa por una sntesis de posiciones. Pero, a la par, opta por una renovacin y retorno de la temtica de la existencia y de la razn prctica. Al comienzo de este estudio se hizo un repaso de cmo de la reflexin sobre la existencia se pas al tema de la cotidianidad. Las filosofas y sociologas dialcticas de entreguerras mantuvieron un significado de existencia en el que las "experiencias profundas"56 de la vida no quedaban subsumidas en el reduccionismo de lo cotidiano. La tensin entre el ser y el deber ser conformaba las necesidades compartidas de la voluntad racional. Razn terica y razn prctica deberan converger en el mbito de la accin tica y poltica. Gramsci, por ejemplo, evit caer en el "idealismo" del joven Lukcs, precisamente al dar prioridad al significado de cultura como praxis colectiva y no, simplemente, como interpretacin subjetiva. Es la carencia de esta distincin prctico-crtica en donde los Estudios Culturales quedan apresados en una interesante sociologa histrica que, sin embargo, no avanza en una fundamentacin de las mediaciones de la actividad histrica. Thompson, Williams, Hoggart y Hall reconstruyen casi arqueolgica y genealgicamente el pasado con un cierto realismo ingenuo, pero no pasan del mbito de la intencionalidad subjetiva. Hay, por tanto, una antropologa de las costumbres, pero se carece de una reelaboracin antropolgica del ser social histrico. Y en la lgica de la construccin culturalista de las diferentes identidades se detecta una peligrosa estrategia de la reconciliacin ideolgica de las contradicciones en la sociedad de capitalismo tardo. Por ello, una reestructuracin dialctica del concepto de cotidianidad requiere volver al "sentido fuerte" de existencia. Este sentido fuerte de existencia se encuentra en la primera Teora Cultural de la Escuela de Frankfurt, y actualmente en algunos neoestructuralismos, como es el caso de Bourdieu, que concibe las prcticas culturales en funcin del habitus y campo de las diferentes formas de distincin de las clases sociales57. As, la salida de los Estudios Culturales de caer en planteamientos superficiales semejantes a los de la Etnometodologa norteamericana o en los anlisis "transparentes" de la post-modernidad, tiene que provenir de la interrelacin entre existencia, cotidianidad y lgica de la dominacin colectiva. Para la Teora Crtica clsica esta triple conceptualizacin era inseparable, tambin lo era para los creadores del estructuralismo cultural-comunicativo. La sntesis accin-estructura puede quedar aclarada a partir del anlisis de
56 57
Benjamn, W. (1980): Imaginacin y sociedad, en Iluminaciones I. Madrid: Taurus. Bourdieu, P. (1988): La distincin. Criterio y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus, pp. 478496.
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la lgica de la dominacin que organiza la sintaxis de la cotidianidad. Sintaxis definida por la tendencia paulatina hacia la desublimacin de la existencia. Las dimensiones irracionales de sta intensifican, en el postindustrialismo, la necesidad de dominar y de ser dominado. La "extraa liberacin" que parece dar el consumo de mercancas y su ideologa comunicativa preserva las leyes del orden social instaurado. El individuo pierde as su individualidad, sometindose a una integracin en la cual se encuentra aparentemente satisfecho. Y es aqu donde hay que situar la destruccin de la existencia libre y autnoma. Bajo el imperio de la tecnificacin manipulada, la cosificacin de la vida diaria se convierte en el hecho ms caracterstico de la Sociedad de Masas. De este modo, la poblacin se reconoce en sus objetos, en los productos comerciales, en su marca de automvil y de televisor. Se llega a una ideologizacin antiideolgica. La ideologa se hace patente a partir de estructuras comunicativas que funcionan ya como instituciones de difusin de valores, smbolos y actitudes cada vez ms alejados del anlisis causal que ha sido el fundamento de la conducta racional. En suma, una reconstruccin dialctica de la Teora Cultural que no quiera ser pura abstraccin ni tampoco descriptivismo anecdtico, deber articular una reconstruccin de las nuevas formas de la racionalidad instrumental en el proceso de subjetivacin irracional del conocimiento colectivo. Los procesos cosificadores del conocimiento y de la existencia econmico, poltico, comunicativo- se deben considerar como la temtica central desde la que establecer una crtica cultural que no pierde de vista sus responsabilidades histricas. El programa, en suma, de una renovacin del estudio de la cultura no puede ser una asptica narracin de experiencias, sino una teorizacin sobre las causas de lo que Adorno defina como consciencia debilitada. Para Adorno: "La consciencia debilitada, ms esclava cada vez de la realidad, pierde poco a poco la capacidad de rendir esa tensin de la reflexin exigida por un concepto de verdad que no est csica y abstractamente frente a la mera subjetividad, sino que se despliega por medio de crtica, por fuerza de la mediacin recproca de sujeto y objeto."58 Esta concepcin optimista del poder de la reflexin crtica no puede reconciliar ser y deber ser, y, mucho menos, existencia y cotidianidad degradada. La tensin del anlisis cultural que no quiera ser antropologa de costumbres o ideologa de la explotacin de clases y de grupos, tiene que recobrar el significado de resistencia frente a la dominacin de la primera Escuela de Birmingham y de dialctica negativa de la inicial Escuela de Frankfurt. La reconstruccin de una existencia no vaciada -por una cotidianidad planificada repetitivamente- se convierte en la nica garanta de que, por fin, las mltiples dimensiones de la realidad
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sean creadas por individuos activos con una conciencia no alterada por el inters de minoras que tratan de relegar el significado histrico permanente que la cultura tiene de civilizacin objetiva y genrica de la especie. En esta mediacin entre civilizacin, individuo y sociedad estara la concepcin originara y contempornea del Materialismo Cultural.
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HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES: REARTICULACIONES TRANSDISCIPLINARIAS Y CONFLICTOS EN LOS BORDES HUMANITIES AND SOCIAL SCIENCES: LIMITS ACROSS DISCIPLINES AND CONFLICTS ON THE BORDERS
Nelly Richard (Universidad ARCIS, Chile)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp69-83
Resumen La reflexin acerca de la identidad latinoamericana haba sido encomendada tradicionalmente a la literatura y las humanidades, para, a partir de los aos 80, desplazarse hacia las ciencias sociales y de la comunicacin. La transdisciplinariedad se ha convertido entonces en mtodo irrenunciable, pero la autora propone que, frente a la convivencia acrtica, los estudios culturales deben usar los bordes de conflicto entre disciplinas humansticas y tecnolgicas para oponerse al sistema hegemnico que hace primar a las segundas sobre las primeras, y recuperar la capacidad del arte, la literatura y el pensamiento crtico para reintroducir los desrdenes de lo inclasificable en el mundo de lo clasificado y lo clasificador. Abstract Reflections on Latinoamerican identity was traditionally linked to literature and humanities. From the 80s, it slowly swerved to social sciences and communication. Approaches across disciplines have become mainstream, but this author suggests that, unlike non critical coexistence, cultural studies must accommodate to conceptual conflicts on the edge of disciplines building bridges between humanistic disciplines and technological ones in such a way that the latter are not meant superior in any way and the former are instrumental in turning upside down the straitjacket of the orderly world that technology renders. Palabras clave Estudios culturales / Transdisciplinariedad / Teora Crtica Keywords Cultural studies / Knowledge across the disciplines / Critical Theory
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Nelly Richard
Sumario 1. Las redefiniciones de lo latinoamericano en la teora cultural de los 80 en Amrica Latina y el desplazamiento de la literatura 2. La suma transdisciplinaria y los choques entre las disciplinas 3. Lo popular versus lo esttico 4. Mercado cultural, polticas culturales y crtica de la cultura Summary 1. Latinoamerican definitions in cultural theory of the 80s in Latin America and literature displacement. 2. Disciplines addition and disciplines conflicts. 3. The popular versus the aesthetic. 4. Cultural market, cultural policies and cultural criticism.
por algunos como un producto estandarizado de la academia norteamericana de cuyas tecnologas de la reproduccin hay que desconfiar sistemticamente; vistos por otros como un real proyecto de transformacin del saber acadmico que permite cuestionar y desplazar polticamente las fronteras de las disciplinas tradicionales, los estudios culturales han alimentado varios debates y polmicas durante los ltimos aos. Sera muy largo repasar el campo de definiciones heterogneas y, a menudo, divergentes- que reagrupan las prcticas de los estudios culturales bajo distintas latitudes; analizar las lneas de corte entre la etapa formativa de la Escuela de Birmingham en los aos 60 en Inglaterra y su posterior institucionalizacin acadmica en los Estados Unidos; dibujar el mapa de sus actuales tendencias y orientaciones. En todo caso, y ms all de cmo se reagrupan o bien se dispersan en proyectos que responden cada uno a muy distintas voluntades acadmicas y polticas, los estudios culturales nombran sobre todo en Amrica Latina- un particular giro de las relaciones entre las humanidades y las ciencias sociales. Desde esta perspectiva, el auge de los estudios culturales nos sirve hoy de pretexto para lanzar algunas preguntas sobre el nuevo estatuto del saber y de las disciplinas, sobre los lenguajes de la crtica acadmica y no-acadmica, en un paisaje universitario marcado por la globalizacin neoliberal.
Vistos
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1. Las redefiniciones de lo latinoamericano en la teora cultural de los 80 en Amrica Latina y el desplazamiento de la literatura
uevas definiciones socioculturales de las identidades en Amrica Latina se han multiplicado desde el supuesto, ya ampliamente compartido, de que las categoras tradicionales de lo nacional y de lo continental se fragmentaron bajo los efectos disolventes de la mundializacin econmica y de la globalizacin comunicativa. Los flujos de circulacin -econmicos y simblicos- de la globalizacin disocian y combinan los signos de identidad y pertenencia hasta un punto de revolturas tal que ya no es posible hablar de un repertorio fijo de smbolos cohesionadores, as como lo planteaba antes el discurso sustancialista del nosotros latinoamericano: un nosotros que, en los tiempos de la crtica antiimperialista a la norteamericanizacin del consumo, deba preservar su pureza originaria de toda contaminacin metropolitana. Las redes massmediticas que consagran el advenimiento de la sociedad de la comunicacin intersectan hoy cada paisaje nacional con signos que vienen de todas partes que son luego reconjugados por el consumo global que hibridiza las identidades culturales. Dos son los libros que, en los aos 80, reorientaron decisivamente la teora cultural latinoamericana, al destacar los nuevos procesos de translocalizacin de los flujos geoculturales, econmicos, simblicos y comunicativos: De los medios a las mediaciones de Jess Martn Barbero y Culturas hbridas de Nstor Garca Canclini. Ambos libros torcieron el giro del discurso latinoamericanista de lo propio como ncleo ontolgico de una verdad-esencia del ser latinoamericano: un ser latinoamericano que deba permanecer ajeno a los trficos de signos en prstamo que circularon por va de la internacionalizacin primero y, luego, de la globalizacin. Ambos libros -el de Martn Barbero y el de Garca Canclini- mostraron eficazmente cmo el imaginario multilocalizado del capitalismo global cruza identidades culturales y redes mediticas mezclando lo patrimonial, lo folklrico-tradicional, lo culto, lo popular y lo masivo, en tiempos donde parecen ser ms decisivas la velocidad para recorrer el mundo y las estrategias para seducir a los pblicos que la inercia de las tradiciones locales. No es casual que estos dos libros se escriban cruzando las fronteras de las ciencias de la comunicacin, de la antropologa y de la sociologa de la cultura, es decir, fuera de la tradicin emblemtica de la literatura que haba sido hasta ahora portadora de los mximos smbolos identitarios del nosotros latinoamericano. Ambos libros acusan recibo de que la dominante postmoderna de la globalizacin cultural debilit el protagonismo de la literatura y las humanidades cuya funcin, en Amrica Latina, haba sido hasta ahora la de articular la relacin entre modernidad, cultura, ideologa y nacin, tal como aparece ejemplarmente delineada en La ciudad letrada de ngel Rama.
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Los textos de Martn Barbero y de Garca Canclini redefinen la problemtica cultural de las identidades latinoamericanas cruzando la memoria antropolgica de las culturas populares con la masificacin social de los medios tecno-comunicativos. Y ambos lo hacen desacralizando lo literario como una reserva de simbolizaciones escriturarias que, en la tradicin latinoamericana, auratizaba el texto y la palabra mantenindolos fuera del contagio impuro- de la cultura industrializada y sus productos en serie. Para explorar los cruces massmediticos entre cultura y comunicacin, entre globalizacin e interculturalidad, entre cotidianeidad y mercado, ambos autores Martn Barbero y Garca Canclini- debieron primero abandonar la literatura como relato integrador de construccin nacional y luego recurrir a instrumentos disciplinarios ms afines a las intersecciones dispersas que hoy segmentan lo popular y lo masivo entre los mundos de la cultura, la economa, el poder y la comunicacin. Parto de esta inflexin en la teora cultural latinoamericana de los 80 (el desplazamiento de la literatura y la apertura transdisciplinaria de los estudios sobre Amrica Latina a teoras y mtodos de la sociologa y de la comunicacin) porque de esta inflexin dependen los puentes creados entre los practicantes en estudios culturales que, desde Estados Unidos, se interesan por Amrica Latina y las prcticas que, segn estos mismos acadmicos de Estados Unidos, mejor representan el modo de realizar estudios culturales latinoamericanos. Visibilizar estos puentes de contacto nos sirve para subrayar el rol de la universidad norteamericana como agente transnacionalizador- en la definicin del campo llamado estudios culturales latinoamericanos. Sabemos bien que las relaciones entre localidades geoculturales (Estados Unidos, Amrica Latina), localizaciones institucionales (la academia norteamericana, los campos poltico-sociales e intelectuales de Amrica Latina) y coyunturas de enunciacin (hablar desde, sobre, como) no son relaciones dadas, naturales y fijas, sino relaciones construidas y mediadas y, por lo mismo estas relaciones son siempre deconstruibles y rearticulables segn los ms variados flujos de intercambio. Sin embargo, pese a la horizontalidad creciente de estos flujos de intercambio que se benefician de la circularidad de los debates internacionales que cruzan las diversas fronteras locales, la academia norteamericana sigue siendo la principal intermediadora que vincula, traduce y homologa las producciones del Norte y del Sur, segn la lengua obligada del mercado acadmico internacional. La conversin del libro Culturas hbridas en el modelo obligado de lo que se entiende en Estados Unidos por estudios culturales latinoamericanos aporta la evidencia de una certificacin del valor establecida desde fuera de las coordenadas de lectura que volvieron el surgimiento de este libro originalmente productivo en Amrica Latina en funcin de otra tradicin de campos, e ilustra tambin el trayecto de cmo y porqu los estudios culturales latinoamericanos son vistos hoy en Estados Unidos como algo
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mucho ms cercano a las ciencias sociales que a las humanidades. Dice Georges Ydice (2002): lo que ac (en Estados Unidos) entendimos como estudios culturales se identifica mucho ms con el anlisis antropolgico y sociolgico. El mismo autor agrega que los proyectos de estudios culturales latinoamericanos reconocidos como tales en Estados Unidos, se caracterizan por el lugar destacado del marco analtico de lo popular y sus relaciones con la industria cultural y de masas... Tanto en Estados Unidos como en Amrica Latina se ha dejado atrs la versin elitista y se ha optado por una comprensin ms cotidiana y antropolgica de la cultura. Por su lado, John Beverley (1996), otro practicante de los Estudios Culturales en Estados Unidos interesado en Amrica Latina, insiste en que la mutacin de la esfera pblica causada por los medios audiovisuales conduce a un aplazamiento nuevo y progresivo de la idea de la literatura como un modelo o prctica (antes) formadora de identidad nacional, y que el proyecto de Nstor Garca Canclini... es la articulacin ms importante y de ms influencia en los estudios culturales en el mbito latinoamericano debido a su atencin privilegiada al tema de las culturas populares y de la cotidianeidad meditica. Quedara entonces claro, siguiendo las definiciones anteriores, que tanto la adhesin al proyecto de los estudios culturales de parte de sus exponentes del Norte y del Sur como el reconocimiento del campo mismo de los estudios culturales latinoamericanos en base a definiciones trazadas por la academia norteamericana, se centran en la ruptura que establecen los estudios culturales con el humanismo literario de la ciudad letrada (y con su jerarqua artistocratizante- entre alta cultura y cultural popular) y en el deseo consiguiente de investigar las nuevas sensibilidades masivas que se traman en las redes -de complicidad y/o de resistencia- de la mediatizacin capitalista. As lo confirma Julio Ramos al declarar que, en este fin de siglo, marcado por la globalizacin distintiva de las sociedades mediticas, acaso las formaciones sociales no requieren ya de la intervencin legitimadora de esos relatos modeladores de la integracin nacional (tales como la literatura), en la medida en que el Estado se retrae de los contratos republicados de la representacin del bien estar comn y en que los medios de comunicacin masiva y el consumo entretejen otros parmetros para la identificacin ciudadana y sus mltiples exclusiones. Los estudios culturales latinoamericanos llegaran a interpretar as el sntoma de una triple crisis de lo literario. Una crisis de lo literario en tanto canonicidad: se descentra el canon de seleccin y autoridad universales que normaba el valor, el juicio y la calidad, bajo la presin de los mrgenes antes excluidos del dominio occidental (diferencia, otredad, periferia, subalternidad, minoridad). Crisis de lo literario en tanto representacin cultural de lo social, ya la que la literatura dej de ser el relato maestro que simbolizaba el nexo entre cultura y nacin, ambas desintegradas por la circulacin meditica de las identificaciones
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segmentadas que se diseminan hoy va el consumo. Crisis de lo literario en tanto volumen y opacidad del texto, en un mundo de superficies donde las tecnologas de lo visual hablan un lenguaje plano de imgenes y pantallas translcidas. Esta triple crisis de lo literario y, por tanto, del legado humanista de la modernidad le significa a los estudios culturales adaptar el saber a este nuevo paisaje tecno-comunicativo bajo la forma de lo transdisciplinario.
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parciales, para cumplir con las demandas de multiplicidad del capital y sus reticulados productivistas. El informe de Lyotard sobre la crisis de los metarelatos y del fundamento especulativo de la universidad-universalidad moderna, describe las nuevas condiciones de practicidad del conocimiento que deber ser cada vez ms transmisible como mercanca informacional. Lyotard nos dice que la jerarqua especulativa del conocimiento deja lugar a una red inmanente y por as decir plana de investigaciones; que las antiguas facultades estallan en instituciones de todo tipo... y que la enseanza en las universidades se limita a asegurar la reproduccin de competencias; unas competencias tcnicamente hechas para mejorar la performatividad del sistema, sin nunca poner en duda la validez de su lgica de eficiencia. Las condiciones de inmanentizacin, compartimentalizacin y tecnificacin del saber universitario que describe Lyotard no seran ajenas, segn Idelber Avelar (2000), al proyecto de los estudios culturales en un mundo que ha pasado de la universidad humanista a la universidad tecnocrtica: Si el pensar de la totalidad se encuentra hoy obstaculizado por una instrumentalizacin que reduce todas las disciplinas a su estatuto tcnico, si todas las epistemologas han sido reducidas a un tratamiento tcnico de su objeto... habra algo accidental en el hecho de que la nica politizacin reciente del conocimiento tenga lugar desde una apelacin antiterica a la especificidad ese caballo de batalla ms propia del experto tcnico? El empirismo que subyace a los estudios culturales su visible resistencia a la teorizacin sera comprensible en este contexto. Podra sorprendernos que se hable aqu de resistencia a la teorizacin, siendo que el reproche que suelen dirigirles muchos antroplogos, socilogos y economistas a los estudios culturales es ms bien inverso. Al menos en Estados Unidos, se les reclama no haberse desligado lo suficiente de la teora literaria a la que estn, en su mayora, asociados; abusar del textualismo de la metfora filosfico-literaria, y por menospreciar el dato macro-social de lo econmico y de lo poltico que requerira, para ser analizado, de saberes ms duros que blandos, ms slidos que tenues, es decir menos literarios. Incluso Stuart Hall, con un pie en cada campo, afirma que una de las principales limitaciones de los estudios culturales deriva del fracaso de sus practicantes en el proyecto de ser suficientemente interdisciplinarios, y en su falta de capacidad para salirse de un foco de preocupaciones especialmente literarias e involucrarse con disciplinas como la economa y la sociologa. Pero si bien, en Estados Unidos, algunas ramas de los estudios culturales muy ligadas al academicismo literario exhiben el tic de querer reducir el poder y la poltica a una cuestin exclusiva del lenguaje y la textualidad, lo que se identifica dominantemente como estudios culturales latinoamericanos (y en eso I. Avelar tiene razn) tiene mucho menos que ver con la filosofa deconstructiva, el anlisis esttico y la teora que con una dimensin
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antropolgico-social de la cultura que la considera, abarcadoramente, como campo de interacciones cotidianas y de formas de vida, cuya generalidad des-diferencia el lugar especializado del arte y de la literatura. A distancia del ensayismo crtico-literario cuyas vueltas y rodeos giran en torno a las estticas del lenguaje, la mayor parte de los estudios culturales latinoamericanos ha optado empricamente por la transdisciplinariedad como un recurso que mezcla lo cientfico-social y lo econmico-cultural para comprender las nuevas dinmicas transnacionales de los mensajes y el consumo globalizados y, tambin, para satisfacer renovadamente las necesidades instrumentales de los pedidos que le vienen de fuera de la universidad (del Estado, de las ONGs, de las consultoras internacionales, de la sociedad civil, de la empresa privada, etc.). Ya lo sabemos, ha sido desarticulada la Totalidad como el horizonte de sentido que el intelectual de antes viva, desgarradamente, como una tensin crtica entre conocimiento y sociedad. Hoy la transdisciplinariedad es la consigna que adecua el saber a la fragmentacin y la dispersin de sus objetos de estudio; a la segmentacin de las teoras; a la ramificacin de los circuitos de pertinencia y utilidad; etc., sin que el lenguaje que tramite acadmicamente este conocimiento fragmentado y diversificado manifieste alguna indisposicin crtica (algn malestar de las palabras, alguna reticencia de lenguaje) frente a las exigencias adaptativas de multifuncionalidad del saber que plantea el mercado hipercapitalista. El modelo de transdisciplinariedad frecuente en varios tipos de estudios culturales lleva, en su dimensin ms extrema, al uso desinhibidode tcnicas y mtodos hechos para complementarse en la fluidez pragmtica de la simple yuxtaposicin, sin que las disciplinas involucradas en esta suma de traslados pareciesen nunca experimentar alguna tirantez o conflicto en sus bordes. La globalizacin y los estudios culturales tendran en comn esta ilimitacin de los dispositivos la obscenidad de todos los caminos abiertos (W. Thayer)- que presupone, adems de la fragmentacin, la disponibilidad total de cada fragmento abierto a la infinita extensividad de sus usos. No habra, en esta celebracin del libre intercambio de las disciplinas, de los estudios culturales como zona franca del conocimiento mltiple, una imagen demasiado afn al mercado flexible de la diversidad que promueve la mquina neocapitalista? Frente a lo devorador de una suma que persigue anexarlo todo, lo que podra echarse de menos en los estudios culturales es la resistencia del lmite: el lmite en tanto frontera que, adems de juntar, separa y desune; el lmite en tanto zona de tensionalidad crtica entre objetos y disciplinas, entre fragmentacin y globalidad, entre delimitacin e ilimitacin. La falta de marco en los estudios culturales el marco como trazado selectivo y articulador (W. Rowe) lleva a la abolicin de los trazados que son lo nico capaz de imponerle lmites de resistencia a la inabarcabilidad de la suma.
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Esta falta de marco conduce al relajo de la indiscriminacin, ya que la completa elasticidad de las fronteras entre lo mltiple y lo diverso exime a la crtica de tener que hacerse responsable por lo que sus recortes de seleccin excluyen adems de incluir. Efectivamente, la crtica literaria, la antropologa, el anlisis de los discursos, la historiografa, la sociologa, nos proponen diferentes lecturas, recortan el espacio social de modos diferentes y no pueden reconciliarse por simple aadidura, dice William Rowe. Es necesario reintroducir el marco como virtual borde de irreconciliacin no slo para demarcar los diferentes enfoques de las disciplinas que convergen en torno a un mismo objeto de estudio sino, tambin, para contrastar y a veces oponer entre s los encuadres del saber acadmico con los desencuadres de la palabra crticointelectual. Sin esta tensin del marco que delimita y opone en base a las relaciones que se construyen entre un adentro y un afuera, los estudios culturales corren el riesgo de que la transdisciplinariedad sea una mera recoleccin de citas y prstamos disciplinarios enteramente desafiliados de los respectivos contextos de marcacin poltico-intelectual en los que se inscriben o bien de los que buscan des-inscribirse. Algunos estudiosos latinoamericanos ven en los estudios culturales la oportunidad de reunir lo escindido, de conjugar lo cientfico-social y lo humanstico-literario, en una nueva reorganizacin del trabajo acadmico capaz de gestionar encuentros felices entre mtodo explicativo y relato interpretativo, entre las descripciones densas que articulen las estructuras ms o menos objetivas y los niveles de significacin ms o menos subjetivos. Subyace a este deseo la necesidad de facilitar el encuentro entre, por un lado, las estadsticas y sus tcnicas de anlisis cuantitativo; la objetividad de la cifra y la solvencia del dato duro que garantiza la eficacia profesional; la descripcin macrosocial de cmo funciona la globalizacin en su dimensin econmicamente comprobable; la redondez del conocimiento verificable que prueba la certeza de un diagnstico; y, por otro lado, las especulaciones tericas de una subjetividad que prefiere lo impreciso y lo fluctuante de las constelaciones metafricas a la completud de una verdad objetivada. Es como si, gracias a la mediacin de los estudios culturales, el principio de realidad del dato emprico en el trabajo cientfico pudiese llegar a corregir los excesos (las extravagancias, las vaguedades) de las metforas literarias exaltadas por el textualismo deconstructivo, tendiendo un puente (imaginario) para que los estudios culturales pasen de un anlisis hermenutico a un trabajo cientfico que combine la significacin y los hechos, los discursos y sus arraigos empricos. La mediacin de los estudios culturales garantizara una conciliacin pacfica de los opuestos gracias a la razonabilidad del consenso interdisciplinario. Pero no todas las disciplinas gozan de los mismos crditos de legitimidad y privilegios sociales ni son avaladas por los mismos coeficientes
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de poder. En el paisaje hipertecnificado de hoy, los saberes cientficoinvestigativos que pertenecen al mundo del conocimiento experto gozan de mayor reconocimiento profesional que, por ejemplo, el ensayismo crticocultural que comparte con el arte y las humanidades el estigma de lo inutilitario. Si admitimos que la relacin entre formaciones de conocimiento, jerarquas disciplinarias y paradigmas de legitimacin social del saber contiene de por s una violencia implcita, no tenemos por qu suponer que las asimetras y desigualdades de estatus entre lo cientfico-social y lo humanstico deban ser vividos apaciblemente. Los estudios culturales, concebidos como una fluida zona de libre comercio entre las disciplinas, pareceran querer borrar los choques entre las distintas economas de saber/ poder que se relacionan conflictivamente unas con otras, simulando que todos los ejercicios acadmicos y crticos (los esquemas de demostracin tcnica y las fugas interpretativas; la bsqueda de control metodolgico y las aventuras de diseminacin del sentido; la racionalidad experta y las poticas de la crisis) hablan el mismo lenguaje. Esta re-conciliacin neutral de los estudios culturales en la suma transdisciplinaria no reconoce los enfrentamientos que, muchas veces, oponen las disciplinas de lo social dirigidas hacia la investigacin emprica por un lado y, por otro, las nuevas humanidades orientadas hacia descalces discursivos. Slo si rescatamos la energa crtica que surge de estos enfrentamientos de disciplinas, podremos recrear intelectualmente los campos de fuerzas locales en toda su pluralidad de arreglos y desarreglos culturales, de contenciones disciplinarias y desbordes anti-acadmicos. No se puede confundir la solucin de la transdisciplinariedad como reciclaje de conocimientos diversos en una lengua sin negatividad con la voluntad crtica de ejercer una ruptura semitica (Ranajit Guha) en las composiciones de enunciados del saber universitario capitalista. No es lo mismo optimizar la hibridez transdisciplinaria como un mecanismo facilitador de una articulacin sin restos que usar los bordes de conflicto entre las disciplinas para oponerse al sistema hegemnico de traduccin y conversin entre fragmento y totalidad.
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globalizacin cultural. Ms all de su racionalidad propiamente econmica, el consumo que designa el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiacin y el uso de los productos- es analizado por los estudios culturales como aquella zona en que las identidades se reconfiguran diariamente a partir de los productos y mensajes globalizados que invaden sus universos de experiencia. Gracias al ingreso de lo popular al campo de las investigaciones acadmicas, los estudios culturales son ahora capaces de interpretar el rock, las historietas, las fotonovelas, los videos, etc... como medios donde se mueve la sensibilidad masiva y como escenarios de consumo donde se forma (lo que Garca Canclini llama) las bases estticas de la ciudadana, en un mundo post-literario- de audiencias mediticas. Nadie podra negar el valor democratizador del haber ampliado las excluyentes fronteras de la ciudad letrada a los nuevos registros de sensibilidad cotidiana -influidos por la cultura audiovisual- que forman, deforman y transforman a los sujetos populares en sus vidas diarias. Pero, implica esta apertura democratizante de los estudios culturales que la cuestin de lo esttico deba reducirse a la mera constatacin de cmo hoy el mercado de los estilos y los gustos vuelve expresivas y comunicativas las identidades globalizadas? No dejemos que la tarea de ocuparnos de los procesos de recepcin de la cultura (de la acumulacin desigual de propiedad cultural, la asimetra en el acceso de las regiones a la informacin y el entretenimiento, la posibilidad de que cada cultura construya su propia imagen y comprenda la de los otros) haga opaco el trabajo de produccin de lo esttico: lo esttico como rango diferenciador de ciertas prcticas simblicas (las del arte y de la literatura) que generan particulares vibraciones de sentido en el mundo serializado de las industrias culturales. Junto con el arte y la literatura, el rock, las historietas, las fotonovelas, los videos merecen efectivamente ser considerados como artefactos discursivos, como textos sociales, que nos ensean a comprender el mundo de la cultura popular. Pero existen varias y significativas diferencias entre una fotonovela y un poema, entre un carnaval popular y un video arte: diferencias de elaboracin formal, de complejidad semntica, de experimentacin con los cdigos, de condensacin simblica, de interpelacin subjetiva, de maniobras de desplazamiento retrico entre el qu y el cmo que tensionan los lenguajes del arte y de la literatura. Si no contrastamos estas diferencias, vamos a confundir una obra de arte con las programaciones del consumo guiadas por los artificios comerciales. Tampoco vamos a ser capaces de rescatar la singularidad de ese algo semiimprocesable que opone lo esttico (la arbitrariedad y las intransigencias de la forma; las disputas simblicas en torno a la figuracin del sentido) a lo meramente estetizado (el resultado banal de la extroversin publicitaria y comunicativa de las imgenes que se complacen en la gratificacin
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mercantil). Reducir todas las prcticas culturales al demominador comn del consumo, dejando de lado la intencionalidad significante de las maniobras de produccin artstica, fomenta el relativismo valorativo del que participan segn B. Sarlo (1994) - tanto el mercado neoliberal como el neopopulismo de los estudios culturales ya que ambos renunciaron a preguntarse hasta qu punto es posible, por ejemplo, hablar del arte como nivel especfico de la dimensin simblica del mundo social; si es lcito buscar en la experiencia esttica rasgos particulares frente a otras experiencias discursivas y prcticas; si las formas de circulacin de los productos estticos son distinguibles, aunque se crucen permanentemente, con otras redes del sistema cultural.
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regionales, nacionales), sindicatos, organizaciones populares y una amplia variedad de organizaciones e iniciativas de diversos sectores de poblacin. Defender este activismo de las prcticas en cultura y poder como un modo de hacer estudios culturales en Amrica Latina, se vincula a la definicin progresista de la palabra cultura que recoge Georges Ydice: la cultura como un campo de lucha y resistencia simblicas en el que se enfrentan lo hegemnico y lo contestatario; la cultura como un instrumento de ciudadana, que permite disear las polticas de identidad y de representacin destinadas al menos, en Estados Unidos- a transformar la esfera pblica incluyendo en ella a los sujetos hasta ahora marginalizados o subrepresentados por las escalas culturales de lo dominante. Pero esta definicin activista de la cultura que se juega a favor de las polticas de identidad no es la ms difundida en los estudios culturales latinoamericanos que se dedican principalmente a analizar temas de mercado cultural y de polticas culturales. Una de las caractersticas del hipercapitalismo es la de haber subsumido a la poltica y a la economa en la cultura, que tomaron la forma, liviana, de imgenes y representaciones, de estilos, que celebran el gratificante espectculo de la diversidad neoliberal. Para decirlo de otra manera, el nuevo capitalismo cultural se funda en una colisin funcional que surge de un doble movimiento recproco: el que trae la cultura hacia la economa, a partir del creciente desarrollo de una industria cultural que viene poco a poco convirtindose en uno de los ms poderosos sectores de crecimiento en las economas actuales, y el que en la direccin contraria aproxima la economa hacia la cultura, haciendo que ella se arrogue los caracteres tradicionalmente asignados nicamente a las prcticas culturales es decir, todas aquellas que tienen que ver con el poder de investir identidad (producir sujecin, efectos de reconocimiento, socialidad, diferenciacin, etc.-. Todo esto ocurre gracias a la hipermediatizacin cultural de la globalizacin capitalista que, segn G. Ydice, se caracteriza ahora lejos de la definicin progresista anteriormente mencionada por l que la sealaba como un campo de fuerzas dividido entre lo hegemnico y lo contestatario- por la emergencia del culturalismo como tctica expedita: de la cultura como un simple expediente, como un recurso para otros fines sometido a criterios de satisfaccin econmica, de eficiencia organizacional, de retribucin social, de instrumentacin poltica, de rentabilidad funcionaria, en la que la utilidad ha reemplazado definitivamente al valor. Varias lneas de trabajo en estudios culturales que privilegian las dimensiones del consumo y de la recepcin culturales, recurren a esta nocin de la cultura tomada como expediente, como bien, como servicio o como gestin. Bajo el tema de las industrias culturales y de las polticas culturales, estos programas de estudio proponen disear intervenciones democratizadoras en la organizacin de los recursos y mensajes simblicos
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que circulen entre el Estado, los grupos comunitarios, las ONGs, los organismos internacionales, etc. Estos diseos se justifican por representar una intervencin pblica en aquella zona que no puede quedar abandonada a las regulaciones del mercado que dominan el control de las formas de mediacin cultural que construyen los regmenes de representacin a travs de los cuales se organizan las jerarquas simblicas de la diversidad. Pero el tema de las polticas culturales no puede acaparar toda la atencin de los analistas de la cultura, dejando que sus vocabularios instrumentales- de la planificacin y la administracin impongan la medicin de la utilidad como nico criterio de valoracin social de la cultura. La lgica de clculo y gestin de las polticas culturales no debe saturarlo, ya que dejara sin voz a las preguntas que siguen obsesionando al arte y a la literatura: a qu tipo de realizacin discursiva aspira una determinada obra y para inspirar cules vectores de subjetividad en un espectador que transformarn sus recursos imaginativos? Cmo intensificar la relacin entre tratamiento formal y rgimen de sentido, entre materia y experiencia, entre simbolizacin y lenguaje, para darle relieve intensivo a los desechos culturales que expulsa la racionalidad social y poltica? Frente a la serialidad homogeneizante con la que el mercado y sus saberes comisionados buscan traducirlo todo a los reductores ndices de lo masivo, es indispensable que el arte y la literatura, pero tambin el ensayismo crtico-cultural, tengan una chance de desencajar el verosmil dominante que slo admite la explicatividad del saber, la verificabilidad del dato, las demostraciones de conocimiento. Vivimos en un mundo repleto de estadsticas del consumo, de tcnicas de anlisis cuantitativo, donde la objetividad de la cifra y la solvencia del dato duro garantizan la eficacia profesional de quienes estn encargados de diagnosticar el funcionamiento del mercado de la globalizacin en su dimensin econmicamente comprobable, polticamente deducible, tcnicamente medible. Ninguna de estas pruebas expeditas es sensible a los desgarros del sentido, a los abismos de la significacin, a los huecos y las perforaciones de lo simblico que esperan ser explorados por un ensayismo crtico que, sin temerles a las incertidumbres del pensar, se atreva a vagar fuera de las precisiones metodolgicas. Ya qued demostrado que la tecnocoperatividad del mercado de la cultura les exige a los estudios culturales dejar fuera de sus plantillas de conocimiento la negatividad de lo escindido, lo errante y lo desviado. Les corresponde al arte y la literatura, al pensamiento crtico, reintroducir minoritariamente- los desrdenes de lo inclasificable en el mundo de lo clasificado y lo clasificador. Slo con el juego crtico de lenguajes desobedientes frente a la mercadotecnia universitaria, podr quebrarse la homologa resignada entre la gobernabilidad de la poltica, la administratividad de lo social, la industrializacin de lo cultural y la profesionalizacin de los saberes tiles.
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Referencias bibliogrficas
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Localizar la memoria
Resumen El registro obsesivo del pasado, su conservacin, musealizacin o conmemoracin son ya una constante en las polticas y mercados de la memoria en los pases industrializados. Renovadas tecnologas irrumpen en la vida de personas y comunidades para contribuir a la construccin de una exomemoria digital global. Esta expansin hacia el interior del mundo occidental tambin se proyecta neocolonialmente hacia las genuinas memorias de otras culturas y sobre las de nuestros propios ausentes. La epistemografa interactiva es una configuracin transdisciplinar que promueve la autonarracin mediante herramientas post y paraepistemolgicas como el pluralismo lgico, la rehabilitacin de la contradiccin o la polisemia, en suma, mediante instrumentos desclasificatorios que podra incorporar la digitalidad, y hace posible modos organizativos y de comunicacin sensibles con otras culturas y memorias garantizando el derecho a la inclusin o a la invisibilidad. Abstract The obsessive recording of the past, its preservation, musealization or commemoration, is a constant of the memory policies and markets of the industrialized world. Renovated technologies burst into the lives of people and communities to contribute to the construction of a global 'digital exomemory'. This expansion towards the interior of the Western World is also projected neocolonially towards the genuine memories of other cultures and on those of our own dead. Interactive epistemography is a transdisciplinary configuration promoting the self-narrative by means of post- and para-epistemological tools, such as logical pluralism, the vindication of contradiction or polysemy; in short, through 'declassifying' instruments that could incorporate digitality and facilitate sensitive organizational and communication channels with other cultures and memories, guaranteeing the right of inclusion or invisibility.
1 Este texto es resultado de un encargo del Instituto de Filosofa del CSIC para ser presentado en el Seminario Internacional sobre Filosofa despus del Holocausto: memoria e industrias culturales" noviembre de 2007.
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Palabras clave Exomemoria / Epistemografa / Tecnologa digital / Comunicacin / Diversidad Keywords Exomemory/ Epistemography/ Digital technology/ Communication/ Diversity Sumario 1. La memoria como comunicacin. 2. Encuentros prelgicos y paralgicos 3. Relativismo emancipante Summary 1. Memory as communication 2. Pre-logic and para-logic encounters 3. Emancipating relativism
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Localizar la memoria
Junto a ellas tambin hay memorias silenciosas. Memorias discretas, marginales, silenciosamente relevantes, desapercibidas. Que entonan hacia dentro melodas en frecuencias imperceptibles para el tempo dominante. Estas memorias emplean frgiles estrategias de supervivencia. Intuyen que, en la sociedad unificante que vivimos, su integracin, proteccin o su simple conocimiento podran suponer su extincin. Las memorias desapercibidas no reclaman nuestra atencin y rechazan toda centralidad, incluso la neocentralidad de las periferias. O, bien, estn ajenas a estos conceptos. Cuando la diferencia es cuestin de supervivencia, reivindicar la invisibilidad no tiene alternativas. Muy a su pesar, sin embargo, nuestra molaridad ilustrada siente la necesidad de intervenir estas memorias aplicando programas de conservacin momificante o de diseo sustituyente cuando, en realidad, las memorias silenciosas desean continuar sus apartados trnsitos. Debemos distinguir, entonces, entre voluntad de silencio y silenciamiento para poder discernir entre grados de intervencin mnemogrfica, ninguna intervencin en absoluto o en actuaciones distintas que frenen otras amenazas culturales del progreso. En la mayora de los casos, la accin ms apropiada podra ser la facilitacin y no la intervencin, por ms que no se nos escape que la facilitacin no sera ms que una manera sutil de intervencin. Por ejemplo, heteroconstruir una escritura para registrar una cultura oral, como proyecto de proteccin, no implicara ms que pervertir el principio de oralidad que la sustenta y contribuir al exterminio de una cultura mil aos grafa. Tampoco es siempre conveniente, por la misma razn, registrar todas las memorias y, mucho menos, hacerlo desde una misma lgica clasificante. Mi crtica a nuestra obsesin por fijar y, particularmente ahora, por fijar digitalmente a la que dediqu el libro Fijaciones- no implica un rechazo radical de lo digital sino, ms bien, la necesidad de su reinvencin constante y lgicamente situada: por as decirlo, y para comenzar la aproximacin al asunto, de usos desclasificados de lo digital. Se trata de insertar en esas tecnologas, entonces, el pluralismo lgico y la desclasificacin como emplazamientos de enunciacin distintos al que les dio origen. Sin cautelas ni medidas estsicas, las tecnologas de la memoria favorecen la preservacin y difusin del recuerdo al mismo tiempo que lo desarraigan y precarizan. En este texto no voy a centrarme, tampoco, en la recuperacin de las memorias que usualmente restringimos al pasado sino, esencialmente, a subrayar una urgente actuacin en las memorias del presente o, mejor, en ese vulnerable y decisivo presente de las memorias. Slo en la autonarracin de los sujetos y comunidades es posible establecer un derecho pleno a la memoria. Slo as tendr la memoria la capacidad de evolucionar por ella misma o a partir de complejos regmenes de hibridacin derivados de la oferta de sentido de nuestra poca. Algo puede hacer la
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epistemografa2 por las memorias de los sujetos ausentes, a partir de los objetos legados de sus exomemorias pero los resultados siempre sern resemantizaciones gruesas, producto de la mediacin. La mejor rehabilitacin del pasado reside en dignificarlo cuando no tuvo ms que la poca importancia de ser presente. Claro que hay muchas memorias que se perderan si no se les prestara el debido auxilio, pero tambin es cierto que algunas de ellas, totalmente o en parte, pertenecen a lo que el socilogo Ackbar Abbas ha llamado culturas de la desaparicin: disappearance evoca, en ese sentido, lo que simultneamente est y ya no est, e implica igualmente una forma de presencia que se ignora sistemticamente3. Por desaparicin habremos de entender, simultneamente, la fugacidad de las experiencias en los lugares frontera, el veloz y creciente mestizaje cultural y cognitivo que opera en todo el planeta, incluyendo las prcticas de la memoria, y la necesidad de elaborar estrategias para sobrevivir en la desaparicin: la desaparicin como modo de vida, de expectativa, de memoria. La exomemoria digital, la memoria ms masiva y densa de la historia humana formara parte, paradjicamente, de esa cultura de la desaparicin. En este caso, de una desaparicin por hipersaturacin, como seala Andreas Huyssen. Junto a nuestra obsesin creciente por fijar la memoria propia y ajena, otras culturas hacen lo contrario: organizar sistemticamente el olvido, si se me permite esta traduccin rpida, como veremos en algn ejemplo, aun sin contar con tales conceptos en sus sistemas nocionales. Ante la diversidad de modos y medios de rememoracin, es obvio que Occidente no debe generalizar su propia ansiedad mnemogrfica. Por ello, la epistemografa habr de respetar el curso de las memorias, especialmente de aqullas cuya naturaleza consista en el silencio voluntario o en la desaparicin. Conocer la sensibilidad de cada cultura del recuerdo para elaborar herramientas autonarrativas crticas, he ah un objetivo esencial de nuestra teora.
Configuracin transdisciplinar que se ocupa de la construccin de mapas de conocimiento y memoria a partir de lgicas y culturas situadas. Vid Garca Gutirrez, 2002-5-7-8. A pesar de que el concepto se vincula al estado de evanescencia cultural que se vive en el pos-Hong Kong, nos parece muy oportuna su extrapolacin al nuevo mundo globalizado en el que el cambio vertiginoso que inaugura la tecnologa digital es ya una constante. Abbas: Hong Kong: Culture and the politics of disappearance. Minneapolis: UMPress, 1997, p.53 expresin ampliamente comentada por Gruzinski: 2000, 330 ss.
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a memoria nos relaciona con una temporalidad ausente o, en el mejor de los casos, inalcanzable, lo que subsidiariamente propicia que la contaminemos esto es, que la expliquemos- con la desbocada imaginacin, asegura Paul Ricoeur4. La imaginacin articula la memoria con las expectativas, de algn modo, con el futuro. La nostalgia habitual, por ejemplo, consiste en la recreacin de lo que no podr ser y, de hecho, nunca fue: una expectativa neurtica de pasado. La imaginacin sera su ariete doloroso no estaremos asistiendo, tal vez, al asalto final del pasado por parte de ese nuevo ttem de la expectativa? La aoranza algolgica, que suele sentirse, no es ms que la relectura expectante y trgica de la imposibilidad del antes. Algia simblica dolor, en suma- participando en la construccin del pasado: ello insina, entonces, conflicto y violencia en las sustancias formantes de la memoria. Toda memoria constituye y est constituida por la identidad, una matriz cognitiva formada por los mitos, tpicos y expectativas de cada poca: el imperio de lo nacional y el derecho de suelo y frontera, el trabajo como vida, la competitividad y el xito, la satisfaccin mayoritarista, el viaje depredador y el consumo, tambin la obsesin por el registro del presente y la intoxicacin permanente del pasado por el amarillismo del presente: todo ello contribuye no slo a nuestros modos de rememoracin sino a las memorias que proyectamos sobre varios miles de millones de no occidentales cada vez ms silenciados. Demasiada correccin poltica con los asuntos del pasado, cuando insistodeberamos entender y acometer preventivamente la memoria, fundamentalmente, como un asunto de justicia con los presentes usurpados. En espacios tan difusos, toda definicin o clasificacin de la memoria es imposible y acaso intil. Ms bien, tendramos que aplicarnos a indefinirla. A naufragar en su apeiron. Al definirla, la clasificamos con violencia. Y clasificarla implica el desmantelamiento del pasado por un voraz presente. Ms adelante acudir, justamente, a la operacin contraria la desclasificacin- como itinerario de emancipacin que opera con el pluralismo lgico para superar la desecacin digital de la memoria. Pues su exo-organizacin la convierte en cautiva del organizador. Su salvacin la diluye en el deseo del salvador. No solamente nos heteronarran el presente y el devenir. Siempre son otros los que tambin cartografan nuestras ms ntimas estelas.
Paul Ricoeur (1999) advierte sobre las interferencias que genera la imaginacin al teorizar sobre la memoria. 89
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esde hace cinco siglos, Occidente se expande colonialmente bajo el lema metonmico de que todos sus localismos pero slo los suyos- son de inters planetario. Y con ese mismo altruismo egosta ha comenzado su segunda cruzada colonial: la cruzada digital. La neocolonizacin cuenta con programas de actualizacin para paleoestructuras reinventadas: virreinatos virtuales, encomiendas digitales o neocriollismo pseudodemocrtico. La cruzada digital, sin embargo, se distingue de su predecesora al menos en dos rasgos esenciales: en primer lugar, la mirada molar inicial parafraseando a Pierre Lvy, distante e impositiva, se transforma en una mirada molecular, supuestamente dialgica e integradora, como si se tratara de un romntico secuestrador que tuviera la urgencia de ser amado por su rehn. Pero, en segundo lugar, el cautivo ya no ser ms un sujeto mudo sino, muy por el contrario, un sujeto forzado a hablar con voz silenciada por el ruido de sus propios grilletes: Occidente instalar, en su prisin, controlados altavoces para usar el disenso como refuerzo de sus fines. Habremos de reclamar, tal vez, un derecho al silencio absoluto para que la profesin de diversidad no se convierta en la gran parodia de nuestro tiempo. La microfsica de identidades y memorias remotas es un objeto de inters prioritario para el neocolonizador, que desea conocer y prevenir los comportamientos de sus invadidos. Lo que Occidente mira, termina formando parte de esa mirada. Pues las memorias desapercibidas, una vez percibidas por el ojo occidental, pasan a ser memorias clasificadas, victimizadas, marginadas, institucionalizadas, arrancadas de sus redes de sentido y, en consecuencia, desarraigadas, exterminadas. Del mismo modo que el consenso es un peligro para la diversidad, la correccin poltica de la inclusin es una amenaza. Slo debe ser incluido lo previamente excluido. Las memorias y culturas no excluidas o autoexcluidas no necesitan inclusin. La mejor inclusin significara el peor de los exilios. En ese sentido, creo que Ignacio Ramonet, aun con la mejor intencin, yerra con el eslogan analfabetismo digital que tanto ha calado entre nuestros administradores. Para muchas culturas y memorias, la alfabetizacin digital supondra la extincin inmediata. En Occidente tenemos periferias interiores o mayoras cortesanas cuya digitalizacin acabara con toda posibilidad de insurgencia o experiencia autonarrativa. En estos tiempos de dominio fractalizado, la alfabetizacin digital trae de la mano mansedumbre en el formato y lgicas del dominador global o local, aunque tambin aporta la nica alternativa para resistir al sistema con sus propias armas. Por esa razn, como deca al inicio, se impone que lo digital no slo sea apropiado por los bajos fondos de la cultura sino, ms bien, reenunciado desde su situacin: lo subalterno, entonces, no sera ya el callado objeto organizado por la tecnologa redentora sino la condicin elemental de la lgica plural y abierta de sus procesos. O subvertimos la tecnologa
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unificante, instalando la posibilidad de participacin de cualquier cosmolgica o proyecto emancipante en su propia naturaleza, o tal vez sea ms saludable desechar lo digital como plataforma digna de la memoria. La intervencin en las memorias siempre est mediada por una doble organizacin: la de su gestin y la que traslada la tecnologa misma. La primera mediacin suele ser metacognitiva; la segunda, automtica. La tecnologa nunca es una herramienta neutral: la mquina se desplaza sobre un substrato lgico-cultural que determina todo proyecto de intervencin. Las memorias menos resistentes sern, entonces, pasto de una doble traduccin que siempre refuerza un nico sentido. Y la diversidad de contenidos en la red no ser ms que una falacia en tanto cada contenido no vaya organizado y clasificado desde su genuina lgica organizativa, esto es, desde sus claves autonarrativas. Autonarraciones que, para la epistemografa, habran de ser crticas y autocrticas: por decirlo con palabras de Jorge Gonzlez, al menos, autonarraciones escuchantes. De ah que la epistemografa se abra al intercambio tecnolgico y al mestizaje simblico equilibrantes y proponga usos culturales plenos de las tecnologas unificantes insertando el pluralismo lgico en lo digital (por ejemplo, no es suficiente disponer en internet de una exomemoria mapuche o maya: es necesario que sus lgicas organizativas especficas se plasmen en el diseo y en las categoras de clasificacin y recuperacin. La memoria es del autonarrador, quien bien podra abrir sus secretos mediante una adecuada y doble- traduccin intertpica). Estoy convencido de que la tecnologa digital hace posible la apropiacin y uso simultneo por parte de cosmovisiones genuinas e inconmensurables. En ese sentido, la memoria de nuestros abuelos tambin podra presentar no pocos indicios de inconmensurabilidad respecto a una clasificacin contempornea de sus apresurados nietos. Sin mediar alguna suerte de violencia y distorsin, su traduccin literal se observa imposible. Es urgente revisar la digitalidad desde sus cimientos, no slo para que asuma ms contenidos y lgicas de la subalternidad sino para reconfigurar constantemente, desde la diversidad, lo digital mismo. Desvelado el falso pluralismo de lo digital habramos de trabajar, entonces, sobre una neodigitalidad que rehabilite lo preanalgico y se abra a lo posdigital, esto es, a la redignificacin compatible de medios y modos vlidos caducados anticipadamente por el mercantilismo y a la promocin heurstica de sus malogradas evoluciones. La actual invasin digital westerniza unilateral y sigilosamente al invadido inculcndole sus objetivos, lgicas y valores. Lo digital encapsula y abandera hoy, en parte, toda la maquinaria ideolgica de la globalizacin capitalista. El mirado se vuelve narrado y termina asumiendo y defendiendo la heteronarracin. Los registros de la memoria ntima- de la exomemoriase regirn por cdigos secretos e inaccesibles ordenados por jerarquas
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ajenas y hostiles. A cambio de equipamiento tecnolgico extrao, que no resiste el calor o la humedad de cualquier Sur perifrico, las memorias de la intemperie milenaria son absorbidas por el Imperio. Un yanomami armado de cmara digital ser su mejor soldado.
Los yanomami se dispersan en un amplio territorio de bosque tropical eminentemente amaznico. Cuando muere un esposo, por ejemplo, se practica un ritual que pretende la asimilacin del desaparecido por parte de la comunidad, algo que puede interpretarse en Occidente como una forma de olvido voluntario. El cuerpo del fallecido se quema y convierte en cenizas. stas se mezclan con lquidos que son ingeridos por todos los miembros de la comunidad. Su esposa pasa a la familia del hermano (sororato). Sus pertenencias son quemadas y todos los sujetos que llevaban su mismo nombre lo cambiarn por otro. A partir de ese momento, nunca ms se le recordar y ya no habr ms duelo ni llanto por aquel hombre5. Los yanomami, como los yekuana, warao o piaroa, etnias suramericanas con pocas cosas en comn, salvo compartir un rgimen pavoroso de traduccin unificante y la misma situacin de acoso minero, petrolero o agroganadero, hacen usos culturales diferentes de sus hipocampos. Sus crneos contienen los rganos esenciales de la rememoracin pero carecen de nuestro universal concepto de memoria y, de existir alguno traducible, no lo utilizan por las mismas causas ni con el mismo sentido que sus dispuestos, y algunos bienintencionados, salvadores occidentales. El cambio de nombre, coincidiendo con cambios de estado o la quema de pertenencias y traslados asociados a la muerte de familiares, son prcticas de la memoria muy corrientes entre las cuencas del Amazonas y del Orinoco6. En concreto, para los yanomami la concepcin de memoria pudiera estar mucho ms prxima a ciertas prcticas de lo que en nuestro sistemamundo se conoce mediante una contradiccin: querer olvidar. Pero, del mismo modo que justicia o progreso, nuestros conceptos de memoria o identidad no existen en sus sistemas nocionales. Entonces, cualquier
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Conversacin con el mastozologo de Ciudad Guayana, Hernn Castellano, que tuvo lugar en cao Tauca, Orinoco (diciembre de 2006). Sus propios idiomas se hacen cargo de estas cuestiones: por ejemplo, en lengua yekuana y eep, no hay diferencia en las denominaciones que se dan a la madre o a la hermana de la madre, ni se distinguen hermanos de hermanastros. Es curioso como la poligamia siempre la observamos desde el punto de vista androcntrico, eurocntrico y en relacin a la poligamia islmica, y no desde la ptica de la mujer que comparte marido con su hermana o desde la convivencia de los hijos de unas y otras, existentes en centenares de culturas. Esos modos de relacin deteminan, tambin, los modos de la memoria. Informacin aportada por el antroplogo Luis Alcal, compaero en la solidaridad hacia esos pueblos.
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traduccin literal- como veremos en seguida- es injusta e intil. Y si esto es as, cmo preservar su memorias?, qu memorias hay que preservar?, para qu, para quin preservarlas?, para sus desinteresados protagonistas?, para la antropologa cultural?, para nuestros museos y exhibiciones? Los tojolabales de Sierra Lacandona, al sureste del Estado mexicano de Chiapas, notrifican al sujeto, no existe la individuacin entre ellos. Se nutren de una cosmovisin milenaria y comunitarista difcilmente comprensible y hasta intraducible que impregna sus relaciones con el pasado7. Hasta hace bien poco, sus memorias eran narradas exclusivamente por la antropologa colonial. Walter Mignolo ha ensayado un desciframiento de sus expresiones en el centro de una peculiar inconmensurabilidad: la del proyecto de doble traduccin emprendido por los zapatistas. En su accin solidaria, los intelectuales metropolitanos zapatistas no se conformaron con la usual intervencin invasiva que corroe ms que socorre sino, en su lugar, se aprestaron a servir como herramientas, ellos mismos, de la causa amerindia. Mediante el translanguaging (translengeo), un mecanismo que opera como doble traduccin, los tojolabales se apropian de las lenguas coloniales, espaol e ingls, para inyectarle en sus estructuras, en un ingenioso proceso de fusin devolutiva, modos gramaticales basados en la intraducible cosmovisin tojolabal8. Vehculos internacionales de comunicacin unidireccional, como el castellano o el ingls, ingeniosamente reapropiados al servicio de una lgica discriminada por el neocolonizador y en peligro de extincin. Otro proyecto de emanipacin comunitaria, tambin mexicano, es el llevado a cabo por el Labcomplex de la UNAM (Mxico D.F.) con el objeto de dotar de herramientas autonarrativas la autonarracin escuchante que he citado antes- a las llamadas comunidades emergentes de conocimiento local9. Estos marginales subalternos reciben herramientas organizativas y tecnolgicas, no ya slo para salvaguardar, sino especialmente para producir y usar su propio conocimiento, que se convertir en memoria, a travs de redes tejidas por ellos mismos. Un proyecto de resistencia de los miserables y perifricos a la heteronarracin, a ser contados por la academia y la centralidad metropolitana.
Un anlisis de la notrificacin, especialmente en relacin a los procesos educativos tojolabales, en Lenkersdorf (2002). Agradezco a Jorge Gonzlez la aportacin. Por ejemplo, la expresin ante nosotros estamos ustedes, before us are you, como analiza Mignolo (2007). Proyecto basado en un empoderamiento de los subalternos que consiguen hacer frente, trabajando en redes, a la fuerza y direccin del vector tecnolgico occidental, en palabras de Jorge Gonzlez (2006). 93
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Las lenguas indgenas, frreamente vinculadas a la naturaleza y a las cosmovisiones comunitarias carecen, muchas veces, de trminos como memoria, identidad o justicia o, en el mejor de los casos, sus equivalencias se prestaran a interpretaciones y prcticas inconmensurables- del mismo modo que nuestros abuelos carecan de software o bluetooth porque no existan los objetos que representan tales palabras ni la propia necesidad de clasificar ni almacenar masivamente sus recuerdos. Pero en lo que respecta a los desapercibidos de otras cosmovisiones, la introduccin de nuestros conceptos en sus mundos es mucho ms violenta, si cabe, pues no poseen un equipamiento nocional previo, y tampoco la necesidad, que les permita una integracin evolutiva o voluntaria y no sustitutiva, como suele suceder. La poltica de salvaguarda de la diversidad cultural venezolana, por ejemplo, ha destinado cantidades millonarias al desarrollo local. En una comunidad indgena gastaron, recientemente, treinta millones de bolvares en la adquisicin de telfonos mviles. Al acceder a lugares ignotos en los que se celebran ntimamente la cultura y la memoria, el activismo de la actual Repblica bolivariana, a diferencia de la dejacin pusilnime de su predecesora -la IV Repblica-, ha acelerado exponencialmente el riesgo de extincin cultural y mnemogrfica. La escrituracin de centenares de idiomas, por parte de las fuerzas colonizadoras, se llev a cabo junto a una violenta traduccin cultural que no slo trastorn la visualidad intangible de sus lenguas sino tambin los modos de recordarse y entender el pasado. La tradicin oral milenaria fue arrasada justamente por el instrumento de su inscripcin. El signo escrito sedentariz una oralidad de esencias nomdicas incompatibles. Tal patrn de asentamiento simblico se instal al tiempo del asentamiento fsico que precisaba el colonizador. La ocupacin militar puso las nuevas inscripciones al servicio de la clasificacin y del registro coloniales. Todo signo implica a la red de sentido en la que remotamente surge y evoluciona. Los modos de recordar terminan por modificar el pasado y los modos amerindios, africanos, asiticos, no escaparon a la mediacin de la semitica invasora. Y un penltimo caso: la memoria que los japoneses actuales tienen de su teatralidad y, por tanto, de su cultura ancestral, fue interferida gravemente por el cine. El Japn de 1900 recibi, con tantas expectativas como recelos, los nuevos modos de narracin que promovan las tecnologas norteamericanas. Aquellas cmaras necesitaban tanta iluminacin de estudio que ms que contribuir al desarrollo de su cultura, implicaba el fin de modos milenarios de autonarracin basados en juegos insinuantes de luces y sombras. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, los japoneses no fueron capaces -y gracias a una lectura cultural propia de tecnologa ajena- de recoger su propia sensibilidad visual (Abril: 2003). Pero ya fue demasiado tarde: ellos mismos abanderaban el avance de las tecnologas unificantes.
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Como seal antes, la tecnologa es, previamente una tecno-lgica, esto es, un sistema que inyecta en las sociedades, en cuyo seno se fraguan, una direccin de evolucin10 y progresivamente mayor control. Tales sociedades, de algn modo, siguen un proceso de adaptacin estructural e histrica a prcticas tecnolgicas determinadas e incluso reclamaran la renovacin de tecnologas, como ocurre con la forzada obsolescencia de lo analgico o la calculada caducidad de ordenadores y mviles. Pero, por otro lado, la tecno-lgica traslada un sistema que comporta la sustitucin radical el exterminio de raz de todo vestigio de cultura o memoria autctona en las comunidades donde se implanta sin resistencia cultural alguna. La poltica neocolonial de la memoria se caracteriza por incorporar un ejercicio metacognitivo y autocrtico en su mirada, pero no por fomentarlo entre sus administrados. La memoria se gestiona/narra/organiza desde la opulencia y no desde la miseria. A la inmensa memoria de los miserables no le queda ms que dejarse redimir por nuestra tecnologa: una memoria para siempre desterrada. La poltica neocolonial no se reconoce heredera de lo colonial sino altruista, internacionalista, globalista o cosmopolita pero, al mismo tiempo, modlica, democrtica, racional. En su automatismo interventor no se pregunta al receptor de la ayuda si la necesita o prefiere un genocidio cultural rpido antes que la tortura de experimentar la compasin zoolgica de acalorados y espordicos visitantes. Pero ellos no son meramente vctimas; tampoco usan inicialmente ese concepto ni el sentimiento que pueda expresar. Son, doblemente, nuestras vctimas y victimizados por nuestra voz moderna. Esas vctimas no tienen la misma concepcin ni quieren que se denomine patrimonio a su imaginario, ni bien cultural a sus recuerdos o a sus objetos exticos. El universo mnemogrfico de las comunidades menos mediadas por la industria cultural es una ecologa simblica viva, doliente, que necesita los nutrientes del colectivo mismo. Cualquier herramienta o tecnologa ajena de ayuda a la preservacin, que no haya sido previamente readaptada es, necesariamente, un instrumento para su holocausto. Su memoria, o como quiera que podamos concebir los modos de relacin pretrita, slo tiene sentido como experiencia vital y funcionalidad primaria, en todo caso estsica y no esttica o musealizada. Viene a mi mente un pasaje del excelente libro Itinerarios transculturales, de James Clifford, en el que relataba cmo, para ser rigurosos y originales, los conservadores del Museo de Arte de Portland, antes de organizar la coleccin Rassmussen de objetos esquimales para su exposicin, tuvieron la democrtica idea de traer a sus protagonistas al Museo y consultarles respecto al origen, las funciones o tradiciones de una mscara, de un arpn
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La tecnologa digital implica una evolucin pero, segn advierte Sodr, de ningn modo una revolucin en el sentido originario de la palabra. 95
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o de pieles de pulpo que iban a ser expuestos al pblico americano. De ese modo pensaban- la ordenacin del fondo y el etiquetado de las piezas seran ms fieles a las lgicas indgenas. A lo largo de tres das de encuentro, los representantes de las comunidades se abrazaron a la vista de la piel de pulpo, entonaron cnticos inspirados en hazaas con el arpn, se entristecieron, intercambiaron recuerdos y manifestaron algunas reclamaciones. Terminada la reunin, los conservadores del museo no haban sacado nada en claro ni aprovechable sobre cmo clasificar su exposicin. Debemos preguntarnos con Clifford, entonces: qu perverso nuevo orden supremo est agazapado tras ese estratgico paternalismo de la consulta de los clasificadores a sus clasificados? (Clifford, 1999: 232-235). Es evidente que, en este otro ejemplo, la ingenuidad occidental fue ms lejos que la supuesta a los propios esquimales. Nuestra extraeza ante la posibilidad de que unas pieles de pulpo produjeran emociones y cantos subraya, an ms, la normalidad de los esquimales ante la posibilidad absurda de que sus objetos de uso cotidiano fueran exhibidos como piezas de museo y hasta se pagara por verlos. De ah, la rebelin lgica que propugna la epistemografa en la tecno-lgica occidental como condicin previa a la publicitada apropiacin. Del mismo modo que los yanomami y tojolabales hacen usos culturales diferentes de sus hipocampos, la epistemografa propone usos culturales diferentes de la tecnologa de la memoria y del conocimiento. Usos que cambiarn y diversificarn la tecnologa inicial. Pues la sociedad de la informacin, no es ms que un gigantesco depsito de contenidos digitalizados que, en lugar de promover la diversidad lgica y los usos locales, los condena a contactarse en lenguajes y formatos ajenos a esos mismos contenidos, deslocalizndolos, deslogizndolos. No puedo, entonces, estar ms de acuerdo en aplicar, desde la epistemografa, el zapatismo de John Holloway cuando declara: nuestra teora no ha de ser ms que una parte de la lucha cotidiana por vivir en dignidad (Holloway, 2002: 151).
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justificado en proyectos cooperativos o derechos humanos, por ejemplosino, esencialmente, para producir disenso. En los tiempos que corren, de impulsivos deslizamientos metonmicos e infiltracin porosa e irrefrenable de pensamiento unificante, el consenso est menos amenazado que el disenso. Disentir sera ya una prioridad, entonces, antes que consentir. Puesto que no podemos incomunicarnos, subvirtamos la intencin comunicativa como medio para construir diversidad. Y pensmosla como nueva sustancia de la diversidad. Pero, desrelativizndola como instrumento de intercambio: ha de portar una sustancia que instale la autocrtica emancipante en el germen mismo de lo diverso. Adems, todo ejercicio de intercambio cultural habra de estar presidido por la comunicacin como fin, esto es, por el placer del mestizaje. Por ello, la intervencin ms legtima sera la presidida por la comunicacin como fin, por una comunicacin que no pretende otra cosa que ella misma. Tal modo de intercambio se fundamenta en el goce de la alteridad y slo puede ser desentraado y desarrollado por una teora impregnada de estesia e indicialismo. Queremos ver, tambin, ese feliz efecto de la comunicacin la produccin de diversidad- en lo que Boaventura Santos denomina hermenutica diatpica. Si la traduccin cultural exige, como afirma Santos, de un trabajo previo de interpretacin mutua, esto es, de una suerte de tabla de equivalencia asimtrica de los tpoi de una y otra cultura de correspondencia de sus premisas argumentales- parece evidente que, en los casos yanomami o tojolabal, de los silenciosos o desfavorecidos, en suma, una traduccin urgente o insensible implicara la imposibilidad de comunicacin. Cuando se trata de la memoria, el riesgo an es mayor: el otro cultural ni siquiera puede ya defenderse. La maquinaria lgicosemntica occidental -que corre oculta tras al pnzer tecnolgico- no encontrara resistencia cultural alguna en su neocolonizacin del tiempo pasado. Lo que Occidente ha solido entender, histricamente, como comunicacin y dilogo consiste, entonces, en difundir procedimientos monolgicos, informativos, instructivos y colonizantes con fines expansionistas y de usurpacin. El dilogo no invasivo tal vez no sea factible ya que invalida la propia significacin del trmino y anula su sutil maquinaria de persuasin retrica y psicaggica cuando no como suele ser ms habitualnetamente erstica. Esto no slo afectara a la memoria de los otros: nuestra mirada neocolonial tambin resignificara el pasado-presente de nuestros propios ausentes. El dilogo patrocinado por Occidente ofrece un intercambio imposible como vaticina Baudrillard para todo intercambio dado que se basa en un logos nico y universal que presupone en todos los interlocutores. Ese dilogo, tan necesario como imposible para los sujetos cosmopolitas, habra de huir de la imposicin y especialmente de la correccin poltica del totemizado consenso. El consenso es, al cabo, una
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tercera va entre posiciones dicotmicas, de algn modo, convertidas en reductoras y cerradas tricotomas. Prefiero, por tanto, hablar de comunicacin en cuanto modo y estado que no impliquen inicialmente la imposicin de ninguna lgica dominante, ni siquiera de cdigos o signos lingsticos, sino tan slo de una necesidad inexorable, ms all de la voluntad, de intercambiar seales. Nuevamente, la comunicacin como fin. Pero tal proceso necesitar alguna suerte de regla de juego compartida para que se ejecuten los objetivos de intercambio y mestizaje no impositivos. La comunicacin menos lesiva tiene, en cualquier caso, una capacitacin evolutiva. Esa capacitacin, sin embargo, no debe implicar un trnsito unilateral de nociones sino, efectivamente, un intercambio. Y un mecanismo que delate e impugne la mala fe en la prctica persuasiva y erstica. Esos estudios conformarn un eje tecnopoltico de la epistemografa interactiva. A tal efecto, todos los interlocutores participantes sern vulnerables y vulnerados por la comunicacin misma en igualdad de condiciones y, por ello, nadie saldr indemne del proceso. Un proceso que no homologa: incorpora, erotiza, diversifica, hibrida, singulariza. El epistemgrafo occidental, entonces, acabar destejido en la comunicacin. Habr de traicionar su deontologa saltarse la tica cuando sus principios no son ms que un obstculo, como llegara a decir Williams James- y rebelarse contra el mtodo. Su accin slo tiene sentido tras la inmersin siempre insuficiente- en el otro. Lograr captar su algia, su punzada cultural, como condicin de solidaridad no invasiva. Renunciar previamente a todo regreso pleno, a toda identidad anterior. Su trabajo emancipador debe ser, al mismo tiempo, autoemancipante. Las condiciones de una traduccin compleja e intertemporal entre tpoi de diferentes culturas y pocas, a partir de las redes de sentido que los constituyen, han de ser establecidas por una teora de la memoria que bien pudiera ser til a la ms moderna y sensible historiografa y viceversa. De hecho, no le son ajenos a la epistemografa algunos trabajos realizados en el seno de la llamada Historia cultural que encabeza Burke o de la Microhistoria de Levi o Ginzburg. Concretamente, a la propuesta de paradigma indicial, de este ltimo, es especialmente sensible la epistemografa: la relevancia reside en el rasgo menor, secundario, desapercibido y no ya en los tpicos y estereotipos. Se trata de incursionar, entonces, en la microfsica atmica de la memoria, hasta los resortes ignotos de sus sigilosas membranas. Pero a qu profundidad saldaremos nuestra ansiedad? Complicado dilema: Paul Valry sola decir que la profundidad est en la piel. Tal vez, ms que de microfsica haya que hablar, entonces, de microestesia, de localizar el punto sensible y difuso en el que todo aparece y desaparece simultneamente, en el que todo lo que es est dejando de ser, transformndose como condicin de continuidad. Nuevamente nos
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invade la creciente cultura de la desaparicin que Abbas adjudicara a Hong Kong, metfora del devenir global; una cultura que implica lucidez y vigilancia absolutas, que exige el acoplamiento estructural inmediato por usar el concepto de Maturana- a nuestra itinerante frontera ntima, a la dispora interior que barre toda sujecin a lo vivido, esto es, al sujeto mismo, por ms que las tradiciones y la cosmovisin conservadora nos lo hagan ver de otro modo. Lo vivido en ese nuevo lmite en desplazamiento constante, nuestra neomemoria, entonces, no tendra ms sentido que su propia autodeglucin en un hiperpresente meditico que nos desborda slo un instante, pero en cada instante. En cualquier caso, la comprensin de la memoria del otro pasara por la observacin microcelular de unos tpoi que no pueden ser meramente traducidos sino, ms bien, sometidos a delicados, a moleculares, procesos de doble traduccin capaces de mantener unos mnimos mrgenes de distanciamiento, de misterio, de respetuoso y saludable desconocimiento. Pero junto a esto, para llevar ahora la contraria a Baudrillard, tambin capaces de hacer posible la inmensidad eutpica de un atisbo de intercambio. La literalidad molar siempre negar la traduccin, del mismo modo que la resemantizacin eurocntrica. Nunca lograremos sacar viva, a la luz de nuestros focos, una memoria silenciosa. Slo obtendremos su cadver. Apenas en la penumbra de la caverna percibiremos difusamente las sombras de su vitalidad. Y esto habra de ser suficiente para nuestras necesidades de comunicacin igualitaria. De ah que las categoras de intercambio con las que habremos de operar deban ser abiertas, indirectas, promiscuas, impuras, desiguales, asimtricas, difusas, polismicas, impregnadas de ambigedad y paraconsistencia. Categoras que permitan el atravesamiento simultneo de su afirmacin y negacin. La categora cerrada y estanca no negocia el sentido, lo coloniza.
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Qu regla del juego puede colaborar en un efectivo proceso de comunicacin, al lmite, entre cosmovisiones inconmensurables?, qu mundo mnimo podramos compartir en el centro mismo de la inconmensurabilidad lgica para que haya intercambio y crecimiento mutuo?, cul sera el lugar comn de partida para la comunicacin humana? Creo que es posible encontrarse en lugares prelgicos y paralgicos para generar sencillos procesos orientados hacia la comunicacin como fin. Es posible intercambiar no invasivamente en los espacios an no territorializados por la racionalidad. Espacios en los que lo irracional campa a sus anchas. Las preguntas necesarias, entonces, seran existen lugares prelgicos y paralgicos compartibles? y es posible articular algn modo de intercambio productivo a partir ellos? La epistemografa interactiva recoge varias propuestas. Elaborando estrategias sensibles -como las llama Muniz Sodr (2006)- que instalen y prioricen el afecto en nuestra dimensin prelgica para obtener una comunicacin como fin. Y, mejor an, que consideren la comunicacin como una modalidad de afecto. El afecto es un espacio espontneo con multitud de resortes logfobos y logfugos. En l tienen lugar emergencias emocionales e incontroladas que posibilitan intercambios prelgicos ricos e imprevisibles. Precisamente, una condicin de su existencia es la fugacidad: un impulso de fuga, de indomabilidad, de desaparicin. El universo irracional no est desprovisto de cordura, lo que ocurre es que no se deja acceder ni explicar en su totalidad racionalmente. Un felino no hace inferencias pero se comporta de modo adecuado a nuestra lgica en muchas ocasiones de peligro o necesidad. Hay, entonces, algn tipo de espacio compartido prelgico entre los mamferos irracionales y los humanos, un espacio cerebral en el que se localizan las mismas pulsiones paleoceflicas de los saurios y los ms primitivos brotes del afecto, una especializacin necesariamente humana que hizo posible la evolucin del crtex primario en neocrtex. Mas tambin podemos elaborar intercambio urdiendo estrategias, de unas razn hiperestsica, en dimensiones paralgicas. Localizar pasarelas paralgicas entre sujetos de diferentes culturas, tal vez ya no parezca ahora una tarea tan imposible como la que acabo de mencionar respecto al hecho de abandonar la racionalidad, dando pasos prelgicos hacia atrs- para lograr comunicarnos en el lmite. Reconfigurar la otredad como utopa descifrable, puede ser otro punto de partida de un proceso complejo hacia la comunicacin como fin. Superar la reduccin comunicativa a la que nos somete la lgica no es plausible invocando la misma lgica y, mucho menos, como dice Rorty, imponiendo en el proceso cognitivo ese mero episodio occidental llamado epistemologa. Es ms, no podemos abandonar nuestra lgica ni siquiera nuestra tecno-lgica- a pesar de la urgencia de establecer procesos de comunicacin con otras lgicas. Urgencia porque est en juego el futuro de
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las memorias y de las culturas. La memoria propia se ha vuelto ya carne de neomoviolas, delirios del montaje meditico. Ya no hay recuerdos exentos de tecnointimidad. Indicios de vulnerabilidad inequvoca que la brecha digital occidental abre en su propia memoria. El alienador ya no necesitar generar ms miedos o apocalipsis universales, le basta con la hecatombe local de nuestra autocomplacencia cotidiana. Situmonos, entonces, en un emplazamiento menos exigente. Sin duda, debemos regresar a la necesidad previa de establecer tpoi en los procesos interracionales como condicin comunicativa. Tpoi prelgicos y paralgicos de calculada espontaneidad. Los tpoi vinculados, por ejemplo, a la supervivencia, al miedo o a la socialidad mantienen diversos rasgos ampliamente compartidos por ms que surgirn mltiples excepciones y casos particulares: desde los suicidas del bienestar a los mrtires palestinos. En la comunicacin con ellos, los escenarios de topificacin habran de ser elaborados en lugares distintos y complejos como la fe, la depresin o el patriotismo. Entre los espacios turbios que ha excomulgado la racionalidad lgica occidental destaca la contradiccin. Debemos percibir el mundo de modo consistente y coherente. No hay lugar en nuestro mundo ni en nosotros mismos para la contradiccin. Por ello, una de las obsesiones de la lgica clsica, de la teora de la argumentacin y, en especial, de la erstica ha consistido en detectar contradicciones para desprestigiar a un oponente. Mas todos los humanos somos asaltados por la contradiccin, queremos devorar el pastel de chocolate (irracionalidad) y no queremos que se acabe (racionalidad), quiero irme y quedarme, me siento bien y mal La propia cultura de la desaparicin es, al tiempo, un estar y no estar. Vivimos en tanto nos autoincineramos. La contradiccin ha sido marginada por la lgica cercenando el espacio ms abierto y poroso en el que encontrar a nuestros congneres y su diversidad para cultivarla en la singularidad del intercambio. La dimensin o, mejor, el entreverado contradictorio de los humanos como instrumento de intercambio cultural, est muy poco explorado. Y, sin embargo, ofrece posibilidades de comunicacin insospechadas, universales y no colonizantes. Todos los sujetos, sin excepcin, realizamos acciones inexplicables que resolvemos pragmticamente y sin pestaear, a pesar de que muchas de ellas invocan la contradiccin e impugnan principios lgicos que creemos tener plenamente asumidos. No obstante, denunciamos con rapidez la contradiccin del otro al contrastar su argumento con el nuestro. La lgica paraconsistente o dialtica (da Costa, Mir Quesada, Priest, Lorenzo Pea) tal vez sea la herramienta que ms se ha ocupado de los enunciados y acciones contradictorios. Se trata de una lgica polivalente que trata de desentraar los bucles complejos que nos enredan y se muestran inaccesibles a la insuficiente lgica tradicional.
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Para construir un dilogo mnemogrfico con un otro contemporneo o pretrito, es necesario partir de una posicin desclasificada, esto es, del abandono voluntario de la creencia en una lgica nica, asumiendo que las lgicas forman parte de las creencias. En las intervenciones y facilitaciones, el epistemgrafo deber acometer metacognitivamente, entonces, tres suspensiones lgico-culturales provisionales al efecto de mitigar la heteroconstruccin: 1. Suspensin de la identidad11: la comunicacin como fin no puede establecerse a partir del autoblindaje que implica el verbo ms usado en las lenguas occidentales: el verbo ser. En el es declarativo nos distanciamos de la diversidad. Asumimos una posicin enunciadora cerrada y generalizante desde lo particular. Invadimos sin movernos. Informamos un espacio, para nosotros, vaco. Lo global nos dice ahora quienes somos. Soy, eres, es, son, invitan a la reduccin y la injusticia. En el soy o en el es todo el territorio de nuestra identidad se concentra en sus fronteras. Como dice Will Kymlicka, debemos reaprender a pensar sin el concepto de frontera. Nuestra identidad instala alambradas de prejuicios, efecta juicios sumarsimos sin oportunidad de descargo. Realiza purificaciones ontolgicas mediante demarcaciones de pertenencias y propiedades simblicas. En ese sentido, la memoria no sera ms que el desembarco de la identidad en el pasado. Del soy en el fui, del es en el fue. La retroinformacin que lleva aparejada esta memoria hace inviable toda comunicacin horizontal con el pasado. 2. En el libro Fijaciones (2005), reflexion acerca de los prejuicios y mitos que amenazan la propia rememoracin europea y la comunicacin con las memorias del otro: lo nacional, la religin, el mayoritarismo, el trabajo, un androcentrismo disfrazado de mujer, la correccin poltica. La mitologa identitaria invade de ilusiones neorraciales los territorios del pasado. 3. Suspensin del principio de no-contradiccin: constatamos empricamente el abierto comportamiento contradictorio en los nios y la auto-represin de los adultos. Pero invocar la contradiccin, para rechazar un argumento, ya no es un principio
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A pesar de que hablamos de suspender la identidad, podemos extender esta posibilidad a suspender el propio principio de identidad. Afirmar, entonces, que no en todos los casos A = A. Pues para que se d tal principio habramos de aceptar una contradiccin intrnseca, ya enunciada por Herclito: para que yo siga siendo el mismo debo considerar que el cambio que opera en mi cuerpo pensante es la condicin constituyente de la mismidad. A es igual a A precisamente porque A ha de cambiar para seguir en la continuidad de un trnsito. El principio de no contradiccin conculcara, aqu, el principio de identidad.
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irrevocable a la vista de la historia de la ciencia, de la evolucin social o de nuestras concesiones cotidianas a lo irracional. A y noA pueden ser al mismo tiempo. Sin esta impugnacin, la comunicacin con otras culturas o tiempos no es posible. La desclasificacin, por ejemplo, propone la elaboracin calculada de contradicciones como recurso heurstico y epistemolgico. 4. Suspensin de la razn dicotmica: o A, o noA, nunca son las nicas opciones. El tercero excluido que inspira el pensamiento binarista debe ser impugnado para desmantelar las dicotomas con las que organizamos el mundo. Lo uno o lo otro, 1 0, s o no, ignoran, al menos, a un tercero incluido: el borde, el intersticio entre polos, el profundo universo que los separa y que los rodea repleto de posibilidades significativas. En el tercero excluido reside el origen de la oposicin y reduccin del mundo en pares conceptuales, en lugar de potenciar la cooperacin compleja entre supuestos antnimos o la liberacin conceptual que renegocie el sentido12. La conjugacin de estos principios nos lleva a jerarquizaciones y clasificaciones engaosas del otro. Empleamos nomenclaturas de nmeros, alfabetos y combinaciones alfanumricas, como si con ello se superara la dicotoma de partida. En los lenguajes clasificatorios ms dinmicos, como ocurre en los buscadores de Internet, rehabilitamos la lengua natural como bandera de una mayor libertad clasificatoria. Pero esto no es ms que una parodia esttica: su lgica sustentante sigue siendo dicotmica: 1 0, s o no. Por su lado, el es declarativo, el presente de indicativo, el sustantivo arrasador soterran las posibilidades de otras gramticas ms flexibles y difusas que proporcionan el adjetivo, el subjuntivo, el modo potencial, el pretrito imperfecto sobre el indefinido. Me gusta citar el recuerdo que lleva aparejada una fotografa de nuestra niez o de nuestra ciudad, hace cincuenta aos, para dar cuenta de las contradicciones y de las sutilidades de otras gramticas de la memoria (ms all de lo apuntado por Magritte): solemos decir ste soy yo o sa es Cdiz. Pero, en verdad, yo ya no soy el de la foto, pues cambi la apariencia y la mentalidad a buen seguro. Ni la Cdiz actual podemos decir que ES sa de la foto de 1905 a la vista de su transformacin urbana. Tampoco puede afirmarse que se fui yo o sta fue Cdiz, porque implica una erradicacin extrema de una condicin que todava persiste en Cdiz o
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Este modo binario de concepcin viene favorecido por el trasfondo de lo que Santos (2005) acertadamente denomina la razn metonmica.
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en m mismo. Son y no son ambas cosas simultneamente. As de cotidiana se muestra la contradiccin en nuestras relaciones con el tiempo pasado. Pero nuestra lengua nos permite tiempos de conjugacin de la memoria que dan cuenta del continuum existencial, quebrado por la dicotoma inapropiada que acta tras la enunciacin cotidiana: se era yo, o sa era Sevilla trae de la mano una continuidad en el tiempo que el presente de indicativo o el indefinido mutilan. Imaginemos, entonces, cmo traducir a nuestro mundo la memoria infantil de un maya tojolobal para quien no existe el yo, el yo est notrificado, ni emplea los resortes de la memoria en el mismo sentido. Los subjuntivos, los potenciales, las lgicas modales y sus posibilidades de enunciacin contrafctica y contradictoria nos ayudan a entender a los exilados de nuestra identidad: desde ese momento, los sueos, recuerdos, emociones o deseos, el otro, esa inmensa pasta que constituye el mundo o su recuerdo -huyendo de lo lgico-, emergern ante los itinerarios rectilneos y autonegadores del es. La veloz pragmtica natural que solventa los abismos entre quienes somos y quienes ramos debe ser tejida cuidadosamente cuando se trata de intervenir o facilitar las memorias de otros. La intervencin o la facilitacin han de ser herramientas autoadaptables, esto es, abiertas y exentas de una lgica nica, y autodegradables una vez realizada su contribucin a la resistencia de una memoria dada. Curiosamente, la racionalidad gan la partida lgica a la contradiccin en nuestra cultura y procedi a clasificar mutiladamente lo real. En nuestra poca, esa reduccin clasificatoria es cada vez ms sutilmente opresiva y un modo eficaz y rpido del expansionismo capitalista hacia nuestros adentros. La publicidad, por ejemplo, representara para Occidente uno de esos modos de clasificacin banalizante de lo real que inyecta modos de vida extraos con suma eficiencia culturicida, tambin en los lugares y culturas ms remotos y mnemocida en nuestras propias rememoraciones. De ah que la epistemografa necesite acudir a herramientas estigmatizadas por la epistemologa occidental. Dediqu mi trabajo Desclasificados (2007) a redignificar, como recursos epistemolgicos y comunicativos de primer orden, exiliadas dimensiones cognitivas del sujeto, como la prctica de la polisemia y de la contradiccin. Por ejemplo, podramos indefinir o diluir al propio sujeto con un juego de oximora. Somos civilizados brbaros, egostas altruistas, creadores destructivos (Schumpeter). La construccin controlada de oximora supera la reduccin de la popular dicotoma, eliminado el slash, la barra oblicua que demarca conceptos y establece imposibles purificaciones ontolgicas opositivas, para ofrecer cooperacin entre pares y no ya disyuncin. La dicotoma dominante separa, opone, oculta; el oxmoron productivo rene, agrega, descubre. No opongo oxmoron a dicotoma: invito, por el contrario, a invertir su
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orientacin mutilante. A operar con contradicciones de laboratorio para entender otros mundos. Habremos, en primer lugar, de revisar la concepcin de nuestro mundo a partir de la asuncin y explicitacin de nuestras propias contradicciones para poder comenzar a plantearnos la comunicacin con los mundos ajenos. La desclasificacin, en ese sentido, es un procedimiento cuyo objetivo es establecer el pluralismo lgico en la mirada monolgica, posibilitando as, una comunicacin para la diversidad. La construccin de oximora, por ejemplo, constituye un recurso posepistemolgico de primera magnitud para ir ms all de donde nuestros recalcitrantes, conservadores e impositivos conceptos nos permiten. Con ellos, pero no exclusivamente con ellos, abandonaramos el fascismo conceptual para operar en una comunicacin ms democrtica y escuchante. Otros recursos, que sera prolijo analizar aqu, nos abren nuevos horizontes de emancipacin. Mencionemos, para terminar con este aspecto, la anulacin dicotmica de otro tipo que propone Santos (2005): pensar a la mujer sin el hombre, al pagano sin el tesmo o al indgena sin el colonizador nos traer de la mano una expedicin diferente a la singularidad de los sujetos en su propia salsa y en situaciones excluidas por los contextos binaristas dominantes. La teora poscolonial, por ejemplo, se ancla a un prejuicio dicotmico: no lograr entender el mundo sin la colonialidad. La desclasificacin, entonces, a partir de su pluralismo lgico inherente, nos proporcionar claves de acceso indirecto, promiscuo y desleal para la racionalidad a los espacios y territorios cerrados por la racionalidad misma y a la racionalidad. Desterritorializndonos, nos desclasificamos. Desclasificados, podremos invitarnos e invitar, entonces, al placer de la comunicacin como fin. En una primera instancia, la desclasificacin ha de operar sobre la identidad ms no como una instancia dicotomizada o aislable. La identidad es previa pero tambin consecuencia de la memoria, tanto como de la cultura y del conocimiento. Sin embargo, estas entidades no forman en modo alguno una tetratoma. Su naturaleza rizomtica nos impide caer en esa reduccin. No son jerarquizables ni ordenables. Se trata de entidades difusas que cooperan en aleatorias e hiperbticas combinaciones, con frecuentes escarceos extraconyugales. Entidades recursivas y hologramticas en trminos de Morin. Se contienen unas a las otras, contienen nuestras estelas y devenires, nos escamotean lo que somos porque precisamente somos en sus imprevisibles gramticas.
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3. Relativismo emancipante
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A lo largo de todo el texto, Freud establece su innovadora aproximacin psicoanaltica a partir de la dicotoma salvaje/civilizado (Freud: 2002).
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vital y afectuosa de la memoria por genealogas clasificables, registrables, recuperables, vendibles. Muchas memorias desapercibidas deben continuar ignoradas. En ese sentido es tan necesaria una poltica de la memoria como la poltica del olvido y, en ese caso, tambin una poltica del perdn. A veces, las propias vctimas adquieren un estatuto institucional, unidimensional, un rol que a veces no representa ms que a los representantes y, acaso, como mera abstraccin, como imposible memoria. Mi homenaje a las memorias desapercibidas a las que dediqu Fijaciones- es un llamamiento angustiado a frenar nuestra pulsin occidentalista con los bienes simblicos de los silenciosos. Si convertimos a los desapercibidos en vctimas los hacemos visibles, esto es, los traducimos, los hacemos desaparecer como ellos y ante ellos mismos. Desde entonces sern enunciados y se enunciarn como vctimas, incluso como nuestras vctimas, en una perversa dicotoma autoinculpante de la que nunca escaparn, ni escaparn nuestros sucesores. En nuestra cultura, el mito del pecado original se impondr siempre como deuda impagable14, la mayor usura conocida de la historia universal. El epistemgrafo implicado percibir que nada es fruto de ningn contrato social, ni de falaces y deseadas armonas. La proximidad bsica como espontnea swadeshi- se gesta como pulsin de supervivencia mutua ignorante de las absorciones hostiles y de las aspiraciones forzadas que otras culturas dominantes practicarn inexorablemente. Con el paso de los milenios comprobamos que la barbarie no ha acabado, simplemente se practica en diferido, de un modo ms visual, masivo, pulcro. Nos alejamos cada vez ms de la realidad del dolor y del conflicto, realidad que todo lo constituye. Por eso, admite Agamben que el sujeto contemporneo vive cada vez ms acontecimientos en tanto ninguno se vuelve experiencia. Lo digital impulsa exponencialmente esa nueva realidad. Las fuerzas dominantes colaboran, no ya en pactos sino en objetivos, en la explotacin. Lo internacional nunca fue una instancia garantista ms all de lo nacional, sino por el contrario, una mera manifestacin eufemstica de lo nacional-privado. Y lo nacional-privado, doblegante de lo internacional, se pliega a su vez a la igualacin consumista de las polticas globales que toleran el genocidio cultural. No es de extraar, entonces, que capitales pblicos y privados cooperen en las polticas ms desarrolladas de la memoria, como ocurre en
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Baudrillard nos da una explicacin nietzscheana de esta deuda: Al rescatar el Gran Acreedor la deuda del Hombre mediante el sacrificio de su Hijo, hizo que esta deuda ya no pudiera ser rescatada por su deudor, creando as la posibilidad de una circulacin sin fin de esta deuda, con la que el Hombre cargar como su falta perpetua. Tal es el ardid de Dios, pero tambin el del Capital que al mismo tiempo que hunde al mundo en una deuda siempre creciente, se afana simultneamente en rescatarla, haciendo as que nunca ms se pueda anular o canjear por nada (Baudrillard, 1999: 15) 107
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el espacio europeo. Naturalmente, unos para el control y otros para el lucro, como tuve oportunidad de comprobar y denunciar (Garca Gutirrez, 2003) como evaluador de Programas Marco de la UE en el opulento sector de sociedad de la informacin. Un aberrante desfile de indicadores, nunca neutrales, decide en Europa qu proyecto de memoria ha de ser subvencionado. Indicadores empresariales y ajenos a la sensibilidad de la cultura y la memoria: competitividad, innovacin, rentabilidad, comercializacin, visibilidad, usabilidad, customizacin En Europa ya lleg el momento de enfrentarnos a la violencia lgica que sugiere que la memoria puede ser propiedad de alguien y, en consecuencia, mercantilizable, exportable.
es, en s, dominacin y ahora domina con sutil barbarie. Las memorias desapercibidas deben seguir creciendo al margen de Occidente y evolucionar sobre s mismas. Pero hasta los solidarios e igualitaristas, cuando intervenimos, lo hacemos, muchas veces a nuestro pesar, tambin con involuntaria torpeza y violencia. Por ello, establecer un mecanismo de autovigilancia metacognitiva en nuestras intervenciones, ser un elemento esencial de la epistemografa. Mi escepticismo crtico inicial se torna, entonces, militante. La epistemografa ms que teora aplicada es teora implicada, ms que actuar se mantiene a la escucha y propone, en todo caso, proyectos de autogeneracin crtica y observante. Una herramienta al servicio de la memoria y de los conocimientos que establece su lgica y componentes a partir de los narrados, no para que exclusivamente se narren endogmicamente a s mismos, sino para que adopten mecanismos de reflexividad autocrtica, emancipacin y escucha, esto es, para que aprendan a entrar y salir libremente de sus mundos y, fortalecidos, puedan interactuar con los mundos ajenos. se es el papel de la epistemografa que, como a la escalera de Wittgenstein, habr que dar una patada una vez subidos al muro. Una herramienta de los bajos fondos, de contaminacin ontolgica, insurgente e iconoclasta pero, a la vez, prxima, afectuosa, solidaria, sufriente, compasiva, emancipadora, pasible. Una configuracin transdisciplinar que, en consonancia con el diferendo o la imposibilidad de un metajuicio- toma partido. No invade ni critica, pero s instala herramientas autocrticas; no clasifica pero traslada la necesidad de organizacin local para resistir y evolucionar en un mundo necesariamente desclasificado; y, para ello, se autodesmantela ante la subalternidad, la explotacin, la discriminacin, el
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enmudecimiento, no ya como objetos sobre los que pensar, sino como dice Mignolo, como los sujetos mismos desde los que parte el pensamiento (Mignolo: 2003). Lo que, en primera instancia, necesariamente parti de un cauteloso relativismo y, a causa del movimiento dicotmico de nuestra lgica, pas a justificar el intervencionismo, termina en el callejn de la repudiada contradiccin. Mas la contradiccin no es un callejn sin salida. Es una trastienda en la que se forja la pasta base de lo que somos. Acudimos con frecuencia a la lgica de la contradiccin, una paralgica que explora los lmites de nuestra coherencia misma, all donde no llega la racionalidad pura, para impugnar el coherentismo que impide la comunicacin. Varios personajes juguetones operan con estas infinitudes en un crneo cerrado y srdido de sujetos que necesitan desesperadamente el intercambio. Una aproximacin a los dilemas de la memoria como proceso de comunicacin habr de partir necesariamente, entonces, de actitudes paraconsistentes. Podramos, desde ese lugar, manifestar uno de los objetivos generales de la epistemografa mediante un doble oximoron: proporcionar intervenciones desclasificantes para obtener autoenunciaciones escuchantes. He ah una primera prioridad de nuestro programa investigador. Las tecnologas digitales propician, ms que pensamientos en s mismos, modos nicos de pensar y por ello, decamos, han de ser reinventadas desde un pluralismo lgico y usos culturales que formen parte de su propia naturaleza. Sera sta una segunda prioridad de la epistemografa interactiva, desmontable en cinco actuaciones graduales que resumo: 1) repensar la tecno-lgica global desde etno-lgicas especficas, 2) ocupar y difundir provisionalmente los contenidos de la pluralidad subalterna en los formatos, canales y lenguajes de la dominacin aunque no se consiga todava, as, la igualdad de condiciones, 3) abordar la memoria de nuestros propios ausentes como etnomemoria, interviniendo en la diacrona como diatopa, 4) facilitar a las etnomemorias que lo soliciten, herramientas asimilables y autodegradables de autonarracin emancipante, 5) introducir la desclasificacin en tales herramientas, esto es, la activacin del pluralismo lgico, de la crtica y la autocrtica emancipante tanto en los modos de autonarracin como en los proyectos de heteronarracin. Restara, junto a estas prioridades, una gran labor pedaggica por realizar en nuestras sociedades, esto es, promover como valor esencial de la democracia misma, tanto el derecho a la autonarracin como el derecho al silencio o a la desaparicin.
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EL ROBOT ILUSTRADO Y EL FUTURO DE LAS HUMANIDADES THE ENLIGHTENED ROBOT AND THE FUTURE OF HUMANITIES
Jenaro Talens (Universidad de Ginebra, Suiza)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp113-125
Resumen El artculo reivindica el valor de las Humanidades para los tiempos presentes, y apunta la capacidad que han demostrado disciplinas como la Teora de la Literatura y la Literatura Comparada para proponer correctamente los trminos del debate, gracias a su vocacin por la transversalidad, la cultura popular o marginal y por el desplazamiento efectuado en ellas desde la nocin de lectura como mera transcripcin al de lectura como anlisis e intervencin poltica. Abstract Paper claims the value of Humanities for present times, and remarks the ability showed by disciplines as Literature Theory and Comparative Literature to correctly propose the terms of the debate, because of its vocation across disciplines, popular or underground culture and of its displacement from reading as just transcription to reading as analysis and political involvement. Palabras Clave Humanidades / Teora de la Literatura / Literatura Comparada / Transversalidad / Cultura Popular. Keywords Humanities / Literature Theory / Comparative Literature / Crossdisciplinary approaches / Popular Culture.
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Jenaro Talens
n uno de las planos ms impresionantes que ha ofrecido el cine de los ltimos aos, al final de Blade Runner, de Ridley Scott, el replicante Roy interpretado por Rutger Hauer salva de morir a Deckard, el polica que encarna Harrison Ford mientras reflexiona sobre el sinsentido de su propia muerte, no por anunciada y programada menos cruel. El replicante/robot, especie de organismo ciberntico humanizado por su amor a la vida, se sita en las antpodas de esa otra mquina de laboratorio que representa Arnold Schwarzenegger en el Terminator de James Cameron. Mientras el replicante sirve para mostrar una posible va de recuperacin de la tecnologa por una cotidianeidad que la normaliza desde la sentimentalidad (Ford huye con otra replicante que no sabe que lo es asumiendo, por razones obvias, la incgnita de cunto durar su relacin), el terminator es una mquina slo integrable en un mundo humano en tanto en cuanto acta a la manera de, siguiendo las pautas de comportamiento que tiene programadas como variables en el ordenador que regula su funcionamiento. (Pensemos en la escena en la que a la llamada del vigilante del hotel a la puerta de su habitacin, el terminator visualiza las posibles respuestas: What can I do for you?/ I am coming / I am fine, thank you / Fuck you!). Uno y otro podran servirnos, pues, como metfora de las dos vas de acercamiento al terremoto que ha supuesto en el mundo contemporneo la integracin de las nuevas tecnologas. Son algo que podemos utilizar o algo que busca utilizarnos? o lo que es lo mismo, se trata de robotizar nuestros conocimientos o de convertirnos en robots ilustrados? Qu papel tenemos en ese mundo los que nos circulamos por ese territorio aparentemente obsoleto llamado Humanidades? Ese es el tema que quisiera exponer a consideracin. Quisiera iniciar mi trabajo recordando el ttulo de una cancin que hizo furor hace unas dcadas, cuando ese terremoto al que antes alud empezaba a enseorearse de nuestro imaginario y cuando, como afirmaba un clip musical, el video amenazaba con matar a la estrella de la radio: Its only Rockn Roll, but I like it. Tal vez resulte algo atpico iniciar una reflexin como la que sigue haciendo referencia a uno de los temas ya clsicos del repertorio de The Rolling Stones, pero no es gratuito. Como indicar ms adelante, la emergencia de las diferentes variantes de msica popular en la segunda mitad del siglo XX (del rocknroll de la dcada de los aos cincuenta al tecno o al rave actuales) ha trascendido la escena de lo festivo para convertirse en un fenmeno cultural de ms amplio alcance, desde el que abordar el cambio de paradigma que caracteriza la llamada era electrnica. En ese contexto donde los modelos analticos estables han dado progresivamente paso a una especie de guerra de guerrillas epistemolgica, el ttulo de la cancin de Jagger/Richards resulta iluminador. Frente al apabullante desarrollo tecnolgico de los mega conciertos y el sofisticado aparato escnico que suele acompaar estas
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prcticas desde los iniciales viajes psicodlicos de Pink Floyd hasta la reciente parafernalia del PopMart de Bono y U2, los viejos Stones revindicaban (aunque la suya fuese, teniendo en cuenta sus circunstancias una parodia, ms bien cnica, de reivindicacin) el derecho a la simplicidad: no es ms que rocknroll, pero me gusta. Algo equivalente parece aguardar a quienes deambulamos por ese territorio cada vez ms proscrito de la literatura y las artes, aunque en este caso, reclamar un espacio social bajo el sol (no es ms que poesa o novela, o teatro, o pintura, pero nos gusta) no se haga slo en el sacrosanto nombre de defender lo que nos gusta sino como necesaria propuesta poltica de intervencin. Gusto y necesidad se dan, en este caso, la mano. Reflexionar sobre el futuro de las Humanidades plantea, por ello, una serie de cuestiones de vital importancia. Sobre tres de ellas quisiera reflexionar. La primera y principal tiene que ver con la necesidad misma de abordar de forma no slo acadmica sino tambin poltica el tema del futuro de las Humanidades en el siglo XXI; la segunda remite al lugar que le corresponde a una disciplina como la Teora de la Literatura y Literatura Comparada en ese debate y las posibles consecuencias que dicho lugar pueda conllevar en la redefinicin de sus objetivos y funciones; por ltimo, la tercera se centra en el carcter especfico, en trminos polticos amplios, pero tambin de estricta poltica cultural, que para su existencia y funcionamiento pueda imprimir a esta discusin el hecho de proponerla desde un pas como Espaa. 1. La necesidad de analizar el posible lugar de las Humanidades en una sociedad dominada cada vez ms por los avances de la tecnologa, resulta, a todas luces, urgente. Su progresiva prdida de protagonismo, no slo en los planes de estudio secundarios y universitarios, sino, en general, dentro de la sociedad no es, sin embargo, algo natural. En fechas relativamente cercanas (digamos hasta mediados del siglo pasado) los patrones para medir la inteligencia de los estudiantes iban asociados a la capacidad para enfrentarse a las lenguas clsicas. Quien mejor y ms fructferamente se enfrentaba con un texto de Cicern o de Tucdides (por supuesto, en su idioma original) obtena una puntuacin mayor a la hora de establecer los coeficientes intelectuales que ms tarde habran de servir para decidir, en un primer momento, el reparto de becas y otro tipo de ayudas y, en un segundo momento, para valorar la capacidad intelectual en trminos del mercado de trabajo. se era el papel, en efecto de determinadas formas de enseanza o de determinadas universidades, en tanto productoras de lites dirigentes de una sociedad determinada. Ms tarde, el latn y el griego cedieron el paso a las matemticas. Fue un primer, aunque no decisivo, intento de jerarquizar las opciones, relegando lo que ambas lenguas representaban (las Humanidades) a un segundo puesto, importante, pero no ya como medida sino como aadido. Estudiar literatura, latn o filosofa, por citar unas pocas disciplinas, poda considerarse valioso,
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pero no ya necesario. Los ltimos quince o veinte aos, no slo han desplazado el papel de la escuela (y su hermana mayor, la universidad) a un lugar secundario en ese proceso sustituidas por otras instituciones ms del orden de lo meditico que de lo tradicionalmente considerado como del orden de lo educativo, sino que, al hacerlo, han entronizado como sustituto de aquellas opciones el papel de la informtica, si bien un joven o una joven no demuestran ahora su capacidad programando en un ordenador sino mediante su habilidad como usuarios de programas ya elaborados. Podramos considerar que esta especie de giro copernicano es algo acorde con la evolucin de los tiempos. Qu significa, sin embargo, la evolucin de los tiempos? La progresiva adaptacin de la enseanza a las disciplinas prioritarias no explica en qu se basa dicha supuesta prioridad. Si aceptamos que una reforma del sistema educativo (llmese Libro blanco, LOGSE, LRU o cualquier otra cosa, por citar slo ejemplos de la historia educativa espaola reciente) lo que busca es adaptarlo a las necesidades y demandas de la sociedad, podramos concluir que lo que se persigue no es sino la construccin de sujetos sociales especficos, con un sistema de valores determinado, capaces de discernir, segn unos ciertos principios ticos, entre lo que podramos definir como el bien y el mal y de responder al tipo de saberes de utilidad prctica productiva en la comunidad donde dicha reforma se lleva a cabo. Dicho as, poco podramos debatir. Es fcil estar de acuerdo en los grandes principios universales. El problema surge cuando descendemos al terreno concreto y nos preguntamos qu significa utilidad prctica, qu es eso de la productividad, y para qu y para quines funciona. Se ofrece a los diferentes grupos sociales lo que ellos necesitan, o lo que se considera que puede servir para que luego hagan lo que se necesita de ellos? Quin decide el contenido de lo que se necesita de ellos? La inexistencia de grandes metarrelatos que todo lo justifiquen en trminos universales, esa caracterstica que Jean Franois Lyotard describi como propia de la condicin postmoderna, no impide que haya cada vez ms una relacin lgica extrema y generalizada entre el supuesto declive humanstico y la necesidad de mantener y profundizar en lo que Foucault ha definido como sociedades de vigilancia y control. No es casual si en las convocatorias de becas y otros tipos de ayuda, las llamadas reas preferentes tienen que ver con el universo de lo meditico y de la tecnologa. La idea de utilidad que subyace a dicha decisin deja fuera de su mbito todo lo que tenga que ver con las Humanidades. Volvamos, por un momento, al ejemplo citado del proceso letras clsicas/matemticas/informtica. La diferencia fundamental entre el uso de las dos primeras materias y la ltima, es que en latn, griego y matemticas se trataba de ensear a pensar para que el estudiante resolviese problemas. Desarrollar las propias capacidades intelectivas poda conducir a crear individuos con criterio propio de decisin. Lo que se potencia en las asignaturas optativas informticas de secundaria, en tanto centro
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articulador, es la capacidad para adaptarse a modelos preestablecidos; no tanto la creatividad, cuanto la adaptabilidad. Pensemos, por ejemplo, en un programa de los llamados interactivos, de gran xito entre los menores de 12 aos, SIM CITY. El jugador es elegido, de entrada, alcalde y tiene en sus manos la posibilidad de construir y desarrollar su ciudad. Decide dnde se ubica un parque, cuntas plantas debe tener un edificio, dnde son necesarios los colegios, las vas de acceso a las autopistas, los hospitales, las bibliotecas pblicas, los cines, los cuerpos de bomberos o las comisaras de polica. Si en un barrio hay mucha aglomeracin ciudadana (muchos pisos habitables y muchas familias, de cuatro miembros de media, pongamos por caso), se necesitarn muchas comisaras, entre otras cosas, porque la lgica del programa ha preestablecido que cada tanto nmero de habitantes se precisa un contingente policial o de lo contrario habr disturbios. Si en un parque los bancos que jalonan los paseos estn a media luz, el programa no prev que sea para que las parejas puedan besarse con tranquilidad, sino para que la delincuencia organizada haga circular la droga. Por eso si el jugador no instala mucha luz aunque eso cueste dinero y vaya en contra del ahorro energtico el juego hace saltar una alarma diciendo que se ha cometido un atraco o un robo por drogadictos en estado de mono. El jugador-alcalde puede tambin subir o bajar los impuestos, prometer cosas con fines electorales y luego no cumplirlas. En una palabra, para resumir, parecera que el juego educa para ser ciudadano. Lo que no se dice es que, para serlo, el modelo de ciudad, los modos de comportamiento necesarios, los valores cvicos y morales que asumir el serlo comportan, etc. estn ya decididos de antemano. La tolerancia y la capacidad de autogestin, por ejemplo, no estn previstas en el programa. Quien no se adapta a la lgica, pierde puntos y hasta es posible que pierda la partida, es decir, no sea reelegido al final del juego. No se ensea, por consiguiente, a pensar y elegir, es decir a ser libre, sino a obedecer y a seguir patrones cuya funcionalidad no es nunca puesta en discusin. En ese contexto, la existencia misma de los llamados programas interactivos resulta problemtica, a menos que por interactivo entendamos la capacidad para seguir las reglas del juego. Sin embargo, lo que las Humanidades enseaban, o al menos obligaban a aprender era precisamente lo contrario. No es casual, pues, que la progresiva conversin de las sociedades modernas en sociedades de control necesite de la erradicacin de las Humanidades casi como principio ordenador. Y si no la erradicacin, su desplazamiento a territorios secundarios donde su influencia sea cada vez menor. El debate sobre el llamado Decreto de las Humanidades que ha tenido lugar en Espaa en los ltimos tiempos me parece lo suficientemente sintomtico de la importancia del tema en cuestin. Si es verdad que la historia la hacen los pueblos pero la escriben los seores, estudiar Historia de Espaa o Literatura Espaola no consiste slo en abordar contenidos
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concretos sino, fundamentalmente, situarse en un lugar especfico para hacerlo, esto es, asumir determinados puntos de vista sobre qu significa Espaa, por ejemplo; cmo se ha ido constituyendo, con sus meandros, contradicciones, enfrentamientos, etc. Significa tambin aceptar que el relato del pasado se hace desde la voluntad de producir un sentido determinado del presente y que, en consecuencia, dicho relato no es la exposicin de unos hechos sino el proceso argumentativo de una interpretacin. Las tradiciones nacionales no siempre representan en trminos polticos lo que sus actuales herederos, autoproclamados nacionalistas, quieren que representen, si de lo que hablamos es de Historia y no de Ucrona. La revuelta comunera, por ejemplo, puede reivindicarse como enfrentamiento de un grupo social a un poder centralista pero, al mismo tiempo, tambin como resistencia de ese mismo grupo a un cambio hacia la modernizacin que representaban en aquel momento los Austrias; ser antiafrancesado en el literatura espaola del siglo XVIII, a su vez, podra ser signo de nacionalismo espaol pero tambin de visin conservadora, contraria a la Modernidad representada por Francia, y as sucesivamente. La Historia de la Literatura espaola como correlato artstico de la historia poltica de una comunidad nacional, se funda, de hecho, en la idea de Espaa como concepto unitario; por otra en el uso de una lengua, el castellano. En el primer caso se proyecta hacia el pasado un concepto que empieza a existir, en sentido estricto, con los Reyes Catlicos. Cmo hablar, en efecto, de Literatura Espaola medieval, si en la mal llamada Edad Media no existan en sentido estricto ni Espaa ni lo que hoy entendemos por literatura? Y caso de existir, por qu se reduce, casi de forma generalizada, a la prctica en castellano? Es obvio que se eliminan las obras escritas en las otras lenguas latn, hebreo, rabe, cataln, gallego pero al mismo tiempo no se explica por qu no se incluye lo escrito en los pases americanos de habla espaola. Si la cuestin estriba en la necesidad de articular lengua y estructura poltica, por qu no se incluye la literatura colonial en la literatura espaola? Por otra parte, qu es la llamada Literatura Hispanoamericana como concepto, sino una invencin de Menndez y Pelayo, elaborada a partir de la idea indiscutida de Hispanidad? Ejemplos como el citado pueden extenderse al terreno de la Historia del Arte o de la Filosofa. De hecho, el debate de la Humanidades no se centra, en ltima instancia, en cunta informacin es necesario incluir en el currculum sino en qu visin del mundo ofrecer como natural, o lo que es lo mismo, qu tipo de ciudadanos es necesario formar y para qu tipo de sociedad. En ese contexto, discutir el futuro de las Humanidades sobrepasa el puro mbito acadmico por cuanto sus efectos posteriores irn, lo queramos o no, ms all de lo acadmico para convertirse en un efecto poltico de alcance ms general. Una primera cuestin, por tanto, sera considerar la discusin como proyecto poltico y no meramente desde la
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perspectiva universitaria. Tal vez la universidad, como institucin, no sea ya el lugar donde circulan los saberes que hacen funcionar el mundo contemporneo, ni sus seguramente anquilosadas estructuras sean las ms adecuadas para articularlos y hacerlos tiles, pero eso no cambia los trminos del problema. 2. Qu papel puede representar la Teora de la literatura en este debate? En primer lugar es importante sealar que la mayora de las propuestas sobre el particular proviene del mbito disciplinar de la Teora literaria y la Literatura comparada, lo que no necesariamente implica que el asunto sea de orden literario. No me parece casual que la reflexin sobre el efecto social de los discursos, en trminos polticos, psicoanalticos, massmediticos, etc., se haya desarrollado en el interior de un comparatismo cada vez ms dedicado a la travesa por las complejidades de las redes multidisciplinares que a autodefinirse en el espacio cerrado de un territorio monolgico. Si algo ha caracterizado, en efecto, el trabajo del comparatismo en los ltimos aos, al menos, en su versin ms radical, ha sido su voluntad de romper los lmites convencionalmente establecidos para su campo de investigacin, poniendo a dialogar a la literatura con la filosofa, a la semitica con la sociologa o las matemticas, a la teora poltica con la musicologa, a la narratologa con Heisenberg, a Kant y su Crtica de la razn pura con el cine y los mass media, a Shakespeare con los graffiti, a Deleuze con las bases rtmicas del son cubano, y as sucesivamente. Pocas veces en la tradicin de una disciplina acadmica se ha dado, junto a la mayor y ms asentada ortodoxia, tanta libertad, tanto rigor y tanta capacidad de riesgo para explorar territorios nuevos y plantearse nuevas preguntas. En uno de sus incisivos aforismos, Juan Ramn Jimnez escriba: Meter a un poeta en la Academia es como meter un rbol en el Ministerio de Agricultura. Uno podra preguntarse, en una lnea semejante de razonamiento, por la aparente contradiccin de convertir en objeto de estudio acadmico un conjunto de discursos surgidos en los suburbios de la oficialidad institucional, discursos que no buscan ser sancionados salvo por su propia y voluntaria ainstitucionalidad. Discutir, sin embargo, no tanto sus definiciones cuanto su funcin concreta en situaciones y culturas concretas, en tanto sntoma social puede establecer un espacio de discusin que, sin dejar de ser acadmico, se abre a lo poltico, haciendo as del trabajo universitario un instrumento til de conocimiento y no el relato mtico de un cementerio de elefantes. En un conocido graffiti del mayo parisino del 68 poda leerse lo siguiente: La universidad slo iluminar el da que la incendien. Por fortuna para los que an creemos en el papel cvico y poltico de esta institucin, hay pirmanos y pirmanos. Unos queman los puentes y otros los obstculos que impiden tener acceso a ellos. Siempre resulta reconfortante encontrarse con quienes, puestos a ser pirmanos, eligen serlo del segundo tipo, es decir,
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de los que buscan intervenir en el terreno simblico del conocimiento, el ms peligroso a la postre. No es casual que los pirmanos del primer tipo, es decir, quienes queman libros en sentido estricto fundamenten la eficacia de su discurso poltico en el hecho de que no slo hay quienes no saben leer ni escribir sino, lo que es peor, quienes no saben lo que leen ni lo que escriben; pues es sabido que un edificio puede reconstruirse, pero que una cabeza mal amueblada por causas educativas suele ser carne de can y vctima propiciatoria. sa es la razn de que este tipo de transversalidad discursiva sea, en mi opinin, tan importante. La tradicin acadmica a que aluda Juan Ramn Jimnez suele temer la novedad, pero tambin lo que considera temas que caen fuera de su mbito de competencia. Nunca he entendido qu significa ese su. De hecho, si nada de lo social debe ser ajeno a los intereses de la universidad, no se entiende muy bien por qu se considera que lo son asuntos aparentemente marginales, por cuanto no institucionalmente aceptados como cientficos los graffiti, por ejemplo, o el cmic, la msica de discoteca o cualesquiera otras manifestaciones de la mal denominada cultura popular. Todos ellos parecen no servir ms que como material de derribo o tema de encuesta para aproximaciones sociolgicas, pero nunca como objeto primario de anlisis. Como si la divisin entre alta cultura y baja cultura no fuese, en s misma, una falacia de quienes confunden, en su ignorancia ilustrada y su no asumido elitismo, cultura con educacin superior. De ese modo, mientras la alta cultura discute la msica de las esferas, es fcil desdear lo que de irreductible y subversivo suele haber, desde tiempo inmemorial, en lo despectivamente clasificado como cultura popular que, no por casualidad, es la que atraviesa y unifica (dado que establece algo que compartir) una franja mayor de poblacin en toda comunidad social. Abordar los graffiti desde la perspectiva de una historia de la escritura, o la historia del cine desde una historia de la visualidad, o del rock desde una historia de la sonoridad es, por ello, una forma de evitar evacuar lo que en todas estas manifestaciones hay de prctica social, y, en consecuencia, no es slo un trabajo necesario desde el punto de vista erudito, sino un acto poltico. Entre el desciframiento de unas inscripciones ibricas, la transcripcin paleogrfica de un pergamino del siglo XV, la lectura de los tags y las pintadas en clave del metro de Nueva York, y el anlisis del fenmeno rap o del funcionamiento de formas narrativas poco usuales en el manga japons o en cierta literatura mal llamada de gnero, hay ms puntos de contacto de los que pudiere parecer. En todos los casos se trata, no slo de traducir un contenido semntico, sino de interpretar un sntoma. Es este desplazamiento desde la nocin de lectura como mera transcripcin al de lectura como anlisis e intervencin lo que hace del comparatismo hoy un trabajo necesario. Si lo que define el anlisis de ese
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conjunto de prcticas sociales que constituyen el mundo en que vivimos no son los objetos sino la mirada crtica que los enfrenta, es evidente que la aproximacin sintctica, semitica, sociolgica o historiogrfica al universo de los discursos globales entrecruzados por cuyos intersticios circulamos es tan urgente y necesaria como lo sera si el objeto de estudio fuese la filosofa del lenguaje o la obra narrativa de Thomas Mann. Hace apenas unas dcadas era frecuente describir la homogeneizacin cultural del mundo contemporneo como un escenario en el que los nicos problemas culturales posibles seran las eventuales resistencias a la modernizacin que pudiesen ofrecer las sociedades postcoloniales asiticas o africanas, empeadas en sus primeros momentos de independencia en procesos de construccin nacional. En este contexto resultaba evidente el papel fundamental del nacionalismo de Estado en la configuracin histrica de las diferentes formas culturales. La persistencia de culturas minoritarias y de sus diversas expresiones culturales no eran abordadas, en ese contexto, sino como una mera expresin de la variedad de la cultura nacional o, en la mayora de los casos, como un fenmeno anacrnico en el contexto de consolidacin cultural del Estado Nacin, condenado a la desaparicin o la marginalidad. Por su parte, las culturas no europeas, conocidas a partir de la expansin colonial fueron objeto de un tratamiento simplificador y lleno de prejuicios, que atraves desde los textos cientficos, filosficos y literarios, hasta la msica o las artes plsticas e incluso a la geografa, dando lugar a ese gran discurso generalizador y justificador de la colonizacin que Edward Said ha definido con el trmino orientalismo. La publicacin en 1974 del mapamundi de Arno Peters, que rehaca por completo el usualmente conocido del cartgrafo Gerardus Mercator (siglo XVI), demostr el carcter eurocentrista y simplificador de ste ltimo. La India, por ejemplo, cuatro veces mayor en extensin que los pases escandinavos, apareca en la versin de Mercator como equivalente a stos; frica era menor que la difunta Unin sovitica, China ms o menos del tamao de Groenlandia y Amrica del Sur ms pequea que Europa. Curiosamente, esa manipulacin llegaba hasta el punto de colocar el ecuador, no en el centro de la esfera terrestre, sino en el tercio inferior. En la actualidad resulta casi evidente afirmar que los transportes y telecomunicaciones, los medios de comunicacin de masas, las multinacionales del ocio y la cultura, y la globalizacin de los negocios han extendido por todo el planeta, los valores, smbolos, modos de vida, y las formas de organizacin social y poltica del mundo occidental. Sin embargo, el escenario que se abre ante nosotros no parece que pueda caracterizarse, sin ms, por el hecho de producir la extensin mundial de una cultura especficamente moderna y universal. Aunque muchos aspectos permiten hablar de una creciente integracin cultural global, otros muchos nos sitan ante una articulada red de fragmentaciones mltiples que parecen suponer
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que no existe tanto un proceso creciente de homogeneizacin, cuanto una generalizacin de formas diferentes de la doble enunciacin a que se refera Bajtn, esto es, lo que Michel de Certeau ha definido con el trmino de hibridacin. Parece razonable recordar, llegados a este punto, que las transformaciones que estamos mencionando tienen lugar en un contexto de reestructuracin de la sociedad internacional que junto a modificaciones geopolticas de extraordinaria importancia como la cada del muro y, con l, la del llamado socialismo real, presenta como rasgo fundamental la transformacin de una economa poltica internacional basada fundamentalmente en las relaciones entre Estados, y en los intercambios comerciales entre empresas sometidas a muy diferentes regulaciones de carcter estatal, en una nueva economa poltica global, muy diferente de la anterior, que impone, con importantes problemas de legitimacin, la transformacin radical del papel regulador del Estado en el interior de nuevas instancias supranacionales. Por supuesto, no todos los desarrollos culturales contemporneos deben ser entendidos como simples reajustes sobredeterminados por las transformaciones de la economa poltica global, pero es necesario, sin embargo, interpretarlos en relacin con las dems transformaciones asociadas a ella. Los cambios en la organizacin interna y en las estrategias corporativas de la industria cultural, as como a la propia erosin del Estado como instancia privilegiada de regulacin y gestin, hace que la formulacin e implementacin de la prctica cultural sea mucho ms compleja. Pensemos, por ejemplo, en los movimientos ssmicos que conlleva la creacin de nuevas empresas multimediticas de alcance multinacional. La concentracin, bajo una misma estructura empresarial, de productoras y distribuidoras cinematogrficas, editoriales y empresas periodsticas, casas de discos, etc. no es, por ello, un problema simple. Si un casa editora alemana, por ejemplo, se convierte en la mayor accionista de una homloga espaola, quin y con qu criterios decidir el catlogo, es decir, la propuesta de canon? Tomemos otro caso especialmente elocuente: el desarrollo de los nuevos medios de transporte a escala mundial, con la movilidad humana que conlleva, ha impulsado extraordinariamente la necesidad de reinventar o a veces inventar las tradiciones locales y regionales hasta el punto de constituir una de las dinmicas fundamentales en los procesos de hibridacin. En las condiciones actuales, la imagen del europeo rico que destruye con su intervencin las culturas locales ms dispares requiere ser pensada en otros trminos. La extensin mundial del turismo internacional, y no slo del occidental, ha tenido efectos depredadores sobre infinidad de culturas tradicionales, pero a la vez ha impulsado de forma extraordinaria la necesidad de reinvencin de la tradicin. Por supuesto, tal revalorizacin de la cultura minoritaria (y as es como se entiende el creciente impulso dado
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por la industria del ocio a las llamadas culturas de base tnica), ahora explcitamente mercantilizada, no significa una recuperacin de lo tradicional, pero se trata de una dinmica cultural cuyas repercusiones sociopolticas no se pueden ignorar. Se trata, en suma, de un proceso que en las condiciones contemporneas ha de ser, tanto en la artesana o la gastronoma como en el mundo de la msica popular, compatible con las grandes compaas multinacionales de la restauracin y del ocio, y las infraestructuras que exige la industria mundial del turismo y la propia industria cultural. Algunos de los desarrollos recientes en el dominio de la cultura de masas resultan tambin elocuentes en este terreno. En los ltimos aos se ha comenzado a explotar el potencial de mercantilizacin global de las culturas tradicionales de una forma inconcebible en el pasado, de manera que puede afirmarse que la mercantilizacin mundial de las culturas locales con la etiqueta de tnica o territorial constituye uno de los rasgos especficos ms caractersticos de las transformaciones culturales de este final de milenio. Es sta una afirmacin que puede considerarse vlida en dominios tan diversos como la msica popular, las artes plsticas, el diseo industrial, la industria de la moda, el cine y la televisin, o la literatura de consumo. Por supuesto, en el contexto al que nos estamos refiriendo, ms que la mercantilizacin de lo supuestamente genuino, lo que se produce es la mercantilizacin de todo aquello que pase por serlo, se llame cine tnico, moda indgena, alimentos con denominacin de origen, o novela del tercer mundo. Desde la perspectiva que nos interesa subrayar aqu, este fenmeno que Baudrillard ha llamado el melodrama de la diferencia, y en el que toda alteridad se ha disuelto en el batiburrillo implacable de la ley de la oferta y la demanda de la industria del ocio y cultural, contribuye de forma prcticamente generalizada a escala planetaria a una revalorizacin de las culturas minoritarias y de base local, ahora tambin transnacionalizadas, que rebasa con mucho en sus efectos sociopolticos, la mera mercantilizacin. Este fenmeno supone una insospechada sofisticacin del modelo cultural de la sociedad de masas, y una nueva vuelta de tuerca en la cultura de lo verosmil que constituye en definitiva la cultura de masas. En ese contexto, el xito programado o no de escritores y artistas del tercer mundo suele entenderse como la demostracin de que en Occidente ya no tenemos nada que decir, o bien como la constatacin de que el grado cero de la imagen o el lenguaje ya no existe, sustituido como lo est por la sorpresa transitoria de las infinitas y posibles combinaciones de lo ya dado, a cuyo universo acaba por pertenecer todo lo que se integra en l. Si el discurso del comparatismo volviendo ahora al mbito de la teora literaria es capaz de asumir esta complejidad de redes y aplicar sin prejuicios modelos interpretativos provenientes del mundo de la cultura
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popular, tal vez el impasse a que conduce el mantenimiento a toda costa, no ya del canon literario, sino de la nocin misma de literatura que dicho canon comporta, encontrara una va de salida. Entre otras cosas, encontrara eco en un pblico que cada vez ms disocia la cotidianeidad del mundo en que vivimos donde la cultura popular sienta sus reales del trabajo universitario, en una suerte de esquizofrenia nunca diagnosticada pero muy real. 3. El que una discusin como la presente se realice desde Espaa es tambin importante. Hay quienes entienden la globalizacin en trminos de Western, como un proceso de conquista de nuevos territorios. La globalizacin, desde esa perspectiva, consistira en una especie de pananglicismo, segn el cual, al igual que Francis Fukuyama auguraba que el fin de la historia implicaba que el capitalismo es la forma definitivamente mejor para estructurar las sociedades, habra llegado el, por as llamarlo, fin del multilingismo en el terreno intelectual, toda vez que el ingls habra demostrado ser el mejor vehculo para la comunicacin cientfica. Frente a dicha concepcin, ms que imperialista, estpidamente reduccionista, podemos oponer otra mirada que entienda lo global desde la definitiva prdida de un centro estable para dirigir la articulacin del conjunto. Desde esa perspectiva, Espaa no es un espacio al que trasladar el debate anglosajn sobre el futuro de las humanidades en el contexto de la globalizacin, sino el sntoma de que es posible una forma diferente de pensar el problema, en la medida en que son otros los problemas que emergen en el mbito de cada cultura, como son otros los mundos expresables desde cada lengua, no siempre traducibles a una hipottica lengua bsica comn de caractersticas prebablicas. Basta analizar la forma en que algunos de los trminos de nuestra disciplina funcionan en algunas de las lenguas ms utilizadas en nuestra rea de trabajo, el ingls, francs y espaol, para comprobar que estamos ante universos referencial y culturalmente en conflicto. Literature, por ejemplo, define, en ingls, un abanico tan amplio de significados referenciales que incluye desde las obras shakespeareanas hasta los folletos de instrucciones para el correcto uso de un horno microondas o de una lavadora con centrifugacin final incorporada. Ficcin se ha convertido en un quasi sinnimo de novela, al menos en trminos clasificatorios. Una librera, francesa o espaola, en nada se parecen a lo debera ser su equivalente (lingsticamente hablando) en los EEUU. Sin entrar en valoraciones, que a nada conduciran, lo que estos simples ejemplos sealan es la existencia de unas diferencias que no pueden ser reducidas a un denominador comn. Es cierto que la no eleccin de una lengua comn para debatir puede convertir la reflexin colectiva en una red de monlogos entrecruzados por sobreabundancia multilingstica. Tambin lo es, sin embargo, que la eleccin de algunas lenguas de frontera y de fronteras y liminalidades se trata cuando hablamos de las Humanidades que eliminen la monodireccionalidad puede resultar sano. Tal vez no est de
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ms recordar que uno de los primeros centros del comparatismo, entendido a la manera en que lo he expuesto ms arriba, fue la Escuela de Traductores de Toledo. De todas formas, que este enfoque local implique dificultades, no lo pongo en duda. Tambin se dan en el mundo real cuando nos movemos fuera de los muros de esta institucin y eso no impide que generemos formas mltiples de intercambio comunicativo. Ese intercambio, tan posible aqu como lo es fuera de aqu, simboliza que lo que nos rene no es la bsqueda de lo que debiera unirnos sub specie uniformitatis, sino la reivindicacin del estatuto de diferencia que nos constituye. Porque, en definitiva, se trata de huir como de la peste del modelo de robot ilustrado del terminator, cuya previsibilidad est en la base de quienes consideran que el futuro de las humanidades no debera sobrepasar el lugar decorativo de la nostalgia.
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SE PUEDE HACER SEMITICA Y NO MORIR DE INMANENTISMO? CAN YOU MAKE SEMIOTICS WITHOUT DYING ENCLOSURE?
Gonzalo Abril (Universidad Complutense de Madrid)
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Resumen El artculo defiende el inters que supone para la crtica cultural y de la comunicacin de masas el enfoque semitico, y por lo tanto para los denominados estudios culturales. En opinin de su autor vale la pena mantener y desarrollar la semitica para el anlisis sociocultural, y ms precisamente para el anlisis de las culturas populares modernas, o masivas, a condicin de que se entienda como una metodologa transdisciplinar y no constreida por el principio del inmanentismo. Abstract The paper defends the concerns of semiotics to culture and media criticism, and therefore to so called cultural studies. It is worth keeping and developing semiotics for sociocultural analysis and, more precisely, for analysis of modern popular or mass cultures, on condition that it would be understood as a methodology across disciplines, not self sufficient in nature. Palabras clave Semitica / Estudios Culturales / Bajtin / Mestizaje Keywords Semiotics / Cultural Studies / Bajtin / Crossbreeding
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Sumario 1. Cultura y/o semiosis 2. La herencia de Barthes 3. Cuestiones de sujetos 4. Posiciones, prcticas y universos semnticos 5. Exoinmanentismo 6. La matriz mestiza Summary 1. Culture and/or semiosis 2. Barthes inheritance 3. Subjects questions 4. Positions, behaviours and semantic universes 5. Exoinmanentism 6. Mixed-race matrix
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de masas- dentro del constituido por los, as llamados y siempre imprecisamente definidos, estudios culturales? La semitica no es una disciplina cientfica, ni un campo terico homogneo, sino que ms bien contiene, como seala Demaria (2004: 47), diversidad de mtodos y escuelas y ejercita diferentes prcticas analticas. Tambin en la definicin de su objeto ms general su punto de partida es negativo, si no crudamente paradjico, puesto que el sentido, del que pretende ocuparse, es indefinible, y an ms, no se trata en modo alguno de un objeto, sino del proceso mismo en el que la relacin intersubjetiva se objetiva y se expresa: en tanto que prctica metodolgica orientada a la indagacin del sentido, el que supuestamente persigue es, pues, un saber paradjico y autorreferente, porque su objeto no es tal y las operaciones y efectos del sentido, an ms claramente que en otras ciencias humanas, estn involucradas en sus propios procedimientos epistmicos y discursivos (Abril, 1994: 427). Mi conviccin es que vale la pena mantener y desarrollar la semitica para el anlisis sociocultural, y ms precisamente para el anlisis de las culturas populares modernas, o masivas, a condicin de que se entienda como una metodologa transdisciplinar y no constreida por el principio del inmanentismo. Se trata de una metodologa que puede adentrarse en la complejidad de los objetos culturales, incluso por el hecho mismo de albergar perspectivas que, como las de la enunciacin y la intersubjetividad, o por situar en su centro un inters indefinible y reacio a todo objetivismo, como lo es la indagacin del sentido, ponen en vilo la idea misma de objetos culturales, entendidos como productos, y desplazan la orientacin epistemolgica, como quera Williams (1992: 208-209), hacia los procesos. Lo he sealado en otro lugar respecto al modo de interpretar la informacin y su tratamiento: uno de los obstculos mayores para interpretar crticamente la sociedad de la informacin reside en concebir la informacin slo como contenido, como objeto, como producto, y no como un proceso mltiple y complejo. La informacin no es solamente un monto de datos ni su distribucin social slo un reparto cuantitativo entre poseedores y desposedos: esa es precisamente la visin alentada por la ideologa tecnocrtica. El acopio, el reconocimiento, el tratamiento y la comunicacin de los datos es inseparable de la construccin de determinados marcos interpretativos (en el orden del conocimiento) y de la disposicin de ciertas formas de vida y de relacin social (Abril, 2005: 133). En tal sentido, la idea dinmica, fluyente, de semiosis, segn la semitica de Peirce, pone en tela de juicio el funcionalismo socioantropolgico de la cultura, y por tanto la idea misma de que la cultura sea un subsistema social, o encuentre algn anclaje como nivel funcional dentro de la supuesta arquitectura sistmica de la sociedad. Contrariamente, la doctrina peirceana del interpretante y la semiosis ilimitada suscita la idea de redes textuales y
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discursivas (abiertas, multiformes, incompletas, transversas) como un mejor soporte terico que la idea de textos culturales entendidos como objetos o productos. Hemos de tomar en cuenta las aportaciones de los estudios sobre interculturalidad, feministas, subalternos, poscoloniales, queer, etc., pero la concepcin terica de la cultura como proceso de traduccin (Demaria, 2004: 48) formaba parte de la tradicin semitica al tratar con el problema de los lmites y las fronteras culturales, y tambin textuales. En la obra de Bajtin y de su escuela, sta es, incluso, la cuestin clave. Desde la perspectiva peirceana (cuyos parentescos epistemolgicos con la bajtiniana merecen, por cierto, mayor atencin), los procesos de traduccin equivalen a desplazamientos, movimientos, trnsitos de interpretantes que atraviesan, generan y reproducen diferencias. Y, como tambin recuerda Demaria, las diferencias culturales pueden asimilarse a categoras enunciativas; dicho ms sencillamente: no conciernen tanto a contenidos, significados, tipos de signos, cuanto a usos de signos, posiciones de sujetos, lugares desde donde se dice, se calla o se responde. Y por ltimo, y no menos importante, aun desde su heterogeneidad metdica y terica, la semitica puede reivindicar una tradicin y una orientacin crtica no del todo exhaustas. Justamente cuando los estudios culturales, a decir del propio S. Hall y de otros muchos de sus practicantes, se resienten de despolitizacin, de prdida del horizonte de intervencin y de cambio que los impuls en sus orgenes, cuando no de disolucin en un vago posmodernismo multiculturalista.
2. La herencia de Barthes
n el Prlogo a la edicin de 1970 de sus Mitologas, a la vista del modo en que el gran acontecimiento conocido como mayo del 68 haba complejizado, dividido y sacudido el anlisis crtico de la cultura desde la semiologa, Roland Barthes conclua la necesidad de conjugar dos gestos: ni denuncia sin su instrumento fino de anlisis, ni semiologa que no se asuma, finalmente, como una semioclastia (Barthes, 1980: 7). Podramos protestar por la orientacin a un momento negativo que prescribe el timo clastia (yo rompo), pero es necesario comprender la exigencia poltica y moral que impela el trabajo crtico de Barthes a mediados del pasado siglo: eran los tiempos de la guerra fra, de las grandes insurrecciones anticolonialistas, los aos en que se implantaba en la Europa posblica el que Jess Ibez denominaba capitalismo de consumo, y en que a la vez el viejo topo horadaba y oxigenaba ese humus moral y sentimental que dara sustento a las revueltas del 68 en varios lugares del mundo. En aquel escenario las Mitologas interpretaban lo insignificante y lo banal de la cultura popular de la poca como sntomas de un inconsciente poltico y moral de la vida aburguesada. Barthes escribe sobre la lucha libre, los detergentes, la comida rpida o el strip-
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tease con el mismo rigor y fulgor crtico con el que analiza la gran literatura, y descubre que a travs de esas expresiones aparentemente triviales de la cultura industrializada se ejercen unos mecanismos de naturalizacin, de normalizacin y de produccin del consenso en torno al orden dominante que vienen a desempear la misma funcin que los mitos en las mal llamadas culturas primitivas. Ya lo haba adelantado Lvi-Strauss: la ideologa de las sociedades modernas es el equivalente de los mitos en las sociedades arcaicas. Pero sobre todo: si treinta y tantos aos antes, y segn el anlisis de Kracauer, la obra de Kafka haba desvelado la prohibicin de la verdad a los hombres y el temor ante aquel mundo sin dioses ni profecas, desrealizado por la racionalizacin y el desencantamiento, el mundo moderno del que hablaba Max Weber (Traverso, 1998: 54-55), Barthes en los cincuenta ya no intentaba formular un diagnstico frente al declive del mito: si finalmente iban a vencer el sentido, y ms especficamente el sentido de la realidad nsito en los grandes relatos sapienciales, o slo el miedo que su retroceso haba depositado en el mundo, como un manto pardusco sobre la arena de una profunda bajamar. Se planteaba ms bien, conforme a los hechos que l mismo estaba construyendo tericamente, que el mito ya haba penetrado las estructuras de la vida comn y corriente. Pero no, claro est, un mito de la misma estirpe que los extirpados por la modernizacin, sino el mito bastardo producido industrial y mediticamente para la naturalizacin fraudulenta del orden, un lenguaje robado, un habla despolitizada en beneficio exclusivo del acomodo pequeoburgus a las normas establecidas, al general consenso, a la prdida de todo horizonte de crtica y de cambio social. En otras palabras, el gesto terico y crtico de Barthes desafiaba ya por entonces la misma realidad que hoy se nos obliga a vivir, incluso an ms eficazmente, sin exterioridad posible frente a esa clase de mito, y por tanto, frente a la que las estrategias de la verdad devienen paradjicas, incluso sarcsticas. Reclamo -escriba Barthes- vivir plenamente la contradiccin de mi tiempo, que puede hacer de un sarcasmo la condicin de la verdad (Barthes, 1980: 9). Hoy, para colmo, las estrategias irnicas, como las de la imaginacin, pueden propiciar el sometimiento ms fcilmente que la emancipacin, y el ajuste a la resemantizacin mercantil y consumista de la ciudadana poltica antes que la resistencia democrtica. Todo ello pese a la ingenuidad que propugnaba la imaginacin al poder cuando ya la imaginacin mercadotcnica, publicitaria y gerencial estaban reorientando la nueva fase de reproduccin del capitalismo, tanto en la dimensin econmica como en la poltica, a una rearticulacin estratgica del imaginario capitalista (Abril, 2004), que habra de plasmarse en lo que hoy se suele denominar posfordismo, o semiocapitalismo (Berardi, 2003). En la medida en que somos herederos del mundo de cuyo brote incipiente Barthes fue un observador perspicaz, y en que queramos serlo de la orientacin crtica de su trabajo, hemos de superar una visin objetivista
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de los discursos y las prcticas sociales como aquella que se conforma con enunciados del tipo de: la tele miente, o simula, los medios dicen x pero connotan y, etc. Lo que Barthes dej definitivamente establecido sobre nuestra cultura de masas es que la inteligibilidad misma est ya atravesada por el mito, y la denotacin traspasada y precedida por la connotacin: como el sentido segundo de la conducta, segn el anlisis de Freud, el sentido segundo del mito (meditico, masivo) es su sentido propio (Barthes, 1980:211). Lo aparentemente secundario desde el punto de vista de la significacin es lo primario desde el punto de vista del sentido, y una parte fundamental de la eficacia ideolgica reside en hacer efectiva esa inversin del significado de lo aparente. As, la ideologa no es una costra de falsa conciencia superpuesta a (el sentido de) la realidad, sino una dimensin semitica de su propia conformacin: bien lo saben los neoconservadores cuando proclaman y reivindican como propio un sentido comn cuyo contenido poltico expresable su significado comn- son los tpicos ultraderechistas de la homofobia, el anticatalanismo, el confesionalismo, el misonesmo y, en general, el odio a la democracia. En Marx la dimensin ideolgica est intrnsecamente fijada dentro de la realidad, que la oculta como una caracterstica necesaria de su propia estructura (Jameson, 2003: 311). La ideologa es, pues, a la vez real e imaginaria, o como acota Jameson, real en cuanto imaginaria: su misma imposibilidad de realizarse es lo real en ella. Una concepcin que de forma ms estrictamente semitica vena tambin formulada en la teora del lenguaje de Nietzsche: No hay ninguna naturalidad no retrica del lenguaje a la que se pueda apelar: el lenguaje mismo es el resultado de artes puramente retricas, el lenguaje es retrica, y es doxa mucho antes de poder servir a una episteme (Nietzsche, 2000: 91-92).
3. Cuestiones de sujetos
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fase, la semitica adopt un modelo dialgico del discurso y del texto y, tras censurar la centralidad del sujeto hablante y el olvido de la actividad interpretativa y sancionadora del oyente, acab proponiendo la prelacin, sea meramente lgica sea trascendental, de la relacin interlocutiva. El contexto interlocutivo, la normatividad comunicativa del orden de las competencias, la reciprocidad, aparecan como condiciones formalmente determinantes. Tambin una concepcin polifnica y heteroglsica del espacio textual, por la influencia definitiva de los trabajos de Bajtin y su crculo terico. Junto a otras consecuencias muy relevantes (por ejemplo, para una teora de la verdad o de la constitucin de la metanormatividad/normalidad social), esta perspectiva sita en el primer plano metodolgico las cuestiones pragmticas: en los procesos de sentido, las condiciones prcticas (o, como suele decirse sin mucha precisin, contextuales) en el ejercicio de alguna modalidad de interaccin social cobran mayor importancia que la aplicacin de reglas formales. El carcter secundario de las condiciones lgicas respecto a las condiciones contextuales de la interaccin puede explicarse en los trminos de la crtica de la denotacin formulada hace ya bastantes aos por Vern: lo que llamamos significado denotativo no es una especie de nivel primero o, por as decirlo, natural- que est presente en el lenguaje y sobre el cual cabalgaran otros sistemas o niveles de significacin (...) Es un caso especial (y particularmente artificial) de produccin (y efecto) de sentido, a saber, aquel determinado por una serie de operaciones comunicacionales que tienden a reducir al mnimo (mediante un conjunto de restricciones) la influencia no explcita del contexto (Vern, 1971: 262-263). Este punto de vista tiene especial relevancia para la ubicacin terica de la ideologa, en el mismo sentido que hemos anotado anteriormente. Pero Vern aporta algo ms, pues da a entender que lo ideolgico no es slo un nivel de significacin o de representacin preconstituido, sino que se gestiona y actualiza a travs de prcticas comunicativas y discursivas especficas. Va de suyo que las prcticas discursivas as entendidas han de ser analizadas en contextos institucionales determinados, y por tanto, no slo como usos o hablas ms o menos contingentes, sino como prcticas sociodiscursivas engranadas en, y a la vez constitutivas de, instituciones sociales determinadas: las instituciones formales se caracterizan () por establecer restricciones respecto al campo de alternativas potenciales que fijan los principios interactivos convencionales y sus correspondientes procedimientos de conocimiento consensual (que cabra considerar como instituciones informales o metainstituciones). Es claro, por ejemplo, que en la vista oral de un juicio la institucin judicial-procesal restringe el juego de las posiciones enunciativas, prohbe ciertos actos de habla (como la interrogacin del procesado al magistrado...), etc. Suspende, pues, incluso la
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vigencia de principios comunicativos generales como la reciprocidad () Denominamos voces sociodiscursivas a expresiones de subjetividad que son definibles hipotticamente a la vez en la estructura-interaccin social y en los sistemas-procesos discursivos. La actuacin discursiva de un actor exige la adopcin alternativa o simultnea de todas o algunas de esas voces. Que seguramente se corresponden con ciertos papeles, en la acepcin psicosocial (Abril, 1995: 46). La interaccin comunicativa es un dilogo social, y precisamente por su carcter constitutivamente dialgico el lenguaje no se compadece de algunas concepciones lgicas firme y comnmente aceptadas: fenmenos como el de la repeticin (la parodia, la cita expresa o el estilo directo, por ejemplo), escapan al anlisis lgico tradicional: entre los enunciados /la vida es bella/ y /la vida es bella/ no se da una relacin lgica de identidad si constituyen intervenciones sucesivas (o si no son positivamente tomados con abstraccin) de un dilogo efectivo (Bajtin, 1970: 241). Toda interaccin comunicativa pertenece a algn gnero discursivo primario o secundario (Bajtin, 1982). Esta propuesta es decisiva para la teora de la comunicacin de masas, por cuanto los discursos mediticos constituyen un campo complejo de interpenetracin entre gneros discursivos primarios y secundarios, orales, escritos y visuales y este proceso intensivo de redefinicin genrica en diferentes niveles y en esferas de la actividad social explica, en parte, los cambios profundos en los mapas culturales y cognitivos de las sociedades contemporneas (Alvarado, 1993: 204). La interpretacin de los gneros mediticos como gneros discursivos e interdiscursivos permite, pues, poner a la vista el arraigo de la semiosis masiva en una multiplicidad, por cierto siempre difcil de delimitar definitivamente, de prcticas sociales. En la translingstica bajtiniana la voz enunciativa (el autor) del texto no es nica, indivisa, sino ms bien un lugar de encuentro de voces, en virtud de cuya pluralidad el texto se abre intertextualmente a otros textos. La multiplicidad de voces del entramado dialgico patentiza la confluencia de estilos de lenguajes sociales, dialectales, etc. (...) percibidos como posiciones interpretativas, como especies de ideologas lingsticas (Bajtin, 1970: 242). Tal como ponen de manifiesto los anlisis bajtinianos del discurso citacional, la polifona textual no es necesariamente una apacible coexistencia de tales estilos, posiciones e ideologas: la palabra del enunciador busca unas veces la convergencia axiolgica con la voz citada (en la estilizacin, el recurso al dicho, etc.); pero otras veces establece una distancia divergente (irona, parodia, etc.) La novela moderna ilustra privilegiadamente esta lujosa y contradictoria dialctica de la alteridad en el discurso, plagada de consecuencias de orden metodolgico y ticofilosfico. Es muy destacable el hecho de que para Bajtin las expresiones
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del dialogismo no niegan, sino que ms bien presuponen como su otra cara complementaria, el antagonismo de ciertas posiciones interpretativas, ideologas y perspectivas culturales. Asunto de gran importancia a la hora de juzgar crticamente teoras consensualistas de la accin comunicativa como la de Habermas. En alguna ocasin hemos tratado de trascender una interpretacin meramente fenomenolgica de Bajtin, para poner de relieve el significado de estrategias discursivas como el discurso indirecto libre (tan sagazmente analizado por Voloshinov, 1992) en el horizonte de la construccin de la hegemona que configur la modernidad avanzada y que rotur el sustrato simblico de la cultura de masas. Observbamos, respecto a la Madame Bovary de G. Flaubert, que en el discurso indirecto libre el acercamiento simblico de la burguesa ilustrada a otros sectores sociales, esencial para el proyecto hegemnico burgus, parece realizarse como un dilogo entre hablas y voces sociales. Las hablas sociales y dialectal-regionales as como los discursos ideolgicos subalternos entraron en coloquio con una voz autorial simpatizante, del mismo modo en que las clases subalternas y las fracciones de clases estaban siendo incorporadas en el proceso ms amplio, y en s mismo dialgico, de la hegemona social (Abril, 2005: 44-47). As pues, desde la perspectiva de la heteroglosia y la plurivocalidad bajtiniana, la presencia del sujeto en el discurso adquiere un nuevo significado, tanto epistmico cuanto poltico: las marcas de subjetividad remiten a una red de instancias enunciativas a las que el anlisis difcilmente puede poner lmite: las voces del discurso se superponen como una trama de ecos, de citas o de referencias intertextuales cuya urdimbre ltima, la dada por los horizontes socioverbales bajtinianos, es un proceso, un devenir histrico. La cadena de los sujetos textuales, de los destinatarios y de las interpretaciones es una expresin, en el mbito de la subjetividad, de la misma semiosis ilimitada de que hablaba Peirce (Abril, 1997). Ahora bien, tales tramas y urdimbres no se expresan solamente en los trminos abstractos de una comunidad ilimitada y abierta, como la community of investigators en el, as llamado por algunos, socialismo lgico de Peirce. Junto a ese perfil abstracto, las hablas y los sujetos sociales remiten a determinadas coins que, entre lo efectivo y lo virtual, a medio camino entre una subjetividad trascendental y una agencia poltica directa, conforman modalidades del sujeto discursivo como la que Butler identifica tras las expresiones racistas: el insulto racial es siempre citado desde algn lugar, y, al hablar de l, uno se une a un coro de racistas, produciendo en aquel momento la ocasin lingstica para una relacin imaginaria con una comunidad de racistas histricamente transmitida. En este sentido, el discurso racista no se origina en el sujeto, aunque necesite del sujeto para su eficacia (Butler, 2004:138). El insulto racista funciona como la cita virtual
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de un insulto anterior y en ese sentido establece una comunidad lingstica con una historia de hablantes (ibd.: 91).
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remitente/destinatario; interpelador/interpelado, etc.), agenciamientos y no slo regularidades formales. Ni solamente combinacin, sino ocasionalmente articulacin de posiciones heterogneas. En todo caso, dispositivos enunciativos (pragmticos) y significados asociados a posicionamientos (semntico-simblicos). A este respecto, los comentarios de Deleuze sobre la topologa trascendental de las teoras estructuralistas clsicas siguen siendo muy pertinentes. Y cuando Althusser habla de estructura econmica, precisa que los verdaderos sujetos no son los que vienen a ocupar las plazas, individuos concretos u hombres reales, lo mismo que los verdaderos objetos no son las funciones que ellos tienen y los acontecimientos que ocurren, sino en primer lugar las plazas en un lugar topolgico y estructural definido por las relaciones de produccin. Cuando Foucault define determinaciones tales como la muerte, el deseo, el trabajo o el juego, no las considera como dimensiones de la existencia humana emprica, sino en primer lugar como la cualificacin de plazas o de posiciones que harn mortales o moribundos, o deseosos, o trabajadores, o jugadores a quienes las ocupen (Deleuze, 1984: 572-573). Frente a la extendida imagen del texto como un objeto bien delimitado, conviene reivindicar el concepto de redes textuales, siempre cambiantes e inacabadas, en que se establecen caractersticas relaciones todo-parte, global-local, texto-metatexto, en virtud de complejas operaciones indiciales y procesos de transformacin. 2. Cualquier texto remite efectivamente a uno o varios universos de significado, es decir, a un conjunto de representaciones sobre el mundo, la historia o las relaciones sociales, que constituyen conjuntos de categoras (campos conceptuales), imgenes (figuras estticas, tpicas sentimentales, imaginarios, etc.), y un sinfn de tipificaciones. Pero adems, los universos de significado se articulan a un nivel ms profundo, el simblico, que implica ya no slo la produccin y circulacin de significados, sino tambin relacin, vnculo y mediacin. Un universo simblico desempea la funcin de una estructura profunda para los universos de significado de una sociedad: es el nivel que sustenta sus cosmologas y mitologas, las representaciones compartidas del tiempo y el espacio, los marcos categoriales bsicos, los smbolos de la identidad colectiva que rigen las asignaciones del sentido de lo
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propio/ajeno. Tal como lo definieron Berger y Luckmann (2003: 123-124), se trata del nivel en que la legitimacin reflexiva de los distintos procesos institucionales alcanza su realizacin ltima. El universo simblico es la matriz de todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales. Es tambin el nivel del Gran Otro simblico en Lacan, la red que estructura la realidad y el sentido de la realidad subjetivo, aun cuando escapa, por definicin, al control y a la comprensin del sujeto, puesto que el lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo (Lacan, 1983: 367). Es preciso recordar que el mtodo greimasiano ha aportado un valioso instrumento de anlisis para la comprensin generativa de las relaciones entre un nivel profundo (simblico, pero tambin sintctico, pues se ordena segn una sintaxis fundamental) y un nivel superficial (semntico) de los significados dados en un universo textual o discursivo particular: me refiero al cuadrado semitico (Greimas, 1973), una pieza metodolgica clave de su modelo semionarrativo, acaso desprestigiada por un exceso de logomaquia o de ingenio banal entre algunos epgonos de la Escuela de Pars. Segn entiendo, el conjunto de posiciones derivables, por progresiva oposicin, de la categora semntica de partida (una estructura elemental de significacin) permite describir el mapa de las actualizaciones, posibles o efectivas, de un ncleo de sentido que fcilmente puede identificarse como una estructura cultural: por ejemplo, en un universo semionarrativo determinado, el eje blanco/negro puede cifrar el nivel simblico-posicional determinante de todo el conjunto de categoras, lexicalizadas o no, que conforman un sistema jerarquizado de atributos tnico-raciales: no blanco/no negro son las dos primeras categoras derivables del eje inicial, pero como es sabido, el desarroll del carr permite reconocer otras conjunciones transversales. Y esta aplicacin ser metodolgicamente legtima en la medida en que describa adecuadamente las relaciones y los contenidos semnticos propuestos en los textos y no la estructura lgica de la realidad misma. Jameson imputa este sesgo realista a Greimas, pero sin embargo reconoce el gran valor del cuadrado como instrumento del anlisis ideolgico: Este esquema analtico aparentemente esttico, organizado en torno a oposiciones binarias ms que
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dialcticas () puede reapropiarse para una crtica historizadora y dialctica designndolo como el locus y el modelo mismo de la clausura ideolgica. Mirado as, el rectngulo semitico se convierte en un instrumento vital para explorar las complicaciones semnticas e ideolgicas del texto () porque delinea los lmites de una conciencia ideolgica especfica y marca los puntos conceptuales ms all de los cuales no puede llegar esa conciencia y entre los cuales est condenada a oscilar (Jameson, 1989: 38-39). 3. Por lo que se refiere a la dimensin pragmtica, nuestro primer supuesto es que se precisa dotar a las relaciones intersubjetivas de un anclaje social ms exigente que el que dimana de una pura determinacin lgica de las condiciones de interlocucin, la que suele proponer la pragmtica estndar. El sentido de un texto o enunciado no dimana nunca exclusivamente de una decisin del hablante o enunciador individual. Su efectividad en tanto que accin social, su fuerza pragmtica tampoco puede derivarse en exclusiva del poder soberano (como dice Butler, 2004) de un enunciador que producira un efecto ilocutorio intencionalmente. Ni siquiera de dos o ms coenunciadores implicados en una accin enunciativa conjunta. El acto discursivo no slo ocurre dentro de o como expresin peculiar de una prctica, sino que es en s mismo una figura prctica. El performativo funciona en la medida en que saca partido de y enmascara- las convenciones constitutivas que lo movilizan (Bulter, 2004: 91). La accin discursiva presenta as un cierto componente citacional, que no remite slo a una intertextualidad, al espejeo y recurrencia de unos textos en otros, de la activacin de redes e historias textuales, etc., sino tambin al eco de anteriores acciones: Butler dice que el acto discursivo acumula la fuerza de la autoridad repitiendo o citando prcticas autoritarias anteriores. En la perspectiva de lo que Fairclough (2001) presenta como una concepcin tridimensional del discurso, cualquier evento discursivo puede ser tomado simultneamente como texto, como ejemplo de prctica discursiva y como ejemplo de prctica social. Nosotros entendemos que las prcticas sociales son un marco que determina las condiciones de ejercicio de las prcticas discursivas, en el siguiente sentido: Una prctica discursiva se define por momentos/contextos de emisin, circulacin y recepcin, que complementan y especifican
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como actividad comunicativa las categoras ms extensas de produccin, distribucin y consumo a que se refiere Fairclough. Analizado como prctica discursiva, un texto remite a una clase ms amplia de discursos (mediticos, legales, cientficos, didcticos, etc.) con sus caractersticos gneros, reglas, estrategias y juegos de roles institucionales y contratos comunicativos, las formas de distribucin de la autoridad textual, etc. En l pueden reconocerse emplazamientos enunciativos caractersticos; por ejemplo, en el discurso didctico el enunciador docente habla desde una determinada autoatribucin de competencia y desde la presuncin de determinadas ignorancias del enunciatario discente; el primero se arroga el derecho de determinar el saber relevante, e imputa al enunciatario la correspondiente obligacin de aceptarlo, etc. Hay que observar, con Fairclough, que el nivel de las prcticas discursivas es microsociolgico: se trata de procesos situados de enunciacin, interpretacin y accin reflexiva. As, las prcticas docentes acaecen en marcos de interaccin en los que, como es de notoria actualidad, ciertos presupuestos de autoridad discursiva pueden someterse a negociacin, contestacin o franca impugnacin. Por el contrario, el nivel de la prctica social es macrosociolgico y concierne a hechos tales como el sistema de enseanza en tanto que institucin socializadora, de reproduccin y de control social. O a la edicin de libros y la industria cultural. En fin, a una trama compleja de actividades y esferas institucionales: econmicas, polticas, tecnolgicas y culturales. Pero habra que completar el marco de las tres sealadas con una cuarta dimensin transversal: 4. Mediante el concepto de matriz de significacin aludimos a la estructura que en un contexto de significacin particular articula y actualiza los presupuestos semntico-simblicos, las expectativas de carcter prctico (relativas a las prcticas sociodiscursivas de un contexto cultural determinado) y a ciertos dispositivos posicionales o topolgicos de enunciacin. Propondremos un ejemplo brevemente glosado: el escritor Wole Soyinka haca un relato de la primera vez que un jefe tradicional nigeriano presenci un partido de ftbol. A su trmino, ofreci generosamente a las autoridades coloniales britnicas 23 esferas de cuero, para que aquellos jvenes blancos no tuvieran que seguir disputando y fatigndose por
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la posesin de una de ellas. En esta ancdota, que Soyinka contrastaba con el apasionamiento futbolstico de los nigerianos de hoy, est implcita la idea de colisin de dos matrices, derivada de una disparidad prctica y a la vez simblica: respecto a la definicin de la actividad de jugar al ftbol, y juntamente con ello, respecto al marco de categoras que permiten representarse esa actividad, por ejemplo la disparidad entre juego vs. competencia por la apropiacin, o entre el baln como medio vs. fin del juego. El conocimiento de los comportamientos y del sentido de los textos de otra sociedad requiere que asimilemos esa clase de matrices. Sin ellas no es posible llegar a la que Geertz, (1988) llama descripcin densa (thick description) es decir, una representacin que hace suyos los puntos de vista, las categoras y las asignaciones de significado de los miembros de esa sociedad (Abril, 2007: 94).
5. Exoinmanentismo
n su Diccionario, texto cannico de la semitica estructuralista, Greimas y Courts (1982) ratificaban, en continuidad con Hjelmslev, el principio de inmanencia segn el cual debe excluirse todo recurso a hechos extralingsticos para no perjudicar la homogeneidad de la descripcin. Est claro que nuestro enfoque metodolgico no es concorde con el inmanentismo de esa tradicin, pues defendemos que el sentido de los textos est siempre interceptado por un afuera: por las operaciones de produccin y de interpretacin socioculturalmente determinadas que los hacen efectivos, adems de aparecer representados en ellos bajo las formas enunciativas de los puntos de vista, las focalizaciones, los modos de cualificar acciones, tiempos y espacios, etc.; por la actualizacin de categoras, representaciones y relaciones simblicas que cada texto particular lleva a cabo, remitiendo reflexivamente al andamiaje simblico de la sociedad, pero sin agotar nunca las posibilidades de expresarlo en su (ni como una) totalidad. Nuestro enfoque puede considerarse, pues, un exoinmanentismo crtico, para el que las prcticas sociales, y por ende las discursivas, representan a la vez un interior y un exterior del texto: una prctica forma parte de una red de relaciones con otras prcticas, no slo textuales, pero a la vez se inscribe en el texto, se expresa en sus modos de accin ilocutiva y perlocutiva, en el conjunto de las modalidades de la enunciacin, en sus estructuras tpicas y categoriales, etc. Correlativamente, el texto y los conjuntos textuales, los tipos, gneros y redes de discursos, definen las prcticas sociodiscursivas y los rasgos especficos de cada una de ellas. Por
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retomar el ejemplo anterior: las prcticas pedaggicas y los textos didcticos se definen recprocamente, porque una prctica pedaggica se caracteriza, entre otras cosas, por la aplicacin de determinados textos didcticos y stos no son tales sino por el hecho de mediar determinadas prctica de enseanza. No defendemos, pues, nada parecido a un reflejo objetivista de las prcticas sociales en el texto. Se trata ms bien de entenderlo, y de entender los procesos textuales, desde un supuesto terico que puede formularse as: los textos y los procesos textuales son ndices factoriales. El concepto de ndice factorial ha sido propuesto desde la tradicin de la semitica de Peirce y denota la relacin que una accin, acontecimiento o hbito particular mantiene con la totalidad o conjunto de que forma parte; as, un sntoma mdico es un ndice factorial de la enfermedad, un signo intrnseco que forma parte de ella: entre la ictericia y cierta alteracin de las funciones hepticas se da una homogeneidad ontolgica, de tal modo que pueden interpretarse, respectivamente, como la parte y el todo de una misma realidad. Las prcticas sociodiscursivas, los textos e incluso los comportamientos individuales son ndices por factorialidad de la totalidad virtual de una cultura. Contar chistes racistas no es slo una prctica que denota racismo, sino parte constitutiva de la realidad poltico-cultural a la que se denomina racismo. La indicacin todo-parte es reversible: el racismo es una totalidad virtual de las que se pueden inferir deductivamente un conjunto de prcticas, textos y enunciados. Pero cada uno de ellos remite inductivamente a esa totalidad virtual, participando en su constitucin. Incluso al nivel del sentido enunciativo, y retomando el ejemplo anterior de Butler, entre el acto discursivo (del sujeto) racista y la comunidad virtual de los racistas se establece indicacin factorial. De tal forma que, correlativa a la red de actos, comportamientos y textos, puede postularse la redcomunidad de sujetos implicados en la produccin y reproduccin de las prcticas de que se trate.
6. La matriz mestiza
ntre las conclusiones de un ensayo ya histrico de Umberto Eco sobre la televisin podan leerse las siguientes: El problema de la libertad lingstica es tambin problema de la libertad de conocer la existencia de otras organizaciones del contenido que no correspondan a las nuestras. La libertad lingstica no slo es libertad de administrar el propio cdigo, sino tambin libertad de traducir un cdigo a otro cdigo (...) El problema de una futura investigacin sobre la
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comprensin de los mensajes televisados ser el de una comunidad que no se presente ya como el objeto de un test, sino como un sujeto que discute y sita bajo la luz sus propias reglas de competencia y de interpretacin, descubriendo al mismo tiempo las de los dems (Eco, 1985: 194-195). Se hace difcil discrepar de tales recomendaciones a la altura de este nuevo siglo que est conociendo la emergencia de una modernidadmundo en las condiciones aciagas de la globalizacin neoliberal, de la guerra global, de la nueva cruzada y del retroceso generalizado de la cultura democrtica. La propuesta de Eco tena la virtud de proponer un modelo semitico, una matriz terico-metodolgica comn para analizar los discursos mediticos en particular y las relaciones interculturales en general. Pero a la vez presupona una teora (pre-bajtiniana) de los cdigos lingstico-culturales como universos demasiado cerrados sobre s mismos. Hay que dar, creo yo, un paso ms: no slo ya abogar por una semitica que se interese por los sujetos reflexivos y abiertos al dilogo intercultural. No, en suma, por una semitica que acepte el marco liberal del multiculturalismo y, por ende, de una ms o menos espontnea posibilidad del dilogo igualitario y de las ecunimes interpretaciones recprocas entre discursos/ culturas bien delimitados. Lo que aprendimos de Bajtin es que no hay lenguaje social ni cdigo cultural plenamente homogneo, autctono ni determinado por su propia y exclusiva racionalidad. La contaminacin, el criollismo de los discursos, lejos de ser una distorsin, una desviacin de la semiosis, es su manera propia de darse: a fin de cuentas esta concepcin trata de hacer justicia, tambin, a una historicidad de discursos y lenguajes que slo puede entenderse como conmixtin, como interpenetracin sucesiva y continua, a lo largo del tiempo, de fragmentos de (otras) lenguas y culturas en la (siempre relativamente) propia. Se ha sealado como una aportacin fundamental de Bajtin esa consideracin de los lenguajes -y tambin de las culturas y de los sujetoscomo entidades abiertas con zonas de tangencia, de porosidad y de interpenetracin: la vida cultural y lingstica transcurre, para Bajtin, fundamentalmente en las fronteras entre lo propio y lo ajeno, en el dilogo con lo diverso (Peamarn, 1989). La idea de Eco de una comunidad que discute y sita bajo la luz sus propias reglas de competencia y de interpretacin, por ms que dialogante y reflexiva, evocaba demasiado una ideologa de la comunidad (lingstica) inmanente como la que presuponen las teoras lingsticas tradicionales. Para nosotros, el gesto de aborrecer la inmanencia metodolgica como principio de la lingstica/semitica debe complementarse con el gesto terico-ideolgico de
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repeler el fantasma de la inmanencia poltica de la comunidad (cfr. Nancy, 2001), el supuesto de que existen o son posibles comunidades lingsticas/semiticas inmanentes. Pues acaso en el principio de inmanencia vengan a coincidir ideolgicamente el fantasma comunitario fusional, reaccionario, incesantemente reproducido en las ciencias del lenguaje y de la cultura por efecto de un poderoso prejuicio nacionalista, y el funcionalismo capitalista tal como fue transcrito por Saussure en su teora del valor, expresamente traducida de la economa poltica burguesa. Para terminar: lo que aqu se propone es pensar la semitica desde la perspectiva de la interaccin cultural, y complementariamente, abordar las relaciones interculturales desde una mirada semitica. Sin ignorar la experiencia de los estudios culturales de los ltimos aos, tan marcados por la perspectiva poscolonial, pero con cierta distancia respecto a lo que de moda terica puede haber en ella, me gustara afirmar un principio tericometodolgico: los lenguajes son siempre multilenguajes, los discursos son siempre interdiscursos, las culturas no son sino inter, trans o neo-culturas, y por todo ello la semitica del siglo XXI habr de ser multilingstica, interdiscursiva y transcultural. Autores como Mijail Bajtin, a quien llegamos a conocer demasiado tardamente los lectores de habla hispana, abrieron esta lnea de investigacin. Pero tambin hace muchos aos Fernando Ortiz, en Cuba, o Amrico Castro desde el exilio republicano espaol, sealaron un camino semejante. Un rumbo terico y metodolgico que hoy debe responder a la vez a un objetivo poltico y moral: al objetivo de la descolonizacin definitiva de la cultura, a un propsito como el que en los ltimos aos de su vida Barthes denomin antirracismo integral o al que ms recientemente ha propuesto Chakrabarty bajo el lema de la provincializacin de Europa. Yo entiendo que provincializar epistemolgicamente a Europa no supone renunciar a las perspectivas de conocimiento teortico, prctico o esttico surgidas en Europa por otra parte, ya en s mismas mltiples y transculturales, y ya hace mucho mundializadas- sino renunciar ms bien a la panopsis eurocntrica y al presupuesto de una superioridad cultural y hermenutica que no deja de reproducirse desde los ms prominentes lugares de enunciacin de los discursos pblicos. El texto mestizo puede tambin ser visto como una matriz o paradigma para el anlisis textual, y en algunas prcticas artsticas, en algunos nuevos mtodos de intervencin poltica y cultural, se perciben hoy da ecos directos de aquellas formas de multitextualidad, de policulturalidad y de polmica oculta que los textos mestizos opusieron a la primera dominacin colonial. Precisamente entre autores que reivindican en ocasiones un paradigma de la frontera y un pensamiento poscolonial, a la vez desdeoso del etnicismo o del atavismo cultural y de la importacin mimtica y subyugada de las culturas imperiales. En la poca poscolonial,
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las identidades ya no encuentran correspondencia con sus delimitaciones tradicionales, ni se puede afirmar la clsica equivalencia entre sujeto, identidad, cultura y comunidad. Y as, contina Dietz (2003: 45) las identidades se tornan limtrofes y parciales, puntos de sutura en medio de las culturas. Todo esto interpela a las formas dominantes de comunicacin, que ya no dan respuesta a las formas emergentes de comunidad, todo esto concierne a la poltica y al arte, a las estrategias de visibilizacin, de imaginacin y de mirada (Abril, 2007: 240-241). Como sugiere Snchez Leyva, es aconsejable seguir la recomendacin de Deleuze de ser extranjero en nuestra propia lengua, y ejercer el extraamiento como disposicin tica y tctica; uno comienza a comprender las cosas cuando las explica a otros y para ello es preciso hacer un esfuerzo por pensar nuestras evidencias y suspender la familiaridad: traducir no es cuestionamiento del otro desde la certidumbre y las certezas sino interrogacin de nosotros mismos (Snchez Leyva, 2007: 351). La traduccin es objeto y tarea propia de la semitica, y la interpelacin a s mismo, el compromiso moral ms exigible a cualquier analista de la cultura.
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ECONOMA POLTICA DE LA COMUNICACIN Y TEORA CRTICA. APUNTES Y TENDENCIAS POLITICAL ECONOMY OF COMMUNICATION AND CRITICAL THEORY. NOTES AND TRENDS
Francisco Sierra Caballero (Universidad de Sevilla)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp149-171
Resumen Las actividades de informacin-comunicacin constituyen una parte esencial de la base econmica en la que se fundamenta el modelo tardocapitalista, tambin denominado Capitalismo Cognitivo. Superando el tradicional desinters de la academia por esta realidad, en el ltimo lustro han tenido lugar en Iberoamrica diferentes experiencias que apuntan la posibilidad de recuperacin del pensamiento crtico emancipador. La Economa Poltica de la Comunicacin o del Conocimiento debe ser capaz de imaginar otra comunicacin posible. Abstract Information-communication activities are an essential part in the economic basis on which late-capitalism model, also called Cognitive Capitalism, is based. Exceeding the usual lack of interest of academia in this fact, different recent experiences in Latin America focus on chances of recovering critical thinking. Political Economy of Knowledge must be able of imagining another possible communication. Palabras clave Economa Poltica de la Comunicacin / Sociedad de la Informacin / Tardocapitalismo / Obrero Social / Iberoamrica. Keywords Political Economy of Communication / Information Society / Late-Capitalism / Social Worker / Latin America.
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Sumario 1. Introduccin. 2. Sociedad de la informacin y subsuncin. 3. Pensar el cambio social. Teora crtica y materialismo. 4. Historia y progreso de la economa poltica de la comunicacin regional. 5. Cultura de investigacin y giros epistemolgicos. Summary 1. Introduction. 2. Information Society and plunge. 3. Thinking social change. Critical Theory and materialism. 4. History and evolution of political economy of regional communication. 5. Research culture and epistemological turns.
1. Introduccin
l complejo comunicacin-industria, segn explica Hamelink, es una nueva exigencia de la actual estructura econmica del mundo, dominada por el control financiero, la centralizacin de la industria del marketing y el control de la tecnologa. De ah la incidencia de los elementos informativos en el proceso de financiarizacin de la economa (Hamelink 1981, 27). "Tanto en trminos de hardware como de software, la comunicacin internacional es una rama importante de la actividad industrial. Las empresas que poseen intereses considerables en la comunicacin internacional figuran entre las mayores empresas industriales del mundo"1. Por otra parte, se percibe una progresiva concentracin de la amplia variedad de servicios y bienes de comunicacin pblica en un reducido nmero de grupos multimedia, desde la fase de produccin a la distribucin de productos que actualmente estructura el comercio internacional. Justamente, cabe entender en este contexto el papel jugado por el sector financiero en las aceleradas fusiones de las compaas locales de informacin. La banca transnacional se ha convertido, en este proceso, en elemento clave de la industria multimedia y de telecomunicaciones. El nuevo complejo comunicacin-industria est hoy orientado, en este sentido, por los intereses privados de la industria y la banca transnacional. Las telecomunicaciones constituyen de facto parte vital de las actuales estrategias financieras. Los flujos invisibles de datos son uno de los factores
1
Pese a la creciente determinacin sobre los movimientos burstiles de grandes grupos econmicos como Dow Jones o la agencia Reuters en el desarrollo de la economa real, la investigacin sobre la influencia de estos grupos multimedia ligados a los grandes operadores financieros prcticamente brilla por su ausencia.
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tecnolgicos que explican el actual nivel de concentracin del sistema bancario. La necesidad de transmitir grandes volmenes de informacin en tiempo real prioriza la apropiacin tecnolgica como condicin indispensable para hacer efectivas las posibilidades de expansin de los movimientos de capitales (Hamelink 1981, 103). En cierto sentido, los flujos internacionales de informacin amplan las posibilidades de evadir cualquier tipo de control pblico sobre los flujos internacionales de capital. Como sealamos, el control de la tecnologa es hoy uno de los principales instrumentos para el dominio econmico mundial. Ms an, el control oligoplico de las nuevas tecnologas de la informacin constituye el principal factor de sostenimiento de las actuales relaciones econmicas. A travs del poder financiero, las corporaciones transnacionales invierten grandes sumas de dinero en polticas de I+D, privatizando el uso y explotacin productiva de las innovaciones tecnolgicas. De tal modo que la progresiva especializacin de los mercados y la expansin transnacional del capital financiero introduce una nueva divisin internacional del trabajo en torno al desarrollo de las redes telemticas de comunicacin. Sin ningn nimo reduccionista, puede decirse que las nuevas tecnologas de la informacin estructuran decisivamente el nuevo orden econmico internacional, pasando los estados nacionales a ser dependientes de las prcticas y flujos del capital transnacional. El concepto clave de esta novedosa realidad informativa es el de la sinergia empresarial como estrategia de los emporios transnacionales en ilimitada expansin comercial. Lo caracterstico de la creciente integracin en las fuerzas productivas de la informacin como materia prima es su desarrollo paralelo a la desregulacin liberalizadora, acompaada de la superconcentracin tanto vertical como horizontalmente, no ya slo de las ramas de esta industria, sino adems de sectores ajenos a la naturaleza de esta mercanca. A todos los niveles, nacional e internacionalmente, el control de la informacin es una necesidad estratgica de la economa. "La informacin como propiedad y el uso y control de la misma para defender la propiedad son caractersticas distintivas del capitalismo en los aos finales del siglo XX" (Schiller 1993, 70). Las corporaciones transnacionales en gran medida se han vuelto dependientes de los flujos de informacin para garantizar la circulacin de bienes y servicios en el mercado mundial. Es por ello que la produccin y las finanzas necesitan una mayor integracin de la infraestructura de comunicaciones. El equilibrio del mercado depende cada vez ms de la explotacin intensiva de la calidad simblica. Mientras "la produccin ampliada y las capacidades de distribucin han incrementado la ganancia en la produccin cultural" (Schiller 1993, 48). Tenemos as que las actividades de informacin-comunicacin constituyen una parte esencial de la base econmica en la que se fundamenta el modelo tardocapitalista. La sociedad de la informacin es de
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hecho definida como esquema interpretativo de la denominada nueva economa, a raz de la creciente participacin de algunos segmentos de la industria sobre el flujo de la comunicacin internacional. La economa de la informacin se identifica as con la tendencia posindustrial en la medida en que sta modifica las relaciones sociales a travs del progreso y desarrollo tecnolgico. En trminos econmicos, la expansin de las industrias culturales es concebida como: a. b. c. Un mayor estmulo del comercio internacional, que aumenta la demanda de lneas de produccin ms completas, relacionadas con el sector informativo. Un incremento de las inversiones en las industrias vinculadas con la informacin. La formacin de una red de transferencias tecnolgicas en el sector electrnico que vincula firmas de diferentes pases mediante acuerdos sobre licencias e intercambio de patentes2.
Como resultado de esta lgica discursiva y material, la distribucin y ejercicio del poder social se relaciona cada vez ms con los recursos e instrumentos de control de la informacin. La economa se volatiliza y estructura en relaciones inmateriales sus estrategias de valorizacin. Aunque las diferencias y correlaciones existentes entre descualificacin de la mano de obra y la creacin de nuevas funciones laborales ha dado pie a confrontadas interpretaciones, lo cierto es que la economa de la informacin se ha convertido hoy en el sector con mayores utilidades mientras la produccin y procesamiento estratgico de informacin constituye la clave de la productividad en un contexto econmico progresivamente informacional. La sociedad se transforma as en un elemento de produccin. "El desarrollo no es ya una consecuencia solamente de la acumulacin del capital. El desarrollo se da como resultado de un conjunto de factores sociales, entre los cuales el conocimiento (bajo la forma de investigacin cientfica y tcnica, de formacin profesional o permanente, de difusin de actitudes favorables a la transformacin continua de los factores de produccin, etc...) ocupa un lugar cada vez ms importante" (Daz Rangel 1985, 113). Por lo que conviene tomarlos en cuenta en cualquier estrategia de evaluacin alternativa a las actuales polticas de desarrollo social.
. Cfr. OCDE, El papel de los bienes de servicios de informacin en el comercio internacional, Pars, 1979.
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comunicativa. Es decir, la comunicacin tendra esencialmente un efecto y un cometido movilizador, orientado a tres objetivos principales: forjar una identidad fuerte y valorizada de la empresa; ayudar al surgimiento de una nueva gestin del trabajo; y participar en la modernizacin de la produccin. La funcin de forjar una identidad corporativa es quizs el principal objetivo comnmente aceptado por los especialistas en esta disciplina. Cabe subrayar, en este sentido, que a travs de la imagen externa la empresa ha sido capaz de redefinir los trminos tradicionales de relacin con la sociedad, instaurando un nuevo sentido de responsabilidad comercial como ejercicio de retrospeccin sobre los orgenes del capitalismo. Este uso estratgico de la comunicacin que elimina las fronteras entre sociedad/mercado y la organizacin productiva se perfila en los estudios de comunicacin organizacional de manera unificada. Jaeger y Rallet sealan que la novedad de las nuevas redes de comunicacin aplicadas al trabajo consiste en su capacidad de enlace entre las partes de la empresa, y entre stas y la sociedad. "La red no induce un modelo de organizacin social, mientras que el remodelaje tayloriano de las tareas implicaba intrnsecamente un modo de reorganizacin funcional" (Mige 1992, 54). Como resume Dieterich, "la relacin entre el hardware capitalista la tecnologa de los imperativos de ganancia - y su software (complemento) humano, es decir: el paradigma antropolgico que hace operativo lo primero, tiene que adquirir en la sociedad global un perfil diferente al de la etapa fordista, bsicamente por tres nuevas realidades: a) las empresas transnacionales, tanto en lo financiero como lo productivo y mercantil, aparecen como las entidades dinmicas formativas determinantes en la economa nacional e internacional (...), b) para las entidades formativas de la sociedad global , el mercado nacional deja de ser la plaza primordial de reproduccin de capital y c) los medios electrnicos de imgenes se vuelven globales y hegemnicos frente a las sociedades nacionales" (Dieterich 1995, 135-136). Desde una perspectiva estructural, Mattelart ha sido hasta el momento el nico autor que ha sabido destacar las implicaciones de esta mutacin social y econmica en curso. Considerando la lgica social de la economa poltica, "las redes, y ms generalmente las NTIC, se inscribiran as, con absoluta naturalidad en esta corriente de la gestin de las empresas, que, levantando acta del agotamiento de la organizacin cientfica del trabajo, pone el acento sobre todo en la produccin de informacin como condicin de la supervivencia econmica de la empresa: tanto en la imagen social de la misma, como en la continua formulacin de proyectos de empresa, en la experimentacin permanente de los mtodos de produccin y en la elaboracin de productos que integra mucho creatividad" (Mige 1992, 54). La ilusin del fetichismo tecnolgico que la mayora de autores expresan, al aislar la variable "nuevas tecnologas" en
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la interpretacin de las transformaciones del sistema productivo, resulta solidaria de las pretensiones demirgicas de las tcnicas de la comunicacin que muchos "managers" sostienen como supuesto en la aplicacin de sus polticas de Calidad Total. Mige distingue, a este respecto, dos fundamentos bsicos en la justificacin de este nuevo modelo: 1. La confianza en que el xito econmico en el mercado slo es factible actualmente logrando una fuerte cultura de empresa. 2. La creencia de que su compromiso en el proyecto civilizador garantiza la estabilidad y buena consecucin de los fines econmicos. En consecuencia, la comunicacin contribuye, segn esto, a la modernizacin de las empresas, de tres formas distintas: 1. Mediante el acceso a la informacin estratgica. 2. Reorganizando las condiciones de produccin. 3. Insertando a la empresa en un conjunto complejo de redes, servicios y tecnologas de la informacin, que garantiza el aprovechamiento de las alternativas de mercado. En la prctica, la aplicacin del nuevo saber-hacer gerencial consiste en la movilizacin de todos los recursos de la comunicacin interna para lograr la adhesin de la fuerza de trabajo a los objetivos fijados de antemano por la empresa (mejorar la productividad, perfeccionamiento de la calidad de la produccin, bsqueda de nuevos mercados, etc...). "Lo propio de la gestin empresarial participativa y de las dems formas de organizacin del trabajo ms informatizadas es, efectivamente, desarrollar un agudo sentimiento de responsabilidad ante la organizacin y, de ah, incluso de culpabilidad, si no se alcanzan los objetivos fijados, paradjicamente sin posibilidad de echar sobre el prjimo las dificultades" (Mige 1992, 58). "En los llamados talleres de la Nueva Era, el entrenamiento est diseado para intensificar los sentimientos de trabajo en equipo, lealtad a la compaa y autoestima... La mayora de los programas comparten una sencilla meta comn: aumentar la productividad por medio de la conversin de la apata del trabajador por la lealtad corporativa" (Schiller 1993, 11). Parafraseando a Negri, nos encontramos en el punto sin retorno segn el cual todo comportamiento vital es producto y, por consiguiente, toda singularidad, definida en el Unwelt de la explotacin, lucha por la
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libertad de vivir. La transversalidad informativa que favorecen a nivel interno las redes de la empresa para comprender y controlar todo el proceso productivo en su conjunto entra de lleno en la trama contradictoria del ser como potencia, haciendo inviable el dominio de la comunicacin y sus dinmicas transversales en el mbito de lo social: Desde el punto de vista de los procesos de subjetivizacin, la alternativa se resuelve con celeridad: para vivir debemos comunicar, para comunicar debemos liberarnos del control de la comunicacin. El tema revolucionario, que es el mismo que el de los procesos de subjetivizacin, es la toma de posicin de la comunicacin como mbito creativo de la multitud de las singularidades; es, por consiguiente, la afirmacin ontolgica de la comunicacin liberada. La comunicacin se convierte en horizonte humano en la que es el contexto de un proceso de liberacin (Negri 1981, 22). La contradiccin entre el fomento de una lgica participatoria que no participativa - y la identificacin del trabajador con el organismo corpreo de la empresa (luego inane y por tanto automtico, en cuanto automatizado) forma parte constituyente de las dinmicas contradicciones existentes entre por ejemplo las demandas del sector productivo y la dinmica de la enseanza formal, que gua actualmente el desarrollo de la comunicacin educativa, o entre la necesidad de conocimiento para el desarrollo social y la direccin economicista de las polticas de ciencia y tecnologa. El sector de la industria cultural y, en general, la economa de la informacin vive hoy atenazadas sus potencialidades emancipatorias, sometidos como estn al marco reduccionista del cientificismo econmico/tecnolgico que se traduce, a nivel micro, en una inconsistente aplicacin de las potencialidades tcnicas de las nuevas tecnologas de la informacin frente a la expresividad requerida al nuevo trabajador posindustrial en su creatividad dentro de los islotes de produccin. En definitiva, el viejo proyecto positivista del padre negado, aunque est originariamente en el trasfondo sustancial del modelo fordista de produccin, tambin fundamenta en la actualidad el paradigma toyotista reduciendo la complejidad de lo humano en la era del obrero social segn supuestos claramente organicistas. Ese fue el origen de las ciencias de la comunicacin y explica el hecho de que la flexibilidad laboral halle hoy su contrapeso en la rigidez de la norma, y en una educacin integral contemporizada por la homogeneizacin individualista. Por eso el nuevo modelo productivo de organizacin horizontal y de participacin de los trabajadores en la gestin de la empresa se reduce a la asuncin automtica de los valores, rituales y objetivos de la organizacin, por influjo directo de la mercadotecnia y la comunicacin corporativa; por eso la
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educacin tecnolgica consiste en una educacin reproductora, moderadamente reformista, de progreso en orden, segn la lgica de una fsica social - tal y como la entenda Comte, o como en su da describi Moles al hablar del nuevo muro de la comunicacin - , y por eso, tambin, hoy la comunicacin, la educacin y la economa tienen por objetivo fundamental en sus polticas de Investigacin y Desarrollo aprender a medir para tomar medidas: urbi et orbi.
sin duda se pueden ofrecer criterios consistentes de evaluacin, basados en una tica responsable de la comunicacin, ante el actual desarrollo de los nuevos medios de interaccin social y de codificacin que experimentan nuestras culturas. La perspectiva iberoamericana debera constituir sin duda alguna el alfa y omega, la condicin inexcusable para fundar un nuevo pensamiento comunicolgico, y desde luego un nuevo proyecto poltico-social para los pueblos que habitan y resisten culturalmente los embates diarios de la sociedad global en nuestra regin. Desde este punto de vista, Iberoamrica significa no slo la mirada necesaria de un nuevo horizonte de progreso. Constituye adems, de hecho, el punto de observacin preciso desde el que auspiciar un nuevo proceso instituyente que hara y hace posible la cooperacin y resolucin regional de los problemas ms graves que afectan a su vasto territorio, as como la comprensin integral de multitud de problemas que afrontan nuestros pases en el actual contexto histrico, favoreciendo un mayor compromiso epistemolgico de los estudiosos de la comunicacin y una nueva agenda de investigacin social. En esta lnea, el primer paso prioritario para el desarrollo de la Comunicologa iberoamericana es comenzar a discutir y repensar la centralidad econmica, poltica y cultural de la Sociedad de la Informacin. Tema, como decimos, determinante pero que en Latinoamrica, Espaa y Portugal apenas ha sido desarrollado, en buena medida porque las economas y los Estados dbiles en trminos de Negri y Cocco no han propiciado el conocimiento e inteligencia necesarios para salir de esta paradoja, concentrndose actualmente el esfuerzo inversor de la Administracin Pblica en I+D, con relacin a este rubro, en proyectos netamente tecnolgicos o de clara orientacin instrumental, mientras las Ciencias de la Comunicacin se debaten en la perplejidad del cambio digital sin apenas capacidad de reaccin e iniciativa, y desde luego sin los recursos necesarios para pensar y dirigir el cambio estratgico asociado a esta migracin tecnolgica. Ahora bien, como en todo periodo de mudanza, soplan tambin vientos de otra intensidad y direccin. En el ltimo lustro, han tenido de hecho lugar en la regin diferentes experiencias locales y alternativas potencialmente movilizadoras que apuntan la posibilidad de reordenamiento y recuperacin de la palabra y el pensamiento crtico emancipador perdidos. Es el caso por ejemplo del denominado movimiento Ibercom, o especficamente el de la Unin Latina de Economa Poltica de la Informacin, la Comunicacin y la Cultura (ULEPICC), propuestas que, con ms o menos acierto, vienen dejando en evidencia la necesidad de estudios comparados, de plataformas supranacionales de encuentros y espacios de interlocucin compartidos por investigadores, profesionales y organizaciones cvicas a uno y otro lado de ambos continentes con un similar objetivo: Pensar y transformar las formas de comunicacin, a partir del conocimiento crtico-reflexivo de los diversos problemas histricos, tecnolgicos, cognitivos, ideolgicos y culturales de los
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nuevos medios y mediaciones informativas que se discuten en el campo de las Ciencias de la Comunicacin; un trabajo o tarea intelectual que debe ser capaz de propiciar una poltica comn en nuestro espacio regional entre diferentes tipos de actores del campo de la comunicacin y la cultura. La iniciativa, ciertamente, no es nueva, pero s necesariamente revitalizada hace relativamente poco tiempo, tras un parntesis de renuncia al pensamiento crtico y al dilogo cultural que bien ha ocupado desde hace aos muchos de los encuentros de la Asociacin Latinoamericana de Investigadores en Comunicacin (ALAIC) y de la Federacin Latinoamericana de Facultades de Comunicacin Social (FELAFACS) centrados en torno a la identidad cultural y al espacio de integracin poltica y econmica de nuestros pases.
que algunos autores hemos dado en llamar el espritu McBride. Y esta, a nuestro entender, no es una tarea menor. Pero si tuviramos que hacer una historia sinttica del desarrollo y progreso de la Economa Poltica de la Comunicacin regional es preciso tratar de ser ms detallista, entre otras razones porque la historia de la investigacin en comunicacin en Amrica Latina nos muestra recorridos de amplia variedad temtica. En esta trayectoria o secuencia, no deja de llamar la atencin el escaso lugar que se le ha otorgado a los estudios de Economa Poltica de la Comunicacin. A diferencia de los Estados Unidos y Europa, donde poseen una cierta tradicin, en Iberoamrica, pese a la explosin y crecimiento de las carreras de Ciencias de la Comunicacin, los estudios de Economa Poltica han quedado en la mayora de los casos marginados de la agenda curricular. Situacin paradjica cuando destacados investigadores como Ral Fuentes sealan que el origen de la investigacin comunicolgica latinoamericana viene marcada por la importacin de los enfoques econmico-polticos de Herbert Schiller y la escuela crtica de Frankfurt surgidos como rplica a las orientaciones funcionalistas que predominaban en los estudios de comunicacin desde los aos 50. La decisiva influencia de la llamada escuela norteamericana, partiendo de Dallas Smythe y Herbert Schiller, junto a la importacin de los conocimientos de la academia britnica y francesa vinculados a la produccin intelectual de Nicholas Garnham, Peter Golding y Graham Murdock, por un lado, y Patrice Flichy y Bernard Mige, por otro, terminarn determinando as la agenda de investigacin en Amrica Latina. Tal legado intelectual habra sin embargo de perdurar un corto periodo de tiempo, y salvo contadas excepciones no lograra permear las mallas curriculares y las culturas acadmicas de formacin e investigacin universitarias. A modo de esquema didctico de visualizacin del desarrollo acadmico del pensamiento crtico y econmico-poltico en comunicacin, podramos hablar de tres grandes etapas en la Academia Iberoamericana: 1. El nacimiento de una identidad y programa iberoamericanos de comunicacin. Frente a la prevalencia y hegemona del funcionalismo estadounidense, en los aos sesenta, se hace visible y manifiesto un movimiento potente de cuestionamiento y crtica terica del modelo hegemnico de teorizacin y praxis comunicacional. En el marco de la teora de la dependencia y del Nuevo Orden Mundial de la Informacin y la Comunicacin, la Economa Poltica se reconoce como matriz de referencia obligada para pensar crticamente las mediaciones del imperialismo angloamericano. Pero este discurso terminar por ser dominado por un enfoque keynesiano y desarrollista derivado del protagonismo de la CEPAL en la que autores como
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Oswaldo Sunkel, Celso Furtado y Anbal Pinto formulan algunas de sus principales aportaciones. El legado marxista actualiza no obstante en este periodo lecturas innovadoras sobre el papel del indigenismo, el campesinado y las relaciones desequilibradas centro-periferia no slo de la economa internacional, sino en el interior mismo de las economas dependientes. Por otra parte, autores como Luis Ramiro Beltrn formulan crticas epistemolgicas sustanciales al paradigma informacional, proponiendo modelos de comunicacin y desarrollo sostenibles y democrticos, frente al modelo de difusin de innovaciones. Al mismo tiempo, en el marco del debate sobre el NOMIC, se definen por vez primera las Polticas Nacionales de Comunicacin (PNC) que en Latinoamrica abonarn el terreno a la formulacin terica de nuevas propuestas y matrices de conceptualizacin del campo de la comunicacin y la cultura. 2. La reaccin conservadora. En la dcada de los 80, tras la publicacin del Informe McBride, el contexto de recesin y reorganizacin del capitalismo monopolista terminar arrinconando los discursos y formulaciones polticas democratizadoras al fragor de las activas campaas liberalizadoras de la revolucin conservadora. No slo quedaron en papel mojado las propuestas del NOMIC y de las PNC en el seno de la UNESCO, sino que adems, a escala global, los mercados experimentarn un intensivo proceso de concentracin y liberalizacin que, en el plano de la teora, llevar aparejado la derrota de la teora crtica y toda pretensin reformista en la Academia y las polticas pblicas regionales. En este marco, el discurso del imperialismo y la dependencia cultural son relegados al olvido en virtud de una praxis terica funcional a los intereses relativistas y funcionales del mercado. Un sntoma de este desplazamiento en la agenda y epistemologa de la comunicacin es la prevalencia del enfoque cultural y subjetivista de investigacin en comunicacin, con un nfasis destacado en la audiencia y los procesos de consumo cultural que en poco o nada cuestionarn la estructura dominante de comunicacin. 3. La emergencia de la memoria comunicolgica. En los aos noventa, especialmente en la segunda mitad, asistimos, tras ms de una dcada de polticas neoliberales, a una recuperacin de la memoria histrica y del pensamiento crtico emancipador, que vuelve a situar en el debate pblico los problemas estratgicos del Nuevo Orden Mundial de la Informacin y la Comunicacin. Al calor de movimientos como el Foro Social Mundial de Porto
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Alegre, investigadores fundamentalmente brasileos, argentinos y espaoles, vuelven a plantear la necesidad de una nueva agenda poltica internacional en materia de comunicacin y cultura. Surgen en este contexto iniciativas como ULEPICC que, junto a la activacin de organizaciones tradicionales como OCLACC o la WACC, comienzan a tratar de articular la voluntad decidida de caminar en una nueva direccin poltica. En este escenario, hoy asistimos a la emergencia de un polo de contestacin y crtica social a los supuestos indiscutidos que no indiscutibles del proyecto civilizador del neoliberalismo, tras dos dcadas de hibernacin, cuando no de acoplamientos y repliegue social de la izquierda, que permitieron los proyectos de concentracin y privatizacin intensiva de sectores estratgicos para el desarrollo nacional en materia de comunicacin. Desde el Primer Encuentro Contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, celebrado en Chiapas, al ltimo Foro Social de Porto Alegre (FSM), el proceso de reconstruccin de las fuerzas de progreso ha sido desde entonces ms que significativo, favoreciendo la articulacin de redes asociativas incluso entre aquellos investigadores que, desde una visin democrtica y econmico-poltica crtica, hoy estn ya en condiciones de comenzar a definir propuestas constructivas trascendentales para el campo de la comunicacin y la cultura regional. A diferencia de la dcada de los sesenta y setenta, el reto hoy sera contribuir a reforzar la poltica de articulacin de los necesarios y deseables vnculos entre investigadores crticos de la comunicacin, estudiantes de licenciatura y postgrado, colectivos profesionales y organizaciones cvicas y movimientos sociales de democratizacin cultural, reunidos en foros de referencia como el FSM para reorientar los debates pblicos, las agendas de investigacin y, claro est, las polticas comunicacionales. En este empeo, cabe destacar sobremanera el intento de una serie de investigadores hoy agrupados en la Unin Latina de Economa Poltica de la Informacin, la Comunicacin y la Cultura (ULEP-ICC), que tratan por todos los medios de recuperar el anlisis de la produccin de las industrias culturales en forma articulada a partir de la teora del valor-trabajo. Para el colectivo de autores integrados en esta asociacin, la investigacin en comunicacin debe recuperar el anlisis de la forma econmica del desarrollo de las industrias culturales para vincularlo al estudio de los consumos y abrir el debate en torno a las polticas de medios y la organizacin democrtica de la informacin y la cultura, como en su momento trat de plantear el movimiento internacional del NOMIC. Desde esta perspectiva, y atendiendo al marco de desarrollo de la Sociedad de la Informacin, hoy en ULEP-ICC entendemos que la Economa Poltica de la Comunicacin enfrenta tres tareas bsicas. En primer lugar, la
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teora materialista de la comunicacin debe tratar de recuperar las discusiones planteadas en torno a la propiedad de los medios, a la vez que procura trabajar en la definicin de polticas democrticas de comunicacin luchando por un contexto internacional ms justo en la distribucin de los recursos y flujos de informacin. En este sentido, cada vez ms aparece como impostergable la tarea de actualizar los diagnsticos sobre la propiedad de los medios nacional e internacionalmente, ms an cuando la concentracin y desigualdades superan con creces los pronsticos ms pesimistas de los aos 70. En segundo lugar, creemos que es imprescindible sistematizar el anlisis terico del funcionamiento de las industrias culturales. Para comprender su lgica, no slo es preciso realizar el estudio macroeconmico de los medios, su participacin en el proceso de acumulacin del capital y la participacin del Estado, sino contemplar adems las formas particulares de produccin, las caractersticas de las mercancas culturales y la valorizacin de capitales en cada sector. Y, en tercer lugar, la Economa Poltica de la Comunicacin debe plantearse un programa de intervencin que vincule nuevamente la academia con las prcticas y las organizaciones sociales a diferencia del aislamiento vivido en la dcada de los setenta entre teora crtica y movimientos populares, que termin por convertir las demandas de democracia informativa en coartadas polticas de los gobiernos de turno y en subterfugios retricos para una ms profunda y radical liberalizacin de la estructura monoplica u oligopolista de los medios de comunicacin. En el cumplimiento de estos objetivos, la Economa Poltica de la Comunicacin debe cmo es lgico reformular sus supuestos y puntos de partida tericos desde una perspectiva regional.
comn y colectivo de toda produccin inmaterial. Ms an, el trabajo y el valor se han hecho biopolticos, en el sentido de que vivir y producir tienden a hacerse indistinguibles. En tanto que la vida tiende a quedar completamente absorbida por actos de produccin y reproduccin, la vida social misma se convierte en una mquina productiva (Negri/Hardt, 2004: 179). La constatacin de esta idea exige, por consiguiente, una reformulacin de nuestra perspectiva de estudio. Tenemos por delante problemas urgentes como la inclusin digital, el pluralismo y la diversidad cultural en los medios y, ms all an, el sentido mismo de ser ciudadano en un mundo global abierto y culturalmente con/fuso. Cmo abordar con garantas de xito estas cuestiones apremiantes para los estudios de comunicacin, desde un enfoque transformador, democrtico y dialgico; cmo construir democracia, democratizando el conocimiento comunicolgico no resultan cuestiones menores que puedan ser despachados sin ms en un artculo. No es objeto desde luego de estas breves notas al margen dar respuestas acabadas, pero s al menos apuntar una idea que se puede traslucir de la lectura del conjunto de elementos planteados en este artculo y de algn modo implcitos en estas notas, a saber: Es necesario recuperar el pasado y, con este legado, pensar los derechos y problemas polticos de la comunicacin en nuestro tiempo. Es necesario, en fin, pensar el problema de la ciudadana desde la comunicacin reactualizando el legado de la teora crtica latinoamericana y su cultivo de temas, problemas y conceptos de referencia. Desde su diversidad de planteamientos y objetos de estudio, las contribuciones de la Economa Poltica de la Comunicacin pueden en esta lnea reactivar su voluntad de cambio contribuyendo a la democracia poltica, econmica y cultural que hoy la estructura dominante de informacin cercena o realimenta, en funcin de las clausuras o aperturas institucionales de orden prctico, sirviendo el enfoque econmico-poltico de la Comunicologa una caja de herramientas con la que articular nuevas propuestas y modelos de mediacin, tambin tericamente por supuesto. De la digitalizacin audiovisual al modelo de desarrollo de las Nuevas Tecnologas de la Informacin y la Comunicacin y su insercin socioeducativa, el problema de la ciudadana en la era de la comunicacin total sita claramente claves econmico-polticas fundamentales con las que comprender y perfilar crticamente, en un sentido prospectivo, la lgica dominante de las industrias culturales. El problema, sin embargo, paradjicamente, es cmo el pensamiento y la teora crtica pueden articular, en este tiempo de colonizacin de la ciencia, un discurso y pensar otro que religue y actualice la potencia intempestiva de la teora como praxis emancipadora y que, en nuestro caso, contribuya a un diagnstico y transformacin radical del universo de la comunicacin, fundando las bases de una nueva mirada crtica en el contexto general de informatizacin y colonizacin de los
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espacios de vida y de agudizacin de las desigualdades y de la divisin internacional del trabajo intelectual. Como decimos pocas respuestas pueden ser formuladas a priori. S parece claro, no obstante, que este trabajo, de orden prctico, debe ser sostenido sobre las bases de un nuevo conocimiento sociopoltico de las lgicas sociales de la comunicacin, acometiendo, desde el punto de vista acadmico, al menos cuatro lneas de reflexin: - La genealoga crtica de las polticas pblicas en materia de comunicacin para sistematizar y redefinir nociones sustantivas como la de servicio pblico, poco o nada sistematizadas en el campo de la comunicacin, cuando no excluidas del debate pblico por el imperio de las polticas liberales, especialmente a lo largo de las dos ltimas dcadas. - El anlisis comparado entre bloques regionales y experiencias locales de creatividad social que capitalicen el saber-hacer, las polticas generativas y emancipadoras de organizaciones y colectivos sociales a uno y otro lado del continente donde mayor desarrollo han experimentado los medios y las polticas pblicas de comunicacin. - La apropiacin social de las nuevas tecnologas de la informacin exige multiplicar y expandir en el espacio social los foros de debate sobre la Sociedad Global de la Informacin bajo liderazgo del Tercer Sector, impulsando dinmicas de trabajo, propuestas de articulacin y polticas pblicas transformadoras de lo local a lo global. En este sentido, parece prioritario investigar y conocer el papel de los movimientos sociales a lo largo de las ltimas dcadas: qu polticas informativas organizan la accin colectiva y de conflicto social de los movimientos emancipadores, su papel en el espacio local y regional, las formas de intervencin en las polticas culturales de base nacional y transnacional, su capital cognitivo, la historia de las luchas y la potencia generativa que les identifican para un nuevo programa de organizacin del sector desde las experiencias acumuladas por las fuerzas histricas de transformacin. - Y, desde esta experiencia prctica concreta, el diseo de una nueva agenda de investigacin, evaluando las polticas pblicas en la materia y el estado del arte del conocimiento cientfico en comunicacin, desde una perspectiva crtica que analice en
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detalle la lgica, tica y retrica poltica de las iniciativas contemporneas que se vienen implementando a nivel transnacional. En definitiva, el campo de la Economa Poltica de la Comunicacin est hoy situado en un tiempo-encrucijada que nos plantea como reto urgente mirar desde nuevas posiciones y estilos de pensamiento el reto de la transformacin de las ecologas de vida cultural en el Sistema-Mundo definiendo, prioritariamente, una agenda informativa ciudadana con capacidad de redefinir los tpicos pblicos y avanzar como en parte est haciendo la campaa CRIS los ejes del problema de las polticas pblicas en materia de comunicacin y la diversidad cultural, partiendo de un dilogo y un trabajo de coordinacin productiva entre organizaciones sociales, academia, ciudadana y poderes pblicos, tal y como apuntbamos pginas ms atrs. Partimos en este sentido con una ventaja. La hiptesis del colectivo de investigadores que participan de esta idea en ULUPEICC es que tal proyecto es viable preferentemente desde la periferia del sistema hegemnico de comunicacin. Desde los pases dependientes de Amrica Latina y otras regiones del Sur es ms consistente y proyectiva la crtica general del modo de produccin informativa en la denominada Sociedad del Conocimiento. Y, en tal sentido, los trabajos desarrollados en el seno de ULEPICC dan cuenta de tal posibilidad y del potencial creativo por explorar al margen de la investigacin y los programas instituidos en la cultura acadmica dominante del neofuncionalismo angloamericano o del idealismo culturalista de la nueva crtica humanista posmoderna. La tradicin econmico-poltica y dialctica del campo latino de la investigacin en comunicacin no ha alcanzado sin embargo la madurez y volumen suficientes para revertir los paradigmas hegemnicos en la academia y el mbito profesional de los comunicadores hasta el momento (Bolao/Mastrini/Sierra 2005, 17-31). Si la Economa Poltica de la Comunicacin, o ms ampliamente la Economa Poltica del Conocimiento, aspira a proyectar formas de habitar e imaginar el mundo diferentes, ecolgicamente potentes y articuladas, integradas socialmente y productivas desde el punto de vista cultural, la teora crtica y la izquierda deben para ello acometer al menos tres tareas estratgicas en su programa de trabajo, an pendientes de conclusin: 1. Identificar, a modo de lectura sintomtica (Althusser dixit) la trama de problemas y teoras con las que se conciben las realidades persistentes del nuevo entorno informativo: la red de discursos, tendencias y construcciones conceptuales que la definen a fin de reconocer el campo de luchas y voces que hoy enmarcan los lmites de la accin y el pensamiento emancipadores. En este empeo, el concepto-fetiche de globalizacin constituye hoy el principal referente terico que determina el debate poltico e
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intelectual en el campo de la comunicacin. El modo de tratar estos cambios y sus implicaciones ideolgicas es, como sabemos, divergente. Por lo general, como resultado del alcance de las modificaciones experimentadas en la cultura, la trama compleja y contradictoria de los efectos socioculturales producidos por la globalizacin ha dado pie a reeditar recurrentes formas de reduccionismo del fenmeno globalizador poco ilustrativos a la hora de desentraar prospectivamente posibles tendencias de futuro. Esta cultura de investigacin ha condicionado en las dos ltimas dcadas incluso el trabajo cientfico de reputados y comprometidos analistas de la comunicacin, de tal manera que hoy prcticamente son marginales las propuestas que, desde una visin global y totalizadora, pretendan dar cuenta de la lgica de la mundializacin informativa a partir de la crtica econmicopoltica de la comunicacin. Antes bien, el peso de la mayora de los anlisis de la globalizacin meditica recae en el factor tecnolgico, actualizando frmulas deterministas cuestionadas hace aos por su visin limitada de la lgica comunicacional. Los estudios sobre la naturaleza informada de la sociedad contempornea en el pensamiento social dibujan as, en nuestro tiempo, un escenario contradictorio, y relativamente indeterminado, segn la inercia de las propias mquinas de informar. La lgica transversal de los procesos informativos contemporneos como base de los sistemas de valor del nuevo modelo de regulacin social rompe no obstante las fronteras y los sistemas de valor del nuevo modelo de regulacin social, y comienza a hacer cada da ms visible las contradicciones sociales que traslucen los discursos cientficos y las polticas pblicas que articulan el proceso de cambio acelerado de la llamada por Bauman modernidad lquida. 2. Para que estas contradicciones sean dialcticamente productivas, parece conveniente, en la actual crisis y marginalidad de los estudios econmico-polticos o, genricamente, crticomaterialistas de la comunicacin, un anlisis genealgico de reconstruccin histrica, a modo de retrospeccin disciplinaria, que haga comprensible las contradictorias condiciones sociales, acadmicas y poltico-culturales que determinan el alcance del pensamiento emancipador en comunicacin desde el punto de vista de los temas, mtodos, problemas y saber acumulado de la realidad social en las nuevas formas de mediacin. El primer reto, sin duda, es la reconstruccin histrica de la formacin de nuestros objetos de conocimiento. Y es vital que este proceso se haga en regiones culturales como Latinoamrica precisamente
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por su situacin perifrica en el sistema global de informacin, puesto que la mirada excntrica y excluida de la teora crtica latinoamericana es la que mejor puede favorecer la reconstruccin de las lgicas incluyentes de la Sociedad Global, haciendo explcitos, discursivamente y en la prctica cultural, las reglas, formas de control y dispositivos reguladores del modelo dominante de globalizacin informativa no slo a nivel de las industrias de la conciencia, sino ms all an respecto a las lgicas de produccin del conocimiento comunicacional que determina la actual divisin internacional del trabajo intelectual. Mxime si consideramos que el campo de la produccin, circulacin y consumo acelerado de mercancas culturales, pero tambin el de la produccin mediatizada de la vida, de los procesos biolgicos y cognitivos, constituyen el ncleo de control y desarrollo de la sociedad global. De modo que el estudio de los problemas convencionales de la Economa Poltica de la Comunicacin no pueden ya circunscribirse a la dimensin social de la comunicacin sino que han de tratar de concebir y religar tales procesos socioculturales con la produccin industrial de las mentes y los cuerpos en el trabajo humano (en un sentido antropolgico) y el problema estratgico del conocimiento en la valorizacin y reproduccin de la vida social y humana y los sistemas de reproduccin sociocultural. Los principales sectores estratgicos de la economa industrial, influidos por el desarrollo de las tecnologas informacionales y la gestin del conocimiento, hoy demuestran la constitucin de una nueva e intensiva lgica de subsuncin del trabajo intelectual. Este es el elemento central de la actual reestructuracin productiva. El plusvalor hoy se produce en torno a la extraccin de las energas mentales de los trabajadores, mucho ms que de sus energas fsicas. Un proceso generalizado de intelectualizacin de la produccin y del consumo incide sobre las capacidades cognitivas de los hombres y mujeres, formando un extendido intelecto general que caracteriza, segn Marx, una situacin en la que la dominacin capitalista se muestra anacrnica, sealando la posibilidad concreta de superacin, ligada al carcter esencialmente informtico y comunicacional de la nueva estructura del capitalismo, dependiente de dos factores nucleares del proceso de cambio tardocapitalista: la virtualizacin de los espacios sociales y los mundos de vida y su colonizacin y, paralelamente, la extensin de la lgica biopoltica con la aceleracin del proceso de valorizacin de la ciencia y la tecnologa, que hoy convierte directamente, ya no de forma indirecta, el dominio del conocimiento un campo
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estratgico para la ampliacin del sistema de produccin del capital y de conformacin de sentido en el control y gobierno del cambio social. 3. Finalmente, el programa de trabajo de la Economa Poltica de la Comunicacin no puede ser epistemolgicamente coherente con su lgica cientfica si esta forma de triangulacin recursiva no es acompaada por el cuestionamiento de las formas de posicionamiento y compromiso social de la teora con la praxis de los movimientos sociales de la regin en su proyeccin histrica, religando la actividad investigadora con la mirada y el afn emancipador de estos colectivos. De lo contrario, se terminara reeditando el fracaso del NOMIC y del aislamiento social, y en definitiva poltico, de la teora crtica, como ya sucediera hace dcadas. Si bien las contradicciones fundamentales de este nuevo orden imperial pueden parecer imperceptibles por el control totalitario del mando informacional, mostrndose ilocalizables, invisibles y elusivos los puntos de articulacin y transformacin liberadoras, las alternativas de cambio y movilizacin colectiva proliferan y se multiplican en los pliegues del sistema. As, las formas reticulares de lo espectacular integrado no slo organizan los procesos de reproduccin sino tambin las formas de cooperacin y comunicacin social dentro y fuera del sistema. Ahora, desde qu bases y perspectivas puede activar el poder de la crtica sus dispositivos emancipadores?, qu alternativas tenemos para la accin transformadora?, cmo pueden ser reorientados los medios y tecnologas de la informacin en un sentido democrtico?, qu lneas y mbitos de actuacin son prioritarios para el diseo alternativo de una Sociedad de la Informacin, en verdad, para todos? De nuevo no tenemos respuestas concluyentes. Pero desde luego, en este proceso, como en otros, no se puede partir de cero. Las redes cvicas, los telecentros comunitarios o las plataformas pblicas altermundialistas estn generando formas innovadoras de apropiacin y uso de las Nuevas Tecnologas de la Informacin y la Comunicacin que deben ser exploradas y asumidas conceptualmente en la revitalizacin de los procesos creativos de organizacin y desarrollo social hasta la fecha apenas consideradas por la teora crtica. Los movimientos sociales demuestran hoy una gran capacidad de innovacin y creatividad social, adems de un grado de conocimiento y conciencia comunicacional, mucho ms elevada que hace dcadas, al disponer de herramientas de reflexividad y autoorganizacin de gran potencia y complejidad en la evaluacin de sus acciones y
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transformacin del entorno. Las organizaciones sociales son hoy, en otras palabras, comunidades inteligentes dispuestas para la accin y el cambio social. Y este es, a nuestro modo de ver, la principal aportacin de las NTIC, que nos lleva a pensar la comunicacin vinculada a la accin, al desarrollo y necesidades radicales de los sujetos y conjuntos humanos. Posibilidad que el propio desarrollo tecnolgico del sistema capitalista aporta, pero que no puede realizar en el interior del mismo, sin la accin transformadora y creativa de autoorganizacin de los sujetos, de los trabajadores intelectuales o intelectualizados del nuevo capitalismo electrnico. Ante esta limitada socializacin de la informacin, el conocimiento y los nuevos medios de expresin y reproduccin cultural, la comunidad acadmica de la comunicacin debe hacer frente a las insuficiencias terico-conceptuales y metodolgicas de una cultura investigadora que abstrae las condiciones reales de construccin del saber y anula la potencia creativa y autnoma de lo social, desvinculando fsica, material y mentalmente los nodos de la red que nos produce y hace hoy potencialmente viable la transformacin del mundo del capital. De la asuncin de una cultura comn reflexiva y crtica vinculada a las redes sociales antiimperiales depende, en este sentido, el futuro de la alternativa democrtica a la Sociedad Global de la Informacin. La Economa Poltica de la Comunicacin puede ser el punto de partida para entender, en este proceso, las relaciones sociales desde una perspectiva abierta, no reduccionista y crtica. Este es el espritu de la Carta de Buenos Aires y el origen de la actual ULEP-ICC, una red emergente de investigacin internacional que, en los ltimos cinco aos, viene trabajando en la articulacin, agrupamiento y promocin de la investigacin y el desarrollo al servicio de un proyecto de construccin colectiva de un Nuevo Sistema Mundial de Comunicacin y Democracia a partir de la crtica de los desniveles, apropiaciones y desigualdades que imperan en el modelo de dominacin informativa mundial. Sabemos que el camino por recorrer es largo y los desafos cientficos, como las polticas, mltiples. Slo esperamos que nuestro esfuerzo colectivo, por lo pronto, d testimonio de la emergencia de un saber otro y contribuya al debate pblico y acadmico sobre la nueva Sociedad Global de la Informacin demostrando que no hemos renunciado a nuestra imaginacin comunicolgica, que podemos, en fin, imaginar otra comunicacin posible, que podemos, una vez ms, imaginar el futuro, porque, entre otras razones, no hemos perdido nuestra memoria histrica.
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Bibliografa bsica
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Resumen Lo complicado de la estructura narrativa de las identidades es que hoy da stas se hallan trenzadas y entretejidas a una diversidad de lenguajes, cdigos y medios que, si de un lado son hegemonizados, funcionalizados y rentabilizados por lgicas de mercado, de otro lado abren posibilidades de subvertir esas mismas lgicas desde las dinmicas y los usos sociales del arte y de la tcnica movilizando las contradicciones que tensionan estas nuevas redes de mediacin. Abstract What makes difficult to understand narrative structure of identities today is that these are interweaved to different languages, codes and media which, if on the one hand are made functional and profitable by market logics, on the other hand are opened to possibilities of subverting these same logics, from social uses of art and technique that bring about contradiction in these new mediation nets. Palabras clave Cultura / Comunicacin / Globalizacin / Tecnologa / Internet Keywords Culture / Communication / Globalisation / Technology / Internet Sumario 1. Comunicacin y cultura en la era global. 2. Mediacin tecnolgica del conocimiento y lazo social. 2.1. Peculiaridades latinoamericanas de la sociedad del conocimiento. 2.2. Un entorno de saberes difuso y descentrado. 2.3. Cambios en los mapas laborales y profesionales. 3. Transformaciones de la visualidad cultural. Summary 1. Communication and culture in the global etra. 2. Technological mediation of knowledge and social tie. 2.1. Latin American peculiarities of society of knowledge. 2.2. An environment of vague and disoriented knowledges. 2.3. Changes in working and professional maps. 3. Transformations of cultural visibility.
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El pensamiento actual acerca de las relaciones entre cultura y tecnologa llega mayoritariamente a conclusiones desesperanzadas y se detiene. Los conservadores culturales dicen que la televisin por cable es la ltima ofrenda de la caja de Pandora y la transmisin por satlite coronar la torre de Babel. Al mismo tiempo una nueva clase de intelectuales, que dirige los centros en que operan las nuevas tecnologas culturales e informticas, habla confiadamente de su producto. Ninguna de esas posturas es un suelo firme. Lo que tenemos es una psima combinacin de determinismo tecnolgico y pesimismo cultural. As, conforme una tras otra de las viejas y elegantes instituciones se ven invadidas por los imperativos de una ms dura economa capitalista no resulta sorprendente que la nica reaccin sea un pesimismo perplejo y ultrajado. Porque no hay nada que la mayora de esas instituciones quiera ganar o defender ms que el pasado, y el futuro alternativo traera precisa y obviamente la prdida final de sus privilegios. Raymond Williams
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comunicacin que siguen desconociendo la competencia comunicativa de los ciudadanos. La comunicacin de las culturas deja entonces de tener la figura del intermediario entre creadores y consumidores para asumir la tarea de disolver esa barrera social y simblica descentrando y desterritorializando las posibilidades mismas de la produccin cultural y sus dispositivos. Corroborando esa imbricacin entre cultura y comunicacin emergen los dos procesos que estn transformando radicalmente el lugar de la cultura en nuestras sociedades: la revitalizacin de las identidades y la revolucin de las tecnicidades. Los procesos de globalizacin estn reavivando la cuestin de las identidades culturales tnicas, raciales, de gnero, locales, regionales- hasta el punto de convertirlas en dimensin protagnica de muchos de los ms violentos y complejos conflictos internacionales de los ltimos aos, al mismo tiempo que esas identidades estn reconfigurando la fuerza y el sentido de los lazos sociales, y las posibilidades de convivencia en lo nacional y en lo local. Y es que en cuanto proceso de inclusin/exclusin a escala planetaria, la globalizacin est convirtiendo a la cultura en espacio estratgico de compresin de las tensiones que desgarran y recomponen el estar juntos, y en lugar de anudamiento de todas sus crisis polticas, econmicas, religiosas, tnicas, estticas y sexuales. De ah que sea desde la diversidad cultural de las historias y los territorios, de las experiencias y las memorias, desde donde no slo se resiste sino que se negocia e interacta con la globalizacin y, por tanto, desde donde se acabar por transformarla. Pues lo que galvaniza hoy a las identidades como motor de lucha es inseparable de la demanda de reconocimiento y de sentido. Y ni el uno ni el otro son formulables en meros trminos econmicos o polticos, pues ambos se hallan referidos al ncleo mismo de la cultura en cuanto mundo del pertenecer a y del compartir con. Razn por la cual la identidad se constituye hoy en la fuerza ms capaz de introducir contradicciones en la hegemona de la razn instrumental. De otra parte, atravesamos una revolucin tecnolgica cuya peculiaridad no reside tanto en introducir en nuestras sociedades una cantidad inusitada de nuevas mquinas sino en configurar un nuevo entorno o ecosistema comunicativo. Es al constituirse en tercer entorno (Echevarria, 1999) que se imbrica en los entornos natural y urbano/social- como la tecnologa digital est configurando nuestros modos de habitar el mundo y las formas mismas del lazo social.
eso estaba hecha la identidad. Pero decir identidad hoy implica tambin si no queremos condenarla al limbo de una tradicin desconectada de las mutaciones perceptivas y expresivas del presente- hablar de redes, y de flujos, de migraciones y movilidades, de instantaneidad y desanclaje. Antroplogos ingleses han expresado esa nueva identidad a travs de la esplndida imagen de moving roots, races mviles, o mejor races en movimiento. Para muchos del imaginario sustancialista y dualista que todava permea la antropologa, la sociologa y hasta la historia, esa metfora resultar inaceptable, y sin embargo en ella se vislumbra alguna de las realidades ms fecundamente desconcertantes del mundo que habitamos. Pues como afirm el antroplogo cataln Eduard Delgado: sin races no se puede vivir pero muchas races impiden caminar (Delgado, 2000). El nuevo imaginario relaciona la identidad mucho menos con mismidades y esencias y mucho ms con trayectorias y relatos. Para lo cual la polisemia en castellano del verbo contar es largamente significativa. Contar significa tanto narrar historias como ser tenidos en cuenta por los otros. Lo que entraa que para ser reconocidos necesitamos contar nuestro relato, pues no existe identidad sin narracin ya que sta no es slo expresiva sino constitutiva de lo que somos (Bhabha, 1977; Marinas, 1995). Para que la pluralidad de las culturas del mundo sea polticamente tenida en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades pueda ser contada, narrada. Y ello tanto en cada uno de sus idiomas como en el lenguaje multimedial que hoy los atraviesa mediante el doble movimiento de las traducciones -de lo oral a lo escrito, a lo audiovisual, a lo hipertextual- y de las hibridaciones, esto es de una interculturalidad en la que las dinmicas de la economa y la cultura-mundo movilizan no slo la heterogeneidad de los grupos y su readecuacin a las presiones de lo global sino la coexistencia al interior de una misma sociedad de cdigos y relatos muy diversos, conmocionando as la experiencia que hasta ahora tenamos de identidad. Lo que la globalizacin pone en juego no es slo una mayor circulacin de productos sino una rearticulacin profunda de las relaciones entre culturas y entre pases, mediante una des-centralizacin que concentra el poder econmico y una des-territorializacin que hibrida las culturas. Si tanto individual como colectivamente las posibilidades de ser reconocidos, de ser tenidos en cuenta y contar en las decisiones que nos afectan, dependen de la expresividad y eficacia de los relatos en que contamos nuestras historias, ello es aun ms decisivo en este permanente laboratorio de identidades que es Amrica Latina. Trazar a mano alzada algunos trazos del mapa en que se sitan los principales cambios en el mapa de las identidades culturales: las formas de supervivencia de las culturas tradicionales, las oscilaciones de la identidad nacional y las aceleradas transformaciones de las culturas urbanas.
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En lo que se refiere las culturas tradicionales campesinas, indgenas y negras estamos ante una profunda reconfiguracin de esas culturas, que responde no slo a la evolucin de los dispositivos de dominacin sino tambin a la intensificacin de su comunicacin e interaccin con las otras culturas de cada pas y del mundo (Mato, 1996). Desde dentro de las comunidades esos procesos de comunicacin son percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus mundos la larga y densa experiencia de las trampas a travs de las cuales han sido dominadas carga de recelo cualquier exposicin al otro- pero al mismo tiempo la comunicacin es vivida como una posibilidad de romper la exclusin, como experiencia de interaccin que si comporta riesgos tambin abre nuevas figuras de futuro. Ello est posibilitando que la dinmica de las propias comunidades tradicionales desborde los marcos de comprensin elaborados por los antroplogos y los folkloristas: hay en esas comunidades menos complacencia nostlgica con las tradiciones y una mayor conciencia de la indispensable reelaboracin simblica que exige la construccin del futuro (Garca Canclini, 1990: 280). As lo demuestran la diversificacin y desarrollo de la produccin artesanal en una abierta interaccin con el diseo moderno y hasta con ciertas lgicas de las industrias culturales, el desarrollo de un derecho propio a las comunidades, la existencia creciente de emisoras de radio y televisin programadas y gestionadas por las propias comunidades, y hasta la presencia del movimiento Zapatista proclamando por Internet la utopa de los indgenas mexicanos de Chiapas (Snchez, 1998; Alfaro, 1999). A su vez esas culturas tradicionales cobran hoy para la sociedad moderna una vigencia estratgica en la medida en que nos ayudan a enfrentar el trasplante puramente mecnico de culturas, al tiempo que, en su diversidad, ellas representan un reto fundamental a la pretendida universalidad deshistorizada de la globalizacin y su presin homogeneizadora. La identidad nacional se halla hoy doblemente des-ubicada: pues de un lado la globalizacin disminuye el peso de los territorios y los acontecimientos fundadores que telurizaban y esencializaban lo nacional, y de otro la revaloracin de lo local redefine la idea misma de nacin. Mirada desde la cultura-mundo, la nacional aparece provinciana y cargada de lastres estatistas y paternalistas. Mirada desde la diversidad de las culturas locales, la nacional equivale a homogenizacin centralista y acartonamiento oficialista (Schwarz, 1987: 27). De modo que es tanto la idea como la experiencia social de identidad la que desborda los marcos maniqueos de una antropologa de lo tradicional-autctono y una sociologa de lo moderno-universal. La identidad no puede entonces seguir siendo pensada como expresin de una sola cultura homognea perfectamente distinguible y coherente. El monolingismo y la uniterritorialidad, que la primera modernizacin reasumi de la colonia, escondieron la densa multiculturalidad de que estaba hecha cada nacin y lo arbitrario de las
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demarcaciones que trazaron las fronteras de lo nacional. Hoy las identidades nacionales son cada da ms multilingsticas y transterritoriales. Y se constituyen no slo de las diferencias entre culturas desarrolladas separadamente sino mediante las desiguales apropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintas sociedades y de la suya propia. A la revalorizacin de lo local se aade el estallido de la, hasta hace poco unificada, historia nacional por el reclamo que los movimientos tnicos, raciales, regionales, de gnero, hacen del derecho a su propia memoria, esto es a la construccin de sus narraciones y sus imgenes. Reclamo que adquiere rasgos mucho ms complejos en pases en los que, como no pocos en Amrica Latina, el Estado est an hacindose nacin, y cuando la nacin no cuenta con una presencia activa del Estado en la totalidad de su territorio. Pero es en la ciudad, y en las culturas urbanas mucho ms que en el espacio del Estado, donde se incardinan las nuevas identidades: hechas de imagineras nacionales, tradiciones locales y flujos de informacin trasnacionales, y donde se configuran nuevos modos de representacin y participacin poltica, es decir nuevas modalidades de ciudadana. Que es a donde apuntan los nuevos modos de estar juntos - pandillas juveniles, comunidades pentecostales, guetos sexuales - desde los que los habitantes de la ciudad responden a unos salvajes procesos de urbanizacin, emparentados sin embargo con los imaginarios de una modernidad identificada con la velocidad de los trficos y la fragmentariedad de los lenguajes de la informacin. Vivimos en unas ciudades desbordadas no slo por el crecimiento de los flujos informticos sino por esos otros flujos que sigue produciendo la pauperizacin y emigracin de los campesinos, produciendo la gran paradoja de que mientras lo urbano desborda la ciudad permeando crecientemente el mundo rural, nuestras ciudades viven un proceso de des-urbanizacin (Martin-Barbero, 1996: 44) que nombra al mismo tiempo dos hechos: la ruralizacin de la ciudad devolviendo vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes, sentires y relatos fuertemente rurales; y la reduccin progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos, pues perdidos los referentes culturales, insegura y desconfiada, la gente restringe los espacios en que se mueve, los territorios en que se reconoce, tendiendo a desconocer la mayor parte de una ciudad que es slo atravesada por los trayectos inevitables. Los nuevos modos urbanos de estar juntos se producen especialmente entre las generaciones de los ms jvenes, convertidos hoy en indgenas de culturas densamente mestizas en los modos de hablar y de vestirse, en la msica que hacen u oyen y en las grupalidades que conforman, incluyendo las que posibilita la tecnologa informacional. Es lo que nos des-cubren a lo largo y ancho de Amrica Latina las investigaciones sobre las tribus de la noche en Buenos Aires, los chavos-banda en
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Guadalajara o las pandillas juveniles de las comunas nororientales de Medelln (Salazar, 1990; Margulis, 1994; Reguillo, 2000). Lo complicado de la estructura narrativa de las identidades es que hoy da ellas se hallan trenzadas y entretejidas a una diversidad de lenguajes, cdigos y medios que, si de un lado son hegemonizados, funcionalizados y rentabilizados por lgicas de mercado, de otro lado abren posibilidades de subvertir esas mismas lgicas desde las dinmicas y los usos sociales del arte y de la tcnica movilizando las contradicciones que tensionan las nuevas redes intermediales. Por ms que los apocalpticos del ltimo Popper a Sartori- atronen con sus lgubres trompetas nuestros ya fatigados odos, ni la densidad de las visualidades y sonoridades de las redes son slo mercado y decadencia moral, son tambin el lugar de emergencia de un nuevo tejido social, y un nuevo espacio pblico, de un nuevo tejido de la socialidad (Finkelevich, 2000). Desde la contradiccin que ha convertido a los perversos videos de Montesinos en la ms mortal trampa para l y sus secuaces, y en un colosal instrumento de lucha contra la corrupcin en Per, hasta la resonancia y legitimidad mundial que la presencia en la red del comandante Marcos ha generado para su utopa zapatista. Ah est el Foro Social-Mundial de Porto Alegre subvirtiendo el sentido que el mercado capitalista quiere dar a Internet, y contndonos por esa misma red los extremos a que est llegando la desigualdad en el mundo, el crecimiento de la pobreza y la injusticia que la orientacin neoliberal de la globalizacin est produciendo especialmente en nuestros pases. Mientras Microsoft y otros buscan monopolizar las redes, montones de gente, que son a la vez una minora estadstica para la poblacin del planeta, son tambin una voz disidente con presencia mundial cada da ms incmoda al sistema y ms aglutinante de luchas y bsquedas sociales, de puesta en comn de experiencias sociales, polticas y artsticas. Entonces, tanto o ms que objetos necesitados de polticas, la comunicacin y la cultura son tornadas por la globalizacin en un campo primordial de batalla poltica: el estratgico escenario que le exige a la poltica densificar su dimensin simblica, su capacidad de convocar y construir ciudadanos, para enfrentar la erosin que sufre el orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el mercado (Brunner, 1990: 11) por ms eficaz que sea su simulacro. Pues el mercado no puede sedimentar tradiciones ya que todo lo que produce se evapora en el aire dada su tendencia estructural a una obsolescencia acelerada y generalizada, no slo de las cosas sino tambin de las formas y las instituciones. El mercado no puede crear vnculos societales, esto es verdaderos lazos entre sujetos, pues stos se constituyen en conflictivos procesos de comunicacin de sentido, y el mercado opera annimamente mediante lgicas de valor que implican intercambios puramente formales, asociaciones y promesas evanescentes que slo engendran satisfacciones o frustraciones pero nunca sentido. El
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mercado no puede en ltimas engendrar innovacin social pues sta presupone diferencias y solidaridades no funcionales, resistencias y subversiones, ah lo nico que pude hacer el mercado es lo que l sabe: cooptar la innovacin y rentabilizarla. Ah se sita justamente la reflexin de Arjun Appadurai, para quien los flujos financieros, culturales o de derechos humanos, se producen en un movimiento de vectores que hasta ahora fueron convergentes por su articulacin en el estado nacional pero que en el espacio de lo global son vectores de disyuncin. Es decir que, aunque son coetneos e isomorfos en cierto sentido, esos movimientos potencian hoy sus diversas temporalidades con los muy diversos ritmos que los cruzan en muy diferentes direcciones. Lo que constituye un desafo colosal para unas ciencias sociales que siguen todava siendo profundamente monotestas, creyendo que hay un principio organizador y compresivo de todas dimensiones y procesos de la historia. Claro que entre esos movimientos hay articulaciones estructurales pero la globalizacin no es ni un paradigma ni un proceso sino multiplicidad de procesos que se cruzan y se articulan entre s pero que no caminan todos en la misma direccin. Lo que se convierte para Appadurai en la exigencia de construir, pero a escala del mundo, una globalizacin desde abajo: que es el esfuerzo por articular la significacin de esos procesos justamente desde sus conflictos, articulacin que ya se est produciendo en la imaginacin colectiva actuante en lo que l llama las formas sociales emergentes desde el mbito ecolgico al laboral, y desde los derechos civiles a las ciudadanas culturales. Esfuerzo en el que juega un papel estratgico la imaginacin social, pues la imaginacin ha dejado de ser un asunto de genio individual, un modo de escape a la inercia de la vida cotidiana o una mera posibilidad esttica, para convertirse en una facultad de la gente del comn que le permite pensar en emigrar, en resistir a la violencia estatal, en buscar reparacin social, en disear nuevos modos de asociacin, nuevas colaboraciones cvicas que cada vez ms trascienden las fronteras nacionales. Arjun Appadurai escribe textualmente: Si es a travs de la imaginacin que hoy el capitalismo disciplina y controla a los ciudadanos contemporneos, sobre todo a travs de los medios de comunicacin, es tambin la imaginacin la facultad a travs de la cual emergen nuevos patrones colectivos de disenso, de desafeccin y cuestionamiento de los patrones impuestos a la vida cotidiana. A travs de la cual vemos emerger formas sociales nuevas, no predatorias como las del capital, formas constructoras de nuevas convivencias humanas (Appadurai, 2000:7).
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o que la revolucin tecnolgica de este fin de siglo introduce en nuestras sociedades no es tanto una cantidad inusitada de nuevas mquinas sino un nuevo modo de relacin entre los procesos simblicos que constituyen lo cultural- y las formas de produccin y distribucin de los bienes y servicios: un nuevo modo de producir, inextricablemente asociado a un nuevo modo de comunicar, convierte al conocimiento en una fuerza productiva directa. El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediacin tecnolgica de la comunicacin deja de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estructural: la tecnologa remite hoy no a unos aparatos sino a nuevos modos de percepcin y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras. Radicalizando la experiencia de desanclaje producida por la modernidad, la tecnologa deslocaliza los saberes modificando tanto el estatuto cognitivo como institucional de las condiciones del saber y las figuras de la razn (Chartron, 1994), lo que est conduciendo a un fuerte emborronamiento de las fronteras entre razn e imaginacin, saber e informacin, naturaleza y artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana. Al mismo tiempo afrontamos una perversin del sentido de las demandas socio-culturales que encuentran de algn modo expresin en los medios, mediante la cual se deslegitima cualquier cuestionamiento de un orden social al que slo el mercado y las tecnologas permitiran darse forma. Esta concepcin hegemnica nos sumerge en una creciente oleada de fatalismo tecnolgico frente al cual resulta ms necesario que nunca mantener la epistemolgica y polticamente estratgica tensin entre las mediaciones histricas que dotan de sentido y alcance social a los medios y el papel de mediadores que ellos estn jugando hoy. Sin ese mnimo de distancia -o negatividad que diran los de Frankfurt- nos es imposible el pensamiento crtico.
latinoamericanas
de
la
sociedad
del
sociedades son contemporneas del proceso de valorizacin del conocimiento que constata M. Castells (1998) pero son al mismo tiempo sociedades del des-conocimiento, esto es, del no
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Nuestras
reconocimiento de la pluralidad de saberes y competencias culturales que, siendo compartidas por las mayoras populares o las minoras indgenas o regionales, no estn siendo incorporadas como tales ni a los mapas de la sociedad ni siquiera a los de sus sistemas educativos. Y, sin embargo, la subordinacin de los saberes orales y visuales al orden de la letra sufre actualmente una erosin creciente e imprevista que se origina en los nuevos modos de produccin y circulacin de saberes y nuevas escrituras que emergen a travs de las nuevas tecnicidades, y especialmente del computador e Internet. Con raras excepciones, sin embargo, nuestras universidades siguen sin darse por enteradas de las estratgicas relaciones entre aquellos saberes y estas tecnologas, del mismo modo que desconocen la complejidad de relaciones que se trenzan hoy entre los cambios del saber en la sociedad del conocimiento y los cambios del trabajo en la sociedad de mercado. Lo que limita su papel de analizar tendencias las que ponen el mercado y el desarrollo tecnolgico en la globalizacin socioeconmica y en la mundializacin de la cultura- para ver cmo se adapta a ellas, sin el menor esfuerzo ni proyecto de asumir como tarea propia, estructural y estratgica hoy ms que nunca, la de formular y disear proyectos sociales, la de pensar alternativas al modelo hegemnico del mercado y de la comunicacin. De otra parte la nocin de sociedad de la informacin se halla lastrada en nuestros pases de una fuerte complicidad discursiva con la modernizacin neoliberal, racionalizadora del mercado como nico principio organizador de la sociedad en su conjunto, segn el cual, agotado el motor de la lucha de clases, la historia habra encontrado su recambio en los avatares de la informacin. La centralidad que las tecnologas ocupan en esa concepcin de la sociedad resulta desproporcionada y paradjica en pases en los que el crecimiento de la desigualdad atomiza las sociedades deteriorando sus dispositivos de comunicacin, esto es de cohesin cultural y poltica: desgastadas las representaciones simblicas, no logramos hacernos una imagen del pas que queremos, y por ende, la poltica no logra fijar el rumbo de los cambios en marcha (Lechner, 1995:133). De ah el ensanchamiento de la brecha y la desmoralizacin colectiva: nuestras gentes pueden asimilar con cierta facilidad las imgenes de la modernizacin que proponen los cambios tecnolgicos pero es a otro, mucho ms lento y doloroso, ritmo que pueden recomponer sus sistemas de valores, de normas ticas y virtudes cvicas.
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medievales hasta las escuelas de hoy el saber ha conservado ese doble carcter de ser a la vez centralizado y personificado en figuras sociales determinadas. De ah que una transformacin en los modos de circulacin del saber (Rifkin, 2000) como la que estamos viviendo, resulte siendo una de las ms profundas transformaciones que puede sufrir una sociedad. Pues es disperso y fragmentado como el saber puede circular por fuera de los lugares sagrados que antes lo detentaban y de las figuras sociales que lo administraban. La escuela est dejando de ser el nico lugar de legitimacin del saber ya que hay una multiplicidad de saberes que circulan por otros canales, difusos y descentralizados. Esta diversificacin y difusin del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos ms fuertes que el mundo de la comunicacin le plantea al sistema educativo. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles (1971), por estar hechos de trozos, de fragmentos, que sin embargo no impiden a los jvenes tener con frecuencia un conocimiento ms actualizado en fsica o en geografa que su propio maestro. Lo que est acarreando en la escuela no una apertura a esos nuevos saberes sino una puesta a la defensiva y la construccin de una idea negativa y moralista de todo lo que desde el ecosistema comunicativo de los medios y las tecnologas de comunicacin e informacin le cuestiona en profundidad. De otra parte los nuevos saberes remiten a nuevas figuras de razn que nos interpelan desde la tecnicidad. Con el computador estamos no ante una mquina con la que se producen objetos sino ante un nuevo tipo de tecnicidad que posibilita el procesamiento de informaciones y cuya materia prima son abstracciones y smbolos. Lo que inaugura una nueva aleacin de cerebro e informacin que sustituye a la tradicional relacin del cuerpo con la mquina. De otro lado, las redes informticas al transformar nuestra relacin con el espacio y el lugar movilizan figuras de un saber que escapa a la razn dualista con la que estamos habituados a pensar la tcnica (Broncano,2000), pues se trata de movimientos que son a la vez de integracin y de exclusin, de desterritorializacin y relocalizacin, nicho en el que interactan y se entremezclan lgicas y temporalidades tan diversas como las que entrelazan en el hipertexto a las sonoridades del relato oral con las intertextualidades de la escritura y las intermedialidades del audiovisual. Una de las ms claras seales de la hondura del cambio en las relaciones entre cultura, tecnologa y comunicacin, se halla en la reintegracin cultural de la dimensin separada y minusvalorada por la racionalidad dominante en Occidente desde la invencin de la escritura y el discurso lgico, esto es la del mundo de los sonidos y las imgenes relegado al mbito de las emociones y las expresiones. Al trabajar interactivamente con sonidos, imgenes y textos escritos, el hipertexto hibrida la densidad simblica con la abstraccin numrica haciendo reencontrarse las dos, hasta ahora opuestas, partes del cerebro. De ah que de mediador universal del saber, el nmero est pasando a ser
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mediacin tcnica del hacer esttico, lo que a su vez revela el paso de la primaca sensorio-motriz a la sensorio simblica.
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aos de trabajo en la empresa: hoy profesionales que llevan muchos aos en una empresa son sustituidos por jvenes recin llegados que adems entran a trabajar ganando el doble del sueldo de los antiguos. El nuevo profesional es un individuo abocado a la permanente reconversin de s mismo, y ello en un momento en el cual todo en la sociedad hace del individuo un sujeto inseguro, lleno de incertidumbre, con muy fuertes tendencias a la depresin, al estrs afectivo y mental. Y divorciado del largo plazo que implicaba la vida profesional, y del largo tiempo de la solidaridad laboral, no slo el valor sino tambin el sentido del trabajo profesional pasa a ligarse a una creatividad y una flexibilidad uncidas a la lgica mercantil de la competitividad que enlaza inextricablemente saber y rentabilidad.
las imagineras como lugar de una estratgica batalla cultural. En Amrica Latina la hegemona audiovisual pone al descubierto las contradicciones de nuestra modernidad otra, esa a la que acceden, y de la que se apropian, las mayoras sin dejar su cultural oral, mestizndola con las imagineras de la visualidad electrnica. Pues aunque atravesados por las lgicas del mercado los medios y las tecnologas de comunicacin constituyen hoy espacios decisivos de la visibilidad y del reconocimiento social. Ya que ms que a sustituir ellos han entrado a constituir una escena fundamental de la vida pblica, a hacer parte de la trama de los discursos y de la accin poltica misma. La mediacin televisiva refuerza la funcionalizacin mercantil de la poltica pero a la vez produce una fuerte densificacin de las dimensiones simblicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la poltica. De manera que por las imgenes pasa una construccin visual de lo social, esa que recoge el desplazamiento de la lucha por la representacin a la demanda de reconocimiento. Pues lo que los nuevos movimientos sociales y las minoras las tnicas y las razas, las mujeres, los jvenes o los homosexuales demandan no es tanto ser representados sino reconocidos: hacerse visibles socialmente en su diferencia, dando lugar a un modo nuevo de ejercer polticamente sus derechos. La posiciones del dualismo latinoamericano ms radical han encontrado apoyo en algunos pensadores europeos de la talla del politlogo italiano Giovanni Sartori (1997), quien identifica la videocultura con el post pensiero, es decir, con el fin del pensamiento, o en la condena proferida por G. Steiner (1992:118) sobre el rock, esa nueva esfera sonora identificada con un martilleo estridente, un estrpito interminable que, con su espacio envolvente, ataca la vieja autoridad del orden verbal, y hasta en M. Kundera (1994:147) para quien el rock es el aullido exttico en que quiere el siglo olvidarse de s mismo. Es como si a medida que el mundo audiovisual se torna socialmente ms relevante y culturalmente ms estratgico ello exasperara cierto rencor intelectual, del que hablara Nietzsche, hasta el paroxismo. Ah est demostrndolo el profundo parentesco entre los ttulos de dos libros que, situndose en los antpodas de la denigracin y la celebracin de las tecnologas audiovisuales y electrnicas, convergen sin embargo en la descarada apelacin a la metafsica: Homo videns de Giovanni Sartori y Ser digital de Nicolas Negroponte. El dilema no puede ser ms tramposo: o se desvaloriza la videocultura declarndola enemiga de la humanidad civilizada o se la exalta como la salvacin del hombre actual, en ambos casos tan distantes como el de un tecnlogo y el de un politlogo- la metafsica acaba suplantando a la poltica. Lo que sucede en la otra orilla no es menos tendencioso. La tendencia del pensamiento hegemnico entre los exaltados predicadores de la cultura audiovisual es a pensar la sociedad de la comunicacin
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generalizada como una sociedad trasparente (Vattimo 1990: 73). Entendiendo por eso la suma de la autorregulacin, que resulta de la retroaccin y la circulacin constantes, y la transparencia que proporciona la existencia de un lenguaje al que seran traducibles todas los idiomas y discursos. Estaramos ante una sociedad capaz de "ordenar y traducir esas nubes de socialidad a matrices de imput/output, segn una lgica que implica la conmensurabilidad de los elementos y la determinabilidad del todo (Lyotard, 1984:10). Transparente es entonces una sociedad en la que ser y saber se corresponden puesto que lo que ella es coincide con la informacin que posee acerca de s misma. Ello significa que lo social, tanto en su trama cultural como poltica, pierde su opacidad al superar la naturaleza conflictiva de sus relaciones, y descubrir que su ms valiosa riqueza se halla en la informacin acumulada. No resulta entonces tan extrao que ante el vacio de utopas que atraviesa el mbito de la poltica se vea llenado en los ltimos aos por las utopas provenientes del campo de la tecnologa y la comunicacin: aldea global, mundo virtual, ser digital, etc. Y la ms engaosa de todas, la democracia directa (Monguin, 1994: 109), atribuyendo al poder mismo de las redes informticas la renovacin de la poltica y dando por superadas las viejas formas de la representacin por la expresin viva de los ciudadanos que se hallara en la votacin por Internet desde la casa o emitiendo telemticamente su opinin. Esto es convirtiendo la opinin pblica en la tramposa democracia de la encuestas y los sondeos. Estamos ante la ms tramposa de las idealizaciones ya que en su celebracin de la inmediatez y la transparencia de las redes cibernticas lo que se est minando son los fundamentos mismos de lo pblico, esto es los procesos de deliberacin y de crtica, al mismo tiempo que se crea la ilusin de un proceso sin interpretacin ni jerarqua, se fortalece la creencia en que el individuo puede comunicarse prescindiendo de toda mediacin social, y se acrecienta la desconfianza hacia cualquier figura de delegacin y representacin. Acompaando ese proceso emergen tambin hoy nuevos regmenes estticos especialmente ligados a la mutacin que sufre el arte cuando la digitalidad y la conectividad comienzan a poner en cuestin la excepcionalidad de las obras y a emborronar la singularidad del artista, desplazando los ejes de lo artstico hacia las interacciones y los acontecimientos. Quiz los primeros en sentirse tocados han sido los museos por la con-fusin que afecta ya tanto al sentido de las prcticas artsticas como a los modos de valorar/valorizar sus productos. Pero adonde apuntan los cambios es mucho ms all de lo que concierne al acceso virtual a las resguardadas obras de arte o a la venta del arte a travs de la web. Nos hallamos en el umbral de cambios profundos en el sensorium colectivo que vislumbrara W. Benjamin, al estudiar el surgimiento y formacin de la ciudad moderna, pero en la que ya entrevi una esttica
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del desecho en su estudio sobre todo lo culturalmente marginal: los pasajes comerciales, la moda, la publicidad, los juguetes, los espejos, etc., y ello a partir de una concepcin de la propia sensibilidad como montaje de fragmentos y residuos, de arcasmos y modernidad. La relacin del arte con las tecnologas de la informacin seala hoy no slo un modo de divulgacin o difusin de estilos y modas, de configuracin de pblicos y mercantilizacin de formas, sino un espacio de tensiones fecundas entre residuos y emergencias, entre contemporaneidades y des- tiempos, un espacio de des-ordenamiento cultural. Pues slo desde ese des-ordenamiento el arte puede seguir entregndonos, en este desencantando cambio de siglo, el mnimo de utopa sin el cual el progreso material pierde el sentido de la emancipacin y se transforma en la peor de las perversiones. En su encuentro con la creacin artstica actual, la experimentacin tecnolgica que posibilita la red digital o net/art (Lafargue, 2002; LaFerla, 2000; Machado, 1996) hace emerger un nuevo parmetro de evaluacin y validacin de la tcnica, distinto a su instrumentalidad y su funcionalidad al poder, el de su capacidad de significar que, junto con la voluntad de creacin, permiten al arte desafiar, y en cierto modo romper, la fatalidad de una revolucin tecnolgica cuya prioridad militar y usos predatorios estn amenazando la existencia misma de nuestro planeta. Lo anterior no significa en modo alguno que la creacin se confunda con el mero acceso, o que la interactividad se reduzca en muchos casos a navegacin programada. Pues la web representa una nueva modalidad de cooptacin que pone al arte de manera mucho ms sinuosa en manos de la industria y el comercio, con lo que al hacer pasar todo lo nuevo por la misma pantalla la web torna aun ms difcil diferenciar y apreciar lo que de veras vale, y la instantaneidad del acontecimiento artstico puede comprimir la duracin hasta el punto de volverlo irrescatable del flujo, esto es radicalmente efmero e insignificante. Desde hace aos Virilio y Baudrillard han advertido que el vrtigo general de la aceleracin, al confundir la compulsin de las experimentaciones estticas con la exaltacin de lo efmero y desechable, produce una estetizacin creciente de la vida cotidiana cuyo efecto es el emborronamiento no slo del aura del arte sino de los linderos que lo distancian del xtasis de la imagen en su infinita proliferacin (Virilio, 1993). Pero todo eso no anula la enorme posibilidad de performatividades estticas que la virtualidad abre no slo para el campo del arte en particular sino tambin para la recreacin de la participacin social y poltica que pasa por la activacin de las diversas sensibilidades y socialidades hasta ahora tenidas como incapaces de interactuar con la contemporaneidad tcnica, y por tanto de actuar y de crear.
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GENEALOGA CRTICA DE LOS ESTUDIOS INTERCULTURALES Y LA COMUNICACIN INTERCULTURAL EN AMRICA1 CRITICAL GENEALOGY OF INTERCULTURAL STUDIES AND INTERCULTURAL COMMUNICATION IN AMERICA1
Carlos del Valle Rojas Teresa Poblete Martn (Universidad de La Frontera, Temuco, Chile)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp193-214
Resumen El trabajo parte primera de una revisin genealgica y crtica de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural, entendidos como ideologa y formas de control; posteriormente revisa el desarrollo y fortalecimiento de estos estudios, a partir del aporte de ciertas teoras y disciplinas (lingstica, discurso, entre otras); en un tercer momento se centra en el caso de la inclusin/exclusin de las comunidades tnicas en algunas dicotomas, como urbano/rural y moderno/premoderno; y por ltimo analiza las comunidades tnicas, para revisar brevemente su incorporacin en la lgica mediacentrista del discurso social de los medios. Abstract The paper starts with a genealogical and critical revision of intercultural studies and intercultural communication as ideology and control; then it analyses the development and strengthen of these studies, from the contribution of some theories and disciplines (linguistic, discourse, among others); thirdly, it focuses in the case of inclusion/exclusion of ethnic communities: urban/rural, modern/premodern; finally, it analyses ethnic communities, to review their incorporation to media-focused logic of social discourse of the media.
1 El presente trabajo forma parte de una de las variantes temticas del proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cientfico y Tecnolgico, FONDECYT n 11060422: Comunicacin, Discurso Jurdico-Judicial y Oralidad: Diagnstico, Anlisis, Evaluacin y Optimizacin de Sentencias a Mapuches y No Mapuches en Temuco; y del Proyecto financiado por la Direccin de Investigacin de la Universidad de La Frontera, DIUFRO n 120606: Rol de la Comunicacin y de la Oralidad en el Discurso Jurdico-Judicial: Propuesta de un Instrumento para su Anlisis y Optimizacin en el caso de Juicios y Sentencias a Mapuches en la IX Regin de La Araucana. Versiones previas de este trabajo han sido publicadas en: revista Sphera Pblica, n 4, Universidad San Antonio de Murcia, Espaa, pp. 171-196; y revista Signo y Pensamiento, volumen XXIV, n 46, del Departamento de Comunicacin, de Facultad de Comunicacin y Lenguaje, en la Pontificia Universidad Javeriana, Colombia, pp. 51-64. 193
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Palabras clave Comunicacin intercultural / Estudios interculturales / Comunidades tnicas Keywords Intercultural communication / Intercultural studies / Ethnic communities Sumario 1. Observaciones preliminares. 2. Genealoga crtica de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural: ideologa y control. 3. Desarrollo y fortalecimiento de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural: aportes y perspectivas. 4. Consideraciones finales. Summary 1. Preliminary remarks. 2. Critical genealogy of intercultural studies and intercultural communication: ideology and control. 3. Development and enhancement of intercultural studies and intercultural communication: contributions and perspectives. 4. Final considerations.
1. Observaciones preliminares
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El trabajo se estructura en cuatro partes. La parte primera es una revisin genealgica y crtica de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural, entendidos como ideologa y formas de control; la segunda parte apunta a revisar el desarrollo y fortalecimiento de estos estudios, a partir del aporte de ciertas teoras y disciplinas (lingstica, discurso, entre otras); la tercera parte se centra en el caso de la inclusin/exclusin de las comunidades tnicas en algunas dicotomas, como urbano/rural y moderno/premoderno; y la cuarta parte tambin se centra en las comunidades tnicas, pero esta vez para revisar brevemente su incorporacin en la lgica mediacentrista del discurso social de los medios. En todos estos casos, es de inters atender la relacin comprensin/incomprensin que se logra del otro, como sujeto en ejercicio pleno de su subjetividad: todo un desafo.
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nuestras relaciones personales mide la influencia que cada uno tiene sobre el otro (1924: 256). En ese contexto, y siguiendo la nocin del extranjero de Simmel, como la vemos hoy, tambin, en Sartori), Park formula el concepto de hombre marginal, aquel que vive entre dos mundos, como un extrao (1928: 893), refirindose a los matrimonios inter-raciales o a las personas con sangre mixta pertenecientes a dos razas (el mulato). El hombre marginal es un hombre en permanente conflicto cultural porque vive en dos sociedades diferentes y no puede aceptarlas completamente. Ms tarde, Wilcox (1929) e Isaac (1947) abordan el fenmeno de las migraciones a nivel internacional y sus implicaciones econmicas. Von Wiese y Becker (1932) utilizan las nociones de extranjero sagrado en una sociedad secular para referirse al tema de la marginalidad en cuanto a lo tnico y la relacin con el contraste campo-ciudad. Por otra parte, en contextos especficamente geogrficos, Meyer (1956), realiza un trabajo sobre el tema de la urbanizacin y distribucin demogrfica en frica; y Stavenhagen (1970), introduce los conceptos de indio ladinizado, como analoga del hombre marginal de Park. Gordon (1964) tambin emplear las nociones de marginalidad y hombre marginal para explicar la condicin de los grupos tnicos inmigrantes, especialmente afroascendientes, en su relacin con la mayora angloascendiente dominante. Un aporte importante tambin hace Redfield, desde la antropologa, al introducir la oposicin folk society y urban society, sealando que la sociedad rural es absorbida inevitablemente por la sociedad urbana. En nuestra opinin pensamos que no es pertinente una oposicin entre lo urbano y lo rural puesto que los espacios fsicos tienen fronteras claramente definidas y fijas, y mucho menos confinar lo indio a lo rural, para justificar, luego, que lo urbano es lo moderno. Retomando una interpretacin desde la economa poltica, Favre (1971) reduce la condicin del indgena y lo tnico, para explicar la hegemona imperialista. Favre apoyado por su conocimiento emprico de la situacin de los mayas Tzotzil y Tzeltal de Chiapas, sostiene que debemos considerar a los indios como herederos de una historia idealizada (precolonial), y apuesta por la necesidad de comprender los procesos tnicos como parte de una permanente regresin y ruralizacin. Efectivamente no podemos tener una visin ahistrica y cristalizada de los indgenas. Pero no es acertado Favre al pensar que slo es posible un movimiento de clase y no un movimiento tnico o que este ltimo puede ser asimilado al primero. Esta equivocacin es extensiva e intensiva en el pensamiento marxista y, demasiado recurrente an, en el pensamiento neomarxista. Pero lo anterior, no significa, en modo alguno, que desconozcamos la lucha de clase que subyace en los conflictos actuales. Los estudios interculturales y la comunicacin intercultural como campo de estudio, lo tnico como objeto de estudio y el indgena y el
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inmigrante como sujetos, emergen entonces de experiencias sociopolticas y econmicas traumticas: migraciones a gran escala, reivindicaciones y demandas polticosociales. La salida poltica a este conflicto inventado, en tanto discurso pblico, es evidente: invisibilizar sociopolticamente o transparentar mediticamente las diferencias y castrar el conflicto. El indigenismo y el indianismo son tambin en este sentido una forma de invisibilizacin del sujeto. Hasta aqu en nuestro anlisis epistemolgico sobre la construccin de lo tnico en el discurso terico y metodolgico, podemos observar algunas caractersticas fundamentales en la configuracin de lo tnico como objeto de estudio de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural: a. Una aproximacin a los fenmenos interculturales como experiencias de conflicto interpersonal e internacional frente a las reivindicaciones y demandas de indgenas e inmigrantes. b. Reproduccin invariable de la lgica del conflicto-comonegativo: los llamados conflictos indgenas, producto de las crecientes demandas y reivindicaciones territoriales, culturales, lingsticas, educacionales de estas comunidades; y los conflictos provocados por los fenmenos migratorios en Europa. c. Surgimiento de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural como parte de un discurso que, en lo terico y metodolgico, es parte de un discurso sociopoltico y econmico (donde lo tnico es, al mismo tiempo, estudiado e invisibilizado; reducido a un hecho social-proletario-campesino o a un hecho urbano-moderno versus rural-premoderno). Discurso que ser reforzado con su posicionamiento en los estudios del discurso pblico massmeditico, en el cual lo tnico es transparentado, como veremos luego, a travs del tratamiento ms centrado en los medios que en lo tnico, como objeto de estudio. d. Una comprensin de los fenmenos interculturales como conflictos, vinculados a la crisis de los estados nacin y, por lo tanto, presentados como problemas a resolver. En este caso, no slo veremos razones de Estado, a propsito de demandas y reivindicaciones indgenas o de fenmenos migratorios, sino una lectura ideolgica del conflicto como inevitablemente negativo y que es necesario superar. De aqu, conflicto y desarrollo no podrn convivir y la lgica ser: si queremos alcanzar el desarrollo, debemos eliminar el obstculo que
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suponen estos conflictos y, en consecuencia, el obstculo de lo tnico, que lo genera. e. Una permanente comprensin de lo indgena desde distintos mbitos epistemolgicos, metodolgicos y praxeolgicos: teora de la marginalidad, teora marxista, teora culturalista, teora de la dependencia, teora del discurso, teora general de sistemas, teora del interaccionismo simblico, entre las influencias ms destacadas. Como veremos a continuacin, los trabajos en estudios interculturales y la comunicacin intercultural sern abordados desde la investigacin en comunicacin interpersonal. En efecto, Hall (1977) desarrollar dos ideas centrales para las investigaciones futuras: el estilo de comunicacin en culturas colectivistas, high context; y el estilo de comunicacin en culturas individualistas, low context. Se observa esta dependencia de los estudios de la comunicacin interpersonal en el uso habitual que se hace en las investigaciones, hasta hoy, del trmino cross-cultural communication, el cual se utiliza para comparar variables interpersonales especficas, como distancia conversacional, o estilos de resolucin de conflictos en el cruce de dos o ms culturas diferentes. Although her original theory reflects a cross-cultural approach to communication, subsequent versions also suggest ways of bridging cultural differences (Griffin, 2000: 392).
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Pertenece a este perodo el trabajo de Asuncin-Lande (1986), una aproximacin compilatoria de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural, no exenta de aspiraciones praxeolgicas. En efecto, la autora nos lleva a una seccin sobre la prctica intercultural, en la cual nos presenta mtodos para lograr destreza intercultural (1986: 189), con nfasis en un aprendizaje experimental (1986: 190), que finaliza con una lista de juegos de simulacin (1986: 191). El trabajo tiene una orientacin excesivamente prctica, donde: la comunicacin intercultural puede ayudar a crear una atmsfera que promueva la cooperacin y el entendimiento entre las diferentes culturas [aunque] el conocimiento de la comunicacin intercultural no se puede considerar por s mismo como suficiente para resolver los problemas de comunicacin que puedan surgir [en definitiva] la comunicacin intercultural es una materia orientada hacia la prctica [y] la habilidad en la comunicacin intercultural se puede aplicar en la administracin de empresas, el desarrollo de trabajo, la asesora, la ley, el periodismo, el ejrcito, los consejos de estudiantes, el trabajo social y la enseanza (Asuncin-Lande, 1986: 179-181). De este modo la autora justifica los estudios interculturales y la comunicacin intercultural como campo de estudio en funcin de sus orientaciones prcticas. No obstante, el trabajo describe de manera lcida el estado de este campo de estudio hasta la dcada de los 80, sealando su enfoque y sus objetivos, para proporcionarnos una definicin desde la interdisciplinariedad que posee este campo de estudio y criticando acertadamente que la variedad de enfoques deviene confusin. AsuncinLande se detiene en una discusin de mucha actualidad manifestando que los estudios hacen hincapi en el aspecto cultural en vez de hacerlo en el aspecto de comunicacin de los contactos interculturales (1986: 181). Esta es una reflexin interesante porque a pesar de los esfuerzos ambos macroenfoques no se articulan adecuadamente. McEntee (1998) nos acerca a los estudios interculturales y la comunicacin intercultural enfatizando la importancia de la diversidad cultural en especial cuando se habla (hablamos) de internacionalismo, globalizacin y comunicacin intercultural. La comunicacin intercultural, dice McEntee, se refiere al proceso de la comunicacin humana, cuando sta ocurre entre individuos o grupos que han vivido experiencias culturales diferentes (1998: xxxi); la cultura para fortalecerse y desarrollarse necesita intercomunicacin. La autora plantea que el problema de comunicar a travs de las culturas involucra no solamente la integracin de las culturas en un sistema mayor, sino que tambin involucra la preservacin de las
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culturas a travs de las cuales ocurre la comunicacin. La pregunta crtica es: la comunicacin est diseada para hacer que todas las culturas se asemejen o est diseada para preservar su variedad? Cita la autora lo siguiente: 1 Cada cultura tiene dignidad y valor que deben de ser respetados y preservados; 2 Las personas tienen el derecho y la responsabilidad de desarrollar su cultura; 3 Por su rica variedad y diversidad, y por las influencias recprocas que ejercen las unas sobre las otras, todas las culturas forman parte de la herencia comn que pertenece a toda la humanidad2. Pareciera que McEntee deseara que a cada cultura se le otorgara la posibilidad de conservar y/o modificar sus patrones sin imposicin valorando la diversidad por s misma y gozando de las diferencias culturales sin sentirnos amenazados por ellas. Por otro lado Tamagno (2001) trabaja sobre la problemtica de la identidad tnica como construccin social en un intento por quebrar la visin dicotmica que la interpreta como un concepto en s mismo impugnador o conservador. Por ende, en un artculo anterior (1984), en una revisin terica del concepto identidad, la autora profundiza en la problemtica de la identidad tnica entendindola como un fenmeno de gran dimensin social y como un proceso complejo tanto histrico como social, vinculado a la estructura social en su capacidad de poder en la toma de decisiones, expresando de modo contradictorio las relaciones de "dominacin/subordinado" en funcin a su pertenencia en el seno de la sociedad misma. Lo que es concordante con los procesos que permiten comprender la dinmica de las relaciones intertnicas asimtricas en trminos del control cultural sealado por Bonfil (1986). Un visin tan pretendidamente crtica como praxeolgica es la de Grimson (2000), quien aborda dos caractersticas centrales de los procesos culturales, a saber, la historicidad y el poder: La cultura es histrica y ninguna sociedad puede comprenderse sin atender a su historicidad, a sus transformaciones [y] Los conflictos socioculturales contemporneos son parte de disputas de poder y de intereses que se articulan con sentimientos e imaginarios, productos de relaciones sociales localizadas constituidas histricamente (2000: 24, 25 y 129). En efecto, la crtica que sigue nuestro trabajo apunta al excesivo nfasis en una u otra rea: la preponderancia cultural en los estudios desde la sociologa y la antropologa (rural/urbano; moderno/pre-moderno; extrao, hombre marginal, lucha de clases, y otros), y luego la preponderancia desde la comunicacin (comunicacin interpersonal, habilidades comunicativas, comunicacin efectiva, y otros).
Tomado de la Declaracin de los Principios de la Cooperacin Internacional en materia cultural. ONU 1966, en Harms, 1973: 134.
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Por su parte, Ting-Toomey (1988) se basa en los planteamientos de Hall, en el sentido de constituir una aproximacin al conflicto desde la orientacin individualista o conflictivista de cada cultura. Tambin Gudykunst (1988) utiliza una aproximacin comparativa similar a la de Ting-Toomey para la teora de las diferencias de acomodacin cultural. Este autor se centra principalmente en los encuentros interculturales. What happens when a stranger tries to communicate effectively within a different culture? (Griffin, 2000: 392). Siguiendo a Gallois, Giles, Jones, Cargile y Ota (1995), podemos establecer un recorrido terico y metodolgico del anlisis del discurso (especialmente conversacional, de fuerte desarrollo en Estados Unidos) y del interaccionismo simblico; y en un menor grado, de los estudios culturales. En este momento del trabajo podemos establecer las siguientes consideraciones generales: 1. Se trata, en general, de teoras aplicadas empricamente a travs de anlisis lingsticos, conversacionales o discursivos. 2. Se trata, principalmente, de teoras sustentadas en situaciones interpersonales o grupales. 3. Se trata de teoras en las cuales la cultura es entendida como una estructura, relativamente fija. De esta forma, la configuracin de un objeto de estudio propio para los fenmenos interculturales en el campo de la comunicacin ser desde los campos de la comunicacin interpersonal y comunicacin internacional. Por ejemplo, el uso extensivo que hace Gudykunst (1995), en el mbito de la comunicacin intercultural de la Teora de la Reduccin de la (Uncertainty Reduction Theory), teora Incertidumbre3 perteneciente al campo de la comunicacin interpersonal desarrollada por Berger y Calabrese (1975); o el uso que se hace, tambin desde la comunicacin interpersonal, de la Teora de la Transgresin de las Expectativas4 (Expectancy Violations Theory) desarrollada por Burgoon (1978). La consiguiente construccin de lo tnico e indgena ser, tambin, a partir de dichos modelos explicativos. A ello podemos sumar que la produccin del conocimiento cientfico formal e internacionalmente reconocido en la actualidad, en el campo de la comunicacin intercultural, se centra en Estados
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Unidos, pues all existen las escasas publicaciones indizadas vigentes (ISI) sobre la materia: Journal of Communication, Human Communication Research y Communication Theory (publicados por la International Communication Association); y la nica publicacin especializada, Intercultural Communication Theory, an no indizada. A esta restringida lista anglfona se incluyen las publicaciones sealadas ya en la dcada del 80 por Asuncin-Lande: International and Intercultural Communication Annual (publicada por la National Communication Association), International Journal of Intercultural Relations (publicacin oficial de la International Academy for Intercultural Research). 4. El caso de las comunidades tnicas en la racionalidad dicotmica (urbano/rural, moderno/premoderno): conflicto y diferencia. Lo tnico, como objeto de estudio, es todo un descubrimiento que se hace en los aos 60 desde la antropologa y la sociologa, especialmente en Estados Unidos, a partir de una situacin muy especfica: mientras los indgenas permanecieron en las zonas rurales y los inmigrantes fuera de las fronteras se les consider exticos y hasta admirables; pero cuando comienzan a internarse en las ciudades se transforman en el problema indgena o el problema de la inmigracin, fortalecindose as las lecturas ideolgicas de lo urbano como una fuerza liberadora y modernizadora del hombre y de lo rural como negacin de los valores anteriores. En efecto, cuando en Latinoamrica se habla de lo indgena se lo representa como problema o conflicto, en tanto obstculo de la modernizacin o desarrollo capitalista de las sociedades. Segn esta lgica, el indgena, debido a sus demandas y reivindicaciones territoriales, aparece como opuesto a la modernizacin, pues es, precisamente, en las tierras que se reivindican (recuperan/toman), donde se pretende avanzar hacia el camino de la modernizacin, es all, en efecto, donde se levantan los planos y obras de las centrales hidroelctricas, los aeropuertos, etc.; todo ello, como se revisa luego, se mantiene presente vigente en los discursos sociales de los medios de comunicacin. De este modo, lo tnico, lo indgena o lo inmigrante se con-fundirn con construcciones sociales provenientes del nuevo espacio inventado de la ciudad y lo urbano como una frentica oposicin. As se traducirn, por extrapolacin temporal, otras representaciones sociales como el Hobo, proletario estadounidense de los siglos XIX y XX caracterizado por ser un trabajador eventual e itinerante, o la Gang (pandilla). No anotamos esto como una crtica a estas imgenes, per se, sino
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como una sugerente sospecha de que en dichas construcciones desde y para la ciudad se encubre lo tnico, lo indgena o lo inmigrante que, por provenir del espacio rural o, simplemente, desde fuera de la ciudad, sean transparentados, o integrados a otras construcciones sociales. Lo anterior queda claro en la oposicin urbano/rural de Redfield donde lo urbano es heterogneo, cambiante y secular bienes preciados de la modernidad-, y lo rural es concebido como homogneo, estable y sacralizado. En este sentido, podemos coincidir en las crticas al planteamiento de Redfield en el sentido de no considerar lo rural como subsidiario de lo urbano, sino que, al contrario, emancipar su sentido, proyectar sus alcances. Simmel alentar el debate al proponer una perspectiva ms hbrida de la ciudad, reconociendo que no slo es un espacio de libertad, sino tambin de alienacin. De este modo, se desacraliza la ciudad que, al pretender superar el sentido sagrado de lo rural, para revestirse de profanidad, en verdad slo consigue una nueva forma de sacralizad. La ciudad deja de ser el espacio exclusiva y excluyentemente liberador y modernizador. Lo tnico (indgena e inmigrante), ya no amenazarn la libertad, pero seguir siendo un obstculo para la modernizacin y, por lo tanto, un referente de apelacin en el discurso social poltico, econmico y meditico. En resumen, percibimos que nuestro objeto (lo tnico) y nuestros sujetos (indgenas e inmigrantes) han permanecido invisibles o transparentes en diversas construcciones tericas, metodolgicas, etc.: el hombre marginal, lo urbano/lo rural, los medios de comunicacin, el discurso y la interaccin, entre otras. Considerando lo anterior, podemos, por ejemplo, en el caso particular del fenmeno de la migracin de las comunidades indgenas-mapuche desde la periferia rural a los centros urbanos en Chile, aproximarnos desde la perspectiva de la interculturalidad como hecho de comunicacin inmerso en un sistema de relaciones de diferencia, de poder y control social, en el cual la diferencia ser producto del conflicto y no a la inversa (Grimson, 2000:34). Y este fenmeno de la migracin intraregional, desde lo rural a lo urbano, no es un fenmeno reciente ni menor, pues, segn las estimaciones realizadas, en los prximos diez aos tres de cada cinco personas vivirn en reas urbanas (Bodei, 2000: 155). Ello nos exige, por lo tanto, superar la visin dicotmicamente ideolgica de lo urbano/lo rural, aunque sea para situarnos desde otras dicotomas. En este sentido, es importante entender las diferencias en nuestras sociedades -particularmente en estos escenarios migratorios203
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como diferencias-en-contexto y no como diferencias aisladas o meras reacciones de resistencia puntual: No puedo afirmar una identidad diferencial sin distinguirla de un contexto y, en el proceso de hacer esta distincin, estoy afirmando el contexto [y asimismo] no puedo destruir un contexto sin destruir al mismo tiempo la identidad del sujeto particular que lleva a cabo la destruccin (Laclau, 2000: 260). Siguiendo lo anterior, debemos esforzarnos por comprender el conflicto y la diferencia como factores fundantes de nuestro sistema de relaciones y no como obstculo para dichas relaciones. El conflicto es, pues, base del desarrollo y dinmica cultural, particularmente en comunidades indgenas. Es a travs del conflicto que estas comunidades han enfrentado los espacios emergentes y desde estos conflictos surgen las diferencias. La dinmica del conflicto y las diferencias podemos entenderla tambin en la relacin universal/particular, global/local, en el sentido que plantea Laclau: esta paradoja no puede resolverse, pero su no-resolucin es la pre-condicin misma de la democracia. La solucin de la paradoja implicara que un cuerpo particular habra sido encontrado, que sera el cuerpo verdadero de lo universal. Pero en este caso lo universal habra encontrado su emplazamiento necesario y la democracia sera imposible (Laclau, 2000: 267 y 268). En lo especficamente local, el objetivo es auto-producir a los sujetos-y/en-la-comunidad, para fortalecer los procesos endgenos: recuperar la memoria colectiva, llenar de sentido lo cotidiano, proporcionar identificadores y referentes de pertenencia: Las sociedades de la tradicin dedican mucho tiempo y energa a producir los sujetos y la organizacin social que los mantiene unidos [...] Las sociedades de la tradicin dedican mucho tiempo a actividades ceremoniales y rituales que van modelando a los sujetos en sus hbitos mentales y motrices, que los sitan en los sistemas de parentesco, en la aldea, en el ambiente de la fauna, de la flora, de los elementos y de los seres que pueblan sus mundos interiores mgicos y
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religiosos [...] No son actividades productivas en el sentido corriente del trmino [...] Sin embargo, son actividades productivas de un modo diferente, pero igualmente esencial: producen sujetos humanos y sociabilidad (Warnier, 2002: 93). En lo global, se trata de preparar a los sujetos para enfrentar los contextos de cambio permanente; aunque las nuevas dinmicas de globalizacin econmica de la cultura se introducen en las comunidades e, incluso, las transforman, son los procesos de produccin simblica los que garantizan la sobrevivencia de dichas culturas, donde formas de vida locales se remueven y rellenan con prototipos que proceden social y espacialmente de lugares completamente distintos (Beck, 1998: 86). 5. El caso de las comunidades tnicas en el discurso social de los medios y la hegemona de la lgica mediacentrista. Los estudios que se hace de los grupos tnicos tradicionalmente se centran en las representaciones entregadas en los discursos sociales de los medios de comunicacin, de tal forma que prevalecen dos sesgos epistemolgicos y metodolgicos: aquellas que se plantean como representaciones frecuentemente ahistricas; es decir, como una mera construccin discontinua y puntual; y los centrados ms en los medios como objeto de estudio que en los grupos tnicos; es decir, son pretextos para estudiar el comportamiento de los medios como parte de estudios financiados por corporaciones de medios de comunicacin, y como estudios amplios dirigidos a pblicos diversos. En ambos casos hay una evidente invisibilizacin epistemolgica, simblica y concreta de lo tnico. Todo lo anterior forma parte de investigaciones sobre los medios de comunicacin masiva como objeto de estudio, en cuyo caso lo tnico tiende a la invisibilidad. Es el caso particular de los estudios sobre la construccin social del llamado conflicto mapuche en Chile en el discurso social de los medios de comunicacin, tanto nacional como internacional; sin embargo, estos estudios se centran en aspectos exgenos, en dos sentidos: son construcciones sociales desde los medios de comunicacin, y son construcciones sociales desde los no-mapuches. De quin estamos hablando, entonces, en este ejercicio comprensivo? Creemos entender a las otras comunidades en estos anlisis, pero lo que hacemos en realidad es autorreferirnos, y en esta autorreferencia permanente creamos dos efectos:
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deformamos inevitablemente al otro desde un nosotros, y aunque comprendemos a los otros no nos es posible evitar esta deformacin. Al no hablar del otro hacemos una autorreferencia lgica, una separacin, tal como lo analiza Kirshemblatt-Gimblett (1998), donde la referencia genera distanciamiento temporal habitualmente presentado como ahistrico y/o espacial como si se tratara de estudios de una pieza de museo en permanente observacin y evaluacin, cuyos elementos de representacin son elegidos por los observadores, en un ejercicio de invencin de lo que se observa. No podemos continuar indefinidamente nuestra bsqueda en el discurso social de los medios de comunicacin, pues all hay slo relaciones de mediacin, descubrimientos forneos de lo extico y construcciones autorreferentes; all est el poder hegemnico de la industria cultural de los medios; pero no el objeto de los estudios interculturales y la comunicacin intercultural. No podemos conocer al otro, si acaso sea posible, slo a travs de discursos sociales de los medios: ni medios ni mediaciones, sino subjetividades, una hermenutica emancipadora del sujeto. Finalmente, si slo seguimos el juego producido desde los medios de comunicacin no podremos ver con claridad que, en definitiva, la identidad se sustenta en el conflicto que genera lo no-similar. Y las actuales formas de construir el sistema de relaciones se basan en la homogeneizacin y la uniformizacin de nuestro complejo universo, que es una de las estrategias globales de los medios de comunicacin. He aqu el centro de la discusin. La identidad, pues, tiene relacin con las creencias, las ideologas, los valores, los estereotipos, los prejuicios, los cdigos, las semantizaciones, los sentidos, los referentes, la historia (el pasado), las reivindicaciones (aquello que inicialmente fue de un grupo) y las demandas (aquello que dicho grupo considera haber perdido debido al contexto desventajoso en que se encuentra). Vivimos en sociedades de inmigracin (entre pases, regiones, etc.) y el problema no es la inmigracin en s, sino las imgenes que circulan sobre ella (Cohn-Bebdit y Schmid, 1995: 60).
4. Consideraciones Finales
1. Los estudios interculturales y la comunicacin intercultural, desde una perspectiva genealgica, constituyen un discurso y una prctica funcional e instrumentalizada para la resolucin de determinados conflictos sociopolticos y econmicos, tras los procesos migratorios y reivindicativos.
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2. Los estudios interculturales y la comunicacin intercultural surgen como parte de otros campos especficos: la comunicacin interpersonal y la comunicacin internacional. 3. Los fenmenos que configuran el objeto de estudio de la comunicacin intercultural, constituyen construcciones postraumticas, en tanto productos de los procesos migratorios y reivindicativos. 4. Desde la perspectiva comunicacional, los estudios sobre las comunidades indgenas mapuches en Chile, se centran en las representaciones que se hace de ellas en los discursos sociales, especialmente en los medios de comunicacin. 5. Estos estudios se caracterizan por: (a) presentarse como ahistricos, y (b) constituir anlisis centrados ms en los medios que en las comunidades indgenas. 6. Los estudios sobre la representacin de las comunidades indgenas mapuches de Chile, a travs de los discursos pblicos historiogrficos y massmediticos, muestran: (a) una autorreferencia del observador, a travs de los sujetos observados, (b) un juego dicotmico: rural/urbano; sacro/profano; moderno/premoderno, (c) un doble estndar discursivo: presencia negativa y ausencia pasiva. 7. En la construccin y reflexin sobre la ciudad y lo urbano, en oposicin a lo rural, emerge una representacin de lo indgena y lo tnico como invasin y problema que, desde lo rural-no moderno, vulnera la ciudad y su modernizacin emancipadora. Lo anterior, precisamente, en las figuras del indgena y el inmigrante que, en las ciudades, adquieren imgenes del hobo (proletario), gngster (pandillero), otros. 8. Por ltimo, en relacin a las extendidas propuestas post estructuralistas (Derrida, Deleuze, Guattari, entre otros), cuyos planteamientos no pretendemos desarrollar aqu, porque no es el objetivo, pero s nos permitiremos algunas preguntas: es posible pensar el conflicto y las reivindicaciones etnoculturales a partir de dichos planteamientos?; pues el conflicto y las reivindicaciones operan, necesaria e inevitablemente (ms necesariamente), desde procesos de absolutizacin identitaria, para, desde dicha polarizacin extrema, establecer una interlocucin.
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Efectivamente, no es posible entender las reivindicaciones tnicas en Latinoamrica al margen de una radicalizacin de la identidad, donde se niega la hibridacin, sino indgenas y no indgenas. Slo as, por ejemplo, se puede reivindicar la identidad territorial, que es de los indgenas y no de los no indgenas; un mestizo tambin compartira dichas reivindicaciones y el discurso reivindicativo, el conflicto necesariamente tendera a diluirse. No hay reivindicaciones y conflicto sin un juego dicotmico, sin un espacio binario; pues la utopa reivindicativa se desplaza, necesariamente, a travs de referentes binarios.
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Resumen La articulacin de la nacin sigue siendo un tema candente en el estado espaol. Ante los que quieren dar por zanjada las discusiones sobre la realidad nacional de Espaa, la autora opone la estrategia contraria: la que acepta la discusin, dejando que las diferentes posiciones se articulen desde perspectivas diferentes y sin duda, en ocasiones, encontradas. Slo as se darn las condiciones para un verdadero dilogo crtico, capaz de asumir sin miedo a la ruptura de comunicacin (y por supuesto sin recurso a la violencia) las inevitables disensiones que caracterizan la convivencia cvica en democracia. Abstract The making of a country is still a hot topic in the Spanish state. Opposite to those who want to finish the discussions on national reality in Spain, this author proposes a different strategy: the one that accepts discussion and let different positions to be argued about from different and, sometimes, confronted perspectives. This will be the only way to have a true critical dialogue, able to assume with no fear for lacking of communication (and, of course, without violence) the unavoidable dissensions that are regular in democracy. Palabras clave Espaa / Idea de Espaa / Nacionalismos / Ortega y Gasset Keywords Spain / Spain as a concept / Nationalisms / Ortega y Gasset
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n un discurso pronunciado ante las Cortes generales espaolas el 22 de Noviembre del 2000, con motivo del XXV aniversario de su reinado, Juan Carlos de Borbn afirmaba que Espaa se ha reencontrado a s misma en la libertad de una democracia plena, apoyada sobre el firme pilar de una Constitucin que ha sido, es y se proyecta en el futuro como un instrumento fundamental para nuestra convivencia (Discurso, 2000: 2). Como es habitual en este tipo de discursos, el comentario real eluda toda definicin aprehensible de los trminos utilizados. Pero incluso tomando en cuenta esa vaguedad inevitable, el anlisis ms somero del contenido del mensaje revela significativas contradicciones. La ms llamativa de las cuales tiene que ver, precisamente, con la definicin de esa Espaa que se ha encontrado a s misma. En efecto, la nacin (Espaa) se presentaba, por un lado, como consenso de voluntades, en constante dinamismo recreador que nace de la riqueza de su pluralidad. Por otro lado, el documento aluda sin ambages a la visin esttica de una Espaa unida cuya realidad histrica, cultural, econmica y poltica se daba por sentada. Estas dos posibilidades apuntan a un entendimiento muy diferente de la nacin: bien un proyecto voluntarista (el plebiscito cotidiano de Renan), bien un ente natural y orgnico. La presencia de ambas en un mismo documento es significativa y en verdad ms consistente con la realidad nacional de lo que el autor probablemente anticipara. Significativamente, al mencionarse los viejos problemas histricos que Espaa ha logrado resolver en su trayectoria democrtica se cita en particular el de su articulacin territorial (Discurso, 2000: 3). La utilizacin del trmino articulacin, tan reminiscente de la retrica de Ortega y Gasset, no es casual. En efecto, su Espaa invertebrada provee la nica cita explcita en el discurso real, pero no, como cabra suponer, como apoyatura argumental sino por el contrario para ofrecer un ejemplo concreto de una insuficiencia secular que ha sido superada: la tendencia espaola a mirar ms al pasado que al porvenir (Ortega y Gasset, 1921). Sera irnico, si no fuera trgico, considerar que estas palabras se pronunciaron slo horas despus del asesinato en Barcelona por parte de ETA del ex-ministro socialista, catedrtico y escritor Ernest Lluch, partcipe fundamental en el dilogo crtico sobre esa articulacin territorial de la nacin que el discurso daba por zanjada. Ms an, el fantasma de esa vertebracin incompleta es el verdadero hilo conductor del discurso, que est enmarcado en su inicio y fin por las alusiones a la violencia terrorista y haca notable hincapi en la unidad en la diversidad que debe caracterizar al estado democrtico espaol. No es sorprendente, en este sentido, que la muerte de Lluch se utilizara como llamada de aviso sobre la conveniencia de trasvasar parte de la energa poltica y social utilizada en la configuracin autonmica del Estado a un proyecto de cohesin nacional basada en una similitud de valores morales y polticos (Discurso, 2000: 3).
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Dejando de lado la utilizacin del nombre de Lluch en el contexto de una argumentacin tan contraria a los valores por l preconizados, cabe resaltar, la contradiccin que implica argir la necesidad de un proyecto de articulacin nacional slo unas lneas despus de haber afirmado que dicho problema ya ha sido resuelto. Pero es esta contradiccin, precisamente, lo que caracteriza de forma ms honesta la verdadera trayectoria de la Espaa democrtica en sus intentos de re-definicin, intentos que como simboliza la trgica muerte de Lluch, estn muy lejos de ser cohesivos, unnimes y a-problemticos. En verdad, no slo la articulacin de la nacin, sigue siendo un tema candente en el estado espaol, sino que su importancia es tal que no puede haber un acercamiento a los debates polticos o culturales espaoles que de una manera u otra no lo tenga en consideracin. En efecto, si como opina Anthony Smith, los intelectuales humanistas forman parte fundamental de cualquier movimiento de reivindicacin nacional (Smith, 2001: 7) el anlisis ms somero de la produccin ensaystica e historiogrfica del estado espaol no deja muchas dudas sobre la imposibilidad de argir que se vive un momento postnacional. Sea para cuestionarla, negarla, afirmarla, definirla o situarla como teln de fondo de otros conflictos, los intelectuales espaoles vuelven una y otra vez su atencin crtica a la nacin. En efecto la cantidad de ttulos publicados en los ltimos aos que de una manera u otra, tratan sobre la identidad cultural espaola o la idea de la nacin en Espaa es sencillamente abrumadora. Los ensayos que se ocupan de estos temas han recibido amplia atencin crtica dentro de Espaa y muchos de ellos han sido premiados con galardones nacionales de gran prestigio cultural y considerable dotacin econmica, como el Premio Nacional de Ensayo. La atencin que los medios de comunicacin prestan a las presentaciones pblicas de este tipo de texto apunta no slo a una clara revalorizacin del gnero ensaystico, sino tambin a la manera en que ese prestigio cultural se traduce en xitos de ventas. De ms est decir que el propio hecho de que un nmero importante de intelectuales de diferentes disciplinas y medios (literatura, historia, ciencias polticas, periodismo) se ocupen del mismo tema desde ngulos tan diversos, indica que la articulacin de Espaa lejos de ser algo resuelto es, por el contrario, una asignatura pendiente. Ms an, el tono de los debates, a menudo hostil, donde abundan las descalificaciones ad hominem, es indicativo de que en la mayora de los casos, esta discusin abre heridas escasamente cicatrizadas, que marcan el cuerpo simblico de esa nacin que tan persistentemente se quiere normalizar. Es indudable que en los ltimos aos las investigaciones en torno a la identidad nacional espaola ha incluido posturas decididamente construccionistas que subrayan que sta, como cualquier otra nacin, no es un ente inmanente sino contingente, poltica y culturalmente heterogneo y sujeto a constante re-articulacin (Delgado, 2003: 3-9). Parte de ese giro
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(de)construccionista implica una voluntad de distanciamiento de la retrica mesinica y organicista que desde el siglo XIX ha caracterizado el debate sobre el tema de Espaa. Ahora bien, paralelamente a esas posturas han resurgido con renovada fuerza otras reivindicativas del paradigma de la nacin homognea y perenne, identificada con un estado territorialmente demarcado. Es notable, en ese sentido, la reaparicin en el discurso poltico de la metfora orteguiana de la vertebracin del cuerpo poltico. Aos despus de que el rey utilizara a Ortega para definir lo que Espaa ha superado, el trmino vertebracin sigue siendo de uso comn y preferente, tanto en el discurso poltico cotidiano, como en el intelectual, usndose en contextos muy variados en incluso contradictorios entre s. En un acto celebrado en el Club Siglo XXI de Madrid el 24 de octubre del 2002, el entonces ministro de Defensa Federico Trillo aluda precisamente a la Espaa invertebrada de Ortega durante la presentacin de una conferencia pronunciada por el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. A diferencia de la cita real del ao 2000, sta subscriba sin ambages el espritu y la letra orteguianas al subrayar que Espaa adolece de exceso de particularismo y carece de un proyecto sugestivo de vida en comn (Defensa, 2002: 1). Para entender en toda su dimensin el comentario, hay que recordar que se produjo a escasas fechas de una ceremonia militar, presidida por el mismo ministro, que concluy con la instalacin de una gigantesca bandera espaola en pleno centro de Madrid. Pero no en el ministerio de Defensa mismo, ni en organismo militar alguno, sino en una localizacin de enorme simbolismo cultural: la Plaza del Descubrimiento, por encima del Centro Cultural de la Villa, al lado de la Biblioteca Nacional y a escasa distancia de la Casa de Amrica y el museo del Prado. En el discurso pronunciado durante la ceremonia, Trillo resalt que la bandera representaba el orgullo de tener una lengua, de pertenecer a una tierra, de compartir una sangre, unos sueos y unos recuerdos histricos (Tormenta, 2002:1). Tanto el gesto como las palabras que lo acompaaron desataron una verdadera tormenta poltica, con todos los partidos desmarcndose de la iniciativa del Partido Popular (entonces en el poder) y su retrica. Desde el PSOE hasta Izquierda Unida, incluyendo a todas las fuerzas del nacionalismo perifrico, se critic la ceremonia y su visin de un patriotismo militarista excluyente de otras lenguas, otros recuerdos y otras sangres. La reaccin inmediata no se hizo esperar: la asociacin Fora Catalunya despleg frente al monasterio de Montserrat una senyera estelada (bandera independista catalana) que meda ms del doble de la enarbolada en Madrid. El autntico significado de este episodio debe encontrarse, por supuesto, no en la puerilidad de una competencia destinada a demarcar la superioridad de un determinado smbolo o lugar de memoria sobre otro, sino en el hecho incontrovertible de que los intentos de representacin homogeneizada de la nacin
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espaola se ven consistentemente puestos en cuestin por la existencia de divergentes simbologas, localizaciones ideolgicas y lealtades. La persistente preocupacin por mantener la vertebracin nacional es paralela a las constantes alusiones que genera la posibilidad contraria, la invertebracin (o sus sinnimos: fragmentacin, disolucin, quiebra). Posibilidad que, como ha demostrado Silvia Bermdez, se ha identificado desde posturas conservadoras con una balcanizacin (Bermdez, 2003: 341). En efecto, hay toda una corriente de pensamiento que se ocupa de enfatizar, desde un ngulo u otro, el proceso de desespaolizacin iniciado con la Constitucin de 1978 y la necesidad de recuperacin de un sentimiento de orgullo nacional. Tal tarea de recuperacin se plantea como expresin de un patriotismo desgajado de toda ideologa nacionalista pero, paradjicamente, articulado siempre en oposicin a los verdaderos nacionalismos, los perifricos, cuyas propias manifestaciones patriticas son descalificadas como artificiales, excesivas y sobre todo, anti-constitucionales. En efecto, la reiterada apelacin a la Constitucin como rbitro ltimo, e inamovible, sobre las cuestiones de articulacin nacional, ha sido una constante en la poltica espaola de la democracia, pero en particular, en la ltima dcada. No hay ms que recordar los agrios debates en torno a la constitucionalidad o falta de ella del estatuto de Catalua, o las continuas apelaciones a la Constitucin cada vez que hay una significativa diferencia de opinin entre gobierno y oposicin, o gobierno central y gobiernos autonmicos. Existe, por otro lado, la posicin que sostiene que gran parte de los actuales debates sobre la articulacin de Espaa surgen precisamente de las imprecisiones terminolgicas y conceptuales de la Constitucin misma; en particular el debatido artculo 2, que establece la indisoluble unidad de la nacin. El historiador Juan Sisinio Prez Garzn, por ejemplo, apoyndose en estudios de Xacobe Bastida y Andrs de Blas Guerrero, sostiene que el documento fraguado en 1978 concibe a Espaa ante todo como unidad cultural, previa a la nacin poltica. Siguiendo una tradicin que se remonta al siglo XIX, Espaa se plantea como origen del estado y no viceversa, entendindose as la nacin como esencia colectiva fraguada en la historia y no como, digamos, plebiscito cotidiano (Prez Garzn, 2000: 27). En esto Bastida ve la impronta de Ortega y Gasset, pero no su famosa concepcin voluntarista de la nacin como proyecto comunitario, sino otra, desarrollada en Europa y la idea de nacin donde se afirma que la existencia de la nacin antecede a la voluntad constituyente de sus miembros (cit. Prez Garzn, 2000: 239, n29). Esto es, de acuerdo a esta posicin los individuos, los ciudadanos, no construyen la nacin, sino a la inversa: No la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da su radical sustancia (cit. Prez Garzn, 2000: 239, n29). Desde esta perspectiva es comprensible entonces la angustia existencial o metafsica que supone para algunos el cuestionamiento de la unidad nacional, equivalente, por tanto, a un cuestionamiento en lo sustancial.
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La importancia de recuperar y preservar una identidad nacional cohesiva en lo sustancial, fue reiterada durante los aos de gobierno conservador del Partido Popular (1996-2004), y no slo en sus estrategias polticas, sino tambin, en las culturales. Dejando de lado los ejemplos ms obvios (como el homenaje a la bandera anteriormente citado) vale la pena repasar el papel que la Real Academia de la Historia jug en los debates que sobre la nacin y su ser tuvieron lugar en ese perodo. No voy a volver aqu al comentadsimo debate sobre la enseanza de la historia, sobre el que tanto se ha escrito. Baste recordar que los ejes sobre los que se desarroll dicho pleito histrico fueron dos: uno afectaba al contenido (esto es, la definicin de qu acontecimientos son esenciales para una enseanza de la historia nacional) y otro a la manera de ensearlos (cronolgica o temticamente; con enfoque en lo local, nacional, global etc.). La mera existencia de esta querella histrica podra ser, en s misma, positiva: una expresin de un saludable ejercicio democrtico y de la adecuacin de la disciplina tanto a su momento como a la compleja realidad nacional de Espaa. El aluvin de Historias de Espaa publicado en los ltimos aos parecera, asimismo, confirmar tal impresin de diversidad de perspectivas. Algunos de estos ttulos, sin embargo, lo que hacen es reiterar dos narrativas teleolgicas. Una, marcada por lo que ya Amrico Castro denominaba panhispanismo retrospectivo (30), que hace ver espaoles y nacin espaola donde no hay sino una precaria unidad de formaciones y alianzas de muy diferente ndole, que slo retrospectivamente se identifican con el espritu o inters nacional. A pesar de lo cual varias de las historias publicadas recientemente remontan el origen de la nacin no ya a siglos, sino a milenios. La segunda narrativa busca en el pasado, en particular en la poca imperial, no slo espaoles, sino europeos con conciencia de tales; es sta una narrativa que propugna ante todo la normalizacin de la historia de Espaa (o de las respectivas comunidades autnomas) y su convergencia armoniosa con un ideal europesta entendido en sentido jerrquico y excluyente. La posicin oficial de la Real Academia de la Historia Espaola no deja lugar a dudas sobre la imbricacin de la historia de la cultura nacional con la historia del estado y su identificacin con el paradigma historiogrfico castellanizante, monrquico y homogneo que ha sido dominante desde el siglo XIX. Hay que recordar asimismo, en este sentido, lo que ha sido la trayectoria histrica del Centro de Estudios Histricos creado en 1910 a imagen y semejanza de la cole des Hautes tudes en Francia (fundada en 1870). Entre sus colaboradores se encuentra a los grandes idelogos de la discusin sobre el ser de Espaa en el siglo XX: Rafael Altamira, Jos Ortega y Gasset, Amrico Castro, Claudio Snchez Albornoz, Miguel Asn Palacios etc. Uno de los ms famosos presidentes del Centro, Ramn Menndez Pidal, public en 1929 La Espaa del Cid, en cuyo prlogo afirmaba su deseo de hacer resurgir un mito popular que sirviera
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para cimentar la memoria histrica nacional en torno a una figura que inspirara la unin espiritual y la cohesin social de la nacin (cit. en Boyd, 1997: 149). En esta lnea, la misma Real Academia de la Historia, auspici una serie de publicaciones cuyo objetivo explcito era restablecer una narrativa nacional homognea frente al asedio perifrico o las versiones ms deconstruccionistas. Muchos de esos libros se convirtieron en xito de ventas y recibieron el Premio Nacional de Historia (dado por el estado). La contraportada de uno de tales libros, Espaa como nacin, afirmaba lo siguiente: Existe una tendencia creciente a negar que Espaa sea una nacin, a considerarla poco ms que un amasijo artificial de varias entidades verdaderamente nacionales. Ello origina que, en algunos manuales de historia o geografa se desvincule la historia regional de la del mundo circundante. La Real Academia de la Historia consider un deber institucional organizar un ciclo de conferencias en el que algunos de sus miembros expusieran con rigor cientfico, documentacin fiable y honestidad profesional la innegable condicin nacional de Espaa (Real Academia, 2000: contraportada). No hace falta sealar la contradiccin lgica que plantea el hecho de que una institucin cientfica pueda analizar con rigor y objetividad una cualidad cuya propia existencia est indisolublemente ligada a su propio deber institucional y se presume a priori. Parte del contenido de esta contraportada se inspira indudablemente en el eplogo escrito por Pedro Lan Entralgo, que de nuevo apela a Ortega para apuntalar sus argumentos. Paradjicamente la definicin orteguiana de la nacin como proyecto sugestivo de vida en comn se utiliza aqu para subrayar la unidad histrica y social del conjunto de las regiones espaolas (Lan Entralgo, 2000: 253) y la necesidad de evitar un proceso que podra llevar a la disgregacin de Espaa o su articulacin como nacin de naciones (Lan Entralgo, 2000: 251). Objetivos explcitos similares tiene la publicacin Espaa. Reflexiones sobre el ser de Espaa, tambin editada por la Real Academia de la Historia, texto que se inicia y concluye, de nuevo, con sendas citas de Ortega y Gasset, incluido el famoso interrogante de las Meditaciones del Quijote: Dios mo, qu es Espaa? Reflexiones sobre el ser de Espaa no fue, por lo dems, el nico volumen en su estilo. Su coordinadora, la historiadora y acadmica de la Lengua Carmen Iglesias, preceptora del prncipe Felipe de Borbn, lo es tambin de la obra Smbolos de Espaa, flamante Premio Nacional de Historia del ao 2000, donde se analizaban precisamente la bandera, el himno nacional y el escudo en la formacin nacional (VV.AA., 2000). Ms importante an es el papel que la misma historiadora y otros colegas
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tuvieron en la organizacin de algunas exposiciones de gran xito y repercusin meditica, entre ellas Carlos V y su mundo, Carolus, Sagasta y el liberalismo o Espaa fin de siglo. El tema de las conmemoraciones oficiales de acontecimientos o figuras histricas y culturales es, por supuesto, de crucial importancia para entender el rumbo de la poltica oficial de cualquier pas y los lugares de memoria que se quiere privilegiar. En un contexto espaol, el concepto de los lugares de memoria no ha recibido la misma atencin crtica que se le ha dado en otros pases europeos, como Francia o Alemania (lo cual es, en s mismo, significativo). A pesar de ello, cabe sealar las observaciones sobre el tema de Antonio Elorza, que en una serie de artculos en El Pas criticaba la memoria oficial propugnada por varias de las exposiciones mencionadas y la manera en que stas presentaban una narrativa nacional expurgada de episodios problemticos y memorias comprometedoras; una narrativa donde, por cierto, la monarqua se erige en institucin esencial para la cohesin, modernidad y trayectoria cultural del pas. En una lnea similar a la planteada por Elorza, James Fernndez planteaba tambin en un incisivo artculo escrito con motivo de las conmemoraciones de 1898 una serie de preguntas fundamentales: qu es lo que hay de memorable en estos fastos oficiales?; quin es el nosotros que lleva a cabo la conmemoracin? (Fernndez, 2002:133); qu representaciones y construcciones culturales predominan en un determinado momento?; cmo se integran las necesidades polticas del presente en la reorganizacin del pasado? Algunos de estos interrogantes han sido contestados en trabajos importantes, como son los de Carolyn Boyd, Paloma Aguilar, Eduardo Manzano y Juan Sisinio Prez Garzn y Joan Ramon Resina y Ulrich Winter. Todos ellos coinciden en sealar que a diferencia de otras naciones, el proceso de nacionalizacin (en el sentido castellano-cntrico estatal) de las masas en Espaa fue dbil y claramente conflictivo. En primer lugar, porque a partir del siglo XIX Espaa no toma parte en ningn conflicto blico internacional exceptuando unas guerras coloniales que terminaron en fracaso (lvarez Junco, 2002: 23). Lo que caracteriza la historia espaola son las guerras civiles, que lejos de fomentar la unidad nacionalista, actan como factor disgregador. Asimismo, hay que considerar el fracaso de la historiografa liberal de crear un idea de nacin claramente distinguible de la Iglesia o la Corona (Manzano y Prez Garzn, 2002: 271). Por ltimo, hay que tomar en cuenta la fuerza de los nacionalismos no estatales, particularmente el cataln, que desde el siglo XIX se muestra como fuerza capaz de desestabilizar la homogeneidad de la narrativa del estado. As pues, las polticas conmemorativas que en otros pases sirven para unir y forjar lazos de identificacin comn, en Espaa acaban siempre demostrando la disgregacin de la memoria histrica (Boyd, 2002: 40; Winter 2005). De ah la necesidad de desplazar las ansiedades que causan la convivencia nacional, o las diferencias entre los distintos proyectos
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nacionales, en un enemigo externo de otredad irreducible. Esto explica desde la obsesin franquista con Marruecos hasta el risible episodio de la isla Perejil/Leila durante el aznarato. Pero los proyectos (neo) coloniales no siempre se manifiestan de manera obvia, por va militar. En este sentido, habra que analizar el papel del estado espaol (y tambin de las diferentes autonomas) en sus relaciones institucionales y comerciales con Latinoamrica (referida casi siempre en Espaa como Iberoamrica o Hispanoamrica). Habra tambin que estudiar en profundidad la manera en que la hispanidad se ha definido (o redefinido) durante la democracia como mecanismo vertebrador del estado-nacin. Refirindose especficamente a libros como La mentira histrica desvelada Genocidio en Amrica?, Silvia Bermdez ha denunciado la tesis all sostenida que hace a Latinoamrica deudora de Espaa por el legado de la lengua (Bermdez, 2003: 349). Lamentablemente, el argumento lejos de resultar una anomala, es de curso comn, y se remonta al ms rancio nacionalismo espaol del siglo XIX, momento en que se articula por primera vez el argumento del papel compensatorio que las colonias y ex-colonias juegan para una Espaa en decadencia poltica. Esto es, la visin de Hispanoamrica como deudora de la metrpolis se inserta en una tradicin intelectual decimonnica en la que convergen tanto conservadores (como Menndez Pelayo) como liberales (como Rafael Altamira y Benito Prez Galds). Es importante sealar esto para entender por qu se recupera, a principios de un nuevo milenio, esta retrica compensatoria. De la misma manera que una somera mirada a los debates polticos e historiogrficos actuales nos remite al legado de conflictos que el siglo XIX dej sin resolver (Manzano y Prez Garzn, 2002: 274), es indudable que una parte fundamental de ese legado es la negacin, por parte de Espaa, a asumir con todas las consecuencias de su papel colonizador en Amrica y frica. Es irnico, por ejemplo, que la concesin en el 2002 del Premio Prncipe Asturias de la Concordia a Edward Said no sirviera para plantear un debate sobre lo que constituye el eje central de la produccin ensaystica de este autor: su insistencia en subrayar la imposibilidad de analizar la historia y cultura europeas sin reconocer las complejas interacciones entre stas y el mundo no-europeo, as como su convencimiento de que la realidad colonial est imbricada en los debates intelectuales, la produccin literaria y artstica y la vida social de la metrpolis misma. Esto es, la figura de Said es apreciada en Espaa por su papel de crtico del colonialismo ajeno (sobre todo, anglosajn e israel), pero sus conclusiones no se aplican para analizar tambin el colonialismo propio. Una situacin parecida denuncia Suso de Toro cuando observa que en Espaa hubo una justificada indignacin ante el abierto racismo del austraco J. Haider, pero no ante un escrito del (entonces) presidente de la Junta de Galicia y ex ministro de Franco, M. Fraga Iribarne, donde se negaba el genocidio de los indgenas americanos
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y se minimizaba el judo. Todo ello en un libro publicado, adems, con fondos pblicos (de Toro, 2004: 83). No es casualidad, entonces, que la relevancia de la crtica postcolonial en los departamentos de literatura espaola en Espaa y fuera de ella sea mnima. La razn es clara: no se puede teorizar sobre un silencio, ni sobre una negacin. Espaa no ha asumido en todas sus consecuencias su propio pasado colonizador ni su situacin actual de dominacin simblica y econmica en Latinoamrica (Mignolo, 2000: 24). Ms an, como demuestran los estudios de Marina Prez de Mendiola y Mara Escudero, las actitudes y la retrica de la Espaa democrtica hacia Latinoamrica han sido virtualmente idnticas a las del franquismo. Se podra decir que en trminos prcticos son peores, puesto que la nueva localizacin poltica europea de Espaa ha significado la puesta en prctica de draconianas medidas destinadas a controlar el flujo de trabajadores inmigrantes e incluso visitantes latinoamericanos. Es significativo, en este sentido, que hasta un intelectual habitualmente tan sutil como Javier Tusell, al hacer explcitos los elementos en que se debe o no basar el nuevo nacionalismo espaol, afirme que la simbologa apropiada debe basarse ms en la cultura que en los tanques o en lo iberoamericano que en la sola reivindicacin de Gibraltar (Tusell, 1999: 3). El sentido del comentario parece obvio para qu molestarse a reclamar un pen a una potencia europea, cuando ya tenemos, sin cuestionamiento alguno lo iberoamericano para proveer la consistencia necesaria a la identidad espaola? La posicin de Latinoamrica como elemento fundamental de cohesin para el estado espaol es reconocida explcitamente en el texto oficial con que se ratific el 12 de octubre como fiesta nacional espaola una iniciativa por cierto, del Partido Socialista. Los nicos grupos polticos que propusieron una celebracin alternativa que no obviara las dimensiones negativas de la conquista y colonizacin fueron Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Catalunya: de ms est decir que su propuesta perdi por abrumadora mayora (Aguilar y Humlebk, 2002: 139). As, igual que en el siglo XIX coincidan liberales y conservadores en reclamar la deuda espiritual y material de las colonias hacia la metrpolis, en el XX y en el XXI, nacionalistas centrales y perifricos asumen, en teora o en prctica, esa herencia y esa retrica, ahora reforzadas por la ventajosa localizacin poltica y econmica del estado espaol. En cualquier caso, lo que es evidente es que ni siquiera la fiesta nacional del Da de la Hispanidad sirve para lograr esa elusiva, pero indudablemente ansiada, vertebracin nacional. De las dificultades del empeo deja constancia la nueva polmica sobre la bandera que est teniendo lugar en el momento en que se escriben estas lneas a pocos meses de unas elecciones generales as como de unas autonmicas en el Pas Vasco. El 10 de octubre del 2007 se haca pblico un vdeo del jefe de la oposicin Mariano Rajoy, con un mensaje en que exhortaba a los espaoles
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a exhibir y honrar la bandera nacional espaola el da 12 de octubre, da de la Hispanidad y fiesta nacional, como manera de celebrar su espaolidad. Inmediatamente el vdeo fue criticado por el gobierno socialista, que aseguraba que en su esttica y formato el mensaje del lder de la oposicin quera dar una sensacin de institucionalidad que slo corresponda al gobierno o al jefe del Estado. Otras crticas se centraron en la utilizacin partidista de los smbolos nacionales, incluyendo la bandera (que ocupaba un lugar preeminente en el mensaje del jefe de la oposicin) y en el acaparamiento del sentido de espaolidad por la derecha. Creo que es precisamente ste ltimo punto el que debera ser analizado ms all de las circunstancias concretas de un determinado episodio. Al considerar los persistentes debates sobre la identidad espaola y la vertebracin nacional es importante plantearse a quines se dirigen las apelaciones actuales a la recuperacin de la nacin y la identidad nacional. Para ello habra que empezar por estudiar en un marco histrico quines son los que en verdad se han beneficiado de su orgullo de ser espaoles, y por tanto quines pueden tener inters en recuperar algo perdido. O, planteado la premisa a la inversa, podemos plantear quines han quedado excluidos de una construccin nacional basada en una serie de valores monolticos, entre ellos una religin determinada (catolicismo), un sistema de gobierno (monarqua), una lengua (castellano) y una clase social (las clases propietarias o la burguesa ilustrada). Asimismo, toda discusin seria sobre el nacionalismo (espaol, pero tambin en general) debe considerar tanto lo representado por el estado-nacin como lo excluido. Por lo mismo que el nacionalismo estatal debe estudiarse como tal, con rigor, sin eufemismos ni disculpas, tambin debe cuestionarse la supuesta homogeneidad de sa nacin espaola, de se ncleo central que tantas veces aparece indisolublemente ligado a las causas ms reaccionarias, divisivas e intolerantes. Ese cuestionamiento llevara, asimismo, a plantearse el ejercicio diferencial de poder que hace posibles algunas historias silenciando otras, entendiendo por silenciamiento no slo la ausencia de hechos o interpretaciones, sino tambin lo que queda en los intersticios de los conflictos entre diversos intrpretes (Trouillot, 1995: 25 y 28, traduccin ma). Esta es la importante tarea que estudiosos como Mario Onainda, Jos lvarez Junco, Juan Sisinio Prez Garzn, Eduardo Manzano, Pedro Ruiz, Josep Fontana, Ramn Villares, Julin Casanova entre otros, estn llevando a cabo. Gracias a ellos, podemos recordar y/o considerar la relevancia de que lo que ahora se presenta como luchas tnicas fueran en la mayora de los casos competencias entre elites por sus privilegios (lvarez Junco, 2002: 14), as como la importancia fundamental de la alianza entre la Iglesia y la monarqua como bastin de resistencia a las reformas liberales y la modernidad (25 y ss). El trabajo de todos ellos plantea tambin la necesidad de reconstruir el proceso de interaccin entre clase
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social e intereses econmicos, poder poltico y exclusin social de tal manera que puedan explicarse los diferentes apoyos sociolgicos a las diferentes versiones [existentes] del pasado (Manzano y Prez Garzn, 2002: 278; traduccin ma). Un ejemplo del tipo de investigacin al que podra conducir una reconsideracin de la historia desde un eje no estatal, lo dan Eduardo Manzano y Juan Sisinio Prez Garzn al plantearse cul sera la percepcin de la identidad nacional espaola (o catalana, o andaluza) que tenan las madres que peridicamente se rebelaban contra el sistema de quintas que haca recaer la defensa de la patria en una nica clase social. Se puede decir que ellas o las que peridicamente tambin asaltaban las panaderas con sus hijos en brazos (Manzano y Prez Garzn, 2002: 278) estaban bajo la proteccin del estado-nacin? Se puede decir que todos los soldados rasos que fueron obligados a luchar en la llamada Guerra de frica tenan conciencia de estar luchando contra los enemigos de Dios y la religin en favor de la causa de la civilizacin (lvarez Junco, 2002: 28)? Intentar contestar esa pregunta implica plantearse el interrogante fundamental: quin necesita la nacin, con qu fin y en nombre de qu intereses (Burton, 2003: 7)? Solo el planteamiento de esa cuestin podr sacudir los cimientos de las narrativas historiogrficas oficiales al interpolar en ellas cuestiones crucialmente relevantes pero ignorados con demasiada frecuencia: la manera en que la clase social, el gnero, la carencia material y la sexualidad inciden en la representatividad y visibilidad poltica; los mecanismos coercitivos y persuasivos por los que se legitima y consolida la autoridad del estado; por qu ciertas narrativas han sido privilegiadas y favorecidas en exclusin de otras; y finalmente, cules son los factores histricos que enmarcan las complejas redes de intereses polticos, econmicos, ideolgicos- que acaban constituyndose en expresin de los intereses nacionales. Volvamos, pues, entonces, a la actual relevancia de la idea de la vertebracin nacional. Metafricamente, vertebrar significa simplemente dar organizacin y cohesin. En un sentido zoolgico, sin embargo, y de acuerdo a la calificacin cientfica tradicional, el animal vertebrado se considera perteneciente a una jerarqua superior al invertebrado debido a la posesin de un sistema nervioso central y un aparato locomotor integrado por las cuatro extremidades y la columna. Curiosamente, existe un artculo de Fernando Savater titulado Revindicacin de una Espaa invertebrada en el que se analiza uno de los factores que se suele considerar la columna vertebral de la nacin y que lo ha sido de la espaola, sin duda, en demasiadas ocasiones: el ejrcito. Desde su postura (entonces) abiertamente anti-militarista, Savater criticaba el uso de las metforas orgnicas para explicar procesos polticos, enfatizando el hecho evidente de que el progreso histrico no es paralelo a la evolucin zoolgica (Savater: 1984: 137). Aos despus de escrito este artculo, en pleno resurgimiento del militarismo y el nacionalismo tnico a nivel mundial, bien vale la pena
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reflexionar sobre lo que indica el resurgimiento de ciertas estrategias, retricas y polticas cuyo contexto original est inexorablemente ligado a procesos de formacin y consolidacin nacional e imperial. Es indudable que la discusin acerca de la necesidad de vertebrar la nacin espaola ha sido y sigue siendo uno de esos debates interminables a los que aluden Kobena Mercer y Stuart Hall: polmicas que en sus propios trminos y persistencia sealan las reas de friccin del conflicto en cuestin. En el momento en que se escriben estas lneas, el debate sigue tan vigente como siempre, mantenido desde varios frentes. Por un lado, por la derecha ms inmovilista que desde la retrica de la prdida y la amputacin reclama una identidad nacional homogeneizadora, que vuelva a hacer de la diversidad una anomala (de Toro, 2004: 113). Por otro, una izquierda que no logra articular con efectividad una versin ms cvica y ms plural de la espaolidad, y que por otro lado tampoco parece poder desmarcarse por completo del discurso y la lgica de nacionalismo estatal dominante durante tantos siglos. En ese sentido es significativo que en abril del 2007, poco antes de la celebracin en mayo de elecciones municipales y, en algunos casos, autonmicas, se presentara en el Crculo de Bellas Artes de Madrid el manifiesto de constitucin de una Asamblea de Intervencin Democrtica. El escrito, titulado Manifiesto por la convivencia, frente a la crispacin, canalizaba la preocupacin de un grupo de intelectuales, que denunciaban as el clima crispado y de enfrentamiento existente en la vida poltica espaola (Manifiesto 2007). El ncleo del argumento de este manifiesto aluda, sin mencionar explcitamente a ningn partido poltico, a la estrategia del Partido Popular de deslegitimacin constante del gobierno socialista mediante ataques continuos a sus iniciativas y medidas; ataques, que, como es sabido, se han centrado ante todo en presentar la poltica anti-terrorista del gobierno y su visin de la nacin como atentados contra la unidad o incluso la propia viabilidad poltica de Espaa. Este escrito levant, como era de esperar, gran expectacin; fue ampliamente reproducido en todos los medios de comunicacin y por supuesto suscit las esperables respuestas indignadas de la derecha ms inmovilista, bien representada en los medios de comunicacin nacional (sobre todo en los programas de la cadena de radio COPE, los peridicos El Mundo y Libertad Digital, o la cadena de televisin TeleMadrid). En este sentido, el episodio parece confirmar la idea en torno a la cual se articula el manifiesto: Espaa es un pas innecesariamente crispado, y esa crispacin no forma parte de la normalidad democrtica, sino que al contrario, la pone en peligro. Sin embargo, quiz lo ms significativo del escrito no sea lo que se dice, sino cmo se dice. Los firmantes del artculo dedican gran parte de ste para sealar el hecho, por lo dems evidente, de la utilizacin por parte del Partido Popular de una retrica alarmista y tendenciosa que arguye que Espaa se rompe y Espaa se rinde para manipular la opinin
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pblica y fomentar la desconfianza en el gobierno (socialista) libremente elegido. El texto contina condenando la exageracin y el extremismo de esos argumentos, que hacen inviable un debate racional. No deja de ser interesante, entonces, la exposicin misma del problema que se hace en el manifiesto. El apartado nmero I reconoce que es propio de sociedades democrticas normales el debate, la confrontacin dialctica y la crtica acerba. Sin embargo, a continuacin se sostiene, en el apartado II: Lo que nos inquieta, por el contrario, es que el debate poltico argumentado est siendo suplantado por la descalificacin y el insulto; que el normal funcionamiento de las instituciones sea trastocado y se niegue legitimidad a quien gobierna por voluntad de la ciudadana; que el derecho a una informacin veraz se sustituya por la manipulacin sistemtica de los hechos a base de mentiras o de medias verdades que confunden a la opinin pblica. Conjunto de procesos indeseables que si bien no han conseguido, todava, provocar una quiebra en la sociedad espaola, muestran ya indicios preocupantes de que se puede estar gestando esa fractura que conviene detectar y soldar cuanto antes. (Manifiesto 2007: 1). Esta cita me parece indicativa de una contradiccin importante que se percibe en el texto en general: la denuncia de la utilizacin del lenguaje de la ruptura y la crisis por parte del Partido Popular (Espaa se rompe) a la vez que, desde la perspectiva ideolgica opuesta, se da la voz de alarma precisamente tambin sobre una fractura que conviene detectar y soldar cuanto antes (argumento de la Asamblea de Intervencin Democrtica). Es evidente que estamos ante discursos polticos muy parecidos, lo cual no implica, desde luego, que las posiciones ni los objetivos lo sean. A lo que s apunta la coincidencia terminolgica es una visin de la normalidad democrtica como exenta de crisis y de confrontacin. Esto es comprensible, desde luego, en el contexto de la historia de Espaa, donde abunda la resolucin de los conflictos polticos con la apelacin a un supuesto estado de excepcin que justifica el autoritarismo y la violencia. Por lo mismo, la retrica nacionalista articulada durante siglos de autoritarismo est ms integrada en el inconsciente colectivo de lo que quisiramos admitir, de ah la alusin a la fractura nacional que debe ser soldada, tan en la lnea de la retrica orteguiana e incluso noventayochista. En ese sentido, no deja de ser irnico que un grupo que se denomina de intervencin democrtica apele al gobierno para que ponga remedio al desconcierto de la ciudadana (Manifiesto, 2007: 2). Por mucho que se pueda estar de acuerdo con el hecho de que existen intereses muy concretos detrs de las campaas mediticas que fomentan la idea de una Espaa en
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crisis, no es nicamente el gobierno quien tiene la solucin al problema, sino tambin los propios ciudadanos, que tienen libre acceso a los medios de comunicacin y varias opciones polticas que presentan visiones muy diferentes de la realidad poltica. Por otro lado, y en ltima instancia, es dudoso que sea posible ponerle remedio al desconcierto, que es una cualidad casi inevitable de la existencia ciudadana responsable. Como ha analizado S. iek, la fuerza de la democracia consiste precisamente en su capacidad para asumir que sus lmites se encuentran dentro de ella misma, en sus inevitables antagonismos y fracturas internos, evitando as la trampa del totalitarismo, siempre empeado en desplazar las culpas a un enemigo externo para explicar sus fracasos (iek, 1997: 168). Por tanto, la crispacin e incluso el desconcierto, no slo no son anomalas del sistema democrtico, sino que al contrario, constituyen la prueba ms irrefutable de su existencia: slo bajo gobiernos democrticos y plurales pueden percibirse las tensiones propias de toda comunicacin autntica, as como las incertidumbres lgicas de quienes enfrentan la vida cvica sin el parapeto ideolgico de las certezas absolutas. Por tanto, la presencia de la crispacin y las emociones en los debates pblicos espaoles debe entenderse simplemente como manifestacin de las tensiones inevitables entre la sociedad civil y el estado o de los diferentes intereses dentro de un mismo estado. En ese sentido, resultan significativas unas declaraciones del ex-ministro en el gobierno de Aznar, Jaime Mayor Oreja, en una entrevista en el diario La voz de Galicia donde haca una comparacin implcita entre el estado de crisis que supuestamente vive Espaa actualmente, y la situacin de extraordinaria placidez que supuso la dictadura franquista (Mayor, 2007: 4). Ante la insistencia del periodista en sobre si sera pertinente condenar el franquismo, Mayor Oreja contest negativamente, dado que muchas familias lo vivieron con naturalidad y normalidad. Irnicamente, estas palabras no dejan de encerrar una gran parte de verdad: es verdad que una parte de la poblacin vivi la dictadura con naturalidad; es verdad que el estado de excepcin que supona el gobierno dictatorial acab convirtindose en la normalidad, una normalidad sancionada, directa o indirectamente, por muchos pases democrticos. Es verdad, por otra parte, que uno de los objetivos principales de las dictaduras es suprimir no slo la disensin, sino tambin su apariencia: slo as se puede fomentar una visin de la realidad desprovista de tensiones y de crisis en el sentido etimolgico del trmino (cambio o mutacin). La insoslayable paradoja subyacente a la construccin de sujetos nacionales es que dicha construccin nunca puede estar exenta de tensin y contradicciones, a pesar de lo cual la aspiracin a una situacin de calma constituya precisamente el objetivo declarado de sus expectativas. Como indica el historiador Stefan Berger, no existe una normalidad del estadonacin, concepto este ltimo construido en base a determinadas creencias
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que distan mucho de ser incuestionables. Asimismo, Berger subraya que estudios empricos han demostrado que la falta de orgullo nacional no es correlativa a situaciones de crisis poltica (Berger, 2003: 7). Por tanto, la existencia de una identidad nacional que parece estar fuera de quicio (en el sentido literal de la expresin) debe reinterpretarse como un indicio fehaciente de normalidad poltica. As, ante los que quieren dar por zanjada las discusiones sobre la realidad nacional de Espaa, podemos oponer la estrategia contraria: la que acepta la discusin, dejando que las diferentes posiciones se articulen desde perspectivas diferentes y sin duda, en ocasiones, encontradas. Slo as se darn las condiciones para un verdadero dilogo crtico, capaz de asumir sin miedo a la ruptura de comunicacin (y por supuesto sin recurso a la violencia) las inevitables disensiones y fracturas que caracterizan la convivencia cvica en democracia.
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METAPOLTICA Y TICA EN LOS TIEMPOS DE PROLIFERACIN DE LA MEMORIA HISTRICA ESPAOLA METAPOLITICS AND ETHICS IN SPANISH HISTORICAL MEMORIES
Txetxu Aguado (University of Cincinnati)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp235-252
Resumen Este trabajo analiza desde la literatura la fertilidad de la memoria como un evento poltico, en la denominacin del filsofo Alain Badiou, encaminado a desentraar claves y procesos de verdad no tomados en cuenta durante la Transicin. En concreto se analizan una novela de Andrs Trapiello, Das y noches (2000), y otra de Suso de Toro, Hombre sin nombre (2006), en su potencial para desmitificar la Guerra Civil y abrir el recuerdo a una nocin de tica y de justicia donde lo dejado de lado encuentre el camino de su presencia. Abstract This paper analyses fertility of the memory as a political event, as it is called by philosopher Alain Badiou, focused to unravel keys and processes of truth to which Transition have not paid attention. Specifically it analyses a novel by Andrs Trapiello, Das y noches (2000), and another one by Suso de Toro, Hombre sin nombre (2006), and their potential to destroy the myth of Civil War and to open the memory to ethic and justice, so that what is forgotten could find its way to be present. Palabras clave Metapoltica / Memoria histrica / Transicin / Guerra Civil espaola / Lliteratura y memoria Keywords Metapolitics / Historical Memories / Transition / Spanish Civil War / Literature and Memory
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Sumario 1. A vueltas con la memoria una vez ms. 2. La metapoltica de la memoria. 3. La memoria de la metapoltica. 4. Andrs Trapiello. Das y noches. 5. Suso de Toro. Hombre sin nombre. 6. Finalmente: la tica. Summary 1. Memory again. 2. Metapolitic of memory. 3. Memory of metapolitic. 4. Andrs Trapiello. Das y noches. 5. Suso de Toro. Hombre sin nombre. 6. Finally: ethic.
deja de llamar la atencin la abundancia de novelas, documentos o simposios sobre el tema de la memoria, y del olvido, en relacin al periodo que arranca desde la II Repblica, la Guerra Civil y el franquismo hasta la Transicin a la democracia. Tal esfuerzo memorstico hablara de una necesidad por dar voz a personas y discursos que la Transicin, ms interesada en construir una arquitectura formal democrtica para todos que en otra cosa, habra premeditadamente olvidado para no remover las turbulentas aguas del pasado. Hablara de una necesidad, pero tambin de una proyeccin hacia el futuro, porque sigue echndose de menos una reparacin, al menos moral, de las vctimas del franquismo y, en conexin con ello, un hacer gravitar la democracia espaola no hacia el estado dictatorial desde el cual evoluciona, sino hacia la Repblica y sus intentos por definir un marco de convivencia democrtica para todos. Es as que en este trabajo me propongo analizar desde la literatura la fertilidad de la memoria como un evento poltico, en la denominacin del filsofo Alain Badiou, encaminado a desentraar claves y procesos de verdad no tomados en cuenta durante la Transicin. La literatura, su ficcionalizacin de circunstancias pasadas, abre la puerta a un conocimiento extra recogido en forma de memoria. En concreto analizar una novela de Andrs Trapiello, Das y noches (2000), y otra de Suso de Toro, Hombre sin nombre (2006), en su potencial para desmitificar la Guerra Civil y abrir el recuerdo a una nocin de tica y de justicia donde lo dejado de lado encuentre el camino de su presencia.
No
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El
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aficin del poder a dotarse de una Historia con maysculas de sentido unvoco. En absoluto. Se est hablando de esas historias de corte hegeliano cuya finalidad ltima es la realizacin de alguna esencia espaola o francesa o vasca. Por aqu tampoco circular la memoria relevante. En este caso, sera necesario recordar lo que Friedrich Nietzsche reclamaba en la segunda de sus Untimely Meditations: liberarnos del peso del pasado para no atragantarnos con l y dejar un hueco a la creatividad del definirnos como ms nos apetezca ser (1983). Este tipo de olvido vendr a aliviar la memoria compulsiva que nos quisiera ver siempre amarrados a la peculiaridad cultural o racial, con menoscabo de otras dimensiones de lo individual. Ms importante, incluso, es el construirnos al margen de las memorias cooptadas por el poder del estado que nos hacen circular por caminos memorsticos de direccin e interpretacin cerradas. Ser posible entonces elaborar una memoria colectiva donde tenga cabida la experiencia familiar o individual al margen de las visiones congratulatorias de los estados, y donde democrticamente se participe en su elaboracin, difusin y control? Ser posible encontrar la memoria significativa no slo para mi comunidad, mi pas o mi nacin, sino tambin para la comunidad de lo humano a la que pertenecemos como experiencias a seguir defendiendo o a no repetir?
2. La metapoltica de la memoria.
lama la atencin la displicencia, teida de desconfianza, con la que se recibe la proliferacin de la memoria, principalmente desde la izquierda, en las esferas acadmica y polticas. Desconfianza, se nos dice, porque la memoria juega con un material demasiado impregnado de lo emocional, por si fuera poco de trayectoria y significacin incierta. Sus contenidos estn sujetos a las manipulaciones y olvidos propios del paso del tiempo. De esta opinin sera el historiador Javier Ugarte: "El legado intangible, inicialmente echado en el olvido [. . .] ha producido en estos casi treinta aos un espeso sedimento, un fuerte y variado resto en el imaginario colectivo; un poso, una memoria mltiple, pero sobre todo turbia y mal gestionada" (2006: 187). La displicencia se derivara entonces de la ausencia de contraste, de la falta de seguimiento de las reglas del mtodo cientfico que caracterizara a las disciplinas encargadas del estudio del pasado. En realidad, tanto los discursos acadmicos como los polticos lidian mal con manifestaciones de memoria que no siguen las explicaciones con las que se nos recompone - es cierto que lo hacen por nosotros - el pasado. Critican la reconstruccin exhaustiva del ayer sin discriminacin entre lo ntimo, lo personal o lo social. Casi parece que el exceso de memoria sera lo propio de aquellos que no son capaces de entender los procesos histricos, las supuestas bondades de la Transicin entre otros, y se empean
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en rememorar todo lo que cuestiona las verdades de la memoria oficial en lugar de dejarse guiar por ella. Desde la perspectiva de la memoria hegemnica en manos de crculos acadmicos y estatales, desde la condena sin paliativos de la otra memoria, se incita a un cierto grado de olvido. Es mejor, se dice, no volver a las problemticas irresolubles del ayer en aras a un espritu de convivencia en el hoy. De aqu surgen todos los tpicos sobre el pasado con los que se nos ha bombardeado desde hace aos: que si todos mataron durante la Guerra Civil, que si todos ejercieron violencias sobre los inocentes, que si todos fueron vctimas, que sin la intervencin extranjera todo habra sido distinto, y un sinfn ms de argumentos similares. Es tal la insistencia en que nos arrimemos a estas nociones que se empieza a dudar de los verdaderos motivos de las versiones de la Transicin sobre lo que realmente ocurri entonces. Por qu la democracia espaola no consigue dar cabida al discurso de la proliferacin de la memoria instndonos en su lugar al silencio? Ser como dice el historiador Santos Juli, que slo se echa al olvido aquello que se quiere poner de lado (2004: 50). Puede ser, pero lo puesto de lado sobrepasa con creces a lo que se ha querido mantener, y no precisamente por una mana de sntesis. No obstante, ms productivo que el acercamiento a la Transicin a travs de la nocin de amnesia, deliberada o no, me interesa caracterizar la abundancia de memoria como evento, como un fenmeno singular con implicaciones polticas. Quiero decir que en lugar de dirimir sobre el silenciamiento o no de la voces del pasado, o sobre las buenas o malas intenciones de la escritura oficial de la memoria, me interesa ms analizar este fenmeno desde la nocin de crisis, es decir, desde las aperturas y cuestionamientos que propicia en las interpretaciones ya existentes. La crisis hara referencia a esa memoria que produce un serio contratiempo en los reclamos de autenticidad y de verdad de las narrativas oficiales. Me refiero a un tipo de memoria invisible que slo encuentra salida a la luz pblica en los testimonios individuales, que se deja apresar a duras penas en los entresijos del miedo de quien todava an hoy en da no se atreve a expresarlo todo sobre su experiencia vivida. Si llamo a este fenmeno evento es porque nos sita al margen de la repeticin constante de los mismos esquemas memorsticos puestos en circulacin una y mil veces durante la Transicin y la democracia. Este evento de crisis, contrarresta esa satiation, esa saturacin de lo mismo que en palabras de Jean Baudrillard conduce simultneamente a un lockjaw and inertia (1989: 31). As describe Baudrillard el fenmeno: Paul Virilio has correctly called it 'polar inertia'. It is as if the poles of our world were converging, and this merciless short circuit manifests both overproduction and the exhaustion of potential energies at the same time (1989: 33). La tendencia a la inercia polar, a la sensacin de que todo est convergiendo en un mismo punto explicativo e interpretativo, en nuestro caso sobre la
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memoria, produce curiosamente un exceso de produccin de las mismas memorias hegemnicas, de los mismos discursos oficiales, y una sensacin de agotamiento de la capacidad para el pensamiento novedoso o para la visin alternativa. Precisamente, la abundancia de la memoria, no recogida por lo oficial, vendra a poner a prueba los esquemas paradigmticos ms condescendientes con la benignidad de la Transicin. Pensemos adems que la fortaleza de este evento de crisis - la abundancia de memorias dispares, su proliferacin indiscriminada, cuando no catica, ajena a los circuitos de conocimiento acadmico y fuera, por no decir que en contra, de las justificaciones y legitimaciones del poder del estado - reside en su capacidad para la transformacin mediante la intervencin poltica. Ser sta singular al evento considerado y exterior a los crculos polticos conocidos. Por qu la denominacin de poltico? Siguiendo a Alain Badiou: An event is political if its material is collective, or if the event can only be attributed to a collective multiplicity [. . .] Collective means inmediately universalizing (2005: 141). La multiplicidad no se refiere a su facultad ni para atraer grandes nmeros ni para aglutinar grandes masas en torno suyo. Se refiere a la habilidad para sumar voluntades, para universalizar una determinada problemtica casi ignorada hasta el momento de la aparicin del evento y convertirla en propia de una colectividad. Es decir, el evento es poltico cuando su vocacin es la de ir ms all de lo meramente individual, permeabilizando las preocupaciones y actividades de los muchos. Por otro lado, la atribucin de la categora de poltico al evento de la aparicin de memorias contrahegemnicas no debe entenderse en un sentido tradicional como aquella que se dirime dentro de las esferas del estado y finalmente lo reafirma. Ms bien es al contrario. Es poltico, en palabras de Jason Barker, traductor y responsable de la introduccin al libro de Badiou Metapolitics, porque "radically detracts, or susbstracts 'itself,' from an experience of what 'the social world' is" (2005: ix) y porque resiste "the logic of the State" (2005: xviii). Dicho de otro modo, la memoria de la que se est hablando, su razn de ser y formulacin, ataca sin cortapisas los esquemas de justificacin de la organizacin estatal de la Transicin. Aqu reside la importancia fundamental de estas memorias, de sus excesos: cuestionan la configuracin del mundo social realmente existente y la lgica sobre la que se apoya y lo avala. Por eso el evento de memoria, incapaz de integrarse en el mundo social tal y como se le conoce, produce malestar en la memoria oficial. Produce tambin incertidumbre sobre cmo proceder en aquellos que quieren poner en evidencia la memoria dulcemente grata del poder y sus razones de estado. Impugnan, en suma, las memorias oficiales, como se ha dicho, o las memorias de la tranquilidad, en un definicin ms apropiada, sas que si bien es verdad que consuelan y confortan a muchos, no lo es menos que dejan a bastantes sin voz ni voto,
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perplejos, por decir lo menos, frente a una reconstruccin del pasado que los excluye. Por si quedara alguna duda, Badiou aclara el papel a jugar por lo poltico: "The essence of politics is not the plurality of opinions. It is the prescription of a possibility in rupture with what exits" (2005: 24). La ruptura con lo que existe es la introduccin de la duda -gracias al evento poltico de la memoria- en la nocin de consenso, ese signifier mgico de la Transicin, cuya invocacin parece aplacar por arte de birlibirloque todos los males, los remordimientos, las culpas y responsabilidades de algunos, sas mismas hechas pblicas con la interpretacin disidente sobre la institucin del estado espaol en la democracia. Y debe quedar claro que lo buscado no es la pluralidad de ms memorias, ms opiniones como si dijramos, sino la fundacin de una nueva y con voluntad hegemnica. Es importante destacar cmo la vertiente poltica del evento engendrar verdades - memorias alternativas - dirimidas en un proceso de debate y toma de decisiones sobre la intervencin ms adecuada (Badiou, 2005: 15). Ahora la verdad no es lo consistente con un sistema moral particular, no es lo que se ajusta a sus mximas o reglas, ni siquiera es verdad aquello consensuado por la inmensa mayora, o lo que ha recibido el respaldo de la votacin mayoritaria. La verdad no circula por las coherencias sistmicas de un cuadro moral ni por el beneplcito de las mayoras parlamentarias. Como todas las verdades, la engendrada en lo poltico se nos presentar a posteriori como conocimiento (Badiou, 2005: 23), es decir, como comprensin certera sobre el potencial y las limitaciones de la accin propuesta, de sus aciertos y sus fracasos, como equilibrio entre las aperturas que propicia y las cerrazones que favorece. La verdad destapada es un conocimiento nuevo, inexistente con anterioridad al surgimiento del evento. Es ms, la denominacin de metapoltica para este proceso se relaciona con su radical separacin, siguiendo a Badiou, de la filosofa poltica cuya tarea principal consiste en pensar lo poltico actual; en realidad, en pensar a priori el poder del estado acompaados de normas ticas (Badiou, 2005: 11). A diferencia de su correligionaria, la actuacin metapoltica pone al descubierto los postulados sobre los que se basa, en este caso, la memoria del consenso de la Transicin y su intervencin aboga por su desmantelamiento y elaboracin de memorias distintas. De aqu emana, de igual manera, un concepto de justicia, ajeno nuevamente al cumplimiento de mximas ticas que separan lo bueno de lo malo. Por el contrario, se relaciona con la capacidad de los que escriben la memoria alternativa para discernir lo que es justo de lo que no lo es: "it is founded upon the egalitarian principle of a capacity to discern the just, or the good" (Badiou, 2005: 98). La justicia deja de ser un ideal trascendental a realizar en un futuro incierto, si es que alguna vez se materializa como tal, para concretarse en el ahora de la verdad poltica. Badiou sustituye un concepto
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de justicia exgeno a la situacin analizada por uno endgeno a la misma, enunciado en actuaciones particulares en lugar de situarlo en la lejana de un horizonte ideal por venir. El sujeto capaz de llevar a buen trmino la poltica y sus verdades se origina en este proceso; es casi, dira, que inherente al mismo. No es un sujeto construido independientemente de la situacin particular, del evento, que lo ocasiona.
3. La memoria de la metapoltica.
n el mbito de la produccin cultural, cul es la manifestacin que mejor da cuerpo al evento poltico de la memoria y de la vuelta a su inters desde los aos 90? En qu campo cultural se dirime sobre sus contenidos, se articulan polticas y se establecen actuaciones? Es la historia o la literatura uno de estos campos llamados a acomodar el evento de memoria? Dado que el estudio de la historia es a posteriori, dado que no da lugar a eventos sino que los analiza una vez producidos, quizs no sea el mejor terreno para echar luz sobre la inmediatez de la crisis. Por otro lado, cierta historia se ha comprometido en profundidad con la visin congratulatoria de la Transicin y su supuesta superacin de las tensiones del pasado. Y la literatura? No se pretende aqu sustituir la historia por la escritura literaria, ni viceversa. Aunque es cierto que la produccin en ambas esferas sobre los temas de la Guerra Civil, franquismo y Transicin es muy abundante, lo que interesa entender es esa memoria ausente de los discursos existentes que recurre al literario, en su capacidad testimonial, para mostrar su singularidad. Y no precisamente por ser nica ni original ni elevar al lector a alturas estticas insuperables, sino porque en la mayora de los casos representa la de otros a los cuales se acude, para los cuales incluso se escribe, por su proximidad con nuestra experiencia. La nocin de cercana es tambin la diferencia fundamental para Enrique Lynch entre historia y literatura: La historia se ocupa de hechos que no son mos y que hago mos por derivacin, mientras que la literatura se ocupa de hechos que son de otros pero que inmediatamente he de hacer mos, porque alguien los narra precisamente para que yo pueda apropiarme de ellos (2003: 197-98). Al escuchar o al leer, lo narrado deviene lo propio de uno, se asimila y se toma como si nos hubiera sucedido a nosotros, porque se ha escrito tenindonos en cuenta. La relacin entre escritura y lectura, cuando se produce el fenmeno de la empata, no est mediada por regulaciones ni representaciones de lo histrico. Es directa, en particular, cuando apela a lo emocional, sin por ello llegar a confundirnos con se que transmite. Se muestra solidaridad hacia su condicin, pero rara vez se podr llegar a una identificacin total. Lo cual no est tan claro en el concepto de postmemoria desarrollado por Marianne Hirsch en su libro Family Frames: Photogragphy,
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Narrative, and Postmemory. La postmemoria hace referencia a esa vivencia no directamente experimentada por nosotros que, sin embargo, nos influye, nos conforma e incluso nos persigue. Suele llegar a travs del recuerdo de padres o abuelos, o a veces no se nos hace patente y nos acaba arrastrando a una dolorosa tarea de indagacin. Puede ocurrir que la cercana a lo transmitido y nuestro involucramiento emocional en ello nos confinen en exceso al espacio y tiempo del yo en detrimento de actuaciones ms all de la esfera personal. Adems, como apunta J. J. Long: "The mental constructions of postmemory must exist in some kind of dialogue with the empirical, must be open to confirmation or contestation by [the] real" (2003: 123-24), para no quedar reducido a una elaboracin fantasiosa. Con la postmemoria se podra incurrir en dos problemas: la construccin de una memoria falsa, como seala J. J. Long, y la imposibilidad de abandonar lo ntimo en busca de lo colectivo. No se entiende muy bien cmo sin la existencia de canales de trasvase desde lo familiar a lo social se llega a poner en pie una actuacin poltica que no pierda por el camino gran parte de su poder revulsivo. Por su parte, la idea de recuperar la memoria histrica - lo propio del evento de crisis - puede resultar chocante por cuanto liga en un mismo concepto dos reas de trabajo distintas, dos formas de conocimiento no fcilmente reconciliables, que podran subsumirse a literatura o a historia. No obstante, como apunta Ignacio Sotelo, el concepto de 'memoria histrica' resulta polmico nicamente por sus implicaciones polticas, y es en esta dimensin en la que es menester estudiarlo, precisamente el campo de actuacin de Badiou. Porque como tambin seala Juan Aranzadi: el hecho poltico nuevo ms relevante y de ms trascendencia de la poltica espaola en la dcada de los noventa ha sido la ruptura del pacto de silencio sobre el lado sombro de la transicin y de la 'democracia' (2001: 562). Las sombras haran referencia a la reparacin de los silencios y a la recomposicin desde el terreno poltico de una memoria de la democracia menos interesada. A lo mejor no habra que contraponer tanto la historia a la memoria, como el evento memorstico a las narrativas sin la fuerza ni autenticidad suficiente como para contener a todos, o a casi todos. Las miradas alternativas del evento de memoria desarman los mitos persistentes en la memoria oficial de la Transicin, aunque tambin, y esta sera la novedad, cuestionan los movimientos crticos con la Transicin pero acrticos con su versin alternativa. Durante demasiado tiempo, en particular desde la izquierda, oponerse a la versin oficial ha sido suficiente para legitimar la postura propia. Va siendo hora de proponer una memora alternativa a la de la Transicin desde el ms estricto examen de la memoria que se propone para sustituirla. No es aceptable ya no reconocer los errores del bando republicano y proponer acrticamente una memoria pura y limpia de sus faltas. Con otras palabras, el evento de crisis de la memoria se apoyara sobre dos procesos de desmitificacin. Uno de ellos sera el que se abre a la proliferacin de la memoria escondida en el recuerdo, la denigrada, apartada y silenciada por no configurarse segn la memoria oficial. Aqu se
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incluiran la inmensa mayora de los testimonios literarios e incluso producciones flmicas cuyo objeto es el de dar luz a lo oscurecido durante los aos del franquismo, pero tambin de la Transicin. El otro proceso, sera el de la recuperacin de esa memoria celosamente guardada y silenciada, permitirla salir de sus catacumbas del recuerdo para reflexionar sobre la memoria de izquierdas en exceso condescendiente consigo misma. Si nos ceimos en exclusiva a la Guerra Civil, por un lado, habr que desmontar las razones de los golpistas para legitimar sus crmenes durante 40 aos. Por el otro lado, la desmitificacin abarcar la autocrtica desde la izquierda de lo que probablemente fue poco ms que otra guerra, provocada por los franquistas, por supuesto, pero llena de episodios poco reconfortantes. Entindase bien que no se est hablando de equidistancia. Cmo podra haber un reparto igual de culpas cuando unos fueron en su mayor parte vctimas y otros verdugos? Cmo podra haber ejercicios crticos similares cuando unos tuvieron los aparatos del estado para encubrir sus crmenes y los otros no? Permtame el lector repetirlo una vez ms. Me interesa analizar desde la literatura movimientos contrarios a la memoria de consenso de la Transicin que deben distanciarse, para dar ms fuerza a su argumentacin, de una visin heroica de la guerra. El propsito sera dar entrada a un evento de memoria sobre la Guerra Civil que ni la echa en el olvido, ni la silencia, ni mucho menos la mitifica. El evento de crisis, el evento de memoria, desmontar por igual la necesidad de ponerla de lado adems de su consideracin de guerra justa y necesaria por los dos bandos. Es hora de asumir plenamente la versin de Jorge Semprn de que la guerra civil slo sera mitologa mientras fuese cosa de ellos, de los que la hicieron, y nos deshicieron, hacindola tan mal, que slo sera historia, al fin, slo un saber prctico que nos permitiera vivir con ella, asumindola crticamente, y no desvivindonos en sus laberintos engaosos, cuando fuese cosa nuestra: de los que no la hicimos, de los que fuimos abrumados por el peso ideolgico de tan larga leyenda de signo contradictorio (2002: 92). Es decir, la guerra slo perder su carga mitolgica cuando se transforme en un saber prctico sobre lo que se debe y no se debe nunca hacer bajo ninguna circunstancia, y sea asumida en sus verdades y mentiras sin dejarnos despistar en sus laberintos de imposible salida. Slo entonces devendr conocimiento histrico. Mientras tanto, ser perfectamente lcito para la literatura, que es la que nos ocupa en este momento, cumplir con su funcin de "desenmascarar la realidad" segn Jacques Rancire, de descubrir los entramados que gobiernan las visiones mitificadoras sobre el pasado. Despus, quizs el evento de memoria se confine a los museos y a las rememoraciones, sin necesidad de la intervencin de lo esttico para reclamar lo hecho invisible y lo ausente. An no ha llegado ese momento. Habra primero que discriminar y establecer criterios entre toda la produccin relacionada con la guerra. De acuerdo a los clculos del
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historiador y periodista Jean Lacouture ya se han escrito alrededor de 1600 novelas en todo el mundo sobre la Guerra Civil espaola. Un nmero demasiado elevado para encuadrarlas a todas bajo los procedimientos de verdad de Alain Badiou. Si muchas de ellas forman parte de ese evento del que se viene hablando, son menos las que cuestionan realmente las versiones de la historia y de las memorias oficiales, sas sobre las cuales los estados, democrticos tambin, asientan sus legitimaciones. Hablando de los procesos de desmitificacin, menos aun de esas 1600 novelas llegaran a atisbar y reformular los imaginarios colectivos. De entre ellas, analizar a continuacin slo dos: Das y noches (2000) de Andrs Trapiello y Hombre sin nombre (2006) de Suso de Toro. La eleccin de ambas responde no slo al gusto personal sino al ser ejemplos destacables de poisis creativa - del poder de la literatura para apuntar e incluso desentraar las claves de una realidad - y de distancia crtica para arrancarse a lo personal y traducirse en trminos ms amplios. La de Andrs Trapiello recoge la experiencia de la derrota republicana en lo que no pueden ser ms que sus miserias y horrores. No hay herosmos ni ideales cuando lo que se confronta es la supervivencia con instinto de cuasi animal. La de Suso de Toro se acerca al fascismo desde la sicologa desesperada y asesina de quien recubre sus frustraciones vitales con los oropeles ideolgicos del franquismo. No hay defensa de visiones religiosas ni polticas; slo un simple deseo de exterminio. Ambas novelas se ubican en los vrtices de una crisis de visibilidad para ampliar las presencias y compensar las ausencias con lo oculto y lo invisible. Los paradigmas habituales de comprensin del pasado no son los suficientemente finos como para recoger en sus tamices las miradas menos convencionales que estas dos novelas s aportan.
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ocurrir. De igual modo, Justo no puede por menos que sorprenderse ante los comentarios de algunos soldados campesinos sobre el tiempo o las cosechas, como si no fueran a morir de un momento a otro, como si la cotidianidad, por el contrario, los alejara de esa pesadilla que es la guerra y los devolviera por unos instantes a la vida que han conocido y que les da sentido. Frente al horror del presente de miseria en el que estn metidos los soldados, cada cual se defiende como puede y la preocupacin por las menudencias de la lluvia o de las cosechas, que no tendrn lugar ni ellos vern, es una estrategia de resistencia para no dejarse ir por el camino seguro de la muerte antes de tiempo, o para no mirar cara a cara a esa realidad de la que no podrn escapar. Esta realidad es tambin la de los muertos que se encuentran por los caminos sin saber a qu bando pertenecan, ni quin ni por qu los han asesinado y los han dejado abandonados en medio de una carretera; las personas que huyen al verlos acercarse harapientos y con mucha hambre atrasada; lo saqueos de las casas o de poblaciones enteras, que Justo deplora; o el rigor de los comisarios comunistas que castigan con dureza doctrinaria los errores de los soldados dentro de las filas republicanas. Tampoco gozan de demasiada simpata por parte de Justo. La Guerra Civil, sobre todo cuando se est perdiendo, abandona ese carcter romntico de lucha del pueblo contra la algarada militar de los golpistas africanos y se trastrueca en lo que toda guerra es: muerte, miseria, horror, y poco ms. No hay lugar para envalentonarse con mitos guerreros cuando la justicia de una causa cede todo su terreno a la bajeza moral de quien ha perdido el norte y solo intenta sobrevivir a costa no importa de quin: "En muchos pueblos nos temen. Los mismos que al comienzo de la guerra nos saludaban como a libertadores, ahora huyen para esconderse, por temor a las tropelas y saqueos" (2000: 72), cuando no asesinatos que quedarn impunes. En qu se ha convertido el ejrcito del pueblo? La novela ciertamente toma partido por los perdedores aunque no lo haga en base al maniquesmo moral de los justos contra los injustos o los que tienen de lado la razn frente a los asesinos. Relata la tragedia desde un punto de vista personal y colectivo, alejndose de una mirada objetivista donde la realidad de la guerra pudiera quedar diluida o su verdad escondida entre las cifras sin contenido humano. No pretende conmover con el exceso emocional, a pesar de contar las dificultades y la infamia humanas en los momentos ms difciles. Como reflexiona Justo sobre s mismo: "Eso es lo peor de las guerras, terminas haciendo cosas innobles, degradndote, perdindote el respeto, porque cuando robas unos calzoncillos viejos de un alambre es porque crees que ya no vales nada y que ests muerto, y que a los muertos les est permitido todo" (2000: 168). No se luchaba contra el fascismo con las armas de la hermandad y de la solidaridad?
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Entindase bien que la operacin desmitificadora de Trapiello no est en ningn momento cuestionando la bondad del ideal republicano. No se sita del lado de la equidistancia de los revisionistas que confunden a propsito republicanos con fascistas. El autor as lo remarca al final de la novela: "No s cmo, pero tena entonces la impresin, y la sigo teniendo, de que [nuestras vidas] de ahora, menos heroicas, se elevaban en contacto con las de aquellos otros que lucharon por ideales que siguen siendo, en medio de todo, justos y hermosos" (2000: 285). No se niega la justicia y hermosura de esos ideales, pero las ancdotas que nos cuenta Justo Garca en sus supuestos diarios no pueden estar ms lejos de lo heroico ni ms cerca del descenso a los infiernos que, como dice el tpico, siempre es toda guerra. No hay altruismo, o muy poco, cuando a uno le persigue el enemigo para darle caza. Ni la inocencia mitificadora de los ideales ni las utopas redentoras compensarn, ni aun menos conquistarn, la dureza de unos corazones embrutecidos por el acecho constante de la muerte.
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para crear un superhombre compuesto de partes tradas a regaadientes desde la materia ya muerta y en putrefaccin, pero dotadas de un aliento de vida monstruoso. La obsesin es purgar de la vida, como digo la vida misma, es decir todo aquello que no la hace trascender ms all de su vocacin a rastrear por la superficie terrestre. Se desprecia lo que no viene acompaado de las virtudes del ms all, de lo que no se transformar en eterno e inmortal por su tendencia a morir constantemente, a ser mortal, a ensuciarse con los lquidos y fluidos que recorren esa caparazn de piel tan poco dada a la perduracin. Todo comienza con la perplejidad ante la muerte de su hermano a causa de un rayo, por lo impredecible de un elemento natural independiente, azaroso. Si se busca una causalidad, una razn entre tanto sinsentido, slo se puede recurrir a un Dios cruel, sanguinario, cuando no absurdo, ridculo en su misma voluntad exterminadora. Y tanto si Dios existe en esta versin asesina como si es inexistente, corresponde al hombre de la voluntad de hierro la manipulacin de la naturaleza humana para dotarla de la potencia de los dioses. En cualquier caso, la presencia de un dios en el universo, ya sea como regulador o como hacedor del mismo, que igual da, es irrelevante, y un hombre de nueva planta con la fuerza de los titanes vendr a sustituirlo, a decidir sobre la vida de los dems, a hacer de ingeniero de sus voluntades y pasiones. Un nuevo porvenir se abre para estos hombres: "Una nueva generacin tendr que purificar el pasado y abrir el futuro" (2006: 197). Qu futuro puede esperarse de un personaje as? A sus ojos, el golpismo de los militares traidores a la Repblica, la defensa de ideas religiosas o polticas reaccionarias y excluyentes, la defensa de una nocin ultraderechista de lo espaol y de su lengua, la unidad territorial o para el caso los destinos universales y los imperios donde no se pona el sol, todo ello no fueron ms que vas de realizacin de su fascismo. Debajo de esta mitologa lo que late es el impulso por destruir el pasado desde un odio a las masas sin lmite, que no tienen a bien el dejarse de preocupar por banalidades como su miseria. Desde la repulsa sin contemplaciones a las reivindicaciones de los dbiles que apuestan por la vida, por la proteccin frente a los imponderables del vivir, el personaje propone la destruccin cruel, la desintegracin de la materialidad del cuerpo de la masa, previo ritual redentor de la tortura. Todo alumbramiento es doloroso, y el del futuro de la mano de este aprendiz de brujo no podr serlo menos. En monlogo interior, el personaje se imagina una conversacin con el alcalde republicano de Santiago y galleguista ngel Casal: El pasado no existe [. . .] slo existe el futuro, y vosotros ya estabais todos muertos. Nosotros llegamos hasta vosotros desde el futuro. A tu amigo Camilo Daz lo matamos por encargo, yo no tena nada contra l, slo el desprecio que siento por todos vosotros, slo el deber de asesinaros, no es
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nada personal. Simplemente, nosotros somos la historia, yo soy una visita de tu futuro. Hubo que martirizarlo, que machacarlo a hostias antes, hubo que mutilarle el cuerpo antes de pegarle unos tiros, es lo que se merecan (2006: 278). Por qu no recurrir al bien en lugar de al mal, por qu no crear y organizar el mundo desde la bondad hacia lo humano en lugar de desde el desprecio, por qu el exterminio del diferente, del disidente, que nos recuerda la naturaleza temporal de cada uno de nosotros? Suso de Toro recurre a la explicacin sicologista para entender las razones ltimas del personaje. Dado lo que percibe como muerte de su madre, sin dudas de su hermano, dado el fracaso del bien, slo el mal es la nica fuerza creadora y reguladora en el universo. Con la entrada en el mal se atisba la verdadera injusticia de la vida. Apuntndose a la destruccin de la humanidad de los dems, cree sentirse protegido de los avatares del azar, de la insignificancia del mundo, del sinsentido de la vida. Se est en control de la vida de los otros. Contra la vida, en contra de los lazos de solidaridad que propicia, la receta es la del mal, el ms radical y absoluto. Claro que ejercido contra los de siempre, contra esos que son la encarnadura de todo lo que el personaje rechaza con terrible vehemencia: "No hay perdn para vosotros [. . .] porque ya estabais todos muertos de antemano, estabais todos condenados por ser quienes sois, ralea de piojos, gente asquerosa, rojos y separatistas" (2006: 273). No hay condiciones que atemperen la culpa, no hay mediaciones ni perdones para nadie. Dnde y cmo poner en prctica el ejercicio del mal? "Precisamente la guerra es lo que acaba con todas las circunstancias, es lo nico cierto y firme, lo no contingente. La verdadera cara del Ser" (2006: 77). La Repblica fue el intento por mitigar lo contingente en el convencimiento de que el hacer abstraccin de las circunstancias produce monstruosidades. No hay posibilidad de convivencia en esta mitologa del exterminio y del culto a la muerte que es la guerra.
6. Finalmente, la tica.
i Trapiello ni de Toro hacen abstraccin de lo relevante - el slvese quien pueda del repliegue republicano, el primero, y el placer asesino del personaje fascista y por generalizacin el franquismo, el segundo - apuntando a una descripcin de la realidad de la guerra ms viva, y ms penosa. Los dos autores ponen en funcionamiento un mecanismo desmitificador que dadas las condiciones particulares de la transicin a la democracia, sigue vigente. Trapiello ataca las versiones demasiado condescendientes con la guerra desde la izquierda y de Toro desde el
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franquismo. Hecha la salvedad de que la Repblica tuvo que defenderse del ataque de los golpistas, la guerra ni fue necesaria ni justa. Dicho lo anterior, todava quedara por conectar esta literatura del evento poltico a una nocin de tica que defina nuestra relacin con lo destapado. Para Badiou en lugar de ligar la tica ... "to abstract categories (Man or Human, Right or Law, the Other), it should be referred back to particular situations. Rather than reduce it to an aspect of pity for victims, it should become the enduring maxim of singular processes" (2001: 3). Ms que convertir la tica en un conjunto de normas para facilitar el bien opuestas a los trabajos del mal, e incluso plasmarla en legislaciones llenas de principios rimbombantes de muy poco o ninguna efectividad prctica, Badiou propone incrustarla en el proceso singular de ruptura con lo existente del evento de crisis. No se trata de mostrar compasin por la vctima, y creer que el imperativo tico ha sido satisfecho en su totalidad. Tampoco se trata de no mostrarla, sino de que la compasin no quede reducida, y agotada, en la declaracin de un buen sentimiento hacia la circunstancia desafortunada de los dems. Dicho de otra manera, la tica por la que aqu se aboga, siguiendo a Badiou, es la accin dirigida a seguir perseverando en el conocimiento trado de la mano del evento -Badiou hablar expresivamente de un "keep going!" (2001: 52)- y que no forma parte concluyente de las narrativas de memoria de la Transicin. "Persevere in the interruption" (Badiou, 2001: 47), dir el autor, en la suspensin de lo existente y sus prcticas acomodaticias a lo que ya hay. La tica es el incentivo para persistir en la bsqueda de la verdad, para no desistir en la brecha abierta por esa verdad entre lo visible y lo invisible de la memoria, para ser revulsivo de las nociones de la Guerra Civil demasiado tranquilizadoras para los verdugos, ciertamente, pero incluso para algunas vctimas. Por eso, la tica no se refiere a situaciones generales propias de la humanidad o del hombre que diluyen la especificidad del descubrimiento realizado. Se centra en lo singular, concreto y particular, porque... the 'ethic of a truth' is the principle that enables the continuation of a truth-process" (Badiou, 2001: 44). Continuar con el proceso de verdad significa seguir adentrndose en el proceso desmitificador. Se est poniendo de lado la a veces bienintencionada poltica dirigida al reconocimiento de la memoria de los pueblos o de las personas en abstracto. El evento poltico, contrariamente, sustituye esta memoria por sa otra donde su verdad viene aparejada con la exigencia del reconocimiento de las deudas pendientes que alguien tendr que satisfacer y por su interpelacin a la reparacin y a la justicia. Se est relacionando el evento de la memoria y la justicia. Cmo? Reyes Mate nos da una respuesta: En qu sentido la memoria es justicia? Qu tiene la memoria que no tenga el derecho o la poltica a la hora de impartir justicia? Dice Benjamin que la memoria abre expedientes que el derecho y la razn dan
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por cancelados sea porque el crimen ha prescrito, sea porque no hay sujeto solvente (capaz, por ejemplo, de devolver la vida al asesinado). La memoria reabre estos expedientes porque para ella no cuenta el tiempo transcurrido ni la solvencia del autor: lo que cuenta es el hecho de que hubo una injusticia, que no ha sido saldada y por eso sigue vigente (Mate 2003: 38-9). Para los dos textos literarios de Trapiello y de Toro lo que cuentan son las injusticias que no han sido reparadas y por eso nos instalan en un espacio de incomodidad, como no podra ser menos dada la ruptura con el conocimiento, estereotipos y lugares comunes heredados. Nos hace asomarnos a los problemas todava sin resolver de un tiempo pasado, muchas veces desconocido, cuyo relato memorstico nos actualiza en el ahora lo que qued varado en alguna esquina del transcurso temporal a la espera de un evento que lo rescatara. La justicia o la poltica de los estados, ciertamente de la Transicin, podr entender lo ocurrido en la guerra y durante el franquismo como saldado. No as la memoria ni la fuerza tica que la ilumina. De hecho, con un lenguaje muy cercano a Emmanuel Levinas, Badiou hablar apropiadamente del rescate de la verdad como de un "encounter" (2001: 52). El evento de la memoria, la tica subyacente que la motiva, el movimiento poltico que desencadena, as como sus pretensiones de justicia son un caminar hacia el hallazgo de lo que no existe, con lo que an no est presente, un encuentro con otro que reclama un lugar en la memoria al uso para sus injusticias sufridas. La diferencia entre los dos tipos de memoria discutidos -la oficial congratulatoria de la Transicin y la del exceso de memoria partidaria de dar voz a lo invisible- se subsumen en una diferencia fundamental discutida por Badiou. Mientras la segunda, sa por la que se ha abogado aqu discutida en relacin con Trapiello y de Toro, delimita un vaco, y produce un conocimiento nuevo, suplementario al existente -las cuentas sin saldar de la justicia de Reyes Mate- la memoria oficial de la Transicin es un "simulacrum of truth" (Badiou 2001: 73), ms interesada en rellenar el vaco, o sepultarlo definitivamente, que en abrirse a la realidad de lo que se oculta en su interior. Si se la caracteriza como simulacro lo es porque suplanta la memoria verdadera, la del evento, con otra simulada no importa cuntas pretensiones de autenticidad auspicie. Finalmente, cmo proceder a una reconciliacin efectiva si ambas memorias, de momento, transitan cada una por su lado? Cmo no cuestionar los efectos polticos de la Transicin si se asientan sobre ese simulacro de verdad? Cmo no seguir escribiendo, y contribuyendo al evento de la memoria, si todava no se ha ms que delimitado el borde de ese agujero? No es tarea nicamente de la literatura, ni del terreno esttico en general, el dar cumplida cuenta de lo invisible en la Transicin. Sera exigir demasiado. Por lo mismo, sin la facultad de la literatura para
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Txetxu Aguado
imaginar en la ficcin las oscuridades y profundidades del pozo de la memoria eliminada, difcilmente se materializar ese icono simblico y tan sintomtico de una poca que se ha venido en llamar la reconciliacin. Para ser del todo efectiva, esta reconciliacin tendr que definirse ya desde ahora mismo como encuentro, o al menos aproximacin honesta y aceptacin del tipo de memoria que puja por adentrarse en el vaco para seguir indagando en l.
Referencias bibliogrficas
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AS PERIGOSAS FRONTEIRAS DA COMUNIDADE: UM DESAFIO COMUNICAO COMUNITRIA THE DANGEROUS BORDERS OF THE COMMUNITY: A CHALLENGE TO THE COMMUNICATIONS COMMUNITY
Nemesio C. Amaral Filho Investigador del Laboratorio de Comunicacin Comunitaria de la Escola de Comunicacin de la Universidade Federal do Rio de Janeiro (ECO/UFRJ)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp253-263
Resumen O texto reconhece a importncia das associaes comunitrias, principalmente as organizadas politicamente nesta poca de globalizao econmica e cultural, mas procura refletir sobre os usos do conceito de comunidade como instrumento de controle externo. O que encoraja os discursos que parecem querer manter os membros das comunidades atrs de muros fsicos e conceituais? A discusso fundamental aqui a possibilidade de auto-representao no momento em que a luta de diferentes grupos por visibilidade na mdia aumenta. Abstract The text recognizes the importance of community associations, especially those politically organized in this time of economic and cultural globalization, but seeks to reflect on the uses of the concept of community as an instrument of external control. What encourages the discourses that seem to want to keep the members of the communities behind (physical and conceptual) walls? The fundamental discussion here is about the possibility of self-representation when the struggle of different groups for visibility in the media increases. Palabras clave Comunidad / Comunicacin / Globalizacin / Visibilidad meditica Keywords Community / Communication / Globalization / Media visibility
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comunidade guarida, proteo, mas tambm pode ser a mais terrvel das prises, quase sempre simblicas, com conseqncias no raramente prticas. O leitor deve entender que no estamos de algum modo nos colocando contra existncia fsica das comunidades ou mesmo negando sua importncia enquanto metfora de resistncia para grupos tradicionalmente subalternizados, como as comunidades no Rio de Janeiro, cidade em que o uso da palavra mais fcil e mais ambguo que na maioria das capitais brasileiras: a comunidade substitui palavras duras como favela e, portanto, deveria limitar o poder marginalizante da enunciao sobre grupos sociais mal atendidos pelo poder pblico e subrepresentado pela mdia. Comunidade, entretanto, se transformou, em muitos crculos urbanos no Rio, numa ameaa: a minha comunidade (e toda a violncia potencial de meu engajamento com ela) mais forte que a sua. Como tudo no real, comunidade carrega aspectos positivos e negativos. Para prosseguirmos um pouco mais no esclarecimento daquilo que no estamos tratando aqui: entendemos que a comunidade no uma coisa s, ainda que claramente discernvel ela possui fronteiras mveis, uma vez que atravessada por espaos simblicos intertextuais (aqueles no definidos, mas que todos sabem existir no interior do prprio grupo e fora dele), num fluxo de entrada e sada, de permanncia e partida, dito de outro modo, comunidade um espao e uma situao social se no em alargamento, mas em permanente construo, um movimento no linear em torno de metforas unificadoras. Quando falamos em comunidade estamos nos referindo a um certo espao de atuao, espao que pode ser tanto fsico como simblico; falamos de pertencimento, de elementos em comum que formam determinada comunidade. O problema que toda denominao de comunidade uma generalizao e, por isso, tambm um reducionismo. O que parece ser um fator caracterstico de determinado grupo comunitrio torna-se particularmente perigoso quando grupos socialmente desfavorecidos, subalternizados, aceitam a carapua conceitual de minoria ou de excludo e no se atm a consciente armadilha social que os quer atrs de fronteiras discernveis para os de fora e, desta maneira, mais efetivamente controlveis. Consciente em nossa anlise no quer dizer que h um plano orquestrado pela ordem vigente para a manuteno de grupos marginalizados, e ainda menos a oposio conceitual freudiana bsica entre o consciente e o inconsciente: sugerimos, sim, que a sociedade e sua mdia (e seu poder enunciativo includo) so resultado de uma conscincia cultural especfica, acostumada a naturalizar o que para ns deveria ser estranho (como a violncia natural em reas em que h ausncia do Estado ou a associao natural entre violncia e favela). A naturalizao do terrvel s pode emergir com o uso nocivo do esteretipo no discurso social, no mundo feito em linguagem; por outro lado, o esteretipo sim um
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poderoso instrumento comunicante (Amaral Filho, 2002). Esteretipo aqui no sentido definido por Bhabha (2002): o esteretipo aquela ferramenta que isola o Outro e assim mantm distncia entre as pessoas no apenas entre as sociedades, mas no interior das prprias sociedades. O esteretipo age no campo da subjugao simblica, mas com resultados prticos concretos. Por exemplo, quase sempre ao nos referirmos s comunidades de minorias tnicas estamos lidando, como alertou Bauman (2003), como uma definio imposta de fora para dentro, sem que se tenha pedido o consentimento a seus membros para serem definidos como minoria. Na definio externa do que vem a ser comunidade h a inteno inconfessa de que esta seja uma definio perptua, o que, na prtica, apropriado pelo discurso da mdia hegemnica para se referir aos ndios (Dutra, 2005) ou s comunidades de remanescente de quilombo (Amaral Filho, 2006). No caso dessa ltima, o desejo de fcil apreenso simblica pela mdia faz com que no raramente, seu simbolismo seja emprestado indiscriminadamente para se referir a todas as favelas como quilombos modernos. Quilombo, todavia, espao de liberdade, de respeito aos mais velhos, de orgulho identitrio e de organizao poltica: aquilo que a comunidade em oposio favela pretende ser: uma metfora de resistncia libertria. Mas a categoria constitucional remanescente de quilombo tambm foi imposta de fora para dentro aos membros das comunidades com a Constituio de 88. Agora seus moradores esto num lento e duro processo de construo de seus sentidos contemporneos (trazer o quilombo para o presente ps-colonial), ainda que muitos antroplogos e juristas insistam em manter estas comunidades de remanescentes sob o seu julgo terico (quando ao objeto etnogrfico no permitida a fala) e legal. Mas so estes aprisionamentos comunitrios e, no limite, raciais, que explicaram, no Par, o pedido de fazendeiros para que testes de DNA fossem realizados e assim fosse comprovado se os remanescentes eram quilombolas de verdade (idem); ou o artigo recente de um advogado sugerindo que o critrio da auto-representao que grupos indgenas so detentores no deveria ser adotado pelo poder pblico porque no possvel admitir que ndios que dirigem carros ou desconhecem sua lngua ancestral possam ser chamados de ndios quando reivindicam a demarcao das prprias terras (O Globo, 15 dez. 2006). A assimilao cultural, por esta leitura, s pode ser de mo nica: a do subalternizado pela sociedade hegemnica, negando a condio dialgica. Nomear confere poder a quem nomeia, portanto seria uma incoerncia permitir que aqueles grupos tenham tal poder, em outras palavras, que elaborem um discurso explicativo a cerca de si; principalmente porque, nestes casos, o discurso nunca um caminho para algo, mas um fim em si mesmo como nos alertou Foulcault (1998).
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Para alm do fato de que estas duas posies poltico-econmicas (auto- representao e terras) negam a possibilidade da hibridizao, do contato entre diferentes grupos tnicos-culturais e, portanto, de sua permanente atualizao cultural, est claro que existe uma moldura interpretativa daquilo que cada um desses grupos, um entendimento estanque que, se para alguns grupos acadmicos pode parecer uma discusso superada tamanho seu conservadorismo, exemplos em contrrio surgem a cada dia na arena miditica. Como no h discusso na grande mdia sobre comportamentos comunitrios e suas mudanas, um grupo sempre representado, esquecido, e representado novamente, como novidade, mas perdido l atrs, na histria, ou distanciado numa geografia cultural, ou seja, presa numa comunidade simbolicamente imvel, genrica e, por isso mesmo, disponvel s prateleiras de esteretipos da mdia e de outros agentes da manuteno do status quo. desta maneira que a maioria de ns no distingue um grupo indgena de outro, por exemplo, e a parti da a particularidade de seus modos de vida em cada diferente ponto do Pas. Temos apenas se utilizarmos as velhas e comumente recorrveis categorias comunitrias no problematizadas apenas Os ndios, Os Quilombolas ou O Morador da Favela. E isso se estende aos nossos contatos do dia-a-dia: O Negro, O Gay, A Mulher. Sim, todos so membros de nossa comunidade, mas para transforma um de seus membros em Outro preciso isol-lo numa sub-comunidade genrica. Entretanto curioso observar o mundo a partir do ponto de vista de culturas nacionais, ou, se nos permitem, destas comunidades nacionais, portanto, de comunidades mais alargadas. Com rara acuidade interpretativa Abril (2003, p.46) observa que as culturas nacionais que freqentemente se apresentam como contrrias mundializao no poderiam ter se constitudo sem o respaldo de instituies e procedimentos de mediao mundializados: a alfabetizao, a escolarizao, a produo cientfica e artstica, a apario da imprensa, e posteriormente das demais industrias culturais, que contriburam para normalizar as lnguas e culturas nacionais nos espaos jurisdicionais dos estados modernos. Em outras palavras: mais do uma ameaa para os estados nacionais, a mundializao cultural foi uma condio de sua possibilidade. Se atentarmos para esta constatao num nvel nacional, podemos identificar duas maneiras essencializantes, no sentido poltico-cultural, de se posicionar em relao comunidade. Primeiro, a que a v como algo que contribui para a cultura maior, mas dela efetivamente no faz parte (um exemplo so os discursos da mdia acerca dos negros em pocas etnicamente comemorativas, quando o segmento sempre lembrado como aquele que contribuiu para a formao da cultura do Pas, e no como integrante do prprio ethos nacional); segundo, aquela maneira que representa as comunidades como espaos intocveis, cujos valores culturais ancestrais devem ser preservados, negando qualquer possibilidade de
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evoluo porque isso lhe tiraria a autenticidade. Num Pas mestio, no raramente a mestiagem cultural, emanada tambm de suas vrias comunidades porque elas prprias produtos dessa mestiagem, freqentemente negada na sociedade hierarquicamente dividida em classe, gnero e cor. Claro que, como todo espao de dominao, os produzidos pela mestizagem so tambm espaos de resistncia (idem, p. 47). Nem mesmo as verses interpretativas classicamente multiculturais admitidas na poltica oficial de vrios pases, ou adotadas como mtodo de teor cientfico, no parecem, sozinhas, dar conta das complexidades oriundas da manuteno fsica e simblica das comunidades subalternizadas. Hale (2002), em seu estudo sobre as polticas pblicas de identidade voltadas para as comunidades indgenas na Guatemala, acentua que o projeto cultural neoliberal atua de maneira pr-ativa, antecipando as reivindicaes mnimas das comunidades indgenas e rejeita todo o resto vigorosamente: a luta pelo reconhecimento dos direitos indgenas, nesse sentido, uma ameaa ainda maior do que as polticas assimilacionistas de pocas anteriores. Tal poltica de limitao daquela comunidade tnica denominada por Hale de muticulturalismo neoliberal: resolvem-se os problemas mnimos do grupo, demarca-se o seu espao de manobra social, enquanto o capital transnacional avana com sua prpria agenda poltica. Em outras palavras, s comunidades indgenas subalternizadas so mostrados os limites de at onde se pode ir, ou seja, cooptando membros da prpria comunidade so criados discursos e aes de restries internas (idem). A cooptao fundamental nesse para a limitao do grupo. As lideranas naturais que surgem como forma de resistncia aos adversrios da evoluo do grupo so forjados intelectualmente ao mesmo tempo em que a batalha poltico-simblica travada. Como bem sabem lideranas urbanas e rurais das comunidades subalternizadas brasileiras no difcil errar no processo, resistir ao s promessas de progresso individual, aceitar ajudas oficiais mnimas, mostrar esta conquista ao restante do grupo e, enfim, descansar um pouco, baixar a guardar, render-se a uma situao que possa ser representada como simulacro convincente de que aos poucos est se avanando. As comunidades, sempre apresentadas como ameaas (para fazermos outro uso da metfora explicativa de Hale) quando extrapolam os espaos fsicos e simblicos a elas destinados, tm suas lideranas permanentemente assediadas porque conhecido o fato de que quando as vozes dissonantes so gritadas do interior da comunidade so mais eficazes do que os protestos feitos pelos bem intencionados de fora ou mesmo por membros que por vrias razes esto quase totalmente afastados do grupo. Dessa maneira, comunicar a si prprio e da maneira mais independente possvel questo central. por isso que quem detm os meios da representao sempre est em vantagem, uma vez que de um
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julgamento esttico, e nesse sentido, tico, que tratamos que fundamenta nossa argumentao: julgamos pelo que as coisas nos parecem ser, fundamentalmente porque, em sentido amplo, os mecanismos de apreenso simblica, principalmente aqueles proporcionados pela grande mdia (cinema, jornalismo, publicidade e agora Internet), nos apontam nessa direo: padres de beleza, de comportamento, quer dizer, orientaes para o nosso desejo coletivo. Gostaramos de solicitar agora que fossemos do macro ao mnimo para entendermos, ainda que rapidamente, essas orientaes da ordem do desejo e a relao como nossa discusso sobre as fronteiras comunitrias. Abril (2003) identifica certos marcos de comensurabilidade, hegemonicamente erguidos, que tm proporcionado o sustento simblico da mundializao, e que contaminam as diferentes segmentaes da diversidade cultural moderna. O marco teoricamente desenhado por ele que vai nos interessar mais de perto o da padronizao dos imaginrios sociais, isto , os repertrios de imagens, de representaes sensveis e concretas, que veiculam crenas, vises de mundo e da sociedade divididas e interiorizadas, e que permitem tambm simbolizar feitos de conscincia abstratos mais alm dos imaginrios tradicionais (idem, p. 49). O que queremos sugerir a partir dessa considerao que quando olhamos para uma comunidade subalternizada no campo ou na cidade, de gnero, tnica, de classe ou de orientao sexual no vemos a particularidade de cada um: o imaginrio social padronizado identifica exatamente isso um padro, que como categoria homogeneizante s nos permite codificar o esteretipo com qual fomos ensinados a nos comunicar. E o esteretipo s existe dentro de fronteiras slida e claramente edificadas. Para enfrentarmos terica e politicamente o bombardeio estereotipizante da grande mdia pode ser de grande auxlio recuperarmos aqui o alerta metodolgico de Shohat e Stam (2005) quanto anlise nos discursos construdos sobre as comunidades de maiorias subalternizadas que vimos nos atendo aqui. O alerta contra os perigos do discurso falsamente polifnicos, que marginaliza e enfraquece certas vozes para em seguida fingir um dilogo com uma entidade-fantoche j enfraquecida por diversas falsificaes (p.312). Se pensarmos em lideranas cooptadas (obviamente que cooptao entendida neste contexto num sentido para alm do uso precipitado e algo anacrnico do marxismo ingnuo: dever ser entendida como uma ao, de fato, poltico-cultural), o alerta torna-se um grito: A polifonia no consiste no mero aparecimento de um representante de um certo grupo, mas na criao de um arranjo textual onde a voz daquele grupo pode ser ouvida com fora e ressonncia. A questo no se resume ao pluralismo, mas ao conjunto mltiplo de vozes, em uma abordagem que procura
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cultivar e frisar as diferenas culturais enquanto suprime as desigualdades sociais (idem). Talvez seja importante lembrar neste momento que tudo o que vimos discutindo at agora extrapola os limites das preocupaes meramente acadmicas. Pensamos que o melhor exemplo para isso possa ser, de fato, A Favela e toda sua imediata associao com A Violncia construda por vrios discursos que polifonicamente se encontram na mdia. Levantamento feito por Njaine, Souza, Minayo e Assis (1997) sobre a qualidade da informao sobre violncia no Brasil durante os anos 90, sendo o Rio de Janeiro particularizadamente estudado, constatou que a sociedade naturalizou a violncia contra os moradores da favela e culpa-o mesmo quando ele vtima de violncia, e no seu autor, achando desnecessrio uma investigao maior para descobrir o autor do delito. Cabe a mdia uma destacada contribuio nas informaes sobre violncia, pois essa ocupa na sociedade contempornea um papel importante como mediadora social, como agente de socializao, ao lado da famlia, da escola e de outras instituies (Rey, 1993). Desse modo, a televiso e demais meios de comunicao so instrumentos, dispositivos culturais e sociais. Quando nesses meios circulam informaes sobre o tema violncia, de forma banalizada, gerando muitas vezes um clima de medo e pnico na sociedade (Njaine, Souza, Minayo e Assis, 1997, p. 8). Esta ausncia de identificao afetiva ocorre ante a impossibilidade do estabelecimento do vnculo comunitrio pela grande mdia. A violncia , de muitas maneiras, a metfora dessa ausncia. Citando Agamben, Slavoj Zizek (2003) retomou a noo de Homo sacer, ou seja, as duas formas como se podem tratar as mesmas pessoas: somos todos iguais perante a lei, mas h um plano incondicional vazio em que as coisas pendem mais em favor de um lado que para outro: no enxergamos o miservel, a distncia entre ns e aqueles que efetivamente no usufruem de cidadania geograficamente curta, mas comunitariamente gigantesca. Isso significa dizer que vivemos em realidades superpostas: por que a morte de algum no asfalto da zona sul carioca comove mais a mdia e sua audincia do que a de um jovem desconhecido assassinado num morro, ou seja, fora dos espaos consagrados de visibilidade social? Porque foram construdas comunidades no interior daquela que compe toda a cidade foi a maneira para o que aquilo que denominamos de a lgica da razo cnica encontrasse mecanismos de diferenciao e que atenuasse, de maneira tica/esttica, no escrita e supostamente crist (como na velha tradio colonial), a visibilidade do sofrimento daqueles inseridos na ordem
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do consumo e dos que dela recebem migalhas. A violncia foi uma constante ao longo do sculo XX na cidade do Rio de Janeiro, mas sabido que quando ela se tornou mais freqente do lado nobre do Tnel Rebouas comeou a ser tratada como mais que mero registro pela mdia. A barbrie por algum motivo se recusa a permanecer onde supostamente era o seu lugar de origem. O discurso da violncia, independente de existncia concreta, h mais de um sculo moeda de troca, seja da classe poltica (d-me o poder que te darei segurana), seja apelo espetacularizado da imprensa para vender a si mesma. Claro que este comportamento da mdia em geral e da imprensa em particular a exotizao daqueles estranhos a ns resultado de um processo ainda mais amplo, de uma tradio forjada na maneira que aprendemos para construir nossas narrativas: a eurocntrica. Para aqueles que insistem em considerar esta uma discusso superada, poderamos lembrar uma reiterao discursiva ainda mais freqente nestes tempos de polarizao blica: quando se referiam as justificativas do governo norte-americano para a invaso do Iraque, a maioria dos meios de comunicao ocidentais, e mesmo os veculos do hibridizado Brasil, diziam que Bush declarava que Deus lhe disse em sonho que ele deveria levar a paz ao mundo; por outro lado, as vtimas das bombas da invaso se confortavam entre elas acreditando que Alah grande. No prosseguiremos apontando a bvia falcia da pax da ultra-direita americana para o mundo, ou a quem foi dado o direito de se referir a quem como fantico se, em fim, a guerra parece santa para todos os envolvidos. Centremo-nos, para o objetivo de nosso pequeno texto, em apontar alguns riscos na aceitao de uma definio comunitria desproblematizada, num questionamento simples: por que os jornais de lngua no inglesa, como no Brasil, Espanha, Frana, traduzem a palavra God, quando vem do discurso estadunidense, e no traduzem Alah, oriundo do discurso islmico? Ser por que, quando traduzimos estamos dizendo que o deus norte-americano o mesmo que o nosso, e que o deus islmico o deles? Qual o tipo de ao poltica legitimado junto s audincias do Ocidente, e aquelas sob sua gide, com esse tipo de coerncia discursiva? A palavra comunidade pode ser libertadora, mas quando aceita sem maiores questionamentos por aqueles que deveriam ser a materializao do conceito pode ter, como vimos, conseqncias fticas na realidade sensvel. Se s comunidades no permitido dizer que tipo de comunidade querem comunicar para fora de suas fronteiras identitrias, e se de fora que essas denominaes so originadas, estamos mais uma vez permitindo a materializao daquilo que Charles Hale (2002) identificou em comunidades indgenas e miscigenadas na Guatemala como o j mencionado at onde se pode ir, uma espcie de freio representativo. Ora, o objetivo ltimo de qualquer grupo comunitrio subalternizado
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melhorar a qualidade de vida de seu povo, garantindo o acesso a bens, sade e educao. Mas desde que, diz a sociedade hegemnica envolvente, no se ultrapassem os limites. Do contrrio, perder-se-ia a caracterizao das comunidades, e deixariam de ser, por exemplo, favelados de verdade, ndios de verdade, quilombolas de verdade. Em nome de um suposto essencialismo identitrio no se deve permitir que determinados muros sejam postos abaixo: o ideal que grupos sejam fsica e simbolicamente mantidos dentro das muralhas da comunidade. No toa que se faz etno-turismo Pas adentro e grupos de estrangeiros sobem a Rocinha para ver como uma favela de verdade. Como lucidamente apontou Bauman (2003, p. 98): O antigo, ostensivo e arrogante hbito de explicar a desigualdade por uma inferioridade inata de certas raas foi substitudo por uma representao aparentemente compassiva de condies humanas brutalmente desiguais como direito inalienvel de toda comunidade sua forma preferida de viver. O novo culturalismo, como o velho racismo, tenta aplacar escrpulos morais e produzir reconciliao com a desigualdade humana (no caso do racismo), seja como o veto violao dos sacrossantos valores culturais pela interferncia humana. na direo de apontar para o crescimento da comunidade como grupo a procura de melhor qualidade de vida que desponta cada vez mais crescentemente a Comunicao Comunitria como estratgia terica e prtica. Proposta ainda em formulao, a Comunicao Comunitria no deve cair no sedutor jogo dos defensores do essencialismo comunitrio. Ningum, honestamente, ergue uma rdio comunitria para que seu grupo permanea do jeito que est. No processo de construo dessa mdia surgem questionamentos que fazem com que mudanas de rumo provoquem hesitao: temem-se quase sempre os ataques legitimidade dos agentes da mdia comunitria, os porta-vozes da comunidade. Mas, no limite, no se deve esperar que um dia a mdia comunitria deixe de ser necessria quela comunidade porque a cidadania plena foi atingida? Negar essa possibilidade idealizada em nome da manuteno sem alteraes dos jeitos de viver originrios de cada grupo nos parece cumprir a cartilha daqueles que se propem a estabelecer at onde se pode ir. Comunidade, como a tradio em Hall (2002), no pode ser o que ela faz conosco, mas o que ns fazemos com ela. Assim, a comunidade pode ser uma metfora para frente, que se d o direito do auto-questionamento: gente que a deixa e gente que chega, os contatos com outras comunidades, a insero num grupo ainda maior: o prprio lastro comunitrio mvel. A Comunicao Comunitria, assim, precisa escapar de algumas armadilhas tericas com conseqncias quase que imediatamente prticas.
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Por trs da manuteno da comunidade em busca de definies absolutamente discernveis est a negao ao Outro de uma possibilidade oferecida freqentemente por grupos neoliberais de natureza poltica e econmica: o do desenvolvimento. Aqueles que se integram ao sistema capitalista teriam a possibilidade de se desenvolver: acmulo de capital, propriedades dentro do desenvolvimento combinada e desigual previsto pela ordem capitalista. A observao, brilhante, de Edgar Morin (2003, p. 357): O desenvolvimento ignora aquilo que no calculvel nem mensurvel, isto , a vida, o sofrimento, a alegria, o amor. Sua nica medida de satisfao est no crescimento (da produo, da produtividade, da renda monetria). Concebido unicamente em termos quantitativos, ele ignora as qualidades: as qualidades da existncia, as qualidades da solidariedade, as qualidades do meio, a qualidade da vida, as riquezas humanas no calculveis e no monetarizveis; ele ignora a doao, a magnimidade, a honra, a conscincia. Para que as comunidades, por outro lado, tenham acesso a esse modelo (o do desenvolvimento) de relacionamento com o mundo, elas teriam, argumentam puristas e seus adversrios os representantes da ordem econmica vigente que deixar de ser o que so agora. O mesmo argumento, utilizado por segmento opostos, nega a chance de autorepresentao de determinado grupo, dito de outro modo, negada a possibilidade de insero desses grupos na sociedade envolvente que no seja por meio da sua prpria destruio. por isso que elas devem permanecer como esto: margem. Nesse sentido que concordamos com a posio defendida por Muniz Sodr (2006) quando entendemos a comunidade como minoria: o que a move o impulso de transformao. Essa transformao no precisa apontar necessariamente na direo que sugere as polticas neoliberais de desenvolvimento, puramente mercadolgica, mas seguramente esta transformao cultural e poltica. nesse quadro tambm que a Comunicao Comunitria se insere. A Comunicao Comunitria que entendemos aquela menos preocupada com os aparatos tecnolgicos, que so quase os mesmos da grande mdia, e mais com os objetivos polticos. claro que o estudo e a aplicabilidade desse instrumento prtico-terico pressupe uma filiao ideolgica. Mas ela no pode incorrer, por exemplo, nos erros da velha esquerda poltica que no admitia o contato, a troca de experincia positivas e negativas com que no comunga dos mesmos ideais. Ouvimos hoje que isso acontecia porque o mundo antes era mais simples. Preto era preto; branco, branco. Era mesmo? No nos parece. Talvez utilizemos
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ferramentas mais complexas hoje para dar conta do real o pelo fato de reconhecermos que o real mais complexo do que supnhamos anteriormente. E essas so algumas das condies objetivas, e mesmo afetivas, de atuao, dadas hoje Comunicao Comunitria.
Bibliografia
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COMUNICACIN INTERCULTURAL, ANTROPOFAGIA Y LA CANIBALIZACIN DE CALIBAN EN AMRICA LATINA INTERCULTURAL COMMUNICATION, CANNIBALISM AND CANNIBALIZING CALIBAN IN LATIN AMERICA
Rodrigo Browne Sartori (Universidad Austral de Chile)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp265-282
Resumen La antropofagia, por s misma, es una forma nueva de subjetivacin que se escapa de las polticas de recuperacin de identidad, libera las comunicaciones interculturales, indisciplina las ms puras disciplinas y los disciplinamientos sociales, estimula las hibrideces, mestizajes y criollizaciones de las Amricas y flexibiliza la experimentacin de las improvisaciones para crear nuevos territorios y sus respectivas cartografas. El autor reivindica el carcter intercultural de todo el pensamiento latinoamericano contemporneo, muy anterior a la reciente incorporacin de tal nocin entre los estudiosos occidentales. Abstract Cannibalism is a new way of subjectivity that escapes from identity politics, releases intercultural communications, gets out of order social rules, encourages hybrid, mixed race and Creole forms in America and soften experimentation of improvisations to create new territories and their maps. The author claims the intercultural nature of contemporary Latin America thinking, previous to recent incorporation of this idea among western scholars. Palabras clave Comunicacin intercultural / Antropofagia / Canibalismo / Caliban / Latinoamrica Keywords Intercultural communication / Antropofagia / Cannibalism / Caliban / Latin America.
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Sumario 1. Comunicacin intercultural antropfaga e indisciplinada. 2. El descubrimiento del canbal Caliban. 3. Arieles o calibanes: quin es canbal? 4. Antropofagia cultural y la canibalizacin de caliban. 5. Las indisciplinas de Caliban: hacia una comunicacin intercultural. Summary 1. Cannibal and undisciplined Intercultural Communication. 2. Discovery of cannibal Caliban. 3. Arieles or calibanes: who is a cannibal? 4. Cultural cannibalism and cannibalization of caliban. 5. Calibans disorders: towards an intercultural communication.
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inicial que se marca en la primera es un anagrama del ingls cannibal. Con la influencia en la discusin del francs (cannibale) Michel de Montaigne se traslad a la segunda y ltima . Finalmente, y de acuerdo a los intereses de este artculo, en espaol se respet la tradicin latina quedando de esta manera: Calibn. Continuando la pista de toda la discusin sobre acentos y tildes calibanes, el propio Fernndez Retamar sugiri -para tratar de redondear el tema- la siguiente lectura: Y en espaol, por contagio francs, aceptamos y propagamos (yo tambin lo hice, de modo copioso) Calibn () Sin embargo, en nuestra lengua, despus de todo la madre del cordero, Coln, de la palabra caribe, hizo caniba, y luego canbal, cuyo anagrama lgico es Caliban, palabra llana que es la que empleo desde hace tiempo, a partir de una conferencia que ofrec en Santiago de Cuba () Me gustara que se aceptara esta sana rectificacin, a sabiendas de lo difcil que es modificar arraigados hbitos lingsticos mal avenidos con la lgica. Por mi parte, me parece bien paradjico que un texto que se quiere anticolonialista empiece por no serlo en el ttulo mismo (Fernndez Retamar, 1999: 203-204). Pero, asintiendo las palabras de Fernndez Retamar, cmo nace la figura del antropfago como canbal? Un breve recorrido arqueolgico permite indagar que hasta el siglo XV el vocablo antropfago estaba relacionado con los salvajes hombres de la prehistoria que se ubicaban en (...) los lmites de la civilizacin occidental que coman carne humana (Arens, 1981: 47). Cien aos despus, las historias sobre la canibalizacin adquirieron nuevos ribetes entre los europeos. Esta poca termin como un periodo con oportunidades, supuestamente, infinitas de expansin terminolgica y geogrfica, gracias al descubrimiento de Amrica y al encuentro con sus habitantes que se transformaron en fuente de inspiracin para describir narraciones particularmente asombrosas. Al respecto, Tzvetan Todorov (1998) seala que este acto es un punto de partida para dar sustento a la modernidad y a gran parte de las fecundas historias que en torno a sta surgen. Para el investigador blgaro-francs, dicho acto fue el mayor genocidio de la historia, (...) no hay ninguna que convenga ms para marcar el comienzo de la era moderna que el ao 1492, en que Coln atraviesa el ocano Atlntico (Todorov, 1998: 21). Por lo menos, as lo aseveraron, en su poca, Cristforo Colombo y Amerigo Vespucci, entre otros, al arribar, conquistar, bautizar, colonizar y mal interpretar las, para ellos, desconocidas tierras. El 12 de octubre de 1492 del calendario colonizador se llev a cabo el primer encuentro entre miembros de la cultura euroccidental y representantes del nuevo mundo.
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Estos ltimos, fueron catalogados -curiosamente y a pesar de ser los invadidos- como Otros, a partir de la mismidad predominante de los recin llegados. Sobre este particular, es pertinente recordar las palabras que Oswald de Andrade sentencia en el Manifiesto Antropfago (1929): Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil haba descubierto la felicidad (de Andrade, 2004: 1). Coln, despus de la infelicidad Tupinamba y frente a la necesidad de hacer realidad su sueo y dar con los supuestos dominios del Gran Kan (Seor de los seores) o emperador de China -personaje del cual tena referencias por los relatos de viaje de Marco Polo- comienza a realizar las ms diversas interpretaciones de la lengua de los nativos -por esto Todorov bautiz al Almirante como un hermeneuta (Todorov, 1998: 23 y ss.). Un ejemplo elocuente ante lo dicho fue cuando el navegante denomin a los antropfagos como canbales, tras una libre e interesada adaptacin del trmino nativo cariba y al comprender (...) de la lengua de los nativos lo que quiere entender, desechando categricamente toda diversidad semntica (Reding Blase, 1992: 36). Cuando arrib a la pequea isla de los Guanahani, a la que llam San Salvador, en el archipilago de las Lucayas (en la parte oriental del cinturn coralino de las Bahamas, Antillas Mayores), Coln, obcecado por las pasiones, interpreta a los isleos y entiende que en direccin al sur del territorio se encontraban las grandes islas denominadas Colba (actualmente Cuba) y Boho (Hait) y supuso, ante su deseo incontrolado por llegar a las tierras del Gran Kan, que el tan anhelado Cipango estaba a la vuelta de la esquina. En relacin a estas deducciones del navegante genovs, Todorov (1998), en sus estudios, es categrico al asegurar que Coln escucha cariba y lo asocia con la gente del Kan, sin invertir mayor tiempo en la comunicacin humana porque no le interesa. Para Sofa Reding Blase (1992), el problema de Coln es que se obsesion por escuchar la palabra caniba que tradujo libremente como habitantes de las tierras del Gran Kan. Tambin entiende que dichos canibas tienen cabeza de perro (can) con las cuales se comen a sus vctimas, lo que le hace pensar que estos hombres () deban ser del seoro del Gran Can, que los captivaban (...) Coln ya no dud ni un pice que haba llegado al pas del Gran Kan cuando oy decir que tierra adentro de Cuba, o Cubanacn, haba oro (Reding Blase, 1992: 37). Arens (1981), por su parte, explica que de lo cariba brot el canbal: (...) de cuyo nombre deriv, a travs del espaol de la poca, la palabra canbal (Arens, 1981: 47). Pero Coln -al margen de haber sido quien incorpor a nuestra lengua la palabra canbal y quien, apresuradamente, insinu los primeros indicios para construir la actual imagen del indio americano en Europa- no estaba convencido, an, del carcter antropfago de los caribas ya que slo se basaban en las descripciones que los lucayos le proporcionaban de sus vecinos. A diferencia de epstolas que llegaron a Espaa confirmando el
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canibalismo en Amrica, Coln, al dirigirse a los Reyes Catlicos, no era capaz de corroborar el carcter antropfago de los nativos y se someta a indicar que eran indios feroces, poco amables y con apariencia canina. Mostrronles dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne (...) e hicironles creer que los canbales los haba comido a bocados; el Almirante no lo crey (12.12.1492) (Coln, Diario, en Reding Blase, 1992: 37). Coln, an no muy convencido, se niega a creer lo que le adelantan los lucayos y, a pesar de or rumores, no encuentra ninguna evidencia concreta. Esto lo lleva a inferir que no, necesariamente, los caribas fueran canbales. Sin embargo, no abandon la posibilidad de contribuir a la difusin de que los antropfagos en el nuevo mundo eran una realidad (Arens, 1981): (...) que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aqu muy vecino, y ternn navos y vernn a captivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido (11.12.1492) (en Reding Blase, 1992: 37). Un procedimiento de caractersticas similares fue tambin el que cometi, por su parte, Amrico Vespucio que, a diferencia de Coln -(...) cegado por su terquedad (Reding Blase, 1992: 53)- corrobora -en su misiva Mundus Novus y tras vivir entre los nativos veintisiete das con sus respectivas noches- la existencia de antropfagos. En fin, es cosa bestial; y es cierto que uno de ellos me confes haber comido de la carne de ms de 200 cuerpos, y esto lo tengo por cierto, y baste seala Vespucci en su carta de 1502 (Reding Blase, 1992: 53).
Norte Caliban. Este texto surgi a partir de la operacin que, en 1898, EEUU hizo en Cuba. La obra de Rod ha sido un smbolo para los latinoamericanos que se han enfrentado al imperialismo estadounidense (Silva Echeto y Browne, 2007). En el ensayo, los estadounidenses seran los calibanes y, a su vez, los arieles estaran encarnados en lo mejor del continente, es decir, Amrica Latina. La calibanizacin, por su parte, era sinnimo de la desespiritualizacin (Real de Aza, 2001: 12), producto de la sed de bienestar que se impona, del maquinismo y de la industria. En un contexto, donde haba triunfado la clase media, el estado constitucional y la concepcin democrtica -verdadera fe secularizada- apoyada en la revolucin cientfica, en la autonoma individual y en la naturaleza. Estos aspectos, motivaron -tambin- a que se difundiera cierto conformismo, un culto a la felicidad, () el afn de lucro, un incontrastable materialismo utilitario y prctico como tono de la conducta, una sana, pero prosaica y fea, vulgaridad en todas las manifestaciones de la existencia donde predomina lo cuantitativo sobre lo cualitativo, el pragmatismo filosfico y el triunfo lento, pero incontenible, de una igualdad concebida sobre todo como uniformidad progresiva de vida, conciencias y personas. A esas llamadas calibanizaciones discuti Rod, confrontando al deshumanizado Caliban con el humanista de Ariel. Tal fue la lectura que planteaba a Caliban como brbaro que, en Uruguay en el siglo XIX, se describa a la sexualidad popular como una inclinacin a la barbarie, calificando a los sectores populares de Repblica de Carives, utilizando () la antinomia civilizacin y barbarie en un sentido ms que el de Sarmiento, en un sentido que hace recordar el Ariel y Calibn shakesperiano (Barrn, 1993: 15). Fernndez Retamar (1995: 39), por su parte, considera que los mestizos de Amrica Latina ven con particular nitidez que Caliban sea el smbolo y no Ariel. Prspero invadi las islas, mat a nuestros antepasados, esclaviz a Caliban y le ense su idioma para poder entenderse con l: qu otra cosa puede hacer Caliban sino utilizar ese mismo idioma para maldecirlo, para desear que caiga sobre l la roja plaga?. La cultura de Amrica es la cultura de Caliban desde Tupac Amaru hasta nuestros das: Prspero.- En dicha poca, esta isla -a excepcin del hijo que haba dado luz a la bruja, un pequeo monstruo rojo y horrible -no era honrada con la presencia de un humano. Ariel.- S; os refers a Calibn, su hijo.
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En un clebre escrito de 1971, Fernndez Retamar (1995) apuesta por Calibn/Caliban y discute no tanto con la teora de Rod -con la que est de acuerdo en gran parte- sino con la representacin que el intelectual uruguayo realiza de Amrica Latina, simbolizndola en la figura de Ariel (como se dijo la obra de Rod Ariel fue publicada originalmente en 1900 y Calibn en 1971). En ste, Fernndez Retamar precisa que, para los latinoamericanos, el smbolo de la hibridez, por su extraa e impredecible mezcla de atributos, es Caliban. Esto es an ms cierto para lo creole o para el compuesto mestizo de la nueva Amrica, escribira Edward Said (1996: 331) tiempo despus. En las primeras pginas de su ensayo, Fernndez Retamar (1995: 27) anuncia que Caliban en el sentido de antropfago se haba empleado en otras obras de Shakespeare como La tercera parte del Rey Enrique VI y Otelo. Ese trmino a su vez proviene de caribe, nombre que los espaoles les pusieron a las comunidades que vivan en el entorno del mar homnimo. Los Caribes hicieron una resistencia heroica, eran los ms valientes, los ms batalladores, recuerda el autor cubano. El nombre caribe y la deformacin canbal, ha quedado perpetuado a los ojos de los europeos de manera infamante. Es ese trmino, este sentido el que recoge y elabora Shakespeare en su complejo smbolo (Fernndez Retamar, 1995: 27). Por otra parte, hay que considerar que la obra de Shakespeare tiene como escenario el continente americano y su locacin es la mistificacin de una de las islas ubicada en el actual Caribe. Pero, cmo lleg el ingls al conocimiento de los canbales? William Shakespeare accedi a la traduccin de Giovanni Floro, amigo personal del dramaturgo, de la obra de Michel de Montaigne De los canbales, aparecida en 1604. Este poltico e intelectual francs sostiene al respecto: No dejo de reconocer la barbarie y el horror que supone comerse al enemigo, ms s me sorprende que comprendamos y veamos sus faltas y seamos ciegos para reconocer las nuestras. Creo que es ms brbaro comerse a un hombre vivo que comrselo muerto; desgarrar por medio de suplicios y tormentos un cuerpo todava lleno de vida, asarlo lentamente, y echarlo luego a los perros o a los cerdos; esto, no slo lo hemos ledo, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que se tratara de antiguos enemigos, sino de vecinos y conciudadanos, con agravante circunstancia de que para la comisin del tal horror sirvieron de pretexto la piedad y la religin. Esto es ms brbaro que asar el cuerpo de un hombre y comrselo despus muerto. Podemos, pues, llamarlos brbaros en presencia de los preceptos que la sana razn dicta, mas no si los comparamos con nosotros, que los sobrepasamos en todo gnero de barbarie. Sus guerras son completamente nobles y generosas; son tan excusables y
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abundan en acciones tan hermosas como esta enfermedad humana puede cobijar (Montaigne, 1978: 115-116). Fernndez Retamar (1995: 30) precisa que () no slo Floro era amigo personal de Shakespeare, sino que se conserva el ejemplar de esta traduccin que Shakespeare posey y anot. En La tempestad, adems, hay fragmentos literales de los Essais de Montaigne que acababa de traducir al ingls Giovanni Floro, lo que confirma la tesis mencionada. Hay que considerar que si en Montaigne nada hay de brbaro y de salvaje en la descripcin de esas naciones; en Shakespeare Caliban es un esclavo salvaje y deforme digno de ser sometido a calumnias y degradaciones. Asumir la condicin de Caliban implica repensar la historia de Amrica Latina desde el otro lado, desde el otro protagonista, porque uno de los protagonistas de La tempestad es Prspero -y no Ariel- y el otro Caliban. No hay verdadera polaridad Ariel-Caliban, sino que ambos son siervos en manos de Prspero, el hechicero extranjero. Ariel tambin quiere su libertad. En un momento del drama shakespeareano puede leerse el siguiente dilogo entre Prspero y Ariel: Prspero.- Cmo! Malhumorado? Qu es lo que puedes pedir? Ariel.- Mi libertad. Tupi or not tupi? That is the question Esta es la cuestin que se desprende del ensayo de Rod y de su recuperacin arieliana. En una postdata al ensayo escrito en 1995, Fernndez Retamar ampla su visin de la Amrica Caliban, indicando que no ser con la explotacin, con la ignorancia de sus realidades, con el desprecio y el intento cruel de imponer una cultura occidental de segunda o tercera mano como se lograr que las comunidades indgenas se muevan hacia un mestizaje frtil. Ese mestizaje slo puede nacer en el entre de las culturas, en la interpenetracin de las matrices originarias de los unos y los otros, en los ejercicios e intercambios comunicativos interculturales y/o, en su defecto, en los procesos de transculturacin. Dicho proceso se inici en Amrica Latina hace ms de medio siglo. Por ello no son novedosos en el continente los conceptos de hibridez, criollizacin, multiculturalismo o interculturalidad, aunque las modas tericas contemporneas de los culturalistas europeos as lo quieran hacer ver. A nadie en sus cabales se le ocurrira decir entre nosotros, por ejemplo, que Hostos, Gmez o Lezama son gran figuras blancas, y Maceo, los Henriquez Urea o Guilln, grandes figuras negras. Todos son representantes de una historia, de unas culturas mestizas o hbridas (Fernndez Retamar, 1995: 90). La eleccin entre Ariel o Caliban es una respuesta a la pregunta: cmo hace una cultura para independizarse del imperialismo y para imaginar
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su propio pasado? Una posibilidad es hacerlo con Ariel, entendindolo como el criado diligente de Prspero. Otra opcin es la de Caliban, consciente de su pasado bastardo y dispuesto a aceptarlo, pero no impedido para el futuro desarrollo. La tercera es convertirse en un Caliban que se sacude de su servidumbre y su desfiguracin fsica en el proceso de descubrimiento de un yo esencial y precolonial. Los dos calibanes se alimentan y necesitan el uno del otro. Cada comunidad sometida de Europa, Australia, frica, Asia y las Amricas, ha hecho el papel del duramente tratado y oprimido. Caliban respecto a algn Prspero del exterior (Said, 1996: 333). La resistencia es contra ese Prspero () y su nuevo squito de intelectuales cortesanos, tecncratas, burcratas, funcionarios nacionales e internacionales de todo color y plumaje que se han convertido en los dueos del campo de batalla neoliberal (Rojo, Salomone y Zapata, 2003: 68).
ferocidad nuestro mundo inmediato, fue a parar a un audaz planteo utpico de regreso de la humanidad a lo ms noble del pasado, alimentndose de los logros de la historia. Todo, con el aliento de un poeta que crea en sus imgenes con fuerza y valor (Fernndez Retamar, 1999: 211). De Andrade, en la ltima dcada de su vida (despus de la ruptura con el movimiento comunista, en los aos treinta y cuarenta) revaloriz las categoras planteadas en el Manifiesto Antropfago. Su tesis filosfica -sostiene Baitello Junior (2004: 33)- pretenda hacer un tipo de cartografa del pensamiento patriarcal y sus aflicciones, observando las rendijas del resurgimiento del matriarcado, orden social, no-jerrquico e igualitario: una nueva era de la antropofagia. Tambin inspirado en las lecturas oswaldianas, Eduardo Subirats (2003) precis que el canibalismo se transform en un concepto agresivo y sdico y, por lo mismo, se opona a la utopa antropfaga que reivindicaba la libertad, la armona como naturaleza y como creacin potica (Subirats, 2003. 23). Hay que destacar, no obstante, que es sintomtico que la nocin de canibalismo (concepto que presenta toda una carga colonizadora e imperial) -y no la de antropofagia- fuera la expresin que utilizaron algunas vanguardias europeas por la misma poca de la proclama latinoamericana. Hay distintos antecedentes que vinculan a Salvador Dal con el canibalismo y no as con la antropofagia. De 1936-1937 es el leo sobre tela Cannibalisme d automne. Tambin -por la misma poca, la revista de Francis Picabia Cannibale proclama el lema del canibalismo. Primero en sus fraudulentos manifiestos y ms tarde en sus parodias autobiogrficas, como las describe Subirats (2001). El Manifiesto canbal DADA de Francis Picabia es de los aos 20. La violencia de los lenguajes, como en otros acercamientos al canibalismo por parte de los artistas europeos, se hace presente en esta propuesta. Como se observa ya la utilizacin (sintctica y denotativa) del trmino canibalismo (y no antropofagia), desde el punto de vista connotativo, lleva consigo toda la carga imperial y colonizadora de Europa. Las vanguardias europeas destacaban lo extico y primitivo de las culturas americanas y africanas. Subirats, en ese mbito, expone algunos ejemplos, entre ellos, la visin entre lo trgico y lo idlico del pintor francoperuano Paul Gauguin, la pasin de Picasso por el expresionismo de las mscaras rituales africanas, la fascinacin de Stravinsky, Heckel o Lorca por la msica y por las musas del frica negra. En definitiva, la pasin de los artistas europeos de las primeras dcadas del siglo XX por las religiones africanas y precolombinas, y sus expresiones artsticas correspondientes, no era simplemente un juego formal. Detrs de ello se ocultaba una afinidad metafsica, un redescubrimiento de las libertades expresivas y el retorno a una naturaleza desacralizada, en una perspectiva similar a la antropfaga. No obstante, haba una diferencia fundamental, para la antropofagia ests situaciones no presentaban ningn carcter desconocido, extico o primitivo.
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A diferencia de las vanguardias europeas, tanto los antropfagos Oswald y Mrio de Andrade como Tarsila do Amaral, as como Frida Kahlo y escritores-etnlogos como Jos Mara Arguedas, no manifestaban una atraccin por lo desconocido y mucho menos por lo extico, sino el reconocimiento de sus culturas, de las mezclas barrocas de las Amricas y de la heterogeneidad y pluralidad de las mismas. Lo que para el artista europeo era extico, para el artista latinoamericano era una introspeccin (Subirats, 2001). En Pars, Oswald de Andrade y Tarsila do Amaral perciben que el canibalismo de los artistas espaoles y franceses no captaba la especificidad histrica y etnolgica de la antropofagia americana. Era antes que nada una cuestin de sensibilidades diferentes. Es as como en las obras de los artistas americanos, puede observarse la sensualidad de los colores y de los cuerpos, la violencia extrema del poder, la recuperacin de la corporeidad y las mezclas armnicas entre humanidad y naturaleza. De esa forma, los aforismos y poemas de Oswald de Andrade son directos, espontneos, as como su diccionario que, aunque escrito en su etapa comunista, mantiene la esttica caracterstica de la antropofagia. Algunas entradas del diccionario son: Caim: o primeiro burgus (...) Criador e defensor perptuo da propiedade privada. (Cain: el primer burgus () Creador y defensor perpetuo de la propiedad privada). Ado: Primeiro marido de Eva. (Adn: primer marido de Eva). No: Diretor do Grande Circo Aqutico que percorreu o mundo toa e acabou se dispersando por falta de pblico. (No: Director del Gran Circo Acutico que recorri el mundo y se acab dispersando por falta de pblico) (de Andrade, 1990: 21-22). Las novelas de Mrio de Andrade, por su parte, relatan las mezclas culturales, integran la humanidad a la naturaleza, como en el caso de Macunama, nio/a que pas ms de 6 aos sin hablar una palabra (de Andrade, 2004: 13). Macunama, como Caliban, maldice la lengua de Prspero-colonizador porque ella fue impuesta con violencia. Por tanto, no hablar la lengua de la metafsica occidental, del logocentrismo y del significado trascendental, era una de las estrategias poltico-simblicas de Caliban/antropfago. Como seala Roland Barthes (1980), () aquel objeto en el que se inscribe el poder desde toda la eternidad humana es (): la lengua, porque, sta no es reaccionaria, ni progresista, sino fascista: obliga a decir. Por su parte, Derrida (1971: 7), en De la gramatologa, se refera al etnocentrismo que () tuvo que dominar siempre y en todas partes, al concepto de escritura. Logocentrismo (metafsica de la escritura fontica) () que no ha sido fundamentalmente, otra cosa que -por razones enigmticas, pero esenciales e inaccesibles para un simple relativismo histrico- el etnocentrismo ms poderoso y original, actualmente
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en vas de imponerse en todo el planeta. A este etno/logocentrismo resiste Macunama/Caliban al no hablar la lengua del colonizador. En este punto es donde se puede sealar el carcter anticolonizador del proyecto antropfago, ms que postcolonizador, como lo han querido ver algunos tericos que solidarizan con esta postura. Desde el manifiesto de la semana del 22 se expresa un profundo rechazo al significante colonizador. Entre ellos su lengua y los signos de la conquista como, por ejemplo, la religin: punto en el que se encuentra el planteamiento de Nietzsche sobre la muerte de Dios. Otros signos anticolonizadores son la crtica al patriarcado, as como la revalorizacin del mestizaje cultural. En todos estos signos se cruzan los textos de la historia de las Amricas con el de los tericos europeos crticos que cuestionan el proyecto colonizador y capitalista de la modernidad. Como seala Joo Almino (1999: 41), la antropofagia no revaloriza -como puede interpretarse de una lectura superficial del manifiesto- solamente la cultura brasilea y, por tanto, insular y vuelta nicamente sobre sus races, sino que se encuentra con los crticos europeos de la modernidad. En esta encrucijada de caminos es donde se vislumbra la antropofagia con la crtica que nace en Europa al maquinismo y a la sociedad de consumo y se actualiza en la cultura del simulacro y del hiperconsumismo. Para Almino (1999: 45), hoy, a pesar de sus limitaciones, es posible recuperar aspectos de la metfora antropfaga para criticar la globalizacin capitalista y el multiculturalismo relativista.
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La figura del Caliban de La tempestad se sumerge en las podredumbres de la canibalizacin conceptual de oriente (frente a los prsperos de Occidente y los intelectuales y fieles arieles), llegando a plantear como sinnimo al nativo con el antropfago precolombino de la Europa clsica. Los cuentos y relatos de Coln y sus aliados levantan la voz y -salvo excepciones como la de Michel de Montaigne- diseminan la inhumanidad del caliban=canbal=antropfago. Por tanto y como se sabe, los calibanes son vctimas directas del hermeneuta Coln y de los imaginarios sociales construidos a partir de los ya reconocidos actos de colonizacin. Es as como Prspero, el mismo duque de Miln, se refiere a Caliban sealando que es el hijo dado a luz por una bruja, () un pequeo monstruo rojo y horrible () criatura atrasada () haca ladrar lobos y penetraba en el corazn de los siempre enfurecidos osos (Shakespeare, 1951: 24). Como respuesta a estas construcciones sociales y como ya se anunci, la operacin y el extrao bistur indisciplinado, contrametodolgico y antiepistemolgico de los antropfagos brasileos fue ms bestial y radical que la propia tradicin occidental que defina (con todo el poder de las ciencias humanas) al canibalismo como el peor de los pecados, digno de combatir y eliminar en nombre de Dios, el Hombre y la victoriosa cultura europea. Con esa huella de Caliban, los antropfagos brasileos reabren el apetito cultural y proponen una nueva era de la antropofagia... La era de la antropofagia que se anuncia desde el cruce entre las comunicaciones, los intercambios culturales mestizos, hbridos y criollos de las Amricas implica la rebelin y rebelda de Caliban. Se termin la figura del esclavo colonizado y maltratado. Tambin se acabaron las simpatas y generosidades romnticas del buen salvaje. Renace el mal salvaje. Calibanes que transgreden las decisiones de Prspero y se transforman en los brbaros de los nuevos tiempos. Su hambre no tiene lmites, derriba fronteras y milita en los espacios intermedios que cruzan y destien la armona binaria. Caliban es polgamo, plural, polglota, polivalente, heterogneo, autofgica, panfgica, heterofgica: antropofagia da grande taba do mundo (de Andrade, 1929). Como el antihroe Macunama de Mrio de Andrade (2004): preto retinto e filho do medo da noite () criana feia que passou mais de seis anos no falando (de Andrade, 2004. 13). No hablar la lengua de la metafsica occidental, del logocentrismo y del significado trascendental, era una de las principales estrategias poltico-simblicas del Caliban/antropfago. El despertar de Caliban no es siempre en el mismo sitio, no pertenece a nada ni a nadie. Caliban no tiene identidad, no tiene sentido de pertenencia. La pregunta sobre la existencia de una cultura latinoamericana es secundaria. Caliban no congenia con Amrica Latina. Latinoamrica es otro invento producido por el poder, tal cual como el propio Caliban y los canbales.
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La mixtura es sintomtica a la nueva era antropfaga. Caliban se alimenta de las muertes de Dios, el Hombre, la representacin, el Estado, las Hiptesis, y el propio autor que lo escribi. Caliban desautoriza al autor. Esta es la canibalizacin de caliban: la subversin a la escritura shakesperiana (y sus consecuencias) como acto de resistencia frente a la autoridad que lo nombr y defini como tal. La cultura popular menospreciada y expulsada por los sectores dirigentes criollos. Tambin es Caliban Pierre Ebuka, nativo de una tribu canbal de frica central, que se traslad a Alemania para graduarse como epistemlogo en la Universidad de Heidelberg. Segn sus compaeros, el extico Ebuka, estaba considerado como uno de los principales especialistas en el movimiento prerrafaelista y al mismo tiempo aseveraba, entre otras cosas, la existencia de posibles relaciones entre epistemologa y canibalismo, () basndose en que epistemologa es bsicamente teora del conocimiento cientfico y que no hay frmula superior de conocimiento que la metabolizacin de lo por conocer... (Vzquez Montalbn, 2000: 13). El men de Ebuka se compone de contundentes tradiciones que le permiten potenciar al Caliban que lleva dentro: tripas de espaol al estilo del mondongo del barrio de Triana, solomillo de aduanero francs al focdemi-cru de abadesa de Perigord, brochette de azafata griega aromatizada con salvia de la isla de Skorpios, salchichas blancas de carne molida de agente de cambio y bolsa de Munich con patatas criadas en las proximidades de cementerios de minoras tnicas. En este contexto y comprendida como una renovacin de los manifiestos canbales, Nicholson escribe: Queremos hacernos como ellos. Queremos que ellos se conviertan en parte de nosotros. Queremos que su carne sea nuestra carne (Nicholson, 1997: 251). Macunama es Caliban. La renovacin escritural de Macunama es la rebelda calibana. La rapsodia es la fantasa instrumental que evoca la improvisacin al (des)componer los sonidos y al formular las bases del antihroe de los calibanes. Houve um momento em que o silncio foi to grande escutando o murmurejo do Uraricoera, que a ndia tapanhumas pariu uma criana feia. Essa criana que chamaram de Macumama (de Andrade, 2004: 77). Los plurales calibanes llevan en s el soporte simblico de una comunidad. Cuando un Caliban -asumido como tal- muere, retorna al polvo del cual naci. Por tanto, es parte del medioambiente y circula por los aires sociales. Otros, luego, respiran dichos aires y alimentan su espritu y pulmones de las partculas que engalanan a los calibanes. Todos han respirado a todos. Los hemos respirado a todos, los hemos inspirado y espirado a Corts y a Fritz Haarman y al Marqus de Sade (Nicholson, 1997: 182). Tambin esta alimentacin calibana descubre en su dieta a Shakespeare, Mart, Daro, Fernndez Retamar, Rod y todos aquellos que
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dejan de ser autor para solidarizar con el proyecto de la nueva era antropfaga. Caliban es Malinche, mujer abandonada y traicionada tanto por el colonizador Corts como por el cacique indgena. Malinche es la Eva mexicana: as la represent Jos Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Preparatoria. Por eso la tesis hispanista que nos hace descender de Corts con exclusin de la Malinche, es el patrimonio de unos cuantos extravagantes -que ni siquiera son blancos puros-. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que tambin est sostenida por criollos y mestizos maniticos, sin que jams los indios le hayan prestado atencin (Paz, 1980: 78). A fin de cuentas y como se desprende de lo anterior, se puede precisar que el cuerpo antropfago est en permanente desterritorializacin. Flujos mutantes de las subjetivaciones (Rolnik, 2006) y tendencia a la (de)formacin infinita. Esa es la fealdad de Caliban: la desfiguracin de s mismo. La sensacin de asco y rechazo dictado por la verdad de Occidente y representado, en este caso, en la hija de Prspero: la joven y bella Miranda de La tempestad. Y, por la misma lgica, tambin lo hemos comido; gusanos, peces, reyes, mendigos; una vieja historia, una vieja cadena del ser. Y si eso no es inmortalidad qu es? Mil aos despus de la muerte de un hombre an estamos consumiendo su cuerpo, aunque algo cambiado por supuesto. Y tambin nosotros seremos comidos; nuestros tomos, nuestras partculas, nuestro ADN (Nicholson, 1997: 279). La canibalizacin de Caliban es la venganza del canbal hacia el propio Coln. Los calibanes tambin se engulleron al conquistador. Los calibanes re-colonizaron a Coln y lo hicieron parte, a su manera, de la nueva era de la antropofagia. Esto se debe a las ingeniosas cartografas que Oswald de Andrade dilucida y bosqueja en sus festines alimenticios contraculturales. Mapeos interculturales que esbozan los recorridos nomadolgicos de los antropfagos Tupinamb. Los antropfagos Tupinamb son calibanes y cosmopolitas. Los antropfagos Caet son sedentarios, arbreos y estticos, gozan de un canibalismo chauvinista que los hace echar races. Su carcter hiperactivo y mltiple les permite crecer desde una nocin rizomtica y asignificante (Manunama no habl la lengua del conquistador por seis aos). La alimentacin Caliban es nmada y vagabunda. Los Tupinamb, como buenos calibanes, saben ser y actuar como nativos, saben ser exiliados y logran otear desde el afuera, desde la periferia que activa los golpes, estimula el giro, el cambio, la mutacin hacia la nueva era antropfaga (Tupinamb).
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La mutacin de Caliban permite despintar las fronteras construidas para limitar los territorios, principios e identidades y abre alternativas para que, desde las comunicaciones indisciplinadas y sus cruces inter(entre)culturales, habilite proyectos Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del pensamiento que es dinmico. El individuo vctima del sistema. Fuente de las injusticias clsicas (de Andrade, 2004: 1), considerando -como sostiene Suely Rolnik (2006)- que las principales crticas del movimiento antropfago iban destinadas a los regmenes identitarios que defendan a las sociedades fordistas y disciplinarias. La antropofagia, por s misma, es una forma nueva de subjetivacin que se escapa de las polticas de recuperacin de identidad, libera las comunicaciones interculturales, indisciplina las ms puras disciplinas y los disciplinamientos sociales, estimula las hibrideces, mestizajes y criollizaciones de las Amricas y flexibiliza la experimentacin de las improvisaciones para crear nuevos territorios y sus respectivas cartografas. Ya que el cartgrafo es, ante todo, un antropfago (Caliban) (Rolnik, 2006): Fue porque nunca tuvimos gramticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi del Brasil (de Andrade, 2004: 1).
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Resumen En este texto se puntualiza, en primer lugar, en la importancia de las metforas en la construccin de la realidad. A continuacin, se propone la metfora de la identidad como patchwork para entender cmo se construye la identidad. Finalmente, se recoge la metfora de la identidad como password para comprender las dinmicas identitarias. Abstract This text points out, firstly, the importance of metaphors in the construction of reality. Then, it suggests the metaphor of identity as a patchwork to understand how to build an identity. Finally, it takes the metaphor of identity as a password in order to understand the dynamics of identity. Palabras Clave Metfora / Identidades / Patchwork / Password. Keywords Metaphor / Identities / Patchwork / Password. Sumario 1. Introduccin. 2. El valor heurstico y hermenutico de las metforas. 3. Confeccionando el patchwork. 4. Cuando el patchwork se convierte en password. 5. Conclusiones. Summary 1. Introduction. 2. Heuristic and hermeneutic value of metaphors. 3. Making the patchwork. 4. When patchwork becomes password. 5. Conclusions.
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Deseara agradecer los comentarios y crticas, a una primera versin de este texto, de los estudiantes del curso de Doctorado Comunicacin Intercultural que impart, durante el ao acadmico 2006/2007, en la Universidad Pompeu Fabra. 285
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1. Introduccin.
La misin de esta enseanza es transmitir, no el saber puro, sino una cultura que permita comprender nuestra condicin y ayudarnos a vivir; al mismo tiempo ha de favorecer un modo de pensar abierto y libre (Morin, 2004, p.11). l objetivo de este artculo es proponer una metfora para dar sentido a uno de los fenmenos ms importantes y complejos con los que se enfrentan las ciencias de la comunicacin. En primer lugar, justificar la utilizacin de metforas para iluminar fenmenos humanos complejos. En segundo lugar, propondr entender la identidad como un patchwork y mostrar la utilidad de esta propuesta. Por ltimo, como la identidad no es simplemente algo que se tiene sino que, partir de la interaccin social, es un proceso que negociamos con los dems, propondr una segunda metfora: la identidad como password. Si se me permite la parfrasis podramos decir que un fantasma recorre el mundo, es el fantasma de la identidad. El carcter fantasmal de la identidad viene dado por las dificultades de su aprehensin y por la aprensin que provoca su discusin. En palabras de Bauman (2005, p.165): La identidad, digmoslo claramente, es un concepto calurosamente contestado. Donde quiera que usted oiga dicha palabra. Puede estar seguro de que hay una batalla en marcha. El hogar natural de la identidad es un campo de batalla. Sin embargo, la identidad toca un tema central en la vida de las personas y de las comunidades. Es un intento de responder a quin soy? y quines somos? Las respuestas han sido mltiples y ninguna de ellas es inocente. Cada una de las respuestas va a tener sus consecuencias personales, polticas y sociales. Las identidades individuales y colectivas estn en pleno vrtice. Las reivindicaciones identitarias colectivas surgen por doquier, mientras las incertidumbres identitarias individuales nos sumen en la confusin. Se abre un tiempo de reflexin y de autorreflexin. Pero, quizs, para pensarnos de nuevo sean necesarias nuevas ideas, aproximaciones distintas a nuestras realidades. Este artculo tiene esta pretensin: aportar alguna idea para repensar las identidades. El tema de la identidad se puede abordar desde mltiples puntos de vista. De hecho la identidad se ha convertido en un objeto de estudio transdisciplinar en las ciencias sociales y humanas. Por mi parte me voy a permitir hacer una aproximacin metafrica. Como apunta Fitzgerald (1993, p. 220-221) en la sociedad de la informacin en la que vivimos las metforas que utilizamos se vuelven rpidamente obsoletas, lo que nos obliga a una bsqueda permanente de un nuevo vocabulario de la
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identidad. Sin embargo, antes de nada, hay que plantearse qu implica utilizar las metforas, como instrumentos de comprensin de la realidad, en el mbito de las ciencias de la comunicacin.
humano posmoderno?2 Las metforas nos pueden ayudar a aproximarnos a la mentalidad imperante en estos perodos histricos. El hombre premoderno era un guardabosque, mientras que el hombre moderno se convierte en un jardinero. Estas metforas no son balades. Como sealan Lakoff y Johnson (1991, p.198): Las metforas pueden crear realidades, especialmente realidades sociales. Una metfora puede as convertirse en gua para la accin futura. Creo que la cita de Bauman (1998, p.75) es suficientemente esclarecedora al respecto: los que estaban al mando de las sociedades premodernas podan adoptar la actitud confiada y calmada de los guardabosques: la sociedad, abandonada a sus propios medios, se reproduca ao tras ao, generacin tras generacin, sin apenas ningn cambio perceptible. Pero no sus sucesores modernos. Aqu ya no se poda dar nada por sentado. No crecera nada a menos que se hubiera plantado y si creca algo de forma independiente deba ser algo malo y, por tanto, peligroso, que confunda o comprometa el plan total. Como apunta Toulmin (2001, p.152-153) los tres sueos de los racionalistas modernos son: Los sueos de un mtodo racional, una ciencia unificada y una lengua exacta se unen en un nico proyecto. Todos se proponen purificar las operaciones de la razn humana descontextualizndolos; es decir, divorcindolos de situaciones histricas y culturales concretas. La modernidad concibe la sociedad como un objeto a administrar, como una coleccin de distintos problemas a resolver, como una naturaleza que hay que controlar, dominar, mejorar o remodelar, como legtimo objeto de la ingeniera social y, en general, como jardn que hay que disear y conservar a la fuerza en la que fue diseado... (Bauman, 1998, p. 23). En esta lnea de pensamiento, como seala Bauman (1998), el holocausto est en la lgica del jardinero moderno. Y el ser humano posmoderno, qu ser? Quizs lo que se est produciendo es el paso del jardinero, que modifica su entorno sin una visin holstica, a la persona (mujer u hombre) ecologista o medio ambientalista (Vzquez Medel, 1999), que sabe que todo est interconectado y que al intervenir sobre la sociedad es consciente que hay que ser muy respetuoso con el contexto para minimizar el efecto mariposa. As la consigna de nuestra poca es el cambio sostenible, la sostenibilidad. Sin embargo, no es sta la metfora que deseo explorar. Como mnimo creo que se me aceptar, despus de estos ejemplos, que las metforas crean representaciones, formas de mirar la realidad, y estas representaciones favorecern determinados modos de actuacin.
En las dos primeras etapas hablo del hombre ya que ste era el modelo androcntrico dominante.
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El objetivo de este texto es modificar la percepcin esencialista de la identidad, conseguir que se observen las identidades de otra manera. Esto me parece importante porque las metforas pueden estructurar nuestros pensamientos y programar determinados cursos de accin, aunque no quisiera caer en un relativismo lingstico radical (Rodrigo, 1999, p. 107113). Empero, en cada momento histrico, por exigencias extralingsticas, se activan determinadas metforas y pienso que los tiempos que corren nos exigen nuevas metforas que coadyuven a la mirada intercultural y a las mezclas culturales. Volviendo a la importancia de las metforas hay que recordar que la funcin primaria de la metfora es proporcionar una comprensin parcial de un tipo de experiencia en trminos de otro tipo de experiencia. Esto puede implicar semejanzas aisladas preexistentes, o la creacin de semejanzas nuevas, y mucho ms (Lakoff y Johnson, 1991, p. 195-196). Las metforas nos permiten visualizar realidades abstractas y complejas, que de otro modo seran difciles de aprehender. Adems nos ayudan a descubrir caractersticas y relaciones de esta realidad. Las metforas potencian una aproximacin imaginativa a la realidad y ayudan a afirmar nuestra interpretacin. La identidad es una realidad que nos es tan prxima, tan pegada a nuestra piel, que no tenemos la distancia suficiente para analizarla con cuidado. Adems, como sabemos, las identidades provocan impulsos emocionales que no siempre nos permiten una discusin serena sobre las mismas. Pero, precisamente, las metforas pueden evocar emociones que expliquen otras emociones y as tomar algo de distancia de una realidad identitaria que nos reta. Como afirman Lakoff y Johnson (1991, p.235-236), a partir de su aproximacin experimentalista, la razn de que nos hayamos centrado tanto en la metfora es que une la razn y la imaginacin. La razn supone categorizacin, implicacin, inferencia. La imaginacin, en uno de sus muchos aspectos, supone ver un tipo de cosas en trminos de otro- lo que hemos denominado pensamiento metafrico. La metfora es, as, racionalmente imaginativa. Es decir no se trata de hacer volar la imaginacin sin ms ni ms, sino conjugar razn e imaginacin en un difcil equilibrio en que ambas se potencien y no se anulen. Este me parece el principal valor de la metfora, su potencial heurstico y hermenutico. La metfora es la realidad hecha palabra, pero consciente de su realidad simblica e imprecisa. La construccin identitaria no siempre es fcil de percibir, mientras que una metfora puede hacerla ms fcilmente visualizable. As, mediante las metforas, podremos conseguir destacar ciertos aspectos de nuestras experiencias identitarias, que quizs nos pasaron desapercibidas y descubrir nuevas interrelaciones del fenmeno identitario que nos permanecan ocultas. Debe quedar claro que la metfora es un modo de ver la realidad, no es la realidad en s misma. Los aparatos pticos con los que contemplamos
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la realidad y que nos descubren aspectos desconocidos no son ms que instrumentos de aproximacin al fenmeno analizado. Como apunta Fitzgerald (1993, p. 213) el problema es la reificacin de las metforas, lo que puede ser objeto de confusin es pretender que la metfora suplante la realidad. Uno de los mayores peligros de la utilizacin de metforas es que no se sea consciente de su naturaleza metafrica. En ocasiones, algunos conceptos son presentados sin el reconocimiento de que son bsicamente metafricos. Mi forma de soslayar este peligro es utilizar, para las dos metforas identitarias que propongo, palabras inglesas. Mediante la utilizacin de otro idioma la marca metafrica se me antoja indeleble. Una de las debilidades de las metforas es que implican tambin, a pesar de su aparente visin global del fenmeno metaforizado, una simplificacin. Por muy brillante que sea una metfora siempre dar cuenta de algunos aspectos parciales del fenmeno. Por ello hay que tomar de las metforas aquello que nos pueden dar, y no ms. En las metforas propuestas, inevitablemente, habr caractersticas del fenmeno identitario que no tendrn cabida. Adems no se trata de forzar las metforas, si no simplemente tomarlas in suo ordine. Una ltima cuestin, relacionada con estas aclaraciones, es la de hasta qu punto una metfora es verdadera. Como afirman Lakoff y Johnson (1991, p. 200): Aunque las cuestiones de la verdad surgen para metforas nuevas, las cuestiones ms importantes son las de la accin apropiada. En la mayora de los casos lo que importa no es la verdad o falsedad de la metfora, sino las percepciones e inferencias que se siguen de ella, y las acciones que sanciona. No se trata pues si la metfora es verdad, si no si una metfora ha sido conseguida y es til para iluminar aspectos de fenmenos que habitualmente permanecen ocultos. Lo importante de una metfora es su fuerza performativa. Espero que las metforas propuestas se consideren iluminadoras, en cualquier caso esta valoracin se la dejo al lector al finalizar la lectura del texto. Tambin he de decir que no puedo reclamar la paternidad de la idea de la identidad como patchwork. Una breve ojeada por Internet es suficiente para constatar que llegu tarde. Por ejemplo, Kraus (2000) se plantea cmo en la construccin identitaria un individuo es capaz de dar coherencia a fragmentos de su experiencia que recogen situaciones incongruentes entre s. As est autor habla de la identidad-patchwork. A m no me gusta este concepto porque podra dar a entender que hay una identidad-patchwork, que es un tipo de identidad, frente a una posible identidad-no patchwork. No es esta la postura de Kraus (2000), aunque s de otros textos, que analizan la identidad desde una perspectiva catlica. As Schalck (2000) considera que la patchwork-identidad es una identidad deslavazada, carente de grandes ideales y basada en el pragmatismo y el consumismo. Lo que Berger y Lukmann (1997) predicaban de la modernidad, con la posmodernidad parece haber aumentado. Desde algunos sectores se apunta
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una nueva identidad-patchwork fruto de posmodernidad y la globalizacin. Sin embargo, en realidad, en mi opinin la identidad siempre ha sido un pachtwork, en el sentido de Kraus (2000), una identidad en permanente construccin. Por el contrario, hay una idea desvalorizadora de la identidadpatchwork, que la muestra como una identidad hecha de retazos, con valores mviles e inconsustanciales, que propicia el relativismo (valorado negativamente), aleatoria, imprevisible, constantemente recompuesta, y hasta cierto punto catica. Tambin se apunta que esta identidad en recomposicin constante implica una descomposicin identitaria. En mi opinin estamos ante el viejo discurso esencialista, excluyente, dogmtico, uniformizador y antimestizo, sobre la identidad, en el que no voy a entrar (Rodrigo, 2003a). A pesar de lo dicho creo que la idea del patchwork es una metfora que est todava por explotar y que puede dar mucho juego.
3. Confeccionando el patchwork.
Las palabras son como una frazada a veces nos da calor, a veces no ahoga. A veces nos tapa, a veces nos deja desnudos. No son nada y lo son todo. No tienen cara ni perfil, son una malla de entornos nebulosos pero nos dan el nombre de cada cosa. Son serviciales y a veces matan, o dan vida, o paralizan. Las palabras me dan miedo y nunca se muy bien cmo cogerlas, qu hacer con ellas, dnde meterlas. (Gars, 1977, p. 33) [Traduccin de Anna Estrada]. oda forma de ver es una forma de ocultar; por esto no pretendo hacer una aproximacin panptica a la identidad, sino simplemente intentar defender una metfora que tenga la suficiente fuerza heurstica y hermenutica para desvelar algunos de los aspectos del complejo fenmeno de las identidades. En otros textos ya he propugnado la necesidad de pluralizar la identidad (Rodrigo, 1999, p. 51-57), sin embargo debo reconocer que nos cuesta pensar en nuestra identidad (tanto individual como colectiva) como identidades. En nosotros prima un sentimiento de unicidad, de coherencia, de
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congruencia, y la pluralidad evoca la escisin de nuestra personalidad o la prdida de cohesin de nuestro grupo. Por ello voy a hablar de identidad, en singular, a pesar de que estoy convencido de su carcter plural, dinmico y cambiante. De todas formas, la metfora propuesta se va a encargar de mostrar esta pluralidad y dinamismo. En primer lugar, debemos explicar que es un patchwork. La traduccin del trmino podra ser, edredn, frazada, colcha o cobertor pero perdera una de las caractersticas de este tipo de colchas que es el estar hechas a partir de pedazos. Si nos fijramos en esta caracterstica, que me parece esencial, tambin podra traducirla, de forma menos literal, por mosaico. Pero con esta segunda traduccin se pierde la textura de la identidad que me parece tambin esencial. La idea de mosaico nos remite a los fragmentos yuxtapuestos, pegados uno al lado del otro, pero no entrando uno en el otro. Tampoco me sirve la palabra collage porque se parecera al mosaico, con el agravante que el material tiene la fragilidad del papel. Creo que cualquier traduccin, o la utilizacin de otro trmino, hara perder fuerza a la metfora, por ello prefiero mantener la palabra inglesa. Si buscamos en un diccionario ingls podemos encontrar que esta palabra tiene dos acepciones. Para el Collins Dictionary of the English Language (1986): 1. Trabajo de costura realizado cosiendo juntas piezas de diferentes materiales. 2. Algo, como una teora, confeccionado a partir de distintos retazos: Un patchwork de ideas copiadas, plagiadas3. Como puede apreciarse la segunda acepcin es de alto riesgo para un artculo acadmico. Para otro diccionario, el Collins Cobuild English Language Dictionary (1992), 1. El patchwork es un trabajo de costura realizado cosiendo juntos materiales de diferentes colores y formas () 2. Si se describe algo como un patchwork significa que est hecho a partir de distintos fragmentos o piezas4. Por su parte el Diccionario del espaol actual, de Seco, Andrs y Ramos (1999), recoge la voz patchwork5 tambin con una doble acepcin: a) Tejido hecho de retazos de otros () b) Cosa resultante de una mezcla de elementos heterogneos.
3 Reproduzco el texto en ingls porque ya se sabe, traduttore, traditore, que en las traducciones siempre hay matices que se escapan 1. needlework done by sewing pieces of different materials together. 2. something, such as a theory, made up of various parts: a patchwork of cribbed ideas. 4 1. Patchwork is needlework that is done by sewing together pieces of material which are of different coulours and shapes (...) 2. If you describe something as a patchwork, you mean that it is made up of different parts or pieces.... 5 A partir de aqu me permito seguir utilizando esta palabra sin cursivas.
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Lo primero que podramos decir es que el patchwork como la identidad es algo construido. Como apunta Castells (1998, p.29) Es fcil estar de acuerdo sobre el hecho de que, desde una perspectiva sociolgica, todas las identidades son construidas.... Si desde la sociologa, y tambin la psicologa, se acepta el carcter construido de las identidades, la historia reafirma, as mismo este carcter de las identidades colectivas. Como afirma Fontana (2005, p.23) cualquier comunidad tiene tantas historias posibles como proyectos de futuro alimenten sus miembros. Y no tiene nada de extrao, en consecuencia, que cuando un colectivo no se siente reflejado por el tipo de historia que se le quiere imponer, reaccione plantendose su alternativa (la traduccin es ma). La identidad colectiva tambin es una construccin, con la diferencia que, en muchas ocasiones, no son todos los protagonistas, por igual, los que la escriben. Por ltimo, desde la comunicacin tambin se sustenta esta visin constructiva: las identidades son construcciones discursivas (es decir, maneras de hablar formadas en el discurso o reguladas); de hecho, no puede haber identidad, experiencia o prctica social que no est construida discursivamente, habida cuenta de que no podemos sustraernos al lenguaje. Es decir, que las identidades son construcciones del lenguaje y no cosas eternas y fijas. Esta idea de que las identidades son construcciones discursivas se sustenta en una concepcin del lenguaje segn la cual no hay esencias a las que se refiere el lenguaje y, por tanto, no hay tampoco identidades esenciales (Barker, 2003, p. 53). Adems, creo que la construccin de las identidades tiene ms de proceso artesanal que industrial, en el sentido que requiere su tiempo y que en cada caso cada identidad ser un obra personal y, aunque semejante a otras, con sus propias singularidades. Es decir que pienso con Maalouf (1999, p. 32) que tenemos una identidad compuesta que es compleja, nica, irreemplazable, imposible de confundirse con ninguna otra. Todos tenemos un patchwork, pero ninguno es exactamente igual. Se tratara de patchworks que reproduciran, en sus fragmentos, nuestra la historia personal. Cmo se ha construido, y se sigue construyendo, nuestra identidad? Nos encontramos ante un proceso histrico, social e individual, en definitiva biogrfico. El proceso continuo de socializacin es un factor determinante en la construccin identitaria. sta se va con-formando gracias a los materiales significantes que el/los contexto/s cultural/es pone/n a nuestro alcance y que experimentamos de forma singular. Es decir que la construccin de la identidad est enraizada en la socializacin de determinada sociedad, pero su conformacin individual est sujeta a los avatares personales (Rodrigo, 2003a). Cada uno de nosotros va confeccionado su identidad a partir de los retazos que tiene a su alcance. Creo que en este punto la Teora del Emplazamiento podra hacer aportaciones muy productivas: El emplazamiento es una respuesta a la necesidad adaptativa en relacin con el entorno, y a nuestra plasticidad en el mundo. Pero la Teora del Emplazamiento no es mecanicista ni determinista. Aun cuando nuestro estar293
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en-el-mundo quede frecuentemente condicionado por un conjunto de circunstancias emplazantes, reconocemos la posibilidad de actuar aunque sea desde el propio sistema contra el que decidimos rebelarnos- desde el reducto ltimo de nuestra responsabilidad (Vzquez Medel, 2003, p. 2). Cada uno debe ser responsable de coser su patchwork. Tngase en cuenta que al coser la colcha, los fragmentos deben encajar muy bien, si no se deben deshacer y volver a coser. Los fragmentos dispares de nuestras experiencias de vida deben integrarse de forma coherente (Kraus, 2000) a pesar la heterogeneidad. A veces pueden parecer disonantes, contradictorios, pero como en un patchwork los pedazos se han ido tejiendo poco a poco, relacionndose unos con otros. Es posible que en algunos retazos las costuras estn reforzadas, mientras que en otros apenas estn hilvanados. Un cambio identitario siempre es posible. As se dan lneas de fuga, agenciamientos, etc. (Silva Echeto, 2003), pero tambin hay que tener en cuenta la fuerza de las costuras. Recordemos otra de las caractersticas de las colchas patchwork. Los fragmentos con los que se confecciona la colcha son muy caros, son telas de alta calidad. Los fragmentos de vida con los que conformamos nuestra identidad nos son muy caros (queridos), y en ocasiones nos han salido muy caros (gravosos). Nadie parece dudar de la importancia de la identidad, tenga sta las caractersticas (ms individualistas o ms comunitaristas) que tenga. Por esto hay la tendencia a proteger nuestra identidad. Recordemos que el reverso de la colcha patchwork est acolchado, se protege con otra tela que se cose en el reverso. Pero este reverso no es el patchwork, es un sistema de proteccin de la colcha. Creo que lo que pretenden algunas posturas esencialistas identitarias es dar la vuelta al patchwork de forma que slo se vea la parte acolchada, lisa, blanca, uniforme e idntica en todos, porque el anverso de la identidad nos muestra los remiendos, que esta postura considera inaceptables. En el fondo, nos muestran el forro de nuestra identidad y as se pretende ocultar la diferencia de cada una de las identidades. La cultura provee modelos identitarios, pero quizs habra que decir que no se trata de una sola cultura sino que, aunque puede haber una cultura hegemnica, hay que tener en cuenta que tanto a nivel internacional como a nivel local hay culturas hegemnicas y no hegemnicas que tambin estn al abasto de las personas. Por ello hay que puntualizar que la identidad cultural de las personas desborda frecuentemente el marco de referencia que se le supone a una sola cultura. Como afirma Bauman (2005, p. 35): Pocos de nosotros (en el caso de que haya alguien) estamos expuestos a una sola comunidad de ideas y principios. Sin embargo, la construccin identitaria nacional sigue teniendo una gran fuerza, aunque no siempre ha sido as. Bauman (2005, p. 43 y ss.) nos recuerda que a mediados del siglo XX se hizo un padrn en Polonia al que tuvieron que aadir la categora de los lugareos, ya que muchos no se sentan con una identidad nacional, sino del
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lugar prximo donde haban nacido, frecuentemente identificado con un dectico: somos de aqu. Aunque, poco a poco, la identidad nacional se fue imponiendo: Hubo que esperar a la lenta desintegracin y a la merma del poder de control de las vecindades, adems de a la revolucin de los transportes, para despejar el terreno y que naciera la identidad como un problema y, ante todo, como una tarea (Bauman, 2005, p. 46) (en cursivas en el original). Conviene seguir recordando, en relacin a la construccin identitaria en el Estado-nacin, que la identidad nacida como ficcin requiri de mucha coercin y convencimiento para fortalecerse y cuajar en una realidad (ms concretamente: en la nica realidad imaginable), y estos dos factores sobrevolaron la historia del nacimiento y de la maduracin del Estado moderno (Bauman, 2005, p. 49). Adems, y quizs sta fue su mayor carga, como afirma Bauman (2005, p. 53): La identidad nacional, djeme aadir, nunca fue como otras identidades. Al contrario de otras identidades que jams exigieron lealtad sin ambages y fidelidad exclusiva, la identidad nacional no reconoce la competencia, ni mucho menos una oposicin. La identidad nacional concienzudamente construida por el Estado y sus organismos () tiene por objetivo el derecho de monopolio para trazar el lmite entre el nosotros y el ellos (en cursiva en el original). En la actualidad, frente al programa de uniformizacin nacional del siglo XVII un roi, une loi, une foi (un rey, una ley, una fe) (Toulmin, 2001, p. 86), en el siglo XXI, en las sociedades cada vez ms interculturales y frecuentemente multiculturales, hay que aceptar que la identidad puede implicar pertenencias mltiples, lealtades diversas y fidelidades plurales. Como afirma Garca Canclini (2004, p. 161): Las identidades de los sujetos se forman ahora en procesos intertnicos e internacionales, entre flujos producidos por las tecnologas y las corporaciones multinacionales; intercambios financieros globalizados, repertorios de imgenes e informacin creados para ser distribuidos a todo el planeta por las industrias culturales. Hoy imaginamos lo que significa ser sujetos no solo desde la cultura en que nacimos, sino desde una enorme variedad de repertorios simblicos y modelos de comportamiento. Podemos cruzarlos y combinarlos.. En este mismo sentido, Bauman (2005, p. 68) afirma que, en la modernidad lquida se ha dado plena libertad a las identidades y ahora son los hombres y mujeres concretos quienes tienen que cazarlas al vuelo, usando su propios medios e inteligencia. Pero tampoco hay que entender que en el mercado globalizado de las identidades la construccin del patchwork pierde su carcter artesanal. Es bien cierto que las industrias culturales nos aportan muchos y nuevos modelos identitarios. A diferencia de tiempos pasados, el individuo de la sociedad posmoderna no posee, de forma insoslayable, una etiqueta identitaria. Como afirma Bauman (2005, p. 32): Uno se conciencia de que la pertenencia o la identidad no estn talladas en la roca, de que no estn protegidas con garanta de por vida, de que son eminentemente negociables y revocables. A lo largo de su vida, y con mayor o menor nivel
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de libertad, cada uno ser el artista-artfice de s mismo, recogiendo, adaptando, conociendo e incorporando modelos, facetas, posibilidades que la sociedad globalizada o glocalizada en la que vive le ofrece. Pero todas estas posibilidades se vern unas ms alentadas y otras ms desalentadas en la sociedad ms prxima en la que se va a convivir. As, por ejemplo, es ms sencillo ser mahu6 en la Polinesia francesa que en Espaa. Los mahus son una identidad prcticamente irreconocible en Europa y por ello muy difcil de activar en las relaciones sociales. Adems, como seala Barker (2003, p. 277), el hecho de que las identidades sean cuestiones de cultura y no de naturaleza no significa que podamos desechar sin ms esas identidades tnicas o sexuales en las que nos ha insertado la aculturacin y adoptar otras nuevas, pues, si bien las identidades son construcciones sociales, nos constituyen mediante las imposiciones del poder y las identificaciones de la psique. Sin embargo, tambin hay que constatar que una de las caractersticas de nuestro tiempo es el aumento de modelos culturales que tenemos a nuestra disposicin. En este sentido, cuanto mayores sean las posibilidades del individuo para crear su propia identidad, ms rica y compleja ser sta. Dotarse de una identidad pasa a ser una tarea creativa que durar toda la vida; en el proceso, se perdern elementos de identidad importantes para un momento determinado, pero vacos de contenido en momentos futuros; a la vez, se van incorporando nuevas facetas, nuevas posibilidades. As, la construccin de la identidad se ha trocado en experimentacin imparable. Los experimentos nunca terminan. Usted prueba una identidad cada vez, pero muchas otras (que todava no ha probado) esperan a la vuelta de la esquina para que las adquiera (Bauman, p. 180181). Pero seguimos viviendo en una sociedad de clases, en la que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades, ya que se parte de circunstancias muy diferentes. Como nos recuerda Bauman (2005, p. 204) la mayora est excluida del festn planetario. No hay un bazar multicultural para ellos. No todo el mundo puede hacer al patchwork con las mismas facilidades. Para algunos seleccionar los medios requeridos para lograr una identidad alternativa a la eleccin de uno ya no es un problema (siempre y cuando tenga el dinero suficiente para comprarse la consabida parafernalia) (Bauman, 2005, p. 179), mientras que para otros, como veremos en el ltimo apartado, su identidad o su cambio de identidad no es reconocida. En el pachtwork a pesar del efecto mosaico hay una homogeneidad en la heterogeneidad, adems los hilos ocultos a la vista le dan cohesin y firmeza. La identidad, como dijimos, est hecha a mano, artesanalmente, a
6 La antropologa nos ha mostrado que no slo estn los gneros masculino y femenino, si no
que existen otros gneros. As, los mahu seran hombres cuyo comportamiento es femenino. Otro ejemplo son, en la India, los hijras que son hombres que se visten y actuan como mujeres.
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pesar de los intentos de industrializacin, yo dira de manipulacin identitaria. A veces desde las instancias del poder nos dicen quin es un buen cataln o espaol en un intento de condicionar nuestra identidad y nuestra sentimentalidad (Medina y Rodrigo, 2005). Esta homogeneizacin identitaria intenta ocultar el patchwork. El patchwork es una tela que tiene una determinada textura, un determinado texto en el que est inscrita mi historia, que es una historia que voy tejiendo, e incluso destejiendo, a lo largo de toda mi vida, hasta el ltimo hilo. Como afirma Maalouf (1999: 35) la identidad no se nos da de una vez por todas, sino que se va construyendo y transformando a lo largo de toda nuestra existencia. Transformar significa que el patchwork nunca est totalmente finalizado ya que se pueden aadir nuevos pedazos. Sin embargo, hay que aadir que no se aaden de forma instantnea sino mediante un laborioso tejer. La construccin identitaria es un recoser permanente, pero todos los aadidos estn entretejidos, aunque con mayor o menor consistencia. Aqu la casustica puede ser muy variada. Es posible que para aadir lo nuevo tenga que remplazarlo por otro fragmento o simplemente aadirlo a continuacin. Hay fragmentos de mi identidad que estn sobrehilados para que no se deshilachen, mientras que otros apenas estn punteados y que sern fcilmente reemplazables. Por supuesto, este tejer y destejer no est al margen de las circunstancias, polticas, sociales, econmicas y culturales del entorno. Un claro ejemplo de esto nos lo propone Maalouf (1999, p.22-23) cuando plantea una encuesta imaginaria sobre su identidad a un hombre de unos cincuenta y tantos aos en Sarajevo: Hacia 1980, ese hombre habra proclamado con orgullo y sin reservas: Soy yugoslavo!; preguntado un poco despus, habra concretado que viva en la Repblica Federal de BosniaHerzegovina y que vena, por cierto, de una familia de tradicin musulmana. Si lo hubiramos vuelto a ver doce aos despus, en plena guerra, habra contestado de manera espontnea y enrgica: Soy musulmn! Es posible que se hubiera dejado crecer la barba reglamentaria. Habra aadido enseguida que era bosnio, y no habra puesto buena cara si le hubisemos recordado que no haca mucho que afirmaba orgulloso que era yugoslavo. Hoy, preguntado en la calle, nos dira en primer lugar que es bosnio, y despus musulmn; justo en ese momento iba a la mezquita, aade, y quiere decir tambin que su pas forma parte de Europa y que espera que algn da se integre en la Unin Europea. Cmo querr definirse nuestro personaje cuando lo volvamos a ver en ese mismo sitio dentro de veinte aos? Cul de sus pertenencias pondr en primer lugar? Ser europeo, musulmn, bosnio? Otra cosa? Balcnico tal vez?. Recordemos que el patchwork se confecciona a partir de fragmentos que me son dados; es decir, el conocimiento de nuevas realidades, nuevos modelos identitarios, o nuevas formas de vivir mi identidad son cambios que parten de lo social para ir concretndose en lo individual. Podramos decir que la persona tiene a su abasto una serie de modelos identitarios
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histricamente establecidos y socialmente connotados y que, al mismo tiempo, se van renovando. Lo que caracteriza la sociedad actual es la proliferacin de modelos. Tnganse en cuenta los procesos de globalizacin y el papel de los medios audiovisuales (Baker, 2003) y digitales. Cada persona, a partir de modelos de identificacin culturales que tenga a su alcance, ir construyendo su identidad cultural (Rodrigo, 2003a). A veces este aadido al patchwork es un remiendo y en otras ocasiones la trama del nuevo tejido enlaza perfectamente con la ya existente. Cada uno, a partir de lo que incorpora a su patchwork, establece su diseo identitario. Es la gramtica de la identidad. Si aceptamos que la identidad es un proceso de reconstruccin dinmico, habr que aceptar que tambin hay prdidas identitarias. Al mismo tiempo que aado nuevos pedazos a mi patchwork, otros se pueden ir perdiendo. Evidentemente, se pueden perder de muchas formas diversas mediante desgarros, que pueden dar lugar a costurones, o simplemente porque con el tiempo, poco a poco, el fragmento se va desprendiendo. La metfora de la identidad como patchwork, tiene otros aspectos que no voy a explorar, por ejemplo el de las funciones o disfunciones de la identidad. Las identidades nos protegen, pero tambin nos pueden ahogar. Las necesitamos porque sin ellas nos sentimos desnudos, pero a veces son una carga difcil de sobrellevar. El patchwork es la sintaxis y la semntica de nuestra identidad, vamos estableciendo nuestra identidad a partir de los retazos que vamos aadiendo. Implica la autoabscripcin a determinados modelos identitarios. Sera la dimensin ms personal/social de la identidad. Sin embargo, la identidad tambin tiene una dimensin social/pblica.
La idea inicial de la identidad como password se la debo a Juan Carlos Fernndez Serrato, profesor de la Universidad de Sevilla, cuando, en una conversacin informal, comentamos la idea de la identidad como patchwork.
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modelos de identidad masculina, y en otros aspectos ms generales de la cultura (Vzquez Medel, 1999). Pero estas dinmicas identitarias (Revista CIDOB dAfers Internacionals, 1998/1999) no siempre son fciles y pacficas. En ocasiones, ciertos conflictos propician repliegues identitarios. Cuando ciertos fragmentos de nuestro patchwork son criticados puedo ocultarlos o, por el contrario, mostrarlos orgullosamente como una reaccin identitaria a un ataque a un aspecto de mi identidad, que incluso puede ser o podra ser secundario. Es decir, determinadas actitudes de los otros pueden reafirmar, por reaccin, algunos aspectos de mi identidad. Como seala Maalouf (1999, p. 57) el derecho a criticar al otro se gana, se merece. Si tratamos a alguien con hostilidad o desprecio, la menor observacin que formulemos, est justificada o no, le parecer una agresin que lo empujar a resistir, a encerrarse en s mismo, difcilmente a corregirse; y, a la inversa, si le demostramos amistad, simpata y consideracin, no solamente en las apariencias sino con una actitud sincera y sentida como tal, entonces es lcito criticar en l lo que estimamos criticable, y tenemos alguna posibilidad de que nos escuche. Recordemos que las identidades no slo son un proceso de autoabscripcin sino tambin un proceso de atribucin por parte del otro. La identificacin de mi identidad por el resto de las personas es lo que actualiza, social y pblicamente, mi identidad. Este reconocimiento es imprescindible para que mi identidad tenga una dimensin pblica. Esta identidad con-formada es con-firmada en las interacciones sociales. Esta identidad social y pblica es la que me permitir actuar en el mbito de lo social. Para hacer valer esta identidad debo mostrarla, de alguna manera. As la identidad patchwork se convierte en una identidad password. Los fragmentos visibles de nuestro patchwork, nuestras seas de identidad, nuestra firma, configuran nuestros passwords. El password implica la visibilidad de determinados aspectos del patchwork. Por ello si no se me permite la entrada en un lugar determinado debo utilizar otros passwords, mostrar otro fragmento. Se trata de justificar mi derecho a acceder. De nuevo, en esta metfora, utilizar la terminologa inglesa porque me parece ms ilustrativa de la idea que pretendo transmitir. Seco, Andrs y Ramos (1999), en su Diccionario del espaol actual, definen password8 como Clave de seguridad. El Collins Cobuild English Language Dictionary (1992) sigue la definicin espaola: Un password es una palabra o expresin secreta que se debe utilizar para poder acceder a un lugar en concreto9. Pero la definicin del Collins Dictionary of the English Language (1986) nos ofrece una doble acepcin: 1. una palabra secreta,
8 A partir de aqu me permito seguir utilizando esta palabra sin cursivas. 9 A password is a secret word o expression that you must say in order to be allowed into a
frase, etc. que otorgando una identidad, pertenencia a un grupo, etc. garantiza la admisin o aceptacin a un lugar 2. una accin, caracterstica, etc. que permite la admisin o aceptacin10. Esta ltima definicin me interesa ms que las primeras, que son ms restringidas. Veamos la primera acepcin: la identidad, a pesar de las apariencias, es algo oculto. Uno puede presuponer una identidad ajena, aqu los estereotipos y las representaciones de las alteridades juegan un papel de creacin de sentido muy importante (Rodrigo, 2003b). Pero cada vez podremos estar menos seguros de las identidades ajenas, porque los estereotipos permiten una creacin de sentido rpida y fcil, pero incierta. Slo es mediante la identificacin efectiva, mediante el password, que se conoce la identidad del otro. As al mostrar el pasaporte, el passport, que hace de password, quedamos realmente identificados como nacionales de un pas. La segunda acepcin de la segunda definicin inglesa todava es ms amplia. Nos remite a las caractersticas que permiten la integracin en un colectivo determinado. A sensu contrario tambin podramos plantear que la ausencia de esta caracterstica da lugar a la exclusin del grupo. Tngase en cuenta que la identidad cultural puede ser tanto un mecanismo de inclusin como de exclusin (Rodrigo, 2003a), todo depender del password, de la caracterstica demandada. Qu es lo que se me exige para ser de este colectivo? Qu palabra o smbolo es el necesario para ser aceptado? Las exigencias son cambiantes, aunque a veces, para algunos son imposibles de cumplir. Son los eternos extranjeros, son aquellos que tienen que estar permanentemente justificando su pertenencia. Imaginemos el siguiente dilogo de un norteamericano caucsico y otro con rasgos asiticos: -De dnde eres? - De los Estados Unidos. - No, quiero decir, dnde naciste? - En los Estados Unidos. - Si, pero de dnde son tus padres? - De los Estados Unidos. - Los dos? - S - Ah, y tus abuelos? de qu pas asitico vinieron? - Todos nacieron en los Estados Unidos (Rodrigo, 2000, p. 62).
10 1. a secret word, phrase, etc., that ensures admission or acceptance by proving identity,
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Dentro de algunas generaciones, un dilogo tan absurdo como a ste ser posible en Espaa, a menos que cambie nuestra autopercepcin del patchwork de la identidad cultural espaola. Tngase en cuenta que la tan loada integracin slo ser efectiva si se produce un cambio tanto de los que vienen de fuera como de la sociedad de recepcin. Una Espaa mestiza es integradora, la Espaa de la limpieza de sangre tan solo puede excluir. Espaa, a poco se analice, tiene una incuestionable historia mestiza, que se ha ocultado sistemticamente. Pero, en la actualidad, el mestizaje cobra nuevas presencias. A partir de datos del Instituto Nacional de Estadstica, el diario El Pas (2007, 17 de febrero, p.38) informa que el 17,6% de los recin nacidos en Espaa, en el ao 2005, tienen al menos uno de los progenitores extranjeros. En el ao 1996 este porcentaje era del 4,54%. El mestizaje se me antoja imparable. Como ya apuntamos anteriormente, el festival identitario que proporciona la posmodernidad no es igual para todo el mundo. La posibilidad de eleccin identitaria no est al alcance de todo el mundo. La estratificacin social tambin se manifiesta en la construccin identitaria. En un extremo de la jerarqua global emergente estn los que pueden componer y descomponer sus identidades ms o menos a voluntad, tirando del fondo de ofertas extraordinariamente grande de alcance planetario. El otro extremo est abarrotado por aquellos a los que se les ha vedado el acceso a la eleccin de identidad, gente a la que no se da ni voz ni voto para decidir sus preferencias y que, al final, cargan con el lastre de identidades que otros les imponen y obligan a acatar; identidades de las que se resienten pero de las que no se les permite despojarse y que no consiguen quitarse de encima. Identidades que estereotipan, que humillan, que deshumanizan, que estigmatizan (Bauman, 2005, p. 86-87). Como nos recuerda Bauman (2005, p. 87) la mayora de nosotros estamos desairadamente en suspenso entre estos dos extremos. Pero tambin hay el extremo del espacio inferior: En este espacio cae (o, ms correctamente, se empuja a) la gente a la que se niega el derecho a reivindicar una identidad distinta de una clasificacin imputada e impuesta, la gente cuya demanda no se admitir y cuyas protestas no sern escuchadas ni siquiera aunque soliciten la anulacin del veredicto (Bauman, 2005, p.89). Sera el caso de los ilegales, los sin papeles, los nuevos esclavos del siglo XXI. El significado de identidad de clase inferior es ausencia de identidad; la desfiguracin hasta la anulacin de la individualidad, de la cara () se le arroja fuera del espacio social, donde se buscan, eligen, construyen, evalan, confirman o refutan las identidades (Bauman, 2005, p.90). En medio de los dos extremos hay una gran variedad de situaciones. Pero para algunos conseguir el password es mucho ms difcil que para otros. Para estos el peligro de expulsin siempre est latente. Como comentaba un joven francs de 23 aos: Tengo la nacionalidad francesa, pero Francia me trata como a un extranjero y al otro lado de la frontera, en frica, slo
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soy un turista. Ay, hermano, yo no s de dnde soy. (El Pas, 2005, 13 de noviembre, p. 5). Por qu deben ocultar determinados aspectos de su patchwork para que su password sea vlido? (El Hachmi, 2004). Una forma de arrostrar las coerciones identitarias (Rodrigo y Medina, 2006) de los passwords excluyentes es concebir la identidad como patchwork. Las identidades nacionales excluyentes pueden convertirse en un obstculo en los tiempos actuales. Dos ejemplos sern suficientes para ponerlo de manifiesto. Maalouf (1999, p. 11) en la primeras palabras de su obra seala: Desde que dej Lbano en 1976 para instalarme en Francia, cuntas veces me habrn peguntado, con la mejor intencin del mundo, si me siento ms francs o ms libans. Y mi respuesta es siempre la misma: Las dos cosas! Y no porque quiera ser equilibrado o equitativo, sino porque mentira si dijera otra cosa. Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos pases, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. Sera acaso ms sincero si amputara de m una parte de lo que soy?. Por su parte Bauman (2005, p. 27-29) empieza su libro con una ancdota personal. El autor nos recuerda que en una universidad checa es costumbre que se interprete el himno nacional de la persona que va a ser investida doctor honoris causa. El problema que se plante en su investidura es que le pidieron que eligiera entre el himno britnico (su pas de acogida) y el himno polaco (su pas de nacimiento), pero Bauman no queriendo excluir ninguna de sus pertenencias pidi finalmente que se tocara el himno europeo. Hasta qu punto estas identidades liminares son, ms que la excepcin, la norma? Aqu podramos introducir la idea de la identidad colectiva/cultural (Rodrigo, 2003a) como un patchwork imaginario del que los individuos concretos comparten ms o menos fragmentos. Podramos pensar que el sentido de identificacin o de pertenencia se da cuando se tienen suficientes fragmentos del ideal. Esto nos plantea algunos problemas que slo apuntar. Un problema es cuando se me obliga a deshacerme de una parte de mi patchwork para ser aceptado. Puede Espaa tener un presidente de gobierno homosexual, musulmn, cataln o dentista? Si al leer esta pregunta alguien se ha preguntado: dentista, por qu no? Ya ha puesto de manifiesto este primer problema. Otro problema es cuntos fragmentos son suficientes para sentirme identificado con una identidad cultural? y cuntos fragmentos son suficientes para que los otros me identifiquen como participante de esta identidad cultural? cul es el password correcto para poder acceder al colectivo? No siempre es fcil acceder al santo y sea, a la contrasea idnea. Recordemos, como ya hemos apuntado antes, que hay personas que parece que nunca tienen los patchwork-passwords adecuados, y siempre son considerados como los otros. Este podra ser el caso de los gitanos, en Espaa, o de los judos. De esta forma, estos grupos se convierten en extranjeros en su propia patria. Como apunta Bauman los
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judos eran culturalmente indistinguibles y socialmente invisibles, por ello la poltica segregacionista nazi les oblig a llevar visible el patchworkpassword de la estrella de David (Bauman, 1998, p. 78). Obligar a visibilizar la identidad para segregar es un atentado contra nuestra identidad. Pero, qu sucede cuando un colectivo quiere visibilizar voluntariamente parte de su patchwork? Es conocida la polmica que en Francia ha producido la prohibicin que las chicas musulmanas lleven velo en las escuelas. En este tema albergo dudas sobre si la solucin es la prohibicin.
Conclusiones
ya no hay lectores inocentes. Ante un texto, cada uno aplica su propia perversidad. Un lector es lo que antes ha ledo, ms el cine y la televisin que ha visto. A la informacin que le proporcione el autor, siempre aadir la suya propia. Y ah est el peligro (Prez-Reverte, 1993, p. 457).
fenmeno de la identidad considero que habr alcanzado mi objetivo. Si no es as, simplemente trela a la papelera del olvido, y perdn por la metfora.
Referencias bibliogrficas
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Resumen Los integrantes del Colegio de Sociologa tendieron a la sacralizacin de la vida social y trataron de restaurar diferencias jerrquicas. En especial, Roger Caillois crea que el poder es preferible al goce. Ambos se excluan mutuamente pero no como mundos opuestos. Dominacin y placer eran contiguos. Ese debate implicaba una crtica de la mmesis y una deriva hacia el mimetismo subversivo. Muchas de estas ideas fueron desarrolladas por Caillois en su exilio en la Argentina y seguidas de cerca por dos lectores alemanes, Theodor Adorno y Walter Benjamin. Abstract Members of College of Sociology tended to sacralize social life and tried to restore hierarchical differences. Roger Caillois particularly believed that domination was preferable to pleasure. Both were mutually exclusive, but not as separate worlds. Domination and pleasure are contiguous. The debate supposed a critique of mimesis and a drift into mimetic subversion. Most of these ideas were developed by Caillois during his exile in Argentina and they were closely followed by two German readers, Theodor Adorno and Walter Benjamin. Palabras clave Modernidad / Mimetismo / Exilio Keywords Modernity / Mimicry / Exile Sumario 1. Mimetismo 2. La partie, la part du ciel Summary 1. Mimicry 2. La partie, la part du ciel
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Les personnes dplaces, les exils, les dports, les expulss, les dracins, les nomades ont en commun deux soupirs, deux nostalgies: leur morts et leur langue. Jacques Derrida De lhospitalit. o hay identidad dada. Slo nos es posible pasar por un proceso de identificacin: el de la propia ipsidad, con toda su estela de inflexiones el compos, el hospes y el despotes todos actores del possidere. En ese sentido, mi propio objeto de reflexin, desplazado y deportado, est escindido en dos espacios, el Pars anterior a la Ocupacin y el Buenos Aires previo al peronismo. En esos espacios se mueven dos figuras, Walter Benjamin y Roger Caillois, reunidos y enfrentados por el valor del mimetismo, el carcter sexual de la apropiacin cultural y la anamnesis autobiogrfica como cuidado personal en la constitucin del sujeto. Ambos escritores se confrontan por un problema que en verdad los une: la voluntad de poder a partir de una situacin de relativa impotencia. Contar esa historia puede volverme a veces obscuro, otras, errtico. Pero tratemos de armarla, pese a todo, porque supone un dilogo entre la Escuela de Frankfurt y el Colegio de Sociologa en Pars. Aunque remita tambin a su borde transatlntico, el exilio de Caillois en Argentina.
1. Mimetismo
ecordemos entonces, a ttulo introductorio, que en un texto del invierno de 1933, Doctrina de lo similar, Walter Benjamin ensaya su nocin de que no slo la cultura sino la mismsima naturaleza produce semejanzas y para probarlo basta pensar en los fenmenos de mimetismo de suerte que, con ms razn, una prctica cultural como la lectura slo puede definirse, a su juicio, como el fenmeno diferido de encuentro con aquella inmaterialidad que haba sido olvidada. Pocos meses despus, al principio del verano, redacta otro ensayo, Sobre la facultad mimtica, en que sistematiza tales ideas afirmando que el mundo que circunda al hombre moderno ya no contiene sino restos de las antiguas correspondencias y analogas mgicas que eran familiares a los pueblos primitivos de modo tal que la cuestin a decidir an es si esos restos son la decadencia de una facultad o bien una trasformacin de su potencia. La salida para Benjamin consiste pues en leer lo que nunca ha sido escrito. Esa frase de Hofmannsthal volver a reaparecer sintomticamente en sus notas preparatorias para las Tesis sobre filosofa de la historia, como condicin de
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igualdad entre el materialismo histrico y el mtodo filolgico. Leer una energa previa a la cristalizacin discursiva supone entonces afirmar que la lengua es el estadio supremo del comportamiento mimtico, el ms perfecto archivo de semejanzas inmateriales y un medio al que emigraron, sin residuos, las antiguas fuerzas de produccin hasta acabar con las de la magia y el mito . Aunque inditas, esas reflexiones de sociologa sagrada, como las llamara Bataille, sintonizan con las ideas que a la sazn desarrollaba Caillois. Como se sabe, entre 1934 y 35, tras corregir para su publicacin en Minotaure el ensayo de Dal sobre el mtodo paranoico-crtico, desarrollado en conjunto con Lacan, el demonlogo francs publica en la misma revista sus estudios sobre la manta religiosa (un tema ya abordado por Lang pero que le fue indicado por Dumzil) y el mimetismo biolgico que l interpreta, en particular, como fenmeno de capitulacin y abandono del individuo hacia el medio que lo circunda. En el Libro de los Pasajes, Benjamin hara suyas esas observaciones en el sentido de que el automatismo de la manta, que aun descerebrada consigue realizar todas sus funciones vitales, se correlaciona, en funcin de su significacin funesta, con ciertos automatismos mticos, como el de Pandora o el de ciertas muecas mgicas hindes, las Krtya, semejantes al otro del vudu haitiano (vase, en esa observacin, la marca de Mtraux), lo que prueba la relacin pulsional entre el amor a la mujer y la muerte. En suma, Benjamin asocia all lo mecnico y lo satnico. Por otro lado, a fines de ese mismo ao de 1934, Benjamin entrega al Judische Rundschau un homenaje a Kafka por el dcimo aniversario de su muerte. Me interesa, en particular, observar que all Benjamin presenta a Kafka como alguien que no cree necesariamente en el progreso, o mejor an, que supone el radical desquiciamiento del tiempo, una vez que el presente no presupone ningn avance en relacin a las pocas prehistricas. Observa: Sus novelas se desarrollan en un mundo palustre. La criatura aparece en l en el estadio que Bachofen define como de las hetairas. El hecho de que dicho estado est olvidado no significa que no aflore en el presente. Incluso se halla presente justamente en virtud de ese olvido. Es ese olvido an presente, esa anamnesis ur-histrica, lo que a juicio de Benjamin le permite a Kafka tener una experiencia, algo que el mismo escritor checo compara a un mareo en tierra firme. Si la manta como herona sadeana poda reunirlos, esa referencia a las amazonas de Bachofen es un claro divisor de aguas entre Benjamin y Caillois. Mientras ste rescata el mimetismo a partir de los valores, hasta cierto punto, patriarcales, edpicos, de la virilidad y la aridez (que, tal vez por eso mismo sucumben al mimetismo de la hembra devoradora), Benjamin, por el contrario, toma de Bachofen, probablemente a travs de Nietzsche, la nocin de una ginecocracia originaria, capaz de hacer estallar el orden
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patriarcal. Llega a decir que el inters de marxistas como Engels o anarquistas como Reclus por la obra de Bachofen derivara del inters por una sociedad comunitaria en la alborada de los tiempos. Caillois, en cambio, no encuentra ejemplos de matriarcados exitosos o duraderos y supone as que la atraccin de esa idea no pase de una ensoacin, tout au plus matire psychanalyse, una disciplina, por lo dems, de la que l mismo tomaba discreta distancia, al menos en su versin fenomenolgica entonces dominante. En todo caso, aunque la ginecocracia sea mera leyenda, no lo es la descendencia matrilineal ni el matrimonio matrilocal. En ese sentido, Caillois censura las ideas de Bachofen (e, indirectamente, su utilizacin por parte de Benjamin) como une rehabilitation de la mythologie contre les historiens et les philologues, aunque destaca, sin embargo, que su mrito no reside tanto en el contenido (la primacia del matriarcado) sino en su rigor metodolgico (al no leer los mitos como alegoras o ficciones) ya que trata de expliquer le mythe littralement, es decir, como realidad autnoma. Sin duda, su posicin se asocia a la del amigo y maestro, Georges Dumzil, que lo ser tambin de Foucault, y ambas interesan en la medida en que, rechazando el anlisis psicolgico del mito, se vuelcan al estudio de fuerzas histrico-polticas enfrentadas en la narracin. En su resea de Ouranos-Varuna, el libro de Dumzil, Caillois lo deja claro: hay un vnculo entre soberana e impotencia que articula el orden sexual y el orden poltico. No olvidemos, por lo dems, que Caillois segua en ese momento los cursos de Marcel Mauss con el que pretenda adems ahondar el sentido de lo sagrado entre los romanos, lo cual, inequvocamente, lo obligaba a vincular un orden domstico y un orden jurdico, como ms tarde se ver en los estudios de Agamben sobre el homo sacer. Esas mismas ideas se expresan claramente en una serie de artculos, casi manifiestos del Colegio de Sociologa, escritos por Caillois poco antes de su exilio, con desdoblamientos en su experiencia americana. Me refiero a La aridez y a Viento del invierno. Me detengo en el primero de ellos. All Caillois, lector de Hobbes y en consecuencia consciente del vnculo social entre subjetividad y sumisin, ensaya une dialectique de servitude volontaire, al manifestar su inclinacin por los vastos parajes, incontaminados de hierbas, sin vegetaciones tropicales que proliferen ni debiliten el espritu. Esa es la escena de las masas. Es all donde se desarrolla la independencia, aunque no as la libertad. Esta ltima no funda ni sostiene nada, mientras que la independencia es demasiado paciente o desdeosa para requerir satisfaccin: se jacta, al contrario, de conseguirlo todo sola y espera de entrada la aridez:
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Il existe entre lindependance et le despotisme des connivences si troites que rien ne destine mieux celui-ci que la passion de celle-l. Ds quon sest aperu que la jouissance asservit, la libert ne consiste plus la conqurir, mais en triompher() Entre les tres alors, dans cette aridit, se dveloppe la lutte de leur intime puissance, et les forces quils affrontent sont exactement celles qui les meuvent. En el viento que castiga las sienes ve el autor una autntica Erfahrung, algo que, como deca Kafka, nos provoca un mareo en tierra firme, de modo tal, en resumen, que en la experiencia, para Caillois, tout se rduit au pouvoir et la possession, lo cual transforma la tica en una severa cura sui cuyo modelo ideal es la secta, en especial, la de los jesuitas, que tanto influyeron en Corneille (le hros cornlien apparait toujours crateur dun ordre vivant et possde les traits du jeune militant aux yeux clairs des films sovitiques) y a travs suyo en Balzac, en Schopenhauer y hasta en el mismo Benjamin. Pero cuando el crtico alemn es llamado a resear el ensayo sobre la aridez para la revista del Instituto, Zeitschrift fr Sozialforschung, no duda en apoyarse en las supuestas prevenciones de Adorno para leer sus argumentos como los de un Bund fascista (Clique autoritrer Propagansaschefs), cargados de brbara patologa (pathologischer Grausamkeit). Caillois, en cambio, lamenta, en una carta a Ocampo, que Benjamin no haya comprendido correctamente su idea ya que, en lo que atae al poder, tout ncessairement y est ambigu. La interpretacin de Benjamin expande, como dijimos, las restricciones de Adorno al resear el estudio sobre la manta. Ms que expandirlas, las radicaliza. Recin emigrado a Estados Unidos, donde comienza a no firmar con su apellido judo, Adorno, a diferencia de Benjamin, destaca el mrito de Caillois en articular reas como la biologa, las investigaciones sobre el mito y la psicologa, separadas por la divisin capitalista del trabajo, para desarrollar un modelo terico nico, un prisma, de continuidad sin fisura. Al adoptar ese modelo de la manta religiosa, Caillois, segn Adorno, reencamina los mitos y representaciones a ciertas experiencias primordiales (Urerfahrungen) de tipo biolgico. En ese sentido, para Caillois, el hombre es un ser que, por as decir, escapa al ritual de la manta, aunque su mito aparezca como copia equivalente de un acto real, ya hace tiempo consumado. La distincin en relacin al Dasein animal consiste, pues, en que las leyes biolgicas, de las que el hombre crea haberse separado, an regulan sus representaciones culturales, haciendo de la sociedad un peculiar parque zoolgico. En opinin de Adorno, eso asocia el trabajo de Caillois a las tesis de Freud sobre la pulsin de muerte (Todestrieb), al inconsciente colectivo de Jung y a la antropologa de la moda de Simmel. Pero aunque todo esto sea un dato de mera moda
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intelectual, Adorno rescata que, como Freud, Caillois quiera extraer un esquema dinmico, la pre-historia biolgica de la especie, la Vorgeschichte, a partir de la etiologa individual de los casos abordados. Y esto, a su juicio, es muy positivo porque toda crtica a la separacin entre naturaleza y tcnica tiene su lado progresivo, al reconducir la investigacin de tendencias psicolgicas no a la vida consciente de los individuos autnomos sino a los hechos somticos reales, lo cual, segn Adorno, sirve al puro aspecto materialista de toda teora crtica. Como se ve, el juicio de Adorno es mucho ms favorable a Caillois que el de Benjamin y la evocacin del nombre del socilogo por parte del crtico cultural puede tal vez connotar una fidelidad obsecuente, o quizs un mimetismo inconsciente. En rigor, argumentos ms severos contra el mimetismo (de Caillois pero tambin de Benjamin) se leern recin ms tarde, en 1956, en Sobre la metacrtica de la teora del conocimiento, cuando Adorno puntualiza: El conocimiento jams logra expulsar sin residuo su factor mimtico, la asimilacin del sujeto a la naturaleza que ste quiere dominar y que surgiera del propio conocimiento. La semejanza, la igualdad de sujeto y objeto con la que se topara Kant, es el factor de verdad de aquello que la teora de las imgenes y de los signos expresa en forma invertida, la de la duplicacin. El que el conocimiento o la verdad sea una imagen de su objeto es un sustituto y un consuelo a cambio de que lo similar haya sido irrecuperablemente desgajado de lo similar. El carcter de imagen del conocimiento oculta, en cuanto falsa apariencia, el que el sujeto y el objeto ya no se asemejan y ello no significa sino que estn mutuamente alienados. Slo en la renuncia a toda apariencia de esta clase, en la idea de una verdad despojada de imgenes, queda derogada la mmesis perdida, y no en la conservacin de sus rudimentos.
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unin, no se sofoca ms que despus de una carrera sobre esa tierra y no experimenta una alegra ms fuerte, una sacudida ms violenta, un apaciguamiento ms seguro que el caer de rodillas, embriagado e inmortal, sobre ese vasto suelo como sobre un pecho, rendido y descansado ya, sollozando a la manera de quien no quiere dejarlo ver, con sobresaltos reprimidos en el pecho y sin una lgrima. He all, como lo llam Laurent Jenny, el invierno de lo sagrado. Ya una de las primeras cartas de Caillois a Victoria Ocampo, pocos meses antes del viaje, fechada en el Colegio de Sociologa, probablemente el 28 de febrero del 39, haca referencia a lo sagrado congelado a travs del modelo de intelectual militante, santo, que, sin entregarse a la herona sadeana, persigue la voluntad de potencia como valor consagrado, un pouvoir absolu et immdiat, o il ny a aurait pas besoin de commander, plus forte raison de contraindre, frases que salen, como l mismo lo admite, de La aridez .Tales nociones retornan en una carta de Victoria cuando sta le responde airada que desconoce la aridez: Collge de Sociologie! Liens du coeur! De quoi, de quoi parlez-vous? Que pouvez vous donner, que prtendez vous donner, alors que vous ntes mme pas en tat de recevoir. Quelles terres seraient susceptibles dtres fcondes par vtre systme? Dites donc tout de suite que vous vous fichez des terres et de leur fcondit et que le systme vous intresse comme un jeu dchecs. La reaccin de Victoria Ocampo parece surgir de la definicin de la pampa, es decir, de la experiencia, como efecto de la aridez, de esa templanza de los fuertes sacudidos por el viento del invierno. Es curioso observar que no es tanto el desierto lo que, a juicio de Ocampo, se opone a la fecundidad pampeana, a la pura Erlebnis, sino una cosa, la Cosa, un tablero de ajedrez, que es la pantalla donde, segn Caillois, se elabora la experiencia mimtica. La imagen es de la mayor importancia para este dilogo terico. Se origina en la afirmacin de Caillois de que la aridez es espera y de que linvestigation na plus dautre champ que sa propre syntaxe. Si a los ya citados pasajes que ensalzan la combinacin en detrimento de la narracin, superponemos las reflexiones que al socilogo le suscita un libro de Marcel Duchamp sobre el ajedrez, quizs se pueda ver ms claramente que Caillois busca, como el autor de El gran vidrio, salir de la determinacin natural y para eso ensaya mecanismos de reconciliacin que, en ltimo anlisis, sustentan el carcter mimtico del lenguaje. En efecto, en la resea del mtodo anartstico, Caillois opone el modelo benjaminiano del soador (gineccrata y alegrico) al suyo, del investigador (rido y sintctico). A este ltimo, en efecto, imaginacin no le
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falta pero le gusta ms sojuzgarla que someterse a ella, pensando que la imaginacin es preferible al goce, o por tener la experiencia de que el goce ms agudo reside en el ejercicio mismo de la dominacin. Parejamente, se concibe que haya sereslos mismos, quizque, en el lance amoroso gocen menos del placer que sienten que del que provocan, porque el primero no les deja la posesin de s mismos, en tanto que el segundo les da como recompensa el del otro: el recuerdo de un rostro convulso, quejidos ansiosos y gritos de radiante desasosiego. Y es como si tuvieran ms orgullo que sensualidad. () Tanto ms seductor es conservar siempre la situacin del jugador que no est en el tablero de ajedrez donde se juega la partida y que no se identifica tampoco con una de las piezas importantes o secundarias que hace maniobrar, de manera que, a pesar de la importancia que tiene el encuentro para l, le es siempre posible, en ltima instancia, hacer sobre la realidad que le concede las reservas de un creador sobre su creacin. Lo que le interesa a Caillois de la experiencia de Duchamp es la total eliminacin de ese aspecto psicolgico del juego implicado en la naturaleza agonstica de la partida e inscripto como dato conjetural en el mismo movimiento de las piezas, es decir, de lo que se trata es de determinar un punto que satisfaga, al mismo tiempo y en toda ocasin, diversas exigencias en un sistema dado de relaciones. Interesan la sintaxis y el orden, que remiten siempre a lo colectivo y no a lo individual. Ese punto, a su juicio, es el de la suspensin de las oposiciones binarias y se conecta con la bsqueda, en Duchamp, de un ms all de la pintura y un ms all del gnero, lo que nos conduce a la rearticulacin anagramtica del lenguaje. A ese saber, denominado ciencia diagonal, Caillois dedicara, ms tarde, un libro, Medusa & Cia, cuyo provecho los Seminarios de Lacan atestiguan en ms de una ocasin. Lacan es, de hecho, la primera persona a la que Caillois visita a su retorno a Paris. Tambin en ms de una ocasin Caillois aproxima al jugador de ajedrez el detective con lo cual, podramos decir, afianza la identidad entre el juego y la modernidad, entre el juego y el saber. En su texto sobre Mendeleiev, por ejemplo, propone la tabla de elementos como un tablero real o virtual que slo confirma la unidad del universo, el ordo rerum analizado por Mauss. Diramos entonces que as como Duchamp oye de un antroplogo, Lehmann-Nitsche, las hiptesis universalistas que guiaron su Mitologa sudamericana, apoyadas en lecturas mallarmeanas de los cielos, practicadas por las diversas culturas precolombinas que all reconocen figuras y constelaciones, con ellas arman relatos y, en ultimo anlisis, afianzan su identidad como escritura y diferencia, del mismo modo, Caillois se deslumbra ante el cielo de la pampa y admite que en l lo celeste es mero exceso de lo terrestre, transmutacin activa de lo pasivo, soberana e impotencia ambivalentemente conjugadas o, como l mismo afirma, con indudable acento borgiano, una prueba ms de que el universo es inmenso y laberntico.
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Son sas, por cierto, las ideas que Caillois desarrolla en sus conferencias sobre Los grandes temas mticos, dictadas en la Universidad de Buenos Aires en el invierno de 1939. La del 20 de julio, por ejemplo, abordaba la conquista del cielo a travs de Nemrod. Tenemos de ese dios desafiador una versin divulgada poco antes de salir de Paris por la revista Verve. Dejando de lado el tema de la confusin lingstica, argumenta all Caillois que los mitos de la conquista del cielo, como el del rey Nemrod, constructor de la torre de Babel, tan extendidos como los del descenso rfico a los infiernos, sealan un desafo real hacia los dioses: slo podr detener el poder quien haya previamente osado enfrentar a la divinidad, deseando ser tan fuerte como ella. El ejercicio de una audacia impiadosa y su increble suceso proyectan al infame ms all de la masa haciendo que el culpable se transforme en legislador y juzgue a los dems en funcin de la desmesura de su falta. Anticipando los argumentos de Agamben, dice Caillois que rien ne rend sacr comme un grand sacrilge: cest une irremplaable investiture qui isole des hommes le prdestin, suspend sur la tte le chtiment des dieux et le voue une fatalit royale. No est de ms observar que tanto la manta como el constructor de la torre son individuos que pertenecen a la realeza y lo que en una es transgresin activa, en el otro lo es simblica. Ambicionar la part du ciel, la soberana bablica de todas las lenguas, nos impone el desafo de la partie, el riesgo de la confusin, la radical escisin del nombre y el desastre como destino. Es por tanto en la experiencia esttica postliteraria, la de Babel, que se encuentra el nudo entre la proto-escena y la historia, segn el mismo Caillois admite en el prefacio de 1978 a esa misma obra: en los estudios sobre la manta y el mimetismo se entreg a rechercher ce qui emerge ou subsiste en elle [la humanidad] dune plus vaste, secrte et indestructible solidarit con la Urhistoria, mientras que en Babel se senta atrado y alarmado por una triloga funesta, el orgullo, la confusin y consecuente ruina de la literatura, que lo llevaban a la bsqueda dune ou de plusieurs des lois de lconomie gnrale du monde, aquello que, con mayor consecuencia, Derrida intentar a partir de Bataille, el otro-yo de Caillois. Hemos caracterizado a Caillois como investigador de la ambivalencia del poder. En efecto, para definir lo sagrado, tema de sus primeros ensayos, discrimina lo puro de lo impuro, le je y le jeu. Pero el poder, que es el tema que se le impone cada vez ms, est integralmente inscripto en la rbita de lo sagrado, de all la oposicin, que no supone ruptura sino continuidad y complemento, entre el soberano y el verdugo, tema de su primera discrepancia pblica con Borges. Caillois es consciente de que en una sociedad post-sacra, como la moderna, el lugar residual de la mmesis est ocupado por la literatura pero sabe tambin que esa literatura est definitivamente muerta y que el estudio de una esttica generalizada, el mimetismo, puede ser la forma
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arcaica y proto-histrica de rescatar el conflicto primordial de una sociedad que declina: su identidad. En otras palabras, la identidad moderna consiste en la diseminacin, no slo annima sino anmala, de una competencia especfica. Es importante, entonces, a su juicio, analizar el repliegue de la esttica hacia las representaciones suscitadas por la misma morfologa de la sociedad y observar, por ejemplo, que el mito moderno de la ciudad surge recin cuando todos alcanzan a leer, es decir, en consecuencia de leyes estatales de enseanza pblica obligatoria. Esa idea es enunciada por Caillois en su ensayo sobre Pars. Es puntualmente copiada y explicitada por Benjamin en sus notas, tomadas en la Biblioteca Nacional, para el Libro de los Pasajes. Pero es tambin traducida por Baeza en Buenos Aires, casi de inmediato, como deseo de Victoria Ocampo de preparar una disposicin de leer, de recibir lo diverso. Esa idea, en fin, viene a subrayar el vnculo entre mimetismo, metfora y magia. En otras palabras, lo que vincula esas tres cuestiones aparentemente dispersas, mimetismo, metfora y magia, es la problemtica de la mscara. De manera sintomtica, la misma relacin Benjamin-Caillois ilustra cabalmente esa ambivalencia. Benjamin ensaya ante Caillois, alternativamente, los recursos de la vivencia y de la experiencia. Diramos que, con Caillois, a espaldas de Adorno, Benjamin habla usando la estrategia de un hospes, un parsito que se alimenta del nombre ajeno. Lo parafrasea hasta la cita. Contra Caillois, sin embargo, habla como quien declina el compos de su propio nombre: la resea alemana de Laridit no est firmada por Benjamin sino por su anagrama, J. E. Mabbin. La mscara, como dir ms tarde el mismo Caillois, disimula, metamorfosea y fascina, es soporte ambivalente de una identidad trabada y slo una sociedad redimida puede entonces emerger del automatismo zoolgico que supone un mimetismo que se explica ms por la relacin Benjamin-Adorno que por el mismo vnculo entre Benjamin y Caillois. Marcel Duchamp, en consonancia con las bsquedas de Benjamin y Caillois, llam a ese fenmeno nominalismo. En sus notas de A linfinitif lleg a imaginar un diccionario de pelculas, hecho a partir de microscopias de grandes objetos. Esas imgenes ya no remitiran a sus referentes originales y permitiran, en cambio, componer un diccionario en que cada pelcula sera la representacin de un grupo de palabras en el interior de un enunciado de tal modo que la pelcula ganara un nuevo sentido y la nueva relacin entre films y valores, una vez incorporada, o sea, traducida en palabras, sera la base de una nueva escritura que no reconocera como sus unidades al alfabeto o a las palabras, y s a los signos, las pelculas, emancipadas ya del balbuceo ordinario del lenguaje. Es, si cabe, lo que Godard realiza en su Histoire(s) du cinma. En todos esos ensayos, como se ve, podemos reconocer el radical extraamiento del exiladoBenjamin y Caillois, claro, pero incluso Duchamp y an el suizo Godardque a todo momento busca reencontrar
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Mimetismo y migracin
el ordo rerum, las palabras y sus muertos. Una de las notas preparatorias del Libro de los pasajes benjaminiano nos resume y confirma esa comn concepcin nominalista que se esboza en el dilogo truncado entre Pars y Frankfurt. Confiesa Benjamin que, a partir de una discusin con Adorno, consciente de que el conocimiento contenido en el nombre es extremamente desarrollado en el nio, aunque luego desaparezca en el adulto, se le ocurri jugar con su propio nombre, como lo hiciera, bajo la tutela adorniana, para censurar a Caillois: Suis-je celui qui s'appelle W. B., ou bien est-ce que simplement je m'appelle W. B.? Ce sont les deux cts de la mdaille, mais le second est fruste tandis que le premier a lclat dune monnaie fleur de coin. La premire formule fait voir que le nom est lobjet dune mimsis. Celle-ci a certes la particularit de se montrer non pas sur ce qui vient mais sur ce qui a eu lieu autrefois, c'est--dire sur ce qui a t vcu. L'habitus d'une vie vcue: voil ce que le nom conserve et, en mme temps, ce dont il trace le modle. La notion de mimsis suffit en outre indiquer que le domaine du nom est celui du ressemblant. Et comme la ressemblance est lorganon de lexprience, cela revient dire que le nom ne peut tre connu que dans des contextes d'exprience. Eux seuls font connatre son essence, c'est--dire son essence langagire (Q, 24). De ese punto, al que llega Benjamin, a travs de Caillois y contra Adorno, arranca precisamente un discpulo latinoamericano de Caillois, Severo Sarduy, que no desdea la onomastomancia. Pero esa ya es otra historia. Tal vez, a ttulo conclusivo, fuese ahora ms correcto invertir el juicio inicial de Derrida. No interesa tanto, como el filsofo afirma en De lhospitalit, si los deportados y exilados suspiran por sus muertos y su lengua sino de entender que en la lengua, como huella de la facultad mimtica, respira lo muerto, lo arcaico, lo primordial, que sin pausa se suscita ante cualquier estmulo inesperado. Slo esa experiencia renovada nos permite migrar hacia el territorio incierto de la verdad.
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Comunicacin y territorializacin
COMUNICACIN Y TERRITORIALIZACIN. EXTRAOS EN ABU GHRAIB COMMUNICATION AND TERRITORY. STRANGERS IN ABU GHRAIB
Cristina Peamarn (Universidad Complutense de Madrid)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp319-336
Resumen El trabajo estudia los medios en los procesos de territorializacin y de formacin de causas colectivas, que mueven la accin poltica, en los discursos pblicos durante la guerra de Irak y en las fotografas de Abu Ghraib. Para ello, analiza la transmisin de emociones colectivizadoras de acuerdo con las diferentes categorizaciones de los otros. Abstract The paper studies media in territory processes and the formation of "collective causes", that can move political action, in public discourses during Iraq war and in Abu Ghraib pictures. For this purpose, it analyses transmission of collective emotions based on different categories of the others. Palabras clave Comunicacin / Poltica / Territorializacin / Iraq / Abu Ghraib Keywords Communication / Politics / Territory / Iraq / Abu Ghraib Sumario 1. La mediatizacin de la guerra de Irak. 2. Las fotografas de Abu Ghraib y la formacin de un territorio de identidad. Summary 1. Irak War mediatised. 2. Abu Ghraib pictures and identity territory making.
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Nada queda del pasado, y sin duda es mejor as (...) Lo que Alexandre A. borr con su orgullo no tena mucha importancia: las casas coloniales, la variedad de los peristilos, la cometa del pinculo, los porches cansinos (...) Por el contrario, no hay que olvidar nunca a los primeros inmigrantes que llegaron a Mauricio procedentes de Bretaa, huyendo de la hambruna y la injusticia, buscando un nuevo Edn (...) No hay que olvidar a los barcos negreros de nombres espantosos, el Phenix, el Oracle, el Antenor, el Prince-Noir, cada uno con su cargamento de medio millar de hombres, mujeres y nios capturados en las costas de Mozambique y en Zanzbar, en Madagascar (...) Tampoco hay que olvidar jams a los culis indios, los peones embarcados mediante engaos en Calcuta, en Madrs, en Vizagapatnam, a los jvenes raptados en los poblados por los arcotis... J.M.G. Le Clzio, La cuarentena. escritor piensa aqu en la actividad de narrar como una contribucin a la memoria comn que no puede dejar de ser, al mismo tiempo, una confrontacin con ciertas formas de olvido. l mismo, el autor, se pone como receptor, actor sensible a la exigencia de observar con atencin, de captar y traducir algo, la memoria de alguien, que desaparece si no adquiere alguna forma en el conjunto de las representaciones actuales. Las construcciones de memoria estabilizan referentes como marcas de territorios en los que se pueden reconocer determinadas colectividades, lo que implica la exclusin de otros posibles territorios de memoria y autoreconocimiento. Hacer memoria, como actividad de recuperacin selectiva y orientada de rastros del pasado, implica la creacin de hitos y de lmites del espacio comn y conlleva las dimensiones moral y poltica, al privilegiar ciertos colectivos e intereses en la configuracin de lo comn y al abrir determinadas perspectivas de futuro. Podemos concebir estas dinmicas de la memoria como modelo para pensar la construccin de territorios de reconocimiento de unos y de segregacin de otros, no referidos a la recuperacin de elementos del pasado, sino a la experiencia y la representacin del presente, por ejemplo, a la difusin de las fotos de la prisin de Abu Ghraib durante la guerra de Irak. Pero hay que precisar algo, pues la nocin de territorio parece subrayar la estabilidad, en un tiempo como el nuestro de inestabilidad en la produccin de subjetividades y de reformulacin constante del yo, segn los ms difundidos anlisis. Entendemos tanto las identidades como los territorios simblicos en que se asientan como entidades fluidas caracterizadas por una inmanente variacin continua en la que hay que aprender a ver la formacin de distinciones y fronteras a partir ms de variaciones de posicin e intensidad de las vinculaciones que de netas separaciones a priori. Por ello,
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atenderemos en particular a las dinmicas de formacin y desplazamiento de territorios colectivos los procesos de territorializacin y desterritorializacin sobre los que insista Deleuze- buscando, al traerlas al primer plano de la reflexin, iluminar algo de lo que ocurre en nuestro mundo. Como seres hbridos encontramos nuestro lugar a menudo en los lindes, entre una demarcacin y otra, pero creamos tambin refugios frente a la inestabilidad y la ambivalencia en territorios que por un tiempo parecen una tierra firme capaz de darnos el amparo de la certidumbre de todos los dems, los territorios del lugar comn y del sentir coordinado con una colectividad. Pero las certidumbres requieren un constante trabajo de mantenimiento y reafirmacin, que impida que se diluyan, se desestabilicen o se transformen. Son estos procesos de estabilizacin, disolucin, contaminacin o dislocacin lo que es necesario comprender. Los discursos sobre la guerra de Irak que dominaron los medios de comunicacin y el espacio pblico en EEUU, entre los aos 2003 y 2008, activaron recursos semiticos orientados a mover la imaginacin y la sensibilidad de sus destinatarios hacia el apoyo sin fisuras a la guerra y, una vez conseguido, a fijar y estabilizar esa posicin. Lograron ampliamente su objetivo, lo que implic cortocircuitar los flujos de comunicacin divergentes con esa orientacin y cerrar el espacio pblico dentro de lmites rgidamente definidos. La difusin de las fotografas de la prisin de Abu Ghraib abri una brecha en ese espacio rgido por la que fluy otra visin de la guerra y de sus principales actores, lo que contribuy decisivamente a la formacin de otro territorio de identidad. La actitud de los medios estadounidenses hacia la guerra de Irak, debido seguramente al terrible impacto causado por los atentados del 11-S de 2001 y a la gestin de la comunicacin de la administracin de G.W. Bush, fue muy diferente de la anterior Guerra del Golfo. Segn el estudio de Hallin y Gitlin, en la vspera de la llamada Guerra del Golfo (iniciada el 2 de agosto de 1990) el pblico estaba en Estados Unidos dividido aproximadamente en partes iguales acerca de la decisin de entrar en guerra con Irak, y la televisin privilegiaba la informacin sobre las opiniones opuestas a la guerra, tanto en las grandes como en las pequeas ciudades. Pero cuando la guerra misma comenz todo esto cambi. "En pocos das, el foco pas del debate al consenso: se podra decir que la guerra se desplaz del marco secular al sagrado. La unin de la comunidad tras las tropas y la bandera se convirti en la primera historia en las noticias locales, y los periodistas la celebraban como manifestacin de espritu de comunidad". Los periodistas y profesionales de las televisiones declaran, cuando los investigadores les entrevistan para su estudio, que haba entre ellos una tendencia a ser "empapados" o "arrastrados" -expresiones que, segn los autores, se repiten una y otra vez- por las mareas de la opinin. En su trabajo ante la pantalla, subrayaban "lo que usted puede hacer" y
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mostraban que ellos mismos estaban tambin "implicados" (Hallin,D.C. & Gitlin, T., 1993). Estas observaciones apuntan algo que nos interesa subrayar. Los medios de comunicacin se piensan mejor como mediadores de doble direccin: transmiten y dan forma a unos contenidos para una audiencia y tambin, en su necesidad de lograr afinidad con esas audiencias, captan aquello que stas querran escuchar y ver. Estn sometidos a intereses de los grupos de poder de los que dependen como empresas de produccin y emisin de contenidos, pero tambin a los de sus audiencias destinatarias, all donde stas son libres de elegir otro medio ms de su gusto. Forman sentimientos, opiniones, etc., y recogen y traducen preferencias, sensibilidades, tendencias actuales o potenciales de sus destinatarios. Es preciso tener en cuenta un doble dinamismo: el de la formacin de territorios, afinidades e identidades colectivas y el de la mediatizacin, que requiere siempre a su vez una territorializacin en las culturas e intereses de los receptores de esos flujos que circulan globalmente. La guerra de Irak iniciada el 20 de marzo de 2003 en la que, entre otras diferencias respecto de la anterior guerra, como la gran difusin de Internet en muchos pases, competa con las cadenas globales de informacin la cadena televisiva en lengua rabe Al-Yazira permite observar algo muy conocido, pero tambin muy relevante para esta reflexin, respecto a los medios en la era de la globalizacin: aun transmitiendo prcticamente los mismos acontecimientos, las informaciones de los medios situados en diferentes lugares del globo describan un conflicto y unos actores distintos. La informacin tena, tiene siempre, pero sobre todo en los conflictos como se dice con un trmino pobre pero expresivo- un sesgo muy diferente en unos medios y otros, dependiendo del territorio simblico-poltico en que ubique a sus destinatarios. Y ese sesgo de su discurso es el que eligen sus audiencias, por ser el que le permite ubicarse en un territorio de identidad. Los medios convencionales (no interactivos, como Internet), conforman espacios pblicos no dialgicos, en el sentido literal del trmino (Thompson 1998; Saleri y Spinelli, 2008), pero s sensibles, en modos y grados diferentes, a las perspectivas de sus destinatarios. En los medios sigue siendo acertado el dictum de Bajtin: la comunicacin se produce siempre en el terreno del receptor. Cmo captar los procesos de formacin de territorios colectivos? La cualidad del territorio es la de proporcionar al sujeto la distincin entre lo propio y lo ajeno ms que como algo dado, como algo que se impone, que uno elije o que le elige a uno, de donde se desprende una posible pauta para su anlisis. Aquello de lo que nos apropiamos, que entra a formar parte de lo que cada sujeto individual o colectivo percibe como su territorio, establece las diferencias sensibles y emocionales entre el all, el afuera, lo ajeno, y el aqu, donde yo estoy y soy yo, o nosotros. Est regido por el gusto incluido el gusto por cierto lenguaje, cierto discurso o forma de
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hablar-, hecho de diferencias inapelables entre lo que no soporto y lo que me encanta; de entonaciones y ritmos en los que puedo participar como si fueran mos. Es el mbito donde las experiencias importan y dejan huella o el mbito conformado por las huellas de las experiencias que importan. El gusto es memoria encarnada, experiencia, contacto con lo otro o los otros vivida como ma, inalienable en este instante, donde me reconozco o me descubro -yo soy eso. Este territorio es tan poltico como ntimo, potico, meditico, cotidiano. Es el lugar donde estoy en mi mundo, donde elijo los rastros de memoria a los que retornar, es decir, los que me centran, me ubican, me dan un hogar. El territorio tiene un lmite, est definido claramente cuando se enfrenta a su negacin, lo que me disgusta. Ciertamente, estas barreras del gusto, aunque radicales en cada momento, son tan mviles como las dems fronteras, que difieren entre s en su velocidad de transformacin o desplazamiento. Las operaciones de nostalgia y recuperacin a las que tienden los mercados, incluido el del arte, tratan de crear el efecto retrospectivo de territorializacin: puesto que esto estuvo en tu pasado, forma parte de ti, de tu territorio y no tenerlo te supone la prdida de algo fundamental en tu memoria sensible. No necesariamente es as, pero a menudo nos prestamos a inventarnos un placer retrospectivo como, segn Agamben y Juaristi, en la melancola se inventa una prdida en el pasado que nunca existi. Los estereotipos arraigan en ese terreno, donde adquieren rasgos particulares, se asocian a olores, sabores, colores, incluso inventados, y ponen una etiqueta a esas sensaciones. Los vnculos estticos -que difieren de los vnculos afectivos y pueden estar en conflicto con ellos- propician vinculaciones tenues o fugaces, segn Bauman, lo que puede ser cierto cuando son slo estticos. Pero se asocian a todas las otras formas de vinculacin, potenciando su fuerza de atraccin o rechazo. El franquismo en Espaa nos da un fcil ejemplo. En los 60 y 70 del siglo XX, los adolescentes y los jvenes pugnaban por salir del universo obligado que el rgimen pona a su alcance, y su bsqueda de lo otro en el terreno sobre todo esttico -en este caso, las modas y estilo europeos, el pop, el rock, etc.- conflua con las ansias de democracia de ciudadanos de esas mismas y de otras generaciones: el rechazo a lo cutre, carca, polvoriento, aburrido, feo, se una al rechazo ideolgico y poltico. Las palabras comunes con que se nombran las sensaciones son etiquetas que conectan esas reacciones con el orden los discursos, los relatos, las ideologas. Hoy podemos documentar los hitos en la formacin de ese territorio de identidad antifranquista y democrtica en peridicos, pelculas, canciones, chistes, relatos: las marcas de un proceso entonces encubierto que hoy forma parte de la memoria personal y oficial. El sentido de pertenencia a un espacio comn delimitado y exclusivo se construye activamente cada da en la comunicacin interpersonal o mediatizada. Recoge D. Morley estudios sobre el papel de
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los medios en la construccin de nuestro sentido del espacio de la contemporaneidad, tal como se produce en el ahora expandido del mundo mediado. Segn ellos, en el mundo noticiado encontramos, en forma mediada, una gran variedad de extranjeros presentes como contemporneos a los que no tenemos acceso espacial recproco, aunque s tenemos con ellos una forma de mediated togetherness (Morley, 2000: 180). Pero la estructura espacial de la informacin meditica, en todos los medios del mundo, ubica al destinatario en el centro del espacio representado (cada medio situando el centro en su propio, distinto, lugar). Y por tanto, sita a los otros respecto a esa topologa definida desde mi centralidad: vecinos, extraos, aliados, enemigos. Los copresentes no estn presentes de la misma manera: los medios son potentes mquinas para construir discursos y sensaciones sobre los otros junto a (contra, entre, bajo, con...) los que estamos1. Aunque supuestamente todo sea visible por igual en el globo terrqueo que gira en la pantalla, para cada uno de los espectadores de los informativos televisivos, como de los receptores de otros medios, el mundo dista de ser homogneo. La imagen del territorio local, familiar, es constantemente saturada por la informacin de memoria, del afecto por lo nuestro; el discurso verbal-visual-sonoro aporta sin cesar hitos, momentos, personajes, lugares, especiales o curiosos que llenan de vida y carcter a nuestra comunidad y, aunque pobre, nos da algn conocimiento de su organizacin, instituciones, rituales, etc., mientras el espacio extrao es ignorado y apenas llegamos a concebirlo como un mundo estructurado socialmente. O le hemos atribuido unos rasgos en nuestro discurso que apenas resisten el contraste con los que perciben ellos, los otros, de s mismos (como dira E. Said, en Orientalismo). Esto result evidente en la transmisin televisiva de la guerra de Irak, cuando los medios de comunicacin coincidieron con las autoridades de los pases de la coalicin en su nulo conocimiento de la sociedad donde introducan sus ejrcitos y disparaban su armamento con el propsito de liberarlos de sus gobernantes. Una guerra plenamente colonial, en este sentido. El discurso informativo se dirige a cada destinatario como miembro de una colectividad cuyo mbito local, en el sentido territorial y simblico, contribuye a conformar; presupone y crea una comunidad de lugareos, nativos, cuyos afectos bsicos viene a confirmar (Peamarin, 2006). La informacin meditica persigue crear la ilusin de fusin del punto de vista del
1 La topologa se cie al espacio para ello utiliza lo cerrado (dentro), lo abierto (fuera), los
intervalos (entre), la orientacin y la direccin (hacia, delante, detrs) la cercana y la adherencia (cerca, sobre, contra, cabe, adyacente) la inmersin (en), la dimensin... y as sucesivamente, todas ellas realidades sin medida pero con relaciones. Antiguamente llamada por Leibniz analysis situs, la topologa describe las posiciones y tiene su mejor expresin en las expresiones preposicionales (Serres, Atlas, p. 68 Cit. Por L. Castro Nogueira, La risa del espacio. Madrid, Tecnos, 1997).
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panptico con la perspectiva local, particular, mientras reitera y estabiliza lo nuestro, lo que pervive en el tiempo y en la memoria y presenta fugaces y errticas visiones de los otros, todos por igual eventuales en el poco tiempo o espacio dedicado al resto del mundo. Nos concebimos como insensibles a los humanos que habitan ese convulso resto del mundo? La elaboracin social de la compasin es fundamental para permitirnos vivir con las imgenes de los otros desposedos, en esa proximidad mediada de las atrocidades que padecen otros humanos, as como para configurar nuestro espacio pblico y la definicin de nosotros mismos. Segn ciertas visiones de los medios, la mediacin del sufrimiento de los otros, lo que en los discursos pblicos y en los medios se llama la solidaridad, sera innecesaria, ya que los medios, como la televisin, por su modo de presentacin inevitablemente nos distancian de las imgenes que vemos. La atrocidad y el entretenimiento se alternan en el mismo rectngulo de cristal brillante. El espectador en el confort de su casa est separado del dolor, el calor y el olor de lo que ocurre, lo que distancia a los espectadores de unos eventos que pueden parecerles como ocurriendo en un teatro de actividad humana increblemente remoto. El medio tiende a actuar como un cordn sanitario que nos asla emocionalmente de los eventos que muestra (D. Morley -2000: 184- cita a Kracauer: en las revistas ilustradas, la gente ve el mundo que las revistas ilustradas les impiden ver"). Sin embargo, no hay informacin de guerra o de desgracias humanas que no vaya acompaada de historias sobre operaciones humanitarias de ayuda a los desgraciados y de llamadas a la solidaridad de los receptores. El discurso solidario segn Saiz Echezarreta- enuncia, al mismo tiempo, nuestra responsabilidad ineludible acerca de los otros y nuestra posibilidad de deshacernos de la misma a travs de la accin delegada: nos recuerda nuestras obligaciones y, al mismo tiempo, la forma de desatenderlas. Las ONG de Desarrollo, como mediadores expertos, articulan un conjunto de vnculos mediante los que se define una comunidad de pertenencia, un nosotros, que no slo remite a un estado-nacin, sino que implica la pertenencia a un nosotros-humanidad. Por medio de su publicidad, esas organizaciones construyen tambin un modelo de relacin con los otros distantes caracterizados como sufrientes y necesitados. Las ONGD aportan una dimensin solidaria a la ciudadana, no slo porque actan como delegados en mbitos de lo social, sino porque se han legitimado como gestores del capital axiolgico, afectivo y poltico del nosotros ciudadano (Saiz Echezarreta, 2008). Hay adems algunos otros ausentes de los medios a los que tenemos acceso en nuestro entorno. En los discursos informativos de los medios, el espacio propio es construido expulsando a otros a la inexistencia, aquellos cuyas vidas y muertes no forman parte de nuestra realidad, ni, por tanto, tienen el poder de afectarnos. As ocurre, como seala Butler, con los
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iraques muertos en guerra, con las numerosas muertes de africanos o palestinos que quedan sin imgenes ni mencin en los medios de Estados Unidos. As mismo, el uso de trminos como terrorista o masacre en esos medios tras el 11-S, se hace en modos que excluyen de la humanidad a enteras poblaciones. El discurso pblico funciona estableciendo unos lmites de lo inteligible, de nuestra realidad, tras los que desaparecen las vidas y las muertes de aquellos otros inexistentes para nosotros (Butler, 2006: 61, 187). Entendemos las representaciones mediticas, ms que como reflejos del mundo aunque esta expectativa de documentacin sobre lo real no puede ser excluida del marco del discurso informativo- como escenificaciones de los mundos que cada medio prev que puede atraer a sus audiencias. Representaciones que se componen como un terreno de lucha animado por las tensiones entre los agentes implicados (los excluidos, que pugnan por conquistar un lugar en l y los incluidos, que tratan de hacer prevalecer su perspectiva sobre otras en competencia). Las fronteras entre los discursos y los territorios de reconocimiento e identidad no dejan de desplazarse y a su vez, de ser objeto de operaciones de cristalizacin y consolidacin.
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una productiva, libre, tolerante y secular (o cristiana) y la otra retrgrada, intolerante y vengativa (Sontag, 2007: 121). Ambos modelos perfilan una causa colectiva, promueven una guerra por alcanzar dos objetivos imperiosos, la propia seguridad y el bien ms alto. En el primer modelo, los atacantes son innobles, actan de manera rastrera, abusan de la confianza, no plantan cara, no son soldados frente a soldados, sino furtivos frente a presas. El modelo suscita el miedo ante un tipo de ataque irregular, por infiltracin en la normalidad de nuestro mundo de elementos enemigos, y simultneamente la indignacin ante unos enemigos caracterizados como lo opuesto a la justicia y la humanidad. En el segundo modelo vemos una respuesta a la pregunta por qu nos odian?, que se plante pblicamente en Estados Unidos tras el 11-S. La respuesta inmediatamente difundida fue: nos odian porque nos envidian, porque somos superiores. Y en esta versin, ellos pueden ser toda una civilizacin, al igual que nosotros somos otra. Estos modelos, ciertamente, no se proponen como esquemas abstractos. Para que susciten la implicacin de las audiencias, sus promotores han de estimular la imaginacin del destinatario, como palanca para crear una convergencia emocional entre emisores y receptores. Para transmitirse a muchos destinatarios, el sentimiento se hace espectculo, discurso que alimenta la imaginacin del receptor por medio de gneros y formas que incluyen la descripcin de las emociones de los personajes; de escenarios paradigmticos que permiten el vaivn entre los enunciados y las emociones. Discursos que procuran la identificacin y el etiquetado de las experiencias emocionales, que sern estabilizadas por la re-evocacin que las pone en comn. Las formas de expresin como cuentos, reportajes, canciones, relatos, historias- que describen una situacin y al tiempo los estados interiores de los que participan en ella, dan forma sensible al modo como un sujeto se ha sentido afectado e implicado y nutren esa forma de imaginacin indispensable para la puesta en comn de las experiencias emocionales. La convergencia emocional requiere lo que Boltanski llama convergencia imaginativa entre quien hace una proposicin de implicacin emocional y quien la recibe (Boltanski, 1993: 84). Que el capitn Dreyfus haya sido injustamente condenado en Pars en 1894, no basta para alimentar nuestra imaginacin evaluativa. Para eso hace falta sumergir esta circunstancia particular en un conjunto fluido de relatos algunos de los cuales se dan por reales, otros son, como se dice, novelados- cuyo agrupamiento permite la cristalizacin de una vieta, la del acusado inocente y disculpado, que pueda funcionar como un esquema re-aplicable a un gran nmero de situaciones (Boltanski, 1993: 81). Boltanski analiza los rastros de esos pasos de los sentimientos por las expresiones, que pueden ser relativamente estables y dibujar sensibilidades comunes sobre las cuales pueden apoyarse acuerdos prerreflexivos del orden del prejuicio- entre las personas que se
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reconocen, si no con los mismos valores ticos, al menos como una comunidad de reacciones, que suelen llamarse viscerales, por ser previas a su justificacin por principios (Boltanski, 1993: 86). Es en tanto que son sensibles a un problema, sensibilizadas, que las personas se pasan de una a otra el relato de los espectculos que les han indignado, chocado o emocionado, creando as una coordinacin de las sensibilidades. La sensibilizacin es, para Greimas y Fontanille (1991), el soporte y la primera etapa de una moralizacin porque inserta una configuracin pasional en un espacio comunitario. Por ello, el estudio de la moralizacin presupone el de la sensibilizacin (Boltanski, pp. 84-85). Una comunidad de sensibilidad, o de reacciones, no es todava una colectividad de orden poltico. Para ello necesita normas y discursos dispuestos a darle forma, a definir los lmites de lo que queda dentro y fuera, a sealar una orientacin moral, a darle el impulso afectivo y tico que organice el sentido de esa unidad y pueda dirigirla hacia una accin comn. J. Butler analiza la construccin de esos lmites en el espacio pblico mediado en Estados Unidos durante los aos de la guerra de Irak: lo pblico se forma sobre la condicin de que ciertas imgenes no aparezcan en los medios, de que ciertos nombres no se pronuncien, de que ciertas prdidas no se consideren prdidas y de que la violencia sea irreal y difusa. Tales prohibiciones no slo sostienen un nacionalismo basado en objetivos y prcticas militares, sino que tambin suprimen cualquier disenso interno que pueda exponer los efectos concretos y humanos de su violencia (Butler, 2006: 65). Los lmites del espacio pblico, de la colectividad del nosotros, se definen rgidamente utilizando incluso prohibiciones legales, pero sobre todo, descalificaciones morales. Si entre los estadounidenses usuarios de Internet circularon discursos disidentes e informaciones que contradecan la versin oficial, tales posiciones tardaron aos en adquirir el derecho a pronunciarse en el espacio pblico de los medios convencionales y ms de un lustro en ser hegemnicas en ese pas, a diferencia de lo que ocurra durante ese tiempo en el resto del mundo. Los discursos pblicos que lograron el apoyo a la guerra se centraron en transmitir emociones colectivizadoras, en particular el miedo y la indignacin. Arsenault y Castells mencionan, entre los factores que hicieron posible en EEUU la prolongada desinformacin durante la guerra de Irak, los estudios de Barber y Kellner sobre el papel que jug el miedo en la promocin de la agenda poltica de G.W. Bush. Enmarcando las acciones de EEUU en Irak y Afganistn como parte de la Guerra contra el terror, la Administracin de Bush cre en su pas un clima de miedo en el que el disenso era considerado subversivo. Los medios mayoritarios colaboraron con este marco de miedo que, al mantener a los estadounidenses en un estado constante de alerta, con sus ojos fijos en las pantallas, incrementaba los beneficios de los medios (Arsenault y Castells, 2006: 289). Para Lakoff, el marco de la guerra contra el terror
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presupone que la masa est aterrorizada, mientras que las alertas naranja, junto con otras medidas y retricas de la Administracin, mantienen activo el marco del terror (Lakoff, 2007: 70). Butler se refiere a la propagacin de un pnico sin objeto. Cuando Rumsfeld hace entrar a los estados Unidos en peridicos estados de pnico o de alerta, no le dice a la poblacin de qu tiene que cuidarse, sino slo que preste mayor atencin a cualquier actividad sospechosa, lo que se traduce fcilmente en sospechas de toda persona de piel oscura (Butler, 2006: 107). Al hablar de mantener activo el marco del terror, de promover peridicos estados de alerta, estos autores apuntan al trabajo de reiteracin de los enunciados que transmiten estas emociones y que tratan de fijar o intensificar un estado afectivo comn que une a la colectividad en la sensacin de estar todos igualmente amenazados y precisamente por el hecho de formar parte de la colectividad de los estadounidenses. Pero el miedo puede ser paralizador, lo que moviliza a la colectividad y la une en torno a un objetivo es ms que el miedo, es el compartir la indignacin moral. Siguiendo el estudio de Adam Smith sobre las emociones del espectador, Boltanski seala que al simpatizar con quien sufre una injusticia, el espectador accede al sentimiento de indignacin, que desplaza la atencin desde el desgraciado a su perseguidor. Cuando se trata, por ejemplo, de desgracias de compatriotas causadas por extranjeros, la indignacin puede imputarse a una identificacin comunitaria, que arrastre un reflejo de xenofobia (Boltanski, 1993: 93). Esta forma de indignacin unnime se vuelve inmediatamente hacia el supuesto culpable y hacia la bsqueda de castigo. Dirigentes y dirigidos hablan con una sola voz y designan conjuntamente un culpable. Toma la forma de una indignacin moral, por la que el colectivo reafirma sus valores estigmatizando la inmoralidad de un culpable (id, p. 96). Ese sentimiento y los discursos en los que se transmite hacen que la colectividad se forme de s misma una imagen de colectividad moral que ha de enfrentarse a un enemigo tan inmoral que deja de ser humano (sirven como ejemplo los titulares de las emisoras britnica BBC y estadounidense CNN de un mismo da, el 28 de marzo de 2003, a las pocas semanas de comenzar la invasin de Irak, donde se informa de que Fuerzas paramilitares iraques amenazan a civiles alrededor de Basora (BBC); Militares britnicos dicen que los soldados iraques han disparado a civiles, mujeres y nios que trataban de escapar de Basora (CNN)2, presentando una imagen de los combatientes iraques moralmente deleznable).
2 En cambio ese hecho est ausente de los titulares de las emisoras no favorables a la
guerra: sobre lo que ocurre con los civiles que salen de esa ciudad, Basora, France 2 seala en sus titulares ese mismo da: Cientos de habitantes huyen de los combates en las ciudades del sur de Irak. Y la espaola Tele 5: Las ciudades se han convertido en el quebradero de cabeza de las tropas britnicas y norteamericanas. En Basora se aade el problema de las riadas humanas que entran y salen de la ciudad sin rumbo fijo. 329
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La accin blica requiere la construccin de un enemigo caracterizado como temible y despreciable tan indispensable es para la guerra ese enemigo, que si no se encuentra en el terreno de las operaciones militares, hay que crearlo. La justificacin de la accin blica y la unidad de la poblacin en su respaldo precisan esa violencia de caracterizacin por la que se presta a algunos otros los rasgos de lo peor; se les priva de cualesquiera otras cualidades para que puedan ocupar de lleno la imagen de lo que nos atemoriza e indigna y hace ineludible que persigamos destruirlo.
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La audiencia de los medios convencionales ha podido percibir Abu Ghraib como un escenario paradigmtico donde se presenta justamente aquello que debe quedar fuera del espacio comn al que se siente y al que quiere pertenecer. Incluso las personas que en cualesquiera lugares del mundo no tuvieran una actitud opuesta a la guerra de Irak (en este rincn de Europa donde escribo era una minora que no llegaba al 10%), fcilmente se sentiran asqueadas por esas imgenes. Para que la repugnancia se transforme en repulsa moral ha de sumarse algo del orden del sentido. La batalla por el sentido de esas escenas se despleg inmediatamente. Para algunas voces mediticas de EEUU deban ser consideradas chiquilladas comparables a las novatadas, desahogo de muchachos sometidos a demasiada presin, como seala Sontag (2007). Pero las autoridades de EEUU no podan acogerse a ese expediente y lo etiquetaron como excesos de un reducido nmero de soldados. Una vez la escena a la vista no era posible un discurso oficial de defensa o de naturalizacin de esas actuaciones de los soldados, sino slo uno de minimizacin de su mbito de responsabilidad: no son todos, sino algunos pocos los responsables. Esta es una cualidad de la fotografa que estalla en los medios actuales, en la informacin sobre todo. La imagen fotogrfica recoge la huella de una situacin y el punto de vista de esa toma de luz reflejada; la perspectiva visual, pero tambin cognitiva, valorativa y afectiva. Grabada en un soporte digital puede circular inmediatamente y permanecer como registro recuperable en cualquier momento y desde casi cualquier lugar. Las fotos de Abu Ghraib nos ponen ante una escena primera, la que tiene lugar en el interior de los muros de esa prisin, vista desde la perspectiva de los propios soldados. Qu sentido le podemos dar? Qu diferencias de sentido puede haber entre las diversas audiencias globales? Cmo lo interpretarn aquellos que se identifiquen con los prisioneros? Los soldados probablemente crean compartir con el grupo reducido de destinatarios a quienes enviaron personalmente las fotos el sentido que tena para ellos la situacin. Comunicaban en el interior de una comunidad de sentido y sensibilidad. Y es esa comunidad, sus supuestos bsicos, lo que se hace visible para otros espectadores ajenos a tal comunidad de sentido- en la escena fotografiada. Esas otras audiencias no previstas se pueden preguntar por el sentido que tena esa situacin para sus protagonistas, los soldados que no slo fotografan a los prisioneros y a sus compaeros, los dems guardianes, sino que posan satisfechos, con frecuencia levantando el pulgar con un gesto convencionalizado de sentido unvoco. En la cultura de los soldados, nos preguntamos: son esas escenas equiparables a juegos porno, como seala, por ejemplo, S. Sontag? Posiblemente reproducen cuadros tpicos de la pornografa sado-maso que circula ampliamente en muchos medios. Esa alusin (intertextual) a una cultura particular del cuerpo y el sexo refuerza la impresin de que los
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soldados han naturalizado en su comunidad de reacciones un comportamiento que en otras comunidades interpretativas resulta inaceptable. Porque en la visin de cualesquiera receptores, prisin, guardianes y prisioneros son trminos densos de sentido e historia/s (documentadas o ficcionales). Sabemos algo de lo que implican, y entre sus primeros rasgos el de la falta de libertad de los prisioneros y el dominio sobre ellos de sus guardianes. Nos resulta inmediatamente evidente que el prisionero no juega, ni, como el escolar sometido a las novatadas, puede esperar librarse maana de la situacin de sometimiento en que se encuentra. Forman parte tambin de nuestra enciclopedia las numerosas historias de abusos en situaciones de falta de supervisin y control sobre los guardianes, que nos indican que tales situaciones suelen propiciar el abuso de poder, y que eso es precisamente lo que ha motivado las leyes y acuerdos internacionales sobre el trato de prisioneros que custodian nuestro sentido de la justicia. S. Sontag, buena conocedora de la historia de la fotografa, seala la excepcionalidad de la actitud de los soldados que posan para la cmara. Los soldados alemanes en la segunda guerra mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantneas en que los verdugos se colocan junto a las vctimas son muy infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicacin, Photographing the Holocaust de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas imgenes seran algunas de las fotografas de las vctimas negras de linchamientos tomadas entre el decenio de 1880 y los aos treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos debajo del cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un rbol. Las fotografas de linchamientos eran recuerdos de una accin colectiva cuyos participantes sintieron que su conducta estaba del todo justificada. As son las fotografas de Abu Ghraib (Sontag 2007: 142-143). Este supuesto acude inmediatamente a la mente ante la visin de esas escenas: estn hechas como recuerdos de situaciones memorables quiz por curiosas o atrevidas-, en cualquier caso, donde las acciones de los protagonistas, los soldados, estn plenamente justificadas para ellos, en primer lugar, por el hecho de ser acciones colectivas -lo que todo el mundo hace- y adems, porque ese colectivo se ha dado un sistema de justificacin ms o menos explcito. El receptor que no comparte esa perspectiva percibe, al tiempo que las imgenes, el abismo que hay entre sus supuestos y los de ellos. En el momento en que inferimos el sentido que tiene para los soldados percibimos la distancia insalvable entre las interpretaciones, las sensibilidades de ellos/de nosotros. Y entonces surgen tambin las preguntas: Quines son ellos los que naturalizan eso? (pues parece ms que probable que en ese centro de detencin, los mandos consienten tales actuaciones; para ellos no hay problema moral -de hecho, en una de las fotografas difundidas,
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tomada desde la altura de un corredor en un primer piso, se ven pasando con toda naturalidad cinco o seis soldados junto a varios prisioneros desnudos y amontonados- Quines somos nosotros los que rechazamos esas actuaciones como lo ms deleznable? Lo que les da el carcter de lmite moral y afectivo de lo tolerable es el hecho de que para que se den esas acciones, los prisioneros han tenido que perder el estatus de persona con derechos y dignidad. Esto hace tan radical la pregunta cuntos se sienten como yo, cuntos formamos la comunidad de los creyentes en ese derecho a la integridad y la dignidad de cualesquiera personas. Se sienten otros, como yo, ofendidos, indignados? Cuntos dentro de EEUU forman parte de esa comunidad moral a la que siento que pertenezco? Cuntos en Irak, en Egipto, en Palestina? La cuestin es poltica ms que cuantitativa, ya que, incluso para los estadounidenses que se sentan vctimas del terrorismo, esas imgenes pueden invertir las posiciones de vctima y verdugo en un plano imaginativo y sensible, capaz de transmitirse, si encuentra los vehculos, los enunciados apropiados, a una multitud de destinatarios y de hacerles compartir una sensibilidad. Y esas convergencias de la imaginacin y los afectos pueden hacer compartir a personas muy distantes un territorio simblico y moral; pueden hacerles sentir que pertenecen a una comunidad. La extraeza ante las imgenes de tortura, en Abu Ghraib o en otros lugares, surge al percibir la neutralizacin de la reaccin de los carceleros ante lo humano, el rostro humano del prisionero. Tanto Butler como Bauman se refieren a la nocin de Levinas del rostro, cuya precariedad apela en m a la paz. La paz como un despertar a la precariedad del otro, cita Butler (2006: 169). Una apelacin al No matars que hace del otro un requisito fundante del lenguaje y de la posibilidad de ser humano, es decir, un ser de lenguaje y comunicacin. La tica es anterior lgicamente a la filosofa; es condicin del pensamiento y del ser humano, que ha de ser reconocido como vulnerable entre otros humanos, a su vez seres expuestos y vulnerables. El trabajo de la imaginacin no se dirige slo a movilizar la representacin del otro como deleznable e indignante. Es preciso tambin un minucioso trabajo de anulacin del otro como unidad-persona, como rostro capaz de apelar a la sensibilidad tica de su captor. El conocido anlisis de Bauman (en el libro Modernidad y holocausto) tiene la virtud de mostrar los pasos que son necesarios para que sea posible tratar desde cerca, manipular, los cuerpos-persona de esos otros como si fueran cosas. De acuerdo con la racionalidad moderna, que organiza las acciones en secuencias de tareas independientes, desvinculadas de su finalidad y, por tanto, de su posible evaluacin moral por parte de quienes las realizan, seala Bauman, el impulso tico que suscita el otro puede ser neutralizado. Para contrarrestar ese impulso se ha de diferenciar a los otros como objetos de accin en agregados de rasgos funcionales especficos y mantener estas caractersticas independientes para evitar que surja la ocasin de volver a
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armar el "rostro" con "partes" dispares y asegurar que la tarea asignada a cada accin est exenta de evaluacin moral (Z. Bauman, 2004:144), lo que requiere tambin construir una distancia, desde luego moral, pero si es posible tambin fsica, y exceptuar a esos otros de la categora de rostros humanos. En las escenas de la prisin de Abu Ghraib no se ven marcas de hierro candente en los cuerpos de los prisioneros, mutilaciones u otras acciones malficas, en el lenguaje de G.W. Bush (el entonces presidente estadounidense declaraba en un discurso sobre el estado de la Unin en el ao 2003, a propsito del rgimen de Sadam Hussein: descargas elctricas, marcas calientes con hierros al rojo vivo, cidos sobre la piel, mutilacin con taladros elctricos, ablacin de la lengua y violaciones. Si esto no es malfico, entonces esta palabra no tiene sentido...). Los combatientes enemigos son en primer lugar etiquetados. A los dos meses del 11-S, en un discurso ante la Cmara Americana de Comercio, D. Cheney dijo que los terroristas: no merecen ser tratados como prisioneros de guerra. Cheney fue el pionero de una casustica distincin terica entre la tortura no permitida y mtodos violentos de interrogacin s permitidos (...). Un documento clasificado del departamento de Justicia, pero motivado por Cheney y su equipo de gobierno dentro del Gobierno, segn revel el (Washington) Post, determin que la ley estadounidense en contra de la tortura prohbe slo las peores formas de trato cruel inhumano o degradante, con lo cual permite otras. El documento especific que la tortura prohibida consista en aquella que causaba dolor equivalente en intensidad al del fallo de un rgano vital... o incluso la muerte. (Carlin, 2009: 4-5). Las formas de presin que se podan aplicar a los prisioneros haban sido minuciosamente estudiadas y descritas para que los encargados de aplicarlas y los responsables en la cadena de mando pudieran sentirse eximidos de la descalificacin moral como torturadores. Los soldados actuaban en Abu Ghraib, segn muestran las fotografas, sin inquietud moral alguna, con la satisfaccin de quienes realizan una accin, como dice Sontag, plenamente justificada. (Para asegurar la distancia en la manipulacin de los cuerpos, a menudo el rostro del prisionero est cubierto con una capucha, aunque su cuerpo est desnudo, emasculado, amontonado con otros o atado en posiciones descoyuntadas, mientras los guardianes les golpean y manipulan siempre con guantes). En esta forma de configurar al otro, ste no suscita la responsabilidad, la compasin, el miedo ni la indignacin. Ha pasado por ese estadio, ha sido marcado como enemigo despreciable e indignante, pero a esa categorizacin necesaria se ha aadido una elaboracin ms: para la relacin cuerpo a cuerpo se han realizado las operaciones de etiquetado, distancia moral y objetualizacin que permiten bloquear la percepcin de la humanidad del otro y la reaccin ante l que nos hace humanos.
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Las fotografas de Abu Ghraib hicieron sensible, repugnante, esa inhumanidad de los guardianes. El territorio en el que se sita la interpretacin de las audiencias ofendidas por ellas es tico y poltico, por razones evidentes (esos soldados forman parte del ejrcito de EEUU, que invade Irak por una causa declarada humanitaria, etc.). Pero cualquier imagen o relato de tortura suscita una reaccin que podemos llamar poltica porque plantea el lmite de la comunidad de los humanos, el lmite tico primero. Y sugiere inmediatamente una causa: mi elemental responsabilidad ante el otro y mi sentido de la colectividad a la que quiero pertenecer me impulsan a impedirlo (o, al menos, impedir eso es una causa a la que me adherira). El impacto que tuvieron las imgenes de Abu Ghraib en la sensibilidad moral de muchos receptores no revirti la situacin de apoyo mayoritario de los estadounidenses a la guerra inmediatamente, pero se propag como una visin alternativa capaz, junto con otras, de demoler con efecto retardado el edificio aparentemente bien consolidado de la versin oficial. Esas fotografas tuvieron el poder de hacer presente otro territorio de identidad, el excluido de esas escenas, el de la sensibilidad y los valores desde los cuales se suscita la extraeza, la repugnancia y la indignacin. La repugnancia no se siente como meramente individual, forma parte de una historia, de una tradicin de valores aprendidos y compartidos, de un territorio tico colectivo que ante esas imgenes se hace relevante.
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RACISMO Y MEDIOS DE COMUNICACIN: REPRESENTACIONES DEL INMIGRANTE MAGREB EN EL CINE ESPAOL RACISM AND MEDIA: REPRESENTATIONS OF THE MAGHREBIAN IMMIGRANT IN SPANISH CINEMA
Laura Navarro Garca (Universit de Poitiers y Universidad de Valencia)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp337-362
Resumen Con el fin de comprender mejor los complejos dispositivos mass-mediticos que en la actualidad hacen posible la reproduccin social del Orientalismo, este artculo se adentra en el anlisis de las estrategias textuales a travs de las cuales el cine espaol acaba reproduciendo muchos de los estereotipos asociados en el imaginario colectivo espaol a la figura del moro. Abstract In order to better understand complex media devices that make possible social reproduction of Orientalism, this article focuses on the analysis of the textual strategies through which Spanish cinema reproduces many of the stereotypes associated in Spanish social imaginary to the figure of the Moor. Palabras clave Inmigracin / Islam / Cine / Medios de comunicacin / Orientalismo / Racismo / Estereotipos / Representaciones. Keywords Immigration / Islam / Cinema / Media / Orientalism / Racism / Stereotypes / Representations.
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Sumario 1. Introduccin 2. Un campo de investigacin poco trabajado 3. La inmigracin en el cine: una representacin reciente 4. Crtica social: espejos del racismo 5. Humanizacin del moro 6. Perfil estereotipado: inmigrante sin papeles 7. Amor intertnico? 8. Similitudes y diferencias con otros inmigrantes subsaharianos e hispanoamericanos 9. Conclusin Summary 1. Introduction 2. An unusual scientific field 3. Immigration in the movies: a recent representation 4. Social criticism: racism mirrors 5. Humanization of the Moor 6. Stereotypical profile: undocumented immigrant 7. Crossed race love? 8. Similarities and differences with some other immigrants from Africa and Latin America. 9. Conclusion
1. Introduccin
uchos recordarn el discurso con el que Jos Mara Aznar debut como profesor en la Universidad de Georgetown (Washington): El problema de Espaa con Al Qaeda, afirm el ex presidente, no empez con la crisis de Iraq, sino en el siglo VIII, cuando Espaa, recin invadida por los moros, rechaz convertirse en una pieza ms del mundo islmico1. Un ao despus, Giovanni Sartori, en su conferencia durante la entrega de premios Prncipe de Asturias 2005, defenda que los inmigrantes musulmanes, por su religin, no eran integrables en las sociedades democrticas europeas2. En ambos discursos, sus autores utilizaron la cultura y en particular el Islam como el factor explicativo por excelencia de dos fenmenos sociales muy complejos.
1 Declaracin de Jos Mara Aznar recogida en www.elpais.com, 2004, 22 de septiembre. 2 Idea de Giovanni Sartori recogida en www.elpas.com, 2005, 21 de octubre.
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Ahora bien, partiendo de la nocin constructivista de cultura (Gallissot et al., 2000) y teniendo en cuenta las nuevas definiciones de racismo (Barker, 1981; Taguieff, 1990)3, consideramos que estas explicaciones culturalistas que en el fondo conciben la religin musulmana como una totalidad homognea y una fuerza coercitiva que actuara sobre los individuos y los dominara- no slo resultan reduccionistas, sino adems paradigmticamente neo-racistas. Con el fin de comprender mejor los dispositivos mediticos que en la actualidad hacen posible la reproduccin social de esta perniciosa ideologa4, este artculo se propone analizar las representaciones cinematogrficas de la llamada inmigracin5 y, especialmente, de la inmigracin magreb. En concreto, se adentrar en algunas de las estrategias textuales que, en el cine espaol, han contribuido y contribuyen a construir al inmigrante el moro- como diferente, como exogrupo. Y es que, aunque los cineastas espaoles que se acercan al fenmeno migratorio no pretendan informar de ste al mismo nivel que los periodistas, transmiten igualmente imgenes que alimentan, de una manera u otra, el conocimiento que los espectadores tenemos sobre los inmigrantes. Y en este sentido, el estudio de las representaciones cinematogrficas de estas personas permite avanzar igualmente en la comprensin de los complejos y numerosos mecanismos mass-mediticos a travs de los cuales se perpetan y se consolidan determinadas ideologas racistas6. El presente artculo se basar en los resultados de un trabajo de investigacin en el que se deconstruyen las claves de las representaciones mediticas hegemnicas de los rabes y musulmanes a travs del anlisis de diferentes textos televisivos y cinematogrficos (Navarro Garca, 2008). Una investigacin que, a pesar de sus limitaciones (pues tanto en la televisin como en el cine, la aparicin constante de informativos y de filmes hace imposible la recopilacin completa y exhaustiva), permite constatar la
3 Definiciones que coinciden en destacar el paso de la inferioridad biolgica a la diferencia
es que como seala Danielle Provansal (1990: 329-333), el cambio de regulacin jurdica (concretizada desde la primera Ley de extranjera espaola de 1985), no slo clasifica por primera vez a los extranjeros entre legales y aqullos que han estado categorizados desde entonces como ilegales, sino que adems instituye socialmente la inmigracin como extracomunitaria por definicin. As pues, cada vez que empleemos este trmino en el presente artculo se tendr presente que se trata de una categorizacin jurdica que se ha convertido ya en una categorizacin social y que, por tanto, resulta tan equvoca como interesada.
6 De hecho, estudios como los de Otto Klineberg (1976) demuestran que los estereotipos y
prejuicios son producto de la socializacin y del aprendizaje, y no de la naturaleza o del instinto del ser humano. Y por tanto, los medios de comunicacin de masas, como agentes socializadores privilegiados en la poca actual, condicionan en gran medida nuestra imagen del mundo y, por ende, nuestros estereotipos y prejuicios. 339
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reproduccin meditica de numerosos estereotipos7 racistas sobre los inmigrantes en Espaa, as como los intereses polticos y econmicos que los atraviesan. Intereses que, como han demostrado diferentes estudios sobre el funcionamiento de la cultura de masas (Mndez Rubio, 2003; Mattelart, 1998), estn muy relacionados con la necesidad de legitimacin de los grupos dominantes y, en general, de determinadas estructuras y dinmicas de poder. En definitiva, en las pginas que siguen trataremos de aportar ejemplos cinematogrficos que nos servirn para reflexionar sobre el funcionamiento del vnculo entre cultura y poder8 en la construccin meditica, y, en particular, sobre el papel del cine en la reproduccin social de estereotipos racistas y, en especial, de estereotipos orientalistas (Said, 1990). Un objeto de estudio, para cuya mejor comprensin cabra abordar tambin otros factores que condicionan de una manera u otra el que los inmigrantes musulmanes sean hoy objeto de estereotipos y prejuicios de carcter fundamentalmente negativo. Entre estos factores, destacan la existencia de un imaginario colectivo negativo sobre el mundo rabemusulmn (Martn Muoz, 1994); los conflictos histricos con pueblos musulmanes, que conducen a crear estereotipos negativos como medio para expresar el desprecio y el deseo de afirmarse contra el enemigo (De Madariaga, 2001); la necesidad desmesurada de seguridad, la falta de comunicacin y de otros sentimientos, potenciados por crisis de valores y de proyectos sociales (Vzquez, 2004); y las visiones culturalistas de la historia y de la poltica de determinadas sociedades, transmitidas en gran medida a travs de la enseanza estatal (Martn Muoz, 1998). A continuacin, nos centraremos solamente en uno de estos factores: los medios de comunicacin de masas.
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amenaza e inferiores a nosotros. Al igual que Ban, la mayora de investigadores que han demostrado la importancia de los discursos pblicos en la configuracin y/o consolidacin de prejuicios e ideologas racistas en Espaa, han centrado su anlisis en el tratamiento informativo que reciben los inmigrantes en los medios de comunicacin, principalmente, en prensa escrita, radio y televisin9. La idea principal compartida por estos autores es la visin negativa del inmigrante, que da prioridad a presentar la inmigracin como un problema, ms all de cualquier anlisis del porqu de los movimientos migratorios, de la contribucin que estas personas suponen para la sociedad espaola (tanto en el mbito econmico, como en el cultural, social...) o de las condiciones de sus pases de origen. Ahora bien, el anlisis del racismo en el cine espaol ha despertado el mismo inters entre los investigadores? Si tenemos en cuenta la bibliografa disponible, se constata que el dficit de obras sobre racismo y discurso cinematogrfico es mayor que el de las obras centradas en los discursos de otros medios de comunicacin como la prensa y la televisin. Los pocos autores que como Isabel Santaolalla (2005)- se han acercado al tema, lo han hecho generalmente desde el anlisis del tratamiento de la categora tnica en las pelculas. Una categora cuyo anlisis (sobre todo, en el cine de la ltima etapa democrtica) ha despertado menos inters cientfico que el de otras categoras a partir de las cuales tambin se conciben y construyen identidades y diferencias, como por ejemplo, el gnero, la sexualidad y el grupo generacional. En cuanto a las investigaciones centradas especficamente en la imagen de los rabes y los musulmanes en el cine espaol, el dficit bibliogrfico es si cabe an mayor. Slo en las ltimas dos dcadas, se ha observado un inters creciente por este campo de investigacin, especialmente por la visin cinematogrfica de las relaciones hispanomusulmanas (aunque, como precisa Eloy Martn Corrales, 2000, dicho inters ha estado excesivamente centrado en la imagen cinematogrfica del colonialismo espaol en Marruecos). Estas investigaciones han puesto de manifiesto una interesante dualidad en el discurso cinematogrfico espaol de este ltimo periodo: por una parte, un esfuerzo generalizado por ofrecer una imagen positiva de los rabes y musulmanes; y, por otra, la persistencia de los viejos estereotipos, heredados del pasado y que siguen estando presentes en buena parte de los filmes en los que se retratan temas de actualidad (Martn Corrales, 2000). Entre estos temas, destaca el de la llegada a Espaa de personas procedentes de pases empobrecidos, cuyo tratamiento cinematogrfico abordaremos a continuacin.
9 T. A. Van Dijk (2003) y M. Rodrigo (1997) entre otros; as como estudios sobre el tema
realizados por centros o grupos de investigacin como el Centro de Investigaciones, Promocin y Cooperacin Internacional (CIPIE), el Centro de Investigaciones para la Paz (CIP), el colectivo IO y el Consell de lAudiovisual de Catalunya (CAC). 341
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Chvarri, Leslie Dann, 2005), un filme colectivo en memoria de los asesinados en los atentados del 11 M, compuesto de 23 cortometrajes documentales con los testimonios de personas que viajaban en ese tren, algunos de los cuales son especficos sobre rabes, rumanos, ecuatorianos y gitanos. Tambin el cortometraje La aventura del estrecho (Valeriano Lpez Domnguez, 1996), en el que Abdul suea con llegar a ser europeo jugando a un videojuego en el que, para llegar a Europa, tiene que superar distintas etapas, como obtener dinero, cruzar la frontera, conseguir papeles, integrarse y lograr un trabajo. Por ltimo, destacan cinco largometrajes donde aparecen inmigrantes magrebes con papeles ms destacados: En construccin, Poniente, Cancula, Susanna y Sad. En ellos centraremos a partir de ahora nuestro anlisis, dedicando una atencin especial a Sad (a pesar de su escasa repercusin en la taquilla), por ser la nica pelcula en la que la historia central gira claramente en torno a un inmigrante marroqu. Pero antes, resumamos el argumento de cada una de ellas: Susanna (Antonio Chabarras, 1995): en este drama aparece un inmigrante marroqu, Sad (Sad Amel), que trabaja de carnicero en un barrio de Barcelona y que sale con la protagonista, Susanna (Eva Santolaria), una adolescente sin familia que vive sola y se gana la vida como dependienta. Los problemas comienzan cuando Susanna reencuentra a lex (lex Casanovas), un hombre casado que acaba de salir de la crcel y con el que mantuvo, en un pasado, una breve pero intensa relacin. Sin poder evitarlo, lex y Susanna reinician sus relaciones, espoleadas en todo momento por el miedo a ser descubiertos por Sad. En construccin (Jos Lus Guern, 2001): en este documental asistimos a la construccin real de un edificio de viviendas en el Raval barcelons a lo largo de 18 meses. La construccin de este edificio sirve de escenario a esta pelcula, en la que se va retratando todo un estrato social estigmatizado de la ciudad, dndole voz a las personas que lo conforman y sacando la hermosura y la poesa que hay dentro de ellas. Uno de ellos es un inmigrante marroqu (Abdel Aziz El Mountassir), un poeta comprometido que trabaja en la obra. Cancula (lvaro Garca-Capelo, 2001): esta comedia narra las historias de una serie de personajes que se ven obligados, por distintos motivos, a permanecer en Madrid durante un trrido mes de agosto. Sus vidas se van complicando y los problemas de unos afectan a la vida de los otros. Entre estos personajes destaca el de un inmigrante marroqu sin papeles, Hassan, (Farid Fatmi), que trabaja como taxista y que, por accidente, atropella a Isidro (Andrs Resino), un vecino de Lavapis que al principio se muestra con actitudes racistas y con la voluntad de denunciarlo pero que, despus de conocerlo mejor, decide no hacerlo. Poniente (Chus Gutirrez, 2002): en este drama tambin tiene cierto peso en la accin el personaje de un inmigrante marroqu, Adbembi (Farid Fatmi), que trabaja en un invernadero de un pueblo almeriense. All llega
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Luca (Cuca Escribano), una maestra que vive en Madrid y que regresa al pueblo de su infancia tras la muerte de su padre. Una vez all, decidir quedarse para continuar el negocio de los invernaderos de su padre y, en su nueva vida, se encuentra con Curro (Jos Coronado), un hombre que se cri en Suiza en los aos de la emigracin espaola, que tambin busca un sitio al que pertenecer y con el que inicia una historia de amor. Sad (Lloren Soler, 1998): este drama se adentra en la vida de Sad (Noufal Lhafi), un joven marroqu de 20 aos que decide abandonar su pueblo, Xauen, y emigrar a Espaa. La travesa del estrecho en una patera es su primera experiencia desagradable. Una vez en Barcelona, el desencanto no tarda en aparecer cuando descubre que Hussein (Marouane Mribti), el amigo que le haba animado a salir de Marruecos, se dedica a vender droga y cuando se da cuenta de las pocas posibilidades que tiene de encontrar un empleo digno. Su nuevo amigo, Ahmed, y los ensayos con un grupo de msica sern las nicas cosas que le gratifiquen un poco. En uno de estos ensayos conoce a Ana (Nria Prims), una estudiante de periodismo de la que, a pesar de las diferencias culturales, acabar enamorndose.
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Hay otras situaciones en las que Hassan tiene que soportar juicios y acusaciones falsas por parte de espaoles. Por ejemplo, cuando unos vecinos lo ven por la calle y le acusan de vender droga, sin motivo alguno, slo porque responde al estereotipo fsico de moro. Al final, los comportamientos racistas quedan censurados claramente en la pelcula. Primero, en la escena en la que Hassan es acusado de traficante de droga por unos vecinos, aparece uno de los personajes de la historia que se indigna por los hechos y defiende a Hassan reprochando a los vecinos su comportamiento injusto. Despus, cuando Isidro se entera de que su vecino no ha dejado entrar a Hassan en su casa y le exhorta, por ello, a que salga de ella. Poniente (Chus Gutirrez, 2002) ampla ms el abanico de crtica social. La historia principal la del amor que surge entre Luca y Curro- se va alternando con otras historias que van descubriendo todo el cmulo de injusticias y dolor que sufren los trabajadores subsaharianos y magrebes en el pueblo. La pelcula va recorriendo as todo tipo de discriminaciones racistas: desde tener prohibida la entrada en los bares y en las discotecas del pueblo, hasta la imposibilidad de alquilar una casa que les obliga a vivir en chavolas y en condiciones infrahumanas-, pasando por un constante rechazo social -especialmente contra los marroques- que brilla, sobre todo, en el lenguaje de los propietarios de los invernaderos y que explota al final de la pelcula cuando se organizan los habitantes del pueblo para apalear a los marroques. Recordemos las palabras del encargado del invernadero de Luca, despus de que sta saluda a uno de los trabajadores del invernadero: Luca, tampoco hace falta que saludes a todos. A esta gente, cuanto menos trato tengas, mejor; y dilogos como los siguientes: Luca: no trabajamos con marroques? Encargado: Nosotros slo trabajamos con subsaharianos. A tu padre no le gustaban los moros. Los marroquines son los peores. En Susanna (Antonio Chabarras, 1995), el racismo est mucho menos presente que en los otros cuatro filmes. La nica discriminacin racial que sufre Sad en la pelcula se observa en la escena donde es detenido injustamente por la muerte de Susana. Ante los ojos de la polica y de los vecinos, el moro aparece ms sospechoso que el verdadero asesino, lex. En el documental En construccin (Jos Luis Guern, 2001), el inmigrante marroqu aconseja a un aprendiz marroqu que se haga el ignorante delante de los jefes para evitar que lo despidan: slo nos traen para trabajar, no para entender, le dice al joven, quien le responde: tenemos que entender. Si entiendes, te echan, concluye el otro. Pero quiz la mejor crtica social de esta cinta excepcional es la de reflejar a
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un trabajador inmigrante, desnudo de estigmas. Una persona ms que un personaje, cuyo tratamiento est muy lejos de la estereotipia, quiz porque no es construido sino observado. Asimismo, en las cinco pelculas, no slo se reflejan prejuicios y actitudes racistas, sino tambin las desigualdades y las injusticias legales por la que pasan muchos inmigrantes en Espaa. Por ejemplo, en Cancula, cuando Isidro quiere denunciar a Hassan para conseguir as una indemnizacin, ste le exhorta, con cara de preocupacin y de tristeza, para que no lo haga: Si denuncias, la polica me enva a mi pas. Tambin en Poniente, cuando se renen los agricultores, se observa claramente que stos estn dispuestos a todo incluso a bajar an ms los salarios de los trabajadores- para defender sus ganancias; o cuando Luca acude a Curro para preguntarle si las horas extras se pagan o no a los trabajadores y l le responde: Unos las pagan y otros no; a lo que Luca replica: Tengo la sensacin de estar viviendo en el Oeste! Aqu qu pasa? Qu cada uno hace lo que le da la gana?. Por ltimo, el filme de Sad es, junto con Poniente, la pelcula donde la crtica social resulta ms explcita y ms completa. Quiz por el estilo de Sad, a medio camino entre la ficcin y el documental, hace que la crtica en esta pelcula sea ms patente. Ya en los primeros minutos, cuando el protagonista llega a Barcelona, la cmara capta en un segundo plano pintadas racistas como Fuera moros, que, aunque por entonces Sad no entiende, sugiere el contexto hostil al que llega. Tambin desde el principio de la pelcula, cuando Sad se dedica a vender alfombras por la calle, ya percibe el rechazo social: Ahmed: Cmo fue el trabajo?. Sad: Mal, no vendo nada. Pero lo peor es la gente. Por qu tienen que tratarme con desprecio?. Ahmed: Ya te acostumbrars. Aqu estn convencidos de que todos los marroques robamos o traficamos en droga, o les quitamos el trabajo. Aqu todo el mundo va a la suya y nadie se fa de nadie, y menos de nosotros.
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Otro da, cuando el joven marroqu regresa a casa despus de una larga jornada, el malestar del protagonista es an ms evidente: Ahmed: Esto no es lo que tu creas, verdad?. Sad: No, ni Hussein, ni la gente, ni la ciudad, ni yo mismo. Huyendo de la polica como un delincuente. Ahmed: Es que para ellos, eres un delincuente, un ilegal. Sad: Yo slo quiero ganarme la vida. No hago dao a nadie!. Ahmed: Clmate. Las primeras semanas son as para todos. Pero ya se te pasar. Sad: Y si no me pasa?. Ahmed: Debers volver a tu casa. La crtica social, al igual que en Poniente, apunta tambin al racismo violento, pues Sad y Ahmed reciben una paliza por parte de unos skins, a quienes Ana y Sad intentarn denunciar a pesar de la falta de medios de la polica, la lentitud de la justicia y las amenazas de los skins para que no lo hagan. El filme recoge tambin otro racismo ms sutil, el racismo cotidiano, el que se destapa en el comportamiento de los padres de Ana, unos burgueses catalanes y antiguos progresistas que critican a los racistas violentos pero que, sin embargo, no aceptan que su hija est con, como ellos dicen, un ilegal. Su estilo, a medio camino entre el documental y la ficcin (destaca el uso frecuente de la cmara al hombro), as como el papel de Ana (una comprometida estudiante de periodismo), le permite a Lloren Soler ir desplegando, poco a poco, con sensibilidad y sentido crtico un completo abanico de denuncia social. Le da tiempo, pues, a reflejar las enormes complicaciones que tienen los inmigrantes para entrar legalmente a Espaa y, una vez aqu, renovar sus papeles, poniendo en evidencia el sin sentido de la Ley de extranjera. En otro momento, Sad le cuenta a Ana la falta de libertades y de derechos en Marruecos. Tambin toca el tema de las llamadas parejas mixtas, a travs de la relacin entre Ana y Sad, pero tambin a travs de la relacin de uno de los compaeros de recogida de fresa y su novia espaola. Los medios de comunicacin tampoco escapan a la crtica: recordemos la escena en la que Ana se indigna ante la publicacin de un artculo sobre skins en una revista seria en la que se les da cancha a los violentos, y un compaero le dice: los peridicos publican lo que vende. Y la violencia vende. La polica tampoco sale bien parada en la pelcula: en una escena, dos policas vestidos de paisano y sin identificarse le piden la documentacin a Sad y lo provocan para tener un motivo y detenerlo (situaciones que como dice el personaje de la abogada de SOS Racismo en la pelcula por desgracia se producen continuamente). Adems, se pone en evidencia cmo la polica no presta los medios necesarios para vigilar y proteger a Ana, an sabiendo que est siendo amenazada por los skins.
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intenta cuestionar. Nos referimos a la escena en la que Curro y Adbembi hablan sobre sus planes de montar un negocio conjunto mientras contemplan, juntos, el mar Mediterrneo. En un momento de la charla, se alude a uno de los puntos esenciales que define la relacin entre norteafricanos y espaoles: Curro: Es que nunca he entendido bien qu tipo de rabe eres, Bembi. Adbembi: Te he dicho mil veces que no somos rabes. Nuestro pueblo [bereber] tiene cinco mil aos de historia, y se extiende por todo frica. Tenemos nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra propia lengua. Curro: Tienes suerte de tener races. Adbembi: Tus races son mis races. Nuestros ancestros fueron los mismos. Espaa fue un pas bereber durante muchos siglos. [Pausa] Curro, por qu quieres montar el chiringuito conmigo?. Curro: Porque eres mi nico amigo. Y adems... [sonrindole] tenemos las mismas races.
Y es que ya lo va diciendo la cancin principal de la banda sonora de Poniente: No tengo ni patria ni equipaje / Soy de ningn lado como el sol / Tengo mis races en el aire / Y cada estrella es mi nacin.
sexual de una de las seoras farmacuticas en Pars-Tombuct. Todos ellos pertenecen a estratos sociales bajos (siendo el Moromierda el caso extremo) y, aunque se presentan como personajes simpticos, ninguno de ellos escapa al calificativo peyorativo constante en casi todos los casos- de moro. Por ejemplo en El penalti ms largo del mundo, cuando Fernando le dice a su hermana refirindose a su novio Jalid: quieres ser la mujer de un moro de almacn? No te conviene. En este tipo de pelculas, la funcin bsica del personaje es aportar colorido multitnico a la historia. Respecto a las cinco pelculas donde los inmigrantes magrebes tienen papeles ms destacados Susanna, Cancula, En construccin, Poniente y Sad-, en ellas la estereotipia sigue presente, pero de manera mucho ms sutil. De hecho, en todas el perfil del personaje es prcticamente el mismo: un inmigrante marroqu que acaba de llegar o que hace poco que lleg a Espaa, que se ha visto obligado a salir de su pas en busca de una vida mejor, y que sufre el racismo en la sociedad de acogida. En todas, los marroques aparecen, ante todo, como trabajadores, pobres y que realizan trabajos poco cualificados: obrero en En Construccin, recogedor de tomates en Poniente, taxista en Cancula, carnicero en Susanna, y vendedor de alfombras y recogedor de fresas en Sad. Bsicamente, la inquietud principal de los personajes es obtener el permiso de residencia y trabajar dignamente, y, en el caso del personaje en Susanna (que ya tiene los papeles) de casarse. Slo En construccin nos presenta a un inmigrante marroqu culto, comprometido e incluso poeta, y slo en Poniente, el espectador asiste a la organizacin de los inmigrantes para reclamar mejores condiciones de trabajo. Cabe destacar tambin, el compromiso social y la valenta del personaje de Sad, que decide testificar contra los skins arriesgando su integridad fsica y asumiendo que ello implicar su repatriacin. Detengmonos mejor en cada uno de los cinco personajes: El personaje marroqu en Susanna (Antonio Chabarras, 1995) es el que tiene menor complejidad de los cinco. Al tener seguramente los papeles en regla (en la pelcula no se explicita lo contrario), la mxima y nica inquietud de Sad que se representa es su deseo de casarse, de casarse con Susanna. Asimismo, su funcin es bsicamente aadir ms tensin a la relacin sentimental de la protagonista con otro de los personajes: lex. Adems, aparece a menudo hablando en rabe, sin subttulos casi siempre, lo cual aumenta su distanciamiento con el espectador. Slo tiene dilogos muy breves en castellano, casi siempre con su novia Susanna y casi todos insustanciales. Pertenece a una familia musulmana muy tradicional, que se refleja tanto en la ambientacin de la casa con todo lujo de detalles tradicionales de Marruecos-, como en la entrevista que realizan la madre y la abuela de Sad a Susanna para dar el visto bueno al matrimonio. Adems, como le cuenta Susanna a lex, sta no mantiene relaciones sexuales con Sad, remarcando as el conservadurismo del joven marroqu.
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La guinda de la estereotipia llega cuando, prcticamente al final de la pelcula, aparece borracho saliendo de un coche y casi sin poder andar; situacin pattica ante la que un vecino dice: no es mala gente, lo que pasa es que no saben beber. Tampoco falta el estereotipo machista y violento asociado a la figura del moro, que queda patente en la brutal escena en la que Sad descubre a Susanna en brazos de lex y, antes de golpearla fuertemente, le grita: mi mujer me espera en casa, no se va con otro hombre!. Tampoco escapa del estereotipo el compaero de Sad: un joven marroqu que regenta un prostbulo. As pues, aunque la pelcula acerca a la cultura y costumbres marroques, a travs de las escenas en las que se filma a Sad en casa con su familia, en una fiesta marroqu con unos amigos y hasta en el trabajo (donde se ve cmo degellan a un cordero al estilo tradicional musulmn), el distanciamiento psicolgico para con el personaje se produce igualmente, como consecuencia de la caracterizacin comentada y a pesar de que, en un momento determinado, Sad le diga a Susanna: yo no soy como ellos [el resto de sus familiares tradicionales]. No pienso como ellos [...] Yo soy como t. En Cancula (lvaro Garca-Capelo, 2001), Hassan aporta una dosis humorstica importante. Farid Fatmi interpreta a este personaje, que combina la picarda con una gran humanidad, y que se gana la simpata del espectador y, a menudo, la sonrisa. No se cae en el fcil estereotipo negativo, ni tampoco en el extremo de lo polticamente correcto, sino que ms bien se representa a una persona de carne y hueso. De hecho, primero ablanda el corazn de Isidro (el hombre atropellado por Hassan) y el del espectador al mostrar la foto de su familia y pedir que no lo denuncien porque tiene que alimentar a su mujer e hijos, y despus lo vemos hablando con el amigo que le ha prestado la foto y a quien le dice que, una vez ms, el cuento de la foto le ha funcionado bien. Se confirma as el estereotipo de moro engaoso, pero tambin queda claro que miente para poder sobrevivir en una sociedad racista y que, en el fondo, es honrado pues rechaza la proposicin de su amigo Tarek de traficar con drogas y sigue preocupndose por Isidro a lo largo de toda la pelcula, a pesar de que sabe que ya no lo va a denunciar. En esta pelcula, como en la anterior, el compaero marroqu del personaje trabaja tambin como vendedor de droga. Los personajes marroques de Poniente (Chus Gutirrez, 2002) y Sad (Lloren Soler, 1998) son los ms complejos. Como puede comprobarse en el apartado anterior, se les da mucha ms voz que en las otras tres pelculas. De hecho, son las dos cintas que ms se detienen en reflejar las duras condiciones de trabajo por las que pasan los inmigrantes marroques sin papeles en Espaa, concretamente en los invernaderos almerienses y en Barcelona. El personaje de Sad consigue ser un retrato profundo, complejo y, en suma, humano y verosmil, al dar a conocer no slo sus problemas cotidianos, sino tambin sus sueos y fantasas. Por ejemplo, la escena en la
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que la cmara accede a la subjetividad de Sad, introducindonos en una de sus ensoaciones sobre su vida en Marruecos. Ahora bien, el protagonista de Sad responde, una vez ms, al estereotipo de inmigrante marroqu pobre, sin estudios y tradicional (no bebe alcohol); aunque a diferencia del Hassan de Cancula, contiene una enorme inocencia que, a veces, puede hacerle poco creble. Asimismo, aunque Sad no responde al estereotipo ni de machista ni de violento ni siquiera de pcaro engaoso, su compaero ms cercano, Hussein (el que le incita a emigrar a Europa), es un personaje que se gana la vida vendiendo droga y traficando con mujeres. Hussein acaba reproduciendo, pues, el estereotipo de moro delincuente, aunque al final se arrepienta de ello y sea perdonado por Sad, lo cual le redime y humaniza ante la mirada del espectador (quien puede percibir as la enorme complejidad de quien vive en la marginalidad). En Poniente, reaparece Farid Fatmi interpretando de nuevo el papel de un inmigrante sin papeles, Adbembi, en una historia en la que tanto los recin llegados inmigrantes, como los espaoles (Curro y Luca), se sienten desarraigados. Adbemi tiene aqu dilogos importantes, a travs de los que transmite a Curro, el contable de los propietarios de los invernaderos, unas reflexiones muy acertadas en torno a los temas de la identidad, las races, la amistad y la justicia. Y adems, aparece como uno de los lderes de la movilizacin social de los trabajadores contra las injustas condiciones salariales en las que trabajan. Para acabar, haremos referencia a la excepcional en muchos sentidos- En construccin (Jos Lus Guern, 2001). El inmigrante marroqu con ms voz en este documental es un pen de la construccin, comprometido, culto, ateo (no por ganas sino por circunstancias de la vida) y poeta (la naturaleza est susurrando a Barcelona mediante la nieve cuando empieza a nevar, dice cuando ve nevar). Destacan sus reflexiones filosficas: sobre la soledad, la muerte...; y tambin sus reflexiones polticas: sobre el capitalismo, la alienacin, la religin.... Yo cada maana canto la internacional. Esa es la religin de los pobres, le dice a un compaero. A lo largo del documental, intenta convencer a su jefe un incrdulo gallego en edad de jubilarse- de que es un trabajador oprimido. La vida cotidiana de este complejo y anti-estereotpico inmigrante marroqu recorre el documental junto a las historias de otros personajes: la de un hombre mayor que presume de tener dinero, pero que en realidad malvive en la calle rodeado de miseria; y una pareja desahuciada en la que ella mantiene a su novio haciendo la calle.
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7. Amor intertnico?
Pocahontas, que constituye una de las pocas historias de amor intertnicas de Disney y, no por casualidad, tambin una de sus pocas historias de amor donde los amantes no viven para siempre juntos y felices. Como si las identidades raciales debieran permanecer mejor separadas... Incluso el cine francs ofrece pocos ejemplos de finales felices: Las relaciones interraciales en el cine francs postcolonial son aceptadas y legtimas, pero no alentadas, y son presentadas como no viables en este momento (Sherzer, 1999: 150). La nica pelcula que encontramos en la que se refleja un final feliz de pareja intertnica entre chico magreb y chica espaola- es El penalti ms largo del mundo, quizs porque se trata de una comedia disparatada, en la cual este final ofrece un toque de humor y de locura, en una pelcula llena de excentricidades, como la historia de amor tambin con final felizentre el pattico protagonista, Fernando (Fernando Tejero), y la guapa Cecilia (Marta Larralde). Tambin destaca Seres queridos (Teresa Pelegr y Dominic Harare, 2004), donde s hay final feliz, pero el chico no es un inmigrante marroqu, sino un profesor universitario palestino. En ambos casos, se trata de comedias y los personajes rabes son interpretados por actores espaoles. Este truncamiento generalizado de las historias de amor intertnicas (en concreto, las protagonizadas por chico magreb y chica espaola) en el cine espaol, contrasta con los finales felices de parejas intertnicas que s se daban en el cine folclrico del primer franquismo. Ahora bien, a diferencia del emparejamiento hombre inmigrante-mujer espaola, en el cine del primer franquismo la pareja estaba formada, generalmente, por un hombre espaol y una mujer de etnia gitana o de territorios colonizados. Un emparejamiento, pues, que poco tena que ver con una finalidad pro-intercultural, sino por el contrario, como explica Jo Labanyi (1999), con la necesidad de domesticar y domear la cultura colonizada (que adopta figuras femeninas) dado su poder de seduccin (p. 27). Como seala el mismo autor en relacin con La manigua sin Dios (Arturo Ruiz-Castillo, 1947), la historia de un matrimonio intertnico entre el colono espaol y su mujer guaran reflejaba aquel mito segn el cual en el Imperio espaol el hombre blanco concede generosamente su semilla a la mujer indgena para crear, as, una nueva raza (p. 27).
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diferencias en el tratamiento cinematogrfico de cada grupo. Veamos algunas de estas similitudes y diferencias entre las representaciones de personas emigradas del Magreb y las emigradas de Amrica Latina y frica subsahariana. Para ello, nos basaremos en el anlisis de los tres filmes espaoles de mayor distribucin comercial y repercusin pblica protagonizados por personajes subsaharianos Las cartas de Alou y Bwana- y latinoamericanos Flores de otro mundo. Dejaremos pues sin estudiar las representaciones de los inmigrantes procedentes de Asia y de Europa del Este; dos colectivos con menor visibilidad en el cine espaol que el colectivo hispanoamericano, subsahariano y magreb. Una de las constantes observadas en todas estas pelculas es el final de la historia que impone al protagonista inmigrante lo que Isabel Santaolalla (2006) ha denominado la desaparicin como destino narrativo (p. 15). Por ejemplo, en Sad y en Las cartas de Alou, sus protagonistas deciden regresar a sus pases de origen. En Flores de otro mundo, aunque una de las protagonistas decide quedarse con su recin marido espaol, la otra, Milady, huye del pueblo tras la paliza que le propina Carmelo. En Bwana, la desaparicin del inmigrante es total, pues ste es asesinado por un grupo de skins. Tambin los desenlaces de otras pelculas inciden en este tipo de finales: En la puta calle (Enrique Gabriel, 1996), donde el mulato caribeo (como lo describen las sinopsis consultadas de la pelcula), amigo del protagonista, es obligado a regresar a su pas tras ser descubierto sin papeles por la polica; y Agua con sal (Pedro Prez-Rosado, 2005), que acaba con la decisin de su protagonista, una trabajadora puertorriquea sin papeles, de abandonar Espaa y regresar a su tierra natal. Aunque es cierto que este tipo de finales puede representar, una vez ms, algo positivo como la voluntad de sus directores de no dejarse controlar por la industria cinematogrfica que tiende a imponer el final feliz para garantizar el xito comercial-, es verdad tambin que este tipo de desenlace contribuye a la (re)presentacin del inmigrante como elemento perturbador a expulsar, relegando asimismo otros posibles desenlaces ms constructivos desde el punto de vista de las representaciones positivas de la inmigracin. Desenlaces ms constructivos en los que, por ejemplo, los Otros acabaran formando parte de la nueva sociedad a la que llegan, en lugar de huir de sta o, directamente, morir en ella. Rozabel Argote (2006) apunta algunos efectos que puede provocar este tipo de finales en algunos espectadores. Refirindose al final del filme Princesas (Fernando Len de Aranoa, 2005), que tambin acaba con el regreso-huda de la coprotagonista una prostituta dominicana- a su pas de origen, Argote afirma que este regreso como final narrativo puede que alivie (y alivia) al espectador medio que diariamente es bombardeado con informaciones mediticas sobre las peligrosas avalanchas de inmigracin. Pero, desde luego, no contribuye a que, de una vez por todas, entendamos que
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actualmente la presencia de las personas inmigrantes es bienvenida, necesaria, deseable y en absoluto desmesurada (pp. 17-18). Al margen del valor potico de este tipo de final narrativo, la recurrencia a los mismos por parte del cine espaol merece una reflexin. A qu responden estos desenlaces cinematogrficos? Segn la teora de Rozabel Argote (2006), la ficcin en general, y el cine en particular, poseeran una poderosa funcin social tranquilizadora (p. 18). En este sentido, el discurso tranquilizador funcionara tambin en la pelcula Sad, pues se expulsa a su protagonista al extranjero- a su pas de origen (poniendo fin a la amenaza a la poblacin autctona) y, tambin, porque la inmigracin queda metaforizada en un personaje marginal (pues Sad es un joven marroqu sin papeles, que sufre discriminaciones, que no consigue salir adelante y que, por tanto, da la impresin de ser ms una vctima que un peligro). Este tipo de factores textuales pueden, por tanto, generar significados sosegadores, al menos, ante la mirada de aquellos que sienten desconfianza, rechazo e, incluso, miedo ante la llegada de inmigrantes en general, y marroques en particular. Frente a esta estrategia tranquilizadora, Argote (2006) encuentra un segundo mecanismo tambin utilizado por el discurso cinematogrfico y que puede servir, igualmente aunque en otro sentido, para tranquilizar ante el miedo a la inmigracin. Se refiere a la estrategia de mostrar primero lo inicialmente diferente y extranjero, para luego conocerlo y, posteriormente, integrarlo como una parte de nosotros. El filme Sad tambin se sirve de este mecanismo discursivo, al interesarse por la cultura marroqu (nos acerca a su msica y muchas de sus costumbres) y tambin al reflejar la gran cantidad de dificultades e injusticias que han de sortear los personajes marroques. Un texto cinematogrfico paradigmtico en este sentido es Camino al andar (Sholeh Hejazi, 2005), un documental que recorre las voces de filsofos, escritores, msicos, trabajadores sociales y profesores que reflexionan sobre la evolucin de la humanidad, las guerras, los medios de comunicacin, la diversidad cultural y la inmigracin. Otros ejemplos de pelculas que (re)presentan la inmigracin en general como elemento social novedoso a conocer e integrar son: Hay motivo (varios directores, 2004) y Cantando bajo la tierra (Rolando Pardo, 2004); filmes que adoptan el estilo documental y reniegan del regreso narrativo de sus personajes, apostando por una sociedad intercultural. Asimismo, en el perfil de los personajes tambin pueden encontrarse diversas constantes. Una de ellas es que tanto los personajes magrebes de las pelculas anteriormente analizadas (excepto en Susanna que no se explicita- y En construccin), como los inmigrantes protagonistas de Bwana, Las cartas de Alou y Flores de otro mundo estn en situacin irregular. Los filmes Sad y Las cartas de Alou comparten incluso una estructura muy similar: ambas comienzan por la entrada de forma irregular por la costa andaluza y termina con la repatriacin del protagonista. Adems, en sendas
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cintas, aunque con mayor dureza en Sad, el inmigrante se va dando cuenta poco a poco de la dura realidad de la inmigracin irregular en Espaa. Tambin en Bwana, el inmigrante entra en patera. Otra caracterstica comn a las cinco pelculas analizadas es que las historias se desenvuelven en los mismos espacios: Madrid (Cancula), Almera (Poniente) y Barcelona (Susanna, Sad y En construccin). El protagonista senegals de Las cartas de Alou pasa por los tres espacios: Almera, Madrid y Barcelona; Bwana se ambienta en algn rincn de la costa andaluza; y Flores de otro mundo es la nica historia que se desarrolla en un pueblo castellano. Todas sin excepcin comparten, adems, el que los actores sean de la misma nacionalidad que sus personajes, una caracterstica que marca una diferencia con la tradicin, muy presente en el cine del franquismo, de utilizar a actores espaoles para interpretar personajes de otras etnias. Tambin, en todas ellas se escucha la lengua de sus pases de origen, casi siempre traducidas con subttulos. Y, por ltimo, un aspecto importante en todas ellas: excepto en Flores de otro mundo, los protagonistas inmigrantes as como los directores de las pelculas son hombres. Al mismo tiempo, podemos observar diferencias entre la representacin cinematogrfica dominante de los inmigrantes marroques y la de los inmigrantes subsaharianos e hispanoamericanos de Bwana, Las cartas de Alou y Flores de otro mundo. Por ejemplo, la proyeccin fsica del personaje que, en el caso del inmigrante marroqu, desaparece. De hecho, llama la atencin el hecho de que todos los protagonistas marroques sean interpretados por actores que no responden al estereotipo de belleza dominante en la actualidad. Es cierto que este tipo de eleccin puede representar algo tan positivo como la voluntad de sus directores de no dejarse controlar por los intereses comerciales (que tienden a imponer protagonistas guapos), pero tambin es verdad que, de esta manera, se reproduce el estereotipo de moro feo. Y ms, cuando suelen colocarse al lado de actores considerados socialmente atractivos, como Jos Coronado en Poniente, lex Casanova en Susanna, incluso el amigo de Anna en Sad. No es el caso de Cancula, pues al tratarse de una comedia, prcticamente todos los personajes son interpretados por actores que no corresponden al modelo de belleza dominante. De la misma manera, la sexualizacin de los personajes marroques no es tan evidente como en los personajes de los inmigrantes subsaharianos e hispanoamericanos; lo cual no slo se refleja en el uso de la cmara, que no se detiene en detalles de su cuerpo ni de su rostro, sino tambin en algo nada desdeable: el hecho de que las escenas de sexo con el personaje marroqu estn ausentes prcticamente de todas las pelculas y, cuando aparezcan, sean muy inocentes. No hay ms que ver Susanna y Sad, las nicas pelculas analizadas en las que un personaje marroqu se besa con una mujer en ambos casos espaola. En Susanna, prcticamente no se ve el
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beso, y en Sad, son dos besos muy inocentes y en dos situaciones donde la falta de luz dificulta su visin: un beso paseando bajo un puente de noche y el otro dentro de una casa sin apenas luz. Esta constante repetida en los personajes marroques puede representar, una vez ms, la voluntad de sus directores de no dejarse dominar por los intereses comerciales que tienden a imponer escenas de sexo para aumentar la taquilla. Sin embargo, este argumento se desvanece claramente en Susanna, donde el beso casto y a escondidas de la protagonista con el personaje marroqu contrasta fuertemente con las escenas de intenso contenido sexual con lex. Por qu, pues, esa resistencia a filmar escenas de sexo entre hombre marroqu y mujer espaola? Quizs se busca no herir demasiado la sensibilidad del espectador ante lo que podra ser percibido, consciente e inconscientemente, como la contaminacin de la mujer blanca por el moro?
9. Conclusin
s difcil establecer conclusiones finales sobre los textos cinematogrficos analizados, sobre todo, teniendo en cuenta el cambio constante que caracteriza a la industria cinematogrfica, as como el hecho de que se trate de un periodo histrico muy reciente. Por ello, las conclusiones que a continuacin se reflejan han de considerarse como el resultado provisional de un estudio que se ha propuesto simplemente identificar algunas de las constantes y de las particularidades que destacan en las representaciones de los inmigrantes magrebes en el cine espaol. Como hemos visto, en prcticamente todas las pelculas analizadas la figura del inmigrante magreb es tratada en general con empata y benevolencia. Podra afirmarse incluso que contribuyen a la integracin social de estas personas al descubrir a muchos espectadores espaoles lo desconocido y al acercarlos a muchos aspectos positivos de sus culturas, contribuyendo as a cambiar muchas miradas y a tranquilizar ante el miedo a la inmigracin. En suma, se humaniza al ciudadano marroqu, al menos comparado con la representacin dada en periodos anteriores11. Se intenta superar algunos de los estereotipos con los que se conoce a este grupo social y, en muchas de ellas, la crtica social es muy clara. En este sentido, el discurso dominante en el cine espaol se distanciara claramente del discurso informativo hegemnico de los mass media. Ahora bien, a pesar de la buena intencin de la mayora de los cineastas y de la gran belleza de muchos de sus trabajos, no puede negarse la persistencia de muchos de los tpicos que el imaginario colectivo sigue
11 Representacin analizada por autores como Jo Labanyi (1999) y Alberto Elena (1997).
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asociando al moro. De hecho, a pesar de que algunas pelculas trasgreden los discursos oficiales acercndose o afirmando a veces un discurso de denuncia social, muchas de estas pelculas no acaban de romper con los estereotipos del discurso convencional. Convencionalismo que se observa tanto en comentarios y opiniones racistas, etnocntricas o paternalistas, como, ante todo, en la utilizacin de personajes estereotipados. En el caso del inmigrante marroqu, como se ha intentado demostrar, suele ser representado, esencialmente, como un trabajador pobre, que realiza trabajos poco cualificados y, en la gran mayora de los casos, sin papeles. En torno a l, no falta en casi ninguna pelcula el personaje del marroqu vendedor de droga o traficante de mujeres, machista y violento. Estereotipos que, en el gnero cmico, se hacen todava ms visibles. Otra de las imgenes estereotipadas ms utilizadas es la que presenta al inmigrante magreb como una persona que sufre discriminaciones racistas (ya sea por las leyes o por los prejuicios de la sociedad), incidiendo as, casi nicamente, en el lado dramtico de la vida de estos grupos y reproduciendo, por tanto, la imagen de vctima. Esta victimizacin puede reforzar el estereotipo paternalista del inmigrante pobrecito desgraciado. Aunque esta victimizacin tiene el valor de representar fielmente las condiciones penosas por las que muchos inmigrantes viven en nuestro pas, parece que la cotidianidad y el lado menos dramtico de estas personas requerira tambin cierta visibilidad en el celuloide. Por ltimo, se echa en falta no slo una visin ms compleja de la inmigracin marroqu que llega a nuestro pas, sino tambin de las nuevas realidades que se estn conformando como consecuencia del fenmeno migratorio contemporneo. El cine espaol ha tratado, principalmente, cmo llegan estos seres humanos y cmo se les recibe, pero ha hablado muy poco de aqullos que llevan ya dcadas viviendo en ciudades y pueblos espaoles, de la nueva composicin social de las escuelas y de los barrios, as como de sus hijos, nios y jvenes que han nacido aqu y que ya no son inmigrantes. La utilizacin de representaciones ms complejas permitira acercarse con mayor justicia al fenmeno migratorio y a sus protagonistas. Con esto, no queremos criticar la tendencia legtima de los directores de cine a reproducir moldes muy similares de personajes inmigrantes, sino subrayar que, de esta manera, no queda recogida la complejidad y heterogeneidad de un amplio grupo social que, en el fondo como todos, contiene una riqueza social y cultural mayor que la que la mquina de estereotipia les asigna. Una mquina que puede resultar an ms perniciosa cuando se cierne sobre colectivos que sufren un importante rechazo social, como es el caso de los inmigrantes marroques en Espaa12 y, en general, los musulmanes en Europa13.
12 No hay ms que ver algunas encuestas recientes realizadas por el CIS sobre inmigracin y
racismo, en las que se constata que los rabes figuran como el grupo social ms 359
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Este rechazo social, alimentado a su vez a travs de discursos polticos y mediticos islamfobos, dificulta sin duda la integracin social de los inmigrantes musulmanes en las sociedades europeas. De hecho, teniendo presente que el islam es una religin de gran base comunitaria y la forma de vivirla por parte de los musulmanes est muy condicionada por el tipo de relaciones que estos mantengan con su entorno (Martn Muoz, 2002), en un marco de integracin que favorezca el sentimiento de pertenencia social, el islam puede desarrollarse ms fcilmente en Europa sin conflicto. En caso contrario, puede convertirse en un espacio cerrado y hostil en el que los musulmanes buscan refugio. A pesar de ello, como se mostraba al principio del artculo, son muchos los polticos e intelectuales que siguen utilizando el Islam como chivo expiatorio de muchos males que aquejan a las sociedades actuales. Un discurso racista que se reproduce en los medios de comunicacin de masas, especialmente a travs de los discursos informativos, pero tambin aunque a otro nivel- a travs del cine. Un discurso que acaba legitimando determinadas polticas de inmigracin, y cuyas repercusiones negativas pueden agravarse en un contexto econmico como el actual, caracterizado por la contraccin del Estado Social de Bienestar y la consolidacin de polticas neoliberales14. Y en un contexto poltico como el europeo, donde los partidos de extrema derecha comienzan a tener voz en los mass media y en los rganos de poder poltico, y donde las polticas migratorias tienden a homogeneizarse alrededor de criterios de control y a vulnerar los principios del Estado de Derecho15. En definitiva, contextos que, en lugar de favorecer entre la poblacin inmigrante el sentimiento de pertenencia a la sociedad de acogida, favorecen el llamado repliegue identitario, avivando as los factores de exclusin social de estos colectivos.
rechazado por los espaoles encuestados, slo superado por los gitanos. Segn la encuesta escolar sobre racismo que elabora desde 1986 el Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo (CEMIRA) de la Universidad Complutense, desde el 2002, los marroques son el colectivo que ms sufre el racismo en la escuela. Segn otra encuesta sobre terrorismo internacional (realizada por la empresa Intergallup entre el 10 y el 18 mayo del 2004), el 19% de los entrevistados expulsara a los marroques de Espaa (tres veces ms que 8 aos antes) y un 52% no se casara con un/a marroqu.
13 Como constata el informe anual de 2005 del Observatorio sobre Racismo y Xenofobia de la
UE, inmigrantes y minoras tnicas en general sufren una situacin de discriminacin en toda la Unin Europea en el acceso al empleo, la educacin y la vivienda, resultando especialmente preocupante la creciente islamofobia, reflejada en el creciente nmero de ataques fsicos y abuso verbal contra musulmanes.
14 Y es que como demuestra Marie Claude Blanc-Chalard (2001) a travs del estudio del
caso francs, los contextos de crisis econmica complican an ms la integracin social de los inmigrantes.
15 Como han sealado autores como Javier De Lucas (2002), y Andrea Rea (2003).
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Discursos culturales
DISCURSOS CULTURALES, MEMORIA HISTRICA Y POLTICAS DE LA AFECTIVIDAD (1939-2007)1 CULTURAL DISCOURSES, HISTORICAL MEMORY AND AFFECTIBILITY POLICIES (1939-2007)
Helena Lpez (University of Bath)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp363-381
Resumen En este artculo planteo, dentro del marco de los Estudios de la Memoria, una deconstruccin de las nociones de memoria y exilio para entender cmo y por qu sus usos hegemnicos (acadmicos, culturales, polticos, sociales) estn al servicio de una concepcin nostlgica y sentimental del pasado. Con atencin a dos casos de estudio (la pelcula de 1962 En el balcn vaco y ciertas prcticas culturales en el nuevo milenio), propongo un anlisis no melanclico de los regmenes econmicos, discursivos y emocionales que informan la memoria de la Guerra Civil y el franquismo. Abstract This paper aims to deconstruct, within a Memory Studies framework, the notions of memory and exile in order to understand how and why its hegemonic uses (academic, cultural, political, social) are to the service of a nostalgic and sentimental conception of the past. Focusing on two case studies (the 1962 film En el balcn vaco and certain cultural practices in the new millennium), I propose a non -melancholic analysis of the economic, discursive and emotional regimes informing the memory of Civil War and Francoism. Palabras clave Memoria / Afectividad / Cultura / Exilio republicano / Guerra Civil espaola / Ley de Memoria Histrica. Keywords Memory / Affectibility / Culture / Republican exile / Spanish Civil War / Historical Memory Act.
1 Este artculo es una revisin del trabajo que present en octubre de 2006 en el Centro Galego
de Arte Contempornea de Santiago de Compostela como parte del seminario, organizado por Mara Ruido, Documentalidades/1. Sobre imaxes, lugares e polticas da memoria. 363
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Sumario 1. En el balcn vaco: condiciones de produccin y representacin 2. Memoria y afectividad en el nuevo milenio Summary 1. En el balcn vaco: production and representation conditions 2. Memory and affectibility in the new millennium y esa costumbre que se llama patria. Doa Jimena Daz de Vivar. Mara Teresa Len Qu sentido tiene encerrar todo en una frontera, darle nombre y dejar de amarlo donde el nombre cambia? Qu es el amor al propio pas? Nada bueno. La mano izquierda de la oscuridad. Ursula K. Le Guin
l modelo terico-metodolgico propuesto por los Estudios de la Memoria (Memory Studies) es una respuesta, originada en el giro lingstico que populariza el debate postmoderno en los aos 80, a algunas de las inercias conceptuales asociadas a los sistemas de conocimiento dominantes2. Se trata de un incipiente campo de investigacin organizado, fundamentalmente, a partir de dos premisas. En primer lugar, la problematizacin de categoras de anlisis transparentes, esencialistas y totalizadoras. Viene planteando, con especial productividad, la puesta en crisis de varios conceptos centrales a las epistemologas de la tradicin liberal y humanista (Historia, sociedad, sujeto, cultura nacional). En segundo lugar, y de acuerdo con el cuestionamiento conceptual al que me acabo de referir, los Estudios de la Memoria reclaman la desfetichizacin de fuentes tradicionales de consulta (archivos, formas culturales hegemnicas como la literatura o el cine cannicos, etc) a favor de una amplia gama de prcticas, formaciones y discursos sociales y culturales (Samuel, 1994, pp. 3-6). A partir de estas dos premisas se busca entender la capitalizacin del pasado en el presente. Es decir, cmo, dnde, por qu y quin organiza el
2 Para una historia detallada de la configuracin de los Estudios de la Memoria vase las
introducciones de Susannah Radstone y Katharine Hodgkin a los volmenes colectivos Contested Pasts. The politics of memory y Regimes of memory. Vase tambin el editorial de Hoskins et alii del primer nmero de la recin creada revista Memory Studies.
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reciclaje de la memoria en una comunidad. Los Estudios de la Memoria, por lo tanto, se interesan en el examen de esta compleja red de administracin del recuerdo y el olvido. Y esto tanto desde perspectivas de arriba abajo (topdown), preocupadas por cuestiones de memorias pblicas, oficiales o hegemnicas, como de abajo a arriba (bottom-up), ms orientadas hacia aspectos de memorias privadas, marginales o resistentes. Creo que es interesante notar cmo, de una manera ciertamente parecida a lo ocurrido en el trayecto de institucionalizacin de los Estudios Culturales, los Estudios de la Memoria tienen su origen precisamente en perspectivas de abajo a arriba, muy comprometidas con agendas polticas deseosas de identificar lugares tericos desde los que conceptualizar posibilidades de agencia y contestacin. Susannah Radstone, en un interesante artculo del ao 2005 sobre los riesgos polticos de una celebracin excesiva de las posibilidades agenciales y resistentes de individuos y grupos sociales, reclama un regreso al anlisis de instituciones y discursos dominantes que, a la vista est, se ven dotados de una extraordinaria fuerza de interpelacin ideolgica. En el contexto de los Estudios Culturales la advertencia de Radstone sintoniza con aqulla de quienes reivindican trabajos que tomen muy en serio cmo las relaciones de poder, sin menoscabo de su dimensin discursiva, estn profundamente inscritas en condiciones materiales y econmicas especficas. Me interesa en lo que sigue deconstruir, o trazar la genealoga, de la nocin de exilio que ha manejado el discurso acadmico en su anlisis de En el balcn vaco, pelcula-emblema del exilio republicano espaol. Adems querra proponer una lectura alternativa que movilice conceptos de memoria y exilio que no renuncien a su capacidad de intervencin poltica. Anticipo ya que, en mi opinin, el desplazamiento forzoso de medio milln de mujeres y hombres despus de la guerra civil espaola en 1939 no fue sino la dramtica visibilizacin de cmo las ansiedades producidas por el proyecto moderno del estado-nacin (que haban ya dado lugar al conflicto blico de 1936) no dispusieron de una resolucin plenamente satisfactoria (Graham, 2002, p. 1). Esta incapacidad por resolver los antagonismos que se vinculan a la construccin del estado-nacin moderno y la idea de ciudadana que lo acompaa contina hoy manifestando, como examinar en la segunda seccin de este artculo en relacin con las polticas de la memoria en el estado espaol en el nuevo milenio, las limitaciones del concepto de comunidad poltica organizado por la modernidad. Valga advertir que las formas culturales de las que me ocupar no agotan la reflexin crtica de un tema tan complejo como el del recuerdo sobre el enfrentamiento civil de 1936 y sus dramticas consecuencias. Pero s creo que los itinerarios de anlisis que voy a describir apuntan hacia posibles espacios de reflexin para un entendimiento heteroglsico de las historias sobre nuestro pasado. Asimismo, veremos cmo la diversa disponibilidad material de estas historias da cuenta de los regmenes de valor (afectivo,
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simblico, poltico, econmico) que las regulan y, por lo tanto, de su desigual inversin en el presente. La relevancia terica y poltica de un concepto de exilio que reconozca su naturaleza heterognea y su relacin crtica con el tiempo presente ha sido sealada por algunos de los ms reconocidos estudiosos de la cultura del exilio republicano espaol, a travs de la afortunada expresin dialogizar el exilio (Caudet, 1998) o del trmino interxilio (Naharro-Caldern, 1999b). Por lo tanto, y en funcin tanto de la crtica al estado moderno contenida en el exilio republicano espaol de 1939 (o al menos en las propuestas de algunas/os de sus integrantes) como de su activacin en el nuevo milenio, creo que es posible hablar de una autntica poltica diasprica que adems, en su trayecto histrico desde la Espaa de entonces hasta hoy, evidencia significativamente cmo recordar (y olvidar) es siempre un acto fundamentalmente poltico-afectivo. Por esta razn es posible hablar de una tica de la memoria, a la que Walter Benjamin se refiere en su clebre Tesis para una filosofa de la historia como la tradicin de las/los oprimidas/os3. Esta tradicin asegura la solidaridad, crtica y reactualizada, con el tiempo discontinuo de quienes fueron expulsadas/os del estado franquista. Y pienso aqu no slo en las/los exiliadas/os sino tambin en diversas formas de represin en el interior: asesinatos, penas de prisin, persecucin, depuracin profesional, etc. Este deber moral hacia el pasado, que convierte el ejercicio del recuerdo en un acto de justicia y reparacin hacia otras/os, es el resultado de las propias condiciones de diseminacin desordenada de la memoria: An ethics of sustainability rests on the twin concepts of temporality and endurance, that is to say a nomadic understanding of memory (Braidotti, 2006, p. 165). Y es este mismo efecto centrfugo el que ha convertido tambin a los Estudios de la Memoria en un campo disciplinar de contestacin terica a los modelos historiogrficos convencionales (Radstone y Hodgkin, 2003, pp.2-9). Una contestacin, por cierto, que es ya central en el pensamiento de Nietzsche y Benjamin y que el postestructuralismo adoptar como uno de sus postulados bsicos. Foucault expresa inmejorablemente en su artculo de 1971 Nietzsche, Genealoga e Historia la naturaleza de este asalto a la autoridad falsamente naturalizada de la tradicin historiogrfica:
The tradition of the oppressed teaches us that the state of emergency in which we live is not the exception but the rule. We must attain to a conception of history that is in keeping with this insight. Then we shall clearly realize that it is our task to bring about a real state of emergency, and this will improve our position in the struggle against Fascism (Benjamin, 1992, pp. 248-249).
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It is necessary to master history so as to turn it to genealogical uses, that is, strictly anti-Platonic purposes. Only then will the historical sense free itself from the demands of a suprahistorical history. [It is necessary] a use of history that severs its connection to memory, its metaphysical and anthropological model, and constructs a counter-memory, a transformation of history into a totally different form of time. (Foucault, 1977, p. 160).
4 Para el tema del exilio republicano espaol y el cine vase Gubern, 1976. Para el caso
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collage de imgenes de inspiracin onrica. Al final de la cinta la Gabriela adulta regresa imaginariamente desde su exilio a la casa familiar deshabitada. La desnudez fantasmal de la puesta en escena se agudiza con un primer plano de la protagonista que, en un gesto de profundo desamparo, exclama: Jugar conmigo, no me dejis aqu en el balcn; no me dejis sola, venir a jugar conmigo, no dejis que esos cuatro hombres con fusiles se lleven a pap, no vayis a dejar que caigan esas bombas sobre nosotros, no veis que mam dice que no tiene miedo, pero es mentira?, venir a jugar conmigo que si no, despus ya no podremos hacer nada, que nos habrn separado y ser ya tarde; no esconderos, jugar conmigo, volver, volver a estar en casa, venir, ayudarme, ayudarme por favor, ayudarme que yo no s por qu he crecido tanto. (Elo, 1995, p. 35). Una lectura estrictamente formalista, fiel a la literalidad expresiva de la representacin textual de esta ltima secuencia de En el balcn vaco, apunta a una interpretacin filosfica de la pelcula. Se tratara de una meditacin nostlgica sobre el tiempo perdido, sobre la infancia como una prdida irrecuperable, sobre el exilio como un tiempo mtico fatalmente expulsado de la historia. Esta ha sido la lectura dominante en la crtica ms solvente (Alonso, 1999; Castro de Paz, 2004; Cate-Arries 2003; Colina, 1982, pp. 669-671; Company, 1999; Garca Riera, 1976, pp. 117-1196 Gubern, 1976, pp. 174-177; NaharroCaldern, 1999a; Rodrguez, 1997; Snchez Biosca, 2004; Sicot 2006; Tun, 2001). La versin en clave nostlgica proviene de un modelo de anlisis formalista que, a pesar de ser sugestivo, desestima algunos de los elementos en juego. Uno de ellos, que me interesa muy particularmente, tiene que ver con el reconocimiento (o no) de la posibilidad de agencia poltica de los discursos exiliados. No existe ninguna duda de que la lectura nostlgica de En el balcn vaco empatiza ideolgicamente con el sustrato poltico del relato flmico. Sin embargo, esta empata no impide la aceptacin terica de la autoridad, casi ontolgica, del estado-nacin como categora de anlisis cultural y poltico. Con esto no quiero negar las extremas dificultades materiales que enfrentaron las/los exiliadas/os a partir de 1939. Ni quiero tampoco decir que no fuesen, en efecto, marginadas/os tanto de las historias polticas y culturales de los pases de adopcin como del proceso de democratizacin en Espaa a partir de
6 Garca Riera recoge adems en el volumen VIII de su Historia Documental del Cine Mexicano
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1975. Es decir, no pretendo subestimar los efectos reales del estadonacin como fuerza estructurante fundamental de la modernidad. Lo que intento subrayar cuando identifico el reconocimiento terico del estadonacin como catalizador de una interpretacin nostlgica del exilio, es que precisamente su problematizacin radical como herramienta de anlisis cultural posibilita una comprensin alternativa de los discursos exiliados. En otro orden de cosas, aunque directamente relacionado con mi propia argumentacin para el caso que nos ocupa, la teora cultural viene argumentado que la posicin del sujeto/cultura diaspricos pone de manifiesto hasta qu punto nuestros mapas cognitivos, y las disciplinas sociales y culturales que se les asocian, continan an situados en una concepcin de comunidad poltico-cultural de carcter fuertemente territorial. Hoy en da las implicaciones tanto polticas como epistemolgicas de la persistencia de una de las formaciones constitutivas de la modernidad, a pesar de la creciente erosin de su autoridad, son de suma importancia y necesitan una profunda reconsideracin en el debate tanto pblico como acadmico. Se tratara, como expone Garca Canclini en relacin con los efectos de la globalizacin en Latinoamrica, de desontologizar tanto la condicin jurdica de los individuos como, en el terreno de la especulacin intelectual, el discurso de las Ciencias Sociales y de las Humanidades: Vimos que el actual desarrollo de las ciencias sociales desalienta la bsqueda de identidades esenciales, sean de etnias, naciones o continentes. Preguntarse por el ser latinoamericano es una ocupacin todava prolongada por algunos filsofos o crticos literarios, y por polticos populistas o intelectuales de izquierda, indiferentes a las nuevas condiciones que la globalizacin tecnolgica y sociocultural (no slo el neoliberalismo) impone a las utopas de pocas pasadas. La informacin antropolgica y sociolgica sobre la transnacionalizacin de la economa y la cultura quit verosimilitud a aquellos proyectos de ontologa social y poltica. (Garca Canclini, 2004, p. 139). De una manera muy interesante, la advertencia de Garca Canclini no slo tiene validez en el contexto de la globalizacin y de nuevas condiciones transnacionales. Creo que la necesidad de un vocabulario no esencialista y anti-totalizador puede iluminar muchos aspectos de nuestra relacin con el pasado y, consecuentemente, activar la desmistificacin de ciertas categoras modernas. Para el caso de En el balcn vaco, la adopcin de un marco analtico no mediado por las estructurales gnoseolgicas del estado-nacin posibilita, frente a la tendencia crtica dominante que he apuntado con anterioridad, una lectura anti-nostlgica. Creo que la legitimidad de una reapropiacin
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anti-nostlgica de la pelcula de Garca Ascot, o por lo menos comprometida con lo que Svetlana Boym denomina nostalgia reflexiva7, proviene de dos cuestiones. Por un lado, las condiciones materiales de produccin de la cinta. Por el otro, la dimensin de gnero como elemento simblico-discursivo principal de la narrativa flmica. Estas dos cuestiones, que voy a examinar en ms detalle a continuacin, no apuntan hacia el ejercicio de una melancola derrotada ni, siguiendo la propia teorizacin de Boym, ensimismada con una idea mtica del origen y de la nacin. Se trata, por el contrario, de una nostalgia que aspira a la emancipacin y que evidencia, por lo tanto, la viabilidad de una autntica poltica diasprica. Jomi Garca Ascot, el director de En el balcn vaco, fue uno de los miembros fundadores en la Ciudad de Mxico del grupo Nuevo Cine, formado en abril de 1961 con el primer nmero de la revista homnima. Nuevo Cine, inspirado en muchos sentidos por la Nouvelle Vague francesa, aglutinaba a toda una serie de artistas e intelectuales (Garca Ascot, Garca Riera, Jos de la Colina, Salvador Elizondo, etc.) interesados en proponer una alternativa radicalmente crtica a la situacin de la industria del cine en Mxico a principios de la dcada de los sesenta. El principal motivo de preocupacin tena que ver con una industria cinematogrfica dominada por un populismo que fomentaba la red clientelar del estado mexicano, ya a esas alturas muy poco saludablemente identificado con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Nuevo Cine buscaba abrir, ms all de la hegemona de las superproducciones domsticas, nuevos espacios independientes de expresin experimental (Garca Riera, 1976, pp. 10-11, 117-121; Rodrguez 2006). En el balcn vaco es una de las tres pelculas independientes que se filmaron en Mxico en 1962 (Garca Riera, 1976, p. 10). Tanto la produccin (presupuesto de 4,000 dlares reunidos por amigas/os) como la realizacin (actores y actrices no profesionales, cmara de 16 mm) tienen una cualidad amateur. A pesar de su xito en un par de festivales internacionales, la pelcula nunca fue estrenada comercialmente (Colina, 1982, pp. 669-670; Garca Riera, 1976, p. 114). Lo que me interesa sealar en relacin con las condiciones de produccin de la pelcula ms importante del grupo Nuevo Cine es precisamente el hecho, creo que no accidental, de haber sido realizada por exiliadas/os espaolas/es. La versin idealizada de la acogida de las/os refugiadas/os espaolas/es anti-fascistas por el gobierno de
7 En The future of nostalgia, Svetlana Boym desarrolla un doble concepto de nostalgia
recuperativa y reflexiva- altamente productivo para mis propios propsitos: Re-flection suggests new flexibility, not the reestablishment of stasis. The focus here is not on recovery of what is perceived to be an absolute truth but on the mediation on history and passage of time. [] Reflective nostalgia does not pretend to rebuild the mythical place called home (Boym, 2001, pp. 49-50).
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Lzaro Crdenas a pesar de que s sea cierta la generosidad de esta importante decisin poltica- con frecuencia olvida la hostilidad con la que stas/os fueron recibidas/os por diversos sectores de la sociedad mexicana. Toms Segovia, poeta y actor en la cinta de Garca Ascot y como l tambin exiliado en Mxico con muy pocos aos, apuntaba que [el] nacionalismo demaggico estaba muy presente en el medio cultural y era peligroso protestar o firmar manifiestos cuando se hablaba con la ce y se tena todava el pasaporte espaol (Tun, 2001, p. 71). No parece sorprendente, por lo tanto, que una de las contestaciones ms radicales al cine mexicano de principios de los sesenta proviniera de un gachupn, hijo de exiliados republicanos espaoles, quien declaraba a la revista Positif: Lo que yo quiero no es entrar en el encuadre de un cine nacional (Tun, 2001, p. 73). Esta declaracin de intenciones repolitiza el significado de En el balcn vaco en las circunstancias a las que acabo de aludir. Pero adems, y de manera fundamental, la cinta manifiesta una resistencia frontal, tanto por su cualidad de pelcula exiliada como por su propsito de contestacin al cine mexicano, a marcos analticos organizados alrededor de la nocin de cultura nacional. El segundo elemento en el que quiero detenerme tiene que ver con el gnero de Gabriela, responsable de la voz enunciativa en la cinta. La crtica ha acudido a una interpretacin psicoanaltica absolutamente pertinente: el balcn/frontera vendra a dar cuenta de la fractura traumtica entre el orden semitico preedpico y el orden simblico. La angustia de esta prdida traumtica del placer presimblico se hace inmediatamente equivalente en el relato flmico a la melancola (en el sentido freudiano de incorporacin patolgica del objeto perdido, frente al proceso teraputico del duelo) inherente a todo exilio. Ahora bien, creo que es muy relevante interrogar las propias condiciones epistemolgicas de la narrativa psicoanaltica: por qu la angustia de la prdida? por qu la angustia de la prdida de la infancia (ese lugar presimblico) por un lado y, por el otro, la ansiedad suscitada por la separacin del estado-nacin? Alicia Alted Vigil, en un excelente artculo sobre la relacin entre historia y narracin en En el balcn vaco seala que: No se puede entender la pelcula en su verdadera dimensin si no partimos de tres claves. [...] En segundo trmino se debe subrayar que fue una mujer, que se quedaba en casa recomponiendo las piezas del rompecabezas de un mundo perdido mientras su marido se iba a trabajar, quien escribi el guin original y los dilogos (Alted, 1999, p. 131). En primer lugar, Alicia Alted est indicando un aspecto marginal, pero con profundas consecuencias para la poltica simblica de la narrativa flmica, de la gestacin de la pelcula de Garca Ascot. Como ya he referido con anterioridad, en el guin participaron el propio director, Emilio Garca Riera y Mara Luisa Elo. Pero la historia, y de hecho gran
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parte del texto cinematogrfico, estn basados en un breve relato de la propia Elo. En 1960 Garca Ascot viaja a La Habana para rodar, a peticin del gobierno cubano, dos episodios de la triloga que se llamara Cuba 58. Mara Luisa Elo, a la sazn esposa de Garca Ascot, lo acompaa a la isla. Y es precisamente durante esta estancia cuando, inspirada por la atmsfera revolucionaria, comienza a dar forma literaria a sus recuerdos de la guerra de Espaa: Estbamos en Cuba en aquel momento evoca Mara Luisa Elo-y un poco el ambiente de Cuba, de la gente que vena de la sierra y dems, nos recordaba bastante a la guerra de Espaa. Yo no haba escrito nunca, pero me puse a hacerlo sin decirle nada a mi marido, porque me pareca una tontera. El se iba a trabajar y yo me quedaba escribiendo. (Alted, 1999, p. 131). Veamos cmo las condiciones de gnero de la escritura original definen la trayectoria de la narrativa visual. Es ya un lugar comn de la teora cultural la asimilacin de la organizacin familiar a la estructura del estado-nacin: en ambas existe una centralizacin de la autoridad8. A esta asimilacin recurre precisamente En el balcn vaco a travs de una narrativa edpica: la prdida de la infancia (entrada en lo simblico) se identifica con la prdida del espacio nacional (entrada en el exilio). Persiste la pregunta que apunt con anterioridad: Por qu han de ser stas prdidas angustiosas? El modelo sexo/gnero dominante establece que la resolucin edpica no es posible en el caso de la mujer. La suya no es sino una individuacin defectuosa, dependiente de la autoridad masculina. La condicin del exilio es, en este sentido y en su relacin opositiva al estado-nacin, una figuracin solidaria con el modelo edpico al que acabo de referirme. Es evidente, por lo tanto, que la angustia de la separacin slo es admisible en funcin de un vocabulario que asume, como constitutivo de su propia lgica, la autoridad del padre y el estado. Con esta puntualizacin no quiero (ni de hecho puedo) negar la literalidad de la subjetividad emocional de Gabriela (su angustia) en la pantalla. S me interesa, sin embargo, sugerir una lectura analtica que examine el discurso socio-cultural que subyace a esta representacin cultural y que, segn mi punto de vista, la crtica especializada reproduce y naturaliza. Esta posicin precaria tanto del sujeto femenino como del sujeto exiliado- puede concebirse como un lugar conceptualmente ventajoso. En
8 There are close connections between the structure of the family and the structure of the
nation. Militarization and the centralization of authority in a country automatically entail a resurgence of the authority of the father (Fanon, 1967, p. 142).
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ambos casos, nos encontramos con un lugar desde donde es posible construir una crtica radical a los modelos hegemnicos de sexo/gnero y del estado-nacin. Y en este sentido la angustia y la nostalgia del exilio puede encontrar un modo de convertirse en una autntica poltica diasprica. No en vano, y como seal en pginas anteriores, son un grupo de exiliadas/os espaolas/es quienes llevan a cabo una crtica del cine nacional mexicano. Creo que una lectura anti-nostlgica de En el balcn vaco es factible si atendemos tanto a las condiciones de produccin de la pelcula, como a la marca de gnero que construye la narrativa edpica de la cinta. En ambos casos, el rastro de una poltica diasprica se deja sentir en el impulso de contestacin a la autoridad del estado y patriarcal. Si en el primer caso la crtica es abierta y explcita, en el segundo se trata de una reapropiacin a posteriori, aunque me gustara creer que legtima. Se trata, en este ltimo caso, de reconocer las races culturales del dolor del sujeto en su entrada al universo simblico. Adems, stas en la representacin flmica se encuentran sobredeterminadas por una subjetividad femenina que, segn nuestros relatos culturales nos han enseado tradicionalmente (incluidos el psicoanlisis freudiano y lacaniano), no tiene nunca cabida en el orden simblico. Pero la identificacin de esta narrativa edpica clsica que construye el personaje de Gabriela en el texto flmico contiene, precisamente en razn de su propio esfuerzo deconstructivo, una lectura anti-esencialista de la estructura emocional de la historia de tono profundamente anti-nostlgico.
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PSOE (Partido Socialista Obrero Espaol) como el PP (Partido Popular), desde luego con distinto grado de legitimidad histrica, han dado muestras de una instrumentalizacin electoral del asunto. A propsito del 100 aniversario del nacimiento de Max Aub el escritor Rafael Chirbes sintentizaba ejemplarmente en una frase el significado de esta disputa: Quin se come a Max Aub (Chirbes, 2003, 31 de mayo). La naturaleza orgnica de la metfora da cuenta de cmo las polticas oficiales de la memoria se convierten en autnticos procesos de digestin cultural para engordar la imagen de grupos polticos y organizar el consenso entre el electorado. El proceso poltico ha culminado recientemente con dos decisiones de alcance desigual: la declaracin oficial del 2006 como Ao de la Memoria Histrica y la aprobacin en el Congreso de los Diputados en 2007 de la llamada Ley de Memoria Histrica cuya tramitacin, dicho sea de paso, experiment muchas dificultades debido a las diferencias entre los distintos grupos polticos9. Las medidas oficiales, a pesar de su absoluta necesidad, estn a menudo viciadas por las limitaciones de una poltica de la memoria basada en iniciativas de arriba a abajo que, por definicin, se basan en la lgica darwinista del estado. El carcter cauteloso de la Ley de Memoria Histrica es un ejemplo muy claro de las precauciones que toma el estado espaol a la hora de asumir responsabilidades10. La Ley de 7 de julio de 2006 sobre la declaracin del ao 2006 como Ao de la Memoria Histrica establece que: En el tiempo transcurrido desde la recuperacin de las libertades, tras cuarenta aos, se han dictado numerosas disposiciones, tanto por el Estado como por la Comunidades Autnomas, dirigidas a reparar, en la medida de lo posible, a quienes padecieron persecucin durante el rgimen franquista y a proporcionarles recursos o compensarles por lo que perdieron11.
9 Sin duda la causa contra el franquismo abierta por el juez Garzn en septiembre de 2008, y
que lamentablemente no puedo examinar con detalle en esta ocasin, constituye un momento importantsimo del debate sobre la memoria en Espaa. La controversia suscitada en distintos espacios de la esfera pblica pone de manifiesto hasta qu punto, como vengo manteniendo en este artculo, la relacin pasado-presente est sujeta a distintas estructuras discursivas y afectivas (por supuesto tambin materiales) insertas en pugnas por el poder (de nuevo discursivo, econmico, etc). 10 Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplan derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecucin o violencia durante la guerra civil y la dictadura. Boletn Oficial del Estado num. 310 (27-12-2007). http://www.boe.es/g/es/bases_datos/doc.php?coleccion=iberlex&id=2007/22296 [con acceso el 20-12-2008] 11 Ley 24/2006, de 7 de julio, sobre la declaracin del ao 2006 como Ao de la Memoria Histrica. Boletn Oficial del Estado num. 162 (8-7-2006: 25573). http://www.boe.es/g/es/bases_datos/doc.php?coleccion=iberlex&id=2006/12309 [acceso el 20-12-2008]
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Es precisamente el lmite impuesto por la medida de lo posible el aliciente de polticas de la memoria que acten ms all de gestos retricos para aadir a stos una dimensin de reparacin jurdica y moral. En la esfera de la accin poltica la Asociacin para la Recuperacin de la Memoria Histrica, desde su fundacin en el ao 2000, o el Foro por la Memoria, de orientacin comunista, vienen cumpliendo este papel: el de una memoria de lo casi imposible12. Con apenas ayudas del estado estas organizaciones se dedican a la exhumacin de decenas de fosas comunes en las que grupos franquistas arrojaron, durante la primera postguerra, los cadveres de miles (aproximadamente 30,000) de desaparecidas/os. En un valiossimo artculo sobre la productividad de una etnografa de la memoria traumtica en Espaa, el antroplogo Francisco Ferrndiz seala una cuestin que me parece fundamental. La memoria material de la guerra y la feroz represin que le sigui slo puede ser comprendida en toda su complejidad si atendemos a la estructura afectiva subyacente y a las respuestas emocionales que genera. Es decir, necesitamos modelos de anlisis que examinen cmo los individuos se relacionan con el estado y cmo ste, a su vez, da forma a la subjetividad poltica de sus ciudadanas/os: [E]xhumations and other activities concerned with dead bodies and their representations are extremely rich, if complex, ethnographic locations in which to explore the emergence of social trauma and its diffusion in the social fabric, condensing many interwoven processes ranging from low emotions to high politics. (Ferrndiz, 2006, pp. 7-8). La llamada guerra de esquelas mantenida en septiembre de 2006 en los diarios El Pas, El Mundo y ABC constituye tambin un excelente espacio de visibilizacin de esta poltica de la afectividad. Dicho de otro modo: este ejemplo demuestra que los afectos generados por debates polticos no son respuestas simplemente psicolgicas, sino que suponen en s mismos formas polticas de relacin de las/os ciudadanas/os con las instituciones del estado (Ahmed, 2004, p. 56). Fue precisamente la polmica suscitada por el proyecto de la Ley de Memoria Histrica a la que me acabo de referir, el motivo que llev a familiares de partidarias/os de Franco y a familiares de anti-fascistas a la publicacin de diversas necrolgicas en los medios que he mencionado. La profunda inversin afectiva en el vocabulario empleado para recordar la muerte de sus antepasados revela hasta qu punto la memoria transgeneracional de la guerra es un asunto que informa, esencialmente, la cultura poltica
12 Para una explicacin de las diferencias de tipo ideolgico encarnadas por cada una de
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de los individuos en el presente. Y esto no a travs de un proceso de simple referencialidad, sino de una complicada reformulacin afectivoimaginativa del pasado en el presente. Por otro lado, creo que este asunto evidencia tambin que esta transmisin intergeneracional puede asumirse como una autntica forma de conocimiento histrico en la medida en que construye relatos sobre la guerra que, no por mucho menos fundados que las mejor documentadas historias polticas y sociales sobre la guerra en Espaa (un golpe militar contra el legtimo gobierno republicano y la ilegitimidad del estado autoritario que le sigui; la guerra no era inevitable; la institucionalizacin de un aparato represor en el bando de los sublevados y durante 36 aos de dictadura, etc.), dejan de ser autnticas maneras -a pesar de su carga ideolgica o de su miseria moral- con las que la gente se representa a s misma como parte de una comunidad. En lo que se refiere al campo cultural no cabe duda de que el tema de la memoria ha sido en los ltimos aos, y contina siendo, una de las grandes atracciones de las industrias culturales. El riesgo de despolitizacin asociado a la industria y los discursos de la nostalgia es obvio. Se trata, de hecho, de un efecto derivado de la relacin que la consumidora/espectadora establece con la mercanca/espectculo. Pero la espectacularizacin del mensaje no creo que oblitere completamente, o no en el caso que nos ocupa, ni su alcance afectivo ni su contenido ideolgico. En un reciente artculo publicado en el peridico El Pas Jos Vidal-Beneyto sealaba que el revisionismo historiogrfico de la guerra y la dictadura sostiene que excesos y tropelas, con asesinatos incluidos, se cometieron en los dos bandos y que lo mejor es cubrir ese pasado con un tupido velo (Vidal-Beneyto, 2008, 20 de diciembre, p. 29)13. En el mbito de la novela tambin existen posturas que, desde el relativismo moral, defienden que vencedores y vencidos a la postre salieron perdiendo y que, tanto al esfuerzo de unos como de otros, debemos nuestra cultura democrtica14. Sobre las consecuencias de una sentimentalizacin transhistrica del sufrimiento, en el contexto de la actual avalancha editorial de testimonios de vctimas de la guerra civil espaola, explica Jo Labanyi:
13 Francisco Espinosa ofrece en su Contra el olvido. Historia y memoria de la guerra civil un
espaol que tienen la memoria como tema o subtema es, desde el punto de vista tanto generacional como de orientacin poltica, vastsimo. Para un reciente y exhaustivo anlisis de este asunto vase Gmez Lpez-Quiones, 2006.
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Pero el resultado de este nfasis sobre las vctimas inocentes es una visin despolitizada que permite la idea de la equivalencia del sufrimiento en los dos bandos. [...] Pese a sus buenas intenciones, la siguiente despolitizacin -reforzada por la concentracin sobre las vctimas, soslayando la cuestin de la responsabilidad de tanto sufrimiento- no permite la comprensin histrica que sera necesaria para conseguir la superacin del pasado. (Labanyi, 2006, p. 94). Por otro lado, novelistas como Benjamn Prado en Mala gente que camina (2006) o Isaac Rosa en el vano ayer (2004) y Otra maldita novela sobre la guerra civil! (2007), se comprometen con lo que al principio de este artculo denominaba una tica de la memoria. Su punto de vista no busca el revanchismo, pero s encuentra muy saludable una relacin no sentimental con el pasado que reconozca el distinto grado de responsabilidad asumido por sus protagonistas. Pero el campo literario est constituido por diversas fuerzas, a las que se les asigna un capital cultural determinado, que a menudo dan prueba de mecanismos de visibilizacin desigual. Ciertos libros de ficcin, as como ciertos trabajos de divulgacin histrica, tienen un alcance en el mercado posiblemente ms extenso que el asignado a otras formas culturales no por ello menos significativas. En pginas anteriores sealaba lo que a mi entender eran las ventajas del modelo de anlisis cultural propuesto por los Estudios de la Memoria. Por un lado, la desfetichizacin de prcticas culturales cannicas a favor de un repertorio ms amplio de fuentes para el rastreo de los procesos de recuerdo/olvido. Por otro, la adopcin de perspectivas de anlisis de abajo a arriba que propician una dispersin de las posiciones de los sujetos. Este efecto centrfugo, opuesto tanto a la voluntad de homogeneizacin de las polticas oficiales como a los imperativos del mercado editorial, pone muy seriamente en duda la validez terica de categoras totalizadoras como la de memoria colectiva. Un ejemplo, entre muchos, me servir para ilustrar este punto. Las memorias de guerra y exilio de muchas activistas vinculadas al grupo libertario Mujeres Libres evidencian los problemas implcitos en una simple recuperacin de las voces de las mujeres exiliadas (Berenguer, 2004; Delso, 1998; VV.AA, 1999). Este tipo de ejercicio recuperativo parte de la suposicin de que la experiencia de ser mujer es una condicin transparente de ciertos sujetos. Un anlisis discursivo, sin embargo, de las narrativas personales de las anarquistas a las que me he referido y, pongamos por caso, el relato autobiogrfico de Mara Luisa Elo al que he aludido en la primera seccin de mi trabajo, manifiesta diferencias enunciativas nada desdeables. La interseccin de diversas divisiones sociales de gnero, afiliacin poltica y muy especialmente de
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clase- determina discursos sobre el pasado decididamente distintos. Lo que para mujeres de clase trabajadora y activas en el movimiento libertario supuso la guerra una situacin excepcional de cambio revolucionario- no tiene mucho que ver con la situacin de amenaza que experiment la burguesa liberal a la que perteneca Elo. En palabras de Sara Berenguer: Para la mayora de las mujeres, sumisas e ignorantes, la revolucin fue como un estallido de luz que vino a nosotras y nos abri un camino, que hasta entonces habamos tenido vedado (Berenguer, 2004, p. 13). Por otro lado, recurrentemente en las autobiografas de muchas de las mujeres vinculadas a Mujeres Libres es importante notar cmo la revolucin tena un elemento de subversin de los modelos de gnero apenas reconocible en el recuerdo de sus compaeros de lucha. De modo que el recuerdo de unas y de otros, a pesar de la coincidencia en la lucha anti-fascista y en el empeo por establecer condiciones revolucionarias de transformacin del estado burgus, difiere en lo que respecta a una redefinicin de las conductas de gnero. Hay que recordar que para la lnea dominante del anarquismo, as como para otros grupos de izquierda, la abolicin del capitalismo (y del estado), facilitara automticamente el fin de otros niveles de opresin, incluido el de gnero. Las narrativas personales de muchas mujeres ponen seriamente en entredicho la aceptacin no problemtica de esta postura. Y ya por ltimo, y de acuerdo con mi argumentacin sobre la posibilidad agencial de la posicin de la exiliada, los relatos de estas anarquistas son un testimonio de cmo la lucha poltica iniciada en Espaa en los aos treinta continu infatigablemente durante su exilio en otros contextos nacionales (y a pesar de ellos como vimos en el caso de En el balcn vaco). La gran mayora particip en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, y a lo largo de su vida continuaron involucradas, desde el exterior, en diversas actividades de oposicin al rgimen de Franco. Los discursos de la memoria hoy en da corren el riesgo de reificacin retrica, espectacular y nostlgica. Una aproximacin meramente recuperativa de las voces perdidas, a pesar de las buenas intenciones, se encuentra tambin bajo esta misma amenaza melanclica. He querido proponer, sin embargo, que la deconstruccin de muchas y distintas memorias historiza el recuerdo, lo sita en un lugar que est en el pasado pero tambin, en razn de su temple histrico, en el presente. La descripcin de estos itinerarios materiales, simblicos y emocionales de la memoria pone de manifiesto, a su vez, los regmenes de valor (econmico, discursivo y afectivo) que los informan y que, consecuentemente, determinan tanto sus condiciones de visibilidad en el espacio pblico como su significado. Y es precisamente esta continuidad entre entonces y ahora, esta reinversin del pasado en el presente, la razn por la que es posible
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hablar de una tica de la memoria. Asumir tanto que no hay que abrir las heridas, como comprometerse con lo contrario, son inevitablemente posturas ticas en la medida en que ponen de manifiesto, aunque sea con desigual legitimidad histrica y moral, cmo la historia siempre est sujeta a versiones.
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Snchez Biosca, V. (2004). Le film comme lieu de mmoire: En el balcn vaco et lexil mxicain des Espagnols. CINMAS, 15.1, 65-79. Tambin reproducido en B. Brmard y B. Sicot,(Eds.). Images d'exil: En el balcn vaco, film de Jomi Garca Ascot (Mexico, 1962) (pp. 27-38 ). Paris: Universit de Paris X-Nanterre. Sicot, B. (2006). Entre mmoire et oubli: Jomi Garca Ascot, cinaste et pote. En B. Brmard y B. Sicot,(Eds.). Images d'exil: En el balcn vaco, film de Jomi Garca Ascot (Mexico, 1962) (pp. 7-25 ). Paris: Universit de Paris X-Nanterre. Tun, J. (2001). Bajo el signo de Jano: En el balcn vaco. Historias, 48, 67-81. Tambin reproducido en B. Brmard y B. Sicot,(Eds.). Images d'exil: En el balcn vaco, film de Jomi Garca Ascot (Mexico, 1962) (pp. 39-61 ). Paris: Universit de Paris X-Nanterre. Vidal-Beneyto, J. (2008, 20 de diciembre). Los codiciados frutos del olvido. El Pas, 29. VV.AA (1999). Mujeres Libres. Luchadoras libertarias. Madrid: Fundacin Anselmo Lorenzo.
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SENTIMIENTO Y (SIN)RAZN POLTICA: REFLEXIONES SOBRE EL CASO VASCO EMOTION AND POLITICAL (UN)REASON: REFLECTIONS ON THE BASQUE CASE
Annabel Martn (Dartmouth College, New Hampshire)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp383-405
Resumen El trabajo presenta una reflexin sobre el papel que juega la emotividad tanto en la reproduccin del terrorismo poltico de ETA como en los lugares que abre para la memoria a travs de las artes, en cuanto que stas perfilan parmetros posnacionales de identidad capaces de desestabilizar el enquistamiento terrorista. Abstract The paper proposes a reflection on the role that emotion plays both in the reproduction of ETA political terrorism and in memory spaces carved out through Arts, as Arts outline new post-national parameters of identity capable of destabilizing terrorism's endurance. Palabras Claves Violencia poltica / ETA / Memoria / Vctimas / Identidad posnacional Keywords Political Violence / ETA / Memory / Victims / Post-national identity Sumario 1. Introduccin 2. De qu crimen se trata? 3. Violencia heredada 4. La nacin de la memoria Summary 1. Introduction 2. Which Crime? 3. Inherited Violence 4. A Nation of Memory
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-So you've returned to the bosom of the tribe. -Yes, I have. Isn't that odd? -Not very. The one who has gone home. You've read the Odyssey.1 Philip Roth, Deception
sorprende. El que regresa a casa. Has ledo La odisea." Nota: todas las traducciones son de la autora. La paginacin corresponde al original.
2 Hablo en trminos masculinos porque el autor los inserta en estructuras familiares
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tambin) al mundo norteamericano como de descolocar los centros de ste y obligarse a confrontar la enorme complejidad humana que la compone. A pesar de las discriminaciones tnicas o las luchas polticas de clase, el Hijo-delEmigrante de Roth encuentra en suelo norteamericano un camino personal con una dosis suficiente de perdn hacia el pasado. En otras palabras, supera lo que podramos denominar el "nacionalismo generacional" que los hijos de judos y palestinos en tierras ms lejanas s confrontan con mucha mayor crudeza, condenados por sus circunstancias histricas a no poder rendir homenaje al Padre por otras vas que no sean las de la lgica filial ms tradicional: las del honor, lealtad y obediencia. Son stas las lneas maestras que inspiran las siguientes reflexiones sobre la situacin de violencia del Pas Vasco.
1. De qu crimen se trata?
l 22 de abril de 2007, en el Palacio Euskalduna de Bilbao, el lehendakari Juan Jos Ibarretxe se dirigi a un auditorio de ms de un millar de personas entre los que se encontraban familiares de vctimas del terrorismo de ETA, representantes de todas las fuerzas polticas (a excepcin del Partido Popular y de EHAK), agrupaciones sindicales y varias asociaciones de vctimas del terrorismo3. All dijo: La paz y la convivencia slo pueden construirse sobre los cimientos de la verdad y de la justicia. No estuvimos a la altura de las circunstancias como sociedad frente a las penurias y sufrimientos que un da y otro tambin padecan cientos de familias en este pas. Sin embargo, creemos que an estamos a tiempo para pedir perdn por ello. Aquellos momentos fueron especialmente complicados para toda la sociedad espaola, ansiosa por ver el final del terrorismo de ETA, pero fueron particularmente graves para la sociedad vasca: nuevamente se vieron frustradas las esperanzas de una Euskadi democrtica normalizada, es decir, aligerada de ese nacionalismo generacional cargado de tintes identitarios amnsicos y tan poco compasivos. Quedaban aplazados nuevamente los imaginarios para construir una Euskadi progresista, preocupada por su calidad de vida en sus mltiples frentes (la sanidad, el medioambiente, la educacin, el coste y acceso a la vivienda, los jvenes, las artes, la atencin a los mayores, la emigracin, la investigacin, la seguridad laboral, el desarrollo y crecimiento econmico sostenibles, etc.). Se volvi una vez ms al ciclo repetitivo y
3 Las dos asociaciones de vctimas del terrorismo que no asistieron al acto fueron el Colectivo
de Vctimas del Terrorismo en el Pas Vasco (COVITE) y la Asociacin de Vctimas del Terrorismo (AVT). 385
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disfuncional de los escoltas, de las formaciones polticas ilegalizadas, de la falta de libertad de pensamiento, de los excesos lingsticos, de la situacin de los presos de ETA y de sus familiares: leos de un fuego de lento y txico consumo. Haban trascurrido cuatro meses largos desde el atentado de ETA en la terminal T4 de Barajas, donde se sumaron dos muertos ms a la larga lista de vctimas del terrorismo, esta vez dos ciudadanos ecuatorianos, emigrantes y residentes en Madrid con sus familias, muertos bajos los escombros del parking desplomado. Los ms curtidos en la poltica de ETA, siempre dudaron de las verdaderas intenciones de la banda armada durante la tregua, e incluso se tenan dudas sobre si el Estado espaol, lo que ETA denomina "los lmites estructurales de la Constitucin espaola" (Gara 8 de abril 2007), permitiran hablar del futuro de la territorialidad de manera creativa bajo parmetros nuevos. Otros ms ingenuos y creyentes en el poder de la voluntad poltica, entre los que me incluyo, pensamos que esta vez la tregua iniciada el 22 de marzo del 2006 era diferente: ETA haba anunciado un alto al fuego permanente y el Presidente del Gobierno, el socialista Jos Luis Rodrguez Zapatero, pareca dispuesto a atajar este problema tratndolo no solo como un asunto de estado sino tambin como una problemtica con races histricas, culturales y psicolgicas. Muchos vimos con buenos ojos el que polticos y personas del mbito universitario muy experimentados estuvieran a cargo de las conversaciones, como Jess Eguiguren, o el que se siguieran pautas de negociacin con ETA en foros internacionales para el dilogo. Frente a las actitudes de miedo a desmembrar el estado, necesitado de mltiples manifestaciones de bandera (la poltica que animaba el Partido Popular), Zapatero, con su actitud frente al terrorismo y el modelo estatal, demostr que posea, por el contrario, una idea de "patria" ms desmitificada, laica y plural. Una formulacin que exiga menos banderas y ms profundizacin en las posibilidades legales y en el mbito de la vida cotidiana para encontrar una solucin. Pero no haba llegado la hora. El atentado de Madrid ya anunciaba la frustracin del proceso a pesar de que Arnaldo Otegi, lder de la ilegalizada Batasuna e interlocutor en las conversaciones con ETA, segua animando a no dar marcha atrs. En una entrevista en La Vanguardia publicada el 25 de febrero de 2007, a los dos meses del atentado, declaraba que "el proyecto independentista slo se puede construir a travs de las vas pacficas y democrticas", vas que consistan en "seducir democrticamente a la ciudadana" para recabar su apoyo a favor de un marco de autonoma para cuatro territorios: los tres del Pas Vasco ms Navarra. ETA anuncia la ruptura de la tregua el 5 de junio de 2007, y con ello se vuelven a secuestrar y paralizar los procesos de dilogo y de normalizacin poltica. Las razones que ETA esgrime para el fracaso de este proceso no coinciden con las aducidas por partidos como el PSOE o el PNV. Patxo Unzueta resuma muy bien la postura "constitucionalista" cuando
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explicaba el fracaso poltico as: "A diferencia de Irlanda, no hay margen para concesiones polticas que no sean abiertamente incompatibles con la pluralidad de las sociedad vasca". Y pide prudencia: "Dar satisfaccin a las pretensiones de ETA (sobre Navarra o la autodeterminacin) provocara una situacin mucho ms inestable y seguramente de ms violencia (de diferentes signos) que la actual" (El Pas 21 de junio de 2007). En la misma lnea se situaba el socialista Ramn Juregui cuando al enumerar las lecciones aprendidas y los errores cometidos durante el proceso afirmaba en el peridico El Correo el 14 de junio de 2007 que "el dilogo sigue anclado en unas pretensiones ilegtimas, por antidemocrticas y por ilegales". Para Juregui, de ahora en adelante no cabe ms dilogo que el dirigido "a resolver las circunstancias humanas y operativas de la disolucin de la banda", es decir, a ETA no le competen decisiones polticas que solamente podrn tomar los partidos y los ciudadanos en consulta popular. Quedan claras entonces las diferencias de fondo entre ETA y los dems partidos en cuanto al marco de referencia jurdica. Las afirmaciones de Unzueta o de Juregui parecan respuestas a las declaraciones de Otegi cuando ste conclua en la entrevista de La Vanguardia arriba mencionada que "El estado espaol tiene un problema estructural con un pas que mayoritariamente se siente nacin". Los lmites jurdicos de la actual Constitucin no iban a convertirse en moneda de cambio para los implicados en el dilogo con la banda armada y el intento fracasa, segn el presidente del Partido Nacionalista Vasco, Josu Jon Imaz, porque "la crisis obedece a la resistencia de ETA a abandonar su viejo papel de garante o tutor de los acuerdos polticos entre partidos en Euskadi, y en el fondo, a un vrtigo y miedo a hacer poltica por la izquierda radical sin el tutelaje de las armas" (El Pas 10 de junio de 2007). Se quera inmiscuir ETA "en el otro carril," como sugiere el periodista Josu Juaristi del diario Gara en una entrevista con la banda (8 de abril de 2007)? La respuesta de ETA es contundente. Para ellos, el proceso poltico iniciado con el gobierno socialista a lo largo de aquellos meses nunca se llen del verdadero contenido poltico (la territorialidad y el marco de decisin) por el que ETA dice estar en su lucha armada. Igualmente, el continuo acoso policial a sus miembros dentro y fuera de las crceles y al entorno social y poltico de Batasuna por parte de la Polica Autnoma Vasca fueron vistos por ETA como una tregua unilateral, incumplida por parte de sus interlocutores. Se "justifica" el atentado de Barajas como un "ajuste de cuentas": Barajas fue una accin armada de respuesta a los ataques permanentes del Gobierno espaol. ETA manifest en agosto que si seguan los ataques contra Euskal Herria respondera, y as lo hicimos el 30 de diciembre. [] Hasta aquel momento, y an hoy, el Gobierno espaol no ha respetado sus compromisos de alto al fuego y tampoco ha mostrado una intencin clara de cumplir esos compromisos. (Gara 8 de abril de 2007).
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Con su vuelta a la violencia, ETA retorna a un espacio de poder poltico regulado por el terror, un espacio que el historiador cameruns, Achille Mbembe, califica como de "soberana necropoltica" (2003), una soberana surgida de la equiparacin ontolgica entre el poder del estado y el poder del grupo terrorista para determinar quin de los dos posee "el poder y la capacidad para dictar a quin se le perdona la vida y quin debe morir" (Mbembe 2003, 11)4. En el caso del terrorismo de ETA, podramos decir que es la gestin de la vida-muerte la que hace que la organizacin modele polticas de exterminio similares a las estudiadas por Mbembe en los contextos coloniales. Para el autor, el estudio de la violencia colonial pone en entredicho la visin optimista de la modernidad (consenso, libertad, racionalidad) al destapar el fango de las "cloacas" del estado y manifestar las contradicciones estructurales de la democracia en sus polticas de convivencia, soberana y libertad5. O para complicar las cosas un poco ms: el mundo ideolgico de ETA conjuga simultneamente un discurso claramente moderno - "Hemos valorado y manifestado permanentemente que la solucin del conflicto llegar por medio del dilogo y la negociacin. [] Que nadie se engae, nuestro compromiso es con un proceso que d una salida democrtica verdadera al conflicto" (Gara 8 de abril de 2007) con afirmaciones del tipo: ETA seguir luchando hasta conseguir sus objetivos fundacionales. No queremos abrir ningn debate. Hoy, y en las condiciones que vive nuestro pueblo, pensamos que siguen vigentes las razones para utilizar la lucha armada y mientras sea as seguiremos en ello. Una cosa es ofrecer un cese de las acciones, ya que entendemos esto tambin como un instrumento de nuestra lucha, porque entendemos que el enemigo o la otra parte tambin entra en una situacin de "alto el fuego" o de distensin. Pero otra cosa bien distinta es reflexionar que practicar la lucha armada no es necesario. Esa situacin la vemos lejana en las actuales condiciones. Eso podr llegar cuando veamos que en Euskal Herria hay suficientes condiciones democrticas y suficientes garantas para mantener esa situacin. (Gara 8 de abril de 2007). La voluntad de ETA se confirma en la reanudacin de actividades armadas en agosto de 2007 al colocar un coche bomba en la casa cuartel de la Guardia Civil de Durango (Vizcaya), causando cuantiosos daos materiales a las instalaciones policiales y a las viviendas del barrio obrero
4 Original: "the power and the capacity to dictate who may live and who must die". 5 En este sentido, recomiendo a los lectores el texto de Paul Gilroy, The Black Atlantic:
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ms prximo. "Hasta cundo va a durar esto?" (El Pas 25 de agosto 2007), se preguntan muchos vecinos afectados por lo que pudo haber sido y no fue esta vez; hasta cundo "la instrumentalizacin de la existencia humana y de la destruccin material de cuerpos humanos y de poblaciones" (Mbembe 2003, 14)?6 Cul es la lgica poltica que impulsa a ETA a definir la soberana como el "derecho a matar" propio de todo estado moderno segn Michel Foucault? Qu impulsa a la complicidad ms o menos explcita con la banda armada? Son preguntas difciles de abordar. Intentemos trazar una va de reflexin que comience por analizar el papel que juega la otredad, la vctima, en la sociedad vasca. Al mismo tiempo, tngase en cuenta que, adems del silencio de las vctimas, se da cita otra clase de victimizacin ms sutil y generalizada, implicando a la sociedad vasca en su conjunto: la transmisin generacional del conflicto y su "normalizacin" cotidiana a lo largo del tiempo, permeabilizando todos los aspectos polticos o culturales del Pas Vasco. A pesar de ello, siguen siendo necesarios los espacios de reflexin crtica y, como motivo de esperanza, recordar siempre que, como dira la poeta Julia Otxoa, "En medio de todo esto, / los nios siguen arrojando / sus cados dientes a la luna, / suplicando nuevos alfabetos de hueso / para nombrar la vida" (La nieve en los manzanos, pg. 15).
2.Violencia heredada
esulta frecuente encontrar en los medios de comunicacin espaoles reseas de libros, artculos de opinin, columnas de invitados, programas de radio, incluso debates televisivos donde se discute desde diferentes signos polticos sobre la cuestin "nacional". No se trata tanto ya del "me duele Espaa" tan denostado -aunque ciertas campaas mediticas del PP y de la COPE muestren lo contrario- sino de un no querer entender desde posturas centralistas por qu la izquierda perifrica siente atraccin por una idea de lo local, ya sea nacionalista o no. Se tilda este tipo de "entendimiento" de anacrona histrica por las ya muy manidas razones geopolticas: en un mundo global, la "nacin" local tiene mucho menos peso especfico y se concluye (con demasiada prisa) que esa disminucin de relevancia poltica a escala supraestatal obliga a pensar que son las formaciones polticas ms "grandes", es decir, las centralistas o en el mejor de los casos las alianzas supranacionales, las que mejor protegen los derechos polticos y sociales de todos. Es as que la adscripcin a formas de organizacin territorial basadas en razones culturales, lingsticas, histricas,
6 Original: "the instrumentalization of human existence and the material destruction of human
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o incluso emotivas, quedan marginalizadas como anacronas folclricas o simplemente como concepciones de la identidad fantasiosas e impracticables en un mundo cada vez ms cercano, ms homogneo, ms funcional y americanizado, a pesar de las diferencias de desarrollo entre pases. El error, si cabe llamarlo as, es pensar que nuestra relacin poltica con el lugar en el mundo de hoy es ms geogrfica que social, ms ligada a organizaciones administrativas territoriales que a relaciones sociales entre miembros que comparten algo ms que un lugar, como explica el filsofo vasco Daniel Innerarity (2004, 100). En su reciente Postwar: A History of Europe Since 1945 (2005), el historiador britnico Tony Judt explica la validez poltica del concepto estado-nacin en el contexto europeo actual. Sita su legitimidad simblica y humana en su capacidad (la del estado-nacin) para legislar y administrar aquellos aspectos de la vida poltica y social de los ciudadanos a nivel individual y colectivo: la seguridad ciudadana y el estado del bienestar. Argumenta Judt: Mientras sea el estado en lugar de un organismo supraestatal el que pague las pensiones, asegure subsidios a los que estn en paro y eduque a los nios, nunca se cuestionar el monopolio de la legitimidad poltica de ese estado7 . (Judt 2005, 797). La Unin Europea se ocupa de asuntos econmicos y sociales de gran envergadura, cuestiones que son de vital importancia para todo ciudadano, pero para Judt no todo se agota en los parmetros transnacionales: La quimera de que vivimos en un mundo posnacional o posestatal procede del prestar demasiada atencin a los procesos econmicos 'globalizados' [] y por asumir que ese mismo tipo de nfasis transnacional es el que opera en las dems esferas de la vida humana. Desde la ptica de la produccin y el comercio, indudablemente, Europa se ha convertido en un fluido organigrama transnacional. Pero como espacio de poder o de legitimidad poltica o de afinidades culturales, Europa sigue siendo lo que ha sido siempre: un cmulo conocido de estados-partculas. El nacionalismo tuvo su momento; pero las naciones y los estados perduran. (Judt 2005, 798-799)8.
7 Original: "So long as it is the staterather than a trans-state entitywhich pays pensions,
insures the unemployed, and educates children, then that state's monopoly of a certain sort of political legitimacy will continue unchallenged".
8 Original: "The illusion that we live in a post-national or post-state World comes from paying
altogether too much attention to the 'globalized' economic processes [] and assuming that
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Ms cerca de casa, el escritor Bernardo Atxaga explica la persistencia de los sentimientos locales no tanto por la legitimidad poltica que las estructuras estatales o nacionales puedan aportar, sino por su capacidad explicativa y seguridad psicolgica para hacer frente a las incertidumbres de la nueva causalidad que gobierna el mundo global. Atxaga apuesta por la va gnoseolgica-afectiva para justificar y defender la persistencia de lo local: Con la globalizacin, el mundo, lo exterior, lo que conforma nuestra circunstancia, se ha hecho fuerte, laberntico, inextricable, y ha devuelto al hombre al estado anmico deplorable, peor que el que deban de tener aquellos primeros hombres que, sin poder comprender los fenmenos naturales, temblaban al or un trueno. (Atxaga 199, 18-19). Defender lo local como punto de apoyo gravitacional para la existencia no significa para la poltica, por su lado, embarcarse en un proyecto nacionalista decimonnico. Innerarity as lo confirma cuando entiende que la nueva lgica poltica que abre la Unin Europea no es la oposicin entre el estado nacional mltiple o el territorio federal nico, sino "la multiplicacin de los niveles de territorialidad" (2004, 106) con los que podemos imaginar y vivir nuestra ciudadana. Cuando la identidad poltica no se concibe dentro de esa oposicin se ven con mayor claridad las contradicciones por las que pasa nuestra Europa actual con el resurgimiento del nacionalismo identitario de estado, como lo demuestran la ltima campaa electoral francesa, la actitud xenfoba ante la inmigracin y el cambio de color de Europa, los rebrotes extremistas de banderas preconstitucionales en Espaa o la nueva identidad alemana ms amnsica con sus excesos nacionalistas del pasado. Nuestro momento histrico necesita de una teorizacin de la nacin, de lo local, desde la izquierda, perfilar pticas que repiensen las configuraciones identitarias clsicas sin por ello "criminalizar" una idea de nacin no centralista basada en esas nuevas versiones de ciudadana. Para Atxaga, se trata de formular un imaginario profundamente historizado, desmitificado, carente por igual de utopas agrarias decimonnicas, machismos atvicos, modelos heroicos de identidad y de fronteras culturales impracticables. Pensar la identidad en trminos nacionalistas es para este escritor:
similarly transnational developments must be at work in every other sphere of human life. Seen uniquely through the lens of production and exchange, Europe has indeed become a seamless flow chart of transnational waves. But viewed as a site of power or political legitimacy or cultural affinities Europe remained what it had long been: a familiar accumulation of state-particles. Nationalism had largely come and gone; but nations and states remained". 391
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un concepto ms all de lo palpable, ms all de lo fsico. Entonces me parece que est fuera de la historia y eso es oteicismo, que est muy bien cuando se hace escultura pero muy mal en poltica. Es pensar que hubo un algo que defina, que construa el sujeto vasco all en la prehistoria y que eso es el ncleo duro que se ha mantenido. Esas definiciones, que no tienen que ver con la historia, que tambin se utilizan en el nacionalismo espaol, son peligrosas polticamente [] definamos nuestra sociedad culturalmente y adems digamos que es pluricultural y pluritnica []. Adems de ser ms prctico, todo esto me parece algo aceptable y tranquilizador para la sociedad vasca. (Atxaga 1997, 27). El terrorismo de ETA obliga a los ciudadanos/as de esta comunidad a combinar simultneamente momentos contra-democrticos de violencia poltica con cuestiones como la globalizacin, la identidad cultural, el crecimiento econmico y las aspiraciones colectivas de mayores grados de autogobierno dentro del contexto espaol y europeo. En Euskadi, el capitalismo global negocia con formaciones ideolgicas ms "antiguas" de identidad nacional y cultural a la vez que ETA amenaza con momentos de ruptura que obligan a volver a poner los pies sobre el suelo, repensar ciertas quimeras y aprender a trazar una ruta poltica que incluya ciertamente una pedagoga para la paz y la convivencia9. Si tomamos la ciudad de Bilbao como paradigma de lo que estoy tratando de estudiar, vemos que todos los proyectos englobados bajo la bandera urbanstica de Bilbao 2000 (desde el Museo Guggenheim de Frank Ghery a la reconversin de la pennsula de Zorrozaurre por Zaha Hadid) apuntan a estas contradicciones. Sera un tremendo error y falsificacin histrica olvidar el pasado industrial de la capital vizcana, sus astilleros, talleres, y altos hornos, es decir, su lucha contra el capitalismo del siglo XIX y XX: las luchas de clases, los desastres medioambientales, el crecimiento urbano desorganizado, su enmaraada y complicada modernidad. Los nacionalistas vascos han transformado este legado industrial de ambas mrgenes de la ra del Nervin, su cultura poltica y sus gentes, en borraduras histricas - quin sabe si inspirados a su vez por el tesn con el que la dictadura borr de nuestros imaginarios todo lo republicano, todo lo democrtico. Hoy se presentan en dos nociones identitarias vascas aparentemente en oposicin. Por un lado, "lo vasco," es una "marca" que uno adquiere cuando participa en las instalaciones tursticas de alta cultura tipo Museo Guggenheim Bilbao, Palacio Euskalduna, o el Kursaal de San Sebastin: un nacionalismo de diseo
9 En otro contexto he escrito sobre los modelos nacionales que operan en la sociedad vasca
actual. Vase mi artculo, "A Corpse in the Garden: Bilbao's Postmodern Wrappings of High Culture Consumer Architecture (2003).
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avalado internacionalmente por firmas arquitectnicas de alto valor en el mundo global. Por el otro lado, lo vasco puede seguir siendo un residuo atvico que toma cuerpo en el rescate nacionalista y desvirtuado de la lengua vasca y en la vuelta nostlgica a un paisaje vasco "intacto" pero postmoderno formulado como mitologa rural utpica, tierra hermosa de mar y montaa por la que merece luchar (con las armas incluso) por su independencia. En La transparencia del mal: Ensayo sobre los fenmenos extremos (1991), el filsofo francs Jean Baudrillard postula que la violencia contempornea por excelencia, la producida en nuestra hipermodernidad y caracterstica de nuestro momento histrico, es el terror (1991, 83). Segn el filsofo, en el mundo desarrollado vivimos una violencia-simulacro constante, es decir, no una violencia de cuerpo a cuerpo sino una simblicamente latente, en suspenso por as decir (1991, 84). En cambio, cuando cristaliza en la forma de violencia terrorista, es decir, cuando toma "cuerpo", ello no es el resultado directo de una situacin poltica lmite, fuera de control, en un conflicto. Por el contrario, el terror es "la forma explosiva que adopta la ausencia de acontecimiento" (1991, 84); en otras palabras, la violencia terrorista sera la respuesta de algunos ciudadanos al sometimiento por parte de los estados a realidades polticas vacas: una forma de sustantivar la realidad en la des-realidad misma. En la reflexin sobre el terrorismo etarra, este estado de cosas tiene unas repercusiones simblicas que merecen la pena contemplar. Por una parte, la supuesta "anacrona" del conflicto vasco, el cansancio histrico de su persistencia en lo que para muchos es una democracia funcional con amplias cotas de autogobierno local, cobra otro sentido si lo entendemos dentro del modelo de Baudrillard (2005). Para el filsofo la "guerra" es el paradigma poltico operativo de nuestro momento histrico, filtro por el que pasa todo tipo de disidencia en la actualidad. En sus palabras: Ms all de la guerra se lleva a cabo una desprogramacin sistemtica del crimen y de todo aquello que pudiera interrumpir el orden de las cosas, el orden policial del planeta. En esto se ha convertido el poder "poltico" de hoy en da. No es el resultado de una voluntad positiva; es sencillamente el poder negativo de la disuasin, de la salud publica, de la vigilancia policial, una inmunidad policial profilctica. (Baudrillard 2005, 118)10.
10 Original: "Looming beyond the war [is] a systematic de-programming not only of all crime,
but of anything that might disturb the order of things, the policed order of the planet. That is what "political" power comes down to today. It is no longer driven by any positive will; it is merely a negative power of deterrence, of public health, of security policing, immunity policing, prophylaxis". 393
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La seguridad as como la paz han dejado de ser un pacto negociado de derechos humanos mnimos para tornarse en la mera falta de disidencia y resistencia al modelo poltico regido por el capitalismo. Adems, si el acto contra-terrorista tiene por objetivo nico la anulacin de la historia (1991, 119), por muy impracticable que pueda ser, no ser el acto de terror (la disfuncionalidad sistmica) el momento de introduccin por la va negativa de lo que nunca debera haber sido expulsado: la energa contestataria, de resistencia y de protesta, que el capitalismo quiere extirpar con el recurso del miedo? Anacrona etarra entonces? La fascinacin por la violencia de muchos jvenes se explica (parcialmente y slo desde un punto de vista terico) como una reaccin a este estado de cosas. La respuesta violenta emerge entonces -sin tener en cuenta la valoracin moral de la misma- como el contrapeso a "nuestra propia desaparicin en tanto que sociedad poltica, que los pseudo-acontecimientos 'polticos' intentan desesperadamente camuflar" (Baudrillard 1991, 87). El terrorista, por lo tanto, transforma ontolgicamente el no-acontecimiento de la realidad poltico-social imperante en actualidad paroxstica, y desenmascara el entramado de camuflaje hacindonos cmplices del terror, al menos en cuanto operacin simblica. No obstante, bien sabemos que este camino de destruccin slo nos lleva a una aniquilacin moral inadmisible. Podemos imaginar otro modo de sentirnos parte resistente a la profilaxis disuasoria? Solo cabe el fuego? Qu modelos alternativos de poltica de intervencin surgen cuando se abandona esta lgica falocntrica de dominio, anulacin y exterminio? Vivimos en un momento histrico tan desligado del suelo que la nica manera de anclarse en algo "real," la nica forma de combatir esa no-realidad existencial (capitalista, global, posmoderna, mitificadora) es con lo apocalptico? Existe un lugar para la compasin, para el otro, para la vctima, para la paz?
3. La nacin de la memoria
ecientemente han aparecido en los medios culturales espaoles debates sobre la proliferacin de textos memorsticos sobre la Guerra Civil, debates que tambin han estado animados por la tramitacin parlamentaria de la muy debatida "Ley de Memoria Histrica" (julio 2006), intento socialista de ampliar derechos y otorgar alguna reparacin a aquellos que sufrieron la violencia poltica durante la Guerra Civil y dictadura franquista. Asimismo, con motivo del 75 aniversario de la proclamacin de la Segunda Repblica, el 2006 fue calificado oficialmente como "Ao de la Memoria Histrica" (Ley 24/2006), fecha que se pens desde las instituciones pblicas como un ao homenaje a:
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todos los hombres y mujeres que fueron vctimas de la guerra civil, o posteriormente de la represin de la dictadura franquista, por su defensa de los principios y valores democrticos, as como de quienes, con su esfuerzo a favor de los derechos fundamentales, de la defensa de las libertades pblicas y de la reconciliacin entre los espaoles, hicieron posible el rgimen democrtico instaurado con la Constitucin de 1978. (Ley 24/2006). Excede los lmites de este ensayo entrar a repasar el debate en torno a la Ley de Memoria Histrica - insuficiente para parte de la izquierda, abominable para el Partido Popular - o analizar si desde las leyes del estado puede hacerse una historiografa restitutoria de la tradicin democrtica de Espaa. Lo que s quisiera estudiar en esta ltima seccin es la importancia de la memoria para cualquier modelo de profundizacin democrtica de nuestro pas. Se pide desde un campo dejar las cosas tranquilas, un no desatar odios y rencores por hechos transcurridos hace ya sesenta aos, un utilizar el silencio y la muerte de aqullos como instrumento de concordia social; se reclama desde otros crculos una reparacin histrica de la memoria de quien no pudo tenerla; se buscan nuevos modelos de convivencia social para con los muertos y los desaparecidos, un querer incluirlos en el dilogo contemporneo sobre la deuda que se tiene con quien perdi su vida y su futuro por una causa poltica de justicia, de defensa de los valores democrticos. Evidentemente, esta reflexin sobre nuestro pasado tiene una larga historia, pero su actual concretizacin en libros, pelculas, fundaciones, archivos, exhumaciones de fosas comunes o leyes marca un cambio de registro y tono que s es consecuencia del largo proceso de consolidacin democrtica de nuestro pas. Fruto de esta trayectoria es el hecho de que a las mujeres y los hombres de hoy se nos brinda una conquista de un espacio cvico diferente, un espacio tejido con otras coordenadas que las meramente legales. La deuda histrica contrada por la sociedad espaola actual con aquellos que padecieron directamente todo tipo de violaciones de sus derechos democrticos durante aqul perodo de nuestra historia nos llega hoy no tanto por nuevos estudios historiogrficos esclarecedores de ese momento importantes, por supuesto, en cuanto indagaciones en el pasado y en cuanto supongan un reescribir la Historia oficial - sino por la afloracin de testimonios, de innumerables historias de personas annimas normalmente excluidas de aquellos proyectos historiogrficos con pretensin cientfica. En otras palabras, estamos ante la posibilidad histrica de recuperar y avalar las historias de nuestras familias, de contemplar por primera vez bajo una ptica gnoseolgica distinta, narraciones testimoniales de vctimas de violencia poltica que rescatan algo de mucha mayor envergadura social que la "verdad histrica" contada desde los hechos y documentos de archivo.
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Cuando centramos la discusin en torno a la vctima, en torno a los ausentes y en torno al testimonio de la vivencia de esos crmenes por parte de familiares, se recupera para la Historia con el recuerdo de los hechos no solamente a la vctima de los crmenes, rescatada ahora del anonimato de los archivos, sino tambin se provee un lugar para el testigo - tanto en un sentido literal de sujeto "presencial" como para quienes heredamos esa experiencia - convertido ahora en interlocutor directo con aquellos muertos. Hoy finalmente se quiere responder en pblico a la desgarrada pregunta reservada al mbito privado en peores momentos polticos, la que ya se planteara aquella hermana de la antigedad griega, la Antgona que quera saber cmo se vive con los muertos. Nuestra produccin cultural actual parece contestar que es desde la memoria, y no slo desde la Historia, como se les permite descansar, es decir, no slo desde las grandes teoras explicativas de cultura o de poltica sino ms a ras de suelo, en las historias concretas y colectivas, y de uno en uno. Es motivo de reflexin, entonces, pensar si el panorama descrito en torno a la cultura testimonial y de reparacin frente a la violencia del franquismo tiene un efecto positivo a la hora de considerar la situacin de las vctimas del terrorismo de ETA. La falta de visibilidad de testimonios personales puede que sea sintomtico de serias lagunas en la democracia vasca, secuestrada desde la transicin democrtica por proyectos independentistas que no dudan en poner muertos sobre la mesa de conversaciones11. Cmo se logran mayores grados de compasin en una sociedad donde las vctimas de la violencia han tenido que vencer concepciones sobre su persona y condicin social donde se les ha tildado de manera colectiva como "merecedores" de su suerte? Cmo reparar desde las instituciones a estas personas? Y ms importante an, cmo hacer que la vctima -como en el caso de las del franquismo descritas anteriormente forme parte del ncleo fundacional (identitario, si se quiere) de una sociedad vasca ms generosa, con mayores cuotas de memoria y por ello ms democrtica? Como punto de partida debemos admitir que lloran con la misma rabia las madres o los hermanos de las vctimas de ETA como los padres o las hijas de etarras muertos a causa de la lucha antiterrorista o torturados en nombre de la democracia. No cabe la jerarquizacin del dolor en el mbito privado, en ese de las relaciones afectivas y de socialidad primarias de pariente, de vecino, o de amigo, en ese espacio civil ntimo donde estas microafectivades unen a las personas en mltiples relaciones laterales que enriquecen y complican cualquier interpretacin simplista de la realidad
11 Existen testimonios tanto desde el punto de vista de las vctimas del terrorismo como de
antiguos militantes de ETA. Hay una labor artstica (cinematogrfica) en este sentido tambin. Lo que trato de enfatizar, sin embargo, es la falta de cultura memorstica en el nacionalismo sociolgico que impregna la sociedad vasca.
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social. Sin embargo, desde la ciudadana se exige rabiosamente valorar la motivacin de la accin poltica que desencadena la barbarie y la lgica de la lucha armada dentro de un estado que busca ser democrtico. Hoy no nos queda otra ficha que mover a nivel de ciudadana que la de condenar la tica que justifica la accin terrorista y supedita la democracia vasca a un largo proceso de reconciliacin civil. No podemos hacer ms que tratar de entender mejor la persistencia de esta lucha y empezar a insertar en los diferentes ambientes sociales (educativos, vecinales, sanitarios, laborales, polticos, medioambientales) comportamientos y actitudes morales que apaguen con un grado de compasin ese fuego apocalptico. Se tratara, en otras palabras, de "desactivar," de rechazar la herencia cultural del autoritarismo autocomplaciente, instigador de privilegios, debilitador de valores de justicia y tolerancia, herencia imperecedera del franquismo y que ningn milagro poltico, como se nos ha hecho pensar del proceso de transicin poltica a la democracia, puede solventar fcilmente. El escudo de Arquloco: Sobre mesas, mrtires y terroristas (2001) del antroplogo Juan Aranzadi se inserta en esta lnea de reflexin. Inspirndose en el trabajo de la sociloga norteamericana Laura Desfor Edles, Symbol and Ritual in the New Spain: The Transition to Democracy after Franco (1998), Aranzadi sigue la argumentacin "sacralizada" que propone la sociloga para el caso espaol y trata de entender qu hay de diferente en el Pas Vasco. Para el autor la transicin a la democracia tras la muerte de Franco genera, en trminos antropolgicos, tres nuevos smbolos sagrados transicionales para la sociedad espaola: "el nuevo comienzo", "la reconciliacin nacional", y "la democracia" como smbolo que "al coagular como 'poltica del consenso' permiti el rodaje del proceso ritual de la transicin" (Aranzadi 2001, 540). Para la sociloga norteamericana los lmites temporales del proceso giran en torno a las elecciones de junio de 1977 (la separacin ritualista con el franquismo) y la aprobacin de la Constitucin de 1978 (la agregacin de la democracia). Entre ambos destaca un espacio liminal-comunitario (los Pactos de la Moncloa de 1977) y la elaboracin consensuada de la Constitucin (Desfor 1998, 540). Los problemas de fondo de este planteamiento sobre la transicin residen por un lado, en la reduccin del cambio a un proceso fundamentalmente institucional, y por el otro, a su limitado marco temporal que elimina lo que para Aranzadi es la heterogeneidad real del momento de incorporacin a la democracia de los diferentes grupos polticos e individuos de la transicin poltica. Para el antroplogo vasco, este modelo cobrara mayor validez explicativa si fuese capaz de contemplar los diferentes ritmos, momentos de incursin e irregularidades que todo proceso poltico de estas caractersticas conlleva. As se explicara, por ejemplo, que en los ltimos aos se hayan producido movimientos de aproximacin hacia las instituciones de la izquierda abertzale o que ltimamente se observe cierta incomodidad dentro de la derecha espaola (sectores del PP y de la
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Iglesia) con las instituciones cuando desde ellas se trata de promover una identidad poltica, social, cultural y humana menos uniforme dentro del estado. Es esta heterogeneidad la que echa abajo para Aranzadi el mito del "nuevo comienzo" que extendieron los medios de comunicacin e historiadores del momento al centrar el futuro democrtico del pas en la existencia de "inocentes" no manchados por Guerra Civil, capaces de construir el futuro sin el peso de ese bagaje histrico. Arremete Aranzadi contra esta torpeza ideolgica as: Dudo mucho que eso haya podido escribirlo un hijo de los vencidos, porque las consecuencias sobre sus descendientes de la represin, las represalias y las discriminaciones ejercidas hasta muy tarde por los franquistas contra los que perdieron la guerra distaron mucho de ser nimias o irrelevantes, como puede atestiguar cualquier hijo de republicano, de rojo o de separatista. [] Esta tesis no la puede suscribir sinceramente un hijo de vencido que no haya manipulado su memoria y renegado de toda piedad filial. (Aranzadi 2001, 540). Para ser efectiva, la transicin democrtica exigi grandes dosis de amnesia y de reescritura de la historia: el Rey Juan Carlos y la Monarqua tuvieron que ser desligados de su cohabitacin con el rgimen anterior; se consinti que la Iglesia Catlica consagrara sus privilegios polticos, econmicos y culturales indefinidamente incluso posibilitando su ingerencia en mltiples foros polticos; se otorg un papel desmedido al Ejrcito en cuanto salvaguarda de la "indisoluble unidad de la Nacin espaola"; y se diluy el protagonismo que corresponde a la "voluntad popular, relegndolo a sujeto poltico secundario frente al protagonismo de la "Nacin" o del Rey. Pero ante todo, se olvid de la memoria al ningunearla frente a la Historia. Pasaron a un segundo plano todos aquellos espaoles directamente afectados por la violencia franquista y necesitados de un espacio de reparacin, justicia y duelo. La tensin latente en el binomio Historia-memoria es la que parece instigar ideolgicamente en algunos momentos el terrorismo de ETA, violencia que hace que estas operaciones de borradura sean constantemente recordadas y manipuladas como tales, dificultando el proceso de cierre temporal con la dictadura. Para Aranzadi, al final de la dictadura ETA logra que el "rechazo mayoritario a la violencia represiva del Estado franquista se convirtiera en apoyo, aprecio, justificacin, o cuando menos, tolerancia y disculpa de su propia violencia" (2001, 568). En su misma mitologa operativa la ETA de la transicin promovi una continuidad histrico-simblica entre sus militantes y los gudaris del Gobierno Vasco de la Repblica y tambin consigui hacer de la guerra del 36 "una guerra ms patritica que civil," (2001, 568) es decir, ms una guerra de
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espaoles contra vascos que no una contienda donde vascos de diferentes tendencias polticas lucharon entre s por causas y objetivos de calado poltico muy distintos. A finales de los aos 70, la izquierda abertzale rompi con la ideologa del "nuevo comienzo" y de la "reconciliacin nacional". Haba una deuda histrica con Euskadi que exiga un compromiso en la lucha armada12. Sin embargo, ETA presentaba una ceguera moral en cuanto a la piedad social a incorporar a su discurso si quera mover polticamente al pas a un terreno distinto. No estaban libres de su propio enquistamiento y muerte poltica al seguir un modelo poltico y existencial que Aranzadi califica de "milenarista" por su grado de participacin en los mitos de la marginalidad redentora y nfasis en la muerte y renacimiento (Aranzadi 2001, 573)13. Por otro lado, ese mundo complejo y heterogneo de partidos polticos marginales, sindicatos, asociaciones civiles que cuaj en torno a Herri Batasuna fue institucionalizndose progresivamente y enfrentndose a una paradoja de muy difcil solucin: "aquello mismo que la alimenta ideolgicamente, la cohesiona emocionalmente y la financia (ETA) constituye el principal inconveniente para su consolidacin institucional" (Aranzadi 2001, 573). Proceso que dura hasta nuestros das en el entorno de Batasuna, como se ha podido constatar tras la ruptura de la ltima tregua, o el que pueda estar sufriendo la coalicin de ANV en curso de investigaciones judiciales sobre su relacin o no con ETA. Por dnde tejer, entonces, un espacio de reconciliacin? Me parece imposible no centrar cualquier planteamiento de futuro digno y pleno para el Pas Vasco sin otorgar una presencia central a la memoria civil, una memoria centrada en la recuperacin para la sociedad vasca de las vctimas del terrorismo, de los inocentes no por ideologa o conviccin poltica sino por haber pagado con sus vidas por un modelo heroico, justiciero, mitolgico y redentor de sociedad. No basta con discursos de perdn - imprescindibles, sin lugar a dudas - como el mencionado ms arriba por parte del lehendakari Ibarretxe o con tramitar legislacin como la Ley de Reconocimiento y Proteccin de las Vctimas del Terrorismo. Indudablemente, son medidas sustanciales por ser los primeros retoques institucionales que harn posible incorporar al Otro al discurso pblico. Pero, si el objetivo es perfilar una sociedad verdaderamente compasiva, es decir, una sociedad que se resiste con pasin y convencimiento a cualquier intento de empequeecimiento moral, no basta con pequeos retoques legislativos; nuestra meta se habr alcanzado cuando la otredad poltica, cultural,
12 Esta insatisfaccin histrica con la poltica del momento tambin pudo verse en los mltiples
grupos y asociaciones polticas de izquierda, crticos con la programacin desde el estado de la transicin en marcha desde la Moncloa y especialmente sensibles a los procesos estatales de amnesia selectiva y pragmtica.
13 Vase su Milenarismo vasco: Edad de Oro, etnia y nativismo (2000).
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sexual, racial, lingstica, de edad, clase o condicin fsica no sea "inimaginablemente extraa o incomprensible" (Nussbaum 2001, 171)14. La filsofa norteamericana Martha Nussbaum, terica del sentimiento y de su engarce con la razn poltica, nos habla en Upheavals of Thought: The Intelligence of Emotions (2001) sobre tres condiciones cognitivas que deben producirse para que se produzca en nosotros el sentimiento de la compasin: (1) el valorar el sufrimiento ajeno como agravio serio, digno de atencin; (2) el tener el convencimiento de que la vctima no merece ese sufrimiento; y (3) el sentirse vulnerable y susceptible de sufrir el mismo tipo de injusticia que la vctima (2001, 306-7), siendo sta ltima la condicin epistemolgica imprescindible para que surja la compasin entre los seres humanos. Si repasamos la falta de solidaridad hacia las vctimas del terrorismo de ETA, cuntos ejemplos no podran citarse de justificacin del atentado o muerte de personas en base a la negacin de alguno de los tres puntos citados anteriormente? Cmo se interpretan si no los comentarios de tipo, "Algo habr hecho," o el sentirse protegido y desvinculado de las vctimas por militar en el partido poltico adecuado? Qu hay en la sociedad vasca, o mejor dicho, qu falta o queda por desarrollar en nuestro entorno, para que unnimemente pensemos, como nos ensea la tragedia griega de los clsicos, de que el Mal que le acontece al Otro corre ajeno a su voluntad, de que toda vida humana guarda un grado de dignidad inviolable, de que traspasar esta frontera tab es herir a escala mtica el tejido social de la sociedad? Cmo podemos desarrollar polticas, actitudes vitales, conciencias, que desculpabilicen a las vctimas? Por qu ha resultado legtima en algn momento esa falta de compasin? Nussbaum acierta al explicar cmo la sociedad que sabe incorporar esta visin "trgica" (literaria) de la compasin lo hace partiendo del convencimiento de que las vctimas son agentes sociales antes que vctimas. Es el paso del uno al otro lo que convierte en trgica la victimizacin de cualquier ser humano. Es la prdida de esa condicin en activo, el malgasto y desperdicio de creatividad y vida humana lo que convierte a la situacin en trgica y despierta en los dems la escucha, la acogida, la identificacin: la compasin. En el contexto vasco las fronteras entre agentes sociales y vctimas no siempre han estado claras ni han motivado el debido rechazo de la sociedad. En muchos casos, las muertes y acosos por parte de ETA no hicieron ms que constatar que una parte de la sociedad los consideraba muertos "legtimos," ajenos al reconocimiento como agentes sociales de pleno derecho. Las razones de su otredad son mltiples: abarcan desde las convicciones polticas de los muertos y amenazados ms recientes hasta la participacin en las fuerzas represivas del franquismo de los primeros asesinados. Todos ellos tienen en comn el haber sido borrados
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de la memoria poltica colectiva y el no haber encontrado su recuerdo ningn acomodo en la sociedad donde perdieron sus vidas por estar sta todava imbuida en una lgica poltica de agravio y no de reparacin compasiva, e incluso de perdn. La sociedad mejora su talante moral cuando es capaz de verse a s misma como una colectividad compuesta por ciudadanos-vctimas y no por individuos incapaces de reconocerse en el Otro, patolgicamente narcisistas. El camino para alcanzar el objetivo del reconocimiento de la otredad solo se logra mediante estructuras sociales y legales que as lo garanticen porque como Nussbaum nos recuerda, "la compasin no es espontnea" (2001, 422). Desde este punto de vista, leyes como la de La Memoria Histrica, o Vctimas del Terrorismo, comienzan a perfilar parmetros de reparacin y de memoria para las vctimas y sus familias. Sin embargo, el proceso no puede terminar ah, porque tambin a nivel personal, en las psicologas particulares, queda una labor tico-poltica a desarrollar. Y aqu es donde obra otra fuerza: la de las artes. Se concede poca importancia al papel fundamental que juegan las humanidades (la literatura, el cine, las artes plsticas) en la formacin ciudadana. Los griegos lo tenan ms claro que nosotros. Saban que los protagonistas de sus tragedias ofrecan una pedagoga ciudadana de vital importancia: permitan a los espectadores convertirse en el Otro en pensamiento y sentimiento. Y al igual que la buena fotografa, aquella que nos revela lo que Barthes teoriz en su da como el "punctum", o grado de choque emotivo (1981, 26-27) para traspasar las capas de olvido y de realidad, las artes ofrecen tanto un paisaje espacial (un lugar para la memoria) como una distorsin temporal para recrear el engarce entre pasado-presente-futuro. En el proceso de creacin se atisban registros lgicos ajenos a meras convenciones temporales. El espacio creativo que nos interesa para este proyecto traspasa nuestro sentido cartesiano de la realidad, ya que la veracidad que se busca para esta nueva pedagoga cvica es veracidad a nivel de significacin, no de mimesis. La veracidad de las artes es moral, "punctual" (Barthes), ontolgica por saber recuperar y transformar lo cotidiano, lo invisible, lo rutinario, en conjuro. Estamos ante un "afinamiento" de la visin, no tanto para crear una nueva realidad-suma ms compleja y heterognea (que tambin), sino para concebir la realidad ms como un paradigma cuyo acercamiento ms fidedigno signifique hacerlo desde la temporalidad simultnea, desde lo no fctico, desde la memoria, en suma, por ser sta la huella de nuestra humanidad recuperable. Los escritores lo entienden muy bien. Philip Roth, el autor con el que comenc estas reflexiones, escribe en Operation Shylock: A Confesin (1994) sobre la veracidad de los testimonios de los campos de concentracin judos as:
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Son las historias fieles y verdaderas? Yo nunca pregunto por su veracidad. Las considero obras de ficcin, que como tantas otras, proveen al narrador con la mentira con la que podr exponer su verdad inimaginable. (Roth 1994, 64)15. En el contexto vasco, Bernardo Atxaga hace que uno de los protagonistas de su novela El hijo del acordeonista (2004), Joseba, escritor y ex militante de ETA, explique a un preso comn por qu escribe historias en la crcel: "De alguna manera hay que decir la verdad" (2001, 401). Joseba sabe que es solamente a travs de la escritura, de la magia literaria, cmo en su caso "la verdad adquiere en la ficcin una naturaleza ms suave, es decir, ms aceptable" (2004, 407). Sin esta "transfiguracin" (2004, 473) estaramos ante una realidad fctica limitada epistemolgicamente en su linealidad temporal. Como tambin lo afirma la crtica Annette Wieviorka en su trabajo sobre los testimonios del holocausto: Los historiadores pueden leer, escuchar, y contemplar los testimonios sin pretender buscar lo que saben que ser imposible encontrarla clarificacin exacta de los hechos, lugares, fechas, y nmeros, incorrectos siempre con la regularidad de metrnomopero sabiendo adems que el testimonio encierra otra clase de riqueza extraordinaria: el encuentro con la voz humana que atraves la historia y de manera indirecta no con la verdad fctica de los hechos sino con la verdad ms sutil e indispensable de una poca y experiencia. (Wierviorka 2006, 149)16. En conclusin, la nacin de la memoria ser aquella que sepa construir su futuro desde el conocimiento y sensibilidad de que el pasado no es un monumento ni es un posicionamiento teraputico, un olvido que hay que recuperar para sanar un "mal" colectivo. La moralidad que pretendimos desarrollar en estas reflexiones es poltica. El pasado, la memoria de las vctimas, no es un peso sobre nuestras espaldas, una deuda pendiente. O no
15 Original: "Are histories accurate and true? I myself never inquire about their veracity. I think
of them instead as fiction that, like so much of fiction, provides the storyteller with the lie through which to expose his unspeakable truth".
16 Original: "Historians can read, listen to, and watch testimonies without looking for what they
know is not to be foundclarification of precise events, places, dates, and numbers, which are incorrect with the regularity of a metronomebut knowing also that testimony contains extraordinary riches: the encounter with the human voice that traversed history and, in oblique fashion, not factual truth but more subtle and also indispensable truth of an epoch and of experience.
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slo es eso. Es ante todo, un nudo de saber-sentir que nos ayuda a abrir nuevos canales para luchar no slo contra la violencia poltica en su sentido ms literal, sino la piedra fundacional con la que buscar nuevas pedagogas cvicas para combatir la discriminacin en sus mltiples facetas (lingsticas, raciales, culturales, sexuales), para mostrarnos reticentes ante los intentos de seduccin de la identidad cultural simplista, para saberse posicionar claramente contra el racismo y la xenofobia, para entender las profundas desigualdades econmicas que articulan nuestro mundo. Pero ante todo para no eliminar la disidencia. As es como se vive con el pasado: haciendo del presente un lugar ms habitable y mejor amueblado. Porque como nos recuerda Julia Otxoa, "No ser desde luego / hundiendo el tenedor / en el corazn de las golondrinas, / como nos alimentaremos de libertad" (2000, 35).
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LA APROPIACIN ESTRATGICA DE LA ENTREGA FEMENINA: IDENTIFICACIONES TRANSGENRICAS EN LA OBRA DE ALGUNAS MILITANTES FALANGISTAS FEMENINAS THE STRATEGIC OWNERSHIP OF FEMENINE COMMITMENT: TRANSGENDERED IDENTIFICATIONS IN SOME FEMENINE MILITANT FALANGISTS WORK
Jo Labanyi (New York University)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp489-426
Resumen Este estudio muestra el control de la imagen de la mujer en las organizaciones falangistas durante la Repblica Espaola a travs de los relatos. Concretamente, se resalta la retrica falangista de la entrega. Frente a la insistencia falangista en la virilidad y la verticalidad flica pudo coexistir una retrica del servicio y de la entrega retrica sta que se aplicaba igualmente al hombre y a la mujer. Abstract This paper shows woman's image control through stories in Falangistas organizations, during Spanish Republic. Falangista rhetoric of devotion is stood out. In front of the Falangista insistence in manliness and in phallus uprightness, it could coexist the rhetoric of service and devotion, applied equally to man and woman. Palabras clave Psicoanlisis / Gnero / Falange Espaola / Literatura. Keywords Psychoanalysis / Gender / Spanish Falange / Literature.
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n un ensayo que reflexiona sobre la Seccin Femenina organizacin femenina del partido fascista espaol, Falange Espaola como tema de investigacin, Victoria Lore Enders hace observar que, en general, las historiadoras feministas han supuesto que las mujeres de derechas no pueden haber elegido voluntariamente su postura poltica y, por tanto, no pueden ser sujetos activos (Enders 1999, 389). Esto equivale a decir que las mujeres de derechas no pueden ser feministas. Enders pregunta cmo esta suposicin se puede compaginar con el testimonio de mujeres que militaron en la Seccin Femenina, quienes se describen unnimemente como defensoras de la mujer, y quienes rompieron con las normas femeninas tradicionales al reclamar un puesto en la esfera pblica. En este ensayo, quisiera considerar las razones por las que algunas mujeres espaolas pueden haberse sentido atradas hacia el fascismo. Mi premisa ser que su afiliacin poltica fue elegida libremente por ellas. Me basar en dos fuentes toricas, ambas psicoanalticas. La primera Male Fantasies [Fantasas masculinas] de Klaus Theweleit, publicado originalmente en alemn en 1977-78, y que analiza una serie de diarios y novelas escritos por militares nazis forma parte de la revisin de la teora freudiana llevada a cabo a raz de la obra de Reich, Marcuse, y Deleuze, en un intento de hacerla compatible con las teoras de la liberacin sexual que afloraron en torno a las revueltas estudiantiles de 1968. La segunda Female Perversions [Perversiones femeninas] de Louise Kaplan, publicado en 1991 forma parte de la revisin feminista de las teoras de Freud que fue tan importante para el desarrollo de los estudios de gnero en los aos 80 y 90. Los textos primarios comentados sern discursos, memorias, novelas y manuales cuyas autoras fueron militantes falangistas y miembros fundadores del SEU (Sindicato de Estudiantes de la Falange), Seccin Femenina o Auxilio Social, al crearse estas organizaciones en 1933, 1934 y 1936 respectivamente. He elegido una mezcla de textos literarios y no literarios por dos razones: para situar los textos literarios en el contexto de otros discursos culturales (en este caso, polticos) que circulaban en el primer franquismo; y por creer que la literatura nos da un acceso privilegiado al imaginario cultural de una poca determinada, por operar en un nivel simblico. Las novelas analizadas son una mezcla de cultura popular (las novelas romnticas de Carmen de Icaza) y cultura de lite (una novela seria de Mercedes Frmica): espero demostrar que la cultura popular, a pesar de recurrir a formatos convencionales, puede ofrecer una visin especialmente compleja de las identidades de gnero, al jugar con los estereotipos hasta ponerlos en tela de juicio. De acuerdo con la recuperacin de textos femeninos llevada a cabo por la crtica feminista, he optado por centrarme, no en las declaraciones sobre la mujer de parte de los falangistas masculinos, cuyos escritos y discursos han sido estudiados, sino en las representaciones ms complejas que las falangistas femeninas hacen de su propio sexo. Las militantes falangistas
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estudiadas son adems de Carmen de Icaza y Mercedes Frmica, ambas novelistas Pilar Primo de Rivera y Carmen Werner. A primera vista resulta difcil entender por qu las mujeres hayan elegido ingresar en las organizaciones falangistas, por ser la retrica falangista notoriamente machista (Labanyi 1993). Aqu no me refiero a las mujeres que se hicieron miembros de la Seccin Femenina en la zona nacional durante la Guerra Civil, o despus de la victoria de las tropas nacionales en 1939, cuando las ventajas polticas de la identificacin pblica con los vencedores eran enormes. He elegido centrarme en cuatro mujeres que se identificaron con la Falange desde sus primeros momentos, bajo la Repblica, cuando ser falangista significaba la eleccin del riesgo y del peligro, puesto que hay que suponer que, en su caso, la militancia fascista fue asumida libremente. Las historiadoras que han estudiado la Seccin Femenina (Scanlon, Gallego Mndez, Snchez Lpez, Graham) han observado que sus militantes, si por un lado exaltaban las virtudes domsticas de la mujer, por otro lado desempearon un papel notable en la esfera pblica. La Delegada Nacional de Seccin Femenina, Pilar Primo de Rivera, fue nombrada Procurador en las Cortes franquistas (la nica mujer que goz de este privilegio); sus 43 aos al mando de Seccin Femenina (de 1934 a 1977) superan los 36 aos en el poder del General Franco. Segn lo indica Enders (387-88), se suele suponer que el ejercicio del poder pblico por parte de los mandos de Seccin Femenina fue, si no un caso de hipocresa flagrante (al condenar a las dems mujeres a la domesticidad), por lo menos una contradiccin involuntaria. Mi hiptesis ser que la retrica falangista de la entrega virtud tpicamente femenina fue adoptada por sus militantes femeninas, por lo menos en los casos estudiados aqu, por proporcionarles cierto nivel de agencia. Concretamente, quisiera intentar explicar cmo la insistencia falangista en la virilidad y la verticalidad flica pudo coexistir con una retrica del servicio y de la entrega retrica sta que se aplicaba igualmente al hombre y a la mujer. Si el servicio y la entrega son cualidades asociadas tradicionalmente con la mujer; qu pasa cuando estas cualidades se exigen del hombre, de una manera que evidentemente aumenta su virilidad? Hay que recordar que el servicio y la entrega no son solamente valores femeninos, sino tambin valores militares. Es lgico suponer que estos valores significan cosas distintas cuando se aplican al hombre y cuando se aplican a la mujer. Sin embargo, la coincidencia introduce cierta ambivalencia que permite transgredir las definiciones binarias de lo femenino y lo masculino. Quisiera proponer que esta ambivalencia poda ser, y en muchos casos fue, explotada por las falangistas femeninas para sus propios fines. La ambivalencia del discurso falangista en el campo poltico, al mezclar una retrica revolucionaria con una retrica tradicionalista, se repite en el campo del gnero. Desde luego, los valores femeninos y los valores militares se diferencian netamente en aspectos fundamentales. En ambos casos, el
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individuo se sacrifica al someterse a los que ocupan una posicin superior; pero, a diferencia de la mujer, el militar no se rinde nunca, incluso en la derrota o la muerte. Efectivamente, la retrica falangista se fundaba en el culto a los hroes cados (que podan ser femeninos adems de masculinos), quienes se haban mantenido firmes hasta el final. Este ejemplo nos permite ver que, cuando la palabra entrega se usa en el discurso falangista (con respecto a militantes masculinos y femeninos), no significa rendirse sino todo lo contrario: la dedicacin total a una causa, hasta el punto de morir antes de ceder. La apropiacin de esta retrica militar de parte de la mujer le permite cambiar el sentido de la entrega femenina, que adquiere el significado de firmeza masculina. De la misma manera, la adopcin por parte del hombre de una versin masculinizada del servicio y entrega femeninos tambin le permite subvertir la diferencia sexual, exhibiendo los mximos valores masculinos al portarse de manera femenina. Lo que acabo de proponer que el fascismo espaol se bas, tanto para el hombre como para la mujer, en una revalorizacin militarizada de los valores tradicionales femeninos del servicio y la entrega se ve respaldado, de manera sorprendente, por el fundador de Falange Espaola, el supermacho carismtico Jos Antonio Primo de Rivera. Los historiadores suelen resumir sus ideas con respecto a la mujer al citar, fuera de contexto, la declaracin que hizo el 28 de abril de 1935, en un discurso dirigido a falangistas femeninas en la provincia de Badajoz: Tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnfico destino y entregarla a funciones varoniles. En su libro Las tres Espaas del 36, Paul Preston incluye las frases anterior y posterior, en las cuales Jos Antonio impugna el concepto de la mujer como tonta destinataria de piropos, y propone una visin extraordinariamente negativa de lo masculino: El hombre siento, muchachas, contribuir con estas confesin a rebajar un poco el pedestal donde acaso le tenais puesto es torrencialmente egosta; en cambio, la mujer casi siempre acepta una vida de sumisin, de ofrenda abnegada a una tarea. (Preston 1998, 148). Preston no cita la primera frase del discurso: Y acaso no sabis toda la profunda afinidad que hay entre la mujer y la Falange, aunque s la cita Rodrguez-Purtolas (1997, 893). Ni Preston ni Rodrguez-Purtolas citan el final realmente asombroso de este discurso, que no he visto citado en ningn estudio: Ved, mujeres, cmo hemos hecho virtud capital de una virtud, la abnegacin, que es, sobre todo, vuestra. Ojal lleguemos en ella a tanta altura, ojal lleguemos a ser en sto [sic] tan femeninos, que algn da podis de veras considerarnos hombres!. El hombre nuevo fascista resulta ser una mujer. Y es una mujer emancipada: en otra declaracin polmica, citada por su hermana Pilar, Jos Antonio anunci su deseo de crear una Espaa alegre y faldicorta (Primo de Rivera 1961, 346).
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Propongo tomar en serio la retrica transgenrica utilizada por Jos Antonio. Soy consciente de que, al exaltar el altruismo femenino como modelo a ser seguido por el hombre, Jos Antonio aprovechaba sus dotes de seductor para halagar y someter a su pblico femenino. Pero, a pesar de la actitud condescendiente de Jos Antonio hacia las mujeres a las cuales se dirige, stas podan apropiar y aprovechar sus palabras para beneficio propio; es decir, como una estrategia para legitimar su militancia poltica. Hay razones para suponer que esta retrica transgenrica puede haber tenido cierta atraccin tambin para los militantes masculinos. En su estudio de un gran nmero de diarios y novelas escritas por militantes nazis comprometidos, Theweleit propone que el fascismo no fue el resultado de una obsesin con la autoridad paterna, tal como se haba propuesto anteriormente, sino de la incapacidad de separarse de la unin pre-edpica con la madre, lo cual produce una inseguridad identitaria crnica. Esto, segn Theweleit, induce a los machos militares estudiados por l a convertir el cuerpo en una mquina inexpugnable; al mismo tiempo, aoran la disolucin del yo experimentada en la fusin pre-edpica con lo femenino. Para Theweleit, la disciplina militar nazi ofreca una solucin a estos impulsos contradictorios, al permitir la disolucin del yo dentro de estructuras rgidas y jerrquicas, autorizadas por el poder. Por tanto, el concepto fascista de un rgimen militarizado fundado en la apropriacin de la entrega femenina poda ofrecer ciertas compensaciones tanto al hombre como a la mujer. Theweleit se interesa slo por el fascista masculino, quien, segn l, se siente aterrorizado ante la blandura y permeabilidad del cuerpo femenino, que representa para l su propia naturaleza informe al no haber sabido individualizarse de la madre. En otro ensayo, he analizado la denegacin (rechazo/apropiacin) de lo femenino concretamente, de lo materno en la obra del escritor vanguardista y miembro fundador de Falange, Ernesto Gimnez Caballero (Labanyi 1993). Encontramos en Gimnez Caballero la combinacin de una retrica misgina fundada en la violencia sexual, con la apropiacin de una capacidad femenina para la exaltacin (efectivamente, la retrica de Gimnez Caballero se podra calificar de histrica). Una ambivalencia transgenrica parecida se encuentra en la pelcula Harka, dirigido en 1941 por el falangista Carlos Arvalo, y protagonizado por dos oficiales de harka (tropas de choque usadas por el Ejrcito de frica, que consistan en mercenarios rabes liderados por oficiales espaoles). En este caso, la exaltacin de la entrega militar permite una relacin abiertamente homoertica entre los dos oficiales, fundada en el rechazo de la mujer y la apropiacin masculina de lo femenino (Evans 1995, 219). En este ensayo, me interesa averiguar cmo este tipo de identificacin transgenrica puede haber funcionado en el caso de la mujer. El escenario psicoanaltico que Theweleit atribuye a los machos militares nazis es decir, una precariedad identitaria producida por la incapacidad de separarse de la madre es un escenario frecuente en el
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caso de la mujer, quien, por ser mujer, nunca puede separarse del todo de lo femenino encarnado en la madre, y quien, incluso si uno no acepta las explicaciones edpicas freudianas, casi siempre sufre la inseguridad identitaria, agravada por el hecho de que el miedo a lo informe lo sufre con respecto a su propio cuerpo femenino. Para la mujer, la adopcin de una tica militarizada no slo le poda ofrecer una sensacin de definicin corporal, mediante la disciplina fsica, sino que tambin poda convertir en un valor positivo la falta femenina de un yo bien definido, permitindole entregarse a la militancia fascista con ms facilidad que el hombre. Nos enfrentamos aqu con lo que parece ser la interiorizacin, por parte de la mujer, de la agencia masculina bajo la forma de la femineidad estereotpica (en el caso del hombre, sera ms bien la interiorizacin de la femineidad estereotpica bajo la forma de la agencia masculina). No me parece apropiado hablar aqu de masoquismo. Ms til es la definicin que hace Louise Kaplan de la perversin, que, segn ella, consiste en la mmica de las cualidades estereotpicas del mismo sexo, para denegar (negar/satisfacer) impulsos asociados con el otro sexo, los cuales no son aceptables socialmente. Segn esta definicin, la perversin masculina consiste en la mmica del dominio flico para negar/realizar un deseo de sumisin femenina. La perversin femenina consistira en la mmica de la sumisin femenina para negar/realizar un deseo de control masculino. Esta formulacin define bastante bien el comportamiento al parecer contradictorio de las falangistas femeninas. El anlisis que hace Theweleit del macho militar nazi coincide con la definicin que hace Kaplan de la perversin masculina, puesto que, segn Theweleit, el fascista masculino se fabrica una armadura rgida masculina para negar/satisfacer un deseo femenino de disolucin. La excesiva reiteracin de la insistencia en la sumisin femenina por parte de los miembros de Seccin Femenina hace sospechar que sta sirve de cortina de humo para encubrir una realidad menos aceptable. Un ejemplo clsico lo vemos en el discurso de Pilar Primo de Rivera en las Cortes, en 1961, al presentar la Ley sobre los Derechos Polticos, Profesionales y Laborales de la Mujer, redactada por Seccin Femenina, la cual marc un hito importante en el intento de mejorar los derechos de la mujer, despus de su anulacin total bajo el primer franquismo. El discurso es un ejemplo brillante de la ambivalencia retrica, al insistir Pilar Primo de Rivera en su creencia anti-feminista en la separacin de las esferas privada y pblica, mientras que aboga por el derecho de la mujer al trabajo, observando que el Fuero de los Espaoles de 1938, a pesar de proclamar la igualdad entre el hombre y la mujer, haba resultado en medidas regresivas (Palabra 7). En este discurso, como en otros, Pilar Primo de Rivera insiste en que la incorporacin de la mujer a la esfera pblica supone el sacrificio heroico de su domesticidad (Palabra 6): un argumento brillante que permite a la mujer reivindicar simultneamente impulsos
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masculinos y femeninos, al alegar que su deseo de servicio pblico es la otra cara de un altruismo femenino que le obliga a sacrificar una femineidad natural. El intento de satisfacer deseos correspondientes a los dos sexos es la base de la definicin de la perversin que hace Kaplan. En este discurso, como en todos sus discursos y escritos, Pilar Primo de Rivera invoca continuamente a su difunto hermano, Jos Antonio. Esto puede interpretarse como un acto de deferencia a su inteligencia masculina superior, pero, a la vez, es una manipulacin astuta de sus credenciales dinsticas y, a nivel personal, la introyeccin de una voz masculina que habla a travs de ella, permitindole una voz pblica cuya autora niega. Esto nos recuerda el ensayo famoso de Freud sobre el duelo y la melancola, que analiza cmo la persona que ha perdido a un ser querido lo incorpora dentro de s, de manera temporal en el caso del duelo, y de manera permanente y patolgica en el caso de la melancola. Muchas militantes falangistas femeninas haban perdido a un marido, padre o hermano en la guerra. Esto poda ofrecer ciertas ventajas estratgicas, no slo porque el sistema legal espaol, remontando al siglo diecinueve, conceda a las viudas los derechos propietarios y comerciales de su difunto marido, sino porque el proceso de duelo permita la identificacin transgenrica, mediante la introyeccin del marido, padre o hermano muerto. En su autobiografa, Pilar Primo de Rivera comenta que las mujeres de los camaradas cados bautizaron a las nias nacidas despus de su muerte con la versin femenina de su nombre masculino como fue el caso de su propia sobrina Fernanda (Primo de Rivera 1983, 99). Pilar perdi a su hermano Fernando adems de a Jos Antonio. Un caso sugestivo es el de Carmen Werner, miembro fundador de la Falange y simpatizante con el nazismo, encargada en 1938 de la direccin del movimiento juvenil de Seccin Femenina, y cuya intimidad con Jos Antonio fue reconocida incluso por su hermana Pilar (1983, 148). Al exhumarse el cadver de Jos Antonio en 1939, se le dio a Werner una de las medallas religiosas que llevaba puestas en la tumba (comentar un texto de Werner al final de este ensayo). El ejemplo ms macabro de esta introyeccin del hombre querido muerto es el de Mercedes Bachiller, viuda de un destacado fundador de Falange, Onsimo Redondo, y fundadora ella misma de la organizacin falangista Auxilio de Invierno (versin espaola de la Winterhilfe nazi, tambin bajo direccin femenina), posteriormente llamado Auxilio Social. En su autobiografa, Mercedes Frmica una de las falangistas comentadas en este ensayo describe cmo Sanz Bachiller mantuvo su militancia poltica no slo mientras estaba de luto por la muerte de su marido, fusilado al principio de la guerra, sino mientras llevaba en el vientre el feto muerto de su hijo, que los mdicos no la dejaban abortar (Frmica 1982, 11). Parece significativo el hecho de que Pilar Primo de Rivera perdiera a su madre cuando era muy pequea y tuviera una hermana gemela que muri joven: circunstancias suficientes para causar a cualquiera una precariedad identitaria susceptible a compensarse por
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medio de la disciplina rgida y/o introyeccin de hombres queridos muertos. En su autobiografa, Pilar cuenta cmo su padre casi siempre ausente, el General Miguel Primo de Rivera, quien en los aos 20 instaurara una dictadura militar con el beneplcito de Alfonso XIII, colocaba en la pared, en sus infrecuentes temporadas en casa, unos horarios que organizaban la vida de sus hijos como la de un regimiento (Primo de Rivera 1983, 18). Parece comprensible que, para algunas mujeres espaolas, deseosas de una seguridad identitaria que no tenan, haya resultado beneficiosa la sumisin extrema a la disciplina que paradjicamente confiere la auto-definicin a travs de la disolucin del yo. La camisa azul falangista, y el saludo fascista que obliga el cuerpo a adoptar una posicin rgida y erecta, tambin permitan una mmica del lenguaje corporal masculino. Los famosos espectculos de gimnasia y de baile folklrico (Coros y Danzas) de Seccin Femenina constituan, ms que nada, un entrenamiento corporal, que daba a las muchachas un sentido paradjico de definicin identitaria mediante la subordinacin a un proyecto colectivo una exposicin pblica del cuerpo femenino que a la vez niega y afirma el yo. La novelista Carmen Martn Gaite ha descrito cmo, en las sesiones gimnsticas de Seccin Femenina, las chicas tenan que llevar una prenda llamada el pololo: unas bragas largas sujetas con un elstico muy ceido, que restringa los movimientos corporales a la vez que produca una autoconciencia corporal intensa (por dolorosa) (Martn Gaite 1987, 61-62). Por algo, la sede de Seccin Femenina, donde se imparta la educacin de sus mandos (trmino militar), fue un castillo fortificado (el Castillo de la Mota). Es cierto que la retrica de Seccin Femenina se destinaba mayormente a inculcar en las mujeres las virtudes domsticas la gran mayora de sus publicaciones llevan ttulos como Puericultura posnatal, Manual de cocina, Muecos de trapo, por ejemplo. Pero se puede aducir que, con esto, al convertir incluso la vida familiar en un acto de servicio a la patria, sus militantes quisieron dotar a las mujeres de una identidad cvica que se distingua netamente de la domesticidad burguesa tradicional, que exclua a la mujer de la esfera pblica. He elegido analizar, en las pginas que siguen, dos novelas de Carmen de Icaza, de los primeros aos 40, y una de Mercedes Frmica, de 1950, por ilustrar distintas representaciones de la femineidad por parte de autoras que, en ambos casos, fueron militantes falangistas destacadas. Hay que sealar que existe una cantidad importante de novelas escritas en, y despus de, la guerra civil por simpatizantes femeninas de Falange Espaola que no fueron militantes, y cuya descripcin de la mujer es, en general, mucho ms tradicional. No hay espacio aqu para comentar esta produccin novelstica, que pertenece en su gran mayora al gnero de la novela rosa. Sin embargo, quisiera sealar de paso que, incluso en estas novelas, donde la adhesin fascista consiste en la sumisin amorosa a un hroe falangista, las protagonistas femeninas o tienen un pasado activo
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masculino, o su amor a un falangista produce una conversin poltica que les hace abandonar su anterior femineidad frvola y egosta, para asumir un concepto del amor como auto-sacrificio y servicio pblico. En estas novelas romnticas, el amor no significa el refugio en la intimidad, sino la insercin heroica en la esfera pblica, convirtiendo la entrega femenina en un tipo de milicia. Carmen de Icaza, hija de un poeta y diplomtico mexicano y autora de novelas romnticas de gran xito, se cri en Alemania y otros pases europeos. Al morir su padre en 1925, empez a trabajar como periodista para El Sol (que public por entregas su primera novela), para sostener a la familia. Tambin colabor con los peridicos Blanco y Negro, ABC, y Ya donde fue responsable de una campaa a favor de las madres solteras. En 1945 fue declarada la novelista ms leda del ao. En Usos amorosos de la posguerra espaola, Carmen Martn-Gaite comenta que sus heronas ofrecan una nota de cosmopolitismo y modernidad poco usual en el ambiente mojigato de la posguerra (Martn Gaite 1987, 145). En 1936, Icaza fue co-fundadora de Auxilio Social en Valladolid, y con otras militantes de Auxilio Social entr en Madrid a la cabeza de las tropas nacionales triunfantes al terminar la guerra civil. Desempe el cargo de Secretaria Nacional de Auxilio Social durante 18 aos. Visit la Alemania nazi y la Italia fascista (donde tuvo una audiencia con Mussolini), acompaada por Pilar Primo de Rivera y Carmen Werner (Primo de Rivera 1983, 209-10). La mayora de sus novelas, a pesar de su formato romntico, terminan con la partida de la herona, a solas, hacia un futuro optimista. Cuando terminan con el matrimonio como en el caso de su novela ms conocida, Cristina Guzmn, profesora de idiomas (1935) es para premiar una vida hasta entonces independiente. Icaza mantuvo su produccin de novelas romnticas a lo largo de los aos 40 y primeros 50; las que se publicaron despus de las dos novelas estudiadas aqu no tienen referencias polticas concretas, y, con el tiempo, la representacin de la mujer se va haciendo ms convencional. He elegido comentar las primeras dos novelas que Icaza escribi despus de la guerra, cuyas referencias fascistas explcitas se combinan con la representacin de protagonistas femeninas realmente sorprendentes desde el punto de vista del gnero. Las dos novelas son: Quin sabe! (1940), ambientada en la guerra civil; y Soar la vida (1941), ambientada en la inmediata posguerra. Empezar por analizar la segunda novela, para terminar con la que tiene referencias falangistas ms directas. La protagonista Teresa de Soar la vida es, como Icaza, una periodista quien, al morir su padre intelectual, trabaja para llevar adelante a sus hermanos, llegando a ser directora de una revista femenina Feminidades, adems de autora de novelas romnticas de gran xito, que escribe bajo el pseudnimo masculino Juan Iraeta. Bajo esta identidad masculina, recibe cartas, algunas de ellas amorosas, de sus lectoras. Esto
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produce en ella un yo escindido, cuya parte masculina tiene xito y fama en la esfera pblica, y cuya parte femenina tiene una dimensin puramente privada. Despus del xito en la Rumana (entonces fascista) de la adaptacin cinematogrfica de una de sus novelas romnticas, Juan Iraeta recibe la invitacin de una poetisa aristocrtica rumana a visitar el pas; Teresa acepta la invitacin, y al llegar explica que Iraeta la ha enviado en su lugar. El rumano que la recibe en el aeropuerto anuncia: El seor es una seora. Sus anfitriones la llevan luego a Estambul, donde establece una amistad romntica con un aristcrata millonario de origen mixto espaolturco, Alfonso/Al, quien ha gastado su fortuna financiando proyectos fascistas en varios pases europeos, incluyendo Espaa. La doble personalidad occidental/oriental de Alfonso/Al hace eco de la personalidad escindida masculina/femenina de Juan Iraeta/Teresa. Los intentos de Atatrk de convertir a Turqua en un pas moderno y laico se describen de forma explcitamente fascista, con los campos de deportes llenos de obreros jvenes, los alegres desfiles de las juventudes y las mujeres encuadradas dignamente en la vida nacional (Icaza 1941, 194; podemos notar que la palabra encuadradas que se usa para referir a las mujeres es un trmino militar). Alfonso/Al es un invlido, quien ha perdido en un accidente el uso de las dos piernas. Por lo tanto, representa un espritu heroico atrapado en un cuerpo castrado, haciendo eco de la dualidad masculina/femenina de Teresa. Ella incluso llega a considerar su persona femenina como un disfraz que encubre su identidad masculina autntica; esto quiere decir que sus dos personas, masculina y femenina, son disfraces. Lo que llama la atencin aqu es que su persona masculina es el autor de novelas sentimentales, mientras que su persona femenina es la persona prctica que cree en el trabajo y no en los sueos. No es capaz de confesar a Alfonso/Al que ella es el admirado Juan Iraeta, porque tiene miedo de cambiar su existencia femenina gris por la fama pblica. Al final, el amor no flico y materno de Alfonso/Al (ella le cuida en su silla de ruedas; l le ofrece su apoyo protector) le da el valor suficiente para anunciar, en la ltima frase de la novela, Juan Iraeta soy yo. Su reconocimiento (pblico y privado) de su persona masculina hace posible el final feliz, al sellar su romance de cuento de hadas con su prncipe fascista mutilado. Si en Soar la vida tenemos un caso de travestismo figurativo, Quin sabe! relata un caso de travestismo literal. La adopcin del formato de la novela de espionaje, en la cual nadie es quien parece, permite una exploracin especialmente interesante de la identidad como mmica o disfraz. La novela se dedica A mis camaradas, la mujeres de la Falange. El epgrafe Lo irreal dnde empieza? dnde acaba? se refiere al sueo utpico falangista y a la identidad de gnero, puesto que ambos representan el triunfo de la voluntad y la imaginacin sobre la realidad. La novela empieza con un republicano que pone en tela de juicio el fusilamiento de una falangista, puesto que una chica guapa cmo va a ser
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peligrosa? una advertencia al lector para que no cometa el mismo error. El protagonista de la Primera Parte es Jos Mara Castell, un falangista joven, esbelto y valiente, quien ha sido encargado de una misin especial por el lder de Falange Espaola, Jos Antonio, desde su prisin alicantina. Adems de infiltrarse en la Direccin de Seguridad republicana, Jos Mara llega a atravesar el pas con su banda falangista, salvando a los suyos de una serie de apuros, gracias a su arrojo y valenta. Todos los miembros de la banda falangista son conocidos por nmeros (Jos Mara es el numero 7), puesto que han sacrificado su yo a una causa superior. Jos Mara se caracteriza por su amor al riesgo: su entrega incondicional, descrita explcitamente como una cualidad femenina, le gana la admiracin de sus camaradas masculinas. La Primera Parte termina en Gnova, donde Jos Mara se embarca en un transatlntico destinado a Nueva York, sustituyendo a una chica quien le ha preparado una cabina. En las ltimas pginas, le vemos examinar la ropa interior femenina en el armario y el maquillaje en el tocador, mientras se despide de su imagen masculina en el espejo. La Segunda Parte empieza con la esbelta figura femenina de Marisa Castell, disfrazada de viuda argentina, quien comprueba su imagen en el espejo al ir a cenar: Es ella esa mujer plida y fina, de sienes demacradas bajo una diadema de trenzas? No se reconoce. No se conoce, mejor dicho. La mujer frente a ella es nueva (1935, 140). En el captulo siguiente, Jos Mara recuerda el pasado de su hermana Marisa, una estudiante universitaria quien se rebel contra su padre militar (un general) al hacerse miembro del SEU. Como militante falangista, Marisa llevaba las pistolas de sus camaradas masculinas, en varias ocasiones sustituyendo a su hermano Jos Luis el enlace que transmita las rdenes de Jos Antonio desde la crcel. A medida que avanza el flashback, empezamos a darnos cuenta de que el personaje que recuerda el pasado no es Jos Mara disfrazado de su hermana Marisa, sino Marisa misma, quien, despus de perder a toda su familia en el terror rojo en el Madrid republicano, ha adoptado la identidad de su hermano Jos Luis, bajo el nombre andrgino de Jos Mara. Justo cuando Marisa sucumbe a un momento de flaqueza, lamentando el sacrificio de su juventud femenina normal, un forastero (Lord Aberdeen) la coge en brazos. A partir de este momento, Marisa se debate entre un deseo nuevo de sumisin a un protector masculino, y su persona masculina el agente secreto que ella describe como su ser autntico, aunque actuado por Marisa Castell, viuda argentina. Se nos hace imposible a ella y a nosotros distinguir entre su identidad verdadera y los disfraces transgenricos mltiples, especialmente cuando Marisa empieza a recurrir a la seduccin femenina para hacer el espionaje, lo cual convierte en engao su naturaleza femenina biolgica. Como ella dice, era mucha ms fcil ser un chico en Madrid en plena guerra (Icaza 1935, 203). Se enoja cada vez ms con el camarada falangista que la acompaa en su misin, quien, siendo ella ahora Marisa y no Jos Mara, empieza a portarse hacia ella de una manera
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condescendiente. El narrador alterna las formas femenina y masculina para referirse a ella, lo cual sugiere que ella es femenina y masculina a la vez. Despus de muchas aventuras complicadas en esta novela de espionaje, todas las identidades son sospechosas Marisa termina en Nueva York, destrozada al descubrir que las atenciones amorosas de Lord Aberdeen tenan una motivacin poltica y no personal, puesto que es un espa sovitico. Sin embargo, resulta que su amor era autntico adems de fingido, puesto que se auto-inmola con el malo (un dentista neoyorquino preparando la guerra bacteriolgica contra los nacionales), despus de mandar a Marisa la frmula qumica secreta en un ramo de flores. El objetivo de la misin secreta de Marisa la frmula qumica secreta es irrelevante en esta novela donde el enigma principal el Quin sabe! del ttulo es la identidad de gnero. En las novelas de Mercedes Frmica, no encontramos este tipo de personalidad escindida (masculina/femenina), ni el concepto de la identidad como disfraz, pero s lo que me parece ser una representacin autnticamente feminista dentro de parmetros falangistas de la militancia poltica femenina. Una de las fundadoras de Falange Espaola, Frmica fue la nica militante falangista femenina de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, siendo su representante en el primer Consejo Nacional de la Falange; en una fotografa de este acto, aparece como la nica mujer. Poco antes de su detencin, Jos Antonio la nombr Delegada Nacional del SEU Femenino en la Junta Poltica de la Falange (Frmica 1982, 147, 158-59, 205). En su Mlaga nativa, tuvo una relacin estrecha con Carmen Werner, quien de hecho diriga la Falange en la provincia de Mlaga, al estar detenidos sus delegados masculinos. Sin embargo, Frmica indica que Werner (cuya abuela haba tenido una correspondencia con Georges Sand) crea que el papel de la mujer deba estar limitado a la esfera privada, mientras que Frmica defenda su derecho a una carrera profesional (Frmica 1982, 177, 179, 198, 243). La autobiografa de Frmica insiste en recordar a las otras militantes falangistas femeninas quienes ocuparon puestos oficiales o de hecho en la Falange. Lamenta la masificacin de la Falange en el transcurso de la guerra, por miedo y no por conviccin revolucionaria (1982, 205-19, 23436); y critica la Seccin Femenina por oponerse despus de la guerra a la educacin universitaria de la mujer (Frmica 1982, 248; Ruiz Franco 1997, 31). Sin embargo, elogia la Seccin Femenina por convertir en un derecho social el concepto catlico tradicional de la caridad, y arremete ferozmente contra la teocracia carlista, insistiendo que las cosas empezaron a ir mal para la Falange (especialmente para las mujeres) cuando se ali con la Iglesia (Frmica 1984, 11-13). Efectivamente, si leemos las varias novelas escritas por simpatizantes femeninas con la Falange, mencionadas arriba, salta a la vista el hecho de que las que representan a la mujer de la manera ms tradicional las de Concha Espina, por ejemplo son las que subrayan los valores catlicos.
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En 1950, Frmica termin la carrera universitaria, licencindose en derecho, y llegando a ser una de las tres mujeres autorizadas a ejercer la carrera de abogado en la Espaa de entonces. En 1950, empez a trabajar, con otros intelectuales falangistas desafectos, en el Instituto de Estudios Polticos, donde, a peticin de Pilar Primo de Rivera, redact un texto sobre los derechos profesionales de la mujer, que fue confiscada. Gran parte de este texto fue incluida, sin reconocer su autora, en la Ley de 1961 (mencionada arriba) que Pilar Primo de Rivera present a las Cortes como obra propia. En 1953, Frmica inici una campaa a favor de la reforma de los derechos de la mujer casada (tema de su novela A instancia de parte, de 1955), que consigui unas reformas tmidas del Cdigo Civil en 1958 (Frmica 1991, Ruiz Franco 1997, 36-37). En los aos 70, empez a escribir novelas sobre figuras femeninas histricas. Su labor jurdica est empezando a ser reconocida por las historiadoras (Ruiz Franco 1997). La primera novela larga de Frmica, Monte de Sancha (1950), representa el terror rojo que ella presenci en Mlaga en 1936; el ttulo se refiere a la zona adinerada de las afueras donde ocurrieron muchas de las peores atrocidades. La novela aboga explcitamente por un nuevo modelo de mujer, identificada con la militancia falangista. La novela se focaliza a travs de una chica frvola de alta sociedad, Margarita, quien cree que las mujeres existen para flirtear y que la poltica es cosa de hombres. El narcisismo de Margarita, que tiene que mirarse continuamente en el espejo para convencerse de que existe, se contrasta con la conciencia poltica de Julia, convertida a la militancia falangista despus del asesinato de su novio falangista, en un caso explcito de introyeccin del hombre querido muerto: al tocar la mano todava caliente de su cadver, sta transmite al cuerpo de Julia el mensaje de que ella debe continuar su labor poltica. Julia y Eduardo antiguo novio de Margarita, quien la ha dejado para la militancia falangista conversan sobre la necesidad de eliminar la desigualdad social, no por caridad sino por justicia social. La novela demuestra cmo la mayora de las chicas no son capaces de comprender a sus novios militantes, y mucho menos a Julia que critican por hablar como un hombre (Frmica 1950, 59). Julia rechaza a su madre en una versin falangista de la rebelda generacional de los 60: Cada uno de nosotros de quien primero tiene que huir es de su propia familia. Nuestro ambiente no desea cambiar sino conservarse. Conservarse es su palabra favorita (Frmica 1950, 61-62). Es evidente que todos estos falangistas jvenes son de familias bien; su deseo de justicia social est motivado por la necesidad de imponer una revolucin desde arriba, antes de que las clases trabajadoras inicien una revolucin desde abajo. Cuando Margarita insiste que las mujeres no deben meterse en poltica, para no arriesgar el pellejo, Julia contesta que, en el conflicto social que se acerca, las mujeres morirn de todas maneras. El egosmo de Margarita contrasta tambin con la tradicional tica auto-sacrificial de Ins,
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quien se representa como inferior a Julia por ser motivada su capacidad de auto-sacrificio slo por el amor a su marido, y no por la creencia en un proyecto colectivo. Margarita empieza a curarse de su narcisismo cuando se enamora de un escultor de clase trabajadora, Miguel, pero sigue limitada por su incapacidad de ver ms all de lo personal. De manera parecida, las aspiraciones sociales de Miguel estn limitadas por preferir el arte y la belleza (incluyendo la belleza de Margarita, quien le sirve de modelo) a la poltica y la justicia social. La creencia ilusoria compartida por Margarita y Miguel, de que pueden vivir en un mundo privado regido por el placer, se hace aicos con la violencia desatada por los primeros das de la guerra civil. La creencia en la privacidad del hogar tambin se viene abajo cuando se descubre que los criados son comunistas. Margarita presencia la muerte de Julia en la masacre de los falangistas detenidos en la crcel de Mlaga. Al intentar salvar a Margarita, Miguel fusila a su antiguo novio Eduardo, quien revela que l haba fusilado al asesino del novio falangista de Julia. En esta realidad donde todos resultan tener las manos sucias, el sueo burgus de privacidad y belleza queda destrozado. La novela termina con el fusilamiento de Margarita por un delincuente republicano, confirmando la profeca de Julia al advertir que una est metida en poltica, quiera o no. Aunque la novela de Frmica, con su temtica poltica seria y anlisis psicolgico bastante logrado, tiene una calidad literaria superior a la de las novelas romnticas de Icaza, la ambivalencia genrica de stas quiz tiene ms inters que la demostracin contundente, en Monte de Sancha, de que lo personal es poltico. El hecho de que una escritora falangista optara por el travestismo como recurso narrativo es menos sorprendente de lo que pudiera parecer, si se acepta como vlida mi lectura de la ambivalencia genrica fascista a la luz de la definicin de la perversin que hace Kaplan es decir, la mmica de las cualidades estereotpicas del mismo sexo, para negar/permitir la satisfaccin de deseos asociados con el otro sexo. Surge entonces la pregunta: las falangistas femeninas comentadas aqu deberan considerarse perversas? En la obra de Frmica, no encontramos ningn tipo de doble juego. En las novelas de Icaza, las protagonistas s parecen estar atrapadas en una duplicidad perversa, pero son totalmente lcidas con respecto a sus identidades escindidas y asumidas. Como hemos visto, Soar la vida termina con el reconocimiento final, de parte de la protagonista, de su persona masculina. Y Pilar Primo de Rivera? En este caso la respuesta depende de si entendemos su comportamiento como un caso de manipulacin consciente de conceptos contrarios del papel de la mujer para fines estratgicos, o de denegacin inconsciente de sus contradicciones internas. Dada su capacidad de sobrevivencia poltica, la primera explicacin parece la ms probable. Para reforzar esta hiptesis, terminar con el anlisis de otro texto: un manual para mandos de Seccin Femenina escrito por Carmen Werner, de alrededor de 1942 (no lleva fecha). Lo que ms llama la atencin en este
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texto es la insistencia reiterada en la necesidad del disimulo. La Segunda Seccin se titula De la higiene o disimulo de la vida animal; la Tercera, dedicada a la cocina, empieza: Cmo disimulamos o decoramos la comida; la Cuarta, Sobre la discrecin, empieza: De la ocultacin o disimulo de nuestra intimidad. Que esta insistencia en el disimulo debe leerse como una estrategia subalterna, y no como un caso de denegacin inconsciente, se aclara en un prrafo largo que empieza por narrar la contestacin de Madame de Stal a Napolen, cuando ste declar que las mujeres no deban hablar de poltica. La respuesta de Madame de Stal fue que, en un pas donde a las mujeres las hacan pasar por la guillotina, ellas necesitaban saber por qu (esto se parece mucho al argumento de Frmica en Monte de Sancha). Werner aade que, en todas las pocas, por muy legtima que haya sido la intervencin femenina en la accin poltica e histrica, [la mujer] ha tenido que usar de toda su gracia femenina para hacerlo perdonar de los hombres (me refiero a las pugnas que se suelen establecer entre el elemento femenino y masculino de una Jefatura Provincial). Aqu, Werner se basa evidentemente en su propia experiencia de la Jefatura de Falange de Mlaga (mencionada arriba). Werner prosigue su argumento quejndose de que, aunque el hombre y la mujer tienen esferas distintas de accin: cada vez que las circunstancias nos sacan de nuestra esfera e invadimos el campo de la accin, aunque sea por motivo legtimo, encontramos tremendos defensores de los derechos del hombre Por eso, disimulemos o disminuyamos nuestra presencia fsica en el trabajo. Seamos hormiguitas, hormiguitas graciosas y amables. Envolvamos en femenidad [sic] nuestras formas de trabajo, nuestro uniforme, nuestro andar, nuestra propaganda (Werner, 53-54). Despus de articular esta estrategia subalterna, Werner cambia de tctica, insistiendo en que la mujer se complace en la sumisin y el hombre en la accin, pero esto lo dice a travs de la cita de un autor alemn masculino (Axel Mntche), la cual empieza por declarar que en realidad las mujeres son superiores a los hombres, pero los hombres nunca deberan decrselo. Aqu tenemos un uso brillante de la retrica: Werner no slo se disocia de la insistencia en la voluntad femenina de sumisin, al ponerla en boca de un hombre, sino que revela el inters no declarado de los hombres en rebajar a las mujeres. La lectura de este prrafo sugiere que la discrepancia antes mencionada entre Frmica y Werner, sobre si la mujer debera operar slo en la esfera privada, haya sido una discrepancia, no de principios, sino de tctica. Aunque puede ser humillante para la mujer tener que fingir ser una hormiguita para salir con lo suyo, mi argumento en este ensayo es que las falangistas femeninas saban lo que hacan cuando iniciaban sus declaraciones pblicas con
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protestaciones de sumisin femenina. Incluso, su entendimiento generalmente lcido de la femineidad como una mmica que les permita ejercer una agencia masculina no aceptable, hace contraste con la falta general de reconocimiento, de parte de los falangistas masculinos, de las identificaciones transgenricas implicadas en la equiparacin de la disciplina militar con la entrega femenina. Si la perversin conlleva la denegacin, entonces deberamos llamar perversos a los falangistas masculinos, y no a las femeninas. Enders sugiere que deberamos encontrar una manera de pensar el feminismo que va ms all de los parmetros polticos progresivos dentro de los cuales se suele situar. Al alegar que las falangistas femeninas comentadas en este ensayo llevaron a cabo una revalorizacin estratgica de la entrega femenina, hacindola coincidir con la militancia poltica, propongo que por lo menos aquellas mujeres que se incorporaron a las organizaciones falangistas en sus primeros tiempos deberan considerarse como ejemplos de un feminismo conservador. A los que se resisten a aceptar la posibilidad de un feminismo conservador, les recordar que la pelcula misgina Harka (1941), del director falangista Carlos Arvalo, que representa una ambivalencia militar hacia lo femenino, basada en el rechazo de la mujer y la apropiacin de lo femenino por el hombre, fue seguida, en su prximo filme de 1942, Rojo y negro, por la anomala aparente de una pelcula explcitamente falangista y feminista. En Rojo y negro, los valores heroicos masculinos estn encarnados por la protagonista falangista femenina (interpretada por Conchita Montenegro, conocida en la poca como la Garbo espaola), quien ofrece un ejemplo de entrega poltica activa a los personajes masculinos tanto de la derecha como de la izquierda. La postura feminista de la pelcula se hace explcita en el prlogo: un flashback a la infancia de la protagonista y su novio comunista, cuando se pelean por querer ella acompaarle en su barco de pirata. Al insistir l en que las mujeres estn prohibidas, ella replica que se vestir de hombre y har todo lo que haga falta, tatundose si es necesario, puesto que ella es ms valiente que l lo cual queda confirmado por la accin de la pelcula. No debe sorprendernos el hecho de que dos hombres Jos Antonio, Arvalo hayan propuesto explcitamente a la mujer como encarnacin de la doctrina fascista del servicio, mientras que las falangistas femeninas hayan mantenido su insistencia en su rol subordinado. Icaza y Werner, por lo menos, supieron que el camino a la agencia masculina pasaba por la mmica de una femineidad estereotpica. El comportamiento de Pilar Primo de Rivera se presta a la misma interpretacin. La postura feminista de Frmica es ms directa; podemos notar que ella fue la que tuvo menos xito en conseguir puestos de poder. Hay que recordar que la tradicional duplicidad femenina es otro nombre para las prcticas subalternas teorizadas por Gramsci: es decir, el aprovechar una situacin de falta de poder para conseguir el mayor grado de poder posible.
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Resumen Los medios de comunicacin producen desigualdad de gnero mediante la construccin de un entorno simblico daino. A travs del discurso meditico, compuesto de roles y estereotipos, la imagen de la mujer es gestionada, transmitiendo inferioridad respecto al hombre. El artculo resalta la influencia de estos discursos mediticos sobre las relaciones sociales y humanas, la discriminacin y la marginacin de la mujer. Abstract Media produce gender inequality by means of the construction of a harmful symbolic environment. Through media discourse, made up with stereotypes, woman image is negotiated, transmitting inferiority regarding man. The paper highlights the influence of these media discourses on social relationships and woman's discrimination. Palabras Claves Gnero / Estereotipos / Medios masivos / Comunicacin / Psicologa. Keywords Gender / Stereotypes / Media / Communication / Psychology
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Sumario 1. Introduccin. La sociedad de la comunicacin mediada 2. Las mujeres. Su rol y su presencia en el mundo de hoy 2.1. Las mujeres actuales. El debate del sexo y el gnero 2.2. El feminismo como reflexin y dialogo hacia el cambio social 2.3. La bsqueda de la identidad y de la autoestima 3. Los estereotipos de gnero en los medios de comunicacin 4. Los medios de comunicacin creadores de imagen 4.1. Medios basados en la palabra y medios basados en la imagen 5. Las mujeres dichas 5.1. En la prensa: Mujeres de a diario 5.2. En la radio: Con voz de mujer 6. Las mujeres representadas 6.1. Las mujeres contadas: Televisin 6.2. Las mujeres soadas: Cine 6.3. Las mujeres-iconos: Publicidad 6.4. Tratamiento del gnero. Mujeres y varones en los mensajes publicitarios Summary 1. Introduction. Mediated Society of Communication 2. Women. Their roles and their presence in nowadays world 2.1. Present day women. Sex versus Gender debate 2.2. Feminism as reflection and dialogue towards social change 2.3. Identity and self-esteem enquiries 3. Gender stereotypes in mass media 4. Media constructing images 4.1 Media through words and through images 5. Said women 5.1. In the press: every day women 5.2. In the radio: with a woman voice 6. Featured women 6.1. Told women: Television 6.2. Dreamt women: Cinema 6.3. Icon-women: Publicity 6.4. Gender treatment. Women and men in publicity messages.
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hecho la ciencia mdica ha consagrado ya varias especialidades al estudio y tratamiento de dolencias especficamente propias de las mujeres y al desarrollo saludable de sus sistemas y procesos biolgicos. Se habla de gnero en lo que se refiere a los aspectos construidos: histricos, culturales y sociales. La sociedad ha diseado a lo largo de la historia unas normas para las mujeres muy diferentes de las que rigen para los hombres. Por ejemplo, que la crianza de la prole es competencia de las madres que, por ello han de permanecer en el hogar con dedicacin exclusiva. O la idea de que las mujeres son ms sensibles o emocionales que los hombres, o inhbiles para actividades tpicamente masculinas como ciertos deportes o cargos en la Iglesia. La enumeracin de los mandatos sociales se hara interminable pero todo el mundo sabe de qu estamos hablando. No obstante, la definicin del gnero en los pases desarrollados est girando (ms o menos lentamente) hacia una consideracin positiva del rol que pueden desempear las mujeres y ya no se ponen trabas a ninguna chica que quiera estudiar en la Universidad ni nadie se extraa de que haya presidentas de gobiernos, alcaldesas o mdicas. Otra reflexin interesante es la necesidad de lograr la conciliacin entre la profesin y la atencin a la familia; poco a poco se toma nota de que esa conciliacin no es cosa slo de las madres, sino de la familia: del padre y la madre por igual. Acerca de lo que es hoy la mujer y de lo que, sobre ella, hay en la mente social se puede apreciar un panorama en gran medida positivo y esperanzador aunque todava haya muchos problemas y muchas aristas que limar. Estimamos que hay dos fuertes razones para creerlo as; de una parte porque la actitud general de las mujeres y las expectativas sociales con respecto a ellas manifiestan una toma de conciencia tanto de los problemas existentes en este campo como de la necesidad y posibilidad de sus soluciones; y de otra porque, pese a los muchos obstculos que an persisten, la accin de las mujeres marca una decidida lnea de progreso hacia la conquista de un equilibrio social que evite la existencia de dificultades y diferenciaciones cuando no discriminaciones- por razn del sexo. Se trata adems, y esto es de importancia definitiva, de un avance reconocido y alentado ya por amplios sectores de la sociedad. El mundo actual tiene, ante las mujeres, muchos defectos pero tiene dos importantes dimensiones positivas que son la Ciencia y la Democracia. La primera, ha proporcionado, durante la ltima centuria, enormes adelantos en el conocimiento y en las aportaciones tecnolgicas para unas mejores condiciones de vida y trabajo. La segunda, de tipo ideolgico y poltico, se plasma en las propuestas sociales de la igualdad de condiciones y oportunidades para todos los seres humanos sin excepciones. Aunque es bien cierto que no todos los avances cientficos y tecnolgicos se usan en beneficio de las mejoras de vida; y se puede fcilmente demostrar que un gran porcentaje de las propuestas democratizadoras todava no ha llegado a ser realidad. De la misma forma,
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tambin est comprobado y se sigue poniendo de manifiesto en numerosas investigaciones (Duran, 2000; Valcrcel, 2000; Moreno Sarda, 1999; Sall y Estebaranz, 2004; Nez y Loscertales, 2004), que el papel desempeado por la parte femenina de la poblacin ha sido, en muchos tiempos y en muchos sitios, escaso, injusto e inadecuado, al menos para las mujeres que lo tenan que desempear. Incluso cuando ellas no tenan conciencia clara de estas situaciones o aunque ciertas mujeres de forma aislada o por ser pertenecientes a ciertos estamentos sociales gozaran de posiciones gratas y cmodas.
2.2.
a mirada a la historia nos presenta la aparicin del feminismo como la toma de conciencia de las mujeres y de sus problemas. Y como todo proceso histrico ha tenido fases y evoluciones; Amelia Valcrcel las denomina las tres olas del feminismo (Valcrcel, 2000, 21). Ya en siglo XVIII los afanes de la Ilustracin llegaron a las mujeres, fue la primera etapa. Escasamente, porque las ilustradas eran escasas, pero tambin de forma luminosa se empez a hablar de la vindicacin de los derechos de las mujeres. Es la vindicacin de la ciudadana. Nunca se borrar el recuerdo de Louise de Lacombe y Olimpia de Gouges que encabezaron un grupo de protesta aduciendo que la Declaracin de Derechos se refera simplemente a los derechos del hombre. Encontraron una cerrada resistencia de aquellos "avanzados" padres de la patria pero en 1793, el 20 de noviembre, consiguieron unos "Derechos de la Mujer" con el lema de "si las mujeres pueden subir al cadalso, tambin pueden subir a la tribuna". Fue un bello gesto, pero los tiempos todava no estaban maduros y, al parecer, esos derechos se perdieron obteniendo tan slo el de subir a la guillotina. Una segunda fase del feminismo aparece en el siglo XIX. Ahora las protagonistas son denominadas en forma despectiva sufragistas. Son mujeres valientes y atrevidas que reclaman el derecho al Voto y a la Educacin. Sus sufrimientos han dado fruto y las mujeres pueden votar prcticamente en todas partes, pero no est tan lejos el tiempo en que Concepcin Arenal se tuvo que vestir de hombre para entrar en las aulas universitarias. Por fin, y con ello llegamos a los tiempos actuales, la tercera fase es la del siglo XX. Logrado todo lo anterior, el feminismo, a partir de los aos 70 del pasado siglo, plantea ya numerosas reformas legales en pro de las mujeres. Es un aire igualitario y renovador que se extiende por muchos pases, predominantemente por los de cultura occidental. Bien es cierto que a veces estas leyes no se cumplen (pensemos en las normas que dictan igual salario para igual trabajo) por lo cual se puede decir que sigue abierta la tarea. Se han logrado, en efecto, mejoras legales del orden de poder acceder a todo tipo de trabajo o la proteccin de la maternidad, pero hay muchas barreras manifiestas o encubiertas que an deben ser derribadas.
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Tambin se encuentra ahora en proceso el gran debate ideolgico sobre el paso desde el feminismo de la igualdad hacia el feminismo de la diferencia y la bsqueda del objetivo lejano: la paridad total, que todava no se ha logrado. Se puede afirmar, en palabras de Amelia Valcrcel que en el feminismo conviven vindicaciones y explicaciones, si bien las primeras han precedido por lo general a las segundas. Es una filosofa poltica con sus propios clsicos que lleva casi tres siglos a sus espaldas (Valcarcel, 2000, 22). Sin embargo hay que reconocer que, en este mundo de hoy, la cultura occidental, postindustrial y tecnolgica, tie con visos de uniformidad amplias zonas del planeta. Y es, precisamente, en esta sociedad contempornea donde se percibe el giro hacia la construccin de una imagen nueva, rica, renovada y profunda de esa presencia de las mujeres. Presencia que aunque nunca falt en pocas pasadas, hoy est en la punta de lanza de la actualidad porque las mujeres al cambiar sus formas de vida y su dinmica ante la cultura, la familia y el trabajo contribuyen al cambio social e, incluso lo determinan con la fuerza de su propio cambio. Y en relacin con los procesos de cambio y progreso social, se percibe una nueva faceta en el papel que juegan las mujeres. Si la mujer ideal haba sido definida como la trasmisora de los valores y como la figura que mantena lo establecido y la tradicin, es decir como una instancia conservadora, hay ya que ir cambiando esta imagen, puesto que a travs de su propia dinmica de cambio, las mujeres contribuyen, o al menos propician y favorecen la renovacin social. Los roles sociales de las mujeres estn cambiando velozmente, casi podra afirmarse que a la cabeza del cambio de los dems aspectos de la sociedad que tambin cambian muy de prisa, y darn mejores oportunidades tanto a las mujeres como a los hombres. Aunque todava no son muy abundantes, se ven ya sntomas muy interesantes en las formulaciones publicitarias y las reglamentaciones laborales por citar dos de los territorios donde ms duramente se marcaban las desigualdades contra las mujeres. Podemos consignar como ejemplos de los ms recientes de todos estos procesos el de la entrada de las mujeres en los puestos jerrquicos de muchas iglesias cristianas (Catherine Jefferts fue elegida el domingo 18 de junio de 2006 obispo presidente de la Iglesia Episcopaliana de EEUU) y el de la posibilidad de estar en el ejrcito no slo como tropa sino tambin en los ms altos cargos.
2.3.
as mujeres, como ciudadanas del mundo de hoy y miembros activos de la sociedad tienen que definir y conquistar una identidad propia separada de la referencia al modelo masculino habitual hasta hace muy poco. A este respecto es muy reveladora una afirmacin de Pilar Mir, en una entrevista que le hicieron en EL PAIS (1-XII-1991) en la seccin Luz de Gas:
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P. que hay de hombre en usted? R. La fortaleza y el trabajo. Evidentemente esta respuesta de una mujer de la calidad profesional de Pilar Mir, no necesita comentarios. Por el contrario, hoy da parece ser que la identidad se convierte en un problema para los hombres cuando las mujeres estn definiendo la suya. La idea de lo que tena que ser un hombre pareca clara por ser la nica, pero al plantearse las mujeres la definicin de su propia identidad sin la obligada referencia al modelo nico masculino, ellos se ha encontrado perplejos: si no somos el nico y perfecto modelo al que todo se refiere... quienes somos entonces? Sin embargo, el hecho de que las mujeres conquisten su propia identidad llegar a producir un mejor equilibrio social puesto que tambin los hombres podrn encontrar y definir mejor la suya. Por s mismos y no con el apoyo de unas superioridad y una referencia ya insostenibles. De este nuevo concepto de identidad forman parte las dimensiones laborales y profesionales porque de ninguna manera podr separarse ya la nocin de persona (mujer u hombre) del ejercicio de un trabajo o profesin entendido tanto como una responsabilidad social como un derecho individual. La ms destacada de las caractersticas en la identidad de las mujeres es, desde luego, la conciencia de s mismas en tanto que personas con un rol social. Esto, que parece algo obvio, produce importantes efectos en la autoestima de cada mujer al vivir esta circunstancia y reflexionar sobre ella (Loscertales, 2006).
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Estereotipos de rol
Aquellos que determinan los roles adscritos a cada grupo y las cosas permitidas y prohibidas
ms
consistentes
bsicos:
asignan
Por lo que se refiere a los estereotipos de rol, se les puede encontrar e identificar en los ttulos de los documentos informativos: Margareth Thatcher: hierro fundido, La dulce clausura, las abuelas madres, pero tambin en el desarrollo de sus contenidos, en las imgenes visuales y hasta en la creacin de "imgenes mentales" a travs de determinadas construcciones lingsticas. Los personajes son tratados tambin de formas especiales segn sus roles sociales y, desde luego, tambin segn los estereotipos al uso sobre su gnero. Los estereotipos de rasgo se identifican especialmente a travs los adjetivos y dems formas de calificacin a travs del lenguaje de los locutores, voces en off y hasta de la palabra de los personajes en las selecciones emitidas. Son muy significativos, en efecto, los adjetivos dedicados a estereotipar en dos campos diferentes a mujeres y hombres. Suavidad frente a energa, sociabilidad frente a dominancia, sensibilidad frente a dureza... est claro que las mujeres aparecen como ms pacficas, sumisas, seductoras, sensibles, desgraciadas... que los hombres (Loscertales, 2007). En relacin con los estereotipos de gnero nos parece lo ms adecuado ofrecer un resumen de los resultados de uno de nuestros Proyecto I + D, financiado por el Instituto de la Mujer, con el Ttulo: "Cmo se ven la Mujeres en Televisin. Anlisis de los estereotipos que distorsionan su imagen". Fue un trabajo realizado durante tres aos (1997-2000) sobre una amplia muestra de documentos de informativos de televisin. Se analizaron seis aos, 1990 1995, de los siguientes programas semanales: Documentos TV (TV 2), Informe Semanal (RTVE 1), Los Reporteros (RTVA) y Lnea 900 (TV 2). Los estereotipos principales que se reproducen en los informativos no diarios de Televisin segn hemos encontrado en esta investigacin son los derivados de una base conceptual originaria, un estereotipo de rasgo definitorio, que tie, desde la noche de los tiempos, las ideas, apreciaciones y consideraciones sobre las mujeres en general y cada una de ellas en particular. Se trata de un error fundamental que confunde lo biolgico y lo social y define como un "dogma", o una tesis cientficamente demostrada,
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que las mujeres estn determinadas por la biologa a ocupar un puesto social especfico. Partiendo de una clasificacin de los espacios sociales en pblicos y privados, los suyos seran los del mbito privado y si les da tiempo, si se sienten capaces, y sin abandonar su verdadero sitio, pueden ir a ocupar uno pblico. Hay muchas ocasiones en que tanto profesionales de la comunicacin, como los propios medios (en las editoriales de prensa, por ejemplo, o en las presentaciones de algunos de los documentos informativos que hemos estudiado) queriendo, y creyendo, que hablan en favor de una correcta atencin a las mujeres confunden lamentablemente, en este campo, los aspectos del sexo y el gnero. Tal como lo hemos encontrado, incluso con unos visos de aparente modernidad y justicia, este estereotipo de base, marco para muchos otros, podra formularse as: Las mujeres tienen asignada por la naturaleza (biologa-sexo) las tareas de reproduccin de la especie y cuidado y educacin de la prole y mantenimiento del hogar con todos sus integrantes personales y materiales. Detenindonos en esta formulacin, puede observarse que, el "determinismo" biolgico que define, incluye aspectos sexuales totalmente reales (parir y amamantar) pero tambin se encuentran en l datos sociales y de cultura como criar, educar, atender... Como complementos y derivados de esta primera formulacin ideal estereotipada, aparecen otros numerosos estereotipos que podramos denominar secundarios aunque su importancia no sea menor y los impactos que producen tengan a veces devastadores efectos. Citaremos los que nos han parecido ms sealados por su importancia y por su presencia en los temas o, incluso, en la eleccin del argumento y el diseo de los personajes implicados en la confeccin de determinados productos informativos.
1. El primero es la definicin de los roles de las mujeres y de los
varones sobre una base confusa que mezcla indiscriminadamente los determinantes biolgicos con los condicionantes sociales. Posiblemente esta confusin (que al parecer para l no exista) es la que le hizo decir a Schopenhauer que las "mujeres son unos seres de cabellos largos e ideas cortas". Este estereotipo desencadena una fuerte carga de sentido en algo que tiene mucho que ver con las atribuciones de "valores" a roles sociales asociados al gnero. Por lo que respecta a nuestra investigacin, puede destacarse aqu el hecho, estadsticamente muy frecuente, de que la voz en off (smbolo de la autoridad) sea de varn.
2. El segundo estereotipo derivado mostrara la creencia en unas
diferentes caractersticas psicofsicas en cada gnero: por ser de uno u otro sexo se est abocado a tener una determinada forma de ser y actuar. Estas diferencias ante una consideracin cuidadosa, resultan,
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en su mayora, errneas e incluso inexistentes. Este estereotipo, muy abundante en la confeccin del mensaje meditico, se percibe sobre todo en la adjetivacin y caracterizacin de los personajes de los reportajes y documentales que hemos revisado. As por ejemplo, a una mujer empresaria no se le adjudican adjetivos de los que se le colocaran a un hombre empresario: fuerte, enrgico, agresivo, imperativo
3. En relacin con este aspecto puede situarse y hasta diferenciarse
otro estereotipo con entidad en s mismo. Sera el tercero: la importancia del cuerpo y de la apariencia externa en las mujeres. Es un tema que ellas mismas asumen porque la sociedad lo impone con una cierta violencia simblica. Y no slo se trata de la belleza. La mujer prototipo en los medios son jvenes, delgadas y de clase media o medio-alta. Las dems son la excepcin: ancianas, enfermas, maltratadas... Y no slo en la publicidad, aunque es en dnde se ve con ms claridad. Porque por ejemplo, si hace falta una mdica o una profesora, de entre todas las del Hospital o de la Universidad se procurar elegir a una que, adems de profesional, sea joven y de buena presencia.
4. El cuarto estereotipo sera, como una consecuencia ms, la
asignacin indiscutible de "territorios sociales": el mundo pblico para los varones y el mundo privado para las mujeres, es decir la relacin entre los gneros y su adscripcin al mundo privado y al pblico como "absolutos". Se pertenece definitivamente a uno de estos territorios aunque se pueda visitar el otro. Incluso aunque estas "visitas" sean presentadas como positivas, se trata de un grave error. Preguntas como su marido le ayuda a usted en las faenas de la casa? reflejan este estereotipo del que participan muchas mujeres asumiendo totalmente esa responsabilidad. Y cuando un poltico dice que ante la afluencia masiva de las mujeres al mundo laboral hay que dictar leyes que les permitan armonizar la actividad laboral y la vida familiar, tambin se est perpetuando este estereotipo. Mucho ms si lo que se dice es "sus responsabilidades familiares". 5. As es como se puede definir el quinto estereotipo, ms grave an que los otros por lo solapado e insidioso que resulta su mensaje. Es el concepto de la relacin de las mujeres con la infancia y la juventud de las que se las considera responsables por completo. Est claro, en muchos discursos mediticos que si, por ejemplo, un beb enferma es la mam la que ha de faltar al trabajo para atenderle. O que determinadas profesiones de horarios cortos y vacaciones amplias son apropiadas para mujeres porque as pueden seguir
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atendiendo a sus "responsabilidades propias". Parece que "slo" las madres son responsables de la educacin en el seno de la familia, porque si ellas abandonan se produce la debacle. No daremos desde luego la cita bibliogrfica de esta genial idea. Para mayor gravedad, este estereotipo no slo no se desvanece sino que aumenta, puesto que est apareciendo otro colectivo indefenso y necesitado, el de los ancianos en su fase final, cuyo cuidado est siendo atribuido a "las hijas" frente a la alternativa "cruel" del asilo, aunque eufemsticamente se le llame residencia.
6. Finalmente nos atreveramos a presentar el sexto y ltimo de los
estereotipos que viene ya insinundose en algunos de los anteriores. Tiene, adems, la falacia de ser como una muestra de apoyo a "la liberacin de la mujer". Con un viso de modernidad y condescendencia podra formularse as: Indudablemente el espacio propio de las mujeres es el mundo privado. No obstante, ello no implica que, sin dejar de atender a esta primera e irrenunciable misin, las mujeres quieran "salir" a ocupar espacios pblicos y lo hagan si pueden. Se trata de las mismas ideas dichas de otra forma en relacin con dimensiones que no tendran por qu ser de mujeres o de varones, sino de personas: intelectuales (siempre est implcito el "si pueden" como la mencin de otra forma de inteligencia quizs menor?); profesionales (no es lo suyo hacer ciertas acciones, es que no est dotada?, pero si quieren hacerlas...) Es decir una mezcla de conceptos absolutamente heterogneos que no puede hacerse si se quiere ser mnimamente coherente. En efecto, en muchas expresiones de los informativos se percibe que se entiende la liberacin de las mujeres, la justa atencin a la presencia de sus demandas, como el hecho de que se le presten las ayudas y asistencias necesarias para que pueda tener una profesin y compatibilizarla con esas funciones a las que no puede renunciar (parece que "por imperativo biolgico") aunque eso se deja latente y no expresado la mayora de las veces. Quizs porque se entiende que va de suyo, que es algo tan evidente y verdadero que no es preciso volverlo a recordar: todos lo saben. Eso es un estereotipo "de libro".
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exactitudes, pero no se puede negar que, en el momento actual, las relaciones entre la realidad y lo que de ella cuentan los medios, es algo a considerar porque tiene un significativo peso especfico en sus maneras de conocer y expresarse. Y as es como se genera la imagen social que encuentra en la Psicologa Social sus fundamentos tericos con tpicos tan importantes como la percepcin social, el conocimiento social de las personas, atribuciones, estereotipos como recursos comunicativos, prejuicio y discriminacin, y tantos otros. En definitiva, la imagen social que generan los medios supone una categorizacin slida por lo cual nos conduce al reconocimiento de las personas que son representadas por ella. Surge en la sociedad que rodea a ese grupo de personas a lo largo de un proceso histrico de desigual duracin porque la creacin de una imagen social resulta de una compleja sntesis cultural sobre realidades concretas. Por eso diferentes culturas han generado imgenes sociales muy diferentes tambin acerca de las mismas personas o grupos. Su gran potencia estriba en que se acepta y se generaliza siendo compartida por toda la ciudadana. Y puede estar cargada de estereotipos y prejuicios. Con esta afirmacin pretendemos reconocer el peso en la imagen social del estereotipo y hasta de la discriminacin que procede del prejuicio, aunque no debe pensarse que ellos sean su componente principal. Por lo tanto, actualmente los medios de comunicacin social reflejan y difunden un acercamiento a la realidad y por tanto tambin una aproximacin, una manera de entender a los hombres y las mujeres y los hombres actuales. Con ello contribuyen de manera importante al proceso de socializacin del gnero, a la vez que reflejan la situacin de ambigedad en que se encuentran hoy da muchas mujeres que, ante la rapidez de los avances y transformaciones sociales, ven acrecentada la posibilidad de ejercer roles que van mucho mas all de los tradicionalmente ejercidos por sus antecesoras. Por una parte el reconocimiento constitucional a la igualdad de derechos entre varones y mujeres; por otra, el bagaje cultural arquetpico que a travs de mitos y religiones ha sido interiorizado por todos, hombres y mujeres, a lo largo de siglos.
de que puedan revestirse para llegar a establecer interacciones con sus pblicos. El hecho de colocarse ante cualquier medio de comunicacin lleva al pblico a un esfuerzo inicial, la decodificacin del mensaje, pero en el caso de la palabra se trata tambin de una dinmica creadora porque la persona que recibe palabras, es decir que oye o lee, no las puede integrar tal cual llegan porque las palabras son convenciones para ser un smbolo de otras cosas. Por lo tanto, ha de manejarlas hasta convertirlas en ideas, llenndolas adems del amplio colorido de los sentimientos. Porque aunque la palabra sea el vehculo privilegiado del pensamiento y, por ello, una puerta abierta al contraste de pareceres, es igualmente un canal inigualable para la manifestacin de la sensibilidad y el intercambio de emociones (Loscertales, 2007). Por lo que respecta a la imagen son medios muy diversos los que la tienen como denominador comn: aquellos cuyos mensajes salen por pantalla, desde la del cine, pasando por la de la televisin, hasta las individualizadas, y a veces diminutas, pantallas de los mviles o los juegos electrnicos que reciben el nombre genrico de T.I.C. (Tecnologas de la Informacin y la Comunicacin), sin olvidar, evidentemente, a la nueva y eficaz pantalla del ordenador, donde navegamos por Internet. Tambin podemos incluir en este amplio campo, a las producciones y mensajes que nos enva la Publicidad que tiene a la imagen como su forma privilegiada; nadie como la publicidad se expresa con imgenes porque ha sabido hacer iconos hasta de las palabras. Estas nuevas lneas de informacin y comunicacin basadas en la imagen como elemento expresivo privilegiado estn promocionando una forma tambin nueva, la que ya se viene denominando cultura audiovisual y se puede definir como un eficaz motor del cambio tanto en las personas como en sus entornos sociales. Y as, junto a las culturas que se basan en la palabra, en el discurso lgico y reflexivo, ms difciles de adquirir, aparecen, vivas y pujantes, las basadas en la imagen, cuyos contenidos son de adquisicin rpida e intuitiva porque van directamente a los sentidos. Esto quiere decir que actan ms intensamente sobre las dimensiones emocionales y dejan de lado el sosegado proceso del pensamiento racional, siendo esta una de las caractersticas ms importantes de la imagen frente a la palabra que exige un esfuerzo de pensamiento para ser entendida.
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desaparecen los estereotipos de gnero en general, y en particular los que refuerzan el estatus de subordinacin de "lo femenino"? El hecho de que en la actualidad las mujeres periodistas ocupen aproximadamente un treinta por ciento en las redacciones de prensa y alrededor de un cuarenta por ciento en otros medios (agencias de noticias, radio y televisin en conjunto, y gabinetes que trabajan para los medios de comunicacin) ha posibilitado que, en estos ltimos aos, las mujeres sean ms visibles como autoras de textos, reporteras, analistas, firmas de columnas personales y, en general, en casi todos los perfiles de la redaccin, salvo en los puestos de direccin, pues ah las mujeres siguen siendo minora. Esto ltimo no puede pasarse por alto porque tiene consecuencias importantes: no slo limita las posibilidades de transformar el proceso y las condiciones de produccin, sino que dificulta la incorporacin de informacin sobre los cambios en la condicin de la mujer y, en definitiva, de contenidos que reflejen las posibilidades, aptitudes y experiencias reales de las mujeres en la sociedad. La imagen de la mujer y del hombre en los medios de comunicacin todava no refleja la pluralidad de papeles y funciones que ambos desarrollan en la sociedad actual, incluso hay secciones donde la invisibilidad de las mujeres queda latente. Uno de los factores que inciden en este hecho es su escasa presencia como fuente informativa. Las pginas consagradas a la poltica y a la economa resultan un mundo dominado casi exclusivamente por representaciones masculinas y, en general, las representaciones femeninas en los contenidos informativos sigue siendo muy limitada. Algunas fotografas las retratan con un toque ms informal y familiar que el que conceden a los varones. Desde el punto de vista del lenguaje, aparecen a menudo expresiones aderezadas de clichs trasnochados, o adjetivos sexistas, o usos del genrico masculino que ayudan a pervivir el papel social tradicional atribuido a las mujeres. Como demuestran los numerosos estudios realizados, son las secciones de sociedad -en especial-, ocio y espectculos donde aparece cierta visibilidad de las mujeres.
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masivo con el que inicialmente se meda, tambin se han afirmado y legitimado frente a la televisin. Sin embargo, como pasa con sta ltima, la radio no parece desempear una nica funcin social. No se sabe si es ms un medio para distraer o para informar. Est por verse si es un medio cuyos contenidos acompaan a otras actividades o si tiene suficiente entidad por s mismo para constituirse en objeto de atencin. Pero la radio est ah, con sus ndices de audiencia de una constancia envidiable, con su fidelidad y su fiabilidad, con la "magia" de cada da. Adems ahora, despus de unas dcadas de incierto futuro en su convivencia, primero con la prensa y luego con el medio televisivo, la radio se ha constituido en una alternativa digna y atractiva por s misma. Analizar la presencia de estereotipos de gnero en la radio se convierte en un reto de envergadura. Nos limitaremos a acercarnos a los principales elementos de su estructura profesional y comunicativa, para preguntarse por la imagen que proyecta la radio de hombres y mujeres y sus relaciones empezando a pensar en lo que se observa a primera vista, para tener una idea de cmo este medio puede influir en la consciencia y la subconsciencia social. El rasgo ms sobresaliente de la radio es sin duda la "oralidad "de su discurso que es lo que implica ese carcter efmero de la comunicacin radiofnica. Es curioso, sin embargo, que la dificultad por retener sus textos no represente un problema para los receptores de este medio, sino que funciona como uno de los estmulos de su propuesta comunicativa. Porque la radio se ofrece como un medio vivo, cuya emisin se "va haciendo" o "terminando" en cada uno de los encuentros comunicativos con sus oyentes. La misma volatilidad del medio se transfiere -como por contacto- a su grado de representacin social. En general, se piensa poco en la radio. Pensar en la radio es ms arduo que hacerlo sobre la televisin o la prensa. Porque a diferencia de stos, la radio no tiene un "marco conceptual" tan rico y claro entre la gente. De hecho, ha sido tradicionalmente poco contemplada como objeto social de primer orden -hay relativamente poca "teora radiofnica"- y escasamente tratada como tcnica profesional en la mayora de los centros de enseanza de la comunicacin social. Hay una radio pensada para mujeres y otra para hombres? Parece evidente que s. Algunos programas muestran una manifiesta inclinacin hacia uno de los sexos. En s mismo esto no tendra por qu ser revisado, ya que no implica necesariamente una imposicin, agresin o exclusin sexista. Es ms, la especializacin o segmentacin de la audiencia por temas o contenidos es algo habitual en la comunicacin de masas, en tanto que existen "comunidades de sentido" asociadas a esa y otras diferencias. No debera objetarse que hubiera programas pensados para mujeres o para hombres como los hay para nios, personas mayores, expertos en cine, taurfilos, etc. Lo que s habra que reflexionar es sobre
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los contenidos, frecuencia y atribucin de roles y funciones en dichos programas. Aceptada la especializacin en la radio como un hecho y como uno de los aspectos que la caracterizan y la ayudan a convivir en armona con otros medios, ciertos programas arrastran a una mayora de hombres o de mujeres. En algunas emisoras en Espaa e Italia, los programas deportivos de la noche tienen unos ndices de audiencia muy superiores a cualquier otro (llegan a doblar el nmero de oyentes del que les sigue en popularidad), constatndose que la mayora de sus oyentes son hombres. Este y otros hechos relacionados con la segmentacin de la audiencia sugieren preguntas muy diversas sobre la relacin entre radio y gnero. Entre otras: qu significa que algunos temas, como los deportes, sean considerados tradicionalmente masculinos, en este y otros medios? Qu intenciones o efectos puede tener esa premisa? Es esa afirmacin representativa de lo social, teniendo adems en cuenta el porcentaje de mujeres que participa o se interesa por el deporte? Hasta qu punto es aceptada y sancionada esta afirmacin por la audiencia?; es ms, se estructuran los contenidos a partir de esa consigna, es decir, el sexo es un factor a tener en cuenta en la bsqueda del inters de la audiencia? Otras cuestiones que cabra analizar son los rasgos de identidad en razn del sexo de los oyentes: en qu se diferencian los programas para hombres de los programas para mujeres; o por qu los espacios de la radio que siguen los hombres son mayoritarios mientras los seguidos por mujeres son minoritarios. Puede hablarse de una comunidad masculina de oyentes ms compacta y firme que la femenina?; y an hablndose de programas ms seguidos por mujeres que por hombres, como los magazines o los late night, puede hablarse de mayoras femeninas? Por ltimo, tambin sera interesante analizar el concepto de lo masculino o lo femenino de la audiencia que escucha un programa dirigido supuestamente al "otro sexo", as como lo que piensan los hombres o mujeres que no se identifican con los contenidos o formas de los programas aparentemente dirigidos a personas de su propio sexo. Las respuestas llevaran a preguntarnos qu tipo de relacin psquica (emptica), emocional, fsica o cultural une a una audiencia segn criterios de gnero?, o cmo reacciona dicha audiencia cuando se frecuentan ciertos "usos comunicativos" como los estereotipos de gnero? Estos interrogantes sern un acicate para la reflexin sobre la situacin de la radio respecto al gnero. En la radio se habla de todo, y eso ya es una diferencia sustancial con otros medios como la prensa o la televisin. Es un medio para mayoras las que han sido- y minoras -las que son-, lo que se traduce en toda clase de facturas y fracturas que dividen a su audiencia. En eso tambin se separa del resto, ya que difcilmente una misma persona soporte gran parte de la programacin radiofnica con distintas franjas horarias, porque requiere un mayor esfuerzo de atencin; distintos roles de oyente y, sobre
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todo, divergentes contenidos. Por eso es necesario analizar la relacin entre la agenda de temas que se tratan -que debe ser ahora mismo una de las grandes ventajas de este medio- con el mantenimiento de ciertos esquemas muy rgidos respecto a la mujer y al hombre. A este respecto es curioso lo que A. Crisell comenta: "se ha demostrado que la radio, por ejemplo, es buena respecto a la msica, noticias, poltica, y algunos intereses de las mujeres (womens interests) pero menos buena respecto a los deportes (excepto el cricket) la moda o el sexo " (Seymour-Ure, 1991). Aparte de la distancia que puede haber con los ingleses respecto a los deportes en la radio, es fcil pensar qu clase de contenidos son esos que "interesan" a las mujeres. Es interesante ver que no se asocia a los hombres con ningn contenido especfico. No hay "intereses de los hombres", quizs porque muchas personas piensan que "gnero" se relaciona slo con mujeres y no con hombres, o porque se da por sentado que en el resto de los contenidos, los hombres son el objetivo natural para el medio. El peligro no est en hablar slo de ftbol, de sentimientos, de poltica o de actualidad, sino en asumir una uniformidad temtica -que se hable de lo que la mayora quiere or- con rigidez comunicativa. Si se asocia un tema a una forma especfica de tratarlo y a una audiencia determinada puede resultar, entre otras cosas: que la poltica, cuando pasa por la radio, es nicamente la vista por los tertulianos; que la radio emotiva es sensiblera, sensacionalista o escabrosa; que los deportes son las polmicas futbolsticas; que cuando se hace referencia a temas que supuestamente slo incumben a mujeres, se hable de dietas, apariencia fsica, cocina, horscopo, hogar, belleza o cuestiones afectivas y que las propias cuestiones de gnero son, hasta hace muy poco, materia reservada exclusivamente para mujeres. Lo curioso es que la radio representa para muchos el medio menos daino, el ms inocuo, hasta el ms transparente. Tanto es as, que se tiene por un medio atpico frente a la contaminacin y los efectos contaminantes de otros. Por eso se hace referencia a una cuestin tan seria como la dominacin, entendida no tanto como manipulacin ya que no es normal que nadie consuma a conciencia un medio para ser manipulado-, sino como el poder, influencia y capacidad de definir valores y criterios sociales y de conformar la realidad, que tienen muchos medios como la radio- sobre su audiencia. Una razn de esa percepcin benigna que se tiene de la radio, es que las situaciones de dominacin resultan ms sutiles en ella que en otros medios. Un ejemplo: hay fundadas sospechas por parte de los oyentes, y mucho ms que sospechas por parte de los profesionales del medio, acerca de la curiosa oportunidad de algunas llamadas, cortes, declaraciones, textos, cartas, etc., respecto de muchos programas. Como se ve, no hace falta remontarse al consultorio de Elena Francis del que se deca que el equipo de direccin del programa no slo estaba a cargo de todas las
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respuestas y de la seleccin de las cartas que se lean, sino tambin de la redaccin de estas mismas cartas, o, al menos de rehacerlas a su conveniencia-, para encontrar ejemplos de organizacin de los contenidos con fines estratgicos por parte del medio. Pues bien, estas maniobras que pueden suceder todos los das, no suelen hacerse evidentes. Por qu? Quiz porque forman parte de la relacin ntima entre medio y oyentes. Pero es ms plausible pensar que son acciones que, aunque intuidas por algunos, estn fuera del alcance de los oyentes. Son tcticas que forman parte del funcionamiento interno del medio y de sus intenciones; es decir, de alguna o de todas sus dimensiones sociales: la lnea ideolgica, la tica, la empresarial. Hay que dejar una puerta abierta a la reflexin sobre otras estrategias comunicativas en las que se manifiestan especialmente los estereotipos de gnero. Entre ellas, las diferencias en las formas de seduccin que ejercen los locutores hombres o mujeres- sobre parte de su audiencia; seduccin que ha de considerarse como un elemento persuasivo con innegables repercusiones sobre la percepcin del programa.
Hay
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Interpretaciones: Pautas para comprender los contenidos, y acceso a diversas ideologas Espectculos habituales y espectculos inesperados: Distraccin y sorpresa, formas de evadirse de una realidad sosa o aburrida. Con estos recursos, las personas que ven la televisin, lo quieran o no, van integrando en sus esquemas cognitivos y emocionales una serie de contenidos que pueden describirse de la siguiente manera: Modelos humanos: Para la construccin de la Identidad. Aqu es donde aparecen los modelos-mujer y los modelos-hombre, ambos diseados segn los estereotipos al uso que son los que los hacen inteligibles. Formas de interaccin social: Conductas que pueden no ser tiles ni ticas pero que son valoradas porque las muestra el medio televisivo. Dinmicas vitales: A veces absurdas y otras veces reales pero siempre giles y atractivas. Los roles de gnero son aqu muy significativos. Lneas ticas: Para sostener la accin que muestra la televisin. Planteamientos socio-polticos: Como base de las ideologas. Aunque ha sido muy utilizado este smil en diferentes textos, volvemos a recurrir a l porque es muy grfico: Si un extraterrestre la viera por unas horas, qu idea sacara de nuestro mundo? Pues probablemente pensara que El 80% de los trabajadores son hombres ya que slo la quinta parte de las personas que trabajan y que aparecen en este medio son mujeres. Que la vida media de las mujeres es inferior a la de los hombres, ya que la mayor parte de las mujeres que aparecen en la pantalla suelen tener entre 20 y 45 aos. En cambio, los hombres pueden pasar tranquilamente de los cincuenta. (La invisibilidad de las mujeres mayores se est rompiendo poco a poco, pero todava no se ha logrado del todo).
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Que, en general, los hombres tienen trabajos ms cualificados que las mujeres (que las mujeres trabajan en el mbito privado: cuidando a la familia y al cargo de tareas domsticas) Qu tratamiento hace la televisin de la mujer? Diferentes investigaciones (Gonzlez y Nez, 2000; Nez, 2007) nos llevan a afirmar que la mayora de las veces en las que una mujer es noticia en TV, lo es por una de estas dos razones: Por ser muy importante, pero mucho (especialmente del mundo artstico). Por ser vctima o sujeto de algn problema social: maltrato, cuidado de menores o mayores, de personas dependientes (drogadicto, etc.). De esta manera podemos afirmar que existen unos errores bsicos en el tratamiento de gnero: Un desequilibrio cuantitativo entre mujeres y hombres en tiempo y presencia. Es excepcional que saquen a una mujer deportista, a una cientfica, a una investigadora Una desigualdad cualitativa en cuanto a ocupaciones y roles desempeados. Las mujeres suelen salir ms en el mbito domstico y los hombres en el laboral. Pocas veces sale un hombre cuidando de una persona enferma. Por lo tanto, se produce una distorsin de la imagen social de las mujeres como objeto de noticia. Esa distorsin se plasma en los propios dilogos de programas o series. Se poda escuchar al presentador de un programa infantil decir lo siguiente: Chicos, a que a todos os molesta que vuestras madres os manden a pasar la escoba o a recoger la mesa? En la ficcin televisiva, pelculas o teleseries nos encontramos esta misma desigualdad: 8 de cada 10 episodios estn protagonizados por hombres. Slo 3 de cada 10 personajes son mujeres.
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En lo que tiene que ver con tareas domsticas, las mujeres aparecen en una relacin de 7 a 1. En la publicidad, en escenas de hogar aparece una proporcin de 5 (mujeres) a 1 hombre. Si hablamos de las personas que trabajan en la televisin, tenemos que decir que si bien existe un cierto equilibrio entre profesionales que conducen programas, no ocurre lo mismo cuando se trata de estar en puestos de direccin. Por lo tanto, en lo que se refiere a la presencia humana, puede afirmarse que los hombres suelen aparecer con caracterizacin de tipo profesional o como sujetos de informaciones de cierta relevancia. En programas divulgativos, educativos o informativos, son directivos, conductores y presentadores (con especial incidencia en este ltimo tipo de programas: los informativos). En lo que atae a las mujeres, aunque ya van ocupando poco a poco espacios similares a los que ocupan los hombres, su presencia todava es predominantemente testimonial y de adorno. Por ejemplo, las chicas vestidas de forma ostentosa (o desvestidas, directamente) que acompaan al conductor de un concurso o de un musical. Y slo poco a poco se van incorporando a la direccin o conduccin de programas. Un ejemplo explcito nos lo ofrecen las palabras de Angels Barcel que en una entrevista concedida a la Revista MH Mujer cuenta cmo en TV3, donde trabajaba, le dijeron que quien presentaba un diario no lo poda dirigir, que era poltica de la empresa. Aunque esa poltica cambi cuando fue un compaero el que present el informativo porque a l s le permitieron dirigirlo. Angels Barcel entonces se fue de la cadena. Queremos hacer una mencin especial a algunas series que se presentan con un envoltorio que puede inducir a error: nos referimos a dibujos animados. Son series muy instaladas en nuestras televisiones, en nuestras vidas, muy reconocidas, aunque poco conocidas con sentido crtico. Qu decir de Los Simpsom, Padre de Familia y Shin Chan? Estudindolas con cuidado lo que encontramos es que muestran unos roles de padres o madres (de mujeres u hombres) realmente vergonzosos. Los Simpsom son una peculiar familia americana formada por Homer, el padre: quien se dedica exclusivamente al trabajo extra-domstico, es vago, egosta, comiln, dependiente; Marge, la madre: ella es inteligente, tiene ideas propiaspero renunci a su empleo para quedarse en casa cuidando de sus tres hijos; Burt es el hijo mayor: valiente y travieso, es ingenioso y nunca expresa sus sentimientos porque eso lo debilitara; Lisa es una nia lista, honesta, dialogante, sabe manifestar lo que siente toda una mujer de carcter (obediente). Tienen una hermana pequea que habla poco.
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Padre de Familia es una serie creada inicialmente para adultos que fue retirada de la cadena Fox en 2002, aunque la demanda del pblico la devolvi a la parrilla en 2005. Ahora La Sexta tiene los derechos de emisin. Dicha serie gira en torno a las aventuras de Peter Griffin y su familia. Peter trabaja en una fbrica de juguetes y se presenta como irresponsable y fiestero. Peter es, tambin, violento. De hecho, en uno de los captulos sufri un arresto domiciliario por pegar a una mujer embarazada. Lois, su mujer, es ama de casa y profesora de piano (lleva la doble jornada escrita en la frente). Tienen un hijos, Cris, un chico de reaccin mental lenta; una hija (Megan), una adolescente rechazada en la escuela y humillada por su familia, y un beb (Steve), que es cuasi diablico, que planea matar a su madre y conquistar el mundo. Vaya super-argumento!! Por ltimo en este repaso, tenemos a la serie Shin Chan, que presenta a la familia Nohara. Shinnosuke Nohara es Shin Chan, un nio de cinco aos que va a la guardera, le encanta perseguir a las jovencitas, disfruta mirando a chicas en bikini y practica el baile del culo. Hirosi es su padre, es oficinista, gana poco, frecuenta los bares despus del trabajo, le encanta el alcohol y se escaquea de su trabajo en casa. Misae es la madre, es ama de casa, le encanta dormir la siesta, cotillear con las vecinas y buscar las mejores ofertas del supermercado. Himawari es la hermana pequea y ya le encantan las joyas y los chicos guapos. En las tres series las mujeres salen muy mal paradas: son maltratadas por su propia familia o por otras personas: de una forma manifiesta en Padre de Familia o Shin Chan y de una manera latente en los Simpsom. Aunque los personajes masculinos no es que salgan mejor parados. Nos traen a unos sujetos sin autoridad, despreocupados por la formacin de su familia, vagos y alcohlicos. Nos muestran unos modelos impresentables. Aqu no hay nuevos modelos de mujer y nuevos modelos de hombres sino figuras caducadas, potencialmente perjudiciales para la salud psicosocial de cualquier persona, y en concreto de un grupo de personas claramente vulnerable; infancia y la adolescencia. En ese sentido podemos hablar de que presentan efectos secundarios. Creemos que, como hacemos con las medicinas, las personas responsables de nios y nias deberan leer el prospecto antes de encender la tele. Por esos motivos sera conveniente actuar sobre las personas que ven la televisin a travs de la dinamizacin grupal y de la intervencin formativa para ensear a leer la tele. Debemos tener presentes muchas preguntas que nos harn reflexionar, una excelente forma de despertar el sentido crtico: Qu tipo de mujeres muestra? De qu edad? Con qu apariencia? Son protagonistas del relato o ejercen papeles secundarios? En qu entorno aparecen? Trabajan fuera de casa o dentro? Se las nombra por sus nombres o por sus apellidos o cargo? Y a un hombre, se le nombra por su nombre o por su apellido o cargo? Las mujeres toman
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decisiones o las toman por ellas? Cmo se relacionan con los hombres? Qu tipo de lenguaje se usa para hablar de mujeres? Y para hablar de hombres? Los hombres tienen que ser fuertes y las mujeres abnegadas? En una noticia seria, qu voz en off se usa? Y, sobre todo se siguen entendiendo como valores femeninos la amabilidad, la solidaridad, la bondad, la abnegacin, la generosidad, la obediencia o la entrega? porque esos valores por s solos no van a llevar a la mujer al xito o al poder. Aparentemente son valores sanos e inocuos pero llevan una carga prejuiciosa sutil de sometimiento. Eso es potenciar el espritu crtico. Lo decimos con palabras que no son nuestras pero que compartimos: es preciso ensear a ver la televisin de manera especfica; es decir, es preciso educar en la lgica de las emociones, educar para el consumo de las emociones, ayudar a hacer consciente lo que normalmente se vive de manera inconsciente (Ferrs, 1997).
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Las personas que estudian el cine y las que lo consumen hacen referencia en muchas ocasiones al punto de vista artstico (se utiliza desde hace dcadas el sobrenombre de sptimo arte). Aunque tambin es visto como una industria, la cinematogrfica, que no slo crea ilusin sino que hace vivir (y trabajar) a mucha gente. As, quienes financian una obra, la producen, la distribuyen, la exhiben esperan siempre beneficios. En Alemania se cre la denominacin traumfabrik, la fbrica de los sueos, que es una buena forma de agrupar, de sintetizar, ambas realidades. Pero, adems, tanto a la visin empresarial como a la artstica se le puede sumar una tercera: la visin de la socializacin. El cine muestra modelos de comportamiento, valores sociales, normas; produce reacciones, es persuasivo. Durante algn tiempo se consider al cine como el mximo exponente de la huida de la realidad. Sin embargo, son muchas las personas que lo consideran ahora como testigo del mundo y, en ese sentido se convierte en un espejo donde mirar la realidad social. Es fuerte la consideracin de que cumple el papel de juez de una sociedad que se debate entre permanentes contradicciones. Pero es siempre un espejo neutral? Y si fuera un espejo distorsionado? El cine, como el lenguaje, tambin tiene una carga ideolgica, econmica, social, interpretable. Para representar esa realidad construida y re-construida por las personas que acuden a verlo, se utilizan estereotipos (incluyendo a los de gnero). No podemos olvidar que en la comunicacin tiene un papel importante la persona que recibe el mensaje: que tiene unos intereses, una experiencia anterior, una formacin y vive y se desenvuelve en un contexto determinado. Los estereotipos, como hemos dicho, son marcos cognitivos formados por conocimientos y creencias que unos grupos mantienen sobre otros pero para ciertos autores, los estereotipos no tienen por qu ser considerados como negativos. Al contrario, son atajos cognitivos que facilitan nuestro entendimiento del mundo y hacen especialmente posible la distintividad intergrupal. Por tanto, bien usados resultan tiles como una primera fuente de informacin. En ese sentido, una pelcula que ha de contar la larga historia del personaje en hora y media de metraje, si no se basara en esas creencias compartidas que resumen la realidad, difcilmente podran comunicar algo y hacer inteligible el discurso. En los aos 90 del siglo pasado se comenz a hablar de que no slo existe un prejuicio manifiesto (abierto, explcito, declarado, expresado abiertamente, confesado, que se ve) sino que existe un prejuicio sutil (soterrado, latente). ste es absolutamente terrible, mucho ms devastador por lo poco claro que es, porque es ms difcil de demostrar. Por ello, debemos reconocer que, en muchas ocasiones, el cine se convierte en un espejo ideolgicamente deformado y tremendamente perverso con unas repercusiones socializadoras nefastas al utilizar no tanto los estereotipos como los prejuicios. Hay que decir tambin que, en muchas ocasiones, el cine
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presenta unos contenidos prejuiciosos negativos poco explcitos, muy sutiles y, por tanto, bastantes peligrosos. El cine es sexista (es prejuicioso y negativo) cuando presenta a la mujer como una persona que especialmente debe ser abnegada, humilde, discreta, paciente, resignada, generosa, que debe agradar, gustar, ceder, someterse, obedecer, entregar, cuidar Aspectos que por si solos no la van a llevar nunca ni al xito ni al poder. En este sentido, juegan un papel especial las palabras porque dentro del contexto cinematogrfico (con la especial potencia de las imgenes), quedan soterradas pero estn presentes y son capaces de quedarse fijadas en los y las espectadores dejando una huella indeleble aunque casi latente. Los primeros estudios sobre el papel que representan las mujeres en el cine desde la perspectiva de gnero los encontramos en la dcada de los setenta y son trabajos que surgen unidos a los primeros festivales de cine feminista y/o de mujeres tomando como centro de anlisis las pelculas de Hollywood. Para analizar los modelos de hombre y de mujer que el cine nos muestra, es importante atender a una serie de aspectos: El gnero cinematogrfico. La estructura narrativa. Aspectos formales: la puesta en escena, los decorados, el montaje, la banda sonora Las convenciones o cdigos para representar algunas escenas, sobre todo si son de violencia o de sexo. Los propios actores y actrices con sus apariciones pblicas, la vida privada que trasciende de ellos, etc. Centrmonos en dos gneros: la comedia y las pelculas de accin y aventura. La comedia es la forma ms antigua de cine con argumento; de hecho, la comedia muda encontr en actores como Charlot o en Buster Keaton uno de sus mximos exponentes. Pero la llegada del sonido modific el estilo de esas primeras pelculas cmicas y dio paso a otro tipo de comedia. Algunos ejemplos son Sucedi una noche (1934) o La fiera de mi nia (1936). Ms tarde encontramos pelculas como Con faldas y a lo loco (1959), recordndola como una de las mejores comedias de la historia del cine. Pero debemos mencionar, tambin, que el ttulo original fue Some like it hot, que traducido literalmente significa algunos las prefieren calientes, no sabemos si se precisan comentarios. Esa comedia de enredo termina por perfilarse como comedia romntica donde el argumento central gira en
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torno a una pareja heterosexual y donde existe un conflicto de relacin, con encuentros, desencuentros, con toques de cuento de hadas que suele terminar con chico conquista y salva a chica. Las pelculas de accin y aventura se caracterizan por contar historias de hroes y villanos, con un ritmo rpido lleno de persecuciones, luchas y fugas. Las preguntas que nos podemos hacer son: las mujeres son sujetos de la comedia? y de las pelculas de accin? cmo es presentada la mujer en cada una de estos gneros? Prcticamente por definicin, la comedia romntica est coprotagonizada por un hombre y una mujer. Sin embargo ha de decirse que en todos los casos, si se analiza con detalle, nos encontramos que la mujer es una seudo-protagonista porque es el hombre el que provoca los acontecimientos y la mujer los recibe. En estas pelculas se nos presenta a una mujer insegura, caprichosa, en ocasiones con menor formacin acadmica, extravagante o un poco tonta, ingenua. Ejemplos hay muchos: Cocodrilo Dundee (1986); Cuando Harry encontr a Sally (1989); Matrimonio de conveniencia (1993); Algo para recordar (1993), etc. En concreto, el argumento de la primera cinta nombrada trata de un rudo cazador de cocodrilos, llamado Michael Dundee, que tiene una forma especial de vivir la vida y por ello es considerado como un hroe. Eso despierta el inters de la periodista Sue Charlton que decide hacerle un reportaje. Sin embargo, ms que como mujer profesional, la co-protagonista se nos presenta como la hija mimada y consentida de un rico empresario que se ha encaprichado de un tipo extico y pap le re la gracia por ello aunque mam est indignada por no casarse con un buen partido A la vez el cine suele mostrarnos a un hombre seguro, que se mueve bien en la esfera pblica, que tiene un buen trabajo, poder econmico o que sabe lo que quiere: Armas de mujer (1989). A veces encontramos que directamente a la mujer se la puede comprar, como en la pelcula Pretty Woman (1990) o en Una proposicin indecente (1993). En la primera cinta, un fro y acaudalado hombre de negocios alquila los servicios de una prostituta para irse con ella a la cama y para que le acompae a cenas con clientes. En la segunda cinta, David y Diona Murphy forman un matrimonio feliz pero que est pasando por un bache econmico. En ese momento, un multimillonario ofrece al marido un milln de dlares a cambio de una noche con su mujer. En ambos casos se cosifica a la mujer, con evidencia, de manera explcita. En ocasiones se nos presentan hombres inseguros pero muy compensados porque son inteligentes, muestran un lado sensible, pero finalmente los percibimos como duros, muy hombre. Sera el caso de ttulos como Tres solteros y un bibern (1987). A veces se pueden encontrar cintas que, utilizando el humor como interesante recurso expresivo, son ingeniosas y hacen un tratamiento adecuado del gnero. Es el caso de La costilla de Adn
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(1949), de George Cukor, protagonizada por Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Tambin parece existir un buen tratamiento del gnero en pelculas como Erin Brockovich (2000) donde Julia Roberts representa a una mujer separada, con tres hijos a su cargo, que se queda sin trabajo y sin dinero. Pero es una gran luchadora, creativa, autntica buscavidas y como no se rinde, despus de mucho esfuerzo logra un trabajo. Est mal pagada pero no le importa, cree en su proyecto; adems, cuenta con una relativa buena autoestima y el esfuerzo invertido le permite demostrar su vala. As que logra triunfar ganando al mal. Debemos recordar que la pelcula est basada en hechos reales. Ahora bien, a lo largo de la cinta estn presentes dos estereotipos absolutamente prejuiciosos ya mencionados ms arriba: a. Relacin de responsabilidad de las mujeres con la infancia y la juventud. b. El espacio propio de las mujeres es el mundo privado; aunque pueden salir al mundo pblico siempre que no abandonen el privado. Es decir, la mujer tiene que cuidar a los hijos e hijas, es su misin (dice el primer estereotipo prejuicioso). As pues, lo biolgico, que marca a la mujer para que pueda parir est teido, empaado, por aspectos sociales y culturales: criar, educar, atender que no necesariamente tendra que corresponder a una mujer. Una mujer viene marcada genticamente para parir pero no para cuidar, aunque es una tarea que naturalmente se le atribuye y que el cine remarca en cintas como las mencionadas. El otro estereotipo (unido al primero) es, si cabe, ms perverso porque seala que la mujer puede salir al mundo pblico, al mercado laboral, sin abandonar sus labores domsticas. Las pelculas de accin y aventura, casi por definicin, han sido protagonizadas por hombres y aqu la mujer explcitamente se limita a acompaar al hroe. l es ese personaje valiente, invencible, intrpido, encargado de defender el mundo, de que no se establezca el caos en l. En la mayora de los ttulos encontramos a hombres como hroes. Si bien podemos hacer una distincin entre los que representan a agentes secretos, varones inteligentes y fros, y los hombres de accin. En este segundo caso los hombres son presentados con un cuerpo fuerte, musculoso, casi sobrenatural. Ahora bien, la mujer que aparece tanto en uno como en otro modelo como un ser dbil, delicado y guapo. Es fcil poder concluir que es un gnero donde el hombre es sujeto y la mujer objeto. No dejar de ser muy grfico que en las pelculas del Agente 007 se utilice el trmino chica Bond para hablar de las acompaantes femeninas. Por otro lado est la fuerza
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en estado puro de Sylvester Stallone (recordemos a Rambo estrenada en1985 o Cobra de 1986). Rambo es excarcelado y enviado a Vietnam para averiguar el paradero de norteamericanos que pudieron quedarse all atrapados despus de la guerra. Slo se le permite llevar un cuchillo, un arco y una flecha, la consigna de no atacar al enemigo y unos enormes msculos. Es traicionado y jura venganza. As que el resultado final es que en general la mujer es presentada como objeto y el hombre como sujeto de la narracin flmica. Las mujeres quedan fundamentalmente vinculadas al gnero romntico, quedan relacionadas con el amor, con la ternura, con lo blando. El hombre con la accin, con lo duro. El hombre se convierte en salvador del mundo y de las mujeres y stas se dejan (de manera ms o menos pasiva) salvar.
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En la actualidad la publicidad se dirige, fundamentalmente, a la emocin y no a la razn. La presentacin (ms o menos distorsionada) de las partes atractivas del producto no viene casi nunca seguida de datos acerca del material utilizado en la fabricacin, de las dimensiones exactas o de la vida til que cabe esperarle. Y en escasas ocasiones se informa del precio. De lo que se trata es de deslumbrar con la apariencia subyugante del objeto y provocar el ansia por poseerlo (Erausquin y otros, 1980, 102). La publicidad (en estado puro) puede entenderse como una tcnica por la que se da a conocer, a travs de distintos medios de comunicacin, la existencia de determinados productos o servicios. Desde este punto de vista, la publicidad es necesaria para dar a conocer la diversidad y variedad de productos y servicios que existen en la sociedad actual. Pero cuando los comerciantes o fabricantes al tratar de asegurar sus ventas frente a la competencia recurren a instrumentos para influir la parte menos racional de los compradores es cuando podemos hacer referencia a una especie de perversin de la publicidad. Tambin el texto, es decir, la informacin escrita que acompaa a la imagen tiene importancia. Dentro de l se debe hacer mencin especial al eslogan (o lema). Se caracteriza por ser breve y fcil de recordar. Resume la intencin del vendedor y en su creacin se utilizan los recursos retricos y lingsticos de la lengua como rimas, metforas, eptetos, etc. La imagen de marca es un distintivo formado por letras, colores y formas. y resulta peculiar de una empresa, marca o producto. Es, por tanto, el diseo de la marca publicitaria, que se repite siempre de la misma manera e identifica al producto. Para algunos autores tiene tanta importancia como el producto mismo y es el mejor argumento de calidad que tiene. Sin logotipo, una marca no tiene valor social. La publicidad ha sido acusada reticentemente de trato inadecuado a la figura de las mujeres desmereciendo y degradando su imagen social. ltimamente parece suceder lo mismo con los hombres y la acusacin se amplia diciendo que la Publicidad busca objetivos con dimensiones sensacionalistas imprimiendo caracteres sexistas y distorsionadores a las imgenes humanas. Hay que reconocer su influencia por los modelos culturales que transmite a travs de una sutil violencia simblica. La explicacin psicosocial de este fenmeno est en que al ser los estereotipos cogniciones simplificadas y compartidas resultan un poderoso elemento comunicativo. Los estereotipos principales que se reproducen en los anuncios publicitarios segn hemos encontrado en diferentes investigaciones (Loscertales y Nez, 2005; Correa et al, 2000) son los derivados de una base conceptual originaria, un estereotipo de rasgo, que impregna las ideas, y consideraciones sobre las mujeres en general y cada una de ellas en particular. Se trata de un error fundamental al confundir lo biolgico y lo social y definir como un
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dogma, o una tesis cientficamente demostrada, que las mujeres estn determinadas por la biologa a ocupar un puesto social especfico.
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para incluir en la publicidad y su tratamiento del gnero es la de considerar no slo la variable gnero sino tambin la edad. Cuando los publicitarios se preocupan de seducir a sus pblicos con figuras sociales, estas figuras se construyen con un matiz de gnero determinado pero tambin con una edad. Y cada una de estas caractersticas configuran algo atractivo, una imagen prototpica con la que identificarse o a la que tomar de modelo para elaborar la conducta consumista que est en la base motivadora del anuncio.
Consumidores potenciales no marcados por el gnero (en sus modalidades tradicionales y clsicas) Opciones homosexuales Personas mayores, el "Poder de Plata" Juventud como grupo/clase
As pues al estudiar un anuncio hay que prestar atencin a los cruces entre edad y gnero ya que podemos afirmar que hay unas constantes de inters que demuestran cmo y en que circunstancias predominan ms el gnero o la edad. En ciertas etapas del ciclo vital, concretamente la Juventud y la Vejez, parece que prima la edad sobre el sexo. De forma que el grupo diana para el vendedor no es el de sexo sino el de edad. Las personas mayores, sean del sexo que sean son los "viejos", la "tercera edad", "nuestros mayores", los "carrozas" etc. segn el adjetivo de moda en cada momento, y de esa misma forma se les va considerando ya como un grupo consumidor especfico y consolidado, y sus intereses se refieren a los problemas generales de su edad. De todas formas, son muy escasos los espacios mediticos dedicados a ellos, y por lo tanto tambin es escasa la atencin que, por ahora, les prestan los publicitarios. Pronto, posiblemente cambie este panorama, puesto que las personas mayores van siendo ya consideradas por el mundo del marketing como "el poder de plata". Son muchos y su vida mejora en cantidad y calidad de forma que su capacidad adquisitiva no puede despreciarse. Adems se identifican a s mismos como tales personas mayores, es decir, como un colectivo definido por la edad. La adolescencia y la juventud ya se estudian como una etapa muy amplia de la vida (puede estar entre los 13 y los 25 aos) que aunque no goce en general de demasiada autonoma econmica son, indudablemente, compradores potenciales de muchos productos. La "gente joven" consume en razn de su juventud y se identifica, ante todo, con su grupo de edad independientemente de que sean chicas o chicos. Muchos anuncios en los que aparece esta gente joven tienen numerosas connotaciones de "pandilla" y muestran una alegra informal en la que la juventud disfruta de su edad y de una distancia ideolgica entre esa juventud y los adultos. Y ya se habla en muchos foros psicolgicos y sociolgicos
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de ver a la juventud como una clase, un colectivo de edad cada vez ms presente en la escena social como tal grupo. Nuestras categoras hacen una descripcin de las formas de presencia de personas en anuncios publicitarios. Se trata de ofrecer recursos con los que poder analizar cmo han sido usadas sus figuras como elementos comunicativos del mensaje publicitario (ya sea en forma verbal o icnica) para as detectar las modalidades incorrectas. No se trata aqu de presentar un cdigo normativo que se quedara rpidamente en desuso, sino de estimular la necesidad de atender a estas cuestiones desde una mirada tica que incluye la atencin correcta al gnero. Y eso es ya la funcin de cada profesional o equipo de trabajo. Para poder valorar esta presencia vamos a atender a la interaccin social entre las personas que figuran en el anuncio. A este respecto, se puede hablar de dos grandes categoras de interaccin segn muestra el siguiente cuadro:
Cada figura aparece de forma independiente Aparecen mujeres y hombres en interaccin Solo es protagonista la figura de una mujer u hombre (o grupo de) Roles Complementarios Roles en paralelo (real o aparente) Roles Opuestos (o que actan en oposicin)
1. Las mujeres y los hombres son tratados de forma independiente. Se usarn, en este caso, figuras aisladas de hombre y de mujeres con la intencin de ejemplificar roles sociales deseables para la promocin del producto del que se trate bien a travs de mecanismos de identificacin, bien para poner en marcha procesos de aprendizaje vicario. 2. Las figuras de hombres y mujeres pueden tambin representarse en interaccin. Son los casos en los que el anuncio muestra que sus roles sociales se relacionan de diversas formas: a. son complementarios. Por ejemplo cuando aparecen los miembros de la familia, especialmente si se ven juntos dos miembros de la pareja o hacen referencia a pap y mam. Tambin si hay una pareja de abuelos, o padre e hijo; o profesorado/alumnado...
b. son opuestos o actan en oposicin cuando se presentan antagonismos o falsas competencias. Incluso "guerras" abiertas o no declaradas.
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c. son paralelos cuando se muestra un anuncio protagonizado por un varn exactamente igual a otro protagonizado por una mujer. A veces este paralelismo es falso porque, bien en la imagen, bien en el texto aparecen estereotipos prejuiciosos y negativos que deforman el concepto de paralelismo y daan a uno de los dos, generalmente a la mujer que se presenta.
Por lo tanto, decir que la publicidad ofrece modelos culturales y que stos sean vlidos para la identificacin, no quiere decir que sean siempre correctos desde la perspectiva de gnero. Unas veces sern positivos y adecuados, mientras que en otros casos no ser as y aparecern estereotipos distorsionadores y generadores de prejuicios. Las personas que trabajen como profesionales de la Publicidad han de ser conscientes de este problema y prestar atencin a la aparicin de estereotipos en el mensaje publicitario, ya sea en la forma como en el contenido. En definitiva, creemos que nuestra principal aportacin gira en torno a la pregunta: Qu dice el gnero cuando aparece en un anuncio? De gran importancia nos parece la valoracin que se puede hacer a partir de este aspecto. Existen tres dimensiones a considerar cuando se quiere hacer un estudio de un documento publicitario: a) La expresin del gnero; b) La representacin del gnero y c) la funcionalidad del gnero. Estamos hablando de expresin de gnero cuando se percibe una manifestacin del gnero en directo, haciendo una muestra intencionada de sus cualidades, caractersticas, necesidades, problemas, etc. Es decir, de todo lo que le atae en tanto que es precisamente gnero. Cuando aparece la representacin del gnero se trata de ofrecerlo a la consideracin de la audiencia a travs de la figura que est mostrando. Se hace una representacin de lo que se piensa, lo que se opina, lo que se sabe de mujeres y hombres en tanto que caracterizados socialmente por el gnero. Puede entenderse, en definitiva, como la creacin o la recreacin del gnero como objeto informativo: aquello de lo que se habla. Finalmente se considera la funcionalidad del gnero cuando es imprescindible su presencia o su mencin para que el proceso comunicativo se desarrolle con eficacia. Es un procedimiento til y necesario y, quiz, la forma ms adecuada de emplear el gnero como instrumento de comunicacin, aunque tambin la que tiene ms peligro de que aparezcan estereotipos de todas clases, tanto positivos como negativos.
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Bibliografa
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FORMAS DE VIOLENCIA GLOBALIZADAS: GNERO, REPRESENTACIN Y DISCURSO WAYS OF GLOBAL VIOLENCE: GENDER, REPRESENTATION AND DISCOURSE
Virginia Villaplana (Universidad de Valencia)
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp463-482
Resumen Este estudio se centra en la cultura posindustrial meditica que rene una gran produccin de representaciones visuales de la violencia de gnero. A travs de la produccin y difusin de productos culturales se modifica el entorno simblico de los individuos, cada vez ms intolerante e irrespetuoso con el sentido de igualdad entre mujeres y hombres. Frente a esto, se muestra la importancia del documental, con su discurso de no-ficcin, para desmontar la poltica hegemnica meditica. Abstract This paper focuses on post-industrial mass media culture that gathers a great production of visual representations of gender violence. Through the production and diffusion of cultural products, it modifies the symbolic environment of individuals, more and more intolerant and disrespectful with the right of equality between women and men. In front of this, the importance of the documentary, with its nonfiction discourse, is shown, to disassemble mass media hegemonic policy. Palabras clave Identidad / Representacin / Medios / Violencia / Gnero / Documental. Keywords Identity / Representation / Media / Violence / Gender / Documentary. Sumario 1. Introduccin 2. Argumentos de no-ficcin y arqueologa meditica. 3. Tecnologas de la violencia: representaciones alternativas y formas de violencia representada 4. Relatos mediticos, sobrerrepresentacin y la poltica de la verdad Summary 1. Introduction 2. Non-fiction plots and media arqueology 3. Violence trends: alternative representations and featured violence ways 4. Media stories, hiper-representation and truth policy.
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Cada vez hay ms registros de lo que la gente hace, realizados por ellos mismos. El ideal de Andy Warhol de filmar los acontecimientos reales en tiempo real - si la vida es indita, por qu sus registros no podran ser inditos tambin? - se ha transformado en la norma para millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aqu estoy: despertando, bostezando, desperezndome, cepillndome los dientes, preparando el desayuno, llevando a los nios a la escuela. La gente registra y graba todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos en su ordenador y luego los enva por doquier. La vida familiar acompaa al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia est en medio de la crisis y el descrdito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbacin domstica, en conversacin o en monlogo, durante muchos aos, fue el material ms asombroso de Capturing the Friedmans (Andrew Jerecki 2003). Susan Sontag, Imgenes de la infamia, El Pas, domingo 30 de mayo, 2004.
1. Introduccin
l inters que anima este ensayo es el de situar un lugar de accin en la representacin de la violencia de gnero y sus antecedentes en la Cultura Visual. Un lugar que abra una posibilidad interpretativa sobre las estrategias narrativas de los argumentos de no-ficcin en las prcticas flmicas y videogrficas, que site una reflexin, que proponga caminos abiertos, salidas relacionales a una definicin cerrada en torno a la violencia de gnero como violencia social, histrica y poltica. Esta investigacin iniciada hace algo ms de tres aos tiene su origen en un proyecto anterior con el cual edit Crcel de amor. Relatos culturales sobre la violencia de gnero para la elaboracin del ciclo de cine y vdeo que tuvo lugar en el Museo Nacional Reina Sofa (Madrid), y que ahora da como resultado la web: www.carceldeamor.net, y las posteriores investigaciones que estoy llevando a cabo sobre formas de violencia en las sociedades democrticas. Este ensayo, en estas pginas, pretende enfocar la relacin problemtica entre representacin y dispositivos visuales, prcticas artsticas, gnero y violencia. Una lectura crtica de los pliegues profundos que el ejercicio del poder ha sometido a la experiencia de la violencia real y simblica del gnero en el discurso de la Cultura Visual. Esta perspectiva nace del profundo convencimiento de que el ejercicio de la violencia, y ms concretamente la representacin simblica de este proceso, situado entre la memoria cultural y la historia, supone la emergencia de una
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realidad que por sus dimensiones supera cualquier interpretacin que no constate el fracaso cultural del Occidente moderno.
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momentos utpicos del vdeo podemos situar tambin Losing a Conversation with the Parents de Martha Rosler, 1977, vdeo realizado simultneamente a Vital Statistics of a Citizen, Simply Obtained, 1977, ambos anteriores a How to Sleep at Night or A Simple Case for Torture, 1983, donde Rosler formula, mediante una narracin en voz en off y la recoleccin de fragmentos de los medios de comunicacin impresos, datos relativos a la violacin de los derechos humanos, el desempleo y la economa global. Esta recoleccin de fragmentos mediticos destapa el apoyo del gobierno norteamericano y sus negocios financieros a regmenes que sistemticamente usan la tortura. Rosler interpela a la prensa americana por su rol como agente de desinformacin debido a la cobertura informativa selectiva, su uso del lenguaje, y por la implcita legitimacin del punto de vista que justifica el uso de la tortura. La estrategia narrativa deliberadamente fracturada recuerda la fragmentacin de la voz en off utilizada en Vital Statistics of a Citizen, Simply Obtained, que sita el cuerpo femenino en una posicin discursiva, en un lugar ideolgico de forcejeo, un lugar psquico de dominacin construidos por diferentes niveles, de demandas y gratificaciones. En el caso de Losing a Conversation with the Parents, la puesta en escena de una entrevista que simula los cdigos tradicionales de la entrevista televisiva plantea dos de los problemas que el capitalismo y los valores patriarcales perpetan: la anorexia nerviosa y el hambre en el mundo. La puesta en escena de actores y el dilogo entre una madre y un padre revelan las causas que han llevado a su hija a la enfermedad, reflejando la imposibilidad de comprender las consecuencias que el universo simblico de la moda impone a la cultura de consumo juvenil. Sin embargo, el contacto de las formas documentales con los argumentos de no-ficcin y la representacin de la violencia simblica y la violencia de gnero tienen su origen durante los aos sesenta con la emergencia del llamado Nuevo Cine Alemn y su relacin con el movimiento de mujeres. El Frauenfilm se comprometi con las posiciones feministas de su poca y sus formas narrativas enfatizaron la perspectiva subjetiva. Desde mediados de los aos setenta hasta finales de los ochenta, las directoras alemanas evidenciaron la relacin entre el poder estatal y sus efectos en la vida de las mujeres e instaron a las mujeres a concienciarse de la estructura patriarcal que animaba las instituciones. Cabe destacar la fundacin del primer festival de cine de mujeres (Berln, 1973) y la creacin de la revista de cultura flmica feminista Frauen und Film, 1974, en la que Helke Sander, Jutta Brckner, Helma Sander-Brahms o Margarette Von Trotta fueron piezas clave. El trabajo de estas cineastas fue el de crear una plataforma de difusin de la prctica flmica evidenciando la orientacin del feminismo hacia un movimiento internacional de mujeres por una parte, y hacia una pequea escala de polticas cotidianas sobre lo personal por otra, ofreciendo una nueva visin poltica entre el binomio cuerpo y Estado como consecuencia del desencanto poltico y social posterior a 1968.
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En este sentido, la terica Julia Knight en su ensayo Woman and the New German Cinema recuerda que la problemtica que preocupaba a las mujeres se centr en los argumentos de no-ficcin, y las formas documentales que contribuyeron a la aparicin de narraciones flmicas y videogrficas vinculadas a la produccin y difusin de conocimiento del movimiento de mujeres (Knight, 1992). De este modo, las formas documentales se compaginaban con otras formas de puesta en situacin que raramente eran autnticas ficciones con puesta en escena. Esta labor de produccin de conocimiento a pequea escala supuso a su vez la exploracin en los filmes de Sander, Brckner, Sander-Brahms o Von Trotta, de las relaciones entre el control estatal del cuerpo mediante la institucin de la familia, y en concreto mediante instituciones como las prisiones o los hospitales mentales. Postulaban as que las instituciones disciplinarias de administracin del poder pretendan la inversin psicosomtica de la represin de traumas histricos en una patologa mental y fsica. En definitiva, propusieron la elaboracin de una esttica basada en esa inversin de la historia y el trauma en un proceso de produccin de conocimiento. La obra de Helke Sander Personalidad reducida por todos lados (Die allseite redurziete persnlickeit, 1977) evoca mediante una serie de secuencias dramticas con frecuencia irnicas las dificultades de una fotgrafa berlinesa que traslada su idea de justicia social al entorno de sus relaciones afectivas. Su aportacin fue confirmada por El factor subjetivo (Der subjektive faktor, 1981), que prolongaba la pelcula anterior a travs de la evocacin de las luchas y reivindicaciones de los derechos civiles del movimiento de mujeres en el transcurso de 1967 a 1980. La relacin entre cuerpo y Estado se convierte en la clave que hace posible interpretar los argumentos de noficcin, su relacin con las polticas cotidianas, las identidades y los usos de los dispositivos visuales de grabacin y reproduccin a travs de la cmara de cine y vdeo. La memoria cultural y el gnero despliegan una nueva subjetividad que algunos estudiosos como Michael Renov definen como una forma personalizada de abordar los argumentos no-ficcin (Renov, 1993), enunciando que la subjetividad ya no se construye como algo vergonzoso sino como el filtro a travs del cual lo Real (Foster 2001) entra en el discurso, como una especie de oscilacin de la experiencia que gua la obra en tanto que modo de produccin de conocimiento, y por extensin del relato. Hacia 1992, Helke Sander vuelve a abordar la relacin entre cuerpo y Estado en el filme Los libertadores se toman libertades (Befreier und befreite, 1992) partiendo de un argumento de no-ficcin. Esto es, la violacin sistemtica y masiva de las mujeres alemanas al final de la II Guerra Mundial por parte del Ejrcito Rojo. La experiencia de la fuerza brutal expuesta en la primera parte de este documental indaga la exposicin del trauma, mediante la tcnica de la entrevista en profundidad. En este sentido, Sander argumenta en el anterior film citado: Muchas empezamos a ver cada vez con mayor claridad la vinculacin entre los
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misiles de medio alcance y las relaciones amorosas esto es, la relacin hombre-mujer entre el militarismo y el patriarcado, entre la destruccin tcnica y la dominacin de la naturaleza y la violencia contra las mujeres. Las mujeres, la naturaleza y los pueblos y pases extranjeros son las colonias del Hombre Blanco. La memoria de las supervivientes de esta historia permaneca oculta, una historia repetida aunque carente de representacin flmica o videogrfica hasta ese momento. La segunda parte del documental se ocupa de las graves consecuencias que sufrieron las mujeres afectadas y los hijos nacidos de aquellas violaciones.
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visual y cine narrativo, 1975, que Laura Mulvey puntualiz en torno a la nocin de escoptofilia voyeurstica en el cine de ficcin (Mulvey, 1988). En este sentido apunto que de forma inversa los cdigos que rigen los argumentos de no-ficcin aludiran a una desplazamiento hacia la poltica de la verdad que posteriormente retomar en relacin con el texto La poltica de la verdad. Documentalismo en el mbito artstico de Hito Steyerl. Paralelamente a estas revisiones, las prcticas visuales feministas iniciaban la construccin de autobiografa y de vdeodiarios, haciendo uso de las polticas y tecnologas del gnero que siguiendo a Michel Foucault y Teresa de Lauretis plantearon al considerar el uso metafrico del trmino "tecnologa". Ms all de cualquier tecno-determinismo, estos tericos demostraron que la conformacin de cuerpo y gnero ha sido siempre tecnolgica. Por consiguiente, deseo declarar que las estrategias estticas polticamente comprometidas deben ir ms all de las fantasas codificadas tanto privadas como pblicas, controladas social y visualmente para dar paso a la relacin entre figuraciones alternativas de la subjetividad y las formas de violencia real y representada con el fin de crear nuevos espacios de identidad y cultura. Considero que la poltica de la identidad sigue siendo un tema clave que dirige y "produce" sujetos y agentes de codificacin mltiples, hbridos y polticamente diferenciados. Desde un enfoque distante la tecnologa del vdeo y el cine unida a la nocin de experimentacin, la idea de retrato y el relato oral iniciaron un camino sin retorno. Las prcticas visuales feministas han venido desarrollando una crtica hacia la violencia de gnero y siguiendo esta idea lo biogrfico ha continuado reanudando hasta los aos noventa una vvida estrategia. El vdeo de Sadie Benning A Place Called Lovely, 1991, revela una sociedad en la que la violencia en sus diversas formas se encuentra presente en nuestras vidas cotidianas. Nos presenta una Norteamrica racista y homofbica. Sadie Benning describe a travs de su voz el descubrimiento de la violencia: un da calurosamente hmedo de julio en 1979, una mujer que caminaba por la carretera del Lago Niskey al suroeste de Atlanta se encontr con la extremidad sangrante de un cuerpo. Cuando la polica lleg encontr los cuerpos de dos chicos adolescentes, Alfred Evans y Edward Hope Smith. 27 nios ms fueron encontrados durante los aos siguientes. La voz de Benning explica: Yo nunca los conoc pero nunca olvidar a estos nios porque cuando estos nios fueron asesinados, todos los nios moramos un poco. Las alusiones a la inquietante cercana de las armas de fuego se mezclan con imgenes violentas de videojuegos o fragmentos de filmes como Psicosis, para terminar con una escena en la que Benning, delante de una bandera de los EEUU expone su discurso en torno a los signos de una cultura de la violencia. Desde otra tentativa del vdeo como biografa Mindy Faber en Delirium, 1993, construye la experiencia personal de la madre de la realizadora mediante la clasificacin decimonnica que Jean-Martin Charcot
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realiz de la histeria femenina, que fundara las bases de la neurologa moderna. Mientras que en ningn momento la posicin de su madre queda reducida a una explicacin simple, Delirium relaciona la enfermedad de la madre con la posicin histrica de la mujer sujeta a la cultura patriarcal. La imaginera de la cultura popular y la iconoclastia humorstica se entremezclan desde los episodios televisivos pertenecientes a la serie americana I love Lucy, hasta las fotografas realizadas por Charcot en La Salptrire a partir de los cuerpos enfermos. Delirium insiste en la necesidad de entender la enfermedad mental de la mujer dentro de un contexto poltico y social, y las reacciones de muchas mujeres ante situaciones de violencia de gnero. En este sentido, la performance videogrfica La voz humana, 1997, de Mara Ruido silencia y hace balbucear una compleja relacin entre la privacin del lenguaje y la dificultad de la enunciacin pblica de la palabra subordinada a la enunciacin. Al mismo tiempo que utiliza el balbuceo y el silencio para traslucir la colisin de la voz en los pliegues dobles del lenguaje. Esta performance es una investigacin sobre las posibilidades de la concrecin de la voz humana como forma de identificacin de roles de gnero y sus mecanismos en la sociedad. Cules son los mecanismos histricos responsables de la deshistoricizacin y de la eternizacin relativas de las estructuras de la divisin sexual y de los principios de divisin correspondientes. Plantear el problema en estos trminos significa avanzar en el orden del conocimiento que puede estar en el principio de un progreso decisivo en el orden de la accin. Recordar que lo que, en la historia, aparece como eterno slo es el producto de un trabajo de eternizacin que incumbe a unas instituciones (interconectadas) tales como la Familia, la Iglesia, el Estado, la Educacin es reinsertar en la historia, y devolver, por tanto, a la accin histrica, la relacin entre los sexos que la visin naturalista y esencialista les niega (y no, como han pretendido hacerme decir, intentar detener la historia y desposeer a las mujeres de su papel de agentes histricos). En este sentido, Pierre Bourdieu en el prlogo a la edicin alemana de La dominacin masculina, publicado en noviembre de 1998, expone: Contra estas fuerzas histricas de deshistoricizacin debe orientarse prioritariamente una empresa de movilizacin que tienda a volver a poner en marcha la historia, neutralizando los mecanismos de neutralizacin de la historia. Esta movilizacin tpicamente poltica que abrira a las mujeres la posibilidad de una accin colectiva de resistencia, orientada hacia unas reformas jurdicas y polticas, se opone tanto a la resignacin que estimula todas las visiones esencialistas (biologistas y psicoanalticas) de la diferencia entre los sexos como a la resistencia reducida a unos actos individuales o a esos happenings discursivos constantemente recomenzados que preconizan algunas teoras feministas: rupturas heroicas de la rutina cotidiana, como los parodic performances, predilectos de Judith Butler, exigen sin duda demasiado para un resultado demasiado pequeo y demasiado inseguro
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(Bourdieu, 2000: 8). En realidad, la rebelin contra la discriminacin simblica residira en unas formas de organizacin y de accin colectivas y unas herramientas eficaces, simblicas especialmente, capaces de crear fracturas en las instituciones, estatales y jurdicas, que contribuyen a eternizar su subordinacin a las formas de violencia real y representada. En otro lugar (Villaplana, 2003) describ las formas narrativas fragmentarias que integran el discurso de la neotelevisin. Estas cuestiones relacionadas con la produccin simblica de los mass media nos remiten a los procesos educativos que la violencia engendra a travs de pautas de comportamiento aprendidas durante la infancia. En el relato mnimo e intenso El origen de la violencia, 2004-2005, la cineasta Cecilia Barriga incide en esa mirada subjetivada a travs de la presencia de la cmara: Al filmar esta escena en la selva amaznica y ver a este nio, tierno e inocente jugar con su gatito, descubr el despertar de la violencia. Qu fue lo que hizo que este juego amistoso con el pequeo animal se transformara en un acto de pura fuerza? Quizs fue mi mirada, quizs fue la cmara. Lo que sea que sucedi provoc en el chiquillo una necesidad de notoriedad que sin duda le llev a la fuerza y al final a la brutalidad de la violencia, a la demostracin irrefutable de su podero. El relato de la escena descubre una mirada simblica directa e incisiva hacia ese camino recorrido e incierto que son los juegos de infancia y la socializacin de la violencia. La violencia social relacionada con la violacin como arma de guerra es el ncleo del documental de Karin Jurschick The Peacekeepers and the Women, 2003. La intervencin internacional en Bosnia y en Kosovo finalizaba despus de aos de guerra. La paz fue planeada junto a la presencia de las fuerzas de paz SPOR y KFOR. Una de las reas ms lucrativas de la novedosa economa de posguerra fue el trfico de mujeres, este proceso de violencia provino de Ucrania, Rumania hasta Moldavia. Las mujeres fueron forzadas a ejercer la prostitucin - los clientes eran la mayora de las veces miembros de las fuerzas internacionales de paz - que ganaban 150 euros al da, la mitad del salario mensual de un profesor bosnio. La investigacin que lleva a cabo este documental revela cmo el trfico de mujeres se convirti en un ejercicio de violencia contra los derechos humanos de las mujeres. Desde los testimonios de las fuerzas de paz y los propietarios de los clubes nocturnos hasta los testimonios individuales de las mujeres describen de forma clara que la presencia de las fuerzas internacionales en Bosnia y Kosovo ha sido un factor importante en el crecimiento de la prostitucin. Por su parte, Calling the Ghosts de Mandy Jacobson y Karmen Jelincic, 1996, y Daughters of War de Maria Barea, 1998, son otros de los documentales que a mediados de la dcada de los aos noventa plantearon la necesidad de la lucha por el reconocimiento de la violencia poltica del delito de violacin como crimen de guerra. Calling the Ghosts narra en primera persona la historia de dos mujeres, Jadranka Cigelj y
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Nusreta Sivac, que vivan en Bosnia-Herzegovina hasta que fueron capturadas y deportadas a Omarska, uno de los campos de concentracin serbios donde fueron sistemticamente violadas y humilladas junto a otras mujeres croatas y musulmanas por sus captores serbios. El documental Daughters of War plantea precisamente el contexto de la guerrilla peruana en el que las normas de convivencia han sido aniquiladas y donde la violencia y el abuso contra las mujeres se han convertido en una nueva norma social de conducta. A travs de la vida de Gabriela y de un grupo de amigas formado por jvenes de 17 aos en Ayacucho descubrimos cmo estas supervivientes plantean en primer lugar los efectos de la guerra civil acaecida en Per durante la dcada de los aos ochenta, las drogas y la pobreza han marcado a toda una generacin envuelta en el trauma de la historia blica de su pas. La reconstruccin de la memoria y la violencia vinculada a la historia ha sido estudiada por las tericas e historiadoras Barbie Zelizer (1998) y Marita Sturken (1997). Ambas examinan cmo el proceso de recuerdo y sus imgenes en estos casos han ido construyndose rellenando los huecos de olvido, las memorias de los supervivientes provienen de su propia experiencia, de fotografas documentales o de las pelculas de Hollywood. Esto supone, sin embargo, que las imgenes fotografiadas, filmadas o en videotape, pueden plasmar y crear memorias pero tambin tienen la capacidad, a travs del poder de su presencia, de sustituir a la experiencia. De all que para Sturken sea necesario examinar el rol de la imagen en la produccin tanto de la memoria como de la amnesia, tanto la memoria cultural como la historia. En el caso de la violencia de gnero tal y como plantean los trabajos videogrficos Syntagma de Valie Export, 1984, A Room of Her Own de Teresa Serrano, 2005, y Deshaciendo nudos de Beth Moyss, 2000, la memoria y la amnesia adquieren sentidos contradictorios: ambas pueden ser activas, voluntarias, traumticas o culposas. Entre esas contradicciones resulta difcil rastrear dnde ha ido a parar la capacidad de los medios de comunicacin para constituir identidades: si los medios funcionaron como reproductores del discurso oficial Es posible separar ambas instancias? O siempre est presente esta fractura traumtica en los sujetos constituidos de esta manera? Al mismo tiempo, cabe pensar que la reflexin sobre la relacin entre memoria / medios de comunicacin e identidad cultural rompe necesariamente con cualquier posible nostalgia y vuelve ms evidente algo que puede quedar opacado en otros discursos. En esta direccin el cortometraje Consolation Service, de Eija-Liisa Ahtila, 1999, expone cmo las identidades estn constituidas por elementos contradictorios. Lo que nos constituye en tanto sujetos es la subjetividad y lo que la memoria organiza en forma de relato dotando de continuidad a los recuerdos, est teido a menudo de nostalgia y tampoco puede valorarse de otra forma por ello.
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El crculo de la violencia domstica planteado en Fathers, Husbands, Sons de Kevin McCourt y Gabriel Martnez, 2002, y The Eye of the Needle de Terry Berkowitz y Blerti Murataj, 2004, que implica los rasgos del proceso de agresin, no debiera exigir mayores aclaraciones si no fuera por la omnipresencia de un discurso meditico -recordemos el caso de Lorena Bobbitt en 1993-, que constata antes que interroga la existencia de la nocin de testimonio. En The Eye of the Needle, el testimonio de reproches y dolor de Lorena Bobbitt se mezcla con sutiles y sensuales imgenes que muestran que en el mbito domstico y matrimonial en los EEUU no todo es lo que parece. En este sentido, Fathers, Husbands, Sons se establece como complemento de una versin explotada y simbolizada por los mass media, esto es el patrn de comportamiento de la violencia contra las mujeres, que algunos autores llaman Ciclo de la Violencia, y que generalmente se manifiesta en tres etapas: la acumulacin de tensin, el momento crtico y de agresin y la reconciliacin romntica. La relacin entre memoria/medios de comunicacin e identidades exige ser cuestionada. La hegemona meditica no deja de funcionar retrospectivamente y la acumulacin de fragmentos de memoria no debera ser una legitimacin en s misma. Cabe observar que la creencia conservadora de que la museizacin cultural puede ofrecer compensacin para los estragos que causa la acelerada modernizacin en el mundo social es demasiado ideolgica. No reconoce que la cultura posindustrial y la produccin de representaciones visuales a travs de los mass media desestabiliza cualquier tipo de seguridad que pudiera ofrecer el mismo pasado. La yuxtaposicin es desalentadora. Sin embargo, tambin puede brindar una pista: hoy ms que nunca memoria y amnesia no son trminos opuestos ni contradictorios. Se encuentran en los mismos parajes y resulta indispensable pensar sus implicaciones de manera simultnea.
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estaba separada. Este hecho, que revisti tanta gravedad como muchos que se haban producido contra otras mujeres con anterioridad, sin embargo constituye un revulsivo que los medios de comunicacin reproducen y citan en primera pgina; situacin que algunos mantienen en los dos meses posteriores al caso Orantes con los nuevos casos de asesinatos de mujeres que se van produciendo. Las causas de este giro se deben al carcter endogmico de la agenda informativa de los medios: la televisin ofrece la confesin de la mujer, en vivo y en directo; la televisin, de esta forma, se convierte en fuente de informacin de tal manera que puede mostrar un documento de lo real posproducido, cuya construccin y difusin multiplicar el efecto de realidad. No es una mujer annima la que han matado, es la que apareci a travs de la pequea pantalla televisiva. En la medida en que ha sido representada socialmente por los medios, persiste en la memoria meditica mucho ms que cualquier otro tipo de violencias estructurales y cotidianas. La violencia de gnero como violencia poltica abarca mltiples y heterogneas problemticas. Incluye la violencia fsica, sexual y psicolgica que tiene lugar dentro de la familia o en cualquier otra relacin interpersonal e incluye violacin, maltrato, abuso sexual, acoso sexual en el lugar de trabajo, en instituciones educativas y/o de la salud pblica, incluyendo la violencia ejercida por razones de etnia y sexualidad, la tortura, el trfico de personas, la prostitucin forzada, el secuestro, entre otros. En el discurso informativo meditico, el estereotipo de la vctima, igual que el estereotipo sexual, aparecen como una sobrerrepresentacin de las mujeres dentro de los conflictos de gnero, a las mujeres se las personifica ms, se las filma ms a menudo en primeros planos y es ms probable que sean protagonistas de una cobertura sensacionalista. Como seala Marian Meyers en su libro News Coverage of Violence Against Women las noticias son parte del problema de la violencia contra las mujeres si representan a las vctimas como responsables de su propio abuso (Meyers, 1997, 117). Cuando las noticias informativas excusan al agresor porque estaba obsesionado, estaba enamorado o de cualquier otra forma, o en cambio representan al agresor como un monstruo o un psicpata cuando informan sobre esta situacin de conflicto, ignoran la naturaleza sistemtica de la violencia contra las mujeres. En stos se establece una norma de visibilidad de los hechos violentos, considerados como "naturales", en la que se entrecruzan lo pblico -la violencia como realidad que padecen las personas- y lo privado -la intimidad de las personas violentadas-. La narracin -escrita, radiofnica, publicitaria y televisiva- se vuelve ostentosa, casi obscena cuando promueve una hipertrofia del escuchar y del ver. Una tendencia voyeurista de fascinacin que los trabajos flmicos y videogrficos de Beth B. ponen en cuestin, entre ellos Belladona, 1989, que enfatiza esta fascinacin transformando a los personajes en marionetas entre la ficcin y lo documental. As mismo, Sabine Massenet mediante las micro-narraciones
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videogrficas recopiladas en Sans titre, 2002, revisa el paisaje meditico que la publicidad ofrece como objeto violento de deleite y consumacin. El auge de los reality shows o talk shows y la tendencia de ciertos informativos televisivos y radiofnicos desplaza el lugar de la representacin de la violencia de gnero, y la introduce en la vida de quienes la miran o la escuchan como un hecho ms. Sin embargo, centrarse en el uso de la fuerza fsica omite otras violencias que s hemos planteado en este proyecto, aquellas en las que la fuerza fsica no se utiliza y que se ejercen por imposicin social o por presin psicolgica: violencia emocional, invisible, simblica y econmica, cuyos efectos producen tanto o ms dao que la accin fsica. Estas diferentes formas de violencia se evidencian en el binomio trauma e historia y su investigacin a partir de los estudios de gnero ha permitido identificarlas y vincularlas con pautas culturales y sociales. Nombrar las formas de violencia - lo que no se nombra no existe - y seguir trabajando sobre la violencia simblica es imprescindible para que no queden reducidas a experiencias individuales y/o casuales, y para darles una existencia social y crtica. En cambio, la omisin se puede comprender como una estrategia de la desigualdad de gnero: si las violencias se consideran "invisibles" o "naturales" se legitima y se justifica la arbitrariedad como forma habitual de la relacin entre los gneros. Por lo tanto, definir la violencia poltica contra las mujeres implica describir una multiplicidad de actos, hechos y omisiones que las daan y perjudican en los diversos aspectos de sus vidas y que constituye una violacin a sus derechos humanos. La violencia domstica en Espaa se ha convertido en una cuestin con una dimensin pblica mayor que en otras pocas debido a la gran cantidad de interpretaciones que se realizan sobre ella desde diferentes instancias; as lo plantean los trabajos documentales 10 aos con Tamaia de Isabel Coixet, 2003; Amores que matan de Icar Bollan, 2000; y Empezar de nuevo de Lisa Berger y Claudia Hosta, 2001. Semejante situacin sucede en Mxico y Amrica Latina, donde han menudeado las leyes preventivas no punibles y no obstante es la nica regin del globo con una Convencin contra todas las Formas de Violencia hacia la mujer, es ah donde se ha desencadenado el fenmeno del femicidio, el asesinato de mujeres por razones asociadas con su gnero. El femicidio es la forma ms extrema de la violencia basada en la inequidad de gnero, entendida sta como la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres en su deseo de obtener poder, dominacin o control. Incluye los asesinatos producidos por la violencia intrafamiliar y la violencia sexual. El femicidio puede tomar dos formas: femicidio ntimo o femicidio no ntimo. La experiencia de trabajo con mujeres que haban padecido diferentes formas de violencia me abri un amplio panorama de interrogantes. A partir de stos pude darme cuenta de que las herramientas tericas y tcnicas con las que se contaba para pensar las formas de la
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violencia poltica eran insuficientes en un momento histrico en el que la violencia tiene diversas presencias a travs de los medios de comunicacin de masas y, sobre todo, porque el inters tambin iba a centrarse en la plusvala de ese intercambio meditico. Este es el valor social que la violencia simblica ejerce en este flujo de cdigos y mensajes desordenados que tambin presentaban diferentes desenlaces sabiendo que esas experiencias y relatos continuaran en la puesta en escena de lo real (Friedman, 2002). Tuve que incluir y articular los aportes tericos en torno a la memoria y el trauma, subjetivos y tecnolgicos, desde los que las narraciones flmicas, relatos videogrficos e historias incompletas se estaban planteando como un relato inconcluso a modo de contraimgenes interdisciplinares posicionadas ante la sobrerrepresentacin que los medios de comunicacin enfocan desde un solo punto de vista. Esto es, se trata de plantear otros circuitos donde la representacin de las relaciones entre violencia y gnero se sitan entre las estrategias narrativas y el relato de los hechos, a modo de argumentos de no-ficcin. En este sentido, el documental de Frederick Wiseman, Domestic Violence, 2001; Macho de Lucinda Broadbent, 2000; y el cortometraje de animacin documental Survivors de Sheila M.Sofian, 1997, trazan un recorrido por el circuito de la violencia domstica desde dos sociedades culturales diferenciadas, la sociedad americana y la sociedad nicaragense, que utilizan estrategias documentales que plantean dinmicas de apoyo social mediante el seguimiento de grupos de trabajo en materia de violencia domstica. La fuente oral resulta una excelente va de acceso a las nociones de memoria histrica colectiva y cultura poltica en la historia del tiempo presente. Su importancia se acrecienta en la medida en que el pasado reciente no haya cristalizado todava como memoria autobiogrfica. La debilidad de la literatura autobiogrfica para el tiempo ms inmediato solamente puede suplirse con la fuente oral. Acceder a la experiencia vivida autobiogrfica y colectiva de un miembro de un grupo social o asociacin humana en el tiempo presente depende, en buena medida, del recurso a la fuente oral. Hay que tener en cuenta, adems, que las generaciones resultan ms permeables a los injertos de memoria histrica en el momento de su configuracin, es decir, de su formacin como colectivo generacional y que esa memoria acta como una forma de representacin mediante la que se reconstruye una historia colectiva invisibilizada en el crculo de la sangre y la mierda. La violencia intrafamiliar y el abuso en la infancia precisamente son los ejes de los que parte el documental Loud and Clear / Laut und deutlich de Maria Arlamovsky, 2001. Estos ejes definen el espacio de la entrevista como un mbito de terapia y apropiacin de la experiencia a travs de la narracin biogrfica frente a cmara y sin dejar de evidenciar el dilogo entre entrevistados y entrevistadora. Familia y violencia, tradicin y memoria cultural se unen en el relato de Jean-Marie Teno Le mariage dAlex,
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2002. La dramtica y velada realidad del matrimonio polgamo en Camern revela la delicada mirada hacia la ceremonia y la noche de bodas. Un ritual de costumbres y ritos que hablan de la sumisin y la posicin de mujeres y hombres en la sociedad patriarcal. Una situacin a la que Tracey Moffatt se acerc en Nice Coloured Girls, 1987, realizando una ficcin experimental que explora las actitudes de las mujeres urbanas y aborgenes en Australia y la dominacin masculina. Moffatt en este filme desarrolla una crtica poscolonial a partir del ritual urbano de ligar con hombres blancos. La pelcula contrasta las relaciones de algunas mujeres urbanas y aborgenes con sus capitanes hace 200 aos. Nice Coloured Girls usa la yuxtaposicin verosmil de imgenes y la voz en off que relee extractos de un diario de un colonizador para cuestionar la representacin del llamado Cine Aborigen. Moffatt al intentar evitar un determinado estilo narrativo sustrae el relato cinematogrfico de la tradicin realista del documental etnogrfico tradicional y de las obras teatrales tradicionales del pueblo aborigen australiano. Nice Coloured Girls hace referencias a las pelculas etnogrficas mediante el uso de subttulos, y evita el clich de la llamada reconstrucciones realistas. Este sistema de violencia de gnero fuera de la familia, y centrada en la idea de desaparicin es la intencin que recorre el documental Seorita extraviada de Lourdes Portillo, 2003, rodado en 2002. Desde entonces, ms de 100 mujeres han muerto y continan las desapariciones. La publicidad que est empezando a provocar la pelcula ha dado como resultado que ahora los cuerpos de las desaparecidas no se encuentren y que, tanto Portillo como las organizaciones involucradas en esta lucha, estn amenazadas. En este sentido, el gnero es un lugar en el cual -o a travs del cual- se articula y distribuye el poder como forma de control diferenciado sobre el acceso a los recursos materiales y simblicos. Por ello, tal y como propone Joan W. Scott el gnero est involucrado en la construccin misma del poder (Scout, 1992). Seorita extraviada no aporta soluciones, slo presenta los hechos y es el gobierno mexicano el que tiene que darle una solucin. Para ello, Portillo hace un llamamiento para firmar la carta de peticin al presidente de Mxico y al gobernador de Chihuahua: resolver los terribles crmenes cometidos contra mujeres en Ciudad de Jurez y que ambos niveles del gobierno evaden. Los asesinatos de Ciudad Jurez se estn reproduciendo en la actualidad con idnticas caractersticas en Chihuahua, Nuevo Laredo, Nogales, Zihuatanejo y Guatemala. Argumentos de no-ficcin que continan producindose en la actualidad de forma dramtica y que tras estas lneas que ahora tu lector/a interpretas marcan esta trama. En esa diversidad de enfoques la nocin de gnero (Colaizzi, 1995) apareca como un elemento clave en los estudios de gnero, la teora poltica, los estudios culturales, la narrativa flmica, la sociologa, los estudios provenientes de la teora de la comunicacin y de la educacin social, la
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antropologa cultural, la teora crtica esttica, los estudios posoccidentales y poscoloniales, los estudios de cultura visual y las posiciones del feminismo crtico queer recientemente revisadas en torno a la violencia. Enfocar el estudio de la violencia poltica sin tener en cuenta el gnero lleva a un callejn sin salida pues hoy da la violencia de gnero sigue siendo una prctica democrtica. El gnero implica una mirada a la diferencia sexual considerada como construccin social, supone una interpretacin alternativa a la interpretacin esencialista de las identidades femeninas y masculinas. El concepto de gnero va a situar a la organizacin sociocultural de la diferencia sexual como eje central de la organizacin poltica y econmica de la sociedad. Es decir, los discursos de gnero han construido las diferentes representaciones culturales que han originado y reproducido los arquetipos populares de feminidad y masculinidad. stos desempearon, a lo largo del tiempo, un papel contundente en la reproduccin y la supervivencia de las prcticas sociales, las creencias y los cdigos de comportamientos diferenciados segn el sexo. Sin embargo, el discurso de gnero de este nuevo siglo, a pesar de su posibilidad de adecuarse a los cambios socioculturales, no se funda an en el principio de igualdad. Y esta desigualdad es una de las causas centrales de la violencia. El centro de la definicin de gnero se va a asentar en la conexin integral de dos proposiciones: el gnero es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que se perciben entre los sexos y es una manera primaria de significar las relaciones de poder. En este sentido el documental durante la dcada de los aos ochenta y los noventa supondr la exploracin del concepto de gnero. Red sari de Pratibha Parmar, 1988, retrata el conflicto racial y cultural en las grandes metrpolis europeas. En el plano cultural, el filme supone una reflexin poscolonial del asesinato de la joven Kalbinder Kaur Hayre en 1985. La violencia contra las mujeres asiticas en las ciudades europeas se traslada de la esfera pblica a la vida privada. Para ello, la voz en se construye como una enunciacin intersubjetiva de la denuncia del racismo. A diferencia de los planteamientos sobre el sexo que se han difundido en torno a la teora queer cabe, aadir que la concepcin del texto feminista queer, en este caso planteada a travs de Red Sari, subraya la cuestin de la raza, el gnero y la clase mediante la enunciacin verbal adoptando un registro potico. Para ello construye una voz en off que acta como eje del relato de la violencia, evidenciando que la representacin de la violencia procede de una situacin de conflicto tanto de gnero como social y en este caso tambin racial. La directora Pratibha Parmar en la dcada de los noventa adapta utilizando las formas documentales la novela Possessing the Secret of Joy de Alice Walter. Este filme, Warrior Marks, 1993, examina la mutilacin genital femenina sin presentar a las mujeres como vctimas, sino como resistentes, como mujeres luchadoras, que han logrado sobrevivir y continan
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sobreviviendo -a pesar de la mutilacin que han sufrido sus cuerpos, articulando los modos de lucha contra esta imposicin de la tradicin-. Warrior Marks trata de poner de relieve las complejidades culturales y polticas que hay en torno a este tema. A travs de entrevistas a mujeres de Senegal, Gambia, Burkina Faso, EEUU e Inglaterra que han sufrido la ablacin, Parmar trata de mostrar su visin personal de esta situacin en trminos de un conflicto todava sin resolver como lo demuestra la reciente mirada de Kim Longinotto en el filme El da que nunca olvidar, 2002. El concepto violencia indica un modo de proceder que ofende y perjudica a alguien mediante el uso exclusivo o excesivo de la fuerza. Violencia deriva de vis, fuerza. El mismo origen etimolgico que tienen las palabras violar, violente, violentamente. Violentar significa ejercer la violencia sobre alguien para vencer su resistencia; forzarlo de cualquier modo a hacer algo que no quiere. La violencia real, por tanto, adquiere a partir del cine posmoderno formas de representacin que desembocarn en la presencia de la violencia representada como un cdigo trasladable a diversos estatutos de la imagen, del cine de la gran pantalla a la hiperrealidad televisiva pasando por los videojuegos interactivos y hasta los hipervnculos de Internet. Los impactos de las tecnologas de la informacin y la comunicacin sobre las realidades sociales son pliegues de las relaciones entre violencia, gnero y poder; los comportamientos violentos, as como el tratamiento que los medios dan a la violencia y las relaciones de gnero suponen a su vez un entramado normativo. Queremos cumplir con el deber de intervenir en el debate social y de cuestionar las aparentes certidumbres sobre la relacin entre medios de comunicacin y violencia, cuando los discursos polticos y periodsticos han disimulado uno de los problemas sociales ms cercanos a la violencia cotidiana. El mbito de lo simblico y la relacin entre violencia real y representada sirven de nexo a Ursula Biemann en Writing Desire, 2000. Este ensayo videogrfico sobre la pantalla ideal de Internet expone la circulacin global de los cuerpos del tercer mundo al primer mundo. La aparicin de las nuevas tecnologas, y con ellas Internet, ha acelerado estas transacciones. Biemann propone una meditacin sobre las desigualdades polticas, econmicas y de gnero obvias de estos intercambios simulando la mirada fija de quien contempla desde Internet y que busca a la compaera dcil, tradicional, pre-feminista, la implicacin del espectador en un nuevo voyeurismo y repleto de consumo sexual. Las formas documentales en la ltima dcada del Post-Vrit se definen como un lugar de conflicto, que acertadamente han demostrado dos cuestiones mutuamente excluyentes: que la ambicin que gua al documental es la de encontrar un modo de reproducir la realidad sin desvos o manipulaciones, y que esta persecucin de una realidad no adulterada es intil. No slo en estos ltimos aos, sino a lo largo de toda la historia, la tarea de formulacin de ideas, valores, smbolos, metforas y retricas, la
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tarea de apropiar la realidad -tanto al nivel imaginario y simblico como al nivel prctico y afectivo- est ligada a otra tarea ms violenta, traumtica y duradera, muchas veces invisible e irrepresentable como advierten los psiclogos sociales, que es la del disciplinamiento: la produccin del equipamiento sensual-sexual, la produccin de los cuerpos-espacios necesarios, de las amnesias, los miedos, en fin la produccin histrica de los cuerpos humanos, lo cual nos habilita a hablar de la produccin de sensibilidades y estticas -esttica colonial, esttica moderna, esttica revolucionaria, esttica neoliberal-. En este sentido, asumimos la reflexin que Hito Steyerl plantea en su texto La poltica de la verdad. Documentalismo en el mbito artstico esto es, el documental en su funcin de estructuracin e intervencin en el campo social adopta tareas biopolticas (Steyerl 2004). As, la accin a travs de productos simblicos puede desarrollarse esencialmente en el terreno de la cultura y es ah donde habra que construir mecanismos de difusin que permitieran una nueva forma de ver y contribuyeran a desvelar los engaos de la hegemona meditica. Las formas documentales en un contexto como Espaa tienen que asumir esa funcin de gubernamentalidad biopoltica que Steyerl plantea en la representacin. Una labor que no deben detentar en exclusiva los mass media, ya que las prcticas y modos de hacer artsticas son un espacio de intercambio simblico, proliferacin de representaciones y produccin de conocimiento.
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LA CAPILLA SIXTINA Y LOS ESTUDIOS CULTURALES EN LA OBRA DE MANUEL VZQUEZ MONTALBN LA CAPILLA SIXTINA AND CULTURAL STUDIES IN MANUEL VZQUEZ MONTALBNS WORK
Mari Paz Balibrea (Birkbeck College, University of London )
I/C - Revista Cientfica de Informacin y Comunicacin 2009, 6, pp485-501
Resumen Este artculo se centra en la obra de Manuel Vzquez Montalbn, escrita bajo la censura franquista, La Capilla Sixtina. Se pretende destacar la labor singular de crtica cultural que el autor realiz desde la combinacin de literatura y periodismo. La obra de Vzquez Montalbn propone una deconstruccin de la cultura franquista que pretende actuar de resistencia contra las mentiras y falsedades del rgimen tirano. Abstract This paper focuses La Capilla Sixtina, Manuel Vzquez Montalbn's novel written under Francos censorship. It seeks to stand the outstanding cultural critic that author carried out working as writer and journalist. Vzquez Montalbn's work proposes a cultural deconstruction that claims to resist, against lies and falsehoods of Spanish tyrant government. Palabras clave Textualidad / tica / Literatura / Poltica Keywords Textuality / Ethics / Literature / Politics Sumario 1. Manuel Vzquez Montalbn como intelectual 2. Triunfo y la constitucin del intelectual 3. Algunos intertextos Summary 1. Manuel Vzquez Montalbn as intellectual 2. Triunfo and intellectual making 3. Some intertexts
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l siguiente artculo aborda el tema de la tica y la poltica de la textualidad desde el punto de vista de los estudios culturales y del anlisis de un aspecto de la obra del escritor Manuel Vzquez Montalbn. Este tipo de acercamiento es muy productivo para argumentar la capacidad poltica y de intervencin en la historia que, para cambiarla, pretendi tener la obra de este autor. Su trabajo es particularmente adecuado para adentrarse en la relacin del texto (literario-periodstico en este caso) con su contexto, pues su literatura se caracteriz siempre por su sofisticada sintona con la historia. No hay obra del autor que no se pueda entender como una intervencin en ella. Paradjicamente, son precisamente estas dos constantes sintona e intervencinlas que explican la gran variedad de formas y contenidos que pueblan la produccin montalbaniana. Montalbn, que entenda la historia en constante transformacin, adapt su literatura en cada momento a los temas y formas que mejor daban respuesta a las necesidades y los intereses de su ahora concreto. Por este procedimiento dio con algunas de las frmulas ms innovadoras y efectivas de la literatura comprometida de su tiempo. Si bien mucho se ha estudiado en este sentido (como solucin formal a su deseo de hacer una literatura de contenido crtico social) su novela policaca, menos se ha escrito sobre su primer periodismo, el del tardofranquismo, a pesar de que supone una reformulacin radical de los parmetros del gnero en la poca. En este trabajo reflexionar sobre las estrategias de este periodismo que llamo subnormal para erigirse en espacio de reflexin crtica sobre la realidad contempornea. Ms en general con respecto a toda la obra del autor, quiero sugerir que un acercamiento desde los estudios culturales y la crtica cultural nos permite entender la obra de Montalbn como pionera en Espaa de esta forma de entendimiento de la cultura. Por ello, no solo se trata en el anlisis de constatar la voluntad poltica explcita en la obra de Montalbn, sino su comprensin de la cultura, fuera o no sta explcitamente poltica, como mediada por formas polticas relevantes para la configuracin de las subjetividades y las colectividades que estn expuestas a y forman parte de esas culturas. Es decir, Montalbn, como los estudios culturales, entiende la cultura como uno de los principales espacios donde se establecen las diferencias sociales de clase, gnero, etc. En otras palabras, como un espacio eminentemente poltico e ideolgico. Y por ello, tambin como un lugar privilegiado, para el intelectual que l vendr a ser, en el que contestar y responder crticamente a esas divisiones con posibilidad de contribuir a transformarlas. De la amplia obra de Montalbn se deduce que la cultura que l consume, analiza y en la que produce es entendida como un terreno de lucha continua por el significado de la historia y relevante polticamente. Para un marxista como l, la intervencin cultural tena que facilitar a los grupos subordinados la posibilidad de resistir y subvertir los sentidos que desde las formas de cultura dominante se les imponan con el propsito de hacerles comulgar con los intereses de los que mandan y les oprimen.
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Un ejemplo preliminar de su prctica cultural, antes de empezar el anlisis de La Capilla Sixtina, nos lo proporciona su interpretacin poltica de la cultura popular y de masas bajo el franquismo. Hasta ese momento, sta haba sido mayoritariamente entendida desde las lites antifranquistas monolticamente como la poltica cultural del franquismo, es decir, como una forma privilegiada que el rgimen, desde los aos cuarenta, utilizaba para lavar el cerebro de la masa social, desde su incontestado poder de nombrar y legitimar objetos, prcticas e interpretaciones. El anlisis de Montalbn de esa cultura a lo largo del franquismo, por el contrario, en una obra como Crnica sentimental de Espaa (1971), sin desmentir la fuerza ideolgica conformadora de estos productos, es capaz de entender ms dinmicamente sus complejas sutilezas, dejando as espacio para la agencia y capacidad de recodificacin en algunos casos subversiva de los receptores de estas obras. Con ello demostraba, no slo la necesidad y relevancia de politizar la cultura, incluso aquella que atendiendo slo a sus canales de produccin y emisin era codificada como apoltica y por ello mismo como profundamente ideolgica, sino la posibilidad de crear espacios de resistencia en ltimo trmino poltica si se atenda a la descodificacin hecha desde el punto de vista de los vencidos y oprimidos por el rgimen. Estos dos componentes, politizacin del producto cultural y otorgamiento al receptor de agencia y capacidad de descodificacin no pautada desde los centros de poder, son dos pilares fundamentales en los que se asienta el acercamiento de los estudios culturales y atribuibles plenamente a este autor. En este artculo, que se centra slo en una obra de Manuel Vzquez Montalbn escrita tambin bajo la censura franquista, La Capilla Sixtina, pretendo poner de relieve aspectos complementarios, con respecto a los brevemente enunciados en el caso de Crnica sentimental de Espaa, de la labor de crtica cultural de este autor. En concreto, me voy a detener en el anlisis de las estrategias textuales que Montalbn utiliza para subvertir y criticar el lenguaje transmisor de la ideologa dominante franquista, y para al mismo tiempo conseguir pasar la censura. Es esta prctica en s misma una forma de activismo poltico, pues en su desconstruccin del lenguaje que emana del estado franquista, Manuel Vzquez Montalbn pone de manifiesto la falacia y la poltica de representacin que sostienen este lenguaje. En otras palabras, deja en evidencia que la representacin de la realidad que este lenguaje, formalizado en textos, propone es una construccin cultural armada con el propsito de fijar el significado de lo real. Y en la medida en que esa estrategia de fijacin del sentido viene de un rgimen execrable, merece ser desestabilizada y desmentida. Podemos incluso decir que Manuel Vzquez Montalbn busca con sus Capillas crear un texto capaz de materializar la posibilidad de una subjetividad poltica resistente y ticamente mejor, es decir, antifranquista.
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Hay
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intelectual, siguiendo a Bertol Brecht y Groucho Marx, melancola marxista, y se manifestaba en un cansancio histrico por lo que deba llegar y no llegaba (Plata 1999, 263). De ella surge la condicin asumida de subnormalidad y una preferencia por el trmino postmarxista. Y queda, por fin, hablar de ese ltimo aspecto de su vocacin, la voluntad de escribir. Montalbn supo muy pronto que haba adquirido un dominio excepcional del lenguaje en sus mltiples registros, y que ste, el lenguaje, sera su va de entrada y permanencia en la intervencin histrica, desde la comprensin compleja de l que hemos esbozado al principio de este artculo. De ah que cuando explica la importancia que para l tuvo en 1969 poder empezar a colaborar en Triunfo, revista de referencia por excelencia de la resistencia cultural del tardofranquismo, diga: Aquella colaboracin () significaba salir del pozo donde habitaba como joven promesa ninguneada y todos los que han sido jvenes promesas ninguneadas () comprendern lo que significar () aprehender las mejores luminosidades y adems con msica de fondo de resistencia tica y poltica (citado por Saval 2004: 106). Triunfo, primero puntualmente a travs de las entregas de Crnica sentimental de Espaa y despus con los habituales reportajes y las secciones fijas de La Capilla Sixtina y La educacin de Palmira es la primera plataforma cultural de alcance en la que convergern para Vzquez Montalbn vanguardia con resistencia. Es decir, la participacin en la cultura poltica del antifranquismo hecha desde la produccin de un nuevo lenguaje para vehicular la crtica, a partir de una desconstruccin del lenguaje hegemnico. La importancia que en esa poca tena Triunfo proporcion a las excepcionales cualidades y preparacin de Manuel Vzquez Montalbn una caja de resonancia mucho mayor de la que haba podido tener su anterior produccin potica, ensaystica y periodstica. Con excepcionales cualidades y preparacin me refiero a su formacin terica. sta se da, particularmente, aunque no slo, en la filosofa crtica del marxismo en la que se sustenta el pensamiento intelectual radical de la poca y que explica que, sin saber de los Estudios Culturales que contemporneamente se estaban desarrollando en el Reino Unido, su trabajo refleje una clara sintona con ellos: la escuela de Frankfurt, Lefebvre y los situacionistas (Guy Debord), Althusser, Gramsci, Marcuse, adems de Marx; sus conocimientos de historia y de poltica universal contempornea; su conocimiento de y respeto por la cultura popular y de masas entendidas como formas culturales que le viene, adems de por sus lecturas, por origen de clase, destacando sobre todo su inters por la msica, la cocina, y el ftbol; su saber historiogrfico y terico de la literatura contempornea espaola, europea y americana; y finalmente, aunque no por ello menos importante,
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una larga experiencia periodstica que se remonta a 1960 (desde los 21 aos Manuel Vzquez Montalbn est escribiendo en la prensa del rgimen, en El Espaol, Solidaridad Nacional y La Prensa). Todas estas vas convergen felizmente en la innovadora crtica cultural de Crnica sentimental y en la maestra de las piruetas dialcticas de La Capilla Sixtina, donde todos esos registros de saber se ordenan, alternndose y combinndose, para producir un divertimento hecho de pura vitamina poltica que har las delicias del lector cmplice. Para quienes no estn familiarizados con La Capilla Sixtina puede decirse que es una seccin fija que se public entre 1971 y 1978, con un espacio de unos 4500 caracteres, firmada con el pseudnimo de Sixto Cmara (de ah el juego de palabras con el ttulo de la seccin). Este es un personaje histrico, un hroe liberal del s. XIX que Montalbn rescata para que encarne la razn romntica, tica y resistente que le interesa como conciencia perpleja e ingenua del tiempo presente sobre el que la columna se dedica a reflexionar. Yo siento por Sixto Cmara un coro de atracciones y rechazos. Le quiero como si fuera ese to soltero y liberal que todos deberamos tener y lo odio como si fuera ese adolescente sensible que llevamos dentro y se nos agarra a las vsceras hasta que nos mata de insatisfaccin (LCS, 7). La columna incluye tambin otros personajes que interactan como contrapunto con Sixto, algunas caricaturas o encarnaciones de colegas de Triunfo, otros de ficcin, como la ms importante y hermosa Encarna, vecina y amor platnico de Sixto y mucho ms radical polticamente que l. El tema de la seccin est siempre tomado de la actualidad poltica, ya sea local o global, o se acaba conectando con ella. Pero volvamos, antes de entrar en un anlisis ms pormenorizado de La Capilla Sextina a la cuestin de los gneros literarios. Ante un autor tan prolfico y polifactico como Montalbn, los gneros han servido para estructurar, poner orden y lmites al anlisis de su obra, y as hablamos del Manolo poeta, el periodista, el ensayista, el escritor de novelas policacas, el dramaturgo. Desde esta estructuracin hay que decir que si algo caracteriz la obra de Montalbn fue el no respeto a los gneros, su hibridacin al servicio de convertir la forma y la palabra en instrumentos tiles de indagacin e intervencin histrica, en formas de pensamiento crtico, esto es, capaz de desentraar las implicaciones polticas de la textualidad dominante. He empezado definiendo la vocacin de Manuel Vzquez Montalbn como la del intelectual crtico. Desde una visin tradicionalista se interpreta que es el ensayo el vehculo textual homologado para el intelectual. Montalbn lo cultiv de forma digamos ortodoxa a lo largo de
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toda su vida y desde diferentes disciplinas: literatura, poltica, arte, comunicacin, historia, urbanismo. Pero yo dira que es precisamente cuando buscaba escribir ensayos homologables cuando menos convincente y efectivo resultaba, lo cual ha servido para producir algunas de las ms despreciativas crticas contra l. Su tendencia a acumular erudicin dificulta la lectura de sus ensayos de los noventa, de La literatura en la construccin de la ciudad democrtica a Y Dios, escritos en una dcada en la que stos sustituyeron el protagonismo previo de la novela, para desesperacin de sus editores segn l contaba. Valorar el pensamiento de Montalbn pasa, en mi opinin, por comprender que es en el hallazgo de nuevas formas de expresin a travs de la ruptura y amalgama de lo que le vena dado donde se encuentra lo excepcional y sobresaliente de su capacidad tanto conceptualizadora como creativa. Como ensayista ortodoxo Montalbn es un divulgador, un recopilador de lo ya conocido, como intelectual multifactico y polivalente que usa todo lo que tiene a mano para generar crtica y reflexin, es un analista cultural y poltico excepcional. Tal vez fuera en sus citas habituales de las publicaciones peridicas en las que no dej de participar nunca, en el cultivo de la columna, de la breve seccin fija periodstica, donde ms altas cotas alcanz su tcnica, como quiero ejemplificar aqu en el caso de La Capilla Sixtina. La idiosincrasia de los hallazgos y prstamos formales de La Capilla Sixtina, que en su certera conjuncin hacen saltar por los aires todas las reglas del gnero periodstico, nos hace pensarla en una dimensin distinta, la que la ubica dentro de un panorama ms complejo de modernidad europea y espaola. El ensayo viene en Espaa condicionado por una historia no exenta de polmica. En la versin de sus detractores, este pas que en su Edad Moderna ha sido incapaz de producir pensamiento serio, ha diseminado sus escarceos intelectuales nunca suficientemente rigurosos en los ensayos pseudofilosficos, pseudoliterarios de Unamuno a Ortega pasando por Zambrano y A. Machado. Este menosprecio velado se permea en la misma definicin de diccionario del trmino ensayo, donde se reconoce que ste es una composicin literaria constituida por meditaciones del autor sobre un tema ms o menos profundo, pero sin sistematizacin filosfica (del Mara Moliner). Ah radica precisamente, segn los defensores del ensayo a la espaola, el inters de este pensamiento, en su dispersin a travs de los gneros, en su hibridacin mutante en la literatura que le hace capaz de iluminar de forma nueva aspectos de la realidad y del saber. De estas discusiones sobre la existencia o no, o sobre las ventajas o desventajas, de la filosofa y el ensayo en Espaa, lo ms periclitado es el papel explicatorio que otorgaban a una supuesta esencia espaola. Sin embargo, sigue siendo de inters preguntarse por qu se produjo lo que fue y no iba tan desencaminada, por ejemplo, Mara Zambrano, cuando para explicar la idiosincrasia de las formas en las que se ha manifestado el pensamiento espaol recurra a la
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posicin marginal que Espaa adopta con respecto a la modernidad desde el siglo XVI. Menciono esto ahora porque creo que para comprender la aparicin de un tipo de escritura como el que se ensaya en La Capilla Sixtina es necesario hacer referencia a la anormalidad de la modernidad espaola a alturas del tardofranquismo. Montalbn, que nace con la dictadura y pasa su infancia en la regresin a la premodernidad a que Franco condena a los perdedores de la guerra, crece y llega a la edad adulta en medio de los procesos de aperturismo y desarrollismo que supondrn la incorporacin del pas a lo que podramos llamar una modernidad autoritaria. En otras palabras, mientras en lo socio-econmico y cultural Espaa se acerca a niveles de primermudismo, en el captulo de las libertades y los derechos est todo por avanzar, aunque la censura sea cada vez ms errtica en su actuacin y esto haya dado lugar a la formacin de una oposicin cultural y poltica. Este desajuste, esta superposicin de lo que Raymond Williams llamaba structures of feeling, ha llevado a algunos a decir que Espaa fue postmoderna antes que postfranquista. Esta especfica y desigual relacin con la modernidad tiene su correlato formal tambin en la cultura de la poca, y yo creo que Manuel Vzquez Montalbn es uno de sus mejores transmisores. La Capilla es una de las ms brillantes y influyentes aportaciones de la cultura del tardofranquismo, en cualquiera de sus formas, pues en ella se pueden rastrear, tanto las manifestaciones culturales ms definidoras del antifranquismo, como el mpetu de formas e ideas nuevas pero ya posibles que son sntoma de que un nuevo dominante cultural y poltico estaba cercano a producirse. No olvidemos tampoco, a la hora de entender la influencia de la obra montalbaniana en el campo cultural espaol, que su desparpajo para adaptar lecturas, mezclar lo que estaba separado e incorporar lo excluido le convirti en pionero en Espaa de los estudios tericos sobre comunicacin y mass media (Informe sobre la informacin, Historia y comunicacin social); pionero en Espaa de la crtica cultural antropolgica valoradora de la cultura popular y de masas que los anglosajones llaman estudios culturales y que es eje de este artculo; de la novela policaca como realismo crtico y esttica narrativa de crtica al capitalismo (la serie Carvalho); de los estudios urbanos (Barcelona), de la defensa de la memoria histrica en tiempos de amnesia colectiva (El pianista, Galndez). El caso es que en sus mltiples metamorfosis textuales Manuel Vzquez Montalbn abri el camino a un abanico de posibilidades de interpretacin de la realidad en la que miles (millones?) aprendieron a confiar para orientarse, en la que miles se deleitaron insaciables durante casi treinta y cinco aos. Muchos de sus textos los arriba enumerados, por ejemplo son formas culturales clave para entender la historia que los produjo y en la que intervinieron, en tanto realizaron a travs de sus estrategias enunciativas diversas formas nuevas de comprensin social. Por eso, Vzquez Montalbn muri siendo, no slo un
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escritor intelectual de la izquierda, sino un fenmeno cultural de la izquierda. No se entiende, si no, la reaccin colectiva a su muerte, la catarsis colectiva que necesit de espacios para juntarse y vivir el duelo ante su irremediable desaparicin. Vzquez Montalbn supo tocar y conmover desde sus textos una fibra que era intelectual y conceptual pero tambin emocional, sentimental y tica en sectores importantes de la colectividad espaola. En mi opinin eso es as porque sus textos estn, no slo influidos por la historia, sino inscritos en ella como una contribucin al complejo proceso de dar forma a la constitucin de la estructura de la historia, particularmente desde el punto de vista de una izquierda amplia, no radical. La relevancia de esa capacidad suya de hacer entender sus textos como intervenciones en la formacin social, escritos para un pblico cmplice que los esperaba y validaba, o transformaba, en su lectura fiel me parece que cuajar por primera vez con su colaboracin en Triunfo.
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1. La irona est presente a travs de muchas de las Capillas. En el siguiente ejemplo, sirve para hacer visible cmo el capitalismo acta dialcticamente incorporando y neutralizando las estrategias de quienes en principio son sus antagonistas. En este caso, se trata de la interpretacin de la cultura como lucha de clases que necesita generar formas culturales de respuesta a las impuestas hegemnicamente. Florensa [empresario cataln con conciencia de clase] se ha tranquilizado y me ha propuesto [a Sixto] un pacto: si uno mis argumentos a los principios de la Revolucin Empresarial, garantiza que en Espaa podremos ver Mash y La cada de los dioses antes de cuatro aos. No dir que no me haya sentido tentado, dbil es la carne, pero he reaccionado a tiempo. - Me siento solidario del proletariado. - Pues, que te aproveche. Al fin y al cabo no necesitamos para nada a los intelectuales. Estoy de acuerdo con Castro en que sois unos brujos culturales. Todo hombre debiera hacer su propia literatura y pintar su propia pintura. Mira, como no me fiaba de gente como t, yo ya empezaba a escribir y a pintar. Y me ha tendido un libro de poemas: Oda a la escala mvil de salarios congelados, y mostrado su cuadro: Sant Jordi mata al marxista leninista. (LCS, 32-33) 2. La difuminacin del punto de vista en varios personajes. La Capilla compone una vez al mes el brevsimo episodio de una obra por entregas sin continuidad narrativa, pero con personajes recurrentes, casi lo que hoy llamaramos un microrrelato. Aqu la ficcin penetra el periodismo aportando la ventaja de diluir y ficcionalizar -es decir, de introducir un grado de separacin y distancia de la realidad inmediata atribuida al periodismo- del punto de vista poltico que se expresa, o de permitir diversificarlo en ms de un personaje. Con ello se espera despistar al censor, y generar en el lector la necesidad de imaginar y establecer relaciones emocionales con unos personajes que pueden llegar a hacerse entraables. En este caso, la construccin de una
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representacin ficcional le permite hacer un comentario de fondo filosfico a la antimodernidad, o sea, al reaccionarismo del pensamiento del rgimen. Encarnita dej el estudio de las pequeas atlntidas del XVIII espaol por el pase de modelos, pero tiene casi tantos arrestos como apaos culturales, y en general dice poco, pero sabe lo que se dice. Cuando alguien menciona el nombre de Jovellanos con la libertad con que lo hace Encarnita, yo me echo a temblar y cierro las ventanas para que no se escape el nombre al odo de algn vecino (...). Hay muchos vecinos que no han superado la fobia de la ilustracin que tenan los tericos del espritu nacional, y a mis aos no me voy a indisponer con los vecinos. Pero Encarnita tiene otra edad y otro talante y llama al pan pan y al Jovellanos Jovellanos. (LCS, 8).
3. El absurdo y el sinsentido se utilizan con frecuencia como recurso para desnudar el lenguaje pseudocientfico de los tecncratas de los regmenes dictatoriales de la poca (sin incluir el espaol), demostrando que su aparente objetividad no sirve para aclarar, sino para oscurecer la realidad. Coteja estadsticas y comprueba que bajo Papandreu y el Parlamento se consuman un 10% menos de kilovatios hora que bajo el rgimen de los coroneles, que antes los hijos se hurgaban las narices con ms frecuencia sin confesarse a los popes y que ahora de cada diez burros muertos por sarpullido, ocho no son contagiosos; en cambio, bajo la democracia formal seis eran contagiosos. Adems, los coroneles han conseguido congelar el precio del sidral, el fosfato frrico y los husos para tejer lino. En 1956, tres de cada milln de griegos moran de un ataque de hipo. En cambio, en 1971, slo uno de cada dos millones de griegos muere de varices (LCS, 16).
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En este segundo ejemplo del mismo recurso, se juega con la hipocresa del rgimen que, en un gesto aperturista, permite el derecho de asociacin. Aunque los nombres son absurdos, denotando el vaco democrtico de semejante gesto, en cada uno de ellos se aprecia una alusin velada a la Guerra Civil vista desde el lado de los vencedores (no descargar barcos rusos y fusiladores de rojos). Asociacin Nacional-Socialista de Estibadores del Puerto de Bilbao Partidarios de no Descargar Barcos Rusos Asociacin Revolucionario-representativa de cantantes de Jotas Asociacin Democrtica de Fusiladores de Rojos (LCS 21)
4. La superposicin de campos semnticos completamente dispares para camuflar visiones polticas prohibidas por el rgimen. - T, en la situacin de Menelao, qu haras? - Me pondra morado de democracia, de cordero a la salvia y de vino con resina. (LCS, 311).
5. La enumeracin catica, derivacin del lenguaje del absurdo y el sinsentido, pone de manifiesto la imposibilidad de utilizar un lenguaje directamente poltico para referirse a la realidad poltica de la dictadura. Es decir, demuestra cmo la misma negacin de lo poltico es ideolgica, y por ello poltica [sobre el uso de eufemismos para hablar de derecha e izquierda en Triunfo]: Pero a ver si no hubiera sido ms sensato dedicar un nmero monogrfico a los pjaros y las aves en general. Hubiera resultado un sumario sabroso. La gallina blanca y su papel en el Plan de Estabilizacin, La gallina blanca y su papel en el hecho diferencial cataln, El estornino y la Ley de Vagos y Maleantes, Las palomas mensajeras y el Recurso de Contrafuero, La estela de los Halcones, El Halcn y la Flecha, Ni Palomas ni Halcones: los periquitos..., incluso se hubiera podido satisfacer la vieja aspiracin de Moreno Galvn de publicar algo sobre los pueblos de Espaa. Me estremece slo el
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pensar un artculo titulado: Recorrido crtico por las tierras y los pjaros de Espaa, en el que Moreno Galvn hubiera podido establecer las implicaciones que haba entre la Mesta, los gorriones y la ideografa de Joan Mir. Y un artculo de Haro Tecglen titulado Ni Halcones ni Palomas, sino todo lo contrario? Y un artculo de Vzquez Montalbn titulado Cancionero de los pjaros presentes en la conciencia popular espaola? (LCS, 44)
6. El juego de palabras evoca en quien lee un acontecimiento, fundamental en el paisaje de la izquierda sesentaiochista y por ello potencialmente peligroso para la dictadura, aunque se trate de una revolucin contra el stalinismo. La primavera de Fraga (LCS, 8)
7. La cultura popular y de masas, cuya politizacin en la obra de Vzquez Montalbn ya hemos establecido, se utiliza sin embargo como espacio inocente y neutro polticamente desde el que emitir un juicio sobre la poltica. En este juicio se infiltran ideas del centralismo y el autoritarismo del rgimen (en la referencia al Real Madrid) y tambin de la desesperacin de los antifranquistas (en el uso de desesperando y perdiendo el tiempo procedentes del bolero de tema romntico y melodramtico de Machn. El tema del asociacionismo es lo ms parecido que hay al de la importacin de jugadores: hasta que el Real Madrid no diga que s, aqu no entra ni un jugador extranjero y, durante aos, la gente se va entreteniendo con el tema y mientras tanto pasa el tiempo y, como deca Machn: Y as pasan los das y yo, desesperando, y t, siempre contestando, quiz, quiz, quiz Estoy perdiendo el tiempo, pensando, pensando Por lo que t ms quieras hasta cundo, hasta cundo (LCS 22).
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8. La poesa como forma de alusin indirecta y, en su fuerte estetizacin del lenguaje, ms fcilmente interpretable por el rgimen como no poltica. El artculo est dedicado a la muerte de Jos Fernndez Montesinos, exiliado republicano cuado de Lorca y hermano del alcalde de Granada. Ninguno de estos datos se ofrece claramente y por ello necesita de la descodificacin adecuada de quien lee para entender, por ejemplo, la alusin a lo sobrecogedor del poema de Hierro. Jos Fernndez Montesinos natural de Espaa, ha fallecido en California. Tambin la suya es una historia que comienza con sol y piedra y termina, en cierto sentido, sobre una mesa, con flores y cirios elctricos. Flores de plstico tal vez? No he podido evitar el impulso automtico de ligar la breve glosa de la muerte de Fernndez Montesinos con el sobrecogedor poema de Jos Hierro, Rquiem. Manuel del Ro, natural de Espaa, ha fallecido el sbado 11 de mayo, a consecuencia de un accidente. Su cadver est tendido en DAgostino Funeral Home. Haskell. New Jersey. Se dir una misa cantada a las 9,30, en St. Francis (LCS 119). Hay momentos en que la crtica y desconstruccin de la realidad presentada por el franquismo es directa y no indirecta como en los casos anteriores. Estos textos son ms arriesgados, y por ello se presenta atenuada su crtica con diferentes recursos: 9. La apelacin a la tica y la moralidad, en el potencial que tienen de expresin no poltica de las desigualdades y atrocidades que se producen en lo social. En el caso que sigue, es la imagen del nio asesinado agarrado a la pierna de su padre tambin muerto la que introduce esta dimensin. Desde ella Vzquez Montalbn se arriesga a expresar una furia que, por mucho que dice estar armada de palabras, le coloca sin error posible en la izquierda beligerante, enemiga acerba del rgimen.
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He repasado viejos recortes de prensa sobre el golpe chileno de 1973. [...] Entre todas las noticias, se me pega en los dedos la que cuenta que entre un montn de cadveres de la poblacin obrera se extrajo el cuerpo sin vida de un hombre a cuya pierna segua agarrado el cuerpecillo de su hijo, tambin muerto a balazos. [...] Pero me parece un mal pago estar simplemente triste ante el ejemplo de Allende, ante el ejemplo del nio annimo. Prefiero estar furioso como lo estoy, prefiero estar armado, aunque sea de palabras. Porque las palabras arman las conciencias, pueden proporcionarnos el espritu de la alerta, pueden intentar bajar fusiles, pueden intentar oponer la fuerza de la razn a la razn de la fuerza. Poder intentarlo, pueden; que lo consigan, ya es otra cosa (LCS, 319). 10. En su propio lenguaje, Vzquez Montalbn utiliza el lirismo romntico (a travs de los recursos de la invocacin, la metfora, la anfora, y el epteto), con el que llega a una llamada a la revolucin desde la subversin de la cultura dominante que se entiende como cargada de armas ideolgicas de alienacin que el sistema utiliza para despolitizar a sus sujetos y evitar as su rebelin (en el uso del televisor como espejo donde os trucan la imagen). A pesar de los fondos de inversin, de las sopas sintticas hechas con amor, de la lluvia de desodorantes que uniforma los sobacos, hay adolescentes infelices porque no consiguieron hacer el amor con la dama del paraguas, y hay adolescentes heroicos que pintan de da las fachadas de Buenos Aires y mueren de noche en Brasil, bajo las botas del Escuadrn de la Muerte (...) Abrazaos al no como un neumtico, gentes de Atenas, Griegos del mundo, griegos de alcoba, vietnamitas todos, hijos, hermanos mos. Recuperad el yo frente a las leyes, el habla frente al televisor, la zancada regular bajo el dedo csmico de la paralizacin, y no os importe componer una estampa romntica de hroe desmelenado con una espada bruida frente a la tempestad. Con ese disfraz es posible que se rompan los espejos donde os trucan la imagen y aparecis sobreviviendo gracias a toda clase de mutual deterrence (Plata 568).
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3. Algunos intertextos
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Bibliografa
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Resumen Este texto trata la pobreza de la experiencia humana en la sociedad meditica. La eclosin de simulacros y el abuso de la metfora en la explicacin del mundo ha virtualizado la vida en imgenes fugaces. La falta de espiritualidad y de metafsica en el discurso de los medios globales vaca de esencia la experiencia. La naturaleza humana parece encaminarse hacia una hibridacin con la mquina. El mundo es percibido en un orden colectivo a travs de percepciones mediadas por la tecnologa ms que por la solidez de la mirada del sujeto individuo. Abstract This paper deals with poverty of human experience in media society. Shams and metaphors abuse in the explanation of the world have made life visual in fleeting images. The lack of spirituality and metaphysics in global media discourse empties life of experience. Human nature seems to head towards a hybridization with machine. The world is perceived in a collective order through perceptions mediated by technology, better than by the solidity of the human look. Palabras Claves Subjetividad / Teora de Medios / Posmodernidad / Discurso. Keywords Subjectivity / Media Theory / Postmodern era / Discourse. Sumario 1. Un giro pictrico? 2. Cuerpo, sujeto, virtualidad: el cyborg y lo posthumano 3. La recepcin en la dispersin: consumo, virtualidad y fantasa Summary 1. A pictorical turn? 2. Body, subject, virtuality: cyborg and post-human 3. Reception in dispersion: consumption, virtuality and fantasy
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A Locke le dio un desmayo. El jardn se marchit. Dios ha quitado la rueca de su lado. W. B. Yeats Quien busca un conocimiento cientfico, busca la posicin de sujeto no en la identidad, sino en la objetividad, es decir, en la conexin parcial. Donna Haraway Si la fantasa es epistemolgica... si la propia narrativa es una forma de conocimiento, entonces es obvio dar el siguiente paso y aplicar sistemticamente las energas de estas actividades hasta ahora irracionales a objetivos cognitivos. Fredric Jameson
1. Un giro pictrico?
Vision in Context, Martin Jay (Brennan y Jay, 1996) ha apuntado que la proliferacin de imgenes determinada por la eclosin de medios electrnicos y la fascinacin contempornea con la imagen y la mirada ha determinado un cambio de paradigma en el imaginario cultural de nuestra poca. Haciendo referencia a un artculo de W. J. T. Mitchell (1995), Jay invita a pensar en dicho cambio en trminos de un desplazamiento del llamado giro lingstico hacia un giro pictrico en fase de desarrollo en la crtica contempornea. En este texto quiero ofrecer una serie de reflexiones sobre la polaridad que Jay propone y sobre el llamado giro pictrico desde el punto de vista del giro lingstico supuestamente agotado; acerca de cmo las nuevas tecnologas han cambiado y pueden seguir cambiando y afectando al panorama cultural, artstico, filosfico actual y las prcticas correspondientes. En un momento en que la postmodernidad parece haber abierto el camino a lo que Fredric Jameson (1992) llam la esttica geopoltica, dos modalidades de anlisis son especialmente tiles para dar cuenta de la complejidad de los cambios contemporneos: la semitica y el feminismo postestructuralista. Ambas modalidades de anlisis, conjugadas, pueden deshacer radicalmente los presupuestos de la esttica postmoderna, permitiendo establecer una conciencia crtica de lo que implica la vida en la aldea global. Habitar la polis tecnolgica nos sita en el cruce entre nuevas y viejas contradicciones, tensiones y problemas, pero significa, sobre todo, tomar una postura crtica frente a los presupuestos de la modernidad:
En
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la nocin de sujeto, la idea de un conocimiento objetivo, la lgica del realismo, la nocin de autor, la identidad, la oposicin sujeto/objeto. Hoy en da, cuando la red parece desplazar el mundo para constituir uno propio, cuando el sujeto de la escritura puede existir en el circuito como pura virtualidad y multiplicidad, y la cultura occidental de la literacy entra en crisis, es crucial continuar ampliando el debate sobre las funciones, mltiples y complejas, del lenguaje, especialmente si consideramos que, como afirma Wlad Godzich (1994), la caracterstica ms propia del lenguaje es su capacidad para codificar y transcodificar la experiencia. Gracias al lenguaje, y a travs de l, podemos encontrar direcciones para su interpretacin, manejo y elaboracin (Godzich, 1994 [1998: 5]). En Il linguaggio come lavoro e come mercato (1968), Ferruccio RossiLandi analiza las relaciones entre economa y lenguaje y, a partir de la afirmacin del carcter antropognico del trabajo y de la idea de que el ser humano comunica con toda su estructura social, enuncia su principio de homologa: las varias tipologas de comunicacin humana son solidarias, no hay entre ella divisiones naturales que obliguen a colocarlas en reas separadas y, especialmente, hay correspondencia entre produccin econmica y produccin sgnica. El trabajo de manipulacin y de transformacin con que se producen los objetos fsicos tiene en todas sus fases analogas con el trabajo lingstico; por lo tanto tenemos que hablar de mercancas/mensajes, de mensajes/mercancas, as como de alienacin y explotacin lingstica presente en los tres momentos de produccin, circulacin y consumo de los mensajes. El modelo econmico de produccin de mercancas y el modelo semitico de produccin y circulacin de mensajes son homlogos, remiten el uno al otro, as como hay analoga entre el hablante y el obrero individual: el hablante individual es parte de un engranaje, es empleado al servicio de la sociedad en la que nace (Rossi Landi, 1968: 333), cuyos procesos de produccin no controla. Su trabajo sirve para la reproduccin del sistema existente y de su clase hegemnica, que detenta el control de las modalidades de codificacin/descodificacin/interpretacin de los mensajes y de los canales de su circulacin/distribucin (hay, en este sentido y slo en este sentido propiedad privada del lenguaje). El texto de Rossi-Landi as como el siguiente, Semitica e ideologa (1972), al proponer una semitica general de los cdigos sociales como teora general de la sociedad, permite re-articular de forma compleja y productiva la distincin marxiana entre base y superestructura(s); permite tambin y es lo que interesa especficamente en el contexto del presente trabajo considerar el medio en s como mercanca: el medio es mercanca/mensaje y la mercanca/mensaje es medio; la lengua es una especie de capital, y el capital una especie de lengua: el lenguaje no tiene slo una naturaleza objetual, es un producto social en el sentido de ser a la vez producido y proceso; implica trabajo y es, al mismo tiempo, el lugar de
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circulacin de mercancas/mensajes, instrumento de comunicacin pero, a la vez, material y espacio donde se lleva a cabo el intercambio mercantil. El texto de Rossi-Landi habla de explotacin, de alienacin, de la gradual territorializacin del sujeto hablante que, mediante la adquisicin de logotcnicas, se encuentra sometido cada vez ms a los significantes de la ideologa dominante y que, por lo tanto, dice siempre ms o menos lo que quiere decir, pero nunca exactamente lo que quiere decir (porque tanto el querer como el decir estn en s definidos, atravesados y determinados por los cdigos y el lenguaje). Por otro lado, junto a su reflexin crtica sobre el lenguaje y el espacio social en cuanto mercado y lugar de alienacin del ser humano, encontramos en su discurso y en la referencia misma al sujeto hablante en tanto sujeto empleado al servicio de la sociedad en la que nace, como subraya Massimo Bonfantini (1996), un sentido de pertenencia, de identidad. En la poca en que Rossi-Landi escribe, los aos sesenta y setenta, en Italia como en otros lugares, todava era posible pensar, y pensarlo en un horizonte crtico, en la posibilidad de ser empleado, y empleado en y por la sociedad en la que se ha nacido. Italia es un Estado nacional, un mercado nacional, con una televisin nacional y estatal, partidos nacionales y tradicionales, que integra, a pesar de varias contradicciones, a los ciudadanos. Ahora, tras la debacle de los partidos tradicionales, en una Italia plagada por el desempleo y crecientes tensiones raciales, sera posible tener las mismas expectativas, el mismo sentimiento de identidad y pertenencia? Si la respuesta a esta pregunta es negativa, una mirada a los mltiples focos de tensin racial y nacional que nos rodea en todos los niveles hace evidente que el problema no es slo italiano, y la pregunta no surge slo en referencia al trabajo de Rossi-Landi. El final de la Guerra Fra y la cada del socialismo de Estado en la Europa del Este, la crisis de los Estados nacionales, la emergencia de Japn y del proyecto de CEE como superestado en competencia con unos EE.UU. que, como escribe Fredric Jameson (1992: 26), vuelven a asumir su renovada vocacin de polica global, la revolucin telemtica y la consiguiente mundializacin de la economa y de la comunicacin han puesto en marcha un complejo proceso de cambios generalizados que es preciso analizar y comprender, y frente a los cuales las categoras de anlisis y crtica tradicionales se demuestran ineficaces. Volvamos a Rossi-Landi como ejemplo de un trabajo analtico que parte de una impostacin marxista e intenta una crtica socio-ideolgica insertable a la vez en el horizonte terico del llamado giro lingstico. Rossi-Landi utiliza y aplica tanto al modelo de produccin econmica como al sgnico los conceptos marxianos de explotacin, plusvala, alienacin; habla de ideologa, de proceso dialctico, de praxis, de trabajo alienado, de cmo la alienacin/explotacin del individuo empieza justamente con este ser empleado al servicio de la sociedad en la que nace. Pero qu pasa en una sociedad de enormes y constantes
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migraciones (del Este, del Sur), y que rehsa emplearme, en la que el trabajo ese trabajo alienado y alienante que es punto de partida de la reflexin marxiana se convierte en un lujo; donde las masas crecientes de jvenes buscan desesperadamente ser iniciados al rito de la explotacin/alienacin sin conseguirlo? Cmo articular la lucha de clases en una sociedad en la que, con la automatizacin creciente de la produccin convertida en tele-trabajo, tele-informacin, tele-administracin, etc. los lugares clsicos de la explotacin las fbricas se vacan de gente y se cierran, y ser proletario ya es un lujo? cmo organizar la praxis social o, ms aun, cmo concebir lo social y la polis, en una sociedad que se convierte cada vez ms en una sociedad del desempleo que expulsa capas cada vez ms grandes de poblacin de los lugares de la productividad? El problema de la mundializacin de la economa y de la comunicacin, o de lo que, en otros contextos, se ha llamado el problema de la relacin entre economa y cultura en la fase de capitalismo tardo, o postmodernismo, es serio y complejo y requiere un esfuerzo individual y colectivo de reflexin y sensibilizacin tan poderoso como necesario. Mundializacin no significa integracin global, para todos, sino mayor interrelacin de las economas nacionales con la economa internacional a nivel de movimientos de capital y flujos comerciales (Chomsky/Ramonet, 1995: 100), es decir, integracin segn la lgica de la economa de mercado. Esta lgica implica crecimiento, competitividad y, necesariamente, el mantenimiento o el incremento de la polarizacin desarrollo/subdesarrollo, de la distancia entre zonas ricas y zonas pobres de la superficie mundial. Como afirma Augusto Ponzio, mundializacin quiere decir, en el contexto de la lgica del capital que se afirma como la nica y posible lgica verdadera, extensin del mercado como mercado mundial, en el sentido de la expansin planetaria, y como mercado universal, en el sentido de la extensin total del carcter de mercanca, es decir, de la transformacin de cualquier cosa en mercanca (Ponzio 1996: 12; mi traduccin, cursiva en el original). La afirmacin de la lgica del capital como nica y universal produce unos datos escalofriantes: si en 1960 en Estados Unidos el 1% de la poblacin posea el 22% de la riqueza del pas, en 1993 el mismo porcentaje de poblacin posee el 39%, o, mejor dicho, 358 personas poseen, en la actualidad, la misma riqueza que el 45% de la poblacin mundial. Y mientras el desempleo aumenta dramticamente, se multiplica el capital movilizado por compaas privadas, que ahora se puede comparar con la riqueza de Estados nacionales: la multinacional Ford es ms rica que Sur-frica, y Toyota ms rica que Noruega. En este contexto no es posible alimentar la esperanza de recortar un pedazo de tranquilidad en el interior de la mcluhaniana aldea global, gozar de la descentralizacin permitida y facilitada por la revolucin tecnolgica y jugar al aldeano despreocupado que conecta de manera
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instantnea, gracias a su sistema multimedia, con un mundo que se supone ah, a su disposicin, de alguna forma cosa que el entusiasmo de McLuhan por ese paso del ojo a la participacin de todos los sentidos (McLuhan 1962 [1993: 45]) de la era electrnica poda habernos hecho entrever. Si es verdad que parece haber un momento generalizado de confusin y desconcierto, tenemos que ser concientes de lo que la aldea global implica ya en el anlisis de McLuhan: la clausura de la entera familia humana en una nica tribu planetaria, el retorno al frica que llevamos dentro (ib.: 69). Y si la vida familiar en un espacio nico en el que resuenan los tambores de la tribu (ib.: 50) es algo que poda atraer el espritu religioso del orculo de la era electrnica, puede no resultar seductora para quienes, aun sufriendo la degradacin de los espacios metropolitanos, no ven ni en el exotismo y la idealizacin del Otro, ni en el extenderse y estrecharse de relaciones familiares a nivel universal una respuesta adecuada o satisfactoria al problema, y buscan soluciones polticas a cuestiones polticas. McLuhan (especialmente McLuhan 1962 y 1964) acertaba cuando apuntaba en la misma dcada en la cual Rossi-Landi llevaba a cabo su reflexin a los cambios que el desarrollo de las nuevas tecnologas implicaran para las formas humanas de percepcin, interrelacin y subjetividad. Si la invencin de la imprenta, que tradujo la fon en repeticiones y segmentaciones espaciales homogneas, conllev la dominacin de la visin, la cuantificacin visual, la linealidad, la perspectiva y la abstraccin, el individualismo del hombre moderno, y si un cambio de las mismas proporciones es de esperar en la nueva galaxia elctrica (McLuhan 1962) es porque los media, extensiones del hombre (McLuhan 1964), son tambin el mensaje. Este celebre eslogan/afirmacin (El medio es el mensaje) parece acercar a McLuhan a las conclusiones de RossiLandi (el medio es mercancia, mercancia/ mensaje), pero hay diferencias sustanciales entre las dos posturas, diferencias que es importante subrayar especialmente en el contexto de los problemas que nos ocupan. A la nocin de la aldea global estructurada por los media en tanto extensiones del hombre de la escuela mcluhaniana le falta una reflexin rigurosa sobre la funcin del lenguaje (del lenguaje en tanto que medio en s mismo, el medio por excelencia, uno de los puntos de partida de Rossi-Landi), con la consiguiente falta de politizacin tanto de los presupuestos como de las consecuencias de su discurso (podramos decir con Derrida que esta postura no cuestiona el logo- y etno-centrismo de la metafsica occidental). McLuhan habla de la escritura alfabtica griega y de la tipogrfica como de psicotecnologas que organizan la percepcin y el conocimiento de las sociedades occidentales y capaces de crear un espacio mental que se adapta a su vez a un ambiente que refleja e interpreta. Para McLuhan le escritura es un proceso de traduccin de contenidos y significados de una experiencia que se supone significativa per se, y anterior
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al proceso mismo de escritura; es, por lo tanto, un simple sistema simblico en el interior del cual los significados se dan como elementos abstrados de la realidad de forma directa, como conceptos cerrados, posedos y controlados enteramente por el sujeto del conocimiento. Fundamento del espacio interior privado e individual, esta escritura empobrece los sentidos humanos en su globalidad, activados, al contrario, por la oralidad. En nuestra poca, despus de siglos de hipertrofia del inconsciente (McLuhan 1962 [1993: 362) que es entendido como creacin directa de la tecnologa de la imprenta, los nuevos media devuelven la palabra humana al campo unificado del ser (ib.: 345), a la luz diurna de la conciencia y pueden deshacer el hiato [creado por la escritura] entre apariencia y realidad (ib.). O, como ha escrito ms recientemente un discpulo de McLuhan, Derrik de Kerchove, el ecumenismo propio de los medios electrnicos nos pone la cuestin de un consciente colectivo como sustitucin del inconsciente personal de Freud y del inconsciente colectivo de Jung (de Kerchove 1990: 319). En breve, la aldea global de McLuhan , fundada sobre una visin mesinica de la tecnologa, no nos devuelve a la polis, sino a la nostalgia y al sueo de un mundo pre-alfabetizado y tribalizado detrs del cual, a pesar o, de hecho, justamente a causa de su supuesta inclusividad aparece el espectro del Cogito cartesiano: de una conciencia y de una racionalidad totalizadoras destinadas a borrar toda diferencia. Lo que me parece crucial en el tema de la mundializacin y de la comunicacin como partes y consecuencias de la revolucin tecnolgica de las ltimas dcadas, es la imposibilidad de desvincular el problema de los media, del lenguaje, de un horizonte poltico-ideolgico (la leccin de RossiLandi, de su principio de homologa): la efectividad tecnolgica no es un valor en s, depende de las estructuras socio-econmicas de las que surge y de los juegos de poder(es) en los que se inserta. En este sentido, tenemos que rechazar tanto las posturas demonolgicas, que acaban proponiendo una metafsica anticientfica, como el determinismo tecnolgico y el optimismo a toda costa. Si queremos llevar a cabo un proyecto de crtica social que busque nuevos caminos hacia una praxis productiva para la convivencia civil y ser capaces de individualizar y alimentar focos de rebelin y resistencia al sistema, no podemos ser ni apocalpticos ni integrados, por decirlo con Umberto Eco (1965); ni creer en la visin monoltica del pensamiento nico, ni participar en el proyecto antropocntrico, neo-humanista y neo-liberal de los partidarios de la aldea global.
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desarrollo de la industria blica. Tambin ha permitido a las mujeres del Tercer Mundo empleadas en la industria electrnica (o en la prostitucin) ser cada vez ms la nica fuente de ingreso de sus familias. Para Haraway este proceso de integracin de las mujeres en el mundo laboral afectar progresivamente sus relaciones con su entorno, sus vidas personales y, finalmente, tendr ms y mayores consecuencias en la psicodinmica y en la poltica del gnero y de la raza (Haraway, 1991 [1995: 286]). Al mismo tiempo, la feminizacin del trabajo significa tambin que el trabajo en s se re-define, y que cada vez ms hombres hacen trabajos que tienen las caractersticas que antes tenan los empleos de las mujeres: trabajos que implican falta de seguridad, descentralizacin, aislamiento y vulnerabilidad. El trmino feminizado significa ser enormemente vulnerable, apto para ser desmontado, vuelto a montar, explotado como fuerza de trabajo de reserva, estar considerado ms como servidor que como trabajador, sujeto a horarios intra- y extra-salariales que son una burla de la jornada laboral limitada (Haraway1991 [1995: 286]). Otro fenmeno que nos aleja de la empata de la familia o tribu macluhaniana es la feminizacin de la pobreza, conectada a modificaciones cruciales del modelo de la familia nuclear, tpicamente burgus (con un padre que trabaja en la esfera de la produccin, una madre que se dedica al mbito privado del hogar y la reproduccin, y un salario nico suficiente para las necesidades de padres y hijos). La estructura familiar se encuentra constituida cada vez con ms frecuencia por un slo progenitor con hijos que viven de un salario no fijo; pero, en general, es la madre la que se hace cargo del mantenimiento y educacin de la progenie, a veces de matrimonios sucesivos, y por lo tanto la ruptura de la pareja implica el deterioro de la situacin econmico-social para el nuevo ncleo familiar. Muchas de las mujeres separadas o divorciadas con hijos se encuentran de golpe en la situacin de tener que asumir el papel de cabeza de familia, y en la necesidad de encontrar rpidamente un trabajo remunerado por primera vez en su vida, o despus de haber pasado aos alejadas de los lugares de la produccin. Faltas de formacin o con una formacin profesional que ya no corresponde a las necesidades de los nuevos tiempos, no encuentran trabajo, o aceptan trabajos que les permiten a duras penas sacar adelante su familia. Pasan, por lo tanto, a constituir la gran masa de los nuevos pobres de las sociedades industriales. Para Haraway feminizacin de la pobreza y feminizacin del trabajo (con su doble faceta) determinarn el hecho que habr cada vez ms mujeres y ms hombres en situaciones similares de lucha para la supervivencia, y esto har necesario encontrar nuevas formas de solidaridad, de apoyo y cooperacin social para la supervivencia individual y colectiva en el aislamiento y la creciente falta de seguridad que configuran el circuito integrado; ser cada vez ms necesario pensar en
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alianzas intergenricas e interraciales, no siempre agradables... con o sin empleo (ib.: 287). Un ejemplo de este desarrollo son las mujeres de Silicon Valley, cuyas vidas han sido organizadas alrededor de sus empleos en la industria electrnica y cuyas realidades ntimas incluyen, indica Haraway, monogamia heterosexual en serie, negociacin de los cuidados mdicos de los hijos, lejana de sus familias de origen, alto grado de soledad y aumento de la vulnerabilidad social y econmica con el pasar de los aos. A partir de esta situacin comn, estas mujeres han constituidos redes de solidaridad y microcosmos interrelacionados, caracterizados y marcados por diferencias conflictivas de cultura, familia, religin, educacin y lengua. Haraway traza un mapa de las posiciones histricas de las mujeres en el circuito integrado, subrayando cmo dicho mapa tiene que entenderse no como constituido por elementos separados, sino como fotografa hologrfica, ya que cada lugar se encuentra profundamente implicado en los dems. Al tomar en cuenta las nuevas configuraciones de los lugares claves del circuito integrado hogar, mercado, puesto de trabajo, Estado, escuela, hospital, iglesia caracterizado, entre muchas ms cosas, por el aumento de la vigilancia, privatizacin de la vida, invisibilidad recproca de los grupos sociales, erosin del Estado del bienestar, analfabetismo cientfico relativo entre mujeres blancas y personas de color, renegociacin de las metforas pblicas que vehiculan las experiencias del cuerpo, Haraway (ib.: 291-294) toma efectivamente en cuenta en su anlisis elementos estructurales y superestructurales (tecnolgicos, mdicos, sexuales, culturales, ideolgicos) a la vez. Estos elementos dibujan un mapa poltico-cognitivo, podramos decir con Jameson (1992), de la situacin actual. Como afirma la autora misma, no es posible leer el mapa propuesto desde la posicin de un yo unitario. La multiplicidad de niveles, la ambivalencia de los procesos, la pluralidad de tensiones, conexiones, puntos de vista, hacen surgir la pregunta por cul es, quin es y cmo definir el sujeto que habita el circuito integrado? Y, ms an, desde dnde definirlo? Lo que el mapa poltico-cognitivo de Haraway hace evidente tambin es que el cambio que estamos viviendo de una sociedad orgnica e industrial a un sistema informtico polimorfo (1991 [1995: 275]), puede consistir de hecho en un paso de la democracia a la tecnocracia, hacia lo que ella llama la informtica de la dominacin, que nos puede hacer mirar casi con nostalgia las viejas y cmodas formas de dominacin (ib.: 275) del capitalismo industrial, patriarcal y blanco. Esto hace incluso ms urgente, por tanto, plantearse la pregunta, presente explcita e implcitamente a lo largo de todo el texto, de cmo articular una accin poltica, una respuesta, al actual sistema mundial de produccin/reproduccin y de comunicacin. Es decir, cmo pensar un yo o un nosotros, en tanto motor de la historia? cmo entender el concepto de agente social, el cambio ideolgico-social, en una poca en la que el mximo de comunicabilidad puede significar al mismo tiempo un mximo de aislamiento, y que parece capaz de convertir los
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movimientos de oposicin en algo difcil de imaginar, aunque esencial para la supervivencia (ib.: 279)? Para Haraway, contestar a estas preguntas implica comprender las insuficiencias del anlisis y prctica feministas, tanto del que asuma del socialismo marxiano la nocin de trabajo como categora ontolgica, como del feminismo radical, expresin directa de las teoras occidentales de la identidad como fundamento de la accin. Segn la autora, las dos tendencias se han constituido como totalidades, ontologas, y por esta razn son incapaces de incluir a sus otros, como demuestra el silencio sobre la cuestin racial por parte de las feministas socialistas y las radicales blancas en los aos sesenta/setenta: La historia y la polivocalidad desaparecen dentro de taxonomas polticas que tratan de establecer genealogas. No haba sitio estructural para la raza (o para cualquier otra cosa) en la teora que proclamaba revelar la construccin de la categora mujer y el grupo social mujer como un todo unificado o totalizable (ib.: 274). En la poca de los circuitos integrados, las identidades son puestas en cuestin radicalmente y ya no es posible pensar en trminos de totalidad. La realidad es una realidad de identidades fracturadas, contradictorias, parciales y estratgicas, incluso la identidad de la mujer, objetivo de las luchas feministas de los aos sesenta/setenta: El gnero, la raza, la clase, con el reconocimiento de sus constituciones histricas y sociales ganado tras largas luchas, no bastan por s solos para proveer la base de creencia en la unidad esencial. No existe nada en el hecho de ser mujer que una de manera natural a las mujeres ... la conciencia de genero, raza o clase es un logro forzado en nosotros por la terrible experiencia histrica de las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonialismo y del capitalismo. Y quien cuenta como nosotras en mi propia retrica? (ib.: 264). En la poca de los circuitos integrados, los lmites entre lo fsico y lo no fsico se difuminan radicalmente; tanto las mquinas como los organismos biolgicos se entienden como textos codificados, y descodificados por la informtica, la biologa y la medicina. Pero esto, lejos de ser una tragedia, el final de la historia, abre el camino para una nocin del mundo en trminos de lectura y escritura: lo que es (y se piensa a s mismo como) parcial, contingente, puede ser re-articulado, lo que es
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codificado es codificable y puede ser re-codificado, lo que se puede leer puede ser escrito de otra forma. Segn Haraway, el camino para reconstruir prcticas oposicionales pasa por una reflexin generalizada sobre posibles lecturas y escrituras del mundo a partir de la conciencia de la dimensin poltico-social de la tecnologa, y de los sistemas de mito y significados que constituyen nuestro imaginario. Nos propone, entonces, la figura del cyborg mito irnico poltico fiel al feminismo, al socialismo y al materialismo como el modelo de subjetividad auspiciable en la actual configuracin tecno-poltica, una especie de yo personal, postmoderno y colectivo, desmontado y vuelto a montar, el yo que las feministas deben codificar (ib.: 279). Desde una misma conciencia de las complejas implicaciones no puramente tcnicas, sino sociales, culturales e ideolgicas, y desde una reflexin ms centrada sobre el desarrollo histrico de la ciberntica, Katherine Hayles (Hayles, 1999) propone la nocin de lo posthumano para definir el cambio de poca que estamos viviendo. Hablar de lo posthumano implica referirnos a un cuerpo inscrito por la tecnologa, lo que significa en todo momento la imposibilidad de un sujeto individual, un sujeto que pueda coincidir con un organismo biolgico y personal. Posthumano, apunta Hayles, no quiere decir antihumano: no quiere decir el fin de la humanidad. Al contrario, seala el fin de una cierta nocin de lo humano, una nocin que se poda aplicar, en el mejor de los casos, a esa fraccin de la humanidad que tena riqueza, y el tiempo libre para pensarse a s misma como seres autnomos que ejercen su voluntad a travs de agency y libre eleccin. Lo que es letal no es lo posthumano en s, sino el injertar lo posthumano en una visin humanista del yo (Hayles, 1999: 298, mi traduccin). El prefijo post en el trmino posthumano indica, finalmente, no una secuencia temporal, lineal, sino el hecho que la historia serial de la ciberntica que emerge de redes a la vez materialmente reales, reguladas socialmente y construidas discursivamente sugiere () que siempre hemos sido posthumanos (Hayles, 1999: 286, mi traduccin). Siempre hemos sido mezclas, hbridos, significados por prcticas y contextos socio-histricos. El cyborg, cuerpo posthumano, se inserta en lo local y en la multiplicidad; se abre, mientras la est inscribiendo, a la palabra del otro y es atravesado por ella, interseccionado por las prcticas sociales de las que es sujeto y a las que, al mismo tiempo, est sujeto; rehsa los grandes relatos y excede constantemente sus propios lmites: no es, sino que se da como sujeto constantemente en proceso, en constante tensin entre ser y no-ser. Es el habitante de la ciudad electrnica, del circuito integrado, que nos hace perder el miedo a la tecnologa, hace de ella un propulsor de mezclas y experimentos entre el yo y el otro, ser humano, mquina y animal. Consciente de que el otro no est fuera sino dentro, nos empuja a cruzar las fronteras, a proponer y pensar en alianzas blasfemas, uniones
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que surgen sobre la base de la heterogeneidad, no de la identidad, y en nombre de la efectividad y de proyectos polticos concretos. No es un todo hecho de lo espurio, fragmentado en partes que una vez pertenecieron a otra totalidad, sino un cuerpo dialgico, idntico a s mismo y otro a la vez, consecuente e inestable a un tiempo; un cuerpo estructurado, en y a travs del lenguaje, como una articulacin de discursos y diferencias. El cyborg y lo posthumano son las figuras/metforas con la cuales Haraway y Hayles articulan su anti-esencialismo radical y su compromiso poltico en lnea con el llamado feminismo postestructuralista y su preocupacin por los procesos de significacin, con la problematizacin del sujeto, su rechazo del universalismo y del racionalismo. Estas figuras deshacen radicalmente tanto la ontologa del sujeto como la fenomenologa del objeto, y abren el horizonte de una nueva nocin de realidad: en el espacio virtual del circuito, lo real ya no puede identificarse con lo que es visible, empricamente perceptible o tangible. Nos fuerzan a pensar de manera distinta el concepto de materialidad, que ya no puede querer decir fisicidad, sino conciencia de las determinaciones histrico-polticas e ideolgicas (tecno-lingsticas) que nos constituyen. Desafan toda fijeza e identidad y, por lo tanto, no pueden ser cosificadas, reducidas a fetiche, a una cosa individual; desafan el concepto de referente. La nocin cartesiana del sujeto queda as puesta radicalmente en entredicho, ya que el sujeto del conocimiento no puede entenderse como puro ser, entidad estable y auto-suficiente, origen del sentido. En esta avanzada poca de reproductibilidad mecnica en donde la mano, como haba apuntado Walter Benjamn (1973), ha sido reemplazada por el aparato, el mundo no se desvela al sujeto como verdad y autenticidad, sino como multiplicidad (de copias faltas de original) un simulacro. Como el cine demuestra, es la extrema sofisticacin de la tecnologa, es su carcter ubicuo y no su ausencia, es el elevado grado de mediacin necesario para la produccin del producto acabado lo que crea la perfeccin de la imagen; el supuesto realismo de la imagen flmica es, de hecho, apunta Benjamn, resultado de un mximo de artificio (producto de las tcnicas de rodaje y de montaje, entre otras,) que nos seduce, hacindonos creer en la coherencia de la imagen porque sta de hecho perfectamente construida, es decir doblemente ilusoria (nos da una ilusin de segundo grado, ib.: 42). En este sentido, tenemos que reconocer que el aparato es parte integral de la realidad incluso de hecho, especialmente cuando esta aparece como realidad desnuda, libre de toda manipulacin:
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En el estudio de cine el mecanismo ha penetrado tan hondamente en la realidad que el aspecto puro de sta, libre de todo cuerpo extrao, es decir tcnico, no es ms que el resultado de un procedimiento especial, a saber el de la toma por medio de un aparato fotogrfico dispuesto a este propsito y su montaje con otras tomas de igual ndole. Despojada de todo aparato, la realidad es en este caso sobremanera artificial, y en el pas de la tcnica la visin de la realidad inmediata se ha convertido en una flor imposible (Benjamin 1973: 42-43, cursiva ma). De la misma manera, el discurso mdico apunta a la radical deshumanizacin de los seres humanos en nuestra poca, es decir, deshace las ilusiones y las mistificaciones del humanismo ilustrado: El cirujano renuncia en el instante decisivo a colocarse frente a su enfermo como hombre frente a hombre; ms bien se adentra en l operativamente (ib.: 43; cursiva ma). El cirujano se relaciona con el paciente de una manera indirecta, fuertemente mediatizada, a travs de un aparato: su visin difiere mucho de la natural y puramente fisiolgica del objeto, como prueba el procedimiento que se llama perspectivo-endonasal (ib.: 44) de la otorrinolaringologa o a la ciruga de cataratas, en la cual el acero lucha por as decirlo con tejidos casi fluidos (ib.). La imagen del pintor, que observa en su trabajo una distancia natural para con su dato (ib.: 43) como la del mago es aparentemente natural y total; la del cirujano como la del cmara, que se adentra hondo en la textura de los datos (ib.) es artificial, mltiple, fragmentada, pero no menos real, exacta y efectiva por ello. El cine y el discurso mdico nos muestran, para Benjamin, la imposibilidad de reducir lo real a lo inmediata o fisiolgicamente visible, nos hacen enfrentarnos con el inconsciente ptico (Benjamin 1973: 48), el entramado de relaciones y de micro-estructuras, no inmediatamente visibles para el ojo humano, que estn debajo de la aparente unidad, naturalidad y coherencia de cada objeto, de cada contexto. Esto significa reconocer la naturaleza relacional de cualquier valor y visin, de su parcialidad constitutiva, de su virtualidad intrnseca; que toda mirada, toda imagen sobre todo, la imagen del yo, del sujeto es un constructo, una representacin histricamente determinada que se da entre ser y no-ser, presencia y ausencia: un llegar-a-ser constante, inestable e indefinido. En el campo artstico esto quiere decir que el arte moderno se ha escapado del halo de lo bello (Benjamin, 1973: 38), y ya no puede ser entendido recurriendo a categoras estticas, sino mediante su inscripcin en el espacio pblico y material de la polis, en el tejido socio-histrico de relaciones de produccin (econmica, lingstica, ideolgica) y de poder.
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Epistemolgicamente esto implica la necesidad de ir ms all de lo que Paul de Man llama la fenomenalidad del significante (1986: 21), e indica la necesidad del reemplazo de un modelo hermenutico por uno semitico (fundamentalmente, la propuesta de Rossi-Landi). Slo anclados en un proceso de cuestionamiento acerca de la significacin del mundo, en el mundo y a travs del mundo, rechazando el mito fundador y puramente nostlgico de una inocencia originaria, se podr emprender la tarea de moviliza[r] a las masas (Benjamin, 1973: 54) para lograr no simplemente la expresin, o la comunicacin la ilusin de democracia: [e]l fascismo ve su salvacin en que las masas lleguen a expresarse (ib.: 55), sino la crtica a lo establecido, la implementacin de un cambio. Esto quiere decir que tenemos que reconocer el hecho que, ms que una aldea global idlica, vivimos y circulamos en un Pop Mart, para utilizar el trmino de un fenmeno de masas bastante reciente, la gira de concierto del grupo U2: vivimos en un mercado global en el cual la cultura popular hace que nos enfrentemos con la fascinacin artificial de la mercanca y en el que lo real, como apunt Baudrillard (1983), es satelizado.
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sensual) de luces, colores, y formas que enmarcaban y marcaban el escenario y la pantalla. De esta manera, tener una experiencia lo ms plena posible del show en vivo un acontecimiento real que tena lugar en tiempo real implicaba alejarse de los cuerpos fsicos en el escenario, dividir la atencin: entre los performers y las imgenes en la pantalla que enseaban el detalle de las personas reales (como el interior de la boca de Bono, por ejemplo, un ejemplo de hiper-realidad), inalcanzable por la visin natural del espectador. De una cierta manera, la imagen en la pantalla del objeto representado por medios tcnicos pareca ms real que la realidad en s (estaba ms cerca, enseaba ms detalles). Disfrutar del acontecimiento Pop Mart implicaba convertir a las personas reales en el escenario los artistas que producen un hecho en tiempo real en elementos insertos en una imagen ms amplia (aunque fragmentada): se trataba de la recepcin en la dispersin, en la terminologa de Benjamn (1973: 54). De esta manera, una experiencia, real esttica (es decir, perceptiva, sensorial) se transformaba y era percibida, al mismo tiempo, como un acontecimiento fuertemente mediatizado, un acontecimiento en el cual tanto los elementos reales como los artificiales (virtuales, generados por ordenador) eran igualmente importantes para crear el efecto de una experiencia, de un acontecimiento que tiene lugar en niveles mltiples y distintos. En la multiplicidad de efectos que el Pop Mart proporciona, en este encuentro sinestsico con el simulacro, hecho posible por un despliegue impresionante de tecnologa, nos encontramos tambin con una vieja conocida, cuya imagen aparece proyectada en la pantalla enorme, de un milln de LED: un cuerpo femenino, vestido con un traje corto y escotado, con la cara cubierta, se mueve de forma repetitiva y algo mecnica al sonido de la msica, justo antes de que la aceituna enorme encima del escenario se convierta en una cpsula espacial en forma de huevo. Una vez ms, el cuerpo femenino encarna das Unheimliche (Freud 1919), la mezcla siniestra entre lo orgnico y lo inorgnico, el cuerpo humano y la mquina. Esta Olympia tecnolgica, sin rostro, sin individualidad, nos dice que tampoco en la poca del simulacro es posible escaparse de lo femenino como siniestro, y que, si es verdad que hay diferencia en la repeticin, en lo que atae a la representacin de la feminidad la fantasa acerca de lo femenino hay, sobre todo, repeticin. De hecho, ser el orculo de la era electrnica no le impide a McLuhan una interpretacin por lo menos peculiar de los versos de W. B. Yeats que hemos citado como exergo. En la imagen de un Locke que se desmaya (Locke sank into a swoon, dice el original ingls) el autor canadiense ve primero las figuras del rey Lear y de Don Quijote (en forma crptica, eso hay que decirlo, vid. McLuhan 1962 [1998: 29]). En un segundo momento (McLuhan 1964), en otra cita del poema de Yeats, asocia el filosofo ingls a Newton (visto por Blake), ve a los dos como
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Narcisos hipnotizados incapaces de superar el desafo del mecanicismo (ib. [1996: 45]), y en la rueca (spinning jenny en el original) una significacin plenamente sexual (ib.: 46) que toma forma con la siguiente conclusin : es la mujer vista como una extensin tecnolgica del ser del hombre. En ingls la frase es ms clara si cabe: Eighteenth century man got an extensin of himself in the form of the spinning machine which Yeats endows with its full sexual significance. Woman herself is thus seen as a technological extension of mans being. En esta cita el poder del significante se manifiesta con toda su pregnancia: al man ... himself (que tiene que entenderse como a la vez sujeto encarnado y un universal) se yuxtapone la mquina para hilar, con la plenitud de su significacin (una significacin que, para el autor, evoca la dimensin sexual, no olvidemos), y woman herself, la mujer en s, la Mujer. Los dos trminos, mquina y mujer, se identifican y se yuxtaponen al final de la cita (como extensiones, es decir, mediante apropiacin: seran extensiones del cuerpo del hombre, parte del l) al mans being. La yuxtaposicin nos dice (significa) que el ser del hombre es pido disculpa por la redundancia, slo aparente el ser del Hombre, apunta a la esencia de un universal (efectivamente, no podemos olvidar el rey Lear, don Quijote, Newton...). La rpida traslacin de sentido por parte de McLuhan hace emerger el fantasma del Cogito cartesiano en tanto Logos supuestamente desencarnado capaz de proveerse de medios e instrumentos de distinto tipo; entre ellos, mquinas e instrumentos a los que delega la administracin de la esfera sexual (que tienen, por lo tanto, el poder de evocarla). La plenitud de su ser hace emerger la plenitud de la significacin. Pero esta doble plenitud una plenitud doblemente especular, podramos decir con Althusser (1970, vid. Cap. 2) nace de la falta absoluta de sentido, de un cuerpo que pierde el sentido (A Locke le dio un desmayo), de hecho, de un vaco. El adjetivo full de la expresin its full sexual significance, que es la significacin de la mquina, nos revela que el significante intenta compensar el vaco de partida, contribuye a la formulacin de una fantasa de compensacin. Y que la mujer (la Mujer) come significante tiene tambin este papel: sera supuestamente una mquina sexual (es la traslacin de sentido de McLuhan), una simple extensin que mantiene integra (hace posible, de hecho) la fantasa acerca del ser del hombre (del Hombre). La mujer como suplemento, como fantasa compensatoria, permite alejar y repudiar la idea del vaco y de la falta como constitutivo de toda subjetividad (vid. la cita de Zizek en el Captulo 4). En este sentido, si McLuhan niega y rehsa pensar en un Locke feminizado (la idea, tengo que decir, tiene un cierto nivel de seduccin) en mi propia percepcin en la dispersin del Pop Mart, yo, en tanto sujeto histrico, es decir, subiectum, entre Lara Croft y la Olimpia tecnolgica, me identificar con Bono.
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Tendr adems que tomar en cuenta que la recepcin en la dispersin significa, como apunt Benjamin, percepcin tctil y ptica, es decir, que el objeto es aprehendido menos en una atencin tensa que en una advertencia ocasional (aunque esta forma de recepcin en determinadas circunstancias tiene valor cannico, Benjamn, op. cit.: 54). Esto implica percepcin y uso: el consumo, dice Benjamin, que es lo que ocurre tpicamente en los edificios y los filmes, es parte, ahora, del modo contemporneo de percepcin que llamamos arte. El consumo, el consumo de masas, en lugar de ser lo opuesto del arte, debera ser considerado como parte de su cambio de funcin: "[l]a masa es una matriz de la que actualmente surte, como vuelto a nacer, todo comportamiento consabido frente a las obras artsticas (ib.: 54). En una poca en la cual somos testigos de una destruccin radical del aura, el valor de culto de la obra de arte ha sido sustituido por el valor exhibitivo, la permanencia por la transitoriedad, la unicidad y la originalidad por la multiplicidad y el simulacro; la cuestin no es producir un juicio moral o esttico, sino movilizar a las masas, algo que Benjamin vio como el problema crucial en el proceso de totalitarismo creciente y de la creciente proletarizacin del hombre moderno de su poca. En un momento de erosin del espacio pblico y social, con las tecnologas de la informacin pareciendo devolver la produccin al hogar la homework economy, como hemos visto, es ya una realidad el Pop Mart parece decirnos que hay que inventar nuevos modos para cuestionar lo dado, para crear conectividad y comunidad. Es necesario, quizs ahora ms que nunca por la misma rapidez de los cambios, analizar las nuevas formas comunicativas que se asientan en viejas y dolorosas contradicciones. Si la cultura popular es, como Gramsci apunt, el lugar donde se negocian y legitiman el poder poltico y la hegemona, es crucial desestetizar y politizar el arte, evitar que produzca valores cultuales. Lo que la artificialidad radical de la mercanca nos indica es que con y tras todo objeto o imagen no encontramos la verdad das Ding an Sich, sino procesos y relaciones de produccin, es decir, el antagonismo social, inevitable e incesantemente mediatizado por la lgica de la visibilidad y la presencia del lenguaje. Pero si el fundamento esencial de la autoridad de la Ley reside en su proceso de enunciacin (Zizek, 1989: 37), si la autorreferencialidad del lenguaje crea la creencia, que sostiene la fantasa que regula la realidad social (Zizek 1989: 36), las prcticas de produccin cultural, movilizando la fantasa, pueden empujarnos a buscar nuevos modos para articular demandas nuevas, dando visibilidad, presencia y sentido a lo que siempre queda por decir, lo que (siempre) queda por cambiar. Si la realidad es virtual, el arte puede ayudarnos a convertir la virtualidad la fantasa de un mundo distinto, ms justo en una realidad.
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ANTES DE LOS ESTUDIOS CULTURALES. ROBERT WARSHOW Y LA EXPERIENCIA INMEDIATA BEFORE CULTURAL STUDIES. ROBERT WARSHOWW AND THE INMEDIATE EXPERIENCE
Antonio Lastra Meli (Universidad de Murcia) )
Resumen Este artculo estudia la influencia del concepto de experiencia que desarrolla Robert Warshow. Warshow ha supuesto el contrapunto americano a las teoras desarrolladas por Walter Benjamien en Europa. Si bien ambos insistieron en la pobreza de la experiencia, como resultado de la tecnificacin de la sociedad, Warshow supo introducir matizaciones que influyeron en todo el crculo de intelectuales concentrados en Nueva York durante la etapa de consolidacin de los Estudios Culturales. Abstract This paper studies the influence of the experience concept by Robert Warshow. Warshow is the American counterpoint to theories developed by Walter Benjamin in Europe. Although both insisted in the poverty of experience, as a result of technique, Warshow knew how to introduce nuances that influenced intellectuals in New York as Cultural Studies emerged. Palabras Claves Estudios Culturales / Commentary / Experiencia / Medios / Literatura. Keyword Cultural Studies / Commentary / Experience / Media / Literature.
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Come writers and critics Who prophesize with your pen And keep your eyes wide The chance wont come again And dont speak too soon For the wheels still in spin And theres no tellin who That is namin. For the loser now Will be later to win For the times they are a-changin. BOB DYLAN
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suscitadas por una historia terminable e interminable a la vez, pero, como disciplina y como mtodo de investigacin y transformacin de la realidad, los Estudios Culturales se enfrentan a dilemas casi insolubles, ligados, sobre todo, a su condicin institucional, como Said adverta cuando afirmaba que la universidad americana donde los Estudios Culturales marcan una pauta inalterable es, tanto para los profesores como para los estudiantes, la nica utopa que queda en pie. Sin embargo, como institucin, de hecho como cualquier institucin, la universidad americana, y no slo la universidad americana, ni siquiera en el mundo occidental exclusivamente, forma parte tambin de la maquinaria e incluso de las maquinaciones del poder: la voluntad de saber no es esencialmente distinta de la voluntad de poder y la poltica del conocimiento obedece, como cualquier otra poltica en particular, a las reglas de hierro de la poltica en general. Si los intelectuales de Nueva York han quedado eternamente desacreditados como escribi Said por su implicacin en la Guerra Fra cultural, los motivos que les llevaron a enrolarse, a sabiendas o no, en las filas de la CIA no podan ser muy distintos en su origen de los motivos que deban animar a quienes Nietzsche llam, en una apropiacin del American Scholar emersoniano, Kriegsmnner der Erkenntnis, los guerreros del conocimiento; tambin los intelectuales de Nueva York entraron en guerra por sus pensamientos, aunque no estuvieran orgullosos de su enemigo (lo que en la mayora de los casos quera decir que no estaban orgullosos de s mismos ni de su pasado) y tal vez sus remordimientos personales no coincidieran con el pensamiento supremo de la vida. Si bien su adhesin a la causa de un mundo libre y democrtico no ha sucumbido Said y los Estudios Culturales han retomado en buena medida la misma causa, al final no pudieron ser honrados con la victoria. Eran guerreros, no santos del conocimiento (Heilige der Erkenntnis) (Nietzsche, 1990: 40-1; Said, 2005: 15-17; Saunders, 2001). Robert Warshow (1917-1955) fue uno de los intelectuales de Nueva York (Surez Snchez, 2001: 199-253). Mucho menos conocido que la mayora de ellos, trabaj como editor de la revista Commentary, fundada en 1945, al trmino de la Segunda Guerra Mundial, y escribi una breve serie de ensayos para sa y otras publicaciones, incluida la Partisan Review no slo, aunque primordialmente, reseas de libros o crticas cinematogrficas, que seran editados por primera vez en 1962, siete aos despus de su muerte, con el ttulo que el propio Warshow haba previsto de The Immediate Experience, y reeditados en 2001, tras varias reimpresiones, en todas las ocasiones con un subttulo que probablemente Warshow no habra suscrito, Movies, Comics, Theatre and Other Aspects of Popular Culture, y con una disposicin de los veintisiete textos en cuatro apartados que tampoco era original: American Popular Culture, American Movies, Charles Chaplin, y The Art Film, a los que la segunda edicin ha aadido una quinta parte, Previously Uncollected Essays. Al frente de todos ellos apareca un prefacio del autor, en paginacin aparte,
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que en realidad era un fragmento de la solicitud que Warshow haba cursado en octubre de 1954 a la fundacin Guggenheim para que le concediera una beca con la que escribir un libro sobre cine. La experiencia inmediata, de haber vivido Warshow, sera un libro muy distinto al que hoy tenemos, pero muy parecido al libro sobre cine que, efectivamente, suele leerse con independencia del resto de la escritura de Warshow, y en el que Warshow habra querido analizar el hecho fundamental de las pelculas, es decir, la experiencia inmediata, real, de ver y responder a las pelculas como la mayora de nosotros las ve y responde. La mayora de nosotros no se refera, por supuesto, a nosotros, los intelectuales de Nueva York, sino, tomando prestado el trmino a un documento original, a nosotros, el pueblo o nosotros, el pblico. En el centro de toda crtica verdaderamente lograda escribi Warshow en su solicitud hay siempre un hombre que lee un libro, un hombre que contempla un cuadro, un hombre que ve una pelcula... y el crtico debe reconocer que el hombre es l (Warshow, 2002: xl, xli). Warshow muri de un ataque al corazn a los treinta y siete aos de edad. Obstinado y riguroso adversario del estalinismo y el comunismo sovitico, su nombre no figura, sin embargo, en la larga lista reprobatoria de Francis Saunders, en la que s aparecen, en cambio, el fundador y director de Commentary, Elliot Cohen, y Lionel Trilling, que prologara retrospectivamente la primera edicin del libro de Warshow. (Tampoco aparecen mencionados Dupee, Edmund Wilson o Kenneth Burke, mucho ms cercanos a la tica de la literatura, y circunstancialmente a la universidad, que a la poltica. Warshow haba puesto de relieve en uno de sus primeros textos el fracaso de Wilson y Trilling un fracaso generacional, en su opinin, ante la experiencia crucial del comunismo como novelistas: Su fracaso nos representa a todos como tal vez no nos habra representado su xito, Warshow, 2002: 3, 18). No podemos saber hasta qu punto Warshow conoca las maquinaciones del poder americano en la industria cultural, y es seguro que apenas estuvo interesado en las maquinaciones del poder sovitico por s mismo: le preocupaba nicamente el efecto del poder sobre los seres humanos y, sobre todo, su perversin de la funcin del escritor y del crtico. En este sentido, la ambicin de los intelectuales de Nueva York era la de sustraerse a la superestructura en que el marxismo situaba la produccin intelectual. Algo en toda la obra de Warshow alude una y otra vez, por el contrario, al reconocimiento de que el escritor y el crtico, al igual que el ser humano corriente, pueden ser lo bastante grandes por seguir empleando los trminos emersonianos de Nietzsche para no avergonzarse de sus sentimientos y estar preparados para que su pensamiento, o la expresin de su pensamiento, fracasen tratando de adquirir una experiencia inmediata de la vida. Una nota de sinceridad o de inocencia un trmino casi tan recurrente como experiencia en la escritura de Warshow resuena continuamente en la lectura, y no es difcil
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pensar que esa insistencia moral obrara como una inhibicin literaria a la que, como lectores, debemos estar agradecidos: envuelto en los inagotables medios de produccin intelectual de su poca, Warshow no habra podido sentirse alienado en ninguna de sus pginas, en las que el autor es menos un crtico de la cultura que un hombre vivo y atento. Como el propio Warshow observara en cierta ocasin, ser un escritor menor es tan arduo como ser un gran escritor. Pero si no un gran escritor como Isaac Bashevis Singer, el mayor escritor de su generacin en los territorios de la imaginacin y la ficcin, Warshow fue, al menos, un gran ensayista, y Trilling lo comparara acertadamente con William Hazlitt y George Orwell. Stevenson dijo en cierta ocasin que la lectura del ensayo de Hazlitt sobre El espritu de las obligaciones haba dado un rumbo decisivo a su vida, y algo parecido es lo que el filsofo Stanley Cavell ha sugerido sobre la influencia de la lectura de La experiencia inmediata. Sorprende, en efecto, saber que hay otros lectores de Warshow, porque su libro constituye casi la nica va de acceso a una experiencia nica; nuestra lectura, por el contrario, no es una experiencia inmediata, y La experiencia inmediata, en la forma en que el libro se ha editado y reeditado, y en consecuencia del modo como se ha ledo, puede ser un obstculo formidable, ms que una mediacin, para la lectura que hoy podramos hacer de un libro tan esencialmente acabado como esencialmente incompleto. La inclusin del eplogo de Cavell, Despus de medio siglo, en la segunda edicin de La experiencia inmediata, as como el hecho de que esta segunda edicin haya obtenido, al menos desde un punto de vista material, el respaldo de una editorial acadmica de prestigio, ha rescatado a Warshow de su condicin de autor de culto y ha convertido su libro en un objeto de estudio marcadamente cultural. La experiencia inmediata es ahora tanto una pauta de los Estudios Culturales, especialmente cinematogrficos aunque con esto se haya reducido, como veremos, su alcance original, como un objeto de los Estudios Culturales, especialmente por su atencin a lo que el propio Warshow llamara, siempre entre comillas, cultura popular (los otros aspectos de la cultura popular a los que alude equvocamente el subttulo del libro). El eplogo de Cavell es, en cierto modo, un eplogo a su larga asociacin con el libro, desde que empezara a utilizarlo en sus clases universitarias en los aos sesenta hasta que en 1971 fuera por encima de la obra de crticos cinematogrficos con la autoridad de James Agee o Andr Bazin su verdadera gua por The World Viewed, su primer libro sobre el mundo visto del cine. Diez aos despus, en el apndice a La bsqueda de la felicidad su segundo libro sobre cine, publicado en 1981, Cavell volvera a Warshow y a La experiencia inmediata para relacionarlos con La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica de Walter Benjamin, a propsito del estudio serio y humanista del cine en la universidad. Nadie se opondra ahora, gracias, en parte, a los oficios de Cavell, a la inclusin en los planes
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de estudio universitarios de la enseanza cinematogrfica, y probablemente es una seal de los tiempos que cambian que tanto Cavell como Said se hayan referido a la universidad como si fuera una utopa o hayan pensado en la utopa en trminos universitarios; en el caso de Cavell, en los trminos, incluso, de una parodia del futuro imaginado por Karl Marx: No es una universidad el lugar que en nuestra cultura nos permite ensear hoy una cosa y aprender otra maana? (Cavell, 1999: 269-278; 19792; 2007). Aunque estoy en deuda con Cavell, como casi todos los lectores de Warshow que conozco (y como casi todos los lectores de Warshow que no le conocieron en vida), por haberme descubierto La experiencia inmediata, y comparto su opinin de que la escritura de ensayo de Warshow es una admirable aspiracin a la filosofa que exige, adems, un cambio en nuestro modo de entender y practicar la filosofa, no estoy de acuerdo con que la universidad fuera el destino de La experiencia inmediata ni con la prevencin de mantener en privado, o en los crculos ms o menos amplios de la amistad, nuestra relacin con Warshow, nuestra lectura de La experiencia inmediata. Los libros tienen su destino para captar lectores y, como escribi Thoreau, hay lugares ms favorables para una lectura seria que la universidad. Tambin los hay menos favorables, y el lugar menos favorable de todos, o la ausencia absoluta de lugar que constituye el exilio, fue, paradjicamente, el lugar donde Warshow empez a escribir y donde necesariamente habra de comenzar nuestra lectura. Midge Decter, antiguo secretario de Warshow en Commentary, ha escrito, por otra parte, que la afinidad con Benjamin que Cavell ha propuesto, y que sin duda ha llevado a muchos lectores, junto a la influencia de Cavell, a tomarse en serio La experiencia inmediata, no habra sido del agrado de Warshow (Decter, 2002: 45-51; Gould, 1999: 119-135). Como Cavell y Decter sealan, es improbable que Warshow leyera a Benjamin aunque sus escritos, o su leyenda de vctima del nazismo y, sobre todo, de la expresin comunista, no fueran completamente desconocidos para los intelectuales de Nueva York entre los que Hannah Arendt y Sigfried Kracauer, a quien Warshow cita en La experiencia inmediata, se movan a sus anchas, pero, de haberlo hecho, La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica y, sobre todo, Experiencia y pobreza, un texto, en mi opinin, mucho ms pertinente para la comparacin con Warshow, le habran resultado extraamente familiares. En el concepto de aura de La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica (y que Warshow empleara en un sentido similar en The Movie Camera and the American), y en el de la autenticidad de una cosa, es fcil (demasiado fcil, tal vez, hasta el punto de que podramos simplemente vislumbrar un aire de la numerosa familia de los crticos culturales) descubrir una prefiguracin de la idea de la experiencia inmediata, y Warshow habra estado de acuerdo con Benjamin en que el cine supondra, a no tan largo plazo como su condicin de arte de masas daba a entender, la liquidacin del valor de la
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tradicin en la herencia cultural, a la que Benjamin aluda con cierta ambigedad; pero el tono del artculo, el celo con el que Benjamin lo mantendra en secreto hasta su publicacin y las censuras y tergiversaciones a las que ha dado lugar desde entonces habran dado la razn a Warshow en su consideracin del trabajo intelectual. Adorno y Horkheimer (que haban escrito su influyente ensayo sobre la industria cultural en el exilio americano) no habran merecido otra cosa, como editores del texto, que su desprecio. Pero en Experiencia y pobreza, un artculo menor publicado en Praga en 1933 y reeditado pstumamente en la edicin crtica de su obra, y en el que seguramente la evocacin de su estudio juvenil junto a Gerschom Scholem de la Teora kantiana de la experiencia de Hermann Cohen haba logrado expresarse con madurez, Benjamin se preguntaba, en un estilo muy distinto, y muy parecido al de Warshow, por la posibilidad de la narracin en la actualidad y de la transmisin de las palabras de generacin en generacin, por el valor mismo de la experiencia, y lamentaba la pobreza que le ha sobrevenido al ser humano con el desarrollo de la tcnica. Warshow habra suscrito sin reservas el pasaje crucial del ensayo: Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres aorasen una experiencia nueva. No; aoran liberarse de las experiencias, aoran un entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por ltimo tambin la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso. No siempre son ignorantes o inexpertos. Con frecuencia es posible decir todo lo contrario: lo han devorado todo, la cultura y el hombre, y estn saciados y cansados (Benjamin, 1994: 172; 1977: 218). Warshow denunciara esta Erfahrungsarmut en buena parte de las producciones culturales de su poca que, sin embargo, han alcanzado en la actualidad como en el caso de los dramas de Arthur Miller, las pelculas de C. T. Dreyer, Roberto Rossellini y William Wyler o el cine sovitico en su conjunto un estatuto cannico, aunque seguramente no tanto por razones estticas como por razones sociolgicas. Por comparacin, Warshow descubrira en las pelculas de gngsters y del oeste, o en las tiras cmicas de los peridicos y en los semanarios de horror que su hijo lea como Benjamin en las novelas de Paul Scheerbart, ms humanidad que en obras pretendidamente serias y comprometidas y que, a su juicio, falseaban la realidad e impedan la experiencia de la realidad. Que la humanidad se preparaba para sobrevivir a la cultura, y lo haca rindose o con estallidos pautados de violencia que Warshow criticara en los westerns y en los cmics, era un pronstico reservado y compartido por ambos, y slo la
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prematura muerte de Benjamin de camino a Amrica y la de Warshow, tal vez de vuelta de Amrica o en una Amrica (como pensaban Emerson y Thoreau) que no se haba descubierto an, ni a s misma ni para los dems, impiden ahora que hagamos otra cosa que conjeturar cul habra sido su estimacin de la supersticin cultural contempornea. La utopa no habra podido refugiarse, en su opinin, en una especie de asilo universitario ni convertirse en el reverso del exilio, sino que, por paradjico que parezca, deba encontrarse en el mundo de lectores o de espectadores. Tanto en el prefacio de Warshow a su libro con el que esperaba, en ltima instancia, contribuir a la literatura como en el famoso Curriculum vitae que Benjamin redactara a instancias de Bertolt Brecht, y en cierto modo en la Obra de los pasajes que resumira el sentido completo de su obra, es evidente que a ninguno de ellos les concierne otro mundo, y que ese mundo es un mundo masificado, el mundo en que la cultura popular convive y entra necesariamente en competencia con la cultura superior. Nueva York, como ciudad cultural, sera para Warshow lo que Berln o Pars haban representado para Benjamin (Goodman, 1990). Ese mundo era, entonces y ahora, en algn lugar comn, Amrica, o lo que Amrica poda significar para quienes conocan muy bien el fenmeno de la emigracin y la esperanza del fin de la historia y del principio de una nueva historia. En el Fragmento teolgico-poltico en el que trabajara, al mismo tiempo que en sus conocidas Tesis de filosofa de la historia, hasta poco antes de su muerte, en 1940, y que no se publicara hasta 1955, fecha de la muerte de Warshow, Benjamin escribi que el orden profano tena que erigirse sobre la idea de felicidad y que, en la medida en que supona la decadencia de todo lo terrenal, la felicidad favoreca la llegada del reino mesinico. En la bsqueda de la felicidad en la que Amrica haba fundamentado su independencia de la historia y con la que haba empezado a contar su propia historia, Benjamin detenido, como el personaje de la parbola de Kafka, ante unas puertas que estaban abiertas para l y que se cerraran a su muerte no vera fatalmente otra cosa que nihilismo. La naturaleza y la felicidad eran mesinicas por su eterna y total fugacidad (Benjamin, 1994: 193-4). Para la generacin de Benjamin y Warshow, a uno y otro lado del ocano, Amrica sera, en efecto, una amenaza de regresin cultural, si no la consumacin del nihilismo. Benjamin haba defendido la respuesta comunista de la politizacin del arte, pero Warshow vera en la influencia del comunismo una desastrosa vulgarizacin de la vida intelectual, en la que el carcter del liberalismo y el radicalismo americano se haba corrompido decisiva, y tal vez permanentemente (Warshow, 2002: 3). La pobreza de la experiencia y la falsedad denunciadas por Benjamin y Warshow haban logrado ocultar, bajo una superficie ideolgica, el sentido de la experiencia americana, pero el valor de lectura de su obra en la actualidad consiste en haber combatido esa pobreza y esa falsedad de
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modo que la experiencia original haya quedado al descubierto y sirva de contraste. Como Cavell ha sugerido, rastrear la aparicin del trmino experiencia en La experiencia inmediata es toda una experiencia para el lector, pero exige que pensemos por qu experiencia era, precisamente, el trmino ms vulnerable de toda la escritura de ensayo de Warshow. Experiencia, en realidad, es el trmino genrico de la escritura de ensayo desde que Montaigne llamara as al ltimo de sus Essais refirindose explcitamente a la lectura de los grandes libros y a la fatal besoin dinterprter y Emerson lo retomara para sustituir al trmino Vida, en el que inicialmente haba pensado, en la escritura de sus Essays (Montaigne sera para Emerson uno de los hombres representativos de la humanidad.) Cavell se ha referido en muchas ocasiones a la represin de la filosofa de Emerson en la cultura americana como la condicin menos favorable para su recepcin. Con la perspectiva de Warshow, la represin de la filosofa trascendentalista de Emerson y Thoreau que aspiraba a una relacin original con el universo y a encontrar un trasfondo adecuado para nuestras vidas sera slo un ejemplo de la represin de la experiencia en general, de la experiencia como experiencia. El problema sigue siendo escribi en The Legacy of 30s cmo recobraremos el uso de nuestra experiencia en el mundo de la cultura de masas (Warshow, 2002: 18). La recepcin de Emerson constituye un leit-motif en la historia de la filosofa y la crtica cultural americanas y, por extensin, contemporneas. Al margen de su influencia en Nietzsche, para quien fue su verdadero Erzieher, en los Estados Unidos la recepcin de Emerson (o su represin) ha indicado siempre hasta qu punto se haba llegado en lo que Emerson consideraba una revolucin: la domesticacin gradual de la idea de cultura. Un nuevo grado de cultura escribi en Crculos revolucionara instantneamente todo el sistema de las aspiraciones humanas. Saber cmo se ha ledo a Emerson desde Thoreau, James Russell Lowell, William James, George Santayana, John Dewey que publicara su esperado libro sobre esttica con el significativo ttulo de Art as Experience en 1936, Van Wyck Brooks, F. O. Matthiesen contemporneo de Warshow, emigrado europeo y autor de American Renaissance y Stephen Whicher hasta Harold Bloom y Stanley Cavell pondra de relieve cmo se ha ledo en general la escritura constitucional americana. Revolucin, Constitucin y cultura son trminos sucesivos en la escritura de Emerson, que no suele leerse con la precisin semntica con la que fue compuesta. Warshow se quejara precisamente de que su generacin, la menos emersoniana en la historia cultural americana, careca de vocabulario (Warshow, 2002: 6; Dupee, 1960: 128-132). John Jay Chapman dira, sin embargo, que Emerson poda eludir toda mala interpretacin posible. Est solo escribi en 1898 en la historia de los maestros.
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Experiencia de Emerson podra leerse ahora como el inicio (Beginning, de acuerdo con el vocabulario cultural de Said) de La experiencia inmediata. En ambas escrituras de ensayo el problema generacional, la posibilidad o imposibilidad de contar una historia que perdure en el tiempo y se transmita de padres a hijos (o se pierda, como Benjamin tema), se sita en el umbral y luego en el interior mismo del texto, entre la presencia y la ausencia que marcan irremisible y misteriosamente las relaciones humanas: el inventor del juego, dir Emerson, est omnipresente y no tiene nombre. Emerson escribi Experiencia como un trabajo de duelo por la muerte de su hijo Waldo, que modificara para siempre el ttulo original (Vida). Waldo era el Little man que segua, en el poema que sirve de prlogo al ensayo, a los seores de la vida: la utilidad y la sorpresa, la superficie y el sueo, la sucesin y el error, la ilusin, el temperamento, la realidad, la subjetividad, en los que Cavell ha visto una interpretacin de las categoras kantianas del entendimiento que condiciona la posibilidad de la experiencia emersoniana. Waldo se corresponde, en nuestra lectura, con Mi hijo Paul, a quien Warshow dedicara su libro (la dedicatoria, como el libro, sera pstuma) y uno de los ensayos ms celebrados de La experiencia inmediata (Warshow abogara en el texto dedicado a la interpretacin de los cmics que lea su hijo por establecer algunas pautas reales de discriminacin [Warshow, 2002: 54].) Emerson dira en Experiencia que lo nico que la pena le haba enseado es a darse cuenta de lo superficial que resulta, y esta enseanza o inexperiencia reobra a su vez sobre el ensayo el ms conmovedor de todos cuantos escribi y, en mi opinin, el ms caracterstico de su escritura como escritura de ensayo que Warshow escribi a la muerte de su padre: An Old Man Gone (Commentary rechazara su publicacin como recuerda Decter y Partisan Review lo publicara con reluctancia; es, desde luego, un ensayo a contracorriente de cualquier causa pblica y recuerda que hay una parte, tal vez la ms importante, de la vida, que no se puede representar polticamente. La muerte del hijo y la muerte del padre son el tema, como dira Montaigne, que se renverse en soi. El ensayo empezaba con una cita un procedimiento infrecuente en Warshow como si para hablar del padre el hijo necesitara una autoridad suplementaria. Le debo a mi padre escribi Warshow no haber tenido apenas un contacto significativo con la religin [Warshow, 2002: 92].) Tambin en Experiencia el uso del trmino experiencia es revelador. Emerson lo empleara en cinco ocasiones, cuatro de ellas con una calificacin (reluctante, popular, casual, nunca saciada... mejor). La experiencia dice Emerson en la tercera ocasin en que menciona la palabra, y la nica en que lo hace sin adjetivar le da a cada empresa manos y pies. La escritura de ensayo sobre la Experiencia se enfrentaba internamente a otra escritura ms correcta en la que la generalizacin de todas nuestras experiencias recibira el nombre de ser. Esa generalizacin o limitacin de
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una experiencia reluctante, popular, casual, nunca saciada y orientada hacia una experiencia mejor indicara hasta dnde podemos llegar cuando nuestra percepcin est ms amenazada que nuestra vida (Emerson, 1996: 469-492; Cavell, 2003: 110-140). Que nuestra percepcin est ms amenazada que nuestra vida sera la tarda enseanza de Emerson para pocas como la de Warshow y tal vez la nuestra. La lectura de Emerson nos obliga a preguntarnos, como lectores, dnde estamos la pregunta inicial de Experiencia y dnde estaba Warshow cuando empez a escribir y durante toda su breve vida como escritor. Decter ha sealado que Commentary tena como funcin la de ser un vehculo de expresin para el liberalismo americano, desencantado de la poltica federal del New Deal, y, a la vez, lograr una sntesis del pensamiento judo posterior al Holocausto. Para Warshow, heredero del radicalismo vanguardista, del socialismo democrtico y del judasmo, Commentary donde su crtica cinematogrfica tendra un valor de retractacin de lo que escriba sobre cine para otras revistas que trascendera su propio tema se convertira en un medio eficiente de publicacin. Una de las pautas que podramos adoptar para leer el libro de Warshow sera, en cierto modo, la de atender a los distintos medios de comunicacin en los que aparecieron sus ensayos en busca de un pblico adecuado. Pero el pblico de Warshow era entonces, y lo sigue siendo ahora, limitado y casi podramos decir que homogneo, a pesar de que, entre la diversidad de publicaciones y editoriales para las que trabaj y el pblico que las consuma (o devoraba, como habra dicho Benjamin), haba una diferencia insalvable cuyo significado se esconda por debajo de la diferencia entre una cultura superior y una cultura inferior. Esa diferencia era la diferencia entre los judos y los gentiles. Es significativo el silencio de Said respecto a la condicin juda de la mayora de los intelectuales de Nueva York. Para todos ellos, sin embargo, el exilio que los Estudios Culturales han elevado a la categora de dispora global (Cohen, 1999) an era el Galut y, tras el Holocausto, el Estado de Israel y los Estados Unidos seran casi las nicas realidades histricas en las que los judos, como pueblo e individualmente, podran depositar sus esperanzas. Con la perspectiva, sin embargo, de la Revelacin que no es una perspectiva para sus partidarios, sino la Ley, ni el sionismo ni la nueva asimilacin a la cultura americana podan ser una solucin a la cuestin juda, que, como tal, era insoluble y constitua la gran narracin por excelencia, una narracin fundamentalmente heternoma e inasimilable a cualquier pauta de interpretacin cultural. (El nombre de Commentary era, desde luego, una alusin inequvoca a la funcin del crtico cultural como sucesor, o sustituto, del comentarista talmdico, como guardin de una tradicin de lecturas. La escritura de ensayo de Montaigne se opona expresamente a los comentarios y el propio Warshow se mostrara irnico respecto al commentator, una figura tpica de nuestra cultura, que
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siempre dice lo mismo, es decir, que siempre hay algo o debe haber algo, como subrayara Warshow que decir, auque sea sobre los cadveres de Buchenwald o el fin del mundo [Warshow, 2002: 225].) El silencio de Said respecto a la condicin juda de quienes seran sus predecesores en el magisterio intelectual es comparable al silencio sobre el judasmo de Warshow. La experiencia inmediata, de hecho, no es ms un libro de Estudios Culturales sobre cine a pesar, como suele repetirse, de que nadie haya escrito sobre cine en los Estados Unidos como Warshow y lo que Warshow escribi (Lopate, 2006) que un libro sobre judasmo. Sin embargo, un libro sobre judasmo no es necesariamente un libro judo, aunque la cuestin juda proporcione una pauta de lectura inicial de La experiencia inmediata ms segura que ninguna otra. Si Experiencia de Emerson era el primer texto americano al que deba asimilarse la cultura (o el texto que, segn Cavell, la cultura americana ha tratado de reprimir), Galut sera la palabra original o la revelacin de La experiencia inmediata, y es una palabra que el propio Warshow evitara cuidadosamente en su escritura de ensayo, pero no en otro tipo de escritura que constituye el nico trmino de comparacin del que disponemos. Warshow tradujo en 1947 Galut de Yitzhak F. Baer. El libro apareci en la editorial Schocken, que se haba trasladado (exiliado) a los Estados Unidos desde Alemania, donde haba publicado a autores como Kafka, Franz Rosenzweig o Gerschom Scholem, a quienes luego dara a conocer en lengua inglesa. Warshow researa algunos de los libros de la editorial en The Kenyon Review y Partisan Review. (En su resea de los Diarios de Kafka editados por Max Brod se referira significativamente a la inmediatez y a la forma de la experiencia de su comunicacin con los lectores. El Kafka real escribi es un modo de escribir, casi podramos decir que una clase de sintaxis [Warshow, 2002: 256].) Baer, que ejercera con su libro una poderosa influencia entre los refugiados judos en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, anloga en cierto modo a la pauta secreta que el Galut haba marcado en un vasto proceso de exilio y redencin, contrapona la categora del Galut a la categora clsica de la politeia, la categora constitucional de la civilizacin, y llegaba a la conclusin que el Galut haba vuelto a su punto de partida (Baer, 1947: 118). La situacin contempornea de los judos tras el Holocausto en Europa el libro se publicara un ao antes de la fundacin del Estado de Israel era comparable a su situacin durante la Edad Media, cuando el entendimiento con el enemigo no era posible. El nico modo de alcanzar ese entendimiento era el mismo que en la actualidad: un franco esclarecimiento de las limitaciones histricas de la situacin y una mitigacin de sus dificultades mediante el ejercicio de un espritu humanitario (Baer, 1947: 46). Warshow trasladara a su escritura de ensayo los trminos de su escritura de traduccin: toda su obra es una traduccin del Galut de la
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servidumbre poltica y la dispersin, del anhelo de liberacin y reunin, del pecado y el arrepentimiento y el castigo, que para Baer daban significado a la palabra a los trminos de la experiencia (o a examinar la imposibilidad de esa traduccin y la vigencia absoluta del exilio), y es significativo que experiencia fuera, aunque Warshow no pudiera saberlo en medio de la resistencia ideolgica al comunismo, el trmino central de la escritura constitucional emersoniana, una escritura dirigida a poner fin al exilio, a cualquier exilio, del hombre sobre la tierra. Esa traduccin paralela a la traduccin de Galut, y en la que no se ha perdido nada verdaderamente esencial, marca el inicio de la escritura de ensayo de Warshow. Clifford Odets: Poet of Jewish Middle Class, publicado en Commentary en mayo de 1946, es el primer texto que se conserva de Warshow y el primero que tendramos que leer, aunque en La experiencia inmediata aparezca en tercer lugar. El ensayo empieza, significativamente, con una cita tomada de un reportaje sobre The Jews of Yankee City, publicado en enero del mismo ao en Commentary, que ilustraba el destino de los grupos tnicos inmigrantes, cuyas pautas familiares Amrica ha roto, y adverta que entre los judos ese desarrollo se manifestaba en su forma ms extrema. El ensayo de Warshow era un largo comentario a la obra teatral Awake and Sing de Odets y a la situacin de la cultura juda de la ciudad de Nueva York, a la que Harold Bloom, el ltimo heredero de la tradicin de la crtica literaria americana y de la cultura juda neoyorquina, ya no podra aplicar la vieja frmula del Galut (Bloom, 1988: 357). No estar ya en el exilio y, sin embargo, tener un pasado (una carga, un grado mayor de seriedad), era la experiencia comn de los judos de Nueva York en el proceso de aculturacin, como escriba Warshow, en el que estaban inmersos y que Warshow ilustrara con el ejemplo de la experiencia de una comunicacin inmediata que el pblico de Odets tena con sus obras y, como los personajes de sus obras, ya no poda tener con sus antepasados (Warshow, 2002: 28-9). sa era la lnea que divida a los judos de los gentiles como escribira Warshow en el siguiente ensayo, dedicado a resear The Old Country de Sholom Aleichem y que defina la complejidad moral de nuestro mundo (Warshow, 2002: 265). Por contraposicin a esa experiencia, la resea de Brewsie and Willie de Gertrude Stein se centraba en la inocencia. Stein formaba parte de la generacin perdida americana exiliada en Europa en busca de un pasado. Aunque no podra vivir en Amrica deca Warshow, a Stein le ha preocupado siempre Amrica y ser americana (Warshow, 2002: 2823), y los reparos de Warshow a la inocencia de la autora anuncian ya su tema: la inocencia de Stein (como la de Hemingway, objeto de una resea posterior de Warshow) era simplemente un mtodo literario anlogo, en cierto modo, al mtodo que Chaplin empleara para dotar de inocencia a
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Charlot o de un sentimiento de triste dignidad a Calvero. Warshow explorara esta pretendida inocencia en una serie de reseas de novelas menores y tiras cmicas que hoy autorizan las prcticas de los Estudios Culturales y que se resumen en su objecin a tratar la experiencia sin la capacidad para darle significado. Por contraposicin a la inocencia americana de Stein, de Charlot o de los artculos de fondo del New Yorker, la esencia del judasmo tendra casi un carcter formal y podra darle a cada elemento desintegrado de la conducta un lugar en la narracin por excelencia (Essence of Judaism, resea de Burning Lights de Bella Chagall, publicado por Schocken, aparecera en The Kenyon Review en la primavera de 1947.) The Anatomy of Falsehood, la primera crtica cinematogrfica de Warshow y el octavo de sus escritos, apareci en la Partisan Review en el nmero de mayo-junio de 1947. Warshow era, en esta breve obra maestra de la crtica (no slo cinematogrfica), un hombre que ha visto una pelcula que no le ha gustado y que razona los motivos de su frustracin como espectador. A diferencia del espectador, el director de la pelcula (William Wyler, a quien Warshow no cita nunca por su nombre) ve lo que todo debe parecer, pero no puede ver lo que realmente significa, a pesar de haber resuelto, como en general todos los directores de Hollywood, el problema de la tcnica (Warshow, 2002: 127). La tcnica, de hecho, es la que le permite a Wyler falsear la realidad de la poltica. Falsear la realidad de la poltica equivale a carecer de trasfondo y de puntos de referencia, y esencialmente Warshow pone de relieve la misma frustracin a propsito de una pelcula como Los mejores aos de nuestra vida de Wyler que a propsito de Monsieur Verdoux o Candilejas de Chaplin o de Pais de Rossellini, a las que dedicara sendas crticas. Chaplin, como Verdoux, habra quedado atrapado en su propia irona, y si Wyler no haba podido apreciar el significado de la superficie cinematogrfica, Chaplin no habra entendido tampoco las implicaciones de su obra y Rossellini habra tenido que recurrir al sentimentalismo en el tratamiento de sus temas. Todos ellos eran, para Warshow, ejemplos de lo que llamara el legado de los aos treinta. The Legacy of the 30s se publicara en Commentary en diciembre de 1947. Las crticas cinematogrficas precedentes le haban proporcionado a Warshow el convencimiento de que el nivel de la cultura se haba rebajado en la medida en que la posibilidad de entender la relacin con la experiencia propia se haba reducido, de modo que la literatura de la posguerra, que empezaba a edificarse sobre la irona, slo podra dar cuenta de la experiencia de la alienacin de la realidad. Una literatura dira Warshow no puede edificarse sobre la irona (Warshow, 2002: 10), sobre la desconfianza en los propios recursos y an menos en las propias necesidades. El problema al que se enfrentaba el intelectual americano, ante la cultura de masas que le rodea, es, en su significado ms profundo, el problema de su pasado (Warshow, 2002: 5).
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A diferencia de las novelas de Trilling o las pelculas de Wyler, Chaplin o Rossellini, Warshow descubrira en las pelculas de gngsters que an no haban recibido el nombre de film noir una cualidad mucho ms sincera, que compartan con las pelculas de gnero y especialmente las del oeste: no apelaban slo a la experiencia de la realidad del pblico, sino que, de una manera mucho ms inmediata, apelaban a la propia experiencia del gnero, que haba creado su propio campo de referencia (Warshow, 2002: 100). Esta referencia genrica falta por completo en las grandes pelculas de la posguerra y resultara casi obscena a propsito de The Illegals de Meyer Levin, una pelcula documental que registraba la huida de un grupo de judos desde Polonia hasta Haifa que quedaran retenidos indefinidamente en Chipre por las tropas britnicas, sin puesta en escena, sin incidentes, slo con un destino. The Flight from Europe es tanto una crtica cinematogrfica como un estudio sobre el judasmo en el exilio, que se apoya en la idea de que el espectador es tambin un superviviente y de que, sin embargo, lo que verdaderamente importa no es tanto sobrevivir como restablecer la humanidad (Warshow, 2002: 219). A propsito de este restablecimiento de la humanidad, Warshow escribira una de las frases ms conmovedoras del libro: Al huir de su pasado, estos judos estn obligados a reconstituirse a partir de la nada, a lo sumo con meros deshechos, una amalgama apresurada y burda de la anticultura de los campos [de concentracin] y de la (para ellos) mtica cultura de Palestina. (Warshow, 2002: 217). A la crtica de la pelcula de Levin (una pelcula con su propia historia de robos y desapariciones, que hoy forma parte de los archivos y museos del Holocausto) le seguira una crtica de Dies Irae de Dreyer, The Enclosed Image. La imagen encerrada es el nombre que Warshow le da a la paradoja esttica que descubre en la pelcula y que adquiere un sentido ms profundo si se lee a continuacin de la crtica de The Flight from Europe. Dreyer trataba de crear un drama puro con la sola imagen, de la que estaba excluido, precisamente, el drama humano o el hecho de que los seres humanos viven en el tiempo y, en consecuencia, tienen pasado y futuro. Warshow dira que la imagen sola no basta y que el cine como luego retomara Cavell es un medio esencialmente dramtico y no slo visual. A la fatalidad visual de Dreyer Warshow poda oponer el drama documental de Levin y tambin la respuesta del espectador. En las pelculas, dira Warshow del arte del cine, por deseable que sea la respuesta a las complejidades estticas de la tcnica, los valores puros no son superiores al inmenso poder de comunicacin del medio cinematogrfico, a la importancia esencialmente esttica del contenido de la pelcula (Warshow, 2002: 237, 287). Las imgenes puras de Dreyer seran, para Warshow,
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casi comparables a las imgenes de violencia de los cmics, y el verdadero problema sera menos un problema de apreciacin que de falta de apreciacin y de placer. Ninguna pelcula, escribira Warshow, puede desaparecer en la abstraccin... La pantalla no permite el vaco. Lo que la cmara reproduce tiene siempre, en el sentido ms literal, la apariencia de la realidad (Warshow, 2002: 147). En The Movie Camera and the American, que se publicara en Commentary en marzo de 1952, Warshow resumira el contenido terico de todas sus crticas cinematogrficas anteriores. Es, de hecho, una parfrasis de The Anatomy of Falsehood, a propsito del trabajo de los mismos actores Fredric March, Dana Andrews en distintas pelculas (de Los mejores aos de nuestra vida a Muerte de un viajante y No quiero decirte adis), en las que deban actuar como el americano representativo (Warshow, 2002: 157). (En su siguiente crtica cinematogrfica, Father and Son and the FBI, Warshow ampliara parte de la crtica a No quiero decirte adis a propsito de Mi hijo John de Leo McCarey.) Warshow analiza tanto el sentimentalismo del pblico masificado como el idealismo del pblico educado, la falsedad pesimista y la inocencia, el fracaso secreto y la melancola serena, la reluctancia a darle al mundo real lo que mereca y las exigencias de ese mismo mundo que constituan toda nuestra experiencia (Warshow, 2002: 158). En la contraposicin entre Arthur Miller y Samuel Goldwyn, Warshow sealaba que era No quiero decirte adis la que lograba un contacto inmediato con la realidad material que, en el mundo que conocemos, es la nica base posible para la literatura y el drama serios (Warshow, 2002: 158). Warshow alcanzara los lmites de la interpretacin de la falsedad en The Idealism of Julius and Ethel Rosenberg, publicado en Commentary en noviembre de 1953, cinco meses despus de la ejecucin del matrimonio, acusado de entregar secretos nucleares a la URSS. Cualquier lector de El libro de Daniel de E. L. Doctorow tendra reparos al ensayo de Warshow y es, sin duda, el texto que incluso sus lectores incondicionales preferiran que no hubiera escrito, a pesar de que no contiene una sola lnea argumental que Warshow no hubiera avanzado en sus ensayos anteriores: la absoluta y dedicada alienacin de la verdad y la experiencia (Warshow, 2002: 51) de los Rosenberg no sera ms que el resultado paradigmtico de la abdicacin de las aspiraciones elementales de toda una generacin. Warshow no entrara en ningn momento a considerar si los Rosenberg haban sido juzgados con equidad; se limitara a leer como crtico y como ser humano la edicin de su correspondencia de la crcel, y si bien su valor literario era, obviamente, nulo, la crtica de Warshow y su decepcin como ser humano seran anlogas a la crtica de la conciencia liberal en El crisol de Arthur Miller. En ambos casos se trataba de un juicio convertido en ordala y en ambos casos Warshow estara ms interesado en la verdad que los supuestos abogados defensores (Anastaplo, 2004: 313-329).
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El carcter retrospectivo de la poca y de la experiencia de Warshow se resumira en el ltimo de sus ensayos, Re-Viewing the Russian Movies, que quedara inacabado a su muerte y con el que nuestra lectura debe concluir. Se public pstumamente en Commentary en octubre de 1955. El ensayo como el dedicado a su padre empezaba con una cita terrible de Lev Bronstein, una maldicin a todos los marxistas y a todos aquellos que endurecen y secan las relaciones humanas (Warshow, 2002: 239). (Warshow citaba a Trotsky por su nombre real, su nombre judo). Todos los temas de Warshow se dan cita en sus pginas: es una crtica cinematogrfica o, como diramos ahora, un estudio sobre cine (Si hubieran tenido la oportunidad [Eisenstein, Pudovkin y Dovzhenco] habran hecho un bonito montaje con mi cadver y le habran dado significado: su significado y no el mo, Warshow, 2002: 240); es, tambin, un ensayo sobre el judasmo (Me di cuenta de que poda entender, por primera vez, lo que tiene que haber significado para los judos vivir entre esos campesinos [Warshow se refiere a la pelcula La tierra de Dovzhenco] continuamente a expensas de su rabia, Warshow, 2002: 251) y, desde luego, un ensayo sobre la realidad de la poltica sometida al patetismo y la irona de aquel enorme fracaso histrico que ahora pesa sobre nosotros tan peligrosamente (Warshow, 2002: 240). La irona reobraba sobre el propio Warshow: Cada destello de entusiasmo de aquella revolucin ilumina de golpe la terrible broma de las aspiraciones y de las debilidades humanas, y resonar en nuestros odos, precisamente de esta forma, hasta que muramos (Warshow, 2002: 240). Pero, sobre todas las cosas, era una escritura de ensayo sobre la experiencia y la imposibilidad de la experiencia. El tiempo suele poner fin a los libros inacabados. En la ltima pgina del ensayo (que no es la ltima pgina de La experiencia inmediata segn se ha editado), Warshow se refiere a una secuencia terrible de La tierra. El asesino de Vasili, el campesino progresista, torturado por el remordimiento, confiesa su culpa en el funeral, a odos de todos los asistentes, que acaban de or que Vasili era un hroe. Pero nadie le escucha. El asesino, como todos los enemigos del pueblo, no existe. (Warshow dice, citando a Orwell, que se ha convertido en una no-persona.) Al no lograr atraer la atencin, el asesino prosigue su enloquecida huida en la distancia, disminuyendo hasta convertirse en la figura de un insecto en el fondo de la pantalla, bailando frenticamente hacia delante y hacia atrs, mientras sobre l se levanta el vasto paisaje de la frtil Rusia (Warshow, 2002: 252). La literatura anterior a la revolucin habra puesto al asesino en primer plano. Con su difuminado, el cine liquidaba, sin embargo, el valor de la tradicin en la herencia cultural. Warshow habra dicho que referirse con ello a la revolucin traicionada era carecer de vocabulario. Cuando La experiencia inmediata se public por primera vez, en 1962, los tiempos, una vez ms, estaban cambiando.
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Precisamente, como se examina el cuarto captulo, es la crisis del Estado-nacin, provocada y alentada por la globalizacin, la que permite que el concepto de sociedad civil se haga operativo y rompa con la tradicin decimonnica europea. Es decir, la nueva sociedad civil sera el ensamblaje de identidades sociales de una determinada comunidad, comprometidas con el desarrollo equilibrado de la democracia y la justicia social, encargada de luchar simblicamente contra el Estado liberal que tanta burocracia y oligarqua poltica ha generado. De hecho, como se defiende en la obra, son los propios regmenes capitalistas los que socavan las representaciones de las comunidades que pertenecen a la categora subalterna. Como muy bien seala John Beverley, en algunas ocasiones sociedad civil no coincide con el concepto de grupos subalternos, sobre todo en Latinoamrica, en la que se entrecruzan las reivindicaciones de las ONG, sindicatos, grupos altermundistas y las exigencias de respeto y consideracin de las comunidades indgenas que se mueven por otros smbolos absolutamente diferentes. Y ah reside el distanciamiento de Nstor Garca Canclini respecto de los estudios subalternos. Para el autor argentino, el poder de gestin busca superar la dialctica binaria implicada en la dicotoma lite/subalterno. l pretende deconstruir las categoras de subalternidad y hegemona. Siguiendo a Homi Baba, el concepto que mejor singulariza a la cultura popular es el de hibridez. La hibridez como seala Garca Canclini en su libro Culturas hbridas- designa formas socioculturales en las cuales lo tradicional y lo moderno estn mezclados y que estn localizadas necesariamente en la sociedad civil en lugar de en el Estado o en los aparatos ideolgicos del Estado. En definitiva, en este captulo cuarto se plantean dos opciones distintas para observar el mismo fenmeno. De un lado, la opcin que nos plantea Nstor Garca Canclini y Homi Baba y, de otro, los postulados que nos ofrece el italiano Antonio Gramsci. La desconexin entre la idea de nacin y la heterogeneidad de sus poblaciones reales y los tiempos mixtos en los que ellas viven es designada por Gramsci como una desconexin entre lo nacional y lo popular. El pensador argentino prefiere superar ese lenguaje (anclado segn l en la dicotoma modernidad/tradicin) y apuesta por la idea postmoderna de pastiche. De ah que apueste por las formas interdisciplinarias de abordar la cultura, lo que vendra a componer el cuerpo fundamental de las ciencias sociales nmadas, por decirlo en la herldica de Deleuze. Si no matizamos bien las posturas podra caerse en el flagrante error de equipar intelectualmente el concepto de transculturacin (vinculado a la idea de mestizaje como esencia de la identidad sobre todo en Amrica Latina) propuesto por Rama y Ortiz y el de hibridez. No son equiparables ni estn en el mismo nivel discursivo: mientras que la transculturacin es un elemento ms que refuerza el poder integrador del Estado-nacin, la hibridez es un proceso que
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interpela y critica la representacin del Estado y todo su aparato ideolgico. Con la transculturacin no se rompe con la idea hegemnica de una entidad dominante, mientras que con la hibridez las personas y sus colectividades estn en el mismo nivel discursivo que el Estado. Pero como acertadamente apunta John Beverley, las contradicciones y las luchas sociales son tambin luchas en la cultura y en la sociedad civil. Es decir, las luchas en el puesto de trabajo, las reivindicaciones por los derechos tnicos de una comunidad, la batalla feminista por la conquista de la igualdad siguen siendo disputas intelectuales y reales que dependen, para comprenderse en plenitud, de la lgica dominacin y subordinacin; de la dicotoma contradiccin y negacin que caracterizan a las identidades subalternas. Son, por tanto, aspiraciones binarias a la par que hbridas. La globalizacin, al reducir los estndares de vida de grandes sectores de la poblacin e intentar homogeneizarlos, es una amenaza a este tipo de ciudadana cultural. Para el autor de este ensayo, el planteamiento de Guha, cuya afirmacin tiene la particularidad de considerar que las insurrecciones subalternas no se deben estudiar como un proceso que desea ir desde una posicin subalterna a una hegemnica, es una propuesta con carencias. De un lado, es un acierto considerar que esa insurreccin no pretende un estado como el Estado-nacin, pues en ese caso sera sustituir una forma hegemnica por otra. Mas el planteamiento de Guha posee una gran falla, segn Beverley, puesto que identifica al subalterno con el pueblo, es decir, considera que ste constituye un potencial bloque hegemnico y unitario. Sin embargo, el subalterno designa una particularidad de lo esquinado respecto de algo, experimentada como identidad, como nexo de unin. En definitiva, lo subalterno identifica a un sujeto que no es abarcable ni como pueblo (en el sentido totalizador que ste ha tenido en el discurso nacionalista) ni tampoco dentro del concepto de ciudadano de la racionalidad comunicativa de Habermas. La ecuacin entre sociedad civil, cultura letrada y hegemona, oculta lo esencial que radica en comprender al subalterno como el sujeto que se dirige necesariamente contra lo que debe entenderse por cultura y valores culturales por los grupos dominantes. El subalterno sera un sujeto que nada tiene en comn con un pasado idlico y, adems, se resiste a ser incorporado por las disciplinas normativas de la modernidad. A esta forma de posicionamiento Beverley la denomina multiculturalidad, aunque aclara inmediatamente, que debe entenderse dentro del mismo mbito en el que Latinoamrica y Europa conciben el concepto de interculturalidad, es decir, como una propuesta de diversidad proyectada desde abajo por los movimientos sociales. Estas son las grandes apuestas de un libro diferente, que hace pensar en cmo y por qu se impone el saber acadmico letrado sobre otros tipos de saberes, por lo menos, tan legtimos como el que defienden los aparatos ideolgicos de los Estados-nacin hoy sometidos a la globalizacin.
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de manera tan excluyente que ya no vemos la realidad porque slo planteamos preguntas acerca de su origen y desarrollo (pp.22). Por ello, el autor evita en todo momento la concepcin abstracta y puramente formal de un determinado problema, mostrando la urgencia vital y el fundamento histrico y terico del tema que pretenda analizar. La reflexin que nos ofrece Grassi tiene sentido nicamente porque la duda abrigada por l acerca de la validez universal de las categoras histricas europeas naca de una clara percepcin de la historicidad como carcter distintivo de la existencia del hombre. Una historicidad que se le mostraba no tan solo como la temporalidad propia de todo quehacer humano, sino ante todo como la diversificacin de las situaciones que afectan al hombre en los diferentes tiempos y lugares, as como tambin las de las respuestas que l debe dar en unos y otros casos a los desafos que las circunstancias le presentan. No estamos habituados, sin embargo, a considerar esta clase de medicin como subjetiva e insuficiente? Pues bien, aqu ocurre exactamente lo contrario (pp. 24), la novedad para nosotros es la imposibilidad de medir temporalmente la distancia. Para responder adecuadamente a estos desafos, Grassi considera que los seres humanos han de comunicar su apreciacin de las situaciones y de los posibles cursos de accin que ellas deben suscitar, con el fin de recibir una respuesta de otros hombres y generar as un dilogo que permita identificar y valorar cada situacin y las acciones correspondientes. Por consiguiente, el dilogo fue siempre, a juicio de Grassi, el terreno ms frtil para que brote el pensamiento filosfico. El dilogo entendido como comparacin de ideas, opiniones, experiencias y puntos de vista diferentes, y en el cual el autor incluye tambin la lectura inteligente, como un dilogo con un autor que no est fsicamente en presencia, pero que s lo est a travs de su palabra escrita. En este sentido, a travs del dilogo se aclaran conceptos, se resuelven confusiones, se muestran nuevas posibilidades de comprensin y, en suma, se enriquece nuestra percepcin de la realidad. Y aqu entramos en uno de los aspectos clave para Grassi; ya que entendemos por realidad todo lo que es asible, visible, audible y sonoro. Pero en su experiencia americana, Grassi constata que la ciencia de la naturaleza no agota la realidad lo cual, por su tradicin cultural europea, le perturba. Lo mensurable no agota la realidad en cuanto tal, a pesar de ser el resultado de un procedimiento, de una accin que procura aprehender y comprender lo real (pp.29). Fue justamente el desengao del europeo respecto de su propia tradicin cultural, hecha aicos por la guerra, lo que condujo a Grassi a concebir la posibilidad de un dilogo entre Amrica Latina y Europa. Aspiraba a un dilogo en que, desde Amrica, no adoptara la actitud colonial de mera imitacin de los modelos europeos, sino que pudiera constituirse en una advertencia para que Europa no continuara en su loca carrera de autoaniquilacin. Pero la experiencia de Grassi en Brasil le llevo
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a la decepcin de comprobar que, a travs de los aos, los pases latinoamericanos insistan en imitar a Europa en el camino de los errores que sta ya haba recorrido. lo que confirmaba su escepticismo sobre la posibilidad de dilogo entre Europa y Latinoamrica, en favor de una tendencia al monlogo por ambas partes. Para Grassi el hombre latinoamericano viva inmerso en una realidad mtica y no histrica. Entendiendo que la historia es el registro de lo transitorio, de lo irrepetible, del permanente devenir, entonces la forma de vida americana exclua toda dimensin histrica, haciendo al hombre americano esencialmente ahistrico. Es el destino del hombre que ha perdido su propio espacio y su propio pasado, que se encuentra lleno de temor y de presentimientos, temblando ante todas las cosas porque todo parece indeterminado y carente de lmites (pp.42). De aqu resulta que la valoracin del tiempo es del todo diferente en Amrica y Europa. El comienzo y el fin de la historia se confunden aqu de tal manera que las categoras histricas se hacen cuestionables, pues ya no se ve en parte alguna aquello que permite fijar un inicio y un trmino (p.44). En Amrica la naturaleza se impone, a despecho del hombre, con una fuerza que genera una objetividad propia. La naturaleza nos obliga a emprender acciones determinadas no slo para que podamos afirmarnos o conocer el sentido de la vida, sino tambin para que por este medio nos realicemos nosotros mismos (p.30) y con ello la posibilidad de una naturaleza de la que nuestras ciencias naturales seleccionan nicamente un pequeo fragmento, y lo abultan de tal modo con su solidez que llegamos a tenerlo por la naturaleza propiamente tal (p.31). El americano no espera dominar ni humanizar la naturaleza, ms bien se somete a ella y, al hacerlo, la percibe como una realidad concreta que se sustrae a las abstracciones cientficas. En aquella naturaleza los hombres no deseaban nada; estaban contentos y sosegados, no aspiraban a conocer la vida, como lo hacemos nosotros, porque su vida estaba perfectamente satisfecha (p.52). Grassi habla de tres aspectos de la naturaleza; la naturaleza como inagotable y que jams podremos abarcar en su ser; la naturaleza en cuanto se muestra diferenciada en los diversos niveles de vida, y en cada caso con una objetividad correspondiente a los mbitos particulares; y la naturaleza tal como se muestra, no mediante los sentidos humanos, sino gracias a los modelos cientficos proyectados por el hombre (p.67). Pero para Grassi la ciencia es creacin europea y no americana. Precisamente porque el hombre americano es ahistrico, la actitud cientfica, que se funda en la historicidad de las teoras y de las hiptesis, as como tambin de los experimentos mediante los cuales la naturaleza es obligada a manifestarse, le es esencialmente ajena. Por ello mismo, tampoco ha sido Amrica la cuna de la tcnica moderna. La historia se revela as como algo no esencial, cuyas categoras se sostienen en una determinada tradicin, y la historizacin con todos sus
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excesos se manifiesta como una enfermedad occidental. En el ritmo de una vida arcaica se experimentaba el orden inamovible del retorno de los meses, de las estaciones, de los aos, -una estabilidad en la que todo cambio aislado es inesencial, porque el devenir mismo manifiesta su eterna identidad (pp.55). Pero la experiencia ahistrica, que el europeo moderno tiende a rechazar por considerarla una etapa ya superada del desarrollo de la civilizacin, posee el privilegio de constituir la medida para evaluar los esfuerzos tendientes a la realizacin de los proyectos humanos. Por eso el espacio ahistrico de la naturaleza puede despertar en el europeo un terror desconcertante. Se cae sbitamente en lo ilimitado cuando la coaccin de las pasiones ya ha sido quebrantada y los objetos ya no comparecen como momentos orientados hacia la finalidad de los impulsos (pp.77). Del mismo modo, cuando el hombre, con toda su subjetividad y sus propios sueos, comienza a sentir que forma parte de aquello que le rodea, queda abolida tambin la distincin entre lo real y lo irreal. El mito, en efecto, se distingue del arte en que no establece un lmite entre la realidad y la irrealidad. En cuanto momento esencial de la creacin artstica, la fantasa consiste, en cambio, en al capacidad de generar otra forma de realidad paralela a la realidad factual (p.63). Se constituye, de este modo, el mbito propio del mito: El mito jams es historia, porque la historia nace del esfuerzo por preservar lo predecible y no permanente (p.63). Al final, como a Grassi, nos queda la duda de si es posible que el mundo humano no est condenado a transformarse en una inmensa colonia de la civilizacin occidental moderna, y sobre todo qu puede decir Amrica respecto a las estructuras bsicas de la existencia humana y de los condicionamientos para la vida del hombre que han escapado a la perspicacia de los pensadores europeos.
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El volumen est dividido en cuatro epgrafes, que tratan respectivamente Nacin, Identidades y Territorio, Ciudad, Ciudadana, Latinoamrica, Hispanismo y Estudios Culturales y Culturas Audiovisuales. A continuacin describimos brevemente las contribuciones de cada apartado: En Nacin, Identidades y Territorio podemos encontrar seis artculos: el primero es una aproximacin sobre las representaciones de los emigrantes e inmigrantes a ambos lados de la frontera que separa Mxico y Estados Unidos, en la que a partir de la narracin de seis casos concretos, Jose Manuel Valenzuela Arce ilustra y reflexiona sobre los problemas de pobreza y marginalidad de este colectivo, pero tambin sobre sus retos y algunos eventos culturales y movimientos sociales que han supuesto victorias a la hora de hacerlos visibles, dignificarlos y empoderarlos como colectivo. En la segunda pieza, Nick Morgan se pregunta hasta qu punto es til la nocin de la hegemona de Antonio Gramsci frente a la teora de la post-hegemona de Ernesto Laclau y Chantal Mouffle. La primera enfatiza la relacin compleja entre coercin y consentimiento, que se juega en arenas poltico-econmicas y tambin culturales. La segunda, rechaza que la hegemona se produzca en el pueblo como entidad unitaria, y propone reemplazarlo por una constelacin de singularidades, una entidad no representable y sobre todo no nacional. Morgan trata de aplicar estas ideas a la realidad social colombiana, que se ha identificado tradicionalmente como lo opuesto a lo colectivo, nacional o hegemnico, en un nuevo contexto, el Uribismo. Argumenta que gran parte de xito del presidente lvaro Uribe est en la apelacin al orgullo nacional y a la construccin de una imagen de nacin y de pueblo que se basa en figuras paternalistas y afectivas. En tercer lugar, Dante Liano ilustra la historia de la construccin nacional en Guatemala, entre nociones de identidad y diferencia entre la poblacin ladina e indgena: en ella tienen cabida el intento de integracin indgena en un modelo nacional ladino, la influencia de los antroplogos latinoamericanos en ese proceso, el papel de la Iglesia en activar socialmente las comunidades indgenas, la represin neoliberal y sus crueles efectos, y tambin las esperanzas liberadas tras logros simblicos, como el Premio Nobel de Rigoberta Menchu, y avances polticos, como la reciente aceptacin legal del multiculturalismo en Guatemala, que se deriva de la firma de la convencin 169 de la Organizacin Internacional del Trabajo. Seguidamente, Javier SanJins C. propone una reflexin lingstica sobre el significado que el eslogan Evo soy yo tiene para la construccin del pueblo boliviano. En el quinto artculo, Bret Gustafson analiza el papel que las reformas educativas han jugado en el resurgimiento indgena en Bolivia y en la actual consideracin del pas como plurinacional. Presta mucha atencin a la Educacin Intercultural Bilinge, que plasmaba planteamientos neoliberales, pero que tambin ofreca un espacio a la interculturalidad, aprovechado por los indgenas bolivianos para reivindicar sus saberes y lenguas como el tronco del aprendizaje. Para cerrar el
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bloque, Mabel Moraa analiza las similitudes que pueden hallarse entre los nuevos movimientos polticos rosas, que combinan planteamientos izquierdistas, indigenistas y populistas. Plantea claves y reflexiona sobre su significado y posibilidades en los actuales tiempos de hegemona neoliberal y globalizadora. Se centra en cmo estas polticas negocian lo local y lo global, tratando de poner lo local en valor y a partir de ah, conectarlo en redes trasnacionales que fortalecen sus posturas. Ciudad/Ciudadana consta de tres aportaciones: en la primera, Rosana Reguillo realiza una reflexin sobre la situacin social actual de Mxico, del que dibuja tres escenarios en los que se sita la violencia narco, la violencia simblica de la campaa presidencial de 2006, y la energa popular que se canaliz en las protestas por la eleccin del candidato Felipe Caldern, y se plasm en la reivindicacin de un nuevo recuento del voto, pensando que favorecera al candidato izquierdista Lpez Obrador. Reguillo analiza los efectos del miedo, la ira y la esperanza en un contexto en el que sentimos una incertidumbre existencial por el descrdito de las instituciones, la violencia y la desigualdad en un marco neoliberal, en el que la verdad transmitida por los medios de comunicacin tampoco pertenece a la mayora de la gente. Por ello, cree que debemos investigar no slo quien controla los miedos, sino tambin los espacios de esperanza. En segundo lugar, Marisa Belausteguioitia se centra en la imposibilidad de traducir uno de los episodios al que se refiere Reguillo: la toma del centro de la ciudad de Mxico DF por el Movimiento de resistencia Civil Pacfica, del 30 de Julio al 14 de Septiembre de 2006, en la que los votantes y simpatizantes de Lpez Obrador, los marginales tomaron el centro. Por ltimo, Susan Hallstead Dabobe nos traslada a la Argentina de 1830-1880, para describir cmo la moda se transforma con cambios sociales tales como la creacin de una esfera pblica, una mayor visibilidad de la mujer en la misma, o la democracia. Por su parte, el tercer bloque, Latinoamericanismo, Hispanismo y Estudios Culturales nos ofrece seis piezas: en primer lugar Santiago Castro Gmez argumenta que Michel Foucault concibe un mtodo de anlisis no jerrquico del poder (que contrariamente a las crticas de tericos como Spivak o Said) enlaza lo micro con lo macro. Gmez reivindica la aplicacin de tal mtodo al anlisis de las realidades postcoloniales lationoamericanas. A continuacin, Abril Trigo argumenta que la Economa Poltica de la cultura no debe quedarse en una postura defensiva, que proteja lo cultural (fundamental para la identidad, los valores y el sentido) de la avidez del capitalismo salvaje. Cree que debe ir ms all y no permitir que el capital sea el referente de la cultura. En tercer lugar, Hernn Vidal plantea la existencia y consecuencias del Neoestructuralismo Econmico. Se trata de una doctrina que acepta que ha de convivir con normas y estructuras que resultan de la hegemona neoliberal, y aprovecha algunas de sus ventajas para introducir elementos
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de justicia social. Vidal problematiza la implantacin de esta poltica en Chile como un nuevo despotismo ilustrado y aboga por que los estudios sobre la produccin cultural latinoamericana tengan en cuenta tanto al Neoestructuralismo como la desconexin que su aplicacin produce en el ciudadano. En cuarto lugar, Ignacio M. Snchez Prado analiza de dnde vienen y hacia dnde van los Estudios Culturales Mexicanos. A continuacin, Ana del Sarto reivindica que la bsqueda de una alternativa al neoliberalismo y a sus efectos, una que cambie las condiciones materiales de fondo en Latinoamrica, ha de partir del cambio social verdadero y orgnico (lo real), y no de la bsqueda de un nuevo paradigma epistemolgico (lo discursivo). Por ltimo, Sebastian Faber ofrece una ilustrativa reflexin sobre la historia de los estudios latinoamericanos, tradicionalmente supeditados a su conexin con Espaa (Estudios Hispnicos) o con Estados Unidos (por inters panamericano). Argumenta que hoy en da existen varias lneas de investigacin que urge acometer y que incumben a Espaa y Latinoamrica, como el trfico humano de Latinoamrica a Espaa, el econmico en sentido inverso y el trasvase e influencia de ideas entre ambos lados del Atlntico. Faber postula la Universidad Norteamericana como un territorio privilegiado para llevar a cabo tales estudios. El ltimo bloque, Culturas Audiovisuales consta de cuatro contribuciones: en la primera, Claudia Ferman describe cmo una serie de polticas culturales impulsadas desde organismos pblicos y privados han aumentado y mejorado la produccin cinematogrfica de Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela. Adems, constata el desarrollo de prcticas audiovisuales que consolidan nuevas formas de representacin, participacin, uso poltico y desarrollo cultural. Ente ellas destaca el encuentro y festival de videos indgenas (Oaxaca, 2006), la puesta en marcha de nuevas cadenas informativas y de contenidos, en Venezuela, Argentina y Mxico, as como la formacin de los Indymedia en distintos pases latinoamericanos. Ferman plantea que el acceso a estos contenidos son el prximo reto y aboga por la creacin de fondos nacionales que los organicen y reproduzcan para usos educativos. A continuacin, Derek Pardue trata las distintas maneras en que el hip-hop brasileo contribuye a construir la identidad negra, negocia con la marginalidad y la violencia presentes en los espacios sociales dnde se desarrolla, y se presenta como solucin frente a la inmersin en la criminalidad. Acto seguido, Sergio R. Franco trata la Cultura Visual y escritura biogrfica en Hispanoamrica a travs de tres usos de lo fotogrfico. Como fin de fiestas, el ltimo artculo de la coleccin nos lleva de nuevo a Brasil, dnde Emanuelle K. F. Oliveira aboga por que las representaciones sociales de la pobreza en el cine tengan una dimensin tica e incluyente. Realiza una comparacin entre Ciudad de Dios, un filme que ha cosechado gran xito mundial, apoyado en una esttica innovadora
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y cierta triviliazacin de la violencia al estilo Tarantino, con otras dos producciones que han pasado ms desapercibidas: Una onda el El Aire y De Paso. Considera que mientras la primera contribuye a asociar criminalidad y narcotrfico a las favelas, las otras dos resisten estos estereotipos, y son ms respetuosas con los habitantes de estos espacios modestos, tratando su complejidad social, retos y esperanzas. Insistimos; como queda patente incluso en esta resea, Cultura y Cambio Social en Latinoamrica conecta la diversidad para hacerla inteligible. El lector se queda con la sensacin de haber obtenido un dibujo conjunto, aunque cosido de mltiples retazos, de cmo los cambios que se estn produciendo en Amrica Latina en cuestiones polticas, culturales y sociales afrontan problemas que, aunque no sean del todo iguales, pueden ponerse en comn. Y sobre todo, el volumen sugiere que el entendimiento y la puesta en marcha de actividades y polticas conjuntas est ayudando a construir una alternativa.
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Periodismo de guerra
Periodismo de guerra
Zoraida Jimnez Gascn (Universidad de Sevilla) ) Pizarroso, A; Sapag, P; Gonzlez M. (2007). Periodismo de guerra. Madrid: Sntesis
que resulten ventajosas para el enemigo, o que deterioren su imagen ante la opinin pblica. De la importancia de esto ltimo los militares fueron especialmente conscientes durante la Guerra de Vietnam. Militares y periodistas son dos colectivos que histricamente, y en el caso de Espaa de manera ms clara, han desconfiado de s mutuamente (pg. 13). Los periodistas piensan que los militares se creen superiores al resto de los ciudadanos y que, adems, se dedican a actividades poco transparentes (ibd.). Los militares, por su lado, ven a los periodistas como gente que slo se acuerda de ellos cuando algo no funciona y que, adems, lo cuentan mal, sea por desconocimiento del tema o para perjudicarlos. Adems, ambos colectivos se acusan entre s de ofrecer slo propaganda. Este desconocimiento mutuo de las labores que desempea cada grupo hace necesaria la especializacin, tanto de los periodistas que cubren conflictos, como de los responsables militares que tratan con los medios de comunicacin. Pero las difciles relaciones entre el periodismo y la defensa dependen no slo de este conocimiento mutuo y de la especializacin, sino que tambin acta como elemento condicionante la historia del pas en cuestin y lo asentada que est en su sociedad la conciencia de defensa nacional. Entre los ciudadanos espaoles no parece haber arraigado la necesidad de contar con un buen ejrcito, mientras que en pases como Francia, Gran Bretaa o Alemania s se valora, en mayor medida, la importancia de los militares y se confa en ellos, lo cual ayuda a la relacin de stos con los medios de comunicacin. A lo largo de todo el libro, los autores expresan la necesidad de entender las guerras atendiendo a sus aspectos comunicativos. O lo que es lo mismo, no podemos ver una guerra como algo aislado donde no inciden ni la informacin ni la propaganda ni la opinin pblica. Cmo entender, si no, la Segunda Guerra Mundial, Vietnam o en general la etapa de la Guerra Fra? Otro aspecto que no se puede obviar es que la historia del periodismo de guerra es la de su mayor o menor adaptacin a la lucha por la informacin que se realiza de forma paralela al conflicto principal. Un conflicto que se manifiesta como un choque de factores (pg. 35). Pablo Sapag, uno de los autores del libro, distingue entre factores exgenos y endgenos (a la profesin periodstica) al analizar las variables que influyen en la labor del corresponsal de guerra. Los factores exgenos son aquellos que dependen en exclusiva de los aparatos de censura y propaganda de los bandos en conflicto (pg. 36). Al no ser factores que el periodista pueda controlar, lo nico que puede hacer es conocer cmo funcionan los bandos en lo relativo a la censura y la propaganda para decidir respecto a dnde, cmo y cundo ir (pg. 37). Por otro lado, los factores endgenos son los propios a la profesin periodstica. Sapag distingue cuatro: el compromiso ideolgico, el medio es el mensaje, la
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relacin del corresponsal con sus compaeros de redaccin y la formacin del periodista. Respecto al compromiso ideolgico, el corresponsal a veces se involucra en el conflicto que est cubriendo, posicionndose, sea llevado por el patriotismo (si su pas interviene) y otras por sus convicciones ideolgicas, lo que le hace perder la neutralidad que sera necesaria. En otras ocasiones se cree l mismo la noticia y su egocentrismo le hace perder el horizonte. El segundo factor endgeno, el medio es el mensaje (MacLuhan), es algo que se est dando cada vez ms en los medios de comunicacin, y no slo cuando cubren una guerra: lo importante, para el medio, es tener presencia en la zona del conflicto como mera cuestin de marketing y competencia empresarial (pg. 41). Esto es peligroso, no slo porque supone una traicin a la sociedad a la que se dirige ese medio, sino tambin para el propio corresponsal, sobre todo si trabaja para televisin: se le piden constantes conexiones en directo para transmitir los avances a travs de los informativos y otros programas. Esto hace que el corresponsal se exponga ms de la cuenta, adems de que no le queda tiempo para recabar informacin en el terreno y, al final, ofrece los mismos datos que manejan en la redaccin, de manera que el nico elemento diferenciador entre estar en la sede de su medio o en el lugar del conflicto es el decorado que hay detrs de l. La relacin del corresponsal con sus compaeros de redaccin (lo que en el libro se denomina la retaguardia) tambin es determinante, porque una mala relacin influye negativamente en la informacin que elabora el corresponsal. Como ltimo factor endgeno, la formacin del periodista, tanto del corresponsal como del que est en la retaguardia, es fundamental. Los conocimientos de geografa, historia, ejrcitos y armamento, supervivencia, etc. resultan imprescindibles para cubrir correctamente un conflicto. En el libro se destaca la importancia que a esta formacin le dan medios como la agencia Reuter que, desde que ha hecho obligatoria la asistencia a un curso de supervivencia, ha visto reducido notablemente el nmero de corresponsales muertos en conflictos. En Periodismo de guerra se habla de conflictos como las dos Guerras Mundiales, la Guerra Civil espaola, Corea, Vietnam, Malvinas, la Guerra del Golfo, los Balcanes y las recientes guerras en Afganistn e Iraq. La guerra es un concepto que el imaginario colectivo entiende como legtimo, pero cuya definicin tradicional cambi a raz de los atentados del 11 de septiembre, despus de los que, tanto EEUU como los terroristas, quisieron hablar de guerra para legitimar sus acciones. El libro hace un buen repaso de los medios utilizados para la informacin de guerra y comprobamos, con ejemplos histricos, la importancia que tuvieron y todava tienen la prensa, la radio, la televisin e Internet. Todos estos medios han sido o son usados, tanto por los aparatos
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de censura de los bandos enfrentados, como por los periodistas. Cada medio ha marcado una guerra y una poca. As, la prensa fue el medio primigenio, el de los primeros corresponsales all a mediados del siglo XIX. La radio como arma de guerra y como medio informativo se estren con la Guerra Civil espaola, pero el conflicto radiofnico por excelencia fue la Segunda Guerra Mundial. La guerra de la televisin fue Vietnam y aquel medio se convirti en un incmodo invitado en el teatro de operaciones, puesto que sirvi para configurar un movimiento antiblico. Internet, por su parte, ha supuesto un cambio en la forma de elaborar la informacin, de difundir la propaganda e incluso ha facilitado la aparicin de un nuevo tipo de conflicto, la llamada guerra en red (pg. 127), que lleva asociada una propaganda en red, de la que es buen ejemplo la llevada a cabo por el EZLN en Mxico. Para cerrar este apartado sobre los medios usados en la informacin blica, tampoco hay que olvidar la importancia de la fotografa de guerra, que no ha quedado desbancada por la televisin y que sigue vigente como demuestra el prestigioso World Press Photo, en el que la mayora de las fotografas galardonadas son de guerra. Toda esta base terica sobre las relaciones entre la guerra y el periodismo se desarrolla en los primeros ocho captulos de Periodismo de guerra. Pero las nociones prcticas, aquellas que servirn al corresponsal cuando tenga que cubrir un conflicto, las encontramos en el ltimo captulo del libro. En l se habla del estatuto jurdico del periodista cuando trabaja en una guerra, se ofrecen indicaciones sobre documentacin y material, y sobre todo, se incide en las cuestiones de seguridad cuyo conocimiento puede salvar la vida al corresponsal. Algunas parecen obvias (por ejemplo, si el corresponsal va en un vehculo no blindado, las ventanillas tienen que ir bajadas, porque si un francotirador dispara y falla, los cristales causarn heridas), pero no est de ms recordarlas al inexperto corresponsal por aquello de que ms vale prevenir que curar. Tambin se recuerda que el corresponsal no es un hroe y no tiene que demostrar su valenta a nadie. Tampoco est en una guerra para ayudar o posicionarse, sino para hacer su trabajo, que es informar. Ninguna informacin vale la pena como para bajar la guardia y ponerse en situaciones peligrosas, porque el medio de comunicacin para el que trabaja no se lo agradecer ya que, siguiendo la mxima de MacLuhan de que el medio es el mensaje, su empresa probablemente slo le exigir que est en la zona de conflicto en calidad de decorado. Pero exponerse a los riesgos es algo habitual en las ltimas guerras, frecuentemente por la competencia desmedida entre los medios y la necesidad que los free-lance tienen de ofrecer material exclusivo. Periodismo de guerra resultar un libro atractivo para quienes estn interesados en las relaciones entre comunicacin y defensa, porque combina cuestiones tericas y prcticas relacionadas con el periodismo blico. No
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ahonda ni en unas ni en otras, pero es til para introducir al lector en esta profesin. Todo periodista que piense trabajar en un conflicto armado debera leerlo porque, aunque no es un manual de supervivencia para corresponsales, s es una buen inicio para adquirir nociones mnimas adems de valer como gua a la hora de buscar ms informacin. Y sobre todo, servir a todos los periodistas para tomar conciencia de su posicin, histricamente inferior, frente a los militares. Ojal sirva para cubrir las carencias, denunciadas en el libro, de formacin, conocimiento y anlisis.
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REVISTA IC
Revista I/C
Presentacin
Estructura
Claves
eccin dedicada al anlisis de temas o lneas de investigacin estratgicas del campo de la informacin y la comunicacin con vocacin innovadora y transversal, abordando terica y epistemolgicamente las claves fundamentales de la investigacin comunicolgica.
Selecta
ncluye aquellos trabajos que tratan de dar cuenta de los estudios y avances cientficos especializados, dirigidos por expertos en las diversas reas de investigacin en comunicacin. Esta seccin est pensada tambin para el descubrimiento de nuevos valores y abierta a colaboraciones externas.
Antolgica
a seccin "Antolgica" tiene por cometido recuperar la memoria periodstica y de la comunicacin social, reeditando y reinterpretando textos
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Revista I/C
o imgenes relevantes del pasado de la historia social de la informacin, en mbitos cercanos o ajenos al nuestro.
Bibliogrfica
eccin de recensiones y miscelnea de publicaciones peridicas. I/C pretende erigirse en un espacio abierto de anlisis de la produccin cientfica original, revisando la diversidad de los trabajos editoriales ms relevantes y singulares del campo acadmico a nivel internacional, con especial atencin al mbito espaol e iberoamericano.
Addenda
eccin incorporada excepcionalmente para dar cabida a trabajos acadmicos o de otra ndole que, a criterio del Consejo de Redaccin, merezcan ser publicados, incluso si no se ajustan a las lneas temticas propuestas para cada nmero.
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6. Los trabajos se presentarn en papel y/o en soporte informtico (formato Word), dirigidos a los correos electrnicos del director o directores de la seccin en la que se desea publicar el trabajo (vase Directorio de I/C en los crditos de la revista). 7. Los autores son los nicos responsables del contenido de los artculos.
Citas
1. Las notas de los trabajos publicados irn a pie de pgina. 2. Las referencias bibliogrficas de cada texto irn al final del mismo, ordenadas alfabticamente, adecundose a los siguientes ejemplos: Libros: Apellido, I., Apellido, I. y Apellido, I. (1995). Ttulo del Libro. Ciudad: Editorial. Durandin, G (1995). La mentira en la propaganda poltica y en la publicidad. Barcelona: Paids. Captulos de libro: Autores (ao). Ttulo del Captulo. En I. Apellido, I. Apellido y I. Apellido (Eds.), Ttulo del Libro (pp. 125-157). Ciudad: Editorial. Singer, M. (1994). Discourse inference processes. En M. Gernsbacher (Ed.), Handbook of Psycholinguistics (pp. 459516). New York: Academic Press. Artculos de revista : Autores (ao). Ttulo del Artculo. Nombre de la Revista, 8, 215232. Pizarroso Quintero, A (2001). Intervencin extranjera y propaganda. La propaganda exterior de las dos Espaas. Historia y Comunicacin Social, 6, 63-95. Artculos en prensa: Touraine, A. (2005, 12 de junio). La impotencia de la socialdemocracia europea. El Pas, pp.16-17. Internet: Las citas en el interior del texto se realizan de la forma habitual: Gibaldi (1998), (Smith, 1991, 1992a, 1992b, 1997), (Gmez et al., 1999), etc.
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Marcos-Marn, F. (2005). Tecnologa digital y cambio en el mundo islmico. Telos (63). [publicacin en lnea]. Disponible desde Internet en: <http://www.campusred.net/telos/editorial.asp> [con acceso el 12-06-2005]. Citas en el texto: Vzquez (1993) seala que (idea no textual). Vzquez (1985 citado en Jimnez, 1990) seala que Si se hace referencia a dos obras del mismo autor y ao: (Vzquez, 1990a): primera obra citada (Vzquez, 1990b): segunda obra citada. Si la cita es textual, debe ser puesta entre comillas y sealar el nmero de la pgina de dnde se extrajo: Entendemos por destinatarios de la mentira simplemente a las personas o grupos a quienes el emisor intenta engaar (Durandin, 1995, p.29). Tambin: Durandin (1995) seala que entendemos por destinatarios de la mentira simplemente a las personas o grupos a quienes el emisor intenta engaar (p.29). Cuando se citan artculos de publicaciones mensuales, debe ponerse el mes de la publicacin despus del ao, separados por coma: (1993, junio). Cuando se citan artculos de diarios, debe indicarse el da de la publicacin: (1993, 3 de junio).
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