Obsesión Por El Brillo y La Higiene
Obsesión Por El Brillo y La Higiene
Obsesión Por El Brillo y La Higiene
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blanca y ultra iluminadora hace de vehículo y apura el paso de los peatones que
entran a los supermercados y a los almacenes a comprar. Esta luz que no da sombra,
luz de neón, es el vehículo expedito del siglo XXI, obsesionado con el brillo, la
limpieza, la higiene a fondo.
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Ponto, enemigo de los romanos] y a los venenos aclimatados, al queso y su noble
corrupción. Es la dicotomía de lo sucio y lo limpio, vivida, asumida por el horror de lo
pestilente y la cura del aire en las alturas; la dicotomía de lo alto y de lo bajo, en breve,
la partición en general es la enfermedad. El infierno es la separación del paraíso y el
infierno. La sabiduría y la verdad científica aclimatan lo venenoso, lo blando, lo podrido,
lo corrompido, el mal, y la enfermedad misma; los dejaban hacer a ellos solos, en el
subterráneo de lo invisible, en lo oscuro, lo viscoso, lo hediondo; con ello dan confianza
a la vida y obtienen de ella esta fiesta [queso francés] que uno gusta, prueba. Saber lo
sano más allá de lo aséptico, lo fuerte más allá de lo protegido… (Serres, p. 179-180).
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terrorismo de las apariencias.” (p. 100). ¿Cuál es la, novedosa, idea? “Preconizamos
no solamente una socio-educación orientada hacia la ‘recuperación’ de los
desperdicios (remendar, etc.), sino sobre todo una psicoterapia, gracias a un contacto
con lo simple y lo desvalorizado; el enfermo mental sufre de un exceso de
complicaciones y rumias. La presencia, cerca del enfermo, de lo que está deteriorado
podría apaciguarlo o inmunizarlo con la condición de que acepte volverlo a sacar de
su noche (material). ‘Ergoterapia’: curar el adentro con el afuera. Posible enganche
entre dos tipos de desterrados, despreciados”. (p. 25)
Luis Tejada, en una crónica acerca de la higiene escrita en abril de 1920, dice que:
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Cano, Nueva Antología de Luis Tejada, Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p. 124-
125).
D.H. Lawrence escribe hacia 1925 un ensayo donde indaga acerca de los orígenes
de la moral moderna, y descubre el puritanismo en el origen de esta moral burguesa,
afincado en Inglaterra, en el norte de Europa y en los Estados Unidos. Para fines del
siglo XVI (1580-1600), nos dice este autor que la sífilis había hecho estragos entre la
nobleza. A ella le gustaba viajar y experimentar y tenía gustos bizarros en materia de
amores. De manera que la pústula entró en la sangre de la nación. Más tarde,
penetró en la conciencia e hirió la imaginación vital. En esta cantera, en esta caldera
de terror-horror se cocinó el puritanismo. La conciencia humana sufrió por esto, la
intuición y el instinto sufrieron por esto, y sufrieron las relaciones entre las personas,
pues el conocimiento y la atracción entre ellas se basan en la intuición, en el instinto.
La moral moderna que fructificó en Inglaterra y en el Norte de Europa, en Suecia, en
Dinamarca, en Noruega, en Finlandia, países estos con una larga y fuerte tradición de
religiones protestantes austeras y severas, tiene sus raíces en el odio, revela D. H.
Lawrence, en un odio hondo y maligno al cuerpo instintivo, intuitivo y procreador. Así
pues, la dupla de miedo y odio medraría, tenaz, en el corazón de toda conciencia
burguesa. Ambos adoptaron apariencia austera y se convirtieron en moral.
Al animal que hay en nosotros, ese animal que componemos con lo que hacemos,
le gusta oír, ver, oler y saborear: con la vista mide las distancias, con su olfato se guía
para discernir, para estimar, para descubrir por dónde va y de dónde viene cuando
camina, con el sabor sabe a qué atenerse. Hay amor cuando el amante gusta de oler
ese poco de mal olor que exuda el otro cuerpo. Esa obsesión por los pubis afeitados,
una repulsa al animal que hay en nosotros, tal parece una motivación puritana
racionalista, idealista y malsana. Más vale una irreligión pagana, o simplemente
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terrenal, a lo Walt Whitman: Me doy al barro/ para crecer en la hierba que amo./ Si
me necesitas aún,/ búscame bajo las suelas de tus zapatos.
Bibliografía:
Serres, “Una química de las sensaciones y las ideas”, en Hermes IV, 1977. Traducción
de Luis Alfonso Paláu.