Nievas

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De las clases sociales al Partido, en Marx:

una perspectiva

Flabián Nievas*
••

Resumen: En este artículo se aborda el tema de las clases en Marx y Engels vinculán-
dolo con otros dos conceptos: el de fuerza social política y el de partido revolucionario.
Para esto último incorporo los desarrollos teóricos de Lenin. Desde esta perspectiva,
se trata de conceptos vinculados, pero de distinto nivel de análisis. El de clase social
corresponde al materialismo dialéctico, mientras que los de fuerza social política y par-
tido revolucionario al materialismo histórico. Aunque se trata de una secuencia lógica
(clase social-fuerza social-partido), remiten a distintos momentos del análisis, cuya
articulación es compleja. Se propone una construcción teleológica de dicha secuencia,
es decir, que aunque cada categoría implica a la anterior, la anterior no «contiene» a
la siguiente. Como corolario, y siguiendo la misma lógica, se sostiene que el Partido es
externo a la clase que representa.
Palabras clave: Clase social, marxismo, lucha de clases, partido revolucionario, fuerza
social política.

Abstract: This article addresses the issue of social class in Marx and Engels linked
with two other concepts: the politics social force and the revolutionary party. For the
latter incorporated the theoretical developments of Lenin. From this perspective, it
is linked concepts, but with different levels of analysis. The social class corresponds
to dialectical materialism, while the political and social force revolutionary party to
historical materialism. Although this is a logical (social class-social forces-party), refer
to different times of analysis, whose articulation is complex. We propose a teleological
construction of this sequence, ie each category implies that while the previous one, the
former does not «contain» to the next. As a corollary, and following the same logic, it
is argued that the party is outside the class it represents.
Keywords: Social class, Marxism, Class struggle, Revolutionay party, Political social
force.
*. Lic. en Sociología, Magíster en Investigación Social y Dr. en Ciencias Sociales (UBA).
Investigador del Instituto «Gino Germani». Profesor adjunto de la Facultad de Ciencias So-
ciales y del Ciclo Básico Común, Universidad de Buenos Aires. Este artículo sintetiza la terce-
ra parte de mi tesis doctoral «Lucha de clases. Isomorfismo y metamorfosis en las categorías
analíticas de los pensadores marxistas clásicos», dirigida por la Dra. Susana Murillo y defen-
dida en 2009. Mantiene su estructura aunque se han abreviado muchos de sus argumentos.
entramados y perspectivas, vol. 3, núm. 3, págs. 163-190

El problema

Pocos conceptos han sido tan debatidos dentro y fuera del marxismo como el
de clases sociales. Concepto liminar del marxismo, nunca fue tratado sistemática-
mente por Marx ni por Engels, lo que ha generado todo tipo de debates. Se trata de
un problema teórico abierto que, como tal, no tiene una única resolución posible,
sino que puede ser explorado en diferentes direcciones.1 En tal sentido, no pretendo
«resolver» el problema, sino aportar una perspectiva cuya consistencia y coheren-
cia deberá evaluar el lector. Se trata de la sugerencia de lectura desde la cual pensar
un problema que quizás tenga como mayor virtud precisamente su irresolución, por
cuanto invita a pensar constantemente en él.
La irresolución del problema de la clase se liga, como trataré de demostrar,
con otro concepto inacabado en la formulación de Marx y Engels: el de partido po-
lítico. Según Monty Johnstone es posible encontrar al menos cinco modelos de par-
tido en las obras de Marx y Engels (1971: 106/7). Esta variabilidad indica la carencia
de una idea acabada del partido, situación comprensible en el siglo XIX, en buena
parte del cual lo que hoy conocemos como partidos eran entonces sociedades se-
cretas.2 Cuestión que quedó absolutamente a la vista cuando Lenin teorizó sobre
la cuestión del partido, desembarazándose de buena parte de las proposiciones de
Marx y Engels sobre el asunto. No es arbitraria su inclusión en el problema de las
clases, ya que explícitamente intentaron vincular ambos conceptos, imbricándolos
mutuamente.
En los escritos tempranos, Marx presentaba clase y partido como continui-
dad: «en la lucha (. . . ) esta masa se reúne, se constituye en clase para sí misma»
(Marx 1985a: 187). Se pasa, con la lucha, de la clase en sí a la clase para sí; de la
clase constituida por el capital, heterónoma, a la clase autoconstituida, autónoma.
Esta clase autoconsciente, autónoma, autoconstituida, es el partido; sin mediacio-
nes. La lucha simplemente transforma de manera práctica una situación y genera
la otra. De esta manera, la clase ha devenido partido.3
No obstante, el problema de la clase y el partido no se resuelve, ni mucho me-
nos, con este enunciado. Por el contrario, bien parece haberse constituido en un
obstáculo a la hora de pensar uno y otro. Y esto podría deberse a que gran parte de
los autores marxistas no se han atrevido a ir más allá de los escritos específicos en
los que se tratan estas cuestiones, sin indagar en otros aspectos que contienen ele-
mentos vitales para poder explorar estos problemas y, por sobre todo, por intentar
analizar por separado estos conceptos; no porque se encuentren desligados, sino
1. La justeza de cada orientación depende no solo de su consistencia interna, sino tam-
bién de condiciones sociohistóricas que condicionan su aceptación o rechazo.
2. Por entonces era usual organizarse en sociedades secretas. Ambos pertenecieron a
la Liga de los Justos, predecesora de la de Liga de los Comunistas, la que les encargara la
redacción de un manifiesto que vio la luz en 1848.
3. «Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político» (Marx
y Engels 1974: 119), no deja lugar a dudas en cuanto a nuestra interpretación.
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porque el método postula la desagregación de lo real en conceptos definidos, para


luego rearticularlos en la totalidad explicada. Repasemos, entonces, los elementos
presentes en la obra de Marx y Engels sobre clase y partido, y analicemos luego su
mutua implicancia. Todo indica que ha de comenzarse esta indagación por la clase,
ya que el partido deviene, de alguna manera, de la misma.
La primera restricción para encarar el análisis de las clases es que la mayor
cantidad de elementos analíticos se refieren a las clases principales del capitalismo:
burguesía y proletariado. Esto de ninguna manera significa que el capitalismo se re-
suelva solo en estas dos clases, sino únicamente que estas son las clases propiamen-
te capitalistas. El resto de las clases sociales, a las que reconocen en su existencia,
tienden a resolverse en estas dos, pero tender no es asimilarse, sino aproximarse.4
Sobre estas clases fundamentales Engels, en una nota introducida a la edición
de 1888 en lengua inglesa del Manifiesto del Partido Comunista ha dado algunas
indicaciones:

Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, que son los pro-
pietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Por prole-
tarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados
de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para
poder existir. (Marx y Engels 1974a: 111)

Esta definición además de resultar insuficiente, ha dado lugar a equívocos teó-


ricos. Propone caracterizar a la burguesía solo por dos atributos: la propiedad de los
medios de producción y el empleo de trabajo asalariado; y al proletariado por su no
propiedad de medios de producción, que lo compele a vender su fuerza de trabajo.
Esta simplificación ha inducido a pensar que las clases sociales se componen a par-
tir de la posición de los hombres en el mercado. Pero el mismo Marx, nos advierte
sobre la insuficiencia de esa mirada.5 No es en el mercado donde encontraremos
las claves de las clases sociales, aunque ciertamente allí se opera desde estas y, en
consecuencia, podemos ver su impronta (Marx 1985b: 104). Es en el ámbito de la
producción donde las mismas aparecen con toda su densidad. Debemos, en conse-
cuencia, rastrear desde allí.

4. El concepto de «tendencia» elaborado por el análisis matemático es adecuado para


pensar esta función. Gráficamente puede verse en los extremos de una curva asintótica.
5. «En la relación entre capitalista y asalariado la relación dineraria, la relación entre
comprador y vendedor, se convierte en una relación inmanente a la producción misma. Pero
esta relación se apoya, por su fundamento, en el carácter social de la producción, no en el
modo de intercambio; este surge, por el contrario, de aquél». Marx 1988, II: 137. Cf. además,
los capítulos II y IV.3 de 1988, I.
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Las clases sociales

No tenemos espacio para mencionar siquiera las muchas elaboraciones sobre


este problema, dejando al lector esta tarea y su contraste con la que presentamos
aquí, aunque algunas serán mencionadas incidentalmente.
Para meternos de lleno en el tema podemos definir una clase como un conjun-
to de relaciones sociales relativamente homogéneo y estable, distinto de otros con-
juntos igualmente homogéneos endógenamente e igualmente estables, conjunto de
relaciones sociales que se expresa en las condiciones históricas de vida de indivi-
duos concretos. Se trata, en consecuencia, de abordar el problema de las clases no
solo a partir de atributos intrínsecos, sino en relación con otras clases. Pues bien,
si la clase es el conjunto de relaciones sociales, el elemento analítico mínimo es la
relación social, es decir, la vinculación mediada entre el hombre (en tanto elemento
de la especie) y el resto de la naturaleza (que incluye, por supuesto, a los restantes
hombres).6 Desestimamos, en consecuencia, otros enfoques centrados en torno a la
propiedad de los medios de producción.7
Partiendo de esta premisa, encontramos elementos de la teoría de las clases
en la propia especificidad de la especie humana:

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por
lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos
y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida (. . . ). Los indivi-
duos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su
producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que
los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.
(Marx y Engels 1974b: 16)

Para ellos el rasgo característico de la humanidad es la producción de su pro-


pia vida material. Las relaciones primarias son, en consecuencia, las de producción.
Y la obra en que Marx presenta las relaciones de producción en el capitalismo de

6. «En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que ac-
túan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo,
para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir los hom-
bres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones
sociales, y solo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efectúa la
producción». Marx 1974a: 163.
7. «La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción,
de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos». Marx y Engels 1974a: 115.
A partir de allí, algunos como el economista John Roemer abordan el problema de las clases
de una manera, a nuestro juicio, muy pobre; en el capítulo dedicado al estudio de las clases
Roemer (1989: 66) solo dice que «en el marxismo no se define la clase por la riqueza o por el
estatus, sino más bien por la forma en que los agentes se relacionan con la compra o la venta
de la fuerza de trabajo».
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manera sistemática es el libro primero de El Capital. Comenzaremos, consecuente-


mente, considerando las condiciones objetivas de existencia.

Factores objetivos

El capitalismo no se distingue de otros sistemas sociales por la producción


de mercancías, sino porque produce valor. Tan característico es este rasgo que es
prácticamente una tautología: el capitalismo es el sistema social en el que el capital
se autovaloriza (valor que se autovaloriza).8 Estamos hablando de capital, no en su
restringida forma dineraria, sino como relación social (Marx 1988, I: 957; 1974a:
166; 1988, III: 1037/8), esto es, como forma de articulación/mediación dinámica
entre los humanos entre sí y respecto del resto de la naturaleza.9 Para ello debemos
centrar nuestro análisis en la producción de valor.10 La producción de valor original
(diferenciándola de la reproducción de valor) surge del plus de valor que se genera
en el proceso de producción. Marx analiza las dos formas lógicas de generación de
plusvalor: extensiva (plusvalor absoluto) e intensiva (plusvalor relativo).
En la sección III (1988, I), dedicada al plusvalor absoluto encontramos dos
elementos: control del proceso de producción y apropiación del producto social;11
lo que nos arroja cuatro categorías básicas según se cumpla o no cada una de estas
condiciones: quien controla, quien es controlado, quien se apropia del producto,
quien es expropiado. Quien controla y es apropiador es claramente el capitalista
(A); quien es controlado y es expropiado es el productor directo, el obrero (D). Pe-
ro surgen otras dos alternativas: quien controla y es expropiado (B) (por ejemplo,
un capataz)12 y quien es controlado y es apropiador (C) (por ejemplo, un empleado

8. «La producción capitalista, (. . . ) en esencia es producción de plusvalor (. . . )». Marx


1988, I: 320. También «la producción capitalista no solo es producción de mercancías; es,
en esencia, producción de plusvalor», Ídem: 616. Pueden leerse pasajes similares en Marx
1988 II: 141; III: 1117; Marx 1985b: 3 y 101.
9. «El capital como valor que se valoriza no solo implica relaciones de clase, determi-
nado carácter social que se basa en la existencia del trabajo como trabajo asalariado. Es un
movimiento, un proceso cíclico a través de distintas fases, que a su vez encierra tres formas
distintas del proceso cíclico. Por eso solo se lo puede concebir como movimiento y no co-
mo cosa estática. (. . . ) El valor atraviesa aquí distintas formas, distintos movimientos, en los
cuales se conserva y al mismo tiempo se valoriza, aumenta». Marx 1988, II: 123.
10. La existencia del valor implica la existencia de clases sociales, por cuanto el valor «se
manifiesta auténticamente como una gelatina de trabajo humano indiferenciado» [Marx
1988, I: 77], es decir como producto no de una persona en particular, sino de una determi-
nada clase de agente social, indeterminado en su particularidad.
11. El «proceso en el que el capitalista consume la fuerza de trabajo, muestra dos fe-
nómenos peculiares. El obrero trabaja bajo el control del capitalista, a quien pertenece el
trabajo de aquél (. . . ). Pero, en segundo lugar, el producto es propiedad del capitalista, no
del productor directo, del obrero» (Marx 1988, I: 224)
12. Algunas figuras del proceso productivo, como ingenieros, capataces, técnicos, etc.,
son y no son parte de la clase obrera, o, si se prefiere, están diferencialmente integrados a
la misma. Por una parte, son personificación del capital (cf. Marx 1988, I: 512/3, 517, 518 y
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de comercio).13 Se abren, en consecuencia, dos situaciones: las dos primeras (A y


D), sobre las que no caben dudas de su ubicación, y las dos últimas (B y C), que
tensionan la simplicidad de las anteriores. Es menester mirar con más cuidado el
problema. Marx ofrece otros elementos para considerar esta cuestión. Todo control
denota una jerarquía; la potestad de ordenar y ser obedecido;14 un poder que tie-
ne, entre otros efectos, el de apropiarse del producto. Pero vimos que no siempre
ocurre así. Se puede controlar sin apropiarse del producto (y también la situación
inversa). Como vemos, el poder resulta aún insuficiente para aclarar el punto de
las dos últimas (B y C). Por ahora deberemos conformarnos con saber que las tres
últimas situaciones (B, C y D) descansan en una condición inicial: han sido histó-
ricamente despojados de la posesión/propiedad de los medios de producción y de
consumo (Marx 1987a, I: 458/9), lo cual, sin igualarlas, las aproxima entre sí a la
vez que distancia a las dos últimas de la primera (A). Se trata, evidentemente, de un
esquema simplificador que ayuda a observar la complejidad del problema, pero que
no lo expresa acabadamente. Marx mismo se interroga sobre esas formas «híbri-
das» (1988, I: 374), a las que en su análisis troncal del capitalismo no les concede
mayor importancia dado que la tendencia general del capitalismo es a autonomizar
las funciones, ligándolas a las clases.15

555); por otra parte «como con el desarrollo de la subsunción real del trabajo en el capital o
del modo de producción específicamente capitalista, no es el obrero individual, sino cada vez
más una capacidad de trabajo socialmente combinada lo que se convierte en el agente real
del proceso laboral en su conjunto, y como las diversas capacidades de trabajo que coope-
ran y forman la máquina productiva total participan de manera muy diferente en el proceso
inmediato de la formación de mercancías o mejor aquí de productos – éste trabaja más con
las manos, aquél más con la cabeza, el uno como director (manager), ingeniero (engineer),
técnico, etc.; el otro como capataz (overlooker), el de más allá como obrero manual directo
e incluso como simple peón – tenemos que más y más funciones de la capacidad de trabajo
se incluyen en el concepto inmediato de trabajo productivo, y sus agentes en el concepto de
trabajadores productivos, directamente explotados por el capital y subordinados en general
a su proceso de valorización y de producción». Marx 1985b: 78/9.
13. Tratado en Marx 1988, III: 375 y 377. Este punto quedó inconcluso. Sin embargo se
puede colegir que a) es contratado por un salario y controlado en su trabajo; b) no produce
valor y, dado que el comerciante (realizador del plusvalor) participa de la apropiación del
plusvalor, el único origen posible de su salario es el plusvalor global. La diferencia entre el
valor de su fuerza de trabajo y la cuota de plusvalor que permite apropiar al comerciante es
la ganancia de este. (Marx 1988, II: 157; III: 377). Otro caso a ser encuadrado aquí es el del
personal de mantenimiento (Marx 1988, II: 212/3).
14. «Dentro del proceso de producción, el capital se convierte en mando sobre el tra-
bajo, esto es, sobre la fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma, o el obrero
mismo. El capital personificado, el capitalista, cuida de que el obrero ejecute su trabajo como
es debido y con el grado de intensidad adecuado». Marx 1988, I: 375/6.
15. «Cierto nivel de la producción capitalista hace necesario que el capitalista pueda
dedicar todo el tiempo en que funciona como tal, es decir, como capital personificado, a la
apropiación y por tanto al control del trabajo ajeno y a la venta de los productos de este
trabajo» Marx 1988, I: 374.
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En la dinámica de la producción, el capitalista intenta «apropiarse de trabajo


durante todas las 24 horas del día [pues esta es] la tendencia inmanente de la pro-
ducción capitalista» (Marx 1988, I: 309), y dado que «el obrero a lo largo de su vida
no es otra cosa que fuerza de trabajo» (ídem: 319), «muere cada día 24 horas más»
(ídem: 246). O sea que el capitalista consume vida. Es por ello que en el análisis el
obrero es considerado, en tanto capital variable, como una cosa que produce valor.
Pero Marx no se detiene en este aspecto; advierte que este instrumentum vocale es
más que una cosa (ídem: 238 y 843), y expone los límites reales que tiene tal apro-
piación. Para lograrlo necesita de un cuerpo de «oficiales» y «suboficiales» que les
permitan extender su control sobre el obrero, con lo cual, volviendo a nuestras dos
situaciones problemáticas (B y D), sin distinguirlas plenamente, las distancia del
obrero, a la vez que las aproxima al capitalista. En tanto expropiados, están más
próximos a los obreros; en tanto controladores y/o apropiadores, están más cerca
de los capitalistas. Por ahora lo dejamos planteado y presentamos los aspectos que,
sin un tratamiento sistemático en tanto atributos de clase, conforman los elementos
para su conceptuación.
Cuando estudia el plusvalor relativo (o propiamente capitalista),16 Marx evi-
dencia más claramente el análisis de clase, por cuanto redimensiona su objeto, que
es ahora «(. . . ) el obrero colectivo, combinado, que constituye el mecanismo vivo de
la manufactura, se compone tan solo de esos obreros parciales y unilaterales» (Marx
1988, I: 412/3). Queda claro el trastrocamiento producido a partir de la compra in-
dividual de fuerza de trabajo y el empleo colectivo de la misma: al obrero se le paga
el precio de su fuerza de trabajo (con arreglo a su valor), pero el efecto de la acción
cooperativa queda por fuera de esa transacción, puese esta solo existe en tanto el
capitalista los reúne. Por lo tanto «no se trata (. . . ) únicamente de un aumento de
la fuerza productiva individual, debido a la cooperación, sino de la creación de una
fuerza productiva que en sí y para sí es forzoso que sea una fuerza de masas» (Marx
1988, I: 396). El tránsito de la situación individual a la de clase queda planteado.
En esta sección presenta cuatro elementos a ser considerados en nuestro aná-
lisis: en primer lugar, muestra la homogeneidad de las condiciones de existencia y
de producción: «es obvio que la jornada laboral conjunta de un número relativa-
mente grande de obreros ocupados simultáneamente, es en sí y para sí una jornada
de trabajo social medio» (Marx 1988, I: 393/4), es decir trabajo abstracto, reali-
zado por una clase de productores indiferenciados individualmente, situación que
se acentúa con el maquinismo, pues «como el movimiento global de la fábrica no
parte del obrero, sino de la máquina, pueden verificarse continuos cambios de per-
sonal sin que se interrumpa el proceso de trabajo» (Marx 1988, I: 513). Se trata de
un rasgo peculiar en la constitución de las clases: si bien el plustrabajo y la coope-
ración anteceden al capitalismo, la cooperación capitalista (esto es, en el marco de

16. Rosdolsky 1989, pág. 261, señala acertadamente que el plustrabajo absoluto es co-
mún a todas las sociedades de clases. (Cf. Marx 1988, I: 282-92).
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la relación «valor») genera un producto propio, que es plusvalor relativo. Marx nos
presenta las condiciones en que actúa el agente productor:
Puesto que el obrero combinado u obrero colectivo tiene ojos y manos por delante
y por detrás y goza, hasta cierto punto, del don de la ubicuidad, la jornada laboral
combinada de 144 horas que aborde por varios lados, en lo espacial, el objeto de tra-
bajo, promueve más rápidamente el producto total que la jornada laboral de 12 horas
efectuada por trabajadores más o menos aislados, los cuales deban abordar su trabajo
unilateralmente. En el mismo lapso se concretan diversas partes locales del producto.
(1988, I: 398).

De esta manera tenemos un segundo elemento que es la concentración es-


pacial y temporal de dichas condiciones, es decir, la densidad histórica de dichas
relaciones. De la aserción de que «el grupo individual – cierto número de obreros
que cumplen la misma función parcial – se compone de elementos homogéneos y
constituye un órgano especial del mecanismo colectivo» (Marx 1988, I: 412) se pue-
de colegir, sin alterar la lógica, que el conjunto de la clase se compone de un cierto
número de grupos que cumplen la misma función y ocupan el mismo lugar social.
Complementando la operatoria de desplazamiento del objeto que señalamos más
arriba, tenemos aquí que el sujeto individual (el obrero) se conforma a partir del
sujeto colectivo (la clase).
Implícito en lo anterior, y en tercer lugar,
(. . . ) los asalariados no pueden cooperar sin que el mismo capital, el mismo capita-
lista, los emplee simultáneamente, esto es, adquiera a un mismo tiempo sus fuerzas
de trabajo. De ahí que el valor total de estas fuerzas de trabajo o sea la suma de los
salarios correspondientes a los obreros por el día, la semana, etc. deba estar reunido
en el bolsillo del capitalista antes de que las fuerzas de trabajo mismas lo estén en el
proceso de producción. Pagar a 300 obreros de una vez, aunque no sea más que por un
día, requiere una mayor inversión de capital que pagar a unos pocos obreros, semana
a semana, durante todo el año (. . . ). Y lo mismo que ocurre con el capital variable,
sucede también con el capital constante. (Marx 1988, I: 401).

Esto evidencia una clara disimetría de poder, por cuanto la existencia social
del proletariado no depende de sí, sino que es organizada externamente, se cons-
tituye de manera heterónoma. La clase, como tal, no tiene existencia más que en
relación con la otra. La traducción práctica está en la conformación, a través de la
disciplina, del colectivo productivo (Marx 1988, I: 447/8). Como vimos, la utiliza-
ción a gran escala de la máquina disuelve la particularidad del obrero, constituyén-
dolo en clase.
Finalmente, en cuarto lugar – ligado al anterior – está la cuestión del saber.
En la constitución de ambas clases opera una enajenación del saber-hacer del arte-
sano (Marx 1988, I: 440; 1987a, I: 457), transmutando en el conocimiento científico
(Marx 1982a: passim). Esta transmutación del conocimiento redunda en una rela-
ción jerárquica, en la que la clase capitalista aparece en una posición favorecida,
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en posición de mando.17 El saber transmuta, así, en poder, y el poder del saber se


enfrenta a la clase de los productores directos.
Con estos otros elementos, Marx pone en evidencia un conjunto complejo que
dista del esquema simplista de definir las clases principales por su posición en la
compra-venta de fuerza de trabajo. Puede decirse que en general es así, que es el
formato genérico, pero totalmente insuficiente. Como estamos tratando de mos-
trar, se trata de un concepto complejo integrado por gran cantidad de dimensiones,
de las que hemos presentado las que a nuestro juicio son las principales. También
es posible advertir que no son dimensiones plenamente mensurables, no hay, por
ejemplo, escalas de poder ni de conocimiento. Las seis dimensiones presentadas
están en la base de la constitución del concepto de clase, concepto que no es mera-
mente clasificatorio. Ahora bien, esta construcción conceptual organiza dos polos:
las clases proletaria y capitalista. Pero introduce la existencia de otras situaciones,
más cercanas a una o a otra colocación. Se trata de la construcción conceptual de
las clases específicamente capitalistas.

a) Las clases específicamente capitalistas

Esta idea la presenta Marx al analizar el proceso de acumulación (1988, I:


777). Las clases directamente ligadas a la acumulación son específicamente capita-
listas.
Las clases propiamente capitalistas conforman una estructura contradictoria
jerarquizada de subordinación en la que ambas se implican (en este sentido hay
un plano de igualdad, la que se refleja en el mercado y la superestructura jurídica),
pero una organiza la existencia de la otra (en este plano, hay jerarquía, que se re-
fleja en la producción). De lo que se trata, en consecuencia, es de una configuración
compleja en la que los diferentes aspectos se entrelazan de manera relativamente
original y estable y que presentan, en conjunto, un sistema binario de clases. Las
personas aparecen aquí como personificación de las relaciones económicas (Marx
1988, I: 8). Pero dijimos que este análisis está constreñido a las clases propiamente
capitalistas; las constituidas por los productores directos de valor y los apropiado-
res directos de valor (A y D), es decir las que dinamizan al capitalismo en cuanto
tal. Hay otras clases sociales, que ellos reconocen y analizan. Marx establece otras
distinciones: 1) retoma la diferencia entre trabajo productivo y trabajo improduc-
tivo, que es lo que separa a dos grandes conglomerados. Esta división se establece
según haya o no valoración del valor. Trabajo productivo es aquel que valoriza al

17. «(. . . ) si conforme a su contenido la dirección capitalista es dual, porque lo es el


proceso de producción mismo al que debe dirigir, de una parte proceso social de trabajo para
la elaboración de un producto, de otra, proceso de valorización del capital, con arreglo a su
forma, esa dirección es despótica. Con el desarrollo de la cooperación en mayor escala este
despotismo desenvuelve sus formas peculiares». Marx 1988, I: 403. «El mando supremo en
la industria se transforma en atributo del capital» Marx 1988, I: 404.
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valor, el que produce plusvalor (Marx 1987b, I: 137). Trabajo improductivo es, por
el contrario, el que no genera una magnitud diferencial de valor, sino que es con-
sumido directamente (Marx 1985b: 84). No importa el contenido del trabajo, sino
la relación social en la que está inscripto (Marx 1987b, I: 372). Los trabajadores
productivos conforman una clase social propiamente capitalista, porque producen
capital y son producidos por el capitalismo (Marx 1988, II: 40). La mayoría de los
trabajadores improductivos, en cambio, aún cuando desarrollan su existencia en el
capitalismo, conforman clases diferenciadas, pudiendo estar más próximas al pro-
letariado o a la burguesía, o en una situación de fluctuación, o que ocasionalmente
se transforme en productivo, pero no son clases específicas del capitalismo; que
existen en él pero no son producidas directamente por él. Obviamente la otra clase
propiamente capitalista es la burguesía, que si bien trabaja improductivamente no
es su trabajo lo que la define como tal, sino que es ella misma la personificación del
capital.18 No hay que dejar de considerar que las clases de trabajadores no produc-
tivos, sus fracciones, etc., son funcionales al desarrollo del proceso de reproducción
ampliada, que es la forma de existencia del capital, pero se vinculan al mismo solo
de manera subordinada a la productividad del trabajo (Marx 1987b, I: 376). Este
proceso produce y reproduce la estructura capitalista.
La segunda distinción la establece entre los propios trabajadores productivos,
los que no constituyen tampoco una masa homogénea, pudiéndose establecer mati-
ces entre ellos. Ya expusimos el caso de los capataces, a los que distingue claramente
de los obreros «rasos» (Marx 1988, I: 517). Pero una segunda diferencia dentro de
este segundo segmento (de trabajadores productivos) o tercera distinción en ge-
neral: se trata de la diferencia entre el trabajo simple y el trabajo calificado (Marx
1988, I: 425).
Si bien se trata de una diferenciación analítica, ya que resulta imposible en la
práctica establecer un quanto de trabajo simple, no debe pensarse por ello que tal
distinción es irreal, pues ya desde la manufactura se «desarrolla una jerarquía de
las fuerzas de trabajo, a la que corresponde una escala de salarios» (Marx 1988, I:
425/6), es decir, de un efecto palpable y generalizado, que establece una categoría
especial de trabajadores, diferente del resto, que son los desprovistos de calificacio-
nes particulares (Marx 1988, I: 426).19
De manera paralela construye el concepto de la clase capitalista. En principio
aparece como mera personificación del capital (Marx 1988, I: 731 y 732). Ya vimos
también cómo iban apareciendo atributos en relación a la constitución del proleta-

18. No es el trabajo la impronta socioidentitaria de la burguesía; que los burgueses tra-


bajen no significa que constituyan una clase trabajadora o parte de la misma. Esta confusión
solo puede admitírsele a Saint Simon, quien equiparaba a unos y otros en la clase de los
«industriales» (Saint Simon 1985).
19. Se desvanece, así, la presunta peculiaridad de nuestra época propuesta por Castel
(2000). El reflujo político de la revolución no debería buscarse, en consecuencia, en causas
estructurales.
172
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

riado (A), que pueden sintetizarse, aunque no de manera excluyente, en el hecho


de que dispone del producto científico-tecnológico (Marx 1988, I: 516), y que le ca-
be la potestad de ser el motor del desarrollo social (Marx 1988, III: 246 y 486). El
nexo que vincula a ambas clases antagónicas, conformando el núcleo del sistema
de clases, son las relaciones de producción, un complejo que abarca, a su vez, dos
dimensiones: la explotación y la dominación.

b) Las clases no propiamente capitalistas

No puede obviarse que existe una tradición que localiza tres clases sociales
principales: asalariados, capitalistas industriales y terratenientes, que se asienta
fundamentalmente en el inconcluso capítulo LII del libro III. Aunque parece aten-
dible, hay quienes minimizan esta interpretación, porque ello no sería más que la
presentación de la concepción de la economía política clásica de las clases.20 Sin
embargo, como se trata de un modelo trinitario y no binario, es necesario dar cuen-
ta de esta aparente anomalía que representa el terrateniente. Si se acepta que las
relaciones de producción son las primarias para abordar el problema de las clases,
este personaje es claramente anómalo. El propio Marx presenta a la propiedad de
la tierra como un «obstáculo» que «intercepta una parte del plusvalor», mostrando
al terrateniente como un apropiador de parte del plusvalor producido por el capita-
lista (1988, III: 980). No produce, sino que se apropia de algo producido por fuera
de él mismo, pero no controla ni es controlado en el proceso de producción, pues
no participa del mismo.
La primera aproximación a este problema es cuando trata la forma más gené-
rica de los ingresos: trabajo asalariado (salario), capital (ganancia) y tenencia de la
tierra (renta) (Marx 1988, III: 1051/2). Estas formas de rédito están ligadas a clases
sociales (Marx 1987b, I: 35), pero eso no significa, por sí mismo, que estas sean es-
tructuralmente equiparables, debido a que «la naturaleza del plusvalor [es] la base
íntegra del modo capitalista de producción. El valor de cada producto parcial del
capital, de cada mercancía individual, incluye (. . . ) plusvalor (escindido más tarde
en ganancia y en renta)» (Marx 1988, III: 1071).
Pero cuando analiza la «fórmula trinitaria» Marx retoma su teoría del fetichis-
mo, advirtiendo que la forma mística del capital, interpuesto el proceso de circula-
ción, hace que queden obnubiladas «las relaciones de producción de valor origina-

20. «(. . . ) no son las dos o tres últimas páginas del tercer volumen de El Capital las que
podrían interesarnos, pues ellas solo son la traducción de un pasaje de Ricardo que esta-
blece una distinción entre tres géneros de propiedad y de ganancias (. . . )» (Gurvitch 1967,
págs. 53-54). Siguiendo a Stalisnav Ossowsky, Dos Santos también sostiene que «(. . . ) Marx
se habría fundamentado en el esquema tricotómico de Adam Smith, basado en la función
productiva» (Dos Santos 1973, pág. 18). Las diversas interpretaciones que surgen del aná-
lisis de las clases a partir del capítulo LII están reseñadas en Bonavena 2008, pág. 333 y
ss.
173
entramados y perspectivas, vol. 3, núm. 3, págs. 163-190

rias» (Marx 1988, III: 1052/3).21 Esta situación hace que la renta, forma específica
de rédito ligada a una clase particular, aparezca como si fuese una forma más de
la estructura capitalista, pese a que es obtenida por «una clase que ni trabaja ella
misma, ni explota directamente a trabajadores» (Marx, 1988, III: 1055), lo que la
ubica, taxativamente, por fuera de la estructura específicamente capitalista.
Puesto que aquí una parte del plusvalor no parece directamente ligada a rela-
ciones sociales, sino a un elemento natural, la tierra; la forma de la recíproca enaje-
nación y esclerosamiento de las diferentes partes del plusvalor se consuma, la cone-
xión interna queda definitivamente desgarrada y la fuente del plusvalor sepultada
por entero, precisamente porque las relaciones de producción vinculadas a los di-
ferentes elementos materiales del proceso de producción se han vuelto autónomas
unas con respecto a las otras. (Marx 1988, III: 1055/6)
Expresado en otros términos: la existencia o inexistencia del terrateniente no
afecta la dinámica del capitalismo, pues no pertenece al ámbito de la producción de
plusvalor (Marx 1988, III: 1061/2); él no explica la producción, sino que, por el con-
trario, su existencia se explica por las condiciones de producción (Marx 1988, III:
986/7), y la consecuente forma de apropiación del producto social; aunque no de-
be confundirse esto con una forma particular de distribución; se trata de una clase
entroncada en el capitalismo, que aunque no sea propiamente capitalista, funciona
como parte del mismo (Marx 1988, III: 1120). Localizarla como una clase propia-
mente capitalista no es, sino una forma fetichista de observarla, ubicándola por la
apropiación y no por la producción. Pero, a la vez, Marx presenta una clave para
comprender la existencia de clases no propiamente capitalistas, ensambladas más
o menos armónicamente en su lógica.
Considerando que el proceso de producción abarca también el de circulación,
ha de seguirse que el comerciante es también – en este aspecto – como el terrate-
niente,22 partícipe de la apropiación del plusvalor generado en el ámbito específico
de la producción, pero tampoco en este caso, como en el anterior, participa de la
relación social «capital», pese a que el fetichismo haga parecer lo contrario (Marx
1988, III: 1053).
Hemos presentado así las dos grandes configuraciones que articulan el aná-
lisis estructural de las clases sociales en Marx; las clases propiamente capitalistas

21. «El plusvalor, pues, se escinde en varias partes. Sus fracciones corresponden a di-
versas categorías de personas y revisten formas diferentes e independientes entre sí, como
ganancia, interés, ganancia comercial, renta de la tierra, etc. (. . . ). El fraccionamiento del
plusvalor en varias partes, además, no altera en nada su naturaleza, ni tampoco altera las
condiciones necesarias bajo las cuales se convierte en el elemento de la acumulación» Marx
1988, I: 692.
22. Esto no significa que ambas categorías sean asimilables, pues el comerciante par-
ticipa de la realización del plusvalor, y el terrateniente solo de su apropiación. Pero el co-
merciante, realiza mas no produce plusvalor, en este sentido, se apropia del mismo como el
terrateniente. La circulación, se sabe, es y no es parte del proceso de producción: lo es, pero
también es uno de los dos capítulos de su movimiento (Marx, 1987a, II: 130).
174
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

y aquellas que, sin serlo, ocupan un lugar real en el entramado de relaciones del
capitalismo. Pero no se agotan allí las consideraciones que debemos hacer sobre es-
te concepto. Entre los elementos que configuran el concepto de clase hay, además
de los mencionados, otros que son de diferente naturaleza. Marx considera también
factores subjetivos, los que, con su introducción comienza a prefigurar una «salida»
del concepto «fuerte», para ir adecuándolo a otro, presente también en sus análisis,
pero distinto al de clase social.

Factores subjetivos

Volvamos al punto de partida: la vinculación de los sujetos humanos con la


naturaleza, que yace en la base de la teoría de las clases en Marx y Engels. Marx
afirmaba que los modos de pensar, ilusiones, etc., son derivaciones de las bases
materiales de existencia. «El individuo suelto, al que se le imbuye la tradición y la
educación podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su
conducta» (Marx 1974b, I: 431/2). Esta será nuestra puerta de entrada para consi-
derar el otro conjunto de dimensiones, las subjetivas.
El carácter insuficiente de las condiciones objetivas, puede verse en que los
diferentes individuos solo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener
una lucha común contra otra clase, pues de otro modo ellos mismos se enfrentan los
unos contra los otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y, de otra parte, la
clase se sustantiva, «autonomiza», a su vez, frente a los individuos que la forman, de
tal modo que estos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas; se
encuentran con que la clase les asigna su posición en la vida y, con ello, la trayectoria
de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella. (Marx y Engels 1974b, I: 64)
Ya Poulantzas había tomado nota precisa de esta cuestión (Poulantzas 1988,
págs. 12-13; y Poulantzas 1997, pág. 62). La lucha precede, en cierto sentido, a las
clases sociales. Esto significa que las clases se conforman mutua y permanentemen-
te por la lucha. Si bien la constitución primaria de las clases ocurre en oportunidad
de los procesos de lucha constitutivos del modo de producción al que pertenecen,
su reconstitución es permanente, producto de los enfrentamientos cotidianos. Las
disposiciones sociales deben reactualizarse en cada momento (Marx 1969, pág. 66).
En el texto recién citado se presenta una nueva dimensión para la dilucidación de
la clase social, que es la lucha. Este enfrentamiento puede darse en el nivel del an-
tagonismo, o aun en el de la lucha predominantemente económica. Pero sea el que
fuere, de todos modos nos lleva directamente a otro nivel de análisis, pues incor-
poramos ahora la dimensión de la acción voluntaria – en tanto no compelida – de
los sujetos, es decir, la subjetividad, y no solo en el sentido de las personas, sino de
subjetividad colectiva. Nos referimos a la predisposición y puesta en acción de una
actitud que es posible, pero no necesaria para la reproducción de las condiciones de
vida (se puede, por cierto, no luchar, lo que se desprende con bastante claridad de

175
entramados y perspectivas, vol. 3, núm. 3, págs. 163-190

lo que podríamos denominar el «fetichismo del salario», es decir, la propensión del


obrero a ser más explotado para «ganar más») (Marx 1988, I: 675/6).
En este nivel de análisis es necesario considerar cuestiones más volátiles pero
no menos decisivas, como lo son los efectos de la ideología, es decir, el comporta-
miento político de estos agregados. Marx no ha escatimado esfuerzos para su puesta
en evidencia. Pero es también aquí donde surgen los problemas. Retomemos lo que
habíamos dejado planteado en el parágrafo anterior: el obrero como cosa. Dijimos
que permanecer en esa mirada era unilateral, ya que no es solamente una cosa.
En su abordaje sobre el establecimiento de la jornada de trabajo Marx advierte los
límites que tiene esta:

Ahora bien, aunque la jornada laboral no sea una magnitud constante sino fluente, so-
lo puede variar, por otra parte, dentro de ciertos límites (. . . ). Durante una parte del
día la fuerza debe reposar, dormir, mientras que durante otra parte del día el hombre
tiene que satisfacer otras necesidades físicas, alimentarse, asearse, vestirse, etc. (. . . ).
Aparte ese límite puramente físico, la prolongación de la jornada laboral tropieza con
barreras morales. El hombre necesita tiempo para la satisfacción de necesidades es-
pirituales y sociales, cuya amplitud y número dependen del nivel alcanzado en general
por la civilización. La variación de la jornada laboral oscila pues dentro de límites físi-
cos y sociales. (Marx 1988, I: 278/9)

Por un lado el límite físico, y por el otro, el moral, es decir, el histórico-cultural,


el social. De modo que en esta dimensión, histórico-cultural, puede indagarse el es-
tablecimiento de la lucha, de carácter subjetivo. Se trata de procesos de larga du-
ración, no puramente episódicos: «La fijación de una jornada laboral normal es el
resultado de una lucha multisecular entre el capitalista y el obrero» (Marx 1988, I:
326). Esta lucha cotidiana, ineluctable, es permanente, «como leyes naturales del
modo de producción moderno» (Marx 1988, I: 341), aunque no permanece idéntica
a sí misma, y evoluciona en sus formas (Marx 1988, I: 521). Cada resolución par-
cial es solo temporal, nunca definitiva. En el curso de esta lucha y como parte de la
misma se desarrollan la filantropía y las campañas de moralización (Marx 1988, II:
629/30).
Esta lucha, no obstante, no se libra aisladamente, clase contra clase, sino me-
diante alianzas que las mismas pueden establecer.23 El establecimiento de estas
alianzas requiere de un elemento subjetivo evidente, que es para Marx un requisito
para la clase, tal como lo plasmó en un recordado pasaje:
En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económi-
cas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por
su cultura de otras clases y las oponen a estas de un modo hostil, aquéllos forman

23. «(. . . ) en los mismos años el movimiento cartista y la agitación por las diez horas
llegaron a su apogeo, y encontraron aliados en los tories» Marx 1988, I: 342. Pueden ver-
se similares consideraciones en 1988, I: 326. También analiza las alianzas entre distintas
fracciones de las clases dominantes (1988, I: 344).
176
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación pu-
ramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna co-
munidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una
clase. (Marx 1974b: 490)
Son y no son una clase. Lo son por las condiciones objetivas de existencia. No
lo son por cuanto carecen de articulación política, es decir, una organización para la
acción. Pero una organización política ¿no es acaso un partido político? Volvemos
de esta manera a nuestro obstáculo inicial, pero no del mismo modo; avanzamos en
un punto: queda claro que la mera agregación no es condición suficiente para con-
ceptuar una clase social. El obstáculo se diluye, por lo tanto, si advertimos que en la
medida que incorporamos este elemento subjetivo, necesario, a nuestro objeto de
estudio – las clases sociales – el mismo se va desdibujando como tal, y reaparece
transfigurado en algo distinto. Puede parecer paradójico que a medida que incor-
poramos elementos para analizar más concienzudamente las clases sociales, estas
se nos desdibujen como objeto de estudio. Pero en absoluto lo es si consideramos
que las mismas son un esquema analítico racional, un armazón interpretable con-
ceptualmente, desde el cual se estructura – y en el cual se asienta – la racionalidad
de la lucha de clases. Es la base lógico-estructural del análisis para un momento
liminar de la lucha de clases. En la medida que la lucha se despliega, las clases se
van desdibujando en tanto tales, para reconfigurarse en otro tipo de formaciones
coyunturales de acción, que son las fuerzas sociales. Esto no quita realidad a las
clases como tales, pero las dinamiza conceptualmente.
Para decirlo con más claridad: las clases sociales tienen existencia objetiva,
pero su construcción teórica resulta de una abstracción de condiciones que, en la
medida que la reintroducimos en el análisis, nos conduce necesariamente a una
realidad diferente;24 ya no la estructura lógica, el funcionamiento formal de las mis-
mas, sino la estructuración real y el funcionamiento histórico-concreto que no debe
ser encarado de la misma forma, sino con la adecuación categorial que Engels in-
dicaba en su «Prólogo» al libro III de El Capital. Esa adecuación nos conduce al
análisis de las fuerzas sociales. El propio Marx nos brinda las pistas de ese pasaje,
cuando realiza análisis históricos en función de situaciones reales de lucha de cla-
ses. Allí aparecen variadas fracciones de clase, enmarañadas en distintas alianzas y

24. Marx, en su análisis del proceso de producción (Libro I de El Capital), hace reitera-
das menciones de las condiciones subjetivas, en la forma genérica de cultura, pero, pese a su
reconocimiento, ostensiblemente la deja fuera del análisis («Para el curso usual de las cosas
es posible confiar el obrero a las “leyes naturales de la producción”, esto es, a la dependencia
en que el mismo se encuentra con respecto al capital, dependencia surgida de las condiciones
de producción mismas y garantizada y perpetuada por estas» (1988, I: 922), salvo en aque-
llos puntos que es imprescindible considerarla – por ejemplo, en la determinación del valor
de la fuerza de trabajo («Por oposición a las demás mercancías, pues, la determinación del
valor de la fuerza laboral encierra un elemento histórico y moral» 1988, I: 208.) – .
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entramados y perspectivas, vol. 3, núm. 3, págs. 163-190

ejes de confrontación.25 Lo que se presenta como una paradoja para la lógica formal
es, en realidad, el despliegue de las formas en la lógica dialéctica: la clase es negada
como tal en su despliegue, transmuta en fuerza social política, la que, desarrollada,
se constituye en partido político.

Las fuerzas sociales políticas

En los análisis de procesos históricos el abordaje es diferente, las clases apare-


cen en clasificaciones y elaboraciones mucho más complejas y variables, pero ade-
más son otros los parámetros sobre los cuales se construye el análisis. Las clases
nunca actúan solas ni unitariamente. Tal unidad se constata únicamente en el pro-
ceso de producción; fuera de él solo actúan fracciones. Pero como la actividad social
es mucho más extensa que lo abarcado por el proceso de producción, el que condi-
ciona pero no determina dicha dinámica, la impronta de agregación que emana del
mismo tiende a difuminarse en proporción creciente en la medida que se incorpo-
ran en la consideración actividades sociales que tensionan los procesos reproduc-
tivos del orden social – conviniendo que tal reproducción es un proceso siempre
abierto, que debe ser explicado – aunque no desaparece ni se diluye la importancia
de las clases. Esta ampliación de la observación de la actividad social es correspon-
dida con un redimensionamiento y complejización del análisis. La dificultad analí-
tica para dar este paso comienza justamente en el concepto de «clase», que tiende
a cosificar en su momento productivo al conjunto de cuerpos involucrados en un
conjunto de relaciones sociales – las de producción – fundamento de otras, pero
no únicas.26 Se transfieren, de no mediar una adecuación, atributos de ese momen-
to y anclaje específico a otras situaciones, históricas, que requieren no solo de otros
elementos analíticos, que permitan captar teóricamente la variación que realmente
ocurre, sino de un nivel de análisis específico. El complejo «clase», combinatoria de
atributos derivados de la forma de producción de existencia social, sin perder los
valores de tales atributos, se redimensiona necesariamente en cuanto cambiamos
(ampliamos) los parámetros de observación de su actividad, esto es, cuando incor-
poramos en el análisis aspectos que no son estricta y/o directamente del ámbito
de la producción. Esta variación está contemplada en los textos de Marx, Engels y

25. Engels (1974) distingue, para la Alemania previa a 1848, ocho clases y fracciones
de clases sociales. En La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, Marx distingue siete
clases y fracciones de clases (Gurvitch 1967, págs. 42-43). Esto lleva a este autor a plantear
una polisemia del sintagma «clase social» en Marx, que, sostiene, presenta trece significados
diferentes (Gurvitch 1967, págs. 50-51). Este juicio se debe, de acuerdo a nuestra hipótesis,
a la concepción estática, unilateral de la clase, a no poder discernir el movimiento dialéctico
de cómo va transformándose en otra categoría analítica.
26. Que sean las relaciones fundamentales no implica una determinación lineal de las
otras relaciones constituidas a partir de ellas, sino que conforman la condición de existencia
de estas últimas. Tanto la noción de habitus de Bourdieu como la teoría de la estructuración
de Giddens otorgan, desde distintos enfoques, un encuadramiento teórico de este problema.
178
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

Lenin. La forma de gestionar su propia reproducción material aparece desplazada


en el análisis, ocupando el lugar central otros lazos sociales de carácter político-
instrumental, particularmente las alianzas entre diversos grupos o fracciones. Es
importante remarcar el carácter político-instrumental – es decir, de relación obje-
tiva de fuerzas – en la conformación de estas alianzas en las que el grado de con-
ciencia que haya sobre las mismas es variable.
Es en los llamados «escritos políticos» (Marx 1974b; 1974c; Engels 1974) don-
de presenta con mayor riqueza estos vínculos analíticos, aunque no son los únicos
escritos en que se encuentran:27 se trata del posicionamiento político de las frac-
ciones y su capacidad de alianza, constituyendo colectivos que agrupan diversas
fracciones.

La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa, sino una fracción de
ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios
de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la pro-
piedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera (. . . ). La burguesía
industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, solo
estaba representada en las Cámaras como una minoría (. . . ). La pequeña burguesía
en todas sus gradaciones, al igual que la clase campesina, había quedado completa-
mente excluida del poder político. Finalmente, en el campo de la oposición oficial o
completamente al margen del pays légal se encontraban los representantes y porta-
voces ideológicos de las citadas clases, sus sabios, sus abogados, sus médicos, etc.; en
una palabra, sus llamados «talentos» (Marx 1974c: 210).28

Como puede observarse, las clases – en su acción – pierden la relativa fijación


con que aparecen en El Capital y son aquí agentes móviles, fraccionables, reagrupa-
bles. Recupera, en su análisis, la dialéctica entre las condiciones materiales de vida
y el posicionamiento político, donde ambos polos resultan mutuamente restricti-
vos. Se trata, en suma, de un grado de abstracción diferente al empleado para el
análisis de las clases; aquí aparecen en movimiento, en sus luchas históricas, no en
sus contradicciones – luchas potenciales – que es el ámbito específico de análisis
de las clases. He aquí la tan mentada «inversión» de la dialéctica hegeliana: a di-
ferencia de Hegel, idealista y de pensamiento teleológico, Marx en su materialismo
razona teleonómicamente; no desarrolla las implicancias a priori de los elementos
«contenidos» en el antagonismo, sino que por el contrario recupera de la totalidad
desplegada en la lucha los elementos antagónicos contenidos en la misma. Con-
viene insistir en esta demarcación, ya que en su realización concreta el proceso de
producción/reproducción de las clases no se resuelve íntegramente en la esfera de

27. Aunque en sus obras «de juventud» ya pueden verse estos análisis. En su respuesta
a Karl Heinzen, Marx sostenía que «los cartistas ingleses (. . . ) ayudaron a sus enemigos a
triunfar sobre los tories, con pleno conocimiento de causa; y al día siguiente de la deroga-
ción de las leyes sobre los cereales chocaban en el campo de batalla, no ya los tories y los
librecambistas, sino los librecambistas y los cartistas» Marx y Engels, 1975: 248.
28. Un análisis similar puede verse en Engels 1974, pág. 352.
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entramados y perspectivas, vol. 3, núm. 3, págs. 163-190

la producción, y la acción de los colectivos humanos que define diariamente tal re-
producción social, transcurre en forma de agrupamientos y/o distanciamientos que
operan en función de diversos parámetros, muchos de ellos ajenos a la producción
de manera directa.
Marx presenta diversos análisis en los que muestra la importancia de estas
dimensiones. Apoyado en la teoría del fetichismo, aunque sin hacer mención de
ella,29 pone de manifiesto: a) que la organización conceptual, que se asienta en lo
ideológico (en lo que se fundamenta la acción política) usualmente no corresponde
con la situación que objetivamente tiene en el proceso de producción, y, por eso
mismo, b) esta autonomía relativa torna tan importante la configuración objetiva
de fuerzas, como la concepción que de la misma se tiene.
En las confrontaciones las diferentes fracciones tienen alineamientos coyun-
turales cuya lógica es particular, histórica, independiente de la situación estructural
de cada fracción considerada. La historia de la lucha de clases muestra que, en gene-
ral, en situaciones de capitalismo consolidado, las diferentes fracciones burguesas
tienden a dirigir a las diversas fracciones no burguesas, acumulando para sí el po-
der político de estas, particularmente en las fases menos desarrolladas de la lucha
de clases. Los escasos procesos en que esto no ocurre son los que suceden en lo que
llamamos períodos revolucionarios.
Marx va a mostrar los niveles de alianza que se establecen entre distintas frac-
ciones. Estas alianzas no tienen que ver estrictamente con la posición de clase de los
grupos intervinientes, sino con las expectativas y otros elementos subjetivos que los
mismos se forman de la situación, tal como puede observarse en el siguiente pasaje:

El partido proletario aparece como apéndice del pequeñoburgués-democrático. Este


le traiciona y contribuye a su derrota el 16 de abril, el 15 de mayo y en las jornadas de
junio. A su vez, el partido democrático se apoya sobre los hombros del republicano-
burgués. Apenas se consideran seguros, los republicanos burgueses se sacuden el mo-
lesto camarada y se apoyan, a su vez, sobre los hombros del partido del orden. El parti-
do del orden levanta sus hombros, deja caer a los republicanos burgueses dando volte-
retas y salta, a su vez, a los hombros del poder armado. Y cuando cree que está todavía
sentado sobre esos hombros, una buena mañana se encuentra con que los hombros se
han convertido en bayonetas. (Marx 1974b: 428, cursivas mías).

La operación analítica es clara: toma como fundamento observacional la base


objetiva de existencia (de allí la remisión a las clases: proletariado, pequeña bur-
guesía, burguesía) pero organiza su análisis de la acción con elementos del ámbito
subjetivo. Aquí debe reinstalarse la tensión señalada en el punto precedente, acerca
del campesinado francés; cuáles son los atributos por los que conforman una clase,
y cuáles son de los que carece. Esa tensión expresa, de manera prístina, la dificultad
que aún tenía Marx para formular esta transición conceptual que estamos presen-

29. Pueden encontrarse elementos de esta en los escritos tempranos, por ejemplo, en
Marx 1974d: 126/8.
180
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

tando. Lo que Marx observa en estos procesos son las alianzas, sus conformaciones,
mantenimientos y rupturas.

La lógica de agregación

Es interesante ver que no indagan sobre cualidades intrínsecas a los compo-


nentes que la conforman, sino que la lógica organizativa de las mismas hay que
buscarlas fuera de ellas. Engels (1974) lo muestra con claridad, al referirse a la
situación previa al levantamiento general repasa las diferentes situaciones de los
diversos grupos sociales, luego de lo cual concluye que «existía una masa hetero-
génea de elementos oposicionistas movidos por diversos intereses, pero más o me-
nos dirigidos por la burguesía (. . . ). Por otro lado, los gobiernos, que discrepaban
en muchas cuestiones y desconfiaban los unos de los otros, particularmente del de
Prusia, con cuya protección debían contar (. . . )» (1974, págs. 327-328).30 Similares
razonamientos encontramos en Marx (1985a) y Marx y Engels (1974a), con la par-
ticularidad de observar ahora el análisis del proceso histórico de la lucha de clases,
y no su morfología. De cualquier modo es importante mostrar la armonía existente
entre ambos análisis.31
Años después Marx criticó profundamente el programa de donde surgiría el
Partido Obrero Socialista de Alemania. Cuando trata el tema de las alianzas (1974e:
16/7) dejó en claro que tenía perfecta conciencia del carácter agregativo que, por
estar presente en el despliegue real, implicaba una adecuación del marco interpre-
tativo para la postulación de la acción política y, por consiguiente, de la necesidad
de conformar alianzas, para la acción histórico-política. Esto colisiona con la idea
simplista de la mutación de clase en sí en clase para-sí / partido, o que el parti-
do es clase en sí más conciencia política. Pero ni Marx ni Engels se detienen allí.
Avanzaron en sus análisis de la dinámica de estas fuerzas.

La dinámica de las fuerzas sociales

Dijimos que estas alianzas se conforman en oposición a otra fuerza. Tal he-
teronomía de origen hace que tengan una dinámica altamente inestable, pues la
variación de las condiciones externas, sea esta aleatoria, o por acción de la propia
fuerza conformada – es decir, el logro del objetivo propuesto – difumina el núcleo

30. Idéntico sentido puede verse en Engels 1974, págs. 328-329 y 337-338.
31. «Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse,
es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el
seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza
la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y así como
antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa
al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses,
que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros»
Marx y Engels 1974a: 120.
181
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organizador de la misma. Ambas situaciones fueron observadas por Engels. Vea-


mos un pasaje en que la variación es aleatoria: «(. . . ) se avecinaba la revolución
burguesa, y esta revolución pudo haber sido, en su primer estallido, tan unánime
como la de Viena, de no haber estallado la revolución de febrero en París» (1974:
337). Es preciso igualmente al analizar lo que ocurre tras la consecución del obje-
tivo buscado por la fuerza conformada para ese fin específico: «Tan pronto como
se conquista la victoria contra el enemigo común, los vencedores se dividen, for-
man distintas bandas, y vuelven las armas los unos contra los otros» (ídem: 335).
Analizando los hechos de Francia de 1849 Marx tenía una apreciación similar: «La
república de Febrero había sido conquistada por los obreros con la ayuda pasiva
de la burguesía. Los proletarios se consideraban con razón como los vencedores de
Febrero y formulaban las exigencias arrogantes del vencedor. Había que vencerlos
en la calle, había que demostrarles que tan pronto como luchaban no con la burgue-
sía, sino contra ella, salían derrotados» (Marx 1974c: 228). En El 18 Brumario de
Luis Bonaparte Marx distingue tres períodos (1974b: 413); en el primero una coa-
lición de fracciones sociales se articula en contra de la aristocracia financiera; una
vez logrado el objetivo, aparece la multiplicidad de sentidos, que anidaban en cada
fracción; no había más «programa» que el de oponerse a una situación dada. Una
vez desaparecida esta, qué hacer implantaba una nueva tensión. El triunfo inicial
del proletariado se volvió insostenible porque «se hallaba en la contradicción más
peregrina con todo lo que por el momento podía ponerse en práctica directamente,
con el material disponible, el grado de desarrollo alcanzado por la masa y bajo las
circunstancias y relaciones dadas» (1974b: 413/4). No bastó tener la fuerza militar
circunstancial para consolidar un proyecto político; el proletariado fue incapaz de
articular alianzas bajo su programa.32 Se abrió entonces el segundo período, que
es de recomposición de la dominación burguesa, pero en un marco de una alianza
más amplia. Sintetiza esta situación de la siguiente manera: «Durante las jornadas
de junio, todas las clases y todos los partidos se habían unido en un partido del
orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del
comunismo» (ídem: 416).
El conjunto de las fracciones sociales se habían unido contra el proletariado.
Pero una vez derrotado este, se abre una nueva dinámica regida, igualmente, por
la lógica de las alianzas que venimos exponiendo. Cuando analiza a los vencedo-
res, Marx describe que «no se trata de una fracción de la burguesía mantenida en
cohesión por grandes intereses comunes y deslindada por condiciones peculiares de
producción, sino de una pandilla de burgueses, escritores, abogados oficiales y fun-

32. «Mientras el proletariado de París se deleitaba todavía en la visión de la gran pers-


pectiva que se había abierto ante él y se entregaba con toda seriedad a discusiones sobre los
problemas sociales, las viejas fuerzas de la sociedad se habían agrupado, reunido, vuelto en
sí y encontrado un apoyo inesperado en la masa de la nación, en los campesinos y los peque-
ños burgueses, que se precipitaron todos de golpe a la escena política, después de caer las
barreras de la monarquía de Julio» Ídem: 414.
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Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

cionarios de ideas republicanas» (ídem: 417). Esta situación desencadenaría nuevos


enfrentamientos, ahora realineando las fracciones en dos fuerzas enfrentadas entre
sí, sin el proletariado: los republicanos «puros» y «los amigos del orden», quienes
convinieron en redactar una constitución, la que luego, también era «interpretada»
de formas antagónicas, dependiendo de los intereses de cada fracción.33
Debemos rescatar otro aspecto importante: la lucha de clases tiende a ace-
lerarse (en sentido «ascendente») o a ralentizarse (en sentido «descendente»). El
primero es el propicio para la composición de fuerzas sociales en tanto en el segun-
do sentido tienden a descomponerse. Marx muestra que las tensiones políticas se
expresan en la conformación de fuerzas sociales (1974b: 428); las distintas fraccio-
nes toman posición traccionadas por tales tensiones; se oponen a una situación o
a otra fuerza, constituyéndose en fuerzas sociales políticas. La dinámica de las ac-
ciones actúa como un poderoso polo que atrae o expulsa a las diferentes fracciones,
ordenándolas en dos o más fuerzas que actúan oponiéndose mutuamente (a mayor
tensión, menor cantidad de fuerzas operantes).
En situaciones en las que tales tensiones son mínimas el dominio es estable, y
es una premisa lógica de todo dominio que los dominados se encuentren fragmen-
tados, sin conformar una fuerza social política; es decir, conformando una fuerza
social productiva: el colectivo se constituye con otro carácter, que justamente evoca
el carácter dominado, no político, de la misma. La fuerza social productiva remi-
te nuevamente a la situación de clase.34 Así como durante una fase de ascenso de
la lucha de clases existen fuerzas centrípetas que agregan a las fracciones en fuer-
zas sociales políticas, en las fases de descenso aparecen fuerzas centrífugas que las
descomponen, fraccionándolas tanto como potente sea tal proceso regresivo, hasta
alcanzar, eventualmente, el máximo punto de atomización: el individuo subjetiva-
mente aislado. La instalación del individualismo generalizado es un claro indicador
de esta situación.

La estabilización de las fuerzas sociales

La dinámica de agregación-volatilidad tiende a morigerarse en la medida en


que los núcleos dirigentes de las fracciones involucradas cobren conciencia de los
lazos establecidos, y actúen en consecuencia. Esta circunstancia permite limitar el
efecto de las tensiones que necesariamente aparecen en una coalición conformada
por elementos, en ocasiones, antagónicos. Tales tensiones no desaparecen, pero sí
muchos de sus efectos disruptivos. Es posible establecer, por ende, un continuum
33. «En lo sucesivo, ambas partes invocan, por tanto, con pleno derecho, la Constitución:
los amigos del orden al anular todas esas libertades, y los demócratas, al reivindicarlas todas.
Cada artículo de la Constitución contiene, en efecto, su propia antítesis, su propia cámara
alta y su propia cámara baja. En la frase general, la libertad; en el comentario adicional, la
anulación de la libertad» Ídem: 419/20.
34. Este concepto es abordado por Marx cuando analiza la producción de plusvalor re-
lativo, el cual es, en nuestra interpretación, la base misma para el análisis de la clase social.
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entre dos puntos: uno de casi total ausencia de conciencia sobre el establecimiento
de la alianza, que torna a la misma como puramente coyuntural, hasta aquellas en
que dos o más fracciones acuerdan un programa de acción común, consagrando esa
unidad contradictoria en la que se establece un doble nivel de disputa: hacia fuera
de la alianza, movida por los motivos explicitados en el programa en contra de una
fuerza determinada, y hacia adentro de la misma, por la conducción de la fuerza.
Este doble nivel de disputa requiere, también, de un doble nivel de análisis.
Si bien en los escritos de Marx ya se pueden encontrar elementos analíticos,
pues distingue «(. . . ) las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo
efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que en reali-
dad son» (Marx 1974b: 432), no es sino en los textos de Lenin donde aparece mas
claramente esta cuestión. En su debate contra otras corrientes del marxismo ruso
(1981a) planteó con centralidad la cuestión de la organización. En ella diferencia
claramente la organización revolucionaria de la organización de la clase obrera.35
Sus análisis políticos parten de la consideración de las fuerzas sociales actuantes
para evaluar sus alcances. Y lo que resulta más rico es que las liga a las condiciones
de existencia de las fracciones sociales que la integran:

Es absurdo confundir las tareas y las condiciones de la revolución democrática y de


la revolución socialista, que son heterogéneas (. . . ) tanto por su carácter como por la
composición de las fuerzas sociales que participan en ellas (. . . ). El desarrollo insufi-
ciente de las contradicciones de clase entre el pueblo en general, y entre el campesina-
do en particular, es un fenómeno inevitable en la época de la revolución democrática
(. . . ). Y este desarrollo insuficiente de la economía suscita la supervivencia y el resur-
gimiento (. . . ) de las formas atrasadas de socialismo (Lenin 1981b: 296).

Las posibilidades de una acción revolucionaria, y su alcance, depende, en con-


secuencia, de la composición de tales fuerzas y de la interacción entre las mismas.

¿De qué fuerzas sociales existentes depende el «alcance de la revolución»? (. . . ) Exa-


minen estar fuerzas sociales interiores. Contra la revolución se lanzan la autocracia, la
corte, la policía, los funcionarios, el ejército y los cuatro grados de la alta aristocracia
(. . . ). Por otra parte, la burguesía, en su conjunto, está ahora en pro de la revolución
y prueba su celo pronunciando discursos sobre la libertad, hablando más a menudo,
cada vez en nombre del pueblo e incluso de la revolución (. . . ). Queda «el pueblo», es
decir, el proletariado y los campesinos: solo el proletariado es capaz de ir seguro hasta
el fin, pues va mucho más allá de la revolución democrática. (Lenin, 1982: 92)

35. «Si el concepto de “lucha económica contra los patronos y el gobierno” corresponde
para una socialdemócrata al de lucha política, es natural esperar que el concepto de “organi-
zación de revolucionarios” corresponda más o menos al de “organización de obreros”. Y así
ocurre, en efecto; de suerte que, al hablar de organización, resulta que hablamos literalmente
en lenguas diferentes» Lenin 1981a: 117.
184
Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

Fuerza social y Partido

Sin embargo si las fuerzas sociales son los agentes actuantes, no son el partido.
Por lo tanto también diferenciará al partido de las alianzas que debe conformar
para construir una fuerza social propia, una fuerza conducida. En pleno proceso de
construcción del socialismo, convoca a la unidad con fracciones no comunistas:

Uno de los más graves y peligrosos errores de los comunistas (. . . ) es imaginarse que
la revolución pueden llevarla a cabo los revolucionarios solos (. . . ). Sin la unión, en los
más diversos terrenos, con los que no son comunistas, no cabe hablar de construcción
comunista venturosa alguna. (Lenin, 1987: 24).

El elemento más subjetivo (la conciencia) aparece como un elemento en el que


descansa la composición de la fuerza social. Sin embargo, es razonable pensar que
esta no está presente en todas las fracciones que integran dicha fuerza social. Y aquí
se introduce, entonces, esta otra dimensión, que es la disputa intrafuerza. En este
plano se libra una verdadera lucha teórica, también evidenciada por Lenin, quien
brega por hacer presente esta necesidad de alianzas;36 la fracción que más cerca
esté en su pensamiento de la dinámica social real, será la que conduzca a las demás
(Tsé-tung 1972, pág. 92). Lenin, lejos de encerrarse en su propia fuerza, compone
fuerzas en alianza con otros, para lo cual debe ceder parte de lo propio.37 Alianza
que será inestable y relativamente efímera, pero que resulta necesaria para el trán-
sito de una etapa, para librar un combate, una lucha con un enemigo principal. En
un plano filosófico fue Mao Tse-tung quien sostuvo un punto de vista similar, al
postular la distinción entre contradicciones principales o antagónicas y contradic-
ciones secundarias o no antagónicas. La referencia a las alianzas políticas es direc-
ta. El «purismo» no es, en consecuencia, solo expresión de debilidad política, sino
también de pobreza teórica, de incomprensión de la realidad.38

36. «Solo se puede vencer a un enemigo más poderoso poniendo en tensión todas las
fuerzas y aprovechando obligatoriamente – con el mayor celo, minuciosidad, prudencia y
habilidad – la menor “grieta” entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la
burguesía de los distintos países y entre los diferentes grupos o categorías de la burguesía de
cada país. Hay que aprovechar, asimismo, las menores posibilidades de lograr un aliado de
masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro y convencional» Lenin: 1985:
57.
37. «Llámase compromiso en política a hacer concesiones respecto a ciertas demandas,
a renunciar a parte de las reivindicaciones propias en virtud de un acuerdo con otro partido»
(Lenin 1986a, pág. 138). «Si ninguna de las dos partes gana nada, será necesario reconocer
la imposibilidad del compromiso y entonces no habrá por qué hablar de ello» (Lenin 1986a,
pág. 140).
38. «La tarea de un partido auténticamente revolucionario no consiste en declarar im-
posible la renuncia a cualquier compromiso, sino en saber mantenerse fiel, a través de todos
los compromisos – en la medida en que sean inevitables – a sus principios, a su clase y a su
misión revolucionaria (. . . )» (Lenin 1986a).
185
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Se puede afirmar que las fuerzas sociales son la forma excluyente en que se
libra, en general, la lucha de clases. Pero no son ellas mismas partidos políticos.
Las fuerzas sociales se componen de manera objetiva ante conflictos coyunturales.
Transformarla en composiciones subjetivas (tomar conciencia de las acciones) es
la primer tarea del partido; se trata de establecer una política de alianzas, esto es,
trazar de manera conciente y voluntaria sus acciones de composición, de las que
no puede sustraerse.39 Es necesario remarcar que las alianzas se producen por ac-
ción o inacción, por la sola existencia social, excluyendo, para la acción política, la
posibilidad de no hacer alianzas.40 Las alianzas se establecen en función de dos pa-
rámetros: el punto de articulación (contra qué o quién se establece la misma) y la
disponibilidad fáctica de los aliados. Dado un punto de articulación, un grupo social
organizado deberá establecer, dentro del marco de lo posible, su política de alian-
zas, que es algo que escapa a su voluntad. Esto significa que la capacidad de alianza
voluntaria de un colectivo (configurado como Partido o no) está en proporción di-
recta con su importancia política o social, con su capacidad de influencia política
y/o social. Obviamente, estas políticas y capacidades son variables y dependen del
momento que esté transitando la lucha de clases.41 No hay, en tal sentido, políticas
sacralizadas, y lo apropiado para un momento puede resultar nocivo para otro. La
política de alianzas no se puede substancializar. Lenin lo ejemplifica en un acuer-
do que realizó con los monárquicos franceses en febrero de 1918: «Un monárquico
francés y yo nos estrechamos la mano sabiendo que cada cual colgaría gustoso a su
“consocio”. Pero nuestros intereses coincidían temporalmente» (Lenin 1986: 56/7).
Esta alianza no debe valorarse en torno a principios abstractos, morales, sino en la
existencia social y política del grupo bolchevique, que le permitía acordar con gru-
pos en principio tan adversos sin que hesitara por ello su lineamiento político. De-
be comprenderse que no en cualquier circunstancia podrían haber establecido esa
alianza: eran lo suficientemente débiles como para necesitarse, y lo suficientemente
fuertes como para no capitular frente al otro.
La última cuestión a considerar, ligada inmediatamente a lo anterior, es la
disputa por la conducción de la alianza. Cuando existe una relativa paridad de fuer-

39. «(. . . ) el problema inmediato no es un compromiso forzoso, sino un compromiso


voluntario» (Lenin 1986a, pág. 139).
40. Marx se mofaba de los exiliados de la Comuna que se decían «comunistas porque
queremos llegar a nuestra meta sin detenernos en paradas intermedias, sin aceptar compro-
misos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar la esclavitud». A lo cual
replicaba «¡Qué ingenuidad pueril el presentar la impaciencia de uno mismo como argumen-
to teórico!» Marx, 1974f: 406.
41. «¿Puede un partidario de la revolución proletaria concertar compromisos con los
capitalistas o con la clase capitalista? (. . . ) En verdad, sería un evidente absurdo responder
negativamente a esta cuestión general (. . . ). Todo depende de qué acuerdo y en qué circuns-
tancias se concierte. En esto y solo en esto se puede y se debe buscar la diferencia entre un
acuerdo, legítimo desde el punto de vista de la revolución proletaria, y un acuerdo traidor y
pérfido (desde el mismo punto de vista)» Lenin 1986c: 302/3.
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Flabián Nievas • De las clases sociales al Partido, en Marx:. . .

zas la conducción de la misma es inestable y objeto de disputa. Cada fracción parti-


cipante (con capacidad de conducción, dada por su importancia relativa dentro de
la misma) intentará imprimir su «programa» al conjunto de la fuerza.42 El arte de la
conducción requiere de un talento particular, pues extremar las condiciones puede
llevar a la ruptura de la misma. Esa tarea es propia de los Partidos. En este sentido
el partido es una fuerza social política desarrollada, pese a que no necesariamente
se llega a este nivel de desarrollo
El Partido es una situación particular de una fuerza social política: estabiliza-
da y con un programa. Sobre este punto Marx y Engels tenían absoluta confusión
(véase Johnstone 1971, págs. 106-107). Lenin fue el primero (no el único) que teo-
rizó acabadamente sobre ello. Me refiero a una teoría que interactúa con el orden
de lo real. Y se trató de una organización de tipo militar. Ello debido, no a la par-
ticularidad de la situación rusa de entonces: una autocracia que desarrollaba una
fuerte represión sobre los disidentes, como ha sido interpretado en ocasiones, sino
a una condición más universal, ya reconocida por Marx: que toda revolución es vio-
lenta, que es una guerra.43 La tarea del partido es dirigir y ponerse al frente de la
clase. Primera observación: el partido no es la clase; por el contrario, es un arte-
facto externo a ella, un artefacto avanzado que no se articula directamente con la
clase, sino mediado por la vanguardia de la misma.44 Esta exterioridad plantea dos
cuestiones: el problema del conocimiento y el origen social de sus portadores. «Sin
teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario» (Lenin 1981a:
26), y los agentes de la teoría son los intelectuales, provenientes de la burguesía o
de la pequeña burguesía. Marx y Engels habían ya establecido una distancia entre
representantes y representados, Lenin le aporta ahora un carácter de necesidad a
dicha distancia: los obreros, como clase, no pueden, por sus condiciones de exis-
tencia, tener una conciencia revolucionaria. Y con esto se completa la metamorfosis
del concepto.

Síntesis

Partiendo de la clase, la misma es analizada desde sus elementos objetivos


y subjetivos, pero la incorporación de estos (la clase «en movimiento», con densi-
dad histórica) conduce a otra categoría: la de fuerza social política, agrupamiento
de fracciones, que indican que las clases solo actúan fraccionando aquello que con-
ceptualmente se define por las condiciones objetivas de existencia. Pero las fuerzas
sociales políticas, si se desarrollan, se convierten en partidos. Estos representan los
42. «Nuestro Partido, como cualquier otro partido político, aspira a conquistar la domi-
nación política para sí». Lenin, 1985: 139.
43. «En última instancia, las grandes cuestiones de la libertad política y de la lucha entre
las clases las decide únicamente la fuerza, y nosotros debemos preocuparnos de preparar y
organizar esta fuerza y de emplearla con energía no solo en la defensa, sino también en la
ofensiva» Lenin, 1982: 18.
44. Véase Lenin 1986d: 80/1.
187
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intereses de clase pero no son en sí mismos la clase, ni necesariamente se alimen-


tan de cuadros extraídos de la clase representada. Puede verse la implicación de
las categorías, y la insuficiencia de cada una de ellas para el análisis materialista
histórico. Las tres resultan necesarias, pero a la vez deben ajustarse al momento
histórico abordado. De allí que, desde esta lectura, resulte falaz pensar en el com-
ponente de clase del partido revolucionario y, a la vez, buscar solo en la clase los
elementos revolucionarios del partido.
Las variaciones analíticas refieren a momentos analíticos también diversos,
que se ajustan, en el análisis materialista histórico, al desarrollo de la lucha de cla-
ses. En función de ello la preeminencia de una u otra categoría es sustantiva para
una adecuada aproximación analítica a la realidad histórica. Tampoco esto cons-
tituye una novedad: Gramsci (Gramsci 1987, págs. 342-351) advertía sobre ello, lo
que nos lleva a observar que nada sigue siendo tan novedoso como redescubrir a los
clásicos.

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