Problemas Época Moderna Kant y Rousseau
Problemas Época Moderna Kant y Rousseau
Problemas Época Moderna Kant y Rousseau
CONOCIMIENTO Y REALIDAD.
Para Kant existen dos hechos de la razón; la ciencia (hace referencia al uso teórico de la razón) y la moral
(hace referencia al uso práctico de la razón). En lo que se refiere al uso teórico, todo conocimiento parte
de la experiencia. Pero aunque es necesaria para ello, con la sola razón pura no se pueden obtener
conocimientos. Para responder a la pregunta: ¿qué podemos conocer? Kant plantea el idealismo
trascendental (“llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa no de los objetos, sino de nuestros
conceptos a priori de los objetos”), que afirma que los conocimientos necesarios y universales (propios de
la ciencia) no pueden proceder de la experiencia, sino de la razón.
Kant distingue entre lo que recibimos a través de nuestra experiencia sensible (la materia del
conocimiento) y lo que aporta el sujeto (la forma del conocimiento). Lo que conocemos por la experiencia
es a posteriori, pero la forma en la que ordenamos nuestra experiencia es a priori. El conocimiento
humano comienza cuando nuestra sensibilidad recibe impresiones sensibles y el sujeto las ordena en el
espacio y en el tiempo (que no son realidades ni objetivas ni absolutas, sino formas a priori, de nuestra
sensibilidad) resultando así el fenómeno. Por consiguiente, no podremos conocer las cosas tal como son
en sí mismas (noúmenos), sino sólo las apariencias que se someten a nuestras propias leyes (fenómenos).
Es el sujeto el que condiciona al objeto para hacer posible su conocimiento. Para conocer realmente es
necesario que el sujeto, a través del entendimiento proceda a una segunda ordenación, conceptualizando
la información empírica recibida.
Esta operación se hace por medio del juicio. Kant clasifica los juicios según la cantidad, la cualidad, la
relación y la modalidad, y afirma que son doce las leyes o funciones del juicio con independencia de su
contenido o materia. A dichas funciones las denomina conceptos puros o categorías (“formas a priori del
entendimiento, que se aplican a los objetos de la intuición”), son las reglas según las cuales el sujeto
unifica los fenómenos dados por la intuición sensible para comprenderlos.
Según Kant, hay tres tipos de juicios; analíticos a priori (el predicado se encuentra contenido en el
sujeto, meramente explicativos; su contenido es independiente de la experiencia, tienen un carácter
universal y necesario); sintéticos a posteriori (el predicado no está incluido en el sujeto, no se deriva
necesariamente de este; amplían el conocimiento porque parten de la experiencia, tienen un carácter
probable y no son universales ni necesarios); y sintéticos a priori (juicios propiamente científicos). Para
explicar este último tipo de juicios, Kant realiza un análisis trascendental que se remite a los principios
que fundan su posibilidad. Para ello, distingue tres funciones de conocimiento: sensibilidad,
entendimiento y razón. La crítica de la sensibilidad es la estética trascendental (fundamenta las leyes
matemáticas) y la del entendimiento, es la analítica trascendental (fundamenta la física).
En la dialéctica trascendental, muestra la imposibilidad de la metafísica ya que no son posibles los juicios
a priori en ella. La razón busca unos fundamentos o principios supremos que ordenen nuestros
conocimientos, que serán condición de todo lo demás pero incondicionados en sí mismos: las ideas de la
razón. Estas son el mundo (unidad absoluta de los fenómenos de la experiencia externa), el alma (unidad
absoluta del sujeto pensante, de los fenómenos de la experiencia interna) y Dios (unidad absoluta de
todos los objetos del pensamiento). Estas ideas no se pueden conocer porque no tenemos conocimiento
empírico de ellas, pero al declararlas al menos como pensables, serán admitidas gracias al uso práctico de
la razón que exigirá su existencia.
EL SER HUMANO.
El hombre es concebido por Kant como un ser de la naturaleza y, al mismo tiempo, un ser dotado de
razón, capaz de conocer fenoménicamente mediante el uso teórico de la razón, que parte de lo empírico.
Sin embargo, nuestro conocimiento está determinado por unas estructuras a priori, no conocemos las
cosas tal y como son en sí mismas. No vemos el mundo, vemos nuestro mundo, aquel que proyectamos.
En este sentido afirma el filósofo que el hombre está sometido a las leyes de la causalidad (determinado
por el mecanismo de la naturaleza), pero considerado como fenómeno (un ser físico sujeto a las leyes
causales y determinado). En cambio, como noúmeno, la conciencia moral implica la idea de la libertad.
A pesar de no poder probar científicamente que el hombre es libre, sí podemos probarlo por el uso
(puro) práctico de la razón. La conciencia moral exige fe en la libertad, así como la inmortalidad del alma,
por lo que hay que hablar del ser humano como un ser fenoménicamente determinado y
nouménicamente libre. También este uso práctico nos da a conocer que el hombre difiere de los meros
objetos en que tiene dignidad mientras que dichos objetos tienen simplemente precio y cuentan con un
valor relativo. Las personas tienen un valor absoluto.
El hombre tiene en sus manos la capacidad de obrar bien (la felicidad no puede elegirse, tan sólo
merecerla por el buen obrar), pero no se debe obrar de cierto modo sólo como medio para alcanzar dicha
felicidad y pretender lograr algo que sea de nuestro interés, sino que se debe obrar bien (conforme a la
ley moral) por mero deber. El perfecto cumplimiento de dicha ley moral exige como postulado, además
de la citada libertad, la inmortalidad del alma, puesto que requiere un progreso indefinido y merece una
felicidad inalcanzable plenamente en esta vida.
Kant considera que hay en el hombre tres disposiciones originales: disposición a la animalidad (por ella
se explica su aspecto viviente y la capacidad técnica del hombre), a la humanidad (por la que se explica su
capacidad pragmática y racional) y a la personalidad (por la que se explica su capacidad moral).
Estas disposiciones expresan la constitución del hombre, al que Kant concibe como ser que encierra en
sí una “insociable sociabilidad”, que es el motor de la historia. El hombre tiene una inclinación a vivir en
sociedad, porque en tal estado se entiende más al hombre, más realizado en el desarrollo de sus
disposiciones naturales. Pero tiene también una gran tendencia a aislarse, porque tropieza en sí mismo
con una característica antisocial o insocial que le lleva a querer disponer de todo a su antojo.
ÉTICA.
La ética de Kant hace referencia al uso práctico de la razón, su punto de partida es el hecho de “la ley
moral en mí”, que se relaciona con la razón práctica. Kant distinguirá entre las éticas materiales (éticas de
bienes y de fines, dan lugar a imperativos hipotéticos, a una ética condicionada y relativista, cosa que
Kant rechazará) y la formal (que establece un modo de actuar para que nuestra acción se realice de
acuerdo con el deber moral y no en razón del fin a alcanzar).
La ética para Kant debe ser formal y a priori (los mandatos morales no pueden derivarse de la
experiencia sino de la razón), desinteresada (puesto que no puede realizarse en vistas a ningún bien
particular), ha de formular imperativos categóricos (mandatos morales incondicionados y válidos para
todos) y ha de ser autónoma (el propio sujeto usando su razón tiene que descubrir el deber por sí mismo).
Hemos de actuar por deber, no simplemente conforme al deber, y nunca por el beneficio que pueda
reportarnos nuestra acción; la actuación moral auténtica no puede ser nunca interesada. La moral de las
acciones tiene que ver con nuestra buena voluntad, con la intención. Si la consecuencia de cumplir el
deber es la felicidad, hemos de tomarla como algo no buscado. El cumplimiento del deber sólo asegura la
dignidad del que actúa.
Para Kant el criterio que establece el deber ha de ser universal para todos, independiente de los
intereses particulares y ha de derivarse de nuestra razón, dicho criterio moral es el imperativo categórico
que Kant expresa de esta forma: “obra de tal modo que puedas querer que tu máxima de conducta se
convierta en ley universal” y de esta otra: “obra de tal modo que trates a la humanidad tanto en tu
persona como en la de los demás siempre al mismo tiempo como fin y nunca como un mero medio”. A
partir de aquí Kant distingue entre persona (que tiene un valor absoluto, la dignidad) y cosa (que tiene un
valor relativo, el precio). Por tanto, hemos de actuar siempre de modo que la norma que seguimos en
nuestra actuación pueda convertirse en norma de conducta universal.
El hombre puede no actuar conforme al deber (con motivación siempre de las inclinaciones naturales,
que son inmorales), o actuar de acuerdo al deber (cuya motivación podrían ser o las inclinaciones
naturales, que son amorales, serían acciones amorales ya que se ha actuado bien pero no sólo por el
deber; o por el mero respeto al deber, que es que realmente debería impulsar a las acciones,
conviertiéndolas en morales).
Para Kant, por tanto, el deber no se impone desde fuera a la voluntad puesto que proviene de la propia
razón que constituye al hombre. Someterse a una ley extraña es una heteronomía degradante
incompatible con la dignidad de la persona humana. Pero, cuando la voluntad se somete al deber es
indeterminada con respecto a todo objeto y se da a sí misma su propia ley. En esto consiste la libertad.
DIOS.
Para Kant, la existencia real de Dios no puede probarse, pero tampoco puede negarse. No resulta
irracional suponer su existencia. Desconocemos si Dios existe, pero es necesario que supongamos que sí,
ya que nuestra moralidad lo exige. Kant subordina el problema de Dios a su ética, al uso (puro) práctico de
la razón, puesto que si Dios no existiese, no tendrían sentido los imperativos morales que nuestra razón
nos dicta. En este mundo, bondad y felicidad no siempre van unidas, pero la moralidad exige esta unión,
que sólo puede darse garantizada por un ser supremo.
Según Kant, el bien práctico supremo consta de dos elementos: moralidad o virtud, y felicidad. Y,
mientras que la realización de lo primero está a nuestro alcance (mediante el ejercicio de nuestra libertad
podemos identificarnos con el deber), la felicidad no lo está, pues no depende de nuestra voluntad.
La religión es, para Kant, la creencia en Dios como una voluntad moralmente perfecta, que manda a
cumplir libremente con la ley moral y que garantiza el logro del bien y la felicidad plena. Sin embargo, no
se deben cumplir sus mandatos debido al posible premio o castigo que se derivarán de nuestra acción, ya
que la vivencia religiosa ha de ser auténtica, debe hacerse por mera ética.
La razón busca un fundamento incondicionado de toda la realidad y así se elabora la idea de Dios, pero
no conocemos dicha realidad (es trascendente, fuera del alcance del conocimiento). Dios está fuera de la
serie de los fenómenos sensibles. El propio Kant rechaza los tres argumentos principales dedicados a
probar la existencia de Dios. Así, no considera probatorio ni el argumento ontológico (puede considerarse
la idea de algo perfecto sin que exista), ni el cosmológico ni el teleológico (sólo prueba la existencia de un
ser muy sabio, pues el mundo está muy desordenado, por lo que no se prueba que sea creador, sino
ordenador).
La auténtica religión racional es la que cada persona debe vivir en su interior, pues la religión no ha de
ser una realidad pública y tampoco debe haber intermediarios entre la conciencia de cada persona y Dios,
ya que con la piedad interna es bastante. Por tanto, Kant forja una religión natural dentro de los límites de
la mera razón, mandando únicamente cumplir con el deber y actuar en consonancia con dicho deber con
una buena voluntad. Solo de este modo seremos merecedores de la felicidad eterna.
ROUSSEAU.
POLÍTICA.
Según Rousseau, la sociedad, la civilización, empeora al hombre y le aleja de su libertad y bondad
naturales. El hombre está alejado así de un estado natural donde había igualdad, precisamente porque, al
no haber recursos suficientes, el ser humano desarrolla, inevitablemente, un egoísmo centrado en la
búsqueda del beneficio propio en perjuicio de los demás.
El hombre en su estado natural es un ser bueno que se guía por dos sentimientos naturales: el amor a sí
mismo y la compasión por sus semejantes, pero dicha situación se termina cuando el hombre entra en
una sociedad con desiguales (fruto de la propiedad privada, de los privilegios de algunos). Esta sociedad
injusta produjo un permanente enfrentamiento social y es la culpable de todos los males del hombre.
Por esto, Rousseau propone una sociedad democrática e igualitaria y defiende esta posición como
consecuencia de dos momentos de “socialización”. En primer lugar, en el “Estado de naturaleza”, en un
origen, los seres humanos eran iguales y libres además de buenos. Pero, como hemos dicho, continuar en
este estado idílico resultaba utópico debido a la necesidad de supervivencia, por lo que los seres humanos
se ven obligados a entrar en sociedad, a pesar de su insociabilidad.
En segundo lugar, Rousseau plantea un Contrato social para recuperar la situación inicial de bondad y
libertad. Se trata un pacto social justo, basado en construir un Estado en el que cada persona obedezca
sólo a sí misma mientras se une cada uno a todos, permaneciendo así tan libre como antes. Esto debe
lograrse a través de la enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la comunidad,
dándose cada uno todo entero, siendo la condición igual para todos. Este contrato requiere un
consentimiento unánime de los contratantes, que aceptan entregarse a la voluntad general que emana
del pueblo y que es soberana. El poder de decisión, por tanto, permanece en los contratantes, en todos.
Así, obedeciendo la voluntad general del sujeto colectivo, nos obedecemos a nosotros mismos y por ello
somos libres.
El tipo de sociedad a la que da lugar este contrato es racional, libre y democrática. En ella se desarrollará
la voluntad general que se identifica con el interés común y la utilidad pública, y en ningún caso el interés
particular. Además, la voluntad general no puede ser representada, los ciudadanos son, por un lado,
soberanos (no admite la división de poderes: un solo pueblo, una sola voluntad, un solo poder) y, por
otro, súbditos. Al residir el poder en el pueblo toda ley no ratificada por él es nula.
Para reforzar el compromiso con el contrato, Rousseau propone una religión civil, que pretende superar
las intolerancias de las religiones tradicionales y fomentar el sentimiento de sociabilidad y unión a la
voluntad general, que los ciudadanos profesarán “voluntariamente”.