El Encuadre - Berges y Balbó - 240325 - 105536

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 15

El encuadre de la cura: demanda, transferencia y contrato con los padres y para su hijo

http://www.freudlacan.com/articles/article.php?rep=lee&url_article=jberges111000

Jean Berges y Gabriel Balbo

Luego de un repaso histórico de lo que fueron en el origen la demanda de análisis de niño, el


contrato con sus padres, el lugar y la función que allí tomaba la transferencia en la dirección de
la cura elaborada por el analista, abordaremos el problema que plantea la actual naturaleza de
la demanda y sus efectos sobre la negociación del contrato analítico con los padres y el niño;
después de lo cual definiremos precisamente demanda y no-demanda, para mostrar el carácter
inevitablemente conflictual de su relación; originario en el fondo de toda toma a cargo, este
conflicto llevará a considerar cual es el amo del goce en un análisis de niño, cual es la
interrogación fundamental de la anticipación simbólica cuando es decidida una cura con el niño.
¿Cuál es la demanda de transferencia distinguida de la transferencia de la demanda? y para
concluir ¿qué es la transferencia sobre la cura misma del niño?

REPASO HISTÓRICO

Freud
Si el psicoanalista llega, gracias a su práctica con el adulto, a formularse hipótesis sobre la
sexualidad infantil, puede desear escuchar más directamente en el niño, y antes que sean
completamente reprimidas, las formaciones que edifican precozmente los deseos que todavía no
están totalmente inconscientes. Fue por esta razón que Freud creó el psicoanálisis del niño y fue
pues de él que se originó la demanda: "es con este fin que, desde años, incito a mis alumnos y a
mis amigos a recoger observaciones de la vida sexual de los niños (...) entre el material que
enseguida de estos requerimientos llegó a mis manos, los informes que yo recibía, a intervalos
regulares, del pequeño Juanito tuvieron muy luego un lugar preponderante". Incitación,
requerimiento: al pedido de Freud, respondió el de los padres del niño en beneficio de quien se
anudó fácilmente un contrato analítico, que su analista, a gran satisfacción del Maestro, fue nada
menos que su padre.

Demanda, contrato y transferencia parecieron en esa situación idealmente unirse, Freud


pensaba que nadie más que su padre podía legítimamente emprender el análisis de su hijo:
"solo la reunión de la autoridad paterna y la autoridad médica en una sola persona, y el
encuentro en esta de un interés dictado por la ternura y de un interés de orden científico,
permitieron en este caso hacer del método una aplicación sin lo cual no hubiera sido apta". No
sólo para un niño la transferencia es óptima con su padre, sino que además con él ningún riesgo
de sugestión se presenta, el levantamiento de un riesgo permite entonces a las asociaciones ser
libres y mucho más francas.

Freud no era un hombre que pensara, concibiera y sostuviera cualquier cosa; nada permite pues
dudar de su rigor y de su convicción científica, ni su sincera preocupación: supervisó
regularmente y en el lugar de tercero simbólico, el análisis llevado por el padre con su hijo;
analizó él mismo a su propia hija Anna; y aún en 1935 si bien no aconsejó a E. Weiss emprender
el análisis de su hijo, tampoco se lo prohibió: "con mi propia hija, tuve éxito, con un hijo nos
enfrentamos a escrúpulos particulares (...) claramente todo depende de las dos personas y de la
relación que tienen entre ellas. Las dificultades usted las conoce. No estaría sorprendido, sin
embargo, que usted tuviera éxito".

¿Los Padres Son Buenos Terapeutas?


Cuando ella a su vez fue psicoanalista, Anna Freud sostuvo siempre que el niño transfiere sólo
con sus padres; al contrario, como con el adulto e independientemente de ellos, con el niño una
transferencia analítica es siempre posible, le objetó Melanie Klein, quien analizó también a sus
propios hijos. Esta práctica fue pues más que ocasional, y se desarrolló notablemente en los
países anglosajones, donde fue el objeto de la excepcional elaboración teórica de D. W.
Winnicott, quien volvió en el fondo a la posición inaugural de Freud: los padres son excelentes
terapeutas para sus hijos, y basta dar cuenta a un psicoanalista que tiene el lugar de tercero
simbólico, para que la transferencia no haga corto circuito encerrándose en ella misma. El
análisis de la pequeña Piggle proporciona el ejemplo.

H. von Hugh Helmuth

Responsable en la revista Imago de la rúbrica titulada de la verdadera esencia del alma infantil
creada para ella en 1912, H. von Hugh Helmuth declaró sin embargo desde 1920, en el congreso
de la Haya, al fin de su conferencia consagrada a la técnica del análisis del niño: "Yo considero
que es imposible analizar a su propio hijo. Primero porque el niño no revela casi nunca sus
deseos y sus pensamientos más íntimos a su padre o a su madre, no les devela enteramente ni
su consciente, ni su inconsciente, enseguida porque, en este caso, el analista debería pasar por
una construcción, y el narcisismo de los padres soportaría con dificultad la franqueza
psicoanalítica del niño". La argumentación se opone punto por punto a la de Freud y está
enunciada con toda "franqueza" en su presencia durante un congreso. Sin lugar a duda H. von
Hugh Helmuth hablaba con conocimiento de causa, ella que intentó sin éxito, y mortalmente a
costa suya, analizar a su propio sobrino. ¿Es acaso por esta razón que sus propósitos no
tuvieron alcance entre los defensores de entonces del análisis con el niño?. Es poco probable,
porque los principios enunciados por Freud en 1909 permanecían para todos prescriptivos. ¿En
qué lo son todavía, en el fondo, y que cambió fundamentalmente desde entonces?.

El Triángulo Simbólico Freudiano

Nos es forzado constatar: que en la toma a cargo de niños muy chicos, incluso lactantes, niños
psicóticos, incluso autistas, nos volvemos a encontrar hoy en día con la puesta en acto del
mismo triángulo "padre(s)-niño-psicoanalista" como en el tiempo de Freud. Su disposición real
ya no es idéntica, ya que el padre ya no es el analista patentado del niño; pero participa en su
cura, y activamente, ya que durante las sesiones tiene su lugar, tal como los otros dos tienen en
principio cada uno el suyo. Esta puesta en acto de la presencia real deja evidentemente
pendiente la ausencia simbólica de la cual debería sostenerse; pero (aunque esté lejos de
hacerla una unanimidad, ya que la cura verbal sólo con el lactante es practicada; cualquiera
sean sus trastornos) ¿porqué la justificación teórica de tal disposición técnica real de los lugares,
justificación a menudo detallada, y alegando esencialmente la imposible separación madre-hijo
(por ejemplo, cuando este último es lactante, muy pequeño, o muy aquejado) no es nunca
convincente, parece falaciosa y evoca esos "trucos" de los cuales hace uso H. von Hugh Helmuth
para asegurarse de la colaboración de jóvenes pacientes reticentes?. No convence, porque
parece siempre no ser más que una coartada del analista que toma su andamio técnico por
sustituto de lo que se juega transferencial y psíquicamente que todavía desconoce, pero a los
cuales está confrontado sin saberlo. Es justo pretender que a falta de otra, de una nueva
elaboración teórico clínica y técnica tan rigurosa y pertinente como la de Freud, los principios
que enunció en 1909 permanecen válidos, su carácter prescriptivo se ve reforzado por las poco
convincentes y múltiples técnicas inventadas desde entonces.
Las Curas a Madres

Sin embargo, algo que está lejos de ser anodino cambió fundamentalmente de naturaleza desde
el análisis de Juanito. Allí donde Freud sostenía que sólo el padre tenía cualidad para participar
en la cura del niño, ahora la madre toma su lugar y prevalece sobre el padre. Todas las
explicaciones son buenas para pretender que debe ser así y que a falta de tal disposición, no
sólo el resultado de la cura estaría comprometido, sino que además el futuro del niño estaría
amenazado. Los motivos alegados van desde la carencia paterna a la forclusión del nombre del
padre, de la perversión a las problemáticas represiones de los ascendientes maternos, del
estadio del espejo al esquema óptico: todo eso y bastante otras cosas, para llegar a la
irremplazable madre y, cuando el niño es autista, a la incontornable manera de expresarse, y de
hablar, en la relación madre-niño, cuyo trazo unario es evidentemente de unión.

Cuando las palabras ya no tienen la memoria de las cosas correspondientes, para que la clínica
no aparezca demasiado desordenada se hacen construcciones técnicas! No está dicho que con
un niño autista una cura padre y niño no sea más congruente que una cura madre-niño, a lo
menos para lo que concierne lo real, si es realmente sobre él más bien que sobre lo simbólico,
que la técnica debe apuntalarse. Y es en el beneficio de las concepciones freudianas que
pensándolo bien, se sueldan todas estas técnicas a madre. No sería entonces más económico de
examinar retrospectivamente, tomando como fondo de nuestras elaboraciones técnicas con el
niño, el triángulo simbólico de los lugares que Freud nos propone la interrogación vale la pena
de ser enunciada, aún si es incómoda: no es todos los días que la ley fálica distrae o aparta de la
castración.

LAS PROPOSICIONES DE HUGO VON HUGH HELMUTH

H. Von Helmuth, ella, no se sustrae, y responde a esta pregunta por sus muy interesantes
concepciones. De la técnica con el niño, fue la primera después de Freud en elaborar una teoría
rigurosa, pero que da sin embargo su lugar a la flexibilidad y a matices subjetivos, a la
ingenuidad del niño como del analista, a su asombro liberador. Formalmente, su artículo sobre la
técnica del análisis de niños se desarrolla de la manera siguiente: objeto del análisis,
generalidades técnicas, importancia de la primera sesión, particularidades técnicas subjetivas,
función de la Imago parental en la transferencia del niño durante su cura, transferencia del
analista, transferencia de los padres, trabajo del analista con los padres. Pero pensándolo bien el
texto trata esencialmente de la demanda, de la transferencia y del contrato analítico.

Demanda y Transferencia con el niño

Ella capta que con un niño en análisis, lo difícil reside en el establecimiento y el mantenimiento
de las condiciones propias en asegurar a la transferencia un cuadro que vuelva posible el más
espontáneo juego. Ahora bien este cuadro depende de la demanda como del contrato: en lo que
concierne a los padres y en lo que concierne al niño ni la una ni el otro se presentan bajo los
mejores auspicios. De hecho, las condiciones están pues reunidas para que la transferencia sea
principalmente negativa. Y el genio del autor es de haber comprendido que importa sobre todo
partir por este dato transferencial, sin hacerse demasiada ilusión, es decir dándose cuenta,
sabiendo que esta negatividad será durante toda la cura su telón de fondo, y que el trabajo de
transferencia no es más que un trabajo de duelo.

El niño no formula al analista ninguna demanda, y va a su encuentro en contra de su voluntad,


ignorando todo de las metas de una cura pero teniendo apego a su sufrimiento del cual goza
para reforzar su sentimiento de omnipotencia y su narcisismo de la diferencia. Con él conviene
por consecuencia crear primero una relación transferencial, susceptible de permitir la
emergencia de una demanda, y esta relación, para llegar a ella, se sostiene primero del
narcisismo. Así es mejor que los primeros contactos con sus padres se hagan sin él y que la cura
comience en su domicilio.

La primera sesión, y la primera inversión de la demanda.

Desde la primera sesión, conviene adaptar el método a su persona: su inteligencia, su edad, su


temperamento y su patología, deciden de las reglas y del programa a seguir, para sacar partido
a veces o concomitantemente: de los juegos, de las asociaciones verbales, de las acciones
simbólicas así como de los discursos mudos. Haciendo gala de una escucha condescendiente y
atenta, el analista concerta su trabajo con el del niño al cual no formula ni interdicción ni
sugestión: el pequeño analizante consolida su confianza en él y catectiza su cura, experimentan
luego tan poca desconfianza hacia su analista que le formula una primera demanda y quiere
poder contar sin límite en su confianza. Esta primera demanda opera por consiguiente una
inversión narcisistica notable, por la cual el niño se compromete, implicando a su analista, en
una transferencia positiva pero no obstante de naturaleza puramente especular.

El espejo: transferencia imaginaria e Imago.

¿Por qué corresponde a tal espejo quebrar definitivamente el cristal entre el analista y su joven
analizante? Justamente porque este último se embarca en una transferencia imaginaria cuyas
imago va a ser la puesta en juego, y en particular la imago parental. Para ser provechosa en la
cura tal transferencia exige de parte del analista que él mismo esté claro con sus propias imago.
"El trabajo analítico se realiza en el inconsciente" declara H. Von Hugh Helmuth: y en ninguna
otra parte, podemos agregar. Esto significa que la imago toma valor simbólico y significante para
un sujeto en análisis, aún y sobre todo si es infans, solo cuando lo que la conceptualiza mata a
la cosa reprimida que representa. Ahora bien este valor es solo capturado y la cosa muere de
sus palabras, solo si la cura deja de lado a los padres reales, solo si el psicoanalista no los
"realiza" él mismo; porque al encarnar realmente a la imago, la cual pretenden así dar
presencia, psicoanalista y padres permiten, a pesar de lo que dicen, que su muerte sea más que
improbable. En este juego transferencial, el analista debe pues permanecer como tercero,
atenerse al inconsciente, para no caer en este real. De la imago puede así hacer valer los
significantes de la falta, y permitir de esta manera al niño expresar sus deseos conscientes e
inconscientes.

Segunda inversión de la demanda.

Expresándose, estos deseos operan una segunda inversión de la demanda: en la transferencia,


el analista no responde a ninguno de los deseos infantiles encarnando la imago a que ellos
apuntan, pero sin responder a la demanda, él encarna no obstante siempre este pedazo de real
anónimo, sobre el cual toda imago se apuntala para venir en el lugar de objeto a, a perderlo. El
psicoanalista encarna pues algo de in-corporable, y realiza así una encarnación literalmente
ablativa con la cual parece no tener relación.

Pero ¿por quién me toma usted?

Concretamente, cada vez que el niño transfiere una imago sobre el analista, este hace valer el
real que la califica, de tal manera que nadie puede identificarse, apropiárselo, icorporárselo;
como si él enunciara al niño: "¿pero por quién me toma usted?". Lo real le permite pues disociar
la imago y por allí poder revelar al joven analizante qué deseos constituyen su objeto. La imago
es esta moneda de intercambio de la cual el niño alimenta sus tramas de transferencia; según
su signo, el analista es por turno aliado de los padres contra el niño, su aliado contra ellos,
enemigo de los tres o amigo de todos; también es a veces el ideal parental o el mejor de los
niños, el peor o el más solidario de una fratría... en breve, el joven analizante abandona
progresivamente, gracias a la cura, sus procesos de atribución y los clivajes maniqueistas y
angustiantes propias de las imágenes, para llegar a simbolizar la imago a la cual, a veces con
efectos depresivos, puede entonces renunciar como objeto a.

El paso de lo imaginario a lo simbólico por la palabra.

Esta simbolización que lo desaliena de su imaginario, se produce a partir de pedazos de real que
no son más que palabras, palabras que memorizan las cosas y las recuerda nombrándolas, estas
palabras que valen solo por el anonimato de sus empleos, estas palabras que solo una retórica
puede subvertir y subjetivar, a partir de figuras de estilo del discurso asumido. Cuando en la
transferencia, encontrando una imago, el analista nombra su real, cae en lo reprimido, o se
pierde como cosa muerta. Esta nominación por sí misma vuelve presente lo que ella nombra,
ausente sin embargo de deber ser nombrada. El paso es operado desde lo imaginario a los
simbólico, mediante lo real de la palabra.

Demanda y Transferencia con los Padres

H von Hugh Helmuth constata que con los padres, el proyecto de analizar a su hijo no se
presenta bajo mejores auspicios: aún cuando la formulan desde su propia iniciativa, su demanda
se hace contra su propia voluntad; los síntomas de su hijo, la falta de éxito de otros métodos de
tratamiento, la espera de un milagro, los conduce en última instancia al psicoanalista hacia el
cual ellos alimentan solo desconfianza, y del cual dudan que pueda tener éxito, allí donde todos
los demás fracasaron.

La herida narcisística.

Con ellos también conviene primero crear la confianza y mantenerla durante toda la cura,
sabiendo que la herida narcisística corre para ellos de un principio al final de la toma a cargo: se
presentan culpables de haber fracasado, y saben ya pertinentemente que la mejoría de la salud
de su hijo será esencialmente debida al análisis y que a ellos les deberá muy poco. Así como con
su hijo, con ellos todo empieza por consiguiente con una transferencia negativa, y es necesario
realizar primero las condiciones posibles para permitirle jugar sin traba, en seguida
transformarse, pero disociándose de la que el niño conoce en el cuadro de su cura. En relación
con esto, A. Freud consideraba que era necesario a los padres iniciar un análisis para ellos
mismos.

Los padres primero.

No es de esa forma que procede H. Von Hugh Helmuth; recibe primero a los padres para
consagrarse solamente a ellos, ya que es principalmente con ellos que se negocia el contrato
analítico; y por su transferencia negativa, a partir de la cual ella elabora con ellos su demanda,
ella comienza la cura del niño en su domicilio; desde el momento que la transferencia ya no
produce en ellos herida narcisística, ella prosigue en su propia consulta, donde los recibe
regularmente: así se encuentra establecida su confianza, reconociendo así la función y el lugar
que les pertenece, así como su pedido de participación.

La inversión especular y sus Imago.

Pero tal es entones para lo que les toca la inversión especular que se produce cuando están en
confianza con el analista, le piden aceptar su activa participación en la cura de su hijo: ellos
esperan de él que su confianza en ellos responda de manera aquella que ellos les atestiguan. Así
como con su hijo esta dificultad especular se resuelve solo por la elaboración de las Imago que
ella acarrea; y es más precisamente a sus propias imago parentales que los padres piden al
analista identificarse; pero ellos le piden igualmente incorporar la imago del niño susceptible de
halagar el narcisismo de sus padres: y entones son ellos mismos, tales como suponen haber sido
niños, que desean encontrarse en él: identificándose a su vez a esta imago analítica ideal, su
hijo no sería nada más que lo que ellos fueron en su infancia. Su narcisismo los empuja pues a
aceptar el análisis de su hijo solo si mediante el análisis su propia infancia vuelve en él: el
milagro que ellos esperan por lo tanto no es mas que una vuelta banal narcisística del ideal
reprimido.

Los beneficios de la vuelta narcisística, el duelo.

Los beneficios que ellos esperan de tal vuelta son múltiples; es primero para ellos reparador:
volviéndose el niño que fueron su hijo les permitirá olvidar que han podido ser en parte la causa
de sus síntomas; les permitirá también no solo temer por el éxito de la cura sino desearlo; eso
les asegura no tener que sufrir más de los celos por la transferencia entre el analista y el niño,
vivida por ellos con tanta envidia y odio como puede serlo para un niño el feliz espectáculo de su
madre con el recién nacido amamantando; vuelve también soportables las mejoras y los
agravamientos debido a la cura, así como su duración. Y de todo esto sin embargo, los padres
deben cumplir el trabajo de duelo, trabajo que transita en ellos por el destete, la privación y la
castración simbólica.

Las contradicciones, los errores.

H. von Hugh Helmuth reconoce que le cuesta mucho limitar los padres a su sola función,
obligarlos a guardar sus lugares; pero es difícil exigir esto de ellos cuando por otro lado ella
quiere encontrarlos para saber en que están sus relaciones con su hijo, para establecer la
veracidad de un recuerdo (lo que nos interroga de hecho), para conocer la primera infancia,
como si el niño fuera incapaz de hablarla él mismo. Ella se arregla como puede, es decir por
compromisos: ella explica que la transferencia positiva que su hijo tiene con ella es pasajera,
que no será dañina para ellos, que no se reserva lo mejor, ya que los éxitos que ella obtiene se
pagan por los fracasos escolares..., pero ella lo explica afirmando por otra parte que los padres
deben quedar fuera del análisis de su hijo.

Conclusiones

En sus Conferencias de introducción al Psicoanálisis Freud sostiene a propósito de los padres lo


mismo, pero en Las Nuevas conferencias se retracta; M. Klein no ha variado jamás; ni ella ni él
han escogido un promedio: la cura del niño se hace sin sus padres.

Transferencia crucial.

Esto no impide que el estudio de Hugo von Hugh Helmuth es ejemplar, y que su lectura es
enriquecedora. Muestra perfectamente que en el análisis con el niño la transferencia es una
cuestión crucial, a partir de la cual deben ser elaboradas las preguntas de la demanda y la
negociación del contrato; la concepción y la dirección de la cura deben ser pues pensadas en
función de ella.

Lengua de Esopo.

Ya que solo la transferencia marca el psicoanálisis de esta especificidad, que lo excluye del
campo de todas las investigaciones que disocian netamente al investigador de su objeto de
estudio, los principios enunciados por Freud en la cura del pequeño Hans encuentran allí toda su
fuerza simbólica y su radical pertinencia: para pensar la técnica del psicoanálisis con el niño
merecen que nos fijemos en ellos sin prejuicio superyoico y sin furor reprimente. La clínica
encuentra allí sus cartas de nobleza: ella es en efecto lo que es transmitido solo en función de la
transferencia de quien se compromete para transmitirla: toma consistencia solo de la
transferencia, y solo toma sentido de la teoría a la cual esta misma transferencia articula en un
juego dialéctico; fuera de este juego, al tomar cada una aisladamente es posible hacer decirle
todo o nada, porque cada una de ellas es por ella misma lengua de Esopo.

ACTUALIDAD DE LA DEMANDA

Ya no estamos en la época en que un hijo en cura podía enviar a su padre psicoanalista a control
donde Freud; la demanda, a lo menos para lo que concierne al niño, ya no es únicamente un
asunto de familia: igualmente social, se amplía aún a la ideología que lo social y su saber
promueven es influida incluso... socializada. Conviene pues pensar ahora en extensión la
definición subjetiva que daba Lacan: "pedir, el sujeto lo ha hecho siempre, él vivió gracias a
esto, y nosotros tomamos la continuación". Lo social sigue también desde entonces, a veces
precede y condiciona, como vamos a verlo en la demanda de los padres.

Demanda Socializada de los Padres.

El yo (moi).

Ella apunta el reforzamiento del yo de su hijo por la adquisición de saberes permitiendo el éxito
social y asegurando una combatividad propia con el fin de volver la vida más fácil.

Su ley.

Como si su divisa debiera ser: "todos para un mismo combate, y cada uno contra todo", tal
combate es sometido a una ley que quiere que el triunfo sobre el otro, su semejante, sea legal,
aceptable, solo si procede de atributos socialemnte organizados y distribuidos.

Su objeto.

El objeto de este combate es llevar al yo del niño (moi) a corresponder a una imagen que lo
político y sus ideologías (sociales, científicas, higiénicas, pedagógicas, psicológicas, etc.)
proponen como modelo.

Su Ideal.

El cumplimiento de este ideal está condicionado a la adquisición de saberes oficializados, que


sancionan los exámenes, concursos, diplomas y títulos. Y todo esto con el fin de garantizar al
joven sujeto un yo-placer (moi-plaisir), conforme al yo ideal que el cuerpo social promueve.

Los Dos Goces.

El niño ya no es solo lo que asegura a sus padres un cierto gozo narcisístico; él es lo que debe
de asegurar primero, para permitírselo, el goce que el cuerpo social, llamémoslo el Otro social,
espera idealmente de él. Los dos goces son de esta manera sincrónico. Este goce social
responde a ciertos criterios, como slogans, que las ideologías sin cesar vuelven a lanzar para
satisfacerla: ella es pues goce fálico ordenando un sistema de valores (familiar, profesional,
nacional, escolar, físicos, morales)... de la cual se sostiene.

Efectos del Goce.

El paria.
El niño que no hace gozar el cuerpo social de esta manera, o que no conforma su yo (moi) al
ideal que la ideología propone, está designado por los suyos y los otros como un marginal, un
paria, un excluido.

El otro igual.

En contra al niño que lo hace gozar correctamente, el cuerpo social promete la certidumbre del
éxito y el reforzamiento del yo (moi), por primas y gratificaciones narsisísticas, por atribuciones
simbólicas de gozo: pertenencias a grandes cuerpos del estado (cuerpo enseñante, cuerpo
diplomático, cuerpo prefectoral, cuerpo de la armada, etc.), espíritu de cuerpo, gremio, y el
compartir del ejercicio correspondiente del poder. Por esta identificación al ideal, el combate
contra el otro da lugar progresivamente a la solidaridad entre semejantes. Al "todos para un
mismo combate y cada uno contra todos", se sustituye otra divisa: "todos para uno, uno para
todos". El otro se vuelve entonces un igual, un espejo; espejo iniciático, que permite al joven
sujeto hacer su entrada en el mundo.

Lo inmundo

Aquél que no tiene éxito conforme al ideal propuesto se confronta siempre con un espejo
quebrado: él es otro, no es más que un desecho, que una cáscara, un recorte. Y así hace su
entrada en lo inmundo.

Subversión infantil

El hombrecito del devenir.

Sin saberlo pero con convicción el niño puede preferir escapar a tal maniqueísmo, a tal sistema
destinado a promover el yo ideal, y querer seguir el devenir de pequeño hombrecito.

El sistema (le ban)

Este niño ya no se sitúa como antaño solo en el sistema de la escuela: está situado en el
sistema de lo social; se inscribe en falso contra el yo ideal que los ideólogos toman por un
soberano bien.

Esto no resulta.

Informados que su hijo no anda bien, ya que se margina no integrándose al sistema que sin
embargo desea su felicidad, sus padres son amablemente conducidos a que emprenda una cura,
una terapia, en fin algo que lo conlleve a la regla: estudiar para tener éxito, con el fin de que el
yo ideal propuesto por el Otro social se cumpla, y para que este Otro esté asegurado de su gozo.
Así la demanda de los padres se encuentra socializada.

Demanda dirigida.

El niño dirigido al psicoanalista.

Dirigido por lo social, el niño llega la psicoanalista acompañado por sus padres. Ellos pueden
formular su demanda en nombre propio, pero en este caso lo social no está ausente: es
solamente más reprimido. El niño es dirigido al psicoanalista para que sea objeto de gozo del
Otro social.
¿A qué demanda responder?

Puede responder a esta demanda y dirigir al niño al goce fálico de Otro ideal, integrarlo a su
ideología, ya que se conforma al yo ideal que ella propone como modelo. Si provee de esta
manera al goce del Otro social, lo social en contrapartida provee a su propio gozo, dirigiéndole
todos aquellos que se divierten...

Pero el analista puede también no querer responder a la demanda, cuando es socializada: él


puede querer no ser pedagogo, no desear hacer la crianza. H. Von Hugh Helmuth así como Anna
Freud por otro lado, consideraban que con el niño el psicoanálisis debía ser igualmente
pedagógico, inculcar al joven paciente valores morales, estéticos, sociales; Sigmund Freud lo
pensaba también como una suerte de higiene.

¿Portavoz del deseo?

¿Pero si el psicoanalista no quiere ser nada más, si quiere ser sólo portavoz del deseo en el Otro,
como va a hacer para no responder a la demanda socializada?

La no demanda.

Elaborando con los padres su no demanda, ya que vienen a él dirigidos, o tomando al niño en
terapia, pero elaborando con él también su no demanda, en relación a la demanda socializada de
los suyos. Ahora bien es rarísimo que un niño demande él mismo a hacer un análisis: es mejor
partir entonces por la hipótesis de trabajo que de su lado, tal como del lado de los padres, existe
una no demanda, y por lo tanto transferencia negativa.

El conflicto.

No obstante, el analista que no responde a la demanda del Otro social, debe saber que se sitúa
hacia él en un conflicto: a la demanda socializada, él opone un fin de no recibir, es decir
literalmente su propia no demanda; al Otro social él no pide nada.

Conclusión.

En tal situación conflictual ya no está asegurado de nada: ni de lo social, ni de los padres, ni del
niño pero sin lugar a dudas es más subversivo. Es en todo caso esencial para su propia
transferencia trabajar la no demanda.

LA NO DEMANDA Y SU ELABORACIÓN.

En lo real del discurso

Para trabajar esta no demanda, debemos dirigirnos al real del discurso de aquellos que se
dirigen a nosotros, con el fin de develar la significancia inconciente y la parte de verdad que
oculta. Es volviendo a este real que el conflicto entre demanda y no demanda puede resolverse;
y puede serlo gracias a las potencialidades que lo real del discurso lleva en sí cuando es
formulado, articulado, hablado. Para que estas potencialidades puedan nacer de lo real que lleva
un discurso, es necesario que pueda parir libremente. Para eso es necesario que sea escuchado.

El escuchador

Escuchar, ¿qué significa esto? Esto significa simplemente que el sujeto que habla se dirige, como
lo subrayaba Lacan, a un "escuchador" ciertamente presente, pero vuelto casi irreal por su
presencia misma. Lo que es dirigido al escuchador cae pues en un hoyo: el hoyo de una oreja,
agujero que devuelve al discurso articulado todo su relieve, todo su inconsciente trazado, y todo
lo que conscientemente reprime. En otros términos este discurso se vuelve lenguaje: dice mucho
más que lo que él piensa, reconoce en contra del pensamiento del sujeto, o miente con él.

El futuro anterior y lo anticipado

¿Pero a quién habla el sujeto cuando se dirige a nosotros? Se dirige a otro sujeto, presente pero
poco real para aquél que le habla, porque a través de él, es a otro imaginario hacia quien la
dirección está articulada. Este otro imaginario ¿quién es? Es el niño narcisístico, el niño de bonita
estampa, el niño del deseo o la imago del niño, aquél que sus padres deseaban pero que no
tuvieron, ya que es aquél que ellos hubieran querido ser, y que se ilusionan con reconocer o
volver a encontrar, en aquél que ellos realmente han procreado.

Que por su fracaso y la desilusión correspondiente, su hijo real ya no se superpone a la imago


del niño narcisístico del deseo, que la distancia sea demasiado importante, y es todo lo que ellos
habían anticipado, que se derrumba.

La demanda en la anticipación.

El primer trabajo a efectuar de la demanda imposible con ellos es por consiguiente una
elaboración de fracaso de la anticipación simbólica, anticipación que sola permite articular en el
imaginario propio al discurso común, algo de un real que lo simbólico anticipa; sin ello habría
autismo o psicosis en la misma transferencia.

La anticipación en el inconsciente.

Fuera de estos dos extremos, si el niño que es suyo no responde a la inconsciente anticipación
simbólica que ellos se habían imaginado y que se encontraba representada en lo imaginario,
esto se sostiene principalmente de dos cosas. La primera es que el niño no es o no quiere ser el
objeto narsisístico de su deseo y de su goce: la segunda es que no es y no quiere ser la imagen
narcisística ideal del goce como de la demanda del Otro social.

El Otro parental anticipa el Otro social.

Muy generalmente, para el niño este Otro es idéntico a este Otro parental; es incluso en función
de este que puede anticipar simbólicamente algo de aquél. El niño establece pues una especie
de equivalencia imaginaria entre ellos y él pretende ser lo que está en juego, el objeto, el
juguete, la víctima, en fin y sobre todo: el amo. Elaborar la demanda o la no demanda parental
vuelve a liberar a los padres, a aliviar del niño narsisístico que los estorba, con el fin de poder
señalar como hasta allí el se comportaba como amo.

EL AMO DEL GOZO

Mandar al Otro.

¿Qué descubrimos pues por este trabajo de la demanda y de la no demanda de lo social, de lo


parental y del analista? Descubrimos que el niño que tanto problema hace no es más que el amo
de su goce. El es el amo del goce del Otro, cualquiera sea este. Y en el fondo es lo que significa
"HIS MAGESTY THE BABY", en el artículo de Freud: Introducción al narcisismo. Esto significa que
él tiene el lugar del amo del goce, y que desde este lugar, él pretende poder mandar al Otro.

Edipo.
El análisis opera por consiguiente una asombrosa inversión: pensábamos que el niño debía
corresponder al yo ideal que lo social propone, y descubrimos que de este social, como de todo
Otro, el niño es amo del gozo. En relación a esto el mito de Edipo presenta por lo menos el
interés de colocar un límite a este dominio: existe una mujer, de la cual no sólo no debe gozar,
pero cuyo dominio del gozo se le escapa, ya que es de un otro que ella depende, que
generalmente es el padre.

Los padres se querellan.

Volvamos, a partir de este descubrimiento, al análisis de la demanda de los padres. ¿Que piden
o no piden al psicoanalista, cuando vienen a buscarlo aparentemente para el bien de su prole?
Vienen a exigir justicia contra ella, para volver a conquistar el dominio de su propio gozo:
protestan de haber sido desposeído de él por su hijo. Es también lo que explica que cuando
hablan de él, es de ellos que discurren, ya que suponen que siendo su imagen ideal en espejo, él
los encarna.

Disociar.

La elaboración de la demanda-no-demanda consiste pues en la ocurrencia en descentrar a los


padres del niño, a disociarlos de su mutua y tan primaria identificación especular y narcisística.
¿Como llegar a eso de otra forma que creando entre ellos (¿otra?) anticipación simbólica?

LA ANTICIPACIÓN SIMBÓLICA, FUTURO ANTERIOR EN ACTO.

La caída de la ilusión.

Padres y niños deben ser otros el uno hacia el otro, pero la caída de la ilusión sostenida por un
juego de imágenes mutuas e intercambiables es sólo posible por una anticipación simbólica
desprendida de esta ilusión. La cura analítica no es más que tal anticipación: tercera en relación
a los padres y a su hijo, anticipa en pura lógica lo que la transferencia realiza en acto del devenir
inconsciente. El niño que emprende la cura la inviste en parte positivamente, pero por su
compromiso, amenaza la ilusión que lo une a sus padres, y para detener toda amenaza de su
parte, él contrainviste igualmente la cura de una transferencia negativa.

La anticipación en acto en la transferencia.

Pero para que esta anticipación simbólica inconsciente se realice en acto por la transferencia, es
necesario que el analista reduzca lo que lo obstruye, es decir la ilusión que producen la imagen
como todas las imago.

La imagen.

La imagen se define como lo que se relaciona a lo real del cuerpo, pero tal como otro lo refleja
para producir el Urbild, el original prototípico.

La Imago.

La imago se sostiene, es verdad, de la imagen, pero la vuelve a tomar en un esquema, en un


sello, que la lógica prende al fantasma inconsciente.

La identificación.
Ahora bien, la reducción de esta ilusión, por que depende de lo imaginario, se complica de la
identificación, a la cual imagen e imago son correlativas. En efecto, la identificación conlleva a
aquél que se identifica a confundir de manera ilusoria el trazo unario puramente simbólico al
cual se identifica con las imágenes y las imago que permiten la incorporación por proyección o
introyección.

Identificarse a, e identificarse así algo o alguien.

Los padres se identifican a su hijo porque ellos se lo identifican, suponiendo que él se identifica a
ellos, identificándo se los. En ese juego en que el trazo se intercambia a la imagen, la ilusión
recoge en ella imágenes e imago por una parte, e identificación por otra parte. El analista sólo
puede librar de este quiasma al niño que tiene en cura, no olvidando salir él mismo por el tercer
término que constituye la economía libidinal:

Identificaciones y libido.

¿Cómo Lacan define la libido? El dice que es la notación simbólica, de la equivalencia entre los
términos que se intercambian las identificaciones. En el seno de las identificaciones imaginarias,
la libido corre de una imagen a otra, en un intercambio que no toma en consideración lo real; en
el seno de las identificaciones reales la libido permite al sujeto investir al otro al cual entrega su
yo en un intercambio que puede dejar perder sus imágenes; en el seno de las identificaciones
simbólicas por fin, la libido permite al sujeto tomar a su cargo la estructura misma del discurso
del Otro.

La lógica de la anticipación simbólica

En la medida en que la identificación releva de todos modos de la anticipación simbólica, en la


medida en que su economía es libidinal, y esta líbido simbólica por que relativa a los
intercambios entre términos equivalentes por lo tanto intercambiables, se puede concluir que
desde el origen, la economía libidinal de in sujeto releva y depende de la importancia de sus
anticipaciones simbólicas. Sabíamos que la libido es masculina, sabemos ahora de que lógica
releva. Es aquella de la anticipación simbólica, que no es más en la transferencia y el
inconsciente que aquella del futuro anterior en acto.

Anticipación simbólica y pérdida.

En el seno de los tres tipos de identificaciones algo siempre se pierde: jugando con la
anticipación simbólica, tomando pues apoyo de la economía libidinal que condiciona, el analista
puede reducir el quiasma del cual el niño está ilusoriamente enajenado, refiriendo todo
intercambio simbólico a una pérdida. Pérdida de objeto cuya elaboración es menos penosa, ya
que se inscribe en un intercambio, ordenado por la anticipación simbólica.

DEMANDA DE TRANSFERENCIA Y TRANSFERENCIA DE DEMANDA.

La cuestión de la libido permite naturalmente pasar de la demanda a la transferencia. ¿Qué es la


transferencia? La respuesta a esta pregunta es importante; permite por ejemplo poder salir del
callejón sin salida de tres demandas especificadas por P. Aulagnier. En su artículo Demanda e
Identificación, según su destinatario, ella distingue tres tipos de demandas, a los cuales todas
convergen: la demanda a uno mismo, la demanda al otro, y la demanda a Dios. Pues bien
justamente la transferencia les ex-siste y gracias a esto permite la translaboración, sin la cual
pierden cada una toda consistencia.

La transferencia.
Definición.

¿Cómo Lacan define la transferencia? Dice primero que es "el amor, pero cuando es simbólico".
Jamás volverá sobre este carácter muy general pero muy notable de esta definición princeps,
que él precisará progresivamente para allí introducir. El inconsciente, el lenguaje, la sexualidad,
el objeto a, el deseo y la demanda. Esta precisión atinge según nosotros a su quinta esencia, no
tanto en el seminario relativo a la transferencia, sino en aquél en que trata un poco más tarde
sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis: el Seminario XI, de 1964.

La realidad del inconsciente es sexual.

El allí declara que "la transferencia es el puesta en acto de la realidad del inconsciente"; pero
esta realidad no es sólo de palabra, no sólo de lenguaje: "la realidad del inconsciente verdad
insostenible es la realidad sexual. ¿Pero bastará sostener entonces que es por la realidad sexual
que el significante hace su entrada en el mundo subjetivo?

Realidad sexual, significante, objeto y deseo.

No, es necesario articular no solamente esta realidad al significante, sino también a un objeto, y
un deseo: "haciendo referencia aquí a la función del pequeño a, (...) indico solamente una
afinidad de enigmas de la sexualidad con el juego del significante". Este juego, ¿como
comprenderlo fuera de la líbido, que es "la presencia efectiva como tal del deseo"? Deseo que es
el punto nodal por el cual la pulsación del inconsciente está ligada a la realidad sexual.

La demanda.

En razón de este mismo nudo, el deseo es dependiente de la demanda, que o deja correr cuando
se articula en significantes. En la medida en que el discurso analítico toma forma del discurso de
la demanda, ¿cómo situar el deseo en la transferencia?

El deseo es el deseo del Otro.

"El deseo, es el deseo del Otro", el cual Otro participa tanto del analista como del analizante. "No
existe solo en este asunto lo que el analista pretende hacer de su paciente. También existe lo
que el analista entiende que hará de él su paciente" El objeto a se vuelve entre ellos en ese
entonces, el discurso analítico mismo, aquél que a través de la demanda deja emerger deseo.

La demanda.

El fin de no-recibir.

Con los padres, la demanda es ante todo demanda de transferencia por la cual puede ser
reconocida su no-demanda; los padres no piden nada: incluso dirigen una no-demanda al Otro
social. Esta no-demanda es literalmente un fin de no-recibir que el analista debe acabar de no
recibir.

Recibir para empezar a los padres solos.

Es necesario pues recibir a los padres solos, sin su hijo, para que sea elaborada con ellos esta
demanda de transferencia, invirtiendo en no-demanda un mensaje que venía del Otro.

El Otro sin cualidad.


A partir de esta inversión de la demanda él puede trabajar con ellos la equivalencia que ellos
han podido establecer entre él y lo social, con el fin que termine apareciendo como un Otro sin
cualidad, Otro sin atributo, Otro no calificado para hacer lo que tiene que hacer. Para terminar
allí, es conveniente que escuche muy atentamente lo que los padres dicen, piensan y
fantasmean del Otro social; como ellos se sitúan, como allí sitúan a su hijo y el analista; y sobre
todo como allí sitúan o no sus anticipaciones.

La no-demanda de dominio infantil.

Tal elaboración de la no demanda basta a ella sola justificar que los padres se han recibido ante
todo; una segunda justificación viene sin embargo a reforzar tal análisis: no se trata de
pretender querer reducir el dominio del niño sobre el goce, y a la vez contradictoriamente,
permitirle saber todo sobre todo, no dejar a sus padres no espacio, ni tiempo que les sean
propios.

El niño en espera.

El niño debe estar pues en espera, no en sufrimiento, sino en espera; espera de la cual se puede
hablar en los intercambios con sus padres. ¿Qué dicen ellos, en su casa, a su hijo? ¿De qué no
dicho el análisis está marcada eventualmente? ¿Qué identidad es atribuida en familia al
psicoanalista? ¿Qué se dicen entre ellos de la demanda, de lo que no ha sido demandado, de lo
que hace enigma en todo esto?

Ausencia, presencia, ¿pero en la palabra únicamente?

No volveremos a tomar aquí todo lo que hemos teorizado de la demanda-no-demanda; pero en


el fondo, en el cuadro de la elaboración solo con los padres, lo que debe tomar todo un relieve
de anticipación simbólica y significante en los intercambios con ellos, es su hijo y su análisis,
bien presentes en sus discursos, pero de no poder justamente tomar lugar sólo al ser realmente
ausentes. Juego de la ausencia y de la presencia, juego de lo real y de lo simbólico, que
anticipan para los padres como para el niño en que tipo de ausencia la presencia puede hacer
retorno.

De la demanda de transferencia a la transferencia de la demanda.

Así la elaboración psicoanalítica puede progresivamente hacer pasar la demanda de


transferencia de los padres a la transferencia en la demanda para su hijo, como en su propia
demanda-no-demanda, y en el contrato analítico organizando el cuadro de su cura. Para ponerlo
en obra, el practicante por supuesto pone la condición de escuchar antes al niño, y para
escucharlo, lo recibe solo sin sus padres.

CONTRATO Y TRANSFERENCIA EN LA CURA.

El contrato analítico.

Conjunción y disjunción contractuales.

El contrato analítico es la primera puesta en acto transferencial de la realidad del inconsciente de


los padres y de su hijo. Pero si es la primera, es también la última ya que son simultáneamente
conjuntas y disjuntas por este acto, que sería para cada uno de ellos imposible si no se hubiera
vuelto simbólico por toda la elaboración de la demanda.
El secreto.

Cuando comienza en efecto la cura de su hijo, lo que se abre entonces para él en su devenir, se
cierra implacablemente para ellos bajo el sello del secreto. Aún si encuentros con ellos son
posteriormente penables y posibles para el analista (encuentros a los cuales el niño no puede
participar ya que su cura estando en curso, ningún retorno a lo que lo antecedía es para él
posible), en ningún caso el secreto es compartido con ellos.

Transferencia sin saber sobre la cura.

El secreto pone problemas a los padres, que van a tener sin saberlo, investir la cura de su hijo.
Pero si la expresión no es feliz, es necesario que hagan como una transferencia sobre esta cura.
Es en nuestro sentido con el fin de poder analizar algo, y prevenir efectos demasiado negativos
(como eventuales interrupciones o accesos depresivos), que es útil poder recibir a los padres
durante la cura de su hijo.

Para concluir.

El significante de la demanda, es evidentemente por el lado del deseo que expresa y de la


identificación que es la otra escena donde es reconocible. Esto da cuenta de la dificultad de
tratarlo fuera del campo de la transferencia, la cual justamente circunscribe el borde. Sin
embargo se presenta en todos lados: de todos lados tiende a desbordar el cuadro. ¿Cómo podría
ser de otra forma, ya que se sostiene del deseo, de sus objetos y del goce? Regular el
funcionamiento, tal es el trabajo de analista, trabajo que él puede ordenar sólo en su función: la
transferencia.

Elaborar la demanda no conlleva evidentemente que el analista deba responder a ella


desbordando él también. Por lo demás no es un rompecabezas para él no responder a ella,
porque ninguna demanda puede conocer respuesta que la satisfaga: en relación a esto ella
siempre es no-demanda. Tal es o que está en juego y a la vez el juego de la demanda: jugar así
como presentar un cierto juego.

Traducción y transcripción : Colette Debeuf Potier / Lorena Contreras Taibo /


Francisco Maffioletti Celedoón

Santiago - Chile, 1999


© 2002 association lacanienne internationale

También podría gustarte