Las Iglesias de América Latina son diversas y abarcan una amplia gama de denominaciones cristianas, con el catolicismo siendo la más predominante. Estas iglesias juegan un papel crucial en la vida social y cultural de la región, involucrándose en cuestiones de justicia social, derechos humanos y desarrollo comunitario. Además, han sido históricamente influyentes en movimientos sociales y políticos, promoviendo la teología de la liberación y abogando por los derechos de los pobres y marginados.
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Las Iglesias de América Latina son diversas y abarcan una amplia gama de denominaciones cristianas, con el catolicismo siendo la más predominante. Estas iglesias juegan un papel crucial en la vida social y cultural de la región, involucrándose en cuestiones de justicia social, derechos humanos y desarrollo comunitario. Además, han sido históricamente influyentes en movimientos sociales y políticos, promoviendo la teología de la liberación y abogando por los derechos de los pobres y marginados.
Título original
Las Iglesias de América Latina y su contribución a la elaboración de la DSI
Las Iglesias de América Latina son diversas y abarcan una amplia gama de denominaciones cristianas, con el catolicismo siendo la más predominante. Estas iglesias juegan un papel crucial en la vida social y cultural de la región, involucrándose en cuestiones de justicia social, derechos humanos y desarrollo comunitario. Además, han sido históricamente influyentes en movimientos sociales y políticos, promoviendo la teología de la liberación y abogando por los derechos de los pobres y marginados.
Las Iglesias de América Latina son diversas y abarcan una amplia gama de denominaciones cristianas, con el catolicismo siendo la más predominante. Estas iglesias juegan un papel crucial en la vida social y cultural de la región, involucrándose en cuestiones de justicia social, derechos humanos y desarrollo comunitario. Además, han sido históricamente influyentes en movimientos sociales y políticos, promoviendo la teología de la liberación y abogando por los derechos de los pobres y marginados.
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Las Iglesias de América Latina y su contribución a la
elaboración de la Doctrina Social
Sergio Bernal Restrepo, sj Decano del Medio de la Facultad de Medicina de la Pontificia Unversidad Javeriana de Bogotá, Colombia Este trabajo apareció en la Revista Pensamiento Social, Instituto de Estudios Social Cristianos, Lima, No. 1/22013, págs.9-23.
Y es que la DSI es un poderoso instrumento de evangelización, ella es
parte esencial de la misma. Hoy día sabemos que la DSI es la “aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan” (SRS 8).
El Sínodo de 1971 trató, precisamente, de la evangelización,
de la que el compromiso con la promoción de la justicia es un elemento constitutivo. Ulteriormente se ha ido reafirmando la naturaleza de la DSI y hoy ya es patrimonio aceptado por todos, que ella pertenece al ámbito de la teología moral y que su objetivo es evangelizar. Leemos en la encíclica Centesimus annus (CA) del beato Juan Pablo II que el valor de los que llamamos documentos sociales, proviene del hecho de ser documentos magisteriales que se insertan en la misión evangelizadora de la Iglesia.
De esto se deduce que la doctrina social tiene de por sí el valor de
un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás: de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del «proletariado», la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz, así como del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte (CA 54).
Pablo VI, en uno
de los documentos mejor logrados de su largo pontificado, la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (EN), contribuyó a aclarar el sentido de la evangelización, y a comprender su íntima relación con la DSI: La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación (EN 29).
Esto lo expresaron los padres
conciliares en su mensaje al mundo cuando decían que: La doctrina expuesta en la carta encíclica Mater et Magistra demuestra claramente cómo la Iglesia hoy día sea absolutamente 6 necesaria para el mundo, para denunciar las injusticias y las indignas desigualdades, para restaurar el verdadero orden de los bienes y de las cosas para que, según los principios del Evangelio, la vida del hombre se haga cada vez más humana. (Mensaje de los Padres a la Humanidad, 20 de octubre de 1962).
Y hoy, el Papa Francisco expresa esta realidad con la claridad que lo
caracteriza: “precisamente por su conexión con el amor (cf.Gal 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. (…) La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo.” (Lumen Fidei, 51).
Algunos Autores dividen la historia de la DSI en dos períodos: antes y
después del Vaticano II. Por ello Juan Pablo II hablaba con propiedad de renovación y continuidad como la característica de la DSI (Cf. SRS 3). Ciertamente, cada momento de esta historia ha tenido sus características propias y esta realidad debe ser tenida en cuenta para la recta hermenéutica de los documentos.
Juan XXIII abría nuevos caminos con la encíclica Mater et magistra
(MM) al proponer una metodología inductiva que debería partir de la realidad que planteaba desafíos a la Iglesia. Más aún, el Papa proponía un método preciso para comprender esa realidad. Es el método del verjuzgar- actuar, que ya de algún tiempo atrás aplicaban los grupos especializados de la Juventud Obrera Católica (JOC) para la revisión de vida. Para el Papa se trataba de llevar a la práctica los principios de la enseñanza social de la Iglesia utilizando una metodología que suponía tres momentos: 1) análisis de las situaciones; 2) valoración de las mismas a la luz de principios y directrices, para determinar qué se debe hacer para 3) traducir los principios y las directrices en las situaciones concretas, históricas, según las exigencias y posibilidades que las mismas situaciones piden (cfr. MM 246).
El 23 de Noviembre de 1965, año conclusivo del Concilio, el Papa
dirigió un discurso muy importante a los obispos latinoamericanos presentes en Roma y, que conmemoraban diez años de la Conferencia de Rio. En su mensaje el Papa ofreció líneas inspiradoras que, sin duda alguna, tuvieron influjo en los trabajos de la Conferencia de Medellín, tanto en la 11 temática, como en la metodología de análisis social propuesta por Pablo VI. Entre otras cosas, el Papa les decía que no basta recordar la Doctrina Social de la Iglesia y enseñarla en abstracto; es necesario favorecer su aplicación en las situaciones reales a medida que se presentan y traducirla en normas concretas de acción, delimitando claramente los campos de responsabilidad de la jerarquía y de los laicos (Insegnamenti di Paolo VI, III, 1965. pp.666-667). Con este estímulo Monseñor Manuel Larraín, Presidente del CELAM propuso la celebración de la segunda Conferencia cuyo objetivo sería la revisión de las conclusiones de la Conferencia de Rio y la aplicación de las constituciones del Concilio Vaticano II en América Latina. El CELAM había celebrado su X Asamblea en Mar del Plata en octubre de 1966 y tomó como tema la presencia activa de la Iglesia en el desarrollo e integración de América Latina. Se quería hacer una reflexión teológica sobre el desarrollo siguiendo la inspiración de la Gaudium et spes y del pensamiento de Maritain que había sido tomado por el Padre Lebret y que influiría fuertemente en el documento de Pablo VI sobre el desarrollo, la encíclica Populorum progressio. Para la reflexión ayudó también la iluminación del magisterio de Juan XXIII y de Pablo VI. La preparación de la Conferencia de Medellín fue larga y difícil. Durante la XI Asamblea del CELAM (Lima, nov. 67) de definió el objetivo de la futura Conferencia: toma de consciencia de la realidad latinoamericana para orientar pastoralmente una acción más integrada de la Iglesia en América Latina a la luz del Concilio. En contacto con organismos internacionales se recogió abundante información sobre la situación real del Continente. En Medellín nació, por así decirlo, la 13 teología de la liberación que en su ulterior desarrollo sufrirá tantas desviaciones, pero que, en su esencia, es perfectamente coherente con la Revelación cristiana. En realidad, la búsqueda de la justicia es una exigencia de ésta y la Iglesia no ofrece la lucha de clases como solución a la injusticia, sino la esencia del Mensaje: “Creemos que el amor a Cristo y a nuestros hermanos será no sólo la gran fuerza liberadora de la justicia y la opresión, sino la inspiradora de la justicia social, entendida como concepción de vida y como impulso hacia el desarrollo integral de nuestros pueblos” (Justicia, 5).
Aparece con claridad en todo el documento, que la acción pastoral de
la Iglesia es un proceso de educación, no de imposición. Se trata de iluminar las conciencias con miras a un compromiso de todos y cada uno en la transformación de las estructuras. En realidad, ya aparece con evidencia que el problema es estructural y que, por tanto, no se arregla con pañitos de agua tibia, sino que requiere acciones radicales para las cuales es necesario preparar a los agentes transformadores. Las comisiones de acción social, que se deben crear en todas las diócesis, tienen como fin la elaboración doctrinal para asumir iniciativas en el campo de la presencia de la Iglesia como “animadora del orden temporal” (Justicia, 22).
La DSI ha sido desde sus inicios una expresión de la preocupación por
los pobres. Sin embargo, lo que hoy es evidente como opción, no se explicita con tanta claridad en los documentos anteriores al Vaticano II y es ahí donde, precisamente, encontramos una de las grandes contribuciones de las Iglesias que están en América Latina al progreso de este rico patrimonio. Durante el desarrollo del Concilio se formó un grupo de obispos que lucharon por poner en primer plano esta dimensión de la misión de la Iglesia, que logró traducirse solamente en algunas referencias a la pobreza y a los pobres como en el Mensaje de los Padres Conciliares al mundo, y en algunos decretos. Por ejemplo, en el decreto sobre la misión de los obispos se dice que cuando evangelizan deben demostrar una particular preocupación por los pobres y los más débiles, “a los que el Señor les envió a evangelizar” (CD 13). Pero esta preocupación no es exclusiva de los obispos. A los sacerdotes se les recuerda que “aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí de una manera especial a los pobres y a los más 14 débiles, a quienes el Señor se presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra mesiánica” (PO 6). El cuidado de los pobres se encuentra también en otros documentos conciliares, pero sin una consciencia clara de la relación entre pobreza e injusticia, con una visión un poco estática de la estructura social. Con todo, hay que reconocer que ya se aceptaban los límites de la teología que no podía por sí sola interpretar la realidad histórica en toda su complejidad. Se invita, por tanto, a los obispos a usar la investigación social para conocer a fondo la realidad en que viven los fieles (cfr. CD 16). En el campo práctico, la Iglesia en toda su historia se ha preocupado de los pobres, pero con una actitud asistencial de remediar situaciones puntuales, sin entrar en el análisis de las causas de la pobreza que hay que atacar para encontrar la solución. Esta actitud era debida, en parte, al temor de acercarse al análisis marxista, haciendo que el discurso quedara en lo abstracto. Medellín ha ayudado a aclarar este punto. No olvidemos que la reflexión episcopal estuvo precedida por estudios juiciosos de la realidad estructural, con el apoyo de organismos técnicos y de especialistas en el campo católico. Como pastores, iluminados por esta contribución científica, pero movidos por su fe llegaron a comprender que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, «poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política», violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina «la tentación de la violencia». No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos (Justicia, 16). 15 Por ello ya la pobreza no se considera algo casual, ni mucho menos como un ideal cristiano cuando se trata de una carencia que es producto de las estructuras injustas. “La pobreza como carencia de los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el fruto de la injusticia y el pecado de los hombres” (Pobreza de la Iglesia, 4).
Buscando la coherencia en la vida de la Iglesia y, como fruto del
análisis de la realidad, los obispos proponen una orientación lógica que todavía en muchos círculos resulta escandalosa: “Hacer que nuestra predicación, catequesis y liturgia, tengan en cuenta la dimensión social y comunitaria del cristianismo, formando hombres comprometidos en la construcción de un mundo de paz” (Ib. 24).
Diez años más tarde se celebró la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles. Entre Medellín y Puebla hubo tres estímulos doctrinales que tendrán un fuerte influjo sobre el desarrollo de la Conferencia: la carta apostólica Octogesima adveniens de Pablo VI, conmemorativa de los ochenta años de la Rerum novarum, el Sínodo de 1971 que trató el tema de la justicia, y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, documentos todos de un valor extraordinario. No se puede pasar por alto el discurso inaugural del beato Juan Pablo II a la Conferencia, con el cual relanzó la DSI que había pasado por lustros de crisis ante el embate de algunos teólogos de la liberación y de otras ideologías que se disputaban el poder político. El tema central de la Conferencia era el de la evangelización en el presente y el futuro de América Latina. Se comienza con un análisis de la realidad sumamente extenso y profundo en el cual se reconoce con humildad que en la historia de la evangelización del Continente se han cometido errores por los que hay que pedir perdón.
El tema central de la Conferencia era el de la evangelización en el
presente y el futuro de América Latina. Se comienza con un análisis de la realidad sumamente extenso y profundo en el cual se reconoce con humildad que en la historia de la evangelización del Continente se han cometido errores por los que hay que pedir perdón. La DSI de la Iglesia es descrita de una manera interesante, en parte resumiendo los documentos hasta ese momento existentes, pero, además, incluyendo algunos elementos que más tarde entrarán a ser parte del magisterio universal: El aporte de la Iglesia a la liberación y promoción humana se ha venido concretando en un conjunto de orientaciones doctrinales y criterios de acción que solemos llamar «enseñanza social de la Iglesia». Tienen su fuente en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres y grandes Teólogos de la Iglesia y en el Magisterio, especialmente de los últimos Papas. Como aparece desde su origen, hay en ellas elementos de validez permanente que se fundan en una antropología nacida del mismo mensaje de Cristo y en los valores perennes de la ética cristiana. Pero hay también elementos cambiantes que responden a las condiciones propias de cada país y de la época (GS nota 1) (DP 472). 18 Por tanto, la finalidad de esta doctrina de la Iglesia — que aporta su visión propia del hombre y de la humanidad (PP 13) — es siempre la promoción de liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente, contribuyendo así a la construcción del Reino último y definitivo, sin confundir, sin embargo, progreso terrestre y crecimiento del Reino de Cristo (DP 475). Fue éste un momento importante de la contribución de las Iglesias que están en América Latina, al desarrollo de la DSI. Con el magisterio del beato Juan Pablo II, la opción preferencial por los pobres entró a hacer 19 parte del patrimonio eclesial y no ya, una “desviación” de los latinoamericanos influenciados por la teología de la liberación como pensaban algunos. También la liberación, después de Puebla, será un elemento esencial del ministerio profético de la Iglesia Universal. Hay que anotar que la opción por los pobres tiene como fin su liberación integral de toda forma de esclavitud a la que se hallan sujetos y que se funda en la esencia del seguimiento de Jesús y de la más antigua tradición cristiana: Por esta sola razón, los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios, para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús (Ib.1142). Estos dos grandes elementos dinamizados y contextualizados por el episcopado latinoamericano han entrado en el discurso social de la Iglesia Universal y hoy son patrimonio común. Aunque no haya referencia explícitas, no hay duda que el magisterio pontificio se ha enriquecido con esta contribución de las Iglesias que viven en contextos muy diversos del europeo y así, poco a poco, los documentos romanos van ganando en pertinencia. Dentro de los límites de este artículo nos hemos extendido en la génesis histórica de la reflexión episcopal y en Medellín y Puebla, por haber estas dos Conferencia marcado un hito que orientará todo el trabajo ulterior. La cuarta Conferencia en Santo Domingo vivió un momento difícil en el que desde Roma se quiso desvirtuar la metodología del discernimiento, invirtiendo el orden y comenzando por el juzgar, bajo el temor al marxismo, como abiertamente declaró a su regreso a Roma un alto prelado del Vaticano, quien, de esta manera manifestaba su ignorancia de la DSI. No obstante, y con la fidelidad creativa propia de los obispos latinoamericanos, se retomó el método y se utilizó en la quinta Conferencia en Aparecida. … este método ha colaborado a vivir más intensamente nuestra vocación y misión en la Iglesia: ha enriquecido el trabajo teológico 20 y pastoral, y, en general, ha motivado a asumir nuestras responsabilidades ante las situaciones concretas de nuestro continente. Este método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son presupuestos indispensables que garantizan la eficacia de este método (DA 19). Aunque ya en Santo Domingo el tema de la cultura había hecho parte muy importante de la reflexión, en Aparecida, ante el embate de la globalización, se convierte, tal vez, en el aspecto más relevante del complejo fenómeno social, que impacta la vivencia religiosa: “Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios” (DA 44). Se trata de una realidad sumamente compleja en la que el progreso tecnológico ha contribuido a la deshumanización, al aislamiento de la persona, a la dependencia de la última información, en fin, a hacer cada día más difícil la convivencia humana. No se trata de demonizar el progreso, sino de subrayar la necesidad de darle una orientación que lo convierta en instrumento de progreso integral y solidario. La opción preferencial por los pobres es descrita como “uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña” (DA 391) y está inscrita en la fe cristológica. En Aparecida, no solamente se mantiene la opción hecha anteriormente, sino que se le da una fundamentación teológica más profunda como un elemento esencial de la preocupación por el hombre y su dignidad. De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación (DA 394). 21