1894-Texto Del Artículo-6193-1-10-20140102
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Resumen
Abstract. Welfare State and family roles: analysis of the Spanish case
The article shows the influence of woman’s incorporation into the labour market and the
existence of a Welfare State in family roles.
Key words: family roles, labour market, family social policy.
Sumario
1. ¿Continuidad o cambio 4. Sistema de garantía de ingresos
en los roles familiares? y mercado de trabajo
2. Estado del bienestar, mercado de 5. Conclusiones
trabajo y familia Bibliografía
3. Política social para la familia
y servicios sociales
en el seno de la pareja, así como cambios en la gestión del tiempo y del patri-
monio familiar. Tal como indica Garrido Medina (1993: 174), «cuando se
obtienen recursos en el mercado disminuye la propensión a proporcionar ser-
vicios domésticos gratuitos por dos vías. Por una parte, se dispone de menos
tiempo para ello y, por otra, aumenta la probabilidad de rentabilizar la compra
de esos servicios en el mercado». Sin embargo, la evidencia muestra que la divi-
sión tradicional de funciones dentro de la familia sigue permaneciendo en gran
medida, tal como indican las encuestas de uso del tiempo dentro del hogar.
Los estudios publicados por el Instituto de la Mujer indican que, en gene-
ral, son las mujeres las encargadas de las tareas del hogar, a gran distancia de
los hombres. Los hombres casados parecen dedicar menos tiempo a las tareas
domésticas que los varones en general, y lo contrario ocurre con las mujeres
casadas, de lo que se deriva que las desigualdades se agravan con el matrimo-
nio. Y, lo que es más importante, entre las mujeres trabajadoras, la actividad
fuera del hogar reduce la dedicación a las tareas domésticas, pero la reducción
es de escasa entidad y, además, la disminución del tiempo dedicado durante
los días laborables se compensa con un aumento en los fines de semana. Por
su parte los varones trabajadores también incrementan la participación y el
tiempo invertido en el trabajo los sábados y domingos, pero menos que las
mujeres, siendo la dedicación de éstos últimos siempre muy inferior a lo largo
de toda la semana. Los varones pertenecientes a los niveles educativos más altos
participan en mayor grado que los demás, pero no invierten más tiempo, por
lo que el reparto del trabajo no se produce ni siquiera en los niveles educativos
más altos. Por otra parte, hay que señalar que la distribución del trabajo es más
asimétrica en el caso del trabajo doméstico en sentido restringido que en el
tiempo dedicado a la adquisición de bienes y servicios y al cuidado de los niños,
aunque las distancias entre ambos sexos son notorias en todas estas activida-
des (Ramos Torres, 1990).
Estos datos indican que la realización de una actividad remunerada fuera del
hogar supone una menor dedicación a las tareas domésticas por parte de las
mujeres, pero también que su participación en el mercado laboral no les per-
mite olvidar sus responsabilidades domésticas. En pocas palabras, la menor
dedicación en días de trabajo se compensa con el aumento de actividad los
fines de semana y, probablemente, transfiriendo las tareas a otras manos que
no parecen ser las de los hombres. Se produce, pues, una tímida modificación
del rol femenino tradicional, pero no del masculino.
Una de las posibles causas de la persistente división de roles está en las opor-
tunidades que brinda a las mujeres el mercado de trabajo en comparación con
otros países de nuestro entorno, tales como menores oportunidades de ocu-
par puestos de responsabilidad, la relativa escasez de contratos a tiempo parcial,
los bajos salarios y la incidencia de las ayudas familiares. Las conclusiones que
ofrece el estudio Actividad laboral de la mujer en relación a la fecundidad
(Femández Méndez de Andrés, 1987: 121-122), centrado en el caso español,
son clarificadoras de los motivos por los que las mujeres casadas se animan a par-
ticipar en el mercado de trabajo. La decisión de trabajar fuera del hogar se
Regímenes de bienestar y roles familiares: un análisis del caso español Papers 53, 1997 47
meno en términos comparativos hace que esta situación tenga mucho menos
impacto. Además, son las mujeres las que normalmente mantienen la custo-
dia de los hijos (Valiente, 1995c: 8).
Pero, además, existe otro modo de mirar hacia las razones que pueden indu-
cir a las mujeres a buscar trabajo fuera del hogar y con ello producir una modi-
ficación, por muy limitada que sea, de su rol tradicional. Me refiero a las
alternativas que existen, ya sean públicas o privadas, de ser sustituidas (al menos
parcialmente) en tareas tradicionalmente asignadas a las mujeres, tales como
el cuidado de los hijos o de los ancianos. La provisión pública de este tipo de
servicios forma parte del estado del bienestar, en concreto del nivel de oferta
de servicios sociales personales. Aquellas mujeres que tienen que dedicar gran
parte de su tiempo a dichas actividades y que no encuentran una forma de
ponerlas en otras manos que no sea muy costosa desde el punto de vista eco-
nómico, tenderán a percibir el coste oportunidad de trabajar fuera del hogar
como muy alto.
Es por ello que este artículo examina de forma comparada con otros países
de la Unión Europea la configuración del sistema de bienestar español, y en
particular considera la evolución de los servicios sociales durante la última
década en España y de las prestaciones o subsidios familiares. Asimismo, se
tiene en cuenta el sistema de garantía de ingresos, porque la forma en que esté
organizado puede tener consecuencias para las decisiones que toman las fami-
lias en cuanto al reparto de trabajo fuera y dentro del hogar. Lo que se busca
es llamar la atención sobre el hecho de que los modos como se construye un
Estado del bienestar y las formas de interacción entre la política social y el mer-
cado de trabajo pueden influir sobre la reproducción de roles familiares y las
posibilidades de producción de nuevos roles, al suponer bien sea incentivos o
desincentivos a la búsqueda de empleo de las mujeres fuera del hogar y a la
permanencia en el mercado de trabajo.
Las familias españolas actúan en muchos casos como proveedoras directas
de servicios sociales, como «agencias de empleo» a través de sus relaciones infor-
males y se hacen cargo del mantenimiento de muchos desempleados. No deja
de resultar paradójico que en estas circunstancias la política social para la fami-
lia se encuentre tan poco desarrollada en España. Parte de la explicación a esta
situación aparentemente contradictoria se puede encontrar en las relaciones
que se han ido perfilando entre las políticas sociales, el mercado de trabajo y la
institución familiar.
Unidos, ejemplo del régimen «liberal», en Europa se puede hablar de dos tipos
fundamentales de regímenes de bienestar. El primero de ellos, es el llamado
coloquialmente «modelo escandinavo» o régimen socialdemócrata, y estaría
basado en el concepto de universalización y armonización entre las clases socia-
les y entre los géneros. En estos países, el desarrollo del estado del bienestar
—la universalización de las prestaciones— permitió a las mujeres lograr un
empleo, a la vez que se creaba un mercado de trabajo para las mujeres. Pero
las propias virtudes del modelo condujeron a consecuencias no deseadas y
negativas para el colectivo femenino, ya que, a la larga lo que se produjo fue la
segmentación del mercado de trabajo por género: las mujeres trabajan sobre
todo en el sector servicios dependiente de las prestaciones sociales públicas,
mientras que los hombres lo hacen en el sector privado.
España —junto con Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Austria, Portugal y
en cierta medida Holanda— pertenecería al grupo de países que han cons-
truido su Estado del bienestar a través de sistemas de seguridad social profe-
sionalistas. Una de las características de este modelo, bautizado como
«conservador» por Esping-Andersen, es la de su estructuración corporativis-
ta, es decir, la de la existencia de una segregación de estatus, que se refleja en
la presencia de un número elevado de regímenes especiales que diferencian
categorías laborales, acompañado de un tratamiento favorable de los emplea-
dos públicos. En esencia, dicho autor considera que este tipo de régimen de
bienestar se sustenta, fundamentalmente, en dos pilares; por un lado, en un
concepto tradicional de la familia, de inspiración católica, por el cual el núcleo
familiar se constituye en una fuente de provisión de cuidados para cada uno
de sus miembros, especialmente aquéllos menos válidos (niños, ancianos,
enfermos); por otro lado, en la consideración del trabajador masculino per-
teneciente al núcleo familiar como el garante, mediante su salario, de la cober-
tura de las necesidades familiares. Este esquema, en el que el hombre no sólo
contribuye con su trabajo a la cobertura de sus necesidades individuales, sino
también a las de su familia, está ligado a la existencia de un grado elevado de
seguridad en el trabajo y de la necesidad de articular medidas que garanticen
la capacidad del trabajador de seguir cubriendo las necesidades familiares en
aquellos momentos en los que, por motivos biológicos o de otra índole, acon-
teciese alguna interrupción en su actividad laboral. Algunas de las conse-
cuencias más destacadas o relevantes de este esquema serán la rigidez del
mercado laboral, con un alto porcentaje de empleo fijo y la pervivencia de la
familia como proveedora de prestaciones sociales, circunstancia esta que pro-
voca un fortalecimiento de los lazos que ligan a la mujer a las labores propias
2. En concreto consistían en 250 pesetas al mes por hijo a cargo y en otra asignación de 375
pesetas al mes por cónjuge dependiente. Esta última se suprimió en 1985. Los asegurados
también podían percibir seis mil pesetas por matrimonio y tres mil por el nacimiento de
cada hijo, en ambos casos como pago único.
3. Desde noviembre de 1995, las familias con tres hijos pueden acceder a los beneficios por
familia numerosa.
52 Papers 53, 1997 Ana M. Guillén
cial para parados con hijos a cargo, los salarios sociales que son proporciona-
les al tamaño de la familia, y las pensiones no contributivas que priorizan a los
ancianos y minusválidos que viven en familia. Aún así, se puede afirmar que las
prestaciones familiares son muy escasas en términos comparativos.
El conjunto de medidas que protegen la maternidad de las mujeres traba-
jadoras puede desglosarse en España en dos grandes elementos: por una parte,
el derecho de la mujer empleada a ausentarse del trabajo por el nacimiento, la
adopción o el acogimiento previo de un hijo, con la garantía de conservar su
puesto, su antigüedad y sus derechos a tener una pensión de jubilación; por
otra parte, el derecho a recibir una prestación económica pagada durante ese per-
miso. Hasta diciembre de 1994, fecha en la que se modificaron los programas
de protección a la maternidad en España, la situación derivada de la materni-
dad de la mujer trabajadora se venía asimilando a la incapacidad laboral por
enfermedad común, por lo que su tratamiento normativo a efectos de protec-
ción social era semejante al de esta contingencia. Hoy día, pues, la situación
de maternidad se encuentra regulada separada de la incapacidad temporal, con
el resultado de no asimilarse a una enfermedad.
Además, y en consonancia con este cambio de concepto, en diciembre de
1994 la cuantía de la prestación económica se elevó desde el 75% del salario
(base reguladora) al 100%. También entre las modificaciones que sufrió la pres-
tación por maternidad se encuentra la de que la condición exigida para disfru-
tar de la prestación es la acreditación de ciento ochenta días de cotización dentro
de los cinco años inmediatamente anteriores al parto, condición más laxa que
la que estaba en vigencia anteriormente y que exigía este requisito durante el
año anterior al parto. Desde 1989, la duración del descanso es de dieciséis sema-
nas ininterrumpidas, ampliables a dieciocho en caso de parto múltiple. Este
período se distribuye como desee la interesada, con la única salvedad de que
seis semanas se disfruten después del parto. El padre puede disfrutar, alternati-
vamente, de cuatro de las últimas semanas del permiso. Desgraciadamente, no
existen datos que permitan saber cuántos hombres han decidido acogerse a este
derecho de este permiso en vez de sus esposas trabajadoras, pues podría ser un
indicador de cambio en la distribución de las responsabilidades familiares. Sin
embargo, cabe suponer que dicha cantidad sea muy escasa.
Otro de los cambios recientes en la protección de la maternidad ha sido la
adopción de nuevas normas que tratan de garantizar la continuidad de la vida
laboral de las mujeres y los hombres trabajadores con hijos a cargo. En marzo
de 1995, se ha aprobado una nueva regulación que se denomina «permiso
parental y por maternidad», que mantiene el derecho de los trabajadores a un
período de excedencia no superior a tres años, para atender al cuidado de cada
hijo, pero que lo complementa permitiendo que sea computado a efectos de
antigüedad. Además, el trabajador tendrá derecho a la reserva de su puesto de
trabajo durante el primer año de excedencia, y durante los dos restantes
la reserva quedará referida a un puesto de trabajo del mismo grupo profesional
o categoría equivalente. Esta medida, al menos en teoría, favorecerá la conti-
nuidad de las carreras profesionales de las mujeres, aunque cabe preguntarse
Regímenes de bienestar y roles familiares: un análisis del caso español Papers 53, 1997 53
como, por ejemplo, en el fomento del empleo. Es posible que esta situación
también se deba al hecho de que los servicios demandados con más intensi-
dad son claramente las prestaciones económicas, que han acaparado la aten-
ción y los recursos de la Administración en el período transcurrido desde la
aprobación de la LISMI (Casado, 1992).
La comparación global entre los países de la Unión de los sistemas de pro-
tección a los minusválidos presenta muchas dificultades, debido a la gran diver-
sidad de programas y de condiciones de acceso a los mismos existentes. Todo
ello se complica aún más si tenemos en cuenta que, tal como ocurre en parte
en España, muchas de las prestaciones se regulan, se organizan y se gestionan
a nivel local, lo que a veces introduce diferencias importantes difíciles de gene-
ralizar. A pesar de todos estos problemas, de los estudios comparativos se puede
deducir que el nivel de protección y de desarrollo de los programas sociales para
minusválidos, aunque se ha incrementado mucho durante los últimos años en
los países del sur de Europa, todavía se encuentra a cierta distancia del logrado
en el resto de los países de la Unión (Ministerio de Asuntos Sociales, 1989).
Entre los servicios que se ofertan a la tercera edad se encuentran en España
la asistencia médica especializada y preventiva, las residencias y la ayuda para
la vivienda, la atención domiciliaria, los clubes y hogares de jubilados, las vaca-
ciones organizadas, y el apoyo económico a los familiares con ancianos. Hoy día
existen casi 110.000 plazas residenciales (públicas y privadas), lo que supone una
ratio del 2%, que se encuentra todavía a distancia del 3,5% recomendado en
los países mediterráneos o del 4,5% de los países del centro y del norte de
Europa. Los servicios de estancias diurnas en residencias fueron usados por
480 personas en 1992. El número de hogares y clubes para la tercera edad,
también llamados centros de día, ascendía en 1992 a 2.000, sumando la ini-
ciativa pública con la privada, distribuidos de forma muy irregular dentro del
territorio nacional. En el mismo año, las personas que recibieron atención
domiciliaria fue de casi 25.000. En general, resulta difícil establecer cuanto se
aleja la oferta de servicios para las personas mayores de la demanda, pero la
escasa cuantía de las cifras aquí expuestas son indicativas de que la distancia
tiene que ser grande. Los ancianos españoles consideran las ayudas a domici-
lio como el segundo servicio más necesario, después de los servicios médicos
especializados (Ministerio de Asuntos Sociales, 1993).
El análisis comparativo de las prestaciones para la vejez en Europa indica,
como ocurría en el caso de la minusvalía, que los países miembros de la Unión
presentan disparidades muy marcadas. La tendencia general parece conducir
a la privatización de muchos de estos servicios en toda Europa. Sin embargo,
si tenemos en cuenta de forma conjunta la oferta pública y la privada, los paí-
ses del sur de Europa presentan desarrollos inferiores, tanto en la oferta de alo-
jamiento de larga estancia como en los servicios de atención a domicilio y
centros de día (Guillemard, 1993).
En resumen, en lo relativo a los servicios sociales personales, la compara-
ción con los países del norte y centro de Europa es clara: en España y en el
resto de los países del sur esta faceta de la política social está menos desarro-
Regímenes de bienestar y roles familiares: un análisis del caso español Papers 53, 1997 55
llada4. Hay que resaltar aquí que el estado del bienestar en España, tal como
hemos visto, ofrece pocas ayudas a las familias y a las mujeres españolas, pero
les pide mucho a cambio. En primer lugar, muchas familias españolas con
hijos de corta edad no cuentan con la posibilidad de enviarlos a guarderías
públicas. La oferta de plazas públicas se centra en España en la educación pre-
escolar a partir de los tres años. En el curso 1991-1992 el porcentaje de niños
que se beneficiaron de esta oferta fue del 66,3% para los de cinco años; del
63,9% para los de cuatro, y del 17,6% para los de tres. En comparación con
la media de la Unión para los niños que son cuidados en centros públicos,
estos porcentajes no son bajos, pues la cifra es del 65% para los niños de tres
a seis años. Sin embargo, en el caso de los niños de dos años o menos, España
presenta el porcentaje más bajo de toda Europa (1%), incluso por debajo de
los niveles de Grecia (4%) y Portugal (6%), y a considerable distancia del
resto de los países (Valiente, 1995a).
Los mayores conviven con sus hijos o con otros familiares en proporcio-
nes elevadas: un 28,2% de los padres mayores de sesenta años y un 32,2% de
las madres de la misma edad en 1991 (CES, 1995). Los minusválidos tam-
bién son cuidados en grandes proporciones dentro de la familia. Incluso en el
caso de los minusválidos psíquicos, la familia juega un papel crucial: el 84%
de los enfermos psíquicos severos vive con su familia, una proporción muy
alta si se compara con el 62% en Irlanda o el 21% en Suecia5. Muchas de estas
familias declaran que no cuentan con suficiente ayuda social y financiera ni
con la información necesaria para desarrollar su tarea adecuadamente. Los
datos del último informe FOESSA (1994: 1829) indican que casi el nueve por
ciento de las familias españolas procuran atención en el propio hogar a perso-
nas dependientes, ya sean personas mayores, enfermos crónicos o hijos con
discapacidades graves, y que este hecho es más frecuente entre las familias de
menor nivel social.
En las situaciones de necesidad o de enfermedad, la mayoría de los espa-
ñoles declaran que la familia constituyó la fuente de ayuda fundamental, con
la excepción de casos graves de enfermedades psíquicas o de drogadicción en que
también se menciona a algunas instituciones (Boletín CIRES, 1994). Incluso
fuera del hogar, en las instituciones hospitalarias es extraño encontrar enfer-
mos que no se encuentren acompañados por algún familiar día y noche. El
número de familias extensas ha ido descendiendo de forma sostenida a lo largo
de las dos últimas décadas, pero existe evidencia de la existencia de «familias
amplias» formadas por varios grupos familiares que viven cada uno en su pro-
pio hogar y que mantienen relaciones más estrechas entre sí que con sus ami-
gos o vecinos (Navarro, 1994). Alrededor del cuarenta por ciento de los hogares
mantienen relaciones de ayuda familiar extendida: padres que ayudan a hijos
4. Véase, por ejemplo, el estudio editado por Munday (1993), que incluye a todos los países
de la Unión Europea.
5. Según datos de una encuesta realizada por la Confederación Española de Agrupaciones
Familiares de Enfermos Mentales. Véase El País, 10 de marzo de 1995, p. 29.
56 Papers 53, 1997 Ana M. Guillén
casados y nietos, hijos casados que viven en casa de los padres, hijos casados y
emancipados que ayudan a padres mayores y padres mayores que viven en el
hogar de un hijo (Casado, 1994: 1830).
Por otra parte, el número de jóvenes que permanecen en la familia es muy
alto: un 77% de los jóvenes entre 18 y 29 años conviven con sus padres. Esta
situación de postergación de la independencia incide en el incremento de car-
gas económicas que tienen que soportar las familias. Entre las razones que
esgrimen los jóvenes para permanecer en la familia se encuentran la de que les
gusta hacerlo así, pues les supone una convivencia más grata, pero también
dicen necesitar que les mantengan (CIRES, 1994). A este fenómeno no es
extraño, por supuesto, el escaso desarrollo de la política de vivienda, política
social a fin de cuentas. Una vivienda de tipo medio costaba en 1991 más de
cinco veces los ingresos anuales de una familia media, ingresos que los jóve-
nes no alcanzan ni remotamente cuando se incorporan al mercado de traba-
jo. Tampoco los alquileres resultan asequibles a los jóvenes, incluso los más
bajos (Garrido Medina, 1993: 172).
Otro aspecto de la evolución de las redes de parentesco está relacionada
con la reaparición de un nuevo tipo de «familia extensa», compuesta por
parejas casadas que viven con los padres de uno de sus componentes, es decir,
parejas que han constituido su propia familia pero que no han establecido su
propio hogar. En 1991, el 4,2% de la población estaba en esta situación. Y lo
que es más, el 20% de las parejas jóvenes que vivía en un hogar independien-
te declaraba depender económicamente de sus padres (CES, 1995).
Finalmente, el mercado de trabajo funciona (no estalla) y las altísimas tasas
de paro se soportan en España gracias a que las familias comparten sus ingre-
sos (procedentes de empleos seguros, precarios o de la economía sumergida o
de las prestaciones sociales), acogiendo a parados y necesitados en general (Pérez
Díaz y Rodríguez, 1994). Además, las familias españolas funcionan en muchos
casos como oficinas de empleo, proporcionando a través de sus contactos un
puesto de trabajo —sea del tipo que sea— a sus miembros.
En pocas palabras, las familias españolas cuidan, alimentan y dan cobijo a
niños, ancianos, minusválidos, enfermos de distinta gravedad y parados, en
muchos casos contando con servicios de apoyo muy escasos. La familia espa-
ñola realiza así una función de provisora de servicios sociales, que influye sobre
la división de tareas en las familias y sobre las posibilidades de producción de
nuevos roles familiares. Sería muy interesante poder contar con datos simila-
res para otros países del sur de Europa o que poseen un régimen de bienestar
conservador, para poder dilucidar hasta qué punto el nivel de desarrollo de los
servicios sociales es responsable parcial de las posibilidades de las mujeres para
acceder al mercado de trabajo.
En cuanto al desarrollo de los servicios sociales personales en España, el
retraso comparativo obedece a razones históricas, pero también culturales. De
hecho, la escasa tradición asociacionista y en la reclamación de prestaciones
sociales al Estado puede explicar la ausencia de una presión mayor para el cre-
cimiento de dichos servicios públicos. En países como Francia, Bélgica y
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7. Además del régimen general para trabajadores dependientes, existen en España regímenes
especiales para los trabajadores de la minería del carbón, los trabajadores del mar, los autó-
nomos, el servicio doméstico y los trabajadores agrícolas. Los funcionarios públicos están
cubiertos por régimen independiente.
Regímenes de bienestar y roles familiares: un análisis del caso español Papers 53, 1997 59
89% (Velarde, 1990: 131). Esto quiere decir que se ha priorizado claramente
un área de la política social, la del mantenimiento de rentas de las personas de
edad, a costa de otras áreas, al menos, de las encargadas de la protección de las
personas en edad activa. Pero cuando el desempleo aumenta, los matrimonios
son cada vez menos estables y los hogares unipersonales más frecuentes, esto
puede suponer un serio problema. Por el momento, tal como se ha visto en la
sección anterior, las familias están encargándose de servir de apoyo para sobre-
llevar estas situaciones, pero no sabemos cuánto tiempo estarán dispuestas a
seguir haciéndolo. Al contrario, todo parece indicar que las mujeres desean
trabajar y lo hacen en proporciones cada vez mayores, así como que no están
dispuestas a interrumpir su carrera profesional para dedicarse al cuidado de
los hijos, lo cual redunda en tasas de fecundidad cada vez más bajas.
Por otra parte, el hecho de que los trabajadores deban permanecer en sus
puestos durante períodos prolongados de tiempo para acceder al sistema con-
tributivo hace que los sistemas profesionalistas hayan aparecido históricamente
asociados con mercados de trabajo que ofrecen altas dosis de seguridad en el
empleo. Esta combinación funcionó bien mientras se mantuvieron tasas de
inflación y de desempleo moderadas. Sin embargo, la respuesta de los regí-
menes de bienestar conservadores a las consecuencias de las crisis económicas
ha consistido en la reducción de la fuerza de trabajo mediante jubilaciones
anticipadas y otras medidas similares. Desde luego, esta estrategia parece haber
ido unida, en todos los países con regímenes de bienestar conservadores, al
mantenimiento del sistema de bienestar profesionalista, que no se ha intenta-
do modificar en ninguno de ellos. Se trata de una estrategia que está basada
en dar salida a los excedentes del mercado de trabajo mediante medidas de
protección social, a la vez que se reducen drásticamente las nuevas incorpora-
ciones.
Esto ha parecido una medida adecuada a los poderes públicos porque desde
ellos se ha supuesto erróneamente que el incremento de productividad que
debe acompañarla puede compensar el gasto en transferencias sociales y que,
además, el superávit de trabajadores no especializados es transitorio y el problema
se solucionará una vez que el período de reconversión industrial llegue a su
término (Esping-Andersen, 1995). La pertinencia de dicha medida queda en
entredicho cuando ya se ha constatado que los resultados de esta política han
conducido a una situación en la que la razón entre contribuyentes y depen-
dientes cada vez es más desfavorable, es decir, que ha deteriorado la salud finan-
ciera del sistema de aseguramiento social. Además, los altos costes laborales
fijos tienen una incidencia negativa sobre la creación de empleo e inducen el cre-
cimiento de los sectores informales o del autoempleo, con la consecuencia aña-
dida de que se pueden mantener o incluso fortalecer los privilegios del sector
formal porque las empresas son capaces de flexibilizar su plantilla a través de con-
tratos temporales y/o sumergiendo parte de su actividad productiva. Por su
parte, el mantenimiento de altas tasas de desempleo también conlleva el sur-
gimiento de tensiones financieras, debido al considerable coste que supone la
cobertura de esta contingencia. Asimismo, el elevado gasto en protección por
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5. Conclusiones
Si se combinan la existencia de parcas prestaciones familiares y de escasez de
servicios para el cuidado de los niños, ancianos y minusválidos y otros servicios
para las familias, no es de extrañar que las tasas de actividad femenina sean
más bajas en los países que han construido un régimen de bienestar conserva-
dor, y que la producción de nuevos roles familiares se vea dificultada.
Por otra parte, las relaciones mutuas entre un sistema de garantía de ingre-
sos de corte profesionalista y un mercado de trabajo segmentado en un sector
formal y fuertemente regulado, otro de empleo precario y otro informal tienen
consecuencias claras sobre la incorporación de las mujeres a la vida laboral, y
con ello sobre las posibilidades de modificar su rol familiar tradicional. Ambas
configuraciones —la del estado del bienestar y la del mercado de trabajo—
parecen generar un círculo vicioso de difícil salida.
Las medidas de control de costes que se han propuesto para asegurar el
futuro del sistema, tales como cambios en la indiciación de las pensiones, en
los períodos requeridos para acceder a las prestaciones, el retraso de la edad
de jubilación, la mayor correspondencia entre contribuciones, etc. pueden
hacer viables desde el punto de vista financiero los sistemas de mantenimiento
de rentas, pero no suponen la solución definitiva. Lo mismo ocurre con la
utilización de subsidios o exenciones fiscales para fomentar el empleo. En
62 Papers 53, 1997 Ana M. Guillén
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